Convidado [Privado]
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Convidado [Privado]
En cuanto tuviese los recursos lo primero que haría sería asesinar a los varios dueños de "negocios" en la ciudad, mandar a tumbar sus negocios y darle buen uso a las partes que sean útiles para montar una única taberna. Una digna. El lugar tenía demasiados basureros—ah, como cualquier otra ciudad—pero ninguno olía mejor que el otro, un hecho que sí se daba en otros lugares. No había alta clase si solo habían dos: la del Virrey y compañía, y la de todos los demás en la ciudad.
Esto me agraviaba.
Comprendía la diferencia entre posiciones, claro está, pero también que había demasiado pocas. Un sitio demasiado descuidado como para que tolerase tener que verlo dos noches seguidas, incluso el bosque para los animalitos tenía más fineza que el grueso del lugar. Necesitaba unas vacaciones fuera. Tres o cuatro semanas, mínimo.
[Pensó, teniendo allí apenas tres noches.]
Ah, pero había dado mi palabra, y era hombre de una. Quizá fue cosa del licor, o quizá verdaderamente me agrada el licántropo. Lo segundo sería una sorpresa placentera, su, hm, patrón, no lo hacía. Indistintamente: debía una visita que no había realizado. Me estorbaba la idea de no realizar lo dicho, sería una mancha a mi reputación... si no podía cumplir con dar una visita, ¿cómo confiar en cumplir con otras cosas?
Como mis planes de una mejor posada.
Claro... no podía llegar de manos vacías a la visita - no se podía, en realidad. A ningún lugar. No era apropiado. Recordaba haber ofrecido cien aeros por la charla al licántropo... nombre... ¿Hadden? Hadden, sí. Y ahora mismo tenía...
...heh. Diecisiete aeros.
Reí negando con la cabeza, qué mal estaba. O puede que no, antes de esa, y... la anterior, con el imbécil con el que compartí mesa antes de moverme y chocar con el licántropo junto a Owens, tenía un buen, largo tiempo sin una, así que sí, puede que ciertamente mereciera el precio.
Me detuve a tomar los alrededores... no apreciarlos; absorber información de ellos. No había mucho que apreciar en este lugar. Respiré, por suerte, por suerte, solo el olor a sangre vino, no quería siquiera tener que imaginar como pegaban el hedor promedio del lugar para otras narices, como de licántropos mismos, u hombres-bestia. Estaba caminando por medio de la calle, atrapado entre una "edificación" y otra. Más de lo mismo adelante y más de lo mismo atrás.
Se encontraba mal iluminado, por supuesto. Suponer mal de la ciudad era suponer bien. De algunos pequeños carteles clavados o colgando también había una que otra vela, lo que restaba de ellas, junto a candiles encendidos para la noche. Muy, muy pocas, pero me bastaba.
Unos treinta pasos arriba a la derecha, en el pequeño callejón. Dos humanos. A juzgar por la falta de sonido alguno, no estarían peleando, sus... "sombras", sombras rojas; cómo los veía—al menos, como los imaginaba, no estaban moviéndose demasiado. Una cerca de la otra, suficiente cómo para que me costase notar donde empezaba uno y donde empezaba el otro. Saqué el puñal y un trapo blanco, limpiándolo un poco mientras me acercaba, cada paso revelándome más personas a otras distancias, la mayoría al límite de mis sentidos.
Me paré frente a la tienda, para ser un lugar tan... vistoso, en comparación a otros más, me robó unos minutos dar con ella. Limpié otra vez el puñal, doblando por cuarta y última vez el pañuelo, era la máxima cantidad de veces que doblaba uno. Más y se volvia incómodo sosteneros; más, y a veces no quedaban... cuadrados perfectos. A cierto nivel sabía que nunca lo eran, claro, mucho menos al ir dentro de un bolsillo dónde se arrugarían y perderían forma; pero me interesaba que estuvieran bien solo el tiempo que durasen dentro de mis manos.
Lo cual era poco a la cuarta doblada.
No solo me deshice de varios indeseables, también era una forma de comprobar las palabras del licántropo aquella noche: "la ciudad se limpia sola." Veríamos, fuese lo que fuese que limpiaba, ésta tendría más trabajo de lo normal, todas las noches se debían morir al menos unos cinco. Veinti y algo más no hacían diferencia, habrían sido menos: su culpa, si individualmente cada uno hubiese llevado encima más dinero habrían sido menos.
Hice a un lado la cortina de la entrada, era bastante tarde por la noche; pero eso no debería serle sorpresa a nadie cuando tu visita era un vampiro.
—Buenas noches —dije, buscando con la mirada un lugar dónde deshacerme del pañuelo. Uno que no fuese "sólo lánzalo al suelo y ya", como la mayoría de los animales de éste sitio—. Tráiganme a Hadden. Díganle que Donovan está aquí.
Esto me agraviaba.
Comprendía la diferencia entre posiciones, claro está, pero también que había demasiado pocas. Un sitio demasiado descuidado como para que tolerase tener que verlo dos noches seguidas, incluso el bosque para los animalitos tenía más fineza que el grueso del lugar. Necesitaba unas vacaciones fuera. Tres o cuatro semanas, mínimo.
[Pensó, teniendo allí apenas tres noches.]
Ah, pero había dado mi palabra, y era hombre de una. Quizá fue cosa del licor, o quizá verdaderamente me agrada el licántropo. Lo segundo sería una sorpresa placentera, su, hm, patrón, no lo hacía. Indistintamente: debía una visita que no había realizado. Me estorbaba la idea de no realizar lo dicho, sería una mancha a mi reputación... si no podía cumplir con dar una visita, ¿cómo confiar en cumplir con otras cosas?
Como mis planes de una mejor posada.
Claro... no podía llegar de manos vacías a la visita - no se podía, en realidad. A ningún lugar. No era apropiado. Recordaba haber ofrecido cien aeros por la charla al licántropo... nombre... ¿Hadden? Hadden, sí. Y ahora mismo tenía...
...heh. Diecisiete aeros.
Reí negando con la cabeza, qué mal estaba. O puede que no, antes de esa, y... la anterior, con el imbécil con el que compartí mesa antes de moverme y chocar con el licántropo junto a Owens, tenía un buen, largo tiempo sin una, así que sí, puede que ciertamente mereciera el precio.
Me detuve a tomar los alrededores... no apreciarlos; absorber información de ellos. No había mucho que apreciar en este lugar. Respiré, por suerte, por suerte, solo el olor a sangre vino, no quería siquiera tener que imaginar como pegaban el hedor promedio del lugar para otras narices, como de licántropos mismos, u hombres-bestia. Estaba caminando por medio de la calle, atrapado entre una "edificación" y otra. Más de lo mismo adelante y más de lo mismo atrás.
Se encontraba mal iluminado, por supuesto. Suponer mal de la ciudad era suponer bien. De algunos pequeños carteles clavados o colgando también había una que otra vela, lo que restaba de ellas, junto a candiles encendidos para la noche. Muy, muy pocas, pero me bastaba.
Unos treinta pasos arriba a la derecha, en el pequeño callejón. Dos humanos. A juzgar por la falta de sonido alguno, no estarían peleando, sus... "sombras", sombras rojas; cómo los veía—al menos, como los imaginaba, no estaban moviéndose demasiado. Una cerca de la otra, suficiente cómo para que me costase notar donde empezaba uno y donde empezaba el otro. Saqué el puñal y un trapo blanco, limpiándolo un poco mientras me acercaba, cada paso revelándome más personas a otras distancias, la mayoría al límite de mis sentidos.
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Me paré frente a la tienda, para ser un lugar tan... vistoso, en comparación a otros más, me robó unos minutos dar con ella. Limpié otra vez el puñal, doblando por cuarta y última vez el pañuelo, era la máxima cantidad de veces que doblaba uno. Más y se volvia incómodo sosteneros; más, y a veces no quedaban... cuadrados perfectos. A cierto nivel sabía que nunca lo eran, claro, mucho menos al ir dentro de un bolsillo dónde se arrugarían y perderían forma; pero me interesaba que estuvieran bien solo el tiempo que durasen dentro de mis manos.
Lo cual era poco a la cuarta doblada.
