Días de tormenta + 18 [Privado]
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Días de tormenta + 18 [Privado]
La cena había terminado hacía un rato, pero los cuatro se quedaron compartiendo anécdotas sobre las que Iori no tuvo nada que aportar. Prefirió escuchar con calma, tomando a los pocos el zumo de frutas que habían servido en el postre a interrumpir las andanzas de los tres guerreros.
Descubrir más detalles de la vida de Zakath a través de aquel elfo único resultaba curioso. Conocer más sobre la vida y los años de juventud de Ben era fascinante.
Se había levantado por costumbre cuando los dos hombres mayores se despidieron para salir del salón tras la cena. Juntos. Iori conocía lo suficiente a Zakath como para leer entre líneas. Lo que el anciano nunca le había contado con palabras había tenido que suplirlo ella misma interpretando su lenguaje corporal, e incluso encontrando significados ocultos en los silencios que él aportaba en la mayor parte de las conversaciones.
Aquella noche ambos hombres compartirían más que el calor de una buena charla entre antiguos compañeros.
Justine hacía ya un rato que había sido escoltada por Charles a su habitación y en aquel instante estaban únicamente ellos allí. Iori apoyó las manos sobre el mantel, sin ser todavía capaz de mirar a Ben directamente. Había aprovechado el estado alterado de la dueña del palacete para sacar de ella el permiso necesario para que Ben pudiera quedarse.
- Si es tu deseo podrás pasar aquí la noche -
Él no se había levantado de la silla, miró a Iori y luego al zumo que les habían servido. Se llevó el vaso a los labios y dio un ligero sorbo.
- Solo si compartimos habitación - contestó Sango -. Solo si eres capaz de perdonar no haber hecho lo que estuviera en mi mano para hablar contigo antes.-
Iori escondió la cara, avergonzada. Sus palabras hacían que tuviese un gran sentimiento de culpa. Había sido capaz de pasar por encima de todo lo que él le había dicho antes su marcha. Quedándose con las parcas palabras de Justine y llenando ella los huecos de información con su imaginación. Con los peores temores que nacían en su interior cuando se trataba de Ben.
Que la dejase de lado.
Para ella había sido tan fácil creer que era verdad su partida, que la había dejado atrás… y allí estaba él. Pidiéndole…
- No pidas perdón - le suplicó en un susurro.
- Te he echado de menos -
Alzó el rostro y se giro hacia él. Aquella respuesta le puso el mundo patas arriba. Necesitaba verlo en sus ojos. Aquellas palabras arrastraban con ellas las malas horas que había pasado en su ausencia. Con los fantasmas en su cabeza. Desesperada ante la idea de que el camino que había comenzado a recorrer guiada por la luz de su sonrisa se había apagado de golpe. Dejándola perdida. Iori quería sentir que todo era real
Ben se echó hacia delante y sin apartar los ojos de ella estiró una de sus manos para encontrar la suya que acarició con el dorso de los dedos antes de poner la palma sobre su mano, cubriéndola casi por completo.
-Iori - dijo antes de sonreír.
Aquella sonrisa.
Lo que vio en su mirada la hizo temblar por dentro. Todo el dolor que había sentido, su burla, su abandono, habían nacido únicamente de sus propios temores. No era verdad que Ben la ignorase. No era indiferencia lo que sentía por ella. El contacto de su mano la electrocutó.
Recordó la noche de la tormenta. El cómo en medio de relámpagos y lluvia, sus cuerpos habían sido uno. Como ella pensaba que allí satisfaría las ganas que tenía de él. Qué gran error. Aquella noche había descubierto un nuevo tipo de sed del que no podía saciarse. No estaba en cambio preparada para el efecto de su sonrisa.
Dio un paso, inseguro, y en el siguiente se derrumbó, dejándose caer sobre Sango y deteniendo su respiración. Su contacto la privó de la capacidad de hablar en aquel preciso momento. Pero sintió que su corazón volvía a latir una vez más.
Sango abrazó por la cintura a Iori y la aferró contra él mientras que tiraba de sus piernas para que quedara sentada sobre su regazo. La miró largo rato en silencio mientras su mano acariciaba sus piernas sobre la tela. Estar en su compañía después de tan amarga despedida tenía sobre él un efecto reparador tan grande que temía lo que estaba por llegar.
- Iori - dijo a su oído - ¿Estás bien? -
En algún momento, desde que él la había sentado correctamente en sus piernas, la mano que caía sobre su hombro recuperó tono muscular, suficiente para aferrarse a la nuca de Ben, justo bajo su cabello rojo. Su cabeza permanecía apoyada en el hombro contrario y los dedos de la mano entrelazada apretaban de forma intermitente. Creyéndose que aquel contacto entre ellos era verdad. Tardó en ordenar en su mente las palabras para contestar.
- Fue… tan fácil para mí creer que te habías marchado para siempre. Pensé que dejarte ver un poco de la ruina de persona que soy te había convencido. Tus palabras de antes, tus promesas… ninguno de esos recuerdos conseguía darme paz. Me mortificaban Ben. Volví una y otra vez a ellos, queriendo sacar fuerza de ellos pero en mi mente todo era mentira. Me dolía tanto… tu ausencia, pensar que no existía verdad en lo que hemos compartido… - cortó la explicación con un leve jadeo, intentando calmar el correr de su corazón ante tan aciagos recuerdos.
Pesaban las palabras al salir, pero una vez liberadas sintió ligereza en su corazón.
- Iori, yo, lo siento - acertó a decir mientras la apretaba más contra él -. Siento haberte hecho pasar por esto, siento no haberte...- negó con la cabeza -. No es ruina lo que veo en ti sino una determinación tan grande que serías capaz de mover una montaña si te lo propusieras - sonrió mirando una de las velas -. Iori, tienes que saber que no hay distancia que pueda romper lo que siento por ti. Mi corazón late con una fuerza que creía olvidada. Mi piel grita de emoción cuando nos rozamos. Mi espíritu se tranquiliza cuando estás cerca. Iori, te quiero. Hoy y mañana y pasado. Siempre -
Allí estaban. Aquellas palabras de nuevo. Escuchándolas por segunda vez de sus labios. Condena y bendición.
Se mordió el labio, odiando la parte de ella que había dudado de él. La que había liberado a los demonios de su mente dejando que su corazón lastimado se regodease en su propia miseria. Usando la esperanza que restaba en ella para hacerle ver de una forma retorcida cómo había cometido el peor error de su vida creyendo en él.
Un polvo que había pagado poniendo su corazón. Uno que ya no tienes, Iori, le había recordado con malicia la parte más malintencionada que habitaba en su interior. Lejos de su influencia, las sombras eran enormes, la tragaban impidiéndole pensar correctamente. En sus brazos, allí, sentía de nuevo que sería capaz de todo. Que siempre encontraría una forma de salir adelante. A su lado.
Entró en la penumbra de la habitación y no se molestó en encender la luz. Él no quería ver nada tras el día largo, y sabía que Cornelius no precisaba de ninguna vela. Avanzó hasta la primera butaca que vio y se dejó caer de manera pesada sobre ella. Allí, dejando que sus huesos se amoldatar a la cara tapicería, Zakath sentía el peso de los años tras la jornada que había tenido por delante.
- Finalmente es ella. No había ninguna duda pero, ahora has podido constatarlo con tus propios ojos. Los suyos, ¿son como los de tu amigo? - preguntó la voz profunda del moreno.
Cornelius lo siguió al interior de la estancia, caminando con soltura. Dio una vuelta por la misma, mientras Zakath tomaba asiento, contemplando todo lo que había a su alrededor. Finalmente se apoyó contra la chimenea, cruzándose de brazos.
- La misma mirada azul desafiante... - comentó - ¿Estás bien? Pareces tenso y no creo que sea por los poco sutiles avances de la señora de la casa. -
En un gesto que Cornelius sabía que era íntimo para Zakath, el guerrero humano se rio entre dientes sin añadir nada más al comentario del filtreo evidente al que Justine los había sometido a ambos. Cerró los ojos y estiró el cuello reposando la nuca contra el respaldo de la butaca.
- Los años... - respondió lacónico. - De manera que el famoso líder elfo tenía el mismo punto de rebeldía que Iori en su mirada. - entrelazó las manos sobre el pecho y estiró las piernas hacia delante, cuan largas eran, para cruzar los tobillos. - Prepárate para mañana. Dudo mucho que cuando te vuelva a ver sea capaz de guardar todas las preguntas que bullían en su cabeza esta noche. Por cómo te miraba. Aunque quizá el bueno de Ben la tenga lo suficientemente distraída - añadió con un deje extraño en la voz.
- Rebeldía... - masculló - Yo lo llamaría más bien orgullo. No necesariamente uno narcisista, sino ese orgullo de saberse capaz de hacer aquello que es necesario. La has criado bien - comentó y, aprovechando la ligereza en el caminar de su raza, se colocó tras el humano, apoyando los brazos sobre sus hombros y aproximándose para hablarle casi al oído - Responderé a todas las preguntas que quiera. Aunque dudo que tú hagas lo mismo si te pregunto por el muchacho. -
El cuerpo de Zakath permaneció relajado ante el familiar contacto del elfo, por lo que no abrió los ojos.
- Los niños vienen sin manual de instrucciones. Se hizo más a ella misma que yo tomar parte activa en su educación. La mantuve viva, le enseñé a valerse por si misma. Pero no está hecha para seguir el mismo camino que yo. Aunque lo ha intentado - dejó salir sus pensamientos sobre la muchacha con más facilidad de lo que Cornelius sabía que era propia en él.
Quizá la edad. Quizá el vino.
- ¿Necesitas que te explique cómo es el cuerpo de una mujer por dentro? Seguro que si haces memoria eres capaz de encontrar alguna experiencia sobre ello en tu vida. -
- Cualquier otro la habría dejado en aquella cueva o la habría entregado a la caridad. Nunca entendí por qué te hiciste cargo de ella. Quizás fue el destino. No creo que pudiese haber terminado en un lugar más seguro... Sobre todo tras lo ocurrido - deslizó las manos hasta los hombros de Zakath y apretó en los puntos de tensión - Estoy seguro de que tienes más experiencia con féminas que yo y eso que te saco unas cuantas décadas... Y sabes que no me refería a eso. -
No. Claro que no se refería a eso.
El moreno se dejó hacer, y ladeó ligeramente la cabeza cuando los fuertes dedos del elfo dieron con un punto especialmente molesto.
- Puedes preguntar - indicó entonces. Zakath no escondía deliberadamente las cosas. Tan solo era un hombre de pocas palabras. Cornelius sabía que tirándole de la lengua el soldado no solía mostrarse demasiado impermeable a sus preguntas, aunque las respuestas que diese fuesen poco precisas.
- No diré que entiendo cómo es posible que aún no sepa que eres su padre, ni por qué sigues ocultándolo. Pero lo que realmente no entiendo es esa necesidad tuya por ponerlo en evidencia. Más aún cuando parece ser una influencia positiva para Iori - volvió a deslizar las manos por el pecho del soldado para acercarse a su oreja - ¿O acaso es frustración lo que te mueve? ¿Envidias su floreciente y apasionada relación? Ya sabes que si de pasión se trata, siempre puedes contar conmigo. -
Abrió los ojos y los clavo en el frente, siendo consciente de las manos del elfo sobre su pecho.
- Ese chico salió de Cedralada con un padre. Es el deseo de Bera, desde el principio, y yo respeto esa decisión. No tendría sentido que sabiendo que deja a su padre atrás en la aldea de su infancia se plantee una posible paternidad en otras figuras. La milicia tiene un fascinante efecto para unificar muchas cosas. Las similitudes a sus ojos se pueden explicar fácilmente por nuestro entrenamiento. -
Frunció las cejas.
- ¿Dejarlo en evidencia? Sigo siendo su maestro, aunque ya no sea el muchacho que llegó con trece años a Lunargenta. - explicó en un momento en el que quizá, debería de haber usado más bien la palabra "padre". - Mientras haya algo que deba enseñarle, lo haré. Como el hecho de que siendo como son ambos, se harán más daño que bien. Son absolutamente opuestos Lius -
- Lo dices como si tú y yo fuésemos remotamente similares - comentó apartándose del hombre y recostándose en una silla cercana. Pasó las piernas sobre el brazo de la silla, para poder seguir mirando al humano - Deberías sentirte orgulloso, tu los modelaste y ellos se encontraron. Además, parece un buen chico y ella necesita a alguien así tras todo lo sufrido. -
La ceja del moreno se enarcó mirando al elfo, con la pregunta muda en su cara.
- ¿Acaso no te ha contado lo sucedido en el templo? - preguntó extrañado - Sé de primera mano que Tarek mencionó algo cuando se hospedó en Eiroás. -
El anciano entornó los ojos, como gesto opuesto a lo que la mayoría de las personas harían. Abrirlos con sorpresa. Observó fijamente al elfo cerca de él, mientras las piezas del rompecabezas se movían encajando a la luz de aquella nueva información.
Cornelius y Tarek. Los Inglorien.
- Debería de haberlo intuido - murmuró con sencillez, volviendo de nuevo la vista a una chimenea apagada que desearía estuviese prendida.
- Es un muchacho muy listo, pero carga con sentimientos muy pesados dentro de él. Desde luego el que vino a por Iori a la aldea no fue el mismo que regresó semanas después. - guardó silencio unos segundos, rememorando. - Me explicó por encima lo sucedido con ambos en el templo. La locura de Iori, el acceso a las memorias pasadas de Ayla y Eithelen. Fue una información difícil de digerir para ambos, con indeseadas consecuencias. El muchacho los encontró. Buscó en la zona en la que revivieron lo sucedido por última vez. Los enterró juntos. Cerca de la pequeña cueva en la que dejaron al bebé escondido. - le reveló entonces el moreno, contándole las andanzas de Tarek en su última visita a la aldea.
- Lo sé - respondió Cornelius con simpleza - Acudió a mí tras aquello. Por mucho que intente evitarlo, el chico es como un libro abierto - guardó silencio un instante - Le recomendé que se fuera, lejos de todo lo que conocía a riesgo de que lo cazasen. Temo que intenten lo mismo con tu pupila, si descubren la verdad sobre ella. -
Zakath meneó la cabeza, reconociendo el punto que el elfo había ganado en aquel instante. Claro que lo sabía. Él siempre sabía todo. Estaba bien informado. De una forma más allá de lo que Zakath alcanzaba a comprender. Apoyó el mentón en la palma de su mano, con su interés fijo en su interlocutor.
- Los Ojosverdes. ¿Hay forma en que eso suceda? - preguntó.
Cornelius lo miró con intensidad antes de contestar.
- Eithelen murió por confiar demasiado en lo que se suponía que los Ojosverdes no podían hacer. No sería prudente subestimarlos - tras unos instantes preguntó - Qué es lo que te ha contado ella? -
- Prácticamente nada. Su intención de continuar dándole caza a los elfos que restan del grupo que acabó con sus padres. Ahora mismo los humanos implicados ya están fuera de circulación. Sé, por descontado, que lo que pretende no es una tarea que ella pueda alcanzar por sus propios medios. Vivió de espaldas a Sandorai. Desconoce todo sobe los elfos, y su ignorancia en el tema la hace incontrolablemente temeraria. - se detuvo, recordando de forma súbita. - Tarek dijo que habían tenido que pagar un precio. Ella dijo que entregó su corazón. - Frunció el ceño en dirección al elfo. - ¿Qué puedes decirme sobre ello? -
- Si intenta ir a por ellos, morirá incluso antes de poder distinguirlos entre las sombras del bosque - suspiró ante la última pregunta, estirándose después como un gato en la silla - Magia élfica - respondió - Una muy antigua, casi tanto como las runas de los Inglorien. Un arma peligrosa en las manos equivocadas. Aquel que los conectó con el pasado llevó a cabo una versión corrupta y contaminada de un ritual sagrado... No deberían haber visto lo que vieron, al menos no de esa manera. Aún menos pagar el precio que se les exigió - tras unos segundo añadió - Es complicado de explicar. Es como si hubiesen perdido la capacidad de sentir aquello que entregaron. Como si hubiese sido borrado de ellos... Me consta que Tarek está intentando romper el juramento que hicieron. De conseguirlo podrían recuperar lo perdido. -
La ceja de duda de Zakath subió por su frente, en un gesto que Cornelius bien conocia.
- ¿Perdido la capacidad de sentir el corazón? ¿Y justo ahora parece estar más encaprichada de Ben que nunca antes de ninguna otra persona en su vida? No consigo comprender eso. Los has visto. Has escuchado mejor que yo sus conversaciones...- Literalmente. Se detuvo e hizo un gesto con la mano, como dejando ir el resto de información referente a las muestras de afecto y preocupación entre ambos amantes. - Le falta el corazón y encuentra amor en el Héroe...- resumió como si aquel fuese el triste resumen de una obra de teatro de moda en Lunargenta.
- Quizás sea obra de los dioses - comentó Cornelius - Después de todo el muchacho cuenta con su bendición, si lo que dicen los rumores es cierto - descruzando las piernas se puso de nuevo en pie, acercándose a Zakath y apoyando las manos sobre los brazos de la silla del humano - Quizás deberíamos seguir su ejemplo y darle nosotros también un buen espectáculo a los dioses - comentó con voz sugerente.
- He pensado en ello varias veces. No solo por los rumores de la gente, o el relato de sus logros. Me refiero a la Seidr - aclaró, clavando los ojos verdosos en la cara que lo miraba desde arriba. - ¿Recuerdas a la muchacha liberada que lideraba a las demás? La que guiaba el carro con las que encontramos vivas en aquel lugar - inquirió. Cuando creyó ver el reconocimiento en los ojos de su compañero continuó. - Es ella. Bera. La madre de Ben -
Cornelius le sonrió.
- Y sólo has tardado treinta y cinco años en darte cuenta - comentó con ironía, separándose de él - ¿Sigues mandando patrullas a vigilar aquella remota aldea? -
El guerrero se rio ahora de buena gana por lo bajo, sintiendo que era increíble que tras tanto tiempo siguiera sorprendiéndose por lo que su amigo sabía.
Tomó rápidamente la mano que tenía al alcance para detenerlo frente a él. Descruzó los tobillos y recogió las piernas, de forma que Cornelius quedó de pie entre ellas.
- Desde que no estoy en activo mi influencia en las esferas de la Guardia se han reducido, sobre todo entre los nuevos mandos. Pero sigo teniendo mis contactos - dijo únicamente, respondiendo de manera afirmativa a su pregunta. -Nunca la encontramos Lius. Esa historia está sin terminar - tiró suavemente de él hacia abajo, en su dirección.
- Ninguna historia se queda sin terminar. Volverá... y esta vez estaremos preparados - le contestó, dejándose arrastrar con una sonrisa. Frenó su descenso apoyando la mano libre sobre el pecho del humano y empujándolo hacia el respaldo de la silla - ¿Dispuesto a dedicarte a algo más alegre? - le preguntó, apoyando una de las rodillas sobre la pierna del soldado, aproximándose más a él.
La mano libre de Zakath se detuvo con suavidad sobre la cintura de Cornelius. Los ojos verdes, impenetrables. La sonrisa en la boca, casi escondida. Pero todo su cuerpo vibrando de anticipación por lo que iban a compartir. Tiró de la mano con la que lo tenía sujeto y entonces comenzó su noche.
Juntos.
- Tus palabras, lo que dices, tú entero Ben… eres a la vez mi debilidad y mi fuerza… - confesó contra su cuello, apretándose más a él. La luz de los orbes mágicos que mantenía tan iluminada la sala se atenuó, dando protagonismo ahora a la luz más suave y dorada de las multiples velas.
- Puede que tengas razón, puede que seamos mejores el uno al lado del otro, pero no por estar lejos perdemos la fuerza que tenemos. Solo que juntos funcionamos mejor - dijo Sango casi reflexionando en voz alta.
Por una puerta lateral de una sola hoja hizo su entrada, cauteloso, Charles. Se detuvo debajo del dintel e hizo notar su presencia con una leve aclaración de garganta.
- Podemos servirles algo más que pueda ser de su agrado? Algo dulce? Una bebida quizás? -
La mestiza se incorporó de su posición pero sin levantarse de las piernas del pelirrojo, mirando al mayordomo que la había había animado a mantener la esperanza en Ben. Bajó la vista y lo observó con un gesto mudo de pregunta en su cara.
- Yo no preciso nada - murmuró mirando hacia los ojos verdes. Nada que no fuese él.
- No, Charles, por mi parte, nada más - añadió Ben sin apartar la mirada. Su mano seguía acariciando la tela sobre sus piernas -. Creo que, iremos a dar un paseo por los jardines, la noche parece propicia para ello - echó la cabeza hacia atrás y apartó la vista un breve instante en dirección a la cristalera abierta.
Los ojos azules no siguieron la mirada de Sango. Permanecieron fijos en él. Charles asintió pero observó con algo de preocupación hacia fuera.
- Parece que la lluvia está cerca. Esta época suele dejar caer tormentas de verano sobre la ciudad -
La sonrisa de la mestiza se acentuó al escuchar aquello.
- Un poco de agua no nos incomoda - respondió con la vista fija en Ben.
Charles asintió con la cabeza y se retiró de nuevo en silencio, sin que ninguno de los dos lo viese. Iori entonces movió las piernas para bajar de su regazo. La noche era cálida. El verano en Lunargenta regalaba momentos como aquel, en el que la sensación de frío tardaba en llegar. Se puso de pie y dio un par de pasos observando el ventanal. Con la suficiente pereza como para dejar que Ben se pusiese a su lado. Su compañía pegada a ella y sus palabras latiendo muy vivas en su corazón
Ben se levantó con calma fingida antes de acercarse a ella con apresurados y mal disimulados pasos. No era su estilo. Él era directo. Por eso, su brazo rodeó sus hombros y acompasó sus pasos a los de ella hasta pasar por la cristalera y detenerse en el balcón, donde recibieron el abrazo del oscuro manto estrellado que quería engullir hasta las débiles sombras que reflejaban sobre los bien cuidados jardines.
Se situó a su lado con rapidez. Con decisión. Con la firmeza de quien está seguro del camino que marcan sus pasos. Notó el peso y el calor del brazo de Sango, encontrando sitio sobre sus hombros en una postura que los acercaba peligrosamente. La mestiza se dejó hacer. Se dejó guiar por él. Por su cercanía.
Sintió una vergüenza casi pueril ante aquel contacto. Algo que había visto, reservado a otras personas, en otro tipo de relaciones que ella nunca había tenido. Caminó despacio apretando un instante los labios. Notaba el escozor de su piel bajo su contacto, pero tenerlo cerca de ella era mejor que la molestia que podía llegar a sentir.
Se detuvieron en la barandilla en la que Kuro había estado haciéndole compañía en aquel mismo atardecer. Cuando él en su cabeza todavía era una huida. Una persona que escapada de su vida, deslizándose entre sus dedos.
Qué cerca había estado todo del desastre. Y qué cerca estaba el cuerpo de Ben, recordándole seguía dispuesto a compartir su calor con ella.
Abrumada por sentimientos recién descubiertos, por la potencia de lo que la invadía por dentro, la mestiza guardó silencio mientras alzaba los ojos al cielo. Preguntándose si las nubes que olían a lluvia dejarían caer el agua esa noche.
- ¿Cuál es tu color favorito? - preguntó Ben siguiendo la mirada de Iori.
El calor del fuego siempre había significado seguridad. Estar en casa, cocinar. Compartir momentos con las personas de la aldea. El tono del fuego le gustaba. El mismo tono del cielo cuando el amanecer rompía al comienzo de un día despejado.
- Rojo - respondió al instante, sin necesidad de pensar. - Siempre rojo. Aunque últimamente soy muy consciente del verde. - ladeo la cabeza y lo miró ligeramente, en la penumbra. - ¿Tú tienes uno? -
- Tengo varios. Nunca tuve un color favorito hasta que llegué a Lunargenta. Cuando llegué aquí eché de menos el verde de los bosques, de los pastos, del horizonte contra el cielo azul en el invierno - dijo sin apartar la mirada del cielo -. Claro, está el azul del cielo. Pero el del cielo azul del invierno.
- Habiendo tantos colores, ¿por qué elegir? - asintió a lo que Ben decía. - Pero entiendo a que cielo te refieres. En invierno parece mas azul, mas brillante…-
Giró la cabeza hacia Iori y la miró a los ojos.
- Un color hermoso. -
Como una estúpida. Como una adolescente. Como cualquier persona del planeta ante su primer amor. Iori abrió mucho los ojos al escuchar las palabras de Ben. Lo miró, creyendo entender en ellas un doble sentido del que incluso dudó por un instante. La penumbra que había en una noche cada vez mas encapotada evito que él pudiese ver su sonrojo cuando volteó el rostro para mirar en la dirección opuesta del jardín. ¿Aquello que se escuchó fue un trueno? Difícil decirlo. Cuando su propio corazón martilleaba desaforadamente en su pecho, ensordeciendo sus oídos con el correr veloz de su sangre.
- Por aquí - dijo Ben echando a andar en la dirección que ella miraba. Su brazo se acomodó -. Cuéntame, Iori, ¿Qué tal te fue esta tarde? - preguntó cambiando completamente de tercio.
Cuando creyó, feliz, que había sido capaz de esconder el efecto tan claro que tenía él sobre ella, la mestiza avanzó animada por él y el movimiento de su cuerpo, y el peso de su brazo. Las heridas le produjeron un latigazo de dolor bajo su peso, y antes de dar tres pasos Iori se escurrió a un lado. Se las apañó para que su movimiento pareciese una ligera finta que usó para colocarse frente a Ben, mientras caminaba hacia atrás. Sonrió aparentando calma.
- La narracion de Zakath y Cornelius puede ser un buen resumen de ello. En cambio yo no sé nada de ti - desvío la conversación. A su alrededor, la oscuridad se hacía más intensa a medida que avanzaban por los jardines.
- Pero, ¿Qué hay de tu versión? - preguntó con los ojos entrecerrados -.¿Qué hay de lo que sentiste en esa casa? ¿Qué percibiste? - preguntó sin querer contestar.
Sus pasos se hicieron más lentos y su rostro adquirió un gesto reflexivo. Se giro para caminar de nuevo a su lado, con pasos cortos, distraída con sus pensamientos.
¿Qué había percibido? La decadencia. La corrupción. Las ganas de preservar un lujo e importancia que se había perdido en las últimas generaciones. La lascivia envileciendo la mente de Dominik.
- Te felicito. Eres la primera mujer que realmente va a convertirse en mi esposa -
Esas habían sido las palabras que él le había susurrado a su oído. A la luz de las muertes de las prometidas que había tenido con anterioridad, Iori percibía un matiz diferente en la malicia que había notado en su forma de hablar.
- Lo cierto es que estaba tan nerviosa que entré buscando formas de escapar a cada paso que daba. Zakath me dijo que confiara en él, que no se concertaría el matrimonio pero… - la inseguridad era algo que no había podido controlar. -Tampoco estaba del todo concentrada en lo que hacíamos. Tenía otras cosas en la cabeza. Lo que te puedo asegurar es que Dominik es el tipo de hombre que en su noche de bodas se acostaría con su novia y con las amigas de la novia - frunció el ceño.
- Como todos los ricos, hijos de algo, que entienden el funcionamiento del mundo como si todo fuera de ellos y solo existieran ellos. Esa clase debería desaparecer, irse a tomar por culo. Te aseguro que sería un mundo mejor. -
- Con muy pocos he tratado. La persona con la que he tenido más contacto ha sido Justine. - puso en su conocimiento para que el pelirrojo se pudiera hacer a la idea de la experiencia que tenía en el mundo de los ricos la mestiza. - Esta noche bebió demasiado. Parecía que no iba a parar...- murmuró bajando la vista hasta el suelo.
Sango rio y dejó un silencio entre medias, roto por sus pisadas por el jardín, por los ruidos apagados de una ciudad que se va a dormir.
- Sí, estaba ciertamente alterada - asintió -. Las cosas son más sencillas en el campo. Más duras, más sacrificadas, pero sabes a lo que atenerte: trabajar la tierra, cuidar el ganado, cortar madera, lo necesario para vivir una vida tranquila, apacible, honrada...-
Se detuvo. Paró de caminar perdida en su mente. Recordando lo que había sido su vida hasta hacía dos años. Encontrando paz en las palabras de Sango. Rememorando lo que había sido su vida hasta el día en el que Zakath le había dado aquel misterioso anillo.
Él se paró medio paso delante de ella y se giró para observarla con curiosidad.
- ¿Todo bien? -
- Con el Sol de cada mañana en pie. Trabajar hasta que el cuerpo no pueda más. Disfrutar de la comida obtenida con el propio esfuerzo. Encontrar la paz en un vaso de leche caliente, o en el calor del fuego templando el cuerpo, dejando el frío fuera de casa. Deslizarse con las últimas luces del día dentro de la cama. Las mantas de lana basta... - alzó el rostro y miró a Ben, distinguiendo muy vagamente sus rasgos faciales. - Echo de menos... quisiera ahora, quisiera poder volver a la vida que tenía en la aldea... - bajó la voz. - Contigo...-
- Algún día - aseguró Sango ensanchando la sonrisa -. Suena... suena realmente bien - estrechó el espacio que mediaba entre ellos y buscó sus manos -. Algún día te mostraré algunos de los trucos que se aprenden en los campamentos para darle sabor a algunas comidas - dijo bajando el tono de voz.
Las cejas de la mestiza se fruncieron en un leve signo de alarma en su rostro.
- No estoy segura de que me guste saberlo - fue lo primero que le respondió, para, seguidamente, tirar con más fuerza de él. Pegó su cuerpo al de Sango mientras, nuevamente, se escuchaba un trueno a lo lejos.
- Sabe mejor de lo que suena, créeme - dijo con tono divertido mientras disfrutaba de la cercanía de sus cuerpos -. Iori, dentro de pocos días me iré de Lunargenta. En el campamento de Zelirica están los niños de Edén, rechazados de sus hogares, apestados por falsas habladurías fruto del miedo a un poder que no han enfrentado cara a cara. No puedo quedarme de brazos cruzados. Simplemente, no puedo. -
El cambio en la conversación captó de nuevo la atención de Iori, mientras sentía que sus palabras le estrujaban el corazón. Lo miró, deseando poder observar más claramente sus ojos en aquel momento, y se concentró en sentir el calor de su cuerpo. Algo en su forma de sacar el tema la hizo poner en alerta.
- Lo sé... me lo dijiste hace unos días. Charles me contó que Justine se ha convertido en tu mecenas. Proporcionará mucho material para que la campaña tenga éxito...-
- Bueno, será algo puntual. Una forma de pagar por errores pasados - dijo Ben -. Pero agradezco enormemente su ayuda. Por lo que me han contado, es un lugar destacado en un punto privilegiado de la geografía de la comarca - Ben calcaba las palabras de Debacle, sin embargo no quería seguir por ahí -. Pero eso es otro tema. Yo quiero saber o - titubeó -, más bien, necesito saber si hay lugar en ti para mi - dijo suavemente -. Si pese a los días de distancia, si pese a que yo mismo traicione mis palabras, si a pesar de todo, habrá ese "algún día" que tan bien suena. -
La angustia llenó la expresión en la cara de Iori. Sus manos aferraron con más fuerza al pelirrojo, tirando de él como si quisiera mantenerlo clavado a su lado.
- ¿Traicionar tus palabras? - repitió con el dolor vibrando en el fondo de su voz, como el tañido lejano de una campana. - ¿Es algo que ya has decidido? ¿Cómo has decidido irte sin mí? - no se le había pasado por alto el hecho de que, al inicial "ven conmigo" que había hecho temblar su mundo, y que permanecía sin respuesta, ahora había cambiado a un "yo mismo retiro mis palabras y ya no deseo que me acompañes".
Pero lo peor era la duda en él.
La necesidad de tener que hacer aquella pregunta.
No era muy diferente a la manera en la que ella había creído ver la llama del interés de Ben apagarse en ella tras su marcha. Aún cuando todo había sido un error de interpretación, basado en la falta de información. Se soltó dando un paso atrás.
- ¿Tengo que responderte? ¿Tan poco claro resulta? ¿Poco evidente a tus ojos? ¿A cuántas mujeres has amado Ben? ¿Tan diferente me veo a las que cayeron por ti anteriormente? ¿De verdad no eres capaz de verlo...? ¿Ver lo que me haces? -
El enfado le estranguló la voz en la garganta y la mestiza guardó silencio, sintiendo cómo la rabia la sacudía por dentro. ¿Tan poco valían sus sentimientos? ¿Acaso eran tan débiles para él?
- No es eso, Iori. Pero estarás más segura lejos de ese campamento. Nos odian. Elfos, brujos, licántropos... No todos, es cierto, pero sí los suficientes como para ponernos en peligro - hizo una pausa y sacudió la cabeza -. Será un lugar peligroso, al menos hasta que lo hayamos adecuado, luego, ya veremos - se humedeció los labios
-. Soy la contradicción hecha persona Iori. Un día te digo que no quiero luchar y al siguiente estoy encabezando una compañía para ayudar a esos niños y defenderlos de cualquier amenaza. Yo, te pido ayuda un día y al siguiente me irrito si alguien me repite lo que yo mismo decía una noche antes - dejó escapar el aire para tomar una bocanada de aire fresco -. Iori, mis ojos ven bien. Y hoy he visto la destrucción en tu mirada, una destrucción causada por mi ausencia, no soy idiota. Sé que has sufrido por mí como yo lo he hecho por ti. Yo solo necesito escucharlo, necesito que, estando lejos, cuando mi cabeza mire hacia el horizonte, tus palabras suenen en mi cabeza y me den la fuerza necesaria para seguir el camino. -
La mirada azul evidenció la lucha, mientras otro trueno retumbaba, con más fuerza esta vez en Lunargenta. Largo, profundo. Y la mestiza no apartó los ojos de él hasta que su sonido se extinguió por completo. Le estaba costando toda su cordura tomar una decisión ante las palabras del humano, sintiendo que no estaba en condiciones de decidir.
- ¿Cuál es tu plan? ¿Pretendes que me quede aquí esperando? Sabes que tengo mis propios objetivos. Un camino que he de seguir. - completar la venganza yendo a por los Ojosverdes. Se arrepintió de sus palabras al momento, maldiciendo lo complicado que era todo.
El choque evidente entre el "deseo" y el "debo".
Desear permanecer con él, irse a una aldea perdida, o fundar una ellos mismos siendo los únicos habitantes. Vivir lejos de todo empapándose el uno del otro cada maldito día y cada jodida noche.
El deber del soldado. De la hija huérfana.
El deber que pesaba más que el mundo entero sobre sus hombros. Tanto que Iori tembló.
Se giró dándole la espalda, en el momento en el que una lluvia finísima, casi imperceptible, comenzaba a caer sobre ellos.
- ¿Qué quieres escuchar? - preguntó con los labios apretados y el corazón rompiéndole el pecho.
Agachó la cabeza, dejando que la tela de la ropa poco a poco comenzase a humedecerse.
- Odio... odio lo que has hecho de mí. Todo era más fácil. Más sencillo sin ti antes. -
Sango se removió intranquilo en su sitio y acortó a medio paso la distancia. Tan cerca de ella que podía alzar el brazo y tocarla. Dejar que sus pieles buscarán el calor, la puerta de entrada a un contacto más estrecho, algo más íntimo. Abrió la boca y dejó escapar el aire, como si estuviera fatigado.
- Los hilos de nuestras vidas están entrelazados. Yo no odio lo que has hecho en mí porque creo que me has dado otra perspectiva, una que creía largo tiempo olvidada - se pasó la mano por la frente para quitarse el agua que empezaba a caer sobre sus ojos -. Nunca fue mi intención causarte daño. Yo solo quería saber, solo quería... saber para mí - frunció el ceño ante su imposibilidad para ser capaz de articular la frase completa, consciente de que si preguntaba seguiría alejándola de él -. Para mí eres...- y alzó una mano a media altura y la observó largo rato en silencio, dejando que el trueno rasgara el aire.
La mirada de la mestiza se aceró, y aunque no retrocedió miro a Sango, ladeándose un poco y echando los hombros hacia delante, en una posición de defensa hacia el.
- Una perspectiva que habías olvidado? Debe de ser genial volver a los orígenes. ¿Sabes lo que has hecho tú en mí? Me has dado algo que no sé como manejar. Soñar con jugar a las casitas, gestos tiernos, cuidar el uno del otro, todo el sexo que queramos. Eso está bien. Está más que bien. ¿Pero tu ausencia? No estoy preparada para tu ausencia. Cómo vivía antes de ti Ben, ¡dímelo! - se llevó las manos a la cara en un instante de desesperación.
- No es solo sexo. No es crear ilusiones de hacernos compañía mutuamente. De cuidar de ti y que tú cuides de mí… todo esto… - bajó las manos y estrujó la ropa blanca que cubría su pecho entre los dedos, evidenciando la transparencia de la tela por la lluvia. - Me asfixia… pensar en no estar a tu lado…- reconoció con voz débil, para pasar a alzar levemente la cabeza de nuevo hacia el.
- Para ti soy… ¿qué soy Ben? Dímelo .- lanzó la pregunta con una sonrisa leve en la boca y desesperanza en la mirada.
Ben que había seguido con intensidad las palabras de Iori, tragó saliva y reflexionó sobre lo que acababa de oír. Se pasó la lengua por los labios y miró su perfil empapado.
- Eres la persona más importante de mi vida - dijo casi sin aliento -. Eres la persona que cuando poso mis ojos, el corazón martillea el pecho como si quisiera salir disparado hacia a ti. La persona por la que con el más leve contacto, mi piel se eriza estirándose por alcanzarte. La razón por la que los últimos días de mi vida estén adquiriendo un significado completamente distinto - Iori podía ver cómo le costaba hablar de lo acelerado que estaba
-. La persona con la que, algún día, me gustaría compartir el resto de mi vida - se llevó las manos a la camisa y la arrugó sintiendo la humedad escurrirse entre sus palmas -. La razón por la que hacer lo hago es tan necesario y tan estúpido a la vez. La única persona en la que soy capaz de pensar y recordar su sonrisa, sus miradas, todo. Todo. -
Descubrir más detalles de la vida de Zakath a través de aquel elfo único resultaba curioso. Conocer más sobre la vida y los años de juventud de Ben era fascinante.
Se había levantado por costumbre cuando los dos hombres mayores se despidieron para salir del salón tras la cena. Juntos. Iori conocía lo suficiente a Zakath como para leer entre líneas. Lo que el anciano nunca le había contado con palabras había tenido que suplirlo ella misma interpretando su lenguaje corporal, e incluso encontrando significados ocultos en los silencios que él aportaba en la mayor parte de las conversaciones.
Aquella noche ambos hombres compartirían más que el calor de una buena charla entre antiguos compañeros.
Justine hacía ya un rato que había sido escoltada por Charles a su habitación y en aquel instante estaban únicamente ellos allí. Iori apoyó las manos sobre el mantel, sin ser todavía capaz de mirar a Ben directamente. Había aprovechado el estado alterado de la dueña del palacete para sacar de ella el permiso necesario para que Ben pudiera quedarse.
- Si es tu deseo podrás pasar aquí la noche -
Él no se había levantado de la silla, miró a Iori y luego al zumo que les habían servido. Se llevó el vaso a los labios y dio un ligero sorbo.
- Solo si compartimos habitación - contestó Sango -. Solo si eres capaz de perdonar no haber hecho lo que estuviera en mi mano para hablar contigo antes.-
Iori escondió la cara, avergonzada. Sus palabras hacían que tuviese un gran sentimiento de culpa. Había sido capaz de pasar por encima de todo lo que él le había dicho antes su marcha. Quedándose con las parcas palabras de Justine y llenando ella los huecos de información con su imaginación. Con los peores temores que nacían en su interior cuando se trataba de Ben.
Que la dejase de lado.
Para ella había sido tan fácil creer que era verdad su partida, que la había dejado atrás… y allí estaba él. Pidiéndole…
- No pidas perdón - le suplicó en un susurro.
- Te he echado de menos -
Alzó el rostro y se giro hacia él. Aquella respuesta le puso el mundo patas arriba. Necesitaba verlo en sus ojos. Aquellas palabras arrastraban con ellas las malas horas que había pasado en su ausencia. Con los fantasmas en su cabeza. Desesperada ante la idea de que el camino que había comenzado a recorrer guiada por la luz de su sonrisa se había apagado de golpe. Dejándola perdida. Iori quería sentir que todo era real
Ben se echó hacia delante y sin apartar los ojos de ella estiró una de sus manos para encontrar la suya que acarició con el dorso de los dedos antes de poner la palma sobre su mano, cubriéndola casi por completo.
-Iori - dijo antes de sonreír.
Aquella sonrisa.
Lo que vio en su mirada la hizo temblar por dentro. Todo el dolor que había sentido, su burla, su abandono, habían nacido únicamente de sus propios temores. No era verdad que Ben la ignorase. No era indiferencia lo que sentía por ella. El contacto de su mano la electrocutó.
Recordó la noche de la tormenta. El cómo en medio de relámpagos y lluvia, sus cuerpos habían sido uno. Como ella pensaba que allí satisfaría las ganas que tenía de él. Qué gran error. Aquella noche había descubierto un nuevo tipo de sed del que no podía saciarse. No estaba en cambio preparada para el efecto de su sonrisa.
Dio un paso, inseguro, y en el siguiente se derrumbó, dejándose caer sobre Sango y deteniendo su respiración. Su contacto la privó de la capacidad de hablar en aquel preciso momento. Pero sintió que su corazón volvía a latir una vez más.
Sango abrazó por la cintura a Iori y la aferró contra él mientras que tiraba de sus piernas para que quedara sentada sobre su regazo. La miró largo rato en silencio mientras su mano acariciaba sus piernas sobre la tela. Estar en su compañía después de tan amarga despedida tenía sobre él un efecto reparador tan grande que temía lo que estaba por llegar.
- Iori - dijo a su oído - ¿Estás bien? -
En algún momento, desde que él la había sentado correctamente en sus piernas, la mano que caía sobre su hombro recuperó tono muscular, suficiente para aferrarse a la nuca de Ben, justo bajo su cabello rojo. Su cabeza permanecía apoyada en el hombro contrario y los dedos de la mano entrelazada apretaban de forma intermitente. Creyéndose que aquel contacto entre ellos era verdad. Tardó en ordenar en su mente las palabras para contestar.
- Fue… tan fácil para mí creer que te habías marchado para siempre. Pensé que dejarte ver un poco de la ruina de persona que soy te había convencido. Tus palabras de antes, tus promesas… ninguno de esos recuerdos conseguía darme paz. Me mortificaban Ben. Volví una y otra vez a ellos, queriendo sacar fuerza de ellos pero en mi mente todo era mentira. Me dolía tanto… tu ausencia, pensar que no existía verdad en lo que hemos compartido… - cortó la explicación con un leve jadeo, intentando calmar el correr de su corazón ante tan aciagos recuerdos.
Pesaban las palabras al salir, pero una vez liberadas sintió ligereza en su corazón.
- Iori, yo, lo siento - acertó a decir mientras la apretaba más contra él -. Siento haberte hecho pasar por esto, siento no haberte...- negó con la cabeza -. No es ruina lo que veo en ti sino una determinación tan grande que serías capaz de mover una montaña si te lo propusieras - sonrió mirando una de las velas -. Iori, tienes que saber que no hay distancia que pueda romper lo que siento por ti. Mi corazón late con una fuerza que creía olvidada. Mi piel grita de emoción cuando nos rozamos. Mi espíritu se tranquiliza cuando estás cerca. Iori, te quiero. Hoy y mañana y pasado. Siempre -
Allí estaban. Aquellas palabras de nuevo. Escuchándolas por segunda vez de sus labios. Condena y bendición.
Se mordió el labio, odiando la parte de ella que había dudado de él. La que había liberado a los demonios de su mente dejando que su corazón lastimado se regodease en su propia miseria. Usando la esperanza que restaba en ella para hacerle ver de una forma retorcida cómo había cometido el peor error de su vida creyendo en él.
Un polvo que había pagado poniendo su corazón. Uno que ya no tienes, Iori, le había recordado con malicia la parte más malintencionada que habitaba en su interior. Lejos de su influencia, las sombras eran enormes, la tragaban impidiéndole pensar correctamente. En sus brazos, allí, sentía de nuevo que sería capaz de todo. Que siempre encontraría una forma de salir adelante. A su lado.
[Palacete de Justine, en otro lugar]
Entró en la penumbra de la habitación y no se molestó en encender la luz. Él no quería ver nada tras el día largo, y sabía que Cornelius no precisaba de ninguna vela. Avanzó hasta la primera butaca que vio y se dejó caer de manera pesada sobre ella. Allí, dejando que sus huesos se amoldatar a la cara tapicería, Zakath sentía el peso de los años tras la jornada que había tenido por delante.
- Finalmente es ella. No había ninguna duda pero, ahora has podido constatarlo con tus propios ojos. Los suyos, ¿son como los de tu amigo? - preguntó la voz profunda del moreno.
Cornelius lo siguió al interior de la estancia, caminando con soltura. Dio una vuelta por la misma, mientras Zakath tomaba asiento, contemplando todo lo que había a su alrededor. Finalmente se apoyó contra la chimenea, cruzándose de brazos.
- La misma mirada azul desafiante... - comentó - ¿Estás bien? Pareces tenso y no creo que sea por los poco sutiles avances de la señora de la casa. -
En un gesto que Cornelius sabía que era íntimo para Zakath, el guerrero humano se rio entre dientes sin añadir nada más al comentario del filtreo evidente al que Justine los había sometido a ambos. Cerró los ojos y estiró el cuello reposando la nuca contra el respaldo de la butaca.
- Los años... - respondió lacónico. - De manera que el famoso líder elfo tenía el mismo punto de rebeldía que Iori en su mirada. - entrelazó las manos sobre el pecho y estiró las piernas hacia delante, cuan largas eran, para cruzar los tobillos. - Prepárate para mañana. Dudo mucho que cuando te vuelva a ver sea capaz de guardar todas las preguntas que bullían en su cabeza esta noche. Por cómo te miraba. Aunque quizá el bueno de Ben la tenga lo suficientemente distraída - añadió con un deje extraño en la voz.
- Rebeldía... - masculló - Yo lo llamaría más bien orgullo. No necesariamente uno narcisista, sino ese orgullo de saberse capaz de hacer aquello que es necesario. La has criado bien - comentó y, aprovechando la ligereza en el caminar de su raza, se colocó tras el humano, apoyando los brazos sobre sus hombros y aproximándose para hablarle casi al oído - Responderé a todas las preguntas que quiera. Aunque dudo que tú hagas lo mismo si te pregunto por el muchacho. -
El cuerpo de Zakath permaneció relajado ante el familiar contacto del elfo, por lo que no abrió los ojos.
- Los niños vienen sin manual de instrucciones. Se hizo más a ella misma que yo tomar parte activa en su educación. La mantuve viva, le enseñé a valerse por si misma. Pero no está hecha para seguir el mismo camino que yo. Aunque lo ha intentado - dejó salir sus pensamientos sobre la muchacha con más facilidad de lo que Cornelius sabía que era propia en él.
Quizá la edad. Quizá el vino.
- ¿Necesitas que te explique cómo es el cuerpo de una mujer por dentro? Seguro que si haces memoria eres capaz de encontrar alguna experiencia sobre ello en tu vida. -
- Cualquier otro la habría dejado en aquella cueva o la habría entregado a la caridad. Nunca entendí por qué te hiciste cargo de ella. Quizás fue el destino. No creo que pudiese haber terminado en un lugar más seguro... Sobre todo tras lo ocurrido - deslizó las manos hasta los hombros de Zakath y apretó en los puntos de tensión - Estoy seguro de que tienes más experiencia con féminas que yo y eso que te saco unas cuantas décadas... Y sabes que no me refería a eso. -
No. Claro que no se refería a eso.
El moreno se dejó hacer, y ladeó ligeramente la cabeza cuando los fuertes dedos del elfo dieron con un punto especialmente molesto.
- Puedes preguntar - indicó entonces. Zakath no escondía deliberadamente las cosas. Tan solo era un hombre de pocas palabras. Cornelius sabía que tirándole de la lengua el soldado no solía mostrarse demasiado impermeable a sus preguntas, aunque las respuestas que diese fuesen poco precisas.
- No diré que entiendo cómo es posible que aún no sepa que eres su padre, ni por qué sigues ocultándolo. Pero lo que realmente no entiendo es esa necesidad tuya por ponerlo en evidencia. Más aún cuando parece ser una influencia positiva para Iori - volvió a deslizar las manos por el pecho del soldado para acercarse a su oreja - ¿O acaso es frustración lo que te mueve? ¿Envidias su floreciente y apasionada relación? Ya sabes que si de pasión se trata, siempre puedes contar conmigo. -
Abrió los ojos y los clavo en el frente, siendo consciente de las manos del elfo sobre su pecho.
- Ese chico salió de Cedralada con un padre. Es el deseo de Bera, desde el principio, y yo respeto esa decisión. No tendría sentido que sabiendo que deja a su padre atrás en la aldea de su infancia se plantee una posible paternidad en otras figuras. La milicia tiene un fascinante efecto para unificar muchas cosas. Las similitudes a sus ojos se pueden explicar fácilmente por nuestro entrenamiento. -
Frunció las cejas.
- ¿Dejarlo en evidencia? Sigo siendo su maestro, aunque ya no sea el muchacho que llegó con trece años a Lunargenta. - explicó en un momento en el que quizá, debería de haber usado más bien la palabra "padre". - Mientras haya algo que deba enseñarle, lo haré. Como el hecho de que siendo como son ambos, se harán más daño que bien. Son absolutamente opuestos Lius -
- Lo dices como si tú y yo fuésemos remotamente similares - comentó apartándose del hombre y recostándose en una silla cercana. Pasó las piernas sobre el brazo de la silla, para poder seguir mirando al humano - Deberías sentirte orgulloso, tu los modelaste y ellos se encontraron. Además, parece un buen chico y ella necesita a alguien así tras todo lo sufrido. -
La ceja del moreno se enarcó mirando al elfo, con la pregunta muda en su cara.
- ¿Acaso no te ha contado lo sucedido en el templo? - preguntó extrañado - Sé de primera mano que Tarek mencionó algo cuando se hospedó en Eiroás. -
El anciano entornó los ojos, como gesto opuesto a lo que la mayoría de las personas harían. Abrirlos con sorpresa. Observó fijamente al elfo cerca de él, mientras las piezas del rompecabezas se movían encajando a la luz de aquella nueva información.
Cornelius y Tarek. Los Inglorien.
- Debería de haberlo intuido - murmuró con sencillez, volviendo de nuevo la vista a una chimenea apagada que desearía estuviese prendida.
- Es un muchacho muy listo, pero carga con sentimientos muy pesados dentro de él. Desde luego el que vino a por Iori a la aldea no fue el mismo que regresó semanas después. - guardó silencio unos segundos, rememorando. - Me explicó por encima lo sucedido con ambos en el templo. La locura de Iori, el acceso a las memorias pasadas de Ayla y Eithelen. Fue una información difícil de digerir para ambos, con indeseadas consecuencias. El muchacho los encontró. Buscó en la zona en la que revivieron lo sucedido por última vez. Los enterró juntos. Cerca de la pequeña cueva en la que dejaron al bebé escondido. - le reveló entonces el moreno, contándole las andanzas de Tarek en su última visita a la aldea.
- Lo sé - respondió Cornelius con simpleza - Acudió a mí tras aquello. Por mucho que intente evitarlo, el chico es como un libro abierto - guardó silencio un instante - Le recomendé que se fuera, lejos de todo lo que conocía a riesgo de que lo cazasen. Temo que intenten lo mismo con tu pupila, si descubren la verdad sobre ella. -
Zakath meneó la cabeza, reconociendo el punto que el elfo había ganado en aquel instante. Claro que lo sabía. Él siempre sabía todo. Estaba bien informado. De una forma más allá de lo que Zakath alcanzaba a comprender. Apoyó el mentón en la palma de su mano, con su interés fijo en su interlocutor.
- Los Ojosverdes. ¿Hay forma en que eso suceda? - preguntó.
Cornelius lo miró con intensidad antes de contestar.
- Eithelen murió por confiar demasiado en lo que se suponía que los Ojosverdes no podían hacer. No sería prudente subestimarlos - tras unos instantes preguntó - Qué es lo que te ha contado ella? -
- Prácticamente nada. Su intención de continuar dándole caza a los elfos que restan del grupo que acabó con sus padres. Ahora mismo los humanos implicados ya están fuera de circulación. Sé, por descontado, que lo que pretende no es una tarea que ella pueda alcanzar por sus propios medios. Vivió de espaldas a Sandorai. Desconoce todo sobe los elfos, y su ignorancia en el tema la hace incontrolablemente temeraria. - se detuvo, recordando de forma súbita. - Tarek dijo que habían tenido que pagar un precio. Ella dijo que entregó su corazón. - Frunció el ceño en dirección al elfo. - ¿Qué puedes decirme sobre ello? -
- Si intenta ir a por ellos, morirá incluso antes de poder distinguirlos entre las sombras del bosque - suspiró ante la última pregunta, estirándose después como un gato en la silla - Magia élfica - respondió - Una muy antigua, casi tanto como las runas de los Inglorien. Un arma peligrosa en las manos equivocadas. Aquel que los conectó con el pasado llevó a cabo una versión corrupta y contaminada de un ritual sagrado... No deberían haber visto lo que vieron, al menos no de esa manera. Aún menos pagar el precio que se les exigió - tras unos segundo añadió - Es complicado de explicar. Es como si hubiesen perdido la capacidad de sentir aquello que entregaron. Como si hubiese sido borrado de ellos... Me consta que Tarek está intentando romper el juramento que hicieron. De conseguirlo podrían recuperar lo perdido. -
La ceja de duda de Zakath subió por su frente, en un gesto que Cornelius bien conocia.
- ¿Perdido la capacidad de sentir el corazón? ¿Y justo ahora parece estar más encaprichada de Ben que nunca antes de ninguna otra persona en su vida? No consigo comprender eso. Los has visto. Has escuchado mejor que yo sus conversaciones...- Literalmente. Se detuvo e hizo un gesto con la mano, como dejando ir el resto de información referente a las muestras de afecto y preocupación entre ambos amantes. - Le falta el corazón y encuentra amor en el Héroe...- resumió como si aquel fuese el triste resumen de una obra de teatro de moda en Lunargenta.
- Quizás sea obra de los dioses - comentó Cornelius - Después de todo el muchacho cuenta con su bendición, si lo que dicen los rumores es cierto - descruzando las piernas se puso de nuevo en pie, acercándose a Zakath y apoyando las manos sobre los brazos de la silla del humano - Quizás deberíamos seguir su ejemplo y darle nosotros también un buen espectáculo a los dioses - comentó con voz sugerente.
- He pensado en ello varias veces. No solo por los rumores de la gente, o el relato de sus logros. Me refiero a la Seidr - aclaró, clavando los ojos verdosos en la cara que lo miraba desde arriba. - ¿Recuerdas a la muchacha liberada que lideraba a las demás? La que guiaba el carro con las que encontramos vivas en aquel lugar - inquirió. Cuando creyó ver el reconocimiento en los ojos de su compañero continuó. - Es ella. Bera. La madre de Ben -
Cornelius le sonrió.
- Y sólo has tardado treinta y cinco años en darte cuenta - comentó con ironía, separándose de él - ¿Sigues mandando patrullas a vigilar aquella remota aldea? -
El guerrero se rio ahora de buena gana por lo bajo, sintiendo que era increíble que tras tanto tiempo siguiera sorprendiéndose por lo que su amigo sabía.
Tomó rápidamente la mano que tenía al alcance para detenerlo frente a él. Descruzó los tobillos y recogió las piernas, de forma que Cornelius quedó de pie entre ellas.
- Desde que no estoy en activo mi influencia en las esferas de la Guardia se han reducido, sobre todo entre los nuevos mandos. Pero sigo teniendo mis contactos - dijo únicamente, respondiendo de manera afirmativa a su pregunta. -Nunca la encontramos Lius. Esa historia está sin terminar - tiró suavemente de él hacia abajo, en su dirección.
- Ninguna historia se queda sin terminar. Volverá... y esta vez estaremos preparados - le contestó, dejándose arrastrar con una sonrisa. Frenó su descenso apoyando la mano libre sobre el pecho del humano y empujándolo hacia el respaldo de la silla - ¿Dispuesto a dedicarte a algo más alegre? - le preguntó, apoyando una de las rodillas sobre la pierna del soldado, aproximándose más a él.
La mano libre de Zakath se detuvo con suavidad sobre la cintura de Cornelius. Los ojos verdes, impenetrables. La sonrisa en la boca, casi escondida. Pero todo su cuerpo vibrando de anticipación por lo que iban a compartir. Tiró de la mano con la que lo tenía sujeto y entonces comenzó su noche.
[Palacete de Justine, salón de banquetes]
Juntos.
- Tus palabras, lo que dices, tú entero Ben… eres a la vez mi debilidad y mi fuerza… - confesó contra su cuello, apretándose más a él. La luz de los orbes mágicos que mantenía tan iluminada la sala se atenuó, dando protagonismo ahora a la luz más suave y dorada de las multiples velas.
- Puede que tengas razón, puede que seamos mejores el uno al lado del otro, pero no por estar lejos perdemos la fuerza que tenemos. Solo que juntos funcionamos mejor - dijo Sango casi reflexionando en voz alta.
Por una puerta lateral de una sola hoja hizo su entrada, cauteloso, Charles. Se detuvo debajo del dintel e hizo notar su presencia con una leve aclaración de garganta.
- Podemos servirles algo más que pueda ser de su agrado? Algo dulce? Una bebida quizás? -
La mestiza se incorporó de su posición pero sin levantarse de las piernas del pelirrojo, mirando al mayordomo que la había había animado a mantener la esperanza en Ben. Bajó la vista y lo observó con un gesto mudo de pregunta en su cara.
- Yo no preciso nada - murmuró mirando hacia los ojos verdes. Nada que no fuese él.
- No, Charles, por mi parte, nada más - añadió Ben sin apartar la mirada. Su mano seguía acariciando la tela sobre sus piernas -. Creo que, iremos a dar un paseo por los jardines, la noche parece propicia para ello - echó la cabeza hacia atrás y apartó la vista un breve instante en dirección a la cristalera abierta.
Los ojos azules no siguieron la mirada de Sango. Permanecieron fijos en él. Charles asintió pero observó con algo de preocupación hacia fuera.
- Parece que la lluvia está cerca. Esta época suele dejar caer tormentas de verano sobre la ciudad -
La sonrisa de la mestiza se acentuó al escuchar aquello.
- Un poco de agua no nos incomoda - respondió con la vista fija en Ben.
Charles asintió con la cabeza y se retiró de nuevo en silencio, sin que ninguno de los dos lo viese. Iori entonces movió las piernas para bajar de su regazo. La noche era cálida. El verano en Lunargenta regalaba momentos como aquel, en el que la sensación de frío tardaba en llegar. Se puso de pie y dio un par de pasos observando el ventanal. Con la suficiente pereza como para dejar que Ben se pusiese a su lado. Su compañía pegada a ella y sus palabras latiendo muy vivas en su corazón
Ben se levantó con calma fingida antes de acercarse a ella con apresurados y mal disimulados pasos. No era su estilo. Él era directo. Por eso, su brazo rodeó sus hombros y acompasó sus pasos a los de ella hasta pasar por la cristalera y detenerse en el balcón, donde recibieron el abrazo del oscuro manto estrellado que quería engullir hasta las débiles sombras que reflejaban sobre los bien cuidados jardines.
Se situó a su lado con rapidez. Con decisión. Con la firmeza de quien está seguro del camino que marcan sus pasos. Notó el peso y el calor del brazo de Sango, encontrando sitio sobre sus hombros en una postura que los acercaba peligrosamente. La mestiza se dejó hacer. Se dejó guiar por él. Por su cercanía.
Sintió una vergüenza casi pueril ante aquel contacto. Algo que había visto, reservado a otras personas, en otro tipo de relaciones que ella nunca había tenido. Caminó despacio apretando un instante los labios. Notaba el escozor de su piel bajo su contacto, pero tenerlo cerca de ella era mejor que la molestia que podía llegar a sentir.
Se detuvieron en la barandilla en la que Kuro había estado haciéndole compañía en aquel mismo atardecer. Cuando él en su cabeza todavía era una huida. Una persona que escapada de su vida, deslizándose entre sus dedos.
Qué cerca había estado todo del desastre. Y qué cerca estaba el cuerpo de Ben, recordándole seguía dispuesto a compartir su calor con ella.
Abrumada por sentimientos recién descubiertos, por la potencia de lo que la invadía por dentro, la mestiza guardó silencio mientras alzaba los ojos al cielo. Preguntándose si las nubes que olían a lluvia dejarían caer el agua esa noche.
- ¿Cuál es tu color favorito? - preguntó Ben siguiendo la mirada de Iori.
El calor del fuego siempre había significado seguridad. Estar en casa, cocinar. Compartir momentos con las personas de la aldea. El tono del fuego le gustaba. El mismo tono del cielo cuando el amanecer rompía al comienzo de un día despejado.
- Rojo - respondió al instante, sin necesidad de pensar. - Siempre rojo. Aunque últimamente soy muy consciente del verde. - ladeo la cabeza y lo miró ligeramente, en la penumbra. - ¿Tú tienes uno? -
- Tengo varios. Nunca tuve un color favorito hasta que llegué a Lunargenta. Cuando llegué aquí eché de menos el verde de los bosques, de los pastos, del horizonte contra el cielo azul en el invierno - dijo sin apartar la mirada del cielo -. Claro, está el azul del cielo. Pero el del cielo azul del invierno.
- Habiendo tantos colores, ¿por qué elegir? - asintió a lo que Ben decía. - Pero entiendo a que cielo te refieres. En invierno parece mas azul, mas brillante…-
Giró la cabeza hacia Iori y la miró a los ojos.
- Un color hermoso. -
Como una estúpida. Como una adolescente. Como cualquier persona del planeta ante su primer amor. Iori abrió mucho los ojos al escuchar las palabras de Ben. Lo miró, creyendo entender en ellas un doble sentido del que incluso dudó por un instante. La penumbra que había en una noche cada vez mas encapotada evito que él pudiese ver su sonrojo cuando volteó el rostro para mirar en la dirección opuesta del jardín. ¿Aquello que se escuchó fue un trueno? Difícil decirlo. Cuando su propio corazón martilleaba desaforadamente en su pecho, ensordeciendo sus oídos con el correr veloz de su sangre.
- Por aquí - dijo Ben echando a andar en la dirección que ella miraba. Su brazo se acomodó -. Cuéntame, Iori, ¿Qué tal te fue esta tarde? - preguntó cambiando completamente de tercio.
Cuando creyó, feliz, que había sido capaz de esconder el efecto tan claro que tenía él sobre ella, la mestiza avanzó animada por él y el movimiento de su cuerpo, y el peso de su brazo. Las heridas le produjeron un latigazo de dolor bajo su peso, y antes de dar tres pasos Iori se escurrió a un lado. Se las apañó para que su movimiento pareciese una ligera finta que usó para colocarse frente a Ben, mientras caminaba hacia atrás. Sonrió aparentando calma.
- La narracion de Zakath y Cornelius puede ser un buen resumen de ello. En cambio yo no sé nada de ti - desvío la conversación. A su alrededor, la oscuridad se hacía más intensa a medida que avanzaban por los jardines.
- Pero, ¿Qué hay de tu versión? - preguntó con los ojos entrecerrados -.¿Qué hay de lo que sentiste en esa casa? ¿Qué percibiste? - preguntó sin querer contestar.
Sus pasos se hicieron más lentos y su rostro adquirió un gesto reflexivo. Se giro para caminar de nuevo a su lado, con pasos cortos, distraída con sus pensamientos.
¿Qué había percibido? La decadencia. La corrupción. Las ganas de preservar un lujo e importancia que se había perdido en las últimas generaciones. La lascivia envileciendo la mente de Dominik.
- Te felicito. Eres la primera mujer que realmente va a convertirse en mi esposa -
Esas habían sido las palabras que él le había susurrado a su oído. A la luz de las muertes de las prometidas que había tenido con anterioridad, Iori percibía un matiz diferente en la malicia que había notado en su forma de hablar.
- Lo cierto es que estaba tan nerviosa que entré buscando formas de escapar a cada paso que daba. Zakath me dijo que confiara en él, que no se concertaría el matrimonio pero… - la inseguridad era algo que no había podido controlar. -Tampoco estaba del todo concentrada en lo que hacíamos. Tenía otras cosas en la cabeza. Lo que te puedo asegurar es que Dominik es el tipo de hombre que en su noche de bodas se acostaría con su novia y con las amigas de la novia - frunció el ceño.
- Como todos los ricos, hijos de algo, que entienden el funcionamiento del mundo como si todo fuera de ellos y solo existieran ellos. Esa clase debería desaparecer, irse a tomar por culo. Te aseguro que sería un mundo mejor. -
- Con muy pocos he tratado. La persona con la que he tenido más contacto ha sido Justine. - puso en su conocimiento para que el pelirrojo se pudiera hacer a la idea de la experiencia que tenía en el mundo de los ricos la mestiza. - Esta noche bebió demasiado. Parecía que no iba a parar...- murmuró bajando la vista hasta el suelo.
Sango rio y dejó un silencio entre medias, roto por sus pisadas por el jardín, por los ruidos apagados de una ciudad que se va a dormir.
- Sí, estaba ciertamente alterada - asintió -. Las cosas son más sencillas en el campo. Más duras, más sacrificadas, pero sabes a lo que atenerte: trabajar la tierra, cuidar el ganado, cortar madera, lo necesario para vivir una vida tranquila, apacible, honrada...-
Se detuvo. Paró de caminar perdida en su mente. Recordando lo que había sido su vida hasta hacía dos años. Encontrando paz en las palabras de Sango. Rememorando lo que había sido su vida hasta el día en el que Zakath le había dado aquel misterioso anillo.
Él se paró medio paso delante de ella y se giró para observarla con curiosidad.
- ¿Todo bien? -
- Con el Sol de cada mañana en pie. Trabajar hasta que el cuerpo no pueda más. Disfrutar de la comida obtenida con el propio esfuerzo. Encontrar la paz en un vaso de leche caliente, o en el calor del fuego templando el cuerpo, dejando el frío fuera de casa. Deslizarse con las últimas luces del día dentro de la cama. Las mantas de lana basta... - alzó el rostro y miró a Ben, distinguiendo muy vagamente sus rasgos faciales. - Echo de menos... quisiera ahora, quisiera poder volver a la vida que tenía en la aldea... - bajó la voz. - Contigo...-
- Algún día - aseguró Sango ensanchando la sonrisa -. Suena... suena realmente bien - estrechó el espacio que mediaba entre ellos y buscó sus manos -. Algún día te mostraré algunos de los trucos que se aprenden en los campamentos para darle sabor a algunas comidas - dijo bajando el tono de voz.
Las cejas de la mestiza se fruncieron en un leve signo de alarma en su rostro.
- No estoy segura de que me guste saberlo - fue lo primero que le respondió, para, seguidamente, tirar con más fuerza de él. Pegó su cuerpo al de Sango mientras, nuevamente, se escuchaba un trueno a lo lejos.
- Sabe mejor de lo que suena, créeme - dijo con tono divertido mientras disfrutaba de la cercanía de sus cuerpos -. Iori, dentro de pocos días me iré de Lunargenta. En el campamento de Zelirica están los niños de Edén, rechazados de sus hogares, apestados por falsas habladurías fruto del miedo a un poder que no han enfrentado cara a cara. No puedo quedarme de brazos cruzados. Simplemente, no puedo. -
El cambio en la conversación captó de nuevo la atención de Iori, mientras sentía que sus palabras le estrujaban el corazón. Lo miró, deseando poder observar más claramente sus ojos en aquel momento, y se concentró en sentir el calor de su cuerpo. Algo en su forma de sacar el tema la hizo poner en alerta.
- Lo sé... me lo dijiste hace unos días. Charles me contó que Justine se ha convertido en tu mecenas. Proporcionará mucho material para que la campaña tenga éxito...-
- Bueno, será algo puntual. Una forma de pagar por errores pasados - dijo Ben -. Pero agradezco enormemente su ayuda. Por lo que me han contado, es un lugar destacado en un punto privilegiado de la geografía de la comarca - Ben calcaba las palabras de Debacle, sin embargo no quería seguir por ahí -. Pero eso es otro tema. Yo quiero saber o - titubeó -, más bien, necesito saber si hay lugar en ti para mi - dijo suavemente -. Si pese a los días de distancia, si pese a que yo mismo traicione mis palabras, si a pesar de todo, habrá ese "algún día" que tan bien suena. -
La angustia llenó la expresión en la cara de Iori. Sus manos aferraron con más fuerza al pelirrojo, tirando de él como si quisiera mantenerlo clavado a su lado.
- ¿Traicionar tus palabras? - repitió con el dolor vibrando en el fondo de su voz, como el tañido lejano de una campana. - ¿Es algo que ya has decidido? ¿Cómo has decidido irte sin mí? - no se le había pasado por alto el hecho de que, al inicial "ven conmigo" que había hecho temblar su mundo, y que permanecía sin respuesta, ahora había cambiado a un "yo mismo retiro mis palabras y ya no deseo que me acompañes".
Pero lo peor era la duda en él.
La necesidad de tener que hacer aquella pregunta.
No era muy diferente a la manera en la que ella había creído ver la llama del interés de Ben apagarse en ella tras su marcha. Aún cuando todo había sido un error de interpretación, basado en la falta de información. Se soltó dando un paso atrás.
- ¿Tengo que responderte? ¿Tan poco claro resulta? ¿Poco evidente a tus ojos? ¿A cuántas mujeres has amado Ben? ¿Tan diferente me veo a las que cayeron por ti anteriormente? ¿De verdad no eres capaz de verlo...? ¿Ver lo que me haces? -
El enfado le estranguló la voz en la garganta y la mestiza guardó silencio, sintiendo cómo la rabia la sacudía por dentro. ¿Tan poco valían sus sentimientos? ¿Acaso eran tan débiles para él?
- No es eso, Iori. Pero estarás más segura lejos de ese campamento. Nos odian. Elfos, brujos, licántropos... No todos, es cierto, pero sí los suficientes como para ponernos en peligro - hizo una pausa y sacudió la cabeza -. Será un lugar peligroso, al menos hasta que lo hayamos adecuado, luego, ya veremos - se humedeció los labios
-. Soy la contradicción hecha persona Iori. Un día te digo que no quiero luchar y al siguiente estoy encabezando una compañía para ayudar a esos niños y defenderlos de cualquier amenaza. Yo, te pido ayuda un día y al siguiente me irrito si alguien me repite lo que yo mismo decía una noche antes - dejó escapar el aire para tomar una bocanada de aire fresco -. Iori, mis ojos ven bien. Y hoy he visto la destrucción en tu mirada, una destrucción causada por mi ausencia, no soy idiota. Sé que has sufrido por mí como yo lo he hecho por ti. Yo solo necesito escucharlo, necesito que, estando lejos, cuando mi cabeza mire hacia el horizonte, tus palabras suenen en mi cabeza y me den la fuerza necesaria para seguir el camino. -
La mirada azul evidenció la lucha, mientras otro trueno retumbaba, con más fuerza esta vez en Lunargenta. Largo, profundo. Y la mestiza no apartó los ojos de él hasta que su sonido se extinguió por completo. Le estaba costando toda su cordura tomar una decisión ante las palabras del humano, sintiendo que no estaba en condiciones de decidir.
- ¿Cuál es tu plan? ¿Pretendes que me quede aquí esperando? Sabes que tengo mis propios objetivos. Un camino que he de seguir. - completar la venganza yendo a por los Ojosverdes. Se arrepintió de sus palabras al momento, maldiciendo lo complicado que era todo.
El choque evidente entre el "deseo" y el "debo".
Desear permanecer con él, irse a una aldea perdida, o fundar una ellos mismos siendo los únicos habitantes. Vivir lejos de todo empapándose el uno del otro cada maldito día y cada jodida noche.
El deber del soldado. De la hija huérfana.
El deber que pesaba más que el mundo entero sobre sus hombros. Tanto que Iori tembló.
Se giró dándole la espalda, en el momento en el que una lluvia finísima, casi imperceptible, comenzaba a caer sobre ellos.
- ¿Qué quieres escuchar? - preguntó con los labios apretados y el corazón rompiéndole el pecho.
Agachó la cabeza, dejando que la tela de la ropa poco a poco comenzase a humedecerse.
- Odio... odio lo que has hecho de mí. Todo era más fácil. Más sencillo sin ti antes. -
Sango se removió intranquilo en su sitio y acortó a medio paso la distancia. Tan cerca de ella que podía alzar el brazo y tocarla. Dejar que sus pieles buscarán el calor, la puerta de entrada a un contacto más estrecho, algo más íntimo. Abrió la boca y dejó escapar el aire, como si estuviera fatigado.
- Los hilos de nuestras vidas están entrelazados. Yo no odio lo que has hecho en mí porque creo que me has dado otra perspectiva, una que creía largo tiempo olvidada - se pasó la mano por la frente para quitarse el agua que empezaba a caer sobre sus ojos -. Nunca fue mi intención causarte daño. Yo solo quería saber, solo quería... saber para mí - frunció el ceño ante su imposibilidad para ser capaz de articular la frase completa, consciente de que si preguntaba seguiría alejándola de él -. Para mí eres...- y alzó una mano a media altura y la observó largo rato en silencio, dejando que el trueno rasgara el aire.
La mirada de la mestiza se aceró, y aunque no retrocedió miro a Sango, ladeándose un poco y echando los hombros hacia delante, en una posición de defensa hacia el.
- Una perspectiva que habías olvidado? Debe de ser genial volver a los orígenes. ¿Sabes lo que has hecho tú en mí? Me has dado algo que no sé como manejar. Soñar con jugar a las casitas, gestos tiernos, cuidar el uno del otro, todo el sexo que queramos. Eso está bien. Está más que bien. ¿Pero tu ausencia? No estoy preparada para tu ausencia. Cómo vivía antes de ti Ben, ¡dímelo! - se llevó las manos a la cara en un instante de desesperación.
- No es solo sexo. No es crear ilusiones de hacernos compañía mutuamente. De cuidar de ti y que tú cuides de mí… todo esto… - bajó las manos y estrujó la ropa blanca que cubría su pecho entre los dedos, evidenciando la transparencia de la tela por la lluvia. - Me asfixia… pensar en no estar a tu lado…- reconoció con voz débil, para pasar a alzar levemente la cabeza de nuevo hacia el.
- Para ti soy… ¿qué soy Ben? Dímelo .- lanzó la pregunta con una sonrisa leve en la boca y desesperanza en la mirada.
Ben que había seguido con intensidad las palabras de Iori, tragó saliva y reflexionó sobre lo que acababa de oír. Se pasó la lengua por los labios y miró su perfil empapado.
- Eres la persona más importante de mi vida - dijo casi sin aliento -. Eres la persona que cuando poso mis ojos, el corazón martillea el pecho como si quisiera salir disparado hacia a ti. La persona por la que con el más leve contacto, mi piel se eriza estirándose por alcanzarte. La razón por la que los últimos días de mi vida estén adquiriendo un significado completamente distinto - Iori podía ver cómo le costaba hablar de lo acelerado que estaba
-. La persona con la que, algún día, me gustaría compartir el resto de mi vida - se llevó las manos a la camisa y la arrugó sintiendo la humedad escurrirse entre sus palmas -. La razón por la que hacer lo hago es tan necesario y tan estúpido a la vez. La única persona en la que soy capaz de pensar y recordar su sonrisa, sus miradas, todo. Todo. -
Iori Li
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Dejó caer las manos a ambos lados del costado. Podía parecer un gesto de derrota, pero realmente sentía una especie de liberación interna al haber dado compartido con ella palabras que tenía guardadas para sí mismo y que verbalizaban parte de lo que sentía por ella.
Sango, con la boca abierta, calmando su agitada respiración, y la mirada fija en ella, vio como su rostro mutaba desde la desesperanza de sus ojos hasta algo similar al miedo. Su sonrisa desapareció. No apartaba sus ojos azules de Ben, y no fue hasta tiempo después de que este terminada cuando inclinó la cabeza hacia el suelo. Sus manos apretaron la tela entre las manos, como si quisiese llegar con sus dedos al corazón y jadeó. Jadeó de una manera que sonaba a dolor. Ben relajó la expresión y mostró preocupación por su estado.
- Iori - llamó, acercándose a ella-. Iori- repitió alzando las manos en su dirección.
La mestiza separó una mano del pecho, buscando a tientas el contacto con él. Ben alcanzó su mano y la atrajo hacia él, hacia el pecho, hacia la camisa verde y mojada que llevaba puesta en aquel momento. Apretó la mano de Iori contra sí mismo para hacerle notar que, bajo la tela húmeda, había calor, uno que anhelaba pasar a ella, cubrirla y apartar toda sombra de su cabeza.
- Iori...
Ambos estuvieron completamente pegados en un instante, sin saber si él se había acercado o ella había dado los pasos para eliminar completamente la distancia que les separaba. Ben notó que Iori temblaba. Quizá la fría lluvia. Quizá la fuerza con la que había dejado hablar al corazón. Quizá el propio roce de los cuerpos. Quizá todo junto.
- Cuando pierdo el control de mi misma, todo gira y se vuelve un caos. Incluso esta ciudad. Eres la única persona que consigue hacer que pare. Me traes calma pero tus palabras de ahora me causan dolor. ¿Se supone que es así? ¿Tengo que vivir de esta manera para siempre?- la otra mano buscó agarrar también la tela verde de la camisa que él llevaba puesta. Más lluvia. Más miedos-. Me paralizas. Me das aire y me lo quitas. Jamás imagine que algo así fuese real… Que me pudiera suceder- volvió a jadear enterrando el rostro contra el pecho de Sango. Luchando contra más demonios de los que era capaz de poner nombre.
- No tenía intención de hacer daño con mis palabras, yo solo quería que supieras - bajó la cabeza hacia ella y movió los pulgares para masajear sus manos -. Lo que siente no debería ser algo doloroso. Es algo que nace del corazón y que alimenta el alma. Es algo tan bello y tan puro que no hay nada que se compare al amor que siente una persona por otra.
La lluvia continuó cayendo, de manera abundante pero también gentil. El sonido del agua sobre las losas de mármol del suelo parecía un arrullo en medio del silencio que Iori guardó. Sus manos, dejándose acariciar lentamente, comenzaron a despertar. Apartó la cara de su torso y alzó los ojos para observarlo con inseguridad y con hambre. Su mentón se estiró hacia arriba mientras recostaba el peso contra el pecho del Héroe. Igual de gentil que la lluvia. Pero con una profunda necesidad de encontrar lo que precisaba beber de su boca.
Sus ojos azules brillaban con la intensidad de las estrellas, cubiertas esa noche. Dos estrellas azules que tenían un poder de atracción terrible sobre él. Separó los labios ligeramente y acarició los de ella antes de retroceder, acomodar la cabeza y lanzarse hacia ella sin posibilidad alguna de que el agua pudiera colarse entre sus labios.
Aquel beso, el leve contacto inicial y la posterior acometida llenaron el pecho de Iori de más aire del que podía respirar. Inhaló intentando captar el aroma de Ben en aquella cercanía mientras notaba como la fuerza que hizo al abrazarlo hacia que el agua corriese fuera de sus ropas con fuerza. Fue ante el destello de un relámpago que la mestiza se detuvo un instante, y colocó la mano en la nuca de Ben para mantener las frentes pegadas. Se decían tanto con los besos…
- Cómo pude olvidarlo…- se lamentó al recordar en su boca que los sentimientos de Ben estaban ahí.
Se separó hacia atrás, contrayendo los labios hacia dentro de manera sutil, disfrutando del recuerdo del beso, de su presencia en él. En su rostro no había más que dos brillantes faros y una serie de músculos contraídos y relajados que servían para hablarle sin decir ni una sola palabra. Era su más ferviente adorador, que para él, ella era la persona más importante sobre la tierra. Todo ello se traducía en esa mirada. Una mirada de deseo. Una mirada de una persona terriblemente enamorada.
Iori tembló internamente de una manera nunca antes sentida. Los ojos del Héroe penetraban hasta sus raíces más profundas. El lenguaje de sus miradas lo irían aprendiendo con el tiempo. Sí, lo haremos.
- Quédate esta noche junto a mí. Si es tu deseo- se apresuró a añadir. No quería gastar tiempo en cosas que no fuesen fundirse con él. Mucho faltaba por decirse, por compartir, pero Iori… acarició los hombros del pelirrojo con anhelo, manteniendo los brazos sobre sus hombros en un abrazo íntimo-. Recuperemos el tiempo- le propuso antes de besar con mucha suavidad su mentón.
- Vamos- acertó a susurrar antes de apretar sus labios con los de ella moviéndose torpemente, sin soltarla, sin apartarse de ella.
Los labios de Iori lo buscaban, como dando pequeños sorbos de la boca de Ben, que no quería romper el contacto de sus bocas en ningún momento. Un intento inútil de saciar una sed que no tenía fin. Tropezaron contra el ventanal de la entrada del gran salón, y entre suaves risas y más besos consiguieron avanzar hasta salir al pasillo. Abrieron una de las dos puertas dobles y esta golpeó con fuerza la pared del pasillo cuando ambos se precipitaron juntos en él.
Fue el grito de una de las cocineras que hacia sus tareas terminando de recoger en aquel lugar el que los sacó de la nube en la que estaban. Iori abrazó a Sango y miró con gesto arrepentido a la mujer a la que le habían dado un susto de muerte. Tiro de él por el pasillo casi en la penumbra y dirigieron sus pasos húmedos hacia la habitación que los recibía de aquella manera por segunda vez.
Esta vez fue él quien entró en primer lugar a la habitación. En cierta manera, Ben, lo consideraba lo más cercano a un hogar, un lugar seguro. Un sitio en el que estar con la persona que más quería. Por eso, al reencontrarse con formas y espacios conocidos y con sensaciones que contrastaban tanto con lo que había vivido hacía tan solo una noche, sonreía de manera pura y sincera. Sus piernas chocaron con la cama. Miró hacia atrás y hacia abajo y para su sorpresa, se había deshecho del cinto que yacía a un lado, en el suelo, sobre la alfombra. Sonrió devolviendo la mirada a la morena antes de dejarse caer y no dar tiempo a sus manos para que se deshicieran del incómodo abrazo que ahora eran las botas.
Iori se había asegurado de cerrar la puerta y bloquearla por dentro, mientras sus ojos azules no se apartaban de él. No les importó mojar la carísima alfombra, empapados, como estaban, de aquella lluvia de verano. Los ojos verdes de Ben copiaban cada acción, cada gesto, cada movimiento, por mínimo que fuera, su cabeza se encargaba de trazarlo y transformarlo en un recuerdo.
La habitación estaba templada gracias a las llamas que crepitaban y lanzaban sus lenguas hacia la inmensidad de la habitación, calentado el aire que se atrevía a pasar cerca del hogar. La luz destacó su figura, el blanco vestido, sus cabellos empapados y la gasa que cubría sus hombros. Ella avanzaba, lentamente, hacia él, con un lado iluminado por la incidencia de la luz que emanaba del fuego y el otro lado en sombra. Sus ojos se fijaban en él como quien observa con fascinación a un animal extremadamente complicado de ver en el bosque. Un gran ciervo blanco, o quizá un lobo especialmente llamativo. Había algo mágico en la forma en la que los movimientos de Ben la cautivaban.
La distancia se hizo insoportable cuando recuerdos de la ultima noche sola la asaltaron. Iori avanzó, entonces, a paso vivo los metros que los separaban y se lanzó a sus brazos en los últimos dos pasos. Sabiendo que él nunca la iba a dejar caer. Ben se incorporó al notar el cambio de ritmo. Estiró los brazos y Iori chocó contra él, a tiempo para que los brazos se cerraran en torno a su espalda antes de que ambos cayeran hacia atrás, hacia la cama.
Iori siseó de dolor. O quizá fue un resuello por falta de aire. O, a lo mejor, una exhalación por el choque que los derribó a ambos sobre la enorme cama. Miró a Iori y una risa suave se apoderó de él mientras masajeaba con ligeros movimientos su espalda, un poco por encima de la cadera y con la otra, le apartaba el pelo de la cara, los justo para ver una estrella azul que destacaba en su rostro y se acercó a toda velocidad hacia él. Sus bocas se abrieron y se cerraron, jugaron. Tras decenas de besos aquello se seguía sintiendo terriblemente placentero y aquella sensación no desaparecería jamás.
Iori apretó el cuerpo contra el desde arriba, dejándole claro al guerrero que ella ardía en deseo por él. Mientras su lengua acariciaba despacio los labios de Ben buscando entrar, sus manos buscaron los botones de la camisa verde, comenzando a abrirla con fervor.
Ben ahogó su risa en su boca. El calor empezó a recorrer todo el cuerpo y sintió la imperiosa necesidad de compartir con ella toda la pasión que sentía en ese instante. Paseó sus manos por las piernas y las subió por sus nalgas, presionando allí por donde pasaban sus manos que siguieron el lento ascenso por su espalda para, finalmente, buscar bajo la gasa algún cordón para aflojar el vestido.
Iori resopló contra los labios de Ben, y se incorporó hasta arquearse para detener el movimiento de sus manos sobre su espalda. Lo miró con el cabello revuelto bajo ella, mientras la mirada de la mestiza era de alarma. Tenía que enfrentarse a aquello si quería tener todo de Ben esa noche. Y que él la tuviese a ella.
Miró con cierta alarma a Iori y frunció el ceño. Movió los labios, incapaz de decir nada y acto seguido se miró la mano derecha como queriendo adivinar, como asociando el rápido giro hacia él en el balcón antes de la cena, como se había desembarazado de su abrazo cuando caminaban por el jardín. Era obvio que algo tenía en la espalda. Volvió la cabeza hacia Iori con los ojos entrecerrados, pero sin perder la sonrisa aunque no fuera tan intensa como antes.
La mano de la mestiza captó la de Sango en el aire y la llevó a su cara. Apretó la calidez de su piel en la mejilla y cerró los ojos, intentando controlar los latidos de su corazón.
- Sé que no está bien…- se escuchó decir sobre lo que había hecho consigo misma. Lo que el todavía no veía. Abrió los ojos y lo miró, con arrepentimiento e inseguridad-. Lo siento Ben…-
La sonrisa desapareció, su ceño se frunció y su mirada se agarró a sus ojos. Sin embargo, sus dedos no dejaron de acariciar su rostros con movimientos delicados.
- ¿Qué... qué ha pasado? - preguntó con preocupación.
La indecisión de Iori transmutó en un escudo que se alzó entre ella y Sango, según tomó consciencia de la situación en la que estaba. No deseaba romper el contacto con él, pero no quería que viese lo que había hecho. No quería que fuese consciente de que, como al principio, como en el primer día juntos, ella seguía teniendo inclinación a producirse daño. Le enseñó los dientes como haría un animal salvaje antes de atacar.
Iori hundió los labios calientes en el cuello de Sango, notando como bajo su piel latía con fuerza la sangre empujada por el corazón del guerrero. Tiró con fuerza de la camisa que estaba abriendo, hasta hacía unos segundos con delicadeza y la rompió por completo haciendo saltar nuevamente los botones. No quería huir de él, de manera que decidió que intentaría arrastrarlo con ella al desastre de una noche de sexo desordenado y violento.
Echó la cabeza hacia atrás dejándose llevar por el arrebato de la morena, sintió sus extremidades desfallecer pero fue solo un instante, hasta que una sacudida le recorrió todo el cuerpo erizándole la piel y queriendo responder con el mismo ímpetu. El sabor de Sango en su lengua sirvió de combustible. Como el fuego alimentado por el oxígeno, que expandía su llama. Con la tela abierta podía alcanzar el pecho del pelirrojo, y sus manos lo recorrieron, llenas de impaciencia, deseando poder fundirse en su piel. Lo notó algo frío por la lluvia, y se propuso en apenas un leve pensamiento hacerlo arder aquella noche con ella.
Echó los brazos por su espalda y se agarró los antebrazos antes de incorporarse poco a poco, venciendo el ataque de la mestiza. Quedó sentado, con sus labios pegados a su cuello y continuó bajando, en dirección a los hombros.
- Iori...- apartó con la nariz el trozo de tela -. Iori...- su mano volvió a subir por su espalda, lenta, imparable, sujetó la gasa y tiró suavemente de ella.
Sintió como él se incorporaba hasta quedar sentado, haciendo que ella también quedase sentada sobre su cadera. Debería de levantar la falda blanca del vestido de seda para que sus cuerpos hiciesen conexión. Fue en esa posición, cuando ella quedó más alta que Sango, cuando los labios masculinos aprovecharon para intercambiar posiciones. La boca dura de Ben la besó, acariciándola con su calor y la aspereza de su barba, haciendo que Iori cerrase los ojos. Alzó la cara, exponiendo más el cuello a él, y en su garganta se fraguó un gemido que no terminó de coger forma.
Él quería ver. Quería retirar la ropa. Y ella sentía terror de pensar en que él viese. Comprendiese
Bajó el rostro para mirarlo y buscó con sus manos aferrar las muñecas de Ben para detenerlo, mientras sentía que su respiración iba a mil de pura excitación. Lo miró con un reto manifiesto en los ojos, dejando que sus dedos apretasen con fuerza las muñecas del Héroe que sabía que podían liberarse, sin embargo, no lo hicieron. Ben pensó que entre su ansia por ver y la obsesión de ella por esconder, debía haber un punto de acuerdo. Centró sus ojos en ella y movió las manos hasta aprisionar su cara. Se acercó a ella y rozó sus labios con los suyos. No fue más allá. Notaba su agitación, el aire que expulsaba y que impactaba en él, que con media sonrisa buscaba transmitir tranquilidad.
- Iori - habló y sus labios al moverse rozaban los de ella-, quiero ver, necesito saber... -
A Iori le retorcieron las entrañas con aquella forma que él tuvo de tomarle el rostro. Pensó cuando sus labios se tocaron que él había cedido. Se había olvidado. Que continuarían sin necesidad de revelar su estupidez. Su malsana adicción al dolor cuando no estaba con él. Tembló de anticipación, queriendo devorarlo mientras sentía casi como un golpe lo controlado y tranquilo que él estaba, mientras ella estaba a punto de romperse. Pero había sido un error. La mente de Ben no se había conformado con un no. Lo miró anonadada, cambiando el deseo por la sorpresa, con la caricia de sus palabras al hablarle contra su boca.
Tardó en reaccionar, pero lo hizo soltándose de él con furia para levantarse hacia el ventanal. La lluvia caía suave contra los vidrios y Iori apoyo sobre él ambas manos de pura rabia. No le salían las palabras, y dejó caer la cabeza hacia delante, sintiendo que la derrota para ella esa noche era inminente.
Ben no perdió el tiempo y se levantó para ir tras ella. El ruido de sus pisadas llegaba a él amortiguado por el sonido de la lluvia y los truenos en la lejanía. Quizá, también, por un intenso monólogo interno. Uno en el que no dejaba de preguntarse sobre ella, sobre todos los momentos malos que había tenido la desgracia de vivir y que había ido conociendo en los últimos días.
Se detuvo tras ella e inmediatamente posó las manos en la cintura y besó su cabeza a un lado, se separó lo justo para contemplar, juntos, la lluviosa noche que los cielos les brindaban. La cadera de Iori la traicionó, moviéndose contra Ben por decisión propia. La forma que su cuerpo tenía de reaccionar a él seguía asombrándola. Cerró un instante los ojos y sintió que su dulzura llegaba con ternura a ella. Sango suspiró a su espalda y entonces sus manos saltaron a sus brazos, subiendo lentamente por ellos. Sus pulsaciones aumentaron, también su ansiedad, pero se concentró en sus dedos tocando su piel, aún húmeda por la lluvia. Un salto más y ahora paseaban por el cuello. Los dedos, entonces, se introdujeron entre la gasa y la piel y Ben comenzó a retirar, con delicada decisión, la fina tela que cubría sus hombros.
De nuevo, ni una mala palabra, no perder la paciencia. Simplemente esperaba con calma, y volvía a intentarlo. El frío bajo sus palmas se sentía diferente al calor que emanaba de Sango. Resopló. Y con la misma suavidad que usaban las manos de él para abrir la tela, Iori se rindió. Su respiración se agitó, y clavó la mirada en el rostro del Héroe a través del reflejo del cristal. No quería hacerlo, pero necesitaba mirar. Ver el tipo de expresión que mostraba al ver el desastre que había escondido hasta entonces.
Contuvo la respiración en cuanto vio las primeras marcas. Se detuvo un breve instante tratando de encajar esas heridas en alguna situación que hubiera vivido. Pero era muy difícil. Tiró con rapidez de la gasa, fruto de la impaciencia, del querer saber y comprender qué era lo que había ocurrido. Al descubrir las marcas, abrió la boca y alzó las cejas, sorprendido porque fueran parecidas a ambos lados.
- ¿Qué te ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto?- preguntó sin cambiar la expresión, mientras los dedos se mantenían en el aire en el cortísimo espacio que les separaba, temerosos de tocar las heridas.
Iori hundió entonces el rostro, apartando la cara del cristal. Dejando de mirar la cara de Ben en el reflejo.
Ben estudió las marcas y vio que estas continuaban. Negó ligeramente con la cabeza y buscó la forma de quitar el vestido. Sus manos dieron con un pequeño nudo a modo de enganche y tiraron de él para liberar la tensión que mantenía el vestido en su sitio. Con las manos agarró la tela que pasaba sobre sus hombros y la deslizó por ellos con cuidado de no tocar en exceso la piel marcada. Cuando pasó, soltó su agarre y dejó caer el vestido al suelo. Suspiró de dolor.
- Por el amor de Freyja, Iori, ¿qué te ha pasado?- murmuró desolado mientras sus ojos no podían apartarse de las heridas que recorrían su espalda.
Él.
Él había pasado. De hacerla sentir en un mundo diferente a arrojarla a la soledad y la incomprensión de su ausencia. Sintió el frío en su piel cuando el vestido la dejó desnuda frente a él. Y el corazón latiendo como si fuese un martillo en su pecho.
Su pregunta tenía, sin embargo, fácil respuesta. La mestiza alzó despacio las manos y se abrazó a si misma como había hecho la noche anterior. En medio de aquella derrota, a punto de echarse a llorar, dejó que Sango viera como el inicio de sus heridas coincidían a la perfección con sus dedos.
- Encuentro paz en el dolor- dijo únicamente, antes de hacer el camino descendente por sus marcas, pero sin dejar que en esa ocasión las uñas abrieran su carne.
- Pero, ¿por qué? - preguntó con miedo de saber la respuesta porque la intuía. Llevó sus manos hacia las de ella y se acercó rompiendo la distancia que había tomado para contemplar los surcos sobre su piel.
Las manos de Iori se detuvieron a media espalda, con las de Ben sobre ella. Estaba tensa. A punto de temblar de la rigidez de su cuerpo.
- Me sentía perdida. El dolor me aleja de… lo que tengo en mi cabeza…- dijo lentamente, esforzándose en encontrar las palabras.
- Lo siento mucho Iori - dijo de pronto-. Siento no haber estado aquí, siento no haber enviado al menos un mensaje, una carta o algo. Lo siento- bajó la cabeza y besó el cuello y luego más abajo en el centro de su espalda y después más cerca de las heridas-. Lo siento- se sintió inútil al saber que sus besos no borrarían las marcas que tenía en su piel.
Lo escuchó. Sintió su aliento contra su piel y dejó caer la cabeza hacia atrás. Sus manos permanecieron a ambos lados de su cuerpo. Miraba la lluvia acariciando el cristal mientras sentía sus labios en su espalda.
- Ben.
Se giró despacio entre sus brazos y lo miró con una expresión extrañamente vacía a los ojos.
- Quiéreme. Por favor. A pesar de mi debilidad. De mi locura. Aun cuando sé que cualquier persona es mejor que yo para ti- alzó las manos, buscando rodear su cuello y estrechar el contacto. Notó su pecho pegándose a la piel del abdomen de Sango allí en donde su camisa verde estaba abierta.
Tu amor me…- lo miró de cerca, mientras el calor y el deseo se deslizaban bajo su piel en aquel abrazo-...me hace desear seguir viviendo.
La miró a los ojos, largo tiempo, en silencio. Buscaba las palabras que expresaran lo que sentía, que encerraran el verdadero amor que sentía por ella. Ben no era una persona que tuviera dificultad en mostrar lo que sentía hacia las personas que quería. Sin embargo, cuando se trataba de encontrar las palabras para describir el amor que nacía de él hacia Iori, se sentía, frustrado, porque, simplemente, consideraba que no había palabras suficientes para ello. No obstante su corazón ardía con tanta intensidad que parte de ella escapó a través de su boca
- Si depende de mí, entonces vivirás para siempre. Te quiero, Iori. Y, para mi, no hay persona más importante en el mundo que tú. Sólo tú.
Sus palabras encendieron algo en los ojos de Iori. Había estado casi conteniendo el aliento, pero ahora había en ella una mirada de esperanza. Los labios de la muchacha se curvaron y sus dedos acariciaron el cabello rojo, perdiéndose en su suavidad todavía húmeda.
No quiso hablar mas.
No necesitaba hablar más.
Tiró del cuello de la camisa rota de Sango y lo besó con mas dulzura de la que había usado nunca. Despacio. Sintiendo cada roce. Haciéndolo nuevo, como si fuese la primera vez. Iori puso el corazón en aquel beso, dejando enterrado en su pasado el dolor y daño que se había causado a ella misma.
Comenzó a caminar guiándolo a él, y parecía imposible que un cuerpo como el suyo, delicado y suave causase un daño tan grande. De fondo se escuchaba la música de la lluvia, acompañado por el cálido latido de sus corazones, y la madera chasqueando de fondo. El borde de la cama detuvo su lento avance. Se separaron un breve instante para mirarse. Sus ojos se gritaron. Deseo. Pasión. Ambos sin el punto salvaje de la necesidad primitiva. Había algo más. Algo mucho más profundo. Más intenso.
Iori tomó las mejillas de Ben entre sus manos y lo volvió a besar. Con mas apremio esta vez. Y entonces flexionó las piernas para dejarse caer en la cama, de espaldas al colchón. Separó las piernas en el proceso y atrajo al Héroe hacia ella para no dejar de besarlo. Sus labios no se separaron mientras, con un sonido suave, el cuerpo de ambos encajaba a la perfección.
Los labios de Iori redoblaron la pasión creciente, besándolo con devoción. Sintiendo como se abandonaba al hecho de que Ben estuviese tumbado sobre ella. Una posición de control que nunca había concedido a nadie. Una posición que su corazón deseaba mas que nada en aquellos instantes y que a Ben no se le escapó.
Ben jadeaba de pura excitación mientras sus bocas se juntaban y recorrían juntas el camino que ellas mismas se creaban. Se echó hacia atrás y se irguió sobre ella. La miró desde arriba, sus piernas, las ingles, el vientre, el pecho, los brazos, sus ojos. La presión de los pantalones comenzó a ser incómoda. Dejó que la camisa cayera hacia atrás con un giro de hombros y paseó sus manos por sus muslos. Lanzó un gemido de pura excitación. Se inclinó sobre ella, sobre sus pechos, besándolos en su lento ascenso hasta reencontrarse con sus labios. El deseo incontrolado, como un fuego salvaje, se extendió rápido y voraz. La presión se volvió insoportable y Ben se llevó una mano hacia el pantalón para apartarlo hacia abajo moviéndose sobre ella, sin dejar de besarla, casi sin dejarle aire que respirar. Movió las piernas y el pantalón cayó. Su mano volvió arriba, y jugueteó entre las piernas de Iori, pasando sus dedos de arriba a abajo.
Los nervios la hacían temblar de forma visible. Recostada sobre los codos, en el último instante estuvo a punto de incorporarse para sacar a Ben de encima. Los dedos del pelirrojo acariciando su humedad la distrajeron, haciendo que dejase caer la cabeza hacia atrás. Se sentía a punto de saltar al vacío. Un acto que requería de total confianza en Ben. Si salía mal, el suelo se encargaría de romper su cuerpo en pedazos. Pero, quizá la caída no era lo que la esperaba. ¿Y si al saltar volaba? ¿Y si él era capaz de mantenerla en el aire?
Empujó con sus muslos las piernas de Iori, acomodándose, y mientras sus ojos azules se clavaban en sus ojos, su mano saltó y ejerciendo una ligera presión lo dirigió a la posición correcta.
Buscó en su mirada. Buscó sus ojos verdes para llenarse de él. Separó más las piernas cuando notó al guerrero encontrando el sitio que precisaba para acomodarse, y la presión de su miembro le robó el aire. Dejó de respirar mientras notaba como se deslizaba dentro de ella, más que preparada para recibirlo.
La anticipación espoleó la excitación de Ben que dejó escapar el aire de forma audible. Apoyó las manos a ambos lados de la cabeza de Iori y se inclinó lentamente hacia delante y hacia dentro. Las manos de Ben a ambos lados de su cara parecían una cárcel. Pero su mente pronto cambió esa percepción para ver en sus brazos unos firmes pilares a los que agarrarse.
Llegó lo más profundo que pudo y le mordió el labio inferior para tirar de él suavemente. Su cadera fue hacia atrás y repitió. Lento y hasta el final.
Apoyó las manos en sus hombros mientras sus labios se abrían en un profundo gemido. El calor la invadió mientras alzaba la cabeza buscando sus labios.
La sensación de tenerlo dentro de nuevo, tras la noche solitaria que había pasado hizo que tuviese ganas de llorar. Llorar como forma de liberar todas las emociones que la recorrían. Sus dedos se engancharon en el Héroe mientras hacían un movimiento similar de descenso por su piel al que se había hecho ella misma la noche anterior. Con una diferencia. El camino que dejaba era superficial. Cuidadoso. Sin profundizar. Iori no quería lastimar a Ben de ninguna manera. No deseaba herirlo de una forma tan burda. Se derritió entre sus brazos mientras se pegaba a él todo lo que podía. Los pechos unidos inflamando su ansia de sexo con él. Y sin ser capaz de cerrar los ojos o apartarlos de él. Sin ser capaz de perderse ni una sola de sus expresiones.
Sentía sus manos recorrer su espalda mientras se movía lentamente sobre ella. Allí donde ella tocaba, la piel de su espalda se erizaba, multiplicando la necesidad de ella. Su boca bajó por el mentón y se enterró en su cuello, pasando lengua y labios y jadeando al tiempo que sus movimientos se aceleraban de manera gradual. Separó la cabeza y estiró los brazos para mirar hacia abajo. Eran movimientos menos profundos pero una cadencia algo más elevada. Miró su rostro y esbozó una ligera sonrisa antes de abalanzarse sobre ella para robarle el aliento, para que ambos ahogaran los gemidos en un mar de besos, en un baile en el que labios, dientes y lengua danzaban con el rítmico sonido que ambos imponían.
¿Era su corazón latiendo? ¿O era el de él? La mestiza no era capaz de distinguir en aquel contacto a quién pertenecían los golpes rítmicos provenientes del pecho.
El placer que le proporcionaba aquella postura subía a medida que ella se relajaba. Con los nervios de una persona en su primera noche con alguien, Iori había tenido que concentrarse al principio en mantenerse bajo él. Aunque era una posición que deseaba, su instinto natural se revolvía y luchaba para salir de una postura que le arrebataba el control que tanto se había empeñado en obtener toda su vida.
Las mejillas de la chica se tiñeron debido al calor, a los movimientos de Ben dentro de ella y a la sensación de torpeza que la acompañaba. Ondeaba la cadera, acoplándose a los ritmos que marcaba él. Los movimientos del Héroe tenían música, y ella estaba familiarizándose con ella. Con una melodía que adoraba sentir en toda su piel. Abrazó con más fuerza al pelirrojo, de una manera posesiva. Dejando que el dolor y la ansiedad que le habían producido sentirse sola el día anterior desapareciesen con el contacto de su cuerpo.
- Ben- jadeó antes de cerrar los ojos y estirar hacia arriba el rostro.
No pudo evitar hundirse sobre las suaves sábanas mientras apresaba ahora con las piernas la cintura de Ben. Rodeó su cintura con pasión, y la nueva postura logró una penetración más profunda, que la hizo perder el control. Gritó abrazándose más a su cuerpo, mientras su mente dejaba de razonar. No alcanzaba a pensar en nada que no fuese simplemente el sentirlo
- Ben- volvió a jadear, sabiendo que había algo más que deseaba expresar. Pero pronunciando su nombre como si fuese la oración más profunda y completa de la tierra.
Apoyó los antebrazos en el suave colchón y metió las manos bajo la cabeza de Iori. Al escuchar llamarle, el corazón de Sango se aceleró de pura emoción. Al sentirla acomodarse bajo él, cruzar las piernas sobre él y gritar mientras se abrazaba a él hizo que su ansia se desbocara. Embistió con más dureza, queriendo llegar lo más dentro posible. Dejando que su calor viajara desde su interior hasta el de él. Gemía de placer cada vez que entraba en ella. No había forma de parar. Cada vez más alto, cada vez más rápido. Y sintió que su necesidad de ella nunca se acabaría. Nunca sería suficiente. Y pese a todo, sonrió. Juntó sus labios a los de ella y con el empujón que acababa de dar Ben no aguantó más y se derramó dentro de ella mientras le quitaba el aire con cientos de besos que recorrían la comisura de sus labios.
Notó un leve sabor a sangre. Iori había cerrado con fuerza los ojos y con fuerza la boca. Mordiendo la clavícula de Ben cuando alcanzó el orgasmo. Se había incorporado para buscar ahogar el poderoso gemido contra su piel, y cuando su cuerpo cayó relajado sobre el colchón lo arrastró a él también, atrapado en un abrazo.
Abrió los ojos y apartó los labios, a tiempo de ver las marcas de sus dientes marcadas con un leve rastro de sangre delante. No encontró palabras. Observó con vergüenza el daño causado y se acercó de nuevo para besar sobre la marca ahora con cuidado.
Ben gimió al notar sus labios sobre la piel marcada por sus dientes. Aquel gesto hizo que Ben sacara las manos de debajo de la cabeza de Iori y las apoyara en el colchón para apoyarse sobre ellas y coger distancia. Miró desde arriba sus labios, el pelo pegado a su rostro, los mechones que se extendían por encima de sus dedos. Y Ben seguía mirándola con deseo. Era un fuego que no podía apagarse, una llama tan ardiente que parecía emanar del propio Muspelheim. Flexionó los brazos y buscó sus labios dejándose caer, lentamente, sobre ella.
Iori lo miró. Notó el fuego en su mirada. Ben seguía teniendo ganas de fundirse en su cuerpo. El beso fue lento. Con un ritmo al que ella no estaba habituada. Nunca antes había besado así. Él le estaba enseñando.
Bajó uno de los brazos y pasó la mano por su espalda justo antes de dejarse caer hacia un lado y tirar de ella. Rodó por la cama hasta invertir la posición y ahora la vio desde abajo. Cuando la mestiza sentía como su interior comenzaba a ronronear de anticipación, el rodó con ambos hasta dejarla a ella sobre él.
Y él seguía ardiendo. Llevó las manos hasta su rostro y se incorporó lo justo para besarla con torpeza antes de caer hacia atrás. Se le escapó una risita que acompañó con una sonrisa.
Lo besó y quedó atrapada por la risa que el soldado emitió. Obnubilada por la expresión de su cara, por la vibración del sonido en su garganta. Iori se incorporó apoyando las manos en el pecho del soldado hasta quedar sentada sobre su cadera.
- No quería lastimarte…- susurró cuando su risa se detuvo, acariciando con los dedos el mordisco. No se perdonaría interrumpir aquel sonido, pensó mientras pensaba en lo diferente que se había sentido al tenerlo a el encima.
- Al contrario- contestó Ben llevando las manos hacia las de ella-. No lastimas- acarició sus manos, sus muñecas, subió casi hasta los codos y bajó-, sanas- alzó una mano hacia su rostro y la apoyó contra su mejilla mientras con el pulgar hacía pequeños movimientos para acariciarla-. Tienes unos ojos preciosos...
El calor de la mano de Ben, mirarla como si fuese el Sol del nuevo día, sus cuerpos, compartiendo aquel pequeño espacio que los separaba. Su mirada se abrió mucho con sus últimas palabras. Y sus mejillas se encendieron de una forma inocente, que en absoluto adquirían cuando estaban haciendo otro tipo de cosas, más profundas que acariciar sus mejillas. En cuanto al sexo, Iori estaba en su elemento, pero la dulzura de las palabras de Sango la descentraban como a una muchacha en su primer amor.
- Tú me sanas. Tú me salvas- respondió con el ceño frunció de quien intenta disimular su azoramiento.
Recorrió hacia arriba las manos, acariciando el pecho del pelirrojo hasta llegar a su cara. Se inclinó ligeramente, desde su posición erguida y observó más de cerca las cicatrices de su cara. Las que tanto le gustaban. Antes de inclinarse a besarlas.
Sus cuerpos ya calientes, sus cabellos casi secos. Y los ojos acostumbrados por completo a distinguirse y buscarse a la calida luz del fuego.
- Nos salvamos y nos sanamos- le dijo a menos de medio palmo de distancia. Estiró el cuello para rozarle los labios antes de volver a posar la cabeza sobre la suave superficie que era la cama-. Hay... Hay tantas cosas buenas- sus manos volaron por su espalda, hacia la cintura y luego las piernas-. Hay tantas cosas por hacer- ladeó la cabeza y añadió tras una breve pausa-, juntos.
El azul de Iori se derretía, convirtiéndose en líquido mientras lo miraba. Sus manos, algo ásperas al recorrer su piel causaron que el interior de la mestiza se contrajese. Caliente. Mojado. Preparado.
- Dime Ben, ¿qué pensaste de mis ojos cuando nos conocimos?- su voz preguntó.
Su cadera hondeó. La morena dejó escapar el aire de placer con él dentro mientras se inclinaba sobre sus labios sin tocarlos. Ben dejó escapar el aire con el inesperado movimiento de cadera. El peso del cuerpo en una mano. La otra, acariciando la nuca de Ben entre su piel y el colchón. La observó largo rato antes de ser capaz de articular una palabra.
- ¿En Edén? ¿En Roilkat? ¿En esa taberna? Creo que siempre pensé lo mismo- la mirada de Iori le cautivaba-. Quizá no lo dijera, quizá debiera haberlo hecho. Lo que sé es que tus ojos eran, son y serán preciosos.
Volvió a ruborizarse con las palabras de Sango. Era evidente que no estaba acostumbrada a escuchar comentarios así hacia ella. Lo cual no dejaba de ser llamativo con la vida sexual que había llevado hasta entonces. Una en la que parecía que no había habido espacio para los sentimientos ni la ternura.
La mestiza cortó los escasos centímetros que la separaban de los labios del Héroe, y como muda respuesta volvió a mover su cadera, haciéndolos a ambos conscientes de la conexión.
- Tú haces temblar mi corazón con tus palabras. Yo haré temblar tu cuerpo con mi piel- jadeó sobre su oído.
Ben adoraba aquel movimiento. Echó sus manos hacia arriba, buscando su cabeza, antes de ejercer una ligera presión para acercarla lo suficiente como para quitarle el aliento con el beso que le acababa de dar.
- Atrévete- provocó dijo dejando caer las manos por sus brazos.
La lengua de Iori entró con furia en la boca de Ben. De una forma parecida a como hacia el cuerpo del Héroe dentro de ella. Llenándolo todo. La morena continuó marcando el ritmo de su conexión con la cadera mientras se tumbaba ahora sobre el torso de él. Uniendo pieles, cicatrices y latidos de corazón.
- Recuerdo que una de las primeras cosas que pensé de ti cuando te conocí aquella noche fue que me gustaría tenerte como estas ahora. Debajo de mí- dijo mirándolo a través de sus cabellos revueltos-. Luego pensé que eras idiota. Por cómo dejabas que te tratara ella- zanjó antes de volver a besarlo y embestir con movimientos lentos y profundos de cadera.
Ben disfrutaba con los movimientos de cadera de Iori. Y quería más. Y gimió de pura satisfacción llevando sus manos a sus nalgas para ejercer una presión más fuerte de ella sobre él. Y entre medias, pudo responder.
- Eran los pasos necesarios para que los hilos de nuestras vidas se entrelazaran- gimió de puro placer en una de las embestidas de Iori y respondió clavando los dedos en ella-. Y míranos ahora. Juntos, cuidando el uno del otro.
Ante el gemido de Ben, Iori lamió sus labios. Cuando sus manos le acariciaron los glúteos, mordió su mentón. Notó la aspereza de la barba contra la piel y se apretó más contra él de pura excitación. Al notar como él clavaba sus dedos sobre su piel, la mestiza bajó de una estocada, obligándola a arquear la espalda por el placer que supuso la brusquedad de su movimiento. Uno que le permitía ser muy consciente de que tenía a Sango dentro de ella.
- Pensé que habías desaparecido. Que te habías ido para siempre. Ayer por la noche... ayer por la noche...- volvió a dejarse caer sobre él, intentando cubrir con su cuerpo toda la extensión de Sango.
Lo abrazó con fervor, mientras sus manos no encontraban punto en el que reposar. Recorriendo con ansia su rostro, su pecho, sus hombros, sus brazos... No tenía suficiente de él. Los movimientos de la pelvis de Iori se aceleraron, volviéndose más apremiantes. Queriendo obtener de aquella manera lo que ansiaba. Fundirse con él. Mezclarse para siempre. Dejar de ser Iori, dejar de ser Ben. Quería hacerse pedazos contra él. Con él.
- Dioses... por favor...- jadeó contra sus labios, cerrando los ojos cuando notó el escozor en ellos.
Se aferraba a ella y era lo único que era capaz de hacer, dejar que sus manos fueran guiadas por sus profundos y rápidos movimientos. Sus ojos tampoco parecían saciar su necesidad, como tampoco su oído de escuchar su voz jadeante, tampoco su piel por culpa de sus caricias. No recordaba haberse sentido así en toda su vida.
- Nunca...- casi le mordió la oreja-. Siempre contigo- gimió-. Siempre a tu lado- le lamió el cuello y presionó sus dientes contra ella para ahogar un grito de placer.
En lugar de separarse, Iori buscó más contacto con él. Con la forma en la que casi la mordía. Con sus gemidos, con su lengua... Tras aumentar el ritmo de las penetraciones volvió a bajar, para hacerlas una vez más profundas, abarcándolo todo, consciente de cada centímetro que compartían juntos. Hasta el fondo. Con la respiración agitada, Ben quiso mirarla.
- En Roilkat no era capaz de concentrarme en nada que no fuese encontrar el mineral. Y sin embargo la segunda noche de travesía, la de la luna llena enorme- gimió, interrumpiéndose, llena de placer por él. Dubitativa sobre si seguir contándolo-. Esa noche tampoco pude dormir. Pero con la luz de la luna se veía claramente tu rostro. Te observé dormir desde el otro lado de la hoguera. Fue la primera vez desde aquel templo que rozaba algo de paz con los dedos. Quise acercarme a ti. Pensé en probar a despertarte y averiguar si estarías dispuesto a entrar en calor conmigo en un lugar más apartado de nuestros dos compañeros... Pero entonces Frosk se despertó- concluyó aquella confesión de algo de lo que Ben había sido completamente inconsciente.
Mordió su hombro un instante para lamerlo despacio a continuación. Sus recuerdos sobre él, el sexo que estaban compartiendo llenaban su mente, conduciéndola poco a poco al descontrol.
No podía ser casualidad, pensó Ben. Los grandes acontecimientos de su vida, los inicios de lo que era él hoy en día, tenían, de una u otra manera, su origen en Roilkat. A ella la había conocido en Edén y volvieron a cruzar sus caminos en el arenal y ella, entonces, había pensado en él, le había deseado, soñó con él. ¿Qué tendría el arenal y por qué parecía tan importante para su vida? No parecía casualidad. Respondía a algo mucho más grande, algo que era incapaz de comprender y por mucho que pensara en ello no alcanzaría un razonamiento satisfactorio. Sus ojos reflejaron el fuego del hogar.
- Roilkat...- murmuró con reconocimiento-. Iori, por los Dioses, sigue soñándome. Sigue deseándome. No me apartes de tu cabeza.
Las petición de Ben fue respondida con el aumento en el brío con el que Iori se movía sobre él. La fuerza de sus bajadas, deslizándose hacia atrás cuando llegaba a la base de Ben antes de volver a alzar la cadera la estaba alzando hasta el punto de la caída libre. Sintió las contracciones agudas dentro de ella, sabiendo qué era lo que venía a continuación. Sabía que perdería el habla tras el grito prolongado del orgasmo que la cegaría, dejándose caer sobre él, con un abandono que no había experimentado jamás en su vida.
Sabiendo que podía bajar por completo la guardia con Ben. Que él la cuidaría.
Sin embargo, antes de dejarse ir por completo, clavó las uñas en su piel y abrió las puertas de un corazón que pensaba ya no tenía.
- Te amo.
Susurró a su oído. Y bajó una última vez hasta el fondo.
Y la voz de Iori se alzó fuerte entonces, gritando, completamente controlada por la potencia del orgasmo que la llenó sobre Ben.
El gritó sirvió para que sus dos palabras, con sus cinco letras, se removieran en su cabeza y aparecieran allá en cualquier cosa en la que él pensara o posara la vista. Una pared, una alfombra, un techo, un fuego, la lluvia, todo, absolutamente todo, sonaba con su voz, con sus cinco letras. ¿Cuándo había sido la última vez que alguien le había dicho algo parecido? Su vista se nubló. ¿Cómo era posible que alguien pudiera vivir sin sentir lo que hasta el último poro de su piel gritaba a ritmo del martilleo de su corazón? Ben se rompió. ¿Cuándo había dejado buscar, renunciado a que algo así podría ser para él? Sonrió al techo y con una mano apretó la cabeza de Iori contra su propio hombro mientras que la otra mano, en la base de su espalda, apretaba contra él. ¿Cuándo podía olvidarse de todo y vivir feliz junto a ella para siempre? Giró la cabeza para besar su rostro a través de los morenos cabellos sin romper la sonrisa que tenía en su rostro.
- Te quiero, Iori.
El baúl estaba cerrado. Un pestillo de hierro era lo único que le impedía abrirlo, así que, lo retiró y levantó la tapa. Sus cejas se alzaron y el torrente de recuerdos y vivencias inundó su mente paralizándolo. La respiración se agitó y se obligó a sacudir la cabeza.
"Es tu obligación y debes cumplirla", resonó en su cabeza.
"No quiero hacerlo", contestó él.
"¿Vas a dejar, entonces, que mueran?" preguntó.
"No, si estoy con ellos no le pasará nada" replicó.
Del baúl se alzó, imponente, la armadura que llevaba años guardada, la cota, las botas, los guantes, la espada. Una forma etérea se materializó en su interior y le hacía señas para que se acercara. Era una visión hermosa, del baúl salía una luz que hacía que todo el conjunto brillara, que se viera más grande de lo que realmente era. A ojos de Sango parecía un héroe de los antiguos relatos, una figura que si miraba con atención era terriblemente familiar.
Dio un paso atrás y cayó de rodillas y miró en dirección opuesta, hacia una casa, un lugar seguro, como unos brazos cálidos que se aferraban a él. Estiró la mano en su dirección pero la figura etérea avanzó hacia él desviando su atención.
"Sin mi no eres nada, tan solo un maldito recuerdo" le gritó.
"Al igual que tú y tus estúpidos sueños, de no ser por mi, estarías muerto" le contestó una voz oscura.
Sango vio como su propia espada se desenvainaba y apuntaba hacia él. Un rápido vistazo a la casa y de pronto una punzada de dolor en el pecho.
Ben se sacudió en la cama y abrió los ojos todo lo que pudo para descubrirse en una habitación iluminada por el fuego que aún ardía en el hogar. Sus brazos se aferraban a Iori y cuando fue consciente de su agarre, aflojó la presión. Sus jadeos, de puro terror, fueron desvaneciéndose mientras se recreaba en la calidez del cuerpo de Iori. Besó la frente de Iori y su cuerpo volvió a relajarse contra el colchón. Sus respiraciones se hicieron más profundas y sus ojos se cerraron. Solo un sueño. Un mal sueño.
Ben volvió a quedarse dormido.
Sango, con la boca abierta, calmando su agitada respiración, y la mirada fija en ella, vio como su rostro mutaba desde la desesperanza de sus ojos hasta algo similar al miedo. Su sonrisa desapareció. No apartaba sus ojos azules de Ben, y no fue hasta tiempo después de que este terminada cuando inclinó la cabeza hacia el suelo. Sus manos apretaron la tela entre las manos, como si quisiese llegar con sus dedos al corazón y jadeó. Jadeó de una manera que sonaba a dolor. Ben relajó la expresión y mostró preocupación por su estado.
- Iori - llamó, acercándose a ella-. Iori- repitió alzando las manos en su dirección.
La mestiza separó una mano del pecho, buscando a tientas el contacto con él. Ben alcanzó su mano y la atrajo hacia él, hacia el pecho, hacia la camisa verde y mojada que llevaba puesta en aquel momento. Apretó la mano de Iori contra sí mismo para hacerle notar que, bajo la tela húmeda, había calor, uno que anhelaba pasar a ella, cubrirla y apartar toda sombra de su cabeza.
- Iori...
Ambos estuvieron completamente pegados en un instante, sin saber si él se había acercado o ella había dado los pasos para eliminar completamente la distancia que les separaba. Ben notó que Iori temblaba. Quizá la fría lluvia. Quizá la fuerza con la que había dejado hablar al corazón. Quizá el propio roce de los cuerpos. Quizá todo junto.
- Cuando pierdo el control de mi misma, todo gira y se vuelve un caos. Incluso esta ciudad. Eres la única persona que consigue hacer que pare. Me traes calma pero tus palabras de ahora me causan dolor. ¿Se supone que es así? ¿Tengo que vivir de esta manera para siempre?- la otra mano buscó agarrar también la tela verde de la camisa que él llevaba puesta. Más lluvia. Más miedos-. Me paralizas. Me das aire y me lo quitas. Jamás imagine que algo así fuese real… Que me pudiera suceder- volvió a jadear enterrando el rostro contra el pecho de Sango. Luchando contra más demonios de los que era capaz de poner nombre.
- No tenía intención de hacer daño con mis palabras, yo solo quería que supieras - bajó la cabeza hacia ella y movió los pulgares para masajear sus manos -. Lo que siente no debería ser algo doloroso. Es algo que nace del corazón y que alimenta el alma. Es algo tan bello y tan puro que no hay nada que se compare al amor que siente una persona por otra.
La lluvia continuó cayendo, de manera abundante pero también gentil. El sonido del agua sobre las losas de mármol del suelo parecía un arrullo en medio del silencio que Iori guardó. Sus manos, dejándose acariciar lentamente, comenzaron a despertar. Apartó la cara de su torso y alzó los ojos para observarlo con inseguridad y con hambre. Su mentón se estiró hacia arriba mientras recostaba el peso contra el pecho del Héroe. Igual de gentil que la lluvia. Pero con una profunda necesidad de encontrar lo que precisaba beber de su boca.
Sus ojos azules brillaban con la intensidad de las estrellas, cubiertas esa noche. Dos estrellas azules que tenían un poder de atracción terrible sobre él. Separó los labios ligeramente y acarició los de ella antes de retroceder, acomodar la cabeza y lanzarse hacia ella sin posibilidad alguna de que el agua pudiera colarse entre sus labios.
Aquel beso, el leve contacto inicial y la posterior acometida llenaron el pecho de Iori de más aire del que podía respirar. Inhaló intentando captar el aroma de Ben en aquella cercanía mientras notaba como la fuerza que hizo al abrazarlo hacia que el agua corriese fuera de sus ropas con fuerza. Fue ante el destello de un relámpago que la mestiza se detuvo un instante, y colocó la mano en la nuca de Ben para mantener las frentes pegadas. Se decían tanto con los besos…
- Cómo pude olvidarlo…- se lamentó al recordar en su boca que los sentimientos de Ben estaban ahí.
Se separó hacia atrás, contrayendo los labios hacia dentro de manera sutil, disfrutando del recuerdo del beso, de su presencia en él. En su rostro no había más que dos brillantes faros y una serie de músculos contraídos y relajados que servían para hablarle sin decir ni una sola palabra. Era su más ferviente adorador, que para él, ella era la persona más importante sobre la tierra. Todo ello se traducía en esa mirada. Una mirada de deseo. Una mirada de una persona terriblemente enamorada.
Iori tembló internamente de una manera nunca antes sentida. Los ojos del Héroe penetraban hasta sus raíces más profundas. El lenguaje de sus miradas lo irían aprendiendo con el tiempo. Sí, lo haremos.
- Quédate esta noche junto a mí. Si es tu deseo- se apresuró a añadir. No quería gastar tiempo en cosas que no fuesen fundirse con él. Mucho faltaba por decirse, por compartir, pero Iori… acarició los hombros del pelirrojo con anhelo, manteniendo los brazos sobre sus hombros en un abrazo íntimo-. Recuperemos el tiempo- le propuso antes de besar con mucha suavidad su mentón.
- Vamos- acertó a susurrar antes de apretar sus labios con los de ella moviéndose torpemente, sin soltarla, sin apartarse de ella.
Los labios de Iori lo buscaban, como dando pequeños sorbos de la boca de Ben, que no quería romper el contacto de sus bocas en ningún momento. Un intento inútil de saciar una sed que no tenía fin. Tropezaron contra el ventanal de la entrada del gran salón, y entre suaves risas y más besos consiguieron avanzar hasta salir al pasillo. Abrieron una de las dos puertas dobles y esta golpeó con fuerza la pared del pasillo cuando ambos se precipitaron juntos en él.
Fue el grito de una de las cocineras que hacia sus tareas terminando de recoger en aquel lugar el que los sacó de la nube en la que estaban. Iori abrazó a Sango y miró con gesto arrepentido a la mujer a la que le habían dado un susto de muerte. Tiro de él por el pasillo casi en la penumbra y dirigieron sus pasos húmedos hacia la habitación que los recibía de aquella manera por segunda vez.
Esta vez fue él quien entró en primer lugar a la habitación. En cierta manera, Ben, lo consideraba lo más cercano a un hogar, un lugar seguro. Un sitio en el que estar con la persona que más quería. Por eso, al reencontrarse con formas y espacios conocidos y con sensaciones que contrastaban tanto con lo que había vivido hacía tan solo una noche, sonreía de manera pura y sincera. Sus piernas chocaron con la cama. Miró hacia atrás y hacia abajo y para su sorpresa, se había deshecho del cinto que yacía a un lado, en el suelo, sobre la alfombra. Sonrió devolviendo la mirada a la morena antes de dejarse caer y no dar tiempo a sus manos para que se deshicieran del incómodo abrazo que ahora eran las botas.
Iori se había asegurado de cerrar la puerta y bloquearla por dentro, mientras sus ojos azules no se apartaban de él. No les importó mojar la carísima alfombra, empapados, como estaban, de aquella lluvia de verano. Los ojos verdes de Ben copiaban cada acción, cada gesto, cada movimiento, por mínimo que fuera, su cabeza se encargaba de trazarlo y transformarlo en un recuerdo.
La habitación estaba templada gracias a las llamas que crepitaban y lanzaban sus lenguas hacia la inmensidad de la habitación, calentado el aire que se atrevía a pasar cerca del hogar. La luz destacó su figura, el blanco vestido, sus cabellos empapados y la gasa que cubría sus hombros. Ella avanzaba, lentamente, hacia él, con un lado iluminado por la incidencia de la luz que emanaba del fuego y el otro lado en sombra. Sus ojos se fijaban en él como quien observa con fascinación a un animal extremadamente complicado de ver en el bosque. Un gran ciervo blanco, o quizá un lobo especialmente llamativo. Había algo mágico en la forma en la que los movimientos de Ben la cautivaban.
La distancia se hizo insoportable cuando recuerdos de la ultima noche sola la asaltaron. Iori avanzó, entonces, a paso vivo los metros que los separaban y se lanzó a sus brazos en los últimos dos pasos. Sabiendo que él nunca la iba a dejar caer. Ben se incorporó al notar el cambio de ritmo. Estiró los brazos y Iori chocó contra él, a tiempo para que los brazos se cerraran en torno a su espalda antes de que ambos cayeran hacia atrás, hacia la cama.
Iori siseó de dolor. O quizá fue un resuello por falta de aire. O, a lo mejor, una exhalación por el choque que los derribó a ambos sobre la enorme cama. Miró a Iori y una risa suave se apoderó de él mientras masajeaba con ligeros movimientos su espalda, un poco por encima de la cadera y con la otra, le apartaba el pelo de la cara, los justo para ver una estrella azul que destacaba en su rostro y se acercó a toda velocidad hacia él. Sus bocas se abrieron y se cerraron, jugaron. Tras decenas de besos aquello se seguía sintiendo terriblemente placentero y aquella sensación no desaparecería jamás.
Iori apretó el cuerpo contra el desde arriba, dejándole claro al guerrero que ella ardía en deseo por él. Mientras su lengua acariciaba despacio los labios de Ben buscando entrar, sus manos buscaron los botones de la camisa verde, comenzando a abrirla con fervor.
Ben ahogó su risa en su boca. El calor empezó a recorrer todo el cuerpo y sintió la imperiosa necesidad de compartir con ella toda la pasión que sentía en ese instante. Paseó sus manos por las piernas y las subió por sus nalgas, presionando allí por donde pasaban sus manos que siguieron el lento ascenso por su espalda para, finalmente, buscar bajo la gasa algún cordón para aflojar el vestido.
Iori resopló contra los labios de Ben, y se incorporó hasta arquearse para detener el movimiento de sus manos sobre su espalda. Lo miró con el cabello revuelto bajo ella, mientras la mirada de la mestiza era de alarma. Tenía que enfrentarse a aquello si quería tener todo de Ben esa noche. Y que él la tuviese a ella.
Miró con cierta alarma a Iori y frunció el ceño. Movió los labios, incapaz de decir nada y acto seguido se miró la mano derecha como queriendo adivinar, como asociando el rápido giro hacia él en el balcón antes de la cena, como se había desembarazado de su abrazo cuando caminaban por el jardín. Era obvio que algo tenía en la espalda. Volvió la cabeza hacia Iori con los ojos entrecerrados, pero sin perder la sonrisa aunque no fuera tan intensa como antes.
La mano de la mestiza captó la de Sango en el aire y la llevó a su cara. Apretó la calidez de su piel en la mejilla y cerró los ojos, intentando controlar los latidos de su corazón.
- Sé que no está bien…- se escuchó decir sobre lo que había hecho consigo misma. Lo que el todavía no veía. Abrió los ojos y lo miró, con arrepentimiento e inseguridad-. Lo siento Ben…-
La sonrisa desapareció, su ceño se frunció y su mirada se agarró a sus ojos. Sin embargo, sus dedos no dejaron de acariciar su rostros con movimientos delicados.
- ¿Qué... qué ha pasado? - preguntó con preocupación.
La indecisión de Iori transmutó en un escudo que se alzó entre ella y Sango, según tomó consciencia de la situación en la que estaba. No deseaba romper el contacto con él, pero no quería que viese lo que había hecho. No quería que fuese consciente de que, como al principio, como en el primer día juntos, ella seguía teniendo inclinación a producirse daño. Le enseñó los dientes como haría un animal salvaje antes de atacar.
Iori hundió los labios calientes en el cuello de Sango, notando como bajo su piel latía con fuerza la sangre empujada por el corazón del guerrero. Tiró con fuerza de la camisa que estaba abriendo, hasta hacía unos segundos con delicadeza y la rompió por completo haciendo saltar nuevamente los botones. No quería huir de él, de manera que decidió que intentaría arrastrarlo con ella al desastre de una noche de sexo desordenado y violento.
Echó la cabeza hacia atrás dejándose llevar por el arrebato de la morena, sintió sus extremidades desfallecer pero fue solo un instante, hasta que una sacudida le recorrió todo el cuerpo erizándole la piel y queriendo responder con el mismo ímpetu. El sabor de Sango en su lengua sirvió de combustible. Como el fuego alimentado por el oxígeno, que expandía su llama. Con la tela abierta podía alcanzar el pecho del pelirrojo, y sus manos lo recorrieron, llenas de impaciencia, deseando poder fundirse en su piel. Lo notó algo frío por la lluvia, y se propuso en apenas un leve pensamiento hacerlo arder aquella noche con ella.
Echó los brazos por su espalda y se agarró los antebrazos antes de incorporarse poco a poco, venciendo el ataque de la mestiza. Quedó sentado, con sus labios pegados a su cuello y continuó bajando, en dirección a los hombros.
- Iori...- apartó con la nariz el trozo de tela -. Iori...- su mano volvió a subir por su espalda, lenta, imparable, sujetó la gasa y tiró suavemente de ella.
Sintió como él se incorporaba hasta quedar sentado, haciendo que ella también quedase sentada sobre su cadera. Debería de levantar la falda blanca del vestido de seda para que sus cuerpos hiciesen conexión. Fue en esa posición, cuando ella quedó más alta que Sango, cuando los labios masculinos aprovecharon para intercambiar posiciones. La boca dura de Ben la besó, acariciándola con su calor y la aspereza de su barba, haciendo que Iori cerrase los ojos. Alzó la cara, exponiendo más el cuello a él, y en su garganta se fraguó un gemido que no terminó de coger forma.
Él quería ver. Quería retirar la ropa. Y ella sentía terror de pensar en que él viese. Comprendiese
Bajó el rostro para mirarlo y buscó con sus manos aferrar las muñecas de Ben para detenerlo, mientras sentía que su respiración iba a mil de pura excitación. Lo miró con un reto manifiesto en los ojos, dejando que sus dedos apretasen con fuerza las muñecas del Héroe que sabía que podían liberarse, sin embargo, no lo hicieron. Ben pensó que entre su ansia por ver y la obsesión de ella por esconder, debía haber un punto de acuerdo. Centró sus ojos en ella y movió las manos hasta aprisionar su cara. Se acercó a ella y rozó sus labios con los suyos. No fue más allá. Notaba su agitación, el aire que expulsaba y que impactaba en él, que con media sonrisa buscaba transmitir tranquilidad.
- Iori - habló y sus labios al moverse rozaban los de ella-, quiero ver, necesito saber... -
A Iori le retorcieron las entrañas con aquella forma que él tuvo de tomarle el rostro. Pensó cuando sus labios se tocaron que él había cedido. Se había olvidado. Que continuarían sin necesidad de revelar su estupidez. Su malsana adicción al dolor cuando no estaba con él. Tembló de anticipación, queriendo devorarlo mientras sentía casi como un golpe lo controlado y tranquilo que él estaba, mientras ella estaba a punto de romperse. Pero había sido un error. La mente de Ben no se había conformado con un no. Lo miró anonadada, cambiando el deseo por la sorpresa, con la caricia de sus palabras al hablarle contra su boca.
Tardó en reaccionar, pero lo hizo soltándose de él con furia para levantarse hacia el ventanal. La lluvia caía suave contra los vidrios y Iori apoyo sobre él ambas manos de pura rabia. No le salían las palabras, y dejó caer la cabeza hacia delante, sintiendo que la derrota para ella esa noche era inminente.
Ben no perdió el tiempo y se levantó para ir tras ella. El ruido de sus pisadas llegaba a él amortiguado por el sonido de la lluvia y los truenos en la lejanía. Quizá, también, por un intenso monólogo interno. Uno en el que no dejaba de preguntarse sobre ella, sobre todos los momentos malos que había tenido la desgracia de vivir y que había ido conociendo en los últimos días.
Se detuvo tras ella e inmediatamente posó las manos en la cintura y besó su cabeza a un lado, se separó lo justo para contemplar, juntos, la lluviosa noche que los cielos les brindaban. La cadera de Iori la traicionó, moviéndose contra Ben por decisión propia. La forma que su cuerpo tenía de reaccionar a él seguía asombrándola. Cerró un instante los ojos y sintió que su dulzura llegaba con ternura a ella. Sango suspiró a su espalda y entonces sus manos saltaron a sus brazos, subiendo lentamente por ellos. Sus pulsaciones aumentaron, también su ansiedad, pero se concentró en sus dedos tocando su piel, aún húmeda por la lluvia. Un salto más y ahora paseaban por el cuello. Los dedos, entonces, se introdujeron entre la gasa y la piel y Ben comenzó a retirar, con delicada decisión, la fina tela que cubría sus hombros.
De nuevo, ni una mala palabra, no perder la paciencia. Simplemente esperaba con calma, y volvía a intentarlo. El frío bajo sus palmas se sentía diferente al calor que emanaba de Sango. Resopló. Y con la misma suavidad que usaban las manos de él para abrir la tela, Iori se rindió. Su respiración se agitó, y clavó la mirada en el rostro del Héroe a través del reflejo del cristal. No quería hacerlo, pero necesitaba mirar. Ver el tipo de expresión que mostraba al ver el desastre que había escondido hasta entonces.
Contuvo la respiración en cuanto vio las primeras marcas. Se detuvo un breve instante tratando de encajar esas heridas en alguna situación que hubiera vivido. Pero era muy difícil. Tiró con rapidez de la gasa, fruto de la impaciencia, del querer saber y comprender qué era lo que había ocurrido. Al descubrir las marcas, abrió la boca y alzó las cejas, sorprendido porque fueran parecidas a ambos lados.
- ¿Qué te ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto?- preguntó sin cambiar la expresión, mientras los dedos se mantenían en el aire en el cortísimo espacio que les separaba, temerosos de tocar las heridas.
Iori hundió entonces el rostro, apartando la cara del cristal. Dejando de mirar la cara de Ben en el reflejo.
Ben estudió las marcas y vio que estas continuaban. Negó ligeramente con la cabeza y buscó la forma de quitar el vestido. Sus manos dieron con un pequeño nudo a modo de enganche y tiraron de él para liberar la tensión que mantenía el vestido en su sitio. Con las manos agarró la tela que pasaba sobre sus hombros y la deslizó por ellos con cuidado de no tocar en exceso la piel marcada. Cuando pasó, soltó su agarre y dejó caer el vestido al suelo. Suspiró de dolor.
- Por el amor de Freyja, Iori, ¿qué te ha pasado?- murmuró desolado mientras sus ojos no podían apartarse de las heridas que recorrían su espalda.
Él.
Él había pasado. De hacerla sentir en un mundo diferente a arrojarla a la soledad y la incomprensión de su ausencia. Sintió el frío en su piel cuando el vestido la dejó desnuda frente a él. Y el corazón latiendo como si fuese un martillo en su pecho.
Su pregunta tenía, sin embargo, fácil respuesta. La mestiza alzó despacio las manos y se abrazó a si misma como había hecho la noche anterior. En medio de aquella derrota, a punto de echarse a llorar, dejó que Sango viera como el inicio de sus heridas coincidían a la perfección con sus dedos.
- Encuentro paz en el dolor- dijo únicamente, antes de hacer el camino descendente por sus marcas, pero sin dejar que en esa ocasión las uñas abrieran su carne.
- Pero, ¿por qué? - preguntó con miedo de saber la respuesta porque la intuía. Llevó sus manos hacia las de ella y se acercó rompiendo la distancia que había tomado para contemplar los surcos sobre su piel.
Las manos de Iori se detuvieron a media espalda, con las de Ben sobre ella. Estaba tensa. A punto de temblar de la rigidez de su cuerpo.
- Me sentía perdida. El dolor me aleja de… lo que tengo en mi cabeza…- dijo lentamente, esforzándose en encontrar las palabras.
- Lo siento mucho Iori - dijo de pronto-. Siento no haber estado aquí, siento no haber enviado al menos un mensaje, una carta o algo. Lo siento- bajó la cabeza y besó el cuello y luego más abajo en el centro de su espalda y después más cerca de las heridas-. Lo siento- se sintió inútil al saber que sus besos no borrarían las marcas que tenía en su piel.
