[cerrado]Un botín con muchos dueños [Privado][Noche]

La oscuridad temprana reinaba en el cielo. El manto negro aun tenia vetas de un azul intenso por sus bordes, marcando que no hacía mucho que se había puesto el sol.
La enorme dragona blanca sobrevolaba Sandorai, atrapada por una silla de cuero blanco que envolvía sus extremidades por debajo de las articulaciones, y mantenía a su jinete asido con seguridad a su espalda. El viento los azotaba a ambos, frío, mordiendo con ímpetu por la velocidad y la indudable verdad de que se hallaban al final del otoño y se acercaba un invierno frío.
Sandorai se extendía debajo de ellos. Las copas de los árboles se mecían al son del viento. La luz de la luna iluminaba los caducos que salpicaban la frontera. Estos extendían sus ramas hacia el cielo, bajo el fulgor argénteo parecían seres de hueso que se sacudían hacia arriba, agitando infinidad de brazos, intentando atrapar algo invisible que se mantenía siempre lejos de su alcance.

Arygos volaba bajo, buscando en la clara noche indicios del lugar que señalaba el mapa. Una cueva rodeada de un campo de susurros de Imbar. Voló en círculos sobre un primer prado, pero lo descarto y se fue más al oeste. El dibujante había ilustrado las plantas desde arriba, por lo que tenían que medir menos de un hombre. Pasó de largo otro cúmulo de flores, porque se encontraba en lo llano. Finalmente, halló un rimero de ellas en un claro, bajo un pequeño despeñadero que delimitaba la mitad del mismo, cerrándose en forma de C. En su escarpada pendiente, casi vertical, había una abertura amplia cuya forma recordaba vagamente a la del pergamino.
Aunque no había rastros de la otra dragona, rigió varias veces, de la forma en la que habían acordado. Su poderosa voz retumbó en la noche, e hizo volar una bandada de pájaros cercana. “Ojalá que mi voz la alcance” rogó en su mente.

La dragona aterrizó del lado opuesto, cerca de los árboles que cerraban el resto del claro. Espero con paciencia a que el vampiro se bajase de su espalda, y empequeñeció. En el lugar que había ocupado el magno leviatán de 4 metros de envergadura, e imponente forma, pasó a haber una doncella menuda. Aunque Arygos había crecido, seguía midiendo apenas más de cinco pies, si uno no contaba con los cuernos, que salían de la testa, un palmo y se curvaban hacia atrás, reminiscentes de su forma draconiana. De la silla blanca y sus arreos no quedaba más que una gargantilla alrededor de su cuello, con un aldabón de metal de tres pulgadas, reposando sobre el esternón. Su cuerpo, curvado con los encantos de alguien que acababa de dejar atrás la pubertad, se hallaba envuelto en un sencillo vestido negro, ceñido a su sinuosa silueta, largo hasta los tobillos, con cortes laterales, entre los que asomaba una larga cola escamosa coronada con filosas púas.

—Creo que es aquí.— Sentenció, repasando minuciosamente el entorno con la mirada. Sacó de entre el pecho y la tela un pedazo de pergamino doblado y se lo extendió a su compañero, para que corroborase o desmintiera su idea. Mientras dejaba que Bio examinase el papel, escudriñó con la mirada las inmediaciones. Sus ojos atentos buscaban rastros de la otra dragona, una pluma colorida entre la maleza, su figura asomarse entre los árboles, el brillo de sus ojos rojos en la oscura boca de la cueva.  Esperaba que, pese a la oscuridad, la otra muchacha pudiese encontrar el lugar sin demasiados problemas.

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Volar de noche no era algo desconocido para Akapalotl, pero sospechaba que hubiera sido más fácil identificar los susurros de imbar bajo la luz radiante del sol. La noche era fría, lo sabía por el aire que rosaba la zona inferior de sus alas, ya que la zona superior mantenía la calidez gracias a su plumaje; sus ojos rojos examinaban las distintas plantas que albergaban aquel espeso bosque y se detenían ante cualquier claro o detalle que le llamara la atención.

“¿qué es eso?” – pensó por décima octava vez, al ver otro elemento que sobresalía entre el bosque

Aterrizo, en lo que parecía unas viejas ruinas, donde había un susurro de imbar; era solo uno, así que las posibilidades que fueran el lugar indicado no eran altas.

Antes de seguir pensando escucho un fuerte rugido, levanto vuelo y se giró hacia el epicentro de aquel ruido, del cual salían revoloteando varios pájaros; estaba cerca, lo suficientemente cerca para que algunos pájaros en su huir no hubieran alcanzado a notar que se dirigían hasta Akapalotl. Ella tras estar detenida unos instantes procedió a acercarse. Y allí vio a su amiga.

Los vientos se agitaron cuando el pesado animal aterrizo, para acto seguido girar alrededor del monumental ser, las plumas comenzaron a dejarse llevar por el viento y desaparecer en lo alto, mientras una figura menuda surgía.

- 0 segundos – se dijo a sí misma, mientras se palpaba la ropa – nuevo record – termino de agregar, para acto seguido dirigir su mirada al resto del grupo, mantuvo su sonrisa con Arygos, aunque no era la gran sabía que ella pensó al inicio, Akapalotl ahora sabía que no solo podría aprender cosas de ella, sino que había encontrado a alguien decente en el sur; por otra parte, el otro era un humano desconocido – supongo él es tu amigo….

