De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
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De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
“Los Jinetes son una amenaza para todos, Tale.”
“¡Nunca más! ¡No lo hagas más! ¡¿Es que no tienes respeto por tu propia vida?!”
“¡Hah! ¡Ese cuenta como uno!”
“Gracias por la ayuda, Tale”
“No me pongas esa cara, Mortal. Todo va a salir bien. ¿No es así?”
“Tale.” “Mortal.” “Eltrant.” “Elt.”
“Búscame”
“¡Nunca más! ¡No lo hagas más! ¡¿Es que no tienes respeto por tu propia vida?!”
“¡Hah! ¡Ese cuenta como uno!”
“Gracias por la ayuda, Tale”
“No me pongas esa cara, Mortal. Todo va a salir bien. ¿No es así?”
“Tale.” “Mortal.” “Eltrant.” “Elt.”
“Búscame”
Se despertó de golpe, gritando.
Cubierto en una fina capa de sudor, uno tan frío que calaba sus huesos, que parecía filtrarse por las rendijas del carromato que le hacía las veces de hogar, el hombre se irguió como accionado por un resorte, rápidamente, con la mano derecha alzada, extendida hacia el techo, preso de un temor ya conocido para él.
Tragó saliva, acompasando sus jadeos al sonido del viento en el exterior, hasta que sus ojos se aclimataron a la oscuridad que le rodeaba. Estaba en… sabía dónde estaba, su carromato, su taller.
Su hogar.
Jadeando aun con cierta dificultad se sujetó la mano derecha con la izquierda, parando el leve temblor que se había apoderado de esta, y después se llevó dicha extremidad hasta los ojos, donde pequeñas lagrimas se habían aparecido en la linde de los mismos.
Frunció el ceño. ¿Qué era…? Nunca lograba acordarse de aquellos sueños, pero… eran intensos. Siempre había tenido pesadillas, no era ajeno a ellas, pero las últimas semanas, meses incluso, habían ido a peor.
Posó los ojos, de firma instintiva, sobre las tres tablas sueltas que daban al falso suelo del carromato. Totalmente normales, salvando la pequeña runa brillaba de forma tenue sobre la tabla central.
- Dioses… - musitó, apartando la mirada y negando con la cabeza.
Inspiró profundamente por la nariz, pasándose de nuevo la mano por la cara, y se levantó.
Apartó a un lado el modesto colchón y las sábanas en las que había dormido de una patada y estiró los brazos por encima de su cabeza todo cuanto pudo para, cuando notó como estos emitían un suave crujido, dar varios saltitos sin moverse de dónde estaba.
Se llevó un trozo de pan, los restos de su cena, a la boca a la vez que desatornillaba las bisagras que mantenían firme la pared que tenía a su derecha, procediendo a empujarla después. Creó, de ese modo, el mostrador de su taller y herrería ambulante.
El gélido viento matutino le golpeó inmediatamente en la cara; Era temprano, aun podía considerarse que era de noche cerrada para muchos, incluso para él, pero en la distancia, sobre los tejados de las modestas casas de aquella aldea de nombre difuso, se podían empezar a ver los primeros rayos anaranjados de un nuevo día.
Bajó de un salto por la puerta lateral del taller y comenzó a preparar la fragua portátil. Las gentes de campo no se podían permitir dormir hasta tarde y sabía que, en apenas una hora, empezarían a llegar clientes.
Tocaba trabajar.
Azadas y horcas, hoces y ollas. Cubertería.
Lo que solía forjar era común, utensilios para aquellas gentes. Aun cuando tenía expuestas numerosas espadas, hachas y un curioso surtido de armas de guerra, nada de esto estaba a la venta. Si le preguntaban al respecto, él siempre respondía con una sonrisa cansada y un “es para asustar a los bandidos”, lo que o bien se traducía en una sonrisa de complicidad o levantaba incluso más sospechas.
Pero independientemente del resultado solían dejarle trabajar. Lugares como aquel, dónde no tenían herrero alguno, era básicamente dónde se ganaba la vida.
Y aquel día no era distinto. Llevaba en Villa Nutria del Alcornoque al menos una semana y, solamente aquella mañana, ya había forjado dos sartenes, un cubo y un juego de platos de latón que, a decir verdad, no le habían salido nada mal.
Honestamente, siempre había preferido la cerámica para aquellas cosas. Comer en metal se le antojaba… era difícil de explicar para él, pero comprendía bastante bien eso de “En casa del herrero, cuchara de palo”. Igualmente daba dinero y, a decir verdad, aquel metal era bastante más barato que un buen plato de cerámica, aquellas gentes no se podían permitir nada más.
Estaba enfriando en el cubo la cabeza del hacha nueva que había encargado uno de tantos leñadores de la zona, una herramienta que si todo iba bien pagaría su cena, cuando una voz suave, melodiosa y, sobre todo, desconocida se alzó sobre el chisporroteo del metal candente que tenía ante él.
- ¿Disculpe…? –
Dos martillazos más fueron necesarios antes de girarse hacia la joven de cabellos cobrizos que le miraba con cierta aprensión a, quizás, unos cinco pasos de dónde se encontraba. No le extrañaba, la forja era portátil y… poco segura, lo que intimidaba a los que la veían por primera vez.
- ¿Sí? – dejó el hacha, aun humeante, en el cubo y se acercó a la joven, secándose el sudor que resbalaba por su frente con una toalla que rodeaba su cuello. - ¿Qué se le ofrece? – Comentó, cruzándose de brazos frente a la chica.
- Entiendo que… es usted herrero. ¿Verdad? – el mencionado aseveró con la cabeza, aun cruzado de brazos, la joven esbozó una sonrisa. – Perfecto. - La respuesta era evidente, pero parecía querer oírla igualmente.
¿Tendría unos veinte años? Quizás algo más, si era de por la zona no lo parecía, desde luego. Solo su indumentaria podía pagar varios de los hogares de los lugareños. ¿La dueña de uno de los campos locales? Era posible.
- ¿Qué tal se le da la joyería? – el humano ladeó la cabeza, enarcando una ceja.
- Puedo forjar joyas, por supuesto. – aseveró, estudiando el rostro de la muchacha, atusándose la barba, tratando de leer lo que le pasaba por la cabeza. Definitivamente era una noble, contra todo pronóstico podía pasar a tener un buen día. – Con los materiales adecuados puedo… - la mujer le interrumpió levantando una mano.
- No se preocupe por eso. – le dijo simplemente. – Mi nombre es Lady Catherine de la Nutria-Alcornoque, dueña de estas tierras. – le informó con cierto sonsonete, colocando los brazos en jarra. El herrero no pudo evitar sonreír, le daba la sensación de que la muchacha lo había ensayado antes. – Quiero que me hagas un colgante con… - rebuscó en el bolsito que llevaba consigo, murmurando para sí. - … esto. – El hombre acercó la mirada hasta la pequeña piedra de color azul que le ofrecía.
- ¿Un Zafiro? – preguntó. – Es bonito. – advirtió, parecía tallado a medida. Tenía que haber ido a alguna de las capitales a por él, probablemente a Dundarak.
- ¡Sí! Pero no, no, no. – la noble de pueblo amplió la sonrisa, negando. – Un rubí. – añadió, presa de una emoción que, ciertamente, no estaba disimulando bien del todo.
- Hmm. – fue lo único que respondió en primera instancia el dueño del local. – Entiendo que quiere que fabrique un broche en el que engarzar este… rubí. – dijo volviendo a levantar la mirada hasta la cara de la muchacha, que parecía ser tener problema para identificar colores.
- Exactamente. –
Los segundos se sucedieron mientras, mentalmente, tomaba medidas y planificaba que materiales usar. Le quedaba algo de plata en algún lugar… quizás podía fundir un par de monedas… ¿Tenía oro? Debía de tener alguna pizca en alguno de los cajones del fondo.
- Veré lo que puedo hacer. – dijo al final, viéndose incapaz de negarse a un trabajo que, a simple vista, iba a darle de comer varias semanas.
- Esplendoroso. – dijo la mujer, asintiendo, lo que dejó al humano visiblemente confuso. - ¡Volveré al anochecer! – sentenció. – O quizás mañana. ¿Cuándo le viene mejor? – él, entre tanto, advirtió por encima del hombro de la mujer como varios clientes se amontonaban tras ella, esperando su turno a cierta distancia, con tan poca antelación no iba a poder... – ¡Anochecer entonces! – cortó Catherine de buen humor mientras se alejaba.
Pero la mujer no llegó muy lejos.
Quizás a unos meros cien pasos de su herrería se vio forzada a detenerse, pues un grupo de tres hombres, todos ellos ataviados de forma impecable, se pararon frente a ella con cara de pocos amigos; Momento en el que el más bajo de los tres la tomó con evidente agresividad por la muñeca.
Los murmullos se sucedieron y muchos de los presentes no tardaron en abandonar el lugar.
- ¿¡Cómo te atreves a robarle a Padre!? – dijo el más bajo de los tres, prácticamente saltándose las vocales. - ¿¡Es que no tienes vergüenza?! – gritó zarandeándola con violencia
.
Torció el gesto. Aquello no iba a acabar bien.
- ¡Que sabrás tú lo que estoy haciendo! – respondió esta, zafándose de mala gana. - ¡Tapón! – Añadió dándole un empujón y apartándolo.
El más alto, entonces, le propinó una bofetada que desde dónde estaba pudo apreciar que no había sido precisamente una caricia. La joven, desde su nueva posición arrodillada en el suelo, se llevó ambas manos hasta la mejilla y miró al hombre con un odio que solo podía ser descrito como profundo y visceral.
- No te vengas arriba. Solo tienes que cumplir tu papel de prometida. – dijo, escupiendo vileza, ajustándose las gafas. – Nada más. – dijo como conclusión, colocando un elegante bastón frente a él y depositando ambas manos sobre el mismo.
- Eso es lo que a ti te gustaría, "hermano". – el tono que dejó entrever la pronunciación de la ultima palabra iba a juego con la expresión de la que era dueña Catherina.
Estaba equivocado.
No iba a ser un buen día.
Cubierto en una fina capa de sudor, uno tan frío que calaba sus huesos, que parecía filtrarse por las rendijas del carromato que le hacía las veces de hogar, el hombre se irguió como accionado por un resorte, rápidamente, con la mano derecha alzada, extendida hacia el techo, preso de un temor ya conocido para él.
Tragó saliva, acompasando sus jadeos al sonido del viento en el exterior, hasta que sus ojos se aclimataron a la oscuridad que le rodeaba. Estaba en… sabía dónde estaba, su carromato, su taller.
Su hogar.
Jadeando aun con cierta dificultad se sujetó la mano derecha con la izquierda, parando el leve temblor que se había apoderado de esta, y después se llevó dicha extremidad hasta los ojos, donde pequeñas lagrimas se habían aparecido en la linde de los mismos.
Frunció el ceño. ¿Qué era…? Nunca lograba acordarse de aquellos sueños, pero… eran intensos. Siempre había tenido pesadillas, no era ajeno a ellas, pero las últimas semanas, meses incluso, habían ido a peor.
Posó los ojos, de firma instintiva, sobre las tres tablas sueltas que daban al falso suelo del carromato. Totalmente normales, salvando la pequeña runa brillaba de forma tenue sobre la tabla central.
- Dioses… - musitó, apartando la mirada y negando con la cabeza.
Inspiró profundamente por la nariz, pasándose de nuevo la mano por la cara, y se levantó.
Apartó a un lado el modesto colchón y las sábanas en las que había dormido de una patada y estiró los brazos por encima de su cabeza todo cuanto pudo para, cuando notó como estos emitían un suave crujido, dar varios saltitos sin moverse de dónde estaba.
Se llevó un trozo de pan, los restos de su cena, a la boca a la vez que desatornillaba las bisagras que mantenían firme la pared que tenía a su derecha, procediendo a empujarla después. Creó, de ese modo, el mostrador de su taller y herrería ambulante.
El gélido viento matutino le golpeó inmediatamente en la cara; Era temprano, aun podía considerarse que era de noche cerrada para muchos, incluso para él, pero en la distancia, sobre los tejados de las modestas casas de aquella aldea de nombre difuso, se podían empezar a ver los primeros rayos anaranjados de un nuevo día.
Bajó de un salto por la puerta lateral del taller y comenzó a preparar la fragua portátil. Las gentes de campo no se podían permitir dormir hasta tarde y sabía que, en apenas una hora, empezarían a llegar clientes.
Tocaba trabajar.
[…]
Azadas y horcas, hoces y ollas. Cubertería.
Lo que solía forjar era común, utensilios para aquellas gentes. Aun cuando tenía expuestas numerosas espadas, hachas y un curioso surtido de armas de guerra, nada de esto estaba a la venta. Si le preguntaban al respecto, él siempre respondía con una sonrisa cansada y un “es para asustar a los bandidos”, lo que o bien se traducía en una sonrisa de complicidad o levantaba incluso más sospechas.
Pero independientemente del resultado solían dejarle trabajar. Lugares como aquel, dónde no tenían herrero alguno, era básicamente dónde se ganaba la vida.
Y aquel día no era distinto. Llevaba en Villa Nutria del Alcornoque al menos una semana y, solamente aquella mañana, ya había forjado dos sartenes, un cubo y un juego de platos de latón que, a decir verdad, no le habían salido nada mal.
Honestamente, siempre había preferido la cerámica para aquellas cosas. Comer en metal se le antojaba… era difícil de explicar para él, pero comprendía bastante bien eso de “En casa del herrero, cuchara de palo”. Igualmente daba dinero y, a decir verdad, aquel metal era bastante más barato que un buen plato de cerámica, aquellas gentes no se podían permitir nada más.
Estaba enfriando en el cubo la cabeza del hacha nueva que había encargado uno de tantos leñadores de la zona, una herramienta que si todo iba bien pagaría su cena, cuando una voz suave, melodiosa y, sobre todo, desconocida se alzó sobre el chisporroteo del metal candente que tenía ante él.
- ¿Disculpe…? –
Dos martillazos más fueron necesarios antes de girarse hacia la joven de cabellos cobrizos que le miraba con cierta aprensión a, quizás, unos cinco pasos de dónde se encontraba. No le extrañaba, la forja era portátil y… poco segura, lo que intimidaba a los que la veían por primera vez.
- ¿Sí? – dejó el hacha, aun humeante, en el cubo y se acercó a la joven, secándose el sudor que resbalaba por su frente con una toalla que rodeaba su cuello. - ¿Qué se le ofrece? – Comentó, cruzándose de brazos frente a la chica.
- Entiendo que… es usted herrero. ¿Verdad? – el mencionado aseveró con la cabeza, aun cruzado de brazos, la joven esbozó una sonrisa. – Perfecto. - La respuesta era evidente, pero parecía querer oírla igualmente.
¿Tendría unos veinte años? Quizás algo más, si era de por la zona no lo parecía, desde luego. Solo su indumentaria podía pagar varios de los hogares de los lugareños. ¿La dueña de uno de los campos locales? Era posible.
- ¿Qué tal se le da la joyería? – el humano ladeó la cabeza, enarcando una ceja.
- Puedo forjar joyas, por supuesto. – aseveró, estudiando el rostro de la muchacha, atusándose la barba, tratando de leer lo que le pasaba por la cabeza. Definitivamente era una noble, contra todo pronóstico podía pasar a tener un buen día. – Con los materiales adecuados puedo… - la mujer le interrumpió levantando una mano.
- No se preocupe por eso. – le dijo simplemente. – Mi nombre es Lady Catherine de la Nutria-Alcornoque, dueña de estas tierras. – le informó con cierto sonsonete, colocando los brazos en jarra. El herrero no pudo evitar sonreír, le daba la sensación de que la muchacha lo había ensayado antes. – Quiero que me hagas un colgante con… - rebuscó en el bolsito que llevaba consigo, murmurando para sí. - … esto. – El hombre acercó la mirada hasta la pequeña piedra de color azul que le ofrecía.
- ¿Un Zafiro? – preguntó. – Es bonito. – advirtió, parecía tallado a medida. Tenía que haber ido a alguna de las capitales a por él, probablemente a Dundarak.
- ¡Sí! Pero no, no, no. – la noble de pueblo amplió la sonrisa, negando. – Un rubí. – añadió, presa de una emoción que, ciertamente, no estaba disimulando bien del todo.
- Hmm. – fue lo único que respondió en primera instancia el dueño del local. – Entiendo que quiere que fabrique un broche en el que engarzar este… rubí. – dijo volviendo a levantar la mirada hasta la cara de la muchacha, que parecía ser tener problema para identificar colores.
- Exactamente. –
Los segundos se sucedieron mientras, mentalmente, tomaba medidas y planificaba que materiales usar. Le quedaba algo de plata en algún lugar… quizás podía fundir un par de monedas… ¿Tenía oro? Debía de tener alguna pizca en alguno de los cajones del fondo.
- Veré lo que puedo hacer. – dijo al final, viéndose incapaz de negarse a un trabajo que, a simple vista, iba a darle de comer varias semanas.
- Esplendoroso. – dijo la mujer, asintiendo, lo que dejó al humano visiblemente confuso. - ¡Volveré al anochecer! – sentenció. – O quizás mañana. ¿Cuándo le viene mejor? – él, entre tanto, advirtió por encima del hombro de la mujer como varios clientes se amontonaban tras ella, esperando su turno a cierta distancia, con tan poca antelación no iba a poder... – ¡Anochecer entonces! – cortó Catherine de buen humor mientras se alejaba.
Pero la mujer no llegó muy lejos.
Quizás a unos meros cien pasos de su herrería se vio forzada a detenerse, pues un grupo de tres hombres, todos ellos ataviados de forma impecable, se pararon frente a ella con cara de pocos amigos; Momento en el que el más bajo de los tres la tomó con evidente agresividad por la muñeca.
Los murmullos se sucedieron y muchos de los presentes no tardaron en abandonar el lugar.
- ¿¡Cómo te atreves a robarle a Padre!? – dijo el más bajo de los tres, prácticamente saltándose las vocales. - ¿¡Es que no tienes vergüenza?! – gritó zarandeándola con violencia
.
Torció el gesto. Aquello no iba a acabar bien.
- ¡Que sabrás tú lo que estoy haciendo! – respondió esta, zafándose de mala gana. - ¡Tapón! – Añadió dándole un empujón y apartándolo.
El más alto, entonces, le propinó una bofetada que desde dónde estaba pudo apreciar que no había sido precisamente una caricia. La joven, desde su nueva posición arrodillada en el suelo, se llevó ambas manos hasta la mejilla y miró al hombre con un odio que solo podía ser descrito como profundo y visceral.
- No te vengas arriba. Solo tienes que cumplir tu papel de prometida. – dijo, escupiendo vileza, ajustándose las gafas. – Nada más. – dijo como conclusión, colocando un elegante bastón frente a él y depositando ambas manos sobre el mismo.
- Eso es lo que a ti te gustaría, "hermano". – el tono que dejó entrever la pronunciación de la ultima palabra iba a juego con la expresión de la que era dueña Catherina.
Estaba equivocado.
No iba a ser un buen día.
Última edición por Eltrant Tale el Lun Feb 12 2024, 18:49, editado 1 vez
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
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Re: De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
- MALDICIÓN ACTIVA:
SIFÓN DE ÉTER
Desde este momento, tu cuerpo sentirá una curiosa afinidad con el éter o, más bien, hambre de éter. Si llevas objetos encantados contigo (etiquetas [Encantamiento] y [Pergamino]) estos perderán su efecto, pues tu cuerpo absorberá el éter necesario para que funcionen (recuperarán su efecto tras dos rondas sin entrar en contacto contigo). Así mismo, cualquier uso de magia o experimento arcano que se realice en tu presencia podrá experimentar ciertas interferencias.
El primer ataque mágico que recibas en un tema (magia bruja, elfa, dracónica, arcana u objeto mágico, pero no la de tus congéneres vampiros, pues no se basa en el uso del éter) será absorbido por completo (ojo, si te hieren con un arma encantada, eludes el daño mágico, pero no el físico). Pero cuidado con esto, porque si alguien realiza un ataque mágico dirigido hacia otra persona y tú estás presente en la escena, el ataque se desviará buscándote a ti.
Además, tanto éter no interactuará bien con tu naturaleza maldita. El éter absorbido no resultará saciante, sino que te dará un hambre voraz. Cuando hayas absorbido un ataque mágico, el éter de un objeto encantado o permanecido dos turnos en las cercanías de algún hechizo u objeto mágico, tu estómago comenzará a rugir pidiendo sustento. Por cada ronda que tardes en alimentarte (sangre fresca, no frasquitos convenientemente guardados en la mochila), perderás un uso de una de tus habilidades.
Podrás librarte de esta maldición (si lo deseas) tras un mínimo de 3 temas en que se haya activado su efecto (el hambre). Para ello, necesitarás la participación en un mismo tema de un Maestro Alquimista Y un Arcanista de nivel Experto o superior, además de un Master que supervise el tema.
Cohen había dormido gran parte del día en uno de los sótanos de una vivienda de Villa Nutria de Alcornoque. Mientras que esperaba la llegada de la noche, con la intención de continuar su viaje en dirección a Lunargenta, jugaba con Betis.
En las últimas semanas, el pequeño bebé pantera había crecido para convertirse en algo más que un cachorro. Por lo que había leído sobre estos animales, el animal se encontraba en estos momentos en el punto intermedio de su crecimiento y el vampiro había comenzado a notarlo.
La cantidad de carne que el animal exigía a diario aumentaba cada día. Cohen se preguntaba cómo iba a conseguir tanta comida para satisfacer el apetito del animal. Aunque bueno… había demasiados animales… y demasiada gente en el mundo. ¿Qué importaba uno menos?
Alejarse de Sacrestic Ville le estaba viniendo bien. Había dejado apartados todos sus asuntos en la ciudad de sangre. La sombría urbe a veces le exigía demasiado y fuera de la misma, podía evadirse, olvidarse de que su vida era un reloj de arena que, en cualquier momento, podía voltearse.
Peter era su único cabo suelto, la razón de aquel viaje. Había perdido su puesto como líder de los soldados humanos que ocupaban Sacrestic Ville y se había marchado de la ciudad sin comunicárselo.
Desde su secuestro, la relación entre ellos se había enfriado. Los pocos días que compartieron tras aquel evento, apenas intercambiaron palabras o afectos. Y cuándo había partido, el vampiro se sintió destrozado y vulnerable; a la vez de aliviado.
Con el paso de los días, la noticia de que Peter se enfrentaría a un juicio de la Guardia unas semanas más tarde le hicieron preocuparse por él. ¿Cómo eran aquellos juicios? ¿Qué clase de castigo podrían imponerle? ¿Acaso osarían expulsarle por el simple hecho de haber compartido su cama con un vampiro?
Una especie de discusión en el exterior captó su atención durante unos breves segundos. Desconocía quiénes eran, de qué hablaban o qué sucedía, pero las voces se escuchaban desde allí. Incluso Betis alzó la cabeza unos centímetros para dirigir su mirada hacia la pequeña ventana del sótano, a través de la cual se veía numerosas piernas caminar de un lado a otro.
―Aún no, pequeño, aún no…
Esperaba la llegada del ocaso. Su intención era alimentarse de nuevo de alguno de aquellos campesinos antes de marchar, comprar algo de carne para Betis y emprender de nuevo la caminata hacia la ciudad de los humanos y hacia el hombre que parecía haber perdido todo… por su culpa.
Cohen
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Re: De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
El cielo llevaba encapotado varios días. La sensación de calidez que había adornado las últimas semanas estaba finalmente marchándose del microclima en la península. El invierno al fin comenzaba a hacer presencia después de un sofocante verano, y para Eilydh, aquello tan solo simbolizaba viento de cambio en el orden de las cosas que llevaban estancadas en su rutina.
A pesar del gris inminente de la tarde, la elfa no había parado de caminar desde el momento exacto en el que dejó sus escondites 'seguros' en Lunargenta. No estaba segura de si el resto de los olvidados y particularmente el tal Callum se iban a percatar de su desaparición momentánea. Al menos hasta la mañana siguiente en el que los aeros para su siguiente dosis fuesen los únicos que faltasen en la bolsa de oro de aquel hombre macabra.
Lo cierto es que se sentía bien. O al menos todo lo bien que alguien con el alma un tanto rota puede sentirse.
Las últimas semanas habían sido complicadas. El efecto tóxico al que se había acostumbrado de manera paulatina también comenzaba a desaparecer de su organismo de la misma manera. No estaba muy segura de cuánto más podía ocultar su sobriedad al resto de personas con las que llevaba compartiendo callejas en los últimos años. Tampoco estaba segura de la reacción de las mismas ante su nuevo y retornado 'yo'. Lunargenta había sido dura con la elfa y la única calidez parcial que la chica había encontrado se encontraba en la compasión de aquellos que, como ella misma, habían perdido parte de si mismos y se refugiaban en la indiferencia de la ciudad como modo de máscara que lo ocultase.