Lo escuchó. Sintió su aliento contra su piel y dejó caer la cabeza hacia atrás. Sus manos permanecieron a ambos lados de su cuerpo. Miraba la lluvia acariciando el cristal mientras sentía sus labios en su espalda.
- Ben.
Se giró despacio entre sus brazos y lo miró con una expresión extrañamente vacía a los ojos.
- Quiéreme. Por favor. A pesar de mi debilidad. De mi locura. Aun cuando sé que cualquier persona es mejor que yo para ti- alzó las manos, buscando rodear su cuello y estrechar el contacto. Notó su pecho pegándose a la piel del abdomen de Sango allí en donde su camisa verde estaba abierta.
Tu amor me…- lo miró de cerca, mientras el calor y el deseo se deslizaban bajo su piel en aquel abrazo-...me hace desear seguir viviendo.
La miró a los ojos, largo tiempo, en silencio. Buscaba las palabras que expresaran lo que sentía, que encerraran el verdadero amor que sentía por ella. Ben no era una persona que tuviera dificultad en mostrar lo que sentía hacia las personas que quería. Sin embargo, cuando se trataba de encontrar las palabras para describir el amor que nacía de él hacia Iori, se sentía, frustrado, porque, simplemente, consideraba que no había palabras suficientes para ello. No obstante su corazón ardía con tanta intensidad que parte de ella escapó a través de su boca
- Si depende de mí, entonces vivirás para siempre. Te quiero, Iori. Y, para mi, no hay persona más importante en el mundo que tú. Sólo tú.
Sus palabras encendieron algo en los ojos de Iori. Había estado casi conteniendo el aliento, pero ahora había en ella una mirada de esperanza. Los labios de la muchacha se curvaron y sus dedos acariciaron el cabello rojo, perdiéndose en su suavidad todavía húmeda.
No quiso hablar mas.
No necesitaba hablar más.
Tiró del cuello de la camisa rota de Sango y lo besó con mas dulzura de la que había usado nunca. Despacio. Sintiendo cada roce. Haciéndolo nuevo, como si fuese la primera vez. Iori puso el corazón en aquel beso, dejando enterrado en su pasado el dolor y daño que se había causado a ella misma.
Comenzó a caminar guiándolo a él, y parecía imposible que un cuerpo como el suyo, delicado y suave causase un daño tan grande. De fondo se escuchaba la música de la lluvia, acompañado por el cálido latido de sus corazones, y la madera chasqueando de fondo. El borde de la cama detuvo su lento avance. Se separaron un breve instante para mirarse. Sus ojos se gritaron. Deseo. Pasión. Ambos sin el punto salvaje de la necesidad primitiva. Había algo más. Algo mucho más profundo. Más intenso.
Iori tomó las mejillas de Ben entre sus manos y lo volvió a besar. Con mas apremio esta vez. Y entonces flexionó las piernas para dejarse caer en la cama, de espaldas al colchón. Separó las piernas en el proceso y atrajo al Héroe hacia ella para no dejar de besarlo. Sus labios no se separaron mientras, con un sonido suave, el cuerpo de ambos encajaba a la perfección.
Los labios de Iori redoblaron la pasión creciente, besándolo con devoción. Sintiendo como se abandonaba al hecho de que Ben estuviese tumbado sobre ella. Una posición de control que nunca había concedido a nadie. Una posición que su corazón deseaba mas que nada en aquellos instantes y que a Ben no se le escapó.
Ben jadeaba de pura excitación mientras sus bocas se juntaban y recorrían juntas el camino que ellas mismas se creaban. Se echó hacia atrás y se irguió sobre ella. La miró desde arriba, sus piernas, las ingles, el vientre, el pecho, los brazos, sus ojos. La presión de los pantalones comenzó a ser incómoda. Dejó que la camisa cayera hacia atrás con un giro de hombros y paseó sus manos por sus muslos. Lanzó un gemido de pura excitación. Se inclinó sobre ella, sobre sus pechos, besándolos en su lento ascenso hasta reencontrarse con sus labios. El deseo incontrolado, como un fuego salvaje, se extendió rápido y voraz. La presión se volvió insoportable y Ben se llevó una mano hacia el pantalón para apartarlo hacia abajo moviéndose sobre ella, sin dejar de besarla, casi sin dejarle aire que respirar. Movió las piernas y el pantalón cayó. Su mano volvió arriba, y jugueteó entre las piernas de Iori, pasando sus dedos de arriba a abajo.
Los nervios la hacían temblar de forma visible. Recostada sobre los codos, en el último instante estuvo a punto de incorporarse para sacar a Ben de encima. Los dedos del pelirrojo acariciando su humedad la distrajeron, haciendo que dejase caer la cabeza hacia atrás. Se sentía a punto de saltar al vacío. Un acto que requería de total confianza en Ben. Si salía mal, el suelo se encargaría de romper su cuerpo en pedazos. Pero, quizá la caída no era lo que la esperaba. ¿Y si al saltar volaba? ¿Y si él era capaz de mantenerla en el aire?
Empujó con sus muslos las piernas de Iori, acomodándose, y mientras sus ojos azules se clavaban en sus ojos, su mano saltó y ejerciendo una ligera presión lo dirigió a la posición correcta.
Buscó en su mirada. Buscó sus ojos verdes para llenarse de él. Separó más las piernas cuando notó al guerrero encontrando el sitio que precisaba para acomodarse, y la presión de su miembro le robó el aire. Dejó de respirar mientras notaba como se deslizaba dentro de ella, más que preparada para recibirlo.
La anticipación espoleó la excitación de Ben que dejó escapar el aire de forma audible. Apoyó las manos a ambos lados de la cabeza de Iori y se inclinó lentamente hacia delante y hacia dentro. Las manos de Ben a ambos lados de su cara parecían una cárcel. Pero su mente pronto cambió esa percepción para ver en sus brazos unos firmes pilares a los que agarrarse.
Llegó lo más profundo que pudo y le mordió el labio inferior para tirar de él suavemente. Su cadera fue hacia atrás y repitió. Lento y hasta el final.
Apoyó las manos en sus hombros mientras sus labios se abrían en un profundo gemido. El calor la invadió mientras alzaba la cabeza buscando sus labios.
La sensación de tenerlo dentro de nuevo, tras la noche solitaria que había pasado hizo que tuviese ganas de llorar. Llorar como forma de liberar todas las emociones que la recorrían. Sus dedos se engancharon en el Héroe mientras hacían un movimiento similar de descenso por su piel al que se había hecho ella misma la noche anterior. Con una diferencia. El camino que dejaba era superficial. Cuidadoso. Sin profundizar. Iori no quería lastimar a Ben de ninguna manera. No deseaba herirlo de una forma tan burda. Se derritió entre sus brazos mientras se pegaba a él todo lo que podía. Los pechos unidos inflamando su ansia de sexo con él. Y sin ser capaz de cerrar los ojos o apartarlos de él. Sin ser capaz de perderse ni una sola de sus expresiones.
Sentía sus manos recorrer su espalda mientras se movía lentamente sobre ella. Allí donde ella tocaba, la piel de su espalda se erizaba, multiplicando la necesidad de ella. Su boca bajó por el mentón y se enterró en su cuello, pasando lengua y labios y jadeando al tiempo que sus movimientos se aceleraban de manera gradual. Separó la cabeza y estiró los brazos para mirar hacia abajo. Eran movimientos menos profundos pero una cadencia algo más elevada. Miró su rostro y esbozó una ligera sonrisa antes de abalanzarse sobre ella para robarle el aliento, para que ambos ahogaran los gemidos en un mar de besos, en un baile en el que labios, dientes y lengua danzaban con el rítmico sonido que ambos imponían.
¿Era su corazón latiendo? ¿O era el de él? La mestiza no era capaz de distinguir en aquel contacto a quién pertenecían los golpes rítmicos provenientes del pecho.
El placer que le proporcionaba aquella postura subía a medida que ella se relajaba. Con los nervios de una persona en su primera noche con alguien, Iori había tenido que concentrarse al principio en mantenerse bajo él. Aunque era una posición que deseaba, su instinto natural se revolvía y luchaba para salir de una postura que le arrebataba el control que tanto se había empeñado en obtener toda su vida.
Las mejillas de la chica se tiñeron debido al calor, a los movimientos de Ben dentro de ella y a la sensación de torpeza que la acompañaba. Ondeaba la cadera, acoplándose a los ritmos que marcaba él. Los movimientos del Héroe tenían música, y ella estaba familiarizándose con ella. Con una melodía que adoraba sentir en toda su piel. Abrazó con más fuerza al pelirrojo, de una manera posesiva. Dejando que el dolor y la ansiedad que le habían producido sentirse sola el día anterior desapareciesen con el contacto de su cuerpo.
- Ben- jadeó antes de cerrar los ojos y estirar hacia arriba el rostro.
No pudo evitar hundirse sobre las suaves sábanas mientras apresaba ahora con las piernas la cintura de Ben. Rodeó su cintura con pasión, y la nueva postura logró una penetración más profunda, que la hizo perder el control. Gritó abrazándose más a su cuerpo, mientras su mente dejaba de razonar. No alcanzaba a pensar en nada que no fuese simplemente el sentirlo
- Ben- volvió a jadear, sabiendo que había algo más que deseaba expresar. Pero pronunciando su nombre como si fuese la oración más profunda y completa de la tierra.
Apoyó los antebrazos en el suave colchón y metió las manos bajo la cabeza de Iori. Al escuchar llamarle, el corazón de Sango se aceleró de pura emoción. Al sentirla acomodarse bajo él, cruzar las piernas sobre él y gritar mientras se abrazaba a él hizo que su ansia se desbocara. Embistió con más dureza, queriendo llegar lo más dentro posible. Dejando que su calor viajara desde su interior hasta el de él. Gemía de placer cada vez que entraba en ella. No había forma de parar. Cada vez más alto, cada vez más rápido. Y sintió que su necesidad de ella nunca se acabaría. Nunca sería suficiente. Y pese a todo, sonrió. Juntó sus labios a los de ella y con el empujón que acababa de dar Ben no aguantó más y se derramó dentro de ella mientras le quitaba el aire con cientos de besos que recorrían la comisura de sus labios.
Notó un leve sabor a sangre. Iori había cerrado con fuerza los ojos y con fuerza la boca. Mordiendo la clavícula de Ben cuando alcanzó el orgasmo. Se había incorporado para buscar ahogar el poderoso gemido contra su piel, y cuando su cuerpo cayó relajado sobre el colchón lo arrastró a él también, atrapado en un abrazo.
Abrió los ojos y apartó los labios, a tiempo de ver las marcas de sus dientes marcadas con un leve rastro de sangre delante. No encontró palabras. Observó con vergüenza el daño causado y se acercó de nuevo para besar sobre la marca ahora con cuidado.
Ben gimió al notar sus labios sobre la piel marcada por sus dientes. Aquel gesto hizo que Ben sacara las manos de debajo de la cabeza de Iori y las apoyara en el colchón para apoyarse sobre ellas y coger distancia. Miró desde arriba sus labios, el pelo pegado a su rostro, los mechones que se extendían por encima de sus dedos. Y Ben seguía mirándola con deseo. Era un fuego que no podía apagarse, una llama tan ardiente que parecía emanar del propio Muspelheim. Flexionó los brazos y buscó sus labios dejándose caer, lentamente, sobre ella.
Iori lo miró. Notó el fuego en su mirada. Ben seguía teniendo ganas de fundirse en su cuerpo. El beso fue lento. Con un ritmo al que ella no estaba habituada. Nunca antes había besado así. Él le estaba enseñando.
Bajó uno de los brazos y pasó la mano por su espalda justo antes de dejarse caer hacia un lado y tirar de ella. Rodó por la cama hasta invertir la posición y ahora la vio desde abajo. Cuando la mestiza sentía como su interior comenzaba a ronronear de anticipación, el rodó con ambos hasta dejarla a ella sobre él.
Y él seguía ardiendo. Llevó las manos hasta su rostro y se incorporó lo justo para besarla con torpeza antes de caer hacia atrás. Se le escapó una risita que acompañó con una sonrisa.
Lo besó y quedó atrapada por la risa que el soldado emitió. Obnubilada por la expresión de su cara, por la vibración del sonido en su garganta. Iori se incorporó apoyando las manos en el pecho del soldado hasta quedar sentada sobre su cadera.
- No quería lastimarte…- susurró cuando su risa se detuvo, acariciando con los dedos el mordisco. No se perdonaría interrumpir aquel sonido, pensó mientras pensaba en lo diferente que se había sentido al tenerlo a el encima.
- Al contrario- contestó Ben llevando las manos hacia las de ella-. No lastimas- acarició sus manos, sus muñecas, subió casi hasta los codos y bajó-, sanas- alzó una mano hacia su rostro y la apoyó contra su mejilla mientras con el pulgar hacía pequeños movimientos para acariciarla-. Tienes unos ojos preciosos...
El calor de la mano de Ben, mirarla como si fuese el Sol del nuevo día, sus cuerpos, compartiendo aquel pequeño espacio que los separaba. Su mirada se abrió mucho con sus últimas palabras. Y sus mejillas se encendieron de una forma inocente, que en absoluto adquirían cuando estaban haciendo otro tipo de cosas, más profundas que acariciar sus mejillas. En cuanto al sexo, Iori estaba en su elemento, pero la dulzura de las palabras de Sango la descentraban como a una muchacha en su primer amor.
- Tú me sanas. Tú me salvas- respondió con el ceño frunció de quien intenta disimular su azoramiento.
Recorrió hacia arriba las manos, acariciando el pecho del pelirrojo hasta llegar a su cara. Se inclinó ligeramente, desde su posición erguida y observó más de cerca las cicatrices de su cara. Las que tanto le gustaban. Antes de inclinarse a besarlas.
Sus cuerpos ya calientes, sus cabellos casi secos. Y los ojos acostumbrados por completo a distinguirse y buscarse a la calida luz del fuego.
- Nos salvamos y nos sanamos- le dijo a menos de medio palmo de distancia. Estiró el cuello para rozarle los labios antes de volver a posar la cabeza sobre la suave superficie que era la cama-. Hay... Hay tantas cosas buenas- sus manos volaron por su espalda, hacia la cintura y luego las piernas-. Hay tantas cosas por hacer- ladeó la cabeza y añadió tras una breve pausa-, juntos.
El azul de Iori se derretía, convirtiéndose en líquido mientras lo miraba. Sus manos, algo ásperas al recorrer su piel causaron que el interior de la mestiza se contrajese. Caliente. Mojado. Preparado.
- Dime Ben, ¿qué pensaste de mis ojos cuando nos conocimos?- su voz preguntó.
Su cadera hondeó. La morena dejó escapar el aire de placer con él dentro mientras se inclinaba sobre sus labios sin tocarlos. Ben dejó escapar el aire con el inesperado movimiento de cadera. El peso del cuerpo en una mano. La otra, acariciando la nuca de Ben entre su piel y el colchón. La observó largo rato antes de ser capaz de articular una palabra.
- ¿En Edén? ¿En Roilkat? ¿En esa taberna? Creo que siempre pensé lo mismo- la mirada de Iori le cautivaba-. Quizá no lo dijera, quizá debiera haberlo hecho. Lo que sé es que tus ojos eran, son y serán preciosos.
Volvió a ruborizarse con las palabras de Sango. Era evidente que no estaba acostumbrada a escuchar comentarios así hacia ella. Lo cual no dejaba de ser llamativo con la vida sexual que había llevado hasta entonces. Una en la que parecía que no había habido espacio para los sentimientos ni la ternura.
La mestiza cortó los escasos centímetros que la separaban de los labios del Héroe, y como muda respuesta volvió a mover su cadera, haciéndolos a ambos conscientes de la conexión.
- Tú haces temblar mi corazón con tus palabras. Yo haré temblar tu cuerpo con mi piel- jadeó sobre su oído.
Ben adoraba aquel movimiento. Echó sus manos hacia arriba, buscando su cabeza, antes de ejercer una ligera presión para acercarla lo suficiente como para quitarle el aliento con el beso que le acababa de dar.
- Atrévete- provocó dijo dejando caer las manos por sus brazos.
La lengua de Iori entró con furia en la boca de Ben. De una forma parecida a como hacia el cuerpo del Héroe dentro de ella. Llenándolo todo. La morena continuó marcando el ritmo de su conexión con la cadera mientras se tumbaba ahora sobre el torso de él. Uniendo pieles, cicatrices y latidos de corazón.
- Recuerdo que una de las primeras cosas que pensé de ti cuando te conocí aquella noche fue que me gustaría tenerte como estas ahora. Debajo de mí- dijo mirándolo a través de sus cabellos revueltos-. Luego pensé que eras idiota. Por cómo dejabas que te tratara ella- zanjó antes de volver a besarlo y embestir con movimientos lentos y profundos de cadera.
Ben disfrutaba con los movimientos de cadera de Iori. Y quería más. Y gimió de pura satisfacción llevando sus manos a sus nalgas para ejercer una presión más fuerte de ella sobre él. Y entre medias, pudo responder.
- Eran los pasos necesarios para que los hilos de nuestras vidas se entrelazaran- gimió de puro placer en una de las embestidas de Iori y respondió clavando los dedos en ella-. Y míranos ahora. Juntos, cuidando el uno del otro.
Ante el gemido de Ben, Iori lamió sus labios. Cuando sus manos le acariciaron los glúteos, mordió su mentón. Notó la aspereza de la barba contra la piel y se apretó más contra él de pura excitación. Al notar como él clavaba sus dedos sobre su piel, la mestiza bajó de una estocada, obligándola a arquear la espalda por el placer que supuso la brusquedad de su movimiento. Uno que le permitía ser muy consciente de que tenía a Sango dentro de ella.
- Pensé que habías desaparecido. Que te habías ido para siempre. Ayer por la noche... ayer por la noche...- volvió a dejarse caer sobre él, intentando cubrir con su cuerpo toda la extensión de Sango.
Lo abrazó con fervor, mientras sus manos no encontraban punto en el que reposar. Recorriendo con ansia su rostro, su pecho, sus hombros, sus brazos... No tenía suficiente de él. Los movimientos de la pelvis de Iori se aceleraron, volviéndose más apremiantes. Queriendo obtener de aquella manera lo que ansiaba. Fundirse con él. Mezclarse para siempre. Dejar de ser Iori, dejar de ser Ben. Quería hacerse pedazos contra él. Con él.
- Dioses... por favor...- jadeó contra sus labios, cerrando los ojos cuando notó el escozor en ellos.
Se aferraba a ella y era lo único que era capaz de hacer, dejar que sus manos fueran guiadas por sus profundos y rápidos movimientos. Sus ojos tampoco parecían saciar su necesidad, como tampoco su oído de escuchar su voz jadeante, tampoco su piel por culpa de sus caricias. No recordaba haberse sentido así en toda su vida.
- Nunca...- casi le mordió la oreja-. Siempre contigo- gimió-. Siempre a tu lado- le lamió el cuello y presionó sus dientes contra ella para ahogar un grito de placer.
En lugar de separarse, Iori buscó más contacto con él. Con la forma en la que casi la mordía. Con sus gemidos, con su lengua... Tras aumentar el ritmo de las penetraciones volvió a bajar, para hacerlas una vez más profundas, abarcándolo todo, consciente de cada centímetro que compartían juntos. Hasta el fondo. Con la respiración agitada, Ben quiso mirarla.
- En Roilkat no era capaz de concentrarme en nada que no fuese encontrar el mineral. Y sin embargo la segunda noche de travesía, la de la luna llena enorme- gimió, interrumpiéndose, llena de placer por él. Dubitativa sobre si seguir contándolo-. Esa noche tampoco pude dormir. Pero con la luz de la luna se veía claramente tu rostro. Te observé dormir desde el otro lado de la hoguera. Fue la primera vez desde aquel templo que rozaba algo de paz con los dedos. Quise acercarme a ti. Pensé en probar a despertarte y averiguar si estarías dispuesto a entrar en calor conmigo en un lugar más apartado de nuestros dos compañeros... Pero entonces Frosk se despertó- concluyó aquella confesión de algo de lo que Ben había sido completamente inconsciente.
Mordió su hombro un instante para lamerlo despacio a continuación. Sus recuerdos sobre él, el sexo que estaban compartiendo llenaban su mente, conduciéndola poco a poco al descontrol.
No podía ser casualidad, pensó Ben. Los grandes acontecimientos de su vida, los inicios de lo que era él hoy en día, tenían, de una u otra manera, su origen en Roilkat. A ella la había conocido en Edén y volvieron a cruzar sus caminos en el arenal y ella, entonces, había pensado en él, le había deseado, soñó con él. ¿Qué tendría el arenal y por qué parecía tan importante para su vida? No parecía casualidad. Respondía a algo mucho más grande, algo que era incapaz de comprender y por mucho que pensara en ello no alcanzaría un razonamiento satisfactorio. Sus ojos reflejaron el fuego del hogar.
- Roilkat...- murmuró con reconocimiento-. Iori, por los Dioses, sigue soñándome. Sigue deseándome. No me apartes de tu cabeza.
Las petición de Ben fue respondida con el aumento en el brío con el que Iori se movía sobre él. La fuerza de sus bajadas, deslizándose hacia atrás cuando llegaba a la base de Ben antes de volver a alzar la cadera la estaba alzando hasta el punto de la caída libre. Sintió las contracciones agudas dentro de ella, sabiendo qué era lo que venía a continuación. Sabía que perdería el habla tras el grito prolongado del orgasmo que la cegaría, dejándose caer sobre él, con un abandono que no había experimentado jamás en su vida.
Sabiendo que podía bajar por completo la guardia con Ben. Que él la cuidaría.
Sin embargo, antes de dejarse ir por completo, clavó las uñas en su piel y abrió las puertas de un corazón que pensaba ya no tenía.
- Te amo.
Susurró a su oído. Y bajó una última vez hasta el fondo.
Y la voz de Iori se alzó fuerte entonces, gritando, completamente controlada por la potencia del orgasmo que la llenó sobre Ben.
El gritó sirvió para que sus dos palabras, con sus cinco letras, se removieran en su cabeza y aparecieran allá en cualquier cosa en la que él pensara o posara la vista. Una pared, una alfombra, un techo, un fuego, la lluvia, todo, absolutamente todo, sonaba con su voz, con sus cinco letras. ¿Cuándo había sido la última vez que alguien le había dicho algo parecido? Su vista se nubló. ¿Cómo era posible que alguien pudiera vivir sin sentir lo que hasta el último poro de su piel gritaba a ritmo del martilleo de su corazón? Ben se rompió. ¿Cuándo había dejado buscar, renunciado a que algo así podría ser para él? Sonrió al techo y con una mano apretó la cabeza de Iori contra su propio hombro mientras que la otra mano, en la base de su espalda, apretaba contra él. ¿Cuándo podía olvidarse de todo y vivir feliz junto a ella para siempre? Giró la cabeza para besar su rostro a través de los morenos cabellos sin romper la sonrisa que tenía en su rostro.
- Te quiero, Iori.
[...]
El baúl estaba cerrado. Un pestillo de hierro era lo único que le impedía abrirlo, así que, lo retiró y levantó la tapa. Sus cejas se alzaron y el torrente de recuerdos y vivencias inundó su mente paralizándolo. La respiración se agitó y se obligó a sacudir la cabeza.
"Es tu obligación y debes cumplirla", resonó en su cabeza.
"No quiero hacerlo", contestó él.
"¿Vas a dejar, entonces, que mueran?" preguntó.
"No, si estoy con ellos no le pasará nada" replicó.
Del baúl se alzó, imponente, la armadura que llevaba años guardada, la cota, las botas, los guantes, la espada. Una forma etérea se materializó en su interior y le hacía señas para que se acercara. Era una visión hermosa, del baúl salía una luz que hacía que todo el conjunto brillara, que se viera más grande de lo que realmente era. A ojos de Sango parecía un héroe de los antiguos relatos, una figura que si miraba con atención era terriblemente familiar.
Dio un paso atrás y cayó de rodillas y miró en dirección opuesta, hacia una casa, un lugar seguro, como unos brazos cálidos que se aferraban a él. Estiró la mano en su dirección pero la figura etérea avanzó hacia él desviando su atención.
"Sin mi no eres nada, tan solo un maldito recuerdo" le gritó.
"Al igual que tú y tus estúpidos sueños, de no ser por mi, estarías muerto" le contestó una voz oscura.
Sango vio como su propia espada se desenvainaba y apuntaba hacia él. Un rápido vistazo a la casa y de pronto una punzada de dolor en el pecho.
[...]
Ben se sacudió en la cama y abrió los ojos todo lo que pudo para descubrirse en una habitación iluminada por el fuego que aún ardía en el hogar. Sus brazos se aferraban a Iori y cuando fue consciente de su agarre, aflojó la presión. Sus jadeos, de puro terror, fueron desvaneciéndose mientras se recreaba en la calidez del cuerpo de Iori. Besó la frente de Iori y su cuerpo volvió a relajarse contra el colchón. Sus respiraciones se hicieron más profundas y sus ojos se cerraron. Solo un sueño. Un mal sueño.
Ben volvió a quedarse dormido.
Sango
Héroe de Aerandir
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Re: Días de tormenta + 18 [Privado]
Despertó. Comprendió por el olor de la piel de Sango que estaba abrazada contra él aún sin necesidad de verlo. Había calor en la cama. En el contacto de sus pieles. En la respiración suave de Ben sobre su frente. Se habían quedado dormidos después del último encuentro.
La mestiza abrió los ojos y alzó el mentón para observarlo.
Largo tiempo.
Cada uno de sus rasgos, la forma de sus huesos bajo la piel. Sus tupidas pestañas y la paz que transmitía su ceño relajado. Quería acariciarlo. Recorrer con sus dedos cada línea. Pero no deseaba despertarlo, no en aquel momento. No era capaz de enfrentarse a un Ben despierto mientras necesitaba dedicar tiempo a lo que le había dicho, no hacía muchas horas antes.
¿Qué demonios había hecho?
Solo de pensar en cómo habían sonado sus palabras, sentía que la cabeza le daba vueltas. Una confusión que mirándolo allí, en medio de la noche en silencio parecía apaciguada. Ben le daba un nuevo sentido a su vida. Había entrado como la tormenta que se alza en el cielo de forma súbita. Ves como las nubes se acercan pero sospechas sobre si dejarán caer o no agua. Piensas que seguramente la tarde sería apacible y la lluvía no llegaría finalmente.
En realidad, sin haber dejado ver la fuerza del temporal con la que llegaba, descargaba con una violencia inusitada, barriendo todo a su paso.
Eso era lo que Ben había hecho con ella. Volvió todo de arriba abajo con una magia que hacía que las piezas de quien era ella encajasen a la perfección después de su tormenta.
Necesitaba algo de separación. Distancia con él para pensar lejos de su influjo. Aunque su presencia fuese omnipresente en el que se había convertido en el santuario de ambos, precisaba por lo menos moverse a un lugar un poco más lejos de su piel.
Se deslizó con mucho cuidado, escurriéndose del abrazo en el que habían permanecido dormidos ambos y se puso de pie. El suelo de mármol de la habitación estaba frío, por lo que avanzó con sus pasos hasta la tupida alfombra que se extendía larga delante de la chimenea. Sentándose frente al fuego, sintiendo un calor diferente al que él le había dado debajo de las sábanas, Iori lo miró.
Y se obligó a alejar sus ojos de él mientras se proponía arrojar algo de claridad a sus pensamientos.
El calor de las llamas había encendido las mejillas de Iori. Sentía la piel frente al fuego ardiendo, pero su espalda había comenzado a quedarse fría. Su rostro, concentrado, parecía estar viendo en la lumbre cosas que nadie más percibía.
Las expresiones de su cara cambiaban, reflejando en parte la profundidad de lo que en su mente estaba teniendo lugar. Expresión de concentración se tornaba contrariedad al cabo de un rato, ayudado de suspiros que parecían no ser capaces de darle todo el aire que precisaba su pecho.
Por momentos, sonreía. Y bajaba la cabeza y la sacudía, como si aquello fuese un secreto que debía de ocultar de ella misma. Pasó un tiempo... hasta que la joven alzó los brazos al techo. Estiró las extremidades y con los músculos tensos se dejó caer hacia atrás, dejando que la mullida alfombra la acogiese contra ella.
Notó al instante la tibieza en su espalda, y cerró los ojos unos segundos, notando ahora el calor de la chimenea acariciando sus pies.
En el silencio de la noche, solo se oía la lluvia de fuera y la madera crepitar. Iori escuchó entonces con claridad al Héroe suspirar, y eso la hizo girar la cabeza hacia él. Lo vio con los ojos abiertos, clavados en ella, y una expresión en el rostro que de pura alarma se sentó recuperando la postura de antes sobre la alfombra, en esta ocasión mirándolo a él sobre la cama cercana. La expresión de la mestiza brillaba con cautela, intentando ver en él.
- ¿Un mal sueño? - preguntó en voz suave.
Ben se removió en la cama al escuchar su voz. No era por incomodidad, al contrario, le encantaba escuchar su voz y por eso se acomodó para ver y escuchar mejor.
- Sí, algo así. ¿Tienes frio? - preguntó.
La sonrisa contenida de Iori se hizo entonces más evidente ante su respuesta, dejando que la tensión leve de su cuerpo se diluyese.
- No, aquí no hace frío. Es un tipo de calor diferente. - Al tuyo. Pensó. Pero no lo verbalizó. Acarició con sus dedos la alfombra que tenía debajo, sin mostrar asomo de pudor por su desnudez.
Nunca lo había mostrado.
- ¿Quieres contármelo? - ofreció clavando los ojos en él, en la distancia que los separaba.
- ¿Hay hueco para mi junto al fuego? - preguntó con una mal disimulada sonrisa.
Iori pareció perdida por un instante. Abrió mucho los ojos y observó en su soledad, los metros de alfombra blanca que la rodeaban, extendidos entre la cama y la chimenea que calentaba con un fuego vivo. Volvió el ceño fruncido hacia Ben, antes de que su incomprensión cambiase por entendimiento. No era literal. Era una broma. ¿Qué demonios pasaba con ella?
Se rió entre dientes.
- Debo de estar algo dormida - farfulló pasándose las manos por los brazos para entrar en calor. Como había hecho el día anterior. Pero sin uñas esta vez. Miró a Ben con resolución y observó entonces con anhelo la manta de pelo fino que había a los pies de la enorme cama. En una zona que ellos no había revuelto con sus encuentros en aquella noche.
- ¿Podrías...?- dejó caer, sin precisar su petición.
Sango respondió con una leve risa y asintió, arrastrando la cara por su propio brazo. Se incorporó con lentos movimientos hasta quedar sentado al borde de la cama. Echó un rápido vistazo a la manta que señalaba Iori y bostezó antes de estirarse. Hizo unos giros de cabeza y después de comprobar que seguía lloviendo, miró a Iori que tenía las manos cruzadas sobre los hombros.
Se levantó y caminó lentamente junto a la cama, sin hacer ruido, sin apartar la vista, sin olvidarse de agacharse lo justo para recoger la manta cuando pasó a su lado. Pero estaba demasiado dormido y el teatral gesto quedó en una escena cómica al tener que valerse de los dos brazos para no caer de nuevo a la cama. Se rió de sí mismo pero se volvió hacia Iori con la manta entre sus manos. La sonrisa de Iori también había ido ampliándose. Haciéndose más grande según veía al pelirrojo dejarse llevar por aquel lado travieso.
Una forma de comportarse que le recordó a un niño pequeño. Mientras lo observaba, había un brillo en sus ojos que hizo que la morena le devolviese la mirada de una manera similar.
Deseo. Cariño. Ganas.
Amor.
Entonces, al llegar junto a ella, Ben se acomodó a su lado antes de extender la manta. Sin embargo, a mitad de la tarea, Ben se echó sobre ella y le dio un beso torpe en la mejilla.
- ¿Qué tal? Cuánto tiempo - bromeó mientras seguía estirando la manta.
La “caída” de Sango contra ella y el beso en la mejilla arrancaron una risa suave en ella. Como la mañana que había amanecido con él en la habitación, tras hacer guardia a los pies de su cama toda la noche.
Nunca más a los pies. Dentro de la misma cama.
Con esa resolución en su mente rodeó con los brazos el cuello del Héroe y lo abrazó contra ella. Y su sonrisa se amplió.
- Demasiado - susurró a su oído como toda respuesta.
Terminó por estira la manta y la pasó por encima de las piernas de Iori y las suyas, luego se quedó observando en dirección a la chimenea, acomodado contra ella.
- El fuego tiene algo relajante. Igual que el vaivén de las olas. También el movimiento de las copas de los árboles con la brisa - se rascó una mejilla -. No sé qué será, pero me gusta - añadió.
Guardó silencio mirando el fuego. Estrechaba a Ben contra ella mientras sus dedos realizaban pequeños movimientos sobre la piel del pelirrojo.
- Entiendo a lo que te refieres. Recuerdo que en la casa del jefe en mi aldea, en el gran salón había un espacio enorme excavado en el suelo. Era allí en donde se prendía el fuego en torno al que se celebraban las reuniones. En donde se preparaban los asados de los grandes banquetes y en donde nos ovillábamos los niños entre mantas de pieles en invierno. Las tardes en las que el pueblo se juntaba para compartir las historias y sabiduría de los mas ancianos - Iori hablaba con la lentitud de quien rememoraba recuerdos a medida que le contaba.
- En aquella época, era todavía una cría. Recuerdo que me quedaba dormida, feliz, escuchando las conversaciones de fondo, tirada en el suelo tocando con mi espalda el cuerpo de otro niño que allí se quedara también dormido. De aquellas imaginaba… que eran mi familia…-
- Y lo son - respondió Ben -. Quizá no compartas su sangre, pero se comparten otras cosas, como tiempo, emociones y demás. Los niños crecen juntos, los padres, de una forma u otra influyen en todos ellos, y al final es como una gran familia con decenas de padres y madres y decenas de hermanos - sonrió -. Con algunos te llevas mejor, con otros peor. Es algo inevitable, pero siguen siendo tu familia y estarán ahí para ti. -
Acarició con su mejilla la de Ben, notando como su barba rascaba su piel. Ben pensaba demasiado bonito de ella. Y subestimaba la influencia que tenía Zakath en su entorno, y su capacidad innata para mantener a la gente a distancia.
- No es tanto como tu crees. Allí las cosas son… diferentes. Es el lugar de origen de Zakath, pero ya no vive casi nadie que lo pueda recordar de niño. Todo lo que tiene que ver con él está rodeado de una formalidad y reverencia que se traducen en distancia. Él la marca con todo el mundo, y los demás en la aldea la acatan. Con él y lo que tiene que ver con él. - aclaró la morena, refiriéndose entonces por extensión a ella.
Recordó entonces, con algo de añoranza a lo más parecido que había sentido a unos brazos maternales. A la joven mujer que la miraba de aquella manera, de una que hacía nacer en Iori las ganas de irse de su mano cada día a casa, sintiendo que tenía a alguien que le desearía buenas noches de corazón, y la arroparía hasta que se quedase dormida.
- Había una mujer… era joven. Madre de varios chiquillos. Ella siempre se mostró tierna conmigo. Sin importarle que yo fuese la niña de Zakath… - agachó la cabeza y buscó con sus labios el cuello del soldado.
- La niña de Zakath - murmuró. Una sonrisa apareció en su rostro -. Sí, la verdad es que el viejo tiene una personalidad peculiar. Quiso alejarme de Asland. Y en cierto modo creo que lo consiguió. Pero eso lo veo con los años, claro. Quería convertirme en él, supongo. -
Aquel nombre la tomó por sorpresa. Era la primera vez que lo escuchaba. Estaba casi segura. Y la duda de si sería de hombre o mujer espoleó su curiosidad.
- ¿Alejarte de Asland? - preguntó con curiosidad viva mientras apoyaba la mejilla en la sien de Ben, observando el perfil del hombre recortado contra el fuego de la chimenea.
- Oh sí. Asland fue mi primer amor - se rio de sí mismo -. Tendría unos quince o dieciséis inviernos. Zakath decía que me distraía, que no era buena para el entrenamiento - frunció el ceño - Que me hacía débil, que me haría fallar los golpes. Y me lo demostraba. -
Ben guardó silencio unos instantes rememorando cómo Zakath, en mitad de un entrenamiento le había soltado, sin inmutarse, que Asland les estaba observando. Recordó haber apartado la mirada un breve instante y recordó como Zakath le golpeó de manera desproporcionada mientras enumeraba las maneras en las que podría morir por apartar un breve instante la vista.
- Sí, alguna vez fue demasiado explícito con sus lecciones - añadió antes de suspirar.
Iori sonrió, asintiendo al comentario de Ben.
- Sí, entiendo a qué te refieres. Sobre Zakath, quiero decir - se apresuró a aclarar mientras revolvía con una mano el cabello rojo de Sango.
- Sobre lo otro… no tengo idea. Tu primer amor…- repitió como si aquello le hiciese comprender mejor los sentimientos de él. Y lo cierto es que Iori no tenía ni idea. Nunca le había sucedido nada parecido. Un lazo tan fuerte con alguien. Ben, se veía, era una persona que amaba con pasión vívida a muchas personas. Ella había contenido sus sentimientos dentro, convenciéndose de que Zakath tenía razón. De que quien ponía el corazón en alguien sufriría.
- ¿Siempre es similar? ¿Se siente de esta manera? ¿Como te siento yo a ti? - preguntó curiosa.
- ¿A qué te refieres? ¿Al primer amor? - preguntó.
Iori meditó durante un segundo.
- Al primero, y al segundo, y al tercero… a todos los que vengan en general. Sé que tienes experiencia en ello. Yo nunca, nunca antes… tu eres la excepción. Todavía estoy intentando comprender todo lo que me recorre por dentro cuando se trata de ti. - suspiró y tiró de él mientras ella se dejaba caer hacia atrás de espaldas. Ahora ambos sobre la alfombra tumbados.
- Me gustaría saber cómo ha sido para ti -
Ben enarcó las cejas, sorprendido más que por la pregunta por la falta de respuesta. No era algo en lo que hubiera pensado demasiado, él se limitaba a vivir el momento y con los años solo pensaba en lo que podía haber salido mal. Jugueteó con los dedos de una de sus manos por el brazo más cercano de Iori.
- Los he vivido con emoción y con miedo a partes iguales. Emoción porque son sentimientos nuevos, algo a lo que uno no está acostumbrado. Y miedo pues casi por las mismas razones, porque al ser algo nuevo, uno puede cambiar y no necesariamente a mejor ni tampoco por propia voluntad - hizo una mueca pero se centró rápidamente en sus dedos y en el hallazgo que hicieron al encontrarse con la mano de Iori -. Con Asland fue una aventura a ciegas. Ninguno sabíamos nada de cómo funcionaba aquello. Tropezamos muchas veces y nos levantamos otras tantas, aprendíamos, sin embargo, cada golpe nos apartaba más y más. Con Mina fue un momento en el que ambos no nos buscábamos y nuestros caminos convergieron. Pero tampoco funcionó. Ambos éramos completamente opuestos - entrelazó sus dedos con los de ella -. Comprendí, que para que una relación funcione uno debe estar con una persona que le haga sentirse bien con cómo es. Y eso, Iori, eso no le experimenté nunca. Hasta ahora. -
Los antebrazos de Iori apretaban de forma intermitente al pelirrojo, en respuesta a las caricias que él le daba. Guardó silencio, escuchando con mucha atención sus palabras. La forma natural y sencilla con la que era capaz de hablar de sus relaciones pasadas.
Pero, ¿tan solo dos?
La mestiza frunció el ceño, y apretó los dedos sobre la mano de él cuando ambas se entrelazaron. Besó de forma distraída su cabeza, mientras sus ojos estaban clavados en el fuego que tenían a un lado.
- Entonces el miedo es normal. - concluyó como primera reflexión sobre lo que él acababa de decir. - Imagino que al final es algo presente en todas las situaciones nuevas, en aquellas en las que no tenemos el control absoluto... - silencio unos instantes, durante los cuales únicamente se escuchó el crepitar de la madera en el fuego, y la lluvia cayendo en la terraza exterior.
Ambos sonidos de una suavidad increíble, que parecía hacer juego con el momento de la noche tierno que ellos estaban compartiendo.
- Sinceramente, imaginaba que tu vida estaría llena de muchas relaciones. Aunque no tuviesen una prolongación en el tiempo destacable. No creo que le resultes indiferente a las personas que te conocen. Creo que sino tuviste más ha sido porque no te ha interesado realmente - afirmó la morena, mientras la mano que tenía libre recorría despacio los pectorales de Ben bajo la manta. - Eras muy joven cuando comenzaste con Asland... apenas un crío - murmuró, sin hacer comentario sobre lo más importante que él había dicho. Sobre sentir que podía ser él mismo cuando estaba con ella.
Iori no hizo mención con palabras a aquello, pero apoyado sobre su pecho, él podía notar el corazón de la mestiza latiendo desaforadamente.
- Sí, era un maldito crio que llevaba dos años en Lunargenta. Estaba asentado en la ciudad, teníamos nuestra rutina, con los entrenamientos, las largas jornadas sin parar, la práctica de combate singular... Bah, creía que todo estaba controlado y de repente, pum - Ben abrió una mano emulando una explosión -. Asland se coló y, bueno, ambos tratamos de cambiarnos, hacernos mejor, pero todo fue a peor, todo se desmoronó. Ella se marchó, yo me quedé - suspiró -. Luego hubo alguna mujer más, pero no había amor - dijo en voz baja - solo sexo. Era casi una práctica habitual en los campamentos: muchas horas juntos, mucho roce, demasiada tensión que acaba por salir por alguna parte- estiró su otra mano hacia las piernas de Iori
-. Con Mina hubo amor. Ambos llegamos a querernos pese a que quizá no lo dijéramos en voz alta. Sin embargo, somos completamente opuestos: ella es una ladrona y yo serví en la Guardia. Es bruja, yo odio la magia...- movió la cabeza sintiéndose terriblemente cómodo en sus brazos -. Y luego llegaste tú. Primero en Edén, luego me soñaste en Roilkat y al tercer encuentro los hilos se enredaron de tal forma que nos han llevado hasta este preciso instante. Y tengo que decirlo: soy feliz de que haya ocurrido así. -
La mente de Iori viajó. Con la narración de Sango. Intentó imaginárselo, en otros lugares, en otro tiempo. Con unos rasgos más aniñados. ¿Quizá sin vello en el rostro? Con unos músculos en desarrollo y la misma vivacidad que continuaba a habitar en sus ojos.
A Asland no la conocía. Pero recordó a Mina.
La preciosa bruja que había conocido aquella noche, tras todo lo sucedido en Edén. Aunque Sango era un hombre notable, Iori debía de admitir que los ojos se le iban primero a las féminas. Aquella noche, cuando se encontró con ellos tras huir del jabalí no había sido diferente. Sin embargo, ni aunque fuese para algo físico, el carácter de aquella mujer le había parecido atrayente. Solamente había tenido que escucharla hablar un rato para verla con otros ojos.
Y la indiferencia inicial que había sentido al verlos juntos, había cambiado a un ligero deje de rabia ante una relación que ella había intuido dispar. Por el egoísmo de ella y la devoción de él. En aquel instante se le revolviesen las tripas.
A sus ojos había quedado claro que el interés de Mina en el Héroe era superficial. Más por el beneficio que podía sacar que por una preocupación real. ¿Y él decía que había habido amor? Iori recordó que ella no era una experta ni mucho menos, y que debería de mantener su juicio sobre aquel tipo de temas inactivo.
No podía opinar.
Pero con Ben era diferente ahora. Nada de lo que tenía que ver con él le era indiferente, y le costaba no tomar parte.
Ella al principio no había actuado de una manera muy diferente a la de Mina. Interesada. Primero, usándolo para escapar de la posada, con la condición de conducirla hasta las Catacumbas. Luego, ayudándola a llegar a Seda tras participar en la pelea clandestina. Más tarde, formando parte de la charada en la que fingirían ser captor y presa para colarse en el palacio de Hans... y por el camino, usarlo en alguna ocasión para buscar aquel dolor que tenía efecto sedante en ella.
Recordó el espejo roto. Aquello había sido una grata sorpresa. Recordó el golpe de su escudo en el pasillo de las Catacumbas.
Recordó el primer beso.
Antes de verlo avanzar rodeado de la algarabía de público, extasiado ante la idea de ver al Héroe luchando. Algo que ella se había perdido por completo.
¿Había sido ese momento cuando todo había cambiado? Si cerraba los ojos todavía recordaba la forma en la que las manos del guerrero la habían tomado del rostro para acercarla a su boca.
Asland significaba nada para ella. Era parte del pasado de Ben. Sin embargo a Mina era capaz de ponerle cara y recuerdos. A sus abrazos y besos. A la preocupación evidente de Sango por ella. Una atención que le había hecho suspirar con hastío a Iori en su momento, pero que ahora se le clavaba en las entrañas a pesar de ser un recuerdo de un momento pasado, en el que ella no existía ante los ojos verdes del soldado.
La incomodidad de sus pensamientos se deslizaron a la tensión de su cuerpo, haciendo que su abrazo sobre él se hiciese ligeramente... posesivo. Enterró la mejilla contra la cabeza de Ben y cerró los ojos de cara al fuego.
- Te equivocas en quienes pones el corazón Ben. Incluso puede que ahora, aquí conmigo. Yo sea simplemente tu siguiente error - dejó escapar farfullando entre dientes, como si estuviese enfadada. - Y no te equivoques. Aquella noche en Roilkat solo quería follar. Como hacías con las mujeres en los campamentos. Sexo. Eso es lo que siempre he hecho. - le aseguró, sin soltar un ápice su presión sobre él. Lo hubiera arrastrado a unos metros del campamento de manera inútil. Sabía que en cuanto montase sobre él los gemidos que hubiera arrancado de Sango habrían despertado a todos.
Pero no quería pensar ya en aquel tipo de acciones. Formas de comportarse típicas en ella que en aquellos momentos le parecían... burdas. Con Ben ya no quería ser así. No quería la brutalidad simple del sexo. No quería dominar sin dar ni un ápice de ella misma. No quería el juego vacío. Ya no podía volver a aquel punto cuando Ben había llenado su vida de tantas cosas. Demasiadas.
¿Y si tan solo Zakath la hubiese dejado ver un entrenamiento de Ben en la academia? ¿Y si hubiese invitado a su discípulo a pasar unos días de descanso en Eiroás?
La mente de Iori imaginó las posibilidades, apenas por encima. Sin ver nada de forma clara pero con una sensación cálida llenando su corazón. Mezclada con añoranza. Añoranza por algo que nunca fue.
Imaginó un cruce de miradas. Ver en su verde aquella alegría y vitalidad. El cómo Zakath aprovechaba su técnica superior para descubrir a su aprendiz los errores en su guardia. Así enseñaba él.
Fantaseó con sacar tres platos en lugar de dos hacia el jardín. En la tosca mesa de madera,, un mediodía de verano. Zakath, su aprendiz y ella, compartiendo un momento de descanso para comer. Y el pelo de Ben brillando más rojo que nunca al Sol.
Ensoñaciones. Anhelos estúpidos de una mujer que deseó en aquel instante haber tenido su juventud llena de *él*.
- Y sin embargo, ¿sabes? Si yo pudiera elegir... hubiera deseado que los hilos se hubieran enredado antes entre tú y yo...- confesó entonces hablando muy bajito.
- ¿Y si el destino quiso que fuera ahora y no antes? ¿Y si todo lo que pasó antes era la forma de prepararnos para este momento? Piénsalo desde esa perspectiva, Iori - tiró de su manó para darle un beso -. Quizá el deseo en Roilkat fue tan grande que los Dioses te escucharon - sonrió mirando al fuego.
El beso de Ben templó su ánimo. Pero sus palabras lo encendieron.
- El destino y mis deseos no tienen porqué coincidir - contraatacó la mestiza apretándolo más contra ella. - Los Dioses te escuchan a ti, Ben. No a mí. Si tan solo... Te hubiese visto en alguna de las ocasiones en las que Zakath me trajo a Lunargenta. Si tú hubieses venido a la aldea de visita...-
No pudo evitar imaginar qué hubiera sido de ella si la luz de Ben se hubiera colado antes en su vida. Bajó con los labios hacia el cuello del pelirrojo y besó la piel. Con la apetencia de quien desea que aquel sea el principio de besos más largos y húmedos.
Ben no podía dejar de sonreír por escuchar en su boca las palabras que ya había oído alguna que otra vez: los Dioses escuchan a Sango. Era cierto que él había sido capaz de salir de situaciones imposibles, había tenido fortuna y la gloria estaba de su parte. Pero nadie se acordaba de todo lo que había tenido que dejar de lado, todo lo que había perdido.
- De nada sirve pensarlo, ¿verdad? Quizás nada hubiera cambiado. Si estamos aquí ahora mismo es porque hemos dado los pasos necesarios para llegar aquí. Ahora mismo, nos tenemos el uno al otro - se giró para mirar a Iori -. Y yo quiero que sea así por muchos años, décadas, la vida entera. -
Oh Dioses, qué dentro lo sentía...
La rapidez con la que se giró cuando ella intentó encender en él el deseo la dejó desarmada por un instante. Más todavía con sus palabras, mientras los ojos verdes la observaban desde su pecho. Una mirada... limpia. Algo entonces hizo una extraña conexión, y la mestiza se llevó una mano a la cabeza.
Había algo que no podía recordar.
Frunció el ceño, y aunque las palabras de Ben la dejaron sin habla, la sensación de que se estaba perdiendo algo la acometió de nuevo con fuerza, descentrándola.
- La vida entera... - murmuró ella finalmente, intentando centrarse en el presente, en la lucidez que Ben le aportaba. Sin embargo sus brazos se deslizaron entonces, soltándolo suavemente. Se movió a un lado, dejando que él entendiese que necesitaba un cambio de postura. Se puso de costado para, finalmente, tumbarse boca abajo y apoyar el mentón sobre los brazos cruzados frente al fuego. Observando las llamas.
Ben solo podía suspirar al escucharla, al verla moverse, al notar su piel rozando la de él. Se perdía en sus brazos, en su cabeza descansado sobre ellos y luego las marcas en sus brazos, en su espalda. Se puso de costado y descansó la cabeza sobre su mano que le daba una posición elevada con respecto a Iori por tener el brazo doblado a la altura del codo. Sus ojos volaron a sus heridas sobre la espalda. Con la mano libre, apartó con cuidado los mechones de pelo que caían sobre las heridas.
- ¿Has estado alguna vez en la comarca de los Llanos de Heimdall? - preguntó deslizando sus dedos por sus hombros.
El fuego brilla delante de sus ojos, pero Iori sentía más calor con cada caricia de los dedos de Ben. Siendo muy consciente de su cercanía piel con piel.
- Nunca. Mi conocimiento del mundo es muy limitado… - confesó quedándose muy quieta. Luchando contra el sentimiento doble de vergüenza y deseo que sentía por lo que él hacia, desde que había apartado a un lado su cabello.
Ben movió una pierna bajo la manta y la pasó por encima de las de Iori. La movió para amplificar la conexión con ella.
- Algún día viajaremos por toda Verisar -
El cambio de postura de Ben la hizo alzar la cabeza. Notó el calor y peso de su pierna en una posición que era nueva para ella. Giró el mentón sobre su hombro y lo miró a su lado, con un evidente gesto de duda. ¿Qué pretendía?
Su corazón latía fuerte, pero las ganas de fiarse de él suavizaron su gesto. Le mantuvo la mirada, sin querer ya esconder de él todo lo que para ella era nuevo.
Sus primeras veces juntos
Bajó despacio la cabeza de nuevo, apoyando ahora la mejilla en su antebrazo para seguir observándolo a él.
- El que tenía contactos en esa zona era Zakath. En ocasiones llegaban noticias referentes a ese lugar. Informes sobre algo en lo que tenía los ojos puestos -
- La Guardia y su maldita costumbre de querer meterse en todo - dijo con una media sonrisa -. Sí, algún día iremos. Algún día en el que los dos estemos fuertes y enteros. -
Se volvió a mover y pasó pierna y brazo hacia el otro lado de Iori y apoyó su peso sobre las rodillas quedando la mestiza bajo él. Acercó sus labios a su cuello y lo besó antes de retirarse. Centró su mirada en las heridas.
- Estas heridas Iori...- lamentó Ben antes de besar su espalda. Sin despegar demasiado los labios entre beso y beso.
Volvió a tensarse. Zakath desapareció. Los llanos de Heimdall. Viajar por Verisar. Solo podía pensar en él. Alzó la cabeza y lo miró por encima de su hombro, intentando mantener los latidos del corazón a raya.
Y entonces el beso en su cuello robó la calma que aparentaba tener.
Cerró los ojos y arqueó ligeramente la espalda. Lo suficiente como para poder pegarse a él, notando lo encerrada que estaba en aquella posición.
Resopló.
Sus besos sobre la espalda la hicieron jadear. Las heridas dolían, pero él era tan suave…
Y tan fuerte. Su mente le decía que aquella no era una posición segura. Que estaba dándole el control. De esa manera no podría ni meterle los dedos en los ojos de ser necesario. Iori apretó las manos y recordó. Es Ben. Es Ben. Es Ben
- ¿Mmmmm? - respondió con un tono de pregunta casual. Aunque todo en su cuerpo gritase lo nerviosa que estaba.
- Entonces, ¿son por mí? ¿Por mi culpa? - preguntó a su oído.
¿Eran por él? Claro que eran por él. Su ausencia la había destrozado. Pensaba haber perdido la cabeza dentro de aquella habitación. Únicamente clavarse las uñas lo más profundamente que era capaz le había permitido respirar aquella noche, hasta que cayó en un profundo sueño.
Agotada y herida.
Ben se echó hacia atrás y posó las manos sobre su cadera, comenzando a describir movimientos circulares. En ese preciso instante, entre la excitación y el sueño que le abandonaba poco a poco, la imagen que tenía de las heridas se distorsionó por completo y le llegaron a parecer el mayor acto de amor que alguien había sentido hacia él en toda su vida. Las llamas resaltaban las crestas y los sombríos valles que habían dejado las uñas sobre su piel.
- Es una locura, pero...- sus labios subieron a su cabeza y ahogó sus palabras recuperando su sentido, su razón de ser. Herirse a uno mismo era un acto absurdo, un sinsentido.
Abrió los ojos y lo sintió todavía más que antes cernido sobre su cuerpo. Descruzó los brazos y apoyó las manos en el suelo para incorporarse sobre los codos.
Para ir al encuentro del pelirrojo.
Juntar sus cuerpos y tapar con él aquellas heridas que la ahogaban en vergüenza.
- ¿Pero…? - preguntó en un susurro. Insegura. Dividida entre querer saber y no. Apoyó la frente contra el mentón de Ben y deslizó el trasero, alzándolo ligeramente para encontrar hueco entre sus piernas.
Ben arrastró las rodillas hacia atrás, dándole el espacio que buscaba, dejando que su dureza contactara con sus nalgas. Notarlo en aquel preciso instante, firme sobre ella, lleno de deseo, la hizo sonreír.
- Encuentro estas heridas terriblemente hermosas, como no podía ser de otra manera en ti - besó sus mejillas e hizo un movimiento de vaivén, deslizando todo su cuerpo por ella -. Hay belleza en lo que representan, el campo de batalla contra una soledad impuesta - algo en su interior se removió. Lo calló de inmediato -. Son por mi, para mi...- su cabeza le gritaba, él hablaba a través de su pelo
-. Me veo en ellas, Iori, veo en ellas la disposición a darlo todo por mí, incluso tu cuerpo. Como hago yo - su cuerpo lleno de marcas y cicatrices así lo atestiguaban, la voz en su cabeza sonaba distante. Volvió a moverse hacia delante esta vez con más protagonismo de su cadera. Quería que ella lo sintiera
-. Estas heridas gritan mi nombre. Son tan hermosas...- repitió el movimiento y buscó sus labios con algo de ansia.
Estar de cara al fuego, confió Iori, que le diese a Ben la excusa de pensar que su cara roja se debía al calor, y no a lo que él susurraba sobre su cabeza. La fuerza de sus palabras la habían mareado. El cómo él había transformado algo malo y sucio. Le había dado la vuelta y, en lugar de ver su soledad, su locura, leía en sus heridas los sentimientos que ella no había sido capaz de expresar en palabras. Te amo. Hasta esa misma noche.
Alzó más la cadera, cuando notó esa parte de Ben con la que tanto le gustaba conectar. Su respiración se volvió pesada mientras decidía si tirarlo a un lado y volver a ponerse encima ella, o si probar en aquella nueva situación.
Notar su miembro deslizándose, acariciando la zona entre sus glúteos la hizo gemir sin poder contenerlo. De anticipación. Giró lo que pudo el torso y echó la cabeza hacia atrás, para que sus bocas se encontraran en aquella postura. La lengua de Iori entró en la boca de Sango, y lo besó unos segundos así antes de alzar de nuevo la cadera.
Coordinó el instante en el que Ben volvía a subir con el movimiento de su cintura para que, en lugar de escurrirse entre los glúteos, su carne encontrase el punto en el que al presionar era capaz de introducirse en el calor del cuerpo de Iori.
La mestiza se concentró para que en aquel movimiento entrase por completo en ella. Gimió rompiendo el beso cuando notó cómo, en aquella posición, con las piernas juntas debajo de él, el miembro del pelirrojo penetraba en su húmedo, caliente y muy apretado interior.
Proporcionándole una sensación de plenitud, de sentirse llena por él que la dejó sin respiración y la privó de su capacidad de hablar. Solamente concentrada en respirar.
Y de pronto estaba dentro. Ben había abierto la boca y miraba con asombro, concentrándose en lo que sentía mientras llegaba hasta el final. Su respiración se agitó y echó la cadera hacia atrás, muy despacio hasta que se detuvo y volvió a entrar. Gimió de placer. Resopló, disfrutando de las nuevas sensaciones, de ella.
El cabello caía desordenado sobre el rostro de Iori, cubriendo parcialmente sus rasgos. La profundidad de aquella penetración fue una revelación que la dejó sin habla. Ben lo hacía lento, y aquello le permitía sentir cada centímetro despacio, mientras notaba que el vientre se contraía de anticipación sabiendo lo que iba a llegar después de cada movimiento.
La morena estaba tan subyugada del recorrido que él hacía dentro de su cuerpo que apenas tuvo tiempo de reflexionar sobre la posición superior desde la que él la... encarcelaba. Entre el suelo y su cuerpo. Bloqueando prácticamente todos sus movimientos. ¿Todos?
Ardía tras un rato dejando que sus cuerpos conectasen de aquella manera, cuando la mestiza alzó algo más el trasero. Apoyó el peso del cuerpo sobre un antebrazo y coló el otro entre sus piernas. En el espacio suficiente como para alcanzar la zona entre sus piernas. Jadeó cuando su palma acarició por encima su clítoris, pero fueron sus dedos los que llegaron algo más abajo. Separó índice y corazón y los colocó a ambos lados de sus labios. Justo perfilando el miembro de Sango en su entrada.
Aguantó el aire, intentando concentrarse en lo que pretendía, y cuando el Héroe se deslizó de nuevo dentro de ella apretó lo suficiente como para que él pudiese notar la presión que las falanges de la mestiza ejercían desde fuera. La excitación de aquel gesto la hizo sacudirse bajo él, rozando con violencia su cuerpo contra Ben sin poder controlarlo.
Él estaba equivocado. No solo las heridas. Todo en ella gritaba su nombre.
El guerrero lo sentía todo. La presión extra, su violencia, sus ganas de él, toda ella, le hizo gemir de puro placer. Sus acometidas aceleraron y la sed y el hambre de Iori se hicieron casi insoportables. Se transformó en ansiedad y esta en un fuego tan intenso que consumía.
Devoraba.
Uno de sus brazos rodeó el pecho de Iori y con la mano jugó con sus senos al tiempo que se echaba sobre ella para no separar sus labios allá donde estos quisieran ir. La mestiza gritó bajo él. Sentía que su mente no era capaz de procesar tantas sensaciones. Se revolvió bajo él, no con la intención de quitárselo de encima. Con la idea de fundir sus pieles en una.
Fue entonces cuando Ben se echó hacia atrás, tirando de Iori hasta que ambos quedaron casi erguidos, sobre las rodillas. El guerrero atacaba sin piedad su cuello, mientras su mano pasaba del pecho, descendiendo por su vientre hasta la que Iori mantenía entre sus piernas. A la que estaba presionando su miembro. Él también quiso jugar y empezó a masajear.
Sentada entre las piernas de Ben, Iori trató de separar lo mínimo que necesitaba sus rodillas para que su mano continuase en aquella posición. Le ardía el pecho, allí en dónde Ben la tocaba, y deseó poder girarse para conducir la boca del Héroe hasta él y abrazar su cabeza contra ella. Deseaba notar como su lengua acariciaba sus pezones primero, para pasar a sentir los dientes en ellos después.
Notaba el calor de la hoguera calentándola de frente, mientras toda ella ardía con Ben pegado a su espalda. La cadera masculina seguía marcando el ritmo de las penetraciones, que ambos llenaban con los gemidos que salían de sus bocas.
Tan unidos. Tan duro. Mojados en sudor. Ardiendo juntos.
Iori giró el rostro y aferró entre sus dedos, sin cuidado, el cabello rojo de su nuca. Tiró de él. Lo necesitaba dentro. De su boca. Cuando sus labios hicieron conexión la mestiza arremetió con su lengua en Ben, de una forma similar a cómo lo hacía él con ella más abajo.
Pensó derretirse en aquella posición. Con él rodeándola, abrazándola. Guiándola. Cediéndole, por una vez en su vida, el control absoluto. Sentía que la locura también controlaba a Ben, por la forma en la que sus dedos la recorrían, sin descanso. La manera en la que sus brazos la mantenían pegada. La profundidad con la que la buscaba dentro, clavándose en ella con cada golpe.
Se sintió explotar, y las contracciones de la humedad de Iori sirvieron de anuncio para que el Héroe se diera cuenta. Su cuerpo se volvió de acero en el momento en que la mestiza gimió, con un largo grito en la noche, pegando la frente a Ben.
Ben la acompañó hasta el final. Incluso cuando ella gritó, él lo hizo con ella. Sus bocas se encontraron y dieron rienda suelta a sus lenguas. Se inclinó hacia delante, con ella, hasta que pudiera posar las manos en la alfombra, hasta que la posición resultara demasiado incomoda como para seguir besándose. Iori estaba extenuada. Tenía los ojos cerrados cuando notó como la suave alfombra acudía a su encuentro cuando él la dejó despacio sobre ella.
Él se retiró lentamente, recorriendo con sus manos su cuerpo y se dejó caer boca arriba en la alfombra, jadeando, recuperando la respiración sin apartar la mirada de Iori y de la fina capa de sudor que brillaba sobre su piel. Ben sonrió.
La respiración de la muchacha era pesada, acelerada, aunque con el paso del tiempo fue acompasándola a un ritmo más normal. El cabello enmarcaba su cara, tapando parcialmente sus rasgos y cubriendo de forma desordenada las heridas que él le había besado. Alguna de ellas mostraba un vívido color rojizo, como si por el roce estuviese cerca de abrirse...
Pero Iori sonreía. Y sin abrir los ojos, tanteó sobre la alfombra para ir al encuentro de una mano de Sango.
Ben, que la veía, deslizó el brazo y dejó la mano en la trayectoria de los movimientos de Iori. Cuando se tocaron sonrió aun más y sus dedos se movieron por su palma, alternando un baile de saltos que se iba haciendo cada vez más denso, más pesado y donde antes había saltos, ahora había roce, contactos más largos, más íntimos. Ben suspiró.
- La mejor época para cortar madera es a finales del invierno, antes de que los árboles echen hojas - comentó en voz baja mientras observaba el juego entre las manos.
Cuando lo tocó, sin abrir los ojos, Iori hizo su sonrisa más evidente. Más pronunciada. Deslizó los dedos uniéndolos al baile que estaba aprendiendo aquella misma noche. Disfrutando de que no solo sus cuerpos conectaban de forma íntima cuando se acostaban. Cuando él la recorría a fuego por dentro. También en aquel contacto había magia.
Lo escuchó con atención, y no pudo evitar reírse.
Se deslizó, los escasos centímetros que los separaban por la alfombra y se detuvo cuando pegó la frente al hombro del pelirrojo. Alzó las manos unidas de ambos y las posó sobre el vientre de Sango mientras que colocaba una pierna sobre el muslo del guerrero, recuperando entonces el contacto con él.
- Eso decía Zakath. Importante hacerlo cuando el frío los vuelve más secos, antes de que brote la vida nueva - volvió a reír. - Ha sido el comentario más aleatorio que he escuchado nunca después de acostarme con alguien - comentó con sinceridad.
- Pensaba en el fuego, y en la mejor manera de mantenerlo - dijo antes de no poder contener la risa -. Sí, demasiado aleatorio. Pero es verdad. Seguro que Zakath lo aprendió de mí - dijo con fingido orgullo -. Ambos aprendimos el uno del otro, estoy seguro de ello. Es como funciona, es bidireccional - apretó sus dedos entre su mano y luego los masajeó -. El fuego es importante para muchas cosas. -
Abrió los ojos y los clavó en él. No habían podido mirarse desde que él se había puesto encima de ella, al principio de aquella sesión de sexo que acababan de compartir. Pero ahora volvían a hacerlo. Y en la forma en la que Iori lo miraba había una luz dulce brillando por él.
- El fuego da luz. Calienta. Nos protege. Pero también puede destruir todo - murmuró dándole un beso en el hombro, lento, suave. - Es bidireccional. - repitió aquella frase que se había quedado clavada en su conciencia. - Ojalá algún día yo pueda enseñarte algo a ti - murmuró deslizándose un poco más. Más cerca. Más encima.
La cabeza de la mestiza se incorporó buscando el hueco entre la clavícula y el cuello de Ben para apoyarse allí, notando el olor de su piel. La pierna que estaba inicialmente sobre su muslo cruzó ahora sobre su cadera, en una suerte de abrazo mientras mantenía la unión de sus manos.
- Me has enseñado mucho, Iori, quizás de manera inconsciente. Pero no te preocupes, habrá tiempo para seguir aprendiendo - giró la cabeza para darle un beso -. A la vera de un buen fuego en una - Ben recordó el sueño y titubeó -, en una... buena compañía - terminó por corregir mientras apretaba más su mano -, una buena conversación, un buen ambiente... Sí. Habrá tiempo, estoy seguro - repitió con el mismo beso antes de dejar escapar el aire de su cuerpo.
Frunció el ceño e incorporó la cabeza, lo justo para mirarlo desde arriba. Estudió su rostro, buscando. Queriendo entender qué era lo que había pasado. Introdujo los dedos de la mano libre en el cabello rojo sin apartar los ojos de él, mientras lo peinaba y lo despeinaba con sus caricias.
- Supongo que todavía nos falta sueño - terminó diciendo al final. - ¿Es eso? - preguntó con los ojos muy fijos en él.
- Sí, es eso - sonrió cansado, disfrutando de sus dedos pasando por su cabeza. Su último parpadeo se extendió más de la cuenta, regodeándose en su masaje, en sus manos entrelazadas y sobre todo en el calor del abrazo. El calor que emanaba de la casa del sueño -. Estoy tan a gusto en tus brazos...- murmuró mirándole a los ojos mientras el agarre de su mano perdía fuerza.
Sonrió aliviada por su respuesta. Tan solo tardó un segundo en sentir que algo en aquello no iba del todo bien. Lo observó, cerrando los ojos bajo ella mientras continuaba acariciándolo. La desazón apareció como un eco lejano. Como el humo de una hoguera en un paisaje distante. Una señal casi imperceptible, pero existente. Sentía que había algo en la cabeza de Ben que no le estaba diciendo. Y no supo cómo reaccionar.
Quería saber, pero dudaba en el cómo hacerlo.
Sonrió cuando reconoció la respiración lenta y profunda en su pecho. Se había quedado dormido entre sus brazos. Ladeó la cabeza para buscar con los ojos la manta, y cuando la ubicó, extendió un pie para agarrar entre los dedos un extremo y tirar. Tapados ambos, Iori observó largo tiempo a Ben durmiendo a la luz del fuego. La mano que tenían enlazada descansaba sobre el pecho del guerrero, mientras la mestiza acomodaba en su interior un nuevo sentimiento. Algo que nacía por él y que experimentaba por primera vez con aquella fuerza brutal.
Las ganas de cuidarlo. Protegerlo.
Allí, pegado a ella, Iori creía ver más que al Héroe, al hombre que precisaba ser amparado. Del mundo y de él mismo. Antes de cerrar los ojos de nuevo, mientras abrazaba a Ben contra su pecho, Iori tomó una fervorosa determinación. Lo estrechó con mimo, enredando las piernas con él sin soltar ni por un instante su mano. Antes de quedar dormida, en medio de todas los propósitos hacia Ben que se estaba haciendo así misma aquella noche, una última palabra reverberó sonando a promesa.
Juntos.
La mestiza abrió los ojos y alzó el mentón para observarlo.
Largo tiempo.
Cada uno de sus rasgos, la forma de sus huesos bajo la piel. Sus tupidas pestañas y la paz que transmitía su ceño relajado. Quería acariciarlo. Recorrer con sus dedos cada línea. Pero no deseaba despertarlo, no en aquel momento. No era capaz de enfrentarse a un Ben despierto mientras necesitaba dedicar tiempo a lo que le había dicho, no hacía muchas horas antes.
¿Qué demonios había hecho?
Solo de pensar en cómo habían sonado sus palabras, sentía que la cabeza le daba vueltas. Una confusión que mirándolo allí, en medio de la noche en silencio parecía apaciguada. Ben le daba un nuevo sentido a su vida. Había entrado como la tormenta que se alza en el cielo de forma súbita. Ves como las nubes se acercan pero sospechas sobre si dejarán caer o no agua. Piensas que seguramente la tarde sería apacible y la lluvía no llegaría finalmente.
En realidad, sin haber dejado ver la fuerza del temporal con la que llegaba, descargaba con una violencia inusitada, barriendo todo a su paso.
Eso era lo que Ben había hecho con ella. Volvió todo de arriba abajo con una magia que hacía que las piezas de quien era ella encajasen a la perfección después de su tormenta.
Necesitaba algo de separación. Distancia con él para pensar lejos de su influjo. Aunque su presencia fuese omnipresente en el que se había convertido en el santuario de ambos, precisaba por lo menos moverse a un lugar un poco más lejos de su piel.
Se deslizó con mucho cuidado, escurriéndose del abrazo en el que habían permanecido dormidos ambos y se puso de pie. El suelo de mármol de la habitación estaba frío, por lo que avanzó con sus pasos hasta la tupida alfombra que se extendía larga delante de la chimenea. Sentándose frente al fuego, sintiendo un calor diferente al que él le había dado debajo de las sábanas, Iori lo miró.
Y se obligó a alejar sus ojos de él mientras se proponía arrojar algo de claridad a sus pensamientos.
El calor de las llamas había encendido las mejillas de Iori. Sentía la piel frente al fuego ardiendo, pero su espalda había comenzado a quedarse fría. Su rostro, concentrado, parecía estar viendo en la lumbre cosas que nadie más percibía.
Las expresiones de su cara cambiaban, reflejando en parte la profundidad de lo que en su mente estaba teniendo lugar. Expresión de concentración se tornaba contrariedad al cabo de un rato, ayudado de suspiros que parecían no ser capaces de darle todo el aire que precisaba su pecho.
Por momentos, sonreía. Y bajaba la cabeza y la sacudía, como si aquello fuese un secreto que debía de ocultar de ella misma. Pasó un tiempo... hasta que la joven alzó los brazos al techo. Estiró las extremidades y con los músculos tensos se dejó caer hacia atrás, dejando que la mullida alfombra la acogiese contra ella.
Notó al instante la tibieza en su espalda, y cerró los ojos unos segundos, notando ahora el calor de la chimenea acariciando sus pies.
En el silencio de la noche, solo se oía la lluvia de fuera y la madera crepitar. Iori escuchó entonces con claridad al Héroe suspirar, y eso la hizo girar la cabeza hacia él. Lo vio con los ojos abiertos, clavados en ella, y una expresión en el rostro que de pura alarma se sentó recuperando la postura de antes sobre la alfombra, en esta ocasión mirándolo a él sobre la cama cercana. La expresión de la mestiza brillaba con cautela, intentando ver en él.
- ¿Un mal sueño? - preguntó en voz suave.
Ben se removió en la cama al escuchar su voz. No era por incomodidad, al contrario, le encantaba escuchar su voz y por eso se acomodó para ver y escuchar mejor.
- Sí, algo así. ¿Tienes frio? - preguntó.
La sonrisa contenida de Iori se hizo entonces más evidente ante su respuesta, dejando que la tensión leve de su cuerpo se diluyese.
- No, aquí no hace frío. Es un tipo de calor diferente. - Al tuyo. Pensó. Pero no lo verbalizó. Acarició con sus dedos la alfombra que tenía debajo, sin mostrar asomo de pudor por su desnudez.
Nunca lo había mostrado.
- ¿Quieres contármelo? - ofreció clavando los ojos en él, en la distancia que los separaba.
- ¿Hay hueco para mi junto al fuego? - preguntó con una mal disimulada sonrisa.
Iori pareció perdida por un instante. Abrió mucho los ojos y observó en su soledad, los metros de alfombra blanca que la rodeaban, extendidos entre la cama y la chimenea que calentaba con un fuego vivo. Volvió el ceño fruncido hacia Ben, antes de que su incomprensión cambiase por entendimiento. No era literal. Era una broma. ¿Qué demonios pasaba con ella?
Se rió entre dientes.
- Debo de estar algo dormida - farfulló pasándose las manos por los brazos para entrar en calor. Como había hecho el día anterior. Pero sin uñas esta vez. Miró a Ben con resolución y observó entonces con anhelo la manta de pelo fino que había a los pies de la enorme cama. En una zona que ellos no había revuelto con sus encuentros en aquella noche.
- ¿Podrías...?- dejó caer, sin precisar su petición.
Sango respondió con una leve risa y asintió, arrastrando la cara por su propio brazo. Se incorporó con lentos movimientos hasta quedar sentado al borde de la cama. Echó un rápido vistazo a la manta que señalaba Iori y bostezó antes de estirarse. Hizo unos giros de cabeza y después de comprobar que seguía lloviendo, miró a Iori que tenía las manos cruzadas sobre los hombros.
Se levantó y caminó lentamente junto a la cama, sin hacer ruido, sin apartar la vista, sin olvidarse de agacharse lo justo para recoger la manta cuando pasó a su lado. Pero estaba demasiado dormido y el teatral gesto quedó en una escena cómica al tener que valerse de los dos brazos para no caer de nuevo a la cama. Se rió de sí mismo pero se volvió hacia Iori con la manta entre sus manos. La sonrisa de Iori también había ido ampliándose. Haciéndose más grande según veía al pelirrojo dejarse llevar por aquel lado travieso.
Una forma de comportarse que le recordó a un niño pequeño. Mientras lo observaba, había un brillo en sus ojos que hizo que la morena le devolviese la mirada de una manera similar.
Deseo. Cariño. Ganas.
Amor.
Entonces, al llegar junto a ella, Ben se acomodó a su lado antes de extender la manta. Sin embargo, a mitad de la tarea, Ben se echó sobre ella y le dio un beso torpe en la mejilla.
- ¿Qué tal? Cuánto tiempo - bromeó mientras seguía estirando la manta.
La “caída” de Sango contra ella y el beso en la mejilla arrancaron una risa suave en ella. Como la mañana que había amanecido con él en la habitación, tras hacer guardia a los pies de su cama toda la noche.
Nunca más a los pies. Dentro de la misma cama.
Con esa resolución en su mente rodeó con los brazos el cuello del Héroe y lo abrazó contra ella. Y su sonrisa se amplió.
- Demasiado - susurró a su oído como toda respuesta.
Terminó por estira la manta y la pasó por encima de las piernas de Iori y las suyas, luego se quedó observando en dirección a la chimenea, acomodado contra ella.
- El fuego tiene algo relajante. Igual que el vaivén de las olas. También el movimiento de las copas de los árboles con la brisa - se rascó una mejilla -. No sé qué será, pero me gusta - añadió.
Guardó silencio mirando el fuego. Estrechaba a Ben contra ella mientras sus dedos realizaban pequeños movimientos sobre la piel del pelirrojo.
- Entiendo a lo que te refieres. Recuerdo que en la casa del jefe en mi aldea, en el gran salón había un espacio enorme excavado en el suelo. Era allí en donde se prendía el fuego en torno al que se celebraban las reuniones. En donde se preparaban los asados de los grandes banquetes y en donde nos ovillábamos los niños entre mantas de pieles en invierno. Las tardes en las que el pueblo se juntaba para compartir las historias y sabiduría de los mas ancianos - Iori hablaba con la lentitud de quien rememoraba recuerdos a medida que le contaba.
- En aquella época, era todavía una cría. Recuerdo que me quedaba dormida, feliz, escuchando las conversaciones de fondo, tirada en el suelo tocando con mi espalda el cuerpo de otro niño que allí se quedara también dormido. De aquellas imaginaba… que eran mi familia…-
- Y lo son - respondió Ben -. Quizá no compartas su sangre, pero se comparten otras cosas, como tiempo, emociones y demás. Los niños crecen juntos, los padres, de una forma u otra influyen en todos ellos, y al final es como una gran familia con decenas de padres y madres y decenas de hermanos - sonrió -. Con algunos te llevas mejor, con otros peor. Es algo inevitable, pero siguen siendo tu familia y estarán ahí para ti. -
Acarició con su mejilla la de Ben, notando como su barba rascaba su piel. Ben pensaba demasiado bonito de ella. Y subestimaba la influencia que tenía Zakath en su entorno, y su capacidad innata para mantener a la gente a distancia.
- No es tanto como tu crees. Allí las cosas son… diferentes. Es el lugar de origen de Zakath, pero ya no vive casi nadie que lo pueda recordar de niño. Todo lo que tiene que ver con él está rodeado de una formalidad y reverencia que se traducen en distancia. Él la marca con todo el mundo, y los demás en la aldea la acatan. Con él y lo que tiene que ver con él. - aclaró la morena, refiriéndose entonces por extensión a ella.
Recordó entonces, con algo de añoranza a lo más parecido que había sentido a unos brazos maternales. A la joven mujer que la miraba de aquella manera, de una que hacía nacer en Iori las ganas de irse de su mano cada día a casa, sintiendo que tenía a alguien que le desearía buenas noches de corazón, y la arroparía hasta que se quedase dormida.
- Había una mujer… era joven. Madre de varios chiquillos. Ella siempre se mostró tierna conmigo. Sin importarle que yo fuese la niña de Zakath… - agachó la cabeza y buscó con sus labios el cuello del soldado.
- La niña de Zakath - murmuró. Una sonrisa apareció en su rostro -. Sí, la verdad es que el viejo tiene una personalidad peculiar. Quiso alejarme de Asland. Y en cierto modo creo que lo consiguió. Pero eso lo veo con los años, claro. Quería convertirme en él, supongo. -
Aquel nombre la tomó por sorpresa. Era la primera vez que lo escuchaba. Estaba casi segura. Y la duda de si sería de hombre o mujer espoleó su curiosidad.
- ¿Alejarte de Asland? - preguntó con curiosidad viva mientras apoyaba la mejilla en la sien de Ben, observando el perfil del hombre recortado contra el fuego de la chimenea.
- Oh sí. Asland fue mi primer amor - se rio de sí mismo -. Tendría unos quince o dieciséis inviernos. Zakath decía que me distraía, que no era buena para el entrenamiento - frunció el ceño - Que me hacía débil, que me haría fallar los golpes. Y me lo demostraba. -
Ben guardó silencio unos instantes rememorando cómo Zakath, en mitad de un entrenamiento le había soltado, sin inmutarse, que Asland les estaba observando. Recordó haber apartado la mirada un breve instante y recordó como Zakath le golpeó de manera desproporcionada mientras enumeraba las maneras en las que podría morir por apartar un breve instante la vista.
- Sí, alguna vez fue demasiado explícito con sus lecciones - añadió antes de suspirar.
Iori sonrió, asintiendo al comentario de Ben.
- Sí, entiendo a qué te refieres. Sobre Zakath, quiero decir - se apresuró a aclarar mientras revolvía con una mano el cabello rojo de Sango.
- Sobre lo otro… no tengo idea. Tu primer amor…- repitió como si aquello le hiciese comprender mejor los sentimientos de él. Y lo cierto es que Iori no tenía ni idea. Nunca le había sucedido nada parecido. Un lazo tan fuerte con alguien. Ben, se veía, era una persona que amaba con pasión vívida a muchas personas. Ella había contenido sus sentimientos dentro, convenciéndose de que Zakath tenía razón. De que quien ponía el corazón en alguien sufriría.
- ¿Siempre es similar? ¿Se siente de esta manera? ¿Como te siento yo a ti? - preguntó curiosa.
- ¿A qué te refieres? ¿Al primer amor? - preguntó.
Iori meditó durante un segundo.
- Al primero, y al segundo, y al tercero… a todos los que vengan en general. Sé que tienes experiencia en ello. Yo nunca, nunca antes… tu eres la excepción. Todavía estoy intentando comprender todo lo que me recorre por dentro cuando se trata de ti. - suspiró y tiró de él mientras ella se dejaba caer hacia atrás de espaldas. Ahora ambos sobre la alfombra tumbados.
- Me gustaría saber cómo ha sido para ti -
Ben enarcó las cejas, sorprendido más que por la pregunta por la falta de respuesta. No era algo en lo que hubiera pensado demasiado, él se limitaba a vivir el momento y con los años solo pensaba en lo que podía haber salido mal. Jugueteó con los dedos de una de sus manos por el brazo más cercano de Iori.
- Los he vivido con emoción y con miedo a partes iguales. Emoción porque son sentimientos nuevos, algo a lo que uno no está acostumbrado. Y miedo pues casi por las mismas razones, porque al ser algo nuevo, uno puede cambiar y no necesariamente a mejor ni tampoco por propia voluntad - hizo una mueca pero se centró rápidamente en sus dedos y en el hallazgo que hicieron al encontrarse con la mano de Iori -. Con Asland fue una aventura a ciegas. Ninguno sabíamos nada de cómo funcionaba aquello. Tropezamos muchas veces y nos levantamos otras tantas, aprendíamos, sin embargo, cada golpe nos apartaba más y más. Con Mina fue un momento en el que ambos no nos buscábamos y nuestros caminos convergieron. Pero tampoco funcionó. Ambos éramos completamente opuestos - entrelazó sus dedos con los de ella -. Comprendí, que para que una relación funcione uno debe estar con una persona que le haga sentirse bien con cómo es. Y eso, Iori, eso no le experimenté nunca. Hasta ahora. -
Los antebrazos de Iori apretaban de forma intermitente al pelirrojo, en respuesta a las caricias que él le daba. Guardó silencio, escuchando con mucha atención sus palabras. La forma natural y sencilla con la que era capaz de hablar de sus relaciones pasadas.
Pero, ¿tan solo dos?
La mestiza frunció el ceño, y apretó los dedos sobre la mano de él cuando ambas se entrelazaron. Besó de forma distraída su cabeza, mientras sus ojos estaban clavados en el fuego que tenían a un lado.
- Entonces el miedo es normal. - concluyó como primera reflexión sobre lo que él acababa de decir. - Imagino que al final es algo presente en todas las situaciones nuevas, en aquellas en las que no tenemos el control absoluto... - silencio unos instantes, durante los cuales únicamente se escuchó el crepitar de la madera en el fuego, y la lluvia cayendo en la terraza exterior.
Ambos sonidos de una suavidad increíble, que parecía hacer juego con el momento de la noche tierno que ellos estaban compartiendo.
- Sinceramente, imaginaba que tu vida estaría llena de muchas relaciones. Aunque no tuviesen una prolongación en el tiempo destacable. No creo que le resultes indiferente a las personas que te conocen. Creo que sino tuviste más ha sido porque no te ha interesado realmente - afirmó la morena, mientras la mano que tenía libre recorría despacio los pectorales de Ben bajo la manta. - Eras muy joven cuando comenzaste con Asland... apenas un crío - murmuró, sin hacer comentario sobre lo más importante que él había dicho. Sobre sentir que podía ser él mismo cuando estaba con ella.
Iori no hizo mención con palabras a aquello, pero apoyado sobre su pecho, él podía notar el corazón de la mestiza latiendo desaforadamente.
- Sí, era un maldito crio que llevaba dos años en Lunargenta. Estaba asentado en la ciudad, teníamos nuestra rutina, con los entrenamientos, las largas jornadas sin parar, la práctica de combate singular... Bah, creía que todo estaba controlado y de repente, pum - Ben abrió una mano emulando una explosión -. Asland se coló y, bueno, ambos tratamos de cambiarnos, hacernos mejor, pero todo fue a peor, todo se desmoronó. Ella se marchó, yo me quedé - suspiró -. Luego hubo alguna mujer más, pero no había amor - dijo en voz baja - solo sexo. Era casi una práctica habitual en los campamentos: muchas horas juntos, mucho roce, demasiada tensión que acaba por salir por alguna parte- estiró su otra mano hacia las piernas de Iori
-. Con Mina hubo amor. Ambos llegamos a querernos pese a que quizá no lo dijéramos en voz alta. Sin embargo, somos completamente opuestos: ella es una ladrona y yo serví en la Guardia. Es bruja, yo odio la magia...- movió la cabeza sintiéndose terriblemente cómodo en sus brazos -. Y luego llegaste tú. Primero en Edén, luego me soñaste en Roilkat y al tercer encuentro los hilos se enredaron de tal forma que nos han llevado hasta este preciso instante. Y tengo que decirlo: soy feliz de que haya ocurrido así. -
La mente de Iori viajó. Con la narración de Sango. Intentó imaginárselo, en otros lugares, en otro tiempo. Con unos rasgos más aniñados. ¿Quizá sin vello en el rostro? Con unos músculos en desarrollo y la misma vivacidad que continuaba a habitar en sus ojos.
A Asland no la conocía. Pero recordó a Mina.
La preciosa bruja que había conocido aquella noche, tras todo lo sucedido en Edén. Aunque Sango era un hombre notable, Iori debía de admitir que los ojos se le iban primero a las féminas. Aquella noche, cuando se encontró con ellos tras huir del jabalí no había sido diferente. Sin embargo, ni aunque fuese para algo físico, el carácter de aquella mujer le había parecido atrayente. Solamente había tenido que escucharla hablar un rato para verla con otros ojos.
Y la indiferencia inicial que había sentido al verlos juntos, había cambiado a un ligero deje de rabia ante una relación que ella había intuido dispar. Por el egoísmo de ella y la devoción de él. En aquel instante se le revolviesen las tripas.
A sus ojos había quedado claro que el interés de Mina en el Héroe era superficial. Más por el beneficio que podía sacar que por una preocupación real. ¿Y él decía que había habido amor? Iori recordó que ella no era una experta ni mucho menos, y que debería de mantener su juicio sobre aquel tipo de temas inactivo.
No podía opinar.
Pero con Ben era diferente ahora. Nada de lo que tenía que ver con él le era indiferente, y le costaba no tomar parte.
Ella al principio no había actuado de una manera muy diferente a la de Mina. Interesada. Primero, usándolo para escapar de la posada, con la condición de conducirla hasta las Catacumbas. Luego, ayudándola a llegar a Seda tras participar en la pelea clandestina. Más tarde, formando parte de la charada en la que fingirían ser captor y presa para colarse en el palacio de Hans... y por el camino, usarlo en alguna ocasión para buscar aquel dolor que tenía efecto sedante en ella.
Recordó el espejo roto. Aquello había sido una grata sorpresa. Recordó el golpe de su escudo en el pasillo de las Catacumbas.
Recordó el primer beso.
Antes de verlo avanzar rodeado de la algarabía de público, extasiado ante la idea de ver al Héroe luchando. Algo que ella se había perdido por completo.
¿Había sido ese momento cuando todo había cambiado? Si cerraba los ojos todavía recordaba la forma en la que las manos del guerrero la habían tomado del rostro para acercarla a su boca.
Asland significaba nada para ella. Era parte del pasado de Ben. Sin embargo a Mina era capaz de ponerle cara y recuerdos. A sus abrazos y besos. A la preocupación evidente de Sango por ella. Una atención que le había hecho suspirar con hastío a Iori en su momento, pero que ahora se le clavaba en las entrañas a pesar de ser un recuerdo de un momento pasado, en el que ella no existía ante los ojos verdes del soldado.
La incomodidad de sus pensamientos se deslizaron a la tensión de su cuerpo, haciendo que su abrazo sobre él se hiciese ligeramente... posesivo. Enterró la mejilla contra la cabeza de Ben y cerró los ojos de cara al fuego.
- Te equivocas en quienes pones el corazón Ben. Incluso puede que ahora, aquí conmigo. Yo sea simplemente tu siguiente error - dejó escapar farfullando entre dientes, como si estuviese enfadada. - Y no te equivoques. Aquella noche en Roilkat solo quería follar. Como hacías con las mujeres en los campamentos. Sexo. Eso es lo que siempre he hecho. - le aseguró, sin soltar un ápice su presión sobre él. Lo hubiera arrastrado a unos metros del campamento de manera inútil. Sabía que en cuanto montase sobre él los gemidos que hubiera arrancado de Sango habrían despertado a todos.
Pero no quería pensar ya en aquel tipo de acciones. Formas de comportarse típicas en ella que en aquellos momentos le parecían... burdas. Con Ben ya no quería ser así. No quería la brutalidad simple del sexo. No quería dominar sin dar ni un ápice de ella misma. No quería el juego vacío. Ya no podía volver a aquel punto cuando Ben había llenado su vida de tantas cosas. Demasiadas.
¿Y si tan solo Zakath la hubiese dejado ver un entrenamiento de Ben en la academia? ¿Y si hubiese invitado a su discípulo a pasar unos días de descanso en Eiroás?
La mente de Iori imaginó las posibilidades, apenas por encima. Sin ver nada de forma clara pero con una sensación cálida llenando su corazón. Mezclada con añoranza. Añoranza por algo que nunca fue.
Imaginó un cruce de miradas. Ver en su verde aquella alegría y vitalidad. El cómo Zakath aprovechaba su técnica superior para descubrir a su aprendiz los errores en su guardia. Así enseñaba él.
Fantaseó con sacar tres platos en lugar de dos hacia el jardín. En la tosca mesa de madera,, un mediodía de verano. Zakath, su aprendiz y ella, compartiendo un momento de descanso para comer. Y el pelo de Ben brillando más rojo que nunca al Sol.
Ensoñaciones. Anhelos estúpidos de una mujer que deseó en aquel instante haber tenido su juventud llena de *él*.
- Y sin embargo, ¿sabes? Si yo pudiera elegir... hubiera deseado que los hilos se hubieran enredado antes entre tú y yo...- confesó entonces hablando muy bajito.
- ¿Y si el destino quiso que fuera ahora y no antes? ¿Y si todo lo que pasó antes era la forma de prepararnos para este momento? Piénsalo desde esa perspectiva, Iori - tiró de su manó para darle un beso -. Quizá el deseo en Roilkat fue tan grande que los Dioses te escucharon - sonrió mirando al fuego.
El beso de Ben templó su ánimo. Pero sus palabras lo encendieron.
- El destino y mis deseos no tienen porqué coincidir - contraatacó la mestiza apretándolo más contra ella. - Los Dioses te escuchan a ti, Ben. No a mí. Si tan solo... Te hubiese visto en alguna de las ocasiones en las que Zakath me trajo a Lunargenta. Si tú hubieses venido a la aldea de visita...-
No pudo evitar imaginar qué hubiera sido de ella si la luz de Ben se hubiera colado antes en su vida. Bajó con los labios hacia el cuello del pelirrojo y besó la piel. Con la apetencia de quien desea que aquel sea el principio de besos más largos y húmedos.
Ben no podía dejar de sonreír por escuchar en su boca las palabras que ya había oído alguna que otra vez: los Dioses escuchan a Sango. Era cierto que él había sido capaz de salir de situaciones imposibles, había tenido fortuna y la gloria estaba de su parte. Pero nadie se acordaba de todo lo que había tenido que dejar de lado, todo lo que había perdido.
- De nada sirve pensarlo, ¿verdad? Quizás nada hubiera cambiado. Si estamos aquí ahora mismo es porque hemos dado los pasos necesarios para llegar aquí. Ahora mismo, nos tenemos el uno al otro - se giró para mirar a Iori -. Y yo quiero que sea así por muchos años, décadas, la vida entera. -
Oh Dioses, qué dentro lo sentía...
La rapidez con la que se giró cuando ella intentó encender en él el deseo la dejó desarmada por un instante. Más todavía con sus palabras, mientras los ojos verdes la observaban desde su pecho. Una mirada... limpia. Algo entonces hizo una extraña conexión, y la mestiza se llevó una mano a la cabeza.
Había algo que no podía recordar.
Frunció el ceño, y aunque las palabras de Ben la dejaron sin habla, la sensación de que se estaba perdiendo algo la acometió de nuevo con fuerza, descentrándola.
- La vida entera... - murmuró ella finalmente, intentando centrarse en el presente, en la lucidez que Ben le aportaba. Sin embargo sus brazos se deslizaron entonces, soltándolo suavemente. Se movió a un lado, dejando que él entendiese que necesitaba un cambio de postura. Se puso de costado para, finalmente, tumbarse boca abajo y apoyar el mentón sobre los brazos cruzados frente al fuego. Observando las llamas.
Ben solo podía suspirar al escucharla, al verla moverse, al notar su piel rozando la de él. Se perdía en sus brazos, en su cabeza descansado sobre ellos y luego las marcas en sus brazos, en su espalda. Se puso de costado y descansó la cabeza sobre su mano que le daba una posición elevada con respecto a Iori por tener el brazo doblado a la altura del codo. Sus ojos volaron a sus heridas sobre la espalda. Con la mano libre, apartó con cuidado los mechones de pelo que caían sobre las heridas.
- ¿Has estado alguna vez en la comarca de los Llanos de Heimdall? - preguntó deslizando sus dedos por sus hombros.
El fuego brilla delante de sus ojos, pero Iori sentía más calor con cada caricia de los dedos de Ben. Siendo muy consciente de su cercanía piel con piel.
- Nunca. Mi conocimiento del mundo es muy limitado… - confesó quedándose muy quieta. Luchando contra el sentimiento doble de vergüenza y deseo que sentía por lo que él hacia, desde que había apartado a un lado su cabello.
Ben movió una pierna bajo la manta y la pasó por encima de las de Iori. La movió para amplificar la conexión con ella.
- Algún día viajaremos por toda Verisar -
El cambio de postura de Ben la hizo alzar la cabeza. Notó el calor y peso de su pierna en una posición que era nueva para ella. Giró el mentón sobre su hombro y lo miró a su lado, con un evidente gesto de duda. ¿Qué pretendía?
Su corazón latía fuerte, pero las ganas de fiarse de él suavizaron su gesto. Le mantuvo la mirada, sin querer ya esconder de él todo lo que para ella era nuevo.
Sus primeras veces juntos
Bajó despacio la cabeza de nuevo, apoyando ahora la mejilla en su antebrazo para seguir observándolo a él.
- El que tenía contactos en esa zona era Zakath. En ocasiones llegaban noticias referentes a ese lugar. Informes sobre algo en lo que tenía los ojos puestos -
- La Guardia y su maldita costumbre de querer meterse en todo - dijo con una media sonrisa -. Sí, algún día iremos. Algún día en el que los dos estemos fuertes y enteros. -
Se volvió a mover y pasó pierna y brazo hacia el otro lado de Iori y apoyó su peso sobre las rodillas quedando la mestiza bajo él. Acercó sus labios a su cuello y lo besó antes de retirarse. Centró su mirada en las heridas.
- Estas heridas Iori...- lamentó Ben antes de besar su espalda. Sin despegar demasiado los labios entre beso y beso.
Volvió a tensarse. Zakath desapareció. Los llanos de Heimdall. Viajar por Verisar. Solo podía pensar en él. Alzó la cabeza y lo miró por encima de su hombro, intentando mantener los latidos del corazón a raya.
Y entonces el beso en su cuello robó la calma que aparentaba tener.
Cerró los ojos y arqueó ligeramente la espalda. Lo suficiente como para poder pegarse a él, notando lo encerrada que estaba en aquella posición.
Resopló.
Sus besos sobre la espalda la hicieron jadear. Las heridas dolían, pero él era tan suave…
Y tan fuerte. Su mente le decía que aquella no era una posición segura. Que estaba dándole el control. De esa manera no podría ni meterle los dedos en los ojos de ser necesario. Iori apretó las manos y recordó. Es Ben. Es Ben. Es Ben
- ¿Mmmmm? - respondió con un tono de pregunta casual. Aunque todo en su cuerpo gritase lo nerviosa que estaba.
- Entonces, ¿son por mí? ¿Por mi culpa? - preguntó a su oído.
¿Eran por él? Claro que eran por él. Su ausencia la había destrozado. Pensaba haber perdido la cabeza dentro de aquella habitación. Únicamente clavarse las uñas lo más profundamente que era capaz le había permitido respirar aquella noche, hasta que cayó en un profundo sueño.
Agotada y herida.
Ben se echó hacia atrás y posó las manos sobre su cadera, comenzando a describir movimientos circulares. En ese preciso instante, entre la excitación y el sueño que le abandonaba poco a poco, la imagen que tenía de las heridas se distorsionó por completo y le llegaron a parecer el mayor acto de amor que alguien había sentido hacia él en toda su vida. Las llamas resaltaban las crestas y los sombríos valles que habían dejado las uñas sobre su piel.
- Es una locura, pero...- sus labios subieron a su cabeza y ahogó sus palabras recuperando su sentido, su razón de ser. Herirse a uno mismo era un acto absurdo, un sinsentido.
Abrió los ojos y lo sintió todavía más que antes cernido sobre su cuerpo. Descruzó los brazos y apoyó las manos en el suelo para incorporarse sobre los codos.
Para ir al encuentro del pelirrojo.
Juntar sus cuerpos y tapar con él aquellas heridas que la ahogaban en vergüenza.
- ¿Pero…? - preguntó en un susurro. Insegura. Dividida entre querer saber y no. Apoyó la frente contra el mentón de Ben y deslizó el trasero, alzándolo ligeramente para encontrar hueco entre sus piernas.
Ben arrastró las rodillas hacia atrás, dándole el espacio que buscaba, dejando que su dureza contactara con sus nalgas. Notarlo en aquel preciso instante, firme sobre ella, lleno de deseo, la hizo sonreír.
- Encuentro estas heridas terriblemente hermosas, como no podía ser de otra manera en ti - besó sus mejillas e hizo un movimiento de vaivén, deslizando todo su cuerpo por ella -. Hay belleza en lo que representan, el campo de batalla contra una soledad impuesta - algo en su interior se removió. Lo calló de inmediato -. Son por mi, para mi...- su cabeza le gritaba, él hablaba a través de su pelo
-. Me veo en ellas, Iori, veo en ellas la disposición a darlo todo por mí, incluso tu cuerpo. Como hago yo - su cuerpo lleno de marcas y cicatrices así lo atestiguaban, la voz en su cabeza sonaba distante. Volvió a moverse hacia delante esta vez con más protagonismo de su cadera. Quería que ella lo sintiera
-. Estas heridas gritan mi nombre. Son tan hermosas...- repitió el movimiento y buscó sus labios con algo de ansia.
Estar de cara al fuego, confió Iori, que le diese a Ben la excusa de pensar que su cara roja se debía al calor, y no a lo que él susurraba sobre su cabeza. La fuerza de sus palabras la habían mareado. El cómo él había transformado algo malo y sucio. Le había dado la vuelta y, en lugar de ver su soledad, su locura, leía en sus heridas los sentimientos que ella no había sido capaz de expresar en palabras. Te amo. Hasta esa misma noche.
Alzó más la cadera, cuando notó esa parte de Ben con la que tanto le gustaba conectar. Su respiración se volvió pesada mientras decidía si tirarlo a un lado y volver a ponerse encima ella, o si probar en aquella nueva situación.
Notar su miembro deslizándose, acariciando la zona entre sus glúteos la hizo gemir sin poder contenerlo. De anticipación. Giró lo que pudo el torso y echó la cabeza hacia atrás, para que sus bocas se encontraran en aquella postura. La lengua de Iori entró en la boca de Sango, y lo besó unos segundos así antes de alzar de nuevo la cadera.
Coordinó el instante en el que Ben volvía a subir con el movimiento de su cintura para que, en lugar de escurrirse entre los glúteos, su carne encontrase el punto en el que al presionar era capaz de introducirse en el calor del cuerpo de Iori.
La mestiza se concentró para que en aquel movimiento entrase por completo en ella. Gimió rompiendo el beso cuando notó cómo, en aquella posición, con las piernas juntas debajo de él, el miembro del pelirrojo penetraba en su húmedo, caliente y muy apretado interior.
Proporcionándole una sensación de plenitud, de sentirse llena por él que la dejó sin respiración y la privó de su capacidad de hablar. Solamente concentrada en respirar.
Y de pronto estaba dentro. Ben había abierto la boca y miraba con asombro, concentrándose en lo que sentía mientras llegaba hasta el final. Su respiración se agitó y echó la cadera hacia atrás, muy despacio hasta que se detuvo y volvió a entrar. Gimió de placer. Resopló, disfrutando de las nuevas sensaciones, de ella.
El cabello caía desordenado sobre el rostro de Iori, cubriendo parcialmente sus rasgos. La profundidad de aquella penetración fue una revelación que la dejó sin habla. Ben lo hacía lento, y aquello le permitía sentir cada centímetro despacio, mientras notaba que el vientre se contraía de anticipación sabiendo lo que iba a llegar después de cada movimiento.
La morena estaba tan subyugada del recorrido que él hacía dentro de su cuerpo que apenas tuvo tiempo de reflexionar sobre la posición superior desde la que él la... encarcelaba. Entre el suelo y su cuerpo. Bloqueando prácticamente todos sus movimientos. ¿Todos?
Ardía tras un rato dejando que sus cuerpos conectasen de aquella manera, cuando la mestiza alzó algo más el trasero. Apoyó el peso del cuerpo sobre un antebrazo y coló el otro entre sus piernas. En el espacio suficiente como para alcanzar la zona entre sus piernas. Jadeó cuando su palma acarició por encima su clítoris, pero fueron sus dedos los que llegaron algo más abajo. Separó índice y corazón y los colocó a ambos lados de sus labios. Justo perfilando el miembro de Sango en su entrada.
Aguantó el aire, intentando concentrarse en lo que pretendía, y cuando el Héroe se deslizó de nuevo dentro de ella apretó lo suficiente como para que él pudiese notar la presión que las falanges de la mestiza ejercían desde fuera. La excitación de aquel gesto la hizo sacudirse bajo él, rozando con violencia su cuerpo contra Ben sin poder controlarlo.
Él estaba equivocado. No solo las heridas. Todo en ella gritaba su nombre.
El guerrero lo sentía todo. La presión extra, su violencia, sus ganas de él, toda ella, le hizo gemir de puro placer. Sus acometidas aceleraron y la sed y el hambre de Iori se hicieron casi insoportables. Se transformó en ansiedad y esta en un fuego tan intenso que consumía.
Devoraba.
Uno de sus brazos rodeó el pecho de Iori y con la mano jugó con sus senos al tiempo que se echaba sobre ella para no separar sus labios allá donde estos quisieran ir. La mestiza gritó bajo él. Sentía que su mente no era capaz de procesar tantas sensaciones. Se revolvió bajo él, no con la intención de quitárselo de encima. Con la idea de fundir sus pieles en una.
Fue entonces cuando Ben se echó hacia atrás, tirando de Iori hasta que ambos quedaron casi erguidos, sobre las rodillas. El guerrero atacaba sin piedad su cuello, mientras su mano pasaba del pecho, descendiendo por su vientre hasta la que Iori mantenía entre sus piernas. A la que estaba presionando su miembro. Él también quiso jugar y empezó a masajear.
Sentada entre las piernas de Ben, Iori trató de separar lo mínimo que necesitaba sus rodillas para que su mano continuase en aquella posición. Le ardía el pecho, allí en dónde Ben la tocaba, y deseó poder girarse para conducir la boca del Héroe hasta él y abrazar su cabeza contra ella. Deseaba notar como su lengua acariciaba sus pezones primero, para pasar a sentir los dientes en ellos después.
Notaba el calor de la hoguera calentándola de frente, mientras toda ella ardía con Ben pegado a su espalda. La cadera masculina seguía marcando el ritmo de las penetraciones, que ambos llenaban con los gemidos que salían de sus bocas.
Tan unidos. Tan duro. Mojados en sudor. Ardiendo juntos.
Iori giró el rostro y aferró entre sus dedos, sin cuidado, el cabello rojo de su nuca. Tiró de él. Lo necesitaba dentro. De su boca. Cuando sus labios hicieron conexión la mestiza arremetió con su lengua en Ben, de una forma similar a cómo lo hacía él con ella más abajo.
Pensó derretirse en aquella posición. Con él rodeándola, abrazándola. Guiándola. Cediéndole, por una vez en su vida, el control absoluto. Sentía que la locura también controlaba a Ben, por la forma en la que sus dedos la recorrían, sin descanso. La manera en la que sus brazos la mantenían pegada. La profundidad con la que la buscaba dentro, clavándose en ella con cada golpe.
Se sintió explotar, y las contracciones de la humedad de Iori sirvieron de anuncio para que el Héroe se diera cuenta. Su cuerpo se volvió de acero en el momento en que la mestiza gimió, con un largo grito en la noche, pegando la frente a Ben.
Ben la acompañó hasta el final. Incluso cuando ella gritó, él lo hizo con ella. Sus bocas se encontraron y dieron rienda suelta a sus lenguas. Se inclinó hacia delante, con ella, hasta que pudiera posar las manos en la alfombra, hasta que la posición resultara demasiado incomoda como para seguir besándose. Iori estaba extenuada. Tenía los ojos cerrados cuando notó como la suave alfombra acudía a su encuentro cuando él la dejó despacio sobre ella.
Él se retiró lentamente, recorriendo con sus manos su cuerpo y se dejó caer boca arriba en la alfombra, jadeando, recuperando la respiración sin apartar la mirada de Iori y de la fina capa de sudor que brillaba sobre su piel. Ben sonrió.
La respiración de la muchacha era pesada, acelerada, aunque con el paso del tiempo fue acompasándola a un ritmo más normal. El cabello enmarcaba su cara, tapando parcialmente sus rasgos y cubriendo de forma desordenada las heridas que él le había besado. Alguna de ellas mostraba un vívido color rojizo, como si por el roce estuviese cerca de abrirse...
Pero Iori sonreía. Y sin abrir los ojos, tanteó sobre la alfombra para ir al encuentro de una mano de Sango.
Ben, que la veía, deslizó el brazo y dejó la mano en la trayectoria de los movimientos de Iori. Cuando se tocaron sonrió aun más y sus dedos se movieron por su palma, alternando un baile de saltos que se iba haciendo cada vez más denso, más pesado y donde antes había saltos, ahora había roce, contactos más largos, más íntimos. Ben suspiró.
- La mejor época para cortar madera es a finales del invierno, antes de que los árboles echen hojas - comentó en voz baja mientras observaba el juego entre las manos.
Cuando lo tocó, sin abrir los ojos, Iori hizo su sonrisa más evidente. Más pronunciada. Deslizó los dedos uniéndolos al baile que estaba aprendiendo aquella misma noche. Disfrutando de que no solo sus cuerpos conectaban de forma íntima cuando se acostaban. Cuando él la recorría a fuego por dentro. También en aquel contacto había magia.
Lo escuchó con atención, y no pudo evitar reírse.
Se deslizó, los escasos centímetros que los separaban por la alfombra y se detuvo cuando pegó la frente al hombro del pelirrojo. Alzó las manos unidas de ambos y las posó sobre el vientre de Sango mientras que colocaba una pierna sobre el muslo del guerrero, recuperando entonces el contacto con él.
- Eso decía Zakath. Importante hacerlo cuando el frío los vuelve más secos, antes de que brote la vida nueva - volvió a reír. - Ha sido el comentario más aleatorio que he escuchado nunca después de acostarme con alguien - comentó con sinceridad.
- Pensaba en el fuego, y en la mejor manera de mantenerlo - dijo antes de no poder contener la risa -. Sí, demasiado aleatorio. Pero es verdad. Seguro que Zakath lo aprendió de mí - dijo con fingido orgullo -. Ambos aprendimos el uno del otro, estoy seguro de ello. Es como funciona, es bidireccional - apretó sus dedos entre su mano y luego los masajeó -. El fuego es importante para muchas cosas. -
Abrió los ojos y los clavó en él. No habían podido mirarse desde que él se había puesto encima de ella, al principio de aquella sesión de sexo que acababan de compartir. Pero ahora volvían a hacerlo. Y en la forma en la que Iori lo miraba había una luz dulce brillando por él.
- El fuego da luz. Calienta. Nos protege. Pero también puede destruir todo - murmuró dándole un beso en el hombro, lento, suave. - Es bidireccional. - repitió aquella frase que se había quedado clavada en su conciencia. - Ojalá algún día yo pueda enseñarte algo a ti - murmuró deslizándose un poco más. Más cerca. Más encima.
La cabeza de la mestiza se incorporó buscando el hueco entre la clavícula y el cuello de Ben para apoyarse allí, notando el olor de su piel. La pierna que estaba inicialmente sobre su muslo cruzó ahora sobre su cadera, en una suerte de abrazo mientras mantenía la unión de sus manos.
- Me has enseñado mucho, Iori, quizás de manera inconsciente. Pero no te preocupes, habrá tiempo para seguir aprendiendo - giró la cabeza para darle un beso -. A la vera de un buen fuego en una - Ben recordó el sueño y titubeó -, en una... buena compañía - terminó por corregir mientras apretaba más su mano -, una buena conversación, un buen ambiente... Sí. Habrá tiempo, estoy seguro - repitió con el mismo beso antes de dejar escapar el aire de su cuerpo.
Frunció el ceño e incorporó la cabeza, lo justo para mirarlo desde arriba. Estudió su rostro, buscando. Queriendo entender qué era lo que había pasado. Introdujo los dedos de la mano libre en el cabello rojo sin apartar los ojos de él, mientras lo peinaba y lo despeinaba con sus caricias.
- Supongo que todavía nos falta sueño - terminó diciendo al final. - ¿Es eso? - preguntó con los ojos muy fijos en él.
- Sí, es eso - sonrió cansado, disfrutando de sus dedos pasando por su cabeza. Su último parpadeo se extendió más de la cuenta, regodeándose en su masaje, en sus manos entrelazadas y sobre todo en el calor del abrazo. El calor que emanaba de la casa del sueño -. Estoy tan a gusto en tus brazos...- murmuró mirándole a los ojos mientras el agarre de su mano perdía fuerza.
Sonrió aliviada por su respuesta. Tan solo tardó un segundo en sentir que algo en aquello no iba del todo bien. Lo observó, cerrando los ojos bajo ella mientras continuaba acariciándolo. La desazón apareció como un eco lejano. Como el humo de una hoguera en un paisaje distante. Una señal casi imperceptible, pero existente. Sentía que había algo en la cabeza de Ben que no le estaba diciendo. Y no supo cómo reaccionar.
Quería saber, pero dudaba en el cómo hacerlo.
Sonrió cuando reconoció la respiración lenta y profunda en su pecho. Se había quedado dormido entre sus brazos. Ladeó la cabeza para buscar con los ojos la manta, y cuando la ubicó, extendió un pie para agarrar entre los dedos un extremo y tirar. Tapados ambos, Iori observó largo tiempo a Ben durmiendo a la luz del fuego. La mano que tenían enlazada descansaba sobre el pecho del guerrero, mientras la mestiza acomodaba en su interior un nuevo sentimiento. Algo que nacía por él y que experimentaba por primera vez con aquella fuerza brutal.
Las ganas de cuidarlo. Protegerlo.
Allí, pegado a ella, Iori creía ver más que al Héroe, al hombre que precisaba ser amparado. Del mundo y de él mismo. Antes de cerrar los ojos de nuevo, mientras abrazaba a Ben contra su pecho, Iori tomó una fervorosa determinación. Lo estrechó con mimo, enredando las piernas con él sin soltar ni por un instante su mano. Antes de quedar dormida, en medio de todas los propósitos hacia Ben que se estaba haciendo así misma aquella noche, una última palabra reverberó sonando a promesa.
Juntos.
Iori Li
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La claridad del encapotado cielo de Lunargenta entraba por el ventanal llenando toda la habitación y cubriendo sus cuerpos con una suerte de halo divino que hacía que brillaran a ojos de cualquiera que los viera allí tumbados, juntos, frente al hogar de la habitación del que aún emanaba calor de unas blancas brasas. Las nubes amenazaban con dejar caer agua, pero de momento les daban un respiro. En la barandilla, fuera, había un pájaro de negro plumaje, posado mientras movía la cabeza de un lado a otro. Tendría que esperar pues Sango tenía las manos ocupadas, una en seguir aferrado a ella y la otra en ceder calor cuando pasaba por su tibio muslo posado sobre él. Volvió a cerrar los ojos y sin detener sus movimientos sintió como su cuerpo funcionaba como una caldera: su cabeza, también ocupada, alimentaba un fuego que daba vigor al corazón que bombeaba el calor a todos los rincones de su cuerpo, alcanzado la piel y llegando a ella. Ben suspiró lentamente y dejó de moverse. Podría pasarse el día entero allí tumbado.
Muy profundamente, sanando las heridas y no las físicas, Iori dormía completamente ajena al mundo. Con el calor y las atenciones del cuerpo de Ben, la mestiza estaba ausente. Parecía concentrada en el sueño que tenía, pero su respiración era muy relajada y lenta. Completamente dormida entre sus brazos.
Fue cuando la luz del nuevo día entraba con total claridad iluminando el cielo gris cuando unos leves toques sonaron en la puerta. Iori ni se inmutó. Ben giró la cabeza hacia la puerta y la observó largo rato. En aquel palacete tenían la mala costumbre de llamar a las horas más inoportunas. Sin embargo entendía que eran huéspedes y no unos cualquiera, al menos no ella. Entendía que Justine ordenara una atención total hacia Iori. No merece menos. Se aclaró la voz con un leve carraspeo.
- Adelante- dijo lo más alto que pudo sin molestar el descanso de la morena.
La puerta se abrió, sin que Iori saliese de lo que parecía casi un estado de inconsciencia. Completamente pegada a Ben.
Charles entró, acompañado de tres sirvientes. Se detuvieron en la entrada de la enorme alcoba, y el mayordomo observó sorprendido la cama revuelta, y el cuerpo de ambos tendidos sobre la alfombra y tapados con la tupida manta. Sango le recibió con la mejor de las sonrisas posibles dada la situación. Luego, se llevó el dedo índice a los labios para rogar silencio.
Hizo un gesto a un lado y el servicio colocó en la pared cercana a la puerta ropas sobre unas anchas butacas y en la mesa que hacía función de aparador unas bandejas de plata cubiertas, cuyo olor no tardaría en llegar al Héroe. Ni un solo ruido salvo el "frufrú" de la ropa y los delicados taconazos de las sandalias del servicio.
- Buenos días. Confío en que hayan podido descansar- indicó Charles inclinándose, mientras las tres figuras salían por detrás de el-. La dama Justine no se encuentra en disposición ahora mismo, pero confía en poder tomar con ambos el té esta tarde.
Sango sonrió ampliamente recordando el perjudicado estado en el que se encontraba la dama. Asintió levemente.
- Claro- dijo Ben después de aclararse, nuevamente, la voz-. Acudiremos. Gracias Charles. Por todo- hizo un leve asentimiento hacia él pero sus ojos se posaron en la mesa atendiendo la llamada del festín que seguro les habían preparado.
- La dama desea poner en manos de la señorita Iori algo que cree que le pertenece- sacó, entonces, una pequeña bolsa de color dorado, de lo que parecía hilo de seda-. A la tarde tendrá tiempo de explicar todo- dijo de forma críptica, colocando la en un extremo de la mesa, junto a las bandejas-. Si desean algo no duden en hacérnoslo saber- terminó diciendo antes de inclinarse ligeramente para luego marchar cerrando la puerta.
La mestiza seguía completamente dormida.
Observó la pequeña bolsa con curiosidad pero al rato, cuando la puerta se cerró, volvió la cabeza hacia Iori para observarla largo rato. Se rió pero se detuvo a tiempo al escuchar a Kuro graznar en el exterior. Negó con la cabeza y posó sus ojos en la bolsita que había dejado Charles. Y luego, más allá, a las bandejas. Volvió a mirar al cuervo. Podemos esperar, amigo.
Movió el pulgar de la mano enlazada sobre el dorso haciendo pequeños y torpes movimientos. Ben miró por la ventana y repasó los recuerdos de la noche anterior, empezando por las cinco letras que le habían abrazado con una fuerza inmensa, una que le había arrebatado la respiración y que aún le hacía sentir un cosquilleo en el interior. Suspiró. Pasó a la cama, a cómo le había dejado colocarse sobre ella. Kuro se puso en su campo de visión y el sueño de la figura etérea y la casa se puso en primer plano. Extraño. Miró al techo y apareció ella frente al fuego, la manta, las heridas... Ah, las heridas. ¿Qué había dicho? Nada sano. Y aún así había sido capaz de disfrutar tanto con ella. Y luego sus brazos y el fuego y el sueño.
Suspiró otra vez al escuchar graznar a Kuro. Sonrió y volteó la cabeza hacia el pájaro.
- Ya voy- susurró-.
Ben se deslizó lentamente hacia un lateral, dejando que la pierna de Iori se posara suavemente sobre la alfombra. Se alejó con la mayor delicadeza que pudo y soltó su mano con gran pesar. Arropó a Iori con la manta y le besó suavemente la cabeza antes de terminar de levantarse del todo y dejar que su cuerpo crujiera mientras daba pequeños pasos para terminar de desentumecer el cuerpo. Lo primero que hizo fue contemplar el hogar y lo que lo rodeaba. Por suerte, había lo necesario para comenzar un nuevo fuego. Se acercó y paseó las manos por encima para comprobar que las brasas aún mantenían el calor. Luego cogió los palitos más pequeños que encontró y después de liberar una pequeña zona, que era una suerte de semicircunferencia cuyo perímetro eran brasas, los posó antes de recoger el pedernal y el trozo de hongo que usaría para iniciar el fuego. Con pequeños y fuertes giros de muñeca, las chispas saltaron del pedernal al hongo hasta que uno de ellos consiguió agarrar. El borde del hongo se tornó en blanco y Ben se sorprendió de la rapidez con la que avanzaba el fuego. Agarró un puñado de paja que había bajo los ya escasos leños, y lo arrimó al hongo. Sacudió el conjunto y al cabo la paja prendió. Las llamas lamieron su piel y lanzó el nido hacia el hogar antes de centrarse en colocar los pequeños palos, tibios por el calor de las brasas, sobre las incipientes y voraces llamas.
Cuando creyó que el fuego había conseguido agarrar, asintió satisfecho y se puso en pie para contemplar a Iori una vez más. Es hermosa. Suspiró y decidió que era momento para vestirse y darle algo a Kuro. Caminó hacia donde el servicio había dejado la ropa, ignorando de manera deliberada, las bandejas con comida. Echó un rápido vistazo y se puso el pantalón oscuro que habían dejado para él. Pese a tener un aspecto impecable, como si fuera nuevo, era como si lo hubiera llevado puesto toda la vida. Se paró frente a las bandejas.
Ben pudo descubrir varios platos recién preparados. Junto una pequeña bandeja llena de cortes de diferentes carnes curadas, había un surtido selecto de quesos. Bajo otra tapa descubrió una buena cantidad de huevos fritos acompañados de solomillo de cerdo y un salteado de champiñones y espinacas de acompañamiento. En otra diferente, destapó panecillos pequeños que todavía humeaban, junto a varios tarros pequeños que contenían diferentes mermeladas y mieles. Tomates al horno acompañados de lo que parecía un potaje de habas componían el resto del menú, mientras de bebidas había diferentes jarras dispuestas, de zumos, leche y algo que olía a alcohol y estaba caliente.
Por todos los Dioses, Kuro, eres un pájaro bendecido por los Dioses. Cogió un generoso trozo de carne que aún estaba caliente y soplándolo entre sus manos caminó hacia el ventanal que abrió con cuidado. Kuro graznó y Sango le miró a modo de reprimenda antes de levantar la carne a la altura del pico. Meneó con celeridad la cabeza y el primer picotazo pilló a Sango con la guardia baja ya que le había golpeado en uno de los dedos. Kuro alzó el pico al cielo y lo abrió ligeramente mientras sacudía la cabeza. Sango creía que se reía de él, que era como una especie de juego para él. Le escondió la comida y el cuervo graznó otra vez antes de que Ben le acariciara bajo el cuello, como había hecho Iori el día anterior. Le volvió a poner cerca el desayuno a Kuro que no tardó en arrebatárselo de la mano y salir volando lejos de allí.
Sango estiró los brazos hacia ambos lados y aspiró con fuerza el aire de la mañana. Algunas gotas cayeron sobre él y resbalaron por su cuerpo. Volvió a respirar con fuerza mientras sus extremidades terminaban de crujir y decidió volver al interior. Cerró con cuidado antes de posar sus ojos en los cabellos de Iori. Es preciosa. Se arrodilló junto a ella y besó un hombro antes de echar un vistazo al fuego, que parecía haber agarrado bien. Nuevamente, asintió satisfecho y se levantó para dirigirse hacia la mesa para repasar el copioso desayuno que les habían llevado.
La mestiza se había quedado muy quieta, ligeramente aovillada ahora entre la espesa alfombra y la suave manta. La ausencia de Ben en calor había sido suplida por el fuego de la chimenea. No se movió cuando él la besó. No se movió cuando se volvió a alejar. Ni cuando la lluvia que había mojado al Héroe en el balcón comenzó a caer con más fuerza, golpeando los cristales.
Untó uno de los panecillos en una mermelada de color oscuro que resultó estar hecha de arándanos. La masticó con ganas mientras estiraba el cuerpo y jugueteaba con un vaso lleno de zumo que a juzgar por su aspecto mezclaba diferentes frutas. El crepitar de las llamas y los chasquidos de la madera consumiéndose llenaban su cabeza combinándose con la imagen de la casa del sueño que había ido repitiéndose en su cabeza durante la mañana. Su mirada, perdida en los pliegues de la manta que cubría a Iori le proporcionaba el punto de concentración exacto para hacerse preguntas sobre el sueño, sobre la casa y sobre la figura que tanto se parecía a él.
Sacudió la cabeza y con ello el hilo de pensamiento para centrarse en Iori. El cabello cayendo por su rostro, sus respiración tranquila, la calma que transmitía. Ben sonreía. El sueño y la comida harían que Iori recuperara un estado mucho más saludable y en eso él podía ayudar. Se levantó y caminó hacia la alfombra para caer de rodillas junto a ella. Peinó sus cabellos hacia atrás, apartándolos de la cara, y luego posó una mano en el hombro.
- Iori- dijo meneando suavemente su cuerpo-, Iori...
Tenía el sueño profundo, pero la voz de Sango era una llamada inexcusable. De forma lenta, abrió los ojos al tiempo que alzaba una mano para apoyarla en una de las piernas de Ben frente a ella. Lo miró a traves de la bruma del sueño, y deslizo la cabeza hasta tumbarse ahora sobre el regazo del Héroe.
- Buenos días- saludó somnolienta, mientras la tormenta de la mañana continuaba, oscureciendo el dia con sus nubes.
- Buenos días- respondió posando la mano en su cabeza y dejando que se perdiera entre sus cabellos-. ¿Qué tal? ¿Dormiste bien?- preguntó.
Los brazos de la mestiza rodearon perezosamente la cintura de Ben.
- Dormí demasiado…- alzó un instante el rostro para mirar hacia el enorme ventanal y vio la lluvia golpeando con suavidad del vidrio- ¿No ha parado de llover desde ayer a la noche?- preguntó sorprendida antes de recostarse contra él. Más arriba. Más pegada. Notando contra su mejilla el pantalón de Ben, y dejando que él notase la forma de sus pechos en los muslos.
Ben miró a Iori y luego alzó la vista hacia el exterior. Las nubes grises y cargadas de aguas, se movían sobre Lunargenta. Las más oscuras amenazaban con soltar gran cantidad de agua, pero del resto no se podía saber gran cosa. Volvió a mirar a Iori y apretó los labios al ver sus pechos amoldarse a su pierna. Decían por ahí que en el centro de Lunargenta, cuando llovía, hacía resaltar los colores de las baldosas y piedras que cubrían el suelo. Las duras piedras... Ben sacudió la cabeza.
- Pues no lo sé, pero, tiene toda la pinta- recorrió sus brazos con sus manos y se inclinó para coger la manta-. No creo que haya sido suficiente, te desperté, tendrías que seguir durmiendo pero, nos han traído el desayuno y podría estar bien desayunar juntos- dijo tirando de la manta hacia arriba.
Notó el calor de la manta con la que Ben la tapó y en esa posición de giró, quedando tumbada boca arriba sobre el regazo del pelirrojo. Clavó los ojos en él, algo más despierta y alzó una mano para acariciarle la mejilla.
- ¿Y tú? ¿Dormiste bien?- preguntó mirándolo con intensidad
- Muy bien- dijo con una amplia sonrisa-. Cuando desperté estaba Kuro en la barandilla. Quería comer y por suerte llegó Charles con las bandejas y entonces pude darle algo- atrapó la mano con la que le rozaba la mejilla y le besó la palma antes de bajarla sin dejar de jugar con ella-. Jugué con él, le enseñé la comida, se la escondí y luego, al repetirlo, me pegó un picotazo. Kuro empezó a reírse de mi- dijo sonriente-. Luego se marchó a comer tranquilo por ahí- echó un rápido vistazo al fuego y dejó escapar el aire lentamente mientras acariciaba a Iori-. Charles trajo algo para ti y nos invitó a tomar te con una indispuesta Justine- la últimas palabras salieron de su boca con tono divertido.
Los ojo azules estudiaron a Sango desde abajo. Buscando en él más sin ver lo que quería.
- Antes de dormirte ayer…- comenzó y se dio cuenta de que no sabia como seguir.
Apartó la manta a un lado y se giró rápida, sentándose ahora sobre sus propias rodillas delante de Ben. Apoyo las manos a ambos lado de las piernas del guerrero, pero la retiró de nuevo, pensando que podía resultar intimidante. No pudo evitar mirar de abajo a arriba.
- Me dio la sensación de que pasaba algo…- continuó pero volvió a perder las palabras. Insegura de como continuar.
Ben tenía el ceño fruncido, tratando de recordar a qué se estaba refiriendo. Tenía recuerdos difusos de esa parte, le parecía que lo último que habían hablado era sobre el fuego y recordaba su calidez, la de sus brazos, sus piernas, su cuerpo. Quizá se refería a lo que le había dicho sobre las heridas en su espalda.
- No recuerdo, quizá estaba demasiado cansado. Pero quizá sea esto- Ben movió las rodillas hasta tocar las de ella y se de tuvo antes de hablar-. Ayer te dije algo que no debería haberte dicho sobre tus heridas en la espalda. Nadie merece que te hagas daño de esa manera. Nadie. Da igual el motivo. Me equivoqué al decirte otra cosa- acarició su muslo con el dorso de la mano-, sólo quería que lo supieras.
El contacto con Ben la hizo vibrar. Frunció el cejo tras su primera respuesta, confundida por sus palabras. ¿Se lo habría imaginado todo? No apartó la vista cuando se subió a el, acortando los escasos centímetros que los separaban y pasó los brazos por su nuca. Ben respondió de manera inmediata pasando las manos por sus costados y cruzándose a su espalda, a la altura de la cintura.
- Lo cierto es que por un instante, ayer hiciste que dejase de sentirme avergonzada de ello. Pero tienes razón. No hay nada de bueno en lo que hago conmigo, cuando busco ese dolor para calmarme por dentro- se estrechó contra él, abrazándolo, y apretó el pecho contra su torso desnudo. Notó el calor al instante-. No quiero volver a hacerlo- confesó entonces, muy cerca de sus labios.
Sus brazos, cálidos, en torno a él, se le antojaron el lugar más seguro en el que podía estar, era como el hogar. Una casa. Ben abrió la boca y alzó las cejas soltando un leve "oh". Recordó cómo había evitado hablar del sueño, cómo no quería hablar de la guerra que se libraba en su cabeza. Pero, ¿qué sentido tenía no contárselo? ¿Por qué guardarse aquello para él? Ella era su hogar ahora.
- Ayer tuve un mal sueño, Iori. Uno que no sé si debería contarte- frunció el ceño al ver que su seguridad se había evaporado-. Yo...- Sango se quedó sin palabras.
La llama que comenzaba a arder en los ojos de Iori, a centímetros de sus labios se suavizó. Se apartó lo justo como para mirarlo con mejor perspectiva, pero sin separar sus torsos unidos. La forma de sus cejas denotó la atención con la que lo estaba escuchando. Nunca había sido confidente de información importante. Nunca había querido conocer y guardar en su corazón pesares ajenos.
Con Ben era la primera vez. Y los nervios la atenazaron al querer hacerlo bien. Mantuvo un brazo sobre sus hombros, abrazándose a él mientras con la otra mano le acariciaba la mejilla, guardando un silencio expectante.
La caricia y la seguridad de su mirada calentaron el corazón de Ben y le dieron fuerza para hablar del sueño que significaba, para él, una lucha interna entre Iori y su figura heroica. Entre lo que era y podía llegar a ser, contra un futuro de calma y una vida de honrado y laborioso y duro trabajo. Entre seguir matando o quizá crear vida juntos.
- Una figura espectral llevaba puesta mi armadura, mis botas, mi espada- sus ojos no se separaron de los de ella-. Esa figura se alzaba poderosa, como un Héroe de las antiguas historias, como si... Esa figura creo que era yo- hizo una pausa y entrecerró los ojos como si quisiera asociar alguna idea perdida, también para darle tiempo a Iori de asimilar-. Me obligaba a tomar las armas, me amenazaba con destruirme...
La mirada azul cambió, a medida que escuchaba el relato. Le costaba interpretar aquel sueño, pero la idea de que su parte de Héroe fuese el motivo de su destrucción. El abrazo se volvió más urgente, volviendo a estrecharlo con fuerza. Guardando silencio y deseando escuchar que el final de ese sueño él acababa con aquella figura.
-...conseguí apartar los ojos y pude ver una casa. Fue una visión cálida, como un abrazo, como tu abrazo- se le escapó el aire con las últimas tres palabras, como si la revelación la involucrara en una lucha que solo él podía combatir-. La figura desenvainó la espada, estiré los brazos hacia la casa y...- apretó a Iori con fuerza contra él, incapaz de seguir hablando, incapaz de de hacer un movimiento más. Repitiendo una y otra vez en su cabeza la visión de la casa, su mano intentando alcanzarla y la espada atravesándole el pecho.
Cortó la conexión de sus miradas. Lo abrazó con ambas manos. Imprimió en aquel contacto la fuerza y fiereza que nacían en ella, sintiendo que Ben, en aquel momento era débil junto a ella. Mostrándose como, no le cabía duda, no se dejaba ver ante nadie.
- No... no... eso no es verdad- consiguió vocalizar, con un nudo en la garganta. La casa. Su futuro juntos. Y ella siempre firme para protegerlo a él. Incluso de si mismo, se recordó.
Una extraña fuerza nació en ella en aquel instante. Mientras apoyaba la mejilla contra la frente de Ben.
- No es verdad Ben. Eso no sucederá. Ha sido un sueño. Un muy mal sueño. Pero recuerda lo que me dijiste la otra noche. Las palabras de tu madre- inspiró, dejando que el pelirrojo tuviese unos instantes para pensar-. Me contaste que ella dice "Ben, sigue al corazón y lo que sueñes se hará realidad". No quieres a esa figura. Quieres la casa. Quieres el calor. Quieres los abrazos- pronunció cada palabra de aquellas últimas frases como si fuesen casi un hechizo. Un ruego a los Dioses. Una bendición para ellos.
Cortó el abrazo y lo miró de nuevo, con la decisión brillando en sus ojos azules. Como había brillado en su momento la mirada dorada de una terca Ayla ante un dudoso Eithelen.
- No contaba contigo en mi vida Ben, pero ahora que nos hemos encontrado, no pienso dar ningún paso que me lleve a un camino lejos de ti- y lo dijo con la reverencia de quien hace un juramento.
Fue incapaz de abrazar todo el amor que le acababa de lanzar Iori. Agachó la cabeza y la apoyó contra uno de sus hombros. Resopló abrumado y se quedó allí el tiempo suficiente para asimilar que había compartido con ella y le ayudaba a soportar la carga de sus propios pensamientos. Que le había hecho partícipe de sus miedos y ella había respondido de tal manera que estos quedaban desterrados de sus pensamientos. Que le prometía que esa vida juntos se haría realidad.
Resopló una vez más antes de separarse y la miró a los ojos, feliz, sonriente, aliviado. Movió la cabeza intentando buscar las palabras pero fue incapaz. Una de sus manos se movió hacia su rostro e imitó las caricias que le había dado hacía tan solo unos instantes.
- No quiero un camino en dónde no estés, Iori. No quiero un camino que no nos lleve a esa casa- Sango la abrazó con fuerza entre sus brazos.
Se separaron para mirarse y darse el tiempo justo para que sus manos se buscaran y tras estas los labios. Eran besos desesperados, como si buscaran arrebatarse el aire el uno al otro. Iori se movió sobre él, ondeando la cadera, buscando la reacción de Ben que no tardó en llegar. Las manos del Héroe se aferraban a su rostro mientras que ella buscaba más allá del nudo de sus pantalones. Ben se incorporó ligeramente y su miembro quedó liberado. La mestiza se alzó y se dejó caer. Sus embestidas fueron brutales y su agarre se intensificó arañando su espalda para no perder el contacto.
Sus lenguas se buscaban con ansiedad, los dientes tiraban de los labios y los gemidos de dolor eran acallados por el inmenso placer de las duras embestidas. Sango se separó, quiso mirarla, pero ella se abalanzó contra su cuello y lo lamió y mordió mientras su cuerpo se dejaba caer sobre él.
Ben se inclinó hacia delante para que su pelo cayera hacia atrás. Entonces, recuperando la posición besó su cuello acompasándolo con los movimientos de Iori, ahora más profundos, más intensos. No se dejaba caer, ahora arqueaba la espalda, y con un movimiento de cadera para que todo él estuviera dentro. Era movimientos más profundos, más lentos, más intensos.
La necesidad de los mordiscos, arañazos y embestidas, se convirtió en el deseo de los besos, caricias y un deslizamiento más lento, más íntimo. Los gemidos de pura excitación tornaron en jadeos de placer. Y cuando el placer alcanzó el tope, un grito combinado les llevó a abrazarse con fuerza mientras el placer se derramaba por sus cuerpos unidos mientras el aire caliente de los jadeos calentaba sus bocas que se buscaban con calma.
Estuvieron abrazados, húmedos, sudorosos, hasta que sus respiraciones se hicieron superficiales. Volvieron al ritmo normal. Iori sonreía, con la mejilla apoyada en su hombro mientras lo abrazaba con mimo. Fuera, la lluvia había descargado con fuerza, llenando de agua el suelo del balcón y emborronando la vista a través del cristal.
No importaba.
Lo podía ver a él.
- ¿Me recomiendas algo en concreto?- susurró a su oído antes de alzarse despacio, separándose de él.
Se puso de pie delante de él, mirándolo con una sonrisa mientras sentía que dejar que él la viese la hacía sentir la mujer más atractiva del mundo. Se mordió el labio y se giró sin decir nada más, sabiendo que o alejaba sus pies de él o volvería a descender sobre Ben, buscando la conexión de la que tanto habían abusado en los últimos días.
Abusado no. Disfrutado.
Se acercó a la mesa en la que se encontraba el despliegue del desayuno que Charles había llevado y se maravilló por la calidad y aspecto de todo.
- Es increíble lo que hacen en las cocinas de aquí- murmuró asombrada.
- Yo comí un panecillo con mermelada de arándanos y estaba riquísimo- había caído sobre la manta y estaba de costado contemplando a Iori, sus formas, sus marcas, heridas, color, todo. Es guapísima-. Yo empezaría por ahí- giró hacia el otro lado y se puso de rodillas hasta llegar a la pila de madera para alimentar el fuego del hogar-. ¿Quizá huevos? Los tomates tenían buena pinta- Ben se había puesto de pie y miraba desde la distancia las bandejas, alternaba la visión con el tronco que acababa de añadir-. Cualquiera diría que soy un experto en temas de comida. Por todos los Dioses, no. Estoy acostumbrado a guisos, gachas y pan duro, cuando veo algo así- señaló las bandejas-, creo que es normal que me vuelva loco- dijo sonriendo.
La mestiza sonrió más ampliamente, mientras escogía con la mirada cual sería su primer intento, su segundo y su tercero. Alzó la mano hacia un pedazo de queso con aspecto cremoso pero sus ojos se centraron en la menuda bolsa dorada que reposaba sobre ropa para ella.
- ¿Es la bolsa de la que habló Charles?- preguntó con curiosidad, pasando por un momento de largo de la comida. Se acercó para tomarla, y sopesó su contenido sin abrir todavía. Era ligera, pero algo pequeño tenía un peso consistente en su interior. Parecía metálico.
Frunció el ceño, curiosa, y deslizó los dedos por la lazada que la mantenía cerrada. Vio antes de sacarlo que, efectivamente, era un anillo. Lo tomó entre los dedos y cuando lo sacó a la luz, también sacó el aire que tenía en sus pulmones.
- Sí, esa bolsita de ahí la dejó Charles antes- Ben acababa de cambiar la posición del tronco que parecía, ahora sí, empezado a arder. Sacudió las manos y se giró hacia Iori-. ¿Iori?- se acercó a ella.
No parecía haberlo escuchado. Observaba con el brazo ligeramente extendido una pequeña joya de factura delicada. En la superficie unas intrincadas filigranas recordaban a un ramaje, o a las raíces de algún árbol en un tono dorado suave, que parecía del más fino oro. La bolsita cayó al suelo, y el pecho de Iori se hundió entonces, jadeando en un intento de llenarse del aire del que la mestiza había privado a sus pulmones. Se había olvidado de respirar.
- ¿¡Iori!?- recorrió los últimos pasos con rapidez y la rodeó con uno de sus brazos mientras la llevaba a la silla más cercana-. Iori, ¿estás bien?- se fijó en lo que tenía en sus manos pero rápidamente volvió la mirada hacia ella-. ¿Estás bien? ¿Qué es?- tras un rápido vistazo, estiró la mano y cogió un vaso con zumo, el mismo que había sostenido en sus manos-. Toma, bebe, te sentará bien.
La morena estaba congelada. Se dejó hacer porque el cuerpo parecía haberse quedado sin fuerzas, pero no vio el zumo, y parecía no escuchar a Sango.
- Cornelius...- susurró casi sin aire, ladeando la cabeza y clavando los ojos en la puerta.
Se deslizó esquivando la mano que le ofrecía el zumo, y desnuda, aferrando con fuerza el anillo en el interior de su puño se precipitó hacia ella para salir. A Ben se le escurrió el vaso que cayó al suelo vertiendo su contenido y activando a Sango que de una zancada alcanzó la distancia suficiente como para estirar las manos y sujetar a Iori de la cintura.
- ¡Para, Iori, para! ¡Calma!- la arrastró de vuelta a la silla y buscó su mirada-. No puedes salir de aquí así- agarró con firmeza para que fuera consciente de su abrazo-. ¿No me vas a contar qué pasa? ¿Me vas a dejar fuera de esto?- preguntó con voz calmada-. Respira, bebe algo. Calma.
