89. Una compañía hacia el caos [Privado]
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
La batalla acabó abruptamente con un movimiento magistral de mi compañera. Amenazar la vida de la cabeza de todo aquel grupo de principiantes había logrado la victoria que muy probablemente la fuerza de las armas no hubiera logrado. Ahora los mercenarios eran quienes poblaban las celdas que habían ocupado antes los inocentes. y la responsable de aquel asesinato se encontraba frente a sus iguales.
Postrada y despojada de toda simbología eclesiástica, Merkland respondía con voz quebrada las demandantes voces de las cuatro mujeres sabiéndose en manos de otros, impulsivos y dolidos y con su vida pendiendo de un hilo extremadamente frágil y delgado.
Aquella suerte de juicio no iba a ningún lado. Daban la vuelta a la misma manzana, centradas en su propio dolor eran incapaz de ver que el verdadero peligro no era Merkland, sino al hombre a quien servía, algo que hizo notar Amelia, de nuevo, desatascando la situación una vez mas. El berrido de Peirak fue la gota que colmó mi paciencia.
- La calma es lo mas importante ahora. Gritar y reprochar no va a traer a nadie de vuelta de entre los muertos. Llorad lo que necesitéis mas tarde, ahora tenéis el enemigo a las puertas y debéis actuar. - Procuré llamar la atención de todos los presentes y encauzar aquella asamblea hacia un buen puerto. - Nerfarein estará en la región en solo unos días, y no se puede confiar en recibir ayuda de las aldeas vecinas, ni la ayuda de Dundarak, que está demasiado lejos. Debéis preparar Rume para lo que haga falta, y hay mucho trabajo por hacer. -
- Hmmf. - Merkland ahogo una carcajada con desdén. - En cuanto Nerfarein llegue Rume no podrá resistir. El envite de Mirza, Glath y Assu combinado será brutal, Rume debe postrarse o sucumbir. - Las palabras de la asesina golpeó como un mazo en los ánimos de las sacerdotisas. Peirák se desplomó, presa de la desesperación. Las otras quedaron mudas, tal vez asimilando su pronto final sin ningun espíritu de lucha.
- Tal vez el destino de Rume no esté en el liderazgo de una suma sacerdotisa, sino en un consejo. Guiz'rmon y Peirak parecen ser quienes mas han bregado por resolver el asesinato, creo que ellos deberían suceder a Juthrin. Los kadosh y dos ciudadanos de renombre deberían componer el resto del consejo. Entre todos podréis encontrar las soluciones que requiere Rume. -
- Y respecto a ti. - Irleis tomó la palabra entonces. - recibirás tu merecido castigo. Serás azotada tantas veces como puñaladas asestaste a Juthrin y luego morirás en la horca, y quedarás allí hasta que los cuervos y el tiempo te hagan caer de la soga.-
Irleis escupía con odio cada palabra contra la traidora, víctima de una saña mucho mas terrenal que divina. Parecía haber unanimidad entre las sacerdotisas, cosa que aterrorizaba a Merkland. - No puede quedar sin castigo, eso está claro, pero debéis desmarcaros de actos que os acerquen a lo que ella ha permitido y provocado. La tortura y ejecución no es una opción si queréis recobrar el apoyo del pueblo. -
Me acerqué a Merkland y me agaché hasta quedar a su altura. - Sabes cómo actúa y cuales son sus planes. Vas a asesorar a estas buenas gentes para prepararse contra lo que les pueda venir, y así te ganarás un destino mas benevolente. - A mi nadie me había dado vela en aquel entierro, pero sentía la necesidad de tomar las riendas y encaminar las acciones en la dirección correcta antes de cederlas temiendo que todas las vidas que se habían perdido habrían sido en vano.
Amelia volvió a intervenir certera. Algo me decía que Merkland no quedaría sin custodia, pero tampoco me parecía mal el apunte. Sin embargo la cautiva aún tenía bastante seguridad en que no había nada que pudiera hacerse, ante lo cual, Amelia volvió a golpear certera y elocuente, sin dejar capacidad de respuesta a la asesina.
Descabezar a la serpiente. sin duda era la mejor opción que tenían. Un enfrentamiento directo era totalmente inviable, pero dejar saber a una traidora todos los planes y cartas sobre la mesa seguía siendo muy peligroso, y había que jugar al despiste.
- Deberíais convocar a los kadosh y preparar Rume para recibir un ataque. Con astucia aún tenéis posibilidades de aguantar hasta que llegue ayuda. Vosotros conocéis la región y el pueblo. si se presenta un ejército aquí decidid vosotros donde luchar. -
Si merkland decía la verdad, la resistencia no valdría de nada, si había batalla los aplastarían, en cambio el asesinato si era mas viable. Requería menos personal, menos material y matando al director de aquella orquesta, con un poco de suerte los segundones se matarían entre ellos. La empresa fracasaría. Decidí entonces que todo lo que debía hacer allí estaba hecho. No parecía haber rastro del muchacho asi que nada me retenía en Rume. tal vez podría matar dos pajaros de un tiro.
- Necesitan sus propios héroes. - Respondí a mi compañera. El camino por la estepa fue ciertamente tortuoso. Acostumbrado a la agradable temperatura del sur, cuyos inviernos parecían primaveras al lado del frio de la taiga cada paso parecía fútil, como si caminar en cualquier dirección sólo diera como resultado mas nieve. Aquella armadura no estaba preparada para este tiempo y el aire frio calaba, enfriándome el pecho.
Acabamos por llegar a unas ruinas recientes. No parecía quedar mas que muerte en el lugar, pero aún así preferí no adentrarme del todo en aquellos restos. - Estoy convencido de haber caminado hacia el norte. tal vez esto sea una aldea mas de camino a Glath. - Milto, que por voluntad ajena decidió acompañarnos en aquel viaje, haciendolo aún mas pesado, confirmo que estabamos ante Glath. Rume había estado a punto de sufrir un destino similar. ¿por qué no habían llegado noticias de lo sucedido a Rume? debía ser algo demasiado reciente. de aquel mismo día incluso.
- Debemos continuar. No descarto saqueadores entre las ruinas y para dormir en el semisótano de alguna ratonera calcinada rodeado de cadáveres prefiero buscar o construir un refugio mas adelante. - No había viajado tan lejos para morir solo para morir de forma estúpida, pensé.
a una distancia prudencial desde Glath, una luz titilante propia de un fuego se veía en la lontananza, al acortar un poco de distancia un carromato y un grupo de personas en torno al fuego. mercaderes ambulantes seguramente, que poco negocio estarían haciendo por la zona, pero que sin duda serían mejor compañía que la soledad, o unos bandoleros. - Ahí tenemos nuestra parada.- anuncié a mi amiga.
Amelia abordó al grupo como si de una avalancha se tratase. La astuta mujer, de repente parecía ser impulsiva, algo que achaqué al cansancio del viaje y el frío de la noche. Dejé que presentara a nuestro invitado y, como si fuese un mal chiste del destino, otro miembro de aquella secta se encontraba presente. En seguida me tensé y reconocí a todos los miembros de aquel grupo. pude relajarme cuando reconocí una de aquellas caras. Una que me daba vergüenza no haber reconocido antes.
- Me alegro de ver caras conocidas. lamento haber llegado tarde a la fiesta. ¿esto es todo lo que queda de Glath?. - Necesitaba respuestas.
un elfo de ojos esmeralda fuel el primero en devolver el saludo indicando que aún quedaba una edificación en pie. Mala adivina si aún seguía allí, pense. - Y este, ¿es amigo vuestro? - Señalé al vampiro que lucía la misma marca que Milto. marcados como al ganado, cuanto mas sabía de aquella organización mas repulsión sentía.
Me dió un pequeño vuelco el corazón cuando escuché mi nombre salir de sus labios, aunque por suerte pronto pude centrarme de nuevo en los problemas cuando nos contó lo que sabía sobre Assu y Mirza. El otro elfo presente, de ojos grises realmente me molestó cuando puso en duda mi confiabilidad, entendía la necesidad de no confiar a la ligera en cualquier extraño que se presenta, pero desde luego no esperaba que fuese tan directo y poco sutil. Sin embargo la respuesta de la rubia me dejó totalmente confundido. No entendía a que venía aquello.
Seguí la mirada de Aylizz hasta dar directamente con Amelia. ¿Podria ser que...? "Céntrate Eleandris" me dije a mi mismo. Una illidense entre elfos, debía ser eso. había que apaciguar ánimos. - ah, ya entiendo. Si esto os deja mas tranquilos, ambos hemos ayudado a frustrar el golpe de estado en Rume. Al menos por el momento. - Di un par de palmadas en el hombro a Milto.- Nuestro amigo es uno de los que estaban metidos en la conspiración.-
Una mujer, mercader claramente, salió del carromato ofreciendo refrigerios, los cuales rechacé educadamente. No podía distraerme aún. Poco a poco entre todos ibamos tejiendo el entramado que se había organizado para la caida y subyugación de la región. -Si, todo conectado...- Aportaría Aylizz tras dar un trago de vino lentamente -La pregunta es ¿por qué os importa?- cuestionaría -Sea lo que...- se interrumpió al escuchar el insulto de Milto hacia Amelia.
-Disculpa.- Me disculpé con Amelia antes de hablar en mi lengua materna y siguiendo al moreno de ojos grises en su respuesta a Aylyzz. - No podemos permitir tales actos de vileza. La crueldad debe combatirse con compasión y la perfidia con justicia. Si tantos de nosotros nos hemos encontrado tan lejos del árbol madre sin duda ha sido por la guía de Anar. -Despues procedí a explicar nuestros planes. -La bruja y yo tenemos intención de interceptar y eliminar a Jawzz antes de que pueda reunirse con sus tropas. Sabemos dónde y cuando estará y creemos que descabezar a la serpiente desbaratará todos los planes del entramado. Con un poco de suerte los involucrados se destruirán entre ellos y esta región volverá a prosperar en paz. -
-Otro era el destino que aguardaba a Glath. Nuestras órdenes estaban encauzadas a generar el caos en la ciudad, subyugar a la población. Lo sucedido fue un infortunio en el que nos vimos envueltos sin pedirlo. - Comentaba Arabaster
- Entonces ¿Glath está fuera? - Preguntaría Milto
Amelia, como acostumbraba, cortaba con lo afilado de sus palabras - ¿Preocupado por el plan o calculando el aumento de la tajada? -
- Poder o territorio. O ambas, ya que se ponían...- añadió con desdén. -Todo apuntaba a eso, pero cuando marchamos de allí, se barajaba una alianza. Aunque no lucía muy igualitaria...- Parece caer en la cuenta de un detalle sin mencionar - Dundarak anda detrás. - expuso - Ligado a Mirza, al menos, eso seguro. Y creo que eso es todo lo que puedo aportar al hilo de todo esto.- Añadiría Aylizz finalmente
Arabaster por su lado mencionaba que no quedaba nada en Glath, y se lamentaba de haberlo perdido todo por aquella causa. Entendía el duelo por sus hombres, pero al mismo tiempo consideraba que tal carga en su conciencia le era justa para el mal que había provocado en aquella tierra.
-Si Dúndarak está realmente detrás de todo esto la falta de tiempo parece jugar mas a nuestro favor que en contra. -
-Que Nerfarein venga de Dundarak no implica necesariamente a toda la ciudad. Pero estoy de acuerdo en que hay que darse prisa. - replicaría Amelia a mi planteamiento.
La conversación continuo un tiempo más mientras los integrantes, poco a poco se iban disgregando dedicándose a otras tareas. las mujeres acabaron casi en su totalidad en el interior del carromato, salvo Amelia, que siguió al elfo de ojos verdes en búsqueda de leña.
Cuando otra mujer, que no había visto antes apareció, la situación se tensó al instante. El moreno llegó incluso a desenvainar su espada mientras ambos se regalaban palabras de desprecio. tal vez desviar la conversación ayudara a calmar los ánimos. mencioné la cercanía de los problemas a Sacrestic Ville. tal vez sirviera de ayuda, pero fue en vano. Suspiré sufriendo la complejidad de aquel asunto y maldiciendo el momento en el que decidí ayudar a resolverlo.
Pasó un buen rato hasta que al fin, elfo y bruja volvieron con combustible para la hoguera. Al parecer había convencido al elfo para acompañarnos, lo que, sumado a las palabras de la vampiresa, si es que se podía confiar en ella, sumaríamos cinco. Un número que, ciertamente, me daba algo de esperanza. Me despedí de la rubia desde la distancia, con una punzada que me atravesaba desde la espalda hacia delante, pues si se había acercado a despedirse del moreno, pero no de mi.
Suspiré, tratando de expulsar el aluvión de pensamientos que llegaban a mi mente. - Admito que eso me anima un poco. - Respondí a Valeria. - Me estaba viendo solo tratando de resolver este asunto. solo espero que el muchacho que busco esté bien. - Esto último lo dije mas para mi persona.
Postrada y despojada de toda simbología eclesiástica, Merkland respondía con voz quebrada las demandantes voces de las cuatro mujeres sabiéndose en manos de otros, impulsivos y dolidos y con su vida pendiendo de un hilo extremadamente frágil y delgado.
Aquella suerte de juicio no iba a ningún lado. Daban la vuelta a la misma manzana, centradas en su propio dolor eran incapaz de ver que el verdadero peligro no era Merkland, sino al hombre a quien servía, algo que hizo notar Amelia, de nuevo, desatascando la situación una vez mas. El berrido de Peirak fue la gota que colmó mi paciencia.
- La calma es lo mas importante ahora. Gritar y reprochar no va a traer a nadie de vuelta de entre los muertos. Llorad lo que necesitéis mas tarde, ahora tenéis el enemigo a las puertas y debéis actuar. - Procuré llamar la atención de todos los presentes y encauzar aquella asamblea hacia un buen puerto. - Nerfarein estará en la región en solo unos días, y no se puede confiar en recibir ayuda de las aldeas vecinas, ni la ayuda de Dundarak, que está demasiado lejos. Debéis preparar Rume para lo que haga falta, y hay mucho trabajo por hacer. -
- Hmmf. - Merkland ahogo una carcajada con desdén. - En cuanto Nerfarein llegue Rume no podrá resistir. El envite de Mirza, Glath y Assu combinado será brutal, Rume debe postrarse o sucumbir. - Las palabras de la asesina golpeó como un mazo en los ánimos de las sacerdotisas. Peirák se desplomó, presa de la desesperación. Las otras quedaron mudas, tal vez asimilando su pronto final sin ningun espíritu de lucha.
- Tal vez el destino de Rume no esté en el liderazgo de una suma sacerdotisa, sino en un consejo. Guiz'rmon y Peirak parecen ser quienes mas han bregado por resolver el asesinato, creo que ellos deberían suceder a Juthrin. Los kadosh y dos ciudadanos de renombre deberían componer el resto del consejo. Entre todos podréis encontrar las soluciones que requiere Rume. -
- Y respecto a ti. - Irleis tomó la palabra entonces. - recibirás tu merecido castigo. Serás azotada tantas veces como puñaladas asestaste a Juthrin y luego morirás en la horca, y quedarás allí hasta que los cuervos y el tiempo te hagan caer de la soga.-
Irleis escupía con odio cada palabra contra la traidora, víctima de una saña mucho mas terrenal que divina. Parecía haber unanimidad entre las sacerdotisas, cosa que aterrorizaba a Merkland. - No puede quedar sin castigo, eso está claro, pero debéis desmarcaros de actos que os acerquen a lo que ella ha permitido y provocado. La tortura y ejecución no es una opción si queréis recobrar el apoyo del pueblo. -
Me acerqué a Merkland y me agaché hasta quedar a su altura. - Sabes cómo actúa y cuales son sus planes. Vas a asesorar a estas buenas gentes para prepararse contra lo que les pueda venir, y así te ganarás un destino mas benevolente. - A mi nadie me había dado vela en aquel entierro, pero sentía la necesidad de tomar las riendas y encaminar las acciones en la dirección correcta antes de cederlas temiendo que todas las vidas que se habían perdido habrían sido en vano.
Amelia volvió a intervenir certera. Algo me decía que Merkland no quedaría sin custodia, pero tampoco me parecía mal el apunte. Sin embargo la cautiva aún tenía bastante seguridad en que no había nada que pudiera hacerse, ante lo cual, Amelia volvió a golpear certera y elocuente, sin dejar capacidad de respuesta a la asesina.
Descabezar a la serpiente. sin duda era la mejor opción que tenían. Un enfrentamiento directo era totalmente inviable, pero dejar saber a una traidora todos los planes y cartas sobre la mesa seguía siendo muy peligroso, y había que jugar al despiste.
- Deberíais convocar a los kadosh y preparar Rume para recibir un ataque. Con astucia aún tenéis posibilidades de aguantar hasta que llegue ayuda. Vosotros conocéis la región y el pueblo. si se presenta un ejército aquí decidid vosotros donde luchar. -
Si merkland decía la verdad, la resistencia no valdría de nada, si había batalla los aplastarían, en cambio el asesinato si era mas viable. Requería menos personal, menos material y matando al director de aquella orquesta, con un poco de suerte los segundones se matarían entre ellos. La empresa fracasaría. Decidí entonces que todo lo que debía hacer allí estaba hecho. No parecía haber rastro del muchacho asi que nada me retenía en Rume. tal vez podría matar dos pajaros de un tiro.
- Necesitan sus propios héroes. - Respondí a mi compañera. El camino por la estepa fue ciertamente tortuoso. Acostumbrado a la agradable temperatura del sur, cuyos inviernos parecían primaveras al lado del frio de la taiga cada paso parecía fútil, como si caminar en cualquier dirección sólo diera como resultado mas nieve. Aquella armadura no estaba preparada para este tiempo y el aire frio calaba, enfriándome el pecho.
Acabamos por llegar a unas ruinas recientes. No parecía quedar mas que muerte en el lugar, pero aún así preferí no adentrarme del todo en aquellos restos. - Estoy convencido de haber caminado hacia el norte. tal vez esto sea una aldea mas de camino a Glath. - Milto, que por voluntad ajena decidió acompañarnos en aquel viaje, haciendolo aún mas pesado, confirmo que estabamos ante Glath. Rume había estado a punto de sufrir un destino similar. ¿por qué no habían llegado noticias de lo sucedido a Rume? debía ser algo demasiado reciente. de aquel mismo día incluso.
- Debemos continuar. No descarto saqueadores entre las ruinas y para dormir en el semisótano de alguna ratonera calcinada rodeado de cadáveres prefiero buscar o construir un refugio mas adelante. - No había viajado tan lejos para morir solo para morir de forma estúpida, pensé.
a una distancia prudencial desde Glath, una luz titilante propia de un fuego se veía en la lontananza, al acortar un poco de distancia un carromato y un grupo de personas en torno al fuego. mercaderes ambulantes seguramente, que poco negocio estarían haciendo por la zona, pero que sin duda serían mejor compañía que la soledad, o unos bandoleros. - Ahí tenemos nuestra parada.- anuncié a mi amiga.
Amelia abordó al grupo como si de una avalancha se tratase. La astuta mujer, de repente parecía ser impulsiva, algo que achaqué al cansancio del viaje y el frío de la noche. Dejé que presentara a nuestro invitado y, como si fuese un mal chiste del destino, otro miembro de aquella secta se encontraba presente. En seguida me tensé y reconocí a todos los miembros de aquel grupo. pude relajarme cuando reconocí una de aquellas caras. Una que me daba vergüenza no haber reconocido antes.
- Me alegro de ver caras conocidas. lamento haber llegado tarde a la fiesta. ¿esto es todo lo que queda de Glath?. - Necesitaba respuestas.
un elfo de ojos esmeralda fuel el primero en devolver el saludo indicando que aún quedaba una edificación en pie. Mala adivina si aún seguía allí, pense. - Y este, ¿es amigo vuestro? - Señalé al vampiro que lucía la misma marca que Milto. marcados como al ganado, cuanto mas sabía de aquella organización mas repulsión sentía.
Me dió un pequeño vuelco el corazón cuando escuché mi nombre salir de sus labios, aunque por suerte pronto pude centrarme de nuevo en los problemas cuando nos contó lo que sabía sobre Assu y Mirza. El otro elfo presente, de ojos grises realmente me molestó cuando puso en duda mi confiabilidad, entendía la necesidad de no confiar a la ligera en cualquier extraño que se presenta, pero desde luego no esperaba que fuese tan directo y poco sutil. Sin embargo la respuesta de la rubia me dejó totalmente confundido. No entendía a que venía aquello.
Seguí la mirada de Aylizz hasta dar directamente con Amelia. ¿Podria ser que...? "Céntrate Eleandris" me dije a mi mismo. Una illidense entre elfos, debía ser eso. había que apaciguar ánimos. - ah, ya entiendo. Si esto os deja mas tranquilos, ambos hemos ayudado a frustrar el golpe de estado en Rume. Al menos por el momento. - Di un par de palmadas en el hombro a Milto.- Nuestro amigo es uno de los que estaban metidos en la conspiración.-
Una mujer, mercader claramente, salió del carromato ofreciendo refrigerios, los cuales rechacé educadamente. No podía distraerme aún. Poco a poco entre todos ibamos tejiendo el entramado que se había organizado para la caida y subyugación de la región. -Si, todo conectado...- Aportaría Aylizz tras dar un trago de vino lentamente -La pregunta es ¿por qué os importa?- cuestionaría -Sea lo que...- se interrumpió al escuchar el insulto de Milto hacia Amelia.
-Disculpa.- Me disculpé con Amelia antes de hablar en mi lengua materna y siguiendo al moreno de ojos grises en su respuesta a Aylyzz. - No podemos permitir tales actos de vileza. La crueldad debe combatirse con compasión y la perfidia con justicia. Si tantos de nosotros nos hemos encontrado tan lejos del árbol madre sin duda ha sido por la guía de Anar. -Despues procedí a explicar nuestros planes. -La bruja y yo tenemos intención de interceptar y eliminar a Jawzz antes de que pueda reunirse con sus tropas. Sabemos dónde y cuando estará y creemos que descabezar a la serpiente desbaratará todos los planes del entramado. Con un poco de suerte los involucrados se destruirán entre ellos y esta región volverá a prosperar en paz. -
-Otro era el destino que aguardaba a Glath. Nuestras órdenes estaban encauzadas a generar el caos en la ciudad, subyugar a la población. Lo sucedido fue un infortunio en el que nos vimos envueltos sin pedirlo. - Comentaba Arabaster
- Entonces ¿Glath está fuera? - Preguntaría Milto
Amelia, como acostumbraba, cortaba con lo afilado de sus palabras - ¿Preocupado por el plan o calculando el aumento de la tajada? -
- Poder o territorio. O ambas, ya que se ponían...- añadió con desdén. -Todo apuntaba a eso, pero cuando marchamos de allí, se barajaba una alianza. Aunque no lucía muy igualitaria...- Parece caer en la cuenta de un detalle sin mencionar - Dundarak anda detrás. - expuso - Ligado a Mirza, al menos, eso seguro. Y creo que eso es todo lo que puedo aportar al hilo de todo esto.- Añadiría Aylizz finalmente
Arabaster por su lado mencionaba que no quedaba nada en Glath, y se lamentaba de haberlo perdido todo por aquella causa. Entendía el duelo por sus hombres, pero al mismo tiempo consideraba que tal carga en su conciencia le era justa para el mal que había provocado en aquella tierra.
-Si Dúndarak está realmente detrás de todo esto la falta de tiempo parece jugar mas a nuestro favor que en contra. -
-Que Nerfarein venga de Dundarak no implica necesariamente a toda la ciudad. Pero estoy de acuerdo en que hay que darse prisa. - replicaría Amelia a mi planteamiento.
La conversación continuo un tiempo más mientras los integrantes, poco a poco se iban disgregando dedicándose a otras tareas. las mujeres acabaron casi en su totalidad en el interior del carromato, salvo Amelia, que siguió al elfo de ojos verdes en búsqueda de leña.
Cuando otra mujer, que no había visto antes apareció, la situación se tensó al instante. El moreno llegó incluso a desenvainar su espada mientras ambos se regalaban palabras de desprecio. tal vez desviar la conversación ayudara a calmar los ánimos. mencioné la cercanía de los problemas a Sacrestic Ville. tal vez sirviera de ayuda, pero fue en vano. Suspiré sufriendo la complejidad de aquel asunto y maldiciendo el momento en el que decidí ayudar a resolverlo.
Pasó un buen rato hasta que al fin, elfo y bruja volvieron con combustible para la hoguera. Al parecer había convencido al elfo para acompañarnos, lo que, sumado a las palabras de la vampiresa, si es que se podía confiar en ella, sumaríamos cinco. Un número que, ciertamente, me daba algo de esperanza. Me despedí de la rubia desde la distancia, con una punzada que me atravesaba desde la espalda hacia delante, pues si se había acercado a despedirse del moreno, pero no de mi.
Suspiré, tratando de expulsar el aluvión de pensamientos que llegaban a mi mente. - Admito que eso me anima un poco. - Respondí a Valeria. - Me estaba viendo solo tratando de resolver este asunto. solo espero que el muchacho que busco esté bien. - Esto último lo dije mas para mi persona.
- Offrol:
- Dejo este rasgo por aquí a modo de recordatorio por si a alguien le hace falta/le sirve:
Rasgo Inicial 2: Mi vínculo con el éter puede sentirse por cualquier raza e incluso inspira o reconforta a los de corazón puro
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Todo era fuego en Glath.
Y ruinas. Y sombras de hombres que habían sido tangibles hasta momentos antes a aquella pequeña victoria y que ahora ni eran más que ceniza. Las consacuencias de las acciones de Tarek y Caoimhe habían surtido el efecto deseado, y lejos de involucrarse en la espiral atemporal que conocían, el minuto "+1" tras romper el hechizo llevó a Caoimhe y a Tarek a iniciar un camino que ninguno de los dos habían recorrido.
Cuando encontró la figura del chico a mitad de camino entre las ruinas de aquello que habían conocido como Glath, una sensación cálida de alivio la recorrió de manera paulatina: No hubiese podido soportar la culpa de saberse autora indirecta de su muerte si su plan hubiese fallado, y en una parte parcialmente oculta de su mente, aquello la molestaba.
Ambos necesitaban escapar de allí. desaparecer lo más rápido posible de aquello que les había tenido en jaque, pero el tiempo no solo corría a favor de su victoria, y el clarear de un día soleado comenzaba a vaticinarse en el momento exacto en el que ambos se encontraron.
-Perdón por arrastrarte a la incertidumbre de este lugar. Ciertamente no es lo que tenía en mente cuando te pedí que me acompañases en 'la aventura de tu vida'- sonrió y esto la relajó lo suficiente como para devolverla a su forma controlada-Me hubiese gustado acabar con esto de manera más rápida...- dijo- Pero hemos sido sido efectivos- comenzó a decir Cao- ....y sumamente caótico...- le dijo Cao, apartando de la mejilla de Tarek retazos de ceniza de la explosión que ambos habían construido - Justo como me gusta.- sonrió con algo de malicia en sus ojos.
No necesitaron mediar muchas palabras. Un cúmulo de tensión y preocupación los guió hasta una de las pocas casas que quedaban en pie. Las horas del día se le hicieron rápidas y tan solo con la llegada de la noche, ambos dejaron atrás la comodidad de aquella habitación simple de la que habían hecho hogar tras tantos días en desconcierto.
Caoimhe se había asegurado de dar una excusa lo suficientemente poco creíble como para que Tarek entendiese que iba a cazar. Ambos acordaron un punto de encuentro antes de desvincular de manera parcial sus futuro inmediatos.
No fue hasta que se quedó sola en el bosque poco poblado de alrededor de Glath que Caoimhe entendió todo lo que había estado opacando su sed. La necesidad de sangre que acarreaba aquella maldición y como la copa que le había regalado aquel vampiro había desatado en ella el deseo de sangre humana que a menudo mantenía bajo control riguroso. 'Dos pasos hacia detrás' se dijo a si misma mientras la sangre- ahora con sabor insulso- de algunas perdices y un cerdo inundaban su garganta. Aquello, sin embargo, le daría algo en lo que ocuparse tras este episodio en Glath.
Quizás entenderse de manera más profunda la ayudase a controlar mejor su malicia innata. Quizás si definitivamente domaba al demonio que llevaba dentro de alguna forma podría.. incluso ignorar su presencia.
Los oyó antes de verlos.
Un grupo considerable de personas a las afueras mismas de Glath. Todos con la serenidad de personas que no esperan ser interrumpidos. La mayoría con armas envainadas y conversación recíproca. Miró a su alrededor, buscando la figura de Tarek. Lo encontró no muy lejos del punto de encuentro de ambos y haciéndose una con las sombras aprovechó para acercarse a él antes de que el hombre alcanzase el lugar donde se encontraba el grupo.
-No estamos solos- le dijo, apareciéndose a su lado dejándose ver al fin
Caminaron con la esperanza de que aquello no les acabase de complicar el tan ansiado final a aquella serie de catastróficas desdichas. Cuando al fin alcanzaron al grupo. estos parecían estar sumidos en la conversación propia de alguien que planea una victoria. O al menos Caoimhe entendió la urgencia en las palabras de la mayoría lo suficiente como para vaticinar que así era.
A medida que se acercaban, y para sus sorpresa, la melena lacia y oscura de uno de ellos le pareció demasiado familiar como para no distinguirla.
