Que Thor nos guarde [Desafío]
Página 1 de 1. • Comparte
Que Thor nos guarde [Desafío]
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Aaren, ese esclavista canalla, había aprovechado que se acercaban las fechas de sacrificios con “material” bueno, sobre todo para pueblos pequeños a los que les habían prohibido los sacrificios humanos, alterando su tan preciada festividad. Ante la presión de los guardias habían tenido que optar por la obediencia y, claramente, Aaren no iba a dejar escapar la oportunidad. Había vendido –y vendía –personas de todas las razas y géneros para amasar su gran fortuna. ¿Qué no querían humanos y elfos? También tenía hombres y mujeres bestia. Y esa era “la mercancía” que iban a llevar sus secuaces, esos bárbaros sin inteligencia alguna, a la pequeña villa de Kattavia, situada en uno de los puntos costeros entre Roilkat y Vulwulfar. Sus ciudadanos, fervientes defensores de las antiguas tradiciones iban a tomarse la ley de una forma un tanto alegal.
Y bien sabían ellos que debían rendir tributos a Thor, para asegurarse de que sus navegantes volvieran sanos y salvos de su expedición. Su destino era llegar a la Isla Lunar e investigarla. Las tormentas habían arreciado y los días parecían ser agradables para navegar, pero, ¿pasaría lo mismo en el mar? No lo sabían, así que era indispensable ofrecerle un buen sacrificio al Dios del trueno para que siguiera de buen humor con los marineros.
Después de una gran suma de aeros, de esos que ni repiqueteaban en la bolsa de tantos que eran, llegaron unas enormes cajas, remolcadas con fuertes caballos y los bárbaros tirando de ellos. Dentro de las mismas había una mujer cabra y un hombre carnero. Ambos iban a ser los sacrificios. Técnicamente no eran humanos. Los guardias no podrían decirles nada.
Durante varias horas, los esclavos estaban drogados y no eran capaces de moverse, hasta que, por fin, la joven mujer-cabra se despertó y avisó a su compañero.
– ¡Despierta, despierta! – golpeó su caja – ¡Abbe! – El carnero despertó en su caja, solo. Estaban atados.
– ¡Kora! ¿¡Dónde estamos!? – trató de moverse, pero era incapaz.
– ¡No lo sé!
– ¡Shh! Se oyen voces…
Y, en efecto, se escuchaba a los ciudadanos preparar todo para los sacrificios. Ignorando sus gritos y preguntas, los sacaron de allí, arrastrándolos hasta el centro de la villa. Los aldeanos vitoreaban, alzaban sus brazos, se reían, … era un ambiente festivo porque celebrarían la bondad de Thor con sus marineros.
– ¡Escúchanos, oh, gran Thor! ¡Y acepta estos sacrificios como pago de tu protección! – gritaba la sacerdotisa. Un hombre acababa de afilar el hacha para tendérselo a la que oficiaría el sacrificio. Aterrados, Abbe y Kora se miraban y suplicaban que los dejasen en paz. No entendían qué estaba sucediendo.
– ¿¡Por qué nos queréis sacrificar!? ¿¡Qué os hemos hecho!? – chillaba la mujer cabra.
– ¡¡No nos hagáis nada!! ¡Estáis locos! – no era justo lo que tenían que decir si querían librarse.
– Ya que no nos dejan ofrecer a nuestros dioses sacrificios humanos…
– ¡¡No somos animales!! – se trató de defender Abbe. Pero de nada sirvió. Las risas de los aldeanos estallaron casi al instante.
– ¡Pues os parecéis mucho a animales! – Rió el del hacha, cediéndoselo a la sacerdotisa, quien la levantó hacia el cielo con sus dos manos, mostrándosela al dios del trueno.
Ansiosos de sangre, los ciudadanos se agolpaban con cuencos pequeños para ser los primeros en pisar su sangre y bañarse con ella. Eso traería buena suerte a las familias de los navegantes, tocados por el dedo del dios. Dos tipos agarraron al hombre-bestia y lo arrastraron hacia la piedra de trillar. Las ansias de sangre aumentaron y los que estaban más cerca dieron un paso adelante.
– ¡Que Thor nos oiga! ¡Que Thor nos guarde! ¡Y que Thor proteja a nuestros valientes marineros! – gritaban al unísono entre berridos.
– ¡No! ¡No! ¡Parad! ¡Os estáis equivocando! ¡Por favor! ¡Por favor, parad! – trataba de resistirse el chico, tironeando hacia atrás mientras trataban de sujetarlo para ponerle, correctamente, donde tendría que estar para que le seccionaran la cabeza. Atada a un árbol, Kora miraba lo que le estaban haciendo a su amigo, entre lloros. También pedía que no le hicieran nada. ¡Estaban locos! No entendía por qué ni quién la había llevado a ese lugar, pero no quería morir allí por los ritos de esa gente bárbara.
Abbe pataleaba, gritaba e intentaba retorcerse ante la ansiosa mirada de los aldeanos, que querían sangre cuanto antes.
- Kora:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
- Abbe:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
_________________________
Bienvenido/a: Volvemos a encontrarnos en una aldea donde van a sacrificar a alguien. Con la creencia de que el dios Thor está protegiendo a sus vecinos en el mar, se va a celebrar una fiesta en la que habrá derramamiento de sangre. En este caso, la de un hombre y la de una mujer bestia. Ellos han sido raptados y vendidos por Aaren, aunque él te tiene que importar poco ahora. Aun así, os dejaré aquí su ficha de NPC para que podáis ver quién es: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Tu principal objetivo en este turno será intentar detener el sacrificio. Claro… que puedes estar de acuerdo en la forma de pensar del pueblo.
Podrás usar tanto a Abbe como a Kora y a la gente del pueblo, aunque no a la sacerdotisa ni a quienes tratan de hacer que se cumpla el sacrificio. A diferencia del desafío [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], en este sí tendrás que intervenir activamente. Están a punto de llevar a cabo la matanza, no te escucharán, aunque intentes argumentar tu posición.
Este desafío puede ser +18, dependiendo de tus acciones.
Fehu
Master
Master
Cantidad de envíos : : 1561
Nivel de PJ : : 0
Re: Que Thor nos guarde [Desafío]
La botella de vino estalló contra su cabeza. Frith tomó por el cuello al hombre y lo lanzó contra la pared. La gente vitoreaba y gritaba entusiasmada con semejante pelea. El pelirrojo esbozó una media sonrisa, preparado para volver a atacarlo; le sangraba ligeramente una cicatriz en el rostro, pero aquello no era un impedimento para que él continuara con aquella disputa. Lo cierto es que el joven mercenario no recordaba a qué se debía aquella pelea, o cómo había empezado, pero estaba tan acostumbrado a que estas surgieran, que casi por tradición estaba dispuesto a terminarla tal y como había empezado. Conrad era un muchacho de tez levemente oscura, con el pelo de tonos castaños y unos ojos casi blanquecinos. Se pasaba la mayor parte del tiempo adormilado, borracho como una cuba y en aquella taberna, pero a veces tenía sus momentos, mostrándose como un hombre inteligente, conocedor de historias antiguas y multitud de ciencias y artes. Cuando no, era aquel tipo al que en aquellos momentos comenzaba a amoratársele la cara a medida que Frith le propinaba un nuevo puñetazo. Un bardo había creído conveniente tocar unas notas con su violín, siguiendo el ritmo de la pelea.
– Bueno, bueno, ya, está bien –dijo finalmente Conrad.
Frith soltó una fuerte risotada y le tendió el brazo. Conrad respondió con otra carcajada y se dieron un abrazo. El tabernero dejó sobre la barra dos jarras enormes de cerveza, y Frith fue rápidamente a tomar la suya. Tomó el trago como si hubiera pasado años sedientos, y dejó la jarra vacía sobre la barra de nuevo.