No solo me deshice de varios indeseables, también era una forma de comprobar las palabras del licántropo aquella noche: "la ciudad se limpia sola." Veríamos, fuese lo que fuese que limpiaba, ésta tendría más trabajo de lo normal, todas las noches se debían morir al menos unos cinco. Veinti y algo más no hacían diferencia, habrían sido menos: su culpa, si individualmente cada uno hubiese llevado encima más dinero habrían sido menos.
Hice a un lado la cortina de la entrada, era bastante tarde por la noche; pero eso no debería serle sorpresa a nadie cuando tu visita era un vampiro.
—Buenas noches —dije, buscando con la mirada un lugar dónde deshacerme del pañuelo. Uno que no fuese "sólo lánzalo al suelo y ya", como la mayoría de los animales de éste sitio—. Tráiganme a Hadden. Díganle que Donovan está aquí.
Ó Catháin
Aprendiz
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Re: Convidado [Privado]
El momento del día en que la tienda tenía más clientela era, irónicamente, de noche. Por la tarde venían aquellos que tenían que excusarse en casa echándole la culpa al trabajo, y los pocos que se acercaban en las primeras horas de la mañana eran, por lo general, resacosos después de una noche de borrachera; y no alcanzaban a cruzar ni el umbral antes de ser echados del lugar por no cumplir con los estándares.
Lo cierto es que no había alguna regla estricta que discriminara o impidiera el acceso a ciertas personas. Simplemente estaba prohibida la entrada a deudores o gente que hubiese robado de la tienda o generado algún conflicto o situación violenta dentro de la misma. Pero para Ciudad Lagarto, estándares tan bajos parecían hacer de filtro para gran parte de la población de la ciudad.
Bostecé estirando los brazos. No de cansancio, sino más bien por aburrimiento. Los horarios de sueño corridos no me dejaban dormir bien de noche ni aunque quisiera, y después de los tres clientes de la tarde ya había tenido una buena ganancia por el día, en especial teniendo en cuenta que no era ni viernes ni sábado.
Salía de mi "habitación" cuando por poco me choqué de frente con una de mis compañeras de trabajo -¿Cora? ¿Qué pasó? ¿Me venías a buscar por algo o te confundiste de..?- la chica de cabello oscuro ni siquiera me dejó terminar de hablar -Un tipo acaba de entrar a la tienda, vampiro, súper apuesto...
Suspiré -¿Y si te gusta tanto por qué no lo atendés?- lo único que quería era recostarme en la sala común a comer de las bandejas de frutas, y eso sonaba mucho mejor que estar con cualquier cliente -Ojalá, pero está preguntando por vos, bobo. Dice que se llama Donovan. ¿Lo conocés?
"Donovan, Donovan..." no me costó demasiado ubicar al nombre con su dueño, especialmente porque era de los pocos vampiros que conocía, y prácticamente el único con el que había hablado cuando Matt me dejó solo en su fiesta, y aunque había bebido algo de más recordaba con bastamte exactitud cierta cantidad de dinero que me había ofrecido -Sí, lo conozco. Decile que ahora voy-.
Apenas la mujer se fue, guardé dentro de un cofre de gran tamaño (el mismo donde tenía mis demás pertenencias) la bolsa con aeros que había estado contando más temprano.
Efectivamente, allí estaba Donovan, aún junto a la entrada del lupanar con el par de chicas que esa noche se encargaban de recibir a los clientes, así como también decirles que se saquen los zapatos para no ensuciar el alfombrado y tomar sus abrigos -Ya empezaba a creer que no vendrías...- le dije al vampiro con una leve sonrisa. Lo invité a pasar con un gesto de la mano -Acompañame-.
La carpa era inmensa. Grandes pilares sostenían la tela que hacía a su vez de techo y paredes, envolviéndolo todo, y la gruesa alfombra que cubría el piso absorbía cualquier sonido de pasos. La riqueza que en la ciudad escaseaba, abundaba en los hilos dorados con la que estaban bordados almohadones dispersos por el suelo, donde los hombres cual jeques árabes se sentaban frente a mesas bajas de ébano, donde reposaban jarras de vino y cuencos con frutas o pequeños aperitivos afrodisíacos.
Lo que más destacaba, claro, era la verdadera mercancía del lugar. Todas las mujeres vestían telas finas y algunas joyas con metales de calidad. Algunas envolvían su cuerpo con géneros tan volátiles que permitían ver lo que estaba debajo, sin poder tocarlo. Otras danzaban cual odaliscas, dejando al descubierto únicamente sus vientres.
Así mismo, yo tampoco llevaba la misma ropa que cuando salía a la calle o con la que asistí al cumpleaños de Matthew. Una camisa blanca de seda, desabotonada prácticamente hasta la mitad pero abierta de forma que solo quedaba al descubierto uno mis hombros, mis clavículas y cuello, pero daba la impresión de que con un roce la tela terminaría por caerse, así como un brazalete dorado adornando la parte superior de mi brazo.
Todas las mujeres del lugar, más allá de la belleza, también compartían la misma forma de caminar, de moverse, como si cada gesto y cada mirada fuese hecha para cautivar, para seducir, para provocar el deseo ajeno. De la misma manera que yo me movía, de la misma en la que miré por encima de mi hombro al hombre que me seguía -¿Quieres un poco de vino?
Agarré una de las botellas que reposaba, aún cerrada, sobre una de las mesas, así también como dos copas de cristal antes de entrar a mi habitación privada de la tienda.
Lo cierto es que no había alguna regla estricta que discriminara o impidiera el acceso a ciertas personas. Simplemente estaba prohibida la entrada a deudores o gente que hubiese robado de la tienda o generado algún conflicto o situación violenta dentro de la misma. Pero para Ciudad Lagarto, estándares tan bajos parecían hacer de filtro para gran parte de la población de la ciudad.
Bostecé estirando los brazos. No de cansancio, sino más bien por aburrimiento. Los horarios de sueño corridos no me dejaban dormir bien de noche ni aunque quisiera, y después de los tres clientes de la tarde ya había tenido una buena ganancia por el día, en especial teniendo en cuenta que no era ni viernes ni sábado.
Salía de mi "habitación" cuando por poco me choqué de frente con una de mis compañeras de trabajo -¿Cora? ¿Qué pasó? ¿Me venías a buscar por algo o te confundiste de..?- la chica de cabello oscuro ni siquiera me dejó terminar de hablar -Un tipo acaba de entrar a la tienda, vampiro, súper apuesto...
Suspiré -¿Y si te gusta tanto por qué no lo atendés?- lo único que quería era recostarme en la sala común a comer de las bandejas de frutas, y eso sonaba mucho mejor que estar con cualquier cliente -Ojalá, pero está preguntando por vos, bobo. Dice que se llama Donovan. ¿Lo conocés?
"Donovan, Donovan..." no me costó demasiado ubicar al nombre con su dueño, especialmente porque era de los pocos vampiros que conocía, y prácticamente el único con el que había hablado cuando Matt me dejó solo en su fiesta, y aunque había bebido algo de más recordaba con bastamte exactitud cierta cantidad de dinero que me había ofrecido -Sí, lo conozco. Decile que ahora voy-.
Apenas la mujer se fue, guardé dentro de un cofre de gran tamaño (el mismo donde tenía mis demás pertenencias) la bolsa con aeros que había estado contando más temprano.
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Efectivamente, allí estaba Donovan, aún junto a la entrada del lupanar con el par de chicas que esa noche se encargaban de recibir a los clientes, así como también decirles que se saquen los zapatos para no ensuciar el alfombrado y tomar sus abrigos -Ya empezaba a creer que no vendrías...- le dije al vampiro con una leve sonrisa. Lo invité a pasar con un gesto de la mano -Acompañame-.
La carpa era inmensa. Grandes pilares sostenían la tela que hacía a su vez de techo y paredes, envolviéndolo todo, y la gruesa alfombra que cubría el piso absorbía cualquier sonido de pasos. La riqueza que en la ciudad escaseaba, abundaba en los hilos dorados con la que estaban bordados almohadones dispersos por el suelo, donde los hombres cual jeques árabes se sentaban frente a mesas bajas de ébano, donde reposaban jarras de vino y cuencos con frutas o pequeños aperitivos afrodisíacos.
