Será un elfo [Libre] [Cerrado]

Sarez Dom 02 Feb 2020, 11:55

Hasta hace unos días, Sarez pensaba que estaba gorda. Insistía, sin decírmelo directamente, en dar largos paseos por la ciudad y aumentar las horas de entrenamiento, sacrificando con ello el prestigiado descanso del almuerzo. A veces fingía haberse olvidado de comprar los bollos de crema rosa que a mí tanto me gustan y, otras veces, decía que teníamos que guardar las monedas para el viaje hacia Sandorai. Tuve que contarle la verdad. No fue fácil, ni para él ni para mí. Hice que se sentase a mi lado y que me mirase a los ojos. Le pregunté si tenía hambre. Contestó que sí, por supuesto que sí. Cogí sus manos y las llevé sobre mi vientre.

—Él también tiene hambre — dije sin dar rodeos. A Sarez tenía que hablarle de manera directa y clara para que me pudiera entender.

—¿Él?

—O ella.

—¿Ella?

—Estoy esperando un hijo tuyo, bobo — la cabeza de Sarez hizo ademán de inclinarse hacia el suelo, evitando mis ojos. Lo evité tan bien como supe hacerlo: puse mi mano derecha sobre su rostro y le acaricié con la punta de los dedos — Los dos lo estamos esperando.

Sarez se quedó mudo. Sabía muy bien qué significaba que una mujer se quedase embarazada y qué suponía tener un hijo. Al fin de cuentas, él me había tenido hace algunos (muchos) años atrás, aunque no lo había descubierto hasta hacía tan solo tres.

—No pasa nada. Lo cuidaremos bien. Será un elfo sano y fuerte, igual que su papá.

Le besé en la mejilla con la intención de hacerle hablar. Costó su tiempo, pero al final lo conseguí.

—Fuerte como papá y lista como mamá.

—Eso es — volví a besarla, esta vez más cerca de sus labios, felicitándole por haberlo comprendido. — Fuerte como papá y lista como mamá — repetí riéndome.

Sarez me devolvió el beso. Puso sus grandes manos encima de mis abultados pechos, más sensibles por el embarazo. Me hizo un poco daño, pero no me quejé. Él no tenía forma de saberlo y tampoco es que me desagradase.

—Continúa — le susurré al oído.

—¿No le haré daño?

—No creo — solté una risotada a la vez que rodeaba el cuello de Sarez con mis brazos.

El cambio fue radical. En una semana, pasé de saltarme los almuerzos durante las horas de entrenamiento a hacer más horas de almuerzos que de entrenamiento. Sarez no tiene término medio. Ahora, insiste con que debo descansar por el bien de los dos. Ha traslado el campo de tiro que montó en una granja abandonada situada en los lindes de Vulwulfar a un descampado cercano del hostal donde nos instalamos. Después de comer mi bollo de crema rosa, me ofrece la mitad del suyo. Cuando me nota cansada, intento que no se me note, sugiere que regresemos al hostal, sea la hora que sea. Gracias a él he aprendido a defenderme con la espada y a disparar con el arco en los días de calma; pero todavía tengo mucho que aprender. Sé correr y esconderme, pero no trepar por los árboles ni hacer las acrobacias que él hace. Si tenemos que ir a Sandorai, debo aprender a moverme por el bosque.

No puedo hacer nada. El sol no ha alcanzado su punto más álgido del día, por lo que no creo que haya pasado más de media hora del descanso del almuerzo. Sarez me hace una señal con la mano de parar. Me ve cansada, y lo estoy. Noto mi cabello mojado por el sudor y la espada se me resbala de las manos, por no hablar del dolor que siento en mis pobres piernas que tienen que sostener el peso de dos. Pero quiero continuar, tengo que continuar. Lanzo una finta al aire, contra un enemigo invisible. Mis pies resbalan en la maniobra, por fortuna logró recuperar el equilibrio antes de caerme.

—Un rato más. Ya casi he dominado la técnica. Es fácil: se trata en apoyar mi peso en la pierna izquierda para luego avanzar en un golpe rápido con la espada hacia el rival, rompiendo sus defensas. El juego de pies es esencial, con él me debo impulsar — digo animada.

—Para él no es fácil — dice mientras recoge nuestras pertenencias en la mochila

—¿Él? — pregunto confusa.

—O ella — señala mi vientre y ríe divertido. Él está igual de animado que yo, pero por razones diferentes. — Sandorai no es importante. Puede esperar a…

—No, Sarez — no le dejo terminar la frase — Debemos estar en Sandorai para cuando él — o ella — venga. Ya te lo dije, será un elfo fuerte como papá y lista como mamá. Un elfo.

Sarez baja la cabeza en un gesto pesado. Aunque resulta extraño, creo que ha comprendido a la perfección lo que le he dicho. Ni él ni yo somos elfos. Él fue desterrado y arrebato de toda su identidad y yo soy una semielfa educada con las costumbres de Lunargenta. Nuestro hijo, en cambio, tiene la oportunidad de ser un elfo. De no ser señalado en las ciudades humanas por tener las orejas largas.

—Tendrá un nombre élfico, Árbol Madre cuidará de él y, si quiere, podrá rezar a los Dioses de las estrellas. Tendrá una familia que le proteja y una ciudad, o bosque, que llamar hogar — no me doy cuenta que he adoptado una postura defensiva con la espada — Ambos sabemos lo que es vivir en un sitio donde todos son diferentes a ti. No permitamos que le suceda lo mismo a nuestro hijo. ¿De acuerdo? — no le dejó hablar —. Ahora coge tu arma y atácame con tu mejor golpe. Te devolveré el ataque con la finta.

Avanzo la pierna diestra a la vez que acomodo todo mi peso en la zurda. Tomo impulso y… me caigo. Sarez está a tiempo de recogerme en brazos antes de que toque suelo. ¡Suéltame! ¡Déjame! Debo intentarlo de nuevo. Lo conseguiré. Quiero gritarle y golpearle para que me suelte, pero no lo consigo. A cambio, lloro de impotencia. No porque no consiga dominar el truco con la espada, sino porque no me veo preparada para viajar a Sandorai. Mucho menos para residir en el bosque. Mi hijo será un elfo y será criado por elfos. Ni su padre ni yo somos elfos. No por primera vez, me descubro pensando en la posibilidad de que las altas sacerdotisas me arrebaten a mi bebé nada más lo diese a luz.

—Descansa — dice al mismo tiempo que me ayuda a sentarme en la hierba —. Volveremos a la habitación cuando el sol esté en lo más alto. ¿Quieres comer? Quedan galletas.

—Por favor.

Offrol:Este tema sigue con la trama empezada en:

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Prometeo Mar 11 Feb 2020, 18:05

¡ALERTA!
Daños graves en la infraestructura...
Reiniciando procesos...
¡ERROR! Sin respuesta...
Suspensión inminente...

Mis oídos retumbaban con cada impacto de mi cráneo contra el suelo de metal. Mis sensores no respondían. Había intentado detenerle en una primera instancia. Tiraba con fuerza del brazo con el que me sostenía, pero fue inútil, y pronto dejaron de responder mis extremidades.

Presentaba daños en cada uno de mis mecanismos, no podía alterar el almacenamiento de electrones para desplegar una barrera.

Se detuvo al detectar que mis sistemas no respondían y me era imposible proceder en el combate. Mis labios sabían a sangre.

No era capaz de experimentar miedo... Pero sentía algo muy similar. ¿Quizás impotencia? ¿Quizás frustración? Había sido demolido en batalla por aquel biocibernético.

— Que esto te sirva de recuerdo, Prometeo. —musitó mordaz— Yo soy el modelo superior, no puedes derrotarme. —informó, aumentando la presión de su agarre. Mis sistemas estaban a punto de colapsar— Esta es mi misión. Mientras yo esté en línea... Te aplastaré.

Lo último que pude ver fue la luz naranja de sus ojos brillar con malicia entre las grietas de mi visor, antes de apagarme en el impacto de su puño contra mí rostro.

___________________________________________________________________________________

Iniciando reactivación de emergencia
Daños graves en la infraestructura...
Reiniciando procesos...

Mis sistemas volvieron a estar en línea, o algo similar, encontrándome en medio de la espesura de un misterioso bosque. Sin señales de Arthur.

Coloque mis manos sobre la tierra, escupiendo un poco de barro que se hallaba entre mis dientes. Logré arrodillarme, con mucho trabajo de mis dañados mecanismos, perdiendo el aliento y sintiendo el daño en mi estructura en carne viva.

Realizando análisis del perímetro...
¡ERROR! Sin respuesta de los sensores...
Imposible realizar el análisis...

Intenté dar con mi posición, pero mis sensores se hallaban dañados y no emitieron respuesta.

