Juguemos [Mastereado, Valyria]
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Juguemos [Mastereado, Valyria]
La aldea de Yungel no destacaba especialmente entre la miríada de poblaciones que se extendían por la campiña illidense. Fuera de Beltrexus, casi todo en las islas resultaba terriblemente mundano, una vez que el viajero se acostumbraba a ver objetos de uso cotidiano flotando por los alrededores, claro está.
El pequeño poblado consistía en una modesta agrupación de casas de madera, organizadas en torno a dos calles principales. El resto de viviendas se esparcía de forma más o menos desordenada en el espacio, entre los campos de cultivo, los pastos para el ganado y una arboleda que proveía de sombra y protegía a la aldea del viento del norte. En el centro del pueblo, donde las dos calles principales se cruzaban, se abría una suerte de plaza que contenía los dos principales focos de reunión del lugar: la fuente y la taberna.
Aquella tarde amenazaba tormenta, por lo que los pocos vecinos que habían terminado ya con las tareas del día se reunían en el local de Bárbara, la tabernera. Se trataba de una sala amplia, para los estándares de la aldea, con espacio para un par de mesas pequeñas y otro par de tamaño medio. Una de las mesas pequeñas estaba ocupada por dos hombres y una mujer de mediana edad enfrascados en algún tipo de juego de tablero. Otros dos clientes intercalaban algunas frases mientras bebían en la barra.
Con el lugar tan tranquilo, una rolliza Bárbara había decidido que era un buen momento para sacarle brillo a las jarras y botellas que descansaban en el aparador tras la barra y en esas estaba cuando Lou, el herrero, entró en el local con la respiración acelerada.
—Se los han llevado —anunció—, a todos.
—¿A todos? —preguntó el viejo Darvin desde la barra.
—¡A todos! ¡Toda la familia! —dijo Lou acercándose a la barra.
—Cálmate Lou —le dijo Bárbara sirviéndole un vaso de la botella que acababa de estar limpiando—. Cuéntanos lo que ha pasado, desde el principio.
El hombre se bebió el contenido del vaso de un trago y lo posó de nuevo sobre la barra de madera. Bárbara le sirvió un segundo vaso, del que Lou bebió otro sorbo antes de respirar hondo y comenzar de nuevo.
—Los Hallifast —dijo algo más sereno—, se los han llevado a los cinco.
—¿A los cinco? —interrumpió Fridda desde la mesa, el juego había quedado olvidado—. ¿También a la vieja? No tiene sentido, sólo se llevan mozos y mozas jóvenes.
—Te digo que no están —aseguró Lou—, ni los adultos ni los dos chiquillos.
—No entiendo —dijo Darvin—, ¿no había venido su sobrina del Hekshold? ¿Mirna o Manny o cómo se llamaba?
—Merry —corrigió Fridda—. Una moza muy inteligente, se suponía que iba a encargarse de todo. Yo misma la vi cruzar el pueblo esta mañana. La avisé de que era mejor mantenerse al margen, pero se la veía muy decidida. ¿Y dices que ahora se han llevado a la familia entera? Sabía que no era buena idea meterse. Lo dije, pero nadie me hizo caso. “Es estudiante del Hekshold”, decíais, “¿qué daño puede hacer?”. Pues ya lo estáis viendo. Antes sólo eran uno o dos mozos díscolos de vez en cuando, ahora esto, ¿qué creéis que será lo siguiente? ¡Jaime! —le gritó al hombre sentado a su izquierda—, eres el alcalde, ¿es que no vas a decir nada? ¿Cómo se te ocurre dejar a la moza ir sola? ¡A saber lo que les ha dicho!
Bienvenida al pueblo de Yungel, Valyria. No es tan sofisticado como Beltrexus, pero no todo en las islas podía ser distinción y alardes de poder.
Este primer turno será introductorio. Cuéntame: ¿qué te trae por estos lares? Independientemente de cómo y cuándo hayas llegado hasta aquí, tú y tu hermana sois testigos de la peculiar conversación que está teniendo lugar en la taberna de Bárbara. Puedes relacionarte con los parroquianos, escuchar en silencio, tratar de intervenir en la conversación, lo dejo a tu criterio. Es evidente que algo ocurre en el lugar. Puedes ofrecerte a echar una mano o tratar de enterarte primero de los detalles. Responderé a las preguntas que quieras hacer a los habitantes del lugar en el próximo turno.
