[Desafío] Vida y muerte en el mar

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　Fue sencillo. Lo que fui a buscar estaba donde lo dejé, aunque debajo de escombros, rodeado de ríos de lava y con el aire impregnado de éter inestable. Nada que representara un verdadero problema para alguien sin miedo al éxito. Se me hizo más problemático sobrellevar el calor del lugar y que Kali, mi siempre feo equino volador, no huyera dejándome en una situación donde sería difícil pensar con la cabeza fría, pero incluso eso lo superé.

　Cumplido mi objetivo, monté a Kali para volar de vuelta a Dundarak, donde me esperaba Xana; ella prefirió quedarse en la ciudad por no sentirse bien. Su ausencia, inesperadamente, se me hizo peor que las demás complicaciones, sobre todo sabiendo cómo fue su experiencia con las mariposas.

　Mientras volaba, un nuevo percance me sacó de mi ensimismamiento: varios dragones volando y algún que otro hombre-bestia, todos proviniendo de una misma dirección. Esperé que no se tratara de otra guerra entre descerebrados y despistados. Por suerte, lo que estaba sucediendo era mejor que aquella masacre innecesaria. Se trataba de una bestia marina, eléctrica y de gran tamaño incordiando a los tripulantes de un barco.

　Redirigí el curso de Kali. «Será solo un viaje de ida y vuelta a la Isla Volcánica para recuperar nuestras armas», le había dicho a Xana. «Será sencillo ahora que ya no hay personas donde no deberían estar». Suspiré resignado.

　Mientras más me acercaba, sin embargo, fui haciéndome más consciente de la gravedad del problema. Parecía un muy mal día para no tener a Xana conmigo.

　Entonces escuché una melodía familiar. Maravillosa e inspiradora, tanto que mi éter reaccionó y se incrementó, fortaleciéndome. «Pero qué buen gusto tiene ese bardo», reconocí, «es justo la canción que yo habría escogido para este momento».

　Con mayor motivación, mi cabeza empezó a trabajar en la estrategia para conseguir un nuevo éxito. No logré idear algo coherente, pero fue mejor que solo pensar en que me dirigía hacia una muerte segura.

　Bajé hacia el barco. Kali ascendió antes de aterrizar. Tuve que esforzarme un poco para que volviéramos. Obtuve el mismo penoso resultado esa vez y en los siguientes cuatro intentos, quizás enervando a los desdichados que esperaban que yo los salvara.

　Hastiado de ser infructífero, generé una biusa y la lancé a la cubierta del barco.^[1] Kali fue tras la fruta y esta vez sí se atrevió a aterrizar para comer.

　Me bajé del equino. Una nueva sacudida me hizo tambalearme, pero logré recuperar el equilibrio casi al instante para mantener la imagen confiable. Abrí la boca y enseguida la cerré, pues me percaté que el improvisado plan mal planeado que planeaba decir no funcionaría. Llevar a los tripulantes sobre Kali y que otro se teletransportara con una runa de teleportación apenas serviría para tres personas.

　–Bueno, ¿y qué hacemos ahora para no morir? –les pregunté aparentando calma y con un pie rebelde moviéndose al ritmo de la canción. Pronto llegó una respuesta a mi mente: luchar contra la bestia marina, y con buena música de fondo, para que la mayoría de mis últimos contrincantes no fuesen vacas o mariposas. Luego rodé por el suelo por otro bandazo, pero no tardé en incorporarme–. Huyan a la Isla Volcánica tan rápido como puedan –insté entonces.

　–¡Eso es lo que ya estamos haciendo, genio! –exclamó alguien exasperado.

　–Yo ganaré un poco de tiempo enseñándole a la criatura acuática a no ser aguafiestas –añadí, ignorando al sujeto anterior.