– La próxima vez piénsatelo mejor antes de… ¿qué habías hecho? –preguntó el pelirrojo a Conrad.
– Cortejar a tu hermana –respondió mientras bebía pausadamente, sintiendo un inmenso dolor al posar sus labios morados sobre el borde de la jarra.
– Eso. –Dijo Frith a la par que lo señalaba moviendo su dedo índice ligeramente, con una media sonrisa.
La gente que momentos antes había estado animando a los combatientes, ahora se relajaban, conversaban en una voz mucho más baja y bebían con tranquilidad. En sí todo el ambiente se volvió mucho más tranquilo de un momento a otro. Hasta la propia música que el bardo tocaba, siendo momentos antes rápida y estridente, ahora entonaba melodías suaves, tranquilas y agradables. Frith tenía a su izquierda a una pareja: una mujer joven aunque de pelo pajoso y gris, y un hombre gordo, ligeramente calvo y con ojos saltones. Ambos hablaban apresuradamente sobre algo, a la par que la mujer asentía frenéticamente. El pelirrojo se dispuso a prestar atención, con suma curiosidad.
– …las antiguas tradiciones. Ojalá en mi aldea hicieran lo mismo –comentaba la mujer.
– Tienes toda la razón del mundo, Brunilda –asintió el hombre–. Por eso hemos tenido tan malas cosechas. Por eso no he tenido éxito alguno al salir a pescar, y por eso han muerto las tres vacas que tenía, que en su día fueron grandes lecheras –dejó escapar un largo suspiro de resignación–. Los dioses no están contentos. No les damos lo que antaño.
– Tal vez deberíamos ir a Kattavia y formar parte, los dioses nos escucharían, como escucharán a esa gente.
– Oigo demasiadas veces la palabra Dioses –mencionó Frith, irrumpiendo en la conversación.
La mujer pareció sonrojarse, claramente atraída por el pelirrojo. Brunilda había sido una de las personas que había estado animándolo durante la pelea.
– Kattavia seguirá las antiguas tradiciones para honrar al dios Thor, según ha llegado a mis oídos –respondió la mujer ante la incertidumbre de Frith.
– ¿Pensáis ir hasta allí? –preguntó el pelirrojo, ya habiendo escuchado la intención de estos de ir a presenciarlo y ser partícipes. Frith creía en sus dioses ciegamente, y no habría desperdiciado una oportunidad como aquella. Si aquella pareja tenía pensado ir hasta la tal Kattavia, intentaría sumarse a ellos. Además, estaba ligeramente ebrio y todavía con la adrenalina de la pelea, por lo que el hecho de pensar en más sangre, no hacía más que acrecentar su entusiasmo.
– Así es, hombre –respondió el gordo en esta ocasión–. Tengo un carruaje, si quieres puedes acompañarnos. A menos que seas sensib… No, no lo creo, qué tontería.
Frith dejó escapar una fuerte carcajada y aceptó la oferta de la pareja. Comió un poco y cerca de una hora después emprendieron su marcha hacia Kattavia.
El viaje fue terrible; el carruaje tenía las ruedas terriblemente torturadas por el uso contínuo, y aun en partes llanas del camino hacía que el carro diera saltos. La idea de echar una siesta para que el viaje pasara, se fue de la mente del pelirrojo al poco tiempo de avanzar el trayecto. La mejor forma de que el viaje pasara rápido, fue tomar unos cuantos tragos de vino. Fue unas horas más tarde, ya casi llegando el atardecer y anaranjándose el cielo, cuando llegaron hasta Kattavia. El corazón comenzó a latirle mucho más deprisa al ver multitud de antorchas encendidas, y toda la gente congregada, entre medio de las casas. Dejaron el carruaje cerca de los establos, en los suburbios de Kattavia, y emprendieron la marcha andando hacia el lugar donde se realizaría el sacrificio. La mujer de pelo pajoso se había detenido unos minutos en la taberna hablando con alguien. Momentos después, fue ella quien actualizó a Frith sobre lo que estaba aconteciendo.
– Sacrificarán a dos animales para el dios Thor, para que este mantenga la calma durante la travesía de los marineros, hacia Isla Lunar –le informó. Hablaba con aquel entusiasmo tan particular, mientras asentía frenéticamente tras cada palabra.
Frith se situó detrás de la muchedumbre. Agradeció su propia altura, dado que sacaba por lo menos una cabeza a la mayoría de la gente que tenía frente a él, pudiendo observar con completa claridad lo que estaba aconteciendo. Una mujer, la sacerdotisa, hacía un llamado a Thor presentando el sacrificio que sería entregado en su nombre. El pelirrojo entrecerró los ojos, fijándose bien en aquellos «sacrificios». Mientras que esperaba ver un par de animales, lo que vio fue muy distinto. Sí, lo cierto es que eran parte animal, pero tenían los claros rasgos antropomórficos de los hombres bestia, criaturas que había conocido años atrás. Eso no estaba bien, pensó, no era tal y como dictaba la tradición que su madre le había comentado. Sabía que tiempo atrás había sido común sacrificar humanos; más tarde, los animales habían pasado a ser parte en los sacrificios, aunque por supuesto, aquello según muchos no tenía el mismo valor para los dioses, y en ocasiones incluso eso mismo se había dejado de mantener dado que en ocasioens resultaba contraproducente sacrificar al ganado.
– ¿Es una broma? –preguntó Frith, sin apartar la vista de los hombres bestia, asustados y temerosos de la muerte.
– ¡No! –dijo con una amplísima sonrisa y entusiasmo la mujer de pelo pajoso. Aplaudía fervientemente mientras daba algunos saltitos para poder ver mejor.
Por un momento, Frith dudó. Tal vez no estaba mal seguir adelante con aquel sacrificio. No eran humanos, pero tampoco podía decirse que eran animales. ¿Y quién sabía? Tal vez habían sido ladrones o asesinos que nadie echaría de menos. Al fin y al cabo varios de los hombres bestia que había conocido eran alimañas que habrían estado mejor muertas. Pero, ¿de verdad estarían los dioses contentos con el sacrificio de una vida que a nadie importaba? Eso no tenía sentido para él. Aquel sacrificio, iba a ser un error, una ofensa hacia Thor. El pelirrojo, envalentonado en parte por el alcohol, se abrió paso entre la multitud.
– ¡Eh! –gritó alguno que otro mientras los empujaba violentamente.
Varios habitantes parecieron darse cuenta de las pretensiones del pelirrojo, y trataron de detenerlo tomándolo por los brazos. Al principio se limitó a continuar, pero en cuanto fueron demasiadas manos y se vio inmovilizado, golpeó a dos personas, sin siquiera mirarlas. Aquella reacción hizo que los demás lo soltaran, aunque pudo sentir como uno de ellos escupió en su dirección. La mujer del pelo pajoso y el hombre gordo trataron de abrirse paso también, yendo hacia Frith. Por lo poco que conocían de él, sabían que era un individuo propenso a buscarse problemas, y se sentirían culpables de no impedir que lo mataran por su imprudencia. Frith alcanzó el cadalso y se colocó frente a los hombres bestia.
– ¡Esto es una vergüenza! –gritó Frith. Detrás de él, Brunilda y el hombre gordo aparecieron, apartando a la muchedumbre, aunque ya era demasiado tarde, el pelirrojo ya había cometido su imprudencia–. ¡Están pidiendo clemencia! Sus vidas no valen nada para Thor. Continuad con esto y haréis que los marineros perezcan en la mar, y queden perdidos en lo más profundo de las aguas. Ni siquiera son humanos, sois la vergüenza de Thor y los dioses. Me dais asco.
Rápidamente Brunilda corrió hacia él, y posó la mano sobre su hombro.
