La Procesión de los Skógargandr [Evento Samhain (Halloween)]
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Re: La Procesión de los Skógargandr [Evento Samhain (Halloween)]
Salió de la casa con un pequeño plato de madera y una mandarina de las que habían tomado aquella mañana del árbol. Tras ella, los pasitos cortos y acelerados del niño que la seguía se apuraron en adelantarla de camino al largo banco de piedra. La mujer llegó unos segundos después y se sentó. El pequeño, por supuesto, no iba a usarlo para hacer lo mismo. Todo el mundo sabía que con su edad el uso correcto era para permanecer de pie y ver desde más arriba.
Dejando el plato de madera sobre el regazo, presionó la suave corteza del cítrico abriéndola con suavidad y marcando la abertura por la que continuar.
Unas palmaditas a su derecha evidenciaron la alegría que sentía el pequeño ante la que iba a ser su merienda de aquella tarde.
Se inclinó y tomó la fruta cuando la mujer se la ofreció, dejando que fuese él ahora quien continuase con la tarea de pelarla. Su gesto de concentración dibujó una sonrisa en el rostro femenino, mientras él se esforzaba por abrirse paso con sus pequeños dedos, separando la cáscara de los gajos.
Observó serio como parte de la piel estaba fuera, y otra parte la había machacado contra la pulpa. Dio vueltas a la pieza, mientras por sus dedos se escurría el jugo de la mandaría y llenaba el aire con un intenso olor a cítrico. La mujer que lo miraba con paciencia alzó el plato de madera para que dejase allí los pedazos que había conseguido arrancar. El pequeño lo tomó, se giró, y caminó por el banco de piedra hasta llegar al otro extremo, inclinándose para dejar allí el plato y volviendo a su labor de intentar quitar los restos de corteza.
Se escuchó una risa. Y luego una voz.
- ¿Qué estáis haciendo? -
Dejando el plato de madera sobre el regazo, presionó la suave corteza del cítrico abriéndola con suavidad y marcando la abertura por la que continuar.
Unas palmaditas a su derecha evidenciaron la alegría que sentía el pequeño ante la que iba a ser su merienda de aquella tarde.
Se inclinó y tomó la fruta cuando la mujer se la ofreció, dejando que fuese él ahora quien continuase con la tarea de pelarla. Su gesto de concentración dibujó una sonrisa en el rostro femenino, mientras él se esforzaba por abrirse paso con sus pequeños dedos, separando la cáscara de los gajos.
Observó serio como parte de la piel estaba fuera, y otra parte la había machacado contra la pulpa. Dio vueltas a la pieza, mientras por sus dedos se escurría el jugo de la mandaría y llenaba el aire con un intenso olor a cítrico. La mujer que lo miraba con paciencia alzó el plato de madera para que dejase allí los pedazos que había conseguido arrancar. El pequeño lo tomó, se giró, y caminó por el banco de piedra hasta llegar al otro extremo, inclinándose para dejar allí el plato y volviendo a su labor de intentar quitar los restos de corteza.
Se escuchó una risa. Y luego una voz.
- ¿Qué estáis haciendo? -
[...]
Iori tomó conciencia de que alguien la levantaba. Se había quedado de nuevo adormecida. En aquellos días de su vida le costaba ya diferenciar los momentos de vigilia de los otros, en los que su conciencia navegaba entre los recuerdos y el sueño. En aquel caso había sido lo último, ya que ni la casa, ni aquel niño ni la mujer le resultaron familiares. Sin embargo la voz...
Frunció el ceño, creyendo percibir en el aire el olor de la mandarina.
Las alucinaciones comenzaban a ser muy frecuentes. La falta de agua y alimentos en su organismo había causado que hacía ya días sus riñones no funcionasen bien. Las toxinas que deberían de ser liberadas de su cuerpo se mantenían dentro, envenenándola lentamente y alterando la percepción de la realidad.
Apenas fue consciente de que Tarek, el elfo con el que avanzaba desde hacía varias noches la guiaba, cargando en su mayor parte con ella lejos de la casa en la que había encontrado techo y calor. No tenía otra opción que dejarse llevar. No tenía fuerzas para resistirse a sus decisiones, y hasta aquel momento parecía realmente dispuesto en ayudarla en su objetivo de alcanzar Cedralada.
- Ben - murmuró con los ojos fijos en el suelo que pisaban. Arrastró un pie sin querer y terminó tropezando de forma torpe. Cerró los ojos, sabiendo que a continuación vendría el golpe pero no lo sintió.
[...]
- Iori, yo, lo siento - acertó a decir mientras la apretaba más contra él -. Siento haberte hecho pasar por esto, siento no haberte...- negó con la cabeza -. No es ruina lo que veo en ti sino una determinación tan grande que serías capaz de mover una montaña si te lo propusieras - sonrió mirando una de las velas -. Iori, tienes que saber que no hay distancia que pueda romper lo que siento por ti. Mi corazón late con una fuerza que creía olvidada. Mi piel grita de emoción cuando nos rozamos. Mi espíritu se tranquiliza cuando estás cerca. Iori, te quiero. Hoy y mañana y pasado. Siempre -
Recordaba su cara mientras hablaba. Sentía la emoción en el rostro de Ben mientras le decía aquellas palabras. Visualizaba un salón enorme, una gran mesa y piedra blanca en las paredes. Y sentía cómo sus manos le daban calor en la cintura, mientras la mantenía abrazada.
El recuerdo de aquel momento sirvió de tibio alivio para el dolor.
- Si depende de mí, entonces vivirás para siempre. Te quiero, Iori. Y, para mí, no hay persona más importante en el mundo que tú. Sólo tú.
Viviría. Iori viviría por él. Simplemente no podía dejar ir aquel cuerpo enfermo que ahora era prisión. Si se rendía, todo lo que él amaba desaparecería. La voluntad nacida de un enorme hueco en su corazón la convertía en la criatura obstinada que era en ese momento. Una que se arrastraría hasta romper la piel contra la piedras y rasgar sus músculos contra la tierra del camino, con tal de llegar a Cedralada.
- Iori, no - su voz sonó fatigada -. Estamos juntos - se dio cuenta de que apretaba con fuerza sus hombros -. Y lo seguiremos mientras esa sea nuestra voluntad - se humedeció los labios -. Iori, por escasas que sean las fuerzas, por oscuro e intransitable que sea el camino, por los sinsentidos que se presenten, solo recuerda - soltó sus hombros y Ben tiró de una de sus manos para posarla sobre su pecho donde su corazón golpeaba con fuerza - Que el camino lo recorremos juntos. Solo recuerda que te quiero. -
[...]
La boca de Iori se abrió y respiró con fuerza, cortando aquella ilusión. Sabía lo que había sucedido después. Sabía cual era el motivo por el cual ni los labios de Ben ni los de ella no habían dicho una palabra más. Contuvo la respiración, como si aguantar de aquella manera la ayudase a dominar el dolor que latía desde el centro de su pecho, aquel lugar vacío que bramaba el nombre de Ben con cada latido.
Notó la humedad de las hojas de otoño bajo sus piernas, y ladeó el rostro observando el perfil de Tarek a su lado. El elfo estaba aovillado junto a ella, detrás de un pequeño repecho del terreno observando algo más allá. Había sonido. Voces. Y la luz anaranjada que se reflejaba sobre las ramas de los árboles permitía adivinar que al otro lado había fuego iluminando la noche.
Dejó escapar muy despacio el aire de los pulmones, apretando las manos contra el pecho, queriendo mantener los fragmentos de los que estaba hecha de una pieza.
Solo él podía. Pero debía de llegar a su lado para que la ayudase. Para que la curase. O para poder morir en paz a su lado.
Con la decisión inyectada en sus ojos, sacando fuerzas de haber revivido aquellos recuerdos con Ben, la mestiza se levantó y caminó a un lado. Aprovecharía la leve claridad del fuego para buscar el camino. De alguna manera. Sabía que solamente debía de seguir avanzando. Tarde o temprano se encontraría con él.
Pequeña, débil y entrenada por Zakath durante años, Iori seguía moviéndose con sigilo aun en aquellas condiciones. Para cuando Tarek se dio cuenta de que ella no estaba a su lado, el cuerpo escuálido de la chica caminaba renqueante por el sendero de salida de aquella aldea en la que no estaba Ben. Era lo único que precisaba saber. Su piel pálida, su rostro demacrado y su forma errática de deambular arrancaron unos pocos suspiros de sorpresa que rápidamente se convirtieron en gritos a su espalda.
No prestó atención ni oídos al escándalo que se había formado tras ella, cuando aquel grupo de aldeanos la confundió con una criatura que a todas luces no podía pertenecer al mundo de los vivos. Y tampoco detuvo su paso.
- Calmaos. - sonó una voz masculina como un trueno rasgando la noche. - Los espíritus vendrán esta noche pero esa figura no pertenece a ellos. Fijaos bien. - señaló haciendo que la pala que levitaba en el aire marcase la dirección en la que se encontraba la mestiza caminando. - Es ella -
La tensión en el aire se diluyó parcialmente. Y en esta ocasión Iori tampoco escuchó los pasos que apretaban la tierra bajo su peso cuando varios se encaminaron hacia ella siguiéndola.
Off: Complicación: los aldeanos chungos la han visto. Iori sale del escondite desde el que junto a Tarek son testigos de lo que sucede con Eberus y Selena. Debido a la maldición sin alma sigue con su única obsesión. Encontrar a Ben. El estado físico en el que se encuentra la hacen parecer un cadáver andante mientras camina para marcharse del pueblo.
Iori Li
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Re: La Procesión de los Skógargandr [Evento Samhain (Halloween)]
Alward miró con curiosidad cuando el artesano ambulante apareció. El carromato parecía una herrería ambulante. Era extraño ver a un hombre de su oficio deambulando por aldeas tan remotas; la mayoría de los herreros se aferraban a un lugar, clavando sus raíces al suelo como robles robustos. Alward asintió, agradecido por el ofrecimiento de este artesano.
-No es común ver un herrero viajero.-comentó Alward, con un tono que sugería más que una simple observación.-Menos en un lugar tan pequeño y en un día como este.
La chispa de una conversación se encendió, se propició un intercambio tribal y breve, casi ritual, que no necesitaría de muchas palabras. Ambos hombres se estudiaron, cada uno reconociendo en el otro una capa de misterio que el tiempo y el lugar no permitirían desentrañar por completo.
Mientras tanto, Katrina, con el rostro oculto bajo la capucha, observaba todo desde la distancia, sin emitir palabra. Sus ojos parecían absorber los detalles con la misma intensidad con la que el cielo devoraba la luz. Se mantenía vigilante, atenta a las peculiaridades del momento y de aquellos que se habían reunido en tan lúgubre ocasión.
Una mujer morena de ojos ambarinos salió entonces del hogar de Candela, su expresión era una mezcla de serenidad y distracción. Parecía cautivada por algo que ni Alward ni Katrina no lograban comprender por completo, y sus ojos danzaban con una chispa de intriga poco usual. Alward no le dio mayor importancia, pues el mundo estaba lleno de individuos peculiares, y las noches del Samhain hacían aflorar en muchos el eco de sus rarezas.
Katrina, sin embargo, no quitó la mirada de aquella mujer, observando cada uno de sus movimientos con una intensidad silenciosa, como si intentara desentrañar algún enigma oculto en el lenguaje corporal de la joven. Aunque no pudo discernir la razón de su inquietud, había algo en la mujer que despertaba en ella una ligera sospecha. Aun así, decidió no intervenir, aunque su atención permaneció enfocada.
De pronto, un pisotón firme y despreocupado rompió la calma. Un crujido seco, y Alward bajó la mirada, descubriendo los restos astillados de un pequeño tótem al que el artesano ambulante había reducido a esquirlas. Candela se giró hacia él, horrorizada, su rostro enrojeciendo de indignación.
Katrina se sobresaltó ligeramente, aunque ocultó su reacción en una máscara de serenidad. Su mirada se posó en el herrero, evaluándolo con renovado interés, como si su acción intempestiva le hubiera revelado algo interesante.
Alward se agachó junto a la mujer de ojos ambarinos, examinando los restos del objeto con la misma curiosidad contenida que ella mostraba. Parecía un artefacto rústico, tal vez tallado con intenciones que él no comprendía del todo, pero que emanaba unas vibras inquietantes. Era una sensación leve, un cosquilleo en la piel innegable.
-Curioso…-murmuró Alward para sí.
-Es una señal. Uno de esos objetos que se usan para atraer espíritus. Tal vez alguien no quiera que esta mujer pase la noche tranquila...-Katrina proyectó su voz mágica únicamente a Alward, y la mujer a la que se refería no podía ser otra que Candela, la propietaria de aquel hogar.
Alward se irguió, asimilando las palabras de Katrina y dejando que una expresión de leve comprensión cruzara su rostro. Miró a Candela, y luego a la mujer morena, quienes parecían desconcertados por la destrucción del objeto.
-Parece que en esta aldea se toman muy en serio lo espiritual.-calló unos segundos para volver a tomar la palabra.-Tal vez este no sea el único.-murmuró, su voz teñida de gravedad.-Si alguien ha colocado esto aquí, podría haber dejado otros objetos similares… anclas para los Skógargandr.
Katrina, que observaba desde su perfil bajo, inclinó la cabeza, estando de acuerdo con su compañero. Sus instintos le decían que había más en juego, que aquella aldea había sido marcada, casi como un sacrificio ofrecido a las sombras del Samhain.
-Si queremos que esta noche no pase nada, deberíamos deshacernos de todos los objetos malditos antes de la medianoche. Si alguien los está llamando...-dejó la frase en el aire, su mirada de acero recorriendo a los presentes como una advertencia silenciosa.-...no sería bueno-concluyó.
Candela, quien hasta entonces había estado recogiendo con manos temblorosas los fragmentos del tótem, miró a Alward con ojos llenos de terror y súplica.
¡Por favor!-exclamó.-No sé quién lo puso ahí, yo no… no lo vi. Pero si hay otros… debe encontrarlos. No podemos permitir que los malos espíritus lleguen esta noche.
Alward asintió, su semblante sombrío como el mismo cielo que comenzaba a oscurecerse sobre ellos. Las palabras de todos los presentes resonaron en su mente, alimentando sus sospechas sobre la situación.
-Bien.-dijo finalmente, con voz firme.-Pues nos tenemos que poner a investigar esto.
-No es común ver un herrero viajero.-comentó Alward, con un tono que sugería más que una simple observación.-Menos en un lugar tan pequeño y en un día como este.