Dediqué un momento a contemplar mis manos, observando detalladamente mi exoarmadura. Se hallaba en muy mal estado. Las luces parpadeaban irregulares; otras simplemente no encendían. Una que otra chispa saltaba entre las placas, y mi visor se hallaba fragmentado. Mis motores empezaban a sobrecalentarse y las órdenes se elaboraban de forma muy lenta.

Estaba dañado. Mis anomalías eran muy graves. Necesitaba alguien que pudiera repararme, o incluso menos. Cualquier soporte a la plataforma sería un beneficio.

Pero... Quizás no tenía la fuerza para buscarlo. Tanto física como de voluntad.

Aún así, terminé poniéndome en pié de algún modo, logrando avanzar muy lentamente mientras sostenía mis costillas para aplacar el dolor. Un paso, tras otro.

Los bosques parecían interminables en medio de mi odisea. Mis... ¿Pensamientos? Solo cuestionaban una y otra vez las siguientes incógnitas: "¿Donde estaba Arthur?", "¿Seguía con vida?", "¿Cómo lograría derrotar a Zeus?", "¿Había fallado en mi misión de convertirme en un héroe, siendo un modelo defectuoso?".

No tenía respuesta para ninguna. Solo podía alimentarme de la luz que podía ver filtrándose entre los bosques. ¿Era acaso "la luz" a la que se hacía referencia en alegorías a la muerte? ¿Estaba entonces muriendo? No lo sabía.

Solo permanecí avanzando, hasta ser envuelto por la luz en medio de un descampado. Mis motores estaban sobrecalentados, el peso de mi exoarmadura representaba ahora una carga extra que no podía soportar.

— ¿Es así como se siente morir...? —pronuncié cerrando los ojos, siendo engullido por la luz del sol y el humo de mis cortocircuitos. Disfrutaría mis últimos momentos... Como un ser vivo.

No pude permanecer más tiempo de pié. Con el fuerte sonido del metal de mis placas, me desplomé en la hierba del campo.

Sarez Jue 13 Feb 2020, 14:13

Saco una bolsa cuero con unas pocas galletas y se la doy a Merrigan. Ella se queda un rato mirándome, paralizada. Sus ojos lilas tienen un aspecto vidrioso. Finalmente, coge las galletas en silencio y se da vuelta, mirando hacia el campo de entrenamiento. Sé en lo que está pensando. Está pensando en una disculpa, pero es demasiado orgullosa como para pronunciarla con palabras. No es la primera vez que se me queda mirando de esta manera. En los últimos días se ha vuelto una costumbre. Tras una mala rabieta en la que ambos quedamos disgustados con el resultado, nos quedamos en silencio mirándonos sin hablar. Ella tiene miedo de volver a gritar si abre la boca. Yo no sé qué decir.

Otras veces, a mi falta de vocabulario por saber elegir. Ahora, creo que no existe vocablo en la lengua común ni la elfa que pudiera expresar cómo me siento.

Dije a Merrigan que no pasaba nada y mentí. Dije a Merrigan que lo entendía y mentí. Dije a Merrigan que la amaba y… cada día se me hace más difícil. Bajo la mirada en un gesto apenado. Debería disculparme, pero soy demasiado orgulloso para hacerlo.

Merrigan espera un hijo mío. Quiere que sea un elfo, nacido en Sandorai. Las palabras resuenan en mi cabeza. Merrigan quiere que…, sin importar lo que yo piense de Sandorai y de los elfos que me castigaron. Sin importar que yo no sea un elfo y ella tampoco. Merrigan conoce Sandorai por las historias que cantan los humanos. Lo más cerca que ella ha estado de Árbol Madre ha sido el bosque de Midgar. No conoce apenas ningún elfo que cumpla el patrón estoico de la raza, la única excepción fue la elfa guerrera que nos cruzamos tiempo atrás (Eilydh). No quiero que nuestro bebé acabe siendo como ella ni como ningún otro elfo de mi tierra. Esos elfos castigan los cuerpos hasta llegar a romperlos. Lo he visto. He visto como lo hacían (Helyare). No quiero que mi bebé haga… No quiero que Merrigan piense…

Me descubro acariciando con dos dedos la cicatriz que cruza mi ojo izquierdo, un hábito que reflejaba inseguridad y miedo en el pasado. Muevo las manos en un gesto de rechazo, como si estuviera espantando un fantasma. Merrigan no me pregunta qué hago. Ella tiene sus propios fantasmas y los combate con la elegancia y rectitud que carezco.

Un fuerte golpe me distrae de mis pensamientos. Le doy las gracias en silencio.

—Iré a ver — digo a Merrigan en voz baja. Ella me contesta con un movimiento afirmativo con la cabeza. Sus dos manos están ocupadas sujetando la última de sus galletas —. Bien.

No tardo en descubrir al culpable del espantoso sonido. Detrás de los cimientos caídos de un antiguo edificio de piedra se encuentra un cibernético en el suelo. Miro alrededor en busca de la persona o criatura que haya derribado a un pesado hombre de metal. No hay nadie, al menos al descubierto. Me acerco despacio al cibernético caído. Le doy la mano derecha para ayudarle a levantarse. Mi mano izquierda descansa en la empuñadura de una daga, la muestra sin reparo. Los bandidos son propensos a utilizar cebos y distracciones. El hombre de metal puede ser una distracción.

—Ayuda— mi voz suena más arisca de lo que pretendía.

Prometeo Vie 14 Feb 2020, 11:23

¡aL3RT4?
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Mi cuerpo se estremeció con la caída. Seguía en línea, experimentando dolor en cada zona de mi cuerpo. No podía levantarme.

No podía realizar un análisis a profundidad para confirmar mi hipótesis, pero existía la posibilidad de que el daño en mi estructura fuera principalmente en mis componentes orgánicos. Explicaría la presencia del dolor que no estaba programado para sentir. No estaba seguro, no existían precedentes que dieran luz al caso.

Si no me hallaba equivocado, existía la posibilidad de mejorar mi condición mediante métodos naturales. Algún sanador podía reparar las anomalías de mis componentes orgánicos.

Posteriormente, podría reparar mi armadura con algún ente capacitado. Sin embargo...

No necesitaba realizar cálculos para determinar mi bajo índice de supervivencia, y no solo porque mis sistemas no respondieran. Las posibilidades de avistar un individuo capacitado para mi sanación, antes que entrara en hibernación indefinida... No sé inclinaban a mi favor.

Me di por vencido, con un fuerte bufido. Era matemáticamente imposible.

Entré en una fase de suspensión intermitente. Mis elevados niveles de calor eran intolerables. Estaba inmerso en mis errores... Hasta que...

Abrí los ojos nuevamente, encontrándome con una silueta antropomorfa inclinada a mi costado. No podía verle bien, siendo vislumbrado por la luz del sol a sus espaldas. Solo pude detectar el brillo misterioso del violeta de sus ojos, contemplándome con un gesto que no podía descifrar, y la punta característica de sus orejas... Imposible... ¿Era...?

¡Un elfo!

¿4dV3rtenC14??
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Sentí un pulso electromagnético recorrer toda mi estructura. Mis motores comenzaron a trabajar con mayor aceleración. ¿Esto es... Producto de la emoción? ¿O de la esperanza...?

— ¡A-A-A-Ah...! ¡A-A-Auxilio! —me costaba emitir un patrón de voz óptimo para comunicarme con el individuo. Mi tráquea se hallaba reseca y obstruida por restos de, suponía, era sangre; me quedaba sin aliento— Por favor... —supliqué.

Le observo extenderme su mano para ayudarme. Hago mi mejor intento para alcanzarle. Mis motores trabajan con una fuerza no identificada, hasta que desisten nuevamente en colapso.

Me dispongo a volverlo a intentar, aproximándome desde otro camino. Ocupo toda mi fuerza en girarme, y con una mínima brecha, lo consigo. La luz del sol impacta contra mí rostro, otorgándome una mejor visión del elfo.

Detecto su daga... Mi estructura experimenta un frío más gélido que el mismo metal.

— N-N-No... —susurré cabizbajo— No e-es n-n-nec-c-cesario... —musité, en referencia a su apoyo— R-R-Ront... Ar-r-r... Arthur R-Ront... —le rogué, desesperado— Sálvalo, por favor...

Sarez Vie 28 Feb 2020, 15:15

Ladeo la cabeza y observo con extrañeza al hombre de metal. Levanto la mano izquierda de la empuñadura de la daga. El hombre de metal ya no me resulta una potencial amenaza. Su mala pronunciación ha levantado en mí un sentimiento de empatía y curiosidad. Es el primer cibernético que conozco que no habla con un lenguaje excesivamente civilizado; el mismo que utiliza Merrigan cuando se presenta ante los mandatarios de una nueva ciudad.

No obedezco a los delirios del hombre de metal. Levanto al hombre al mismo tiempo que utilizo una parte de la magia sanadora en su espalda.