-... Creo que está comenzando a olvidárseme los motivos éticos y morales por los que he decidido no alimentarme de personas.- le dijo a Tarek, casi en un susurro.
-No... pero por supuesto que Nouisis estaba detrás de todo esto- dijo mirando a Tarek con los ojos muy abiertos, pero sin perder la calma.-Dime que éste es el original... porque te prometo que cuando le arranque el cuello a este, no quiero verlo revivir de nuevo- Añadió ajustándose su guantelete y buscando con su otra mano su espada.
No fue hasta que escuchó la familiaridad de otra voz más conocida y menos molesta que pausó sus acciones.
—¿De verdad?— dijo Aylizz interrumpiendo por un segundo la molestia que aquel desconocido le ocasionaba y centrándola un poco en el lugar y el momento. —¿Esta noche también van a ser necesarias las armas?—
-oh… no te preocupes. Azafrán. A mi no van a hacerme falta armas para deshacer la estúpida mirada de ese elfo- Notó como su compañero tensó su gesto a su lado y decidió sosegarse, recordándose a si misma que hay más gente alrededor y que aún no sabe que están haciendo allí. Casi notó las palabras jocosas de uno de los desconocidos que salió de un carromato.
-¿Azafrán? -le pregunta Tarek a Cao, mirandola primero a ella y luego al resto de los presentes- ¿Os conocéis? - le preguntó a Caoimhe.
Tarek parecía contrariado y sus palabras apelando a que explicase como conocía a Aylizz hicieron que la vampiresa girase su atención a él ¿También la conocía? Su interés parecía lo suficientemente genuino como para pensar que de hecho si tenía curiosidad por entender el vínculo entre Aylizz y ella.
Caoimhe sonrió divertida mientras escuchaba como Nousis se había quedado estancado en sus palabras y seguía intentando provocar su molestia con algunas frases vacías. Lo ignoró y se enfocó en contestar a Tarek.
-¿Conocerla? ¡Está elfa conoce cada lunar en mi piel, y yo de la suya! Me ayudó a sanar y yo la rescaté de bueno… de una experiencia algo turbia si me lo preguntas. Pero si. Azafrán y yo somos amigas ¿ tú también la conoces?- La vampiresa se lleva las manos a los labios de manera rápida. Su gesto a menudo pálido tintado de rojo intenso ¿Por qué había sido tan explícita contestando a las preguntas de Tarek?... Ni un rasto de su usual sutileza.
La reacción de su amigo, de pronto cambió de interesada a evasiva, y Caoimhe imaginó el tipo de situación que podía estar ocultando. De manera desinteresada, hizo una nota mental acerca de aquello. Sonaba que quizás esa información pudiese ser efectiva y útil para usar. Sin duda necesitaba investigar mucho más acerca de aquellos 'cruces de camino' con suerte también le beneficiaban a ella.
La vampiresa se alegró por otro lado de que la conversación se desviase de manera grácil hasta otro foco de atención que no fuese ella. Cuando Nousis empezó a explicar sus motivos de presencia en Glath, la chica desconectó su atención de él, lo suficientemente segura de que no habría nada más interesante en sus respuestas que 'El tamaño de un arma nueva' o objetivos básicos similares.
Su atención se enfocó, sin embargo, en el resto de personas que aún desconocía mirando de manera significativa a Tarek cuando este explicó de manera críptica lo que acababan de vivir. Aquello de nuevo inundó su cabeza con un sentimiento de calidez hacia el elfo: No era fácil ganarse la confianza de Caoimhe pero el chico estaba dando pasos agigantados en el camino adecuado.
Se acercó a uno de aquellas figuras. El hombre parecía divertido con la situación y sus susurros a los individuos a su alrededor habían captado su atención. ¿Quizás era uno de sus clientes? Aquello explicaría sus ataques acallados... aunque no le sonaba de nada haberlo visto antes.
-Y... ¿tú eres?- le preguntó al hombre al lado del carromato-
La actitud afable en su respuesta la conformó, aunque sus manos no estaban tintadas de la crudeza que da el trabajo con la sal. Tampoco sus uñas parecían roídas por los efectos de la misma. Había un potencial elevado de que los rumores acerca de los comerciantes de sal fuesen falsos, y de que los humos en la extracción de la misma no tornase oscuras las narices de los que a menudo la trataban... pero la desconfianza intrínseca de Caoimhe la hizo mantenerse cautelosa. Mostró, sin embargo, su máscara embaucadora más grácil.
La molesta voz de Nousis, sin embargo volvió a captar su atención.
-¿Qué asuntos te traes con ella, Tarek?- cuestionó- Sean los que sean, deberías vigilar tu espalda. Desconozco qué te habrá llevado a caminar junto a algo como eso, pero dudo que llegue a beneficiarte.- dijo con la voz segura de alguien que quiere que se lo escuche.
Lo ignoró mientras escuchaba como Tarek le respondía de manera cauta. En su lugar, se acercó al caballo que tiraba de aquel carromato y lo acarició de manera pausada, para que el animal se acostumbrase a ella mientras escuchaba la conversación.
Sonrió de manera cómplice a Tarek al entender la broma interna acerca de la normalidad de aquel emplazamiento. Se alegraba que su amigo no la resintiese por ponerlo en aquella situación.
La conversación progresó para el alivio de Caoimhe a temas más serios y todos aportaron información acerca de la situaciones de emplazamientos cercanos afectados por distintas situaciones que en cierto modo pertenecían a un conjunto. Rume, Mirza... Glath. Todo parecía parte de un tablero de ajedrez en el que ellos se habían visto tan solo peones y del que se esperaba que continuasen prolongado una partida que, en la cabeza de la vampiresa estaba ciertamente perdida.
Se había sentado al lado de la mujer que se había identificado como Nana. Rechazó la oferta de cecina y de comida que ofreció al resto como muestra de su sospechoso rubro. Pero aceptó con agradecimiento una copa de vino. Lo suficientemente roja como para recordarle a la sangre que deseaba usar para calmar su sed.
Típico de humanos, hacernos creer parte de un tablero de ajedrez fingiendo que podemos encontrar sentido —dijo entre sorbo y sorbo de vino—. Aún no entiendo bien qué se os ha perdido en una guerra que está destinada a perder. ¿Acaso ganáis algo apoyando a tal o cual facción? Lo único que yo veo aquí es tres elfos convenciéndonos a unirnos a una guerra que no es nuestra. Sé que tú poco tienes que ver en esto —añadió dirigiéndose a la mujer elfa—. Los túneles de Sacrestic no son camino sencillo…- dijo. Proponiendo quizás una alternativa.
Las consecuencias de todo lo que habían descrito los individuos involucrados en aquella conversación no eran para ser tomadas a la ligera. Sin duda necesitaban cuerpos que ayudasen a los objetivos expresados. Bebió otro sorbo de vino mientras seguía escuchando las opiniones del resto, expresando si iban o no a unirse en el camino.
Por supuesto ella no pintaba nada en aquella guerra. Nada se le había perdido en su beneficio para seguir uniendo su destino al de aquellos desconocidos, y mucho menos para seguir caminando de manera paralela junto a Nousis.
Notó como Tarek se alejaba del grupo principal para ir a buscar leña y como la bruja nombrada como Valeria lo seguía. Una nube de incertidumbre se posó en su cabeza. ¿Y si Tarek quería unirse? El elfo la había seguido a aquel lugar recóndito y le había regalado el regalo más preciado que alguien puede darle a un amigo: Tiempo.
Caoimhe sabía mejor de nadie la importancia de la reciprocidad justa en cualquier tipo de negocios, y sobre todo en cualquier tipo de vínculo.
Vació otra copa mientras taciturna observaba como la figura del elfo se perdía entre los arbustos.
Y ruinas. Y sombras de hombres que habían sido tangibles hasta momentos antes a aquella pequeña victoria y que ahora ni eran más que ceniza. Las consacuencias de las acciones de Tarek y Caoimhe habían surtido el efecto deseado, y lejos de involucrarse en la espiral atemporal que conocían, el minuto "+1" tras romper el hechizo llevó a Caoimhe y a Tarek a iniciar un camino que ninguno de los dos habían recorrido.
Cuando encontró la figura del chico a mitad de camino entre las ruinas de aquello que habían conocido como Glath, una sensación cálida de alivio la recorrió de manera paulatina: No hubiese podido soportar la culpa de saberse autora indirecta de su muerte si su plan hubiese fallado, y en una parte parcialmente oculta de su mente, aquello la molestaba.
Ambos necesitaban escapar de allí. desaparecer lo más rápido posible de aquello que les había tenido en jaque, pero el tiempo no solo corría a favor de su victoria, y el clarear de un día soleado comenzaba a vaticinarse en el momento exacto en el que ambos se encontraron.
-Perdón por arrastrarte a la incertidumbre de este lugar. Ciertamente no es lo que tenía en mente cuando te pedí que me acompañases en 'la aventura de tu vida'- sonrió y esto la relajó lo suficiente como para devolverla a su forma controlada-Me hubiese gustado acabar con esto de manera más rápida...- dijo- Pero hemos sido sido efectivos- comenzó a decir Cao- ....y sumamente caótico...- le dijo Cao, apartando de la mejilla de Tarek retazos de ceniza de la explosión que ambos habían construido - Justo como me gusta.- sonrió con algo de malicia en sus ojos.
No necesitaron mediar muchas palabras. Un cúmulo de tensión y preocupación los guió hasta una de las pocas casas que quedaban en pie. Las horas del día se le hicieron rápidas y tan solo con la llegada de la noche, ambos dejaron atrás la comodidad de aquella habitación simple de la que habían hecho hogar tras tantos días en desconcierto.
Caoimhe se había asegurado de dar una excusa lo suficientemente poco creíble como para que Tarek entendiese que iba a cazar. Ambos acordaron un punto de encuentro antes de desvincular de manera parcial sus futuro inmediatos.
No fue hasta que se quedó sola en el bosque poco poblado de alrededor de Glath que Caoimhe entendió todo lo que había estado opacando su sed. La necesidad de sangre que acarreaba aquella maldición y como la copa que le había regalado aquel vampiro había desatado en ella el deseo de sangre humana que a menudo mantenía bajo control riguroso. 'Dos pasos hacia detrás' se dijo a si misma mientras la sangre- ahora con sabor insulso- de algunas perdices y un cerdo inundaban su garganta. Aquello, sin embargo, le daría algo en lo que ocuparse tras este episodio en Glath.
Quizás entenderse de manera más profunda la ayudase a controlar mejor su malicia innata. Quizás si definitivamente domaba al demonio que llevaba dentro de alguna forma podría.. incluso ignorar su presencia.
Los oyó antes de verlos.
Un grupo considerable de personas a las afueras mismas de Glath. Todos con la serenidad de personas que no esperan ser interrumpidos. La mayoría con armas envainadas y conversación recíproca. Miró a su alrededor, buscando la figura de Tarek. Lo encontró no muy lejos del punto de encuentro de ambos y haciéndose una con las sombras aprovechó para acercarse a él antes de que el hombre alcanzase el lugar donde se encontraba el grupo.
-No estamos solos- le dijo, apareciéndose a su lado dejándose ver al fin
Caminaron con la esperanza de que aquello no les acabase de complicar el tan ansiado final a aquella serie de catastróficas desdichas. Cuando al fin alcanzaron al grupo. estos parecían estar sumidos en la conversación propia de alguien que planea una victoria. O al menos Caoimhe entendió la urgencia en las palabras de la mayoría lo suficiente como para vaticinar que así era.
A medida que se acercaban, y para sus sorpresa, la melena lacia y oscura de uno de ellos le pareció demasiado familiar como para no distinguirla.
-... Creo que está comenzando a olvidárseme los motivos éticos y morales por los que he decidido no alimentarme de personas.- le dijo a Tarek, casi en un susurro.
-No... pero por supuesto que Nouisis estaba detrás de todo esto- dijo mirando a Tarek con los ojos muy abiertos, pero sin perder la calma.-Dime que éste es el original... porque te prometo que cuando le arranque el cuello a este, no quiero verlo revivir de nuevo- Añadió ajustándose su guantelete y buscando con su otra mano su espada.
No fue hasta que escuchó la familiaridad de otra voz más conocida y menos molesta que pausó sus acciones.
—¿De verdad?— dijo Aylizz interrumpiendo por un segundo la molestia que aquel desconocido le ocasionaba y centrándola un poco en el lugar y el momento. —¿Esta noche también van a ser necesarias las armas?—
-oh… no te preocupes. Azafrán. A mi no van a hacerme falta armas para deshacer la estúpida mirada de ese elfo- Notó como su compañero tensó su gesto a su lado y decidió sosegarse, recordándose a si misma que hay más gente alrededor y que aún no sabe que están haciendo allí. Casi notó las palabras jocosas de uno de los desconocidos que salió de un carromato.
-¿Azafrán? -le pregunta Tarek a Cao, mirandola primero a ella y luego al resto de los presentes- ¿Os conocéis? - le preguntó a Caoimhe.
Tarek parecía contrariado y sus palabras apelando a que explicase como conocía a Aylizz hicieron que la vampiresa girase su atención a él ¿También la conocía? Su interés parecía lo suficientemente genuino como para pensar que de hecho si tenía curiosidad por entender el vínculo entre Aylizz y ella.
Caoimhe sonrió divertida mientras escuchaba como Nousis se había quedado estancado en sus palabras y seguía intentando provocar su molestia con algunas frases vacías. Lo ignoró y se enfocó en contestar a Tarek.
-¿Conocerla? ¡Está elfa conoce cada lunar en mi piel, y yo de la suya! Me ayudó a sanar y yo la rescaté de bueno… de una experiencia algo turbia si me lo preguntas. Pero si. Azafrán y yo somos amigas ¿ tú también la conoces?- La vampiresa se lleva las manos a los labios de manera rápida. Su gesto a menudo pálido tintado de rojo intenso ¿Por qué había sido tan explícita contestando a las preguntas de Tarek?... Ni un rasto de su usual sutileza.
La reacción de su amigo, de pronto cambió de interesada a evasiva, y Caoimhe imaginó el tipo de situación que podía estar ocultando. De manera desinteresada, hizo una nota mental acerca de aquello. Sonaba que quizás esa información pudiese ser efectiva y útil para usar. Sin duda necesitaba investigar mucho más acerca de aquellos 'cruces de camino' con suerte también le beneficiaban a ella.
La vampiresa se alegró por otro lado de que la conversación se desviase de manera grácil hasta otro foco de atención que no fuese ella. Cuando Nousis empezó a explicar sus motivos de presencia en Glath, la chica desconectó su atención de él, lo suficientemente segura de que no habría nada más interesante en sus respuestas que 'El tamaño de un arma nueva' o objetivos básicos similares.
Su atención se enfocó, sin embargo, en el resto de personas que aún desconocía mirando de manera significativa a Tarek cuando este explicó de manera críptica lo que acababan de vivir. Aquello de nuevo inundó su cabeza con un sentimiento de calidez hacia el elfo: No era fácil ganarse la confianza de Caoimhe pero el chico estaba dando pasos agigantados en el camino adecuado.
Se acercó a uno de aquellas figuras. El hombre parecía divertido con la situación y sus susurros a los individuos a su alrededor habían captado su atención. ¿Quizás era uno de sus clientes? Aquello explicaría sus ataques acallados... aunque no le sonaba de nada haberlo visto antes.
-Y... ¿tú eres?- le preguntó al hombre al lado del carromato-
La actitud afable en su respuesta la conformó, aunque sus manos no estaban tintadas de la crudeza que da el trabajo con la sal. Tampoco sus uñas parecían roídas por los efectos de la misma. Había un potencial elevado de que los rumores acerca de los comerciantes de sal fuesen falsos, y de que los humos en la extracción de la misma no tornase oscuras las narices de los que a menudo la trataban... pero la desconfianza intrínseca de Caoimhe la hizo mantenerse cautelosa. Mostró, sin embargo, su máscara embaucadora más grácil.
La molesta voz de Nousis, sin embargo volvió a captar su atención.
-¿Qué asuntos te traes con ella, Tarek?- cuestionó- Sean los que sean, deberías vigilar tu espalda. Desconozco qué te habrá llevado a caminar junto a algo como eso, pero dudo que llegue a beneficiarte.- dijo con la voz segura de alguien que quiere que se lo escuche.
Lo ignoró mientras escuchaba como Tarek le respondía de manera cauta. En su lugar, se acercó al caballo que tiraba de aquel carromato y lo acarició de manera pausada, para que el animal se acostumbrase a ella mientras escuchaba la conversación.
Sonrió de manera cómplice a Tarek al entender la broma interna acerca de la normalidad de aquel emplazamiento. Se alegraba que su amigo no la resintiese por ponerlo en aquella situación.
La conversación progresó para el alivio de Caoimhe a temas más serios y todos aportaron información acerca de la situaciones de emplazamientos cercanos afectados por distintas situaciones que en cierto modo pertenecían a un conjunto. Rume, Mirza... Glath. Todo parecía parte de un tablero de ajedrez en el que ellos se habían visto tan solo peones y del que se esperaba que continuasen prolongado una partida que, en la cabeza de la vampiresa estaba ciertamente perdida.
Se había sentado al lado de la mujer que se había identificado como Nana. Rechazó la oferta de cecina y de comida que ofreció al resto como muestra de su sospechoso rubro. Pero aceptó con agradecimiento una copa de vino. Lo suficientemente roja como para recordarle a la sangre que deseaba usar para calmar su sed.
Típico de humanos, hacernos creer parte de un tablero de ajedrez fingiendo que podemos encontrar sentido —dijo entre sorbo y sorbo de vino—. Aún no entiendo bien qué se os ha perdido en una guerra que está destinada a perder. ¿Acaso ganáis algo apoyando a tal o cual facción? Lo único que yo veo aquí es tres elfos convenciéndonos a unirnos a una guerra que no es nuestra. Sé que tú poco tienes que ver en esto —añadió dirigiéndose a la mujer elfa—. Los túneles de Sacrestic no son camino sencillo…- dijo. Proponiendo quizás una alternativa.
Las consecuencias de todo lo que habían descrito los individuos involucrados en aquella conversación no eran para ser tomadas a la ligera. Sin duda necesitaban cuerpos que ayudasen a los objetivos expresados. Bebió otro sorbo de vino mientras seguía escuchando las opiniones del resto, expresando si iban o no a unirse en el camino.
Por supuesto ella no pintaba nada en aquella guerra. Nada se le había perdido en su beneficio para seguir uniendo su destino al de aquellos desconocidos, y mucho menos para seguir caminando de manera paralela junto a Nousis.
Notó como Tarek se alejaba del grupo principal para ir a buscar leña y como la bruja nombrada como Valeria lo seguía. Una nube de incertidumbre se posó en su cabeza. ¿Y si Tarek quería unirse? El elfo la había seguido a aquel lugar recóndito y le había regalado el regalo más preciado que alguien puede darle a un amigo: Tiempo.
Caoimhe sabía mejor de nadie la importancia de la reciprocidad justa en cualquier tipo de negocios, y sobre todo en cualquier tipo de vínculo.
Vació otra copa mientras taciturna observaba como la figura del elfo se perdía entre los arbustos.
Caoimhe
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
El final de aquel infernal ciclo que había asolado Glath resulto en cierta medida anticlimático. El sol comenzó a asomarse por el horizonte, como si la ciudad no hubiese estado nunca bajo el asedio de aquella entidad tenebrosa que los había esclavizado en un bucle sin fin. El cielo, mezcla de tonos morados y naranjas, auguraba un día soleado. Un buen presagio para un nuevo día, uno que la mayor parte de Glath no volvería a ver jamás.
Las bajas habían sido cuantiosas. Tarek solo encontró cadáveres a su paso, pero suponía que la muerte había sido un destino mejor que aquella locura interminable para las gentes que se habían lanzado a salvar a la niña. ¿Cuánto tiempo habían vivido en aquella interminable historia? Ellos apenas habían subsistido dos semanas en aquel lugar y tenía claro que lo que había visto aquella misma noche moraría sus pesadillas durante una larga temporada. Con cierta ironía pensó que al menos aquel ojo sustituiría las imágenes que lo turbaban desde su salida del templo.
Arabaster paseaba circunspecto entre las ruinas de la ciudad. Solo y derrotado, con expresión ilegible. Le dedicó un corto saludo al elfo, que le devolvió el gesto. Entonces la vio a ella y una sonrisa de alivio se instaló en sus labios. Ambos habían sobrevivido, en contra de cualquier pronóstico.
- Me alegra que sigas con vida –dijo, como única respuesta a las ya habituales explicaciones de la chica.
Buscaron un lugar que les aportara cobijo frente al sol, antes de caer derrotados en un sueño profundo que duró horas. Cuando despertaron, el atardecer volvía a hacer acto de presencia, pero al contrario que en las jornadas anteriores, lo que vieron al abandonar la morada fue el caos y la destrucción que habían provocado sus actos.
Caoimhe le dio una pobre excusa para justificar su repentina marcha. Tarek se preguntó cuánto tiempo más iba a seguir la chica inventándose tareas innecesarias (como buscar unas flores que había visto unos días antes y que no podía sacarse de la cabeza), para ocultar su necesidad de beber sangre. Había visto el hambre en sus ojos en el Árbol Madre, lo había visto incluso allí, durante algunas de las jornadas que habían repetido. Supuso que las excusas eran más para si misma que para el elfo, pues él conocía su condición. Pero no pudo culparla, el mismo había excusado su comportamiento con falsas explicaciones solo para no sentirse mal por lo que debía o acababa de hacer.
Caminó de nuevo entre las ruinas, dándole tiempo para cazar con tranquilidad… lo que fuera que comiese. Un leve tirón de su manga, lo hizo girarse.
- ¿Vais a marcharos? –era la niña humana, cuya vida había trastocado todo aquel lugar. Junto a ella, su fiel mascota y la adivina culpable del hechizo.
- Deben hacerlo –respondió la fjollkunig- Debes ir al norte, más allá de los límites de Dundarak, a la Llanura nevada -Tarek la observó unos instantes antes de responder, pero la mujer lo interrumpió antes de que formulase su pregunta- Es mejor que no sepas nada más. Es peligroso –tomando a la niña de la mano, tiró de ella- Tened cuidado, a veces los enemigos se ocultan tras rostros amigos.
Sin una sola palabra más, la mujer se dio la vuelta y ascendió la colina donde se encontraba su hogar.
- Por lo que veo, sigue igual de loca –el peliblanco dirigió una breve mirada al líder de los Paica, que se había colocado a su lado.
- ¿Te quedarás aquí? –preguntó el elfo al vampiro. En hombre se limitó a negar con la cabeza.
- Nunca debimos aceptar esta misión –comentó entonces.
- ¿No es eso lo que hacéis los mercenarios? –Arabaster puso mala cara y, con un gesto de la mano, se despidió de él antes de perderse de nuevo entre las ruinas.
Contemplando una vez más el desastre que había causado su llegada a Glath, se preguntó quién se ocuparía de los cadáveres que cubrían las calles. Tenía claro que ni él ni Caoimhe se quedarían lo suficiente como para darles sepultura. Tampoco lo haría Arabaster y dudaba que la adivina fuese a hacerlo. Quizás el pueblo estaba condenado a convertirse en un enorme cementerio, cuya historia acabaría convirtiéndose en un misterio, que atraería y espantaría por igual a los caminantes que se dirigían al norte.
Una nerviosa Caoimhe se unió a él cerca del punto acordado. Un grupo indefinido se había detenido ante las ruinas de Glath, quizás sopesando lo que había sucedido en la otrora viva población.
Se aproximaron con cautela. La vampiresa pareció reaccionar antes que él, pero sus palabras se perdieron en la inmensidad cuando Tarek reconoció no uno, sino dos de los rostros que le devolvían la mirada. Nousis y Aylizz los observaban, con la misma expresión de sorpresa y consternación que el propio Tarek y Caoimhe debían tener reflejado en sus rostros. Fue la propia Aylizz la que rompió el silencio que se había instaurado entre ellos.
- ¿De verdad? –dijo con sorna- ¿Esta noche también van a ser necesarias las armas? –parecía hastiada.
- Oh… no te preocupes. Azafrán. A mi no van a hacerme falta armas para deshacer la estúpida mirada de ese elfo.
- ¿Azafrán? –preguntó entonces Tarek, ante el apodo que Caoimhe había utilizado para denominar a Aylizz, pues dudaba que usase ese apelativo cariñoso con Nousis, vista la aversión que parecía tenerle- ¿Os conocéis? –preguntó a la vampiresa, sin sopesar las consecuencias de sus actos.
- ¿Conocerla? ¡Está elfa conoce cada lunar en mi piel, y yo de la suya! Me ayudó a sanar y yo la rescaté de bueno… de una experiencia algo turbia si me lo preguntas. Pero sí. Azafrán y yo somos amigas ¿tú también la conoces? –la absoluta honestidad en las palabras de la chica, así como su expresión perturbada recordó a Tarek que debía tener cuidado con lo que preguntaba. Aclarándose la garganta, intentó obviar su respuesta.
- Si, hemos compartido el mismo camino en más de una ocasión -dirigiéndose entonces a Nousis, que lo miraba con expresión severa, intentó cambiar de tema- ¿Qué os trae por aquí? –las palabras apenas habían abandonado sus labios, cuando se percató de nuevo de su error.
- Tuvimos que huir de Mirza, Ayl estaba en peligro. Yo sólo buscaba un arma que al parecer no existía, en las ruinas del poblado. Por suerte, la encontré, y pospuse el retornar a Sandorai hasta asegurarme que la dejaba a salvo.
- Un arma... –murmuró otro de los miembros del grupo, al que el peliblanco no había visto nunca. Permanecía junto a un carromato, en compañía de una mujer
- Pues no encontraréis nada en Glath, excepto muertos –comentó, mirando sobre su hombro el poblado- Tampoco me arriesgaría a entrar en la villa... a riesgo de no volver a salir -dirigió entonces una significativa mirada a la vampiresa.
- Entonces nada nos detiene aquí...-comentó parca Aylizz, dándoles la espalda. Tarek tuvo claro que aquel comportamiento se debía más a él que a su compañera. No podía reprochárselo, no después de lo que había sucedido la última vez que se habían visto.
- ¿Qué asuntos te traes con ella, Tarek? –la voz de Nousis sonó autoritaria- Sean los que sean, deberías vigilar tu espalda. Desconozco qué te habrá llevado a caminar junto a algo como eso, pero dudo que llegue a beneficiarte.
- Me pidió que la acompañase hasta Galth por negocios y eso he hecho –comentó el peliblanco llanamente, sin oponerse al poder del colgante- No sé qué problema has tenido con ella, pero te aseguro que... ¿Qué problema has tenido con ella? –por primera vez en toda la conversación decidió usar el poder de la alhaja a su favor.
- Trató de controlarme, ¡A MI! Y es una maldita vampiresa, una raza que vive para el dolor ajeno. Es intrigante, manipuladora y arrogante. Si no acabo ella, ella buscará terminar conmigo.
El rostro de Nousis tras soltar aquella retahíla de palabras fue cuanto menos cómico. Abrió los ojos de forma desmesurada, antes de fijarlos en un punto indeterminado. Tarek supuso que debía estar preguntándose por qué había dicho aquello. Debía actuar con cuidado si no quería que aquella artimaña se volviese en su contra.
- No querría interrumpir este emotivo reencuentro –la mujer desconocida tomó entonces la palabra- pero, ¿sois conscientes de que estamos rodeados? Por la nieve, por los muertos y por supuesto, por la guerra entre estos puebluchos.
- Por fin alguien que dice algo con conocimiento de causa –refunfuñó Aylizz- Está claro que aquí no será posible encontrar refugio, cobijo o víveres para reponernos…
La conversación entre los elfos y la extraña pareja continuó un rato más, pero el peliblanco se abstuvo en gran medida de la misma.
- Dudo que quede nada fresco en este lugar... ni siquiera los muertos -respondió Tarek taciturno a uno de los comentarios de la desconocida- Glath ha pasado una mala temporada. Aunque cualquiera diría que hasta ayer era un pueblo normal y corriente -sabía que solo Caoimhe entendería sus palabras- ¿A dónde os dirigís? –preguntó entonces a la desconocida.
- En busca de Thorbald Buckhard para abrirle en canal y servir su cabeza a los peces –afirmó la mujer rotunda y el peliblanco se recordó que no debía hacer preguntas. El acompañante de la mujer apareció tras ella con cara de susto.
-... un señor que nos debe dinero –comentó con rapidez. A Tarek le sonó a mentira, pero lo dejó pasar.
- Me refería a qué dirección vais a tomar. Si os dirigís al norte. Pero estoy seguro de que conseguiréis encontrar a ese individuo y recuperar vuestro dinero.
-No sé hacia dónde iremos –comentó la mujer, negando con la cabeza, antes de encogerse de hombros.
- Quizás os interese hablar con la adivina de la aldea -el peliblanco observó Glath sobre su hombro- Es un poco excéntrica, pero al menos parece no ser un fraude. Eso -señaló la aldea tras él- fue obra suya, o al menos comenzó por su voluntad. Es un poco complejo de explicar.
La mujer se giró hacia su acompañante que negaba con la cabeza rápidamente.
- ¿Ah sí? ¿Cómo están las cosas para entrar?
- Puede accederse a la aldea andando -contestó Tarek de forma automática, dándose cuenta después de la estúpida respuesta que el colgante le había obligado a dar- Me refiero a que los caminos son transitables -intentó corregir- La casa está al final de la aldea. Nadie saldrá a vuestro encuentro, pues no queda nadie excepto ella y su pupila.