La chispa de una conversación se encendió, se propició un intercambio tribal y breve, casi ritual, que no necesitaría de muchas palabras. Ambos hombres se estudiaron, cada uno reconociendo en el otro una capa de misterio que el tiempo y el lugar no permitirían desentrañar por completo.
Mientras tanto, Katrina, con el rostro oculto bajo la capucha, observaba todo desde la distancia, sin emitir palabra. Sus ojos parecían absorber los detalles con la misma intensidad con la que el cielo devoraba la luz. Se mantenía vigilante, atenta a las peculiaridades del momento y de aquellos que se habían reunido en tan lúgubre ocasión.
Una mujer morena de ojos ambarinos salió entonces del hogar de Candela, su expresión era una mezcla de serenidad y distracción. Parecía cautivada por algo que ni Alward ni Katrina no lograban comprender por completo, y sus ojos danzaban con una chispa de intriga poco usual. Alward no le dio mayor importancia, pues el mundo estaba lleno de individuos peculiares, y las noches del Samhain hacían aflorar en muchos el eco de sus rarezas.
Katrina, sin embargo, no quitó la mirada de aquella mujer, observando cada uno de sus movimientos con una intensidad silenciosa, como si intentara desentrañar algún enigma oculto en el lenguaje corporal de la joven. Aunque no pudo discernir la razón de su inquietud, había algo en la mujer que despertaba en ella una ligera sospecha. Aun así, decidió no intervenir, aunque su atención permaneció enfocada.
De pronto, un pisotón firme y despreocupado rompió la calma. Un crujido seco, y Alward bajó la mirada, descubriendo los restos astillados de un pequeño tótem al que el artesano ambulante había reducido a esquirlas. Candela se giró hacia él, horrorizada, su rostro enrojeciendo de indignación.
Katrina se sobresaltó ligeramente, aunque ocultó su reacción en una máscara de serenidad. Su mirada se posó en el herrero, evaluándolo con renovado interés, como si su acción intempestiva le hubiera revelado algo interesante.
Alward se agachó junto a la mujer de ojos ambarinos, examinando los restos del objeto con la misma curiosidad contenida que ella mostraba. Parecía un artefacto rústico, tal vez tallado con intenciones que él no comprendía del todo, pero que emanaba unas vibras inquietantes. Era una sensación leve, un cosquilleo en la piel innegable.
-Curioso…-murmuró Alward para sí.
-Es una señal. Uno de esos objetos que se usan para atraer espíritus. Tal vez alguien no quiera que esta mujer pase la noche tranquila...-Katrina proyectó su voz mágica únicamente a Alward, y la mujer a la que se refería no podía ser otra que Candela, la propietaria de aquel hogar.
Alward se irguió, asimilando las palabras de Katrina y dejando que una expresión de leve comprensión cruzara su rostro. Miró a Candela, y luego a la mujer morena, quienes parecían desconcertados por la destrucción del objeto.
-Parece que en esta aldea se toman muy en serio lo espiritual.-calló unos segundos para volver a tomar la palabra.-Tal vez este no sea el único.-murmuró, su voz teñida de gravedad.-Si alguien ha colocado esto aquí, podría haber dejado otros objetos similares… anclas para los Skógargandr.
Katrina, que observaba desde su perfil bajo, inclinó la cabeza, estando de acuerdo con su compañero. Sus instintos le decían que había más en juego, que aquella aldea había sido marcada, casi como un sacrificio ofrecido a las sombras del Samhain.
-Si queremos que esta noche no pase nada, deberíamos deshacernos de todos los objetos malditos antes de la medianoche. Si alguien los está llamando...-dejó la frase en el aire, su mirada de acero recorriendo a los presentes como una advertencia silenciosa.-...no sería bueno-concluyó.
Candela, quien hasta entonces había estado recogiendo con manos temblorosas los fragmentos del tótem, miró a Alward con ojos llenos de terror y súplica.
¡Por favor!-exclamó.-No sé quién lo puso ahí, yo no… no lo vi. Pero si hay otros… debe encontrarlos. No podemos permitir que los malos espíritus lleguen esta noche.
Alward asintió, su semblante sombrío como el mismo cielo que comenzaba a oscurecerse sobre ellos. Las palabras de todos los presentes resonaron en su mente, alimentando sus sospechas sobre la situación.
-Bien.-dijo finalmente, con voz firme.-Pues nos tenemos que poner a investigar esto.
______________________________________________________________
OFF;
Interactúo con Eltrant y Reike.
Menciono sin conocimiento de causa el "extraño" comportamiento de Reike por la anjana. No la menciono ni hago referencia a sus intenciones porque no la puedo ver, se oculta de mí y de Katrina (al menos de momento, supongo). Posteriormente, añado la complicación de tener que investigar sobre quién ha puesto el objeto maldito en casa de candela y averiguar quien es, además de destruir otros si es que hay.
Alward Sevna
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Re: La Procesión de los Skógargandr [Evento Samhain (Halloween)]
Conocía las leyendas sobre Samhain y salir en esas noches del año, pero una tenía que confiar en que los fantasmas no quisieran saber nada de una dragona cruzando el cielo[1][2], porque me había encontrado esas fechas en medio de Verisar y no conocía ningún lugar donde guarecerme. Había muchas historias y bastante variadas sobre ese día, y la mayoría trataban sobre fantasmas, así que tenía bastante asumido que algo de verdad habría, pero no quedaba sino confiar que fueran fantasmas terrestres que no querían saber nada de nada de lo que pasara volando por encima.
Aunque lo primero que me encontré y llamó mi atención no fueron fantasmas, sino un claro entre los árboles donde había una mujer con un cuchillo brillante que se alzaba sobre un círculo con símbolos extraños y dos personas tiradas en el suelo. No tenía que ser demasiado lista como para ver que eso era algún ritual sospechoso, y no podía permitir que dos personas fueran sacrificadas de esa forma. Además, si quería evitar a los fantasmas, lo mejor iba a ser también el no dejar que nadie se pusiera a hacer invocaciones turbias cerca de donde pasaba.
Aprovechando las sombras del crepúsculo y que la mujer de la máscara parecía estar más pendiente de otras cosas, me dejé caer en picado para evitar el ruido que pudieran hacer mis aleteos, y cuando estuve ya cerca lancé mi aliento contra la mujer[3], lanzándola por los aires. Seguidamente, seguí volando a ras de suelo y agarré a los dos sujetos tirados en el suelo con mis garras delanteras y lancé de nuevo mi aliento[3], aunque en esta ocasión directamente contra el suelo, para tratar de levantar el vuelo llevando a dos personas a la vez.
Torpemente me fui levantando en el aire de nuevo y pude notar que los dos parecían estar paralizados de alguna forma, pues estaban muy quietos ante lo extraño de la situación. Por su aspecto parecían un elfo rubio y un hombre con la apariencia más olvidable posible. Lo que no esperaba era que el hombre empezara a retorcerse y acabó hablando.
- Suéltame. No puedo abandonar estas tierras sin cumplir mi sueño.
Ante sus palabras, aún más confusas que los esfuerzos por soltarle giré la cabeza y le gruñí extrañada.
- Debo encontrar a esos fantasmas, es mi destino.
La confusión que me generaban mis palabras me estaban haciendo desconcentrarme en volar y cada vez daba más tumbos, pero no pude evitar volver a gruñirle a ver si daba alguna explicación más.
- Puede que se me escaparan las bio-cibernéticas y las hadas, pero está claro, los fantasmas son una nueva oportunidad que me han dado los dioses para poder tener sexo de otro mundo.
Tras esas palabras solté un gruñido considerablemente más agudo, y que por mucho que fuese complicado entender a un dragón habitualmente, solo podía indicar una mezcla de los más absolutos asco y estupefacción. En algo que diré que fue un reflejo debido a la sorpresa y al esfuerzo que me estaba costando llevar a dos pasajeros, y no un intento de homicidio hasta un ser tan repulsivo, mi garra izquierda se abrió y solté al humano.
- ¡Que sepas que también te has dejado al conejo del elfo en el claro!- Gritó el tío raro mientras se precipitaba contra la cubierta arbórea con más efusividad de la que debería tener dada la situación.- ¡Sexo de otro mundo allá voy!
Escuché como rebotaba contra varias ramas que se quebraron por la fuerza que llevaba su caída hasta que finalmente un golpe seco indicó que había encontrado el suelo. Preferí no ir a revisar como se encontraba, pues dudaba que situación era preferible, así que bajé de altura para depositar al elfo en el suelo para cuando se recuperase de lo que le hubieran hecho y volé de vuelta al claro para ver como había resultado la situación.
Aunque lo primero que me encontré y llamó mi atención no fueron fantasmas, sino un claro entre los árboles donde había una mujer con un cuchillo brillante que se alzaba sobre un círculo con símbolos extraños y dos personas tiradas en el suelo. No tenía que ser demasiado lista como para ver que eso era algún ritual sospechoso, y no podía permitir que dos personas fueran sacrificadas de esa forma. Además, si quería evitar a los fantasmas, lo mejor iba a ser también el no dejar que nadie se pusiera a hacer invocaciones turbias cerca de donde pasaba.
Aprovechando las sombras del crepúsculo y que la mujer de la máscara parecía estar más pendiente de otras cosas, me dejé caer en picado para evitar el ruido que pudieran hacer mis aleteos, y cuando estuve ya cerca lancé mi aliento contra la mujer[3], lanzándola por los aires. Seguidamente, seguí volando a ras de suelo y agarré a los dos sujetos tirados en el suelo con mis garras delanteras y lancé de nuevo mi aliento[3], aunque en esta ocasión directamente contra el suelo, para tratar de levantar el vuelo llevando a dos personas a la vez.
Torpemente me fui levantando en el aire de nuevo y pude notar que los dos parecían estar paralizados de alguna forma, pues estaban muy quietos ante lo extraño de la situación. Por su aspecto parecían un elfo rubio y un hombre con la apariencia más olvidable posible. Lo que no esperaba era que el hombre empezara a retorcerse y acabó hablando.
- Suéltame. No puedo abandonar estas tierras sin cumplir mi sueño.
Ante sus palabras, aún más confusas que los esfuerzos por soltarle giré la cabeza y le gruñí extrañada.
- Debo encontrar a esos fantasmas, es mi destino.
La confusión que me generaban mis palabras me estaban haciendo desconcentrarme en volar y cada vez daba más tumbos, pero no pude evitar volver a gruñirle a ver si daba alguna explicación más.
- Puede que se me escaparan las bio-cibernéticas y las hadas, pero está claro, los fantasmas son una nueva oportunidad que me han dado los dioses para poder tener sexo de otro mundo.
Tras esas palabras solté un gruñido considerablemente más agudo, y que por mucho que fuese complicado entender a un dragón habitualmente, solo podía indicar una mezcla de los más absolutos asco y estupefacción. En algo que diré que fue un reflejo debido a la sorpresa y al esfuerzo que me estaba costando llevar a dos pasajeros, y no un intento de homicidio hasta un ser tan repulsivo, mi garra izquierda se abrió y solté al humano.
- ¡Que sepas que también te has dejado al conejo del elfo en el claro!- Gritó el tío raro mientras se precipitaba contra la cubierta arbórea con más efusividad de la que debería tener dada la situación.- ¡Sexo de otro mundo allá voy!
Escuché como rebotaba contra varias ramas que se quebraron por la fuerza que llevaba su caída hasta que finalmente un golpe seco indicó que había encontrado el suelo. Preferí no ir a revisar como se encontraba, pues dudaba que situación era preferible, así que bajé de altura para depositar al elfo en el suelo para cuando se recuperase de lo que le hubieran hecho y volé de vuelta al claro para ver como había resultado la situación.
***************
Resumiendo, Monza ve que van a sacrificar a Rauko y Per Vertman y les saca de allí, aunque se olvida al gomejo. Le mete un aliento de viento a la viuda Nevada y la manda contra los árboles, dejo al criterio de Rauko (o del buen máster Thorn) si está entera y vuelve para vengarse o se ha reventado y ha hecho el sacrificio involuntariamente. Después se despeña Per Vertman (aunque ese asumo que seguro que no muere porque es como la mala hierba) y deja a Rauko en el suelo.
[1] Don Ancestral: [Mágica, 2 usos] Puedo convertirme en un dragón de hasta 4 metros (nariz a punta de la cola), lo que aumenta considerablemente mi resistencia. Puedo volver a forma humana a voluntad. Llega transformada al tema, así que ahí va el primer uso.
[2] Habitante de los Cielos: Puedo volar en forma de dragón.
[3] Aliento Elemental: Puedo lanzar mi elemento afín desde mis entrañas en forma de dragón.
Monza Sylroc
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Re: La Procesión de los Skógargandr [Evento Samhain (Halloween)]
Ladeó la cabeza cuando una de las personas presentes le preguntó, no de muy buenas maneras, porqué había decidido astillar aquellos extraños tótems. Afortunadamente la otra mujer pareció comprender la extraña sensación que estos transmitían, incluso echándole un simple vistazo a los restos astillados.
¿Era capaz de ver el éter? ¿Bruja?
- Sí. – aseveró, cruzándose de brazos, respondiendo a la pregunta. – Uno cada… unos cien pies, quizás doscientos… – explicó, haciendo memoria. – Están algo escondidos, quien los ha puesto no quería que las gentes de aquí supiesen que están ahí. – Aseveró finalmente, atusándose la barba. La mujer, la que se había dirigido hacia él en aquel instante… le quería sonar de algo.
¿La conocía? Estaba seguro que sí, pero la noche ocultaba mínimamente sus facciones, lo justo quizás para que quizás estuviese mezclando las caras de viejos conocidos. La miró fijamente durante unos instantes, sin pretender siquiera disimular un ápice su mirada.
¿Era…?
¿Reike?
Continuó estudiando las facciones de la mujer, intentando asegurarse de que no estaba equivocado. De pronto, en apenas unos meses, empezaba a encontrarse con bastante gente de su pasado. Algo le decía que, precisamente, aquello no era un buen presagio.
¿Es que en Aerandir las cosas no podían ir bien más de dos años seguidos?
– De todas formas… - se llevó la mano hasta la nuca, sacudiendo la cabeza y sacando aquellos pensamientos de su mente. – He… visto suficiente mundo como para saber que quien quiera que ha colocado estas cosas no trama nada bueno. – aseguró mirando ahora al hombre enmascarado y a la… mujer que la acompañaba. Ambos le transmitían una sensación familiar, cada uno de una forma propiamente particular. – “… quizás deberíamos averiguar de dónde proceden…” - pensó después, dejando que una parte de él que creía olvidada se apoderase de su persona.