La fuerza de Ben era algo innegable. Inevitable. La condujo de regreso a la silla con una facilidad que hizo sentir a Iori que casi volaba. Lo miró de nuevo con los ojos desmesuradamente abiertos, y bajó la vista hacia el puño sin parpadear.
- Es un segundo anillo. Es igual. Es como el de él. Tiene que ser su pareja... pero, ¿cómo?- jadeó por la falta de aire. Le estaba costando encontrar las palabras y respirar. Demasiada información en su mente que no era capaz de ordenar.
- Es más pequeño... el de él era grande. Se me caía de todos los dedos, pero este...- abrió ligeramente la mano, dejando que Sango viese apenas un retazo de la joya que sostenía dentro. Ben solo tenía ojos para ella.
La mestiza saltó como un resorte y llevó la mano hacia el montón de tela cuidadosamente preparado para que ella escogiera. Cayeron todas las prendas al suelo, menos la que estrujaba entre los dedos, y luchó con ella intentando ponérsela por encima para cubrir lo mínimo su desnudez.
- Cornelius, debo de encontrarlo- anunció avanzando hacia la puerta de nuevo, peleando con el vestido-. Necesito encontrarlo Ben, necesito encontrarlo- se detuvo delante de la puerta, con la premura en el rostro-. ¿Me acompañas...?- le pidió.
Sango iba a responder que sí, que iría con ella, pero no le dio opción. Resopló y se calzó las botas a toda prisa, sin atar. Agarró la camisa blanca que habían dejado para él y salió corriendo tras Iori.
Corrió por el pasillo hasta las escaleras y las bajó a zancadas, apoyándose en la pared mientras saltaba. Al llegar a la planta baja reconoció la voz de Iori y corrió hacia ella mientras intentaba colocarse la camisa, ajeno a la lluvia que caía incansable sobre los jardines del palacete, ajeno a la fría brisa que entraba desde la costa indicando la inminente llegada de la estación lluviosa y la entrada en el frío invierno. Ajeno a las personas con las que se había cruzado, que apenas habían recibido un latido de atención. A lo lejos, bajo los portales que daban acceso al jardín, vio su vestido zarandearse de un lado a otro.
Como una exhalación, los pasos a la carrera resonaron en la zona en la que el elfo observaba la lluvia caer. El cabello revuelto, y la piel brillando tras una actividad física que los ojos de Cornelius bien podían identificar. Iori apareció con el rostro transmutado por la urgencia, completamente alterada. Cuando sus ojos azules lo vieron apuró el paso, con una rapidez que no parecía propia de alguien en el estado físico en el que se encontraba debilitada.
- ¡Por favor!- gritó para captar una atención que ya tenía, corriendo hacia él todavía en la distancia.
Se detuvo como la hierba cuando el viento dejaba de soplar sobre el campo, quedándose clavada justo delante de él. Se ahogaba en su forma de respirar, pero no apartó una mirada enfebrecida de la mirada plata del elfo.
- Por favor... Cornelius...- resolló casi sin aire, teniendo que apoyar una mano en la rodilla.
Extendió la otra hacia él, con el puño cerrado. Abrió los dedos despacio, y en una mano temblorosa dejó ver lo que guardaba en su interior. Un menudo anillo de oro. Y de evidente factura élfica.
Cornelius la observó un segundo antes de hablar, un poco confundido con la llegada de la chica. Sango llegó al trote, peleando con la camisa, tratando de abotonarla.
- ¿Se te ha declarado el pelirrojo?- preguntó sin más-. Quizás un poco precipitado, pero quién soy yo para juzgar los arrebatos de amor. Eso si, lo tomaba por un romántico, que haría una escenita poética, no por el típico que se declara en medio del fulgor de la batalla carnal.
Ben entrecerró los ojos y bajó los brazos para observar a Cornelius mientras el trote se convertía en pasos pesados pero más calmados. Resopló por cansancio y para dar muestra de que ignoraba su comentario. Fue entonces cuando posó su atención en Iori, en su vestido que descansaba en sus hombros y en ningún sitio más. Ladeó la cabeza y avanzó para se colocarse tras ella.
- Soy yo- murmuró llevando las manos a los cordones del vestido y anudándolos para que este no cayera.
La mirada de Iori, ante el comentario simpático de Cornelius se contrajo en un gesto de impaciencia y nerviosismo.
- Por favor, míralo. Estoy segura de que has tenido que ver algo parecido antes- le rogó ahora dando un paso hacia él y tendiéndole la joya con súplica en los ojos-. Dijiste que erais amigos ¿verdad?
Cornelius los observará un momento con una sonrisilla en los labios, pero al final se apiada de Iori y, tomando el anillo de su mano, lo mira con atención.
- Sin duda se parece al de Eithelen- comenta, girándolo entre sus dedos-. Algo más pequeño... y ligero. No sabía que se hubiese forjado un segundo anillo. Solo el líder del clan puede portarlo. Pero, que tenga grabadas las runas de los Inglorien deja pocas dudas del lugar de donde procede.
La ansiedad tenía a Iori tensa como la cuerda de un arco. Dio un paso de manera automática hacia Cornelius, buscando ver con sus ojos la inscripción interior.
- No la había visto...- reconoció fijándose en cómo brillaba en los dedos de elfo-. ¿Eres capaz de leer alguna palabra? Mientras tuve el de Eithelen conmigo pregunté en muchos sitios, a todos los elfos con los que me encontré, pero solo sabían traducir dos palabras: enemigo y espada.
Ben había conseguido anudar el vestido a la espalda de Iori y ahora alternaba la mirada entre Cornelius y el anillo que tenía en sus manos. Atento a lo que ambos decían.
- "Vence al enemigo sin manchar la espada"- parafraseó Cornelius, como si hubiese acabado memorizando aquellas palabras de tanto oírlas-. Sinceramente, como grito de guerra tiene poco tirón, a menos que la batalla se libre bailando en horizontal con tu enemigo- le guiñó un ojo a Iori-. Lo lamento, querida, pero apenas reconozco un par de palabras: vida y puro- dijo, poniendo el anillo de nuevo ante ella-. Pero a saber si realmente significan eso. Lo único que puedo decirte de él es que, sin duda, es un anillo hecho para una mano más fina que la de Eithlen y, atendiendo a su semejanza con el de tu padre, probablemente fabricado ex profeso para alguien por quién sentía infinito cariño. Respecto a la inscripción... sabes tan bien como yo que solo hay una persona capaz de leerla. Lamento no ser de mayor ayuda.
- Entonces, ¿enemigo, espada, vida y puro? ¿Es eso lo que pone?- preguntó Sango alternando su vista entre el anillo y los ojos de Cornelius.
Una mano más fina. Una sola persona capaz de leer la inscripción. Tarek.
La mirada de la mestiza se aceró, y sus manos se cerraron en dos puños que desearon en ese momento tener algo contra lo que estrellarse. Iori se quedó congelada tras escuchar a Cornelius. Y las palabras de Sango solamente añadieron más peso al volumen de sus pensamientos. Parpadeó, confundida.
- No- matizó, comenzando a ordenar lo que en aquel momento se había liberado en forma de tormenta en su cabeza. Con una fuerza que arrastraba cualquier idea coherente a la que quisiera aferrarse-. El... el anillo de Eithelen... Zakath me lo entregó hace un año. Me contó que cuando me encontró fue una de las pertenencias que estaban conmigo. De aquella yo no sabía nada de él ni lo que representaba, pero investigué. Viajé y traté de encontrar información. Encontré a Tarek. Pero él no me lo dijo. Hasta que me pidió que lo acompañase a aquel templo- cortó la explicación, apartando ahora la vista turbia de los únicos ojos a los que había estado mirando mientras hablaba.
Estaba siendo injusta al dirigir toda aquella rabia hacia Cornelius.
- El anillo de Eithelen tenía esa inscripción: "vence al enemigo sin manchar la espada". Según me dijeron, enemigo y espada eran las dos únicas palabras que se parecen lo suficiente al élfico común como para que otros que sepan leerlo lo entiendan. La totalidad del texto solamente lo conocen los Inglorien. Con este anillo pasa algo similar ¿Cierto? Las únicas palabras lo suficientemente familiares para ti son esas, vida y puro - argumentó. Tenía a su espalda la experiencia de muchos días y muchas noches durante las cuales había portado el anillo de su padre, dándole vueltas a la escasa información de la que había dispuesto.
- Este anillo...- observó de nuevo la joya brillando en su palma-. Pertenecía a una mujer- susurró en voz baja lo que su corazón decía a gritos. Algo que no necesitaba confirmación.
Cornelius la observó atento, cruzado de brazos. En su mirada podía verse que estaba analizando los sentimientos que discurrían por el rostro de la chica.
- No voy a negarte que Tarek puede ser... difícil. El chico ha pasado por mucho. Que acabasen criándolo esa panda de psicópatas sureños no ayudó precisamente a que superara su pérdida- la miró unos segundos en silencio, antes de añadir-. Nadie ajeno al clan, ni siquiera yo, que fui un amigo cercano de tu padre, podrá leer más esas palabras. Tarek es la única persona que pude leerlo- señaló el anillo con el dedo-. Y por su bien espero que no lo vea nunca, porque eso significará que ha vuelto a esta zona del continente y eso le deparará una muerte segura. Los Ojosverdes no son misericordiosos con aquellos a los que considera traidores. Creo que ya conoces el castigo que les aplican.
A esas alturas, era imposible no ver que los Ojosverdes esperaban en el horizonte. Aguardaban a lo lejos, como una tormenta de oscuras nubes que relampagueaba sobre el mar y que amenazaba con tocar la costa y lanzar toda su furia sobre tierra. Por suerte para ellos estaban prevenidos y podían prepararse para lo que esta pudiera soltar sobre ellos. Era la actitud más coherente.
- ¿Créeis que...?- se detuvo a mitad de la pregunta porque creyó que no aportaría nada-. Este Tarek...- ladeó la cabeza y miró a Cornelius-. ¿Qué hizo para ganarse la enemistad de los Ojosverdes?- entrecerró los ojos-. ¿Conoces el nombre de Olfen Neril?- su voz sonó fría, casi oscura, cuando la pregunta salió de su boca.
Cornelius desvió su mirada hacia el guerrero, cuando este le dirigió aquellas palabras. En cambio la tornó de nuevo a la chica, cuando se dispuso a contestar.
- Acabó con la vida de una de sus líderes. Su maestra y captora tras la muerte de Eithelen. La persona en quién había puesto toda su confianza y esperanzas. La misma que lo dejó huérfano por segunda vez y le mintió durante años, diciendo que otros habían sido culpables de su fechoría- observó con atención la expresión en el rostro de la chica, antes de responder a la segunda pregunta-. ¿Olfen Neril? Muchacho, no hay nada ni nadie que yo no conozca y si lo hago, te aseguro que no necesitaré más que un par de horas para descubrirlo- le dirigió una sonrisa de suficiencia-. ¿Qué quieres de ese bastardo? ¿Te debe dinero? ¿O acaso te la jugó en un momento crucial? No sería extraño en él-murmuró más para si, que para el guerrero.
- Es un amigo de los Ojosverdes- contestó con el mismo tono de voz frío-. Desconozco si es del mismo clan. Desconozco si murió en la batalla de Sandorai. Solo espero que Imbar haya tenido a bien protegerle- Ben no dijo nada más.
Cerró los ojos y aspiró lentamente mientras los recuerdos ocupaban toda su cabeza. Era como verle allí, frente a él, con la expresión de incredulidad dibujada en su rostro, con los cadáveres de Malonar Ojosverdes a sus pies, los guardabosques destrozados por sus armas. ¿Cómo consguí salir con vida de allí? Suspiró y abrió los ojos. Mucho más relajado, dejando que los recuerdos volvieran a guardarse allí donde estuvieran almacenados. Sonrió a Cornelius y se volvió hacia Iori.
- ¿Debemos buscar a Tarek?- preguntó a un escaso palmo de distancia.
La mestiza estaba fuera de si. No había evidencia física de ello, pero su mente estaba lejos de aquel lugar. Del Palacete de Justine, de Lunargenta. Demasiada información girando en su cabeza que no era capaz de gestionar. Organizar. Extraer la información precisa de ella. Miró a Ben, que captó su atención por completo en la escasa distancia que le concedió cuando preguntó por Tarek. Abrió la boca pero no consiguió hablar a la primera. Fue a la segunda.
- Él la mató- afirmó comprendiendo lo que Cornelius le había dicho por fin. Tarek había matado a Dhonara. Y sin embargo los ojos azules estaban engarzados en los verdes.
Alzó la mano buscando la del héroe, y en el contacto con él obtuvo de alguna manera, el ápice de cordura que estaba luchando por no perder ante aquella información. Él, a cambio de darle estabilidad, recibió las uñas de la mestiza.
- Él la mató...- repitió, impregnando con un punto de ira la voz.
- Jamás lo encontraréis- respondió Cornelius a la pregunta del chico-. Ni siquiera yo sé dónde está. Me aseguré de que no cometiese ese error antes de marchar. Aunque podría contactar con él, de ser necesario.
Miró entonces a la chica, que parecía sumida en algún tipo de trance. Observó como la información iba haciendo mella en ella y como acababa de procesar lo que le acababa de decir.
- Lo hizo. La mató. Contraviniendo todas las enseñanzas de Eithelen -comentó con tono sosegado-. Al final esa desgraciada consiguió que hiciese lo único que había jurado no hacer nunca, matar a uno de los suyos- las palabras abandonaron sus labios con una tristeza que era impropia de él-. Pero ahora el mundo respira más tranquilo- comentó con tono más alegre-. Creo que hasta los pájaros cantan con más soltura desde que no está.
Sango comprendió. La habían privado de su venganza. Negó levemente con la cabeza y dibujó en su rostro una expresión de complicidad mientras sus dedos jugaban con los de ella.
- ¿Murió, entonces, la mano ejecutora de Eithelen y Ayla? A manos de Tarek. El del templo. El que fue a ver a Zakath...- Sango acalló sus murmullos y parpadeó varias veces-. Las inscripciones del anillo, si son importantes, y no damos con Tarek, podríamos intentarlo con una Seidr.
El fuego de la locura era oscuro, ensombreciendo la mirada de Iori, de una manera que el influjo de Ben casi no era capaz de suavizar.
- Vaya. Qué sorpresa. Contraviniendo la educación de su padre. Imagino que pasó más años siendo criado por los Ojosverdes. Al final cualquiera puede terminar olvidando los primeros aprendizajes de la niñez- siseó de manera mordaz-. ¿Y sabes cómo acabó con ella? ¿Crees que estuvo a la altura? ¿Dhonara sufrió? ¿El dolor de las cinco muertes quizá? ¿O puede que primero la lanzase a una agonía mental que la hiciese desear su propio fin?- soltó la mano con la que se había aferrado a Ben, y la falta de contacto con su piel la liberó-. ¡¿Tarek fue capaz de devolverle lo que hizo en vida?! ¿¡¿Le dio lo que merecía?!?- sus preguntas salieron del fondo de su corazón guiadas por el dolor y la rabia-. Yo quería… Yo hubiera… Hubiera conseguido que se arrepintiera de haber nacido. ¡¡¡De haber nacido!!! - aseguró mirando con desesperación a Cornelius. De los tres, únicamente sería el elfo quien habría podido escuchar la cadencia familiar de los pasos masculinos acercándose.
- Suficiente- zanjó Zakath con algo que recordaba a la conciliación en su tono de voz. Ben se giró al escuchar la familiar voz de su maestro.- Este no es sitio para mantener una conversación así- ladeó la cabeza y les hizo un suave gesto, antes de girarse tras mirar significativamente a Cornelius.
Cornelius la observó con intensidad, mientras la rabia de la chica se hacía presente. Pero ni siquiera la llegada de Zakath pudo evitar que dijese a la muchacha las palabras que debía escuchar. Aferrándola por un brazo la acercó a él, obligándola a mirarlo a los ojos. Ben observó la escena
- Esa muerte no te pertenecía- le dijo con inusitada seriedad-. Tú no fuiste la única que perdió algo aquel día. Yo perdí a mi amigo, a mi hermano. Tarek a la única persona que le quedaba en el mundo. Dhonara diezmó a los Inglorien. Los cazó uno a uno, como a animales, hasta que solo quedó Tarek. Sabes por qué? Porque deseaba el don del clan, la capacidad de imbuir runas que nadie más puede leer- posó unos segundos su mirada en Sango que se había quedado muy quieto observando al elfo-. Ninguna seidr te dará la respuesta que buscas- volvió entonces su atención a la chica-. Los mató para ese don fuera de los Ojosverdes. Para poder crear su propia estirpe de arcanos a través de la sangre de Tarek. Eithelen se negó a entregar al chico y ella usó su única debilidad para sacárselo de en medio- dio unos segundos a la chica para que tomase conciencia de lo que acababa de decirle-. Me importa poco lo que esa malnacida haya podido sufrir. Me da igual si lamentó su vida en el instante anterior a que esta dejase su cuerpo. Lo único que me importa es que ha destrozado la vida de Tarek. No solo lo privó de su familia y de su gente, si no que lo obligó a seguir una senda de destrucción que no era para él. Quizás Zak no sea el mejor tutor del mundo, pero imagina descubrir que la persona que te acogió y ha estado a tu lado durante años fuese la culpable de todo el dolor que has sentido en tu vida. La misma que te ha empujado a cometer actos atroces en pos de una mentira. Esa muerte no te pertenecía y ojalá él no hubiese tenido que ejecutarla. Con ella Dhonara consiguió lo que siempre había querido, destruir los últimos atisbos de Eithelen y de los Inglorien que todavía quedaban en Tarek.
Soltó a la chica con delicadeza y dio un paso atrás.
- Quizás, para ti, arrebatar esa vida no habría supuesto más que una venganza. Infringir dolor a cambio del dolor que hizo pasar a tu madre. Para él significó volver a perder a una figura paterna para evitar que Dhonara pudiese seguir extendiendo su caos y pagar con justicia la muerte de Eithelen. Ahora es un proscrito en su propia tierra y si lo cazan le harán lo mismo que a tu madre. Así que da gracias que fuese Tarek la mano ejecutora. Tú jamás habrías conseguido acercarte a ella y en el momento en que hubiese sabido de tu existencia, te habría erradicado de la faz de la tierra. ¿Acaso crees que tendrías algo que hacer frente a ella? Venció a tu padre, uno de nuestros mayores guerreros, tú no habrías durado un segundo en su presencia.
Tras un rápido vistazo Cornelius giró el rostro, serio, nada parecido al divertido y enérgico hombre que habían visto la noche anterior, incluso en ocasiones esa misma mañana. Dirigió sus pasos tras Zakath sin dedicarles más atención que el aire que removió al alejarse de ellos.
Ben había sido incapaz de apartar los ojos de Iori mientras Cornelius había hablado de la muerte de aquella Ojosverdes y de cómo había afectado a Tarek. Había sido incapaz de mover un sólo músculo o tan siquiera parpadear hasta que este se había marchado. El sonido de sus pasos alejarse, le devolvió a la realidad incapaz, en ese momento, de dar forma a todo lo que acababa de ver y escuchado. Arrastró los pies hacia Iori.
- Iori- dijo en voz baja-, deberíamos ir con ellos. Pero antes, creo que...- Ben alzó las cejas y entrecerró los ojos-. ¡Cora!- gritó de repente-. ¡Alguien que le traiga calzado a la dama!
Ben sonrió con confianza mientras se abotonaba la camisa.
- No será como el calor del fuego de la chimenea, pero al menos servirá para mantener el frío y la humedad a raya.
La lluvia caía incansable sobre Lunargenta. Por el color del cielo, Ben pensó que la tarde podría traer tormenta. Que bien estábamos junto al fuego de la chimenea. Suspiró. Sin separarse de Iori, observaba la lluvia.
Muy profundamente, sanando las heridas y no las físicas, Iori dormía completamente ajena al mundo. Con el calor y las atenciones del cuerpo de Ben, la mestiza estaba ausente. Parecía concentrada en el sueño que tenía, pero su respiración era muy relajada y lenta. Completamente dormida entre sus brazos.
Fue cuando la luz del nuevo día entraba con total claridad iluminando el cielo gris cuando unos leves toques sonaron en la puerta. Iori ni se inmutó. Ben giró la cabeza hacia la puerta y la observó largo rato. En aquel palacete tenían la mala costumbre de llamar a las horas más inoportunas. Sin embargo entendía que eran huéspedes y no unos cualquiera, al menos no ella. Entendía que Justine ordenara una atención total hacia Iori. No merece menos. Se aclaró la voz con un leve carraspeo.
- Adelante- dijo lo más alto que pudo sin molestar el descanso de la morena.
La puerta se abrió, sin que Iori saliese de lo que parecía casi un estado de inconsciencia. Completamente pegada a Ben.
Charles entró, acompañado de tres sirvientes. Se detuvieron en la entrada de la enorme alcoba, y el mayordomo observó sorprendido la cama revuelta, y el cuerpo de ambos tendidos sobre la alfombra y tapados con la tupida manta. Sango le recibió con la mejor de las sonrisas posibles dada la situación. Luego, se llevó el dedo índice a los labios para rogar silencio.
Hizo un gesto a un lado y el servicio colocó en la pared cercana a la puerta ropas sobre unas anchas butacas y en la mesa que hacía función de aparador unas bandejas de plata cubiertas, cuyo olor no tardaría en llegar al Héroe. Ni un solo ruido salvo el "frufrú" de la ropa y los delicados taconazos de las sandalias del servicio.
- Buenos días. Confío en que hayan podido descansar- indicó Charles inclinándose, mientras las tres figuras salían por detrás de el-. La dama Justine no se encuentra en disposición ahora mismo, pero confía en poder tomar con ambos el té esta tarde.
Sango sonrió ampliamente recordando el perjudicado estado en el que se encontraba la dama. Asintió levemente.
- Claro- dijo Ben después de aclararse, nuevamente, la voz-. Acudiremos. Gracias Charles. Por todo- hizo un leve asentimiento hacia él pero sus ojos se posaron en la mesa atendiendo la llamada del festín que seguro les habían preparado.
- La dama desea poner en manos de la señorita Iori algo que cree que le pertenece- sacó, entonces, una pequeña bolsa de color dorado, de lo que parecía hilo de seda-. A la tarde tendrá tiempo de explicar todo- dijo de forma críptica, colocando la en un extremo de la mesa, junto a las bandejas-. Si desean algo no duden en hacérnoslo saber- terminó diciendo antes de inclinarse ligeramente para luego marchar cerrando la puerta.
La mestiza seguía completamente dormida.
Observó la pequeña bolsa con curiosidad pero al rato, cuando la puerta se cerró, volvió la cabeza hacia Iori para observarla largo rato. Se rió pero se detuvo a tiempo al escuchar a Kuro graznar en el exterior. Negó con la cabeza y posó sus ojos en la bolsita que había dejado Charles. Y luego, más allá, a las bandejas. Volvió a mirar al cuervo. Podemos esperar, amigo.
Movió el pulgar de la mano enlazada sobre el dorso haciendo pequeños y torpes movimientos. Ben miró por la ventana y repasó los recuerdos de la noche anterior, empezando por las cinco letras que le habían abrazado con una fuerza inmensa, una que le había arrebatado la respiración y que aún le hacía sentir un cosquilleo en el interior. Suspiró. Pasó a la cama, a cómo le había dejado colocarse sobre ella. Kuro se puso en su campo de visión y el sueño de la figura etérea y la casa se puso en primer plano. Extraño. Miró al techo y apareció ella frente al fuego, la manta, las heridas... Ah, las heridas. ¿Qué había dicho? Nada sano. Y aún así había sido capaz de disfrutar tanto con ella. Y luego sus brazos y el fuego y el sueño.
Suspiró otra vez al escuchar graznar a Kuro. Sonrió y volteó la cabeza hacia el pájaro.
- Ya voy- susurró-.
Ben se deslizó lentamente hacia un lateral, dejando que la pierna de Iori se posara suavemente sobre la alfombra. Se alejó con la mayor delicadeza que pudo y soltó su mano con gran pesar. Arropó a Iori con la manta y le besó suavemente la cabeza antes de terminar de levantarse del todo y dejar que su cuerpo crujiera mientras daba pequeños pasos para terminar de desentumecer el cuerpo. Lo primero que hizo fue contemplar el hogar y lo que lo rodeaba. Por suerte, había lo necesario para comenzar un nuevo fuego. Se acercó y paseó las manos por encima para comprobar que las brasas aún mantenían el calor. Luego cogió los palitos más pequeños que encontró y después de liberar una pequeña zona, que era una suerte de semicircunferencia cuyo perímetro eran brasas, los posó antes de recoger el pedernal y el trozo de hongo que usaría para iniciar el fuego. Con pequeños y fuertes giros de muñeca, las chispas saltaron del pedernal al hongo hasta que uno de ellos consiguió agarrar. El borde del hongo se tornó en blanco y Ben se sorprendió de la rapidez con la que avanzaba el fuego. Agarró un puñado de paja que había bajo los ya escasos leños, y lo arrimó al hongo. Sacudió el conjunto y al cabo la paja prendió. Las llamas lamieron su piel y lanzó el nido hacia el hogar antes de centrarse en colocar los pequeños palos, tibios por el calor de las brasas, sobre las incipientes y voraces llamas.
Cuando creyó que el fuego había conseguido agarrar, asintió satisfecho y se puso en pie para contemplar a Iori una vez más. Es hermosa. Suspiró y decidió que era momento para vestirse y darle algo a Kuro. Caminó hacia donde el servicio había dejado la ropa, ignorando de manera deliberada, las bandejas con comida. Echó un rápido vistazo y se puso el pantalón oscuro que habían dejado para él. Pese a tener un aspecto impecable, como si fuera nuevo, era como si lo hubiera llevado puesto toda la vida. Se paró frente a las bandejas.
Ben pudo descubrir varios platos recién preparados. Junto una pequeña bandeja llena de cortes de diferentes carnes curadas, había un surtido selecto de quesos. Bajo otra tapa descubrió una buena cantidad de huevos fritos acompañados de solomillo de cerdo y un salteado de champiñones y espinacas de acompañamiento. En otra diferente, destapó panecillos pequeños que todavía humeaban, junto a varios tarros pequeños que contenían diferentes mermeladas y mieles. Tomates al horno acompañados de lo que parecía un potaje de habas componían el resto del menú, mientras de bebidas había diferentes jarras dispuestas, de zumos, leche y algo que olía a alcohol y estaba caliente.
Por todos los Dioses, Kuro, eres un pájaro bendecido por los Dioses. Cogió un generoso trozo de carne que aún estaba caliente y soplándolo entre sus manos caminó hacia el ventanal que abrió con cuidado. Kuro graznó y Sango le miró a modo de reprimenda antes de levantar la carne a la altura del pico. Meneó con celeridad la cabeza y el primer picotazo pilló a Sango con la guardia baja ya que le había golpeado en uno de los dedos. Kuro alzó el pico al cielo y lo abrió ligeramente mientras sacudía la cabeza. Sango creía que se reía de él, que era como una especie de juego para él. Le escondió la comida y el cuervo graznó otra vez antes de que Ben le acariciara bajo el cuello, como había hecho Iori el día anterior. Le volvió a poner cerca el desayuno a Kuro que no tardó en arrebatárselo de la mano y salir volando lejos de allí.
Sango estiró los brazos hacia ambos lados y aspiró con fuerza el aire de la mañana. Algunas gotas cayeron sobre él y resbalaron por su cuerpo. Volvió a respirar con fuerza mientras sus extremidades terminaban de crujir y decidió volver al interior. Cerró con cuidado antes de posar sus ojos en los cabellos de Iori. Es preciosa. Se arrodilló junto a ella y besó un hombro antes de echar un vistazo al fuego, que parecía haber agarrado bien. Nuevamente, asintió satisfecho y se levantó para dirigirse hacia la mesa para repasar el copioso desayuno que les habían llevado.
La mestiza se había quedado muy quieta, ligeramente aovillada ahora entre la espesa alfombra y la suave manta. La ausencia de Ben en calor había sido suplida por el fuego de la chimenea. No se movió cuando él la besó. No se movió cuando se volvió a alejar. Ni cuando la lluvia que había mojado al Héroe en el balcón comenzó a caer con más fuerza, golpeando los cristales.
Untó uno de los panecillos en una mermelada de color oscuro que resultó estar hecha de arándanos. La masticó con ganas mientras estiraba el cuerpo y jugueteaba con un vaso lleno de zumo que a juzgar por su aspecto mezclaba diferentes frutas. El crepitar de las llamas y los chasquidos de la madera consumiéndose llenaban su cabeza combinándose con la imagen de la casa del sueño que había ido repitiéndose en su cabeza durante la mañana. Su mirada, perdida en los pliegues de la manta que cubría a Iori le proporcionaba el punto de concentración exacto para hacerse preguntas sobre el sueño, sobre la casa y sobre la figura que tanto se parecía a él.
Sacudió la cabeza y con ello el hilo de pensamiento para centrarse en Iori. El cabello cayendo por su rostro, sus respiración tranquila, la calma que transmitía. Ben sonreía. El sueño y la comida harían que Iori recuperara un estado mucho más saludable y en eso él podía ayudar. Se levantó y caminó hacia la alfombra para caer de rodillas junto a ella. Peinó sus cabellos hacia atrás, apartándolos de la cara, y luego posó una mano en el hombro.
- Iori- dijo meneando suavemente su cuerpo-, Iori...
Tenía el sueño profundo, pero la voz de Sango era una llamada inexcusable. De forma lenta, abrió los ojos al tiempo que alzaba una mano para apoyarla en una de las piernas de Ben frente a ella. Lo miró a traves de la bruma del sueño, y deslizo la cabeza hasta tumbarse ahora sobre el regazo del Héroe.
- Buenos días- saludó somnolienta, mientras la tormenta de la mañana continuaba, oscureciendo el dia con sus nubes.
- Buenos días- respondió posando la mano en su cabeza y dejando que se perdiera entre sus cabellos-. ¿Qué tal? ¿Dormiste bien?- preguntó.
Los brazos de la mestiza rodearon perezosamente la cintura de Ben.
- Dormí demasiado…- alzó un instante el rostro para mirar hacia el enorme ventanal y vio la lluvia golpeando con suavidad del vidrio- ¿No ha parado de llover desde ayer a la noche?- preguntó sorprendida antes de recostarse contra él. Más arriba. Más pegada. Notando contra su mejilla el pantalón de Ben, y dejando que él notase la forma de sus pechos en los muslos.
Ben miró a Iori y luego alzó la vista hacia el exterior. Las nubes grises y cargadas de aguas, se movían sobre Lunargenta. Las más oscuras amenazaban con soltar gran cantidad de agua, pero del resto no se podía saber gran cosa. Volvió a mirar a Iori y apretó los labios al ver sus pechos amoldarse a su pierna. Decían por ahí que en el centro de Lunargenta, cuando llovía, hacía resaltar los colores de las baldosas y piedras que cubrían el suelo. Las duras piedras... Ben sacudió la cabeza.
- Pues no lo sé, pero, tiene toda la pinta- recorrió sus brazos con sus manos y se inclinó para coger la manta-. No creo que haya sido suficiente, te desperté, tendrías que seguir durmiendo pero, nos han traído el desayuno y podría estar bien desayunar juntos- dijo tirando de la manta hacia arriba.
Notó el calor de la manta con la que Ben la tapó y en esa posición de giró, quedando tumbada boca arriba sobre el regazo del pelirrojo. Clavó los ojos en él, algo más despierta y alzó una mano para acariciarle la mejilla.
- ¿Y tú? ¿Dormiste bien?- preguntó mirándolo con intensidad
- Muy bien- dijo con una amplia sonrisa-. Cuando desperté estaba Kuro en la barandilla. Quería comer y por suerte llegó Charles con las bandejas y entonces pude darle algo- atrapó la mano con la que le rozaba la mejilla y le besó la palma antes de bajarla sin dejar de jugar con ella-. Jugué con él, le enseñé la comida, se la escondí y luego, al repetirlo, me pegó un picotazo. Kuro empezó a reírse de mi- dijo sonriente-. Luego se marchó a comer tranquilo por ahí- echó un rápido vistazo al fuego y dejó escapar el aire lentamente mientras acariciaba a Iori-. Charles trajo algo para ti y nos invitó a tomar te con una indispuesta Justine- la últimas palabras salieron de su boca con tono divertido.
Los ojo azules estudiaron a Sango desde abajo. Buscando en él más sin ver lo que quería.
- Antes de dormirte ayer…- comenzó y se dio cuenta de que no sabia como seguir.
Apartó la manta a un lado y se giró rápida, sentándose ahora sobre sus propias rodillas delante de Ben. Apoyo las manos a ambos lado de las piernas del guerrero, pero la retiró de nuevo, pensando que podía resultar intimidante. No pudo evitar mirar de abajo a arriba.
- Me dio la sensación de que pasaba algo…- continuó pero volvió a perder las palabras. Insegura de como continuar.
Ben tenía el ceño fruncido, tratando de recordar a qué se estaba refiriendo. Tenía recuerdos difusos de esa parte, le parecía que lo último que habían hablado era sobre el fuego y recordaba su calidez, la de sus brazos, sus piernas, su cuerpo. Quizá se refería a lo que le había dicho sobre las heridas en su espalda.
- No recuerdo, quizá estaba demasiado cansado. Pero quizá sea esto- Ben movió las rodillas hasta tocar las de ella y se de tuvo antes de hablar-. Ayer te dije algo que no debería haberte dicho sobre tus heridas en la espalda. Nadie merece que te hagas daño de esa manera. Nadie. Da igual el motivo. Me equivoqué al decirte otra cosa- acarició su muslo con el dorso de la mano-, sólo quería que lo supieras.
El contacto con Ben la hizo vibrar. Frunció el cejo tras su primera respuesta, confundida por sus palabras. ¿Se lo habría imaginado todo? No apartó la vista cuando se subió a el, acortando los escasos centímetros que los separaban y pasó los brazos por su nuca. Ben respondió de manera inmediata pasando las manos por sus costados y cruzándose a su espalda, a la altura de la cintura.
- Lo cierto es que por un instante, ayer hiciste que dejase de sentirme avergonzada de ello. Pero tienes razón. No hay nada de bueno en lo que hago conmigo, cuando busco ese dolor para calmarme por dentro- se estrechó contra él, abrazándolo, y apretó el pecho contra su torso desnudo. Notó el calor al instante-. No quiero volver a hacerlo- confesó entonces, muy cerca de sus labios.
Sus brazos, cálidos, en torno a él, se le antojaron el lugar más seguro en el que podía estar, era como el hogar. Una casa. Ben abrió la boca y alzó las cejas soltando un leve "oh". Recordó cómo había evitado hablar del sueño, cómo no quería hablar de la guerra que se libraba en su cabeza. Pero, ¿qué sentido tenía no contárselo? ¿Por qué guardarse aquello para él? Ella era su hogar ahora.
- Ayer tuve un mal sueño, Iori. Uno que no sé si debería contarte- frunció el ceño al ver que su seguridad se había evaporado-. Yo...- Sango se quedó sin palabras.
La llama que comenzaba a arder en los ojos de Iori, a centímetros de sus labios se suavizó. Se apartó lo justo como para mirarlo con mejor perspectiva, pero sin separar sus torsos unidos. La forma de sus cejas denotó la atención con la que lo estaba escuchando. Nunca había sido confidente de información importante. Nunca había querido conocer y guardar en su corazón pesares ajenos.
Con Ben era la primera vez. Y los nervios la atenazaron al querer hacerlo bien. Mantuvo un brazo sobre sus hombros, abrazándose a él mientras con la otra mano le acariciaba la mejilla, guardando un silencio expectante.
La caricia y la seguridad de su mirada calentaron el corazón de Ben y le dieron fuerza para hablar del sueño que significaba, para él, una lucha interna entre Iori y su figura heroica. Entre lo que era y podía llegar a ser, contra un futuro de calma y una vida de honrado y laborioso y duro trabajo. Entre seguir matando o quizá crear vida juntos.
- Una figura espectral llevaba puesta mi armadura, mis botas, mi espada- sus ojos no se separaron de los de ella-. Esa figura se alzaba poderosa, como un Héroe de las antiguas historias, como si... Esa figura creo que era yo- hizo una pausa y entrecerró los ojos como si quisiera asociar alguna idea perdida, también para darle tiempo a Iori de asimilar-. Me obligaba a tomar las armas, me amenazaba con destruirme...
La mirada azul cambió, a medida que escuchaba el relato. Le costaba interpretar aquel sueño, pero la idea de que su parte de Héroe fuese el motivo de su destrucción. El abrazo se volvió más urgente, volviendo a estrecharlo con fuerza. Guardando silencio y deseando escuchar que el final de ese sueño él acababa con aquella figura.
-...conseguí apartar los ojos y pude ver una casa. Fue una visión cálida, como un abrazo, como tu abrazo- se le escapó el aire con las últimas tres palabras, como si la revelación la involucrara en una lucha que solo él podía combatir-. La figura desenvainó la espada, estiré los brazos hacia la casa y...- apretó a Iori con fuerza contra él, incapaz de seguir hablando, incapaz de de hacer un movimiento más. Repitiendo una y otra vez en su cabeza la visión de la casa, su mano intentando alcanzarla y la espada atravesándole el pecho.
Cortó la conexión de sus miradas. Lo abrazó con ambas manos. Imprimió en aquel contacto la fuerza y fiereza que nacían en ella, sintiendo que Ben, en aquel momento era débil junto a ella. Mostrándose como, no le cabía duda, no se dejaba ver ante nadie.
- No... no... eso no es verdad- consiguió vocalizar, con un nudo en la garganta. La casa. Su futuro juntos. Y ella siempre firme para protegerlo a él. Incluso de si mismo, se recordó.
Una extraña fuerza nació en ella en aquel instante. Mientras apoyaba la mejilla contra la frente de Ben.
- No es verdad Ben. Eso no sucederá. Ha sido un sueño. Un muy mal sueño. Pero recuerda lo que me dijiste la otra noche. Las palabras de tu madre- inspiró, dejando que el pelirrojo tuviese unos instantes para pensar-. Me contaste que ella dice "Ben, sigue al corazón y lo que sueñes se hará realidad". No quieres a esa figura. Quieres la casa. Quieres el calor. Quieres los abrazos- pronunció cada palabra de aquellas últimas frases como si fuesen casi un hechizo. Un ruego a los Dioses. Una bendición para ellos.
Cortó el abrazo y lo miró de nuevo, con la decisión brillando en sus ojos azules. Como había brillado en su momento la mirada dorada de una terca Ayla ante un dudoso Eithelen.
- No contaba contigo en mi vida Ben, pero ahora que nos hemos encontrado, no pienso dar ningún paso que me lleve a un camino lejos de ti- y lo dijo con la reverencia de quien hace un juramento.
Fue incapaz de abrazar todo el amor que le acababa de lanzar Iori. Agachó la cabeza y la apoyó contra uno de sus hombros. Resopló abrumado y se quedó allí el tiempo suficiente para asimilar que había compartido con ella y le ayudaba a soportar la carga de sus propios pensamientos. Que le había hecho partícipe de sus miedos y ella había respondido de tal manera que estos quedaban desterrados de sus pensamientos. Que le prometía que esa vida juntos se haría realidad.
Resopló una vez más antes de separarse y la miró a los ojos, feliz, sonriente, aliviado. Movió la cabeza intentando buscar las palabras pero fue incapaz. Una de sus manos se movió hacia su rostro e imitó las caricias que le había dado hacía tan solo unos instantes.
- No quiero un camino en dónde no estés, Iori. No quiero un camino que no nos lleve a esa casa- Sango la abrazó con fuerza entre sus brazos.
Se separaron para mirarse y darse el tiempo justo para que sus manos se buscaran y tras estas los labios. Eran besos desesperados, como si buscaran arrebatarse el aire el uno al otro. Iori se movió sobre él, ondeando la cadera, buscando la reacción de Ben que no tardó en llegar. Las manos del Héroe se aferraban a su rostro mientras que ella buscaba más allá del nudo de sus pantalones. Ben se incorporó ligeramente y su miembro quedó liberado. La mestiza se alzó y se dejó caer. Sus embestidas fueron brutales y su agarre se intensificó arañando su espalda para no perder el contacto.
Sus lenguas se buscaban con ansiedad, los dientes tiraban de los labios y los gemidos de dolor eran acallados por el inmenso placer de las duras embestidas. Sango se separó, quiso mirarla, pero ella se abalanzó contra su cuello y lo lamió y mordió mientras su cuerpo se dejaba caer sobre él.
Ben se inclinó hacia delante para que su pelo cayera hacia atrás. Entonces, recuperando la posición besó su cuello acompasándolo con los movimientos de Iori, ahora más profundos, más intensos. No se dejaba caer, ahora arqueaba la espalda, y con un movimiento de cadera para que todo él estuviera dentro. Era movimientos más profundos, más lentos, más intensos.
La necesidad de los mordiscos, arañazos y embestidas, se convirtió en el deseo de los besos, caricias y un deslizamiento más lento, más íntimo. Los gemidos de pura excitación tornaron en jadeos de placer. Y cuando el placer alcanzó el tope, un grito combinado les llevó a abrazarse con fuerza mientras el placer se derramaba por sus cuerpos unidos mientras el aire caliente de los jadeos calentaba sus bocas que se buscaban con calma.
Estuvieron abrazados, húmedos, sudorosos, hasta que sus respiraciones se hicieron superficiales. Volvieron al ritmo normal. Iori sonreía, con la mejilla apoyada en su hombro mientras lo abrazaba con mimo. Fuera, la lluvia había descargado con fuerza, llenando de agua el suelo del balcón y emborronando la vista a través del cristal.
No importaba.
Lo podía ver a él.
- ¿Me recomiendas algo en concreto?- susurró a su oído antes de alzarse despacio, separándose de él.
Se puso de pie delante de él, mirándolo con una sonrisa mientras sentía que dejar que él la viese la hacía sentir la mujer más atractiva del mundo. Se mordió el labio y se giró sin decir nada más, sabiendo que o alejaba sus pies de él o volvería a descender sobre Ben, buscando la conexión de la que tanto habían abusado en los últimos días.
Abusado no. Disfrutado.
Se acercó a la mesa en la que se encontraba el despliegue del desayuno que Charles había llevado y se maravilló por la calidad y aspecto de todo.
- Es increíble lo que hacen en las cocinas de aquí- murmuró asombrada.
- Yo comí un panecillo con mermelada de arándanos y estaba riquísimo- había caído sobre la manta y estaba de costado contemplando a Iori, sus formas, sus marcas, heridas, color, todo. Es guapísima-. Yo empezaría por ahí- giró hacia el otro lado y se puso de rodillas hasta llegar a la pila de madera para alimentar el fuego del hogar-. ¿Quizá huevos? Los tomates tenían buena pinta- Ben se había puesto de pie y miraba desde la distancia las bandejas, alternaba la visión con el tronco que acababa de añadir-. Cualquiera diría que soy un experto en temas de comida. Por todos los Dioses, no. Estoy acostumbrado a guisos, gachas y pan duro, cuando veo algo así- señaló las bandejas-, creo que es normal que me vuelva loco- dijo sonriendo.
La mestiza sonrió más ampliamente, mientras escogía con la mirada cual sería su primer intento, su segundo y su tercero. Alzó la mano hacia un pedazo de queso con aspecto cremoso pero sus ojos se centraron en la menuda bolsa dorada que reposaba sobre ropa para ella.
- ¿Es la bolsa de la que habló Charles?- preguntó con curiosidad, pasando por un momento de largo de la comida. Se acercó para tomarla, y sopesó su contenido sin abrir todavía. Era ligera, pero algo pequeño tenía un peso consistente en su interior. Parecía metálico.
Frunció el ceño, curiosa, y deslizó los dedos por la lazada que la mantenía cerrada. Vio antes de sacarlo que, efectivamente, era un anillo. Lo tomó entre los dedos y cuando lo sacó a la luz, también sacó el aire que tenía en sus pulmones.
- Sí, esa bolsita de ahí la dejó Charles antes- Ben acababa de cambiar la posición del tronco que parecía, ahora sí, empezado a arder. Sacudió las manos y se giró hacia Iori-. ¿Iori?- se acercó a ella.
No parecía haberlo escuchado. Observaba con el brazo ligeramente extendido una pequeña joya de factura delicada. En la superficie unas intrincadas filigranas recordaban a un ramaje, o a las raíces de algún árbol en un tono dorado suave, que parecía del más fino oro. La bolsita cayó al suelo, y el pecho de Iori se hundió entonces, jadeando en un intento de llenarse del aire del que la mestiza había privado a sus pulmones. Se había olvidado de respirar.
- ¿¡Iori!?- recorrió los últimos pasos con rapidez y la rodeó con uno de sus brazos mientras la llevaba a la silla más cercana-. Iori, ¿estás bien?- se fijó en lo que tenía en sus manos pero rápidamente volvió la mirada hacia ella-. ¿Estás bien? ¿Qué es?- tras un rápido vistazo, estiró la mano y cogió un vaso con zumo, el mismo que había sostenido en sus manos-. Toma, bebe, te sentará bien.
La morena estaba congelada. Se dejó hacer porque el cuerpo parecía haberse quedado sin fuerzas, pero no vio el zumo, y parecía no escuchar a Sango.
- Cornelius...- susurró casi sin aire, ladeando la cabeza y clavando los ojos en la puerta.
Se deslizó esquivando la mano que le ofrecía el zumo, y desnuda, aferrando con fuerza el anillo en el interior de su puño se precipitó hacia ella para salir. A Ben se le escurrió el vaso que cayó al suelo vertiendo su contenido y activando a Sango que de una zancada alcanzó la distancia suficiente como para estirar las manos y sujetar a Iori de la cintura.
- ¡Para, Iori, para! ¡Calma!- la arrastró de vuelta a la silla y buscó su mirada-. No puedes salir de aquí así- agarró con firmeza para que fuera consciente de su abrazo-. ¿No me vas a contar qué pasa? ¿Me vas a dejar fuera de esto?- preguntó con voz calmada-. Respira, bebe algo. Calma.
La fuerza de Ben era algo innegable. Inevitable. La condujo de regreso a la silla con una facilidad que hizo sentir a Iori que casi volaba. Lo miró de nuevo con los ojos desmesuradamente abiertos, y bajó la vista hacia el puño sin parpadear.
- Es un segundo anillo. Es igual. Es como el de él. Tiene que ser su pareja... pero, ¿cómo?- jadeó por la falta de aire. Le estaba costando encontrar las palabras y respirar. Demasiada información en su mente que no era capaz de ordenar.
- Es más pequeño... el de él era grande. Se me caía de todos los dedos, pero este...- abrió ligeramente la mano, dejando que Sango viese apenas un retazo de la joya que sostenía dentro. Ben solo tenía ojos para ella.
La mestiza saltó como un resorte y llevó la mano hacia el montón de tela cuidadosamente preparado para que ella escogiera. Cayeron todas las prendas al suelo, menos la que estrujaba entre los dedos, y luchó con ella intentando ponérsela por encima para cubrir lo mínimo su desnudez.
- Cornelius, debo de encontrarlo- anunció avanzando hacia la puerta de nuevo, peleando con el vestido-. Necesito encontrarlo Ben, necesito encontrarlo- se detuvo delante de la puerta, con la premura en el rostro-. ¿Me acompañas...?- le pidió.
Sango iba a responder que sí, que iría con ella, pero no le dio opción. Resopló y se calzó las botas a toda prisa, sin atar. Agarró la camisa blanca que habían dejado para él y salió corriendo tras Iori.
Corrió por el pasillo hasta las escaleras y las bajó a zancadas, apoyándose en la pared mientras saltaba. Al llegar a la planta baja reconoció la voz de Iori y corrió hacia ella mientras intentaba colocarse la camisa, ajeno a la lluvia que caía incansable sobre los jardines del palacete, ajeno a la fría brisa que entraba desde la costa indicando la inminente llegada de la estación lluviosa y la entrada en el frío invierno. Ajeno a las personas con las que se había cruzado, que apenas habían recibido un latido de atención. A lo lejos, bajo los portales que daban acceso al jardín, vio su vestido zarandearse de un lado a otro.
Como una exhalación, los pasos a la carrera resonaron en la zona en la que el elfo observaba la lluvia caer. El cabello revuelto, y la piel brillando tras una actividad física que los ojos de Cornelius bien podían identificar. Iori apareció con el rostro transmutado por la urgencia, completamente alterada. Cuando sus ojos azules lo vieron apuró el paso, con una rapidez que no parecía propia de alguien en el estado físico en el que se encontraba debilitada.
- ¡Por favor!- gritó para captar una atención que ya tenía, corriendo hacia él todavía en la distancia.
Se detuvo como la hierba cuando el viento dejaba de soplar sobre el campo, quedándose clavada justo delante de él. Se ahogaba en su forma de respirar, pero no apartó una mirada enfebrecida de la mirada plata del elfo.
- Por favor... Cornelius...- resolló casi sin aire, teniendo que apoyar una mano en la rodilla.
Extendió la otra hacia él, con el puño cerrado. Abrió los dedos despacio, y en una mano temblorosa dejó ver lo que guardaba en su interior. Un menudo anillo de oro. Y de evidente factura élfica.
Cornelius la observó un segundo antes de hablar, un poco confundido con la llegada de la chica. Sango llegó al trote, peleando con la camisa, tratando de abotonarla.
- ¿Se te ha declarado el pelirrojo?- preguntó sin más-. Quizás un poco precipitado, pero quién soy yo para juzgar los arrebatos de amor. Eso si, lo tomaba por un romántico, que haría una escenita poética, no por el típico que se declara en medio del fulgor de la batalla carnal.
Ben entrecerró los ojos y bajó los brazos para observar a Cornelius mientras el trote se convertía en pasos pesados pero más calmados. Resopló por cansancio y para dar muestra de que ignoraba su comentario. Fue entonces cuando posó su atención en Iori, en su vestido que descansaba en sus hombros y en ningún sitio más. Ladeó la cabeza y avanzó para se colocarse tras ella.
- Soy yo- murmuró llevando las manos a los cordones del vestido y anudándolos para que este no cayera.
La mirada de Iori, ante el comentario simpático de Cornelius se contrajo en un gesto de impaciencia y nerviosismo.
- Por favor, míralo. Estoy segura de que has tenido que ver algo parecido antes- le rogó ahora dando un paso hacia él y tendiéndole la joya con súplica en los ojos-. Dijiste que erais amigos ¿verdad?
Cornelius los observará un momento con una sonrisilla en los labios, pero al final se apiada de Iori y, tomando el anillo de su mano, lo mira con atención.
- Sin duda se parece al de Eithelen- comenta, girándolo entre sus dedos-. Algo más pequeño... y ligero. No sabía que se hubiese forjado un segundo anillo. Solo el líder del clan puede portarlo. Pero, que tenga grabadas las runas de los Inglorien deja pocas dudas del lugar de donde procede.
La ansiedad tenía a Iori tensa como la cuerda de un arco. Dio un paso de manera automática hacia Cornelius, buscando ver con sus ojos la inscripción interior.
- No la había visto...- reconoció fijándose en cómo brillaba en los dedos de elfo-. ¿Eres capaz de leer alguna palabra? Mientras tuve el de Eithelen conmigo pregunté en muchos sitios, a todos los elfos con los que me encontré, pero solo sabían traducir dos palabras: enemigo y espada.
Ben había conseguido anudar el vestido a la espalda de Iori y ahora alternaba la mirada entre Cornelius y el anillo que tenía en sus manos. Atento a lo que ambos decían.
- "Vence al enemigo sin manchar la espada"- parafraseó Cornelius, como si hubiese acabado memorizando aquellas palabras de tanto oírlas-. Sinceramente, como grito de guerra tiene poco tirón, a menos que la batalla se libre bailando en horizontal con tu enemigo- le guiñó un ojo a Iori-. Lo lamento, querida, pero apenas reconozco un par de palabras: vida y puro- dijo, poniendo el anillo de nuevo ante ella-. Pero a saber si realmente significan eso. Lo único que puedo decirte de él es que, sin duda, es un anillo hecho para una mano más fina que la de Eithlen y, atendiendo a su semejanza con el de tu padre, probablemente fabricado ex profeso para alguien por quién sentía infinito cariño. Respecto a la inscripción... sabes tan bien como yo que solo hay una persona capaz de leerla. Lamento no ser de mayor ayuda.
- Entonces, ¿enemigo, espada, vida y puro? ¿Es eso lo que pone?- preguntó Sango alternando su vista entre el anillo y los ojos de Cornelius.
Una mano más fina. Una sola persona capaz de leer la inscripción. Tarek.
La mirada de la mestiza se aceró, y sus manos se cerraron en dos puños que desearon en ese momento tener algo contra lo que estrellarse. Iori se quedó congelada tras escuchar a Cornelius. Y las palabras de Sango solamente añadieron más peso al volumen de sus pensamientos. Parpadeó, confundida.
- No- matizó, comenzando a ordenar lo que en aquel momento se había liberado en forma de tormenta en su cabeza. Con una fuerza que arrastraba cualquier idea coherente a la que quisiera aferrarse-. El... el anillo de Eithelen... Zakath me lo entregó hace un año. Me contó que cuando me encontró fue una de las pertenencias que estaban conmigo. De aquella yo no sabía nada de él ni lo que representaba, pero investigué. Viajé y traté de encontrar información. Encontré a Tarek. Pero él no me lo dijo. Hasta que me pidió que lo acompañase a aquel templo- cortó la explicación, apartando ahora la vista turbia de los únicos ojos a los que había estado mirando mientras hablaba.
Estaba siendo injusta al dirigir toda aquella rabia hacia Cornelius.
- El anillo de Eithelen tenía esa inscripción: "vence al enemigo sin manchar la espada". Según me dijeron, enemigo y espada eran las dos únicas palabras que se parecen lo suficiente al élfico común como para que otros que sepan leerlo lo entiendan. La totalidad del texto solamente lo conocen los Inglorien. Con este anillo pasa algo similar ¿Cierto? Las únicas palabras lo suficientemente familiares para ti son esas, vida y puro - argumentó. Tenía a su espalda la experiencia de muchos días y muchas noches durante las cuales había portado el anillo de su padre, dándole vueltas a la escasa información de la que había dispuesto.
- Este anillo...- observó de nuevo la joya brillando en su palma-. Pertenecía a una mujer- susurró en voz baja lo que su corazón decía a gritos. Algo que no necesitaba confirmación.
Cornelius la observó atento, cruzado de brazos. En su mirada podía verse que estaba analizando los sentimientos que discurrían por el rostro de la chica.
- No voy a negarte que Tarek puede ser... difícil. El chico ha pasado por mucho. Que acabasen criándolo esa panda de psicópatas sureños no ayudó precisamente a que superara su pérdida- la miró unos segundos en silencio, antes de añadir-. Nadie ajeno al clan, ni siquiera yo, que fui un amigo cercano de tu padre, podrá leer más esas palabras. Tarek es la única persona que pude leerlo- señaló el anillo con el dedo-. Y por su bien espero que no lo vea nunca, porque eso significará que ha vuelto a esta zona del continente y eso le deparará una muerte segura. Los Ojosverdes no son misericordiosos con aquellos a los que considera traidores. Creo que ya conoces el castigo que les aplican.
A esas alturas, era imposible no ver que los Ojosverdes esperaban en el horizonte. Aguardaban a lo lejos, como una tormenta de oscuras nubes que relampagueaba sobre el mar y que amenazaba con tocar la costa y lanzar toda su furia sobre tierra. Por suerte para ellos estaban prevenidos y podían prepararse para lo que esta pudiera soltar sobre ellos. Era la actitud más coherente.
- ¿Créeis que...?- se detuvo a mitad de la pregunta porque creyó que no aportaría nada-. Este Tarek...- ladeó la cabeza y miró a Cornelius-. ¿Qué hizo para ganarse la enemistad de los Ojosverdes?- entrecerró los ojos-. ¿Conoces el nombre de Olfen Neril?- su voz sonó fría, casi oscura, cuando la pregunta salió de su boca.
Cornelius desvió su mirada hacia el guerrero, cuando este le dirigió aquellas palabras. En cambio la tornó de nuevo a la chica, cuando se dispuso a contestar.
- Acabó con la vida de una de sus líderes. Su maestra y captora tras la muerte de Eithelen. La persona en quién había puesto toda su confianza y esperanzas. La misma que lo dejó huérfano por segunda vez y le mintió durante años, diciendo que otros habían sido culpables de su fechoría- observó con atención la expresión en el rostro de la chica, antes de responder a la segunda pregunta-. ¿Olfen Neril? Muchacho, no hay nada ni nadie que yo no conozca y si lo hago, te aseguro que no necesitaré más que un par de horas para descubrirlo- le dirigió una sonrisa de suficiencia-. ¿Qué quieres de ese bastardo? ¿Te debe dinero? ¿O acaso te la jugó en un momento crucial? No sería extraño en él-murmuró más para si, que para el guerrero.
- Es un amigo de los Ojosverdes- contestó con el mismo tono de voz frío-. Desconozco si es del mismo clan. Desconozco si murió en la batalla de Sandorai. Solo espero que Imbar haya tenido a bien protegerle- Ben no dijo nada más.
Cerró los ojos y aspiró lentamente mientras los recuerdos ocupaban toda su cabeza. Era como verle allí, frente a él, con la expresión de incredulidad dibujada en su rostro, con los cadáveres de Malonar Ojosverdes a sus pies, los guardabosques destrozados por sus armas. ¿Cómo consguí salir con vida de allí? Suspiró y abrió los ojos. Mucho más relajado, dejando que los recuerdos volvieran a guardarse allí donde estuvieran almacenados. Sonrió a Cornelius y se volvió hacia Iori.
- ¿Debemos buscar a Tarek?- preguntó a un escaso palmo de distancia.
La mestiza estaba fuera de si. No había evidencia física de ello, pero su mente estaba lejos de aquel lugar. Del Palacete de Justine, de Lunargenta. Demasiada información girando en su cabeza que no era capaz de gestionar. Organizar. Extraer la información precisa de ella. Miró a Ben, que captó su atención por completo en la escasa distancia que le concedió cuando preguntó por Tarek. Abrió la boca pero no consiguió hablar a la primera. Fue a la segunda.
- Él la mató- afirmó comprendiendo lo que Cornelius le había dicho por fin. Tarek había matado a Dhonara. Y sin embargo los ojos azules estaban engarzados en los verdes.
Alzó la mano buscando la del héroe, y en el contacto con él obtuvo de alguna manera, el ápice de cordura que estaba luchando por no perder ante aquella información. Él, a cambio de darle estabilidad, recibió las uñas de la mestiza.
- Él la mató...- repitió, impregnando con un punto de ira la voz.
- Jamás lo encontraréis- respondió Cornelius a la pregunta del chico-. Ni siquiera yo sé dónde está. Me aseguré de que no cometiese ese error antes de marchar. Aunque podría contactar con él, de ser necesario.
Miró entonces a la chica, que parecía sumida en algún tipo de trance. Observó como la información iba haciendo mella en ella y como acababa de procesar lo que le acababa de decir.
- Lo hizo. La mató. Contraviniendo todas las enseñanzas de Eithelen -comentó con tono sosegado-. Al final esa desgraciada consiguió que hiciese lo único que había jurado no hacer nunca, matar a uno de los suyos- las palabras abandonaron sus labios con una tristeza que era impropia de él-. Pero ahora el mundo respira más tranquilo- comentó con tono más alegre-. Creo que hasta los pájaros cantan con más soltura desde que no está.
Sango comprendió. La habían privado de su venganza. Negó levemente con la cabeza y dibujó en su rostro una expresión de complicidad mientras sus dedos jugaban con los de ella.
- ¿Murió, entonces, la mano ejecutora de Eithelen y Ayla? A manos de Tarek. El del templo. El que fue a ver a Zakath...- Sango acalló sus murmullos y parpadeó varias veces-. Las inscripciones del anillo, si son importantes, y no damos con Tarek, podríamos intentarlo con una Seidr.
El fuego de la locura era oscuro, ensombreciendo la mirada de Iori, de una manera que el influjo de Ben casi no era capaz de suavizar.
- Vaya. Qué sorpresa. Contraviniendo la educación de su padre. Imagino que pasó más años siendo criado por los Ojosverdes. Al final cualquiera puede terminar olvidando los primeros aprendizajes de la niñez- siseó de manera mordaz-. ¿Y sabes cómo acabó con ella? ¿Crees que estuvo a la altura? ¿Dhonara sufrió? ¿El dolor de las cinco muertes quizá? ¿O puede que primero la lanzase a una agonía mental que la hiciese desear su propio fin?- soltó la mano con la que se había aferrado a Ben, y la falta de contacto con su piel la liberó-. ¡¿Tarek fue capaz de devolverle lo que hizo en vida?! ¿¡¿Le dio lo que merecía?!?- sus preguntas salieron del fondo de su corazón guiadas por el dolor y la rabia-. Yo quería… Yo hubiera… Hubiera conseguido que se arrepintiera de haber nacido. ¡¡¡De haber nacido!!! - aseguró mirando con desesperación a Cornelius. De los tres, únicamente sería el elfo quien habría podido escuchar la cadencia familiar de los pasos masculinos acercándose.
- Suficiente- zanjó Zakath con algo que recordaba a la conciliación en su tono de voz. Ben se giró al escuchar la familiar voz de su maestro.- Este no es sitio para mantener una conversación así- ladeó la cabeza y les hizo un suave gesto, antes de girarse tras mirar significativamente a Cornelius.
Cornelius la observó con intensidad, mientras la rabia de la chica se hacía presente. Pero ni siquiera la llegada de Zakath pudo evitar que dijese a la muchacha las palabras que debía escuchar. Aferrándola por un brazo la acercó a él, obligándola a mirarlo a los ojos. Ben observó la escena
- Esa muerte no te pertenecía- le dijo con inusitada seriedad-. Tú no fuiste la única que perdió algo aquel día. Yo perdí a mi amigo, a mi hermano. Tarek a la única persona que le quedaba en el mundo. Dhonara diezmó a los Inglorien. Los cazó uno a uno, como a animales, hasta que solo quedó Tarek. Sabes por qué? Porque deseaba el don del clan, la capacidad de imbuir runas que nadie más puede leer- posó unos segundos su mirada en Sango que se había quedado muy quieto observando al elfo-. Ninguna seidr te dará la respuesta que buscas- volvió entonces su atención a la chica-. Los mató para ese don fuera de los Ojosverdes. Para poder crear su propia estirpe de arcanos a través de la sangre de Tarek. Eithelen se negó a entregar al chico y ella usó su única debilidad para sacárselo de en medio- dio unos segundos a la chica para que tomase conciencia de lo que acababa de decirle-. Me importa poco lo que esa malnacida haya podido sufrir. Me da igual si lamentó su vida en el instante anterior a que esta dejase su cuerpo. Lo único que me importa es que ha destrozado la vida de Tarek. No solo lo privó de su familia y de su gente, si no que lo obligó a seguir una senda de destrucción que no era para él. Quizás Zak no sea el mejor tutor del mundo, pero imagina descubrir que la persona que te acogió y ha estado a tu lado durante años fuese la culpable de todo el dolor que has sentido en tu vida. La misma que te ha empujado a cometer actos atroces en pos de una mentira. Esa muerte no te pertenecía y ojalá él no hubiese tenido que ejecutarla. Con ella Dhonara consiguió lo que siempre había querido, destruir los últimos atisbos de Eithelen y de los Inglorien que todavía quedaban en Tarek.
Soltó a la chica con delicadeza y dio un paso atrás.
- Quizás, para ti, arrebatar esa vida no habría supuesto más que una venganza. Infringir dolor a cambio del dolor que hizo pasar a tu madre. Para él significó volver a perder a una figura paterna para evitar que Dhonara pudiese seguir extendiendo su caos y pagar con justicia la muerte de Eithelen. Ahora es un proscrito en su propia tierra y si lo cazan le harán lo mismo que a tu madre. Así que da gracias que fuese Tarek la mano ejecutora. Tú jamás habrías conseguido acercarte a ella y en el momento en que hubiese sabido de tu existencia, te habría erradicado de la faz de la tierra. ¿Acaso crees que tendrías algo que hacer frente a ella? Venció a tu padre, uno de nuestros mayores guerreros, tú no habrías durado un segundo en su presencia.
Tras un rápido vistazo Cornelius giró el rostro, serio, nada parecido al divertido y enérgico hombre que habían visto la noche anterior, incluso en ocasiones esa misma mañana. Dirigió sus pasos tras Zakath sin dedicarles más atención que el aire que removió al alejarse de ellos.
Ben había sido incapaz de apartar los ojos de Iori mientras Cornelius había hablado de la muerte de aquella Ojosverdes y de cómo había afectado a Tarek. Había sido incapaz de mover un sólo músculo o tan siquiera parpadear hasta que este se había marchado. El sonido de sus pasos alejarse, le devolvió a la realidad incapaz, en ese momento, de dar forma a todo lo que acababa de ver y escuchado. Arrastró los pies hacia Iori.
- Iori- dijo en voz baja-, deberíamos ir con ellos. Pero antes, creo que...- Ben alzó las cejas y entrecerró los ojos-. ¡Cora!- gritó de repente-. ¡Alguien que le traiga calzado a la dama!
Ben sonrió con confianza mientras se abotonaba la camisa.
- No será como el calor del fuego de la chimenea, pero al menos servirá para mantener el frío y la humedad a raya.
La lluvia caía incansable sobre Lunargenta. Por el color del cielo, Ben pensó que la tarde podría traer tormenta. Que bien estábamos junto al fuego de la chimenea. Suspiró. Sin separarse de Iori, observaba la lluvia.
Sango
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Siguió con los ojos a Cornelius, siguiendo la figura de Zakath al cruzar el pórtico que rodeaba los jardines. El sonido de la lluvia golpeaba el suelo, de la misma forma que su corazón marcaba el ritmo en su pecho. De manera arrítmica, haciéndola respirar irregularmente.
Tarek. El anillo. La inscripción que ninguno podía descifrar.
La maldición que él estaba buscando romper.
El caos de su mente apenas le dejó valorar en condiciones lo que Ben hacía por ella.
El cómo la cuidaba. La forma en la que le regalaba su paciencia. Meneó la cabeza, alejando por un instante los demonios de su mente al clavar los ojos en él. Mirar a Ben la hizo sentirse ligeramente mejor.
-......Ben...- susurró bajito, sin fuerza en la voz tras la última intervención de Cornelius. Alzó los brazos buscando su cuello, pero apenas había rozado los hombros del guerrero cuando pareció cambiar de opinión. Frunció el ceño y se giró de medio lado, notando la presión de la breve conversación sobre ella.
El anillo era pequeño y ligero, pero pesaba en la mano de Iori con la fuerza de siete vidas.
- Es de ella - murmuró con el puño cerrado con fuerza sobre la menuda joya. - Sé que es de ella. Pero, ¿Cómo? ¿Cómo lo tenía Justine? -
No había lugar a la duda. Reconocía la forja, similar al anillo de Eithelen. Era su alianza gemela. Estaba segura de ello. Al igual que estaba segura de que había sido el propio líder Inglorien quien había creado la joya y marcado con la inscripción la talla por dentro.
Ben asintió levemente mientras miraba sus hombros. Comprendía que si aquel anillo era de Ayla, era porque Hans se lo había arrebatado después de que los elfos cometieran un asesinato tan terrible contra la mujer. Que estuviera en poder de Justine solo podía explicarse de esa manera.
- Eran amigas, ¿no? Quizá se lo dio para que lo guardara - dijo sin apartar la vista -. Pero, podrás preguntarle después. Según me dijo Charles, Justine quiere tomar el té - añadió dando un pequeño paso hacia ella.
Los ojos azules estaban clavados en la joya, permaneciendo allí largo tiempo. Las palabras de Ben podían tener sentido.
Si aquella joya era portada por Ayla cuando los Ojosverdes los encontraron... Era perfectamente capaz de visualizar a Hans llevándose consigo, escondido en algún bolsillo, algo que perteneciese a la muchacha. Imaginó, por un segundo al humano acercándose a una de las manos cercenadas, tomándola para sacar de un dedo frío y rígido la joya que su padre había forjado para ella.
El coletazo de la náusea la sacudió desde dentro.
- Ben...- lo llamó, sin alzar la cabeza y dando un paso hacia él. Tenía la cabeza inclinada hacia abajo, observando el anillo en su mano, pero era fácil ver en ella la expresión de dolor presente en su rostro. - No sé cómo...- farfulló. Apartó la vista y cerró los dedos con fuerza sobre el metal, escondiéndolo a la vista de ambos. Clavó los ojos en la lluvia que caía en el jardín.
Unas cuantas frases intercambiadas con el elfo, y sentía que su mente la alejaba de allí. De él.
Sentía cómo la ira y la desesperación de lo ocurrido la sumían de nuevo en el mundo de venganza que llevaba meses recorriendo. Solo que ahora, en aquel momento, Iori ya no quería regresar a aquel descarnado lugar. Al abrazo de la soledad. Ya no encontraba placer en lo frío. En el lastimar y lastimarse.
- No sé a dónde me llevará este camino. Cornelius sabe muchas cosas. Justine también. Tengo miedo de que, tengo miedo de... - tomó un segundo para centrarse. - No quiero que lo que haya podido suceder en el pasado me aparte del futuro que quiero, contigo. Pero no sé cómo reaccionaré... desde que salí de aquel templo yo ya no soy yo ¿entiendes? - alzó la vista con urgencia y lo miró, buscando la conexión en sus ojos. - Hay algo en mí que no está bien. No quiero que esa parte me aleje de ti... -
Ben se removió en el sitio, afectado por la expresión de angustia y dolor que veía en el rostro de Iori. Alzó las manos y las posó sobre sus hombros ejerciendo una ligera presión oscilante con los dedos.
- ¿Qué crees qué nos puede apartar? - preguntó con la vista fija en Iori -. ¿Qué es lo que teme tu corazón? -
Tardó en contestar, aunque sus labios se abrieron en un par de ocasiones. Sin encontrar palabras.
- Mi locura.- reconoció al final. Incapaz de añadir más explicación a todo el caos y destrucción que habitaba dentro de ella.
Eran dos palabras que Ben no esperaba en absoluto y que le hizo reflexionar mientras permanecía quieto como una estatua. Los recuerdos de su reencuentro en una taberna de Lunargenta y lo que desembocó en la muerte de Hans había sido en su opinión, la manera de que Iori pudiera curarse. Él la había ayudado durante todo el camino. Pensó que la ayudaría a sanar, a encontrar una versión mejor de ella misma, lejos del deseo de autodestrucción, lejos de la imprudencia, de la locura que era su vida. Y en ese camino que emprendió junto a ella, descubrió que había otra persona escondida bajo la armadura de Héroe que le habían colocado. Una persona que sólo ella le había hecho ver que existía.
-No...-
Una persona que le hizo comprender que para él también podía haber una vida más allá de la punta de una espada, de los embarrados o polvorientos caminos, de los camastros y las noches al raso, botas rotas y noches de terror aguardando un asalto.
-No...-
La que le había hecho ver que más allá del fuego del campamento, el alma y el corazón también podían arder; que la soledad en la que había estado hasta el momento era algo autoimpuesto, estuviera más o menos influenciado por las etiquetas que le colgaran; que había un futuro incierto para él y no la certeza de la muerte en combate.
Y todo eso lo había descubierto junto a ella y sabía que aún le quedaba un sinfín de cosas que aprender sobre sí mismo y que sólo sabría de ellas junto a Iori. Así lo sentía. Y así quería hacérselo saber.
- Iori, no - su voz sonó fatigada -. Estamos juntos - se dio cuenta de que apretaba con fuerza sus hombros -. Y lo seguiremos mientras esa sea nuestra voluntad - se humedeció los labios -. Iori, por escasas que sean las fuerzas, por oscuro e intransitable que sea el camino, por los sinsentidos que se presenten, solo recuerda - soltó sus hombros y Ben tiró de una de sus manos para posarla sobre su pecho donde su corazón golpeaba con fuerza - Que el camino lo recorremos juntos. Solo recuerda que te quiero. -
Ah, sí, allí estaba.
La destrucción de todo lo que ella creía real en su mente. En quién era ella.
Ben, hablando con suavidad y mirándola con fuerza. Acercándose con serena belleza a su puerto y haciendo que estallase la tormenta con unas sencillas palabras.
Dos en concreto.
Y aún así, Iori siempre preferiría la tormenta en sus labios que cien años de calma.
Se mantuvo en silencio y observó la mano que él mismo había colocado sobre su pecho. La mestiza dio un paso. Otro. Se fundió pegándose por completo al cuerpo de Ben. Apoyó la frente justo entre las clavículas del pelirrojo, y terminó deslizando la mano bajo la que había notado el corazón del guerrero.
El de Iori latía con una fuerza y velocidad tan apremiantes que imaginó que él podría notarlo cuando lo ciñó de la cintura, haciendo más presión en el contacto de sus pechos unidos.
- No dejes que me diluya Ben. No quiero volver a ese lugar. Ese estado que me arrebata lo que soy. Contigo, en estos días yo... - respiró de forma pesada. - Quiero ser lo que soy contigo. Quiero sentir lo que siento contigo. - Alzó el mentón para mirarlo, mientras tomaba al guerrero de la mejilla. El dolor había desaparecido de la mirada azul. Ahora había algo similar a un ruego.
- Prefiero morir, que mi vida termine antes de volver a ser lo que era sin ti -susurró mirándolo a menos de un palmo de distancia.
- Eso no ocurrirá. El abismo quedó atrás hace tiempo - le apartó unos mechones de la frente, más como excusa para tocar su rostro -. Viviremos muchos años y veremos los inviernos suficientes como para que nuestras cabezas puedan recordar el inicio del camino y nuestros corazones brillen con la misma intensidad con la que lo hacen ahora - buscó sus manos para cerrarlas entre las de él -. Por mi vida que no permitiré que vuelvas a estar sola jamás.-
- Si yo me perdiese de nuevo Ben, si tú vieses que ya no soy yo, por favor, por favor...- la mirada azul parecía en aquel momento torturada. Bajó la vista, buscando las palabras, y fue entonces cuando percibió una sombra en el suelo.
Levantó la cara y observó, por encima del hombro de Ben, a lo lejos, la figura de Zakath. El anciano los observaba con los brazos cruzados, y sobre los hombros la chaqueta de gala de los altos mandos de la Guardia.
La mestiza calló. Se mordió el labio inferior y apoyó por un instante la frente en las grandes manos con las que Ben rodeaba las suyas.
- Será mejor que no los hagamos esperar - murmuró antes de deslizarse... Ben quedó atrás, firme como una montaña frente a la tempestad que eran los sentimientos de Iori.
- Sólo recuerda que te quiero. - la golpeó de nuevo con esas palabras. La ató cada vez más firme y de forma estrecha a él, de una manera que ni el Héroe se imaginaba. El peso de aquellas palabras era a la vez condena y liberación.
Iori había apurado el paso, dejándolo atrás y fijando los ojos en el pecho de Zakath mientras se aproximaba al anciano, pero evitando hacer conexión con su mirada. Pasó de largo al lado de Zakath para internarse en el salón por el que antes había cruzado Cornelius y él, dejando ahora a ambos soldados solos en el gran pasillo. El anciano observó con una ceja ligeramente enarcada a Ben mientras este se aproxima, a un paso más lento que el de ella.
- Maestro - Ben se detuvo frente a Zakath y se llevó el puño al pecho a modo de saludo -. Vienes de gala - observó Sango.
El anciano llevaba puesto el atuendo de las altas ocasiones de la guardia, pero la chaqueta de tres cuerpos abierta y cubriendo los hombros sin enfundar en ella los brazos le conferían aquella apariencia alternativa que había caracterizado buena parte de su carrera militar.
- Estuve en los cuarteles generales. Tengo noticias importantes - bajó ambas cejas y clavó la mirada en Sango, de la manera que solía usar cuando quería ver más allá de lo que el Héroe decía.
- ¿Solo para mí? - Ben desvió la mirada hacia Iori.
El vestido verde que cubría a la delgada figura no volvió la vista atrás, cuando cruzó el umbral de la sala en la que ya estaba el elfo.
- Realmente son para ella. Pero asumo que ahora lo que tenga que ver con Iori también lo hace contigo - lanzó con un tono inquisitivo en la voz.
Ben giró lentamente la cabeza hacia Zakath. Frunció un instante el ceño y su rostro pasó de la seriedad a la incomprensión y vuelta a la seriedad.
- ¿Hay algo malo en que me preocupe lo que le pasa a ella? -
- Ben - pronunció su nombre mirándolo con infinita paciencia en los ojos, en el instante en el que se quedaron solos.
- Zakath - respondió Sango con cautela - ¿Qué quieres saber? Nunca hubo secretos entre nosotros, y si los había, bueno, ya te encargabas de que salieran a la luz - esbozó una ligera sonrisa -. Pregunta sin rodeos. -
El anciano alzó los ojos un instante, observando por encima de Ben a la lejanía y ahogando una leve risa.
- En este caso no hay mucho espacio para las preguntas. Nunca había visto a nadie deshacer en menos de una semana algo que yo construí con tanto cuidado durante años. Sea Ben, lo que vosotros y los Dioses parecéis querer - concedió entonces, volviendo a mirar a los ojos verdes del Héroe.
- ¿Por qué parece que te molesta? Es algo que no entiendo, Zakath. En lugar de ver el bien que nos hacemos el uno al otro prefieres enfocarlo como si hubieras fallado en algo. Deberías alegrarte por ella y por volver a verla sonreír - suspiró y cerró los ojos -. Zakath, maestro, podemos, si quieres, seguir con esto después. -
Sonrió de medio lado y cerró los ojos, negando con la cabeza. Extendió la mano hacia el pelirrojo y la apoyó en su hombro, en un gesto paternal que contadas veces había demostrado con él.
- No es necesario hablar nada. Sois suficientemente mayores. - Metió la mano libre en un bolsillo interior y extrajo una pequeña bolsa de yute bien cerrada. - Ten, por si tus reservas de té de luna se agotan en un mal momento - le entregó el bulto y buscó en sus ojos, manteniendo la sonrisa zorruna en la comisura de los labios. - Confío que no tengas dudas de cómo usarlo -
Hacía años desde la primera vez que le había explicado a un joven Sango la utilidad y los usos del té de luna. De aquellas era otra muchacha la que compartía las noches con él en la cama.
Con la bolsa en sus manos y las palabras té y luna Ben se quedó paralizado por tercera vez esa mañana. Asintió levemente tras los primeros segundos y aferró con fuerza la bolsa.
- Deberíamos entrar - dijo.
Mientras ambos humanos compartían aquellas palabras, Iori había cruzado el umbral. Se encontró con Cornelius en el interior. Los ojos de la mestiza eran un caos de preguntas e indecisión, cuando se acercó a uno de los grandes ventanales, insegura sobre si sentarse o no.
La tranquilidad con la que el elfo la miraba la sacudía más por dentro. De alguna manera, sentía que tras aquella sonrisa socarrona y el brillo divertido en sus ojos, Cornelius era capaz de ver cosas en ella que se afanaba en controlar. La información era poder, y sin duda él sabía muy bien cómo trabajarla. Incluso cuando no mediasen las palabras.
No apartó los ojos de la lluvia, tratando de serenarse.
- Él nunca quiso hablarme de Eithelen - comenzó insegura, sin ser capaz todavía de organizar su mente.
Cornelius la observó, sin acritud
- Te diría que no es nada personal, pero ambos sabemos que no es cierto - comentó con voz calma - Rara vez habla de Eith, incluso conmigo. Es un tema doloroso para él. Que seas humana, al menos en aspecto, probablemente tampoco propiciase su buena voluntad - echándose hacia adelante, apoyó los codos sobre las rodillas - Todos creímos lo que esos malditos sureños nos contaron, que Eithelen había muerto a manos de humanos. Tarek más que nadie. -
Iori pensó, por un instante, el odio que anidaba en su interior y le comía las entrañas desde que se había enterado. Una furia ciega la había guiado por caminos en los que deformó todo lo bueno que había en ella con el único objetivo de hacer sufrir y terminar con la vida de los implicados en la caza a sus padres.
Ella, que ni tan siquiera albergaba amor por sus padres.
Que no había podido desarrollar un cariño real basado en el tiempo y en la convivencia.
Algo que Tarek sí había tenido, sí había disfrutado.
Creyó entonces, atisbar, por primera vez, cómo sería sentirse en los pies del joven elfo. Cómo lidiar con el sentimiento de saber que la muerte de su padre se debía a manos humanas. ¿Hubiera ella procedido de la misma manera? ¿Habría tachado a toda una raza por el mal cometido por unos pocos?
Lo dudaba.
Zakath había marcado en ella hondas pegadas de su personalidad. Medir a la gente por sus acciones y sus palabras era una de sus máximas. Por eso a Iori le costaba tanto entender aquel tipo de pensamientos absoluto. El odio de Tarek a los humanos. El odio de Nousis a vampiros y brujos. Reprimió una mueca al pensar en este último.
Apretó los labios, mientras en su mente cruzaban fogonazos de momentos compartidos con Tarek. La extraña conexión que los unía desde el templo.
Lo que ella había pensado en un inicio que eran sueños inconexos, había comprendido con el tiempo que eran visiones de momentos que estaba viviendo el elfo en otro lugar, muy lejos de allí. Recordaba las escenas en las que lo había sentido en peligro. Y el cómo todo en ella se revolvía y clamaba por ponerse en marcha e ir a su encuentro.
Ayudarlo. Ponerlo a salvo.
Y eso que ella misma había explotado en los últimos minutos que compartieron juntos. Buscando más que nunca causarle la muerte que el elfo llevaba queriendo para ella desde el momento en el que se conocieron.
De nuevo caos.
- Yo pensé... pensé que lo había matado en el templo. Lo golpeé hasta que no fui capaz de levantar los brazos - Saltó de manera desordenada, sin ser capaz de seguir ninguno de los hilos de pensamientos que se agolpaban en su mente. Aquella confesión, en aquel instante, la avergonzaba.
- No me dijo quién lo había golpeado - por un segundo se reflejó cierta tristeza en su rostro - Siendo como es, probablemente sentía que se merecía cada uno de aquellos golpes por lo que había hecho - recostándose de nuevo en el sofá, añadió - Fue él quien pidió al muchacho de los Indirel que fuese a por ti. -
Nousis.
E iban ya dos veces en el mismo día que la mirada seria del elfo cruzaba en su mente. Cuando llevaba semanas completamente vacía de él. Era consciente de que él la había encontrado. Sacado de aquel lugar en el que la retenían... y del que apenas era capaz de recordar leves destellos de conciencia. En aquellos días todo en su mente estaba lleno por las vivencias de cómo se habían conocido sus padres, y de la tortura que habían sufrido para acabar con las vidas de ambos.
Apenas un pedazo de carne. Un despojo incapaz de sentir nada que no fuese su dolor interior. Atrapada en su mente...
Él le había tendido su mano por orgullo, y por el mismo orgullo se la había retirado.
Zakath entró sin hacer ruido, con sus movimientos característicos seguido de Ben. Iori no los vio.
- Nousis - escupió la mestiza, con cierto desprecio. Se llevó las manos a la cabeza y apretó las palmas sobre los ojos, siendo evidente la tensión que se acumulaba en su cuerpo.
- Él... la última vez que lo vi estaba rodeado de nieve...- dejó que la mirada de Nousis se diluyese de su mente sin esfuerzo y volvió a cambiar de tema de conversación centrándose en Tarek, hablando a través de las manos que cubrían su rostro. - Sentí que estaba al límite...-
El anciano se cruzó de brazos, quedándose de pie delante del sofá que había frente a Cornelius, escuchando sin interrumpir.
- Te sientes muy a menudo en ese estado? - preguntó Cornelius observándola
Iori se giró entonces para mirarlo con duda en los ojos, y fue consciente de la presencia de los otros dos humanos en la sala.
Miró de manera fugaz a Sango y volvió a centrar los ojos en el elfo.
- ¿Te refieres a esos sueños? ¿Con Tarek? -
Cornelius alzó una ceja interrogante
- ¿Sueños? Qué sueños? - parecía genuinamente interesado
La cara de Iori mostró entonces sí la evidente contrariedad que sentía.
- ¿A qué sentimientos te referías? -
- Dijiste que te sentías al límite y, permíteme que te lo diga querida, pero no es la primera vez en la última hora que lo has estado -terminó la frase dedicándole una sonrisa, como si acabase de decirle algo bonito.
Abrió mucho los ojos, sorprendida, mirando al elfo ahora sin saber qué decir.
- ¿Cuál es tu valoración? - la voz de Zakath sonó fuerte, con su característica vibración llenando el aire. El anciano se inclinó hacia atrás hasta tomar asiento justo delante de Cornelius mientras miraba a su amigo con interés. Cornelius pareció pensárselo un momento, antes de contestar
- Creo que tu pupilo la tiene convenientemente entretenida... o ella a él... o uno al otro... todo depende de la perspectiva desde la que lo veas - dirigiéndole una sonrisa al viejo soldado añadió - Ya podías tomar ejemplo de la generación más joven. Para que digan que solo ellos pueden aprender de sus mayores... El caso es que, querida mía - se dirigió ahora a Iori - por alguna razón cuando nuestro héroe está cerca pareces cuerda y cuando se aleja, te mueves en la delgada línea de la sádica locura. Nada que reprocharte, no después de lo ocurrido y de lo que el chico me contó. Pero tenemos que mantener esa... enajenación controlada hasta que puedan romper la maldición que te ata al libro. -
Iori abrió mucho los ojos, y terminó ladeando el cuello ligeramente para observar a Ben de medio lado. ¿Él la serenaba? Claro que lo hacía. Desde el principio. Las cosas habían ido rápido. No le hizo falta más que un día para sentir que la influencia del Héroe sobre ella era real.
Él le devolvía el calor a su corazón.
Pero, ¿romper la maldición? ¿Eso era lo que Tarek estaba intentando en su viaje desesperado hacia el norte?
Sango se había acomodado en uno de los lujosos sofás mientras escuchaba a Cornelius. Sus ojos fueron hacia Iori mientras sus manos aferraban el pequeño saco que le acababa de dar el veterano maestro. Sacó aire de manera audible cuando escuchó el efecto que Cornelius creía que él tenía sobre ella.
- Es más fuerte de lo que creéis - dijo volviendo los ojos a Zakath y Cornelius.
- Bueno, para aguantar el ritmo que os marcáis, debe serlo - comentó Cornelius ofreciéndole al chico una sonrisa - Aunque mejor no hablemos del tema, no vaya a ser que viejo Zak se sonroje. -
Iori dudaba de que las mejillas de Zakath se hubiesen sonrojado alguna vez. Sango sonrió antes de resoplar. Meneó la cabeza y se cruzó de brazos. Miró a Iori, que seguía junto a la ventana y se mantuvo en silencio un largo rato. La mestiza enganchó la mirada con él, indescifrable, mientras creía ver en la mirada verde algo similar al... reconocimiento, y al orgullo.
- Es fuerte. Ha pasado por cosas que imaginamos pero que no podemos comprender. Y sigue adelante. Y seguirá. Tened por seguro que lo hará. -
Los ojos azules miraron unos segundos a Sango sin decir nada, tras la intervención del soldado. Él la veía así. Iori lo sabía.
- ¿Es eso posible? - preguntó la voz del anciano, aunque Cornelius sabía que no era realmente una pregunta. Se inclinó hacia delante y apoyó una mano sobre su rodilla, mientras que con la otra mano tiraba de la barba de su mentón en gesto pensativo.
- Ben siempre tuvo un poder extraño sobre las personas que tenía a su alrededor. Pero en el estado de Iori excede lo entendible. Lo que Tarek me contó de ella, lo que me has contado tú y... - extendió la mano hacia delante, señalando con la palma abierta a la huesuda figura que permanecía de pie al lado del ventanal. - No coincide - volvió a fijar la mirada en los ojos del elfo.
El elfo lo observó con una ceja alzada
- ¿Qué es, según tú, lo que no coincide entre lo que te contó el chico y lo que te he contado yo? -
- Su autocontrol - apuntó de forma parca. La mirada de Zakath fue significativa. - Con todo lo que me has contado, lo que el chico me contó, no coincide - evitó hacer mención explícita sobre los acontecimientos que habían tenido lugar dentro del templo... y después. Iori se removió inquieta entonces, y clavó la vista en el perfil de Sango, con algo similar a la intensidad de la furia que aquel comentario la hizo sentir.
Los dos mayores lo sabían todo. Desde el principio.
- ¿Autocontrol? - repitió el elfo, alzando de nuevo la ceja - Zak, en este momento carece totalmente de autocontrol. Sea lo que sea lo que está evitando que ahora mismo salga por esa ventana a hacer solo los dioses saben qué, no emana de ella. No he dicho que podamos devolvérselo, he dicho que tenemos que intentar mantenerla lo más estable posible, hasta que Tarek consiga arreglarlo - dirigiéndose a Iori, le habló directamente a ella - Lejos queda de mi intención que te quedes excluida de esta conversación. Creo que es necesario que sepas lo que te sucede, ahora que todavía tienes raciocinio suficiente para asimilarlo. ¿Percibes algún cambio en ti misma cuando te quedas sola? -
Desenganchó los ojos de Sango y los volvió hacia el elfo, apretando en la palma de la mano el anillo. No necesitaba pensar en la respuesta. Lo había hecho la noche anterior, cuando Sango se había quedado dormido pegado a ella, sobre la alfombra ambos, frente a la chimenea.
- Cuando me alejo de el - precisó con voz suave. Cerró los ojos y alzó el rostro hacia el techo, dejando que sus pulmones se vaciaran de aire antes de responder. - No es fácil ponerlo en palabras...-
¿Cómo explicar la magia?
- Llegará el momento en que tengáis que separaros, es inevitable. Tu amado será llamado a filas y tendrá que dejarte atrás por una temporada. Ahora que sabes lo que te sucede, ¿Qué planeas hacer? ¿Vagar por el mundo destruyéndote a ti misma? ¿Quedarte aquí a merced de tu "benefactora"? - la voz del elfo sonaba calmada, pero seria.
Aquella pregunta escoció, y Iori apretó los labios en respuesta. Él, iría a Zelírica. La petición de "ven conmigo" de la primera noche se había transformado en un "Iré solo". ¿Qué le quedaba a ella? ¿Cuales eran los planes originales que tenía antes de darse cuenta de que ahora todo se trataba de él?
Ben jugueteaba con la pequeña bolsa que le había dado Zakath y la observaba deformarse entre sus dedos cuando estos pasaban por ella. El ruido de la mezcla de hierbas del interior contra la arpillera tenía algo familiar.
- Una separación física no implica una separación de lo que uno siente - miró a Iori -. Lo que siento por ella es fuerte. Mucho - luego posó sus ojos en Zakath -. Tanto como para querer preguntarme quién soy en realidad. Si soy la imagen que se ha construido en torno a mí o hay alguien que se esconde detrás - saltó a Cornelius -. Tanto como para querer acompañarla hasta que Tarek encuentre una solución o nosotros mismos le pongamos remedio a esta maldición. -
Acompañarla hasta que Tarek encontrase... ¿Qué quería decir aquello? La mirada de Iori se clavó en él, taladrándolo sin comprender.
Zakath ladeó la cabeza y observó a Sango alzando ambas cejas. Las palabras del Héroe habían captado su atención, pero abrir aquel sendero sería una distracción frente a lo que tenían en aquel momento entre manos.
- ¿Entonces has cambiado sobre tu intención para con los niños de Zelirica? - sonó calmado. Fue entonces la mestiza la que dio un paso hacia delante. Esa era la misma duda que tenía ella en mente, pero no quería aclarar aquello delante de los dos mayores. No quería sentir cómo la chispa de la ilusión se apagaba en ella frente a todos, si de los labios de Ben salía una respuesta negativa.
- No tiene que tomar una decisión sobre ello. No se trata de qué haga él. Se trata de qué haré yo. A dónde iré - intervino, siendo entonces consciente de sus palabras vagamente.
- ¿Sin romper la maldición que te ata al libro? Resultas inestable. Estar cerca de él en una misión puede causar problemas. No solo a las personas que se encuentren allí. A él también. La influencia del Héroe podría quedar en entredicho. Y no estoy seguro de qué elegiría Ben en este momento de su vida, de verse en la tesitura: si lo correcto o a ti. -
Iori frunció el ceño y adquirió una expresión lastimada, apartando la vista de Zakath y mirando a Sango con fijeza. Zakath había interpretado las palabras de Iori como una afirmación absoluta de que lo seguiría. Y el análisis breve y rápido que hizo sobre su presencia junto a él en Zelírica dolió de una forma inesperada. Porque supo que tenía razón.
Ella era problemática para él cuando se trataba de estar con más personas que no fuesen solamente ellos dos.
- Además, tienes un problema ineludible con el poder de los elfos. ¿Qué sucedería si corriera la voz? ¿Si personas que no te aprecien supiesen de esa debilidad? - Se detuvo en sus palabras y miró a Cornelius pensando un instante. - ¿Tú sabes algo de esto? ¿Vuestro don de la curación causando dolor? -
Pero antes de responder, Cornelius le dirigió una dura mirada al soldado cuando habló de "elegir lo correcto"- El único con derecho a decidir qué es lo correcto es el muchacho. No caigas en la hipocresía de dar lecciones de moral -le dijo, poniéndose en pie. Daba la sensación de que ya habían tenido esa conversación antes. Con paso ligero se acercó a la chica.
- No le hagas caso - le dijo - A veces puede ser un viejo amargado - miró de reojo al hombre, antes de dirigirse de nuevo a la muchacha. Mirándola a los ojos, le preguntó - ¿Qué quiere decir con que nuestro don de curación te causa dolor? - extendió las manos, con las palmas hacia arriba, para que la chica colocase sus propias manos sobre ellas - No voy a intentar curarte, solo quiero ver si soy capaz de sentir... algo. -
Sango asintió a Cornelius y luego dirigió su mirada a Iori ignorando de manera deliberada a Zakath. Ya habría tiempo para responderle. Pero no ahora. No era el momento.
- La elfa le puso las manos encima y pese a que mi recuerdo sea vago, pasaron muchas cosas en poco tiempo - se explicó -, me pareció como si Amarie hubiera recibido un ataque - advirtió a Cornelius.
Zakath observó a Cornelius, y aún en la distancia, no pudo evitar esbozar una leve sonrisa en la comisura. Al fin algo que el elfo no sabía. Se dejó caer hacia atrás despacio hasta que su espalda fue acogida por el cómodo sofá de Justine que compartía con Sango.
- Amärie tiene muchos dones. La humildad no es uno de ellos. Se tomó como una afrenta personal la forma en la que Iori reaccionó. Además, por lo que averigüé, reconoció un leve rastro de éter en ti. Una humana. Algo que escapa a su conocimiento no es terreno al que esté acostumbrada - murmuró el anciano, observando con aspecto relajado pero los ojos completamente atentos.
Iori lo miró, sin ser capaz de comprender en qué mundo se movían ambos, el elfo y el anciano soldado como para acumular la ingente cantidad de información que manejaban siempre. Bajó la vista y observó las manos de Cornelius. Reconoció la piel de un guerrero, pero mejor tratadas que las de Zakath. Más finas y, de alguna manera, también más hermosas.
Las relaciones que había tenido con elfos habían terminado en desgracia. Pero Iori no era una persona que dejase que las razas le influyesen en su forma de relacionarse. En el fondo de su corazón todavía residía la educación que Zakath le había dado: hay que valorar a las personas por su acciones y por sus palabras. Cornelius no había hecho nada que mereciese por parte de la mestiza la desconfianza.
Y sin embargo dudó.
La lucha interna se evidenció en sus ojos, mientras mantenía la vista fija en las palmas extendidas frente a ella. Invadida por una súbita resolución, levantó los brazos y se aferró a las manos del elfo como si fuese un náugrafo a merced de las olas. Cerró los ojos y contrajo el cuerpo, abandonándose por un instante a lo que los dioses quisiesen de ella.
El elfo observó la turbulencia de sentimientos que se reflejaron en los ojos azules de la chica. Por un momento no pudo evitar pensar en Eithelen. La vio encogerse cuando, con una resolución más propia de la desesperación que de la convicción, colocó sus manos sobre las suyas. Nada sucedió, como era de esperar. El rastro de éter era sutil pero claro en ella. El contacto con su especie no parecía ser el problema, tenía que haber algo más.
- Decís que se produjo una convulsión cuando la sanadora posó sus manos sobre ella para curarla - agarró las manos de la chica con delicadeza y las giró entre las suyas para ver las palmas - Pero no es el contacto lo que genera el rechazo. Por lo que veo, atendiendo a las pequeñas cicatrices, tampoco es la curación en si lo que produce el efecto. Es la magia élfica -avanzó un poco las manos, para tomar las muñecas de la chica y notar su irregular latido - Probablemente se deba a la maldición del libro. El pago se hizo a través de la magia de mi pueblo. Probablemente el hechizo rechace cualquier tipo de curación élfica, como medida para evitar que se rompa el contrato. Piensa en una barrera mágica - le dijo a la chica - Un obstáculo. Si se hizo con runas Inglorien, solo ellos podrán romperlo - tras unos segundos añadió con una sonrisa ladina - Eso no significa que no podamos hacer algo para mitigarlo. Tu padre siempre decía que no se bebería ninguno de mis brebajes si no estaba al borde de la muerte. Pero en más de una ocasión acabé por salvar su orgulloso trasero de acabar empalado... ya me entiendes, empalado de la forma menos divertida - guiñándole un ojo a la chica, soltó su brazos
Entreabriendo los ojos muy poco, la mestiza observó los gestos que sentía sobre su piel. La mención a su padre la hizo volver a fruncir el ceño, en un leve gesto de molestia, pero sin tener tiempo de lanzar la pregunta que llenó entonces su mente.
- ¿Crees que volvería a suceder? Si usas tu poder en ella - precisó Zakath, adelantándose a todos con aquella pregunta.
Cornelius miró al soldado, por tercera vez, con una ceja alzada
- Espero que no estés insinuando que lo intente. Por que no va a pasar - tomando de nuevo a la chica por una mano con delicadeza, la guio hasta el sillón en el que había estado sentado poco antes. Tomando asiento frente Zakath, más bien recostándose como si estuviese en su casa, añadió - Suéltalo ya Zak. Se te da fatal ponerte misterioso y a mí aún peor saber que desconozco algo. -
La mestiza miró a Zakath, con la sombra de la comprensión en sus ojos.
- ¿Tenemos certeza de que todos los elfos la afectan de la misma manera? Eres el único de tu raza que camina sobre la tierra que puede llegar a sentir un mínimo de afecto hacia Iori. Tarek se llevó a morir con ella. El otro elfo, Nousis, le dio la espalda en su momento más bajo. Amärie está engullida por su ego. Desconozco qué otros cruzaron su camino con ella. Eres bienintencionado por la relación que compartías con su padre. ¿Podría eso marcar la diferencia? - argumentó con calma analítica.
El elfo miró a la chica de Zakath, antes de suspirar - Humanos - murmuró - ¿De verdad creéis que el afecto es un factor en esto? El amor no atraviesa barreras y rara vez salva vidas - negó con la cabeza antes de continuar - He visto a elfos curar a gente a la que odiaban y os prometo que no sufrieron ninguno de los síntomas que habéis descrito. Tarek es nefasto curando, da gracias que nunca lo intentase. El chico fue criado para ser un asesino, no un sanador. El muchacho de los Indirel esta cegado por el orgullo, pero ni siquiera él es tan diestro como para hacer algo así. Y la sanadora... no la conozco personalmente pero, ¿Qué podría ganar de hundir su propia reputación? Eso contando con que sea excepcional en su trabajo, lo cual permitidme poner en duda. Pocos son los que tienen su habilidad y ninguno de ellos está fuera de las fronteras de Sandorai. -
- Esta magia de la que habláis suena peligrosa, demasiado como para que los elfos se vean involucrados en ella. No tiene ningún sentido, tiene que haber brujería oscura, ancestral - se cruzó de brazos -.Conozco una elfa de gran habilidad y con gran renombre y con la que, gracias a los Dioses, me crucé en uno de mis peores momentos - giró la cabeza hacia Zakath -. En el Campamento de Cantún - volvió la mirada a Cornelius -. Sin embargo hace tiempo que no sé nada de Níniel. Pero volviendo a lo que comenté antes y siendo esta magia tan fuera de lugar para los elfos, ¿estás seguro de que una seidr no podría sernos de ayuda? -
Cornelius echó los brazos por encima del respaldo del sillón - Podéis intentarlo, pero la magia de los brujos no suele combinar demasiado bien con la de los elfos. Además, se trata de algo relacionado con runas, un arcano sería más útil, siempre que fuese capaz de acceder al libro y leer las runas. El hechizo, maldición o queráis llamarlo no reside en Iori, sino en el objeto sobre el que se realizó el contrato. -
Sango se sintió fuera de lugar. Gruñó, incómodo, por su altísimo nivel de ignorancia. Descruzó los brazos y los dejó caer a ambos lados. Miró a Iori.
- Si el libro se rompe, el contrato desaparece, ¿no? - Cornelius le dedicó una sonrisa
- Es una forma de resumirlo, pero yo no intentaría atacarlo con una espada. Quizás salgas escaldado. Es algo más complicado. -
- Bah - bufó antes de echarse hacia delante -. Supongo que ese libro estará protegido con brujería. ¿No hay forma, humanamente posible, de desafiar esa hechicería? -
- Deben romperse las runas con otras que las contrarresten... y solo puede hacerlo un Inglorien. A nosotros solo nos queda esperar y mantener a Iori lo más estable posible hasta que lo consigan. -
Se echó hacia atrás y volvió a juguetear con la pequeña bolsa entre sus manos. Tenía la mirada perdida y el pensamiento revolucionado. Solo un clan era capaz de revertir la maldición. Él conocía el nombre de una persona de ese clan, no en vano, ya habían mencionado su nombre varias veces. Había una posibilidad. Sus ojos, entonces, se posaron en los de Cornelius y curvó ligeramente los labios sin decir nada más.
Y todo seguía dando vueltas de manera insistente hacia la misma figura que había causado su perdición. Veneno y antídoto todo en uno.
- Tarek - murmuró Iori, tras haber escuchado los últimos comentarios. Alzó los ojos hacia Cornelius, tras haber observado a Sango y la extraña bolsa largo rato. - ¿Dónde? -
- Como te dije antes en el patio, no lo sé. Me aseguré de hacerle prometer que jamás me lo diría. Puedo contactar con él, si así lo deseas. Pero no te aseguro una repuesta pronta. -
- Quiero decir, la maldición. Dijiste que está buscando la forma de romperla. Sus runas - le costaba articular oraciones más completas con toda la vorágine de información que estaba tratando de ordenar.
El elfo apoyó los codos sobre sus piernas, acercándose un poco más a ella.
- Las perdió, ¿recuerdas? Fue su pago. Ha ido a buscar a alguien que pueda hacerlo por él - tras unos segundos añadió - Hasta hace unos días esperaba que nadie pudiese hacerlo. Esas runas solo le han traído desgracias y su ausencia, la búsqueda de una solución, lo mantendrían lejos de estas tierras. Ahora veo que es imperativo que lo logre cuanto antes. -
Claro que lo recordaba. Ella había estado allí cuando sucedió. Pero la confusión no le estaba permitiendo expresar bien sus intenciones. Respiró, intentando llenar sus pulmones de aire profundamente antes de volver a hablar. Iori negó con la cabeza a lo primero que dijo Cornelius, para pasar a mirarlo con los ojos muy abiertos a lo siguiente. - ¿Por qué? ¿Y cómo? -
- ¿Culpabilidad? Conozco al chico desde pequeño, pero no sabría decirte qué lo ha llevado a buscar con tanto ahínco. Si lo hace por ti o por él, es algo que desconozco. Pero el chico que abandonó hace unos meses mi establecimiento no era el mismo que llegó allí antes de partir a isla Tortuga - pareció recapacitar un instante sobre su segunda pregunta - No lo sé. No sé como va a hacerlo. Su última misiva era demasiado críptica, por si era interceptada. Ha encontrado a alguien, de eso estoy seguro. Pero no sé a quién. -
Iori clavó los ojos en Cornelius pero fue Zakath quién habló.
- Dejas más preguntas que aclaraciones en su mente Lius, pero creo que deberéis de dejar esa conversación para otro momento. Otros asuntos requieren de nuestra atención ahora, y, quizá, esas circunstancias se concreten en problemas en el futuro - introdujo la voz serena de Zakath. Hizo una leve pausa, asegurándose de que tenia la atención de todos. - La información sobre los Hesse fue muy bien recibida por los actuales altos mandos. Especialmente uno de ellos. El décimo tercer capitán estaba especialmente interesado. - Miró a Sango con intensidad, sabiendo que lo iba a reconocer. - Jules. Proveniente de la familia Muller. Hermano de una de las prometidas de Dominik - una de las muchas y que habían fallecido de manera extraña antes del enlace.
Dejó que sus palabras calasen hondo.
- Con la documentación encontrada por Cornelius esta mañana a primera hora se dirigió con un pequeño grupo de soldados a su residencia. Todo legal desde luego, pero aun con la justicia cómo estandarte temo que el capitán Jules tenga demasiados asuntos personales en la causa. Además…- suspiro extendiendo ambos brazos por encima del respaldo del sofá, estirándose cuan largo era. - Hubo complicaciones durante el registro de la propiedad y del arresto.-
Iori casi agradeció la intervención de Zakath, siendo consciente de que en aquel momento no estaba en condiciones para seguir preguntándole nada coherente a Cornelius.
El Héroe giró la cabeza al reconocer el nombre de Jules Muller. El capitán Karst, que había sido su oficial durante toda su estancia en La Guardia, no tenía buena opinión de él. De pocas personas podía hablar bien aquel viejo bastardo.
- ¿Qué pasó? - preguntó con moderado interés -. Escuché alguna cosa sobre él pero la fuente no es que sea muy fiable - sonrió levemente esperando que Zakath entendiera de quién hablaba.
El viejo soldado miró con un brillo de comprensión a su discípulo y ahogó una sonrisa de suficiencia fácilmente, debido a la seriedad de los hechos.
- Hesse padre, Arno, parece haber sufrido un ataque al corazón. Se encuentran en dependencias medicas pero muy inestable. No puedo asegurar de que se deba únicamente al sobresalto de las acusaciones, unido al duro golpe recibido ayer. En cuanto a Dominik… huyó cuando iba a ser apresado. Escapó y se encuentra en paradero desconocido ahora mismo -
Y aquello, sin necesidad de saber más, significaba problemas en la mente de Iori.
Ben frunció el ceño. Que alguien se escapara en un arresto no era algo bueno, menos aún para ellos. Resopló.
- Al final Karst va a tener razón - murmuró Sango -. Zakath - dijo en voz alta -, ¿ese Dominik supone una amenaza para nosotros? - sus ojos se posaron en Cornelius y luego en Iori -. Quiero decir, su rápida caída en desgracia se debe a nosotros - dijo volviendo a posar los ojos en los de su mentor.
Los ojos verdes se estrecharon, y miró unos segundos de frente a Cornelius, sabiendo que el elfo entendía dos pasos por delante de lo que los humanos comunes hacían.
- Por si solo no. Ambos estáis bien entrenados. Aun en la condición física de Iori actualmente sería quien de incapacitarlo de varias maneras. El problema viene de sus contactos. Gente enlazada al apellido Hesse por lealtad de generaciones. Y por su desesperación. Huir lo ha convertido en un prófugo. Y todos sabemos lo que hace un animal acorralado cuando cree que no le queda ya nada que perder. Apellido manchado, orden de captura, acusación formal en un juicio, bienes incautados… ¿le queda algo a ese muchacho por lo que luchar en la legalidad? Siendo como parece ser, una persona interesada, mezquina y visceral, creo no equivocarme si pienso que estará moviendo los hilos que tenga a su alcance para resarcirse de todo lo que ha perdido en un día.-
Iori comenzaba a comprender. Qué era lo que sucedía cuando las personas implicadas tenían tanta influencia. Lo había visto con Hans. Con Justine. Ahora con los Hesse. Nunca era un uno a uno. Ese tipo de personas siempre tenían a su espalda decenas de sombras de las que disponer. Relacionadas con ellos por lealtad o dinero. Pero que puestas en una balanza desequilibraba las cosas.
¿Qué tenía ella? Si la sombra de aquella amenaza era cierta, una simple campesina sin influencia tenía las cosas complicadas... En la angustia que la recorrió no fue capaz de pensar que su entorno había cambiado entonces. Que ya no estaba sola. Que no era una simple huérfana criada por la caridad de un soldado retirado.
Sango se cruzó de brazos y se miró la puntera de las botas durante un largo rato en silencio. No tardó mucho en resolver que era lo que debía hacer.
- Puedo localizarle - dijo sin apartar la mirada de las botas -. Y luego, una vez sepa donde está - alzó la vista hacia Iori y detuvo lo que iba a decir. Giró la cabeza hacia Zakath -. Una vez sepa donde está, podré llevarle ante la justicia. -
Ben.
La amenaza implícita en su forma de hablar dejó a Iori con la boca abierta un instante. No quería aquello para él. No quería arrastrar al Héroe a aquel fango.
Zakath bajo el mentón y se incorporo hasta situar los codos sobre las rodillas.
- Seria deseable evitar esta situación, pero no está ya en nuestras manos. Dominik está suelto, y es potencialmente peligroso. Para la señora de la casa y los cuatro que estamos aquí. - ladeó la vista y miró a Sango. - Agradecería que tu también te pusieras en marcha. Todavía desconocemos a qué profundidad de Lunargenta tenían los Hesse engarzadas sus raíces.-
- Habla por ti - contestó Cornelius a las funestas palabras del soldado - Dudo que el renegado noble sea capaz siquiera de acordarse de mi cara. Ya sabes, todos los elfos somos iguales - añadió, guiñándole un ojo a Iori
La mirada azul se había teñido de preocupación por las palabras de Zakath, sensación que no se relajaba al ver la tranquilidad con la que los tres varones estaban reaccionando. Y todo por su culpa.
- Lo siento…- susurró entonces, clavando la vista en Sango. - Lo siento…- volteo a mirar a Cornelius, aunque la forma relajada y simpática que tenia el elfo de hablar solo la hizo sentir peor. - Buscaré una solución. Lo arreglaré. Encontraré a Dominik. - se levantó rígida e inclinó ligeramente la cabeza frente al elfo. - Me gustaría… desearía poder continuar con la conversación en otro momento, si es posible - habló con cautela, intentando no perder la oportunidad de preguntarle más cosas a Cornelius, pero con la cabeza ya algo lejos de aquella habitación. El elfo le dedicó una sonrisa ladina
- Claro, cuando quieras, querida. Pero solo si me prometes que no irás buscar, ni sola ni acompañada, al tal Dominik. -
¿Qué? ¿Cuál era la razón? La mestiza se quedó anonadada.
- No irás a ninguna parte, Iori - dijo clavando sus ojos en ella -. Al menos hasta que sepamos por dónde se mueve ese bastardo - se incorporó casi imitando la posición de Zakath -. Iremos, después, a ver a la dama Justine pues así nos lo han pedido - añadió tranquilo.
Zakath resopló con suavidad, sin añadir nada. Siendo el único de los tres que la conocía lo suficiente como para saber que palabras de aquel tipo caerían en vacío.
Los ojos azules se fueron abriendo más y más con cada palabra que escuchaba. Primero Cornelius, luego Sango, mirándola fijamente. Y aunque Zakath no añadió nada, la forma que tuvo de observarla le hizo sentir que estaba sola en aquello. Completamente alineado el viejo soldado con los otros tres varones.
¿Pensaban que tenían capacidad para decidir algo así por ella pero sin ella? Apartándola de cualquier posible acción sin hablarlo. Una parte profunda en la mente de Iori comprendía que alguien de su perfil, sin experiencia, sin contactos, desconociendo la enorme extensión de Lunargenta no sabría ni por dónde comenzar. Pero no era eso, se decía a si misma, el motivo principal.
Querían mantenerla ajena al conflicto. Alejada y escondida en aquel precioso palacete de mármol y cristal. El hecho de que aquellas palabras saliesen de sus bocas ya decididas, anulando para ella su capacidad de decisión pusieron su sangre al punto de la lava.
La ira que nació en ella la sacudió mientras apretaba los puños a ambos lados de las piernas.
- Por supuesto - siseó. Dura. Gélida. Entre dientes.
Paseó la mirada iracunda entre los tres y se detuvo un segundo más en Sango, antes de salir emanando furia de aquel lugar.
Zakath suspiró a su marcha.
- Eso, es un por supuesto que no. Pero ha sido capaz de evitar lanzar sus quejas en voz alta, como haría la Iori normal. - ladeó la vista y miró a Ben. - Realmente influyes sobre ella - apuntó, reconociendo el hecho de cómo él parecía serenarla.
Tarek. El anillo. La inscripción que ninguno podía descifrar.
La maldición que él estaba buscando romper.
El caos de su mente apenas le dejó valorar en condiciones lo que Ben hacía por ella.
El cómo la cuidaba. La forma en la que le regalaba su paciencia. Meneó la cabeza, alejando por un instante los demonios de su mente al clavar los ojos en él. Mirar a Ben la hizo sentirse ligeramente mejor.
-......Ben...- susurró bajito, sin fuerza en la voz tras la última intervención de Cornelius. Alzó los brazos buscando su cuello, pero apenas había rozado los hombros del guerrero cuando pareció cambiar de opinión. Frunció el ceño y se giró de medio lado, notando la presión de la breve conversación sobre ella.
El anillo era pequeño y ligero, pero pesaba en la mano de Iori con la fuerza de siete vidas.
- Es de ella - murmuró con el puño cerrado con fuerza sobre la menuda joya. - Sé que es de ella. Pero, ¿Cómo? ¿Cómo lo tenía Justine? -
No había lugar a la duda. Reconocía la forja, similar al anillo de Eithelen. Era su alianza gemela. Estaba segura de ello. Al igual que estaba segura de que había sido el propio líder Inglorien quien había creado la joya y marcado con la inscripción la talla por dentro.
Ben asintió levemente mientras miraba sus hombros. Comprendía que si aquel anillo era de Ayla, era porque Hans se lo había arrebatado después de que los elfos cometieran un asesinato tan terrible contra la mujer. Que estuviera en poder de Justine solo podía explicarse de esa manera.
- Eran amigas, ¿no? Quizá se lo dio para que lo guardara - dijo sin apartar la vista -. Pero, podrás preguntarle después. Según me dijo Charles, Justine quiere tomar el té - añadió dando un pequeño paso hacia ella.
Los ojos azules estaban clavados en la joya, permaneciendo allí largo tiempo. Las palabras de Ben podían tener sentido.
Si aquella joya era portada por Ayla cuando los Ojosverdes los encontraron... Era perfectamente capaz de visualizar a Hans llevándose consigo, escondido en algún bolsillo, algo que perteneciese a la muchacha. Imaginó, por un segundo al humano acercándose a una de las manos cercenadas, tomándola para sacar de un dedo frío y rígido la joya que su padre había forjado para ella.
El coletazo de la náusea la sacudió desde dentro.
- Ben...- lo llamó, sin alzar la cabeza y dando un paso hacia él. Tenía la cabeza inclinada hacia abajo, observando el anillo en su mano, pero era fácil ver en ella la expresión de dolor presente en su rostro. - No sé cómo...- farfulló. Apartó la vista y cerró los dedos con fuerza sobre el metal, escondiéndolo a la vista de ambos. Clavó los ojos en la lluvia que caía en el jardín.
Unas cuantas frases intercambiadas con el elfo, y sentía que su mente la alejaba de allí. De él.
Sentía cómo la ira y la desesperación de lo ocurrido la sumían de nuevo en el mundo de venganza que llevaba meses recorriendo. Solo que ahora, en aquel momento, Iori ya no quería regresar a aquel descarnado lugar. Al abrazo de la soledad. Ya no encontraba placer en lo frío. En el lastimar y lastimarse.
- No sé a dónde me llevará este camino. Cornelius sabe muchas cosas. Justine también. Tengo miedo de que, tengo miedo de... - tomó un segundo para centrarse. - No quiero que lo que haya podido suceder en el pasado me aparte del futuro que quiero, contigo. Pero no sé cómo reaccionaré... desde que salí de aquel templo yo ya no soy yo ¿entiendes? - alzó la vista con urgencia y lo miró, buscando la conexión en sus ojos. - Hay algo en mí que no está bien. No quiero que esa parte me aleje de ti... -
Ben se removió en el sitio, afectado por la expresión de angustia y dolor que veía en el rostro de Iori. Alzó las manos y las posó sobre sus hombros ejerciendo una ligera presión oscilante con los dedos.
- ¿Qué crees qué nos puede apartar? - preguntó con la vista fija en Iori -. ¿Qué es lo que teme tu corazón? -
Tardó en contestar, aunque sus labios se abrieron en un par de ocasiones. Sin encontrar palabras.
- Mi locura.- reconoció al final. Incapaz de añadir más explicación a todo el caos y destrucción que habitaba dentro de ella.
Eran dos palabras que Ben no esperaba en absoluto y que le hizo reflexionar mientras permanecía quieto como una estatua. Los recuerdos de su reencuentro en una taberna de Lunargenta y lo que desembocó en la muerte de Hans había sido en su opinión, la manera de que Iori pudiera curarse. Él la había ayudado durante todo el camino. Pensó que la ayudaría a sanar, a encontrar una versión mejor de ella misma, lejos del deseo de autodestrucción, lejos de la imprudencia, de la locura que era su vida. Y en ese camino que emprendió junto a ella, descubrió que había otra persona escondida bajo la armadura de Héroe que le habían colocado. Una persona que sólo ella le había hecho ver que existía.
-No...-
Una persona que le hizo comprender que para él también podía haber una vida más allá de la punta de una espada, de los embarrados o polvorientos caminos, de los camastros y las noches al raso, botas rotas y noches de terror aguardando un asalto.
-No...-
La que le había hecho ver que más allá del fuego del campamento, el alma y el corazón también podían arder; que la soledad en la que había estado hasta el momento era algo autoimpuesto, estuviera más o menos influenciado por las etiquetas que le colgaran; que había un futuro incierto para él y no la certeza de la muerte en combate.
Y todo eso lo había descubierto junto a ella y sabía que aún le quedaba un sinfín de cosas que aprender sobre sí mismo y que sólo sabría de ellas junto a Iori. Así lo sentía. Y así quería hacérselo saber.
- Iori, no - su voz sonó fatigada -. Estamos juntos - se dio cuenta de que apretaba con fuerza sus hombros -. Y lo seguiremos mientras esa sea nuestra voluntad - se humedeció los labios -. Iori, por escasas que sean las fuerzas, por oscuro e intransitable que sea el camino, por los sinsentidos que se presenten, solo recuerda - soltó sus hombros y Ben tiró de una de sus manos para posarla sobre su pecho donde su corazón golpeaba con fuerza - Que el camino lo recorremos juntos. Solo recuerda que te quiero. -
Ah, sí, allí estaba.
La destrucción de todo lo que ella creía real en su mente. En quién era ella.
Ben, hablando con suavidad y mirándola con fuerza. Acercándose con serena belleza a su puerto y haciendo que estallase la tormenta con unas sencillas palabras.
Dos en concreto.
Y aún así, Iori siempre preferiría la tormenta en sus labios que cien años de calma.
Se mantuvo en silencio y observó la mano que él mismo había colocado sobre su pecho. La mestiza dio un paso. Otro. Se fundió pegándose por completo al cuerpo de Ben. Apoyó la frente justo entre las clavículas del pelirrojo, y terminó deslizando la mano bajo la que había notado el corazón del guerrero.
El de Iori latía con una fuerza y velocidad tan apremiantes que imaginó que él podría notarlo cuando lo ciñó de la cintura, haciendo más presión en el contacto de sus pechos unidos.
- No dejes que me diluya Ben. No quiero volver a ese lugar. Ese estado que me arrebata lo que soy. Contigo, en estos días yo... - respiró de forma pesada. - Quiero ser lo que soy contigo. Quiero sentir lo que siento contigo. - Alzó el mentón para mirarlo, mientras tomaba al guerrero de la mejilla. El dolor había desaparecido de la mirada azul. Ahora había algo similar a un ruego.
- Prefiero morir, que mi vida termine antes de volver a ser lo que era sin ti -susurró mirándolo a menos de un palmo de distancia.
- Eso no ocurrirá. El abismo quedó atrás hace tiempo - le apartó unos mechones de la frente, más como excusa para tocar su rostro -. Viviremos muchos años y veremos los inviernos suficientes como para que nuestras cabezas puedan recordar el inicio del camino y nuestros corazones brillen con la misma intensidad con la que lo hacen ahora - buscó sus manos para cerrarlas entre las de él -. Por mi vida que no permitiré que vuelvas a estar sola jamás.-
- Si yo me perdiese de nuevo Ben, si tú vieses que ya no soy yo, por favor, por favor...- la mirada azul parecía en aquel momento torturada. Bajó la vista, buscando las palabras, y fue entonces cuando percibió una sombra en el suelo.
Levantó la cara y observó, por encima del hombro de Ben, a lo lejos, la figura de Zakath. El anciano los observaba con los brazos cruzados, y sobre los hombros la chaqueta de gala de los altos mandos de la Guardia.
La mestiza calló. Se mordió el labio inferior y apoyó por un instante la frente en las grandes manos con las que Ben rodeaba las suyas.
- Será mejor que no los hagamos esperar - murmuró antes de deslizarse... Ben quedó atrás, firme como una montaña frente a la tempestad que eran los sentimientos de Iori.
- Sólo recuerda que te quiero. - la golpeó de nuevo con esas palabras. La ató cada vez más firme y de forma estrecha a él, de una manera que ni el Héroe se imaginaba. El peso de aquellas palabras era a la vez condena y liberación.
Iori había apurado el paso, dejándolo atrás y fijando los ojos en el pecho de Zakath mientras se aproximaba al anciano, pero evitando hacer conexión con su mirada. Pasó de largo al lado de Zakath para internarse en el salón por el que antes había cruzado Cornelius y él, dejando ahora a ambos soldados solos en el gran pasillo. El anciano observó con una ceja ligeramente enarcada a Ben mientras este se aproxima, a un paso más lento que el de ella.
- Maestro - Ben se detuvo frente a Zakath y se llevó el puño al pecho a modo de saludo -. Vienes de gala - observó Sango.
El anciano llevaba puesto el atuendo de las altas ocasiones de la guardia, pero la chaqueta de tres cuerpos abierta y cubriendo los hombros sin enfundar en ella los brazos le conferían aquella apariencia alternativa que había caracterizado buena parte de su carrera militar.
- Estuve en los cuarteles generales. Tengo noticias importantes - bajó ambas cejas y clavó la mirada en Sango, de la manera que solía usar cuando quería ver más allá de lo que el Héroe decía.
- ¿Solo para mí? - Ben desvió la mirada hacia Iori.
El vestido verde que cubría a la delgada figura no volvió la vista atrás, cuando cruzó el umbral de la sala en la que ya estaba el elfo.
- Realmente son para ella. Pero asumo que ahora lo que tenga que ver con Iori también lo hace contigo - lanzó con un tono inquisitivo en la voz.
Ben giró lentamente la cabeza hacia Zakath. Frunció un instante el ceño y su rostro pasó de la seriedad a la incomprensión y vuelta a la seriedad.
- ¿Hay algo malo en que me preocupe lo que le pasa a ella? -
- Ben - pronunció su nombre mirándolo con infinita paciencia en los ojos, en el instante en el que se quedaron solos.
- Zakath - respondió Sango con cautela - ¿Qué quieres saber? Nunca hubo secretos entre nosotros, y si los había, bueno, ya te encargabas de que salieran a la luz - esbozó una ligera sonrisa -. Pregunta sin rodeos. -
El anciano alzó los ojos un instante, observando por encima de Ben a la lejanía y ahogando una leve risa.
- En este caso no hay mucho espacio para las preguntas. Nunca había visto a nadie deshacer en menos de una semana algo que yo construí con tanto cuidado durante años. Sea Ben, lo que vosotros y los Dioses parecéis querer - concedió entonces, volviendo a mirar a los ojos verdes del Héroe.
- ¿Por qué parece que te molesta? Es algo que no entiendo, Zakath. En lugar de ver el bien que nos hacemos el uno al otro prefieres enfocarlo como si hubieras fallado en algo. Deberías alegrarte por ella y por volver a verla sonreír - suspiró y cerró los ojos -. Zakath, maestro, podemos, si quieres, seguir con esto después. -
Sonrió de medio lado y cerró los ojos, negando con la cabeza. Extendió la mano hacia el pelirrojo y la apoyó en su hombro, en un gesto paternal que contadas veces había demostrado con él.
- No es necesario hablar nada. Sois suficientemente mayores. - Metió la mano libre en un bolsillo interior y extrajo una pequeña bolsa de yute bien cerrada. - Ten, por si tus reservas de té de luna se agotan en un mal momento - le entregó el bulto y buscó en sus ojos, manteniendo la sonrisa zorruna en la comisura de los labios. - Confío que no tengas dudas de cómo usarlo -
Hacía años desde la primera vez que le había explicado a un joven Sango la utilidad y los usos del té de luna. De aquellas era otra muchacha la que compartía las noches con él en la cama.
Con la bolsa en sus manos y las palabras té y luna Ben se quedó paralizado por tercera vez esa mañana. Asintió levemente tras los primeros segundos y aferró con fuerza la bolsa.
- Deberíamos entrar - dijo.
Mientras ambos humanos compartían aquellas palabras, Iori había cruzado el umbral. Se encontró con Cornelius en el interior. Los ojos de la mestiza eran un caos de preguntas e indecisión, cuando se acercó a uno de los grandes ventanales, insegura sobre si sentarse o no.
La tranquilidad con la que el elfo la miraba la sacudía más por dentro. De alguna manera, sentía que tras aquella sonrisa socarrona y el brillo divertido en sus ojos, Cornelius era capaz de ver cosas en ella que se afanaba en controlar. La información era poder, y sin duda él sabía muy bien cómo trabajarla. Incluso cuando no mediasen las palabras.
No apartó los ojos de la lluvia, tratando de serenarse.
- Él nunca quiso hablarme de Eithelen - comenzó insegura, sin ser capaz todavía de organizar su mente.
Cornelius la observó, sin acritud
- Te diría que no es nada personal, pero ambos sabemos que no es cierto - comentó con voz calma - Rara vez habla de Eith, incluso conmigo. Es un tema doloroso para él. Que seas humana, al menos en aspecto, probablemente tampoco propiciase su buena voluntad - echándose hacia adelante, apoyó los codos sobre las rodillas - Todos creímos lo que esos malditos sureños nos contaron, que Eithelen había muerto a manos de humanos. Tarek más que nadie. -
Iori pensó, por un instante, el odio que anidaba en su interior y le comía las entrañas desde que se había enterado. Una furia ciega la había guiado por caminos en los que deformó todo lo bueno que había en ella con el único objetivo de hacer sufrir y terminar con la vida de los implicados en la caza a sus padres.
Ella, que ni tan siquiera albergaba amor por sus padres.
Que no había podido desarrollar un cariño real basado en el tiempo y en la convivencia.
Algo que Tarek sí había tenido, sí había disfrutado.
Creyó entonces, atisbar, por primera vez, cómo sería sentirse en los pies del joven elfo. Cómo lidiar con el sentimiento de saber que la muerte de su padre se debía a manos humanas. ¿Hubiera ella procedido de la misma manera? ¿Habría tachado a toda una raza por el mal cometido por unos pocos?
Lo dudaba.
Zakath había marcado en ella hondas pegadas de su personalidad. Medir a la gente por sus acciones y sus palabras era una de sus máximas. Por eso a Iori le costaba tanto entender aquel tipo de pensamientos absoluto. El odio de Tarek a los humanos. El odio de Nousis a vampiros y brujos. Reprimió una mueca al pensar en este último.
Apretó los labios, mientras en su mente cruzaban fogonazos de momentos compartidos con Tarek. La extraña conexión que los unía desde el templo.
Lo que ella había pensado en un inicio que eran sueños inconexos, había comprendido con el tiempo que eran visiones de momentos que estaba viviendo el elfo en otro lugar, muy lejos de allí. Recordaba las escenas en las que lo había sentido en peligro. Y el cómo todo en ella se revolvía y clamaba por ponerse en marcha e ir a su encuentro.
Ayudarlo. Ponerlo a salvo.
Y eso que ella misma había explotado en los últimos minutos que compartieron juntos. Buscando más que nunca causarle la muerte que el elfo llevaba queriendo para ella desde el momento en el que se conocieron.
De nuevo caos.
- Yo pensé... pensé que lo había matado en el templo. Lo golpeé hasta que no fui capaz de levantar los brazos - Saltó de manera desordenada, sin ser capaz de seguir ninguno de los hilos de pensamientos que se agolpaban en su mente. Aquella confesión, en aquel instante, la avergonzaba.
- No me dijo quién lo había golpeado - por un segundo se reflejó cierta tristeza en su rostro - Siendo como es, probablemente sentía que se merecía cada uno de aquellos golpes por lo que había hecho - recostándose de nuevo en el sofá, añadió - Fue él quien pidió al muchacho de los Indirel que fuese a por ti. -
Nousis.
E iban ya dos veces en el mismo día que la mirada seria del elfo cruzaba en su mente. Cuando llevaba semanas completamente vacía de él. Era consciente de que él la había encontrado. Sacado de aquel lugar en el que la retenían... y del que apenas era capaz de recordar leves destellos de conciencia. En aquellos días todo en su mente estaba lleno por las vivencias de cómo se habían conocido sus padres, y de la tortura que habían sufrido para acabar con las vidas de ambos.
Apenas un pedazo de carne. Un despojo incapaz de sentir nada que no fuese su dolor interior. Atrapada en su mente...
Él le había tendido su mano por orgullo, y por el mismo orgullo se la había retirado.
Zakath entró sin hacer ruido, con sus movimientos característicos seguido de Ben. Iori no los vio.
- Nousis - escupió la mestiza, con cierto desprecio. Se llevó las manos a la cabeza y apretó las palmas sobre los ojos, siendo evidente la tensión que se acumulaba en su cuerpo.
- Él... la última vez que lo vi estaba rodeado de nieve...- dejó que la mirada de Nousis se diluyese de su mente sin esfuerzo y volvió a cambiar de tema de conversación centrándose en Tarek, hablando a través de las manos que cubrían su rostro. - Sentí que estaba al límite...-
El anciano se cruzó de brazos, quedándose de pie delante del sofá que había frente a Cornelius, escuchando sin interrumpir.
- Te sientes muy a menudo en ese estado? - preguntó Cornelius observándola
Iori se giró entonces para mirarlo con duda en los ojos, y fue consciente de la presencia de los otros dos humanos en la sala.
Miró de manera fugaz a Sango y volvió a centrar los ojos en el elfo.
- ¿Te refieres a esos sueños? ¿Con Tarek? -
Cornelius alzó una ceja interrogante
- ¿Sueños? Qué sueños? - parecía genuinamente interesado
La cara de Iori mostró entonces sí la evidente contrariedad que sentía.
- ¿A qué sentimientos te referías? -
- Dijiste que te sentías al límite y, permíteme que te lo diga querida, pero no es la primera vez en la última hora que lo has estado -terminó la frase dedicándole una sonrisa, como si acabase de decirle algo bonito.
Abrió mucho los ojos, sorprendida, mirando al elfo ahora sin saber qué decir.
- ¿Cuál es tu valoración? - la voz de Zakath sonó fuerte, con su característica vibración llenando el aire. El anciano se inclinó hacia atrás hasta tomar asiento justo delante de Cornelius mientras miraba a su amigo con interés. Cornelius pareció pensárselo un momento, antes de contestar
- Creo que tu pupilo la tiene convenientemente entretenida... o ella a él... o uno al otro... todo depende de la perspectiva desde la que lo veas - dirigiéndole una sonrisa al viejo soldado añadió - Ya podías tomar ejemplo de la generación más joven. Para que digan que solo ellos pueden aprender de sus mayores... El caso es que, querida mía - se dirigió ahora a Iori - por alguna razón cuando nuestro héroe está cerca pareces cuerda y cuando se aleja, te mueves en la delgada línea de la sádica locura. Nada que reprocharte, no después de lo ocurrido y de lo que el chico me contó. Pero tenemos que mantener esa... enajenación controlada hasta que puedan romper la maldición que te ata al libro. -
Iori abrió mucho los ojos, y terminó ladeando el cuello ligeramente para observar a Ben de medio lado. ¿Él la serenaba? Claro que lo hacía. Desde el principio. Las cosas habían ido rápido. No le hizo falta más que un día para sentir que la influencia del Héroe sobre ella era real.
Él le devolvía el calor a su corazón.
Pero, ¿romper la maldición? ¿Eso era lo que Tarek estaba intentando en su viaje desesperado hacia el norte?
Sango se había acomodado en uno de los lujosos sofás mientras escuchaba a Cornelius. Sus ojos fueron hacia Iori mientras sus manos aferraban el pequeño saco que le acababa de dar el veterano maestro. Sacó aire de manera audible cuando escuchó el efecto que Cornelius creía que él tenía sobre ella.
- Es más fuerte de lo que creéis - dijo volviendo los ojos a Zakath y Cornelius.
- Bueno, para aguantar el ritmo que os marcáis, debe serlo - comentó Cornelius ofreciéndole al chico una sonrisa - Aunque mejor no hablemos del tema, no vaya a ser que viejo Zak se sonroje. -
Iori dudaba de que las mejillas de Zakath se hubiesen sonrojado alguna vez. Sango sonrió antes de resoplar. Meneó la cabeza y se cruzó de brazos. Miró a Iori, que seguía junto a la ventana y se mantuvo en silencio un largo rato. La mestiza enganchó la mirada con él, indescifrable, mientras creía ver en la mirada verde algo similar al... reconocimiento, y al orgullo.
- Es fuerte. Ha pasado por cosas que imaginamos pero que no podemos comprender. Y sigue adelante. Y seguirá. Tened por seguro que lo hará. -
Los ojos azules miraron unos segundos a Sango sin decir nada, tras la intervención del soldado. Él la veía así. Iori lo sabía.
- ¿Es eso posible? - preguntó la voz del anciano, aunque Cornelius sabía que no era realmente una pregunta. Se inclinó hacia delante y apoyó una mano sobre su rodilla, mientras que con la otra mano tiraba de la barba de su mentón en gesto pensativo.
- Ben siempre tuvo un poder extraño sobre las personas que tenía a su alrededor. Pero en el estado de Iori excede lo entendible. Lo que Tarek me contó de ella, lo que me has contado tú y... - extendió la mano hacia delante, señalando con la palma abierta a la huesuda figura que permanecía de pie al lado del ventanal. - No coincide - volvió a fijar la mirada en los ojos del elfo.
El elfo lo observó con una ceja alzada
- ¿Qué es, según tú, lo que no coincide entre lo que te contó el chico y lo que te he contado yo? -
- Su autocontrol - apuntó de forma parca. La mirada de Zakath fue significativa. - Con todo lo que me has contado, lo que el chico me contó, no coincide - evitó hacer mención explícita sobre los acontecimientos que habían tenido lugar dentro del templo... y después. Iori se removió inquieta entonces, y clavó la vista en el perfil de Sango, con algo similar a la intensidad de la furia que aquel comentario la hizo sentir.
Los dos mayores lo sabían todo. Desde el principio.
- ¿Autocontrol? - repitió el elfo, alzando de nuevo la ceja - Zak, en este momento carece totalmente de autocontrol. Sea lo que sea lo que está evitando que ahora mismo salga por esa ventana a hacer solo los dioses saben qué, no emana de ella. No he dicho que podamos devolvérselo, he dicho que tenemos que intentar mantenerla lo más estable posible, hasta que Tarek consiga arreglarlo - dirigiéndose a Iori, le habló directamente a ella - Lejos queda de mi intención que te quedes excluida de esta conversación. Creo que es necesario que sepas lo que te sucede, ahora que todavía tienes raciocinio suficiente para asimilarlo. ¿Percibes algún cambio en ti misma cuando te quedas sola? -
Desenganchó los ojos de Sango y los volvió hacia el elfo, apretando en la palma de la mano el anillo. No necesitaba pensar en la respuesta. Lo había hecho la noche anterior, cuando Sango se había quedado dormido pegado a ella, sobre la alfombra ambos, frente a la chimenea.
- Cuando me alejo de el - precisó con voz suave. Cerró los ojos y alzó el rostro hacia el techo, dejando que sus pulmones se vaciaran de aire antes de responder. - No es fácil ponerlo en palabras...-
¿Cómo explicar la magia?
- Llegará el momento en que tengáis que separaros, es inevitable. Tu amado será llamado a filas y tendrá que dejarte atrás por una temporada. Ahora que sabes lo que te sucede, ¿Qué planeas hacer? ¿Vagar por el mundo destruyéndote a ti misma? ¿Quedarte aquí a merced de tu "benefactora"? - la voz del elfo sonaba calmada, pero seria.
Aquella pregunta escoció, y Iori apretó los labios en respuesta. Él, iría a Zelírica. La petición de "ven conmigo" de la primera noche se había transformado en un "Iré solo". ¿Qué le quedaba a ella? ¿Cuales eran los planes originales que tenía antes de darse cuenta de que ahora todo se trataba de él?
Ben jugueteaba con la pequeña bolsa que le había dado Zakath y la observaba deformarse entre sus dedos cuando estos pasaban por ella. El ruido de la mezcla de hierbas del interior contra la arpillera tenía algo familiar.
- Una separación física no implica una separación de lo que uno siente - miró a Iori -. Lo que siento por ella es fuerte. Mucho - luego posó sus ojos en Zakath -. Tanto como para querer preguntarme quién soy en realidad. Si soy la imagen que se ha construido en torno a mí o hay alguien que se esconde detrás - saltó a Cornelius -. Tanto como para querer acompañarla hasta que Tarek encuentre una solución o nosotros mismos le pongamos remedio a esta maldición. -
Acompañarla hasta que Tarek encontrase... ¿Qué quería decir aquello? La mirada de Iori se clavó en él, taladrándolo sin comprender.
Zakath ladeó la cabeza y observó a Sango alzando ambas cejas. Las palabras del Héroe habían captado su atención, pero abrir aquel sendero sería una distracción frente a lo que tenían en aquel momento entre manos.
- ¿Entonces has cambiado sobre tu intención para con los niños de Zelirica? - sonó calmado. Fue entonces la mestiza la que dio un paso hacia delante. Esa era la misma duda que tenía ella en mente, pero no quería aclarar aquello delante de los dos mayores. No quería sentir cómo la chispa de la ilusión se apagaba en ella frente a todos, si de los labios de Ben salía una respuesta negativa.
- No tiene que tomar una decisión sobre ello. No se trata de qué haga él. Se trata de qué haré yo. A dónde iré - intervino, siendo entonces consciente de sus palabras vagamente.
- ¿Sin romper la maldición que te ata al libro? Resultas inestable. Estar cerca de él en una misión puede causar problemas. No solo a las personas que se encuentren allí. A él también. La influencia del Héroe podría quedar en entredicho. Y no estoy seguro de qué elegiría Ben en este momento de su vida, de verse en la tesitura: si lo correcto o a ti. -
Iori frunció el ceño y adquirió una expresión lastimada, apartando la vista de Zakath y mirando a Sango con fijeza. Zakath había interpretado las palabras de Iori como una afirmación absoluta de que lo seguiría. Y el análisis breve y rápido que hizo sobre su presencia junto a él en Zelírica dolió de una forma inesperada. Porque supo que tenía razón.
Ella era problemática para él cuando se trataba de estar con más personas que no fuesen solamente ellos dos.