La chica no espero respuesta, se giró, sus ojos carmesíes se enfocaban en los arboles alrededor, buscaba signos de más personas, lo sentía en el viento, trazas ligeras de leña quemada, como si hubiera habido una fogata, una pequeña; pero no había rastros de fuego ni de personas por el lugar.

“puede que sea rastros arrastrados por el viento” pensó al dejar de examinar alrededor y procedió a enfocar su mirada en el grupo.

Aunque la dragona algo había oído sobre los recientes acontecimientos en Dundarak, su paso por el norte solía limitarse a las montañas ocupadas por su clan. En los últimos años había pisado más asentamientos sureños que poblaciones ocupadas por sus coetáneos. Un poco por eso sentía especial entusiasmo cuando interactuaba con la joven dragoncilla con la que se había amigado recientemente.
—No es tan fácil distinguir tu raza.— Intentó tranquilizar al vampiro, imitando su tono bajo y confidente. Buscando ofrecerle más seguridad, hizo desaparecer su cola, sus cuernos, y todos los pequeños rasgos de su herencia de sangre, hasta que su apariencia no fue más que la de una doncella humana normal y corriente, algo despeinada y con unos atavíos poco apropiados para viajar de noche por el bosque.— Y ahora la mía tampoco.— Le sonrió.

No tardo en aparecer sobre ellos un curioso leviatán. La luz de la luna permitía distinguir sus colores, brillantes y hermosos, que contrastaban vivamente unos contra otros. Bajo la sombra de su propio cuerpo, la piel escamosa de la dragona parecía oro viejo y pulido, y habría suscitado la codicia de cualquiera. El cuello verde y emplumado enmarcaba su silueta como una capa, y en su testa, la cresta roja parecía una corona de rubies. Arygos la miro embelesada, hasta que el enorme lagarto tomó la forma de otra pequeña señorita, apenas una pulgada más alta que ella.
— 0 segundos, nuevo récord .— Arygos se hinchió con orgullo, contenta de que su encantamiento fuera gratamente valorado, pese a la particular forma en la que Akapalotl lo demostraba.
— Supongo él es tu amigo….
—Él es Bio.— Asintió la peliblanca, exhibiendo al vampiro con orgullo, dándole un pequeño golpecito con la frente en el hombro.— Bio, esta es Akapalolt, es una dragona de aire... No le pongas motes raros.— Se apuró la muchacha, conociendo la mala costumbre del vampiro. No quería que empezara a llamarla "Ventosidades" o alguna otra ocurrencia parecida .—Cuando me conoció me llamo babitas... durante mucho tiempo.— Resopló por la nariz. Su respiración formó volutas blancas de vapor sobre el aire helado de la noche.
Se soltó de su compañero y se acercó a su coetánea, susurrándole en tono cómplice y con apuro.— Deberías ponerte un mote antes de que te lo ponga él, algo que le sea fácil de pronunciar.

A su alrededor no se veía rastro alguno de elfos, guardianes, o animales. La noche, el frío y la llegada de las dragonas parecían haber ahuyentado a unos y otros. A su alrededor solo se alzaban los árboles, la pendiente rocosa con una cueva, cuya abertura mostraba unas densas tinieblas, y una pequeña pradera salpicada generosamente de susurros de imbar. Las bayas anaranjadas colgaban generosamente del bulboso cáliz de las plantas. La hojarasca cubría todo el suelo, y ocultaba la base de las hierbas, impidiendo advertir, a simple vista, si había tierra removida por la zona.

Akapalotl levanto levemente su ceja al escuchar la respuesta del “humano”, sus ojos carmesís examinaron al hablante, para luego volver a posarse en el exterior, aunque solo duro un instante, se volvió rápidamente al hombre y dio unos pocos pasos hasta quedar cerca de él.

- ¿A quién llamas pequeña con ese tono? – la minúscula dragona le increpo, ignorando la mala pronunciación de su nombre, ya que en sus viajes había aprendido que la lengua de los sureños era débil y torpe para la entonación de los nombres de su familia – soy Akapalotl

Las palabras sonaron con un tono bajo, pero un volumen fuerte, como si el viento les hubiera ayudado a moverse. Luego de decir su nombre retrocedió y se quedó en vanguardia mirando como el humano casi pierde una mano, a esto la chica se sonrió de manera jactanciosa.

“sabía que pasaría eso” pensó sintiéndose más lista que el humano, aunque hace menos de 24 horas ella tampoco lo sabía.

Su sonrisa duro por unos instantes, justo antes de que su ceño se cambiara para contar el relato de la adquisición del mapa.

- Veras… – entono como quien se prepara para contar una larga historia, aquellas que están llenas de detalles minuciosos y proezas heroicas, la dragona con paso lento se aproximaba a las plantas y cuando se detuvo frente a ellas continuo – golpeamos a un tipo, matamos a su secuas …. Luego entre lágrimas y meaos nos entregó el mapa…. Mmm

La chica termino de hablar sin ningún tipo de majestuosidad, es más aquella entonación no fue porque iba a contar una historia, era porque su atención estaba en la maleza que cubría el lugar.

- Aunque estoy segura que las espinas no nos dañarían a nosotras – su voz tenía un poco de ego cuando hablaba de ellas – creo que tú, humano puedes terminar muy mal, así que…. – se quedó en silencio unos segundos, cruzo sus brazos y se toqueteó el torso con el índice repetidamente – ya se, prendamos en llamas esos inútiles árboles, pueden hacer una llama pequeña, yo puedo avivarla con mi viento e intento apagarla cuando termine de limpiar la zona de excavación.

