Caminante, no hay camino, se hace camino al andar [Libre]
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Caminante, no hay camino, se hace camino al andar [Libre]
A la salida del alba, Sophia terminó de preparar su alforja con lo que ella creía imprescindible para su viaje a la Academia de Hekshold y contempló con melancolía su alcoba durante unos instantes: sería la primera vez que saldría de aquel hogar seguro al que echaría de menos, pese a su ilusión por acceder como alumna a la academia.
Cuando reunió el valor suficiente para salir, observó a su padre cortando leña mientras el sol aparecía tras la verde colina y la luna aún se mantenía en lo más alto. Para ella, aquel era el momento más bello del día: el amanecer, con sus tonos anaranjados y rosados mezclándose entre sí, pero sin fundirse con los tonos azules de la noche.
Su padre se enderezó, limpiando el sudor de su frente con el antebrazo, y se giró hacia ella con una sonrisa en el rostro.
-¿Preparada? - preguntó Alaric, su padre.
Sophia asintió con una leve sonrisa y, con los ojos aguados, corrió hasta su padre para abrazarle. Fue un abrazo fuerte, lleno de amor, felicidad y tristeza al mismo tiempo. La noche anterior se había despedido entre lágrimas de su madre y sus dos hermanos, y había prometido no derrumbarse al despedirse de su padre, pero no pudo cumplirlo con éxito. Al separarse de él, comenzó a caminar sin mirar atrás, con el sol como su objetivo.
Al bajar la colina, cruzó el pequeño riachuelo donde solían pescar y lavar sus ropajes. Hoy había optado por un vestido de color turquesa, un tono esperanzador que resaltaba con el brillo de sus ojos. Luego, se adentró en un pequeño bosque donde misteriosos sonidos provenientes de él infundían desconfianza y temor.
Sophia se adentró en el bosque, donde la luz del sol se filtraba tímidamente entre las copas de los árboles, creando un juego de sombras y destellos dorados en el suelo cubierto de hojas secas. Los troncos de los árboles, robustos y majestuosos, se alzaban como guardianes ancestrales que vigilaban cada paso de la joven.
El aroma a tierra húmeda y musgo impregnaba el aire, mezclándose con el suave murmullo del viento entre las hojas y el canto de los pájaros ocultos en las ramas. Aunque había caminado por aquellos bosques muchas veces junto a su padre, en esta ocasión, la atmósfera parecía diferente, más misteriosa y viva.
El susurro del arroyo cercano acompañaba sus pasos, y en cada esquina parecía ocultarse algún secreto ancestral. Cada crujido de ramas y hojas bajo sus pies la mantenía alerta, pues no sabía qué criaturas podrían estar al acecho en aquella naturaleza salvaje.
Sophia experimentaba una mezcla de emociones: la emoción de la aventura y la posibilidad de un futuro en la academia de Hekshold, pero también una sensación de inquietud ante lo desconocido que se extendía frente a ella. La seguridad de su aldea se alejaba lentamente, y ahora se encontraba en territorio salvaje, donde cada decisión y cada paso podrían tener consecuencias inesperadas.
A medida que avanzaba, la nostalgia por su hogar seguro se intensificaba, y el recuerdo de su padre y la imagen de su familia despidiéndola la abrumaban. Sin embargo, esa mezcla de sentimientos no la detenía, pues tenía una determinación ardiente para alcanzar su meta y aprender en la prestigiosa academia.
A pesar de la belleza del bosque, el entorno salvaje le recordaba la fragilidad de su posición y la necesidad de mantenerse alerta. Pero también era consciente de que la aventura y el conocimiento aguardaban en aquellos rincones inexplorados, y esa emoción se entrelazaba con el temor y la esperanza en su corazón.
Sophia sabía que este viaje significaba dejar atrás lo conocido y abrazar lo desconocido, y esa travesía en el bosque era solo el comienzo de su camino hacia un mundo lleno de maravillas y desafíos.
