El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
Ella aún se preguntaba cómo Wolfgang podía hallar felicidad siendo autor de tragedias reales. ¿Era el propio sufrimiento ajeno lo que le causaba placer? ¿O era el propio hecho de saberse superior a los demás, de tener el dominio absoluto sobre las almas, lo que se le antojaba como la mayor de las dichas? Quizás era una mezcla de ambas opciones.
Y podía ver el reflejo de aquel demonio titiritero en la horda de vampiros que surcaban la calle, criaturas hambrientas de sangre, de muerte, de desesperación y de conquista cruel.
El plan era sencillo: subir hasta el Barrio alto andando por las calles circundantes a las que recorrían aquellos vampiros subyugados por la malicia.
Pero los gritos desgarraban el aire, inyectados de terror y desesperación, de odio y agonía. La paz se ahogaba en la sangre de los inocentes, la esperanza era despedazada por el cincel de los escultores de la crueldad y la salvación caía sin retorno en las fauces de la oscuridad.
Aquellos vampiros eran verdaderos demonios, y no merecían vivir, ninguno.
Pero ellos eran, también, un retorcido reflejo de ella misma, de la Azalie que traicionó a sus amigos.
Ella empuñó su lanza e inspiró profundo, su mirada fijada en los demonios sanguinarios, su corazón anhelando despedazar su reflejo.
Atrapada en un torbellino de oscuras emociones, abandonó el plan y se entregó a la masacre.
—¡Azalie, ¿a dónde vas?! —espetó Eve, sorprendida y con un matiz evidente de preocupación.
Pero Azalie se negó a escucharla. Se negó a reconocer aquella dolorosa preocupación que no se merecía. Recuerdos de sus siete años de pecados la espolearon hacia la batalla.
—Sigan adelante mientras yo distraigo a estos infelices —fue todo lo que dijo.
Un vampiro había estado tan concentrado en succionarle la vida a un guardia que ni siquiera supo de la lanza que le perforó la cabeza desde atrás. Sus dos congéneres más cercanos sí notaron la presencia de Azalie y se apartaron de un salto para observar con cautela.
—Perdón, perdón —se disculpó Azalie con falsa pena—, se me resbaló mi bastón. —Sacó su lanza del cadáver y la blandió en un rápido movimiento. Una cabeza cayó al suelo, seguido por el cuerpo de un vampiro—. ¡Qué torpe que soy, no lo vi! Es que está muy oscuro para mí. Estas luces arcanas son muy tenues.
Un rápido vistazo le permitió saber que el guardia al que intentó salvar jamás volvería a ver la luz del sol, no con el cuello desgarrado. Y sus ojos vidriosos le recordaron a Carla cuando la asfixió con sus propias manos, dejándola en el suelo, su rojizo y reluciente cabello ensuciado por tierra húmeda y sangre.
Ese recuerdo la empujó para acabar con el siguiente vampiro, a quien le rompió la cabeza con varios golpes, como lo había hecho con la lacónica Zora, la albina como un lienzo en blanco impoluto, convertida por Azalie en una pintura sanguinolenta.
Miró a su alrededor, miró los cadáveres de los humanos destrozados, mutilados y violados. La imagen de los restos del hombre-zorro Zanka resurgieron de su memoria, sin rastro de aquella hermosa sonrisa que tanto le encantaba a ella.
Su visión se tornó borrosa. Sus ojos empezaron a arder. Un nudo se formó en su garganta.
«No llores», se dijo, «los demonios no lloran».
Apretó los dientes, se secó las lágrimas y siguió blandiendo su lanza, cercenando, empalando y triturando, para salvar a cuántos podía, para salvar a la gente inocente por la que valía la pena arriesgar la vida, su vida.
—Basta —ordenó alguien con una voz profunda y melosa, casi como un amante encantador, y esa palabra la detuvo en seco, paralizando cada músculo pero acelerando el corazón—. Eso es, hermosa ángel de la muerte. Ahora ven aquí. Muéstrame tu cuello.
Ella volvió a sentirse aterrada como en aquella noche de hace ocho años.
Otra vez… Pasaría otra vez…
¡¿Es que acaso no había aprendido nada desde entonces?!
Dio un paso, dubitativa, hacia aquel vampiro. Dio uno más, sin la resistencia anterior; simplemente no podía oponerse a la maldita magia de voz.
Y quizás no debía oponerse.
Quizás una muerte terrible era lo que Zanka, Carla y Zora querían para ella. Era lo que clamaban desde el infierno, lo que cantaban en sus recurrentes pesadillas.
—¡No te atrevas a tocar a Azalie! —rugió de pronto una voz conocida.
Azalie vio a Eve asestar un demoledor puñetazo que derribó al vampiro. Sin perder tiempo, Eve dio un giro elevando una pierna y, como un martillazo, bajó el pie para aplastar la cabeza de ese ser.
Eve estaba furiosa. Podía verlo en su mirada, en su respiración agitada, en la dilatación de sus fosas nasales.
Eve se volvió hacia Azalie, se acercó dando zancadas y le dio un potente cabezazo que casi derribó a Azalie.
—¿Qué…? —Azalie necesitó de un segundo para recuperarse—. ¡¿Qué te pasa?! ¡Deberías haber seguido con los elfos!
—¡¿Acaso eres tonta?! —espetó Eve—. Si hacía eso, morirías aquí. ¡Piensa, Azalie, piensa!
—¡¿Qué pasa contigo?! ¡¿También vas a ordenarme cómo debo vivir?! Idiota, si muriera salvando a otros, ¡sería mi decisión, y no de alguien más, no de él! —Vio a otros vampiros acercarse, frenéticos como jinetes de la violencia—. ¡Cuidado!
No fue necesario. Los vampiros fueron abatidos por ráfagas de orbes de luz explosiva. Y aquellos que resistieron a esa primera oleada, conocieron el filo ilusorio de la lanza de Xana, que luchaba con ágiles movimientos en una danza letal de estrellas y acero, mientras que otros guardias se unían al escenario por la gloria y el honor de la humanidad en aquella obra macabra.
—No —negó rotundamente Eve, aún sus ojos fijados en los de Azalie—. Solo te habrías rendido ante tu culpa con la excusa conveniente de que te reivindicarías muriendo. Pero eso no es lo que habrían querido ninguno de los Kiwis de Baslodia —dijo, rememorando el gracioso nombre de su antigua banda—. Ellos querrían que vivieras.
—¡¿Cómo podrías saber eso?! —replicó Azalie, sintiendo las lágrimas acumularse en los ojos—. Yo los maté, yo los… maté. De formas horribles… Ellos solo podrían quererme muerta.
Eve la tomó por los hombros y apretó con fuerza.
—Si fuera así, ¡entonces yo misma les patearé el trasero a cada uno de ellos! —rugió, y Azalie abrió los ojos ampliamente, olvidándose por un momento de respirar—. Si no pueden perdonarte, dejaré de llamarlos amigos. No los necesito. Y tú tampoco.
Tomó a Azalie de las mejillas y juntó la frente con la de ella, la punta de las narices casi tocándose entre sí. Cerró los ojos y habló con un susurro imbuido de determinación y dulzura.
—Así que vive, Azalie. Vive por ti, por los años que perdiste. Si no puedes, vive por mí, porque no dudes de que te perseguiré al más allá para patearte el trasero si vuelves a abandonarme, ¿oíste? —dijo, insuflando un ligero tono de desafío al final, para luego esbozar una media sonrisa y lanzarle una mirada con los ojos húmedos.
Azalie se apartó cuando pudo reaccionar y se aclaró la garganta.
A pesar de todo, Eve la perdonaba. Aun si los fantasmas de sus amigos no lo hacían, Eve sí. Ella estaba ahí y no la abandonaría. Azalie no estaba sola. Demonio o no, Azalie tenía a alguien que la aceptaba, alguien con quien realmente quería estar por su propia voluntad.
Quizás fuese egoísta de su parte, pero, al menos por ahora, Azalie decidió aferrarse a Eve hasta que pudiera vivir por sí misma.
—Sigues siendo una cabeza hueca como siempre —murmuró—. Está bien, ¿sí? Deja de preocuparte tanto. Este sentimentalismo no te queda. —Se volvió hacia su amiga y le sonrió con malicia—. ¿Por qué no dejamos tanta cháchara y aplastamos unos cuantos cráneos?
Eve le correspondió la sonrisa.
—Pensé que nunca lo dirías —dijo antes chocar los puños.
Finalmente se reincorporaron a la batalla.
—¡Hasta que al fin terminaron su drama! —se quejó Xana sin dejar de luchar y conjurar esferas de luz.
—Claro, porque tú nunca tuviste ningún drama en tus aventuras —replicó, sardónica, Eve entre puñetazos y patadas brutales.
—¡Oye!
—No quiero interrumpir —les interrumpió uno de los pocos guardias humanos que luchaban junto a ellas—, pero ¿tienen algún plan? Nos superan en números.
—Hay que dispersarlos —sugirió Azalie.
—Ajá, estupendo, y ¿cómo demonios haremos eso?
—Tengo una idea —dijo Xana.
En el tejado estaba la figura de un elfo de cabello níveo, pero con la mirada perdida en la distancia. Xana le disparó una pequeña esfera etérea que, al golpearlo en la cabeza, finalmente atrajo su atención. Xana hizo un par de gestos y recibió un asentimiento como respuesta.
Azalie, por su parte, le dio unas indicaciones rápidas al guardia para él y sus compañeros.
—¿Y yo…? —inquirió Eve colocándose al lado de Azalie, con los puños en alto, mientras los guardias se retiraban.
—Como dije —le respondió Azalie—, aplastemos cráneos. Pero primero… —Alzó su lanza—. ¡Cobardes que viven escondiéndose en las sombras, debiluchos que ni pueden resistirse a sus impulsos y actúan como cualquier animal del monte —vociferó, atrayendo la atención de los vampiros y facilitando el escape de los guardias—, lo único que los hace especiales son sus poderes regalados! Pero las ratas siempre serán solo ratas. ¿No? Bueno, si se creen mejores, intenten matarnos, si se atreven.
No había terminado de hablar cuando la veintena de vampiros emprendió una carrera hacia aquel trío de mujeres, convertidos en demonios envueltos en sombras mágicas o blandiendo sangre impregnada de maleficios.
—Ahora sí quiero matarte, Azalie —balbuceó Eve.
Una repentina ola de oscuridad mágica las envolvió por completo, confiriéndoles misericordia en no permitirles ver la horrorosa cara de la muerte que se cernía sobre ellas.
Y en esa oscuridad absoluta, dos estrellas celestes nacieron, hechas de magia y rebeldía contra la negrura.
Al instante, Xana chasqueó los dedos, como lo hizo Vincent convertido en bebé antes de salvar el espacio-tiempo, y ambas estrellas colisionaron entre sí, fusionándose y evolucionando, creciendo con violencia y tornándose de un rojo cegador, renaciendo como una pequeña nova.[1]
La nube de oscuridad fue desecha por la explosión escarlata. El destello tomó desprevenido a los vampiros y abatió y repelió con brutalidad a los que tuvieron el desatino de estar cerca, mientras que el trío de mujeres apenas sintió la caricia de una brisa cálida.
Los que no tuvieron esa suerte, sorprendidos por aquel hechizo, no notaron a tiempo a la criatura elemental que se materializó sobre uno de los edificios, un dragón engendrado por el hielo, la magia y la luz, y que se lanzó en picada hacia donde había una mayor cantidad de vampiros.[2]
El majestuoso dragón se destrozó al aterrizar aplastando a unos cuantos y, al hacerlo, la magia en su interior se desató como una explosión plateada que ardía y congelaba.[3]
—¡Vamos, Eve! —instó Azalie, lanzándose al ataque, veloz, feroz y atroz.
Eve necesitó de un instante para reaccionar, pero no dudó en ayudar a masacrar a los vampiros que estaban bajo el aturdimiento y la confusión del momento.
Una vez más, como hacía ocho años, Eve luchó hombro con hombro con su vieja amiga, sin culpa ni rencores. Solo como dos hermanas unidas por el destino y por el amor al combate y a la aventura.
Entonces un manto de partículas de luz, de energía explosiva, cubrió la calle, el siguiente gran hechizo de Xana. No podría hacer mucho daño con eso entre tantos objetivos, ella lo sabía, pero los vampiros no.
—¡Ahora todos morirán! —gritó Azalie con una risa burlesca, sintiéndose renacida, invencible junto a Eve—. ¡Todos arderán!
Los vampiros, entonces, se apresuraron hacia los callejones, buscando refugio de la inminente lluvia de estrellas, pero se encontraron con los guardias que esperaban a los otros lados, listos para aniquilarlos en aquella emboscada.
Xana deshizo su manto de estrellas.
—Creo que eso es suficiente —dijo—. Debemos continuar nuestro camino o Rauko se molestará más por tener que gastar tanta energía aquí.
—Sí —exhaló Azalie entre jadeos, apenas sintiendo el cansancio con la adrenalina en su sangre—. Hay que continuar.
Debía continuar, por sí misma y por la amiga que fue capaz de perdonarla.
El grupo abandonó el lugar y recorrió un camino más solitario hacia el Barrio Alto, apaleando a cuantos vampiros encontraran.
Había una cuenta que saldar.
Y Azalie estaba armada y lista para la acción.
Y podía ver el reflejo de aquel demonio titiritero en la horda de vampiros que surcaban la calle, criaturas hambrientas de sangre, de muerte, de desesperación y de conquista cruel.
El plan era sencillo: subir hasta el Barrio alto andando por las calles circundantes a las que recorrían aquellos vampiros subyugados por la malicia.
Pero los gritos desgarraban el aire, inyectados de terror y desesperación, de odio y agonía. La paz se ahogaba en la sangre de los inocentes, la esperanza era despedazada por el cincel de los escultores de la crueldad y la salvación caía sin retorno en las fauces de la oscuridad.
Aquellos vampiros eran verdaderos demonios, y no merecían vivir, ninguno.
Pero ellos eran, también, un retorcido reflejo de ella misma, de la Azalie que traicionó a sus amigos.
Ella empuñó su lanza e inspiró profundo, su mirada fijada en los demonios sanguinarios, su corazón anhelando despedazar su reflejo.
Atrapada en un torbellino de oscuras emociones, abandonó el plan y se entregó a la masacre.
—¡Azalie, ¿a dónde vas?! —espetó Eve, sorprendida y con un matiz evidente de preocupación.
Pero Azalie se negó a escucharla. Se negó a reconocer aquella dolorosa preocupación que no se merecía. Recuerdos de sus siete años de pecados la espolearon hacia la batalla.
—Sigan adelante mientras yo distraigo a estos infelices —fue todo lo que dijo.
Un vampiro había estado tan concentrado en succionarle la vida a un guardia que ni siquiera supo de la lanza que le perforó la cabeza desde atrás. Sus dos congéneres más cercanos sí notaron la presencia de Azalie y se apartaron de un salto para observar con cautela.
—Perdón, perdón —se disculpó Azalie con falsa pena—, se me resbaló mi bastón. —Sacó su lanza del cadáver y la blandió en un rápido movimiento. Una cabeza cayó al suelo, seguido por el cuerpo de un vampiro—. ¡Qué torpe que soy, no lo vi! Es que está muy oscuro para mí. Estas luces arcanas son muy tenues.
Un rápido vistazo le permitió saber que el guardia al que intentó salvar jamás volvería a ver la luz del sol, no con el cuello desgarrado. Y sus ojos vidriosos le recordaron a Carla cuando la asfixió con sus propias manos, dejándola en el suelo, su rojizo y reluciente cabello ensuciado por tierra húmeda y sangre.
Ese recuerdo la empujó para acabar con el siguiente vampiro, a quien le rompió la cabeza con varios golpes, como lo había hecho con la lacónica Zora, la albina como un lienzo en blanco impoluto, convertida por Azalie en una pintura sanguinolenta.
Miró a su alrededor, miró los cadáveres de los humanos destrozados, mutilados y violados. La imagen de los restos del hombre-zorro Zanka resurgieron de su memoria, sin rastro de aquella hermosa sonrisa que tanto le encantaba a ella.
Su visión se tornó borrosa. Sus ojos empezaron a arder. Un nudo se formó en su garganta.
«No llores», se dijo, «los demonios no lloran».
Apretó los dientes, se secó las lágrimas y siguió blandiendo su lanza, cercenando, empalando y triturando, para salvar a cuántos podía, para salvar a la gente inocente por la que valía la pena arriesgar la vida, su vida.
—Basta —ordenó alguien con una voz profunda y melosa, casi como un amante encantador, y esa palabra la detuvo en seco, paralizando cada músculo pero acelerando el corazón—. Eso es, hermosa ángel de la muerte. Ahora ven aquí. Muéstrame tu cuello.
Ella volvió a sentirse aterrada como en aquella noche de hace ocho años.
Otra vez… Pasaría otra vez…
¡¿Es que acaso no había aprendido nada desde entonces?!
Dio un paso, dubitativa, hacia aquel vampiro. Dio uno más, sin la resistencia anterior; simplemente no podía oponerse a la maldita magia de voz.
Y quizás no debía oponerse.
Quizás una muerte terrible era lo que Zanka, Carla y Zora querían para ella. Era lo que clamaban desde el infierno, lo que cantaban en sus recurrentes pesadillas.
—¡No te atrevas a tocar a Azalie! —rugió de pronto una voz conocida.
Azalie vio a Eve asestar un demoledor puñetazo que derribó al vampiro. Sin perder tiempo, Eve dio un giro elevando una pierna y, como un martillazo, bajó el pie para aplastar la cabeza de ese ser.
Eve estaba furiosa. Podía verlo en su mirada, en su respiración agitada, en la dilatación de sus fosas nasales.
Eve se volvió hacia Azalie, se acercó dando zancadas y le dio un potente cabezazo que casi derribó a Azalie.
—¿Qué…? —Azalie necesitó de un segundo para recuperarse—. ¡¿Qué te pasa?! ¡Deberías haber seguido con los elfos!
—¡¿Acaso eres tonta?! —espetó Eve—. Si hacía eso, morirías aquí. ¡Piensa, Azalie, piensa!
—¡¿Qué pasa contigo?! ¡¿También vas a ordenarme cómo debo vivir?! Idiota, si muriera salvando a otros, ¡sería mi decisión, y no de alguien más, no de él! —Vio a otros vampiros acercarse, frenéticos como jinetes de la violencia—. ¡Cuidado!
No fue necesario. Los vampiros fueron abatidos por ráfagas de orbes de luz explosiva. Y aquellos que resistieron a esa primera oleada, conocieron el filo ilusorio de la lanza de Xana, que luchaba con ágiles movimientos en una danza letal de estrellas y acero, mientras que otros guardias se unían al escenario por la gloria y el honor de la humanidad en aquella obra macabra.
—No —negó rotundamente Eve, aún sus ojos fijados en los de Azalie—. Solo te habrías rendido ante tu culpa con la excusa conveniente de que te reivindicarías muriendo. Pero eso no es lo que habrían querido ninguno de los Kiwis de Baslodia —dijo, rememorando el gracioso nombre de su antigua banda—. Ellos querrían que vivieras.
—¡¿Cómo podrías saber eso?! —replicó Azalie, sintiendo las lágrimas acumularse en los ojos—. Yo los maté, yo los… maté. De formas horribles… Ellos solo podrían quererme muerta.
Eve la tomó por los hombros y apretó con fuerza.
—Si fuera así, ¡entonces yo misma les patearé el trasero a cada uno de ellos! —rugió, y Azalie abrió los ojos ampliamente, olvidándose por un momento de respirar—. Si no pueden perdonarte, dejaré de llamarlos amigos. No los necesito. Y tú tampoco.
Tomó a Azalie de las mejillas y juntó la frente con la de ella, la punta de las narices casi tocándose entre sí. Cerró los ojos y habló con un susurro imbuido de determinación y dulzura.
—Así que vive, Azalie. Vive por ti, por los años que perdiste. Si no puedes, vive por mí, porque no dudes de que te perseguiré al más allá para patearte el trasero si vuelves a abandonarme, ¿oíste? —dijo, insuflando un ligero tono de desafío al final, para luego esbozar una media sonrisa y lanzarle una mirada con los ojos húmedos.
Azalie se apartó cuando pudo reaccionar y se aclaró la garganta.
A pesar de todo, Eve la perdonaba. Aun si los fantasmas de sus amigos no lo hacían, Eve sí. Ella estaba ahí y no la abandonaría. Azalie no estaba sola. Demonio o no, Azalie tenía a alguien que la aceptaba, alguien con quien realmente quería estar por su propia voluntad.
Quizás fuese egoísta de su parte, pero, al menos por ahora, Azalie decidió aferrarse a Eve hasta que pudiera vivir por sí misma.
—Sigues siendo una cabeza hueca como siempre —murmuró—. Está bien, ¿sí? Deja de preocuparte tanto. Este sentimentalismo no te queda. —Se volvió hacia su amiga y le sonrió con malicia—. ¿Por qué no dejamos tanta cháchara y aplastamos unos cuantos cráneos?
Eve le correspondió la sonrisa.
—Pensé que nunca lo dirías —dijo antes chocar los puños.
Finalmente se reincorporaron a la batalla.
- opcional:
—¡Hasta que al fin terminaron su drama! —se quejó Xana sin dejar de luchar y conjurar esferas de luz.
—Claro, porque tú nunca tuviste ningún drama en tus aventuras —replicó, sardónica, Eve entre puñetazos y patadas brutales.
—¡Oye!
—No quiero interrumpir —les interrumpió uno de los pocos guardias humanos que luchaban junto a ellas—, pero ¿tienen algún plan? Nos superan en números.
—Hay que dispersarlos —sugirió Azalie.
—Ajá, estupendo, y ¿cómo demonios haremos eso?
—Tengo una idea —dijo Xana.
En el tejado estaba la figura de un elfo de cabello níveo, pero con la mirada perdida en la distancia. Xana le disparó una pequeña esfera etérea que, al golpearlo en la cabeza, finalmente atrajo su atención. Xana hizo un par de gestos y recibió un asentimiento como respuesta.
Azalie, por su parte, le dio unas indicaciones rápidas al guardia para él y sus compañeros.
—¿Y yo…? —inquirió Eve colocándose al lado de Azalie, con los puños en alto, mientras los guardias se retiraban.
—Como dije —le respondió Azalie—, aplastemos cráneos. Pero primero… —Alzó su lanza—. ¡Cobardes que viven escondiéndose en las sombras, debiluchos que ni pueden resistirse a sus impulsos y actúan como cualquier animal del monte —vociferó, atrayendo la atención de los vampiros y facilitando el escape de los guardias—, lo único que los hace especiales son sus poderes regalados! Pero las ratas siempre serán solo ratas. ¿No? Bueno, si se creen mejores, intenten matarnos, si se atreven.
No había terminado de hablar cuando la veintena de vampiros emprendió una carrera hacia aquel trío de mujeres, convertidos en demonios envueltos en sombras mágicas o blandiendo sangre impregnada de maleficios.
—Ahora sí quiero matarte, Azalie —balbuceó Eve.
Una repentina ola de oscuridad mágica las envolvió por completo, confiriéndoles misericordia en no permitirles ver la horrorosa cara de la muerte que se cernía sobre ellas.
Y en esa oscuridad absoluta, dos estrellas celestes nacieron, hechas de magia y rebeldía contra la negrura.
Al instante, Xana chasqueó los dedos, como lo hizo Vincent convertido en bebé antes de salvar el espacio-tiempo, y ambas estrellas colisionaron entre sí, fusionándose y evolucionando, creciendo con violencia y tornándose de un rojo cegador, renaciendo como una pequeña nova.[1]
La nube de oscuridad fue desecha por la explosión escarlata. El destello tomó desprevenido a los vampiros y abatió y repelió con brutalidad a los que tuvieron el desatino de estar cerca, mientras que el trío de mujeres apenas sintió la caricia de una brisa cálida.
Los que no tuvieron esa suerte, sorprendidos por aquel hechizo, no notaron a tiempo a la criatura elemental que se materializó sobre uno de los edificios, un dragón engendrado por el hielo, la magia y la luz, y que se lanzó en picada hacia donde había una mayor cantidad de vampiros.[2]
El majestuoso dragón se destrozó al aterrizar aplastando a unos cuantos y, al hacerlo, la magia en su interior se desató como una explosión plateada que ardía y congelaba.[3]
—¡Vamos, Eve! —instó Azalie, lanzándose al ataque, veloz, feroz y atroz.
Eve necesitó de un instante para reaccionar, pero no dudó en ayudar a masacrar a los vampiros que estaban bajo el aturdimiento y la confusión del momento.
Una vez más, como hacía ocho años, Eve luchó hombro con hombro con su vieja amiga, sin culpa ni rencores. Solo como dos hermanas unidas por el destino y por el amor al combate y a la aventura.
Entonces un manto de partículas de luz, de energía explosiva, cubrió la calle, el siguiente gran hechizo de Xana. No podría hacer mucho daño con eso entre tantos objetivos, ella lo sabía, pero los vampiros no.
—¡Ahora todos morirán! —gritó Azalie con una risa burlesca, sintiéndose renacida, invencible junto a Eve—. ¡Todos arderán!
Los vampiros, entonces, se apresuraron hacia los callejones, buscando refugio de la inminente lluvia de estrellas, pero se encontraron con los guardias que esperaban a los otros lados, listos para aniquilarlos en aquella emboscada.
Xana deshizo su manto de estrellas.
—Creo que eso es suficiente —dijo—. Debemos continuar nuestro camino o Rauko se molestará más por tener que gastar tanta energía aquí.
—Sí —exhaló Azalie entre jadeos, apenas sintiendo el cansancio con la adrenalina en su sangre—. Hay que continuar.
Debía continuar, por sí misma y por la amiga que fue capaz de perdonarla.
El grupo abandonó el lugar y recorrió un camino más solitario hacia el Barrio Alto, apaleando a cuantos vampiros encontraran.
Había una cuenta que saldar.
Y Azalie estaba armada y lista para la acción.
(☞°∀°)☞ OFFROL ☜(°∀°☜)
Resumen꞉ es un post cliché altamente formulaico y con sororidad forzada (?) Y mis elfos desatan un espectáculo de brilli brilli para espantar algunos vampis que andan relocos gracias a Wolfganga, así que en una de las dos rutas que tomaron estos vampis quizás se tarden un poco más en ir a donde van.
Zelas me dio su permiso y bendición para manejar un poquito a sus PNJs Azalie y Eve.
[0] Encantamiento de Wehmut, la lanza de Xana꞉ Castigo, para que las heridas que cause sean temporales; Xana no mata, no directamente (?)
[1] Habi nvl 5 de Xana꞉ Idilio de estrellas (1/2), para crear y fusionar dos estrellitas para que hagan un kaboom con un radio de dos metros, que solo afecta a los enemigos. No busca ser letal, solo dejar traumatismos severos (?)
[2] Habi de la espada épica Retniw (1/1), para invocar un dragón kamikaze de hielo. Esto sí busca ser letal.
[3] Habi nvl 2 de Rauko꞉ Toque luminiscente (1/2), para convertir algo (al draco kami) en un explosivo al toque nomás.
Zelas me dio su permiso y bendición para manejar un poquito a sus PNJs Azalie y Eve.
[0] Encantamiento de Wehmut, la lanza de Xana꞉ Castigo, para que las heridas que cause sean temporales; Xana no mata, no directamente (?)
[1] Habi nvl 5 de Xana꞉ Idilio de estrellas (1/2), para crear y fusionar dos estrellitas para que hagan un kaboom con un radio de dos metros, que solo afecta a los enemigos. No busca ser letal, solo dejar traumatismos severos (?)
[2] Habi de la espada épica Retniw (1/1), para invocar un dragón kamikaze de hielo. Esto sí busca ser letal.
[3] Habi nvl 2 de Rauko꞉ Toque luminiscente (1/2), para convertir algo (al draco kami) en un explosivo al toque nomás.
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
El miembro 'Rauko' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
Una mística luz acompañó nuestra apoteósica entrada en aquel misterioso lugar en donde el perro fue recibido como Dios manda, nunca mejor dicho. Melaxas no tardó en unirse, añadiendo unas palabras para elogiar al perro. Luego de ahí todo sucedió muy rápido, a gritos nos señalaron como los mensajeros de Jesucristo, cosa que no sonaba tan mal pero de pronto todo se comenzó a poner turbio -¡La sangre de Cristo debe ser propaganda!- Añadió el perro junto a la multitud -Un momento ¿Qué tienen contra los perros?- Se quejó mi acompañante pero de nada sirvió.
Antes de darnos cuenta ya navegábamos sobre un mar de personas que gritaban con vehemencia que se iban a beber la sangre de Cristo, cosa que me sembraba ciertas dudas sobre sus creencias ¿Era su dios o su comida? ¿adoraban a la comida? Quizá esa sangre generaba adicción y querían establecer una cadena de mercadeo y ganar mucho dinero vendiendo el producto después de haber creado la necesidad -Astutos, muy astutos- Murmuré para mí mismo mientras seguía siendo cargado junto al perro en una rara procesión de dementes.
Pobre Cristo, no alcanzará para alimentar a todos- Dije con sincera preocupación, hasta que entendí el negocio -¡La sangre de Cristo debe ser prepagada!- Dijo el perro -¡Repitan lo que dice el perro!- [1] Grité usando mi magia de voz para que los fieles devotos que nos cargaban cambiaran la consigna inicial por una más interesante, además que de esa manera, si se terminaba la sangre de Cristo y no alcanzaba para todos, bastaba con escaparse con el dinero y adiós a los problemas.
Y si la situación no fuera ya bastante rara, aquellos que nos llevaban cargados se movían como marionetas, y no era mi culpa, estaba seguro que no, yo apenas les había cambiado la consigna, pero la actitud la traían desde antes, y solo podía haber un culpable, el mismo culpable en toda religión: el diablo.
Hermanos, el diablo está entre nosotros- Dijo el perro en voz alta generando incertidumbre entre quienes escucharon aquel tétrico argumento y seguramente más de uno acabaría por detenerse, pues no tenía idea de para dónde o de lo que estaba pasando, pero no parecía algo bueno -Meescuchais, haz lo tuyo- Dijo el perro mirando en dirección a donde habíamos visto por última vez a Melaxas y su hermano -El diablo está entre nosotros, pero el señor mandará su lluvia para purificarnos- Dijo el Señor Vam Pyro -Dioooos, manda lluviaaaaa- Comenzaron a cantar algunos y como si se un milagro se tratara, de pronto comenzó a llover, una lluvia bastante pobre y a chorritos que no lograba mojar a todos, así que era momento de usar el plan B.
Y no porque tuviéramos un plan A, sino que este plan llevaba la B de Bio -¡Señor, la lluvia no basta, manda una señal para dirigir a estos pobre herejes pecadores indignos de tu santa guía!- Dijo el perro hacia lo alto de manera dramática. No pasó mucho tiempo antes que un fuerte y poderoso rugido mufásico resonara en el aire. No pasó mucho tiempo antes que una pequeña pero sonora estampida de puercos pasó corriendo entre los pies de aquellos creyentes que comenzaron a tambalearse, aunque fue necesario hacer una pausa al final para ver todos fijamente a un último puerco, gordo y cansado que avanzaba a su ritmo para alcanzar al resto.
Los puercos son una señal, estamos inmundos y en peligro, la iglesia es el único lugar seguro, nadie se atrevería a lastimarnos en la casa de Dios- Dijo el perro -Oh no, ahí viene otra señal- Dije fingiendo miedo para reforzar las palabras del perro con mi magia de voz y hacer que los creyentes retrocedieran, pero para sorpresa, una estampida de ratas pasó ahora en dirección contraria, corriendo entre la turba como si escaparan de algo -Esa es la señal, debemos escapar como ratas, todos a la iglesia- Dijo el perro. De inmediato todos quisieron emprender la fuga hacia la iglesia, pero un último puerco pasó corriendo cansado y a su ritmo detrás de las ratas.
Ahora sí, todos a la iglesia, ahí estarán a salvo- Les dije junto con el perro para regresarlos aunque algo inesperado nos aguardaba en el camino, había una loca ensangrentada en el camino, y la puerta de entrada a la iglesia parecía un río de sangre, no me podía imaginar lo que había pasado ahí, por tanto, era inimaginable. ¿quién era aquella dama blanca teñida de rojo? No tenía idea, pero solo podía asegurar que, si esa era la sangre de Cristo, esperaba que ya la hubiera prepagado.
[0] Uso varias veces mi habilidad Nivel 1: El que acecha en el umbral para que parezca que mi perro el [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] puede hablar, pero solo es un truco de ventriloquía. Antes de darnos cuenta ya navegábamos sobre un mar de personas que gritaban con vehemencia que se iban a beber la sangre de Cristo, cosa que me sembraba ciertas dudas sobre sus creencias ¿Era su dios o su comida? ¿adoraban a la comida? Quizá esa sangre generaba adicción y querían establecer una cadena de mercadeo y ganar mucho dinero vendiendo el producto después de haber creado la necesidad -Astutos, muy astutos- Murmuré para mí mismo mientras seguía siendo cargado junto al perro en una rara procesión de dementes.
Pobre Cristo, no alcanzará para alimentar a todos- Dije con sincera preocupación, hasta que entendí el negocio -¡La sangre de Cristo debe ser prepagada!- Dijo el perro -¡Repitan lo que dice el perro!- [1] Grité usando mi magia de voz para que los fieles devotos que nos cargaban cambiaran la consigna inicial por una más interesante, además que de esa manera, si se terminaba la sangre de Cristo y no alcanzaba para todos, bastaba con escaparse con el dinero y adiós a los problemas.
Y si la situación no fuera ya bastante rara, aquellos que nos llevaban cargados se movían como marionetas, y no era mi culpa, estaba seguro que no, yo apenas les había cambiado la consigna, pero la actitud la traían desde antes, y solo podía haber un culpable, el mismo culpable en toda religión: el diablo.
Hermanos, el diablo está entre nosotros- Dijo el perro en voz alta generando incertidumbre entre quienes escucharon aquel tétrico argumento y seguramente más de uno acabaría por detenerse, pues no tenía idea de para dónde o de lo que estaba pasando, pero no parecía algo bueno -Meescuchais, haz lo tuyo- Dijo el perro mirando en dirección a donde habíamos visto por última vez a Melaxas y su hermano -El diablo está entre nosotros, pero el señor mandará su lluvia para purificarnos- Dijo el Señor Vam Pyro -Dioooos, manda lluviaaaaa- Comenzaron a cantar algunos y como si se un milagro se tratara, de pronto comenzó a llover, una lluvia bastante pobre y a chorritos que no lograba mojar a todos, así que era momento de usar el plan B.
Y no porque tuviéramos un plan A, sino que este plan llevaba la B de Bio -¡Señor, la lluvia no basta, manda una señal para dirigir a estos pobre herejes pecadores indignos de tu santa guía!- Dijo el perro hacia lo alto de manera dramática. No pasó mucho tiempo antes que un fuerte y poderoso rugido mufásico resonara en el aire. No pasó mucho tiempo antes que una pequeña pero sonora estampida de puercos pasó corriendo entre los pies de aquellos creyentes que comenzaron a tambalearse, aunque fue necesario hacer una pausa al final para ver todos fijamente a un último puerco, gordo y cansado que avanzaba a su ritmo para alcanzar al resto.
Los puercos son una señal, estamos inmundos y en peligro, la iglesia es el único lugar seguro, nadie se atrevería a lastimarnos en la casa de Dios- Dijo el perro -Oh no, ahí viene otra señal- Dije fingiendo miedo para reforzar las palabras del perro con mi magia de voz y hacer que los creyentes retrocedieran, pero para sorpresa, una estampida de ratas pasó ahora en dirección contraria, corriendo entre la turba como si escaparan de algo -Esa es la señal, debemos escapar como ratas, todos a la iglesia- Dijo el perro. De inmediato todos quisieron emprender la fuga hacia la iglesia, pero un último puerco pasó corriendo cansado y a su ritmo detrás de las ratas.
Ahora sí, todos a la iglesia, ahí estarán a salvo- Les dije junto con el perro para regresarlos aunque algo inesperado nos aguardaba en el camino, había una loca ensangrentada en el camino, y la puerta de entrada a la iglesia parecía un río de sangre, no me podía imaginar lo que había pasado ahí, por tanto, era inimaginable. ¿quién era aquella dama blanca teñida de rojo? No tenía idea, pero solo podía asegurar que, si esa era la sangre de Cristo, esperaba que ya la hubiera prepagado.
[1] Uso mi bonita magia de voz para reforzar lo que dice el perro y manipular ligeramente la mente de algunos creyentes y parar su marcha, poniéndolos a salvo en la iglesia donde Helena nos va a matar a todos... Menos al perro porque sería pecado.
[-] He usado a Meleis con permiso de Mera para que nos llene de babas y luego para que invoque animalitos locos con su rugido, como no hay mucho de donde elegir, acudieron puercos de alguna granja y ratas porque en todos lados hay.
[-] Estamos cerca de la iglesia, al tratar de regresar vemos a Helena con ganas de matar a todos, si se pone feo me iré a otro lado. Considerando que en la ronda anterior no especifiqué ningún bando, quisiera aprovechar este turno para hacer lo mismo y no mencionar ninguno =) Yo solo pasaba por ahí.
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
El rastrillo de la puerta de Sacrestic Ville se abrió para dejar pasar al pelotón de soldados de la puerta que iba —íbamos— a entrar en la ciudad. A caballo atravesamos por la pasarela del puente, bajo la barbacana, sobre el agua marrón y hedionda del foso, haciendo resonar los cascos sobre la madera reforzada de los tablones en la noche, cuesta arriba, primero, y luego, sobre la piedra del suelo de la celosía de la entrada, más en llano, el terreno que pasaba por el portal entre sendos rastrillos. Seguimos ascendiendo, sorteando los bolardos de la entrada en el paso estrecho entre la muralla exterior y el muro secundario que encontramos en frente nada más entrar, en dirección al cuartel de la guardia de la puerta. Por todo el trayecto, los soldados que nos daban el paso se movían por el adarve cubierto y la garita alta, armados con escudos, lanzas, arcos y ballestas. Los perros ladraron al vernos llegar, con un brillo centelleante en la mirada y sujetos por correas que, en cualquier momento, se podían soltar.
Varios soldados despejaron del camino las barricadas de la entrada, unas estructuras de madera destinadas a detener el avance enemigo: los potros rizados, barricadas de madera atravesada por estacas y púas, también de metal, sobresaliendo en varias direcciones; también había artos de espinas, como los que crecían por la parte exterior de los adarves para que nadie tuviese la idea de escalarla. Desmontamos una escuadra junto a los otros guardias y civiles mientras el resto seguía adelante en ronda; desde el cuartel se veía la calle principal, recta hasta la casa del pueblo, bordeada toda ella, en toda su extensión, por pilares que sostenían recipientes de aceite hirviendo que iluminaban el camino y que le daban un brillo dorado en la oscuridad. No estaba nada mal, porque permitía ver lejos en dirección al centro. Era una pista reluciente que parecía marcar el camino, con surcos profundos a los lados para el agua y barricadas y parapetos a lo largo de ella. Había carros apuntalados y, algunos, volcados y sin ruedas, así como piedras diseminadas por la calzada, aunque en menor número que las del camino de los campos exteriores, esas que se ponen para entorpecer el avance de los caballos y la infantería. Aunque, por el momento, se podía seguir sin demasiado peligro a romperte un tobillo.
A estas alturas yo ya era un soldado uniformado de la Guardia de Lunargenta y vestía como ellos, teniendo el honor de portar el tabardo de la casa de Su Majestad el Rey, porque se ve que andaban cortos de operativos y no parecía que fuere a llegar nada más o mejor de Lunargenta que un servidor que ni siquiera venía en esta dirección. Lo único realmente bueno era que el terreno y la posición nos daba ventaja; defender un puesto siempre sería más fácil que intentar tomarlo, al menos si uno prefería morir de viejo y no por una muela cariada por una flecha. Recordé a mi viejo amigo, Teopompo, capitán de la Especial LXXXVII y deseé que hubiera estado aquí, porque siempre es bueno tener a un superviviente del asedio de la Fortaleza de Campagra, durante el IX conflicto de Mantal, que además era uno de los oficiales más competentes que había conocdio. Pero bueno, Doulas se las había arreglado para devolverme mi divisa, algo en lo que pareció poner bastante empeño, así que llevaba los galones que me daban rango, y aún no había visto a nadie superior ni a él ni a mí. Entendí que eso tenía doble intención: la primera, para que elevar la moral de los hombres al ver a un oficial por aquí; la segunda, joderme vivo si intentaba poner pies en polvorosa, porque ahora tenía otras implicaciones: de acuerdo al Artículo CII, si se me ocurre irme, la pena variará entre prisión perpetua o ejecución; en caso de darse en tiempo de paz, serían unos años de prisión. El caso es que no me apetecía pararme a pensar si me compensaba o no, intentando adivinar si Lunargenta estaba en guerra o no.
Además, no iba a ser yo el que le dijese que no a una persona que quería ponerme un arma en la mano.
—Esto es lo único que hay —dijo uno de los soldados jóvenes que allí había, señalando una espada de la armería. Era un cabo primero, no muy mayor, veintipocos, originario de Lunargenta, aunque había venido como colono a la región hacía un año o dos para granjearse una buena vida como cerrajero. Tenía ese tipo de cuerpo de la gente que es muy delgada y fibrosa, que nunca se relaja y parece estar a todo. Tenía un trozo de pan en la mano que le había dado una civil, una de las mujeres que andaba de un lado a otro con cestas de bebida y comida para la guardia.
—Tome usted, teniente —dijo otro al lado de Cabo Primero, Cabo Segundo, de la misma edad, tan rubio que no parecía tener cejas ni pelo por la cara, acercándomela en la vaina. Era grande, casi de mi altura y con los hombros igual de anchos, lo que me pareció extraño para haber sido minero. Tenía las manos grandes y los labios húmedos, rosas y carnosos.
—Comandante —le corrigió Cabo Primero, orgulloso de reconocer la divisa estrellada. Cabo Segundo se encogió de hombros, aceptando la réplica.
Desenfundé la espada y vi lo que me habían dado: la hoja era plana y ancha, de acero, con la punta ligeramente redondeada y lenticular, de acanaladura no demasiado profunda que se extendía por todo el tercio fuerte y finalizaba antes de llegar a la cresta central. Todo mediría unos 80 cm, más unos nueve de mango. Su sangría daba pruebas de haber sido afilada miles de veces, porque el filo era fino, rallado y reflejaba muy poca luz en el corte; lo miré a contraluz, tenía un acabado mate, aunque tuve que quitar bastantes rebabas del afilado. Noté decenas de melladuras que no debían tener arreglo. La guarda era únicamente una barra horizontal más ancha en el centro que en los extremos, llena de golpes y ligeramente torcida, algo forzada en la posición porque, seguramente, no era la pieza original; igual que el pomo, que era un disco plano y que, en algún momento de su existencia, había tenido algún símbolo que ahora era imposible de adivinar. Estaba bien enroscado, aunque tenía restos de roña entre este y el bloqueo, que, a pesar de todo, no me venía mal para perforar alguna frente. El mango era de cuero, enrollado forma de hélice y con el sudor seco de cientos de miles de manos que la había sostenido antes que las mías. Esperaba que no se me escapara a mitad de un tajo, pese a todo. Personalmente, prefería una lanza, son mejores en todo y más fáciles de usar y sustituir, pero no le iba a quitar un arma a un soldado raso para quedármela yo.
—¿Dónde la puedo usar? —le pregunté a Cabo Primero y Cabo Segundo, que se miraron como si les estuviese pidiendo un cordero lechal para entregar en sacrificio. La mujer de la cesta de pan los miró algo atemorizada, agarró a dos niños que la acompañaban con carretillas que parecían llevar alguna bota de vino y fruta y salieron.
Entonces, las campanas de una iglesia en el pueblo comenzaron a sonar. Su reverberación resonó por las calles, donde rostros nerviosos se asomaban por las ventanas. La gente había despejado la calle, por lo menos la principal, y no se habían ido a trabajar ni a comprar comida, si los vampiros compran comida. Y los únicos puestos y comercios que yo había visto estaban vacíos o desmontados en montones de lona y madera para funcionar como parapetos.
—Imagino que es normal que los vampiros toquen las campanas por la noche, por su condición, pero qué significan, ¿maitines o laudes? —pregunté a Cabo Primero y Cabo Segundo, que no supieron qué decirme, como si les hubiera sorprendido escucharlas.
Unos perros ladraron a la entrada y sacaron a Cabo Primero y Cabo Segundo de su ensimismamiento. Noté que se aferraban a los mangos de las espadas y se paretujaban contra el escudo. Salí fuera esperando que me siguieran, cosa que hicieron gracias al poder de la cadena mando. Afuera vi a un viejo soldado con cuatro perros a su mando, ladradon como locos.
—¡Comandante! —dijo el viejo ladrando igual que sus perros—. Suena hacia la casa del pueblo. Es nuestra plaza fuerte.
Reconoció mi rango, así que entendí que, pese a ese aspecto de viejo de piel apergaminada, nariz enorme de la que salían unos pelos enmarañados que se confundían con los de su bigote blanco, de mala catadura todo él, no era nuevo. El blasón del rey que vestía estaba grasiento y tenía trozos de alguna comida anterior.
—Cabo Primero, Cabo Segundo, necesito una escuadra, vamos a la casa del pueblo. ¿A cuánto está la plaza?
—Eso depende: ¿a dos o cuatro patas? JAJAJAJAJAJAJJA —contestó él con una risotada que aplacó el ambiente lo suficiente como para que los ladridos de los perros y la situación en sí no atemorizase a los soldados ni a los civiles que suministraban de provisiones a los guardias.
—¿Sargento?
—Sí, señor. A sus órdenes mi comandante. —Los suboficiales son los cargos más competentes del ejército de Baslodia, así que Lunargenta tampoco parece ser tan diferente. Reconoció el tratamiento. Lo quería a mi lado.
—Alístese, sargento, viene con nosotros.
Se llevo la mano derecha para saludarme como si levantara la visera de su yelmo, con los dedos lo más juntos que pudo; relajó la sujeción de las correas de tal manera que temí que los perros se tiraran contra mí, pero no lo hicieron.
La casa del pueblo solía estar en el centro de todas las villas y ciudades, por pragmatismo, así que imaginé que los vampiros, pese a todo, seguían la misma lógica que los humanos en cuanto a planificación urbanística.
—Cabo Primero, mande mensaje para que se organice una sección en la plaza de la casa del pueblo.
Montamos en caballos y nos dirigimos a la plaza por la calle, sorteando a los soldados que defendían las posiciones de la calle principal, que nos abrían paso. Sentía el aire frío de la noche caer sobre mis hombros y dándome de cara al galopar, y traía ese hedor que cubría Sacrestic Ville constantemente. Lo notaba igual de intenso, pero ya no reparaba tanto en él, quizá porque me estaba acostumbrando. Era ácido, como el aroma de las secreciones humanas, a gases y coliflor hervida. Me pregunté si los vampiros, cuando están nervisosos, cuando sudan o pasan hambre, huelen así, a cadáver (aunque no era del todo igual). Quizá fuese su olor normal, como nosotros cuando sudamos. Seres malditos los llaman. Esa maldición los hace modificar su fisiología y ser dependientes de la sangre; como una enfermedad que los infecta, que corrompe su sangre y hace que esta, por si sola, sea insuficiente para mantener sus defensas corporales y necesiten beber de otros, como una garrapata hace con un perro (y un humano), y que cambia su espíritu igual que con alcohólicos y adictos. Me parecía fascinante. Por lo general, a cualquier desahuciado se le trata con piedad, pero ¿son diferentes sus necesidades a las de otros animales? ¿Por qué son tan perseguidos los que ya están condenados y arrastran una existencia degenerada? Tal vez sea un odio que venga del temor a lo diferente y eso había que controlarlo, porque cuando llegamos a la plaza del pueblo, por la entrada oriental, se estaba organizando un linchamiento.
—No nos van a ayudar —gritaba uno de los colonos a una multitud—. El rey no nos va a ayudar a ninguno y no hay guardias suficientes. No va a llegar salvación de Lunargenta. ¡Tenemos que hacerlo nosotros! ¡Tenemos que matar a estos asesinos antes de que nos maten ellos! ¡Tenemos que proteger la ciudad!
—¡Nos lo quitáis todo! ¡Si queréis matarnos y quitarnos nuestra casa, tendréis que pasar por encima de nuestro cadáver! ¡Esta es nuestra ciudad, tenemos que protegerla!
Vi a lo lejos que la gente de la plaza tenía rodeado a un grupo de tamaño similar; estaban en el centro del círculo, espalda contra espalda, dispuestos a darse muerte con horcas de labranza, hoces, cuchillos, guadañas, cayados y hachas. Comenzaban a gritar. Esto iba a ser un problema, y de los grandes, porque una muchedumbre de personas es el animal más peligroso que existe sobre la tierra, el más pesado, el más grande, el más difícil de controlar y el más difícil de parar. También es el más difícil de abatir. Da igual lo inmenso que sea, sufren mucho menos de una baja por golpe de espada. Las más peligrosas eran aquellas que incorporaban personas enfadadas y organizadas. Lo había visto en muchos de mis destinos cuando estaba en activo, ver de lo que era capaz una persona cuyo instinto de manada estaba totalmente despierto, acorazado por el anonimato, desinhibido. Rompí una tira de mi túnica naranja y me la até por la frente para sujetarme el pelo y evitar que el sudor se me metiera por los ojos. Acometí con el caballo. Ahora o nunca. Irrumpí en la plaza cabalgando, sin saber si Cabo Primero, Cabo Segundo y el viejo Sargento y sus perros me seguían. Los grupos no se atrevían a lanzarse unos a otros, solo amagaban y daban un paso adelante y dos atrás, hasta que individuos aislados se lanzaron sin dudar unos contra otros: vampiros y hombres…
—¡Os vamos a matar! —chillaron sus voces… y casi los arroyo con el caballo.
¿Tenía más posibilidades de morir asesinado por un vampiro o por un humano?
—¡NO! —grité yo encima del relinchar del animal, sin detenerme. Agarré la soga de mi silla de montar, un lazo corredizo de cuerda áspera, y me preparé para lanzárselo a un hombre que iba a aplastarle la cabeza a un vampiro sobre el suelo profiriendo gritos y acompañándolos con violentas gesticulaciones. Agité la cuerda por encima de mi cabeza para tomar impulso y solté el lazo con ímpetu hacia él: se cerró a su alrededor y el hombre perdió el equilibrio. Las voces cercanas recogieron el grito y decenas lo repitieron. Lo arrastré unos metros para que la gente viese lo que le podría suceder si se enfrentaba a mí. Necesitaba tiempo antes de que fuese demasiado tarde. Luego me detuve en el centro de la plaza, cuando la multitud se había acallado durante unos breves momentos contemplándome aún con incierta certeza de mis intenciones; pero, en el momento en que las entendieron, esperaron.
El caballo se encabritó y mi túnica era bien visible, aunque vieja y deshilachada ahora parecía de un naranja reluciente, como si fuera oro viejo. En ese instante pensé en la guerra, en su banalidad y su vanidad, y en cómo sería posible que algo así pudiese confundirse con la naturaleza humana hasta parecer inseparable; pensé en que, como especie —ninguna de nosotras— aún no habíamos encontrado la manera de sortearla; y en cómo siempre, sin excepción, nos encontraba a todos desprevenidos, en nuestro peor momento. Por tozudez, por insistencia, era esa su cualidad; como el tonto insiste incansablemente en su error y al final hace dudar al sabio; la guerra, por muy estúpida que parezca, persevera sin parar, y no nos damos cuenta porque solamente pensamos en nosotros mismos e ignoramos lo que es. Como si viviéramos descreídos de que nos puede tocar a nosotros. Y, luego, a veces, ¡oh, sorpresa!, le toca a uno. Y es entonces cuando se lamenta por no haber tomado todas las precauciones. Al final, como la guerra nos incumbe a todos, todos somos culpables de ello; pero ese no era motivo para abandonar ni dejarme llevar por ese estado mental que nos reduce a animales sanguinarios, por mucho que me quieran llevar ahí todos los dioses de arriba y de abajo. Todo consistía en claudicar lo que en nosotros es más personal, en deshumanizarnos y ver a los vampiros como monstruos, en una abominación criminal que puede justificar su exterminio, permitiendo que los hombres y mujeres que trabajan los campos y cuidan del ganado —la gente normal— se conviertan en genocidas. Creo que en el corazón de los hombres y las mujeres hay más cosas dignas de respeto que de condena, y por eso quiero luchar.