La mirada roja de la dragona brillaba como las llamas de una hoguera, la alegría de su rostro daba la impresión de que tenía tendencias de pirómana, gracias a los dragones ella tenía el don del viento y no el del fuego.

La dragona emitió un corto y contundente bufido, a modo de queja, ante el juego de palabras de su compañero, intentando hacerle entender que aquello, aunque no valía como mote, tampoco estaba bien.
A Akapalolt pareció importarle más el comentario sobre su estatura que cualquier deformación de su nombre que pudiera ocurrírsele al vampiro, para Arygos aquello era un error, estaba subestimando mucho las capacidades de Victor para encontrar motes vergonzosamente ofensivos.

—Ahora deberíamos buscar el tesoro enterrado. Debería estar entre las plantas.— La peliblanca señaló el insidioso cúmulo de susurros de imbar, que iban a resultar un inconveniente punzante en su tarea de revisar el suelo. Rodeó el pequeño claro, y se colocó ante la cueva, luego, midiendo sus pasos, empezó a caminar, intentando ubicar el punto más similar a la cruz, deteniéndose en el borde de donde iniciaban las peligrosas plantas, que le impedían llevar al cabo por completo su tarea.

La relación de Akapalolt sobre la obtención del mapa hizo palidecer a la peliblanca. —¿Qué? No, no, ¡No fue así! Es decir… Un poco si, pero no del todo.— Balbucéo, con la voz una octava más alta. Carraspeó, e inspiró largamente.— Nos refugiamos en una cueva que unos señores usaban de almacén, y cuando nos vieron allí nos quisieron despachar. Nos defendimos, y cuando se dieron cuenta de nuestra superioridad marcial se disculparon y nos ofrecieron el mapa para resarcirnos. — Arygos logró sonar normal y convencida, aunque lo de marcial era cuestionable, pues, aunque su compañera parecía tener algún tipo de noción al respecto, sabía que su forma de pelear no cuadraba demasiado bien con ese término.

Aclarada la obtención del mapa, se acercó a la otra dragona, deteniéndose a la vera de las bayas. — No vamos a prender fuego al bosque.— Sentenció con firmeza la dragona. — El humo llamaría la atención de cualquier aldea cercana.— Después de las múltiples desventuras con los clanes elficos, tenía gran recelo a la hora de mezclar dichas gentes con la obtención de cualquier clase de botín. Sobre todo si les pertenecía inicialmente, como parecía ser el caso.
—Además, hay mucha hojas y ramita seca, se nos puede salir de control rápido… ¿Por qué no usas tus poderes de viento para quitar la hojarasca? Así podremos ver si hay tierra removida reciénteme.- Luego se volteó hacia el vampiro.— ¿Sabes hacer algo que pueda ayudarnos con los pinchos?.... O… ¿Crees que puedas escurrirte entre las plantas sin pincharte?.— Su voz perdió potencia, y la última pregunta fue casi un murmullo, lleno de duda. Sabía que Víctor era asombrosamente rápido y ágil, pero no podía evitar sentir algo de culpa al ofrecerle una tarea que podía llegar a lastimarlo.

Un clic con tono de frustración, una mirada arqueada, unos ojos que giraron y finalmente un fuerte suspiro que movió la maleza y hojarasca más próxima. De esa manera Akapalotl libero su desilusión a la determinación de sus compañeros de ser más cautelosos.

Luego se sintió avergonzada, no había pensado en que los elfos estarían cerca, se le había olvidado que los orejudos podían estar en los bosques sin siquiera dar señal de existencia, es más aquel fugaz olor a hollín seguro seria de un campamento de los mismos y ella ignorando las enseñanzas de su clan, y por ahorrarse un poco de tiempo, estuvo cerca de delatar su ubicación a los posibles enemigos que le rodeaban.

“he pasado mucho en el sur, estar en estas tierras me ablanda” concluyo mientras se giraba y posaba los ojos en sus acompañantes su mirada carmesí se enfocó en el humano, le miraba con una leve sonrisa, “si nos contenemos seguro podrá seguirnos el paso”

La dragona sostenía una expresión de superioridad, que junto a su estatura le hacían ver un poco tonta, luego respondió con un tono lleno de orgullo.

- Un tesoro – la respuesta que ella brindo a la pregunta de Bio era cuanto menos triste, no explicaba nada más de lo obvio, pero había dicho con una convicción grande, como si fuera una fórmula matemática explicada por un académico al populacho – un tesoro escondido bajo la X – remato finalmente, como si con ese detalle extra se terminaran de aclarar las dudas de su oyente.

Arygos asintió a la revelación de su congénere. Le hubiese gustado poder aportar más, pero el hombre pavo no había revelado información sobre la naturaleza del botín. Ellas tampoco le habían preguntado, y ahora se arrepentía de ello.

Antes de que a Akapalotl se le ocurriese algún otro disparatado plan, curbió su piel con escamas. La luz de la luna se reflejaba sobre ellas haciendo que pareciera que emitía fulgor propio. Se acercó al camino que había indicado el vampiro, y se sumergió en el pastizal de Ngalth'ma rulvas.
Dio un par de pasos, serpenteando entre los maduros frutos, al tercero rozó de soslayo una de las plantas. A una velocidad sorprendente, las flores se cerraron, los pimientos retrajeron y enormes espinas verdes chocaron contra las escamas, pintando con su icor venenoso sinuosas líneas anaranjadas. Arygos contuvo el aliento, temiendo el efecto de la sustancia, sentía el calor allá donde rozaban las espinas, pero nada más, por el momento.
—Son sensibles…-Trago saliva, e inspiró. Le costó un par de segundos retomar el camino.