– Pelirrojo, ven, vamos atrás y dejemos que prosigan –dijo ella. Frith la apartó, en un movimiento brusco y condujo la mano a la empuñadura de su espada–. ¡Está borracho, no le hagáis caso!
– El joven tiene razón –habló entonces el gordo, acercándose también–. Criaturas que no son hombres ni bestias, clamando ser liberados, no son un sacrificio digno de Thor.
– Y no me digáis que me ofrezca yo en su lugar –masculló Frith–. Lo veo venir.
Desenvainó sus espadas, dispuesto a detener aquella locura. Para Frith, encontrarse en aquel lugar en aquel preciso instante era cosa del destino, que lo había colocado allí para evitar tal ofensa hacia Thor. De no hacerlo, seguro que el dios desencadenaría la destrucción sobre todos ellos.
– Bueno, bueno, ya, está bien –dijo finalmente Conrad.
Frith soltó una fuerte risotada y le tendió el brazo. Conrad respondió con otra carcajada y se dieron un abrazo. El tabernero dejó sobre la barra dos jarras enormes de cerveza, y Frith fue rápidamente a tomar la suya. Tomó el trago como si hubiera pasado años sedientos, y dejó la jarra vacía sobre la barra de nuevo.
– La próxima vez piénsatelo mejor antes de… ¿qué habías hecho? –preguntó el pelirrojo a Conrad.
– Cortejar a tu hermana –respondió mientras bebía pausadamente, sintiendo un inmenso dolor al posar sus labios morados sobre el borde de la jarra.
– Eso. –Dijo Frith a la par que lo señalaba moviendo su dedo índice ligeramente, con una media sonrisa.
La gente que momentos antes había estado animando a los combatientes, ahora se relajaban, conversaban en una voz mucho más baja y bebían con tranquilidad. En sí todo el ambiente se volvió mucho más tranquilo de un momento a otro. Hasta la propia música que el bardo tocaba, siendo momentos antes rápida y estridente, ahora entonaba melodías suaves, tranquilas y agradables. Frith tenía a su izquierda a una pareja: una mujer joven aunque de pelo pajoso y gris, y un hombre gordo, ligeramente calvo y con ojos saltones. Ambos hablaban apresuradamente sobre algo, a la par que la mujer asentía frenéticamente. El pelirrojo se dispuso a prestar atención, con suma curiosidad.
– …las antiguas tradiciones. Ojalá en mi aldea hicieran lo mismo –comentaba la mujer.
– Tienes toda la razón del mundo, Brunilda –asintió el hombre–. Por eso hemos tenido tan malas cosechas. Por eso no he tenido éxito alguno al salir a pescar, y por eso han muerto las tres vacas que tenía, que en su día fueron grandes lecheras –dejó escapar un largo suspiro de resignación–. Los dioses no están contentos. No les damos lo que antaño.
– Tal vez deberíamos ir a Kattavia y formar parte, los dioses nos escucharían, como escucharán a esa gente.
– Oigo demasiadas veces la palabra Dioses –mencionó Frith, irrumpiendo en la conversación.
La mujer pareció sonrojarse, claramente atraída por el pelirrojo. Brunilda había sido una de las personas que había estado animándolo durante la pelea.
– Kattavia seguirá las antiguas tradiciones para honrar al dios Thor, según ha llegado a mis oídos –respondió la mujer ante la incertidumbre de Frith.
– ¿Pensáis ir hasta allí? –preguntó el pelirrojo, ya habiendo escuchado la intención de estos de ir a presenciarlo y ser partícipes. Frith creía en sus dioses ciegamente, y no habría desperdiciado una oportunidad como aquella. Si aquella pareja tenía pensado ir hasta la tal Kattavia, intentaría sumarse a ellos. Además, estaba ligeramente ebrio y todavía con la adrenalina de la pelea, por lo que el hecho de pensar en más sangre, no hacía más que acrecentar su entusiasmo.
– Así es, hombre –respondió el gordo en esta ocasión–. Tengo un carruaje, si quieres puedes acompañarnos. A menos que seas sensib… No, no lo creo, qué tontería.
Frith dejó escapar una fuerte carcajada y aceptó la oferta de la pareja. Comió un poco y cerca de una hora después emprendieron su marcha hacia Kattavia.
El viaje fue terrible; el carruaje tenía las ruedas terriblemente torturadas por el uso contínuo, y aun en partes llanas del camino hacía que el carro diera saltos. La idea de echar una siesta para que el viaje pasara, se fue de la mente del pelirrojo al poco tiempo de avanzar el trayecto. La mejor forma de que el viaje pasara rápido, fue tomar unos cuantos tragos de vino. Fue unas horas más tarde, ya casi llegando el atardecer y anaranjándose el cielo, cuando llegaron hasta Kattavia. El corazón comenzó a latirle mucho más deprisa al ver multitud de antorchas encendidas, y toda la gente congregada, entre medio de las casas. Dejaron el carruaje cerca de los establos, en los suburbios de Kattavia, y emprendieron la marcha andando hacia el lugar donde se realizaría el sacrificio. La mujer de pelo pajoso se había detenido unos minutos en la taberna hablando con alguien. Momentos después, fue ella quien actualizó a Frith sobre lo que estaba aconteciendo.
– Sacrificarán a dos animales para el dios Thor, para que este mantenga la calma durante la travesía de los marineros, hacia Isla Lunar –le informó. Hablaba con aquel entusiasmo tan particular, mientras asentía frenéticamente tras cada palabra.
Frith se situó detrás de la muchedumbre. Agradeció su propia altura, dado que sacaba por lo menos una cabeza a la mayoría de la gente que tenía frente a él, pudiendo observar con completa claridad lo que estaba aconteciendo. Una mujer, la sacerdotisa, hacía un llamado a Thor presentando el sacrificio que sería entregado en su nombre. El pelirrojo entrecerró los ojos, fijándose bien en aquellos «sacrificios». Mientras que esperaba ver un par de animales, lo que vio fue muy distinto. Sí, lo cierto es que eran parte animal, pero tenían los claros rasgos antropomórficos de los hombres bestia, criaturas que había conocido años atrás. Eso no estaba bien, pensó, no era tal y como dictaba la tradición que su madre le había comentado. Sabía que tiempo atrás había sido común sacrificar humanos; más tarde, los animales habían pasado a ser parte en los sacrificios, aunque por supuesto, aquello según muchos no tenía el mismo valor para los dioses, y en ocasiones incluso eso mismo se había dejado de mantener dado que en ocasioens resultaba contraproducente sacrificar al ganado.
– ¿Es una broma? –preguntó Frith, sin apartar la vista de los hombres bestia, asustados y temerosos de la muerte.
– ¡No! –dijo con una amplísima sonrisa y entusiasmo la mujer de pelo pajoso. Aplaudía fervientemente mientras daba algunos saltitos para poder ver mejor.
Por un momento, Frith dudó. Tal vez no estaba mal seguir adelante con aquel sacrificio. No eran humanos, pero tampoco podía decirse que eran animales. ¿Y quién sabía? Tal vez habían sido ladrones o asesinos que nadie echaría de menos. Al fin y al cabo varios de los hombres bestia que había conocido eran alimañas que habrían estado mejor muertas. Pero, ¿de verdad estarían los dioses contentos con el sacrificio de una vida que a nadie importaba? Eso no tenía sentido para él. Aquel sacrificio, iba a ser un error, una ofensa hacia Thor. El pelirrojo, envalentonado en parte por el alcohol, se abrió paso entre la multitud.
– ¡Eh! –gritó alguno que otro mientras los empujaba violentamente.