Por ahora su único objetivo era recuperar a Ash'alá.
El tigre era tan tosco y orgulloso como ella misma lo había sido.Lo fue... quizás lo seguía siendo. Además tampoco ayudaba que en el apogeo de las imágenes borrosas de los últimos meses, la elfa recordaba haberse disputado el orgullo con el animal de varias maneras distintas hasta acabar cansándolo y... finalmente perdiendo su confianza.
Caminó algunos metros más antes de percatarse de que inevitablemente estaba comenzando a llover.
Una punzada de dolor se clavó en su pecho al pensar en la calidez del pelaje de su tigre pero siguió avanzando a través de las callejuelas de aquella pedanía. Con suerte el animal no se había ido del todo y deambulaba cerca de su radio. La elfa sabía como odiaba Ash'alá la ciudad de Lunargenta, pero algo en el vínculo que los unía la hacía tener esperanza.
Entre la quietud aparente de aquel pueblecito, Eilydh se encontró con la plaza central del mercado. Llena de pequeños tenderetes que sumidos en la incomodidad de la lluvia, parecían estar recogiendo los enseres de manera apresurada. Aquello sirvió a la elfa para hacerse con algo de pan y queso olvidados por mercaderes demasiado ocupados con cualquier otra cosa y casi cuando pensaba que aquel lugar era una calle sin salida: Lo vio.
El único carromato con un techo de metal perfectamente curtido con motivos específicos. El arte de aquellos adornos la llevaron sin poder evitarlo a la figura de metal en forma de Luna, algo torcida y pequeña que había adornado en otros tiempos sus trenzas y que ahora tan solo colgaba de uno de sus mechones de pelo, destellando con un reflejo metálico cuando el sol incidía de manera exacta en sus cabellos.
Lo peculiar de aquel carromato es que le resultaba extremadamente familiar. No había muchos herreros que llevasen la casa a cuestas y... estaba segura que antes de consumirse en el olvido de la esencia... ella había quizás contemplado la idea de tener un carromato como aquel. O.... ¿Quizás dormido en uno? No... estaba segura de que había matado a alguien en uno como ese.
Tragó saliva, una parte de ella deseando no recordar los detalles de aquel preciso presentimiento. Pero su lado orgulloso la instaba a adentrarse de manera específica en sus acciones. Banagloriandose de sus dotes con la espada y la exaltación de sus propias habilidades cuando la sangre manchaba la sangre de Karma.
Karma. Otra punzada de dolor, esta vez en su cintura, donde la espada solía reposar normalmente.
Una conversación alternativa la sacó de su ensimismamiento y fue testigo de un intercambio entre el herrero y una chica y las peleas minutos después entre esta chica y sus hermanos.
Pero sus ojos gélidos ignoraron todo lo que no fuese la gema que la criatura había entregado al herrero. Su avaricia y necesidad de Aeros obligándola a crear en su cabeza un plan que funcionase justo de la manera exacta para su beneficio.
Observó su reflejo: Hacía días que se había deshecho de su aspecto de drogadicta, y aunque estaba lejos de alcanzar el atractivo que le había causado problemas en años anteriores. Eilydh no parecía una amenaza inminente. Quizás alguien pobre. Humilde y... Intentó una sonrisa un poco forzada pero genuina... alguien que tan solo buscaba una sartén para cocinar migas con huevo en un día nublado.
Y aquello era justo lo que ella era.
-Nunca faltan los dramas en este nuestro pueblo- dijo Eilydh dirigiéndose de manera despreocupada al herrero al que hasta ahora ni había prestado mucha atención: Su interés más enfocado en la gema con la que había estado jugueteando.- Aunque estoy segura que con tu oficio... no es la primera vez que estas involucrado en este tipo de problemas.
Sonrió y sus ojos se encontraron con la mirada cansada del hombre. Por un momento Eilydh creyó reconocer a alguien en aquella mirada. Alguien que hizo que su orgullo y furia dormida volviese a resurgir por un segundo. Alguien que... un fantasma. Su sonrisa se había descurvado por un segundo pero se apresuró a calmarse de nuevo.
-Conociendo a los padres de esos pequeños... créeme que si fuera tú no estaría muy segura de querer meterme en asuntos aristocráticos.- dijo.- ¿No se si conoces a la familia Boisson?- dijo, sabiendo que hoy en día apenas nadie conocía el apellido de aquella familia y usándolo como coletilla para dar veracidad a su relato. Los había ensayado tanto en los últimos años que salían de sus labios como un río fluyendo en dirección a un mar de mentiras- Pues... bueno, esos niños están emparentados con ellos. Por supuesto las habladurías de lo sangriento de sus castigos pueden, o no ser una invención de los habitantes del pueblo- dijo Eilydh jugando con la luna de su pelo, como si estuviese demasiado preocupada por ella y no por sus palabras- Pero créeme, no te gustaría estar en su lista de personas non grata. Y por lo que parece esa niña... no tiene el permiso de su madre para esta empresa-
Eilydh se apoyó de manera elegante en el mostrador de Eltrant y comenzó a observar las distintas sartenes que tenía en oferta comprobando el pulido de cada metal y el peso de algunas y otras. Eligió una en particular y volvió a poner su interés en el herrero.
Sus ojos se clavaron de nuevo en los suyos y de nuevo una oleada de imágenes componiendo choque de metales, y risas la inundaron.Esta vez casi entristeciendola.
-Emm.. si... creo que... me llevaré esta- dijo reculando de pronto un poco en su plan inicial, sumida en la incertidumbre de los recuerdos que por algun motivo había despertado en ella aquel encuentro.
-Me pregunto si em... si puedes tener quizás entre tus objetos un... emmm- pensó de manera rápida en algo que no pudiese ver en el expositor exterior- Un... rastrillo. Sí. Un rastrillo de cabo ancho. Punta redondeada. Mango de agarre grácil. 5 o 6 dientes...- Se aupó de puntillas para mirar de manera disimulada dentro del carromato de Eltrant- Y... especifico para sembrar patatas...Mi compañero y yo acabamos de adquirir un pequeño huerto y queríamos sembrar pata...
Giró la cabeza de manera distraída de vuelta al exterior de aquel carruaje pero pensó que vio... creyó ver... Era imposible. Inimaginable. Debió haberlo imaginado... Seguro que había muchas fundas iguales a la suya... ok quizás no con la misma empuñadura pero...
Intentó auparse de nuevo esta vez casi poniendo todo su peso sobre el mostrador. Se dió de bruces con la mirada inquisitiva de Eltrant y entendió que estaba siendo demasiado descarada.
Sonrió por toda respuesta.
-Y una azada a juego- dijo esperando de manera impaciente una oportunidad para asegurarse que no acababa de ver la funda de su espada, Karma.
La noche comenzaba a hacerse sobre ellos.
A pesar del gris inminente de la tarde, la elfa no había parado de caminar desde el momento exacto en el que dejó sus escondites 'seguros' en Lunargenta. No estaba segura de si el resto de los olvidados y particularmente el tal Callum se iban a percatar de su desaparición momentánea. Al menos hasta la mañana siguiente en el que los aeros para su siguiente dosis fuesen los únicos que faltasen en la bolsa de oro de aquel hombre macabra.
Lo cierto es que se sentía bien. O al menos todo lo bien que alguien con el alma un tanto rota puede sentirse.
Las últimas semanas habían sido complicadas. El efecto tóxico al que se había acostumbrado de manera paulatina también comenzaba a desaparecer de su organismo de la misma manera. No estaba muy segura de cuánto más podía ocultar su sobriedad al resto de personas con las que llevaba compartiendo callejas en los últimos años. Tampoco estaba segura de la reacción de las mismas ante su nuevo y retornado 'yo'. Lunargenta había sido dura con la elfa y la única calidez parcial que la chica había encontrado se encontraba en la compasión de aquellos que, como ella misma, habían perdido parte de si mismos y se refugiaban en la indiferencia de la ciudad como modo de máscara que lo ocultase.
Por ahora su único objetivo era recuperar a Ash'alá.
El tigre era tan tosco y orgulloso como ella misma lo había sido.Lo fue... quizás lo seguía siendo. Además tampoco ayudaba que en el apogeo de las imágenes borrosas de los últimos meses, la elfa recordaba haberse disputado el orgullo con el animal de varias maneras distintas hasta acabar cansándolo y... finalmente perdiendo su confianza.
Caminó algunos metros más antes de percatarse de que inevitablemente estaba comenzando a llover.
Una punzada de dolor se clavó en su pecho al pensar en la calidez del pelaje de su tigre pero siguió avanzando a través de las callejuelas de aquella pedanía. Con suerte el animal no se había ido del todo y deambulaba cerca de su radio. La elfa sabía como odiaba Ash'alá la ciudad de Lunargenta, pero algo en el vínculo que los unía la hacía tener esperanza.
Entre la quietud aparente de aquel pueblecito, Eilydh se encontró con la plaza central del mercado. Llena de pequeños tenderetes que sumidos en la incomodidad de la lluvia, parecían estar recogiendo los enseres de manera apresurada. Aquello sirvió a la elfa para hacerse con algo de pan y queso olvidados por mercaderes demasiado ocupados con cualquier otra cosa y casi cuando pensaba que aquel lugar era una calle sin salida: Lo vio.
El único carromato con un techo de metal perfectamente curtido con motivos específicos. El arte de aquellos adornos la llevaron sin poder evitarlo a la figura de metal en forma de Luna, algo torcida y pequeña que había adornado en otros tiempos sus trenzas y que ahora tan solo colgaba de uno de sus mechones de pelo, destellando con un reflejo metálico cuando el sol incidía de manera exacta en sus cabellos.
Lo peculiar de aquel carromato es que le resultaba extremadamente familiar. No había muchos herreros que llevasen la casa a cuestas y... estaba segura que antes de consumirse en el olvido de la esencia... ella había quizás contemplado la idea de tener un carromato como aquel. O.... ¿Quizás dormido en uno? No... estaba segura de que había matado a alguien en uno como ese.
Tragó saliva, una parte de ella deseando no recordar los detalles de aquel preciso presentimiento. Pero su lado orgulloso la instaba a adentrarse de manera específica en sus acciones. Banagloriandose de sus dotes con la espada y la exaltación de sus propias habilidades cuando la sangre manchaba la sangre de Karma.
Karma. Otra punzada de dolor, esta vez en su cintura, donde la espada solía reposar normalmente.
Una conversación alternativa la sacó de su ensimismamiento y fue testigo de un intercambio entre el herrero y una chica y las peleas minutos después entre esta chica y sus hermanos.
Pero sus ojos gélidos ignoraron todo lo que no fuese la gema que la criatura había entregado al herrero. Su avaricia y necesidad de Aeros obligándola a crear en su cabeza un plan que funcionase justo de la manera exacta para su beneficio.
Observó su reflejo: Hacía días que se había deshecho de su aspecto de drogadicta, y aunque estaba lejos de alcanzar el atractivo que le había causado problemas en años anteriores. Eilydh no parecía una amenaza inminente. Quizás alguien pobre. Humilde y... Intentó una sonrisa un poco forzada pero genuina... alguien que tan solo buscaba una sartén para cocinar migas con huevo en un día nublado.
Y aquello era justo lo que ella era.
-Nunca faltan los dramas en este nuestro pueblo- dijo Eilydh dirigiéndose de manera despreocupada al herrero al que hasta ahora ni había prestado mucha atención: Su interés más enfocado en la gema con la que había estado jugueteando.- Aunque estoy segura que con tu oficio... no es la primera vez que estas involucrado en este tipo de problemas.
Sonrió y sus ojos se encontraron con la mirada cansada del hombre. Por un momento Eilydh creyó reconocer a alguien en aquella mirada. Alguien que hizo que su orgullo y furia dormida volviese a resurgir por un segundo. Alguien que... un fantasma. Su sonrisa se había descurvado por un segundo pero se apresuró a calmarse de nuevo.
-Conociendo a los padres de esos pequeños... créeme que si fuera tú no estaría muy segura de querer meterme en asuntos aristocráticos.- dijo.- ¿No se si conoces a la familia Boisson?- dijo, sabiendo que hoy en día apenas nadie conocía el apellido de aquella familia y usándolo como coletilla para dar veracidad a su relato. Los había ensayado tanto en los últimos años que salían de sus labios como un río fluyendo en dirección a un mar de mentiras- Pues... bueno, esos niños están emparentados con ellos. Por supuesto las habladurías de lo sangriento de sus castigos pueden, o no ser una invención de los habitantes del pueblo- dijo Eilydh jugando con la luna de su pelo, como si estuviese demasiado preocupada por ella y no por sus palabras- Pero créeme, no te gustaría estar en su lista de personas non grata. Y por lo que parece esa niña... no tiene el permiso de su madre para esta empresa-
Eilydh se apoyó de manera elegante en el mostrador de Eltrant y comenzó a observar las distintas sartenes que tenía en oferta comprobando el pulido de cada metal y el peso de algunas y otras. Eligió una en particular y volvió a poner su interés en el herrero.
Sus ojos se clavaron de nuevo en los suyos y de nuevo una oleada de imágenes componiendo choque de metales, y risas la inundaron.Esta vez casi entristeciendola.
-Emm.. si... creo que... me llevaré esta- dijo reculando de pronto un poco en su plan inicial, sumida en la incertidumbre de los recuerdos que por algun motivo había despertado en ella aquel encuentro.
-Me pregunto si em... si puedes tener quizás entre tus objetos un... emmm- pensó de manera rápida en algo que no pudiese ver en el expositor exterior- Un... rastrillo. Sí. Un rastrillo de cabo ancho. Punta redondeada. Mango de agarre grácil. 5 o 6 dientes...- Se aupó de puntillas para mirar de manera disimulada dentro del carromato de Eltrant- Y... especifico para sembrar patatas...Mi compañero y yo acabamos de adquirir un pequeño huerto y queríamos sembrar pata...
Giró la cabeza de manera distraída de vuelta al exterior de aquel carruaje pero pensó que vio... creyó ver... Era imposible. Inimaginable. Debió haberlo imaginado... Seguro que había muchas fundas iguales a la suya... ok quizás no con la misma empuñadura pero...
Intentó auparse de nuevo esta vez casi poniendo todo su peso sobre el mostrador. Se dió de bruces con la mirada inquisitiva de Eltrant y entendió que estaba siendo demasiado descarada.
Sonrió por toda respuesta.
-Y una azada a juego- dijo esperando de manera impaciente una oportunidad para asegurarse que no acababa de ver la funda de su espada, Karma.
La noche comenzaba a hacerse sobre ellos.
Off-
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Eilydh
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Re: De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
Helena dejó que sus párpados se separaran con parsimonia, revelándose al nacimiento de un nuevo día a través de la ventana. La tenue luz matutina se filtraba en la estancia, delineando con suavidad los contornos de su habitación. La noche anterior había sido fría, incluso para alguien acostumbrado a esa sensación, y Helena se había envuelto en más de una manta en busca de un calor que la abrazara durante sus horas de descanso.
Sus pensamientos en los últimos meses se habían centrado en las investigaciones sobre las artes etéricas de dominación del elemento agua. La obsesión por cada tomo que pudiera desentrañar secretos relacionados con el éter, especialmente aquellos que pudieran perfeccionar su control sobre el agua, la había transformado en una erudita inusual. Era una apóstata que había alcanzado tal nivel de maestría en su elemento que pocos podrían haber logrado sin ayuda de un maestro.
La mesa que estaba en la habitación de Helena, pulcramente tallada en madera oscura, se erigía como un santuario del conocimiento. Cada centímetro de su superficie estaba cubierto con una variedad de libros, pergaminos y tomos mágicos. Las tapas de cuero desgastado y los bordes de estos brillaban con la pátina de mucho tiempo de estudio y búsqueda.
A un lado de la mesa, cuidadosamente desplegados, yacían sus equipos de aventura. Mapas cuidadosamente enrollados, brújulas y frascos llenos de ingredientes mágicos eran parte de su arsenal. Helena no solo era una buscadora de conocimiento, sino también una exploradora incansable que enfrentaba los peligros del mundo exterior con destreza y astucia.
En el rincón más cercano a la ventana, descansando sobre un taburete, se encontraban las dagas de la bruja. Hojas afiladas y relucientes, imbuidas con encantamientos que resonaban con el flujo del éter. Cada grabado en las empuñaduras contaba la historia de alguna criatura que había caído bajo su destreza. Solo los más importantes encuentros habían quedado grabados, a manos de un experto herrero.
Coronando la parte más alejada de la mesa, se encontraba su brazalete finamente forjado en el que estaba oculta su hoja asesina. La herramienta letal, una extensión de su voluntad, aguardaba en la penumbra, lista para ser desatada cuando la necesidad lo exigiera.
Helena, con su destreza acuñada en sombras y su mirada afilada, continuaba siendo una sombra entre sombras. Aunque se había convertido en una erudita del éter y las artes arcánicas, sus habilidades letales permanecían intactas, esperando en las sombras a ser convocadas por quienes requiriesen de sus servicios. Y así había sido.
La misión que la había llevado a aquel pueblo perdido poseía un matiz especial. No era solo el robo de una simple joya, sino que se trataba de una joya mágica; un rubí de color azul. Su color favorito, además.
Había seguido todos los pasos de la portadora del rubí, además de los de su familia, y resultaba que la hija menor de aquella adinerada familia, la única noble de aquel pueblo perdido en mitad de la Península de Verisar, había hurtado la noche anterior dicha joya perteneciente a su madre.
Sus pensamientos en los últimos meses se habían centrado en las investigaciones sobre las artes etéricas de dominación del elemento agua. La obsesión por cada tomo que pudiera desentrañar secretos relacionados con el éter, especialmente aquellos que pudieran perfeccionar su control sobre el agua, la había transformado en una erudita inusual. Era una apóstata que había alcanzado tal nivel de maestría en su elemento que pocos podrían haber logrado sin ayuda de un maestro.
La mesa que estaba en la habitación de Helena, pulcramente tallada en madera oscura, se erigía como un santuario del conocimiento. Cada centímetro de su superficie estaba cubierto con una variedad de libros, pergaminos y tomos mágicos. Las tapas de cuero desgastado y los bordes de estos brillaban con la pátina de mucho tiempo de estudio y búsqueda.
A un lado de la mesa, cuidadosamente desplegados, yacían sus equipos de aventura. Mapas cuidadosamente enrollados, brújulas y frascos llenos de ingredientes mágicos eran parte de su arsenal. Helena no solo era una buscadora de conocimiento, sino también una exploradora incansable que enfrentaba los peligros del mundo exterior con destreza y astucia.
En el rincón más cercano a la ventana, descansando sobre un taburete, se encontraban las dagas de la bruja. Hojas afiladas y relucientes, imbuidas con encantamientos que resonaban con el flujo del éter. Cada grabado en las empuñaduras contaba la historia de alguna criatura que había caído bajo su destreza. Solo los más importantes encuentros habían quedado grabados, a manos de un experto herrero.
Coronando la parte más alejada de la mesa, se encontraba su brazalete finamente forjado en el que estaba oculta su hoja asesina. La herramienta letal, una extensión de su voluntad, aguardaba en la penumbra, lista para ser desatada cuando la necesidad lo exigiera.
Helena, con su destreza acuñada en sombras y su mirada afilada, continuaba siendo una sombra entre sombras. Aunque se había convertido en una erudita del éter y las artes arcánicas, sus habilidades letales permanecían intactas, esperando en las sombras a ser convocadas por quienes requiriesen de sus servicios. Y así había sido.
La misión que la había llevado a aquel pueblo perdido poseía un matiz especial. No era solo el robo de una simple joya, sino que se trataba de una joya mágica; un rubí de color azul. Su color favorito, además.
Había seguido todos los pasos de la portadora del rubí, además de los de su familia, y resultaba que la hija menor de aquella adinerada familia, la única noble de aquel pueblo perdido en mitad de la Península de Verisar, había hurtado la noche anterior dicha joya perteneciente a su madre.
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Helena lo había visto todo; cómo la joven se acercó al herrero ambulante, y cómo le dio el rubí. Luego, la muchacha se alejó y fue reprendida por sus odiosos hermanos. No sintió lástima por ella, sino odio por esos hombres. Si no hubiese consecuencia alguna, no le hubiese importado haberlo pasado a cuchillo a los tres para que se le bajaran los humos.
Tenía que ser un trabajo sutil y silencioso, y robarle a ese tipo iba a ser más difícil que a la joven.
Encima había empezado a llover, por lo que la gente estaba yéndose de la plaza del pueblo y no podría disimular su presencia allí durante mucho más tiempo.
-Voy a tener que tomarlo con otra perspectiva...-Musitó mientras se llevaba una mano a su rostro para acariciarse la sien, como si aquello le ayudase a pensar mejor.-Maldita niña...-Refunfuñó mientras desviaba la mirada hacia el camino por donde la joven noble se había marchado junto a sus hermanos.
A Helena le gustaba pensar en soledad, y también pasearse por los tejados de las casas, por lo que se coló por una calleja que no estaba poblada y, asegurándose de que nadie la miraba, escaló hasta los tejados por una de las casas de la zona. Con cuidado, y usando no solo tejados, sino árboles también, fue saltando de sitio en sitio para situarse lo más cerca posible, en uno de los tejados de una casa cercana, sin que eso le supusiera ser detectada, del carromato donde estaba el herrero ambulante.
Minutos más tarde llegó otra mujer a la herrería, y la reconoció muy a su pesar. Ella había estado en Ciudad Lagarto y le había dado más de un dolor de cabeza. La mujer del ex-virrey de Ciudad Lagarto. No se la veía en muy buen estado de salud, su rostro demacrado así lo revelaba. Helena esbozó una sonrisa ladina.
-Vaya, vaya... interesante.-Susurró para sí misma.
Tenía que ser un trabajo sutil y silencioso, y robarle a ese tipo iba a ser más difícil que a la joven.
Encima había empezado a llover, por lo que la gente estaba yéndose de la plaza del pueblo y no podría disimular su presencia allí durante mucho más tiempo.
-Voy a tener que tomarlo con otra perspectiva...-Musitó mientras se llevaba una mano a su rostro para acariciarse la sien, como si aquello le ayudase a pensar mejor.-Maldita niña...-Refunfuñó mientras desviaba la mirada hacia el camino por donde la joven noble se había marchado junto a sus hermanos.
A Helena le gustaba pensar en soledad, y también pasearse por los tejados de las casas, por lo que se coló por una calleja que no estaba poblada y, asegurándose de que nadie la miraba, escaló hasta los tejados por una de las casas de la zona. Con cuidado, y usando no solo tejados, sino árboles también, fue saltando de sitio en sitio para situarse lo más cerca posible, en uno de los tejados de una casa cercana, sin que eso le supusiera ser detectada, del carromato donde estaba el herrero ambulante.
Minutos más tarde llegó otra mujer a la herrería, y la reconoció muy a su pesar. Ella había estado en Ciudad Lagarto y le había dado más de un dolor de cabeza. La mujer del ex-virrey de Ciudad Lagarto. No se la veía en muy buen estado de salud, su rostro demacrado así lo revelaba. Helena esbozó una sonrisa ladina.
-Vaya, vaya... interesante.-Susurró para sí misma.
Helena Rhodes
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Re: De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
No pintaba bien. De un único tirón volvieron a poner a Catherine de pie; La mujer, con la cara aun enrojecida, miró a su alrededor en busca de alguna cara afable, de alguien a quien pedir ayuda.
No encontró a nadie.
El herrero no lo encontró descabellado. Era la familia de la muchacha la que había salido a su encuentro y, por la apariencia de estos, no era descabellado para él pensar que la joven no era la primogénita de la familia. Nadie iba a inmiscuirse en los problemas internos de la nobleza por el simple hecho de ser caritativos, no cuando tu casa estaba ubicada en las tierras de dicha nobleza.
- Los herreros de la nobleza no suelen… - se detuvo cuando, al girarse hacia la desconocía que le había hablado, sus ojos se cruzaron con los de esta durante unos instantes. ¿Quién? - … no suelen llevar su herrería a la espalda. – añadió seguidamente, estudiando las facciones de la mujer con cierto disimulo.
La conocía. ¿La conocía?
La indumentaria de la lugareña no parecía destacar demasiado. En principio la mujer no era sino un punto más en la marea de aldeanos que le hacia encargos, y sin embargo creía reconocer algo en los agotados ojos de la mujer.
¿Imaginaciones suyas?
Y entonces mencionó a los Boisson.