- Además, tienes un problema ineludible con el poder de los elfos. ¿Qué sucedería si corriera la voz? ¿Si personas que no te aprecien supiesen de esa debilidad? - Se detuvo en sus palabras y miró a Cornelius pensando un instante. - ¿Tú sabes algo de esto? ¿Vuestro don de la curación causando dolor? -
Pero antes de responder, Cornelius le dirigió una dura mirada al soldado cuando habló de "elegir lo correcto"- El único con derecho a decidir qué es lo correcto es el muchacho. No caigas en la hipocresía de dar lecciones de moral -le dijo, poniéndose en pie. Daba la sensación de que ya habían tenido esa conversación antes. Con paso ligero se acercó a la chica.
- No le hagas caso - le dijo - A veces puede ser un viejo amargado - miró de reojo al hombre, antes de dirigirse de nuevo a la muchacha. Mirándola a los ojos, le preguntó - ¿Qué quiere decir con que nuestro don de curación te causa dolor? - extendió las manos, con las palmas hacia arriba, para que la chica colocase sus propias manos sobre ellas - No voy a intentar curarte, solo quiero ver si soy capaz de sentir... algo. -
Sango asintió a Cornelius y luego dirigió su mirada a Iori ignorando de manera deliberada a Zakath. Ya habría tiempo para responderle. Pero no ahora. No era el momento.
- La elfa le puso las manos encima y pese a que mi recuerdo sea vago, pasaron muchas cosas en poco tiempo - se explicó -, me pareció como si Amarie hubiera recibido un ataque - advirtió a Cornelius.
Zakath observó a Cornelius, y aún en la distancia, no pudo evitar esbozar una leve sonrisa en la comisura. Al fin algo que el elfo no sabía. Se dejó caer hacia atrás despacio hasta que su espalda fue acogida por el cómodo sofá de Justine que compartía con Sango.
- Amärie tiene muchos dones. La humildad no es uno de ellos. Se tomó como una afrenta personal la forma en la que Iori reaccionó. Además, por lo que averigüé, reconoció un leve rastro de éter en ti. Una humana. Algo que escapa a su conocimiento no es terreno al que esté acostumbrada - murmuró el anciano, observando con aspecto relajado pero los ojos completamente atentos.
Iori lo miró, sin ser capaz de comprender en qué mundo se movían ambos, el elfo y el anciano soldado como para acumular la ingente cantidad de información que manejaban siempre. Bajó la vista y observó las manos de Cornelius. Reconoció la piel de un guerrero, pero mejor tratadas que las de Zakath. Más finas y, de alguna manera, también más hermosas.
Las relaciones que había tenido con elfos habían terminado en desgracia. Pero Iori no era una persona que dejase que las razas le influyesen en su forma de relacionarse. En el fondo de su corazón todavía residía la educación que Zakath le había dado: hay que valorar a las personas por su acciones y por sus palabras. Cornelius no había hecho nada que mereciese por parte de la mestiza la desconfianza.
Y sin embargo dudó.
La lucha interna se evidenció en sus ojos, mientras mantenía la vista fija en las palmas extendidas frente a ella. Invadida por una súbita resolución, levantó los brazos y se aferró a las manos del elfo como si fuese un náugrafo a merced de las olas. Cerró los ojos y contrajo el cuerpo, abandonándose por un instante a lo que los dioses quisiesen de ella.
El elfo observó la turbulencia de sentimientos que se reflejaron en los ojos azules de la chica. Por un momento no pudo evitar pensar en Eithelen. La vio encogerse cuando, con una resolución más propia de la desesperación que de la convicción, colocó sus manos sobre las suyas. Nada sucedió, como era de esperar. El rastro de éter era sutil pero claro en ella. El contacto con su especie no parecía ser el problema, tenía que haber algo más.
- Decís que se produjo una convulsión cuando la sanadora posó sus manos sobre ella para curarla - agarró las manos de la chica con delicadeza y las giró entre las suyas para ver las palmas - Pero no es el contacto lo que genera el rechazo. Por lo que veo, atendiendo a las pequeñas cicatrices, tampoco es la curación en si lo que produce el efecto. Es la magia élfica -avanzó un poco las manos, para tomar las muñecas de la chica y notar su irregular latido - Probablemente se deba a la maldición del libro. El pago se hizo a través de la magia de mi pueblo. Probablemente el hechizo rechace cualquier tipo de curación élfica, como medida para evitar que se rompa el contrato. Piensa en una barrera mágica - le dijo a la chica - Un obstáculo. Si se hizo con runas Inglorien, solo ellos podrán romperlo - tras unos segundos añadió con una sonrisa ladina - Eso no significa que no podamos hacer algo para mitigarlo. Tu padre siempre decía que no se bebería ninguno de mis brebajes si no estaba al borde de la muerte. Pero en más de una ocasión acabé por salvar su orgulloso trasero de acabar empalado... ya me entiendes, empalado de la forma menos divertida - guiñándole un ojo a la chica, soltó su brazos
Entreabriendo los ojos muy poco, la mestiza observó los gestos que sentía sobre su piel. La mención a su padre la hizo volver a fruncir el ceño, en un leve gesto de molestia, pero sin tener tiempo de lanzar la pregunta que llenó entonces su mente.
- ¿Crees que volvería a suceder? Si usas tu poder en ella - precisó Zakath, adelantándose a todos con aquella pregunta.
Cornelius miró al soldado, por tercera vez, con una ceja alzada
- Espero que no estés insinuando que lo intente. Por que no va a pasar - tomando de nuevo a la chica por una mano con delicadeza, la guio hasta el sillón en el que había estado sentado poco antes. Tomando asiento frente Zakath, más bien recostándose como si estuviese en su casa, añadió - Suéltalo ya Zak. Se te da fatal ponerte misterioso y a mí aún peor saber que desconozco algo. -
La mestiza miró a Zakath, con la sombra de la comprensión en sus ojos.
- ¿Tenemos certeza de que todos los elfos la afectan de la misma manera? Eres el único de tu raza que camina sobre la tierra que puede llegar a sentir un mínimo de afecto hacia Iori. Tarek se llevó a morir con ella. El otro elfo, Nousis, le dio la espalda en su momento más bajo. Amärie está engullida por su ego. Desconozco qué otros cruzaron su camino con ella. Eres bienintencionado por la relación que compartías con su padre. ¿Podría eso marcar la diferencia? - argumentó con calma analítica.
El elfo miró a la chica de Zakath, antes de suspirar - Humanos - murmuró - ¿De verdad creéis que el afecto es un factor en esto? El amor no atraviesa barreras y rara vez salva vidas - negó con la cabeza antes de continuar - He visto a elfos curar a gente a la que odiaban y os prometo que no sufrieron ninguno de los síntomas que habéis descrito. Tarek es nefasto curando, da gracias que nunca lo intentase. El chico fue criado para ser un asesino, no un sanador. El muchacho de los Indirel esta cegado por el orgullo, pero ni siquiera él es tan diestro como para hacer algo así. Y la sanadora... no la conozco personalmente pero, ¿Qué podría ganar de hundir su propia reputación? Eso contando con que sea excepcional en su trabajo, lo cual permitidme poner en duda. Pocos son los que tienen su habilidad y ninguno de ellos está fuera de las fronteras de Sandorai. -
- Esta magia de la que habláis suena peligrosa, demasiado como para que los elfos se vean involucrados en ella. No tiene ningún sentido, tiene que haber brujería oscura, ancestral - se cruzó de brazos -.Conozco una elfa de gran habilidad y con gran renombre y con la que, gracias a los Dioses, me crucé en uno de mis peores momentos - giró la cabeza hacia Zakath -. En el Campamento de Cantún - volvió la mirada a Cornelius -. Sin embargo hace tiempo que no sé nada de Níniel. Pero volviendo a lo que comenté antes y siendo esta magia tan fuera de lugar para los elfos, ¿estás seguro de que una seidr no podría sernos de ayuda? -
Cornelius echó los brazos por encima del respaldo del sillón - Podéis intentarlo, pero la magia de los brujos no suele combinar demasiado bien con la de los elfos. Además, se trata de algo relacionado con runas, un arcano sería más útil, siempre que fuese capaz de acceder al libro y leer las runas. El hechizo, maldición o queráis llamarlo no reside en Iori, sino en el objeto sobre el que se realizó el contrato. -
Sango se sintió fuera de lugar. Gruñó, incómodo, por su altísimo nivel de ignorancia. Descruzó los brazos y los dejó caer a ambos lados. Miró a Iori.
- Si el libro se rompe, el contrato desaparece, ¿no? - Cornelius le dedicó una sonrisa
- Es una forma de resumirlo, pero yo no intentaría atacarlo con una espada. Quizás salgas escaldado. Es algo más complicado. -
- Bah - bufó antes de echarse hacia delante -. Supongo que ese libro estará protegido con brujería. ¿No hay forma, humanamente posible, de desafiar esa hechicería? -
- Deben romperse las runas con otras que las contrarresten... y solo puede hacerlo un Inglorien. A nosotros solo nos queda esperar y mantener a Iori lo más estable posible hasta que lo consigan. -
Se echó hacia atrás y volvió a juguetear con la pequeña bolsa entre sus manos. Tenía la mirada perdida y el pensamiento revolucionado. Solo un clan era capaz de revertir la maldición. Él conocía el nombre de una persona de ese clan, no en vano, ya habían mencionado su nombre varias veces. Había una posibilidad. Sus ojos, entonces, se posaron en los de Cornelius y curvó ligeramente los labios sin decir nada más.
Y todo seguía dando vueltas de manera insistente hacia la misma figura que había causado su perdición. Veneno y antídoto todo en uno.
- Tarek - murmuró Iori, tras haber escuchado los últimos comentarios. Alzó los ojos hacia Cornelius, tras haber observado a Sango y la extraña bolsa largo rato. - ¿Dónde? -
- Como te dije antes en el patio, no lo sé. Me aseguré de hacerle prometer que jamás me lo diría. Puedo contactar con él, si así lo deseas. Pero no te aseguro una repuesta pronta. -
- Quiero decir, la maldición. Dijiste que está buscando la forma de romperla. Sus runas - le costaba articular oraciones más completas con toda la vorágine de información que estaba tratando de ordenar.
El elfo apoyó los codos sobre sus piernas, acercándose un poco más a ella.
- Las perdió, ¿recuerdas? Fue su pago. Ha ido a buscar a alguien que pueda hacerlo por él - tras unos segundos añadió - Hasta hace unos días esperaba que nadie pudiese hacerlo. Esas runas solo le han traído desgracias y su ausencia, la búsqueda de una solución, lo mantendrían lejos de estas tierras. Ahora veo que es imperativo que lo logre cuanto antes. -
Claro que lo recordaba. Ella había estado allí cuando sucedió. Pero la confusión no le estaba permitiendo expresar bien sus intenciones. Respiró, intentando llenar sus pulmones de aire profundamente antes de volver a hablar. Iori negó con la cabeza a lo primero que dijo Cornelius, para pasar a mirarlo con los ojos muy abiertos a lo siguiente. - ¿Por qué? ¿Y cómo? -
- ¿Culpabilidad? Conozco al chico desde pequeño, pero no sabría decirte qué lo ha llevado a buscar con tanto ahínco. Si lo hace por ti o por él, es algo que desconozco. Pero el chico que abandonó hace unos meses mi establecimiento no era el mismo que llegó allí antes de partir a isla Tortuga - pareció recapacitar un instante sobre su segunda pregunta - No lo sé. No sé como va a hacerlo. Su última misiva era demasiado críptica, por si era interceptada. Ha encontrado a alguien, de eso estoy seguro. Pero no sé a quién. -
Iori clavó los ojos en Cornelius pero fue Zakath quién habló.
- Dejas más preguntas que aclaraciones en su mente Lius, pero creo que deberéis de dejar esa conversación para otro momento. Otros asuntos requieren de nuestra atención ahora, y, quizá, esas circunstancias se concreten en problemas en el futuro - introdujo la voz serena de Zakath. Hizo una leve pausa, asegurándose de que tenia la atención de todos. - La información sobre los Hesse fue muy bien recibida por los actuales altos mandos. Especialmente uno de ellos. El décimo tercer capitán estaba especialmente interesado. - Miró a Sango con intensidad, sabiendo que lo iba a reconocer. - Jules. Proveniente de la familia Muller. Hermano de una de las prometidas de Dominik - una de las muchas y que habían fallecido de manera extraña antes del enlace.
Dejó que sus palabras calasen hondo.
- Con la documentación encontrada por Cornelius esta mañana a primera hora se dirigió con un pequeño grupo de soldados a su residencia. Todo legal desde luego, pero aun con la justicia cómo estandarte temo que el capitán Jules tenga demasiados asuntos personales en la causa. Además…- suspiro extendiendo ambos brazos por encima del respaldo del sofá, estirándose cuan largo era. - Hubo complicaciones durante el registro de la propiedad y del arresto.-
Iori casi agradeció la intervención de Zakath, siendo consciente de que en aquel momento no estaba en condiciones para seguir preguntándole nada coherente a Cornelius.
El Héroe giró la cabeza al reconocer el nombre de Jules Muller. El capitán Karst, que había sido su oficial durante toda su estancia en La Guardia, no tenía buena opinión de él. De pocas personas podía hablar bien aquel viejo bastardo.
- ¿Qué pasó? - preguntó con moderado interés -. Escuché alguna cosa sobre él pero la fuente no es que sea muy fiable - sonrió levemente esperando que Zakath entendiera de quién hablaba.
El viejo soldado miró con un brillo de comprensión a su discípulo y ahogó una sonrisa de suficiencia fácilmente, debido a la seriedad de los hechos.
- Hesse padre, Arno, parece haber sufrido un ataque al corazón. Se encuentran en dependencias medicas pero muy inestable. No puedo asegurar de que se deba únicamente al sobresalto de las acusaciones, unido al duro golpe recibido ayer. En cuanto a Dominik… huyó cuando iba a ser apresado. Escapó y se encuentra en paradero desconocido ahora mismo -
Y aquello, sin necesidad de saber más, significaba problemas en la mente de Iori.
Ben frunció el ceño. Que alguien se escapara en un arresto no era algo bueno, menos aún para ellos. Resopló.
- Al final Karst va a tener razón - murmuró Sango -. Zakath - dijo en voz alta -, ¿ese Dominik supone una amenaza para nosotros? - sus ojos se posaron en Cornelius y luego en Iori -. Quiero decir, su rápida caída en desgracia se debe a nosotros - dijo volviendo a posar los ojos en los de su mentor.
Los ojos verdes se estrecharon, y miró unos segundos de frente a Cornelius, sabiendo que el elfo entendía dos pasos por delante de lo que los humanos comunes hacían.
- Por si solo no. Ambos estáis bien entrenados. Aun en la condición física de Iori actualmente sería quien de incapacitarlo de varias maneras. El problema viene de sus contactos. Gente enlazada al apellido Hesse por lealtad de generaciones. Y por su desesperación. Huir lo ha convertido en un prófugo. Y todos sabemos lo que hace un animal acorralado cuando cree que no le queda ya nada que perder. Apellido manchado, orden de captura, acusación formal en un juicio, bienes incautados… ¿le queda algo a ese muchacho por lo que luchar en la legalidad? Siendo como parece ser, una persona interesada, mezquina y visceral, creo no equivocarme si pienso que estará moviendo los hilos que tenga a su alcance para resarcirse de todo lo que ha perdido en un día.-
Iori comenzaba a comprender. Qué era lo que sucedía cuando las personas implicadas tenían tanta influencia. Lo había visto con Hans. Con Justine. Ahora con los Hesse. Nunca era un uno a uno. Ese tipo de personas siempre tenían a su espalda decenas de sombras de las que disponer. Relacionadas con ellos por lealtad o dinero. Pero que puestas en una balanza desequilibraba las cosas.
¿Qué tenía ella? Si la sombra de aquella amenaza era cierta, una simple campesina sin influencia tenía las cosas complicadas... En la angustia que la recorrió no fue capaz de pensar que su entorno había cambiado entonces. Que ya no estaba sola. Que no era una simple huérfana criada por la caridad de un soldado retirado.
Sango se cruzó de brazos y se miró la puntera de las botas durante un largo rato en silencio. No tardó mucho en resolver que era lo que debía hacer.
- Puedo localizarle - dijo sin apartar la mirada de las botas -. Y luego, una vez sepa donde está - alzó la vista hacia Iori y detuvo lo que iba a decir. Giró la cabeza hacia Zakath -. Una vez sepa donde está, podré llevarle ante la justicia. -
Ben.
La amenaza implícita en su forma de hablar dejó a Iori con la boca abierta un instante. No quería aquello para él. No quería arrastrar al Héroe a aquel fango.
Zakath bajo el mentón y se incorporo hasta situar los codos sobre las rodillas.
- Seria deseable evitar esta situación, pero no está ya en nuestras manos. Dominik está suelto, y es potencialmente peligroso. Para la señora de la casa y los cuatro que estamos aquí. - ladeó la vista y miró a Sango. - Agradecería que tu también te pusieras en marcha. Todavía desconocemos a qué profundidad de Lunargenta tenían los Hesse engarzadas sus raíces.-
- Habla por ti - contestó Cornelius a las funestas palabras del soldado - Dudo que el renegado noble sea capaz siquiera de acordarse de mi cara. Ya sabes, todos los elfos somos iguales - añadió, guiñándole un ojo a Iori
La mirada azul se había teñido de preocupación por las palabras de Zakath, sensación que no se relajaba al ver la tranquilidad con la que los tres varones estaban reaccionando. Y todo por su culpa.
- Lo siento…- susurró entonces, clavando la vista en Sango. - Lo siento…- volteo a mirar a Cornelius, aunque la forma relajada y simpática que tenia el elfo de hablar solo la hizo sentir peor. - Buscaré una solución. Lo arreglaré. Encontraré a Dominik. - se levantó rígida e inclinó ligeramente la cabeza frente al elfo. - Me gustaría… desearía poder continuar con la conversación en otro momento, si es posible - habló con cautela, intentando no perder la oportunidad de preguntarle más cosas a Cornelius, pero con la cabeza ya algo lejos de aquella habitación. El elfo le dedicó una sonrisa ladina
- Claro, cuando quieras, querida. Pero solo si me prometes que no irás buscar, ni sola ni acompañada, al tal Dominik. -
¿Qué? ¿Cuál era la razón? La mestiza se quedó anonadada.
- No irás a ninguna parte, Iori - dijo clavando sus ojos en ella -. Al menos hasta que sepamos por dónde se mueve ese bastardo - se incorporó casi imitando la posición de Zakath -. Iremos, después, a ver a la dama Justine pues así nos lo han pedido - añadió tranquilo.
Zakath resopló con suavidad, sin añadir nada. Siendo el único de los tres que la conocía lo suficiente como para saber que palabras de aquel tipo caerían en vacío.
Los ojos azules se fueron abriendo más y más con cada palabra que escuchaba. Primero Cornelius, luego Sango, mirándola fijamente. Y aunque Zakath no añadió nada, la forma que tuvo de observarla le hizo sentir que estaba sola en aquello. Completamente alineado el viejo soldado con los otros tres varones.
¿Pensaban que tenían capacidad para decidir algo así por ella pero sin ella? Apartándola de cualquier posible acción sin hablarlo. Una parte profunda en la mente de Iori comprendía que alguien de su perfil, sin experiencia, sin contactos, desconociendo la enorme extensión de Lunargenta no sabría ni por dónde comenzar. Pero no era eso, se decía a si misma, el motivo principal.
Querían mantenerla ajena al conflicto. Alejada y escondida en aquel precioso palacete de mármol y cristal. El hecho de que aquellas palabras saliesen de sus bocas ya decididas, anulando para ella su capacidad de decisión pusieron su sangre al punto de la lava.
La ira que nació en ella la sacudió mientras apretaba los puños a ambos lados de las piernas.
- Por supuesto - siseó. Dura. Gélida. Entre dientes.
Paseó la mirada iracunda entre los tres y se detuvo un segundo más en Sango, antes de salir emanando furia de aquel lugar.
Zakath suspiró a su marcha.
- Eso, es un por supuesto que no. Pero ha sido capaz de evitar lanzar sus quejas en voz alta, como haría la Iori normal. - ladeó la vista y miró a Ben. - Realmente influyes sobre ella - apuntó, reconociendo el hecho de cómo él parecía serenarla.
Iori Li
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Sango, tan pronto había visto a Iori salir por la puerta, salió tras ella sin responder al último comentario de Zakath. Merecía más reflexión con algo más de tiempo. Y aquel no era el momento pues correspondía saber por qué Iori había salido tan airada de allí.
Iori caminaba de manera rápida, moviendo exageradamente los brazos con cada paso, haciendo ondear vistosamente el vestido verde mientras cruzaba los anchos soportales blanco al resguardo de la lluvia.
- ¡Iori!- llamó mientras aceleraba el paso tras ella.
Sin embargo, la mestiza no se detuvo. Ben aceleró el paso y se obligó a ampliar la zancada. Cuando llegó a su altura, trató de agarrar uno de sus brazos.
En el momento justo, cuando apenas había rozado con sus yemas el antebrazo de Iori la mestiza dio un paso a un lado y retiró el brazo, haciendo que literalmente se le escapase de entre los dedos. Se detuvo entonces, encarándolo. Y dirigiendo hacia él una mirada cargada de rabia.
- ¿Esperas que obedezca a lo que me ordenes sin rechistar? No estoy bajo tu autoridad, Sango- siseó con rencor. Llenó los pulmones de aire y alzó una mano señalando con el dedo el salón que acababan de dejar atrás-. ¡Has sido… has sido…! ¡Por los Dioses!- la mestiza llevó las manos a su cabeza y se volvió a girar, reanudando el camino con paso airado.
Abrió mucho los ojos y se quedó paralizado, una vez más, observando la espalda de Iori mientras se alejaba. Su reacción, desde luego, estaba justificada, pero, se dijo, hasta cierto punto. Él lo único que buscaba era protegerla. Pero quizá hubiera unos límites. Quizá... Sacudió la cabeza, aún aturdido.
- ¡Iori!- llamó mientras comenzaba a caminar tras ella-. Iori, espera.
La cara de la mestiza se contrajo, y bajó las manos de golpe para convertirlas en un par de puños cerrados con mucha fuerza.
- ¿Qué? ¿¡Qué!? ¿¿QUÉ??- se detuvo súbitamente y se giró, clavando de nuevo los ojos en el con gran enfado-. Cornelius, tú, Zakath también, aunque no dijo nada. No hace falta. Sé lo que piensa. Puedo entender que desde el punto de vista de ellos crean que lo mejor es apartarme de todo, pero, ¿Tú? ¿De verdad, Tú?
- No es apartarte de todo- se defendió titubeante, empezando a entender qué sucedía-, es alejarte del peligro que supone Dominik- en su voz había una mezcla, compleja, de sentimientos difíciles de descifrar-. Creo que es lo mejor. Que te mantengas lejos de...
Pero si había algo con lo que no contaba Ben era con perder el hilo argumental sobre el que había sostenido que lo mejor para Iori era mantenerla alejada de las calles de Lunargenta, de Dominik y de cualquiera que pudiera hacerle daño. Frunció el ceño. No entendía por qué actuaba así cuando él solo buscaba protegerla.
- Es peligroso- dijo rápidamente-. Tiene armas, gente que está con él- se echó hacia atrás de manera inconsciente-. Tienes que mantenerte a salvo- dijo de corazón pero sin ningún tipo convencimiento en que algo de lo que hubiera dicho sirviera porque él mismo dudaba de sí mismo.
Sus ojos se clavaron en los de ella pero no dijo nada más.
La rabia que dirigía de forma viva hacia él se atenuó. Dando paso al dolor. Le mantuvo la mirada sin acortar distancia.
- ¿Y por eso tomaste la decisión tú solo? ¿Crees que no era importante que hablásemos juntos si es eso lo que piensas? ¿Acaso te has parado a pensar que para mí es exactamente lo mismo? Yo también quiero apartarte del peligro. Pero nunca te diría que no salieses a la calle a buscar a Dominik. Nunca te pediría que te olvidases de Zelírica…- apartó la mirada entonces, desviándola hacia la lluvia que caía con fuerza en los jardines que tenían a un lado-. Me dijiste aquí, antes de entrar a hablar con ellos, que no te apartase, que te dijese las cosas que suceden conmigo- volvió a buscarlo con la mirada, y sus ojos se enturbiaron de nuevo debido a la desesperación que sentía-. Dime Sango, ¿eso no se aplica a ti? ¿¡Tú si me puedes dejar a un lado cuando quieras!?
Lo que sintió Sango al escuchar a Iori fue como verse reflejado, por vez primera, en un espejo y comprobar que la imagen que uno tenía de sí mismo, idealizada, se deformaba hasta acostumbrarse a la irreformable realidad. Verse reflejado de aquella manera, ver cómo lo que a él le había parecido un acto de nobleza, se había deconstruido hasta el punto de verlo como un acto de autoritarismo sobre la persona que amaba y sintió el mayor dolor que había experimentado jamás.
Se sentía como un hipócrita, como una persona que era capaz de prometer el día y entregar la noche, como un hombre con dos caras. Con dos seres que luchaban por no caer en el olvido mientras la corriente de la existencia los arrastraba en el tiempo. Su cabeza era el campo de batalla más brutal en el que había estado en toda su vida y la guerra por sí mismo iba a ser complicada.
Sacudió la cabeza. Sango estaba terriblemente aturdido, repitiendo las recientes palabras de Iori. Admitiendo el terrible error que acababa de cometer, culpándose por ser incapaz de haber visto venir que sus palabras podrían tener aquel impacto. Eran dos personas que formaban un todo y una no podía imponerse a la otra.
- Iori, lo siento- dijo antes de aclararse la voz-. Lo siento. De verdad que sí. De verdad que en ningún momento mi intención era dejarte al margen...- negó con la cabeza. No quería volver al punto de antes-. Mis palabras fueron fruto de la costumbre, de esa parte de mi que lucha sola, que lucha por ellos, pero sin ellos- se detuvo y clavó su mirada en ella-. Lo siento. Estamos juntos en esto y debí hablarlo antes.
No apartó la vista de él, mientras su pecho moviéndose muy rápidamente evidenciaba lo alterada que estaba. El azul cambió de nuevo, a un reflejo herido en aquel momento. Pero la mestiza no tuvo tiempo de replicar.
- ¡Señor Nelad!- la voz de Charles resonó en el gran pasillo porticado.
Iori no miró hacia el mayordomo de Justine. No apartó los ojos, clavados con intensidad en Sango hasta que el hombre se detuvo a unos pocos metros de ellos e hizo una profunda reverencia que ninguno de ellos vio.
- Señor Nelad- volvió a repetir-. Estaba buscándolo. Tengo un mensaje para usted.
La mestiza giró entonces sobre sus talones, y atisbando un último instante la mirada verde del Héroe, le dio la espalda y reemprendió su camino alejándose de él. Esta vez sin correr.
- ¿De qué se trata, Charles?- preguntó sin apartar la mirada de Iori.
- Un joven muchacho trajo un recado verbal para usted: “Kyotan*, donde siempre” eso es todo- respondió solícito mientras la figura femenina se alejaba sin hacer ruido con sus pasos. Solo Sango sabia que debajo del largo vestido verde sus pies iban descalzos.
- ¿Qué?- Sango giró la cabeza hacia Charles-. ¿Kyotan?- Volvió la cabeza hacia el otro lado, hacia ella, y suspiró-. ¿Notaste si había urgencia en el muchacho?- ¿tanta como la que siento por volver a abrazarla? Después de un largo suspiro, centró su atención en Charles.
- Era un pícaro cumpliendo como mensajero. No sabría decir que grado de urgencia había en el mensaje, lo siento señor - se inclinó una vez más hacia delante.
- Está bien Charles. Si tengo tiempo antes del te, me gustaría ir a ver de qué se trata, si no, puede esperar.
- Cuando usted quiera, señor Nelad- asintió mirándolo de nuevo con un brillo de inteligencia en la mirada.
- Pues, si hay tiempo, me preparo y salgo. No tardaré demasiado- dijo con tono cansado.
- Prepararé escolta y montura- ofreció, listo para marchar de allí a la orden del Héroe.
- No será necesaria la montura y tampoco la escolta, Charles. Gracias- Ben buscó con la cabeza las escaleras más próximas y se encaminó hacia ellas.
Después de equiparse y salir con todo el acero que tenía a su disposición, pidió a Debacle, a la que había hecho llamar que le siguiera a una distancia prudencial. Le contó por encima los detalles del lío en el que estaba metido y Debacle simplemente asintió y se marchó para vigilar que nadie intentara acercarse demasiado a él.
Lunargenta mojada, como decían, tenía cierto encanto. Las calles estaban menos llenas, los suelos empedrados destacaban y brillaban reflejando la tenue luz que se filtraba a través de las nubes, el olor de las calles se atenuaba y se podía caminar con cierta tranquilidad ya que los que salían a la calle lo hacían por algún motivo y no por puro aburrimiento.
Ben caminaba bien protegido por la capa, capucha puesta y bien cerrada para evitar que la lluvia calara la armadura y se filtrara al interior. Se dirigía la taberna de Kyotan, un lugar casi familiar para él. Callejeando, no tardó en llegar a los muelles. Una vez allí, y tras avistar la taberna, se encontró a lo lejos, con un muchacho parado frente a la puerta. A medida que se acercaba, el muchacho le reconoció y con un ligero gesto de la mano le indicó un número dos y la dirección para que siguiera caminando.
Ben pasó de largo y saltó el primer callejón y cuando pasó la siguiente hilera de edificios, llegó a una bifurcación entre un puente que pasaba por encima de una lengua de mar que se metía en la ciudad, y un camino de no más de quince pasos de longitud, el cuál siguió para ignorar la primera puerta y hacer una ligera presión sobre la segunda y última que vio en ese camino. No se sorprendió al ver que estaba sin cerrar.
Cuando cerró tras él y sacudió la lluvia de la capa, una voz familiar le recibió con la fuerza del sol del mediodía.
- Mi hombre- dijo Kyotan, sonriente, al verle entrar-. Ah, disculpa las precauciones, querido, ya sabes, una nunca sabe si es bueno que la relacionen con ciertas personalidades- apoyó las manos en el barril sobre el que estaba sentada y se impulsó para caer de pie y caminar hacia él.
- Descuida, nos hemos visto en sitios peores- respondió Sango deteniéndose a dos pasos de ella, observándola.
Era un almacén lleno de estanterías con cajas y aparejos de pesca y tratándose de Kyotan, seguramente que allí se guardaba alguna otra cosa más y que no quiso pensar en ella.
- Cierto- abrió los brazos y rodeó a Sango y ambos se abrazaron-. Bah- dijo ella tras unos instantes. Ben notó cierta urgencia en sus gestos-. Por cosas así, detesto las armaduras. No nos permiten sentir las emociones con la fuerza que merecemos.
- Tampoco los flechazos, los espadazos, la...
- Detalles- le interrumpió Kyotan guiñándole el ojo-. Mi estimado Sango... ¿en qué andas metido?- preguntó girándose y haciéndole un gesto para que la acompañara.
- Estoy preparando la marcha a Zelirica, no hay buenas noticias del campamento- contestó mientras observaba las estanterías repletas de cosas.
- Ajá- respondió ella. Pero Ben sabía que allí no acababa la conversación-. ¿Te fue útil mi información?- su tono de voz sonó frío.
- Sin duda- respondió Ben.
La mujer le indicó que pasara a una sala iluminada por un candil sobre una mesa con un par de pequeños vasos tirados encima. Había unas banquetas al rededor de la mesa y poco más salvo olor a humedad y salitre y algo más que estaba seguro de reconocer pero no sabía ubicar, algo desagradable seguro. Ben torció el gesto y pasó para tomar asiento mientras a su espalda escuchó la puerta cerrarse y, para su sorpresa, un pestillo metálico terminó por asegurar la estancia. Ben se giró y Kyotan, con gesto severo, le indicó que se sentara. Ben obedeció, notando como la incomodidad crecía por momentos. No le tranquilizó que Kyotan se sentara a su lado y se quedara en silencio largo rato.
- Me alegro de que te sirviera, de verdad. Lo que no me alegra es, saber que, hay gente muy poderosa buscando a la chica. No me refiero al típico matón que tiene un puñado de informaciones medio decentes y capaces de chantajear a unos pocos. No. Me refiero a grandes burgueses con una red de informantes, con capacidad para llegar a todos los niveles de la sociedad- cruzó las piernas y miró a Sango-. ¿Te dice algo el nombre Hesse?
El rostro de Ben cambió por completo. Pasó de la preocupación y la incertidumbre a la seguridad de un auténtico depredador. una expresión que demostraba una frialdad digna de un auténtico cazador, inexpresivo, más allá del evidente gesto de concentración. Una expresión que delataba el vivo destello de rabia en sus ojos.
- Lo sabía, joder- Kyotan se llevó las manos a la cara-. Sango, sé en qué andas metido. Sé que poco después de aparecer tú muere Hans Meyer y luego los Hesse tocan el más miserable de los fondos. Sé que andas con esa chica. No eres nada discreto, joder, ¿a quién se le ocurre salir a bailar?- en su voz había decepción y quizás algo de angustia-. Mira, por lo que sé, hay un miembro de la familia Hesse que anda buscando un grupo para dar un golpe, un último acto de gloria para dejar bien alto el nombre de la familia Hesse. Sé que el objetivo es la familia Meyer, tanto la viuda como la heredera. Y sé de buena tinta que habrá mucha gente interesada. Aquí aún no han llegado las noticias de la desgracia de los Hesse, de hecho, sus informantes en esta zona aún siguen trabajando y moviéndose.
No había sido consciente hasta que se quedó en silencio, pero su tono de voz había sido terriblemente bajo. Ben observó a Kyotan que ahora se masajeaba la frente con movimientos circulares de los dedos. Se preguntaba muchas cosas sobre aquella persona, una de ellas era cómo habían acabado siendo amigos, y cómo era posible que, teniendo unos intereses tan opuestos, siguieran siéndolo tantos años después. El pelirrojo esbozó una sonrisa que desconcertó a Kyotan.
- ¿Cómo sabes todo esto?- preguntó sin darle tiempo a reaccionar.
- Trabajo para los Hesse- respondió-, no es algo permanente, desde luego, pero si que han solicitado de mis servicios en más de una ocasión. Y alguna vez me tocó echarle un vistazo a alguno de los tratos del difunto señor Meyer. Y ahora, muerto, y con los Hesse en vías de desaparición y tú como elemento de unión y yo por extensión...
- ¿Cómo sabes que siguen en activo?- preguntó Ben-. Pensaba que el pago era diario, en cuanto el dinero deja de fluir, las lealtades no suelen durar mucho.
- Lo sé y punto- sus ojos se habían desviado de él un instante. Lo suficiente.
Ben se giró hacia donde ella había mirado y vio unas cuerdas sobre una lona. Cuando se giró para mirar a Kyotan, esta tenía la mirada calvada en el suelo y las manos en la cabeza. Ben gruñó y se levantó y se acercó hacia la lona. Cuando vio una mano asomar comprendió cuál era el aroma desagradable que había percibido al entrar en la sala. Era un cadáver en descomposición, de un par de días, quizá más.
- Por todos los Dioses Kyotan, dime que no lo has hecho tú- se giró hacia la mujer-. Dime que no has sido tú.
- Te conocía, Ben- el pelirrojo se quedó paralizado-. Saben que yo puedo atraerte, sacarte de donde estés, y entonces...- Ben miró con la boca abierta a Kyotan y se dio cuenta de que podía haber caído en una trampa.
Entonces dos golpes, suaves, sonaron al otro lado de la puerta y Ben se sintió morir. Encerrado en aquella sala del almacén, y seguramente rodeado por gente que querían matarle por un puñado de aeros.
- Kyotan, ¿qué está pasando? No estoy entendiendo nada.
- Hubo que matarlo, Sango- respondió-. Por ti. Por protegerte a ti. Tuve que...- levantó las manos y se las miró antes de cerrar los puños.
Sango estaba terriblemente confundido. Había pasado de la confianza en Kyotan a sentirse traicionado a volver a sentirse seguro en su presencia en menos de diez latidos. Su respiración, agitada, de puro nervio pareció calmarse, no así su corazón que bombeaba con la fuerza de una tempestad.
- Tenías que haberlo enviado hacia mi. No deberías correr riesgos.
Sango estaba abrumado por el momento. Que Kyotan admitiera haber cometido un asesinato era algo que no concebía, sobre todo porque ella siempre decía que eso era intrusismo profesional. Cuando le había explicado aquello, Ben solo se había quedado con una disputa entre gremios: los ladrones, robaban, no solo objetos sino también secretos e información; los asesinos, por otra parte, comerciaban con vidas.
La persona a la que había sacado de un calabozo; la persona que le había ayudado a conseguir el dinero para el colgante con la cadena con la luna; la persona con la que había compartido tantas noches y que le había ayudado a moverse por la ciudad; la persona que se había convertido en su amiga, confesaba haber cometido un asesinato por él.
- Sango, no entiendes el efecto que causas en las personas que te rodean- se levantó y caminó hacia la puerta-. No eres consciente de la huella que dejas, del impacto que tienes en aquellos a los que prestas un mínimo de atención- descorrió el pestillo y abrió la puerta-. Eres, como dicen en mi tierra, hierro caliente, dejas marca allí donde te posas.
Por la puerta entró el Barón Max Wurhental y tras él Debacle que parecía un poco contrariada al estar allí pero que sintió alivio al ver la cara de Ben.
- ¡Héroe! Oscuros tiempos has traído a Lunargenta, amigo- saludó el campeón-. Aún así, no puedo estar más de acuerdo con las palabras de esta bella dama- Max hizo una ligera reverencia a Kyotan que hizo un gesto de desesperación al cruzar la mirada con Debacle.
- Sango- saludó la veterana soldado-. Por lo visto me seguían mientras te seguía- reportó.
Ben asintió a Debacle que se puso a su lado tan pronto tuvo la oportunidad de pasar al interior de la estancia. Sango sintió que su corazón no latía con fuerza por culpa del nerviosismo, sino de pura emoción.
- No te ofendas, Sango, pero tú no puedes hacerlo todo solo. Nadie puede. Ni siquiera el Héroe de Aerandir. Ni siquiera los héroes de las grandes gestas de antaño. Pero, con amigos, con gente que te quiere, que te apoya... Quién sabe, igual hasta te alzamos a las ramas más altas del Yggdrasil- hizo una pausa y miró a Max y a Debacle-. Te conozco demasiado bien. Tanto que me he estado guardando para el final el lugar de reunión. Los que estamos aquí te seguiremos hagas lo que hagas. La cosa es, ¿qué quieres hacer?
No era una pregunta compleja ya que podía responderse con un simple "iré" o "no iré". Sin embargo, lo que implicaba una u otra respuesta solo podía ser objeto de especulación e imaginación. No tendría otra oportunidad mejor. Dar un golpe rápido y contundente, dar el golpe de gracia a la familia Hesse.
Alzó la cabeza y miró a Debacle, al Campeón y a Kyotan. Tragó saliva y vio la confianza necesaria en sus ojos. La que le faltaba a él. La misma que había perdido en su guerra interna. Suspiró apartando esos pensamientos de su cabeza.
- ¿Dónde? ¿Dónde están?
Iori caminaba de manera rápida, moviendo exageradamente los brazos con cada paso, haciendo ondear vistosamente el vestido verde mientras cruzaba los anchos soportales blanco al resguardo de la lluvia.
- ¡Iori!- llamó mientras aceleraba el paso tras ella.
Sin embargo, la mestiza no se detuvo. Ben aceleró el paso y se obligó a ampliar la zancada. Cuando llegó a su altura, trató de agarrar uno de sus brazos.
En el momento justo, cuando apenas había rozado con sus yemas el antebrazo de Iori la mestiza dio un paso a un lado y retiró el brazo, haciendo que literalmente se le escapase de entre los dedos. Se detuvo entonces, encarándolo. Y dirigiendo hacia él una mirada cargada de rabia.
- ¿Esperas que obedezca a lo que me ordenes sin rechistar? No estoy bajo tu autoridad, Sango- siseó con rencor. Llenó los pulmones de aire y alzó una mano señalando con el dedo el salón que acababan de dejar atrás-. ¡Has sido… has sido…! ¡Por los Dioses!- la mestiza llevó las manos a su cabeza y se volvió a girar, reanudando el camino con paso airado.
Abrió mucho los ojos y se quedó paralizado, una vez más, observando la espalda de Iori mientras se alejaba. Su reacción, desde luego, estaba justificada, pero, se dijo, hasta cierto punto. Él lo único que buscaba era protegerla. Pero quizá hubiera unos límites. Quizá... Sacudió la cabeza, aún aturdido.
- ¡Iori!- llamó mientras comenzaba a caminar tras ella-. Iori, espera.
La cara de la mestiza se contrajo, y bajó las manos de golpe para convertirlas en un par de puños cerrados con mucha fuerza.
- ¿Qué? ¿¡Qué!? ¿¿QUÉ??- se detuvo súbitamente y se giró, clavando de nuevo los ojos en el con gran enfado-. Cornelius, tú, Zakath también, aunque no dijo nada. No hace falta. Sé lo que piensa. Puedo entender que desde el punto de vista de ellos crean que lo mejor es apartarme de todo, pero, ¿Tú? ¿De verdad, Tú?
- No es apartarte de todo- se defendió titubeante, empezando a entender qué sucedía-, es alejarte del peligro que supone Dominik- en su voz había una mezcla, compleja, de sentimientos difíciles de descifrar-. Creo que es lo mejor. Que te mantengas lejos de...
Pero si había algo con lo que no contaba Ben era con perder el hilo argumental sobre el que había sostenido que lo mejor para Iori era mantenerla alejada de las calles de Lunargenta, de Dominik y de cualquiera que pudiera hacerle daño. Frunció el ceño. No entendía por qué actuaba así cuando él solo buscaba protegerla.
- Es peligroso- dijo rápidamente-. Tiene armas, gente que está con él- se echó hacia atrás de manera inconsciente-. Tienes que mantenerte a salvo- dijo de corazón pero sin ningún tipo convencimiento en que algo de lo que hubiera dicho sirviera porque él mismo dudaba de sí mismo.
Sus ojos se clavaron en los de ella pero no dijo nada más.
La rabia que dirigía de forma viva hacia él se atenuó. Dando paso al dolor. Le mantuvo la mirada sin acortar distancia.
- ¿Y por eso tomaste la decisión tú solo? ¿Crees que no era importante que hablásemos juntos si es eso lo que piensas? ¿Acaso te has parado a pensar que para mí es exactamente lo mismo? Yo también quiero apartarte del peligro. Pero nunca te diría que no salieses a la calle a buscar a Dominik. Nunca te pediría que te olvidases de Zelírica…- apartó la mirada entonces, desviándola hacia la lluvia que caía con fuerza en los jardines que tenían a un lado-. Me dijiste aquí, antes de entrar a hablar con ellos, que no te apartase, que te dijese las cosas que suceden conmigo- volvió a buscarlo con la mirada, y sus ojos se enturbiaron de nuevo debido a la desesperación que sentía-. Dime Sango, ¿eso no se aplica a ti? ¿¡Tú si me puedes dejar a un lado cuando quieras!?
Lo que sintió Sango al escuchar a Iori fue como verse reflejado, por vez primera, en un espejo y comprobar que la imagen que uno tenía de sí mismo, idealizada, se deformaba hasta acostumbrarse a la irreformable realidad. Verse reflejado de aquella manera, ver cómo lo que a él le había parecido un acto de nobleza, se había deconstruido hasta el punto de verlo como un acto de autoritarismo sobre la persona que amaba y sintió el mayor dolor que había experimentado jamás.
Se sentía como un hipócrita, como una persona que era capaz de prometer el día y entregar la noche, como un hombre con dos caras. Con dos seres que luchaban por no caer en el olvido mientras la corriente de la existencia los arrastraba en el tiempo. Su cabeza era el campo de batalla más brutal en el que había estado en toda su vida y la guerra por sí mismo iba a ser complicada.
Sacudió la cabeza. Sango estaba terriblemente aturdido, repitiendo las recientes palabras de Iori. Admitiendo el terrible error que acababa de cometer, culpándose por ser incapaz de haber visto venir que sus palabras podrían tener aquel impacto. Eran dos personas que formaban un todo y una no podía imponerse a la otra.
- Iori, lo siento- dijo antes de aclararse la voz-. Lo siento. De verdad que sí. De verdad que en ningún momento mi intención era dejarte al margen...- negó con la cabeza. No quería volver al punto de antes-. Mis palabras fueron fruto de la costumbre, de esa parte de mi que lucha sola, que lucha por ellos, pero sin ellos- se detuvo y clavó su mirada en ella-. Lo siento. Estamos juntos en esto y debí hablarlo antes.
No apartó la vista de él, mientras su pecho moviéndose muy rápidamente evidenciaba lo alterada que estaba. El azul cambió de nuevo, a un reflejo herido en aquel momento. Pero la mestiza no tuvo tiempo de replicar.
- ¡Señor Nelad!- la voz de Charles resonó en el gran pasillo porticado.
Iori no miró hacia el mayordomo de Justine. No apartó los ojos, clavados con intensidad en Sango hasta que el hombre se detuvo a unos pocos metros de ellos e hizo una profunda reverencia que ninguno de ellos vio.
- Señor Nelad- volvió a repetir-. Estaba buscándolo. Tengo un mensaje para usted.
La mestiza giró entonces sobre sus talones, y atisbando un último instante la mirada verde del Héroe, le dio la espalda y reemprendió su camino alejándose de él. Esta vez sin correr.
- ¿De qué se trata, Charles?- preguntó sin apartar la mirada de Iori.
- Un joven muchacho trajo un recado verbal para usted: “Kyotan*, donde siempre” eso es todo- respondió solícito mientras la figura femenina se alejaba sin hacer ruido con sus pasos. Solo Sango sabia que debajo del largo vestido verde sus pies iban descalzos.
- ¿Qué?- Sango giró la cabeza hacia Charles-. ¿Kyotan?- Volvió la cabeza hacia el otro lado, hacia ella, y suspiró-. ¿Notaste si había urgencia en el muchacho?- ¿tanta como la que siento por volver a abrazarla? Después de un largo suspiro, centró su atención en Charles.
- Era un pícaro cumpliendo como mensajero. No sabría decir que grado de urgencia había en el mensaje, lo siento señor - se inclinó una vez más hacia delante.
- Está bien Charles. Si tengo tiempo antes del te, me gustaría ir a ver de qué se trata, si no, puede esperar.
- Cuando usted quiera, señor Nelad- asintió mirándolo de nuevo con un brillo de inteligencia en la mirada.
- Pues, si hay tiempo, me preparo y salgo. No tardaré demasiado- dijo con tono cansado.
- Prepararé escolta y montura- ofreció, listo para marchar de allí a la orden del Héroe.
- No será necesaria la montura y tampoco la escolta, Charles. Gracias- Ben buscó con la cabeza las escaleras más próximas y se encaminó hacia ellas.
[...]
Después de equiparse y salir con todo el acero que tenía a su disposición, pidió a Debacle, a la que había hecho llamar que le siguiera a una distancia prudencial. Le contó por encima los detalles del lío en el que estaba metido y Debacle simplemente asintió y se marchó para vigilar que nadie intentara acercarse demasiado a él.
Lunargenta mojada, como decían, tenía cierto encanto. Las calles estaban menos llenas, los suelos empedrados destacaban y brillaban reflejando la tenue luz que se filtraba a través de las nubes, el olor de las calles se atenuaba y se podía caminar con cierta tranquilidad ya que los que salían a la calle lo hacían por algún motivo y no por puro aburrimiento.
Ben caminaba bien protegido por la capa, capucha puesta y bien cerrada para evitar que la lluvia calara la armadura y se filtrara al interior. Se dirigía la taberna de Kyotan, un lugar casi familiar para él. Callejeando, no tardó en llegar a los muelles. Una vez allí, y tras avistar la taberna, se encontró a lo lejos, con un muchacho parado frente a la puerta. A medida que se acercaba, el muchacho le reconoció y con un ligero gesto de la mano le indicó un número dos y la dirección para que siguiera caminando.
Ben pasó de largo y saltó el primer callejón y cuando pasó la siguiente hilera de edificios, llegó a una bifurcación entre un puente que pasaba por encima de una lengua de mar que se metía en la ciudad, y un camino de no más de quince pasos de longitud, el cuál siguió para ignorar la primera puerta y hacer una ligera presión sobre la segunda y última que vio en ese camino. No se sorprendió al ver que estaba sin cerrar.
Cuando cerró tras él y sacudió la lluvia de la capa, una voz familiar le recibió con la fuerza del sol del mediodía.
- Mi hombre- dijo Kyotan, sonriente, al verle entrar-. Ah, disculpa las precauciones, querido, ya sabes, una nunca sabe si es bueno que la relacionen con ciertas personalidades- apoyó las manos en el barril sobre el que estaba sentada y se impulsó para caer de pie y caminar hacia él.
- Descuida, nos hemos visto en sitios peores- respondió Sango deteniéndose a dos pasos de ella, observándola.
Era un almacén lleno de estanterías con cajas y aparejos de pesca y tratándose de Kyotan, seguramente que allí se guardaba alguna otra cosa más y que no quiso pensar en ella.
- Cierto- abrió los brazos y rodeó a Sango y ambos se abrazaron-. Bah- dijo ella tras unos instantes. Ben notó cierta urgencia en sus gestos-. Por cosas así, detesto las armaduras. No nos permiten sentir las emociones con la fuerza que merecemos.
- Tampoco los flechazos, los espadazos, la...
- Detalles- le interrumpió Kyotan guiñándole el ojo-. Mi estimado Sango... ¿en qué andas metido?- preguntó girándose y haciéndole un gesto para que la acompañara.
- Estoy preparando la marcha a Zelirica, no hay buenas noticias del campamento- contestó mientras observaba las estanterías repletas de cosas.
- Ajá- respondió ella. Pero Ben sabía que allí no acababa la conversación-. ¿Te fue útil mi información?- su tono de voz sonó frío.
- Sin duda- respondió Ben.
La mujer le indicó que pasara a una sala iluminada por un candil sobre una mesa con un par de pequeños vasos tirados encima. Había unas banquetas al rededor de la mesa y poco más salvo olor a humedad y salitre y algo más que estaba seguro de reconocer pero no sabía ubicar, algo desagradable seguro. Ben torció el gesto y pasó para tomar asiento mientras a su espalda escuchó la puerta cerrarse y, para su sorpresa, un pestillo metálico terminó por asegurar la estancia. Ben se giró y Kyotan, con gesto severo, le indicó que se sentara. Ben obedeció, notando como la incomodidad crecía por momentos. No le tranquilizó que Kyotan se sentara a su lado y se quedara en silencio largo rato.
- Me alegro de que te sirviera, de verdad. Lo que no me alegra es, saber que, hay gente muy poderosa buscando a la chica. No me refiero al típico matón que tiene un puñado de informaciones medio decentes y capaces de chantajear a unos pocos. No. Me refiero a grandes burgueses con una red de informantes, con capacidad para llegar a todos los niveles de la sociedad- cruzó las piernas y miró a Sango-. ¿Te dice algo el nombre Hesse?
El rostro de Ben cambió por completo. Pasó de la preocupación y la incertidumbre a la seguridad de un auténtico depredador. una expresión que demostraba una frialdad digna de un auténtico cazador, inexpresivo, más allá del evidente gesto de concentración. Una expresión que delataba el vivo destello de rabia en sus ojos.
- Lo sabía, joder- Kyotan se llevó las manos a la cara-. Sango, sé en qué andas metido. Sé que poco después de aparecer tú muere Hans Meyer y luego los Hesse tocan el más miserable de los fondos. Sé que andas con esa chica. No eres nada discreto, joder, ¿a quién se le ocurre salir a bailar?- en su voz había decepción y quizás algo de angustia-. Mira, por lo que sé, hay un miembro de la familia Hesse que anda buscando un grupo para dar un golpe, un último acto de gloria para dejar bien alto el nombre de la familia Hesse. Sé que el objetivo es la familia Meyer, tanto la viuda como la heredera. Y sé de buena tinta que habrá mucha gente interesada. Aquí aún no han llegado las noticias de la desgracia de los Hesse, de hecho, sus informantes en esta zona aún siguen trabajando y moviéndose.
No había sido consciente hasta que se quedó en silencio, pero su tono de voz había sido terriblemente bajo. Ben observó a Kyotan que ahora se masajeaba la frente con movimientos circulares de los dedos. Se preguntaba muchas cosas sobre aquella persona, una de ellas era cómo habían acabado siendo amigos, y cómo era posible que, teniendo unos intereses tan opuestos, siguieran siéndolo tantos años después. El pelirrojo esbozó una sonrisa que desconcertó a Kyotan.
- ¿Cómo sabes todo esto?- preguntó sin darle tiempo a reaccionar.
- Trabajo para los Hesse- respondió-, no es algo permanente, desde luego, pero si que han solicitado de mis servicios en más de una ocasión. Y alguna vez me tocó echarle un vistazo a alguno de los tratos del difunto señor Meyer. Y ahora, muerto, y con los Hesse en vías de desaparición y tú como elemento de unión y yo por extensión...
- ¿Cómo sabes que siguen en activo?- preguntó Ben-. Pensaba que el pago era diario, en cuanto el dinero deja de fluir, las lealtades no suelen durar mucho.
- Lo sé y punto- sus ojos se habían desviado de él un instante. Lo suficiente.
Ben se giró hacia donde ella había mirado y vio unas cuerdas sobre una lona. Cuando se giró para mirar a Kyotan, esta tenía la mirada calvada en el suelo y las manos en la cabeza. Ben gruñó y se levantó y se acercó hacia la lona. Cuando vio una mano asomar comprendió cuál era el aroma desagradable que había percibido al entrar en la sala. Era un cadáver en descomposición, de un par de días, quizá más.
- Por todos los Dioses Kyotan, dime que no lo has hecho tú- se giró hacia la mujer-. Dime que no has sido tú.
- Te conocía, Ben- el pelirrojo se quedó paralizado-. Saben que yo puedo atraerte, sacarte de donde estés, y entonces...- Ben miró con la boca abierta a Kyotan y se dio cuenta de que podía haber caído en una trampa.
Entonces dos golpes, suaves, sonaron al otro lado de la puerta y Ben se sintió morir. Encerrado en aquella sala del almacén, y seguramente rodeado por gente que querían matarle por un puñado de aeros.
- Kyotan, ¿qué está pasando? No estoy entendiendo nada.
- Hubo que matarlo, Sango- respondió-. Por ti. Por protegerte a ti. Tuve que...- levantó las manos y se las miró antes de cerrar los puños.
Sango estaba terriblemente confundido. Había pasado de la confianza en Kyotan a sentirse traicionado a volver a sentirse seguro en su presencia en menos de diez latidos. Su respiración, agitada, de puro nervio pareció calmarse, no así su corazón que bombeaba con la fuerza de una tempestad.
- Tenías que haberlo enviado hacia mi. No deberías correr riesgos.
Sango estaba abrumado por el momento. Que Kyotan admitiera haber cometido un asesinato era algo que no concebía, sobre todo porque ella siempre decía que eso era intrusismo profesional. Cuando le había explicado aquello, Ben solo se había quedado con una disputa entre gremios: los ladrones, robaban, no solo objetos sino también secretos e información; los asesinos, por otra parte, comerciaban con vidas.
La persona a la que había sacado de un calabozo; la persona que le había ayudado a conseguir el dinero para el colgante con la cadena con la luna; la persona con la que había compartido tantas noches y que le había ayudado a moverse por la ciudad; la persona que se había convertido en su amiga, confesaba haber cometido un asesinato por él.
- Sango, no entiendes el efecto que causas en las personas que te rodean- se levantó y caminó hacia la puerta-. No eres consciente de la huella que dejas, del impacto que tienes en aquellos a los que prestas un mínimo de atención- descorrió el pestillo y abrió la puerta-. Eres, como dicen en mi tierra, hierro caliente, dejas marca allí donde te posas.
Por la puerta entró el Barón Max Wurhental y tras él Debacle que parecía un poco contrariada al estar allí pero que sintió alivio al ver la cara de Ben.
- ¡Héroe! Oscuros tiempos has traído a Lunargenta, amigo- saludó el campeón-. Aún así, no puedo estar más de acuerdo con las palabras de esta bella dama- Max hizo una ligera reverencia a Kyotan que hizo un gesto de desesperación al cruzar la mirada con Debacle.
- Sango- saludó la veterana soldado-. Por lo visto me seguían mientras te seguía- reportó.
Ben asintió a Debacle que se puso a su lado tan pronto tuvo la oportunidad de pasar al interior de la estancia. Sango sintió que su corazón no latía con fuerza por culpa del nerviosismo, sino de pura emoción.
- No te ofendas, Sango, pero tú no puedes hacerlo todo solo. Nadie puede. Ni siquiera el Héroe de Aerandir. Ni siquiera los héroes de las grandes gestas de antaño. Pero, con amigos, con gente que te quiere, que te apoya... Quién sabe, igual hasta te alzamos a las ramas más altas del Yggdrasil- hizo una pausa y miró a Max y a Debacle-. Te conozco demasiado bien. Tanto que me he estado guardando para el final el lugar de reunión. Los que estamos aquí te seguiremos hagas lo que hagas. La cosa es, ¿qué quieres hacer?
No era una pregunta compleja ya que podía responderse con un simple "iré" o "no iré". Sin embargo, lo que implicaba una u otra respuesta solo podía ser objeto de especulación e imaginación. No tendría otra oportunidad mejor. Dar un golpe rápido y contundente, dar el golpe de gracia a la familia Hesse.
Alzó la cabeza y miró a Debacle, al Campeón y a Kyotan. Tragó saliva y vio la confianza necesaria en sus ojos. La que le faltaba a él. La misma que había perdido en su guerra interna. Suspiró apartando esos pensamientos de su cabeza.
- ¿Dónde? ¿Dónde están?
Sango
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Los cuatro habían avanzado por calles y callejuelas estrechas bajo la incansable lluvia que caía en la capital de Verisar. No habían dicho mucho desde que salieron de los almacenes, solo habían caminado tras la estela de Kyotan, ni siquiera habían cuestionado el rodeo por el que les estaba llevando. Era, se dijo Sango, el momento para pensar en lo que estaba a punto de pasar. En concentrarse en la tarea que tenían por delante, en mancharse las manos y no cómo lo hacían Kyotan o Max, no. Era la hora del acero, de la sangre y de acabar con alguien que se había atrevido a amenazar la vida de aquellos a los que él quería. Y así se lo había hecho saber a la veterana Debacle, a la contrabandista Kyotan y al luchador y campeón el Barón Max Wurhental.
Echando un rápido vistazo a su alrededor, Ben se dio cuenta de que uno no nunca podía saber dónde surgían las amistades. Se preguntó, incluso, si uno tenía esa capacidad, si, quizá, la vida ponía a las personas indicadas en el camino de uno y luego solo era cuestión de tiempo afianzar y fortalecer el vínculo. Porque, ¿quién iba a imaginar que Sango, el aclamado Héroe, ejemplo de virtud, nobleza y honor, podía ser amigo de una contrabandista y ladrona, de un luchador de las catacumbas y ladrón? Soltó sonrió de puro orgullo. Esta no visteis venir, ¿verdad? Kyotan se detuvo en la boca de un callejón y con un gesto de cabeza les hizo una señal.
La zona próxima a los muelles de ricos comerciantes del puerto de Lunargenta, había experimentado, hacia décadas, una tímida expansión. Aprovechando la belleza de aquella zona de la bahía se habían construido pequeñas mansiones y casas de recreo cerca del agua. Muchos tuvieron uso prolongado, pero cuando la zona aumentó la presión del pulso mercante, el espacio dedicado a naves de comercio se amplió, y la hasta entonces zona de recreo, exclusiva de las clases pudientes, perdió importancia con el avance de las actividades comerciales a las puertas de las caras residencias.
Eso había sucedido con el punto de encuentro. Una pequeña mansión construida cerca del limite con el puerto, que había caído en el abandono tras un periodo usando sus estancias como almacén de pescado en salazón. Desde fuera se percibía el deterioro que anticipaba el mal estado del interior y, aunque la mayor parte de ventanas y puertas estaban tapiadas, otras tantas habían sido forzadas, dando a cualquiera un acceso al interior tras un rápido vistazo a la estructura de la finca.
- Uno casi puede verse reflejado en esa mansión- dijo Max cruzándose de brazos e ignorando un bufido fe Kyotan-. Planifican esta mansión, la construyen, tiene unos años buenos y al final, cuando ya no es útil por el motivo que sea, la desechan y se vuelve inútil. Casi como la vida misma, casi.
El pequeño grupo observaba la mansión, el lugar en el que los Hesse preparaban un último gran golpe. Sango, que se había quedado mirando la fachada del decadente edificio, pensaba en cómo actuaría ahí dentro. Pensaba en el número de personas que podía haber, en cuáles serían sus armas, en cómo actuarían ante un ataque coordinado. Por otra parte, no dudaba del compromiso de sus amigos, pero nada sabía de las habilidades de Kyotan y de Max con las armas, contra gente, presumiblemente bien equipada. Y sin embargo y pese a que ellos podían estar haciendo el mismo cálculo que él, allí estaban. Pero era demasiado. No podía pedirles aquello. El pelirrojo se echó vaho caliente entre las manos y las frotó.
- Quizá sea mejor que esperéis fuera. No creo que no os entereis si algo sale mal- dijo Ben haciendo callar unos murmullos compartidos entre Kyotan y Max.
- Ni de coña, Sango- respondió Kyotan reafirmada con el gesto de aprobación de Debacle y Max. Sango torció el gesto.
- Al menos dadme un tiempo, no aparezcáis todos a la vez, juguemos con algo de sorpresa, ¿Os parece?
- Si quieres que eso pase, sea, pero que se queden ellos atrás, yo voy contigo- dijo Debacle-, y no habrá discusión posible. O así, o todos juntos.
La firmeza y autoridad de la voz de la veterana Guardia quedó flotando en el aire entre ellos. Ben, tras un rápido vistazo a Kyotan y el Campeón, asintió con una leve sonrisa dibujada en su rostro y el pecho inflado de puro orgullo.
- Pues, dadnos unos sesenta latidos, luego, entráis, ¿de acuerdo?- preguntó Ben.
Sango y Debacle cruzaron miradas, se asintieron a la vez y tras despedirse del Campeón y Kyotan, que bromearon con el valor de su armas y armaduras, pero con tensión en su voz, marcharon hacia la mansión abandonada. A poner fin, de una vez por todas, a todos los peligros que acechaban a Iori.
La puerta principal, unas hojas de madera, dobles, con la altura de al menos dos hombres, no habían sido robadas de allí por una razón muy clara: la carcoma. Aunque mantenían su posición en el cierre que había echado la última persona que había salido de allí, los grandes huecos que eran los ventanales de la fachada permitían el acceso al interior a vagabundos, maleantes y en general cualquier criatura que desease poner dentro los pies, como era el caso, en esos momentos, de Ben y Debacle. El aire olía a edificio húmedo y madera en descomposición, y el interior a priori parecía vacío.
Sango gruñó mientras escuchaba el eco de sus pasos haciéndose cada vez más evidente por encima de la lluvia que caía en el exterior. Dio gracias a los Dioses por la capa y por dejar atrás los días en los que gambesón y pantalones acababan empapados bajo la lluvia.
- Sanna- murmuró deteniéndose para echar un vistazo a una sala que le quedaba a su izquierda-, sin miedo. Tyr nos guarda.
No le hizo falta volver la vista para saber que ella acababa de asentir y de que con aquel gesto había un convencimiento absoluto, una fe ciega no solo en ella misma sino en el propio Sango. Era algo que Ben había podido comprobar y conocer de Debacle: su dedicación y lealtad hacia el orden, estaba por encima de todas las cosas. Y para Sanna Ulferm, la veterana Guardia, la excepcional exploradora, la cartógrafa con más experiencia que él había conocido jamás, el orden lo encarnaba Sango y eso era algo que él sentía. Por eso no se giró. Porque solo le bastó con el leve sonido que había hecho la brigantina que llevaba ella por armadura.
Sango reanudó la marcha. Sus pasos estaban cargados de decisión y determinación.
Lo que era un abandono total dejó paso a las estancias interiores algo más aisladas del mundo exterior, de la luz natural y del vacío. Tras atravesar un par de estancias principales, divisaron una luz de fuego proveniente de una puerta abierta a un lado de una gran escalinata doble que ascendía al segundo piso. Junto con la luz, el sonido de voces graves, y por la entonación, parecían animadas.
Las voces, en cierto modo, tranquilizaron a Sango. Si allí había gente, eso significaba que no habían empezado con sus planes para acabar con todo lo que tuviera que ver con los Meyer. Al menos, dijo una parte más realista, no todos estarán llevando a cabo el plan. Dejó que sus pisadas golpearan con algo más de intensidad el suelo, callando las voces, poniendo en alerta a los presentes, haciendo que en su rostro, apareciera una leve sonrisa de tranquilidad, del que sabe que los Dioses están observando.
- Buenas tardes- dijo pasando bajo el dintel de la puerta.
La habitación estaba iluminada con la calidez de un fuego que ardía en el hueco de una chimenea de piedra en desuso. Por el olor, seguramente se tratase de basura y restos de ropas viejas, ya que no había rastro de una aromática leña llenando con su esencia el lugar. Allí dentro, doce personas. Algunos de pie, otros recostados en la pared y tres de ellos, sentados en destartaladas sillas. Eran mercenarios con equipos decentes, un par de ellos hasta tenían armaduras de placas, el resto lorigas, gambesones y cotas de malla. Predominaban las espadas y acertó a ver un hacha.
- Otro más- dijo uno con desprecio y escupió en el suelo-. A este paso va a haber muy poco dinero para repartir- se quejó antes de apartar los ojos con desinterés de Sango, para pasar a mirar a Debacle con una curiosidad viva.
- ¿Venís juntos?- preguntó otro que se acercó unos pasos hacia la pareja, haciendo sonar con fuerza el suelo bajo su peso, crujiendo la madera.
Sango se detuvo y fingió una mirada hacia atrás, hacia Debacle. A continuación volvió la cabeza al resto y estudió a los presentes.
- Claro- dijo alzando ligeramente los hombros-. Tenéis una buena reunión aquí montada- comentó poniendo los ojos en la figura que tenía más cerca-. ¿Quién está al mando?- preguntó.
Por toda respuesta obtuvo risas de los mercenarios. Ben no mutó la expresión.
- ¿Al mando? ¿No sabes a qué has venido?- preguntó desde una esquina uno con cierta sorna-. Si no tenéis idea de qué venís a buscar aquí, será mejor que os vayáis.
- Sé a lo he venido, pero conviene recordar quién está al mando. Sobre todo cuando se trata de una panda de borregos como vosotros- dio un paso al frente-. ¿Quién está al mando?- preguntó una vez más.
Dos de los que estaban sentados se levantaron, y los recostados contra las paredes se incorporaron. Ben no les dedicó más de una mirada a cada uno.
- Respuesta incorrecta- dijo uno con una asombrosa voz gutural. Aquel sonido fue el inicio de una respuesta colectiva, y es que los cuatro que estaban mas cerca de ellos dieron un paso al frente para enfrentar sus armas y puños contra Sango y Debacle.
- Que rapidez- dijo con genuina sorpresa-. Bueno, antes de que hagáis cualquier tontería, si nadie se declara jefe de todo este grupo, creo que lo mejor será que yo tome el mando- notó a Debacle removerse tras él. Sí, se acerca el momento.
La salida de Sango los detuvo, y los dejo tan confusos que fueron incapaces de reaccionar.
- ¿Qué demonios…?- farfulló uno de ellos.
- Espera… Yo le conozco… Míralo bien, no es el…- se detuvo uno señalando hacia el Héroe.
- Es hombre muerto-zanjó uno desenvainando una espada de brillante doble filó. Dos zancadas, un tajo descendente. El aliento de todos contenido.
Sango flexionó las piernas y dio un pequeño salto hacia un lado y en dirección a su atacante de tal manera que este tuvo que rectificar la dirección del golpe sin éxito ya que Sango ya había alzado las manos para detener su brazos en alto. Con los brazos inmovilizados, Ben lanzó la cabeza hacia su rostro impactando con tanta violencia que escuchó la nariz de su agresor quebrarse. Este gritó de dolor y Ben al notar su debilidad maniobró para quitarle la espada de las manos y tras dar un paso lateral y maniobrar con el acero de su rival, apuntó y se la clavó en un costado. Acto seguido soltó la espada y dejándola allí clavada, le propinó una patada para hacerle caer mientras el aire escapaba de aquel desgraciado que no había tenido oportunidad alguna contra él (1).
Sango, entonces, con un hábil movimiento, descolgó el escudo a su espalda y miró al resto ladeando la cabeza. En su derecha, el hacha, la reliquia familiar. En sus ojos, la determinación de acabar con todos y cada uno de ellos.
- Respuesta incorrecta- dijo mirando al resto-. ¿Quién es el siguiente?
En sus ojos había el mismo análisis: rápido. El pelirrojo había contraatacado con una velocidad inesperada para alguien de su corpulencia. Sus movimientos, precisos, ágiles y llenos de fuerza habían dejado asombrados a todos los presentes. Se medían con una persona de consumada práctica en el combate, y la inseguridad nació en los ojos de los más despiertos. Las ganas de probarse a sí mismos, en cambio, ardieron en las mentes de los menos espabilados.
El silencio se había convertido en la única música que se escuchaba en la estancia con un cadáver a los pies de Sango. Era adecuado que no hubiera más voces, que no hubiera distracciones. Sango estudiaba a sus rivales, eran muchos, estaban bien armados, pero no sabían a quién se enfrentaban.
De una puerta lateral, que había pasado desapercibida, salió otra figura pulcramente vestida y de constitución tan enjuta que dejaba claro que no se trataba de un guerrero. Tras un rápido vistazo y tras comprobar que todos estaban alterados, habló.
- El señor Hesse indica que no tiene interés en contratar a vulgares matones, de manera que aquellos que no sepan controlarse deberían de abandonar este lugar.
- Bien- asintió Sango-. Vamos haciendo avances- no guardó las armas-. Sin embargo, no creo que nadie vaya a abandonar este lugar- hizo un esfuerzo terrible por controlar su lengua-. No hasta que se disculpen conmigo- dijo forzado-. De lo contrario...- se mordió la lengua y decidió permanecer en silencio, la adrenalina quería controlar todo su cuerpo, incluso sus palabras. Su mirada, sin embargo, bajó hasta el cadáver a sus pies. Daba a entender qué era lo que venía a continuación.
Silencio de nuevo. El hombre con rostro desinteresado giró la cabeza para mirar con molestia a Sango, hasta que sus ojos se agrandaron. Lo miró cambiando la posición estirada que había mantenido hasta entonces y se medió giró, evidentemente asustado. Él sí lo había reconocido al instante. Sango, sin embargo, no le había prestado atención.
- Me disculparé cuando me comas los cojones- gruñó el de la voz muy grave que ya había hablado antes.
Sango lanzó una carcajada y tan rápido había salido de él, así la cortó. Sus ojos reflejaron el fuego que ardía en el hogar y Ben se aferró con fuerza a escudo y hacha. Bajó la cabeza y negó.
De improvisto, salió lanzado hacia él y le embistió golpeándole el torso con el escudo mandándole al suelo. Ben se giró para lanzar un hachazo al que tenía más cerca pero este consiguió esquivarlo agachándose y rodando por el suelo antes de levantarse y sacar su arma. El movimiento quedó a medias ya que Debacle, que había desenvainado al tiempo que Ben salía corriendo, con un estocada precisa le arrebató la vida al instante.
Ben se lanzó a por el siguiente, sin mirar atrás, lanzaba golpes con el hacha como un auténtico lunático, con fuerza y de manera caótica. La mayoría fueron detenidos por la espada de su rival, otros impactaron contra la cota de malla y cuando los golpes superaron la resistencia de su enemigo, Sango le clavó el hacha entre el hombro el y el cuello hasta en cuatro ocasiones dejando un reguero de sangre que salpicó todo a su alrededor.
Un golpazo en la espalda sacudió a Ben que extendió el brazo del escudo y giró sobre sí mismo para golpear los brazos de otro de los mercenarios que se habían unido al combate. Este salió despedido hacia atrás pero sin hacerle perder el arma. Con este distraído, Ben se giró para ver que otros dos rivales se acercaban, prudentes, hacia él. Cuando quiso darse cuenta, había hasta cuatro personas rodeándole y Ben se puso en posición defensiva (2).
Los cuatro que avanzaban descompasados, y casi arrastrando los pies se lanzaron al ataque cuando Sango fintó un ataque que le había servido para acomodar su postura (3). Una estocada pasó entre escudo y costado, Sango cerró el brazo y aprisionó parcialmente el arma. Giró sobre sí mismo y desarmó al de la espada a tiempo de detener con el escudo un hacha que bajaba hacia él. El hacha, al instante, se convirtió en piedra (4) y cayó al suelo para sorpresa de su agresor. Un tercer atacante, lanzó un tajo descendente pero golpeó en el canto del escudo que Sango había interpuesto ante el evidente ataque que suponía esa espada. Para sorpresa del pelirrojo, la espada salió disparada de la mano de su atacante al que no prestó más atención pues el cuarto gritó tras él y al volverse, se apartó al ver su maza, que iba dirigida a su cabeza y que finalmente terminó golpeándole en el hombro izquierdo. Como respuesta lo pateó para alejarlo de él.
Sango gritó de rabia y bajó la posición para detener un golpe lateral con el escudo del atacante que faltaba. La espada cayó al suelo y Ben con los ataques neutralizados, pasó a atacar al resto.
El que había perdido la espada recibió un hachazo que le partió la cabeza provocando que cayera muerto al instante. El primero, al que Sango había desarmados, se atrevió a abalanzarse con las manos desnudas contra él, pero Sango lo esquivó estirando una pierna y apoyando el peso en la otra provocando, además, que cayera al suelo tras él. Sin prestarle más atención, atacó con un golpe ascendente al del hacha que seguía mirándola embobado. El golpe reventó la armadura que traía pero también provocó que Sango perdiera el hacha después del brutal golpe. El hombre cayó al suelo con las manos en el torso y metiendo aire en el cuerpo a bocanadas. El de la maza volvió a golpear descendentemente y Ben lo esquivó por poco trastabillando hacia atrás.
Con la distancia que había tomado, pudo ver que Debacle peleaba con el de la voz grave y parecía estar en apuros. Se acordó de Kyotan y Campeón y maldijo la hora en la que les pidió que esperaran. Sango desenvainó la espada y el de la maza volvió a intentarlo con el mismo golpe. Sango esperó al último momento y alzó la espada para parar el golpe y aprovechar el contacto para hacer valer su fuerza y su habilidad para conducir, con la espada, la maza hacia el suelo, dejando vía libre para, girar la muñeca y lanzar un golpe ascendente que se clavó en la cara de su rival y que sacó con violencia de ella.
La lucha, entonces, se detuvo un instante y Ben tuvo tiempo de ver que Debacle, fatigada, acababa de sacar su espada de aquel tipo. Habían caído cinco y quedaban siete que habían formado una línea frente a ellos, cautos, con miedo en sus miradas. Ben se limpió la sangre de la cara con el dorso de la mano de la espada.
- Dos para siete- dijo Ben con la respiración agitada.
- No sabes contar, Sango- dijo una voz conocida a su espalda.
La sonrisa de Sango heló los corazones de sus rivales.
- ¡Señor! ¡¡Señor!! - la voz del hombre de modales finos sonó con fuerza aunque acababa de cerrar la puerta por la que se había asomado tras el. Sus gritos fueron lo suficientemente altos como para que todos lo escucharan en medio del silencio tras la primera parte del combate.
- Tu eres Sango, el Héroe- apunto con miedo en los ojos el muchacho que al principio de la conversación parecía haberlo reconocido.
Cuatro frente a siete. Y sin embargo el grupo mas nutrido no se atrevía a atacar.
- Sí, lo soy- apretó los dientes reteniendo el dolor que empezaba a hacer mella en su espalda y hombro-. Y habéis elegido el bando equivocado- resopló y se giró hacia sus compañeros para dedicarles una sonrisa sincera, luego volvió el rostro hacia sus rivales-. Si lucháis con honor, puede que Hela tenga algo de compasión por vosotros- insultó-, con vuestra última decisión podéis decidir si vuestras miserables vidas valen algo.
Entonces, en su cabeza, apareció el rostro Iori, su sonrisa sincera aquella mañana de hacía unos días; luego Zakath, su risa de esa misma mañana al darle el saquito con las hierbas; Justine y su sincera preocupación por el bienestar de la mestiza; Cornelius y su sabiduría fruto de años de vivencias; Charles y su incansable servicio hacia ella... Todos ellos eran los objetivos del ataque. La persona que más quería, las personas con las que compartía historia y a las que quería y tenía aprecio. La ira se apoderó de él. El dolor se atenuó. No había tierra suficiente en todo Midgard para esconderse de él. Querer hacerle daño... Ben estaba temblando y cuando fue consciente de ello la rabia salió en forma de grito. Uno desgarrador, uno que se podía escuchar en los nueve mundos (5).
Los siete se abalanzaron sobre Sango que al verlos correr hacia él, alzó espada y escudo. Debacle gritó una orden a su espalda que iría dirigida a Kyotan y Max. Los Dioses serían testigos de tal hazaña. Él solo tenía que aguantar.
Las armas de los siete cayeron a plomo sobre Sango que fue capaz de desviar dos de ellas con el escudo y otras con la espada que perdió ante los brutales ataques. Max, que portaba una maza apareció por un lateral y golpeó con brutalidad a uno que había conseguido flanquear a Ben que miró de reojo como Debacle despachó a otro. Una espada, sin embargo, golpeó a Ben en el torso, en la armadura, propagando el golpe por todo el cuerpo haciendo que gritara, esta vez de puro dolor. Las armas de piedra quedaron en el suelo pero sus atacantes se lanzaron sobre Sango arrebatándole el escudo con gran violencia. Kyotan consiguió apuñalar uno bajo la axila pero el otro pudo golpearla con el antebrazo antes de recibir un espadazo de Debacle en el cráneo.
Ben, indefenso, abrió los brazos y se lanzó contra los tres que quedaban en pie. Todos ellos lanzaron sus armas contra él, golpeándole en la espalda y en el costado y provocándole un dolor tan atroz que cayó de rodillas quedando ahora sí a merced de sus atacantes. Por suerte para él, Debacle, Max y Kyotan se interpusieron entre él y sus atacantes, desanimados, confundidos, y con ninguna esperanza. Los mercenarios no tuvieron ninguna oportunidad: la maza de Max partió un cráneo; Kyotan fintó con la espada corta haciendo que su rival se centrara en ella y perdiera la percepción del puñal que se acercaba a su cara; Debacle, por su parte, había adoptado una posición rara, muy ladeada para ser un ataque normal pero que le valió para lanzar una estocada a la ingle del mercenario que con un grito se tiró al suelo y que fue silenciado tras unos vacilantes pasos de Debacle.
Sango gateó hasta encontrar en su mano el familiar tacto del hacha. Hizo un esfuerzo horrible por levantarse y cuando consiguió hacerlo sus ojos se centraron en una Debacle apoyada sobre su propia espada y con una mano en un costado. Ben se acercó tambaleante y posó una mano en el cuello de la valiente guerrera. Recuperó su espada que estaba cerca de ella (6).
- No es nada, es un rasguño- dijo entre jadeos.
- Ya, y yo no soy pelirrojo- contestó Ben forzando una sonrisa antes de alzar la mirada hacia Kyotan y Max-. Sacadla de aquí, llevadla a la residencia de recreo de los Meyer y preguntad por Charles. Vais en nombre de Ben Nelad. Requerid la presencia de Amarie Areth- alzó la mano izquierda ante la inminente réplica de todos ellos-. Es una maldita orden- caminó, cojeando, hacia la puerta por la que había salido aquel tipejo bien vestido.
Al llegar a ella, asió el tirador, hizo presión y abrió sin hacer demasiados aspavientos. Era bueno recuperarse, dejar que la armadura fuera haciendo su trabajo (7).
La puerta daba a un largo pasillo. Más oscuro que las zonas anteriores debido a la gran cantidad de ventanales tapiados. Del hombre que había desaparecido no había rastro, pero al fondo, frente a una puerta de gran tamaño tres figuras. Ben avanzó cauteloso mientras sus ojos se hacían a la oscuridad del pasillo.
- Veros aquella noche fue el principio de todo este caos- siseó el hombre de en medio.
Un joven bien parecido, con ropas elegantes y protegido por dos guardias a cada lado. Ambos vestían con armaduras llenas de elementos identificativos como pertenecientes a la noble familia Hesse. Los restos que quedaban de la guardia personal.
- No sé cómo has conseguido enterarte tan rápido de mis intenciones, Sango- puntualizó-. Pero que estás en el lugar y momento equivocados.
Sango se detuvo en mitad del pasillo y fijó la mirada en la figura del centro. Se pasó la mano izquierda por la cara, limpiándola de restos de sangre y sudor.
- ¿Acaso no lo notas?- habló Sango tras un momento de silencio-. ¿No lo sientes?- se llevó la cabeza del hacha al hombro y la enganchó a un recoveco de la hombrera-. ¿No reconoces la muerte cuando la tienes en frente?- Sango enseñó los dientes-. ¿No reconoces al campeón de Tyr cuando se alza ante ti?- Sango dio un paso al frente y descolgó el hacha-. ¿Acaso crees que esta oscuridad podía amedrentar al Guardián del Sol?- siguió avanzando-. ¿Acaso crees que puedes escapar de mi?
Los guardias permanecieron en sus posiciones, pero fue evidente que aquella visión de Sango intimidó al noble corrupto. Dio un paso hacia atrás, parapetándose más tras las formas de sus soldados personales, en donde pareció recuperar algo de seguridad.
- Imposible no hacerlo. Como imposible no identificar a un Ojosverdes cuando lo tienes delante. El color de sus ojos es de otro mundo, ¿sabes? Esa chica con la que estás enredado…- saboreó unos segundos de silencio la reacción del Héroe-. Parece que tiene cuentas pendientes con demasiada gente. Has venido a buscarme a mí pero si lo que quieres es cuidarla ha sido una mala idea- anudó las manos a la espalda y se balanceó en la punta de los dedos, sin poder esconder una sonrisa triunfal.
Sango se detuvo. Sin palabras. Sin saber si lo que decía aquel bastardo era real. ¿Por qué debía creerle? ¿Por qué alguien, más un Ojosverdes, iba a hacer caso a un tipo como aquel, un humano, nada menos? Pero, ¿acaso no habían colaborado ya en el pasado? Ben quería salir corriendo y comprobar que nada le había ocurrido a Iori. Sin embargo, se resistía a creer que nada de lo que le había dicho fuera verdad. Zakath está en el palacete, Debacle, Max y Kyotan van para allá, hay guardias. Y aún así... Sango, pragmático y encendido de rabia por no saber, por estar confundido por unas miserables palabras, avanzó.
- Algiz. Uruz- dijo apuntando con el hacha hacia delante.
El hombre cambió de nuevo su expresión, inseguro, y avanzó hacia atrás.
- ¡Deberías de dejar de perder el tiempo aquí a ir rápido, si es que todavía queda algo de ella!- los guardias llevaron manos a las empuñaduras y desenvainaron.
Sango trotó, hacha en mano. No había vuelta atrás. No había, para él, otro camino que aquel que pasara por matar al último miembro de los Hesse. Trató de bloquear el resto de pensamientos, pero la duda era poderosa en él. Aferró con fuerza el hacha.
El noble, reconociendo la decisión en sus ojos maldijo con una palabra impropia de alguien de su cuna, y se giró para echar a correr por el largo pasillo. Las luces que entraban a jirones por las maderas abiertas iluminaban su figura mientras ambos guardias personales se lanzaban hacia delante bloqueando su paso. Uno por arriba y el otro por debajo en un corte lateral, atacaron juntos a Sango demostrando que estaban acostumbrados a trabajar coordinados.
Sango se pegó todo lo que pudo a la pared y asumió que uno de los golpes se lo iba a llevar. Apretó los dientes y rugió mientras alzaba el hacha para detener el golpe vertical. El espadazo lateral lo estampó contra la pared y atravesó la armadura de placas y el gambesón y la cota pues acababa de sentir el frío acero y el desagradable y familiar sensación de haber recibido un espadazo. Por fortuna, su brazo derecho aun funcionaba y el hacha desvió la espada contra la pared. Con la zurda, sin embargo, trató de aprisionar la espada del otro guarda que parecía tener problemas para sacarla de entre las capas de tela y metal que crubrían a Sango y que le estaba causando un daño atroz.
Sango, viendo que su brazo izquierdo era incapaz de darle la fuerza que necesitaba lanzó el hacha contra la cabeza del guarda al que golpeó con contundencia pero con el lado romo del arma provocando que saliera despedido hacia atrás y cayera al suelo. El otro guarda, recuperado del esquive, le lanzó una estocada a Sango que le acertó en el peto de la armadura y le lanzó hacia atrás, haciéndole caer sobre la espada que aún tenía atascada que ahora sí cayó al suelo. Su visión se tornó oscura un instante. Un momento en el que vio dos figuras: las dos líneas paralelas, una más corta que otra, unidas por una línea inclinada; y por otro lado el trazo vertical con las dos líneas que partían de esa misma línea y se extendía hacia el exterior formando un ángulo. Toda su fuerza debía centrarse en proteger su lugar seguro. Sus brazos, su sonrisa. Ella. Y esos malnacidos amenazaban esa seguridad.
Sango rugió y al incorporarse, de rodillas en el suelo, alzó el hacha para detener un golpe de espada. Pero no se detuvo ahí. Alzó una pierna y tiró un golpe bajo que no acertó por poco y que obligó al guarda a dar un paso atrás. Sango se incorporó y golpeó con el hacha desde abajo. El guarda interpuso la espada y esa fue su perdición. El golpe lo detuvo a media altura, con una mano en la empuñadura y otra en el filo de la espada, con sus manos fuera de juego Sango alzó el izquierdo y gritando para sobreponerse al dolor le metió el pulgar en el ojo con toda la fuerza que pudo. Cuando el guarda chilló y aflojó la presión en la espada, Ben tiró el brazo derecho hacia abajo, luego hacia atrás, arriba y clavó el hacha en el cráneo del hombre que estalló en cientos de fragmentos y sangre que salpicó en todas direcciones. Ben tiró del arma y volvió a golpear mientras seguía gritando y con el dedo dentro de su cuenca ocular.
No se dio cuenta de que el otro, se había colocado a su espalda y usó su propia capa para ahorcar a Sango tirar de él hacia atrás haciendo que ambos cayeran al suelo.
Sango braceó tratando de buscar la manera de deshacerse del mortal abrazo pero sin éxito. El hacha le quedaba lejos, la espada imposible de sacar. Y entonces, como última imagen, como último recuerdo, su cabeza recodó la noche del baile. Salir a buscarla, encontrarla, ver cómo peleaba. Estará bien. Meterse entre la gente, los rateros. Oh. Sus manos, buscaron por la capa, rápidos, caóticos. Le ardían los pulmones, los dientes le dolían de tanto apretar. Entonces, encontró el puñal que le había arrebatado a la muchacha. Lo sacó de uno de los bolsillos ocultos de la capa y haciendo acopio de las últimas fuerzas que le quedaban, lo clavó hacia atrás en la cara del tipo que lanzó un desgarrador alarido de dolor que resonó por todo el pasillo. Ben, sin perder el puñal giró hacia un lado y tomó grandes bocanadas de aire mientras los gritos se atenuaban y el tipo pataleaba en el suelo. Ben se incorporó, giró hacia su atacante y le clavó el puñal en la cara una vez más. Y luego otra. Y así hasta que los gritos cesaron y la sangre cubría sus manos y su rostro.
Tiró el puñal a un lado y se sentó mirando ambos cuerpos. Seguía recuperando el aire cuando su cabeza giró hacia la puerta. Se limpió la sangre ajena en la capa y tocó el lugar donde la espada había traspasado la armadura. Sin duda estaba sangrando. Gimió y gruñó al mismo tiempo y recuperando su hacha, se levantó.
Con los cadáveres de los dos guardias, en aquel punto de la propiedad en la que estaba no se escuchaba ningún ruido. No llegaban ni tan siquiera los sonidos amortiguados del puerto que se extendía vibrante a solo unas decenas de metros más allá.
La penumbra del pasillo fue el único testigo del sacrifico y del dolor de Sango mientras avanzaba.
Frente a él, una gran puerta de roble, últimas evidencias de la pujanza que poseía la familia que una vez había vivido allí. Era recia y pesaba, pero cedió obediente a la demanda del Héroe cuando apoyó su mano para abrirla.
En aquella estancia nueva no había ni una sola ventana. El techo se alzaba majestuoso, construido como una gigantesca bóveda de cristal que permitía ver el cielo. El diseño pretendía llenar el lugar con las luces de las estrellas y la luna en las noches de fiesta, iluminando el espectacular salón de baile en el que Ben había entrado.
No había en aquella ocasión nadie danzando. Ni fiesta. Ni tan siquiera estaba Dominik Hesse, que había escapado aprovechando el tiempo de pelea de Sango.
Lo único que evidenciaba su presencia en aquel lugar era la lluvia, golpeteando el cristal del techo incesantemente desde el cielo gris. Y una docena de Sangos, que desde las paredes le devolvían la mirada al Héroe que había entrado allí.
Se detuvo en el centro de la sala mientras un huracanado viento removía el interior de sus cabeza. Desde fuera, las inquisitivas miradas de doce jueces clavaban sus ojos en él, valorando, estudiándole, juzgándole en silencio, dejando que sus pensamientos bailaran al ritmo de las incansables gotas de agua chocando contra el cristal que tenían sobre sus cabezas.
- ¡No quiero nada de esto! ¡NADA!- gritó antes de caer de rodillas.
El sonido del hacha golpeando el suelo retumbó por encima del eco de su voz. Ben se llevó las manos a la cabeza.
"Bien que has matado sin piedad". Sango alzó la mirada para observar con sorpresa la voz que hablaba a su derecha. "Eres un asesino, admítelo. Además, se te da bien". Alzó las cejas.
- No soy un asesino- dijo entredientes sin aflojar la presión que hacía con sus manos sobre su cabeza y volviendo a una expresión de confusión e ira-. ¡No soy un asesino!
"Claro, claro, no lo eres. No seáis tan duros con él". Ben giró la mirada hacia el otro lado. "Si mata con un noble propósito, no se puede considerar un asesino", a Sango le pareció que sonreía.
"Ah, entiendo", dijo otra figura, "lo único válido es su ley, la que él dicta, la que le viene en gana", el resto asintió ante la atónita mira del pelirrojo.
Sango agarró el hacha y clavó la mirada en la última figura que había hablado, lleno de rabia se levantó y caminó hacia sí mismo. ¿Quiénes son estos tipos para hablarme así? ¿Cómo se atreven a cuestionar mis acciones? Ben bufó al verse de cerca. Era una visión que le revolvía el interior, que le hacía sentir una presión inmensa en la cabeza.
"¿Lo veis? Siempre igual. Si algo no le gusta."
Sango golpeó con fuerza el espejo que se quebró al instante en cientos de fragmentos que cayeron al suelo con un gran estruendo. El ruido le golpeó como una ola rompiendo contra un acantilado, salvaje, bestial, incontrolable. Y en el momento de rotura le había producido una sensación de alivio, como si la presión aflojara. Sí, había descubierto cuál era la clave.
La risa se apoderó de él mientras se daba la vuelta.
- ¿Quién más quiere llamarme asesino? ¡¿Quién?!- bramó.
Caminó hacia el espejo del lado contrario apuntándole con el hacha y sin mediar una sola palabra lanzó el hacha sin ningún tipo de cuidado por el arma. El impacto rompió el espejo que cayó como cientos de miles de gotas de agua al golpear una rama tras un día de intensa lluvia, como una majestuosa cascada rompiendo contra el fondo. Fue una imagen preciosa que vio emborronada al echar la vista abajo.
Estaba paralizado, mirando su mano derecha, ensangrentada, que temblaba sin control, como el creciente miedo que se estaba apoderando de él. Un miedo que chocaba frontalmente con entusiasmo de hacía tan solo un instante. No entendía qué ocurría y eso alimentaba el miedo.
"Tu naturaleza es destructiva. No sabes hacer otra cosa. Vives para destruir. De una u otra manera, siempre acabas destruyendo, ya sean espejos, árboles o, por ejemplo, vidas. ¿Acaso no lo ves? Siempre destruyes la vida de los que te rodean."
Aquella acusación sacó a Ben de su espiral oscura interna y clavó unos ojos enrojecidos de pura ira. La esclerótica, roja como el fuego, devoró el blanco fondo y rodeó la verde pupila. Cerró los puños y se obligó a caminar, y luego a trotar. Corrió hacia el espejo y chocó de costado contra él, rompiéndolo al instante y saliendo rebotado entre trozos de espejo que cayeron sobre y bajo él. Se levantó y cogió un puñado de cristales que lanzó con violencia contra el muro desnudo.
"¿Qué haría la gente que te aclama si te viera ahora? El Héroe convertido en destructor. En asesino."
No tuvo que caminar mucho antes de golpear con rabia el espejo. Sus propios puños se tiñeron con su propia sangre, pero al menos había conseguido acallar las voces que tanto daño le estaban causando.
No merezco nada de esto. ¿Por qué me está pasando? ¿Por qué me juzgan? ¿Cómo detengo esta locura?
Pero el momento de lucidez se desvaneció con la rapidez de un suspiro y Sango se giró desenvainando la espada para golpear otro espejo antes de que pudiera hablar. La clave era adelantarse a ellos y, quizá, regodearse en ellos, pensó. Pisoteó su fragmentos y saltó sobre ellos gruñendo como un animal, ajeno al dolor que le cortaba la respiración y que subía desde un costado. Ajeno a que aún quedaban siete jueces. Siete voces que preguntaron al unísono a un sonriente Sango:
"¿Quieres hablar de Ella?"
Sango dejó de saltar y se le desencajó el rostro. Lo último que esperaba era que ellos la conocieran, que hablaran de ella, que se atrevieran, si quiera, a decirle cosas que nada sabían sobre Ella.
Alzó la espada hacia uno de los espejos.
- Ni se te ocurra mencionarla- jadeó.
"Primero te acercas a ella, con nobles intenciones, por supuesto, no eres un asesino. Luego, Sango, te acercas a ella, te dices que los hilos del destino os unen. Unos hilos que tú mismo desprecias ahora. Sango, ¿dónde queda la muerte gloriosa?"
Sango golpeó con tanta fuerza el espejo que su propio brazo salió disparado hacia atrás, pero eso no le impidió golpearlo hasta en cuatro ocasiones más. Sango le gritó que cerrara la boca que dejara de hablar, que dejara de decir sinsentidos, que la dejaran en paz. Y cuando se le quebró la voz por puro dolor, el eco dio paso al silencio y este, nuevamente, a la misma voz.
"Quieres destruir lo que eres, lo que has sido. Quieres destruirla a ella alejándola de lo que es. ¿No lo ves? ¿Por qué lo haces, Sango?"
La risa desquiciada de Sango sonó por toda respuesta mientras sus erráticos pasos le conducían hacia el siguiente espejo. Debía concentrarse en romperlos. Era lo único que le proporcionaba cierta tranquilidad, aunque fuera solo un instante, un breve latido, lo suficiente para no dejarse ir del todo.
"Yo te diré por qué lo haces, y cuando lo escuches, verás que teníamos razón desde el principio."
Ben golpeó desganado el espejo y cuando lo rompió, se dejó caer al suelo junto con la espada. El peso era demasiado grande como para soportarlo. El dolor alcanzaba cotas que no había experimentado nunca y por mucho que presionara la cabeza con ambas manos, este no parecía remitir.
"Tu destino es grandioso. Has nacido para un propósito mayor. Has nacido para destruir."
Ben se levantó.
- Yo...- sus paso le pusieron frente a otro espejo pero solo miró el reflejo de sus botas. Su cabeza le ardía-. Yo...- gruñó-. Cuando me destruya, podré construir.
Golpeó con los puños desnudos el espejo soltando un grito de pura rabia. Utilizó codos, rodillas, pies y todas las partes del cuerpo para machacar el espejo y lanzarse como un auténtico animal por el siguiente al que embistió frontalmente, golpeándose la cabeza y saliendo despedido hacia atrás.
El gris cielo de Lunargenta caía sobre él, pero era una ilusión. Algo se lo impedía. Quizás, lo mismo que lo mantenía allí sujeto, cautivo de los jueces.
"Solo destruyes."
"Eres incapaz de construir."
"Que estés aquí solo es prueba de ello."
Las tres voces restantes, que sonaron, esta vez, más claro que antes, como la suya propia, golpearon de manera alternativa y le hicieron caer en los intentos que hizo por levantarse. Pero al tercero, Sango, con un aspecto terrible, se levantó apoyándose en el hacha que sus dedos habían conseguido alcanzar en algún momento.
No era capaz de mantener una trayectoria recta en su lento avance hacia los espejos. Le dolía todo de los pies a la cabeza. Tenía la sensación de que la cabeza le iba a explotar, le picaban los ojos, la mandíbula por apretar con tanta fuerza; el costado allí donde había traspasado el metal de la armadura, sus manos y brazos se resentían por la inmensa cantidad de cortes y golpes, el torso y la espalda ardían allí donde habían golpeado a Ben; las piernas quemaban por el esfuerzo y los pies estaban terriblemente acalambrados por el esfuerzo. La fatiga tiraba de él. Todo a su alrededor carecía de sentido, le aterraba seguir allí, perdido en sí mismo. Alzó el brazo.
"Que acabes con nosotros solo nos reafirma en nuestro juicio, Sango" dijo la última voz después de que Ben asestara un brutal golpe contra otro espejo.
Encaró su último objetivo con una sonrisa despiadada dibujada en el rostro. Había demasiado caos en su interior como para controlar lo que hacía su cara. La imagen debía ser aterradora.
"¿Por qué te aferras a algo que no eres? ¿Por qué no abrazas tu naturaleza destructiva?" Preguntó su reflejo. "Eres el Héroe de Aerandir, de toda esta tierra, ¿y tú crees que tienes el derecho a destruirlo? Dime, Sango, ¿Qué harás cuando quede solo? Cuando no tengas a nadie, cuando te hayas destruido y todo cuanto eras sea un recuerdo, una leyenda, un mito, un cuento. Dime, ¿Qué pasará cuando lo que eres desaparezca? ¿Acaso no la destruirás también? Ah, es eso. Ella. Tarde o temprano, tendrás que tomar una decisión. Una de verdad. Entonces, ¿Qué harás?"
Sango apoyó la mano sobre el último espejo y se atrevió a mirarse. Tenía sangre por todas partes, cortes, heridas y golpes repartidos por el cuerpo. Su armadura estaba teñida de rojo, de sus manos goteaban pequeñas gotas de sangre que recorrían sus dedos y caían al suelo. De sus ojos, nacían unos pequeños arroyos que arrastraban y limpiaban, liberaban su rostro de toda la destrucción.
Miró su mano y se acordó de estar al otro lado del espejo. Creyó que, quizá, al otro lado pudiera estar ella como él estuvo allí. Deseaba, no, ansiaba que ella estuviera allí, que le ayudara a salir de aquella espiral de destrucción. La necesitaba. Necesitaba de sus brazos, de sus manos sobre su rostro, de sus cálidos gestos y de sus sinceras palabras. Era una necesidad tan evidente, estaba tan vacío que todo lo que sentía en ese momento se convirtió en rabia e ira hacia los ojos que le devolvían la mirada. El enfado consigo mismo, por no estar con ella, era tan grande que se gruñó a sí mismo, se enseñó los dientes y se golpeó con tanta violencia que la sacudida le dejó el brazo paralizado mientras las esquirlas y fragmentos del espejo atronaban en su caída al suelo.
Lo que sintió cuando el espejo se quebró, fue una
Una amarga liberación invadió su cuerpo al escuchar el espejo romperse. Su cabeza dejó de doler, sin embargo, la luz que había visto prenderse al otro lado del espejo y a la que se aferró con la fe más ciega y absoluta, se apagó con tanta rapidez que ni siquiera dejó tiempo para hacerle entender qué era lo que acababa de pasar. No había nadie. Estaba solo en una sala llena de espejos rotos y nadie más. Estaba solo. Parpadeó.
Arriba, en el techo acristalado, la lluvia golpeaba con fuerza el cristal, como si quisieran atravesarlo para llevarse lejos los fragmentos que yacían en el suelo, el mismo cielo quería arrastrar los espejos y ahogarlos en el vasto océano. Como si los mismos Dioses quisieran arropar al Héroe. Como si él necesitara su ayuda.
Cerró los ojos y dejó escapar el aire, siendo consciente de todos y cada uno de los puntos de su cuerpo que le dolían. Cuando volvió a abrirlos, allí, en la soledad del salón, sintió que la necesidad no había desaparecido.
De hecho, era más intensa.
[...]
Ben consiguió salir de la mansión abandonada después de haber recogido todo su equipo y deshacer el camino que le había llevado hasta el heredero de los Hesse que había escapado en el último momento.
Miró al cielo y tras un rato, decidió no poner la capucha. El agua de lluvia, le aliviaba y, se dijo, ayudaría a limpiar el lamentable aspecto que tenía. Resopló y haciendo acopio de todas sus fuerzas, marchó, renqueante, hacia la mansión de Justine. Con el corazón encogido por las palabras de Dominik.
Con el corazón encogido porque le hubiera pasado algo.
(2)-Talento: Defensa.
(3)-Uso de habilidad: Baile de uno.
(4)-Encantamiento del escudo: Defensa pétrea.
(5)-Uso de habilidad: Aquí os espero.
(6)-Encantamiento de la espada: Marca Vampírica.
(7)-Encantamiento de la armadura: Vital.
(0)-La escena de los espejos se debe a la maldición "Eisoptrofobia conspiranoica". Se puede leer en la lista de tareas (quedan 28/42).
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Echando un rápido vistazo a su alrededor, Ben se dio cuenta de que uno no nunca podía saber dónde surgían las amistades. Se preguntó, incluso, si uno tenía esa capacidad, si, quizá, la vida ponía a las personas indicadas en el camino de uno y luego solo era cuestión de tiempo afianzar y fortalecer el vínculo. Porque, ¿quién iba a imaginar que Sango, el aclamado Héroe, ejemplo de virtud, nobleza y honor, podía ser amigo de una contrabandista y ladrona, de un luchador de las catacumbas y ladrón? Soltó sonrió de puro orgullo. Esta no visteis venir, ¿verdad? Kyotan se detuvo en la boca de un callejón y con un gesto de cabeza les hizo una señal.
La zona próxima a los muelles de ricos comerciantes del puerto de Lunargenta, había experimentado, hacia décadas, una tímida expansión. Aprovechando la belleza de aquella zona de la bahía se habían construido pequeñas mansiones y casas de recreo cerca del agua. Muchos tuvieron uso prolongado, pero cuando la zona aumentó la presión del pulso mercante, el espacio dedicado a naves de comercio se amplió, y la hasta entonces zona de recreo, exclusiva de las clases pudientes, perdió importancia con el avance de las actividades comerciales a las puertas de las caras residencias.
Eso había sucedido con el punto de encuentro. Una pequeña mansión construida cerca del limite con el puerto, que había caído en el abandono tras un periodo usando sus estancias como almacén de pescado en salazón. Desde fuera se percibía el deterioro que anticipaba el mal estado del interior y, aunque la mayor parte de ventanas y puertas estaban tapiadas, otras tantas habían sido forzadas, dando a cualquiera un acceso al interior tras un rápido vistazo a la estructura de la finca.
- Uno casi puede verse reflejado en esa mansión- dijo Max cruzándose de brazos e ignorando un bufido fe Kyotan-. Planifican esta mansión, la construyen, tiene unos años buenos y al final, cuando ya no es útil por el motivo que sea, la desechan y se vuelve inútil. Casi como la vida misma, casi.
El pequeño grupo observaba la mansión, el lugar en el que los Hesse preparaban un último gran golpe. Sango, que se había quedado mirando la fachada del decadente edificio, pensaba en cómo actuaría ahí dentro. Pensaba en el número de personas que podía haber, en cuáles serían sus armas, en cómo actuarían ante un ataque coordinado. Por otra parte, no dudaba del compromiso de sus amigos, pero nada sabía de las habilidades de Kyotan y de Max con las armas, contra gente, presumiblemente bien equipada. Y sin embargo y pese a que ellos podían estar haciendo el mismo cálculo que él, allí estaban. Pero era demasiado. No podía pedirles aquello. El pelirrojo se echó vaho caliente entre las manos y las frotó.
- Quizá sea mejor que esperéis fuera. No creo que no os entereis si algo sale mal- dijo Ben haciendo callar unos murmullos compartidos entre Kyotan y Max.
- Ni de coña, Sango- respondió Kyotan reafirmada con el gesto de aprobación de Debacle y Max. Sango torció el gesto.
- Al menos dadme un tiempo, no aparezcáis todos a la vez, juguemos con algo de sorpresa, ¿Os parece?
- Si quieres que eso pase, sea, pero que se queden ellos atrás, yo voy contigo- dijo Debacle-, y no habrá discusión posible. O así, o todos juntos.
La firmeza y autoridad de la voz de la veterana Guardia quedó flotando en el aire entre ellos. Ben, tras un rápido vistazo a Kyotan y el Campeón, asintió con una leve sonrisa dibujada en su rostro y el pecho inflado de puro orgullo.
- Pues, dadnos unos sesenta latidos, luego, entráis, ¿de acuerdo?- preguntó Ben.
Sango y Debacle cruzaron miradas, se asintieron a la vez y tras despedirse del Campeón y Kyotan, que bromearon con el valor de su armas y armaduras, pero con tensión en su voz, marcharon hacia la mansión abandonada. A poner fin, de una vez por todas, a todos los peligros que acechaban a Iori.
La puerta principal, unas hojas de madera, dobles, con la altura de al menos dos hombres, no habían sido robadas de allí por una razón muy clara: la carcoma. Aunque mantenían su posición en el cierre que había echado la última persona que había salido de allí, los grandes huecos que eran los ventanales de la fachada permitían el acceso al interior a vagabundos, maleantes y en general cualquier criatura que desease poner dentro los pies, como era el caso, en esos momentos, de Ben y Debacle. El aire olía a edificio húmedo y madera en descomposición, y el interior a priori parecía vacío.
Sango gruñó mientras escuchaba el eco de sus pasos haciéndose cada vez más evidente por encima de la lluvia que caía en el exterior. Dio gracias a los Dioses por la capa y por dejar atrás los días en los que gambesón y pantalones acababan empapados bajo la lluvia.
- Sanna- murmuró deteniéndose para echar un vistazo a una sala que le quedaba a su izquierda-, sin miedo. Tyr nos guarda.
No le hizo falta volver la vista para saber que ella acababa de asentir y de que con aquel gesto había un convencimiento absoluto, una fe ciega no solo en ella misma sino en el propio Sango. Era algo que Ben había podido comprobar y conocer de Debacle: su dedicación y lealtad hacia el orden, estaba por encima de todas las cosas. Y para Sanna Ulferm, la veterana Guardia, la excepcional exploradora, la cartógrafa con más experiencia que él había conocido jamás, el orden lo encarnaba Sango y eso era algo que él sentía. Por eso no se giró. Porque solo le bastó con el leve sonido que había hecho la brigantina que llevaba ella por armadura.
Sango reanudó la marcha. Sus pasos estaban cargados de decisión y determinación.
Lo que era un abandono total dejó paso a las estancias interiores algo más aisladas del mundo exterior, de la luz natural y del vacío. Tras atravesar un par de estancias principales, divisaron una luz de fuego proveniente de una puerta abierta a un lado de una gran escalinata doble que ascendía al segundo piso. Junto con la luz, el sonido de voces graves, y por la entonación, parecían animadas.
Las voces, en cierto modo, tranquilizaron a Sango. Si allí había gente, eso significaba que no habían empezado con sus planes para acabar con todo lo que tuviera que ver con los Meyer. Al menos, dijo una parte más realista, no todos estarán llevando a cabo el plan. Dejó que sus pisadas golpearan con algo más de intensidad el suelo, callando las voces, poniendo en alerta a los presentes, haciendo que en su rostro, apareciera una leve sonrisa de tranquilidad, del que sabe que los Dioses están observando.
- Buenas tardes- dijo pasando bajo el dintel de la puerta.
La habitación estaba iluminada con la calidez de un fuego que ardía en el hueco de una chimenea de piedra en desuso. Por el olor, seguramente se tratase de basura y restos de ropas viejas, ya que no había rastro de una aromática leña llenando con su esencia el lugar. Allí dentro, doce personas. Algunos de pie, otros recostados en la pared y tres de ellos, sentados en destartaladas sillas. Eran mercenarios con equipos decentes, un par de ellos hasta tenían armaduras de placas, el resto lorigas, gambesones y cotas de malla. Predominaban las espadas y acertó a ver un hacha.
- Otro más- dijo uno con desprecio y escupió en el suelo-. A este paso va a haber muy poco dinero para repartir- se quejó antes de apartar los ojos con desinterés de Sango, para pasar a mirar a Debacle con una curiosidad viva.
- ¿Venís juntos?- preguntó otro que se acercó unos pasos hacia la pareja, haciendo sonar con fuerza el suelo bajo su peso, crujiendo la madera.
Sango se detuvo y fingió una mirada hacia atrás, hacia Debacle. A continuación volvió la cabeza al resto y estudió a los presentes.
- Claro- dijo alzando ligeramente los hombros-. Tenéis una buena reunión aquí montada- comentó poniendo los ojos en la figura que tenía más cerca-. ¿Quién está al mando?- preguntó.
Por toda respuesta obtuvo risas de los mercenarios. Ben no mutó la expresión.
- ¿Al mando? ¿No sabes a qué has venido?- preguntó desde una esquina uno con cierta sorna-. Si no tenéis idea de qué venís a buscar aquí, será mejor que os vayáis.
- Sé a lo he venido, pero conviene recordar quién está al mando. Sobre todo cuando se trata de una panda de borregos como vosotros- dio un paso al frente-. ¿Quién está al mando?- preguntó una vez más.
Dos de los que estaban sentados se levantaron, y los recostados contra las paredes se incorporaron. Ben no les dedicó más de una mirada a cada uno.
- Respuesta incorrecta- dijo uno con una asombrosa voz gutural. Aquel sonido fue el inicio de una respuesta colectiva, y es que los cuatro que estaban mas cerca de ellos dieron un paso al frente para enfrentar sus armas y puños contra Sango y Debacle.
- Que rapidez- dijo con genuina sorpresa-. Bueno, antes de que hagáis cualquier tontería, si nadie se declara jefe de todo este grupo, creo que lo mejor será que yo tome el mando- notó a Debacle removerse tras él. Sí, se acerca el momento.
La salida de Sango los detuvo, y los dejo tan confusos que fueron incapaces de reaccionar.
- ¿Qué demonios…?- farfulló uno de ellos.
- Espera… Yo le conozco… Míralo bien, no es el…- se detuvo uno señalando hacia el Héroe.
- Es hombre muerto-zanjó uno desenvainando una espada de brillante doble filó. Dos zancadas, un tajo descendente. El aliento de todos contenido.
Sango flexionó las piernas y dio un pequeño salto hacia un lado y en dirección a su atacante de tal manera que este tuvo que rectificar la dirección del golpe sin éxito ya que Sango ya había alzado las manos para detener su brazos en alto. Con los brazos inmovilizados, Ben lanzó la cabeza hacia su rostro impactando con tanta violencia que escuchó la nariz de su agresor quebrarse. Este gritó de dolor y Ben al notar su debilidad maniobró para quitarle la espada de las manos y tras dar un paso lateral y maniobrar con el acero de su rival, apuntó y se la clavó en un costado. Acto seguido soltó la espada y dejándola allí clavada, le propinó una patada para hacerle caer mientras el aire escapaba de aquel desgraciado que no había tenido oportunidad alguna contra él (1).
Sango, entonces, con un hábil movimiento, descolgó el escudo a su espalda y miró al resto ladeando la cabeza. En su derecha, el hacha, la reliquia familiar. En sus ojos, la determinación de acabar con todos y cada uno de ellos.
- Respuesta incorrecta- dijo mirando al resto-. ¿Quién es el siguiente?
En sus ojos había el mismo análisis: rápido. El pelirrojo había contraatacado con una velocidad inesperada para alguien de su corpulencia. Sus movimientos, precisos, ágiles y llenos de fuerza habían dejado asombrados a todos los presentes. Se medían con una persona de consumada práctica en el combate, y la inseguridad nació en los ojos de los más despiertos. Las ganas de probarse a sí mismos, en cambio, ardieron en las mentes de los menos espabilados.
El silencio se había convertido en la única música que se escuchaba en la estancia con un cadáver a los pies de Sango. Era adecuado que no hubiera más voces, que no hubiera distracciones. Sango estudiaba a sus rivales, eran muchos, estaban bien armados, pero no sabían a quién se enfrentaban.
De una puerta lateral, que había pasado desapercibida, salió otra figura pulcramente vestida y de constitución tan enjuta que dejaba claro que no se trataba de un guerrero. Tras un rápido vistazo y tras comprobar que todos estaban alterados, habló.
- El señor Hesse indica que no tiene interés en contratar a vulgares matones, de manera que aquellos que no sepan controlarse deberían de abandonar este lugar.
- Bien- asintió Sango-. Vamos haciendo avances- no guardó las armas-. Sin embargo, no creo que nadie vaya a abandonar este lugar- hizo un esfuerzo terrible por controlar su lengua-. No hasta que se disculpen conmigo- dijo forzado-. De lo contrario...- se mordió la lengua y decidió permanecer en silencio, la adrenalina quería controlar todo su cuerpo, incluso sus palabras. Su mirada, sin embargo, bajó hasta el cadáver a sus pies. Daba a entender qué era lo que venía a continuación.
Silencio de nuevo. El hombre con rostro desinteresado giró la cabeza para mirar con molestia a Sango, hasta que sus ojos se agrandaron. Lo miró cambiando la posición estirada que había mantenido hasta entonces y se medió giró, evidentemente asustado. Él sí lo había reconocido al instante. Sango, sin embargo, no le había prestado atención.
- Me disculparé cuando me comas los cojones- gruñó el de la voz muy grave que ya había hablado antes.
Sango lanzó una carcajada y tan rápido había salido de él, así la cortó. Sus ojos reflejaron el fuego que ardía en el hogar y Ben se aferró con fuerza a escudo y hacha. Bajó la cabeza y negó.
De improvisto, salió lanzado hacia él y le embistió golpeándole el torso con el escudo mandándole al suelo. Ben se giró para lanzar un hachazo al que tenía más cerca pero este consiguió esquivarlo agachándose y rodando por el suelo antes de levantarse y sacar su arma. El movimiento quedó a medias ya que Debacle, que había desenvainado al tiempo que Ben salía corriendo, con un estocada precisa le arrebató la vida al instante.
Ben se lanzó a por el siguiente, sin mirar atrás, lanzaba golpes con el hacha como un auténtico lunático, con fuerza y de manera caótica. La mayoría fueron detenidos por la espada de su rival, otros impactaron contra la cota de malla y cuando los golpes superaron la resistencia de su enemigo, Sango le clavó el hacha entre el hombro el y el cuello hasta en cuatro ocasiones dejando un reguero de sangre que salpicó todo a su alrededor.
Un golpazo en la espalda sacudió a Ben que extendió el brazo del escudo y giró sobre sí mismo para golpear los brazos de otro de los mercenarios que se habían unido al combate. Este salió despedido hacia atrás pero sin hacerle perder el arma. Con este distraído, Ben se giró para ver que otros dos rivales se acercaban, prudentes, hacia él. Cuando quiso darse cuenta, había hasta cuatro personas rodeándole y Ben se puso en posición defensiva (2).
Los cuatro que avanzaban descompasados, y casi arrastrando los pies se lanzaron al ataque cuando Sango fintó un ataque que le había servido para acomodar su postura (3). Una estocada pasó entre escudo y costado, Sango cerró el brazo y aprisionó parcialmente el arma. Giró sobre sí mismo y desarmó al de la espada a tiempo de detener con el escudo un hacha que bajaba hacia él. El hacha, al instante, se convirtió en piedra (4) y cayó al suelo para sorpresa de su agresor. Un tercer atacante, lanzó un tajo descendente pero golpeó en el canto del escudo que Sango había interpuesto ante el evidente ataque que suponía esa espada. Para sorpresa del pelirrojo, la espada salió disparada de la mano de su atacante al que no prestó más atención pues el cuarto gritó tras él y al volverse, se apartó al ver su maza, que iba dirigida a su cabeza y que finalmente terminó golpeándole en el hombro izquierdo. Como respuesta lo pateó para alejarlo de él.
Sango gritó de rabia y bajó la posición para detener un golpe lateral con el escudo del atacante que faltaba. La espada cayó al suelo y Ben con los ataques neutralizados, pasó a atacar al resto.
El que había perdido la espada recibió un hachazo que le partió la cabeza provocando que cayera muerto al instante. El primero, al que Sango había desarmados, se atrevió a abalanzarse con las manos desnudas contra él, pero Sango lo esquivó estirando una pierna y apoyando el peso en la otra provocando, además, que cayera al suelo tras él. Sin prestarle más atención, atacó con un golpe ascendente al del hacha que seguía mirándola embobado. El golpe reventó la armadura que traía pero también provocó que Sango perdiera el hacha después del brutal golpe. El hombre cayó al suelo con las manos en el torso y metiendo aire en el cuerpo a bocanadas. El de la maza volvió a golpear descendentemente y Ben lo esquivó por poco trastabillando hacia atrás.
Con la distancia que había tomado, pudo ver que Debacle peleaba con el de la voz grave y parecía estar en apuros. Se acordó de Kyotan y Campeón y maldijo la hora en la que les pidió que esperaran. Sango desenvainó la espada y el de la maza volvió a intentarlo con el mismo golpe. Sango esperó al último momento y alzó la espada para parar el golpe y aprovechar el contacto para hacer valer su fuerza y su habilidad para conducir, con la espada, la maza hacia el suelo, dejando vía libre para, girar la muñeca y lanzar un golpe ascendente que se clavó en la cara de su rival y que sacó con violencia de ella.
La lucha, entonces, se detuvo un instante y Ben tuvo tiempo de ver que Debacle, fatigada, acababa de sacar su espada de aquel tipo. Habían caído cinco y quedaban siete que habían formado una línea frente a ellos, cautos, con miedo en sus miradas. Ben se limpió la sangre de la cara con el dorso de la mano de la espada.
- Dos para siete- dijo Ben con la respiración agitada.
- No sabes contar, Sango- dijo una voz conocida a su espalda.
La sonrisa de Sango heló los corazones de sus rivales.
- ¡Señor! ¡¡Señor!! - la voz del hombre de modales finos sonó con fuerza aunque acababa de cerrar la puerta por la que se había asomado tras el. Sus gritos fueron lo suficientemente altos como para que todos lo escucharan en medio del silencio tras la primera parte del combate.
- Tu eres Sango, el Héroe- apunto con miedo en los ojos el muchacho que al principio de la conversación parecía haberlo reconocido.
Cuatro frente a siete. Y sin embargo el grupo mas nutrido no se atrevía a atacar.
- Sí, lo soy- apretó los dientes reteniendo el dolor que empezaba a hacer mella en su espalda y hombro-. Y habéis elegido el bando equivocado- resopló y se giró hacia sus compañeros para dedicarles una sonrisa sincera, luego volvió el rostro hacia sus rivales-. Si lucháis con honor, puede que Hela tenga algo de compasión por vosotros- insultó-, con vuestra última decisión podéis decidir si vuestras miserables vidas valen algo.
Entonces, en su cabeza, apareció el rostro Iori, su sonrisa sincera aquella mañana de hacía unos días; luego Zakath, su risa de esa misma mañana al darle el saquito con las hierbas; Justine y su sincera preocupación por el bienestar de la mestiza; Cornelius y su sabiduría fruto de años de vivencias; Charles y su incansable servicio hacia ella... Todos ellos eran los objetivos del ataque. La persona que más quería, las personas con las que compartía historia y a las que quería y tenía aprecio. La ira se apoderó de él. El dolor se atenuó. No había tierra suficiente en todo Midgard para esconderse de él. Querer hacerle daño... Ben estaba temblando y cuando fue consciente de ello la rabia salió en forma de grito. Uno desgarrador, uno que se podía escuchar en los nueve mundos (5).
Los siete se abalanzaron sobre Sango que al verlos correr hacia él, alzó espada y escudo. Debacle gritó una orden a su espalda que iría dirigida a Kyotan y Max. Los Dioses serían testigos de tal hazaña. Él solo tenía que aguantar.
Las armas de los siete cayeron a plomo sobre Sango que fue capaz de desviar dos de ellas con el escudo y otras con la espada que perdió ante los brutales ataques. Max, que portaba una maza apareció por un lateral y golpeó con brutalidad a uno que había conseguido flanquear a Ben que miró de reojo como Debacle despachó a otro. Una espada, sin embargo, golpeó a Ben en el torso, en la armadura, propagando el golpe por todo el cuerpo haciendo que gritara, esta vez de puro dolor. Las armas de piedra quedaron en el suelo pero sus atacantes se lanzaron sobre Sango arrebatándole el escudo con gran violencia. Kyotan consiguió apuñalar uno bajo la axila pero el otro pudo golpearla con el antebrazo antes de recibir un espadazo de Debacle en el cráneo.
Ben, indefenso, abrió los brazos y se lanzó contra los tres que quedaban en pie. Todos ellos lanzaron sus armas contra él, golpeándole en la espalda y en el costado y provocándole un dolor tan atroz que cayó de rodillas quedando ahora sí a merced de sus atacantes. Por suerte para él, Debacle, Max y Kyotan se interpusieron entre él y sus atacantes, desanimados, confundidos, y con ninguna esperanza. Los mercenarios no tuvieron ninguna oportunidad: la maza de Max partió un cráneo; Kyotan fintó con la espada corta haciendo que su rival se centrara en ella y perdiera la percepción del puñal que se acercaba a su cara; Debacle, por su parte, había adoptado una posición rara, muy ladeada para ser un ataque normal pero que le valió para lanzar una estocada a la ingle del mercenario que con un grito se tiró al suelo y que fue silenciado tras unos vacilantes pasos de Debacle.
Sango gateó hasta encontrar en su mano el familiar tacto del hacha. Hizo un esfuerzo horrible por levantarse y cuando consiguió hacerlo sus ojos se centraron en una Debacle apoyada sobre su propia espada y con una mano en un costado. Ben se acercó tambaleante y posó una mano en el cuello de la valiente guerrera. Recuperó su espada que estaba cerca de ella (6).
- No es nada, es un rasguño- dijo entre jadeos.
- Ya, y yo no soy pelirrojo- contestó Ben forzando una sonrisa antes de alzar la mirada hacia Kyotan y Max-. Sacadla de aquí, llevadla a la residencia de recreo de los Meyer y preguntad por Charles. Vais en nombre de Ben Nelad. Requerid la presencia de Amarie Areth- alzó la mano izquierda ante la inminente réplica de todos ellos-. Es una maldita orden- caminó, cojeando, hacia la puerta por la que había salido aquel tipejo bien vestido.
Al llegar a ella, asió el tirador, hizo presión y abrió sin hacer demasiados aspavientos. Era bueno recuperarse, dejar que la armadura fuera haciendo su trabajo (7).
La puerta daba a un largo pasillo. Más oscuro que las zonas anteriores debido a la gran cantidad de ventanales tapiados. Del hombre que había desaparecido no había rastro, pero al fondo, frente a una puerta de gran tamaño tres figuras. Ben avanzó cauteloso mientras sus ojos se hacían a la oscuridad del pasillo.
- Veros aquella noche fue el principio de todo este caos- siseó el hombre de en medio.
Un joven bien parecido, con ropas elegantes y protegido por dos guardias a cada lado. Ambos vestían con armaduras llenas de elementos identificativos como pertenecientes a la noble familia Hesse. Los restos que quedaban de la guardia personal.
- No sé cómo has conseguido enterarte tan rápido de mis intenciones, Sango- puntualizó-. Pero que estás en el lugar y momento equivocados.
Sango se detuvo en mitad del pasillo y fijó la mirada en la figura del centro. Se pasó la mano izquierda por la cara, limpiándola de restos de sangre y sudor.
- ¿Acaso no lo notas?- habló Sango tras un momento de silencio-. ¿No lo sientes?- se llevó la cabeza del hacha al hombro y la enganchó a un recoveco de la hombrera-. ¿No reconoces la muerte cuando la tienes en frente?- Sango enseñó los dientes-. ¿No reconoces al campeón de Tyr cuando se alza ante ti?- Sango dio un paso al frente y descolgó el hacha-. ¿Acaso crees que esta oscuridad podía amedrentar al Guardián del Sol?- siguió avanzando-. ¿Acaso crees que puedes escapar de mi?
Los guardias permanecieron en sus posiciones, pero fue evidente que aquella visión de Sango intimidó al noble corrupto. Dio un paso hacia atrás, parapetándose más tras las formas de sus soldados personales, en donde pareció recuperar algo de seguridad.
- Imposible no hacerlo. Como imposible no identificar a un Ojosverdes cuando lo tienes delante. El color de sus ojos es de otro mundo, ¿sabes? Esa chica con la que estás enredado…- saboreó unos segundos de silencio la reacción del Héroe-. Parece que tiene cuentas pendientes con demasiada gente. Has venido a buscarme a mí pero si lo que quieres es cuidarla ha sido una mala idea- anudó las manos a la espalda y se balanceó en la punta de los dedos, sin poder esconder una sonrisa triunfal.
Sango se detuvo. Sin palabras. Sin saber si lo que decía aquel bastardo era real. ¿Por qué debía creerle? ¿Por qué alguien, más un Ojosverdes, iba a hacer caso a un tipo como aquel, un humano, nada menos? Pero, ¿acaso no habían colaborado ya en el pasado? Ben quería salir corriendo y comprobar que nada le había ocurrido a Iori. Sin embargo, se resistía a creer que nada de lo que le había dicho fuera verdad. Zakath está en el palacete, Debacle, Max y Kyotan van para allá, hay guardias. Y aún así... Sango, pragmático y encendido de rabia por no saber, por estar confundido por unas miserables palabras, avanzó.
- Algiz. Uruz- dijo apuntando con el hacha hacia delante.
El hombre cambió de nuevo su expresión, inseguro, y avanzó hacia atrás.
- ¡Deberías de dejar de perder el tiempo aquí a ir rápido, si es que todavía queda algo de ella!- los guardias llevaron manos a las empuñaduras y desenvainaron.
Sango trotó, hacha en mano. No había vuelta atrás. No había, para él, otro camino que aquel que pasara por matar al último miembro de los Hesse. Trató de bloquear el resto de pensamientos, pero la duda era poderosa en él. Aferró con fuerza el hacha.
El noble, reconociendo la decisión en sus ojos maldijo con una palabra impropia de alguien de su cuna, y se giró para echar a correr por el largo pasillo. Las luces que entraban a jirones por las maderas abiertas iluminaban su figura mientras ambos guardias personales se lanzaban hacia delante bloqueando su paso. Uno por arriba y el otro por debajo en un corte lateral, atacaron juntos a Sango demostrando que estaban acostumbrados a trabajar coordinados.
Sango se pegó todo lo que pudo a la pared y asumió que uno de los golpes se lo iba a llevar. Apretó los dientes y rugió mientras alzaba el hacha para detener el golpe vertical. El espadazo lateral lo estampó contra la pared y atravesó la armadura de placas y el gambesón y la cota pues acababa de sentir el frío acero y el desagradable y familiar sensación de haber recibido un espadazo. Por fortuna, su brazo derecho aun funcionaba y el hacha desvió la espada contra la pared. Con la zurda, sin embargo, trató de aprisionar la espada del otro guarda que parecía tener problemas para sacarla de entre las capas de tela y metal que crubrían a Sango y que le estaba causando un daño atroz.
Sango, viendo que su brazo izquierdo era incapaz de darle la fuerza que necesitaba lanzó el hacha contra la cabeza del guarda al que golpeó con contundencia pero con el lado romo del arma provocando que saliera despedido hacia atrás y cayera al suelo. El otro guarda, recuperado del esquive, le lanzó una estocada a Sango que le acertó en el peto de la armadura y le lanzó hacia atrás, haciéndole caer sobre la espada que aún tenía atascada que ahora sí cayó al suelo. Su visión se tornó oscura un instante. Un momento en el que vio dos figuras: las dos líneas paralelas, una más corta que otra, unidas por una línea inclinada; y por otro lado el trazo vertical con las dos líneas que partían de esa misma línea y se extendía hacia el exterior formando un ángulo. Toda su fuerza debía centrarse en proteger su lugar seguro. Sus brazos, su sonrisa. Ella. Y esos malnacidos amenazaban esa seguridad.
Sango rugió y al incorporarse, de rodillas en el suelo, alzó el hacha para detener un golpe de espada. Pero no se detuvo ahí. Alzó una pierna y tiró un golpe bajo que no acertó por poco y que obligó al guarda a dar un paso atrás. Sango se incorporó y golpeó con el hacha desde abajo. El guarda interpuso la espada y esa fue su perdición. El golpe lo detuvo a media altura, con una mano en la empuñadura y otra en el filo de la espada, con sus manos fuera de juego Sango alzó el izquierdo y gritando para sobreponerse al dolor le metió el pulgar en el ojo con toda la fuerza que pudo. Cuando el guarda chilló y aflojó la presión en la espada, Ben tiró el brazo derecho hacia abajo, luego hacia atrás, arriba y clavó el hacha en el cráneo del hombre que estalló en cientos de fragmentos y sangre que salpicó en todas direcciones. Ben tiró del arma y volvió a golpear mientras seguía gritando y con el dedo dentro de su cuenca ocular.
No se dio cuenta de que el otro, se había colocado a su espalda y usó su propia capa para ahorcar a Sango tirar de él hacia atrás haciendo que ambos cayeran al suelo.
Sango braceó tratando de buscar la manera de deshacerse del mortal abrazo pero sin éxito. El hacha le quedaba lejos, la espada imposible de sacar. Y entonces, como última imagen, como último recuerdo, su cabeza recodó la noche del baile. Salir a buscarla, encontrarla, ver cómo peleaba. Estará bien. Meterse entre la gente, los rateros. Oh. Sus manos, buscaron por la capa, rápidos, caóticos. Le ardían los pulmones, los dientes le dolían de tanto apretar. Entonces, encontró el puñal que le había arrebatado a la muchacha. Lo sacó de uno de los bolsillos ocultos de la capa y haciendo acopio de las últimas fuerzas que le quedaban, lo clavó hacia atrás en la cara del tipo que lanzó un desgarrador alarido de dolor que resonó por todo el pasillo. Ben, sin perder el puñal giró hacia un lado y tomó grandes bocanadas de aire mientras los gritos se atenuaban y el tipo pataleaba en el suelo. Ben se incorporó, giró hacia su atacante y le clavó el puñal en la cara una vez más. Y luego otra. Y así hasta que los gritos cesaron y la sangre cubría sus manos y su rostro.
Tiró el puñal a un lado y se sentó mirando ambos cuerpos. Seguía recuperando el aire cuando su cabeza giró hacia la puerta. Se limpió la sangre ajena en la capa y tocó el lugar donde la espada había traspasado la armadura. Sin duda estaba sangrando. Gimió y gruñó al mismo tiempo y recuperando su hacha, se levantó.
Con los cadáveres de los dos guardias, en aquel punto de la propiedad en la que estaba no se escuchaba ningún ruido. No llegaban ni tan siquiera los sonidos amortiguados del puerto que se extendía vibrante a solo unas decenas de metros más allá.
La penumbra del pasillo fue el único testigo del sacrifico y del dolor de Sango mientras avanzaba.
Frente a él, una gran puerta de roble, últimas evidencias de la pujanza que poseía la familia que una vez había vivido allí. Era recia y pesaba, pero cedió obediente a la demanda del Héroe cuando apoyó su mano para abrirla.
En aquella estancia nueva no había ni una sola ventana. El techo se alzaba majestuoso, construido como una gigantesca bóveda de cristal que permitía ver el cielo. El diseño pretendía llenar el lugar con las luces de las estrellas y la luna en las noches de fiesta, iluminando el espectacular salón de baile en el que Ben había entrado.
No había en aquella ocasión nadie danzando. Ni fiesta. Ni tan siquiera estaba Dominik Hesse, que había escapado aprovechando el tiempo de pelea de Sango.
Lo único que evidenciaba su presencia en aquel lugar era la lluvia, golpeteando el cristal del techo incesantemente desde el cielo gris. Y una docena de Sangos, que desde las paredes le devolvían la mirada al Héroe que había entrado allí.
Se detuvo en el centro de la sala mientras un huracanado viento removía el interior de sus cabeza. Desde fuera, las inquisitivas miradas de doce jueces clavaban sus ojos en él, valorando, estudiándole, juzgándole en silencio, dejando que sus pensamientos bailaran al ritmo de las incansables gotas de agua chocando contra el cristal que tenían sobre sus cabezas.
- ¡No quiero nada de esto! ¡NADA!- gritó antes de caer de rodillas.
El sonido del hacha golpeando el suelo retumbó por encima del eco de su voz. Ben se llevó las manos a la cabeza.
"Bien que has matado sin piedad". Sango alzó la mirada para observar con sorpresa la voz que hablaba a su derecha. "Eres un asesino, admítelo. Además, se te da bien". Alzó las cejas.
- No soy un asesino- dijo entredientes sin aflojar la presión que hacía con sus manos sobre su cabeza y volviendo a una expresión de confusión e ira-. ¡No soy un asesino!
"Claro, claro, no lo eres. No seáis tan duros con él". Ben giró la mirada hacia el otro lado. "Si mata con un noble propósito, no se puede considerar un asesino", a Sango le pareció que sonreía.
"Ah, entiendo", dijo otra figura, "lo único válido es su ley, la que él dicta, la que le viene en gana", el resto asintió ante la atónita mira del pelirrojo.
Sango agarró el hacha y clavó la mirada en la última figura que había hablado, lleno de rabia se levantó y caminó hacia sí mismo. ¿Quiénes son estos tipos para hablarme así? ¿Cómo se atreven a cuestionar mis acciones? Ben bufó al verse de cerca. Era una visión que le revolvía el interior, que le hacía sentir una presión inmensa en la cabeza.
"¿Lo veis? Siempre igual. Si algo no le gusta."
Sango golpeó con fuerza el espejo que se quebró al instante en cientos de fragmentos que cayeron al suelo con un gran estruendo. El ruido le golpeó como una ola rompiendo contra un acantilado, salvaje, bestial, incontrolable. Y en el momento de rotura le había producido una sensación de alivio, como si la presión aflojara. Sí, había descubierto cuál era la clave.
La risa se apoderó de él mientras se daba la vuelta.
- ¿Quién más quiere llamarme asesino? ¡¿Quién?!- bramó.
Caminó hacia el espejo del lado contrario apuntándole con el hacha y sin mediar una sola palabra lanzó el hacha sin ningún tipo de cuidado por el arma. El impacto rompió el espejo que cayó como cientos de miles de gotas de agua al golpear una rama tras un día de intensa lluvia, como una majestuosa cascada rompiendo contra el fondo. Fue una imagen preciosa que vio emborronada al echar la vista abajo.
Estaba paralizado, mirando su mano derecha, ensangrentada, que temblaba sin control, como el creciente miedo que se estaba apoderando de él. Un miedo que chocaba frontalmente con entusiasmo de hacía tan solo un instante. No entendía qué ocurría y eso alimentaba el miedo.
"Tu naturaleza es destructiva. No sabes hacer otra cosa. Vives para destruir. De una u otra manera, siempre acabas destruyendo, ya sean espejos, árboles o, por ejemplo, vidas. ¿Acaso no lo ves? Siempre destruyes la vida de los que te rodean."
Aquella acusación sacó a Ben de su espiral oscura interna y clavó unos ojos enrojecidos de pura ira. La esclerótica, roja como el fuego, devoró el blanco fondo y rodeó la verde pupila. Cerró los puños y se obligó a caminar, y luego a trotar. Corrió hacia el espejo y chocó de costado contra él, rompiéndolo al instante y saliendo rebotado entre trozos de espejo que cayeron sobre y bajo él. Se levantó y cogió un puñado de cristales que lanzó con violencia contra el muro desnudo.
"¿Qué haría la gente que te aclama si te viera ahora? El Héroe convertido en destructor. En asesino."
No tuvo que caminar mucho antes de golpear con rabia el espejo. Sus propios puños se tiñeron con su propia sangre, pero al menos había conseguido acallar las voces que tanto daño le estaban causando.
No merezco nada de esto. ¿Por qué me está pasando? ¿Por qué me juzgan? ¿Cómo detengo esta locura?
Pero el momento de lucidez se desvaneció con la rapidez de un suspiro y Sango se giró desenvainando la espada para golpear otro espejo antes de que pudiera hablar. La clave era adelantarse a ellos y, quizá, regodearse en ellos, pensó. Pisoteó su fragmentos y saltó sobre ellos gruñendo como un animal, ajeno al dolor que le cortaba la respiración y que subía desde un costado. Ajeno a que aún quedaban siete jueces. Siete voces que preguntaron al unísono a un sonriente Sango:
"¿Quieres hablar de Ella?"
Sango dejó de saltar y se le desencajó el rostro. Lo último que esperaba era que ellos la conocieran, que hablaran de ella, que se atrevieran, si quiera, a decirle cosas que nada sabían sobre Ella.
Alzó la espada hacia uno de los espejos.
- Ni se te ocurra mencionarla- jadeó.
"Primero te acercas a ella, con nobles intenciones, por supuesto, no eres un asesino. Luego, Sango, te acercas a ella, te dices que los hilos del destino os unen. Unos hilos que tú mismo desprecias ahora. Sango, ¿dónde queda la muerte gloriosa?"
Sango golpeó con tanta fuerza el espejo que su propio brazo salió disparado hacia atrás, pero eso no le impidió golpearlo hasta en cuatro ocasiones más. Sango le gritó que cerrara la boca que dejara de hablar, que dejara de decir sinsentidos, que la dejaran en paz. Y cuando se le quebró la voz por puro dolor, el eco dio paso al silencio y este, nuevamente, a la misma voz.
"Quieres destruir lo que eres, lo que has sido. Quieres destruirla a ella alejándola de lo que es. ¿No lo ves? ¿Por qué lo haces, Sango?"
La risa desquiciada de Sango sonó por toda respuesta mientras sus erráticos pasos le conducían hacia el siguiente espejo. Debía concentrarse en romperlos. Era lo único que le proporcionaba cierta tranquilidad, aunque fuera solo un instante, un breve latido, lo suficiente para no dejarse ir del todo.
"Yo te diré por qué lo haces, y cuando lo escuches, verás que teníamos razón desde el principio."
Ben golpeó desganado el espejo y cuando lo rompió, se dejó caer al suelo junto con la espada. El peso era demasiado grande como para soportarlo. El dolor alcanzaba cotas que no había experimentado nunca y por mucho que presionara la cabeza con ambas manos, este no parecía remitir.
"Tu destino es grandioso. Has nacido para un propósito mayor. Has nacido para destruir."
Ben se levantó.
- Yo...- sus paso le pusieron frente a otro espejo pero solo miró el reflejo de sus botas. Su cabeza le ardía-. Yo...- gruñó-. Cuando me destruya, podré construir.
Golpeó con los puños desnudos el espejo soltando un grito de pura rabia. Utilizó codos, rodillas, pies y todas las partes del cuerpo para machacar el espejo y lanzarse como un auténtico animal por el siguiente al que embistió frontalmente, golpeándose la cabeza y saliendo despedido hacia atrás.
El gris cielo de Lunargenta caía sobre él, pero era una ilusión. Algo se lo impedía. Quizás, lo mismo que lo mantenía allí sujeto, cautivo de los jueces.
"Solo destruyes."
"Eres incapaz de construir."