El pequeño poblado consistía en una modesta agrupación de casas de madera, organizadas en torno a dos calles principales. El resto de viviendas se esparcía de forma más o menos desordenada en el espacio, entre los campos de cultivo, los pastos para el ganado y una arboleda que proveía de sombra y protegía a la aldea del viento del norte. En el centro del pueblo, donde las dos calles principales se cruzaban, se abría una suerte de plaza que contenía los dos principales focos de reunión del lugar: la fuente y la taberna.
Aquella tarde amenazaba tormenta, por lo que los pocos vecinos que habían terminado ya con las tareas del día se reunían en el local de Bárbara, la tabernera. Se trataba de una sala amplia, para los estándares de la aldea, con espacio para un par de mesas pequeñas y otro par de tamaño medio. Una de las mesas pequeñas estaba ocupada por dos hombres y una mujer de mediana edad enfrascados en algún tipo de juego de tablero. Otros dos clientes intercalaban algunas frases mientras bebían en la barra.
Con el lugar tan tranquilo, una rolliza Bárbara había decidido que era un buen momento para sacarle brillo a las jarras y botellas que descansaban en el aparador tras la barra y en esas estaba cuando Lou, el herrero, entró en el local con la respiración acelerada.
—Se los han llevado —anunció—, a todos.
—¿A todos? —preguntó el viejo Darvin desde la barra.
—¡A todos! ¡Toda la familia! —dijo Lou acercándose a la barra.
—Cálmate Lou —le dijo Bárbara sirviéndole un vaso de la botella que acababa de estar limpiando—. Cuéntanos lo que ha pasado, desde el principio.
El hombre se bebió el contenido del vaso de un trago y lo posó de nuevo sobre la barra de madera. Bárbara le sirvió un segundo vaso, del que Lou bebió otro sorbo antes de respirar hondo y comenzar de nuevo.
—Los Hallifast —dijo algo más sereno—, se los han llevado a los cinco.
—¿A los cinco? —interrumpió Fridda desde la mesa, el juego había quedado olvidado—. ¿También a la vieja? No tiene sentido, sólo se llevan mozos y mozas jóvenes.
—Te digo que no están —aseguró Lou—, ni los adultos ni los dos chiquillos.
—No entiendo —dijo Darvin—, ¿no había venido su sobrina del Hekshold? ¿Mirna o Manny o cómo se llamaba?
—Merry —corrigió Fridda—. Una moza muy inteligente, se suponía que iba a encargarse de todo. Yo misma la vi cruzar el pueblo esta mañana. La avisé de que era mejor mantenerse al margen, pero se la veía muy decidida. ¿Y dices que ahora se han llevado a la familia entera? Sabía que no era buena idea meterse. Lo dije, pero nadie me hizo caso. “Es estudiante del Hekshold”, decíais, “¿qué daño puede hacer?”. Pues ya lo estáis viendo. Antes sólo eran uno o dos mozos díscolos de vez en cuando, ahora esto, ¿qué creéis que será lo siguiente? ¡Jaime! —le gritó al hombre sentado a su izquierda—, eres el alcalde, ¿es que no vas a decir nada? ¿Cómo se te ocurre dejar a la moza ir sola? ¡A saber lo que les ha dicho!
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Bienvenida al pueblo de Yungel, Valyria. No es tan sofisticado como Beltrexus, pero no todo en las islas podía ser distinción y alardes de poder.
Este primer turno será introductorio. Cuéntame: ¿qué te trae por estos lares? Independientemente de cómo y cuándo hayas llegado hasta aquí, tú y tu hermana sois testigos de la peculiar conversación que está teniendo lugar en la taberna de Bárbara. Puedes relacionarte con los parroquianos, escuchar en silencio, tratar de intervenir en la conversación, lo dejo a tu criterio. Es evidente que algo ocurre en el lugar. Puedes ofrecerte a echar una mano o tratar de enterarte primero de los detalles. Responderé a las preguntas que quieras hacer a los habitantes del lugar en el próximo turno.