Varios habitantes parecieron darse cuenta de las pretensiones del pelirrojo, y trataron de detenerlo tomándolo por los brazos. Al principio se limitó a continuar, pero en cuanto fueron demasiadas manos y se vio inmovilizado, golpeó a dos personas, sin siquiera mirarlas. Aquella reacción hizo que los demás lo soltaran, aunque pudo sentir como uno de ellos escupió en su dirección. La mujer del pelo pajoso y el hombre gordo trataron de abrirse paso también, yendo hacia Frith. Por lo poco que conocían de él, sabían que era un individuo propenso a buscarse problemas, y se sentirían culpables de no impedir que lo mataran por su imprudencia. Frith alcanzó el cadalso y se colocó frente a los hombres bestia.
– ¡Esto es una vergüenza! –gritó Frith. Detrás de él, Brunilda y el hombre gordo aparecieron, apartando a la muchedumbre, aunque ya era demasiado tarde, el pelirrojo ya había cometido su imprudencia–. ¡Están pidiendo clemencia! Sus vidas no valen nada para Thor. Continuad con esto y haréis que los marineros perezcan en la mar, y queden perdidos en lo más profundo de las aguas. Ni siquiera son humanos, sois la vergüenza de Thor y los dioses. Me dais asco.
Rápidamente Brunilda corrió hacia él, y posó la mano sobre su hombro.
– Pelirrojo, ven, vamos atrás y dejemos que prosigan –dijo ella. Frith la apartó, en un movimiento brusco y condujo la mano a la empuñadura de su espada–. ¡Está borracho, no le hagáis caso!
– El joven tiene razón –habló entonces el gordo, acercándose también–. Criaturas que no son hombres ni bestias, clamando ser liberados, no son un sacrificio digno de Thor.
– Y no me digáis que me ofrezca yo en su lugar –masculló Frith–. Lo veo venir.
Desenvainó sus espadas, dispuesto a detener aquella locura. Para Frith, encontrarse en aquel lugar en aquel preciso instante era cosa del destino, que lo había colocado allí para evitar tal ofensa hacia Thor. De no hacerlo, seguro que el dios desencadenaría la destrucción sobre todos ellos.
Friðþjófur Rögnvaldsson
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 536
Nivel de PJ : : 0
Re: Que Thor nos guarde [Desafío]
En pleno apogeo festivo, un extranjero pasó a interrumpir la ceremonia impidiendo el sacrificio. El público lo miraba con una multitud de gamas expresivas que mucho distaban de emociones buenas. Poco les faltó para sacar sus armas y lanzarse todos contra él. Si por su culpa no podían realizar el sacrificio, el Dios Thor dejaría de velar por sus marineros. Zozobrarían en alta mar. Y eso no iban a permitirlo. La sacerdotisa miró al que iba a ser el ejecutor y le hizo un gesto para que se acercara, aunque no fue apenas necesario, ese bárbaro ya estaba preparando para defender el honor de su ceremonia. Los otros no soltaron a Abbe en ningún momento, quien seguía retorciéndose, intentando escapar.
– ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Ayúdeme! – gritó con más ímpetu, esperando que el forastero escuchase sus plegarias. Kora, mientras tanto lloraba y acompañaba los gritos del hombre-bestia con los suyos propios, pidiendo clemencia y ayuda al que acababa de saltar al cadalso.
– ¿Una ofensa para Thor? – preguntó el del hacha, viendo que la pareja se acercaba al pelirrojo. – ¿Quiénes os creéis que sois, viniendo a nuestro pueblo a marcar nuestras tradiciones?
– Ya nos prohibieron hacer sacrificios decentes… y ni el sacrificio del ganado nos ha ayudado. – Se quejó un señor de avanzada edad, desde abajo. – Con estos seres podremos hacer que nos escuche. Nuestros marineros volverán sanos y salvos.
Aquel hombre venía con ganas de pelea, pronto sacó las espadas. Lo que provocó una sonrisa ladina por parte de quien portaba el hacha. – No te voy a pedir que te ofrezcas. Es que te ofreceré yo mismo a nuestro dios. – Rió, agarrando su arma con ambas manos. – Thor se alegrará de que le lleve a un ser que osa interrumpir un sacrificio en su honor. – Desde las grandes ciudades les habían prohibido sacrificar humanos, pero no defenderse. Si ese tipejo se empeñaba en sacar sus armas en su territorio, ellos podían matarlo. Pero eran honorables, no iban a ir a por él todos juntos, eso sí podría enfadar a sus dioses. Con uno, era suficiente. Además, el ego de quien portaba el hacha era tan grande que impedía que le ayudasen en combate.
Sonrió. – Vamos, muchacho. – Le retó a empezar la pelea.
Brunilda se bajó del cadalso. Había estado intentando contener al lobo, mas le había sido imposible. Y ahora, su compañero decía lo mismo que el forastero. – Tú no te metas, te matarán a ti también. – Agarró al gordo del brazo y tironeó de él hacia atrás. Pero de nada sirvió. Éste también estaba bajo los efectos del alcohol y se envalentonó como el muchacho. Ahí estaban los dos, alzando sus armas contra un pueblo. Maravillosa la inteligencia y la bravura temeraria de los mortales.
– Que la furia de los dioses caiga sobre quienes tratan de evitar nuestras ofrendas a ellos. – Pidió la sacerdotisa.
– ¡Sois unos bárbaros! ¡La gente normal no hace estas cosas! – gritó Kora desde la distancia, aún llorando. No tenían muchas esperanzas de ser liberados, eran dos contra uno, sí. Pero por ahora. El resto del pueblo estaba abucheando a los forasteros y soltando frases soeces para hacer que se largaran de ahí… si querían conservar la cabeza. Sumarliði, el del hacha, se acercó más a los recién llegados, bajo la aclamación del resto de sus convecinos, animando para que acabase con ambos.
– Tu sangre se esparcirá por el pueblo. – Rió y, tras unos segundos, embistió contra Friðþjófur. El destino de esa pelea la decidirían los dioses. Por ahora, los humanos gritaban como jaurías para animar a su campeón. Muy atentos estaban quienes impedían a Abbe poder escapar, y la sacerdotisa, que se había retirado del lugar para contemplar la lucha desde un lugar más seguro.
Friðþjófur: Has interrumpido su ceremonia y creen que debes pagar por ello. Por tanto, empieza la lucha. Tienes frente a ti a un hombre de gran fuerza y constitución, pero de lenta destreza, con un hacha bastante grande, ten cuidado. Espero que tengas pericia con las espadas. También contarás con el apoyo del gordo que te seguía en tus palabras.
Como puedes ver, he lanzado una runa ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]). Tú también deberás dejar tu suerte a los dioses. Tendrás que sacar una runa mayor que la mía para salir victorioso e ileso del combate.
• Runa mayor: Los lugareños verán en ti una señal de que se están equivocando con ese sacrificio. Saldréis victoriosos y los prisioneros quedarán libres.
• Runa igual: Dependerá de tus habilidades; es posible que haya algún deceso.
• Runa menor: No salvarás a los prisioneros y, además, sufrirás graves heridas por haber intentado enfrentarte a Sumarliði. Necesitarás la atención de un profesional en la medicina, en el apartado de talleres.
Tendré en cuenta tus atributos.
Podrás hacer uso del NPC que porta el hacha.
– ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Ayúdeme! – gritó con más ímpetu, esperando que el forastero escuchase sus plegarias. Kora, mientras tanto lloraba y acompañaba los gritos del hombre-bestia con los suyos propios, pidiendo clemencia y ayuda al que acababa de saltar al cadalso.
– ¿Una ofensa para Thor? – preguntó el del hacha, viendo que la pareja se acercaba al pelirrojo. – ¿Quiénes os creéis que sois, viniendo a nuestro pueblo a marcar nuestras tradiciones?