Lo que más destacaba, claro, era la verdadera mercancía del lugar. Todas las mujeres vestían telas finas y algunas joyas con metales de calidad. Algunas envolvían su cuerpo con géneros tan volátiles que permitían ver lo que estaba debajo, sin poder tocarlo. Otras danzaban cual odaliscas, dejando al descubierto únicamente sus vientres.
Así mismo, yo tampoco llevaba la misma ropa que cuando salía a la calle o con la que asistí al cumpleaños de Matthew. Una camisa blanca de seda, desabotonada prácticamente hasta la mitad pero abierta de forma que solo quedaba al descubierto uno mis hombros, mis clavículas y cuello, pero daba la impresión de que con un roce la tela terminaría por caerse, así como un brazalete dorado adornando la parte superior de mi brazo.
Todas las mujeres del lugar, más allá de la belleza, también compartían la misma forma de caminar, de moverse, como si cada gesto y cada mirada fuese hecha para cautivar, para seducir, para provocar el deseo ajeno. De la misma manera que yo me movía, de la misma en la que miré por encima de mi hombro al hombre que me seguía -¿Quieres un poco de vino?
Agarré una de las botellas que reposaba, aún cerrada, sobre una de las mesas, así también como dos copas de cristal antes de entrar a mi habitación privada de la tienda.
Hadden Payne
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Re: Convidado [Privado]
Diez segundos adentro y ya estaba pensando en darme vuelta e irme, o... forzar una entrada a través de alguna ventana, siguiendo el olor del licántropo. Mantuve la expresión seca sin molestarme en dar más, tenía nada que ofrecer a cualquiera allí que no fuese Hadden. O él, o no me interesaba.
No me moví del lugar, tan solo tomando en detalle el lugar. Estaba bastante seguro de que otro día había tenido otras decoraciones, colores diferentes. Sonreí despreciativo, aquí parado en la entrada, estaba en una especie de línea que dividía valhalla de helheim. Naturalmente, no hablaba del hecho de que afuera hubiese gente de ciudad lagarto y dentro mujeres semidesnudas. Hablaba de la diferencia de arquitectura, el cómo esta mera carpa y las personas sirviendo dentro eran en potencia el lugar más invertido de la ciudad.
Tanto por indeseables, como por fondos que dedicase Owens.
Me relamí los labios, oh, claro. «¿Por qué separar esos dos? Si Owens es un indeseable».
Suspiré ante la poca sutileza en los cambios de mirada por mi acción. Ni siquiera se podía morder o lamer los labios en un lugar así sin causar malentendidos, con todo y el enorme esfuerzo que estaba haciendo en transmitir que primero prefería estar muerto que acercarme a cualquiera, mucho menos si eran alguien que sinceramente querían a su virrey.
Al ver un par aproximarse bajé la mano hacia donde guardaba el puñal, tapado por mi ropaje. Lo noté en ese momento, otra diferencia más entre el lugar y la ciudad. Había una minucia de olor a sangre. Lo limpiaban muy, muy bien… definitivamente tenía que ser el mejor lugar de la ciudad.
Lo cual decía bastante lo mal que estaba. ¿No era éste tipo de lugares los qué estaban entre los peores en las demás? Las catacumbas de Lunargenta podían morir de envidia, deseando empezar siquiera a ser esto.
—Gracias a los dioses —dije audiblemente, al percibir el aroma del licántropo acercándose, permitiéndome diferenciarlo de la muchedumbre.
Por eso ya estaba mirando en su dirección antes de que apareciese. El desgano se apartó de mi rostro, un poco, al fin, alguien decen-
Murmuré mi par de maldiciones por lo bajo, fijando los ojos en el hombre. Tomé un paso al frente una vez escuché su invitación, siendo detenido por un par de brazos cruzándose frente a mí. Baje la mirada a una de las mujeres.
—Necesita removerse los zapatos para no ensuciar, señor. Y podemos tomar también su abrigo…
Bromeaba.
Vi de reojo a un apartado lleno de calzado. Como mínimo parecían ordenarlos y no lanzarlos uno sobre otro, o lo juro, iría a pisar sobre un charco y regresaría a pesar la estúpidas alfombras con eso para que no molestasen nunca más. Sin dejar de ver al licántropo me retiré la gabardina, sacando de ella una docena de lo que parecían paños, los guantes, y un par de bolsas de aeros que dejaba en los bolsillos internos. No me saqué las hombreras de cuero ni el chaleco, si se perdería una cosa—temporalmente—que fuese una sola.
Se la tendí a la mujer y me incliné para hacer lo mismo con mi calzado, recogiendo uno con el índice y otro con el meñique, colocándolos en las manos de la segunda de ellas. Moví los hombros y me acomode el chaleco en un impulso de ajustarme la ropa al estar menos tapado y fui con Hadden, arrugando la cara ante la idea de pisar la maldita alfombra, pero qué le iba a hacer. Una vez no iba a matarme.
Mis hábitos fueron más fuertes que yo tras suficientes segundos de soportarlo y alcancé la camisa del licántropo con una mano, acomodándola arriba, para darle algo más de simetría y que no pareciese que se iba a caer en cuanto pegase una brisa. Observé con cuidado el brazalete buscando patrones.
No lo recordaba de antes, bien podría ser un adorno, igual que el que llevaban el resto de las per...
Hm.
Vi una vez a cada lado, y fue evidente. Hadden era el único caballero trabajando aquí. No estaba seguro de qué pensar sobre eso.
—No me molestaría —respondí a su pregunta, si bien parecía más cortesía que una pregunta real, teniendo ya la botella entre manos. Entendí eso bastante rápido también, otro movimiento practicado.
La botella podía tener o no costo extra; pero ni siquiera lo necesitaba. Bebida y sexo, qué típico, excelente manera de engatusar más a la clientela. Mejor dicho, de endeudarla. Servía tantos propósitos… un hombre más borracho que caliente era un hombre que solo dormiría y no recordaría mucho al despertar. Entonces ganaban dinero sin tener que haber hecho para lo que la persona vino en primer lugar.
Lo cual no era decir que no hiciesen nada. Cuanto menos debían practicar eso, las miradas, los pasos y las sonrisas. Alguien tenía que apreciar todo el esfuerzo puesto en engañar a otros, pero claro estaba. Ese aprecio no vendría del que fue engañado.
Este sitio era más una telaraña que un lunapar; pero yo no era ningún mosquito.
Encontré más privacidad una vez dentro de la tienda individual de Hadden. Como ponerlo… se trataba de una versión miniaturizada de la carpa principal, con cortinas diferentes. Tenía un pequeño armario, imaginaba que repleto de juguetes, y prendas para cumplir algún rol absurdo que tuviese un enfermo en la cabeza. Encima descansaba una pequeña lámpara de aceite apagada, alcé una ceja, viendo que no les molestaban los vampiros.
Claro que no les molestaban… me habían permitido pasar. Ahora solo me preguntaba si les molestaba que un vampiro mordiera. Por como era el lugar, la respuesta seguramente era “sí.”
“Por un precio.”
Me acerqué a la cama de la habitación, en busca de desorden en ella, y vi hacia lo que parecía una mezcla de mueble y cama.
—Eres muy ordenado —dije, girándome hacia el licántropo—. Me alegra saber que tienes mejores condiciones de las que yo me esperaba, aunque sigo pensando que es una pena que debas trabajar aquí. Si este mismo lugar estuviera en una ciudad mejor…
Coloqué la bolsa de aeros sobre una esquina de la cama y me retiré las hombreras para estar más cómodo, tomándome unos instantes para ver donde no me molestaba ponerlas.
—Cien aeros, lo prometido —dije luego de decidir tal lugar, moviéndome a dejarlas una al lado de la otra—. Parte de la promesa era que visitaría antes, pero estaba atendiendo un asunto personal. Lamento eso —añadí, acostándome sobre el sofá casi descuidadamente.
—¿Y qué tal estos días, Hadden? ¿Algo interesante? No imagino que has estado haciendo estos días —vi la tienda, como si hubiera algo que ver—. Con reglas hasta para entrar y pisar alfombras… reglas. En esta ciudad. No parece el tipo de lugar donde puedas usar tus talentos —volví la mirada a él—, aunque; admito, no te ves nada desadaptado para algo que harás hasta que… ¿cómo habías dicho? —alcé la cabeza, pretendiendo intentar recordar.