- No es un apellido conocido. – mencionó el herrero, exhalando el aire de sus pulmones lentamente, haciendo como que no le sorprendía volverlo a oír. – No hoy día, al menos. – Añadió en voz más baja, sin apartar la imagen de la distante escenificación dramática que la nobleza les estaba brindando.
Aquello tenía más sentido, puede que la mujer fuese una de las tantas personas con las que se había cruzado en el Palacio de los Vientos en su momento, alguna criada de la familia. Cruzado de brazos negó con la cabeza ante el comentario que había hecho.
- No comparten sangre con ellos. – dijo simplemente, con la certeza de alguien que sabía algo sobre seguro, después se giró hacia la desconocida que curioseaba tras el mostrador. - ¿Ah? ¿Esa? – ladeó la cabeza. – Son tres Aeros… - seguía sin terminar de ubicar el rostro de la muchacha, estaba seguro que… - Eso que me pides es más específico, tendría que hacerlo a medida y… - para tener aspecto de querer comprar sartenes y rastrillos parecía… nerviosa. – Ajá… - enarcó una ceja, dirigiendo una mirada inquisitiva a la rubia cuando esta se bajó del mostrador, después de haber estudiado el interior de la carroza, y se giró hacía el. – Una azada a juego… - miró las manos de la muchacha, buscando el característico moreno que alguien dado a la vida de campo acababa adoptando.
¿Granjera?
- Sí, claro. – dijo al final, encogiéndose de hombros.
Densas nubes comenzaban a formarse sobre sus cabezas, anunciado el comienzo de un anochecer que aparentaba ser de todo menos tranquilo. Una a una pequeñas antorchas y candiles convencieron a encenderse por el lugar.
– Es más… - se giró de nuevo hacia la escena, estaban tomándose su tiempo entre gritos y amenazas. - … llévate la sartén gratis. – le dijo simplemente, perdiendo su mirada en un punto indeterminado del lugar al que miraba, sumiéndose en sus propios pensamientos.
Comenzó a llover.
La mujer se seguía revolviendo, tratando de zafarse del nuevo agarre de sus supuestos hermanos, quienes no parecían dudar en emplear la fuerza para arrastrarla de nuevo con “Padre”. ¿Aquello no estaba yendo demasiado lejos? ¿No estaba escalando demasiado rápido? Sólo era un zafiro, aquellas personas podían permitirse un centenar de esos solo con prescindir de un saquito de especias de Dalmasca.
Solo había pedido una joya.
- ¡Te voy a tener que enseñar modales! – el chasquido que emitió el bastón al impactar contra el cuello de la mujer se alzó sobre la lluvia, como un relámpago. - ¡APRENDE! – Otro más, sobre la mujer derribada sobre el suelo. Las ventanas se cerraban, como si fuese una coreografía que aquellas gentes ya había ensayado. – ¡A! – Un tercer golpe acompañó al segundo, si en aquella familia había compasión hacía mucho que había dejado de existir. - ¡OBEDECERME! – El último golpe finalizó con un leve sollozo por parte de la víctima, a la que volvieron a levantar por a la fuerza, ahora sangrando por la nariz.
Catherine, aun dolorida, no parecía haber perdido la mirada de odio.
- Para ser el pri...mogenito eres bastante patético. –
- ¡Muy bien! – farfulló el del bastón, limpiando la sangre del mismo con un trapo que después tiró al suelo. – …Padre se encargará de ti. - Los pestillos de las viviendas prácticamente se cerraron al unísono, una melodía metálica que se sucedió por toda la aldea. – Vamos. – Los otros hermanos o más bien “lugartenientes” del primero, tomaron a Catherine por los hombros comenzaron a arrastrarla en dirección opuesta a la que estaban.
No estaba bien.
- “¿Seguro que vas a dejar que hagan eso, Mortal?” –
Abrió los ojos de par en par al oír aquella voz, girándose sobre sí mismo, mirando a la mujer que seguía a su lado. Esperando ver la figura de Lyn en aquel lugar, cómo origen del sonido, mofándose de que echase tanto de menos a la real que estuviese alucinando verla.
Otra vez.
Pero hacía años que no le pasaba.
Pensaba que lo tenía bajo control, que la monotonía y la vida de herrero era lo único que le quedaba. Era lo que él había decidido. ¿Por qué en aquel momento? ¿Por las pesadillas? Parpadeó varias veces y volvió a clavar sus ojos sobre la peliblanca.
¿Por ella? No podía ser por ella. ¿Sí?
Era una completa desconocida, una habitante más de Villa Nutria del Alcornoque.
- ¿Cómo me has dicho que te llamabas? – le preguntó muy lentamente, obviando de pronto todo lo que pasaba a sus espaldas.
Un pitido que fue ensordeciendo el mundo a su alrededor se apodero de sus oídos, los latidos de su corazón se marcaban en sus sienes, lentamente, como martillo que le cincelaba la cabeza; le costaba respirar. Las tres tablas que ocultaban su vida, su pasado, vibraban, podía sentirlas desde dónde estaba, desde el exterior.
Se estaba volviendo loco, tenía que ser eso.
¿Por qué?
- ¡Eh! ¡Herrero! –
El hermano “intermedio” le devolvió a la realidad. A la lluvia, al olor a tierra mojada, al barro, a la noche cerrada; al hecho de que acababa de presenciar como le daban una paliza a una mujer en mitad de la calle.
Y nadie había movido un musculo.
- Mi hermana te ha pedido que hagas una joya con algo que no es suyo. – dijo con cierto tono solemne, como si no hubiese pasado nada remarcable frente a ellos. – Lord Nutría-Alcornoque le envía sus más sinceras disculpas por lo acontecido y le pagará igualmente por todo inconveniente. – alargó la mano esperando resolverlo. – Me han informado que usted tiene el rubí en este momento. –
Eltrant Tale había sido muchas cosas a lo largo de los años.
Mercenario, Guarda, Fugitivo, idiota metomentodo, herrero y un sinfín de apelativos tan variados como personas a las que el humano había conocido.
Pero, en aquel momento, en el instante en el que el notó cómo la nariz de aquel hombre se partía bajó la presión inhumana de su puño, Eltrant Tale era un escudo.
No encontró a nadie.
El herrero no lo encontró descabellado. Era la familia de la muchacha la que había salido a su encuentro y, por la apariencia de estos, no era descabellado para él pensar que la joven no era la primogénita de la familia. Nadie iba a inmiscuirse en los problemas internos de la nobleza por el simple hecho de ser caritativos, no cuando tu casa estaba ubicada en las tierras de dicha nobleza.
- Los herreros de la nobleza no suelen… - se detuvo cuando, al girarse hacia la desconocía que le había hablado, sus ojos se cruzaron con los de esta durante unos instantes. ¿Quién? - … no suelen llevar su herrería a la espalda. – añadió seguidamente, estudiando las facciones de la mujer con cierto disimulo.
La conocía. ¿La conocía?
La indumentaria de la lugareña no parecía destacar demasiado. En principio la mujer no era sino un punto más en la marea de aldeanos que le hacia encargos, y sin embargo creía reconocer algo en los agotados ojos de la mujer.
¿Imaginaciones suyas?
Y entonces mencionó a los Boisson.
- No es un apellido conocido. – mencionó el herrero, exhalando el aire de sus pulmones lentamente, haciendo como que no le sorprendía volverlo a oír. – No hoy día, al menos. – Añadió en voz más baja, sin apartar la imagen de la distante escenificación dramática que la nobleza les estaba brindando.
Aquello tenía más sentido, puede que la mujer fuese una de las tantas personas con las que se había cruzado en el Palacio de los Vientos en su momento, alguna criada de la familia. Cruzado de brazos negó con la cabeza ante el comentario que había hecho.
- No comparten sangre con ellos. – dijo simplemente, con la certeza de alguien que sabía algo sobre seguro, después se giró hacia la desconocida que curioseaba tras el mostrador. - ¿Ah? ¿Esa? – ladeó la cabeza. – Son tres Aeros… - seguía sin terminar de ubicar el rostro de la muchacha, estaba seguro que… - Eso que me pides es más específico, tendría que hacerlo a medida y… - para tener aspecto de querer comprar sartenes y rastrillos parecía… nerviosa. – Ajá… - enarcó una ceja, dirigiendo una mirada inquisitiva a la rubia cuando esta se bajó del mostrador, después de haber estudiado el interior de la carroza, y se giró hacía el. – Una azada a juego… - miró las manos de la muchacha, buscando el característico moreno que alguien dado a la vida de campo acababa adoptando.
¿Granjera?
- Sí, claro. – dijo al final, encogiéndose de hombros.
Densas nubes comenzaban a formarse sobre sus cabezas, anunciado el comienzo de un anochecer que aparentaba ser de todo menos tranquilo. Una a una pequeñas antorchas y candiles convencieron a encenderse por el lugar.
– Es más… - se giró de nuevo hacia la escena, estaban tomándose su tiempo entre gritos y amenazas. - … llévate la sartén gratis. – le dijo simplemente, perdiendo su mirada en un punto indeterminado del lugar al que miraba, sumiéndose en sus propios pensamientos.
Comenzó a llover.
La mujer se seguía revolviendo, tratando de zafarse del nuevo agarre de sus supuestos hermanos, quienes no parecían dudar en emplear la fuerza para arrastrarla de nuevo con “Padre”. ¿Aquello no estaba yendo demasiado lejos? ¿No estaba escalando demasiado rápido? Sólo era un zafiro, aquellas personas podían permitirse un centenar de esos solo con prescindir de un saquito de especias de Dalmasca.
Solo había pedido una joya.
- ¡Te voy a tener que enseñar modales! – el chasquido que emitió el bastón al impactar contra el cuello de la mujer se alzó sobre la lluvia, como un relámpago. - ¡APRENDE! – Otro más, sobre la mujer derribada sobre el suelo. Las ventanas se cerraban, como si fuese una coreografía que aquellas gentes ya había ensayado. – ¡A! – Un tercer golpe acompañó al segundo, si en aquella familia había compasión hacía mucho que había dejado de existir. - ¡OBEDECERME! – El último golpe finalizó con un leve sollozo por parte de la víctima, a la que volvieron a levantar por a la fuerza, ahora sangrando por la nariz.
Catherine, aun dolorida, no parecía haber perdido la mirada de odio.
- Para ser el pri...mogenito eres bastante patético. –
- ¡Muy bien! – farfulló el del bastón, limpiando la sangre del mismo con un trapo que después tiró al suelo. – …Padre se encargará de ti. - Los pestillos de las viviendas prácticamente se cerraron al unísono, una melodía metálica que se sucedió por toda la aldea. – Vamos. – Los otros hermanos o más bien “lugartenientes” del primero, tomaron a Catherine por los hombros comenzaron a arrastrarla en dirección opuesta a la que estaban.
No estaba bien.
- “¿Seguro que vas a dejar que hagan eso, Mortal?” –
Abrió los ojos de par en par al oír aquella voz, girándose sobre sí mismo, mirando a la mujer que seguía a su lado. Esperando ver la figura de Lyn en aquel lugar, cómo origen del sonido, mofándose de que echase tanto de menos a la real que estuviese alucinando verla.
Otra vez.
Pero hacía años que no le pasaba.
Pensaba que lo tenía bajo control, que la monotonía y la vida de herrero era lo único que le quedaba. Era lo que él había decidido. ¿Por qué en aquel momento? ¿Por las pesadillas? Parpadeó varias veces y volvió a clavar sus ojos sobre la peliblanca.
¿Por ella? No podía ser por ella. ¿Sí?
Era una completa desconocida, una habitante más de Villa Nutria del Alcornoque.
"Eille... no es la primera vez que hago de detective... así que si en vuestra pequeña aventura os faltan ojos..."
- ¿Cómo me has dicho que te llamabas? – le preguntó muy lentamente, obviando de pronto todo lo que pasaba a sus espaldas.
Un pitido que fue ensordeciendo el mundo a su alrededor se apodero de sus oídos, los latidos de su corazón se marcaban en sus sienes, lentamente, como martillo que le cincelaba la cabeza; le costaba respirar. Las tres tablas que ocultaban su vida, su pasado, vibraban, podía sentirlas desde dónde estaba, desde el exterior.
Se estaba volviendo loco, tenía que ser eso.
¿Por qué?
- ¡Eh! ¡Herrero! –
El hermano “intermedio” le devolvió a la realidad. A la lluvia, al olor a tierra mojada, al barro, a la noche cerrada; al hecho de que acababa de presenciar como le daban una paliza a una mujer en mitad de la calle.
Y nadie había movido un musculo.
- Mi hermana te ha pedido que hagas una joya con algo que no es suyo. – dijo con cierto tono solemne, como si no hubiese pasado nada remarcable frente a ellos. – Lord Nutría-Alcornoque le envía sus más sinceras disculpas por lo acontecido y le pagará igualmente por todo inconveniente. – alargó la mano esperando resolverlo. – Me han informado que usted tiene el rubí en este momento. –
Eltrant Tale había sido muchas cosas a lo largo de los años.
Mercenario, Guarda, Fugitivo, idiota metomentodo, herrero y un sinfín de apelativos tan variados como personas a las que el humano había conocido.
Pero, en aquel momento, en el instante en el que el notó cómo la nariz de aquel hombre se partía bajó la presión inhumana de su puño, Eltrant Tale era un escudo.
Eltrant Tale
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Re: De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
Con el ocaso, llegó la llovizna. La escasa luz del día se ocultó tras las grises nubes que anunciaban una lluviosa noche.
El vampiro agradeció salir de aquel mugriento sótano. Le dio las gracias al dueño de la casa por su hospedaje. No sin antes clavar sus colmillos en el cuello y absorber un poco de su sangre. La noche sería larga y necesitaba saciar su sed.
Una vez en la calle, caminó sigilosamente entre las pocas personas que recibían la noche en el exterior. Algunos pequeños puestos continuaban abiertos, por lo que el vampiro se acercó a uno que vendía carne. Así, podría alimentar a Betis durante los próximos dos días.
Mientras llevaba a cabo el trámite, con el sabor de la sangre aún en su boca, las voces de la disputa proseguían. El vampiro, curioso cómo un gato, asomó su cabeza mirando hacia el lugar en el momento exacto en el que una pobre mujer era golpeada.
“Y pensar que éramos los vampiros los que estaban sometidos a la Guardia en Sacrestic Ville. ¿Dónde están aquí la aclamada y honorable Guardia para evitar que los humanos se apaleen entre ellos? La hipocresía”
La idea de que Peter hubiera acabado enseguida con aquel alboroto cruzó su mente, aunque el vampiro intentó evadirse de ese pensamiento y continuó su camino.
La voz del hombre captó enseguida su atención, tanto que paró en seco a unos metros del puesto de aquel herrero para escuchar sus palabras.
― Mi hermana te ha pedido que hagas una joya con algo que no es suyo. Lord Nutría-Alcornoque le envía sus más sinceras disculpas por lo acontecido y le pagará igualmente por todo inconveniente. Me han informado que usted tiene el rubí en este momento.
La idea de conseguir aquella joya tan sólo unos segundos antes de abandonar la aldea era excelente. Seguramente, podría venderla en Lunargenta a algún joyero de la nobleza. Incluso podría vendérsela a Luminicious Champagne. A veces, el sastre incluía algunos diamantes en sus delicadas prendas.
Inmiscuyéndose en la conversación, incluso antes de que ésta continuara con sabia decisión, comenzó a parlotear.
―¿Crees que el herrero es tonto y va a caer en tus maquinaciones? Vamos, hombre de pacotilla, márchate con las manos vacías. No estás aquí en nombre de nadie… ¡estafador!
Luego, dirigió su mirada hacia el herrero y la mujer rubia que estaba en el puesto. Les miró a los ojos y en un tono sereno y complaciente, sonrió y comenzó a hablar.
―Yo soy el verdadero representante del dueño de esa joya. Cómo comprenderá, cómo hombre de honor, estás obligado a devolvérmela. Tranquilo, volveré en un rato con un excelente pago… Soy un hombre de lo más confiable… ―tras hablar con el herrero, miro ahora a la mujer rubia y aludo a ella― Además, Ella sabe que digo la verdad y confía en mí. Nos conocemos desde hace ya mucho tiempo y sabe que soy un hombre que siempre cumple con su palabra... Así que, por favor, os pido que tengáis confianza en mí para poder solucionar este problema lo antes posible, antes que la situación de esa pobre muchacha vaya a mayores… ¿Me ayudarán, buenas personas? ¿Me dais la joya? [1]
[1] Uso de mi habilidad Luz De Gas [Mágica, 1 uso de 2 turnos]:
Cohen utiliza un tono de voz tranquilo y sereno, centrando su atención en una o dos personas, motivando que éstas den por ciertas sus palabras, pudiendo incluso inducirlas a recordar hechos que éstas han vivido de forma diferente a la real.Primer Turno
>> La uso con Eltrant y Eilydh para convencerles de que soy la persona apropiada para darle la gema. - porque en realidad lo soy (?) -
El vampiro agradeció salir de aquel mugriento sótano. Le dio las gracias al dueño de la casa por su hospedaje. No sin antes clavar sus colmillos en el cuello y absorber un poco de su sangre. La noche sería larga y necesitaba saciar su sed.
Una vez en la calle, caminó sigilosamente entre las pocas personas que recibían la noche en el exterior. Algunos pequeños puestos continuaban abiertos, por lo que el vampiro se acercó a uno que vendía carne. Así, podría alimentar a Betis durante los próximos dos días.
Mientras llevaba a cabo el trámite, con el sabor de la sangre aún en su boca, las voces de la disputa proseguían. El vampiro, curioso cómo un gato, asomó su cabeza mirando hacia el lugar en el momento exacto en el que una pobre mujer era golpeada.
“Y pensar que éramos los vampiros los que estaban sometidos a la Guardia en Sacrestic Ville. ¿Dónde están aquí la aclamada y honorable Guardia para evitar que los humanos se apaleen entre ellos? La hipocresía”
La idea de que Peter hubiera acabado enseguida con aquel alboroto cruzó su mente, aunque el vampiro intentó evadirse de ese pensamiento y continuó su camino.
La voz del hombre captó enseguida su atención, tanto que paró en seco a unos metros del puesto de aquel herrero para escuchar sus palabras.
― Mi hermana te ha pedido que hagas una joya con algo que no es suyo. Lord Nutría-Alcornoque le envía sus más sinceras disculpas por lo acontecido y le pagará igualmente por todo inconveniente. Me han informado que usted tiene el rubí en este momento.
La idea de conseguir aquella joya tan sólo unos segundos antes de abandonar la aldea era excelente. Seguramente, podría venderla en Lunargenta a algún joyero de la nobleza. Incluso podría vendérsela a Luminicious Champagne. A veces, el sastre incluía algunos diamantes en sus delicadas prendas.
Inmiscuyéndose en la conversación, incluso antes de que ésta continuara con sabia decisión, comenzó a parlotear.
―¿Crees que el herrero es tonto y va a caer en tus maquinaciones? Vamos, hombre de pacotilla, márchate con las manos vacías. No estás aquí en nombre de nadie… ¡estafador!
Luego, dirigió su mirada hacia el herrero y la mujer rubia que estaba en el puesto. Les miró a los ojos y en un tono sereno y complaciente, sonrió y comenzó a hablar.
―Yo soy el verdadero representante del dueño de esa joya. Cómo comprenderá, cómo hombre de honor, estás obligado a devolvérmela. Tranquilo, volveré en un rato con un excelente pago… Soy un hombre de lo más confiable… ―tras hablar con el herrero, miro ahora a la mujer rubia y aludo a ella― Además, Ella sabe que digo la verdad y confía en mí. Nos conocemos desde hace ya mucho tiempo y sabe que soy un hombre que siempre cumple con su palabra... Así que, por favor, os pido que tengáis confianza en mí para poder solucionar este problema lo antes posible, antes que la situación de esa pobre muchacha vaya a mayores… ¿Me ayudarán, buenas personas? ¿Me dais la joya? [1]
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[1] Uso de mi habilidad Luz De Gas [Mágica, 1 uso de 2 turnos]:
Cohen utiliza un tono de voz tranquilo y sereno, centrando su atención en una o dos personas, motivando que éstas den por ciertas sus palabras, pudiendo incluso inducirlas a recordar hechos que éstas han vivido de forma diferente a la real.Primer Turno
>> La uso con Eltrant y Eilydh para convencerles de que soy la persona apropiada para darle la gema. - porque en realidad lo soy (?) -
Cohen
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Re: De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
Las palabras del herrero denotaban entendimiento.Aquello por un lado sorprendió a Eilydh quien intentó buscar la manera más adecuada para preguntar acerca de como conocía el apellido Boisson. Por supuesto aquello le hubiese supuesto una trampa a su propia mentira y el hombre tenía la suficiente prisa como para dejarlo estar... al menos por ahora.
Sus respuestas certeras acerca de lo que podía ofrecerle no parecían demasiado interesadas en vender más de lo que mostraba al alcance de sus ojos... y ella necesitaba ver dentro. De ser real lo que creía haber visto aquel hombre le debía muchas explicaciones. No estaba muy segura del por qué. pero se las debía.
La elfa agradeció que su atención recayese al fin sobre el tumulto alrededor de ellos. Por toda respuesta sonrió de manera falsa cuando el herrero le regaló la sartén. La observó de manera inquisitoria mientras el sonido de algunos latigazos hiriendo a la niña que había traído la joya en un primer momento ensordecían sus oídos.
Una parte de ella, casi olvidaba se estartó con cada uno de los golpes que el supuesto hermano agenciaba a la pequeña. Su propia piel era un recuerdo vivo y la mano en el mango de la sartén se tensó de manera involuntaria, recordando de pronto otros años, otros días hacía mucho cuando era su piel la que había sufrido bajo un yugo masculino. Cuando los jirones de su propia piel quemada frente a la insurrección le inundaron los ojos de lágrimas y comenzó a ser... quien quiera que hubiese sido antes de ser el reflejo que era ahora.
Tragó saliva y compartió una mirada significativa con el herrero, quien le preguntó su nombre.
Cierto. Ella tenía un nombre olvidado. Más allá del pseudónimo 'Ceniza' que había usado desde hacía unos años.
-No creo que lo haya dicho, de hecho mi nombre es...- comenzó pero los llantos de la niña trajeron de vuelta la furia que hacía tiempo estaba dormida y paralela a los pasos del herrero, Eilydh avanzó hasta el lugar hasta el que dos figuras arrastraban ahora a la pobre Catherine, casi sin conocimiento, de vuelta a donde vivían.
Notó como el herrero paraba su paso en un lugar concreto, y el sonido inconfundible del dolor no amedrentó sus pasos, en su lugar, al alcanzar los dos cuerpos masculinos tocó el hombro de uno de ellos de manera disimulada. La sangre de Catherine se esparcía por el suelo tras ellos.
-Ejem... perdón, buen hombre creo que se os olvidó algo- dijo ansiando el momento exacto en el que el primero de los hermanos se giró hacia ella con mirada desinteresada y sorprendida.
No esperó mucho y estampó la sartén que el herrero le había obsequiado en la sien del chico. Este cayó noqueado al suelo y con el parte del cuerpo de la niña.
El otro hombre la observó de manera sorprendida e intentó lanzarle un gancho con la mano que tenía libre. Eilydh lo esquivó, como si la memoria muscular de su cuerpo no hubiese olvidado el tiempo donde la batalla era la calma a su furia. Cambió su sartén de mano y como había hecho con el primer chico lanzó una estocada directa a la cabeza del segundo.Esta vez su punterīa no fue certera y el impacto llegó de manera directa a los dientes del chico y sus labios. La sangre manchando no solo los ropajes de aquel pobre miserable, sino en parte la cara de la elfa.
El 'hermano' se llevó las manos a la mandíbula retorciéndose de dolor y al notar los huecos en su boca la miró de manera penosa y comenzó a correr tras sus pasos en una dirección que Eilydh no llegó a identificar. Aprovechó para agarrar a la niña que parecía volver en si y la acercó un poco al carromato del herrero. Con suerte aquel hombre tendría algo de agua y podría ayudarla con el dolor en su cuerpecillo menudo. No quiso mirar las heridas. Estaba segura de que dejarían cicatrices muy similares a las suyas propias.
La sorpresa de un nuevo viandante frente al carromato del herrero pausó su plan inicial. El hombre de gusto peculiar en su atuendo tenía la tez pálida y una sonrisa perfecta que parecía ocultar cualquier problema hasta el momento. Eilydh intentó disipar su atención de aquel hombre en un primer momento. Su prioridad era Karma ( si era aquello lo que había visto) Seguida de la joya en las manos de aquel hombre y luego... bueno, asegurarse que la chica no moría a sus pies.
Sus palabras estaban llenas de seguridad y aunque en un principio la duda se apoderó de ella poco a poco. Luego esta pasó a posibilidad y finalmente a certeza.