Siempre estaba vigilante de su entorno, sin embargo, no se percató de una manada de jabalíes que corrían en su dirección y la tomaron por sorpresa. Abrió los ojos y soltó un grito que espantó a un grupo de aves que picoteaban en el suelo del frondoso bosque. Sin embargo, sus piernas tardaron un poco más en reaccionar para correr lejos de allí antes de que los animales la alcanzaran.
Cuando reunió el valor suficiente para salir, observó a su padre cortando leña mientras el sol aparecía tras la verde colina y la luna aún se mantenía en lo más alto. Para ella, aquel era el momento más bello del día: el amanecer, con sus tonos anaranjados y rosados mezclándose entre sí, pero sin fundirse con los tonos azules de la noche.
Su padre se enderezó, limpiando el sudor de su frente con el antebrazo, y se giró hacia ella con una sonrisa en el rostro.
-¿Preparada? - preguntó Alaric, su padre.
Sophia asintió con una leve sonrisa y, con los ojos aguados, corrió hasta su padre para abrazarle. Fue un abrazo fuerte, lleno de amor, felicidad y tristeza al mismo tiempo. La noche anterior se había despedido entre lágrimas de su madre y sus dos hermanos, y había prometido no derrumbarse al despedirse de su padre, pero no pudo cumplirlo con éxito. Al separarse de él, comenzó a caminar sin mirar atrás, con el sol como su objetivo.
Al bajar la colina, cruzó el pequeño riachuelo donde solían pescar y lavar sus ropajes. Hoy había optado por un vestido de color turquesa, un tono esperanzador que resaltaba con el brillo de sus ojos. Luego, se adentró en un pequeño bosque donde misteriosos sonidos provenientes de él infundían desconfianza y temor.
Sophia se adentró en el bosque, donde la luz del sol se filtraba tímidamente entre las copas de los árboles, creando un juego de sombras y destellos dorados en el suelo cubierto de hojas secas. Los troncos de los árboles, robustos y majestuosos, se alzaban como guardianes ancestrales que vigilaban cada paso de la joven.
El aroma a tierra húmeda y musgo impregnaba el aire, mezclándose con el suave murmullo del viento entre las hojas y el canto de los pájaros ocultos en las ramas. Aunque había caminado por aquellos bosques muchas veces junto a su padre, en esta ocasión, la atmósfera parecía diferente, más misteriosa y viva.
El susurro del arroyo cercano acompañaba sus pasos, y en cada esquina parecía ocultarse algún secreto ancestral. Cada crujido de ramas y hojas bajo sus pies la mantenía alerta, pues no sabía qué criaturas podrían estar al acecho en aquella naturaleza salvaje.
Sophia experimentaba una mezcla de emociones: la emoción de la aventura y la posibilidad de un futuro en la academia de Hekshold, pero también una sensación de inquietud ante lo desconocido que se extendía frente a ella. La seguridad de su aldea se alejaba lentamente, y ahora se encontraba en territorio salvaje, donde cada decisión y cada paso podrían tener consecuencias inesperadas.
A medida que avanzaba, la nostalgia por su hogar seguro se intensificaba, y el recuerdo de su padre y la imagen de su familia despidiéndola la abrumaban. Sin embargo, esa mezcla de sentimientos no la detenía, pues tenía una determinación ardiente para alcanzar su meta y aprender en la prestigiosa academia.
A pesar de la belleza del bosque, el entorno salvaje le recordaba la fragilidad de su posición y la necesidad de mantenerse alerta. Pero también era consciente de que la aventura y el conocimiento aguardaban en aquellos rincones inexplorados, y esa emoción se entrelazaba con el temor y la esperanza en su corazón.
Sophia sabía que este viaje significaba dejar atrás lo conocido y abrazar lo desconocido, y esa travesía en el bosque era solo el comienzo de su camino hacia un mundo lleno de maravillas y desafíos.