Afortunadamente, el enmascarado parecía estar de acuerdo con él, pues fue el primero que pronunció las palabras que justamente estaban por brotar de sus labios. Le dedicó una sonrisa cordial y asintió con la cabeza.
- Muy bien. Contad conmigo entonces. Sería malo dejar esas cosas por ahí. – le dijo dándole una palmada amistosa en el hombro al hombre. – Aunque… nos vendría bien alguien con conocimiento sobre magia. – dijo ahora girándose hacia Reike, después se aclaró la garganta e hizo como que ahora miraba a la mujer que se le había increpado momentos atrás. – Si es que hay alguien… aquí que sepa de estas cosas en la aldea, claro. – musitó seguidamente, tratando de disimular el hecho de que se refería específicamente a la bruja.
Tratar de explicar por qué la conocía iba a ser… raro, en un momento como aquel. Por no hablar de que, perfectamente, podía haberse confundido de persona.
- ¡En cualquier caso! – dijo seguidamente. – Mi nombre es Eltrant Tale. Herrero de profesión y… ¿Mercenario retirado? – añadió como presentación con ambos brazos cruzados sobre su pecho.
Si no querían presentarse, no pondría pegas. La noche tenía aspecto de ser larga y tenían mayores problemas por delante. Indagar en los secretos de personas que acababa de conocer nunca acababa bien, además, la gente que llevaba una máscara solía tener un motivo de peso para ello.
Tras preguntar a los demás si podían acompañarle, continuó el camino de vuelta a su carroza. No pretendía lidiar con algo como aquello estando desarmado para empezar; Además, podía enseñarle dónde había encontrado el primer tótem.
- Ah, si… - la pregunta del enmascarado había sido curiosa, pero no había tenido tiempo de responderle. – Estoy… buscando a alguien. – se giró a mirar a la mujer que acompañaba al enmascarado. Suspiró. –Y es más fácil hacerlo con el negocio a mis espaldas. – le aclaró al final con una sonrisa un tanto cansada. – Además, hay decenas de pueblos como este sin ningún herrero. No es un mal modelo de negocio. – aseveró, ampliando la sonrisa.
Cuando llegó al carromato entró y, fácilmente, se hizo con Olvido. El gigantesco espadón plateado descansaba en su vaina, descansando, esperando a ser desenvainada y liberar el aire que la contenía.
Volvió a salir al exterior.
- Muy bien. Ya estoy list… -
Un suave resplandor se apareció tras él. En la puerta de su carroza se apareció un símbolo similar al que estaba en el tótem que había destruido a varios pasos de allí. El glifo brillaba tenuemente o… quizás, más bien, reflejaba la luz de la luna. Esto sería similar en todas las casas más cercanas a los tótems destruidos.
- Eso no puede ser bueno… - musitó, dejando caer la espada sobre su hombro.
Interacción: Reike y Alward. La maldición de Elt llegados a este punto cortocircuita (?) de vez en cuando. Así que sin recordarle completamente tenéis total libertad para que os suene o lo que prefierais :'D
Complicación: Solo con destruir los tótems no basta. Destruirlos simplemente hace que en la entrada al edificio más cercano se aparezca una misteriosa runa previamente tallada en el tótem.
¿Era capaz de ver el éter? ¿Bruja?
- Sí. – aseveró, cruzándose de brazos, respondiendo a la pregunta. – Uno cada… unos cien pies, quizás doscientos… – explicó, haciendo memoria. – Están algo escondidos, quien los ha puesto no quería que las gentes de aquí supiesen que están ahí. – Aseveró finalmente, atusándose la barba. La mujer, la que se había dirigido hacia él en aquel instante… le quería sonar de algo.
¿La conocía? Estaba seguro que sí, pero la noche ocultaba mínimamente sus facciones, lo justo quizás para que quizás estuviese mezclando las caras de viejos conocidos. La miró fijamente durante unos instantes, sin pretender siquiera disimular un ápice su mirada.
¿Era…?
¿Reike?
Continuó estudiando las facciones de la mujer, intentando asegurarse de que no estaba equivocado. De pronto, en apenas unos meses, empezaba a encontrarse con bastante gente de su pasado. Algo le decía que, precisamente, aquello no era un buen presagio.
¿Es que en Aerandir las cosas no podían ir bien más de dos años seguidos?
– De todas formas… - se llevó la mano hasta la nuca, sacudiendo la cabeza y sacando aquellos pensamientos de su mente. – He… visto suficiente mundo como para saber que quien quiera que ha colocado estas cosas no trama nada bueno. – aseguró mirando ahora al hombre enmascarado y a la… mujer que la acompañaba. Ambos le transmitían una sensación familiar, cada uno de una forma propiamente particular. – “… quizás deberíamos averiguar de dónde proceden…” - pensó después, dejando que una parte de él que creía olvidada se apoderase de su persona.
Afortunadamente, el enmascarado parecía estar de acuerdo con él, pues fue el primero que pronunció las palabras que justamente estaban por brotar de sus labios. Le dedicó una sonrisa cordial y asintió con la cabeza.
- Muy bien. Contad conmigo entonces. Sería malo dejar esas cosas por ahí. – le dijo dándole una palmada amistosa en el hombro al hombre. – Aunque… nos vendría bien alguien con conocimiento sobre magia. – dijo ahora girándose hacia Reike, después se aclaró la garganta e hizo como que ahora miraba a la mujer que se le había increpado momentos atrás. – Si es que hay alguien… aquí que sepa de estas cosas en la aldea, claro. – musitó seguidamente, tratando de disimular el hecho de que se refería específicamente a la bruja.
Tratar de explicar por qué la conocía iba a ser… raro, en un momento como aquel. Por no hablar de que, perfectamente, podía haberse confundido de persona.
- ¡En cualquier caso! – dijo seguidamente. – Mi nombre es Eltrant Tale. Herrero de profesión y… ¿Mercenario retirado? – añadió como presentación con ambos brazos cruzados sobre su pecho.
Si no querían presentarse, no pondría pegas. La noche tenía aspecto de ser larga y tenían mayores problemas por delante. Indagar en los secretos de personas que acababa de conocer nunca acababa bien, además, la gente que llevaba una máscara solía tener un motivo de peso para ello.
Tras preguntar a los demás si podían acompañarle, continuó el camino de vuelta a su carroza. No pretendía lidiar con algo como aquello estando desarmado para empezar; Además, podía enseñarle dónde había encontrado el primer tótem.
- Ah, si… - la pregunta del enmascarado había sido curiosa, pero no había tenido tiempo de responderle. – Estoy… buscando a alguien. – se giró a mirar a la mujer que acompañaba al enmascarado. Suspiró. –Y es más fácil hacerlo con el negocio a mis espaldas. – le aclaró al final con una sonrisa un tanto cansada. – Además, hay decenas de pueblos como este sin ningún herrero. No es un mal modelo de negocio. – aseveró, ampliando la sonrisa.
Cuando llegó al carromato entró y, fácilmente, se hizo con Olvido. El gigantesco espadón plateado descansaba en su vaina, descansando, esperando a ser desenvainada y liberar el aire que la contenía.
Volvió a salir al exterior.
- Muy bien. Ya estoy list… -
Un suave resplandor se apareció tras él. En la puerta de su carroza se apareció un símbolo similar al que estaba en el tótem que había destruido a varios pasos de allí. El glifo brillaba tenuemente o… quizás, más bien, reflejaba la luz de la luna. Esto sería similar en todas las casas más cercanas a los tótems destruidos.
- Eso no puede ser bueno… - musitó, dejando caer la espada sobre su hombro.
__________________________________________________________
Interacción: Reike y Alward. La maldición de Elt llegados a este punto cortocircuita (?) de vez en cuando. Así que sin recordarle completamente tenéis total libertad para que os suene o lo que prefierais :'D
Complicación: Solo con destruir los tótems no basta. Destruirlos simplemente hace que en la entrada al edificio más cercano se aparezca una misteriosa runa previamente tallada en el tótem.
Eltrant Tale
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Re: La Procesión de los Skógargandr [Evento Samhain (Halloween)]
Su rápida huida de aquella maldita casa había sido, sin duda, acertada. Apenas había conseguido atravesar el estrecho camino que daba salida al pueblo en dirección a la montaña, cuando un nutrido grupo de pasos se hizo eco tras ellos. La mestiza caminaba con paso inestable a su lado, perdida solo los dioses sabían en qué mundo. La había escuchado murmurar cada vez con más frecuencia, así como prestar atención a cosas que no se encontraban con ellos. Hablaba de forma errática y sonreía sin ningún tipo de razón. Algo sucedía en su cabeza, algo más allá de lo que sucedía entorno a su cuerpo. Tarek no necesito indagar mucho en sus escasos conocimientos de sanación para darse cuenta de vivía en un delirio constante.
Había tenido la esperanza, cuando alcanzaron aquella pequeña cabaña en la linde del pueblo, de poder suministrarle algo de sustento. Agua y comida, que la mantuviesen lo suficientemente fuerte para avanzar un día más. Pero el descubrimiento de las runas había dado al traste con sus planes. Si no conseguían llegar pronto a Cedralada, quizás ella no vería la llegada del siguiente verano. Sacudiendo la cabeza, despejó el fugaz y funesto pensamiento de que alcanzar la aldea tampoco tenía por qué ser la solución. Imploró a Isil para que su mensaje alcanzase el norte lo antes posible. Si alguien podía solucionar aquello, era ella.
Agarrando a la chica por un brazo, la obligó a caminar un poco más rápido. Alcanzaron la pequeña loma en el extremo opuesto del camino a tiempo para que los recién llegados no descubriesen su presencia. Una pequeña valla, que separaba el terreno del camino, les proporcionó cobijo suficiente, así como la posibilidad de observar la escena ante ellos. Algo sucedía en aquel lugar, algo funesto.
El Enterrador, como él mismo se había presentado, escoltaba a dos individuos hasta la pequeña cabaña en la que había decidido alojar al elfo y la humana. El peliblanco se preguntó si todos los foráneos acabarían irrevocablemente allí. Una ligera sonrisa curvó sus labios cuando, al abrir la puerta a la única estancia del edificio, el color dejó el de por si macilento rostro del rondador de los cementerios. Sus nuevos “invitados” no dudaron en revolverse ante la visión de las runas de invocación que adornaban las paredes. La escena pareció detenerse por un instante, cuando los recién llegados midieron fuerzas con el aparente líder de la aldea, que se había desvelado como algo más que un simple funcionario público. Nuevos pasos resonaron por el camino a la plaza principal de la población. El pueblo se reunía ante ellos. Aquel era el momento.
El elfo se giró para encarar a la mestiza. Aquella era su oportunidad para escapar. El pueblo se agruparía entorno a sus nuevas víctimas y ellos tendrían un espacio lo suficientemente amplio para poder escapar. Se irían incluso antes de que empezasen a buscarlos. Además, teniendo en cuenta el estado de la muchacha, necesitarían toda la ventaja posible para huir de allí. Pero al girarse hacia ella, no vio más que las húmedas hojas que adornaban el sueño otoñal.
- Maldición –murmuró para si, mientras un pequeño revuelo se formaba en el camino tras él. ¿Cómo había podido suceder aquello? Apenas unos minutos antes había tenido que arrastrarla hasta allí.
- Calmaos –la voz del Enterrador tronó sobre los lamentos de sus conciudadanos- Los espíritus vendrán esta noche, pero esa figura no pertenece a ellos. Fijaos bien. Es ella.
El elfo no necesitó más confirmación para saber dónde se encontraba su compañera de viaje. La había tomado por una criatura débil y sin voluntad, excepto por aquella inexplicable obsesión de llegar a Cedralada. Por no variar, la humana había superado sus expectativas y, por no cambiar la dinámica, no en el buen sentido. Su única oportunidad de huir en el silencio de la noche, de aquella maldita noche plagada de malos augurios, había desaparecido.
Sin pensar demasiado en las consecuencias de sus actos, abandonó su escondite, corriendo hacia la chica, que seguía caminando hacia el exterior del pueblo, inconsciente de los aldeanos que comenzaban a acumularse a su espalda. Frenando un poco su avance para no golpearla, se agachó para engancharla a la altura de la cintura y cargar su peso sobre su hombro. Correr de aquella manera sería difícil, pero no tenía muchas más opciones. Iori era un peso muerto, tanto si la cargaba como si la chica decidía caminar por su propia voluntad.
En aquel mismo momento, un extraño gemido femenino captó la atención de los allí reunidos, que se giraron con espanto hacia el camino que conducía hacia la plaza. Algo atemorizaba al pueblo, algo que, atendiendo a las runas que adornaban la casa, era un viejo conocido que exigía un pago. Su mirada se cruzó con la del individuo al que el Enterrador había amenazado. Él y su compañera parecían tan dispuestos como ellos a usar aquel inesperado cambio de atención para huir. El líder de la aldea, por su parte, intentaba tranquilizar a sus vecinos, que se movían inquietos buscando el origen de aquel lamento.
Sin perder más tiempo, el elfo, con su carga al hombro, se internó en el bosque tras la casa. Debían alejarse lo más posible de aquel lugar, al menos hasta la llegada de la mañana. Las palabras del Enterrador retumbaron en su mente, así como la escena que habían presenciado en la plaza del pueblo. Los espíritus llegarían. Dos facciones acusándose de buscar la perdición de la otra. Una casa convertida en una trampa para atraer fuerzas oscuras. El pueblo veneraba a la Procesión de los Skógargandr y ellos se habían convertido en el sacrificio a sus demonios.
Gritos a su espalda le indicaron que la distracción no había durado más que unos segundos. La profunda voz del Enterrador retumbó tras ellos, cuando pronunció una única y contundente palabra: “atrapadlos”.
__
Complicación: los aldeanos han decidido que ese año no hace falta que se sacrifique uno de ellos, pues han aparecido cuatro pringados a los que entregar a la Procesión. Tarek huye con Iori a cuestas. Parte del pueblo va tras ellos para recuperar su sacrificio.
Había tenido la esperanza, cuando alcanzaron aquella pequeña cabaña en la linde del pueblo, de poder suministrarle algo de sustento. Agua y comida, que la mantuviesen lo suficientemente fuerte para avanzar un día más. Pero el descubrimiento de las runas había dado al traste con sus planes. Si no conseguían llegar pronto a Cedralada, quizás ella no vería la llegada del siguiente verano. Sacudiendo la cabeza, despejó el fugaz y funesto pensamiento de que alcanzar la aldea tampoco tenía por qué ser la solución. Imploró a Isil para que su mensaje alcanzase el norte lo antes posible. Si alguien podía solucionar aquello, era ella.