Fehu
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Re: Juguemos [Mastereado, Valyria]
Valyria estaba bebiendo tranquilamente en una taberna. Para ser un pueblo sin importancia, la cerveza era sorprendentemente decente comparada con Lunargenta. Puede que tener LA universidad de alquimia y hechicería sirviera para que los conocimientos cerveceros se extendieran más de lo habitual en tierras humanas. O puede que fuera casualidad, que el tabernero fuera más decente que la media, en un pueblo sin nada que hacer.
Lo estaba dando demasiadas vueltas, prueba de que el pueblo era un poco aburrido. Dejo la jarra y tomó una cucharada de su plato, algún tipo de sopa de carne, y miro a su hermana, que fingió que no estaba haciendo nada. Sabía que cada vez que no miraba, comía algo, pero no había pedido nada en absoluto. Algo crujiente. Y ahora que ya llevaban unos minutos en el mismo sitio, por fin podía olerlo. -¿Nueces? ¿De dónde diablos…?- y la condenada miró detrás suyo, como si le estuviera hablando a otra, con una sonrisa de oreja a oreja que dejaba ver que sabía perfectamente lo que estaba haciendo, como diciendo “¿Nueces? ¿Qué nueces? Yo no tengo una bolsa escondida en un bolsillo.” Le habría tirado la cuchara a la cabeza si no fuera de muy mala educación hacerlo en público. Y con una cuchara que no era suya.
Cerró los ojos, negándose a mirar esa sonrisa presumida, para calmarse. Aprovechando que habían ido a la feria de Beltrexus, habían aprovechado la…digamos, permisividad que daba a los turistas para explorar un poco las islas, ese gran desconocido. Aunque solo fuera porque tenía que coger un barco para ir.
Los resultados fueron… decepcionantes. Es decir, se alegraba que esa imaginaria hostilidad hacia los suyos fuera más bien algo imaginario, pero… había esperado… no estaba segura. Carruajes flotantes y bebes de mantícora escupe-fuego a la venta o algo así. Y la verdad era que… la gente normal era normal en todos lados, aunque pudieran calentar el agua cómodamente o hubiera una preocupante cantidad de objetos flotantes. Al menos había aprendido a no jugar a los dados con un brujo. O a los dardos… a cualquier cosa que no fueran cartas, la verdad.
Recibió una patadita por debajo de la mesa, de Gal, sin duda. –Lo se.- ella también había escuchado retazos de la conversación que había unas mesas más allá. Bueno, llamar a entrar en la taberna y empezar a hablar casi a gritos conversación era generoso, pero la situación parecía garantizarlo.
Se habían llevado a gente, no era la primera vez, pero sí que esta vez parecía ser un número inusual. Y habían pedido alguien de la capital. No un pelotón de soldados, o magos, ni hablaban de robos, solo secuestros, así que no serían bandidos. Sonaba a alguna bestia que devoraba a pobres campesinos de vez en cuando. Seria inusual para un wendigo. ¿Una mantícora al fin? No estaba muy segura de donde habitaban esas cosas, pero eran típicas de las islas ¿no? Pero eso si habría garantizado un pelotón de soldados. Tendría que ser algo más errático, algo que no cazara por comer, sino por... a saber, ¿proteger su territorio?
No tenía sentido especular, preguntaría. Puede que ni siquiera lo supieran y tuviera que descubrirlo ella misma. Pero algo capaz de desvanecerse con cinco personas no era poca cosa. Abrió los ojos, mirando a su hermana, que había cambiado su sonrisa por una más seria, confiada. Alzó los nudillos, como poniéndose en guardia. Estaba completamente a favor parecía. Recordó que había sido Galatea quien había escogido el camino a seguir en la encrucijada. Puede que creyera que era el destino. O, más probablemente, que esa cabeza de chorlito tuviera un talento sobrenatural para encontrar problemas. Decía mucho de su vida que atribuirle a su hermana poderes paranormales para meterse en problemas fuera más probable que la existencia de algo como la suerte o el destino. Se acabó su jarra y se dirigió a la barra, aun con el plato, por supuesto, lo había pagado y aún estaba medio lleno.