Con el pie desnudo, tanteaba el terreno ante si, apartando la hojarasca y comprobando la firmeza de la tierra. El frío y las lluvias habían congelado la mayor parte de la misma, no sería difícil de reconocer el pedazo removido cuando pasaran por encima.
Su cadera alteró otro susurro de imbar. De nuevo se erizaron todas sus ramas. La dragona se detuvo, concentrándose en su equilibrio antes de retomar su avance.

En el silencio de esa espera, se escuchó una voz lejana. Su dueño estaba cubierto por la espesa foresta, ocultándolo de la vista de los aventureros, y al mismo tiempo, protegiéndolos a ellos de quienes se acercaban.
—Llevamos dos putos días dando vueltas sin parar, como no sea aquí, te juro que te meteré tantos de esos pimientos por el culo que los vas a estornudar.— La voz masculina era poderosa, grave, firme, y sonaba tremendamente irritada.
—Gluglguglgu... pe-pero....
—Ni peros ni ostias.

Arygos le dedicó una significativa mirada a Akapalotl. Reconocía ese glugluteo, y estaba segura de que no auguraba nada bueno.

La peliblanca se cubrió el rostro con las manos, hizo acopio de valor, y se lanzó cuerpo a tierra. Las hojas amortiguaron el golpe. Como los susurros de Imbar solo tenían espinas en la mitad superior de la planta, podía arrastrarse entre los tallos sin riesgo a salir lastimada.
“¿Por qué no se nos ocurrió gatear antes?” Se lamentó para sus adentros. Ya muy tarde.
—Jefe... creo que he oído algo.-Sonó una tercera voz.

En el silencio de la noche, los pasos de los hombres que se acercaban le hicieron los coros al silbido del acero abandonar sus vainas. Tras la última línea de árboles, que separaba el bosque del claro, un grupo de bandoleros se cruzaba la foresta, llevando de rehén a un atemorizado hombre bestia, mitad hombre, mitad pavo, a quien llevaban del pescuezo, visiblemente maltratado.

Akapalotl siguió con su mirada a la otra dragona, su concentración en Arygos era como la de un niño aplicado a un libro, tal era su concentración que podía observar como las plantas soltaban su veneno anaranjado sobre las argentas escamas de su amiga.

Fue en ese momento que sintió un apretón en su vientre, un pensamiento le evitaba lanzarse de golpe entre las plantas, seguramente ese pensamiento no la hubiera molestado antes, pero había algo distinto en esa ocasión.

“eso puede dañar mi ropa” los ropajes encantados eran para su clan un símbolo más que una prenda en sí, arriesgarse a perderlas en algo que no fuera un combate, sería tan humillante como caer enfermo en medio de una guerra.

- Yo hare guardia mientras buscan el punto – se apresuró a responder, con un tono de voz nervioso, las palabras temblaban al punto que un buen oyente detectaría que oculta algo

La chica procedió a aproximarse al borde occidental del claro, poso sus ojos sobre el oscuro y frondoso bosque, y solo dejo de verlo para apuntar con su mirada apagada a Bio, cuando este había soltado aquella broma. Luego vio como este procedía a esconderse.

“Ocúltense hasta conocer las intenciones de este grupo, un alboroto podría atraer a los elfos”

Akapalotl no había notado la presencia de los recién llegados, ya que estos entraban por el lado oriental del claro; por suerte la dragona estaba cerca del borde del bosque y con unas cuantas zancadas silenciosas logro cubrirse detrás de uno de los árboles.

Desde allí afino sus oídos, su mano ya estaba en el pomo de la espada. No obstante, los bandidos no caminaron hacia ella, en su lugar se acercaron a las plantas.

- No hay nadie – dijo uno de los bandidos mientras observaba alrededor y luego poso su mirada en la maleza– mierda, creo que es eso – señalo al interior de los susurros de Imbar – veo algo que brilla con la luna, creo es plata elfica o ¿será algún mojón que dejaron para indicar dónde cavar?

El fulano apuntaba con emoción hacia Arygos, la maleza evitaba que le vieran bien, pero entre espacios se alcanzó a ver un poco de sus escamas, que brillaron de manera cegadora bajo la luz de la luna.

En pequeñas volutas blancas, recortadas contra la fria noche, una queda risilla escapó rítmicamente por las narinas de la dragona ante la advertencia del vampiro, imaginándolo desplegando todas sus dotes teatrales para quejarse de los pinchazos de la planta. A su otra compañera pareció no hacerle la misma gracia.