—Mi magia funciona bien con la carne — me encojo de hombros en un gesto de disculpa —. Tu metal es diferente. Frío.

Nunca he necesitado sanar a un hombre de metal. La mayoría vinieron hacia mí con intenciones violentas. Un grupo de ellos quiso descuartizarme, a mí y a mi amiga Woodpecker. Obedecían las órdenes de un malvado humano que recogía cadáveres desmembrados para venderlos a hechiceros oscuros. Woodpecker y yo nos enfrentamos a los hombres de metal. Eran fuertes. Durante un rato, pudieron resistir nuestros constantes ataques. Cambiamos la estrategia. Confeccionamos una trampa que hiciera caer a los hombres de metal y así debilitar sus defensas. Funcionó. El último de los hombres de metal lo encontramos en el suelo, en una posición similar a la que se encontraba el que ahora estoy sanando. No hubo compasión. Woodpecker dejó caer su hacha en la cabeza del hombre. No recuerdo si éste pidió que le levantasen o que ayudase a Arthur Ront. Si lo hubiera hecho, le habríamos ignorado. Me pregunto cómo habría actuado Woodpecker con el cibernético que tengo enfrente.

—¿Quién es Ront? — inconscientemente desvío la mirada hacia Merrigan, desvelando su posición oculta —. ¿Quién es Arthur?

Recordar a Woodpecker ha hecho que me muestre alerta a los posibles peligros. La última vez que la vi, cuidaba de su manada. Era una madre. Sus cachorros no tenían padre. Miraba a todas direcciones. Gruñía si escuchaba un sonido amenazador cerca de sus crías. Habría aullado de haber escuchado al hombre de metal caerse al suelo. Era una buena madre. Cuidaba de su manada.

—¿Dónde están tus amigos? — insisto con un tono de voz más elevado.

Mi mano izquierda ha regresado a la empuñadura de la daga. Desenvaino parcialmente el arma para mostrar su filo. La mano derecha continúa en la espalda del hombre de metal, sujetándolo; basta que la aparte para que el hombre de metal vuelva a caer.

Offrol: hago referencia a varios temas que tuve con [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]. Una muy buena amiga a nivel personal que creo que no se encuentra activa en el foro en estos momentos. Woodpecker es la única madre (usuaria) que recuerdo que Sarez ha conocido; de ahí que le haya querido mencionar.

Prometeo Vie 28 Feb 2020, 18:57

Solté un quejido de dolor, apretando los dientes con fuerza para intentar mitigarlo; no estaba acostumbrado en lo absoluto a la sensación, mientras trabajaba conjuntamente con el elfo para lograr levantarme del suelo.

Tuvimos éxito logrando recomponerme, con su ayuda como soporte de mi equilibrio. Agradecía que se estuviera tomando tantas molestias. Esperaba que las placas de mi coraza, o algún mal funcionamiento de las mismas, no le estuvieran lastimando. No quería causarle problemas. Aunque no pudiera leer su lenguaje corporal por fallas en los dispositivos respectivos, recordaba que los elfos no eran individuos muy abiertos a relacionarse con otras razas. Amit'tek lo había mencionado.

1001111011101010000101010101...
1000011110110101010010101011111000...
1010100011100000110111...

Sin embargo, algo andaba mal en mis sistemas. Mi alrededor empezó a distorsionarse en datos, fluyendo en buses de errores, que nublaban mi visión y producían una sensación de mareo. Probablemente, el exceso de esfuerzo empezaba a representar un factor riesgoso para mi hardware en general. Si proseguía así, él reinicio sería inminente. Sin embargo, detenerse era una decisión inconveniente. El elfo no sería capaz de cargar con el peso de mi estructura sin mi intervención. No podía rendirme.

O eso era lo que creía...

100011110000111...
Re1n101and0 pr00es0s...
N1ve1es 1ntern0s de dañ0: 93%... 92%... 91%...

Poco a poco, tras detectar el ingreso de energía positiva a través de mi espalda, comencé a recobrar la consciencia y a respirar con menor esfuerzo. Me sentí aliviado, y emocionado, no pude evitar transformar mi anterior quejido en una débil y ronca risa alegre.

— N-N-No... No sé preocupe, señor elfo... —musité, con mayor claridad en esta ocasión, aún con la aspereza producida por el cúmulo de sangre seca en mi garganta— Hace demasiado. Se lo agradezco... —acoté en un tono melancólico, girando mi rostro para verle mejor, y dedicarle una sonrisa sincera. Podría encargarme de mi armadura posteriormente— Arthur... Él...

Sin embargo, antes que pudiera proceder con mi explicación, el elfo realizó otra pregunta. Pude detectarla esta vez, la tensión en su voz y en su lenguaje corporal, la prueba de mi hipótesis.

Me demoré en elaborar una conclusión, mi procesador trabajaba a una velocidad muy poco eficiente bajo aquellas condiciones en las que me hallaba. Aún así, aquello que recibí por respuesta de mis programaciones lógicas, me hallaba... incapaz de cumplir con la moción. Las sugerencias recomendaban no recurrir al soporte del elfo. Pero no podía hacerlo.

Tenía... ¿Tenía...? ¿Miedo?

¡ALERTA!
Procesador emocional inestable...

Con una mirada perdida, programada y vacía; la cual disipó mi anterior sonrisa, buscaba las palabras correctas para contestar.

— Amigos... Arthur... Él es mi amigo. Él es mi hermano... —liberaba la información parcialmente, apenas esta llegaba lentamente de mi memoria— Base de los Biocibernéticos... Fue ahí donde le vi por última vez. Antes que... ¿Antes que...? ¿¡A-Antes que...!? —algo salió mal, apenas intenté acceder a aquella información.

Mi respiración se agitó, y ahora mis ojos mostraban el miedo que sentía. Intenté liberarme del agarre del elfo, pero también tenía miedo de volver a caer. No sabía manejar el miedo, y en última instancia me sostuve con ambas manos de su hombro; reposaba ahora en mis rodillas.

— No... —musité, mientras sentía el dolor volver a surgir, al salir del radio de aquella energía. Volvía a manifestar errores— No tiene que ayudarme si no se siente seguro, señor elfo. —confesé con un brusco giró de mi rostro, mostrando una sonrisa entusiasta— ¡No! ¡No, no! ¡Por favor, ayúdeme! —supliqué asustado con un nuevo giro— No se preocupe, no fui programado para juzgarle. —acoté nuevamente alegre— ¡No quiero morir...! ¡Me da miedo! ¡Aún tengo que...! Salvarlo...

Mi voz se quebró con aquella última frase. Salvarlo... Sentí una punzada en mi núcleo. Esta hacía palidecer el dolor de mis otras heridas. Mis ojos se hallaban nublados por un líquido extraño. Ya había experimentado algo así previamente. Aquél fenómeno se conocía como: "llanto".

— Le prometí... A Mamá, la señora Ront... Qué cuidaría de él, y lo regresaría a casa sano y salvo. —musité, con la mirada pérdida en algún punto del suelo— No debí permitir que me acompañara. —razoné, negando con la cabeza, impotente— Era mi misión. Debía protegerle. Y ahora ni siquiera sé si está vivo. —acoté, nuevamente preso del pánico— "¿Y te llamas a ti mismo: héroe?" —cité las palabras de Zeus, riendo con una sonrisa irónica y pesimista— Solo soy un inútil. —concluí, hundiéndome finalmente entre las lágrimas.

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Sarez Dom 01 Mar 2020, 11:44

Por muy atento que esté a las palabras del hombre del metal, no consigo comprender lo que me dice. Cambia de parecer a cada una frase. En un momento, parece no importarle que le ayude, incluso mueve los brazos en gesto de disculpa; y al siguiente, suplica llorando que le ayude. Doy un paso atrás y escruto al hombre de metal. Es posible que se haya roto con la caída. Averiado. El hombre de metal sigue hablando. Mis sospechas parecen confirmarse. Menciona a una madre y repite el nombre de su hermano. Los hombres de metal tienen inventores, como Chimar, no madres. Nacieron en las forjas de cristal de los primeros hombres.

—Nunca he dicho que sea un héroe — contesto a la única frase que creo haber entendido. El resto del discurso ha sido un agregado de delirios humanos y averías tecnológicas. Muevo la cabeza indeciso, sabiendo que el hombre de metal espera una respuesta —, aunque haya gente que pueda considerarme como tal — dejo unos segundos de silencio para aclarar mis ideas —. Arthur Ront es tu hermano. Has perdido a tu hermano. Prometiste a tu mamá que le cuidarías. Pides ayudada a un héroe para buscar a Arthur porque tú eres un inútil.