"Que estés aquí solo es prueba de ello."
Las tres voces restantes, que sonaron, esta vez, más claro que antes, como la suya propia, golpearon de manera alternativa y le hicieron caer en los intentos que hizo por levantarse. Pero al tercero, Sango, con un aspecto terrible, se levantó apoyándose en el hacha que sus dedos habían conseguido alcanzar en algún momento.
No era capaz de mantener una trayectoria recta en su lento avance hacia los espejos. Le dolía todo de los pies a la cabeza. Tenía la sensación de que la cabeza le iba a explotar, le picaban los ojos, la mandíbula por apretar con tanta fuerza; el costado allí donde había traspasado el metal de la armadura, sus manos y brazos se resentían por la inmensa cantidad de cortes y golpes, el torso y la espalda ardían allí donde habían golpeado a Ben; las piernas quemaban por el esfuerzo y los pies estaban terriblemente acalambrados por el esfuerzo. La fatiga tiraba de él. Todo a su alrededor carecía de sentido, le aterraba seguir allí, perdido en sí mismo. Alzó el brazo.
"Que acabes con nosotros solo nos reafirma en nuestro juicio, Sango" dijo la última voz después de que Ben asestara un brutal golpe contra otro espejo.
Encaró su último objetivo con una sonrisa despiadada dibujada en el rostro. Había demasiado caos en su interior como para controlar lo que hacía su cara. La imagen debía ser aterradora.
"¿Por qué te aferras a algo que no eres? ¿Por qué no abrazas tu naturaleza destructiva?" Preguntó su reflejo. "Eres el Héroe de Aerandir, de toda esta tierra, ¿y tú crees que tienes el derecho a destruirlo? Dime, Sango, ¿Qué harás cuando quede solo? Cuando no tengas a nadie, cuando te hayas destruido y todo cuanto eras sea un recuerdo, una leyenda, un mito, un cuento. Dime, ¿Qué pasará cuando lo que eres desaparezca? ¿Acaso no la destruirás también? Ah, es eso. Ella. Tarde o temprano, tendrás que tomar una decisión. Una de verdad. Entonces, ¿Qué harás?"
Sango apoyó la mano sobre el último espejo y se atrevió a mirarse. Tenía sangre por todas partes, cortes, heridas y golpes repartidos por el cuerpo. Su armadura estaba teñida de rojo, de sus manos goteaban pequeñas gotas de sangre que recorrían sus dedos y caían al suelo. De sus ojos, nacían unos pequeños arroyos que arrastraban y limpiaban, liberaban su rostro de toda la destrucción.
Miró su mano y se acordó de estar al otro lado del espejo. Creyó que, quizá, al otro lado pudiera estar ella como él estuvo allí. Deseaba, no, ansiaba que ella estuviera allí, que le ayudara a salir de aquella espiral de destrucción. La necesitaba. Necesitaba de sus brazos, de sus manos sobre su rostro, de sus cálidos gestos y de sus sinceras palabras. Era una necesidad tan evidente, estaba tan vacío que todo lo que sentía en ese momento se convirtió en rabia e ira hacia los ojos que le devolvían la mirada. El enfado consigo mismo, por no estar con ella, era tan grande que se gruñó a sí mismo, se enseñó los dientes y se golpeó con tanta violencia que la sacudida le dejó el brazo paralizado mientras las esquirlas y fragmentos del espejo atronaban en su caída al suelo.
Lo que sintió cuando el espejo se quebró, fue una
Una amarga liberación invadió su cuerpo al escuchar el espejo romperse. Su cabeza dejó de doler, sin embargo, la luz que había visto prenderse al otro lado del espejo y a la que se aferró con la fe más ciega y absoluta, se apagó con tanta rapidez que ni siquiera dejó tiempo para hacerle entender qué era lo que acababa de pasar. No había nadie. Estaba solo en una sala llena de espejos rotos y nadie más. Estaba solo. Parpadeó.
Arriba, en el techo acristalado, la lluvia golpeaba con fuerza el cristal, como si quisieran atravesarlo para llevarse lejos los fragmentos que yacían en el suelo, el mismo cielo quería arrastrar los espejos y ahogarlos en el vasto océano. Como si los mismos Dioses quisieran arropar al Héroe. Como si él necesitara su ayuda.
Cerró los ojos y dejó escapar el aire, siendo consciente de todos y cada uno de los puntos de su cuerpo que le dolían. Cuando volvió a abrirlos, allí, en la soledad del salón, sintió que la necesidad no había desaparecido.
De hecho, era más intensa.
[...]
Ben consiguió salir de la mansión abandonada después de haber recogido todo su equipo y deshacer el camino que le había llevado hasta el heredero de los Hesse que había escapado en el último momento.
Miró al cielo y tras un rato, decidió no poner la capucha. El agua de lluvia, le aliviaba y, se dijo, ayudaría a limpiar el lamentable aspecto que tenía. Resopló y haciendo acopio de todas sus fuerzas, marchó, renqueante, hacia la mansión de Justine. Con el corazón encogido por las palabras de Dominik.
Con el corazón encogido porque le hubiera pasado algo.
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(1) Uso de habilidad. Contraataque.(2)-Talento: Defensa.
(3)-Uso de habilidad: Baile de uno.
(4)-Encantamiento del escudo: Defensa pétrea.
(5)-Uso de habilidad: Aquí os espero.
(6)-Encantamiento de la espada: Marca Vampírica.
(7)-Encantamiento de la armadura: Vital.
(0)-La escena de los espejos se debe a la maldición "Eisoptrofobia conspiranoica". Se puede leer en la lista de tareas (quedan 28/42).
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Sango
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Intentaba mantener los ojos concentrados mirando al frente, esquivando a las personas con las que se cruzaba. Aquella parte de la ciudad le resultaba familiar. Conocida de sus idas y venidas en las últimas ocasiones en las que había internado sus pasos en la capital.
Por descontado, no tenía el control que él poseía sobre el callejero de Lunargenta. El Héroe que había curtido su carácter y entrenado sus habilidades durante años allí.
No le había costado escapar de la residencia de Justine, aunque en esa ocasión lo había hecho a la carrera y sin preocuparse por si la veían o no. Los muros seguían siendo fácilmente escalables, y la rabia y el miedo habían sido motores poderosos en ella.
Rabia por sus palabras. Por la amenaza que suponía Dominik Hesse, por lo incapaz que parecían verla todos de repente cuando, la verdad era que la mayor parte de su vida había dependido de ella misma y de nadie más.
Miedo por sentir que, en el inesperado momento de su vida en el que alcanzaba algo que le importaba más de lo que había imaginado, cualquier amenaza que pudiera cernirse sobre él la descontrolaba. La sumergía, la ponía en un estado que casi rozaba la histeria. Sentía que sería capaz de hacer arder el mundo en cada rincón de Aerandir si con ello eliminaba la posibilidad de que Ben sufriera por su culpa.
Aquella habitación se había convertido en su santuario. En un lugar que casi rozaba lo sagrado para Iori. Cerca de él. Unida a él. Había deformado su personalidad, cambiado para mezclada con Sango ser otra cosa. Ser algo más.
En la distancia, con una herida causada por el enfado entre ambos, Iori sentía que la distancia la conectaba con lo que llevaba siendo toda su vida. Una persona fría como el viento en invierno.
La actividad de la ciudad la engulló, mientras caminaba sin ningún plan. Nada pensado. Únicamente vagaba arrastrada por la necesidad de hacer algo. De encontrar a Hesse por si misma y zanjar para siempre cualquier conflicto que pudiera ser el origen de que aquel malnacido buscase problemas. Por todos era sabido que los muertos no solían ser fuente de conflicto, y Iori pensaba darle aquella solución.
Ágil, menuda. Enferma. Su figura era demasiado delgada como para lucir en buen estado. Serpenteaba sin embargo con rapidez entre el gentío en Lunargenta, ataviada con una ropa ancha que había extraído de la zona de la colada del servicio del Palacete. Sus pasos eran firmes pero seguía sin saber hacia dónde avanzaba.
Miraba sin ver realmente, apenas un montón de sombras, figuras sin valor unas detrás de otras. Lo único que quería ver, el pescuezo de Dominik Hesse entre sus manos no estaba en su campo de visión. Se detuvo a un lado de una menuda plaza llena de actividad, en la que por lo que pudo reconocer estaban especializados en puestos de pescado. Buscó, sabiendo de antemano que la cara de aquel estúpido noble no estaría allí a la vista.
Tomó el aire que no había llegado a sus pulmones mientras avanzaba con rapidez, y justo antes de emprender la marcha de nuevo se quedó clavada. Congelada en el sitio. Ataviada con una capucha y el rostro parcialmente oculto, una figura se deslizó a un lado. Su mirada apenas conectó un instante, pero todo en la mente de Iori vibró, olvidándose de su presente, de lo que la había conducido hasta allí.
Ella conocía aquel tono de verde.
El intercambio de miradas casual se tradujo en una persecución de la que Iori no dudaba que aquel Ojosverdes era muy consciente. Sabía que la percibía, y que estaba avanzando de forma confusa para ponerla a prueba. Para asegurarse de que ella lo seguía, y de que era capaz de mantener su atracción sin que la mestiza pudiese si quiera pensar en dejarlo. La visión de uno de aquellos elfos espoleaba en ella un estado cercano a la locura.
El descontrol que sentía agolpaba la sangre en su cabeza y esta corría tan rápido que apenas podía escuchar otra cosa que no fuese un zumbido en los oídos.
Como un perro sigue a su amo, Iori entró en el callejón por el cual él se había internado. Su mirada se clavó en el elfo. Desorientada. Confundida. Peligrosa. Dejó caer el peso sobre una pierna y mantuvo la posición en la distancia mientras lo observaba frente a ella, aguardando. Se había dejado ver y se había dejado seguir. Y Iori sabía de sobra que ninguna de las dos cosas hubiera sido posible si el elfo no hubiese querido.
- Me has traído aquí con un motivo. Cual.- lanzó.
Él le dedicó una mirada evaluadora, que se tornó en una de total desprecio
- Tanto problema por algo tan insignificante - murmuró más para si que para ella
La mirada azul relampagueo. ¿Qué demonios significaba aquello? ¿Acaso la conocía de algo? ¿Lo habían enviado para buscarla?
¿Tarek?
- ¿Y hay muchos más como tú por aquí? -
- ¿Temes acaso que te persigan? - preguntó con una sonrisa ladina. - Para aplastar a un ratoncito como tu me basto yo solo. -
- Tarek ya lo intentó, y no le salió. Imagino que tú debes de ser mejor que él -
No tenía ni idea de por qué había lanzado aquel nombre. Quizá porque quería aparentar aplomo. Simular que ejercía un cierto grado de control sobre la situación. Una en la que a todas luces era el Ojosverdes el que disponía de una mejor posición. Y por increíble que pareciese, pareció que escuchar aquel nombre sirvió para arrancarlo de la posición de comodidad en la que parecía encontrarse. Sacó un puñal del cinto y lo giró entre los dedos.
- ¿Conoces a Tarek? - preguntó con calma - ¿Por casualidad no sabrás donde encontrarlo? Tiene algunas preguntas que responder - añadió sin borrar todavía aquella extraña sonrisa.
Claro que las tenía. Si Cornelius no la había engañado con la muerte de Dhonara, el elfo se había convertido en un proscrito dentro de los suyos. Una situación que quizá hubiese podido despertar la simpatía de cualquiera, en Iori la dejaba en aquel momento sin reacción.
Dhonara lo había merecido.
De la misma manera que Tarek merecía la situación en el que se encontraba ahora.
- Conozco a Tarek. Conozco a Dhonara. Conozco a unos cuantos de los tuyos - respondió evaluando la hoja. No pareció intimidada. Más bien fue como si sus ojos brillasen de manera febril. Frente a uno de aquellos elfos, sentimientos que el Héroe había reprimido en su corazón comenzaba a fluir volviéndola inestable. - ¿Por qué me atrajiste aquí? - volvió a preguntar.
Su contrincante tardó unos minutos en responder, como si estuviese regodeándose en el nerviosismo de ella
- Quizás conozcas al chico, pero si tu camino se hubiese cruzado con el de Dhonara no estaríamos teniendo esta conversación. Y luego dices saber de otros como yo - añadió con cierta sorna - ¿Acaso eres la desafortunada superviviente de alguna aldea que arrasamos? ¿Emboscamos a tu prometido y jamás volvió a casa? ¿Quemamos tus cosechas? ¿Te dejamos huérfana? -
Aquel último comentario hizo que la realidad se distorsionara. Iori sintió algo similar a dejar su cuerpo atrás, como si en lugar de palabras el elfo hubiese dirigido un embiste contra ella con poder suficiente como para sacarla de si misma.
Fogozanos, luces y sombras de los recuerdos vistos entre los dos amantes. La forma de conocerse, de nacer el interés mutuo. La tenacidad y decisión de Ayla. La precaución y magnetismo de él...
Sin que lo viese hasta que hubo lanzado el proyectil, la humana enfiló hacia él con un tiro certero un pequeño guijarro que había cogido del suelo (*). El elfo fue rápido, y tuvo que interponer el filo de su arma entre la pequeña piedra y su rostro para evitar ser golpeado por él.
- Sin duda actividades a las que os dedicáis en cuerpo y alma. Todo caos y destrucción - ladeó la cabeza esbozando una sonrisa que no llegó a los ojos. Con dificultad había conseguido mantener la poquita cordura que quedaba en ella, y se sintió satisfecha de si misma por ser capaz de continuar firme frente al elfo. Su ignorancia le dio valor para continuar el diálogo - Dhonara está muerta. Y seguro que el planeta respirará mejor cuando otro Ojosverdes como tú se una a ella -
La sonrisa de suficiencia presente en su cara desapareció.
- No deberías saber eso - comentó algo más serio - Si me dices quién te ha dado esa información, quizás me sienta lo suficientemente misericordioso para darte una muerte rápida -
Iori sonrió, y en esta ocasión si llegó un extraño brillo a sus ojos. No fue capaz de encontrar el hilo de lógica para lo que soltó a continuación, buscando de forma instintiva continuar desestabilizándolo. Ver en él cara de confusión, de incomprensión. Agobiarlo.
- Eithelen - respondió entonces, tras unos segundos.
El elfo la miró por un segundo incrédulo, antes de echarse a reír
- Ese bastardo lleva años muerto, niña. Acaso hablas con los muertos? -
- Por supuesto. ¿Acaso tú no? - preguntó con un aspecto completamente serio. - Y no solo eso, me ha contado muchas mas cosas. Me ha contado también cómo murió él. Quienes lo mataron y por qué -
El elfo la mira un instante tras sus palabras. Aquello se había puesto lo suficientemente serio como para que tomase la decisión de que aquella conversación debía de terminar. El juego había acabado, y Iori lo supo incluso antes de escucharlo hablar, solo por la forma en la que movió su cuerpo.
- Ya basta de tonterías - masculló. Y entonces se lanzó a ella.
Baja de forma como estaba su reacción fue lenta. Consiguió escapar al primer ataque fintando a la derecha, pero no ganó la suficiente distancia como para librarse del segundo. El elfo agarró su ropa y tiró con la fuerza suficiente como para tirarla al suelo.
La mestiza rodó a un lado y vio de cerca la hoja que él portaba haciendo un arco descendente. Hubiera terminado enterrada en unos de sus ojos pero la morena consiguió ponerse de nuevo en pie de un salto.
No fue suficiente.
Él era muy rápido y estaba en mejores condiciones. Era un asesino consumado con años de experiencia cuando ella apenas había comenzado a hacer daño guiada por el mal que anidaba dentro. Volvió a acortar distancia con la mestiza y esta vez sí fue capaz de tirarla al suelo, placándola con su cuerpo. Usó las rodillas para calcar en el vientre y el muslo de Iori, incapacitándola de cintura para abajo debido al dolor que le infligió.
El grito de la chica se escuchó de forma sonora, dejando un leve rastro de eco en aquel lugar abandonado. A unas decenas de metros, la gran ciudad llena de gente, pero cuando la mirada azul se clavó en la expresión triunfadora del Ojosverdes, Iori supo que él conocía aquel terreno. Y que estaba completamente seguro de lo que iba a venir después. Con una sola mano afianzó su agarre sobre las dos muñecas de la mestiza, la cual no tenía en aquel momento ni técnica ni fuerza como para soltarse.
La boca del elfo se abrió en una sonrisa y la mano del cuchillo bajó cortando su carne.
Iori sintió el fuego extendiéndose en su costado cuando la hoja abrió su piel. Cerró los ojos y apretó los labios y en esta ocasión no gritó. Cerró los dedos sobre la mano que la inmovilizaba y clavó las uñas allí en donde pudo, asegurándose de que levantaba piel y carne con ello.
Tenía que doler de alguna manera, pero el elfo apenas exhaló una leve risa.
Y aquel sonido alentó al odio de Iori. Lo volvió a mirar y pensó que si en ese momento una bola de fuego los llegase a consumir a los dos, Iori aceptaría de buen grado con tal de verlo arder. Acabar con su propia vida como pago por llevarse la suya. El odio se filtró hacia fuera en respuesta al veneno que estaba introduciendo el corte que él le hizo en el costado.
Y entonces el silbido.
Corto y preciso, que terminó cuando la flecha hizo diana en el blanco.
Los ojos del elfo se agrandaron, observando con incredulidad lo que acababa de suceder.
Sobre la rodilla con la que aprisionaba el vientre de Iori sobre el suelo se había clavado, de lado a lado una flecha proveniente de su izquierda. La sorpresa por aquel súbito ataque fue mayor que el dolor que podía sentir el elfo, y en su asombro se incorporó ligeramente, dirigiendo la vista en la dirección de la que provenía el disparo.
Aflojando el agarre al que tenía sometida a una presa que ya consideraba cazada. Pero no muerta.
La mestiza vio su oportunidad.
Se soltó las muñecas empujando con ambas manos hacia arriba y sin perder el tiempo extrajo una pequeña daga que tenía guardada en el pantalón. No era grande, y en una pelea real no podría compararse a otro tipo de arma.
Pero en las distancias cortas...
La morena la introdujo en la ingle del elfo, aprovechando la posición sobre ella en la que la tenía sometida. Iori jadeó haciendo fuerza contra él hasta hacer que parte de la empuñadura de madera entrase también por el corte que acababa de abrirle.
Y ahora sí, en aquel momento, ese hijo de puta gimió de dolor.
Apoyó ambas manos en el arma que tenía hundida en su carne y trató de realizar con ella un movimiento horizontal, cortando hacia el otro lado el bajo vientre del elfo. Pero la sangre que él derramaba sobre ella y el veneno hicieron que todo se volviese borroso lentamente.
Aunque en el último instante, le pareció que alguien hablaba sobre su rostro.
Algo blando. Algo cálido. Pero ella ya ardía por dentro. La sensación más acuciante cuando cobró conciencia era la de la sed y el tremendo calor que la estaban torturando. Parpadeó y observó sobre su cabeza un techo labrado con caras volutas en la escayola blanca, dejando claro que aquel lugar era el palacio de Justine. A su izquierda, el elfo. No el del callejón.
- Fuiste tú - comentó intentando clavar los ojos en él, refiriéndose a la flecha que le había salvado la vida. La que ocasionó la distracción suficiente como para poder atacar de regreso al Ojosverdes en su sorpresa.
Cornelius la obligó a permanecer tendida, mientras examinaba el corte que tenía sobre las costillas.
- Lo dices con sorpresa - comentó este, intentando que permaneciese despierta - Lo que no me queda claro es si te sorprende mi habilidad con el arco o que fuese capaz de rastrearte tan fácilmente. No te duermas ahora, Iori - añadió, tomándola por el rostro y haciendo que centrase la mirada en él - Necesito que sigas aquí conmigo. Qué te dijo el Ojosverdes? - preguntó en un intento de obligarla a permanecer activa.
Apenas se percibía un fino anillo azul en sus ojos debido a las pupilas dilatadas. El profundo del oscuro junto con la mirada perdida de Iori componían una expresión extraña en ella.
- Me atrajo hacia allí, lo hizo desde el principio. Me estaba buscando - farfulló arrastrando mucho las palabras, mientras la saliva manchaba su mentón. Le costaba contener los temblores involuntarios de su cuerpo. Los músculos se tensaban, presas de calambres y le dificultaban la coordinación. Cornelius asintió.
- Así es como cazan. Atraen a sus presas y las aíslan. Si no hubiese llegado a tiempo, no habríamos encontrado siquiera tu cadáver - Mientras hablaba, Cornelius revisó los ojos de la chica. El veneno había empezado a hacer efecto. Pero todavía estaban a tiempo. - ¿Te dijo porqué te había seguido? - sin perderla de vista empezó a rebuscar entre los viales que siempre llevaba consigo, para localizar el brebaje que contrarrestaría el veneno.
Un cadáver.
Todos morían.
Pero ella no quería ser cadáver. Nunca había sido un deseo para ella, y sin embargo, en aquel momento de su vida deseaba más que nunca poder seguir viviendo, recorrer camino a su lado. El golpe de aquella revelación, pensar que su historia podía haber encontrado esa mañana fin en Lunargenta le secó la boca más que el calor interno que sentía.
- "Tanto problema por algo tan insignificante" - susurró mientras su cabeza se movía errática, como si sus hombros no pudieran mantenerla erguida por el peso. - Conocía a Eithelen. Sabe que él está muerto desde hace mucho tiempo -
Cornelius fijó la mirada en ella, sopesando sus siguientes palabras.
- Lo sabe porque él estuvo allí. Veinte años cambian a cualquiera, incluso a un elfo. Tarek los identificó a todos. Deodar fue uno de los culpables de que ambos os quedarais huérfanos - previniendo la respuesta de la chica, le colocó una mano en el hombro para evitar que se levantase.
La expresión de Iori no cambió en absoluto, aparentemente. La conmoción la recorrió por dentro en cambio. Cornelius casi podía sentirlo fluir hacia él desde el contacto con su piel. Algo pesado. Algo denso. Algo oscuro. Algo doloroso. Iori dejó de respirar mientras hacia acopio del poco control que podía ejercer sobre su cuerpo para intentar salir de allí. No dijo nada.
Cornelius la vio respirar de forma pesada y como una sombra oscura cruzaba su mirada. Algo en la chica no estaba bien, algo más allá del veneno. Pensó en el libro que Tarek le había mostrado. Había intentado indagar sobre aquel trato, aquella maldición, pero solo los Inglorien conocían los secretos de sus runas.
- Sé perfectamente lo que estas pensando en este momento - comentó con voz calmada, situando su otra mano sobre el hombro de la chica, dándole una ligera sacudida para que lo mirase - Si no erradico el veneno que corre por tus venas, morirás. Él no va a ir a ninguna parte, Zakath lo vigila, y en cuanto lo interroguemos y tu estés mejor, será tu decisión lo que suceda con él - soltándola, se agachó ante ella - Pero ahora necesito que me dejes curarte y para eso tienes que estar tranquila. -
Silencio. Los temblores de su cuerpo se mantuvieron, pero Iori cedió, apaciguada por lo que parecía tras escuchar las palabras de Cornelius. Él tuvo unos minutos de tranquilidad, hasta que ella murmuró.
- ¿Fue tan grande su pecado? Su relación. - aclaró de forma errática sobre su imprecisa pregunta. Aquella pregunta la había perseguido desde que había conocido la verdad, y nunca se había atrevido a formularla. Cornelius la miró de reojo, mientas tomaba un vial en sus manos.
- Bébete esto - le indicó, con la misma voz calmada. Espero a que la chica hubiese vaciado la botellita antes de contestarle - Amar nunca es un pecado - fue lo primero que dijo, mientas tomaba otro frasco con un ungüento - Que nadie te convenza nunca de lo contrario. A veces ese amor es puro y da lugar a cosas maravillosas, en otras nos consume y da lugar a acciones terribles... y en otras es desigual, y solo una de las partes lo siente. No puedes obligar a nadie a amar, pero tampoco a dejar de hacerlo, aunque eso implique su destrucción - retirando la tela del abdomen de la chica, aplicó sobre su piel un paño untado con el ungüento. Aquello arrastraría el veneno que aún quedaba en la herida
- No creo que tus padres cometieran un pecado. Pero tomaron una decisión difícil, a sabiendas de las implicaciones que tendría lo que iban a hacer. Si Eithelen hubiese sido un elfo sin más, un miembro de cualquier clan menor, al que nadie conocía, nada de esto hubiese sucedido. Pero era un símbolo para nuestro pueblo... Y algunos no vieron con buenos ojos que ese símbolo se "corrompiese". Que no siguiese la senda que se suponía para él marcada - cambió el paño por otro limpio - Resulta incomprensible que, después de siglos conviviendo en la misma tierra, todavía sigamos pensando que la mezcla de razas es algo que castigar. Cuánto mejoraría el mundo si dedicáramos menos tiempo a luchar entre nosotros y más a practicar el amable arte del amancebamiento - comentó con más ligereza, guiñándole un ojo a la chica.
La mirada vidriosa no mostraba ningún sentimiento claro, y se dejó hacer mientras Cornelius trabajaba sobre su herida.
El amor. Algo ajeno a ella. Algo que apenas comenzaba a vislumbrar. Algo que la llenaba, resultaba adictivo. Pero que también la lastimaba.
- Sango - Sonó a pregunta, aunque la morena no formuló ninguna.
Cornelius acabó de limpiar la herida y pasó a suturarla.
- ¿Qué sucede con el héroe? - preguntó
Los ojos azules se fijaron en él, desorientada por su pregunta. En su mente su intención estaba muy clara. El calor que producía en ella el veneno le dificultaba el pensar con mayor claridad.
- ¿No ha regresado? - terminó por preguntar.
Cornelius la observó unos instantes.
-Todavía no. Pero sus compañeros ya han invadido el hogar de Justine. Si sus palabras son ciertas, volverá en cualquier momento - tras unos segundos añadió - No te recomiendo ni siquiera intentar levantarte. El brebaje que acabo de darte te noqueará de un momento a otro y prefiero que estés tumbada cuando suceda -
¿El brebaje que acababa de darle? Los ojos se desviaron a un lado, y observó en su mano el pequeño frasco vacío. ¿Cuándo lo había bebido? Iori resopló, notando súbitamente la niebla del sopor en su mente.
Apenas tuvo un momento fugaz para pensar sobre los compañeros de Sango a los que él se refería. Lo último que vio fue la silueta del Héroe, desdibujándose mientras se alejaba de espaldas a ella.
Y todo se apagó.
* Habilidad acrobacias + ataque rápido (nivel 1).
Por descontado, no tenía el control que él poseía sobre el callejero de Lunargenta. El Héroe que había curtido su carácter y entrenado sus habilidades durante años allí.
No le había costado escapar de la residencia de Justine, aunque en esa ocasión lo había hecho a la carrera y sin preocuparse por si la veían o no. Los muros seguían siendo fácilmente escalables, y la rabia y el miedo habían sido motores poderosos en ella.
Rabia por sus palabras. Por la amenaza que suponía Dominik Hesse, por lo incapaz que parecían verla todos de repente cuando, la verdad era que la mayor parte de su vida había dependido de ella misma y de nadie más.
Miedo por sentir que, en el inesperado momento de su vida en el que alcanzaba algo que le importaba más de lo que había imaginado, cualquier amenaza que pudiera cernirse sobre él la descontrolaba. La sumergía, la ponía en un estado que casi rozaba la histeria. Sentía que sería capaz de hacer arder el mundo en cada rincón de Aerandir si con ello eliminaba la posibilidad de que Ben sufriera por su culpa.
Aquella habitación se había convertido en su santuario. En un lugar que casi rozaba lo sagrado para Iori. Cerca de él. Unida a él. Había deformado su personalidad, cambiado para mezclada con Sango ser otra cosa. Ser algo más.
En la distancia, con una herida causada por el enfado entre ambos, Iori sentía que la distancia la conectaba con lo que llevaba siendo toda su vida. Una persona fría como el viento en invierno.
La actividad de la ciudad la engulló, mientras caminaba sin ningún plan. Nada pensado. Únicamente vagaba arrastrada por la necesidad de hacer algo. De encontrar a Hesse por si misma y zanjar para siempre cualquier conflicto que pudiera ser el origen de que aquel malnacido buscase problemas. Por todos era sabido que los muertos no solían ser fuente de conflicto, y Iori pensaba darle aquella solución.
Ágil, menuda. Enferma. Su figura era demasiado delgada como para lucir en buen estado. Serpenteaba sin embargo con rapidez entre el gentío en Lunargenta, ataviada con una ropa ancha que había extraído de la zona de la colada del servicio del Palacete. Sus pasos eran firmes pero seguía sin saber hacia dónde avanzaba.
Miraba sin ver realmente, apenas un montón de sombras, figuras sin valor unas detrás de otras. Lo único que quería ver, el pescuezo de Dominik Hesse entre sus manos no estaba en su campo de visión. Se detuvo a un lado de una menuda plaza llena de actividad, en la que por lo que pudo reconocer estaban especializados en puestos de pescado. Buscó, sabiendo de antemano que la cara de aquel estúpido noble no estaría allí a la vista.
Tomó el aire que no había llegado a sus pulmones mientras avanzaba con rapidez, y justo antes de emprender la marcha de nuevo se quedó clavada. Congelada en el sitio. Ataviada con una capucha y el rostro parcialmente oculto, una figura se deslizó a un lado. Su mirada apenas conectó un instante, pero todo en la mente de Iori vibró, olvidándose de su presente, de lo que la había conducido hasta allí.
Ella conocía aquel tono de verde.
El intercambio de miradas casual se tradujo en una persecución de la que Iori no dudaba que aquel Ojosverdes era muy consciente. Sabía que la percibía, y que estaba avanzando de forma confusa para ponerla a prueba. Para asegurarse de que ella lo seguía, y de que era capaz de mantener su atracción sin que la mestiza pudiese si quiera pensar en dejarlo. La visión de uno de aquellos elfos espoleaba en ella un estado cercano a la locura.
El descontrol que sentía agolpaba la sangre en su cabeza y esta corría tan rápido que apenas podía escuchar otra cosa que no fuese un zumbido en los oídos.
Como un perro sigue a su amo, Iori entró en el callejón por el cual él se había internado. Su mirada se clavó en el elfo. Desorientada. Confundida. Peligrosa. Dejó caer el peso sobre una pierna y mantuvo la posición en la distancia mientras lo observaba frente a ella, aguardando. Se había dejado ver y se había dejado seguir. Y Iori sabía de sobra que ninguna de las dos cosas hubiera sido posible si el elfo no hubiese querido.
- Me has traído aquí con un motivo. Cual.- lanzó.
Él le dedicó una mirada evaluadora, que se tornó en una de total desprecio
- Tanto problema por algo tan insignificante - murmuró más para si que para ella
La mirada azul relampagueo. ¿Qué demonios significaba aquello? ¿Acaso la conocía de algo? ¿Lo habían enviado para buscarla?
¿Tarek?
- ¿Y hay muchos más como tú por aquí? -
- ¿Temes acaso que te persigan? - preguntó con una sonrisa ladina. - Para aplastar a un ratoncito como tu me basto yo solo. -
- Tarek ya lo intentó, y no le salió. Imagino que tú debes de ser mejor que él -
No tenía ni idea de por qué había lanzado aquel nombre. Quizá porque quería aparentar aplomo. Simular que ejercía un cierto grado de control sobre la situación. Una en la que a todas luces era el Ojosverdes el que disponía de una mejor posición. Y por increíble que pareciese, pareció que escuchar aquel nombre sirvió para arrancarlo de la posición de comodidad en la que parecía encontrarse. Sacó un puñal del cinto y lo giró entre los dedos.
- ¿Conoces a Tarek? - preguntó con calma - ¿Por casualidad no sabrás donde encontrarlo? Tiene algunas preguntas que responder - añadió sin borrar todavía aquella extraña sonrisa.
Claro que las tenía. Si Cornelius no la había engañado con la muerte de Dhonara, el elfo se había convertido en un proscrito dentro de los suyos. Una situación que quizá hubiese podido despertar la simpatía de cualquiera, en Iori la dejaba en aquel momento sin reacción.
Dhonara lo había merecido.
De la misma manera que Tarek merecía la situación en el que se encontraba ahora.
- Conozco a Tarek. Conozco a Dhonara. Conozco a unos cuantos de los tuyos - respondió evaluando la hoja. No pareció intimidada. Más bien fue como si sus ojos brillasen de manera febril. Frente a uno de aquellos elfos, sentimientos que el Héroe había reprimido en su corazón comenzaba a fluir volviéndola inestable. - ¿Por qué me atrajiste aquí? - volvió a preguntar.
Su contrincante tardó unos minutos en responder, como si estuviese regodeándose en el nerviosismo de ella
- Quizás conozcas al chico, pero si tu camino se hubiese cruzado con el de Dhonara no estaríamos teniendo esta conversación. Y luego dices saber de otros como yo - añadió con cierta sorna - ¿Acaso eres la desafortunada superviviente de alguna aldea que arrasamos? ¿Emboscamos a tu prometido y jamás volvió a casa? ¿Quemamos tus cosechas? ¿Te dejamos huérfana? -
Aquel último comentario hizo que la realidad se distorsionara. Iori sintió algo similar a dejar su cuerpo atrás, como si en lugar de palabras el elfo hubiese dirigido un embiste contra ella con poder suficiente como para sacarla de si misma.
Fogozanos, luces y sombras de los recuerdos vistos entre los dos amantes. La forma de conocerse, de nacer el interés mutuo. La tenacidad y decisión de Ayla. La precaución y magnetismo de él...
Sin que lo viese hasta que hubo lanzado el proyectil, la humana enfiló hacia él con un tiro certero un pequeño guijarro que había cogido del suelo (*). El elfo fue rápido, y tuvo que interponer el filo de su arma entre la pequeña piedra y su rostro para evitar ser golpeado por él.
- Sin duda actividades a las que os dedicáis en cuerpo y alma. Todo caos y destrucción - ladeó la cabeza esbozando una sonrisa que no llegó a los ojos. Con dificultad había conseguido mantener la poquita cordura que quedaba en ella, y se sintió satisfecha de si misma por ser capaz de continuar firme frente al elfo. Su ignorancia le dio valor para continuar el diálogo - Dhonara está muerta. Y seguro que el planeta respirará mejor cuando otro Ojosverdes como tú se una a ella -
La sonrisa de suficiencia presente en su cara desapareció.
- No deberías saber eso - comentó algo más serio - Si me dices quién te ha dado esa información, quizás me sienta lo suficientemente misericordioso para darte una muerte rápida -
Iori sonrió, y en esta ocasión si llegó un extraño brillo a sus ojos. No fue capaz de encontrar el hilo de lógica para lo que soltó a continuación, buscando de forma instintiva continuar desestabilizándolo. Ver en él cara de confusión, de incomprensión. Agobiarlo.
- Eithelen - respondió entonces, tras unos segundos.
El elfo la miró por un segundo incrédulo, antes de echarse a reír
- Ese bastardo lleva años muerto, niña. Acaso hablas con los muertos? -
- Por supuesto. ¿Acaso tú no? - preguntó con un aspecto completamente serio. - Y no solo eso, me ha contado muchas mas cosas. Me ha contado también cómo murió él. Quienes lo mataron y por qué -
El elfo la mira un instante tras sus palabras. Aquello se había puesto lo suficientemente serio como para que tomase la decisión de que aquella conversación debía de terminar. El juego había acabado, y Iori lo supo incluso antes de escucharlo hablar, solo por la forma en la que movió su cuerpo.
- Ya basta de tonterías - masculló. Y entonces se lanzó a ella.
Baja de forma como estaba su reacción fue lenta. Consiguió escapar al primer ataque fintando a la derecha, pero no ganó la suficiente distancia como para librarse del segundo. El elfo agarró su ropa y tiró con la fuerza suficiente como para tirarla al suelo.
La mestiza rodó a un lado y vio de cerca la hoja que él portaba haciendo un arco descendente. Hubiera terminado enterrada en unos de sus ojos pero la morena consiguió ponerse de nuevo en pie de un salto.
No fue suficiente.
Él era muy rápido y estaba en mejores condiciones. Era un asesino consumado con años de experiencia cuando ella apenas había comenzado a hacer daño guiada por el mal que anidaba dentro. Volvió a acortar distancia con la mestiza y esta vez sí fue capaz de tirarla al suelo, placándola con su cuerpo. Usó las rodillas para calcar en el vientre y el muslo de Iori, incapacitándola de cintura para abajo debido al dolor que le infligió.
El grito de la chica se escuchó de forma sonora, dejando un leve rastro de eco en aquel lugar abandonado. A unas decenas de metros, la gran ciudad llena de gente, pero cuando la mirada azul se clavó en la expresión triunfadora del Ojosverdes, Iori supo que él conocía aquel terreno. Y que estaba completamente seguro de lo que iba a venir después. Con una sola mano afianzó su agarre sobre las dos muñecas de la mestiza, la cual no tenía en aquel momento ni técnica ni fuerza como para soltarse.
La boca del elfo se abrió en una sonrisa y la mano del cuchillo bajó cortando su carne.
Iori sintió el fuego extendiéndose en su costado cuando la hoja abrió su piel. Cerró los ojos y apretó los labios y en esta ocasión no gritó. Cerró los dedos sobre la mano que la inmovilizaba y clavó las uñas allí en donde pudo, asegurándose de que levantaba piel y carne con ello.
Tenía que doler de alguna manera, pero el elfo apenas exhaló una leve risa.
Y aquel sonido alentó al odio de Iori. Lo volvió a mirar y pensó que si en ese momento una bola de fuego los llegase a consumir a los dos, Iori aceptaría de buen grado con tal de verlo arder. Acabar con su propia vida como pago por llevarse la suya. El odio se filtró hacia fuera en respuesta al veneno que estaba introduciendo el corte que él le hizo en el costado.
Y entonces el silbido.
Corto y preciso, que terminó cuando la flecha hizo diana en el blanco.
Los ojos del elfo se agrandaron, observando con incredulidad lo que acababa de suceder.
Sobre la rodilla con la que aprisionaba el vientre de Iori sobre el suelo se había clavado, de lado a lado una flecha proveniente de su izquierda. La sorpresa por aquel súbito ataque fue mayor que el dolor que podía sentir el elfo, y en su asombro se incorporó ligeramente, dirigiendo la vista en la dirección de la que provenía el disparo.
Aflojando el agarre al que tenía sometida a una presa que ya consideraba cazada. Pero no muerta.
La mestiza vio su oportunidad.
Se soltó las muñecas empujando con ambas manos hacia arriba y sin perder el tiempo extrajo una pequeña daga que tenía guardada en el pantalón. No era grande, y en una pelea real no podría compararse a otro tipo de arma.
Pero en las distancias cortas...
La morena la introdujo en la ingle del elfo, aprovechando la posición sobre ella en la que la tenía sometida. Iori jadeó haciendo fuerza contra él hasta hacer que parte de la empuñadura de madera entrase también por el corte que acababa de abrirle.
Y ahora sí, en aquel momento, ese hijo de puta gimió de dolor.
Apoyó ambas manos en el arma que tenía hundida en su carne y trató de realizar con ella un movimiento horizontal, cortando hacia el otro lado el bajo vientre del elfo. Pero la sangre que él derramaba sobre ella y el veneno hicieron que todo se volviese borroso lentamente.
Aunque en el último instante, le pareció que alguien hablaba sobre su rostro.
[...]
Algo blando. Algo cálido. Pero ella ya ardía por dentro. La sensación más acuciante cuando cobró conciencia era la de la sed y el tremendo calor que la estaban torturando. Parpadeó y observó sobre su cabeza un techo labrado con caras volutas en la escayola blanca, dejando claro que aquel lugar era el palacio de Justine. A su izquierda, el elfo. No el del callejón.
- Fuiste tú - comentó intentando clavar los ojos en él, refiriéndose a la flecha que le había salvado la vida. La que ocasionó la distracción suficiente como para poder atacar de regreso al Ojosverdes en su sorpresa.
Cornelius la obligó a permanecer tendida, mientras examinaba el corte que tenía sobre las costillas.
- Lo dices con sorpresa - comentó este, intentando que permaneciese despierta - Lo que no me queda claro es si te sorprende mi habilidad con el arco o que fuese capaz de rastrearte tan fácilmente. No te duermas ahora, Iori - añadió, tomándola por el rostro y haciendo que centrase la mirada en él - Necesito que sigas aquí conmigo. Qué te dijo el Ojosverdes? - preguntó en un intento de obligarla a permanecer activa.
Apenas se percibía un fino anillo azul en sus ojos debido a las pupilas dilatadas. El profundo del oscuro junto con la mirada perdida de Iori componían una expresión extraña en ella.
- Me atrajo hacia allí, lo hizo desde el principio. Me estaba buscando - farfulló arrastrando mucho las palabras, mientras la saliva manchaba su mentón. Le costaba contener los temblores involuntarios de su cuerpo. Los músculos se tensaban, presas de calambres y le dificultaban la coordinación. Cornelius asintió.
- Así es como cazan. Atraen a sus presas y las aíslan. Si no hubiese llegado a tiempo, no habríamos encontrado siquiera tu cadáver - Mientras hablaba, Cornelius revisó los ojos de la chica. El veneno había empezado a hacer efecto. Pero todavía estaban a tiempo. - ¿Te dijo porqué te había seguido? - sin perderla de vista empezó a rebuscar entre los viales que siempre llevaba consigo, para localizar el brebaje que contrarrestaría el veneno.
Un cadáver.
Todos morían.
Pero ella no quería ser cadáver. Nunca había sido un deseo para ella, y sin embargo, en aquel momento de su vida deseaba más que nunca poder seguir viviendo, recorrer camino a su lado. El golpe de aquella revelación, pensar que su historia podía haber encontrado esa mañana fin en Lunargenta le secó la boca más que el calor interno que sentía.
- "Tanto problema por algo tan insignificante" - susurró mientras su cabeza se movía errática, como si sus hombros no pudieran mantenerla erguida por el peso. - Conocía a Eithelen. Sabe que él está muerto desde hace mucho tiempo -
Cornelius fijó la mirada en ella, sopesando sus siguientes palabras.
- Lo sabe porque él estuvo allí. Veinte años cambian a cualquiera, incluso a un elfo. Tarek los identificó a todos. Deodar fue uno de los culpables de que ambos os quedarais huérfanos - previniendo la respuesta de la chica, le colocó una mano en el hombro para evitar que se levantase.
La expresión de Iori no cambió en absoluto, aparentemente. La conmoción la recorrió por dentro en cambio. Cornelius casi podía sentirlo fluir hacia él desde el contacto con su piel. Algo pesado. Algo denso. Algo oscuro. Algo doloroso. Iori dejó de respirar mientras hacia acopio del poco control que podía ejercer sobre su cuerpo para intentar salir de allí. No dijo nada.
Cornelius la vio respirar de forma pesada y como una sombra oscura cruzaba su mirada. Algo en la chica no estaba bien, algo más allá del veneno. Pensó en el libro que Tarek le había mostrado. Había intentado indagar sobre aquel trato, aquella maldición, pero solo los Inglorien conocían los secretos de sus runas.
- Sé perfectamente lo que estas pensando en este momento - comentó con voz calmada, situando su otra mano sobre el hombro de la chica, dándole una ligera sacudida para que lo mirase - Si no erradico el veneno que corre por tus venas, morirás. Él no va a ir a ninguna parte, Zakath lo vigila, y en cuanto lo interroguemos y tu estés mejor, será tu decisión lo que suceda con él - soltándola, se agachó ante ella - Pero ahora necesito que me dejes curarte y para eso tienes que estar tranquila. -
Silencio. Los temblores de su cuerpo se mantuvieron, pero Iori cedió, apaciguada por lo que parecía tras escuchar las palabras de Cornelius. Él tuvo unos minutos de tranquilidad, hasta que ella murmuró.
- ¿Fue tan grande su pecado? Su relación. - aclaró de forma errática sobre su imprecisa pregunta. Aquella pregunta la había perseguido desde que había conocido la verdad, y nunca se había atrevido a formularla. Cornelius la miró de reojo, mientas tomaba un vial en sus manos.
- Bébete esto - le indicó, con la misma voz calmada. Espero a que la chica hubiese vaciado la botellita antes de contestarle - Amar nunca es un pecado - fue lo primero que dijo, mientas tomaba otro frasco con un ungüento - Que nadie te convenza nunca de lo contrario. A veces ese amor es puro y da lugar a cosas maravillosas, en otras nos consume y da lugar a acciones terribles... y en otras es desigual, y solo una de las partes lo siente. No puedes obligar a nadie a amar, pero tampoco a dejar de hacerlo, aunque eso implique su destrucción - retirando la tela del abdomen de la chica, aplicó sobre su piel un paño untado con el ungüento. Aquello arrastraría el veneno que aún quedaba en la herida
- No creo que tus padres cometieran un pecado. Pero tomaron una decisión difícil, a sabiendas de las implicaciones que tendría lo que iban a hacer. Si Eithelen hubiese sido un elfo sin más, un miembro de cualquier clan menor, al que nadie conocía, nada de esto hubiese sucedido. Pero era un símbolo para nuestro pueblo... Y algunos no vieron con buenos ojos que ese símbolo se "corrompiese". Que no siguiese la senda que se suponía para él marcada - cambió el paño por otro limpio - Resulta incomprensible que, después de siglos conviviendo en la misma tierra, todavía sigamos pensando que la mezcla de razas es algo que castigar. Cuánto mejoraría el mundo si dedicáramos menos tiempo a luchar entre nosotros y más a practicar el amable arte del amancebamiento - comentó con más ligereza, guiñándole un ojo a la chica.
La mirada vidriosa no mostraba ningún sentimiento claro, y se dejó hacer mientras Cornelius trabajaba sobre su herida.
El amor. Algo ajeno a ella. Algo que apenas comenzaba a vislumbrar. Algo que la llenaba, resultaba adictivo. Pero que también la lastimaba.
- Sango - Sonó a pregunta, aunque la morena no formuló ninguna.
Cornelius acabó de limpiar la herida y pasó a suturarla.
- ¿Qué sucede con el héroe? - preguntó
Los ojos azules se fijaron en él, desorientada por su pregunta. En su mente su intención estaba muy clara. El calor que producía en ella el veneno le dificultaba el pensar con mayor claridad.
- ¿No ha regresado? - terminó por preguntar.
Cornelius la observó unos instantes.
-Todavía no. Pero sus compañeros ya han invadido el hogar de Justine. Si sus palabras son ciertas, volverá en cualquier momento - tras unos segundos añadió - No te recomiendo ni siquiera intentar levantarte. El brebaje que acabo de darte te noqueará de un momento a otro y prefiero que estés tumbada cuando suceda -
¿El brebaje que acababa de darle? Los ojos se desviaron a un lado, y observó en su mano el pequeño frasco vacío. ¿Cuándo lo había bebido? Iori resopló, notando súbitamente la niebla del sopor en su mente.
Apenas tuvo un momento fugaz para pensar sobre los compañeros de Sango a los que él se refería. Lo último que vio fue la silueta del Héroe, desdibujándose mientras se alejaba de espaldas a ella.
Y todo se apagó.
* Habilidad acrobacias + ataque rápido (nivel 1).
Iori Li
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La lluvia había diluido la mayor parte de la sangre, propia y ajena, que había caído en el solitario camino de vuelta al barrio alto de la ciudad. Apenas se había cruzado con gente en su camino y si lo había hecho seguro que especulaban con aquella figura armada, tambaleante, que fingía una expresión de normalidad que contrastaba con el resto de su apariencia. Su postura erguida, claramente forzada, era un motivo más de distracción pues era incapaz de caminar recto y erguido al mismo tiempo. Sus pasos eran una constante corrección de dirección y lucha contra su propio peso.
Y entre medias, las quemaduras de las heridas abiertas, el esfuerzo por no perder la escasa lucidez que le quedaba. ¿Qué dirán cuándo me vean? Sango era, en sí mismo, un campo de batalla. Con un rápido vistazo a ese terreno devastado, alguien podía hacerse una idea de que todos aquellos cortes, los cristales que aún tenían incrustados, las decenas de golpes, suponían, en su conjunto, uno de los más terribles campos de batalla que alguien se pudiera encontrar. Y eso que no ven lo que hay por dentro. Sonrió, o al menos creyó hacerlo, pero rápidamente se tornó en una mueca de dolor, otra más, al acomodar su postura y sentir un latigazo de dolor en el hombro izquierdo.
¿Qué sería de mi sin la gente que me rodea, la gente que me aprecia? ¿Por cuál de las puertas estaría entrando al gran salón, para brindar, alzando este brazo, que cuelga a mi lado, junto con los grandes héroes de antaño?
Negó con la cabeza sacudiendo el agua que caía por su pelo y su rostro e ignorando el dolor de sus movimientos.
¿Acaso hay algo de honor en mostrar el mosaico de sangres que coloren mi armadura? ¿Qué clase de mente perturbada se lanza al combate sin pensar en nada y nadie más? ¿Qué aprecio hago con esto a las personas que quiero?
Una suerte de reacción nerviosa le recorrió de arriba a abajo y sintió una punzada de rabia e ira que canalizó en hacer sus pisadas más pesadas, su postura más erguida y su orgullo mucho más hinchado. Una amalgama de sentimientos que se esfumó tres pasos más allá, convertidos en odio a sí mismo y un tambaleo que le obligó a posarse sobre una pared cercana para no perder la verticalidad.
Más allá del fino velo que era la incansable lluvia que caía sobre la ciudad, apareció la familiar forma del portón del palacete. El reconocimiento de los goznes, los refuerzos de hierro, los remaches y la madera de la puerta le provocó un sentido de urgencia, una necesidad vital de alcanzar su objetivo y gritar por su propia vida, y por la de ella, recibir alguna clase de curación, una poción, lo que fuera y quizá, y solo quizá, atreverse a mirarla a los ojos.
Cogió aire, hinchando sobremanera el pecho y sorbiendo, también, agua de lluvia para afrontar los últimos treinta pasos como si fueran la tarea más difícil y pesada que hubiera hecho en su vida. Las preguntas asaltaron su cabeza. Veinticinco. ¿Cómo llamaría a la puerta? ¿Tendría fuerza suficiente como para alzar la voz? ¿Bastaría con un leve golpe? Quince. La lluvia arreció con fuerza. Sango alzó el brazo derecho y apretó los dientes muy fuerte antes de dejar caer la mano, con el puño cerrado, sobre el portón. Un solo golpe. Su mano, como si hubiera estado guiada por el mismísimo Tyr, golpeó con fuerza suficiente como para hacerla retumbar. Ben se quedó allí apoyado sobre el portón, sintiéndose desfallecer, notando como la oscuridad aparecía en los bordes de su campo de visión.
La pequeña abertura de control en la puerta se abrió, dejando que se escucharan voces alteradas justo detrás de ella. Los pesados cerrojos se abrieron y la pareja de guardias que hacían su turno salieron como una corriente para tomar al Héroe por los costados, permitiendo de esa manera que Sango se apoyase en ellos para entrar.
Verse relevado de la carga de sí mismo casi le hizo asomarse al más profundo de los abismos en los que su mente podía perderse. Sin embargo, había cosas por las que seguir aferrado a la lluviosa realidad. Gimió mientras a ambos lados, los jadeos de dos personas y sus voces se escuchaban amortiguados, como si se encontraran en estancias separadas. Su visión, cada vez más oscura, no era capaz de apartarse de la punta de sus botas. Veía que avanzaban, sí, pero de manera errática. Entonces, cerró los ojos.
Volvió a abrirlos cuando un dolor punzante, provocado por la hombrera de uno de los guardias, se clavó en uno de sus costados. Giró la cabeza y farfulló una suerte de amenazas e improperios que solo se tradujeron en un gruñido apagado. La marcha se detuvo un breve instante, y después de más voces, las botas volvieron a moverse. Suspiró y se sintió terriblemente agotado. Las botas quedaron atrás y el abrazo sobre él se hizo más fuerte. Sus párpados se cerraron.
Sus botas se arrastraban por el suelo. Hizo acopio de sus fuerzas y dio una zancada que pilló a contrapié a sus fieles y leales apoyos que gritaron cuando casi caen todos al suelo. La urgencia de su estado, le impidió siquiera pensar en que, posiblemente, si él hubiera visto aquello desde fuera, ajeno a todo lo que acontecía, lo habría encontrado divertido. Pero claro, Sango se estaba muriendo. La oscuridad volvió a cegarle y el pasillo y sus botas quedaron como un recuerdo.
Al volver a abrirlos, ya nadie cargaba con él, se sentía flotar y mucho más ligero aunque con frío. Acertó a alzar levemente la cabeza y se descubrió sin armadura, sin cota, sin gambesón, nada. Su cabeza cayó hacia atrás y sus ojos volvieron a cerrarse.
Amärie Areth se acercó hasta el lugar en que los guardas habían dejado al malherido Sango. El orgullo se dejó ver en su rostro. Volvería a ser la salvadora del héroe. Sin embargo, una mano detuvo la suya cuando alcanzó la manija de la puerta.
- Amärie, ¿cierto?- preguntó Cornelius con una sonrisa en el rostro. Ella lo observó con cierto desagrado, apartando su mano de la del elfo.
- ¿Quién lo pregunta?- contestó.
- He oído hablar de ti -replicó el elfo haciendo oídos sordos a su pregunta. Sus palabras parecieron enorgullecer a la joven, lo miró con cierta altivez-. Y por eso mismo no dejaré que le pongas ni un dedo encima al chico- añadió Cornelius con expresión seria-. No después de lo que hiciste con Iori. Quizás creas ser una sanadora ejemplar, pero ambos sabemos que estás aquí porque no eres más que un mediocre intento de curandera. Deberías pasar más tiempo formándote y menos pavoneándote- la chica tuvo la decencia de agachar la cabeza avergonzada-. Yo me ocupo del muchacho.
Sin darle opción a replicar, el elfo entró en la dependencia donde habían dejado a Ben. Intentar vislumbrar un solo tramo de su piel que no hubiese sufrido daño parecía una misión imposible. Con un suspiro, el elfo empezó a desatar las diferentes partes de la armadura.
- Está claro que de tal palo, tal astilla- murmuró para si.
Cuando hubo liberado al chico de la pesada armadura, tomó uno de los tónicos que portaba. Empapando uno de los paños que habían dejado allí para su curación, lo acercó al rostro del muchacho. Si había sido tan valientemente estúpido para acabar en ese estado, también lo sería para aguantar el dolor que iba a suponer curarlo.
La pequeña habitación tenía una ventana en la que las gotas competían por deslizarse y llegar las primeras al suelo. Un fuego reciente ardía en un brasero portátil que debían haber trasladado allí por él. Se pasó la lengua por los labios y le pareció una sensación áspera e incómoda, como si lamiera una lija. Giró la cabeza hacia el otro lado donde un hombre trabajaba sobre una cómoda a un par de pasos de la puerta, cerrada, permitiendo que la estancia se caldeara gracias al fuego. Sin embargo, él no necesitaba nada de aquello. Sus heridas ardían, como si cientos de brasas se hubieran posado sobre él y lo consumieran lentamente.
- Agua- pidió con voz ronca.
Cornelius dejó a un lado el paño. Era probable que volviera a necesitarlo, viendo el estado semi-inconsciente del muchacho. Tomando un jarra cercana, llenó una copa y la acercó a los labios del joven para ayudarle a beber.
- Despacio- le dijo, mientras procuraba que bebiese pequeños sorbos para no atragantarse.
Apartando la copa de su labios, lo ayudó a incorporarse ligeramente. A pesar del dolor, parecía respirar con normalidad, lo cual descartaba alguna dolencia interna en el pecho. No observó sangre negra o verdosa que indicase un envenenamiento, ya fuese por causas externas o por fluidos internos. Parecía que la mayor parte de las magulladuras eran externas, profundas y dolorosas, pero no mortales. Tomándolo con cuidado de la cara, lo hizo girar la cabeza, para ver posibles daños en la misma. Había golpes y cortes, pero aparentemente nada demasiado difícil de curar. Situándose ante el joven, lo obligó a mirarlo.
- No es necesario que hables, solo que asientas o niegues, si eso te resulta menos doloroso. ¿Sabes dónde y con quién te encuentras?- era necesario que descartase una contusión no visible. Comprobar si el chico era capaz de razonar era una de las formas más rápidas de hacerlo.
Ben, respiraba por la boca, con lo dientes apretados y los labios abiertos. El agua había aliviado parte de sus necesidades más urgentes, pero ahora había otras que habían escalado a los primeros puestos. Se concentró en la voz de Cornelius, tranquila y severa y tan pronto terminó de preguntar, Ben se olvidó de la fatiga, del dolor y de cualquier otra cosa, sólo había espacio en su cabeza para hacer varios asentimientos con la cabeza acompañándolos de un silencioso sí.
- Bien, eso descarta la posibilidad de que tengamos que prescindir de tu agradable charla- tomando otro frasco, se lo acercó al chico a los labios que no dudó en apurar el contenido tan pronto lo inclinó hacia él-. No te quitará del todo el dolor, pero evitará que vuelvas a sumirte en las tinieblas mientras te remiendo- el elfo tomó una tijera y rasgó la camisa-. ¿Qué ha sucedido?- preguntó Cornelius examinando el magullado cuerpo de Ben.
Una de las heridas más grandes se localizaba en su costado. Tomando agua y un paño, Cornelius limpió con cuidado la zona, para ver el estado de la herida, antes de tomar hilo y aguja, para comenzar a coser. Tentado estuvo de hacerlo de forma directa, pero finalmente se apiadó del chico y untó un bálsamo en los bordes de la herida, para aliviar la sensación de dolor que iba a notar cada vez que introdujese la aguja.
- Supongo que te habrán cosido antes, pero quizás te resulte más soportable si hablas- el brebaje que le había dado debería haber hecho ya efecto, por lo que el chico debería notar su cabeza algo más despejada. Sin duda así era.
- Encontré al bastardo Hesse- cerró los ojos y dejó que el bálsamo quemara al contactar con su piel-. Tenía una guarida en el antiguo distrito residencial del puerto- la sensación de alivio creció al dejar de sentir la piel ardiendo-. Había conseguido reunir un grupo considerable y creo que esperaban más- eran doce y él había acabado con unos cuantos-. Luego, aún quedaban dos tipos fuertemente armados de su guardia personal- las imágenes de la cara destrozada de uno de aquellos tipos con el pincho que le había confiscado al muchacho la noche que bailaron le asaltó-. Luego, el Hesse escapó. Tuve que enfrentarme a...- se detuvo porque no supo muy bien qué responder. Había una laguna mental entre el enfrentamiento con la guardia personal de Dominik y recuperar el sentido en la sala de los espejos rotos. Frunció el ceño y lo acompañó de un gruñido-. Perdí demasiado tiempo y se escapó- se lamentó buscando a Cornelius con la mirada.
El elfo volvió a aplicar el ungüento sobre los bordes de la herida cuando acabó de coserla. Lavándose la manos en una palangana cercana, pasó a limpiar las heridas de menor tamaño que cubrían el torso del chico antes de pasar a sus brazos. Un centenar de cristales se clavaban en diversas heridas, lo que obligó al elfo a quitar una por una todas las astillas. Le llevaría un tiempo y al muchacho le dolería. Pero era necesario.
- Supongo que ir a la guarida de de ese criminal, a enfrentarte tu solo a todo su séquito te pareció una idea estupenda- comentó con tono neutro-. Sobre todo después de hacerle prometer a Iori que ella no lo haría. ¿Verdad?- untó un nuevo bálsamo sobre los cortes de los cristales, sabiendo el desagradable escozor que iban a producir en la piel del chico.
Escuchar aquello hizo insignificantes sus heridas, tampoco sentía nada allá donde los dedos de Cornelius retiraban cristales. Su corazón, sin embargo, se había encogido y bombeaba punzadas de dolor y culpa en todas direcciones. Lejos de amedrentar a Sango, provocó una reacción defensiva, casi orgullosa. ¿Acaso no era ese su trabajo, arriesgar su vida por los demás?
- No fui solo- replicó sin reconocer la razón que tenía Cornelius en aquello-. Estaría muerto si lo hubiera hecho. Nadie puede hacer las cosas solo, es algo que tardé en comprender, pero lo hice- Sango gruñó incómodo. No era él quien importaba en todo aquello-. ¿No han llegado?- se interesó por Debacle, Kyotan y el Barón, apartando el foco de él mismo-. ¿Dónde está Iori? El bastardo Hesse me dijo que había un Ojosverdes por ahí.
Una vez retirados los cristales del izquierdo, Cornelius procedió a hacer lo mismo con el brazo derecho. Si aquel era su estado normal al final de cada batalla, el elfo no entendía como no había más cicatrices marcando su piel.
- ¿No se te ocurrió avisar a tu... a Zakath? Podías haber enviado a alguien a por ayuda cuando la batalla se inició. ¿No se te ocurrió pensar que este bastardo tendría la espalda cubierta?- miró por un instante al chico a los ojos, antes de proseguir-. Podrías haberte muerto. A veces es necesario perder batallas para poder seguir luchando... para poder seguir viviendo- tomó aire, intentando relajar el tono-. Tus amigos están en manos de la sanadora. Iori, al igual que tú pensó que irse de paseo en medio de una amenaza era una idea excelente, pero al contario que tu, a ella fue su enemigo quien la encontró- tras unos instantes, sabiendo el efecto que sus palabras iban a tener en el chico, añadió-. Está bien. Zakath está vigilando al Ojosverdes.
Aplicándo el bálsamo sobre los nuevos cortes, escuchó al chico sisear de dolor.
- ¿Cómo?- preguntó con voz ronca y fuerte.
Ojosverdes. Iori. Paseo. Zakath. Era todo caos, todo imágenes desastrosas que se dibujaban en su cabeza. La ansiedad se apoderó de él.
- Cornelius- de imprevisto lanzó el brazo hacia él y apretó su hombro con fuerza-, esos hijos de puta no se encuentran con alguien sin dejarles un recuerdo- mortales-. Quiero verla- apoyó su peso en el hombro del elfo e hizo ademán de levantarse.
Cornelius frustró el intento del muchacho de levantarse, sin demasiado esfuerzo.
- No me obligues a atarte- le dijo serio-. Todavía no he acabado de curarte. Ella está bien y por el momento deberá bastarte con mi palabra- tomándolo del brazo izquierdo tanteó la extremidad.
El hombro del muchacho estaba machacado y si su curación no se hacía como debía no volvería a empuñar un arma con esa mano nunca más.
- ¿Aún no te has preguntado por qué no estoy usando la imposición de manos para curarte? -preguntó
Los ojos de Sango se posaron en los del elfo, sabiendo que cualquiera de las amenazas que se le pasaban en la cabeza no tendrían ningún peso y que él, con solo apretar cualquier parte de su cuerpo lo tendría dominado. Ben, derrotado, prestó atención a su brazo izquierdo.
El elfo manipuló el hombro del chico, pero pronto lo dejó. Era imposible curarlo sin magia élfica y, de momento, todavía no iba a emplearla. Observó al contusión en la espalda y el costado y se dispuso de nuevo a quitar, uno a uno los cristales que se habían colado por entre su armadura.
- Sinceramente, no, no me lo había preguntado. El experto eres tú- dijo soltando aire-. Espero que la hayas ayudado. Por los Dioses espero que haya sido así...- uno de los toques de Cornelius le hizo ver las estrellas en el interior de aquella habitación-. ¿Qué pasó con el Ojosverdes?- preguntó siseando, desviando la mente del dolor.
Cornelius puso los ojos en blanco, a espaldas del muchacho cuando, haciendo caso omiso a sus palabras, volvió a preguntar por Iori. El amor juvenil, tan intenso como destructivo.
- Ella está bien. Descansando. Unos minutos más y no lo habría contado- terminó con los cristales y, tras usar de nuevo el ungüento, se posicionó delante del muchacho. Era hora de atender su ensangrentado rostro-. No muevas la cabeza, si no quieres acabar con cicatrices- comentó, antes de comenzar la tarea de retirar más cristales de él-. Te preguntaría como acabaste con una docena de espejos sobre tu persona, pero la única respuesta posible es tu propia estupidez- le reprendió-. El Ojosverdes está con Zakath. Estará inconsciente por lo menos un par de horas más. Y cuando despierte, te aseguro que no será agradable. Iori ha tenido la cortesía de clavarle una daga en la ingle.
Permaneció inmóvil, con la mirada fija en la pared, deseando que los cristales que se clavaban como agujas desaparecieran con un chasquido de dedos, que su propio hombro dejara de atacarle, que su costado, insensibilizado, dejara de gritar pidiendo auxilio, que su corazón, aún encogido dejara de atacarle. Y pese a ello, sus labios estaban curvados hacia arriba, componiendo una sonrisa que estaba fuera de lugar y que chocaba con su estado general. Incapaz de decir de dónde salía esa sonrisa, fue incapaz de borrarla de su rostro.
- Fue un combate muy duro- dijo por toda respuesta aun sonriendo a la pared.
Cornelius lo agarró del mentón con bastante menos delicadeza de la que había tenido hasta el momento para curarlo. Con ese gesto lo obligó a mirarlo a la cara.
- Escúchame bien, Ben. No hay ninguna venganza, ninguna justa personal que justifique que pongas tu vida en peligro de esta manera. Que te ofrezcas a la muerte como un sacrificio. ¿Lo entiendes? Nada. Quizás te parezcan solo unos rasguños. Que cualquier curandero podrá recomponerte. Pero no es así. No todo puede arreglarse y yo estoy cansado de remendar cadáveres a los que solo les queda un atisbo de vida- guardó silencio un segundo antes de continuar. La sonrisa se desvaneció del rostro de Sango-. A ella tampoco le harás ningún favor muriéndote. ¿Qué crees que habría pasado si te hubiese visto así? ¿Y si después sale ella a buscar venganza por ti y se topa con el tal Hesse? ¿Y si Zakath hubiese tenido que ir a por tu cuerpo y hubiese muerto en una emboscada? Piensa muchacho, tu vida tiene más valor del que le das tu mismo.
Soltándolo, guardó silencio y continuó retirando cristales de su rostro, con la misma delicadeza con la que lo había hecho hasta ese momento. No había nada que añadir, se dijo el pelirrojo con expresión avergonzada. Sin duda, le había dado mucho en lo que pensar sobre sí mismo y que necesitaría, como todo, su tiempo.
- ¿Hay alguna otra herida que todavía no haya curado?- preguntó Cornelius una vez hubo terminado de retirar cristales de su rostro.
- No, creo que es todo- dijo antes de buscar a Cornelius con la mirada.
El elfo asintió serio, revisando las distintas heridas del muchacho con ojo crítico. Tomando un paño retiró parte del ungüento de sus manos, antes de empezar a recoger los frascos usados.
- Bien. Ahora que ya no tienen cristales, tus heridas deberían comenzar a curarse- tomando uno de los frascos, se lo dio al chico-. No voy a curarte el hombro ni la espalda. No esta noche. Si has considerado que valía la pena dejar que te machacaran por venganza, vive con la consecuencia de tus decisiones al menos una noche. Si mañana me encuentro más magnánimo, quizás me plantee acabar con tu sufrimiento. Tómate eso- señaló el frasco- si el dolor se vuelve insoportable- tras un instante añadió-. No te molestes en acudir de nuevo a mi por ayuda si decides usar un subterfugio para curarte.
- Que los Dioses te guarden, Cornelius- dijo antes de mirar el frasco y dejarlo a un lado antes de dejarse caer sobre la cama-. Que los Dioses te guarden- susurró después de cerrar los ojos y dejarse llevar hacia la inconsciencia.
Habría pateado ella misma aquel fuego alejado de la cama que ardía en la chimenea. Si pudiera levantarse con seguridad de no caer. La habitación estaba templada, pero la fiebre hacia que el cuerpo de la mestiza ardiese por dentro. Tumbada boca arriba sobre la cama, había conseguido hacer a un lado las sábanas, solo para arrugarlas bajo la forma de su figura y llenarlas de sudor. El cuerpo de Iori intentaba sacar por todos los medios el veneno que la comía. Puso una mano justo bajo el pecho y trató de concentrarse en hacer las respiraciones profundas. O eso le había dicho Cornelius que hiciera. Jadeó exhalando todo el aire que pudo y aguantó sin tomar aire hasta que los pulmones quemaron. La noche iba a salir muy larga.
El frasco que le había dado Cornelius yacía, vacío, a su lado. Los efectos calmantes se habían sentido casi de manera inmediata y pensaba que volver a recuperar el sueño sería cuestión de instantes. Sin embargo, la ansiedad le mantenía en vela y sin ganas de volver a tumbarse.
Se palpó los vendajes con la mano derecha y comprobó que el ungüento que le había aplicado Cornelius ya se había diluido en su cuerpo. Se ayudó de las piernas para acercarse más al borde y tocó el frío suelo de piedra con los pies. El frío fue el estímulo necesario para ponerse en pie mientras el choque térmico se atenuaba y su cabeza volvía a serenarse. No fue difícil poner un pie tras otro y dirigirlos hacia la puerta. Sí, sus huesos crujían, sus músculos se quejaban, pero su cabeza los mandaba callar porque quería escuchar el suave chasquido del tirador y el leve chirrido de las bisagras.
Una brisa fría y el sonido de la lluvia abrazaron y acariciaron su piel allí donde no había vendajes. Cerró los ojos mientras con la mano libre cerraba la puerta tras de sí. Se quedó un rato escuchando el viento acanalar por los portales, el agua cayendo sobre las aceras de piedra, la cuidadísima hierba del jardín, sobre la tierra limpia y sayada. Aspiró el aroma del ambiente y caminó hacia las escaleras que había al fondo del pasillo.
Mientras subía por las escaleras reparó en que, seguramente, ya le habrían visto y la información de su salida nocturna sería, debidamente reportada. Pero, ¿acaso le importaba, acaso iban a impedirle dar un paso más? No. Por supuesto que no. Que lo intenten. Se detuvo a mitad de la escalera para descansar antes de continuar el lento ascenso.
Tras el último escalón, Ben se quedó de pie un breve instante contemplando el pasillo y un poco más allá, la puerta. Dejó escapar el aire, no solo por el esfuerzo que le había supuesto subir, con todas las heridas tirando, clavándose como cientos de diminutas astillas que hacían chillar todo su cuerpo, sino porque el pasillo, pese a reconocida familiaridad, se presentaba ante él como el último de los obstáculos que debía salvar para deshacerse del peso que había crecido en su interior. Sin embargo no vaciló y cuando sus pulmones recuperaron el aire, sus pasos, tranquilos y suaves sobre la fría piedra, arrasaron con el invisible enemigo que era la distancia y que se transformaba en una creciente ansiedad por la inminencia del momento que incluso sus pulsaciones se habían disparado hasta el punto de hacerle jadear. Allí, parado, frente a la puerta, observó casi como un espectador como su mano derecha se alzaba hasta la altura de sus ojos, giraba y con tres suaves golpes de los nudillos, llamó rompiendo el silencio que reinaba en el pasillo y sacándole de su propia enajenación. Ben no esperó respuesta, su mano descendió rápida, posándose sobre el tirador y ejerciendo una ligera presión. Un chasquido, un sonido conocido. La puerta cedió y Ben entró en la habitación.
Notó el cosquilleo de una gota de sudor que se deslizo por su nuca. Ella giró la cabeza hacia el lado contrario al fuego y dejó que la almohada la absorbiera. Fue entonces cuando le pareció escuchar el sonido de una mano llamando a la puerta. Abrió los ojos y trató de enfocar hacia el acceso a la habitación mientras sentía la boca seca. Fuese quien fuese, le pediría un poco de agua. Para beber y para tirarse por encima de la piel y aliviar así la fiebre que la devoraba.
Ben cerró la puerta con delicadeza. Esta vez no fue con un taconazo, como hiciera días atrás. Fue un movimiento suave y delicado en el que apenas se escuchó el chasquido del mecanismo de cierre de la puerta. Cuando se giró hacia la cama, la vio allí tumbada, buscándole con la mirada. Ben no apartó los ojos del vendaje que tenía en el costado. Sólo tenía ojos para aquel miserable detalle, uno del que había sido partícipe y que le mantenía paralizado a un paso de la puerta. Los más oscuros pensamientos atacaron a Ben desde dentro, causándole un daño tan terrible y tan atroz que ni tan siquiera veía capacidad de defensa alguna. Solo cuando el dolor de sus manos, cerradas en puños, se hizo más notorio, fue capaz de salir de la espiral destructiva en la que se había metido. Una pequeña gota de sangre se deslizó por entre sus dedos. Giró la mano y se la pasó por el pantalón antes de dar un paso hacia ella.
Los ojos de Iori, en la poca luz que había en la habitación parecían dos pozos negros. Su expresión era incierta, y cuando se aseguró de que la figura que estaba allí parada era la de Sango, giró el rostro hacia el lado contrario, de forma lenta, para esconder su torpe coordinación. Alzó el brazo que faltaba y lo cruzó sobre el pecho, en una suerte de abrazo bajo el que buscaba protegerse. Esconderse. Y su corazón rompió a latir, martilleando en sus sienes y haciendo que su respiración se volviese aún más pesada.
Al ver que rehuía el contacto visual con él, sintió el mundo caer sobre él. Se le escapó el aire y un calor sofocante le sacudió el cuerpo. Un calor dañino, fruto de la culpabilidad, que lo devoraba por dentro. Sus pasos, sin embargo, aunque vacilantes y erráticos, le llevaron al borde de la cama. Negó con la cabeza y se sentó dándole la espalda. Hundió su cara entre sus manos y dejó que el crepitar de las llamas pusiera música al fuego de la vergüenza que arrasaba su interior.
Iori fue consciente, aun sin mirarlo, de cada movimiento que hacia el pelirrojo en la habitación. Su proximidad le dolió. Por lo mucho que la deseaba y por lo mal que la hacía sentir. Clavó los ojos en el fuego que caldeaba de forma innecesaria para ella la estancia y su pecho comenzó a subir y bajar arrítmicamente cuando el peso del Héroe hizo que el colchón se hundiese un poco.
Separó las manos para ver sus heridas que le parecieron insignificantes, apenas rasguños, comparadas con la traición a su confianza y el abandono al que la había sometido.
Se obligó a girar la cabeza, a observarla, a ser capaz de ver el daño que era capaz de causar. Una fina película de humedad cubría su cuerpo. Estiró el brazo y apoyó la mano en la espinilla. La calidez del contacto le hizo levantar la cabeza y fruncir el ceño.
Su roce, frío, la arrancó de los posibles finales que su mente analizaba, tan cerca de haber echado a perder la historia que tenían por delante, haciendo que se centrase de nuevo en el presente. Uno en el que a pesar de los peligros, de los enfados, él volvía a estar a su lado. Iori giró la cabeza entonces y fijo la vista en el rostro de Ben, a su lado. Notando con alivio la diferencia de temperaturas entre sus pieles.
Su dolorido hombro izquierdo hizo lo imposible por transmitir algo de fuerza en su débil presión sobre su espinilla. Más allá de querer hacer contacto con ella, quería mostrarle, con esa leve presión, que él estaba allí, ahora y siempre; que le preocupaba su estado, su temperatura; la culpabilidad que sentía por haber sido partícipe en que ella llegara a aquel punto; el dolor que sentía en lo más profundo de su ser; que quería estar sujetándola por mucho más tiempo, por siempre.
Sus ojos se encontraron y su azul estaba prácticamente consumido por la negrura de su propia pupila. A Ben se le escapó un gemido de dolor y giró la cabeza hacia el otro lado, hacia la mesa. Allí había una bandeja, de algún metal noble, pulido, y sobre ella, reposaba una jarra de vidrio, un par de vasos y unas compresas. Volvió de nuevo la mirada hacia Iori y se levantó, rompiendo el contacto con ella.
Fue hasta la mesa para llenar uno de los vasos con agua y volvió rápidamente con Iori. Hincó una rodilla en suelo mientras siseaba y se maldecía en silencio. Se echó hacia delante y con la diestra buscó su espalda, terriblemente caliente, para incorporarla ligeramente. Con la zurda acercó el vaso a sus labios.
Estaba mojada. Las sábanas, empapadas. Su piel, cubierta de sudor. El cuerpo de Iori buscaba sacar de dentro del veneno del ojosverdes. Y no apartaba la vista de Sango. Buscaba analizar por su rostro, por sus movimientos cual era su estado. Donde le dolía. De nuevo, observó, el hombro izquierdo. El mismo que le habían dañado severamente la noche que se habían encontrado, cuándo habían bajado a las catacumbas. La noche que él la besó por primera vez.
Moría de sed desde antes de que el llegase, pero en aquel momento las ganas de beber habían pasado a un segundo plano. La mestiza no podía apartar la vista de el y de sus heridas. “¿Qué ha pasado?” Lo miró a los ojos con la pregunta muda en su expresión mientras alzaba la mano. Quiso agarrarle la mejilla pero fallo, sin ser consciente de que el problema eran los temblores de su cuerpo en aquel esfuerzo que implicaba coordinación. Una que no tenia en aquel momento.
Ben retiró el vaso y lo posó sobre la cama, sin soltarlo, soltando aire, fuerte, por la nariz. Miró su mano izquierda y jugueteó con los dedos sobre el vaso, luego alzó la mirada y sonrió sin enseñar los dientes. Volvió a llevar el vaso a su boca y esta vez posó el borde sobre sus labios antes de inclinar, levemente, el vaso para que el líquido dejara su huella en ellos.
Las pupilas enfebrecidas no se apartaban de la figura que inicialmente había intentado ignorar. Él estaba herido. Y no le estaba explicando nada.
El agua mojó sus labios y descendió por la comisura hasta el mentón, cayendo sobre su pecho antes de que la morena se decidiera a abrir la boca. Bebió a sorbos, tragando parte del liquido, dejando que otra parte se derramase en su piel. Como un niño pequeño que está aprendiendo a beber.
Sentía la diestra de Sango en su espalda. Notaba la diferencia de temperaturas como algo agradable. Pero era incapaz de concentrar fuerza suficiente como para obligarlo a que le contase que había pasado. Sabía que estaba herido. Sabía que aquella sonrisa era fingida. Y Iori sintió la necesidad de zarandearlo.
Cuando se acabó el agua, Ben dejó que el cuerpo de Iori volviera a descansar sobre la cama. Esta vez, antes de retirarse, se recostó hacia delante y posó sus labios sobre su frente. Escondió el esfuerzo que supuso levantarse, no por él sino por el estado de Iori, por su temperatura corporal.
Se separó y fue caminando hasta la mesa, donde dejó el vaso que rellenó con más agua y dejó a un lado. Cogió uno de los paños de tela que descansaban en un lateral de la bandeja y lo introdujo en la jarra de agua varias veces. Al sacarlo, dejó que las gotas del paño golpearan el agua de la jarra rompiendo la monotonía de la madera chasqueando en el hogar. Apretó con la diestra para escurrir el exceso y volvió junto a ella.
Se sentó al borde de la cama, esta vez mucho más cerca, a la altura de su vientre. Peinó sus cabellos hacia atrás, dejando frente y cuello liberados y pasó el paño con delicadeza por el hombro derecho, cuello, bajó al pecho y subió hasta el hombro izquierdo para, finalmente, ir dejando toques sutiles por barbilla, mejillas, nariz y terminar posando el paño en la frente.
El paño húmedo casi la aliviaba tanto como la presencia de Ben a su lado. El atardecer ya había caído, pero se veía lo suficiente con las suaves luces naranjas. Las del ocaso y las del fuego de la chimenea. Los ojos de Iori lo miraban de forma acusadora, pero tuvo que dejarse llevar un poco por las suaves caricias que recorrían su piel, con el paño húmedo. Entrecerró lo ojos, mirándolo hacer, sin evitar arquear ligeramente la espalda cuando paso por su pecho la fría tela mojada. Cerró los ojos, dejando que su mente se fuese un instante de allí, recordando. Anhelando otros momentos.
Ben acarició su brazo izquierdo con el dorso de los dedos mientras la observaba en silencio.
El sudor fue intercambiado por el agua con el que él la limpio, y abrió de nuevo los ojos y lo miró cuando sintió su dorso acariciarla. Lo observó en silencio, sin decir nada. Con todas las dudas aguijoneando en ella, pospuestas de forma efectiva por la suerte de tener a centímetros aquellos ojos verdes que le cortaban la respiración.
Movió la mano y, tanteando, ahora si busco enredar sus dedos con lo de él, mientras la humedad con la que el había limpiado su piel ya estaba seca.
Sus dedos se entrelazaron y Ben observó el lento y torpe saludo que se estaban haciendo.
- ¿Qué te he hecho?- preguntó en un susurro.
Una sonrisa mordaz se marcó en los labios de Iori. Aquella pregunta tenía mil matices sobre los que contestar. Alzó la mano libre de forma temblorosa y la morena se inclinó intentando alcanzar el hombro herido. Acertó a la segunda y dejó que sus dedos se posaran sobre la venda con la presión de un pétalo al caer. El ceño de Iori se frunció en gesto de dolor por la herida de Sango. Volvió la vista a los ojos verdes con angustia tiñendo su expresión, preguntándole en un sonoro grito silencioso: ¿qué te ha pasado?
Observó sus dedos y se mordió los labios antes de sonreír levemente y mirar sus ojos, su angustiada expresión, la brillante piel, perlada de diminutas gotas de sudor. Le cogió los dedos y les dio un suave beso antes de llevar las manos abajo y seguir enredando.
- Una partida de cartas que salió mal- bromeó sin mucho éxito-. Me he metido en una pequeña pelea- acto seguido miró su vendaje-. ¿Y eso de ahí?- preguntó con todo el dolor de su corazón escapando por su boca.
Iori resopló molesta con la forma que él tuvo de quitarle importancia a la tarde en la que casi perdía la vida. Era evidente con solo mirarlo. Se tensó, y su postura rígida le dificultó incorporarse. En lugar de ir hacia él cómo pretendía, su gesto la hizo oscilar hacia un lado cuando consiguió sentarse sobre la cama de Pura cabezonería.
- Lo odio- jadeó con voz ronca, extendiendo ambas manos hacia el cuello del pelirrojo intentando acercarse, de nuevo, a Sango.
- Iori- Ben negó con la cabeza-, túmbate, necesitas reposo, necesitas descansar- sin embargo, no hizo nada por apartar las débiles manos de la morena cuando estas se posaron sobre el vendaje que tenía en torno al cuello-. Lo siento. Lo siento tanto... Siento haberte dejado al margen esta mañana, fue... Fui un idiota y por mi culpa...- alzó la cabeza y volvió a contmplar su rostro-. Míranos.
Iori negó con la cabeza de manera vehemente al escucharlo. De forma tan enérgica que afianzo el agarre sobre el pelirrojo para no caer por su propio movimiento de vuelta al colchón.
- Para mí es lo mismo que para ti- siseó inclinándose para pegar su pecho contra el torso de Ben. No era un avance erótico en aquel momento. Era la necesidad de un apoyo para poder mirarlo de frente sin caer-. Juntos hubiera sido diferente. Me dejaste- añadió aquella ultima frase con la agonía del dolor que le había producido la actitud del Héroe aquella mañana. Las pupilas oscuras se enturbiaron-. ¡Me dejaste…!- jadeó intentando intensificar la fuerza de sus dedos en la nuca del humano. Apenas una leve presión.
- Sí- reconoció-, te dejé- alzó los hombros y los dejó caer-. Y ha sido la peor decisión que he tomado en toda mi vida.
¿Qué más podía decir un héroe que se enfrentaba a las desastrosas consecuencias de sus decisiones? ¿Qué más podía hacer él cuando la veía en aquel estado? La única opción posible: admitirlo y cambiar a mejor.
La rabia que se reflejó en la cara de la morena fue evidente. Apretó los labios, mojados por el agua que le dio Sango, cuarteados por la deshidratación que producía el veneno y apartó la vista. Al girar la cabeza se separó de el de nuevo, apoyando ambas manos en el colchón para evitar caer por completo sobre él. Ardía por la fiebre, y por las palabras de Ben.
- ¿Quieres más agua?- preguntó sin moverse ni un palmo de donde estaba. No quería el silencio. No quería estar a solas consigo mismo.
Iori no quería mirarlo.
En aquel momento no podía lidiar con el sentimiento de culpa al ver el estado en el que se encontraba el Héroe. Cada venda, cada tramo de piel abierta visible a sus ojos era un recordatorio doloroso que aun tratándose de él, un desafortunado ataque, un combate imprevisto podían alejarlo del mundo de los vivos. Y aquello hacia que Iori quisiera aullar de dolor. Se dejó caer sobre el colchón de espaldas a Sango y cerró con mucha fuerza los ojos.
No quería escucharlo.
En otros momentos sería un don, delante de otras personas. Pero aquella forma de responder, de pasar de puntillas por una tarde infernal la hacian sentir lejos de él. Como si aquello no los implicase a ambos. Llenar con su imaginación las explicaciones que el le estaba negando sobre lo que había sucedido era algo que la estaba volviendo loca.
La amabilidad en sus palabras dolía más que si le hubiese echado en cara que ella era fuente de problemas para él. Alzó una mano temblorosa y se cubrió con ella el oído, dispuesta a bloquear su voz hacia ella.
Que le diera la espalda fue peor que le destrozaran el hombro con una maza. Que se llevara la mano al oído para no escucharle fue peor que recibir un espadazo en el costado. Cada latido encogía algo en su interior y lo machacaba hasta que los suspiros expulsaban ese dolor.
- Iori- llamó-, Iori...- se removió y giró para tener mejor visión de ella. Recuperó el paño que había quedado tirado a un lado y lo pasó por su costado-. He fracasado Iori. No hago bien lo que se me daba bien hasta ahora- dijo ignorando el gesto de la morena-. Si soy incapaz de proteger a los que quiero y es más, si soy el causante de su dolor, ¿de qué sirvo?- detuvo sus movimientos y miró a Iori-. Lo siento tanto...
Su mano cubría lánguidamente la oreja de Iori, por lo que no resultó una barrera efectiva a la voz de Sango. Tenia tantas ganas de replicarle… ya llevarle la contraria y explicarle el porque aquel comportamiento era un error con ella…
… Recordarle que “juntos” significaba mucho más que para acostarse o tener una conversación trivial en un momento de solaz. Que ella estaba aprendiendo a querer y confiar, y que aquella forma de él cerrarse a ella la hacían sentir tan distante… cuando ella lo que quería era mezclarse eternamente con él.
De sus ojos cerrados, las lágrimas se escaparon para terminar rodando por sus mejillas hasta perderse en las sábanas.
Todo pesaba sobre él, desde su propia existencia, en lo más profundo de su ser, hasta el aire de la habitación. Hizo un gesto para retirar un mechón de pelo que cayó sobre su rostro y volvió a mirarse las manos. El peso era insoportable.
- Encontré a Dominik Hesse- dijo de repente-. Estaba en una mansión abandonada, en el puerto. Tenía un puñado decente de mercenarios a sueldo y planeaban- se detuvo bruscamente y sacudió la cabeza sin apartar los ojos de las manos, abiertas sobre sus piernas-. Los matamos a todos. A los doce. Luego un pasillo y dos guardias, aún leales a esa basura de persona- sus manos se habían cerrado y sintió la tirantez de la piel allí donde las heridas aún no habían sanado-. Les liberé de su servicio y entonces el muy bastardo, después de decirme que había un Ojosverdes, escapó- relajó la presión y volvió a abrir las manos notando un alivio momentáneo-. Había cientos, no, miles de fragmentos de espejos en aquella sala, una visión de gloria hecha añicos- por un momento algo brilló en sus ojos como si lo que acabara de decir hubiera activado algo en él-. Y luego salí de allí y vine y no me acuerdo de cómo llegué pero sí recuerdo al elfo- su tono de voz se iba haciendo cada vez más tenue- y cómo me habló de ti y cómo me sentí y después- apenas era un susurro- no sé cómo me dejé llevar por el sueño. No sé cómo no pude salir a buscarte antes.
El silencio que vino a continuación dejó a Ben con una extraña sensación de vacío, pero acompañada por algo parecido al alivio. En ese breve momento de respiro, en esa liberación, comprendió mejor que nunca lo que significaba compartir una carga. El significado verdadero de aquella expresión le pareció tan claro y tan evidente que la sorpresa de aquella revelación le transformó la expresión del rostro.
Giró la cabeza hacia Iori. Ben quería que fueran uno, que se buscaran el uno al otro y se hablaran sin limitaciones sin nada ni nadie que pudiera quebrar la unión. Entonces, ¿por qué había actuado como lo había hecho? ¿Por qué no contarlo desde el principio? Comprendió, entonces, que era su maldito orgullo, el que le habían creado, esa corona impuesta por estar en el momento y lugar adecuado y haber sobrevivido. Le habían colocado en un lugar en el que estaba solo y así había actuado en los últimos años. Supo que esa parte de sí mismo debía desaparecer.
Su mano volvió a posarse sobre su costado.
Quietud. En la cama y en la habitación. Incluso fuera. Las nubes impedían ver esa noche luna o estrellas, pero no parecía que fuese a llover. La mano de Ben se sentía fresca sobre su piel. Un contacto que Iori deseaba. Su cabeza, disparaba preguntas.
¿Dominik Hesse sabia sobre la presencia de un Ojosverdes?
¿Entró solo a semejante trampa?
De nuevo espejos. ¿Él era consciente de lo que le pasaba cuando había uno cerca?
Pero no salió ninguna de esas. Los labios de Iori se separaron lo justo para forzarse a hablar.
- Podía ser así desde el principio- su sinceridad. Su confianza en ella-. Necesito… Necesito que me dejes entrar, Ben- añadió sin moverse.
- Te necesito, Iori- contestó-. Pero cuando creo comprender qué significa eso, una parte de mi lo rechaza, se resiste a dejarme, una parte que desea luchar sola, que deambula por el mundo como una figura salida de cuentos y leyendas antiguas, una persona destinada a caminar por el mundo plagando el camino de hazañas e historias que contar, sin ningún tipo de ayuda, sin nadie en quién apoyarse- hizo una pausa y movió la mano medio palmo hacia otro lado-. No quiero esa vida.
En el tono de Ben podía intuirse un matiz de conflicto, casi como si forzara parte del discurso, como si le costara hablar. Sin embargo, su contacto, tenerla frente a él, le daba fuerza, el coraje necesario para pedirle ayuda, para decirle que la necesitaba.
Inspiró profundamente cerrando los ojos. Dejando que de nuevo la calma se sintiese pesada entre ambos esa noche.
Apartó la mano de Ben con un gesto suave y se deslizó para quedar sentada sobre sus rodillas en la cama. Separó las piernas y colocó en medio los dos brazos, para mantener mejor la postura usando cuatro puntos de apoyo.
Sus ojos seguían siendo negros, y su piel ardía.
- Está bien. Si ese es el precio a pagar lo acepto. Puedes hacer conmigo lo que quieras.
Lo observo a través de los mechones húmedos que caían desordenadamente sobre sus hombros.
- Fóllame y fállame cuando quieras. Pero vuelve a curarme después.
Parpadeó varias veces, asombrado por el contraste entre la potencia de sus palabras y su debilidad física. La miró de cabeza a los pies y luego cerró los ojos.
La lucha de aquel frágil cuerpo contra el potente veneno de los Ojosverdes era digno de las mejores historias. La mujer que luchaba contra las más oscuras y sucias artes, la mujer que tuvo la muerte en su interior, la mujer que podía haber muerto sola y traicionada. Que historia. Que relato para encender las masas y lanzarlas contra un enemigo. Que perfecto mártir, al modo de los cristianos, hubiera sido.
Lágrimas de rabia cayeron por el rostro de Sango. Cuanto mal le había causado. Que idiota había sido. ¿Qué sería de él si ella caía? ¿Qué pasaría con las promesas, con la esperanza del futuro? ¿Qué dolor igualaría la pérdida de dos corazones? ¿Cuál sería el camino más rápido para destruirse? Abrió los ojos.
- Iori, tenemos que descansar- dijo con la voz temblorosa-. Tenemos que recuperar fuerzas, estamos en peligro- trató de calmarse repitiendo las palabras de Cornelius-. Necesitamos descansar- no apartó sus ojos de ella.
Observó, sin perder detalle la expresión que componía el pelirrojo delante de ella. Intentó leer en sus gestos un atisbo de los pensamientos que cruzaban su mente.
Las lágrimas en cambio rompieron toda su concentración. Abrió mucho lo ojos, frente a él, sin dejar de mirarlo. Ver algo tan pequeño se sentía como un espadazo en el alma. No era la primera vez que veía lágrimas en él. Pero en aquella noche…
Se inclinó y prácticamente cayó contra Sango. Tuvo cuidado de apoyarse solamente en el hombro derecho, e intentó erguirse lo suficiente como para mirarlo frente a frente.
Los ojos oscuros buscaron con avidez las lágrimas. Reconoció el camino que habían hecho hasta perderse en su barba y Iori lo tomó de la mejilla.
Apoyó su cara contra la de él, y en un gesto ascendente fue subiendo despacio, limpiando con su piel la humedad en el rostro de Ben.
Estaban en peligro. Era cierto. Pero para ella…
- El peligro más grande es que me dejes atrás. Es perderte.
Volvió al frente y trató de mirarlo con concentración, intentando controlar los espasmos musculares que el veneno le causaba.
Apoyó la cara en la otra mejilla y repitió la acción, como si fuese un ritual. Sus rodillas avanzaron más en la cama, permitiendo que su cuerpo buscase acomodo contra el del Héroe ahora.
- Me dueles más que el veneno- murmuró en su oído antes de apoyar el mentón sobre la frente de Ben. Notó el frescor de las lagrimas apenas unos segundos, antes de que su temperatura corporal eliminase la sensación de su piel.
Se le erizó la piel con su contacto, con la extremada calidez de su piel, con sus gestos cargados de puro amor, con sus palabras tan llenas de ella misma. Sango suspiró lentamente. Sintiendo que el rechazo que había percibido al entrar en la habitación, se diluía en el pasado y daba paso a un reconocimiento de necesidad por ambas partes.
- No quiero ser un veneno- pasó las manos por su cintura, rodeándola con sus manos-. Nunca quise hacerte daño. Nunca...- Ben la necesitaba-. No quiero doler más que el veneno, quiero aliviar como el antídoto- besó su pecho mientras las manos buscaban aliviar el calor corporal de Iori.
Movio el cuerpo un poco más para que en el momento en el que Ben se aferró a su cintura ell ya se encontraba completamente pegada a él. Abrazo sus hombros, con cuidado sobre el izquierdo y estrechó el agarre.
Escucharlo suspirar hizo que su propia respiración se entrecortase un poco. Intercambió el mentón que tenía apoyado en su frente con su boca, y comenzó un camino cálido de besos, descendiendo de nuevo por el rostro de Ben.
- Eres ambos Ben- lo miró a los ojos mientras se sentaba sobre sus rodillas, con evidente dificultad para mantener el cuerpo en tensión.
Las manos del pelirrojo sobre ella se sentían frescas. Pero el resultado final era que acentuaban el calor. Notó el sudor bajar por sus sienes y tomó con ambas manos su nuca para tirar hacia ella.
- No puedes pedirme lo que no estés tú también dispuesto a hacer. No decidas que me quedaré en un lugar que tu consideras seguro solo para ir tu de cabeza al peligro- hizo un gran esfuerzo para volver a pegarse a él, para emprender el camino que la llevaba hacia sus labios. Se detuvo entonces, dudosa, ardiendo y sudando, sobre lo apetecible o no que podía parecerle a Ben su boca seca, sus labios cuarteados.
Demasiado calor.
Inclinó la cabeza a un lado y apoyó la frente contra el hueco del cuello de Ben.
Mucho calor.
- Quiero estar contigo-
Afirmó con pesadez, antes de deslizar un poco más la cabeza, para depositar un beso suave en su hombro. En el izquierdo.
- No me dejes atrás… por favor…- suplicó entonces, con la voz tensa por la emoción.
La fuerza de sus palabras le dejaba sobrecogido. Le golpeaban y a la vez le sujetaban con fuerza para que no cayera. Le recordaba lo que le había prometido, lo que él mismo había dicho y había incumplido. Las promesas de caminar juntos, de recorrer un camino juntos, de sortear los obstáculos incluso los que uno mismo era capaz de poner en mitad del camino, todo eso lo había descartado esa misma mañana al no contar con ella. Aquel sería un daño que tardaría en curar.
- No, no soy ambos. Al menos yo solo- hizo una pausa para mirarla a los ojos. Apretó sus manos allí donde estuvieran posadas-. Tú y yo, somos ambos. Estamos juntos.
No más decisiones unilaterales. No más apartar forzosamente por muy noble y estúpida que sea la intención. No. Iori y Ben, ambos, eran uno. Y así debía haber sido. Así debía ser y así iba a ser.
- No quedarás atrás, nunca- recalcó la última palabra. Se aferró a ella y agarrando con fuerza se levantó con ella entre sus brazos-. No habrá más peticiones imposibles, no habrá Ben sin Iori- giró e hincó una rodilla en la cama y se inclinó hacia delante dejando a Iori sobre el colchón-. Estaremos juntos, tú y yo- se apoyó con el brazo derecho sobre la cama y con la mano izquierda, peinó sus cabellos hacia un lado-. Y lo haremos juntos, al lado el uno del otro, nadie por delante ni por detrás- se inclinó hacia un lado y se dejó caer sobre la cama, a un palmo de distancia-. Te quiero Iori y nada hay que pueda cambiar lo que siento.
Ben quedó boca arriba con las palmas de las manos apoyadas sobre su propio pecho contando las veces que su corazón bombeaba con la fuerza de un ejército cargando contra una muralla. Sintiendo sus músculos arder.
La mestiza giró sobre su costado para mirar a Ben tumbado a su lado. Incorporó la cabeza y lo observó de hito en hito, dejando que aquellas palabras reverberasen en ella. Palabras que hablaban de un futuro. De un mundo de oportunidades. De sueños compartidos. Sueños que iban a crear juntos.
Dejó caer su cabeza de nuevo, agazapándose un poco más, cerca de él, irradiando calor pero sin tocarlo.
- Lo vi- murmuró mientras cerraba los ojos.
Fuera, el cielo que tapaba las estrellas había decidido dejar caer el agua que portaban las nubes sobre Lunargenta con mucha más intensidad. El aguacero se escuchó antes de que una adormecida Iori completase las palabras que le faltaban.
- Era un niño.
De nuevo silencio. El calor y el sudor en la piel de Iori se mantenían, pero los temblores que el veneno provocaba en su cuerpo parecían haberse calmado.
- Y tenía tus ojos- añadió arrastrando las palabras en un susurro, siendo difícil decir si eso ultimo lo dijo consciente o como parte del sueño en el que había caído.
Ben que había cerrado los ojos, los abrió y giró la cabeza para mirar con el ceño fruncido a una adormecida Iori que acababa de compartir con él una visión. La de un niño y además con sus ojos. ¿Cuánto habría de verdad en aquello? Qué más daba. Había soñado con un futuro.
Extendió una mano hacia ella y la dejó allí a media distancia. Un niño con sus ojos. Un niño de ojos verdes, que Iori había visto, era una imagen que le permitía soñar despierto. Una cálida y tierna sonrisa asomó al rostro de Sango. Seguro que ella lo sostenía entre sus brazos. ¿Acaso había algún otro lugar más seguro sobre la tierra?. Ensanchó la sonrisa. Él estaría a su lado, observando al niño y a la madre, como hacía ahora. Miró al techo. Imaginó la casa, apartada del resto, un valle amplio, un arroyo cayendo de las montañas, un campo grande donde plantar todo tipo de verduras, cereales, ballico para el ganado...
Cerró los ojos. Su cabeza siguió visualizando la escena, dibujando y coloreando, con imágenes que ella había estimulado, el futuro que tenían por delante.
Y así, vencido por el agotamiento, el sueño volvió a él.
Y entre medias, las quemaduras de las heridas abiertas, el esfuerzo por no perder la escasa lucidez que le quedaba. ¿Qué dirán cuándo me vean? Sango era, en sí mismo, un campo de batalla. Con un rápido vistazo a ese terreno devastado, alguien podía hacerse una idea de que todos aquellos cortes, los cristales que aún tenían incrustados, las decenas de golpes, suponían, en su conjunto, uno de los más terribles campos de batalla que alguien se pudiera encontrar. Y eso que no ven lo que hay por dentro. Sonrió, o al menos creyó hacerlo, pero rápidamente se tornó en una mueca de dolor, otra más, al acomodar su postura y sentir un latigazo de dolor en el hombro izquierdo.
¿Qué sería de mi sin la gente que me rodea, la gente que me aprecia? ¿Por cuál de las puertas estaría entrando al gran salón, para brindar, alzando este brazo, que cuelga a mi lado, junto con los grandes héroes de antaño?
Negó con la cabeza sacudiendo el agua que caía por su pelo y su rostro e ignorando el dolor de sus movimientos.
¿Acaso hay algo de honor en mostrar el mosaico de sangres que coloren mi armadura? ¿Qué clase de mente perturbada se lanza al combate sin pensar en nada y nadie más? ¿Qué aprecio hago con esto a las personas que quiero?
Una suerte de reacción nerviosa le recorrió de arriba a abajo y sintió una punzada de rabia e ira que canalizó en hacer sus pisadas más pesadas, su postura más erguida y su orgullo mucho más hinchado. Una amalgama de sentimientos que se esfumó tres pasos más allá, convertidos en odio a sí mismo y un tambaleo que le obligó a posarse sobre una pared cercana para no perder la verticalidad.
Más allá del fino velo que era la incansable lluvia que caía sobre la ciudad, apareció la familiar forma del portón del palacete. El reconocimiento de los goznes, los refuerzos de hierro, los remaches y la madera de la puerta le provocó un sentido de urgencia, una necesidad vital de alcanzar su objetivo y gritar por su propia vida, y por la de ella, recibir alguna clase de curación, una poción, lo que fuera y quizá, y solo quizá, atreverse a mirarla a los ojos.
Cogió aire, hinchando sobremanera el pecho y sorbiendo, también, agua de lluvia para afrontar los últimos treinta pasos como si fueran la tarea más difícil y pesada que hubiera hecho en su vida. Las preguntas asaltaron su cabeza. Veinticinco. ¿Cómo llamaría a la puerta? ¿Tendría fuerza suficiente como para alzar la voz? ¿Bastaría con un leve golpe? Quince. La lluvia arreció con fuerza. Sango alzó el brazo derecho y apretó los dientes muy fuerte antes de dejar caer la mano, con el puño cerrado, sobre el portón. Un solo golpe. Su mano, como si hubiera estado guiada por el mismísimo Tyr, golpeó con fuerza suficiente como para hacerla retumbar. Ben se quedó allí apoyado sobre el portón, sintiéndose desfallecer, notando como la oscuridad aparecía en los bordes de su campo de visión.
La pequeña abertura de control en la puerta se abrió, dejando que se escucharan voces alteradas justo detrás de ella. Los pesados cerrojos se abrieron y la pareja de guardias que hacían su turno salieron como una corriente para tomar al Héroe por los costados, permitiendo de esa manera que Sango se apoyase en ellos para entrar.
Verse relevado de la carga de sí mismo casi le hizo asomarse al más profundo de los abismos en los que su mente podía perderse. Sin embargo, había cosas por las que seguir aferrado a la lluviosa realidad. Gimió mientras a ambos lados, los jadeos de dos personas y sus voces se escuchaban amortiguados, como si se encontraran en estancias separadas. Su visión, cada vez más oscura, no era capaz de apartarse de la punta de sus botas. Veía que avanzaban, sí, pero de manera errática. Entonces, cerró los ojos.
Volvió a abrirlos cuando un dolor punzante, provocado por la hombrera de uno de los guardias, se clavó en uno de sus costados. Giró la cabeza y farfulló una suerte de amenazas e improperios que solo se tradujeron en un gruñido apagado. La marcha se detuvo un breve instante, y después de más voces, las botas volvieron a moverse. Suspiró y se sintió terriblemente agotado. Las botas quedaron atrás y el abrazo sobre él se hizo más fuerte. Sus párpados se cerraron.
Sus botas se arrastraban por el suelo. Hizo acopio de sus fuerzas y dio una zancada que pilló a contrapié a sus fieles y leales apoyos que gritaron cuando casi caen todos al suelo. La urgencia de su estado, le impidió siquiera pensar en que, posiblemente, si él hubiera visto aquello desde fuera, ajeno a todo lo que acontecía, lo habría encontrado divertido. Pero claro, Sango se estaba muriendo. La oscuridad volvió a cegarle y el pasillo y sus botas quedaron como un recuerdo.
Al volver a abrirlos, ya nadie cargaba con él, se sentía flotar y mucho más ligero aunque con frío. Acertó a alzar levemente la cabeza y se descubrió sin armadura, sin cota, sin gambesón, nada. Su cabeza cayó hacia atrás y sus ojos volvieron a cerrarse.
Amärie Areth se acercó hasta el lugar en que los guardas habían dejado al malherido Sango. El orgullo se dejó ver en su rostro. Volvería a ser la salvadora del héroe. Sin embargo, una mano detuvo la suya cuando alcanzó la manija de la puerta.
- Amärie, ¿cierto?- preguntó Cornelius con una sonrisa en el rostro. Ella lo observó con cierto desagrado, apartando su mano de la del elfo.
- ¿Quién lo pregunta?- contestó.
- He oído hablar de ti -replicó el elfo haciendo oídos sordos a su pregunta. Sus palabras parecieron enorgullecer a la joven, lo miró con cierta altivez-. Y por eso mismo no dejaré que le pongas ni un dedo encima al chico- añadió Cornelius con expresión seria-. No después de lo que hiciste con Iori. Quizás creas ser una sanadora ejemplar, pero ambos sabemos que estás aquí porque no eres más que un mediocre intento de curandera. Deberías pasar más tiempo formándote y menos pavoneándote- la chica tuvo la decencia de agachar la cabeza avergonzada-. Yo me ocupo del muchacho.
Sin darle opción a replicar, el elfo entró en la dependencia donde habían dejado a Ben. Intentar vislumbrar un solo tramo de su piel que no hubiese sufrido daño parecía una misión imposible. Con un suspiro, el elfo empezó a desatar las diferentes partes de la armadura.
- Está claro que de tal palo, tal astilla- murmuró para si.
Cuando hubo liberado al chico de la pesada armadura, tomó uno de los tónicos que portaba. Empapando uno de los paños que habían dejado allí para su curación, lo acercó al rostro del muchacho. Si había sido tan valientemente estúpido para acabar en ese estado, también lo sería para aguantar el dolor que iba a suponer curarlo.
La pequeña habitación tenía una ventana en la que las gotas competían por deslizarse y llegar las primeras al suelo. Un fuego reciente ardía en un brasero portátil que debían haber trasladado allí por él. Se pasó la lengua por los labios y le pareció una sensación áspera e incómoda, como si lamiera una lija. Giró la cabeza hacia el otro lado donde un hombre trabajaba sobre una cómoda a un par de pasos de la puerta, cerrada, permitiendo que la estancia se caldeara gracias al fuego. Sin embargo, él no necesitaba nada de aquello. Sus heridas ardían, como si cientos de brasas se hubieran posado sobre él y lo consumieran lentamente.
- Agua- pidió con voz ronca.
Cornelius dejó a un lado el paño. Era probable que volviera a necesitarlo, viendo el estado semi-inconsciente del muchacho. Tomando un jarra cercana, llenó una copa y la acercó a los labios del joven para ayudarle a beber.
- Despacio- le dijo, mientras procuraba que bebiese pequeños sorbos para no atragantarse.
Apartando la copa de su labios, lo ayudó a incorporarse ligeramente. A pesar del dolor, parecía respirar con normalidad, lo cual descartaba alguna dolencia interna en el pecho. No observó sangre negra o verdosa que indicase un envenenamiento, ya fuese por causas externas o por fluidos internos. Parecía que la mayor parte de las magulladuras eran externas, profundas y dolorosas, pero no mortales. Tomándolo con cuidado de la cara, lo hizo girar la cabeza, para ver posibles daños en la misma. Había golpes y cortes, pero aparentemente nada demasiado difícil de curar. Situándose ante el joven, lo obligó a mirarlo.
- No es necesario que hables, solo que asientas o niegues, si eso te resulta menos doloroso. ¿Sabes dónde y con quién te encuentras?- era necesario que descartase una contusión no visible. Comprobar si el chico era capaz de razonar era una de las formas más rápidas de hacerlo.
Ben, respiraba por la boca, con lo dientes apretados y los labios abiertos. El agua había aliviado parte de sus necesidades más urgentes, pero ahora había otras que habían escalado a los primeros puestos. Se concentró en la voz de Cornelius, tranquila y severa y tan pronto terminó de preguntar, Ben se olvidó de la fatiga, del dolor y de cualquier otra cosa, sólo había espacio en su cabeza para hacer varios asentimientos con la cabeza acompañándolos de un silencioso sí.
- Bien, eso descarta la posibilidad de que tengamos que prescindir de tu agradable charla- tomando otro frasco, se lo acercó al chico a los labios que no dudó en apurar el contenido tan pronto lo inclinó hacia él-. No te quitará del todo el dolor, pero evitará que vuelvas a sumirte en las tinieblas mientras te remiendo- el elfo tomó una tijera y rasgó la camisa-. ¿Qué ha sucedido?- preguntó Cornelius examinando el magullado cuerpo de Ben.
Una de las heridas más grandes se localizaba en su costado. Tomando agua y un paño, Cornelius limpió con cuidado la zona, para ver el estado de la herida, antes de tomar hilo y aguja, para comenzar a coser. Tentado estuvo de hacerlo de forma directa, pero finalmente se apiadó del chico y untó un bálsamo en los bordes de la herida, para aliviar la sensación de dolor que iba a notar cada vez que introdujese la aguja.
- Supongo que te habrán cosido antes, pero quizás te resulte más soportable si hablas- el brebaje que le había dado debería haber hecho ya efecto, por lo que el chico debería notar su cabeza algo más despejada. Sin duda así era.
- Encontré al bastardo Hesse- cerró los ojos y dejó que el bálsamo quemara al contactar con su piel-. Tenía una guarida en el antiguo distrito residencial del puerto- la sensación de alivio creció al dejar de sentir la piel ardiendo-. Había conseguido reunir un grupo considerable y creo que esperaban más- eran doce y él había acabado con unos cuantos-. Luego, aún quedaban dos tipos fuertemente armados de su guardia personal- las imágenes de la cara destrozada de uno de aquellos tipos con el pincho que le había confiscado al muchacho la noche que bailaron le asaltó-. Luego, el Hesse escapó. Tuve que enfrentarme a...- se detuvo porque no supo muy bien qué responder. Había una laguna mental entre el enfrentamiento con la guardia personal de Dominik y recuperar el sentido en la sala de los espejos rotos. Frunció el ceño y lo acompañó de un gruñido-. Perdí demasiado tiempo y se escapó- se lamentó buscando a Cornelius con la mirada.
El elfo volvió a aplicar el ungüento sobre los bordes de la herida cuando acabó de coserla. Lavándose la manos en una palangana cercana, pasó a limpiar las heridas de menor tamaño que cubrían el torso del chico antes de pasar a sus brazos. Un centenar de cristales se clavaban en diversas heridas, lo que obligó al elfo a quitar una por una todas las astillas. Le llevaría un tiempo y al muchacho le dolería. Pero era necesario.
- Supongo que ir a la guarida de de ese criminal, a enfrentarte tu solo a todo su séquito te pareció una idea estupenda- comentó con tono neutro-. Sobre todo después de hacerle prometer a Iori que ella no lo haría. ¿Verdad?- untó un nuevo bálsamo sobre los cortes de los cristales, sabiendo el desagradable escozor que iban a producir en la piel del chico.
Escuchar aquello hizo insignificantes sus heridas, tampoco sentía nada allá donde los dedos de Cornelius retiraban cristales. Su corazón, sin embargo, se había encogido y bombeaba punzadas de dolor y culpa en todas direcciones. Lejos de amedrentar a Sango, provocó una reacción defensiva, casi orgullosa. ¿Acaso no era ese su trabajo, arriesgar su vida por los demás?
- No fui solo- replicó sin reconocer la razón que tenía Cornelius en aquello-. Estaría muerto si lo hubiera hecho. Nadie puede hacer las cosas solo, es algo que tardé en comprender, pero lo hice- Sango gruñó incómodo. No era él quien importaba en todo aquello-. ¿No han llegado?- se interesó por Debacle, Kyotan y el Barón, apartando el foco de él mismo-. ¿Dónde está Iori? El bastardo Hesse me dijo que había un Ojosverdes por ahí.
Una vez retirados los cristales del izquierdo, Cornelius procedió a hacer lo mismo con el brazo derecho. Si aquel era su estado normal al final de cada batalla, el elfo no entendía como no había más cicatrices marcando su piel.
- ¿No se te ocurrió avisar a tu... a Zakath? Podías haber enviado a alguien a por ayuda cuando la batalla se inició. ¿No se te ocurrió pensar que este bastardo tendría la espalda cubierta?- miró por un instante al chico a los ojos, antes de proseguir-. Podrías haberte muerto. A veces es necesario perder batallas para poder seguir luchando... para poder seguir viviendo- tomó aire, intentando relajar el tono-. Tus amigos están en manos de la sanadora. Iori, al igual que tú pensó que irse de paseo en medio de una amenaza era una idea excelente, pero al contario que tu, a ella fue su enemigo quien la encontró- tras unos instantes, sabiendo el efecto que sus palabras iban a tener en el chico, añadió-. Está bien. Zakath está vigilando al Ojosverdes.
Aplicándo el bálsamo sobre los nuevos cortes, escuchó al chico sisear de dolor.
- ¿Cómo?- preguntó con voz ronca y fuerte.
Ojosverdes. Iori. Paseo. Zakath. Era todo caos, todo imágenes desastrosas que se dibujaban en su cabeza. La ansiedad se apoderó de él.
- Cornelius- de imprevisto lanzó el brazo hacia él y apretó su hombro con fuerza-, esos hijos de puta no se encuentran con alguien sin dejarles un recuerdo- mortales-. Quiero verla- apoyó su peso en el hombro del elfo e hizo ademán de levantarse.
Cornelius frustró el intento del muchacho de levantarse, sin demasiado esfuerzo.
- No me obligues a atarte- le dijo serio-. Todavía no he acabado de curarte. Ella está bien y por el momento deberá bastarte con mi palabra- tomándolo del brazo izquierdo tanteó la extremidad.
El hombro del muchacho estaba machacado y si su curación no se hacía como debía no volvería a empuñar un arma con esa mano nunca más.
- ¿Aún no te has preguntado por qué no estoy usando la imposición de manos para curarte? -preguntó
Los ojos de Sango se posaron en los del elfo, sabiendo que cualquiera de las amenazas que se le pasaban en la cabeza no tendrían ningún peso y que él, con solo apretar cualquier parte de su cuerpo lo tendría dominado. Ben, derrotado, prestó atención a su brazo izquierdo.
El elfo manipuló el hombro del chico, pero pronto lo dejó. Era imposible curarlo sin magia élfica y, de momento, todavía no iba a emplearla. Observó al contusión en la espalda y el costado y se dispuso de nuevo a quitar, uno a uno los cristales que se habían colado por entre su armadura.
- Sinceramente, no, no me lo había preguntado. El experto eres tú- dijo soltando aire-. Espero que la hayas ayudado. Por los Dioses espero que haya sido así...- uno de los toques de Cornelius le hizo ver las estrellas en el interior de aquella habitación-. ¿Qué pasó con el Ojosverdes?- preguntó siseando, desviando la mente del dolor.
Cornelius puso los ojos en blanco, a espaldas del muchacho cuando, haciendo caso omiso a sus palabras, volvió a preguntar por Iori. El amor juvenil, tan intenso como destructivo.
- Ella está bien. Descansando. Unos minutos más y no lo habría contado- terminó con los cristales y, tras usar de nuevo el ungüento, se posicionó delante del muchacho. Era hora de atender su ensangrentado rostro-. No muevas la cabeza, si no quieres acabar con cicatrices- comentó, antes de comenzar la tarea de retirar más cristales de él-. Te preguntaría como acabaste con una docena de espejos sobre tu persona, pero la única respuesta posible es tu propia estupidez- le reprendió-. El Ojosverdes está con Zakath. Estará inconsciente por lo menos un par de horas más. Y cuando despierte, te aseguro que no será agradable. Iori ha tenido la cortesía de clavarle una daga en la ingle.
Permaneció inmóvil, con la mirada fija en la pared, deseando que los cristales que se clavaban como agujas desaparecieran con un chasquido de dedos, que su propio hombro dejara de atacarle, que su costado, insensibilizado, dejara de gritar pidiendo auxilio, que su corazón, aún encogido dejara de atacarle. Y pese a ello, sus labios estaban curvados hacia arriba, componiendo una sonrisa que estaba fuera de lugar y que chocaba con su estado general. Incapaz de decir de dónde salía esa sonrisa, fue incapaz de borrarla de su rostro.
- Fue un combate muy duro- dijo por toda respuesta aun sonriendo a la pared.
Cornelius lo agarró del mentón con bastante menos delicadeza de la que había tenido hasta el momento para curarlo. Con ese gesto lo obligó a mirarlo a la cara.
- Escúchame bien, Ben. No hay ninguna venganza, ninguna justa personal que justifique que pongas tu vida en peligro de esta manera. Que te ofrezcas a la muerte como un sacrificio. ¿Lo entiendes? Nada. Quizás te parezcan solo unos rasguños. Que cualquier curandero podrá recomponerte. Pero no es así. No todo puede arreglarse y yo estoy cansado de remendar cadáveres a los que solo les queda un atisbo de vida- guardó silencio un segundo antes de continuar. La sonrisa se desvaneció del rostro de Sango-. A ella tampoco le harás ningún favor muriéndote. ¿Qué crees que habría pasado si te hubiese visto así? ¿Y si después sale ella a buscar venganza por ti y se topa con el tal Hesse? ¿Y si Zakath hubiese tenido que ir a por tu cuerpo y hubiese muerto en una emboscada? Piensa muchacho, tu vida tiene más valor del que le das tu mismo.
Soltándolo, guardó silencio y continuó retirando cristales de su rostro, con la misma delicadeza con la que lo había hecho hasta ese momento. No había nada que añadir, se dijo el pelirrojo con expresión avergonzada. Sin duda, le había dado mucho en lo que pensar sobre sí mismo y que necesitaría, como todo, su tiempo.
- ¿Hay alguna otra herida que todavía no haya curado?- preguntó Cornelius una vez hubo terminado de retirar cristales de su rostro.
- No, creo que es todo- dijo antes de buscar a Cornelius con la mirada.
El elfo asintió serio, revisando las distintas heridas del muchacho con ojo crítico. Tomando un paño retiró parte del ungüento de sus manos, antes de empezar a recoger los frascos usados.
- Bien. Ahora que ya no tienen cristales, tus heridas deberían comenzar a curarse- tomando uno de los frascos, se lo dio al chico-. No voy a curarte el hombro ni la espalda. No esta noche. Si has considerado que valía la pena dejar que te machacaran por venganza, vive con la consecuencia de tus decisiones al menos una noche. Si mañana me encuentro más magnánimo, quizás me plantee acabar con tu sufrimiento. Tómate eso- señaló el frasco- si el dolor se vuelve insoportable- tras un instante añadió-. No te molestes en acudir de nuevo a mi por ayuda si decides usar un subterfugio para curarte.
- Que los Dioses te guarden, Cornelius- dijo antes de mirar el frasco y dejarlo a un lado antes de dejarse caer sobre la cama-. Que los Dioses te guarden- susurró después de cerrar los ojos y dejarse llevar hacia la inconsciencia.
***
Habría pateado ella misma aquel fuego alejado de la cama que ardía en la chimenea. Si pudiera levantarse con seguridad de no caer. La habitación estaba templada, pero la fiebre hacia que el cuerpo de la mestiza ardiese por dentro. Tumbada boca arriba sobre la cama, había conseguido hacer a un lado las sábanas, solo para arrugarlas bajo la forma de su figura y llenarlas de sudor. El cuerpo de Iori intentaba sacar por todos los medios el veneno que la comía. Puso una mano justo bajo el pecho y trató de concentrarse en hacer las respiraciones profundas. O eso le había dicho Cornelius que hiciera. Jadeó exhalando todo el aire que pudo y aguantó sin tomar aire hasta que los pulmones quemaron. La noche iba a salir muy larga.
***
El frasco que le había dado Cornelius yacía, vacío, a su lado. Los efectos calmantes se habían sentido casi de manera inmediata y pensaba que volver a recuperar el sueño sería cuestión de instantes. Sin embargo, la ansiedad le mantenía en vela y sin ganas de volver a tumbarse.
Se palpó los vendajes con la mano derecha y comprobó que el ungüento que le había aplicado Cornelius ya se había diluido en su cuerpo. Se ayudó de las piernas para acercarse más al borde y tocó el frío suelo de piedra con los pies. El frío fue el estímulo necesario para ponerse en pie mientras el choque térmico se atenuaba y su cabeza volvía a serenarse. No fue difícil poner un pie tras otro y dirigirlos hacia la puerta. Sí, sus huesos crujían, sus músculos se quejaban, pero su cabeza los mandaba callar porque quería escuchar el suave chasquido del tirador y el leve chirrido de las bisagras.
Una brisa fría y el sonido de la lluvia abrazaron y acariciaron su piel allí donde no había vendajes. Cerró los ojos mientras con la mano libre cerraba la puerta tras de sí. Se quedó un rato escuchando el viento acanalar por los portales, el agua cayendo sobre las aceras de piedra, la cuidadísima hierba del jardín, sobre la tierra limpia y sayada. Aspiró el aroma del ambiente y caminó hacia las escaleras que había al fondo del pasillo.
Mientras subía por las escaleras reparó en que, seguramente, ya le habrían visto y la información de su salida nocturna sería, debidamente reportada. Pero, ¿acaso le importaba, acaso iban a impedirle dar un paso más? No. Por supuesto que no. Que lo intenten. Se detuvo a mitad de la escalera para descansar antes de continuar el lento ascenso.
Tras el último escalón, Ben se quedó de pie un breve instante contemplando el pasillo y un poco más allá, la puerta. Dejó escapar el aire, no solo por el esfuerzo que le había supuesto subir, con todas las heridas tirando, clavándose como cientos de diminutas astillas que hacían chillar todo su cuerpo, sino porque el pasillo, pese a reconocida familiaridad, se presentaba ante él como el último de los obstáculos que debía salvar para deshacerse del peso que había crecido en su interior. Sin embargo no vaciló y cuando sus pulmones recuperaron el aire, sus pasos, tranquilos y suaves sobre la fría piedra, arrasaron con el invisible enemigo que era la distancia y que se transformaba en una creciente ansiedad por la inminencia del momento que incluso sus pulsaciones se habían disparado hasta el punto de hacerle jadear. Allí, parado, frente a la puerta, observó casi como un espectador como su mano derecha se alzaba hasta la altura de sus ojos, giraba y con tres suaves golpes de los nudillos, llamó rompiendo el silencio que reinaba en el pasillo y sacándole de su propia enajenación. Ben no esperó respuesta, su mano descendió rápida, posándose sobre el tirador y ejerciendo una ligera presión. Un chasquido, un sonido conocido. La puerta cedió y Ben entró en la habitación.
Notó el cosquilleo de una gota de sudor que se deslizo por su nuca. Ella giró la cabeza hacia el lado contrario al fuego y dejó que la almohada la absorbiera. Fue entonces cuando le pareció escuchar el sonido de una mano llamando a la puerta. Abrió los ojos y trató de enfocar hacia el acceso a la habitación mientras sentía la boca seca. Fuese quien fuese, le pediría un poco de agua. Para beber y para tirarse por encima de la piel y aliviar así la fiebre que la devoraba.
Ben cerró la puerta con delicadeza. Esta vez no fue con un taconazo, como hiciera días atrás. Fue un movimiento suave y delicado en el que apenas se escuchó el chasquido del mecanismo de cierre de la puerta. Cuando se giró hacia la cama, la vio allí tumbada, buscándole con la mirada. Ben no apartó los ojos del vendaje que tenía en el costado. Sólo tenía ojos para aquel miserable detalle, uno del que había sido partícipe y que le mantenía paralizado a un paso de la puerta. Los más oscuros pensamientos atacaron a Ben desde dentro, causándole un daño tan terrible y tan atroz que ni tan siquiera veía capacidad de defensa alguna. Solo cuando el dolor de sus manos, cerradas en puños, se hizo más notorio, fue capaz de salir de la espiral destructiva en la que se había metido. Una pequeña gota de sangre se deslizó por entre sus dedos. Giró la mano y se la pasó por el pantalón antes de dar un paso hacia ella.
Los ojos de Iori, en la poca luz que había en la habitación parecían dos pozos negros. Su expresión era incierta, y cuando se aseguró de que la figura que estaba allí parada era la de Sango, giró el rostro hacia el lado contrario, de forma lenta, para esconder su torpe coordinación. Alzó el brazo que faltaba y lo cruzó sobre el pecho, en una suerte de abrazo bajo el que buscaba protegerse. Esconderse. Y su corazón rompió a latir, martilleando en sus sienes y haciendo que su respiración se volviese aún más pesada.
Al ver que rehuía el contacto visual con él, sintió el mundo caer sobre él. Se le escapó el aire y un calor sofocante le sacudió el cuerpo. Un calor dañino, fruto de la culpabilidad, que lo devoraba por dentro. Sus pasos, sin embargo, aunque vacilantes y erráticos, le llevaron al borde de la cama. Negó con la cabeza y se sentó dándole la espalda. Hundió su cara entre sus manos y dejó que el crepitar de las llamas pusiera música al fuego de la vergüenza que arrasaba su interior.
Iori fue consciente, aun sin mirarlo, de cada movimiento que hacia el pelirrojo en la habitación. Su proximidad le dolió. Por lo mucho que la deseaba y por lo mal que la hacía sentir. Clavó los ojos en el fuego que caldeaba de forma innecesaria para ella la estancia y su pecho comenzó a subir y bajar arrítmicamente cuando el peso del Héroe hizo que el colchón se hundiese un poco.
Separó las manos para ver sus heridas que le parecieron insignificantes, apenas rasguños, comparadas con la traición a su confianza y el abandono al que la había sometido.
Se obligó a girar la cabeza, a observarla, a ser capaz de ver el daño que era capaz de causar. Una fina película de humedad cubría su cuerpo. Estiró el brazo y apoyó la mano en la espinilla. La calidez del contacto le hizo levantar la cabeza y fruncir el ceño.
Su roce, frío, la arrancó de los posibles finales que su mente analizaba, tan cerca de haber echado a perder la historia que tenían por delante, haciendo que se centrase de nuevo en el presente. Uno en el que a pesar de los peligros, de los enfados, él volvía a estar a su lado. Iori giró la cabeza entonces y fijo la vista en el rostro de Ben, a su lado. Notando con alivio la diferencia de temperaturas entre sus pieles.
Su dolorido hombro izquierdo hizo lo imposible por transmitir algo de fuerza en su débil presión sobre su espinilla. Más allá de querer hacer contacto con ella, quería mostrarle, con esa leve presión, que él estaba allí, ahora y siempre; que le preocupaba su estado, su temperatura; la culpabilidad que sentía por haber sido partícipe en que ella llegara a aquel punto; el dolor que sentía en lo más profundo de su ser; que quería estar sujetándola por mucho más tiempo, por siempre.
Sus ojos se encontraron y su azul estaba prácticamente consumido por la negrura de su propia pupila. A Ben se le escapó un gemido de dolor y giró la cabeza hacia el otro lado, hacia la mesa. Allí había una bandeja, de algún metal noble, pulido, y sobre ella, reposaba una jarra de vidrio, un par de vasos y unas compresas. Volvió de nuevo la mirada hacia Iori y se levantó, rompiendo el contacto con ella.
Fue hasta la mesa para llenar uno de los vasos con agua y volvió rápidamente con Iori. Hincó una rodilla en suelo mientras siseaba y se maldecía en silencio. Se echó hacia delante y con la diestra buscó su espalda, terriblemente caliente, para incorporarla ligeramente. Con la zurda acercó el vaso a sus labios.
Estaba mojada. Las sábanas, empapadas. Su piel, cubierta de sudor. El cuerpo de Iori buscaba sacar de dentro del veneno del ojosverdes. Y no apartaba la vista de Sango. Buscaba analizar por su rostro, por sus movimientos cual era su estado. Donde le dolía. De nuevo, observó, el hombro izquierdo. El mismo que le habían dañado severamente la noche que se habían encontrado, cuándo habían bajado a las catacumbas. La noche que él la besó por primera vez.
Moría de sed desde antes de que el llegase, pero en aquel momento las ganas de beber habían pasado a un segundo plano. La mestiza no podía apartar la vista de el y de sus heridas. “¿Qué ha pasado?” Lo miró a los ojos con la pregunta muda en su expresión mientras alzaba la mano. Quiso agarrarle la mejilla pero fallo, sin ser consciente de que el problema eran los temblores de su cuerpo en aquel esfuerzo que implicaba coordinación. Una que no tenia en aquel momento.
Ben retiró el vaso y lo posó sobre la cama, sin soltarlo, soltando aire, fuerte, por la nariz. Miró su mano izquierda y jugueteó con los dedos sobre el vaso, luego alzó la mirada y sonrió sin enseñar los dientes. Volvió a llevar el vaso a su boca y esta vez posó el borde sobre sus labios antes de inclinar, levemente, el vaso para que el líquido dejara su huella en ellos.
Las pupilas enfebrecidas no se apartaban de la figura que inicialmente había intentado ignorar. Él estaba herido. Y no le estaba explicando nada.
El agua mojó sus labios y descendió por la comisura hasta el mentón, cayendo sobre su pecho antes de que la morena se decidiera a abrir la boca. Bebió a sorbos, tragando parte del liquido, dejando que otra parte se derramase en su piel. Como un niño pequeño que está aprendiendo a beber.
Sentía la diestra de Sango en su espalda. Notaba la diferencia de temperaturas como algo agradable. Pero era incapaz de concentrar fuerza suficiente como para obligarlo a que le contase que había pasado. Sabía que estaba herido. Sabía que aquella sonrisa era fingida. Y Iori sintió la necesidad de zarandearlo.
Cuando se acabó el agua, Ben dejó que el cuerpo de Iori volviera a descansar sobre la cama. Esta vez, antes de retirarse, se recostó hacia delante y posó sus labios sobre su frente. Escondió el esfuerzo que supuso levantarse, no por él sino por el estado de Iori, por su temperatura corporal.
Se separó y fue caminando hasta la mesa, donde dejó el vaso que rellenó con más agua y dejó a un lado. Cogió uno de los paños de tela que descansaban en un lateral de la bandeja y lo introdujo en la jarra de agua varias veces. Al sacarlo, dejó que las gotas del paño golpearan el agua de la jarra rompiendo la monotonía de la madera chasqueando en el hogar. Apretó con la diestra para escurrir el exceso y volvió junto a ella.
Se sentó al borde de la cama, esta vez mucho más cerca, a la altura de su vientre. Peinó sus cabellos hacia atrás, dejando frente y cuello liberados y pasó el paño con delicadeza por el hombro derecho, cuello, bajó al pecho y subió hasta el hombro izquierdo para, finalmente, ir dejando toques sutiles por barbilla, mejillas, nariz y terminar posando el paño en la frente.
El paño húmedo casi la aliviaba tanto como la presencia de Ben a su lado. El atardecer ya había caído, pero se veía lo suficiente con las suaves luces naranjas. Las del ocaso y las del fuego de la chimenea. Los ojos de Iori lo miraban de forma acusadora, pero tuvo que dejarse llevar un poco por las suaves caricias que recorrían su piel, con el paño húmedo. Entrecerró lo ojos, mirándolo hacer, sin evitar arquear ligeramente la espalda cuando paso por su pecho la fría tela mojada. Cerró los ojos, dejando que su mente se fuese un instante de allí, recordando. Anhelando otros momentos.
Ben acarició su brazo izquierdo con el dorso de los dedos mientras la observaba en silencio.
El sudor fue intercambiado por el agua con el que él la limpio, y abrió de nuevo los ojos y lo miró cuando sintió su dorso acariciarla. Lo observó en silencio, sin decir nada. Con todas las dudas aguijoneando en ella, pospuestas de forma efectiva por la suerte de tener a centímetros aquellos ojos verdes que le cortaban la respiración.
Movió la mano y, tanteando, ahora si busco enredar sus dedos con lo de él, mientras la humedad con la que el había limpiado su piel ya estaba seca.
Sus dedos se entrelazaron y Ben observó el lento y torpe saludo que se estaban haciendo.
- ¿Qué te he hecho?- preguntó en un susurro.
Una sonrisa mordaz se marcó en los labios de Iori. Aquella pregunta tenía mil matices sobre los que contestar. Alzó la mano libre de forma temblorosa y la morena se inclinó intentando alcanzar el hombro herido. Acertó a la segunda y dejó que sus dedos se posaran sobre la venda con la presión de un pétalo al caer. El ceño de Iori se frunció en gesto de dolor por la herida de Sango. Volvió la vista a los ojos verdes con angustia tiñendo su expresión, preguntándole en un sonoro grito silencioso: ¿qué te ha pasado?
Observó sus dedos y se mordió los labios antes de sonreír levemente y mirar sus ojos, su angustiada expresión, la brillante piel, perlada de diminutas gotas de sudor. Le cogió los dedos y les dio un suave beso antes de llevar las manos abajo y seguir enredando.
- Una partida de cartas que salió mal- bromeó sin mucho éxito-. Me he metido en una pequeña pelea- acto seguido miró su vendaje-. ¿Y eso de ahí?- preguntó con todo el dolor de su corazón escapando por su boca.
Iori resopló molesta con la forma que él tuvo de quitarle importancia a la tarde en la que casi perdía la vida. Era evidente con solo mirarlo. Se tensó, y su postura rígida le dificultó incorporarse. En lugar de ir hacia él cómo pretendía, su gesto la hizo oscilar hacia un lado cuando consiguió sentarse sobre la cama de Pura cabezonería.
- Lo odio- jadeó con voz ronca, extendiendo ambas manos hacia el cuello del pelirrojo intentando acercarse, de nuevo, a Sango.
- Iori- Ben negó con la cabeza-, túmbate, necesitas reposo, necesitas descansar- sin embargo, no hizo nada por apartar las débiles manos de la morena cuando estas se posaron sobre el vendaje que tenía en torno al cuello-. Lo siento. Lo siento tanto... Siento haberte dejado al margen esta mañana, fue... Fui un idiota y por mi culpa...- alzó la cabeza y volvió a contmplar su rostro-. Míranos.
Iori negó con la cabeza de manera vehemente al escucharlo. De forma tan enérgica que afianzo el agarre sobre el pelirrojo para no caer por su propio movimiento de vuelta al colchón.
- Para mí es lo mismo que para ti- siseó inclinándose para pegar su pecho contra el torso de Ben. No era un avance erótico en aquel momento. Era la necesidad de un apoyo para poder mirarlo de frente sin caer-. Juntos hubiera sido diferente. Me dejaste- añadió aquella ultima frase con la agonía del dolor que le había producido la actitud del Héroe aquella mañana. Las pupilas oscuras se enturbiaron-. ¡Me dejaste…!- jadeó intentando intensificar la fuerza de sus dedos en la nuca del humano. Apenas una leve presión.
- Sí- reconoció-, te dejé- alzó los hombros y los dejó caer-. Y ha sido la peor decisión que he tomado en toda mi vida.
¿Qué más podía decir un héroe que se enfrentaba a las desastrosas consecuencias de sus decisiones? ¿Qué más podía hacer él cuando la veía en aquel estado? La única opción posible: admitirlo y cambiar a mejor.
La rabia que se reflejó en la cara de la morena fue evidente. Apretó los labios, mojados por el agua que le dio Sango, cuarteados por la deshidratación que producía el veneno y apartó la vista. Al girar la cabeza se separó de el de nuevo, apoyando ambas manos en el colchón para evitar caer por completo sobre él. Ardía por la fiebre, y por las palabras de Ben.
- ¿Quieres más agua?- preguntó sin moverse ni un palmo de donde estaba. No quería el silencio. No quería estar a solas consigo mismo.
Iori no quería mirarlo.
En aquel momento no podía lidiar con el sentimiento de culpa al ver el estado en el que se encontraba el Héroe. Cada venda, cada tramo de piel abierta visible a sus ojos era un recordatorio doloroso que aun tratándose de él, un desafortunado ataque, un combate imprevisto podían alejarlo del mundo de los vivos. Y aquello hacia que Iori quisiera aullar de dolor. Se dejó caer sobre el colchón de espaldas a Sango y cerró con mucha fuerza los ojos.
No quería escucharlo.
En otros momentos sería un don, delante de otras personas. Pero aquella forma de responder, de pasar de puntillas por una tarde infernal la hacian sentir lejos de él. Como si aquello no los implicase a ambos. Llenar con su imaginación las explicaciones que el le estaba negando sobre lo que había sucedido era algo que la estaba volviendo loca.
La amabilidad en sus palabras dolía más que si le hubiese echado en cara que ella era fuente de problemas para él. Alzó una mano temblorosa y se cubrió con ella el oído, dispuesta a bloquear su voz hacia ella.
Que le diera la espalda fue peor que le destrozaran el hombro con una maza. Que se llevara la mano al oído para no escucharle fue peor que recibir un espadazo en el costado. Cada latido encogía algo en su interior y lo machacaba hasta que los suspiros expulsaban ese dolor.
- Iori- llamó-, Iori...- se removió y giró para tener mejor visión de ella. Recuperó el paño que había quedado tirado a un lado y lo pasó por su costado-. He fracasado Iori. No hago bien lo que se me daba bien hasta ahora- dijo ignorando el gesto de la morena-. Si soy incapaz de proteger a los que quiero y es más, si soy el causante de su dolor, ¿de qué sirvo?- detuvo sus movimientos y miró a Iori-. Lo siento tanto...
Su mano cubría lánguidamente la oreja de Iori, por lo que no resultó una barrera efectiva a la voz de Sango. Tenia tantas ganas de replicarle… ya llevarle la contraria y explicarle el porque aquel comportamiento era un error con ella…
… Recordarle que “juntos” significaba mucho más que para acostarse o tener una conversación trivial en un momento de solaz. Que ella estaba aprendiendo a querer y confiar, y que aquella forma de él cerrarse a ella la hacían sentir tan distante… cuando ella lo que quería era mezclarse eternamente con él.
De sus ojos cerrados, las lágrimas se escaparon para terminar rodando por sus mejillas hasta perderse en las sábanas.
Todo pesaba sobre él, desde su propia existencia, en lo más profundo de su ser, hasta el aire de la habitación. Hizo un gesto para retirar un mechón de pelo que cayó sobre su rostro y volvió a mirarse las manos. El peso era insoportable.
- Encontré a Dominik Hesse- dijo de repente-. Estaba en una mansión abandonada, en el puerto. Tenía un puñado decente de mercenarios a sueldo y planeaban- se detuvo bruscamente y sacudió la cabeza sin apartar los ojos de las manos, abiertas sobre sus piernas-. Los matamos a todos. A los doce. Luego un pasillo y dos guardias, aún leales a esa basura de persona- sus manos se habían cerrado y sintió la tirantez de la piel allí donde las heridas aún no habían sanado-. Les liberé de su servicio y entonces el muy bastardo, después de decirme que había un Ojosverdes, escapó- relajó la presión y volvió a abrir las manos notando un alivio momentáneo-. Había cientos, no, miles de fragmentos de espejos en aquella sala, una visión de gloria hecha añicos- por un momento algo brilló en sus ojos como si lo que acabara de decir hubiera activado algo en él-. Y luego salí de allí y vine y no me acuerdo de cómo llegué pero sí recuerdo al elfo- su tono de voz se iba haciendo cada vez más tenue- y cómo me habló de ti y cómo me sentí y después- apenas era un susurro- no sé cómo me dejé llevar por el sueño. No sé cómo no pude salir a buscarte antes.