- ¿Una adivina? Psé. Si, muy fiable… -masculló Aylizz entre dientes. La mirada que le dirigió después al peliblanco y a la vampiresa, dejó claro que no se sentía a gusto compartiendo la información que iba a dar con ellos.
El elfo intentó apartarse de nuevo de la conversación. Aquello no iba con ellos. En realidad, desconocía si Caoimhe tenía algún tipo de interés en todo aquello, pero su cara le daba a entender que quería marchase de allí lo antes posible. Fue Nousis el que lo introdujo de nuevo en la conversación.
- ¿Qué ocurrió exactamente en Glath? ¿Qué trato has tenido con la esa supuesta adivina?
- La adivina desató una maldición sobre el pueblo, para evitar que su protegida muriese a manos de su codicioso tío. Hemos revivido la misma noche once veces, aunque en realidad llegamos ayer al pueblo. No tengo ni idea de cómo lo hizo, pero una vez entramos en Galth empezamos a formar parte de ese bucle sin fin. Tras la muerte de la niña cada noche, reiniciábamos el mismo atardecer... una y otra vez. Anoche toda la aldea y los mercenarios de los Paica se sacrificaron para salvar a la niña, después de que un ojo gigante se abriese en medio del cielo y Galth se convirtiese en un paisaje propio del averno. Eso rompió el ciclo, de ahí los cadáveres -incapaz de parar de hablar, añadió- Nuestro único trato con la adivina fue salvar a la niña, era eso o quedarnos eternamente en Glath. Sentíos afortunados de haber llegado tras el fin de la debacle.
Sus palabras enmudecieron al resto del grupo, que los observó con cara de perplejidad. Aylizz chasqueó entonces la lengua, como llamando la atención de todos, antes de hablar.
- No mucho antes de llegar aquí, retrocediendo en el camino, se dejaba ver un pequeño bosquejo a lo lejos, metido en la llanura. Lo bastante apartado de Glath para respirar un aire menos cargado. Quizá hasta haya alguna alimaña a la que hincar el diente—tras un instante, añadió- Parece que todos necesitamos un descanso.
La animada charla había continuado una vez alcanzaron el claro en el bosque. Caoimhe y Tarek se habían sentado cerca uno del otro y, poco después, se había unido a ellos Aleister. El líder de los Paica parecía taciturno. El peliblanco pensó que, en otras circunstancias, habría sentido pena por él. La llegada de tres foráneos más, pareció devolverle al líder algo de la vida que había perdido tras los sucesos en Glath.
- La casa de la adivina está al final del pueblo. Probablemente sea lo único que queda en pie... Yo no me pasaría a visitarla –comentó Tarek ante las preguntas que los recién llegados hicieron sobre el estado de la población. Arabaster, a su lado, farfulló algo entre dientes, que sonó a "maldita loca".
El elfo se sumió entonces en sus propios pensamientos, mientras el resto parecía ponerse al día respecto a los acontecimientos que asolaban la comarca. Cuando Caoimhe le había pedido que la acompañase al norte, no había esperado toparse con caras conocidas. Hacerlo solo lo ponía en riesgo. Quizás la idea de Cornelius no había sido tan mala, después de todo.
Rechazó la oferta de vino, cuando el elfo del carromato se lo ofreció. Aun así, no prestó atención a la conversación, en cuanto se aclarase todo, cogería una ruta distinta a los demás. Buscó a Caoimhe con la mirada, pues esta había abandonado el lugar a su lado. Desconocía si la vampiresa tenía en mente alguna otra visita a un pueblo encantado, pero Tarek sabía que su partida al norte estaba más cercana que nunca. Observó el bosque a su alrededor y se preguntó cómo sería el lugar al que lo guiarían sus pasos.
Observó a Aylizz hablar con una de las desconocidas y a su mente volvió la reciente conversación que habían tenido, a solo unos metros del lugar en el que se encontraban en ese momento.
La elfa se había separado del grupo, en busca de madera para encender una hoguera. Tras una leve vacilación, el peliblanco la había seguido. Detuvo sus pasos a una distancia prudente, aunque le quedaron pocas dudas de que la chica sería consciente de su presencia. Tomando aire para calmarse, se dirigió a ella.
- ¿Podemos hablar? –intentó que su voz sonase neutra.
Ella se detuvo un instante, antes de volverse hacia él con un rictus severo en el rostro.
- Por poder, podemos –respondió, antes de añadir- Aunque no sé en qué termino –un suspiro dio paso a un tono más liviano- Tú dirás.
- Te debo una disculpa –contestó el elfo tras un segundo de vacilación-. Más de una en realidad. No espero ni que la aceptes ni que me perdones. Te aseguro que soy consciente de que nunca podré reparar lo que hice aquel día en Nytt Hus, ni aunque viviese más de una vida -tomando el colgante entre sus manos se lo mostró a la chica- La persona que me entregó esto consideró que podría salvarme la vida. Cualquier pregunta que haga, mientras lo lleve, debe ser respondida con la verdad... A cambio yo tampoco puedo mentir si alguien me pregunta algo -dejó caer entonces la piedra sobre su pecho- No he venido a sonsacarte información. No voy a preguntarte nada. Pero contestaré a todo aquello que desees saber.
La elfa lo examinó con cuidado, antes de responder.
- No quiero... -masculló entre dientes, antes de interrumpirse y resoplar- En realidad, si. Quiero saber. He pensado mucho en aquello, lo he revivido otras tantas –comentó, apretando lo puños- Y las cuestiones que verdaderamente me traen de cabeza sólo puedes responderlas tú. Y si dices que no puedes mentir, pues... Será claro y conciso.
El peliblanco asintió ante sus palabras
- Si piensas en nuestro encuentro frente a Galth, las respuestas de Nousis, de Caoimhe, de la tendera e incluso las nuestras. ¿No...? -se detuvo antes de formular la pregunta- Lo lamento, es difícil hablar sin hacer preguntas... Si lo piensas probablemente ya te hayas percatado del efecto del colgante. Puedes preguntar lo que quieras.
- Lo cierto es que podría haberlas atribuido al cansancio que todos parecemos arrastrar. Aunque tiene más sentido que se hayan visto obligados a darlas tan detalladas. En fin –carraspeó, como para cambiar de tema- Sobre Nytt Hus -puntualizó, directa- ¿Sabías cuáles eran los planes de tu clan cuando fuiste allí? Porque doy por hecho que el destino sí lo conocías, ¿o no?
- Conocía sus planes, pero no cómo pretendían ejecutarlos. Nos convocaron al poco de volver de nuestra aventura por Urd. Dijeron que era una cuestión de supervivencia de los elfos. Que debíamos partir al norte, a impedir el gran error que se estaba cometiendo al acudir junto a los exiliados -sus propias palabras sonaron ajenas mientras las pronunciaba, pues todos los sucesos que había seguido a aquella fatídica noche le habían impedido volver a reflexionar demasiado sobre ella- Se suponía que solo debíamos crear algo de caos, romper la alianza que se estaba formando entre los clanes élficos. Impedir que volviesen a formar parte del Consejo y del gobierno de Sandorai, por su unión con los humanos -su tono bajó una octava cuando añadió- Nunca dijeron nada de los objetos malditos y de que nuestra intervención podría poner en peligro algo más que la integridad de la colonia... aún menos del genocidio que estaban dispuestos a cometer.
- ¿Podrías haberte negado a cumplir la misión cuando te la encomendaron? -cuestionó sin reparo alguno
Tarek se había hecho aquella pregunta en más de una ocasión a lo largo de su vida. Había intentado convencerse de que siempre había tenido la opción de elegir. Dhonhara siempre había afirmado que era así, él siempre había sabido que era mentira.
- No -respondió- Los Ojosverdes consideran que el clan está ante todo. Faltar a tu juramento o incumplir un mandato del consejo del clan equivale a una traición. La traición se paga con algo peor que la muerte.
Ella asintió ante la respuesta, sin abandonar la seriedad de su expresión.
- Es todo por mi parte, pues -expuso, apartando la mirada- En realidad, podría abandonar todo rodeo, teniendo esta oportunidad. Salir de dudas en cuanto a tantas que me albergan sobre ti. Pero supongo que ya no me importan las respuestas. O que de alguna manera, esa última me las ha dado todas. Así que si tú quieres decir algo más, adelante.
El peliblanco desvió la mirada hacia el bosque que los rodeaba, se sintió incapaz de continuar mirando a la elfa a la cara. Suficiente había hecho con escucharlo, no iba a pedirle más.
- Lo creas o no, realmente espero que encuentres lo que buscas, la tierra de tu familia, y que puedas fundar una nueva colonia, un nuevo Nytt Hus, lejos de las envenenadas fronteras de Sandorai -dirigió de nuevo la mirada hacia ella- Esta será la última vez que nuestros caminos se crucen. Cuando todo esto acabe me iré al norte. Mantente alejada de los Ojosverdes. Aunque Dhonara haya muerto, no fue la única que te vio venir a buscarme... y te aseguro que me buscarán hasta en el último recoveco del continente -dedicándole un gesto de despedida, añadió- Que los dioses sean contigo.
- ¿Dhonara ha muerto? –preguntó ella perpleja.
Tarek cerró los ojos ante la inevitable retahíla de palabras que abandonaron sus labios.
- La maté -el dolor que sentía se reflejó en su voz y en su mirada. Había intentado no pensar en aquello desde su partida del Árbol Madre- Descubrí que había sido la mano ejecutora tras la muerte de Eithelen. Juré que vengaría su muerte... Los torturó... -intentó evitar seguir hablando, pero la magia del colgante fue más fuerte que él, notó un dolor casi físico provenir del colgante- Le di muerte. Vi como la vida escapaba de su cuerpo y después hui, del Campamento Sur y de Sandorai -Aylizz se quedó muda
- El norte es extenso –comentó, al fin- Y de costosa accesibilidad. Igual que dudosa. Un buen lugar para perderse, supongo...—murmuró lo último- Que los Dioses te guarden –replicó, emulando su despedida.
El peliblanco solo fue capaz de asentir, perdido en sus propios recuerdos.
Tarek suspiró, volviendo a la realidad. El interrogatorio de la desconocida a su prisionero parecía haber llegado a un punto muerto.
- Tú, humano –intervino el elfo, dirigiéndose al individuo- ¿Cuáles son las intenciones del tal Nerfarein? ¿Dónde están sus efectivos? Y lo más importante, ¿cómo se le puede detener?
Sus palabras tuvieron el efecto deseado, por desgracia se granjearon también una desconfiada mirada por parte de la mujer. Pero el elfo estaba cansado, de la situación, de la compañía y de sus propios recuerdos. Por lo que no dudó en volver a emplear el poder del colgante.
- Algún flanco débil debe tener. ¿Qué sabes a ese respecto? ¿Cuáles son sus flaquezas? –interrogó de nuevo al hombre.
- Es calculador, y no se fía ni de sus propios elegidos – masculló este molesto - posee una fortaleza al norte de Mirza. Pero con esos soldados de Assu no tendréis nada que hacer.
- Los megalómanos nunca se fían ni de su sombra –comentó entonces el elfo, poniéndose en pie- Por eso suele ser fácil destronarlos. Solo tienes que crear caos -alzándose para alejarse del grupo y la conversación, añadió- Voy a por más leña.
Las voces siguieron escuchándose a su espalda, convirtiéndose en murmullos según se alejaba. Se apoyó en un árbol cercano durante unos segundos. Se marcharía, al norte, como había prometido. Caoimhe lo comprendería. No podía seguir allí, o acabaría inmiscuido en una guerra que no le atañía.
Unos pasos entre la hojarasca le indicaron que alguien lo había seguido. Dudaba que fuese Aylizz, su conversación había llegado a su fin; tampoco Nousis, pues había dejado claro que no deseaba dialogar con él; tampoco eran las pisadas de la vampiresa. Girándose se encaró a la mujer que se había presentado ante ellos como Valeria.
- ¿Cómo hiciste eso? –soltó a bocajarro- Que Milto te lo contara todo, así, sin más.
Impelido por el poder del colgante y cogido desprevenido por su presencia, el peliblanco no pudo más que decir la verdad.
- El colgante que llevo al cuello obliga a la gente a decir la verdad cuando les pregunto algo –tras aquellas palabras cerró la boca de golpe, maldiciendo unos segundos más tarde entre dientes. Tras aquello no pudo evitar añadir- Lo cual, como puedes ver, también me afecta a mí.
La mujer lo evaluó en silencio durante unos instantes, antes de volver a hablar.
- ¿Funciona solo contigo o podría usarlo otra persona? –el peliblanco la observó encerrando los ojos, hasta que la abrasante presencia de la joya lo volvió a impeler a contestar.
- Solo el portador tiene la capacidad de extraer la verdad –intentó guardar silencio tras aquello, pero finalmente no pudo evitar añadir- Pero debe contestar a cualquiera que le pregunte. Maldito colgante –murmuró finalmente para sí. Estaba seguro de que Cornelius no había previsto que se topase con alguien tan sagaz en su camino.
- ¿Me lo venderías? –la pregunta lo tomó desprevenido, lo suficiente como para que no intentase impedir las siguientes palabras que abandonaron sus labios.
- No puedo quitármelo hasta la siguiente luna nueva. Después estaré encantado de deshacerme de él –añadió con sinceridad.
- Muy tarde, me temo –comentó ella, tras maldecir en voz baja- Voy a matar a Jawz Nerfarein y una habilidad así me vendría muy bien para llegar hasta él a pesar de su maldito ejército. ¿Cómo puedo convencerte de que me acompañes?
- Nada me ata a vuestra misión, excepto que yo mismo me dirijo al norte –contestó el elfo, cruzándose de brazos, sin poder evitar que las siguientes palabras abandonasen sus labios- Solo la amenaza de que le desveléis a los Ojosverdes donde me encuentro y hacia donde me dirijo me obligaría a seguiros -cogiendo aire y lamentando no poder callarse, añadió con tono hastiado- Podrías dejar de hacerme preguntas, eso también ayudaría.
La vio vacilar un instante, antes de responder. Como si sopesase sus propias palabras.
- Nada de preguntas, entonces. Bien, tampoco pretenderé que tengo contactos con esa gente tan agradable, pero le haré saber a Eleandris ese dato, gracias.
El elfo la observó con abierta hostilidad. Podía acabar con esa amenaza ahí mismo. Rápido y limpio. Los demás no la conocían lo suficiente como para lamentar su pérdida y él podría esfumarse antes de que se diesen cuenta de lo que había pasado. Para eso le había dado el colgante Cornelius… Pero se contuvo, a cambio le dirigió una sutil sonrisa.
- ¿Que asuntos te llevan a enfrentarte a Nerfarein? ¿Por qué tanto interés? –a ese juego podían jugar los dos.
- Merece morir –fue su respuesta- La gente como él cree que puede pisotear a los demás porque no tienen quién los defienda. Pero a veces el débil no muere. A veces, el débil se vuelve más fuerte y vuelve para clavarle una daga entre las costillas. A él o a cualquiera como él –parecía que sus propias palabras comenzaban a afectarla. Finalmente, mirando con furia al elfo, añadió- Merece morir.
Tarek lo vio girarse y volver al campamento, huir de él. Bien. Esperaba obtener algún tipo de dato que le sirviese de arma contra ella, no una lacrimógena historia sobre la integridad humana. Mirando el cielo como pidiendo paciencia, Tarek volvió al campamento. Dejó algunas ramas al lado de Eleandris sin dirigirle ni siquiera una palabra, antes de encaminar sus pasos hacia Caoimhe, que lo miraba desde la carreta de los falsos comerciantes.
- ¿Y bien? –le preguntó la vampiresa al verlo llegar- ¿no encontraste ramitas para el fuego?
La voz de Valeria se alzó tras él, anunciando con gran alegría que iba a unirse a su justa. Tarek le dirigió una mirada asesina.
- Alguna rama encontré – contestó entonces a Caoimhe, cruzándose de brazos- Por desgracia no fue lo único que se cruzó en mi camino –añadió taciturno- No tienes porqué venir.
- No… no tengo por qué hacerlo –respondió ella- Ni tú tenías que acompañarme a Glath. Y aun así aquí estamos los dos. Casi diez días después. Además, seguro que si te dejo ahora acabas en peligro de muerte o algo así. Y me sentiría culpable. Digo…. No puedo tener a más elfos en mi contra –añadió, tirándole de una oreja, antes de desparecer la penumbra del carromato.
- Va a ser un viaje estupendo –replicó con ironía el peliblanco, cerrando la puerta del carro tras su compañera- No sé a qué seguimos esperando –cuanto antes se marchasen, antes podría perderlos de vista.
Las bajas habían sido cuantiosas. Tarek solo encontró cadáveres a su paso, pero suponía que la muerte había sido un destino mejor que aquella locura interminable para las gentes que se habían lanzado a salvar a la niña. ¿Cuánto tiempo habían vivido en aquella interminable historia? Ellos apenas habían subsistido dos semanas en aquel lugar y tenía claro que lo que había visto aquella misma noche moraría sus pesadillas durante una larga temporada. Con cierta ironía pensó que al menos aquel ojo sustituiría las imágenes que lo turbaban desde su salida del templo.
Arabaster paseaba circunspecto entre las ruinas de la ciudad. Solo y derrotado, con expresión ilegible. Le dedicó un corto saludo al elfo, que le devolvió el gesto. Entonces la vio a ella y una sonrisa de alivio se instaló en sus labios. Ambos habían sobrevivido, en contra de cualquier pronóstico.
- Me alegra que sigas con vida –dijo, como única respuesta a las ya habituales explicaciones de la chica.
Buscaron un lugar que les aportara cobijo frente al sol, antes de caer derrotados en un sueño profundo que duró horas. Cuando despertaron, el atardecer volvía a hacer acto de presencia, pero al contrario que en las jornadas anteriores, lo que vieron al abandonar la morada fue el caos y la destrucción que habían provocado sus actos.
[…]
Caoimhe le dio una pobre excusa para justificar su repentina marcha. Tarek se preguntó cuánto tiempo más iba a seguir la chica inventándose tareas innecesarias (como buscar unas flores que había visto unos días antes y que no podía sacarse de la cabeza), para ocultar su necesidad de beber sangre. Había visto el hambre en sus ojos en el Árbol Madre, lo había visto incluso allí, durante algunas de las jornadas que habían repetido. Supuso que las excusas eran más para si misma que para el elfo, pues él conocía su condición. Pero no pudo culparla, el mismo había excusado su comportamiento con falsas explicaciones solo para no sentirse mal por lo que debía o acababa de hacer.
Caminó de nuevo entre las ruinas, dándole tiempo para cazar con tranquilidad… lo que fuera que comiese. Un leve tirón de su manga, lo hizo girarse.
- ¿Vais a marcharos? –era la niña humana, cuya vida había trastocado todo aquel lugar. Junto a ella, su fiel mascota y la adivina culpable del hechizo.
- Deben hacerlo –respondió la fjollkunig- Debes ir al norte, más allá de los límites de Dundarak, a la Llanura nevada -Tarek la observó unos instantes antes de responder, pero la mujer lo interrumpió antes de que formulase su pregunta- Es mejor que no sepas nada más. Es peligroso –tomando a la niña de la mano, tiró de ella- Tened cuidado, a veces los enemigos se ocultan tras rostros amigos.
Sin una sola palabra más, la mujer se dio la vuelta y ascendió la colina donde se encontraba su hogar.
- Por lo que veo, sigue igual de loca –el peliblanco dirigió una breve mirada al líder de los Paica, que se había colocado a su lado.
- ¿Te quedarás aquí? –preguntó el elfo al vampiro. En hombre se limitó a negar con la cabeza.
- Nunca debimos aceptar esta misión –comentó entonces.
- ¿No es eso lo que hacéis los mercenarios? –Arabaster puso mala cara y, con un gesto de la mano, se despidió de él antes de perderse de nuevo entre las ruinas.
Contemplando una vez más el desastre que había causado su llegada a Glath, se preguntó quién se ocuparía de los cadáveres que cubrían las calles. Tenía claro que ni él ni Caoimhe se quedarían lo suficiente como para darles sepultura. Tampoco lo haría Arabaster y dudaba que la adivina fuese a hacerlo. Quizás el pueblo estaba condenado a convertirse en un enorme cementerio, cuya historia acabaría convirtiéndose en un misterio, que atraería y espantaría por igual a los caminantes que se dirigían al norte.
[…]
Una nerviosa Caoimhe se unió a él cerca del punto acordado. Un grupo indefinido se había detenido ante las ruinas de Glath, quizás sopesando lo que había sucedido en la otrora viva población.
Se aproximaron con cautela. La vampiresa pareció reaccionar antes que él, pero sus palabras se perdieron en la inmensidad cuando Tarek reconoció no uno, sino dos de los rostros que le devolvían la mirada. Nousis y Aylizz los observaban, con la misma expresión de sorpresa y consternación que el propio Tarek y Caoimhe debían tener reflejado en sus rostros. Fue la propia Aylizz la que rompió el silencio que se había instaurado entre ellos.
- ¿De verdad? –dijo con sorna- ¿Esta noche también van a ser necesarias las armas? –parecía hastiada.
- Oh… no te preocupes. Azafrán. A mi no van a hacerme falta armas para deshacer la estúpida mirada de ese elfo.
- ¿Azafrán? –preguntó entonces Tarek, ante el apodo que Caoimhe había utilizado para denominar a Aylizz, pues dudaba que usase ese apelativo cariñoso con Nousis, vista la aversión que parecía tenerle- ¿Os conocéis? –preguntó a la vampiresa, sin sopesar las consecuencias de sus actos.
- ¿Conocerla? ¡Está elfa conoce cada lunar en mi piel, y yo de la suya! Me ayudó a sanar y yo la rescaté de bueno… de una experiencia algo turbia si me lo preguntas. Pero sí. Azafrán y yo somos amigas ¿tú también la conoces? –la absoluta honestidad en las palabras de la chica, así como su expresión perturbada recordó a Tarek que debía tener cuidado con lo que preguntaba. Aclarándose la garganta, intentó obviar su respuesta.
- Si, hemos compartido el mismo camino en más de una ocasión -dirigiéndose entonces a Nousis, que lo miraba con expresión severa, intentó cambiar de tema- ¿Qué os trae por aquí? –las palabras apenas habían abandonado sus labios, cuando se percató de nuevo de su error.
- Tuvimos que huir de Mirza, Ayl estaba en peligro. Yo sólo buscaba un arma que al parecer no existía, en las ruinas del poblado. Por suerte, la encontré, y pospuse el retornar a Sandorai hasta asegurarme que la dejaba a salvo.
- Un arma... –murmuró otro de los miembros del grupo, al que el peliblanco no había visto nunca. Permanecía junto a un carromato, en compañía de una mujer
- Pues no encontraréis nada en Glath, excepto muertos –comentó, mirando sobre su hombro el poblado- Tampoco me arriesgaría a entrar en la villa... a riesgo de no volver a salir -dirigió entonces una significativa mirada a la vampiresa.
- Entonces nada nos detiene aquí...-comentó parca Aylizz, dándoles la espalda. Tarek tuvo claro que aquel comportamiento se debía más a él que a su compañera. No podía reprochárselo, no después de lo que había sucedido la última vez que se habían visto.
- ¿Qué asuntos te traes con ella, Tarek? –la voz de Nousis sonó autoritaria- Sean los que sean, deberías vigilar tu espalda. Desconozco qué te habrá llevado a caminar junto a algo como eso, pero dudo que llegue a beneficiarte.
- Me pidió que la acompañase hasta Galth por negocios y eso he hecho –comentó el peliblanco llanamente, sin oponerse al poder del colgante- No sé qué problema has tenido con ella, pero te aseguro que... ¿Qué problema has tenido con ella? –por primera vez en toda la conversación decidió usar el poder de la alhaja a su favor.
- Trató de controlarme, ¡A MI! Y es una maldita vampiresa, una raza que vive para el dolor ajeno. Es intrigante, manipuladora y arrogante. Si no acabo ella, ella buscará terminar conmigo.
El rostro de Nousis tras soltar aquella retahíla de palabras fue cuanto menos cómico. Abrió los ojos de forma desmesurada, antes de fijarlos en un punto indeterminado. Tarek supuso que debía estar preguntándose por qué había dicho aquello. Debía actuar con cuidado si no quería que aquella artimaña se volviese en su contra.
- No querría interrumpir este emotivo reencuentro –la mujer desconocida tomó entonces la palabra- pero, ¿sois conscientes de que estamos rodeados? Por la nieve, por los muertos y por supuesto, por la guerra entre estos puebluchos.
- Por fin alguien que dice algo con conocimiento de causa –refunfuñó Aylizz- Está claro que aquí no será posible encontrar refugio, cobijo o víveres para reponernos…
La conversación entre los elfos y la extraña pareja continuó un rato más, pero el peliblanco se abstuvo en gran medida de la misma.
- Dudo que quede nada fresco en este lugar... ni siquiera los muertos -respondió Tarek taciturno a uno de los comentarios de la desconocida- Glath ha pasado una mala temporada. Aunque cualquiera diría que hasta ayer era un pueblo normal y corriente -sabía que solo Caoimhe entendería sus palabras- ¿A dónde os dirigís? –preguntó entonces a la desconocida.
- En busca de Thorbald Buckhard para abrirle en canal y servir su cabeza a los peces –afirmó la mujer rotunda y el peliblanco se recordó que no debía hacer preguntas. El acompañante de la mujer apareció tras ella con cara de susto.
-... un señor que nos debe dinero –comentó con rapidez. A Tarek le sonó a mentira, pero lo dejó pasar.
- Me refería a qué dirección vais a tomar. Si os dirigís al norte. Pero estoy seguro de que conseguiréis encontrar a ese individuo y recuperar vuestro dinero.
-No sé hacia dónde iremos –comentó la mujer, negando con la cabeza, antes de encogerse de hombros.
- Quizás os interese hablar con la adivina de la aldea -el peliblanco observó Glath sobre su hombro- Es un poco excéntrica, pero al menos parece no ser un fraude. Eso -señaló la aldea tras él- fue obra suya, o al menos comenzó por su voluntad. Es un poco complejo de explicar.
La mujer se giró hacia su acompañante que negaba con la cabeza rápidamente.
- ¿Ah sí? ¿Cómo están las cosas para entrar?
- Puede accederse a la aldea andando -contestó Tarek de forma automática, dándose cuenta después de la estúpida respuesta que el colgante le había obligado a dar- Me refiero a que los caminos son transitables -intentó corregir- La casa está al final de la aldea. Nadie saldrá a vuestro encuentro, pues no queda nadie excepto ella y su pupila.
- ¿Una adivina? Psé. Si, muy fiable… -masculló Aylizz entre dientes. La mirada que le dirigió después al peliblanco y a la vampiresa, dejó claro que no se sentía a gusto compartiendo la información que iba a dar con ellos.
El elfo intentó apartarse de nuevo de la conversación. Aquello no iba con ellos. En realidad, desconocía si Caoimhe tenía algún tipo de interés en todo aquello, pero su cara le daba a entender que quería marchase de allí lo antes posible. Fue Nousis el que lo introdujo de nuevo en la conversación.
- ¿Qué ocurrió exactamente en Glath? ¿Qué trato has tenido con la esa supuesta adivina?
- La adivina desató una maldición sobre el pueblo, para evitar que su protegida muriese a manos de su codicioso tío. Hemos revivido la misma noche once veces, aunque en realidad llegamos ayer al pueblo. No tengo ni idea de cómo lo hizo, pero una vez entramos en Galth empezamos a formar parte de ese bucle sin fin. Tras la muerte de la niña cada noche, reiniciábamos el mismo atardecer... una y otra vez. Anoche toda la aldea y los mercenarios de los Paica se sacrificaron para salvar a la niña, después de que un ojo gigante se abriese en medio del cielo y Galth se convirtiese en un paisaje propio del averno. Eso rompió el ciclo, de ahí los cadáveres -incapaz de parar de hablar, añadió- Nuestro único trato con la adivina fue salvar a la niña, era eso o quedarnos eternamente en Glath. Sentíos afortunados de haber llegado tras el fin de la debacle.
Sus palabras enmudecieron al resto del grupo, que los observó con cara de perplejidad. Aylizz chasqueó entonces la lengua, como llamando la atención de todos, antes de hablar.
- No mucho antes de llegar aquí, retrocediendo en el camino, se dejaba ver un pequeño bosquejo a lo lejos, metido en la llanura. Lo bastante apartado de Glath para respirar un aire menos cargado. Quizá hasta haya alguna alimaña a la que hincar el diente—tras un instante, añadió- Parece que todos necesitamos un descanso.
[…]
La animada charla había continuado una vez alcanzaron el claro en el bosque. Caoimhe y Tarek se habían sentado cerca uno del otro y, poco después, se había unido a ellos Aleister. El líder de los Paica parecía taciturno. El peliblanco pensó que, en otras circunstancias, habría sentido pena por él. La llegada de tres foráneos más, pareció devolverle al líder algo de la vida que había perdido tras los sucesos en Glath.
- La casa de la adivina está al final del pueblo. Probablemente sea lo único que queda en pie... Yo no me pasaría a visitarla –comentó Tarek ante las preguntas que los recién llegados hicieron sobre el estado de la población. Arabaster, a su lado, farfulló algo entre dientes, que sonó a "maldita loca".