-Buenos días, me llamo Valyria.- se presentó, mirando al que habían dicho que era el alcalde. –No he podido evitar oír que tenéis problemas. ¿Algo que cazar? Puedo ayudar.- por un precio. Pero quedaba feo presentarse así. Además, el precio dependería de lo difícil que fuera.
Lo estaba dando demasiadas vueltas, prueba de que el pueblo era un poco aburrido. Dejo la jarra y tomó una cucharada de su plato, algún tipo de sopa de carne, y miro a su hermana, que fingió que no estaba haciendo nada. Sabía que cada vez que no miraba, comía algo, pero no había pedido nada en absoluto. Algo crujiente. Y ahora que ya llevaban unos minutos en el mismo sitio, por fin podía olerlo. -¿Nueces? ¿De dónde diablos…?- y la condenada miró detrás suyo, como si le estuviera hablando a otra, con una sonrisa de oreja a oreja que dejaba ver que sabía perfectamente lo que estaba haciendo, como diciendo “¿Nueces? ¿Qué nueces? Yo no tengo una bolsa escondida en un bolsillo.” Le habría tirado la cuchara a la cabeza si no fuera de muy mala educación hacerlo en público. Y con una cuchara que no era suya.
Cerró los ojos, negándose a mirar esa sonrisa presumida, para calmarse. Aprovechando que habían ido a la feria de Beltrexus, habían aprovechado la…digamos, permisividad que daba a los turistas para explorar un poco las islas, ese gran desconocido. Aunque solo fuera porque tenía que coger un barco para ir.
Los resultados fueron… decepcionantes. Es decir, se alegraba que esa imaginaria hostilidad hacia los suyos fuera más bien algo imaginario, pero… había esperado… no estaba segura. Carruajes flotantes y bebes de mantícora escupe-fuego a la venta o algo así. Y la verdad era que… la gente normal era normal en todos lados, aunque pudieran calentar el agua cómodamente o hubiera una preocupante cantidad de objetos flotantes. Al menos había aprendido a no jugar a los dados con un brujo. O a los dardos… a cualquier cosa que no fueran cartas, la verdad.
Recibió una patadita por debajo de la mesa, de Gal, sin duda. –Lo se.- ella también había escuchado retazos de la conversación que había unas mesas más allá. Bueno, llamar a entrar en la taberna y empezar a hablar casi a gritos conversación era generoso, pero la situación parecía garantizarlo.
Se habían llevado a gente, no era la primera vez, pero sí que esta vez parecía ser un número inusual. Y habían pedido alguien de la capital. No un pelotón de soldados, o magos, ni hablaban de robos, solo secuestros, así que no serían bandidos. Sonaba a alguna bestia que devoraba a pobres campesinos de vez en cuando. Seria inusual para un wendigo. ¿Una mantícora al fin? No estaba muy segura de donde habitaban esas cosas, pero eran típicas de las islas ¿no? Pero eso si habría garantizado un pelotón de soldados. Tendría que ser algo más errático, algo que no cazara por comer, sino por... a saber, ¿proteger su territorio?
No tenía sentido especular, preguntaría. Puede que ni siquiera lo supieran y tuviera que descubrirlo ella misma. Pero algo capaz de desvanecerse con cinco personas no era poca cosa. Abrió los ojos, mirando a su hermana, que había cambiado su sonrisa por una más seria, confiada. Alzó los nudillos, como poniéndose en guardia. Estaba completamente a favor parecía. Recordó que había sido Galatea quien había escogido el camino a seguir en la encrucijada. Puede que creyera que era el destino. O, más probablemente, que esa cabeza de chorlito tuviera un talento sobrenatural para encontrar problemas. Decía mucho de su vida que atribuirle a su hermana poderes paranormales para meterse en problemas fuera más probable que la existencia de algo como la suerte o el destino. Se acabó su jarra y se dirigió a la barra, aun con el plato, por supuesto, lo había pagado y aún estaba medio lleno.
-Buenos días, me llamo Valyria.- se presentó, mirando al que habían dicho que era el alcalde. –No he podido evitar oír que tenéis problemas. ¿Algo que cazar? Puedo ayudar.- por un precio. Pero quedaba feo presentarse así. Además, el precio dependería de lo difícil que fuera.