Siempre estaba vigilante de su entorno, sin embargo, no se percató de una manada de jabalíes que corrían en su dirección y la tomaron por sorpresa. Abrió los ojos y soltó un grito que espantó a un grupo de aves que picoteaban en el suelo del frondoso bosque. Sin embargo, sus piernas tardaron un poco más en reaccionar para correr lejos de allí antes de que los animales la alcanzaran.
Sophia Walker
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Re: Caminante, no hay camino, se hace camino al andar [Libre]
Siempre que dormían al raso, lo cual solía ser la mayoría de las veces, lo hacían en los mismos sitios y casi en la misma posición. Nunca faltaba la hoguera que marcara el centro del "campamento", y a su alrededor, el trío de aventureros se posicionaba. Siempre recogían troncos donde sentarse. Si hacía frío o llovía, montaban un refugio improvisado para mantener el calor, aunque en esa época del año no era necesario, ya que las lluvias habían cesado hace tiempo y las temperaturas resultaban asfixiantes incluso en las altas horas de la noche.
Bluto siempre "dormía" sentado. Les había explicado numerosas veces a sus compañeros que no dormía como ellos, sino que más bien entraba en un estado de hibernación y ahorro de energía. Permanecía alerta y consciente de todo lo que ocurría a su alrededor, asegurando así la seguridad del grupo durante la noche, liberándolos de la necesidad de montar guardia.
Erika, por su parte, siempre dormía de espaldas a uno de los troncos que utilizaban como asiento, argumentando que le daba miedo sentir que nada protegía su espalda mientras descansaba al raso.
Frosk, fiel a su naturaleza despreocupada, siempre se tumbaba boca arriba con una mano en la panza y la otra estirada hacia arriba. De vez en cuando, su saco vocal se inflaba y desinflaba sin control, emitiendo algo similar a un ronquido. Si ese ruido molestaba a Erika y la impedía descansar, la dragona no dudaba en despertar a la rana. Por esa razón, siempre intentaba buscar un lugar en el campamento opuesto al de la rana para dormir.
La luz del alba se filtraba tímidamente entre las copas de los árboles, pintando el bosque con su suave resplandor. Bluto, Erika y Frosk descansaban pacíficamente en su acostumbrada postura alrededor de la hoguera ya extinta. Los sonidos de la naturaleza llenaban el ambiente, y todo parecía en calma.
De repente, el silencio fue roto por un grito agudo que resonó en el aire. Bluto, con sus sentidos alerta despertó de golpe, mirando rápidamente hacia todas direcciones. Erika también se reincorporó con la misma rapidez, pero adormilada. Frosk, sorprendido por el grito, saltó y croó con inquietud.
De repente, el grupo de tres vio cómo una figura humanoide emergía a toda velocidad de entre la maleza. Tras ella, varias figuras más salieron, llegando a la decena, pero estas no eran humanoides, sino jabalíes furiosos. Al parecer, estos últimos perseguían a la humanoide que resultaba ser una joven muchacha de cabellos dorados.
Erika agarró con ambas manos el enorme espadón de su padre, luchando para sostenerlo con firmeza mientras se preparaba para defenderse. Frosk tensó todo su cuerpo, y Bluto, al darse cuenta de que la valiente muchacha estaba en peligro, la cobijó detrás suya y preparó sus puños para encarar a los jabalíes.
Los animales salvajes detuvieron su carrera al advertir un peligro mucho mayor que la joven de rubios cabellos. Frosk y Bluto parecían firmes y decididos, y Erika, a pesar del temblor en sus brazos por el peso del espadón, deseaba imitar su valentía.
Uno de los jabalíes se disponía a abalanzarse sobre Erika, pero Frosk, con una agilidad asombrosa, desplegó su larga y pegajosa lengua, que se adhirió al hombro de la dragona. Tiró con fuerza hacia sí mismo, haciendo que Erika volara por los aires hasta aterrizar casi a los pies de Frosk. Al notar su hombro húmedo por la acción de la lengua de su amigo, la joven dragona, cuyos cabellos también eran rubios, no pudo ocultar una expresión de asco y desagrado. El jabalí, sorprendido por esta inesperada maniobra, no pudo evitar estrellarse contra un robusto tronco, aturdido y confundido [1].