El elfo se sumió entonces en sus propios pensamientos, mientras el resto parecía ponerse al día respecto a los acontecimientos que asolaban la comarca. Cuando Caoimhe le había pedido que la acompañase al norte, no había esperado toparse con caras conocidas. Hacerlo solo lo ponía en riesgo. Quizás la idea de Cornelius no había sido tan mala, después de todo.
Rechazó la oferta de vino, cuando el elfo del carromato se lo ofreció. Aun así, no prestó atención a la conversación, en cuanto se aclarase todo, cogería una ruta distinta a los demás. Buscó a Caoimhe con la mirada, pues esta había abandonado el lugar a su lado. Desconocía si la vampiresa tenía en mente alguna otra visita a un pueblo encantado, pero Tarek sabía que su partida al norte estaba más cercana que nunca. Observó el bosque a su alrededor y se preguntó cómo sería el lugar al que lo guiarían sus pasos.
Observó a Aylizz hablar con una de las desconocidas y a su mente volvió la reciente conversación que habían tenido, a solo unos metros del lugar en el que se encontraban en ese momento.
La elfa se había separado del grupo, en busca de madera para encender una hoguera. Tras una leve vacilación, el peliblanco la había seguido. Detuvo sus pasos a una distancia prudente, aunque le quedaron pocas dudas de que la chica sería consciente de su presencia. Tomando aire para calmarse, se dirigió a ella.
- ¿Podemos hablar? –intentó que su voz sonase neutra.
Ella se detuvo un instante, antes de volverse hacia él con un rictus severo en el rostro.
- Por poder, podemos –respondió, antes de añadir- Aunque no sé en qué termino –un suspiro dio paso a un tono más liviano- Tú dirás.
- Te debo una disculpa –contestó el elfo tras un segundo de vacilación-. Más de una en realidad. No espero ni que la aceptes ni que me perdones. Te aseguro que soy consciente de que nunca podré reparar lo que hice aquel día en Nytt Hus, ni aunque viviese más de una vida -tomando el colgante entre sus manos se lo mostró a la chica- La persona que me entregó esto consideró que podría salvarme la vida. Cualquier pregunta que haga, mientras lo lleve, debe ser respondida con la verdad... A cambio yo tampoco puedo mentir si alguien me pregunta algo -dejó caer entonces la piedra sobre su pecho- No he venido a sonsacarte información. No voy a preguntarte nada. Pero contestaré a todo aquello que desees saber.
La elfa lo examinó con cuidado, antes de responder.
- No quiero... -masculló entre dientes, antes de interrumpirse y resoplar- En realidad, si. Quiero saber. He pensado mucho en aquello, lo he revivido otras tantas –comentó, apretando lo puños- Y las cuestiones que verdaderamente me traen de cabeza sólo puedes responderlas tú. Y si dices que no puedes mentir, pues... Será claro y conciso.
El peliblanco asintió ante sus palabras
- Si piensas en nuestro encuentro frente a Galth, las respuestas de Nousis, de Caoimhe, de la tendera e incluso las nuestras. ¿No...? -se detuvo antes de formular la pregunta- Lo lamento, es difícil hablar sin hacer preguntas... Si lo piensas probablemente ya te hayas percatado del efecto del colgante. Puedes preguntar lo que quieras.
- Lo cierto es que podría haberlas atribuido al cansancio que todos parecemos arrastrar. Aunque tiene más sentido que se hayan visto obligados a darlas tan detalladas. En fin –carraspeó, como para cambiar de tema- Sobre Nytt Hus -puntualizó, directa- ¿Sabías cuáles eran los planes de tu clan cuando fuiste allí? Porque doy por hecho que el destino sí lo conocías, ¿o no?
- Conocía sus planes, pero no cómo pretendían ejecutarlos. Nos convocaron al poco de volver de nuestra aventura por Urd. Dijeron que era una cuestión de supervivencia de los elfos. Que debíamos partir al norte, a impedir el gran error que se estaba cometiendo al acudir junto a los exiliados -sus propias palabras sonaron ajenas mientras las pronunciaba, pues todos los sucesos que había seguido a aquella fatídica noche le habían impedido volver a reflexionar demasiado sobre ella- Se suponía que solo debíamos crear algo de caos, romper la alianza que se estaba formando entre los clanes élficos. Impedir que volviesen a formar parte del Consejo y del gobierno de Sandorai, por su unión con los humanos -su tono bajó una octava cuando añadió- Nunca dijeron nada de los objetos malditos y de que nuestra intervención podría poner en peligro algo más que la integridad de la colonia... aún menos del genocidio que estaban dispuestos a cometer.
- ¿Podrías haberte negado a cumplir la misión cuando te la encomendaron? -cuestionó sin reparo alguno
Tarek se había hecho aquella pregunta en más de una ocasión a lo largo de su vida. Había intentado convencerse de que siempre había tenido la opción de elegir. Dhonhara siempre había afirmado que era así, él siempre había sabido que era mentira.
- No -respondió- Los Ojosverdes consideran que el clan está ante todo. Faltar a tu juramento o incumplir un mandato del consejo del clan equivale a una traición. La traición se paga con algo peor que la muerte.
Ella asintió ante la respuesta, sin abandonar la seriedad de su expresión.
- Es todo por mi parte, pues -expuso, apartando la mirada- En realidad, podría abandonar todo rodeo, teniendo esta oportunidad. Salir de dudas en cuanto a tantas que me albergan sobre ti. Pero supongo que ya no me importan las respuestas. O que de alguna manera, esa última me las ha dado todas. Así que si tú quieres decir algo más, adelante.
El peliblanco desvió la mirada hacia el bosque que los rodeaba, se sintió incapaz de continuar mirando a la elfa a la cara. Suficiente había hecho con escucharlo, no iba a pedirle más.
- Lo creas o no, realmente espero que encuentres lo que buscas, la tierra de tu familia, y que puedas fundar una nueva colonia, un nuevo Nytt Hus, lejos de las envenenadas fronteras de Sandorai -dirigió de nuevo la mirada hacia ella- Esta será la última vez que nuestros caminos se crucen. Cuando todo esto acabe me iré al norte. Mantente alejada de los Ojosverdes. Aunque Dhonara haya muerto, no fue la única que te vio venir a buscarme... y te aseguro que me buscarán hasta en el último recoveco del continente -dedicándole un gesto de despedida, añadió- Que los dioses sean contigo.
- ¿Dhonara ha muerto? –preguntó ella perpleja.
Tarek cerró los ojos ante la inevitable retahíla de palabras que abandonaron sus labios.
- La maté -el dolor que sentía se reflejó en su voz y en su mirada. Había intentado no pensar en aquello desde su partida del Árbol Madre- Descubrí que había sido la mano ejecutora tras la muerte de Eithelen. Juré que vengaría su muerte... Los torturó... -intentó evitar seguir hablando, pero la magia del colgante fue más fuerte que él, notó un dolor casi físico provenir del colgante- Le di muerte. Vi como la vida escapaba de su cuerpo y después hui, del Campamento Sur y de Sandorai -Aylizz se quedó muda
- El norte es extenso –comentó, al fin- Y de costosa accesibilidad. Igual que dudosa. Un buen lugar para perderse, supongo...—murmuró lo último- Que los Dioses te guarden –replicó, emulando su despedida.
El peliblanco solo fue capaz de asentir, perdido en sus propios recuerdos.
Tarek suspiró, volviendo a la realidad. El interrogatorio de la desconocida a su prisionero parecía haber llegado a un punto muerto.
- Tú, humano –intervino el elfo, dirigiéndose al individuo- ¿Cuáles son las intenciones del tal Nerfarein? ¿Dónde están sus efectivos? Y lo más importante, ¿cómo se le puede detener?
Sus palabras tuvieron el efecto deseado, por desgracia se granjearon también una desconfiada mirada por parte de la mujer. Pero el elfo estaba cansado, de la situación, de la compañía y de sus propios recuerdos. Por lo que no dudó en volver a emplear el poder del colgante.
- Algún flanco débil debe tener. ¿Qué sabes a ese respecto? ¿Cuáles son sus flaquezas? –interrogó de nuevo al hombre.
- Es calculador, y no se fía ni de sus propios elegidos – masculló este molesto - posee una fortaleza al norte de Mirza. Pero con esos soldados de Assu no tendréis nada que hacer.
- Los megalómanos nunca se fían ni de su sombra –comentó entonces el elfo, poniéndose en pie- Por eso suele ser fácil destronarlos. Solo tienes que crear caos -alzándose para alejarse del grupo y la conversación, añadió- Voy a por más leña.
Las voces siguieron escuchándose a su espalda, convirtiéndose en murmullos según se alejaba. Se apoyó en un árbol cercano durante unos segundos. Se marcharía, al norte, como había prometido. Caoimhe lo comprendería. No podía seguir allí, o acabaría inmiscuido en una guerra que no le atañía.
Unos pasos entre la hojarasca le indicaron que alguien lo había seguido. Dudaba que fuese Aylizz, su conversación había llegado a su fin; tampoco Nousis, pues había dejado claro que no deseaba dialogar con él; tampoco eran las pisadas de la vampiresa. Girándose se encaró a la mujer que se había presentado ante ellos como Valeria.
- ¿Cómo hiciste eso? –soltó a bocajarro- Que Milto te lo contara todo, así, sin más.
Impelido por el poder del colgante y cogido desprevenido por su presencia, el peliblanco no pudo más que decir la verdad.
- El colgante que llevo al cuello obliga a la gente a decir la verdad cuando les pregunto algo –tras aquellas palabras cerró la boca de golpe, maldiciendo unos segundos más tarde entre dientes. Tras aquello no pudo evitar añadir- Lo cual, como puedes ver, también me afecta a mí.
La mujer lo evaluó en silencio durante unos instantes, antes de volver a hablar.
- ¿Funciona solo contigo o podría usarlo otra persona? –el peliblanco la observó encerrando los ojos, hasta que la abrasante presencia de la joya lo volvió a impeler a contestar.
- Solo el portador tiene la capacidad de extraer la verdad –intentó guardar silencio tras aquello, pero finalmente no pudo evitar añadir- Pero debe contestar a cualquiera que le pregunte. Maldito colgante –murmuró finalmente para sí. Estaba seguro de que Cornelius no había previsto que se topase con alguien tan sagaz en su camino.
- ¿Me lo venderías? –la pregunta lo tomó desprevenido, lo suficiente como para que no intentase impedir las siguientes palabras que abandonaron sus labios.
- No puedo quitármelo hasta la siguiente luna nueva. Después estaré encantado de deshacerme de él –añadió con sinceridad.
- Muy tarde, me temo –comentó ella, tras maldecir en voz baja- Voy a matar a Jawz Nerfarein y una habilidad así me vendría muy bien para llegar hasta él a pesar de su maldito ejército. ¿Cómo puedo convencerte de que me acompañes?
- Nada me ata a vuestra misión, excepto que yo mismo me dirijo al norte –contestó el elfo, cruzándose de brazos, sin poder evitar que las siguientes palabras abandonasen sus labios- Solo la amenaza de que le desveléis a los Ojosverdes donde me encuentro y hacia donde me dirijo me obligaría a seguiros -cogiendo aire y lamentando no poder callarse, añadió con tono hastiado- Podrías dejar de hacerme preguntas, eso también ayudaría.
La vio vacilar un instante, antes de responder. Como si sopesase sus propias palabras.
- Nada de preguntas, entonces. Bien, tampoco pretenderé que tengo contactos con esa gente tan agradable, pero le haré saber a Eleandris ese dato, gracias.
El elfo la observó con abierta hostilidad. Podía acabar con esa amenaza ahí mismo. Rápido y limpio. Los demás no la conocían lo suficiente como para lamentar su pérdida y él podría esfumarse antes de que se diesen cuenta de lo que había pasado. Para eso le había dado el colgante Cornelius… Pero se contuvo, a cambio le dirigió una sutil sonrisa.
- ¿Que asuntos te llevan a enfrentarte a Nerfarein? ¿Por qué tanto interés? –a ese juego podían jugar los dos.
- Merece morir –fue su respuesta- La gente como él cree que puede pisotear a los demás porque no tienen quién los defienda. Pero a veces el débil no muere. A veces, el débil se vuelve más fuerte y vuelve para clavarle una daga entre las costillas. A él o a cualquiera como él –parecía que sus propias palabras comenzaban a afectarla. Finalmente, mirando con furia al elfo, añadió- Merece morir.
Tarek lo vio girarse y volver al campamento, huir de él. Bien. Esperaba obtener algún tipo de dato que le sirviese de arma contra ella, no una lacrimógena historia sobre la integridad humana. Mirando el cielo como pidiendo paciencia, Tarek volvió al campamento. Dejó algunas ramas al lado de Eleandris sin dirigirle ni siquiera una palabra, antes de encaminar sus pasos hacia Caoimhe, que lo miraba desde la carreta de los falsos comerciantes.
- ¿Y bien? –le preguntó la vampiresa al verlo llegar- ¿no encontraste ramitas para el fuego?
La voz de Valeria se alzó tras él, anunciando con gran alegría que iba a unirse a su justa. Tarek le dirigió una mirada asesina.
- Alguna rama encontré – contestó entonces a Caoimhe, cruzándose de brazos- Por desgracia no fue lo único que se cruzó en mi camino –añadió taciturno- No tienes porqué venir.
- No… no tengo por qué hacerlo –respondió ella- Ni tú tenías que acompañarme a Glath. Y aun así aquí estamos los dos. Casi diez días después. Además, seguro que si te dejo ahora acabas en peligro de muerte o algo así. Y me sentiría culpable. Digo…. No puedo tener a más elfos en mi contra –añadió, tirándole de una oreja, antes de desparecer la penumbra del carromato.
- Va a ser un viaje estupendo –replicó con ironía el peliblanco, cerrando la puerta del carro tras su compañera- No sé a qué seguimos esperando –cuanto antes se marchasen, antes podría perderlos de vista.
Tarek Inglorien
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Inmediaciones de TarhunkrivUna traición helada
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Jawz Nerfarein observó el paisaje nórdico desde la vanguardia de su séquito personal dracónido. Su pequeña hueste destacaba enormemente delante de la milicia que Illuna y Túnnar habían aportado, cuyos pasos y silencio acompañaban al noble oriundo de Dundarak hasta el norte, hasta la fortaleza de Tarhunkriv. El aire de la estepa apenas afectaba a esas criaturas acostumbradas al clima nórdico, y la mente del aristócrata, una vez recibida la sumisión de los regentes de Mirza y Assu, se devanaba en los próximos pasos que darían al fin en la recuperación social y económica de su familia.
Pronto, todos los habitantes de la región estarían produciendo riqueza para él. La suficiente para comprar un buen acuerdo de matrimonio con una de las casas más distinguidas de la capital. Tras ello, y un asiento en el Consejo, todo sería posible…
Cada uno de los pasos de esos últimos años habían sido correctos, y con ello, con la cristalización de sus planes, su confianza en su propia inteligencia, su arrogancia, habían crecido en desmesura. Quizá, eso fue lo que lo llevó, a la vista del pequeño castillo, a perder unos valiosos instantes antes de responder a la pérfida traición que los seguidores de sus subordinados llevaron a cabo. Una seca orden de las pocas trompas de batalla, y todos los proyectiles posibles volaron, buscando atravesar a tantos guerreros-dragón como fuese posible.
Jawz no reaccionó, incrédulo ante tamaña osadía. ¿Cómo esperaban vencer? La superioridad numérica, cinco a uno a favor de los milicianos, dio al traste cuando parte de los soldados tomaron su forma dragón, y otros, ordenados, se rehicieron antes de avanzar contra los que segundos antes habían creído compañeros de armas.
Cuando finalmente se permitió aceptar la realidad, una ira abrasadora poseyó a quien había intentado apoderarse de esa gran extensión de territorio. Enzarzándose en primera línea, buscó con una mirada furibunda el rostro perfecto de la zorra traidora. Sólo ella habría sido capaz de dar una orden así. Illuna…
Aplastaría su cráneo de tal modo que nadie sería capaz de reconocerla, pensó, hundiendo la espada en el cuerpo de un enemigo, partiéndole la clavícula.
Paseó la vista un segundo por la batalla, constatando que los suyos habían vuelto las tornas al conflicto. Pesadamente, avanzaban paso a paso, exterminando a docenas de milicianos que con más valentía que habilidad, intentaban apuñalar y cortar a sus bien armados oponentes.
Cuando varias cuchillas de hielo volaron clavándose en uno de los guerreros más cercanos a él, Jawz se fue abriendo paso con el mandoble tajando como guadaña ante trigo maduro. Y a treinta pasos, descubrió el inconfundible rostro de la hechicera atacando y defendiéndose como una loba rodeada de una jauría de perros. Salvo que lejos de mostrar temor, sólo una sádica y amplia sonrisa prendía en su semblante. Y un caballero cayó, asaeteado por la prodigiosa habilidad y rapidez de esa mujer.
Ambos intercambiaron una mirada, y con un despreocupado guiño, Illuna voceó una última orden. Había visto lo mismo que su enemigo.
Retirada.
Lastimosamente, los supervivientes milicianos se retiraron, y lord Nerfarein alzó la vista, comprobando cuantos de sus seguidores permanecían con vida. Un resultado que provocó en él un grito de frustración que salió de lo más profundo de sus pulmones.
Sí… de los trescientos nativos, apenas restaban varias docenas con vida, pero cada pérdida en sus guardias personales resultaba irreparable. Y sólo restaban veinte.
-A la fortaleza- ordenó, con los ojos clavados en los enemigos que se alejaban. Necesitaba serenarse. Perseguirlos a fin de exterminarlos era lo que le pedía todo su ser. Mas no era ningún estúpido. La mebaragesi había perdido la batalla, pero las bajas que le había causado impedían que pudiese dominar las cuatro poblaciones con tan exigua tropa. Tardaría meses en volver a tener los efectivos para intentarlo.
No. No abandonaría.
Tanhunkriv le pertenecía. Illuna no estaría a salvo mientras él permaneciese vivo, mientras dominase las rutas del norte desde allí. Y al contrario que él, no podía engrosar sus filas.
Sus veinte guerreros se pusieron en marcha, y su líder volvió la cabeza un instante, antes de sonreír.
Esa jodida puta sólo tenía una opción: intentar tomar el castillo y asesinarle. O el tiempo, en su contra, destrozaría todos sus planes de tomar para sí la región.
Entonces la destrozaría, se dijo, tras una indiferente mirada al cadáver de un Túnnar que había perdido la vida en un conflicto en el que jamás tuvo parte real.
___________________
Datos finales
- Quienes vayáis contra Jawz, encontraréis a una legua aprox. a unos ochenta milicianos supervivientes, comandados por lady Ice la parricida. El dragón cuenta con veinte soldados. Pocos para vigilar toda la fortaleza, pero mucho mejores combatientes que los milicianos. ¿Cómo entrar...? seguro que se os ocurre algo, a pesar de algunos espías alados y de la fuerza del séquito del lord.
- Colaborar con Illuna no es obligatorio, pero quiza sea la opción más sensata para acabar todos con vida. Que os gusten o no sus intenciones y su altivez es otra cosa.
Nousis Indirel
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
La silueta de la ciudad de la cual no le importaba el nombre quedaba a sus espaldas. Le dolía la pierna mientras avanzaba arrastrándola. Pero incluso en aquello encontraba alivio. Pensaba que cuando lo tuviera delante sería fácil. Sabría qué había que hacer. Pero le faltaba práctica. Y él la estaba esperando, después de todo.
No había sido difícil, en medio del caos deslizarse en las estancias. Siempre había tenido un talento natural para el sigilo, igual que carecía del todo de otro tipo de dones. Como por ejemplo un cuerpo resistente, o lo suficientemente fuerte como para portar protecciones. Qué necesaria hubiera sido llevar una puesta para evitar que aquel desgraciado le clavase la daga en la pierna.
Apretó los dedos en la zona superior del muslo, casi a la altura de su cadera mientras esbozaba una sonrisa.
El combate en la urbe quedaba atrás, en lo que parecía todavía inmersa en la batalla que se libraba en las calles. Ella había salido de allí sin dudar, con el sabor eufórico de haberlo matado en la boca, pero una extraña congoja por la forma imperfecta en la que lo había llevado a cabo. La premura, la inexperiencia le habían hecho fallar.
La primera mano que quiso amputarle permaneció unida por los huesos. La segunda apenas consiguió cortar bien carne y tendones. Inútiles del todo, y con un sangrado masivo que lo terminaría conduciendo a su muerte, sí. Pero todavía unidas a los brazos. Cuando había intentado acceder a su boca para segar su lengua, el cerdo se había revuelto más de lo que imaginaba, aún atado como lo había tenido. En su empeño por conseguir que abriese la boca cortó sus labios y terminó arrancándole algunos dientes, antes de poder acceder a la base de la lengua.
No fue un corte limpio. En medio de los chillidos que emitía, fragmentó su carne, haciendo que cayesen pedazos de lengua hacia afuera, y por desgracia alguno también hacia dentro. ¡Qué cerca había estado de morir ahogado, con aquellos fragmentos y con su propia sangre aquel desgraciado!
La mestiza gruñó en un primitivo intento por emitir una risa, recordando, antes de caer a un lado del camino al suelo. Sus rodillas se hundieron con facilidad en la nieve, dejando que el frío la abrazase. Las gotas de sangre mancharon el inmaculado blanco, y los ojos febriles de la chica se alzaron hacia el cielo.
La parte de machacarle la nariz para arrebatarle el sentido del olfato se le había ido también de las manos. Había usado el mango del cuchillo que llevaba para golpear el tabique nasal, pero la locura había guiado su mano hasta hacerle perder la conciencia tras el décimo golpe. Había seguido golpeando y golpeando, hasta que el centro del rostro de Otto, el mercader, se había convertido en una masa sanguinolenta e inconsciente.
Había esperado, intentado darle tiempo y despertarlo. Pero la paliza y la pérdida de sangre habían precipitado todo. Por su maldita poca experiencia realizando aquella tortura. ¿Qué podías esperar? Iori gritó hacia el cielo. Solo conocía de aquel castigo élfico lo que había visto en el templo. Lo que le habían mostrado los recuerdos de Eithelen y de Ayla sobre sus últimos momentos. Era la primera vez que lo reproducía y evidentemente, para todo hacía falta técnica. Incluso para matar a alguien.
La mano que hasta entonces taponaba la herida de su pierna para detener el sangrado se engarfió en la carne abierta con fuerza. El dolor la hizo gritar, y la mantuvo en la realidad, alejándola de las emociones de Ayla que llevaba dentro, las que no era capaz de soportar.
Dejó que su cuerpo cayese de lado, recibiendo el abrazo de la nieve. Jadeaba mientras su mente repasaba la forma insatisfactoria con la que le había clavado las puntas metálicas dentro de los oídos, sin reacción alguna por parte de aquel cuerpo. La manera deficiente en la que había atravesado ambos ojos con los clavos curvos y tirado de ellos para extraerlos, a un hombre que a aquellas alturas ni ella misma sabía decir si yacía muerto ya o se encontraba en sus últimos estertores.
La sensación de victoria inicial cuando se había internado en la estancia en la que estaba se tornó vacía, sabiendo que él no había sido capaz de sentir en su piel todo lo que ella había preparado para él.
Jadeó de pura rabia y enterró la cara contra el frío de la nieve.
¿Cuánto tiempo había dormido? No era consciente del paisaje en el que se encontraba. Aunque frío, el camino cubierto de nieve era nítido, excepto por la humadera proveniente de la ciudad de la que había salido.
En aquellos instantes únicamente niebla, densa y tupida por todas partes. Con el grosor de una tela espesa delante de sus ojos. Se puso de pie, sin ser capaz de percibir dolor alguno en su magullado cuerpo. ¿Estaba muerta? ¿Habría muerto en la nieve? Observó sus manos, marcadas por los acontecimientos de los últimos meses de su vida y no supo qué responder.
Dio un paso, alzando las manos frente a ella, viendo como al estirarlos perdía de vista incluso sus dedos abiertos en medio de la neblina. No sabía calcular tiempo ni espacio, únicamente sentía que el sendero que recorría ascendía ligeramente, lo que hizo que avanzase con pasos más cuidados.
Fue tras un rato, llaneando, cuando se dio cuenta de que la bruma que dificultaba la vista se despejaba, y frente a ella se perfilaba una figura. Masculina. Ataviada con ropa de combate. Los ojos azules se abrieron mucho cuando sus ojos reconocieron la curiosa arma que portaba, que le había visto utilizar en tantas ocasiones anteriores. Y entonces supo que efectivamente ella debía de estar muerta.
Porque estaba segura de haber acabado con él en aquel maldito templo en el bosque.
- Tú - siseó con veneno en la voz.
No había sido difícil, en medio del caos deslizarse en las estancias. Siempre había tenido un talento natural para el sigilo, igual que carecía del todo de otro tipo de dones. Como por ejemplo un cuerpo resistente, o lo suficientemente fuerte como para portar protecciones. Qué necesaria hubiera sido llevar una puesta para evitar que aquel desgraciado le clavase la daga en la pierna.
Apretó los dedos en la zona superior del muslo, casi a la altura de su cadera mientras esbozaba una sonrisa.
El combate en la urbe quedaba atrás, en lo que parecía todavía inmersa en la batalla que se libraba en las calles. Ella había salido de allí sin dudar, con el sabor eufórico de haberlo matado en la boca, pero una extraña congoja por la forma imperfecta en la que lo había llevado a cabo. La premura, la inexperiencia le habían hecho fallar.
La primera mano que quiso amputarle permaneció unida por los huesos. La segunda apenas consiguió cortar bien carne y tendones. Inútiles del todo, y con un sangrado masivo que lo terminaría conduciendo a su muerte, sí. Pero todavía unidas a los brazos. Cuando había intentado acceder a su boca para segar su lengua, el cerdo se había revuelto más de lo que imaginaba, aún atado como lo había tenido. En su empeño por conseguir que abriese la boca cortó sus labios y terminó arrancándole algunos dientes, antes de poder acceder a la base de la lengua.
No fue un corte limpio. En medio de los chillidos que emitía, fragmentó su carne, haciendo que cayesen pedazos de lengua hacia afuera, y por desgracia alguno también hacia dentro. ¡Qué cerca había estado de morir ahogado, con aquellos fragmentos y con su propia sangre aquel desgraciado!
La mestiza gruñó en un primitivo intento por emitir una risa, recordando, antes de caer a un lado del camino al suelo. Sus rodillas se hundieron con facilidad en la nieve, dejando que el frío la abrazase. Las gotas de sangre mancharon el inmaculado blanco, y los ojos febriles de la chica se alzaron hacia el cielo.
La parte de machacarle la nariz para arrebatarle el sentido del olfato se le había ido también de las manos. Había usado el mango del cuchillo que llevaba para golpear el tabique nasal, pero la locura había guiado su mano hasta hacerle perder la conciencia tras el décimo golpe. Había seguido golpeando y golpeando, hasta que el centro del rostro de Otto, el mercader, se había convertido en una masa sanguinolenta e inconsciente.
Había esperado, intentado darle tiempo y despertarlo. Pero la paliza y la pérdida de sangre habían precipitado todo. Por su maldita poca experiencia realizando aquella tortura. ¿Qué podías esperar? Iori gritó hacia el cielo. Solo conocía de aquel castigo élfico lo que había visto en el templo. Lo que le habían mostrado los recuerdos de Eithelen y de Ayla sobre sus últimos momentos. Era la primera vez que lo reproducía y evidentemente, para todo hacía falta técnica. Incluso para matar a alguien.
La mano que hasta entonces taponaba la herida de su pierna para detener el sangrado se engarfió en la carne abierta con fuerza. El dolor la hizo gritar, y la mantuvo en la realidad, alejándola de las emociones de Ayla que llevaba dentro, las que no era capaz de soportar.
Dejó que su cuerpo cayese de lado, recibiendo el abrazo de la nieve. Jadeaba mientras su mente repasaba la forma insatisfactoria con la que le había clavado las puntas metálicas dentro de los oídos, sin reacción alguna por parte de aquel cuerpo. La manera deficiente en la que había atravesado ambos ojos con los clavos curvos y tirado de ellos para extraerlos, a un hombre que a aquellas alturas ni ella misma sabía decir si yacía muerto ya o se encontraba en sus últimos estertores.
La sensación de victoria inicial cuando se había internado en la estancia en la que estaba se tornó vacía, sabiendo que él no había sido capaz de sentir en su piel todo lo que ella había preparado para él.
Jadeó de pura rabia y enterró la cara contra el frío de la nieve.
[...]
¿Cuánto tiempo había dormido? No era consciente del paisaje en el que se encontraba. Aunque frío, el camino cubierto de nieve era nítido, excepto por la humadera proveniente de la ciudad de la que había salido.
En aquellos instantes únicamente niebla, densa y tupida por todas partes. Con el grosor de una tela espesa delante de sus ojos. Se puso de pie, sin ser capaz de percibir dolor alguno en su magullado cuerpo. ¿Estaba muerta? ¿Habría muerto en la nieve? Observó sus manos, marcadas por los acontecimientos de los últimos meses de su vida y no supo qué responder.
Dio un paso, alzando las manos frente a ella, viendo como al estirarlos perdía de vista incluso sus dedos abiertos en medio de la neblina. No sabía calcular tiempo ni espacio, únicamente sentía que el sendero que recorría ascendía ligeramente, lo que hizo que avanzase con pasos más cuidados.