Valyria
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Re: Juguemos [Mastereado, Valyria]
La oferta de ayudar de Valyria se topó con las miradas escépticas desde la barra. Davin, el tipo que había hablado desde la barra, se echó a reír, mientras que Bárbara, la tabernera, que la había visto hablando sola en su mesa, se limitó a negar con la cabeza con expresión de lástima mientras seguía frotando la vajilla con su trapo.
—Mira, muchacha —dijo Jaime, el alcalde, sin apenas levantar la vista del tablero de juego—, no dudo de tus buenas intenciones y estoy seguro de que eres una chica muy capaz, pero Fridda tiene razón: no quiero ser responsable de la desaparición de otra joven. Además, quién sabe lo que harán si se enfadan…
Parecía que iba a continuar hablando, pero se interrumpió al percibir a su derecha cómo una Fridda, inusualmente silenciosa, hacía aspavientos mal disimulados obviamente destinados a llamar su atención.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó el hombre, incapaz de entender lo que Fridda intentaba decirle.
Ella frunció los labios y lo fulminó con la mirada, pero volvió a comenzar su cadena de gestos. Primero, señaló con la cabeza en dirección a Valyria, luego se tocó la oreja, después, señaló la ventana y remató alzando ligeramente las manos sin dejar de agitar los dedos.
Repitió la secuencia dos veces más mientras Jaime negaba sin entender. Finalmente, frustrada con el hombre, se inclinó un poco hacia él para susurrar sin apenas abrir los labios. Pero como la señora no estaba acostumbrada a hablar en secreto, el susurro se escuchó perfectamente desde la barra.
—Es una elfa.
—Ya sé que es una elfa, mujer, salta a la vista —dijo el alcalde en su tono de voz normal, para mortificación de Fridda—. ¿Qué tiene eso que ver con…?
Se interrumpió al recibir una patada de la señora, que volvió a inclinarse para susurrar:
—Seguro que se entiende con ellos. Ya sabes…
Sus ojos se desviaron hacia Valyria e inmediatamente apartó la mirada. En lugar de terminar la frase, se limitó a hacer un gesto como si se alargara las orejas. Acto seguido, bajó la vista al tablero y evitó por todos los medios dirigir la mirada a la joven.
En la mente de Jaime, así como en las de Darvin y Lou, caló por fin el mensaje. En un momento, los tres rodearon a la muchacha y, entre bocado y bocado de la extranjera, la pusieron al día de la situación. Todos los años, desaparecían uno o dos muchachos de los alrededores. Que ellos supieran, siempre había sido así. Nadie le daba importancia. Sabían que ellos se los llevaban. ¿Por qué? Hay cosas que es mejor no preguntar, no sea que ellos se molesten y pase algo peor. Como ahora. Todo porque los Hallifast se habían empeñado en preguntar «por qué» y traer gente a indagar. Sí, era cierto que en lo que iba de año ya habían desaparecido tres jóvenes, dos chicos y una chica, pero eso no significaba que las cosas estuvieran yendo a peor, ¿no? Tal vez el año que viene solo se lleven a uno, o a ninguno.
Por más que Valyria preguntase quiénes eran ellos, solo obtenía respuestas vagas y evasivas: los moradores del bosque, los antiguos inquilinos, ya sabes, ellos.
—En cualquier caso —siguió hablando el alcalde—, no queremos que te arriesgues innecesariamente, ni que nos arriesgues a nosotros. Estábamos bien como estábamos, de verdad. Sólo queremos que hables con ellos y les digas que lo de la muchacha Merry no fue idea nuestra, que nos perdonen, que haremos lo que haga falta para que todo vuelva a la normalidad, ¿de acuerdo?
Y sin más preámbulos, le dieron unas indicaciones y la soltaron a la entrada del bosque, sin dar importancia a las nubes grises que se amontonaban en el cielo. Los elfos viven a la intemperie, ¿cierto? Seguro que es así como se lavan.