—¡Esta noche vamos a mantener la ley y el orden en Sacrestic Ville! ¡Y vosotros vais a ayudarme! ¡Pero no así! ¡No vamos a luchar los unos contra los otros, somos mejores que esto! ¡No somos monstruos! ¡No somos cobardes! ¡No somos nuestros enemigos!: ¡Los que quieren destruir la villa y convertirla en una carnicería lo son!
»¡Si queremos hacer de este lugar un hogar para alguien y no un desierto, cada uno tiene que aportar lo que pueda dentro de sus posibilidades y luchar juntos! ¡Si queremos ser una comunidad próspera, tenemos que dejar nuestras diferencias en el pasado y comenzar a trabajar juntos! ¡Si no, no quedará nada!
»Si acaso consideráis que eso no se puede hacer, que no podéis trabajar juntos, lo entiendo. ¡Os ataremos en un poste y os mantendremos callados! ¡Si no podéis aportar al grupo, no podéis ser parte de la comunidad!
Escuché alguna voz aislada entre la multitud protestar, preguntando el motivo por el cual yo les estaba empujando a morir por un lugar como este o por una gente como la otra, y aunque los mandaron callar, quedó una pregunta en el aire; una que cuestionaba que hubiera que morir en nombre de la ley, la justicia y el orden; y tenía que responderla, así que seguí, porque uno no puede esperar nada si no da ejemplo ni si no se enfrenta a aquello que le da miedo. Al final, tanto vampiros como humanos y el resto de razas que aquí hubiera, convivían en el mismo lugar, trabajaban por el mismo motivo cada día, y lo último que quería era morir entre barro y gritos.
—¡Estoy harto de escuchar a la gente hablar de morir por algo, por una vaga noción de un ideal impreciso! ¡No creo en héroes ni heroínas! —me reí soltando una carcajada de desprecio— ¡No me interesa tampoco la muerte: me interesa la vida! ¡Los hombres y mujeres de todas las razas que estamos aquí ahora mismo no somos ideas, no! ¡Lo que quiero es que vivamos y, si tenemos que morir, lo hagamos por lo que amamos!
»¡El resto de vosotros podéis echar una mano para evitar que esta ciudad se vaya a tomar por el culo! ¡Podemos dar ejemplo al mundo de que Sacrestic Ville puede ser una ciudad donde todas las razas convivan, y no un cementerio! ¡Decidid! ¡Estoy seguro de que todos queremos ayudar!
En ese momento, entre el frío de la noche y la luz de las antorchas, entraron las tropas a la plaza, con los cascos de acero reluciendo con brillo mate bajo la luz de la luna. Las cabezas y las picas de las armas emergían blancas; a medida que llegaban a mí, las cabezas se convertían en figuras: gambesones, cotas de malla, túnicas, pantalones, botas, escudos. Son varias columnas que marchan en forma de cuña.
—¡Somos la Resistencia de Sacrestic Ville! ¡La Guardia os va a dar todo aquello que necesitéis para mantener la ley y el orden en la ciudad! ¡Poneos a sus órdenes, porque estamos juntos en esto!
Desenfundé la espada y solté la cuerda del hombre que tenía prisionero. Los soldados lo pusieron de pie.
—¡Toda persona que luche por el orden en Sacrestic Ville está en nuestro bando! ¡Esta noche nosotros somos la Ley!
La adhesión del vecindario a la causa renovaría las fuerzas de la Guardia y colaboraría en su esfuerzo. Aunque existiera la posibilidad de que no quedase nadie vivo si fracasábamos, pero lo que tiene el espíritu comunitario es que se esparce como el fuego, y en Sacrestic Ville había sido así hasta ahora. Aparecieron sanitarios de entre los civiles, sin casi material con el que trabajar, pero seguro que, de entre las casas, algo podrían sacar; varios hombres y mujeres van hacia el lavadero y lo despejan para surtir de agua a los presentes; otros sueltan las armas y se arremangan, formando una línea con la que van pasándose unos a otros todos los estorbos (piedras, palos de madera rotos, calderos y más) que ocupaban la plaza. Una cadena humana con el pulso estable.
Entonces, escuchamos un grito espantoso cubrir la noche.
—¡Cabo Primero!
—¡A sus órdenes, mi comandante!
—Necesito que mandes a los que mejor y más rápido lean a buscar en los registros de entrada de la ciudad cuántos dracónidos pasaron por el peaje de entrada. Estos días llegó demasiada gente y eso tuvo que poneros sobreaviso. Necesitamos saber si debemos esperar más y prepararnos. Espero que hayan hecho los deberes.
—¡A sus órdenes! —se cuadró y dio media vuelta entre la gente, que seguía centrada en el aquí y el ahora. Teníamos que adaptarnos sin remedio porque no había posibilidad de hacer otra cosa. Sí, tanto civiles como soldados seguían teniendo esa actitud que se tiene para con la desgracia y el dolor, pero ahora era menos punzante. Todo era presente. La desesperación y la desgracia colectiva les había robado la esperanza, pero aceptaban la confusión.
Subo al caballo, el Sargento me acompaña con sus perros, y espero que Cabo Segundo se quede en la plaza, pero Cabo Primero tendrá que venir con nosotros. Es extraño el sentimiento que compartes con otro soldado cuando le miras a los ojos, antes de montar, sin decir nada, pero contándolo todo, como si su compañía fuera una protección en la que uno se sintiera a gusto. Es como si nos uniera; nos saludamos tocándonos los puños y sonreímos. El sonido de los cascos de los caballos se confunde con el silencio tenso de las calles que, aun llenas de soldados y civiles organizándose, es ensordecedor. Mi mente comienza a crear posibilidades: lo mejor que nos podría suceder sería un miembro roto, quizás. Quizás. Un brazo roto es mejor que un brazo calcinado.
Cuando paso al lado de algún soldado o de algún civil en algún puesto de guardia, le grito alguna broma y ellos me contestan con ánimo vivo. Veo el muro de la entrada de la guardia, el cuartel y el adarve cubierto, las garitas y las almenas del muro. Por entre el rocío de la noche, bajo la luna, parece verse la silueta del lagarto volador. El aire se vuelve cada vez más brumoso por el humo que comienza a competir con la niebla; notamos en la boca el gusto amargo del fuego. Vemos unas llamar que estallan y hacen vibrar el suelo; el eco se acerca. Vamos a la primera línea.
Aún no tengo miedo. Estuve demasiadas veces en el frente desde muy pequeño y uno se termina por acostumbrar. Solo los jóvenes se alarman, y los civiles; y aquí hay bastantes de los dos. Veo a los rangos altos instruir a los jóvenes. Atrás, en la plaza, se había dado la orden de abrir los pozos de agua candados y sacar los cubos. Habría cadenas humanas preparadas para minimizar los daños. Nuestro objetivo era tener una zona segura. Siento un escalofrío. Conozco esta sensación: cuando estás aún lejos del centro, en la orilla del río, pero dentro del agua, siento cómo tira de mí, cómo me absorbe sin que pueda ofrecer demasiada resistencia. El cuerpo comienza a ponerme en guardia: los riñones comienzan a segregar adrenalina. El fuego, al levantarse en el horizonte, aún oculta con sus rugidos los gritos de la gente, que ya no sé si son civiles o soldados; si son hombres, mujeres o niños; no se distinguen, pero sé que son suyos. Solo el fuego atruena por encima. La tormenta enloquecida del porvenir destrozado es un reflujo que te recorre la garganta. Y te angustia. Cuando el fuego ilumina la noche, una parte de tu ser retrocede miles de años, hasta convertirte en una bestia (en un reptil, ¿un dragón?), y despierta en nosotros un guía primitivo que nos protege. No es consciente, es más rápido que el instinto del hombre civilizado y racional, más infalible. En estos momentos creo en el poder primigenio de un dios. Imagina: estás luchando y el suelo tiembla a tu lado, tus oídos pitan, pero no puedes acordarte de haber oído nada, ni de la piedra de la catapulta llegar a tu lado, ni del techo del castillo derrumbándose entre llamas, ni cómo te apartaste, ni cómo te echaste al suelo; si tuvieras que hacer esa operación en tu cabeza conscientemente serías carne picada. Pero si no lo eres, se lo debes a esa cosa, ese instinto primitivo que te puso en movimiento y te salvó el culo. En muchos soldados, la transformación comienza entre una sensación de alegría y chistes, en otros, con temor y malhumor, pero cuando llegas al frente, solo queda de ti la bestia.
—Habrá problemas.
Al principio no sé si el Sargento hace una pregunta o una afirmación, si está dando su opinión o si es un cuchillo recién afilado que atraviesa mi pensamiento y guarda un oscuro significado para el inconsciente que se acababa de despertar en nosotros. Una parte íntima y secreta que se estremece y tiene toda la intención de defenderse ante la visión del cielo envuelto en una claridad borrosa, rojiza, y que nos rodea. No deja de moverse. Cortinas de fuego se elevan por encima de nosotros, jirones de rojo y blanco que estallan y caen sobre los tejados de las ciudades.
—¿Dónde está el dragón? —pregunto con un susurro, y luego, una voz responde, aunque era imposible que me hubiera oído:
—¡Detrás de vosotros!
El suelo se levanta por los aires y noto mi sudor enfriarme la espalda. Oigo a los hombres, mujeres y niños gritar, o tal vez sea mi voz mientras el aire sale de mis pulmones tras recibir un golpe en la espalda cuando se apaga la explosión.
Vuelvo en mí. Escucho al Sargento maldecir y llamar a sus perros y a Cabo Primero. A mis pies veo a un soldado abrazado a una mujer. No sé de dónde salieron. Ella es civil. Ninguno se mueve. Una ballesta. Muertos. Intento dar un paso: lo doy y me alegro de seguir teniendo piernas. Detrás de mí hay otro muchacho, muy joven, sin distintivos, muy delgado, con la cara manchada de negro, pero sé que no le ha salido la barba aún. No sabe dónde está y se tapa el rostro con las dos manos. Lo levanto del suelo con un brazo y me alegro de seguir teniéndolo pegado al cuerpo.
—De pie, soldado.
Le doy el casco del caído abrazado a la mujer —porque este ya no lo iba a necesitar— para que se lo ponga en la cabeza, que es donde debe estar: la suya y no la mía, pero lo rechaza de un manotazo y los dos ojos bien abiertos. Se arrastra a gatas, pero lo levanto a la fuerza, con las dos manos, y lo aprieto contra mi pecho, como un niño. Como lo que es. Lo escondo en un hueco de la muralla interior. Se pone en posición fetal. Enfoco la vista y veo cómo tiembla y su horrible mueca dibujaba en la boca. Me mira y se da la vuelta. No me queda otra que dejarlo hacer. El culo le sobresale del escondite, así que le doy el casco para que le proteja algo, por lo menos. Pienso que mejor en su culo que en mi cabeza. Las heridas en el culo son de las peores; tras varios meses en las casas de curación boca abajo, quedas cojo.
Escucho madera crujir en algún sitio en la entrada y pienso en si el dragón se acaba de cargar el puente levadizo durante el ataque a la posición de la Guardia de la puerta. Es entonces cuando el lagarto volador pasa por encima de nuestras cabezas, moviendo sus alas y despejando el humo del lugar. Me deja verlo perfectamente, recortando su silueta con el rojo de las llamas. Pasa a unos diez metros de mi posición: calculo que, en mi ángulo, ocuparía unos 30º, lo que significa que debe medir entre tres y seis metros más o menos.
—La situación no puede ser tan mala. Piensa —me dijo a mí mismo para obligar a mi cabeza a seguir la orden.
Si un dragón de ese tamaño tuviera que dar una vuelta de 180º, estimando su velocidad y radio de giro, que podrían ser aproximadamente 13 o 14 metros por segundo, con un ángulo de inclinación de 30º, me daría como resultado unos 10 o 12 segundos; pero esto sería si se moviese en línea recta sin obstáculos, sin subidas ni bajadas, giros cerrados y otras probabilidades que conllevarían un gasto de energía cada vez mayor que impediría mantener la intensidad del ataque. Sin contar que se cansaría y le costaría respirar a causa del humo del incendio. Eso me daría quizá diez segundos más, veinte (o veinticinco con suerte), si el dragón girase 45º. Luego, mi cabeza me dice que es de noche y el ambiente está húmedo, hace frío; el aire tendría bastante vapor de agua que ayudaría a disipar el calor del chorro de fuego del lagarto y limitar su alcance, y la proximidad del foso absorbería su energía térmica. Es un punto, no digo que no, pero la gravedad juega en nuestra contra, aunque las corrientes del aire comprimido de debajo, generadas por causa del incendio, podrían dispersarlo, de tal manera que no se mantuviera todo lo cohesionado que resultaría (in)conveniente y se expandiera, reduciendo la concentración de calor.
El incendio siempre se mueve hacia arriba, pero como viene de un ataque por el aire, no podría provocar más daños: las murallas son de piedra, el adarve cubierto también, y de pizarra y cerámica. Y el suelo, o bien de roca o bien de tierra, ambas aislantes. Quizá las casas sean más vulnerables, pero lo serían por debajo y por dentro; las vigas de las fachadas, las galerías y las puertas podrían ser pasto de las llamas, pero las paredes encaladas podrían contenerlo un tiempo, al menos. Y eso les dije, quizá con menos vocalización, al Sargento y al Cabo Primero. Necesitábamos que se dieran las órdenes y comenzase el movimiento.
—¡Goretán! ¡Es un dragón! ¡Un maldito dragón volador!
Doulas apareció por el umbral de una casa, empujando la puerta que hacía tope con el suelo levantado, escudo y espada en mano, con la cara negra. El blanco de sus ojos bien abiertos brillaba húmedo por encima de toda la suciedad que llevaba consigo. No vi miedo en él; terror a la muerte sí, pero no es lo mismo, esto es completamente diferente, es físico. Podría ser por la perspectiva de morir abrasado, pero también a no saber si yo quería abrirle el estómago ahora mismo por cabrón. Motivos tenía, no digo que no, aunque, de todas formas, no sería ni el primer ni el último oficial abusador al que sus propios hombres ajustician en el frente. Una puñalada trapera por el costado, desde atrás. Ahora no.
—¡Ordena a los arqueros disparen al lagarto para evitar que se acerque! ¡Dame todo el tiempo que puedas! —Me di la vuelta y corrí calle arriba unos pocos metros, hasta que vi a Cabo Primero, el Sargento y varios grupos de soldados en guardia con unos civiles dispuestos a ayudar mientras estuvieran de una pieza—. ¡Sargento, Cabo Primero! ¡Doulas va a preparar a los arqueros con paveses parar tirar contra el lagarto!
—¿Será suficiente? —preguntó Cabo Primero.
—No, por eso vengo a por vosotros. —Necesitaba a los arqueros de Doulas disparando desde sus posiciones, porque con uno fácilmente puedes cubrir entre 200 o 300 metros de distancia y generar una potencia de cincuenta kilos de presión, y para que el chorro del fuego del lagarto volador limitase su eficacia, me valía. Apostados desde diferentes ángulos me darían quizá otros diez o veinte segundos, que bien podrían ser treinta si eran rápidos recargando y le rompían el ritmo al pájaro—. Quiero que apostéis en la muralla, por el adarve y las casas más cercanas al cuartel, todos los ballesteros que podáis, con dos rotaciones de filas. —Los arcos estaban bien, son armas que, pese a ser de larga distancia, no tenían muy mala fama ni generaban rechazo entre los nobles y caballeros, pero las ballestas eran otra historia. No estaban romantizadas. Había, de hecho, una prohibición tácita en Verisar sobre su uso en batalla, ya que si con un arco generas cincuenta kilos de presión, con una ballesta son quinientos, con proyectiles de 80 gramos, con todo lo que eso significaba. Para ser un buen arquero tienes que empezar desde niño, como muy muy tarde a los siete, y a los veinte años empezarás a tener cierta habilidad para clavar las flechas. Los ballesteros disparan a ojo, y tras tres meses de entrenamiento básico, incluso alguien que nunca sostuvo un arma entre las manos y es un don Nadie al que le arroya la baba por la comisura de los labios, atravesaría al valiente marqués con toda una vida de entrenamiento con arco de algún territorio de nombre compuesto y alta alcurnia. No necesitaban buscar las junturas ni las rendijas de la armadura.
—¡Jajajjajaja! ¡A sus órdenes, mi comandante! —rio el Sargento saludándome a la vez que se cuadraba y golpeando con el talón en suelo.
—Cabo Primero, saca a estos civiles de aquí.
—Mi comandante, no quieren irse —contestó el Cabo Primero, sin saber muy bien cómo proceder para quitárselos de encima.
—¡Comandante! —me replicó una mujer alta y morena, de ojos grandes, cuello largo, nariz fina y labios llenos, de veintipico años, con un vestido de tela basta, lleno de desgarros y quemaduras, descosido casi por entero. Robaría las miradas a los mozos en cualquier feria por la que apareciese de no haber estado aquí, llena de polvo, hollín y tierra. Tenía el rostro afilado y las mejillas hundidas, haciendo ver sus pómulos demasiado salientes, pero tenía cierta gracia guerrera que acentuaba su hostilidad cuando hablaba—. Lo que dijo usted en la plaza, ¿era mentira? —Sus palabras me estallaron al salir de su boca, frunciendo su piel sarmentosa y oscura, como la corteza de un sauce.
—Señora, obligarla a participar sería un crimen de guerra.
—¡Nadie me obliga, señor! ¡Yo vivo aquí desde antes de que la Guardia llegara! ¡Quiero luchar! ¡Queremos luchar! —Señaló a los civiles que estaban detrás de ella.
Era una vampira. Un grupo de vampiros y humanos. Se estaban presentando voluntarios.
—Señora…
—¡Señor!
—¿Sabe usar eso? —Señalé a su mano, llevaba una honda enrollada en el brazo.
—De toda la vida. Desde pequeña.
El Sargento volvió y nos interrumpió. Y yo memoricé los ojos de esa mujer para cuando volviese a verla.
—¡La culebra voladora viene por el este de nuestra posición, muchachos!
—Vale. —Me dirigí a los voluntarios—: Ahora sois voluntarios. Los que vais armados, quedaos en la retaguardia; los que no, ayudad a los zapadores y a los bomberos.
—Comandante, ballesteros en posición —me dijo el Sargento.
Competente.
—¡A sus puestos!
Corrimos.
Escuché el sonido de las flechas de los arqueros de Doulas surcar el aire de la noche, o tal vez fuera la sangre circulando por mis orejas, como cuando crees escuchar en el interior de una caracola el mar. Escuché el rugido del dragón mientras volaba entre la lluvia de saetas, o tal vez fuera la bestia interior que no me quería dejar morir. Tomé la ballesta del soldado muerto que abrazaba a la civil muerta y subí al adarve.
Oigo explosiones de cortinas de fuego arrasar la ciudad, o tal vez fuera mi corazón latiendo.
Varios soldados despejaron del camino las barricadas de la entrada, unas estructuras de madera destinadas a detener el avance enemigo: los potros rizados, barricadas de madera atravesada por estacas y púas, también de metal, sobresaliendo en varias direcciones; también había artos de espinas, como los que crecían por la parte exterior de los adarves para que nadie tuviese la idea de escalarla. Desmontamos una escuadra junto a los otros guardias y civiles mientras el resto seguía adelante en ronda; desde el cuartel se veía la calle principal, recta hasta la casa del pueblo, bordeada toda ella, en toda su extensión, por pilares que sostenían recipientes de aceite hirviendo que iluminaban el camino y que le daban un brillo dorado en la oscuridad. No estaba nada mal, porque permitía ver lejos en dirección al centro. Era una pista reluciente que parecía marcar el camino, con surcos profundos a los lados para el agua y barricadas y parapetos a lo largo de ella. Había carros apuntalados y, algunos, volcados y sin ruedas, así como piedras diseminadas por la calzada, aunque en menor número que las del camino de los campos exteriores, esas que se ponen para entorpecer el avance de los caballos y la infantería. Aunque, por el momento, se podía seguir sin demasiado peligro a romperte un tobillo.
A estas alturas yo ya era un soldado uniformado de la Guardia de Lunargenta y vestía como ellos, teniendo el honor de portar el tabardo de la casa de Su Majestad el Rey, porque se ve que andaban cortos de operativos y no parecía que fuere a llegar nada más o mejor de Lunargenta que un servidor que ni siquiera venía en esta dirección. Lo único realmente bueno era que el terreno y la posición nos daba ventaja; defender un puesto siempre sería más fácil que intentar tomarlo, al menos si uno prefería morir de viejo y no por una muela cariada por una flecha. Recordé a mi viejo amigo, Teopompo, capitán de la Especial LXXXVII y deseé que hubiera estado aquí, porque siempre es bueno tener a un superviviente del asedio de la Fortaleza de Campagra, durante el IX conflicto de Mantal, que además era uno de los oficiales más competentes que había conocdio. Pero bueno, Doulas se las había arreglado para devolverme mi divisa, algo en lo que pareció poner bastante empeño, así que llevaba los galones que me daban rango, y aún no había visto a nadie superior ni a él ni a mí. Entendí que eso tenía doble intención: la primera, para que elevar la moral de los hombres al ver a un oficial por aquí; la segunda, joderme vivo si intentaba poner pies en polvorosa, porque ahora tenía otras implicaciones: de acuerdo al Artículo CII, si se me ocurre irme, la pena variará entre prisión perpetua o ejecución; en caso de darse en tiempo de paz, serían unos años de prisión. El caso es que no me apetecía pararme a pensar si me compensaba o no, intentando adivinar si Lunargenta estaba en guerra o no.
Además, no iba a ser yo el que le dijese que no a una persona que quería ponerme un arma en la mano.
—Esto es lo único que hay —dijo uno de los soldados jóvenes que allí había, señalando una espada de la armería. Era un cabo primero, no muy mayor, veintipocos, originario de Lunargenta, aunque había venido como colono a la región hacía un año o dos para granjearse una buena vida como cerrajero. Tenía ese tipo de cuerpo de la gente que es muy delgada y fibrosa, que nunca se relaja y parece estar a todo. Tenía un trozo de pan en la mano que le había dado una civil, una de las mujeres que andaba de un lado a otro con cestas de bebida y comida para la guardia.
—Tome usted, teniente —dijo otro al lado de Cabo Primero, Cabo Segundo, de la misma edad, tan rubio que no parecía tener cejas ni pelo por la cara, acercándomela en la vaina. Era grande, casi de mi altura y con los hombros igual de anchos, lo que me pareció extraño para haber sido minero. Tenía las manos grandes y los labios húmedos, rosas y carnosos.
—Comandante —le corrigió Cabo Primero, orgulloso de reconocer la divisa estrellada. Cabo Segundo se encogió de hombros, aceptando la réplica.
Desenfundé la espada y vi lo que me habían dado: la hoja era plana y ancha, de acero, con la punta ligeramente redondeada y lenticular, de acanaladura no demasiado profunda que se extendía por todo el tercio fuerte y finalizaba antes de llegar a la cresta central. Todo mediría unos 80 cm, más unos nueve de mango. Su sangría daba pruebas de haber sido afilada miles de veces, porque el filo era fino, rallado y reflejaba muy poca luz en el corte; lo miré a contraluz, tenía un acabado mate, aunque tuve que quitar bastantes rebabas del afilado. Noté decenas de melladuras que no debían tener arreglo. La guarda era únicamente una barra horizontal más ancha en el centro que en los extremos, llena de golpes y ligeramente torcida, algo forzada en la posición porque, seguramente, no era la pieza original; igual que el pomo, que era un disco plano y que, en algún momento de su existencia, había tenido algún símbolo que ahora era imposible de adivinar. Estaba bien enroscado, aunque tenía restos de roña entre este y el bloqueo, que, a pesar de todo, no me venía mal para perforar alguna frente. El mango era de cuero, enrollado forma de hélice y con el sudor seco de cientos de miles de manos que la había sostenido antes que las mías. Esperaba que no se me escapara a mitad de un tajo, pese a todo. Personalmente, prefería una lanza, son mejores en todo y más fáciles de usar y sustituir, pero no le iba a quitar un arma a un soldado raso para quedármela yo.
—¿Dónde la puedo usar? —le pregunté a Cabo Primero y Cabo Segundo, que se miraron como si les estuviese pidiendo un cordero lechal para entregar en sacrificio. La mujer de la cesta de pan los miró algo atemorizada, agarró a dos niños que la acompañaban con carretillas que parecían llevar alguna bota de vino y fruta y salieron.
Entonces, las campanas de una iglesia en el pueblo comenzaron a sonar. Su reverberación resonó por las calles, donde rostros nerviosos se asomaban por las ventanas. La gente había despejado la calle, por lo menos la principal, y no se habían ido a trabajar ni a comprar comida, si los vampiros compran comida. Y los únicos puestos y comercios que yo había visto estaban vacíos o desmontados en montones de lona y madera para funcionar como parapetos.
—Imagino que es normal que los vampiros toquen las campanas por la noche, por su condición, pero qué significan, ¿maitines o laudes? —pregunté a Cabo Primero y Cabo Segundo, que no supieron qué decirme, como si les hubiera sorprendido escucharlas.
Unos perros ladraron a la entrada y sacaron a Cabo Primero y Cabo Segundo de su ensimismamiento. Noté que se aferraban a los mangos de las espadas y se paretujaban contra el escudo. Salí fuera esperando que me siguieran, cosa que hicieron gracias al poder de la cadena mando. Afuera vi a un viejo soldado con cuatro perros a su mando, ladradon como locos.
—¡Comandante! —dijo el viejo ladrando igual que sus perros—. Suena hacia la casa del pueblo. Es nuestra plaza fuerte.
Reconoció mi rango, así que entendí que, pese a ese aspecto de viejo de piel apergaminada, nariz enorme de la que salían unos pelos enmarañados que se confundían con los de su bigote blanco, de mala catadura todo él, no era nuevo. El blasón del rey que vestía estaba grasiento y tenía trozos de alguna comida anterior.
—Cabo Primero, Cabo Segundo, necesito una escuadra, vamos a la casa del pueblo. ¿A cuánto está la plaza?
—Eso depende: ¿a dos o cuatro patas? JAJAJAJAJAJAJJA —contestó él con una risotada que aplacó el ambiente lo suficiente como para que los ladridos de los perros y la situación en sí no atemorizase a los soldados ni a los civiles que suministraban de provisiones a los guardias.
—¿Sargento?
—Sí, señor. A sus órdenes mi comandante. —Los suboficiales son los cargos más competentes del ejército de Baslodia, así que Lunargenta tampoco parece ser tan diferente. Reconoció el tratamiento. Lo quería a mi lado.
—Alístese, sargento, viene con nosotros.
Se llevo la mano derecha para saludarme como si levantara la visera de su yelmo, con los dedos lo más juntos que pudo; relajó la sujeción de las correas de tal manera que temí que los perros se tiraran contra mí, pero no lo hicieron.
La casa del pueblo solía estar en el centro de todas las villas y ciudades, por pragmatismo, así que imaginé que los vampiros, pese a todo, seguían la misma lógica que los humanos en cuanto a planificación urbanística.
—Cabo Primero, mande mensaje para que se organice una sección en la plaza de la casa del pueblo.
Montamos en caballos y nos dirigimos a la plaza por la calle, sorteando a los soldados que defendían las posiciones de la calle principal, que nos abrían paso. Sentía el aire frío de la noche caer sobre mis hombros y dándome de cara al galopar, y traía ese hedor que cubría Sacrestic Ville constantemente. Lo notaba igual de intenso, pero ya no reparaba tanto en él, quizá porque me estaba acostumbrando. Era ácido, como el aroma de las secreciones humanas, a gases y coliflor hervida. Me pregunté si los vampiros, cuando están nervisosos, cuando sudan o pasan hambre, huelen así, a cadáver (aunque no era del todo igual). Quizá fuese su olor normal, como nosotros cuando sudamos. Seres malditos los llaman. Esa maldición los hace modificar su fisiología y ser dependientes de la sangre; como una enfermedad que los infecta, que corrompe su sangre y hace que esta, por si sola, sea insuficiente para mantener sus defensas corporales y necesiten beber de otros, como una garrapata hace con un perro (y un humano), y que cambia su espíritu igual que con alcohólicos y adictos. Me parecía fascinante. Por lo general, a cualquier desahuciado se le trata con piedad, pero ¿son diferentes sus necesidades a las de otros animales? ¿Por qué son tan perseguidos los que ya están condenados y arrastran una existencia degenerada? Tal vez sea un odio que venga del temor a lo diferente y eso había que controlarlo, porque cuando llegamos a la plaza del pueblo, por la entrada oriental, se estaba organizando un linchamiento.
—No nos van a ayudar —gritaba uno de los colonos a una multitud—. El rey no nos va a ayudar a ninguno y no hay guardias suficientes. No va a llegar salvación de Lunargenta. ¡Tenemos que hacerlo nosotros! ¡Tenemos que matar a estos asesinos antes de que nos maten ellos! ¡Tenemos que proteger la ciudad!
—¡Nos lo quitáis todo! ¡Si queréis matarnos y quitarnos nuestra casa, tendréis que pasar por encima de nuestro cadáver! ¡Esta es nuestra ciudad, tenemos que protegerla!
Vi a lo lejos que la gente de la plaza tenía rodeado a un grupo de tamaño similar; estaban en el centro del círculo, espalda contra espalda, dispuestos a darse muerte con horcas de labranza, hoces, cuchillos, guadañas, cayados y hachas. Comenzaban a gritar. Esto iba a ser un problema, y de los grandes, porque una muchedumbre de personas es el animal más peligroso que existe sobre la tierra, el más pesado, el más grande, el más difícil de controlar y el más difícil de parar. También es el más difícil de abatir. Da igual lo inmenso que sea, sufren mucho menos de una baja por golpe de espada. Las más peligrosas eran aquellas que incorporaban personas enfadadas y organizadas. Lo había visto en muchos de mis destinos cuando estaba en activo, ver de lo que era capaz una persona cuyo instinto de manada estaba totalmente despierto, acorazado por el anonimato, desinhibido. Rompí una tira de mi túnica naranja y me la até por la frente para sujetarme el pelo y evitar que el sudor se me metiera por los ojos. Acometí con el caballo. Ahora o nunca. Irrumpí en la plaza cabalgando, sin saber si Cabo Primero, Cabo Segundo y el viejo Sargento y sus perros me seguían. Los grupos no se atrevían a lanzarse unos a otros, solo amagaban y daban un paso adelante y dos atrás, hasta que individuos aislados se lanzaron sin dudar unos contra otros: vampiros y hombres…
—¡Os vamos a matar! —chillaron sus voces… y casi los arroyo con el caballo.
¿Tenía más posibilidades de morir asesinado por un vampiro o por un humano?
—¡NO! —grité yo encima del relinchar del animal, sin detenerme. Agarré la soga de mi silla de montar, un lazo corredizo de cuerda áspera, y me preparé para lanzárselo a un hombre que iba a aplastarle la cabeza a un vampiro sobre el suelo profiriendo gritos y acompañándolos con violentas gesticulaciones. Agité la cuerda por encima de mi cabeza para tomar impulso y solté el lazo con ímpetu hacia él: se cerró a su alrededor y el hombre perdió el equilibrio. Las voces cercanas recogieron el grito y decenas lo repitieron. Lo arrastré unos metros para que la gente viese lo que le podría suceder si se enfrentaba a mí. Necesitaba tiempo antes de que fuese demasiado tarde. Luego me detuve en el centro de la plaza, cuando la multitud se había acallado durante unos breves momentos contemplándome aún con incierta certeza de mis intenciones; pero, en el momento en que las entendieron, esperaron.
El caballo se encabritó y mi túnica era bien visible, aunque vieja y deshilachada ahora parecía de un naranja reluciente, como si fuera oro viejo. En ese instante pensé en la guerra, en su banalidad y su vanidad, y en cómo sería posible que algo así pudiese confundirse con la naturaleza humana hasta parecer inseparable; pensé en que, como especie —ninguna de nosotras— aún no habíamos encontrado la manera de sortearla; y en cómo siempre, sin excepción, nos encontraba a todos desprevenidos, en nuestro peor momento. Por tozudez, por insistencia, era esa su cualidad; como el tonto insiste incansablemente en su error y al final hace dudar al sabio; la guerra, por muy estúpida que parezca, persevera sin parar, y no nos damos cuenta porque solamente pensamos en nosotros mismos e ignoramos lo que es. Como si viviéramos descreídos de que nos puede tocar a nosotros. Y, luego, a veces, ¡oh, sorpresa!, le toca a uno. Y es entonces cuando se lamenta por no haber tomado todas las precauciones. Al final, como la guerra nos incumbe a todos, todos somos culpables de ello; pero ese no era motivo para abandonar ni dejarme llevar por ese estado mental que nos reduce a animales sanguinarios, por mucho que me quieran llevar ahí todos los dioses de arriba y de abajo. Todo consistía en claudicar lo que en nosotros es más personal, en deshumanizarnos y ver a los vampiros como monstruos, en una abominación criminal que puede justificar su exterminio, permitiendo que los hombres y mujeres que trabajan los campos y cuidan del ganado —la gente normal— se conviertan en genocidas. Creo que en el corazón de los hombres y las mujeres hay más cosas dignas de respeto que de condena, y por eso quiero luchar.
—¡Esta noche vamos a mantener la ley y el orden en Sacrestic Ville! ¡Y vosotros vais a ayudarme! ¡Pero no así! ¡No vamos a luchar los unos contra los otros, somos mejores que esto! ¡No somos monstruos! ¡No somos cobardes! ¡No somos nuestros enemigos!: ¡Los que quieren destruir la villa y convertirla en una carnicería lo son!
»¡Si queremos hacer de este lugar un hogar para alguien y no un desierto, cada uno tiene que aportar lo que pueda dentro de sus posibilidades y luchar juntos! ¡Si queremos ser una comunidad próspera, tenemos que dejar nuestras diferencias en el pasado y comenzar a trabajar juntos! ¡Si no, no quedará nada!
»Si acaso consideráis que eso no se puede hacer, que no podéis trabajar juntos, lo entiendo. ¡Os ataremos en un poste y os mantendremos callados! ¡Si no podéis aportar al grupo, no podéis ser parte de la comunidad!
Escuché alguna voz aislada entre la multitud protestar, preguntando el motivo por el cual yo les estaba empujando a morir por un lugar como este o por una gente como la otra, y aunque los mandaron callar, quedó una pregunta en el aire; una que cuestionaba que hubiera que morir en nombre de la ley, la justicia y el orden; y tenía que responderla, así que seguí, porque uno no puede esperar nada si no da ejemplo ni si no se enfrenta a aquello que le da miedo. Al final, tanto vampiros como humanos y el resto de razas que aquí hubiera, convivían en el mismo lugar, trabajaban por el mismo motivo cada día, y lo último que quería era morir entre barro y gritos.
—¡Estoy harto de escuchar a la gente hablar de morir por algo, por una vaga noción de un ideal impreciso! ¡No creo en héroes ni heroínas! —me reí soltando una carcajada de desprecio— ¡No me interesa tampoco la muerte: me interesa la vida! ¡Los hombres y mujeres de todas las razas que estamos aquí ahora mismo no somos ideas, no! ¡Lo que quiero es que vivamos y, si tenemos que morir, lo hagamos por lo que amamos!
»¡El resto de vosotros podéis echar una mano para evitar que esta ciudad se vaya a tomar por el culo! ¡Podemos dar ejemplo al mundo de que Sacrestic Ville puede ser una ciudad donde todas las razas convivan, y no un cementerio! ¡Decidid! ¡Estoy seguro de que todos queremos ayudar!
En ese momento, entre el frío de la noche y la luz de las antorchas, entraron las tropas a la plaza, con los cascos de acero reluciendo con brillo mate bajo la luz de la luna. Las cabezas y las picas de las armas emergían blancas; a medida que llegaban a mí, las cabezas se convertían en figuras: gambesones, cotas de malla, túnicas, pantalones, botas, escudos. Son varias columnas que marchan en forma de cuña.
—¡Somos la Resistencia de Sacrestic Ville! ¡La Guardia os va a dar todo aquello que necesitéis para mantener la ley y el orden en la ciudad! ¡Poneos a sus órdenes, porque estamos juntos en esto!
Desenfundé la espada y solté la cuerda del hombre que tenía prisionero. Los soldados lo pusieron de pie.
—¡Toda persona que luche por el orden en Sacrestic Ville está en nuestro bando! ¡Esta noche nosotros somos la Ley!
La adhesión del vecindario a la causa renovaría las fuerzas de la Guardia y colaboraría en su esfuerzo. Aunque existiera la posibilidad de que no quedase nadie vivo si fracasábamos, pero lo que tiene el espíritu comunitario es que se esparce como el fuego, y en Sacrestic Ville había sido así hasta ahora. Aparecieron sanitarios de entre los civiles, sin casi material con el que trabajar, pero seguro que, de entre las casas, algo podrían sacar; varios hombres y mujeres van hacia el lavadero y lo despejan para surtir de agua a los presentes; otros sueltan las armas y se arremangan, formando una línea con la que van pasándose unos a otros todos los estorbos (piedras, palos de madera rotos, calderos y más) que ocupaban la plaza. Una cadena humana con el pulso estable.
Entonces, escuchamos un grito espantoso cubrir la noche.
[…]
—¡Cabo Primero!
—¡A sus órdenes, mi comandante!
—Necesito que mandes a los que mejor y más rápido lean a buscar en los registros de entrada de la ciudad cuántos dracónidos pasaron por el peaje de entrada. Estos días llegó demasiada gente y eso tuvo que poneros sobreaviso. Necesitamos saber si debemos esperar más y prepararnos. Espero que hayan hecho los deberes.
—¡A sus órdenes! —se cuadró y dio media vuelta entre la gente, que seguía centrada en el aquí y el ahora. Teníamos que adaptarnos sin remedio porque no había posibilidad de hacer otra cosa. Sí, tanto civiles como soldados seguían teniendo esa actitud que se tiene para con la desgracia y el dolor, pero ahora era menos punzante. Todo era presente. La desesperación y la desgracia colectiva les había robado la esperanza, pero aceptaban la confusión.
Subo al caballo, el Sargento me acompaña con sus perros, y espero que Cabo Segundo se quede en la plaza, pero Cabo Primero tendrá que venir con nosotros. Es extraño el sentimiento que compartes con otro soldado cuando le miras a los ojos, antes de montar, sin decir nada, pero contándolo todo, como si su compañía fuera una protección en la que uno se sintiera a gusto. Es como si nos uniera; nos saludamos tocándonos los puños y sonreímos. El sonido de los cascos de los caballos se confunde con el silencio tenso de las calles que, aun llenas de soldados y civiles organizándose, es ensordecedor. Mi mente comienza a crear posibilidades: lo mejor que nos podría suceder sería un miembro roto, quizás. Quizás. Un brazo roto es mejor que un brazo calcinado.
Cuando paso al lado de algún soldado o de algún civil en algún puesto de guardia, le grito alguna broma y ellos me contestan con ánimo vivo. Veo el muro de la entrada de la guardia, el cuartel y el adarve cubierto, las garitas y las almenas del muro. Por entre el rocío de la noche, bajo la luna, parece verse la silueta del lagarto volador. El aire se vuelve cada vez más brumoso por el humo que comienza a competir con la niebla; notamos en la boca el gusto amargo del fuego. Vemos unas llamar que estallan y hacen vibrar el suelo; el eco se acerca. Vamos a la primera línea.
Aún no tengo miedo. Estuve demasiadas veces en el frente desde muy pequeño y uno se termina por acostumbrar. Solo los jóvenes se alarman, y los civiles; y aquí hay bastantes de los dos. Veo a los rangos altos instruir a los jóvenes. Atrás, en la plaza, se había dado la orden de abrir los pozos de agua candados y sacar los cubos. Habría cadenas humanas preparadas para minimizar los daños. Nuestro objetivo era tener una zona segura. Siento un escalofrío. Conozco esta sensación: cuando estás aún lejos del centro, en la orilla del río, pero dentro del agua, siento cómo tira de mí, cómo me absorbe sin que pueda ofrecer demasiada resistencia. El cuerpo comienza a ponerme en guardia: los riñones comienzan a segregar adrenalina. El fuego, al levantarse en el horizonte, aún oculta con sus rugidos los gritos de la gente, que ya no sé si son civiles o soldados; si son hombres, mujeres o niños; no se distinguen, pero sé que son suyos. Solo el fuego atruena por encima. La tormenta enloquecida del porvenir destrozado es un reflujo que te recorre la garganta. Y te angustia. Cuando el fuego ilumina la noche, una parte de tu ser retrocede miles de años, hasta convertirte en una bestia (en un reptil, ¿un dragón?), y despierta en nosotros un guía primitivo que nos protege. No es consciente, es más rápido que el instinto del hombre civilizado y racional, más infalible. En estos momentos creo en el poder primigenio de un dios. Imagina: estás luchando y el suelo tiembla a tu lado, tus oídos pitan, pero no puedes acordarte de haber oído nada, ni de la piedra de la catapulta llegar a tu lado, ni del techo del castillo derrumbándose entre llamas, ni cómo te apartaste, ni cómo te echaste al suelo; si tuvieras que hacer esa operación en tu cabeza conscientemente serías carne picada. Pero si no lo eres, se lo debes a esa cosa, ese instinto primitivo que te puso en movimiento y te salvó el culo. En muchos soldados, la transformación comienza entre una sensación de alegría y chistes, en otros, con temor y malhumor, pero cuando llegas al frente, solo queda de ti la bestia.
—Habrá problemas.
Al principio no sé si el Sargento hace una pregunta o una afirmación, si está dando su opinión o si es un cuchillo recién afilado que atraviesa mi pensamiento y guarda un oscuro significado para el inconsciente que se acababa de despertar en nosotros. Una parte íntima y secreta que se estremece y tiene toda la intención de defenderse ante la visión del cielo envuelto en una claridad borrosa, rojiza, y que nos rodea. No deja de moverse. Cortinas de fuego se elevan por encima de nosotros, jirones de rojo y blanco que estallan y caen sobre los tejados de las ciudades.
—¿Dónde está el dragón? —pregunto con un susurro, y luego, una voz responde, aunque era imposible que me hubiera oído:
—¡Detrás de vosotros!
El suelo se levanta por los aires y noto mi sudor enfriarme la espalda. Oigo a los hombres, mujeres y niños gritar, o tal vez sea mi voz mientras el aire sale de mis pulmones tras recibir un golpe en la espalda cuando se apaga la explosión.
Vuelvo en mí. Escucho al Sargento maldecir y llamar a sus perros y a Cabo Primero. A mis pies veo a un soldado abrazado a una mujer. No sé de dónde salieron. Ella es civil. Ninguno se mueve. Una ballesta. Muertos. Intento dar un paso: lo doy y me alegro de seguir teniendo piernas. Detrás de mí hay otro muchacho, muy joven, sin distintivos, muy delgado, con la cara manchada de negro, pero sé que no le ha salido la barba aún. No sabe dónde está y se tapa el rostro con las dos manos. Lo levanto del suelo con un brazo y me alegro de seguir teniéndolo pegado al cuerpo.
—De pie, soldado.
Le doy el casco del caído abrazado a la mujer —porque este ya no lo iba a necesitar— para que se lo ponga en la cabeza, que es donde debe estar: la suya y no la mía, pero lo rechaza de un manotazo y los dos ojos bien abiertos. Se arrastra a gatas, pero lo levanto a la fuerza, con las dos manos, y lo aprieto contra mi pecho, como un niño. Como lo que es. Lo escondo en un hueco de la muralla interior. Se pone en posición fetal. Enfoco la vista y veo cómo tiembla y su horrible mueca dibujaba en la boca. Me mira y se da la vuelta. No me queda otra que dejarlo hacer. El culo le sobresale del escondite, así que le doy el casco para que le proteja algo, por lo menos. Pienso que mejor en su culo que en mi cabeza. Las heridas en el culo son de las peores; tras varios meses en las casas de curación boca abajo, quedas cojo.
Escucho madera crujir en algún sitio en la entrada y pienso en si el dragón se acaba de cargar el puente levadizo durante el ataque a la posición de la Guardia de la puerta. Es entonces cuando el lagarto volador pasa por encima de nuestras cabezas, moviendo sus alas y despejando el humo del lugar. Me deja verlo perfectamente, recortando su silueta con el rojo de las llamas. Pasa a unos diez metros de mi posición: calculo que, en mi ángulo, ocuparía unos 30º, lo que significa que debe medir entre tres y seis metros más o menos.
—La situación no puede ser tan mala. Piensa —me dijo a mí mismo para obligar a mi cabeza a seguir la orden.
Si un dragón de ese tamaño tuviera que dar una vuelta de 180º, estimando su velocidad y radio de giro, que podrían ser aproximadamente 13 o 14 metros por segundo, con un ángulo de inclinación de 30º, me daría como resultado unos 10 o 12 segundos; pero esto sería si se moviese en línea recta sin obstáculos, sin subidas ni bajadas, giros cerrados y otras probabilidades que conllevarían un gasto de energía cada vez mayor que impediría mantener la intensidad del ataque. Sin contar que se cansaría y le costaría respirar a causa del humo del incendio. Eso me daría quizá diez segundos más, veinte (o veinticinco con suerte), si el dragón girase 45º. Luego, mi cabeza me dice que es de noche y el ambiente está húmedo, hace frío; el aire tendría bastante vapor de agua que ayudaría a disipar el calor del chorro de fuego del lagarto y limitar su alcance, y la proximidad del foso absorbería su energía térmica. Es un punto, no digo que no, pero la gravedad juega en nuestra contra, aunque las corrientes del aire comprimido de debajo, generadas por causa del incendio, podrían dispersarlo, de tal manera que no se mantuviera todo lo cohesionado que resultaría (in)conveniente y se expandiera, reduciendo la concentración de calor.
El incendio siempre se mueve hacia arriba, pero como viene de un ataque por el aire, no podría provocar más daños: las murallas son de piedra, el adarve cubierto también, y de pizarra y cerámica. Y el suelo, o bien de roca o bien de tierra, ambas aislantes. Quizá las casas sean más vulnerables, pero lo serían por debajo y por dentro; las vigas de las fachadas, las galerías y las puertas podrían ser pasto de las llamas, pero las paredes encaladas podrían contenerlo un tiempo, al menos. Y eso les dije, quizá con menos vocalización, al Sargento y al Cabo Primero. Necesitábamos que se dieran las órdenes y comenzase el movimiento.
—¡Goretán! ¡Es un dragón! ¡Un maldito dragón volador!
Doulas apareció por el umbral de una casa, empujando la puerta que hacía tope con el suelo levantado, escudo y espada en mano, con la cara negra. El blanco de sus ojos bien abiertos brillaba húmedo por encima de toda la suciedad que llevaba consigo. No vi miedo en él; terror a la muerte sí, pero no es lo mismo, esto es completamente diferente, es físico. Podría ser por la perspectiva de morir abrasado, pero también a no saber si yo quería abrirle el estómago ahora mismo por cabrón. Motivos tenía, no digo que no, aunque, de todas formas, no sería ni el primer ni el último oficial abusador al que sus propios hombres ajustician en el frente. Una puñalada trapera por el costado, desde atrás. Ahora no.
—¡Ordena a los arqueros disparen al lagarto para evitar que se acerque! ¡Dame todo el tiempo que puedas! —Me di la vuelta y corrí calle arriba unos pocos metros, hasta que vi a Cabo Primero, el Sargento y varios grupos de soldados en guardia con unos civiles dispuestos a ayudar mientras estuvieran de una pieza—. ¡Sargento, Cabo Primero! ¡Doulas va a preparar a los arqueros con paveses parar tirar contra el lagarto!
—¿Será suficiente? —preguntó Cabo Primero.
—No, por eso vengo a por vosotros. —Necesitaba a los arqueros de Doulas disparando desde sus posiciones, porque con uno fácilmente puedes cubrir entre 200 o 300 metros de distancia y generar una potencia de cincuenta kilos de presión, y para que el chorro del fuego del lagarto volador limitase su eficacia, me valía. Apostados desde diferentes ángulos me darían quizá otros diez o veinte segundos, que bien podrían ser treinta si eran rápidos recargando y le rompían el ritmo al pájaro—. Quiero que apostéis en la muralla, por el adarve y las casas más cercanas al cuartel, todos los ballesteros que podáis, con dos rotaciones de filas. —Los arcos estaban bien, son armas que, pese a ser de larga distancia, no tenían muy mala fama ni generaban rechazo entre los nobles y caballeros, pero las ballestas eran otra historia. No estaban romantizadas. Había, de hecho, una prohibición tácita en Verisar sobre su uso en batalla, ya que si con un arco generas cincuenta kilos de presión, con una ballesta son quinientos, con proyectiles de 80 gramos, con todo lo que eso significaba. Para ser un buen arquero tienes que empezar desde niño, como muy muy tarde a los siete, y a los veinte años empezarás a tener cierta habilidad para clavar las flechas. Los ballesteros disparan a ojo, y tras tres meses de entrenamiento básico, incluso alguien que nunca sostuvo un arma entre las manos y es un don Nadie al que le arroya la baba por la comisura de los labios, atravesaría al valiente marqués con toda una vida de entrenamiento con arco de algún territorio de nombre compuesto y alta alcurnia. No necesitaban buscar las junturas ni las rendijas de la armadura.
—¡Jajajjajaja! ¡A sus órdenes, mi comandante! —rio el Sargento saludándome a la vez que se cuadraba y golpeando con el talón en suelo.
—Cabo Primero, saca a estos civiles de aquí.
—Mi comandante, no quieren irse —contestó el Cabo Primero, sin saber muy bien cómo proceder para quitárselos de encima.
—¡Comandante! —me replicó una mujer alta y morena, de ojos grandes, cuello largo, nariz fina y labios llenos, de veintipico años, con un vestido de tela basta, lleno de desgarros y quemaduras, descosido casi por entero. Robaría las miradas a los mozos en cualquier feria por la que apareciese de no haber estado aquí, llena de polvo, hollín y tierra. Tenía el rostro afilado y las mejillas hundidas, haciendo ver sus pómulos demasiado salientes, pero tenía cierta gracia guerrera que acentuaba su hostilidad cuando hablaba—. Lo que dijo usted en la plaza, ¿era mentira? —Sus palabras me estallaron al salir de su boca, frunciendo su piel sarmentosa y oscura, como la corteza de un sauce.
—Señora, obligarla a participar sería un crimen de guerra.
—¡Nadie me obliga, señor! ¡Yo vivo aquí desde antes de que la Guardia llegara! ¡Quiero luchar! ¡Queremos luchar! —Señaló a los civiles que estaban detrás de ella.
Era una vampira. Un grupo de vampiros y humanos. Se estaban presentando voluntarios.
—Señora…
—¡Señor!
—¿Sabe usar eso? —Señalé a su mano, llevaba una honda enrollada en el brazo.
—De toda la vida. Desde pequeña.
El Sargento volvió y nos interrumpió. Y yo memoricé los ojos de esa mujer para cuando volviese a verla.
—¡La culebra voladora viene por el este de nuestra posición, muchachos!