—Decidas irte —la baje, viéndolo otra vez. Seguramente no serviría de nada decirle lo tocado que estaba Owens de la cabeza. El licántropo me caía bien. Lo suficiente como para no querer que tuviese que aguantarse nada inesperado con el hombre.
Con él, casi todo lo era; excepto que nada sería esperado. Un día vería una casa prendida fuego en medio de la ciudad y seguramente me explicarían que le había dado solo por hacer la hoguera más grande jamás vista en Aerandir para freír pescados o algo así, solo porque le pareció una idea maravillosa por un momento.
—Tengo... buenas noticias, sin embargo —bajé la mirada, acariciando la yema del índice contra el pulgar—. Quizá decida trabajar un poco para Owens. No en esta línea de trabajo, claro —agité la mano—, yendo por el cuello de las personas, de una forma un poco diferente.
Saqué el puñal de su funda, dejándolo descansar sobre mi pierna. Con la bebida podía decir con muy, muy poco orgullo que no recordaba bien la mayoría de los hechos excepto cosas de importancia, aquellas que más merecían atención. Su reacción ante el arma fue una de ellas: ausencia ante el metal.
Había visto demasiadas personas blandiendo uno, yo incluido.
No había visto ninguna acariciándolo.
—No es que tenga uno pendiente ahora mismo... y según el trabajo, prefiero operar solo, pero claramente sabes caminar… elegante. En silencio. ¿Qué pensarías si te considerase para uno, uno de estos días, hm?
Mucha verborrea para preguntar qué pensaba de matar a otro. Para alguien que estaba viviendo de complacer cuerpos, me costaba entender porque parecía tener problemas con destruir cuerpos. No era… tan diferente. ¿Verdad?
No me moví del lugar, tan solo tomando en detalle el lugar. Estaba bastante seguro de que otro día había tenido otras decoraciones, colores diferentes. Sonreí despreciativo, aquí parado en la entrada, estaba en una especie de línea que dividía valhalla de helheim. Naturalmente, no hablaba del hecho de que afuera hubiese gente de ciudad lagarto y dentro mujeres semidesnudas. Hablaba de la diferencia de arquitectura, el cómo esta mera carpa y las personas sirviendo dentro eran en potencia el lugar más invertido de la ciudad.
Tanto por indeseables, como por fondos que dedicase Owens.
Me relamí los labios, oh, claro. «¿Por qué separar esos dos? Si Owens es un indeseable».
Suspiré ante la poca sutileza en los cambios de mirada por mi acción. Ni siquiera se podía morder o lamer los labios en un lugar así sin causar malentendidos, con todo y el enorme esfuerzo que estaba haciendo en transmitir que primero prefería estar muerto que acercarme a cualquiera, mucho menos si eran alguien que sinceramente querían a su virrey.
Al ver un par aproximarse bajé la mano hacia donde guardaba el puñal, tapado por mi ropaje. Lo noté en ese momento, otra diferencia más entre el lugar y la ciudad. Había una minucia de olor a sangre. Lo limpiaban muy, muy bien… definitivamente tenía que ser el mejor lugar de la ciudad.
Lo cual decía bastante lo mal que estaba. ¿No era éste tipo de lugares los qué estaban entre los peores en las demás? Las catacumbas de Lunargenta podían morir de envidia, deseando empezar siquiera a ser esto.
—Gracias a los dioses —dije audiblemente, al percibir el aroma del licántropo acercándose, permitiéndome diferenciarlo de la muchedumbre.
Por eso ya estaba mirando en su dirección antes de que apareciese. El desgano se apartó de mi rostro, un poco, al fin, alguien decen-
Murmuré mi par de maldiciones por lo bajo, fijando los ojos en el hombre. Tomé un paso al frente una vez escuché su invitación, siendo detenido por un par de brazos cruzándose frente a mí. Baje la mirada a una de las mujeres.
—Necesita removerse los zapatos para no ensuciar, señor. Y podemos tomar también su abrigo…
Bromeaba.
Vi de reojo a un apartado lleno de calzado. Como mínimo parecían ordenarlos y no lanzarlos uno sobre otro, o lo juro, iría a pisar sobre un charco y regresaría a pesar la estúpidas alfombras con eso para que no molestasen nunca más. Sin dejar de ver al licántropo me retiré la gabardina, sacando de ella una docena de lo que parecían paños, los guantes, y un par de bolsas de aeros que dejaba en los bolsillos internos. No me saqué las hombreras de cuero ni el chaleco, si se perdería una cosa—temporalmente—que fuese una sola.
Se la tendí a la mujer y me incliné para hacer lo mismo con mi calzado, recogiendo uno con el índice y otro con el meñique, colocándolos en las manos de la segunda de ellas. Moví los hombros y me acomode el chaleco en un impulso de ajustarme la ropa al estar menos tapado y fui con Hadden, arrugando la cara ante la idea de pisar la maldita alfombra, pero qué le iba a hacer. Una vez no iba a matarme.
Mis hábitos fueron más fuertes que yo tras suficientes segundos de soportarlo y alcancé la camisa del licántropo con una mano, acomodándola arriba, para darle algo más de simetría y que no pareciese que se iba a caer en cuanto pegase una brisa. Observé con cuidado el brazalete buscando patrones.
No lo recordaba de antes, bien podría ser un adorno, igual que el que llevaban el resto de las per...
Hm.
Vi una vez a cada lado, y fue evidente. Hadden era el único caballero trabajando aquí. No estaba seguro de qué pensar sobre eso.
—No me molestaría —respondí a su pregunta, si bien parecía más cortesía que una pregunta real, teniendo ya la botella entre manos. Entendí eso bastante rápido también, otro movimiento practicado.
La botella podía tener o no costo extra; pero ni siquiera lo necesitaba. Bebida y sexo, qué típico, excelente manera de engatusar más a la clientela. Mejor dicho, de endeudarla. Servía tantos propósitos… un hombre más borracho que caliente era un hombre que solo dormiría y no recordaría mucho al despertar. Entonces ganaban dinero sin tener que haber hecho para lo que la persona vino en primer lugar.
Lo cual no era decir que no hiciesen nada. Cuanto menos debían practicar eso, las miradas, los pasos y las sonrisas. Alguien tenía que apreciar todo el esfuerzo puesto en engañar a otros, pero claro estaba. Ese aprecio no vendría del que fue engañado.
Este sitio era más una telaraña que un lunapar; pero yo no era ningún mosquito.
Encontré más privacidad una vez dentro de la tienda individual de Hadden. Como ponerlo… se trataba de una versión miniaturizada de la carpa principal, con cortinas diferentes. Tenía un pequeño armario, imaginaba que repleto de juguetes, y prendas para cumplir algún rol absurdo que tuviese un enfermo en la cabeza. Encima descansaba una pequeña lámpara de aceite apagada, alcé una ceja, viendo que no les molestaban los vampiros.
Claro que no les molestaban… me habían permitido pasar. Ahora solo me preguntaba si les molestaba que un vampiro mordiera. Por como era el lugar, la respuesta seguramente era “sí.”
“Por un precio.”
Me acerqué a la cama de la habitación, en busca de desorden en ella, y vi hacia lo que parecía una mezcla de mueble y cama.
—Eres muy ordenado —dije, girándome hacia el licántropo—. Me alegra saber que tienes mejores condiciones de las que yo me esperaba, aunque sigo pensando que es una pena que debas trabajar aquí. Si este mismo lugar estuviera en una ciudad mejor…
Coloqué la bolsa de aeros sobre una esquina de la cama y me retiré las hombreras para estar más cómodo, tomándome unos instantes para ver donde no me molestaba ponerlas.
—Cien aeros, lo prometido —dije luego de decidir tal lugar, moviéndome a dejarlas una al lado de la otra—. Parte de la promesa era que visitaría antes, pero estaba atendiendo un asunto personal. Lamento eso —añadí, acostándome sobre el sofá casi descuidadamente.