El lugar que le habían indicado no estaba lejos y Valyria lo reconocería al instante, no solo por las descripciones de los aldeanos, sino porque no podía escapársele aquella fluctuación en el éter. Consistía en una senda de madera antiquísima que ascendía entre los helechos hasta lo alto de una brevísima elevación. No parecía haber nada en lo alto, ni nadie en los alrededores.
O quizá sí. A un segundo vistazo, resultó que, al inicio de la vereda, había de pie un hombre y una muchacha de unos trece o catorce años. ¿Cómo no los había visto antes? El hombre miró a Valyria con una sonrisa plácida. Después, sus ojos se fijaron en Galatea y adquirieron un imposible color dorado, al tiempo que las comisuras de sus labios descendieron ligeramente, desdibujando su sonrisa. Su piel también pareció cambiar ligeramente, al igual que la de la muchacha, que adquirió unos destellos dorados que, dicho sea de paso, no combinaban muy bien con sus ojos rojos. Fue ella la que habló y, a pesar de su aparente juventud, su voz sonó imperiosa:
—¿Qué has venido a hacer aquí? —Le hablaba a Galatea, pasando completamente por alto a Valyria—. Este acceso es nuestro. Si intentas arrebatárnoslo, lo defenderemos. ¿Piensas derrotarnos sola a los dos?
Mientras hablaba, la oscuridad del interior del bosque se hacía más intensa. La piel del hombre, que había sustituido la sonrisa plácida por una mueca de disgusto y, después, una serie de muecas grotescas dedicadas a Valyria, comenzó a cubrirse de escarcha al tiempo que su atención regresaba a Galatea.
Bien, Valyria, los aldeanos aceptan tu ayuda. No han sabido, o querido, explicarte quiénes son ellos, pero no dudo que te haces una idea.
El hombre y la muchacha han pasado de ti. Entre tú y yo, te consideran algo así como la mascota de Galatea, así que no esperes un trato muy… humano por su parte. Por otro lado, se muestran hostiles hacia Galatea. A menos que hagas algo para evitarlo, esto puede estallar muy fácilmente en una pelea.
Si quieres averiguar qué narices está pasando con esta gente, cumplir el encargo del alcalde de Yungel y/o rescatar a los desaparecidos, tu primer objetivo tendrá que ser ganarte el respeto de estos dos sujetos para que se dirijan a ti como es debido. ¿Cómo? Se me ocurren varias posibilidades, pero prefiero ver lo que sale de tu cabecita.
—Mira, muchacha —dijo Jaime, el alcalde, sin apenas levantar la vista del tablero de juego—, no dudo de tus buenas intenciones y estoy seguro de que eres una chica muy capaz, pero Fridda tiene razón: no quiero ser responsable de la desaparición de otra joven. Además, quién sabe lo que harán si se enfadan…
Parecía que iba a continuar hablando, pero se interrumpió al percibir a su derecha cómo una Fridda, inusualmente silenciosa, hacía aspavientos mal disimulados obviamente destinados a llamar su atención.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó el hombre, incapaz de entender lo que Fridda intentaba decirle.
Ella frunció los labios y lo fulminó con la mirada, pero volvió a comenzar su cadena de gestos. Primero, señaló con la cabeza en dirección a Valyria, luego se tocó la oreja, después, señaló la ventana y remató alzando ligeramente las manos sin dejar de agitar los dedos.
Repitió la secuencia dos veces más mientras Jaime negaba sin entender. Finalmente, frustrada con el hombre, se inclinó un poco hacia él para susurrar sin apenas abrir los labios. Pero como la señora no estaba acostumbrada a hablar en secreto, el susurro se escuchó perfectamente desde la barra.
—Es una elfa.
—Ya sé que es una elfa, mujer, salta a la vista —dijo el alcalde en su tono de voz normal, para mortificación de Fridda—. ¿Qué tiene eso que ver con…?
Se interrumpió al recibir una patada de la señora, que volvió a inclinarse para susurrar:
—Seguro que se entiende con ellos. Ya sabes…
Sus ojos se desviaron hacia Valyria e inmediatamente apartó la mirada. En lugar de terminar la frase, se limitó a hacer un gesto como si se alargara las orejas. Acto seguido, bajó la vista al tablero y evitó por todos los medios dirigir la mirada a la joven.