Un fornido humano abandonó la última hilera de árboles, encabezando la marcha. Paso su mirada inquisitiva por el claro, que parecía desierto. Sin advertir que le acechaban.
La antorcha, que blandía en la diestra, iluminaba con su luz anaranjada una armadura ligera que había visto muchos combates, de piezas remendadas y desiguales, típica en los mercenarios. Las llamas hicieron destellar el mango de dos espadas, espejadas a lado y lado de la cadera, y un par de cuchillos metidos en cortas fundas cruzadas en el pecho.
El líder del contingente frunció el rostro, y afino los labios que desaparecieron por completo bajo una espesa barba castaña.
A su lado se detuvo un muchacho de estatura similar, de piel tostada por el sol y recubierta de costras sarnosas.
— No hay nadie – Aseveró, acercándose a los hierbajos. Arygos se apretó más contra el suelo, y contuvo la respiración, intentando no llamar la atención del sujeto.– Mierda, creo que es eso. Veo algo que brilla con la luna, creo es plata elfica o ¿será algún mojón que dejaron para indicar dónde cavar?
—Entonces no somos los primeros.-Chasqueó la lengua el que llevaba la voz cantante.— Yo lo dejé bien enterrado, y no marque una mierda.— Afirmo, descubriéndose como el ladrón original del botín.
Serio, se volteo hacia el resto de sus hombres, que acababan de descubrirse bajo el plateado astro rey, exponiéndose ante la vista de aquellos que los espiaban desde las sombras.

Un hombre gordo, robusto y calvo sostenía con sus grandes manazas al prisionero. Era el más alto de todos los presentes, y tenía una expresión mezquina y desagradable. Sus ojos, almendrados y negros, estaban separados un poco de más, generando una incomodidad instintiva al mirarle. Iba vestido muy parecido a sus compañeros, aunque su arma, más burda, era un garrote grande con la cabeza cubierta de tachuelas de metal.
Prisionero de su agarre se encontraba un hombre pavo, con la testa pelada como un huevo, de rostro arrugado y mirada vidriosa. Bajo su mentón colgaba una papada roja y rugosa, como un testículo pelado irritado, que se temblequeaba ante el menor gesto.
—N-no no p-puede ser.... ya te-te te dije que no le di el mapa a nadie.. lo-lo lo perdí.-Glugluteo entrecortadamente el hombre bestia, con la voz ahogada por el cuello de las ropas que se apretaban incómodamente contra su garganta. Ambas dragonas sabían que mentía.

—¿Entonces que es esto?.-Espetó el joven, metiendo la mano entre el manojo de susurros de imbar sin ninguna precaución. Las flores se cerraron y sacaron sus pinchos, atrapando el brazo por arriba del codo del sujeto bajo sus bulbos. La mano del muchacho tocó la tierra al lado del rostro de Arygos.- ¡Merche que pinchan estas cosas!.— Antes de que pudiera recular el brazo, la dragoncita le mordió con sus punzantes y pequeños dientes.— ¡Aaaah! ¡Algo me ha mordido!- El bandido se retiró violentamente del lugar, caminando de espaldas, dio un traspié y su espalda chocó contra un tronco. - ¡Hay culebrillas del bosque entre las zarzas!
—No son culebrillas, son las plantas, son flores mordedoras de los elfos.- Corrigió terriblemente errado el gigantón, con claras dificultades para modular.

Akapalotl no se asomó, sabía que su hermoso pelo turquesa podría resplandecer con facilidad, sí si quiera un diminuto rayo de luna le alcanzara a acariciar; con un suspiro leve de resignación se quedó cubierta por la oscuridad del bosque, esperando, con espada en mano, un momento oportuno para evaluar a los enemigos.

Ante esa decisión ella se resignó a escuchar únicamente voces, intentando con lo mismo reconocer la cantidad de enemigos, mientras intentaba hacer cuentas reconoció la voz del hombre pavo.

“parece que no aprendió la lección” la chica se contuvo de salir a darle otro susto a aquel que había prometido expandir el respeto a los dragones en el sur, todavía necesitaba evaluar cuanto acero había en el claro.

- ¡Aaaah! ¡Algo me ha mordido! –grito con fuerza uno de los bandidos - ¡Hay culebrillas del bosque entre las zarzas!

- No son culebrillas, son las plantas, son flores mordedoras de los elfos – hablo con dificultad otro de los presentes


- Creo que algo me mordió también – apunto un tercero

- A mí también me ha mordido algo, están por todos lados – dijo un cuarto que comenzó a zapatear


“que suerte que esas serpientes no nos mordieron a nosotros” suspiro tranquila y aprovechando la confusión se asomó con mucho cuidado, y solo lo suficiente para verles con un ojo.

- Oh oh – empezó a hablar el gigantón, el cual parecía que entonaba las palabras con dificultad, como si su cerebro trabajara doble, como si no pudiera pensar y hablar al mismo tiempo – quememos el claro, así no habrá más serpientes ni árboles que muerden.

- ¡Si serás estúpido! – le respondió inmediatamente otro de los bandidos – o cierto, lo eres, solo un retrasado podría pensar que quemar el bosque sería buena idea


- Así es, tu solamente cállate y pega, pensar no es lo tuyo – dijo otro mirando al hombre pavo, su mueca era de risa, de superioridad – no es curioso cómo funciona su mentecita, solo genera ideas de mierda

El gigante, bajo su rostro, había entendido el mensaje, pero no lo suficiente para analizar que se burlaban a costa suya, cosa diferente pasaba con Akapalotl, que había decidido que mataría lenta, muy lentamente a esos dos bandidos.

Espiando entre las plantas, quieta como una lagartija en un muro, Arygos contemplaba el caos que se desataba entre los bandidos. Aunque no llegaba a ver las peripecias del vampiro, reconoció instintivamente la mano de este en el alboroto que se había generado. No sabía el cómo, pero Bio tenía esa capacidad especial de encargarse de los problemas de forma creativa.

