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Mensaje  Raymond Lorde Dom Feb 21 2021, 07:13

La siguiente historia se encuentra narrada desde el punto de vista de mi NPC/Acompañante, Erwin Smith.
__________________

El viento soplaba aquella mañana...

Acababa de terminar mis oraciones del día, cuando pude observar la luz del alba filtrarse a través de mi ventana. La suave brisa mecía las cortinas delicadamente en un breve vaivén. El viento que entraba en la habitación era frío y... un tanto aciago. Acariciaba mis mejillas suavemente, despertando cierto deje de melancolía en mí. Dejé escapar mi aliento.

Me lo había repetido una y otra vez: "No puedes continuar haciendo esto, no puedes seguir hundiéndote en pensamientos que no llevan a ningún sitio." Pero, aún así... las mismas ideas buscaban la forma de regresar a mi cabeza, repitiendo un ciclo infinito que no encontraba forma de romper...

Extendí mi brazo para alcanzar un objeto que reposaba en el mesón de mi habitación. Se trataba de un pequeño cuadro, uno que me había acompañado desde hacía tantos años... En su interior, contenía un trozo de papel, en el cual se hallaba plasmado un dibujo bastante antiguo. Me había esforzado por preservarlo en el mejor de los estados, pero, al contrario de lo que todos asumían siempre al conocerme, habían cosas que incluso yo no podía lograr.

Los trazos se distribuían uniformemente a lo largo del lienzo, pintando con bellos colores un escenario compuesto por varios árboles situados sobre la faz de una colina. Frente a ella, dos muchachos sonreían alegremente, posando para el pintor que se encargaba de retratar el dulce momento en que ambos jóvenes compartían un amistoso abrazo.

Aquellos eran... recuerdos. Recuerdos de una época más simple y tranquila, en la cual no debía lidiar con sentimientos tan complejos como los que se arremolinaban en mi pecho cada vez que observaba aquella pintura, cada vez que lo observaba a él.

Extrañaba tanto esos momentos...

Más, no tenía derecho alguno a quejarme por ello, ¿cierto...? Después de todo, era mi culpa que se hubieran desvanecido en primer lugar.

Si el tiempo me había enseñado algo, era lo pésimo que era tomando decisiones. Tomar decisiones no es fácil. Tomar decisiones es tan aterrador... Una elección incorrecta, y todo tu mundo podría derribarse en un solo segundo.

Todo había sido mi decisión; la culpa era mía. Yo era el culpable de todos los problemas que me perturbaban, de la existencia de las voces que constantemente me repetían lo cobarde que había sido. No pensar en ellas era la única forma de hacerles callar... pero tal acción era demasiado difícil de realizar por mi cuenta. Por eso me empeñaba tanto en llenarme de tareas hasta el cansancio, de cumplir con tantas labores fueran posibles para un solo soldado, tal vez hasta más. Todo con el fin de evitar darle espacios libres a mi mente, de darle la oportunidad de hablar a mis pensamientos.

Me había cansado... Me había cansado de rogarle a la diosa del tiempo por una segunda oportunidad, por la posibilidad de volver atrás y enmendar todos mis errores.

Creo que su respuesta ya había sido bastante clara... ¿verdad...?

...

—Lo siento, Erwin. Un idiota me detuvo en el taller asegurando que le había vendido un artilugio defectuoso. —la voz de Raymond me trajo de vuelta a la realidad—. El imbécil solo no sabía utilizarlo, ¡no tenía ni idea! Me sorprende lo estúpida y absurda que puede ser la gente a veces... No sé de donde saqué la voluntad para no tirarle los dientes de un guantazo.

Ya no me encontraba en mi habitación. Había partido de casa vistiendo ropajes civiles, aprovechando mi día libre en el cuartel para... No... era capaz de recordar bien la razón por la cual había citado a Raymond aquella tarde...

—¿Y bien? ¿Qué estas esperando? —se quejó el cibernético—. ¡Vámonos ya, soldado! Antes que aparezca de nuevo uno de tus subordinados lloriqueando por su incompetencia e idiotez...