El silencio que vino a continuación dejó a Ben con una extraña sensación de vacío, pero acompañada por algo parecido al alivio. En ese breve momento de respiro, en esa liberación, comprendió mejor que nunca lo que significaba compartir una carga. El significado verdadero de aquella expresión le pareció tan claro y tan evidente que la sorpresa de aquella revelación le transformó la expresión del rostro.
Giró la cabeza hacia Iori. Ben quería que fueran uno, que se buscaran el uno al otro y se hablaran sin limitaciones sin nada ni nadie que pudiera quebrar la unión. Entonces, ¿por qué había actuado como lo había hecho? ¿Por qué no contarlo desde el principio? Comprendió, entonces, que era su maldito orgullo, el que le habían creado, esa corona impuesta por estar en el momento y lugar adecuado y haber sobrevivido. Le habían colocado en un lugar en el que estaba solo y así había actuado en los últimos años. Supo que esa parte de sí mismo debía desaparecer.
Su mano volvió a posarse sobre su costado.
Quietud. En la cama y en la habitación. Incluso fuera. Las nubes impedían ver esa noche luna o estrellas, pero no parecía que fuese a llover. La mano de Ben se sentía fresca sobre su piel. Un contacto que Iori deseaba. Su cabeza, disparaba preguntas.
¿Dominik Hesse sabia sobre la presencia de un Ojosverdes?
¿Entró solo a semejante trampa?
De nuevo espejos. ¿Él era consciente de lo que le pasaba cuando había uno cerca?
Pero no salió ninguna de esas. Los labios de Iori se separaron lo justo para forzarse a hablar.
- Podía ser así desde el principio- su sinceridad. Su confianza en ella-. Necesito… Necesito que me dejes entrar, Ben- añadió sin moverse.
- Te necesito, Iori- contestó-. Pero cuando creo comprender qué significa eso, una parte de mi lo rechaza, se resiste a dejarme, una parte que desea luchar sola, que deambula por el mundo como una figura salida de cuentos y leyendas antiguas, una persona destinada a caminar por el mundo plagando el camino de hazañas e historias que contar, sin ningún tipo de ayuda, sin nadie en quién apoyarse- hizo una pausa y movió la mano medio palmo hacia otro lado-. No quiero esa vida.
En el tono de Ben podía intuirse un matiz de conflicto, casi como si forzara parte del discurso, como si le costara hablar. Sin embargo, su contacto, tenerla frente a él, le daba fuerza, el coraje necesario para pedirle ayuda, para decirle que la necesitaba.
Inspiró profundamente cerrando los ojos. Dejando que de nuevo la calma se sintiese pesada entre ambos esa noche.
Apartó la mano de Ben con un gesto suave y se deslizó para quedar sentada sobre sus rodillas en la cama. Separó las piernas y colocó en medio los dos brazos, para mantener mejor la postura usando cuatro puntos de apoyo.
Sus ojos seguían siendo negros, y su piel ardía.
- Está bien. Si ese es el precio a pagar lo acepto. Puedes hacer conmigo lo que quieras.
Lo observo a través de los mechones húmedos que caían desordenadamente sobre sus hombros.
- Fóllame y fállame cuando quieras. Pero vuelve a curarme después.
Parpadeó varias veces, asombrado por el contraste entre la potencia de sus palabras y su debilidad física. La miró de cabeza a los pies y luego cerró los ojos.
La lucha de aquel frágil cuerpo contra el potente veneno de los Ojosverdes era digno de las mejores historias. La mujer que luchaba contra las más oscuras y sucias artes, la mujer que tuvo la muerte en su interior, la mujer que podía haber muerto sola y traicionada. Que historia. Que relato para encender las masas y lanzarlas contra un enemigo. Que perfecto mártir, al modo de los cristianos, hubiera sido.
Lágrimas de rabia cayeron por el rostro de Sango. Cuanto mal le había causado. Que idiota había sido. ¿Qué sería de él si ella caía? ¿Qué pasaría con las promesas, con la esperanza del futuro? ¿Qué dolor igualaría la pérdida de dos corazones? ¿Cuál sería el camino más rápido para destruirse? Abrió los ojos.
- Iori, tenemos que descansar- dijo con la voz temblorosa-. Tenemos que recuperar fuerzas, estamos en peligro- trató de calmarse repitiendo las palabras de Cornelius-. Necesitamos descansar- no apartó sus ojos de ella.
Observó, sin perder detalle la expresión que componía el pelirrojo delante de ella. Intentó leer en sus gestos un atisbo de los pensamientos que cruzaban su mente.
Las lágrimas en cambio rompieron toda su concentración. Abrió mucho lo ojos, frente a él, sin dejar de mirarlo. Ver algo tan pequeño se sentía como un espadazo en el alma. No era la primera vez que veía lágrimas en él. Pero en aquella noche…
Se inclinó y prácticamente cayó contra Sango. Tuvo cuidado de apoyarse solamente en el hombro derecho, e intentó erguirse lo suficiente como para mirarlo frente a frente.
Los ojos oscuros buscaron con avidez las lágrimas. Reconoció el camino que habían hecho hasta perderse en su barba y Iori lo tomó de la mejilla.
Apoyó su cara contra la de él, y en un gesto ascendente fue subiendo despacio, limpiando con su piel la humedad en el rostro de Ben.
Estaban en peligro. Era cierto. Pero para ella…
- El peligro más grande es que me dejes atrás. Es perderte.
Volvió al frente y trató de mirarlo con concentración, intentando controlar los espasmos musculares que el veneno le causaba.
Apoyó la cara en la otra mejilla y repitió la acción, como si fuese un ritual. Sus rodillas avanzaron más en la cama, permitiendo que su cuerpo buscase acomodo contra el del Héroe ahora.
- Me dueles más que el veneno- murmuró en su oído antes de apoyar el mentón sobre la frente de Ben. Notó el frescor de las lagrimas apenas unos segundos, antes de que su temperatura corporal eliminase la sensación de su piel.
Se le erizó la piel con su contacto, con la extremada calidez de su piel, con sus gestos cargados de puro amor, con sus palabras tan llenas de ella misma. Sango suspiró lentamente. Sintiendo que el rechazo que había percibido al entrar en la habitación, se diluía en el pasado y daba paso a un reconocimiento de necesidad por ambas partes.
- No quiero ser un veneno- pasó las manos por su cintura, rodeándola con sus manos-. Nunca quise hacerte daño. Nunca...- Ben la necesitaba-. No quiero doler más que el veneno, quiero aliviar como el antídoto- besó su pecho mientras las manos buscaban aliviar el calor corporal de Iori.
Movio el cuerpo un poco más para que en el momento en el que Ben se aferró a su cintura ell ya se encontraba completamente pegada a él. Abrazo sus hombros, con cuidado sobre el izquierdo y estrechó el agarre.
Escucharlo suspirar hizo que su propia respiración se entrecortase un poco. Intercambió el mentón que tenía apoyado en su frente con su boca, y comenzó un camino cálido de besos, descendiendo de nuevo por el rostro de Ben.
- Eres ambos Ben- lo miró a los ojos mientras se sentaba sobre sus rodillas, con evidente dificultad para mantener el cuerpo en tensión.
Las manos del pelirrojo sobre ella se sentían frescas. Pero el resultado final era que acentuaban el calor. Notó el sudor bajar por sus sienes y tomó con ambas manos su nuca para tirar hacia ella.
- No puedes pedirme lo que no estés tú también dispuesto a hacer. No decidas que me quedaré en un lugar que tu consideras seguro solo para ir tu de cabeza al peligro- hizo un gran esfuerzo para volver a pegarse a él, para emprender el camino que la llevaba hacia sus labios. Se detuvo entonces, dudosa, ardiendo y sudando, sobre lo apetecible o no que podía parecerle a Ben su boca seca, sus labios cuarteados.
Demasiado calor.
Inclinó la cabeza a un lado y apoyó la frente contra el hueco del cuello de Ben.
Mucho calor.
- Quiero estar contigo-
Afirmó con pesadez, antes de deslizar un poco más la cabeza, para depositar un beso suave en su hombro. En el izquierdo.
- No me dejes atrás… por favor…- suplicó entonces, con la voz tensa por la emoción.
La fuerza de sus palabras le dejaba sobrecogido. Le golpeaban y a la vez le sujetaban con fuerza para que no cayera. Le recordaba lo que le había prometido, lo que él mismo había dicho y había incumplido. Las promesas de caminar juntos, de recorrer un camino juntos, de sortear los obstáculos incluso los que uno mismo era capaz de poner en mitad del camino, todo eso lo había descartado esa misma mañana al no contar con ella. Aquel sería un daño que tardaría en curar.
- No, no soy ambos. Al menos yo solo- hizo una pausa para mirarla a los ojos. Apretó sus manos allí donde estuvieran posadas-. Tú y yo, somos ambos. Estamos juntos.
No más decisiones unilaterales. No más apartar forzosamente por muy noble y estúpida que sea la intención. No. Iori y Ben, ambos, eran uno. Y así debía haber sido. Así debía ser y así iba a ser.
- No quedarás atrás, nunca- recalcó la última palabra. Se aferró a ella y agarrando con fuerza se levantó con ella entre sus brazos-. No habrá más peticiones imposibles, no habrá Ben sin Iori- giró e hincó una rodilla en la cama y se inclinó hacia delante dejando a Iori sobre el colchón-. Estaremos juntos, tú y yo- se apoyó con el brazo derecho sobre la cama y con la mano izquierda, peinó sus cabellos hacia un lado-. Y lo haremos juntos, al lado el uno del otro, nadie por delante ni por detrás- se inclinó hacia un lado y se dejó caer sobre la cama, a un palmo de distancia-. Te quiero Iori y nada hay que pueda cambiar lo que siento.
Ben quedó boca arriba con las palmas de las manos apoyadas sobre su propio pecho contando las veces que su corazón bombeaba con la fuerza de un ejército cargando contra una muralla. Sintiendo sus músculos arder.
La mestiza giró sobre su costado para mirar a Ben tumbado a su lado. Incorporó la cabeza y lo observó de hito en hito, dejando que aquellas palabras reverberasen en ella. Palabras que hablaban de un futuro. De un mundo de oportunidades. De sueños compartidos. Sueños que iban a crear juntos.
Dejó caer su cabeza de nuevo, agazapándose un poco más, cerca de él, irradiando calor pero sin tocarlo.
- Lo vi- murmuró mientras cerraba los ojos.
Fuera, el cielo que tapaba las estrellas había decidido dejar caer el agua que portaban las nubes sobre Lunargenta con mucha más intensidad. El aguacero se escuchó antes de que una adormecida Iori completase las palabras que le faltaban.
- Era un niño.
De nuevo silencio. El calor y el sudor en la piel de Iori se mantenían, pero los temblores que el veneno provocaba en su cuerpo parecían haberse calmado.
- Y tenía tus ojos- añadió arrastrando las palabras en un susurro, siendo difícil decir si eso ultimo lo dijo consciente o como parte del sueño en el que había caído.
Ben que había cerrado los ojos, los abrió y giró la cabeza para mirar con el ceño fruncido a una adormecida Iori que acababa de compartir con él una visión. La de un niño y además con sus ojos. ¿Cuánto habría de verdad en aquello? Qué más daba. Había soñado con un futuro.
Extendió una mano hacia ella y la dejó allí a media distancia. Un niño con sus ojos. Un niño de ojos verdes, que Iori había visto, era una imagen que le permitía soñar despierto. Una cálida y tierna sonrisa asomó al rostro de Sango. Seguro que ella lo sostenía entre sus brazos. ¿Acaso había algún otro lugar más seguro sobre la tierra?. Ensanchó la sonrisa. Él estaría a su lado, observando al niño y a la madre, como hacía ahora. Miró al techo. Imaginó la casa, apartada del resto, un valle amplio, un arroyo cayendo de las montañas, un campo grande donde plantar todo tipo de verduras, cereales, ballico para el ganado...
Cerró los ojos. Su cabeza siguió visualizando la escena, dibujando y coloreando, con imágenes que ella había estimulado, el futuro que tenían por delante.
Y así, vencido por el agotamiento, el sueño volvió a él.
Sango
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Abrió los ojos de golpe, con la parálisis de quien despierta de una pesadilla y necesita unos instantes para ubicarse. Sobre su cabeza, el artesonado blanco que decoraba la parte superior de la habitación del palacete. El lugar que, a aquellas alturas conocía tan bien.
Se relajó de nuevo, dejando que su respiración volviese a un ritmo normal.
Sentía la piel hirviendo, y pasó la mano por las sábanas que tenía bajo el cuerpo, solo para constatar lo que ya sabía. Estaban empapadas de sudor.
Ladeó la cabeza para mirar hacia los ventanales, aunque otra cosa captó toda su atención. Ben dormía a su lado. Su pecho subía y bajaba muy lentamente, con la cadencia del sueño profundo. El fuego de la chimenea había menguado, pero las pequeñas llaman parecían salir al encuentro de sus cabellos, haciéndolo brillar con un rojo intenso que la dejó anonadada por unos instantes.
Estaba vivo.
De una pieza y respirando a su lado. Y solo los Dioses sabían el miedo que había paralizado a Iori cuando había tenido noticia de que él había salido del Palacete. Su mirada se ensombreció ligeramente mientras lo miraba. Sentía ansias por extender los dedos hacia él, acariciar el perfil de su cara pero no quería molestarlo. No quería interrumpir su sueño mientras sentía que había un tipo de sentimiento nuevo en ella. La falsedad.
La mestiza había perdido el poco control que tenía cuando pensó en que los pasos de Ben marchándose de la propiedad de Justine pudiesen guiarlo hacia problemas serios con Dominik Hesse. Una situación en la que ella era el origen y de la que debía de responsabilizarse sin causarle más complicaciones a nadie. Imaginarlo en peligro por culpa de ella la había cegado, lanzándola a las calles buscando ella misma dar primero con aquello que pudiera dañar a Ben.
El vendaje que cubría su cuerpo permitía reconstruir como si fuese la interpretación de un mapa el daño que él había recibido. Bajo el blanco se podía ver el perfil irregular de la sangre retenida en las gasas. Se inclinó ligeramente hacia él evitando mover demasiado el colchón, y lo observó más de cerca.
El hombro izquierdo parecía tener la peor parte. Otra vez.
Una chispa irracional sacó lo peor de ella. Se alzó con premura y terminó dejando la cama, solo para caer de bruces sobre la alfombra que había a los pies. Notó la suavidad bajo el cuerpo y volvió el rostro para ver si Ben se había despertado con tan poco preciso movimiento. Dormía. El sueño de los justos. El sueño de los Héroes.
Se levantó tambaleante, intentando en esa ocasión controlar mejor su cuerpo errático, evitando que la descoordinación que el veneno le regalaba provocase algún ruido que lo pudiera despertar y avanzó hacia el ventanal.
El día había estado lleno de claros y lluvia, pero en aquel momento se podría decir que todas las nubes que portaban agua en la zona de Verisar estaban concentradas sobre Lunargenta. No dudó en dar un paso fuera cuando consiguió abrir la puerta que daba al balcón de reluciente piedra blanca.
Las luces de la ciudad, enturbiadas por la ingente agua que caía se veían suavizadas, dándole a la noche un aire fantasmal que la hizo sentir lejos de la calidez y claridad que había a sus espaldas, en el interior de la habitación. La lluvia empapó su cuerpo en apenas unos segundos, y la sensación de frío luchó contra la fiebre que la recorría. Aquello era vivificante de alguna manera, aunque su mente daba vueltas, anclada por completo en el cuerpo malherido que descansaba sobre la cama.
Cómo dolía mirarlo.
Levantó la barbilla cerrando los ojos, abandonándose a sentir los golpes de las gotas en su cuerpo, pero sin ser capaz de llegar a esa desconexión que ansiaba. Una que le permitiese alejar la tormenta que había en su cabeza, originada por él.
Sin poder controlarlo, la imagen fugaz de un Sango tirado en el suelo de una construcción abandonada apareció, y el grito de Iori al abrir los ojos se solapó con el trueno que retumbó en ese instante sobre la ciudad. Se asió con furia a la barandilla desde la que se veían los cuidados jardines y jadeó. Apenas había sido un segundo, pero suficiente como para que el pánico más absoluto se cerrase sobre su corazón, haciéndolo más pequeño, dificultándole cada latido.
No necesitaba mirar hacia atrás para saber que aquello no era real. El dormía. Respiraba. Le había dicho que la quería antes de que ambos cayesen rendidos. Por las heridas. Por el veneno...
Y sin embargo aquel miedo era intenso en ella. Uno nuevo, que no sabía cómo controlar. Se dejó caer sobre las rodillas, fijando los ojos en el agua que se amontonaba en cantidad sobre el suelo del balcón.
Comprendía mejor que nunca las palabras de Zakath.
"Quién pone el corazón en alguien, sin duda sufre"
Permaneció allí hasta que supo que su piel se había quedado helada, y se levantó despacio. Volvió al interior de la habitación sin prisa, dejando que la mayor parte del agua que humedecía su cuerpo mojase el fino suelo y las caras alfombras de la mujer que les había proporcionado refugio en Lunargenta. Y que había intentado compartir la cama con Sango.
Aquella idea apareció en su cabeza mientras la mestiza perfilaba con la mirada el cuerpo tendido del pelirrojo, profundamente dormido.
Nunca antes, jamás, le había importado el grado de intimidad que compartiesen sus amantes con otras personas.
Sin embargo... ahora...
Meneó la cabeza y trastabilló a solo unos metros de él. Pero aquello no hizo que el hambre que había nacido en ella se apagase. Al contrario, una necesidad muy primitiva, alejada de lo que era ella normalmente se apoderó de su mente, deseando poder probar con sus propias manos que el cuerpo herido del Héroe seguía de una sola pieza.
Acordó distancia y apoyó una rodilla en las sábanas, justo entre las piernas de Ben. Apenas dejo caer su peso sobre su magullado cuerpo. Pero lo que sí que acarició el vientre de Sango fue su cabello. Mojado, empapó suavemente las vendas que cubrían su torso.
Iori entrecerró los ojos observándolo. Ya era capaz de enfocar la vista mejor. Ver el desastre en su cuerpo despertaba en ella un agresividad que no encontraba contra donde dejarla estallar.
Sobre todo al observar el gesto que componía la cara de Ben mientras dormía bajo ella.
Acarició con los pulgares la curva de la pelvis masculina, perfilándola en un camino descendente hasta dar con el borde del pantalón. Observó la tela y aflojó el cierre para dejar libre la parte de Ben que necesitaba. La pieza que faltaba para arreglar su desastre de vida.
La que servía para conectarla a él. Engancharlos y fundirlos siendo uno. Esbozó una sonrisa, al recordar las palabras que él le había regalado hacia unas horas, y al ver aquella parte de su anatomía relajada.
Sabía bien que hacer para conseguir en ella la dureza necesaria. Bajó con el rostro y besó la zona del pubis despacio, dejando que su pelo mojado cubriese con caricias la cadera de Ben.
El sabor de su piel. El calor de su cuerpo.
Iori jadeó de anticipación, observando de cerca el miembro de Ben. Tomó la base entre los dedos para liberarla por completo de la prisión que era la tela, y besó la punta profundamente. Notó al momento el pálpito bajo la piel, evidenciando una ágil respuesta.
Estaba dormido, pero su cuerpo era sensible a ella. La mestiza apretó un poco más los labios sobre el extremo de su miembro, y antes de que más latidos la hiciesen crecer, abrió la boca lo justo para poder introducirla, apretando con sus labios cada palmo de su extensión hasta llegar a la base.
El despertar fue en fases. Del bullicio de los sueños a un súbito silencio. Las formas y figuras si es que las había, se desvanecieron en el oscuro telón que eran sus párpados. Y entonces, un breve instante de olvido, de reinicio en el que su mente viajó del sueño a la realidad. De algún lugar que ya no se acordaba, al santuario en el que se había convertido aquella habitación. A sus oídos llegaba el sonido del agua y el aire golpeando la ventana, y el roce de un cuerpo contra las sábanas. Oh.
Los recuerdos de la realidad golpearon todos juntos, al unísono. Los cientos de cortes, el hombro, la espalda, su corazón, su vida. Y aún así su cuerpo lanzaba otro tipo de estímulo, otro mensaje que poco se parecía al dolor. Oh.
Abrió los ojos y parpadeó al techo mientras se acostumbraba al despertar. Su cuerpo, flotaba sobre la cama, y el vaivén que notaba lo mecía como si estuviera en un barco en mitad de aguas calmas. Ladeó el cuerpo hacia el lado derecho y se incorporó levemente sobre su codo. Verla sobre él, con el pelo mojado, con su mano sobre su base, con su boca abierta recorriéndolo de arriba a abajo. Oh.
Su corazón se desbocó casi al instante. Ben acomodó la postura y recuperó la horizontalidad al tiempo que se llevaba la mano derecha a la cara para apartar unos mechones rebeldes que caían por su cara. Dejó escapar el aire antes de llevarse los nudillos a la boca y resoplar contra ellos. Resoplaba de puro placer.
La mestiza observó el movimiento a través de los mechones de cabello mojados. Ben estaba despierto. De varias maneras. La sonrisa que aquello le supuso quedó disimulada por lo que se traía entre manos. Subió poco a poco, apretando entre su lengua y su paladar la carne del pelirrojo, la cual palpitaba con rapidez. La notaba crecer dentro de su boca. Revestirse de la dureza con la que en ocasiones anteriores había disfrutado mientras la atrapaba dentro de su cuerpo.
Lamió toda la piel hasta la punta, y de nuevo volvió a bajar lentamente. Los dedos apretaron la base de forma acompasada al movimiento que hacia con su cabeza, mientras que la que tenía libre arañaba suavemente los huesos de su cadera.
Aquello era familiar para ella. Era terreno seguro. Tras el terror del día anterior, tras pensar que quizá lo había podido perder, atarlo a su cuerpo, tomar cada una de sus respiraciones y cada uno de sus latidos para ella la hacia sentir a salvo.
Con Ben bajo su cuerpo sabía que lo podía proteger. Arrastrarlo con ella dentro de aquella pasión ansiosa y asegurarse de que ninguna otra cosa que no fuera ella podía tocarlo.
El miembro del Héroe había alcanzado en poco tiempo su máxima dureza, y aquello llenó a Iori de jubilo internamente.
Estuvo a punto de caer en la premura de querer devorarlo. Hacerlo gritar y sacudir su pelvis, destrozando su autocontrol con la boca. Pero Iori quería ir despacio. Necesitaba saborear cada caricia. Recorrer con la lengua, haciendo círculos desde la punta y dejar que se derritiera despacio en su calor.
Fuera, la lluvia golpeaba el suelo de la terraza con mucha fuerza, llegando a salpicar hacia dentro por la puerta que estaba abierta.
Ben extendió la mano izquierda por su costado y hasta la cadera para interceptar sus dedos, acariciarlos y juguetear con ellos mientras el resto de su ser estaba completamente paralizado de puro placer. Su mano atrapó la de ella y apretó hasta que no pudo más. Una sonrisa, tapada por su propia mano, se había dibujado en sus rostro. Entrelazó sus dedos con los de ella y tiró de su mano hacia arriba
Sentía la tensión acumulada bajo ella en su cuerpo. Notaba como los músculos de Ben vibraban. La penetración que usaba era cada vez más lenta y profunda, más concentrada en él. Entregada a él.
Iori sintió su mano y fue a su encuentro. Dejó que la apretase hasta el dolor, y en respuesta la mestiza aferró la pequeña bolsa que había en la base de su miembro.
Noto placer en la pesada tibieza al sostenerla en la mano, y acaricio al compás de sus boca subiendo y bajando.
Quería escucharlo jadear. Y en ese momento imaginó que el día anterior lo habría hecho muchas veces. De dolor.
La furia la cegó un momento, haciendo que los que habían sido hasta entonces movimientos lentos y profundos subieran de intensidad, casi con violencia.
Soltó su mano y aferró con todos los dedos la cintura de Ben. Inspiró, llenando los pulmones del calor de su piel y su lengua recorrió con ansia su miembro sin que los labios relajaran un ápice la presión.
Quería sentirlo vivo bajo ella.
El guerrero gimió contra los nudillos, casi reprimiendo un aullido cuando la presión sobre su cadera quedó ensombrecida por la explosividad de sus movimientos sobre el miembro. Gimió más alto. Se mordió el índice. Dejó escapar el aire y se apoyó en hombros y talones para subir un poco más la cadera, separándose, ligeramente, de la cama. De pronto sus manos se lanzaron a por las muñecas de Iori y se aferró a ellas, cerrando los ojos y mordiéndose los labios, deleitándose con el rastro de sus labios, de su lengua, de ella.
Aquel sonido espoleó sus ansias. Iori cerró con fuerza los ojos, intentando concentrarse en todo lo que en él rebosaba vida.
Sintió el movimiento de su cadera, el cómo él mismo buscaba entonces marcar también el ritmo de las penetraciones.
Le ardían los labios por la fricción con su miembro. Y sin embargo Iori estaba dispuesta a llegar hasta la sangre para complacerlo. Para retenerlo bajo ella y escucharlo, sentirlo así durante un día entero.
Dejó que se agarrase a sus muñecas, pero tras unos instantes liberó una mano. A donde fue, Sango no lo sabría decir, ya que no era capaz de sentirla en ningún otro lugar de su cuerpo.
La mano izquierda de Sango cayó al colchón, libre ahora. Ben levantó la cabeza y miró a Iori solo para encenderse aún más y apretar con más fuerza su agarre con la mano derecha. Gimió con más intensidad.
Vivo. Pegado a ella. Sin nada que lo pudiera dañar.
Interponiendo su cuerpo entre Ben y el Universo si era preciso. La cabeza de Iori daba vueltas cuando sintió que el calor en las mejillas volvía a hacerse insoportable.
Estaba lista antes de asegurarse, pero deslizar los dedos por la humedad de su entrada sirvió para que la impaciencia en Iori hiciese arder la poca calma que le quedaba.
Deslizó una última vez su boca sobre el miembro del pelirrojo, haciendo chasquear la lengua sobre su punta, justo antes de liberarlo. Iori se irguió clavando la vista en él y subió a su cadera separando las piernas.
Prácticamente cayó sobre él, mareada, preocupándose por el daño que había podido hacerle a Ben con aquello. Sin ser consciente que aun con las heridas, el peso del cuerpo de la mestiza estaba lejos de lastimarlo seriamente.
Lo tomó por las mejillas y lo miró con una tormenta en los ojos. Había algo más de azul en ella. Y había olor a lluvia en su frío cuerpo.
La mestiza estaba helada.
- Ben, mírame, mírame - rogó mientras que con la cadera hacia movimientos ondulantes, que perfilaban el miembro del Héroe contra su entrada.
No hizo falta que se lo pidiera. Sus ojos eran incapaces de ver otra cosa que no fuera ella, su pelo, su rostro, sus ojos azules, su belleza. Acarició sus húmedos muslos y arrastró los dedos por su piel en un lento ascenso que terminó agarrando su cintura. Sus dedos se amoldaron perfectamente a los movimientos de Iori, pero quería algo más. Buscaba sus manos.
Arqueó la espalda en respuesta a sus caricias sin dejar de mirarlo. Buscaba grabar aquella imagen de Ben.
Su cabello revuelto, brillando a la mortecina luz de la lumbre. Mojado por su propio pelo, por el sudor de él… los ojos verdes la observaban por completo. Veía la excitación en ellos, una mirada que Iori era capaz de identificar con sencillez en cualquiera.
Pero no solo era pasión. Él mostraba mucho más. Había en su expresión algo enfebrecido por el sexo, sí, pero además veía algo que ella definiría como adoración.
La mirada pura del Héroe reflejaba de ella una imagen que la mestiza no merecía.
Sentía que no solo con sus palabras o con la conexión física se lo decía. Aquellos ojos chillaban que ella era única para él.
Sintió ganas de llorar.
Enterró los labios, hinchados por el sexo oral previo contra la boca de Ben.
Sin darle tiempo a responder al beso giró la cadera de manera que su miembro encontró el camino natural para deslizarse dentro.
Hizo que la llenase con rudeza, queriendo sentir como su paso en ella abrasaba cada centímetro que podía tocar.
Pensar en lo cerca que había estado de perderlo la enloquecía, y hacia que tendiese a practicar un sexo duro y bruto en lugar del más tierno que había sido habitual en sus últimos encuentros.
Deslizó una mano hacia la nuca de Ben, para mantener la presión sobre él y no cortar su beso, sintiendo que bebía vida de sus labios.
Él estaba allí con ella.
Lo inesperado del movimiento le hizo ahogar a Ben un grito en su boca. Mordió sus labios y abrazó en la medida de lo que pudo a Iori. Apretaba sus caderas, su espalda sus hombros. Y volvió a insistir en buscar su manos. Las necesitaba. Necesitaba sentir que la unión era completa, que ambos se aferraban el uno al otro, que no se dejarían caer, que se agarraría, que tirarían el uno del otro. Que serían uno, juntos.
Los movimientos de Iori sobre él estaban desatados. En sus besos, el pelirrojo podía saborear las gotas de lluvia que habían enfriado su cuerpo. Gotas de lluvia mezcladas con, ¿sal?
La habitación se estaba quedando muy fría, pero el cuerpo de ambos estaba subiendo de temperatura. Iori ardía en cada zona que el acariciaba, y la fiebre volvía a hacer mella en ella de forma asfixiante.
Comprendiendo qué era lo que más anhelaban sus manos y fue a su encuentro. La morena deslizó los dedos entre los de Sango y cerró con fuerza, clavando la cadera hasta el fondo.
Había tanto que quería decir…
No vuelvas a dejarme atrás. Si pretendías darme de lado hubiera sido mejor que no me dieses aquel beso en las catacumbas. Si de verdad me quieres debes de protegerte por encima de todo. Te quiero. Te quiero. Te amo. No me dejes. Quiero hacerte feliz. Por los Dioses no me dejes. Si te sucediese algo…
Muero.
Iori gimió y sintió que las fuerzas se le escapaban en aquel instante. Se dejó caer por completo sobre él, notando que la tensión acumulada en su cuerpo había sido demasiado. Respiró con dificultad, mientras trataba de mantener aunque más lentos los movimientos de sus pelvis unidas.
Había tanto que quería decir… y sin embargo… la angustia exterminaba las palabras en su garganta.
No había forma humanamente posible de que sus cuerpos estuvieran más unidos. Sus dedos enredados, sus pieles húmedas, los vaivenes del sexo, de la perfecta unión. Ben besó su mejilla en repetidas ocasiones y emuló los movimientos de Iori, acariciando su mejilla con la de él.
- Te quiero - apretó con las manos -. Mucho - ahora era él el que se movía lentamente bajo ella -. Nada cambiará lo que siento por ti. Nada - se removió bajo ella forzando la postura, pero alcanzando el perfecto equilibrio entre la incomodidad de las heridas y el placer de las profundas penetraciones -. Muchísimo- enterró sus labios entre sus cabellos buscando besar todo lo que hubiera más allá de la oscura y húmeda cortina.
Aquellas palabras disparaban las emociones en ella. Sentir bendición y maldición al mismo tiempo era una empresa casi imposible, pero con Sango era capaz de sentir que con solamente susurrar aquello la catapultaba a un lugar en el que la dicha y el miedo se mezclaban a partes iguales.
Jadeó de forma contenida, aunque los movimientos de Sango en ella hacían que su interior se contrajese de forma palpable. La humedad por la que él se deslizaba, la que los conectaba hacía que la mestiza moviese la cadera en respuesta a cada penetración que él realizaba.
Movió el rostro, buscando que los labios del pelirrojo, los besos que él le dedicaban cayesen por todas partes. Necesitaba sentir aquel contacto, sentir que sus palabras correspondían con sus acciones.
Que era verdad que había amor para ella en el mundo.
Ben apretaba y aflojaba la presión que ejercían los dedos sobre sus manos, casi soltando y luego arrastrando las yemas de los dedos por la piel de sus manos, notando cada cada uno de los huesecillos de la mano, estudiando su relieve, memorizando cada pulgada de su piel.
Sus bocas se encontraron de forma intensa para separarse instantes después. Ben buscaba llegar a todas partes con sus labios, con su lengua, con el amor que sentía hacia ella y que era incapaz de expresar en su totalidad, pero no cejaba en su empeño de demostrárselo, de hacer que ambos guardaran recuerdo de lo que compartían. Le quitó el aliento con uno de los besos, arrastró su labio inferior entre los de él y gimió. Gimió sintiendo que el fin de aquel momento tan íntimo, tan precioso, estaba por llegar.
Había tanta diferencia entre el tamaño de ambos. Con una mano de Ben podría cubrir dos de ella, y más en el estado de delgadez en el que se encontraba. Sin embargo, cada gesto, aunque cargado de ansia y deseo, estaba lleno de delicadeza hacia ella.
Apretaba pero sin quebrar. Arrastraba pero sin arañar. Presionaba pero sin lastimar.
Ben la cuidaba a cada instante, aunque Iori se sentía próxima a perder del todo la cabeza. Jadeó contra su boca cuando él tomó su labio inferior y ondeó la cadera contra los movimientos de penetración que él marcaba.
Lo sintió temblar bajo ella, mientras la mestiza observaba que a la delicadeza que él guardaba para ella, la morena le devolvía dentelladas y arañazos por toda la piel que era capaz de alcanzar.
Cerró los ojos y alzó el rostro hacia el techo de la habitación, dejándose cegar por la plenitud de sentir el golpe de calor en su interior, clavando la cadera contra la de Sango.
Lo único que sentía en medio de la oscuridad eran los espasmos de sus cuerpos y la humedad de sus pieles mezclándose.
Tras unos segundos, sentada sobre él, intentando recuperar la respiración, la mestiza se abrazó a sus hombros, hundiendo la cara contra el cabello rojo de Ben. Aquel era el único calor que estaba dispuesta a soportar esa noche. El suyo.
Ben gimió al sentir su abrazo sobre sus hombros, su peso sobre su pecho, su extremada calidez sobre él. Las manos del pelirrojo recorrieron lentamente su espalda, desde la cadera hacia los hombros, preguntándose si había forma de estar, físicamente, más unidos. Su respiración, en proceso de recuperación, agitaba los húmedos cabellos de la morena que caían por su rostro, haciendo que se sintiera como perdido en un bosque del que no quería salir.
Movió la cabeza hacia ella y encontró su mejilla que acarició con la suya antes de girar la cabeza y darle un beso largo. Al separarse volvió a pegar su mejilla a la de ella y suspiró. Sus manos, ahora, iban de los hombros a la cadera.
Ella se sentía cansada. Agotada mientras las manos de Ben la acariciaban. La hacían sentir que bajo ellas, una persona podría encontrar vida y muerte al mismo tiempo. La vida que él le daba con su roce. La muerte que era capaz de proporcionar a las personas que habían alzado armas contra él en algún momento, encontrando término a sus vidas.
Apoyó la mejilla dejando caer el peso de su cabeza contra él, mientras pensaba en los tres cazarrecompensas que los habían sorprendido juntos en la posada de su primer encuentro. Hacía ya una semana en Lunargenta.
Recordó la facilidad con la que frente a él había sido capaz de dejarse llevar para llorar, de una forma infantil. Mostrando con claridad la tortura que suponía para ella llevar dentro la historia malograda de sus padres. Y qué fácil había sido para él ver en ella. Desde el primer instante. Apartar las sombras y encontrar los últimos guijarros de luz, perdidos en el caos de quién era ella.
- A la mañana sentí que me enfadaba verdaderamente contigo. Y conmigo - comenzó a hablar, clavando los ojos en el ventanal a un lado de ellos, sin apartar la mejilla de Sango.
- Me molestó tanto tu forma de hablarme... de decidir por mí... y sentí que nunca nadie había conseguido ponerme a ese límite. Nadie había conseguido hacer que me sintiese herida con un puñado de palabras de esa manera. -
Quería que él lo supiera. Sabía que debía de hablar con sinceridad. Y la forma que tenía de latir su corazón le estaba pasando factura. Comenzó a sentirse más agotada que minutos antes, cuando estaba subida moviéndose sobre él.
- Si no me hubiera dejado llevar - empezó - Si tan solo las armas no me fueran tan familiares - negó con la cabeza acariciando su mejilla -. Si me lo hubieras dicho... si tan solo me hubieras llamado, solo mi nombre: "Ben". Te habría mirado - la mirada de Sango se había perdido en algún lugar de la habitación - Habría comprendido, habría podido vencer...- sus manos se habían detenido y sus músculos se habían tensado -. Fui un completo idiota, Iori. Lo siento. -
Su disculpa la hizo apretar los dientes.
No era eso lo que la iba a ayudar. No era lo que pretendía. No había forma de cambiar el pasado, pero sí podían tomar el presente con sus manos y hacer las cosas de otra manera. Juntos.
Su nombre.
"Ben". Aquella palabra resonó en la mente de Iori. ¿En qué momento había comenzado a ser Ben y no Sango? Ah... sí... lo recordaba... Cuando despertó, llena de dolor el día que había matado a Hans. Recordaba cómo las manos sanadoras de Amärie habían activado todos sus nervios transmitiéndole un gran padecimiento. Aquello no era nuevo. Sabía que desde salir del templo en el que dejó a Tarek aquel era el resultado en ella cuando un elfo usaba su don.
Lo que había sido nuevo era el rechazo que producía en ella un dolor que hasta entonces había sido alivio. Que había buscado conscientemente, causado por otros u originado por ella misma. Uno que le permitía escapar del infierno de revivir...
Y sin embargo, tras despertar en aquel instante Iori necesitaba alejarse de aquel sufrimiento. No era lo que su cuerpo ni su mente querían. Y entonces había salido aquel nombre de sus labios.
Lo había llamado de aquella manera y había buscado con urgencia el contacto de sus manos, el vínculo con sus ojos. Él la había hecho sentir aliviada, más que ninguna otra cosa de las que había experimentado en los últimos meses. Imaginó que era el aura de Héroe, que en esa capacidad radicaba en parte su poder, su carisma y la influencia que ejercía sobre las personas que lo conocían.
Se había sentido dichosa cuando él se había acercado, solícito, cuando la había agarrado y no había apartado los ojos de ella, intentando tranquilizarla. Haciéndola sentir...
Jadeó de nuevo. El calor de la fiebre torturaba su cuerpo, pero prefería aquello a perderse el abrazo que los unía a ambos.
Notó la tensión en el cuerpo sobre el que estaba sentada, de aquella manera tan íntima, y por toda respuesta Iori meció la cadera en el punto que todavía los unía a ambos. Giró con rudeza la cara y besó la frente del Héroe, en un gesto que pretendía ser tierno pero que resultó ligeramente feroz.
- Yo no sé... no sé muy bien cómo... comportarme. No sé qué hacer cuando se trata de ti. Algo que no sea esto - clavó su pelvis contra él para hacer evidente que se refería al sexo que compartían. Se apartó lo suficiente como para tomarlo por las mejillas y volver el rostro de ambos para que sus miradas conectasen.
- Cuéntame Ben, ¿Qué hiciste? ¿Qué fue lo que ha sucedido para que terminases así? - la mirada azul era acuciante mientras recorría superficialmente el cuerpo vendado que escondía sus heridas. Ladeó la cabeza y observó el hombro izquierdo, tan dañado. El mismo que había quedado casi destrozado cuando él había quedado peleando por ella en las catacumbas.
El ceño femenino se frunció, escondiendo un gesto que reflejaba dolor.
El inesperado movimiento de cadera le sacó el aire del cuerpo y apretó con los dedos su delicada figura. Ben la miró a los ojos, negando levemente con la cabeza. No es necesario que hagas nada, pensó, sólo déjate llevar. Pero no se lo dijo. Una pregunta se lo impidió. Cientos de respuestas se le vinieron a la cabeza, desde discursos patrióticos que había escuchado durante su formación, hasta la gloria de entrar en los cantos de bardos, escaldos y ancianos que transmitirían sus hazañas a las generaciones posteriores. Sin embargo, su pregunta no podía ser contestada con aquellas generalidades que, además, en esos momentos, ni creía ni sentía.
- Luchar - contestó -. Eran muchos, y con un objetivo muy concreto - movió la cabeza para acomodarla sobre los cojines [color=#009900]-. Mi corazón ardía de rabia al saber lo que planeaban, al sentir que una docena de espadas apuntaban en tu dirección. Mi sangre hervía al saber que estabas en peligro. Entonces, hice lo que llevo haciendo casi la mitad de mi vida: luchar - [color=#009900] parpadeó lentamente -. Me hirieron, me hicieron daño, pero yo les arrebaté sus miserables vidas. Esos bastardos querían matar una parte de mi, pero se lo impedí. Se lo impedimos - su mirada se había endurecido, como su tono de voz
-. Los guardias de Dominik fueron los siguientes, no tuvieron oportunidad alguna contra la furia que bombeaba un corazón desatado. Y al final - hizo una pausa para tomar aire -, ese cabronazo escapó, me la jugó con algún truco de hechicería y creí pelear con otra docena de guerreros...- apartó la mirada un instante, lo suficiente, creyó, como para esconder la vergüenza que sentía -. Resultaron ser espejos. Luché contra mi mismo y contra el tiempo aun cuando sabía que era posible que un Ojosverdes iba tras de ti. Él me lo reveló. Pensé que era un juego, una sucia forma de ganar tiempo...- cerró los ojos e hizo una mueca de dolor -. Y me equivoqué. Otra vez - parpadeó y fijó su mirada en ella quedando en silencio mientras la culpa le devoraba por dentro.
La mirada azul estaba clavada en él, de la misma forma profunda en la que lo mantenía retenido dentro de su cuerpo. Las expresiones de su rostro le permitían leer en él sus sentimientos. Aquellos que no expresaba con palabras, pero que quedaban implícitos en el relato.
Iori pudo ver rabia. Una negra ira. Furia ciega y un poco de desesperación. Y culpa. También vio culpa y arrepentimiento en sus gestos.
Los espejos de nuevo.
El Ojosverdes.
La muerte de sus padres.
La mestiza se inclinó de nuevo y cortó la unión de sus miradas cuando sus labios se encontraron.
Lo besó muy despacio, mientras fuera la lluvia caía de forma casi torrencial, llenando todo con su sonido golpeando la piedra del balcón.
Los labios de Iori buscaron despacio los de Ben, dejando caer de nuevo su peso sobre él. Abrazó por los hombros al guerrero y trató de transformar con sus lentas caricias aquellos sentimientos.
La rabia por sosiego. La ira por calma. La furia convertirla en control.
La culpa por confianza en ellos. Y el arrepentimiento por fortaleza.
Lo hizo más despacio que nunca, intentando hacerlo sentir curado como él hacía con ella. La mestiza se entregó en cuerpo y alma en sus labios, mientras intentaba controlar el miedo que se retorcía dentro de ella repitiendo unas mismas palabras.
Casi te pierdo
Sus besos, y sus delicados gestos relajaron al pelirrojo y le transmitieron una cantidad abrumadora de sentimientos que se veían amplificados por la suavidad y delicadeza de sus gestos. Ben estaba completamente entregado a la intimidad del momento, terriblemente conmovido y al borde de derrumbarse bajo ella.
- Sufrimos y sangramos al mismo tiempo, nos recuperamos a la par - se detuvo antes de que la voz le fallara y recibió los labios de la morena en los que se recreó, bebiendo del amor que desprendían -. Si te llegara a pasar algo más grave - carraspeó levemente -. ¿Por qué saliste? - preguntó casi en un lamento que ahogó contra sus labios mientras agarraba con fuerza a la mestiza -. Ah...- negó con la cabeza -. Los corazones laten con fuerza. Estamos vivos y eso es lo único que importa - cerró los ojos y aspiró su aroma.
Agazapada como un carnívoro sobre su presa. Solo que comiéndolo a besos. La mestiza se sorprendía de que pudiera salir de ella tanta delicadeza. Tratar a Ben con el cuidado que emplearía para no dañar a una figura de cristal.
Llenarlo despacio del amor que ardía en ella.
Dejó que tras sus preguntas fuesen sus besos y caricias las que respondieran, hasta separarse ligeramente y apoyar el mentón sobre el pecho del pelirrojo, mirándolo.
- Salí porque no había nada aquí que me retuviera - murmuró recordando el momento en el que se enteró de que Sango había salido del Palacete. - Salí porque todo lo que me importa estaba fuera. Por las calles. Buscando un problema que yo misma he creado. Salí porque necesitaba arreglarlo. Salí porque realmente Cornelius tiene razón. A tu lado soy mejor. Lejos de ti mi cabeza… - apartó la vista antes de que Ben pudiese ver la sombra de la tortura que sentía dentro, al no ser capaz de controlar aquel mal que anidaba en ella.
Se incorporó ardiendo todavía y miró hacia el ventanal. El calor de la habitación había comenzado a empañar los cristales por dentro, en contraposición con el frío que se hacia presente en el exterior junto con el enorme aguacero.
Alzó la cadera y pasó la pierna sobre la cintura de Sango, rompiendo la conexión de ambos y sentandose al borde de la cama.
Sabia que era su turno.
- No sabía a dónde ir. Cómo buscar. Carezco por completo de vuestras habilidades - Sango, Zakath, Cornelius - Me guio el ansia de dar con Dominik. Pensaba que cuando lo viese delante estaría preparada y sabría qué hacer. Fue el Ojosverdes quien me encontró. La verdad que parecía estarme buscando. Ahora entiendo que fue él quien le dio la información. Ese maldito Hesse. - alzó una mano despacio y se la pasó por el cuello, apartando la humedad que cubría su piel.
La observó en silencio, contemplando su delgadez, el costado vendado, las heridas de los arañazos en la espalda, la fina película de humedad que cubría su piel. Luego, su mirada, con un terrible esfuerzo, se apartó de ella y fue hacia la empañada cristalera.
- Me gusta que digas eso, que somos mejores el uno al lado del otro - la lluvia golpeaba con dureza el cristal -. De eso se trata todo esto, ¿verdad? Somos - titubeó y alzó las cejas sorprendido por lo que estaba a punto de decir -. Somos una pareja y tenemos que hacernos mejor el uno al otro - estiró una mano en su dirección al tiempo que devolvía su mirada sobre ella.
Los besos, las caricias y el amor habían tenido un efecto tremendamente balsámico sobre el ánimo de culpabilidad que sufría el pelirrojo. Aliviada esa presión, había sido capaz de mirar hacia delante, de proyectar su mirada hacia qué sería lo siguiente.
- Ven - llamó -, deberíamos descansar. -
Pero Iori se había quedado perpleja.
Pareja.
Se había quedado muy quieta, de espaldas a él con la vista clavada en la cristalera que tenía delante. Se levantó muy despacio, queriendo controlar al máximo sus movimientos. Necesitando concentrarse en ellos para poder avanzar mientras su cuerpo continuaba limpiando los últimos rastros de veneno.
- Tengo calor... - musitó avanzando muy despacio hasta la salida al gran balcón de piedra blanca.
La mestiza apoyó la mano en el marco, a solo unos centímetros del lugar en el que la diferencia de temperaturas había conseguido empañar el cristal, revelando dos símbolos ocultos que el pelirrojo había trazado hacía unas noches en el vidrio.
Parecía la palabra obvia. Evidente. Natural y lógica.
Una que definiría perfectamente el punto en el que ambos estaban. Pareja. Eran dos personas que compartían un vínculo fuerte. Un interés mutuo y una más que evidente atracción física que se reflejaba en los encuentros sexuales que compartían. Cuando se miraban la electricidad recorría el aire entre ellos, de una forma similar a los rayos en aquella noche sobre la capital. ¿Serían también visibles para los demás?
Desde luego Iori no los veía, pero era incapaz de mantenerse ajena a su efecto. No todo lo que existe es perceptible con los ojos. Y el deseo que nacía en ella por Ben la controlaba y esclavizaba más que ninguna otra apetencia en la vida.
¿Pero pareja?
En la mente de la mestiza aquella palabra le produjo un vértigo que no supo cómo encauzar. Sonaba a algo formal. Sonaba a establecerse en algún lugar, construir un hogar y como siguiente paso natural, llenarlo de niños. Su respiración se aceleró espoleada por el miedo.
No, ella jamás podría tener una vida de pareja convencional.
Pero ahora que lo había conocido, que habían conectado, ¿vivir sin él? Sintió la tentación de volver a salir al balcón, dejar que la lluvia la empapase y echar un grito al cielo que nadie excepto los Dioses escucharan salir de su boca.
Contempló los fogonazos de luz perfilando las nubes sobre Lunargenta, mientras en su mente una idea cobraba forma poco a poco. Iori entendió que Ben había sido capaz de componer de alguna forma su corazón, y romperlo en aquella relación.
Roto para asegurarse de que de esa manera, Iori no sería capaz de volver a amar a nadie más.
Cerró los ojos y dio un paso al frente, recibiendo por segunda vez en la madrugada el frío abrazo de la lluvia.
Se relajó de nuevo, dejando que su respiración volviese a un ritmo normal.
Sentía la piel hirviendo, y pasó la mano por las sábanas que tenía bajo el cuerpo, solo para constatar lo que ya sabía. Estaban empapadas de sudor.
Ladeó la cabeza para mirar hacia los ventanales, aunque otra cosa captó toda su atención. Ben dormía a su lado. Su pecho subía y bajaba muy lentamente, con la cadencia del sueño profundo. El fuego de la chimenea había menguado, pero las pequeñas llaman parecían salir al encuentro de sus cabellos, haciéndolo brillar con un rojo intenso que la dejó anonadada por unos instantes.
Estaba vivo.
De una pieza y respirando a su lado. Y solo los Dioses sabían el miedo que había paralizado a Iori cuando había tenido noticia de que él había salido del Palacete. Su mirada se ensombreció ligeramente mientras lo miraba. Sentía ansias por extender los dedos hacia él, acariciar el perfil de su cara pero no quería molestarlo. No quería interrumpir su sueño mientras sentía que había un tipo de sentimiento nuevo en ella. La falsedad.
La mestiza había perdido el poco control que tenía cuando pensó en que los pasos de Ben marchándose de la propiedad de Justine pudiesen guiarlo hacia problemas serios con Dominik Hesse. Una situación en la que ella era el origen y de la que debía de responsabilizarse sin causarle más complicaciones a nadie. Imaginarlo en peligro por culpa de ella la había cegado, lanzándola a las calles buscando ella misma dar primero con aquello que pudiera dañar a Ben.
El vendaje que cubría su cuerpo permitía reconstruir como si fuese la interpretación de un mapa el daño que él había recibido. Bajo el blanco se podía ver el perfil irregular de la sangre retenida en las gasas. Se inclinó ligeramente hacia él evitando mover demasiado el colchón, y lo observó más de cerca.
El hombro izquierdo parecía tener la peor parte. Otra vez.
Una chispa irracional sacó lo peor de ella. Se alzó con premura y terminó dejando la cama, solo para caer de bruces sobre la alfombra que había a los pies. Notó la suavidad bajo el cuerpo y volvió el rostro para ver si Ben se había despertado con tan poco preciso movimiento. Dormía. El sueño de los justos. El sueño de los Héroes.
Se levantó tambaleante, intentando en esa ocasión controlar mejor su cuerpo errático, evitando que la descoordinación que el veneno le regalaba provocase algún ruido que lo pudiera despertar y avanzó hacia el ventanal.
El día había estado lleno de claros y lluvia, pero en aquel momento se podría decir que todas las nubes que portaban agua en la zona de Verisar estaban concentradas sobre Lunargenta. No dudó en dar un paso fuera cuando consiguió abrir la puerta que daba al balcón de reluciente piedra blanca.
Las luces de la ciudad, enturbiadas por la ingente agua que caía se veían suavizadas, dándole a la noche un aire fantasmal que la hizo sentir lejos de la calidez y claridad que había a sus espaldas, en el interior de la habitación. La lluvia empapó su cuerpo en apenas unos segundos, y la sensación de frío luchó contra la fiebre que la recorría. Aquello era vivificante de alguna manera, aunque su mente daba vueltas, anclada por completo en el cuerpo malherido que descansaba sobre la cama.
Cómo dolía mirarlo.
Levantó la barbilla cerrando los ojos, abandonándose a sentir los golpes de las gotas en su cuerpo, pero sin ser capaz de llegar a esa desconexión que ansiaba. Una que le permitiese alejar la tormenta que había en su cabeza, originada por él.
Sin poder controlarlo, la imagen fugaz de un Sango tirado en el suelo de una construcción abandonada apareció, y el grito de Iori al abrir los ojos se solapó con el trueno que retumbó en ese instante sobre la ciudad. Se asió con furia a la barandilla desde la que se veían los cuidados jardines y jadeó. Apenas había sido un segundo, pero suficiente como para que el pánico más absoluto se cerrase sobre su corazón, haciéndolo más pequeño, dificultándole cada latido.
No necesitaba mirar hacia atrás para saber que aquello no era real. El dormía. Respiraba. Le había dicho que la quería antes de que ambos cayesen rendidos. Por las heridas. Por el veneno...
Y sin embargo aquel miedo era intenso en ella. Uno nuevo, que no sabía cómo controlar. Se dejó caer sobre las rodillas, fijando los ojos en el agua que se amontonaba en cantidad sobre el suelo del balcón.
Comprendía mejor que nunca las palabras de Zakath.
"Quién pone el corazón en alguien, sin duda sufre"
Permaneció allí hasta que supo que su piel se había quedado helada, y se levantó despacio. Volvió al interior de la habitación sin prisa, dejando que la mayor parte del agua que humedecía su cuerpo mojase el fino suelo y las caras alfombras de la mujer que les había proporcionado refugio en Lunargenta. Y que había intentado compartir la cama con Sango.
Aquella idea apareció en su cabeza mientras la mestiza perfilaba con la mirada el cuerpo tendido del pelirrojo, profundamente dormido.
Nunca antes, jamás, le había importado el grado de intimidad que compartiesen sus amantes con otras personas.
Sin embargo... ahora...
Meneó la cabeza y trastabilló a solo unos metros de él. Pero aquello no hizo que el hambre que había nacido en ella se apagase. Al contrario, una necesidad muy primitiva, alejada de lo que era ella normalmente se apoderó de su mente, deseando poder probar con sus propias manos que el cuerpo herido del Héroe seguía de una sola pieza.
Acordó distancia y apoyó una rodilla en las sábanas, justo entre las piernas de Ben. Apenas dejo caer su peso sobre su magullado cuerpo. Pero lo que sí que acarició el vientre de Sango fue su cabello. Mojado, empapó suavemente las vendas que cubrían su torso.
Iori entrecerró los ojos observándolo. Ya era capaz de enfocar la vista mejor. Ver el desastre en su cuerpo despertaba en ella un agresividad que no encontraba contra donde dejarla estallar.
Sobre todo al observar el gesto que componía la cara de Ben mientras dormía bajo ella.
Acarició con los pulgares la curva de la pelvis masculina, perfilándola en un camino descendente hasta dar con el borde del pantalón. Observó la tela y aflojó el cierre para dejar libre la parte de Ben que necesitaba. La pieza que faltaba para arreglar su desastre de vida.
La que servía para conectarla a él. Engancharlos y fundirlos siendo uno. Esbozó una sonrisa, al recordar las palabras que él le había regalado hacia unas horas, y al ver aquella parte de su anatomía relajada.
Sabía bien que hacer para conseguir en ella la dureza necesaria. Bajó con el rostro y besó la zona del pubis despacio, dejando que su pelo mojado cubriese con caricias la cadera de Ben.
El sabor de su piel. El calor de su cuerpo.
Iori jadeó de anticipación, observando de cerca el miembro de Ben. Tomó la base entre los dedos para liberarla por completo de la prisión que era la tela, y besó la punta profundamente. Notó al momento el pálpito bajo la piel, evidenciando una ágil respuesta.
Estaba dormido, pero su cuerpo era sensible a ella. La mestiza apretó un poco más los labios sobre el extremo de su miembro, y antes de que más latidos la hiciesen crecer, abrió la boca lo justo para poder introducirla, apretando con sus labios cada palmo de su extensión hasta llegar a la base.
El despertar fue en fases. Del bullicio de los sueños a un súbito silencio. Las formas y figuras si es que las había, se desvanecieron en el oscuro telón que eran sus párpados. Y entonces, un breve instante de olvido, de reinicio en el que su mente viajó del sueño a la realidad. De algún lugar que ya no se acordaba, al santuario en el que se había convertido aquella habitación. A sus oídos llegaba el sonido del agua y el aire golpeando la ventana, y el roce de un cuerpo contra las sábanas. Oh.
Los recuerdos de la realidad golpearon todos juntos, al unísono. Los cientos de cortes, el hombro, la espalda, su corazón, su vida. Y aún así su cuerpo lanzaba otro tipo de estímulo, otro mensaje que poco se parecía al dolor. Oh.
Abrió los ojos y parpadeó al techo mientras se acostumbraba al despertar. Su cuerpo, flotaba sobre la cama, y el vaivén que notaba lo mecía como si estuviera en un barco en mitad de aguas calmas. Ladeó el cuerpo hacia el lado derecho y se incorporó levemente sobre su codo. Verla sobre él, con el pelo mojado, con su mano sobre su base, con su boca abierta recorriéndolo de arriba a abajo. Oh.
Su corazón se desbocó casi al instante. Ben acomodó la postura y recuperó la horizontalidad al tiempo que se llevaba la mano derecha a la cara para apartar unos mechones rebeldes que caían por su cara. Dejó escapar el aire antes de llevarse los nudillos a la boca y resoplar contra ellos. Resoplaba de puro placer.
La mestiza observó el movimiento a través de los mechones de cabello mojados. Ben estaba despierto. De varias maneras. La sonrisa que aquello le supuso quedó disimulada por lo que se traía entre manos. Subió poco a poco, apretando entre su lengua y su paladar la carne del pelirrojo, la cual palpitaba con rapidez. La notaba crecer dentro de su boca. Revestirse de la dureza con la que en ocasiones anteriores había disfrutado mientras la atrapaba dentro de su cuerpo.
Lamió toda la piel hasta la punta, y de nuevo volvió a bajar lentamente. Los dedos apretaron la base de forma acompasada al movimiento que hacia con su cabeza, mientras que la que tenía libre arañaba suavemente los huesos de su cadera.
Aquello era familiar para ella. Era terreno seguro. Tras el terror del día anterior, tras pensar que quizá lo había podido perder, atarlo a su cuerpo, tomar cada una de sus respiraciones y cada uno de sus latidos para ella la hacia sentir a salvo.
Con Ben bajo su cuerpo sabía que lo podía proteger. Arrastrarlo con ella dentro de aquella pasión ansiosa y asegurarse de que ninguna otra cosa que no fuera ella podía tocarlo.
El miembro del Héroe había alcanzado en poco tiempo su máxima dureza, y aquello llenó a Iori de jubilo internamente.
Estuvo a punto de caer en la premura de querer devorarlo. Hacerlo gritar y sacudir su pelvis, destrozando su autocontrol con la boca. Pero Iori quería ir despacio. Necesitaba saborear cada caricia. Recorrer con la lengua, haciendo círculos desde la punta y dejar que se derritiera despacio en su calor.
Fuera, la lluvia golpeaba el suelo de la terraza con mucha fuerza, llegando a salpicar hacia dentro por la puerta que estaba abierta.
Ben extendió la mano izquierda por su costado y hasta la cadera para interceptar sus dedos, acariciarlos y juguetear con ellos mientras el resto de su ser estaba completamente paralizado de puro placer. Su mano atrapó la de ella y apretó hasta que no pudo más. Una sonrisa, tapada por su propia mano, se había dibujado en sus rostro. Entrelazó sus dedos con los de ella y tiró de su mano hacia arriba
Sentía la tensión acumulada bajo ella en su cuerpo. Notaba como los músculos de Ben vibraban. La penetración que usaba era cada vez más lenta y profunda, más concentrada en él. Entregada a él.
Iori sintió su mano y fue a su encuentro. Dejó que la apretase hasta el dolor, y en respuesta la mestiza aferró la pequeña bolsa que había en la base de su miembro.
Noto placer en la pesada tibieza al sostenerla en la mano, y acaricio al compás de sus boca subiendo y bajando.
Quería escucharlo jadear. Y en ese momento imaginó que el día anterior lo habría hecho muchas veces. De dolor.
La furia la cegó un momento, haciendo que los que habían sido hasta entonces movimientos lentos y profundos subieran de intensidad, casi con violencia.
Soltó su mano y aferró con todos los dedos la cintura de Ben. Inspiró, llenando los pulmones del calor de su piel y su lengua recorrió con ansia su miembro sin que los labios relajaran un ápice la presión.
Quería sentirlo vivo bajo ella.
El guerrero gimió contra los nudillos, casi reprimiendo un aullido cuando la presión sobre su cadera quedó ensombrecida por la explosividad de sus movimientos sobre el miembro. Gimió más alto. Se mordió el índice. Dejó escapar el aire y se apoyó en hombros y talones para subir un poco más la cadera, separándose, ligeramente, de la cama. De pronto sus manos se lanzaron a por las muñecas de Iori y se aferró a ellas, cerrando los ojos y mordiéndose los labios, deleitándose con el rastro de sus labios, de su lengua, de ella.
Aquel sonido espoleó sus ansias. Iori cerró con fuerza los ojos, intentando concentrarse en todo lo que en él rebosaba vida.
Sintió el movimiento de su cadera, el cómo él mismo buscaba entonces marcar también el ritmo de las penetraciones.
Le ardían los labios por la fricción con su miembro. Y sin embargo Iori estaba dispuesta a llegar hasta la sangre para complacerlo. Para retenerlo bajo ella y escucharlo, sentirlo así durante un día entero.
Dejó que se agarrase a sus muñecas, pero tras unos instantes liberó una mano. A donde fue, Sango no lo sabría decir, ya que no era capaz de sentirla en ningún otro lugar de su cuerpo.
La mano izquierda de Sango cayó al colchón, libre ahora. Ben levantó la cabeza y miró a Iori solo para encenderse aún más y apretar con más fuerza su agarre con la mano derecha. Gimió con más intensidad.
Vivo. Pegado a ella. Sin nada que lo pudiera dañar.
Interponiendo su cuerpo entre Ben y el Universo si era preciso. La cabeza de Iori daba vueltas cuando sintió que el calor en las mejillas volvía a hacerse insoportable.
Estaba lista antes de asegurarse, pero deslizar los dedos por la humedad de su entrada sirvió para que la impaciencia en Iori hiciese arder la poca calma que le quedaba.
Deslizó una última vez su boca sobre el miembro del pelirrojo, haciendo chasquear la lengua sobre su punta, justo antes de liberarlo. Iori se irguió clavando la vista en él y subió a su cadera separando las piernas.
Prácticamente cayó sobre él, mareada, preocupándose por el daño que había podido hacerle a Ben con aquello. Sin ser consciente que aun con las heridas, el peso del cuerpo de la mestiza estaba lejos de lastimarlo seriamente.
Lo tomó por las mejillas y lo miró con una tormenta en los ojos. Había algo más de azul en ella. Y había olor a lluvia en su frío cuerpo.
La mestiza estaba helada.
- Ben, mírame, mírame - rogó mientras que con la cadera hacia movimientos ondulantes, que perfilaban el miembro del Héroe contra su entrada.
No hizo falta que se lo pidiera. Sus ojos eran incapaces de ver otra cosa que no fuera ella, su pelo, su rostro, sus ojos azules, su belleza. Acarició sus húmedos muslos y arrastró los dedos por su piel en un lento ascenso que terminó agarrando su cintura. Sus dedos se amoldaron perfectamente a los movimientos de Iori, pero quería algo más. Buscaba sus manos.
Arqueó la espalda en respuesta a sus caricias sin dejar de mirarlo. Buscaba grabar aquella imagen de Ben.
Su cabello revuelto, brillando a la mortecina luz de la lumbre. Mojado por su propio pelo, por el sudor de él… los ojos verdes la observaban por completo. Veía la excitación en ellos, una mirada que Iori era capaz de identificar con sencillez en cualquiera.
Pero no solo era pasión. Él mostraba mucho más. Había en su expresión algo enfebrecido por el sexo, sí, pero además veía algo que ella definiría como adoración.
La mirada pura del Héroe reflejaba de ella una imagen que la mestiza no merecía.
Sentía que no solo con sus palabras o con la conexión física se lo decía. Aquellos ojos chillaban que ella era única para él.
Sintió ganas de llorar.
Enterró los labios, hinchados por el sexo oral previo contra la boca de Ben.
Sin darle tiempo a responder al beso giró la cadera de manera que su miembro encontró el camino natural para deslizarse dentro.
Hizo que la llenase con rudeza, queriendo sentir como su paso en ella abrasaba cada centímetro que podía tocar.
Pensar en lo cerca que había estado de perderlo la enloquecía, y hacia que tendiese a practicar un sexo duro y bruto en lugar del más tierno que había sido habitual en sus últimos encuentros.
Deslizó una mano hacia la nuca de Ben, para mantener la presión sobre él y no cortar su beso, sintiendo que bebía vida de sus labios.
Él estaba allí con ella.
Lo inesperado del movimiento le hizo ahogar a Ben un grito en su boca. Mordió sus labios y abrazó en la medida de lo que pudo a Iori. Apretaba sus caderas, su espalda sus hombros. Y volvió a insistir en buscar su manos. Las necesitaba. Necesitaba sentir que la unión era completa, que ambos se aferraban el uno al otro, que no se dejarían caer, que se agarraría, que tirarían el uno del otro. Que serían uno, juntos.
Los movimientos de Iori sobre él estaban desatados. En sus besos, el pelirrojo podía saborear las gotas de lluvia que habían enfriado su cuerpo. Gotas de lluvia mezcladas con, ¿sal?
La habitación se estaba quedando muy fría, pero el cuerpo de ambos estaba subiendo de temperatura. Iori ardía en cada zona que el acariciaba, y la fiebre volvía a hacer mella en ella de forma asfixiante.
Comprendiendo qué era lo que más anhelaban sus manos y fue a su encuentro. La morena deslizó los dedos entre los de Sango y cerró con fuerza, clavando la cadera hasta el fondo.
Había tanto que quería decir…
No vuelvas a dejarme atrás. Si pretendías darme de lado hubiera sido mejor que no me dieses aquel beso en las catacumbas. Si de verdad me quieres debes de protegerte por encima de todo. Te quiero. Te quiero. Te amo. No me dejes. Quiero hacerte feliz. Por los Dioses no me dejes. Si te sucediese algo…
Muero.
Iori gimió y sintió que las fuerzas se le escapaban en aquel instante. Se dejó caer por completo sobre él, notando que la tensión acumulada en su cuerpo había sido demasiado. Respiró con dificultad, mientras trataba de mantener aunque más lentos los movimientos de sus pelvis unidas.
Había tanto que quería decir… y sin embargo… la angustia exterminaba las palabras en su garganta.
No había forma humanamente posible de que sus cuerpos estuvieran más unidos. Sus dedos enredados, sus pieles húmedas, los vaivenes del sexo, de la perfecta unión. Ben besó su mejilla en repetidas ocasiones y emuló los movimientos de Iori, acariciando su mejilla con la de él.
- Te quiero - apretó con las manos -. Mucho - ahora era él el que se movía lentamente bajo ella -. Nada cambiará lo que siento por ti. Nada - se removió bajo ella forzando la postura, pero alcanzando el perfecto equilibrio entre la incomodidad de las heridas y el placer de las profundas penetraciones -. Muchísimo- enterró sus labios entre sus cabellos buscando besar todo lo que hubiera más allá de la oscura y húmeda cortina.
Aquellas palabras disparaban las emociones en ella. Sentir bendición y maldición al mismo tiempo era una empresa casi imposible, pero con Sango era capaz de sentir que con solamente susurrar aquello la catapultaba a un lugar en el que la dicha y el miedo se mezclaban a partes iguales.
Jadeó de forma contenida, aunque los movimientos de Sango en ella hacían que su interior se contrajese de forma palpable. La humedad por la que él se deslizaba, la que los conectaba hacía que la mestiza moviese la cadera en respuesta a cada penetración que él realizaba.
Movió el rostro, buscando que los labios del pelirrojo, los besos que él le dedicaban cayesen por todas partes. Necesitaba sentir aquel contacto, sentir que sus palabras correspondían con sus acciones.
Que era verdad que había amor para ella en el mundo.
Ben apretaba y aflojaba la presión que ejercían los dedos sobre sus manos, casi soltando y luego arrastrando las yemas de los dedos por la piel de sus manos, notando cada cada uno de los huesecillos de la mano, estudiando su relieve, memorizando cada pulgada de su piel.
Sus bocas se encontraron de forma intensa para separarse instantes después. Ben buscaba llegar a todas partes con sus labios, con su lengua, con el amor que sentía hacia ella y que era incapaz de expresar en su totalidad, pero no cejaba en su empeño de demostrárselo, de hacer que ambos guardaran recuerdo de lo que compartían. Le quitó el aliento con uno de los besos, arrastró su labio inferior entre los de él y gimió. Gimió sintiendo que el fin de aquel momento tan íntimo, tan precioso, estaba por llegar.
Había tanta diferencia entre el tamaño de ambos. Con una mano de Ben podría cubrir dos de ella, y más en el estado de delgadez en el que se encontraba. Sin embargo, cada gesto, aunque cargado de ansia y deseo, estaba lleno de delicadeza hacia ella.
Apretaba pero sin quebrar. Arrastraba pero sin arañar. Presionaba pero sin lastimar.
Ben la cuidaba a cada instante, aunque Iori se sentía próxima a perder del todo la cabeza. Jadeó contra su boca cuando él tomó su labio inferior y ondeó la cadera contra los movimientos de penetración que él marcaba.
Lo sintió temblar bajo ella, mientras la mestiza observaba que a la delicadeza que él guardaba para ella, la morena le devolvía dentelladas y arañazos por toda la piel que era capaz de alcanzar.
Cerró los ojos y alzó el rostro hacia el techo de la habitación, dejándose cegar por la plenitud de sentir el golpe de calor en su interior, clavando la cadera contra la de Sango.
Lo único que sentía en medio de la oscuridad eran los espasmos de sus cuerpos y la humedad de sus pieles mezclándose.
Tras unos segundos, sentada sobre él, intentando recuperar la respiración, la mestiza se abrazó a sus hombros, hundiendo la cara contra el cabello rojo de Ben. Aquel era el único calor que estaba dispuesta a soportar esa noche. El suyo.
Ben gimió al sentir su abrazo sobre sus hombros, su peso sobre su pecho, su extremada calidez sobre él. Las manos del pelirrojo recorrieron lentamente su espalda, desde la cadera hacia los hombros, preguntándose si había forma de estar, físicamente, más unidos. Su respiración, en proceso de recuperación, agitaba los húmedos cabellos de la morena que caían por su rostro, haciendo que se sintiera como perdido en un bosque del que no quería salir.
Movió la cabeza hacia ella y encontró su mejilla que acarició con la suya antes de girar la cabeza y darle un beso largo. Al separarse volvió a pegar su mejilla a la de ella y suspiró. Sus manos, ahora, iban de los hombros a la cadera.
Ella se sentía cansada. Agotada mientras las manos de Ben la acariciaban. La hacían sentir que bajo ellas, una persona podría encontrar vida y muerte al mismo tiempo. La vida que él le daba con su roce. La muerte que era capaz de proporcionar a las personas que habían alzado armas contra él en algún momento, encontrando término a sus vidas.
Apoyó la mejilla dejando caer el peso de su cabeza contra él, mientras pensaba en los tres cazarrecompensas que los habían sorprendido juntos en la posada de su primer encuentro. Hacía ya una semana en Lunargenta.
Recordó la facilidad con la que frente a él había sido capaz de dejarse llevar para llorar, de una forma infantil. Mostrando con claridad la tortura que suponía para ella llevar dentro la historia malograda de sus padres. Y qué fácil había sido para él ver en ella. Desde el primer instante. Apartar las sombras y encontrar los últimos guijarros de luz, perdidos en el caos de quién era ella.
- A la mañana sentí que me enfadaba verdaderamente contigo. Y conmigo - comenzó a hablar, clavando los ojos en el ventanal a un lado de ellos, sin apartar la mejilla de Sango.
- Me molestó tanto tu forma de hablarme... de decidir por mí... y sentí que nunca nadie había conseguido ponerme a ese límite. Nadie había conseguido hacer que me sintiese herida con un puñado de palabras de esa manera. -
Quería que él lo supiera. Sabía que debía de hablar con sinceridad. Y la forma que tenía de latir su corazón le estaba pasando factura. Comenzó a sentirse más agotada que minutos antes, cuando estaba subida moviéndose sobre él.
- Si no me hubiera dejado llevar - empezó - Si tan solo las armas no me fueran tan familiares - negó con la cabeza acariciando su mejilla -. Si me lo hubieras dicho... si tan solo me hubieras llamado, solo mi nombre: "Ben". Te habría mirado - la mirada de Sango se había perdido en algún lugar de la habitación - Habría comprendido, habría podido vencer...- sus manos se habían detenido y sus músculos se habían tensado -. Fui un completo idiota, Iori. Lo siento. -
Su disculpa la hizo apretar los dientes.
No era eso lo que la iba a ayudar. No era lo que pretendía. No había forma de cambiar el pasado, pero sí podían tomar el presente con sus manos y hacer las cosas de otra manera. Juntos.
Su nombre.
"Ben". Aquella palabra resonó en la mente de Iori. ¿En qué momento había comenzado a ser Ben y no Sango? Ah... sí... lo recordaba... Cuando despertó, llena de dolor el día que había matado a Hans. Recordaba cómo las manos sanadoras de Amärie habían activado todos sus nervios transmitiéndole un gran padecimiento. Aquello no era nuevo. Sabía que desde salir del templo en el que dejó a Tarek aquel era el resultado en ella cuando un elfo usaba su don.
Lo que había sido nuevo era el rechazo que producía en ella un dolor que hasta entonces había sido alivio. Que había buscado conscientemente, causado por otros u originado por ella misma. Uno que le permitía escapar del infierno de revivir...
Y sin embargo, tras despertar en aquel instante Iori necesitaba alejarse de aquel sufrimiento. No era lo que su cuerpo ni su mente querían. Y entonces había salido aquel nombre de sus labios.
Lo había llamado de aquella manera y había buscado con urgencia el contacto de sus manos, el vínculo con sus ojos. Él la había hecho sentir aliviada, más que ninguna otra cosa de las que había experimentado en los últimos meses. Imaginó que era el aura de Héroe, que en esa capacidad radicaba en parte su poder, su carisma y la influencia que ejercía sobre las personas que lo conocían.
Se había sentido dichosa cuando él se había acercado, solícito, cuando la había agarrado y no había apartado los ojos de ella, intentando tranquilizarla. Haciéndola sentir...
Jadeó de nuevo. El calor de la fiebre torturaba su cuerpo, pero prefería aquello a perderse el abrazo que los unía a ambos.
Notó la tensión en el cuerpo sobre el que estaba sentada, de aquella manera tan íntima, y por toda respuesta Iori meció la cadera en el punto que todavía los unía a ambos. Giró con rudeza la cara y besó la frente del Héroe, en un gesto que pretendía ser tierno pero que resultó ligeramente feroz.
- Yo no sé... no sé muy bien cómo... comportarme. No sé qué hacer cuando se trata de ti. Algo que no sea esto - clavó su pelvis contra él para hacer evidente que se refería al sexo que compartían. Se apartó lo suficiente como para tomarlo por las mejillas y volver el rostro de ambos para que sus miradas conectasen.
- Cuéntame Ben, ¿Qué hiciste? ¿Qué fue lo que ha sucedido para que terminases así? - la mirada azul era acuciante mientras recorría superficialmente el cuerpo vendado que escondía sus heridas. Ladeó la cabeza y observó el hombro izquierdo, tan dañado. El mismo que había quedado casi destrozado cuando él había quedado peleando por ella en las catacumbas.
El ceño femenino se frunció, escondiendo un gesto que reflejaba dolor.
El inesperado movimiento de cadera le sacó el aire del cuerpo y apretó con los dedos su delicada figura. Ben la miró a los ojos, negando levemente con la cabeza. No es necesario que hagas nada, pensó, sólo déjate llevar. Pero no se lo dijo. Una pregunta se lo impidió. Cientos de respuestas se le vinieron a la cabeza, desde discursos patrióticos que había escuchado durante su formación, hasta la gloria de entrar en los cantos de bardos, escaldos y ancianos que transmitirían sus hazañas a las generaciones posteriores. Sin embargo, su pregunta no podía ser contestada con aquellas generalidades que, además, en esos momentos, ni creía ni sentía.
- Luchar - contestó -. Eran muchos, y con un objetivo muy concreto - movió la cabeza para acomodarla sobre los cojines [color=#009900]-. Mi corazón ardía de rabia al saber lo que planeaban, al sentir que una docena de espadas apuntaban en tu dirección. Mi sangre hervía al saber que estabas en peligro. Entonces, hice lo que llevo haciendo casi la mitad de mi vida: luchar - [color=#009900] parpadeó lentamente -. Me hirieron, me hicieron daño, pero yo les arrebaté sus miserables vidas. Esos bastardos querían matar una parte de mi, pero se lo impedí. Se lo impedimos - su mirada se había endurecido, como su tono de voz
-. Los guardias de Dominik fueron los siguientes, no tuvieron oportunidad alguna contra la furia que bombeaba un corazón desatado. Y al final - hizo una pausa para tomar aire -, ese cabronazo escapó, me la jugó con algún truco de hechicería y creí pelear con otra docena de guerreros...- apartó la mirada un instante, lo suficiente, creyó, como para esconder la vergüenza que sentía -. Resultaron ser espejos. Luché contra mi mismo y contra el tiempo aun cuando sabía que era posible que un Ojosverdes iba tras de ti. Él me lo reveló. Pensé que era un juego, una sucia forma de ganar tiempo...- cerró los ojos e hizo una mueca de dolor -. Y me equivoqué. Otra vez - parpadeó y fijó su mirada en ella quedando en silencio mientras la culpa le devoraba por dentro.
La mirada azul estaba clavada en él, de la misma forma profunda en la que lo mantenía retenido dentro de su cuerpo. Las expresiones de su rostro le permitían leer en él sus sentimientos. Aquellos que no expresaba con palabras, pero que quedaban implícitos en el relato.
Iori pudo ver rabia. Una negra ira. Furia ciega y un poco de desesperación. Y culpa. También vio culpa y arrepentimiento en sus gestos.
Los espejos de nuevo.
El Ojosverdes.
La muerte de sus padres.
La mestiza se inclinó de nuevo y cortó la unión de sus miradas cuando sus labios se encontraron.
Lo besó muy despacio, mientras fuera la lluvia caía de forma casi torrencial, llenando todo con su sonido golpeando la piedra del balcón.
Los labios de Iori buscaron despacio los de Ben, dejando caer de nuevo su peso sobre él. Abrazó por los hombros al guerrero y trató de transformar con sus lentas caricias aquellos sentimientos.
La rabia por sosiego. La ira por calma. La furia convertirla en control.
La culpa por confianza en ellos. Y el arrepentimiento por fortaleza.
Lo hizo más despacio que nunca, intentando hacerlo sentir curado como él hacía con ella. La mestiza se entregó en cuerpo y alma en sus labios, mientras intentaba controlar el miedo que se retorcía dentro de ella repitiendo unas mismas palabras.
Casi te pierdo
Sus besos, y sus delicados gestos relajaron al pelirrojo y le transmitieron una cantidad abrumadora de sentimientos que se veían amplificados por la suavidad y delicadeza de sus gestos. Ben estaba completamente entregado a la intimidad del momento, terriblemente conmovido y al borde de derrumbarse bajo ella.
- Sufrimos y sangramos al mismo tiempo, nos recuperamos a la par - se detuvo antes de que la voz le fallara y recibió los labios de la morena en los que se recreó, bebiendo del amor que desprendían -. Si te llegara a pasar algo más grave - carraspeó levemente -. ¿Por qué saliste? - preguntó casi en un lamento que ahogó contra sus labios mientras agarraba con fuerza a la mestiza -. Ah...- negó con la cabeza -. Los corazones laten con fuerza. Estamos vivos y eso es lo único que importa - cerró los ojos y aspiró su aroma.
Agazapada como un carnívoro sobre su presa. Solo que comiéndolo a besos. La mestiza se sorprendía de que pudiera salir de ella tanta delicadeza. Tratar a Ben con el cuidado que emplearía para no dañar a una figura de cristal.
Llenarlo despacio del amor que ardía en ella.
Dejó que tras sus preguntas fuesen sus besos y caricias las que respondieran, hasta separarse ligeramente y apoyar el mentón sobre el pecho del pelirrojo, mirándolo.
- Salí porque no había nada aquí que me retuviera - murmuró recordando el momento en el que se enteró de que Sango había salido del Palacete. - Salí porque todo lo que me importa estaba fuera. Por las calles. Buscando un problema que yo misma he creado. Salí porque necesitaba arreglarlo. Salí porque realmente Cornelius tiene razón. A tu lado soy mejor. Lejos de ti mi cabeza… - apartó la vista antes de que Ben pudiese ver la sombra de la tortura que sentía dentro, al no ser capaz de controlar aquel mal que anidaba en ella.
Se incorporó ardiendo todavía y miró hacia el ventanal. El calor de la habitación había comenzado a empañar los cristales por dentro, en contraposición con el frío que se hacia presente en el exterior junto con el enorme aguacero.
Alzó la cadera y pasó la pierna sobre la cintura de Sango, rompiendo la conexión de ambos y sentandose al borde de la cama.
Sabia que era su turno.
- No sabía a dónde ir. Cómo buscar. Carezco por completo de vuestras habilidades - Sango, Zakath, Cornelius - Me guio el ansia de dar con Dominik. Pensaba que cuando lo viese delante estaría preparada y sabría qué hacer. Fue el Ojosverdes quien me encontró. La verdad que parecía estarme buscando. Ahora entiendo que fue él quien le dio la información. Ese maldito Hesse. - alzó una mano despacio y se la pasó por el cuello, apartando la humedad que cubría su piel.
La observó en silencio, contemplando su delgadez, el costado vendado, las heridas de los arañazos en la espalda, la fina película de humedad que cubría su piel. Luego, su mirada, con un terrible esfuerzo, se apartó de ella y fue hacia la empañada cristalera.
- Me gusta que digas eso, que somos mejores el uno al lado del otro - la lluvia golpeaba con dureza el cristal -. De eso se trata todo esto, ¿verdad? Somos - titubeó y alzó las cejas sorprendido por lo que estaba a punto de decir -. Somos una pareja y tenemos que hacernos mejor el uno al otro - estiró una mano en su dirección al tiempo que devolvía su mirada sobre ella.
Los besos, las caricias y el amor habían tenido un efecto tremendamente balsámico sobre el ánimo de culpabilidad que sufría el pelirrojo. Aliviada esa presión, había sido capaz de mirar hacia delante, de proyectar su mirada hacia qué sería lo siguiente.
- Ven - llamó -, deberíamos descansar. -
Pero Iori se había quedado perpleja.
Pareja.
Se había quedado muy quieta, de espaldas a él con la vista clavada en la cristalera que tenía delante. Se levantó muy despacio, queriendo controlar al máximo sus movimientos. Necesitando concentrarse en ellos para poder avanzar mientras su cuerpo continuaba limpiando los últimos rastros de veneno.
- Tengo calor... - musitó avanzando muy despacio hasta la salida al gran balcón de piedra blanca.
La mestiza apoyó la mano en el marco, a solo unos centímetros del lugar en el que la diferencia de temperaturas había conseguido empañar el cristal, revelando dos símbolos ocultos que el pelirrojo había trazado hacía unas noches en el vidrio.
Parecía la palabra obvia. Evidente. Natural y lógica.
Una que definiría perfectamente el punto en el que ambos estaban. Pareja. Eran dos personas que compartían un vínculo fuerte. Un interés mutuo y una más que evidente atracción física que se reflejaba en los encuentros sexuales que compartían. Cuando se miraban la electricidad recorría el aire entre ellos, de una forma similar a los rayos en aquella noche sobre la capital. ¿Serían también visibles para los demás?
Desde luego Iori no los veía, pero era incapaz de mantenerse ajena a su efecto. No todo lo que existe es perceptible con los ojos. Y el deseo que nacía en ella por Ben la controlaba y esclavizaba más que ninguna otra apetencia en la vida.
¿Pero pareja?
En la mente de la mestiza aquella palabra le produjo un vértigo que no supo cómo encauzar. Sonaba a algo formal. Sonaba a establecerse en algún lugar, construir un hogar y como siguiente paso natural, llenarlo de niños. Su respiración se aceleró espoleada por el miedo.
No, ella jamás podría tener una vida de pareja convencional.
Pero ahora que lo había conocido, que habían conectado, ¿vivir sin él? Sintió la tentación de volver a salir al balcón, dejar que la lluvia la empapase y echar un grito al cielo que nadie excepto los Dioses escucharan salir de su boca.
Contempló los fogonazos de luz perfilando las nubes sobre Lunargenta, mientras en su mente una idea cobraba forma poco a poco. Iori entendió que Ben había sido capaz de componer de alguna forma su corazón, y romperlo en aquella relación.
Roto para asegurarse de que de esa manera, Iori no sería capaz de volver a amar a nadie más.
Cerró los ojos y dio un paso al frente, recibiendo por segunda vez en la madrugada el frío abrazo de la lluvia.
Iori Li
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La contempló unos instantes bajo la incansable lluvia, preguntándose cuál sería la fórmula para que, al abrir y mostrarle lo que sentía, hacer que permaneciera a su lado, quizá abrazados, confiando su intimidad en el otro, susurrándose lo que el corazón quisiera expresar.
Se pasó la mano por la frente, húmeda, y apartó un rebelde mechón de pelo que caía hacia delante. Se levantó de la cama y después de lanzar un pequeño gemido de dolor, terminó de acomodarse el pantalón en su posición. Tiró de una manta arrugada, al pie de la cama, y fue hasta la salida al balcón. El agua había salpicado hacia el interior de la estancia y sus pies chapotearon en un pequeño charco que se había formado. Miró la espalda de Iori, sus heridas en los hombros, su herida en el costado. Suspiró. Soltó uno de los pliegues de la manta y se abrió. Ben salió al balcón y sin mediar palabra le echó la manta sobre los hombros a Iori. Maniobró con dificultad con el brazo izquierdo pero finalmente, pudo asegurar la manta. Cuando terminó no rompió el contacto con ella y le besó una mejilla.
- ¿Te gusta la lluvia?- preguntó después de separarse y observar la noche junto a Iori.
La mirada de Iori había cambiado en aquellos dias en la capital. A cada momento juntos, Ben podía leer mejor en sus expresiones los sentimientos de la muchacha. Lo que se le pasaba por la cabeza se reflejaba con claridad para él. De esa manera podia entender en ella más de lo que decía con sus palabras. El camino para que Iori se abriera sería largo, alternando momentos de mucha sinceridad con otros en los que la morena no encontraba la forma de expresarse.
Sin embargo, su mirada hablaba. Y en ella había a preocupación. Aferró la manta a sus hombros, notando como el peso aumentaba por la lluvia.
- Ben, tus heridas…- se giró hacia él y apoyó las manos en su pecho, notando que la tela estaba completamente empapada en los breves instantes que llevaba fuera. Parpadeó para despejar el agua que se acumulaba en sus pestañas y alzó la cara para buscar sus ojos-. Es mejor entrar- propuso.
- Sí, deberíamos entrar- dijo posando su mano derecha sobre las de ella-. Pero, dime- ladeó la cabeza para acomodar el pelo, ya empapado-, ¿te molesta, de alguna manera, que sea tan sincero con respecto a lo que siento por ti, a cómo nos veo?
Lo escuchó y pareció quedarse en blanco. La mano de Ben era cálida, como su pecho. En contraste con el agua de lluvia que los envolvía. Bajó la vista para observar la mano del guerrero sobre las suyas, y comprendió que en aquel punto ya no había urgencia por entrar, ya que no quedaba zona seca en el cuerpo de Ben.
- ¿Por qué dices eso?- preguntó buscando ganar tiempo que le permitiera ordenar sus ideas.
El pelirrojo observó todos y cada uno de los detalles de su cara, la contracción de la frente, como las cejas se movían ligeramente, los ojos, las mejillas, los labios, todo. No quería perderse ningún detalle. En su mirada había pura devoción hacia ella.
- Cuando necesito hacerte saber lo que siento, cuando la presión es fuerte- movió los dedos para acariciar los dorsos de sus manos-, cuando las palabras salen de mi, veo el efecto que tienen. Más que verlo, es sentirlo. Es como- entrecerró los ojos buscando la manera de explicar lo que veía-. Es como si viera alejarte cada vez que abro la puerta para que veas lo que hay dentro. Como si asustara.
La morena giró las manos para que sus palmas se encontrasen con los dedos fuertes de Sango, apoyando ahora el dorso de estas sobre las vendas mojadas.
- No me molesta que seas sincero…- comenzó arrastrando las palabras, manteniendo los ojos fijos en él-. De hecho tengo cierta envidia. Eres bueno usando las palabras. Es solo que...
Se interrumpió y bajó la vista, para enlazar entre los dedos de la mano izquierda los de Ben. Tanteó con la que quedó libre las telas que cubrían su torso y comenzó a abrirlas sin resistencia, para apartar el tejido mojado de su piel.
- Estoy intentando desaprender una vida entera para construir otra nueva contigo. Lo que aprendi desde pequeña, mi forma de relacionarme con la gente… jamás pensé en usar la palabra pareja con nadie. Jamás pensé que alguien de verdad quisiera estar conmigo, más allá de por los motivos relacionados con compartir cama…- se detuvo en su explicación cuando las heridas y contusiones de Sango quedaron expuestas delante de sus ojos.
Verlo tan lastimado, en el trozo de piel que tenía visible la martilleó en la cabeza con más fuerza que el veneno. La manta cayó al suelo a su espalda y Iori se agarró a los hombros de Sango, sin apartar la vista del horror que tenia delante.
Su rostro, el del pelirrojo, compuso una sonrisa triste. Las heridas de la vergüenza. Unas heridas que había conseguido por ignorarla, por dejarla de lado. Nada tenían que ver con la que ella había sufrido, más discreta, desde luego, pero mucho más letal que lo que él mismo sufría.
- No es que sea bueno con las palabras, solo sé que nacen de dentro y quiero que sepas lo que siento por ti- dijo haciéndose oír por encima de la lluvia-. Estas heridas que tengo sanarán, no te preocupes por ellas. Son más dañinas las que nos causamos a nosotros mismos, las que no se ven- cerró los ojos y se lamentó en silencio.
El agua impactaba contra su piel desnuda, llevándose restos de sangre y refrescando el entorno de las heridas más graves. El costado le quemaba y notaba las gotas de agua recorrer los pliegues allí donde la piel estaba unida por el hilo. Quería apartar las manos, dar un paso atrás y rascarse. Sin embargo, no lo hizo. Las manos de Iori le sujetaban y era consciente de que solo podía estar mejor en otro lugar y lo tenían dentro, a escasos pasos de distancia. Abrazados. Ben sonreía sin darse cuenta mientras sus ojos eran incapaces de separarse de los de ella.
¿Cuándo había empezado a sentir fuerte por ella? Cuando la esposaron, cuando los engañé a todos incluso a mi propio corazón. Ah... Pero él sabía que esto había tenido que ser antes. Quizá cuando subía por ese maldito túnel de las catacumbas, cuando tras aquella puerta estaba Seda y ella tirada en el suelo. Ah... Cuánto habían pasado, en tan corto periodo de tiempo y que intenso había sido todo. Ben seguía sonriendo entre suspiro y suspiro. Entre sus brazos se sentía flotar en el mundo. Como si todo resultara sencillo, como si no hubiera ningún problema más allá de saber si ese día llovería.
- Te quiero- susurró sin estar seguro de que sus palabras llegaran a sus oídos por culpa de la lluvia.
Atrapada entre el dolor de mirar su cuerpo herido, y la necesidad de ahogarse en los ojos de Sango.
Iori se mordió el labio, probando la lluvia en ese instante mientras recorria sus heridas, intentando reconstruir la batalla de aquella tarde.
Y con todo, él sonreía.
- Yo también, a mí me gustaría que tú supieras, quisiera que entendieras…- de nuevo las palabras se le escapaban.
Clavó los ojos en el corte cosido que había cerca de su clavícula y las vendas que quedaban sobre su cuerpo terminaron cayendo al suelo junto las demás.
Rompió la distancia que los separaba con medio paso y se pegó a su cuerpo para besar con delicadeza la herida. Buscó la siguiente y la conectó con otra mas, comenzando a trazar con sus labios un camino de besos.
Reescribir sobre el campo de batalla que era Ben una nueva historia.
Sin poder de curación a pesar de la sangre de su padre, y sin embargo deseaba poder sanarlo.
Mientras en su mente la abrasaba lo que le había leído decir a sus labios. Se inclinó, recorriendo ahora la zona de las costillas con concentración, dedicándose a en cuerpo y alma a aquella tarea.
Ben sabía y entendía lo que quería decir Iori. No le hacían falta las palabras cuando con gestos, miradas y caricias se podían decir y transmitir muchas más cosas que con las palabras. Sí, a Ben le gustaba escuchar, pero le gustaba mucho más sentir su mirada, sus labios sobre su piel, sus manos a su espalda en un abrazo.
Sus manos bajaron, buscando reconocer el cuerpo herido de Ben. Su boca descendió más lentamente, dibujando en su piel un mapa de sanación. O así lo imaginaba ella en su mente. Le dolía, hasta perder el aliento, ver sus heridas. Los cortes. Las zonas suturadas con mano experta. Desde luego que no era la primera vez que el cuerpo de Sango atravesaba algo así. Los héroes no se hacían de la comodidad. Pero en aquella ocasión era plenamente por ella.
Como cuando lo vio aparecer en el local secreto de Seda, saliendo de las catacumbas. Con aquel hombro destrozado. En su mente había explotado la culpabilidad. Una que se tradujo en una frase fuera de lugar, buscando alejarse de él. A fin de cuentas había cumplido su parte: llevarla hasta Seda. Y sin embargo él no había querido ceder. Apartarse.
Y la mestiza se alegraba y sufría a partes de una forma similar.
La dedicación que le prestaba a sus heridas le volvía loco. Nadie, en su vida, había hecho algo así por él. Sentirse querido de aquella manera llenaba más que cualquier discurso, poema o canción que le dedicaran. Una atención que no merecía y que, sin embargo, era incapaz de rechazar. En esos instantes, sentía que no había nadie más en el mundo salvo ellos, que el mundo giraba en torno a ellos, allí, en aquel palacete, en aquel lugar seguro. Su piel gritaba con ansiedad pidiendo más de aquel amor salvaje que nacía de ella y que estampaba en forma de besos y caricias contra él.
Ben se atrevió a desviar la mirada, por un breve instante, observando, con la mirada ebria de intensos sentimientos, todo lo que les rodeaba. Dejando que su cabeza volara, mientras una melodía antigua, que se remontaba, según decían, a los orígenes de su pueblo, se le vino a la mente. Una canción que no pudo contener tras sus labios.
Sus rodillas tocaron el suelo cuando perfiló con los dedos el borde del empapado pantalón que vestía. Aquella lluvia aliviaba la temperatura de Iori, pero no era lo más adecuado para él. Apenas introdujo la punta de los dedos cuando por encima de la lluvia escuchó su voz.
Era la segunda vez que lo escuchaba cantar. La primera había sido en el Edén. Un tiempo y un lugar que parecían pertenecer a otra vida en aquellos instantes. Iori alzó el rostro y lo miró, poniéndose de nuevo en pie cuando notó como él tiraba de ella con sus manos.
La voz de Ben resultaba mágica.
El peso de aquella melodía, la fuerza de su letra, sencilla, casi hizo que la mestiza visualizara como aquella habitación brillaba. Como si un hechizo mágico hubiera impactado en ella, pensó ver los muros y techos, cada arista de la estructura iluminándose con el candor de una magia protectora. Su lugar sagrado.
Necesitaban volver a dentro. Necesitaba poner a Ben a salvo del frío y la lluvia. Tiró de él, guiándolo sin dejar de mirarlo de frente, mientras él seguía cantando. Iluminando y llenando de poder aquel lugar. Soltó su pantalón y la tela quedó abandonada
en mitad del suelo de la habitación, al tiempo que ellos seguían avanzando hasta la zona de la chimenea. Iori no apartaba los ojos de él, mientras se situaba dejando que él estuviese entre el calor del fuego y el del cuerpo de la mestiza. Eso haría que entrase en calor, pensó mientras con sus manos ceñía la cadera del guerrero.
Miró hacia abajo, a su cuerpo, a sus brazos a sus heridas. A la luz de la hoguera, pudo contemplar como al rededor de los cortes aún se veía la piel rosada, con la sangre justo bajo su piel, queriendo flanquear los cierres que le había practicado el elfo. En otras partes de su torso y de sus brazos, había zonas en las que su piel empezaba a adquirir un tono amarillento, consecuencia inevitables tras recibir el impacto de las armas que habían querido arrebatarle la vida.
Nuevas heridas que se mezclaban y confundían con otras antiguas y que, una pequeña gota de agua, que relejaba la luz de lumbre, recorría, silenciosa, en su lento descenso al suelo. Por suerte para ambos, para la gotita y para Ben, había unas manos que lo mantenían bien sujeto, bien firme. Unas manos que completaban un agarre que continuaba con sus brazos subiendo por ambos costados, su torso pegado a la ancha espalda del pelirrojo. Su cara, contra su hombro izquierdo, sus labios sanándolo con suaves y delicados besos.
La fría espalda del pelirrojo y el cálido torso de la morena. A Ben se le erizó la piel cuando el aliento escapó de los labios de Iori y recorrió su cuello. Giró la cabeza, buscando sus preciosos ojos azules mientras sus manos se aferraban a las de ella. Suspiró de puro placer. Como si él la hubiese llamado, los ojos de la mestiza fueron al encuentro del verde de Ben. Cielo y bosque conectaron en el momento en el que sus colores se reflejaron en las pupilas del otro.
Iori apretó más el cuerpo contra la espalda del soldado. Sentía que el contacto con su piel fresca la abrasaba, y sonrió notando la familiar excitación recorriéndola. En ella siempre había sido fácil e inmediata la respuesta sexual cuando alguien le atraía. Pero nada de lo experimentado anteriormente se comparaba con él.
Cuando se trataba de Ben, la intensidad de los sentimientos todavía la abrumaban. Era consciente de que demandaba más control y más ansia por él como forma de ella sentir que se movía en terreno conocido. Algo cercano a lo que siempre había sido. Ahora tenía que añadir en la mezcla los sentimientos que atronaban dentro de su corazón. Y el resultado la dejaba sin palabras.
Porque ya no era una simple caricia. Ya no era una penetración placentera. Ya no era querer nadar en la boca de alguien.
El Héroe la saturaba de emociones. Necesidad de él. De conexión más allá de la piel. La catapultaba al gozo más absoluto y le traía los peores terrores. Bajó los ojos. Cortó la conexión, sintiendo que la respiración se le entrecortaba y apoyó la mejilla en el medio de su espalda, mientras abrazaba su cintura contra ella.
- Necesitas descansar. Si mañana Cornelius no desea usar su poder sobre ti buscaremos a otro elfo. Te lo prometo.
Ben volvió la mirada al fuego. Qué imagen, pensó. Que fácil era, se dijo, encender unos leños y luego apagarlos llegados el caso. Ese control del fuego era toda una proeza. Que difícil, prosiguió, hacer los mismo con el fuego interno, con uno que no paraba de alimentarse pues cabeza y corazón lo impedían: la primera por tenerla siempre presente, la segunda porque no dejaba de avivar y amplificar lo que la cabeza llevaba al frente, al hilo principal de pensamientos.
Sonrió en dirección al fuego. Una sonrisa que quedó entre ellos, como buscando complicidad. Como si el pelirrojo quisiera extraer los secretos del fuego que lanzaba sus indiferentes lengüetazos hacia el aire. Suspiró acompañado de un leve ronroneo y siguió acariciando sus manos.
- Debemos descansar- contestó haciendo hincapié en la primera palabra.
La mestiza giró las palmas, de manera que atrapó los dedos de Ben en una estrecha caricia entre los de ella.
Tiró de ambos, dejando caer su peso poco a poco hacia abajo, para que él entendiese la dirección hacia la que quería avanzar. La alfombra del suelo, frente a la chimenea. En donde se habían encontrado la noche anterior. Con más energía, pero con menos ganas de las que ella experimentaba ahora.
Porque Iori sentía que a cada latido, a cada hora en su compañía, las raíces de Ben se colaban más dentro.
Ben se dejó llevar, guiado por sus manos, por la seguridad que le transmitía su abrazo y la dulzura que cargaba sus movimientos. Le gustaba la sensación de sus caricias sobre los dedos, ligeramente insensibles, de su mano izquierda. Le aseguraba que seguían allí, con él, con ella, entre sus manos, seguros.
Una vez tendidos junto al fuego, recostados el uno contra el otro, Ben buscó seguir con sus manos entrelazadas a las de ella, reconociéndose en un lenguaje gestual, jugando, aprendiendo.
- La lluvia no parece tener fin- comentó mirando la punta de sus dedos enredándose-. Pero eso está bien- añadió sonriente-. Más tiempo para estar tranquilos- los dedos se separaron un instante-, más tiempo para que descansemos- se buscaron con rapidez-, para recuperarnos.
- No estoy familiarizada con el clima de Lunargenta... desconozco si este tipo de tormentas de verano son habituales o se trata de algo excepcional en la capital - murmuró la mestiza girando un instante la vista hacia el ventanal, sin perder la conexión con la mano de Ben.
Fuera seguía cayendo agua en cantidad suficiente como para nublar la vista del resto de la ciudad, pero sobre la alfombra, delante del fuego, el cuerpo de ambos comenzaba a secarse.
Alzó una pierna ligeramente y atrajo una manta cercana hasta ellos. Se incorporó hasta quedar sentada frente a él, y con la mano que tenía libre arropó a Sango con la cálida tela. El tejido era lana, pero una de tan buena calidad y tan bien tratada que en nada tenía que ver con lo que usaban ellos en su aldea para hacer las mantas brutas que tanto picaban a la vez que abrigaban.
Observó un instante con ojo crítico el paño, pensando que seguro el hilo estaba mezclado con algún otro tipo de material, antes de buscar de nuevo los ojos verdes y suspirar.
¿te molesta, de alguna manera, que sea tan sincero con respecto a lo que siento por ti, a cómo nos veo?
Frunció el ceño, recordando que ella no le había dado una respuesta directa a aquella pregunta tan compleja.
El ágil movimiento llamó su atención hasta el punto de olvidarse de responder y hacer gala de unos bastos conocimientos climatológicos aprendidos después de vivir unos años en la capital. La manta, que ahora cubría hasta la mitad de su torso, era demasiado grande para uno solo y así se lo iba a hacer saber, sin embargo, notó el cambio en su rostro.
- ¿Qué pasa?- preguntó posando la mano en una de sus piernas, abarcando espinilla y gemelo-. ¿Todo bien?
Abrió mucho los ojos, sorprendida por la sencillez con la que él, de nuevo, supo ver en su duda. Apartó la vista, azorada, y la clavó en la mano con la que acariciaba su pierna.
- Pareja- susurró.
- ¿Eh?
Tardó unos instantes en relacionar la palabra pareja, su reacción y sus palabras de hacía tan solo unos instantes. Su primera reacción fue la de terror, por haber dicho aquello sin pensar demasiado, sin pensar en que, quizá, ella no veía su relación de la misma manera. No obstante este fue disipándose a medida que su mano acariciaba con movimientos lentos y suaves sus piernas.
- Oh- dijo tras unos instantes-. Hay mucho en lo que pensar sobre esa palabra- añadió y buscó sus ojos-. Pero siento que es así, que la relación que nos une es algo más que amistad, necesidad, familiaridad... Es, quizá, todo ello a la vez, mezclado hasta el punto de sentirte como si fueras una extensión de mi mismo- alzó las cejas levemente, casi sorprendido por lo que acababa de decir. No porque no lo creyera, sino porque no sabía que era capaz.
La pierna de Iori se tenso bajo la mano de Sango, aunque fuera de eso no hubo más reacción, aparentemente. Los ojos azules continuaron observando las luces y sombras sobre sus cuerpos, evitando la mirada directa del Héroe.
Su corazón, acelerado. Sus mejillas, encendidas.
- ¿Qué implica una pareja para ti?- preguntó en voz baja, como si aquella pregunta le diese miedo.
Las caricias se detuvieron mientras el pelirrojo aprovechaba para descansar el brazo y reflexionar sobre la pregunta. Miró su propia mano sobre la pierna de la morena y luego recorrió con la mirada el trazado imaginario que su mano había hecho sobre ella. Se imaginaba que era un sanador y que con aquellas caricias, con las ligeras presiones que ejercían sus adormecidos dedos, la ayudaban a combatir el mal que aún resistía en su interior.
Sonrió mirando su mano. Una sonrisa incómoda al verse como el héroe y a la vez el villano. Causante de su mal estado y de su recuperación. Una imagen terrible que se obligó a descartar enseguida, a dejarla bien guardada en algún rincón de su cabeza para recordar y no caer en el mismo error. Una lección que le había tocado aprender por el camino más peligroso de todos.
Ladeó la cabeza y con un movimiento suave de la misma dejó que el pelo terminara por caer hacia un lado. Dejó escapar aire lentamente por la nariz mientras el calor de la manta y el fuego, ambos, consecuencia del atento cuidado que la morena había puesto sobre él. Buscó su mirada, aún huidiza y volvió a centrar su atención en su mano.
Las lentas caricias reanudaron mientras pensaba en la pregunta, la cual le resultó difícil de responder ya que, si bien sentía el significado de ser pareja, nunca había estado en la posición de tener que describir o definir qué significaba ser pareja. Y mientras una idea se formaba en su cabeza, sentía que las cosas que pensaba se quedarían cortas en tiempo y forma para darle una respuesta. Por eso, decidió dejar que su mente se balanceara al ritmo de su mano y sus dedos, acunados por la melodía de la lluvia en el exterior, golpeando contra su particular Gimlé. La idea le hizo esbozar una sonrisa radiante.
- Una pareja implica suplir las carencias del otro. Lo que a uno le falta, al otro le sobra. El yo pasa a ser nosotros y allí donde hay debilidad, el otro apuntala, y donde hay fuerza, el otro refuerza. Aprenden el uno del otro y se alcanza un punto de equilibrio, el momento en el que ambos tienen tal vínculo que constituyen una unión- su mirada se desvió hacia su rostro- perfecta.
Sus ojos no eran capaces de establecer contacto resuelto con el verdor de Sango, pero no era capaz de evitar lanzar pequeñas miradas fugaces. Cotejando. Asegurándose. Comprobando sus reacciones.
Sus caricias y su silencio meditabundo fue llenado, como en ocasiones anteriores por dudas en Iori. Miedos.
Que la bloqueaban y la hacían sentir que aunque ella estaba en un sueño, el podría despertar de aquella pesadilla y liberarse. Alejarse de ella y dejar atrás su pérfida influencia.
Las heridas que había repasado en él, aquel hombro que la torturaba peor que si lo hubiera sufrido en ella. El peso de la culpa… y la desesperación de sentir por primera vez que tenía algo que deseaba proteger. Algo que le importaba más que su propia vida…
Cuando comenzó a hablar alzó de nuevo los ojos, sorprendida por el timbre de voz de Beb arrancándola de sus pensamientos, y fue entonces cuando vio su sonrisa. Brillante, amplia y confiada. Y aquella cara frente a ella, iluminada por el fuego se quedo grabada en ella para siempre.
Lo escuchó, asombrada por la potencia de lo que decía y la convicción de sus palabras. Sonaba precioso, pero Iori sintió que no cuadraba en ninguna parte de aquella interpretación. Guardó silencio largo rato, y apartó la vista hacia abajo, para intentar pensar lejos de sus influencia.
- Tú me das tantas cosas… siento de nuevo que la felicidad existe en mí, no como antes, de una manera diferente, que nunca sentí. Tu fortaleza, mental y física, parece que a cada paso siempre sabes qué hacer, tomar la decisión correcta. Cargas con mis debilidades, mi caos y mi locura, aguantas mis subidas y bajadas. Has visto la clase de barro, de despojos de los que estoy hecha, y aún así…- meneó la cabeza y alzó la vista, mirando con angustia hacia el balcón.
- ¿Qué te ofrezco yo? Además de sexo, ¿qué te aporto? ¿Hay algo bien en mí para ti? - su pecho subió rápidamente, al ritmo de su respiración acelerada-. ¿Qué aporto a la unión?- se ahogó.
¿Qué le aportaba ella?
Se ahogó en sus propias palabras y se llevó las manos a la cabeza con rabia. Necesitaba aire, necesitaba respirar. Y volvió la vista hacia Sango. Lo vio tumbado, frente a ella, dandole toda su atención. Y allí con él estaba el aire que precisaba. La mestiza cerró los ojos, y con un leve gemido, enterró los labio en la boca del Héroe.
Porque a pesar de lo que decía con sus palabras, su cuerpo clamaba de forma instintiva unirse con él.
El pelirrojo pareció levitar cuando sus labios colisionaron con los de la morena. No se cansaba de aquella sensación, aquel hormigueo que le recorría de arriba a abajo y que le empujaba a seguir buscándola para que esa sensación nunca se agotara. Sin embargo, había cosas que necesitaba aclarar, preguntas que necesitaban respuestas. Su mano izquierda buscó su pecho, apoyó la palma por encima de lo senos y haciendo una ligera presión se obligó a separar sus labios.
Miró sus labios, húmedos después del choque, casi podía ver el vaho, invisible, que salía de ella, escuchaba los leves jadeos de la respiración agitada, como gritos clamando por él. La excitación y el deseo brillaron en sus ojos por un instante, lo justo y necesario para ser él, ahora, el que se lanzó a sus labios, a besarlos y dejar que ella sintiera lo que ella era para él, al menos una pequeña parte. Una mínima parte.
Se retiró de nuevo con la misma maniobra y miró sus ojos azules. Unos ojos que hipnotizaban que eran tremendamente bellos. Su mano se deslizó por su debilitado cuerpo y se obligó a desviar la mirada hacia la punta de sus dedos que ahora rozaban las puntiagudas formas de uno de sus hombros. El breve momento de calma sirvió para que la excitación se calmara y le permitieran hablar un poco más con ella.
- Si siempre supiera qué hacer, quizá, no estaríamos así- se miró el hombro, se señaló la herida del costado y su mano bajó por el torso de Iori mientras sus ojos se fijaban en la herida de su costado-. Lo que ves de mi es una figura que camina hacia delante sin saber si hace bien o mal, que lucha por sobrevivir y que arrastra tras de sí el peso una vida que, quizás, no le corresponda- ahogó un jadeo de dolor y sus dedos buscaron aferrarse a Iori, como un naufrago al pecio-. Y sin embargo aquí estás, rescatándome de mi propia destrucción, mostrándome que, quizás, otra vida es posible, enseñándome a volver a ser yo mismo. Quizás no seas consciente, pero, me has devuelto la vida. Una vida que tenía secuestrada.
Latía en él. En ella. El fuego más intenso que había sentido. La forma que usó para buscarla y besarla de nuevo la catapultó. Las manos de la mestiza buscaron el punto de apoyo que le permitiría profundizar en aquel contacto. Hasta que el pelirrojo se separó.
La siguió golpeando con sus labios pero esta vez sin hacer contacto con su piel.
Clavó los ojos en él, inclinándose hacia delante mientras la punta de sus dedos prendía fuego en ella.
- Dejemos todo a un lado- propuso de forma súbita, acelerada por el dolor que percibía en las palabras de Ben, en la lucha interna que tenía entre los dos caminos que quería recorrer-. Olvida lo que otros ven en ti. Crea tu propio camino conmigo. Sé que no soy la mejor compañía, no sé si sabré quererte como mereces…- se tumbó ligeramente sobre él, mientras que tiraba de la manta con la que lo había envuelto para acercarlo de forma estrecha a ella-. Quiero cuidarte, quiero hacerte feliz, quiero que me enseñes a amarte bien…- los ojos azules miraban con anhelo, con urgencia en la expresión de Sango-. Sigo sintiendo miedo de lo que haces nacer en mi interior Ben, pero si es por ti, contigo, puedo caminar por el sendero que desees para poder estar juntos.
Se dio cuenta del silencio que se había instalado entre ellos al notar como el peso de su mandíbula tiraba de las heridas que tenía en la cara. Parpadeó varias veces y cerró la boca hasta que los dientes hicieron contacto. Su piel, sin embargo, siguió tirando hacia arriba hasta componer una sonrisa que nacía de lo más profundo de su corazón.
¿Qué necesitaban para hacer realidad todo aquello? ¿Dónde podrían asentarse? ¿En qué lugar podría estar a salvo de gente que le reconociera? ¿Era esa la forma en la que querían empezar una nueva vida juntos? El pelirrojo cerró los ojos y suspiró antes de relajar la sonrisa. Le fascinaba la fuerza con la que se abría a él y a la vez el miedo que le provocaba, como si al hacerlo, se expusiera a un peligro que sólo ella era capaz de ver.
Sería terriblemente sencillo cogerlo todo y marcharse a cualquier rincón de Aerandir, comenzar una nueva vida. Por mucho que ambos, en ese momento, quisieran ver cumplidas esas palabras, llevarlas a cabo supondría convertir un acto de amor en algo parecido al secuestro pues no era una vida que ambos hubieran decidido. La morena estaría obligada a caminar por el sendero que le marcaría Sango y eso era algo que él no estaba dispuesto a asumir.
- No es el camino que deseo si te tengo que arrastrar por él o hay partes del mismo por el que no querrías caminar. No- le acarició la mejilla con el dorso del índice-. Iori, lo hablamos antes, estamos juntos en esto precisamente para evitar esto- se miró las heridas largo tiempo antes de volver a perderse en sus ojos-. El miedo que sientes, es normal, es, incluso, necesario. Pero no hay que dejar que controle nuestros actos y tampoco que gobierne sobre nuestros sentimientos. El desconocimiento asusta, sí, pero seguro que tu corazón siente con mucha más fuerza otras cosas, deseo, amor, ansia...- alzó la cabeza en su dirección-. Recorreremos ese camino juntos. Juntos, queriéndonos, amándonos, pero el uno al lado del otro y no de otra manera.
Ahí estaba. De nuevo. La sonrisa de Ben, desarmándola por completo. Dejando su mente en blanco y rompiendo el hilo de sus pensamientos. El desorden se apoderó de su mente cuando él le explicó. ¿Así funcionaba una pareja? Había preocupación por ella, pero Iori solo quería complacerlo. Quería mantener el vínculo. Y era evidente que no sabía como hacerlo.
Aferró entre sus dos manos con la que él había acariciado su mejilla y la sostuvo en mitad de su pecho con fuerza.
- Por favor Ben, necesito entender, necesito saber qué tengo que hacer. Quiero ser buena para ti, quiero ser válida. Iré contigo a Zelirica. Te ayudaré en todo lo que esté en mi mano. ¿Quieres ir luego a Cedralada? ¿Quieres que te enseñe Eiroás? - se inclinó hacía él, dejando que el miedo del que la había prevenido la controlase. La urgencia de evitar la distancia entre ellos.
Perderlo.
Ahogó un jadeo y soltó la mano, para abrazarlo por los hombros con fuerza, teniendo cuidado con el izquierdo.
- Me da miedo alejar mis pasos de ti. No seria diferente a intentar respirar bajo el agua. No quiero pensar en separarnos - farfulló atropelladamente, mirándolo a centímetros de su cara mientras notaba las pieles unidas de nuevo.
Bajó la cabeza y buscó con ella hacer contacto con su frente mientras su piel se afanaba en buscar la forma de que sus dedos quedaran allí pegados para siempre, como si fueran el molde para una escultura que viviría por toda la eternidad. Sin embargo, por qué conformarse con aquel agarre, si en la vida que les restaba podían sentirse de aquella y de otras decenas de miles de formas. Sus ojos ahora observaban sus pechos.
- Para entender, solo tienes que mirar dentro de ti- frunció el ceño-. Sé que puede sonar raro, casi como una manera de evitar la pregunta pero, hazme caso, mira dentro de ti, pregúntate- se removió y ahora posó su frente contra la de ella-. Pregúntate qué sientes cuándo estamos juntos, cuándo compartimos estos momentos. También cuando estamos separados, averigua qué es lo que sientes y cómo te hace sentir y cuando tengas respuesta, actúa en consecuencia- se separó ligeramente para observarla y se acercó para posar un delicado beso sobre sus labios-. Un beso, una caricia, un abrazo, una mirada... No hay que buscar ser algo que uno no es ni tampoco forzar lo que uno no siente. No hay que renunciar a lo que eres para querer y gustar a otra persona- le paso el dorso de los dedos por la cara y le sonrió.
Se echó hacia atrás, hacia la alfombra mientras sus ojos se hacían al techo y sus músculos se relajaban después del esfuerzo de haber forzado la postura. Su suspiró quedó ahogado por el sonido de la lluvia en el exterior.
- En Cedralada conocerás a mis padres y el lugar en el que crecí hasta los doce o trece inviernos. Es un sitio que guardo en el corazón pese a que no lo visite tan a menudo como debería- se llevó la mano derecha al pecho-. Tengo ganas de conocer Eiroás, ver donde creciste, y qué gente te rodeaba- sonrió al techo.
La fiebre dentro de la habitación había vuelto a subir, y el sudor hacia brillar la piel de Iori. Los gestos tiernos de Sango la congelaron en el sitio. Iori comprendió que se le daban asi de bien por dos factores que se mezclaban. Él tenia un fuerte instinto de protección, de cuidar a los demás, junto con el hecho de que había experimentado con relaciones amorosas previas.
Era evidente que aquella dulzura, aquella atención en sus caricias y la forma de hablarle no era algo nuevo para él. Y sin embargo Iori deseaba hacerle estrenar a él algún sentimiento.
Se lanzó sin pensarlo encima del pelirrojo, sin cuidado con el escaso peso que suponía su maltrecho cuerpo y se abrazó a él. Lo asió con fuerza, con un punto que olía a desesperación, y dejó caer su cadera a un lado de la de él para obligarlo a girar posiciones. La espalda de Iori se amoldó a la suave alfombra de pelo frente a la chimenea al tiempo que atrapaba a Ben entre sus piernas y lo rodeaba con ellas.
¿Qué pensarían los padres de él cuando la viesen a su lado? Indigna.
¿Qué le dirían los habitantes de Eiroás? Chica fácil.
Hundió la cabeza en su hombro y clavo los dientes y los labios sobre su piel. Ben aprovechó la maniobra para apoyar todo el peso sobre el antebrazo derecho mientras acomodaba el cuerpo para evitar hacerle daño. Dejó que su propio pelo cayera hacia ella y le sonrió cuando se apartó para mirarle.
- No hay respuestas fáciles cuando se trata del corazón- dijo a escaso medio palmo de sus labios-. Cuando la Diosa toca los corazones, algo despierta en nosotros, un sentimiento de búsqueda, de necesidad. Podemos huir de él, o podemos abrazarlo. ¿Por qué huir de algo que nos hace tanto bien?- preguntó antes de hacer un movimiento de cuello y apartar el pelo hacia un lado-. Querer y sentirse querido son dos sensaciones que todo el mundo debería experimentar alguna vez en la vida. Quizá así el mundo podría ser distinto- acercó su nariz a la de ella y luego se alejó-. Yo te quiero, mucho, me gusta lo que haces en mi y lo que me haces imaginar. Es... maravilloso- Ben terminó de rodar hacia el otro lado.
Bendición y condena. Eso era Sango para ella. Con sus palabras, con sus gestos, eran tan fácil dejarse llevar. Olvidar…Se tumbó de lado mirándolo con la cabeza por encima de él.
- ¿Y el resto del mundo?-lanzó la pregunta antes de bajar la cabeza, sintiendo como las dudas en aquel momento la llenaban de inseguridad-. No siempre va a ser así Ben… no vamos a vivir solos, aislados, en una habitación. Moviéndonos entre momentos de comer, de dormir y de acostarnos. ¿Qué pensará tu gente? ¿Qué pensarás tú de los míos?- volvió a mirarlo, con ansia-. No hay nadie en Eiroás que tenga lazos conmigo como tú con ti familia. ¿Cómo me verán ellos?- desvió los ojos hacia el fuego que ardía al otro lado de Ben, mientras una frase se hacía presente en su mente-. Nadie pensará que soy lo que mereces. Suficientemente buena para ti.
- Que le den al resto- giró la cabeza y la miró a los ojos-. Me importa una mierda lo que piense el resto. ¿Eres buena para mi? No- hizo una breve pausa para afianzar la mirada-. Eres perfecta para mi- relajó la expresión-. No tienes que preocuparte de lo que piense el resto, preocúpate de lo que piensas tú, de estar agusto contigo, de que las decisiones que tomes sean las que de verdad tu quieres tomar- buscó entrelazar su mano con la de él-. Pero si de verdad es algo que te preocupa... No tengas miedo, eres perfecta para mi y lo serás para mi familia, te lo aseguro.
No estaba acostumbrada a una intensidad semejante. Sango era capaz de hacerla sentir abrazada solamente usando palabras. La potencia de lo que decía hacia que el corazón de Iori se acelerase más que con todas las bocas con las que había jugado en su vida. Aprovechó la conexión de sus manos para fijar la vista en ellas intentando controlar el rubor de sus mejillas. Los dedos se abrían y cerraban, disfrutando la unión de sus pieles, el calor compartido…
- Quiero ir contigo a Zelirica. Nunca estuve en una situación parecida, pero quiero serte de ayuda en todo lo que pueda. Quiero mantenerme a tu lado Ben- alzó los ojos y lo miró de nuevo, recordando como inicialmente fuera él quien se lo había pedido, y como esa oferta parecía haberse disuelto en la mente del guerrero en los últimos días. Como si prefiriese dejarla atrás, en aquel lugar-. No voy a estar más a salvo en ningún sitio que no sea juntos- lanzó la frase en previsión de que oscuros pensamientos pudieran separarlos en aquella ocasión.
La mestiza se inclinó hacia él, tumbando el torso sobre el pecho del pelirrojo y observándolo de cerca. Con la mano libre acarició su mentón mientras notaba como en su propia nuca se deslizaba el sudor que le causaba la fiebre.
Ben no pudo apartar sus ojos de los de ella. En ellos, aparte del hipnótico efecto de su belleza, resonaba el eco de la potencia de sus palabras. Ella quería estar con él, y pese a que él mismo había querido apartarla de su lado, dejar que se quedara allí en Lunargenta, en el palacete recuperando fuerzas, no podía evitar que una sonrisa de felicidad sincera se dibujara en su rostro. Una que no podía borrar porque era una respuesta que nacía del corazón. Una sonrisa que significaba no estar solo, una sonrisa que verbalizaba el sentimiento de no querer separarse ni un solo palmo de ella. Sango asintió dejándose acariciar por sus dedos y dejándose llevar al estar en sus brazos.
- Deberíamos volver a la cama- dijo-. Necesitamos descansar- añadió mientras peinaba sus húmedos cabellos y los pasaba por detrás de sus orejas-. Ah...- escapó de sus labios sin ser capaz de dejar de sonreír.
Ella leyó en sus ojos. Reconoció la afirmación en su gesto. Sabía que él estaba de acuerdo. No la apartaría. No la separaría ya más. Irían juntos a Zelirica y construirían después un futuro juntos. ¿Era ella capaz de dejar a un lado la venganza? Solo restaban los elfos que habían participado. Y Dhonara estaba muerta…
Se aferró al suspiro de Sango con desesperación, dejando que su presencia y el calor de su cuerpo la distrajese del dolor del recuerdo. Del triste final de sus padres. ¿Podría ella, en esas circunstancias, alcanzar la felicidad viviendo con quien amaba? La cara de la mestiza se torció en un gesto de lucha. Intentó controlar la agonía de la pena con la presencia del pelirrojo.
Comprendió entonces que esa noche, una vez mas, precisaba ahogarse en sus besos. Se abrazó a su cuello lanzándose sobre él, con la necesidad de quien busca comida en el desierto.
- Te amo- susurró tomando aire un instante antes de volver a sumergirse en sus labios.
Escucharla decirlo le provocó un estado de agitación que empezó por un aumento de pulsaciones que transportó calidez a todo su cuerpo que se transformó en un pulso que hizo que todo su cuerpo flotara y se viera mecido por la más poderosa de las fuerzas y que sólo ella poseía.
Echó los brazos por su espalda y la rodeó con fuerza cuando sus labios chocaron en un ansiado reencuentro. Ahogó un grito de dolor en su boca y mordió su labio lo justo para disimular. Se separaron apenas un instante antes de volver a fundirse mientras sus cuerpos se amoldaban el uno al otro.
La cama podía esperar.
Se pasó la mano por la frente, húmeda, y apartó un rebelde mechón de pelo que caía hacia delante. Se levantó de la cama y después de lanzar un pequeño gemido de dolor, terminó de acomodarse el pantalón en su posición. Tiró de una manta arrugada, al pie de la cama, y fue hasta la salida al balcón. El agua había salpicado hacia el interior de la estancia y sus pies chapotearon en un pequeño charco que se había formado. Miró la espalda de Iori, sus heridas en los hombros, su herida en el costado. Suspiró. Soltó uno de los pliegues de la manta y se abrió. Ben salió al balcón y sin mediar palabra le echó la manta sobre los hombros a Iori. Maniobró con dificultad con el brazo izquierdo pero finalmente, pudo asegurar la manta. Cuando terminó no rompió el contacto con ella y le besó una mejilla.
- ¿Te gusta la lluvia?- preguntó después de separarse y observar la noche junto a Iori.
La mirada de Iori había cambiado en aquellos dias en la capital. A cada momento juntos, Ben podía leer mejor en sus expresiones los sentimientos de la muchacha. Lo que se le pasaba por la cabeza se reflejaba con claridad para él. De esa manera podia entender en ella más de lo que decía con sus palabras. El camino para que Iori se abriera sería largo, alternando momentos de mucha sinceridad con otros en los que la morena no encontraba la forma de expresarse.
Sin embargo, su mirada hablaba. Y en ella había a preocupación. Aferró la manta a sus hombros, notando como el peso aumentaba por la lluvia.
- Ben, tus heridas…- se giró hacia él y apoyó las manos en su pecho, notando que la tela estaba completamente empapada en los breves instantes que llevaba fuera. Parpadeó para despejar el agua que se acumulaba en sus pestañas y alzó la cara para buscar sus ojos-. Es mejor entrar- propuso.
- Sí, deberíamos entrar- dijo posando su mano derecha sobre las de ella-. Pero, dime- ladeó la cabeza para acomodar el pelo, ya empapado-, ¿te molesta, de alguna manera, que sea tan sincero con respecto a lo que siento por ti, a cómo nos veo?
Lo escuchó y pareció quedarse en blanco. La mano de Ben era cálida, como su pecho. En contraste con el agua de lluvia que los envolvía. Bajó la vista para observar la mano del guerrero sobre las suyas, y comprendió que en aquel punto ya no había urgencia por entrar, ya que no quedaba zona seca en el cuerpo de Ben.
- ¿Por qué dices eso?- preguntó buscando ganar tiempo que le permitiera ordenar sus ideas.
El pelirrojo observó todos y cada uno de los detalles de su cara, la contracción de la frente, como las cejas se movían ligeramente, los ojos, las mejillas, los labios, todo. No quería perderse ningún detalle. En su mirada había pura devoción hacia ella.
- Cuando necesito hacerte saber lo que siento, cuando la presión es fuerte- movió los dedos para acariciar los dorsos de sus manos-, cuando las palabras salen de mi, veo el efecto que tienen. Más que verlo, es sentirlo. Es como- entrecerró los ojos buscando la manera de explicar lo que veía-. Es como si viera alejarte cada vez que abro la puerta para que veas lo que hay dentro. Como si asustara.
La morena giró las manos para que sus palmas se encontrasen con los dedos fuertes de Sango, apoyando ahora el dorso de estas sobre las vendas mojadas.
- No me molesta que seas sincero…- comenzó arrastrando las palabras, manteniendo los ojos fijos en él-. De hecho tengo cierta envidia. Eres bueno usando las palabras. Es solo que...
Se interrumpió y bajó la vista, para enlazar entre los dedos de la mano izquierda los de Ben. Tanteó con la que quedó libre las telas que cubrían su torso y comenzó a abrirlas sin resistencia, para apartar el tejido mojado de su piel.
- Estoy intentando desaprender una vida entera para construir otra nueva contigo. Lo que aprendi desde pequeña, mi forma de relacionarme con la gente… jamás pensé en usar la palabra pareja con nadie. Jamás pensé que alguien de verdad quisiera estar conmigo, más allá de por los motivos relacionados con compartir cama…- se detuvo en su explicación cuando las heridas y contusiones de Sango quedaron expuestas delante de sus ojos.
Verlo tan lastimado, en el trozo de piel que tenía visible la martilleó en la cabeza con más fuerza que el veneno. La manta cayó al suelo a su espalda y Iori se agarró a los hombros de Sango, sin apartar la vista del horror que tenia delante.
Su rostro, el del pelirrojo, compuso una sonrisa triste. Las heridas de la vergüenza. Unas heridas que había conseguido por ignorarla, por dejarla de lado. Nada tenían que ver con la que ella había sufrido, más discreta, desde luego, pero mucho más letal que lo que él mismo sufría.
- No es que sea bueno con las palabras, solo sé que nacen de dentro y quiero que sepas lo que siento por ti- dijo haciéndose oír por encima de la lluvia-. Estas heridas que tengo sanarán, no te preocupes por ellas. Son más dañinas las que nos causamos a nosotros mismos, las que no se ven- cerró los ojos y se lamentó en silencio.
El agua impactaba contra su piel desnuda, llevándose restos de sangre y refrescando el entorno de las heridas más graves. El costado le quemaba y notaba las gotas de agua recorrer los pliegues allí donde la piel estaba unida por el hilo. Quería apartar las manos, dar un paso atrás y rascarse. Sin embargo, no lo hizo. Las manos de Iori le sujetaban y era consciente de que solo podía estar mejor en otro lugar y lo tenían dentro, a escasos pasos de distancia. Abrazados. Ben sonreía sin darse cuenta mientras sus ojos eran incapaces de separarse de los de ella.
¿Cuándo había empezado a sentir fuerte por ella? Cuando la esposaron, cuando los engañé a todos incluso a mi propio corazón. Ah... Pero él sabía que esto había tenido que ser antes. Quizá cuando subía por ese maldito túnel de las catacumbas, cuando tras aquella puerta estaba Seda y ella tirada en el suelo. Ah... Cuánto habían pasado, en tan corto periodo de tiempo y que intenso había sido todo. Ben seguía sonriendo entre suspiro y suspiro. Entre sus brazos se sentía flotar en el mundo. Como si todo resultara sencillo, como si no hubiera ningún problema más allá de saber si ese día llovería.
- Te quiero- susurró sin estar seguro de que sus palabras llegaran a sus oídos por culpa de la lluvia.
Atrapada entre el dolor de mirar su cuerpo herido, y la necesidad de ahogarse en los ojos de Sango.
Iori se mordió el labio, probando la lluvia en ese instante mientras recorria sus heridas, intentando reconstruir la batalla de aquella tarde.
Y con todo, él sonreía.
- Yo también, a mí me gustaría que tú supieras, quisiera que entendieras…- de nuevo las palabras se le escapaban.
Clavó los ojos en el corte cosido que había cerca de su clavícula y las vendas que quedaban sobre su cuerpo terminaron cayendo al suelo junto las demás.
Rompió la distancia que los separaba con medio paso y se pegó a su cuerpo para besar con delicadeza la herida. Buscó la siguiente y la conectó con otra mas, comenzando a trazar con sus labios un camino de besos.
Reescribir sobre el campo de batalla que era Ben una nueva historia.
Sin poder de curación a pesar de la sangre de su padre, y sin embargo deseaba poder sanarlo.
Mientras en su mente la abrasaba lo que le había leído decir a sus labios. Se inclinó, recorriendo ahora la zona de las costillas con concentración, dedicándose a en cuerpo y alma a aquella tarea.
Ben sabía y entendía lo que quería decir Iori. No le hacían falta las palabras cuando con gestos, miradas y caricias se podían decir y transmitir muchas más cosas que con las palabras. Sí, a Ben le gustaba escuchar, pero le gustaba mucho más sentir su mirada, sus labios sobre su piel, sus manos a su espalda en un abrazo.
Sus manos bajaron, buscando reconocer el cuerpo herido de Ben. Su boca descendió más lentamente, dibujando en su piel un mapa de sanación. O así lo imaginaba ella en su mente. Le dolía, hasta perder el aliento, ver sus heridas. Los cortes. Las zonas suturadas con mano experta. Desde luego que no era la primera vez que el cuerpo de Sango atravesaba algo así. Los héroes no se hacían de la comodidad. Pero en aquella ocasión era plenamente por ella.
Como cuando lo vio aparecer en el local secreto de Seda, saliendo de las catacumbas. Con aquel hombro destrozado. En su mente había explotado la culpabilidad. Una que se tradujo en una frase fuera de lugar, buscando alejarse de él. A fin de cuentas había cumplido su parte: llevarla hasta Seda. Y sin embargo él no había querido ceder. Apartarse.
Y la mestiza se alegraba y sufría a partes de una forma similar.
La dedicación que le prestaba a sus heridas le volvía loco. Nadie, en su vida, había hecho algo así por él. Sentirse querido de aquella manera llenaba más que cualquier discurso, poema o canción que le dedicaran. Una atención que no merecía y que, sin embargo, era incapaz de rechazar. En esos instantes, sentía que no había nadie más en el mundo salvo ellos, que el mundo giraba en torno a ellos, allí, en aquel palacete, en aquel lugar seguro. Su piel gritaba con ansiedad pidiendo más de aquel amor salvaje que nacía de ella y que estampaba en forma de besos y caricias contra él.
Ben se atrevió a desviar la mirada, por un breve instante, observando, con la mirada ebria de intensos sentimientos, todo lo que les rodeaba. Dejando que su cabeza volara, mientras una melodía antigua, que se remontaba, según decían, a los orígenes de su pueblo, se le vino a la mente. Una canción que no pudo contener tras sus labios.
Veo un salón, más hermoso que los rayos del sol, cubierto de oro, Gimlé,
allí ellos habitarán y disfrutarán alegres durante todas sus vidas.
Gimlé.
Allí ellos habitarán y disfrutarán alegres durante todas sus vidas.
Disfrutarán.
Allí ellos habitarán y disfrutarán alegres durante todas sus vidas..
allí ellos habitarán y disfrutarán alegres durante todas sus vidas.
Gimlé.
Allí ellos habitarán y disfrutarán alegres durante todas sus vidas.
Disfrutarán.
Allí ellos habitarán y disfrutarán alegres durante todas sus vidas..
Sus rodillas tocaron el suelo cuando perfiló con los dedos el borde del empapado pantalón que vestía. Aquella lluvia aliviaba la temperatura de Iori, pero no era lo más adecuado para él. Apenas introdujo la punta de los dedos cuando por encima de la lluvia escuchó su voz.
Era la segunda vez que lo escuchaba cantar. La primera había sido en el Edén. Un tiempo y un lugar que parecían pertenecer a otra vida en aquellos instantes. Iori alzó el rostro y lo miró, poniéndose de nuevo en pie cuando notó como él tiraba de ella con sus manos.
La voz de Ben resultaba mágica.
El peso de aquella melodía, la fuerza de su letra, sencilla, casi hizo que la mestiza visualizara como aquella habitación brillaba. Como si un hechizo mágico hubiera impactado en ella, pensó ver los muros y techos, cada arista de la estructura iluminándose con el candor de una magia protectora. Su lugar sagrado.
Necesitaban volver a dentro. Necesitaba poner a Ben a salvo del frío y la lluvia. Tiró de él, guiándolo sin dejar de mirarlo de frente, mientras él seguía cantando. Iluminando y llenando de poder aquel lugar. Soltó su pantalón y la tela quedó abandonada
en mitad del suelo de la habitación, al tiempo que ellos seguían avanzando hasta la zona de la chimenea. Iori no apartaba los ojos de él, mientras se situaba dejando que él estuviese entre el calor del fuego y el del cuerpo de la mestiza. Eso haría que entrase en calor, pensó mientras con sus manos ceñía la cadera del guerrero.
Miró hacia abajo, a su cuerpo, a sus brazos a sus heridas. A la luz de la hoguera, pudo contemplar como al rededor de los cortes aún se veía la piel rosada, con la sangre justo bajo su piel, queriendo flanquear los cierres que le había practicado el elfo. En otras partes de su torso y de sus brazos, había zonas en las que su piel empezaba a adquirir un tono amarillento, consecuencia inevitables tras recibir el impacto de las armas que habían querido arrebatarle la vida.
Nuevas heridas que se mezclaban y confundían con otras antiguas y que, una pequeña gota de agua, que relejaba la luz de lumbre, recorría, silenciosa, en su lento descenso al suelo. Por suerte para ambos, para la gotita y para Ben, había unas manos que lo mantenían bien sujeto, bien firme. Unas manos que completaban un agarre que continuaba con sus brazos subiendo por ambos costados, su torso pegado a la ancha espalda del pelirrojo. Su cara, contra su hombro izquierdo, sus labios sanándolo con suaves y delicados besos.
La fría espalda del pelirrojo y el cálido torso de la morena. A Ben se le erizó la piel cuando el aliento escapó de los labios de Iori y recorrió su cuello. Giró la cabeza, buscando sus preciosos ojos azules mientras sus manos se aferraban a las de ella. Suspiró de puro placer. Como si él la hubiese llamado, los ojos de la mestiza fueron al encuentro del verde de Ben. Cielo y bosque conectaron en el momento en el que sus colores se reflejaron en las pupilas del otro.
Iori apretó más el cuerpo contra la espalda del soldado. Sentía que el contacto con su piel fresca la abrasaba, y sonrió notando la familiar excitación recorriéndola. En ella siempre había sido fácil e inmediata la respuesta sexual cuando alguien le atraía. Pero nada de lo experimentado anteriormente se comparaba con él.
Cuando se trataba de Ben, la intensidad de los sentimientos todavía la abrumaban. Era consciente de que demandaba más control y más ansia por él como forma de ella sentir que se movía en terreno conocido. Algo cercano a lo que siempre había sido. Ahora tenía que añadir en la mezcla los sentimientos que atronaban dentro de su corazón. Y el resultado la dejaba sin palabras.
Porque ya no era una simple caricia. Ya no era una penetración placentera. Ya no era querer nadar en la boca de alguien.
El Héroe la saturaba de emociones. Necesidad de él. De conexión más allá de la piel. La catapultaba al gozo más absoluto y le traía los peores terrores. Bajó los ojos. Cortó la conexión, sintiendo que la respiración se le entrecortaba y apoyó la mejilla en el medio de su espalda, mientras abrazaba su cintura contra ella.
- Necesitas descansar. Si mañana Cornelius no desea usar su poder sobre ti buscaremos a otro elfo. Te lo prometo.
Ben volvió la mirada al fuego. Qué imagen, pensó. Que fácil era, se dijo, encender unos leños y luego apagarlos llegados el caso. Ese control del fuego era toda una proeza. Que difícil, prosiguió, hacer los mismo con el fuego interno, con uno que no paraba de alimentarse pues cabeza y corazón lo impedían: la primera por tenerla siempre presente, la segunda porque no dejaba de avivar y amplificar lo que la cabeza llevaba al frente, al hilo principal de pensamientos.
Sonrió en dirección al fuego. Una sonrisa que quedó entre ellos, como buscando complicidad. Como si el pelirrojo quisiera extraer los secretos del fuego que lanzaba sus indiferentes lengüetazos hacia el aire. Suspiró acompañado de un leve ronroneo y siguió acariciando sus manos.
- Debemos descansar- contestó haciendo hincapié en la primera palabra.