Aprovechando la conmoción, el hombre pavo intentó soltarse. Su carcelero no le dejó, reculó un poco, acercándolo a las plantas, haciendo alarde de su deficiente intelecto una vez más, sin sentirse desanimado por la forma en la que sus compañeros habían desestimado su primera idea.
—Les podemos dar de comer al feo entonces, quizás así no nos muerden.— Acompañó con un gesto sus palabras, zarandeando a su presa por el gaznate tan arriba que los pies del mismo apenas rozaban el césped, y lo acercó al pastizal lleno de susurros de imbar. Las plantas se espinaron ante el menor roce.
Un glugluteo lleno de dolor lleno el claro, y género risas en todos los truhanes. El ruido era, indiscutiblemente,ç gracioso, aunque requería de una crueldad callosa el reírse en voz alta cuando se era testigo de las heridas ulcerosas que emergieron rápidamente de su costado.

Arygos reptó contra el suelo, usando la barahúnda como amparo, y bajo la sombra de las espinas de los susurros, asomó la cara y le mordió el tobillo al gigantón, para esconderse presta por donde había salido.
—¡Las culebrillas!.— gritó su víctima, arrojando por reflejo al hombre pavo entre las flores. El señor gritó horriblemente cuando su cuerpo cayó en plancha sobre las espinas, que le atravesaron la ropa y llenaron el cuerpo de pequeñas llagas. Un segundo después desapareció debajo de las tupidas flores. Cuando alzó el rostro, se halló de frente ante la muchacha de pelo blanco. Gimió, asustado y dolorido.
—Funciona, ¡Funciona!.— Se alabó a sí mismo el zopenco.
—¡Que va a funcionar gaznápiro! ¡Lo has hecho mierda con los pinches!.— Se pasó exasperado la mano por el rostro el líder de la cuadrilla.— Ve que hay que ser tonto, ¡son culebrillas, no perros!.— Parecía ir a decir algo más, cuando fue víctima de uno de los ataques.— ¡La puta! ¡Como duele!.— Saltó lejos de los árboles, como si le hubiese pasado la corriente.— Elfos y sus condenados bosques… si debieran quemarlos.— Masculló entre dientes.
—¿Y si son venenosas?.— Aportó el picado, cuando empezaba a calmarse la cosa, volviendo a hacer crecer el pánico y la agitación entre los bandidos. Un silencio se extendió entre los hombretones, que quedaron quietos, asidos al sitio durante varios segundos.
—¡Cállate!.— Le espetó el líder, rompiendo el silencio.— Y tú, Tontaco, métete en las zarzas y saca al prisionero.— Intentó recuperar el orden.

Sin hacerse esperar, el grandote se metió hasta la cintura en el brezal de susurros de imbar. La gruesa piel de sus ropajes lo protegían de las espinas. Con sus pequeños ojos empezó a buscar entre las ventanas que se formaban entre flor y flor.
—¡Una ninfa!.— Exclamo con sorpresa, mirando fijamente a los cristalinos ojos rallados de la mujer dragón, enmarcados por pequeñas escamas plateadas que decoraban sus pómulos como diamantes salpicados sobre la piel. Hiptnotizado, y con la boca medio abierta de la admiración, se olvidó de su tarea, y dejó de oir a sus camaradas.
—¿Pero qué coño dices?
—¡Es la mordida, seguro que era venenosa, ya está viendo cosas…! - La voz del jovencito subió una octava.— Me estoy mareando...- Se debilitó su tono, somatizando.

Un pequeño brillo turquesa resplandeció por unos instantes, la luz de la luna cruzo las hojas gracias una leve brisa que se coordinó con el vuelo del hombre pavo, la luz de la luna también aterrizo sobre su mirada, acto seguido, con el reflejo de un rayo Akapalotl retrocedió a la maleza, ahora que tenía ubicado a los objetivos procedió a rodear el claro con paso rápido, su concentración estaba enfocada en dar pasos livianos, apoyándose en su vínculo con el viento, a su parecer una brisa llamaría menos la atención que el sonido de una rama aplastada.

Aunque su mente estaba enfocada en su control elemental, sus oídos seguían atentos a las voces, había descubierto a su amiga, pero ella no actuaba, “seguro espera que estén más cerca para eliminarlos de un mordisco “

También se había dejado descubrir el humano, hacía de carnada, lo cual le genero un poco de desconcierto a Akapalotl, pero había funcionado, los bandidos se habían alejado del fortachón, cerrando formación alrededor de Bio, buscando obstruir las rutas de escape, uno en especial, se había movido de tal forma que su espalda estaba orientada levemente hacia el bosque, justo en la dirección que venía la dragona.

- Jefe, ¿Podemos evitar matarlo? – agrego aquel bandido mientras con espada en mano intentaba aproximarse a Bio – está de buen ver – una sonrisa pícara y repugnante se formó en el rostro del mismo.

- ¡Detrás de ti! – grito el líder que estaba al otro lado de Bio.


La sonrisa desapareció mientras por su costado derecho su dorso era cortado, la fuerza era tan monumental que si ella hubiera querido seguro lo hubiera cortado por la mitad, pero aquel era uno de los que se burlaron, no podía morir rápido, de ser así lo hubiera decapitado.

La espada se detuvo tras destrozarle varios órganos, pero antes de llegar a la columna, no podía pelear, es más, seguro tras un rato de agonía moriría desangrado. Para sacar su espada la enana le propino una patada a la espalda del bandido, este gritando de agonía se dejó caer mientras veía al tercer bandido, salpicado con su sangre.