El gesto de Frosk había resultado una jugada ingeniosa, y los jabalíes, desorientados, retrocedieron momentáneamente. Bluto se adelantó con paso seguro y un estruendoso rugido mecánico, lo que hizo que los animales salvajes retrocedieran aún más.
Erika, recuperando el aliento y la confianza, se puso de pie y levantó el espadón de su padre con una mirada desafiante.
-¡Marchaos!-Gritó la dragona a los jabalíes.
Frosk, con una sonrisa juguetona, lanzó un "croo-croo" burlón hacia los jabalíes, que parecieron titubear ante el peculiar sonido.
-¡Parece que son ellos ahora los que tienen miedo!-Dijo empuñando su rodela y la espada de su abuelo.
Mientras Frosk, Bluto y Erika se mantenían firmes frente a los jabalíes, la situación dio un giro inesperado y se complicó aún más. Uno de los jabalíes, el más grande y feroz del grupo, se adelantó como líder y emitió un rugido gutural que retumbó en todo el bosque. Los otros jabalíes parecieron tomarlo como una señal y se agruparon a su alrededor, formando una especie de barricada.
Bluto, con sus sensores analizando rápidamente la situación, notó que el líder jabalí tenía una cicatriz en su costado, lo que indicaba que había enfrentado peligros antes y era más astuto y agresivo que los demás. El bio-cibernético sabía que aquel jabalí podría ser el más difícil de vencer. Tras emitir un chirrido procedente de su cabeza, el gigante de metal habló.
-Hay que tener cuidado con ese.-Dijo en referencia al grande.-No tiene intención de salir huyendo, de lo que parece, su territorio.
Los jabalíes comenzaron a avanzar lentamente hacia el grupo, en una táctica coordinada y amenazadora. Frosk, con una mirada afilada, se dio cuenta de que no solo tenían que enfrentar a los jabalíes, sino que estaban rodeados y no tenían una ruta clara de escape.
-Parece que estos cerdos furiosos no están dispuestos a rendirse tan fácilmente...-Murmuró inflando su saco vocal con sumo cuidado.
Off:
-Habilidad usada: Lengüetazo [2 usos]: Frosk posee la capacidad de usar su larga lengua para poder adherirse a ciertas superficies difíciles de alcanzar o abalanzarse hacia enemigos a modo de embestida.
Frosk
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Re: Caminante, no hay camino, se hace camino al andar [Libre]
Después de mi accidentado viaje por el desierto me había dado cuenta que vagar sin rumbo seguramente no fuera la mejor forma de intentar cumplir mi objetivo de poder ser una heroína como mi padre. Así que había decidido que iría a las Islas Illidenses a buscar al brujo que había luchado contra los falsos dragones ancestrales para ver si podía contarme algo sobre lo sucedido en el volcán. Lo malo es que solo sabía que era un brujo y sin tener ninguna dirección para encontrarle había acabado vagando sin rumbo de nuevo.
Era una suerte que los bosques de las islas fueran un ambiente mucho menos hostil que el arenal porque lo que no había mejorado con el cambio de localización era mi inexistente sentido de la orientación. No estaba segura de estar avanzando o si en realidad solamente daba vueltas en círculos, pero al menos era relativamente fácil encontrar comida y me estaba apañando para dormir subida a un árbol lejos de cualquier peligro oculto entre los matorrales.
Aunque todas las precauciones que tomaba para descansar servían de poco cuando me perdía en mis pensamientos mientras iba caminando. Porque mientras mi mente divagaba sobre lo que me podría contar ese brujo sobre el final de mi padre, sin relatos enturbiados por la fe de mi pueblo en esos farsantes o historias alteradas tras pasar por demasiados intermediarios, mis pasos me llevaron a tropezar con algo. Me repuse rápidamente del traspiés, lo malo fue que aquello con lo que había tropezado soltó un chillido y una mancha amarilla y marrón salió corriendo entre los arbustos. Momento después escuché gruñidos procedentes de esos mismos matorrales y entendí que más me valía salir corriendo antes de comprobar lo que se me venía encima.