Por supuesto que conocía a aquel hombre. Por supuesto que decía la verdad y sin lugar a dudas era el legítimo dueño de aquella gema. De hecho no entendía si quiera como alguien hubiese creído que alguien tan burdo como aquellos niños pudiesen entender si quiera el valor de aquel objeto.
-Sí, por supuesto que te conozco... de hecho hacía bastante que no te veía. ¡Pensé que estabas muerto!- dijo Eilydh de pronto sintiendo alivio ante algo que no entendía muy bien- La joya es tuya pero...si son ciertas las habladurías sigue encantada ¿no? Isil nos libre de que así sea... Sin duda tengo que tener por aquí algo para asegurarnos que... un utensilio que..- Rebuscó en su pequeño bolso de manera apresurada.
Sacó varias hojas de laurel, algunas semillas de girasol, una rama fresca de nogal y... lo que quedaba de un botecito de esencia.
Lo miró con aprehensión. Llevaba semanas sin probar la droga, y quizás aquella no fuese la manera más ética para hacerse con el objeto pero... necesitaba dinero si quería encontrar a Ash'alá. Y los efectos del humo de aquella sustancia significaba que el herrero quizás estuviese lo suficiente ocupado en su propia mente como para que ella pudiese adentrarse en su carromato e inspeccionar qué había allí.
Se deshizo de la capucha revelando totalmente sus facciones, sus orejas puntiagudas definiendo su raza. Se sumió en la tranquilidad que había visto usar a algunas sacerdotisas de su antiguo clan y tras pronunciar dos palabras en élfico común movió las ramas de nogal de un lado a otro, esparciendolas sobre ambos hombres.
-Mmmm... lo que me temía.- se giró sobre Cohen y movió algunas de las piedras de su bolso sobre su cabeza. Acto seguido abrió mucho los ojos como si aquello le hubiese revelado algo horrible- Aw...- dijo
Agarró el tarro de esencia asegurándose que los humos se mantuviesen lejos de ella misma y con unas florituras los esparció el incienso alrededor de ambos cuerpos y la zona alrededor de ellos manteniendo su nariz tapada de manera disimulada. Comenzó a hablar de manera pausada.
-Anar confeccionó esta joya casi 200 años atrás. Mi pueblo sabe bien lo que es perder su riqueza, pero por desgracia esta esta tintada de una maldición que hace que quien lo posea y no sea elfo.. bueno... miren a la pobre niña- señaló a la chica- Pero no os preocupéis... mis habilidades élficas hacen que pueda deshacerme de esta maldición con los utensilios adecuados- agarró el hombro de Cohen de manera amistosa.- No debes preocuparte de los efecto de la misma en ti, mi viejo amigo... yo me aseguro de que antes de que vuelva a ti, este objeto este libre de problemas.
Mientras hablaba, Un halo de luz oscura se había posado alrededor de la gema en si. Eilydh casi podía intuir las visiones de dolor, guerra, maldiciones y pobreza que el incienso estaba poniendo en la mente de los allí presente. El aderezo de gritos de dolor y llanto parecía ser también un aliciente lo suficientemente pesado como para dar veracidad a lo que decía. [1]
Posó sus manos sobre al de Eltrant, presionándolas de manera liviana. La sensación de corriente eléctrica también propiciada por la visión del incienso añadió tensión al momento. Clavó sus ojos en los del herrero y dijo:
-El fuego en Anar ya nos hirió lo suficiente, ¿no crees? Déjame que te libre de un futuro incluso más oscuro y solitario- y tensó su agarre para intentar alcanzar la gema de su puño. Lo dijo de manera suspicaz, significativa. Como si el incienso ( aunque no lo había aspirado), en parte también estuviese revelando algo en ella que creía olvidado. Ella misma se sorprendió durante un segundo, pero lo camufló con una sonrisa dócil a él y Cohen y otra floritura del incienso a su alrededor.
Off:
Creo que todos los que se acerquen o estén alrededor en esta ronda van a iniciar un viaje curioso.
[1]Incienso de Jólmundröm [consumible][1 conos]
Al quemarse, produce en quienes respiren su humo un estado de conciencia alterado capaz de provocar visiones, individuales o colectivas. Puede usarse tanto con fines recreativos como para distraer enemigos. En este último caso, la distracción durará un turno y deberéis aseguraros de no respirar también el humo del incienso.
Sus respuestas certeras acerca de lo que podía ofrecerle no parecían demasiado interesadas en vender más de lo que mostraba al alcance de sus ojos... y ella necesitaba ver dentro. De ser real lo que creía haber visto aquel hombre le debía muchas explicaciones. No estaba muy segura del por qué. pero se las debía.
La elfa agradeció que su atención recayese al fin sobre el tumulto alrededor de ellos. Por toda respuesta sonrió de manera falsa cuando el herrero le regaló la sartén. La observó de manera inquisitoria mientras el sonido de algunos latigazos hiriendo a la niña que había traído la joya en un primer momento ensordecían sus oídos.
Una parte de ella, casi olvidaba se estartó con cada uno de los golpes que el supuesto hermano agenciaba a la pequeña. Su propia piel era un recuerdo vivo y la mano en el mango de la sartén se tensó de manera involuntaria, recordando de pronto otros años, otros días hacía mucho cuando era su piel la que había sufrido bajo un yugo masculino. Cuando los jirones de su propia piel quemada frente a la insurrección le inundaron los ojos de lágrimas y comenzó a ser... quien quiera que hubiese sido antes de ser el reflejo que era ahora.
Tragó saliva y compartió una mirada significativa con el herrero, quien le preguntó su nombre.
Cierto. Ella tenía un nombre olvidado. Más allá del pseudónimo 'Ceniza' que había usado desde hacía unos años.
-No creo que lo haya dicho, de hecho mi nombre es...- comenzó pero los llantos de la niña trajeron de vuelta la furia que hacía tiempo estaba dormida y paralela a los pasos del herrero, Eilydh avanzó hasta el lugar hasta el que dos figuras arrastraban ahora a la pobre Catherine, casi sin conocimiento, de vuelta a donde vivían.
Notó como el herrero paraba su paso en un lugar concreto, y el sonido inconfundible del dolor no amedrentó sus pasos, en su lugar, al alcanzar los dos cuerpos masculinos tocó el hombro de uno de ellos de manera disimulada. La sangre de Catherine se esparcía por el suelo tras ellos.
-Ejem... perdón, buen hombre creo que se os olvidó algo- dijo ansiando el momento exacto en el que el primero de los hermanos se giró hacia ella con mirada desinteresada y sorprendida.
No esperó mucho y estampó la sartén que el herrero le había obsequiado en la sien del chico. Este cayó noqueado al suelo y con el parte del cuerpo de la niña.
El otro hombre la observó de manera sorprendida e intentó lanzarle un gancho con la mano que tenía libre. Eilydh lo esquivó, como si la memoria muscular de su cuerpo no hubiese olvidado el tiempo donde la batalla era la calma a su furia. Cambió su sartén de mano y como había hecho con el primer chico lanzó una estocada directa a la cabeza del segundo.Esta vez su punterīa no fue certera y el impacto llegó de manera directa a los dientes del chico y sus labios. La sangre manchando no solo los ropajes de aquel pobre miserable, sino en parte la cara de la elfa.
El 'hermano' se llevó las manos a la mandíbula retorciéndose de dolor y al notar los huecos en su boca la miró de manera penosa y comenzó a correr tras sus pasos en una dirección que Eilydh no llegó a identificar. Aprovechó para agarrar a la niña que parecía volver en si y la acercó un poco al carromato del herrero. Con suerte aquel hombre tendría algo de agua y podría ayudarla con el dolor en su cuerpecillo menudo. No quiso mirar las heridas. Estaba segura de que dejarían cicatrices muy similares a las suyas propias.
La sorpresa de un nuevo viandante frente al carromato del herrero pausó su plan inicial. El hombre de gusto peculiar en su atuendo tenía la tez pálida y una sonrisa perfecta que parecía ocultar cualquier problema hasta el momento. Eilydh intentó disipar su atención de aquel hombre en un primer momento. Su prioridad era Karma ( si era aquello lo que había visto) Seguida de la joya en las manos de aquel hombre y luego... bueno, asegurarse que la chica no moría a sus pies.
Sus palabras estaban llenas de seguridad y aunque en un principio la duda se apoderó de ella poco a poco. Luego esta pasó a posibilidad y finalmente a certeza.
Por supuesto que conocía a aquel hombre. Por supuesto que decía la verdad y sin lugar a dudas era el legítimo dueño de aquella gema. De hecho no entendía si quiera como alguien hubiese creído que alguien tan burdo como aquellos niños pudiesen entender si quiera el valor de aquel objeto.
-Sí, por supuesto que te conozco... de hecho hacía bastante que no te veía. ¡Pensé que estabas muerto!- dijo Eilydh de pronto sintiendo alivio ante algo que no entendía muy bien- La joya es tuya pero...si son ciertas las habladurías sigue encantada ¿no? Isil nos libre de que así sea... Sin duda tengo que tener por aquí algo para asegurarnos que... un utensilio que..- Rebuscó en su pequeño bolso de manera apresurada.
Sacó varias hojas de laurel, algunas semillas de girasol, una rama fresca de nogal y... lo que quedaba de un botecito de esencia.
Lo miró con aprehensión. Llevaba semanas sin probar la droga, y quizás aquella no fuese la manera más ética para hacerse con el objeto pero... necesitaba dinero si quería encontrar a Ash'alá. Y los efectos del humo de aquella sustancia significaba que el herrero quizás estuviese lo suficiente ocupado en su propia mente como para que ella pudiese adentrarse en su carromato e inspeccionar qué había allí.
Se deshizo de la capucha revelando totalmente sus facciones, sus orejas puntiagudas definiendo su raza. Se sumió en la tranquilidad que había visto usar a algunas sacerdotisas de su antiguo clan y tras pronunciar dos palabras en élfico común movió las ramas de nogal de un lado a otro, esparciendolas sobre ambos hombres.
-Mmmm... lo que me temía.- se giró sobre Cohen y movió algunas de las piedras de su bolso sobre su cabeza. Acto seguido abrió mucho los ojos como si aquello le hubiese revelado algo horrible- Aw...- dijo
Agarró el tarro de esencia asegurándose que los humos se mantuviesen lejos de ella misma y con unas florituras los esparció el incienso alrededor de ambos cuerpos y la zona alrededor de ellos manteniendo su nariz tapada de manera disimulada. Comenzó a hablar de manera pausada.
-Anar confeccionó esta joya casi 200 años atrás. Mi pueblo sabe bien lo que es perder su riqueza, pero por desgracia esta esta tintada de una maldición que hace que quien lo posea y no sea elfo.. bueno... miren a la pobre niña- señaló a la chica- Pero no os preocupéis... mis habilidades élficas hacen que pueda deshacerme de esta maldición con los utensilios adecuados- agarró el hombro de Cohen de manera amistosa.- No debes preocuparte de los efecto de la misma en ti, mi viejo amigo... yo me aseguro de que antes de que vuelva a ti, este objeto este libre de problemas.
Mientras hablaba, Un halo de luz oscura se había posado alrededor de la gema en si. Eilydh casi podía intuir las visiones de dolor, guerra, maldiciones y pobreza que el incienso estaba poniendo en la mente de los allí presente. El aderezo de gritos de dolor y llanto parecía ser también un aliciente lo suficientemente pesado como para dar veracidad a lo que decía. [1]
Posó sus manos sobre al de Eltrant, presionándolas de manera liviana. La sensación de corriente eléctrica también propiciada por la visión del incienso añadió tensión al momento. Clavó sus ojos en los del herrero y dijo:
-El fuego en Anar ya nos hirió lo suficiente, ¿no crees? Déjame que te libre de un futuro incluso más oscuro y solitario- y tensó su agarre para intentar alcanzar la gema de su puño. Lo dijo de manera suspicaz, significativa. Como si el incienso ( aunque no lo había aspirado), en parte también estuviese revelando algo en ella que creía olvidado. Ella misma se sorprendió durante un segundo, pero lo camufló con una sonrisa dócil a él y Cohen y otra floritura del incienso a su alrededor.
Off:
Creo que todos los que se acerquen o estén alrededor en esta ronda van a iniciar un viaje curioso.
[1]Incienso de Jólmundröm [consumible][1 conos]
Al quemarse, produce en quienes respiren su humo un estado de conciencia alterado capaz de provocar visiones, individuales o colectivas. Puede usarse tanto con fines recreativos como para distraer enemigos. En este último caso, la distracción durará un turno y deberéis aseguraros de no respirar también el humo del incienso.
Eilydh
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Re: De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
De repente, un aire místico envolvió la pequeña aldea. Aromas de incienso y especias se entrelazaban en el aire, creando una atmósfera que oscurecía los olores cotidianos del rural lugar. Helena se mantenía oculta entre las sombras, camuflada entre los tejados bajos de las casas que apenas superaban una planta.
La noche se desplegaba rápidamente, brindándole una ventaja adicional. Un vistazo al cielo reveló que la lluvia, que antes había sido implacable, ahora empezaba a ceder.
Cuando desvió la mirada hacia el herrero, notó que ya no estaba en su lugar. Tampoco se veían rastros del forastero misterioso ni de Eilydh, la elfa con la que había compartido desencuentros a lo largo de los años y a quien no veía desde hacía mucho tiempo. Su presencia, lejos de generar alegría, provocaba una sensación más cercana a la incomodidad.
Helena se movió con agilidad entre las sombras de la aldea, sus sentidos alerta. Algo estaba ocurriendo, y no pensaba quedarse al margen. La ausencia de aquellos cuyas acciones se entrelazaban con el destino de la joya azul solo añadía más incógnitas a la misión de Helena. Con determinación, se deslizó entre las callejuelas estrechas en busca de respuestas que se ocultaban entre los secretos de la aldea.
Pero, en cuanto cruzó el último callejón que le debería dar acceso a la humilde plaza donde el herrero ambulante había abierto su tienda, ya ni siquiera se encontraba en la aldea, sino en mitad de un denso bosque.
A medida que avanzaba, la maleza se despejó y emergió en un claro donde una figura encapuchada se encontraba frente a un altar improvisado. Velas parpadeantes iluminaban símbolos místicos trazados en el suelo. Helena percibió una presencia etérea en el aire, un susurro tenue de antiguas palabras mágicas.
El extraño alzó la cabeza, revelando unos ojos que brillaban con una luz intensa.
-Bienvenida, buscadora de tesoros. ¿Qué te trae a este lugar sagrado?-Pronunció con una voz que resonaba como el susurro del viento.
Helena, cautelosa pero decidida, respondió:
-Vengo en busca de un rubí azul. He escuchado que este lugar es el nexo entre los reinos, donde la magia fluye como un río.-Observó su alrededor. Desde luego ese lugar estaba cargado de mucho éter, pero... ¿Eran esas sus palabras? ¿Ella era la que había hablado o alguien la había empujado a hacerlo? ¿Ese era el motivo por el que estaba allí?
La figura encapuchada asintió lentamente.
-Los rubíes azules no son meras piedras, son fragmentos de un antiguo poder. Pero antes de avanzar, debes probar tu valía. ¿Estás dispuesta a enfrentar las pruebas de este bosque místico?
Helena, con una mezcla de desconfianza y determinación, asintió.
-Estoy lista.
Tras esas palabras, la figura encapuchada señaló hacia el bosque, y sombras ancestrales cobraron vida, creando un camino hacia lo desconocido. Helena, con paso firme, se adentró en la oscuridad, listo para enfrentar lo que el bosque místico tenía reservado para ella.
En cuanto cruzó el umbral del bosque, volvió de nuevo a la aldea. La sensación de sentirse dentro de ella misma también volvió, y sus pensamientos junto a su voz interior volvieron a pertenecerle. Había sido una experiencia bastante curiosa y... ya no olía a incienso.
Se encontró en mitad de la plaza, un poco mareada y teniéndose que apoyar en un tenderete cercano que estaba sin dueño y sin objetos, tan solo el esqueleto de la estructura quedaba como testigo de la lluvia intensa que había caído hacía tan solo unos minutos.
La noche se desplegaba rápidamente, brindándole una ventaja adicional. Un vistazo al cielo reveló que la lluvia, que antes había sido implacable, ahora empezaba a ceder.
Cuando desvió la mirada hacia el herrero, notó que ya no estaba en su lugar. Tampoco se veían rastros del forastero misterioso ni de Eilydh, la elfa con la que había compartido desencuentros a lo largo de los años y a quien no veía desde hacía mucho tiempo. Su presencia, lejos de generar alegría, provocaba una sensación más cercana a la incomodidad.
Helena se movió con agilidad entre las sombras de la aldea, sus sentidos alerta. Algo estaba ocurriendo, y no pensaba quedarse al margen. La ausencia de aquellos cuyas acciones se entrelazaban con el destino de la joya azul solo añadía más incógnitas a la misión de Helena. Con determinación, se deslizó entre las callejuelas estrechas en busca de respuestas que se ocultaban entre los secretos de la aldea.
Pero, en cuanto cruzó el último callejón que le debería dar acceso a la humilde plaza donde el herrero ambulante había abierto su tienda, ya ni siquiera se encontraba en la aldea, sino en mitad de un denso bosque.
A medida que avanzaba, la maleza se despejó y emergió en un claro donde una figura encapuchada se encontraba frente a un altar improvisado. Velas parpadeantes iluminaban símbolos místicos trazados en el suelo. Helena percibió una presencia etérea en el aire, un susurro tenue de antiguas palabras mágicas.
El extraño alzó la cabeza, revelando unos ojos que brillaban con una luz intensa.
-Bienvenida, buscadora de tesoros. ¿Qué te trae a este lugar sagrado?-Pronunció con una voz que resonaba como el susurro del viento.
Helena, cautelosa pero decidida, respondió:
-Vengo en busca de un rubí azul. He escuchado que este lugar es el nexo entre los reinos, donde la magia fluye como un río.-Observó su alrededor. Desde luego ese lugar estaba cargado de mucho éter, pero... ¿Eran esas sus palabras? ¿Ella era la que había hablado o alguien la había empujado a hacerlo? ¿Ese era el motivo por el que estaba allí?
La figura encapuchada asintió lentamente.
-Los rubíes azules no son meras piedras, son fragmentos de un antiguo poder. Pero antes de avanzar, debes probar tu valía. ¿Estás dispuesta a enfrentar las pruebas de este bosque místico?
Helena, con una mezcla de desconfianza y determinación, asintió.
-Estoy lista.
Tras esas palabras, la figura encapuchada señaló hacia el bosque, y sombras ancestrales cobraron vida, creando un camino hacia lo desconocido. Helena, con paso firme, se adentró en la oscuridad, listo para enfrentar lo que el bosque místico tenía reservado para ella.
En cuanto cruzó el umbral del bosque, volvió de nuevo a la aldea. La sensación de sentirse dentro de ella misma también volvió, y sus pensamientos junto a su voz interior volvieron a pertenecerle. Había sido una experiencia bastante curiosa y... ya no olía a incienso.
Se encontró en mitad de la plaza, un poco mareada y teniéndose que apoyar en un tenderete cercano que estaba sin dueño y sin objetos, tan solo el esqueleto de la estructura quedaba como testigo de la lluvia intensa que había caído hacía tan solo unos minutos.
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Off: simplemente Helena delirando por el incienso... (o no).
Helena Rhodes
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Re: De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
Le dolía la cabeza, las palabras del recién llegado se le marcaban en las sienes, palpitaban como sí. ¿Qué la joya era suya? Tenía… ¿Por qué tenía sentido? ¿Lo conocía? Rebuscó entre sus bolsillos de forma automática. Aquella sensación, sin embargo, le sonaba, le era increíblemente familiar.
¿Qué era?
Se detuvo, con la piedra aun en la mano, a escasos centímetros de depositarla en la mano del recién llegado. Analizó la cara del recién llegada cara durante varios largos segundos, con lo que, en su propio rostro, podría considerarse la antítesis de una sonrisa.
- Sal de mi cabeza, vampiro. – le dijo al final, entre dientes, cerrando el puño alrededor de la joya aun con más fuerza. [1]
Aquel dolor, el suave zumbido en la parte trasera de su cabeza le decía que estaban tratando de manipularle. Lyn lo hacía por deporte, prácticamente no había día en el que no trataba de implantarle alguna orden a cada cual más absurda.
No lo solía conseguir.
Y no iba a permitir que aquel desconocido lo hiciese.
Y, por si fuera aquello poco, la desconocía a la que creía ver en alguna parte no tardó en hacerse con… ¿Prender una hoguera? No, no era eso… el humo. ¿Cómo…? El mundo a su alrededor se contraía, oscilaba y bailaba mientras las voces de las personas que estaban a su alrededor se solaban con sus propios pensamientos.
No podía…
- Y ahora me drogan… - gruñó en voz baja, de mala gana.
Sacudió la cabeza con fuerza, tratando de acallar las voces, tratando de que Lyn dejase de susúrrale al oído y procedió a golpearse en la pierna una, dos, y hasta tres veces. El mundo parpadeó a su alrededor, volviendo a la normalidad. [2]
¿Tanto querían aquel dichoso… rubí? Por cosas como aquella había perdido la costumbre de meterse en lo que no le importaba. Le pegabas a un fracasado con ínfulas de líder, intentabas ayudar a alguien, y acababa con media aldea intentando drogarte o meterse en tu cabeza.
No necesitaba nada del estilo. Había estado años sin meterse en problema, no iba a empezar ahora.
- Muy bien. – farfulló.- Aquí la tenéis. – dijo, soltándola y dejando caer la piedra al suelo, a sus pies. – Cómo si os matáis por ella. – agregó finalmente, girándose sobre sus pasos y digiriéndose al interior de su carroza.
Continuó profiriendo maldiciones en voz baja a todos los dioses que conocía, cerrando la puerta tras de sí con fuerza, mientras oía como en el exterior se comenzaban a alzar distintas voces de recién llegados, cada una exigiendo para si la curiosa joya azul.
Escuchó cómo una voz se alzaba sobre sobre el resto, indicando a los presentes que se relajasen y volviesen, o bien a sus casas o a la posada local, si no querían perder una o más extremidades. ¿Los matones de los nobles? Los “hermanos” que le habían pegado la paliza a su hermana pequeña debían de haber llamado a sus lacayos.
Eran más rápidos de los que esperaba, tenía que admitirlo. Aunque, a decir verdad, probablemente estaban esperando cerca en caso de que hubiese algún contratiempo; En cualquier caso, mientras no tocasen su herrería, no era su problema.
Silbando, haciendo como que no le importaba lo que pasaba fuera comenzó a ordenar los pocos objetos que tenía delante de sí. Un martillo, varias espadas, un juego de sartenes que nunca conseguía vender y…
Inspiró profundamente al ver el suave brillo de la hoja plateada que descansaba sobre la mesa. Era… irónico, eso o una coincidencia muy absurda que hubiese decidido sacar aquella espada para ponerla apunto aquel mismo día.
La chica que había ido, la drogadicta de las hierbas…
No podía ser.
¿O sí?
Pasó la yema de los dedos por encima de la hoja con suavidad. No le gustaba presumir, pero Karma era una de sus mejores obras. Fiable, ligera y grácil, tan afilada como la lengua de su dueña.
Sonrió.
Quizás no tanto.
¿Qué era?
Se detuvo, con la piedra aun en la mano, a escasos centímetros de depositarla en la mano del recién llegado. Analizó la cara del recién llegada cara durante varios largos segundos, con lo que, en su propio rostro, podría considerarse la antítesis de una sonrisa.
- Sal de mi cabeza, vampiro. – le dijo al final, entre dientes, cerrando el puño alrededor de la joya aun con más fuerza. [1]
Aquel dolor, el suave zumbido en la parte trasera de su cabeza le decía que estaban tratando de manipularle. Lyn lo hacía por deporte, prácticamente no había día en el que no trataba de implantarle alguna orden a cada cual más absurda.
No lo solía conseguir.
“¡Mortal! ¡Dame tu postre!”
Y no iba a permitir que aquel desconocido lo hiciese.
“¡Agh! ¡Tienes serrín por cerebro, Mortal! ¡¿Cómo es posible que no entre dentro di un poquito?!”
Y, por si fuera aquello poco, la desconocía a la que creía ver en alguna parte no tardó en hacerse con… ¿Prender una hoguera? No, no era eso… el humo. ¿Cómo…? El mundo a su alrededor se contraía, oscilaba y bailaba mientras las voces de las personas que estaban a su alrededor se solaban con sus propios pensamientos.
No podía…
- Y ahora me drogan… - gruñó en voz baja, de mala gana.
“¿Seguro que la mujer esa no te suena de nada, Mortal?"