Agarrando a la chica por un brazo, la obligó a caminar un poco más rápido. Alcanzaron la pequeña loma en el extremo opuesto del camino a tiempo para que los recién llegados no descubriesen su presencia. Una pequeña valla, que separaba el terreno del camino, les proporcionó cobijo suficiente, así como la posibilidad de observar la escena ante ellos. Algo sucedía en aquel lugar, algo funesto.
El Enterrador, como él mismo se había presentado, escoltaba a dos individuos hasta la pequeña cabaña en la que había decidido alojar al elfo y la humana. El peliblanco se preguntó si todos los foráneos acabarían irrevocablemente allí. Una ligera sonrisa curvó sus labios cuando, al abrir la puerta a la única estancia del edificio, el color dejó el de por si macilento rostro del rondador de los cementerios. Sus nuevos “invitados” no dudaron en revolverse ante la visión de las runas de invocación que adornaban las paredes. La escena pareció detenerse por un instante, cuando los recién llegados midieron fuerzas con el aparente líder de la aldea, que se había desvelado como algo más que un simple funcionario público. Nuevos pasos resonaron por el camino a la plaza principal de la población. El pueblo se reunía ante ellos. Aquel era el momento.
El elfo se giró para encarar a la mestiza. Aquella era su oportunidad para escapar. El pueblo se agruparía entorno a sus nuevas víctimas y ellos tendrían un espacio lo suficientemente amplio para poder escapar. Se irían incluso antes de que empezasen a buscarlos. Además, teniendo en cuenta el estado de la muchacha, necesitarían toda la ventaja posible para huir de allí. Pero al girarse hacia ella, no vio más que las húmedas hojas que adornaban el sueño otoñal.
- Maldición –murmuró para si, mientras un pequeño revuelo se formaba en el camino tras él. ¿Cómo había podido suceder aquello? Apenas unos minutos antes había tenido que arrastrarla hasta allí.
- Calmaos –la voz del Enterrador tronó sobre los lamentos de sus conciudadanos- Los espíritus vendrán esta noche, pero esa figura no pertenece a ellos. Fijaos bien. Es ella.
El elfo no necesitó más confirmación para saber dónde se encontraba su compañera de viaje. La había tomado por una criatura débil y sin voluntad, excepto por aquella inexplicable obsesión de llegar a Cedralada. Por no variar, la humana había superado sus expectativas y, por no cambiar la dinámica, no en el buen sentido. Su única oportunidad de huir en el silencio de la noche, de aquella maldita noche plagada de malos augurios, había desaparecido.
Sin pensar demasiado en las consecuencias de sus actos, abandonó su escondite, corriendo hacia la chica, que seguía caminando hacia el exterior del pueblo, inconsciente de los aldeanos que comenzaban a acumularse a su espalda. Frenando un poco su avance para no golpearla, se agachó para engancharla a la altura de la cintura y cargar su peso sobre su hombro. Correr de aquella manera sería difícil, pero no tenía muchas más opciones. Iori era un peso muerto, tanto si la cargaba como si la chica decidía caminar por su propia voluntad.
En aquel mismo momento, un extraño gemido femenino captó la atención de los allí reunidos, que se giraron con espanto hacia el camino que conducía hacia la plaza. Algo atemorizaba al pueblo, algo que, atendiendo a las runas que adornaban la casa, era un viejo conocido que exigía un pago. Su mirada se cruzó con la del individuo al que el Enterrador había amenazado. Él y su compañera parecían tan dispuestos como ellos a usar aquel inesperado cambio de atención para huir. El líder de la aldea, por su parte, intentaba tranquilizar a sus vecinos, que se movían inquietos buscando el origen de aquel lamento.
Sin perder más tiempo, el elfo, con su carga al hombro, se internó en el bosque tras la casa. Debían alejarse lo más posible de aquel lugar, al menos hasta la llegada de la mañana. Las palabras del Enterrador retumbaron en su mente, así como la escena que habían presenciado en la plaza del pueblo. Los espíritus llegarían. Dos facciones acusándose de buscar la perdición de la otra. Una casa convertida en una trampa para atraer fuerzas oscuras. El pueblo veneraba a la Procesión de los Skógargandr y ellos se habían convertido en el sacrificio a sus demonios.
Gritos a su espalda le indicaron que la distracción no había durado más que unos segundos. La profunda voz del Enterrador retumbó tras ellos, cuando pronunció una única y contundente palabra: “atrapadlos”.
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Complicación: los aldeanos han decidido que ese año no hace falta que se sacrifique uno de ellos, pues han aparecido cuatro pringados a los que entregar a la Procesión. Tarek huye con Iori a cuestas. Parte del pueblo va tras ellos para recuperar su sacrificio.
Tarek Inglorien
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Re: La Procesión de los Skógargandr [Evento Samhain (Halloween)]
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Caminamos hasta llegar a la entrada.
- Ten, guárdala bien. No sé si sirva. - le di la nuez tallada a Meleis poco antes de internarnos los caseríos.
El ambiente lúgubre de aquel lugar solo alimentaba mi malestar. Puertas y ventanas cerradas, o mejor dicho, trancadas, y las que no, las pocas personas, hombres en su mayoría, cortaban y serraban madera para colocar en las casas. Era como si se prepararan para una invasión, o se tomaban demasiado en serio aquello. ¿Tanto miedo le tenían a esa dichosa marcha?
Intercambiamos la vista con algunos, no pasamos desapercibidos, se notaba que éramos forasteros. Nuestro andar, aquellas facciones tan propias del norte, y ni hablar de la estatura.
- Sí que son creyentes. - Caminaba mirando a mi alrededor. - ¿Y las tablas en las ventanas sirven de algo?
- Solo una sensación de seguridad. Son tiempos oscuros. - Respondió el encapuchado que a mis ojos ya estaba pareciendo un loco que solo hablaba del fin.
- ¿Contrataron más gente? - Preguntó mi hermano.
- Lo desconozco, fuimos enviados unos pocos, no más de una decena a conseguir ayuda. - nos guiaba por el camino que asumí era el principal. - Los llevaré con el líder. - Ni Meleis, ni yo agregamos algo más, lo seguimos en silencio.
Se detuvo en frente de una de las casas, no distaba mucho de las demás salvo por quizás por verse un poco más grande, había dos sujetos en la entrada que reconocieron de inmediato al de la capucha.
-Traje a dos conmigo.
No respondieron y se limitaron a abrir la puerta. Dentro estaba un sujeto hablando con un grupo de personas, no más de cinco.
- Asegúrense de colocar ofrendas, tal vez eso apacigüe un poco las cosas, y vigilen el camino al templo abandonado, hay muchos curiosos en estas fechas, especialmente los niños.
- No somos suficientes.
- ¡Pues inténtenlo! - gritó con gruesa y profunda.
- Me agrada. - Susurré a mi hermano, levantando el pulgar en gesto de aprobación.
- Ajá...
El grupo salió y dejándonos solo a los tres recién llegados, aunque sentía que un par de ojos ajenos me observaban, tal vez mi propia paranoia.
- ¿Y ellos quienes son? - se dirigió al encapuchado, que al fin se dejaba ver. Bajo la capucha desgastada, su cabello largo y enmarañado caía en mechones grises, y su barba, igualmente encanecida, cubría su rostro con un aire de dureza, falta de sueño y sobre todo, miedo.
- La mujer es arcanista, señor, el joven viene con ella. - Explicó.
El jefe nos miró. Ahí estaba frente a mí, imponente y marcado por los años, aunque menor que quien había sido nuestro guía. Su cabello oscuro y ondulado, salpicado de canas, caía de manera desordenada alrededor de su rostro. La barba, también canosa, le daba un aire de sabiduría y experiencia que no podía ignorar. A quién quería engañar, se me hacía todo un galán.
Vestía una túnica de tela gruesa, algo descolorida y desgastada. El cuero del cinturón que ceñía su cintura estaba marcado por el uso y, aunque su atuendo carecía de adornos, había en él una dignidad austera, o esa aura de autoridad.
- ¿Ah sí? - No parecía muy convencido. - Pruébalo. Hay muchos charlatanes allá fuera. - me retó con la mirada.
Sonreí de medio lado, pero si quería el trabajo debía probarlo. - ¿Tienes hambre? - El hombre alzó la ceja con duda.
Avancé hacia la mesa mientras sacaba mis cosas, tras escribir lo necesario allí estaba en frente a él unas raciones de comida, galletas1. - Una de estas y tendrás energía todo el día. - Tomé una y le di mordisco, que viera que me lo tragaba. - Si quieres otra prueba tendrá un costo extra. - añadí.
- Además hizo una runa para lo malos espíritus, señor. - delató el otro.
- Tch... viejo chismoso. - Susurré para mis adentros, antes de sonreír de la forma más incomoda que mi cara podía mostrar. - Como le dije en su momento, no tengo garantía de que eso funcione, desconozco a lo que me enfrento, sin embargo tengo experiencia en diversas áreas... experta en trampas y organización.
- ¿Puedo verla? - su vista estaba fija en mí y alcé los hombros.
- Ya no es mía.
Meleis, se acercó entonces, siempre era así, impulsivo. Bueno no podía juzgarlo, al parecer era de familia. Se sacó la nuez del bolsillo y se la extendió al hombre que tras tomarla parecía examinarla.
- El tallado es bastante bueno pero por qué... - Fue interrumpido.
- Es una nuez... el tesoro de Argyle es más bonito. - se escuchó una voz infantil, una pequeña que salía de su escondite, seguido del suspiro cansado del hombre.
La miré con una mezcla de asombro y ternura. Su figura era menuda, en sus ojos brillaba una determinación que contrastaba con su complexión. Tenía el cabello castaño oscuro, recogido en un moño despeinado, con algunos mechones cayendo despreocupadamente sobre su rostro, dándole un aire vivaz y audaz. Su piel era suave y sus facciones dulces, pero había una chispa en su expresión, una picardía que me hacía pensar que esta niña era más astuta de lo que dejaba ver. Había en su postura y en su mirada una mezcla de inocencia y valentía, como si estuviera lista para enfrentarse a lo que el mundo le pusiera enfrente.
- Lidia, te dije que te quedaras en tu habitación.
- Pero... es una nuez.
- ¡Oye no cuestiones mis métodos, enanita! fue lo primero que encontré en tan poco tiempo. - refunfuñé.
Tanto Meleis como el otro anciano se vieron un poco cohibidos ante la presencia de la pequeña, tampoco sabían qué agregar. Claro que algo sí captó la atención de mi hermano, algo que yo había ignorado por estar discutiendo con la pequeña.
Le regresó la nuez a Meleis, miró a quien supuse sería su hija, y luego me miró.
- Puedes revisar el perímetro, dejamos algunas ofrendas, puedes revisarlas, que Garrick te ayude.
- ¿Quién? - No supe a quien se refería hasta que miró al viejo que para mí siempre había sido el "encapuchado".
- Soy Tharic, y ella es mi hija, Lidia. - se presentó después de caer en cuenta que tampoco había dicho su nombre y nosotros tampoco.
- Soy Meraxes y el es mi hermano Meleis.
- ¿No se golpean la cabeza con los marcos?
- ¡Lidia!
- ¿Qué? Son gigantes.
- Yo mejor me voy a ver esos altares, andando encapu...Garrick. - Salí de allí.
Meleis y Lidia cruzaron miradas antes de seguirme a la salida.
Había trabajo que hacer, y aquello me recordaba las veces que tuve que estar de aquí para allá en los campamentos, al mismo tiempo me llegaba la incomoda presión en el pecho de que nada saldría bien, era difícil callar esas voces pero por el momento eran algo que podía controlar.
Altares por aquí, ofrendas por allá y yo no tenía ni la menor idea de qué servía o no. Las horas pasaron, el crepúsculo se asomaba.
- Alguien nos ha estado vigilando desde que salimos de la casa. - Dijo Meleis.
- ¿Ah sí? - estaba concentrada en ciento de cosas en mi cabeza que era ignorante de este hecho.
- la niña...
- Esa méndiga enana... no le perdono lo de la nuez. - suspiré.- ¿Puedes encargarte de que vuelva a su casa? No quiero meterme en líos con su padre y perder el trabajo.
- Yo me encargo. - Con ello se alejó, volví a lo mío...
Fingió caminar sin rumbo, despreocupado pero consciente que la niña no lo había perdido de vista, su interés estaba en él, o mejor dicho, en lo que llevaba. Se detuvo cerca de una pila de madera.
- ¿No deberías estar en tu casa? - Preguntó finalmente el joven dragón.
- Papá exagera, además Argyle dice que el tesoro del templo nos protegerá, y es más bonito que lo que tu tienes.
- ¿Tesoro del templo? - preguntó con curiosidad.
- No está muy lejos de aquí, los ancianos dicen que era de lo elfos, nunca nos dejan ir así que aquellos que lo hacen son valientes. Mi papá me vigila todo e tiempo así que es difícil escabullirme hasta allá. - resopló un tanto frustrada. -
- Y con toda la razón, puede ser peligroso. Conozco a los elfos y aunque son seres maravillosos también son de temer, su magia es peculiar y muy poderosa. -
- ¿Conoces elfos? No te creo.
- ¿Parezco alguien que miente?
Lidia, negó con la cabeza. - ¿Puedo verla? El amuleto.
- ¿Volverás a tu casa si te lo enseño?
- ¡Sí! - sonrió ampliamente viendo como Meleis llevaba a nueva cuenta su mano a los bolsillos. Le dio la nuez... y de pronto, aprovechándose de esa pequeña estatura, salió corriendo.
- ¡Se la mostraré a Argyle y Tom, me quedan de camino a casa!
- ¡Oye! ¡Espera! - se palmeó la frente mientras corría tras de ella. - Debí habérmelo esperado... ¡Lidia, ven aquí!
Una pequeña escurridiza en una aldea desconocida, aquello llevaría su tiempo.
Mientras tanto... algo sucedía en las afueras, algo se acercaba.
- ¡Tom! ¡Tom! - gritaba la anciana preocupada.
A lo lejos pregunté a mi acompañante. - ¿Qué sucede?
- Uno de los chicos, al parecer está perdido, no tenemos suficientes hombres ahora. Siempre regresan, aunque en estas fechas las esperanzas son nulas.
- Ustedes sí que saben cómo levantar el ánim...
Un estruendo lejano nos puso en alerta. ¿Qué había ocurrido?
- ¡Nos atacan! ¡Nos atacan! - se empezó a escuchar en ola.