Aquello refrescó mi memoria. Claro... Le había prometido a Raymond que le acompañaría en el siguiente festival que se celebrara, por lo que había ocurrido la última vez.

Mi pecho se llenó de una sensación cálida, cuando terminé de digerir por completo aquel pensamiento, y toda mi culpa guardó silencio.

Raymond... Lo que pasaba por su mente los últimos días se había convertido en un total misterio para mí. En un inicio, el cibernético me había dejado claro el mensaje: Mi amigo estaba muerto. La persona que conocí en las islas había desaparecido por completo. No fue muy difícil de entender entonces; el peso de la culpa en mi pecho y el comportamiento distante del hombre-máquina eran más que suficiente... Si tan solo aquello no hubiera empezado a cambiar repentinamente...

Sus palabras seguían grabadas en mi espalda, como una quemadura hecha con la más ardiente de las llamas. El simple hecho de tenerle a mi lado en ese momento despertaba aquel sentimiento que había cultivado desde hacía tanto tiempo. Creí que había logrado finalmente sepultarlo, pero me hallaba en un error, igual que las otras tantas veces que llegué a la misma conclusión. Raymond... seguía siendo la persona que lograba hacer callar las voces, aún después de tantos años...

Reí, observándole montar una rabieta cuando su último tiro de aquel dardo falló en dar en el blanco, por mucho. Raymond nunca había sido bueno en los juegos de puntería.

... Curioso. Quizás... ciertas cosas no cambian jamás. Quizás... ciertas cosas, ni siquiera los errores las desvanecen. Quizás... no era necesario regresar atrás después de todo, pues la oportunidad ya me había sido concedida.

...

—¿Y bien, Erwin? —su voz volvió a llamarme—. ¿Cuál es la razón para traerme hasta aquí?

Raymond y yo disfrutamos del festival hasta el anochecer, hasta que no hubo otra comida o juego que no hubiéramos probado.

Había pasado un tiempo desde la última vez que habíamos tenido la oportunidad de divertirnos de ese modo. Quizás, fue eso lo que me inspiró... lo que aclaró mis dudas al respecto, lo que me dio el coraje para pedirle que me acompañara a aquel apartado donde solo el viento podía escucharnos.

La respuesta a su pregunta era sencilla. Lo traía conmigo desde que había salido de casa, descansando en una bolsa llena de nueces por si le daba hambre. Sin embargo, ahora que estaba ahí, frente a él, a punto de entregárselo... descubrí que era incapaz de hacerlo. Las palabras no salían de mi boca. ¡Que idiota había sido! ¿Cómo había podido pensar que aquello podía ser una buena idea? Raymond ni siquiera debía recordar que yo...

Tragué saliva, intentando apartar aquellos pensamientos de mi mente. Ya había llegado tan lejos, no podía retroceder en la meta.

—R-Raymond... —logré finalmente sacar las palabras, aún siendo incapaz de verle a los ojos—. Sé que... Sé que tú no... recuerdas nada de esto y... es absurdo que aún yo...

Me detuve un segundo, logrando echarle un rápido vistazo al cibernético. Su gesto de desagrado y confusión fue todo lo que necesité para entender que nada de lo que decía tenía sentido. Tomé un profundo respiro para intentar recuperar el valor que me había traído a esa situación en primer lugar.

—Cuando estábamos en la academia, Raymond, había algo que amabas un montón. —comencé a dejar que las palabras fluyeran por su propia cuenta, sin pensarlas demasiado—. Su nombre era El Teniente Chispas. Si que amabas a ese pequeño roedor... —reí nervioso—. Nunca me dejabas jugar con él, ni siquiera le dejabas salir mucho de su jaula. Fue así hasta que... un día, me dejaste a su cuidado mientras acompañabas a tu madre al consejo. —me detuve para tragar saliva de nuevo, con algo de vergüenza por la siguiente parte de la historia—. Yo creí que... Chispas debía sentirse agobiado de estar tanto tiempo encerrado en esa jaula, y quise dejarle pasear un rato... No pensé jamás que Chispas escaparía apenas pusiera una pata en el suelo. Intenté atraparle, pero no pude. Cuando regresaste y te conté lo que ocurrió... Fue la primera vez que te vi llorar, y era por mi culpa. —confesé aquello, con voz temblorosa—. Mamá compró uno nuevo para ti, pero no lo quisiste. Nada de lo que intenté pudo remediar mi error. Aún, después de tantos años, sigo sintiéndome culpable por eso...