—Vale. —Me dirigí a los voluntarios—: Ahora sois voluntarios. Los que vais armados, quedaos en la retaguardia; los que no, ayudad a los zapadores y a los bomberos.
—Comandante, ballesteros en posición —me dijo el Sargento.
Competente.
—¡A sus puestos!
Corrimos.
Escuché el sonido de las flechas de los arqueros de Doulas surcar el aire de la noche, o tal vez fuera la sangre circulando por mis orejas, como cuando crees escuchar en el interior de una caracola el mar. Escuché el rugido del dragón mientras volaba entre la lluvia de saetas, o tal vez fuera la bestia interior que no me quería dejar morir. Tomé la ballesta del soldado muerto que abrazaba a la civil muerta y subí al adarve.
Oigo explosiones de cortinas de fuego arrasar la ciudad, o tal vez fuera mi corazón latiendo.
- Offrol 1:
- Offrol:
Ante todo, perdonad la chapa, pero me divertí muchísimo escribiendo este post. Espero que os guste a pesar de ser largo
- Offrol 2: Resumen:
- Mánasvin, al principio, está en la entrada con los soldados, pero tienen que armarle, así que van al cuartel de la guardia, en la misma entrada de la ciudad. Luego, aprovecho que hay campanas para establecerlo dentro y que se deje ver entre el bando de la guardia, yendo a parar un linchamiento en lo que sería la plaza del pueblo. Finalmente, como mi intención era estar en la puerta, hago que Mánasvin vuelva para narrar la acción con el ataque del dragón.
Última edición por Mánasvin el Mar Oct 29 2024, 17:27, editado 1 vez
Mánasvin
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
En las afueras de Sacrestic Ville, el horizonte brilla débilmente con la poca luz que quedaba del astro mayor, que se escondía en el ocaso. Akanke observa con atención la llegada de sus hermanos del Templo de los Monos; su corazón palpita más fuerte al ver las heridas y los rostros cansados de aquellos que, a pesar de todo, habían llegado hasta ella. Conmovida, se acercó a cada uno, apretándolos en un abrazo fuerte, revisando rápidamente las heridas, intentando insuflarles calma mientras murmuraba palabras de aliento y sanación. Estaba feliz, tan feliz de verlos, que sentía ganas de llorar.
También sentía culpa, por haberles pedido entrar en un conflicto que no les pertenecía, que era lejano y que probablemente nunca les habría llegado a tocar. Y allí estaban, leales, dispuestos a luchar junto a ella.
Pero no solo fue un momento de reencuentro para Akanke. Sein también recibía a su hermana, alguien de quien hablaba a menudo y en cuyas palabras siempre la describió con mucha admiración y amor. -Yo siendo Akanke- respondió ella. Sonrió pero no pudo quedarse mucho tiempo con ella -Yo teniendo que volver con hermanos del Templo- dijo, excusándose. Pensó que una guerra no era el mejor momento para conocer a la familia de Sein. Pero antes de girarse para ir con los suyos, se detuvo y la miró contenta -Tú siendo todo lo majestuosa que Sein contando- dijo y se marchó.
Su mirada se encontró con la de Sein, quien se disponía a ir hacia los miembros de La Guardia para negociar y que dejaran pasar a los bestiales. La tensión era evidente. Los guardias parecían resueltos a no dejarles entrar a Sacrestic Ville. La negociación parecía ser la única esperanza para obtener paso sin un enfrentamiento adicional. Akanke lanzó una última mirada preocupada hacia su amado y rogó a todos los ancestros que lo guiaran por el buen camino antes de volver su atención a los heridos, sus dedos cubiertos en vendas improvisadas y ungüentos que no pueden contrarrestar la gravedad de algunas heridas, pero al menos traen algo de alivio.
De repente, un rugido profundo atravesó el aire. Akanke alzó la vista hacia el cielo, entrecerrando sus ojos para enfocar mejor. La figura imponente de un dragón descendía sobre La Guardia dejando caer sobre ellos una tormenta viviente de fuego y destrucción.
Los guardias entraron en caos, algunos disparando flechas mientras otros corrían hacia las puertas de Sacrestic Ville en busca de refugio. Akanke sintió cómo su pulso se aceleraba, un instinto visceral le decía que el peligro que se cernía no se limitaba a La Guardia; esa criatura, con su fuerza destructiva, podría volverse también hacia ellos, pues un ataque así no podía ser obra de nadie más que de aquella Oneca.
En ese instante, una de las hermanas del templo se tambaleó y cayó a su lado, exhausta por las heridas y el largo viaje. Akanke se arrodilla junto a ella, con urgencia pero con la suavidad de quien es al mismo tiempo una guerrera y una sanadora. Mientras limpiaba la sangre de una herida en su brazo, la soldado Ro'lisim soltó una pregunta que congeló el corazón de la Sacerdotisa. -¿Sein estaba ahí?- dijo, inocente del impacto de sus palabras.
Ahora a quien le fallaban las fuerzas y sentía que su mundo se derrumbaba bajo sus pies era Akanke. -¡Teniendo que entrar!- gritó con urgencia una vez recuperó el dominio sobre su cuerpo. Su mente corría en busca de una solución. -Teniendo que entrar- se repetía a sí misma en voz baja, una y otra vez, como si esas palabras fueran un ancla que la sostenía en medio de la creciente desesperación.
Su respiración agitada no ayudaba a que las ideas fluyeran en su mente. Se detuvo un instante, inhaló hondo, sentía que el tiempo se acababa. Tenía que decidir su próximo movimiento. Con o sin el permiso de La Guardia abriría paso hacia la ciudad, pues no podía quedar acorralada entre vampiros al acecho y dragones en el cielo.
Miró sus manos de humana y sintió lo débil y frágil que era su cuerpo, no como cuando poseía sus poderosas patas de caballo. Era imparable e imbatible. ¡Cuánto extrañaba su cuerpo equino!
-Patas... necesitando patas...- se dijo y recordó aquella esencia mágica que había obtenido tiempo atrás. Sabía que la tenía allí, pero ¿dónde? Apresurada, corrió hacia su bolso donde rebuscó frenéticamente. En el fondo encontró aquellas botellas de vidrio oscuro, selladas con corcho y cera. Como pudo, abrió una y bebió su contenido dulce y mantecoso, con una imagen fija en su cabeza: patas, fuego.
Su estómago se revolvió y sintió una fuerza que le oprimía el cuerpo. La gente del Templo la rodeó con preocupación mientras observaban cómo el cuerpo de su Sacerdotisa se cubría en una bola de fuego y, con un desgarrador grito, se transformaba. Al apagarse la llama, apareció un enorme toro de largos cuernos negros y pelaje rojo. Sus ojos brillaban con un fulgor antinatural y su cuerpo emanaba un calor sofocante que los hizo retroceder.
Se alzó en sus patas traseras y con las delanteras pateó el aire. ¡Qué dicha! ¡Cuán libre se sentía en esa forma! Akanke bramó eufórica, sacudiéndose de emoción, antes de emprender furiosa carrera hacia el portón. Mientras corría y su respiración se agitaba, su aliento comenzó a calentarse hasta que el mismo se transformó en fuego que, saliendo de su boca y nariz, la envolvió en una llamarada que chocó contra la dura y añeja madera que los mantenía fuera de la ciudad de los vampiros.
Empujó con todas sus fuerzas, sintiendo cómo el portón comenzaba a ceder. El fuego de su cuerpo había prendido de aquella madera seca. En su mente solo había una idea, un propósito fijo que movía cada fibra de su ser: encontrar a Oneca y hacerla pagar por aquel ataque cobarde, por poner en peligro a su amante y a su gente. Que quemara humanos le daba igual, pero no así a los suyos, aunque estuviesen ahí a pesar del riesgo de morir.
La odiaba. La odiaba por ser una amenaza contra el delicado equilibrio que mantenía el balance natural de las cosas. La odiaba por ser una bestia dispuesta a devorarse a todo y todos, por su ambición y crueldad.
_________________________
Me encanta transformar a Akanke, así que uso el objeto máster Cerveza de mantequilla [Elixir, Consumible] "Cuando la bebas, te convertirás en un animal (a elección) durante dos rondas. No podrás usar tus objetos y habilidades mientras dure el efecto" para transformarla en un [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo].
También sentía culpa, por haberles pedido entrar en un conflicto que no les pertenecía, que era lejano y que probablemente nunca les habría llegado a tocar. Y allí estaban, leales, dispuestos a luchar junto a ella.
Pero no solo fue un momento de reencuentro para Akanke. Sein también recibía a su hermana, alguien de quien hablaba a menudo y en cuyas palabras siempre la describió con mucha admiración y amor. -Yo siendo Akanke- respondió ella. Sonrió pero no pudo quedarse mucho tiempo con ella -Yo teniendo que volver con hermanos del Templo- dijo, excusándose. Pensó que una guerra no era el mejor momento para conocer a la familia de Sein. Pero antes de girarse para ir con los suyos, se detuvo y la miró contenta -Tú siendo todo lo majestuosa que Sein contando- dijo y se marchó.
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Su mirada se encontró con la de Sein, quien se disponía a ir hacia los miembros de La Guardia para negociar y que dejaran pasar a los bestiales. La tensión era evidente. Los guardias parecían resueltos a no dejarles entrar a Sacrestic Ville. La negociación parecía ser la única esperanza para obtener paso sin un enfrentamiento adicional. Akanke lanzó una última mirada preocupada hacia su amado y rogó a todos los ancestros que lo guiaran por el buen camino antes de volver su atención a los heridos, sus dedos cubiertos en vendas improvisadas y ungüentos que no pueden contrarrestar la gravedad de algunas heridas, pero al menos traen algo de alivio.
De repente, un rugido profundo atravesó el aire. Akanke alzó la vista hacia el cielo, entrecerrando sus ojos para enfocar mejor. La figura imponente de un dragón descendía sobre La Guardia dejando caer sobre ellos una tormenta viviente de fuego y destrucción.
Los guardias entraron en caos, algunos disparando flechas mientras otros corrían hacia las puertas de Sacrestic Ville en busca de refugio. Akanke sintió cómo su pulso se aceleraba, un instinto visceral le decía que el peligro que se cernía no se limitaba a La Guardia; esa criatura, con su fuerza destructiva, podría volverse también hacia ellos, pues un ataque así no podía ser obra de nadie más que de aquella Oneca.
En ese instante, una de las hermanas del templo se tambaleó y cayó a su lado, exhausta por las heridas y el largo viaje. Akanke se arrodilla junto a ella, con urgencia pero con la suavidad de quien es al mismo tiempo una guerrera y una sanadora. Mientras limpiaba la sangre de una herida en su brazo, la soldado Ro'lisim soltó una pregunta que congeló el corazón de la Sacerdotisa. -¿Sein estaba ahí?- dijo, inocente del impacto de sus palabras.
Ahora a quien le fallaban las fuerzas y sentía que su mundo se derrumbaba bajo sus pies era Akanke. -¡Teniendo que entrar!- gritó con urgencia una vez recuperó el dominio sobre su cuerpo. Su mente corría en busca de una solución. -Teniendo que entrar- se repetía a sí misma en voz baja, una y otra vez, como si esas palabras fueran un ancla que la sostenía en medio de la creciente desesperación.
Su respiración agitada no ayudaba a que las ideas fluyeran en su mente. Se detuvo un instante, inhaló hondo, sentía que el tiempo se acababa. Tenía que decidir su próximo movimiento. Con o sin el permiso de La Guardia abriría paso hacia la ciudad, pues no podía quedar acorralada entre vampiros al acecho y dragones en el cielo.
Miró sus manos de humana y sintió lo débil y frágil que era su cuerpo, no como cuando poseía sus poderosas patas de caballo. Era imparable e imbatible. ¡Cuánto extrañaba su cuerpo equino!
-Patas... necesitando patas...- se dijo y recordó aquella esencia mágica que había obtenido tiempo atrás. Sabía que la tenía allí, pero ¿dónde? Apresurada, corrió hacia su bolso donde rebuscó frenéticamente. En el fondo encontró aquellas botellas de vidrio oscuro, selladas con corcho y cera. Como pudo, abrió una y bebió su contenido dulce y mantecoso, con una imagen fija en su cabeza: patas, fuego.
Su estómago se revolvió y sintió una fuerza que le oprimía el cuerpo. La gente del Templo la rodeó con preocupación mientras observaban cómo el cuerpo de su Sacerdotisa se cubría en una bola de fuego y, con un desgarrador grito, se transformaba. Al apagarse la llama, apareció un enorme toro de largos cuernos negros y pelaje rojo. Sus ojos brillaban con un fulgor antinatural y su cuerpo emanaba un calor sofocante que los hizo retroceder.
Se alzó en sus patas traseras y con las delanteras pateó el aire. ¡Qué dicha! ¡Cuán libre se sentía en esa forma! Akanke bramó eufórica, sacudiéndose de emoción, antes de emprender furiosa carrera hacia el portón. Mientras corría y su respiración se agitaba, su aliento comenzó a calentarse hasta que el mismo se transformó en fuego que, saliendo de su boca y nariz, la envolvió en una llamarada que chocó contra la dura y añeja madera que los mantenía fuera de la ciudad de los vampiros.
Empujó con todas sus fuerzas, sintiendo cómo el portón comenzaba a ceder. El fuego de su cuerpo había prendido de aquella madera seca. En su mente solo había una idea, un propósito fijo que movía cada fibra de su ser: encontrar a Oneca y hacerla pagar por aquel ataque cobarde, por poner en peligro a su amante y a su gente. Que quemara humanos le daba igual, pero no así a los suyos, aunque estuviesen ahí a pesar del riesgo de morir.
La odiaba. La odiaba por ser una amenaza contra el delicado equilibrio que mantenía el balance natural de las cosas. La odiaba por ser una bestia dispuesta a devorarse a todo y todos, por su ambición y crueldad.
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Me encanta transformar a Akanke, así que uso el objeto máster Cerveza de mantequilla [Elixir, Consumible] "Cuando la bebas, te convertirás en un animal (a elección) durante dos rondas. No podrás usar tus objetos y habilidades mientras dure el efecto" para transformarla en un [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo].
- Inventario de Akanke:
- A R M A S
Báculo [Arma de dos manos][Normal]
C O N S U M I B L E S
* Pastelito Calavera [Consumible]
* Pergamino de admiración de ganadores [Consumible]
* Reliquia Suprema [Consumible]
* Dulce del Yule [Consumible]
* Moneda Pirata x2 [Consumible]
* Flor de transmutación [Consumible] Masticar esta flor te permite sustituir tus habilidades raciales por las de alguna otra raza durante dos turnos. Utilizar la habilidad racial activa consumirá sus usos disponibles (Evento de los 13 Años)
* 2x Cerveza de mantequilla [Elixir, Consumible] Cuando la bebas, te convertirás en un animal (a elección) durante dos rondas. No podrás usar tus objetos y habilidades mientras dure el efecto. (Evento de los 13 Años) Primero Segundo Tercero
* Cecina de crasgwar: [Consumible] Un poco seca, quizá, pero te permitirá recuperar un uso de una habilidad hasta nivel 4.
* Bolitas de amor de Karre’xha: [2 unidades, consumible] Están aderezadas con extracto de viagris (enlace al herbolario). Ideales para dar un toque de color a tus temas +18 o, quizá, solo quizá, para el caso de que necesites una distracción creativa para otro personaje. En este último caso, el efecto estimulante dura dos rondas.
* Fertilizante especial chez Cohen: [Consumible] Viértelo en la base de una planta y la hará crecer fuerte y frondosa casi al instante
V A R I O S
* Ramillete de mil lágrimas: Ideal para aromatizar tus pertenencias. Aunque han perdido su brillo al secarse, si las expones un buen rato a una luz intensa, emitirán un sutil resplandor violáceo durante las siguientes dos horas.
Akanke
Sacerdotisa del Templo de los Monos
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
El Vampiro ContraatacaEvento Sacrestic
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La noche estaba fría como el acero de un puñal mientras Lukas y Felurian caminaban por las calles del barrio alto con antorchas en sus manos, las cuales habían sido encendidas por Felurian usando la yesca y el pedernal que tenía Lukas en su bolso de viajero. Mientras caminaban el único sonido que oían era el tintineo de las monedas en la bolsa que cargaba la pelirroja. - ¿Podrías parar? No deberíamos estar haciendo ruido, deberíamos estar escondiéndonos hasta encontrar a Cohen, el sabrá que hacer. – dijo con impaciencia la gran tortuga azul, la Felurian sonreía. –La señorita Mina me ordeno que recuperara el dinero que el Barón cochino te había prometido por tu cuadro, al pintor solo le faltó pintar los alrededores – dijo con una sonrisa traviesa. – Debo decir que enmarco muy bien todo tu… ejem… “Ser”
Lukas se sintió avergonzado, y preocupado porque aparte del tintineo de monedas se sentía otro sonido, uno más primitivo, feroz. Eran gritos de cacería, el dúo se escondió tras una columna, cobijados por la capa negra de la noche de Lukas cuando varios vampiros empezaron a hablar muy cerca de ellos.
-La siento.
-El hedor de la mujer de cabello de fuego está aquí.
-Pagara por la muerte del Barón.
Lukas y Felurian se miraron, tratando de pasar desapercibidos mientras caminaban despacio pero firmemente para no llamar la atención. –Es ella – grito una voz y varios vampiros levantaron sus espadas, sus antorchas encendidas y sus manos desnudas pero peligrosas de igual forma, la horda estaba eufórica por la emoción de la cacería.
-Me cago en todos sus muertos, debemos tener cuidado, la calle está llena de vampiros – y asi era, desde la altura donde se encontraban Lukas podía ver qué calle abajo, una calle totalmente en línea recta sin ninguna curva, los vampiros estaban acumulándose y corriendo como si hubieran estado encerrados por años y finalmente hubieran sido liberados. -Vengaremos al Barón – dijo una voz sanguinaria que se lanzó con un hacha, Lukas empujo a Felurian mandándola bastante lejos cuando el hacha quedo atrapada en la pared de madera, un rápido corte de parte de la espada de la pelirroja fue todo lo que necesito para acabar con aquel enemigo, pero las matemáticas eran claras, ellos eran dos contra cientos, tal vez miles. Era cosa de tiempo para que terminaran siendo vencidos.
- ¿Eso es un dragón? – pregunto Lukas viendo una figura alzando el vuelo en el cielo nocturno, esperaba que fuera de su equipo, si Oneca tenía en sus filas un dragón podría convertir Sacrestic Ville en una ciudad de cenizas en tan solo horas.
-Menos pensamientos y más acción – dijo la pelirroja, peleaba con dientes y uñas contra varios vampiros y ya tenía un corte en su linda cara, Lukas se acercó a ella, la tomo y la lanzo sobre la muralla. - ¿Qué crees que estás haciendo? – dijo la chica tratando de subir la muralla, algo que la tortuga prohibió tajantemente.
-Huye, ve al jardín botánico. Seguro encuentras a Cohen ahí, yo tengo más resistencia, déjame a mí estos tipos – dijo estoicamente, Felurian maldijo, pero se dio media vuelta y corrió hacia el jardín secreto, tenía que encontrar al tal Cohen para poder ayudar a su amigo. Lukas levanto los puños y peleo con todo lo que pudo, dejando a varios noqueados, sin embargo, eran demasiados y terminaron agarrándolo de las manos, mordiendo sus brazos con fuerza y golpeándolo con puños, palos, antorchas e incluso haciéndole algunos cortes superficiales pero dolorosos en la piel con espadas. –No me agarraran tan fácil – dijo con determinación con una idea en la cabeza y una sonrisa en la boca.
-No tienes donde huir grandulón, estas rodeado por todos lados.
-Pero estoy en terreno más alto, y abajo hay una gran bajada asi que… KAWABONGA – dijo antes de correr, embistiendo a varios antes de esconder brazos y pies dentro de su caparazón y deslizarte en este, colina abajo, aprovechando que la calle era una línea recta, tratando de taclear a cuanto vampiro hubiera a su alrededor.
Felurian era seguida de cerca, se defendía como podía, pero estaba muy lejos de poder sola contra todos sus perseguidores, más cuando ellos tenían espadas, antorchas y horquillas punzantes además de sus contundentes puños, peligrosas garras y dientes afilados, su simple espada no era rival para todo lo que los enemigos tenían para ofrecer. Al llegar al jardín botánico se apuró a cerrar las puertas y poner seguros mientras trataba de mover todo lo que hubiera cerca como sacos de fertilizante o muebles para fortificar la barrera cuando vio una majestuosa estatua de un vampiro en lencería.
Sus ojos quedaron presa de la magnificencia de este hermoso ser, lo que la distrajo y no noto la antorcha que los enemigos habían tirado y empezaba a encender un poco unas cuantas llamas en el jardín.
Lukas llego al final de la calle, muchos vampiros, decenas de ellos, habían hecho el mismo recorrido, solo que arrastrados, atropellados y golpeados, estaban todos fuera de servicio mientras la tortuga, aunque sangrando, estaba listo para seguir luchando cuando sintió unos golpes en una de las calles aledañas, por lo que acorto camino por un callejón y salio a dicha calle encontrando varios vampiros peleando con alguien que le pareció extrañamente conocido, era como aquel hombre que había peleado con él y Zagreus hacia unas semanas, solo que ese hombre era rubio y de ojos hermosos mientras que este tipo poseía cabello negro y ojos rojos, aunque eso no impediría que Lukas lo ayudara cuando un vampiro trato de atacarlo por la espalda, la tortuga corrió y con una embestida dejo fuera de combate al chupasangre.
-Te ves muy parecido a un chico con el que fui compañero en una batalla hace unos días, diría que eres su gemelo – dijo con una sonrisa mientras daba el puñetazo con más fuerza que podía en el cráneo de uno de los vampiros, mandándolo a piso. - ¿Te molesta si te ayudo? Los vampiros radicales que solo quieren destruirlo todo me tienen harto.
Lukas se sintió avergonzado, y preocupado porque aparte del tintineo de monedas se sentía otro sonido, uno más primitivo, feroz. Eran gritos de cacería, el dúo se escondió tras una columna, cobijados por la capa negra de la noche de Lukas cuando varios vampiros empezaron a hablar muy cerca de ellos.
-La siento.
-El hedor de la mujer de cabello de fuego está aquí.
-Pagara por la muerte del Barón.
Lukas y Felurian se miraron, tratando de pasar desapercibidos mientras caminaban despacio pero firmemente para no llamar la atención. –Es ella – grito una voz y varios vampiros levantaron sus espadas, sus antorchas encendidas y sus manos desnudas pero peligrosas de igual forma, la horda estaba eufórica por la emoción de la cacería.
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-Me cago en todos sus muertos, debemos tener cuidado, la calle está llena de vampiros – y asi era, desde la altura donde se encontraban Lukas podía ver qué calle abajo, una calle totalmente en línea recta sin ninguna curva, los vampiros estaban acumulándose y corriendo como si hubieran estado encerrados por años y finalmente hubieran sido liberados. -Vengaremos al Barón – dijo una voz sanguinaria que se lanzó con un hacha, Lukas empujo a Felurian mandándola bastante lejos cuando el hacha quedo atrapada en la pared de madera, un rápido corte de parte de la espada de la pelirroja fue todo lo que necesito para acabar con aquel enemigo, pero las matemáticas eran claras, ellos eran dos contra cientos, tal vez miles. Era cosa de tiempo para que terminaran siendo vencidos.
- ¿Eso es un dragón? – pregunto Lukas viendo una figura alzando el vuelo en el cielo nocturno, esperaba que fuera de su equipo, si Oneca tenía en sus filas un dragón podría convertir Sacrestic Ville en una ciudad de cenizas en tan solo horas.
-Menos pensamientos y más acción – dijo la pelirroja, peleaba con dientes y uñas contra varios vampiros y ya tenía un corte en su linda cara, Lukas se acercó a ella, la tomo y la lanzo sobre la muralla. - ¿Qué crees que estás haciendo? – dijo la chica tratando de subir la muralla, algo que la tortuga prohibió tajantemente.
-Huye, ve al jardín botánico. Seguro encuentras a Cohen ahí, yo tengo más resistencia, déjame a mí estos tipos – dijo estoicamente, Felurian maldijo, pero se dio media vuelta y corrió hacia el jardín secreto, tenía que encontrar al tal Cohen para poder ayudar a su amigo. Lukas levanto los puños y peleo con todo lo que pudo, dejando a varios noqueados, sin embargo, eran demasiados y terminaron agarrándolo de las manos, mordiendo sus brazos con fuerza y golpeándolo con puños, palos, antorchas e incluso haciéndole algunos cortes superficiales pero dolorosos en la piel con espadas. –No me agarraran tan fácil – dijo con determinación con una idea en la cabeza y una sonrisa en la boca.
-No tienes donde huir grandulón, estas rodeado por todos lados.
-Pero estoy en terreno más alto, y abajo hay una gran bajada asi que… KAWABONGA – dijo antes de correr, embistiendo a varios antes de esconder brazos y pies dentro de su caparazón y deslizarte en este, colina abajo, aprovechando que la calle era una línea recta, tratando de taclear a cuanto vampiro hubiera a su alrededor.
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Felurian era seguida de cerca, se defendía como podía, pero estaba muy lejos de poder sola contra todos sus perseguidores, más cuando ellos tenían espadas, antorchas y horquillas punzantes además de sus contundentes puños, peligrosas garras y dientes afilados, su simple espada no era rival para todo lo que los enemigos tenían para ofrecer. Al llegar al jardín botánico se apuró a cerrar las puertas y poner seguros mientras trataba de mover todo lo que hubiera cerca como sacos de fertilizante o muebles para fortificar la barrera cuando vio una majestuosa estatua de un vampiro en lencería.
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Sus ojos quedaron presa de la magnificencia de este hermoso ser, lo que la distrajo y no noto la antorcha que los enemigos habían tirado y empezaba a encender un poco unas cuantas llamas en el jardín.
Lukas llego al final de la calle, muchos vampiros, decenas de ellos, habían hecho el mismo recorrido, solo que arrastrados, atropellados y golpeados, estaban todos fuera de servicio mientras la tortuga, aunque sangrando, estaba listo para seguir luchando cuando sintió unos golpes en una de las calles aledañas, por lo que acorto camino por un callejón y salio a dicha calle encontrando varios vampiros peleando con alguien que le pareció extrañamente conocido, era como aquel hombre que había peleado con él y Zagreus hacia unas semanas, solo que ese hombre era rubio y de ojos hermosos mientras que este tipo poseía cabello negro y ojos rojos, aunque eso no impediría que Lukas lo ayudara cuando un vampiro trato de atacarlo por la espalda, la tortuga corrió y con una embestida dejo fuera de combate al chupasangre.
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-Te ves muy parecido a un chico con el que fui compañero en una batalla hace unos días, diría que eres su gemelo – dijo con una sonrisa mientras daba el puñetazo con más fuerza que podía en el cráneo de uno de los vampiros, mandándolo a piso. - ¿Te molesta si te ayudo? Los vampiros radicales que solo quieren destruirlo todo me tienen harto.
- Ubicacion y Resumen:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Lukas y Felurian empiezan juntos en la X negra en el barrio alto cuando son emboscados por la manada de vampiros de Wolfgang que estan cazando por deporte y siguiendo el rastro de Felurian, Lukas los distrae mientras Felurian escapa y termina peleando con varios al mismo tiempo lo que lo deja un poco herido. Lukas termina por aprovechar de que esta en lo alto de una calle recta para lanzarse en su caparazon calle abajo deslizandose y haciendo chuza con sus enemigos hasta encontrarse con Zelas a quien no reconoce por que su pelo es de distinto color. Felurian llega al Jardin Botanico y planea defenderlo de los enemigos que la siguen cuando lanzan una antorcha dentro
- Inventario:
- EQUIPO
-Capa de la Noche con encantamiento Pluma:[Capa] Especialmente diseñada para la oscuridad, permite que te sea casi imposible verte a más de dos metros de distancia si estás bajo sombras profundas e intentas ser sigiloso, incluso si la otra persona posee visión nocturna.
+
Pluma [Encantamiento de Capa]Cuando el portador está cayendo, lo hará de manera más lenta, evitando cualquier daño por caída. Puede usarse para planear distancias cortas.
-Bolso del Viajero: [Bolso] Contiene un saco de dormir, 4 metros de cuerda, provisiones, pedernal con yesca, cantimplora y 2 antorchas.CONSUMIBLES
-Cecina de crasgwar: [Consumible] Un poco seca, quizá, pero te permitirá recuperar un uso de una habilidad hasta nivel 4.
-Fertilizante especial chez Cohen: [Consumible] Viértelo en la base de una planta y la hará crecer fuerte y frondosa casi al instanteOTROS:
-Ramillete de mil lágrimas: Ideal para aromatizar tus pertenencias. Aunque han perdido su brillo al secarse, si las expones un buen rato a una luz intensa, emitirán un sutil resplandor violáceo durante las siguientes dos horas.
Lukas
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
Cuando Amanda comenzó a hablar se hizo el silencio. La tensión en el ambiente mantenía la atención de todos los presentes en sus palabras. La información que nos dio en un comienzo parecía preocupante, los radicales parecían ir a ponerse en movimiento esa noche. Después dio un discurso sobre la unión que de alguna forma pareció lograr su objetivo al mismo tiempo que generar más dudas sobre nuestras fuerzas de cara a afrontar la noche. En mi caso agradecía la sinceridad, pero tampoco era como si mis expectativas de que esto fuera a salir bien fuesen antes mucho más altas.
La gente había empezado a discutir, y entre las voces discordantes vi que Cohen, alguien a quien nunca veía en ninguna circunstancia agradable se alejaba para solucionar lo de la puerta. No quería pensar demasiado en que tramaba, pero viendo que dispersarme seguramente me llevaría a morir en una ciudad que despreciaba, no creía que fuese a ser difícil centrarme en las prioridades del momento.
- No podemos quedarnos sin hacer nada mientras esperamos. Quizás seamos menos, pero como seguro que no vamos a defender la ciudad es esperando a que los hombres bestias nos hagan todo el trabajo.- Consiguió alzarse por encima del barullo una licántropa del grupo que iba con la que por lo que me habían dicho era la esposa de Amanda.
- Lo que tampoco podemos hacer es atacarles sin pensar. Nuestro objetivo tiene que ser ayudar a la gente que quiere seguir viviendo en paz. La forma de ganar la ciudad hacia nuestro bando debería ser demostrarles que la colaboración es lo que les mantiene seguros. El problema es que nuestras fuerzas escasean.- Intervino Daphne aprovechando que el bullicio se había calmado con las palabras de la mujer lobo.
- No, espera. La idea es buena.- Abrí la boca sin darme cuenta. Valoré volverme al rincón a ocultarme, pero ya era tarde e iba a tocar hablar.- Tiene que haber más gente preocupada por lo que está ocurriendo. No podemos dispersarnos para solucionarlo, pero si que podríamos traerlos hacia aquí y reforzar esta zona. No necesitamos que esa gente quiera luchar, con que estuviesen dispuestos a colaborar en montar las defensas sería suficiente. Y puede sonar complicado, pero veo entre nosotros a gente fuerte y con ganas de movimiento.- Miré al grupo de licántropos.- Y por casualidades de la vida, ahí donde nos veis, el elfo aquel y yo somos dos de los mejores carpinteros del continente.- Señalé a Elian antes de que se le ocurriera ninguna idea de intentar escapar, aunque confiaba en que él era alguien que se involucraba más en estas cosas que yo.- Así que creo que de montar una barrera y alguna sorpresa para quien quiera cruzarla nos podemos encargar. Aunque en lo que respecta a movilizar gente necesitaríamos otro tipo de ayuda.
- Tengo amigos que podrían ayudarnos con eso. Traer a gente de sitios donde puedan simpatizar con nuestra causa, y correr la voz de que nos estamos preparando para protegernos entre todos y que quien lo necesite puede venir.
- Y puedes contar con los nuestros. La jefa se quedará con Amanda por si intentasen algo raro, pero el resto seguiremos vuestras indicaciones para esas defensas que dices.
- Muy bien, pues pongámonos a ello. Necesitamos un mapa para ver qué zona podemos proteger en condiciones y cuales son las principales entradas.
- Los principales caminos son estos.- Daphne señaló en un mapa que alguien nos proveyó.- Desde donde estamos, la prioridad sería llegar hasta el Barrio Gótico, es la zona donde conviven más razas distintas y donde podríamos encontrar más apoyo.
- Perfecto. Podemos intentar cubrir desde aquí hasta el barrio gótico. La avenida parece muy grande para controlarla nosotros y tiene demasiadas entradas, quizás podamos asegurar las calles que salen de ella hacia nuestro lado. Lo más preocupante son las que vienen del cuartel. Amanda ha dicho que este lugar también es un objetivo, pero será mejor que evitemos que los que busquen atacar a la Guardia vayan luego hacia nosotros.
- Vayamos hacia allí rápido entonces. Una vez asegurada esa entrada podemos preocuparnos de lo demás.
- Muy cierto. Entre tanto mueve a tus amigos y que alguien vigile las entradas de los túneles, si Oneca tiene una reunión allá abajo no es descartable que luego quieran usarlos con otras intenciones más preocupantes.- Confiaba en que no fueran a lanzar el primer ataque por allá, pues no teníamos suficiente gente para encargarnos de todo, y había que priorizar.- Una última cosa, aunque vean una calle abierta desde el edificio de la guardia, que tus amigos tengan cuidado, quiero dejar un regalito a tus enemigos en caso de que quieran matar dos pájaros de un disparo y vengan hacia aquí tras el cuartel.
Una vez preparado, me retiré del centro para organizarme con los licántropos. Y por los ruidos que empezaban a notarse en la ciudad parecía que iba a ser bastante oportuno empezar los preparativos.
- Vale, necesitaríamos dividiros en dos grupos. Una vez gestionada la zona del cuartel, uno irá conmigo hacia el sur y el otro acompañará a Elian al norte.
- Perfecto. Pues prepararé los grupos e iré con el que te acompañe. Me ha gustado tu estilo.- Estiró su fornido brazo y me tendió la mano.- Por cierto, soy Wryneck.
- Que digas eso me hace dudar de tu criterio. Pero en fin, un placer, soy Corlys.- Le tendí la mano y tras el saludo me puse en marcha hacia la zona que debíamos gestionar.
- Bien hecho. ¿Ves como cuando lo intentas puedes hacer algo útil?- Me comentó Teufel, con una voz que parecía denotar orgullo por mis acciones, lo que me generaba bastante inquietud.
- Sigue sin gustarme. Se vive mucho mejor sin nadie a tu cargo. Eso de preocuparse por otros es muy cansado.
- Pero que pienses que es cansado y no quieras hacerlo es buena señal. Mejor eso que olvidarte de que quienes están a tu cargo no son personas.
- Supongo que sí. Pero ya podría hacerlo otro.
A pesar de mi apatía. Cuando vi que los licántropos ya venían hacia mi dejé el tema y me puse a darles indicaciones. Había algo inspirador en estar trabajando con lobos para proteger una ciudad de vampiros a pesar de la antigua enemistad de esos dos grupos. Me recordaba a cierta aventura que había tenido con una loba y hadas, viéndola en perspectiva había sido un viaje divertido, esperaba que la fuera bien.
Miraba las calles adyacentes, y les iba indicando a los licántropos donde montar barricadas y levantar muros improvisados, intentando estar pendiente al menos de los primeros pasos, para asegurar que al menos la base fuera fuerte. En el cruce que unía la me encontré un pequeño torreón en un estado bastante pobre, que parecía perfecta para mi plan. Aunque no fue lo único que me sorprendió, porque a pesar de la cercanía del cuartel, era como si alguien se hubiera llevado a todos los guardias a otra parte. Aunque lo que si que parecían quedar era bastantes civiles. Valoré un momento si intentar hacer algo, pero opté por mejor encargarme de lo que quería hacer en la torre.
- Oye, Elian, ¿puedes ver lo que pasa con esa gente? Yo tengo que ver si puedo convertir esa torre en una trampa.- Y antes de que me dijera nada sobre cambiar tareas, le di la espalda y avancé apresurado hacia el torreón en cuestión.
Me adentré en el interior del edificio y no me costó ver que alguien debía haberse refugiado allí recientemente, pero parecía llevar al menos unos días vacía. Quizás la inestabilidad política no invitaba a quedarse en una ruina la piedra tan desgastada que de la puerta solo quedaban los huecos desgastados donde alguna vez debieron estar las bisagras. Una revisión más concienzuda me mostró que la pared exterior era básicamente lo que estaba manteniendo el edificio en su lugar[1][2], por lo que salí a la calle de nuevo y procedí con calma a sacar papel y mi tinta especial de sangre de mi bolsa para ir dibujando un símbolo en el mismo[3][4] y se lo entregué a Teufel.
- Cuando veas que se acerca el enemigo, coloca esto en la pared y sal corriendo, en poco tiempo dejará de haber pared, y si no he calculado mal, también dejará de existir este tramo de la calle.
Y con eso consideraba esa parte de mi misión cumplida, pero todavía quedaban muchas barreras que levantar si queríamos sobre vivir a esa noche.
La gente había empezado a discutir, y entre las voces discordantes vi que Cohen, alguien a quien nunca veía en ninguna circunstancia agradable se alejaba para solucionar lo de la puerta. No quería pensar demasiado en que tramaba, pero viendo que dispersarme seguramente me llevaría a morir en una ciudad que despreciaba, no creía que fuese a ser difícil centrarme en las prioridades del momento.
- No podemos quedarnos sin hacer nada mientras esperamos. Quizás seamos menos, pero como seguro que no vamos a defender la ciudad es esperando a que los hombres bestias nos hagan todo el trabajo.- Consiguió alzarse por encima del barullo una licántropa del grupo que iba con la que por lo que me habían dicho era la esposa de Amanda.
- Lo que tampoco podemos hacer es atacarles sin pensar. Nuestro objetivo tiene que ser ayudar a la gente que quiere seguir viviendo en paz. La forma de ganar la ciudad hacia nuestro bando debería ser demostrarles que la colaboración es lo que les mantiene seguros. El problema es que nuestras fuerzas escasean.- Intervino Daphne aprovechando que el bullicio se había calmado con las palabras de la mujer lobo.
- No, espera. La idea es buena.- Abrí la boca sin darme cuenta. Valoré volverme al rincón a ocultarme, pero ya era tarde e iba a tocar hablar.- Tiene que haber más gente preocupada por lo que está ocurriendo. No podemos dispersarnos para solucionarlo, pero si que podríamos traerlos hacia aquí y reforzar esta zona. No necesitamos que esa gente quiera luchar, con que estuviesen dispuestos a colaborar en montar las defensas sería suficiente. Y puede sonar complicado, pero veo entre nosotros a gente fuerte y con ganas de movimiento.- Miré al grupo de licántropos.- Y por casualidades de la vida, ahí donde nos veis, el elfo aquel y yo somos dos de los mejores carpinteros del continente.- Señalé a Elian antes de que se le ocurriera ninguna idea de intentar escapar, aunque confiaba en que él era alguien que se involucraba más en estas cosas que yo.- Así que creo que de montar una barrera y alguna sorpresa para quien quiera cruzarla nos podemos encargar. Aunque en lo que respecta a movilizar gente necesitaríamos otro tipo de ayuda.
- Tengo amigos que podrían ayudarnos con eso. Traer a gente de sitios donde puedan simpatizar con nuestra causa, y correr la voz de que nos estamos preparando para protegernos entre todos y que quien lo necesite puede venir.
- Y puedes contar con los nuestros. La jefa se quedará con Amanda por si intentasen algo raro, pero el resto seguiremos vuestras indicaciones para esas defensas que dices.
- Muy bien, pues pongámonos a ello. Necesitamos un mapa para ver qué zona podemos proteger en condiciones y cuales son las principales entradas.
- Los principales caminos son estos.- Daphne señaló en un mapa que alguien nos proveyó.- Desde donde estamos, la prioridad sería llegar hasta el Barrio Gótico, es la zona donde conviven más razas distintas y donde podríamos encontrar más apoyo.
- Perfecto. Podemos intentar cubrir desde aquí hasta el barrio gótico. La avenida parece muy grande para controlarla nosotros y tiene demasiadas entradas, quizás podamos asegurar las calles que salen de ella hacia nuestro lado. Lo más preocupante son las que vienen del cuartel. Amanda ha dicho que este lugar también es un objetivo, pero será mejor que evitemos que los que busquen atacar a la Guardia vayan luego hacia nosotros.
- Vayamos hacia allí rápido entonces. Una vez asegurada esa entrada podemos preocuparnos de lo demás.
- Muy cierto. Entre tanto mueve a tus amigos y que alguien vigile las entradas de los túneles, si Oneca tiene una reunión allá abajo no es descartable que luego quieran usarlos con otras intenciones más preocupantes.- Confiaba en que no fueran a lanzar el primer ataque por allá, pues no teníamos suficiente gente para encargarnos de todo, y había que priorizar.- Una última cosa, aunque vean una calle abierta desde el edificio de la guardia, que tus amigos tengan cuidado, quiero dejar un regalito a tus enemigos en caso de que quieran matar dos pájaros de un disparo y vengan hacia aquí tras el cuartel.
Una vez preparado, me retiré del centro para organizarme con los licántropos. Y por los ruidos que empezaban a notarse en la ciudad parecía que iba a ser bastante oportuno empezar los preparativos.
- Vale, necesitaríamos dividiros en dos grupos. Una vez gestionada la zona del cuartel, uno irá conmigo hacia el sur y el otro acompañará a Elian al norte.
- Perfecto. Pues prepararé los grupos e iré con el que te acompañe. Me ha gustado tu estilo.- Estiró su fornido brazo y me tendió la mano.- Por cierto, soy Wryneck.
- Que digas eso me hace dudar de tu criterio. Pero en fin, un placer, soy Corlys.- Le tendí la mano y tras el saludo me puse en marcha hacia la zona que debíamos gestionar.
- Bien hecho. ¿Ves como cuando lo intentas puedes hacer algo útil?- Me comentó Teufel, con una voz que parecía denotar orgullo por mis acciones, lo que me generaba bastante inquietud.
- Sigue sin gustarme. Se vive mucho mejor sin nadie a tu cargo. Eso de preocuparse por otros es muy cansado.
- Pero que pienses que es cansado y no quieras hacerlo es buena señal. Mejor eso que olvidarte de que quienes están a tu cargo no son personas.
- Supongo que sí. Pero ya podría hacerlo otro.
A pesar de mi apatía. Cuando vi que los licántropos ya venían hacia mi dejé el tema y me puse a darles indicaciones. Había algo inspirador en estar trabajando con lobos para proteger una ciudad de vampiros a pesar de la antigua enemistad de esos dos grupos. Me recordaba a cierta aventura que había tenido con una loba y hadas, viéndola en perspectiva había sido un viaje divertido, esperaba que la fuera bien.
Miraba las calles adyacentes, y les iba indicando a los licántropos donde montar barricadas y levantar muros improvisados, intentando estar pendiente al menos de los primeros pasos, para asegurar que al menos la base fuera fuerte. En el cruce que unía la me encontré un pequeño torreón en un estado bastante pobre, que parecía perfecta para mi plan. Aunque no fue lo único que me sorprendió, porque a pesar de la cercanía del cuartel, era como si alguien se hubiera llevado a todos los guardias a otra parte. Aunque lo que si que parecían quedar era bastantes civiles. Valoré un momento si intentar hacer algo, pero opté por mejor encargarme de lo que quería hacer en la torre.
- Oye, Elian, ¿puedes ver lo que pasa con esa gente? Yo tengo que ver si puedo convertir esa torre en una trampa.- Y antes de que me dijera nada sobre cambiar tareas, le di la espalda y avancé apresurado hacia el torreón en cuestión.
Me adentré en el interior del edificio y no me costó ver que alguien debía haberse refugiado allí recientemente, pero parecía llevar al menos unos días vacía. Quizás la inestabilidad política no invitaba a quedarse en una ruina la piedra tan desgastada que de la puerta solo quedaban los huecos desgastados donde alguna vez debieron estar las bisagras. Una revisión más concienzuda me mostró que la pared exterior era básicamente lo que estaba manteniendo el edificio en su lugar[1][2], por lo que salí a la calle de nuevo y procedí con calma a sacar papel y mi tinta especial de sangre de mi bolsa para ir dibujando un símbolo en el mismo[3][4] y se lo entregué a Teufel.
- Cuando veas que se acerca el enemigo, coloca esto en la pared y sal corriendo, en poco tiempo dejará de haber pared, y si no he calculado mal, también dejará de existir este tramo de la calle.
Y con eso consideraba esa parte de mi misión cumplida, pero todavía quedaban muchas barreras que levantar si queríamos sobre vivir a esa noche.
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[1] Kit de Carpintería Superior: [Limitado, 2 Usos] Mediante este kit, compuesto por diversas herramientas, puedes usar el efecto de cualquier Técnica de Carpintería de nivel Experto o inferior que conozcas en un rol. Gastado primer uso.
[2] Revelar Fallo Estructural: [Técnica de Carpintería] Usas tu experiencia levantando estructuras para revelar los puntos débiles de un edificio, vehículo u otra estructura de madera. Si tú o tus aliados alcanzan con ataques ese lugar, la estabilidad de la estructura se verá seriamente comprometida.
[3] Kit de Arcanos Inferior: [Limitado, 2 Usos] Mediante este kit, compuesto por pinceles y tintas mágicas, puedes usar el efecto de cualquier Técnica de Arcanos de nivel Principiante que conozcas en un rol. Para crear el efecto debes disponer de al menos un minuto sin que nadie te interrumpa. Gastado primer uso.
[4] Glifo de Gisura: [Pergamino, Limitado, 1 Uso]: Al poner este pergamino sobre una superficie sólida se comenzará a formar una grieta que se irá expandiendo de a poco hasta romper la estructura o alcanzar una extensión de 10 metros.
Corlys empieza a preparar la defensa de parte del barrio del Corazón.
- Posición política y geográfica:
- Corlys apoya al bando de Amanda, al menos circunstancialmente. Se encuentra en la Posada de la Luna al principio, luego va a las calles entre la Posada de la Luna y el Cuartel.
- Inventario:
Equipo:
- Lanza Superior: [Arma de Asta] Arma principalmente elaborada en madera, como una lanza, una alabarda, un bastón, etc. Su calidad Superior la hace muy efectiva en el combate y difícil de dañar.
* Vara del Rey Mono: [Arma de Asta, Limitado] Vara de maderas mágicas, capaz de acortarse hasta medio metro y alargarse hasta 5 metros a voluntad del usuario (tarda alrededor de 3 segundos). Puede reemplazar el asta de otra arma. Es de calidad Superior.
- Botas de Njord: [Botas] Hechas de cueros de criaturas mágicas, permiten al portador correr y saltar ligeramente (aproximadamente un 10%) más rápido y fuerte de lo normal. En este caso hechas especialmente para parecer a unas pezuñas de yack.
- Escudo Superior: [Escudo] Eficaz protección contra ataques, su calidad es Superior.
- Laúd Refinado: Los instrumentos musicales confeccionados por carpinteros en un taller se considerarán de mayor calidad.
Limitados:
- Vara del Rey Mono [Ver equipo]
- Kit de Arcanos Inferior: [Limitado, 2 Usos] Mediante este kit, compuesto por pinceles y tintas mágicas, puedes usar el efecto de cualquier Técnica de Arcanos de nivel Principiante que conozcas en un rol. Para crear el efecto debes disponer de al menos un minuto sin que nadie te interrumpa.
- Trampa de Red: [Trampa, Limitado, 1 Uso] Mecanismo que, al gatillarse por una placa de presión, libera una red que atrapa un animal pequeño o bien se enreda en la extremidad de una persona o animal grande, deteniendo su movimiento por un turno.
- Trampa Pestilente: [Trampa, Limitado, 1 Uso] Mecanismo que, al gatillarse por una placa de presión, libera una sustancia extremadamente pestilente, de color vistoso y muy difícil de quitar. El manchado será fácil de rastrear.
- Kit de Carpintería Regular: [Limitado, 2 Usos] Mediante este kit, compuesto por diversas herramientas, puedes usar el efecto de cualquier Técnica de Carpintería de nivel Avanzado o inferior que conozcas en un rol.
- Kit de Carpintería Superior: [Limitado, 2 Usos] Mediante este kit, compuesto por diversas herramientas, puedes usar el efecto de cualquier Técnica de Carpintería de nivel Experto o inferior que conozcas en un rol.
- Espejo de mano: [Limitado, 2 usos] Espejo pequeño con forma de mano. Te permite desaparecer y reaparecer al instante en un sitio dentro de 10 metros. No entenderás cómo ocurre, pero sentirás que caminaste esa distancia a través de una dimensión de oscuridad, dominio de infinitas manos blancas, durante un tiempo inestimable.
Consumibles:
- Galleta del olvido: [Consumible] Al comer esta galleta, la gente deja de reconocerte. Durante dos rondas, serás un desconocido para todos.
- Manzana de Iddun: [Consumible] Distorsiona la edad de quien la consume a voluntad por tres turnos.
- Galletas Podridas: [Consumible] Las galletas que cayeron al piso asimilaron el gas venenoso de manera extraña pero ventajosa, por lo que ahora se han convertido en una especie de Panacea Antivenenos. Aunque tendrán un olor desagradable, comer una de estas galletas te hará inmune o al menos resistente por dos turnos ante la mayoría de los venenos existentes.
- Bolita de pétalos biusificados: [Consumible] Deberás comerla y tendrá el sabor que desees. En la siguiente vez que seas dañado por un enemigo, creará una copia de ti capaz de unirse a la lucha. La copia podrá usar tus habilidades, pero consumiendo los usos de las tuyas. También compartirán el daño y, en vez de dolor, sentirán placer que nuble el juicio. Dura un turno.
- Espejo multicolor: [Consumible] [2 cargas] Al presionarlo contra tu pecho, el espejo replicará el efecto del último consumible u objeto con cargas que hayas usado en el rol en curso. Puedes usar únicamente un Espejo multicolor por tema.
- Medalla de Morgana: [Consumible] Medalla misteriosa de contorno difuminado y detalles indefinidos. Al mostrársela a alguien, este creerá que sus enemigos son sus amigos y que sus amigos son sus enemigos, aunque no es tan efectivo en personas poderosas mental o físicamente. Su efecto dura un turno.
- Sangre de cordero macho de primera: [Consumible] De sabor un tanto fuerte, pero si es un vampiro quien la bebe, le permitirá recuperar un uso de una habilidad hasta nivel 4.
- Bolitas de amor de Karre’xha: [2 unidades, Consumible] Están aderezadas con extracto de viagris. Ideales para dar un toque de color a tus temas +18 o, quizá, solo quizá, para el caso de que necesites una distracción creativa para otro personaje. En este último caso, el efecto estimulante dura dos rondas.
- Fertilizante especial chez Cohen: [Consumible] Viértelo en la base de una planta y la hará crecer fuerte y frondosa casi al instante
Otros:
- Hoja de servicio: A pesar de las tensas relaciones de Lunargenta con los vampiros, la capitana Áddila, a causa de la información de los numerosos soldados que han combatido a tus órdenes, te ha hecho entrega de una HOJA DE SERVICIO donde se relata lo que has llevado a cabo en beneficio de la Guardia. Tal vez algún día eso pueda salvarte la vida.
- Ramillete de mil lágrimas: Ideal para aromatizar tus pertenencias. Aunque han perdido su brillo al secarse, si las expones un buen rato a una luz intensa, emitirán un sutil resplandor violáceo durante las siguientes dos horas.
-Bendición de Gula: Durante uno cualquiera de tus próximos 3 temas (libres o privados), podrás disfrutar de cualquier manjar que tu apetencia dicte. Tu estómago no rechazará nada, salvo la sangre.
- Escombros Recuerdo de Zelirica: [Material épico] Puede ser canjeado por un objeto de nivel experto o inferior en el mercado, o combinado con otro material raro para crear un material épico. Obtenido por la combinación de dos materiales raros.