Sacudió la cabeza con fuerza, tratando de acallar las voces, tratando de que Lyn dejase de susúrrale al oído y procedió a golpearse en la pierna una, dos, y hasta tres veces. El mundo parpadeó a su alrededor, volviendo a la normalidad. [2]
¿Tanto querían aquel dichoso… rubí? Por cosas como aquella había perdido la costumbre de meterse en lo que no le importaba. Le pegabas a un fracasado con ínfulas de líder, intentabas ayudar a alguien, y acababa con media aldea intentando drogarte o meterse en tu cabeza.
No necesitaba nada del estilo. Había estado años sin meterse en problema, no iba a empezar ahora.
- Muy bien. – farfulló.- Aquí la tenéis. – dijo, soltándola y dejando caer la piedra al suelo, a sus pies. – Cómo si os matáis por ella. – agregó finalmente, girándose sobre sus pasos y digiriéndose al interior de su carroza.
Continuó profiriendo maldiciones en voz baja a todos los dioses que conocía, cerrando la puerta tras de sí con fuerza, mientras oía como en el exterior se comenzaban a alzar distintas voces de recién llegados, cada una exigiendo para si la curiosa joya azul.
Escuchó cómo una voz se alzaba sobre sobre el resto, indicando a los presentes que se relajasen y volviesen, o bien a sus casas o a la posada local, si no querían perder una o más extremidades. ¿Los matones de los nobles? Los “hermanos” que le habían pegado la paliza a su hermana pequeña debían de haber llamado a sus lacayos.
Eran más rápidos de los que esperaba, tenía que admitirlo. Aunque, a decir verdad, probablemente estaban esperando cerca en caso de que hubiese algún contratiempo; En cualquier caso, mientras no tocasen su herrería, no era su problema.
Silbando, haciendo como que no le importaba lo que pasaba fuera comenzó a ordenar los pocos objetos que tenía delante de sí. Un martillo, varias espadas, un juego de sartenes que nunca conseguía vender y…
Inspiró profundamente al ver el suave brillo de la hoja plateada que descansaba sobre la mesa. Era… irónico, eso o una coincidencia muy absurda que hubiese decidido sacar aquella espada para ponerla apunto aquel mismo día.
La chica que había ido, la drogadicta de las hierbas…
No podía ser.
¿O sí?
Pasó la yema de los dedos por encima de la hoja con suavidad. No le gustaba presumir, pero Karma era una de sus mejores obras. Fiable, ligera y grácil, tan afilada como la lengua de su dueña.
Sonrió.
Quizás no tanto.
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Off: Perdonad la tardanza y el post en si. Adulting y tal. ; - ;
Eltrant Tale
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Re: De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
Cohen vio como su plan para obtener la joya parecía avanzar, salvo que el humano parecía tener una fuerte resistencia a la magia de su voz, algo a lo que el vampiro no estaba demasiado acostumbrado.
Pero lo que dificultó verdaderamente la situación fue la mujer, que al parecer, deseaba quitar un encantamiento que el propio rubí tenía.
Fue entonces cuando el vampiro comenzó a ver extrañas criaturas rodeándole. Criaturas monstruosas mientras el cielo comenzaba a aclararse. El sol estaba a punto de salir, pero aquellos monstruos parecían intentar detenerlo.
Presa del terror, liberó un fuerte grito, buscando deshacerse de aquellos monstruos y deseoso de buscar un refugio antes de que el sol quemara cada parte de su cuerpo.
Liberó su grito más eficaz, intentando espantar a esas bestias y en sus movimientos por librarse de ellas, terminó chocando con algo material y tangible, un cuerpo al que dio un fuerte empujón. [1] [2]
Desorientado, dio un par de pasos hasta chocar contra el puesto de herrería. Enseguida todo pareció volver a la normalidad y aunque confundido, el vampiro buscó el rubí azul. Lo mejor sería tomarlo y salir del pueblo cuánto antes. Seguramente, pudiera venderlo en algún otro lugar.
Tras tomarlo del suelo y tras asegurarse de que Betis se encontraba bien mientras lloraba hecho un rosco en el suelo, tomó igualmente a su mascota y dio un par de pasos alejándose de ahí.
Apenas había avanzado unos pasos cuándo un grupo de personas acudieron hacia allí. Miraban desafiantes, tanto a la mujer como a él. Algunos comenzaron a decir a los vecinos que se marcharan a sus casas, desalojando por completo parte de la plaza. Otro se preguntaba dónde estaba el herrero de aquel puesto. Viendo la situación, Betis comenzó a gruñir en los brazos de Cohen, en dirección a los matones, poniéndose tenso por completo.
―¡El rubí azul! ¿Quién lo tiene? ―preguntó el hombre que parecía estar al mando del grupo, visiblemente encabronado.
―¿Qué rubí?― preguntó el vampiro― No he visto rubí alguno.
―¿Me tomas por tonto? Rastreadlo.
El vampiro vio que otro de los hombres, un fortachón musculoso de barba oscura que podría estar presentes en cualquiera de sus fantasías sexuales o sueños húmedos, se disponía a dar un paso hacia él.
―Espera… yo mismo te abriré mi bolsa para que la mires. Llevo cosas frágiles dentro y lo último que deseo es que se me rompan… ¿Puedo soltar antes a la pantera?
Introdujo su mano en la bolsa y sacó un objeto. Un frasco de cristal con una sustancia anaranjada y ardiente. A través del contacto de cristal, se notaba el calor interno que albergaba el objeto.
Moviendo su brazo rápidamente, lanzó el vial en dirección al grupo principal y corrió en dirección contraria. Por los gritos supuso que alguien había terminado quemándose, pero Cohen no se detuvo a comprobarlo. [3]
Con Betis corriendo a su lado, ambos se dispusieron a abandonar el lugar. Afortunadamente, estaba entrenado para desplazarse rápidamente, por lo que esperaba poder poner distancia con sus perseguidores con facilidad [4]
[1] Uso de mi habilidad Grito de Tormento [Mágica, 2 usos de 1 turno]:
Cohen emite un grito que causa un fuerte dolor de cabeza, acompañado de mareos, visión borrosa y una cierta desorientación en las personas a su alrededor. Primer Uso
[2] Además de afectar a Eilydh con el grito, la empujo en mi estado de pánico creyendo que es una terrorífica criatura.
[3] Uso de mi objeto - Fuego Embotellado (Elixir) (1 uso): Líquido anaranjado que, al hacer contacto con el aire, se incendia inmediatamente. Puede cubrir un área de hasta 1 metro cuadrado. Las llamas duran aproximadamente 1 minuto (a menos que se expandan en un material inflamable). Dejo a vuestro criterio los afectados por el fuego, ya que Cohen se las pira con el rubí.
[4] Alusión a mi talento Agilidad.
Pero lo que dificultó verdaderamente la situación fue la mujer, que al parecer, deseaba quitar un encantamiento que el propio rubí tenía.
Fue entonces cuando el vampiro comenzó a ver extrañas criaturas rodeándole. Criaturas monstruosas mientras el cielo comenzaba a aclararse. El sol estaba a punto de salir, pero aquellos monstruos parecían intentar detenerlo.
Presa del terror, liberó un fuerte grito, buscando deshacerse de aquellos monstruos y deseoso de buscar un refugio antes de que el sol quemara cada parte de su cuerpo.
Liberó su grito más eficaz, intentando espantar a esas bestias y en sus movimientos por librarse de ellas, terminó chocando con algo material y tangible, un cuerpo al que dio un fuerte empujón. [1] [2]
Desorientado, dio un par de pasos hasta chocar contra el puesto de herrería. Enseguida todo pareció volver a la normalidad y aunque confundido, el vampiro buscó el rubí azul. Lo mejor sería tomarlo y salir del pueblo cuánto antes. Seguramente, pudiera venderlo en algún otro lugar.
Tras tomarlo del suelo y tras asegurarse de que Betis se encontraba bien mientras lloraba hecho un rosco en el suelo, tomó igualmente a su mascota y dio un par de pasos alejándose de ahí.
Apenas había avanzado unos pasos cuándo un grupo de personas acudieron hacia allí. Miraban desafiantes, tanto a la mujer como a él. Algunos comenzaron a decir a los vecinos que se marcharan a sus casas, desalojando por completo parte de la plaza. Otro se preguntaba dónde estaba el herrero de aquel puesto. Viendo la situación, Betis comenzó a gruñir en los brazos de Cohen, en dirección a los matones, poniéndose tenso por completo.
―¡El rubí azul! ¿Quién lo tiene? ―preguntó el hombre que parecía estar al mando del grupo, visiblemente encabronado.
―¿Qué rubí?― preguntó el vampiro― No he visto rubí alguno.
―¿Me tomas por tonto? Rastreadlo.
El vampiro vio que otro de los hombres, un fortachón musculoso de barba oscura que podría estar presentes en cualquiera de sus fantasías sexuales o sueños húmedos, se disponía a dar un paso hacia él.
―Espera… yo mismo te abriré mi bolsa para que la mires. Llevo cosas frágiles dentro y lo último que deseo es que se me rompan… ¿Puedo soltar antes a la pantera?
Introdujo su mano en la bolsa y sacó un objeto. Un frasco de cristal con una sustancia anaranjada y ardiente. A través del contacto de cristal, se notaba el calor interno que albergaba el objeto.
Moviendo su brazo rápidamente, lanzó el vial en dirección al grupo principal y corrió en dirección contraria. Por los gritos supuso que alguien había terminado quemándose, pero Cohen no se detuvo a comprobarlo. [3]
Con Betis corriendo a su lado, ambos se dispusieron a abandonar el lugar. Afortunadamente, estaba entrenado para desplazarse rápidamente, por lo que esperaba poder poner distancia con sus perseguidores con facilidad [4]
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[1] Uso de mi habilidad Grito de Tormento [Mágica, 2 usos de 1 turno]:
Cohen emite un grito que causa un fuerte dolor de cabeza, acompañado de mareos, visión borrosa y una cierta desorientación en las personas a su alrededor. Primer Uso
[2] Además de afectar a Eilydh con el grito, la empujo en mi estado de pánico creyendo que es una terrorífica criatura.
[3] Uso de mi objeto - Fuego Embotellado (Elixir) (1 uso): Líquido anaranjado que, al hacer contacto con el aire, se incendia inmediatamente. Puede cubrir un área de hasta 1 metro cuadrado. Las llamas duran aproximadamente 1 minuto (a menos que se expandan en un material inflamable). Dejo a vuestro criterio los afectados por el fuego, ya que Cohen se las pira con el rubí.
[4] Alusión a mi talento Agilidad.
Cohen
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Re: De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
Eilydh sonrió ante los gestos apesadumbrados de aquellos que habían inspirado el incienso. Sus rostros contaban la historia de aquellas visiones que había suscitado en sus mentes y tan solo era cuestión de esperar a que aquello acabase para que le diesen el diamante de manera voluntaria. O al menos aquello creía.
El primero en escindirse de los efectos de su objeto fue el vendedor ambulante. Su gesto se tornó molesto e hizo la inexplicable acción de dejar aquello que todos deseaban en el suelo. Aquello enfureció a Eilydh quien lo miró desafiante por unos instantes ¿Es que acaso se pensaba que eran meros perros y que simplemente se pelearían por un rubí que había dejado en el suelo? ¿Quién demonios era aquel desconocido que se podía permitir dejar abandonado un objeto tan valioso?
Su proceso mental se vio interrumpido por una escena bélica entre el vampiro montado en una pantera y unos hombres decididos a tomar también el rubí. Eilydh intentó reaccionar antes si quiera de que el vampiro se hiciese con el rubí, pero sumido como estaba en la visión de su incienso notó como las manos de este simplemente la empujaban hacia atrás perdiendo el equilibrio y cayendose sobre si misma sin poder hacer mucho más. Aquello la avergonzó de muchas maneras y por alguna razón su primera reacción fue asegurarse que el vendedor ambulante no la hubiese visto caer. No lo hizo, de hecho había desaparecido dentro de su carromato de nuevo.
Los dos o tres segundos que desvió su mirada fue el único tiempo necesario para que el vampiro se hiciese al fin con el rubí. Eilydh no estaba segura de si quería o no tanto aquella joya, pero necesitaba el dinero antes de la media noche. Sumida en la molestia de haber sido empujada se aupó en el instante mismo en el que Cohen desató lo que parecía ser una lengua incandescente de aire. No tuvo tiempo de reaccionar de otra manera que usando su brazo como escudo. El dolor intenso de la quemadura en su piel la hizo ahogar un grito.
No pudo decir lo mismo de dos de los hombres a su lado, cuyos rostros acabaron impregnados de lleno con el contenido de aquel recipiente y gritaron de dolor para luego unirse a la carrera de sus compañeros intentando hacerse con el rubí.
A ambos lados de la plaza central pequeñas cabezas oteaban la situación acontecida y como si de una cadena de secretos se tratase, el cuerpo pequeño de los niños sin hogar de aquella aldea se movía casi al unísono con la excitación de todo lo que los susurros de sus compañeros habían comenzado a informarles. Uno a uno pasaban el secreto del rubí como comandando una orden silenciosa. Para cuando se extendió a la casa de Patrick Snive, el hombre ya conocía la apariencia de aquel que se había hecho con su gema y deshecho de los hombres que había mandando.
-¿Y cuántos dicen que son?- dijo el hombre cuya barba canosa se mezclaba con su barriga redondeada.
-Unos 3... pero dos de ellos parecen inofensivos, Una drogadicta y un hombre anciano.Tan solo el hombre de la pantera parece alguien a quién tener en cuenta.
-¿Y dices que tienen la otra parte?¿Estás seguro?- dijo de nuevo el hombre gordinflón dando un bocado al muslo del pollo que comía sin prestar mucha atención a nada más que al objeto que tenía frente así en una repisa transparente.
-Segurisimo, señor. Tenía el mismo brillo que el vuestro pero más intenso y... bueno señor creo que latía.
El hombre miró al pequeño y algo en aquellas palabras lo hicieron finalmente levantarse de la mesa.
Su estatura enorme, mas de dos metros se reveló entonces. Sus manos curtidas buscaron al lado de la mesa que contenía su almuerzo hasta alcanzar un hacha de un tamaño considerable.
Antes de salir de la habitación acarició casi con cariño la vitrina de cristal que contenía una porción redondeada casi gemela al rubí que había robado Cohen. Un pequeño haz de luz pareció responderle.
-No te apures.- dijo susurrando- Si es verdad que está cerca, esta vez nada me parará hasta traerlo de nuevo contigo-
Y se alejó de aquella sala guiado por los niños que le indicaban aquí y allá hacia donde dirigirse para acercarse a Cohen y tomarlo por sorpresa. Su hacha balnceándose aquí y allá mientras caminaba,
-El cabezudooooo- susurraban los niños al verlo pasar- El cabezudo ha salido de su casa...- Canturreaban- Agarren a sus hijos, aseguren sus mazas... protejan a sus mujeres y cierren las puertas con gracia. El cabezudo... el cabezudo ha salido de su casa-
Aquel día no podía estar yendo peor, y había tan solo un culpable a su suerte. Con su antebrazo dolorido no se escatimó en avanzar con un gesto enfadado hasta el carromato del mercader. Invitándose a si misma tras la puerta del mismo.
-Dime, anciano..- añadió.- ¿Acaso se hace mucho dinero vendiendo metales y cuchillos? Si es así... debería reconsiderar mi profesión- Una punzada de molestia inundó su gesto por un segundo. Ella misma no entendía cual era ya su profesión.- Y si es así... jugueteó con un objeto a medio hacer en el almacén del hombre- ¿Por qué alguien rico viviría así? - añadió con gesto altanero.
Su brazo herido tocó de manera descuidada el metal de una cacerola. El frío del objeto en su piel la hizo ahogar un alarido de dolor. Aquello la molestó aún más.
-Dejémonos de juegos.- dijo finalmente, agarrando un cuchillo que encontró cerca de ella y apuntando a Eltrant con él- Si eres lo suficientemente rico como para no querer el rubí, dame todo lo que tengas y te dejaré marchar con vida. Si eres un farsante... entonces mmm va a ser muy dificil que salgas con vida de aquí cierto... - Eilydh miró a su alrededor, acercando un poco más el cuchillo al cuello del hombre- quizás mmm... necesito un arma nueva. Podríamos llegar a un acuerdo y...
Y entonces la vio. Cerca de las manos del hombre. El brillo azulado característico de aquel metal llamándola. Sus ojos se abrieron de par en par y un sentimiento de desasosiego la recorrió por un segundo e hizo que bajase el cuchillo con el que apuntaba al hombre. Su concentración tan solo enfocada en la visión de su espada.
-¿K...karma?- dijo casi en un sollozo que consiguió camuflar como un susurro-
Miró a todos lados preguntándose qué diablos hacía su espada allí. Se dio de bruces con la cara de Eltrant y una sensación conocida la inundó. La rabia presionaba su cabeza y necesitaba acabar con quien fuese aquel desconocido. Dejó el cuchillo a un lado y dirigió sus manos al cuello del pobre hombre.
-¿Quién demonios eres? ¿Y como diablos tienes mi espada?. ¡maldito ladrón!- añadió. Golpeó el pecho de Eltrant con la fuerza escasa que sus músculos y el dolor de su quemadura le dejaron.
Hacía meses que no pronunciaba aquellas palabras. Y no estaba segura de si Ash'alá iba a acudir a su llamada después de todo este tiempo, pero sintió de pronto que todo el dolor que había sentido hasta ahora estaba canalizado en los ojos marrones de aquel desconocido... que le resultaban por otra manera bastante familiares.
-Aiya- pronunció arrugando la nariz a punto de apretar el cuello de aquel hombre con fuerza.
La rabia en los oídos de Eilydh no la dejó escucharlo, pero un sonido sordo inundó la sala e hizo balancearse aquel carromato. El tigre de pelaje blanquecino observó a su dueña con un gesto apático. Su rostro se transformó sin embargo al identificar al humano preso de su agarre. Se posicionó entre ambos y para toda sorpresa de la chica rugió a Eilydh malhumorado.
¿Su tigre contra ella misma? ¿Qué diablos?
El primero en escindirse de los efectos de su objeto fue el vendedor ambulante. Su gesto se tornó molesto e hizo la inexplicable acción de dejar aquello que todos deseaban en el suelo. Aquello enfureció a Eilydh quien lo miró desafiante por unos instantes ¿Es que acaso se pensaba que eran meros perros y que simplemente se pelearían por un rubí que había dejado en el suelo? ¿Quién demonios era aquel desconocido que se podía permitir dejar abandonado un objeto tan valioso?
Su proceso mental se vio interrumpido por una escena bélica entre el vampiro montado en una pantera y unos hombres decididos a tomar también el rubí. Eilydh intentó reaccionar antes si quiera de que el vampiro se hiciese con el rubí, pero sumido como estaba en la visión de su incienso notó como las manos de este simplemente la empujaban hacia atrás perdiendo el equilibrio y cayendose sobre si misma sin poder hacer mucho más. Aquello la avergonzó de muchas maneras y por alguna razón su primera reacción fue asegurarse que el vendedor ambulante no la hubiese visto caer. No lo hizo, de hecho había desaparecido dentro de su carromato de nuevo.
Los dos o tres segundos que desvió su mirada fue el único tiempo necesario para que el vampiro se hiciese al fin con el rubí. Eilydh no estaba segura de si quería o no tanto aquella joya, pero necesitaba el dinero antes de la media noche. Sumida en la molestia de haber sido empujada se aupó en el instante mismo en el que Cohen desató lo que parecía ser una lengua incandescente de aire. No tuvo tiempo de reaccionar de otra manera que usando su brazo como escudo. El dolor intenso de la quemadura en su piel la hizo ahogar un grito.
No pudo decir lo mismo de dos de los hombres a su lado, cuyos rostros acabaron impregnados de lleno con el contenido de aquel recipiente y gritaron de dolor para luego unirse a la carrera de sus compañeros intentando hacerse con el rubí.
A ambos lados de la plaza central pequeñas cabezas oteaban la situación acontecida y como si de una cadena de secretos se tratase, el cuerpo pequeño de los niños sin hogar de aquella aldea se movía casi al unísono con la excitación de todo lo que los susurros de sus compañeros habían comenzado a informarles. Uno a uno pasaban el secreto del rubí como comandando una orden silenciosa. Para cuando se extendió a la casa de Patrick Snive, el hombre ya conocía la apariencia de aquel que se había hecho con su gema y deshecho de los hombres que había mandando.
-¿Y cuántos dicen que son?- dijo el hombre cuya barba canosa se mezclaba con su barriga redondeada.
-Unos 3... pero dos de ellos parecen inofensivos, Una drogadicta y un hombre anciano.Tan solo el hombre de la pantera parece alguien a quién tener en cuenta.
-¿Y dices que tienen la otra parte?¿Estás seguro?- dijo de nuevo el hombre gordinflón dando un bocado al muslo del pollo que comía sin prestar mucha atención a nada más que al objeto que tenía frente así en una repisa transparente.
-Segurisimo, señor. Tenía el mismo brillo que el vuestro pero más intenso y... bueno señor creo que latía.
El hombre miró al pequeño y algo en aquellas palabras lo hicieron finalmente levantarse de la mesa.
Su estatura enorme, mas de dos metros se reveló entonces. Sus manos curtidas buscaron al lado de la mesa que contenía su almuerzo hasta alcanzar un hacha de un tamaño considerable.
Antes de salir de la habitación acarició casi con cariño la vitrina de cristal que contenía una porción redondeada casi gemela al rubí que había robado Cohen. Un pequeño haz de luz pareció responderle.
-No te apures.- dijo susurrando- Si es verdad que está cerca, esta vez nada me parará hasta traerlo de nuevo contigo-
Y se alejó de aquella sala guiado por los niños que le indicaban aquí y allá hacia donde dirigirse para acercarse a Cohen y tomarlo por sorpresa. Su hacha balnceándose aquí y allá mientras caminaba,
-El cabezudooooo- susurraban los niños al verlo pasar- El cabezudo ha salido de su casa...- Canturreaban- Agarren a sus hijos, aseguren sus mazas... protejan a sus mujeres y cierren las puertas con gracia. El cabezudo... el cabezudo ha salido de su casa-
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Eilydh posó su mano sobre su antebrazo en acto reflejo. Miró a Cohen huir y luego llevó sus ojos furiosos hasta la puerta entre abierta por donde había desaparecido el vendedor.Su volátil mente preguntándose de nuevo porqué alguien dejaría escapar la oportunidad de tener aquella joya.Aquel día no podía estar yendo peor, y había tan solo un culpable a su suerte. Con su antebrazo dolorido no se escatimó en avanzar con un gesto enfadado hasta el carromato del mercader. Invitándose a si misma tras la puerta del mismo.
-Dime, anciano..- añadió.- ¿Acaso se hace mucho dinero vendiendo metales y cuchillos? Si es así... debería reconsiderar mi profesión- Una punzada de molestia inundó su gesto por un segundo. Ella misma no entendía cual era ya su profesión.- Y si es así... jugueteó con un objeto a medio hacer en el almacén del hombre- ¿Por qué alguien rico viviría así? - añadió con gesto altanero.
Su brazo herido tocó de manera descuidada el metal de una cacerola. El frío del objeto en su piel la hizo ahogar un alarido de dolor. Aquello la molestó aún más.
-Dejémonos de juegos.- dijo finalmente, agarrando un cuchillo que encontró cerca de ella y apuntando a Eltrant con él- Si eres lo suficientemente rico como para no querer el rubí, dame todo lo que tengas y te dejaré marchar con vida. Si eres un farsante... entonces mmm va a ser muy dificil que salgas con vida de aquí cierto... - Eilydh miró a su alrededor, acercando un poco más el cuchillo al cuello del hombre- quizás mmm... necesito un arma nueva. Podríamos llegar a un acuerdo y...
Y entonces la vio. Cerca de las manos del hombre. El brillo azulado característico de aquel metal llamándola. Sus ojos se abrieron de par en par y un sentimiento de desasosiego la recorrió por un segundo e hizo que bajase el cuchillo con el que apuntaba al hombre. Su concentración tan solo enfocada en la visión de su espada.
-¿K...karma?- dijo casi en un sollozo que consiguió camuflar como un susurro-
Miró a todos lados preguntándose qué diablos hacía su espada allí. Se dio de bruces con la cara de Eltrant y una sensación conocida la inundó. La rabia presionaba su cabeza y necesitaba acabar con quien fuese aquel desconocido. Dejó el cuchillo a un lado y dirigió sus manos al cuello del pobre hombre.
-¿Quién demonios eres? ¿Y como diablos tienes mi espada?. ¡maldito ladrón!- añadió. Golpeó el pecho de Eltrant con la fuerza escasa que sus músculos y el dolor de su quemadura le dejaron.
