La Dama Burzán [+18][Solitario][Cerrado]

La primera vez que vi a La Dama Burzán tenía 10 años y ella tenía 25. Yo era un niño huérfano de las minas y ella un miembro de la alta sociedad de Baslodia. Pero por lo que Zorwin me había contado, ambos habíamos nacido en la misma calle.

Nuestro inicial encuentro fue breve: la mujer depositó una bolsa en las manos de Zorwin y tras unas breves palabras susurrantes en su oído, nos separamos. Tres días después, su esposo, Quinto Burzán, había sido asesinado, apuñalado en un callejón de la ciudad, dejando a un hijo de 5 años y a una desconsolada y llorosa esposa.

Con el paso del tiempo y la pérdida de la inocencia, relacioné ambos acontecimientos y a partir de ese momento, cada vez que coincidíamos, mientras paseaba por Baslodia rodeada de su guardia personal, veía en ella el rostro del crimen. Y ella reconocía en el mío al testigo de su mayor delito.

Tenía ya 25 años cuándo la vi desnuda por primera vez. Vigilaba a un hombre que a menudo acudía a su casa, a hacerle una visita nocturna. Era una noche calurosa, por lo que las ventanas de la mansión Burzán estaban abiertas, dejando entrever el tenue interior por la luz de las velas que iluminaban las estancias.

Trepé con cuidado al tejado de un edificio colindante, ayudándome con los salientes de la fachada y de los alféizares de sus ventanas. El tejado estaba en unas condiciones pésimas, pero conseguí abrirme paso cuidadosamente sobre sus delicadas tejas, hasta el final del mismo, quedando en la débil penumbra de una noche luminosa, a unos metros de la ventana abierta del dormitorio de la Dama, iluminado por un centenar de velas.

Estaba completamente desnuda, tendida sobre su lecho. La veía de perfil, fijando mi vista en sus grandes senos y su delicada cintura. Conservaba un gran atractivo a pesar de su edad, próxima a los cuarenta. Y entonces, para romper con la fascinación que me estaba haciendo sentir, llegó aquel hombre que se tiró sobre ella sin vacilar mientras se desvestía rápidamente.

Tras unos breves minutos, mientras ella recibía el cuerpo de él sobre el suyo, miró al exterior y se percató de mi presencia, sobre el tejado de la vivienda vecina, a unos tres metros de su ventana. Lejos de alarmarse, de gritar histérica, asustada, por aquella grave intromisión a su intimidad, se quedó mirándome, mientras recibía en su cuerpo la persistente embestida del hombre.

A la mañana siguiente, no me sorprendió en absoluto recibir una misiva citándome a visitarla. La Dama Burzán no parecía dispuesta a dejar pasar mi intromisión y al parecer, ahora estaba interesada en mi persona.

Para la ocasión, me vestí con mis mejores ropajes, aunque dejé un lugar para Ámbar, mi preciada daga, en el cinturón de mi pantalón. Peinado decentemente para la ocasión, aseado cómo nunca, me presenté ante su puerta con mi mejor estilo, que tampoco era gran cosa.

Fui conducido a la planta superior, a lo largo de un largo pasillo, en el lado opuesto a su habitación. Al entrar en una sala, contemplé los valiosos objetos de lo que parecía su colección privada: armas, gemas preciosas, cofres dorados, algunas estatuas... la mayor tentación para alguien de mi profesión.

- Bienvenido a mi hogar, pequeño Eden.

Alcé la vista hacia el fondo de la sala. Allí estaba ella, con su peculiar mirada de reina de las intrigas y con una sonrisa burlona. Vestía de púrpura, cómo siempre, acompañando a su ropa algunos complementos dorados. Se encontraba sentada en un pequeño y antiquísimo trono de madera con adornos dorados, ya poco brillantes por su desgaste.

- A pesar del paso del tiempo, sigo viendo a ese niño en tus ojos. Acércate a mí, niño, quiero ver de cerca al hombre en que te has convertido.

Manteniendo la mirada en ella, me acerqué a la Dama Burzán, que se había puesto de pie para recibirme. Con su mirada, parecía analizarme, quizás de la misma forma en la que tanta gente la observaba cuándo ella iba por las calles rodeada de su séquito protector.

A unos metros de ella, me paré en seco quedando nuestros ojos a la misma altura, ya que ella estaba sobre una superficie ligeramente elevada dónde se encontraba el trono.