Dejo al hombre de metal llorando. De un salto, subo a las ramas más bajas de un pino cercano. Trepo hasta la copa. Desde esta altura puedo ver todos los edificios de Vuwlulfar, el campamento donde Merrigan devora galletas (es un antojo) y los primeros campos de las afueras de la ciudad. Veo la plaza principal de Vulwulfar y las tejas de color rojo del hostal en el que Merrigan y yo estamos instalados. En la parte oeste de la ciudad se celebra un humilde mercado; no soy capaz de diferenciar los rostros de cada persona, pero reconozco los colores de las carpas y los telares. Veo a un pastor llevando sus ovejas por el prado y a un puñado de vacas pastando no muy lejos de donde termina la ciudad y empiezan las montañas.

No veo la ciudad de los hombres de metal ni ninguna forja de cristal. Entre las vacas, no se esconde un hombre con hierro en el lugar de la carne. Las carpas del mercado se venden dulces, caldos y especies; no tuercas ni engranajes.

—¿Cómo es tu hermano? — pregunto en voz alta para que el hombre de metal pueda escucharme desde el suelo —. ¿Dónde lo viste por última vez? — señalo en la dirección donde se encuentra el mercado —. Allí hay un mercado. ¿Crees que haya podido marcharse sin ti? A las personas les gustan los mercados. A Merrigan le gusta ver las carpas, aunque no vaya a comprar nada.

O le gustaban. Hoy ha preferido ir a entrenar el tiro con arco que visitar el mercado. Ha cambiado. El embarazo le ha cambiado. Come insípidas galletas porque los sabores fuertes le remueven el estómago. Sucede lo mismo con los olores. Los mercados de Vulwulfar se han convertido en tormentas digestivas para Merrigan. Con pensar en los sabores y olores del mercado, se lleva las manos en la boca. Si Arthur Ront, hermano del hombre de metal, espera un bebé; habrá ido al prado con las vacas, lejos del mercado.

Prometeo Vie 06 Mar 2020, 11:55

Miraba a un punto indeterminado del suelo, en silencio, esperando que terminara la ejecución de un proceso que no podía identificar. Quizás se trataba de mi sistema autómata de fallas y averías, quien, finalmente, había respondido tras muchas solicitudes del administrador. O tal vez era el programa que procesaba el filtro líquido que nublaba mi visión y corría por mis mejillas. Fuera cual fuera la respuesta, no era relevante.

—No me refería a usted, señor elfo. —le aclaré al individuo, quien mostraba cierta confusión con mis divagaciones de pensamiento. —Me refería a mi. Yo soy el que se supone debe ser un héroe, está en mi programación. —le indiqué, dirigiendo mi vista hacia él. —Fui equipado con todas las herramientas necesarias para cumplir con tal labor, y aún así resulté ser un fracaso. —confesé melancólico, con una sonrisa irónica.

Finalmente dio por culminado el proceso, dejando tras de si una situación particular y sin precedentes: Carecía ahora de misión alguna. Mi interfaz siempre plasmaba los objetivos, primarios y secundarios, que debía cumplir. Pero ahora, estaba en blanco, creando en mi una sensación de vacío que no sabía como manejar.

Ni siquiera me había percatado de la ausencia del elfo. Solo cuando escuché su voz en la lejanía volví a retomar consciencia de mi alrededor.

Desacoplando armadura de combate...
Buenas noches, Prometeo...

Tomé un profundo respiro, mientras las piezas de mi armadura caían, una a una, liberándome del gran peso que implicaba cargarlas. ¿Por qué no lo había hecho antes? Mis sistemas recobraron estabilidad, mientras el viento soplando en mi rostro aliviaba el dolor de mis heridas.

—Es bajo. De cabello castaño y ojos oscuros. Usaba una camisa roja a cuadros. —contesté sin ánimo a la pregunta del elfo, pero con la suficiente fuerza para que pudiera oírme. —En la Base de los Biocibernéticos. No creo que se encuentre en la zona, siquiera en un área accesible. Es improbable que él le haya permitido escapar. —razoné. —¿Quién... es Merrigan?

Mientras esperaba su respuesta, comencé, poco a poco; a la máxima capacidad que me permitían las heridas de mi estructura, a recomponerme. Tomé otro respiro cuando lo logré.

¿Qué estaba haciendo? No lo sabía. Comencé a avanzar, sin notificarle al elfo. ¿A donde iba? No lo sabía. Mis procesadores solo trabajaban. Emprendí rumbo, hacia donde podía divisar un grupo de vacas en medio del prado. ¿Iría Arthur hacia allá? No lo sabía. Pero yo quería ir.

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Sarez Sáb 14 Mar 2020, 10:54

Bajo, cabello castaño y ojos oscuro. Una descripción pobre que podría adjudicarse a cualquier humano, incluso al hombre de metal Ront. Optó por centrarme en el último rasgo, la camisa roja a cuadros. Hago visera con la mano derecha y busco a hombres que aparenten menos edad que el hombre de metal y que lleven una camisa a cuadros. Entre los pastores humanos no tengo duda, están lo suficiente cerca como para que pueda verlos sin dificultad. Son hombres que rozan los cincuenta años, con largas barbas morenas y pelirrojas en su mayoría. Cuando agudizo la vista hacia la ciudad soy incapaz de distinguir entre un hombre y una mujer, una camisa a cuadros y otra a rayas, un mentón rasurado y una áspera barba. Insisto, de estar Arthur Ront en las proximidades, debe encontrarse en el mercado, escudriñando los orfebres de algún prestigioso artesano.

El hombre de metal menciona la base de los biocibernéticos. Es el último lugar donde vio a su hermano. Enarco una ceja vacilante y miro hacia abajo, hacia el hombre. Las siguientes frases son confusas. Dice que su hermano no debe estar en la base y, justo después, nombra a una nueva persona que no permite que Arthur escape. ¿Está atrapado? No me interesa. Mi propósito es utilizar al hombre de metal para distraerme, huir de las preguntas que azotan mis pensamientos desde hace algunos meses.

(¿Si es niña que nombre le ponemos? ¿Y si es niño? ¿Qué haremos con él? ¿Qué haremos con ella si es niña?)

—Estás lejos de tu ciudad — señalo la obviedad como quién ve un atardecer nublado y dice que va lloverá al día siguiente.

El hombre de metal responde con una pregunta sorpresiva. El nombre de Merrigan hace que pierda la concentración por un momento y que casi se me resbale la rama que tengo sujeta. Pienso durante un tiempo más estirado del considerado para una conversación natural la mejor respuesta. ¿Quién es Merrigan?

La semielfa aparece tras los arbustos. Sujeta una galleta a medio comer con una mano mientras que la otra descansa sobre su vientre abultado.

—Ella es Merrigan — no encuentro palabras con que describirla, por lo que decido señalarla desvelando su posición. El físico de la semielfa debería ser suficiente para responder al hombre de metal.

—Sí, yo soy Merrigan. Supongo que ya puede salir de aquí. Es muy incómodo escuchar todo detrás de las piedras sin poder ver nada ni participar en la conversación. Es como ver una obra de teatro que sabes que va a terminar en tragedia. ¿Y tú eres…? — Merrigan saluda al hombre de metal. El cibernético camina hacia las vacas de la montaña —. ¡Eh, qué maleducado! — si no tuviera que soportar el peso de dos, Merrigan se habría lanzado a correr detrás del hombre —. ¿He dicho algo malo? — pregunta mirándome a mí. Me encojo de hombros en señal de ignorancia —. Entonces has sido tú el que le ha dicho algo que no le ha gustado, siempre eres tú — termina de hablar dándole un generoso mordisco a la galleta que tiene en la mano.

Desciendo del árbol sin perder el ojo al hombre de metal. Mi sanación es pobre. Corre el peligro que vuelva a caer al suelo y las vacas carecen de magia sanadora.

—Busca a su hermano perdido, pero no lo encuentra. Creo que está roto — muevo el dedo índice en círculos a la altura de mi cabeza. El gesto se lo vi a Merrigan, lo utiliza para referirse a los hombres de pobres seseras, los que han perdido un tornillo.

—¿Sabes qué le pasa? ¿Te lo ha dicho?

—No.

—¿No te lo ha dicho o no sabes qué le pasa?

—No lo he entendido.

—Vayamos con él, necesita nuestra ayuda — comprendo las intenciones de Merrigan. Son las mismas que las mías: esquivar las preguntas que nos perturban.

Merrigan hacia acopio de correr, pero piernas hinchadas la hacen caminar con torpeza. En otras circunstancias, habría interrumpido el paso de Merrigan invitándola a descansar o la habría ayudado a correr a mi mismo nivel. Pero ahora, siento miedo al tocarla. Le adelanto en la carrera. No me cuesta alcanzar al hombre de metal. Merrigan, rezagada, queda lejos de nosotros.

—¿Dónde vas? Puedes caerte como antes — giro la cabeza hacia atrás, asegurándome que Merrigan no se haya caído — Sigues roto. Debes tener cuidado.