- ¡Meleis! - pensé en mi hermano, no había vuelto desde que dijo que se encargaría de regresar a la pequeña. - Encárgate de llevar a la gente a un lugar seguro, veré qué sucede. - Corrí hacia el estruendo, había sucedido bastante lejos de mi posición por lo que me tomaría algunos minutos llegar, comenzaba a sentir la presión en el pecho, las voces que me decían que no lograría nada.
- Ten, guárdala bien. No sé si sirva. - le di la nuez tallada a Meleis poco antes de internarnos los caseríos.
El ambiente lúgubre de aquel lugar solo alimentaba mi malestar. Puertas y ventanas cerradas, o mejor dicho, trancadas, y las que no, las pocas personas, hombres en su mayoría, cortaban y serraban madera para colocar en las casas. Era como si se prepararan para una invasión, o se tomaban demasiado en serio aquello. ¿Tanto miedo le tenían a esa dichosa marcha?
Intercambiamos la vista con algunos, no pasamos desapercibidos, se notaba que éramos forasteros. Nuestro andar, aquellas facciones tan propias del norte, y ni hablar de la estatura.
- Sí que son creyentes. - Caminaba mirando a mi alrededor. - ¿Y las tablas en las ventanas sirven de algo?
- Solo una sensación de seguridad. Son tiempos oscuros. - Respondió el encapuchado que a mis ojos ya estaba pareciendo un loco que solo hablaba del fin.
- ¿Contrataron más gente? - Preguntó mi hermano.
- Lo desconozco, fuimos enviados unos pocos, no más de una decena a conseguir ayuda. - nos guiaba por el camino que asumí era el principal. - Los llevaré con el líder. - Ni Meleis, ni yo agregamos algo más, lo seguimos en silencio.
Se detuvo en frente de una de las casas, no distaba mucho de las demás salvo por quizás por verse un poco más grande, había dos sujetos en la entrada que reconocieron de inmediato al de la capucha.
-Traje a dos conmigo.
No respondieron y se limitaron a abrir la puerta. Dentro estaba un sujeto hablando con un grupo de personas, no más de cinco.
- Asegúrense de colocar ofrendas, tal vez eso apacigüe un poco las cosas, y vigilen el camino al templo abandonado, hay muchos curiosos en estas fechas, especialmente los niños.
- No somos suficientes.
- ¡Pues inténtenlo! - gritó con gruesa y profunda.
- Me agrada. - Susurré a mi hermano, levantando el pulgar en gesto de aprobación.
- Ajá...
El grupo salió y dejándonos solo a los tres recién llegados, aunque sentía que un par de ojos ajenos me observaban, tal vez mi propia paranoia.
- ¿Y ellos quienes son? - se dirigió al encapuchado, que al fin se dejaba ver. Bajo la capucha desgastada, su cabello largo y enmarañado caía en mechones grises, y su barba, igualmente encanecida, cubría su rostro con un aire de dureza, falta de sueño y sobre todo, miedo.
- Garrick:
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- La mujer es arcanista, señor, el joven viene con ella. - Explicó.
El jefe nos miró. Ahí estaba frente a mí, imponente y marcado por los años, aunque menor que quien había sido nuestro guía. Su cabello oscuro y ondulado, salpicado de canas, caía de manera desordenada alrededor de su rostro. La barba, también canosa, le daba un aire de sabiduría y experiencia que no podía ignorar. A quién quería engañar, se me hacía todo un galán.
Vestía una túnica de tela gruesa, algo descolorida y desgastada. El cuero del cinturón que ceñía su cintura estaba marcado por el uso y, aunque su atuendo carecía de adornos, había en él una dignidad austera, o esa aura de autoridad.
- Tharic:
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- ¿Ah sí? - No parecía muy convencido. - Pruébalo. Hay muchos charlatanes allá fuera. - me retó con la mirada.
Sonreí de medio lado, pero si quería el trabajo debía probarlo. - ¿Tienes hambre? - El hombre alzó la ceja con duda.
Avancé hacia la mesa mientras sacaba mis cosas, tras escribir lo necesario allí estaba en frente a él unas raciones de comida, galletas1. - Una de estas y tendrás energía todo el día. - Tomé una y le di mordisco, que viera que me lo tragaba. - Si quieres otra prueba tendrá un costo extra. - añadí.
- Además hizo una runa para lo malos espíritus, señor. - delató el otro.
- Tch... viejo chismoso. - Susurré para mis adentros, antes de sonreír de la forma más incomoda que mi cara podía mostrar. - Como le dije en su momento, no tengo garantía de que eso funcione, desconozco a lo que me enfrento, sin embargo tengo experiencia en diversas áreas... experta en trampas y organización.
- ¿Puedo verla? - su vista estaba fija en mí y alcé los hombros.
- Ya no es mía.
Meleis, se acercó entonces, siempre era así, impulsivo. Bueno no podía juzgarlo, al parecer era de familia. Se sacó la nuez del bolsillo y se la extendió al hombre que tras tomarla parecía examinarla.
- El tallado es bastante bueno pero por qué... - Fue interrumpido.
- Es una nuez... el tesoro de Argyle es más bonito. - se escuchó una voz infantil, una pequeña que salía de su escondite, seguido del suspiro cansado del hombre.
La miré con una mezcla de asombro y ternura. Su figura era menuda, en sus ojos brillaba una determinación que contrastaba con su complexión. Tenía el cabello castaño oscuro, recogido en un moño despeinado, con algunos mechones cayendo despreocupadamente sobre su rostro, dándole un aire vivaz y audaz. Su piel era suave y sus facciones dulces, pero había una chispa en su expresión, una picardía que me hacía pensar que esta niña era más astuta de lo que dejaba ver. Había en su postura y en su mirada una mezcla de inocencia y valentía, como si estuviera lista para enfrentarse a lo que el mundo le pusiera enfrente.
- Lidia:
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- Lidia, te dije que te quedaras en tu habitación.
- Pero... es una nuez.
- ¡Oye no cuestiones mis métodos, enanita! fue lo primero que encontré en tan poco tiempo. - refunfuñé.
Tanto Meleis como el otro anciano se vieron un poco cohibidos ante la presencia de la pequeña, tampoco sabían qué agregar. Claro que algo sí captó la atención de mi hermano, algo que yo había ignorado por estar discutiendo con la pequeña.
Le regresó la nuez a Meleis, miró a quien supuse sería su hija, y luego me miró.
- Puedes revisar el perímetro, dejamos algunas ofrendas, puedes revisarlas, que Garrick te ayude.
- ¿Quién? - No supe a quien se refería hasta que miró al viejo que para mí siempre había sido el "encapuchado".
- Soy Tharic, y ella es mi hija, Lidia. - se presentó después de caer en cuenta que tampoco había dicho su nombre y nosotros tampoco.
- Soy Meraxes y el es mi hermano Meleis.
- ¿No se golpean la cabeza con los marcos?
- ¡Lidia!
- ¿Qué? Son gigantes.
- Yo mejor me voy a ver esos altares, andando encapu...Garrick. - Salí de allí.
Meleis y Lidia cruzaron miradas antes de seguirme a la salida.
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Había trabajo que hacer, y aquello me recordaba las veces que tuve que estar de aquí para allá en los campamentos, al mismo tiempo me llegaba la incomoda presión en el pecho de que nada saldría bien, era difícil callar esas voces pero por el momento eran algo que podía controlar.
Altares por aquí, ofrendas por allá y yo no tenía ni la menor idea de qué servía o no. Las horas pasaron, el crepúsculo se asomaba.
- Alguien nos ha estado vigilando desde que salimos de la casa. - Dijo Meleis.
- ¿Ah sí? - estaba concentrada en ciento de cosas en mi cabeza que era ignorante de este hecho.
- la niña...
- Esa méndiga enana... no le perdono lo de la nuez. - suspiré.- ¿Puedes encargarte de que vuelva a su casa? No quiero meterme en líos con su padre y perder el trabajo.
- Yo me encargo. - Con ello se alejó, volví a lo mío...
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Meleis
Fingió caminar sin rumbo, despreocupado pero consciente que la niña no lo había perdido de vista, su interés estaba en él, o mejor dicho, en lo que llevaba. Se detuvo cerca de una pila de madera.
- ¿No deberías estar en tu casa? - Preguntó finalmente el joven dragón.
- Papá exagera, además Argyle dice que el tesoro del templo nos protegerá, y es más bonito que lo que tu tienes.
- ¿Tesoro del templo? - preguntó con curiosidad.
- No está muy lejos de aquí, los ancianos dicen que era de lo elfos, nunca nos dejan ir así que aquellos que lo hacen son valientes. Mi papá me vigila todo e tiempo así que es difícil escabullirme hasta allá. - resopló un tanto frustrada. -
- Y con toda la razón, puede ser peligroso. Conozco a los elfos y aunque son seres maravillosos también son de temer, su magia es peculiar y muy poderosa. -
- ¿Conoces elfos? No te creo.
- ¿Parezco alguien que miente?
Lidia, negó con la cabeza. - ¿Puedo verla? El amuleto.
- ¿Volverás a tu casa si te lo enseño?
- ¡Sí! - sonrió ampliamente viendo como Meleis llevaba a nueva cuenta su mano a los bolsillos. Le dio la nuez... y de pronto, aprovechándose de esa pequeña estatura, salió corriendo.
- ¡Se la mostraré a Argyle y Tom, me quedan de camino a casa!
- ¡Oye! ¡Espera! - se palmeó la frente mientras corría tras de ella. - Debí habérmelo esperado... ¡Lidia, ven aquí!
Una pequeña escurridiza en una aldea desconocida, aquello llevaría su tiempo.
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Mientras tanto... algo sucedía en las afueras, algo se acercaba.
- ¡Tom! ¡Tom! - gritaba la anciana preocupada.
A lo lejos pregunté a mi acompañante. - ¿Qué sucede?
- Uno de los chicos, al parecer está perdido, no tenemos suficientes hombres ahora. Siempre regresan, aunque en estas fechas las esperanzas son nulas.
- Ustedes sí que saben cómo levantar el ánim...
Un estruendo lejano nos puso en alerta. ¿Qué había ocurrido?
- ¡Nos atacan! ¡Nos atacan! - se empezó a escuchar en ola.
- ¡Meleis! - pensé en mi hermano, no había vuelto desde que dijo que se encargaría de regresar a la pequeña. - Encárgate de llevar a la gente a un lugar seguro, veré qué sucede. - Corrí hacia el estruendo, había sucedido bastante lejos de mi posición por lo que me tomaría algunos minutos llegar, comenzaba a sentir la presión en el pecho, las voces que me decían que no lograría nada.
- Off:
-1Técnica arcana escribió:Conjurar Comida [Técnica] Sobre la superficie encantada aparecerán 5 pasteles, galletas o porciones de comida similares, a tu elección. Cada una de estas porciones alimenta plenamente a una persona por un día completo. Quienes consuman este alimento, además, no se cansarán al caminar y sus heridas cerrarán el doble de rápido.
- Complicación: Lidia se lleva la nuez con la runa hacia casa de Argyle, el niño que tiene el tesoro robado del templo de los elfos. Ya que va hacia donde apunta el peligro cabe la posibilidad que esa nuez deje de existir. (?)
- Merax comienza a sentir lo efectos de su maldición.
- Objetivo:Tallar runas protectoras: Las runas protectoras son uno de los pocos recursos y escudos que la gente tiene contra la procesión fantasmal. Quien tenga una runa protectora, será inmune a la maldición que los espíritus malignos lancen. Al menos eso cuenta la leyenda. Para obtener una runa protectora deberéis de ayudar a alguien que tenga la profesión arcano en la tarea que os proponga. Un arcanista solo podría fabricar una sola runa, y si el/la arcanista entrega la runa, él se quedará sin la posibilidad de obtener una (a no ser que ayude a otro arcanista y este le dé la runa).
- Nivel de Arcanos: Experto
- * [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]Mapita de La Aldea que podría funcionar[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
- Maldición Activa:Una idea te consume la mente y el espíritu; no haber sido capaz de obtener la caja misteriosa. Ello siembra en ti una intensa y peligrosa desesperación. Tras su fracaso, tu corazón es atrapado por una ansiedad voraz que la atormenta sin tregua. Esta maldición te obliga a experimentar, una vez por tema, una parálisis emocional y física. Durante estos momentos, el mundo a su alrededor se vuelve inmenso, abrumador, y tú te sientes insignificante, pequeña y débil, incapaz de controlar tu destino.Outfit Meraxes[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Outfit Meleis[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
- Inventario:
- Collar de Zafiro [Encantamiento Pudor] - Cuello
- Medalla del exterminador [1 CARGA] - Pecho lado derecho.
- Pieza Metalica - Pecho lado izquierdo.
- Armadura Ligera Normal [Encantamiento Armadura Engañosa]
- Bolso de Viajero:Contiene un saco de dormir, 4 metros de cuerda, provisiones, pedernal con yesca, cantimplora y 2 antorchas.
- Kit de Arcanos Regular. - Dentro de Bolso de Viajero. [L1]
- Látigo [Arma Flexible Superior - Encantamiento Castigo de Piedra] - Cuelga del lado izquierdo de mi cintura.
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] [Armas Flexible Superior. Metal. Unidades: 2]
- Tónico del Jerbo - Bolso
- Llave Onírica - Bolso
- Ocarina - Bolso
- Kit de Curtiduría Inferior - Bolso [L2]
- Bomull (Cría de Gomejo)
- Caramelo de Jade. [Dentro de bolsa de viajero]
- Hongos de Lithe. [Cant. 1]] [Dentro de bolsa de viajero]
- Collar de Moneda Maliciosa de Elian [Cuello- Encantamiento Fuente de Luz]
-Trampa de Red [Dentro de bolsa de viajero] [L3]
- Peluche de bégimo. [Sin cargas]
- Brocheta de yak
-Huevo sorpresa. [Unidades: 1]
- Néctar Kimil.
- Bolita de pétalos biusificados. [1 carga]
- Bomba Luminosa. [L4]
- Bolitas Resbaladizas. [Dentro del Bolso] [L5]
- Voluntad de Terric.
- Poción de Recuperación (2)
- Trineo.
- Disfraz de Gomejo [Guardado]
- Garras Superiores.
- Ropas Comunes Superiores [Equipada]
- Escama de dragón marino [Unidades: 2]
-Gorrito de Calabaza.
- Lentes de Visión Nocturna.
- Cecina de crasgwar.
- Bolitas de amor de Karre’xha
- Ramillete de mil lágrimas.