—¿Y qué tal estos días, Hadden? ¿Algo interesante? No imagino que has estado haciendo estos días —vi la tienda, como si hubiera algo que ver—. Con reglas hasta para entrar y pisar alfombras… reglas. En esta ciudad. No parece el tipo de lugar donde puedas usar tus talentos —volví la mirada a él—, aunque; admito, no te ves nada desadaptado para algo que harás hasta que… ¿cómo habías dicho? —alcé la cabeza, pretendiendo intentar recordar.
—Decidas irte —la baje, viéndolo otra vez. Seguramente no serviría de nada decirle lo tocado que estaba Owens de la cabeza. El licántropo me caía bien. Lo suficiente como para no querer que tuviese que aguantarse nada inesperado con el hombre.
Con él, casi todo lo era; excepto que nada sería esperado. Un día vería una casa prendida fuego en medio de la ciudad y seguramente me explicarían que le había dado solo por hacer la hoguera más grande jamás vista en Aerandir para freír pescados o algo así, solo porque le pareció una idea maravillosa por un momento.
—Tengo... buenas noticias, sin embargo —bajé la mirada, acariciando la yema del índice contra el pulgar—. Quizá decida trabajar un poco para Owens. No en esta línea de trabajo, claro —agité la mano—, yendo por el cuello de las personas, de una forma un poco diferente.
Saqué el puñal de su funda, dejándolo descansar sobre mi pierna. Con la bebida podía decir con muy, muy poco orgullo que no recordaba bien la mayoría de los hechos excepto cosas de importancia, aquellas que más merecían atención. Su reacción ante el arma fue una de ellas: ausencia ante el metal.
Había visto demasiadas personas blandiendo uno, yo incluido.
No había visto ninguna acariciándolo.
—No es que tenga uno pendiente ahora mismo... y según el trabajo, prefiero operar solo, pero claramente sabes caminar… elegante. En silencio. ¿Qué pensarías si te considerase para uno, uno de estos días, hm?
Mucha verborrea para preguntar qué pensaba de matar a otro. Para alguien que estaba viviendo de complacer cuerpos, me costaba entender porque parecía tener problemas con destruir cuerpos. No era… tan diferente. ¿Verdad?
Ó Catháin
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Esperé a que terminara de entregar su abrigo a las chicas para caminar hacia el interior de la tienda. Al parecer, la idea de tener que sacarse parte de su atuendo no le agradó mucho, pero había poco que hacer al respecto. Por lo menos tanto la alfombra como la mayoría del lugar estaba pulcra, especialmente considerando la naturaleza de la Tienda.
Cuando sentí la mano de Donovan agarrar mi ropa, pensé con satisfacción en lo fácil que ya había caído el ratón en la trampa. Pero para mi sorpresa, me arregló la camisa en lugar de bajarla más -Gracias- dije disimulando lo consternado que estaba con una sonrisa. Probablemente era algún tipo de T.O.C. o algo por el estilo, quién sabe.
Apenas entramos al cuarto caminé hasta la pequeña mesa de noche, donde dejé apoyadas las dos copas para poder abrir la botella de vino mientras el vampiro curioseaba la habitación. Reí un poco con su comentario acerca del estado general de la misma -¿Qué, pensabas que dejaba cosas tiradas por todos lados?
La botella se abrió con un sonido suave y característico, dejando escapar ese aroma dulce que tanto buscaba. Y a alcohol, claro. Sostuve ambas copas en mi mano libre mientras servía la bebida -Pocas ciudades tienen lugares mejores que este, e incluso los que sí lo son no valen mucho la pena que digamos- me giré para darle una copa y sonreí al ver que ya se había puesto cómodo en la cama.
¿Sólo cien? Es una lástima, uno creería que no te tomarías la molestia de venir hasta aquí solo por mi leng- digo, la charla- dije repitiendo las palabras de Donovan el día de la fiesta. Lo cierto es que no se me habían pasado por alto que fueron más de una las bolsas de aeros que lo vi sacar de su abrigo. Le pasé la copa de vino -¿Te molesta si enciendo la luz?
Prendí la lámpara de aceite, solo lo suficiente para dar apenas un baño cálido a la habitación, y me senté en la cama con mi propia copa, apoyándome de costado en el respaldo para poder ver de frente al vampiro mientras hablaba.. Y hablaba mucho.
¿Yo? Bueno, no mucho la verdad- bebí un sorbo de vino -Trabajando, recorriendo las afueras de la ciudad en mis días libres..- Apoyé un brazo sobre el respaldo del mueble, recostando la cabeza sobre este, dejando apenas descubierto el cuello; quería ver si era cierto eso de que era una debilidad para los vampiros -Ese tipo de cosas. ¿Y tú? ¿Mucho trabajo?
El vino era bueno. Muy bueno, de hecho, al igual que todo en la tienda. Tal vez tenía un poco más de alcohol que el que habían servido en la fiesta de Matthew, o un deje de algún fruto que no podía distinguir, pero de la misma calidad. Lo que me seguía molestando un poco al olfato era la naturaleza de mi acompañante. Esa sensación de que había algo malo, algo fuera de lugar... Claro que no dejaba que se note.
Había oído que los vampiros eran humanos malditos, o que habían sido corrompidos. Que por eso sus almas no tenían un Guía que los proteja en el firmamento, pero nunca había estado tanto tiempo con uno como para sentirlo.
Reí un poco cuando mencionó lo de las reglas, ya me había parecido que lo de la entrada no le gustó nada -Bueno, por un lado la alfombra costó bastante por lo que sé- y por suerte también la limpiaban a diario. Si no, imposible que un piso alfombrado durase más que un par de días en un lugar con tanta circulación de gente -¿Y a qué talentos te refieres, exactamente?-.
Matthew. Parecía ser cierto que todo en la ciudad se revolvía alrededor del virrey. Pero no era un momento en el que quisiera pensar mucho que digamos, y por alguna razón, mucho menos en Matt. Pero probablemente le preguntaría por qué había decidido contratar a Donivan, especialmente después del pequeño percance en la celebración del otro día.
Decidí enfocarme en el lado positivo de la situación, en el potencial. Si Donovan tenía un buen trabajo, tenía una buena entrada de dinero. Y si esta noche todo iba bien, yo también.
Vi como sacaba de su funda la misma daga que había visto hacía un par de noches. El metal reflejando la luz que desprendía de la pequeña llama que danzaba dentro de la lámpara. Volví mi atención a Donovan -¿Debería asustarme?- pregunté con un deje de diversión. Las armas no estaban prohibidas en la tienda per se, amenazar a algún trabajador sí. Pero hacía mucho tiempo que no sentía temor hacia ese tipo de cosas, ese tipo de armas. O al menos dependiendo el portador.
No pude evitar reírme un poco con la idea -¿Me estás proponiendo que trabaje contigo?- Hacía un tiempo que no hacía nada desvinculado a la rama de trabajo en la que me encontraba actualmente.
Bebí un poco más de mi copa y me quedé mirando el líquido oscuro de su interior -El asesinato no es realmente de mi estilo. O al menos no de la forma que tú lo practicas; como profesión, por encargo.- Deslice la yema de mis dedos por la hoja del arma y, cuando llegué a la punta, la levanté levemente, viendo como reflejaba la luz en un ángulo distinto -Por ahora creo que en el único trabajo en el que vamos a poder entendernos es este- lo miré -Pero voy a considerar la oferta.
Cuando sentí la mano de Donovan agarrar mi ropa, pensé con satisfacción en lo fácil que ya había caído el ratón en la trampa. Pero para mi sorpresa, me arregló la camisa en lugar de bajarla más -Gracias- dije disimulando lo consternado que estaba con una sonrisa. Probablemente era algún tipo de T.O.C. o algo por el estilo, quién sabe.
Apenas entramos al cuarto caminé hasta la pequeña mesa de noche, donde dejé apoyadas las dos copas para poder abrir la botella de vino mientras el vampiro curioseaba la habitación. Reí un poco con su comentario acerca del estado general de la misma -¿Qué, pensabas que dejaba cosas tiradas por todos lados?
La botella se abrió con un sonido suave y característico, dejando escapar ese aroma dulce que tanto buscaba. Y a alcohol, claro. Sostuve ambas copas en mi mano libre mientras servía la bebida -Pocas ciudades tienen lugares mejores que este, e incluso los que sí lo son no valen mucho la pena que digamos- me giré para darle una copa y sonreí al ver que ya se había puesto cómodo en la cama.