- Sí, sigues teniendo ojos de niño, aunque tu cuerpo dice lo contrario- luego apartó la mirada para señalar una mesa auxiliar a mi derecha- ¿Quieres tomar una copa de vino? Aún es temprano para beber, pero si aceptas, tendré la excusa perfecta para comenzar a hacerlo.
- Bebamos un poco, entonces.

Me acerqué hasta la mesa. Sobre ella, encontré un juego de copas vacías y un frasco de cristal repleto de vino. Las llené con el licor siendo consciente de la mirada de la mujer a mi espalda. Mientras me dirigía a ella, copas en mano, recordé un consejo que Zorwin me había dado: "nunca seas el primero en beber".

- Gracias- me dijo mientras sus manos cogían la copa, dispuestas a llevarla hasta los labios, produciéndose un primer largo sorbo.
- ¿A qué se debe mi presencia aquí, Dama Burzán?

La respuesta fue una mirada directa sin contemplaciones y una sonrisa pícara, que precedió a una risa ruidosa, algo artificial.

- ¿Acaso no lo sabes? No comencemos a mentirnos ahora ni a fingir. Ambos sabemos quién es el otro en realidad y desde hace tiempo sé que mi vida depende de tu boca.

Mantuve el silencio mientras la observaba sentarse de nuevo en aquel trono antiguo, con su copa de vino en la mano. Era una mujer segura de sí misma, consciente de su poder de convicción e influencia y estaba claro de que le encantaba ser así.

- ¿Cuál es la razón por la que observabas mi ventana la pasada noche? ¿Era yo el objeto de tu observación?
- Vuestro acompañante lo era.

Se mantuvo en silencio durante unos segundos, mirando hacia el suelo, cómo si estuviera perdida en sus pensamientos en ese momento, incluso dando a su rostro cierto aire de preocupación. Al alzar la vista, sonrió de nuevo, cómo si el gesto anterior hubiera sido ilusorio.

- Mi acompañante es un problema para mí. ¿Sabes bien lo que viste anoche? ¿Crees que accedí a fornicar con esa bestia de forma voluntaria? Ese hombre me chantajea. Conoce algo de mí y está dispuesto a aprovechar su silencio de las formas más horribles. Accedo cada noche a meterle en mi cama para mantenerle callado, pero cada día es más duro soportar esta situación y pretendo ponerle fin lo antes posible. Y para eso, requiero de tu ayuda. ¿Cuánto debo pagarte para que le mates?

Su propuesta fue directa y su actitud descarada. Estaba decidida a acabar con la vida de ese hombre, de un modo u otro, razón por la que desconfié de todo su relato. ¿Realmente aquel hombre era un chantajista, un abusador? ¿O se trataba de una maquinación de una mujer que adoraba las intrigas?

- Pareces confuso... ¿no estás acostumbrado a recibir este tipo de... encargos? - pronunció esta última palabra con cierta ironía, dibujándose una malévola sonrisa en los labios mientras arqueaba una de sus cejas- Además, ya le estabas observando... su cabeza está siendo codiciada por alguien más, ¿verdad?
- He recibido un encargo de observación y seguimiento. He descubierto que su... que ese hombre es violento, que se dedica a negocios turbios, y me consta de que tiene la inteligencia suficiente para no chantajear a una Dama de su posición. Mucho menos a vos, Dama Burzán. Tiene reputación de mujer peligrosa.
- Mi peligro, querido amigo, empieza y acaba en el arma de los demás. Creí que eras alguien a quién poder recurrir, el heredero de Zorwin...
- Me dedico a conseguir objetos, sobretodo. Y sólo traspaso los límites si la observación del sujeto me dice que merece la pena hacerlo. Y por lo que he podido observar, ese hombre no es mucho más peligroso que vos.

El gesto se le cambió por completo. Se la notaba enfadada, rabiosa porque un delincuente cómo yo no accediera a su voluntad, aunque rápidamente ocultó su malestar, disfrazándola de amable cortesía.

- Puede que tu seguimiento te haga cambiar de idea- dijo, antes de dar un largo sorbo a su copa de vino, momento que aproveché para dar el primero al mío. Estaba delicioso- De todas formas, siempre puedo ofrecerte la recompensa, mostrártela. Hay tantos objetos de valor en esta habitación...

Se puso de pie y bajó los escalones de la superficie elevada del trono, hasta quedar a mi altura. Pasó junto a mí y continuó caminando a mi espalda, antes de que girase.