La mestiza giró las palmas, de manera que atrapó los dedos de Ben en una estrecha caricia entre los de ella.
Tiró de ambos, dejando caer su peso poco a poco hacia abajo, para que él entendiese la dirección hacia la que quería avanzar. La alfombra del suelo, frente a la chimenea. En donde se habían encontrado la noche anterior. Con más energía, pero con menos ganas de las que ella experimentaba ahora.
Porque Iori sentía que a cada latido, a cada hora en su compañía, las raíces de Ben se colaban más dentro.
Ben se dejó llevar, guiado por sus manos, por la seguridad que le transmitía su abrazo y la dulzura que cargaba sus movimientos. Le gustaba la sensación de sus caricias sobre los dedos, ligeramente insensibles, de su mano izquierda. Le aseguraba que seguían allí, con él, con ella, entre sus manos, seguros.
Una vez tendidos junto al fuego, recostados el uno contra el otro, Ben buscó seguir con sus manos entrelazadas a las de ella, reconociéndose en un lenguaje gestual, jugando, aprendiendo.
- La lluvia no parece tener fin- comentó mirando la punta de sus dedos enredándose-. Pero eso está bien- añadió sonriente-. Más tiempo para estar tranquilos- los dedos se separaron un instante-, más tiempo para que descansemos- se buscaron con rapidez-, para recuperarnos.
- No estoy familiarizada con el clima de Lunargenta... desconozco si este tipo de tormentas de verano son habituales o se trata de algo excepcional en la capital - murmuró la mestiza girando un instante la vista hacia el ventanal, sin perder la conexión con la mano de Ben.
Fuera seguía cayendo agua en cantidad suficiente como para nublar la vista del resto de la ciudad, pero sobre la alfombra, delante del fuego, el cuerpo de ambos comenzaba a secarse.
Alzó una pierna ligeramente y atrajo una manta cercana hasta ellos. Se incorporó hasta quedar sentada frente a él, y con la mano que tenía libre arropó a Sango con la cálida tela. El tejido era lana, pero una de tan buena calidad y tan bien tratada que en nada tenía que ver con lo que usaban ellos en su aldea para hacer las mantas brutas que tanto picaban a la vez que abrigaban.
Observó un instante con ojo crítico el paño, pensando que seguro el hilo estaba mezclado con algún otro tipo de material, antes de buscar de nuevo los ojos verdes y suspirar.
¿te molesta, de alguna manera, que sea tan sincero con respecto a lo que siento por ti, a cómo nos veo?
Frunció el ceño, recordando que ella no le había dado una respuesta directa a aquella pregunta tan compleja.
El ágil movimiento llamó su atención hasta el punto de olvidarse de responder y hacer gala de unos bastos conocimientos climatológicos aprendidos después de vivir unos años en la capital. La manta, que ahora cubría hasta la mitad de su torso, era demasiado grande para uno solo y así se lo iba a hacer saber, sin embargo, notó el cambio en su rostro.
- ¿Qué pasa?- preguntó posando la mano en una de sus piernas, abarcando espinilla y gemelo-. ¿Todo bien?
Abrió mucho los ojos, sorprendida por la sencillez con la que él, de nuevo, supo ver en su duda. Apartó la vista, azorada, y la clavó en la mano con la que acariciaba su pierna.
- Pareja- susurró.
- ¿Eh?
Tardó unos instantes en relacionar la palabra pareja, su reacción y sus palabras de hacía tan solo unos instantes. Su primera reacción fue la de terror, por haber dicho aquello sin pensar demasiado, sin pensar en que, quizá, ella no veía su relación de la misma manera. No obstante este fue disipándose a medida que su mano acariciaba con movimientos lentos y suaves sus piernas.
- Oh- dijo tras unos instantes-. Hay mucho en lo que pensar sobre esa palabra- añadió y buscó sus ojos-. Pero siento que es así, que la relación que nos une es algo más que amistad, necesidad, familiaridad... Es, quizá, todo ello a la vez, mezclado hasta el punto de sentirte como si fueras una extensión de mi mismo- alzó las cejas levemente, casi sorprendido por lo que acababa de decir. No porque no lo creyera, sino porque no sabía que era capaz.
La pierna de Iori se tenso bajo la mano de Sango, aunque fuera de eso no hubo más reacción, aparentemente. Los ojos azules continuaron observando las luces y sombras sobre sus cuerpos, evitando la mirada directa del Héroe.
Su corazón, acelerado. Sus mejillas, encendidas.
- ¿Qué implica una pareja para ti?- preguntó en voz baja, como si aquella pregunta le diese miedo.
Las caricias se detuvieron mientras el pelirrojo aprovechaba para descansar el brazo y reflexionar sobre la pregunta. Miró su propia mano sobre la pierna de la morena y luego recorrió con la mirada el trazado imaginario que su mano había hecho sobre ella. Se imaginaba que era un sanador y que con aquellas caricias, con las ligeras presiones que ejercían sus adormecidos dedos, la ayudaban a combatir el mal que aún resistía en su interior.
Sonrió mirando su mano. Una sonrisa incómoda al verse como el héroe y a la vez el villano. Causante de su mal estado y de su recuperación. Una imagen terrible que se obligó a descartar enseguida, a dejarla bien guardada en algún rincón de su cabeza para recordar y no caer en el mismo error. Una lección que le había tocado aprender por el camino más peligroso de todos.
Ladeó la cabeza y con un movimiento suave de la misma dejó que el pelo terminara por caer hacia un lado. Dejó escapar aire lentamente por la nariz mientras el calor de la manta y el fuego, ambos, consecuencia del atento cuidado que la morena había puesto sobre él. Buscó su mirada, aún huidiza y volvió a centrar su atención en su mano.
Las lentas caricias reanudaron mientras pensaba en la pregunta, la cual le resultó difícil de responder ya que, si bien sentía el significado de ser pareja, nunca había estado en la posición de tener que describir o definir qué significaba ser pareja. Y mientras una idea se formaba en su cabeza, sentía que las cosas que pensaba se quedarían cortas en tiempo y forma para darle una respuesta. Por eso, decidió dejar que su mente se balanceara al ritmo de su mano y sus dedos, acunados por la melodía de la lluvia en el exterior, golpeando contra su particular Gimlé. La idea le hizo esbozar una sonrisa radiante.
- Una pareja implica suplir las carencias del otro. Lo que a uno le falta, al otro le sobra. El yo pasa a ser nosotros y allí donde hay debilidad, el otro apuntala, y donde hay fuerza, el otro refuerza. Aprenden el uno del otro y se alcanza un punto de equilibrio, el momento en el que ambos tienen tal vínculo que constituyen una unión- su mirada se desvió hacia su rostro- perfecta.
Sus ojos no eran capaces de establecer contacto resuelto con el verdor de Sango, pero no era capaz de evitar lanzar pequeñas miradas fugaces. Cotejando. Asegurándose. Comprobando sus reacciones.
Sus caricias y su silencio meditabundo fue llenado, como en ocasiones anteriores por dudas en Iori. Miedos.
Que la bloqueaban y la hacían sentir que aunque ella estaba en un sueño, el podría despertar de aquella pesadilla y liberarse. Alejarse de ella y dejar atrás su pérfida influencia.
Las heridas que había repasado en él, aquel hombro que la torturaba peor que si lo hubiera sufrido en ella. El peso de la culpa… y la desesperación de sentir por primera vez que tenía algo que deseaba proteger. Algo que le importaba más que su propia vida…
Cuando comenzó a hablar alzó de nuevo los ojos, sorprendida por el timbre de voz de Beb arrancándola de sus pensamientos, y fue entonces cuando vio su sonrisa. Brillante, amplia y confiada. Y aquella cara frente a ella, iluminada por el fuego se quedo grabada en ella para siempre.
Lo escuchó, asombrada por la potencia de lo que decía y la convicción de sus palabras. Sonaba precioso, pero Iori sintió que no cuadraba en ninguna parte de aquella interpretación. Guardó silencio largo rato, y apartó la vista hacia abajo, para intentar pensar lejos de sus influencia.
- Tú me das tantas cosas… siento de nuevo que la felicidad existe en mí, no como antes, de una manera diferente, que nunca sentí. Tu fortaleza, mental y física, parece que a cada paso siempre sabes qué hacer, tomar la decisión correcta. Cargas con mis debilidades, mi caos y mi locura, aguantas mis subidas y bajadas. Has visto la clase de barro, de despojos de los que estoy hecha, y aún así…- meneó la cabeza y alzó la vista, mirando con angustia hacia el balcón.
- ¿Qué te ofrezco yo? Además de sexo, ¿qué te aporto? ¿Hay algo bien en mí para ti? - su pecho subió rápidamente, al ritmo de su respiración acelerada-. ¿Qué aporto a la unión?- se ahogó.
¿Qué le aportaba ella?
Se ahogó en sus propias palabras y se llevó las manos a la cabeza con rabia. Necesitaba aire, necesitaba respirar. Y volvió la vista hacia Sango. Lo vio tumbado, frente a ella, dandole toda su atención. Y allí con él estaba el aire que precisaba. La mestiza cerró los ojos, y con un leve gemido, enterró los labio en la boca del Héroe.
Porque a pesar de lo que decía con sus palabras, su cuerpo clamaba de forma instintiva unirse con él.
El pelirrojo pareció levitar cuando sus labios colisionaron con los de la morena. No se cansaba de aquella sensación, aquel hormigueo que le recorría de arriba a abajo y que le empujaba a seguir buscándola para que esa sensación nunca se agotara. Sin embargo, había cosas que necesitaba aclarar, preguntas que necesitaban respuestas. Su mano izquierda buscó su pecho, apoyó la palma por encima de lo senos y haciendo una ligera presión se obligó a separar sus labios.
Miró sus labios, húmedos después del choque, casi podía ver el vaho, invisible, que salía de ella, escuchaba los leves jadeos de la respiración agitada, como gritos clamando por él. La excitación y el deseo brillaron en sus ojos por un instante, lo justo y necesario para ser él, ahora, el que se lanzó a sus labios, a besarlos y dejar que ella sintiera lo que ella era para él, al menos una pequeña parte. Una mínima parte.
Se retiró de nuevo con la misma maniobra y miró sus ojos azules. Unos ojos que hipnotizaban que eran tremendamente bellos. Su mano se deslizó por su debilitado cuerpo y se obligó a desviar la mirada hacia la punta de sus dedos que ahora rozaban las puntiagudas formas de uno de sus hombros. El breve momento de calma sirvió para que la excitación se calmara y le permitieran hablar un poco más con ella.
- Si siempre supiera qué hacer, quizá, no estaríamos así- se miró el hombro, se señaló la herida del costado y su mano bajó por el torso de Iori mientras sus ojos se fijaban en la herida de su costado-. Lo que ves de mi es una figura que camina hacia delante sin saber si hace bien o mal, que lucha por sobrevivir y que arrastra tras de sí el peso una vida que, quizás, no le corresponda- ahogó un jadeo de dolor y sus dedos buscaron aferrarse a Iori, como un naufrago al pecio-. Y sin embargo aquí estás, rescatándome de mi propia destrucción, mostrándome que, quizás, otra vida es posible, enseñándome a volver a ser yo mismo. Quizás no seas consciente, pero, me has devuelto la vida. Una vida que tenía secuestrada.
Latía en él. En ella. El fuego más intenso que había sentido. La forma que usó para buscarla y besarla de nuevo la catapultó. Las manos de la mestiza buscaron el punto de apoyo que le permitiría profundizar en aquel contacto. Hasta que el pelirrojo se separó.
La siguió golpeando con sus labios pero esta vez sin hacer contacto con su piel.
Clavó los ojos en él, inclinándose hacia delante mientras la punta de sus dedos prendía fuego en ella.
- Dejemos todo a un lado- propuso de forma súbita, acelerada por el dolor que percibía en las palabras de Ben, en la lucha interna que tenía entre los dos caminos que quería recorrer-. Olvida lo que otros ven en ti. Crea tu propio camino conmigo. Sé que no soy la mejor compañía, no sé si sabré quererte como mereces…- se tumbó ligeramente sobre él, mientras que tiraba de la manta con la que lo había envuelto para acercarlo de forma estrecha a ella-. Quiero cuidarte, quiero hacerte feliz, quiero que me enseñes a amarte bien…- los ojos azules miraban con anhelo, con urgencia en la expresión de Sango-. Sigo sintiendo miedo de lo que haces nacer en mi interior Ben, pero si es por ti, contigo, puedo caminar por el sendero que desees para poder estar juntos.
Se dio cuenta del silencio que se había instalado entre ellos al notar como el peso de su mandíbula tiraba de las heridas que tenía en la cara. Parpadeó varias veces y cerró la boca hasta que los dientes hicieron contacto. Su piel, sin embargo, siguió tirando hacia arriba hasta componer una sonrisa que nacía de lo más profundo de su corazón.
¿Qué necesitaban para hacer realidad todo aquello? ¿Dónde podrían asentarse? ¿En qué lugar podría estar a salvo de gente que le reconociera? ¿Era esa la forma en la que querían empezar una nueva vida juntos? El pelirrojo cerró los ojos y suspiró antes de relajar la sonrisa. Le fascinaba la fuerza con la que se abría a él y a la vez el miedo que le provocaba, como si al hacerlo, se expusiera a un peligro que sólo ella era capaz de ver.
Sería terriblemente sencillo cogerlo todo y marcharse a cualquier rincón de Aerandir, comenzar una nueva vida. Por mucho que ambos, en ese momento, quisieran ver cumplidas esas palabras, llevarlas a cabo supondría convertir un acto de amor en algo parecido al secuestro pues no era una vida que ambos hubieran decidido. La morena estaría obligada a caminar por el sendero que le marcaría Sango y eso era algo que él no estaba dispuesto a asumir.
- No es el camino que deseo si te tengo que arrastrar por él o hay partes del mismo por el que no querrías caminar. No- le acarició la mejilla con el dorso del índice-. Iori, lo hablamos antes, estamos juntos en esto precisamente para evitar esto- se miró las heridas largo tiempo antes de volver a perderse en sus ojos-. El miedo que sientes, es normal, es, incluso, necesario. Pero no hay que dejar que controle nuestros actos y tampoco que gobierne sobre nuestros sentimientos. El desconocimiento asusta, sí, pero seguro que tu corazón siente con mucha más fuerza otras cosas, deseo, amor, ansia...- alzó la cabeza en su dirección-. Recorreremos ese camino juntos. Juntos, queriéndonos, amándonos, pero el uno al lado del otro y no de otra manera.
Ahí estaba. De nuevo. La sonrisa de Ben, desarmándola por completo. Dejando su mente en blanco y rompiendo el hilo de sus pensamientos. El desorden se apoderó de su mente cuando él le explicó. ¿Así funcionaba una pareja? Había preocupación por ella, pero Iori solo quería complacerlo. Quería mantener el vínculo. Y era evidente que no sabía como hacerlo.
Aferró entre sus dos manos con la que él había acariciado su mejilla y la sostuvo en mitad de su pecho con fuerza.
- Por favor Ben, necesito entender, necesito saber qué tengo que hacer. Quiero ser buena para ti, quiero ser válida. Iré contigo a Zelirica. Te ayudaré en todo lo que esté en mi mano. ¿Quieres ir luego a Cedralada? ¿Quieres que te enseñe Eiroás? - se inclinó hacía él, dejando que el miedo del que la había prevenido la controlase. La urgencia de evitar la distancia entre ellos.
Perderlo.
Ahogó un jadeo y soltó la mano, para abrazarlo por los hombros con fuerza, teniendo cuidado con el izquierdo.
- Me da miedo alejar mis pasos de ti. No seria diferente a intentar respirar bajo el agua. No quiero pensar en separarnos - farfulló atropelladamente, mirándolo a centímetros de su cara mientras notaba las pieles unidas de nuevo.
Bajó la cabeza y buscó con ella hacer contacto con su frente mientras su piel se afanaba en buscar la forma de que sus dedos quedaran allí pegados para siempre, como si fueran el molde para una escultura que viviría por toda la eternidad. Sin embargo, por qué conformarse con aquel agarre, si en la vida que les restaba podían sentirse de aquella y de otras decenas de miles de formas. Sus ojos ahora observaban sus pechos.
- Para entender, solo tienes que mirar dentro de ti- frunció el ceño-. Sé que puede sonar raro, casi como una manera de evitar la pregunta pero, hazme caso, mira dentro de ti, pregúntate- se removió y ahora posó su frente contra la de ella-. Pregúntate qué sientes cuándo estamos juntos, cuándo compartimos estos momentos. También cuando estamos separados, averigua qué es lo que sientes y cómo te hace sentir y cuando tengas respuesta, actúa en consecuencia- se separó ligeramente para observarla y se acercó para posar un delicado beso sobre sus labios-. Un beso, una caricia, un abrazo, una mirada... No hay que buscar ser algo que uno no es ni tampoco forzar lo que uno no siente. No hay que renunciar a lo que eres para querer y gustar a otra persona- le paso el dorso de los dedos por la cara y le sonrió.
Se echó hacia atrás, hacia la alfombra mientras sus ojos se hacían al techo y sus músculos se relajaban después del esfuerzo de haber forzado la postura. Su suspiró quedó ahogado por el sonido de la lluvia en el exterior.
- En Cedralada conocerás a mis padres y el lugar en el que crecí hasta los doce o trece inviernos. Es un sitio que guardo en el corazón pese a que no lo visite tan a menudo como debería- se llevó la mano derecha al pecho-. Tengo ganas de conocer Eiroás, ver donde creciste, y qué gente te rodeaba- sonrió al techo.
La fiebre dentro de la habitación había vuelto a subir, y el sudor hacia brillar la piel de Iori. Los gestos tiernos de Sango la congelaron en el sitio. Iori comprendió que se le daban asi de bien por dos factores que se mezclaban. Él tenia un fuerte instinto de protección, de cuidar a los demás, junto con el hecho de que había experimentado con relaciones amorosas previas.
Era evidente que aquella dulzura, aquella atención en sus caricias y la forma de hablarle no era algo nuevo para él. Y sin embargo Iori deseaba hacerle estrenar a él algún sentimiento.
Se lanzó sin pensarlo encima del pelirrojo, sin cuidado con el escaso peso que suponía su maltrecho cuerpo y se abrazó a él. Lo asió con fuerza, con un punto que olía a desesperación, y dejó caer su cadera a un lado de la de él para obligarlo a girar posiciones. La espalda de Iori se amoldó a la suave alfombra de pelo frente a la chimenea al tiempo que atrapaba a Ben entre sus piernas y lo rodeaba con ellas.
¿Qué pensarían los padres de él cuando la viesen a su lado? Indigna.
¿Qué le dirían los habitantes de Eiroás? Chica fácil.
Hundió la cabeza en su hombro y clavo los dientes y los labios sobre su piel. Ben aprovechó la maniobra para apoyar todo el peso sobre el antebrazo derecho mientras acomodaba el cuerpo para evitar hacerle daño. Dejó que su propio pelo cayera hacia ella y le sonrió cuando se apartó para mirarle.
- No hay respuestas fáciles cuando se trata del corazón- dijo a escaso medio palmo de sus labios-. Cuando la Diosa toca los corazones, algo despierta en nosotros, un sentimiento de búsqueda, de necesidad. Podemos huir de él, o podemos abrazarlo. ¿Por qué huir de algo que nos hace tanto bien?- preguntó antes de hacer un movimiento de cuello y apartar el pelo hacia un lado-. Querer y sentirse querido son dos sensaciones que todo el mundo debería experimentar alguna vez en la vida. Quizá así el mundo podría ser distinto- acercó su nariz a la de ella y luego se alejó-. Yo te quiero, mucho, me gusta lo que haces en mi y lo que me haces imaginar. Es... maravilloso- Ben terminó de rodar hacia el otro lado.
Bendición y condena. Eso era Sango para ella. Con sus palabras, con sus gestos, eran tan fácil dejarse llevar. Olvidar…Se tumbó de lado mirándolo con la cabeza por encima de él.
- ¿Y el resto del mundo?-lanzó la pregunta antes de bajar la cabeza, sintiendo como las dudas en aquel momento la llenaban de inseguridad-. No siempre va a ser así Ben… no vamos a vivir solos, aislados, en una habitación. Moviéndonos entre momentos de comer, de dormir y de acostarnos. ¿Qué pensará tu gente? ¿Qué pensarás tú de los míos?- volvió a mirarlo, con ansia-. No hay nadie en Eiroás que tenga lazos conmigo como tú con ti familia. ¿Cómo me verán ellos?- desvió los ojos hacia el fuego que ardía al otro lado de Ben, mientras una frase se hacía presente en su mente-. Nadie pensará que soy lo que mereces. Suficientemente buena para ti.
- Que le den al resto- giró la cabeza y la miró a los ojos-. Me importa una mierda lo que piense el resto. ¿Eres buena para mi? No- hizo una breve pausa para afianzar la mirada-. Eres perfecta para mi- relajó la expresión-. No tienes que preocuparte de lo que piense el resto, preocúpate de lo que piensas tú, de estar agusto contigo, de que las decisiones que tomes sean las que de verdad tu quieres tomar- buscó entrelazar su mano con la de él-. Pero si de verdad es algo que te preocupa... No tengas miedo, eres perfecta para mi y lo serás para mi familia, te lo aseguro.
No estaba acostumbrada a una intensidad semejante. Sango era capaz de hacerla sentir abrazada solamente usando palabras. La potencia de lo que decía hacia que el corazón de Iori se acelerase más que con todas las bocas con las que había jugado en su vida. Aprovechó la conexión de sus manos para fijar la vista en ellas intentando controlar el rubor de sus mejillas. Los dedos se abrían y cerraban, disfrutando la unión de sus pieles, el calor compartido…
- Quiero ir contigo a Zelirica. Nunca estuve en una situación parecida, pero quiero serte de ayuda en todo lo que pueda. Quiero mantenerme a tu lado Ben- alzó los ojos y lo miró de nuevo, recordando como inicialmente fuera él quien se lo había pedido, y como esa oferta parecía haberse disuelto en la mente del guerrero en los últimos días. Como si prefiriese dejarla atrás, en aquel lugar-. No voy a estar más a salvo en ningún sitio que no sea juntos- lanzó la frase en previsión de que oscuros pensamientos pudieran separarlos en aquella ocasión.
La mestiza se inclinó hacia él, tumbando el torso sobre el pecho del pelirrojo y observándolo de cerca. Con la mano libre acarició su mentón mientras notaba como en su propia nuca se deslizaba el sudor que le causaba la fiebre.
Ben no pudo apartar sus ojos de los de ella. En ellos, aparte del hipnótico efecto de su belleza, resonaba el eco de la potencia de sus palabras. Ella quería estar con él, y pese a que él mismo había querido apartarla de su lado, dejar que se quedara allí en Lunargenta, en el palacete recuperando fuerzas, no podía evitar que una sonrisa de felicidad sincera se dibujara en su rostro. Una que no podía borrar porque era una respuesta que nacía del corazón. Una sonrisa que significaba no estar solo, una sonrisa que verbalizaba el sentimiento de no querer separarse ni un solo palmo de ella. Sango asintió dejándose acariciar por sus dedos y dejándose llevar al estar en sus brazos.
- Deberíamos volver a la cama- dijo-. Necesitamos descansar- añadió mientras peinaba sus húmedos cabellos y los pasaba por detrás de sus orejas-. Ah...- escapó de sus labios sin ser capaz de dejar de sonreír.
Ella leyó en sus ojos. Reconoció la afirmación en su gesto. Sabía que él estaba de acuerdo. No la apartaría. No la separaría ya más. Irían juntos a Zelirica y construirían después un futuro juntos. ¿Era ella capaz de dejar a un lado la venganza? Solo restaban los elfos que habían participado. Y Dhonara estaba muerta…
Se aferró al suspiro de Sango con desesperación, dejando que su presencia y el calor de su cuerpo la distrajese del dolor del recuerdo. Del triste final de sus padres. ¿Podría ella, en esas circunstancias, alcanzar la felicidad viviendo con quien amaba? La cara de la mestiza se torció en un gesto de lucha. Intentó controlar la agonía de la pena con la presencia del pelirrojo.
Comprendió entonces que esa noche, una vez mas, precisaba ahogarse en sus besos. Se abrazó a su cuello lanzándose sobre él, con la necesidad de quien busca comida en el desierto.
- Te amo- susurró tomando aire un instante antes de volver a sumergirse en sus labios.
Escucharla decirlo le provocó un estado de agitación que empezó por un aumento de pulsaciones que transportó calidez a todo su cuerpo que se transformó en un pulso que hizo que todo su cuerpo flotara y se viera mecido por la más poderosa de las fuerzas y que sólo ella poseía.
Echó los brazos por su espalda y la rodeó con fuerza cuando sus labios chocaron en un ansiado reencuentro. Ahogó un grito de dolor en su boca y mordió su labio lo justo para disimular. Se separaron apenas un instante antes de volver a fundirse mientras sus cuerpos se amoldaban el uno al otro.
La cama podía esperar.
Sango
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Re: Días de tormenta + 18 [Privado]
La mañana había amanecido fría para ser verano en Lunargenta. La enorme tormenta que llenó de agua la capital había conseguido enfriar la atmósfera, y a aquellas horas una espesa neblina envolvía la ciudad. El color perlado que se divisaba desde el gran ventanal le daba un aspecto fantasmal, casi mágico a lo poco que se percibía con claridad desde el palacete. El fuego de la chimenea se había convertido en unas ascuas naranjas que apenas emitían ya luz y calor. Y en dónde se había quedado aovillada la morena, al lado del cuerpo de Ben, cuando los ojos verdes se abrieron ya no la encontraron. Sin embargo, más allá, la puerta que conducía a la zona de baño estaba entreabierta.
Iori observaba su cuerpo delante de un amplio espejo de pared.
Desde que había despertado, cuando los colores del cielo comenzaban a teñirse de un suave rosa, había estado mirando a Ben dormir a su lado. No era la primera vez que lo hacía, pero sí que era la primera ocasión en la que resultaba tan doloroso. Lo había visto hacer pequeñas muecas cuando un movimiento involuntario hacía arder su hombro izquierdo. Había repasado con la vista los moratones que eran ya evidentes, las marcas en su piel y la sangre que manchaba las vendas por debajo. Había que volver a renovarlas y desinfectar las heridas.
O recurrir de una vez a una mano élfica amiga, que tuviese la bondad de borrar en él la evidencia del combate. Una lucha a la que se había lanzado por su culpa. Los demonios del remordimiento pretendieron llenar su mente de veneno, pero la mestiza se propuso con firmeza apartarlos de ella. Solamente tenía que creer en las palabras de Ben.
Recordar que él le había dicho que era perfecta, que eran perfectos el uno para el otro. Él había hecho algo que no difería mucho de lo que ella misma estaría dispuesta a hacer por él. De lo que la condujo a lanzarse con estupidez por las calles de Lunargenta, sin orden ni plan, pensando en encontrar a Dominik Hesse en la primera bocacalle que girase.
Y fueron las marcas de los cristales producidas al golpear los espejos lo que sembró la duda en la mente de la morena sobre que algo podía no andar del todo bien con Ben.
Apretó la tela de la enorme toalla que sostenía entre las manos y se puso de puntillas para tapar la superficie reflectante en toda su extensión. Desconocía si aquel simple gesto serviría de algo pero debía de intentarlo para poder salir de dudas.
En la zona principal del cuarto, el pelirrojo, en algún momento de la noche, había colocado el brazo derecho entre la cabeza y la almohada. Sus ojos, ahora abiertos, estudiaban la habitación mientras el amanecer se consolidaba y el sol salía por entre las nubes en la fresca mañana que les regalaba la capital del Reino. Mientras tanto, luchaba por alejar el dolor del costado pero sobre todo el del hombro izquierdo. Los movimientos del antebrazo y de la mano izquierda los sentía como si su propia extremidad perteneciera a otra persona.
Aspiró aire con lentitud y lo dejó dentro un rato antes de soltarlo con la misma tranquilidad al tiempo que giraba la cabeza a un lado y a otro y terminaba dando con sus ojos en la puerta del baño. Sonrió. Con una ágil maniobra consiguió quedar sentado en el lateral de la cama. Se observó el vendaje del costado y pudo ver sangre. Hizo una mueca y luego se miró las manos llenas de cortes y sangre reseca. Suspiró enfadado consigo mismo y se puso en pie, manteniendo el brazo izquierdo lo más rígido posible. Fue hasta el baño y empujó con precaución la puerta.
Aquella estancia era un lujo que él aún era incapaz de comprender, pero había misterios que solo la hechicería podía explicar, como el del agua que entraba por algún sitio y que era capaz de salir caliente sin que nadie encendiera un fuego. Se dijo que no merecía la pena perder el tiempo en aquello.
- Y sin embargo aquí me tienes, pensando en cómo es posible que el agua salga caliente cuando se gira esa manivela - dijo en voz alta al entrar al baño. Sus ojos se detuvieron, entonces, en la morena y en su cuerpo -. Eres hermosa- añadió con una sonrisa radiante, mientras daba un par de pasos al interior del baño.
La mestiza se sorprendió al escucharlo tras ella, ya que no lo había sentido llegar. Volvió el rostro ligeramente y se sintió aturdida por la facilidad con la que Ben era capaz de hacer aquellos comentarios sobre ella. Sobre todo porque con aquel cuerpo, tan delgado, cubierto de heridas y cicatrices pasadas no consideraba que mereciese aquella palabra para describirla.
Fue entonces cuando al guerrero un repentino calor, como de ira, le recorrió el cuerpo y en sus ojos se encendió un fuego que podía prender la más húmeda de las yescas. Iori pudo ver la transformación frente a ella y todo en su cuerpo se preparó, aunque no sabía exactamente para qué.
- ¿No me crees capaz de desentrañar los secretos de la hechicería del agua caliente? - preguntó mirando a Iori y entornando la mirada.
Dio otro paso al frente, ahora, hacia ella.
¿Qué?
El vapor del agua caliente llenaba la estancia de un ambiente similar a la neblina que cubría la ciudad fuera. La morena lo observó, pero en su cara había una expresión cauta que no desapareció tras el comentario apreciativo sobre su belleza.
Loco. ¿Cómo podía verla así en aquellas condiciones?
No tuvo tiempo de desviar la vista para mirarse a si misma, intentando ver lo que él parecía percibir en ella. El cambio en su voz, la ligera tensión que adquirió su cuerpo puso a la morena sobre aviso.
Era el momento. Plantear la situación que había estado dando vueltas en su cabeza desde que había amanecido.
- ¿Recuerdas cuando me encontraste en la posada? - lanzó la pregunta volviéndose hacia él hasta quedar frente a frente. - Cuando subí al primer piso para escapar por la ventana tú me alcanzaste allí. -
La Iori de aquel momento parecía tan lejana a ella como si perteneciese a otra vida. El dolor en la espalda, la brutalidad con la que las manos de Sango la habían estampado contra el espejo había sido una fuente de satisfacción en aquel momento. Aunque ahora ya no deseaba ser lastimada por él de esa manera.
- Sí, lo recuerdo - respondió sin apartar la mirada -. Pero, ¿Qué tiene que ver eso con el tema actual? - apartó la mirada y giró la cabeza con rapidez hacia el agua de la bañera -. Fue un momento difícil aquel, nos perseguían - dijo con el tono de voz normal pero con una expresión en el rostro distinta.
Se agachó y se arrodilló junto a la bañera para meter la mano derecha y agarrar un puñado de agua que se escurrió de entre sus dedos cuando la sacó. Estaba tan caliente que enrojeció la mano del pelirrojo, que se la miró con gesto de sorpresa.
- Debo ir a por las armas, y... - susurró antes de girar la cabeza con rapidez hacia Iori y sonreírle -. ¿Dormiste bien? -
¿Las armas? Iori se quedó congelada, sin cambiar un ápice su expresión mientras calibraba al Ben que tenía delante. A Sango. Había algo desordenado en él. Una mezcla diferenciada como quien echa en una botella aceite y vinagre. Claramente distintos, pero compartiendo espacio en el mismo habitáculo. El ceño se frunció entre los ojos azules. Avanzó un solo paso hacia él sin apartar la vista.
- Dormí bien. A tu lado. Nunca fui capaz de hacerlo con nadie antes ¿sabes? Siempre pensé que era algo demasiado íntimo...- apuntó fijándose en la piel de la mano de Ben.
Con esa respuesta tendría que valer por el momento. Ya tendría ocasión para decirle en otro momento lo mucho que le calmaba su aroma. Lo agradable que encontraba la tibieza de su piel cerca y la forma en la que su cuerpo parecía tirar de ella para dormir haciendo contacto con él. Dejar que él la abrazara, o rodearlo ella a él. Enlazar piernas para confundir el principio y fin de cada uno de ellos, haciéndolos uno a los ojos de cualquiera. Y todo ello mientras su corazón latía con ritmos diferentes. De una forma nunca antes sentida.
Sí, algún día le contaría todo aquello. Pero cuando fuese únicamente Ben el que la miraba de frente.
- Imagino que fue por la tensión del momento. Que me usaras para romper el espejo que había en el cuarto - comentó de forma casual.
- ¿Usarte para romper el espejo? - dijo en voz alta antes de levantarse y clavar sus ojos en ella -. Jamás haría una cosa así - dio un paso hacia ella, asustado, pero con fuego vivo en sus ojos -. Ni siquiera cuando me escondes los secretos del agua caliente de la bañera - dijo señalando la bañera.
¿No se acordaba? Aquello complicaba las cosas. La morena no estaba segura de si continuar con aquella conversación para hacerlo consciente y confirmar sus sospechas o dejar el asunto correr.
Lo vio entonces fruncir el ceño y dar un paso atrás, los ojos bien abiertos y la boca entreabierta. Había en su mirada el reconocimiento de que algo no estaba yendo bien.
- ¿Qué está pasando? - se miró las manos y luego la bañera -. Ah, sí - apenas fue un instante pero la aparente cordura se desvaneció como si alguien hubiera chasqueados los dedos -. El agua...- miró a Iori y le sonrió -. Creo que es normal, ¿sabes? Compartir espacio con otra persona puede ser complicado - volvió a dar un paso al frente -, sin embargo, si se comparten los secretos - el dedo índice de su mano derecha señaló, inconscientemente, el agua de la bañera -, todo saldrá bien - añadió con un tono oscuro en su voz.
La mestiza tragó saliva de forma visible, y le mantuvo la mirada mientras daba ahora un par de pasos hacia atrás. Pensó con cuidado antes de hablar. Las cosas se estaban descontrolando, y pensó que en aquel punto, lo único que le quedaba era continuar con lo que había pensado hasta el final.
- Aquel día, me agarraste para golpear el espejo de la posada. Parecías haber perdido el control, y cuando estuvo roto en pedazos me pediste perdón. Parecía que estabas fuera de ti mismo, e imaginé que fue todo fruto de la situación. Los cazarrecompensas del primer piso, una humana desobediente retándote arriba... La primera noche que nos quedamos aquí volvió a suceder. Escuché al servicio hablando de que el espejo de la habitación en la que te habías quedado amaneció hecho pedazos. Por ti. En algún momento de la noche imagino. Y... -
Bajó la vista, con el dolor y la pena llenando sus ojos. - Tus manos. Tus brazos. Todas esas heridas que te causaste cuando saliste tras Hesse al acabar con su guardia personal. Me lo contaste ayer. Una habitación llena de espejos, y sin embargo tuviste que romperlos todos antes de poder calmarte y salir de allí. A costa de tu propia integridad. De hacerte daño de una forma como esa... -
Iori resopló, y volvió a dar otro paso hacia atrás, pegándose a una pared en la que se encontraban colgadas unas grandes toallas.
- Algo sucede contigo y con los espejos Ben, no eres consciente de cómo te afectan, te arrancan de tu ser y solo recuperas la paz cuando están rotos. Es un peligro para ti del que tienes que ser sabedor - sentenció mirándolo con decisión a los ojos.
- Es...es...espejos - su cabeza se ladeó y su mirada se entornó -. Te hice daño - murmuró -. Y luego otro aquí - enumeró -, y otros tantos en la mansión aquella - se mordió el labio inferior y luego sonrió -. No hay de qué preocuparse, aquí no hay es - frunció el ceño y balbuceó - espejos - dijo con esfuerzo -, no los hay. -
Iori dejó de respirar por unos segundos.
Sango sacudió la cabeza y recuperó la verticalidad. Se acercó a la bañera y metió un pie y luego el otro. Dejó que el calor se aferrara a su piel y luego se sentó dejando que el agua le cubriera hasta poco más o menos el pecho. No le importó que el vendaje del costado y del hombro se mojaran. Sus ojos se clavaron en un mueble tapado con un trapo.
- No deberíamos habernos metido en aquella falsa cueva en Roilkat - dijo al rato -. Fue aquella maldita noche, aquella maldita cueva, los malditos cuarenta y dos - se llevó las manos a la cabeza reprimiendo un grito de dolor. Se apretó con fuerza y se echó hacia atrás abriendo la boca todo lo que pudo para coger aire -. Haz que pare - gimió.
Había sido inmediato en ella. En medio de todas las dudas que se le planteaban por la información inconexa de Ben, sus pies caminaron con presteza acercándose al borde de la gran bañera de mármol labrada en el suelo. Roilkat, cuarenta y dos, todo ello quedó a un lado ante la urgencia de abrazarlo y llegar a él para calmar aquel gesto de dolor.
Sin embargo Iori no pudo. Se detuvo antes de cruzar al agua y retrocedió de nuevo, más lentamente ahora.
Vio como separaba las manos con violencia y las hundia en el agua. El eco del chapoteo resonó en la habitación. Sus ojos seguían fijos en el trapo que tenía frente a él. Giró la cabeza hacia Iori y le sonrió.
- Nunca te haría daño de manera consciente. No haría nada que pudiera perjudicarte - sacó las manos del agua y se apoyó en los bordes de la bañera para impulsarse y salir.
Sin embargo, al hacer fuerza y querer salir, el apoyo izquierdo falló y se desequilibró. Intentó, con todas sus fuerzas aferrarse a su apoyo derecho pero fue inútil. Ben resbaló y se sumergió en el agua caliente de la bañera.
Así se rompía un corazón. Siendo testigo de que algo afectaba la cabeza de la persona amada y reflejando la gravedad de las heridas que tenía en su cuerpo. El agua caliente sería un mejor abrazo para él de lo que ella podría proporcionarle. Especialmente porque tanto las heridas físicas como aquel estado mental los había desencadenado ella.
La chica que era perfecta para él.
La urgencia sacudió a Iori, haciendo que rompiese la parálisis en la que se encontraba para girar sobre sus talones. No fue hacia la bañera enorme en la que se encontraba Ben. Asió con la mano la tela que presidía la pared en la que estaba el enorme tocador y la arrastró, dejando a la vista la pátina argentina del gran espejo de baño. Con los ojos muy abiertos, mirando de frente al reflejo, la mestiza contuvo el aliento mientras centraba su atención en la imagen de la bañera que había a su espalda.
Ben emergió y dejó que al agua de su cabeza cayera por su rostro antes de levantarse ayudándose única y exclusivamente de su brazo derecho. Fue entonces cuando se vio.
Volvemos a vernos, Sango el Destructor.
- Os destruí a todos - contestó.
Es evidente que no.
Ben avanzó un par de pasos en la bañera. Entonces se dio cuenta de que Iori estaba allí, cautiva, prisionera de uno de los jueces. La ira estuvo a punto de dominarlo pero se limitó a apretar los puños.
- No le hagas daño - pidió.
El agua que caía de su cuerpo y volvía a la bañera era lo único que se escuchaba. Eso y sus propias pulsaciones, disparadas al verla con él. La figura se echó a reir delante de él.
¿Yo? Preguntó al recuperar la compostura. No le hagas daño tú, que la utilizas para destruir espejos, y para justificar tu ansia voraz de destrucción.
- Eso no es así - dijo visiblemente afectado por la situación -. Yo no le haría daño, yo no soy así. -
Claro que no Sango, eres un ser de luz, un héroe y demás. La figura hizo una pausa. ¿Te has mirado al espejo? ¿Has visto la oscuridad que habita en tu interior? Venga, acércate, mírate de cerca.
La cara de Sango mostraba desconcierto, sorpresa y miedo a partes iguales. Tragó saliva y avanzó hasta el borde la bañera. Volvió a mirar el reflejo, volvió a mirarla a ella y la rabia le recorrió. Se agachó ligeramente y con la mano lanzó agua hacia el espejo.
¿Pero qué...? Ahora eres un maldito crío de seis años? Su tono de voz sonó duro, severo. Sango le enseñó los dientes en una sonrisa despiadada. Una pequeña victoria.
- Es un poco de agua. Para estar en igualdad de condiciones - se permitió bromear antes de salir del agua.
Avanzó hasta que su propio reflejo y el de Iori quedaron a la par. Sus ojos verdes se clavaron en los ojos azules reflejados en el espejo. Le dedicó la más dulce de las sonrisas.
- No pasa nada, todo está bien - asintió levemente y desvió la mirada hacia sí mismo.
Avanzó hasta quedar a un escaso palmo de distancia de su propio reflejo y se enseñó los dientes.
Bien, aparte de una persona mojada, ¿Qué ves?
Ben se miró con detenimiento. Cicatrices, heridas, un mechón de pelo, rebelde, que caía por su frente, sus labios, la nariz, la barba, sus ojos verdes. Alzó levemente las cejas.
Ah, igual necesitas ayuda.
Imágenes de decenas de batallas se pasaron por la cabeza de Ben. El hacha cortando, cercenando, golpeando. Espadas en ristre, muros de escudos, ojos que perdían su brillo mientras él se daba la vuelta y buscaba al siguiente enemigo.
Enemigo no, persona. Tú quitas la vida a las personas. Destruyes. Has nacido para destruir, Sango el Destructor.
- Que te jodan, no tienes ni puta idea de quién soy - dijo encendido de rabia.
Te equivocas. Parece que eres tú quién no se da cuenta de quién eres.
- Hago lo que hago porque esas personas ponían en peligro la vida de miles de personas - sacudió la cabeza para remover el pelo -. Además, osaron alzar sus armas contra mí. Es lo mínimo que merecían. -
¿No te oyes? Digno sirviente de la destrucción. Olvídate de ella. Olvídate de construir. Olvídate de lo que quieres y abraza quién eres, Sango, el Destructor.
Pegó la frente al espejo y se miró a los ojos. Su respiración estaba terriblemente agitada.
- Yo no soy así. Yo no soy ese. -
¿Sabes? Antes si se te presentaba un problema no hablabas tanto. Echabas mano al cinto incluso cuando alguien te miraba mal. Pero, Sango, escúchame.
-No quiero escucharte. -
Je, claro. Escúchame. Es paradójico, pero, para construir, para ser quien quieres ser, vas a tener que destruir. Le sonrió. Sango el Destructor.
Sango se impulsó con la frente hacia atrás y en un rápido movimiento cargó el puño derecho hacia atrás y lo estampó contra el espejo rompiéndolo en decenas de fragmentos.
Parpadeó varias veces y se observó la temblorosa y enrojecida mano derecha de la que manaban, aquí y allá, hilos de sangre. Sacudió la cabeza.
- ¿Estás bien? - preguntó a Iori sin moverse de donde estaba.
La mestiza había asistido a aquella conversación de uno en absoluto silencio, sintiendo como el terror por su comportamiento anidaba en una nueva zona de su corazón que no sabía que tenía. Una en la que se asientan y crecen los miedos más irracionales. Aquellos que no puedes controlar ya que no tienen que ver con uno mismo. Aquellos que nacen como la sombra del amor que te enlaza a una persona.
Y como buena sombra crece y se magnifica cuanto más grande es la luz del sentimiento. Fue consciente mientras observaba cómo las gotas de agua y sangre caían a los pies de Ben del verdadero significado de las palabras de Zakath durante todos aquellos años.
"Quien pone el corazón en alguien, sin duda sufre."
Resopló de forma trémula, dejando salir el aire que había estado conteniendo de sus ardientes pulmones. Asintió con la cabeza por toda respuesta y se apartó ligeramente de aquel lugar, dejando a Ben delante de los fragmentos rotos del espejo. Tomó una de las toallas y la sumergió en el agua caliente que seguía brotando del grifo. No fue capaz de articular palabra, ni de buscar sus ojos. Además del espejo, Ben la había roto un poco a ella misma también con aquella situación, y sabía que antes de decir nada tenía que recomponer los pedazos rápidamente para poder ser lo que él precisaba de ella en aquel instante.
Un apoyo. Una fortaleza.
Se acercó con mucha suavidad de regreso a él, y buscó guiarlo hasta el amplio borde de la bañera de mármol para que se sentase. Tomó la mano derecha con cuidado entre la toalla, y arrodillándose delante de él observó con atención los nuevos cortes. Había algunos pedazos todavía clavados en la zona de los nudillos, de manera que alzó la vista para ver en Ben el permiso que necesitaba para poder quitárselos.
Los ojos verdes volvieron a su mano derecha mientras escuchaba el movimiento de Iori a su espalda. Alzó la vista momentáneamente y observó el espejo roto. Le recorría, a partes iguales, una sensación de alivio y de dolor. El primero por haberse liberado de un terrible dolor de cabeza como si en su interior algo pugnara por liberarse a base de fuerza bruta. El segundo, no solo por el dolor de los cristales clavados en su puño, sino por el dolor emocional que le producía haber perdido el control otra vez y una vez más, junto a ella. "¿Estás bien?" resonó en su cabeza acompañado del sutil movimiento, alejándose de él, poniéndose a salvo de... Sango el Destructor.
Una opresión en el pecho se transformó en una suerte de agobio que le recorrió todo el cuerpo, encogiéndole, haciéndole sentir terriblemente miserable y desgraciado. Un grito ahogado salió de sus labios cuando Iori le guio con delicadeza hacia el borde de la bañera. La miraba con la culpa dibujada en el rostro y asintió cuando ella desvió su mirada desde su mano ensangrentada hasta sus ojos verdes. Tragó saliva.
-¿Qué me pasa? - preguntó mirándose la mano -. ¿Qué ha ocurrido? - preguntó sabiendo que se había dejado dominar por una ira enfermiza que le envenenaba el cuerpo.
La mestiza quiso gritar.
Su rostro se congeló en cambio, mientras entrecerraba los ojos para concentrarse en tomar cada pedacito de cristal que veía. Si se dejaba algún fragmento aquello lastimaría a Sango, y en aquel instante no era capaz de tolerar un contratiempo más. Un dolor o algo que lo dañase de cualquier manera sin que ella pudiera hacer algo para evitarle pasar por ello. Sentirlo tan perdido, tan inconsciente del problema que tenía, de que algo no iba bien en su cabeza la obligó a apretar los dientes con fuerza como forma de contener la ira nacida de su inutilidad.
De su incapacidad para hacer que aquello desapareciera, saliese del cuerpo de Ben como los cristales que estaba retirando con tanto cuidado como era capaz de reunir.
El infierno de frustración y enojo que la recorría estaba siendo controlada con cada pizca de autocontrol que era capaz de reunir. Un desequilibrio más y los ojos azules estallarían en lágrimas y sus puños buscarían golpear cualquier cosa lo suficientemente dura que tuviese cerca.
Tomó con cuidado sus dedos, como si estuviese recogiendo flores para elaborar una corona y no pudiese perder ningún pétalo.
- Tranquilo Ben - se sorprendió del tono comedido que usó. - Hablaremos con Cornelius, seguro que él puede aliviarte el dolor - respondió mirando con concentración la mano, asegurándose de que no quedaban fragmentos en las heridas.
- Seguro que sí - dijo distraído observando los movimientos de Iori en su mano. Parpadeó para volver en sí -. ¿Cómo te encuentras? ¿Tienes fiebre? ¿Te duele el costado? - preguntó.
Sí, aquella debería de haber sido el inicio de su conversación aquella mañana. Una en la que ella todavía seguiría aovillada contra él, abrazándolo mientras enredaba sus piernas con las de Ben y lo ceñía fuerte pegándolo a ella. Un momento en el que darían gracias por tenerse el uno al otro, por seguir con vida, pese a las tonterías cometidas el día anterior. Por el hecho de que los Dioses parecían mirar a Sango de forma especial, y ahora, por extensión, también lo hacían con ella.
Un amanecer en el que se prometerían el futuro.
Y sin embargo Iori se sentía más perdida de lo que había estado en su vida. Pensando que si algo no iba bien con Ben todo su mundo se caía a pedazos. La tierra se abría a sus pies y ya no había más oxígeno que respirar. Una angustia que le retorcía las entrañas al punto de dejarla sin aire. Incapaz de reaccionar.
Pero de alguna forma, entre el miedo que la había congelado desde que constató que algo no estaba bien con él, un hilo cálido llegó a ella, haciéndole cambiar el terror por la fuerza. Ben no necesitaba a una persona débil, que se dejase controlar por la angustia. Él necesitaba alguien que en momentos de debilidad pudiese alzarse firme a su lado.
En su expresión centrada ahora en limpiar con la toalla las heridas de Sango se esbozó una media sonrisa.
- Me encuentro mejor que tú, eso seguro. Cornelius me proporcionó ayer un antídoto que se encargaría de destruir el veneno en mi cuerpo -
Extendió la mano hacia el grifo que había a un lado de Ben, vertiendo todavía agua caliente a la bañera y empapó la toalla para seguir limpiándolo.
- Hay que retirar esta venda. ¿Te apetece entonces un baño para comenzar el día? - indico mientras con una mano comenzaba a soltar la tela que cubría su herida.
El comentario sobre su estado le hizo deshacer el semblante serio y sombrío que había tenido desde que se dio cuenta de que él había roto el espejo. No se transformó en un rostro alegre, pero iba en buen camino.
- No lo dudo, tienes buen aspecto - dijo paseando sus ojos por ella y sus manos que retiraban la primera vuelta del vendaje -. Sí, está algo sucia - comentó mirándose el costado. Lo cierto era que notaba los puntos tirantes pero aún sentía esa zona dormida -. Aún me parece increíble que pueda haber agua caliente que salga de un grifo dentro de una casa - se removió y pasó una pierna al interior de la bañera -. No me dejarás solo, ¿verdad? - preguntó ya de espaldas a Iori metiendo la otra pierna en el agua.
No, claro que no.
Nunca.
Pero su mente funcionaba atropellando unas ideas con otras, mientras le daba vueltas a encontrar un camino que le permitiese ayudar a Ben. Terminó de retirar el vendaje que se extendía por su cuerpo y observó la sangre que había manchado el blanco. Frunció el ceño a la espalda de Ben antes de enrollarlo de forma lenta y ponerlo a un lado sobre un aparador.
- ¿Sabes? Eiroás fue construido sobre fuentes de agua termal. En la orilla del río hay numerosas pozas de agua caliente que se usan. Desde un baño hasta escaldar pollos para desplumarlos. Algunas casas, las más importantes en el centro del pueblo incluso tienen canalizaciones de esas aguas hacia sus propiedades. En casa de Zakath no hay, pero bajando la ladera del inicio del bosque hay una zona que prácticamente solo usamos él y yo. A los demás aldeanos les queda a desmano. - se detuvo de pie justo al lado de Sango tras haber metido las piernas dentro de la gran bañera.
- Quiero decir que sí, me bañaré contigo, el viejo me crio para que desarrollase un buen gusto por la higiene personal - flexionó las piernas y se metió en el agua hasta sentarse en el suave suelo de mármol. Respiró hondo y exhaló el aire mientras notaba como la temperatura dentro le daba la sensación de tener mil agujas clavándose en su piel.
Ben se metió en el agua casi dejándose caer y dejando que el agua caliente le cortara el habla mientras aguantaba el picor que le producía el agua caliente sobre la herida sin el vendaje. Resopló con los labios pegados y los ojos cerrados un par de veces antes de que la incomodidad fuera descendiendo.
- Que curioso. Oí hablar de lugares parecidos pero creo que nunca estuve en uno de ellos - exhaló y acomodó el cuerpo bajo el agua mientras se recostaba contra la pared de la bañera -. Tengo que conocer Eiroás - dijo mirando las ondulaciones del agua de la bañera -. Pero antes, me gustaría, bueno, más bien necesito saber qué me pasa - sacó la mano derecha del agua y se la miró -, saber por qué pierdo el control, por qué rompo cosas - cerró la mano en un puño -. De dónde viene Sango el Destructor - añadió en voz baja.
Sango el Destructor.
Ni en sus sueños más remotos. Aquella forma de referirse a él la hizo temblar, borrando de su mente el raciocinio y la capacidad de pensar. El horror que sentía ante algo como aquello la llenaba de miedo.
Iori tenia la vista clavada en el movimiento del agua cuando Sango se sumergió. Pareció no darse cuenta de lo que suponía para el héroe la temperatura tan elevada en sus heridas. Mientras por dentro la mestiza se sentía a punto de quebrar, por fuera su apariencia era de algo que muchos definirían como indiferencia.
- Mencionaste Roilkat - dijo echando mano a un frasco de vidrio tallado que contenia un líquido de color verde claro. Lo abrió y lo acercó a su rostro para oler un aroma similar a una mezcla entre limón y hierbabuena.
- Y mencionaste cuarenta y dos - añadió mientras extendía un poco de aquel jabón entre sus dedos y lo frotaba observando la espuma que comenzaba a formarse.
El pelirrojo quiso responder de inmediato pero no supo qué contestar. Se dio un tiempo para ordenar su cabeza y empezar a atar cabos con lo que le decía la morena, al tiempo que observaba sus movimientos con el frasco.
- Hay momentos en los que me desvanezco, despierto y vuelvo a desaparecer. Como si durmiera profundamente y me viera a mi mismo en un sueño. Cuando despierto de verdad, cuando vuelvo en mí, hay un destello que me muestra lo que hice, pero al latido siguiente, esas imágenes se borran, solo queda una sensación de alivio. Es como si la cabeza me fuera a estallar, como si tuviera algo dentro que se remueve, respira y se hincha y luego todo eso desaparece - negó ligeramente con la cabeza -. No entiendo por qué me pasa eso. Y no sé qué relación puede haber con Roilkat y menos aún con el número cuarenta y dos y...- se detuvo al pronunciar el número.
Esa había sido una de las respuestas de aquellos malditos espejos, aquella maldita noche en Roilkat. La noche que el sueño decidió abandonarles a su suerte. Aquel maldito número. El desierto, los cristales, la elfa, el gusano.
- Por todos los Dioses - dijo con el corazón encogido -. Siempre vuelvo a Roilkat - dijo pensando en voz alta -, todo empieza allí - giró la cabeza hacia Iori -. ¿Qué más me oíste decir? ¿Qué...? ¿Qué hice? ¿Te hice daño? -
Un gesto de disgusto cruzó el rostro de la chica, pero lo transformó cuando alzó el rostro para mirarlo de frente. ¿Daño? Por supuesto. Aquel Ben errático, poseído por una distorsión que le hizo mezclar realidad con una ensoñación en la que sólo él escuchaba a la persona con la que hablaba. Aquel diálogo a medias del que ella fue testigo, que la había mantenido en un mutismo que todavía le costaba romper, haciendo sus respuestas parcas e imprecisas.
- No pienses en ello ahora Ben. Sigues herido, te falta comer y un buen descanso - se volvió de cara a él y sin pedir permiso apoyó las manos llenas de jabón en los pectorales del pelirrojo. Comenzó a acariciar despacio, extendiendo la espuma por su piel con cuidado mientras comenzaba a limpiar. Recordaba la primera vez que lo había tocado de aquella manera. La noche que él se marchó dejándola sola y con las ganas en la habitación. Qué lejos estaba su cabeza y su corazón de aquella Iori. De la oscuridad que sangraba desde su corazón, creando su peor versión. Todo gracias a él.
- Dejemos esto para cuando tu cabeza esté más descansada - sus manos descendieron por su vientre, perfilando los músculos de su abdomen. Cómo había hecho en ya varias ocasiones antes. Pero a diferencia de esas, en ese momento no había ni lujuria ni deseo latiendo en la piel de Iori.
- Por favor, déjalo estar por ahora - susurro mirándolo en distancia corta.
Ben miró a Iori y abrió la boca pero solo para dejar salir el aire cuando sus manos se apoyaron en él. Asintió y sumergió la mano en el agua, y acarició su antebrazo bajo el agua.
- ¿Te apetece comer algo en especial? - preguntó -. Yo tengo debilidad por el pan recién hecho - se atrevió a esbozar una sonrisa dirigida a la cara que le miraba de frente. Su mano derecha saltó del antebrazo a su espalda, a recorrer las heridas con las yemas de sus dedos -. Es una pena que no estemos en el campo. La leche sabe mejor. Aquí la dejan en las lecheras y puedes beberla de un par de días atrás - su sonrisa se ensanchó algo más -. En Cedralada la madera es importante, pero, como en todas partes, si no hay huerta y no hay ganadería, no hay vida. ¿Cómo es la vida en Eiroás? ¿Cómo vive la gente? - no se le borraba la sonrisa.
Mientras él hablaba Iori continuó recorriendo con sus manos el cuerpo de Sango, bajo el agua y por encima de ella.
Extendió la mano para tomar de nuevo el frasco y añadió más jabón, que uso para lavar ahora el cabello del Héroe.
Esbozó una sonrisa mientras aparentaba pensar en qué respuesta darle, pero el silencio fue la respuesta que él recibió.
- Tienes que aclararte - apuntó entonces alejándose de nuevo de él. Con ese margen, la mestiza uso el jabón que quedaba en sus propias manos para limpiarse con rapidez.
- Voy a ir yo misma a por algo de comer, conozco el camino a las cocinas - explicó antes de hundirse por completo en el agua.
Salió de nuevo a la superficie con fuerza poniéndose de pie y dejando que los restos de jabón se escurrieran de su piel. Se apoyó en el borde de la bañera para salir de ella sin mirar hacia atrás a Ben.
- Relájate y tomate tu tiempo. Un baño como este es una experiencia única en la vida -
No podía apartar los ojos de ella, embobado y tremendamente maravillado por el cuidado y la atención que le había dedicado. Asintió.
- Sí, tengo que aclararme - en varios sentidos además, se dijo mientras Iori se enjabonaba.
Luego la vio sumergirse y salir poco rato después con el impulso necesario para ponerse en pie y salir del agua. Una imagen que quedaría grabada a fuego en su cabeza.
- Sí, lo haré - fue lo único que acertó a decir mientras la contemplaba.
La morena tomó una toalla de las que había en la estancia y se envolvió el cuerpo para salir casi a la carrera hacia la habitación, mojando a su paso el suelo. El baño quedó atrás, con la humedad en el aire, el calor en la estancia y lo que parecía ser Ben, aunque había sido Sango el que había dominado con su presencia en la estancia.
La máscara de indiferencia que había construido se tensó, reflejando por un instante la urgencia que sacudía sus manos, buscando pasar por la cabeza la primera prenda de la que pudo echar mano en el dormitorio. No se preocupó en calzarse, y apenas escurrió el cabello entre las manos antes de lanzarlo hacia atrás por encima del hombro, al tiempo que abría la puerta y salía corriendo, una vez más, por el enorme pasillo blanco del Palacete.
Zakath alzó una ceja, curioso, para mirar a la morena por encima del fajo de documentos que estaba leyendo. Iori se detuvo en la puerta del pequeño salón en el que habían hablado el día anterior, y apenas tuvo tiempo para esbozar una sonrisa de alivio al comprobar que había encontrado a quién estaba buscando.
- Zakath - lo llamó con voz cansada antes de cerrar la puerta tras ella.
- Desconocía que en este lugar viesen con buenos ojos tus costumbres nudistas. -
La chica se detuvo y miró hacia abajo. Se había puesto una camisola blanca que a todas luces estaba destinada a ser usada por Ben. Le llegaba prácticamente a las rodillas pero aunque cubría la mayor parte de su cuerpo no parecía un atuendo con el que Justine estuviese de acuerdo. Alzó los ojos y miró al anciano, haciendo un gesto para quitarle importancia.
- Deberías de ser más cuidadosa. Lunargenta no es la aldea en la que te criaste, y esta mujer dice estar enlazada a tu pasado pero apenas la conoces de hace unos días. -
Cruzó la estancia en largas zancadas para sentarse de forma nerviosa en el borde del sofá en el que él se encontraba.
- Eso no importa ahora - lo cortó con rapidez. - Algo pasa con Ben. Algo malo - y entonces, la máscara que se había comenzado a astillar en ella en el instante en el que dejó atrás el baño, se fragmentó en cientos de estruendosos pedazos.
Como de estruendoso fue el llanto que salió incontrolable de Iori. Violento y sin contención, de una forma tan intensa que por primera vez, en muchos años, el anciano soldado se quedó quieto sin saber qué hacer.
Iori observaba su cuerpo delante de un amplio espejo de pared.
Desde que había despertado, cuando los colores del cielo comenzaban a teñirse de un suave rosa, había estado mirando a Ben dormir a su lado. No era la primera vez que lo hacía, pero sí que era la primera ocasión en la que resultaba tan doloroso. Lo había visto hacer pequeñas muecas cuando un movimiento involuntario hacía arder su hombro izquierdo. Había repasado con la vista los moratones que eran ya evidentes, las marcas en su piel y la sangre que manchaba las vendas por debajo. Había que volver a renovarlas y desinfectar las heridas.
O recurrir de una vez a una mano élfica amiga, que tuviese la bondad de borrar en él la evidencia del combate. Una lucha a la que se había lanzado por su culpa. Los demonios del remordimiento pretendieron llenar su mente de veneno, pero la mestiza se propuso con firmeza apartarlos de ella. Solamente tenía que creer en las palabras de Ben.
Recordar que él le había dicho que era perfecta, que eran perfectos el uno para el otro. Él había hecho algo que no difería mucho de lo que ella misma estaría dispuesta a hacer por él. De lo que la condujo a lanzarse con estupidez por las calles de Lunargenta, sin orden ni plan, pensando en encontrar a Dominik Hesse en la primera bocacalle que girase.
Y fueron las marcas de los cristales producidas al golpear los espejos lo que sembró la duda en la mente de la morena sobre que algo podía no andar del todo bien con Ben.
Apretó la tela de la enorme toalla que sostenía entre las manos y se puso de puntillas para tapar la superficie reflectante en toda su extensión. Desconocía si aquel simple gesto serviría de algo pero debía de intentarlo para poder salir de dudas.
En la zona principal del cuarto, el pelirrojo, en algún momento de la noche, había colocado el brazo derecho entre la cabeza y la almohada. Sus ojos, ahora abiertos, estudiaban la habitación mientras el amanecer se consolidaba y el sol salía por entre las nubes en la fresca mañana que les regalaba la capital del Reino. Mientras tanto, luchaba por alejar el dolor del costado pero sobre todo el del hombro izquierdo. Los movimientos del antebrazo y de la mano izquierda los sentía como si su propia extremidad perteneciera a otra persona.
Aspiró aire con lentitud y lo dejó dentro un rato antes de soltarlo con la misma tranquilidad al tiempo que giraba la cabeza a un lado y a otro y terminaba dando con sus ojos en la puerta del baño. Sonrió. Con una ágil maniobra consiguió quedar sentado en el lateral de la cama. Se observó el vendaje del costado y pudo ver sangre. Hizo una mueca y luego se miró las manos llenas de cortes y sangre reseca. Suspiró enfadado consigo mismo y se puso en pie, manteniendo el brazo izquierdo lo más rígido posible. Fue hasta el baño y empujó con precaución la puerta.
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Aquella estancia era un lujo que él aún era incapaz de comprender, pero había misterios que solo la hechicería podía explicar, como el del agua que entraba por algún sitio y que era capaz de salir caliente sin que nadie encendiera un fuego. Se dijo que no merecía la pena perder el tiempo en aquello.
- Y sin embargo aquí me tienes, pensando en cómo es posible que el agua salga caliente cuando se gira esa manivela - dijo en voz alta al entrar al baño. Sus ojos se detuvieron, entonces, en la morena y en su cuerpo -. Eres hermosa- añadió con una sonrisa radiante, mientras daba un par de pasos al interior del baño.
La mestiza se sorprendió al escucharlo tras ella, ya que no lo había sentido llegar. Volvió el rostro ligeramente y se sintió aturdida por la facilidad con la que Ben era capaz de hacer aquellos comentarios sobre ella. Sobre todo porque con aquel cuerpo, tan delgado, cubierto de heridas y cicatrices pasadas no consideraba que mereciese aquella palabra para describirla.
Fue entonces cuando al guerrero un repentino calor, como de ira, le recorrió el cuerpo y en sus ojos se encendió un fuego que podía prender la más húmeda de las yescas. Iori pudo ver la transformación frente a ella y todo en su cuerpo se preparó, aunque no sabía exactamente para qué.
- ¿No me crees capaz de desentrañar los secretos de la hechicería del agua caliente? - preguntó mirando a Iori y entornando la mirada.
Dio otro paso al frente, ahora, hacia ella.
¿Qué?
El vapor del agua caliente llenaba la estancia de un ambiente similar a la neblina que cubría la ciudad fuera. La morena lo observó, pero en su cara había una expresión cauta que no desapareció tras el comentario apreciativo sobre su belleza.
Loco. ¿Cómo podía verla así en aquellas condiciones?
No tuvo tiempo de desviar la vista para mirarse a si misma, intentando ver lo que él parecía percibir en ella. El cambio en su voz, la ligera tensión que adquirió su cuerpo puso a la morena sobre aviso.
Era el momento. Plantear la situación que había estado dando vueltas en su cabeza desde que había amanecido.
- ¿Recuerdas cuando me encontraste en la posada? - lanzó la pregunta volviéndose hacia él hasta quedar frente a frente. - Cuando subí al primer piso para escapar por la ventana tú me alcanzaste allí. -
La Iori de aquel momento parecía tan lejana a ella como si perteneciese a otra vida. El dolor en la espalda, la brutalidad con la que las manos de Sango la habían estampado contra el espejo había sido una fuente de satisfacción en aquel momento. Aunque ahora ya no deseaba ser lastimada por él de esa manera.
- Sí, lo recuerdo - respondió sin apartar la mirada -. Pero, ¿Qué tiene que ver eso con el tema actual? - apartó la mirada y giró la cabeza con rapidez hacia el agua de la bañera -. Fue un momento difícil aquel, nos perseguían - dijo con el tono de voz normal pero con una expresión en el rostro distinta.
Se agachó y se arrodilló junto a la bañera para meter la mano derecha y agarrar un puñado de agua que se escurrió de entre sus dedos cuando la sacó. Estaba tan caliente que enrojeció la mano del pelirrojo, que se la miró con gesto de sorpresa.
- Debo ir a por las armas, y... - susurró antes de girar la cabeza con rapidez hacia Iori y sonreírle -. ¿Dormiste bien? -
¿Las armas? Iori se quedó congelada, sin cambiar un ápice su expresión mientras calibraba al Ben que tenía delante. A Sango. Había algo desordenado en él. Una mezcla diferenciada como quien echa en una botella aceite y vinagre. Claramente distintos, pero compartiendo espacio en el mismo habitáculo. El ceño se frunció entre los ojos azules. Avanzó un solo paso hacia él sin apartar la vista.
- Dormí bien. A tu lado. Nunca fui capaz de hacerlo con nadie antes ¿sabes? Siempre pensé que era algo demasiado íntimo...- apuntó fijándose en la piel de la mano de Ben.
Con esa respuesta tendría que valer por el momento. Ya tendría ocasión para decirle en otro momento lo mucho que le calmaba su aroma. Lo agradable que encontraba la tibieza de su piel cerca y la forma en la que su cuerpo parecía tirar de ella para dormir haciendo contacto con él. Dejar que él la abrazara, o rodearlo ella a él. Enlazar piernas para confundir el principio y fin de cada uno de ellos, haciéndolos uno a los ojos de cualquiera. Y todo ello mientras su corazón latía con ritmos diferentes. De una forma nunca antes sentida.
Sí, algún día le contaría todo aquello. Pero cuando fuese únicamente Ben el que la miraba de frente.
- Imagino que fue por la tensión del momento. Que me usaras para romper el espejo que había en el cuarto - comentó de forma casual.
- ¿Usarte para romper el espejo? - dijo en voz alta antes de levantarse y clavar sus ojos en ella -. Jamás haría una cosa así - dio un paso hacia ella, asustado, pero con fuego vivo en sus ojos -. Ni siquiera cuando me escondes los secretos del agua caliente de la bañera - dijo señalando la bañera.
¿No se acordaba? Aquello complicaba las cosas. La morena no estaba segura de si continuar con aquella conversación para hacerlo consciente y confirmar sus sospechas o dejar el asunto correr.
Lo vio entonces fruncir el ceño y dar un paso atrás, los ojos bien abiertos y la boca entreabierta. Había en su mirada el reconocimiento de que algo no estaba yendo bien.
- ¿Qué está pasando? - se miró las manos y luego la bañera -. Ah, sí - apenas fue un instante pero la aparente cordura se desvaneció como si alguien hubiera chasqueados los dedos -. El agua...- miró a Iori y le sonrió -. Creo que es normal, ¿sabes? Compartir espacio con otra persona puede ser complicado - volvió a dar un paso al frente -, sin embargo, si se comparten los secretos - el dedo índice de su mano derecha señaló, inconscientemente, el agua de la bañera -, todo saldrá bien - añadió con un tono oscuro en su voz.
La mestiza tragó saliva de forma visible, y le mantuvo la mirada mientras daba ahora un par de pasos hacia atrás. Pensó con cuidado antes de hablar. Las cosas se estaban descontrolando, y pensó que en aquel punto, lo único que le quedaba era continuar con lo que había pensado hasta el final.
- Aquel día, me agarraste para golpear el espejo de la posada. Parecías haber perdido el control, y cuando estuvo roto en pedazos me pediste perdón. Parecía que estabas fuera de ti mismo, e imaginé que fue todo fruto de la situación. Los cazarrecompensas del primer piso, una humana desobediente retándote arriba... La primera noche que nos quedamos aquí volvió a suceder. Escuché al servicio hablando de que el espejo de la habitación en la que te habías quedado amaneció hecho pedazos. Por ti. En algún momento de la noche imagino. Y... -
Bajó la vista, con el dolor y la pena llenando sus ojos. - Tus manos. Tus brazos. Todas esas heridas que te causaste cuando saliste tras Hesse al acabar con su guardia personal. Me lo contaste ayer. Una habitación llena de espejos, y sin embargo tuviste que romperlos todos antes de poder calmarte y salir de allí. A costa de tu propia integridad. De hacerte daño de una forma como esa... -
Iori resopló, y volvió a dar otro paso hacia atrás, pegándose a una pared en la que se encontraban colgadas unas grandes toallas.
- Algo sucede contigo y con los espejos Ben, no eres consciente de cómo te afectan, te arrancan de tu ser y solo recuperas la paz cuando están rotos. Es un peligro para ti del que tienes que ser sabedor - sentenció mirándolo con decisión a los ojos.
- Es...es...espejos - su cabeza se ladeó y su mirada se entornó -. Te hice daño - murmuró -. Y luego otro aquí - enumeró -, y otros tantos en la mansión aquella - se mordió el labio inferior y luego sonrió -. No hay de qué preocuparse, aquí no hay es - frunció el ceño y balbuceó - espejos - dijo con esfuerzo -, no los hay. -
Iori dejó de respirar por unos segundos.
Sango sacudió la cabeza y recuperó la verticalidad. Se acercó a la bañera y metió un pie y luego el otro. Dejó que el calor se aferrara a su piel y luego se sentó dejando que el agua le cubriera hasta poco más o menos el pecho. No le importó que el vendaje del costado y del hombro se mojaran. Sus ojos se clavaron en un mueble tapado con un trapo.
- No deberíamos habernos metido en aquella falsa cueva en Roilkat - dijo al rato -. Fue aquella maldita noche, aquella maldita cueva, los malditos cuarenta y dos - se llevó las manos a la cabeza reprimiendo un grito de dolor. Se apretó con fuerza y se echó hacia atrás abriendo la boca todo lo que pudo para coger aire -. Haz que pare - gimió.
Había sido inmediato en ella. En medio de todas las dudas que se le planteaban por la información inconexa de Ben, sus pies caminaron con presteza acercándose al borde de la gran bañera de mármol labrada en el suelo. Roilkat, cuarenta y dos, todo ello quedó a un lado ante la urgencia de abrazarlo y llegar a él para calmar aquel gesto de dolor.
Sin embargo Iori no pudo. Se detuvo antes de cruzar al agua y retrocedió de nuevo, más lentamente ahora.
Vio como separaba las manos con violencia y las hundia en el agua. El eco del chapoteo resonó en la habitación. Sus ojos seguían fijos en el trapo que tenía frente a él. Giró la cabeza hacia Iori y le sonrió.
- Nunca te haría daño de manera consciente. No haría nada que pudiera perjudicarte - sacó las manos del agua y se apoyó en los bordes de la bañera para impulsarse y salir.
Sin embargo, al hacer fuerza y querer salir, el apoyo izquierdo falló y se desequilibró. Intentó, con todas sus fuerzas aferrarse a su apoyo derecho pero fue inútil. Ben resbaló y se sumergió en el agua caliente de la bañera.
Así se rompía un corazón. Siendo testigo de que algo afectaba la cabeza de la persona amada y reflejando la gravedad de las heridas que tenía en su cuerpo. El agua caliente sería un mejor abrazo para él de lo que ella podría proporcionarle. Especialmente porque tanto las heridas físicas como aquel estado mental los había desencadenado ella.
La chica que era perfecta para él.
La urgencia sacudió a Iori, haciendo que rompiese la parálisis en la que se encontraba para girar sobre sus talones. No fue hacia la bañera enorme en la que se encontraba Ben. Asió con la mano la tela que presidía la pared en la que estaba el enorme tocador y la arrastró, dejando a la vista la pátina argentina del gran espejo de baño. Con los ojos muy abiertos, mirando de frente al reflejo, la mestiza contuvo el aliento mientras centraba su atención en la imagen de la bañera que había a su espalda.
Ben emergió y dejó que al agua de su cabeza cayera por su rostro antes de levantarse ayudándose única y exclusivamente de su brazo derecho. Fue entonces cuando se vio.
Volvemos a vernos, Sango el Destructor.
- Os destruí a todos - contestó.
Es evidente que no.
Ben avanzó un par de pasos en la bañera. Entonces se dio cuenta de que Iori estaba allí, cautiva, prisionera de uno de los jueces. La ira estuvo a punto de dominarlo pero se limitó a apretar los puños.
- No le hagas daño - pidió.
El agua que caía de su cuerpo y volvía a la bañera era lo único que se escuchaba. Eso y sus propias pulsaciones, disparadas al verla con él. La figura se echó a reir delante de él.
¿Yo? Preguntó al recuperar la compostura. No le hagas daño tú, que la utilizas para destruir espejos, y para justificar tu ansia voraz de destrucción.
- Eso no es así - dijo visiblemente afectado por la situación -. Yo no le haría daño, yo no soy así. -
Claro que no Sango, eres un ser de luz, un héroe y demás. La figura hizo una pausa. ¿Te has mirado al espejo? ¿Has visto la oscuridad que habita en tu interior? Venga, acércate, mírate de cerca.
La cara de Sango mostraba desconcierto, sorpresa y miedo a partes iguales. Tragó saliva y avanzó hasta el borde la bañera. Volvió a mirar el reflejo, volvió a mirarla a ella y la rabia le recorrió. Se agachó ligeramente y con la mano lanzó agua hacia el espejo.
¿Pero qué...? Ahora eres un maldito crío de seis años? Su tono de voz sonó duro, severo. Sango le enseñó los dientes en una sonrisa despiadada. Una pequeña victoria.
- Es un poco de agua. Para estar en igualdad de condiciones - se permitió bromear antes de salir del agua.
Avanzó hasta que su propio reflejo y el de Iori quedaron a la par. Sus ojos verdes se clavaron en los ojos azules reflejados en el espejo. Le dedicó la más dulce de las sonrisas.
- No pasa nada, todo está bien - asintió levemente y desvió la mirada hacia sí mismo.
Avanzó hasta quedar a un escaso palmo de distancia de su propio reflejo y se enseñó los dientes.
Bien, aparte de una persona mojada, ¿Qué ves?
Ben se miró con detenimiento. Cicatrices, heridas, un mechón de pelo, rebelde, que caía por su frente, sus labios, la nariz, la barba, sus ojos verdes. Alzó levemente las cejas.
Ah, igual necesitas ayuda.
Imágenes de decenas de batallas se pasaron por la cabeza de Ben. El hacha cortando, cercenando, golpeando. Espadas en ristre, muros de escudos, ojos que perdían su brillo mientras él se daba la vuelta y buscaba al siguiente enemigo.
Enemigo no, persona. Tú quitas la vida a las personas. Destruyes. Has nacido para destruir, Sango el Destructor.
- Que te jodan, no tienes ni puta idea de quién soy - dijo encendido de rabia.
Te equivocas. Parece que eres tú quién no se da cuenta de quién eres.
- Hago lo que hago porque esas personas ponían en peligro la vida de miles de personas - sacudió la cabeza para remover el pelo -. Además, osaron alzar sus armas contra mí. Es lo mínimo que merecían. -
¿No te oyes? Digno sirviente de la destrucción. Olvídate de ella. Olvídate de construir. Olvídate de lo que quieres y abraza quién eres, Sango, el Destructor.
Pegó la frente al espejo y se miró a los ojos. Su respiración estaba terriblemente agitada.
- Yo no soy así. Yo no soy ese. -
¿Sabes? Antes si se te presentaba un problema no hablabas tanto. Echabas mano al cinto incluso cuando alguien te miraba mal. Pero, Sango, escúchame.
-No quiero escucharte. -
Je, claro. Escúchame. Es paradójico, pero, para construir, para ser quien quieres ser, vas a tener que destruir. Le sonrió. Sango el Destructor.
Sango se impulsó con la frente hacia atrás y en un rápido movimiento cargó el puño derecho hacia atrás y lo estampó contra el espejo rompiéndolo en decenas de fragmentos.
Parpadeó varias veces y se observó la temblorosa y enrojecida mano derecha de la que manaban, aquí y allá, hilos de sangre. Sacudió la cabeza.
- ¿Estás bien? - preguntó a Iori sin moverse de donde estaba.
La mestiza había asistido a aquella conversación de uno en absoluto silencio, sintiendo como el terror por su comportamiento anidaba en una nueva zona de su corazón que no sabía que tenía. Una en la que se asientan y crecen los miedos más irracionales. Aquellos que no puedes controlar ya que no tienen que ver con uno mismo. Aquellos que nacen como la sombra del amor que te enlaza a una persona.
Y como buena sombra crece y se magnifica cuanto más grande es la luz del sentimiento. Fue consciente mientras observaba cómo las gotas de agua y sangre caían a los pies de Ben del verdadero significado de las palabras de Zakath durante todos aquellos años.
"Quien pone el corazón en alguien, sin duda sufre."
Resopló de forma trémula, dejando salir el aire que había estado conteniendo de sus ardientes pulmones. Asintió con la cabeza por toda respuesta y se apartó ligeramente de aquel lugar, dejando a Ben delante de los fragmentos rotos del espejo. Tomó una de las toallas y la sumergió en el agua caliente que seguía brotando del grifo. No fue capaz de articular palabra, ni de buscar sus ojos. Además del espejo, Ben la había roto un poco a ella misma también con aquella situación, y sabía que antes de decir nada tenía que recomponer los pedazos rápidamente para poder ser lo que él precisaba de ella en aquel instante.
Un apoyo. Una fortaleza.
Se acercó con mucha suavidad de regreso a él, y buscó guiarlo hasta el amplio borde de la bañera de mármol para que se sentase. Tomó la mano derecha con cuidado entre la toalla, y arrodillándose delante de él observó con atención los nuevos cortes. Había algunos pedazos todavía clavados en la zona de los nudillos, de manera que alzó la vista para ver en Ben el permiso que necesitaba para poder quitárselos.
Los ojos verdes volvieron a su mano derecha mientras escuchaba el movimiento de Iori a su espalda. Alzó la vista momentáneamente y observó el espejo roto. Le recorría, a partes iguales, una sensación de alivio y de dolor. El primero por haberse liberado de un terrible dolor de cabeza como si en su interior algo pugnara por liberarse a base de fuerza bruta. El segundo, no solo por el dolor de los cristales clavados en su puño, sino por el dolor emocional que le producía haber perdido el control otra vez y una vez más, junto a ella. "¿Estás bien?" resonó en su cabeza acompañado del sutil movimiento, alejándose de él, poniéndose a salvo de... Sango el Destructor.
Una opresión en el pecho se transformó en una suerte de agobio que le recorrió todo el cuerpo, encogiéndole, haciéndole sentir terriblemente miserable y desgraciado. Un grito ahogado salió de sus labios cuando Iori le guio con delicadeza hacia el borde de la bañera. La miraba con la culpa dibujada en el rostro y asintió cuando ella desvió su mirada desde su mano ensangrentada hasta sus ojos verdes. Tragó saliva.
-¿Qué me pasa? - preguntó mirándose la mano -. ¿Qué ha ocurrido? - preguntó sabiendo que se había dejado dominar por una ira enfermiza que le envenenaba el cuerpo.
La mestiza quiso gritar.
Su rostro se congeló en cambio, mientras entrecerraba los ojos para concentrarse en tomar cada pedacito de cristal que veía. Si se dejaba algún fragmento aquello lastimaría a Sango, y en aquel instante no era capaz de tolerar un contratiempo más. Un dolor o algo que lo dañase de cualquier manera sin que ella pudiera hacer algo para evitarle pasar por ello. Sentirlo tan perdido, tan inconsciente del problema que tenía, de que algo no iba bien en su cabeza la obligó a apretar los dientes con fuerza como forma de contener la ira nacida de su inutilidad.
De su incapacidad para hacer que aquello desapareciera, saliese del cuerpo de Ben como los cristales que estaba retirando con tanto cuidado como era capaz de reunir.
El infierno de frustración y enojo que la recorría estaba siendo controlada con cada pizca de autocontrol que era capaz de reunir. Un desequilibrio más y los ojos azules estallarían en lágrimas y sus puños buscarían golpear cualquier cosa lo suficientemente dura que tuviese cerca.
Tomó con cuidado sus dedos, como si estuviese recogiendo flores para elaborar una corona y no pudiese perder ningún pétalo.
- Tranquilo Ben - se sorprendió del tono comedido que usó. - Hablaremos con Cornelius, seguro que él puede aliviarte el dolor - respondió mirando con concentración la mano, asegurándose de que no quedaban fragmentos en las heridas.
- Seguro que sí - dijo distraído observando los movimientos de Iori en su mano. Parpadeó para volver en sí -. ¿Cómo te encuentras? ¿Tienes fiebre? ¿Te duele el costado? - preguntó.
Sí, aquella debería de haber sido el inicio de su conversación aquella mañana. Una en la que ella todavía seguiría aovillada contra él, abrazándolo mientras enredaba sus piernas con las de Ben y lo ceñía fuerte pegándolo a ella. Un momento en el que darían gracias por tenerse el uno al otro, por seguir con vida, pese a las tonterías cometidas el día anterior. Por el hecho de que los Dioses parecían mirar a Sango de forma especial, y ahora, por extensión, también lo hacían con ella.
Un amanecer en el que se prometerían el futuro.
Y sin embargo Iori se sentía más perdida de lo que había estado en su vida. Pensando que si algo no iba bien con Ben todo su mundo se caía a pedazos. La tierra se abría a sus pies y ya no había más oxígeno que respirar. Una angustia que le retorcía las entrañas al punto de dejarla sin aire. Incapaz de reaccionar.
Pero de alguna forma, entre el miedo que la había congelado desde que constató que algo no estaba bien con él, un hilo cálido llegó a ella, haciéndole cambiar el terror por la fuerza. Ben no necesitaba a una persona débil, que se dejase controlar por la angustia. Él necesitaba alguien que en momentos de debilidad pudiese alzarse firme a su lado.
En su expresión centrada ahora en limpiar con la toalla las heridas de Sango se esbozó una media sonrisa.
- Me encuentro mejor que tú, eso seguro. Cornelius me proporcionó ayer un antídoto que se encargaría de destruir el veneno en mi cuerpo -
Extendió la mano hacia el grifo que había a un lado de Ben, vertiendo todavía agua caliente a la bañera y empapó la toalla para seguir limpiándolo.
- Hay que retirar esta venda. ¿Te apetece entonces un baño para comenzar el día? - indico mientras con una mano comenzaba a soltar la tela que cubría su herida.
El comentario sobre su estado le hizo deshacer el semblante serio y sombrío que había tenido desde que se dio cuenta de que él había roto el espejo. No se transformó en un rostro alegre, pero iba en buen camino.
- No lo dudo, tienes buen aspecto - dijo paseando sus ojos por ella y sus manos que retiraban la primera vuelta del vendaje -. Sí, está algo sucia - comentó mirándose el costado. Lo cierto era que notaba los puntos tirantes pero aún sentía esa zona dormida -. Aún me parece increíble que pueda haber agua caliente que salga de un grifo dentro de una casa - se removió y pasó una pierna al interior de la bañera -. No me dejarás solo, ¿verdad? - preguntó ya de espaldas a Iori metiendo la otra pierna en el agua.
No, claro que no.
Nunca.
Pero su mente funcionaba atropellando unas ideas con otras, mientras le daba vueltas a encontrar un camino que le permitiese ayudar a Ben. Terminó de retirar el vendaje que se extendía por su cuerpo y observó la sangre que había manchado el blanco. Frunció el ceño a la espalda de Ben antes de enrollarlo de forma lenta y ponerlo a un lado sobre un aparador.
- ¿Sabes? Eiroás fue construido sobre fuentes de agua termal. En la orilla del río hay numerosas pozas de agua caliente que se usan. Desde un baño hasta escaldar pollos para desplumarlos. Algunas casas, las más importantes en el centro del pueblo incluso tienen canalizaciones de esas aguas hacia sus propiedades. En casa de Zakath no hay, pero bajando la ladera del inicio del bosque hay una zona que prácticamente solo usamos él y yo. A los demás aldeanos les queda a desmano. - se detuvo de pie justo al lado de Sango tras haber metido las piernas dentro de la gran bañera.
- Quiero decir que sí, me bañaré contigo, el viejo me crio para que desarrollase un buen gusto por la higiene personal - flexionó las piernas y se metió en el agua hasta sentarse en el suave suelo de mármol. Respiró hondo y exhaló el aire mientras notaba como la temperatura dentro le daba la sensación de tener mil agujas clavándose en su piel.
Ben se metió en el agua casi dejándose caer y dejando que el agua caliente le cortara el habla mientras aguantaba el picor que le producía el agua caliente sobre la herida sin el vendaje. Resopló con los labios pegados y los ojos cerrados un par de veces antes de que la incomodidad fuera descendiendo.
- Que curioso. Oí hablar de lugares parecidos pero creo que nunca estuve en uno de ellos - exhaló y acomodó el cuerpo bajo el agua mientras se recostaba contra la pared de la bañera -. Tengo que conocer Eiroás - dijo mirando las ondulaciones del agua de la bañera -. Pero antes, me gustaría, bueno, más bien necesito saber qué me pasa - sacó la mano derecha del agua y se la miró -, saber por qué pierdo el control, por qué rompo cosas - cerró la mano en un puño -. De dónde viene Sango el Destructor - añadió en voz baja.
Sango el Destructor.
Ni en sus sueños más remotos. Aquella forma de referirse a él la hizo temblar, borrando de su mente el raciocinio y la capacidad de pensar. El horror que sentía ante algo como aquello la llenaba de miedo.
Iori tenia la vista clavada en el movimiento del agua cuando Sango se sumergió. Pareció no darse cuenta de lo que suponía para el héroe la temperatura tan elevada en sus heridas. Mientras por dentro la mestiza se sentía a punto de quebrar, por fuera su apariencia era de algo que muchos definirían como indiferencia.
- Mencionaste Roilkat - dijo echando mano a un frasco de vidrio tallado que contenia un líquido de color verde claro. Lo abrió y lo acercó a su rostro para oler un aroma similar a una mezcla entre limón y hierbabuena.
- Y mencionaste cuarenta y dos - añadió mientras extendía un poco de aquel jabón entre sus dedos y lo frotaba observando la espuma que comenzaba a formarse.
El pelirrojo quiso responder de inmediato pero no supo qué contestar. Se dio un tiempo para ordenar su cabeza y empezar a atar cabos con lo que le decía la morena, al tiempo que observaba sus movimientos con el frasco.
- Hay momentos en los que me desvanezco, despierto y vuelvo a desaparecer. Como si durmiera profundamente y me viera a mi mismo en un sueño. Cuando despierto de verdad, cuando vuelvo en mí, hay un destello que me muestra lo que hice, pero al latido siguiente, esas imágenes se borran, solo queda una sensación de alivio. Es como si la cabeza me fuera a estallar, como si tuviera algo dentro que se remueve, respira y se hincha y luego todo eso desaparece - negó ligeramente con la cabeza -. No entiendo por qué me pasa eso. Y no sé qué relación puede haber con Roilkat y menos aún con el número cuarenta y dos y...- se detuvo al pronunciar el número.
Esa había sido una de las respuestas de aquellos malditos espejos, aquella maldita noche en Roilkat. La noche que el sueño decidió abandonarles a su suerte. Aquel maldito número. El desierto, los cristales, la elfa, el gusano.
- Por todos los Dioses - dijo con el corazón encogido -. Siempre vuelvo a Roilkat - dijo pensando en voz alta -, todo empieza allí - giró la cabeza hacia Iori -. ¿Qué más me oíste decir? ¿Qué...? ¿Qué hice? ¿Te hice daño? -
Un gesto de disgusto cruzó el rostro de la chica, pero lo transformó cuando alzó el rostro para mirarlo de frente. ¿Daño? Por supuesto. Aquel Ben errático, poseído por una distorsión que le hizo mezclar realidad con una ensoñación en la que sólo él escuchaba a la persona con la que hablaba. Aquel diálogo a medias del que ella fue testigo, que la había mantenido en un mutismo que todavía le costaba romper, haciendo sus respuestas parcas e imprecisas.
- No pienses en ello ahora Ben. Sigues herido, te falta comer y un buen descanso - se volvió de cara a él y sin pedir permiso apoyó las manos llenas de jabón en los pectorales del pelirrojo. Comenzó a acariciar despacio, extendiendo la espuma por su piel con cuidado mientras comenzaba a limpiar. Recordaba la primera vez que lo había tocado de aquella manera. La noche que él se marchó dejándola sola y con las ganas en la habitación. Qué lejos estaba su cabeza y su corazón de aquella Iori. De la oscuridad que sangraba desde su corazón, creando su peor versión. Todo gracias a él.
- Dejemos esto para cuando tu cabeza esté más descansada - sus manos descendieron por su vientre, perfilando los músculos de su abdomen. Cómo había hecho en ya varias ocasiones antes. Pero a diferencia de esas, en ese momento no había ni lujuria ni deseo latiendo en la piel de Iori.
- Por favor, déjalo estar por ahora - susurro mirándolo en distancia corta.
Ben miró a Iori y abrió la boca pero solo para dejar salir el aire cuando sus manos se apoyaron en él. Asintió y sumergió la mano en el agua, y acarició su antebrazo bajo el agua.
- ¿Te apetece comer algo en especial? - preguntó -. Yo tengo debilidad por el pan recién hecho - se atrevió a esbozar una sonrisa dirigida a la cara que le miraba de frente. Su mano derecha saltó del antebrazo a su espalda, a recorrer las heridas con las yemas de sus dedos -. Es una pena que no estemos en el campo. La leche sabe mejor. Aquí la dejan en las lecheras y puedes beberla de un par de días atrás - su sonrisa se ensanchó algo más -. En Cedralada la madera es importante, pero, como en todas partes, si no hay huerta y no hay ganadería, no hay vida. ¿Cómo es la vida en Eiroás? ¿Cómo vive la gente? - no se le borraba la sonrisa.
Mientras él hablaba Iori continuó recorriendo con sus manos el cuerpo de Sango, bajo el agua y por encima de ella.
Extendió la mano para tomar de nuevo el frasco y añadió más jabón, que uso para lavar ahora el cabello del Héroe.
Esbozó una sonrisa mientras aparentaba pensar en qué respuesta darle, pero el silencio fue la respuesta que él recibió.
- Tienes que aclararte - apuntó entonces alejándose de nuevo de él. Con ese margen, la mestiza uso el jabón que quedaba en sus propias manos para limpiarse con rapidez.
- Voy a ir yo misma a por algo de comer, conozco el camino a las cocinas - explicó antes de hundirse por completo en el agua.
Salió de nuevo a la superficie con fuerza poniéndose de pie y dejando que los restos de jabón se escurrieran de su piel. Se apoyó en el borde de la bañera para salir de ella sin mirar hacia atrás a Ben.
- Relájate y tomate tu tiempo. Un baño como este es una experiencia única en la vida -
No podía apartar los ojos de ella, embobado y tremendamente maravillado por el cuidado y la atención que le había dedicado. Asintió.
- Sí, tengo que aclararme - en varios sentidos además, se dijo mientras Iori se enjabonaba.
Luego la vio sumergirse y salir poco rato después con el impulso necesario para ponerse en pie y salir del agua. Una imagen que quedaría grabada a fuego en su cabeza.
- Sí, lo haré - fue lo único que acertó a decir mientras la contemplaba.
La morena tomó una toalla de las que había en la estancia y se envolvió el cuerpo para salir casi a la carrera hacia la habitación, mojando a su paso el suelo. El baño quedó atrás, con la humedad en el aire, el calor en la estancia y lo que parecía ser Ben, aunque había sido Sango el que había dominado con su presencia en la estancia.
La máscara de indiferencia que había construido se tensó, reflejando por un instante la urgencia que sacudía sus manos, buscando pasar por la cabeza la primera prenda de la que pudo echar mano en el dormitorio. No se preocupó en calzarse, y apenas escurrió el cabello entre las manos antes de lanzarlo hacia atrás por encima del hombro, al tiempo que abría la puerta y salía corriendo, una vez más, por el enorme pasillo blanco del Palacete.
[...]
Zakath alzó una ceja, curioso, para mirar a la morena por encima del fajo de documentos que estaba leyendo. Iori se detuvo en la puerta del pequeño salón en el que habían hablado el día anterior, y apenas tuvo tiempo para esbozar una sonrisa de alivio al comprobar que había encontrado a quién estaba buscando.
- Zakath - lo llamó con voz cansada antes de cerrar la puerta tras ella.
- Desconocía que en este lugar viesen con buenos ojos tus costumbres nudistas. -
La chica se detuvo y miró hacia abajo. Se había puesto una camisola blanca que a todas luces estaba destinada a ser usada por Ben. Le llegaba prácticamente a las rodillas pero aunque cubría la mayor parte de su cuerpo no parecía un atuendo con el que Justine estuviese de acuerdo. Alzó los ojos y miró al anciano, haciendo un gesto para quitarle importancia.
- Deberías de ser más cuidadosa. Lunargenta no es la aldea en la que te criaste, y esta mujer dice estar enlazada a tu pasado pero apenas la conoces de hace unos días. -
Cruzó la estancia en largas zancadas para sentarse de forma nerviosa en el borde del sofá en el que él se encontraba.
- Eso no importa ahora - lo cortó con rapidez. - Algo pasa con Ben. Algo malo - y entonces, la máscara que se había comenzado a astillar en ella en el instante en el que dejó atrás el baño, se fragmentó en cientos de estruendosos pedazos.
Como de estruendoso fue el llanto que salió incontrolable de Iori. Violento y sin contención, de una forma tan intensa que por primera vez, en muchos años, el anciano soldado se quedó quieto sin saber qué hacer.
Última edición por Iori Li el Dom Sep 01 2024, 00:25, editado 1 vez
Iori Li
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[...]
Le había costado tranquilizarla. Verla en aquel estado le había hecho sentir una mezcla de sorpresa y curiosidad, emociones habituales en él cada vez que se encontraba con una situación nueva.
Iori llorando, preocupada, suplicándole por ayuda de aquella manera era algo que nunca había llegado a visualizar en ningún escenario.
La pequeña cría a la que había acompañado en su crecimiento se había amoldado demasiado a la sombra que el proyectaba. Una forma de ganarse su aprobación, pensando en que él la aceptaría de mejor grado si ella se adecuaba a la personalidad que él tenía. El anciano no había intentado disuadirla, pensando que escoger aquel camino por ella misma la alejaría de sufrimientos innecesarios. Y sin embargo, ahora veían ambos con claridad que intentar vivir bajo las premisas de Zakath eran un camino que no servía para ella.
Un molde dentro del que había intentado encajar, más fruto de la necesidad que de la naturaleza.
Iori estaba descubriendo quién era ella en verdad. Caminando más libre que nunca en compañía de Ben. Y más atada.
Suspiró de la forma en la que las personas que han visto y vivido mucho hacen, mientras repasaba las palabras que ella le había dedicado cuando se había calmado. Lo que le había contado de él.
Los ojos metálicos se detuvieron delante de la puerta de la habitación en la que los dos jóvenes habían pasado la noche y la abrió, encontrando cero asombro en la revolución que había. Cuando él mismo había sido joven recordaba también la pasión casi animal que abría más sus alas por la noche. La necesidad de chocar cuerpo con cuerpo, como forma de celebrar que pese a los peligros del día, el corazón en el pecho seguía latiendo. Un aullido de victoria y de vida.
Cerró la puerta y dejó la pequeña bandeja con un desayuno frugal en una cara mesita labrada, y avanzó hacia el lugar en el que había sucedido la escena que Iori le relató. El calor del baño se irradiaba hacia el exterior, junto con las volutas de vaho. La figura del Héroe permanecía dentro de la bañera, con lo que el anciano asumió que no se había movido de allí desde que lo dejó Iori en el agua.
Se detuvo justo en la puerta que conectaba el dormitorio con baño, ocupándola en gran parte con su altura y ancho de hombros.
- Tengo que preocuparme por ti a estas alturas? -
Sus ojos se retiraron de su mano y se posaron en la enorme figura que asomaba al baño.
- Siempre está bien saber que hay alguien que se preocupa por uno - contestó dejando caer con suavidad la mano en el agua -. Buenos días, maestro - Sango se incorporó hasta conseguir quedarse sentado al borde de la bañera -. ¿Cómo estás? -
- Me lo puedo imaginar - asintieron los ojos verdes del anciano, brillando de una forma especial. - No necesitas que te hable de lo que hiciste ayer. Cornelius me informó de tu curación. Creo que el haberte negado su don y usar métodos tan humanos te ha servido para pasar una buena noche de reflexión. O quizá alguien te mantuvo ocupado con otras cosas. En cualquier caso, no estoy aquí para eso. Vístete y hablemos. - se giró y volvió a la habitación sin hacer ruido. De la misma manera que usaba Iori para moverse, y que claramente había aprendido de él. - Te he traído el desayuno - añadió cuando Ben ya no lo veía.
Lo último que pudo escuchar el veterano maestro fue un leve chapoteo que ahogó el sonido de un "Sí" que salía de los labios de Ben en el mismo momento.
Instantes después de que Zakath hubiera salido por la puerta, Sango hizo su aparición en la estancia. Las ventanas abiertas creaban una suave corriente de aire fresco en la estancia que al pelirrojo le pareció reparador y que aspiró con fuerza antes de ir hacia la cama en la que ya descansaba ropa con la que se iba a vestir.
- Ayer la cagué - dijo tirando de una de las perneras del pantalón -. En muchos aspectos - terminó de ajustar el pantalón a la cintura y descansó un instante para dejar que el hombro izquierdo dejara de quemar -. La tarde y la noche fueron horribles, pero tuve tiempo para pensar y hablar. Espero aprender de todo esto - Sango con eso dio por zanjada la conversación y le dio la espalda a Zakath.
Cogió la camisa y empezó por el brazo izquierdo y a continuación el derecho y echó hacia atrás las mangas. Se sentó al borde de la cama y se calzó con las conocidas botas de cuero que le llegaban por encima del tobillo. Cuando terminó de atarse, se levantó con gesto de dolor y caminó hacia la mesa en la que estaba servido el desayuno.
- Tu día de ayer tampoco estuvo mal por lo que me han contado - se apartó el pelo mojado a un lado mientras miraba el desayuno que le había traído su maestro. Titubeó unos instantes -.Tengo que hablarte de algo más - dijo entonces cambiando el objeto de su mirada hacia los ojos verdes de Zakath.
Sobre una de las habituales bandejas de plata había un poco de embutido, queso y pan, junto con una buena jarra de cerveza. Nada que se asimilase a lo que eran los desayunos habituales en el Palacete de Justine. Pero algo que para Sango tenía sello de Zakath.
- Me gustaría escuchar tu versión. Seguramente pueda entender mejor las cosas - respondió el anciano acercándose al ventanal para observar la ciudad frente a él. Anudó las manos a la espalda y separó ligeramente las piernas en posición de escucha.
Sango tomó asiento y colocó un trozo de queso sobre un trozo de pan. Se lo metió en la boca y masticó un rato mientras rumiaba la respuesta.
- Recibí un aviso de una vieja amiga, Kyotan. Se enteró de que andaban buscándome y contactó conmigo. Fui a verla, junto con Debacle, para ver de qué iba el asunto, y me enteré de la ubicación del tipo este, Dominik Hesse. Apareció otro viejo amigo, Max, y los cuatro nos unimos con el mismo fin - cogió un trozo de lomo y lo partió a la mitad -. Fuimos a esa mansión. Había un grupo numeroso de mercenarios - se metió uno de los trozos en la boca y masticó -. Estaban todos a sueldo de Dominik, estaban bien entrenados y tenían buen equipo. Había un sirviente o algo parecido - terminó el trozo que había cogido y se limpió las manos antes de coger la jarra de cerveza
-. Los matamos a todos. Mandé a mis compañeros aquí a que se curaran y se pusieran a salvo - bebió un sorbo -. Entré por una puerta que usaba el sirviente, y en el pasillo me encontré con Dominik. El hijo de puta me advirtió de la presencia de un Ojosverdes en la ciudad. No le creí. Mandó a dos de sus guerreros más hábiles contra mi. Fueron rivales duros, muy fuertes. Pero pude con ellos y luego seguí a Dominik por donde había huido y...- se dio cuenta de que sus manos apretaban con fuerza la jarra hasta el punto de tener los nudillos blancos. Aflojó la presión y dejó la jarra sobre la mesa -. Ah, luego perdí el control y - frunció el ceño y se miró la mano derecha -, los espejos. Los destruí todos. No recuerdo cómo, pero lo hice. Es un borrón en la memoria, no entiendo - alzó los hombros de manera inconsciente y un fogonazo de dolor le recorrió el lado izquierdo -. Ah... Salí de allí por mi propio pie y los Dioses quisieron que mis pasos dieran con el rumbo correcto de vuelta aquí. -
Cogió la jarra para dar otro sorbo y aprovechó para coger más pan para hacerse un pequeño bocadillo. Se echó hacia atrás en la silla y miró la figura de Zakath.
- Me pasa algo con los espejos - añadió.
Zakath escuchó sin interrumpir, y se giró para mirar a Sango cuando comenzó con el relato de los espejos.
- El que domina a los otros es fuerte; el que se domina a sí mismo es poderoso - repasó con la vista entonces la habitación. Era evidente, con la manta frente a la chimenea en el suelo y la cama revuelta que aquella noche Iori y él habían hecho más que descansar para curar sus heridas.
- Supe de lo ocurrido con tus compañeros y tú ayer. Fue una situación en la que teníais mucho en contra. Aunque dejaste que te hirieran más de lo que deberían de haber sido capaces. Estás distraído, Ben. - suspiro y avanzó hacia el interior de la habitación. -Sin embargo el evento con los espejos. Eso es algo que tiene que ver únicamente contigo. Y por lo que sé no eras consciente de ello hasta esta misma mañana. -
- ¿Están bien? - se interesó Sango -. Ayer no me dejaron verles y bueno, tampoco es que me hagan mucho caso en las cosas que pido, o en lo que pregunto - mordió el bocadillo arrancando un trozo.
Sango guardó silencio mientras comía y daba vueltas a lo que le pasaba con los espejos. Como bien le había dicho Zakath, él no era consciente de lo que le pasaba pero sí que había llegado a la conclusión de que el elemento común eran los espejos. Las imágenes de los espejos rotos, y sobre todo la sensación de alivio, eran los recuerdos más vívidos después del fundido a negro que se producía en su cabeza.
- Tiene que ver con ese maldito viaje que hice en Roilkat. La hechicería que nos dejó bloqueados en el interior de la cúpula con los malditos espejos. Algo pasó también con el viaje por el arenal. Íbamos en compañía de una elfa, a una cueva con unos cristales para alguna historia que no recuerdo. La cueva resultó ser una caridea, un gusano gigante del arenal, acabamos expulsados pero con los cristales en nuestro poder - él mismo no parecía creerse la historia a medida que la contaba. Bufó y se removió en la silla
-. No recuerdo mucho más salvo la sensación de tener mucho sueño en aquellos días, fue horrible - bebió otro sorbo de cerveza -. No sé qué me pasa con los espejos. Parece que mi cabeza se desvanece, y solo vuelve cuando a mi alrededor los espejos están rotos en cientos de fragmentos - se recordó arrodillado en la mansión de Dominik y acto seguido se miró el dorso de la mano derecha -. No entiendo qué me pasa - miró a Zakath de nuevo -. No entiendo por qué después de todo eso, parece que mi cabeza se hubiera liberado del pisotón de un gigante. No entiendo - negó con la cabeza.
Terminó lo que le quedaba de bocadillo, en silencio poniendo en orden las imágenes que pasaban por su cabeza, desde Roilkat hasta la posada y finalmente el baño esa misma mañana.
- Ya le hice daño una vez, y hoy casi lo hago otra vez, si es que no lo hice. Esto no puede ser - dijo rompiendo el silencio.
Se movió a un lado y se sentó en la silla que había libre cerca de Sango.
- Se encuentran bien. Esa chica, Debacle, como la llaman, siente una especial devoción por ti. Siempre tuviste esa capacidad para atraer a otros cerca de ti. Es un don raro, con el que es preciso ser cuidadoso para no darle un uso que cause más daño que bien -
Estiró las piernas y las cruzó suavemente a la altura de los tobillos, dejando apoyada la espalda en el respaldo de la silla.
- Muchos son los misterios que oculta el arenal, y desde luego no todos los que se encuentran a una caridea salen vivos de la experiencia. Sin embargo, tú lo hiciste pero obtuviste algo que solo se podría definir como una maldición. - sacudió la cabeza y clavó de nuevo los ojos directamente en la mirada de Sango. - Dices que le hiciste daño una vez? Serán incontables, igual que ella a ti. Quién pone el corazón en algo…- dejó en el aire una de sus frases más repetidas, aquella que parecía haber guiado la vida de su maestro y de la misma Iori.
Hasta que él entró cambiando su vida.
Meneó la cabeza resoplando con displicencia, como quien se llena de paciencia ante las ocurrencias de unos chiquillos y prosiguió.
- Ante la presencia de un espejo tu raciocinio se nubla y en ese tiempo ausente de ti destruyes los espejos y lo que se interponga en el medio hasta que no queda ninguno. Eso es lo mismo que me dijo ella. ¿He entendido bien? -
- ¿Qué? - preguntó torciendo el gesto -. ¿Cómo que te dijo ella...? - se dio cuenta de que hacía un buen rato que Iori había marchado para ir a por el desayuno. La comprensión se dibujó en su rostro y asintió -. Sí. Algo así como dices. No me hace falta verlos, solo sentir que están cerca, en la misma habitación. Entonces, es cuando pierdo el control y solo vuelvo en mi cuando hay espejos rotos - una idea fugaz se cruzó por su cabeza y ensombreció su tono de voz - o se derrama mi sangre. -
Algo más calmado volvió a coger más comida y cerveza y calmó los gruñidos que su estómago lanzaba. No era fácil, se dijo, entender lo que le pasaba, más aún cuando el que tenía que explicarlo era él. Sin embargo, había tenido la ayuda de Iori y la persona que escuchaba era Zakath. Se sintió afortunado, agraciado por los Dioses, por contar con ellos a su lado. Y mientras pensaba en ello, una pequeña sonrisa asomó a su rostro.
- Debacle es una mujer muy comprometida con la causa de la Guardia, pero creo de corazón que el frente no es su lugar. No merece morir por una saeta perdida o por un corte mal curado - jugó con la jarra entre sus manos meneando el líquido que contenía -. Me sigue porque en su momento fui la mejor opción, no porque tenga un aura especial - bajó la mirada un breve instante y detuvo sus manos -. Y si la tuviera - alzó de nuevo la vista hacia Zakath -, deberías pensar que, quizás, tú ayudaste a construirla. ¿Por qué me elegiste a mí, de entre todos los reclutas posibles, un simple muchacho de campo, hijo de ganadera y leñador, mientras podías elegir a cualquier otro, algún noble quizá, o simplemente haberte dedicado a pasar tiempo con Iori? - apartó la mirada y dio un pequeño sorbo.
Parecía querer seguir hablando pero guardó un ruidoso silencio que valoraba romper según fuera la conversación. Con todo lo que pasaba por su cabeza los espejos habían quedado en un segundo plano. Suspiró. Finalmente, terminó por echarse hacia atrás e imitar la postura de Zakath.
Silencio entre ambos hombres. El anciano guarda y el joven Héroe. Más allá, en la barandilla del balcón, unos pequeños gorriones parecían haber encontrado el rastro de algunos invertebrados con los que alimentarse.
- Siempre fuiste diferente. Aunque te cueste ver lo especial que eres en ti mismo. Nacer en determinada familia o disponer de cierta cantidad de dinero no determina la valía de una persona.-
Silencio.
- Un maestro es aquel que acompaña en el camino. No el que lo marca o lo controla. Tú creaste a Sango. De la misma manera que ahora pareces querer renunciar al camino del Héroe y encontrar uno nuevo siendo Ben - no había juicio en su tono de voz. Apartó los ojos de la visión de las aves dándose un festín y miró hacia él. - Buscaremos una solución para el tema de los espejos - recondujo la conversación, hablando con aplomo en la voz.
El pelirrojo escuchó a Zakath mientras miraba por encima de su hombro como los gorriones se arremolinaban en la barandilla. Se preguntó dónde estaría Kuro y si los gorriones se acercarían si lo vieran allí posado en la barandilla.
- ¿Qué valía podía tener un muchacho que apenas sabía sostener un escudo? - sonrió y desvió la mirada hacia Zakath -. Si hubieras cogido el dinero de alguna familia noble, pues oye, eso que te llevas y quizás, Sango el Héroe nunca habría sido - el rostro de Ben se relajó y explicó -. El duro entrenamiento de tardes y tardes durante años; las incansables lecciones de todo tipo; tu mano para los momentos difíciles... Sango te debe su existencia. Es un hecho. De no haber un Zakath en la vida de Ben Nelad, bueno, Sango no habría existido y con total seguridad sería granjero o leñador - se encogió de hombros pero tuvo la precaución de levantar solo el derecho.
Sango volvió la mirada a la barandilla, en los gorriones que daban saltitos y estiraban sus pequeños cuellos para mirar a uno y otro lado.
- En las personas especiales, Zakath - dijo Ben apartando, de nuevo, la vista hacia él -, de una manera u otra, uno pone el corazón - sonrió un instante antes de seguir -. Me niego a pensar que, después de todo y después de lo que hablamos, que si me pasara algo, cualquier cosa, no ibas a estar preocupado. De hecho, por eso estás aquí, ¿verdad? - suspiró -. Ponemos el corazón en nuestras personas especiales y sufrimos con ellas. Pero también nos hacen disfrutar. Negarnos a conocer esos momentos por miedo al dolor creo que es una estupidez. El dolor forma parte de la vida, y bastante dolor y sufrimiento hay ya en el mundo como para negarnos los pocos momentos de felicidad que podamos conseguir. -
No había dureza en su tono de voz pese a que era lo que había deseado. No. Era un tono calmado, pausado, y con él, Sango, quería hacer ver a Zakath que una de sus enseñanzas más repetidas, era una manera de negar parte de la vida.
- Sí, encontraremos la manera de arreglar mi problemas con los espejos - dijo volviendo al último tema planteado por Zakath.
El anciano esbozó una sonrisa y meneó la cabeza con suavidad ante las palabras de Sango. Su pupilo sabía de sobra que el viejo soldado no sentía más apego que el necesario por el dinero, que nunca se había dejado impresionar por el origen o poder de una persona y que con su ojo experto, de alguna manera, era capaz de ver el talento oculto en los demás, siendo capaz con su extraño don de guiarlos en el camino para alcanzar la mejor versión de ellos mismos.
También sabía que nunca se había empeñado con nadie como había hecho con él.
Había un mundo de distancia al Zakath instructor que trabajaba para un grupo de soldados al que tomó bajo su tutela y mando a Ben de forma exclusiva.
- Estabas llamado por los Dioses a ser algo diferente a lo que podías haber sido de quedarte en Cedralada.- sentenció al tiempo que los gorriones levantaban el vuelo de manera apresurada de la barandilla.
- Evidentemente que creamos vínculos. Socializar es la clave para que los humanos hayamos podido expandirnos y permanecer en el tiempo, pese a las evidentes debilidades que tenemos en comparación con otras razas. Pero no crear apego es la clave. Puede haber preocupación sin celos. Cuidado sin demanda. Presencia sin exigencia.- Giró el rostro para mirar a Ben a los ojos.
- Pero no todas las personas tienen que vivir de esta manera. Con todo el tiempo que hemos compartido y el esfuerzo que he puesto en ti, eres la versión más opuesta a lo que he intentado transmitirte - apartó los ojos con una queda risa escapando entre sus labios. - Encontraremos una solución -asintió con seguridad volviendo la vista al ventanal.
- No te hacía un hombre de fe, Zakath - comentó Sango tras un breve periodo de reflexivo silencio -. Comprendo lo que dices y créeme cuando te digo que lo intenté, pero la soledad es demasiado fría y oscura. Poder compartir la carga de la propia existencia con alguien, sin embargo, me produce una calidez y una comodidad que es como si alguien me abrazara desde dentro, como si fuera capaz de llegar a todos los rincones de mi ser. ¿Cómo es posible renunciar a algo así? - hizo una pausa para mirar a Zakath -. El peso de mi propio nombre es enorme. Me llaman Héroe. ¿Te lo puede creer? Sango, Héroe de Aerandir - esbozó una sonrisa de orgullo amargo en el rostro -. Mi único objetivo hasta ahora ha sido vivir por y para el resto. Me olvidé de quién es Ben Nelad y me convertí en Sango por demasiado tiempo. Y ahora, ese nombre pesa demasiado. Quizá tanto como para no dejarme volver a ser Ben - la sonrisa se había esfumado y ahora miraba el suelo con la vista perdida -. ¿Por qué no puedo recuperar quién era? ¿Por qué tira con tanta fuerza mi sentido del deber y mi responsabilidad con la buena gente de este mundo? - las últimas preguntas parecían retóricas a juzgar por la expresión que mostraba el pelirrojo.
Sacudió la cabeza y meneó los húmedos cabellos y recuperó la forma en la silla. Se humedeció los labios y miró por la ventana, quizá al mismo punto al que miraba Zakath.
- Sango es un guerrero, pero, ¿qué es Ben? No lo sé y quiero averiguarlo. Quiero recorrer ese camino. -
Se levantó sin hacer ruido con una extraña sonrisa perfilando sus labios.
- El que jamás se imaginó lo que ha pasado soy yo. Tú y Iori... quién me lo iba a decir...- se llevó las manos a la cadera y observó sus botas un instante, mientras escondía una sonrisa que se hizo más ancha. - ¿Cómo no creer en los Dioses Ben? - murmuró avanzando hacia la puerta.
Miró a Zakath cuando pasó frente a él en dirección a la salida. Asintió levemente y pareció que iba a decir algo pero mantuvo el silencio. Desvió la mirada y volvió la vista al cielo de Lunargenta antes de cruzarse de brazos.
- Pues sí. Los dos hilos tenían un nudo en común, solo que no lo sabíamos. De una manera u otra, nos criaste y al final nos juntamos - ladeó la cabeza a un lado y bostezó silenciosamente -. ¿Cómo no creer en los Dioses Zakath? -
El pelirrojo no vio la expresión que se formó en el rostro de Zakath cuando se detuvo tomando el pomo de la enorme puerta de la habitación.
- Descansa por ahora. Cornelius te verá más tarde. Aprovecha la hospitalidad de la dama Justine. Es una suerte poco común contar con el aprecio sincero de una persona como ella. A la tarde me gustaría que pudiéramos hablar con calma cuando estés más repuesto. Tengo un elfo con el que hablar ahora - indicó oscureciendo un poco la voz, mientras se concentraba en el Ojosverdes que esperaba en algún lugar del Palacete.
El pelirrojo giró la cabeza y saludó con la cabeza y levantando el brazo.
- Cualquier cosa que necesites, ya sabes dónde estoy - dijo Ben volviendo la vista hacia la bandeja y tratando de mantener alejado de su cabeza el elfo que había mencionado, pero le fue imposible -. No sería la primera vez que trato con ellos - dijo con un tono neutro antes de alargar el brazo y coger más comida -. Descuida, descansaré bien - dijo recuperando su postura relajada en la silla.
El anciano salió de la habitación como había entrado. Sin hacer sonido que el oído humano pudiera escuchar.
[...]
Observó con gesto fúnebre la cara del elfo. Hacía ya un rato que no respiraba, y las habilidades de Cornelius con las manos o con sus pócimas, aunque excelsas, estaban lejos de ser capaces de traer a un muerto de nuevo a la vida. Pensaba que aquel Ojosverdes sería capaz de aguantar más. Pero se sorprendió más por la dureza que imprimió con sus manos en el interrogatorio. Los años no pasaban en vano para nadie, y sin duda en su caso estaba volviéndose más blando. O más descontrolado.
Un descontrol que creía superado en su juventud. Por la época en la que había conocido al individuo que respiraba a su lado y guardaba silencio.
Algo completamente impropio tratándose de Cornelius.
¿Se habría dado cuenta? Obvio que sí.
¿Le traería recuerdos de cuando se habían conocido, contando él apenas veinte años? Sin duda.
- Debemos de hablar con ambos cuanto antes - murmuró dándose la vuelta y sacudiendo los puños, dejando salpicado el suelo con gotas de sangre mientras salía con premura por la puerta.
Iori Li
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Había abandonado el refugio de la habitación para bajar por las escaleras y caminar por los soportales. Tenía un ritmo lento, calmado, y en su rostro podía advertirse una expresión de reflexión acompañada de unos ojos curiosos que observaban el hacer de uno de los jardineros. Estaba trasplantando unas flores de vivos colores por aquellas que no habían conseguido medrar y adaptarse al terreno. A Ben, sin embargo, lo que le fascinaba eran los movimientos del jardinero, rápidos y entrenados: hincar la paleta, arrancar la planta seca, sanear la tierra y colocar la nueva. Y vuelta a repetir con la de al lado.
Ben aspiró el húmedo aroma de la mañana y continuó su lento caminar. Ocupaba su mente en muchas cosas, pero una y otra volvía a los espejos y a al evidente problema que tenía con ellos. ¿Cómo podría arreglarlo? ¿Qué era lo que le habían hecho? Recordaba, en Roilkat, la cúpula con las decenas de espejos, las imágenes que mostraban y cómo había acabado la noche. Recordaba el deambular, completamente perdido, por el desierto, los cristales, la caridea... Negó para sí mismo y se concentró en sus pasos para alejar los espejos de su cabeza.
Cambió su postura a una que le resultó más cómoda. Llevaba el brazo izquierdo doblado en ángulo recto de tal manera que su mano, descansaba sobre su abdomen. Con ligeros movimientos de los dedos notaba el rudimentario vendaje que se había hecho para tapar la herida del costado y evitar que la sangre de la herida, aún fresca, no goteara través del fino tejido de la camisa.
Al pasar junto a una puerta entreabierta, escuchó una risa que familiar que le hizo detenerse y observar el interior para confirmar sus sospechas. Empujó la puerta que cedió sin ningún problema y se detuvo bajo el dintel de la puerta para observar en silencio a sus amigos mientras una sonrisa aparecía en su rostro.
- Te puedo asegurar que es así- decía Max antes de beber de un vaso de cristal-. Pero no quiero desviarme de lo que te contaba- continuó bajo la atenta y divertida mirada de Debacle y la cansada mirada de Kyotan-, fue el peor trato que cerré en mi vida. Desde entonces el comercio con pieles lo dejo como último recurso.
- Pero sí con información sobre personas- apuntó Debacle mordaz. Estaba ligeramente recostada sobre un sillón, con un tono de piel que no se correspondía con el de ella.
Max, que acababa de posar el vaso en la mesa, se llevó la mano al pecho de manera dramática. Kyotan lanzó una risotada y entonces reparó en la presencia de Sango. Alzó las cejas a modo de saludo y esbozó una amplia sonrisa a la que el pelirrojo respondió con una inclinación de cabeza. Ella guardó silencio.
- Me matas Debacle...- agitó la cabeza-. Por cierto, he contado una historia, creo que sería justo que me contaras de dónde sale ese nombre- en el tono de Max se apreciaba una genuina curiosidad que al pelirrojo le pareció divertida.
Ben dio un paso al interior de la estancia arrastrando intencionadamente la suela de las botas por el suelo, llamando la atención de Max y de Debacle. Ambos sonrieron al verle y él ensanchó aun más la suya. Inclinó ligeramente la cabeza en su dirección.
- Me alegra veros bien- fue el saludo del pelirrojo.
Sin embargo, sus compañeros aún guardaron silencio mientras observaban su inmaculada figura. El pelo rojo peinado hacia atrás, recogido en una coleta que le había costado horrores atar, su piel pálida limpia después del baño, las ricas ropas que ensalzaban y marcaban la definición de su cuerpo, su postura erguida pese a los dolores y el haberse llevado lo peor del combate.
El silencio, acompañado de sus fijas y contemplativas miradas, provocaron que a su cabeza llegara el eco de las palabras de Zakath, recordándole el papel que jugaba para ellos y sobre todo para Debacle cuyos ojos reflejaban las llamas que ardían a escasos cuatro pasos de ella.
- Bueno- dio un paso hacia el interior de la habitación, tratando de quitarse aquellos pensamientos de la cabeza-, ¿interrumpo algo?- preguntó con una sonrisa pícara.
Debacle cambió su expresión de casi admiración, aunque Ben se negaba a denominarlo de aquella manera, por una en la que le daba a entender que si pudiera lo lanzaba al mar de una patada. Sango se limitó a guiñarle un ojo.
- Solo Max contando mentiras- dijo lentamente Kyotan que ahora se había recostado en el sillón y le miraba con los ojos entrecerrados-. Nos dijeron que te habían dado una paliza- cambió de tema al instante-, que no podías moverte.
- Bueno, aquí nos cuidan bien. Son amigos- respondió Ben sentándose en el reposabrazos del sillón de Debacle a la que miró-. Tienes mejor aspecto que ayer cuando te vi por última vez.
- Me clavaron la espada en dos sitios- gruñó de frustración-. La armadura que tengo necesita una revisión profunda. Pero sí, aquí me han tratado mejor que en cualquier sitio- añadió antes de asentir.
Un reporte conciso, con lo que Sango debía escuchar y sin más añadidos. Aquella mujer no descansaba nunca.
- Sango, esta casa es… Bueno, es simplemente sensacional- dijo Max. En su tono y en cómo miraba había un interés profesional que a Ben no le gustó-. Por cierto, ¿me vas a contar qué pasó ahí abajo? Me gusta estar enterado de esas cosas- añadió con una sonrisa de superioridad.
- Max, si sabes lo que te conviene, dejarás tus oscuros negocios lejos de esta casa- dijo Sango con el tono de voz más neutro que fue capaz de encontrar en su interior.
Ben dejó de sonreír para sorpresa de Max que le miró con cierto nerviosismo. Aquella respuesta cogió desprevenido al Barón que asintió de buena gana. Kyotan lanzó una risilla siseante y Debacle se removió en el sillón, a su lado. Max murmuró que se trataba de una broma pero Sango le siguió mirando con ojos acusadores. No olvidaba la traición y la falsa información que había acabado con la vida de más de la mitad de sus antiguos compañeros de promoción. Se abstuvo de comentar nada de lo que pasó en las Catacumbas.
- De otra manera, ¿cómo estáis?- cambió de tema y su expresión se relajó.
- Estamos bien, nos atendió una elfa, a ella primero- dijo Kyotan señalando a Debacle y con gans de romper la innecesaria tensión que había creado el pelirrojo-, y luego nos dieron comida, bebida y alojamiento. Si sigo aquí creo que me acostumbraré demasiado rápido a la vida de la alta burguesía- ladeó la cabeza y dejó que el pelo cayera hacia un lado-. Y me resultará duro porque adoro mi antro en el puerto- añadió con sorna.
- ¿Esta “señora”, no necesita de nuestros talentos?- preguntó Max mirando a Kyotan.
Sango conocía esa mirada. Una en la que ambos parecían haber tenido una conversación y haber acordado algunas cosas. En aquel asunto, eran frente común y si bien podía ser que Justine pudiera necesitar de informantes y de gente que supiera moverse por los diferentes estratos de la sociedad de Lunargenta, Sango no intercedería por ellos.
Por suerte para él, la figura del conocido mayordomo, Charles, hizo acto de presencia en la estancia. Su mirada se posó en él e hizo inclinación de cabeza a modo de saludo.
- La dama Justine desea invitarlo a compartir un tentempié junto a la señorita Iori. Le ruega que se una a ambas en el salón norte cuando le sea posible- inclinó la cabeza con la reverencia respetuosa que usaba con todos, aunque en su tono de voz educada se percibía la urgencia inmediata con la que la dueña de la casa esperaba contar con la presencia del Héroe. Sango asintió.
- Iré ahora mismo, Charles, gracias- se puso en pie y dedicó un tiempo a mirar a sus amigos-. Descansad, recuperaos y portaros bien. Dad las gracias por la hospitalidad que se os ofrece en esta casa- echó un rápido vistazo a Debacle-. Que no la líen.
La veterana hizo un gesto con la mano que Sango interpretó como “descuida, los tengo bajo control”. Ben asintió y ella le guiñó un ojo. El pelirrojo salió de la habitación siguiendo los pasos de Charles por los pasillos del palacete. Tras alejarse de la estancia y caminar en silencio, Sango quebró el silencio.
- Charles, si es posible y a modo de favor, mientras Debacle se recupera, habría que mandar a revisar y reparar su armadura- Sango miró a Charles que asintió con la cabeza-. Si no cede, decidle que es una orden mía.
Un silencio acompañó a ambos hombres mientras caminaban hacia el salón norte, que se encontraba en la fachada principal que daba la bienvenida a todo el que entraba allí desde la calle. No era un lugar que Sango hubiese visitado antes, ya que su estancia en los días que llevaban vinculados a aquel lugar se habían centrado en las estancias interiores. Las que daban a los patios internos, más íntimos y protegidos en el corazón del edificio.
Recorriendo el pasillo se percibía ya un evidente aumento de la decoración, haciéndola ostentosa de una manera intencionada. Justine usaba aquellas dependencias para recibir a todos los que consideraba de fuera, y así enterrarlos entre la exageración de una decoración profusa para alardear de poder y dejar claro que ella no era simplemente una comerciante más.
Su riqueza, la cual desde la muerte de Hans podía manejar de forma autónoma y única, apenas era vislumbrada ante los paneles de oro y mármol de extrema pureza con la que estaba construida aquella zona del Palacete. Charles le dio acceso al salón abriéndole la puerta e indicándole con un gesto que podía pasar al interior.
Sango se quedó quieto tras atravesar la puerta. Abrumado por la recargada decoración de aquel salón. La mezcla de los colores dorados y blancos y los grandes ventanales a los jardines daban la sensación de que aquella estancia estaba terriblemente bien iluminada, lo necesario para que todos aquellos que entraran en aquella estancia, contemplaran la riqueza de la dueña de la casa.
Ben no pudo más que comparar aquella habitación con la casa de sus padres en Cedralada. Se dijo que no debía ser más grande que un cuarto de aquella sala. Se limitó a cerrar los ojos resoplar y caminar en dirección hacia la zona de los grandes sofás.
- Buenos días- saludó Ben al llegar a ellas.
- Mejor, mucho mejor, ¿no crees?- la voz de Justine acompañaba a su mirada de aprobación mientras observaba a Iori.
Dos sastres, mujer y hombre se afanaban por terminar de ajustarle el bajo del vestido a su altura, mientras en el centro de una gran zona de sofás se encontraba una cariacontecida Iori.
Su gesto de resignación, enmarcado por el vestido de carísima tela cambió en cuanto escuchó la voz de Ben. Alzó el rostro hacia él y lo miró con una ansiedad mal disimulada. El pelirrojo se acercó y quedó apoyado contra el respaldo de uno de los sofás, incapaz de apartar los ojos de ella.
- Oh, señor Nelad- saludó la dueña de la casa con evidente buen humor. Nada quedaba en ella de la mujer que lo había echado, ni de la que se había emborrachado hacia un par de noches-. Exquisito vestido para una exquisita joven, ¿cierto?- lo saludo poniéndose de pie para rodear a Iori observándola.
Sango posó los ojos en Iori y estudió el vestido de colores rojizos que variaban su intensidad a lo largo de todo el vestido. Su pelo negro caía sobre sus hombros y sobre el vestido. Su imagen tenía la fuerza necesaria para llamarle y atraerle sin necesitar de miradas, gestos o palabras.
- Excelente, excelente trabajo, pero toda la ropa te sentará mejor cuando hayas recuperado un poco de peso, querida- apuntó deteniéndose delante de ella tras haber analizado el atuendo-. Muy bien, gracias por vuestros servicios- zanjó con un gesto de mano la atención de los sastres-. Charles- llamó únicamente. Y, como siempre, el mayordomo leyó en el aire las indicaciones de su ama-. Sentaos, por favor- los invitó avanzando ella misma hacia el sofá.
Era un un lugar desde el que controlaba las puertas de acceso y tenia una visión general prácticamente completa de la estancia. Una posición del que está acostumbrado a mandar.
Ben parpadeó y apartó por un instante los ojos de Iori para posarlos en Justine. Presentaba un aspecto radiante y su figura emanaba un poder especial dentro de aquella sala. Pensó que tal vez podía tratarse de una interpretación, como había visto en tantas otras ocasiones. Pero en el caso de la señora, Ben fue mucho más cauto en emitir un juicio. Quizá porque estaba condicionado por su hospitalidad o quizá porque la había visto actuar y cumplía con lo que decía.
Rodeó el sofá y quedó al lado de Iori, casi brazo con brazo. Giró la cabeza para mirarla y sonreírle antes de volver la atención a Justine. Se llevó la mano derecha, cerrada en un puño, al pecho, al modo de la Guardia.
- Mi señora Justine, antes de nada quería, en nombre de Debacle, Kyotan y Max, agradeceros la hospitalidad y los cuidados necesarios para que se recuperen- se inclinó hacia delante a modo de saludo respetuoso y recuperó la verticalidad-. Sin duda, estoy en deuda con esta casa.
Ben desvió la mirada hacia Iori a la que ofreció la mano derecha para invitarla a sentarse junto a él en el sofá.
- Ah si, tus amigos. Charles me comentó algo sobre problemas ayer. Lamento reconocer que me encontraba indispuesta en la tarde de ayer. Leeré el informe con calma mas tarde pero todos aquí tienen orden de trataros como si fueseis parte de la familia- desvió la vista hacia Iori y su expresión se volvió ligeramente más cálida-. Y confío en que esto ultimo se haga realidad.
La morena avanzó despacio los escasos pasos que la separaban del sofá en el que estaba Sango. Se sentó a su lado, con la distancia que ocuparía otra persona sentad entre ellos y fijo la vista en Justine. Por primera vez desde que Ben había hecho acto de presencia. Con el corazón desbocado.
- Los hombros hacia atrás querida, con este vestido se percibe mucho mas tu posición corporal. ¿Puedes creer que estuvo paseando por el palacete vestida solo con una camisa masculina? - rodó los ojos hacia el artesonado del techo-. Zakath te cuido bien, pero en cuestión de modales no podemos decir que haya sacado tu lado femenino Iori- había en su voz la amabilidad de quien quería corregir suavemente.
- Tenía un buen motivo para hacerlo- contestó Ben extendiendo la mano derecha sobre su pierna-. Tuve un pequeño percance en el baño esta mañana y salió a pedir ayuda, la moda no creo que fuera algo relevante en ese momento- giró la cabeza para mirar a Iori e hizo un breve asentimiento antes de posar la vista nuevamente en Justine-. Ya está todo solucionado- esbozó una leve sonrisa y asintió con formalidad hacia la señora-. ¿Algún problema?- preguntó aludiendo a su indisposición del día anterior.
La sonrisa de Justine continuaba siendo encantadora, en la actitud que una mujer que sabía jugar entre las clases altas había desarrollado y llevado a su máximo exponente en todos aquellos años acumulados de experiencia. Miró a Sango y a Iori de forma alterna, sin parecer darle importancia a querer profundizar en lo ocurrido aquella mañana.
- Me lo imagino, me lo imagino queridos- sonrió todavía más, dando a entender que fuese lo que fuese no era algo que ocupase su mente. No cuando la figura de lo que podría ser su posible heredera permanecía sentada frente a ella, centrando toda su atención en Ben.
Los ojos azules de Iori estaban intranquilos mientras miraba fijamente hacia él. Buscaba en su rostro leer alguna señal, una imagen que le permitiese adivinar en medio de su actitud de caballero, perfecta, qué había podido pasar entre Zakath y él esa mañana. Claramente le hubiera gustado poder encontrarse con él a solas, pero la dama del palacete se les había adelantado.
- Me avergüenza decirlo pero ciertamente no estoy acostumbrada a la cantidad de alcohol que bebí la otra noche. Claro que hacía tiempo que no sentía ganas de celebrar como las que tuve. Fue imposible resistirse a la alegría del momento- explicó únicamente antes de volver de nuevo la vista a Iori-. Bien, querida, creo que tras todos estos días ha llegado el momento de tomarnos unos instantes para nosotras. Ha cosas de las que deseo hablarte, y que sin duda tú también quieres oír- la actitud vanidosa de Justine que flotaba en el aire se diluyó ligeramente, al tiempo que su rostro cobraba una seriedad inusitada.
- Sobre Ayla- murmuró Iori en un hilo de voz, clavando ahora sí sus ojos en ella.
Sango giró la cabeza al escuchar la voz de Iori y alzó las cejas lo suficiente como para que su sorpresa fuera evidente al escuchar el nombre de su madre. La observó en silencio durante unos instantes. Se removió en el asiento, pensando en los posibles significados de haberle invitado a "tomar un tentempié" en palabras de Charles y ahora le estaba pidiendo, sutilmente, que se marchara.
- ¿Estarás bien?- preguntó en voz baja para confirmar que ella compartía el deseo de Justine de quedar a solas.
- Claro que lo estará- respondió Justine, con un deje de ofensa vibrando en la voz.
- Quiero que él esté conmigo- fue la escueta respuesta de la mestiza.
Ben hizo un esfuerzo por contener una sonrisa que quería asomar a su rostro. No por no querer mostrársela a Iori sino por respeto a su anfitriona.
- ¿Quieres que él se quede?- ahora había sorpresa en su voz.
- ¿Te quedarás?- los ojos azules se volvieron hacia Sango interrogativos. Suplicantes.
- Claro que me quedo- respondió Ben acortando la distancia que mediaba entre ellos en el sofá.
La expresión de Iori se hizo más suave y su pecho se llenó con un suspiro de alivio. Justine observó de manera alterna a ambos y luego resopló con suavidad, resignada.
- Me gustaría que me explicarías algunas cosas que me generan dudas, pero dejemos eso para después.
En ese momento una sirvienta entró portando las ya conocidas bandejas de servicio, sobre la que había distintas infusiones y una buena selección de pequeños bocados, dulces y salados listos para acompañar la bebida. Silencio hasta que se retiró, mientras los ojos dorados de Justine se habían desviado a una de las grandes ventanas. Desde allí se perfilaban las cúpulas y tejados de los grandes edificios de Lunargenta que había en aquella zona, mientras Justine parecía haberse quedado en un extraño mutismo.
- Come- fue lo primero que dijo, refiriéndose a Iori y rompiendo el silencio instalado en la estancia-. La ropa te sentará mejor cuando hayas recuperado un peso más saludable.
Iori se inclinó y tomó entre las manos una tetera humeante de aroma a menta y sirvió dos tazas. Extendió una hacia Sango, dejando que sus dedos se rozasen tal solo un instante.
- Ayla y yo éramos vecinas. Vivíamos en la misma aldea y desde pequeña yo la aborrecí-
Sango cogió la taza y mirándola sonrió, curvando ligeramente los labios, al sentir su roce. Fue él el que se adelantó y cogió un par de bocados de cada tipo y se los tendió a Iori. Guardó silencio mientras escuchaba a Justine.
Iori se quedó sorprendida del inicio del relato que la mujer escogió para comenzar con la narración de la historia. Los ojos dorados se fijaron en los de la morena y esto hizo que la mujer sonriese de una forma extraña.
- No me mires así. Es lo que sucedió. Ayla era, por mucho, la muchacha más notable de la aldea. No hablo de lo bonita que era. Lo era y mucho, pero lo especial de Ayla, la belleza que ella tenía se debía a otras cosas. Era su forma de ser lo que hacía que resultase dificil dejar de mirarla. Imagínate, una niña tan llena de dones que fue el orgullo de los mayores en su infancia, el ejemplo a seguir entre las niñas de la zona en su adolescencia y la muchacha que los chicos no podían ignorar en su juventud. Odiable por los cuatro costados- sentenció antes de volver a sonreír de forma amplia hacia ambos.
- ¿Fue el odio lo que motivó tu matrimonio?- preguntó el pelirrojo con evidente malicia en la prgunta.
Las cejas de Justine se enarcaron ambas y miraron a Sango con el desprecio que iba dirigido hacia su difunto marido.
- La necesidad. Tras el ataque a la aldea por los Ojosverdes, únicamente sobrevivimos aquellos de nosotros que estábamos fuera asistiendo al mercado comarcal. No había mucho donde elegir, y Hans pensó que una mujer dócil como yo era sería una buena opción- apartó la vista, rompiendo con la rabia de su mirada el cristal del ventanal.
- Si la odiabas no entiendo de dónde nacen tus intenciones conmigo. ¿Es algún tipo de remordimiento?- la voz de Iori sonó como un cuchillo.
- La odiaba sí, los celos me comían por dentro. Pero eso cambió- y sonrió, con la añoranza de quien ha perdido algo de manera irremediable.
Sango suspiró y se llevó la taza a los labios para soplar y tratar de enfriar su contenido. Miró de reojo a Iori y antes de dar un sorbo levantó la mirada.
- ¿Por qué cambió?- preguntó con curiosidad.
La sonrisa se hizo más ancha, y los ojos esquivos. Por primera vez desde que la habían conocido, Justine dudaba.
- Nadie excepto Ayla y yo sabemos lo que os voy a contar. Sucedió a finales de verano, rondabamos los dieciseis años. Por aquellas tu madre ya vivía en casa con la familia de Hans. Su padre y la madre de Ayla eran primos. Hacia siete inviernos que los padres de Ayla habían desaparecido de camino al mercado comarcal para vender los excedentes de la cosecha. Se habló de Ojosverdes en la frontera. Se habló de bandidos. Fuese cual fuese la razón, ella parecía haber sacado fuerzas de su desgracia personal. Siempre tan alegre, tan dulce y llena de energía…- meneó la cabeza-. De verdad que era insoportable. Por lo que en mi cabeza tracé un plan. Busqué en las posadas y tabernas cercanas información. Quería dar con algunos delincuentes que no tuviesen reparos en aceptar la oferta que pretendía hacerles…
Sango gruñó. Si era por efecto de la temperatura del brebaje o del rumbo que tomaba la historia de Justine, sólo él lo sabía. La mujer se detuvo ante el sonido de Sango y volvió la vista a Iori.