– Ya nos prohibieron hacer sacrificios decentes… y ni el sacrificio del ganado nos ha ayudado. – Se quejó un señor de avanzada edad, desde abajo. – Con estos seres podremos hacer que nos escuche. Nuestros marineros volverán sanos y salvos.
Aquel hombre venía con ganas de pelea, pronto sacó las espadas. Lo que provocó una sonrisa ladina por parte de quien portaba el hacha. – No te voy a pedir que te ofrezcas. Es que te ofreceré yo mismo a nuestro dios. – Rió, agarrando su arma con ambas manos. – Thor se alegrará de que le lleve a un ser que osa interrumpir un sacrificio en su honor. – Desde las grandes ciudades les habían prohibido sacrificar humanos, pero no defenderse. Si ese tipejo se empeñaba en sacar sus armas en su territorio, ellos podían matarlo. Pero eran honorables, no iban a ir a por él todos juntos, eso sí podría enfadar a sus dioses. Con uno, era suficiente. Además, el ego de quien portaba el hacha era tan grande que impedía que le ayudasen en combate.
Sonrió. – Vamos, muchacho. – Le retó a empezar la pelea.
Brunilda se bajó del cadalso. Había estado intentando contener al lobo, mas le había sido imposible. Y ahora, su compañero decía lo mismo que el forastero. – Tú no te metas, te matarán a ti también. – Agarró al gordo del brazo y tironeó de él hacia atrás. Pero de nada sirvió. Éste también estaba bajo los efectos del alcohol y se envalentonó como el muchacho. Ahí estaban los dos, alzando sus armas contra un pueblo. Maravillosa la inteligencia y la bravura temeraria de los mortales.
– Que la furia de los dioses caiga sobre quienes tratan de evitar nuestras ofrendas a ellos. – Pidió la sacerdotisa.
– ¡Sois unos bárbaros! ¡La gente normal no hace estas cosas! – gritó Kora desde la distancia, aún llorando. No tenían muchas esperanzas de ser liberados, eran dos contra uno, sí. Pero por ahora. El resto del pueblo estaba abucheando a los forasteros y soltando frases soeces para hacer que se largaran de ahí… si querían conservar la cabeza. Sumarliði, el del hacha, se acercó más a los recién llegados, bajo la aclamación del resto de sus convecinos, animando para que acabase con ambos.
– Tu sangre se esparcirá por el pueblo. – Rió y, tras unos segundos, embistió contra Friðþjófur. El destino de esa pelea la decidirían los dioses. Por ahora, los humanos gritaban como jaurías para animar a su campeón. Muy atentos estaban quienes impedían a Abbe poder escapar, y la sacerdotisa, que se había retirado del lugar para contemplar la lucha desde un lugar más seguro.
_________________________
Friðþjófur: Has interrumpido su ceremonia y creen que debes pagar por ello. Por tanto, empieza la lucha. Tienes frente a ti a un hombre de gran fuerza y constitución, pero de lenta destreza, con un hacha bastante grande, ten cuidado. Espero que tengas pericia con las espadas. También contarás con el apoyo del gordo que te seguía en tus palabras.
Como puedes ver, he lanzado una runa ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]). Tú también deberás dejar tu suerte a los dioses. Tendrás que sacar una runa mayor que la mía para salir victorioso e ileso del combate.
• Runa mayor: Los lugareños verán en ti una señal de que se están equivocando con ese sacrificio. Saldréis victoriosos y los prisioneros quedarán libres.
• Runa igual: Dependerá de tus habilidades; es posible que haya algún deceso.
• Runa menor: No salvarás a los prisioneros y, además, sufrirás graves heridas por haber intentado enfrentarte a Sumarliði. Necesitarás la atención de un profesional en la medicina, en el apartado de talleres.
Tendré en cuenta tus atributos.
Podrás hacer uso del NPC que porta el hacha.
Fehu
Master
Master
Cantidad de envíos : : 1561
Nivel de PJ : : 0
Re: Que Thor nos guarde [Desafío]
Apreté los dientes y fruncí el ceño ante las palabras de aquel individuo. El alcohol todavía me nublaba ligeramente los pensamientos, y en aquellos momentos no era consciente de lo mala idea que había sido interrumpir en aquella ceremonia. Los hombres bestia gritaban, disgustados por la barbarie que procesaban los aldeanos, aunque traté de no distraerme mirándolos. Continuaba con el firme pensamiento que los hombres bestia, muy lejos de ser sujeto de lástima, eran un indigno sacrificio para los dioses, para Thor en aquel caso. El enorme individuo blandió su hacha y me miró con sorna. Apreté la empuñadura de mis espadas con fuerza, mientras intentaba aclararme la mente. Por un instante pensé en salir corriendo. En cuanto tuve ese pensamiento, me di cuenta de que estaba comenzando a volver a estar sobrio.
La gente gritaba, maldecía; no solo a mí, sino también a mi compañero gordo, e incluso a Brunilda, y por supuesto a los hombres bestia. A estos últimos les recordaban que no les quedaba mucho tiempo de vida, que aquella interrupción sólo era momentánea.
– ¡Termina con él! –gritaban varios al hombre del hacha, dándole ánimos.
Probablemente mi presencia allí no hubiera hecho más que afianzar que el sacrificio sería propicio. Para los aldeanos, no sólo los hombres bestia serían sacrificado, sino también yo, que a sus ojos era uno de los tantos individuos que les había prohibido celebrar sacrificios como aquel. Abbe estuvo a punto de decir algo, pero una enorme piedra lanzada por alguno de los aldeanos se estrelló contra su cabeza, dejándolo beodo durante algunos segundos. Dejé de ser consciente en lo que me rodeaba, para centrarme plenamente en el verdugo. Este comenzó el combate, lanzando un golpe con su enorme hacha. Entonces fue cuando me percaté por primera vez de lo verdaderamente difícil que sería aquella pelea. Un solo golpe de esa hacha, especialmente afilada para regar sangre, y estaría perdido. Di un salto hacia atrás esquivando el ataque con relativa facilidad. Comenzaba a estar casi completamente sobrio, y estaba lleno de energía, aunque si quería tener alguna posibilidad debía tratar de ahorrar energías; el combate acababa de empezar.
Me adelanté para atacarlo con ambas espadas. Lanzando una estocada por un lateral con la espada que blandía en mi mano derecha, y atacando hacia el frente con la izquierda. El hombre rápidamente levantó el hacha, que reposaba sobre el suelo después de su ataque, y tras levantarla desvió ambas espadas. Mi ataque había sido demasiado precipitado. Me mantuve a una distancia prudencial y esperara a que fuera él quien se moviera. Alguien me tiró una piedra, que me golpeó el hueco poplíteo distrayéndome durante un instante. Sumarliði aprovechó aquel momento para poder lanzarme un rápido ataque con su hacha. Cuando esta golpeó con fuerza mi espada, conduciéndola hasta el suelo, la superficie pareció temblar por un instante; aunque fue poco más que una sensación. Pude ver cómo la hoja de mi espada ganó una nueva melladura. Me retiré unos pasos, colocándome en posición nuevamente.
– ¿Huyes? Eres un cobarde. ¡Y luego te atreves a hablar por los Dioses y decidir qué es y qué no es digno de ellos! –escupió con desprecio Sumarliði mientras corría hacia mí con el hacha en alto.
Di un salto hacia la izquierda y lo rodeé. Aproveché ese instante antes de que se girara hacia mí para golpear su espalda. Lamentablemente, no llegué a causarle ningún tajo más allá de su vestidura de cuero pero fue suficiente para dejarlo confundido por un momento, sin haberse esperado aquello. Me habría convertido en mi forma de lobo, habiendo sido mucho más veloz y posiblemente habiendo tenido más posibilidades frente al verdugo, pero aquello requería unos minutos de vulnerabilidad y para nada tenía ese tiempo. Descarté esa idea completamente de mi mente, y me dispuse a continuar luchando como hombre armado.