Hacía meses que no pronunciaba aquellas palabras. Y no estaba segura de si Ash'alá iba a acudir a su llamada después de todo este tiempo, pero sintió de pronto que todo el dolor que había sentido hasta ahora estaba canalizado en los ojos marrones de aquel desconocido... que le resultaban por otra manera bastante familiares.
-Aiya- pronunció arrugando la nariz a punto de apretar el cuello de aquel hombre con fuerza.
La rabia en los oídos de Eilydh no la dejó escucharlo, pero un sonido sordo inundó la sala e hizo balancearse aquel carromato. El tigre de pelaje blanquecino observó a su dueña con un gesto apático. Su rostro se transformó sin embargo al identificar al humano preso de su agarre. Se posicionó entre ambos y para toda sorpresa de la chica rugió a Eilydh malhumorado.
¿Su tigre contra ella misma? ¿Qué diablos?
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Re: De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
Cohen y su mascota no tardaron en toparse con un inesperado obstáculo: un muro de agua surgido repentinamente del suelo terroso de los caminos de la aldea [1]. Girándose, descubrirían que solo una figura, de entre las personas congregadas en la plaza, los siguió. Esta persona, ubicada en un lugar apartado y relativamente seguro, había eludido el fuego y vio a Cohen mientras tomaba el rubí azul del suelo.
Helena observó con atención a la extraña pareja, una expresión curiosa danzando en sus ojos mientras mantenía una mano en la cadera.
-Es curioso.-Comentó, esbozando una sonrisa.-Un rubí azul, ¿eh? Esa joya podría valer una fortuna, y son muchos los que podrían desearla. No me interesan tus motivos ni tus aspiraciones,-Añadió con un gesto de desdén, moviendo la mano con indiferencia.-Pero casualmente, yo soy una de esas personas interesadas en esta joya.-Con pasos decididos, se acercó a la pareja.-Dámelo.-Ordenó, extendiendo la mano con urgencia. Por instinto, su otra mano se deslizó hacia su cinto, lista para empuñar una de sus dagas en cualquier momento.
-Un hombre con una pantera.-Resonó una voz grave y ligeramente ronca en el silencio del lugar. Las calles, desiertas debido a la amenaza de lluvia que se cernía sobre ellas una vez más, permanecían envueltas en un halo de quietud bajo el cielo encapotado, que no daba señales de querer despejarse.
El propietario de aquella voz era un hombre de mediana edad, llevando consigo una imponente hacha descansando sobre su hombro. Con una calvicie prominente, una barba canosa y una barriga que sobresalía notablemente, observó tanto a Helena como al hombre con una sonrisa burlona. Seguramente su aliento olía a una mezcla de la última comida que había tomado y alcohol. A Helena no le agradaban los hombres en general, pero estos individuos en particular le producían un desagrado aún mayor, y en su rostro se pudo ver reflejado eso cuando se volteó parcialmente, sin quitar la mano de su cinto.
-¿Sabes algo del rubí?-Le preguntó el calvo directamente al hombre.
Helena rodó los ojos con exasperación y soltó un suspiro fatigado ante la aparición de otro curioso más interesado en el motivo de su presencia en esa aldea remota.
-¿Es que este pueblo es tan aburrido que todos estáis pendientes de lo más mínimo que ocurre?-Se quejó-Lárgate, barrigón.-Añadió con un destello de hostilidad en su mirada.
-Te vas a largar tú, rubita.-Replicó el hombre de manera amenazante, haciendo rebotar el hacha en su hombro.-Esa joya me pertenece, y parece que, por vuestra actitud, alguno de vosotros dos la tiene.
Helena, visiblemente molesta, se volteó completamente.
-¿De qué mar putrefacto has salido?-Era una forma de decir "¿Y tú quién eres?". Haber estado estudiando tanto sobre los Conocimientos del Agua y todas sus formas le había hecho adquirir un lenguaje peculiar últimamente, y se sentía identificado con él.-Vete antes de que clave alguno de mis cuchillos en tu barriga y veamos cuánta grasa es capaz de tener dentro una persona.-Amenazó. Antes de que el hombre pueda replicar, Helena no lo dejó hablar y directamente lo ignoró volteándose de nuevo para mirar al otro hombre y su pantera.-Dame el rubí o me hago un abrigo de piel con tu gato.-Extendió la mano de forma mucho más contundente esta vez.
Helena observó con atención a la extraña pareja, una expresión curiosa danzando en sus ojos mientras mantenía una mano en la cadera.
-Es curioso.-Comentó, esbozando una sonrisa.-Un rubí azul, ¿eh? Esa joya podría valer una fortuna, y son muchos los que podrían desearla. No me interesan tus motivos ni tus aspiraciones,-Añadió con un gesto de desdén, moviendo la mano con indiferencia.-Pero casualmente, yo soy una de esas personas interesadas en esta joya.-Con pasos decididos, se acercó a la pareja.-Dámelo.-Ordenó, extendiendo la mano con urgencia. Por instinto, su otra mano se deslizó hacia su cinto, lista para empuñar una de sus dagas en cualquier momento.
-Un hombre con una pantera.-Resonó una voz grave y ligeramente ronca en el silencio del lugar. Las calles, desiertas debido a la amenaza de lluvia que se cernía sobre ellas una vez más, permanecían envueltas en un halo de quietud bajo el cielo encapotado, que no daba señales de querer despejarse.
El propietario de aquella voz era un hombre de mediana edad, llevando consigo una imponente hacha descansando sobre su hombro. Con una calvicie prominente, una barba canosa y una barriga que sobresalía notablemente, observó tanto a Helena como al hombre con una sonrisa burlona. Seguramente su aliento olía a una mezcla de la última comida que había tomado y alcohol. A Helena no le agradaban los hombres en general, pero estos individuos en particular le producían un desagrado aún mayor, y en su rostro se pudo ver reflejado eso cuando se volteó parcialmente, sin quitar la mano de su cinto.
-¿Sabes algo del rubí?-Le preguntó el calvo directamente al hombre.
Helena rodó los ojos con exasperación y soltó un suspiro fatigado ante la aparición de otro curioso más interesado en el motivo de su presencia en esa aldea remota.
-¿Es que este pueblo es tan aburrido que todos estáis pendientes de lo más mínimo que ocurre?-Se quejó-Lárgate, barrigón.-Añadió con un destello de hostilidad en su mirada.
-Te vas a largar tú, rubita.-Replicó el hombre de manera amenazante, haciendo rebotar el hacha en su hombro.-Esa joya me pertenece, y parece que, por vuestra actitud, alguno de vosotros dos la tiene.
Helena, visiblemente molesta, se volteó completamente.
-¿De qué mar putrefacto has salido?-Era una forma de decir "¿Y tú quién eres?". Haber estado estudiando tanto sobre los Conocimientos del Agua y todas sus formas le había hecho adquirir un lenguaje peculiar últimamente, y se sentía identificado con él.-Vete antes de que clave alguno de mis cuchillos en tu barriga y veamos cuánta grasa es capaz de tener dentro una persona.-Amenazó. Antes de que el hombre pueda replicar, Helena no lo dejó hablar y directamente lo ignoró volteándose de nuevo para mirar al otro hombre y su pantera.-Dame el rubí o me hago un abrigo de piel con tu gato.-Extendió la mano de forma mucho más contundente esta vez.
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Off;
-Habilidad usada [1] --> Nivel 2: Alzar las aguas: [Mágica, 2 usos] Helena es capaz de elevar una gran cantidad de masa de agua para crear un muro de agua que bloquea o desvía ataques enemigos durante un turno.
Helena Rhodes
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Re: De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
El tiempo se ralentizó.
Lo que casi se le antojaron como meses trascurrieron entre el momento en el que la mujer de aspecto frágil y agotado reconoció la espada. Aquella dichosa espada. ¿Por qué la había estado guardando para empezar? No era como si…
Torció su ya de por si malhumorado gesto cuando la mujer le golpeó en el pecho y le forzó a retroceder un par de pasos por la inercia. Después la miró fijamente a los ojos, tratando de reconocer un atisbo de la persona que el antiguo mercenario creía conocer.
¿Era ella de verdad? ¿Sí? ¿No? Había reconocido la espada.
Y aquella última palabra que pronunció la desconocida… la había oído antes.
- Se la estoy guardando a su dueña. – gruñó, momento en el que el carromato dio una violenta sacudida que precedió a otro integrante más en todo aquel dantesco espectáculo que se había formado por meterse dónde no le llamaban.
El gigantesco felino que seguía a…
- ¿Eilydh? – Articuló, ligeramente cohibido por la implicación de aquel nombre.
Un intenso dolor se apoderó de su cabeza al pronunciar aquella palabra, justo tras su ojo grisáceo y sin luz. La dichosa maldición seguía haciendo de las suyas, blasfemó en voz baja y sacudió la cabeza.
Sí, el dolor era la maldición. Y no que estuviese llorando.
Incluso si era ella, incluso si él la podía reconocer…
Volvió a dejar escapar una maldición más parecido a un lamento y se giró hacia la mujer.
– Saca a tu dichoso gato de aquí si no quieres que… - Se pasó la mano por la cara y se aclaró la garganta, fingiendo recobrar una compostura que no había tenido en varios años, enjugándose las lágrimas que se le habían escapado. – No hay mucho espacio. – aseveró.
Dejando a un lado que el felino bicolor había decidido, por cualquier extraño motivo, posicionarse entre él y la mujer de forma que parecía que estaba de su parte, en el exterior las cosas parecían estar escalando a unos niveles dignos de aquel dichoso continente al que llamaba hogar.
Por supuesto que todo iba acabar siendo una batalla campal.
Por supuesto que tenia un gato sobredimensionado bufando frente a él.
Por supuesto que una de las personas a las que había estado evitando estaba delante de él.
Puso los ojos en blanco y dejó escapar un suspiro tan largo que acabó en un quejido.
- Oh, Freyja… - Se pasó la mano por la barba y lanzó una larga mirada a la… elfa que parecía tan confusa como el mismo por el comportamiento del tigre. - ¿No sois amigos? – Se detuvo un instante. - ¿No… erais amigos? – Se llevó su mano útil hasta la nuca, buscando las palabras que decir.
Si era completamente honesto consigo mismo seguía reacio a creer que todo aquello estaba subiendo… de aquella forma.
– Tengo… dudas de que tu seas su dueña… la persona a la que yo recuerdo era… - No tenia aspecto de ser un tema de conversación agradable si… bueno, si Eilydh de verdad era aquella persona de verdad.
Si no lo era igualmente era un viejo desvariando, así que no importaba demasiado.
Como él mismo, había vivido tiempos mejores. Aunque él al menos parecía relativamente cómodo en su situación. Sí que había notado que se había vuelto más gruñón durante los últimos años.
– La… persona que yo conozco no habría amenazado a un pobre anciano por unos pocos Aeros. – Sentenció con más dureza de la que pretendía, después volvió a suspirar. – No quiero ser desagra… - se detuvo, frustrado - Es solo sólo que… mira… - Paró una vez más y tomó la espada para, rodeando al tigre con cierta cautela, posarla en las manos de su legitima dueña. – Esta espada es importante para mí. – le dijo directamente, esbozando la… primera sonrisa genuina en mucho tiempo.
¿Cuánto…? Se contuvo inspirando profundamente.
– La dueña. La persona para la que la estoy cuidando es… la considero amiga mía. Algo cargante y arrogante. Pero con buen fondo. – Ruidos del altercado en el exterior seguía resonando en la carroza.
Desvió un momento su atención hacia la ventana, captando parcialmente lo que estaba pasando, y después le dio la espalda a la muchacha para agacharse y apartar la alfombra que cubría el suelo.
El tigre, entretanto, seguía con cara de pocos amigos a menos de un palmo de su cabeza.
Se encargó de devolverle la mirada.
– Lo que quiero… lo que intento decir es que Karma es especial. – dijo sin girarse a mirarla, aun agachado. - Y ya la han descartado… la has descartado una vez. – levantó un pesado tablón descubriendo el falso suelo, el lugar mejor oculto en su carroza. Digno del mejor de los contrabandistas. – Asegúrate de ser una dueña digna para ella. – Sentenció al mismo tiempo que alargaba la mano hasta el interior del compartimento.
Salió al exterior.
Eilydh tendría que debatir consigo misma que deseaba hacer; Si quería discutir tendría que seguirle al exterior. Se había decidido a hacer algo con todo aquello, sobre todo porque lo había empezado él… en cierto modo.
Lo justificó asegurando que era por los viejos tiempos.
En su cintura descansaba ahora una espada larga con la vaina de color azabache que parecía absolver la mismísima luz. En su hombro, asiéndola solo con una mano descansaba un largo objeto envuelto en vendas, una espada a vista de todos, una gigantesca espada.
Sonrió para sí, sintiendo la energía del arma recorrer su cuerpo.
La armadura tendría que esperar no tenía tiempo para ponérsela.
- Sí… - dijo, casi en tono paternal mirando el arma. - Ha pasado un tiempo… - de un único tirón de la tela descubrió el fantasmagórico brillo plateado de Olvido.
El mandoble seguía tal y como lo había dejado. Se lo pasó de una mano a la otra como si no pesase nada, sintiendo como el viento inextinguible que cubría la espada recorría su cuerpo respondía de igual forma, recorriendo en primer lugar sus brazos y después su cuerpo.
- Vamos a… –
Un muro de agua, en la distancia, captó su atención. Paró la huida del hombre que parecía ser el que llevaba en aquel momento; El vampiro que antes se le había intentado meter en la cabeza. Quien hubiese conjurado aquello debía ser un brujo bastante capaz, había la salida del pueblo casi en su totalidad.
Más problemas.
Se acercó hacia donde estaban todos congregados.
- No me interesa el dichoso rubí. Pero me da la sensación de que, por las personas que viven aquí, deberíamos parar de lanzar hechizos y hacer estallar cosas. ¿No os parece? – Clavó a Olvido en el suelo frente a él, liberando parte del viento de la espada en el proceso. – Relajémonos todos un poco. – Aseguró a continuación, girándose hacia el hombre regordete que, armado con un hacha se dirigía hacia la… bruja que estaba seguro de reconocer de algo.
En cualquier caso.
- ¡Eh! ¡Tu! ¡Vampiro! – Rebuscó entre sus bolsillos, la pantera que le acompañaba no solo parecía rápido, sino que también era capaz de comerse la cara de cualquiera de los presentes si se lo proponía. Al menos eso aparentaba.
Si quería hablar con él iba a tener que darse prisa.
– Tengo una pregunta para ti. - alzó su mano izquierda, donde había un dibujo de Lyn, mostrándoselo a todos. - ¿Te has cruzado en algún momento con una vampiresa como ella? – dijo zarandeando el papel.
- Tu te callas. – dijo a la aparición de Lyn creada por su cabeza, que, dejando escapar una risita, estaba ahora junto al vampiro como si tal cosa, como si estuviese en realidad allí. Aquella noche se había aparecido más veces que de costumbre, y últimamente solo escuchaba su voz.
¿Qué había cambiado?
Siempre le dolía verla. Normalmente evitaba hablarle por… no aparentar ser un viejo loco más de lo que ya lo era.
- Es como así de alta… - Hizo el gesto con la mano con la que sujetaba el papel indicando su altura. - … habla mucho, pelo negro… es así como muy pálida, algo cargante, hace chistes… - continuó diciendo. - ¿Nadie? Es un mejor tema de conversación que apuñalarnos por un rubí. –
Desde lo alto del castillo tenia una vista perfecta de todo el pueblo.
Su pueblo.
Palpó la cabeza, el cristal que coronaba el báculo que tenía en la mano derecha con cierto nerviosismo. No solo estaban tardando mucho, sino que los sonidos procedentes de la aldea no eran precisamente tranquilizadores.
Masculló en voz baja una retahíla de sinsentidos hasta que alguien llamando a la puerta de la estancia le devolvió a la realidad.
- Adelante. – resopló.
Uno de los tantos matones a sus órdenes entró en la habitación.
- ¿Y bien? –
- La chica esta bajo custodia. La tenemos en la casa del alcalde, ahí abajo. – dijo limpiándose el sudor que resbalaba por su cuello. – El zafir… quiero decir, el rubí aun no sabem… -
- ¿Para que me molestas entonces? –
- Pero, mi señor… -
El mencionado se atusó la barba de chivo y volvió a mirar a sus tierras. Si quería hacerlo bien, tendría que hacerlo él mismo. El cristal del báculo brilló tenuemente. Él rubí era su obra magna, magia pura concentrada, su mayor creación.
Muchos brujos se habían marchitado para crearla.
Y, además, como todo prototipo era increíblemente inestable.
Había sacrificado mucho por aquello y, por supuesto, estaba dispuesto a sacrificar a más.
- Pártele las piernas a la ingrata de mi hija. – dijo, con una frialdad que hizo al lacayo estremecerse. – Aseguraos que entiende que, no importa los nobles que fuesen sus motivos, robar esta mal. Voy a bajar mientras a la aldea. - Comentó, tomando varios de los rubíes que descansaban en la mesa a su derecha.
Los brujos con poco potencial como él tenían que usar todos los ardides posibles para llegar a la cima. Si conseguía estandarizar aquello, si refinaba la formula del rubí azul… cualquier persona podría tener la capacidad de un Tensai de alto rango.
Él mismo, sin ir más lejos.
O incluso más allá.
Off: [Introducir excusa genérica por falta de tiempo en la vida real]
Siento de verdad haber tardado tanto.
No es gran cosa pero he hecho esto para Cohen, espero que te guste: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Para los demás besitos en la frente. Muack y Muack <3
Lo que casi se le antojaron como meses trascurrieron entre el momento en el que la mujer de aspecto frágil y agotado reconoció la espada. Aquella dichosa espada. ¿Por qué la había estado guardando para empezar? No era como si…
Torció su ya de por si malhumorado gesto cuando la mujer le golpeó en el pecho y le forzó a retroceder un par de pasos por la inercia. Después la miró fijamente a los ojos, tratando de reconocer un atisbo de la persona que el antiguo mercenario creía conocer.
¿Era ella de verdad? ¿Sí? ¿No? Había reconocido la espada.
“Deja de pensártelo tanto. Si es evidente. Mira que os gusta el drama.”
Y aquella última palabra que pronunció la desconocida… la había oído antes.
- Se la estoy guardando a su dueña. – gruñó, momento en el que el carromato dio una violenta sacudida que precedió a otro integrante más en todo aquel dantesco espectáculo que se había formado por meterse dónde no le llamaban.
El gigantesco felino que seguía a…
- ¿Eilydh? – Articuló, ligeramente cohibido por la implicación de aquel nombre.
Un intenso dolor se apoderó de su cabeza al pronunciar aquella palabra, justo tras su ojo grisáceo y sin luz. La dichosa maldición seguía haciendo de las suyas, blasfemó en voz baja y sacudió la cabeza.
Sí, el dolor era la maldición. Y no que estuviese llorando.
Incluso si era ella, incluso si él la podía reconocer…
Volvió a dejar escapar una maldición más parecido a un lamento y se giró hacia la mujer.
– Saca a tu dichoso gato de aquí si no quieres que… - Se pasó la mano por la cara y se aclaró la garganta, fingiendo recobrar una compostura que no había tenido en varios años, enjugándose las lágrimas que se le habían escapado. – No hay mucho espacio. – aseveró.
Dejando a un lado que el felino bicolor había decidido, por cualquier extraño motivo, posicionarse entre él y la mujer de forma que parecía que estaba de su parte, en el exterior las cosas parecían estar escalando a unos niveles dignos de aquel dichoso continente al que llamaba hogar.
Por supuesto que todo iba acabar siendo una batalla campal.
Por supuesto que tenia un gato sobredimensionado bufando frente a él.
Por supuesto que una de las personas a las que había estado evitando estaba delante de él.
“Por supuesto que vas a ayudar.”
Puso los ojos en blanco y dejó escapar un suspiro tan largo que acabó en un quejido.
- Oh, Freyja… - Se pasó la mano por la barba y lanzó una larga mirada a la… elfa que parecía tan confusa como el mismo por el comportamiento del tigre. - ¿No sois amigos? – Se detuvo un instante. - ¿No… erais amigos? – Se llevó su mano útil hasta la nuca, buscando las palabras que decir.
Si era completamente honesto consigo mismo seguía reacio a creer que todo aquello estaba subiendo… de aquella forma.
– Tengo… dudas de que tu seas su dueña… la persona a la que yo recuerdo era… - No tenia aspecto de ser un tema de conversación agradable si… bueno, si Eilydh de verdad era aquella persona de verdad.
Si no lo era igualmente era un viejo desvariando, así que no importaba demasiado.
Como él mismo, había vivido tiempos mejores. Aunque él al menos parecía relativamente cómodo en su situación. Sí que había notado que se había vuelto más gruñón durante los últimos años.
– La… persona que yo conozco no habría amenazado a un pobre anciano por unos pocos Aeros. – Sentenció con más dureza de la que pretendía, después volvió a suspirar. – No quiero ser desagra… - se detuvo, frustrado - Es solo sólo que… mira… - Paró una vez más y tomó la espada para, rodeando al tigre con cierta cautela, posarla en las manos de su legitima dueña. – Esta espada es importante para mí. – le dijo directamente, esbozando la… primera sonrisa genuina en mucho tiempo.
¿Cuánto…? Se contuvo inspirando profundamente.
“Demasiado, Mortal”
– La dueña. La persona para la que la estoy cuidando es… la considero amiga mía. Algo cargante y arrogante. Pero con buen fondo. – Ruidos del altercado en el exterior seguía resonando en la carroza.
Desvió un momento su atención hacia la ventana, captando parcialmente lo que estaba pasando, y después le dio la espalda a la muchacha para agacharse y apartar la alfombra que cubría el suelo.
El tigre, entretanto, seguía con cara de pocos amigos a menos de un palmo de su cabeza.
Se encargó de devolverle la mirada.
– Lo que quiero… lo que intento decir es que Karma es especial. – dijo sin girarse a mirarla, aun agachado. - Y ya la han descartado… la has descartado una vez. – levantó un pesado tablón descubriendo el falso suelo, el lugar mejor oculto en su carroza. Digno del mejor de los contrabandistas. – Asegúrate de ser una dueña digna para ella. – Sentenció al mismo tiempo que alargaba la mano hasta el interior del compartimento.
[…]
Salió al exterior.
Eilydh tendría que debatir consigo misma que deseaba hacer; Si quería discutir tendría que seguirle al exterior. Se había decidido a hacer algo con todo aquello, sobre todo porque lo había empezado él… en cierto modo.
Lo justificó asegurando que era por los viejos tiempos.
En su cintura descansaba ahora una espada larga con la vaina de color azabache que parecía absolver la mismísima luz. En su hombro, asiéndola solo con una mano descansaba un largo objeto envuelto en vendas, una espada a vista de todos, una gigantesca espada.
Sonrió para sí, sintiendo la energía del arma recorrer su cuerpo.
La armadura tendría que esperar no tenía tiempo para ponérsela.
- Sí… - dijo, casi en tono paternal mirando el arma. - Ha pasado un tiempo… - de un único tirón de la tela descubrió el fantasmagórico brillo plateado de Olvido.
El mandoble seguía tal y como lo había dejado. Se lo pasó de una mano a la otra como si no pesase nada, sintiendo como el viento inextinguible que cubría la espada recorría su cuerpo respondía de igual forma, recorriendo en primer lugar sus brazos y después su cuerpo.
- Vamos a… –
Un muro de agua, en la distancia, captó su atención. Paró la huida del hombre que parecía ser el que llevaba en aquel momento; El vampiro que antes se le había intentado meter en la cabeza. Quien hubiese conjurado aquello debía ser un brujo bastante capaz, había la salida del pueblo casi en su totalidad.
Más problemas.
Se acercó hacia donde estaban todos congregados.
- No me interesa el dichoso rubí. Pero me da la sensación de que, por las personas que viven aquí, deberíamos parar de lanzar hechizos y hacer estallar cosas. ¿No os parece? – Clavó a Olvido en el suelo frente a él, liberando parte del viento de la espada en el proceso. – Relajémonos todos un poco. – Aseguró a continuación, girándose hacia el hombre regordete que, armado con un hacha se dirigía hacia la… bruja que estaba seguro de reconocer de algo.
En cualquier caso.
- ¡Eh! ¡Tu! ¡Vampiro! – Rebuscó entre sus bolsillos, la pantera que le acompañaba no solo parecía rápido, sino que también era capaz de comerse la cara de cualquiera de los presentes si se lo proponía. Al menos eso aparentaba.
Si quería hablar con él iba a tener que darse prisa.
– Tengo una pregunta para ti. - alzó su mano izquierda, donde había un dibujo de Lyn, mostrándoselo a todos. - ¿Te has cruzado en algún momento con una vampiresa como ella? – dijo zarandeando el papel.