　Até a la silla del equino la runa de teleportación, le di de mi éter y salté al agua. Rebosaba de confianza, hasta que busqué con la mirada al dragón marino y no lo encontré a él sino a sus rayos marcando su territorio. Expulsé una ráfaga de éter para saltar de regreso al barco.^[2]

　–Lo siento, es difícil seguirle la corriente a esa bestia eléctrica –me excusé mientras me dirigía al lado contrario. Desde ese lado sí distinguí la figura del dragón–. Ahora sí.

　Un nuevo salto. Al siguiente instante, el agua se esfumó, el barco se hizo translúcido para mis ojos, el calor aumentó y una tierra volcánica se materializó bajo el dragón, todo gracias a la magia de mi diadema.^[3]

　Mi guante derecho se transformó en la espada Retniw^[4] y la empuñé con ambas manos, dispuesto a dibujar un gran corte en el dragón. Por suerte, noté a tiempo la electricidad en sus escamas, así que di un salto aéreo para aterrizar lejos de esa sentencia de muerte.

　«Excelente, lo saqué de su terreno. ¿Ahora qué se supone que haré?», cavilé a una distancia prudencial mientras la bestia manifestaba confusión y temor. Unos segundos después, advirtió la silueta del barco y fue tras él. «Seguir arriesgando mis nalgas», me respondí.

　Me potencié con éter y corrí hacia la criatura. En tierra no fue complicado superar su velocidad y colocarme a su lado. Generé una biusa y se la arrojé a la cara. Cuando sintió al proyectil hacerse crema en su escamosa piel, instintivamente volteó el rostro hacia mí y rugió. Mi piel se erizó acompañada por un cosquilleo inusual.

　Eso me despistó del verdadero peligro. Solo mis reflejos me permitieron hacerme intangible antes de que me alcanzara, desde un lado, la cola del dragón marino, la cual solo consiguió restallar.^[5]

　Me propulsé lejos. La bestia me persiguió. Opté por levitar y dejarlo debajo, pero él alzó la mitad de su cuerpo para mantenerme a su alcance. Un momento después, ya no pude seguir etéreo. Me materialicé y la gravedad me reclamó. «Piensa rápido, piensa rápido», me exigí con urgencia.

　Noté el brillo de la luna reflejándose en la hoja de Retniw. Una invitación a que la usara. Respondí entregándole éter.

　Y así, otro dragón apareció, uno verdaderamente hijo del hielo.^[6] Lo toqué, logrando impregnarlo de éter, antes de que se disparara hacia la otra bestia, y procedí a ascender con otro salto aéreo.

　El dragón de hielo cayó pesadamente sobre la cabeza de su objetivo y, liberando el éter contenido, dio nacimiento a una cegadora explosión.^[7]

　Mientras tanto, busqué en mis bolsillos uno de los viales que cargaba. Quería uno en particular, pero no lo encontré; desapareció junto con otros objetos en algún momento previo al combate. Chasqueé la lengua y me conformé con el primer vial que encontré, cuyo contenido no dudé en derramarlo sobre Retniw.^[8]

　Intensifiqué todo mi éter y me fundí con él. Emané dos haces de luz.^[9] Me disparé como relámpago hacia el suelo, a unos centímetros delante del dragón marino. Al caer, gran parte del éter que desprendía lo redirigí en forma de onda de choque hacia la parte baja del hocico de la bestia.^[10] El golpe alzó su cabeza, preparándolo para que cada ojo recibiera uno de los haces de luz que expulsé antes.

　Tras dos estallidos simultáneos, su cuello se dobló hacia abajo y las fauces se separaron para que escapara un rugido de dolor.

　El interior de su cuerpo no podía ser tan duro como su piel. Era la oportunidad.

　De pronto la realidad volcánica empezó a desdibujarse, presagiando el regreso del océano. El momento, sin embargo, pareció dilatarse, ofreciéndose a mi espada. Así que actué.

　Un movimiento veloz, uno solo, una estocada fulminante al interior de la boca del dragón.^[11] Y logré hacer la incisión.

　Pero debí pensarlo mejor. Apenas logré cortarlo superficialmente antes de ser paralizado por una descarga eléctrica.