– ¡Vamos pelirrojo! ¡Hazlo como en la taberna! –escuché la voz de Brunilda desde atrás. Luego dejó escapar un leve gritito, alguien la había empujado.
El gordo le propinó un golpe al aldeano que la había empujado, luego se dirigió hacia el pelirrojo.
– ¡Ánimo chico! ¡Dale una buenta tunda!
El enorme hombre se lanzó contra mí nuevamente. Primero desvió mis espadas con su hacha, haciendo que una de las que estaba blandiendo saliera volando. Cayó sobre los pies de un aldeano, que dio un paso atrás para evitar resultar herido. Acto seguido, el enorme individuo me embistió. Me dejó ligeramente aturdido por un momento, y alzó en alto su hacha para hacerla descender contra mí en una estocada definitiva. Aproveché ese momento para reaccionar rápidamente y traté de dirigir torpemente mi espada contra él. Conseguí causarle un rápido tajo por debajo de la axila, que hizo que se retirara, tomando con ambas manos el hacha. Se llevó la mano izquierda a la reciente herida, y observó la sangre entre sus dedos con una expresión iracunda. Volvió a lanzarse contra mí, con el hacha empuñada con fuerza y soltando un grito de furia que se hizo eco por toda la aldea. Esta vez blandía el hacha horizontalmente; aquello sería difícil de esquivar. Así que me retiré hacia atrás, casi llegando a chocar con el enorme grupo de espectadores. Estos me empujaron en cuanto me topé de espaldas con ellos. Me agaché y el hacha llegó a causarle una importante herida en el brazo a uno de los espectadores, que no había tenido tiempo a retirarse hacia atrás, debido a que estaba apretado por la gente tras él.
– Mierda –espetó Sumarliði mientras hacía un gesto de disculpa con su mano al aldeano, aunque claramente era insuficiente–. ¡Deja de huír, cobarde! ¡Enfréntate a mí!
Me coloqué frente al cadalso, en la parte central del «área de combate» que había dispuesto, únicamente delimitado por los aldeanos y el cadalso. Brunilda se apresuró a tomar la espada que yo había perdido previamente, y la lanzó cerca de mí. Sumarliði trató de impedir que llegara hasta la espada, lanzando desesperados ataques con su enorme hacha. Pero fue demasiado lento. Tomé la espada por la hoja como pude con la mano izquierda, causándome un corte, y rodé por el suelo escapando a sus ataques. Rápidamente me volví a incorporar. Tomé la espada por la empuñadura con la mano izquierda, apretándola con fuerza; y aquello dolió nueve infiernos por culpa del corte que me había causado. Él intentó golpear desde arriba repetidas veces con el hacha, y conseguí frenarla cruzando mis espadas y empujándolo hacia atrás. Se tambaleó por un momento, y se reincorporó.
– Terminemos con esto –le dije, mientras lo esperaba. Quería incitarlo a que se lanzara hacia mí, era la única manera de que yo tuviera alguna posibilidad de aprovechar para buscar sus puntos vulnerables e ir a por ellos.
Volvió a atacar repetidas ocasiones horizontalmente, al darse cuenta de que me resultaba verdaderamente difícil esquivar esos ataques, pero también dejó de hacerlo al notar cómo sus energías se agotaban. Era mucho más fácil levantar el hacha y dejarla caer por su propio peso, aun siendo menos efectivo. Cada uno de sus ataques se volvía mucho más desesperado; casi se convertía en una necesidad el hecho de conseguir asestarme un buen golpe. En parte porque quería acabar conmigo de una vez, y por otra parte, porque comenzaba a sentirse cansado. También yo me estaba comenzando a agotar, tratando de evitar cada uno de sus ataques. Caí precipitadamente de rodillas cuando uno de sus ataques, si bien no llegó a golpearme directamente, rasgó parte de mi ropa y arrancó parte de la piel y carne de mi pierna. Dejé escapar un grito de dolor, y aquello pareció envalentonarlo más todavía, junto con los gritos de la gente, alegre por el indicio de que mi final se acercaba.
– ¡Acaba con él! ¡Termínalo ya, Sumarliði! ¡Llena de orgullo a Thor! –gritaba un hombre, tan fuerte que su voz parecía rasparle la garganta con cada palabra que decía.
Traté costosamente de ponerme en pie. El dolor era infernal, pero peor habría sido quedarme quieto a merced del verdugo. Él estaba muy seguro de que podría acabar conmigo ahora que estaba herido, y eso le llevó a cometer el error de tratar de asestarme un nuevo golpe efectivo con completa desesperación. Un hachazo, y otro, y seguido de otro más, todos fallidos o evadadidos con mis espadas, hasta que por fin, cansado de fallar, alzó su hacha en alto dispuesto a hacerla bajar con todas sus fuerzas. Aproveché ese momento para dirigir mis dos espadas hasta él atravesándole la carne por el vientre y pegándome a su cuerpo de modo que yo quedara entre él y su gran hacha. No fue un golpe mortal, o eso pensé, pero sí que lo había dejado ligeramente confundido. No gritó, tan sólo dejó escapar un fuerte bufido mientras entrecerraba los ojos de repente.
Estaba sorprendido de mi repentino ataque, pero eso no lo freno para golpearme con una fuerte embestida, haciéndome caer al suelo. Entonces me retire hacia atrás. La gente me empujo de nuevo hacia delante, directamente para que aquel enorme individuo pudiera acabar conmigo, estando ahora muchísimo más iracundo que momentos atrás. Ahora que se había reincorporado, estaba dispuesto a matarme, costara lo que costara. Continúe caminando hacia atrás, abriéndome paso torpemente entre la gente, empujándolos y golpeándolos.
– ¡Miradlo! ¡Como huye! El que hablaba de Thor y los dioses. –escupió al suelo Sumarlidi. Estaba gravemente herido, pero eso no le impedía continuar con su brutalidad natural.
Yo contiene caminando, alejándome del poblado. Mi cuerpo estaba retorciéndose, mis huesos resquebrajándose. Sentía como el lobo, que había estado removiéndose en mi interior muriéndose de deseos de cerrarse esa pelea, empezaba a dominarme. Lo cierto es que, llegado a ese punto, decidí que lo mejor era dejarme llevar; ya no conseguiría nada manteniéndome en mi forma humana, más que dejarme morir a manos de aquel tipo espantoso. Y estaba lo suficientemente lejos como para no ser una criatura vulnerable. Sumarlidi había tratado de perseguirme, pero los aldeanos estaban halagándolo tanto y rodeándolo para honrar su victoria, que le habían impedido el pasado hasta llegar a mí. Aquello había sido de lo más conveniente. Deje de luchar contra mi mismo, y deje que mi cuerpo continuara transformándose. Deje escapar un inmenso grito de dolor, que atrajo la atención de los aldeanos, que se giraron desde el centro del lugar hacia mi dirección. Yo estaba bastante lejos, había conseguido marcharme de la aldea dando largas zancadas, escapando en apariencia cobardemente de la pelea. El dolor raro inimaginable; cada vez que me transformaba, este parecía todavía mas intenso, y mi aspecto debía ser escandalosamente desagradable, dado que la única persona que había cerca de mí, un niño de cerca de diez años, huyo de mi espantado. En cuanto mi transformación estuvo completa, prácticamente deje de tener control sobre mi mismo. Sumarlidi era mi enemigo, y toda esa gente también, y debía destruirlos. La ira llenaba cada rincón de mi ser, y la bestia tenia el control total. Avance nuevamente hacia a la aldea, dispuesto a matar a Sumarlidi. Empuje a la gente que se anteponía en mi avance, y llegue hasta el individuo, lanzándome sobre él. Me coloqué sobre su espalda, y comencé a morderle la carne de la espalda, y clave mis garras infecciosas sobre su espalda. Trate de actuar rápido, mas movido por la bestia que por la astucia, pero siendo consciente de que era la única manera de tener alguna posibilidad de terminar de buen modo aquel asunto.