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
Sacrestic: En la procesión y luego de regreso a la Iglesia.
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En un momento estábamos (estaba) alabando al jefe, y al siguiente, tras una euforia masiva por culpa de un sujeto que confundió las grandes hazañas de perro con el tal Cristo, íbamos en caravana, juntos como hermanos y perros de una iglesia, buscando cómo salir de semejante lío y salvar al jefazo.
Con una palabra la luz del collar se apagó, y opté por lo lentes que alguna vez le había pedido a Zelas para mis borracheras nocturnas. Había una sensación de incomodidad que me invadía, tal vez era demasiada gente a mi alrededor o la idea de algún peligro al acecho.
Meleis, estaba más frustrado que yo - ¿Cómo es que siempre acaban haciendo estas cosas? - Se preguntó en voz alta, suspirando pesadamente mientras seguía de cerca aquella incomoda marcha. - Pues no sé por qué te sigues sorprendiendo, preocúpate cuando todo sea demasiado sereno, seguramente sea el fin del mundo. - Señalé.
Por si fuera poco, en el trayecto, aunque absurdo para el rubio, había entendido la indirecta. - Me las van a pagar. - Dijo mientras se apartaba de la multitud hacia uno de los callejones y de un salto, tan alto como se lo permitieron sus piernas, las escamas zafiro tomaban protagonismo en aquella forma imponente de él, alzando el vuelo.1, 2
Hizo lo que le pidieron, bueno algo así, la lluvia no era precisamente el agua que se esperaba, estaba caliente y eran más como chorritos erráticos. - Maldita lagartija, me la vas a pagar cuando bajes. - pensé ofendida por recibir el agua de sus mangueras.
Una vez que se desquitó, esta ves sí hizo más caso, esperando que lo que sea que llamara al menos sirviera de algo. Rugió como el macho pecho azul que era, y al poco tiempo no tardaron en llegar los peculiares refuerzos que ocultaba Sacrestic. 3 Tuve que agarrar al gomejo y el palomejo para que no se pusieran a correr detrás de los cerdos, el otro cerdo y las ratas y el mismo cerdo.
Me atreví a seguir de vuelta a los que habían hecho caso a las palabras del jefe, pero francamente parecía que todo a mi alrededor se sentía borroso, demasiada gente y la presión crecía. Aquella noche me recordaba a otra. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
¿Por qué ahora? El recuerdo de aquella noche en ese pueblo y la perdida de la caja llegó como una ráfaga. Mis pasos se hacían más lentos, abracé con fuerza a las mascotas, sentía algo de frío. Aquel simple recuerdo me había llevado a cuestionarme muchas cosas. ¿Qué hacía ahí? Era una buena para nada que solo entorpecía las cosas y trataba de prometer causas vacías, o imposibles de cumplir. No era fuerte, es decir, mis propios miedos, o mejor dicho, debilidad, no me permitían ser un dragón.
Mientras tanto, Meleis se adelantaba en el aire de vuelta hacia donde Bio lo estaba guiando. Para su sorpresa una cara conocida lo hizo aterrizar, reconocía a aquella figura... La pregunta era ¿ella sabría de quien se trataba?
Con una palabra la luz del collar se apagó, y opté por lo lentes que alguna vez le había pedido a Zelas para mis borracheras nocturnas. Había una sensación de incomodidad que me invadía, tal vez era demasiada gente a mi alrededor o la idea de algún peligro al acecho.
Meleis, estaba más frustrado que yo - ¿Cómo es que siempre acaban haciendo estas cosas? - Se preguntó en voz alta, suspirando pesadamente mientras seguía de cerca aquella incomoda marcha. - Pues no sé por qué te sigues sorprendiendo, preocúpate cuando todo sea demasiado sereno, seguramente sea el fin del mundo. - Señalé.
Por si fuera poco, en el trayecto, aunque absurdo para el rubio, había entendido la indirecta. - Me las van a pagar. - Dijo mientras se apartaba de la multitud hacia uno de los callejones y de un salto, tan alto como se lo permitieron sus piernas, las escamas zafiro tomaban protagonismo en aquella forma imponente de él, alzando el vuelo.1, 2
Hizo lo que le pidieron, bueno algo así, la lluvia no era precisamente el agua que se esperaba, estaba caliente y eran más como chorritos erráticos. - Maldita lagartija, me la vas a pagar cuando bajes. - pensé ofendida por recibir el agua de sus mangueras.
Una vez que se desquitó, esta ves sí hizo más caso, esperando que lo que sea que llamara al menos sirviera de algo. Rugió como el macho pecho azul que era, y al poco tiempo no tardaron en llegar los peculiares refuerzos que ocultaba Sacrestic. 3 Tuve que agarrar al gomejo y el palomejo para que no se pusieran a correr detrás de los cerdos, el otro cerdo y las ratas y el mismo cerdo.
Me atreví a seguir de vuelta a los que habían hecho caso a las palabras del jefe, pero francamente parecía que todo a mi alrededor se sentía borroso, demasiada gente y la presión crecía. Aquella noche me recordaba a otra. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
¿Por qué ahora? El recuerdo de aquella noche en ese pueblo y la perdida de la caja llegó como una ráfaga. Mis pasos se hacían más lentos, abracé con fuerza a las mascotas, sentía algo de frío. Aquel simple recuerdo me había llevado a cuestionarme muchas cosas. ¿Qué hacía ahí? Era una buena para nada que solo entorpecía las cosas y trataba de prometer causas vacías, o imposibles de cumplir. No era fuerte, es decir, mis propios miedos, o mejor dicho, debilidad, no me permitían ser un dragón.
Mientras tanto, Meleis se adelantaba en el aire de vuelta hacia donde Bio lo estaba guiando. Para su sorpresa una cara conocida lo hizo aterrizar, reconocía a aquella figura... La pregunta era ¿ella sabría de quien se trataba?
- Off:
- 1Meleis escribió:Don Ancestral: [Mágica, 2 usos] Puedo convertirme en un dragón de hasta 4 metros (nariz a punta de la cola), lo que aumenta considerablemente mi resistencia. Puedo volver a forma humana a voluntad. [Uso 1/2]Meleis escribió:Durito y fuertecito [Nivel 2] [Pasiva] Mi armadura natural de escamas se encuentra mejor potenciada para resistir ataques físicos y proporcionar con más potencia embestidas o coletazos en mi forma bestial. (Talento: Combate Bestial)
- 2Meleis escribió:Habitante de los Cielos: Puedo volar en forma de dragón.
-3Meleis escribió:Llamado del Alpha [Nivel 3]: [1 uso] Como dragón proyecto un potente rugido que me permite llamar a la lucha a animales tan osados como yo.
- Sigo con Bio.
- Comienzo a dar intro a los efectos de la maldición que afecta a Meraxes.
- Meleis reconoce a Helena.
- Maldición Activa:Una idea te consume la mente y el espíritu; no haber sido capaz de obtener la caja misteriosa. Ello siembra en ti una intensa y peligrosa desesperación. Tras su fracaso, tu corazón es atrapado por una ansiedad voraz que la atormenta sin tregua. Esta maldición te obliga a experimentar, una vez por tema, una parálisis emocional y física. Durante estos momentos, el mundo a su alrededor se vuelve inmenso, abrumador, y tú te sientes insignificante, pequeña y débil, incapaz de controlar tu destino.Outfit Meraxes[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Outfit Meleis[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
- Inventario:
- Collar de Zafiro [Encantamiento Pudor] - Cuello
- Medalla del exterminador [1 CARGA] - Pecho lado derecho.
- Pieza Metalica - Pecho lado izquierdo.
- Armadura Ligera Normal [Encantamiento Armadura Engañosa]
- Bolso de Viajero:Contiene un saco de dormir, 4 metros de cuerda, provisiones, pedernal con yesca, cantimplora y 2 antorchas.
- Kit de Arcanos Regular. - Dentro de Bolso de Viajero. [L1]
- Látigo [Arma Flexible Superior - Encantamiento Castigo de Piedra] - Cuelga del lado izquierdo de mi cintura.
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] [Armas Flexible Superior. Metal. Unidades: 2]
- Tónico del Jerbo - Bolso
- Llave Onírica - Bolso
- Ocarina - Bolso
- Kit de Curtiduría Inferior - Bolso [L2]
- Bomull (Cría de Gomejo)
- Caramelo de Jade. [Dentro de bolsa de viajero]
- Hongos de Lithe. [Cant. 1]] [Dentro de bolsa de viajero]
- Collar de Moneda Maliciosa de Elian [Cuello- Encantamiento Fuente de Luz]
-Trampa de Red [Dentro de bolsa de viajero] [L3]
- Peluche de bégimo. [Sin cargas]
- Brocheta de yak
-Huevo sorpresa. [Unidades: 1]
- Néctar Kimil.
- Bolita de pétalos biusificados. [1 carga]
- Bomba Luminosa. [L4]
- Bolitas Resbaladizas. [Dentro del Bolso] [L5]
- Voluntad de Terric.
- Poción de Recuperación (2)
- Trineo.
- Disfraz de Gomejo [Guardado]
- Garras Superiores.
- Ropas Comunes Superiores [Equipada]
- Escama de dragón marino [Unidades: 2]
-Gorrito de Calabaza.
- Lentes de Visión Nocturna.
- Cecina de crasgwar.
- Bolitas de amor de Karre’xha
- Ramillete de mil lágrimas.
- Fertilizante especial chez Cohen.Outfit
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo][Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Separador:[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
- Inventario Meleis:
- Garras Superiores
- Bolso del Explorador.
- Armadura de Fieras Normal. [A. Ligera / Encantamiento Pudor]
- Poción de Salud Concentrada. [Dentro del Bolso] [L6]
- Disfraz de Gomejo [Guardado]
- Cría de Palomejo.
- Inyección [L7]
Meraxes
Honorable
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
Había problemas, sí. No eran pocos, y tampoco leves. Pero todo aquello no eran más que los preliminares de una batalla. O de una guerra. Por un lado, todas las malas noticias que traían tanto Ruarc y Eloísa como los del templo oscurecían las esperanzas del chamán como lo hacía el comienzo del ocaso con el brillo del día; por otro lado, estaba convencido de que, cualquier batalla, fuera del calibre que fuera, solo se terminaba cuando se vencía.
Y eso iban a hacer, vencer. Y el primer paso era lidiar rápido y de manera correcta con la situación en la que les habían puesto los vampiros. Pequeñas victorias ganarían la guerra desde su, aún, tenso y escalofriantemente tranquilo comienzo.
Sein saludó con un respeto profundo a los guerreros de su sacerdotisa. Trató de reprimir su urgencia para honrarlos de manera adecuada después de que ella los recibiera uno a uno. El cariño con el que los recibía despertó en él un orgullo que casi llegó a borrar de su mente la necesidad de rapidez con que debían abordar toda la situación estratégica. Pero, aún así, solo pudo dedicarles un saludo general con la mano en el pecho y el tótem clavado en el suelo. - Es gran honor recibiros. Guerreros del templo son mucho más feroces en persona - halagó de corazón, desviando por un instante su mirada hacia Akanke. - Vamos a destrozar todos vampiros que hayan intentado mataros. Palabra de chamán - alentó en forma de promesa. Su tótem brilló con sus palabras honestas y decididas, dejando un vacío oscuro en ese pequeño fragmento del ocaso cuando se lo llevó con él para ir a hablar con los líderes.
Le escocía en sus adentros el no poder extenderse en esa presentación, y el no contar con el tiempo suficiente como para ayudar a su sacerdotisa con lo que necesitara para tratar las heridas de sus aguerridos. Rascando el vello felino de su pecho se unió a la conversación de los líderes, pero se encontró con que Eloísa estaba abandonando el improvisado puesto de mando de maderas dibujadas con tizna.
- Sein, acércate - murmuró Ruarc arrodillado frente a la madera.
El norteño obedeció y se acuclilló junto a él. - ¿Y Akanke? - preguntó sin apartar su mirada de las marcas oscuras de la madera.
- Sigue curando a guerreros de templo - informó con un gesto serio de preocupación.
- Hace bien. Escucha, Eloísa y yo hemos hablado sobre algo - comenzó explicando. - Creo que ya escuchaste antes lo que dije sobre parlamentar con los guardias. Es la única opción que nos queda. Somos menos que los vampiros, y si nos aliamos con ellos todos podemos salir ganando.
Sein escuchaba con atención plena a sus palabras y todo lo que implicaban. El líder chacal apartó su mirada de las maderas para dirigirla a sus ojos. - Y creemos que va a ser más positivo que vayamos a negociar los dos. Es decir, tú y yo - aclaró con su voz firme.
Sein se zambulló en la sensación de orgullo que le provocaron sus palabras. Era lo más cercano que sentía a liderar a su tribu desde hacía mucho tiempo. Demasiado. - ¿Cómo lo ves? - preguntó en un intento calculado de calibrar la valía del chamán del norte. Este no apartó su mirada del líder. Sus ojos compartían una misma mirada, determinada y preocupada a partes iguales. Sein acabó contestando tras unos instantes que dedicó a pensar bien sus palabras.
- Vamos a ir. Vamos a hablar con guardias, y vamos a aliar. Es mejor para todos y, si llegan vampiros de bosques, por lo menos estaremos junto con guardias - contestó con simpleza. - Ruarc, hermano, mientras estemos vivos, podemos ganar.
En sus palabras brillaba la intrepidez, una sabia intrepidez. Ruarc asintió satisfecho y le colocó la mano en un hombro. - Entonces, vamos. No hay tiempo que perder.
- Sein - dijo la firme voz de su hermana a sus espaldas. - ¿Adónde vais?
- Moa...
- Tranquila, Moa. Soy consciente de que sois hermanos de sangre, y no te puedo decir que vaya a cuidar más de Sein por ello, sino que voy a cuidar de él porque sé que él va a cuidar de mí y de todos nosotros igual que lo haré yo - explicó con una calma asertiva notando la tensión de su rostro. - Debes estar orgullosa de tu hermano. Vamos a intentar hacer algo importante con la guardia y confío en él como chamán para que me acompañe.
Sein abrió los brazos incitando a que lo abrazara, pero sabiendo también que no se acercaría a él para hacerlo. Caminó hacia ella y la rodeó con sus brazos en un gesto apaciguador. Ella no reaccionó al contacto, rígida como el tronco de un roble.
- Moa, solo vamos a hablar con guardia de ciudad - susurró sin soltarla. Luego se separó y colocó sus manos sobre los hombros de ella. - Confía en mí.
Es duro reencontrarte con tu hermano de sangre para saber que va a caminar hacia la boca del lobo sin poder acompañarlo. Pero ella sabía que allí el líder superior no era él, sino Ruarc. Respetaba eso, y sabía que después de hacer aquello podría unirse a luchar con él. Tuvo que respirar hondo durante un rato para calmarse, pero su rostro solo mostraba una seriedad amenazante.
- Te quiero, hermanita.
Mientras caminaban hacia la Puerta del Alba con el ejército a unos ciento cincuenta pasos de distancia por detrás, el sol caía cada vez más hondo en el hambriento horizonte. Un grupo de guardias en formación, de unos treinta, se adelantó armas en ristre a su llegada. A unos treinta pasos de distancia, uno de ellos dio un paso firme hacia adelante y llevó a cabo su labor.
- ¡En el nombre de la guardia! ¡Os advierto que, un paso más, y se os atacará con la intención de eliminaros del camino!
Un silencio aterrador sirvió para escuchar a la perfección cómo alguno, entre aquella fila y la imponente Puerta del Alba, desenvainaba su filo.
- Tranquilo, hermano. Venimos solo para hablar. Soy Ruarc, miembro del consejo de D'Orlind Ûr - exclamó con los brazos en alto. Sein repitió su gesto. - Y este es mi camarada, Sein, destacado chamán del norte.
El chamán realizó una suave reverencia de cabeza mientras mantenía arriba sus manos.
Los dos esperaron que alguien con una visión más completa de la situación se adelantara para hablar con ellos. En efecto, un hombre menos pertrechado se abrió camino entre la formación de guardias y habló.
- Saludos, Ruarc y Sein - este habló más bajo que el anterior. En ese momento, en el espacio que había entre los dos bestiales y el ejército a sus espaldas, sobre los tejados del arrabal, cortó el aire con su gracioso vuelo un ave majestuosa. No era su tamaño lo que la hacía grandiosa, sino su aspecto y sus colores. Era un [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], hambriento de las intensas emociones que comenzaban a aflorar en todo aquel territorio. Poco a poco comenzaron a escucharse voces y bramidos de júbilo procedentes del ejército de D'Orínd Ûr, sabedores de los buenos presagios que acompañaban al avistamiento del querido coatl.
Sein nunca había visto uno, pero conocía algunas leyendas. Sonrió embobado antes de que Ruarc apartara la vista del ave para seguir escuchando al guardia, que había retomado sus palabras algo más animado.
- Bienvenidos. ¿Qué quieren hablar?
- Un gran grupo de vampiros nos pisa los talones. Ya han atacado a un grupo de nuestros guerreros que acaba de llegar desde lejos, y no podemos permanecer en el bosque. Son muchos. Ahora bien. Es muy probable que vengan hacia aquí, y si lo hacen lucharemos de vuestro lado, pues a eso venimos - los dos hombres bestia habían bajado ya sus brazos. Ruarc miró a Sein con decisión.
Este agarró el tótem de su espalda y de su madera comenzaron a surgir brillos intensos, como si se tratara de una antorcha de llamas moradas. - Guías están con nosotros, hermanos. He rezado para que ayuden y, como veis, están preparados - explicó con un dejo feroz en su voz señalando con su mano al tótem. - Vampiros crueles conocerán ira del Tigre Guía.
El guardia se sorprendió en sus adentros por la mezcla de vulnerabilidad y arrojo que demostraban aquellos guerreros. Estuvo a punto de decir algo, pero otra vez un ave volvió a llamar la atención de todos.
¿O no era un ave?
Esta vez había podido escucharlo mucho antes de verlo. Sus alas empujaban el aire con una fuerza que no era la de un coatl. Finalmente lo vio. Era un dragón. Y era demasiado tarde para avisar a los guardias que posaban firmes frente a ellos, pues casi ni tiempo tuvieron para apartarse del torrente que salió de sus entrañas para bañarlos con la antítesis de un aguacero.
¿Qué buen presagio era ese? Un grupo de posibles aliados capaces agonizando, la Puerta del Alba, confusa, recibiendo el alba a destiempo. La mandíbula del chamán se desencajó al presenciar la temible matanza, pero un coatl no se equivoca. Algo bueno debía traer todo aquello.
- Sein, esto solo puede significar una cosa - contestó, como escuchando sus pensamientos. En sus ojos relucientes por las llamas podía leerse un temor reverencial. - Ha comenzado la guerra.
El silencio entre ellos solo sirvió para que pudieran escuchar mejor los gritos de los guardias y oler su piel chamuscada.
- O los supremacistas han atacado a la guardia, o alguien nos ha querido abrir la entrada a la ciudad. Sea como sea, tenemos que aprovechar para entrar. D'Orlind Ûr no ha venido hasta aquí para quedarse acampando fuera de las murallas. Además, ni eso podemos hacer ya.
Iban a darse la vuelta para correr hacia donde esperaba su ejército cuando comenzaron a escuchar sobre la tierra del camino el galope de un gran animal que se dirigía hacia ellos. Ambos saltaron hacia un lado temiendo que eso fuera otra parte del ataque; sin embargo, vieron como un toro furioso y llameante pasaba de largo para dirigirse sin pensar hacia las llamas. Más bien, hacia la Puerta del Alba.
La embistió enajenado, como si tras esa puerta se encontrara su cría indefensa y malherida. Los goznes eran resistentes, pero se quejaban al ritmo de las embestidas. No había otra opción: debía ser alguien del ejército de D'Orlind Ûr desesperado, transformado de alguna manera en esa bestia con la esperanza de abrir las puertas a sus camaradas con dos objetivos: llevar a cabo su cometido y poner algo más que los árboles entre ellos y los vampiros rebeldes del bosque.
Viendo por encima del hombro cómo la puerta se consumía en llamas, llamaron desde lejos a su ejército para que avanzara. Sein saltó a uno de los tejados bajos del arrabal para tener una mejor perspectiva. - ¡Ruarc! ¡Luchemos guerra juntos entonces! - exclamó como grito de guerra alzando el tótem que centelleaba por encima de su cabeza. Sin desviar su atención del imponente dragón, buscaba también a Moa y Akanke entre el gentío que corría hacia la puerta. Rezaba para que ellas vieran los destellos de su tótem sobre el tejadillo. Al final, su hermana pudo encontrarlo. Se subió con él de un ágil salto.
- ¡Sein! Creo que has encontrado buena mujer. Ha convertido en toro en llamas para buscarte, creyendo que dragón te había quemado también. Debemos proteger - informó con determinación, sacando sus garras.
- ¿Akanke? - dijo como un bobo. No pudo responder nada más.
Ambos saltaron al suelo. Delante, había huecos donde las llamas eran menores. Sus camaradas les pisaban los talones. Atravesaron el muro de fuego y se prepararon para defender al ariete que era ahora la amada de Sein. Algún guardia que había esquivado las llamas se asomaba entre ellas.
- ¡NO! - rugió el chamán al ver cómo uno empuñaba su arco. Su tótem ya estaba vivo, y no hicieron falta muchos gruñidos rituales para despertar la ira del Tigre Guía. Extendió su mano libre hacia donde estaba el guardia tras las llamas y le maldijo con todas sus fuerzas. Iba a sentir esas llamas que usaba de cobertura como si las tuviera dentro. El tótem lució su máximo esplendor mientras Sein veía entre sus dedos cómo ese guardia soltaba el arco, llevándose las manos al cuello con una expresión atroz *.
- ¡Akanke! ¡Estoy aquí! - gritó esperando que ese toro le entendiera. - ¡Estoy bien! ¡Para!
Iba a conseguir que los guardias la mataran, pero él estaba dispuesto a defenderla con su vida. Seguía canalizando a sus ancestros para mantener al guardia incapacitado, esperando que Moa pudiera ocuparse de otros si intentaban lo mismo. El ejército de D'Orlind Ûr también estaba ya allí, frente a las puertas, revuelto y ansioso por traspasarlas. No sabía dónde estaba Ruarc, tampoco los guerreros del templo. Pero pronto se le despejaron las dudas.
Los defensores de la sacerdotisa se interpusieron entre las llamas y los pocos guardias que quedaban allí, temblorosos de rabia e impotencia. Sein y Moa comenzaban a formar un charco de sudor, rodeados de las llamas de las dos bestias.
- ¡Guardias! ¡Por los Guías, debéis entender que queremos cooperar con vosotros! - gritaba el hombre chacal en algún lugar tras las llamas. - ¡Lo de ese... toro, no es una orden nuestra, pero si queremos hacer algo bueno por la ciudad debemos entrar y cooperar entre todos! ¡Una vez dentro, nuestros cuerpos serán una muralla mejor que la de piedra, no lo dudéis! ¡Los vampiros van a empezar a llegar ya! ¡El dragón ha debido ser cosa suya para despejarles la entrada, y lo mejor que podemos hacer ahora es ir un paso por delante y aprovecharnos de esta horrible tragedia!
Con una mezcla de verdades, falsas verdades y razonamientos, el líder intentó poner a la guardia restante y a los ciudadanos de los arrabales de su lado.
- ¡Abridnos las puertas para que entremos y ese toro no tendrá que destrozarlas! ¡Dentro seremos más fuertes contra los rebeldes!
Sein deseaba lo que seguramente deseara Ruarc a su vez: que cualquiera que escuchara esas palabras, además de ponerse de su lado, comprendiera que el hecho de que el ejército ingresara a la ciudad iba a ser lo mejor para todos. Al oír los gritos de apoyo de varios arrabaleros, se le llenó el pecho de esperanza.
- Sabía que iba a pasar cosa mala. Ahora, por lo menos, podemos luchar juntos como bien sabemos - dijo Moa, no con cariño sino con intenciones de aleccionar a su hermano. No le agradaba que se estuviera dejando mangonear por el hombre chacal. Él era su hermano, chamán y camarada; para eso se habían entrenado.
___________
OFF: *Tótem morado: Los espíritus guía me bendicen con la canalización de magia negativa hacia mis enemigos a través de mi tótem.
Y eso iban a hacer, vencer. Y el primer paso era lidiar rápido y de manera correcta con la situación en la que les habían puesto los vampiros. Pequeñas victorias ganarían la guerra desde su, aún, tenso y escalofriantemente tranquilo comienzo.
Sein saludó con un respeto profundo a los guerreros de su sacerdotisa. Trató de reprimir su urgencia para honrarlos de manera adecuada después de que ella los recibiera uno a uno. El cariño con el que los recibía despertó en él un orgullo que casi llegó a borrar de su mente la necesidad de rapidez con que debían abordar toda la situación estratégica. Pero, aún así, solo pudo dedicarles un saludo general con la mano en el pecho y el tótem clavado en el suelo. - Es gran honor recibiros. Guerreros del templo son mucho más feroces en persona - halagó de corazón, desviando por un instante su mirada hacia Akanke. - Vamos a destrozar todos vampiros que hayan intentado mataros. Palabra de chamán - alentó en forma de promesa. Su tótem brilló con sus palabras honestas y decididas, dejando un vacío oscuro en ese pequeño fragmento del ocaso cuando se lo llevó con él para ir a hablar con los líderes.
Le escocía en sus adentros el no poder extenderse en esa presentación, y el no contar con el tiempo suficiente como para ayudar a su sacerdotisa con lo que necesitara para tratar las heridas de sus aguerridos. Rascando el vello felino de su pecho se unió a la conversación de los líderes, pero se encontró con que Eloísa estaba abandonando el improvisado puesto de mando de maderas dibujadas con tizna.
- Sein, acércate - murmuró Ruarc arrodillado frente a la madera.
El norteño obedeció y se acuclilló junto a él. - ¿Y Akanke? - preguntó sin apartar su mirada de las marcas oscuras de la madera.
- Sigue curando a guerreros de templo - informó con un gesto serio de preocupación.
- Hace bien. Escucha, Eloísa y yo hemos hablado sobre algo - comenzó explicando. - Creo que ya escuchaste antes lo que dije sobre parlamentar con los guardias. Es la única opción que nos queda. Somos menos que los vampiros, y si nos aliamos con ellos todos podemos salir ganando.
Sein escuchaba con atención plena a sus palabras y todo lo que implicaban. El líder chacal apartó su mirada de las maderas para dirigirla a sus ojos. - Y creemos que va a ser más positivo que vayamos a negociar los dos. Es decir, tú y yo - aclaró con su voz firme.
Sein se zambulló en la sensación de orgullo que le provocaron sus palabras. Era lo más cercano que sentía a liderar a su tribu desde hacía mucho tiempo. Demasiado. - ¿Cómo lo ves? - preguntó en un intento calculado de calibrar la valía del chamán del norte. Este no apartó su mirada del líder. Sus ojos compartían una misma mirada, determinada y preocupada a partes iguales. Sein acabó contestando tras unos instantes que dedicó a pensar bien sus palabras.
- Vamos a ir. Vamos a hablar con guardias, y vamos a aliar. Es mejor para todos y, si llegan vampiros de bosques, por lo menos estaremos junto con guardias - contestó con simpleza. - Ruarc, hermano, mientras estemos vivos, podemos ganar.
En sus palabras brillaba la intrepidez, una sabia intrepidez. Ruarc asintió satisfecho y le colocó la mano en un hombro. - Entonces, vamos. No hay tiempo que perder.
- Sein - dijo la firme voz de su hermana a sus espaldas. - ¿Adónde vais?
- Moa...
- Tranquila, Moa. Soy consciente de que sois hermanos de sangre, y no te puedo decir que vaya a cuidar más de Sein por ello, sino que voy a cuidar de él porque sé que él va a cuidar de mí y de todos nosotros igual que lo haré yo - explicó con una calma asertiva notando la tensión de su rostro. - Debes estar orgullosa de tu hermano. Vamos a intentar hacer algo importante con la guardia y confío en él como chamán para que me acompañe.
Sein abrió los brazos incitando a que lo abrazara, pero sabiendo también que no se acercaría a él para hacerlo. Caminó hacia ella y la rodeó con sus brazos en un gesto apaciguador. Ella no reaccionó al contacto, rígida como el tronco de un roble.
- Moa, solo vamos a hablar con guardia de ciudad - susurró sin soltarla. Luego se separó y colocó sus manos sobre los hombros de ella. - Confía en mí.
Es duro reencontrarte con tu hermano de sangre para saber que va a caminar hacia la boca del lobo sin poder acompañarlo. Pero ella sabía que allí el líder superior no era él, sino Ruarc. Respetaba eso, y sabía que después de hacer aquello podría unirse a luchar con él. Tuvo que respirar hondo durante un rato para calmarse, pero su rostro solo mostraba una seriedad amenazante.
- Te quiero, hermanita.
[...]
Mientras caminaban hacia la Puerta del Alba con el ejército a unos ciento cincuenta pasos de distancia por detrás, el sol caía cada vez más hondo en el hambriento horizonte. Un grupo de guardias en formación, de unos treinta, se adelantó armas en ristre a su llegada. A unos treinta pasos de distancia, uno de ellos dio un paso firme hacia adelante y llevó a cabo su labor.
- ¡En el nombre de la guardia! ¡Os advierto que, un paso más, y se os atacará con la intención de eliminaros del camino!
Un silencio aterrador sirvió para escuchar a la perfección cómo alguno, entre aquella fila y la imponente Puerta del Alba, desenvainaba su filo.
- Tranquilo, hermano. Venimos solo para hablar. Soy Ruarc, miembro del consejo de D'Orlind Ûr - exclamó con los brazos en alto. Sein repitió su gesto. - Y este es mi camarada, Sein, destacado chamán del norte.
El chamán realizó una suave reverencia de cabeza mientras mantenía arriba sus manos.
Los dos esperaron que alguien con una visión más completa de la situación se adelantara para hablar con ellos. En efecto, un hombre menos pertrechado se abrió camino entre la formación de guardias y habló.
- Saludos, Ruarc y Sein - este habló más bajo que el anterior. En ese momento, en el espacio que había entre los dos bestiales y el ejército a sus espaldas, sobre los tejados del arrabal, cortó el aire con su gracioso vuelo un ave majestuosa. No era su tamaño lo que la hacía grandiosa, sino su aspecto y sus colores. Era un [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], hambriento de las intensas emociones que comenzaban a aflorar en todo aquel territorio. Poco a poco comenzaron a escucharse voces y bramidos de júbilo procedentes del ejército de D'Orínd Ûr, sabedores de los buenos presagios que acompañaban al avistamiento del querido coatl.
Sein nunca había visto uno, pero conocía algunas leyendas. Sonrió embobado antes de que Ruarc apartara la vista del ave para seguir escuchando al guardia, que había retomado sus palabras algo más animado.
- Bienvenidos. ¿Qué quieren hablar?
- Un gran grupo de vampiros nos pisa los talones. Ya han atacado a un grupo de nuestros guerreros que acaba de llegar desde lejos, y no podemos permanecer en el bosque. Son muchos. Ahora bien. Es muy probable que vengan hacia aquí, y si lo hacen lucharemos de vuestro lado, pues a eso venimos - los dos hombres bestia habían bajado ya sus brazos. Ruarc miró a Sein con decisión.
Este agarró el tótem de su espalda y de su madera comenzaron a surgir brillos intensos, como si se tratara de una antorcha de llamas moradas. - Guías están con nosotros, hermanos. He rezado para que ayuden y, como veis, están preparados - explicó con un dejo feroz en su voz señalando con su mano al tótem. - Vampiros crueles conocerán ira del Tigre Guía.
El guardia se sorprendió en sus adentros por la mezcla de vulnerabilidad y arrojo que demostraban aquellos guerreros. Estuvo a punto de decir algo, pero otra vez un ave volvió a llamar la atención de todos.
¿O no era un ave?
Esta vez había podido escucharlo mucho antes de verlo. Sus alas empujaban el aire con una fuerza que no era la de un coatl. Finalmente lo vio. Era un dragón. Y era demasiado tarde para avisar a los guardias que posaban firmes frente a ellos, pues casi ni tiempo tuvieron para apartarse del torrente que salió de sus entrañas para bañarlos con la antítesis de un aguacero.
¿Qué buen presagio era ese? Un grupo de posibles aliados capaces agonizando, la Puerta del Alba, confusa, recibiendo el alba a destiempo. La mandíbula del chamán se desencajó al presenciar la temible matanza, pero un coatl no se equivoca. Algo bueno debía traer todo aquello.
- Sein, esto solo puede significar una cosa - contestó, como escuchando sus pensamientos. En sus ojos relucientes por las llamas podía leerse un temor reverencial. - Ha comenzado la guerra.
El silencio entre ellos solo sirvió para que pudieran escuchar mejor los gritos de los guardias y oler su piel chamuscada.
- O los supremacistas han atacado a la guardia, o alguien nos ha querido abrir la entrada a la ciudad. Sea como sea, tenemos que aprovechar para entrar. D'Orlind Ûr no ha venido hasta aquí para quedarse acampando fuera de las murallas. Además, ni eso podemos hacer ya.
Iban a darse la vuelta para correr hacia donde esperaba su ejército cuando comenzaron a escuchar sobre la tierra del camino el galope de un gran animal que se dirigía hacia ellos. Ambos saltaron hacia un lado temiendo que eso fuera otra parte del ataque; sin embargo, vieron como un toro furioso y llameante pasaba de largo para dirigirse sin pensar hacia las llamas. Más bien, hacia la Puerta del Alba.
La embistió enajenado, como si tras esa puerta se encontrara su cría indefensa y malherida. Los goznes eran resistentes, pero se quejaban al ritmo de las embestidas. No había otra opción: debía ser alguien del ejército de D'Orlind Ûr desesperado, transformado de alguna manera en esa bestia con la esperanza de abrir las puertas a sus camaradas con dos objetivos: llevar a cabo su cometido y poner algo más que los árboles entre ellos y los vampiros rebeldes del bosque.
Viendo por encima del hombro cómo la puerta se consumía en llamas, llamaron desde lejos a su ejército para que avanzara. Sein saltó a uno de los tejados bajos del arrabal para tener una mejor perspectiva. - ¡Ruarc! ¡Luchemos guerra juntos entonces! - exclamó como grito de guerra alzando el tótem que centelleaba por encima de su cabeza. Sin desviar su atención del imponente dragón, buscaba también a Moa y Akanke entre el gentío que corría hacia la puerta. Rezaba para que ellas vieran los destellos de su tótem sobre el tejadillo. Al final, su hermana pudo encontrarlo. Se subió con él de un ágil salto.
- ¡Sein! Creo que has encontrado buena mujer. Ha convertido en toro en llamas para buscarte, creyendo que dragón te había quemado también. Debemos proteger - informó con determinación, sacando sus garras.
- ¿Akanke? - dijo como un bobo. No pudo responder nada más.
Ambos saltaron al suelo. Delante, había huecos donde las llamas eran menores. Sus camaradas les pisaban los talones. Atravesaron el muro de fuego y se prepararon para defender al ariete que era ahora la amada de Sein. Algún guardia que había esquivado las llamas se asomaba entre ellas.
- ¡NO! - rugió el chamán al ver cómo uno empuñaba su arco. Su tótem ya estaba vivo, y no hicieron falta muchos gruñidos rituales para despertar la ira del Tigre Guía. Extendió su mano libre hacia donde estaba el guardia tras las llamas y le maldijo con todas sus fuerzas. Iba a sentir esas llamas que usaba de cobertura como si las tuviera dentro. El tótem lució su máximo esplendor mientras Sein veía entre sus dedos cómo ese guardia soltaba el arco, llevándose las manos al cuello con una expresión atroz *.
- ¡Akanke! ¡Estoy aquí! - gritó esperando que ese toro le entendiera. - ¡Estoy bien! ¡Para!
Iba a conseguir que los guardias la mataran, pero él estaba dispuesto a defenderla con su vida. Seguía canalizando a sus ancestros para mantener al guardia incapacitado, esperando que Moa pudiera ocuparse de otros si intentaban lo mismo. El ejército de D'Orlind Ûr también estaba ya allí, frente a las puertas, revuelto y ansioso por traspasarlas. No sabía dónde estaba Ruarc, tampoco los guerreros del templo. Pero pronto se le despejaron las dudas.
Los defensores de la sacerdotisa se interpusieron entre las llamas y los pocos guardias que quedaban allí, temblorosos de rabia e impotencia. Sein y Moa comenzaban a formar un charco de sudor, rodeados de las llamas de las dos bestias.
- ¡Guardias! ¡Por los Guías, debéis entender que queremos cooperar con vosotros! - gritaba el hombre chacal en algún lugar tras las llamas. - ¡Lo de ese... toro, no es una orden nuestra, pero si queremos hacer algo bueno por la ciudad debemos entrar y cooperar entre todos! ¡Una vez dentro, nuestros cuerpos serán una muralla mejor que la de piedra, no lo dudéis! ¡Los vampiros van a empezar a llegar ya! ¡El dragón ha debido ser cosa suya para despejarles la entrada, y lo mejor que podemos hacer ahora es ir un paso por delante y aprovecharnos de esta horrible tragedia!
Con una mezcla de verdades, falsas verdades y razonamientos, el líder intentó poner a la guardia restante y a los ciudadanos de los arrabales de su lado.
- ¡Abridnos las puertas para que entremos y ese toro no tendrá que destrozarlas! ¡Dentro seremos más fuertes contra los rebeldes!
Sein deseaba lo que seguramente deseara Ruarc a su vez: que cualquiera que escuchara esas palabras, además de ponerse de su lado, comprendiera que el hecho de que el ejército ingresara a la ciudad iba a ser lo mejor para todos. Al oír los gritos de apoyo de varios arrabaleros, se le llenó el pecho de esperanza.
- Sabía que iba a pasar cosa mala. Ahora, por lo menos, podemos luchar juntos como bien sabemos - dijo Moa, no con cariño sino con intenciones de aleccionar a su hermano. No le agradaba que se estuviera dejando mangonear por el hombre chacal. Él era su hermano, chamán y camarada; para eso se habían entrenado.
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Sein Isånd
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
Lo siento Fehu y compis, Mera posteo mientras escribía y al parecer, cuando sale el mensajito de aviso de su post para confirmar mi envío, no se tiran las runas. Aquí van entonces!
Sein Isånd
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
El miembro 'Sein Isånd' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Tyr
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
—Preferiría que no explotara conmigo dentro, amigo —respondió Elian al saludo de Corlys.
A pesar del cariz de sus palabras, las pronunció sonriendo. Si las cosas iban a ponerse feas dentro de poco, siempre era bueno saber que contaba uno con gente confiable para enfrentarlas. Y, si había alguna duda de que las cosas fueran a ponerse feas, Amanda Bradbury las resolvió con su corto pero franco discurso.
El tal Lannet y su amigo se marcharon tan pronto como la condesa terminó de hablar. Tal vez el antiguo guardia tenía algún contacto en la Puerta del Alba porque, desde luego, parecían bien decididos a conseguir que la gente de D’Orlind Ûr entrara en la villa.
El resto de los presentes no tardó en enfrascarse en un agitado debate en busca del mejor curso de acción a seguir, mientras que Elian se mantenía en un discreto segundo plano. Después de todo, él tampoco era ningún guerrero o estratega y ni siquiera vivía en la ciudad. Daphne sí intervino, por supuesto, y Corlys no tardó en secundarla. Él sabía de esas cosas, ¿cierto?
—Bueno, sé defenderme con el martillo —dijo Elian cuando la atención se desvió momentáneamente hacia él, aunque no pudo evitar un toque de orgullo en la voz. Después de todo, había trabajado sus habilidades durante años.
Y así fue como Elian se encontró con sus habilidades puestas al servicio del grupo de un tal Mellado, un tipo de piel y pelo oscuros, constitución fuerte y un buen número de cicatrices a la vista. O quizás era el grupo del tal Mellado el que estaba al servicio de sus habilidades, no le había quedado muy claro.
—Ten cuidado —le dijo a Daphne cuando ésta se disponía a salir—. Y no olvides decirle a la gente que bloquee las entradas a los túneles o las barreras no servirán de mucho.
—Descuida, sé lo que tengo que decir. Y cómo pasar desapercibida.
A pesar de las últimas palabras, Elian no tuvo ningún problema para verla volver sobre sus pasos cuando su grupo y el de Corlys se acercaban a la zona del cuartel. ¿Tendría que ver con la agitada multitud que parecía arremolinarse en la plaza?
—Oye, Elian —dijo Corlys—, ¿puedes ver lo que pasa con esa gente?
—Nosotras nos ocupamos —respondió Amanda, que venía casi a la carrera, flanqueada por Daphne y la tal Woodpecker. Daphne se la había señalado antes como la esposa de la condesa.
—Parece que hubo disturbios —explicó Daphne con rapidez, dejando que las otras dos se adelantaran—, humanos contra vampiros, ya sabes. Un guardia al que no había visto nunca lo cortó de raíz y los puso a trabajar juntos antes de llevarse a un buen grupo de guardias por la avenida. No todos quedaron contentos, pero creo que podemos aprovechar la situación.
Dicho esto, echó a correr para alcanzar al grupo, mientras Elian se quedaba atrás, supervisando el trabajo que había organizado Corlys. No pudo oír nada de lo que hablaba la condesa con la multitud, pero muy pronto, un buen grupo de gente se unió a los trabajos de fortificación, aportando incluso piedras, maderos y otros bultos que habían acabado en la plaza por alguna razón. No había rastro de Daphne.
Corlys regresó de la torre donde había estado trabajando y los dos grupos que se habían formado en la posada, se separaron. Con el mapa de la zona fresco en su cabeza, cada uno debería encargarse de cerrar las calles señaladas. Por el camino, se fueron encontrando con gente dispuesta a ayudar. Algunos, simplemente, pasaban por allí, pero muchos venían avisados por Daphne o alguno de sus muchos contactos. Realmente sabía cómo moverse rápido por la ciudad.
Aparecía gente portando armas, que las dejaban a un lado para arrimar el hombro. Otros traían muebles, barriles, ladrillos… cualquier cosa que sirviera para hacer bulto y cerrar una calle. Una o dos veces, se cruzaron con algún guardia sospechoso de lo que hacía tanta gente junta. Mellado los enviaba a preguntar al cuartel, si es que les suponía algún problema lo que veían. Y algo debieron ver en Mellado, porque solo uno se quedó y lo hizo para ayudar. Por lo visto, él y su familia vivían en aquella calle.
Elian permanecía unos minutos supervisando el trabajo y, cuando veía que las tareas estaban bien encarriladas, él, Mellado y un pequeño grupo marchaban a buen ritmo a la siguiente calle. Para cuando llegaban, ya contaban con suficiente gente que poner a trabajar antes de marchar a la siguiente. En un momento dado, Mellado alzó la cabeza, escuchando con atención y olisqueando el aire en dirección al noroeste.
—La tormenta está cerca —dijo—. Al menos no hay bruma esta noche. Una pena que la luna no esté llena.
—Sin duda, amigo —respondió Elian, pues siempre se trabajaba mejor con buena luz—. Por cierto, ¿por qué te llaman Mellado?
Mellado sonrió en lo que quizás era un gesto divertido, pero lo cierto es que daba un poco de miedo en su rostro curtido. De improvisto, sus ojos captaron el brillo de un rayo de luz de luna y la sonrisa se ensanchó, deformando su cara barbada hasta convertirla en un hocico de pelo y trufa negros como noche sin luna. En sus fauces, sus dientes crecieron, mostrando unos enormes colmillos. A uno de ellos le faltaba un trozo, terminando en un borde irregular en lugar de la afilada punta que adornaba los otros tres.
—Vaya, ¿y cómo te lo hiciste?
El rostro de Mellado recuperó su forma humana con la misma celeridad con que se había deformado momentos antes.
—Ah, una apuesta estúpida —dijo sin darle demasiada importancia—. Todos hemos sido jóvenes alguna vez, ¿no?
Y tras unas breves carcajadas para aliviar la tensión acumulada, el grupo continuó su andadura por las calles de la ciudad.
----------
OFF: Mientras que Cohen pone en marcha su peculiar manera de conseguir que los D’Orlinitas entren en la ciudad, Corlys y yo optamos por atrincherarnos con la gente de bien entre el sector más oriental del Barrio del Corazón y todo lo que nos dé tiempo a cercar del Barrio Gótico. Ponemos a los lobitos y otros voluntarios a trabajar en las barricadas y avisamos a los habitantes que bloqueen las entradas a los túneles. Daphne se dedica a ir corriendo la voz para acelerar el proceso y avisar a la gente de que venga a echar una mano y resguardarse (o a que nos maten todos juntitos), y Amandacanivaliza aprovecha el discurso de Mánasvin en la plaza para ganarse para nuestra causa a otro grupo de gente voluntariosa (así como esas piedras, palos y demás que habían tirado por la plaza, que necesitamos materiales para las barricadas).
Asumiendo que Wryneck es la lugarteniente de nivel 7, Mellado sería el de nivel 6 y, como me hace ilu, le pongo de talentos Combate Bestial, Bípedo y Trance de Batalla.
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A pesar del cariz de sus palabras, las pronunció sonriendo. Si las cosas iban a ponerse feas dentro de poco, siempre era bueno saber que contaba uno con gente confiable para enfrentarlas. Y, si había alguna duda de que las cosas fueran a ponerse feas, Amanda Bradbury las resolvió con su corto pero franco discurso.
El tal Lannet y su amigo se marcharon tan pronto como la condesa terminó de hablar. Tal vez el antiguo guardia tenía algún contacto en la Puerta del Alba porque, desde luego, parecían bien decididos a conseguir que la gente de D’Orlind Ûr entrara en la villa.
El resto de los presentes no tardó en enfrascarse en un agitado debate en busca del mejor curso de acción a seguir, mientras que Elian se mantenía en un discreto segundo plano. Después de todo, él tampoco era ningún guerrero o estratega y ni siquiera vivía en la ciudad. Daphne sí intervino, por supuesto, y Corlys no tardó en secundarla. Él sabía de esas cosas, ¿cierto?
—Bueno, sé defenderme con el martillo —dijo Elian cuando la atención se desvió momentáneamente hacia él, aunque no pudo evitar un toque de orgullo en la voz. Después de todo, había trabajado sus habilidades durante años.
Y así fue como Elian se encontró con sus habilidades puestas al servicio del grupo de un tal Mellado, un tipo de piel y pelo oscuros, constitución fuerte y un buen número de cicatrices a la vista. O quizás era el grupo del tal Mellado el que estaba al servicio de sus habilidades, no le había quedado muy claro.
—Ten cuidado —le dijo a Daphne cuando ésta se disponía a salir—. Y no olvides decirle a la gente que bloquee las entradas a los túneles o las barreras no servirán de mucho.
—Descuida, sé lo que tengo que decir. Y cómo pasar desapercibida.
A pesar de las últimas palabras, Elian no tuvo ningún problema para verla volver sobre sus pasos cuando su grupo y el de Corlys se acercaban a la zona del cuartel. ¿Tendría que ver con la agitada multitud que parecía arremolinarse en la plaza?
—Oye, Elian —dijo Corlys—, ¿puedes ver lo que pasa con esa gente?
—Nosotras nos ocupamos —respondió Amanda, que venía casi a la carrera, flanqueada por Daphne y la tal Woodpecker. Daphne se la había señalado antes como la esposa de la condesa.
—Parece que hubo disturbios —explicó Daphne con rapidez, dejando que las otras dos se adelantaran—, humanos contra vampiros, ya sabes. Un guardia al que no había visto nunca lo cortó de raíz y los puso a trabajar juntos antes de llevarse a un buen grupo de guardias por la avenida. No todos quedaron contentos, pero creo que podemos aprovechar la situación.
Dicho esto, echó a correr para alcanzar al grupo, mientras Elian se quedaba atrás, supervisando el trabajo que había organizado Corlys. No pudo oír nada de lo que hablaba la condesa con la multitud, pero muy pronto, un buen grupo de gente se unió a los trabajos de fortificación, aportando incluso piedras, maderos y otros bultos que habían acabado en la plaza por alguna razón. No había rastro de Daphne.
Corlys regresó de la torre donde había estado trabajando y los dos grupos que se habían formado en la posada, se separaron. Con el mapa de la zona fresco en su cabeza, cada uno debería encargarse de cerrar las calles señaladas. Por el camino, se fueron encontrando con gente dispuesta a ayudar. Algunos, simplemente, pasaban por allí, pero muchos venían avisados por Daphne o alguno de sus muchos contactos. Realmente sabía cómo moverse rápido por la ciudad.
Aparecía gente portando armas, que las dejaban a un lado para arrimar el hombro. Otros traían muebles, barriles, ladrillos… cualquier cosa que sirviera para hacer bulto y cerrar una calle. Una o dos veces, se cruzaron con algún guardia sospechoso de lo que hacía tanta gente junta. Mellado los enviaba a preguntar al cuartel, si es que les suponía algún problema lo que veían. Y algo debieron ver en Mellado, porque solo uno se quedó y lo hizo para ayudar. Por lo visto, él y su familia vivían en aquella calle.
Elian permanecía unos minutos supervisando el trabajo y, cuando veía que las tareas estaban bien encarriladas, él, Mellado y un pequeño grupo marchaban a buen ritmo a la siguiente calle. Para cuando llegaban, ya contaban con suficiente gente que poner a trabajar antes de marchar a la siguiente. En un momento dado, Mellado alzó la cabeza, escuchando con atención y olisqueando el aire en dirección al noroeste.
—La tormenta está cerca —dijo—. Al menos no hay bruma esta noche. Una pena que la luna no esté llena.
—Sin duda, amigo —respondió Elian, pues siempre se trabajaba mejor con buena luz—. Por cierto, ¿por qué te llaman Mellado?
Mellado sonrió en lo que quizás era un gesto divertido, pero lo cierto es que daba un poco de miedo en su rostro curtido. De improvisto, sus ojos captaron el brillo de un rayo de luz de luna y la sonrisa se ensanchó, deformando su cara barbada hasta convertirla en un hocico de pelo y trufa negros como noche sin luna. En sus fauces, sus dientes crecieron, mostrando unos enormes colmillos. A uno de ellos le faltaba un trozo, terminando en un borde irregular en lugar de la afilada punta que adornaba los otros tres.
—Vaya, ¿y cómo te lo hiciste?
El rostro de Mellado recuperó su forma humana con la misma celeridad con que se había deformado momentos antes.
—Ah, una apuesta estúpida —dijo sin darle demasiada importancia—. Todos hemos sido jóvenes alguna vez, ¿no?
Y tras unas breves carcajadas para aliviar la tensión acumulada, el grupo continuó su andadura por las calles de la ciudad.
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OFF: Mientras que Cohen pone en marcha su peculiar manera de conseguir que los D’Orlinitas entren en la ciudad, Corlys y yo optamos por atrincherarnos con la gente de bien entre el sector más oriental del Barrio del Corazón y todo lo que nos dé tiempo a cercar del Barrio Gótico. Ponemos a los lobitos y otros voluntarios a trabajar en las barricadas y avisamos a los habitantes que bloqueen las entradas a los túneles. Daphne se dedica a ir corriendo la voz para acelerar el proceso y avisar a la gente de que venga a echar una mano y resguardarse (o a que nos maten todos juntitos), y Amanda
Asumiendo que Wryneck es la lugarteniente de nivel 7, Mellado sería el de nivel 6 y, como me hace ilu, le pongo de talentos Combate Bestial, Bípedo y Trance de Batalla.
- ayudita gráfica:
- Bien, esto es solo un ejemplo, a falta de una ubicación exacta oficial para edificios como el cuartel o la posada de la Luna, pero la idea es ir aprovechando el trazado de las calles para cubrir el mayor terreno posible con el menor esfuerzo (número de barreras). Las líneas verde lima marcarían posibles barreras (Elian y Mellado se ocupan de la zona norte y Corlys y Wryneck, de la zona sur). Asumiendo que el cuartel fuera el edificio más grande de la zona rosita, el círculo amarillo huevo marcaría la posible ubicación del edificio trampeado por Corlys, a cargo de Teufel.