Este se encontraba de frente a Bio, pero dejo de enfocarse en el humano para cargar contra la dragona, dejando en el proceso a su líder solo con el amigo de Arygos.

Akapalotl sonrió con gran alegría, con una sonrisa muy sincera y hermosa, el segundo bandido que le había insultado se ofrecía voluntariamente a morir por su mano.

Cautivado por su imaginación, y los efectos de luces de la noche, y la bobez de nacimiento que poseía el grandullón, su mirada y su ser quedaron presos de la tensión del encanto, sin separar los ojos de la ninfa que lo contemplaba desde las profundidades del mar espinoso de susurros de imbar.
Arygos se mantuvo como él, por motivos muy diferentes. Ella le acechaba, como un animal, con el cuello semi hundido entre los hombros, los codos flexionados, en tensión, lista para saltar como un gato hacia su enemigo, con la tensión de la anticipación en las mandíbulas, y el sabor ácido de la adrenalina llenándole la boca.

—¿Cómo que quién soy?— La dragona maldijo por dentro. —Soy Esteban Dido, ya llevo una semana con ustedes y siempre olvidan quién soy, voy a tolerarlo, pero me ofende muchísimo— Si hubiese tenido la mala costumbre de insultar, habría obsequiado a los presentes con una colorida ristra de malas palabras que había recolectado de todas las latitudes del continente. Pero no la tenía. En vez de eso, aprovechó la distracción, la rotura del encanto que había generado el vampiro, y en el segundo que el grandote apartó la mirada. La joven saltó, cuando su cuerpo emergió de las flores, rozando las bayas, estas se abrieron en espinas y llenaron sus costados de ligeros arañazos y líneas anaranjadas de veneno. El bandido volvió el rostro hacia el cardumen de flores, y abrió la boca como un pez, pero el sonido de su sorpresa quedó ahogado por los dientes de Arygos, que se cerraron contra su garganta, hundiéndose en la carne como si fuera manteca caliente. Con un chasquido se encontraron los de arriba con los de abajo, y entre ellos, la nuez cercenada, llenándole la lengua de sabor a herrumbre.

—Igual no hay tiempo para esto, los elfos ya vienen— El cuerpo del grandullón cayó de espaldas, en plancha, sobre las flores, dejando un hueco. El hombre no se percató de que estaba en el suelo ni aun cuando la dragona le cayó encima, amortiguando el golpe con su cuerpo. —Vean lo que me hicieron con sus flechas— Sus compañeros, tampoco se dieron cuenta, con sus ojos fijos en el extraño sujeto medio desnudo que intentaba engañarlos.
El hombre pavo se quedó muy quieto, lamentándose en su dolor. Arygos le dedicó una mirada fugaz, para asegurarse de que no fuera un peligro, y se asomó buscando a sus compañeros, guiada por sus voces y la de los truhanes.

—Jefe, ¿Podemos evitar matarlo? Está de buen ver.— Los libidinosos ojos del picado quedaban ocultos para la dragona, solo veía de él sus espaldas, que cubrían parcialmente al vampiro semidesnudo, con su piel reluciendo bajo la luz lunar.  El muchacho nunca supo la respuesta a su pregunta, ni vio frutos en sus pérfidas fantasías de dominación sexual. Como un castigo de ese dios terrestre que muchos sureños habían adoptado, Akapalolt cayó sobre él con férrea justicia divina, y lo destrozó con su acero. Arygos gorgojeo con aprobación y ánimo.

Viéndose casi solo, el líder de la banda, se apartó del grupo con agilidad felina, midió el terreno con una pasada rápida. Los susurros de imbar no eran un buen escondite si no quería quedar lleno de llagas, y la cabeza que se asomaba hasta la nariz entre las plantas, como un cocodrilo en un estanque, le daba mala espina. La retirada al bosque estaba tapada por la mujer guerrera y el desconcertante exhibicionista, Flint no sabía si tenían aún más amigos esperándolo entre la foresta, así que se lanzó hacia la cueva. Las tinieblas se comieron su silueta, y desapareció en la abertura del acantilado. Si tenía suerte, la caverna tendría otra salida, si no, la oscuridad le protegería, y la estrecha entrada haría de cuello de botella, ayudándole con la inferioridad numérica. Tras de él, mas lento, quedó el ultimo de sus secuaces, que, tarde, intentó seguirle.

- ¿Dijiste algo? – Akapalotl miro de reojo al humano, por un instante, pero ese tiempo fue suficiente para que los otros dos bandidos lograran fugarse hacia la cueva – maldita sea, escaparon con vida por tu culpa humano – agrego con un tono frio mientras se giraba camino a aquella estructura.

Miro de reojo que Arygos “como era de esperarse, esta bien”, y el estado del hombre pavo, bueno no le podía importar menos, poso sus ojos en la entrada, se detuvo allí, enfundo su espada y mientras su presencia carmesí se enfocaba en el interior grito.

- Miren, solo me interesa uno de ustedes, si me lo entregan vivo, prometo que yo no matare al otro –su voz sonó con fuerza y una pequeña brisa azoto el interior de aquella caverna – quiero al que estaba delante mío tras decapitar a su amigo, y lo quiero vivo.

Mientras la dragona gritaba, sus compañeros de exploración habían sacado al hombre pavo, este estaba en shock y desecho producto de los golpes y las plantas, además un olor que provenía de sus pantalones dejaba claro que está próximo a sufrir un infarto.