La gente gritaba, maldecía; no solo a mí, sino también a mi compañero gordo, e incluso a Brunilda, y por supuesto a los hombres bestia. A estos últimos les recordaban que no les quedaba mucho tiempo de vida, que aquella interrupción sólo era momentánea.
– ¡Termina con él! –gritaban varios al hombre del hacha, dándole ánimos.
Probablemente mi presencia allí no hubiera hecho más que afianzar que el sacrificio sería propicio. Para los aldeanos, no sólo los hombres bestia serían sacrificado, sino también yo, que a sus ojos era uno de los tantos individuos que les había prohibido celebrar sacrificios como aquel. Abbe estuvo a punto de decir algo, pero una enorme piedra lanzada por alguno de los aldeanos se estrelló contra su cabeza, dejándolo beodo durante algunos segundos. Dejé de ser consciente en lo que me rodeaba, para centrarme plenamente en el verdugo. Este comenzó el combate, lanzando un golpe con su enorme hacha. Entonces fue cuando me percaté por primera vez de lo verdaderamente difícil que sería aquella pelea. Un solo golpe de esa hacha, especialmente afilada para regar sangre, y estaría perdido. Di un salto hacia atrás esquivando el ataque con relativa facilidad. Comenzaba a estar casi completamente sobrio, y estaba lleno de energía, aunque si quería tener alguna posibilidad debía tratar de ahorrar energías; el combate acababa de empezar.
Me adelanté para atacarlo con ambas espadas. Lanzando una estocada por un lateral con la espada que blandía en mi mano derecha, y atacando hacia el frente con la izquierda. El hombre rápidamente levantó el hacha, que reposaba sobre el suelo después de su ataque, y tras levantarla desvió ambas espadas. Mi ataque había sido demasiado precipitado. Me mantuve a una distancia prudencial y esperara a que fuera él quien se moviera. Alguien me tiró una piedra, que me golpeó el hueco poplíteo distrayéndome durante un instante. Sumarliði aprovechó aquel momento para poder lanzarme un rápido ataque con su hacha. Cuando esta golpeó con fuerza mi espada, conduciéndola hasta el suelo, la superficie pareció temblar por un instante; aunque fue poco más que una sensación. Pude ver cómo la hoja de mi espada ganó una nueva melladura. Me retiré unos pasos, colocándome en posición nuevamente.
– ¿Huyes? Eres un cobarde. ¡Y luego te atreves a hablar por los Dioses y decidir qué es y qué no es digno de ellos! –escupió con desprecio Sumarliði mientras corría hacia mí con el hacha en alto.
Di un salto hacia la izquierda y lo rodeé. Aproveché ese instante antes de que se girara hacia mí para golpear su espalda. Lamentablemente, no llegué a causarle ningún tajo más allá de su vestidura de cuero pero fue suficiente para dejarlo confundido por un momento, sin haberse esperado aquello. Me habría convertido en mi forma de lobo, habiendo sido mucho más veloz y posiblemente habiendo tenido más posibilidades frente al verdugo, pero aquello requería unos minutos de vulnerabilidad y para nada tenía ese tiempo. Descarté esa idea completamente de mi mente, y me dispuse a continuar luchando como hombre armado.
– ¡Vamos pelirrojo! ¡Hazlo como en la taberna! –escuché la voz de Brunilda desde atrás. Luego dejó escapar un leve gritito, alguien la había empujado.
El gordo le propinó un golpe al aldeano que la había empujado, luego se dirigió hacia el pelirrojo.
– ¡Ánimo chico! ¡Dale una buenta tunda!
El enorme hombre se lanzó contra mí nuevamente. Primero desvió mis espadas con su hacha, haciendo que una de las que estaba blandiendo saliera volando. Cayó sobre los pies de un aldeano, que dio un paso atrás para evitar resultar herido. Acto seguido, el enorme individuo me embistió. Me dejó ligeramente aturdido por un momento, y alzó en alto su hacha para hacerla descender contra mí en una estocada definitiva. Aproveché ese momento para reaccionar rápidamente y traté de dirigir torpemente mi espada contra él. Conseguí causarle un rápido tajo por debajo de la axila, que hizo que se retirara, tomando con ambas manos el hacha. Se llevó la mano izquierda a la reciente herida, y observó la sangre entre sus dedos con una expresión iracunda. Volvió a lanzarse contra mí, con el hacha empuñada con fuerza y soltando un grito de furia que se hizo eco por toda la aldea. Esta vez blandía el hacha horizontalmente; aquello sería difícil de esquivar. Así que me retiré hacia atrás, casi llegando a chocar con el enorme grupo de espectadores. Estos me empujaron en cuanto me topé de espaldas con ellos. Me agaché y el hacha llegó a causarle una importante herida en el brazo a uno de los espectadores, que no había tenido tiempo a retirarse hacia atrás, debido a que estaba apretado por la gente tras él.
– Mierda –espetó Sumarliði mientras hacía un gesto de disculpa con su mano al aldeano, aunque claramente era insuficiente–. ¡Deja de huír, cobarde! ¡Enfréntate a mí!
Me coloqué frente al cadalso, en la parte central del «área de combate» que había dispuesto, únicamente delimitado por los aldeanos y el cadalso. Brunilda se apresuró a tomar la espada que yo había perdido previamente, y la lanzó cerca de mí. Sumarliði trató de impedir que llegara hasta la espada, lanzando desesperados ataques con su enorme hacha. Pero fue demasiado lento. Tomé la espada por la hoja como pude con la mano izquierda, causándome un corte, y rodé por el suelo escapando a sus ataques. Rápidamente me volví a incorporar. Tomé la espada por la empuñadura con la mano izquierda, apretándola con fuerza; y aquello dolió nueve infiernos por culpa del corte que me había causado. Él intentó golpear desde arriba repetidas veces con el hacha, y conseguí frenarla cruzando mis espadas y empujándolo hacia atrás. Se tambaleó por un momento, y se reincorporó.
– Terminemos con esto –le dije, mientras lo esperaba. Quería incitarlo a que se lanzara hacia mí, era la única manera de que yo tuviera alguna posibilidad de aprovechar para buscar sus puntos vulnerables e ir a por ellos.
Volvió a atacar repetidas ocasiones horizontalmente, al darse cuenta de que me resultaba verdaderamente difícil esquivar esos ataques, pero también dejó de hacerlo al notar cómo sus energías se agotaban. Era mucho más fácil levantar el hacha y dejarla caer por su propio peso, aun siendo menos efectivo. Cada uno de sus ataques se volvía mucho más desesperado; casi se convertía en una necesidad el hecho de conseguir asestarme un buen golpe. En parte porque quería acabar conmigo de una vez, y por otra parte, porque comenzaba a sentirse cansado. También yo me estaba comenzando a agotar, tratando de evitar cada uno de sus ataques. Caí precipitadamente de rodillas cuando uno de sus ataques, si bien no llegó a golpearme directamente, rasgó parte de mi ropa y arrancó parte de la piel y carne de mi pierna. Dejé escapar un grito de dolor, y aquello pareció envalentonarlo más todavía, junto con los gritos de la gente, alegre por el indicio de que mi final se acercaba.
– ¡Acaba con él! ¡Termínalo ya, Sumarliði! ¡Llena de orgullo a Thor! –gritaba un hombre, tan fuerte que su voz parecía rasparle la garganta con cada palabra que decía.