“¿De verdad le estas preguntando a un vampiro si me conoce solo porque compartimos restricciones dietarías, Mortal? ¿Pero tú sabes lo racista que suena eso? Ts, ts, ts.”
- Tu te callas. – dijo a la aparición de Lyn creada por su cabeza, que, dejando escapar una risita, estaba ahora junto al vampiro como si tal cosa, como si estuviese en realidad allí. Aquella noche se había aparecido más veces que de costumbre, y últimamente solo escuchaba su voz.
¿Qué había cambiado?
Siempre le dolía verla. Normalmente evitaba hablarle por… no aparentar ser un viejo loco más de lo que ya lo era.
- Es como así de alta… - Hizo el gesto con la mano con la que sujetaba el papel indicando su altura. - … habla mucho, pelo negro… es así como muy pálida, algo cargante, hace chistes… - continuó diciendo. - ¿Nadie? Es un mejor tema de conversación que apuñalarnos por un rubí. –
_____________________________________________________
Desde lo alto del castillo tenia una vista perfecta de todo el pueblo.
Su pueblo.
Palpó la cabeza, el cristal que coronaba el báculo que tenía en la mano derecha con cierto nerviosismo. No solo estaban tardando mucho, sino que los sonidos procedentes de la aldea no eran precisamente tranquilizadores.
Masculló en voz baja una retahíla de sinsentidos hasta que alguien llamando a la puerta de la estancia le devolvió a la realidad.
- Adelante. – resopló.
Uno de los tantos matones a sus órdenes entró en la habitación.
- ¿Y bien? –
- La chica esta bajo custodia. La tenemos en la casa del alcalde, ahí abajo. – dijo limpiándose el sudor que resbalaba por su cuello. – El zafir… quiero decir, el rubí aun no sabem… -
- ¿Para que me molestas entonces? –
- Pero, mi señor… -
El mencionado se atusó la barba de chivo y volvió a mirar a sus tierras. Si quería hacerlo bien, tendría que hacerlo él mismo. El cristal del báculo brilló tenuemente. Él rubí era su obra magna, magia pura concentrada, su mayor creación.
Muchos brujos se habían marchitado para crearla.
Y, además, como todo prototipo era increíblemente inestable.
Había sacrificado mucho por aquello y, por supuesto, estaba dispuesto a sacrificar a más.
- Pártele las piernas a la ingrata de mi hija. – dijo, con una frialdad que hizo al lacayo estremecerse. – Aseguraos que entiende que, no importa los nobles que fuesen sus motivos, robar esta mal. Voy a bajar mientras a la aldea. - Comentó, tomando varios de los rubíes que descansaban en la mesa a su derecha.
Los brujos con poco potencial como él tenían que usar todos los ardides posibles para llegar a la cima. Si conseguía estandarizar aquello, si refinaba la formula del rubí azul… cualquier persona podría tener la capacidad de un Tensai de alto rango.
Él mismo, sin ir más lejos.
O incluso más allá.
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Off: [Introducir excusa genérica por falta de tiempo en la vida real]
Siento de verdad haber tardado tanto.
No es gran cosa pero he hecho esto para Cohen, espero que te guste: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
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Eltrant Tale
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Re: De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
Cohen se había visto atrapado en una calle a causa de un muro de agua enorme que por arte de magia le había cortado el camino. El vampiro vio como una mujer joven se le acercaba pidiéndole que le entregara la joya. Al parecer, de gran valor, pues todos parecían fascinados por poseerla.
Posteriormente, un matón de dos metros que intimidaría hasta a Peter apareció tras ella, exigiendo igualmente la entrega del diamante.
“Pero… ¿es que estos desgraciados no comprenden que este rubí ya tiene un legítimo propietario?”
Betis gruñía, sintiéndose intimidado por la presencia de aquellas dos amenazas, pero el vampiro se limitó a llevar una de sus manos hasta la cabeza de la mascota, acariciándola con el fin de tranquilizarla.
Cohen analizó las posibles salidas. Si bien el muro de agua cortaba la calle, aún podía escapar por los tejados, aunque el tamaño de Betis era ya lo suficientemente grande como para no llevarle encima y no estaba dispuesto a dejar atrás a la mascota.
―Dejad que os entregue la joya. No busco problemas…
Introdujo su mano derecha en su bolsa, a la vez que el herrero aparecía de nuevo. Su actitud parecía conciliadora, intentando calmar los ánimos y causó una distracción a su mente: A su lado, se proyectó la figura de una mujer, una a la que el vampiro no había visto jamás.
“¿Acaso el madurito es uno de esos brujos ilusionistas y pretende distraerme con esta ilusión para que ceda la joya?”
A medida que pasaba el tiempo, más personas parecían agruparse allí, interesados de lo que allí fuera a suceder. La mujer rubia no tardaría también en aparecer si se demoraba. Debía marcharse de allí y hacerlo rápido.
―No, no conozco a esta mujer… aquí está la joya... ¿a quién debo dársela?
Para entonces, ya tenía en la mano el objeto que necesitaba. Lo sacó de la bolsa, el pequeño espejo que había encontrado en aquel extraño lugar, en la Sala de la Mente, un lugar del que no estaba seguro si existía verdaderamente o no.
Tomó a Betis con su mano libre y aferrándose a él con el brazo, se miró en el espejo, quedando en su reflejo. Y entonces, ambos desaparecieron de allí [1].
La oscuridad se hizo eterna. El vampiro avanzó por aquel espacio tenebroso, mientras numerosas manos blancas sujetaban su cuerpo y lo trasladaban, pasándoselos de una a otra. Cohen sostenía con fuerza a Betis con sus manos, con miedo de que su mascota se separara de él y se perdiese allí, fuese lo que eso fuese.
Cuándo se hizo la luz se encontró al otro lado del muro de agua. Sin tiempo que perder, aún sintiendo el turbio contacto de aquellas manos que habían desaparecido, continuó con su huida, mientras el muro continuaba firme.
Antes de marchar, volvió a meter su mano en la bolsa de viaje y lanzó un pequeño frasco de cristal, que desprendió una inmensa nube de humo negro junto al muro de agua. Cuándo éste cayese, las sombras les impediría ver a sus persecutores y para entonces, él ya estaría lejos de la aldea. [2]
[1] Espejo de mano [Limitado, 2 usos]: Espejo pequeño con forma de mano. Te permite desaparecer y reaparecer al instante en un sitio dentro de 10 metros. No entenderás cómo ocurre, pero sentirás que caminaste esa distancia a través de una dimensión de oscuridad, dominio de infinitas manos blancas, durante un tiempo inestimable.
[2]Poción De Sombras [Elixir, Limitado, 1 uso] Un frasco oscuro. Al abrirse o romperse, empieza a liberar una gran cantidad de humo negro. Este no es nocivo para la salud, pero impide la visibilidad casi por completo en un radio de varios metros, facilitando huidas o sirviendo como distracción. Dura hasta dos turnos.
Posteriormente, un matón de dos metros que intimidaría hasta a Peter apareció tras ella, exigiendo igualmente la entrega del diamante.
“Pero… ¿es que estos desgraciados no comprenden que este rubí ya tiene un legítimo propietario?”
Betis gruñía, sintiéndose intimidado por la presencia de aquellas dos amenazas, pero el vampiro se limitó a llevar una de sus manos hasta la cabeza de la mascota, acariciándola con el fin de tranquilizarla.
Cohen analizó las posibles salidas. Si bien el muro de agua cortaba la calle, aún podía escapar por los tejados, aunque el tamaño de Betis era ya lo suficientemente grande como para no llevarle encima y no estaba dispuesto a dejar atrás a la mascota.
―Dejad que os entregue la joya. No busco problemas…
Introdujo su mano derecha en su bolsa, a la vez que el herrero aparecía de nuevo. Su actitud parecía conciliadora, intentando calmar los ánimos y causó una distracción a su mente: A su lado, se proyectó la figura de una mujer, una a la que el vampiro no había visto jamás.
“¿Acaso el madurito es uno de esos brujos ilusionistas y pretende distraerme con esta ilusión para que ceda la joya?”
A medida que pasaba el tiempo, más personas parecían agruparse allí, interesados de lo que allí fuera a suceder. La mujer rubia no tardaría también en aparecer si se demoraba. Debía marcharse de allí y hacerlo rápido.
―No, no conozco a esta mujer… aquí está la joya... ¿a quién debo dársela?
Para entonces, ya tenía en la mano el objeto que necesitaba. Lo sacó de la bolsa, el pequeño espejo que había encontrado en aquel extraño lugar, en la Sala de la Mente, un lugar del que no estaba seguro si existía verdaderamente o no.
Tomó a Betis con su mano libre y aferrándose a él con el brazo, se miró en el espejo, quedando en su reflejo. Y entonces, ambos desaparecieron de allí [1].
La oscuridad se hizo eterna. El vampiro avanzó por aquel espacio tenebroso, mientras numerosas manos blancas sujetaban su cuerpo y lo trasladaban, pasándoselos de una a otra. Cohen sostenía con fuerza a Betis con sus manos, con miedo de que su mascota se separara de él y se perdiese allí, fuese lo que eso fuese.
Cuándo se hizo la luz se encontró al otro lado del muro de agua. Sin tiempo que perder, aún sintiendo el turbio contacto de aquellas manos que habían desaparecido, continuó con su huida, mientras el muro continuaba firme.
Antes de marchar, volvió a meter su mano en la bolsa de viaje y lanzó un pequeño frasco de cristal, que desprendió una inmensa nube de humo negro junto al muro de agua. Cuándo éste cayese, las sombras les impediría ver a sus persecutores y para entonces, él ya estaría lejos de la aldea. [2]
_________________________________________________________
[1] Espejo de mano [Limitado, 2 usos]: Espejo pequeño con forma de mano. Te permite desaparecer y reaparecer al instante en un sitio dentro de 10 metros. No entenderás cómo ocurre, pero sentirás que caminaste esa distancia a través de una dimensión de oscuridad, dominio de infinitas manos blancas, durante un tiempo inestimable.
[2]Poción De Sombras [Elixir, Limitado, 1 uso] Un frasco oscuro. Al abrirse o romperse, empieza a liberar una gran cantidad de humo negro. Este no es nocivo para la salud, pero impide la visibilidad casi por completo en un radio de varios metros, facilitando huidas o sirviendo como distracción. Dura hasta dos turnos.
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Re: De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
Ash'alá dejaba claras las intenciones de diseccionar a cualquiera de los dos individuos que se acercase más de un palmo del otro. El carromato parecía tambalearse con cada sonido gutural del tigre haciendo que los artilúgios metálicos tintineasen en una canción ensordecida por el movimiento de ambos.
El hombre anciano la contempló entonces con un recelo cubierto de duda. ¿Dónde la había encontrado? ¿Desde cuándo la tenía y sobre todo... ¿quién pensaba que era su dueña si no ella misma?
Pero pronunció su nombre, y entonces todo tuvo algo de sentido en su cabeza. Aunque no dentro de las gravedad de las cosas. Una sensación de vacío se apoderó de ella ¿Tan perdida había estado para no recordar sus propias agencias para con su espada? ¿Acaso si que había sido ella misma la que le había pedido a aquel desconocido que la guardase? y... ¿Por qué?
No había mucho tiempo para aquellas preguntas. No allí. No de aquella manera, así que se calmó un poco y decidió darle una oportunidad a lo que sea que Ash'alá estuviese planeando.
-Se ve que mi dichoso gato tiene una crisis de identidad pasajera y se ha olvidado a quién pertenece- dijo Eilydh con ironía mirando al tigre con gesto volátil. El tigre no dio un paso atrás. La siguiente pregunta del herrero la tomó desprevenida.
- La amistad... ¿Quién es lo suficientemente iluso para creer en la amistad en los tiempos que corren? Ash y yo... Ash...- no podía decirlo. Su mente había pensado 1000 excusas para explicar por qué no solo se había abandonado a si misma sino también a su montura durante tanto tiempo. Pero la mentira de fingir que no había sido para tanto era más fácil- Ash'alá es un medio. Un caminante hacia el mismo destino que..
El tigre rugió, enrabietado y peligrosamente cerca de su cara.
La voz de aquel anciano interrumpió lo que podría haber sido una batalla sangrienta entre el tigre y ella misma. Con cada palabra el anciano traía a ella pensamientos que habían estado ocultos bajo la misa capa que ella misma se había estado ocultando desde que sus amigos desaparecieron de su vida. Aquel hombre tenía un aura distinta a hacía varios minutos y por algun motivo que aún no entendía Eilydh necesitaba seguir escuchándolo, como si su conversación confirmara algo demasiado doloroso para ser admitido en aquel momento.
Pero tan solo... le tendió la espada y salió de aquel lugar.Dejándo tras de si una ausencia plausible y densa que Ash'alá también pudo sentir. Se alejó un poco de la mujer. Ella se sentó sobre una mesa de trabajo y contempló su propio reflejo en la hoja afilada de karma. Su brillo azulado devolviendole la visión de alguien que no reconocía. Ella misma, si pero enterrada en alguien más.
-¿...y por eso te fuiste verdad?- dijo Eilydh finalmente al tigre quien agitó su cola en señal de molestia- No... me reconocías. No... era yo y tú.. bueno, nadie quiere estar al lado de quien les rechaza una y otra vez ¿Verdad?- dijo la mujer, con la voz ronca. Inspiró hondo. No era el momento de volverse sentimental. Ni siquiera de tener aquella conversación, pero la palabras de aquel anciano habían abierto una brecha en su caparazón de metal y necesitaba hacer entender al tigre que deseaba regresar. - Por supuesto que eres mi amigo- dijo simplemente- Eres la única familia que posiblemente me queda en este mundo.Me has visto en mi peor momento y aún así me brindaste tu ma... zarpa. Yo tan solo fui necia para no entender que aunque el resto del mundo parecía haberse esfumado... tú siempre has estado. - se giró sobre si misma. La hoja de la espada que había estado mirando empañada por la calidez de su respiración y humedecida por varias lágrimas que se apresuró a disimular.
Por fin una brecha en su coraza. Una fina línea a la que solo Ash'alâ tenía acceso pero que Eilydh, sabía, necesitaba. Notó el pelaje del tigre bajo su mano animándola a mirarlo de frente. No lo dudó mucho e irónicamente se sintió segura entre las paredes de aquel carromato. Abrazó al tigre hundiendo su cabeza en su pelaje. El animal haciendo lo mismo con ronroneos leves.
-No dejes que nunca más vuelva a perderme- le susurró en el oído-
El tigre pasó sus bigotes por la mejilla de Eilydh, en señal de aprecio. Acto seguido agarró a Karma y acarició su hoja con delicadeza hasta llegar a la empuñadura. La mujer del reflejo era tan solo una cubierta de lo que sabía había sido, pero ahora se sentía completa y lo suficientemente fuerte como para empezar a regresar.
La visión de la espada en las manos de aquel anciano le devolvió a la realidad de no entender bien quién era. No era la primera vez que notaba el brillo de aquella arma recorrer las manos de un hombre. Las manos que ella recordaba, sin embargo estaban curtidas en la batalla y no tan solo en el poder del metal y la grandiosidad de a quien la había visto blandirla con anterioridad era una pesadilla recurrente en su mente. Uno de los motivos por los que se había sumido en su adicción.
No tuvieron tiempo, sin embargo de ahondar en el por qué aquel hombre blandía aquella espada en particular. Aunque la ira de Eilydh comenzaba a entender que aquel señor era un ladrón camuflado de herrero y estaba casi segura que había robado aquellas dos armas esperando ahora el mejor cliente que pagase el dinero suficiente como para venderlas.
El estómago le dio un vuelco. Quería matarlo tan solo por eso.
Pero el rubí era un elemento aún en juego. Y ella necesitaba un influjo de dinero rápido si quería rehacer su vida. Siguió al herrero hasta donde el muro de agua había aparecido. Era inútil acercarse. Demasiados cuerpos reunidos con un mismo objetivo tan solo servían de distracción. Quizás si tomaba un papel distinto algo menos... activo en la escena podría... Se subió sobre el tigre y se apresuró a alcanzar la figura del vampiro que había escapado del muro de agua. Su posición estratégica aislada del grupo le había permitido rodear el lugar en una curva tangente a la trayectoria que parecía seguir el vampiro.
La velocidad de Ash'alá vino bien para encontrarlos de frente aún guardando las distancias.
-Lo se..- dijo Eilydh a modo de saludo- ¿Son molestos verdad? Nadie entiende lo legítimo de una joya en las manos de una persona que sabe valorarla...- añadió- El caso... ¿ves esos hombres con uniformes de ahí? - señaló a los guardias que custodiaban la entrada al castillo y que en su recorrer parecían aproximarse- Bueno, buscan lo que tienes. Y saben que lo tienes porque... digamos que esa joyita tiene orejas y está marcada con emplazamiento permanente- mintió- Pero estas de suerte. Yo conozco una ruta en la que estoy segura no tendrías problemas camuflarte, inspeccionar la joya con algo más de tiempo y asegurarte que nadie te siga- dijo.
-El problema es que como comprenderás eso no elimina la desventaja de la localización- añadió- Mi propuesta es simple: Dividámosla. Mitad y mitad. 50-50 posibilidad de escapar. Ambos salimos ganando. Yo te aseguro un camino seguro además de la posibilidad de despistar a los soldados y a cambio la mitad de la joya me pertenece y por lo tanto ambos tentamos a la suerte escapando de aquí- apuró a Ash'alâ haciendo que el tigre se acercase un poco más.
-La alternativa...- avanzó su mano hacia la espada que ahora colgaba de su cinturón- no te es muy halagüeña- posó sus ojos sobre el grupo de personas tras ellos que no tardarían mucho en alcanzarlos- Puede que no parezca mucho en este momento, pero créeme mi espada no me ha defraudado muchas veces. Al menos lo suficiente como para retenerte hasta que lleguen refuerzos- dijo- ¿Qué dices? ¿Cómplices?- sonrió de manera apacible.
El hombre anciano la contempló entonces con un recelo cubierto de duda. ¿Dónde la había encontrado? ¿Desde cuándo la tenía y sobre todo... ¿quién pensaba que era su dueña si no ella misma?
Pero pronunció su nombre, y entonces todo tuvo algo de sentido en su cabeza. Aunque no dentro de las gravedad de las cosas. Una sensación de vacío se apoderó de ella ¿Tan perdida había estado para no recordar sus propias agencias para con su espada? ¿Acaso si que había sido ella misma la que le había pedido a aquel desconocido que la guardase? y... ¿Por qué?
No había mucho tiempo para aquellas preguntas. No allí. No de aquella manera, así que se calmó un poco y decidió darle una oportunidad a lo que sea que Ash'alá estuviese planeando.
-Se ve que mi dichoso gato tiene una crisis de identidad pasajera y se ha olvidado a quién pertenece- dijo Eilydh con ironía mirando al tigre con gesto volátil. El tigre no dio un paso atrás. La siguiente pregunta del herrero la tomó desprevenida.
- La amistad... ¿Quién es lo suficientemente iluso para creer en la amistad en los tiempos que corren? Ash y yo... Ash...- no podía decirlo. Su mente había pensado 1000 excusas para explicar por qué no solo se había abandonado a si misma sino también a su montura durante tanto tiempo. Pero la mentira de fingir que no había sido para tanto era más fácil- Ash'alá es un medio. Un caminante hacia el mismo destino que..
El tigre rugió, enrabietado y peligrosamente cerca de su cara.
La voz de aquel anciano interrumpió lo que podría haber sido una batalla sangrienta entre el tigre y ella misma. Con cada palabra el anciano traía a ella pensamientos que habían estado ocultos bajo la misa capa que ella misma se había estado ocultando desde que sus amigos desaparecieron de su vida. Aquel hombre tenía un aura distinta a hacía varios minutos y por algun motivo que aún no entendía Eilydh necesitaba seguir escuchándolo, como si su conversación confirmara algo demasiado doloroso para ser admitido en aquel momento.
Pero tan solo... le tendió la espada y salió de aquel lugar.Dejándo tras de si una ausencia plausible y densa que Ash'alá también pudo sentir. Se alejó un poco de la mujer. Ella se sentó sobre una mesa de trabajo y contempló su propio reflejo en la hoja afilada de karma. Su brillo azulado devolviendole la visión de alguien que no reconocía. Ella misma, si pero enterrada en alguien más.
-¿...y por eso te fuiste verdad?- dijo Eilydh finalmente al tigre quien agitó su cola en señal de molestia- No... me reconocías. No... era yo y tú.. bueno, nadie quiere estar al lado de quien les rechaza una y otra vez ¿Verdad?- dijo la mujer, con la voz ronca. Inspiró hondo. No era el momento de volverse sentimental. Ni siquiera de tener aquella conversación, pero la palabras de aquel anciano habían abierto una brecha en su caparazón de metal y necesitaba hacer entender al tigre que deseaba regresar. - Por supuesto que eres mi amigo- dijo simplemente- Eres la única familia que posiblemente me queda en este mundo.Me has visto en mi peor momento y aún así me brindaste tu ma... zarpa. Yo tan solo fui necia para no entender que aunque el resto del mundo parecía haberse esfumado... tú siempre has estado. - se giró sobre si misma. La hoja de la espada que había estado mirando empañada por la calidez de su respiración y humedecida por varias lágrimas que se apresuró a disimular.
Por fin una brecha en su coraza. Una fina línea a la que solo Ash'alâ tenía acceso pero que Eilydh, sabía, necesitaba. Notó el pelaje del tigre bajo su mano animándola a mirarlo de frente. No lo dudó mucho e irónicamente se sintió segura entre las paredes de aquel carromato. Abrazó al tigre hundiendo su cabeza en su pelaje. El animal haciendo lo mismo con ronroneos leves.
-No dejes que nunca más vuelva a perderme- le susurró en el oído-
El tigre pasó sus bigotes por la mejilla de Eilydh, en señal de aprecio. Acto seguido agarró a Karma y acarició su hoja con delicadeza hasta llegar a la empuñadura. La mujer del reflejo era tan solo una cubierta de lo que sabía había sido, pero ahora se sentía completa y lo suficientemente fuerte como para empezar a regresar.
La visión de la espada en las manos de aquel anciano le devolvió a la realidad de no entender bien quién era. No era la primera vez que notaba el brillo de aquella arma recorrer las manos de un hombre. Las manos que ella recordaba, sin embargo estaban curtidas en la batalla y no tan solo en el poder del metal y la grandiosidad de a quien la había visto blandirla con anterioridad era una pesadilla recurrente en su mente. Uno de los motivos por los que se había sumido en su adicción.
No tuvieron tiempo, sin embargo de ahondar en el por qué aquel hombre blandía aquella espada en particular. Aunque la ira de Eilydh comenzaba a entender que aquel señor era un ladrón camuflado de herrero y estaba casi segura que había robado aquellas dos armas esperando ahora el mejor cliente que pagase el dinero suficiente como para venderlas.
El estómago le dio un vuelco. Quería matarlo tan solo por eso.
Pero el rubí era un elemento aún en juego. Y ella necesitaba un influjo de dinero rápido si quería rehacer su vida. Siguió al herrero hasta donde el muro de agua había aparecido. Era inútil acercarse. Demasiados cuerpos reunidos con un mismo objetivo tan solo servían de distracción. Quizás si tomaba un papel distinto algo menos... activo en la escena podría... Se subió sobre el tigre y se apresuró a alcanzar la figura del vampiro que había escapado del muro de agua. Su posición estratégica aislada del grupo le había permitido rodear el lugar en una curva tangente a la trayectoria que parecía seguir el vampiro.
La velocidad de Ash'alá vino bien para encontrarlos de frente aún guardando las distancias.
-Lo se..- dijo Eilydh a modo de saludo- ¿Son molestos verdad? Nadie entiende lo legítimo de una joya en las manos de una persona que sabe valorarla...- añadió- El caso... ¿ves esos hombres con uniformes de ahí? - señaló a los guardias que custodiaban la entrada al castillo y que en su recorrer parecían aproximarse- Bueno, buscan lo que tienes. Y saben que lo tienes porque... digamos que esa joyita tiene orejas y está marcada con emplazamiento permanente- mintió- Pero estas de suerte. Yo conozco una ruta en la que estoy segura no tendrías problemas camuflarte, inspeccionar la joya con algo más de tiempo y asegurarte que nadie te siga- dijo.
-El problema es que como comprenderás eso no elimina la desventaja de la localización- añadió- Mi propuesta es simple: Dividámosla. Mitad y mitad. 50-50 posibilidad de escapar. Ambos salimos ganando. Yo te aseguro un camino seguro además de la posibilidad de despistar a los soldados y a cambio la mitad de la joya me pertenece y por lo tanto ambos tentamos a la suerte escapando de aquí- apuró a Ash'alâ haciendo que el tigre se acercase un poco más.