Fue tras un rato, llaneando, cuando se dio cuenta de que la bruma que dificultaba la vista se despejaba, y frente a ella se perfilaba una figura. Masculina. Ataviada con ropa de combate. Los ojos azules se abrieron mucho cuando sus ojos reconocieron la curiosa arma que portaba, que le había visto utilizar en tantas ocasiones anteriores. Y entonces supo que efectivamente ella debía de estar muerta.
Porque estaba segura de haber acabado con él en aquel maldito templo en el bosque.
- Tú - siseó con veneno en la voz.
Iori Li
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Por razones que nadie expresaría en voz alta aunque resultaran evidentes para todos, el grupo partió de noche. Solo dos elfos, tras la partida de Ojos Grises, la mujer que acompañaba a Ojos Verdes, Milto y Valeria. Se habló poco durante el viaje, no era una excursión entre amigos, por no mencionar el frío y la nieve acompañando su silencio.
Al menos era una noche despejada, lo suficiente para mitigar en parte la desventaja en que se encontraba Valeria. Una mínima parte. De entre todos los miembros del grupo, solo se fiaba de Eleandris. Hasta cierto punto. Los otros dos hombres no dejaban de ser elementos hostiles, por razones obvias.
La mujer, por su parte, se mostraba lo bastante amable para hacer que se fiase de ella menos que de ninguno, aunque debía reconocer que una parte de ello se derivaba del hecho de que había sido ella quien apuntó la necedad de involucrarse en un conflicto local que en nada les afectaba. Tenía razón, por supuesto, y eso bastaba para condenarla.
Por fin, tras varias horas de camino, Eleandris dio el alto en voz baja.
—Allí, a unos 400 metros hay un grupo bastante numeroso —dijo.
—¿Cuál decíais que era vuestro fantástico plan? —preguntó Ojos Verdes con marcada indiferencia.
—Encontrar a Nerfarein y matarlo —murmuró Valeria de forma automática, maldiciendo mentalmente la idea de traerse al tipo del colgante—. Aún estoy trabajando en los detalles —añadió mientras buscaba en el horizonte algún indicio de lo que los elfos veían aparentemente sin dificultad.
Le pareció distinguir una silueta a lo lejos que podría tratarse de una edificación en una loma, una fortaleza probablemente, y… sí, algo parecía oscurecer la nieve en la distancia.
—Deberíamos trabajar rápido entonces —dijo la mujer—, porque no creo que esos soldados piensen que venimos en son de paz. —Por supuesto, ella podía distinguir que se trataba de soldados donde Valeria apenas distinguía una gran mancha más oscura que el resto—. Puedo oler la sangre y el sudor de la batalla desde hace millas.
—Así que ya ha habido una batalla —comentó Eleandris—. ¿Y es fuerte el olor?
—Para saberlo con exactitud tendrías que apartarte como… 700 metros. Tu… “frescor de pino” hace de pantalla.
A pesar de sí misma, Valeria no pudo evitar una sonrisa ante el comentario, que se borró cuando la mujer continuó hablando:
—¿A alguien se le da bien gruñir? Quizás deberíamos también ganarnos la confianza de ese dragón.
Efectivamente, una figura alada sobrevolaba los alrededores de lo que, definitivamente era una pequeña fortaleza en la distancia.
—Deberíamos tratar de acercarnos para echar un ojo a ese grupo —dijo Valeria.
Su idea había sido acercarse ella misma con Don Colgante de la Verdad, para sacar toda la información posible a quienquiera que se encontrasen, pero alguien apuntó convenientemente que ella no veía una mierda y que era más sensato enviar a la que mejor veía en su lugar, lo que la dejó una vez más en compañía de Eleandris y Milto.
—Si son ellos —dijo Eleandris—, ¿se te ocurre cómo llegar hasta él?
—Imagino que Nerfarein estará en algún lugar de la fortaleza —respondió Valeria, distraída con sus propios pensamientos—. Lo que no entiendo es qué hace ese grupo ahí afuera.
—Entonces va a ser más complicado de lo que pensaba.... ¿un grupo de avanzada quizá?
—La vampira dijo que olía a batalla. Con suerte, llegamos tarde para el trabajo.
Y, con menos suerte, Ojos Verdes y compañera los delataban y acababan rodeados por un ejército. Milto debía de estar pensando algo parecido, porque los saltitos que daba de un pie a otro no parecían enteramente producto del frío. Eleandris, que dividía su atención oteando en todas las direcciones posibles, habló de nuevo:
—Quizá deberíamos acercarnos a la fortaleza y explorar los alrededores, buscar alguna zona que esté más desprotegida o de fácil acceso. ¿Tú qué piensas?
Sí, era una buena idea. Incluso aunque esos dos no delataran su presencia, sería mucho más seguro no contar tampoco con su colaboración. Algo que parecieron corroborar las siguientes palabras del elfo:
—Hay revuelo entre el grupo, pero no veo a nuestros compañeros. ¿Qué diablos estarán haciendo? Por Anar, teníamos que haber planeado algo primero, no acercarnos sin más.
Razón no le faltaba, pero no era momento de lamentarse, sino de ponerse en lo peor y salir adelante por su cuenta. Valeria miró a Milto y le habló con urgencia:
—¿Qué puedes decirme de la fortaleza, has estado alguna vez?
—Nunca se nos ha permitido, sólo a Dorian —reveló el posadero—. Si Illuna no ha podido matar a Jawz con su traición, ¿qué esperáis conseguir? ¡Libérame y huyamos todos antes de que ataque, bruja demonio!
—Illuna… —murmuró Valeria mientras se hacía una rápida composición de lugar—. ¿Sabías que Illuna lo traicionaría?
—¡Claro que no! ¡Teníamos que someter a las cuatro poblaciones y ganarnos las recompensas, eso era todo! ¡Ha sido una locura!
Así que Illuna se había vuelto contra Nerfarein. No había vencido, o se habría refugiado en la fortaleza para pasar la noche, pero tampoco había sido una derrota completa, o Nerfarein no habría dejado un pequeño ejército enemigo a sus puertas. Esto podía jugar en su beneficio.
—¿Y si rodeamos a ese pequeño ejército y nos acercamos desde otro ángulo? —preguntó Valeria, rescatando la anterior propuesta de Eleandris—. ¿Crees que Jawz se alegrará de verte y recibir noticias de Rume?
Milto le dirigió una renovada mirada de odio.
—Ese lugar casi nunca se utiliza, pero, ¡míralo!, cualquiera podría defenderlo. Si le digo lo ocurrido en Rume, puedo darme por muerto.
El semblante del posadero, sin embargo, no mostraba tanta preocupación ante la idea como sugería la gravedad de sus palabras.
—Si tienen a alguien observando al grupo de esa tal Illuna —interrumpió Eleandris, aún siguiendo con la vista a la criatura alada en la distancia—, algo temen. Deberíamos acercarnos a la fortaleza y observar antes de que se nos eche el tiempo encima. Estarán ocupados tratando heridos y concentrados en Illuna. No repararán en nosotros.
Eso hicieron, con Eleandris siguiendo la marcha y Valeria cerrándola, sin perder de vista a Milto en ningún momento.
—Allí —dijo al cabo Eleandris, señalando un bulto en la muralla—. Alguien escalando el muro. Tiene que ser el otro elfo tan elocuente. ¿Puedes hacer algo para que solo nos vea el? Será mejor que entremos juntos.
Sorprendida por lo mucho que les habían dejado acercarse sin que sonara la voz de alarma, Valeria buscó rápidamente a su alrededor y desenterró una pequeña roca que lanzó contra la muralla, cerca del bulto que avanzaba de modo lento, pero constante. No sirvió de nada.
—Vamos a subir —dijo Eleandris—. Veo pocos puntos de luz así que debe de haber pocos guardias en las almenas. Creo que al final nuestro amigo aquí presente va a resultar ser útil incluso. Tengo una idea.
Pero antes de que hubiera terminado la frase, Valeria ya había dejado a Milto fuera de combate.
—Espero que la idea no implicara cargarlo con nosotros, porque estaba claro que planeaba traicionarnos en cuanto se topara con uno de los hombres de Nerfarein.
En cualquier caso, subirían más rápido si no tenían que cargar con él, así que era mejor dejarlo dormidito contra la muralla. Eleandris no pareció molestarse por el cambio de plan y sacó algo de su mochila para ayudarse a escalar. Valeria, por su parte, tenía sus propios medios para burlarse de la gravedad, además de mucha práctica colándose donde no debía, por lo que no tardó en acortar distancias con el otro elfo.
Una sombra alada cruzó el cielo sobre ellos casi al tiempo en que el elfo de ojos grises, ahora perfectamente distinguible para Valeria, miraba hacia abajo con cara de muy pocos amigos. Volvió la vista arriba y no tardó en perderse al otro lado del muro para volver a asomarse después con una espada desenvainada.
Estupendo, se dijo Valeria que, impulsándose con toda la fuerza de su éter, cogió carrerilla muralla arriba para saltar por encima del elfo y dejarse caer al otro lado, con un escudo preparado. Por suerte, Eleandris llegó poco después, atrayendo la atención de su compatriota.
Los dos hombres intercambiaron algunas palabras en élfico, de lo que Valeria entendió que a Ojos Grises no le gustaban demasiado los brujos, si es que hacía falta aclaración tras sus miradas asesinas. Sin embargo, algo de lo que le dijo Eleandris bastó para que, al menos, renunciara a atacarla.
Un sonido la distrajo de la conversación y, desde su posición aventajada, pudo ver cómo se abría el portón de entrada a la fortaleza. Los soldados del interior no tardaron en atravesarlo. ¿Qué estaría pasando allí afuera?
—Parece que tenemos una distracción —dijo Valeria a Eleandris cuando su amigo se adentró en la fortaleza a paso vivo—, veamos si encontramos al jefe antes de que vuelvan sus hombres.
Comenzaron así una extraña marcha, juntos pero separados, con Ojos Grises abriendo el paso y Eleandris como único punto de contacto entre los otros dos.
—Por aquí no ha pasado nadie en mucho tiempo —murmuró Valeria—. Nerfarein debería estar donde haya menos polvo.
Eleandris, por su parte, propuso revisar primero la torre del homenaje (fuera eso lo que fuera), a lo cual su compatriota asintió sin reducir la marcha. A medida que avanzaban, se fue haciendo patente el sonido de la batalla en el exterior de la muralla. ¿Qué los habría motivado a salir a rematar el trabajo en medio de la noche?
Finalmente, llegaron a un pequeño claustro de arquería desde donde volvían a ver el portón de entrada. Dos guardias esperaban en la puerta, con la atención puesta en la batalla que sucedía al otro lado. Fue fácil atravesar el piso superior sin ser detectados y no tardaron en llegar a una zona de pasillos limpios y bien iluminados.
—Estad atentos a posibles trampas —avisó Eleandris—. Está demasiado despejado el interior.
Más bien, estaba desierto. Cualquiera diría que habían ido todos a luchar afuera, excepto los dos centinelas de la puerta. Sin embargo, Ojos Grises no tardó en dar el alto en la intersección con otro pasillo. Mientras el elfo observaba cuidadosamente al otro lado y Eleandris vigilaba la retaguardia, Valeria se acercó con cuidado, para observar desde abajo lo que había hecho detenerse a Ojos Grises.
—¿Qué veis? —susurró Eleandris.
Valeria le resumió en pocas palabras la escena al otro lado del pasillo, donde se abría a una amplia sala en que un hombre que coincidía a la perfección con la descripción de Jawz Nerfarein descansaba en un pequeño trono, acompañado por dos guardias con armadura de aspecto pesado y armados con lo que parecían espadas cortas montadas sobre astas de lanza. Seguro que Eleandris sabía lo que eran.
—¿Crees que estarán todos afuera salvo estos? —concluyó Valeria.
—Es muy probable —dijo Eleandris—. Si no están combatiendo, estarán a modo de refuerzo.
—Solo tres, parece nuestro día de suerte.
Valeria dejó salir varios cuchillos arrojadizos de su funda oculta.
—Puedo atraer a los guardias para que los rematéis cuando lleguen —dijo al tiempo que Eleandris proponía justo lo contrario.
Ojos Grises no ocultó una mirada de absoluto desprecio a la bruja antes de asentir a su compatriota y, sin esperar más señal, se lanzó al pasillo con la espada desenvainada. Valeria alzó una mano para evitar que Eleandris saliera detrás mientras contaba los pesados pasos del guardia que debía haberse lanzado pasillo adelante a por el intruso. Cuando le pareció que estaba a medio camino de su contrincante, salió de su escondite con los cuchillos preparados.
Efectivamente, solo uno de los guardias había salido a interceptar a Ojos Grises, pero el segundo echó a correr en cuanto la vio aparecer por el pasillo. Valeria sintió, más que vio, cómo Eleandris salía entonces al pasillo y se abalanzaba sobre el guardia más cercano, el que había atacado a Ojos Grises, al mismo tiempo que ella misma frenaba el avance del segundo guardia alojándole dos de sus cuchillos en la cara descubierta.
Tiró telequinéticamente de los cuchillos para recuperarlos, pero perdió el contacto cuando Nerfarein se transformó en dragón, echando abajo el suelo de la sala. Valeria empujó hacia abajo con su éter, lo que logró el extraño efecto de hacer que el suelo bajo sus pies cayera más deprisa que el resto de la sala mientras que ella pareció flotar más que caer lentamente, mientras supervisaba en su camino el estado del resto.
Vio a uno de los guardias intentando incorporarse y le lanzó otro de sus cuchillos, que le atravesó un ojo justo antes de que un evidentemente dolorido Eleandris se echara sobre él. Recuperó el cuchillo cuando sus pies tocaban el suelo, lleno de escombros, de la planta baja y buscó con la mirada al otro guardia. Ojos Grises se había encargado de él, así que Valeria aprovechó para recuperar sus cuchillos mientras sacaba de su bolsa un frasquito que le tendió rápidamente a Eleandris(1).
Nadie acudió ante el estruendo, por lo que solo quedaba Nerfarein, frente a dos guerreros elfos y una bruja que carecía de armas que penetrasen las escamas de un dragón, a menos que usase una cantidad ridícula de éter empujándolas.
El dragón fue el primero en actuar, lanzando una potente llamarada que, más allá de incendiar los carcomidos restos de madera a su alrededor y calcinar los cadáveres de sus seguidores, dejó a elfos y bruja intactos cuando una luminosa barrera de éter surgió como una fuente del escudo de Eleandris.
Ojos Grises dijo algo en élfico mientras miraba a Valeria sin hacer el más mínimo esfuerzo por disimular su ira. Curioso, se dijo ella, estaba segura de que los Ojosverdes habían utilizado todos los apelativos cariñosos para referirse a su raza.
—Avanzad conmigo —dijo Eleandris lanzándose a por el dragón con el escudo por delante antes de darle tiempo a soltar otra llamarada.
—Espera —pidió Ojos Grises.
Nerfarein había abierto las fauces pero, tras un decepcionante chasquido, nada ocurrió.
—¿Por qué no ataca? —susurró Valeria, sin moverse de la retaguardia.
Quizá por algún milagro divino o puede que por mero descuido, Ojos Grises respondió a su pregunta:
—Porque no puede.
Y se lanzó detrás de Eleandris, que apenas había tenido tiempo de interponer el escudo cuando el dragón suplió la carencia de fuego con un zarpazo. Lo que vino a continuación fue una sucesión de zarpazos y dentelladas que Eleandris resistía a duras penas gracias a su escudo, mientras Ojos Grises atosigaba a la bestia con su espada, su rostro, una máscara aterradora.
Valeria trató de concentrarse en enviar sus cuchillos allí donde el elfo penetraba con la espada, pero sintiendo que sus pequeños cuchillos poco hacían para equilibrar la balanza en su favor, optó por ayudar a Eleandris a mantenerse en pie, contrarrestando, con la fuerza de su éter, los envites del dragón contra su escudo.
Los ataques de Ojos Grises, que parecía poseído por algún hambriento espíritu de batalla, se iban volviendo más osados, por lo que no tardó en encontrarse en el camino de una de las garras de Nerfarein. Valeria extendió velozmente su éter para tirar de él, alejándolo del peligro, pero, de alguna manera, su éter pareció resbalar en torno al elfo, sin llegar a tocarlo. A duras penas, logró desviarlo para empujar la garra en su lugar, desviándola ligeramente de su trayectoria sin dejar de preguntarse qué cuernos acababa de pasar.
En aquel momento, Eleandris lanzó un tajo al cuello de la bestia, que abrió las fauces en un quejido de dolor, mostrándole a Valeria una golosa apertura. Al instante, dos cuchillos volaban a toda velocidad hacia la cavidad abierta. Al menos uno logró su objetivo, haciendo que el dragón se retorciera de dolor durante unos segundos antes de caer desplomado en el suelo.
En el silencio que siguió, el pesado cuerpo escamoso fue rápidamente sustituido por el de un hombre desnudo: Nerfarein. A pesar del ruido que debían haber hecho, no acudieron refuerzos en ningún momento, todos los soldados debían de estar ocupados con la batalla exterior. Aún así, Eleandris no perdió el tiempo y, terminando lo que había comenzado con el dragón, separó por completo la cabeza del resto del cuerpo.
—Deberíamos acabar también con Illuna —dijo—. Si en un principio estaba con ellos, y su nombre estaba grabado en aquella tabla, es el último cabo suelto.
Valeria asintió en silencio mientras guardaba el par de cuchillos que no habían quedado arruinados con la pelea. No era la primera vez que se enfrentaba a un dragón y, ciertamente, Nerfarein tenía que morir. Aún así, acabar con una criatura tan majestuosa se le antojaba revestido de una cierta solemnidad.
Siguió a los elfos en silencio siendo apenas consciente de que seguían una ruta diferente a la que usaran para entrar. Salieron por la puerta principal, de hecho, desde donde se veía el lamentable resultado de una batalla desesperada sin un claro vencedor. Los elfos se despidieron allí, con ese caballeroso estilo que usan los hombres de honor mientras, a la exigua luz del amanecer, Valeria observaba a los escasos supervivientes separando a los heridos de los difuntos y rematando a los moribundos.
Nada hallaron de Illuna salvo las huellas de un caballo que se alejaba de la contienda y nadie se molestó en detenerlos o hacerles preguntas. Después de la masacre que se había producido a las puertas de la fortaleza, no había ánimos para nada más. Sin duda, la región tardaría en recuperarse de tantas muertes. La traidora podía contarse afortunada si había salvado el pellejo.
Milto logró sobrevivir a su estancia a la intemperie, aunque no le hizo mucha gracia encontrarse de nuevo con sus compañeros de viaje. Ni siquiera cuando, tras administrarle las curas pertinentes, Valeria le anunció que no perdería ningún apéndice a la congelación. Aún así, solo intentó escaparse una o dos veces durante el camino de regreso a Rume.
En la aldea, no habían perdido el tiempo y, salvo por un nada desdeñable número de nuevas tumbas en el cementerio, el lugar parecía haber recuperado de nuevo la normalidad. A medida que los tres viajeros avanzaban por el camino del templo, los habitantes de Rume dejaban lo que estaban haciendo para seguirlos y, muy pronto, se encontraron rodeados por una multitud de curiosos que solo se abrió cuando pidieron hablar con la Suma Sacerdotisa y Peirak llegó hasta ellos y abrazó a los extranjeros sin ningún rebozo, dejando a Valeria un tanto descolocada ante la sorpresiva muestra de afecto.
—Os lo quiere agradecer personalmente —dijo.
Elfo y bruja se miraron algo confundidos, antes de que la multitud abriera paso de nuevo clamando un nombre al unísono:
—¡GÜIZ’RMON!
Y así fue como, aclamado por todos, el nuevo Sumo Sacerdote descendió del Templo, seguido de sus sacerdotisas, para agradecer personalmente a los dos viajeros los servicios prestados en defensa de Rume.
----------
OFF: (1) Aquí la poción de salud concentrada para que el magullado Ele no tenga que perder tiempo rezándole a sus dioses por un milagro curativo en medio del combate. (bueno, técnicamente, es el Elixir Replicante, que imita la poti curativa que ya usé unos turnos atrás para curar a Güiz’Rmon).
Al menos era una noche despejada, lo suficiente para mitigar en parte la desventaja en que se encontraba Valeria. Una mínima parte. De entre todos los miembros del grupo, solo se fiaba de Eleandris. Hasta cierto punto. Los otros dos hombres no dejaban de ser elementos hostiles, por razones obvias.
La mujer, por su parte, se mostraba lo bastante amable para hacer que se fiase de ella menos que de ninguno, aunque debía reconocer que una parte de ello se derivaba del hecho de que había sido ella quien apuntó la necedad de involucrarse en un conflicto local que en nada les afectaba. Tenía razón, por supuesto, y eso bastaba para condenarla.
Por fin, tras varias horas de camino, Eleandris dio el alto en voz baja.
—Allí, a unos 400 metros hay un grupo bastante numeroso —dijo.
—¿Cuál decíais que era vuestro fantástico plan? —preguntó Ojos Verdes con marcada indiferencia.
—Encontrar a Nerfarein y matarlo —murmuró Valeria de forma automática, maldiciendo mentalmente la idea de traerse al tipo del colgante—. Aún estoy trabajando en los detalles —añadió mientras buscaba en el horizonte algún indicio de lo que los elfos veían aparentemente sin dificultad.
Le pareció distinguir una silueta a lo lejos que podría tratarse de una edificación en una loma, una fortaleza probablemente, y… sí, algo parecía oscurecer la nieve en la distancia.
—Deberíamos trabajar rápido entonces —dijo la mujer—, porque no creo que esos soldados piensen que venimos en son de paz. —Por supuesto, ella podía distinguir que se trataba de soldados donde Valeria apenas distinguía una gran mancha más oscura que el resto—. Puedo oler la sangre y el sudor de la batalla desde hace millas.
—Así que ya ha habido una batalla —comentó Eleandris—. ¿Y es fuerte el olor?
—Para saberlo con exactitud tendrías que apartarte como… 700 metros. Tu… “frescor de pino” hace de pantalla.
A pesar de sí misma, Valeria no pudo evitar una sonrisa ante el comentario, que se borró cuando la mujer continuó hablando:
—¿A alguien se le da bien gruñir? Quizás deberíamos también ganarnos la confianza de ese dragón.
Efectivamente, una figura alada sobrevolaba los alrededores de lo que, definitivamente era una pequeña fortaleza en la distancia.
—Deberíamos tratar de acercarnos para echar un ojo a ese grupo —dijo Valeria.
Su idea había sido acercarse ella misma con Don Colgante de la Verdad, para sacar toda la información posible a quienquiera que se encontrasen, pero alguien apuntó convenientemente que ella no veía una mierda y que era más sensato enviar a la que mejor veía en su lugar, lo que la dejó una vez más en compañía de Eleandris y Milto.
—Si son ellos —dijo Eleandris—, ¿se te ocurre cómo llegar hasta él?
—Imagino que Nerfarein estará en algún lugar de la fortaleza —respondió Valeria, distraída con sus propios pensamientos—. Lo que no entiendo es qué hace ese grupo ahí afuera.
—Entonces va a ser más complicado de lo que pensaba.... ¿un grupo de avanzada quizá?
—La vampira dijo que olía a batalla. Con suerte, llegamos tarde para el trabajo.
Y, con menos suerte, Ojos Verdes y compañera los delataban y acababan rodeados por un ejército. Milto debía de estar pensando algo parecido, porque los saltitos que daba de un pie a otro no parecían enteramente producto del frío. Eleandris, que dividía su atención oteando en todas las direcciones posibles, habló de nuevo:
—Quizá deberíamos acercarnos a la fortaleza y explorar los alrededores, buscar alguna zona que esté más desprotegida o de fácil acceso. ¿Tú qué piensas?
Sí, era una buena idea. Incluso aunque esos dos no delataran su presencia, sería mucho más seguro no contar tampoco con su colaboración. Algo que parecieron corroborar las siguientes palabras del elfo:
—Hay revuelo entre el grupo, pero no veo a nuestros compañeros. ¿Qué diablos estarán haciendo? Por Anar, teníamos que haber planeado algo primero, no acercarnos sin más.
Razón no le faltaba, pero no era momento de lamentarse, sino de ponerse en lo peor y salir adelante por su cuenta. Valeria miró a Milto y le habló con urgencia:
—¿Qué puedes decirme de la fortaleza, has estado alguna vez?
—Nunca se nos ha permitido, sólo a Dorian —reveló el posadero—. Si Illuna no ha podido matar a Jawz con su traición, ¿qué esperáis conseguir? ¡Libérame y huyamos todos antes de que ataque, bruja demonio!
—Illuna… —murmuró Valeria mientras se hacía una rápida composición de lugar—. ¿Sabías que Illuna lo traicionaría?
—¡Claro que no! ¡Teníamos que someter a las cuatro poblaciones y ganarnos las recompensas, eso era todo! ¡Ha sido una locura!
Así que Illuna se había vuelto contra Nerfarein. No había vencido, o se habría refugiado en la fortaleza para pasar la noche, pero tampoco había sido una derrota completa, o Nerfarein no habría dejado un pequeño ejército enemigo a sus puertas. Esto podía jugar en su beneficio.
—¿Y si rodeamos a ese pequeño ejército y nos acercamos desde otro ángulo? —preguntó Valeria, rescatando la anterior propuesta de Eleandris—. ¿Crees que Jawz se alegrará de verte y recibir noticias de Rume?
Milto le dirigió una renovada mirada de odio.
—Ese lugar casi nunca se utiliza, pero, ¡míralo!, cualquiera podría defenderlo. Si le digo lo ocurrido en Rume, puedo darme por muerto.
El semblante del posadero, sin embargo, no mostraba tanta preocupación ante la idea como sugería la gravedad de sus palabras.
—Si tienen a alguien observando al grupo de esa tal Illuna —interrumpió Eleandris, aún siguiendo con la vista a la criatura alada en la distancia—, algo temen. Deberíamos acercarnos a la fortaleza y observar antes de que se nos eche el tiempo encima. Estarán ocupados tratando heridos y concentrados en Illuna. No repararán en nosotros.
Eso hicieron, con Eleandris siguiendo la marcha y Valeria cerrándola, sin perder de vista a Milto en ningún momento.
—Allí —dijo al cabo Eleandris, señalando un bulto en la muralla—. Alguien escalando el muro. Tiene que ser el otro elfo tan elocuente. ¿Puedes hacer algo para que solo nos vea el? Será mejor que entremos juntos.
Sorprendida por lo mucho que les habían dejado acercarse sin que sonara la voz de alarma, Valeria buscó rápidamente a su alrededor y desenterró una pequeña roca que lanzó contra la muralla, cerca del bulto que avanzaba de modo lento, pero constante. No sirvió de nada.
—Vamos a subir —dijo Eleandris—. Veo pocos puntos de luz así que debe de haber pocos guardias en las almenas. Creo que al final nuestro amigo aquí presente va a resultar ser útil incluso. Tengo una idea.
Pero antes de que hubiera terminado la frase, Valeria ya había dejado a Milto fuera de combate.
—Espero que la idea no implicara cargarlo con nosotros, porque estaba claro que planeaba traicionarnos en cuanto se topara con uno de los hombres de Nerfarein.
En cualquier caso, subirían más rápido si no tenían que cargar con él, así que era mejor dejarlo dormidito contra la muralla. Eleandris no pareció molestarse por el cambio de plan y sacó algo de su mochila para ayudarse a escalar. Valeria, por su parte, tenía sus propios medios para burlarse de la gravedad, además de mucha práctica colándose donde no debía, por lo que no tardó en acortar distancias con el otro elfo.
Una sombra alada cruzó el cielo sobre ellos casi al tiempo en que el elfo de ojos grises, ahora perfectamente distinguible para Valeria, miraba hacia abajo con cara de muy pocos amigos. Volvió la vista arriba y no tardó en perderse al otro lado del muro para volver a asomarse después con una espada desenvainada.
Estupendo, se dijo Valeria que, impulsándose con toda la fuerza de su éter, cogió carrerilla muralla arriba para saltar por encima del elfo y dejarse caer al otro lado, con un escudo preparado. Por suerte, Eleandris llegó poco después, atrayendo la atención de su compatriota.
Los dos hombres intercambiaron algunas palabras en élfico, de lo que Valeria entendió que a Ojos Grises no le gustaban demasiado los brujos, si es que hacía falta aclaración tras sus miradas asesinas. Sin embargo, algo de lo que le dijo Eleandris bastó para que, al menos, renunciara a atacarla.
Un sonido la distrajo de la conversación y, desde su posición aventajada, pudo ver cómo se abría el portón de entrada a la fortaleza. Los soldados del interior no tardaron en atravesarlo. ¿Qué estaría pasando allí afuera?
—Parece que tenemos una distracción —dijo Valeria a Eleandris cuando su amigo se adentró en la fortaleza a paso vivo—, veamos si encontramos al jefe antes de que vuelvan sus hombres.
Comenzaron así una extraña marcha, juntos pero separados, con Ojos Grises abriendo el paso y Eleandris como único punto de contacto entre los otros dos.
—Por aquí no ha pasado nadie en mucho tiempo —murmuró Valeria—. Nerfarein debería estar donde haya menos polvo.