En la mente de Jaime, así como en las de Darvin y Lou, caló por fin el mensaje. En un momento, los tres rodearon a la muchacha y, entre bocado y bocado de la extranjera, la pusieron al día de la situación. Todos los años, desaparecían uno o dos muchachos de los alrededores. Que ellos supieran, siempre había sido así. Nadie le daba importancia. Sabían que ellos se los llevaban. ¿Por qué? Hay cosas que es mejor no preguntar, no sea que ellos se molesten y pase algo peor. Como ahora. Todo porque los Hallifast se habían empeñado en preguntar «por qué» y traer gente a indagar. Sí, era cierto que en lo que iba de año ya habían desaparecido tres jóvenes, dos chicos y una chica, pero eso no significaba que las cosas estuvieran yendo a peor, ¿no? Tal vez el año que viene solo se lleven a uno, o a ninguno.
Por más que Valyria preguntase quiénes eran ellos, solo obtenía respuestas vagas y evasivas: los moradores del bosque, los antiguos inquilinos, ya sabes, ellos.
—En cualquier caso —siguió hablando el alcalde—, no queremos que te arriesgues innecesariamente, ni que nos arriesgues a nosotros. Estábamos bien como estábamos, de verdad. Sólo queremos que hables con ellos y les digas que lo de la muchacha Merry no fue idea nuestra, que nos perdonen, que haremos lo que haga falta para que todo vuelva a la normalidad, ¿de acuerdo?
Y sin más preámbulos, le dieron unas indicaciones y la soltaron a la entrada del bosque, sin dar importancia a las nubes grises que se amontonaban en el cielo. Los elfos viven a la intemperie, ¿cierto? Seguro que es así como se lavan.
El lugar que le habían indicado no estaba lejos y Valyria lo reconocería al instante, no solo por las descripciones de los aldeanos, sino porque no podía escapársele aquella fluctuación en el éter. Consistía en una senda de madera antiquísima que ascendía entre los helechos hasta lo alto de una brevísima elevación. No parecía haber nada en lo alto, ni nadie en los alrededores.
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O quizá sí. A un segundo vistazo, resultó que, al inicio de la vereda, había de pie un hombre y una muchacha de unos trece o catorce años. ¿Cómo no los había visto antes? El hombre miró a Valyria con una sonrisa plácida. Después, sus ojos se fijaron en Galatea y adquirieron un imposible color dorado, al tiempo que las comisuras de sus labios descendieron ligeramente, desdibujando su sonrisa. Su piel también pareció cambiar ligeramente, al igual que la de la muchacha, que adquirió unos destellos dorados que, dicho sea de paso, no combinaban muy bien con sus ojos rojos. Fue ella la que habló y, a pesar de su aparente juventud, su voz sonó imperiosa:
—¿Qué has venido a hacer aquí? —Le hablaba a Galatea, pasando completamente por alto a Valyria—. Este acceso es nuestro. Si intentas arrebatárnoslo, lo defenderemos. ¿Piensas derrotarnos sola a los dos?
Mientras hablaba, la oscuridad del interior del bosque se hacía más intensa. La piel del hombre, que había sustituido la sonrisa plácida por una mueca de disgusto y, después, una serie de muecas grotescas dedicadas a Valyria, comenzó a cubrirse de escarcha al tiempo que su atención regresaba a Galatea.
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Bien, Valyria, los aldeanos aceptan tu ayuda. No han sabido, o querido, explicarte quiénes son ellos, pero no dudo que te haces una idea.
El hombre y la muchacha han pasado de ti. Entre tú y yo, te consideran algo así como la mascota de Galatea, así que no esperes un trato muy… humano por su parte. Por otro lado, se muestran hostiles hacia Galatea. A menos que hagas algo para evitarlo, esto puede estallar muy fácilmente en una pelea.
Si quieres averiguar qué narices está pasando con esta gente, cumplir el encargo del alcalde de Yungel y/o rescatar a los desaparecidos, tu primer objetivo tendrá que ser ganarte el respeto de estos dos sujetos para que se dirijan a ti como es debido. ¿Cómo? Se me ocurren varias posibilidades, pero prefiero ver lo que sale de tu cabecita.
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