Se dirigió al núcleo de mesas y vitrinas que había al inicio de la sala. Su colección privada de objetos. Mientras no me miraba, dirigí mi vista hasta las grandes ventanas, pero éstas estaban protegidas por barrotes de hierro que no permitían su entrada por ellas, a menos que fueses realmente pequeño.

- Estoy seguro de que te preguntarás por qué te muestro todos mis objetos valiosos conociendo tu profesión- dijo ella, antes de llegar a una mesa de madera con varios cajones al fondo de la gran estancia- Es esa la confianza que quiero poner en ti.

Me limité a sonreírle mientras pensaba a cuántas personas cómo yo le había ofrecido esa confianza antes que a mí.

Abrió el cajón principal de la mesa y me sorprendí al ver su interior. Una colección de valiosas gemas preciosas, de decenas de colores y con intenso brillo: rubíes, zafiros, esmeraldas, citrinos, ámbares, amatistas, cuarzos... no había gema que no estuviera allí.

- Creo que llevas una daga que Zorwin te regaló. Imagina de dónde salió el ámbar incrustado de su empuñadura. Se lo ganó gracias a trabajos cómo éstos... y tú puedes hacer lo mismo, y quizás... ganar algo más.

De pronto, sentí cómo una de sus manos se aferraban a mi entrepierna, apretando a través de la tela mi miembro. La miré con sorpresa y me mantuvo una atrevida mirada antes de soltarme y alejarse unos pasos de mí.

- Te daré tres de esas gemas preciosas si aceptas mi proposición. Tres de mis mayores diamantes por la vida de un hombre miserable. Si dentro de cinco días no ha sido asesinado, da mi oferta por concluida.

Durante el resto del día, medité sobre la proposición de la Dama Burzán. Sin duda, la recompensa no me parecía gran cosa después de ver todos los objetos de valor de su colección.

A la caída de la noche, continué con mi rutina de observación. Sin duda, aquel hombre estaba metido en negocios bastante turbios... Se decía que estaba implicado en el secuestro de varias niñas, que eran llevadas inconscientes hasta algún navío y cuándo despertaban, el barco ya había zarpado y no podían escapar de él.

Hasta mi quinta noche de observación, las sospechas habían sido rumores, pero cuándo salió de una casa, con el cuerpo inconsciente de una niña entre sus brazos, en mitad de la silenciosa noche, una sonrisa pícara se dibujó en mis labios. No sólo salvaría a la chica quitándole la vida a tal vil hombre, sino que de paso me ganaría unos diamantes y el beneplácito de una de las personas más importantes y ricas de la ciudad.

Recordé el trayecto de las calles hasta el pequeño puerto. En mi mente, la ruta del hombre se dibujó con claridad. Busqué la manera de alcanzarle, ponerme unos pasos por delante de él. Quizás cerca del Callejón del Desamparado, la entrada más discreta del puerto.

Corrí por las calles paralelas a las del criminal. Él cargaba con la niña, yo iba libre de ataduras y con un ritmo veloz. Cerca de mi destino final, salté hacia la ventana de una fachada e impulsándome con las piernas, trepé hasta la planta superior de la vivienda. Elevé mis brazos hasta las tejas que sobresalían del tejado y ascendí mi cuerpo. Repté hasta quedar sobre el edificio y caminé lentamente sobre éste, hacia el lateral contrario por el cual había ascendido. Mientras llegaba al borde del tejado, quedando debajo de mí el Callejón del Desamparado, vi al hombre aproximarse desde la distancia. Ahora llevaba la niña cargada sobre su hombro izquierdo. Por lo que debía atacar desde el lado derecho.

Descendí hasta el Callejón y me escondí entre sus sombras. Los pasos no tardaron en escucharse. Se acercaba despacio, pero a paso seguro. Mi mano viajó hasta Ámbar y desenfundé mi afilada daga, tocando con mis dedos la piedra ámbar de su empuñadura.

Contuve la respiración. Estaba cercano. Sólo un movimiento. Un rápido movimiento para hundir a Ámbar en su vientre. Con suerte, perforaría su estómago y moriría con el sabor de la sangre inundando su boca.