-La alternativa...- avanzó su mano hacia la espada que ahora colgaba de su cinturón- no te es muy halagüeña- posó sus ojos sobre el grupo de personas tras ellos que no tardarían mucho en alcanzarlos- Puede que no parezca mucho en este momento, pero créeme mi espada no me ha defraudado muchas veces. Al menos lo suficiente como para retenerte hasta que lleguen refuerzos- dijo- ¿Qué dices? ¿Cómplices?- sonrió de manera apacible.
Eilydh
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Re: De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
Helena observaba, irritada, la cantidad de gente que se había congregado como buitres alrededor de la carroña. Su paciencia menguaba con cada segundo que pasaba sin que el rubí azul estuviese en su poder. Lo que había empezado como un intento de robar discretamente la joya se había transformado en un espectáculo lleno de figurantes indeseados.
Tras las palabras del hombre mayor, Helena no pudo contener una mueca de desaprobación. Sus palabras, aparentemente cargadas de una actitud pacifista, le parecieron vacías y absurdas. Mientras él hablaba, la bruja cruzó los brazos, apretando los labios en una línea fina y cortante. No iba a permitir que un simple mortal con aires de héroe la sermoneara sobre el uso de su magia.
-Quizá a ti no te interese el dichoso rubí, pero te aseguro que otros aquí tienen objetivos mucho más claros que los tuyos.-no hacía falta elevar la voz para que su desprecio quedara claro; cada palabra destilaba veneno y desdén. Luego, sus ojos cayeron sobre la espada encantada que el recién llegado había clavado en el suelo, de la cual emanaba una brisa extraña. No pudo evitar un bufido. La espada y sus efectos, por más llamativos que fueran, no lograban impresionarla en lo más mínimo.
Sin embargo, antes de que pudiera darle la espalda y retomar su asunto con el hombre que tenía el rubí, la pregunta del hombre mayor a este—una pregunta que parecía fuera de lugar, incluso absurda—terminó de agotar su ya escasa paciencia.
-¡Por los dioses!-exclamó, lanzando una mirada asesina al hombre mayor-¿Te parece este el momento adecuado para charlas triviales? Si buscas a una vampiresa, ve y colócate un cartel en la espalda, pero no interrumpas cuando estamos tratando temas serios.
No perdió ni un segundo más en dirigirle la palabra. Su atención volvió a Cohen, o más bien, al lugar donde había estado el hombre que había robado el rubí un momento antes. Justo cuando sus ojos buscaron alguna señal de su paradero, él desapareció en un abrir y cerrar de ojos. No podía evitar sentir que el rubí se deslizaba de entre sus dedos, y su frustración creció, hirviente, en su interior. Con un gesto brusco de la mano, como quien despacha un insecto molesto, Helena deshizo el muro de agua, dispuesta a perseguirlo.
Pero lo que sucedió a continuación la tomó por sorpresa. En el lugar donde había estado su muro, el humo negro, espeso y asfixiante, se esparció en todas direcciones, inundando la calle como una marea ominosa. La bruma avanzaba, engullendo todo a su paso, y su espesor hacía imposible ver más allá de un par de metros.
-¡Malditos idiotas!-bramó, más para sí misma que para los demás. Su voz, sin embargo, resonó en el eco apagado de las calles. El irritante calvo de antes, con su hacha apoyada en el hombro y una sonrisa socarrona en el rostro, miraba la escena con una mezcla de satisfacción y curiosidad. Y el hombre mayor, por supuesto, no podía dejar de meter las narices en lo que no le concernía.
Helena giró bruscamente hacia ambos, la furia chispeando en sus ojos como relámpagos contenidos. Su voz descendió a un susurro mortal, cargado de desprecio y resentimiento.
-¿No tenéis nada mejor que hacer que molestar?-espetó con fría determinación.-Quizá debería ocuparme de ambos para asegurarme de que no sigáis estorbando.
Helena bufó con desdén y apartó la vista. Sabía que perder el tiempo con ellos no haría más que alejarla del rubí. Miró hacia arriba, los tejados de las casas cercanas alzándose sobre ella como sombras inamovibles en la noche.
-Esto es inútil.-murmuró, sin ocultar su exasperación.
Sin pensarlo dos veces, Helena comenzó a escalar la fachada de una casa cercana, sus manos encontrando puntos de apoyo con una destreza que solo alguien acostumbrado a la vida en los bajos fondos podía poseer. Una vez en el tejado, se detuvo un momento, jadeante, y miró a su alrededor, en busca de cualquier señal que indicara la dirección del ladrón del rubí. Desde esa posición elevada, el humo negro se extendía como una nube espesa que parecía querer devorar toda la calle, pero no se extendía más de lo que ya estaba. A lo lejos, entre los oscuros contornos de las calles y edificios, Helena creyó ver una figura que se movía rápidamente, con una sombra cuadrúpeda a su lado. Más bien, dos figuras humanoides y dos sombras cuadrúpedas.
-Allí estás.-murmuró para sí, con una sonrisa calculadora y sombría, como la de un cazador que acaba de encontrar el rastro de su presa.
Con una gracia felina, Helena avanzó por los tejados, saltando de uno a otro mientras el sonido amortiguado de sus pasos se perdía en el silencio. Su silueta parecía danzar por arriba de las casas. Había soportado demasiadas interrupciones y distracciones. Esta vez, no permitiría que nada ni nadie le robara la victoria de sus manos.
Tras las palabras del hombre mayor, Helena no pudo contener una mueca de desaprobación. Sus palabras, aparentemente cargadas de una actitud pacifista, le parecieron vacías y absurdas. Mientras él hablaba, la bruja cruzó los brazos, apretando los labios en una línea fina y cortante. No iba a permitir que un simple mortal con aires de héroe la sermoneara sobre el uso de su magia.
-Quizá a ti no te interese el dichoso rubí, pero te aseguro que otros aquí tienen objetivos mucho más claros que los tuyos.-no hacía falta elevar la voz para que su desprecio quedara claro; cada palabra destilaba veneno y desdén. Luego, sus ojos cayeron sobre la espada encantada que el recién llegado había clavado en el suelo, de la cual emanaba una brisa extraña. No pudo evitar un bufido. La espada y sus efectos, por más llamativos que fueran, no lograban impresionarla en lo más mínimo.
Sin embargo, antes de que pudiera darle la espalda y retomar su asunto con el hombre que tenía el rubí, la pregunta del hombre mayor a este—una pregunta que parecía fuera de lugar, incluso absurda—terminó de agotar su ya escasa paciencia.
-¡Por los dioses!-exclamó, lanzando una mirada asesina al hombre mayor-¿Te parece este el momento adecuado para charlas triviales? Si buscas a una vampiresa, ve y colócate un cartel en la espalda, pero no interrumpas cuando estamos tratando temas serios.
No perdió ni un segundo más en dirigirle la palabra. Su atención volvió a Cohen, o más bien, al lugar donde había estado el hombre que había robado el rubí un momento antes. Justo cuando sus ojos buscaron alguna señal de su paradero, él desapareció en un abrir y cerrar de ojos. No podía evitar sentir que el rubí se deslizaba de entre sus dedos, y su frustración creció, hirviente, en su interior. Con un gesto brusco de la mano, como quien despacha un insecto molesto, Helena deshizo el muro de agua, dispuesta a perseguirlo.
Pero lo que sucedió a continuación la tomó por sorpresa. En el lugar donde había estado su muro, el humo negro, espeso y asfixiante, se esparció en todas direcciones, inundando la calle como una marea ominosa. La bruma avanzaba, engullendo todo a su paso, y su espesor hacía imposible ver más allá de un par de metros.
-¡Malditos idiotas!-bramó, más para sí misma que para los demás. Su voz, sin embargo, resonó en el eco apagado de las calles. El irritante calvo de antes, con su hacha apoyada en el hombro y una sonrisa socarrona en el rostro, miraba la escena con una mezcla de satisfacción y curiosidad. Y el hombre mayor, por supuesto, no podía dejar de meter las narices en lo que no le concernía.
Helena giró bruscamente hacia ambos, la furia chispeando en sus ojos como relámpagos contenidos. Su voz descendió a un susurro mortal, cargado de desprecio y resentimiento.
-¿No tenéis nada mejor que hacer que molestar?-espetó con fría determinación.-Quizá debería ocuparme de ambos para asegurarme de que no sigáis estorbando.
Helena bufó con desdén y apartó la vista. Sabía que perder el tiempo con ellos no haría más que alejarla del rubí. Miró hacia arriba, los tejados de las casas cercanas alzándose sobre ella como sombras inamovibles en la noche.
-Esto es inútil.-murmuró, sin ocultar su exasperación.
Sin pensarlo dos veces, Helena comenzó a escalar la fachada de una casa cercana, sus manos encontrando puntos de apoyo con una destreza que solo alguien acostumbrado a la vida en los bajos fondos podía poseer. Una vez en el tejado, se detuvo un momento, jadeante, y miró a su alrededor, en busca de cualquier señal que indicara la dirección del ladrón del rubí. Desde esa posición elevada, el humo negro se extendía como una nube espesa que parecía querer devorar toda la calle, pero no se extendía más de lo que ya estaba. A lo lejos, entre los oscuros contornos de las calles y edificios, Helena creyó ver una figura que se movía rápidamente, con una sombra cuadrúpeda a su lado. Más bien, dos figuras humanoides y dos sombras cuadrúpedas.
-Allí estás.-murmuró para sí, con una sonrisa calculadora y sombría, como la de un cazador que acaba de encontrar el rastro de su presa.
Con una gracia felina, Helena avanzó por los tejados, saltando de uno a otro mientras el sonido amortiguado de sus pasos se perdía en el silencio. Su silueta parecía danzar por arriba de las casas. Había soportado demasiadas interrupciones y distracciones. Esta vez, no permitiría que nada ni nadie le robara la victoria de sus manos.
Helena Rhodes
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Re: De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
Cuanta hostilidad.
Si no tuviese aquella dichosa sensación en el pecho habría imaginado que aquellas personas sabían su nombre. Bueno, una lo sabía, pero si era completamente honesto consigo mismo su actitud hacía él no había cambiado demasiado.
Antes, al menos, no le llamaban ladrón.
- Bueno, lo he intentado. – se encogió de hombros y desencajó la espada del suelo, dejándola reposar sobre su hombro. - ¿Y ahora qué? – Un vampiro, una nube de humo, una aldea que le odiaba por momentos y una joya en el centro de todo. Eilydh también, que al parecer había hecho las paces con su gato sobredimensionado…
Clásico.
Inspiró hondo, le dolía levemente el pecho, le faltaba aire, aunque era más una sensación que una realidad, quizás no debería de haber salido de su carromato; La figura de Lyn había vuelto a desaparecer y, mientras él permanecía ahí parado con su mano derecha temblando levemente la noche a su alrededor continuaba igual de caótica que había empezado.
¿Iba a empeorar las cosas si se inmiscuía?
Lo que había empezado como un “robo” estaba degenerando a una velocidad absurda, podía oír a matones varios pateando las puertas de las casas y entrando en las viviendas. Gritos a lo lejos se sucedían, varias columnas de humo se sumaron a la que el vampiro había liberado de aquel frasco.
¿Qué era aquel rubí en realidad?
Cerró la mano aun con mas fuerza en torno a la empuñadura del espadón.
- Muy bien. – Aseveró, finalmente, volvió a la realidad. – Por las malas entonces. – Volvió a analizar la situación caminando en dirección a la que habían escapado todos.
Salió de la nube de humo sacudiendo la mano frente a él.
Dos felinos en la distancia… difuminados entre la oscuridad, no tenía que ser uno de esos genios de Beltrexus para saber a quienes pertenecían, también estaba la figura difusa correteando por los tejados que… supuso era la mujer que le había dedicado aquellas hermosas palabras de afecto…
¿Una bruja? Tensai de agua, por lo que podía ver que hacía de lejos. No se iba a llevar bien con los gatos.
También estaba el escuadrón de guardas… o mercenarios con armas en mano dispuestos a acabar con todos allí presentes si se daba el caso. Algunas de sus armas ya brillaban tenuemente con un suave pero reconocible color carmesí. ¿Es que aquel tipo tenía un ejercito privado? Estaban prácticamente saqueando el lugar, casa por casa, buscando la joya que cargaba el vampiro consigo.
Los contó mentalmente. Doce, le cortaban el paso.
- Hablabas muy de tú a tú con el ladrón. – Aseveró el que los encabezaba. - Y la elfa ha salido de tu carromato. – Espetó a continuación con un desprecio similar al que había hecho gala la bruja antes. – Seguro que eres amigo de la otra. ¿Vais todos juntos? – Añadió finalmente esbozando una sonrisa un tanto forzada.
- Muchas cosas estáis asumiendo. – dijo como respuesta - ¿Os entretenéis con el viejo cuando...? –
- ¡Cállate! – Apunto al herrero con su propia espada. - ¡Matadlo! – Bramó, su voz alzándose sobre todo lo demás. - ¡Sus amiguitos volverán a por él! –
Eltrant inhaló.
Tajo en diagonal al primero que se acercó, a la altura de la clavícula, la armadura de metal barato no pudo parar a Olvido. Podía ver las gotas de sangre surcando el aire, suspendidas, precipitándose lentamente contra el suelo.
El sonido de su corazón, el bombeo de la sangre, de la adrenalina que recorría su cuerpo; Podía sentirla en su pecho, en sus sienes. Un pobre desgraciado que seguía al primero que había abatido encontró la espada de Eltrant instantes después, gracias a un único y fluido movimiento con la cadera de este.
Notó un impacto de flecha en la espalda, pero su armadura paró el golpe con un sonoro chasquido metálico.
Dos soldados más cayeron al suelo a continuación, incapaces de parar el avance del herrero. Uno perdió un brazo y se lamentaba ahora de rodillas, perdiendo sangre, lo abatió antes de que su propio brazo cayese al suelo. El otro había encajado un impacto en la parte frontal de la coraza del humano, pero recibió como toda respuesta una estocada en mitad de la cara.
Tres más salieron a su encuentro, coordinándose como los soldados profesionales que parecían que eran. Evitó el hacha del primero que llegó a su encuentro, la cual pasó peligrosamente cerca de su cara, y bloqueó con el antebrazo izquierdo la espada del segundo. Giró sobre sí mismo con la espada extendida, apartando momentáneamente a uno que saltó hacia atrás y acabando con dos de ellos en el acto. El tercero encontró su final instantes después, al intentar buscar el punto ciego de Eltrant, su ojo gris, el que había perdido la luz, y encontrándose con el viento de Olvido en el camino.
El miedo se apoderaba de sus adversarios.
Los movimientos que realizaban se volvían más toscos, lentos. Ahora tomó él la iniciativa. Cargó contra el que tenía más cerca, placándolo y lanzándolo contra uno de los árboles cercanos y alzó la espada, dispuesto a rematarlo. Un segundo le saltó sobre la espalda puñal en mano, consiguiendo detenerle en el momento justo y asestando varios golpes que trataban de buscar alguna hendidura en la armadura.
Eltrant lo arrojó por encima de su cabeza antes de que pudiese hacer nada y lo lanzó sobre su amigo, ensartando a ambos antes de que pudiesen levantarse, girando la empuñadura de la espada a continuación, momento en el que una explosión de viento brotó de la caja torácica del hombre que estaba encima. No tuvo tiempo ni de gritar de dolor.
Dos corrieron, soltando sus armas al suelo, y se marcharon en dirección a donde estaban el vampiro, Eilydh y la bruja que se acercaba. El último que quedaba alzó ambas manos y se marcho a toda prisa en la dirección opuesta.
Eltrant exhaló.
El mundo volvió a recobrar el color, aceleró.
La noche volvió a calmarse, los grillos coreaban junto a los lejanos gritos de temor. Era una tranquilidad antinatural, una creada a partir de la miríada de cadáveres que tenía a su alrededor. Bajó la mirada hasta su espada que seguía goteando en del mismo modo que las armas de sus asaltantes lo habían estado haciendo instantes atrás.
“Olvido”
El viento rodeaba la palabra, casi intentando acentuarla.
Clavó la espada sobre la tierra húmeda una vez más, a sus pies, y cerró los ojos. Colocó ambas manos sobre el pomo del arma y volvió a respirar con firmeza, acompasando su respiración al viento que le rodeaba. Recordó el momento en el que grabó aquella palabra en la hoja del arma, recordó a las personas con las que estaba, recordó lo que estás solían decirle.
Quizás fuesen matones de poca monta sin escrúpulos, pero cada persona que había matado allí tenia una vida. Familia, amigos, miedos, preferencias…
¿Era un hipócrita por preocuparse por aquello? ¿Después de cómo había vivido él su vida? Por supuesto. Siempre había tenido las manos llenas de sangre, nunca le había temblado el pulso al segar una vida, aunque siempre había afirmado que solo lo hacía cuando era necesario.
“Héroe”, cómo le habían llamado en más de una ocasión, le quedaba lejos.
Aunque quizás nunca lo había sido para empezar, nunca había pretendido serlo.
Abrió los ojos y se giró hacia el lugar hacia el que habían huido dos de los soldados, dónde estaban los felinos con gigantismo, sus dueños y la bruja de agua. Después volvió a mirar el castillo que coronaba la aldea.
- Decisiones, decisiones… -
Si no tuviese aquella dichosa sensación en el pecho habría imaginado que aquellas personas sabían su nombre. Bueno, una lo sabía, pero si era completamente honesto consigo mismo su actitud hacía él no había cambiado demasiado.
Antes, al menos, no le llamaban ladrón.
- Bueno, lo he intentado. – se encogió de hombros y desencajó la espada del suelo, dejándola reposar sobre su hombro. - ¿Y ahora qué? – Un vampiro, una nube de humo, una aldea que le odiaba por momentos y una joya en el centro de todo. Eilydh también, que al parecer había hecho las paces con su gato sobredimensionado…
Clásico.
Inspiró hondo, le dolía levemente el pecho, le faltaba aire, aunque era más una sensación que una realidad, quizás no debería de haber salido de su carromato; La figura de Lyn había vuelto a desaparecer y, mientras él permanecía ahí parado con su mano derecha temblando levemente la noche a su alrededor continuaba igual de caótica que había empezado.
¿Iba a empeorar las cosas si se inmiscuía?
Lo que había empezado como un “robo” estaba degenerando a una velocidad absurda, podía oír a matones varios pateando las puertas de las casas y entrando en las viviendas. Gritos a lo lejos se sucedían, varias columnas de humo se sumaron a la que el vampiro había liberado de aquel frasco.
¿Qué era aquel rubí en realidad?
Cerró la mano aun con mas fuerza en torno a la empuñadura del espadón.
- Muy bien. – Aseveró, finalmente, volvió a la realidad. – Por las malas entonces. – Volvió a analizar la situación caminando en dirección a la que habían escapado todos.
Salió de la nube de humo sacudiendo la mano frente a él.
Dos felinos en la distancia… difuminados entre la oscuridad, no tenía que ser uno de esos genios de Beltrexus para saber a quienes pertenecían, también estaba la figura difusa correteando por los tejados que… supuso era la mujer que le había dedicado aquellas hermosas palabras de afecto…
¿Una bruja? Tensai de agua, por lo que podía ver que hacía de lejos. No se iba a llevar bien con los gatos.
También estaba el escuadrón de guardas… o mercenarios con armas en mano dispuestos a acabar con todos allí presentes si se daba el caso. Algunas de sus armas ya brillaban tenuemente con un suave pero reconocible color carmesí. ¿Es que aquel tipo tenía un ejercito privado? Estaban prácticamente saqueando el lugar, casa por casa, buscando la joya que cargaba el vampiro consigo.
Los contó mentalmente. Doce, le cortaban el paso.
- Hablabas muy de tú a tú con el ladrón. – Aseveró el que los encabezaba. - Y la elfa ha salido de tu carromato. – Espetó a continuación con un desprecio similar al que había hecho gala la bruja antes. – Seguro que eres amigo de la otra. ¿Vais todos juntos? – Añadió finalmente esbozando una sonrisa un tanto forzada.
- Muchas cosas estáis asumiendo. – dijo como respuesta - ¿Os entretenéis con el viejo cuando...? –
- ¡Cállate! – Apunto al herrero con su propia espada. - ¡Matadlo! – Bramó, su voz alzándose sobre todo lo demás. - ¡Sus amiguitos volverán a por él! –
Eltrant inhaló.
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Tajo en diagonal al primero que se acercó, a la altura de la clavícula, la armadura de metal barato no pudo parar a Olvido. Podía ver las gotas de sangre surcando el aire, suspendidas, precipitándose lentamente contra el suelo.
Once.
El sonido de su corazón, el bombeo de la sangre, de la adrenalina que recorría su cuerpo; Podía sentirla en su pecho, en sus sienes. Un pobre desgraciado que seguía al primero que había abatido encontró la espada de Eltrant instantes después, gracias a un único y fluido movimiento con la cadera de este.
Diez.
Notó un impacto de flecha en la espalda, pero su armadura paró el golpe con un sonoro chasquido metálico.
Dos soldados más cayeron al suelo a continuación, incapaces de parar el avance del herrero. Uno perdió un brazo y se lamentaba ahora de rodillas, perdiendo sangre, lo abatió antes de que su propio brazo cayese al suelo. El otro había encajado un impacto en la parte frontal de la coraza del humano, pero recibió como toda respuesta una estocada en mitad de la cara.
Ocho.
Tres más salieron a su encuentro, coordinándose como los soldados profesionales que parecían que eran. Evitó el hacha del primero que llegó a su encuentro, la cual pasó peligrosamente cerca de su cara, y bloqueó con el antebrazo izquierdo la espada del segundo. Giró sobre sí mismo con la espada extendida, apartando momentáneamente a uno que saltó hacia atrás y acabando con dos de ellos en el acto. El tercero encontró su final instantes después, al intentar buscar el punto ciego de Eltrant, su ojo gris, el que había perdido la luz, y encontrándose con el viento de Olvido en el camino.
Cinco.
El miedo se apoderaba de sus adversarios.
Los movimientos que realizaban se volvían más toscos, lentos. Ahora tomó él la iniciativa. Cargó contra el que tenía más cerca, placándolo y lanzándolo contra uno de los árboles cercanos y alzó la espada, dispuesto a rematarlo. Un segundo le saltó sobre la espalda puñal en mano, consiguiendo detenerle en el momento justo y asestando varios golpes que trataban de buscar alguna hendidura en la armadura.
Eltrant lo arrojó por encima de su cabeza antes de que pudiese hacer nada y lo lanzó sobre su amigo, ensartando a ambos antes de que pudiesen levantarse, girando la empuñadura de la espada a continuación, momento en el que una explosión de viento brotó de la caja torácica del hombre que estaba encima. No tuvo tiempo ni de gritar de dolor.
Tres.
Dos corrieron, soltando sus armas al suelo, y se marcharon en dirección a donde estaban el vampiro, Eilydh y la bruja que se acercaba. El último que quedaba alzó ambas manos y se marcho a toda prisa en la dirección opuesta.
Eltrant exhaló.
El mundo volvió a recobrar el color, aceleró.
La noche volvió a calmarse, los grillos coreaban junto a los lejanos gritos de temor. Era una tranquilidad antinatural, una creada a partir de la miríada de cadáveres que tenía a su alrededor. Bajó la mirada hasta su espada que seguía goteando en del mismo modo que las armas de sus asaltantes lo habían estado haciendo instantes atrás.
“Olvido”
El viento rodeaba la palabra, casi intentando acentuarla.
Clavó la espada sobre la tierra húmeda una vez más, a sus pies, y cerró los ojos. Colocó ambas manos sobre el pomo del arma y volvió a respirar con firmeza, acompasando su respiración al viento que le rodeaba. Recordó el momento en el que grabó aquella palabra en la hoja del arma, recordó a las personas con las que estaba, recordó lo que estás solían decirle.
Quizás fuesen matones de poca monta sin escrúpulos, pero cada persona que había matado allí tenia una vida. Familia, amigos, miedos, preferencias…
¿Era un hipócrita por preocuparse por aquello? ¿Después de cómo había vivido él su vida? Por supuesto. Siempre había tenido las manos llenas de sangre, nunca le había temblado el pulso al segar una vida, aunque siempre había afirmado que solo lo hacía cuando era necesario.
“Héroe”, cómo le habían llamado en más de una ocasión, le quedaba lejos.
Aunque quizás nunca lo había sido para empezar, nunca había pretendido serlo.
Abrió los ojos y se giró hacia el lugar hacia el que habían huido dos de los soldados, dónde estaban los felinos con gigantismo, sus dueños y la bruja de agua. Después volvió a mirar el castillo que coronaba la aldea.
- Decisiones, decisiones… -
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
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