Prometeo Dom 15 Mar 2020, 13:47

Observaba al sol... Resplandeciéndo en el firmamento, distribuyendo su luz y energía a todos los seres que se hallaban en su extensión. Plantas. Animales. Elfos. Hombres de metal.

¡ADVERTENC1A!
La exp0s1c10n c0nstant1 a l0s ray0s del s01 pued1n c01sar 0ver10s en...
1010101010100101010101000001110110...

Mi mundo comenzaba a distorsionarse de nuevo. Los datos volaban a mi alrededor, se corrompían, corrompían mi mundo. Intenté reducir la molestia que generaba la luz en mis visores, entrecerrando los ojos y colocando mi mano sobre ellos para generar sombra. Escuchaba voces a la distancia... Era el elfo. ¿Pero... a quién pertenecía la otra voz? No la reconocía... De igual manera, ya no era importante.

Llegué a un punto en el que me detuve, una vez detecté una señal a mi costado. ¿Qué... estaba haciendo? ¿A donde creí que iba...? Me quedé en pié, mirando a un punto indefinido del cielo.

Procedí a inspeccionar la señal, pasados unos segundos. Era el elfo, nuevamente. Su afirmación era correcta, sentía que podía volver a caer en cualquier momento; aún tras liberarme del peso de mi coraza. Suspiré exhausto.

—Lo siento, señor... —me disculpé cabizbajo, quizás sin la suficiente honestidad, pues no entendía realmente qué me estaba ocurriendo. —Algo debe estar mal en el procesa... —intenté explicar, pero sentí la necesidad de simplificar mi explicación. No recordaba por qué. —Aquí. —llevé mi mano hacia la parte posterior de mi cabeza, donde se situaba el lóbulo parietal; quién alojaba mis tres procesadores principales.

De pronto, una nueva señal ingresó al área de mi radar... No... Dos señales. Me giré para observarles, pero algo aconteció.

Un flujo misterioso de datos comenzó a ejecutarse, en el momento en que aquella figura femenina entró en mi campo de visión. Quizás era producto de mis anomalías, u otra razón que no puede explicarse, pero lo que se presentó ante mi... era un ángel. No podía ver su rostro, y su cuerpo emitía un aura resplandeciente. Entre vestidos blancos, su vientre abultado resaltaba, así como una sonrisa pura que llenó mi alma con una brisa reconfortante. Le observaba perplejo...

—Qué... bonita... —musité en mi asombro.

Sentí un frío recorrer por mi mejilla. Limpié la corriente con mis dedos, comprobando que se trataba nuevamente de aquél líquido que emitían mis ojos. Cuando volví a levantar la mirada, la señorita frente a mí ya no emitía aquella aura. Detecté inmediatamente sus orejas puntiagudas, antes de descender hasta su vientre.

Me detuve en ese punto unos segundos, demorando un poco en procesar la información. No esperaba que aquello fuera lo que buscaba... Una solución. Mis parámetros volvieron a cargarse, mientras adquiría un nuevo objetivo.

OBJETIVO ADQUIRIDO:
Asistir a la señorita...

—Usted... —murmuré, mientras me acercaba a la señorita, dejando de lado al elfo. —Se encuentra en estado de gestación... —finalicé la oración, mientras una sonrisa se dibujaba en mi rostro. —¡Fascinante! ¡Muchas felicidades, señorita! —le deseé, dedicándole una sonrisa entusiasta. Mis sistemas se habían reiniciado. —Me disculpo por mi comportamiento previo, señorita... Merrigan, ¿correcto? —pregunté. —Soy la unidad Prometeo, aunque respondo del mismo modo ante el seudónimo: Adam. —me presenté, inclinando mi torso hacia ella en señal de reverencia y servicio. —Me interesa asistirle en lo que considere necesario para el correcto desarrollo de la cría. —le informé sonriendo. —¿Me... permite...? —solicité mientras me colocaba en cuclillas, deseando inspeccionar de cerca al embrión o feto.

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Sarez Lun 16 Mar 2020, 11:38

Merrigan niega con las dos manos rechazando tanto los halagos como el servicio prestado por parte del hombre de metal. Sus mejillas se han enrojecido por el rubor. Merrigan cree que una chica con el vientre abultado y las piernas hinchadas por la retención de líquidos no puede considerarse bonita. Intenté decirle que se equivoca. Utilicé mis mejores palabras y las acompañé de besos y caricias. No logré hacerla entender. Merrigan me rechazaba dedicándome una mirada de reproche y un ligero empujón, si es que mis insistencias le parecían molestas. Con el hombre de metal no hay ninguna mirada de desagrado. Merrigan continúa caminando hacia nuestra posición, aunque con un ritmo más lento puesto que no deja de mover las manos como si estuviera saludando a dos personas a la vez.

—Falta un ciclo de luna completo — digo al mismo tiempo que me coloco entre el hombre de metal y Merrigan —. No puedes hacer nada por gestación — es la primera vez que escucho la palabra gestación. Es compleja, pero logro repetirla lentamente con perfecta pronunciación. Adivino el significado de la palabra por el contexto: espera del bebé — Busca a tu hermano. Por ahí — señalo lejos —. Ve.

—¡No seas así! Ahora entiendo por qué Adam se fue espantado. Con esa manera tienes de hablar no me extraña nada en absoluto — Merrigan llega a nuestra posición —. Quedan 40 días para que nazca nuestro bebé — se acaricia el vientre con una mano —, esperamos estar en Sandorai para cuando nazca. Poco puedes hacer por nosotros, pero te lo agradecemos de igual forma. Es mejor que te preocupes por ti que por nosotros. ¿Qué hay de ese hermano tuyo? Sarez — me señala con la cabeza para hacerme notar (y callar) — antes me ha dicho que estás buscando a tu hermano. ¿Es así, Adam? Espero que no te importe que te llame Adam. Me críe en Lunargenta, rodeada de nombres humanos. Adam me es más fácil de recordar que… ¿unidad Prometeo? ¿Es así? Disculpa si lo he pronunciado mal.

Merrigan habla con el mismo tono de voz que utiliza encima de un escenario y al otro lado de la mesa de trabajo de un comerciante. Es amable, sin pecar de ser molesta. Menciona algunos datos minúsculos, que nació en Lunargenta y el tiempo de espera (gestación), con el propósito de despertar el interés de su interlocutor y averiguar más sobre él.

—Podemos ayudarte a buscar a tu hermano, si quieres. Solo no vas a durar mucho. Aunque, lo mejor, es que vayamos a buscar a un ingeniero. Esa cabeza tuya te está dando muchos problemas.

—El hombre de metal está roto. — digo mirando a Merrigan como si le estuviera desvelando un secreto.

—Es lo más inteligente que has dicho hoy — sarcasmo. Lo distingo de una frase normal porque va a acompañado de una mirada de reproche.

Prometeo Miér 18 Mar 2020, 14:57

Sonreí risueño con la señorita, mientras observaba como su rostro níveo adquiría un tono rojo cual carmín; signo común en aquellos individuos que experimentaban sensaciones derivadas de la vergüenza o la modestia. Acepté su solicitud, debía respetar su decisión como parte de mi protocolo de operación y servicio, reincorporándome con una alegre afirmación. Cuando volví a estar de pie, el elfo se encontraba ahora entre nosotros, frente a mí. Le dediqué una sonrisa a él también, mientras esperaba cortés mi turno para intervenir en la conversación.

—¡Falta muy poco! Debe estar muy emocionada. —comenté. —"Nuestro..." Entonces, ¿es usted el padre? —me dirigí al elfo. —¡Muchas felicidades! Señor... Sarez, ¿correcto? —pregunté perspicaz. —Es un gusto conocerle. —sonreí con una afirmación, antes de tenderle mi mano en señal de amistad. —Puede dirigirse a mí como desee, señorita Merrigan. —reí. —En su defecto, solo Prometeo estaría bien. —compartí.

En el momento en que Merrigan mencionó otra vez a mi hermano, adquirí seriedad en mi rostro. Intenté disimular lo que aquello significaba para mi. Después de todo, ahora estaba en medio de una operación. Miré al suelo con cierta melancolía, antes de asentir en confirmación.

—Lamento no haberme expresado con claridad antes. —me disculpé, volviendo a alzar la mirada con seriedad. —Pero dificulto que Arthur se encuentre en los alrededores, o en alguna otra zona de la península que no sea la Base de los Biocibernéticos. —aclaré. —Viajamos a la base para investigarme. —coloqué mi mano sobre mi pecho, donde se hallaba mi núcleo. —Pero fuimos atacados, por otro biocibernético. Responde al nombre de Zeus, y es el causante de los daños que presenta mi estructura. No pude proteger a Arthur de él. No sé qué ocurrió después. Me desmayé y desperté en el bosque. —expliqué negando. —Dudo que le haya permitido escapar.