Eleandris, por su parte, propuso revisar primero la torre del homenaje (fuera eso lo que fuera), a lo cual su compatriota asintió sin reducir la marcha. A medida que avanzaban, se fue haciendo patente el sonido de la batalla en el exterior de la muralla. ¿Qué los habría motivado a salir a rematar el trabajo en medio de la noche?
Finalmente, llegaron a un pequeño claustro de arquería desde donde volvían a ver el portón de entrada. Dos guardias esperaban en la puerta, con la atención puesta en la batalla que sucedía al otro lado. Fue fácil atravesar el piso superior sin ser detectados y no tardaron en llegar a una zona de pasillos limpios y bien iluminados.
—Estad atentos a posibles trampas —avisó Eleandris—. Está demasiado despejado el interior.
Más bien, estaba desierto. Cualquiera diría que habían ido todos a luchar afuera, excepto los dos centinelas de la puerta. Sin embargo, Ojos Grises no tardó en dar el alto en la intersección con otro pasillo. Mientras el elfo observaba cuidadosamente al otro lado y Eleandris vigilaba la retaguardia, Valeria se acercó con cuidado, para observar desde abajo lo que había hecho detenerse a Ojos Grises.
—¿Qué veis? —susurró Eleandris.
Valeria le resumió en pocas palabras la escena al otro lado del pasillo, donde se abría a una amplia sala en que un hombre que coincidía a la perfección con la descripción de Jawz Nerfarein descansaba en un pequeño trono, acompañado por dos guardias con armadura de aspecto pesado y armados con lo que parecían espadas cortas montadas sobre astas de lanza. Seguro que Eleandris sabía lo que eran.
—¿Crees que estarán todos afuera salvo estos? —concluyó Valeria.
—Es muy probable —dijo Eleandris—. Si no están combatiendo, estarán a modo de refuerzo.
—Solo tres, parece nuestro día de suerte.
Valeria dejó salir varios cuchillos arrojadizos de su funda oculta.
—Puedo atraer a los guardias para que los rematéis cuando lleguen —dijo al tiempo que Eleandris proponía justo lo contrario.
Ojos Grises no ocultó una mirada de absoluto desprecio a la bruja antes de asentir a su compatriota y, sin esperar más señal, se lanzó al pasillo con la espada desenvainada. Valeria alzó una mano para evitar que Eleandris saliera detrás mientras contaba los pesados pasos del guardia que debía haberse lanzado pasillo adelante a por el intruso. Cuando le pareció que estaba a medio camino de su contrincante, salió de su escondite con los cuchillos preparados.
Efectivamente, solo uno de los guardias había salido a interceptar a Ojos Grises, pero el segundo echó a correr en cuanto la vio aparecer por el pasillo. Valeria sintió, más que vio, cómo Eleandris salía entonces al pasillo y se abalanzaba sobre el guardia más cercano, el que había atacado a Ojos Grises, al mismo tiempo que ella misma frenaba el avance del segundo guardia alojándole dos de sus cuchillos en la cara descubierta.
Tiró telequinéticamente de los cuchillos para recuperarlos, pero perdió el contacto cuando Nerfarein se transformó en dragón, echando abajo el suelo de la sala. Valeria empujó hacia abajo con su éter, lo que logró el extraño efecto de hacer que el suelo bajo sus pies cayera más deprisa que el resto de la sala mientras que ella pareció flotar más que caer lentamente, mientras supervisaba en su camino el estado del resto.
Vio a uno de los guardias intentando incorporarse y le lanzó otro de sus cuchillos, que le atravesó un ojo justo antes de que un evidentemente dolorido Eleandris se echara sobre él. Recuperó el cuchillo cuando sus pies tocaban el suelo, lleno de escombros, de la planta baja y buscó con la mirada al otro guardia. Ojos Grises se había encargado de él, así que Valeria aprovechó para recuperar sus cuchillos mientras sacaba de su bolsa un frasquito que le tendió rápidamente a Eleandris(1).
Nadie acudió ante el estruendo, por lo que solo quedaba Nerfarein, frente a dos guerreros elfos y una bruja que carecía de armas que penetrasen las escamas de un dragón, a menos que usase una cantidad ridícula de éter empujándolas.
El dragón fue el primero en actuar, lanzando una potente llamarada que, más allá de incendiar los carcomidos restos de madera a su alrededor y calcinar los cadáveres de sus seguidores, dejó a elfos y bruja intactos cuando una luminosa barrera de éter surgió como una fuente del escudo de Eleandris.
Ojos Grises dijo algo en élfico mientras miraba a Valeria sin hacer el más mínimo esfuerzo por disimular su ira. Curioso, se dijo ella, estaba segura de que los Ojosverdes habían utilizado todos los apelativos cariñosos para referirse a su raza.
—Avanzad conmigo —dijo Eleandris lanzándose a por el dragón con el escudo por delante antes de darle tiempo a soltar otra llamarada.
—Espera —pidió Ojos Grises.
Nerfarein había abierto las fauces pero, tras un decepcionante chasquido, nada ocurrió.
—¿Por qué no ataca? —susurró Valeria, sin moverse de la retaguardia.
Quizá por algún milagro divino o puede que por mero descuido, Ojos Grises respondió a su pregunta:
—Porque no puede.
Y se lanzó detrás de Eleandris, que apenas había tenido tiempo de interponer el escudo cuando el dragón suplió la carencia de fuego con un zarpazo. Lo que vino a continuación fue una sucesión de zarpazos y dentelladas que Eleandris resistía a duras penas gracias a su escudo, mientras Ojos Grises atosigaba a la bestia con su espada, su rostro, una máscara aterradora.
Valeria trató de concentrarse en enviar sus cuchillos allí donde el elfo penetraba con la espada, pero sintiendo que sus pequeños cuchillos poco hacían para equilibrar la balanza en su favor, optó por ayudar a Eleandris a mantenerse en pie, contrarrestando, con la fuerza de su éter, los envites del dragón contra su escudo.
Los ataques de Ojos Grises, que parecía poseído por algún hambriento espíritu de batalla, se iban volviendo más osados, por lo que no tardó en encontrarse en el camino de una de las garras de Nerfarein. Valeria extendió velozmente su éter para tirar de él, alejándolo del peligro, pero, de alguna manera, su éter pareció resbalar en torno al elfo, sin llegar a tocarlo. A duras penas, logró desviarlo para empujar la garra en su lugar, desviándola ligeramente de su trayectoria sin dejar de preguntarse qué cuernos acababa de pasar.
En aquel momento, Eleandris lanzó un tajo al cuello de la bestia, que abrió las fauces en un quejido de dolor, mostrándole a Valeria una golosa apertura. Al instante, dos cuchillos volaban a toda velocidad hacia la cavidad abierta. Al menos uno logró su objetivo, haciendo que el dragón se retorciera de dolor durante unos segundos antes de caer desplomado en el suelo.
En el silencio que siguió, el pesado cuerpo escamoso fue rápidamente sustituido por el de un hombre desnudo: Nerfarein. A pesar del ruido que debían haber hecho, no acudieron refuerzos en ningún momento, todos los soldados debían de estar ocupados con la batalla exterior. Aún así, Eleandris no perdió el tiempo y, terminando lo que había comenzado con el dragón, separó por completo la cabeza del resto del cuerpo.
—Deberíamos acabar también con Illuna —dijo—. Si en un principio estaba con ellos, y su nombre estaba grabado en aquella tabla, es el último cabo suelto.
Valeria asintió en silencio mientras guardaba el par de cuchillos que no habían quedado arruinados con la pelea. No era la primera vez que se enfrentaba a un dragón y, ciertamente, Nerfarein tenía que morir. Aún así, acabar con una criatura tan majestuosa se le antojaba revestido de una cierta solemnidad.
Siguió a los elfos en silencio siendo apenas consciente de que seguían una ruta diferente a la que usaran para entrar. Salieron por la puerta principal, de hecho, desde donde se veía el lamentable resultado de una batalla desesperada sin un claro vencedor. Los elfos se despidieron allí, con ese caballeroso estilo que usan los hombres de honor mientras, a la exigua luz del amanecer, Valeria observaba a los escasos supervivientes separando a los heridos de los difuntos y rematando a los moribundos.
Nada hallaron de Illuna salvo las huellas de un caballo que se alejaba de la contienda y nadie se molestó en detenerlos o hacerles preguntas. Después de la masacre que se había producido a las puertas de la fortaleza, no había ánimos para nada más. Sin duda, la región tardaría en recuperarse de tantas muertes. La traidora podía contarse afortunada si había salvado el pellejo.
Milto logró sobrevivir a su estancia a la intemperie, aunque no le hizo mucha gracia encontrarse de nuevo con sus compañeros de viaje. Ni siquiera cuando, tras administrarle las curas pertinentes, Valeria le anunció que no perdería ningún apéndice a la congelación. Aún así, solo intentó escaparse una o dos veces durante el camino de regreso a Rume.
En la aldea, no habían perdido el tiempo y, salvo por un nada desdeñable número de nuevas tumbas en el cementerio, el lugar parecía haber recuperado de nuevo la normalidad. A medida que los tres viajeros avanzaban por el camino del templo, los habitantes de Rume dejaban lo que estaban haciendo para seguirlos y, muy pronto, se encontraron rodeados por una multitud de curiosos que solo se abrió cuando pidieron hablar con la Suma Sacerdotisa y Peirak llegó hasta ellos y abrazó a los extranjeros sin ningún rebozo, dejando a Valeria un tanto descolocada ante la sorpresiva muestra de afecto.
—Os lo quiere agradecer personalmente —dijo.
Elfo y bruja se miraron algo confundidos, antes de que la multitud abriera paso de nuevo clamando un nombre al unísono:
—¡GÜIZ’RMON!
Y así fue como, aclamado por todos, el nuevo Sumo Sacerdote descendió del Templo, seguido de sus sacerdotisas, para agradecer personalmente a los dos viajeros los servicios prestados en defensa de Rume.
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OFF: (1) Aquí la poción de salud concentrada para que el magullado Ele no tenga que perder tiempo rezándole a sus dioses por un milagro curativo en medio del combate. (bueno, técnicamente, es el Elixir Replicante, que imita la poti curativa que ya usé unos turnos atrás para curar a Güiz’Rmon).
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Su partida se había visto postergada por el avance del sol en el firmamento. El improvisado grupo que se dirigiría al norte había considerado que la presencia de Caoimhe era indispensable, puesto que parecía ser la única capaz de guiarlos por aquel gélido pasaje de desolación. Fuese lo que fuese lo que los esperaba en el norte, había dejado demasiada destrucción a su paso y una guía capacitada era esencial para llegar hasta la fortaleza que pretendían asolar. Por ello, todos habían aceptado la necesidad de partir de noche, tras descansar un par de horas en el improvisado campamento que habían establecido la noche anterior. Suponía que unas horas de descanso no vendrían mal a nadie.
< El silencio reinaba en aquel tétrico lugar. Recordaba otras jornadas de espesa niebla en Sandorai, pero ninguna como aquella. Además, ¿cómo era posible que no se hubiese topado con ningún árbol del bosque? Recordó entonces que estaba en el norte, lejos de su hogar. En Glath, en aquella pesadilla sin fin. Quizás no habían conseguido romper del todo la maldición y ahora vagarían eternamente por aquel purgatorio sin fin. Pero Caoimhe tampoco estaba allí y esta lo había acompañado día tras día, en el eterno ciclo de la población encantada.
- Tú –una voz a su espalda le hizo tornarse con celeridad.
Frente a él la niebla había perdido consistencia y la desdibujada forma de una joven se diluyó en el espacio de un segundo. Sus azules ojos fue lo único que pudo identificar de ella>>
- Es hora de partir –la voz le llegó amortiguada tras las paredes del carromato, sin que fuese capaz de identificar quién había pronunciado aquellas palabras. A su lado Caoimhe lo observaba, curiosa.
- Un mal sueño –masculló, antes de desperezarse y abrir la portezuela del carromato con tiento, para comprobar que la noche ya había cubierto el firmamento.
La vampiresa le había pedido que se quedase con ella, tras finalizar los preparativos de invasión al norte. No podía culparla. Durante el día era la más vulnerable de ellos y estaba claro que se había granjeado la enemistad de más de uno de los presentes. Si iba a arrastrarse al norte por él, lo mínimo que podía hacer era garantizar su seguridad.
Notó las miradas del resto del grupo sobre ellos cuando descendieron del carro, especialmente la gélida y acusadora mirada de Nousis. Desde que se habían encontrado, lo había tratado con indiferencia. Recordaba su último encuentro en la posada de Cornelius y el tono diametralmente diferente que había utilizado en aquella ocasión, mientras hablaban. Algo le había sucedido al elfo… o quizás solo fuese su reprobación por la nueva acompañante de Tarek. Resultaba irónico que, apenas un año antes, hubiese sido el propio peliblanco el que había mostrado su disgusto con las compañías del otro elfo.
Aquellos ojos azules… sacudió la cabeza para sacar el pensamiento de su mente. Tenía asuntos más importantes de los que ocuparse en aquel momento.
Caminaron en un tenso silencio, rumbo al norte. El otro elfo, Eleandris, y la bruja intercambiaron algunas palabras puntuales, pero estaba claro que ninguno de ellos sentía la necesidad de compartir más que la información necesaria para sobrevivir. No eran un equipo, solo un grupo improvisado, obligado por las circunstancias a cooperar. La bruja, Valeria, vigiló atenta sus pasos, consciente quizás que sus lealtades se limitaban a su propia supervivencia.
Nousis, por su parte, había vuelto a la vieja costumbre de ausentarse del grupo, para partir solo, quizás a la espera de morir primero o alzarse con el triunfo por su cuenta. La preocupación que había sentido en otra época por el elfo, pareció no hacer mella en él en aquella ocasión.
Rodeados de aquel mismo tenso silencio, alcanzaron al fin su objetivo. La fortaleza de Jawz se alzaba ante ellos. Otrora grandiosa, parecía haber sufrido un importante deterioro en tiempos recientes, quizás causado por la milicia que se apostaba en el exterior de la misma. ¿Habían mudado las tornas en aquel conflicto? No es que al elfo le interesase demasiado, al fin y al cabo, apenas recordaba quienes eran los contendientes. Aquella guerra estaba lejos de ser asunto suyo. Los humanos podían destruirse entre ellos si eso era lo que deseaban. Él solo deseaba estar lejos de allí, de sus inesperados compañeros y de su hogar… A salvo en una tierra en la que nadie supiese quién o qué era. “O casi nadie”, pensó observando a la vampiresa a su lado. Los acontecimientos recientes habían estrechado su amistad y sería una de las pocas relaciones sociales que lamentaría perder en ese momento.
Un escalofrío de pavor recorrió al humano que arrastraban con ellos (Milto), antes de que Eleandris ordenase el alto.
- Allí, a unos 400 metros, hay un grupo bastante numeroso –comentó el elfo con tono casi marcial. El peliblanco lo miró con evidente falta de interés.
- ¿Cuál decíais que era vuestro fantástico plan? –preguntó, ante la clara certeza de que cuatro guerreros y un traidor no serían enemigo para lo que fuera que iba a enfrentar. ¿En qué momento habían pensado aquellos dos que ir hasta allí a enfrentar al tal Jawz era buena idea? Quizás la perspectiva ante ellos los hiciese cambiar de opinión.
- Encontrar a Nerfarein y matarlo. Aún estoy trabajando en los detalles –respondió la bruja. Estaba claro que seguían con la misma idea en mente.
- Deberíamos trabajar rápido entonces… porque no creo que esos soldados piensen que venimos en son de paz. Puedo oler la sangre y el sudor de la batalla desde hace millas –el peliblanco dirigió una mirada a la vampiresa tras sus palabras. Le resultaba extraño que esta desease cooperar en algo que no iba a reportarle beneficio. Caoimhe se limitó a sonreírle.
Tras intercambiar un par de irónicos comentarios más, la vampiresa consiguió convencer a sus interlocutores para dividirse en dos grupos. Uno permanecería en aquel lugar, vigilando el campo de batalla, mientras el otro iría a indagar sobre el grupo de milicianos y su gélida líder, que parecían esperar ante las puertas de la fortaleza, tal vez para atacar, tal vez temiendo ser atacados. Con expresión neutra, el elfo observó como la mujer desplegaba todo su encanto y elocuencia para asegurar a sus compañeros que el grupo de avanzada debían formarlo ella misma y el peliblanco. Sorprendentemente ambos aceptaron su proposición. Quizás no la conocían tanto como él, o quizás solo fuesen buena gente. Lo que el elfo tenía claro era que, bajo aquella mata de oscuro cabello, la cabeza de Cao ya estaba urdiendo un sinfín de planes para sacarlos de aquella situación. Sin mayores indicios por su parte, se limitó a asentir a su propuesta y avanzó, junto a ella, hacia el grupo reunido en la colina frente al bastión.
- Espero que sepas lo que haces –le dijo Tarek en voz baja, cuando una veintena de soldados se personó ante ellos, armados y con actitud amenazante. Tras ellos, protegida por el resto de sus huestes, la reina de hielo de la que el resto de la compañía había hablado.
El peliblanco dejó que la vampiresa hablase, asintiendo o negando en los momentos en los que se requería su intervención. Sin embargo, no pudo evitar intervenir cuando la propia Iluna se acercó a ellos para increparles por su presencia.
- Quitadles las armas- ordenó la monarca, dando dos pasos hacia ellos- Jawz puede estar tramando algo. Al menor movimiento extraño –añadió con falsa dulzura- matadlos.
- ¿Jawz? –preguntó el elfo con fingida sorpresa- ¿Acaso el señor de estas tierras no había perecido en Rume? Esas son las noticias que nos llegaron a Glath.
- Éstas tierras no tienen señor –fue la respuesta de la colérica mujer- No uno al menos, hasta que sea yo quien gobierne. Jawz sigue con vida, por poco tiempo, espero. ¿Cómo conoces ese nombre, elfo?
- Nos topamos con refuerzos no muy lejos de esta zona -intervino Caoimhe, percatándose quizás de la incomodidad del elfo ante las preguntas directas.
- No somos espías. Nunca hemos visto al tal Jawz –respondió el propio Tarek con sinceridad, pues aquella era la única forma de quedar liberado del impulso del colgante.
- ¿Qué ha ocurrido en Glath? –preguntó entonces la falsa reina, antes de chasquear los dedos para indicar a sus soldados que los despojasen de sus armas- Pero no voy a negar a quienes lucharon por la libertad de ésta tierra bajo mi mando una sepultura digna. Podéis enterrarlos.
- Glath fue asolado por un grupo de mercenarios, Los Paica –respondió el elfo, al tiempo que la vampiresa se agarraba a él, en fingida muestra de debilidad. Intentando que los soldados no la despojasen de sus armas- En el fragor de la batalla una niña perdió la vida y la hechicera del lugar conjuró una maldición para salvarla. Aquello provocó una repetición sin fin de la misma noche. Como ha dicho Cao... mi amada, nos vimos envueltos en aquel caos durante once noches. Nada restó del pueblo tras la última de ellas. Los Paica han sido destruidos -negando con la cabeza, se dirigió de nuevo a la líder del grupo- Enterraremos a vuestros muertos, por eso os pido que me dejéis conservar la herramienta que porto. Nos ayudará a romper la superficie para poder depositar a los muertos bajo tierra.
Illuna observó con interés las manos entrelazadas de la vampiresa, que se asían al bíceps del elfo. Una extraña sonrisa surcó su rostro, como si algún tipo de perturbada idea hubiese cruzado su mente.
- De acuerdo –aceptó finalmente- La entregarás cuando finalicéis.
“Como si fueses a volver a vernos”, pensó el elfo para si, mientras la veía partir. Tras ella, cuatro soldados permanecieron, atentos a cada uno de sus gestos. Los escoltaron a través del improvisado campamento, rumbo a lo que había sido el campo de batalla. Cientos de cuerpos teñían de color el hielo y la nieve que cubría la tierra. El oscuro carmesí de la sangre, destacando sobre todo lo demás.
- Nuestra guardia lleva uniformes azules. Al resto podéis dejarlos –indicó uno de los hombres con cara circunspecta. Parecían desear estar en cualquier sitio antes que en aquel lugar, que probablemente traía a sus mentes oscuros sucesos.
El frío y la humedad había calado en sus huesos, cuando levantaron el vigésimo cadáver de aquel congelado suelo. El pobre individuo había muerto con los ojos abiertos y su mirada se había tornado opaca, no solo por la falta de vida, sino por la congelación de los orbes oculares. Estaba rígido, como todos los anteriores, congelado en la misma posición para la eternidad. ¿Estaría alguien esperando su regreso? Ese era el problema de los humanos, su constante necesidad de guerra, de sacrificar a los de su propia especie, como si se tratase de una forma de diezmar su número. Tarek suspiró con hastío y un ligero carraspeo lo sacó de su ensimismamiento. Caoimhe lo miraba con intensidad.
- Sabes, esto me recuerda a Sandorai –le dijo ella, de repente- ¿Recuerdas cuando nuestro amigo quiso dar el espectáculo? Pues bien… no me gusta la obra –mirándolo de manera inquisitiva, añadió- Yo sé que quizás tu buscabas la moraleja o algo así… por lo que si Sandorai no está entre las opciones… -dejó la frase a medio terminar y el elfo la observó, con una ceja alzada, como si acabase de crecerle un cuerno en medio de la frente. Dedicando una furtiva mirada a los guardias, decidió seguirle el juego.
- Al menos en Sandorai el espectáculo era digno de ver -tomando por los pies y los brazos al siguiente cadáver, lo colocaron sobre los restos del anterior- Aunque en ambos casos acabé en un lugar que no deseaba y sin razones para quedarme.
- ¡Eh! -uno de los guardas llamó su atención- ¿Qué mascullais ahí? –el elfo le dirigió una calmada sonrisa.
- Comentaba a mi amada, que la veo especialmente pálida –respondió con rapidez- Me preocupa que no se encuentre bien.
Como impelida por sus palabras, Caoimhe se sentó en el suelo, con gesto vacilante, buscando las manos de Tarek
-Sin duda no… yo no… -caminando con paso inseguro, se acercó a él- no me encuentro bien… quizás es la pla… -con un gesto digno de la mejor de las actrices, cayó desfallecida entre los brazos del elfo.
Unos murmullos se escucharon cerca de ellos y Tarek observó a un grupo de campesinos, probablemente llegados a aquel lugar con la propia Iluna, observándolos con temor. El murmullo se volvió más fuerte en apenas unos segundos, hasta que un grito desgarró el aire.
- Glath estaba llena de tumbas... -comentó Tarek sin acabar la frase, con expresión preocupada.
- LA PLAGA –gritaron algunos campesinos, alejándose asustados de la chica.
A pesar de los intentos de la guardia por detener la histeria, la situación pronto se descontroló y gritos de “la plaga” se propagaron por todo el lugar. Con una seca orden se los llevaron a ambos del lugar. Manteniendo las distancias con el elfo y la vampiresa, los condujeron hasta una tienda cercana, donde Tarek depositó a la “desfallecida” chica sobre un camastro. Al tratar de volverse para hablar con los guardias, estos lo amenazaron con sus armas, para que no se acercase.
- Debemos informar a nuestra señora -comentó uno de ellos, mirándolos con inquietud- Si se extiende la plaga, será un problema.
Un tercer guardia, que probablemente había ido a informar a su monarca, los miró con temor y nerviosismo, antes de dirigirse entre susurros a sus compañeros, lanzando miradas furtivas a los dos foráneos. Era ahora o nunca. Con un último vistazo a la desfallecida figura de la vampiresa, Tarek tomó un pequeño vial de su cinturón. Con paso lento pero seguro, se acercó al grupo de guardias que, cuando se percataron de su presencia, retrocedieron, olvidando que todavía portaban sus armas.
- Es una plaga terrible –comentó el elfo, con calma- Cuando te afecta, es como si pequeñas alimañas te corroyeran desde dentro. En Glath la gente perdía la piel, dejando a la vista músculos y tendones. Y aun así, eran incapaces de dejar de rascarse. Esos rostros descarnados... ¿podéis imaginároslo? El dolor, la desesperación...
Los hombres lo miraron con espanto. Cubriéndose el rostro con el cuello de la casaca, rompió el pequeño vial a sus pies. La negra nube que surgió del frasco inundó toda la estancia y el elfo contuvo la respiración. El efecto duró apenas unos segundos, pero la locura que se instaló en los ojos de los tres hombres fue indicio suficiente de que su plan había surtido efecto. Pesadilla embotellada [1], debía agradecerle algún día a Cohen la eficacia de sus brebajes.
- Deberíais informar a los demás de las terribles consecuencias de la plaga –les dijo.
Los tres soldados entraron de inmediato en estado de paranoia y, como almas torturadas en el infierno, abandonaron la tienda, gritando que la plaga había llegado al campamento. Tarek se giró entonces para encarar a una sonriente y milagrosamente revitalizada Caoimhe.
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[1] Uso Pesadilla embotellada de mi inventario.
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- Tú –una voz a su espalda le hizo tornarse con celeridad.
Frente a él la niebla había perdido consistencia y la desdibujada forma de una joven se diluyó en el espacio de un segundo. Sus azules ojos fue lo único que pudo identificar de ella>>
- Es hora de partir –la voz le llegó amortiguada tras las paredes del carromato, sin que fuese capaz de identificar quién había pronunciado aquellas palabras. A su lado Caoimhe lo observaba, curiosa.
- Un mal sueño –masculló, antes de desperezarse y abrir la portezuela del carromato con tiento, para comprobar que la noche ya había cubierto el firmamento.
La vampiresa le había pedido que se quedase con ella, tras finalizar los preparativos de invasión al norte. No podía culparla. Durante el día era la más vulnerable de ellos y estaba claro que se había granjeado la enemistad de más de uno de los presentes. Si iba a arrastrarse al norte por él, lo mínimo que podía hacer era garantizar su seguridad.
Notó las miradas del resto del grupo sobre ellos cuando descendieron del carro, especialmente la gélida y acusadora mirada de Nousis. Desde que se habían encontrado, lo había tratado con indiferencia. Recordaba su último encuentro en la posada de Cornelius y el tono diametralmente diferente que había utilizado en aquella ocasión, mientras hablaban. Algo le había sucedido al elfo… o quizás solo fuese su reprobación por la nueva acompañante de Tarek. Resultaba irónico que, apenas un año antes, hubiese sido el propio peliblanco el que había mostrado su disgusto con las compañías del otro elfo.
Aquellos ojos azules… sacudió la cabeza para sacar el pensamiento de su mente. Tenía asuntos más importantes de los que ocuparse en aquel momento.
[---]
Caminaron en un tenso silencio, rumbo al norte. El otro elfo, Eleandris, y la bruja intercambiaron algunas palabras puntuales, pero estaba claro que ninguno de ellos sentía la necesidad de compartir más que la información necesaria para sobrevivir. No eran un equipo, solo un grupo improvisado, obligado por las circunstancias a cooperar. La bruja, Valeria, vigiló atenta sus pasos, consciente quizás que sus lealtades se limitaban a su propia supervivencia.
Nousis, por su parte, había vuelto a la vieja costumbre de ausentarse del grupo, para partir solo, quizás a la espera de morir primero o alzarse con el triunfo por su cuenta. La preocupación que había sentido en otra época por el elfo, pareció no hacer mella en él en aquella ocasión.
Rodeados de aquel mismo tenso silencio, alcanzaron al fin su objetivo. La fortaleza de Jawz se alzaba ante ellos. Otrora grandiosa, parecía haber sufrido un importante deterioro en tiempos recientes, quizás causado por la milicia que se apostaba en el exterior de la misma. ¿Habían mudado las tornas en aquel conflicto? No es que al elfo le interesase demasiado, al fin y al cabo, apenas recordaba quienes eran los contendientes. Aquella guerra estaba lejos de ser asunto suyo. Los humanos podían destruirse entre ellos si eso era lo que deseaban. Él solo deseaba estar lejos de allí, de sus inesperados compañeros y de su hogar… A salvo en una tierra en la que nadie supiese quién o qué era. “O casi nadie”, pensó observando a la vampiresa a su lado. Los acontecimientos recientes habían estrechado su amistad y sería una de las pocas relaciones sociales que lamentaría perder en ese momento.
Un escalofrío de pavor recorrió al humano que arrastraban con ellos (Milto), antes de que Eleandris ordenase el alto.
- Allí, a unos 400 metros, hay un grupo bastante numeroso –comentó el elfo con tono casi marcial. El peliblanco lo miró con evidente falta de interés.
- ¿Cuál decíais que era vuestro fantástico plan? –preguntó, ante la clara certeza de que cuatro guerreros y un traidor no serían enemigo para lo que fuera que iba a enfrentar. ¿En qué momento habían pensado aquellos dos que ir hasta allí a enfrentar al tal Jawz era buena idea? Quizás la perspectiva ante ellos los hiciese cambiar de opinión.
- Encontrar a Nerfarein y matarlo. Aún estoy trabajando en los detalles –respondió la bruja. Estaba claro que seguían con la misma idea en mente.
- Deberíamos trabajar rápido entonces… porque no creo que esos soldados piensen que venimos en son de paz. Puedo oler la sangre y el sudor de la batalla desde hace millas –el peliblanco dirigió una mirada a la vampiresa tras sus palabras. Le resultaba extraño que esta desease cooperar en algo que no iba a reportarle beneficio. Caoimhe se limitó a sonreírle.