Traté costosamente de ponerme en pie. El dolor era infernal, pero peor habría sido quedarme quieto a merced del verdugo. Él estaba muy seguro de que podría acabar conmigo ahora que estaba herido, y eso le llevó a cometer el error de tratar de asestarme un nuevo golpe efectivo con completa desesperación. Un hachazo, y otro, y seguido de otro más, todos fallidos o evadadidos con mis espadas, hasta que por fin, cansado de fallar, alzó su hacha en alto dispuesto a hacerla bajar con todas sus fuerzas. Aproveché ese momento para dirigir mis dos espadas hasta él atravesándole la carne por el vientre y pegándome a su cuerpo de modo que yo quedara entre él y su gran hacha. No fue un golpe mortal, o eso pensé, pero sí que lo había dejado ligeramente confundido. No gritó, tan sólo dejó escapar un fuerte bufido mientras entrecerraba los ojos de repente.
Estaba sorprendido de mi repentino ataque, pero eso no lo freno para golpearme con una fuerte embestida, haciéndome caer al suelo. Entonces me retire hacia atrás. La gente me empujo de nuevo hacia delante, directamente para que aquel enorme individuo pudiera acabar conmigo, estando ahora muchísimo más iracundo que momentos atrás. Ahora que se había reincorporado, estaba dispuesto a matarme, costara lo que costara. Continúe caminando hacia atrás, abriéndome paso torpemente entre la gente, empujándolos y golpeándolos.
– ¡Miradlo! ¡Como huye! El que hablaba de Thor y los dioses. –escupió al suelo Sumarlidi. Estaba gravemente herido, pero eso no le impedía continuar con su brutalidad natural.
Yo contiene caminando, alejándome del poblado. Mi cuerpo estaba retorciéndose, mis huesos resquebrajándose. Sentía como el lobo, que había estado removiéndose en mi interior muriéndose de deseos de cerrarse esa pelea, empezaba a dominarme. Lo cierto es que, llegado a ese punto, decidí que lo mejor era dejarme llevar; ya no conseguiría nada manteniéndome en mi forma humana, más que dejarme morir a manos de aquel tipo espantoso. Y estaba lo suficientemente lejos como para no ser una criatura vulnerable. Sumarlidi había tratado de perseguirme, pero los aldeanos estaban halagándolo tanto y rodeándolo para honrar su victoria, que le habían impedido el pasado hasta llegar a mí. Aquello había sido de lo más conveniente. Deje de luchar contra mi mismo, y deje que mi cuerpo continuara transformándose. Deje escapar un inmenso grito de dolor, que atrajo la atención de los aldeanos, que se giraron desde el centro del lugar hacia mi dirección. Yo estaba bastante lejos, había conseguido marcharme de la aldea dando largas zancadas, escapando en apariencia cobardemente de la pelea. El dolor raro inimaginable; cada vez que me transformaba, este parecía todavía mas intenso, y mi aspecto debía ser escandalosamente desagradable, dado que la única persona que había cerca de mí, un niño de cerca de diez años, huyo de mi espantado. En cuanto mi transformación estuvo completa, prácticamente deje de tener control sobre mi mismo. Sumarlidi era mi enemigo, y toda esa gente también, y debía destruirlos. La ira llenaba cada rincón de mi ser, y la bestia tenia el control total. Avance nuevamente hacia a la aldea, dispuesto a matar a Sumarlidi. Empuje a la gente que se anteponía en mi avance, y llegue hasta el individuo, lanzándome sobre él. Me coloqué sobre su espalda, y comencé a morderle la carne de la espalda, y clave mis garras infecciosas sobre su espalda. Trate de actuar rápido, mas movido por la bestia que por la astucia, pero siendo consciente de que era la única manera de tener alguna posibilidad de terminar de buen modo aquel asunto.
___________________________
OffRoL: Editaré lo que haga falta, en el caso de haberme excedido.Friðþjófur Rögnvaldsson
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 536
Nivel de PJ : : 0
Re: Que Thor nos guarde [Desafío]
Poco podían sospechar los aldeanos de Kattavia que aquel hombre que tan cobardemente había huido del enfrentamiento se convertiría en su pesadilla en forma de lobo. Friðþjófur se había dejado llevar por la bestia que habitaba en él y Sumarlidi pagaría las consecuencias. Tan pronto la sangre comenzó a salpicar en todas direcciones, los aldeanos entraron en pánico y salieron corriendo tan rápido como fueron capaces.
No todos lo consiguieron y, cuando el licántropo recuperase su forma humana, no sólo hallaría a su lado la amalgama de carne y huesos que quedaba de su contrincante, sino también los cuerpos de quienes no fueron lo bastante rápidos, incluidos aquellos que esperaban atados a ser sacrificados.
Aquellos que lograron escapar, contaron lo que había sucedido en la aldea, el día que trataron de honrar a Thor con un sacrificio. Pero cada uno contaba una versión diferente, y los cuentos crecían y se transformaban a medida que eran contados y repetidos. Con el tiempo, el propio Friðþjófur dudaría de si las historias que escuchaba en sus viajes se referían a él o hablarían de un incidente completamente distinto.
Tema cerrado y recompensas repartidas. Recibes 5 px y 50 aeros, ya asignados a tu perfil, así como otros 50 aeros como compensación por la demora.
No todos lo consiguieron y, cuando el licántropo recuperase su forma humana, no sólo hallaría a su lado la amalgama de carne y huesos que quedaba de su contrincante, sino también los cuerpos de quienes no fueron lo bastante rápidos, incluidos aquellos que esperaban atados a ser sacrificados.
Aquellos que lograron escapar, contaron lo que había sucedido en la aldea, el día que trataron de honrar a Thor con un sacrificio. Pero cada uno contaba una versión diferente, y los cuentos crecían y se transformaban a medida que eran contados y repetidos. Con el tiempo, el propio Friðþjófur dudaría de si las historias que escuchaba en sus viajes se referían a él o hablarían de un incidente completamente distinto.
__________________
Tema cerrado y recompensas repartidas. Recibes 5 px y 50 aeros, ya asignados a tu perfil, así como otros 50 aeros como compensación por la demora.
Fehu
Master
Master
Cantidad de envíos : : 1561
Nivel de PJ : : 0
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Hoy a las 00:44 por Tyr
» [Zona de culto] Iglesia del único Dios
Ayer a las 21:38 por Tyr
» El retorno del vampiro [Evento Sacrestic]
Ayer a las 20:14 por Alward Sevna
» El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
Ayer a las 14:54 por Tyr
» Enjoy the Silence 4.0 {Élite]
Miér Nov 13 2024, 20:01 por Nana
» Vampiros, Gomejos, piernas para qué las tengo. [Privado]
Mar Nov 12 2024, 04:51 por Tyr
» Derecho Aerandiano [Libre]
Dom Nov 10 2024, 13:36 por Tyr
» Días de tormenta + 18 [Privado]
Dom Nov 10 2024, 00:41 por Sango
» Propaganda Peligrosa - Priv. Zagreus - (Trabajo / Noche)
Vie Nov 08 2024, 18:40 por Lukas
» Lamentos de un corazón congelado [Libre 3/3]
Vie Nov 08 2024, 01:19 por Tyr
» 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Jue Nov 07 2024, 20:51 por Aylizz Wendell
» Clementina Chonkffuz [SOLITARIO]
Jue Nov 07 2024, 16:48 por Mina Harker
» [Zona de Culto]Santuario del dragón de Mjulnr
Mar Nov 05 2024, 21:21 por Tyr
» Pócimas y Tragos: La Guerra de la Calle Burbuja [Interpretativo] [Libre]
Mar Nov 05 2024, 17:01 por Seraphine Valaryon
» [Zona de Culto] Oráculo de Fenrir
Mar Nov 05 2024, 03:02 por Tyr