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- inventario:
- Equipo:
–Ropas Arcanas Superiores [Túnica, Armadura], encantadas con Runa de Armonía Natural [Encantamiento]
–Botas silenciosas [Botas]
Objetos limitados:
–Kit de Curtiduría Superior [Limitado, 2 usos]
–Kit de Carpintería Superior [Limitado, 2 usos]
Objetos consumibles y con cargas:
–Tragaéter x2
–Poción de Baile x2
–Collar de clavos
–Colgante de escarcha [1 carga]
–Incienso de Jólmundröm [2 cargas]
–Amuleto de Imbar [3 cargas]
–Gato de bolsillo
–Cristal de sueños
–Gorrito de calabaza
–Espejo de Mordred [2 cargas]
–Cecina de crasgwar
–Bolitas de amor de Karre’xha x2
–Fertilizante especial chez Cohen
–Flor de transmutación
–Cerveza de mantequilla
–Manzana de Idunn
–Ungüento sanguijuela
Otros:
–Ramillete de mil lágrimas
–Fragmento de meteorito
–Fragmento de caparazón de madera de Dvnyanta
–Amigo de Nytt Hus (por puro completismo xD)
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Elian
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
Me mantuve esperando un rato con los brazos cruzados. Y de pronto se entabló una conexión con Zelas, el cual me advertía. - "De acuerdo, andaré con cuidado." - Le respondí mentalmente (1) al no elfo mientras algo captó mi atención. De un momento a otro, comencé a escuchar ruidos. La bruja me observó y yo asentí, por lo que comenzamos a caminar despacio. Por un lado escuchó una especie de procesión. Pero al mismo tiempo, y por otro lado había una ola de gritos de terror y dolor. - Han vuelto a atacar... - Dijo Ryra con seriedad.
Ante esas palabras me alarme. - ¿¡Qué!?... ¿Volvieron los gomejos asesinos? - Le pregunté profundamente alarmado ante esa situación, por lo que la bruja golpeo mi cabeza. - Ellos no, tarado. Los vampiros revoltosos. - Al escuchar su respuesta, no pude evitar suspirar en forma de alivio. - Menos mal, a ellos si es posible detenerlos de alguna manera.
Tras mis palabras, volví a ver de un lado a otro. - Hay que andarnos con cuidado. Seguramente en cualquier momento... - Ni siquiera había terminado de hablar cuando uno de esos vampiros apareció frente a nosotros, por lo que le di una patada en el rostro y acto seguido saqué mi espada para clavarla en su pecho. Al termino, la bruja tomó el rostro del vampiro solo para comenzar a quemar su cabello.
No había la menor duda. Sacrestic estaba pasando por un acontecimiento que quedaría marcado en la historia, y lo que quedaba por hacer era buscar la manera de que el resultado fuese el menos catastrófico posible. ¿Cómo hacer eso? Los vampiros parecían demasiado molestos, y era evidente que ya no estaban dispuestos a dialogar. ¿Qué otra cosa se puede hacer si no contener esta perturbación? Desde su punto de vista, ellos serían vistos como oprimidos, pero creo que la medida que han tomado es demasiado extrema de su parte. Debían de ser detenidos a toda cosa, no importa si por el momento tomábamos el papel de "opresores".
No tardaron casi nada. - La bruja miró al frente. - Hay más en esa dirección. Deben venir desde el barrio alto. - Señaló a un grupo de personas que huían de otros tres vampiros. - Prepárate, arpía. - Al escuchar aquello la bruja sonrió. - Más vale que estés listo, perro. - Dijo mientras preparó su ballesta para el ataque hacia esos vampiros alterados. En ese momento vieron más a lo lejos una gran cantidad de vampiros rebeldes. - Diantres... Creo que elegimos un mal lugar por donde comenzar. - Dije mientras tragaba algo de saliva y me preparaba para lo peor. Pero no cabe la menor duda que esto es cien veces mejor que los gomejos rabiosos.
OFF:
Hice un edit para agregar la intervención sobre el aviso de Zelas, el cual había olvidado poner en el post xD
1.- Uso de objeto:
- Pieza metálica: (Conexión) [Encantamiento, 1 uso] Cuando dos o más de estas cuatro piezas se encuentran en un área de 200 metros de diámetro, una ligera vibración indicará que puede ser activado su efecto. Al activarse, los personajes dentro del radio de acción podrán comunicarse telepáticamente durante un máximo de dos turnos. El personaje no sabrá cuál de las otras piezas es la que está activa hasta que establezca la comunicación, pero la vibración de la suya será más intensa cuantas más piezas se encuentren en el área de acción.
Mini resumen: El perro querendón y Ryra avanzaron unas cuadras desde su ubicación previa en el post anterior. Llegando a la ruta que tomaron los vampiros
Ante esas palabras me alarme. - ¿¡Qué!?... ¿Volvieron los gomejos asesinos? - Le pregunté profundamente alarmado ante esa situación, por lo que la bruja golpeo mi cabeza. - Ellos no, tarado. Los vampiros revoltosos. - Al escuchar su respuesta, no pude evitar suspirar en forma de alivio. - Menos mal, a ellos si es posible detenerlos de alguna manera.
Tras mis palabras, volví a ver de un lado a otro. - Hay que andarnos con cuidado. Seguramente en cualquier momento... - Ni siquiera había terminado de hablar cuando uno de esos vampiros apareció frente a nosotros, por lo que le di una patada en el rostro y acto seguido saqué mi espada para clavarla en su pecho. Al termino, la bruja tomó el rostro del vampiro solo para comenzar a quemar su cabello.
No había la menor duda. Sacrestic estaba pasando por un acontecimiento que quedaría marcado en la historia, y lo que quedaba por hacer era buscar la manera de que el resultado fuese el menos catastrófico posible. ¿Cómo hacer eso? Los vampiros parecían demasiado molestos, y era evidente que ya no estaban dispuestos a dialogar. ¿Qué otra cosa se puede hacer si no contener esta perturbación? Desde su punto de vista, ellos serían vistos como oprimidos, pero creo que la medida que han tomado es demasiado extrema de su parte. Debían de ser detenidos a toda cosa, no importa si por el momento tomábamos el papel de "opresores".
No tardaron casi nada. - La bruja miró al frente. - Hay más en esa dirección. Deben venir desde el barrio alto. - Señaló a un grupo de personas que huían de otros tres vampiros. - Prepárate, arpía. - Al escuchar aquello la bruja sonrió. - Más vale que estés listo, perro. - Dijo mientras preparó su ballesta para el ataque hacia esos vampiros alterados. En ese momento vieron más a lo lejos una gran cantidad de vampiros rebeldes. - Diantres... Creo que elegimos un mal lugar por donde comenzar. - Dije mientras tragaba algo de saliva y me preparaba para lo peor. Pero no cabe la menor duda que esto es cien veces mejor que los gomejos rabiosos.
OFF:
Hice un edit para agregar la intervención sobre el aviso de Zelas, el cual había olvidado poner en el post xD
1.- Uso de objeto:
- Pieza metálica: (Conexión) [Encantamiento, 1 uso] Cuando dos o más de estas cuatro piezas se encuentran en un área de 200 metros de diámetro, una ligera vibración indicará que puede ser activado su efecto. Al activarse, los personajes dentro del radio de acción podrán comunicarse telepáticamente durante un máximo de dos turnos. El personaje no sabrá cuál de las otras piezas es la que está activa hasta que establezca la comunicación, pero la vibración de la suya será más intensa cuantas más piezas se encuentren en el área de acción.
Mini resumen: El perro querendón y Ryra avanzaron unas cuadras desde su ubicación previa en el post anterior. Llegando a la ruta que tomaron los vampiros
- Ubicación actual:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
El número 1 era la ubicación al inicio del post. El número 2 es donde se concluyó.
Gaegel
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
Envuelto en negro y plata, sus planteamientos, su decisión acerca del modo de apoyar la protección que los humanos otorgaban a Sacrestic conteniendo la amenaza vampírica siempre latente, apenas sobrevivieron lo necesario para haberse formado.
Escabulléndose hacia un callejón aledaño, el elfo fue testigo de la intervención de un buen número de guardas que, saliendo del cuartel principal, terminaron por detener unos disturbios que, no tenía duda, se habrían repetido en distintos puntos de esa población condenada. Envuelto en la capa reforzada, con los brazos cruzados, contempló cómo un jinete irrumpía en aquel mar de hostilidad, y a voz de grito, buscó calmar a la muchedumbre que amenazaba a la soldadesca. Suspirando bajo el capuz, negó lentamente con la cabeza.
“El idiota ha desaprovechado una fantástica oportunidad para dar el primer golpe” sentenció. Humanos como aquel, ajeno a la comprensión que derivaba de entender que los vampiros eran monstruos antinaturales creados para el dolor y el sufrimiento, representaban la mejor oportunidad que éstos podían recibir. En vez de cortar la mano que se acercaba, les ofrecía el cuello de la urbe.
“Si todos los oficiales son así, estamos perdidos” se dijo, exasperado, cuando un dragón sobrevoló el cielo nocturno, en vuelo directo hacia el este.
A ojo de su especie en esos cruciales segundos, el nativo del sur calculó por su experiencia, por cuanto había conocido, que la criatura distaba de una envergadura propia de las leyendas. A sus recuerdos acudieron las transformaciones de la joven Ingela en Nytt Hus, de la pequeña Monza en Amarantha. Un nuevo miembro de esa especie del norte atravesaba las alturas, y sólo cuando comenzó a arreciar llamaradas sobre algún lugar, Nou acertó a discernir el primer golpe auténtico en la guerra que no tardaría en consumir toda Sacrestic. Una única pregunta, una que no podía en modo alguno responder, acudió a él, y no era otra que el objetivo de tal ataque. Algo así podía desestabilizar toda una defensa, o minar la moral de una incursión.
Se hubiese colocado de parte de vampiros o humanos, el espadachín se hallaba convencido de que una batalla se debía estar desarrollando en la zona ahora regada por el fuego.
Sintió un tenso escalofrío de emoción. Algunos soldados de la Guardia en la plaza volvieron a entrar en el cuartel principal, llevando tras de sí a algunos detenidos. Por su lado, siendo escrutado por unos cuantos lugareños que advertían que era algo más que una sombra contra la pared, retazos de conversaciones llegaron a los oídos del elfo nacidas del odio, la desesperación y la venganza. El colgante granate refulgió, y el Indirel se preguntó cuantos humanos morirían a manos de esos a quienes habían perdonado, que volvían a sus hogares a tramar acciones cuyos resultados serían aún más oscuros con el paso de las horas que decidirían quizá el destino de la urbe.
Alzando la vista, su sentido práctico decidió que lo primero que necesitaba era una panorámica general de cuanto podía estar ocurriendo. Si la Guardia estaba mal dirigida y escasa en efectivos, la clave, consideró, radicaba en eliminar a los vampiros que movían los hilos en contra del escudo que constituían los soldados oriundos de Lunargenta.
De modo que ascendió por una de las arterias principales de la ciudad vampírica, y poco a poco, nuevos sonidos, una coral de alaridos, acero y gritos de toda índole compitieron con el pandemónium que se había desatado en el este. Bajando como pequeñas manadas de monstruos arreciaban dispuestas a invadir la plaza donde unos pocos guardas permanecían vigilantes tras el conato de rebelión.
Desenvainando, el elfo abrió aún más los ojos, asombrado, cuando buena parte de ellos cruzaban a su lado, vera y siniestra, sin reparar en su presencia. Colocándose nuevamente junto a la fachada de una morada, observó sus rostros, teñidos de angustia, de un temor que vibraba en sus miradas de la misma forma que quienes buscan escapar de una muerte segura.
Pero no todos descendieron portando el mismo estandarte tejido en el miedo.
Dientes dispuestos a devorar, ojos sin más sentimiento que un hambre demoníaca e irracional, dominados por una sed cuyo objetivo en esos segundos no era otro que el extranjero nacido en la foresta meridional. Su espada tomó el reflejo de la luna, antes de amenazar con un único giro a las bestias que arremetieron contra él sin el menor pensamiento ajeno a darse un festín con sus restos.
Escuchó el claro sonido de un cuerno, grave y cadencioso, antes que el impacto de las manos de uno de los monstruos contra la pared acompañase al canto de su hoja abriendo el pecho de su perpetrador. De la cadera derecha a la mitad del pecho, el herido trastabilló hacia atrás, sin dar muestra del menor signo de dolor.
El elfo apretó los dientes, y entrecerrando los ojos, esperó el segundo ataque de las criaturas, que no tardó en llegar.
-¡LA SANGRE DE CRISTO DEBE SER PROPAGADA! - salmodiaron en una especie de éxtasis enfebrecido. Una y otra vez.
-¡HUYE!- gritó un transeúnte a la carrera al pasar cerca del combate- ¡LLEGAN DE LA ZONA DE LA IGLESIA!
Vampiros persiguiendo vampiros, dedujo incrédulo, esquivando una tercera embestida, tomando al errado atacante del cabello y degollándolo, utilizando el cadáver como escudo contra las garras de los otros dos nocturnos. ¿Qué, por los dioses en los que no creía, había ocurrido en ese templo de la extraña religión humana? Una secta que había abierto las puertas de sus rituales sin sentido incluso a los malditos. Al igual que la coexistencia pacífica con los brujos, también otras creencias resultaban netamente peligrosas.
Dejando caer el cuerpo muerto de su enemigo, se apartó hacia su derecha, clavando con saña la afiladísima punta de su espada encantada en el muslo del segundo oponente. El último, un chupasangre más fornido que él, se lanzó sin dudarlo, tirando al elfo al suelo, rodando ambos por causa del desnivel de la vía a lo largo de un trayecto que el vampiro aprovechó continuamente para intentar arañar y morder a través de la recia armadura de su rival. Nou, soportando el rodamiento, se limitó a utilizar su propio peso para apoyar el filo de su espada en el cuerpo del monstruo en los momentos adecuados. Cuatro profundos cortes se habían abierto en torso y estómago del infeliz cuando ambos lograron ponerse en pie, ya en la plaza del cuartel.
Una vez más pudo comprobar como esa criatura era incapaz de sentir dolor alguno, colocándose en pie, sin duda dispuesta a volver a atacar.
Cuando un martillo de guerra reventó su cráneo, y el sonido de decenas de armaduras retumbaba ya en el lugar. Los ojos grises del elfo advirtieron la defensa que los miembros de la Guardia realizaron contra los vampiros que parecían afectados por algo que dominaba sus sentidos y razón. Mas como una puerta de hierro, cerraron en un momento dado los dos pequeños pasillos por los que permitieron el paso a varias docenas de lugareños, cuando los nocturnos ajenos al dolor ya superaban en número a los más inofensivos. Lanzas en mano, escudos en ristre, contuvieron la marea cuyas olas poco a poco fueron reduciendo su intensidad.
Su primitiva idea, no obstante, había terminado por desvanecerse en la refriega. Junto al ataque del dragón en el este, lo ocurrido en la iglesia al suroeste multiplicaba las zonas en conflicto abierto. Irritado, volvió a preguntarse quiénes podían encontrarse tras los ataques rebeldes. No podía cercenar la cabeza de la serpiente sin conocer dónde podría encontrarla.
Echó un último vistazo a los guardas que aún permanecían, impasibles, sin ceder un paso, controlando el acceso a la plaza desde la iglesia. Constatando que tenían la victoria a su alcance, el espadachín centró sus esfuerzos en sus propias intenciones.
A paso veloz, tomó la ruta hacia el barrio alto, sintiendo el calor del esfuerzo por mor de la armadura y la capa reforzada. No había tiempo, se repetía como leit motiv infinito como un amanecer tras otro. Su vista no se apartaba de los tejados de las edificaciones, buscando techumbres adecuadas para vislumbrar cuanto pretendía.
Juzgó adecuada una mansión cuya ornamentación barroquizante resultaba muy adecuada para escalar gracias a las volutas, medallones, rocalla y pilastras.
Trepó poco a poco, con la melodía de las luchas que salpicaban la población en los oídos. El dolor en los dedos fue en aumento, y un traspié puntual subió el corazón del elfo a la garganta, antes de volver a tomar piedra con la bota que se había perdido en el vacío.
Sólo cuando alcanzó la cúspide del tejado a cuatro aguas de la torre que dominaba la mansión, se permitió respirar el límpido aire que la noche ofrecía a tal altura.
Y lo que le fue mostrado era un escenario mucho peor de lo que sus previsiones habían supuesto.
Al este, una fuerte presencia de los colores de la Guardia de Lunargenta estaba apostada en una zona donde varios incendios revelaban los puntos del ataque del dragón. Curioso, contempló la afluencia presente fuera de las murallas, cuyas vestimentas resultaban muy dispares entre sí. Incapaz de dilucidar a causa de la distancia, volteó su vista gris hacia la plaza del cuartel, donde los soldados aún mantenían su posición, al tiempo que otro número menor recorría la misma en pequeños grupos, sin evitando un ataque por la espalda a sus compañeros.
Girando aún más, siempre agarrado con fuerza a la estatua que coronaba la torre, pasó revista al barrio alto, donde muy pocos soldados trataban de defenderse de forma desesperada de un número muy superior de vampiros furibundos. Únicamente unos extraños guerreros dilapidaban con pericia la ventaja numérica de sus enemigos. Desechando conocer a ninguno de ellos, continuó su observación, cuando su atención fue secuestrada por un sujeto que a todas luces presentaba todos los rasgos que el elfo presuponía a la clase alta en esa fatídica urbe. Uno, rodeado de un pequeño séquito que abandonaba una impresionante morada.
Quizá, era aquella su oportunidad.
Descendió lo más raudo que pudo evitando ser un recuerdo en el empedrado de la calle, y siguió a su objetivo sin perder tiempo. Su granate destellaba de forma notoria, y el espadachín sonrió, dividido entre la seguridad de poseer razón y la anticipación de lo que pretendía desatar.
Anticipó los movimientos de la cuadrilla, esperando acertar la senda que el aristócrata seguiría, y en menos de cien pasos, cortó el camino a esos vampiros con el cabello oculto tras la capucha.
-Apártate- ordenó el vampiro con voz clara- tenemos trabajo que hacer. Si no quieres morir, no nos hagas perder el tiempo.
Tres. Contó el elfo, antes de desenvainar. Uno de ellos, tras el chasqueo por parte del noble, sacó de entre sus vestimentas dos espadas cortas. Nou tomó la suya con ambas manos a la altura de la cabeza, dispuesto a un primer ataque contundente.
La velocidad del embite fue asombrosa.
Pero no suficiente.
Una finta y una gran abertura en el costado de su enemigo hizo al engendro caer de rodillas, con las manos en la terrible herida. El hijo de Sandorai quitó la sangre de su espada con un golpe seco al aire.
-¿Quién maneja los hilos contra la Guardia? ¿Dónde está?- conminó a responder, pero el aludido negó lentamente.
-Soy Drol, noble de ésta ciudad, elfo, y los días de los humanos en Sacrestic están contados por causa única de sus aberraciones. Son asesinos, usurpadores de ésta tierra, extranjeros arrogantes que no deben permanecer un minuto más aquí. Si luchas a su lado, eres mi enemigo.
-Ya lo era antes de que comenzases a hablar, monstruo- reseñó con harta calma el Indirel- Me lo contarás pues, por la vía difícil.
El segundo de los seguidores de Drol se lanzó contra él antes de pronunciar la última palabra.
-Nixie- se escuchó antes de sentir la ráfaga antimágica preludio de sus batallas contra hechiceros y vampiros.
Su única pista. No podía fallar.
____________________________
- Resumen:
- Nou comienza desde la plaza central, con la idea de acudir a la iglesia. Sin embargo, los vampiros idiotizados por Jacobo que no murieron a manos de Helena y Bio se lo impiden. Entonces se dirige al barrio alto con la esperanza de hacerse una idea de la situación general. Una vez allí ve a los pjs combatientes contra las huestes de Wolgang, antes de acertar a ver a uno de los convencidos por la magia de voz de éste y tratar de sacarle información
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
Comenzó a escucharse ajetreo tras la puerta de la habitación. Puertas cercanas que se abrían y cerraban, pasos apresurados de un lado a otro, voces que alternaban en volumen de forma acelerada o el traqueteo de escaleras con repentinas subidas y bajadas. Algo pasaba. Apenas había podido sentir que dormía cuando lograron rebajar la tensión entre la marabunta de muebles apilados contra las paredes, pero con un respingo se levantó de la cama que ni siquiera se había molestado en deshacer, asumiendo que aquella noche sería larga y en vela, aunque se mantuvo sentada y en silencio unos momentos, siendo consciente del estado de alerta en el que se encontraba.
Buscó a Leo con la mirada, comprobando que el agotamiento había terminado por vencerlo y dormía profundamente. Con la mayor cautela terminó de ponerse en pie y con movimientos casi mudos se acercó hasta la puerta y apoyando la oreja al límite del marco, bajó el tirador y deslizó unos milímetros la apertura. Fue suficiente para percibir las voces que sobresalían de los murmullos y susurros entre pasillos con mayor claridad, aunque apenas alcanzaba a entender conversaciones completas, tan sólo expresiones temerosas que exponían la necesidad de dejar la posada o marcharse de la ciudad. Volvió a cerrar la puerta cuando sintió a Leo moverse en la cama y al volverse, lo encontró incorporado y mirándola, como esperando a escuchar explicaciones.
—Se está armando revuelo fuera. Los demás huéspedes empiezan a irse, están bastante alarmados. Y no creo que sea por la dureza del colchón.
Salvando los obstáculos que ellos mismos habían colocado, llegó hasta la ventana más accesible y abrió la contraventana lo mínimo indispensable para alcanzar a ver la calle, aunque tuviera que alternar a mirar con cada ojo para abarcar toda la manzana. Pese a que la noche se mantenía cerrada y nublada, se veía movimiento. Bueno, más del esperado en aquella zona, aún teniendo en cuenta la naturaleza de la mayor parte de la población. Pero, sobre todo, era la sensación de agitación que se advertía en quienes parecían tener prisa por cruzar las calles más expuestas y perderse entre los callejones.
—Saldré un momento para enterarme bien de lo que pasa. Más les vale que el carro siga en el establo. Cárgalo y prepara a los caballos, por si quedarse resultara todavía mayor insensatez que largarse ahora. En seguida voy.
Cerró la puerta tras de sí y la elfa se quedó sola. Soltó una bocanada de aire, de repente, como si hubiera estado conteniéndolo sin ser consciente, y por unos segundos tuvo la angustiosa sensación de que las paredes se le venían encima. Tuvo que apoyar una mano en el cabecero de la cama para sentir que la estancia alrededor volvía a detenerse. Finalmente echó mano de la túnica, cubriéndose concienzudamente con ella, hasta la capucha. Se colgó la bolsa de viaje a la espalda y cargó el baúl de los lobos. Por los Dioses, que el carro siguiera en el establo.
Escaleras abajo, Leo terminaba de hablar con el encargado del turno de aquella noche. Aquel pobre parecía estar al borde de la desesperación, contemplando el alboroto sin saber muy bien cómo contenerlo. Al advertir su presencia, llevó a fin la conversación con un gesto de agradecimiento, a pesar de las vagas palabras que había tenido a bien dedicarle, y se apresuró a subir los primeros escalones, últimos para ella, descargándola de su equipaje.
—Definitivamente, tenemos que irnos. En los barrios altos han empezado ya las revueltas, no tardarán en extenderse. Y la plaza central no queda lejos, un par de manzanas o tres, calle arriba. Seguiremos con el plan. Aunque me temo que no encontraremos con quien comerciar, las calles de los gremios siguen siendo nuestra mejor opción para la huida.
Los caballos les recibieron entre relinchos y coces nerviosas, ansiosos por salir del encajonamiento de la cuadra. Sin perder más tiempo, cargaron el equipaje y amarraron los equinos a la carreta. Con un gesto, el joven le indicó a la elfa que montara mientras él tomaba las riendas de guía y caminando a paso ligero, encabezó la marcha. El alboroto en la posada había aumentado y a los alrededores empezaban a llegar los ecos de golpes sordos, metálicos o de cristales rotos y gritos de alarma, dolor o terror. Aunque no lo bastante fuertes como para opacar el reclamo del campanario, que desde allí se podía ver, asomando por encima de los tejados.
Avanzaron al paso unos metros, hasta que la calle comenzó a despejarse, a medida que se alejaban de la posada hacia los límites del Barrio del Corazón. Leo se detuvo cuando, hacia el final de la recta, las paredes comenzaron a ensancharse. A partir de aquel punto el espacio se abriría y sería más sencillo maniobrar. Pero antes de subir y por fin aligerar la marcha, quiso comprobar el cruce a la calle que separaba ambas barriadas. La elfa se tensó al percatarse de la expresión en su rostro cuando se asomó al esquinazo del callejón.
—¿Qué ocurre?— inquirió con un hilo de voz temblorosa.
—No… Sabría decirte. Parece una… ¿procesión?
La elfa bajó del carro, queriendo ver con sus propios ojos a lo que se refería el joven. En cuanto hubo acortado las distancias y asomó el perfil del cuerpo para ver las calles colindantes, el colgante empezó a titilar, reaccionando de manera sútil e intermitente. Llevando la mirada al final de la avenida que se extendía hacia el oeste de la ciudad, alcanzaban a ver el cruce de la calle que cruzaba desde la iglesia, abarrotado de personas que alzaban sus voces al unísono y con clamor, que no cesaban en su caminar procesionario hacia el interior de la ciudad. Asumió sin dudar que debían de ser muchos los vampiros que formaban parte de la multitud, si el collar se había activado pese a la distancia que los separaba. Volvió la mirada hacia el lado contrario de la calle, que se perdía en línea recta hacia el sureste. Se alejaba de las revueltas, pero quedaba demasiado expuesta a la avenida principal.
—¿Ves aquella boca? Dará con alguna calle entre las trastiendas. Son comercios, talleres y casas de mercaderes. Será de los lugares donde menos sorprenda nuestra presencia y urgencia por salir de la ciudad.
—Cualquier alternativa a toparnos con algún tipo de sacrificio o alabanza infernal es bienvenida. Vamos, están ensimismados, no apartan la mirada del frente.
Subidos al carro, Leo azuzó las riendas con firmeza, dos tirones que hicieron comprender a los equinos que debían arrancar la marcha enérgicamente y con tanta velocidad como el empedrado les permitiera. El relinchar de los animales rebotó entre las paredes y se hizo eco por toda la calle, haciendo que el corazón de la elfa se saltara un latido al temer que el tumulto de fieles se hubiera alertado. Todavía tenían que recorrer un trecho hasta dar con la abertura a la barriada. Aylizz mantuvo fija la mirada en el cruce en el que su camino y el de la procesión, que parecía continuar su avanzada sin inmutarse, confluían. Aún así, se descolgó por el lateral del carromato cuando éste terminó dando la espalda al gentío, para no perderlos de vista mientras se alejaban. Comenzó a preguntarse cuántos formarían aquella congregación, al ver que el chorreo de fieles parecía no cesar, o cuáles serían sus planes. Todavía no alcanzaba a comprender que se estaba desatando en Sacrestic Ville.
Considerando la situación, se conformó con ver que la agitación y el ruido empezaban a quedarse atrás, tomando asiento de nuevo, al frente de la carreta, cuando dieron un giro y se internaron en las callejuelas comerciales. Entonces Leo hizo rebajar el paso de los caballos a un trote ligero, aunque cauteloso.
Como ya había supuesto el lobo, los locales se encontraban cerrados a cal y canto, a pesar de que en algunos podía percibirse la luz del interior, a través de las rendijas de puertas y contraventanas. Las calles más anchas, dejándose intuir como las principales, albergaban algo de claridad gracias a lámparas de aceite que colgaban a lo largo de los muros; pero los callejones del montón, traseros a los comercios o de paso entre edificios, se sumían en la oscuridad. Una sensación punzante recorrió la espalda de la elfa desde abajo hasta la nuca, necesitando cobijarse en la calidez de su túnica como reacción instintiva, recolocándose sobre el asiento. Le incomodaba tanta quietud, tan sólo interrumpida por el traqueteo de las ruedas sobre la calzada irregular y de vez en cuando, si se mantenían en silencio, algunas voces distorsionadas, inteligibles, que se dejaban escuchar desde el interior de las casas. Paseando la vista de soslayo por los edificios de alrededor, se estremeció cuando le pareció ver una sombra ocultarse tras el cristal de una ventana. Aunque tampoco le sorprendió que los observaran.
De pronto, una extraña sombra se proyectó sobre los tejados, las paredes y el suelo. Se movía rápido, indistintamente de la tenue luz de la luna que se veía mayormente cubierta por las nubes y la bruma. Aylizz y Leo llevaron la mirada al cielo, encontrando una figura que surcaba los cielos. Parecía seguir un rumbo fijo al este, en su misma dirección.
—Un dragón.— afirmó temerosa, al no tener dudas de lo que veían sus ojos. —Quien lo tenga bajo su mando está dejando claro que va con todo.
—¿Acaso piensas que
—No sería la primera vez. A decir verdad, no sé de un gran asedio o conflicto en el que no hayan tomado parte.— explicó, antes de dejar que terminase la pregunta. —Vamos, sigamos aprisa. Y esperemos que se desvíe…
Aligerando el paso, avanzaron en línea recta hacia el este tanto como la calle se lo permitió, manteniendo la elfa la mirada en el cielo mientras el lobo concentraba sus atenciones en manejar el carro en los serpenteos del trazado. Pese a la distancia que la dragona les había sacado en lo alto, era fácil intuir su trayectoria. Y a medida que se alejaba y su figura quedaba por momentos oculta por los tejados, empezaron a escucharse los rugidos que advirtieron de su llegada a quienes todavía no se hubieran prevenido.
El cielo se abrió en llamas cuando los viajeros llegaron hasta una pequeña plaza que parecía indicar el extremo de la barriada, presentándose al otro lado un conjunto de edificaciones que nada tenían que ver con las que se levantaban a su espalda y que parecían continuar alrededor de aquellas otras. No obstante, la arquitectura dejó de tener importancia cuando la criatura voladora tomó de nuevo altura y pudieron ver cómo proyectó sus ataques directos a la parte baja de la muralla.
—¿Allí está…?
—La Puerta del Alba. Nuestra salida...— afirmó, asolado.
—Pero ¿qué pretenden?
Una pequeña multitud de personas comenzó a salir a las calle, o asomándose a las puertas y ventanas, viendo cómo la dragona continuó su vuelo más allá de los muros. Expectantes, nadie parecía saber qué esperar entonces. Algunos comenzaron a gritar, advirtiendo que sería mejor ponerse a cubierto, asumiendo que volvería y nada les aseguraba no estar en sus objetivos. Otros se limitaron a volver a meterse en sus casas. Y sólo unos pocos permanecieron en la calle, mirando el cielo. Sin embargo, el sonido de cascos en las calles colindantes interrumpió la espera y a los pocos minutos se dejó ver un grupo de civiles acercándose a caballo. Aquellos que se habían quedado a resguardo de sus porches finalmente cruzaron la calzada para acercarse.
—¡Ha sido un ataque a La Guardia!— empezó a informar el que encabezaba el grupo, antes incluso de haber llegado al encuentro de los viandantes —¡Ha empezado el levantamiento! Soooo…— hizo detenerse al caballo y a pocas zancadas tras él, los demás hicieron lo mismo. —La gente se está organizando por toda la ciudad para defenderla. Y algunos se han unido a los soldados. ¡¿Me escucháis?! ¡Si alguna vez hemos esperado una oportunidad para patear el culo a esos estirados de Lunargenta, es esta!— alzó la voz, caminando en un semicírculo, proyectando su mensaje hacia las calles que rodeaban la plaza —¡Y a quienes prefieran quedarse en casa esta noche, no tendréis mucho más tiempo! ¡Así que subid a los altillos, bajad a los sótanos o encerráos en los armarios si es lo único que tenéis!
Al grupo de jinetes comenzó a sumarse gente. Al principio, individuos aislados o grupos de tres o cuatro que parecían llevar tiempo esperando una rebelión. Con buenas protecciones y bien armados. Después fueron acercándose otros menos preparados, aunque de cuya expresión se desprendía la misma convicción. Finalmente, poco a poco, fueron añadiéndose rezagados, convencidos de última hora.
—¡Está bien, convecinos! Seguid a Vlasir, abrirá la herrería. En el sótano tiene mejor armería que el cuartel. ¡A poco! ¿No, Vlasir?— carcajeó. El tipo derrochaba carisma.
El herrero le devolvió la risotada, antes de dirigir al numeroso grupo con un aspaviento de brazo. Entonces, el que parecía autoproclamado líder de aquella agrupación reparó en la presencia de los extranjeros, a un lado de la calle, parados en el carro. Subiendo de nuevo a la montura, se acercó hacia ellos con la postura erguida y un gesto amable, aunque disconforme, en el rostro. Cuando estuvo a unos pasos de distancia, el colgante de la elfa comenzó a incandescer bajo los ropajes. De manera inmediata se llevó la mano al pecho, atenuando la activación de la runa, gesto que no pasó desapercibido al jinete, que con una mueca de medio lado, esbozó una ligera sonrisa dejando ver sus colmillos. Sintió a Leo revolverse a su lado, torciendo el gesto y ahuecando los labios para enseñar también los suyos, en señal de advertencia.
—Tranquilo, hombre. Soy un fiel defensor del comercio abierto.— de nuevo, soltó una risotada. —No seréis los únicos que se han visto en medio de esto, digo yo. Aunque sí los más insensatos, si tenéis el poco conocimiento de estar fuera en mitad de una noche como esta. ¿Qué lleváis ahí?— el tipo espoleó al caballo y lo guió hasta la parte trasera de la carreta.
—Sal. Algo de carne seca. Y varias telas. Nada que sirva para patear culos.— contestó Leo de buena fé, aunque sin ocultar el tono replicante.
—La carga no. Pero el carro nos vendría bien para llevar armas y otros útiles para las barricadas.
—No, gracias.— se dispuso a azuzar las riendas para retomar la marcha, pero el vampiro saltó desde el caballo sobre el remolque antes de poder arrancar.
—Vamos, ni siquiera te has parado a considerar tus opciones.— caminó por el interior hasta cruzarlo y situarse detrás del joven, a quien agarró de la nuca y clavó las puntiagudas y enegrecidas uñas. —Sólo te estoy pidiendo un viajecito de nada, cruzar un cargamento al otro lado de la avenida. Después yo mismo os abriré un camino para marchar, si es lo que queréis. Conozco muchos atajos.
—¿Tú mismo?— se revolvió Leo, retorciendo el cuello, tratando de zafarse. —Y quién eres tú, ¿eh?
—Moebius, el afilador.— se presentó, apretando un poco más el agarre y haciendo brotar unas gotas de sangre en la hendidura de la piel bajo las uñas. —Para servirte.— murmuró junto a su oreja, mostrando ahora los dos colmillos. Después, lo soltó de golpe, con desdén. —Entonces qué, ¿hay trato?
Leo se llevó la mano al cuello enrojecido y frotándose las heridas, ladeó la mirada hacia la elfa, como esperando que ella dijera la última palabra. Antes de dar su respuesta, el lobo dejó entrever una vez más sus dientes, en señal de estar dispuesto a pelear si así lo prefería. Ella suspiró y negó con la mirada, sosegándolo con un sutil gesto, llamándolo a mantener la calma.
—De acuerdo, hay trato. Pero quedamos fuera de toda trifulca. Cargamos, entregamos y nos vamos. Y si algo nos ocurre, no tendremos reparos en sacar tu nombre a coalición si eso nos libra.
El vampiro volvió a carcajear, pareciendo estar satisfecho. Se hizo hueco entre los dos y pasando por encima de las piernas del joven, se orillo al extremo del carro. Con un silbido llamó a su caballo, que en un momento retornó a la parte delantera. Desde allí, apoyó un pie en el estribo y con una grácil pirueta quedó montado.
—Seguidme pues.
- Movimientos en este turno:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
En verde: el camino que han seguido Aylizz y Leo desde la posada, hasta el ataque de la dragona.
En granate: el camino que seguirán para entregar el cargamento a los insurgentes de las barricadas. He utilizado el mapa de Elian como guía, espero no haberme liado.
- Inventario:
- # ARMAS
- Daga (calidad superior), encantada con Arma cambiante*
- Espada (calidad normal), al activarse Arma cambiante* en la daga.
- Cuchillos de combate (calidad superior), encantados con Bendición de Thor (dcho) y Armonía Natural (izq). Los lleva en fundas ocultas bajo la túnica.
# EQUIPAMIENTO
- Colgante encantado con Alerta (detecta la presencia de vampiros).
- Ropas arcanas pobres (Posee bolsillos para portar materiales de hechizos. Cuando puedes descansar y rellenar energías por, al menos 30min, recuperas un uso de una habilidad mágica de nivel igual o inferior a 2, una vez al día.)
- Botas de araña (Calzado capaz de aferrarse a las paredes mientras soportan el peso de una persona. Permiten caminar por los muros.
- Bolso del aventurero (Contiene una varita que produce fuego o luz, 10m de cuerda firme y ligera, gancho de escalada, cantimplora que mágicamente contiene 20L sin pesar casi nada, raciones de comida mágica que satisface de inmediato, mapas, un saco de dormir muy ligero y resistente al frío, hilo de pescar con anzuelo, trampa para conejos, martillo, algunos clavos y una palanca tipo pata de cabra.)
# OBJETOS
- Sellador de heridas [2 usos] Mecanismo similar a una pistola que contiene una aguja con hilo y una pasta antiséptica especial. Al usarse sobre una herida, la coserá y sellará, deteniendo el sangrado.
- Pócima de Yule [2 usos] Al beberla, el personaje recuerda los días felices del Yule. Se sentirá alegre y lleno de vitalidad (espíritu navideño) durante 2 rondas y todo efecto de hipnosis, tormento y miedo durará la mitad. El uso frecuente de este elixir causa adicción.
- Espora de Dvinyanta [2 cargas] Al caer al suelo, animarán las rocas, hojas, ramas y otros restos naturales en un área aproximada de un metro cuadrado, formando una suerte de gólem boscoso que luchará junto al personaje por dos rondas (ver Reproducción y ciclo vital de los dvinyanta como referencia).
- Kit alquímico regular (Set de virales con fórmulas secretas diversas que permiten llevar a cabo una técnica de alquimia nivel avanzado o inferior.)
Aylizz Wendell
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
La incertidumbre se arremolinaba entre los pasadizos de la ciudad oscura. Las calles de Sacrestic comenzaban a llenarse con la sangre prometida medida que avanzaba la noche y, en la ciudad de los vampiros, aquello tan solo era un aliciente más para los vampiros que llevaban preparándose meses para aquel ataque. Analizando de manera minuciosa los posibles eventos que catapultarían aquella esperada opción de… libertad.
Oneca se aferró a aquella idea mientras frente a ella los cabecillas que habían estado anclando su posición en la ciudad durante los meses de preparación continuaban organizándose.
A su lado, Amir la observaba con gesto de incertidumbre a medida que uno de los custodios que hacían de ojos en el suelo sobre sus cabezas los mantenía informados acerca de la situación a tiempo real.
La puerta del Alba siempre había sido la entrada fácil para aquellos que no contaban con los recursos suficientes como para lanzarse al mar abierto que guardaba la puerta del ocaso. A la mujer no le sorprendió entender que los primeros batallones de la guardia hubiesen comenzado a encontrar resistencia justo en aquella zona. Amanda había sido lo suficientemente ingenua como para esperar que la guardia los dejase entrar por las buenas. Sin entender que el reguero de eventos aislado que sus hombres y en general aquellos vampiros hastiados del yugo de los humanos habían estado causando en los últimos meses se había convertido en el caldo de cultivo perfecto para que cualquier persona con colmillos fuese tratada como no-grata.
Observó a su lado. Asier y una vampiresa de cabello oscuro parecían inmersos en una conversación silenciosa. El lider de los vampiros revolucionarios le había explicado de manera breve quién era aquella desconocida y como había ayudado en los últimos tiempos a la causa.
Caoimhe, decía llamarse y sus avances justo a través de la puerta del ocaso llevaban abasteciendo a la ciudad de vampiros desde semanas atrás. Meses si los estiraba. La vampiresa dibujó en un pequeño mapa varias cruces para actualizer lo que sabían de la batalla fuera.
-¿Y cuándo dices que llega la siguiente remesa?- Le preguntó Óneca entendiendo que cuantos más cuerpos tuviesen mejor.
Caoimhe la miró y calculó de manera mental durante unos minutos antes de decir.
-Mi compañero y comandante de mi barco, Lugh debería estar ya en la entrada del pasadizo vinculante con el puerto.- Dijo- No esperes más de una treintena, quizás 40 nuevos vampiros- dijo Caoimhe- No es tan fácil convertir de manera indiscriminada fuera de Sacrestic y en las últimas semanas aquellos atraídos por la promesa de una vida eterna y nueva ha estado mermada por las habladurías de Guerra en Lunargenta. Agradecemos, de todos modos el papel de Dragut en las conversiones- añadió Caoimhe- con suerte este influjo consigue aumentar nuestra ventaja.- añadió.
-Y… ¿la entrada es segura? – dijo Óneca
-Lo ha sido durante las últimas semanas y meses. Bien sabes que la ciudad subterránea ese en su mayoría una incognita para aquellos que no lleven en su sangre la maldición. La cultura de los vampiros y hayan vivido en sacrestic lo suficiente como para entender que la vida que se vive a las afueras de estos túneles es tan solo las consecuencias de las decisiones que se toman entre estos pasajes. La guardia tiene control sobre las entradas más famosas y populares, pero ciertamente… los ojos humanos solo ven cuando la luz ilumina de manera lo suficiente directa- dijo Caoimhe a modo de simil.
Oneca sonrió de manera tímida. Amir a su lado también parecía algo inquieto. Necesitaban tomar partido en aquella guerra pero cualquier paso en falso les entorpecería un proceso que debería ser relativamente sencillo.
-No estaría mal quizás ayudar a esos refuerzos a sentirse como en casa- dijo Óneca mirando a Amir de manera significativa.-
-La salida del pasadizo esta justo en la linde del barrio oscuro.- añadió Caoimhe señalando a un punto en concreto- Si la trayectoria de Jacobo mantiene su cauce… quizás no tardéis mucho en encontrarlos- dijo Caoimhe señalando al punto clave entre el barrio Oscuro y el barrio del corazón- Además ese es el único barrio de todo Sacrestic que está amurallado- continuó.
-No estaría mal mantenernos cautos en esa zona hasta ver los efectos de dicha procesión y aprovechar las defensas que Caoimhe ha mencionado. Una defensa en la retaguardia. Una ayuda extra por si no todo sale como lo hemos preestablecido…No estoy muy segura de cuánta fuerza va a tener la fe en el momento en el que la procesión se encuentre con los hombres de la guardia.
-Nunca se sabe…- dijo Hugo escuchando la conversación desde una posición algo más alejada-La fe mueve montañas.
-No puedo mantener a mis hombres en la retaguardia- dijo Asier impaciente- llevamos semanas esperando la sangre prometida- añadió-
-Démosle pues a tus hombres una prueba de esa sangre que tanto ansian- dijo Óneca- Las fortificaciones del barrio corazón son rudimentarias- dijo la mujer- Pero darles una ventaja innecesaria para que se vuelvan efectivas no me parece lo más sensato- Dijo Óneca- Con suerte vuestra velocidad por los túneles es más que aquella predispuesta por la procesión de Jacobo
Asier asintió y el y un tercio de los hombres lo siguieron.
-Hugo- dijo Caoimhe- quizás sea sensato que te unas a ellos mientras yo..- añadió la mujer trazando un plan en su mente
-No pienso dejarte sola- añadió de manera rotunda
-No te preocupes- dijo Oneca con una sonrisa enigmática, -Caoimhe y yo no vamos a estar muy lejos- añadió con un tono que más bien parecía una órden
El hombre tigre la miró con desconcierto y pidió a Caoimhe un minute para hablar a solas. Esta se levantó de manera disimulada
-No confío en ella- dijo el hombre- Ninguna raza es lo suficientemente importante como para ponerte en riesgo. No me siento cómodo dejándote.
-¿Recuerdas la primera vez que decidimos visitor el Hekshold?- dijo Caoimhe con gesto soñador.Hugo la miró confundido.- Digo… todo el mundo nos aviso que íbamos a perdernos. Que si era difícil entrar sin permiso, aún lo era más salir sin él… Y… ¿Recuerdas qué hicimos?- dijo la mujer.
-… Nos paramos a comprar manzanas- dijo el hombre tigre algo más confiado.
-Nos paramos a comprar manzanas- repitió la mujer, sonriendo mientras incitaba al hombre-tigre a seguir a aquellos que se disponían a llegar al centro de la ciudad. [/color]
Hugo se pegó a la pared que lo separaba del grupo de personas que rodeaba el cuartel general de la guardia en Sacrestic.
Asier a unos metros de distancia observaba como sus hombres se habían dispuesto de manera estratégica rodeando al hombre tigre. Este avanzó unos metros y comenzó una carrera directo a aquellos que organizaban las defensas del centro de la ciudad. Cuando alcanzó a uno de los más cercanos fingió un dolor en el pecho fruto de la carrera.
- Por favor- dijo el tigre mirando a todos lados con la actitud de alguien que acaba de salir de escapar de algo horrible- Necesitamos...necesito.... Ha habido una explosión... algo horrible en la puerta del Alba... mis compañeros los hombres bestias... estamos intentando entrar en la ciudad.. casi... necesitamos refuerzos... refuerzos en ese area- dijo Hugo al elfo que parecía bastante ocupado en los asuntos de fortificar la entrada- Todo es guerra y destrucción... y mis compañeros necesitan ayuda si queremos entrar. ¡Toda la posible!!- dijo Hugo
Desde sus puntos estratégicos los hombres de Asier esperaban agazapados esperando la reacción de aquel elfo y si aquello les daba una oportunidad para adentrarse en aquel lugar de manera pacífica o si por otro lado, necesitaban actuar de inmediato de manera violenta.
Caoimhe y Oneca caminaron entre las sombras de manera agazapadas. Los hombres que unos primeros instantes la siguieron fueron de manera repentina ordenados aquí y allá en el momento en el que la linde entre el barrio oscuro y el barrio corazón quedó difuminado. Una vez allí Oneca y Caoimhe ambas entre las sombras aprovecharon la quietud de aquella parte de la ciudad para abarcar a dos pequeños que ayudando al resto de los mayores acarreaban utensilios y otras cosas aquí y allá.
Ambas se apresuraron a taparles la boca con destreza y Oneca se encargó de hablar de manera clara al otro que comenzaba a sollozar.
-Escuchame bien, pequeño- dijo la mujer.- Si quieres volver a ver a tu amigo con vida será mejor que entregues esto a Amanda Bradbury- dijo alzando un pequeño pergamino sellado con un sello de cera- ¿Sabes quién es?- dijo la mujer
El muchacho asintió entre algunas lágrimas de miedo.
-Si no lo haces y vuelves justo a este lugar en 30 minutos tu amigo habrá desaparecido.- dijo.
Dejó suelto al chico que corrió de manera grácil con los ojos muy abiertos. La vampiresa alzó un mano y dos de los hombres que seguían a ambas mujeres y que estaban escondidos entre las sombras salieron de la nada y agarraron al chico.
-Asegúrate de que llega solo. Mata al resto que lo acompañe-
Ambas mujeres caminaron entre las callejas de la ciudad de manera silenciosa buscando un lugar en particular-
-... ¿Y se supone que va a venir sola?- dijo Caoimhe algo confundida y no muy segura del plan que le había descrito Oneca
-Por supuesto que no. Pero nosotras tampoco lo estamos. Si Amanda Bradbury desea cansar a sus escasas tropas empezando una pelea en este lugar poco importante y no entiende que de hecho, esto es una invitación a un encuentro que puede beneficiarla a ella también...entonces que así sea.- dijo Oneca alcanzando el lugar exacto.
-No pude no darme cuenta que no habías mandado refuerzos a la puerta del Alba- dijo Caoimhe
-¿Para qué?- dijo Oneca- Las tropas de Amanda ya son suficiente entretenimiento. Si quieren hacer el trabajo sucio por nosotros y acabar con buena parte de la guardia, bienvenido sean. Nuestro objetivo es más preciso más... particular- añadió.
- ¿Y el barrio alto?- dijo Caoimhe
-Con suerte nuestro amigo Drol sabe elegir bien donde reside su interés cuando ese mequetrefe se quede sin sangre humana de la que alimentarse. Si no... una victoria es al fin y al cabo una victoria. No se va a una guerra pensando que el recuento de muertos sea el menor posible- dijo la mujer haciendo gestos al resto de sus guardias y hombres a que avanzasen custodiando el lugar donde estaba a punto de adentrarse. Una pequeña fortaleza que Caoimhe reconoció como en ruinas pero que aún mantenía recursos defensivos lo suficientemente buenos como para custodiar un encuentro en un lugar 'neutral'
- ¿Y yo? Por qué me has pedido que te acompañe- dijo Caoimhe aún sin confiar en la mujer al 100%
-Sabes demasiado. No confío del todo en ti y además de la misma manera que tú has oido de mi... Vrykolakas también se ha asegurado de que yo epa de ti. No te preocupes, tan solo lo suficiente. Creo que podrías serme útil. Veremos donde acabas en la mañana- añadió.
Caoimhe sonrió de manera maliciosa. De hecho, ella estaba muy segura de su posición exacta en el momento en el que el sol se alzase.
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Vitto Vrykolakas agarró con desprecio el bastón que a menudo usaba para caminar mientras seguía a la ridícula procesión que acababa de formarse delante de sus narices.
Por supuesto entendió la ambición del párroco aprovechando la aparición 'casi milagrosa' de aquel jesús como fuente de fe clara a los feligreses que aún estaban indecisos sobre la elección que les obligaba a tomar su religión. Por supuesto aquello no había sido parte de su plan. Y no estaba seguro de como iba a reaccionar Oneca frente aquel imprevisto.
Avanzó sonriendo de manera falsa cuando el párroco envuelto en el poder que le daba aquello que sucedía lo miró para ver si le seguía. A su lado, su hermana se agarró a su brazo en un caminar solemne al que se unieron los vampiros y vampiresas que él mismo había convocado allí esta noche. Todos con el mismo gesto de sorpresa inicial pero la misma diligencia posterior
Al fin al cabo y a pesar de que la procesión no era la adecuada y el elemento de sorpresa se había deshecho por completo, el objetivo principal del cuartel de la guardia era el mismo. Vitto notaba como los feligreses tras él, aquellos que él había convocado lo seguían con más ahínco al ver como la procesión 'convertía' a nuevos creyentes a su paso.
En un momento tenso entre el lugar de origen y el de destino, el hombre cuya aparición había creado aquella procesión decidió recular. Un estruendo inicial de desacuerdo molestó a una parte considerable de feligreses. La mayorīa aún no conversos, pero Jacobo alzó su voz de manera certera al ver como el jesús volvía a la iglesia.
-Amigos... hermanos de sangre- comenzó- Parece que va a llover y no queremos que se nos moje el santo- bromeó.
-Además... - continuó- ¿Por qué poner en riesgo a nuestro protegido cuando nosotros podemos abrir primero las puertas de su reino por el?- añadió.
Una vez que la procesión se encontró lo suficientemente cerca del centro del barrio corazón, en particular del cuartel de la guardia Jacobo instó al cántico común:
-VIENEN CON ALEGRIA SEÑOR, CANTANDO VIENEN CON ALEGRÍA, MI DIOS LOS QUE CAMINAN POR SACRESTIC, SEÑOR, OBTENIENDO TU SANGRE Y DANDO TU DON- Comenzó y todos los siguieron.