　Ni siquiera tuve que pensarlo para activar el hechizo de la runa de teleportación.^[12] Desaparecí de aquel sitio, así como esa realidad volcánica, y caí en la cubierta del barco, a un lado de mi horrible corcel alado, con mi cuerpo entumecido sufriendo espasmos, siendo la antítesis del héroe que necesitaban.

La muerte segura les rodeaba y no paraba de pegarles bandazos al barco. A Mishu le dio tiempo de terminar su canción antes de que uno de estos bandazos le lanzara hacia uno de los laterales de la cubierta, aterrizando sobre unas cuerdas y redes atadas allí, a las que se agarró como si no hubiera un mañana. Algo literal. Alzó la mirada para observar por última vez la luna esperando a que de un momento a otro el barco se partiese a la mitad.

Ahí fue cuando el bardo observó asombrado como de los cielos intentaba llegar alguien en una especie de criatura voladora. ¿Le habría llamado su música? ¡Un héroe! No era ese tipo de magia musical pero no se iba a quejar de efectos secundarios en esa situación. Sin embargo, algo pasaba con el jinete o la criatura que dio varias vueltas arriba y abajo. — Déjelo, no te unas a nuestra condena, de la reunión en los salones nacarados del milenario Dragón de agua no se vuelve —exclamó dramático, casi como si entonara una canción y aquello no fuese serio. — Sobrevive héroe venido de la oscuridad, otras batallas más importantes que salvar a esta tripulación y a este talentoso bardo, debes de librar.

Jinete y montura consiguieron aterrizar después de que cayese un objeto arrojadizo no identificado en ese momento. El bardo sentado esperando que les llegase la muerte, aprovecho a enroscarse una cuerda en el brazo izquierdo para sujetarse y a la vez poder seguir marcando notas con su laúd. Había hecho la promesa que la música les acompañaría hasta las horas finales.

— Así el héroe al mar saltó, dispuesto a encontrar la muerte segura contra el chisposo dragón —acompañó a la melodía, improvisando segundos después de ver como aquel jinete de equinos aterradores se lanzaba al agua, hasta en dos ocasiones. Mishu se pudo incorporar y junto al resto observó perplejo como ambos habían desaparecido. Más de uno seguro que se preguntaría a dónde, pero el bardo lo formuló en voz alta siguiendo con su narración cantada. — Bestia y héroe en el mar desaparecieron, ¿siguiendo las corrientes de la bestia o las de las olas del mar? Solo la mala fortuna sabrá girar la rueda para que descubramos en el futuro la respuesta.

— ¡Cállate ya! — Gritó una de la tripulación que no se había caído por la borda. Le acompañó alguna queja más.

Sin embargo, Mishu no paró de seguir con unos acordes más. — Más que desagradecido se volvió el público angustiado por la espera de la resolución de tal hazaña, tomándola con el bardo que a sus últimas horas puso una canción para que no fueran sordos al nacarado palacio del mar — Y siguió con una serie de retahílas cantadas cada vez más bajito, casi para sí mismo, mientras la capitana gritaba las órdenes pertinentes a la tripulación para que pusieran rumbo a la costa más cercana aprovechando de una forma útil aquel respiro.

Mishu se acercó a la borda cerca de la capitana para ver con que habían vuelto a chocar. Observando el mar, comprendió al instante lo que quiso decir la capitana. Las pobres criaturas de dragón marino solo hicieron que albergara pena el corazón de Mishu por su fatal destino.

Tampoco le dio tiempo a mucho más pues reapareció el héroe y también el monstruo marino, que ahora sabían que se trataba de una madre furiosa. Al ojo de registro de heroicidades del bardo no le pasó desapercibido lo magullado y lo malherida, que estaban uno y otra. Y aun así, la serpiente marina estaba dispuesta a atacarlos con toda la fuerza que tuviese para defender a sus crías. Era ella o ellos.