Mientras huía, pude ver de reojo varios jabalíes que se habían tomado mi tropiezo como un ataque y cargaban hacia mi sin importarles lo que hubiera en medio. Mientras corría saltando los troncos caídos e intentaba que no se me saliera el corazón por la boca, no podía evitar recordar como mi abuela solía increparme diciendo que los dragones de aire y los elfos solo servían para huir, y por mucho que solo las dijera para herirme por ser una mestiza que ni siquiera había heredado su elemento, yo solo podía confiar en que tuviera razón y todo eso me ayudara a escapar.
Empezaba a ver los cerdos preocupantemente cerca cuando vi una rama a una altura razonablemente baja, y saltando sobre una roca que sobresalía me agarré de la rama y seguí subiendo por el tronco. Los jabalíes no parecieron notar mi escape, o habían encontrado otra cosa que llamó su atención, porque no detuvieron su carga sino que continuaron hasta perderse entre los arbustos.
Aproveché el momento de calma para dejarme caer sobre la rama más gruesa del árbol y recuperar el aliento, pero no pude detenerme mucho pues poco después escuché un grito procedente de la dirección que habían tomado los cerdos salvajes. Sin pensarlo un momento me descolgué de la rama y salí corriendo siguiendo la senda que habían dejado. Estaba intentando seguir los pasos de mi padre y hacer del mundo un lugar mejor, y eso no podía incluir el lanzar unas bestias furiosas contra una inocente. Así que más me valía alcanzarlos a tiempo.
Me costó, pero logré alcanzarlos. No sabía si lo había logrado, pero por pintoresca que fuese la estampa al menos no parecía haber ningún herido, solamente dos chicas que debían ser algo más jóvenes que yo, un curioso ser cubierto de metal y una rana, y el grupo de jabalíes que comenzaba rodearles preparados para cargar de nuevo. No tenía ni idea de qué podía hacer para ayudarlos, pero sabía que había que hacer algo, así que sin pensarlo demasiado cogí un palo grueso y lo lancé contra uno de los cerdos.
- ¡Eh, vosotros! ¿No era a mi a quien buscabais?- Les grité mientras desenfundaba la daga de mi padre. Aunque después de que el jabalí al que había alcanzado y un par más se volvieran hacia mi me di cuenta que quizás no era la mejor opción.- Mierda.
Rápidamente cambié de idea y guardé la daga en mi mochila para posteriormente arrojarla a las ramas de un árbol. Eché un vistazo rápido a los viajeros a los que había lanzado involuntariamente los cerdos y comencé a transformarme. Me dejé caer mientras mi cuerpo empezó a cubrirse de escamas negras mientras todo mi esqueleto se reformaba y me emergían las alas y la cola[1], hasta que donde estaba una menuda chica pelirroja se alzaba una dragona negra rugiendo a los puercos. Me lamenté mentalmente por el destrozo que había hecho a las nuevas ropas que me habían dado en el arenal tras aquella pelea, pero había ido allí para evitar que mis acciones causaran más problemas, por lo que solo quedaba intentar distraer a esas bestias para que no tuviesen que enfrentarse a todas a la vez.
Era una suerte que los bosques de las islas fueran un ambiente mucho menos hostil que el arenal porque lo que no había mejorado con el cambio de localización era mi inexistente sentido de la orientación. No estaba segura de estar avanzando o si en realidad solamente daba vueltas en círculos, pero al menos era relativamente fácil encontrar comida y me estaba apañando para dormir subida a un árbol lejos de cualquier peligro oculto entre los matorrales.