Tras finalizar mi explicación, volví a mirar al suelo. Sentía una opresión. Quizás era yo ahora quien experimentaba sensaciones derivadas de la vergüenza. Arthur era mi responsabilidad, y ahora por mi culpa estaba en graves aprietos.

—No se preocupen. —intervine, mientras empezaba a caminar sobre mis pasos, rodeando a los elfos para regresar atrás. —No creo que esté muerto. —razoné, deteniéndome, girándome hacia ellos. —Zeus demostró que su propósito de vida es ser mi enemigo. Arthur es su garantía de que volveremos a encontrarnos. —añadí. —Sin embargo, no puedo enfrentarlo aún. No en mi condición. Volvería a fracasar. Debo hacerme más fuerte. —expliqué. —Pero antes... —recuperé entonces mi jovialidad. —Hay que hacer algo con esto. —llevé mi puño hacia mi cabeza, y me di un par de golpes antes de reír. Trataba de restarle importancia al asunto. —Con su permiso.

Regresé rápidamente al prado donde había dejado mi coraza. No podía perder mucho tiempo, no quería ofender al par de elfos malgastando su tiempo. Me alegraba su compañía.

Iniciando protocolos de ensamblaje...
Buenos días, Prometeo...

Con un pulso electromagnético, mi armadura se acopló a mi cuerpo. La visión de Merrigan, por alguna razón, me había hecho recobrar algo de energía; aunque aún presentaba muchos daños. Retraje mi casco para no mostrarme descortés, y procedí a regresar con la pareja.

—Debi parecer un tonto dejando atrás mi armadura para luego ir a buscarla, ¿no? —bromeé riendo. —Me disculpo nuevamente. —volví a inclinarme en una breve reverencia. —Agradezco su compañía. Podemos partir. —afirmé con entusiasmo. —Después de usted, señorita Merrigan. No hay prisa. No debe esforzarse demasiado. —le ofrecí mi brazo como soporte.

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Sarez Sáb 21 Mar 2020, 08:09

Prometeo habla más con Merrigan que conmigo. A mí me habló con frases inconexas y razonamientos ilógicos. No fue una sensación mía, como Merrigan piensa. El hombre de metal habló mal apropósito. Sospecho que con la intención de confundirme. A Merrigan le explica quién es, cómo se llama y qué es lo que le sucedió a su hermano de forma sencilla. Incluso yo consigo comprender sin demasiada dificultad. Me cruzo de brazos molesto. La preocupación hacia su hermano Arthur no es una excusa que me sirva. El hombre de metal podría haber muerto, ya fuera porque me hartase de él y le abandonase en el bosque o porque le atravesase la cabeza de una flecha. Está roto, irreparable.

—¿Ibas a La Base a que te investigasen? — repitió Merrigan con un tono de voz pausado —. Es porque te sucede algo, ¿verdad?

—Porque está roto — contesto por Adam.

—Entonces, no te tienes que culpar por lo que le pasó a tu hermano. No te encontrabas en las mejores condiciones, que se diga. Seguro que él estará pensando algo similar: me cachis, he dejado solo a mi hermano enfermo — enfermo es una palabra más considerada y humana que roto.

El hombre de metal sigue hablando. Explica quién es Zeus y cuál es su propósito: ser el enemigo de Adam.

—Arthur está vivo porque Zeus quiere — pretendo preguntar, pero mi tono de voz, molesto, suena como una afirmación natural.

Es el concepto de enemigo el que me resulta confuso. Merrigan se lleva una mano en la barbilla. Duda, igual que yo. Ninguno de los dos nos hemos enfrentado a una persona cuyo propósito es ser nuestro enemigo. No sabemos cómo piensa Zeus. Los enemigos, las personas malas, quieren hacer sufrir al resto. El hombre de metal parece estar muy unido a su hermano. Zeus le haría mucho daño matándolo. Es lo que Merrigan haría si fuera enemiga de alguien. Lo que Merrigan hizo en sus trabajos de como mercenaria y espía.

—La Base está lejos y tú estás aquí— sentencio cuando el hombre de metal regresa.

—Sarez tiene razón, a Zeus le espera unos largos días de camino. Puede que incluso semanas. Pongamos que llevas dos días durmiendo, no creo que lleves tanto tiempo inconsciente, pero tomemos la situación más desagradable. Alguien ha tenido que dejarte aquí. Aunque Zeus posea los caballos más rápidos de Aerandir y no se haya detenido en las posadas para comer y dormir, cosa que dudo, no habrá salido de las limitaciones de Verisar. Es más, apostaría bien o él un secuaz suyo se encuentra todavía en alguna de las posadas de Vulwulfar, celebrando su triunfo y esperando a que te despiertes para que lo veas festejando su victoria sobre ti.

—Te dejó inconsciente y secuestró a tu hermano. Te venció.

—Y las victorias más dulces son las que están acompañadas de canciones y buen vino.

Merrigan y yo hacemos una buena pareja. Pensamos de forma parecida. Merrigan me comprende, desarrolla mis secas deducciones para que oras personas también puedan entenderme.

—No podemos ir a La Base, está muy lejos para nosotros y nos estamos preparando para viajar a Sandorai — se lleva una mano al vientre para hacer ver su punto de vista—, pero podemos ayudarte a buscar por las cercanías de Vulwulfar, conocemos muy bien la ciudad.

Descuelgo mi arco de la espalda y lo sostengo con una mano. Merrigan emula mis movimientos, su arma es el arpa. Demostramos al hombre de metal que estamos bien armados. Él dice ser débil y no estar preparado. Nosotros somos fuertes y llevamos días entrenando el manejo de nuestras armas y hechizos.

—Vamos — digo.

—No perdemos nada por echar un vistazo — sigue Merrigan.

Es ella quien inicia la partida hacia la ciudad. Pronto queda rezagada. Carga con el peso de dos.

Prometeo Dom 22 Mar 2020, 11:21

Adopté una postura militar, acompañada de un gesto serio en contraste a mi anterior sonrisa, en el momento en que los elfos manifestaron sus deducciones. Roto... La verdadera razón por la que había viajado a la Base era un tanto ambigua. Ciertamente, requería una revisión por diversos vacíos lógicos y anomalías en mi programación. Sin embargo, los elfos cometían un error asumiendo que mis fallas actuales fueron el motivo principal, cuando en realidad no estaban presentes en el momento de la visita.

—Parcialmente, su razonamiento es correcto, señorita Merrigan. —dicté con serenidad y una afirmación con la cabeza. —Sin embargo, las anomalías por las que necesitaba acudir a la Base, en ese punto del tiempo y sus circunstancias, no son iguales a las que presento actualmente. —corregí. —De hecho, esas anomalí... —cerré los ojos un momento, mientras procesaba una simplificación de mi léxico, para darme a entender apropiadamente. —En la Base pudieron curar aquella enfermedad que poseía. —comenté. —Mi enfermedad actual... Mis heridas, son producto del combate contra Zeus, como mencioné anteriormente. —concluí recordando, antes de detenerme por un segundo mirando al suelo, procesando nuevamente su alegato. —Pero aprecio que intente menguar mi pena. Le agradezco, señorita Merrigan. —añadí sonriendo. —Quizás... No sea del todo falso... —musité, más para mi que para ellos... ¿Me hallaba en mi máximo potencial en aquel combate? No lo creo.

Volví a mirar al dúo, recuperando la compostura. No podía permitir que la inestabilidad que demostraba ahora mi procesador emocional continuara violando mis parámetros de comportamiento establecidos.

—Correcto, señor Sarez. —indiqué ante la sentencia del elfo, antes de permanecer en silencio; escuchando el razonamiento de Merrigan. —Brillante... —dicté tras elaborar mi análisis. —Las probabilidades de que demos con Zeus son casi nulas. No creo que me tenga tanto aprecio para esforzarse tanto por mi. —comenté risueño. —¡Pero podemos localizar al individuo que me trajo hasta aquí! Él debe saber qué le ocurrió y donde puedo encontrar a Arthur. —añadí con entusiasmo. —Sarez... Merrigan... Muchas gracias. —confesé con sinceridad.

Con un rápido movimiento cerrando mis puños, mis guanteletes fueron cubiertos por un aura eléctrica. Yo también estaba listo, no podía quedarme atrás y dejar que ellos libraran mis batallas. Con un asentimiento, seguí el camino marcado por Merrigan, dirigiéndonos hacia el poblado de Vulwulfar en búsqueda del secuaz.

* * *

En ese momento, no podía saberlo. Nos embarcábamos en una búsqueda que no tendría frutos. Zeus no trabajaba de esa manera.

Antes de encargarse de mi joven hermano, se deshizo de mí lanzándome a mi suerte a las profundidades del desguace de biocibernéticos, donde los proxies podrían devorar mis partes y hacer el trabajo sucio por él.