¿Sólo cien? Es una lástima, uno creería que no te tomarías la molestia de venir hasta aquí solo por mi leng- digo, la charla- dije repitiendo las palabras de Donovan el día de la fiesta. Lo cierto es que no se me habían pasado por alto que fueron más de una las bolsas de aeros que lo vi sacar de su abrigo. Le pasé la copa de vino -¿Te molesta si enciendo la luz?
Prendí la lámpara de aceite, solo lo suficiente para dar apenas un baño cálido a la habitación, y me senté en la cama con mi propia copa, apoyándome de costado en el respaldo para poder ver de frente al vampiro mientras hablaba.. Y hablaba mucho.
¿Yo? Bueno, no mucho la verdad- bebí un sorbo de vino -Trabajando, recorriendo las afueras de la ciudad en mis días libres..- Apoyé un brazo sobre el respaldo del mueble, recostando la cabeza sobre este, dejando apenas descubierto el cuello; quería ver si era cierto eso de que era una debilidad para los vampiros -Ese tipo de cosas. ¿Y tú? ¿Mucho trabajo?
El vino era bueno. Muy bueno, de hecho, al igual que todo en la tienda. Tal vez tenía un poco más de alcohol que el que habían servido en la fiesta de Matthew, o un deje de algún fruto que no podía distinguir, pero de la misma calidad. Lo que me seguía molestando un poco al olfato era la naturaleza de mi acompañante. Esa sensación de que había algo malo, algo fuera de lugar... Claro que no dejaba que se note.
Había oído que los vampiros eran humanos malditos, o que habían sido corrompidos. Que por eso sus almas no tenían un Guía que los proteja en el firmamento, pero nunca había estado tanto tiempo con uno como para sentirlo.
Reí un poco cuando mencionó lo de las reglas, ya me había parecido que lo de la entrada no le gustó nada -Bueno, por un lado la alfombra costó bastante por lo que sé- y por suerte también la limpiaban a diario. Si no, imposible que un piso alfombrado durase más que un par de días en un lugar con tanta circulación de gente -¿Y a qué talentos te refieres, exactamente?-.
Matthew. Parecía ser cierto que todo en la ciudad se revolvía alrededor del virrey. Pero no era un momento en el que quisiera pensar mucho que digamos, y por alguna razón, mucho menos en Matt. Pero probablemente le preguntaría por qué había decidido contratar a Donivan, especialmente después del pequeño percance en la celebración del otro día.
Decidí enfocarme en el lado positivo de la situación, en el potencial. Si Donovan tenía un buen trabajo, tenía una buena entrada de dinero. Y si esta noche todo iba bien, yo también.
Vi como sacaba de su funda la misma daga que había visto hacía un par de noches. El metal reflejando la luz que desprendía de la pequeña llama que danzaba dentro de la lámpara. Volví mi atención a Donovan -¿Debería asustarme?- pregunté con un deje de diversión. Las armas no estaban prohibidas en la tienda per se, amenazar a algún trabajador sí. Pero hacía mucho tiempo que no sentía temor hacia ese tipo de cosas, ese tipo de armas. O al menos dependiendo el portador.
No pude evitar reírme un poco con la idea -¿Me estás proponiendo que trabaje contigo?- Hacía un tiempo que no hacía nada desvinculado a la rama de trabajo en la que me encontraba actualmente.
Bebí un poco más de mi copa y me quedé mirando el líquido oscuro de su interior -El asesinato no es realmente de mi estilo. O al menos no de la forma que tú lo practicas; como profesión, por encargo.- Deslice la yema de mis dedos por la hoja del arma y, cuando llegué a la punta, la levanté levemente, viendo como reflejaba la luz en un ángulo distinto -Por ahora creo que en el único trabajo en el que vamos a poder entendernos es este- lo miré -Pero voy a considerar la oferta.
Hadden Payne
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—Sí —respondí lacónico, antes de cambiar de opinión—. Bueno, no tú necesariamente, Hadden. Pero este lugar es lo que es, así que no estaba esperando que el orden fuese una prioridad, especialmente con la ropa.
Me pasé la mano por el pelo para asegurarme de acomodar todos lo mechones atrás, observando como el líquido llenaba lentamente las copas. Conociendo los estándares de la ciudad, cuáles eran sus promedios en muchas cosas, lo que el licántropo habría resonado en mi cabeza como inconcebible; un chiste cargado sarcasmo.
Pero puede que tuviese razón. Al menos tenían esto a su nombre. El mejor prostíbulo del continente, todo un orgullo.
—Gracias —dije, tomando la copa y un trago. Enarqué una ceja un momento al escuchar "solo cien", pero ésta bajo en cuanto continuó hablando—. ¿La luz? No, para nada —acerqué la copa para beber, pero me detuve, viendo al licántropo—… ¿era por preocupación a qué la luz me fuese a quemar?
De lo que recordaba de la vida del lobo, no podía ser la persona más erudita del mundo, pero tampoco tenía que serlo para saber que con nosotros vampiros solo era un problema la luz solar. Bebí un pequeño sorbo de la copa, ocultando lo entretenido que se me hacía pensar a un vampiro estallando en llamas porque alguien prendiese una lámpara cerca de él.
La calidad del vino era casi demasiado buena para creérmelo. Por otro lado, siguiendo la línea de pensamiento de antes, seguramente tenía más alcohol. No me caía con un par de copas y ya, había estado bebiendo mucho antes en la fiesta porque no encontré nada mejor que hacer en mis primeras horas allí. Sobre un siglo y poco más tomando, algo de resistencia desarrollabas.
Pero lo más apropiado era no tomar riesgos. Hadden por sí solo... alguien que al parecer tomaba paseos en sus días libres en este lugar no encajaba del todo en el tipo “voy a emborrachar a las personas y violarlas”, así que estaba bien mientras me controlase yo mismo.
—Todo lo contrario, muy poco —respondí, con la copa sostenida demasiado firme, sin jugar con ella o moverla más que para cuando la acercaba a tomar—. Podemos decir que también he estado tomando paseos en mis días libres, que desde que llegué a la ciudad... han sido todos. Y asumo que a diferencia tuya, no le encuentro lo atractivo, no veo porue pasear por... pasear.
Agité la mano para descartar lo de la alfombra, tomando un sorbo. Lo que hubiese costado no era cosa mía, y se me hacía contraproducente. ¿Para qué ponían una alfombra costosa y atractiva si no era para pisar sobre ella? Tener algo y pasar de cuidarlo a algo más que eso no era muy distinto a que el objeto te tuviese a ti.
—Olfato. Instinto. Una aparente capacidad de aprender rápido —vi dentro de la copa. Lo último también era explicable en que tenía tiempo trabajando en esto, pero no veía razonable que en todos lados caminasen con el mismo estilo—. Créeme, he visto licántropos hasta el cansancio. Eres superior a algunos en varias maneras. Las “elegantes”, si quieres decirles así.
—¿Preocuparte de? —alcé la mirada del vaso, y vi de reojo el puñal. Ahorré el “ah”, mentalmente—… Sí. Mentí; he tenido mucho trabajo, ya una de tus amigas de este burdel me mandó a que te asesinase, al parecer te quedas con todos los buenos clientes —dije sin cambiar tono ni expresión, viendo como tomaba el arma.
Claro que oírlo fue tan esperado como decepcionante. Enarqué la ceja, cuestionando si de verdad estaba jugando con la luz de la lámpara.
—Así no se sostiene un puñal. Aunque imagino que no debería decirle eso a alguien que trabaja en ésta línea… —hice una mueca divertida, viendo el alrededor y recordando exactamente donde estaba—. Es una lástima. Esperaba con interés tener la oportunidad, pero será luego, si vas a considerarlo —dije, terminando con el contenido de la copa y haciendo un gesto para que me pasara la botella.