Aunque todas las precauciones que tomaba para descansar servían de poco cuando me perdía en mis pensamientos mientras iba caminando. Porque mientras mi mente divagaba sobre lo que me podría contar ese brujo sobre el final de mi padre, sin relatos enturbiados por la fe de mi pueblo en esos farsantes o historias alteradas tras pasar por demasiados intermediarios, mis pasos me llevaron a tropezar con algo. Me repuse rápidamente del traspiés, lo malo fue que aquello con lo que había tropezado soltó un chillido y una mancha amarilla y marrón salió corriendo entre los arbustos. Momento después escuché gruñidos procedentes de esos mismos matorrales y entendí que más me valía salir corriendo antes de comprobar lo que se me venía encima.
Mientras huía, pude ver de reojo varios jabalíes que se habían tomado mi tropiezo como un ataque y cargaban hacia mi sin importarles lo que hubiera en medio. Mientras corría saltando los troncos caídos e intentaba que no se me saliera el corazón por la boca, no podía evitar recordar como mi abuela solía increparme diciendo que los dragones de aire y los elfos solo servían para huir, y por mucho que solo las dijera para herirme por ser una mestiza que ni siquiera había heredado su elemento, yo solo podía confiar en que tuviera razón y todo eso me ayudara a escapar.
Empezaba a ver los cerdos preocupantemente cerca cuando vi una rama a una altura razonablemente baja, y saltando sobre una roca que sobresalía me agarré de la rama y seguí subiendo por el tronco. Los jabalíes no parecieron notar mi escape, o habían encontrado otra cosa que llamó su atención, porque no detuvieron su carga sino que continuaron hasta perderse entre los arbustos.
Aproveché el momento de calma para dejarme caer sobre la rama más gruesa del árbol y recuperar el aliento, pero no pude detenerme mucho pues poco después escuché un grito procedente de la dirección que habían tomado los cerdos salvajes. Sin pensarlo un momento me descolgué de la rama y salí corriendo siguiendo la senda que habían dejado. Estaba intentando seguir los pasos de mi padre y hacer del mundo un lugar mejor, y eso no podía incluir el lanzar unas bestias furiosas contra una inocente. Así que más me valía alcanzarlos a tiempo.
Me costó, pero logré alcanzarlos. No sabía si lo había logrado, pero por pintoresca que fuese la estampa al menos no parecía haber ningún herido, solamente dos chicas que debían ser algo más jóvenes que yo, un curioso ser cubierto de metal y una rana, y el grupo de jabalíes que comenzaba rodearles preparados para cargar de nuevo. No tenía ni idea de qué podía hacer para ayudarlos, pero sabía que había que hacer algo, así que sin pensarlo demasiado cogí un palo grueso y lo lancé contra uno de los cerdos.
- ¡Eh, vosotros! ¿No era a mi a quien buscabais?- Les grité mientras desenfundaba la daga de mi padre. Aunque después de que el jabalí al que había alcanzado y un par más se volvieran hacia mi me di cuenta que quizás no era la mejor opción.- Mierda.
Rápidamente cambié de idea y guardé la daga en mi mochila para posteriormente arrojarla a las ramas de un árbol. Eché un vistazo rápido a los viajeros a los que había lanzado involuntariamente los cerdos y comencé a transformarme. Me dejé caer mientras mi cuerpo empezó a cubrirse de escamas negras mientras todo mi esqueleto se reformaba y me emergían las alas y la cola[1], hasta que donde estaba una menuda chica pelirroja se alzaba una dragona negra rugiendo a los puercos. Me lamenté mentalmente por el destrozo que había hecho a las nuevas ropas que me habían dado en el arenal tras aquella pelea, pero había ido allí para evitar que mis acciones causaran más problemas, por lo que solo quedaba intentar distraer a esas bestias para que no tuviesen que enfrentarse a todas a la vez.
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[1] Don Ancestral: [Mágica, 2 usos] Puedo convertirme en un dragón de hasta 4 metros (nariz a punta de la cola), lo que aumenta considerablemente mi resistencia. Puedo volver a forma humana a voluntad.
Monza Sylroc
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