Tras intercambiar un par de irónicos comentarios más, la vampiresa consiguió convencer a sus interlocutores para dividirse en dos grupos. Uno permanecería en aquel lugar, vigilando el campo de batalla, mientras el otro iría a indagar sobre el grupo de milicianos y su gélida líder, que parecían esperar ante las puertas de la fortaleza, tal vez para atacar, tal vez temiendo ser atacados. Con expresión neutra, el elfo observó como la mujer desplegaba todo su encanto y elocuencia para asegurar a sus compañeros que el grupo de avanzada debían formarlo ella misma y el peliblanco. Sorprendentemente ambos aceptaron su proposición. Quizás no la conocían tanto como él, o quizás solo fuesen buena gente. Lo que el elfo tenía claro era que, bajo aquella mata de oscuro cabello, la cabeza de Cao ya estaba urdiendo un sinfín de planes para sacarlos de aquella situación. Sin mayores indicios por su parte, se limitó a asentir a su propuesta y avanzó, junto a ella, hacia el grupo reunido en la colina frente al bastión.
- Espero que sepas lo que haces –le dijo Tarek en voz baja, cuando una veintena de soldados se personó ante ellos, armados y con actitud amenazante. Tras ellos, protegida por el resto de sus huestes, la reina de hielo de la que el resto de la compañía había hablado.
El peliblanco dejó que la vampiresa hablase, asintiendo o negando en los momentos en los que se requería su intervención. Sin embargo, no pudo evitar intervenir cuando la propia Iluna se acercó a ellos para increparles por su presencia.
- Quitadles las armas- ordenó la monarca, dando dos pasos hacia ellos- Jawz puede estar tramando algo. Al menor movimiento extraño –añadió con falsa dulzura- matadlos.
- ¿Jawz? –preguntó el elfo con fingida sorpresa- ¿Acaso el señor de estas tierras no había perecido en Rume? Esas son las noticias que nos llegaron a Glath.
- Éstas tierras no tienen señor –fue la respuesta de la colérica mujer- No uno al menos, hasta que sea yo quien gobierne. Jawz sigue con vida, por poco tiempo, espero. ¿Cómo conoces ese nombre, elfo?
- Nos topamos con refuerzos no muy lejos de esta zona -intervino Caoimhe, percatándose quizás de la incomodidad del elfo ante las preguntas directas.
- No somos espías. Nunca hemos visto al tal Jawz –respondió el propio Tarek con sinceridad, pues aquella era la única forma de quedar liberado del impulso del colgante.
- ¿Qué ha ocurrido en Glath? –preguntó entonces la falsa reina, antes de chasquear los dedos para indicar a sus soldados que los despojasen de sus armas- Pero no voy a negar a quienes lucharon por la libertad de ésta tierra bajo mi mando una sepultura digna. Podéis enterrarlos.
- Glath fue asolado por un grupo de mercenarios, Los Paica –respondió el elfo, al tiempo que la vampiresa se agarraba a él, en fingida muestra de debilidad. Intentando que los soldados no la despojasen de sus armas- En el fragor de la batalla una niña perdió la vida y la hechicera del lugar conjuró una maldición para salvarla. Aquello provocó una repetición sin fin de la misma noche. Como ha dicho Cao... mi amada, nos vimos envueltos en aquel caos durante once noches. Nada restó del pueblo tras la última de ellas. Los Paica han sido destruidos -negando con la cabeza, se dirigió de nuevo a la líder del grupo- Enterraremos a vuestros muertos, por eso os pido que me dejéis conservar la herramienta que porto. Nos ayudará a romper la superficie para poder depositar a los muertos bajo tierra.
Illuna observó con interés las manos entrelazadas de la vampiresa, que se asían al bíceps del elfo. Una extraña sonrisa surcó su rostro, como si algún tipo de perturbada idea hubiese cruzado su mente.
- De acuerdo –aceptó finalmente- La entregarás cuando finalicéis.
“Como si fueses a volver a vernos”, pensó el elfo para si, mientras la veía partir. Tras ella, cuatro soldados permanecieron, atentos a cada uno de sus gestos. Los escoltaron a través del improvisado campamento, rumbo a lo que había sido el campo de batalla. Cientos de cuerpos teñían de color el hielo y la nieve que cubría la tierra. El oscuro carmesí de la sangre, destacando sobre todo lo demás.
- Nuestra guardia lleva uniformes azules. Al resto podéis dejarlos –indicó uno de los hombres con cara circunspecta. Parecían desear estar en cualquier sitio antes que en aquel lugar, que probablemente traía a sus mentes oscuros sucesos.
El frío y la humedad había calado en sus huesos, cuando levantaron el vigésimo cadáver de aquel congelado suelo. El pobre individuo había muerto con los ojos abiertos y su mirada se había tornado opaca, no solo por la falta de vida, sino por la congelación de los orbes oculares. Estaba rígido, como todos los anteriores, congelado en la misma posición para la eternidad. ¿Estaría alguien esperando su regreso? Ese era el problema de los humanos, su constante necesidad de guerra, de sacrificar a los de su propia especie, como si se tratase de una forma de diezmar su número. Tarek suspiró con hastío y un ligero carraspeo lo sacó de su ensimismamiento. Caoimhe lo miraba con intensidad.
- Sabes, esto me recuerda a Sandorai –le dijo ella, de repente- ¿Recuerdas cuando nuestro amigo quiso dar el espectáculo? Pues bien… no me gusta la obra –mirándolo de manera inquisitiva, añadió- Yo sé que quizás tu buscabas la moraleja o algo así… por lo que si Sandorai no está entre las opciones… -dejó la frase a medio terminar y el elfo la observó, con una ceja alzada, como si acabase de crecerle un cuerno en medio de la frente. Dedicando una furtiva mirada a los guardias, decidió seguirle el juego.
- Al menos en Sandorai el espectáculo era digno de ver -tomando por los pies y los brazos al siguiente cadáver, lo colocaron sobre los restos del anterior- Aunque en ambos casos acabé en un lugar que no deseaba y sin razones para quedarme.
- ¡Eh! -uno de los guardas llamó su atención- ¿Qué mascullais ahí? –el elfo le dirigió una calmada sonrisa.
- Comentaba a mi amada, que la veo especialmente pálida –respondió con rapidez- Me preocupa que no se encuentre bien.
Como impelida por sus palabras, Caoimhe se sentó en el suelo, con gesto vacilante, buscando las manos de Tarek
-Sin duda no… yo no… -caminando con paso inseguro, se acercó a él- no me encuentro bien… quizás es la pla… -con un gesto digno de la mejor de las actrices, cayó desfallecida entre los brazos del elfo.
Unos murmullos se escucharon cerca de ellos y Tarek observó a un grupo de campesinos, probablemente llegados a aquel lugar con la propia Iluna, observándolos con temor. El murmullo se volvió más fuerte en apenas unos segundos, hasta que un grito desgarró el aire.
- Glath estaba llena de tumbas... -comentó Tarek sin acabar la frase, con expresión preocupada.
- LA PLAGA –gritaron algunos campesinos, alejándose asustados de la chica.
A pesar de los intentos de la guardia por detener la histeria, la situación pronto se descontroló y gritos de “la plaga” se propagaron por todo el lugar. Con una seca orden se los llevaron a ambos del lugar. Manteniendo las distancias con el elfo y la vampiresa, los condujeron hasta una tienda cercana, donde Tarek depositó a la “desfallecida” chica sobre un camastro. Al tratar de volverse para hablar con los guardias, estos lo amenazaron con sus armas, para que no se acercase.
- Debemos informar a nuestra señora -comentó uno de ellos, mirándolos con inquietud- Si se extiende la plaga, será un problema.
Un tercer guardia, que probablemente había ido a informar a su monarca, los miró con temor y nerviosismo, antes de dirigirse entre susurros a sus compañeros, lanzando miradas furtivas a los dos foráneos. Era ahora o nunca. Con un último vistazo a la desfallecida figura de la vampiresa, Tarek tomó un pequeño vial de su cinturón. Con paso lento pero seguro, se acercó al grupo de guardias que, cuando se percataron de su presencia, retrocedieron, olvidando que todavía portaban sus armas.
- Es una plaga terrible –comentó el elfo, con calma- Cuando te afecta, es como si pequeñas alimañas te corroyeran desde dentro. En Glath la gente perdía la piel, dejando a la vista músculos y tendones. Y aun así, eran incapaces de dejar de rascarse. Esos rostros descarnados... ¿podéis imaginároslo? El dolor, la desesperación...
Los hombres lo miraron con espanto. Cubriéndose el rostro con el cuello de la casaca, rompió el pequeño vial a sus pies. La negra nube que surgió del frasco inundó toda la estancia y el elfo contuvo la respiración. El efecto duró apenas unos segundos, pero la locura que se instaló en los ojos de los tres hombres fue indicio suficiente de que su plan había surtido efecto. Pesadilla embotellada [1], debía agradecerle algún día a Cohen la eficacia de sus brebajes.
- Deberíais informar a los demás de las terribles consecuencias de la plaga –les dijo.
Los tres soldados entraron de inmediato en estado de paranoia y, como almas torturadas en el infierno, abandonaron la tienda, gritando que la plaga había llegado al campamento. Tarek se giró entonces para encarar a una sonriente y milagrosamente revitalizada Caoimhe.
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[1] Uso Pesadilla embotellada de mi inventario.
Tarek Inglorien
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Notó la mano cálida de Tarek interrumpiendo su sueño plácido. El carromato estaba en total oscuridad, y el cuerpo del hombre a un lado del de ella había estirado su agarre hasta encontrar su mano y presionarla de manera leve.
El sueño de Caoimhe era pocas veces profundo, por lo que tan solo el leve roce la hizo despertar y recordar de golpe donde se encontraba y con quién. La expresión del elfo a su lado era la de alguien cuyo sueño se había tornado en pesadilla y sus facciones, que a menudo mantenían un gesto severo, pero relajado, habían sido consumidas por el surco del miedo. O preocupación. Era difícil reconocerlo con seguridad, teniendo en cuenta que no había visto ninguna de ellas antes en su rostro.
Quizás fue la vulnerabilidad de aquel momento lo que la hizo aferrarse a la mano del chico de manera momentánea en vez de simplemente dejarse agarrar. Un gesto mínimo que quería decir: ‘Aquí estoy’. Como si aquello fuese a solventar lo que sea que le estaba provocando aquella reacción.
No duró demasiado, sin embargo, pues los ojos vivos de Tarek la sorprendieron y su mano pareció esparcirse con el gesto de un desperezo. Ella aprovechó para darle la espalda y acomodarse el cabello y el vestido en el que había dormido. Apretar de nuevo su corsé y ponerse las botas de viaje. Por un segundo dibujó en su mente la expresión tranquila de Tarek antes de asustarse en su sueño: El elfo no había dudado en acompañarla dentro del carromato. Pero sin duda a Caoimhe le sorprendió más su voz al pedirle que lo hiciese.
Aquellos 11 días juntos quizás habían forjado un vínculo al que Caoimhe no estaba acostumbrada. No sin sangre de por medio. No tan rápido y muchísimo, menos de manera tan bidireccional. O al menos aquello parecía.
La voz de Tarek justificando su despertar repentino la sacó de su ensimismamiento. Ella quería preguntarle sobre su pesadilla. Ahondar en los motivos por los que su rostro se había llenado de temor e incertidumbre. Pero no era el momento. Quizás nunca lo fuese. Y aquello, al fin y al cabo, estaba bien.
El aire fresco de la noche se llevó aquellos pensamientos en el momento justo en el que ambos salieron del carromato, bajo la atenta mirada de sus compañeros. Caoimhe casi podía leer el desapruebo en la cara de Nousis. Lo ignoró y se alegró al ver como a los pocos metros se alejaba del grupo en cuestión, dejándolos andar de manera silenciosa hasta que la inconfundible visión de la que imaginó era la Fortaleza de Jawz.
El gentío inconfundible de una Guerra incipiente los sorprendió también a medida que avanzaban hasta la ladera de la colina donde se posaba aquella Fortaleza. Caoimhe se preguntó de pronto que hacían ellos allí y si estaba dispuesta a sacrificar su integridad por la de todos aquellos que ahora la acompañaban. Su respuesta era bastante obvia. Pero siguió caminando un poco.
Tarek pronunció la pregunta que surcaba su mente desde hacía unos minutos, y Reike respondió apaciguando su incertidumbre con poco éxito.
-Deberíamos trabajar rápido entonces- dijo la vampiresa apurando un plan que ella misma estaba trazando en su cabeza- No creo que los soldados piensen que venimos en son de paz. Puedo oler la sangre y el sudor de la batalla desde hace millas -dijo, tragando saliva para aliviar su sed.
Eleandris, a su lado, notó la ironía e impaciencia en sus palabras y reaccionó con el mismo tono que había usado con ella desde que sus caminos se cruzasen en aquel bosque meses atrás, preguntándole como de fuerte era el olor de aquella sangre.
-Para saberlo con exactitud tendrías que apartarte como 700 metros. Tu ‘Frescor de pino’ hace de pantalla-. Alzó el labio superior dedicándole un gesto despectivo a Eleandris.
-La anciana loca que nos estuvo reteniendo durante días en las tierras de Glath nos dio explicaciones específicas de los motivos de esta Guerra. Información privilegiada que podía aderezar con palabras bonitas aquí y allá para intentar obtener información.
El sonido del aleteo de un dragón interrumpió, sin embargo, sus acciones y captó la atención de los presentes.
-Espero que sepas gruñir- dijo esta vez sonriendo y de nuevo dirigiéndose a Eleandris- porque creo que tendremos también que ganarnos la confianza de ese dragón. No te preocupes, con suerte, y como última instancia nuestra presencia será distracción suficiente como para que vosotros os coléis en la Fortaleza, quizás y ver las cosas desde otro ángulo—añadió tirando de Tarek de manera sutil. Si había una posibilidad de escapar de allí, no iba a dejarlo atrás.
Una veintena de soldados se acercaron de manera poco amigable a recibirlos en el momento en el que decidieron despegarse del grupo y acercarse a Lady Ice. Escuchó en un susurro como Tarek a su lado se cuestionaba si tenía un plan. Le dedicó una media sonrisa misteriosa. La paciencia no era un atributo común en los elfos parecía. Aunque entendía bien en lugar de ansiedad del que provenía aquella pregunta.
Los soldados los rodearon y exigieron saber quienes eran.
-Somos el producto del mismo resultado que el vuestro en tierras de Glath- dijo Caoimhe de manera segura su cara, alzándose frente al metal de aquellas espadas que le imposibilitaban el paso y los mantenían alejado de la reina de hielo. - El hambre nos atañe y estamos cansados de guerra. Quizás podemos prestaros servicio con vuestros muertos a cambio de pan y un techo donde cobijarnos esta noche- añadió la chica.
Por toda respuesta, la mujer mandó a quitarles las armas. Tarek cuestionó el vasallaje de aquellas tierras y la reina del hielo le contestó de la misma manera que su presencia hacía sentir. El frío recorriéndoles. Sin embargo, su voz se tiñó de un deje de curiosidad al que ella misma no pudo evitar contestar interrumpiendo a su compañero.
-Nos topamos con refuerzos no muy lejos de esta zona- dijo agarrandoel brazo de Tarek, fingiendo un miedo y desprotección que solo el agarre de su falsa pareja improvisada podía apaciguar. Aunque ni aquello ni las explicaciones detalladas de Tarek consiguieron apaciguar a la reina de hielo, quien los acusó de ser espías.
-¿Por qué vendríamos a espiar una batalla que ya está vencida?- dijo Caoimhe consternada- Os hemos dicho que estamos cansados de luchar en Glath. Que hemos roto un hechizo que nos ha tenido en vigilia cerca de 11 noches y que si no acabáis con Jawz me temo que correréis la misma suerte que ellos.
La mezcla de explicaciones de ambos pareció convencer de manera parcial a la mujer, quien esperaba que dejasen las armas a un lado, pero aceptó sus aparentemente inocentes acciones.
-Espero por vuestro bien que no me la perdáis- dijo Caoimhe dejando a un lado de manera cuidadosa su espada- Es la única ayuda que conservo para protegerme de daños ajenos en caminos solitarios cuando mi amado no está conmigo.- añadió.
Uno de los soldados inspeccionó con curiosidad el guante de metal de Caoimhe. Esta se lo quitó dejando ver la cicatriz que desfiguraba su mano en la palma y torso.- Tan solo es un trozo de metal- dijo la chica casi en un susurro fingiendo vergüenza. – La uso para conservar un poco de dignidad- dijo, apenada.
El hombre asintió y la dejó volver a ponerse su guantelete.
Ambos se dispusieron entonces a realizar la tarea que ellos mismos se habían encomendado de manera silenciosa. La expresión de Tarek muy similar a aquella que lo había despertado hacía unas horas de su sueno placentero. Caoimhe recorrió los ojos ilusionados del elfo, mostrándole de alguna manera las luces de Sandorai apenas hacía unos meses. Como había cambiado tanto la percepción de aquel elfo en su mente desde entonces.
Los días parecían haberse convertido en años y las semanas anteriores a aquella situación en la que ambos alzaban cadáveres helados y con rostros perdidos distaba mucho de la calidez que, pese a la situación en la que se habían conocido, había sentido en Sandorai.
La vampiresa buscó la mirada del chico hasta encontrarla y llenarse de ella. Sonrió de manera distraída mientras elegía las palabras que iba a usar:
-¿Sabes, esto me recuerda a Sandorai- dijo- Recuerdas cuando nuestro amigo quiso dar el espectáculo? Pues bien… no me gusta la obra- dijo casi segura de que Tarek comenzaba a entenderla- Yo sé que tú buscabas moraleja o algo así… por lo que si Sandorai no está entre las opciones…
La expresión de Tarek era más consternada que confundida, pero sus palabras ante las increpancias del guardia que los estaba escuchando hablar confirmó a la vampiresa que de hecho Tarek la había entendido a la perfección.
-Sin duda no… yo no… no me encuentro bien. Quizás es la pla…- Caminó con paso inestable hasta donde se encontraba Tarek. Hizo un amago de dar un paso en vano, quizás el último hasta su amado improvisado y con la certitud inequívoca de que él la agarraría, se dejó caer: Mitad de su cuerpo en sus manos, mitad en el suelo.
Tarek se ayudó como pudo a bajar el cuerpo de Caoimhe hasta el lugar que le indicó uno de los guardias que se mantenía custodiando el trabajo de ambos. Para cuando alcanzaron la pequeña tienda improvisada, la noticia de un posible foco de plaga en el campamento se había extendido como la pólvora.
La plaga había causado estragos en años anteriores en ciudades mucho más grandes que aquella que custodiaba aquella Fortaleza. Posiblemente, la nieve y el frío les había cobijado de los efectos de aquella pandemia, pero las repercusiones de lo que aquella enfermedad involucraba era temido por todos y bien esparcido por todo Aerandir. Cualquier posibilidad, por poco factible que pudiese parecer, aterraba a aquellos que la habían vivido de cerca y habían sido afortunados como para sobrevivirla.
Tres hombres los acompañaban y ayudaron a Caoimhe a posicionarse de manera acomodada en una hamaca que hacía de cama. Uno de ellos, visiblemente afectado por la posibilidad de ser contagiado, tapaba su boca con su brazo y casi caminaba de espaldas, incrementando el espacio entre él, sus compañeros y los demás.
Tarek actuó de pronto de manera rápida y certera, des embotellando el contenido de una poción que Caoimhe conocía bastante bien, pues ella misma la había usado en un par de ocasiones. El efecto fue inmediato y a la paranoia creciente se le unió la visión certera de aquello que Tarek describía y que hizo que tras unos forcejeos uno de los guardias solo fuese quien quedase custodiándolos.
--Espera… no…- Dijo uno de los otros dos agarrando la armadura del que había salido de la tienda primero--- No es justo, yo tengo hijos, tú te dedicas a acostarte con prostitutas todas las noches y además…-
Dio un empujón al tercero y ambos dos se quedaron finalmente en la sala.
Uno de ellos caminó sin rumbo durante un par de segundos, algo preocupado y aún molesto por haber perdido su oportunidad de no estar cerca de una infectada. El otro quedó posicionado cerca de donde Caoimhe yacía, casi desfallecida, como abrumado por lo que estaba viviendo.
Como si de una pesadilla se acabase de levantar, la vampiresa se incorporó sobre sí misma, tosiendo de manera violenta y apoyando su cuerpo menudo en uno de los brazos del hombre. Sus brazos, agitándose con cada tos, camuflaron de manera acertada su acción con uno de los dedos del guantelete en su mano izquierda. Una sutil herida poco profunda, pero lo suficiente como para que la sangre de aquel hombre entrase en su contacto
-Oh, no…- dijo la mujer incorporándose y mirando al hombre con la cara desencajada- Creo… Me temo que es demasiado tarde para ti…[1] A menos que…- Miro a Tarek de soslayo- A menos que puedas obtener un remedio vosotros mismos: Parte de la cabellera de Jawz- añadió. – Sus propiedades parecen ser bastante amplias y se dice que el cabello negro y largo está presente en todos sus esbirros. ¡Quizás podáis encontrar a alguien con esas características, de hecho… creo que había alguien similar a esa descripción en el grupo que venía caminando tras nuestros pasos… de hecho… me pregunto si fue el quién me infectó a mí!- Caoimhe se levantó de la cama y tambaleándose se agarró a Tarek con una angustia fingida ante sus palabras- Tú deberías apresurarte antes de qué… Bueno, antes de que te consuma entero- dijo y abrazó a Tarek en un acto final de desasosiego.
La piel de aquel soldado comenzó a abrirse en heridas primero poco profundas como pústulas y vesículas que a menudo que el tiempo iba avanzando se convertían en úlceras. El hombre comenzó a agitar sus manos y brazos de manera desesperada, como intentando deshacerse de aquellas heridas, pero ello hizo que el avance del efecto del encantamiento de Caoimhe fuese más rápido, sangre esparciéndose por todos lados.
La visión de su compañero ensangrentado y gritando de dolor causó pavor en el otro soldado quien salió de la tienda despavorida, seguido por el segundo quien dejó un reguero de sangre tras él.
Caoimhe se apartó de Tarek en el momento en el que ambos habían salido de la tienda. Ni siquiera pensó que la cercanía fingida sé su actuación podría haber molestado a su amigo. Así que cuando se percató se aclaró la garganta y comenzó con su argumento en tono jocoso:
-Lo siento- dijo-Como sabes me debo a mi público y quería dejar este estúpido lugar al menos recibiendo una ovación.- se adecentó por un segundo y buscó entre la tienda un parte de la tela que la cubriese algo más suelta por la parte trasera del habitáculo. - Por supuesto no es la ovación que esperaba… Pero espero que no nos pidan un encore- dijo y alzó la tela dejando ver un hueco por el que ambos escaparon.
Caoimhe se giró sobre sí misma en una Carrera que Tarek siguió, ambos ocultos entre las distintas tiendas de los alrededores y el pánico en el que habían entrado el resto de los militantes que aún seguían vivos. Un escudero no más alto que la cadera de Caoimhe gritaba mientras avanzaba de aquí para allá, cargando a duras penas con la espada de Caoimhe.
Esta lo paró en seco en su carrera, tiró del mango de su arma y como efecto rebote golpeó la cabeza del muchacho que quedó noqueado en el suelo.
Miró a Tarek cuya expresión de desaprobación esperó encontrar. En su lugar, la indiferencia ante aquella acción la alegro y preocupó a partes iguales.
Caminaron sigilosos en dirección contraria a la avalancha de gente asustada, camuflándose de manera ágil Tarek entre la vegetación y tierras y Caoimhe entre las sombras.
Tan solo cuando la Fortaleza tras ello no era más que un edificio grande en la lejanía, dejaron de correr y comenzaron a caminar, reuniéndose de nuevo ambos.
-Sabes- dijo en tono burlón, continuando con la dinámica que habían comenzado delante de los guardias, recuperando su aliento después del ejercicio de la carrera- ¿Qué te parecería trabajar para mí?- dijo. Se giró a mirarlo y sus ojos verdes le hicieron reconsiderar su propuesta- -Quiero decir… junto a mí- corrigió.- -Podría… podríamos negociar el pago, querido- dijo aquella última palabra de modo teatral mientras daba un codazo afectuoso y le guiñaba un ojo a su amigo.
Ambos rieron entonces con unas carcajadas nerviosa fruto del estrés que acababan de solventar. El sonido hizo sombre a sus pasos y se disipó mientras caminaban, dejando caos tras ellos.
El sueño de Caoimhe era pocas veces profundo, por lo que tan solo el leve roce la hizo despertar y recordar de golpe donde se encontraba y con quién. La expresión del elfo a su lado era la de alguien cuyo sueño se había tornado en pesadilla y sus facciones, que a menudo mantenían un gesto severo, pero relajado, habían sido consumidas por el surco del miedo. O preocupación. Era difícil reconocerlo con seguridad, teniendo en cuenta que no había visto ninguna de ellas antes en su rostro.
Quizás fue la vulnerabilidad de aquel momento lo que la hizo aferrarse a la mano del chico de manera momentánea en vez de simplemente dejarse agarrar. Un gesto mínimo que quería decir: ‘Aquí estoy’. Como si aquello fuese a solventar lo que sea que le estaba provocando aquella reacción.
No duró demasiado, sin embargo, pues los ojos vivos de Tarek la sorprendieron y su mano pareció esparcirse con el gesto de un desperezo. Ella aprovechó para darle la espalda y acomodarse el cabello y el vestido en el que había dormido. Apretar de nuevo su corsé y ponerse las botas de viaje. Por un segundo dibujó en su mente la expresión tranquila de Tarek antes de asustarse en su sueño: El elfo no había dudado en acompañarla dentro del carromato. Pero sin duda a Caoimhe le sorprendió más su voz al pedirle que lo hiciese.
Aquellos 11 días juntos quizás habían forjado un vínculo al que Caoimhe no estaba acostumbrada. No sin sangre de por medio. No tan rápido y muchísimo, menos de manera tan bidireccional. O al menos aquello parecía.
La voz de Tarek justificando su despertar repentino la sacó de su ensimismamiento. Ella quería preguntarle sobre su pesadilla. Ahondar en los motivos por los que su rostro se había llenado de temor e incertidumbre. Pero no era el momento. Quizás nunca lo fuese. Y aquello, al fin y al cabo, estaba bien.
El aire fresco de la noche se llevó aquellos pensamientos en el momento justo en el que ambos salieron del carromato, bajo la atenta mirada de sus compañeros. Caoimhe casi podía leer el desapruebo en la cara de Nousis. Lo ignoró y se alegró al ver como a los pocos metros se alejaba del grupo en cuestión, dejándolos andar de manera silenciosa hasta que la inconfundible visión de la que imaginó era la Fortaleza de Jawz.
El gentío inconfundible de una Guerra incipiente los sorprendió también a medida que avanzaban hasta la ladera de la colina donde se posaba aquella Fortaleza. Caoimhe se preguntó de pronto que hacían ellos allí y si estaba dispuesta a sacrificar su integridad por la de todos aquellos que ahora la acompañaban. Su respuesta era bastante obvia. Pero siguió caminando un poco.
Tarek pronunció la pregunta que surcaba su mente desde hacía unos minutos, y Reike respondió apaciguando su incertidumbre con poco éxito.
-Deberíamos trabajar rápido entonces- dijo la vampiresa apurando un plan que ella misma estaba trazando en su cabeza- No creo que los soldados piensen que venimos en son de paz. Puedo oler la sangre y el sudor de la batalla desde hace millas -dijo, tragando saliva para aliviar su sed.
Eleandris, a su lado, notó la ironía e impaciencia en sus palabras y reaccionó con el mismo tono que había usado con ella desde que sus caminos se cruzasen en aquel bosque meses atrás, preguntándole como de fuerte era el olor de aquella sangre.
-Para saberlo con exactitud tendrías que apartarte como 700 metros. Tu ‘Frescor de pino’ hace de pantalla-. Alzó el labio superior dedicándole un gesto despectivo a Eleandris.
-La anciana loca que nos estuvo reteniendo durante días en las tierras de Glath nos dio explicaciones específicas de los motivos de esta Guerra. Información privilegiada que podía aderezar con palabras bonitas aquí y allá para intentar obtener información.
El sonido del aleteo de un dragón interrumpió, sin embargo, sus acciones y captó la atención de los presentes.
-Espero que sepas gruñir- dijo esta vez sonriendo y de nuevo dirigiéndose a Eleandris- porque creo que tendremos también que ganarnos la confianza de ese dragón. No te preocupes, con suerte, y como última instancia nuestra presencia será distracción suficiente como para que vosotros os coléis en la Fortaleza, quizás y ver las cosas desde otro ángulo—añadió tirando de Tarek de manera sutil. Si había una posibilidad de escapar de allí, no iba a dejarlo atrás.
Una veintena de soldados se acercaron de manera poco amigable a recibirlos en el momento en el que decidieron despegarse del grupo y acercarse a Lady Ice. Escuchó en un susurro como Tarek a su lado se cuestionaba si tenía un plan. Le dedicó una media sonrisa misteriosa. La paciencia no era un atributo común en los elfos parecía. Aunque entendía bien en lugar de ansiedad del que provenía aquella pregunta.
Los soldados los rodearon y exigieron saber quienes eran.