- Fertilizante especial chez Cohen.Outfit
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo][Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Separador:[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
- Inventario Meleis:
- Garras Superiores
- Bolso del Explorador.
- Armadura de Fieras Normal. [A. Ligera / Encantamiento Pudor]
- Poción de Salud Concentrada. [Dentro del Bolso] [L6]
- Disfraz de Gomejo [Guardado]
- Cría de Palomejo.
- Inyección [L]
Meraxes
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Re: La Procesión de los Skógargandr [Evento Samhain (Halloween)]
- Comienza el Samhain:
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La historia de Zelas
Una resistencia insólita recorrió todo el cuerpo de Zelas, vibrando en su propio éter y enviándole una sensación de rechazo; un rechazo absoluto. El árbol maldito no solo absorbía los impactos y la magia elemental, sino que parecía alimentarse de la energía misma que le habían ofrecido. La corteza oscura emitió un destello iracundo, una luz verdosa y espectral que chispeaba entre las grietas del tronco.
La sonrisa confiada de su maestra había desaparecido. Los ojos de Yuki reflejaban el leve temor que comenzaba a enraizarse en su corazón. Extendió las manos y murmuró un hechizo ritual, uno de neutralización del éter que le habían ofrecido, envolviendo el árbol con un resplandor etéreo transparente que pulsaba como el latido de un corazón.
Sin embargo, en vez de debilitarse, el árbol comenzó a reaccionar. La energía que fue absorbida, ahora era redirigida hacia fuera del árbol en forma de explosión, envolviendo a ambos arcanistas en un abrazo abrasador.
La medianoche pasó y la luna, alta y brillante, comenzó a teñir el bosque de una luz pálida y fantasmal. La procesión de los Skógargandr avanzaba, una larga fila de figuras espectrales y difusas que vagaban entre los árboles, susurros sin voz llenando el aire, cada uno un eco de lamentos de aquellos condenados a vagar por la eternidad.
En su marcha, los Skógargandr se detuvieron frente al árbol maldito, todo a su alrededor estaba envuelto en fuego; unas llamas que rodeaban al árbol pero no lo tocaban, y tampoco se extendía más allá de un círculo perfectamente dispuesto alrededor de este horrendo presagio. Una de las figuras espectrales alzó una mano esquelética, señalando hacia las raíces. De allí, dos seres comenzaron a emerger, figuras que conservaban su forma humana, sus miradas vacías, teñidas de un brillo espectral, y sus almas ahora atadas a la maldición.
La figura espectral que lideraba la procesión hizo un gesto con su brazo, y los recién caídos se unieron a los demás, sus pasos silenciosos pero firmes, como si la voluntad de sus espíritus ya no les perteneciera. La procesión reanudó su marcha, avanzando hacia la oscuridad, cada uno de ellos portando el peso de su condena.
Te gusta jugar con la muerte y siempre estás al filo de la navaja, Zelas. Pero eso no es nuevo para ti, ni tampoco creo que te asuste, aunque esta vez no será tan sencillo para ti librarte de las garras de lo inevitable que a todo mortal le llega. Demasiadas veces te has escapado de ella, ¿Serás capaz de hacerlo una vez más?
En la siguiente ronda, deberás de realizar la procesión maldita con los Skógargandr. Tu misión es seguir con el sino de tu maldición y caminar hasta que sea de día de nuevo, atrayendo a nuevas almas descarriadas para la larga procesión. Puedes meterte en la historia de cualquier otro usuario e intentar que se una a ti. Lanzarás una runa.
La forma de librarte de esta maldición y que tu alma encuentre la paz será destruyendo aquello que te hizo sucumbir.
La sonrisa confiada de su maestra había desaparecido. Los ojos de Yuki reflejaban el leve temor que comenzaba a enraizarse en su corazón. Extendió las manos y murmuró un hechizo ritual, uno de neutralización del éter que le habían ofrecido, envolviendo el árbol con un resplandor etéreo transparente que pulsaba como el latido de un corazón.
Sin embargo, en vez de debilitarse, el árbol comenzó a reaccionar. La energía que fue absorbida, ahora era redirigida hacia fuera del árbol en forma de explosión, envolviendo a ambos arcanistas en un abrazo abrasador.
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La medianoche pasó y la luna, alta y brillante, comenzó a teñir el bosque de una luz pálida y fantasmal. La procesión de los Skógargandr avanzaba, una larga fila de figuras espectrales y difusas que vagaban entre los árboles, susurros sin voz llenando el aire, cada uno un eco de lamentos de aquellos condenados a vagar por la eternidad.
En su marcha, los Skógargandr se detuvieron frente al árbol maldito, todo a su alrededor estaba envuelto en fuego; unas llamas que rodeaban al árbol pero no lo tocaban, y tampoco se extendía más allá de un círculo perfectamente dispuesto alrededor de este horrendo presagio. Una de las figuras espectrales alzó una mano esquelética, señalando hacia las raíces. De allí, dos seres comenzaron a emerger, figuras que conservaban su forma humana, sus miradas vacías, teñidas de un brillo espectral, y sus almas ahora atadas a la maldición.
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La figura espectral que lideraba la procesión hizo un gesto con su brazo, y los recién caídos se unieron a los demás, sus pasos silenciosos pero firmes, como si la voluntad de sus espíritus ya no les perteneciera. La procesión reanudó su marcha, avanzando hacia la oscuridad, cada uno de ellos portando el peso de su condena.
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Te gusta jugar con la muerte y siempre estás al filo de la navaja, Zelas. Pero eso no es nuevo para ti, ni tampoco creo que te asuste, aunque esta vez no será tan sencillo para ti librarte de las garras de lo inevitable que a todo mortal le llega. Demasiadas veces te has escapado de ella, ¿Serás capaz de hacerlo una vez más?
En la siguiente ronda, deberás de realizar la procesión maldita con los Skógargandr. Tu misión es seguir con el sino de tu maldición y caminar hasta que sea de día de nuevo, atrayendo a nuevas almas descarriadas para la larga procesión. Puedes meterte en la historia de cualquier otro usuario e intentar que se una a ti. Lanzarás una runa.
La forma de librarte de esta maldición y que tu alma encuentre la paz será destruyendo aquello que te hizo sucumbir.
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La historia de Niniel, Vincent y Meraxes
Un temblor profundo reverberó a través del suelo de la tranquila Villa Darrow, tan sutil al principio como un murmullo, pero con la intensidad de un trueno contenido. A cada paso, el coloso avanzaba, sus extremidades monumentales estirándose con movimientos pesados pero implacables, impulsado por una fuerza arcana y ancestral. Su cuerpo pétreo estaba cubierto de runas élficas, que brillaban con un resplandor etéreo azul y púrpura, mientras pequeños cristales incrustados en sus articulaciones chisporroteaban de energía mágica.
En el centro de la villa, una antorcha titiló y se apagó por una ráfaga de repentino viento que se levanto, ¿Un mal presagio, quizas? Las casas, las tabernas, y las tiendas parecían encogerse bajo la inmensa figura que cruzaba el puente, sus ojos sin pupilas, luminosos y vacíos, escudriñando cada rincón. Los habitantes, aturdidos y confundidos, asomaban sus cabezas por las ventanas, susurrando en voz baja, intentando comprender. Algunos se armaron de valor y salieron a la calle, solo para retroceder de inmediato ante la visión de aquella monstruosidad, una entidad nacida de una época pasada.
Niniel, Vincent por su lado, y Meraxes por el suyo propio llegaron con la mayor premura. Ante sus ojos, el gólem levantó uno de sus brazos gigantescos y lo dejó caer sobre una carreta vacía en medio de la calle principal, reduciéndola a astillas con un crujido ensordecedor. Luego, con un giro lento de su cabeza, su mirada recorrió la hilera de casas, como si escaneara meticulosamente cada rincón, cada sombra. Buscaba algo… o a alguien. Y no se detendría hasta encontrarlo.
El coloso continuaba avanzando, y cada paso que daba parecía resonar como un eco en el corazón de Tom, quien, con una mezcla de vergüenza y desesperación, empezó a entender la magnitud de su error. Aquella "hazaña" de su amigo Argyle, la piedra que había tomado del templo… esa misma insignificante piedra que se exhibía como trofeo en la taberna, había desatado algo que no comprendían, algo que estaba mucho más allá de su control.
-¡La piedra!-gritó Tom, como si el nombre del objeto prohibido invocara al mismo tiempo una maldición y una esperanza-¡Va a por la piedra que Argyle robó! ¡Va a matarlo!
"Era un lugar sagrado… incluso los dioses lo han olvidado", y tenía razón. Aquello que pertenece a los ancestros, jamás debe ser profanado.
La taberna estaba llena de risas y conversaciones despreocupadas. La noche de Samhain era, después de todo, un momento de celebración, una burla a la misma muerte. Pero en ese instante, bajo la sombra del gólem, cada risa parecía más una burla trágica, un canto de cisne al borde de la destrucción.
Entonces, con un último rugido sordo, el gólem llegó a la plaza frente a la taberna. Algunos hombres en la entrada retrocedieron, confundidos y asustados, y comenzaron a cerrar las puertas de la posada. Pero el coloso levantó su brazo, y antes de que las puertas pudieran cerrarse por completo, lo dejó caer con la fuerza de una montaña desplomándose, destrozando el umbral y arrancando la puerta de sus goznes.
Los gritos de pánico llenaron el aire, y la taberna se sumió en el caos. Los aldeanos intentaron huir, muchos lanzándose por las ventanas o corriendo a refugiarse bajo las mesas. Pero el gólem no prestaba atención a ninguno de ellos. Su mirada estaba fija en el centro de la taberna, en la figura que aún permanecía paralizada junto a la barra.
-¡Argyle!-Tom gritó, mientras luchaba por abrirse paso entre la multitud que huía. Su amigo no se movía, sus ojos eran pozos de terror mientras miraba fijamente al coloso que ahora se inclinaba hacia él, su mano extendida, pétrea y cruel, como un juez implacable.-¡Devuelve la piedra!
El muchacho, aterrado y sin escapatoria intentó quitarse de su vista el trofeo maldito, pero sus dedos y manos temblaban demasiado como para responder en esa situación.
Demasiado tarde. El gólem aplastó su cabeza.
Niniel, sacerdotisa y sanadora mía, servidora de la Luz de Anar; Vincent, experto en miles de aventuras y desventuras, caminante de historias; Meraxes, maldita pero sin claudicar, dos veces bendita; esta noche no podía sino empezar de forma trágica. Siento que hayáis tenido que presenciar esto.
Ahora solo queda desactivar al gólem, intentar calmar a los vecinos y... a Tom (no me fío de cómo pueda reaccionar a esto). Tenéis que encontrar la forma de, en esta noche, guiar al espíritu de Argyle para que encuentre la paz y no quiera volver a la vida como un ser vengativo y maligno. Esta noche es peligrosa.
Vincent y Meraxes, espero que tengáis algo con lo que protegeros de los malos espíritus.
Tirad runa.
En el centro de la villa, una antorcha titiló y se apagó por una ráfaga de repentino viento que se levanto, ¿Un mal presagio, quizas? Las casas, las tabernas, y las tiendas parecían encogerse bajo la inmensa figura que cruzaba el puente, sus ojos sin pupilas, luminosos y vacíos, escudriñando cada rincón. Los habitantes, aturdidos y confundidos, asomaban sus cabezas por las ventanas, susurrando en voz baja, intentando comprender. Algunos se armaron de valor y salieron a la calle, solo para retroceder de inmediato ante la visión de aquella monstruosidad, una entidad nacida de una época pasada.
Niniel, Vincent por su lado, y Meraxes por el suyo propio llegaron con la mayor premura. Ante sus ojos, el gólem levantó uno de sus brazos gigantescos y lo dejó caer sobre una carreta vacía en medio de la calle principal, reduciéndola a astillas con un crujido ensordecedor. Luego, con un giro lento de su cabeza, su mirada recorrió la hilera de casas, como si escaneara meticulosamente cada rincón, cada sombra. Buscaba algo… o a alguien. Y no se detendría hasta encontrarlo.
El coloso continuaba avanzando, y cada paso que daba parecía resonar como un eco en el corazón de Tom, quien, con una mezcla de vergüenza y desesperación, empezó a entender la magnitud de su error. Aquella "hazaña" de su amigo Argyle, la piedra que había tomado del templo… esa misma insignificante piedra que se exhibía como trofeo en la taberna, había desatado algo que no comprendían, algo que estaba mucho más allá de su control.
-¡La piedra!-gritó Tom, como si el nombre del objeto prohibido invocara al mismo tiempo una maldición y una esperanza-¡Va a por la piedra que Argyle robó! ¡Va a matarlo!
"Era un lugar sagrado… incluso los dioses lo han olvidado", y tenía razón. Aquello que pertenece a los ancestros, jamás debe ser profanado.
La taberna estaba llena de risas y conversaciones despreocupadas. La noche de Samhain era, después de todo, un momento de celebración, una burla a la misma muerte. Pero en ese instante, bajo la sombra del gólem, cada risa parecía más una burla trágica, un canto de cisne al borde de la destrucción.
Entonces, con un último rugido sordo, el gólem llegó a la plaza frente a la taberna. Algunos hombres en la entrada retrocedieron, confundidos y asustados, y comenzaron a cerrar las puertas de la posada. Pero el coloso levantó su brazo, y antes de que las puertas pudieran cerrarse por completo, lo dejó caer con la fuerza de una montaña desplomándose, destrozando el umbral y arrancando la puerta de sus goznes.
Los gritos de pánico llenaron el aire, y la taberna se sumió en el caos. Los aldeanos intentaron huir, muchos lanzándose por las ventanas o corriendo a refugiarse bajo las mesas. Pero el gólem no prestaba atención a ninguno de ellos. Su mirada estaba fija en el centro de la taberna, en la figura que aún permanecía paralizada junto a la barra.
-¡Argyle!-Tom gritó, mientras luchaba por abrirse paso entre la multitud que huía. Su amigo no se movía, sus ojos eran pozos de terror mientras miraba fijamente al coloso que ahora se inclinaba hacia él, su mano extendida, pétrea y cruel, como un juez implacable.-¡Devuelve la piedra!
El muchacho, aterrado y sin escapatoria intentó quitarse de su vista el trofeo maldito, pero sus dedos y manos temblaban demasiado como para responder en esa situación.
Demasiado tarde. El gólem aplastó su cabeza.
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Niniel, sacerdotisa y sanadora mía, servidora de la Luz de Anar; Vincent, experto en miles de aventuras y desventuras, caminante de historias; Meraxes, maldita pero sin claudicar, dos veces bendita; esta noche no podía sino empezar de forma trágica. Siento que hayáis tenido que presenciar esto.