Las facciones del parroco, sin embargo no traían con si paz ni alegría sino una advertencia inmediata que instaba a aquellos que se le opusiesen a dejarles pasar. [/color]
Oneca se aferró a aquella idea mientras frente a ella los cabecillas que habían estado anclando su posición en la ciudad durante los meses de preparación continuaban organizándose.
A su lado, Amir la observaba con gesto de incertidumbre a medida que uno de los custodios que hacían de ojos en el suelo sobre sus cabezas los mantenía informados acerca de la situación a tiempo real.
La puerta del Alba siempre había sido la entrada fácil para aquellos que no contaban con los recursos suficientes como para lanzarse al mar abierto que guardaba la puerta del ocaso. A la mujer no le sorprendió entender que los primeros batallones de la guardia hubiesen comenzado a encontrar resistencia justo en aquella zona. Amanda había sido lo suficientemente ingenua como para esperar que la guardia los dejase entrar por las buenas. Sin entender que el reguero de eventos aislado que sus hombres y en general aquellos vampiros hastiados del yugo de los humanos habían estado causando en los últimos meses se había convertido en el caldo de cultivo perfecto para que cualquier persona con colmillos fuese tratada como no-grata.
Observó a su lado. Asier y una vampiresa de cabello oscuro parecían inmersos en una conversación silenciosa. El lider de los vampiros revolucionarios le había explicado de manera breve quién era aquella desconocida y como había ayudado en los últimos tiempos a la causa.
Caoimhe, decía llamarse y sus avances justo a través de la puerta del ocaso llevaban abasteciendo a la ciudad de vampiros desde semanas atrás. Meses si los estiraba. La vampiresa dibujó en un pequeño mapa varias cruces para actualizer lo que sabían de la batalla fuera.
-¿Y cuándo dices que llega la siguiente remesa?- Le preguntó Óneca entendiendo que cuantos más cuerpos tuviesen mejor.
Caoimhe la miró y calculó de manera mental durante unos minutos antes de decir.
-Mi compañero y comandante de mi barco, Lugh debería estar ya en la entrada del pasadizo vinculante con el puerto.- Dijo- No esperes más de una treintena, quizás 40 nuevos vampiros- dijo Caoimhe- No es tan fácil convertir de manera indiscriminada fuera de Sacrestic y en las últimas semanas aquellos atraídos por la promesa de una vida eterna y nueva ha estado mermada por las habladurías de Guerra en Lunargenta. Agradecemos, de todos modos el papel de Dragut en las conversiones- añadió Caoimhe- con suerte este influjo consigue aumentar nuestra ventaja.- añadió.
-Y… ¿la entrada es segura? – dijo Óneca
-Lo ha sido durante las últimas semanas y meses. Bien sabes que la ciudad subterránea ese en su mayoría una incognita para aquellos que no lleven en su sangre la maldición. La cultura de los vampiros y hayan vivido en sacrestic lo suficiente como para entender que la vida que se vive a las afueras de estos túneles es tan solo las consecuencias de las decisiones que se toman entre estos pasajes. La guardia tiene control sobre las entradas más famosas y populares, pero ciertamente… los ojos humanos solo ven cuando la luz ilumina de manera lo suficiente directa- dijo Caoimhe a modo de simil.
Oneca sonrió de manera tímida. Amir a su lado también parecía algo inquieto. Necesitaban tomar partido en aquella guerra pero cualquier paso en falso les entorpecería un proceso que debería ser relativamente sencillo.
-No estaría mal quizás ayudar a esos refuerzos a sentirse como en casa- dijo Óneca mirando a Amir de manera significativa.-
-La salida del pasadizo esta justo en la linde del barrio oscuro.- añadió Caoimhe señalando a un punto en concreto- Si la trayectoria de Jacobo mantiene su cauce… quizás no tardéis mucho en encontrarlos- dijo Caoimhe señalando al punto clave entre el barrio Oscuro y el barrio del corazón- Además ese es el único barrio de todo Sacrestic que está amurallado- continuó.
-No estaría mal mantenernos cautos en esa zona hasta ver los efectos de dicha procesión y aprovechar las defensas que Caoimhe ha mencionado. Una defensa en la retaguardia. Una ayuda extra por si no todo sale como lo hemos preestablecido…No estoy muy segura de cuánta fuerza va a tener la fe en el momento en el que la procesión se encuentre con los hombres de la guardia.
-Nunca se sabe…- dijo Hugo escuchando la conversación desde una posición algo más alejada-La fe mueve montañas.
-No puedo mantener a mis hombres en la retaguardia- dijo Asier impaciente- llevamos semanas esperando la sangre prometida- añadió-
-Démosle pues a tus hombres una prueba de esa sangre que tanto ansian- dijo Óneca- Las fortificaciones del barrio corazón son rudimentarias- dijo la mujer- Pero darles una ventaja innecesaria para que se vuelvan efectivas no me parece lo más sensato- Dijo Óneca- Con suerte vuestra velocidad por los túneles es más que aquella predispuesta por la procesión de Jacobo
Asier asintió y el y un tercio de los hombres lo siguieron.
-Hugo- dijo Caoimhe- quizás sea sensato que te unas a ellos mientras yo..- añadió la mujer trazando un plan en su mente
-No pienso dejarte sola- añadió de manera rotunda
-No te preocupes- dijo Oneca con una sonrisa enigmática, -Caoimhe y yo no vamos a estar muy lejos- añadió con un tono que más bien parecía una órden
El hombre tigre la miró con desconcierto y pidió a Caoimhe un minute para hablar a solas. Esta se levantó de manera disimulada
-No confío en ella- dijo el hombre- Ninguna raza es lo suficientemente importante como para ponerte en riesgo. No me siento cómodo dejándote.
-¿Recuerdas la primera vez que decidimos visitor el Hekshold?- dijo Caoimhe con gesto soñador.Hugo la miró confundido.- Digo… todo el mundo nos aviso que íbamos a perdernos. Que si era difícil entrar sin permiso, aún lo era más salir sin él… Y… ¿Recuerdas qué hicimos?- dijo la mujer.
-… Nos paramos a comprar manzanas- dijo el hombre tigre algo más confiado.
-Nos paramos a comprar manzanas- repitió la mujer, sonriendo mientras incitaba al hombre-tigre a seguir a aquellos que se disponían a llegar al centro de la ciudad. [/color]
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Hugo se pegó a la pared que lo separaba del grupo de personas que rodeaba el cuartel general de la guardia en Sacrestic.
Asier a unos metros de distancia observaba como sus hombres se habían dispuesto de manera estratégica rodeando al hombre tigre. Este avanzó unos metros y comenzó una carrera directo a aquellos que organizaban las defensas del centro de la ciudad. Cuando alcanzó a uno de los más cercanos fingió un dolor en el pecho fruto de la carrera.
- Por favor- dijo el tigre mirando a todos lados con la actitud de alguien que acaba de salir de escapar de algo horrible- Necesitamos...necesito.... Ha habido una explosión... algo horrible en la puerta del Alba... mis compañeros los hombres bestias... estamos intentando entrar en la ciudad.. casi... necesitamos refuerzos... refuerzos en ese area- dijo Hugo al elfo que parecía bastante ocupado en los asuntos de fortificar la entrada- Todo es guerra y destrucción... y mis compañeros necesitan ayuda si queremos entrar. ¡Toda la posible!!- dijo Hugo
Desde sus puntos estratégicos los hombres de Asier esperaban agazapados esperando la reacción de aquel elfo y si aquello les daba una oportunidad para adentrarse en aquel lugar de manera pacífica o si por otro lado, necesitaban actuar de inmediato de manera violenta.
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Caoimhe y Oneca caminaron entre las sombras de manera agazapadas. Los hombres que unos primeros instantes la siguieron fueron de manera repentina ordenados aquí y allá en el momento en el que la linde entre el barrio oscuro y el barrio corazón quedó difuminado. Una vez allí Oneca y Caoimhe ambas entre las sombras aprovecharon la quietud de aquella parte de la ciudad para abarcar a dos pequeños que ayudando al resto de los mayores acarreaban utensilios y otras cosas aquí y allá.
Ambas se apresuraron a taparles la boca con destreza y Oneca se encargó de hablar de manera clara al otro que comenzaba a sollozar.
-Escuchame bien, pequeño- dijo la mujer.- Si quieres volver a ver a tu amigo con vida será mejor que entregues esto a Amanda Bradbury- dijo alzando un pequeño pergamino sellado con un sello de cera- ¿Sabes quién es?- dijo la mujer
El muchacho asintió entre algunas lágrimas de miedo.
-Si no lo haces y vuelves justo a este lugar en 30 minutos tu amigo habrá desaparecido.- dijo.
Dejó suelto al chico que corrió de manera grácil con los ojos muy abiertos. La vampiresa alzó un mano y dos de los hombres que seguían a ambas mujeres y que estaban escondidos entre las sombras salieron de la nada y agarraron al chico.
-Asegúrate de que llega solo. Mata al resto que lo acompañe-
Ambas mujeres caminaron entre las callejas de la ciudad de manera silenciosa buscando un lugar en particular-
-... ¿Y se supone que va a venir sola?- dijo Caoimhe algo confundida y no muy segura del plan que le había descrito Oneca
-Por supuesto que no. Pero nosotras tampoco lo estamos. Si Amanda Bradbury desea cansar a sus escasas tropas empezando una pelea en este lugar poco importante y no entiende que de hecho, esto es una invitación a un encuentro que puede beneficiarla a ella también...entonces que así sea.- dijo Oneca alcanzando el lugar exacto.
-No pude no darme cuenta que no habías mandado refuerzos a la puerta del Alba- dijo Caoimhe
-¿Para qué?- dijo Oneca- Las tropas de Amanda ya son suficiente entretenimiento. Si quieren hacer el trabajo sucio por nosotros y acabar con buena parte de la guardia, bienvenido sean. Nuestro objetivo es más preciso más... particular- añadió.
- ¿Y el barrio alto?- dijo Caoimhe
-Con suerte nuestro amigo Drol sabe elegir bien donde reside su interés cuando ese mequetrefe se quede sin sangre humana de la que alimentarse. Si no... una victoria es al fin y al cabo una victoria. No se va a una guerra pensando que el recuento de muertos sea el menor posible- dijo la mujer haciendo gestos al resto de sus guardias y hombres a que avanzasen custodiando el lugar donde estaba a punto de adentrarse. Una pequeña fortaleza que Caoimhe reconoció como en ruinas pero que aún mantenía recursos defensivos lo suficientemente buenos como para custodiar un encuentro en un lugar 'neutral'
- ¿Y yo? Por qué me has pedido que te acompañe- dijo Caoimhe aún sin confiar en la mujer al 100%
-Sabes demasiado. No confío del todo en ti y además de la misma manera que tú has oido de mi... Vrykolakas también se ha asegurado de que yo epa de ti. No te preocupes, tan solo lo suficiente. Creo que podrías serme útil. Veremos donde acabas en la mañana- añadió.
Caoimhe sonrió de manera maliciosa. De hecho, ella estaba muy segura de su posición exacta en el momento en el que el sol se alzase.
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Vitto Vrykolakas agarró con desprecio el bastón que a menudo usaba para caminar mientras seguía a la ridícula procesión que acababa de formarse delante de sus narices.
Por supuesto entendió la ambición del párroco aprovechando la aparición 'casi milagrosa' de aquel jesús como fuente de fe clara a los feligreses que aún estaban indecisos sobre la elección que les obligaba a tomar su religión. Por supuesto aquello no había sido parte de su plan. Y no estaba seguro de como iba a reaccionar Oneca frente aquel imprevisto.
Avanzó sonriendo de manera falsa cuando el párroco envuelto en el poder que le daba aquello que sucedía lo miró para ver si le seguía. A su lado, su hermana se agarró a su brazo en un caminar solemne al que se unieron los vampiros y vampiresas que él mismo había convocado allí esta noche. Todos con el mismo gesto de sorpresa inicial pero la misma diligencia posterior
Al fin al cabo y a pesar de que la procesión no era la adecuada y el elemento de sorpresa se había deshecho por completo, el objetivo principal del cuartel de la guardia era el mismo. Vitto notaba como los feligreses tras él, aquellos que él había convocado lo seguían con más ahínco al ver como la procesión 'convertía' a nuevos creyentes a su paso.
En un momento tenso entre el lugar de origen y el de destino, el hombre cuya aparición había creado aquella procesión decidió recular. Un estruendo inicial de desacuerdo molestó a una parte considerable de feligreses. La mayorīa aún no conversos, pero Jacobo alzó su voz de manera certera al ver como el jesús volvía a la iglesia.
-Amigos... hermanos de sangre- comenzó- Parece que va a llover y no queremos que se nos moje el santo- bromeó.
-Además... - continuó- ¿Por qué poner en riesgo a nuestro protegido cuando nosotros podemos abrir primero las puertas de su reino por el?- añadió.
Una vez que la procesión se encontró lo suficientemente cerca del centro del barrio corazón, en particular del cuartel de la guardia Jacobo instó al cántico común:
-VIENEN CON ALEGRIA SEÑOR, CANTANDO VIENEN CON ALEGRÍA, MI DIOS LOS QUE CAMINAN POR SACRESTIC, SEÑOR, OBTENIENDO TU SANGRE Y DANDO TU DON- Comenzó y todos los siguieron.
Las facciones del parroco, sin embargo no traían con si paz ni alegría sino una advertencia inmediata que instaba a aquellos que se le opusiesen a dejarles pasar. [/color]
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- Resumen:
-Hugo y Asier intentan desestabilizar las labores de refuerzo del barrio corazón intentando que parte de los voluntarios acudan a la puerta del Alba a ayudar. Interactúo con Elian
-Vitto Vrykolakas se une a lo que queda de procesión de Jacobo hasta el cuartel de la guardia
-Oneca y Caoimhe: Proponen un encuentro a Amanda en un lugar especifico entre barrios altos, corazón y oscuro
-Amir: Se une a los refuerzos vampiros, convertidos por Dragut y que Caoimhe ha estado introduciendo durante meses a través de pasadizos desde el puerto hasta el barrio oscuro. En principio ( Esperando a lo que quiera hacer Fehu)Se queda en la retaguardia protegido por las murallas del barrio oscuro por si necesitan refuerzos de manera posterior.
Espero no haberme olvidado nada :p
- Inventario:
- EQUIPO
Moonsoon: Espada de media luna. Hoja fina pulida de aleación de varios metales que dan un aspecto azulino cuando la luz e refleja en ella. Mango de metal forjado con varias gemas rojas en la empuñadura. A menudo suele adornarla con algunas cintas de colores.
Caerus[/b];[Arma arrojadiza, 4 usos]Guantalete parcial forjado con metal de calidad superior. Cubre las dos primeras falanges de los dedos de la mano izquierda de Caoimhe y acaba en puntas con hojas cortantes forjadas con una curvatura en la punta que actúa como un pequeño reservorio de apenas unos 2 o 3 ml. Está encantado de manera que cada uno de los componentes puede ser arrojado de manera independiente además de regresar de manera inmediata hasta la chica (Bendición de Thor) ( [Arma, 4 Usos]. aquíEl guantelete está también forjado con mecanismos que aumentan la fuerza de Caoimhe de manera parcial gracias al trabajo de Zagreus sobre el objeto. Prueba, aquí
LIMITADOS:
1-Inyección: Artilugio, Limitado, 2 Usos]Tubo metálico que contiene un recipiente de vidrio y dos agujas. Optimiza el uso de una poción o veneno, al inyectarlo directamente al torrente sanguíneo. Permite consumir una carga de cualquier pócima o veneno para llenarla. Luego de eso, gastar una carga de este objeto equivale a usar el efecto de la mezcla usada (es decir, permite 2 usos de tal poción o veneno). No funciona con mezclas de calidad Épica o Legendaria. Estás pálido, ¿miedo a las agujas?
2Poción de salud diluida
[Elixir, Limitado,1 Uso] Sana las heridas leves en pocos segundos..
3-Filo venenoso[Veneno, Limitado, 1 Uso] Envenena un arma o sus proyectiles para que, cuando causen heridas, inhiban la coagulación. Esto disminuye la efectividad de cualquier intento por sanar la herida a la mitad.
4-Pesadilla embotellada [veneno, limitado,1 uso][b]
Líquido grisáceo oscuro que parece gas atrapado. Al contacto con el aire se levanta una nube negra, que al ser aspirada causará alucinaciones de los temores más profundos de la persona por un turno. (Precio de elaboración: 100 Aeros) (Nivel: Alquimia Avanzada.
5-'[b]Esencia de Dulces Sueños [Veneno, Limitado, 1 Uso]
Líquido transparente con un suave aroma a Anís. 5 minutos luego de beber al menos 100ml, la persona caerá en un profundo sueño. Golpear al afectado lo despertará..
6-Estrella de sirio
[Artilugio, Limitado, 1 Uso] Esfera que, al ser reventada (puede ser en la mano, no causa daño), libera por un instante una intensa luz, capaz de encandilar severamente a quienes la vean. Si no derrite la retina te devolvemos los aeros.
CONSUMIBLES
Cristal de sueños [Consumible] 1 Usos]
Crea la ilusión de una puerta. Atravesar la puerta libera al personaje de los efectos de cualquier habilidad mágica de confusión, engaño, hipnosis o ilusión. La puerta solo se puede atravesar una vez antes de desaparece
Esencia de los sueños. [Consumible. 2 usos.]Pastilla de sabor salado con forma de lágrima. Al colocarla bajo la lengua, tu conciencia penetrará en una persona de tu elección con la que hayas tenido contacto en el tema presente. Dura una ronda, lo que tarda en disolverse la pastilla, y el otro personaje no notará tu presencia, pero tú percibirás el mundo a través de sus sentidos, aunque sin acceso a sus pensamientos ni control sobre los mismos
Semilla de Nimué[Consumible]
Semilla mágica que almacena una pizca del poder de la niña que anhelaba sueños imposibles. Al arrojarla a los pies de un enemigo, la semilla se convertirá en un árbol pequeño y sin hojas que lo inmovilizará por un turno.[/b][/b]
Caoimhe
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
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Una risa suave, con un tintineo burlesco, llegó desde un callejón cercano, donde el hombre de ojos rojos observaba el intercambio. El soniquete penetró de lleno en el interior de Drol Stocker, recordándole por qué estaba allí, al tiempo que la silueta del hombre pareció desenfocarse de su vista. ¿Qué hombre? No había ningún hombre, solo el olor de la sangre de Arkanthius señalando a su asesino y aquel inoportuno elfo interponiéndose entre él y su objetivo.
—Mátalo —le dijo a Píndaro y, llamando a las sombras para acelerar su camino, atravesó el espacio que lo separaba del muro del Jardín Botánico.
Dobló la esquina, buscando la puerta de entrada y, agarrando sin miramientos el cabello del primer tipo que se encontró, tiró de él para enviarlo calle atrás, tambaleándose varios pasos hasta que, finalmente, cayó de espaldas contra los adoquines.
—Largo de aquí, esta presa es mía. —les dijo a los demás que, tras reconocerlo, se apresuraron calle abajo sin hacer preguntas.
El hombre de ojos rojos volvió a reír con un sonido estridente que, de alguna manera, atravesaba el barullo de múltiples peleas, a pesar de su suavidad. Cruzó una calle y vio subir al patético grupo que acompañaba a Azalie.
—Por aquí —murmuró como si canturreara, cuando el grupo expulsado por Drol pasaba a su lado.
No todos lo oyeron, distraídos como estaban con la visión del otro elfo, el espadachín solitario. Pero no importaba. Solo eran un distracción, después de todo. Una distracción para mantenerlos ocupados mientras encontraba… Ah, sí, el jóven acróbata que le había hecho el favor de eliminar al molesto Zelas. ¿Cuál sería la mejor forma de pagarle, haciendo que matase al resto de sus amigos, o haciendo que sus amigos lo matasen a él? Wolfgang sonrió con deleite.
—¡OH, NO! —gritó, sin molestarse en fingir una emoción que no sentía, pues el sonido de su voz se encargaría de transmitir el mensaje que realmente importaba—. ¡GUARDIAS, ES ÉL! EL DEMONIO ALBINO QUE CONVIRTIÓ LA CENA EN UNA CARNICERÍA. ¡HA VENIDO A MATARNOS A TODOS! SOLO LA MUERTE PODRÁ DETENERLO.
Para deleite de Wolfgang, no solo los guardias se volverían hacia el jovial elfo.
Más allá de la Posada de la Luna y avanzando hacia el este por el Barrio Gótico, las labores de atrincheramiento avanzaban excepcionalmente deprisa, a medida que numerosos voluntarios se unían a la tarea de bloquear calles y entradas secretas en callejones o sótanos. A pesar de todo, Amanda Bradbury se sentía inquieta, insegura y, cuando recibió aquel mensaje y reconoció de inmediato la letra de Oneca, tuvo que recordarse a sí misma que, aunque la comida resultaba prescindible, aún necesitaba respirar.
—¿Piensas aceptar la invitación? —preguntó Woodpecker cuando su esposa la puso al tanto del contenido de la misiva.
—¿Acaso puedo permitirme no hacerlo?
—Puede ser una trampa para quitarte de enmedio. Atacar directamente al líder enemigo…
—¿Líder? —rio Amanda—. Mira a tu alrededor, Wood. Mi muerte no evitará que esta gente defienda su ciudad. Pero una reunión con Oneca podría evitar que tengan que dar su vida por ello.
Wood miró a sus convecinos, artesanos, taberneros, campesinos… y asintió lentamente. Sin embargo, su claudicación no fue completa.
—De ningún modo vas a ir sola —dijo.
La teniente Laika Akimara se masajeó las sienes para tratar de alejar el dolor de cabeza que se había asentado allí desde hacía rato pero no sirvió de nada, estaba tan tensa que los movimientos de tus dedos rígidos probablemente estarían empeorando la situación. El soldado la miraba expectante. Ah, sí, las barricadas.
Con los reportes que venían llegando desde el comienzo de la noche, no le extrañaba que los ciudadanos se estuvieran poniendo en lo peor. Quizá aquello ayudase a mantener a salvo a Adasonia y las niñas, porque bien sabía que en el cuartel no les quedaban guardias para todo.
—Dejadlos en paz —dijo.
—¿Teniente?
—¿Han atacado a alguien?
—No, señora, pero…
—Si no han atacado a nadie, dejad que se protejan. Bastante tenemos con… ¡Y ahora qué! —explotó Akimara cuando algo parecido a un cántico se coló por la ventana de su despacho.
—VIENEN CON ALEGRIA, SEÑOR. CANTANDO VIENEN, CON ALEGRÍA, MI DIOS. LOS QUE CAMINAN POR SACRESTIC, SEÑOR, OBTENIENDO TU SANGRE Y DANDO TU DON.
De alguna manera, la voz de aquel párroco se proyectaba por encima de la del numeroso grupo de fieles que lo seguía, coreando sus salmos. Desde la ventana de su despacho, Akimara vio a un par de guardias salir al paso de los procesionarios, a la luz de una de las antorchas que iluminaban la plaza. El grupo se lanzó sobre ellos al instante. Pillados por sorpresa, la pareja de guardias acabaron en el suelo, firmemente sujetos por varios de los fieles.
La figura del párroco, sin dejar de salmodiar, se inclinó entonces sobre uno primero y luego sobre el otro. ¿Les estaba dando de beber? Y, ¿por qué Akimara no se sentía tan horrorizada como debiera ante la escena? Es más, mientas un grupo mayor de guardias se enfrentaba a los procesionarios para tratar de rescatar a sus compañeros, Akimara se dio cuenta de que ya no le dolía la cabeza.
Amir salió del pasadizo subterráneo a un callejón entre la iglesia y el cementerio y su instinto le avisó al instante de que algo no estaba bien. La temperatura en la zona se sentía demasiado fresca para la época del año y ese olor… Respiró hondo para enterrar la frustración. Algunas cosas eran más fáciles antes, se dijo mientras sacaba el vial de su cinto y se bebía el contenido de un trago. Sí, ahora la información llegaba alta y clara a sus fosas nasales: Sangre. Mucha. Y animales de granja, por alguna razón.
Al acercarse más a la iglesia, se dio cuenta de que muchas de las vidrieras estaban destrozadas. El olor a sangre venía del interior. Y no era una sangre apetecible, precisamente. Era sangre de vampiro, no había duda.
En silencio, sin perder detalle del ruido de pelea al frente de la iglesia, Amir se asomó con cuidado por una esquina del edificio. Lo que vio le recordó a un rumor que había escuchado en uno de sus últimos viajes al este: La dama pálida, envuelta en un halo de fría furia. ¿Y era Zana la mujer a la que se enfrentaba?
Amir se retiró de nuevo a las sombras. Ya había perdido demasiado tiempo. Si Zana no se ocupaba de la mujer, tendría que hacerlo él. Cuando volviera de recoger a esos nuevos conversos.
Los soldados apostados en la muralla, en torno a la Puerta del Alba, lanzaron al cielo flechas y virotes, aunque la oscuridad y el humo apenas les permitía ver a dónde apuntaban. Doulas ordenó una segunda andanada, pero pronto los hizo detenerse. No podían malgastar flechas con una tropa de alimañas acercándose desde el bosque.
Además, muy pronto, otras preocupaciones pasaron a sumarse al ataque del maldito dracónido: Más fuego. Esta vez, en la misma puerta, cuando un enorme toro en llamas se lió a cornadas con ella. Pero aquel fuego no se parecía en nada al del dragón. Para empezar, las llamas, de un rojo profundo, demasiado intenso, prendieron enseguida, devorando la gruesa madera con absurda velocidad. Y, para terminar, los cubos de agua que le lanzaban aquellos que habían comenzado a apagar el fuego del dragón, parecieron atravesar las llamas sin que estas se inmutaran lo más mínimo.
Alguien gritaba desde afuera, pidiendo que le abrieran, pero ¿quién se atrevería siquiera a acercarse a aquel fuego mágico, innatural? Uno de los aguadores, frustrado, lanzó el cubo de agua entero contra la puerta. El objeto rebotó, envuelto en llamas, y le golpeó en el pecho. Las llamas saltaron al hombre, que gritó y rodó por el suelo, tratando sin éxito de apagarlo. En su frenético intento de salvarse, golpeó las piernas de un soldado, que también se prendieron. El terror se apoderó de los presentes, la mayoría de los cuales, emprendieron una enloquecida carrera por la avenida, alejándose de la puerta en llamas.
Al otro lado de la puerta, que rápidamente se convertía en cenizas, también estalló el pánico cuando uno de los guerreros que pretendían proteger al zezengorri de los ataques desde la muralla estalló en llamas debido a la proximidad con la criatura. Ningún intento de apagar el fuego ayudaría al guerrero, mientras el resto se dividía entre continuar el trabajo asignado y arriesgarse a correr la misma suerte, o alejarse de la peligrosa bestia.
Pero en el caso de los guerreros de D’Orlind Ûr y el Templo de los Monos, alejarse de la puerta era una una opción mucho más complicada de llevar a cabo que en el interior de la ciudad. En efecto, entre los gritos de dolor y miedo de los afectados por las llamas, no tardó en alzarse el sonido de cuernos proveniente del linde del bosque, seguida de una salva de gritos y vítores. Una gran sombra salió de entre los árboles y atravesó, veloz, los campos de algodón y lino. Sonidos de gritos y vítores avanzaban con la sombra, pero solo las vistas más aguzadas podrían distinguir a los individuos armados a quien pertenecían aquellas aterradoras voces.
El ataque había comenzado.
Lejos de todo aquel caos de fuego y sombra, en una pequeña fortaleza abandonada, Amanda y Woodpecker se encontraron con Oneca y su acompañante.
—¿Ahora es cuando quieres hablar? —dijo Amanda por todo saludo—. ¿Después de la que has organizado?
—¿Yo? —respondió Oneca sin alzar la voz—. No fui yo quien le rebanó el pescuezo al Barón Arkanthius. Buen movimiento, por cierto. Aunque no creo que saliera como esperabas.
—¿El barón? ¿De qué estás hablando?
—¿No fuiste tú? Y yo que pensé que por fin habías ganado un poco de empuje.
—Ve al grano, Oneca, hay gente muriendo mientras hablamos. ¿Para qué me has llamado?
A partir de este momento, se cierran las entradas al evento. Somos los que estamos y estamos los que somos. El plazo para postear en la tercera ronda será hasta el miércoles 13 de noviembre (incluido).
IMPORTANTE aclaración sobre razas y tironcito general de orejas: Descontando a los elfos (excepto Zelas), aquellos hombres-bestia cuyos rasgos bestiales son visibles y los bio-cibernéticos con partes de metal a la vista, ninguna otra raza de Aerandir es distinguible de otra a simple vista. Las únicas formas de conocer instantáneamente la raza de un individuo (o grupo) son 1) que te lo diga, 2) que lo veas realizando alguna acción o haciendo uso de una habilidad que sería imposible para alguien de otra raza o 3) contar con habilidades u objetos específicos para este fin. Y ni siquiera esto es infalible por múltiples motivos.
Los vampiros son indistinguibles visualmente de los humanos, al igual que lo son los brujos y, también, los licántropos y los dragones a menos que los veas transformándose. Hay dragones (y licans) capaces de transformaciones parciales que conservan algunos de sus rasgos dracónicos, como cuernos o piel escamosa, en su forma humana. Pero sin otras pistas contextuales, lo más probable es que pasen por hombres-bestia (o mujeres, en el caso de nuestros PJs).
Voy a dejar pasar algunas cositas que he visto en la ronda previa con esta advertencia general, pero si vuelvo a ver metaroleo de razas por aquí, empezarán a correr las sanciones.
Relacionado con este asunto pero independiente del tirón de orejas, la Guardia no guarda un registro de entrada en la ciudad con indicación de la raza, salvo que esta sea apreciable a simple vista y se considere relevante por alguna razón, así que no podrán seguirle la pista a Seraphine de ese modo. (Otra cosa es que le puedan seguir la pista a ciertos vampiros conocidos de la ciudad una vez descubierta su condición)
Les recuerdo también que, como dije en mi primer post, es de noche y solo las calles principales cuentan con buena iluminación. Supongo que el fuego en la Puerta del Alba cuenta como un foco importante de luz, pero también de deslumbramiento.
TU OBJETIVO EN ESTA RONDA:
Los he dividido en zonas, de acuerdo a sus intervenciones y a cierto mapa que me hizo llegar un mod aplicado. En algunos casos, puede que los haya movido un poco para acercarlos a algún foco que me interesaba más que una calle aleatoria en medio de la nada. A algunos los nombro más de una vez y, si tienes Acompañante y no está junto a tu PJ, puede que también aparezca mencionado en otro sitio. Ténganlo en cuenta.
Nousis: Drol no tiene tiempo para distracciones, pero puedes intentar seguirlo. Para ello, tendrás que ocuparte de su amigo… y puede que alguno más que se ha quedado con ganas de elfa a la brasa. O tal vez te interese más el tipo de ojos rojos (Wolfgang Rammsteiner, por si quedaba alguna duda), ahora que has activado tu bonita habilidad antimagia. Para ayudarte a elegir, te dejo unas notas sobre ambos personajes:
Drol Stocker, actual líder del linaje de los Stocker. Su estilo de lucha es brutal, basado en su extraordinaria fuerza física, con apoyo ocasional de la magia de sombras u oscuridad. Nivel 8
Wolfgang Rammsteiner, manipulador sin escrúpulos, disfruta volviendo a unos contra otros con su potente y refinada magia de voz. Nivel 10+
Lukas y Zelas: Por mí, sigan con lo suyo. Si tienen tiempo, el grupo de Rauko anda cerca, con parte de la remesa que Lukas dejó atrás y, quizá, una presencia más interesante.
Por cierto, Lukas, como los PNJs no tienen habilidades oficiales, dejemos en el aire, por el momento, lo que ocurre con Felurian, Drol Stocker y el Jardín Botánico. Yo voy a lanzar una runa, mientras que tú y Cohen podrán lanzar una cada uno. La mejor de las suyas contra la mía nos darán la pista de lo que ocurra en ese jardín de aquí a la siguiente ronda.
Rauko y compañía: ¡Han encontrado a Wolfganga! O él a ustedes, pero bueno, detalles. Suerte con lo suyo.
Elian y Corlys: Caoimhe ha sido más cauta que atrevida en su avance, dándoles tiempo para movilizar a un buen número de ciudadanos y acordonar una bonita porción de ciudad. Habrá que ver lo que dura aunque, de momento, no parece que tengan amenazas serias con las que lidiar. O, bueno, dependerá de cómo se desarrolla ese asunto entre Elian y Hugo. En cuanto a Corlys, dejo en tus manos cómo lidiar con el carro de provisiones que traen Aylizz y Moebius, el afilador (si es que no se pierde por el camino) y también quién acompaña a Amanda a su reunión privada (además de Woodpecker, claro).
Aylizz: Dado que mencionas en tu post tener a la vista la Puerta del Alba en el momento en que Seraphine comienza la barbacoa, asumo que has tenido tiempo de cruzar la avenida antes de que empiece la estampida bípeda huyendo del fuego del zezengorri, lo que te situaría bastante cerca de las barricadas de Corlys. Pero si prefieres enfrentarte a la estampida, tú misma.
Teufel: Desde tu posición junto a esa torre trampa, eres testigo de lo que está ocurriendo con los fieles de San Jacobo y los guardias que quedan frente al cuartel. No me chivaré a Corlys si decides abandonar tu puesto, pero tu conciencia es cosa tuya. Por cierto, la magia de voz que está utilizando San Jacobo tiene un efecto calmante sobre quien lo escucha, así que ojo con eso.
Gaegel: Las rutas que mostré en el mapa en el turno anterior eran proyecciones, la ruta que seguirían los distintos grupos si nadie los interceptaba, cosa que hicieron Rauko, Zelas y Lukas, por lo que, si estás donde dices en tu mapa, no eran esos los vampiros con los que te topaste. Por localización, pudiera ser que vieras llegar la procesión de San Jacobo, o que le patearas la cara a un espontáneo que pasaba por allí. Te voy a dar a elegir. Si decides que estabas más al norte, después de todo, echa un vistazo a las indicaciones que doy a la gente del Barrio Alto. Si al que le quemaste el pelo era uno de los fieles de San Jacobo un pelín despistado, al seguir al grupo, eres testigo, igual que Teufel, de lo que allí sucede con la Guardia. Si estás donde estás y al que le atizaste no iba con la procesión, sigue con lo tuyo, pero lanza una runita, por favor.
Caoimhe: Has pedido reunión y reunión tienes. Eres libre de exponer los argumentos de Oneca (o cerrar la trampa, si es eso lo que era, pero ten en cuenta que Corlys puede tener algo que decir en ese caso). Puedes manejar un poco a Amanda (por cuestiones de fluidez de la conversación), pero déjame a mí su decisión final. Si tienes dudas sobre la dinámica de ambas, contáctame por privado.
Seraphine: Dado que no tienes talentos o habilidades relacionadas con esquivar en vuelo los proyectiles que te están lanzando desde la muralla y los tejados, será la Voluntad de los Dioses la que decida tu destino. Deberás lanzar runa antes de escribir tu post. Para ello, tienes dos opciones. La opciónaburrida sencilla es postear aquí mismo con un simple off rol para indicar el lanzamiento. Siendo ese el caso, postearías dos veces en esta ronda.
La opción creativa es postear on rol en una de las Zonas de Culto repartidas por Aerandir (sería un momento cronológicamente distinto del actual, claro) y añadir a tu respuesta aquí un enlace al resultado allí obtenido. Por tu origen, recomendaría el [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], el [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] o el [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo].
En cuanto a los resultados, puesto que las condiciones de visibilidad perjudican a tus atacantes y cuentas con tus escamas de dragón, solo recibirás heridas si obtienes runas de mala o muy mala suerte. En el primer caso, serán heridas leves; con runa muy mala, recibirás una herida seria que podría convertirse en grave si no la tratas en esta ronda o la siguiente. Si, además, tienes la mala suerte de que la runa que salga sea la que aparece en el centro de la lista de las tres peores en la explicación de Tyr, recibirás también una maldición que ya te contaré si se da el caso.
Por otro lado, si la Voluntad de los Dioses está de tu parte y obtienes runa buena o muy buena, todos en tierra te perderán la pista en medio del caos cuando salgas de escena. Si la runa es muy buena, nadie se habrá topado con una bonita cimitarra tirada en un callejón oscuro… Pero no adelantemos acontecimientos. De momento, aún tienes que lidiar con la manipulación de Cohen.
Cohen: En tu camino hacia la Puerta del Alba, chocas con un muro de gente que avanza en dirección opuesta, huyendo del “demonio de fuego”. No está del todo claro si se refieren al coatl, al dragón o al zezengorri, pero avanzar en línea recta hacia la puerta se te va a complicar.
Como le dije a Lukas más arriba, vamos a dejar en el aire, por el momento, lo que ocurre en el Jardín Botánico. Lo averiguaremos en la ronda siguiente tras unas tiraditas de runas. La mía, contra la mejor de las suyas (una cada uno). La tirada es para la situación general, no necesariamente para el destino de los personajes, pero si quieres lanzar también runa por Isabella, puedes hacerlo, solo indica cuál es cuál (aunque yo esperaría a la siguiente ronda, teniendo en cuenta que, además de las runas, tenemos a Nousis por ahí cerca).
Mánasvin: No sé si las leyendas sobre el [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] habrán llegado a Baslodia (o Atri), pero en caso de que no, ya te aviso yo de que las llamas que se han comido la Puerta del Alba (y avanzan poco a poco por la muralla, a pesar de la falta de combustible) no se extinguirán hasta que la bestia desaparezca (el efecto del objeto que consumió Akanke dura dos rondas, así que esa entrada y todo lo que toquen las llamas, seguirá ardiendo hasta la próxima). No te recomendaría intentar atravesar ese vano, pero puede que ya tengas bastante ocupación donde estás. El pánico se ha apoderado de la gente y, a pesar de su entrenamiento, de los caballos, que huyen por la avenida pasando por encima de lo que sea o quien sea que interrumpa su camino. Dejo en tus manos lo que hará la guardia respecto a esas personas que, afectadas por las llamas, amenazan con esparcir aún más el fuego en su frenética huida en busca de ayuda o alivio.
En caso de duda, el fuego producido por el dragón (Seraphine) sí puede apagarse y las quemaduras tratarse, por supuesto. Lo que dije arriba aplica solo al causado por Akangorri. Aunque ya cualquiera los distingue…
Sein y Akangorri: Bueno. Ya no hay puerta. Aunque yo no les recomendaría intentar atravesar el antinatural fuego que sigue danzando en el hueco y lamiendo la piedra de la muralla (bueno, igual Akanke puede, por este turno). Gracias a Cohen y Seraphine, parece que los guardias que estaban afuera (y adentro, en torno a la puerta) han acabado un pelín indispuestos, así que van a tener que enfrentarse solitos al grupo de vampiros que acaba de llegar. Es un grupo algo más numeroso que el suyo, pero si aguantan este turno, puede que los humanos que vienen por la Vía de la Sal les echen una manito. Me gustó el detalle del coatl, por cierto. Veamos a qué bando afectaba ese buen presagio.
Y, por cierto:
Ruarc, nivel 9, Tácticas, Combate con Armas, Inspiración. Sus Sentidos Mejorados son el olfato y el oído; su Ventaja Animal, piel como armadura ligera.
Eloísa, nivel 6, Mutación: Ave nocturna (incluye la capacidad de combatir desde el aire y visión nocturna), Disparo, Rastreo. Sus Sentidos Mejorados son la vista y el oído; su Ventaja Animal, difícil de detectar en la naturaleza.
¡Se me olvidaba! Los guerreros que han estallado en llamas por su cercanía con el zezengorri seguirán ardiendo (y esparciendo el fuego a cualquier cosa-persona que toquen) toda la ronda y hasta que se acabe el efecto de la cerveza de mantequilla y Akanke vuelva a la normalidad. Suerte con eso.
Helena: Parece que Bio, Meleis y Cohen ya te han dado trabajo pero, ya que estás, lánzame otra runita, anda, que la anterior fue un poco sosa.
Bio y Meraxes/Meleis: No tengo muy claro si su objetivo es conseguir conversos, montar una granja o qué pero sigan adelante (si les deja Helena), ya me picó la curiosidad. Les avisaré si cambian las condiciones.
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El vampiro contraataca
Una risa suave, con un tintineo burlesco, llegó desde un callejón cercano, donde el hombre de ojos rojos observaba el intercambio. El soniquete penetró de lleno en el interior de Drol Stocker, recordándole por qué estaba allí, al tiempo que la silueta del hombre pareció desenfocarse de su vista. ¿Qué hombre? No había ningún hombre, solo el olor de la sangre de Arkanthius señalando a su asesino y aquel inoportuno elfo interponiéndose entre él y su objetivo.
—Mátalo —le dijo a Píndaro y, llamando a las sombras para acelerar su camino, atravesó el espacio que lo separaba del muro del Jardín Botánico.
Dobló la esquina, buscando la puerta de entrada y, agarrando sin miramientos el cabello del primer tipo que se encontró, tiró de él para enviarlo calle atrás, tambaleándose varios pasos hasta que, finalmente, cayó de espaldas contra los adoquines.
—Largo de aquí, esta presa es mía. —les dijo a los demás que, tras reconocerlo, se apresuraron calle abajo sin hacer preguntas.
El hombre de ojos rojos volvió a reír con un sonido estridente que, de alguna manera, atravesaba el barullo de múltiples peleas, a pesar de su suavidad. Cruzó una calle y vio subir al patético grupo que acompañaba a Azalie.
—Por aquí —murmuró como si canturreara, cuando el grupo expulsado por Drol pasaba a su lado.
No todos lo oyeron, distraídos como estaban con la visión del otro elfo, el espadachín solitario. Pero no importaba. Solo eran un distracción, después de todo. Una distracción para mantenerlos ocupados mientras encontraba… Ah, sí, el jóven acróbata que le había hecho el favor de eliminar al molesto Zelas. ¿Cuál sería la mejor forma de pagarle, haciendo que matase al resto de sus amigos, o haciendo que sus amigos lo matasen a él? Wolfgang sonrió con deleite.
—¡OH, NO! —gritó, sin molestarse en fingir una emoción que no sentía, pues el sonido de su voz se encargaría de transmitir el mensaje que realmente importaba—. ¡GUARDIAS, ES ÉL! EL DEMONIO ALBINO QUE CONVIRTIÓ LA CENA EN UNA CARNICERÍA. ¡HA VENIDO A MATARNOS A TODOS! SOLO LA MUERTE PODRÁ DETENERLO.
Para deleite de Wolfgang, no solo los guardias se volverían hacia el jovial elfo.
Más allá de la Posada de la Luna y avanzando hacia el este por el Barrio Gótico, las labores de atrincheramiento avanzaban excepcionalmente deprisa, a medida que numerosos voluntarios se unían a la tarea de bloquear calles y entradas secretas en callejones o sótanos. A pesar de todo, Amanda Bradbury se sentía inquieta, insegura y, cuando recibió aquel mensaje y reconoció de inmediato la letra de Oneca, tuvo que recordarse a sí misma que, aunque la comida resultaba prescindible, aún necesitaba respirar.
—¿Piensas aceptar la invitación? —preguntó Woodpecker cuando su esposa la puso al tanto del contenido de la misiva.
—¿Acaso puedo permitirme no hacerlo?
—Puede ser una trampa para quitarte de enmedio. Atacar directamente al líder enemigo…
—¿Líder? —rio Amanda—. Mira a tu alrededor, Wood. Mi muerte no evitará que esta gente defienda su ciudad. Pero una reunión con Oneca podría evitar que tengan que dar su vida por ello.
Wood miró a sus convecinos, artesanos, taberneros, campesinos… y asintió lentamente. Sin embargo, su claudicación no fue completa.
—De ningún modo vas a ir sola —dijo.
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La teniente Laika Akimara se masajeó las sienes para tratar de alejar el dolor de cabeza que se había asentado allí desde hacía rato pero no sirvió de nada, estaba tan tensa que los movimientos de tus dedos rígidos probablemente estarían empeorando la situación. El soldado la miraba expectante. Ah, sí, las barricadas.
Con los reportes que venían llegando desde el comienzo de la noche, no le extrañaba que los ciudadanos se estuvieran poniendo en lo peor. Quizá aquello ayudase a mantener a salvo a Adasonia y las niñas, porque bien sabía que en el cuartel no les quedaban guardias para todo.
—Dejadlos en paz —dijo.
—¿Teniente?
—¿Han atacado a alguien?
—No, señora, pero…
—Si no han atacado a nadie, dejad que se protejan. Bastante tenemos con… ¡Y ahora qué! —explotó Akimara cuando algo parecido a un cántico se coló por la ventana de su despacho.
—VIENEN CON ALEGRIA, SEÑOR. CANTANDO VIENEN, CON ALEGRÍA, MI DIOS. LOS QUE CAMINAN POR SACRESTIC, SEÑOR, OBTENIENDO TU SANGRE Y DANDO TU DON.
De alguna manera, la voz de aquel párroco se proyectaba por encima de la del numeroso grupo de fieles que lo seguía, coreando sus salmos. Desde la ventana de su despacho, Akimara vio a un par de guardias salir al paso de los procesionarios, a la luz de una de las antorchas que iluminaban la plaza. El grupo se lanzó sobre ellos al instante. Pillados por sorpresa, la pareja de guardias acabaron en el suelo, firmemente sujetos por varios de los fieles.
La figura del párroco, sin dejar de salmodiar, se inclinó entonces sobre uno primero y luego sobre el otro. ¿Les estaba dando de beber? Y, ¿por qué Akimara no se sentía tan horrorizada como debiera ante la escena? Es más, mientas un grupo mayor de guardias se enfrentaba a los procesionarios para tratar de rescatar a sus compañeros, Akimara se dio cuenta de que ya no le dolía la cabeza.
Amir salió del pasadizo subterráneo a un callejón entre la iglesia y el cementerio y su instinto le avisó al instante de que algo no estaba bien. La temperatura en la zona se sentía demasiado fresca para la época del año y ese olor… Respiró hondo para enterrar la frustración. Algunas cosas eran más fáciles antes, se dijo mientras sacaba el vial de su cinto y se bebía el contenido de un trago. Sí, ahora la información llegaba alta y clara a sus fosas nasales: Sangre. Mucha. Y animales de granja, por alguna razón.
Al acercarse más a la iglesia, se dio cuenta de que muchas de las vidrieras estaban destrozadas. El olor a sangre venía del interior. Y no era una sangre apetecible, precisamente. Era sangre de vampiro, no había duda.
En silencio, sin perder detalle del ruido de pelea al frente de la iglesia, Amir se asomó con cuidado por una esquina del edificio. Lo que vio le recordó a un rumor que había escuchado en uno de sus últimos viajes al este: La dama pálida, envuelta en un halo de fría furia. ¿Y era Zana la mujer a la que se enfrentaba?
Amir se retiró de nuevo a las sombras. Ya había perdido demasiado tiempo. Si Zana no se ocupaba de la mujer, tendría que hacerlo él. Cuando volviera de recoger a esos nuevos conversos.
Los soldados apostados en la muralla, en torno a la Puerta del Alba, lanzaron al cielo flechas y virotes, aunque la oscuridad y el humo apenas les permitía ver a dónde apuntaban. Doulas ordenó una segunda andanada, pero pronto los hizo detenerse. No podían malgastar flechas con una tropa de alimañas acercándose desde el bosque.
Además, muy pronto, otras preocupaciones pasaron a sumarse al ataque del maldito dracónido: Más fuego. Esta vez, en la misma puerta, cuando un enorme toro en llamas se lió a cornadas con ella. Pero aquel fuego no se parecía en nada al del dragón. Para empezar, las llamas, de un rojo profundo, demasiado intenso, prendieron enseguida, devorando la gruesa madera con absurda velocidad. Y, para terminar, los cubos de agua que le lanzaban aquellos que habían comenzado a apagar el fuego del dragón, parecieron atravesar las llamas sin que estas se inmutaran lo más mínimo.
Alguien gritaba desde afuera, pidiendo que le abrieran, pero ¿quién se atrevería siquiera a acercarse a aquel fuego mágico, innatural? Uno de los aguadores, frustrado, lanzó el cubo de agua entero contra la puerta. El objeto rebotó, envuelto en llamas, y le golpeó en el pecho. Las llamas saltaron al hombre, que gritó y rodó por el suelo, tratando sin éxito de apagarlo. En su frenético intento de salvarse, golpeó las piernas de un soldado, que también se prendieron. El terror se apoderó de los presentes, la mayoría de los cuales, emprendieron una enloquecida carrera por la avenida, alejándose de la puerta en llamas.
Al otro lado de la puerta, que rápidamente se convertía en cenizas, también estalló el pánico cuando uno de los guerreros que pretendían proteger al zezengorri de los ataques desde la muralla estalló en llamas debido a la proximidad con la criatura. Ningún intento de apagar el fuego ayudaría al guerrero, mientras el resto se dividía entre continuar el trabajo asignado y arriesgarse a correr la misma suerte, o alejarse de la peligrosa bestia.
Pero en el caso de los guerreros de D’Orlind Ûr y el Templo de los Monos, alejarse de la puerta era una una opción mucho más complicada de llevar a cabo que en el interior de la ciudad. En efecto, entre los gritos de dolor y miedo de los afectados por las llamas, no tardó en alzarse el sonido de cuernos proveniente del linde del bosque, seguida de una salva de gritos y vítores. Una gran sombra salió de entre los árboles y atravesó, veloz, los campos de algodón y lino. Sonidos de gritos y vítores avanzaban con la sombra, pero solo las vistas más aguzadas podrían distinguir a los individuos armados a quien pertenecían aquellas aterradoras voces.
El ataque había comenzado.
Lejos de todo aquel caos de fuego y sombra, en una pequeña fortaleza abandonada, Amanda y Woodpecker se encontraron con Oneca y su acompañante.
—¿Ahora es cuando quieres hablar? —dijo Amanda por todo saludo—. ¿Después de la que has organizado?
—¿Yo? —respondió Oneca sin alzar la voz—. No fui yo quien le rebanó el pescuezo al Barón Arkanthius. Buen movimiento, por cierto. Aunque no creo que saliera como esperabas.
—¿El barón? ¿De qué estás hablando?
—¿No fuiste tú? Y yo que pensé que por fin habías ganado un poco de empuje.
—Ve al grano, Oneca, hay gente muriendo mientras hablamos. ¿Para qué me has llamado?
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A partir de este momento, se cierran las entradas al evento. Somos los que estamos y estamos los que somos. El plazo para postear en la tercera ronda será hasta el miércoles 13 de noviembre (incluido).
IMPORTANTE aclaración sobre razas y tironcito general de orejas: Descontando a los elfos (excepto Zelas), aquellos hombres-bestia cuyos rasgos bestiales son visibles y los bio-cibernéticos con partes de metal a la vista, ninguna otra raza de Aerandir es distinguible de otra a simple vista. Las únicas formas de conocer instantáneamente la raza de un individuo (o grupo) son 1) que te lo diga, 2) que lo veas realizando alguna acción o haciendo uso de una habilidad que sería imposible para alguien de otra raza o 3) contar con habilidades u objetos específicos para este fin. Y ni siquiera esto es infalible por múltiples motivos.
Los vampiros son indistinguibles visualmente de los humanos, al igual que lo son los brujos y, también, los licántropos y los dragones a menos que los veas transformándose. Hay dragones (y licans) capaces de transformaciones parciales que conservan algunos de sus rasgos dracónicos, como cuernos o piel escamosa, en su forma humana. Pero sin otras pistas contextuales, lo más probable es que pasen por hombres-bestia (o mujeres, en el caso de nuestros PJs).
Voy a dejar pasar algunas cositas que he visto en la ronda previa con esta advertencia general, pero si vuelvo a ver metaroleo de razas por aquí, empezarán a correr las sanciones.