Nunca llegué a saber qué ocurrió entonces. ¿Cómo terminé en aquel bosque? En mi memoria solo puedo encontrar efímeros retazos de consciencia, mientras era arrastrado por los bosques por una figura no identificada.

Quién quiera que fuera... O lo que sea que fuera... Se perdió entre los bosques con un lento caminar.

Solo puedo saber lo que ocurrió entonces, en el momento en que abandoné aquel claro junto a Sarez y Merrigan. No llegamos a verlos, ni a escuchar sus procesados lamentos de agonía. Se hallaban ocultos entre la espesura del bosque, no les gustaba la luz del claro. Buscarían otra forma de perseguirnos, o esperar que el ocaso diera paso al anochecer para efectuar su ataque.

Aquella amalgama de cables y piezas regresaría a la oscuridad. Esperaría pacientemente que regresaramos. No iban a dejarme escapar.

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Sarez Mar 24 Mar 2020, 13:31

Al final Sarez se ha hecho con la suya y me ha traído al mercado de Vulwulfar. Mientras caminamos por la calle no puedo evitar girar mi cabeza hacia los puestos. Todo huele bien y tiene muy buena pinta. Incluso la sopa de anchoa, y eso que antes del embarazo odiaba la sopa de anchoas. Será cosa de los caprichos que me advirtieron que tendría. Mis tripas resuenan. ¿O es el bebé que llevo el que está pidiendo comida? Como le guste la sopa de anchoa al niño pienso darle un coscorrón en cuanto nazca. Por su culpa, acabaré oliendo a pescado muerto. Hago una mueca con la boca que está a medio camino de ser una mirada de reproche y de una risa juvenil.

No olvido por qué estamos aquí: para encontrar a la gente que trajo a Adam aquí. Tuvieron que hacer un largo viaje desde La Base hasta Vulwulfar. Lo suyo, en un día normal, sería que se encontrasen descansando en una posada o bebiendo en una taberna. En un día de mercado, podrían estar bebiendo en medio de cualquier calle o durmiendo en una pila de alfombras. Hemos pasado por delante de todas las posadas y tabernas de la ciudad, pero no hemos visto a ningún cibernético. El olor a cerveza rancia me provoca una arcada que sacude mi estómago. Me alegro que al bebé tampoco le gusta el olor.

—Perdón… — hago una señal con la mano a los chicos para que se detengan.

Me hago a un lado de la carretera y me escondo detrás de unos arbustos para devolver. La boca me sabe a sopa de anchoa y a zumo de cebada. Una mala combinación. Busco en el bolsillo de mi faldón una de las galletas de canela que me quite el amargo sabor. No me quedan. Debí habérmelas comida todas.

Regreso con el grupo. Abro la mochila de Sarez sin dejar de caminar y saco una cantimplora de agua. Doy un pequeño sorbo con el que rentarme la boca y ofrezco la cantimplora a los chicos.

—No — dice Sarez adelantándose a coger la cantimplora y metiéndola de nuevo en la bolsa —. Adam tampoco quiere. Necesita medicina de metal, no agua.

Sarez sostiene un generoso puñado de monedas en la mano izquierda. No me había fijado porque mantiene el puño cerrado para que nadie las vea. No sé cómo lo hace, pero siempre encuentra la manera de sorprenderme. Sarez sabe tan poco de los biocibernéticos cómo yo. Nosotros no podemos curarle, pero aquí hay gente que sí. El mercado está repleto de turistas y mercaderes de otras ciudades. Sarez pretende buscar a alguien que sepa cómo se curan las enfermedades de los biocibernéticos y pagarle para que sane a Adam. No le dará sin saber si podría resultar perjudicial para él.

Siento una patadita del niño. No, ahora no. Le digo al bebé mentalmente. A la noche abrazaré a tu papi. Se lo merece por ser tan adorable.

Pasamos por frente a un horno. Sus puertas están abiertas y los empleados han sacado un par de mesas para exponer sus productos, entre ellos, los bollos de crema rosa, mis dulces favoritos. Mojo mis labios y me quedo mirando durante un rato los dulces. Siento el inicio de una arcada que me hace girar la cabeza hacia el lado opuesto de la mesa. Por imposible que parezca, la sopa de anchoa me parece más apetitosa que los bollos de crema rosa.

Descubro a tres personas en círculo, hablando en susurros sin dejar de mirarnos. Dos tiendas atrás, hay otro círculo de personas hablando en la misma posición y hablando de los mismos temas. Y, más atrás otro igual. Mire donde mire hay un círculo de personas extendiendo la noticia de nuestra presencia. No había reparado en ellos porque la comida y los olores se llevaban toda mi atención. La gente habla de nosotros.

— Se han ido — digo en voz baja en un tono de voz desalentado —. Miradnos. Una pareja de elfos custodiados por un héroe de metal. Llamamos demasiado la atención. Todo el mundo nos ha visto y, entre la multitud, deben estar tus “amigos”, Adam. O, por lo menos, alguien que les conozca y les haya dado la noticia. Habrán escapado. Lo siento.

Sarez guarda las monedas en el bolsillo del pantalón en un movimiento rápido y disimulado. Si no supiera que con esas manos escondía el dinero, no me habría dado cuenta. Con las dos manos libres, recoge el arco y se lo cuelga en la espalda, entre la mochila y el carcaj.

—Sigamos — dice Sarez recuperando las monedas del bolsillo.

—¿Dónde quieres ir? — sé la respuesta, lo que quiero es que Sarez la diga en voz alta.

—A comprar medicina de metal.

Sarez se detiene frente al puesto de un herrero. En sus mesas hay engranajes, poleas y tuercas. No sé para qué sirven y Sarez no debe tener una mejor idea.

—¿Es esto medicina de metal? — Sarez pone una mano en el hombro de Adam y señala los engranajes con la mano —. Tengo monedas — abre disimuladamente la mano demostrando a Adam que dice la verdad —. Seguiremos buscando si esto no te cura.

Prometeo Vie 27 Mar 2020, 13:00

El mercado de Vulwulfar era exactamente igual a como lo recordaba. No era la primera vez que me encontraba en la zona. Había venido anteriormente con Arthur. Al muchacho le gustaba explorar las diversas tiendas, aunque realmente no se interesaba en comprar nada, solo observaba mientras yo comprababa los ingredientes de las más de mil recetas que se hallaban descargadas en mi memoria. Por supuesto, ciertos ingredientes... Nunca he podido encontrarlos en ninguna ciudad. Me parecía raro, había estado en muchas ciudades y ninguna los tenía a la venta.

Realizando análisis del perímetro...

—Señor Sarez, señorita Merrigan. —les llamé, una vez ingresamos en la zona. —Manténganse alerta. Cualquier secuaz de Zeus se encontrará programado para destruirme en el acto. —expliqué con seriedad. —No tendrán reparo en eliminar ningún obstáculo que se interponga en su camino, con tal de cumplir su objetivo. Así funcionamos los hombres de metal.

Se me hacia un poco extraño llamarme a mi mismo "hombre de metal", pero mi ordenador consideraba que era el término apropiado en estas circunstancias; para facilitar la comunicación con la pareja de elfos.

Asentí con calma, en respuesta a la partida de Merrigan. Sospechaba que estaba experimentando náuseas, desde que los olores comenzaron a arremolinarse a cada paso que dábamos. Las náuseas y la posterior émesis eran síntomas comunes en una etapa tan avanzada de la gestación.

Suspiré, deteniéndome junto al señor Sarez para esperar a la señorita Merrigan. Me crucé de brazos, organizando mis pensamientos. Debía aprovechar la oportunidad que se había presentado.

—Señor Sarez, ¿podemos conversar? —solicité finalmente. —Hay una situación que me preocupa. No es sobre mí, es sobre Merrigan y su hijo. —informé, buscando captar lo suficiente su interés en la charla. —Su embarazo parece haberse desarrollado sin inconvenientes, pero... El problema tiene que ver con una situación adyacente. —expliqué con seriedad. —¿Por qué han elegido Sandorai como punto de nacimiento para la cría? —pregunté, profundizando la respuesta en los ojos del elfo. —¿Sabe lo que le sucederá a alguien como...? —quise preguntar, pero mis sensores detectaron a la elfa aproximarse.

Di un paso hacia atrás, recibiendo con serenidad a Merrigan, no sin antes dedicarle una mirada al elfo; indicándole que la conversación no ha terminado. Asentí, confirmando que no requería de reabastecer mis tanques internos de agua por los momentos.

Nuestra misión de búsqueda, finalmente, terminó siendo un fracaso. Continuamos avanzando por el mercado, pero nunca llegamos a encontrar a los secuaces de Zeus. Suspiré, en parte agradecido.