Ahora solo queda desactivar al gólem, intentar calmar a los vecinos y... a Tom (no me fío de cómo pueda reaccionar a esto). Tenéis que encontrar la forma de, en esta noche, guiar al espíritu de Argyle para que encuentre la paz y no quiera volver a la vida como un ser vengativo y maligno. Esta noche es peligrosa.
Vincent y Meraxes, espero que tengáis algo con lo que protegeros de los malos espíritus.
Tirad runa.
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La historia de Dante
Sor Elenda se quedó en silencio mientras observaba la mancha oscura sobre la puerta del orfanato, su rostro severo iluminado apenas por las luces titilantes de las velas que colgaban cerca del umbral. Los niños y Dante mantenían la respiración contenida, sabiendo que cualquier palabra de más podría encender la furia de la hermana. La marca pintada en la puerta no era cualquier garabato; el símbolo arcano parecía pulsar con una energía oscura y desconocida, claramente impropia para un lugar tan sagrado. ¿Sería solo la imaginación de Dante o verdaderamente la influencia de aquella fecha era tan poderosa?
-¿Qué significa esto?-preguntó, su voz tensa y controlada, cada palabra cayendo como el retumbar de un trueno contenido.
Los niños bajaron la mirada al suelo, buscando refugio en sus sombras.
La monja mantuvo su mirada fija en ellos y en Dante, como si estuviera evaluando cada palabra y cada expresión en busca de signos de engaño. Finalmente, soltó un suspiro de exasperación y cruzó los brazos.
Dirigiéndose a los tres niños, Sor Elenda señaló con un dedo largo y huesudo hacia el interior del orfanato.
-¡Oberon, Percy, Theodoro! Adentro, ahora mismo. Tendremos una conversación muy larga sobre el respeto, la prudencia y las consecuencias de estos actos. Y pueden estar seguros de que lo que han hecho no quedará sin castigo.
Los niños están asustados de esa mujer por una buena razón, ¿Vas a dejarlos a su suerte? Quizás no sea más que una mujer estricta, pero...
El caso es que la noche ha caído por completo, y esa runa sigue pintada. Es mejor que la quites.
Si quieres, puedes marcharte o ver a dónde lleva la mujer a esos niños.
-¿Qué significa esto?-preguntó, su voz tensa y controlada, cada palabra cayendo como el retumbar de un trueno contenido.
Los niños bajaron la mirada al suelo, buscando refugio en sus sombras.
La monja mantuvo su mirada fija en ellos y en Dante, como si estuviera evaluando cada palabra y cada expresión en busca de signos de engaño. Finalmente, soltó un suspiro de exasperación y cruzó los brazos.
Dirigiéndose a los tres niños, Sor Elenda señaló con un dedo largo y huesudo hacia el interior del orfanato.
-¡Oberon, Percy, Theodoro! Adentro, ahora mismo. Tendremos una conversación muy larga sobre el respeto, la prudencia y las consecuencias de estos actos. Y pueden estar seguros de que lo que han hecho no quedará sin castigo.
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Los niños están asustados de esa mujer por una buena razón, ¿Vas a dejarlos a su suerte? Quizás no sea más que una mujer estricta, pero...
El caso es que la noche ha caído por completo, y esa runa sigue pintada. Es mejor que la quites.
Si quieres, puedes marcharte o ver a dónde lleva la mujer a esos niños.
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La historia de Reike, Alward y Eltrant
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La oscuridad había caído completamente sobre la aldea. Una bruma espesa cubría el suelo, serpenteando entre las casas como un predador que acecha. Los árboles, altos y retorcidos, se erguían en las cercanías, extendiendo sus ramas nudosas hacia el cielo sin luna, un firmamento salpicado de estrellas lejanas que apenas lograban perforar la penumbra. Era como si hasta la luz misma hubiera abandonado el lugar, dejando que las sombras se escurrieran por cada rincón, llenando de oscuridad y malos presagios aquel pequeño y olvidado asentamiento.
Eltrant, Reike, Alward y Katrina avanzaban lentamente, sus pasos resonando en las calles de tierra. La anjana los seguía de cerca, temerosa y casi como si ellos le ofrecieran una protección por el mero hecho de estar cerca. La aldea había adquirido un aspecto distinto, algo que iba más allá del mero cambio que traía la noche. Las ventanas de las casas, antes simplemente oscuras y deshabitadas, ahora parecían albergar algo más en su interior. Ojos invisibles los seguían, o eso sentían. Desde cada esquina, cada sombra, cada ventana donde los aldeanos se ocultaban tras cortinas raídas, una sensación de vigilancia intensa los oprimía. Aquellas miradas silenciosas pesaban, como si cada figura en la penumbra fuera un espectador mudo de lo que estaba por suceder.
El crujido de ramas en el bosque cercano hacía que sus cuerpos se tensaran instintivamente, como si algo o alguien los estuviera acechando. Había una presencia, intangible pero palpable, que se aferraba al aire, dificultando la respiración y llenándola de un hedor rancio a tierra húmeda y algo más profundo, algo podrido.
De repente, una sombra cruzó velozmente una de las ventanas. Todos se giraron de inmediato, tratando de localizar a la figura, pero solo vieron el reflejo de sus propias sombras deformadas en el vidrio. Se miraron entre ellos, intentando encontrar algún consuelo en las miradas de sus compañeros, pero sus rostros reflejaban la misma incertidumbre y, sí, el mismo temor.
La oscuridad se hizo aún más profunda, y en aquel instante, todos lo sintieron: un cambio sutil pero definitivo. Algo en el aire había cambiado, algo que parecía impregnado de una malevolencia tan pura y fría que el mero hecho de respirarlo resultaba difícil.
La bruja dio un paso al frente, escudriñando la calle que se extendía hacia la linde del bosque. Las sombras parecían haber crecido, alargándose como garras hambrientas que buscaban aferrarse a todo lo que tocaban. Los árboles, oscuros y torcidos, parecían haberse acercado, como si el bosque mismo se hubiese desplazado, amenazando con engullir la aldea.
Eltrant gruñó, su mano se tensó sobre el mango de Olvido, el espadón que llevaba en su espalda. La espada parecía emitir un leve brillo, un contraste con la negrura que impregnaba el ambiente. En cualquier otro momento, aquello le hubiera ofrecido seguridad. Pero en esta noche, en este lugar, hasta Olvido parecía pequeño frente a la oscuridad que los envolvía.
De las profundidades del bosque surgió un sonido: un grito desgarrador, seguido de un silencio absoluto. Nadie se movió. La quietud era tan total que los latidos de sus propios corazones parecían retumbar en sus oídos. Después, el grito se repitió, y esta vez, la voz parecía más cercana, como si algo invisible avanzara hacia ellos.
Alward, con los sentidos agudizados, giró la cabeza hacia uno de los lados de la calle. Desde las sombras, un par de ojos amarillos los observaban, brillando como antorchas diminutas en la negrura. No había duda alguna; aquellos ojos eran de algo más que un simple animal. Y no era el único par. A lo largo de la calle, en los arbustos, tras las esquinas de las casas, más y más ojos comenzaron a aparecer, como si la oscuridad misma se hubiese personificado para acecharlos.
Cuando quisieron reaccionar, aquellos ojos desaparecieron. Las presencias malignas también, pero el ambiente seguía siendo igual de lúgubre y siniestro.
¿Lo habían imaginado?
Destruid YA lo que quiera que sea que esté causando esto, y encontrad al o a los culpables.
Reike, yo que tú intentaba quitarle a la anjana tu amuleto, o al menos mantenla cerca y que no se vaya.
Eltrant, Reike, Alward y Katrina avanzaban lentamente, sus pasos resonando en las calles de tierra. La anjana los seguía de cerca, temerosa y casi como si ellos le ofrecieran una protección por el mero hecho de estar cerca. La aldea había adquirido un aspecto distinto, algo que iba más allá del mero cambio que traía la noche. Las ventanas de las casas, antes simplemente oscuras y deshabitadas, ahora parecían albergar algo más en su interior. Ojos invisibles los seguían, o eso sentían. Desde cada esquina, cada sombra, cada ventana donde los aldeanos se ocultaban tras cortinas raídas, una sensación de vigilancia intensa los oprimía. Aquellas miradas silenciosas pesaban, como si cada figura en la penumbra fuera un espectador mudo de lo que estaba por suceder.
El crujido de ramas en el bosque cercano hacía que sus cuerpos se tensaran instintivamente, como si algo o alguien los estuviera acechando. Había una presencia, intangible pero palpable, que se aferraba al aire, dificultando la respiración y llenándola de un hedor rancio a tierra húmeda y algo más profundo, algo podrido.
De repente, una sombra cruzó velozmente una de las ventanas. Todos se giraron de inmediato, tratando de localizar a la figura, pero solo vieron el reflejo de sus propias sombras deformadas en el vidrio. Se miraron entre ellos, intentando encontrar algún consuelo en las miradas de sus compañeros, pero sus rostros reflejaban la misma incertidumbre y, sí, el mismo temor.
La oscuridad se hizo aún más profunda, y en aquel instante, todos lo sintieron: un cambio sutil pero definitivo. Algo en el aire había cambiado, algo que parecía impregnado de una malevolencia tan pura y fría que el mero hecho de respirarlo resultaba difícil.
La bruja dio un paso al frente, escudriñando la calle que se extendía hacia la linde del bosque. Las sombras parecían haber crecido, alargándose como garras hambrientas que buscaban aferrarse a todo lo que tocaban. Los árboles, oscuros y torcidos, parecían haberse acercado, como si el bosque mismo se hubiese desplazado, amenazando con engullir la aldea.
Eltrant gruñó, su mano se tensó sobre el mango de Olvido, el espadón que llevaba en su espalda. La espada parecía emitir un leve brillo, un contraste con la negrura que impregnaba el ambiente. En cualquier otro momento, aquello le hubiera ofrecido seguridad. Pero en esta noche, en este lugar, hasta Olvido parecía pequeño frente a la oscuridad que los envolvía.
De las profundidades del bosque surgió un sonido: un grito desgarrador, seguido de un silencio absoluto. Nadie se movió. La quietud era tan total que los latidos de sus propios corazones parecían retumbar en sus oídos. Después, el grito se repitió, y esta vez, la voz parecía más cercana, como si algo invisible avanzara hacia ellos.
Alward, con los sentidos agudizados, giró la cabeza hacia uno de los lados de la calle. Desde las sombras, un par de ojos amarillos los observaban, brillando como antorchas diminutas en la negrura. No había duda alguna; aquellos ojos eran de algo más que un simple animal. Y no era el único par. A lo largo de la calle, en los arbustos, tras las esquinas de las casas, más y más ojos comenzaron a aparecer, como si la oscuridad misma se hubiese personificado para acecharlos.
Cuando quisieron reaccionar, aquellos ojos desaparecieron. Las presencias malignas también, pero el ambiente seguía siendo igual de lúgubre y siniestro.
¿Lo habían imaginado?
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Destruid YA lo que quiera que sea que esté causando esto, y encontrad al o a los culpables.
Reike, yo que tú intentaba quitarle a la anjana tu amuleto, o al menos mantenla cerca y que no se vaya.
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La historia de Eberus, Tarek e Iori
En el corazón de la aldea, las sombras de la noche se estiraban más allá de los límites de lo que la luz de las antorchas podía abrazar. El aire estaba denso, pesado, como si la misma tierra temiera lo que estaba por llegar. La plaza había sido transformada en un lugar sombrío y lúgubre. La multitud se agolpaba, sombras indistintas que se movían con avidez, observando, esperando. No había lugar para la duda, ni para la piedad. Las voces, susurrantes, cruzaban entre los aldeanos como un eco de algo antiguo, algo que acechaba en sus corazones.
Eberus y Selena, Iori y Tarek; dos grupos acorralados, llevados al centro de la plaza, se dieron cuenta demasiado tarde de la trampa que se había cerrado sobre ellos. Las manos de los aldeanos eran fuertes, gruesas, y la presión de sus dedos era como el yugo de una voluntad común. No podían escapar. La fuerza era descomunal y sin piedad. Cada uno de ellos, en su intento de huir, fue rápidamente rodeado por esos ojos vacíos, esos rostros que antes habrían sido amables, ahora distorsionados por el miedo o quizás por la rabia.
-¡No podemos dejar que escapen!-gritó una voz, y una ráfaga de palabras se levantó, como una marea que arrastra todo a su paso.
Los cuatro forasteros estaban atrapados. La sensación era como si la misma tierra estuviera colaborando en su captura. El crujir del viento entre las casas del pueblo se volvía más intenso, como si la noche misma se hubiera levantado para observarlos. El suelo bajo sus pies era frío.
Cuando los cuatro estuvieron bien atados, los dejaron en el centro de la plaza, inmovilizados de pies y manos. La quietud y la soledad se apoderó entonces de la aldea, como si de repente ningún alma viviera allí.
Podían notar que algo se acercaba, algo antiguo. O quizás tan solo era su imaginación.
A cada segundo que pasaba, la extraña mezcla entre ser observados y estar abandonados se hacía agobiante, aterrorizante y desoladora. Las sombras mismas, en aquella plena oscuridad tan solo rota parcialmente por el brillo lejano de las antorchas que iluminaban la lúgubre aldea, parecían crecer y acercarse a ellos paulatinamente.
Los dejarían allí hasta que la noche pasara, y así, serían el sacrificio para los Lobos del Bosque Sombrío.
Poco podéis hacer más que intentar liberaros.
Luchad contra el miedo, contra los malos augurios y puede que os salvéis. O no, y simplemente asumid la amarga espera.
Tirad runa.
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Eberus y Selena, Iori y Tarek; dos grupos acorralados, llevados al centro de la plaza, se dieron cuenta demasiado tarde de la trampa que se había cerrado sobre ellos. Las manos de los aldeanos eran fuertes, gruesas, y la presión de sus dedos era como el yugo de una voluntad común. No podían escapar. La fuerza era descomunal y sin piedad. Cada uno de ellos, en su intento de huir, fue rápidamente rodeado por esos ojos vacíos, esos rostros que antes habrían sido amables, ahora distorsionados por el miedo o quizás por la rabia.
-¡No podemos dejar que escapen!-gritó una voz, y una ráfaga de palabras se levantó, como una marea que arrastra todo a su paso.
Los cuatro forasteros estaban atrapados. La sensación era como si la misma tierra estuviera colaborando en su captura. El crujir del viento entre las casas del pueblo se volvía más intenso, como si la noche misma se hubiera levantado para observarlos. El suelo bajo sus pies era frío.