- Yo no sé nada, no me maten por… glu glu glu – comenzó a llorar mientras se encogía tomando una ligera posición fetal – no me maten, yo cumplí con mi parte, el mapa les trajo al tesoro, por favor no quiero morir.

- Mi paciencia tiene un límite, entrégame al criminal que te pido o juro que los rebanare a los dos – grito por última vez la dragona a la cueva, ignorando completamente lo que pasaba cerca de los zarcillos.

El humano se puso a correr, y Arygos estaba convencida de que Bio haría alarde de sus poderes vampíricos, de su su gran velocidad o su capacidad de persuasión y le mostraría a Akapalotl que era un ser poderoso y admirable. Arygos se equivocaba. Con cierta estupefacción observó, semi sumergida en el mar de flores, como su amigo asustaba a los bandidos con cuentos de osos come-hombres.
— Maldita sea, escaparon con vida por tu culpa humano –Arygos le gorgojeo a Víctor, esperando que este la corrigiera o le enseñara a la muchacha algún talento. Ella quería alardear de su amigo, ya que no tenía muchos, y le estaba saliendo el tiro por la culata.

El hombre pavo gritó al ser arrastrado, las ampollas de las quemaduras se rasgaron contra la tierra y las ramas secas que cubrían la tierra, las arrancaron y pincharon, haciendo que supurasen y se llenaran de suciedad.
La dragona agradeció que su piel escamosa la cubriese de las plantas, y empezó a sentir la necesidad imperiosa de limpiarse el líquido pegajoso que comenzaba a secársele sobre la piel, incluso sintió que le picaba, pero no se rascó, quería creer que estaba todo en su mente, que se estaba sugestionando por culpa del hombrecillo cobarde.

El hombre pavo sollozaba y respondía de forma poco clara, con su constante glugluteo era difícil de entenderle, y leerle los labios no era una opción, pues el rugoso apendice rojizo se balanceaba de tal manera que le chocaba contra la boca a ratos. Mirarlo fijo era, además, desagradable, por el humillante estado y formas que lo poseían. Se volteo hacia un costado, y se cubrió con las manos, de la pernera del pantalón de lino goteó un limo espeso y pestilente.
—Querían..gluglu recua- recuperarlo. Pe-pero no les dije que os lo había dado… estoy de Vue-vuestro lado....gluglu.— Lloriqueaba lastimosamente, deshaciéndose mentalmente en rezos hacia las deidades en las que creía para salir vivo de la situación.
—Vale, entonces ve y cava.— Habló finalmente la peliblanca.— Si estás de nuestro bando cava y saca el tesoro, tiene que estar entre las flores.
—Pe-pero…— Iba a replicar, pero al ver a la mujer acercarse, el hombre pavo gateó temeroso hacia los susurros de imbar.

La dragona no pretendía ni intimidarlo ni obligarlo. Su voz era firme, porque le parecía una solución acertada, y, no se dio cuenta de que, para el atemorizado sujeto, su presencia y cercanía eran como una ominosa amenaza de muerte.

Las hojas empezaron a sonar y crujir mientras el hombre bestia las apartaba, buscando a tientas cualquier seña de tierra removida que pudiese indicarle donde había de cavar. Mientras, la cueva oscura no le devolvía a la dragona ni ecos de su propia voz, retándola a entrar con su silencio.

Arygos, confiando en su compañera, se acercó al vampiro de las ropas rotas, y lo miro con pena, el viento soplaba, y sabía cuan friolero podría ser su amigo.
—¿Quieres ponerte mi vestido? Es ajustable.-Le ofreció de forma genuina y sin la menor burla.

“maldición no voy a poder seguirlos” pensó Akapalotl al escuchar sobre el aire venenoso de la cueva, pensó en mover un poco el viento para hacer una zona segura, pero tal nivel de control no lo poseía, pero… “además hay un oso elfico, debe ser un oso con una resistencia asombrosa si no muere por el veneno” concluyo la dragona para luego proceder a intentar mover el aire a su alrededor, no podía dejar que el oso se robara su presa.

El aire no alcanzo a agitarse de manera visible, la dragona detuvo su conjuración cuando escucho un grito, luego unos ruegos y unos instantes después al par de bandidos, el líder llevaba a la fuerza a un malherido y desarmado secuaz.

- Aquí lo tienes – el líder de los bandidos arrojo a su subordinado a los pies de la dragona, esta no espero mucho y procedió a apuñalarle con su espada, propinándole varias heridas fatale. Al ver como masacraban a su antiguo amigo el líder intento irse hacia el bosque, pero la dragona le detuvo.

- Tira tus armas, te dejare vivo, pero solo te marcharas después de nosotros, no dejare que avises a más de los tuyos y nos hagan un contraataque

- No tengo más hombres, los masacraste a todos.

- La palabra de un bandido no vale nada, hazme caso o muere.

El bandido enfoco su mirada en la dragona y luego miro de reojo buscando a sus compañeros, no los veía, se preparaba para hacer un ataque desesperado contra Akapalotl, pero luego escucho:

- Creo que lo tenemos, pero no podré sacarlo yo solo

El bandido soltó solo las armas que eran visibles y para su suerte la muchacha no se percató de las demás. Así pues, con paso lento y a regañadientes comenzó a caminar por delante de la dragona, camino al resto de su equipo.

- Tenemos un prisionero temporal – agrego la dragona cuando sus compañeros ya estaban en su línea de visión.