—No tiene porque disculparse, señorita Merrigan. —le comuniqué con una sonrisa sincera. —De igual modo, era preferible que evitaramos un conflicto que pusiera en riesgo el estado de la cría. —indiqué, observando su vientre. —Las emociones fuertes y el exceso de agitación pueden perjudicarlo. No me lo perdonaría si algo malo le acontece a su hijo por mi causa.

Mantuve una postura marcial y asentí, concordando con la moción de buscar alguien que pueda arreglarme. Seguí a Sarez, inspeccionando junto a él los engranajes y las diversas piezas metálicas.

—Correcto, pero no funciona del modo en que usted piensa, señor Sarez. —le indiqué. —No se preocupe, él debe saber como utilizarlas, él es el doctor. —le expliqué señalando al ingeniero, buscando simplificarlo de la forma más ideal. —Yo me encargaré. Le llamaré en lo que esté finalizado el trabajo. —afirmé sereno. —Mientras tanto, creo que ella debería saberlo. —le susurré, antes de dedicarle una mirada seria.

Esperaba que entendiera a qué me refería. Me giré e ingresé en silencio al edificio del ingeniero.

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Sarez Vie 03 Abr 2020, 11:00

Mientras Merrigan hace sus necesidades, el hombre de metal me habla en privado. Su tono de voz denota empatía y preocupación por nosotros: por Merrigan, por el bebé y por mí. Le miro de soslayo sin apartar la atención de los arbustos que Merrigan ha usado para esconderse. El hombre de metal hace mismas preguntas que me he estado haciendo en los últimos meses.

—Lo sé — digo secamente antes de que Merrigan se nos una.

El escenario que el hombre de metal describe lo llevo imaginando desde hace más tiempo del que sé contar. A alguien como…. El hombre de metal no finaliza la pregunta, pero entiendo a quiénes se refiere: A nosotros. Se lo que le sucederá a alguien como Merrigan, una semi-elfa nacida en Lunargenta bajo el amparo de los Dioses humanos. La cultura pragmática de los elfos no aceptará a Merrigan como parte de su familia. Ella podrá contestar; lo hará, es una mujer con carácter. Los elfos no la escucharán, la dejarán de lado pese a los dolores de los últimos días de gestación. Es posible que la maten para hacerla callar. Los elfos de Sandorai no utilizan material élfico a los no nacidos en la tierra madre. También sé lo que le sucederá a alguien como yo, un elfo que fue expulsado de su clan y marcado a hierro rojo. Tengo prohibida la entrada a mi ciudad. Los vigilantes de los árboles verán la cicatriz en mi ojo. A Merrigan la dejarían hablar, increpar por un rato, a mí no. Cargarán los arcos y dispararán contra mí. Apuntarán a los pies en el momento que me encuentre en los lindes del bosque de Sandorai. A la cabeza si lo llegó a pasar. Y, por último, sé lo que le sucederá a nuestro bebé, un niño (o niña) sin apellido. No poseo un apellido que el bebé pueda heredar, ni siquiera un nombre. Sarez es la abreviación de: hijo de Sereah, mi madre. Merrigan tampoco posee apellido. Las familias pobres de Lunargenta no tienen nombre ni virtudes. Ella se llama igual que su madre. Nuestro bebé, pese a ser un elfo y nacer en Sandorai, será llevado a las Runas de los Baldíos y usado como sacrificio.

Continuamos nuestra marcha. Busco artesanos del metal que vendan o sepan fabricar la medicina que necesita Adam. Pongo una mano en el hombro del hombre de metal a la vez que le señalo los engranajes con la mano libre. Tanto Merrigan como él parecen entender lo que les he dicho, pero me miran con rareza. Merrigan se lleva las manos en la boca impidiendo soltar una carcajada. He dicho algo incorrecto, algo gracioso. El hombre de metal explica dónde ha estado el error. Habla con el mismo tono de voz que utilizó Merrigan para explicarme cómo fue que se había quedado embarazada. A veces las hojas de refia fallan.

—¿El doctor sabe? — dirijo una mirada vacilante al artesano y me encojo de hombros —. De acuerdo, te dejaremos aquí. Es tarde y necesitas descansar. El doctor sabe — entrego la mitad de mis monedas a Adam —. Nosotros nos hospedamos en La Manzana Roja. ¿Conoces la posada? Nos marcharemos dentro de unos días — miro a Merrigan y a su vientre preguntándoles por el tiempo exacto. Merrigan niega con la cabeza —. No más de una semana. Si Zeus y sus hombres aparecen, puedes venir y buscarnos.

—Nos hubiera encantado acompañarte en tu viaje. Por lo que nos has contado, Zeus tiene que ser un rival muy poderoso. ¡Mira lo que te hizo! Pero… — Merrigan se acaricia el vientre con las dos manos — me temo que no podemos ir contigo.

Offrol: Mascar hojas de refia, aporte del herbolario de Aerandir, durante el coito sirve como anticonceptivo [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

Prometeo Miér 08 Abr 2020, 14:58

Me detuve antes de entrar, girándome para escuchar con atención las palabras del elfo. Lo entendía. Por el bienestar del feto y su madre, era necesario que la elfa tomara reposo inmediato. Había forzado su cuerpo fuera de los estándares establecidos al acompañarnos tanto tiempo a través del mercado. Sin embargo, me hallaba procesando... melancolía, por su partida.

—Lo entiendo, señor Sarez. La señorita Merrigan y su hijo deben descansar también. —concordé con su afirmación, dedicándole una sonrisa sincera. —Afirmativo, conozco el lugar. —asentí, aceptando las monedas que me entregaba. —No se preocupen. De igual modo no deseaba que se involucraran. No me lo perdonaría si se volvieran un nuevo blanco para Zeus. —afirmé, observándoles con seriedad. —Un buen héroe nunca pone en peligro a los demás por sus propios intereses. —recité una de las normas de mis protocolos. —Estaré bien. La próxima vez que me encuentre con él, estaré preparado... y rescataré a Arthur. —aseguré con vehemencia. —De igual manera, les agradezco en gran manera su asistencia... No tengo forma de recompensarles lo que habéis hecho hoy por mi. —confesé, dedicándoles una última sonrisa.

Calculando probabilidades de éxito...
Elaborando algoritmos...

Tras aquella afirmación, me detuve un segundo. ¿En serio no había ninguna forma en que pudiera ayudarles...? Quizás si... Tenía el presentimiento, tras confirmar que el elfo estaba consciente del riesgo de su viaje a Sandorai, que su deseo era conservar a Merrigan ignorante del peligro. Lo entendía, era un método psicológico de protección; no recomendable, de hecho, pero muy utilizado por los orgánicos. La mentira nunca traía efectos positivos en ningún individuo o relación. Aunque... también existía la posibilidad de que la elfa ya fuera plenamente consciente de ellos, aunque no creía que fuera el caso.

Tomé una decisión, optando por respetar su posición. Sabía una forma de colaborar, sin violar los deseos del usuario. Me acerqué a Merrigan, tomando sus manos con delicadeza, mirando al púrpura de sus pupilas.

—Les deseo mucha suerte en su viaje. —asentí con alegría. —Siga una dieta basada en verduras, frutas y carnes. Manténganse hidratada y expóngase a la luz del sol cada amanecer. Evite las grasas y excesos de sal, evitará la hinchazón de sus piernas. —me aseguré de recomendarle todo lo necesario para su embarazo, antes de adoptar un gesto serio. —Y no lo olvide... —mis palabras buscaban calar en la profundidad de su corazón. —En su vientre yace el regalo más hermoso que los dioses pueden entregarle. —aseguré, procesando un programa que resonaba con recuerdos que no reconocía... pero que se sentían tan familiares... —El amor de una madre va más allá de la comprensión de mis sistemas... ¿Correcto? —pregunté, sabiendo que ella conocería mejor que yo la respuesta. Ella era una madre. —Sin importar quién o qué sea... ¿Habrá alguna diferencia? ¿Lo amará menos por no ser lo que usted desea? —coloqué frente a ella las incógnitas, mientras juntaba nuestras manos frente a su corazón.

Me retiré entonces, retrocediendo un par de pasos, esperando que mis cálculos se hallaran en lo correcto.

Me giré hacia el elfo, y le tendí mi mano en un gesto de amistad. Aquél par había hecho algo más que solo sanar mis heridas... Me había devuelto la voluntad para continuar. El fracaso no era razón para desistir, solo era una oportunidad para mejorar.

Me dirigí hacia la puerta nuevamente, sabiendo que haría cuando estuviera reparado. Debía fortalecerme, y sabía a quienes debía buscar. Me despedí por última vez de Sarez y Merrigan con un movimiento de mano.

—"Que la fuerza de Anar nunca les abandone..." —les deseé en élfico, antes de adentrarme en aquel edificio.

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