—Erwin... —contestó Raymond, piadoso—. Solo era un tonto ratón, no voy a odiarte toda mi vida por algo tan tonto como eso.

—Ya lo sé. Pero... en serio quería sacarme esa espina... —respondí de inmediato—. Es por eso que... yo... conseguí este para ti.

Finalmente, lo revelé ante él. Aquella pequeña criatura peluda y de pelaje café yacía en la palma de mi mano, mordisqueando un trozo de nuez con sus pequeños incisivos.

La sorpresa de Raymond no tenía precio.

—Es un Raión Pardo de Montaña. —expliqué—. Son ratones especiales, su abundante pelaje les permite almacenar la energía de los relámpagos. No suelen ser muy comunes, fue algo difícil de conseguir, pero no me cabía duda de que sería la mascota perfecta para ti.

—Grandísimo... imbécil... —gruñó Raymond, avergonzado—. No debiste molestarte...

—Claro que sí. Esta es mi forma de disculparme después de todos estos años. Así que, por favor, acéptalo. —extendí mi mano para hacerle llegar el roedor a Raymond—. Lamento haber perdido tu mascota.

El biocibernético guardó silencio por unos momentos, en medio de su frustración y vergüenza, sin estar seguro de qué hacer al respecto. Cuando finalmente volvió a mirarme, solo se limitó a asentir, tomando al roedor entre sus manos. La criatura observó con aquellos enormes ojos a su nuevo amo, el cual intentó acariciarle con uno de sus dedos. Que inesperado le resultó, el momento en que una chispa de su dedo fue absorbida por el pelaje del raión, esponjándole como una suave nube.

Un murmullo rápido, desembocó en una sonora carcajada. Raymond no pudo contener su risa, y yo no demoré en unírmele nerviosamente.

—Muchas gracias, Win... —declaró Raymond, recomponiéndose y esbozando una cálida sonrisa... la primera que le había visto realizar desde que había vuelto a verlo, y se debía a...

La temperatura de mi rostro se elevó, mientras aquel sentimiento volvía a hacerse presente, extendiéndose por todo mi cuerpo, generando un ligero cosquilleo en mi nuca.

Me hacía tan feliz verle sonreír... y aún más conociendo las razones por las cuales lo hacía. Mientras él jugueteaba con el roedor que ahora se desplazaba entre sus hombros, yo recibía un nuevo impulso de valor que me estaba motivando a... No... No podía ser. ¿De verdad era aquella la motivación que necesitaba para... finalmente...? ¿Era ese el momento de revelar aquello que había estado ocultando desde hacía tanto...? ¿Era... correcto...?

—¿R-R-Raymond...? —le llamé inseguro.

—¿Sí? Jajaja... —contestó entre risas. El raión parecía estarle haciendo cosquillas al caminar.

—Yo... —comencé a decir. ¡Vamos, Erwin! ¡Solo tienes que soltarlo! Sin pensar en lo que pueda pasar luego. Era ahora o nunca—. Yo... t-te... —lo solté, siendo el último fragmento de la frase un suave y frágil susurro, apenas perceptible.

—... ¿Disculpa? ¿Podrías repetirlo? No pude oírte bien, jajaja... —solicitó Raymond.

Aquello fue todo. La adrenalina mermó por completo, y pude sentir el frío correr por mis venas, aterradas de lo que estuve a punto de hacer. Nuevamente, mi terror a escuchar lo que él podía pensar al respecto, triunfaba en la batalla, como siempre sucedía.

—Nada importante, nada importante...

Descarté mis palabras nervioso. Quizás... era mejor así, que el viento se las llevara. Después de todo, estaba contento con como se desarrolló todo al final. Estaba feliz, mientras él se mostrará feliz también. Aquel había sido un buen día. Además, tampoco era buena idea tentar demasiado a la diosa de la fortuna...

Si... Aquel había sido un buen día...
Raymond Lorde
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