Relacionado con este asunto pero independiente del tirón de orejas, la Guardia no guarda un registro de entrada en la ciudad con indicación de la raza, salvo que esta sea apreciable a simple vista y se considere relevante por alguna razón, así que no podrán seguirle la pista a Seraphine de ese modo. (Otra cosa es que le puedan seguir la pista a ciertos vampiros conocidos de la ciudad una vez descubierta su condición)
Les recuerdo también que, como dije en mi primer post, es de noche y solo las calles principales cuentan con buena iluminación. Supongo que el fuego en la Puerta del Alba cuenta como un foco importante de luz, pero también de deslumbramiento.
TU OBJETIVO EN ESTA RONDA:
Los he dividido en zonas, de acuerdo a sus intervenciones y a cierto mapa que me hizo llegar un mod aplicado. En algunos casos, puede que los haya movido un poco para acercarlos a algún foco que me interesaba más que una calle aleatoria en medio de la nada. A algunos los nombro más de una vez y, si tienes Acompañante y no está junto a tu PJ, puede que también aparezca mencionado en otro sitio. Ténganlo en cuenta.
BARRIO ALTO
Nousis: Drol no tiene tiempo para distracciones, pero puedes intentar seguirlo. Para ello, tendrás que ocuparte de su amigo… y puede que alguno más que se ha quedado con ganas de elfa a la brasa. O tal vez te interese más el tipo de ojos rojos (Wolfgang Rammsteiner, por si quedaba alguna duda), ahora que has activado tu bonita habilidad antimagia. Para ayudarte a elegir, te dejo unas notas sobre ambos personajes:
Drol Stocker, actual líder del linaje de los Stocker. Su estilo de lucha es brutal, basado en su extraordinaria fuerza física, con apoyo ocasional de la magia de sombras u oscuridad. Nivel 8
Wolfgang Rammsteiner, manipulador sin escrúpulos, disfruta volviendo a unos contra otros con su potente y refinada magia de voz. Nivel 10+
Lukas y Zelas: Por mí, sigan con lo suyo. Si tienen tiempo, el grupo de Rauko anda cerca, con parte de la remesa que Lukas dejó atrás y, quizá, una presencia más interesante.
Por cierto, Lukas, como los PNJs no tienen habilidades oficiales, dejemos en el aire, por el momento, lo que ocurre con Felurian, Drol Stocker y el Jardín Botánico. Yo voy a lanzar una runa, mientras que tú y Cohen podrán lanzar una cada uno. La mejor de las suyas contra la mía nos darán la pista de lo que ocurra en ese jardín de aquí a la siguiente ronda.
Rauko y compañía: ¡Han encontrado a Wolfganga! O él a ustedes, pero bueno, detalles. Suerte con lo suyo.
BARRIO GÓTICO O CERCO DE LOS AMANDERS
Elian y Corlys: Caoimhe ha sido más cauta que atrevida en su avance, dándoles tiempo para movilizar a un buen número de ciudadanos y acordonar una bonita porción de ciudad. Habrá que ver lo que dura aunque, de momento, no parece que tengan amenazas serias con las que lidiar. O, bueno, dependerá de cómo se desarrolla ese asunto entre Elian y Hugo. En cuanto a Corlys, dejo en tus manos cómo lidiar con el carro de provisiones que traen Aylizz y Moebius, el afilador (si es que no se pierde por el camino) y también quién acompaña a Amanda a su reunión privada (además de Woodpecker, claro).
Aylizz: Dado que mencionas en tu post tener a la vista la Puerta del Alba en el momento en que Seraphine comienza la barbacoa, asumo que has tenido tiempo de cruzar la avenida antes de que empiece la estampida bípeda huyendo del fuego del zezengorri, lo que te situaría bastante cerca de las barricadas de Corlys. Pero si prefieres enfrentarte a la estampida, tú misma.
BARRIO DEL CORAZÓN (más o menos)
Teufel: Desde tu posición junto a esa torre trampa, eres testigo de lo que está ocurriendo con los fieles de San Jacobo y los guardias que quedan frente al cuartel. No me chivaré a Corlys si decides abandonar tu puesto, pero tu conciencia es cosa tuya. Por cierto, la magia de voz que está utilizando San Jacobo tiene un efecto calmante sobre quien lo escucha, así que ojo con eso.
Gaegel: Las rutas que mostré en el mapa en el turno anterior eran proyecciones, la ruta que seguirían los distintos grupos si nadie los interceptaba, cosa que hicieron Rauko, Zelas y Lukas, por lo que, si estás donde dices en tu mapa, no eran esos los vampiros con los que te topaste. Por localización, pudiera ser que vieras llegar la procesión de San Jacobo, o que le patearas la cara a un espontáneo que pasaba por allí. Te voy a dar a elegir. Si decides que estabas más al norte, después de todo, echa un vistazo a las indicaciones que doy a la gente del Barrio Alto. Si al que le quemaste el pelo era uno de los fieles de San Jacobo un pelín despistado, al seguir al grupo, eres testigo, igual que Teufel, de lo que allí sucede con la Guardia. Si estás donde estás y al que le atizaste no iba con la procesión, sigue con lo tuyo, pero lanza una runita, por favor.
Caoimhe: Has pedido reunión y reunión tienes. Eres libre de exponer los argumentos de Oneca (o cerrar la trampa, si es eso lo que era, pero ten en cuenta que Corlys puede tener algo que decir en ese caso). Puedes manejar un poco a Amanda (por cuestiones de fluidez de la conversación), pero déjame a mí su decisión final. Si tienes dudas sobre la dinámica de ambas, contáctame por privado.
PUERTA DEL ALBA
Seraphine: Dado que no tienes talentos o habilidades relacionadas con esquivar en vuelo los proyectiles que te están lanzando desde la muralla y los tejados, será la Voluntad de los Dioses la que decida tu destino. Deberás lanzar runa antes de escribir tu post. Para ello, tienes dos opciones. La opción
La opción creativa es postear on rol en una de las Zonas de Culto repartidas por Aerandir (sería un momento cronológicamente distinto del actual, claro) y añadir a tu respuesta aquí un enlace al resultado allí obtenido. Por tu origen, recomendaría el [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], el [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] o el [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo].
En cuanto a los resultados, puesto que las condiciones de visibilidad perjudican a tus atacantes y cuentas con tus escamas de dragón, solo recibirás heridas si obtienes runas de mala o muy mala suerte. En el primer caso, serán heridas leves; con runa muy mala, recibirás una herida seria que podría convertirse en grave si no la tratas en esta ronda o la siguiente. Si, además, tienes la mala suerte de que la runa que salga sea la que aparece en el centro de la lista de las tres peores en la explicación de Tyr, recibirás también una maldición que ya te contaré si se da el caso.
Por otro lado, si la Voluntad de los Dioses está de tu parte y obtienes runa buena o muy buena, todos en tierra te perderán la pista en medio del caos cuando salgas de escena. Si la runa es muy buena, nadie se habrá topado con una bonita cimitarra tirada en un callejón oscuro… Pero no adelantemos acontecimientos. De momento, aún tienes que lidiar con la manipulación de Cohen.
Cohen: En tu camino hacia la Puerta del Alba, chocas con un muro de gente que avanza en dirección opuesta, huyendo del “demonio de fuego”. No está del todo claro si se refieren al coatl, al dragón o al zezengorri, pero avanzar en línea recta hacia la puerta se te va a complicar.
Como le dije a Lukas más arriba, vamos a dejar en el aire, por el momento, lo que ocurre en el Jardín Botánico. Lo averiguaremos en la ronda siguiente tras unas tiraditas de runas. La mía, contra la mejor de las suyas (una cada uno). La tirada es para la situación general, no necesariamente para el destino de los personajes, pero si quieres lanzar también runa por Isabella, puedes hacerlo, solo indica cuál es cuál (aunque yo esperaría a la siguiente ronda, teniendo en cuenta que, además de las runas, tenemos a Nousis por ahí cerca).
Mánasvin: No sé si las leyendas sobre el [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] habrán llegado a Baslodia (o Atri), pero en caso de que no, ya te aviso yo de que las llamas que se han comido la Puerta del Alba (y avanzan poco a poco por la muralla, a pesar de la falta de combustible) no se extinguirán hasta que la bestia desaparezca (el efecto del objeto que consumió Akanke dura dos rondas, así que esa entrada y todo lo que toquen las llamas, seguirá ardiendo hasta la próxima). No te recomendaría intentar atravesar ese vano, pero puede que ya tengas bastante ocupación donde estás. El pánico se ha apoderado de la gente y, a pesar de su entrenamiento, de los caballos, que huyen por la avenida pasando por encima de lo que sea o quien sea que interrumpa su camino. Dejo en tus manos lo que hará la guardia respecto a esas personas que, afectadas por las llamas, amenazan con esparcir aún más el fuego en su frenética huida en busca de ayuda o alivio.
En caso de duda, el fuego producido por el dragón (Seraphine) sí puede apagarse y las quemaduras tratarse, por supuesto. Lo que dije arriba aplica solo al causado por Akangorri. Aunque ya cualquiera los distingue…
Sein y Akangorri: Bueno. Ya no hay puerta. Aunque yo no les recomendaría intentar atravesar el antinatural fuego que sigue danzando en el hueco y lamiendo la piedra de la muralla (bueno, igual Akanke puede, por este turno). Gracias a Cohen y Seraphine, parece que los guardias que estaban afuera (y adentro, en torno a la puerta) han acabado un pelín indispuestos, así que van a tener que enfrentarse solitos al grupo de vampiros que acaba de llegar. Es un grupo algo más numeroso que el suyo, pero si aguantan este turno, puede que los humanos que vienen por la Vía de la Sal les echen una manito. Me gustó el detalle del coatl, por cierto. Veamos a qué bando afectaba ese buen presagio.
Y, por cierto:
Ruarc, nivel 9, Tácticas, Combate con Armas, Inspiración. Sus Sentidos Mejorados son el olfato y el oído; su Ventaja Animal, piel como armadura ligera.
Eloísa, nivel 6, Mutación: Ave nocturna (incluye la capacidad de combatir desde el aire y visión nocturna), Disparo, Rastreo. Sus Sentidos Mejorados son la vista y el oído; su Ventaja Animal, difícil de detectar en la naturaleza.
¡Se me olvidaba! Los guerreros que han estallado en llamas por su cercanía con el zezengorri seguirán ardiendo (y esparciendo el fuego a cualquier cosa-persona que toquen) toda la ronda y hasta que se acabe el efecto de la cerveza de mantequilla y Akanke vuelva a la normalidad. Suerte con eso.
IGLESIA DE CRISTO
Helena: Parece que Bio, Meleis y Cohen ya te han dado trabajo pero, ya que estás, lánzame otra runita, anda, que la anterior fue un poco sosa.
Bio y Meraxes/Meleis: No tengo muy claro si su objetivo es conseguir conversos, montar una granja o qué pero sigan adelante (si les deja Helena), ya me picó la curiosidad. Les avisaré si cambian las condiciones.
Fehu
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
Los masters también nos olvidamos de las runas
Fehu
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
El miembro 'Fehu' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
'Runas' :
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Resultados :
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'Runas' :
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Tyr
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
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El aire a su alrededor era espeso y abrasador, impregnado del olor de la madera calcinada y el hierro ardiente. Seraphine se movía en silencio en medio del caos, envuelta en el humo que su propio aliento había desencadenado sobre la muralla. Las llamas, aún danzando y crepitando bajo el cielo oscuro, envolvían la estructura como una trampa de calor, y el humo ascendía en columnas que oscurecían la visibilidad de los guardias. A lo lejos, la ciudad yacía sumida en una penumbra, apenas iluminada por el resplandor fluctuante del fuego que ahora reinaba en el muro.
Seraphine observaba a los soldados que, aunque intentaban sin descanso recuperar el control de la situación, se encontraban superados por la intensidad del fuego. En un intento desesperado, los guardias lanzaron dos salvas de flechas en su dirección. Las flechas, rápidas y afiladas, cruzaron el humo en un arco alto; pero sus ojos dracónicos, agudos y vigilantes, los vieron moverse con una claridad que los guardias no podían igualar. Con un leve movimiento de sus alas, se desvió de su trayecto, y los proyectiles desaparecieron en la bruma sin tocarla.
Con cada instante que pasaba, Seraphine sentía cómo la presión y el fervor del combate alimentaban una fuerza dentro de ella, un instinto que la conectaba tanto con la destrucción que estaba presenciando como con la causa que la impulsaba a seguir adelante. Sabía que su rol en aquella noche era sembrar el caos, para que aquellos atrapados en la ciudad pudieran ver finalmente la caída de las viejas estructuras que los oprimían.
Fue entonces cuando su atención se desvió hacia la puerta de la muralla. O mejor dicho, al vacío que ocupaba ahora su lugar. Donde antes había una sólida estructura de madera y hierro, ahora solo quedaban brasas, cenizas y un fuego que no parecía de este mundo. La entrada había sido consumida por completo, pero aquel fuego no era el suyo; era un rojo profundo, casi como si brillara desde dentro de las llamas con una vida propia. De inmediato reconoció el sello de un poder extraño, diferente a todo lo que conocía: el fuego de Akangorri. Una llama mágica, irreal y antigua, invocada por la misma criatura que debería haber guardado aquella puerta.
El fuego de Akangorri parecía alimentarse de las ruinas, del mismo suelo que ardía bajo él, pulsando como si tuviera un latido propio. Las llamas eran de un tono que escapaba a la comprensión humana, teñidas de una intensidad tan vibrante y espectral que parecían reflejar el propio infierno. A su alrededor, los pocos guardias que quedaban miraban con desesperación la destrucción que se extendía rápidamente. No solo habían perdido el control del muro; ahora, su salida estaba completamente bloqueada por el fuego viviente de Akangorri.
Seraphine sintió un eco resonar en su mente, un recordatorio de su propósito en aquella noche. Ellos son el obstáculo final; cuando la muralla caiga, no habrá nada que se interponga entre los habitantes de la ciudad y el cambio que esta necesita, se recordó, y dejó que aquellas palabras intensificaran su determinación. La muralla ahora estaba en ruinas, devorada por las llamas que ella y Akangorri habían conjurado en una sinfonía devastadora.
En medio de la vorágine de humo y fuego, los ojos de Seraphine brillaban con un resplandor decidido mientras contemplaba los restos de la puerta desaparecida y las brasas incandescentes que señalaban el poder de Akangorri, Seraphine sintió una fuerza silenciosa e inquebrantable dentro de sí. Era la resonancia de las palabras de Cohen, que parecían haberse convertido en un eco persistente, repitiéndose una y otra vez en su mente, avivando su convicción. Su voz suave y envolvente seguía reverberando en su interior, como un susurro constante que no se desvanecía, sino que la empujaba a continuar con la destrucción que había comenzado.
Al principio, aquel eco de Cohen en su mente era solo un recordatorio distante, pero conforme se acercaba al muro y veía las figuras de los guardias aún en sus posiciones, se dio cuenta de que su influencia sobre ella se había vuelto mucho más profunda. Las palabras de Cohen, esa voz melodiosa que la había envuelto y tranquilizado en el callejón, parecían ahora un mantra en su interior, latente y vibrante, imponiéndose incluso sobre sus propios pensamientos. Como un fino y sutil encantamiento, se entretejía con cada pensamiento y sentimiento suyo, dirigiéndola con una precisión implacable.
Aquel susurro, casi seductor, le hablaba de su papel en el cambio que la ciudad necesitaba. “Deberás despejar el camino,” resonaba una y otra vez, “Como la llama que ilumina la oscuridad.” Era como si la esencia misma de Cohen estuviera tejiéndose en sus emociones, llenándola de una determinación férrea que no admitía dudas. La voz parecía envolverla en una capa cálida y firme, una presencia que la apoyaba y a la vez la dirigía.
Ellos son el obstáculo final; cuando la muralla caiga, no habrá nada que se interponga., pensaba, y al repetirlo, aquella frase resonaba cada vez más fuerte, como una promesa inquebrantable. En sus ojos, los guardias ya no eran personas, sino sombras que debían desvanecerse, piedras en el camino hacia la renovación de Sacrestic Ville.
La influencia de Cohen no era solo una guía; era como una energía que se enredaba con su propia esencia, penetrando en lo más profundo de su ser. Ella, que siempre había valorado su autonomía, ahora experimentaba un impulso que la sobrepasaba. Era como si sus pensamientos, sus decisiones y sus convicciones hubieran quedado entrelazados en un único propósito, una misión que la llevaba a enfrentarse a los obstáculos sin vacilación. Cohen, sin siquiera estar allí, parecía formar parte de cada movimiento que realizaba, de cada rugido y cada llamarada que escapaba de su garganta.
El murmullo de su voz, cálido y persuasivo, se hacía cada vez más claro en su mente. “Ellos deben caer, Seraphine; tú eres el fuego que marcará el inicio de este cambio. No te detengas.” Cada palabra calaba hondo, resonando como una melodía compuesta solo para ella, y sus emociones respondían a aquel llamado como si Cohen estuviera justo a su lado, guiándola. En ese momento, comprendió que sus propios deseos y las palabras de Cohen se habían convertido en uno solo. La orden de destruir la muralla, de arrasar con cada guardia, se transformó en una necesidad tan imperiosa que nada en el mundo parecía capaz de detenerla.
La conexión era inquebrantable, y mientras se elevaba nuevamente sobre la muralla, observando a los guardias que aún intentaban recuperar el control, sentía un placer casi visceral al saber que estaba cumpliendo su tarea. La voz de Cohen continuaba alentándola, envolviéndola en una oleada de calma y determinación. La misión era clara, y en medio del humo y las sombras de la noche, su propósito se volvía cada vez más inamovible.
Sin pensarlo dos veces, tomó aire, dejando que el fuego acumulado en su interior creciera hasta llenar cada fibra de su ser. Y al exhalarlo sobre los guardias, sintió cómo la influencia de Cohen la impulsaba a hacerlo con una intensidad aún mayor, arrasando cualquier vestigio de resistencia.
Seraphine se elevó en el aire, dejando atrás las ruinas ardientes y el rastro de humo que aún brotaba de la Puerta del Alba. A medida que ascendía, la dragona azul observó por última vez la muralla devastada, su estructura debilitada y consumida por el fuego que ahora representaba un portal hacia un futuro incierto.
Mientras se alejaba, los ecos de la voz de Cohen se desvanecían en su mente, y la presión de su hechizo perdía fuerza, disipándose como el mismo humo que había dejado atrás. Los destellos de las llamas todavía reflejaban en sus escamas, pero ahora no quedaba rastro de la urgencia que la había impulsado a liberar aquel poder implacable. Solo una sensación de inquietud latía en su pecho, un murmullo silencioso que parecía arrastrarse desde las sombras de sus propios pensamientos.
Seraphine continuó su ascenso, girando lentamente en dirección contraria a la Puerta del Alba. La noche la envolvía en su manto oscuro, y el eco distante de las llamas se quedaba atrás, dejando solo el susurro del viento en sus oídos. Bajo ella, la ciudad parecía cada vez más pequeña, apenas una mancha de luces temblorosas que se confundían entre las ruinas y las sombras del bosque cercano.
Mientras se alejaba, Seraphine comenzó a sentir que el hechizo de Cohen se desvanecía lentamente. Con cada batido de sus poderosas alas, la claridad regresaba a su mente, y la coacción que la había guiado comenzaba a desmoronarse. Ahora, volaba sola, sin la influencia de su amigo, con pensamientos que fluían libres y sin restricciones. Su corazón latía con fuerza, impulsada por la necesidad de ser la dueña de su propio destino.
Finalmente, cuando estuvo lo suficientemente lejos, Seraphine descendió suavemente sobre un tejado, apartada del resplandor de la destrucción que había dejado en la puerta de la ciudad. Una mezcla de determinación y duda la invadía, dejándola en un estado de reflexión silenciosa. Quizá la puerta ha caído para siempre, y con ella, los límites de lo que alguna vez fue inquebrantable, pensó, mientras lanzaba una última mirada hacia La Puerta del Alba. La muralla en ruinas se desvanecía en su mente, un símbolo del cambio inminente.
Seraphine observaba a los soldados que, aunque intentaban sin descanso recuperar el control de la situación, se encontraban superados por la intensidad del fuego. En un intento desesperado, los guardias lanzaron dos salvas de flechas en su dirección. Las flechas, rápidas y afiladas, cruzaron el humo en un arco alto; pero sus ojos dracónicos, agudos y vigilantes, los vieron moverse con una claridad que los guardias no podían igualar. Con un leve movimiento de sus alas, se desvió de su trayecto, y los proyectiles desaparecieron en la bruma sin tocarla.
Con cada instante que pasaba, Seraphine sentía cómo la presión y el fervor del combate alimentaban una fuerza dentro de ella, un instinto que la conectaba tanto con la destrucción que estaba presenciando como con la causa que la impulsaba a seguir adelante. Sabía que su rol en aquella noche era sembrar el caos, para que aquellos atrapados en la ciudad pudieran ver finalmente la caída de las viejas estructuras que los oprimían.
Fue entonces cuando su atención se desvió hacia la puerta de la muralla. O mejor dicho, al vacío que ocupaba ahora su lugar. Donde antes había una sólida estructura de madera y hierro, ahora solo quedaban brasas, cenizas y un fuego que no parecía de este mundo. La entrada había sido consumida por completo, pero aquel fuego no era el suyo; era un rojo profundo, casi como si brillara desde dentro de las llamas con una vida propia. De inmediato reconoció el sello de un poder extraño, diferente a todo lo que conocía: el fuego de Akangorri. Una llama mágica, irreal y antigua, invocada por la misma criatura que debería haber guardado aquella puerta.
El fuego de Akangorri parecía alimentarse de las ruinas, del mismo suelo que ardía bajo él, pulsando como si tuviera un latido propio. Las llamas eran de un tono que escapaba a la comprensión humana, teñidas de una intensidad tan vibrante y espectral que parecían reflejar el propio infierno. A su alrededor, los pocos guardias que quedaban miraban con desesperación la destrucción que se extendía rápidamente. No solo habían perdido el control del muro; ahora, su salida estaba completamente bloqueada por el fuego viviente de Akangorri.
Seraphine sintió un eco resonar en su mente, un recordatorio de su propósito en aquella noche. Ellos son el obstáculo final; cuando la muralla caiga, no habrá nada que se interponga entre los habitantes de la ciudad y el cambio que esta necesita, se recordó, y dejó que aquellas palabras intensificaran su determinación. La muralla ahora estaba en ruinas, devorada por las llamas que ella y Akangorri habían conjurado en una sinfonía devastadora.
En medio de la vorágine de humo y fuego, los ojos de Seraphine brillaban con un resplandor decidido mientras contemplaba los restos de la puerta desaparecida y las brasas incandescentes que señalaban el poder de Akangorri, Seraphine sintió una fuerza silenciosa e inquebrantable dentro de sí. Era la resonancia de las palabras de Cohen, que parecían haberse convertido en un eco persistente, repitiéndose una y otra vez en su mente, avivando su convicción. Su voz suave y envolvente seguía reverberando en su interior, como un susurro constante que no se desvanecía, sino que la empujaba a continuar con la destrucción que había comenzado.
Al principio, aquel eco de Cohen en su mente era solo un recordatorio distante, pero conforme se acercaba al muro y veía las figuras de los guardias aún en sus posiciones, se dio cuenta de que su influencia sobre ella se había vuelto mucho más profunda. Las palabras de Cohen, esa voz melodiosa que la había envuelto y tranquilizado en el callejón, parecían ahora un mantra en su interior, latente y vibrante, imponiéndose incluso sobre sus propios pensamientos. Como un fino y sutil encantamiento, se entretejía con cada pensamiento y sentimiento suyo, dirigiéndola con una precisión implacable.
Aquel susurro, casi seductor, le hablaba de su papel en el cambio que la ciudad necesitaba. “Deberás despejar el camino,” resonaba una y otra vez, “Como la llama que ilumina la oscuridad.” Era como si la esencia misma de Cohen estuviera tejiéndose en sus emociones, llenándola de una determinación férrea que no admitía dudas. La voz parecía envolverla en una capa cálida y firme, una presencia que la apoyaba y a la vez la dirigía.
Ellos son el obstáculo final; cuando la muralla caiga, no habrá nada que se interponga., pensaba, y al repetirlo, aquella frase resonaba cada vez más fuerte, como una promesa inquebrantable. En sus ojos, los guardias ya no eran personas, sino sombras que debían desvanecerse, piedras en el camino hacia la renovación de Sacrestic Ville.
La influencia de Cohen no era solo una guía; era como una energía que se enredaba con su propia esencia, penetrando en lo más profundo de su ser. Ella, que siempre había valorado su autonomía, ahora experimentaba un impulso que la sobrepasaba. Era como si sus pensamientos, sus decisiones y sus convicciones hubieran quedado entrelazados en un único propósito, una misión que la llevaba a enfrentarse a los obstáculos sin vacilación. Cohen, sin siquiera estar allí, parecía formar parte de cada movimiento que realizaba, de cada rugido y cada llamarada que escapaba de su garganta.
El murmullo de su voz, cálido y persuasivo, se hacía cada vez más claro en su mente. “Ellos deben caer, Seraphine; tú eres el fuego que marcará el inicio de este cambio. No te detengas.” Cada palabra calaba hondo, resonando como una melodía compuesta solo para ella, y sus emociones respondían a aquel llamado como si Cohen estuviera justo a su lado, guiándola. En ese momento, comprendió que sus propios deseos y las palabras de Cohen se habían convertido en uno solo. La orden de destruir la muralla, de arrasar con cada guardia, se transformó en una necesidad tan imperiosa que nada en el mundo parecía capaz de detenerla.
La conexión era inquebrantable, y mientras se elevaba nuevamente sobre la muralla, observando a los guardias que aún intentaban recuperar el control, sentía un placer casi visceral al saber que estaba cumpliendo su tarea. La voz de Cohen continuaba alentándola, envolviéndola en una oleada de calma y determinación. La misión era clara, y en medio del humo y las sombras de la noche, su propósito se volvía cada vez más inamovible.
Sin pensarlo dos veces, tomó aire, dejando que el fuego acumulado en su interior creciera hasta llenar cada fibra de su ser. Y al exhalarlo sobre los guardias, sintió cómo la influencia de Cohen la impulsaba a hacerlo con una intensidad aún mayor, arrasando cualquier vestigio de resistencia.
Seraphine se elevó en el aire, dejando atrás las ruinas ardientes y el rastro de humo que aún brotaba de la Puerta del Alba. A medida que ascendía, la dragona azul observó por última vez la muralla devastada, su estructura debilitada y consumida por el fuego que ahora representaba un portal hacia un futuro incierto.
Mientras se alejaba, los ecos de la voz de Cohen se desvanecían en su mente, y la presión de su hechizo perdía fuerza, disipándose como el mismo humo que había dejado atrás. Los destellos de las llamas todavía reflejaban en sus escamas, pero ahora no quedaba rastro de la urgencia que la había impulsado a liberar aquel poder implacable. Solo una sensación de inquietud latía en su pecho, un murmullo silencioso que parecía arrastrarse desde las sombras de sus propios pensamientos.
Seraphine continuó su ascenso, girando lentamente en dirección contraria a la Puerta del Alba. La noche la envolvía en su manto oscuro, y el eco distante de las llamas se quedaba atrás, dejando solo el susurro del viento en sus oídos. Bajo ella, la ciudad parecía cada vez más pequeña, apenas una mancha de luces temblorosas que se confundían entre las ruinas y las sombras del bosque cercano.
Mientras se alejaba, Seraphine comenzó a sentir que el hechizo de Cohen se desvanecía lentamente. Con cada batido de sus poderosas alas, la claridad regresaba a su mente, y la coacción que la había guiado comenzaba a desmoronarse. Ahora, volaba sola, sin la influencia de su amigo, con pensamientos que fluían libres y sin restricciones. Su corazón latía con fuerza, impulsada por la necesidad de ser la dueña de su propio destino.
Finalmente, cuando estuvo lo suficientemente lejos, Seraphine descendió suavemente sobre un tejado, apartada del resplandor de la destrucción que había dejado en la puerta de la ciudad. Una mezcla de determinación y duda la invadía, dejándola en un estado de reflexión silenciosa. Quizá la puerta ha caído para siempre, y con ella, los límites de lo que alguna vez fue inquebrantable, pensó, mientras lanzaba una última mirada hacia La Puerta del Alba. La muralla en ruinas se desvanecía en su mente, un símbolo del cambio inminente.
- Resumen:
- Seraphine después de que los guardias fallaran sus ataques vuelve a atacar la muralla, haciendo una última pasada para terminar con aquello que se le había encomendado. Contenta con el caos ocasionado decide volver sobre sus "pasos" y vuela de nuevo hacia la posada del alba, perdiéndose así la influencia de Cohen durante el vuelo de regreso.
Seraphine Valaryon
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
La noche se desplomaba sobre la ciudad como un sudario de muerte y desolación, densa y fría, envolviendo la iglesia con una atmósfera de angustia irrefrenable. Las puertas abiertas del santuario parecían vomitar un miasma de sangre y corrupción hacia el exterior, arrastrando con cada latido de oscuridad el peso de la masacre. En medio de esa escena, Helena avanzaba, su figura envuelta en una visión de inhumana malevolencia.
Notó que alguien la observaba.
Alzó la vista lentamente, clavando su mirada fantasmagórica hacia una de las esquinas de la iglesia. La figura en la penumbra, al notar que había sido descubierta, dio un paso adelante, sus ojos azules apesadumbrados, casi tristes, aunque brillaban con una intensidad acusadora. Era una mujer de cabello oscuro y semblante firme, quien, aun visiblemente afectada por la escena, no vaciló en salir de las sombras.
La mirada de la mujer era todo reproche y condena. Era evidente que la masacre en la iglesia le revolvía el alma. Tal vez fuera el instinto de supervivencia lo que la llevó a enfrentarse a Helena. Quizá fue la rabia, el deseo desesperado de justicia, o tal vez una mezcla venenosa de ambos.
―¿Qué clase de demonio eres…?-la mujer soltó las palabras con un temblor, pero sin vacilar, sus ojos clavados en Helena con una convicción ardiente.
Helena no respondió. La Dama Pálida no necesitaba palabras. Su propia existencia en ese estado era un silencio cargado de muerte, un vacío que se tragaba las palabras antes de que pudieran siquiera formarse.
La mujer, en un acto desesperado, lanzó un ataque, intentando aprovechar una oportunidad. Pero Helena era más rápida, una mujer implacable que se movía con una fluidez antinatural. El éter que la rodeaba crepitó con breves destellos azulados, resonando como el sonido de hielo resquebrajándose, y su figura se deslizó hacia un lado, eludiendo un golpe con una facilidad espantosa.
La mujer intentó nuevamente, pero Helena apenas le dio tiempo de respirar antes de que su figura de pálido azur estuviera sobre ella, sus movimientos tan letales como los de una tormenta en pleno apogeo. La mujer lanzó un último grito ahogado antes de que Helena la atrapara, sus manos pálidas cerrándose alrededor de su cuello con una frialdad sobrenatural.
La mujer intentó resistir, golpeando, arañando, incluso mordiéndola en un momento de frenesí, pero los esfuerzos eran inútiles. Helena era imparable, un demonio personificado, y en sus manos la mujer no era más que una presa atrapada, frágil y condenada.
Finalmente, con un movimiento rápido y brutal, Helena estampó a la mujer contra la fría piedra de la iglesia. La oquedad de sus ojos en blanco la observaba con una mezcla de indiferencia y desprecio. La mujer gritó, un sonido desgarrador que resonó en el aire, pero Helena no mostró misericordia. Sujetándola con una mano helada, elevó la otra, y con una fuerza descomunal, hundió su daga oculta en el pecho de la mujer, desgarrando piel, carne y hueso. Un chorro de sangre oscura manchó aún más a Helena y al suelo bajo ellas, y el rostro de la mujer se contorsionó en un último y desgarrador aliento.
Helena retiró su mano ensangrentada, y el cuerpo de la mujer cayó al suelo en un montículo sin vida, sus ojos apagados aún abiertos en un último y vano reproche. La Dama Pálida la observó por un instante más, impasible, y después de un lento respiro que le escapó como un suspiro helado, se giró, apartándose del cadáver con el mismo aire gélido con el que había salido de la iglesia.
Tras eso, parte de la turba que se había alejado de la iglesia, arrastrados por la histeria de aquel sacerdote enloquecido, comenzó a regresar. Habían visto algo, tal vez un destello de terror primigenio en el cielo o un mal presentimiento que se aferraba a sus espaldas. Sin embargo, en cuanto llegaron de nuevo al umbral del templo, algo más profundo, más instintivo, los hizo detenerse de golpe.
Allí, en el centro de una escena que parecía arrancada de los retorcidos cuentos de antaño, estaba Helena, la Dama Pálida. Su figura inspiraba temor. La atmósfera misma parecía deformarse a su alrededor; el aire vibraba con una energía helada, tan fría que el aliento de aquellos que osaban acercarse se convertía en vaho frente a sus rostros. La temperatura había descendido de forma abrupta, como si el invierno mismo hubiese decidido envolver aquel lugar en su gélido abrazo.
Las puertas de la iglesia estaban abiertas de par en par, negras como la boca de un infierno silencioso que había sido desatado. Los pocos que lograron vislumbrar el interior a través de la penumbra apenas pudieron distinguir cuerpos esparcidos, destrozados, como si un torbellino de destrucción los hubiese arrasado. Y justo a los pies de Helena yacía el cadáver de una mujer, su pecho desgarrado, sus ojos aún abiertos en un grito silencioso de muerte.
Helena los miró, con un leve desdén en el rostro, pero sin ningún rastro de compasión. Su piel azuleaba como el mármol helado, y el éter que giraba a su alrededor dejaba marcas en el aire, como pequeñas chispas de hielo que se disolvían en la oscuridad. Al principio, se quedó quieta, inerte como una estatua demoníaca, evaluándolos con sus ojos vacíos, sin alma. Pero entonces, uno de los hombres en la turba, incapaz de soportar el peso de aquella mirada espectral, dio un paso hacia atrás, sus botas crujieron en el suelo con el temblor de quien acaba de mirar a la muerte de frente.
Ese leve movimiento fue todo lo que Helena necesitó. Cerró los ojos por un instante, respiró profundamente, y al abrirlos, dejó escapar un grito de ultratumba, un alarido sobrenatural que atravesó la noche como un cuchillo. Era un sonido que parecía arrancado de los confines de otro mundo, reverberando en el aire y calando hasta los huesos de quienes lo escuchaban, helando sus almas con un terror indescriptible.
Aquel grito rompió la compostura de la turba. Uno tras otro comenzaron a retroceder, pero ya era demasiado tarde. Helena se lanzó hacia ellos con una rapidez aterradora, su figura de la Dama Pálida deslizándose como un viento helado sobre los recién llegados. No importaba quién estuviera en su camino: hombres, mujeres, niños, ancianos… nadie estaba a salvo. Su sed de sangre, desencadenada y sin control, la impulsaba a desgarrar, a destrozar, a arrancar vidas con una facilidad espeluznante. Manos pálidas como la muerte se cerraban alrededor de cuellos, las dagas desgarraban carne, y sus ojos en blanco, esos pozos de vacío, parecían absorber cada atisbo de vida con un placer macabro.
Cada alma que caía a sus pies, cada grito sofocado, parecía alimentar su frenesí primigenio. Helena no mostraba compasión, ni siquiera una pizca de remordimiento. Solo una latente satisfacción por cada aliento que extinguía, por cada vida que robaba en su danza de muerte.
Pero nunca era suficiente.
Entonces, del cielo aterrizó una figura dracónica. Un rugido ensordecedor rompió la siniestra quietud del lugar, y un dragón, tan imponente como un dios caído de otro tiempo, aterrizó en medio de la matanza. Su figura, de escamas y ojos azules, parecía resonar con una energía ancestral, una presencia tan imponente que la tierra misma tembló bajo su peso.
El dragón bajó su mirada hacia Helena, y en sus ojos resplandecía un destello de reconocimiento, como si de algún modo supiera quién era ella, o tal vez qué era. Pero para Helena, sumida en el frenesí de la Dama Pálida, aquello no era más que otro obstáculo, otro ser que debía ser destruido. No importaba su tamaño, ni su poder; en su mente febril y llena de odio, solo existía la necesidad de consumir, de destruir, de arrasar hasta que no quedara nada.
Sin pensarlo dos veces, Helena se lanzó contra el dragón. Su figura, pequeña en comparación, no mostraba ni un ápice de miedo.
Era una lucha imposible, una batalla entre dos fuerzas que no debían encontrarse. Pero Helena no se detenía; su odio no conocía límites, y su deseo de destrucción no cedía ante nada, ni siquiera ante un dragón. Los aldeanos que aún sobrevivían solo podían mirar, horrorizados y fascinados, observando cómo aquella criatura infernal de piel azulada y venas moradas se enfrentaba al mismísimo dragón con una furia digna de un cataclismo.
Y en ese instante, la noche se tornó en un campo de batalla entre hielo y agua, entre la Dama Pálida y el dragón, en una danza de muerte y destrucción que no parecía tener fin.
Notó que alguien la observaba.
Alzó la vista lentamente, clavando su mirada fantasmagórica hacia una de las esquinas de la iglesia. La figura en la penumbra, al notar que había sido descubierta, dio un paso adelante, sus ojos azules apesadumbrados, casi tristes, aunque brillaban con una intensidad acusadora. Era una mujer de cabello oscuro y semblante firme, quien, aun visiblemente afectada por la escena, no vaciló en salir de las sombras.
La mirada de la mujer era todo reproche y condena. Era evidente que la masacre en la iglesia le revolvía el alma. Tal vez fuera el instinto de supervivencia lo que la llevó a enfrentarse a Helena. Quizá fue la rabia, el deseo desesperado de justicia, o tal vez una mezcla venenosa de ambos.
―¿Qué clase de demonio eres…?-la mujer soltó las palabras con un temblor, pero sin vacilar, sus ojos clavados en Helena con una convicción ardiente.
Helena no respondió. La Dama Pálida no necesitaba palabras. Su propia existencia en ese estado era un silencio cargado de muerte, un vacío que se tragaba las palabras antes de que pudieran siquiera formarse.
La mujer, en un acto desesperado, lanzó un ataque, intentando aprovechar una oportunidad. Pero Helena era más rápida, una mujer implacable que se movía con una fluidez antinatural. El éter que la rodeaba crepitó con breves destellos azulados, resonando como el sonido de hielo resquebrajándose, y su figura se deslizó hacia un lado, eludiendo un golpe con una facilidad espantosa.
La mujer intentó nuevamente, pero Helena apenas le dio tiempo de respirar antes de que su figura de pálido azur estuviera sobre ella, sus movimientos tan letales como los de una tormenta en pleno apogeo. La mujer lanzó un último grito ahogado antes de que Helena la atrapara, sus manos pálidas cerrándose alrededor de su cuello con una frialdad sobrenatural.
La mujer intentó resistir, golpeando, arañando, incluso mordiéndola en un momento de frenesí, pero los esfuerzos eran inútiles. Helena era imparable, un demonio personificado, y en sus manos la mujer no era más que una presa atrapada, frágil y condenada.
Finalmente, con un movimiento rápido y brutal, Helena estampó a la mujer contra la fría piedra de la iglesia. La oquedad de sus ojos en blanco la observaba con una mezcla de indiferencia y desprecio. La mujer gritó, un sonido desgarrador que resonó en el aire, pero Helena no mostró misericordia. Sujetándola con una mano helada, elevó la otra, y con una fuerza descomunal, hundió su daga oculta en el pecho de la mujer, desgarrando piel, carne y hueso. Un chorro de sangre oscura manchó aún más a Helena y al suelo bajo ellas, y el rostro de la mujer se contorsionó en un último y desgarrador aliento.
Helena retiró su mano ensangrentada, y el cuerpo de la mujer cayó al suelo en un montículo sin vida, sus ojos apagados aún abiertos en un último y vano reproche. La Dama Pálida la observó por un instante más, impasible, y después de un lento respiro que le escapó como un suspiro helado, se giró, apartándose del cadáver con el mismo aire gélido con el que había salido de la iglesia.
Tras eso, parte de la turba que se había alejado de la iglesia, arrastrados por la histeria de aquel sacerdote enloquecido, comenzó a regresar. Habían visto algo, tal vez un destello de terror primigenio en el cielo o un mal presentimiento que se aferraba a sus espaldas. Sin embargo, en cuanto llegaron de nuevo al umbral del templo, algo más profundo, más instintivo, los hizo detenerse de golpe.
Allí, en el centro de una escena que parecía arrancada de los retorcidos cuentos de antaño, estaba Helena, la Dama Pálida. Su figura inspiraba temor. La atmósfera misma parecía deformarse a su alrededor; el aire vibraba con una energía helada, tan fría que el aliento de aquellos que osaban acercarse se convertía en vaho frente a sus rostros. La temperatura había descendido de forma abrupta, como si el invierno mismo hubiese decidido envolver aquel lugar en su gélido abrazo.
Las puertas de la iglesia estaban abiertas de par en par, negras como la boca de un infierno silencioso que había sido desatado. Los pocos que lograron vislumbrar el interior a través de la penumbra apenas pudieron distinguir cuerpos esparcidos, destrozados, como si un torbellino de destrucción los hubiese arrasado. Y justo a los pies de Helena yacía el cadáver de una mujer, su pecho desgarrado, sus ojos aún abiertos en un grito silencioso de muerte.
Helena los miró, con un leve desdén en el rostro, pero sin ningún rastro de compasión. Su piel azuleaba como el mármol helado, y el éter que giraba a su alrededor dejaba marcas en el aire, como pequeñas chispas de hielo que se disolvían en la oscuridad. Al principio, se quedó quieta, inerte como una estatua demoníaca, evaluándolos con sus ojos vacíos, sin alma. Pero entonces, uno de los hombres en la turba, incapaz de soportar el peso de aquella mirada espectral, dio un paso hacia atrás, sus botas crujieron en el suelo con el temblor de quien acaba de mirar a la muerte de frente.
Ese leve movimiento fue todo lo que Helena necesitó. Cerró los ojos por un instante, respiró profundamente, y al abrirlos, dejó escapar un grito de ultratumba, un alarido sobrenatural que atravesó la noche como un cuchillo. Era un sonido que parecía arrancado de los confines de otro mundo, reverberando en el aire y calando hasta los huesos de quienes lo escuchaban, helando sus almas con un terror indescriptible.
Aquel grito rompió la compostura de la turba. Uno tras otro comenzaron a retroceder, pero ya era demasiado tarde. Helena se lanzó hacia ellos con una rapidez aterradora, su figura de la Dama Pálida deslizándose como un viento helado sobre los recién llegados. No importaba quién estuviera en su camino: hombres, mujeres, niños, ancianos… nadie estaba a salvo. Su sed de sangre, desencadenada y sin control, la impulsaba a desgarrar, a destrozar, a arrancar vidas con una facilidad espeluznante. Manos pálidas como la muerte se cerraban alrededor de cuellos, las dagas desgarraban carne, y sus ojos en blanco, esos pozos de vacío, parecían absorber cada atisbo de vida con un placer macabro.
Cada alma que caía a sus pies, cada grito sofocado, parecía alimentar su frenesí primigenio. Helena no mostraba compasión, ni siquiera una pizca de remordimiento. Solo una latente satisfacción por cada aliento que extinguía, por cada vida que robaba en su danza de muerte.
Pero nunca era suficiente.
Entonces, del cielo aterrizó una figura dracónica. Un rugido ensordecedor rompió la siniestra quietud del lugar, y un dragón, tan imponente como un dios caído de otro tiempo, aterrizó en medio de la matanza. Su figura, de escamas y ojos azules, parecía resonar con una energía ancestral, una presencia tan imponente que la tierra misma tembló bajo su peso.
El dragón bajó su mirada hacia Helena, y en sus ojos resplandecía un destello de reconocimiento, como si de algún modo supiera quién era ella, o tal vez qué era. Pero para Helena, sumida en el frenesí de la Dama Pálida, aquello no era más que otro obstáculo, otro ser que debía ser destruido. No importaba su tamaño, ni su poder; en su mente febril y llena de odio, solo existía la necesidad de consumir, de destruir, de arrasar hasta que no quedara nada.
Sin pensarlo dos veces, Helena se lanzó contra el dragón. Su figura, pequeña en comparación, no mostraba ni un ápice de miedo.
Era una lucha imposible, una batalla entre dos fuerzas que no debían encontrarse. Pero Helena no se detenía; su odio no conocía límites, y su deseo de destrucción no cedía ante nada, ni siquiera ante un dragón. Los aldeanos que aún sobrevivían solo podían mirar, horrorizados y fascinados, observando cómo aquella criatura infernal de piel azulada y venas moradas se enfrentaba al mismísimo dragón con una furia digna de un cataclismo.
Y en ese instante, la noche se tornó en un campo de batalla entre hielo y agua, entre la Dama Pálida y el dragón, en una danza de muerte y destrucción que no parecía tener fin.
__________________________________________________
OFF;
Epicidad apocalíptica (?).
- Resumen:
- Desempeño las situaciones que me han planteado Cohen, Bio, Meraxes y Fehu.
Mato a Zana, mato a parte de la turba, y quiero matar a Meleis. Estoy en una vorágine de destrucción, sangre y muerte. Voy a acabar con esta ciudad y con el mundo entero si es necesario.
Helena Rhodes
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
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Tyr
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
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- Si queréis la versión corta, echad un vistazo primero al resumen por partes (puse todo lo importante creo) que os pongo al final del post, y luego, volved a leer por encima el texto. De todas formas, espero que os guste y lo paséis bien leyéndolo, al menos, igual que yo escribiéndolo xD
Estoy de pie al lado de la mujer de la honda mientras a mi alrededor el mundo no se detiene; oigo cómo corren de un lado a otro un grupo de sanitarios que están recogiendo lo que queda de los heridos que aún pueden moverse para irse a toda prisa del cuartel de la entrada de Sacrestic Ville, atemorizados por la visión de su sangre, de su carne violada, dejando al descubierto el signo de su propia mortalidad.
—Tengo frío —dice ella entre el humo de las llamas que pudimos extinguir tras el ataque. Se le reseca la voz y le tiembla. No hacía frío ahora; esa sensación se debe al daño recibido en sus terminaciones nerviosas y a la pérdida de sangre—. Me duele el pecho.
—No te preocupes: el dolor será corto —le digo yo.
Sigue con la entereza de antes del ataque. Se notaba que era una mujer diferente; nunca dejará de sorprenderme lo poco habituada que está la gente, da igual su raza, incluso soldados, a ver su propia sangre, pero ella siguió adelante, hasta encontrar su final. Yo podría detenerles, darles órdenes o, de acuerdo a la ley, ejecutarles en caso de negarse a servir, pero no tenía sentido hacerlo; no eran soldados y esta era su casa, no la mía; y yo, al final, aunque ya no era un soldado tampoco, ¿qué iba a ser, si toda mi vida no había conocido otra cosa? Están en su derecho, al fin y al cabo; de las bajas, la inmensa mayoría son civiles, no sé si vampiros o humanos, porque resulta imposible dilucidar si eran de una raza o de otra; al final, si ya es difícil diferenciarlos en vida, en la muerte, que nos igualaba a todos, no iba a ser diferente. Sería era eso.
—Dales la honda —dice ella, acercándomela con la mano—, a ver si saben usarla mejor que yo con esos hijos de puta.
Asiento, pensando en qué decirle para animarla mientras agarro el arma, pero no encuentro resistencia y su brazo cae. La veo morir. No es nuevo, siempre sucede de la misma manera; el contorno de la boca se desdibuja, ahora parece mayor de lo que es, y los dientes le sobresalen, blancos, intensos; la carne se afina, el arco superciliar se curva y el perfil redondeado de los pómulos se afila. Algo abandona lentamente su cuerpo, quizá su alma —¿tienen alma los malditos?— y solo queda su esqueleto bajo la carne. Sus ojos dan la impresión de estar más hundidos; son los que memoricé al principio del ataque, pero diferentes. Mañana ya no será ella. Ya no lo es. Ahora notaba su piel muy blanca, muchísimo más, como si fuera demasiado evidente que no le había dado la luz del sol incluso entre este resplandor anaranjado del fuego.
Tenía gracia.
El médico pasa junto a mí, a unos centímetros de la mujer muerta sin siquiera mirarla. Ella había dicho que llevaba viviendo desde siempre en este lugar, y consideró voluntariamente que la decisión correcta era dar la cara por lo que creía que su hogar tenía que ser. Pienso en si realmente existe eso, incluso entre los que son de la misma especie hay guerras y persecuciones. El dolor y el odio parecen consustanciales a la naturaleza de los seres vivos, porque, a pesar de todo, son emociones. ¿Tiene sentido esto? Muchas veces había escuchado que para los vampiros éramos ganado, y no era mentira; pero cuántas otras veces había visto a ganaderos pasar la vida junto a sus animales y llorar cuando llegaba el momento del sacrificio. Lloraban más por ellos que por la mujer. Y recordaban sus nombres y cómo eran con una melancolía extraña, que iba más allá de lo humano. Pero el trato a los semejantes puede ser peor que el trato al ganado; que se lo pregunten a los gitanos y, sin ir más lejos, a esta mujer, que había muerto por mano de los suyos, aunque hubiera sido por mano interpuesta.
—¡Comandante! —gritó Cabo Primero desde el camino. Estaba con Cabo Segundo y el Sargento de los perros. Me acerqué a ellos. Tenían todos aspecto de haber salido de una mina de carbón, e imaginé que yo estaba igual.
—Informad de la situación.
—Hacemos lo que podemos. Tenemos a un pelotón trabajando en los cortafuegos imprescindibles como ordenaste —dijo el Sargento de los perros—; derribamos las partes más cercanas a los focos menos controlables para que las llamas no se esparcieran a otras casas, algunas de ellas se vinieron abajo casi solas, así que mejor. Mantenemos las paredes de piedra y los techos de pizarra, porque eso no suele quemar, que yo sepa—rió el hombre antes de seguir con el informe—. Pudimos aprovechar en un principio las cadenas humanas para echar agua por las estructuras y mantenerlas frescas, pero el pánico entre los civiles cundió pronto y rompieron la formación, así que, para reducir el oxígeno al fuego, tapamos puertas y ventanas, sobre todo en aquellos lugares donde el fuego llegó al interior, hasta que se extinga.
—Creo que podemos ir olvidándonos de recibir ayuda civil, han querido los dioses que se cagaran por la pata abajo y hayan huido en estampida los que no estaban envueltos en llamas —dijo Cabo Primero, y añadió—: Panda de vamparicones.
—Son civiles, es algo que debemos asumir. —Le hubiera explicado que la vampira que había muerto merecía el respeto debido, pero supuse que hablaba su impotencia ante el ataque más que sus prejuicios—. Ven el terror dentro de su casa y tiemblan. Es mejor dejarlos irse, una muchedumbre de personas descontroladas puede hacer mucho daño, mejor que sea lejos de aquí. ¿Bajas?
—Gracias a los dioses estamos vivos, tenemos heridos pero en su mayoría el fuego pilló desprevenidos a los civiles, que se asustaron y echaron a correr como cuando prendes un gato en campamento enemigo: rompieron la formación y muchos sufren quemaduras graves. Es peor el miedo que sienten, porque algunos de ellos, intentando refugiarse en el interior de las casas empezaron el fuego desde dentro; hicieron más daño al pueblo que el propio ataque.
—¿Y la culebra?
—Ya no vemos a la culebra voladora, señor, parece que no pudimos acertar, pero no se la ve por los alrededores. Huyó hacia el interior del pueblo.
Quise pensar que los dioses habían tirado las runas del destino a nuestro favor y la suerte nos había sonreído, pero más pareció que no les sonrió a ellos y que a nosotros no nos enseñó los dientes. A veces pasa.