Y cuándo llegó el momento, giré mi cuerpo balanceándome, de forma sorpresiva, hincando mi arma en él. Escuché un grito desgarrador, el aullido de la muerte abriéndose paso de sus labios. Giré la daga en su interior, alzándola levemente, rasgándole por dentro, mientras le miraba a los ojos. Escupí en su sucio rostro y saqué de golpe la daga. Su cuerpo comenzó a caer, aunque me dio el tiempo suficiente para atrapar a la niña que encargaba entre mis brazos. Y tras colocarla, cuidadosamente en el suelo, me giré de nuevo hacia el hombre, dispuesto a rematarle, dispuesto a darle la puñalada final.

Dejé el cuerpo de la niña junto a la puerta de su hogar. Tras golpear fuertemente la puerta en mitad de la madrugada, me apresuré a ocultarme en la sombra. Poco después, la niña descansaba en su cama y yo me dirigía a la mía para hacer lo propio.

A la tarde siguiente, volví a visitar a la Dama Burzán, a la que encontré en la misma sala dónde había sucedido nuestra charla anterior. Nada más ver su sonrisa, supe que había llegado hasta ella la noticia de la muerte de aquel hombre.

- Veo que has cumplido tu palabra, joven Eden- me dijo, acercándose hacia mí, quedando a un par de pasos-. Me he enterado esta misma mañana que encontraron su cuerpo en el Callejón del Desamparado, junto al puerto. No sé dónde está ese lugar, ya que no visito esa parte de la ciudad, pero parece un buen lugar para que mueran las alimañas. ¿Cómo te decidiste a hacerlo?
- Llevaba una niña con él. Raptada. Probablemente tenía intención de venderla a algún pirata. No soporto a los que dañan a los niños.
- ¡Vaya! ¡Qué desilusión! Y yo que pensé que habías sucumbido a mis encantos- me dijo, mientras llevaba de nuevo su mano a mi entrepierna, por unos segundos- Creo que has venido a por tus gemas y cómo te prometí, te daré las que elijas. Además, te daré un obsequio... Pero lo primero es lo primero...

Abrió el cajón dónde tenía su colección de diamantes, dejándome a la vista la parte más brillante de sus riquezas. Las examiné con atención, mientras notaba la mirada fija de la Dama Burzán en mi rostro.

- ¿Para qué queréis tantas piedras preciosas en un cajón?
- Son caras y fáciles de transportar. La familia de mi difunto esposo acecha en cada uno de mis movimientos, intentando recuperar esta casa, su fortuna... envenenando la mente de mi hijo contra mí... Afortunadamente, Victor me adora y está más interesado en la batalla que en su fortuna. Pero si algo me ocurriese, o le ocurriese a él, y me viera obligada a salir rápidamente de Baslodia, me llevaría estas gemas conmigo sin gran dificultad. Podría vivir de ellas hasta el final de los días.

Mientras la escuchaba, había decidido coger tres gemas iguales. Tras descartar el rubí, me decidí por los zafiros, de un color azul intenso. Una vez hice mi elección, la Dama Burzán cerró el cajón.

- He aquí mi regalo- dijo, mientras sacaba algo de uno de los bolsillos de su vestido púrpura- Un pequeño obsequio para ti.

Sobre mi mano, me colocó un anillo plateado. En él, estaba incrustada una amatista de forma redonda en su sello. Había visto algunos anillos parecidos en la mano de diferentes personas en la ciudad. Aquel objeto tenía un valor innegable, aunque su mensaje en Baslodia era otro: su portador era valioso para la Casa Burzán y quién se atreviese a dañarlo, corría el riesgo de ganar la enemistad de la familia de por vida.

- ¿Sabes lo que es?
- Sé lo que es. Nos criamos en la misma calle, ¿recuerda?

Se acercó a mí, cogió el anillo de mi mano e intentó insertar el dedo corazón de mi mano derecha en su interior, pero no pasaba del hueso. Lo volvió a intentar con el dedo índice y el anillo entró sin problema alguno.

- Ahora eres mi protegido, Eden. Espero que nuestra relación sea excelente a partir de ahora y que acudas a mí si necesitas algo, tanto cómo yo acudiré a ti. Ahora, divirtámonos un poco.

Sus manos se colocaron sobre el cinturón de su vestido, desprendiéndose de él. La prenda se le abrió por la espalda y poco a poco, con el peso de la tela, quedaron al descubierto sus hombros. Su mirada era ardiente, fija en la mía. Y mientras la ropa caía dejando desnuda la parte superior de su cuerpo, supe que nuestra relación mejoraría a pasos agigantados.