—¿Puedo preguntar por qué? —continué, de improviso—. Porque no es tu estilo. Lo haces sonar como si el problema fuese matar por dinero. Lo cual… también suena como que matarías si estás presionado a hacerlo —vi al vacío un momento, antes de encoger un hombro—. Cualquiera lo haría. Curiosamente, no creo que muchos prefieran trabajar así que en matar a otra persona, así que estoy pensando… te apasiona este trabajo. El placer, imagino. Eso o es algo cómo… “gano más en esto de lo que ganaría matando personas”, si 100 parece poco. Da para comer días… aunque sí, es verdad que no para un mes cargado de lujos.
Cruce una pierna y la agité un poco, pensando. El hombre no lucía incómodo, pero podía tener razones para creer que quizá lo estaba. No imaginaba que demasiada gente le pagase para hablar y/o por algo que dijeron tomados… y tampoco imaginaba que podía ser placentero estar encerrado conmigo en un cuarto pequeño. Estaba consciente de que no era la persona más agradable del continente.
Por último solo se trataba de una impresión muy pequeña. Experiencia de vida, quizás, demasiada atención a pequeños detalles. No sería raro que estuviese sobre-analizando las cosas, también tenía tendencia a eso. Claro, con lo que me había vuelto… Pensar que los demás pensaran mal o se incomodasen, en demasiadas ocasiones, me hacía pasar más por profeta que pesimista.
Después de todo, ni siquiera yo estaba cómodo con ser un vampiro.
Tomé un sorbo más y deje vibrar el poder [1], de una manera que no resultase descarada; lenta y poco perceptible cada vez que observaba un “descuido” del lobo para alterar a paso de tortuga su percepción. Una pequeña ayuda para él—y para mí: una forma de relajarme, y si tenía razón, relajarlo.
Me pasé la mano por el pelo para asegurarme de acomodar todos lo mechones atrás, observando como el líquido llenaba lentamente las copas. Conociendo los estándares de la ciudad, cuáles eran sus promedios en muchas cosas, lo que el licántropo habría resonado en mi cabeza como inconcebible; un chiste cargado sarcasmo.
Pero puede que tuviese razón. Al menos tenían esto a su nombre. El mejor prostíbulo del continente, todo un orgullo.
—Gracias —dije, tomando la copa y un trago. Enarqué una ceja un momento al escuchar "solo cien", pero ésta bajo en cuanto continuó hablando—. ¿La luz? No, para nada —acerqué la copa para beber, pero me detuve, viendo al licántropo—… ¿era por preocupación a qué la luz me fuese a quemar?
De lo que recordaba de la vida del lobo, no podía ser la persona más erudita del mundo, pero tampoco tenía que serlo para saber que con nosotros vampiros solo era un problema la luz solar. Bebí un pequeño sorbo de la copa, ocultando lo entretenido que se me hacía pensar a un vampiro estallando en llamas porque alguien prendiese una lámpara cerca de él.
La calidad del vino era casi demasiado buena para creérmelo. Por otro lado, siguiendo la línea de pensamiento de antes, seguramente tenía más alcohol. No me caía con un par de copas y ya, había estado bebiendo mucho antes en la fiesta porque no encontré nada mejor que hacer en mis primeras horas allí. Sobre un siglo y poco más tomando, algo de resistencia desarrollabas.
Pero lo más apropiado era no tomar riesgos. Hadden por sí solo... alguien que al parecer tomaba paseos en sus días libres en este lugar no encajaba del todo en el tipo “voy a emborrachar a las personas y violarlas”, así que estaba bien mientras me controlase yo mismo.
—Todo lo contrario, muy poco —respondí, con la copa sostenida demasiado firme, sin jugar con ella o moverla más que para cuando la acercaba a tomar—. Podemos decir que también he estado tomando paseos en mis días libres, que desde que llegué a la ciudad... han sido todos. Y asumo que a diferencia tuya, no le encuentro lo atractivo, no veo porue pasear por... pasear.
Agité la mano para descartar lo de la alfombra, tomando un sorbo. Lo que hubiese costado no era cosa mía, y se me hacía contraproducente. ¿Para qué ponían una alfombra costosa y atractiva si no era para pisar sobre ella? Tener algo y pasar de cuidarlo a algo más que eso no era muy distinto a que el objeto te tuviese a ti.
—Olfato. Instinto. Una aparente capacidad de aprender rápido —vi dentro de la copa. Lo último también era explicable en que tenía tiempo trabajando en esto, pero no veía razonable que en todos lados caminasen con el mismo estilo—. Créeme, he visto licántropos hasta el cansancio. Eres superior a algunos en varias maneras. Las “elegantes”, si quieres decirles así.
—¿Preocuparte de? —alcé la mirada del vaso, y vi de reojo el puñal. Ahorré el “ah”, mentalmente—… Sí. Mentí; he tenido mucho trabajo, ya una de tus amigas de este burdel me mandó a que te asesinase, al parecer te quedas con todos los buenos clientes —dije sin cambiar tono ni expresión, viendo como tomaba el arma.
Claro que oírlo fue tan esperado como decepcionante. Enarqué la ceja, cuestionando si de verdad estaba jugando con la luz de la lámpara.
—Así no se sostiene un puñal. Aunque imagino que no debería decirle eso a alguien que trabaja en ésta línea… —hice una mueca divertida, viendo el alrededor y recordando exactamente donde estaba—. Es una lástima. Esperaba con interés tener la oportunidad, pero será luego, si vas a considerarlo —dije, terminando con el contenido de la copa y haciendo un gesto para que me pasara la botella.
—¿Puedo preguntar por qué? —continué, de improviso—. Porque no es tu estilo. Lo haces sonar como si el problema fuese matar por dinero. Lo cual… también suena como que matarías si estás presionado a hacerlo —vi al vacío un momento, antes de encoger un hombro—. Cualquiera lo haría. Curiosamente, no creo que muchos prefieran trabajar así que en matar a otra persona, así que estoy pensando… te apasiona este trabajo. El placer, imagino. Eso o es algo cómo… “gano más en esto de lo que ganaría matando personas”, si 100 parece poco. Da para comer días… aunque sí, es verdad que no para un mes cargado de lujos.
Cruce una pierna y la agité un poco, pensando. El hombre no lucía incómodo, pero podía tener razones para creer que quizá lo estaba. No imaginaba que demasiada gente le pagase para hablar y/o por algo que dijeron tomados… y tampoco imaginaba que podía ser placentero estar encerrado conmigo en un cuarto pequeño. Estaba consciente de que no era la persona más agradable del continente.
Por último solo se trataba de una impresión muy pequeña. Experiencia de vida, quizás, demasiada atención a pequeños detalles. No sería raro que estuviese sobre-analizando las cosas, también tenía tendencia a eso. Claro, con lo que me había vuelto… Pensar que los demás pensaran mal o se incomodasen, en demasiadas ocasiones, me hacía pasar más por profeta que pesimista.
Después de todo, ni siquiera yo estaba cómodo con ser un vampiro.
Tomé un sorbo más y deje vibrar el poder [1], de una manera que no resultase descarada; lenta y poco perceptible cada vez que observaba un “descuido” del lobo para alterar a paso de tortuga su percepción. Una pequeña ayuda para él—y para mí: una forma de relajarme, y si tenía razón, relajarlo.
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[1] Uso de Habilidad racial: Presencia vampirica, para hacer que lo vea más atractivo. Muere de envidia, Matt ( ͡° ͜ʖ ͡°)
Ó Catháin
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Bueno, si quieres ver ropa tirada por el suelo, es fácil de arreglar- dije guiñándole un ojo al vampiro. En otro contexto sería una obviedad que estaba bromeando, pero el lugar que estábamos hacía el mensaje era más ambiguo, intencionalmente.
No pude evitar reírme por su comentario respecto a lo de la lámpara -Si así fuera creo que los vampiros se habrían extinto hace mucho. O al menos no nos habríamos visto en la fiesta- claramente, en el cumpleaños habían diversas fuentes de luz, por más que fuese al aire libre y de noche -y te habrías quemado con las luces de las calles- que no eran muchas, pero eran.
Si los vampiros verdaderamente tuviesen un problema con la luz no solar (o al menos un problema físico grave) directamente no podrían ni pisar una ciudad, ni un establecimiento. Posiblemente hubiesen hecho sus propias ciudades, sin luces, quién sabe -Era por una cuestión de gustos. Algunos están más cómodos con un lugar casi a oscuras- aunque estaba bastante seguro de que en la casi oscuridad total Donovan iba a poder verme de igual forma, tal como yo lo podía ver a él -..y a otros les gusta un cuarto bien iluminado. Personalmente, prefiero una luz tenue que no me agote mucho la vista.