- Escuchad hasta el final antes de sacar vuestras conclusiones. Encontré lo que buscaba en la casa de comidas que había en la pequeña posta entre dos villas de relevancia. Ambas eran buenas opciones para llevar los productos al mercado, y aquel era un lugar de paso de muchos comerciantes, campesinos y personas que encuentran negocio a costa de otros. Conseguí reunirme con un grupo de ellos. Cinco asaltantes de caminos de poca monta. Para nuestro Héroe serían apenas una ligera distracción. Para mí eran los mercenarios perfectos, prácticamente invencibles. Me vi con ellos en el cuartucho que tenian alquilado para descansar esa noche y lancé mi propuesta. Yo les daría la información precisa de por donde y cuando pasaría Ayla con su burro y su carreta y ellos se encargarían de apropiarse de la mercancía para hacer lo que prefiriesen con ella. De esta manera, la perfecta Ayla ya no seria tan perfecta a ojos de todos.
Ben tensó su agarre sobre la taza por un instantes y se abstuvo de hacer cualquier tipo de comentario que pudiera interrumpir a Justine. Se limitó a mirar el líquido humeante y a aspirar su aroma para serenarse.
- No salió bien- se rio. Una risa ácida que vibró en el aire-. No eran bandoleros de caminos comunes. No eran el tipo de maleantes rurales que se aprovechan del trabajo ajeno. Eran traficantes de esclavos. Y ante una futura promesa de poder echarle el guante a una joven y poder hacerlo en aquel instante con otra… Su decisión estaba clara. No estaba preparada para lo que pasó. Cuando me echaron la mano y me pusieron aquel saco encima pensé que estaba perdida. Y que me lo merecía. Era el justo castigo por mis celos y mi envidia cuando lo único que había recibido de Ayla habían sido sonrisas y buenas palabras. En todo aquel tiempo que habíamos crecido juntas albergué un odio creciente que escondí a sus ojos bajo la capa de la amistad. Y en ese momento los Dioses me estaban castigando por ello. Pero, ¿sabéis qué sucedió entonces? - clavó la mirada en Iori.
La mestiza estaba congelada, con los ojos muy abiertos sin saber qué decir.
- ¿Qué pasó?- preguntó Ben, muy concentrado en la historia.
Justine cruzó las piernas y se volvió más hacia Iori, con una intensidad casi palpable.
- Cuando me estaban sacando por la puerta trasera, sin posibilidad de gritar ni sacármelos de encima, inmovilizada por ellos y por mi propio miedo, comenzó una pelea. Escuché voces, golpes, y súbitamente un gran escándalo en la pequeña posta en la que estábamos. La luz me cegó cuando me sacaron la tela de encima, y lo primero que vi fueron un par de ojos dorados, no los típicos de la comarca. Uno más brillantes, cálidos como el Sol. Ayla me agarró de los hombros y me sacudió, mientras la escuchaba dar gracias a los Dioses por haber llegado a tiempo.
Silencio.
Justine bajó la cabeza y observó sus manos vacías unos largos instantes.
- Tras ella pude ver una pequeña pelea entre los esclavistas y un buen número de personas que se encontraban allí. Gentes honradas que no toleraban actos tan delictivos. Supe después que alertados por Ayla se unieron para poder enfrentarse a aquellos desgraciados. Gracias al aviso que dio ella pudieron ayudarme a salir con vida y libre de allí.
Iori parecía encontrarse en shock. Apenas fue capaz de mover los labios aunque casi no salió sonido de ellos.
- Pero... ¿Cómo...?
- ¿Cómo lo supo ella? Ayla se encontraba en aquel mismo lugar esa mañana, aunque yo no lo sabía. Había ido en busca de una buena oferta para vender el viejo burro de sus tíos y poder costear en la próxima temporada una nueva montura más jóven y sana que les pudiera ser de utilidad. Me vio subir al piso superior y ser seguida después por los otros cinco. Le dieron mala espina y nos siguió. Ella escuchó absolutamente todo lo que yo les ofrecí dentro de aquella habitación. Lo supe en el instante en el que la escuché dar gracias por haber conseguido ayudarme a tiempo, mientras apretaba con fuerza sus manos sobre mis hombros. No fui capaz de decir una palabra. Los celos habían cambiado a vergüenza. Una tan grande que enmudecí durante el resto del día, durante el camino de regreso.
Ben asintió aprobando la valentía de Ayla, pero sobre todo la nobleza de su corazón. Pese al estúpido intento de Justine por destrozarle la vida, siguió adelante para salvar a su amiga. Su ojos se entrecerraron mientras observaban a Justine. Sus expresiones mostraban la sinceridad de sus sentimientos. La expresión de Sango, sin embargo, estaba cargada de reproche pero también de curiosidad.
- Después del desafortunado intento por joderle la vida a alguien- había dureza en su tono de voz-, ¿hablasteis de ello? ¿Y, cómo llegasteis a reconciliaros si es que alguna vez hubo tal cosa?
La pena cruzó entonces el rostro de la mujer, que súbitamente pareció mayor de lo que aparentaba hasta entonces. Desvió la mirada de la mestiza hacia la ventana y se giró de medio lado, intentando esconder las lágrimas que parecían haber llenado sus ojos.
- Esa era la magia de Ayla. Ese era su don. Su belleza. La capacidad de amar sin límites. Tardé varios días en ser capaz de enfrentarla. De buscarla para hablar. No encontraba las palabras y no era capaz de mirarla a los ojos. Fue en el límite con el bosque, ella estaba recolectando las primeras castañas de la temporada. Junto con el sentimiento de culpa que me estrangulaba, solo recuerdo haber intercambiado con ella dos preguntas.
¿Tú lo sabías? ¿Tú pudiste escucharnos?
"Os escuché. Y lo supe durante todos estos años" - fue su respuesta.
Entonces, ¿Por qué lo hiciste?- le pregunté yo.
"Se necesita una razón para ayudar a alguien?"
- Y esa fue toda nuestra conversación. Nunca más volvimos a hablar de ello. Nunca pude pedirle disculpas en condiciones. Ayla me sonrió aquella tarde, durante la breve conversación, de la misma manera que había hecho desde siempre. De la misma forma que siguió haciendo hasta que se marchó de la aldea súbitamente. Fue recientemente, con lo sucedido con Hans que me enteré del resto de la historia que la implicó a ella junto con Eithelen.
Ben perdió la mirada en algún punto. La frase de Ayla en labios de Justine le golpeó con dureza. ¿Era ese el destino del corazón noble? ¿Ser destino de todo el odio y la ira de corazones llenos de envidia y maldad? Fue inevitable, para él, pensar en si había alguien ahí fuera, en la vastedad del continente, que tuviera unos sentimientos tan fuertes y tan oscuros contra él.
No había, se dijo, respuesta fácil. Lo que hoy era agradecimiento y buenas palabras, al día siguiente podía ser una sentencia formulada con intenciones oscuras y que nada tenían que ver con lo que él había visto. Y Sango sabía, al igual que Ayla, que esas cosas se veían. Cómo no hacerlo cuando compartes tiempo y espacio con una persona, se dijo.
Su mirada perdida en algún punto de la sala se balanceó de un lado a otro cuando negó con la cabeza con suaves movimientos. Compartía plenamente el ideal de aquella frase. De hecho, era el principio que regía su vida, al menos durante los últimos quince años. ¿Cómo había acabado Ayla? ¿Cuál había sido el destino del camino recorrido por aquel noble corazón?
Dejó escapar el aire de pura impotencia, de rabia, de desesperación. ¿Acaso era ese el mundo en el que querían vivir? Uno lleno de buenas palabras pero en las que se ocultaban oscuras intenciones. ¿Era su vida una pérdida de tiempo? ¿Luchaba contra algo que era imposible de destruir?
- ¿Qué sentido tiene, entonces, que existan personas que luchen por el bien y ayuden al resto sin esperar nada a cambio, sin siquiera recibir un gesto o una palabra sincera?-se echó hacia delante y miró al suelo después de dejar la taza en la mesa-. ¿En qué clase de mundo vivimos para que el amor sea correspondido con odio? ¿Qué esperanza existe para la bondad en este mundo?- hizo ademán de levantarse pero se contuvo en último momento al ver el vestido de tonos rojizos a su lado.
Giró la cabeza para encontrarse con los ojos de Iori. Le puso la mano sobre la pierna y le sonrió. Observándola pudo responderse casi al instante.
- Siempre hay esperanza de algo mejor. Al final, la oscuridad que secuestra los corazones, es pasajera y esta da lugar a un nuevo día. Nunca una noche venció a un amanecer- giró la vista hacia Justine, reconociendo, en cierta medida, que era lo que tenía ante sus ojos-. Ayla tenía esperanza en una vida feliz, en un futuro sencillo con todo lo que amaba a su alrededor. La envidia y el odio se lo arrebataron todo. Casi todo- apretó con la mano derecha-. No se merecía nada de lo malo que le pasó y sin embargo...
Dejó la frase colgando. Su cabeza se había ido y la conversación se había desviado del tema principal. En el silencio que siguió, el pelirrojo era incapaz de no ver el paralelismo entre Ayla y su deseo de ayudar solo porque a sus ojos le parecía lo correcto y él mismo. Solo había sido una frase, una que había escuchado en boca de Justine, y pese a ello, no pudo evitar sentir dolor por alguien que no conocía y que iba más allá de lo que podía ser pena por una historia trágica.
Su cabeza, entonces, voló hasta sus padres. Eran gente buena, noble, sencilla, que ayudaban en la aldea cuando podían y que no escatimaban en esfuerzos cuando había algún problema que solucionar. Luego, a la noche, cansados del duro día en el campo, aún había tiempo para hablar y reir, discutir y llorar, y por sobre todas las cosas, ser felices. Era afortunado por haber podido vivir y crecer en un ambiente así.
- ¿Guardas algún otro buen recuerdo de Ayla?- preguntó el pelirrojo rompiendo el silencio-. Me gustaría saber más de ella.
Iori tembló. Las palabras de Ben abrieron el telón de la tortura de Ayla en su mente. Su ira voló y creyó sentir de nuevo en su piel las heridas y en su corazón la desesperación.
Su mano en cambio la retuvo en la tierra. Atada a aquel sofá que se había convertido en prisión, sin posibilidad de mover ni aunque fuese un simple dedo.
La mestiza contempló ajena el curso de la conversación entre ellos dos.
- Hay mucho que se puede contar sobre ella. Mucho para respaldar lo que os dije, sobre la admiración y cariño que era capaz de cosechar a su alrededor. Yo misma desde aquel día comencé a amarla intensamente. Que ella no esté aquí no significa que ese sentimiento haya desaparecido- aseguró mirando a Iori de soslayo-. Recuerdo que en los días de fiesta ella cantaba. Lo hacía inicialmente como excusa para evitar bailar, decía que era una pésima bailarina. Pero aunque le faltase algo de coordinación es verdad que su voz era especial. Tenía una forma de cantar asombrosa, una de esas voces que deseas escuchar y escuchar.
Ben asintió y recuperó la sonrisa que había perdido después de reflexionar en voz alta. Separó la mano de la pierna de Iori y la extendió para recuperar la taza con la infusión. Se echó hacia atrás y se acomodó contra el respaldo del mullido sofá.
- La infusión es buena- comentó antes de dar un sorbo-. Qué más dará bailar o cantar bien. Lo importante es disfrutar, reir y estar en compañía de la gente que uno quiere. Siendo así, ¿qué más da el resto?- se pasó la lengua por los labios-. ¿Cómo eran las fiestas en vuestra aldea?
- No creo que difiriesen mucho de cualquier otra localización de Verisar. Gente reunida, cantos y bailes, comida y bebida preparadas de forma comunal, los ancianos contando historias, los niños jugando, los jóvenes moceando…- se detuvo con el rostro ladeado y una suave sonrisa, mientras su expresión se volvía ausente. Recordando-. Él era mi esposo, pero jamás le debí una lealtad similar a la que sentía por tu madre.
Aquella palabra golpeó de forma visible a Iori.
- Desde que supe cual fue la implicación que tuvo él en la desaparición de Ayla, firmó su sentencia de muerte. Saber que tú existías se convirtió en mi anhelo más grande. Poder cuidar de ti, ofrecerte todo lo que esté en mi mano será un pobre pago por todo lo que Ayla hizo. Por lo que sigue siendo para mí.
- Siempre hay cosas distintas, cosas que merece la pena recordar, guardar y, quizá, algún día, volver a traerlas a la vida- a Sango le interesaba conocer la vida diaria de aquella aldea y si bien Justine estaba en lo correcto, en que en todas se hacía más o menos las mismas celebraciones, siempre había pequeños detalles que hacían único un lugar-. Por ejemplo, existe una aldea, al norte de la comarca de los Llanos de Heimdal, en la que se lanza una azada a una laguna de la que se nutre gran parte de esa región- dio un sorbo.
La infusión estaba a una temperatura agradable para su paladar y aun le quedaba la mitad del contenido que agitó con un suave movimiento y observó el giro de uno de los fragmentos de una hoja de menta hasta que cayó al fondo.
- De haber alguna tradición destacable hace ya muchos años que lo he olvidado. Llevo viviendo esta vida más tiempo del que disfruté siendo una simple campesina. Esto es lo que soy ahora, y me gusta. Por eso, Iori- volvió a fijar la vista en ella-. Es mi deseo ofrecerte de forma incondicional todo lo que tengo. No hablo solamente de nombrarte mi heredera universal. Quiero prohijarte, cuidar de ti creando un lazo que nos convierta en familia.
El silencio en Iori, la tensión corporal evidente en ella hizo que la mujer continuase hablando.
- Sé que ha sido todo muy repentino, sé que tienes muchas heridas que curar... de diversa índole. Pero también sé que careces de un lugar al que llamar hogar. De lazos que te unan con tus orígenes. Todas las memorias de las que dispongo de Ayla, todo cuánto ella hizo y fue de lo que soy conocedora será también tuyo. Necesitaremos tiempos pero trataré de mostrarte con calma hasta qué punto el corazón de tu madre era único-
Ben dejó escapar aire por la nariz para liberarse de la sensación de sorpresa y se giró para mirar a Iori. Para estar ahí por si le necesitaba.
El té se había ido enfriando en la taza que sostenía Iori, sin que la morena hiciese ni un simple amago por intentar beber. Los ojos azules estaban fijos en Justine, pero por la forma en la que miraba era evidente que no la estaba viendo.
La mestiza observaba hacia su propio interior, atrapada por la cascada de información y las palabras de oferta que Justine había lanzado.
- ¿Iori?- llamó la mujer, cuando un tiempo prudencialmente largo de espera se comenzó a dilatar demasiado.
Parpadeó. Ladeó la cabeza para mirar a Sango, apenas un instantes y se irguió para dejar la taza sobre el fino plato de porcelana casi traslúcida.
- Necesito aire- dio por toda explicación antes de levantarse y darle la espalda a ambos para salir rápido en dirección a la puerta.
La mujer se levantó al vuelo, permaneciendo de pie en su sitio. Apretó las manos y observó con impotencia como el objetivo de las esperanzas que había ido tejiendo en los últimos meses se alejaba de allí sin apenas reacción. Ben la observó alejarse y luego volvió la vista hacia los ventanales.
El silencio era importante. Era tiempo en el que uno podía estar consigo mismo, pensar y reflexionar sobre muchas cosas. Y lo que acababa de pasar era una de ella. Se acercó a la mesa y posó la taza con cuidado, apenas haciendo ruido y miró largo rato a Justine.
- Son muchos contrastes en poco tiempo, mi señora- dijo Ben levantándose-. Si me permites, iré con ella.
Aguardó unos instantes con los ojos fijos en la señora. Parecía desolada. Golpeada por una fuerza contra la que no se había preparado. Unas simples palabras de una campesina demasiado joven habían afectado a una de las mentes más tenaces de Lunargenta. Miró hacia Sango cuando este habló, y dio un paso hacia él como antesala de su petición.
- Tú. Vosotros. Eres alguien importante para ella. Necesito que me ayudes a llegar a su corazón. La oferta que le estoy haciendo es única en cien vidas. Sabes que cerca de mí estará protegida y no le ha de faltar nada. Tú también te preocupas por ella, ¿verdad?- estaba nerviosa.
Era evidente por la forma pobre con la que intentaba defender su causa, la manera infantil con la que articulaba las palabras, una tras otra intentando defender su punto de vista. Ben lo vio venir y creyó que era el momento perfecto para compartir su postura sobre ella y sobre la manera que había tenido de hablar con Iori.
- Más por ella que por mi- afirmó el pelirrojo observando una desfigurada Justine acercarse a él-. Tu oferta, como lo llamas, no nace de un sentimiento de amor por Iori sino de tu propio deseo de redención con tu pasado. Quizá hayas pasado demasiado tiempo sumergida en todo esto- señaló con la mano derecha a su alrededor-, y hayas ocupado demasiado poco en ti misma- añadió llevándose la palma de la mano al pecho.
Miró al suelo un instante y dejó escapar aire de forma audible. Levantó la vista y miró a Justine con expresión que mostraba empatía con la señora del palacete.
- Está bien que quieras cuidar de ella, que no quieras que le falte nada. Pero no todo se puede comprar, Justine- se acercó un poco a ella-. ¿Has pensado en cómo podría sentirse ella, rodeada de tantísima riqueza mientras escucha historias de la vida sencilla y, sobre todo, feliz, que llevaba su madre? ¿No has pensado en que podría sentirse aquí más infeliz que en ninguna otra parte? Sí, podría no faltarle nada, pero su vida podría no estar completa, porque... Porque, en esta vida, no todo es dinero y poder.
Y decidió no continuar porque no lo vio necesario pero aún tenía más escenarios, más preguntas que hacerle. ¿Has pensado en la comparación que haría entre Ayla y Justine? ¿No crees que acabaría odiando a una de las dos, o quizá a ambas? Se irguió recuperando la verticalidad. Movió los hombros con cuidado para desentumecer y hacer que la molestia y la incomodidad de su hombro izquierdo cambiase de sitio.
- La cosa podría cambiar cuando ella perciba que tu ayuda no proviene de un motivo egoísta sino de un sentimiento de afecto y cariño hacia ella. No me cabe la menor duda de que ella pedirá ayuda cuando la necesite y tampoco tengo duda de que si acude a ti, allí estarás para ella. Pero siempre ten esto en mente- clavó sus ojos en los de Justine-. Iori no es Ayla.
Las palabras de Sango solían enardecer los corazones. Atraer a la gente y llenar de valentía el pecho de quién escuchaba. En aquel instante, la mirada altiva, orgullosa y controlada de Justine se resquebrajó, encontrando más verdad en lo que él le había dicho de lo que había imaginado. Supo que todo era cierto, y las lágrimas rebasaron el límite de sus ojos.
- Ella era luz- sollozó antes de darse la vuelta, encarando los ventanales para esconder de Sango su llanto.
Sango cerró los ojos y dejó escapar el aire. Sus hombros cayeron de golpe y reprimió un grito de dolor ante el involuntario gesto. Tragó saliva e hizo una mueca de reproche consigo mismo. Alzó la vista para encontrarse con la espalda de Justine. Sintió una punzada de dolor por haberla hecho sentirse de aquella manera. De todo lo que había compartido con ella, esos momentos le parecieron lo más sincero que había visto desde que la conocía.
- Y brillará con fuerza a través de su hija- contestó Ben-. Una luz que, si los Dioses lo permiten, habrá de extenderse durante generaciones- añadió dando un paso hacia ella-. Sé sincera con ella, Justine, escúchala, pregúntale que necesita, aconséjala, cuídala como te gustaría que te hicieran a ti y no esperes nada a cambio- hizo una breve pausa y miró por los ventanales-. El sol nunca pide nada, siempre está ahí, para nosotros. Solo hay que salir de esta fría prisión de oro y mármol para ver que la vida está más allá de todo esto y que cuando uno de esos rayos te toca, te abraza, todo lo demás no importa nada.
El tembloroso llanto persistió mientras él hablaba. Las palabras de Ben habían tenido el don de poner patas arriba la cuidadosamente construida personalidad de Justine. A los ojos verdes había quedado visible que aquella aparente pátina de indiferencia e seguridad era en realidad un escudo tras el cual escondía su vulnerabilidad.
Una que nacía de los recuerdos relacionados con la madre de Iori. Aquella relación había dado lugar a la mejor versión de Justine. Su pérdida durante su juventud, y el reciente descubrimiento de la verdad habían ayudado a conformar la personalidad cínica e superficial de la que había hecho gala como señora Meyer.
Una amistad idealizada quizá, o pudiese que sentida por Justine en otro tipo de términos. Difícil de decir. Lo que estaba claro, mirando aquella espalda que contenía los leves temblores de los sollozos era que el poder que tenía Ayla sobre ella era grande y persistía en el tiempo.
- ¿Tú la quieres?-preguntó finalmente sin girarse, usando de nuevo un tono controlado en su voz.
- Sí- respondió el pelirrojo.
Alzó la mano hasta el rostro, en un gesto que aunque Ben no vio, supo que era para secarse las lágrimas. Adecentada, sin rastro de una muestra de sentimientos que veía en si misma como debilidad, la mujer se giró y lo miró con una asombrosa decisión en su cara.
- Esta es mi oferta, Sango, Héroe de Aerandir. Si tu afirmación es cierta, si hay verdad y honra en ella, ten siempre presente que todo cuando poseo y yo misma estaré siempre dispuesta para lo que Iori necesite. Para lo que ambos necesitéis. No la presionaré, no será esta una jaula. Pero siempre estaré dispuesta a hacer lo que sea necesario para mantener la luz que ha dejado Ayla tras de si- Su mirada adquirió entonces un brillo fervoroso, con un punto que no se podía definir de otra forma que no fuese malicia-. Lo que sea- repitió para dar énfasis a sus últimas palabras.
La miró largo rato en silencio, aprendiendo y rumiando sus palabras. Finalmente, asintió con un movimiento profundo que se asemejaba a una reverencia más que a un saludo con la cabeza.
- Y no me cabe la menor duda de que por ella será así y lo agradezco de corazón, de verdad. Esto tengo que decírselo y saber qué piensa de todo esto- echó los hombros hacia atrás-. Si me permites, Justine, debería ir a buscarla.
La mujer estiró el cuello y alzón el mentón. Echó los hombros hacia atrás y adquirió la posición corporal que la caracterizaba. Ya no era Justine, la campesina. Era la señora Meyer.
Asintió ligeramente y se volvió de nuevo hacia los cristales.
- No lo olvide. Mi mano siempre estará abierta para ella, y para ti mientras camines a su lado- zanjó, dando por terminada aquella conversación.
Sango la miró y tras unos instantes de silencio inclinó la cabeza a modo de despedida. Sus pasos fueron el sonido que rompió la calma del gran salón.
Los mismos pasos que le llevaron a los jardines principales. Unos jardines, por los que aún no había paseado y en los que la figura vestida de rojo, destacaba sobre todas las demás.
Ben aspiró el húmedo aroma de la mañana y continuó su lento caminar. Ocupaba su mente en muchas cosas, pero una y otra volvía a los espejos y a al evidente problema que tenía con ellos. ¿Cómo podría arreglarlo? ¿Qué era lo que le habían hecho? Recordaba, en Roilkat, la cúpula con las decenas de espejos, las imágenes que mostraban y cómo había acabado la noche. Recordaba el deambular, completamente perdido, por el desierto, los cristales, la caridea... Negó para sí mismo y se concentró en sus pasos para alejar los espejos de su cabeza.
Cambió su postura a una que le resultó más cómoda. Llevaba el brazo izquierdo doblado en ángulo recto de tal manera que su mano, descansaba sobre su abdomen. Con ligeros movimientos de los dedos notaba el rudimentario vendaje que se había hecho para tapar la herida del costado y evitar que la sangre de la herida, aún fresca, no goteara través del fino tejido de la camisa.
Al pasar junto a una puerta entreabierta, escuchó una risa que familiar que le hizo detenerse y observar el interior para confirmar sus sospechas. Empujó la puerta que cedió sin ningún problema y se detuvo bajo el dintel de la puerta para observar en silencio a sus amigos mientras una sonrisa aparecía en su rostro.
- Te puedo asegurar que es así- decía Max antes de beber de un vaso de cristal-. Pero no quiero desviarme de lo que te contaba- continuó bajo la atenta y divertida mirada de Debacle y la cansada mirada de Kyotan-, fue el peor trato que cerré en mi vida. Desde entonces el comercio con pieles lo dejo como último recurso.
- Pero sí con información sobre personas- apuntó Debacle mordaz. Estaba ligeramente recostada sobre un sillón, con un tono de piel que no se correspondía con el de ella.
Max, que acababa de posar el vaso en la mesa, se llevó la mano al pecho de manera dramática. Kyotan lanzó una risotada y entonces reparó en la presencia de Sango. Alzó las cejas a modo de saludo y esbozó una amplia sonrisa a la que el pelirrojo respondió con una inclinación de cabeza. Ella guardó silencio.
- Me matas Debacle...- agitó la cabeza-. Por cierto, he contado una historia, creo que sería justo que me contaras de dónde sale ese nombre- en el tono de Max se apreciaba una genuina curiosidad que al pelirrojo le pareció divertida.
Ben dio un paso al interior de la estancia arrastrando intencionadamente la suela de las botas por el suelo, llamando la atención de Max y de Debacle. Ambos sonrieron al verle y él ensanchó aun más la suya. Inclinó ligeramente la cabeza en su dirección.
- Me alegra veros bien- fue el saludo del pelirrojo.
Sin embargo, sus compañeros aún guardaron silencio mientras observaban su inmaculada figura. El pelo rojo peinado hacia atrás, recogido en una coleta que le había costado horrores atar, su piel pálida limpia después del baño, las ricas ropas que ensalzaban y marcaban la definición de su cuerpo, su postura erguida pese a los dolores y el haberse llevado lo peor del combate.
El silencio, acompañado de sus fijas y contemplativas miradas, provocaron que a su cabeza llegara el eco de las palabras de Zakath, recordándole el papel que jugaba para ellos y sobre todo para Debacle cuyos ojos reflejaban las llamas que ardían a escasos cuatro pasos de ella.
- Bueno- dio un paso hacia el interior de la habitación, tratando de quitarse aquellos pensamientos de la cabeza-, ¿interrumpo algo?- preguntó con una sonrisa pícara.
Debacle cambió su expresión de casi admiración, aunque Ben se negaba a denominarlo de aquella manera, por una en la que le daba a entender que si pudiera lo lanzaba al mar de una patada. Sango se limitó a guiñarle un ojo.
- Solo Max contando mentiras- dijo lentamente Kyotan que ahora se había recostado en el sillón y le miraba con los ojos entrecerrados-. Nos dijeron que te habían dado una paliza- cambió de tema al instante-, que no podías moverte.
- Bueno, aquí nos cuidan bien. Son amigos- respondió Ben sentándose en el reposabrazos del sillón de Debacle a la que miró-. Tienes mejor aspecto que ayer cuando te vi por última vez.
- Me clavaron la espada en dos sitios- gruñó de frustración-. La armadura que tengo necesita una revisión profunda. Pero sí, aquí me han tratado mejor que en cualquier sitio- añadió antes de asentir.
Un reporte conciso, con lo que Sango debía escuchar y sin más añadidos. Aquella mujer no descansaba nunca.
- Sango, esta casa es… Bueno, es simplemente sensacional- dijo Max. En su tono y en cómo miraba había un interés profesional que a Ben no le gustó-. Por cierto, ¿me vas a contar qué pasó ahí abajo? Me gusta estar enterado de esas cosas- añadió con una sonrisa de superioridad.
- Max, si sabes lo que te conviene, dejarás tus oscuros negocios lejos de esta casa- dijo Sango con el tono de voz más neutro que fue capaz de encontrar en su interior.
Ben dejó de sonreír para sorpresa de Max que le miró con cierto nerviosismo. Aquella respuesta cogió desprevenido al Barón que asintió de buena gana. Kyotan lanzó una risilla siseante y Debacle se removió en el sillón, a su lado. Max murmuró que se trataba de una broma pero Sango le siguió mirando con ojos acusadores. No olvidaba la traición y la falsa información que había acabado con la vida de más de la mitad de sus antiguos compañeros de promoción. Se abstuvo de comentar nada de lo que pasó en las Catacumbas.
- De otra manera, ¿cómo estáis?- cambió de tema y su expresión se relajó.
- Estamos bien, nos atendió una elfa, a ella primero- dijo Kyotan señalando a Debacle y con gans de romper la innecesaria tensión que había creado el pelirrojo-, y luego nos dieron comida, bebida y alojamiento. Si sigo aquí creo que me acostumbraré demasiado rápido a la vida de la alta burguesía- ladeó la cabeza y dejó que el pelo cayera hacia un lado-. Y me resultará duro porque adoro mi antro en el puerto- añadió con sorna.
- ¿Esta “señora”, no necesita de nuestros talentos?- preguntó Max mirando a Kyotan.
Sango conocía esa mirada. Una en la que ambos parecían haber tenido una conversación y haber acordado algunas cosas. En aquel asunto, eran frente común y si bien podía ser que Justine pudiera necesitar de informantes y de gente que supiera moverse por los diferentes estratos de la sociedad de Lunargenta, Sango no intercedería por ellos.
Por suerte para él, la figura del conocido mayordomo, Charles, hizo acto de presencia en la estancia. Su mirada se posó en él e hizo inclinación de cabeza a modo de saludo.
- La dama Justine desea invitarlo a compartir un tentempié junto a la señorita Iori. Le ruega que se una a ambas en el salón norte cuando le sea posible- inclinó la cabeza con la reverencia respetuosa que usaba con todos, aunque en su tono de voz educada se percibía la urgencia inmediata con la que la dueña de la casa esperaba contar con la presencia del Héroe. Sango asintió.
- Iré ahora mismo, Charles, gracias- se puso en pie y dedicó un tiempo a mirar a sus amigos-. Descansad, recuperaos y portaros bien. Dad las gracias por la hospitalidad que se os ofrece en esta casa- echó un rápido vistazo a Debacle-. Que no la líen.
La veterana hizo un gesto con la mano que Sango interpretó como “descuida, los tengo bajo control”. Ben asintió y ella le guiñó un ojo. El pelirrojo salió de la habitación siguiendo los pasos de Charles por los pasillos del palacete. Tras alejarse de la estancia y caminar en silencio, Sango quebró el silencio.
- Charles, si es posible y a modo de favor, mientras Debacle se recupera, habría que mandar a revisar y reparar su armadura- Sango miró a Charles que asintió con la cabeza-. Si no cede, decidle que es una orden mía.
Un silencio acompañó a ambos hombres mientras caminaban hacia el salón norte, que se encontraba en la fachada principal que daba la bienvenida a todo el que entraba allí desde la calle. No era un lugar que Sango hubiese visitado antes, ya que su estancia en los días que llevaban vinculados a aquel lugar se habían centrado en las estancias interiores. Las que daban a los patios internos, más íntimos y protegidos en el corazón del edificio.
Recorriendo el pasillo se percibía ya un evidente aumento de la decoración, haciéndola ostentosa de una manera intencionada. Justine usaba aquellas dependencias para recibir a todos los que consideraba de fuera, y así enterrarlos entre la exageración de una decoración profusa para alardear de poder y dejar claro que ella no era simplemente una comerciante más.
Su riqueza, la cual desde la muerte de Hans podía manejar de forma autónoma y única, apenas era vislumbrada ante los paneles de oro y mármol de extrema pureza con la que estaba construida aquella zona del Palacete. Charles le dio acceso al salón abriéndole la puerta e indicándole con un gesto que podía pasar al interior.
Sango se quedó quieto tras atravesar la puerta. Abrumado por la recargada decoración de aquel salón. La mezcla de los colores dorados y blancos y los grandes ventanales a los jardines daban la sensación de que aquella estancia estaba terriblemente bien iluminada, lo necesario para que todos aquellos que entraran en aquella estancia, contemplaran la riqueza de la dueña de la casa.
Ben no pudo más que comparar aquella habitación con la casa de sus padres en Cedralada. Se dijo que no debía ser más grande que un cuarto de aquella sala. Se limitó a cerrar los ojos resoplar y caminar en dirección hacia la zona de los grandes sofás.
- Buenos días- saludó Ben al llegar a ellas.
- Mejor, mucho mejor, ¿no crees?- la voz de Justine acompañaba a su mirada de aprobación mientras observaba a Iori.
Dos sastres, mujer y hombre se afanaban por terminar de ajustarle el bajo del vestido a su altura, mientras en el centro de una gran zona de sofás se encontraba una cariacontecida Iori.
Su gesto de resignación, enmarcado por el vestido de carísima tela cambió en cuanto escuchó la voz de Ben. Alzó el rostro hacia él y lo miró con una ansiedad mal disimulada. El pelirrojo se acercó y quedó apoyado contra el respaldo de uno de los sofás, incapaz de apartar los ojos de ella.
- Oh, señor Nelad- saludó la dueña de la casa con evidente buen humor. Nada quedaba en ella de la mujer que lo había echado, ni de la que se había emborrachado hacia un par de noches-. Exquisito vestido para una exquisita joven, ¿cierto?- lo saludo poniéndose de pie para rodear a Iori observándola.
Sango posó los ojos en Iori y estudió el vestido de colores rojizos que variaban su intensidad a lo largo de todo el vestido. Su pelo negro caía sobre sus hombros y sobre el vestido. Su imagen tenía la fuerza necesaria para llamarle y atraerle sin necesitar de miradas, gestos o palabras.
- Excelente, excelente trabajo, pero toda la ropa te sentará mejor cuando hayas recuperado un poco de peso, querida- apuntó deteniéndose delante de ella tras haber analizado el atuendo-. Muy bien, gracias por vuestros servicios- zanjó con un gesto de mano la atención de los sastres-. Charles- llamó únicamente. Y, como siempre, el mayordomo leyó en el aire las indicaciones de su ama-. Sentaos, por favor- los invitó avanzando ella misma hacia el sofá.
Era un un lugar desde el que controlaba las puertas de acceso y tenia una visión general prácticamente completa de la estancia. Una posición del que está acostumbrado a mandar.
Ben parpadeó y apartó por un instante los ojos de Iori para posarlos en Justine. Presentaba un aspecto radiante y su figura emanaba un poder especial dentro de aquella sala. Pensó que tal vez podía tratarse de una interpretación, como había visto en tantas otras ocasiones. Pero en el caso de la señora, Ben fue mucho más cauto en emitir un juicio. Quizá porque estaba condicionado por su hospitalidad o quizá porque la había visto actuar y cumplía con lo que decía.
Rodeó el sofá y quedó al lado de Iori, casi brazo con brazo. Giró la cabeza para mirarla y sonreírle antes de volver la atención a Justine. Se llevó la mano derecha, cerrada en un puño, al pecho, al modo de la Guardia.
- Mi señora Justine, antes de nada quería, en nombre de Debacle, Kyotan y Max, agradeceros la hospitalidad y los cuidados necesarios para que se recuperen- se inclinó hacia delante a modo de saludo respetuoso y recuperó la verticalidad-. Sin duda, estoy en deuda con esta casa.
Ben desvió la mirada hacia Iori a la que ofreció la mano derecha para invitarla a sentarse junto a él en el sofá.
- Ah si, tus amigos. Charles me comentó algo sobre problemas ayer. Lamento reconocer que me encontraba indispuesta en la tarde de ayer. Leeré el informe con calma mas tarde pero todos aquí tienen orden de trataros como si fueseis parte de la familia- desvió la vista hacia Iori y su expresión se volvió ligeramente más cálida-. Y confío en que esto ultimo se haga realidad.
La morena avanzó despacio los escasos pasos que la separaban del sofá en el que estaba Sango. Se sentó a su lado, con la distancia que ocuparía otra persona sentad entre ellos y fijo la vista en Justine. Por primera vez desde que Ben había hecho acto de presencia. Con el corazón desbocado.
- Los hombros hacia atrás querida, con este vestido se percibe mucho mas tu posición corporal. ¿Puedes creer que estuvo paseando por el palacete vestida solo con una camisa masculina? - rodó los ojos hacia el artesonado del techo-. Zakath te cuido bien, pero en cuestión de modales no podemos decir que haya sacado tu lado femenino Iori- había en su voz la amabilidad de quien quería corregir suavemente.
- Tenía un buen motivo para hacerlo- contestó Ben extendiendo la mano derecha sobre su pierna-. Tuve un pequeño percance en el baño esta mañana y salió a pedir ayuda, la moda no creo que fuera algo relevante en ese momento- giró la cabeza para mirar a Iori e hizo un breve asentimiento antes de posar la vista nuevamente en Justine-. Ya está todo solucionado- esbozó una leve sonrisa y asintió con formalidad hacia la señora-. ¿Algún problema?- preguntó aludiendo a su indisposición del día anterior.
La sonrisa de Justine continuaba siendo encantadora, en la actitud que una mujer que sabía jugar entre las clases altas había desarrollado y llevado a su máximo exponente en todos aquellos años acumulados de experiencia. Miró a Sango y a Iori de forma alterna, sin parecer darle importancia a querer profundizar en lo ocurrido aquella mañana.
- Me lo imagino, me lo imagino queridos- sonrió todavía más, dando a entender que fuese lo que fuese no era algo que ocupase su mente. No cuando la figura de lo que podría ser su posible heredera permanecía sentada frente a ella, centrando toda su atención en Ben.
Los ojos azules de Iori estaban intranquilos mientras miraba fijamente hacia él. Buscaba en su rostro leer alguna señal, una imagen que le permitiese adivinar en medio de su actitud de caballero, perfecta, qué había podido pasar entre Zakath y él esa mañana. Claramente le hubiera gustado poder encontrarse con él a solas, pero la dama del palacete se les había adelantado.
- Me avergüenza decirlo pero ciertamente no estoy acostumbrada a la cantidad de alcohol que bebí la otra noche. Claro que hacía tiempo que no sentía ganas de celebrar como las que tuve. Fue imposible resistirse a la alegría del momento- explicó únicamente antes de volver de nuevo la vista a Iori-. Bien, querida, creo que tras todos estos días ha llegado el momento de tomarnos unos instantes para nosotras. Ha cosas de las que deseo hablarte, y que sin duda tú también quieres oír- la actitud vanidosa de Justine que flotaba en el aire se diluyó ligeramente, al tiempo que su rostro cobraba una seriedad inusitada.
- Sobre Ayla- murmuró Iori en un hilo de voz, clavando ahora sí sus ojos en ella.
Sango giró la cabeza al escuchar la voz de Iori y alzó las cejas lo suficiente como para que su sorpresa fuera evidente al escuchar el nombre de su madre. La observó en silencio durante unos instantes. Se removió en el asiento, pensando en los posibles significados de haberle invitado a "tomar un tentempié" en palabras de Charles y ahora le estaba pidiendo, sutilmente, que se marchara.
- ¿Estarás bien?- preguntó en voz baja para confirmar que ella compartía el deseo de Justine de quedar a solas.
- Claro que lo estará- respondió Justine, con un deje de ofensa vibrando en la voz.
- Quiero que él esté conmigo- fue la escueta respuesta de la mestiza.
Ben hizo un esfuerzo por contener una sonrisa que quería asomar a su rostro. No por no querer mostrársela a Iori sino por respeto a su anfitriona.
- ¿Quieres que él se quede?- ahora había sorpresa en su voz.
- ¿Te quedarás?- los ojos azules se volvieron hacia Sango interrogativos. Suplicantes.
- Claro que me quedo- respondió Ben acortando la distancia que mediaba entre ellos en el sofá.
La expresión de Iori se hizo más suave y su pecho se llenó con un suspiro de alivio. Justine observó de manera alterna a ambos y luego resopló con suavidad, resignada.
- Me gustaría que me explicarías algunas cosas que me generan dudas, pero dejemos eso para después.
En ese momento una sirvienta entró portando las ya conocidas bandejas de servicio, sobre la que había distintas infusiones y una buena selección de pequeños bocados, dulces y salados listos para acompañar la bebida. Silencio hasta que se retiró, mientras los ojos dorados de Justine se habían desviado a una de las grandes ventanas. Desde allí se perfilaban las cúpulas y tejados de los grandes edificios de Lunargenta que había en aquella zona, mientras Justine parecía haberse quedado en un extraño mutismo.
- Come- fue lo primero que dijo, refiriéndose a Iori y rompiendo el silencio instalado en la estancia-. La ropa te sentará mejor cuando hayas recuperado un peso más saludable.
Iori se inclinó y tomó entre las manos una tetera humeante de aroma a menta y sirvió dos tazas. Extendió una hacia Sango, dejando que sus dedos se rozasen tal solo un instante.
- Ayla y yo éramos vecinas. Vivíamos en la misma aldea y desde pequeña yo la aborrecí-
Sango cogió la taza y mirándola sonrió, curvando ligeramente los labios, al sentir su roce. Fue él el que se adelantó y cogió un par de bocados de cada tipo y se los tendió a Iori. Guardó silencio mientras escuchaba a Justine.
Iori se quedó sorprendida del inicio del relato que la mujer escogió para comenzar con la narración de la historia. Los ojos dorados se fijaron en los de la morena y esto hizo que la mujer sonriese de una forma extraña.
- No me mires así. Es lo que sucedió. Ayla era, por mucho, la muchacha más notable de la aldea. No hablo de lo bonita que era. Lo era y mucho, pero lo especial de Ayla, la belleza que ella tenía se debía a otras cosas. Era su forma de ser lo que hacía que resultase dificil dejar de mirarla. Imagínate, una niña tan llena de dones que fue el orgullo de los mayores en su infancia, el ejemplo a seguir entre las niñas de la zona en su adolescencia y la muchacha que los chicos no podían ignorar en su juventud. Odiable por los cuatro costados- sentenció antes de volver a sonreír de forma amplia hacia ambos.
- ¿Fue el odio lo que motivó tu matrimonio?- preguntó el pelirrojo con evidente malicia en la prgunta.
Las cejas de Justine se enarcaron ambas y miraron a Sango con el desprecio que iba dirigido hacia su difunto marido.
- La necesidad. Tras el ataque a la aldea por los Ojosverdes, únicamente sobrevivimos aquellos de nosotros que estábamos fuera asistiendo al mercado comarcal. No había mucho donde elegir, y Hans pensó que una mujer dócil como yo era sería una buena opción- apartó la vista, rompiendo con la rabia de su mirada el cristal del ventanal.
- Si la odiabas no entiendo de dónde nacen tus intenciones conmigo. ¿Es algún tipo de remordimiento?- la voz de Iori sonó como un cuchillo.
- La odiaba sí, los celos me comían por dentro. Pero eso cambió- y sonrió, con la añoranza de quien ha perdido algo de manera irremediable.
Sango suspiró y se llevó la taza a los labios para soplar y tratar de enfriar su contenido. Miró de reojo a Iori y antes de dar un sorbo levantó la mirada.
- ¿Por qué cambió?- preguntó con curiosidad.
La sonrisa se hizo más ancha, y los ojos esquivos. Por primera vez desde que la habían conocido, Justine dudaba.
- Nadie excepto Ayla y yo sabemos lo que os voy a contar. Sucedió a finales de verano, rondabamos los dieciseis años. Por aquellas tu madre ya vivía en casa con la familia de Hans. Su padre y la madre de Ayla eran primos. Hacia siete inviernos que los padres de Ayla habían desaparecido de camino al mercado comarcal para vender los excedentes de la cosecha. Se habló de Ojosverdes en la frontera. Se habló de bandidos. Fuese cual fuese la razón, ella parecía haber sacado fuerzas de su desgracia personal. Siempre tan alegre, tan dulce y llena de energía…- meneó la cabeza-. De verdad que era insoportable. Por lo que en mi cabeza tracé un plan. Busqué en las posadas y tabernas cercanas información. Quería dar con algunos delincuentes que no tuviesen reparos en aceptar la oferta que pretendía hacerles…
Sango gruñó. Si era por efecto de la temperatura del brebaje o del rumbo que tomaba la historia de Justine, sólo él lo sabía. La mujer se detuvo ante el sonido de Sango y volvió la vista a Iori.
- Escuchad hasta el final antes de sacar vuestras conclusiones. Encontré lo que buscaba en la casa de comidas que había en la pequeña posta entre dos villas de relevancia. Ambas eran buenas opciones para llevar los productos al mercado, y aquel era un lugar de paso de muchos comerciantes, campesinos y personas que encuentran negocio a costa de otros. Conseguí reunirme con un grupo de ellos. Cinco asaltantes de caminos de poca monta. Para nuestro Héroe serían apenas una ligera distracción. Para mí eran los mercenarios perfectos, prácticamente invencibles. Me vi con ellos en el cuartucho que tenian alquilado para descansar esa noche y lancé mi propuesta. Yo les daría la información precisa de por donde y cuando pasaría Ayla con su burro y su carreta y ellos se encargarían de apropiarse de la mercancía para hacer lo que prefiriesen con ella. De esta manera, la perfecta Ayla ya no seria tan perfecta a ojos de todos.
Ben tensó su agarre sobre la taza por un instantes y se abstuvo de hacer cualquier tipo de comentario que pudiera interrumpir a Justine. Se limitó a mirar el líquido humeante y a aspirar su aroma para serenarse.
- No salió bien- se rio. Una risa ácida que vibró en el aire-. No eran bandoleros de caminos comunes. No eran el tipo de maleantes rurales que se aprovechan del trabajo ajeno. Eran traficantes de esclavos. Y ante una futura promesa de poder echarle el guante a una joven y poder hacerlo en aquel instante con otra… Su decisión estaba clara. No estaba preparada para lo que pasó. Cuando me echaron la mano y me pusieron aquel saco encima pensé que estaba perdida. Y que me lo merecía. Era el justo castigo por mis celos y mi envidia cuando lo único que había recibido de Ayla habían sido sonrisas y buenas palabras. En todo aquel tiempo que habíamos crecido juntas albergué un odio creciente que escondí a sus ojos bajo la capa de la amistad. Y en ese momento los Dioses me estaban castigando por ello. Pero, ¿sabéis qué sucedió entonces? - clavó la mirada en Iori.
La mestiza estaba congelada, con los ojos muy abiertos sin saber qué decir.
- ¿Qué pasó?- preguntó Ben, muy concentrado en la historia.
Justine cruzó las piernas y se volvió más hacia Iori, con una intensidad casi palpable.
- Cuando me estaban sacando por la puerta trasera, sin posibilidad de gritar ni sacármelos de encima, inmovilizada por ellos y por mi propio miedo, comenzó una pelea. Escuché voces, golpes, y súbitamente un gran escándalo en la pequeña posta en la que estábamos. La luz me cegó cuando me sacaron la tela de encima, y lo primero que vi fueron un par de ojos dorados, no los típicos de la comarca. Uno más brillantes, cálidos como el Sol. Ayla me agarró de los hombros y me sacudió, mientras la escuchaba dar gracias a los Dioses por haber llegado a tiempo.
Silencio.
Justine bajó la cabeza y observó sus manos vacías unos largos instantes.
- Tras ella pude ver una pequeña pelea entre los esclavistas y un buen número de personas que se encontraban allí. Gentes honradas que no toleraban actos tan delictivos. Supe después que alertados por Ayla se unieron para poder enfrentarse a aquellos desgraciados. Gracias al aviso que dio ella pudieron ayudarme a salir con vida y libre de allí.
Iori parecía encontrarse en shock. Apenas fue capaz de mover los labios aunque casi no salió sonido de ellos.
- Pero... ¿Cómo...?
- ¿Cómo lo supo ella? Ayla se encontraba en aquel mismo lugar esa mañana, aunque yo no lo sabía. Había ido en busca de una buena oferta para vender el viejo burro de sus tíos y poder costear en la próxima temporada una nueva montura más jóven y sana que les pudiera ser de utilidad. Me vio subir al piso superior y ser seguida después por los otros cinco. Le dieron mala espina y nos siguió. Ella escuchó absolutamente todo lo que yo les ofrecí dentro de aquella habitación. Lo supe en el instante en el que la escuché dar gracias por haber conseguido ayudarme a tiempo, mientras apretaba con fuerza sus manos sobre mis hombros. No fui capaz de decir una palabra. Los celos habían cambiado a vergüenza. Una tan grande que enmudecí durante el resto del día, durante el camino de regreso.
Ben asintió aprobando la valentía de Ayla, pero sobre todo la nobleza de su corazón. Pese al estúpido intento de Justine por destrozarle la vida, siguió adelante para salvar a su amiga. Su ojos se entrecerraron mientras observaban a Justine. Sus expresiones mostraban la sinceridad de sus sentimientos. La expresión de Sango, sin embargo, estaba cargada de reproche pero también de curiosidad.
- Después del desafortunado intento por joderle la vida a alguien- había dureza en su tono de voz-, ¿hablasteis de ello? ¿Y, cómo llegasteis a reconciliaros si es que alguna vez hubo tal cosa?
La pena cruzó entonces el rostro de la mujer, que súbitamente pareció mayor de lo que aparentaba hasta entonces. Desvió la mirada de la mestiza hacia la ventana y se giró de medio lado, intentando esconder las lágrimas que parecían haber llenado sus ojos.
- Esa era la magia de Ayla. Ese era su don. Su belleza. La capacidad de amar sin límites. Tardé varios días en ser capaz de enfrentarla. De buscarla para hablar. No encontraba las palabras y no era capaz de mirarla a los ojos. Fue en el límite con el bosque, ella estaba recolectando las primeras castañas de la temporada. Junto con el sentimiento de culpa que me estrangulaba, solo recuerdo haber intercambiado con ella dos preguntas.
¿Tú lo sabías? ¿Tú pudiste escucharnos?
"Os escuché. Y lo supe durante todos estos años" - fue su respuesta.
Entonces, ¿Por qué lo hiciste?- le pregunté yo.
"Se necesita una razón para ayudar a alguien?"
- Y esa fue toda nuestra conversación. Nunca más volvimos a hablar de ello. Nunca pude pedirle disculpas en condiciones. Ayla me sonrió aquella tarde, durante la breve conversación, de la misma manera que había hecho desde siempre. De la misma forma que siguió haciendo hasta que se marchó de la aldea súbitamente. Fue recientemente, con lo sucedido con Hans que me enteré del resto de la historia que la implicó a ella junto con Eithelen.
Ben perdió la mirada en algún punto. La frase de Ayla en labios de Justine le golpeó con dureza. ¿Era ese el destino del corazón noble? ¿Ser destino de todo el odio y la ira de corazones llenos de envidia y maldad? Fue inevitable, para él, pensar en si había alguien ahí fuera, en la vastedad del continente, que tuviera unos sentimientos tan fuertes y tan oscuros contra él.
No había, se dijo, respuesta fácil. Lo que hoy era agradecimiento y buenas palabras, al día siguiente podía ser una sentencia formulada con intenciones oscuras y que nada tenían que ver con lo que él había visto. Y Sango sabía, al igual que Ayla, que esas cosas se veían. Cómo no hacerlo cuando compartes tiempo y espacio con una persona, se dijo.
Su mirada perdida en algún punto de la sala se balanceó de un lado a otro cuando negó con la cabeza con suaves movimientos. Compartía plenamente el ideal de aquella frase. De hecho, era el principio que regía su vida, al menos durante los últimos quince años. ¿Cómo había acabado Ayla? ¿Cuál había sido el destino del camino recorrido por aquel noble corazón?
Dejó escapar el aire de pura impotencia, de rabia, de desesperación. ¿Acaso era ese el mundo en el que querían vivir? Uno lleno de buenas palabras pero en las que se ocultaban oscuras intenciones. ¿Era su vida una pérdida de tiempo? ¿Luchaba contra algo que era imposible de destruir?
- ¿Qué sentido tiene, entonces, que existan personas que luchen por el bien y ayuden al resto sin esperar nada a cambio, sin siquiera recibir un gesto o una palabra sincera?-se echó hacia delante y miró al suelo después de dejar la taza en la mesa-. ¿En qué clase de mundo vivimos para que el amor sea correspondido con odio? ¿Qué esperanza existe para la bondad en este mundo?- hizo ademán de levantarse pero se contuvo en último momento al ver el vestido de tonos rojizos a su lado.
Giró la cabeza para encontrarse con los ojos de Iori. Le puso la mano sobre la pierna y le sonrió. Observándola pudo responderse casi al instante.
- Siempre hay esperanza de algo mejor. Al final, la oscuridad que secuestra los corazones, es pasajera y esta da lugar a un nuevo día. Nunca una noche venció a un amanecer- giró la vista hacia Justine, reconociendo, en cierta medida, que era lo que tenía ante sus ojos-. Ayla tenía esperanza en una vida feliz, en un futuro sencillo con todo lo que amaba a su alrededor. La envidia y el odio se lo arrebataron todo. Casi todo- apretó con la mano derecha-. No se merecía nada de lo malo que le pasó y sin embargo...
Dejó la frase colgando. Su cabeza se había ido y la conversación se había desviado del tema principal. En el silencio que siguió, el pelirrojo era incapaz de no ver el paralelismo entre Ayla y su deseo de ayudar solo porque a sus ojos le parecía lo correcto y él mismo. Solo había sido una frase, una que había escuchado en boca de Justine, y pese a ello, no pudo evitar sentir dolor por alguien que no conocía y que iba más allá de lo que podía ser pena por una historia trágica.
Su cabeza, entonces, voló hasta sus padres. Eran gente buena, noble, sencilla, que ayudaban en la aldea cuando podían y que no escatimaban en esfuerzos cuando había algún problema que solucionar. Luego, a la noche, cansados del duro día en el campo, aún había tiempo para hablar y reir, discutir y llorar, y por sobre todas las cosas, ser felices. Era afortunado por haber podido vivir y crecer en un ambiente así.
- ¿Guardas algún otro buen recuerdo de Ayla?- preguntó el pelirrojo rompiendo el silencio-. Me gustaría saber más de ella.
Iori tembló. Las palabras de Ben abrieron el telón de la tortura de Ayla en su mente. Su ira voló y creyó sentir de nuevo en su piel las heridas y en su corazón la desesperación.
Su mano en cambio la retuvo en la tierra. Atada a aquel sofá que se había convertido en prisión, sin posibilidad de mover ni aunque fuese un simple dedo.
La mestiza contempló ajena el curso de la conversación entre ellos dos.
- Hay mucho que se puede contar sobre ella. Mucho para respaldar lo que os dije, sobre la admiración y cariño que era capaz de cosechar a su alrededor. Yo misma desde aquel día comencé a amarla intensamente. Que ella no esté aquí no significa que ese sentimiento haya desaparecido- aseguró mirando a Iori de soslayo-. Recuerdo que en los días de fiesta ella cantaba. Lo hacía inicialmente como excusa para evitar bailar, decía que era una pésima bailarina. Pero aunque le faltase algo de coordinación es verdad que su voz era especial. Tenía una forma de cantar asombrosa, una de esas voces que deseas escuchar y escuchar.
Ben asintió y recuperó la sonrisa que había perdido después de reflexionar en voz alta. Separó la mano de la pierna de Iori y la extendió para recuperar la taza con la infusión. Se echó hacia atrás y se acomodó contra el respaldo del mullido sofá.
- La infusión es buena- comentó antes de dar un sorbo-. Qué más dará bailar o cantar bien. Lo importante es disfrutar, reir y estar en compañía de la gente que uno quiere. Siendo así, ¿qué más da el resto?- se pasó la lengua por los labios-. ¿Cómo eran las fiestas en vuestra aldea?
- No creo que difiriesen mucho de cualquier otra localización de Verisar. Gente reunida, cantos y bailes, comida y bebida preparadas de forma comunal, los ancianos contando historias, los niños jugando, los jóvenes moceando…- se detuvo con el rostro ladeado y una suave sonrisa, mientras su expresión se volvía ausente. Recordando-. Él era mi esposo, pero jamás le debí una lealtad similar a la que sentía por tu madre.
Aquella palabra golpeó de forma visible a Iori.
- Desde que supe cual fue la implicación que tuvo él en la desaparición de Ayla, firmó su sentencia de muerte. Saber que tú existías se convirtió en mi anhelo más grande. Poder cuidar de ti, ofrecerte todo lo que esté en mi mano será un pobre pago por todo lo que Ayla hizo. Por lo que sigue siendo para mí.
- Siempre hay cosas distintas, cosas que merece la pena recordar, guardar y, quizá, algún día, volver a traerlas a la vida- a Sango le interesaba conocer la vida diaria de aquella aldea y si bien Justine estaba en lo correcto, en que en todas se hacía más o menos las mismas celebraciones, siempre había pequeños detalles que hacían único un lugar-. Por ejemplo, existe una aldea, al norte de la comarca de los Llanos de Heimdal, en la que se lanza una azada a una laguna de la que se nutre gran parte de esa región- dio un sorbo.
La infusión estaba a una temperatura agradable para su paladar y aun le quedaba la mitad del contenido que agitó con un suave movimiento y observó el giro de uno de los fragmentos de una hoja de menta hasta que cayó al fondo.
- De haber alguna tradición destacable hace ya muchos años que lo he olvidado. Llevo viviendo esta vida más tiempo del que disfruté siendo una simple campesina. Esto es lo que soy ahora, y me gusta. Por eso, Iori- volvió a fijar la vista en ella-. Es mi deseo ofrecerte de forma incondicional todo lo que tengo. No hablo solamente de nombrarte mi heredera universal. Quiero prohijarte, cuidar de ti creando un lazo que nos convierta en familia.
El silencio en Iori, la tensión corporal evidente en ella hizo que la mujer continuase hablando.
- Sé que ha sido todo muy repentino, sé que tienes muchas heridas que curar... de diversa índole. Pero también sé que careces de un lugar al que llamar hogar. De lazos que te unan con tus orígenes. Todas las memorias de las que dispongo de Ayla, todo cuánto ella hizo y fue de lo que soy conocedora será también tuyo. Necesitaremos tiempos pero trataré de mostrarte con calma hasta qué punto el corazón de tu madre era único-
Ben dejó escapar aire por la nariz para liberarse de la sensación de sorpresa y se giró para mirar a Iori. Para estar ahí por si le necesitaba.
El té se había ido enfriando en la taza que sostenía Iori, sin que la morena hiciese ni un simple amago por intentar beber. Los ojos azules estaban fijos en Justine, pero por la forma en la que miraba era evidente que no la estaba viendo.
La mestiza observaba hacia su propio interior, atrapada por la cascada de información y las palabras de oferta que Justine había lanzado.
- ¿Iori?- llamó la mujer, cuando un tiempo prudencialmente largo de espera se comenzó a dilatar demasiado.
Parpadeó. Ladeó la cabeza para mirar a Sango, apenas un instantes y se irguió para dejar la taza sobre el fino plato de porcelana casi traslúcida.
- Necesito aire- dio por toda explicación antes de levantarse y darle la espalda a ambos para salir rápido en dirección a la puerta.
La mujer se levantó al vuelo, permaneciendo de pie en su sitio. Apretó las manos y observó con impotencia como el objetivo de las esperanzas que había ido tejiendo en los últimos meses se alejaba de allí sin apenas reacción. Ben la observó alejarse y luego volvió la vista hacia los ventanales.
El silencio era importante. Era tiempo en el que uno podía estar consigo mismo, pensar y reflexionar sobre muchas cosas. Y lo que acababa de pasar era una de ella. Se acercó a la mesa y posó la taza con cuidado, apenas haciendo ruido y miró largo rato a Justine.
- Son muchos contrastes en poco tiempo, mi señora- dijo Ben levantándose-. Si me permites, iré con ella.
Aguardó unos instantes con los ojos fijos en la señora. Parecía desolada. Golpeada por una fuerza contra la que no se había preparado. Unas simples palabras de una campesina demasiado joven habían afectado a una de las mentes más tenaces de Lunargenta. Miró hacia Sango cuando este habló, y dio un paso hacia él como antesala de su petición.
- Tú. Vosotros. Eres alguien importante para ella. Necesito que me ayudes a llegar a su corazón. La oferta que le estoy haciendo es única en cien vidas. Sabes que cerca de mí estará protegida y no le ha de faltar nada. Tú también te preocupas por ella, ¿verdad?- estaba nerviosa.
Era evidente por la forma pobre con la que intentaba defender su causa, la manera infantil con la que articulaba las palabras, una tras otra intentando defender su punto de vista. Ben lo vio venir y creyó que era el momento perfecto para compartir su postura sobre ella y sobre la manera que había tenido de hablar con Iori.
- Más por ella que por mi- afirmó el pelirrojo observando una desfigurada Justine acercarse a él-. Tu oferta, como lo llamas, no nace de un sentimiento de amor por Iori sino de tu propio deseo de redención con tu pasado. Quizá hayas pasado demasiado tiempo sumergida en todo esto- señaló con la mano derecha a su alrededor-, y hayas ocupado demasiado poco en ti misma- añadió llevándose la palma de la mano al pecho.
Miró al suelo un instante y dejó escapar aire de forma audible. Levantó la vista y miró a Justine con expresión que mostraba empatía con la señora del palacete.
- Está bien que quieras cuidar de ella, que no quieras que le falte nada. Pero no todo se puede comprar, Justine- se acercó un poco a ella-. ¿Has pensado en cómo podría sentirse ella, rodeada de tantísima riqueza mientras escucha historias de la vida sencilla y, sobre todo, feliz, que llevaba su madre? ¿No has pensado en que podría sentirse aquí más infeliz que en ninguna otra parte? Sí, podría no faltarle nada, pero su vida podría no estar completa, porque... Porque, en esta vida, no todo es dinero y poder.
Y decidió no continuar porque no lo vio necesario pero aún tenía más escenarios, más preguntas que hacerle. ¿Has pensado en la comparación que haría entre Ayla y Justine? ¿No crees que acabaría odiando a una de las dos, o quizá a ambas? Se irguió recuperando la verticalidad. Movió los hombros con cuidado para desentumecer y hacer que la molestia y la incomodidad de su hombro izquierdo cambiase de sitio.
- La cosa podría cambiar cuando ella perciba que tu ayuda no proviene de un motivo egoísta sino de un sentimiento de afecto y cariño hacia ella. No me cabe la menor duda de que ella pedirá ayuda cuando la necesite y tampoco tengo duda de que si acude a ti, allí estarás para ella. Pero siempre ten esto en mente- clavó sus ojos en los de Justine-. Iori no es Ayla.
Las palabras de Sango solían enardecer los corazones. Atraer a la gente y llenar de valentía el pecho de quién escuchaba. En aquel instante, la mirada altiva, orgullosa y controlada de Justine se resquebrajó, encontrando más verdad en lo que él le había dicho de lo que había imaginado. Supo que todo era cierto, y las lágrimas rebasaron el límite de sus ojos.
- Ella era luz- sollozó antes de darse la vuelta, encarando los ventanales para esconder de Sango su llanto.
Sango cerró los ojos y dejó escapar el aire. Sus hombros cayeron de golpe y reprimió un grito de dolor ante el involuntario gesto. Tragó saliva e hizo una mueca de reproche consigo mismo. Alzó la vista para encontrarse con la espalda de Justine. Sintió una punzada de dolor por haberla hecho sentirse de aquella manera. De todo lo que había compartido con ella, esos momentos le parecieron lo más sincero que había visto desde que la conocía.
- Y brillará con fuerza a través de su hija- contestó Ben-. Una luz que, si los Dioses lo permiten, habrá de extenderse durante generaciones- añadió dando un paso hacia ella-. Sé sincera con ella, Justine, escúchala, pregúntale que necesita, aconséjala, cuídala como te gustaría que te hicieran a ti y no esperes nada a cambio- hizo una breve pausa y miró por los ventanales-. El sol nunca pide nada, siempre está ahí, para nosotros. Solo hay que salir de esta fría prisión de oro y mármol para ver que la vida está más allá de todo esto y que cuando uno de esos rayos te toca, te abraza, todo lo demás no importa nada.
El tembloroso llanto persistió mientras él hablaba. Las palabras de Ben habían tenido el don de poner patas arriba la cuidadosamente construida personalidad de Justine. A los ojos verdes había quedado visible que aquella aparente pátina de indiferencia e seguridad era en realidad un escudo tras el cual escondía su vulnerabilidad.
Una que nacía de los recuerdos relacionados con la madre de Iori. Aquella relación había dado lugar a la mejor versión de Justine. Su pérdida durante su juventud, y el reciente descubrimiento de la verdad habían ayudado a conformar la personalidad cínica e superficial de la que había hecho gala como señora Meyer.
Una amistad idealizada quizá, o pudiese que sentida por Justine en otro tipo de términos. Difícil de decir. Lo que estaba claro, mirando aquella espalda que contenía los leves temblores de los sollozos era que el poder que tenía Ayla sobre ella era grande y persistía en el tiempo.
- ¿Tú la quieres?-preguntó finalmente sin girarse, usando de nuevo un tono controlado en su voz.
- Sí- respondió el pelirrojo.
Alzó la mano hasta el rostro, en un gesto que aunque Ben no vio, supo que era para secarse las lágrimas. Adecentada, sin rastro de una muestra de sentimientos que veía en si misma como debilidad, la mujer se giró y lo miró con una asombrosa decisión en su cara.
- Esta es mi oferta, Sango, Héroe de Aerandir. Si tu afirmación es cierta, si hay verdad y honra en ella, ten siempre presente que todo cuando poseo y yo misma estaré siempre dispuesta para lo que Iori necesite. Para lo que ambos necesitéis. No la presionaré, no será esta una jaula. Pero siempre estaré dispuesta a hacer lo que sea necesario para mantener la luz que ha dejado Ayla tras de si- Su mirada adquirió entonces un brillo fervoroso, con un punto que no se podía definir de otra forma que no fuese malicia-. Lo que sea- repitió para dar énfasis a sus últimas palabras.
La miró largo rato en silencio, aprendiendo y rumiando sus palabras. Finalmente, asintió con un movimiento profundo que se asemejaba a una reverencia más que a un saludo con la cabeza.
- Y no me cabe la menor duda de que por ella será así y lo agradezco de corazón, de verdad. Esto tengo que decírselo y saber qué piensa de todo esto- echó los hombros hacia atrás-. Si me permites, Justine, debería ir a buscarla.
La mujer estiró el cuello y alzón el mentón. Echó los hombros hacia atrás y adquirió la posición corporal que la caracterizaba. Ya no era Justine, la campesina. Era la señora Meyer.
Asintió ligeramente y se volvió de nuevo hacia los cristales.
- No lo olvide. Mi mano siempre estará abierta para ella, y para ti mientras camines a su lado- zanjó, dando por terminada aquella conversación.
Sango la miró y tras unos instantes de silencio inclinó la cabeza a modo de despedida. Sus pasos fueron el sonido que rompió la calma del gran salón.
Los mismos pasos que le llevaron a los jardines principales. Unos jardines, por los que aún no había paseado y en los que la figura vestida de rojo, destacaba sobre todas las demás.
Sango
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Los jardines principales eran más grandes que los que habían paseado en los días anteriores. En medio de aquel verdor, la figura de Iori ceñida por el vestido rojo era visible perfectamente. Se encontraba de pie, parada frente a una de las fuentes que lanzaba sus chorros al cielo, con los brazos cruzados fuertemente contra el pecho.
Las memorias de Justine habían sido reveladoras y desestabilizantes para ella.
Ayla era pura luz.
Pero ser consciente de ello desde los ojos de aquella mujer había sido un golpe más duro de lo que la morena pensaba. Un fuego vivo ardía en ella, usando como combustible las ganas que tenía de conocer más sobre la figura de su madre. Descubrir recuerdos suyos más allá de lo vivido en el templo. Sin embargo aquello rozaba lo ilógico. La bondad de la mujer que le dio la vida le parecía que rayaba lo ridículo.
Mantener la amistad con una persona a sabiendas de que no era un lazo sincero. Mover cielo y tierra para ayudarla en una situación en la que ella misma se había metido de cabeza, aconsejada por sus celos y su envidia. Lo que había estado a punto de pasarle a Justine era castigo de los Dioses como poco. Y sin embargo Ayla no había consentido que le pasase nada malo.
Creía comprender la adoración que sentía la dueña de aquel lugar por su madre a la vista de los acontecimientos.
Suponía que era en gran parte la razón que hizo nacer el amor en el corazón de Eithelen. Un consumado racista, un elfo clasista que la había desdeñado en el primer encuentro al verla tan humana.
Tan humana y tan excepcional.
Había bastado aquel primer encuentro para que el líder Inglorien quedase mudo de la impresión que el valor y fuerte carácter de la muchacha imprimieran en él. Un par de encuentro más y los ojos azules de su padre no eran capaces de despegarse de la cara sonriente de Ayla.
Sonriente incluso en el final.
Iori cerró los ojos y se llevó las manos a la cabeza intentando contener los recuerdos de la tortura. Sintió que el suelo se agrietaba a sus pies. Que estaba a punto de caer de nuevo. Ser tragada por aquel infierno que vivía dentro de ella.
- Gracias por ir a pedir ayuda esta mañana - dijo el pelirrojo -. Y siento lo del espejo. No sé qué me ocurre con ellos - desvió la mirada hacia la fuente.
Quizá, algún día, Iori fuese capaz de decirle a Ben cuántas veces y de cuántas maneras distintas la había salvado.
Su voz quedó resonando en su cabeza, y sin mirarlo pudo imaginar con claridad la expresión apacible en su rostro despreocupado hablando a su lado.
Ben se había quedado quieto junto a ella. Estaba convencido de que le había escuchado llegar. Se quedó observando la fuente, a su lado. Fijó la vista en un punto y pudo ver una gran burbuja de agua salir disparada al aire y luego fragmentarse al impactar contra la superficie. Si miraba la fuente en su conjunto, veía flujos continuos de agua. Aquello le distrajo un tiempo hasta que volvió la mirada a Iori.
- Perdóname tú a mí. No fui lo que necesitabas. No supe qué hacer más que... - apretó los labios y volvió la vista al frente. A la fuente delante y dejó que su vista se perdiera enfocando más allá. - Nunca me había sentido tan asustada. Verte de esa manera me hizo pensar que... sentía que algo me arañaba por dentro con urgencia, con ganas de abrazarte y confortarte, traerte de vuelta conmigo de ese lugar en el que te encontrabas. - hablaba muy bajito, como si aquel volumen de voz le ayudase a controlar las emociones que la recorrían al recordar. - Me quedé paralizada Ben... más que nunca, ahora entiendo las palabras de Zakath - "Quién pone el corazón en alguien, sin duda sufre"
El pelirrojo escuchó con atención y luego giró la cabeza hacia ella, alzó las cejas a modo de sorpresa e imitó su postura, con los brazos cruzados antes de volver a mirar la fuente.
- Y aún con todo, allí estabas - su voz sonó orgullosa -, junto a mí, soportando mi locura y devolviéndome al mundo real - se inclinó hacia ella para que sus brazos se rozaran apenas un instante -. Eres más de lo que merezco... Curaste y limpiaste mis heridas y fuiste a buscar ayuda - soltó aire y sonrió -. Estuviste ahí cuando te necesité - sacudió la cabeza -. No te merezco...- murmuró.
¿En qué mundo vivía él? ¿Cómo podía tener una visión tan distorsionada? ¿Era por el tema de los espejos? Ni todos los espejos de Aerandir juntos conseguirían deslucir a ojos de Iori la grandeza de Ben. Lo que le pasaba no nacía de quién era él. No formaba parte de su personalidad. La naturaleza del Héroe seguía siendo para ella moldeada por las manos de los Dioses y presentada como regalo para la humanidad.
Que él se expresase en aquellos términos le dolía. La amabildad de Ben tenían un efecto similar a cuchillos para ella. En lugar de hacerla sentir bien, reforzaba la idea de lo indigna que era para estar en su compañía. Para ser quien lo abrazase para confortarlo u ofrecerle cura. Iori frunció el ceño mientras su rostro componía una expresión de angustia. Ya no veía ni la fuente delante ni más allá de ella. Agachó la cabeza pero no fue capaz de romper el leve roce de sus brazos.
Su piel desnuda podía notar la forma de los músculos de Ben bajo la tela. Cambió el peso del cuerpo hacia ese lado para mantener la conexión con él, apenas un suave roce.
- A muy poco está acostumbrado el Héroe si ve algo meritorio en lo que hice esta mañana. Muy mal te tratan las personas que se cruzan en tu vida, y escasa consideración te tienen si te sientes agradecido por tan poco. No hice nada diferente a lo que haría cualquier persona con unos pocos conocimientos médicos, limpiar y desinfectar. - apretó los dientes con un gesto de rabia. - Nada más.
No se trataba de la parte de ella que había quedado atada al libro. No se trataba de lo que había dejado atrás en aquel templo.
Aún siendo la Iori de Eiroás, la Iori que Zakath había criado con aquella libertad, ella seguiría sin ser suficiente. Las palabras que Ben le había dedicado en las últimas noches, el miedo que él había eliminado con sus besos, entre sus brazos, resurgió atenazándola. Haciéndole ver que la persona que era su madre no había dejado huella de herencia en lo que ella era.
No había honestidad en Iori. No era una persona íntegra ni decente.
- Hay más de Justine en mí que de Ayla. - lanzó con amargura. Desvió la mirada hacia los pies de Sango y descruzó los brazos para dejar caer una mano hacia él. Allí, de pie, sus dedos rozaron la parte baja de la cadera del pelirrojo, a medias entre una caricia y querer aferrarse a la tela de su pantalón. Llena de ganas pero con inseguridad.
- No te merezco yo Ben, y a estas alturas dudo de que alguien lo haga -
Ben se apartó y con un ágil movimiento pivotó para colocarse frente a ella. Clavó sus ojos en ella, incapaces de contentarse con un solo fragmento de rostro, de su pelo, de sus brazos, de su cuerpo.
- La única persona con la que quiero estar, está frente a mi - se acercó un poco a ella -.Tus caricias, tu mirada, tus palabras, tus cuidados, van más allá de quedarse en la piel. Llegan muy profundo en mi interior, golpean con intensidad y, entonces, grito en silencio pidiendo más - la distancia volvió a menguar -. No es porque me hayan tratado mal. Eres tú. Tú, para mi, eres especial. Es algo que podría tardar una vida en explicar y demostrar y no creo que fuera suficiente. Y aún así, lo intentaré con todas mis fuerzas. -
Le cogió una mano y acarició el dorso con el pulgar. Miró el movimiento del dedo sobre ella, un movimiento de vaivén que convertía en un masaje circular y luego cambiaba a una trayectoria zigzagueante. Disfrutaba del momento junto a ella y se le podía ver en el rostro que evidenciaba, ahora, una amplia sonrisa.
La cara de Iori era la viva imagen de la abrumación. Los ojos azules bajaron junto con los verdes para observar el contacto de sus manos juntas. Al principio dejándose acariciar, rápido giró Iori la mano para agarrarlo a él en respuesta y jugar a trazar ella también movimientos circulares en su piel.
Alzó la mirada y la sonrisa de Sango la atrapó. Dio un paso adelante y con él destrozó la distancia que los había separado.
- ¿Crees que algo de lo que ella fue puede vivir en mí? - preguntó en un susurro. Aprovechó el contacto de sus cuerpos unidos para apoyarse más en el Héroe. - Nadie nunca vio en mí esto de lo que tu hablas - se puso ligeramente de puntillas y buscó hablar muy pegada a sus labios, mientras con la mano que quedaba libre buscaba la otra de Sango. La izquierda, para agarrarla con delicadeza y gran cuidado.
El cuerpo del pelirrojo vibró de pura excitación cuando los dedos de la morena sujetaron su mano izquierda, cuando sus palabras rebotaban en unos labios que lo único que deseaban era que no mediara aire de por medio. Su respiración agitada, se dejó ver por la manera en la que dejó escapar aire y por como miraba ahora a Iori. Sus suaves, atentos y delicados gestos prendieron una llama que Ben apenas podía controlar.
- Entonces...- acarició su nariz con la de él, separando los labios y alejándose en el último instante -. Entonces es que no te han visto bien. No han visto lo que hay más allá - pegó su frente a la de ella y la miró desde arriba -. Hay muchas cosas buenas en ti. -
De nuevo su mente quería fracturarse, entre la parte que deseaba creer en él y lo que su razón le negaba como respuesta a sus palabras. Apenas esbozó una media sonrisa mientras en el fondo de su mente pensaba con cinismo que una de las cosas que seguro se le daban bien era lo que estaba a punto de hacer con su boca sobre Ben.
Dejó que su peso se apoyase en él por completo cuando se inclinó persiguiendo sus labios. Pensó que aquello era un beso, pero el Héroe decidió alejarse cuando solo faltaba un suspiro entre ellos.
Fue entonces cuando tiró de él usando las manos que mantenían sujetas.
El movimiento los pegó lo suficiente como para que la mestiza pudiera atrapar contra sus labios la boca de Ben. En el momento en el que hicieron contacto inspiró profundamente, dejando que su aroma se introduciese en sus pulmones de la misma forma que la lengua de ella acariciaba los labios del pelirrojo para entrar.
- Por favor, no me dejes atrás. No te alejes de mí - suplicó contra él. Sin separar las bocas. Sin abrir los ojos.
Soltó sus manos para rodear con los antebrazos la nuca de Sango, buscando crear un lazo con ellos que los mantuviese más pegados mientras profundizaba en un beso lleno de necesidad.
Ben separó los labios para que sus lenguas se encontraran, dejando que su deseo tomara el control, que sus manos se aferraran a su vestido y afirmaran su agarre alrededor de su cintura, que su aliento y su respiración fuera todo para ella, dejando ese preciso y precioso instante, congelado en el tiempo, grabado a fuego en su mente.
El suelo del patio estaba ya casi seco cuando dos figuras de constitución fuerte cruzaron aquella zona del Palacete. Los ojos verdes se entornaron al divisar las figuras de quienes estaba buscando. Aunque desde aquella perspectiva casi parecían un único cuerpo.
El vestido rojo que llevaba Iori la hacía parecer un fuego que hacía juego con el cabello de Sango. Como si él fuese el origen de la energía que prendía en ella. Que él le había contagiado.
Zakath supo que era verdad.
Aunque aprobaba una muestra física tan ardorosa por parte de la juventud, seguía sintiendo reservas por la espiral de amor en la que se encontraban inmersos ambos. Tan inmersos que ni él ni ella se dieron cuenta de que ambos adultos se habían detenido a solo unos metros de donde estaban ellos.
El anciano llevó las manos a la cintura y suspiró bajando la vista hacia el suelo de forma notoria.
Cornelius no se detuvo junto al soldado, sino que avanzó haciendo suficiente ruido como para que lo escuchasen llegar, algo poco común en el elfo.
- Venga venga, que de tanta intensidad va a surgir un fuego y la dama Justine ya tiene suficiente con el desastre que este - señaló a Zakath - ha dejado en uno de los salones de arriba. -
La voz del elfo sobresaltó a Iori como habría hecho un trueno rasgando el aire justo encima de su cabeza. Cortó la conexión con los labios del Sango pero sus manos se engarfiaron más sobre el agarre que ejercía sobre él.
Los ojos de Zakath la miraban sin juzgar, pero la mestiza era capaz de leer en su mirada el leve hastío de la resignación. Ambos juntos eran absolutamente excesivos para él y su forma de vida. Su modo de ver las relaciones entre las personas.
Cornelius parecía ligeramente divertido con aquello, por la forma desenfadada que tenía de hablar. Sin embargo había un matiz lóbrego en la forma que hizo referencia velada a lo que el anciano soldado había hecho en la mentada habitación. Y por la forma de hablar del elfo, la chica tenía claro que no se refería a nada remotamente erótico.
Ben giró la cabeza para mirar primero a Cornelius y luego a Zakath, al que observó, en silencio, largo rato. Sus ojos se cruzaron unos instantes, apenas unos latidos, el tiempo suficiente como para que su cuerpo se tensara. Soltó su agarre con la diestra y se giró hacia ellos.
- Buenos días - inclinó la cabeza hacia delante antes de hacer danzar su mirada sobre ambos -. ¿Qué pasó?- preguntó clavando su mirada en Zakath.
Como si la hubieran empujado y hubiese caído de bruces contra el suelo. Así se sintió Iori cuando Ben se separó.
- Debemos de hablar los cuatro en privado - fue la escueta respuesta del anciano.
- ¿Sobre el desastre que has dejado? - preguntó la morena mirando de manera alterna a los dos mayores.
- Nada de lo que puedes estar imaginando - cortó el antiguo soldado antes de darles la espalda para caminar en dirección a los edificios nuevamente, esperando a ser seguido.
- Sin duda nada que alguien podría haberse imaginado - Cornelius le guiñó un ojo a la chica - Al menos no alguien cuerdo. -
- Supongo que no hablaremos aquí, ¿verdad? - preguntó el pelirrojo.
Iori tiró de la manga de Sango y señaló con la cabeza la figura de Zakath, que ya les llevaba varios metros de distancia. Algo no iba bien. Se apresuró a caminar detrás de él tras detenerse un segundo de más en los ojos verdes de Ben y avanzó tras el hombre que la había cuidado toda su vida.
El anciano caminaba sin esperarlos ni mirar hacia atras, pasando por las elegantes estancias de aquella zona del Palacete. Hacía tiempo que no se veía en aquella situación, pero una vez más era Iori la que avanzaba siguiendo el camino que marcaba el anciano. Observando desde atrás la ancha espalda curtida en más peligros de los que ella podía imaginar.
Siempre había imaginado que sobre sus hombros cargaba con mucho peso, y en aquel preciso instante sintió que era especialmente verdad.
Apartó la vista de lo más parecido a una familia que había tenido en su vida y se centró en la forma felina que tenía el elfo de caminar a su lado.
- He recordado algo que sucedió en el templo. Pero antes de eso me gustaría pedirte un favor - se apresuró a decirle tras situarse a su lado para caminar hombro con hombro.
- Tu dirás - respondió el elfo - Aunque si es algo privado quizás podamos hablar más tarde. Cualquier información que tengas de lo sucedido en el templo puede ayudarnos a saber mejor como ayudarte -
- No, lo que necesito pedirte no es para mí. - respondió observando a Ben de soslayo. - Ayer él…-
Sango giró la cabeza y cuando cruzó su mirada con Cornelius, se llevó la mano derecha al hombro izquierdo e hizo una mueca de dolor para explicar sin necesidad de hablar.
- Continúa... - dijo Cornelius sin más. Como si no supiese de que iba la cosa. Le devolvió a Sango la mirada, con expresión neutra
- Está herido. Muy herido. Me preguntaba si más allá de una curación humana tú podrías usar el don de los elfos en él - se arrancó a explicar tras observar el gesto compungido del Héroe. Cornelius para sus pasos y miró a la chica.
- ¿Nuestro héroe necesita que hables por él o es que sus heridas interrumpen vuestras actividades matutinas? - le preguntó con cierta ironía, pero una gran sonrisa en los labios, que se esfumó tras sus palabras - Si Ben quiere que le cure esas heridas deberá ser él quién lo pida - dijo serio - Si no lo he hecho antes es porque debe aprender que su vida vale más que su misión o su venganza. Algún día me lo agradecerás - miró de reojo a Zakath - No quieres vivir eternamente preocupándote por si la próxima vez que lo veas en vez de tocar su fornido rostro, lo único que puedas tocar sea su fría y cadavérica mano. -
Aquellas palabras golpearon a Iori, quitándole la respiración.
Ben bufó y se detuvo al mismo tiempo que Cornelius al que observó con más atención que en veces anteriores.
- Claro que pediré que me cures las heridas - extendió el brazo derecho en dirección a Zakath -. Pero no creo que sea el lugar idóneo para ello. Deberíamos continuar. -
Cornelius se movió. Ben se movió. Pero Iori se había quedado clavada. Secuestrada de una manera funesta por la imagen de su cuerpo sin vida.
-¡Oh! ¡Lo siento! ¡Fue idea mía! - se apresuró a pedir disculpas la mestiza, mirando a ambos de forma alterna.
- Aquí - los llamó alzando un poco la voz Zakath, que se había detenido unos metros más allá delante de una puerta.
La morena dio gracias internamente por aquel comentario y se apuró para seguir a los tres varones al interior de la estancia.
Entraron en una sala espaciosa, enmarcada por una coqueta biblioteca y una gran mesa de trabajo labrada en una madera de color casi blanco. Casi todo era blanco en aquel lugar. La pureza y perfección que se veía en toda la construcción contrastaban ahora a los ojos de Iori con el corazón oscuro que creía ver en Justine.
Cerca de los cristales que daban a la avenida principal frente al Palacete unos amplios sofás en forma de L eran iluminados por los leves halos de sol que se colaban entre las nubes de esa mañana.
El anciano aguardó a que todos entraran y cerraran la puerta para disponerse a hablar tras dejar caer su cuerpo sobre el suave terciopelo dorado de la tapicería.
- Ayer trajimos al Ojosverde que te hirió en el callejón hasta aquí. Obtuvimos información de él esta mañana. Desconocemos la veracidad de lo dicho pero, en el mejor de los casos la situación es preocupante. En el peor de ellos se trata de vida o muerte.- inicio la conversación sin pretender suavizar en ningún momento las cosas.
- ¿Cómo de preocupante? ¿Qué dijo? - preguntó Sango sentándose en el primer lugar libre que encontró sin apartar los ojos de Zakath.
- Antes de que él diese con Iori envió información a los suyos con la descripción de la persona que buscaba. Una muchacha joven que estaba siendo un problema para un viejo conocido con el que habían llegado a tener asuntos en común. - la pausa que hizo fue lo suficientemente elocuente para que todos los presentes llenasen los escasos segundos que el anciano esperó con el nombre de Hans. Se inclinó hacia delante y descansó los codos sobre sus rodillas.
- Si consideran que estos hechos carecen de relevancia no moverán ni un solo dedo para indagar en la muerte del humano con el que compartieron objetivo. Pero al contrario, si las noticias que les pudo hacer llegar despiertan su curiosidad... Bueno, creo que es para todos evidente que los ojos de Iori no son de un humano común. - Volvió la cabeza hacia la mestiza mientras cruzaba los dedos de las manos y apoyaba en ellos el mentón. - Ese Ojosverdes fue capaz de deducir la verdad durante vuestra breve conversación. Cualquier persona que hubiese conocido a Eithelen podrá ver sus ojos en los tuyos - enarcó una ceja mirando al elfo, buscando con ello la aprobación de Cornelius con la mirada. - ¿Es así? -
La morena se sentó cerca de Sango, frente a Zakath muy lentamente. Los latidos de su corazón se esforzaban en hacer llegar a su cuerpo la sangre que sentía que se había retirado por completo de su rostro, quedando blanca por la impresión de lo que aquella información le estaba permitiendo comenzar a visualizar.
Cornelius lo observó mientras hablaba y una ligera sonrisa apareció en sus labios. Zakath siempre jugaba a aquel juego cuando tenía información, dejar las frases a medias y esperar la reacción de sus interlocutores. Por suerte o por desgracia, aquello lo había metido en más de un problema. Le pasaba por dejar las cosas a la libre interpretación.
- Cualquiera diría que te unía una estrecha relación con Eithelen, atendiendo a tus palabras - comentó con ligereza, intentando restar tensión al momento - ¿Algo que deba saber? ¿Alguna fiesta a la que no fui invitado? -sonrió con cierta malicia al soldado. Girándose entonces al resto, volvió a la conversación
- Era un Ojosverdes. Son paranoicos por naturaleza, primero matan y luego preguntan. Si vio hasta el más mínimo rastro de sospecha en Iori... En fin, es una suerte que no pudiese comunicarse con sus camaradas una vez se dio cuenta de la verdad. En todo caso, vendrán a Lunargenta. No se toman nada a la ligera, nunca. -
Ojosverdes en Lunargenta. Iori tragó saliva.
- Con lo poco que sé sobre los Ojosverdes me extraña que vengan hasta aquí solo para interesarse por un miserable humano, por mucho que les haya ayudado en el pasado - comentó Sango -. Pero vendrán - aseguró Sango -. Dominik Hesse vive. Se escapó. Sabe de los Ojosverdes - miró a Zakath largo rato en silencio y luego a Cornelius -. Si es capaz de ponerse en contacto con ellos... Estamos en peligro - miró, finalmente, a Iori.
Cuando los ojos de Ben se volvieron hacia Iori, los de ella ya estaban ahí, mirándolo a él en silencio. Desvió la vista tras un segundo de conexión, buscando ahora a Zakath. No podía permitir aquel plural. No podía imaginar que la forma del cuerpo de Sango que Cornelius había dibujado en su mente se volviese real.
Un cuerpo sin vida.
- Estoy en peligro - corrigió. - Si el informe solo habla de una chica, nada hay que os relacione conmigo a ninguno de los tres. Vuestra existencia no tiene vínculo con la persona que buscan.-
Zakath observó de soslayo la reacción de Ben a esas palabras, y se adelantó para tomar la palabra antes de que él pudiese hacerlo.
- Correcto. Y es algo que tenemos que aprovechar para evitar que te encuentren. Tienes que desaparecer - sentenció mirando de nuevo a Cornelius. El elfo puso los ojos en blanco ante las palabras del soldado.
- No es que tu rudeza suela molestarme, pero creo que deberías reservarla para otros ambientes, Zak - mirando a Ben y Iori, intentó rebajar de nuevo la tensión - No pienses ni de lejos, querida, en escabullirte por ahí sola en plan heroína mártir. Solo conseguirás que te maten. Y tú, querido, - continuó, dirigiéndose a Ben - no intentes hacerte el héroe protector. Somos personas inteligentes. Podemos encontrar una solución en la que nadie tenga que morir. Todos estamos implicados en esto. Y antes de que digas nada, Iori, he tenido más Ojosvedes que pretendientes rondándome y aquí sigo. Sé como manejarlos. -
La idea de lo que pretendían los dos mayores avanzó como una sombra alargada, conforme la luz de Ben se alejaba en el horizonte de su vida. No habría Zelirica para ellos. Ni viaje a los llanos de Heimdall. No visitarían Eiroas juntos, ni Cedralada.
Evitó mirar hacia el pelirrojo mientras asimilaba la magnitud de las palabras de Cornelius. Lo que había dicho y lo que estaba implícito.
El pánico comenzó a moverse dentro de ella, haciendo que se quedase congelada mientras trataba de contenerlo.
No sin Ben. No era capaz de imaginarse ya lejos de él.
Pero...
- Hasta que tengamos más información estar con Cornelius es la única carta que puede garantizar tu seguridad - puso en palabras Zakath de forma aplomada. - Cuanto antes partáis, mejor para todos - añadió, observando de manera alterna a los dos jóvenes sentados frente a él.
Si el suelo hubiese desaparecido bajo sus pies, la sensación de vacío sería bastante similar a cómo se sentía la morena en aquel instante. Debía de ir con Cornelius. Un elfo al que conocía de apenas unos días que había sido un gran amigo de su padre. El padre que por sus acciones había arrastrado a Ayla a un camino infernal que terminó en una muerte infame.
Debía de dejarlo a él.
El pelirrojo, en ningún momento apartó la vista de la morena y era capaz de sentir lo mismo que ella tan solo porque no se atrevía a mirarle. Era una sensación extraña que nacía del interior y que presionaba con insistencia para dominar sobre la conciencia. Se valía de cualquier tipo de pensamiento y los desfiguraba hasta convertirlo en un mero sueño, en una golosina que uno había rozado con la punta de la lengua y que ahora se desvanecía en una lúgubre tiniebla de catastrofismo y miseria.
- Bueno - dijo tras un rato de silencio. Tuvo que carraspear para aclararse la voz -. Veo que habéis decidido por nosotros. Y no es que desprecie vuestras palabras - alzó la mano derecha y el tono de voz para que no le interrumpieran -, al contrario. Miráis por nosotros, y os lo agradezco de corazón, los Dioses saben que sí - bajó la mano y miró a Iori -. Es evidente que entre nosotros nació algo precioso - desvió entonces sus ojos hacia Zakath y luego a Cornelius -. Y aunque no lo hayáis hecho aún directamente, debéis comprender lo que nos estáis pidiendo y lo que significa para nosotros, por muy buenas que sean las intenciones. -
Se echó hacia delante y miró al suelo donde veía sus dedos moverse bajo la piel del calzado. Estuvo un rato en silencio antes de levantar la cabeza.
- Yo también sé manejar a los Ojosverdes - dijo mirando a Cornelius -, ya lo hice en el pasado y podré hacerlo en el futuro. No entiendo, entonces, por qué - miró a Zakath - me pedís, nos pedís, esto ahora - bajó la mirada y se miró las palmas de las manos -. ¿Cómo puedes estar tan seguro de que estará más segura con Cornelius? - suspiró y alzó otra vez la mirada hacia Cornelius -. ¿Qué lugar hay en el mundo en el que no haya un resquicio de oscuridad que quiera atraparos? Una oscuridad que encarnan esas máquinas despiadadas de asesinar que se hacen llamar Ojosverdes. Supuestos hijos bendecidos por la luz que no traen más que desgracia y miseria a nuestra gente. -
El silencio se hizo profundo y el aire irrespirable. Cornelius observó al chico con una ceja alzada, sin interrumpir su discurso.
- Llevo enfrentándome a esos maniáticos desde antes de que nacieras, Ben - le dijo, recostándose en el sillón - Te aseguro que no sabes ni la mitad de lo que deberías sobre ellos, aunque pienses lo contrario. ¿Cómo crees que podrás protegerla a ella si ni siquiera eres capaz de protegerte a ti mismo? - le dijo, señalando sus heridas - Te ciega el odio y esa será tu perdición. Ni siquiera Zakath, con toda su experiencia, podría hacer nada en esta situación. Iori no necesita que la protejan - añadió entonces, dirigiendo una mirada al viejo soldado - Necesita que le enseñen a protegerse. Si ella quiere, claro -
Ben asintió levemente. El elfo, se dio cuenta, tenía la terrible capacidad de desmontar sus discursos pasionales, era como si con sus palabras fuera capaz de enfriar su corazón para que su parte racional tomara las riendas de sí mismo. Un efecto que, sin embargo, no tardaría en diluirse.
- Tienes razón, no necesita que la protejan - hizo una pausa -. Sin embargo, una mano amiga nunca está de más. Una mano, por cierto, que nunca fue guiada por el odio, sino la justicia y el querer traer el bien a este mundo. Nada más - imitó a Cornelius y se echó hacia atrás -. Si creéis que no sé lo suficiente, que sobrevivir a encuentros con ellos, que matar a uno de sus oficiales más sanguinarios o si sobrevivir con los números en contra no es valor suficiente, no tengo nada más que decir - el orgullo de recordar parte de sus logros a lo largo de los años volvió a encender su parte pasional. Se obligó a echarse adelante otra vez. Miró a Zakath -. Es como si considerarais que el sacrificio que hice por esta tierra, por la gente, no sirviera de absolutamente nada. Y no me refiero a la gente de Verisar sino también a la de Sandorái - desvió la mirada a Cornelius -. No lo hice por odio sino por justicia, por el bien, por la luz, para que la gente pueda vivir como quiera en paz. -
Y era cierto. Porque ese era Sango. De eso estaba hecho el Héroe. La fama de sus proezas lo precedía, y arrojaba ideas del tipo de persona que él era. Una de las razones por las que Iori creía que Zakath no había alcanzado en su vida como soldado el reconocimiento de Ben. La luz del alma del pelirrojo era diferente a todos cuantos había conocido.
Se echó hacia atrás y dejó escapar el aire. Paseó su mirada por los presentes y finalmente bajó la cabeza y se masajeó la frente con los dedos de la mano derecha, preguntándose a qué venía todo aquello y a la vez orgulloso por haber puesto en valor los logros de una vida.
El anciano ex soldado miró con intensidad a su discípulo entonces.
- Quien muestra esfuerzo en ser osado, perece. Quien muestra esfuerzo sin ser osado, permanece. -
Aquellas palabras habían sido escuchadas largo tiempo atrás por Iori, en uno de los muchos momentos en los que él dedicaba tiempo a su educación. Comprendió sin tener que mirar para el pelirrojo que a él también le había dedicado en más de una ocasión aquellas mismas palabras.
Ambos formados y moldeados por la personalidad de Zakath. Y sin embargo tan opuestos.
- No hay gloria en vanagloriarse a uno mismo. No es tu naturaleza Ben. No tienes que impresionarnos a ninguno de los presentes. Tu valía es por todos conocida, así como la precaución y buen criterio que te han hecho llegar a ser quién eres. - Extendió una mano hacia el punto que había entre Iori y Ben, queriendo abarcarlos a ambos.
- Nada bueno espera en Zelírica si acudís los dos juntos - sentenció. - Quizá lo que Cornelius os ha mostrado no os permita hacer una idea correcta de quién es él, pero fiáis de mi palabra en cuanto afirmo que no existe un ser vivo en Aerandir que pueda formar mejor a Iori sobre el asunto que tenemos entre manos. Además de que sabrá cómo estabilizarte con sus conocimientos sobre magia y plantas -
La mestiza escuchó en silencio, mientras sentía que aquella conversación estaba llevándose a cabo de forma ajena a ella. Estando presente lo sentía todo como visto de lejos. Su mente divagaba entre el terror que le suponía alejarse un solo día de Ben y la imagen del pelirrojo muerto. Se le retorcían las entrañas, la boca se le secaba y le dolía la garganta como si una bola de hierro la estuviese asfixiando. Sus intentos por tragar eran ya inútiles en aquel punto. No conseguía disipar la angustia en la que se encontraba sumida.
Un miedo mucho mayor que el encontrarse con alguno de aquellos Ojosverdes. El de perderlo a él.
Apartó los ojos de Zakath por primera vez, recordando entonces algo que tenía que ver con los elfos. Metió la mano en uno de los pliegues que había en el vestido y bajó la vista para observar lo que había extraído.
Buscó a Cornelius, mirándolo entonces casi como si lo estuviese golpeando.
- Sé lo que significa - desvió por completo el rumbo de la conversación, dejando que todos viesen de nuevo el anillo de Ayla. Necesitaba romper aquel circulo de "No con Ben, no sin Ben" en el que estaba inmersa, alimentando su desesperación.
Los ojos del pelirrojo se desviaron por inercia al escuchar su voz. Sostenía el anillo en sus manos y parecía saber algo sobre él. Sin embargo, él no miraba el anillo. Ya no pensaba en Zelirica, Ojosverdes u otras cosas que poco importaban. No.
- ¿Qué es? - preguntó rompiendo el silencio que se había instalado en la sala tras sus palabras.
Finalmente apartó la mirada azul de la cara de Cornelius.
- "El agua demasiado pura no tiene vida" - repitió las palabras que le había escuchado decir a Eithelen.
- Él se lo explicó a Ayla. Lo vimos. Lo vi en aquel templo. Cuando vivimos sus recuerdos - reveló lentamente con la mirada fija en la joya.
- Vence al enemigo sin manchar la espada - repitió recordando la traducción que el elfo le había dado sobre el anillo Inglorien original, el que pertenecía a su padre. - Parecen mensajes completamente opuestos. Prefiero el mensaje grabado en este, pero - se detuvo, con la cabeza todavía agachada en dirección a su mano. Ladeó la vista, lo suficiente para ver el torso tenso de Ben sentado a su lado.
- Ahora es tiempo de seguir el camino que marcan las palabras del anillo de Eithelen. Debo de prepararme. Quiero prepararme.- sabía que aquello significaba aceptar la distancia con Ben. Y el sonido del cristal rayándose hizo eco en su cabeza de forma insistente. Creía contener la vorágine de caos que guardaba dentro, pero era débil a la influencia que él tenía sobre ella. Alzó los ojos y supo que aquello fue un error al mirarlo. - He de hacerlo si quiero estar a tu lado - sonó a excusa, mientras un matiz de desesperación se filtraba en su tono.
- No entiendo - respondió Ben sin apartar la mirada de Iori -. Soy incapaz de ver lo que hay más allá de esas palabras - alzó las cejas y parpadeó echándose hacia atrás.
Sacudió la cabeza y soltó aire lentamente mientras su cuerpo se hundía un poco en el sofá. Paseó su mirada por la estancia y luego volvió a Iori, provocando que una fugaz sonrisa apareciera en su rostro.
- Si es eso lo que quieres - le costaba articular las palabras. Se llevó la mano al pecho -. Si es eso lo que quieres, Iori, tienes todo mi apoyo - posó la mano en Iori y apretó levemente -. Pero recuerda que luego tendrás que enseñarme, porque estos dos de aquí no parece que quieran hacerlo - soltó aire a modo de risa cansada y la miró un breve instante
-. ¿De verdad quieres hacerlo? -
- No - fue la respuesta de la voz de Iori al momento. - Pero debo - añadió bajando el tono de voz, evitando mirarlo. Para ello centró la vista en Zakath frente a ella y el anciano tomó la palabra.
- Entonces está decidido - corroboró. - ¿Conocías esa frase? - se dirigió a Cornelius, en referencia al anillo de Ayla.
Cornelius había diversificado su atención al ver que los dos jóvenes empezaban a acaramelarse de nuevo. La intensidad con la que se dirigían uno al otro, rozaba en ocasiones el exceso y empezó a preguntarse si Zakath no tendría algo de razón en su oposición a aquella relación. El cariño estaba bien, pero aquello comenzaba a rozar la obsesión. Sin duda separarlos durante una temporada sería lo más adecuado, para que se calmasen las aguas un poco. Estaba sumido en aquellos pensamientos, cuando escuchó a la chica dirigirse a él.
- Ya sabes, querida, que no hablo el dialecto de los Inglorien. Desconozco si eso es lo que pone en el anillo o Eithelen quiso ponerse romántico en ese recuerdo que revivisteis. Solo hay una persona que pueda confirmarlo y sabes perfectamente quién es - la observó unos instantes en silenció, antes de continuar - Lo que deberías plantearte ahora es qué valor tienen para ti esas palabras y si realmente vas a vivir el resto de tu vida aferrándote a ellas. Tienes un futuro nuevo ante ti, quizás deberías dejar el pasado en el lugar que le corresponde, al menos hasta que te veas con fuerzas para asumirlo - poniéndose en pie, le tendió una mano - Quizás deberíamos ir a revisar tu guardarropa. Allá a donde tenemos que ir, las ropas que la dama Justine te ha proporcionado quizás no sean las más adecuadas. -
Iori dudaba de que ese tipo de prendas fuese adecuadas para cualquier otro lugar que no fuese la zona alta de Lunargenta.
- Bueno, siendo así las cosas - se puso en pie y miró a su maestro -, Zakath, me gustaría comentar un par de asuntos sobre Zelirica. Contigo y con Debacle - se giró hacia Cornelius y le observó en silencio durante una docena de latidos -. Luego, cuando acabéis - miró de reojo a Iori -, y si puedes, me gustaría que le echaras un vistazo al hombro - indicó su hombro izquierdo con un gesto con la cabeza -. Y, hablarte sobre un problema que tengo con los espejos - las últimas palabras las dijo mirando a Iori.
- Cuando gustes - le respondió Cornelius, dedicándole una leve sonrisa.
Fue Zakath el que dio por concluida aquella conversación encaminando sus pasos hacia la puerta. Aturdida todavía, sobrepasada por más pensamientos de los que era capaz de poner en palabras, Iori hizo lo que la mantuvo con vida durante todos aquellos años desde que la había recogido. Seguirlo a él para salir de allí.
Sango se prepararía para Zelírica.
Zakath sería maestro y ayuda para el Héroe en el proceso.
Y a ella le restaba preparar un fondo de armario adecuado para convertirse en una criatura invisible para los Ojosverdes.
O por lo menos en un escudo que pudiera desviar de Ben cualquier interés que aquellos malditos bastardos pudiesen llegar a tener en él.
Las memorias de Justine habían sido reveladoras y desestabilizantes para ella.
Ayla era pura luz.
Pero ser consciente de ello desde los ojos de aquella mujer había sido un golpe más duro de lo que la morena pensaba. Un fuego vivo ardía en ella, usando como combustible las ganas que tenía de conocer más sobre la figura de su madre. Descubrir recuerdos suyos más allá de lo vivido en el templo. Sin embargo aquello rozaba lo ilógico. La bondad de la mujer que le dio la vida le parecía que rayaba lo ridículo.
Mantener la amistad con una persona a sabiendas de que no era un lazo sincero. Mover cielo y tierra para ayudarla en una situación en la que ella misma se había metido de cabeza, aconsejada por sus celos y su envidia. Lo que había estado a punto de pasarle a Justine era castigo de los Dioses como poco. Y sin embargo Ayla no había consentido que le pasase nada malo.
Creía comprender la adoración que sentía la dueña de aquel lugar por su madre a la vista de los acontecimientos.
Suponía que era en gran parte la razón que hizo nacer el amor en el corazón de Eithelen. Un consumado racista, un elfo clasista que la había desdeñado en el primer encuentro al verla tan humana.
Tan humana y tan excepcional.
Había bastado aquel primer encuentro para que el líder Inglorien quedase mudo de la impresión que el valor y fuerte carácter de la muchacha imprimieran en él. Un par de encuentro más y los ojos azules de su padre no eran capaces de despegarse de la cara sonriente de Ayla.
Sonriente incluso en el final.
Iori cerró los ojos y se llevó las manos a la cabeza intentando contener los recuerdos de la tortura. Sintió que el suelo se agrietaba a sus pies. Que estaba a punto de caer de nuevo. Ser tragada por aquel infierno que vivía dentro de ella.
- Gracias por ir a pedir ayuda esta mañana - dijo el pelirrojo -. Y siento lo del espejo. No sé qué me ocurre con ellos - desvió la mirada hacia la fuente.
Quizá, algún día, Iori fuese capaz de decirle a Ben cuántas veces y de cuántas maneras distintas la había salvado.
Su voz quedó resonando en su cabeza, y sin mirarlo pudo imaginar con claridad la expresión apacible en su rostro despreocupado hablando a su lado.
Ben se había quedado quieto junto a ella. Estaba convencido de que le había escuchado llegar. Se quedó observando la fuente, a su lado. Fijó la vista en un punto y pudo ver una gran burbuja de agua salir disparada al aire y luego fragmentarse al impactar contra la superficie. Si miraba la fuente en su conjunto, veía flujos continuos de agua. Aquello le distrajo un tiempo hasta que volvió la mirada a Iori.
- Perdóname tú a mí. No fui lo que necesitabas. No supe qué hacer más que... - apretó los labios y volvió la vista al frente. A la fuente delante y dejó que su vista se perdiera enfocando más allá. - Nunca me había sentido tan asustada. Verte de esa manera me hizo pensar que... sentía que algo me arañaba por dentro con urgencia, con ganas de abrazarte y confortarte, traerte de vuelta conmigo de ese lugar en el que te encontrabas. - hablaba muy bajito, como si aquel volumen de voz le ayudase a controlar las emociones que la recorrían al recordar. - Me quedé paralizada Ben... más que nunca, ahora entiendo las palabras de Zakath - "Quién pone el corazón en alguien, sin duda sufre"
El pelirrojo escuchó con atención y luego giró la cabeza hacia ella, alzó las cejas a modo de sorpresa e imitó su postura, con los brazos cruzados antes de volver a mirar la fuente.
- Y aún con todo, allí estabas - su voz sonó orgullosa -, junto a mí, soportando mi locura y devolviéndome al mundo real - se inclinó hacia ella para que sus brazos se rozaran apenas un instante -. Eres más de lo que merezco... Curaste y limpiaste mis heridas y fuiste a buscar ayuda - soltó aire y sonrió -. Estuviste ahí cuando te necesité - sacudió la cabeza -. No te merezco...- murmuró.
¿En qué mundo vivía él? ¿Cómo podía tener una visión tan distorsionada? ¿Era por el tema de los espejos? Ni todos los espejos de Aerandir juntos conseguirían deslucir a ojos de Iori la grandeza de Ben. Lo que le pasaba no nacía de quién era él. No formaba parte de su personalidad. La naturaleza del Héroe seguía siendo para ella moldeada por las manos de los Dioses y presentada como regalo para la humanidad.
Que él se expresase en aquellos términos le dolía. La amabildad de Ben tenían un efecto similar a cuchillos para ella. En lugar de hacerla sentir bien, reforzaba la idea de lo indigna que era para estar en su compañía. Para ser quien lo abrazase para confortarlo u ofrecerle cura. Iori frunció el ceño mientras su rostro componía una expresión de angustia. Ya no veía ni la fuente delante ni más allá de ella. Agachó la cabeza pero no fue capaz de romper el leve roce de sus brazos.
Su piel desnuda podía notar la forma de los músculos de Ben bajo la tela. Cambió el peso del cuerpo hacia ese lado para mantener la conexión con él, apenas un suave roce.
- A muy poco está acostumbrado el Héroe si ve algo meritorio en lo que hice esta mañana. Muy mal te tratan las personas que se cruzan en tu vida, y escasa consideración te tienen si te sientes agradecido por tan poco. No hice nada diferente a lo que haría cualquier persona con unos pocos conocimientos médicos, limpiar y desinfectar. - apretó los dientes con un gesto de rabia. - Nada más.
No se trataba de la parte de ella que había quedado atada al libro. No se trataba de lo que había dejado atrás en aquel templo.
Aún siendo la Iori de Eiroás, la Iori que Zakath había criado con aquella libertad, ella seguiría sin ser suficiente. Las palabras que Ben le había dedicado en las últimas noches, el miedo que él había eliminado con sus besos, entre sus brazos, resurgió atenazándola. Haciéndole ver que la persona que era su madre no había dejado huella de herencia en lo que ella era.
No había honestidad en Iori. No era una persona íntegra ni decente.
- Hay más de Justine en mí que de Ayla. - lanzó con amargura. Desvió la mirada hacia los pies de Sango y descruzó los brazos para dejar caer una mano hacia él. Allí, de pie, sus dedos rozaron la parte baja de la cadera del pelirrojo, a medias entre una caricia y querer aferrarse a la tela de su pantalón. Llena de ganas pero con inseguridad.
- No te merezco yo Ben, y a estas alturas dudo de que alguien lo haga -
Ben se apartó y con un ágil movimiento pivotó para colocarse frente a ella. Clavó sus ojos en ella, incapaces de contentarse con un solo fragmento de rostro, de su pelo, de sus brazos, de su cuerpo.
- La única persona con la que quiero estar, está frente a mi - se acercó un poco a ella -.Tus caricias, tu mirada, tus palabras, tus cuidados, van más allá de quedarse en la piel. Llegan muy profundo en mi interior, golpean con intensidad y, entonces, grito en silencio pidiendo más - la distancia volvió a menguar -. No es porque me hayan tratado mal. Eres tú. Tú, para mi, eres especial. Es algo que podría tardar una vida en explicar y demostrar y no creo que fuera suficiente. Y aún así, lo intentaré con todas mis fuerzas. -
Le cogió una mano y acarició el dorso con el pulgar. Miró el movimiento del dedo sobre ella, un movimiento de vaivén que convertía en un masaje circular y luego cambiaba a una trayectoria zigzagueante. Disfrutaba del momento junto a ella y se le podía ver en el rostro que evidenciaba, ahora, una amplia sonrisa.
La cara de Iori era la viva imagen de la abrumación. Los ojos azules bajaron junto con los verdes para observar el contacto de sus manos juntas. Al principio dejándose acariciar, rápido giró Iori la mano para agarrarlo a él en respuesta y jugar a trazar ella también movimientos circulares en su piel.
Alzó la mirada y la sonrisa de Sango la atrapó. Dio un paso adelante y con él destrozó la distancia que los había separado.
- ¿Crees que algo de lo que ella fue puede vivir en mí? - preguntó en un susurro. Aprovechó el contacto de sus cuerpos unidos para apoyarse más en el Héroe. - Nadie nunca vio en mí esto de lo que tu hablas - se puso ligeramente de puntillas y buscó hablar muy pegada a sus labios, mientras con la mano que quedaba libre buscaba la otra de Sango. La izquierda, para agarrarla con delicadeza y gran cuidado.
El cuerpo del pelirrojo vibró de pura excitación cuando los dedos de la morena sujetaron su mano izquierda, cuando sus palabras rebotaban en unos labios que lo único que deseaban era que no mediara aire de por medio. Su respiración agitada, se dejó ver por la manera en la que dejó escapar aire y por como miraba ahora a Iori. Sus suaves, atentos y delicados gestos prendieron una llama que Ben apenas podía controlar.
- Entonces...- acarició su nariz con la de él, separando los labios y alejándose en el último instante -. Entonces es que no te han visto bien. No han visto lo que hay más allá - pegó su frente a la de ella y la miró desde arriba -. Hay muchas cosas buenas en ti. -
De nuevo su mente quería fracturarse, entre la parte que deseaba creer en él y lo que su razón le negaba como respuesta a sus palabras. Apenas esbozó una media sonrisa mientras en el fondo de su mente pensaba con cinismo que una de las cosas que seguro se le daban bien era lo que estaba a punto de hacer con su boca sobre Ben.
Dejó que su peso se apoyase en él por completo cuando se inclinó persiguiendo sus labios. Pensó que aquello era un beso, pero el Héroe decidió alejarse cuando solo faltaba un suspiro entre ellos.
Fue entonces cuando tiró de él usando las manos que mantenían sujetas.
El movimiento los pegó lo suficiente como para que la mestiza pudiera atrapar contra sus labios la boca de Ben. En el momento en el que hicieron contacto inspiró profundamente, dejando que su aroma se introduciese en sus pulmones de la misma forma que la lengua de ella acariciaba los labios del pelirrojo para entrar.
- Por favor, no me dejes atrás. No te alejes de mí - suplicó contra él. Sin separar las bocas. Sin abrir los ojos.
Soltó sus manos para rodear con los antebrazos la nuca de Sango, buscando crear un lazo con ellos que los mantuviese más pegados mientras profundizaba en un beso lleno de necesidad.
Ben separó los labios para que sus lenguas se encontraran, dejando que su deseo tomara el control, que sus manos se aferraran a su vestido y afirmaran su agarre alrededor de su cintura, que su aliento y su respiración fuera todo para ella, dejando ese preciso y precioso instante, congelado en el tiempo, grabado a fuego en su mente.
El suelo del patio estaba ya casi seco cuando dos figuras de constitución fuerte cruzaron aquella zona del Palacete. Los ojos verdes se entornaron al divisar las figuras de quienes estaba buscando. Aunque desde aquella perspectiva casi parecían un único cuerpo.
El vestido rojo que llevaba Iori la hacía parecer un fuego que hacía juego con el cabello de Sango. Como si él fuese el origen de la energía que prendía en ella. Que él le había contagiado.
Zakath supo que era verdad.
Aunque aprobaba una muestra física tan ardorosa por parte de la juventud, seguía sintiendo reservas por la espiral de amor en la que se encontraban inmersos ambos. Tan inmersos que ni él ni ella se dieron cuenta de que ambos adultos se habían detenido a solo unos metros de donde estaban ellos.
El anciano llevó las manos a la cintura y suspiró bajando la vista hacia el suelo de forma notoria.
Cornelius no se detuvo junto al soldado, sino que avanzó haciendo suficiente ruido como para que lo escuchasen llegar, algo poco común en el elfo.
- Venga venga, que de tanta intensidad va a surgir un fuego y la dama Justine ya tiene suficiente con el desastre que este - señaló a Zakath - ha dejado en uno de los salones de arriba. -
La voz del elfo sobresaltó a Iori como habría hecho un trueno rasgando el aire justo encima de su cabeza. Cortó la conexión con los labios del Sango pero sus manos se engarfiaron más sobre el agarre que ejercía sobre él.
Los ojos de Zakath la miraban sin juzgar, pero la mestiza era capaz de leer en su mirada el leve hastío de la resignación. Ambos juntos eran absolutamente excesivos para él y su forma de vida. Su modo de ver las relaciones entre las personas.
Cornelius parecía ligeramente divertido con aquello, por la forma desenfadada que tenía de hablar. Sin embargo había un matiz lóbrego en la forma que hizo referencia velada a lo que el anciano soldado había hecho en la mentada habitación. Y por la forma de hablar del elfo, la chica tenía claro que no se refería a nada remotamente erótico.
Ben giró la cabeza para mirar primero a Cornelius y luego a Zakath, al que observó, en silencio, largo rato. Sus ojos se cruzaron unos instantes, apenas unos latidos, el tiempo suficiente como para que su cuerpo se tensara. Soltó su agarre con la diestra y se giró hacia ellos.
- Buenos días - inclinó la cabeza hacia delante antes de hacer danzar su mirada sobre ambos -. ¿Qué pasó?- preguntó clavando su mirada en Zakath.
Como si la hubieran empujado y hubiese caído de bruces contra el suelo. Así se sintió Iori cuando Ben se separó.
- Debemos de hablar los cuatro en privado - fue la escueta respuesta del anciano.
- ¿Sobre el desastre que has dejado? - preguntó la morena mirando de manera alterna a los dos mayores.
- Nada de lo que puedes estar imaginando - cortó el antiguo soldado antes de darles la espalda para caminar en dirección a los edificios nuevamente, esperando a ser seguido.
- Sin duda nada que alguien podría haberse imaginado - Cornelius le guiñó un ojo a la chica - Al menos no alguien cuerdo. -
- Supongo que no hablaremos aquí, ¿verdad? - preguntó el pelirrojo.
Iori tiró de la manga de Sango y señaló con la cabeza la figura de Zakath, que ya les llevaba varios metros de distancia. Algo no iba bien. Se apresuró a caminar detrás de él tras detenerse un segundo de más en los ojos verdes de Ben y avanzó tras el hombre que la había cuidado toda su vida.
El anciano caminaba sin esperarlos ni mirar hacia atras, pasando por las elegantes estancias de aquella zona del Palacete. Hacía tiempo que no se veía en aquella situación, pero una vez más era Iori la que avanzaba siguiendo el camino que marcaba el anciano. Observando desde atrás la ancha espalda curtida en más peligros de los que ella podía imaginar.
Siempre había imaginado que sobre sus hombros cargaba con mucho peso, y en aquel preciso instante sintió que era especialmente verdad.
Apartó la vista de lo más parecido a una familia que había tenido en su vida y se centró en la forma felina que tenía el elfo de caminar a su lado.
- He recordado algo que sucedió en el templo. Pero antes de eso me gustaría pedirte un favor - se apresuró a decirle tras situarse a su lado para caminar hombro con hombro.
- Tu dirás - respondió el elfo - Aunque si es algo privado quizás podamos hablar más tarde. Cualquier información que tengas de lo sucedido en el templo puede ayudarnos a saber mejor como ayudarte -
- No, lo que necesito pedirte no es para mí. - respondió observando a Ben de soslayo. - Ayer él…-
Sango giró la cabeza y cuando cruzó su mirada con Cornelius, se llevó la mano derecha al hombro izquierdo e hizo una mueca de dolor para explicar sin necesidad de hablar.
- Continúa... - dijo Cornelius sin más. Como si no supiese de que iba la cosa. Le devolvió a Sango la mirada, con expresión neutra
- Está herido. Muy herido. Me preguntaba si más allá de una curación humana tú podrías usar el don de los elfos en él - se arrancó a explicar tras observar el gesto compungido del Héroe. Cornelius para sus pasos y miró a la chica.
- ¿Nuestro héroe necesita que hables por él o es que sus heridas interrumpen vuestras actividades matutinas? - le preguntó con cierta ironía, pero una gran sonrisa en los labios, que se esfumó tras sus palabras - Si Ben quiere que le cure esas heridas deberá ser él quién lo pida - dijo serio - Si no lo he hecho antes es porque debe aprender que su vida vale más que su misión o su venganza. Algún día me lo agradecerás - miró de reojo a Zakath - No quieres vivir eternamente preocupándote por si la próxima vez que lo veas en vez de tocar su fornido rostro, lo único que puedas tocar sea su fría y cadavérica mano. -
Aquellas palabras golpearon a Iori, quitándole la respiración.
Ben bufó y se detuvo al mismo tiempo que Cornelius al que observó con más atención que en veces anteriores.
- Claro que pediré que me cures las heridas - extendió el brazo derecho en dirección a Zakath -. Pero no creo que sea el lugar idóneo para ello. Deberíamos continuar. -
Cornelius se movió. Ben se movió. Pero Iori se había quedado clavada. Secuestrada de una manera funesta por la imagen de su cuerpo sin vida.
-¡Oh! ¡Lo siento! ¡Fue idea mía! - se apresuró a pedir disculpas la mestiza, mirando a ambos de forma alterna.
- Aquí - los llamó alzando un poco la voz Zakath, que se había detenido unos metros más allá delante de una puerta.
La morena dio gracias internamente por aquel comentario y se apuró para seguir a los tres varones al interior de la estancia.
Entraron en una sala espaciosa, enmarcada por una coqueta biblioteca y una gran mesa de trabajo labrada en una madera de color casi blanco. Casi todo era blanco en aquel lugar. La pureza y perfección que se veía en toda la construcción contrastaban ahora a los ojos de Iori con el corazón oscuro que creía ver en Justine.
Cerca de los cristales que daban a la avenida principal frente al Palacete unos amplios sofás en forma de L eran iluminados por los leves halos de sol que se colaban entre las nubes de esa mañana.
El anciano aguardó a que todos entraran y cerraran la puerta para disponerse a hablar tras dejar caer su cuerpo sobre el suave terciopelo dorado de la tapicería.
- Ayer trajimos al Ojosverde que te hirió en el callejón hasta aquí. Obtuvimos información de él esta mañana. Desconocemos la veracidad de lo dicho pero, en el mejor de los casos la situación es preocupante. En el peor de ellos se trata de vida o muerte.- inicio la conversación sin pretender suavizar en ningún momento las cosas.
- ¿Cómo de preocupante? ¿Qué dijo? - preguntó Sango sentándose en el primer lugar libre que encontró sin apartar los ojos de Zakath.
- Antes de que él diese con Iori envió información a los suyos con la descripción de la persona que buscaba. Una muchacha joven que estaba siendo un problema para un viejo conocido con el que habían llegado a tener asuntos en común. - la pausa que hizo fue lo suficientemente elocuente para que todos los presentes llenasen los escasos segundos que el anciano esperó con el nombre de Hans. Se inclinó hacia delante y descansó los codos sobre sus rodillas.
- Si consideran que estos hechos carecen de relevancia no moverán ni un solo dedo para indagar en la muerte del humano con el que compartieron objetivo. Pero al contrario, si las noticias que les pudo hacer llegar despiertan su curiosidad... Bueno, creo que es para todos evidente que los ojos de Iori no son de un humano común. - Volvió la cabeza hacia la mestiza mientras cruzaba los dedos de las manos y apoyaba en ellos el mentón. - Ese Ojosverdes fue capaz de deducir la verdad durante vuestra breve conversación. Cualquier persona que hubiese conocido a Eithelen podrá ver sus ojos en los tuyos - enarcó una ceja mirando al elfo, buscando con ello la aprobación de Cornelius con la mirada. - ¿Es así? -
La morena se sentó cerca de Sango, frente a Zakath muy lentamente. Los latidos de su corazón se esforzaban en hacer llegar a su cuerpo la sangre que sentía que se había retirado por completo de su rostro, quedando blanca por la impresión de lo que aquella información le estaba permitiendo comenzar a visualizar.
Cornelius lo observó mientras hablaba y una ligera sonrisa apareció en sus labios. Zakath siempre jugaba a aquel juego cuando tenía información, dejar las frases a medias y esperar la reacción de sus interlocutores. Por suerte o por desgracia, aquello lo había metido en más de un problema. Le pasaba por dejar las cosas a la libre interpretación.
- Cualquiera diría que te unía una estrecha relación con Eithelen, atendiendo a tus palabras - comentó con ligereza, intentando restar tensión al momento - ¿Algo que deba saber? ¿Alguna fiesta a la que no fui invitado? -sonrió con cierta malicia al soldado. Girándose entonces al resto, volvió a la conversación
- Era un Ojosverdes. Son paranoicos por naturaleza, primero matan y luego preguntan. Si vio hasta el más mínimo rastro de sospecha en Iori... En fin, es una suerte que no pudiese comunicarse con sus camaradas una vez se dio cuenta de la verdad. En todo caso, vendrán a Lunargenta. No se toman nada a la ligera, nunca. -
Ojosverdes en Lunargenta. Iori tragó saliva.
- Con lo poco que sé sobre los Ojosverdes me extraña que vengan hasta aquí solo para interesarse por un miserable humano, por mucho que les haya ayudado en el pasado - comentó Sango -. Pero vendrán - aseguró Sango -. Dominik Hesse vive. Se escapó. Sabe de los Ojosverdes - miró a Zakath largo rato en silencio y luego a Cornelius -. Si es capaz de ponerse en contacto con ellos... Estamos en peligro - miró, finalmente, a Iori.
Cuando los ojos de Ben se volvieron hacia Iori, los de ella ya estaban ahí, mirándolo a él en silencio. Desvió la vista tras un segundo de conexión, buscando ahora a Zakath. No podía permitir aquel plural. No podía imaginar que la forma del cuerpo de Sango que Cornelius había dibujado en su mente se volviese real.
Un cuerpo sin vida.
- Estoy en peligro - corrigió. - Si el informe solo habla de una chica, nada hay que os relacione conmigo a ninguno de los tres. Vuestra existencia no tiene vínculo con la persona que buscan.-
Zakath observó de soslayo la reacción de Ben a esas palabras, y se adelantó para tomar la palabra antes de que él pudiese hacerlo.
- Correcto. Y es algo que tenemos que aprovechar para evitar que te encuentren. Tienes que desaparecer - sentenció mirando de nuevo a Cornelius. El elfo puso los ojos en blanco ante las palabras del soldado.
- No es que tu rudeza suela molestarme, pero creo que deberías reservarla para otros ambientes, Zak - mirando a Ben y Iori, intentó rebajar de nuevo la tensión - No pienses ni de lejos, querida, en escabullirte por ahí sola en plan heroína mártir. Solo conseguirás que te maten. Y tú, querido, - continuó, dirigiéndose a Ben - no intentes hacerte el héroe protector. Somos personas inteligentes. Podemos encontrar una solución en la que nadie tenga que morir. Todos estamos implicados en esto. Y antes de que digas nada, Iori, he tenido más Ojosvedes que pretendientes rondándome y aquí sigo. Sé como manejarlos. -
La idea de lo que pretendían los dos mayores avanzó como una sombra alargada, conforme la luz de Ben se alejaba en el horizonte de su vida. No habría Zelirica para ellos. Ni viaje a los llanos de Heimdall. No visitarían Eiroas juntos, ni Cedralada.
Evitó mirar hacia el pelirrojo mientras asimilaba la magnitud de las palabras de Cornelius. Lo que había dicho y lo que estaba implícito.
El pánico comenzó a moverse dentro de ella, haciendo que se quedase congelada mientras trataba de contenerlo.
No sin Ben. No era capaz de imaginarse ya lejos de él.
Pero...
- Hasta que tengamos más información estar con Cornelius es la única carta que puede garantizar tu seguridad - puso en palabras Zakath de forma aplomada. - Cuanto antes partáis, mejor para todos - añadió, observando de manera alterna a los dos jóvenes sentados frente a él.
Si el suelo hubiese desaparecido bajo sus pies, la sensación de vacío sería bastante similar a cómo se sentía la morena en aquel instante. Debía de ir con Cornelius. Un elfo al que conocía de apenas unos días que había sido un gran amigo de su padre. El padre que por sus acciones había arrastrado a Ayla a un camino infernal que terminó en una muerte infame.
Debía de dejarlo a él.
El pelirrojo, en ningún momento apartó la vista de la morena y era capaz de sentir lo mismo que ella tan solo porque no se atrevía a mirarle. Era una sensación extraña que nacía del interior y que presionaba con insistencia para dominar sobre la conciencia. Se valía de cualquier tipo de pensamiento y los desfiguraba hasta convertirlo en un mero sueño, en una golosina que uno había rozado con la punta de la lengua y que ahora se desvanecía en una lúgubre tiniebla de catastrofismo y miseria.
- Bueno - dijo tras un rato de silencio. Tuvo que carraspear para aclararse la voz -. Veo que habéis decidido por nosotros. Y no es que desprecie vuestras palabras - alzó la mano derecha y el tono de voz para que no le interrumpieran -, al contrario. Miráis por nosotros, y os lo agradezco de corazón, los Dioses saben que sí - bajó la mano y miró a Iori -. Es evidente que entre nosotros nació algo precioso - desvió entonces sus ojos hacia Zakath y luego a Cornelius -. Y aunque no lo hayáis hecho aún directamente, debéis comprender lo que nos estáis pidiendo y lo que significa para nosotros, por muy buenas que sean las intenciones. -
Se echó hacia delante y miró al suelo donde veía sus dedos moverse bajo la piel del calzado. Estuvo un rato en silencio antes de levantar la cabeza.
- Yo también sé manejar a los Ojosverdes - dijo mirando a Cornelius -, ya lo hice en el pasado y podré hacerlo en el futuro. No entiendo, entonces, por qué - miró a Zakath - me pedís, nos pedís, esto ahora - bajó la mirada y se miró las palmas de las manos -. ¿Cómo puedes estar tan seguro de que estará más segura con Cornelius? - suspiró y alzó otra vez la mirada hacia Cornelius -. ¿Qué lugar hay en el mundo en el que no haya un resquicio de oscuridad que quiera atraparos? Una oscuridad que encarnan esas máquinas despiadadas de asesinar que se hacen llamar Ojosverdes. Supuestos hijos bendecidos por la luz que no traen más que desgracia y miseria a nuestra gente. -
El silencio se hizo profundo y el aire irrespirable. Cornelius observó al chico con una ceja alzada, sin interrumpir su discurso.
- Llevo enfrentándome a esos maniáticos desde antes de que nacieras, Ben - le dijo, recostándose en el sillón - Te aseguro que no sabes ni la mitad de lo que deberías sobre ellos, aunque pienses lo contrario. ¿Cómo crees que podrás protegerla a ella si ni siquiera eres capaz de protegerte a ti mismo? - le dijo, señalando sus heridas - Te ciega el odio y esa será tu perdición. Ni siquiera Zakath, con toda su experiencia, podría hacer nada en esta situación. Iori no necesita que la protejan - añadió entonces, dirigiendo una mirada al viejo soldado - Necesita que le enseñen a protegerse. Si ella quiere, claro -
Ben asintió levemente. El elfo, se dio cuenta, tenía la terrible capacidad de desmontar sus discursos pasionales, era como si con sus palabras fuera capaz de enfriar su corazón para que su parte racional tomara las riendas de sí mismo. Un efecto que, sin embargo, no tardaría en diluirse.
- Tienes razón, no necesita que la protejan - hizo una pausa -. Sin embargo, una mano amiga nunca está de más. Una mano, por cierto, que nunca fue guiada por el odio, sino la justicia y el querer traer el bien a este mundo. Nada más - imitó a Cornelius y se echó hacia atrás -. Si creéis que no sé lo suficiente, que sobrevivir a encuentros con ellos, que matar a uno de sus oficiales más sanguinarios o si sobrevivir con los números en contra no es valor suficiente, no tengo nada más que decir - el orgullo de recordar parte de sus logros a lo largo de los años volvió a encender su parte pasional. Se obligó a echarse adelante otra vez. Miró a Zakath -. Es como si considerarais que el sacrificio que hice por esta tierra, por la gente, no sirviera de absolutamente nada. Y no me refiero a la gente de Verisar sino también a la de Sandorái - desvió la mirada a Cornelius -. No lo hice por odio sino por justicia, por el bien, por la luz, para que la gente pueda vivir como quiera en paz. -
Y era cierto. Porque ese era Sango. De eso estaba hecho el Héroe. La fama de sus proezas lo precedía, y arrojaba ideas del tipo de persona que él era. Una de las razones por las que Iori creía que Zakath no había alcanzado en su vida como soldado el reconocimiento de Ben. La luz del alma del pelirrojo era diferente a todos cuantos había conocido.
Se echó hacia atrás y dejó escapar el aire. Paseó su mirada por los presentes y finalmente bajó la cabeza y se masajeó la frente con los dedos de la mano derecha, preguntándose a qué venía todo aquello y a la vez orgulloso por haber puesto en valor los logros de una vida.
El anciano ex soldado miró con intensidad a su discípulo entonces.
- Quien muestra esfuerzo en ser osado, perece. Quien muestra esfuerzo sin ser osado, permanece. -
Aquellas palabras habían sido escuchadas largo tiempo atrás por Iori, en uno de los muchos momentos en los que él dedicaba tiempo a su educación. Comprendió sin tener que mirar para el pelirrojo que a él también le había dedicado en más de una ocasión aquellas mismas palabras.
Ambos formados y moldeados por la personalidad de Zakath. Y sin embargo tan opuestos.
- No hay gloria en vanagloriarse a uno mismo. No es tu naturaleza Ben. No tienes que impresionarnos a ninguno de los presentes. Tu valía es por todos conocida, así como la precaución y buen criterio que te han hecho llegar a ser quién eres. - Extendió una mano hacia el punto que había entre Iori y Ben, queriendo abarcarlos a ambos.
- Nada bueno espera en Zelírica si acudís los dos juntos - sentenció. - Quizá lo que Cornelius os ha mostrado no os permita hacer una idea correcta de quién es él, pero fiáis de mi palabra en cuanto afirmo que no existe un ser vivo en Aerandir que pueda formar mejor a Iori sobre el asunto que tenemos entre manos. Además de que sabrá cómo estabilizarte con sus conocimientos sobre magia y plantas -
La mestiza escuchó en silencio, mientras sentía que aquella conversación estaba llevándose a cabo de forma ajena a ella. Estando presente lo sentía todo como visto de lejos. Su mente divagaba entre el terror que le suponía alejarse un solo día de Ben y la imagen del pelirrojo muerto. Se le retorcían las entrañas, la boca se le secaba y le dolía la garganta como si una bola de hierro la estuviese asfixiando. Sus intentos por tragar eran ya inútiles en aquel punto. No conseguía disipar la angustia en la que se encontraba sumida.
Un miedo mucho mayor que el encontrarse con alguno de aquellos Ojosverdes. El de perderlo a él.
Apartó los ojos de Zakath por primera vez, recordando entonces algo que tenía que ver con los elfos. Metió la mano en uno de los pliegues que había en el vestido y bajó la vista para observar lo que había extraído.
Buscó a Cornelius, mirándolo entonces casi como si lo estuviese golpeando.
- Sé lo que significa - desvió por completo el rumbo de la conversación, dejando que todos viesen de nuevo el anillo de Ayla. Necesitaba romper aquel circulo de "No con Ben, no sin Ben" en el que estaba inmersa, alimentando su desesperación.
Los ojos del pelirrojo se desviaron por inercia al escuchar su voz. Sostenía el anillo en sus manos y parecía saber algo sobre él. Sin embargo, él no miraba el anillo. Ya no pensaba en Zelirica, Ojosverdes u otras cosas que poco importaban. No.
- ¿Qué es? - preguntó rompiendo el silencio que se había instalado en la sala tras sus palabras.
Finalmente apartó la mirada azul de la cara de Cornelius.
- "El agua demasiado pura no tiene vida" - repitió las palabras que le había escuchado decir a Eithelen.
- Él se lo explicó a Ayla. Lo vimos. Lo vi en aquel templo. Cuando vivimos sus recuerdos - reveló lentamente con la mirada fija en la joya.
- Vence al enemigo sin manchar la espada - repitió recordando la traducción que el elfo le había dado sobre el anillo Inglorien original, el que pertenecía a su padre. - Parecen mensajes completamente opuestos. Prefiero el mensaje grabado en este, pero - se detuvo, con la cabeza todavía agachada en dirección a su mano. Ladeó la vista, lo suficiente para ver el torso tenso de Ben sentado a su lado.
- Ahora es tiempo de seguir el camino que marcan las palabras del anillo de Eithelen. Debo de prepararme. Quiero prepararme.- sabía que aquello significaba aceptar la distancia con Ben. Y el sonido del cristal rayándose hizo eco en su cabeza de forma insistente. Creía contener la vorágine de caos que guardaba dentro, pero era débil a la influencia que él tenía sobre ella. Alzó los ojos y supo que aquello fue un error al mirarlo. - He de hacerlo si quiero estar a tu lado - sonó a excusa, mientras un matiz de desesperación se filtraba en su tono.
- No entiendo - respondió Ben sin apartar la mirada de Iori -. Soy incapaz de ver lo que hay más allá de esas palabras - alzó las cejas y parpadeó echándose hacia atrás.
Sacudió la cabeza y soltó aire lentamente mientras su cuerpo se hundía un poco en el sofá. Paseó su mirada por la estancia y luego volvió a Iori, provocando que una fugaz sonrisa apareciera en su rostro.
- Si es eso lo que quieres - le costaba articular las palabras. Se llevó la mano al pecho -. Si es eso lo que quieres, Iori, tienes todo mi apoyo - posó la mano en Iori y apretó levemente -. Pero recuerda que luego tendrás que enseñarme, porque estos dos de aquí no parece que quieran hacerlo - soltó aire a modo de risa cansada y la miró un breve instante
-. ¿De verdad quieres hacerlo? -
- No - fue la respuesta de la voz de Iori al momento. - Pero debo - añadió bajando el tono de voz, evitando mirarlo. Para ello centró la vista en Zakath frente a ella y el anciano tomó la palabra.
- Entonces está decidido - corroboró. - ¿Conocías esa frase? - se dirigió a Cornelius, en referencia al anillo de Ayla.
Cornelius había diversificado su atención al ver que los dos jóvenes empezaban a acaramelarse de nuevo. La intensidad con la que se dirigían uno al otro, rozaba en ocasiones el exceso y empezó a preguntarse si Zakath no tendría algo de razón en su oposición a aquella relación. El cariño estaba bien, pero aquello comenzaba a rozar la obsesión. Sin duda separarlos durante una temporada sería lo más adecuado, para que se calmasen las aguas un poco. Estaba sumido en aquellos pensamientos, cuando escuchó a la chica dirigirse a él.
- Ya sabes, querida, que no hablo el dialecto de los Inglorien. Desconozco si eso es lo que pone en el anillo o Eithelen quiso ponerse romántico en ese recuerdo que revivisteis. Solo hay una persona que pueda confirmarlo y sabes perfectamente quién es - la observó unos instantes en silenció, antes de continuar - Lo que deberías plantearte ahora es qué valor tienen para ti esas palabras y si realmente vas a vivir el resto de tu vida aferrándote a ellas. Tienes un futuro nuevo ante ti, quizás deberías dejar el pasado en el lugar que le corresponde, al menos hasta que te veas con fuerzas para asumirlo - poniéndose en pie, le tendió una mano - Quizás deberíamos ir a revisar tu guardarropa. Allá a donde tenemos que ir, las ropas que la dama Justine te ha proporcionado quizás no sean las más adecuadas. -
Iori dudaba de que ese tipo de prendas fuese adecuadas para cualquier otro lugar que no fuese la zona alta de Lunargenta.
- Bueno, siendo así las cosas - se puso en pie y miró a su maestro -, Zakath, me gustaría comentar un par de asuntos sobre Zelirica. Contigo y con Debacle - se giró hacia Cornelius y le observó en silencio durante una docena de latidos -. Luego, cuando acabéis - miró de reojo a Iori -, y si puedes, me gustaría que le echaras un vistazo al hombro - indicó su hombro izquierdo con un gesto con la cabeza -. Y, hablarte sobre un problema que tengo con los espejos - las últimas palabras las dijo mirando a Iori.
- Cuando gustes - le respondió Cornelius, dedicándole una leve sonrisa.
Fue Zakath el que dio por concluida aquella conversación encaminando sus pasos hacia la puerta. Aturdida todavía, sobrepasada por más pensamientos de los que era capaz de poner en palabras, Iori hizo lo que la mantuvo con vida durante todos aquellos años desde que la había recogido. Seguirlo a él para salir de allí.
Sango se prepararía para Zelírica.
Zakath sería maestro y ayuda para el Héroe en el proceso.
Y a ella le restaba preparar un fondo de armario adecuado para convertirse en una criatura invisible para los Ojosverdes.
O por lo menos en un escudo que pudiera desviar de Ben cualquier interés que aquellos malditos bastardos pudiesen llegar a tener en él.
Iori Li
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