-Somos el producto del mismo resultado que el vuestro en tierras de Glath- dijo Caoimhe de manera segura su cara, alzándose frente al metal de aquellas espadas que le imposibilitaban el paso y los mantenían alejado de la reina de hielo. - El hambre nos atañe y estamos cansados de guerra. Quizás podemos prestaros servicio con vuestros muertos a cambio de pan y un techo donde cobijarnos esta noche- añadió la chica.
Por toda respuesta, la mujer mandó a quitarles las armas. Tarek cuestionó el vasallaje de aquellas tierras y la reina del hielo le contestó de la misma manera que su presencia hacía sentir. El frío recorriéndoles. Sin embargo, su voz se tiñó de un deje de curiosidad al que ella misma no pudo evitar contestar interrumpiendo a su compañero.
-Nos topamos con refuerzos no muy lejos de esta zona- dijo agarrandoel brazo de Tarek, fingiendo un miedo y desprotección que solo el agarre de su falsa pareja improvisada podía apaciguar. Aunque ni aquello ni las explicaciones detalladas de Tarek consiguieron apaciguar a la reina de hielo, quien los acusó de ser espías.
-¿Por qué vendríamos a espiar una batalla que ya está vencida?- dijo Caoimhe consternada- Os hemos dicho que estamos cansados de luchar en Glath. Que hemos roto un hechizo que nos ha tenido en vigilia cerca de 11 noches y que si no acabáis con Jawz me temo que correréis la misma suerte que ellos.
La mezcla de explicaciones de ambos pareció convencer de manera parcial a la mujer, quien esperaba que dejasen las armas a un lado, pero aceptó sus aparentemente inocentes acciones.
-Espero por vuestro bien que no me la perdáis- dijo Caoimhe dejando a un lado de manera cuidadosa su espada- Es la única ayuda que conservo para protegerme de daños ajenos en caminos solitarios cuando mi amado no está conmigo.- añadió.
Uno de los soldados inspeccionó con curiosidad el guante de metal de Caoimhe. Esta se lo quitó dejando ver la cicatriz que desfiguraba su mano en la palma y torso.- Tan solo es un trozo de metal- dijo la chica casi en un susurro fingiendo vergüenza. – La uso para conservar un poco de dignidad- dijo, apenada.
El hombre asintió y la dejó volver a ponerse su guantelete.
Ambos se dispusieron entonces a realizar la tarea que ellos mismos se habían encomendado de manera silenciosa. La expresión de Tarek muy similar a aquella que lo había despertado hacía unas horas de su sueno placentero. Caoimhe recorrió los ojos ilusionados del elfo, mostrándole de alguna manera las luces de Sandorai apenas hacía unos meses. Como había cambiado tanto la percepción de aquel elfo en su mente desde entonces.
Los días parecían haberse convertido en años y las semanas anteriores a aquella situación en la que ambos alzaban cadáveres helados y con rostros perdidos distaba mucho de la calidez que, pese a la situación en la que se habían conocido, había sentido en Sandorai.
La vampiresa buscó la mirada del chico hasta encontrarla y llenarse de ella. Sonrió de manera distraída mientras elegía las palabras que iba a usar:
-¿Sabes, esto me recuerda a Sandorai- dijo- Recuerdas cuando nuestro amigo quiso dar el espectáculo? Pues bien… no me gusta la obra- dijo casi segura de que Tarek comenzaba a entenderla- Yo sé que tú buscabas moraleja o algo así… por lo que si Sandorai no está entre las opciones…
La expresión de Tarek era más consternada que confundida, pero sus palabras ante las increpancias del guardia que los estaba escuchando hablar confirmó a la vampiresa que de hecho Tarek la había entendido a la perfección.
-Sin duda no… yo no… no me encuentro bien. Quizás es la pla…- Caminó con paso inestable hasta donde se encontraba Tarek. Hizo un amago de dar un paso en vano, quizás el último hasta su amado improvisado y con la certitud inequívoca de que él la agarraría, se dejó caer: Mitad de su cuerpo en sus manos, mitad en el suelo.
Tarek se ayudó como pudo a bajar el cuerpo de Caoimhe hasta el lugar que le indicó uno de los guardias que se mantenía custodiando el trabajo de ambos. Para cuando alcanzaron la pequeña tienda improvisada, la noticia de un posible foco de plaga en el campamento se había extendido como la pólvora.
La plaga había causado estragos en años anteriores en ciudades mucho más grandes que aquella que custodiaba aquella Fortaleza. Posiblemente, la nieve y el frío les había cobijado de los efectos de aquella pandemia, pero las repercusiones de lo que aquella enfermedad involucraba era temido por todos y bien esparcido por todo Aerandir. Cualquier posibilidad, por poco factible que pudiese parecer, aterraba a aquellos que la habían vivido de cerca y habían sido afortunados como para sobrevivirla.
Tres hombres los acompañaban y ayudaron a Caoimhe a posicionarse de manera acomodada en una hamaca que hacía de cama. Uno de ellos, visiblemente afectado por la posibilidad de ser contagiado, tapaba su boca con su brazo y casi caminaba de espaldas, incrementando el espacio entre él, sus compañeros y los demás.
Tarek actuó de pronto de manera rápida y certera, des embotellando el contenido de una poción que Caoimhe conocía bastante bien, pues ella misma la había usado en un par de ocasiones. El efecto fue inmediato y a la paranoia creciente se le unió la visión certera de aquello que Tarek describía y que hizo que tras unos forcejeos uno de los guardias solo fuese quien quedase custodiándolos.
--Espera… no…- Dijo uno de los otros dos agarrando la armadura del que había salido de la tienda primero--- No es justo, yo tengo hijos, tú te dedicas a acostarte con prostitutas todas las noches y además…-
Dio un empujón al tercero y ambos dos se quedaron finalmente en la sala.
Uno de ellos caminó sin rumbo durante un par de segundos, algo preocupado y aún molesto por haber perdido su oportunidad de no estar cerca de una infectada. El otro quedó posicionado cerca de donde Caoimhe yacía, casi desfallecida, como abrumado por lo que estaba viviendo.
Como si de una pesadilla se acabase de levantar, la vampiresa se incorporó sobre sí misma, tosiendo de manera violenta y apoyando su cuerpo menudo en uno de los brazos del hombre. Sus brazos, agitándose con cada tos, camuflaron de manera acertada su acción con uno de los dedos del guantelete en su mano izquierda. Una sutil herida poco profunda, pero lo suficiente como para que la sangre de aquel hombre entrase en su contacto
-Oh, no…- dijo la mujer incorporándose y mirando al hombre con la cara desencajada- Creo… Me temo que es demasiado tarde para ti…[1] A menos que…- Miro a Tarek de soslayo- A menos que puedas obtener un remedio vosotros mismos: Parte de la cabellera de Jawz- añadió. – Sus propiedades parecen ser bastante amplias y se dice que el cabello negro y largo está presente en todos sus esbirros. ¡Quizás podáis encontrar a alguien con esas características, de hecho… creo que había alguien similar a esa descripción en el grupo que venía caminando tras nuestros pasos… de hecho… me pregunto si fue el quién me infectó a mí!- Caoimhe se levantó de la cama y tambaleándose se agarró a Tarek con una angustia fingida ante sus palabras- Tú deberías apresurarte antes de qué… Bueno, antes de que te consuma entero- dijo y abrazó a Tarek en un acto final de desasosiego.
La piel de aquel soldado comenzó a abrirse en heridas primero poco profundas como pústulas y vesículas que a menudo que el tiempo iba avanzando se convertían en úlceras. El hombre comenzó a agitar sus manos y brazos de manera desesperada, como intentando deshacerse de aquellas heridas, pero ello hizo que el avance del efecto del encantamiento de Caoimhe fuese más rápido, sangre esparciéndose por todos lados.
La visión de su compañero ensangrentado y gritando de dolor causó pavor en el otro soldado quien salió de la tienda despavorida, seguido por el segundo quien dejó un reguero de sangre tras él.
Caoimhe se apartó de Tarek en el momento en el que ambos habían salido de la tienda. Ni siquiera pensó que la cercanía fingida sé su actuación podría haber molestado a su amigo. Así que cuando se percató se aclaró la garganta y comenzó con su argumento en tono jocoso:
-Lo siento- dijo-Como sabes me debo a mi público y quería dejar este estúpido lugar al menos recibiendo una ovación.- se adecentó por un segundo y buscó entre la tienda un parte de la tela que la cubriese algo más suelta por la parte trasera del habitáculo. - Por supuesto no es la ovación que esperaba… Pero espero que no nos pidan un encore- dijo y alzó la tela dejando ver un hueco por el que ambos escaparon.
Caoimhe se giró sobre sí misma en una Carrera que Tarek siguió, ambos ocultos entre las distintas tiendas de los alrededores y el pánico en el que habían entrado el resto de los militantes que aún seguían vivos. Un escudero no más alto que la cadera de Caoimhe gritaba mientras avanzaba de aquí para allá, cargando a duras penas con la espada de Caoimhe.
Esta lo paró en seco en su carrera, tiró del mango de su arma y como efecto rebote golpeó la cabeza del muchacho que quedó noqueado en el suelo.
Miró a Tarek cuya expresión de desaprobación esperó encontrar. En su lugar, la indiferencia ante aquella acción la alegro y preocupó a partes iguales.
Caminaron sigilosos en dirección contraria a la avalancha de gente asustada, camuflándose de manera ágil Tarek entre la vegetación y tierras y Caoimhe entre las sombras.
Tan solo cuando la Fortaleza tras ello no era más que un edificio grande en la lejanía, dejaron de correr y comenzaron a caminar, reuniéndose de nuevo ambos.
-Sabes- dijo en tono burlón, continuando con la dinámica que habían comenzado delante de los guardias, recuperando su aliento después del ejercicio de la carrera- ¿Qué te parecería trabajar para mí?- dijo. Se giró a mirarlo y sus ojos verdes le hicieron reconsiderar su propuesta- -Quiero decir… junto a mí- corrigió.- -Podría… podríamos negociar el pago, querido- dijo aquella última palabra de modo teatral mientras daba un codazo afectuoso y le guiñaba un ojo a su amigo.
Ambos rieron entonces con unas carcajadas nerviosa fruto del estrés que acababan de solventar. El sonido hizo sombre a sus pasos y se disipó mientras caminaban, dejando caos tras ellos.
Off:
[1] Maceración [Mágica] [1 uso] Al contacto con la sangre de su adversario, Caoimhe potencia una reacción en cadena en el cuerpo del mismo donde la sangre de este comienza a quemar, causando daño en forma de pequeñas úlceras que durante el primer turno irán abriéndose poco a poco dificultando las habilidades del contrincante y el Segundo emanará sangre de manera incapacitante si no son curadas.
Caoimhe
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Cuando advirtió la tenue claridad del alba que lograba colarse bajo la puerta se levantó del improvisado lecho y con cautela, para no despertar a quienes compartían el habitáculo, salió del carromato. Siendo consciente de que la vampiresa dormía dentro, hizo el mayor esfuerzo por que el espacio abierto fuera el mínimamente necesario para poder deslizarse hacia el exterior, tapando la luz con su propio cuerpo y cerrando nuevamente tras de sí. Una vez fuera, tras comprobar que ante los ojos comunes la mañana todavía resultaría sombría, estiró los brazos por encima de la cabeza y terminó de desperezarse.
Esperando que los planes no hubieran cambiado y la partida fuera temprana, según lo acordado, quiso comprobar el estado del caballo y si continuaba respondiendo a los efectos del encantamiento de la daga, mostrándose dócil en su presencia. Luciendo descansado, el equino pastaba tranquilamente junto al carromato, sin mostrar el mínimo interés por lo que ocurriese a su alrededor. Entretanto que acariciaba sus crines con suavidad, esperando no incomodarlo, advirtió a su espalda el característico sonido del acero al chocar entre sí, interrumpiendo la quietud del amanecer. Entonces reparó en la presencia de Eleandris, que había dispuesto un cazo sobre las brasas de la hoguera que aún quedaban prendidas y preparaba su equipamiento mientras esperaba que se calentara el desayuno. Tomó aire en un ligero suspiro hastiado y aguardó unos segundos, recapitulando la velada que dejaban atrás.
Tan inquieta y desconcertada como se había encontrado ante los varios e inesperados reencuentros, a cada cual más incómodo que el anterior, casi había actuado con la atención puesta en hacer lo que sabía hacer cuando no sabía qué hacer. *PUF* Encontrar una excusa para desaparecer. Desentenderse y marchar a dormir resultó ser la más coherente, dadas las circunstancias, de modo que no terminó de enterarse quién haría qué, cuándo y dónde. Sin embargo le fue fácil asumir que el elfo no esperaba encontrar un viaje tranquilo, a saber el destino. Y no era el hecho de procurar tener sus armas a punto, cualquiera lo haría dada la situación, sino la expresión de su rostro al hacerlo, que hablaba más allá. Finalmente comenzó a caminar hacia él hasta sentarse a su lado.
—Parece que tengas ganas de usarla.— comentó taciturna, a modo de saludo, señalando con un gesto de cabeza el arma que sostenía en sus manos.
—Buenos días. No, no mucha, pero siempre hay que estar preparado. ¿Qué tal has pasado la noche?
—Dando vueltas, la verdad. No veía el momento de que amaneciera.
Acompañando tan escueta respuesta, se encogió de hombros. A pesar del cansancio acumulado, no le había sido nada fácil conciliar el sueño al meterse en el carro. Sin dormir demasiado, más bien tenía la sensación de haber pasado la noche despierta, sumida en sus pensamientos, como si el estado de alerta en el que su mente se encontraba inmersa la hubiese mantenido en duermevela. Además de haberle llevado algo de tiempo dejar de darle vueltas a todo lo ocurrido durante el encuentro grupal. Perdió la cuenta de los bandazos sobre el lecho, tratando de obviar el rumor de las voces que traspasaban las paredes, enganchados sus pensamientos al sibilino comentario del tal Leo acerca de las revueltas que, al parecer, se estaban dando en los territorios más occidentales. Y no es que aquellas le importaran más que las acontecidas en tierras norteñas, tampoco menos, pero hacía tiempo que las primeras informaciones sobre los movimientos en los bosques vampíricos habían cruzado el continente y las preocupaciones por su avance habían hecho poso en ella, temiendo ahora que una mayor amenaza se hiciese eco y se expandiera más allá de los territorios a los que habían sido relegados los malditos. Bueno, igual sí que le importaba. Y aquella pareja, que decía comerciar con sal, parecía conocer los territorios como la palma de su mano y estar muy enterada de lo que ocurría en aquellos lares, incluso podría decirse que interesada. Siendo así, consideró que tal vez le fuera de provecho su servicio de transporte, más allá del mero trayecto.
Pero al pensar en ellos, el interés por conocer lo que sabían se fue desdibujando, pasando a segundo plano cuando su mente empezó a escudriñar el dónde o el cuándo había visto antes el rostro de la mujer que tan familiar se le hacía. Su acompañante había mencionado Ulmer, pero ella nunca había estado en aquellas tierras y únicamente había escuchado aquel nombre asociado a los bosques de los lican. Nana… Estaría bien preguntar a Lobo sobre ella la próxima vez que lo viera, asumiendo que aquel fuera su auténtico nombre. Y también sobre las informaciones que esperaba obtener sobre los movimientos más allá de las fronteras de Midgard.
El mapa que le mostraron se le había grabado en la retina, no habiendo visto antes un ejemplar mejor plasmado y tan detallado. Era la mejor composición de territorios conocidos y actuales que le habían puesto por delante, llegando a la conclusión del escaso bagaje que tenía ella en aquellas tierras. Apenas había podido diferenciar un puñado de villas y caminos que alguna vez recorrió, aunque claro, cuando una sólo piensa en salvar su vida deja poco espacio para la apreciación del paisaje que le rodea. Ni siquiera había oído hablar de las minas que se habían propuesto atravesar para dejar atrás los Reinos del Norte y con la mirada clavada en las maderas que hacían de techo había pasado un rato largo debatiéndose entre la convicción de ser aquella su mejor opción y la intrusiva, aunque plausible, idea de encontrar todo perfectamente dispuesto para una puñalada trapera en mitad de ninguna parte. Más cuando afuera se dejaban escuchar los murmullos de Nana ofreciéndole su mismo transporte a la vampiresa, de quien podía esperarse que conociera cada escondrijo, atajo o encrucijada en los bosques de la niebla.
No obstante, la preocupación duró poco cuando la vergüenza se abrió paso. En cuanto escuchó la voz de Caohime al otro lado, se le hizo presente la revelación compartida con los demás al momento de su encuentro. Pudo notar cómo el rubor volvía a tintar sus mejillas y sentía elevarse su temperatura corporal de nuevo, solo que esta vez pudo ocultarse bajo la manta, como si aquel gesto fuese a borrar de la existencia la inoportuna escena. Si bien era cierto que para entonces comprendía que aquel estallido de sinceridad sin censura se debió al efecto del colgante de Tarek, pensar en la imagen de su detallada desnudez dibujada en las mentes de los que allí se encontraron le había colocado en un lugar repleto de juicios autoinfundados, muy lejano a la comodidad. Por los Dioses, ¡si ni ella misma era consciente de cuántos lunares decoraban su piel! Al pensar en aquello sólo podía desear que le tragara la tierra. Y en aquellas, había sido la voz del mentado elfo, uniéndose a las últimas conversaciones que se mantenían junto al carromato, la que le había sacado del bochorno recreado en su mente.
Aunque no hubiera pronunciado palabra, la percepción de su cercana presencia le habría hecho abandonar todo pensamiento que resultara ajeno a la conversación que mantenían y que trató de escuchar con máxima atención. Fue entonces cuando se hizo consciente de la cercana relación que parecía haberse forjado entre él y la vampiresa, aunque prefirió ignorar la punzada que se hizo notar repentinamente en sus entrañas. Con todo y con eso, todavía no había sido capaz de deshacerse del nudo que se le agarraba en la garganta desde el instante mismo en que sus sorpresivas miradas se habían vuelto a encontrar y que apenas le había dejado articular palabra en su conversación. De manera inconsciente se llevó la mano a la boca del estómago, como si aquel gesto fuera a aliviar la angustiosa presión.
—Esta será la última vez que nuestros caminos se crucen. Cuando todo esto acabe me iré al norte. Mantente alejada de los Ojosverdes. Aunque Dhonara haya muerto, no fue la única que te vio venir a buscarme... Y te aseguro que me buscarán hasta en el último recoveco del continente.
Si tuviera que describir lo que habían provocado en ella tales palabras no habría sabido por dónde empezar. Dolor, por una herida de traición que todavía no había sanado, pese a ser consciente de las fuerzas superiores que forzaron los actos del elfo. Pena, o más bien compasión entremezclada con rabia y frustración, porque, pese a todo y aunque se esforzara, no podía desdibujar la imagen que se había formado de él a partir de las experiencias compartidas, ni el lugar de alta estima en el que sus vivencias lo habían colocado. Pensando en ello se cuestionó a sí misma, una vez más, sobre si no habría pecado de optimista con él y en las expectativas que se había generado. Y aun así, sintió cómo la preocupación le invadió al considerar mentalmente la última advertencia sobre los Ojosverdes.
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Como se me saltó un turno (cosa que fue consensuada porque no iba a poder contestar) voy a escribir mis dos post seguidos.
Aylizz Wendell
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Negó con la cabeza para sí cuando advirtió que se había quedado ensimismada en sus pensamientos, como si con aquel gesto fuera capaz de alejarlos y centrarse de nuevo en la conversación con el elfo que tenía delante.
—Espero que tú hayas descansado… Más si vas a necesitar todos los sentidos puestos en alerta.— añadió, tras las cavilaciones mentales. Acto seguido se inclinó hacia delante para remover un poco las brasas, en un intento por no parecer inquieta por la conversación. —¿Por qué luchar en una guerra que no es la tuya?— se decidió a preguntar, con voz neutra, aunque con una expresión en el rostro que denotaba un ligero inconformismo con sus planes.
—Las guerras ocurren porque los hombres buenos no actúan hasta que es demasiado tarde. Si abandono ahora, viendo lo que he visto en Rume y el estado de Glath, ¿puedo considerarme un buen hombre?
—Supongo que lo eres, si luchas en su guerra.— expuso tras considerar su pregunta un instante, sin acritud —Pero, ¿cómo lucharás en la de los elfos si en asuntos que nada tienen que ver...— sin terminar la frase, carraspeó la garganta —Pueden pasar muchas cosas. Y todo apunta a que el enemigo que enfrentareis no es poca cosa.— apartó los ojos del fuego un momento para mirarlo directamente. —He visto un ejército inmenso, Eleandris... Y la derrotada mirada de quien debería liderarlo, al verse sumido en la traición.— resopló con desagrado al pensar en Nipal —No entiendo qué os pasa por la cabeza...— y acompañó el comentario con una mirada de soslayo hacia donde estaban los demás, que poco a poco se habían ido poniendo en marcha.
—A veces luchar lejos del territorio en asuntos que poco o nada parece tener con nuestra lucha es más beneficioso de lo que aparenta. Si el conflicto permanece alejado de Sandorai, la devastación que asoló nuestra tierra no se repetirá. Y además eliminamos una posible amenaza. Y hay algo más que me impulsa a prestar servicio a estas gentes.— puntualizó —Creo que los dioses nos han reunido aquí por alguna razón.
—Espero que en ese intento de apaciguar, no te eliminen a ti.— expuso entonces, denotando mayor preocupación. Y ante su última apreciación, dejó escapar una irónica risita —Yo hace tiempo que dejé de buscarle explicación a lo que los Dioses nos deparan...— llevó la mirada al cielo, que ya clareaba por completo, a pesar de que el sol todavía no terminaba de sobrepasar el horizonte —Si estás firmemente convencido de lo que dices sólo me queda esperar que velen por ti. Y te permitan volver todo lo sano y salvo que sea posible…
—Entonces no te marches.— la sonrisa del elfo se tornó triste un instante, apenas perceptible —No planeo un enfrentamiento directo y me sentiría más seguro si la heroína que me ha salvado dos veces nos acompañara.— añadió en un tono más jocoso antes de suspirar y volver a la seriedad
Aquella petición cayó como un jarro de agua fría y ante sus siguientes palabras, la elfa medio rió, algo incómoda, aunque sin poder evitar que el rubor colorease ligeramente sus mejillas. Sabía bien a qué se refería, aunque había pasado ya algún tiempo desde sus expediciones por las islas.
—Ah, por favor, no me llames así. Como soldado, deberías saber que los compañeros son una extensión de uno mismo. Y siendo justos, fui la misma que te metió en esas situaciones, por tanto, qué menos...
—Agradezco mucho tu preocupación y te prometo que no me pondré en exceso peligro si así te quedas más tranquila.
—A mi parecer, un buen hombre, así como un buen elfo, debe cumplir su palabra. Así que tenlo en cuenta.— advirtió en el mismo tono jocoso que él mismo había adoptado hacía un momento y le guiñó un ojo antes de suspirar —No tardaremos en partir y debería terminar de prepararme...— comentó, llevando la mirada al carromato de los comerciantes salerosos —De verdad, cuídate mucho. Y...— guardó silencio un momento, dubitativa —Puede que sea una posibilidad remota pero de quien te hablaba, el heredero de Assu traicionado, responde al nombre de Nipal y estaba dispuesto a luchar. Nousis lo ha conocido, así que buscadlo si os veis arrinconados. Mostradle vuestro apoyo, o a sus hombres. Si por fortuna no me guarda rencor, y por ende a toda mi raza... Podrá cubriros.
—A lo mejor cuando regrese puedo encontrarme contigo de una forma para nada planeada, que puedas constatar por ti misma si cumplí o no con mi palabra.— el elfo soltó una carcajada despreocupada —Me ha alegrado mucho verte de nuevo. Y muchas gracias por la información, buscaré a ese tal Nipal antes de que la situación se nos vaya de las manos. Se que no lo necesitas, pero cuidate mucho tu también. Ya sabes como son los caminos.
—Podría ser. Siempre que sea para nada planeado...— sonrió también y antes de ponerse en pie, le tomó del antebrazo, apoyado en las rodillas mientras manipulaba el arma, y lo apretó ligeramente en señal de despedida.
Volvió junto al carromato cuando los demás ya ultimaban los preparativos. Finalmente y pese al ofrecimiento de la loba, Caoimhe declinó la invitación de unirse a la comitiva. Casi se sintió aliviada al saber de su decisión, aunque no se quitó de seguir sus pasos con la mirada, contemplando cómo se alejaba junto al elfo hasta perderse entre los árboles, de igual forma que habían llegado.
—¿Lo tienes claro?
Apenas había reparado en la presencia de Nousis, quien se había acercado despacio hasta ella. A su pregunta acompañaba una expresión impasible, no serio, pero tampoco feliz.
—Podría preguntarte lo mismo.— le dedicó una mirada a Reike en la distancia, siendo consciente de que formaría parte del grupo beligerante que se habían decidido a formar —¿Te fías de una bruja?— La mirada del elfo fue respuesta suficiente, antes de emitir cualquier otra palabra.
—No puedo dejar correr todo esto, aunque me gustaría más acompañarte al sur— suspiró de forma suave —Dejar a toda la región en manos de alguien así…— se encogió de hombros desviando la mirada hacia el camino que se extendía hacia norte —Supongo que es superior a mí. No es el equipo que yo habría elegido,— moduló la voz con un desagrado bastante explícito —lo que elimina la necesidad de protegerlos a casi todos.
—Siendo así, no le des más vueltas al no venir conmigo. Has visto que puedo esperar estar bien servida de vino y carne en salazón.— medio bromeó.
—¿Cómo te encuentras respecto a él?— clavó entonces sus ojos en los de la elfa, refiriendo la pregunta claramente hacia el que habría sido compañero de ambos en varias e intensas fatigas.
—No lo sé.— confesó, componiendo un gesto sombrío —Ojalá muchas cosas hubieran sido diferentes. No tengo rabia, ni odio, ni siquiera rencor. En realidad nunca lo he culpado, era bastante consciente de que si llegó a hacer lo que hizo, fue porque lo tenían dominado.— desvió un momento la mirada y carraspeó la garganta, antes de resoplar. —Pero que me duela lo que entonces viví como una traición es algo que no puedo controlar.
—Y ahora ha llegado con esa... criatura. Quizá esperé demasiado de él.— dijo en un murmullo, casi para sí mismo, tras dedicarle una última mirada de soslayo —Ha de encontrarse muy perdido para haber llegado al extremo de viajar con algo como ella. Espero que abra los ojos en algún momento.— concluyó, antes de llegar al silencio unos segundos. La elfa levantó una ceja y medio sonrió con malicia, esperando el momento para replicar.
—Bueno, quizá puedas preguntarle a ella en el camino que, parece, vais a compartir.—
—¿A ella?— repitió —Prefiero tenerla lejos, sobre todo si no estás para protegerla.— entonces la elfa hubiera jurado que le vio esbozar una sonrisa —Me alegra que no vayas sola, dudo que junto a ellos pueda pasarte nada malo. Volveré a Sandorai en cuanto todo esto termine.
—¿Quién dice que es a ella a quien protejo?— replicó burlona —Y no creo que le haga falta protección de nadie, así que puede que hagas bien en mantenerte lejos.— sonrió ahora con complicidad, antes de suspirar y abandonar toda jovialidad —¿Cómo los has conocido? Pareces muy seguro al decirlo.— añadió a su afirmación sobre Nana y Leo, llevando ahora la mirada hacia ellos.
—Nos encontramos en Mirza cuando se produjo una pequeña escaramuza en la plaza del mercado. Tras ello, volvimos a coincidir a la entrada de las ruinas que yo había venido a explorar. No encontré nada,— se pasó una mano por el pelo como solía hacer, exhalando con fastidio. —salvo un par de pruebas sencillas. Nos separamos y no volví a verlos. Hasta ahora. Pero acabaron con unos guardias de Mirza sin problema alguno.— comentó con seguridad —Y él tiene buenos conocimientos antiguos.— añadió, dando a entender que se fiaba poco de esa tapadera de vendedores de sal.
Aylizz lo miró unos segundos en silencio, contemplativa. Finalmente, tomó aire en un comedido suspiro que le ayudó a contener el nudo de su garganta.
—Haz lo que tengas que hacer, pero no lo des todo en esa lucha que no es la tuya. Tienes que regresar de una pieza.— le exigió —En casa hay mucho por hacer todavía.
—Por supuesto.— aceptó rotundamente, mirándola con cariño. —Morir no entra en mis planes, y se me ha dado bastante bien hacérselo entender a quienes lo han intentado. Espero verte pronto, asi que no te metas en demasiados líos.
La elfa sonrió, mostrando una resignada conformidad. No dijo nada más. El relinchar de los caballos indicó que su transporte estaba listo para ponerse en marcha y desvió la mirada, comprobando que la pareja le esperaba, ya acomodada en el carro. Sin dejar que llegase a iniciar la marcha para unirse a ellos, Nousis acortó el paso que los separaba para tomarla del brazo y antes de poder volverse para mirarlo, la acercó contra sí y terminó por rodearla con ese mismo brazo. Ella respondió al abrazo estrechándolo un poco más, dando a entender que había comprendido la muda advertencia subyacente en aquel gesto.
Mantuvo el silencio, acongojada y ovillada en la parte trasera del carro. Abrumada por una sensación derrotista, asumiendo que sería un viaje no exento de complejidades, sólo deseo ante los Dioses terminarlo, fuera como fuese, llegando a casa.
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Y fin de mi aventura! Como siempre, diálogos consensuados.
Aylizz Wendell
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