Sin embargo, esta vez Mishu no se dejó caer en la desesperanza de un fatídico destino. Vio también en el dragón marino heridas que eran una oportunidad para terminar con aquello. De entre sus telas sacó un artilugio mecánico que desplegó sus alas de mariposas. De cómo consiguió aquel objeto mejor no quería acordarse. Se subió de un saltó a la barandilla, la tela de sus túnicas se agitó levemente por la concentración de éter con la que insuflaba vida artificial a la mariposa de la desgracia [1]. El artilugio salió revoloteando hacia delante, buscando una de las heridas abiertas en las fauces del dragón que lanzaba contra ellos para hundirles en una dentellada desesperada.

— Ahora siento más que las sendas del destino se entrelazasen en tan mortífero encuentro. Más en los susurros de agua quedaremos para el recuerdo, sin mayor sufrimiento —interpretó. Mantuvo con vida a la mariposa mágica hasta que llegó a su destino. La explosión de fuego en la gran boca del dragón marino, que hasta desde fuera se pudo percibir, hizo que parase en seco y se hundiese en lecho oscuro del mar fuera de la vista de todos.

No sabía si eso habría acabado con la dragón marino, pero al menos les tenía que haber ganado tiempo. Sin embargo Mishu no pudo evitar volver a mirar abajo donde se encontraba aún las pequeñas crías de serpiente marina a las que no les esperaba más que frío y oscuridad.

Aunque igual podrían hacer algo, después de lo que había sufrido su madre. — ¡Capitana! Es muy pronto para estas crías terminar de escuchar melodías. ¡Podemos pescarlas! Seguro que usted sabe de un sitio donde es seguro que puedan crecer y esquivar el prematuro aciago final —insistió varias veces a la mujer y también al resto de la tripulación, aún con toda la retórica.

Miró al héroe ideal que había traído la gracia de la oscuridad o de la luna. Lo que él prefiriese. — Heroico adalid, temor de los dragones, ayudeme en una última empresa esta noche. Su ayuda seguro es imprescindible.

Avanzó por la cubierta mientras se quitaba las capas de tela que formaban sus túnicas y las dejaba junto a su laúd a un lado. — Que alguien tenga la galantería de tirar esta red para la inusual actividad de pescar pequeños dragones marinos. Y no suelte uno de los extremos de la red, le recompensaré —dijo guiñando un ojo. Una vez desnudo, se transformó en dragón [2] y cogió entre las mandíbulas el otro extremo de cuerda. Acto seguido se lanzó a volar a ras de mar [3].

Las pobres crías desorientadas se habían congregado cerca del casco. Mishu sintiendo también una mayor fuerza gracias a los todavía efectos de su anterior canción mágica, arrastró la red por la superficie oscura del mar, levemente iluminada con la electricidad azul que generaban algunas crías, a las cuales el arrastre de la red les atrapó como a unos peces. El dragón de agua tiró hacia arriba, agitando las alas para ascender la captura de crías de serpiente marina a bordo del barco. Los quejidos y gruñidos de las criaturas se hicieron mucho más audibles una vez que la red les dejó sobre la cubierta del barco.
Mishu entonces aterrizó junto a ellos y soltó las cuerdas. Cambió su forma de nuevo, de dragón a humano [2]. Con una sonrisa por haber conseguido salvar a las pequeñas crías , cogió su laúd y se acercó a los seres asustados e inmóviles, ajenos al terreno que pisaban ahora.

— Cuidado, necesitan una canción dulce para calmarse, como todos aquí —dijo al resto de los que quedaban encima del barco.

Deslizó los dedos por las cuerdas de su laúd y comenzó a tocar la siguiente pieza de esa noche, iluminados por la caricias de la luna. — Chiquititas, decidme qué está mal. A la pena os veo encadenadas, pero tened esperanza en el mañana.

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　Sobreviví, pero ¿a qué costo? Pues ninguno, pero me apetecía empezar con alguna frase trillada que tuviera una pizca de melodrama.