Cuando los cuatro estuvieron bien atados, los dejaron en el centro de la plaza, inmovilizados de pies y manos. La quietud y la soledad se apoderó entonces de la aldea, como si de repente ningún alma viviera allí.
Podían notar que algo se acercaba, algo antiguo. O quizás tan solo era su imaginación.
A cada segundo que pasaba, la extraña mezcla entre ser observados y estar abandonados se hacía agobiante, aterrorizante y desoladora. Las sombras mismas, en aquella plena oscuridad tan solo rota parcialmente por el brillo lejano de las antorchas que iluminaban la lúgubre aldea, parecían crecer y acercarse a ellos paulatinamente.
Los dejarían allí hasta que la noche pasara, y así, serían el sacrificio para los Lobos del Bosque Sombrío.
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Poco podéis hacer más que intentar liberaros.
Luchad contra el miedo, contra los malos augurios y puede que os salvéis. O no, y simplemente asumid la amarga espera.
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La historia de Sango
El ritual comenzó cuando el último de sol se hundió en el horizonte, dejando el lugar sumido en una oscuridad profunda y absoluta. En el corazón del claro, la gran roca, marcada por símbolos arcanos y recubierta por musgos fosforescentes, se erguía como un altar ante el cual se postraban las figuras encapuchadas. El aire estaba denso, espeso, como si el propio mundo estuviera conteniendo el aliento en espera de lo que estaba por venir.
Las ramas de los árboles, grotescas y torcidas, parecían inclinarse hacia el altar, como si se tratara de un escenario siniestro, donde cada elemento del paisaje era una marioneta a merced de fuerzas mayores. La atmósfera estaba impregnada de un olor acre, como el metal oxidado de la sangre vieja, mezclado con el humo de hierbas chamánicas y velas negras que ardían en círculos alrededor del altar.
Con voz temblorosa pero llena de poder, el líder del ritual comenzó a entonar un cántico bajo y retumbante. Las palabras eran antiguas, venidas de un tiempo mucho más allá de la memoria de cualquier hombre. A medida que su canto se elevaba, las sombras comenzaron a alargarse, arrastrándose hacia él como si tuvieran voluntad propia.
Uno a uno, los demás lo siguieron, sus voces un eco sombrío que resonaba entre los árboles. El sonido se fundió con el viento, creando un canto que parecía llegar desde el mismo abismo. Un viento gélido comenzó a soplar, agitando las ramas y arrastrando las cenizas del suelo, pero nada podía disipar la energía que comenzaba a acumularse en el aire. Cada palabra pronunciada alimentaba el poder creciente, y las sombras se espesaban aún más.
El suelo, antes firme, comenzó a crujir bajo sus pies, como si la tierra misma se estuviera resquebrajando. Un temblor sordo recorrió el claro, haciendo que el aire se volviera aún más pesado, más denso. La gran roca, el altar, comenzó a brillar con una luz fría, azul y verdosa, como si de repente tomara vida. De sus grietas brotaron hilos de niebla espesa que se enroscaban y se elevaban, formando espirales que danzaban hacia el cielo.
El fuego se mantenía encendido, pero esta vez con un fulgor débil, como si la energía que la piedra estuviese absorbiendo su calor y su energía.
Algo estaba despertando, siendo invocado.
Será mejor que pares ese ritual o pasarán cosas malas en Cedralada.
Tira runa.
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Las ramas de los árboles, grotescas y torcidas, parecían inclinarse hacia el altar, como si se tratara de un escenario siniestro, donde cada elemento del paisaje era una marioneta a merced de fuerzas mayores. La atmósfera estaba impregnada de un olor acre, como el metal oxidado de la sangre vieja, mezclado con el humo de hierbas chamánicas y velas negras que ardían en círculos alrededor del altar.
Con voz temblorosa pero llena de poder, el líder del ritual comenzó a entonar un cántico bajo y retumbante. Las palabras eran antiguas, venidas de un tiempo mucho más allá de la memoria de cualquier hombre. A medida que su canto se elevaba, las sombras comenzaron a alargarse, arrastrándose hacia él como si tuvieran voluntad propia.
Uno a uno, los demás lo siguieron, sus voces un eco sombrío que resonaba entre los árboles. El sonido se fundió con el viento, creando un canto que parecía llegar desde el mismo abismo. Un viento gélido comenzó a soplar, agitando las ramas y arrastrando las cenizas del suelo, pero nada podía disipar la energía que comenzaba a acumularse en el aire. Cada palabra pronunciada alimentaba el poder creciente, y las sombras se espesaban aún más.
El suelo, antes firme, comenzó a crujir bajo sus pies, como si la tierra misma se estuviera resquebrajando. Un temblor sordo recorrió el claro, haciendo que el aire se volviera aún más pesado, más denso. La gran roca, el altar, comenzó a brillar con una luz fría, azul y verdosa, como si de repente tomara vida. De sus grietas brotaron hilos de niebla espesa que se enroscaban y se elevaban, formando espirales que danzaban hacia el cielo.
El fuego se mantenía encendido, pero esta vez con un fulgor débil, como si la energía que la piedra estuviese absorbiendo su calor y su energía.
Algo estaba despertando, siendo invocado.
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Será mejor que pares ese ritual o pasarán cosas malas en Cedralada.
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La historia de Rauko y Monza
Monza, confiada en su capacidad para imponerse en situaciones complicadas, apenas se había dado cuenta de la naturaleza de lo que acababa de interrumpir. Había creído que con su acto de heroísmo improvisado, el peligro se había disipado. Pero en la espesura, acechando con ojos llenos de resentimiento, la mujer de la máscara y el cuchillo resplandeciente contemplaba su regreso.
La dragona sentiría cómo punzada aguda la atravesó desde el flanco, cortándole el aliento. Se tambaleó y, al girarse, vio a la figura enmascarada que sostenía una aguja empapada en un líquido espeso y verdoso, un veneno potentísimo hecho para adormecer incluso a las bestias más resistentes. Sus alas, antes majestuosas, comenzaron a perder fuerza, y el mundo a su alrededor se volvió turbio. Sentía cómo el veneno reptaba por sus venas, como una hiedra ponzoñosa, hasta que la rigidez se apoderó de sus extremidades y quedó tendida en el suelo, indefensa, sus músculos firmes como piedras bajo el peso de la toxina.
Mientras tanto, el cuerpo inconsciente de Rauko yacía en la hierba, como una marioneta sin hilos. El veneno finalmente hizo su efecto completo. El lugar, cargado de la influencia del círculo ritual del claro, mezclado con la maldición de Rauko, comenzó a vibrar con una energía sombría y errática. Algo dentro del elfo, algo antiguo y maldito, despertaba.
Per Vertman llegó, sacudiéndose las hojas y ramas que había acumulado tras su caída inusualmente optimista desde las alturas. Observó al elfo con una mezcla de curiosidad y extraña compasión, sin percatarse del cambio en el aire.
Entonces, en lo profundo de la mente de Rauko, el hambre se encendió. Los susurros comenzaron como un zumbido distante, un coro de lamentos que se volvía cada vez más nítido. La maldición que cargaba en su alma resonó con el ambiente cargado del círculo ritual, llamando a las almas errantes que deambulaban en esa noche sagrada. Espíritus viejos y nuevos, atormentados y furiosos, benevolentes y benignos, respondían a su llamado, moviéndose hacia él como un río oscuro y helado.
Rauko abrió los ojos de golpe, jadeando, sintiendo su pecho arder. Su mente era un caos de gritos y susurros, lamentos que perforaban su conciencia como dagas heladas. Miró alrededor, con los ojos desorbitados, y vio sombras danzando alrededor del claro, figuras translúcidas y distorsionadas que parecían flotar, atraídas como polillas a la llama de su propia alma.
Un hambre feroz comenzó a consumirlo desde dentro, un deseo irracional de devorar, de absorber a esas entidades que lo rodeaban. Los espíritus se acercaban más y más, deslizándose en espirales como si fueran atraídos por un imán oscuro que él no podía controlar.
Per Vertman retrocedió, incapaz de entender lo que sucedía pero consciente de la creciente tensión en el aire. Los ojos de Rauko se encontraron con los suyos, pero en vez de reconocimiento, había algo salvaje y voraz, una chispa de locura que solo un alma en constante pugna con su propia maldición podría albergar.
-Chaval...-murmuró Per Vertman, su voz temblando con una mezcla de temor y desconcierto.-¿Qué te ocurre?
Cada fibra de su ser exigía devorar, absorber la esencia de los fantasmas que lo rodeaban. Extendió una mano temblorosa, casi sin control, hacia una de las sombras más cercanas. La entidad, al percibir el gesto, lanzó un grito que resonó con un eco sobrenatural, cargado de agonía y terror. Y, aún así, no retrocedió. Parecía atada a Rauko, como si una fuerza invisible la retuviera, forzándola a mantenerse a su alcance, ofreciéndose involuntariamente a la voraz maldición que lo consumía.
Monza, paralizada y debilitada, no podía hacer otra cosa que notar desde el suelo cómo el frío del veneno se extendía por su cuerpo, dejando sus pensamientos atrapados en una agonía impotente. Los ojos de la mujer enmascarada brillaban con satisfacción, y con una voz suave, se inclinó junto a ella.
-Creíste que podrías interferir y salir ilesa, ¿verdad?-murmuró, con un tono cargado de veneno y desprecio.-Pero aquí, incluso una dragona debe temer a las fuerzas que no entiende.
La risa sibilante de la mujer se perdió entre el ulular del viento, mientras los espíritus, atraídos por la maldición de Rauko, se arremolinaban alrededor del claro como un ciclón espectral. Monza yacía allí, derrotada y completamente a merced del veneno, mientras Rauko luchaba por controlar el hambre que amenazaba con consumirlo, no solo a él, sino a todas las almas que se atrevían a acercarse.
Bueno, no iba a ser tan fácil, ¿Verdad?
Rauko, tu maldición se ha descontrolado, debes de ponerle remedio de alguna forma.
Monza, si no quieres ser sacrificada para beneficio de la Viuda, tienes que encontrar la forma de librarte del veneno. ¿Tienes algún objeto que puedas usar? ¿Una habilidad? ¿No? No pasa nada, la muerte no es tan mala compañera.
Tirad runas.
La dragona sentiría cómo punzada aguda la atravesó desde el flanco, cortándole el aliento. Se tambaleó y, al girarse, vio a la figura enmascarada que sostenía una aguja empapada en un líquido espeso y verdoso, un veneno potentísimo hecho para adormecer incluso a las bestias más resistentes. Sus alas, antes majestuosas, comenzaron a perder fuerza, y el mundo a su alrededor se volvió turbio. Sentía cómo el veneno reptaba por sus venas, como una hiedra ponzoñosa, hasta que la rigidez se apoderó de sus extremidades y quedó tendida en el suelo, indefensa, sus músculos firmes como piedras bajo el peso de la toxina.
Mientras tanto, el cuerpo inconsciente de Rauko yacía en la hierba, como una marioneta sin hilos. El veneno finalmente hizo su efecto completo. El lugar, cargado de la influencia del círculo ritual del claro, mezclado con la maldición de Rauko, comenzó a vibrar con una energía sombría y errática. Algo dentro del elfo, algo antiguo y maldito, despertaba.
Per Vertman llegó, sacudiéndose las hojas y ramas que había acumulado tras su caída inusualmente optimista desde las alturas. Observó al elfo con una mezcla de curiosidad y extraña compasión, sin percatarse del cambio en el aire.
Entonces, en lo profundo de la mente de Rauko, el hambre se encendió. Los susurros comenzaron como un zumbido distante, un coro de lamentos que se volvía cada vez más nítido. La maldición que cargaba en su alma resonó con el ambiente cargado del círculo ritual, llamando a las almas errantes que deambulaban en esa noche sagrada. Espíritus viejos y nuevos, atormentados y furiosos, benevolentes y benignos, respondían a su llamado, moviéndose hacia él como un río oscuro y helado.
Rauko abrió los ojos de golpe, jadeando, sintiendo su pecho arder. Su mente era un caos de gritos y susurros, lamentos que perforaban su conciencia como dagas heladas. Miró alrededor, con los ojos desorbitados, y vio sombras danzando alrededor del claro, figuras translúcidas y distorsionadas que parecían flotar, atraídas como polillas a la llama de su propia alma.
Un hambre feroz comenzó a consumirlo desde dentro, un deseo irracional de devorar, de absorber a esas entidades que lo rodeaban. Los espíritus se acercaban más y más, deslizándose en espirales como si fueran atraídos por un imán oscuro que él no podía controlar.
Per Vertman retrocedió, incapaz de entender lo que sucedía pero consciente de la creciente tensión en el aire. Los ojos de Rauko se encontraron con los suyos, pero en vez de reconocimiento, había algo salvaje y voraz, una chispa de locura que solo un alma en constante pugna con su propia maldición podría albergar.
-Chaval...-murmuró Per Vertman, su voz temblando con una mezcla de temor y desconcierto.-¿Qué te ocurre?
Cada fibra de su ser exigía devorar, absorber la esencia de los fantasmas que lo rodeaban. Extendió una mano temblorosa, casi sin control, hacia una de las sombras más cercanas. La entidad, al percibir el gesto, lanzó un grito que resonó con un eco sobrenatural, cargado de agonía y terror. Y, aún así, no retrocedió. Parecía atada a Rauko, como si una fuerza invisible la retuviera, forzándola a mantenerse a su alcance, ofreciéndose involuntariamente a la voraz maldición que lo consumía.
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-Creíste que podrías interferir y salir ilesa, ¿verdad?-murmuró, con un tono cargado de veneno y desprecio.-Pero aquí, incluso una dragona debe temer a las fuerzas que no entiende.
La risa sibilante de la mujer se perdió entre el ulular del viento, mientras los espíritus, atraídos por la maldición de Rauko, se arremolinaban alrededor del claro como un ciclón espectral. Monza yacía allí, derrotada y completamente a merced del veneno, mientras Rauko luchaba por controlar el hambre que amenazaba con consumirlo, no solo a él, sino a todas las almas que se atrevían a acercarse.
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Rauko, tu maldición se ha descontrolado, debes de ponerle remedio de alguna forma.
Monza, si no quieres ser sacrificada para beneficio de la Viuda, tienes que encontrar la forma de librarte del veneno. ¿Tienes algún objeto que puedas usar? ¿Una habilidad? ¿No? No pasa nada, la muerte no es tan mala compañera.
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Thorn
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