—¡Qué pena! —se lamentó Cabo Segundo apretando el puño— Pero, ¿cómo es posible que Oneca ahora contrate dragones para luchar por ella? Son unos supremacistas bastante raros si aceptan otras razas no vampíricas, pensaba que querían Sacrestic Ville para los vampiros nada más. Los dragones no son vampiros… y tampoco son conocidos por ser generosos. ¡Pedirán su parte y con intereses! ¡Venderían a su madre por media moneda de oro desgastada, aunque fuera de pirita! ¡Cuántos cuentos hay de eso! —dijo él algo confuso.
—No fueron los supremacistas, Cabo Segundo —comenté, pensando en el poco apego que despierta la Guardia a según que facciones de la ciudad, no por ser dos bandos enfrentados entre ellos, el de la vampira buena y la vampira mala, nos convertía forzósamente en fruto de la devoción de ninguno—. No fue un ataque coordinado, más bien dio la impresión de ser una chapuza improvisada a última hora para intentar destruirnos en la puerta, porque no mandas ayuda aérea sin más, solo para gastar recursos, contra una posición enemiga fortificada sin unidades de tierra que la tomen, arrojando fuego a ciegas: si nosotros no teníamos visibilidad por el humo y la oscuridad, como estaba entre nosotros, la culebra voladora tampoco. ¿A qué disparaba, aparte de a los civiles? Con esto, pierdes toda la ventaja de la sorpresa para un futuro ataque y arriesgas a tu valioso operativo volador, ya que aunque hubiera destruído toda la infraestructura, no la hubieran tomado. ¿Cuál es la ganancia? ¿Ponernos sobreaviso y en guardia? Y a pesar de todo, en estas condiciones, había un 40% de posibilidades de haber herido al monstruo. Demasiadas para arriesgarse por absolutamente nada. Deberían habernos atacado a la vez desde el interior de la ciudad con un ejército terrestre, pero no está pasando eso. Más que una acción de guerra fue un ataque terrorista. Si este ataque representa a las fuerzas moderadas, nos dice que están desorganizadas y no tienen un líder claro; si un ejército tiene cinco generales, no tiene ninguno. No es operativo. El fuego se extenderá hacia el interior, que es la parte que menos controlamos. Deberán hacerse cargo de ella los que estén allí. — [1] Lo cierto es que el mal que habitaba Aerandir provenía, si no siempre, la mayoría de las veces, de la ignorancia y de las buenas intenciones faltas de perspicacia, que son tan dañinas como la malicia en sí. Y el vicio viene de la inconsciencia, que se da permiso para matar mujeres y niños como había sucedido.
—Qué locura —dijo el Sargento Canino—. Si se ha dado cuenta Cabo Segundo, la gente llegará a la misma conclusión; ¿un dragón con los supremacistas? —dijo él, con una risotada, pero Cabo Segundo no se enteró de que le había llamado lento de mente— y los disturbios en la ciudad pueden volverse en contra de los moderados… ¡usar un dragón! No nos conviene especialmente que sea la facción supremacista la que gane adeptos al ver que los moderados se los cargan como a conejos en temporada.
—No tenemos un censo de entrada a la ciudad —dije yo, muy a mi pesar, porque era altamente irregular, sobre todo en un lugar hostil a la Guardia como este, donde se habría tenido que tener controlada rigurosamente a la población—, pero ¿sabemos de algún motivo especial de alguien que odie especialmente a la Guardia como para rechazar negociar con el Cuerpo y preferir quemarlo vivo?
—Hay informes de enemigos públicos, enemigos de la Corona de Verisar, y más en concreto, de Enemigos de la Guardia.
—¿Sería raro que estuviera aquí?
—Por lo que se dice en los mentideros, no.
—Pues debemos asumir la autoría de los moderados en el atentado. A no ser que los supremacistas se hayan convertido en un bando internacionalista.
—¡Pues a mí me gusta el olor a vamparicón calcinado en maitines! —Doulas apareció caminando alegremente con la espada desenvainada, la capa medio desenganchada y una sonrisa de oreja a oreja. Su escudo estaba ennegrecido y echaba humo. Lo que la jofia dejaba ver mostraba la mejilla derecha encarnada, ligeramente hinchada, pero no le afectaba. Su bigote estaba chamuscado. La adrenalina.
—¡Atención! —los soldados que estaban en este consejo se cuadraron. Menos yo, que seguía sin apreciar a este cabrón.
—¡Por muchos que matas, nunca son suficientes! ¡Tengo que afilar mi espada!
—Doulas, hay que pensar en el plan de acción.
El Sargento Canino le informó de que habíamos perdido numerosos efectivos civiles y no teníamos suficientes guardias para controlar a la población más allá de la puerta del este de la ciudad, por lo que parecía, así que debíamos concentrarnos en la puerta.
—¿Tenemos a todos los efectivos de la Guardia aquí? —preguntó Doulas extrañado.
—Eso parece; hay una sección en el centro del pueblo, pero el grueso de la Guardia se concentra aquí para proteger la puerta —dijo el Cabo Primero.
—Y los civiles huyen tras el ataque calle arriba, van a sembrar el caos —siguió diciendo Doulas.
—Sí, señor.
—Comandante, ¿qué hacemos? —me preguntó el hijo de puta con esa maldita boca, pero había que hacer un análisis frío de la situación.
—No tenemos efectivos suficientes para controlar toda la calle principal y no nos conviene dividir las fuerzas con lo que espera al otro lado de esta. Tenemos que concentrarnos en nuestro territorio y seguir fuertes aquí, y aprovechar la ventaja del muro y los accesos, que anulan la ventaja del número mayor del enemigo. Mejor controlar una parte pequeña que ninguna.
El fuego de la parte controlada por nosotros estaba siendo domado gracias a concentrar a los hombres aquí.
—¡Pues que se jodan los demás! ¡Que se ocupen de ellos calle arriba! Tienen manos y piernas, ¿no? ¡Si nos dan por el culo los vamparicones de mierda, que les dé un poco la luz a ellos también! ¡Qué puta es la guerra, eh, comandante!
[2]
Se hizo el silencio, pero en algún lugar, a medida que se apagaba el rugido del fuego, se comenzaban a escuchar gemidos.
—¿Qué es eso? ¿Más civiles heridos? —preguntó Cabo Segundo.
—Vete a rematarlos. Igual me he dejado alguno vivo —dijo Doulas. Y yo lo miré.
—Los humanos no gritan de ese modo. Son caballos.
Me di cuenta que muchos de ellos no habían oído jamás a un caballo gritar de dolor y de miedo, de un terror salvaje y terrible que martiriza a una criatura inocente. Era la desesperación del mundo hecha carne.
—¡Calladlos de una vez! —gritó Doulas enfurecido. Lo ví temblar de la fuerza con la que apretaba los puños. Entendí que mucha de su euforia y su ímpetu vienen de la necesidad de ignorar el dolor. Un grito de ayuda desesperado. Fue la primera vez que sentí compasión por él.
Volví a pensar en si el lugar por el que luchaba la vampira es real, en si creía realmente en ello o decidió morir por una mentira; si una mentira es lo suficiente fuerte, grande y convincente, ¿hay que luchar por ella? ¿Hay otro remedio? ¿Vale Sacrestic Ville la vida de un guardia? Sigo oyendo a los caballos. El ganadero que trabaja con los animales los comprende, el dolor de los animales le afecta. Ahora, que era como si el fuego se hubiera extinguido y solo se escuchasen sus quejidos —que no sabemos de dónde vienen, porque el sonido golpea las paredes de piedra de las casas y se cuela por los recovecos— nos envuelven físicamente, como la presencia de un fantasma; lejos del cielo, porque los dioses no los miran; lejos del infierno, porque los demonios no los odian; el sufrimiento en la total indiferencia.
Los acallaron; no lo vimos pero lo sentimos. La Muerte había venido a por ellos en forma de soldados rematándolos. Nadie dijo nada, como fruto de un hechizo de silencio. Ni el Teniente Canino. Todo pasó en cinco minutos, pero cada minuto duró una eternidad. Todos pensábamos lo mismo, desde el soldado raso con el cubo de agua hasta Doulas; los soldados siempre tenemos la muerte en la mente, aunque no pensemos en ella, porque debemos aceptarla. Contemplarla. Y en el fondo, sabemos que es inevitable; lo único que le pedimos es que sea justa.
[3]
De entre el movimiento de los soldados a nuestro alrededor salió un hombre, con el uniforme de la guardia, pequeño, tan desgastado que parecía solo pellejo ajado, tendones y nervios. Sus venas se tensaban bajo la piel, brillante por el sudor, nervuda, húmeda, y que hacían de él como una especie primordial de ser humano.
—¡Señor! —llegó con toda la tranquilidad del mundo—. Hay movimiento en la puerta, una hueste de bestiálidos están intentando tirar la puerta abajo.
—¡Que la tiren! —dijo Doulas con desprecio.
—Hay un zezengorri, señor.
Doulas no contestó y se quedó frío un instante. Los dioses debían haber escuchado sus comentarios de soberbia y parecía que nos iban a dar una lección. Para evitar que el ánimo decayese, reparé en cinco hombres que acompañaban al soldado; iban desarmados y vencidos, bien atados, prisioneros sin duda, y no parecían humanos.
—Y estos cinco que te acompañan, ¿son de esa hueste? —pregunté yo.
—Sí, señor… —buscó mis galones— comandante.
—¿Cómo los hizo prisioneros?
Al hombre se le hinchó el pecho bajo las protecciones.
—No quiero presumir señor, pero me implica a mí, una escuadra de novatos que mea más verde que la hierba en primavera y una situación embarazosa para estos cinco.
—Tiene cojones, camarada.
—Gracias, señor.
Miré a los soldados bestiales y vi que de sus cuerpos musculosos se desprendía vapor, estaban empapados, como si hubieran caído al agua. Y algo peor, escaldados. Varios de ellos, además, tenían las manos en tan mal estado que de no curarles las heridas iban a tener que pelarles el plátano un tercero el resto de su vida.
Habían intentado escalar la muralla por los artos y la barda de espino que crecía por ella.
[4]
—Bueno: hay un ejército a las puertas, debemos decidir qué hacer.
—¿Qué hacemos, comandante? —me preguntó el Sargento Canino. No miré a Doulas, pero los sargentos son los cargos más competentes del ejército de Verisar.
—Tenemos dos posibilidades: La primera: podemos pedir salvoconducto e irnos de aquí, pero en Verisar nadie nos miraría a la cara si se enteran de que nos rendimos a las primeras de cambio y dejamos entrar al enemigo. La Corona nos pondrá en una lista negra y los que tenéis esperanzas en hacer carrera dentro de la milicia debéis abandonar la idea. Quizá podáis volver a vuestros oficios anteriores, pero en otro lugar, una nueva vida, donde nadie os conozca. Sería fácil si escapamos cuando salga el sol—. Esperé un momento, para lo asumieran, porque un hombre necesita saber lo qué quiere. Luego seguí—. La segunda: Podemos hacernos valer, atrincherarnos aquí, luchar y negociar, que no son excluyentes; pero tenemos que ser conscientes de que estamos en inferioridad de condiciones en un lugar donde no parece que tengamos muchos apoyos ni simpatías, al menos lo que yo llevo visto. Hay movimiento en la ciudad, pero dónde están nuestros apoyos. Los vampiros supremacistas nos desprecian por no ser vampiros, y los moderados asumo que nos enviaron un dragón a freirnos vivos. Esta implica que podemos morir, hermanos, pero vuestras familias tendrán ventajas, como una pensión o adjudicación de tierras, un suministro de aceite de oliva y de la cosecha anual… debéis sopesar si merece la pena morir en tierra extranjera.
La idea flotó entre Cabo Primero, Cabo Segundo, Sargento Canino, el soldado Viejo (que era cabo mayor) y Doulas.
—Yo antes era aguador —dijo Cabo Mayor —y sigo pensando lo mismo de aquella profesión: que era una mierda. Y para lo que me queda en el templo, ¡me cago dentro! Tengo algún sobrino en Verisar, creo, de algún hermano o de alguna hermana, o de alguna prima, creo que soy el noveno de una camada, así que algo bueno les quedará de mí. Al menos, ser un caído por Verisar hará que los dioses me acojan en su seno.
—Yo era cerrajero —dijo Cabo Primero —se me daba bien, no os voy a decir que no, pero mi padre ya tuvo más hijos, mejores y más listos que yo, así que tuve que empezar desde cero, o bajo cero, porque en mi casa todos dormimos en la misma cama (vamos, que no somos ricos). Si les dejo algo, que por lo menos mi madre se lo eche en cara a ese borracho hijo de perra. —Rio.
Cabo Segundo dijo:
—A la mina no vuelvo ni loco. Vine a un pueblo de aquí, del que no digo el nombre porque no tenéis ni puta idea de dónde está, para hacer algo de dinero para mi cortejada. Su viejo no me quiere, dice que soy un minero subnormal, pero ya verá el cabrón cuando la preñe y su nieto salga a mí—. Su comentario hace que todos los hombres allí tengan un momento de respiro. Hay comentarios hilarantes. Los más jóvenes se golpean las rodillas mientras alaban a Cabo Segundo, como diciendo ¡Este tonto sí que sabe!
—Debe tener buenas carnes para estar contigo —dice el Cabo Mayor.
—Hombreee, ¡vaya que sí! —dice Cabo Segundo—. ¡Y vaya culo! ¡Y eso que todavía le queda por crecer!
Lo aclaman.
—¡Cómo me gustaría que me viese dándolo todo! ¡Porque se lo iba a dar yo todo a ella! ¡Metería mi cara entre sus nalgas y bufufufufubfu!
—¡Está buena, eh! —dice algunos a los que se le habían subido algo más que los ánimos.
Cabo Segundo se anima porque su querida tenga tanto éxito entre los demás soldados.
—Sí, está buena —dice triunfante, asintiendo.
—Y tú, Sargento Canino, ¿a qué te dedicabas? —le pregunta Cabo Segundo.
—Era gorrón, el segundo peor trabajo de mi vida —dice subiendo los hombros. Ahora, el clamor se volvió hacia el viejo.
—¿Y limpiaste muchas letrinas por la ciudad? —preguntó Cabo Mayor entre risas.
—Todas. ¡Por eso me sé vuestros nombres, porque distingo todos los olores de cagarrutas como vosotros!
—¿Y cuál fue tu peor primer trabajo? ¿Soldado? —preguntó Cabo Primero.
—No, verdugo.
—No se cobraba bien, ¿no?
—¡No, joder, por eso gorrón era mi segundo peor trabajo!
Y todos se descojonaron vivos.
—¿Y usted, comandante?
—Yo siempre fui soldado.
—¿Por eso sólo tiene una espada?
—Tengo algo más
—¿El qué, comandante?
—Dos cojones.
Necesitábamos la moral alta.
[5]
Cuando llegamos a la muralla entendí por qué los guerreros capturados habían cometido la locura de escalar por los artos del muro desde el foso: el zezengorri estaba golpeando las puertas de abajo cuando llegamos y no apetecía estar cerca de él si se aspiraba a vivir sin quemaduras de tercer grado. No era tan grande como el dragón, pero impresionaba más, quizá por la fuerza que desprendía o por su mirada de odio desmesurado, o porque tenía una hueste detrás, perdiéndose en la densa oscuridad de la noche cerrada; pero había algo antinatural en esa criatura, más peligroso, que no invitaba a acercársele. El frío del agua en el ambiente ya no era tal, así que había que mantenerse alejado del foso sino quería uno cocerse vivo.
—No parece un toro, parece un buey —dijo Cabo Segundo.
—Pero si es… ¡ah! —Cabo Primero se dio cuenta al poco.
—¡Atención! ¡Ya sabemos el plan de acción! Que los arqueros y ballesteros se coloquen en los flancos de las garitas de entrada, desde arriba y en los matacanes; y vamos a aprovechar que nos caldea el ambiente para que, si decide cualquiera pasar por la puerta y subir por el camino interior de la muralla hasta el segundo rastrillo, le demos una ducha de agua hirviendo condimentada con piedras, que tenemos bastante de ambas. Así ahorramos flechas. Si entran, las piedras les destrozarán los tobillos y entorpecerán su marcha haciéndoles objetivos fáciles.
—¡A sus órdenes, mi comandante! ¡Será por fuego y piedras! —aulló el viejo Sargento Canino tomando posiciones.
—¡Ojalá tuviéramos aceite! ¡Fríe mejor! —dijo Cabo Segundo.
—El aceite es muy caro, estaríamos locos si lo utilizásemos así. Además, el agua es más fácil de conseguir y hace lo mismo —le contestó Cabo Primero.
Estos tres siempre estaban igual, pero era la manera que tenían de sobrellevar el horror de la guerra. Y animaban al personal, cosa que se necesitaba como el llover. Quizá los soldados novatos no tengan la experiencia de los veteranos, no se puede tener todo en esta vida, pero escuchan y son dóciles; saben que cuando el jaleo empiece, la diferencia estará en haber hecho caso y escuchado a los viejos que tienen cicatrices. Y más cuando ronda por ahí otro monstruo como este.
—Cabo Mayor —llamé al viejo de pelo rapado y nariz ganchuda—, despliegue una sección para proteger la calle principal de nuestro territorio, es posible que alguna banda vampira intente atacarnos atraída por el ataque del lagarto vomitafuego. Asigna a un escuadrón las labores de contingencia, será usted su jefe de escuadrón. Otro par de escuadrones de novatos que se centre en mantener bajo control los focos activos del incendio en nuestra parte, el otro para llevar provisiones de armas donde se necesiten. Que los sanitarios estén pendientes.
Intenté hacerme una imagen mental de lo que había sucedido afuera: un comandante del ejército de bestias asentado en el campo exterior había perdido el control y había comenzado un ataque irracional contra el muro pertrechado de la Guardia.
—¿Situación, señor? —preguntó el Sargento Canino a mi lado.
—Hay riesgo —le respondí yo.
—¿Para nosotros o para ellos?
—Para ambos. Con matices.
Se lo expliqué.
Las huestes de los hombres bestia, en su mayoría, eran uniones de clanes guerreros a medio civilizar que mantenían cierto espíritu salvaje difícil de amansar, porque siempre tenían algo que demostrarse entre ellos. Quizá había sido lo que había llevado a la sacerdotisa convertida en buey llameante a comenzar un ataque salvaje contra las puertas y, sin saberlo, hacer perder la formación, la disciplina y la cohesión a toda la unidad. Vi al otro líder, un guerrero, intentar poner paz con más o menos fortuna, desgarrándose la voz. No era fácil su situación, porque el ataque del dragón volador les hizo tomar una decisión demasiado apresurada, ye que al no caer la puerta de primeras, se dieron de bruces contra ella, y la supersticiosa visión del coatl los tenía en un estado de excitación alterado al querer atraer para sí toda la suerte que parecía repartir este; pero sobreestimando sus capacidades intentaron cruzar la puerta y, con la pérdida del control operativo que generó el caos en el campo de batalla, decenas de guerreros bestiales se convirtieron, también, como nosotros, en objetivo del ataque descoordinado del dragón. Daños colaterales. Sin contar la explosión llameante del zezengorri. Una cantidad importante de los atacantes bestiales se tiró o cayó al foso en un intento desesperado de zafarse de la abrasión, mágica o no, cuando intentaba cruzar las puertas y tomar los muros, pero los cuerpos estancos de agua en incendios intensos son un peligro traicionero: hierven, y les había escaldado la piel. Eso fue lo que llevó a la decisión desesperada de los capturados a subir por los espinos de la muralla, destrozándose las manos, arañándose la cara y pinchándose las piernas.
—¿Quién es aquel? —pregunté a Sargento Canino señalando al bestial.
—Es uno de los líderes que llegó con la sacerdotisa y el chamán. Un tal Séin. Quería negociar, o eso decía, pero cuando vieron la oportunidad del atentado del lagarto, se lanzaron contra las puertas. No sé si serán de fiar.
Hay que tener cuidado con los bestiales, parecen impulsivos y oportunistas.
—¡Séin! —le llamé por el nombre viendo las puertas temblar por los aventones. No vi su rango. Me miró empapado en sudor. Me dio la impresión de que la puerta resistiría un tiempo, pero el fuego mágico la consumiría irremediablemente. Vísteme despacio, que tengo prisa. Noté una tensión extraña en el ambiente, un zumbido que hacía el aire pesado y mantenía a los guardias como paralizados (o igual era el fuego mágico). Magia de los bestiales. Aprovecha lo que tienes. El fuego antinatural estaba comiéndose la puerta (y el puente levadizo sobre el foso donde la bestia ardía)—. Es difícil cooperar cuando invocáis a un zezengorri para tirar la puerta abajo y vuestros aliados atentan contra nuestra vida y asesinan a decenas de civiles con un dragón. ¿Queréis hacerme pensar que los vampiros supremacistas enviarían a un dragón, a un ser inferior de otra raza, a abriros la puerta para que entréis a luchar contra ellos y que, de paso, no ataque a una fuerza mayor y más amenazante en su radio de acción como es vuestro ejército y sí a nuestra guardia? —le dije. Luego levanté mi brazo y señalé a los guardias—. ¿Y cuando embrujas a mis hombres con tus hechizos? Es extraña tu intención de colaborar. ¿Crees que quiero dejar pasar a alguien que tiene la intención de convertir la villa en una carnicería? No intentes tomarme por estúpido; yo contigo no lo haré, así que o bien eres un embustero o alguien se está aprovechando de ti y de las vidas de tus hombres. ¿Qué eres?
En ese instante, vi cómo, en la cañada del pozo que rodeaba las murallas, los guerreros bestiales que habían participado en el ataque a las murallas sacaban a sus compañeros de armas del agua marrón pestilente que comenzaba a burbujear por el calor. Gritaban y sus miembros estaban enrojecidos.
—Puedo defender las murallas con un tercio de los números de un ejército y todavía perderás tú más que yo —le dije, mirándole desde lo alto de la muralla al final de la cuesta que tendría que cruzar entre flechas, piedras y agua hirviendo si decidía tomar mi posición por la fuerza, cuidándome mucho de que mi tono de voz no fuese de amenaza, porque lo último que quería era que viera lo vulnerable que era estando a tiro de mis proyectiles; pero para que no olvidase cómo estaban las cosas si no era sincero conmigo y volvía a tomarme por estúpido. La puerta empezaba a echar humo por el desgaste del zezengorri—. Quizá manejes información errónea de unos compañeros poco fiables que te ven como un posible daño colateral, si piensas que mi posición es más precaria que la tuya: tu ejército lleva días de marcha fatigosa y está extenuado —le dije. Lo desalenté con las consecuencias del cansancio por los días de marcha forzada por terrenos desiguales que tanto conocía de mis días de servicio: ampollas en los pies, fatiga muscular, llagas, epidemias de piojos… y tenía que considerar las enfermedades que producían las precarias condiciones de higiene, hacinamiento y la comida en mal estado o el agua contaminada, con casos de disentería, diarreas, fiebres y anemia—. Y tus guerreros heridos, si no se curan sufrirán de sepsis por la infección de sus quemaduras en las aguas negras.
»Y hay algo más —intenté no mirar directamente al fuego mágico del toro para que no me ardieran los ojos, cosa difícil, porque atraía las miradas como a las polillas de tan intenso y extraño que era; pero me esforcé por ver a lo lejos lo más posible, a la aparente tranquilidad imperturbable de la retaguardia del hombre bestia, envuelta en un silencio sobrenatural que daba la impresión de hacer que la oscuridad, de alguna manera, estuviese alerta, vigilante, acechando como un animal inmenso que no quería que supiera que estaba ahí mientras te daba pequeños mordiscos en la carne—. Los exploradores que enviaste al bosque de tu retaguardia para avisarte de cualquier movimiento no volverán.
Me atreví a aventurar, porque los vampiros actuaban así, estaban en su territorio; yo mismo los había sufrido durante días, antes de llegar a Sacrestic Ville. Al final, la leva era una unidad mucho más maniobrable que una hueste como esta, así que pudimos dejarlos atrás con más facilidad, pero ni eso nos libró de sus ataques.
—Van cazándote poco a poco, uno a uno, fijándose pequeños objetivos irrelevantes: ¿no echasteis en falta, durante estos últimos días, a los jóvenes escuderos y a los pajes? Suelen desaparecer, sí, son jóvenes y nadie los echa en falta realmente. Salvo cuando hay que ponerse las protecciones de guerra. Empiezas a llamarlos y no aparecen, y no te puedes poner bien todas las partes de la armadura—. No le engañaba en eso: las armaduras de un soldado, cuánto mejor eran, más partes tenían, y no se podían poner de cualquier manera, porque, para encajar adecuadamente, necesitaban seguir un orden; no podías ponerte el gambesón después de los rondeles del hombro ni la gorguera, ni los guantes antes del jubón de armas o el peto—. ¿Y sabes lo peor de todo? No lucharías contra un kraken en el mar, ni contra una araña en su red; pero tú vas a luchar contra los vampiros en la oscuridad… ciego. El incendio que provocó el atentado del dragón era intenso; pero las llamas del zezengorri lo son aún más, y parece que no se extinguirán ni en piedra viva—. Intuí que sabía que con la exposición a una fuente de luz tan potente como ese fuego perenne reduciría drásticamente su sensibilidad a la oscuridad; e incluso si desapareciese ahora mismo, tardaría horas en recuperar la visión y ver algo en la oscuridad profunda de la noche.
—Pero hay una manera —seguí diciéndole, mientras veía sus fuerzas ceder para mantener el hechizo. Me sorprendió su enorme resistencia. Escuché el primer rastrillo de la puerta ceder con un ruído terrible que no sabía si era el zezengorri o un dios de arriba o de abajo maldiciendo el mundo. La bandana retenía el sudor que me corría por la frente—. Puedo permitir que pase un tercio de tu ejército a la ciudad, mientras que el resto defenderá el exterior de la puerta de los vampiros. Quedará al amparo de mis hombres arqueros y ballesteros en el muro. En las calles nos manejaremos mejor en números reducidos, en secciones como mucho, porque, de ser más, nos anularíamos a nosotros mismos y dudo que si nos falta espacio pudiésemos desenvainar las espadas.
»Pero necesito garantías, Séin: la primera, que prometas ante los Guías, que no harás daño, ni tú ni nadie de los tuyos, a la Guardia ni a los civiles de Sacrestic Ville, y; segunda, tú eres responsable de los actos de tu bando, por eso, el atentado del dragón es responsabilidad tuya, y los muertos inocentes pesarán sobre ti… a no ser que se lo hagas pagar al responsable de ello.
»Promételo por tus dioses, delante de tus hombres, el chamán y tu sacerdotisa. Dame tu palabra ante sus ojos y oídos. Cúmpleta y seremos hermanos de armas. Incúmplela, y que los dioses te maldigan.
La puerta cedió.
- Talento usado:
- [1] - Creo que aquí tengo que poner lo del talento de analista de Mánasvin.
- Resumen por partes:
- Resumen:
[1] - En esta parte se narra cómo Mánasvin asume las bajas, que represento, en particular, con la de la chica que conoció en el mensaje anterior, y se pregunta por qué luchaba realmente (¿Merecía la pena, para ella, Sacrestic, como lugar de encuentro entre razas o era una mentira que se repetía la chica y por la que eligió morir? ¿Qué sentido tienen?). Luego, la Guardia descubre que no va a poder contar con ayuda de la gente de Sacrestic, ya que huyeron ante el temor del ataque de Seraphine convertida en dragón; no pueden hacer nada por ellos fuera del lugar de influencia de la Guardia, aunque causen el caos por toda la ciudad. También se vuelve a encontrar con Cabo Primero, Cabo Segundo, Sargento Canino y el coronel Doulas. Deciden su plan de acción, menguan los fuegos y Mánasvin alerta sobre que el ataque del dragón era una falsa bandera, porque le pareció raro que los supremacistas se aliasen con una raza no vampira y no atacasen a una fuerza más amenazadora que la guarnición de la Guardia en campo abierto dentro de su radio de acción (y si cae la Guardia, la entrada de una hueste que luche contra los supremacistas sería potencialmente peligrosa). Convienen que lo único que pueden hacer al no ser un equipo numeroso es proteger la puerta y la parte del camino de la calle mayor cercano a esta.
[2] - Mánasvin y el resto del equipo descubren a sus caballos agonizantes por el ataque y deciden poner fin a su miseria. Ahora hay que ir a pie.
[3] - Conocemos a Cabo Mayor, un soldado que trae las noticias del ataque de los bestiales a la puerta y la presencia del zezengorri. También trae a cinco guerreros bestiales capturados al intentar escalar el muro durante el ataque.
[4] - Mánasvin, el coronel Doulas, Sargento Canino, Cabo Primero, Cabo Segundo y Cabo Mayor deciden su posición ante la situación. Tienen dos opciones: pedir un salvoconducto para abandonar la región, con el consecuente destierro que les espera en Verisar, pero con la posibilidad de comenzar una nueva vida en cualquier otro sitio, o; atrincherarse en la puerta, preparados para luchar y negociar. Hacen un breve repaso de sus vidas y convienen que tiene más ventajas lo segundo, porque les quedaría una pensión a sus familias e irían al cielo al que van los valientes. Además, su anterior vida parece bastante mierda.
[5] - Mánasvin llega a las murallas con el equipo y se decide el plan de acción. Se asegura la calle principal de acceso a la puerta por el interior y se dispone a negociar con Séin en la locura que se está convirtiendo el exterior. Ve el zezengorri. Mánasvin le hace saber la posición de la Guardia para colaborar: que las huestes no ataquen a las fuerzas de la Guardia; que entre un tercio de la hueste a la ciudad para luchar contra el bando supremacista, mientras que el resto de lo que queda fuera, junto a los arqueros y ballesteros de la Guardia en los muros, deberá proteger el exterior del ejército de vampiros que viene. Es un tercio porque, de ser más, las calles actuarían contra el número superior y lo anularían por falta de espacio. La última es que, como Mánasvin sospecha que el ataque fue de falsa bandera, porque usaron un dragón, que no es de la misma raza que los vampiros (que son supremacistas) debe haber un culpable en el bando de los moderados, así que le dice que debe pagar por el crimen. Todo esto se juraría a ojos de los dioses y de sus hombres bajo pena de maldición (que supongo sería algo que los másteres podrían hacer xD).
Mánasvin
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Re: El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
Ajeno a mi conocimiento en esos momentos, Teufel observaba estupefacta como una mezcla de procesión y horda demente se acercaba al cuartel de la guardia, pero al ver que los soldados en vez de oponerse a ellos de alguna forma, se les iban uniendo, decidió que ese tipo de gente no era alguien a quien quisiera tener cerca, por lo que colocó el pergamino[1] que tenía donde la había indicado y desapareció rápidamente dando saltos por los callejones[2].
Mientras tanto, me encontraba apilando muebles en la última de las barricadas que nos quedaba por terminar. Pues aunque el proceso era muy sencillo, si uno quería conseguir que la estructura tuviera verdadera resistencia, había que colocar bien los componentes para que se aportaran estabilidad entre ellos.
- Necesitamos más sacos de arena. Con tanta madera no quiero arriesgarme a que le den fuego y nos destruyan todo el trabajo en un momento.- El color rojo que estaba adquiriendo el horizonte me aportaba me generaba muchas dudas en lo que respectaba a que un incendio acabara devorándonos a todos.
- Relaja, Corlys, ya estamos a ello.- Wryneck me dijo mientras soltaba un saco de tierra sobre la pila.- Venga, un esfuerzo más, que cuanto mejor hecho esté esto, menos tendremos que preocuparnos después.- Animó dándole una palmada a un licántropo en forma híbrida que depositaba también unos barriles antes de irse a ayudar a un par de vecinos que llevaban una carretilla con más sacos y parecía a punto de volcar.
- Vamos bien. Yo creo que tenemos ya las defensas todo lo preparado que podemos.- Me estiré, cansado por la velocidad con la que habíamos tenido que organizar todo eso, pero satisfecho con lo logrado.- Lo único que podríamos pedir ya es que esta gente siga colaborando como hasta ahora. Que quien quiera siga en las calles por si pasa algo, quien prefiera quedarse en sus casas, que al menos pueda avisarnos si hay movimiento en algún sitio, y que el resto vayan hacia la zona central de la barricada, si al final se complica la cosa y tenemos que retroceder, el centro será la zona más segura. Una pena no tener a Daphne por aquí, seguro que ella sabría algún buen edificio para ese propósito.
- ¿Y esperas que seamos yo y mis chavales quienes avisemos a la gente?
- Estaría bien. A vosotros ya os conocen y muchos os respetarán. Sobre todo por esta zona, que siendo la de mayor convivencia entre razas también deberían entender mejor los objetivos de vuestro bando.
- Muy bien, me llevaré un par para recorrer más terreno. El resto se quedarán por aquí para ayudar y que no de la impresión de que vayamos a abandonar. Si esta es la causa de Woodpecker, también es la nuestra.
Wryneck se marchó con un cuatro licántropos para intentar mantener informada a la población de lo que estábamos haciendo y que pudieran ayudarnos, y yo seguí con el resto comprobando las defensas. Aunque poco iba a durar la calma, porque escuché el inconfundible estruendo de un edificio cayendo. Lo primer que pensé fue que el ataque se había adelantado y se nos venía encima el combate. Me aseguré el escudo en el brazo por lo que pudiera aparecer en el cruce, pero lo que vi fue una mujer nutria deslizándose a gran velocidad hacia mí. En cuanto llegó hasta mi y se incorporó, la agarré de los hombros y empecé a agitarla.
- ¿Qué está pasando, Teufel? Ya ha empezado.
- Tranquilo. No es lo que esperabas. No han sido una horda sedienta de sangre. Pero venía una procesión muy rara que iba asimilando a todos los que se encontraban. Deben ser vampiros de la voz y no quería quedarme a ver que pasaba, así que derrumbé el edificio para cortar el paso y vine a informar.- Me informó Teufel mientras recuperaba el aliento.
- Mierda. Debería haber tenido eso en cuenta y dejar una trampa que se activara por el paso y no a tí. Lo has hecho bien.
- Si, pero tenemos que hacer algo. Esa zona está ahora mismo sin vigilancia, y no podemos arriesgarnos a mandar a alguien sin preparar por si lo asimilan.
- No te falta razón. Algo pensaremos, pero vayamos paso a paso.
Pero antes de que pudiera hacer nada, escuché la voz profunda del licántropo que había traído los barriles dar el alto a alguien desde lo alto de la barricada.
- ¿Quién va?
Inmediatamente me giré de nuevo hacia la barricada y me encaramé hasta donde se encontraba esa imponente mole cubierta de pelo.
- ¿Todo bien por aquí, Sapsucker?
- ¿Así recibís a un compañero con suministros? Preguntad por ahí si conocen a Moebius, el afilador, soy un fiel aliado de Amanda y la revolución.
Me quedé mirando al licántropo para ver si sabía quien era el recién llegado, y con la negación de la cabeza que hizo intuí que si debía conocerlo, aunque su opinión no parecía tan positiva como la que Moebius tenía de sí mismo.
- No te preocupes, es ruidoso y demasiado proactivo, pero en el fondo quiere lo mismo que nosotros.
- A mi no me metas en esto, yo solo estoy aquí por aquí por ayudar a unos amigos.
- No lo digas muy alto tampoco, no creo que ayudara a la moral ver el poco convencimiento de quien nos montó los muros.- Se giró hacia el otro lado de la barricada y empezó a dar órdenes.¡Venga, que alguien vaya a recoger esos suministros! Que no van a cruzar solos.
- ¿Y esta gente que te acompaña quienes son?
- Unos amables comerciantes que se ofrecieron a dejarnos su carro para traer el material.
- ¿Se ofrecieron o hubo un poco de extorsión?
- Bueno, puede que fuera un poco efusivo en la petición, pero ya nos llevamos bien. Les prometí que les sacaría de la ciudad, aunque con las llamas de la puerta igual es un poco complicado ahora mismo.
- Ya sabes lo que opina Amanda sobre ese tipo de comportamientos, no sigas por ahí. Pero en fin, ayuda a pasar el material.
Mientras el licántropo y el vampiro discutían y los voluntarios iban trayendo el material, me giré hacia los otros dos individuos del carro.
- Lamentamos ese comportamiento, la gente de por aquí dice que es poco propio de lo que se busca. De todas formas, cuando os dijo que después de traer esto podríais hacer lo que quisierais no mentía. Podéis intentar salir por la puerta, aunque por lo que nos han contado entre el fuego y los combates no parece el mejor momento. Así que si queréis ir, podéis hacerlo, y si no, os invitamos a pasar a este lado hasta que se tranquilice la cosa. La líder de toda esa gente y la encargada de esta zona no están ahora mismo, pero confío en que pensarían lo mismo.
Mientras hablaba con los recién llegados, noté que Elian y sus acompañantes se habían acercado a esta zona, y Teufel salió a interceptarlos en cuanto los vio.
- Que bien que hayáis aparecido por aquí. Tenemos un problema con vampiros de voz en la zona cercana al cuartel y tendríamos que ver una forma de controlar esa zona por si atraviesan los escombros que impiden el paso por esa calle y buscan entrar.
- No tan rápido, Mellado, te vienes conmigo, tenemos una urgencia. Amanda va a reunirse con Oneca y la jefa va a ir con ella. Necesitará a sus mejores lobos, así que coge a un par y vamos.- Se giró hacia mi y alzó la voz.- Corlys, ¿por aquí os podéis apañar sin mi ayuda?
- No te preocupes, vete a ayudar a tu jefa, que aquí me apaño bien con tus chavales. Suerte con ello, y si necesitáis ayuda mandad a vuestro enviado más rápido e iremos inmediatamente.
Mientras tanto, me encontraba apilando muebles en la última de las barricadas que nos quedaba por terminar. Pues aunque el proceso era muy sencillo, si uno quería conseguir que la estructura tuviera verdadera resistencia, había que colocar bien los componentes para que se aportaran estabilidad entre ellos.
- Necesitamos más sacos de arena. Con tanta madera no quiero arriesgarme a que le den fuego y nos destruyan todo el trabajo en un momento.- El color rojo que estaba adquiriendo el horizonte me aportaba me generaba muchas dudas en lo que respectaba a que un incendio acabara devorándonos a todos.
- Relaja, Corlys, ya estamos a ello.- Wryneck me dijo mientras soltaba un saco de tierra sobre la pila.- Venga, un esfuerzo más, que cuanto mejor hecho esté esto, menos tendremos que preocuparnos después.- Animó dándole una palmada a un licántropo en forma híbrida que depositaba también unos barriles antes de irse a ayudar a un par de vecinos que llevaban una carretilla con más sacos y parecía a punto de volcar.
- Vamos bien. Yo creo que tenemos ya las defensas todo lo preparado que podemos.- Me estiré, cansado por la velocidad con la que habíamos tenido que organizar todo eso, pero satisfecho con lo logrado.- Lo único que podríamos pedir ya es que esta gente siga colaborando como hasta ahora. Que quien quiera siga en las calles por si pasa algo, quien prefiera quedarse en sus casas, que al menos pueda avisarnos si hay movimiento en algún sitio, y que el resto vayan hacia la zona central de la barricada, si al final se complica la cosa y tenemos que retroceder, el centro será la zona más segura. Una pena no tener a Daphne por aquí, seguro que ella sabría algún buen edificio para ese propósito.
- ¿Y esperas que seamos yo y mis chavales quienes avisemos a la gente?
- Estaría bien. A vosotros ya os conocen y muchos os respetarán. Sobre todo por esta zona, que siendo la de mayor convivencia entre razas también deberían entender mejor los objetivos de vuestro bando.
- Muy bien, me llevaré un par para recorrer más terreno. El resto se quedarán por aquí para ayudar y que no de la impresión de que vayamos a abandonar. Si esta es la causa de Woodpecker, también es la nuestra.
Wryneck se marchó con un cuatro licántropos para intentar mantener informada a la población de lo que estábamos haciendo y que pudieran ayudarnos, y yo seguí con el resto comprobando las defensas. Aunque poco iba a durar la calma, porque escuché el inconfundible estruendo de un edificio cayendo. Lo primer que pensé fue que el ataque se había adelantado y se nos venía encima el combate. Me aseguré el escudo en el brazo por lo que pudiera aparecer en el cruce, pero lo que vi fue una mujer nutria deslizándose a gran velocidad hacia mí. En cuanto llegó hasta mi y se incorporó, la agarré de los hombros y empecé a agitarla.
- ¿Qué está pasando, Teufel? Ya ha empezado.
- Tranquilo. No es lo que esperabas. No han sido una horda sedienta de sangre. Pero venía una procesión muy rara que iba asimilando a todos los que se encontraban. Deben ser vampiros de la voz y no quería quedarme a ver que pasaba, así que derrumbé el edificio para cortar el paso y vine a informar.- Me informó Teufel mientras recuperaba el aliento.
- Mierda. Debería haber tenido eso en cuenta y dejar una trampa que se activara por el paso y no a tí. Lo has hecho bien.
- Si, pero tenemos que hacer algo. Esa zona está ahora mismo sin vigilancia, y no podemos arriesgarnos a mandar a alguien sin preparar por si lo asimilan.
- No te falta razón. Algo pensaremos, pero vayamos paso a paso.
Pero antes de que pudiera hacer nada, escuché la voz profunda del licántropo que había traído los barriles dar el alto a alguien desde lo alto de la barricada.
- ¿Quién va?
Inmediatamente me giré de nuevo hacia la barricada y me encaramé hasta donde se encontraba esa imponente mole cubierta de pelo.
- ¿Todo bien por aquí, Sapsucker?
- ¿Así recibís a un compañero con suministros? Preguntad por ahí si conocen a Moebius, el afilador, soy un fiel aliado de Amanda y la revolución.
Me quedé mirando al licántropo para ver si sabía quien era el recién llegado, y con la negación de la cabeza que hizo intuí que si debía conocerlo, aunque su opinión no parecía tan positiva como la que Moebius tenía de sí mismo.
- No te preocupes, es ruidoso y demasiado proactivo, pero en el fondo quiere lo mismo que nosotros.
- A mi no me metas en esto, yo solo estoy aquí por aquí por ayudar a unos amigos.
- No lo digas muy alto tampoco, no creo que ayudara a la moral ver el poco convencimiento de quien nos montó los muros.- Se giró hacia el otro lado de la barricada y empezó a dar órdenes.¡Venga, que alguien vaya a recoger esos suministros! Que no van a cruzar solos.
- ¿Y esta gente que te acompaña quienes son?
- Unos amables comerciantes que se ofrecieron a dejarnos su carro para traer el material.
- ¿Se ofrecieron o hubo un poco de extorsión?
- Bueno, puede que fuera un poco efusivo en la petición, pero ya nos llevamos bien. Les prometí que les sacaría de la ciudad, aunque con las llamas de la puerta igual es un poco complicado ahora mismo.
- Ya sabes lo que opina Amanda sobre ese tipo de comportamientos, no sigas por ahí. Pero en fin, ayuda a pasar el material.
Mientras el licántropo y el vampiro discutían y los voluntarios iban trayendo el material, me giré hacia los otros dos individuos del carro.
- Lamentamos ese comportamiento, la gente de por aquí dice que es poco propio de lo que se busca. De todas formas, cuando os dijo que después de traer esto podríais hacer lo que quisierais no mentía. Podéis intentar salir por la puerta, aunque por lo que nos han contado entre el fuego y los combates no parece el mejor momento. Así que si queréis ir, podéis hacerlo, y si no, os invitamos a pasar a este lado hasta que se tranquilice la cosa. La líder de toda esa gente y la encargada de esta zona no están ahora mismo, pero confío en que pensarían lo mismo.
Mientras hablaba con los recién llegados, noté que Elian y sus acompañantes se habían acercado a esta zona, y Teufel salió a interceptarlos en cuanto los vio.
- Que bien que hayáis aparecido por aquí. Tenemos un problema con vampiros de voz en la zona cercana al cuartel y tendríamos que ver una forma de controlar esa zona por si atraviesan los escombros que impiden el paso por esa calle y buscan entrar.
- No tan rápido, Mellado, te vienes conmigo, tenemos una urgencia. Amanda va a reunirse con Oneca y la jefa va a ir con ella. Necesitará a sus mejores lobos, así que coge a un par y vamos.- Se giró hacia mi y alzó la voz.- Corlys, ¿por aquí os podéis apañar sin mi ayuda?
- No te preocupes, vete a ayudar a tu jefa, que aquí me apaño bien con tus chavales. Suerte con ello, y si necesitáis ayuda mandad a vuestro enviado más rápido e iremos inmediatamente.
**************************
[1] Glifo de Gisura: [Pergamino, Limitado, 1 Uso]: Al poner este pergamino sobre una superficie sólida se comenzará a formar una grieta que se irá expandiendo de a poco hasta romper la estructura o alcanzar una extensión de 10 metros. Creado el turno anterior.
[2] Nivel 2: Persecución deslizante:[2 usos] Aprovecha los accidentes del terreno, junto a su piel deslizante y sus fuertes patas, para lanzarse contra su objetivo, recortando la distancia rápidamente a pesar del movimiento aparentemente errático. Gasto primer uso.
Teufel provoca el derrumbamiento del edificio preparado para colapsar la calle y va a informar de lo ocurrido tanto al grupo que va con Corlys como al de Elian. Corlys recibe la llegada de los suministros e invita a pasar a Aylizz y Leo si quieren hacerlo. Aprovecho a Wryneck para intentar mantener la colaboración ciudadana, luego se van tanto ella como Mellado y dos licántropos aleatorios más a apoyar a Amanda en su reunión.
Todos los movimientos de Elian y su grupo fueron acordados previamente.
El turno anterior se me borró por problemas técnicos y al rehacer se me olvidó, pero Wryneck es el licántropo de nivel 7, sus talentos son Combate Bestial, Fuerza Bruta e Inspiración.
Wryneck: #cccc66
Sapsucker: #006666
Moebius: #cc3333
- Posición política y geográfica:
- Corlys apoya al bando de Amanda, al menos circunstancialmente. Se encuentra en la zonza sur de las barricadas.
- Inventario:
Equipo:
- Lanza Superior: [Arma de Asta] Arma principalmente elaborada en madera, como una lanza, una alabarda, un bastón, etc. Su calidad Superior la hace muy efectiva en el combate y difícil de dañar.
* Vara del Rey Mono: [Arma de Asta, Limitado] Vara de maderas mágicas, capaz de acortarse hasta medio metro y alargarse hasta 5 metros a voluntad del usuario (tarda alrededor de 3 segundos). Puede reemplazar el asta de otra arma. Es de calidad Superior.
- Botas de Njord: [Botas] Hechas de cueros de criaturas mágicas, permiten al portador correr y saltar ligeramente (aproximadamente un 10%) más rápido y fuerte de lo normal. En este caso hechas especialmente para parecer a unas pezuñas de yack.
- Escudo Superior: [Escudo] Eficaz protección contra ataques, su calidad es Superior.
- Laúd Refinado: Los instrumentos musicales confeccionados por carpinteros en un taller se considerarán de mayor calidad.
Limitados:
- Vara del Rey Mono [Ver equipo]
- Kit de Arcanos Inferior: [Limitado,2 Usos] Mediante este kit, compuesto por pinceles y tintas mágicas, puedes usar el efecto de cualquier Técnica de Arcanos de nivel Principiante que conozcas en un rol. Para crear el efecto debes disponer de al menos un minuto sin que nadie te interrumpa.
- Trampa de Red: [Trampa, Limitado, 1 Uso] Mecanismo que, al gatillarse por una placa de presión, libera una red que atrapa un animal pequeño o bien se enreda en la extremidad de una persona o animal grande, deteniendo su movimiento por un turno.
- Trampa Pestilente: [Trampa, Limitado, 1 Uso] Mecanismo que, al gatillarse por una placa de presión, libera una sustancia extremadamente pestilente, de color vistoso y muy difícil de quitar. El manchado será fácil de rastrear.
- Kit de Carpintería Regular: [Limitado, 2 Usos] Mediante este kit, compuesto por diversas herramientas, puedes usar el efecto de cualquier Técnica de Carpintería de nivel Avanzado o inferior que conozcas en un rol.
- Kit de Carpintería Superior: [Limitado,2 Usos] Mediante este kit, compuesto por diversas herramientas, puedes usar el efecto de cualquier Técnica de Carpintería de nivel Experto o inferior que conozcas en un rol.
- Espejo de mano: [Limitado, 2 usos] Espejo pequeño con forma de mano. Te permite desaparecer y reaparecer al instante en un sitio dentro de 10 metros. No entenderás cómo ocurre, pero sentirás que caminaste esa distancia a través de una dimensión de oscuridad, dominio de infinitas manos blancas, durante un tiempo inestimable.
Consumibles:
- Galleta del olvido: [Consumible] Al comer esta galleta, la gente deja de reconocerte. Durante dos rondas, serás un desconocido para todos.
- Manzana de Iddun: [Consumible] Distorsiona la edad de quien la consume a voluntad por tres turnos.
- Galletas Podridas: [Consumible] Las galletas que cayeron al piso asimilaron el gas venenoso de manera extraña pero ventajosa, por lo que ahora se han convertido en una especie de Panacea Antivenenos. Aunque tendrán un olor desagradable, comer una de estas galletas te hará inmune o al menos resistente por dos turnos ante la mayoría de los venenos existentes.
- Bolita de pétalos biusificados: [Consumible] Deberás comerla y tendrá el sabor que desees. En la siguiente vez que seas dañado por un enemigo, creará una copia de ti capaz de unirse a la lucha. La copia podrá usar tus habilidades, pero consumiendo los usos de las tuyas. También compartirán el daño y, en vez de dolor, sentirán placer que nuble el juicio. Dura un turno.
- Espejo multicolor: [Consumible] [2 cargas] Al presionarlo contra tu pecho, el espejo replicará el efecto del último consumible u objeto con cargas que hayas usado en el rol en curso. Puedes usar únicamente un Espejo multicolor por tema.
- Medalla de Morgana: [Consumible] Medalla misteriosa de contorno difuminado y detalles indefinidos. Al mostrársela a alguien, este creerá que sus enemigos son sus amigos y que sus amigos son sus enemigos, aunque no es tan efectivo en personas poderosas mental o físicamente. Su efecto dura un turno.
- Sangre de cordero macho de primera: [Consumible] De sabor un tanto fuerte, pero si es un vampiro quien la bebe, le permitirá recuperar un uso de una habilidad hasta nivel 4.
- Bolitas de amor de Karre’xha: [2 unidades, Consumible] Están aderezadas con extracto de viagris. Ideales para dar un toque de color a tus temas +18 o, quizá, solo quizá, para el caso de que necesites una distracción creativa para otro personaje. En este último caso, el efecto estimulante dura dos rondas.
- Fertilizante especial chez Cohen: [Consumible] Viértelo en la base de una planta y la hará crecer fuerte y frondosa casi al instante
Otros:
- Hoja de servicio: A pesar de las tensas relaciones de Lunargenta con los vampiros, la capitana Áddila, a causa de la información de los numerosos soldados que han combatido a tus órdenes, te ha hecho entrega de una HOJA DE SERVICIO donde se relata lo que has llevado a cabo en beneficio de la Guardia. Tal vez algún día eso pueda salvarte la vida.
- Ramillete de mil lágrimas: Ideal para aromatizar tus pertenencias. Aunque han perdido su brillo al secarse, si las expones un buen rato a una luz intensa, emitirán un sutil resplandor violáceo durante las siguientes dos horas.
-Bendición de Gula: Durante uno cualquiera de tus próximos 3 temas (libres o privados), podrás disfrutar de cualquier manjar que tu apetencia dicte. Tu estómago no rechazará nada, salvo la sangre.
- Escombros Recuerdo de Zelirica: [Material épico] Puede ser canjeado por un objeto de nivel experto o inferior en el mercado, o combinado con otro material raro para crear un material épico. Obtenido por la combinación de dos materiales raros.
Corlys Glokta
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