　Sí necesité, sin embargo, algo de tiempo para dejar de parecer un pez fuera del agua en medio de un ataque epiléptico y de alguna posesión demoniaca. Mi único consuelo era… Ninguno, tampoco, pues no podía pensar en nada más; mi mente solo seguía la corriente.

　Cuando me recuperé, sí pude hallar consuelo en el milagroso hecho de que todos estaban a salvo gracias a mi valiente y noble sacrificio.

　Y me bastó seguir teniendo ojos y oídos para no tardar en descubrir que el dragón marino, acérrimo enemigo que podría incluso tener una oportunidad contra una vaca sin cabeza, seguía vivito y coleando. «¿Y ahora cómo les diré a esta tripulación que se me durmieron hasta las nalgas?», me pregunté, esforzándome en no parecer preocupado por la debilidad y agotamiento surgidos tras el enfrentamiento. No había agotado todas mis habilidades, eso era cierto, pero habría sido raro emplear todas las que no usé, pues varias de estas las había aprendido tiempo después y las paradojas eran mejores en aventuras no observadas por los dioses.

　En cualquier caso, el buen bardo tocó un instrumento, aunque no de música, sino de metal y fuego cuya estridente melodía fue una fugaz nota de fatalidad para el dragón marino.

　Como muchos podrán intuir, ciertamente estoy alargando este relato blandiendo palabras bonitas para obcecar a los lectores y, de este modo, ocultar de sus ojos críticos el penoso detalle de que no sé cómo justificar la pereza que me impidió intervenir mucho más en la problemática situación.

　Además, se podría considerar una hazaña no ser inspirado por la buena prosa del bardo, aunque los tripulantes le pagaran con la ingratitud, a lo que él, a pesar de semejante desprecio a su arte, restó importancia para continuar enarbolando una actitud altruista y animalista. Solicitó mi ayuda, se desnudó y pensó en un plan para que sus objetivos cayeran en sus redes.

　–Puedes contar conmigo –me ofrecí, esbozando una débil sonrisa.

　Me fortalecí con mi magia, pues mi cuerpo no podía consigo mismo él solo, y tomé uno de los bordes de la red. La sostuve mientras el bardo dragón desnudo y doblemente dotado hacía su labor.

　El trabajo duró poco, pero fue beneficioso. Además, durante ese corto tiempo pude reflexionar sobre las implicaciones morales de mis últimas acciones. Quizás había otra manera, otra solución menos nefasta para la mayoría. Debí haberlo pensado más antes de lanzarme a apalear a una madre con muy mala cara e instinto asesino. O ¿los animales tenían menos derechos por el simple hecho de ser animales? ¿Qué hacía a un ser vivo más digno de la vida que otros?

　No pude pensarlo más porque esos engendros diminutos empezaron a chillar, matando así las reflexiones que podrían haber sido el inicio de un gran cambio para los animales de Aerandir.

　En cualquier caso, todo quedó compensado gracias al bardo, que volvió a usar su don de la música para animarnos, y su canción fue una magnífica elección para la ocasión, lo cual es verdad porque rima.

　Quizás eso fuera más que suficiente, pero, por el bien de que nadie le interrumpiera, tomé la prudente decisión de bañar a las criaturitas rociándoles el contenido de una botellita especial para que animalejos no interrumpieran canciones, o algo sí me habían explicado que hacía.^[1] Se suponía que simplemente iba a derramar el líquido, pero, al ser incapaz de abrir la botella, usé un poco de magia para fortalecerme. Eso culminó en un pequeño estallido de polvo de cristal y rocío iridiscente. Esperé que nadie sospechara que ese no fue el plan, y también que el rocío hiciera efecto igualmente, pero esperé más lo primero que lo segundo.

　Luego, como era de esperarse en alguien con un mínimo de inteligencia, decidí desenterrar mi propia habilidad musical y, con mi ocarina, me uní al bardo en un fabuloso dueto… quizás un poco desafinado de mi parte gracias a las secuelas del combate, pero nadie podría negar que tuve mucha pasión.