El secreto del Ahogado [Privado] [Noche]

Con fuerza arrojé aquellos tomos desgastados contra aquella estantería llena de libros polvorientos. Llevaba días revisando cada tomo, cada pergamino y papel suelto. Montañas de documentos esparcidas por el suelo, pilas de mapas rasgados y ni un solo rastro de lo que buscaba. Adoraba leer, mi voracidad intelectual se satisfacía con cada lectura, pero en aquella biblioteca tenía un objetivo claro y no poderlo conseguir me frustraba.

Ingenuo yo que había supuesto que en aquella librería conseguiría información sobre lo que buscaba. Sus libros evidenciaban que llevaban años cerrados , incluso podría apostar que en ese humilde pueblo a las afueras de la Península de Verisar todos serían analfabetas y tener una biblioteca era un lujo ajeno a sus capacidades insignificantes. Iletrados con el único objetivo de vivir un año más y hacer familia.

Me acariciaba las sienes, irritado, mientras recuperaba la compostura. No era común dejarme llevar por emociones tan banales como la ira, pero desde que la oscuridad me acompañaba, las sombras parecían nublar mis sentidos. Aquel estruendo avisó a quien suponía era el encargado de cuidar aquella biblioteca y rápidamente se asomó por la puerta.

¿Todo en orden señor? Lleva aquí varios días, seguro ya se ha leído buena parte de nuestra humilde colección de documentos. - dijo dejando en evidencia su impresión por aquella proeza.

Fastidiado miré al sujeto - Desgraciadamente, mi intención no era solamente leer sus libros, buscaba algo que por simple corazonada pensé que podría conseguir aquí. Sin embargo, ya revisé todos los manuscritos y no hay señal de mi objetivo, seguiré con mi viaje. - la habitación era oscura por petición mía, así podía emplear incluso las tardes para leer sin ser molestado por el sol y además, con un par de aeros el cuidador me dejaba permanecer durante las noches. Seguramente había ganado más dinero conmigo en esa semana de lo que llevaba de año. Menos mal no era su único empleo o moriría de hambre por la falta de clientela intelectual.

Oh, pero se puede saber que busca, quizás podría ayudar.

Sus palabras calaban en la ofensa, ¿como un don nadie como él sugería que sería capaz de ayudarme a mí? Además, la búsqueda de los pergaminos legendarios del Dios vampiro era un tema que no esperaba que él supiera. Para el ignorante era un mito y prefería que siguiera visto como tal.

Me levanté de mi asiento y me acerqué al sujeto. Mirándolo hacia abajo por la diferencia de altura, procurando que mis palabras no sonaran como dagas comente. - Lo que busco es el tesoro de una leyenda. Hoy en día es un cuento de hadas, una historia que seguro le cuentas a los niños antes de dormir. Dudo que puedas ayudarme…

Pero señor, quizás ese tipo de historias no se encuentren en una biblioteca. Los chismes y cuentos son más de una taberna. Incluso, si busca un tesoro, los piratas son buenos con eso, al final de cuentas la X marca el tesoro, ¿no? - dijo con una sonrisa tímida.

¿Aja, y pretendes que vaya a un bar para hablar con todos y que esté ahí hasta que por capricho del destino consiga una pista a lo que busco? qué idiota…

No, no, mi señor, no piense que le estoy tomando el pelo. - dijo levantando las manos mostrando arrepentimiento por su posible ofensa por exceso de confianza. - Un rumor, un chisme, al final todo puede ser el primer paso para una verdad. Los taberneros suelen oír cualquier clase de historias, seguro la gran mayoría serán un cuento inventado, una mentira, pero quizás, solo quizás, su tesoro aparezca… Eso, o seguir saqueando bibliotecas.

Hmm… - el sujeto tenía una pizca de razón, no podía negarlo.



Tras varias semanas de viaje, siguiendo las historias que escuchaba de cada posada y taberna que visitaba por las noches, llegué al puerto de Oakhill, una pequeña aldea pesquera al este de la Península. Un sitio que combinaba los canales comerciales provenientes de Lunargenta y Baslodia, junto a los bravucones del norte que salían de la ratonera conocida como Ciudad Lagarto.

Estaba harto de fingir tomar cerveza y comer comida de cantidad. A sus ojos era un extranjero perdido que se desvelaba por una buena historia junto a la fogata. Yo los miraba sobre el hombro con desprecio, intentando evitar problemas y saciando mi sed cuando algún incauto decidía irse solo en plena madrugada. Mercenarios, corsarios y piratas se reunían en aquella taberna compartiendo sus aventuras, jugando naipes y emborrachándose hasta el amanecer. La música, los bailes, el olor a mar. El Pulpo Pisador suponía mi última esperanza siguiendo los consejos de aquel “bibliotecario”.

Sentado en una esquina, esperaba paciente un momento donde aquel sujeto grandulón de barba poblada que llevaba decenas de vasos en una bandeja estuviera un minuto libre para poder preguntar por historias de vampiros y tesoros perdidos. Llevaba ya horas en aquella taberna, pero la fiesta parecía no querer terminar.