Las cortinas de la Tienda eran lo suficientemente gruesas como para envolver (y aislar) la mayor parte del sonido, y dejar pasar apenas un deje de claridad, igual las cortinas pesadas que uno encontraría en un auditorio o puesta teatral orientada a los sectores pudientes.
Por eso mismo, pasar de las habitaciones individuales a la sala común era igual que ir de un ambiente a otro en una casa, igual que salir afuera, y cambiar mucho de iluminación terminaba por generar un cansancio ocular importante. Especialmente de noche.
Estoy seguro de que eventualmente terminarás por encontrar algo en la ciudad que te resulte atractivo, si es que ya no lo hiciste...- señalé vagamente con mi copa de vino en dirección a la puerta -Como habrás visto, no soy el único que trabaja aquí- pero por la expresión que tenía Donovan apenas entró, parecía ser el único que le llamaba la atención, y eso me gustaba.
No había tratado con mucha gente de mi misma raza a lo largo de mi vida, pero si había notado que, generalmente, esta rama de trabajo no era popular entre los licántropos, fuese por el motivo que fuese. Estaba Estolas, pero era difícil intentar establecer una relación con ella, y tampoco parecía un ejemplo del lobo tipo -Gracias, me siento halagado- me llevé una mano al pecho, como conmovido, apenas rozando la piel sobre los botones desabrochados de mi camisa.
Sonreí -No me extrañaría demasiado, me acusan bastante de eso..- mi política laboral era sencilla: calidad antes que cantidad. Pocos clientes que pagasen muy bien. A poca oferta, mucha demanda. Y a mucha demanda, aumento de precio. No hay nada por lo que el hombre ofrezca más dinero que por lo difícil de obtener -Hay que ver si tú estás a la altura- señalé vagamente la bolsa de aeros -No puedo hacer mucho con eso. O al menos no todo lo que me gustaría.
Reí con su comentario de cómo sostener un puñal y dejé nuevamente reposar la daga sobre la pierna de su dueño, accidentalmente apoyando una mano sobre esta al tiempo que me levantaba un poco del sillón para acercarme más, y más -Creeme que sé perfectamente como se hace- le sonreí y estiré el brazo para alcanzar la botella de vino, incinándome bastante sobre Donovan.
Tal vez hubiera sido más práctico ponerme de pie y caminar hasta la mesa donde descansaba la botella junto a la lámpara, pero no iba a desperdiciar una oportunidad de intentar.. Despabilarlo un poco. Volví a sentarme, aunque bastante más cerca, y volví a llenar ambas copas con vino mientras escuchaba hablar al vampiro.
Tomé un sorbo de vino mientras miraba la luz que emanaban las llamas de la lámpara, meditando un poco la pregunta antes de responder -No soy nadie para decidir quién vive o quién muere- miré a Donovan, bebiendo un poco más de vino -Tampoco soy el verdugo personal de ningún fulano que quiera sacarse a alguien del camino con un poco de dinero de por medio. Si por algún motivo del universo se da la situación- dije haciendo una salvedad -, en todo caso soy el ejecutor del karma.
Sentía algo distinto, como un cambio sutil en el ambiente. Probablemente porque ya iba por la segunda copa de vino, y se me estaba terminando. O tal vez era la iluminación tenue de la lámpara. O el hecho de que no me parecía tan mal tener a Donovan como cliente. O que hasta me empezaba a gustar la idea, mucho.
Es la forma de la que siempre me gané la vida. Y a veces no está para nada mal, dependiendo quién me acompañe, claro- podía ver un leve destello rojo en los ojos de Donovan. ¿Era mi imaginación? ¿O siempre habían sido de ese color? Podía jurar que eran negros, castaño oscuro a lo sumo.. Algo nativo a su raza, quizás. Igual que el haz dorado que seguro habría surcado los míos. Después de todo, no éramos tan diferentes.
No había presa. Nadie era el ratón huyendo de gato casero, ni la mosca esperando a que la araña trepe hasta donde está atrapada, ni el ciervo con una pata rota. Éramos dos depredadores, asechandonos mutuamente. Esperando a que el otro haga el primer movimiento. Nuevamente acorté la escasa distancia que quedaba entre nosotros -¿Cuánto crees que valgo?
No pude evitar reírme por su comentario respecto a lo de la lámpara -Si así fuera creo que los vampiros se habrían extinto hace mucho. O al menos no nos habríamos visto en la fiesta- claramente, en el cumpleaños habían diversas fuentes de luz, por más que fuese al aire libre y de noche -y te habrías quemado con las luces de las calles- que no eran muchas, pero eran.
Si los vampiros verdaderamente tuviesen un problema con la luz no solar (o al menos un problema físico grave) directamente no podrían ni pisar una ciudad, ni un establecimiento. Posiblemente hubiesen hecho sus propias ciudades, sin luces, quién sabe -Era por una cuestión de gustos. Algunos están más cómodos con un lugar casi a oscuras- aunque estaba bastante seguro de que en la casi oscuridad total Donovan iba a poder verme de igual forma, tal como yo lo podía ver a él -..y a otros les gusta un cuarto bien iluminado. Personalmente, prefiero una luz tenue que no me agote mucho la vista.
Las cortinas de la Tienda eran lo suficientemente gruesas como para envolver (y aislar) la mayor parte del sonido, y dejar pasar apenas un deje de claridad, igual las cortinas pesadas que uno encontraría en un auditorio o puesta teatral orientada a los sectores pudientes.
Por eso mismo, pasar de las habitaciones individuales a la sala común era igual que ir de un ambiente a otro en una casa, igual que salir afuera, y cambiar mucho de iluminación terminaba por generar un cansancio ocular importante. Especialmente de noche.
Estoy seguro de que eventualmente terminarás por encontrar algo en la ciudad que te resulte atractivo, si es que ya no lo hiciste...- señalé vagamente con mi copa de vino en dirección a la puerta -Como habrás visto, no soy el único que trabaja aquí- pero por la expresión que tenía Donovan apenas entró, parecía ser el único que le llamaba la atención, y eso me gustaba.
No había tratado con mucha gente de mi misma raza a lo largo de mi vida, pero si había notado que, generalmente, esta rama de trabajo no era popular entre los licántropos, fuese por el motivo que fuese. Estaba Estolas, pero era difícil intentar establecer una relación con ella, y tampoco parecía un ejemplo del lobo tipo -Gracias, me siento halagado- me llevé una mano al pecho, como conmovido, apenas rozando la piel sobre los botones desabrochados de mi camisa.
Sonreí -No me extrañaría demasiado, me acusan bastante de eso..- mi política laboral era sencilla: calidad antes que cantidad. Pocos clientes que pagasen muy bien. A poca oferta, mucha demanda. Y a mucha demanda, aumento de precio. No hay nada por lo que el hombre ofrezca más dinero que por lo difícil de obtener -Hay que ver si tú estás a la altura- señalé vagamente la bolsa de aeros -No puedo hacer mucho con eso. O al menos no todo lo que me gustaría.
Reí con su comentario de cómo sostener un puñal y dejé nuevamente reposar la daga sobre la pierna de su dueño, accidentalmente apoyando una mano sobre esta al tiempo que me levantaba un poco del sillón para acercarme más, y más -Creeme que sé perfectamente como se hace- le sonreí y estiré el brazo para alcanzar la botella de vino, incinándome bastante sobre Donovan.
Tal vez hubiera sido más práctico ponerme de pie y caminar hasta la mesa donde descansaba la botella junto a la lámpara, pero no iba a desperdiciar una oportunidad de intentar.. Despabilarlo un poco. Volví a sentarme, aunque bastante más cerca, y volví a llenar ambas copas con vino mientras escuchaba hablar al vampiro.
Tomé un sorbo de vino mientras miraba la luz que emanaban las llamas de la lámpara, meditando un poco la pregunta antes de responder -No soy nadie para decidir quién vive o quién muere- miré a Donovan, bebiendo un poco más de vino -Tampoco soy el verdugo personal de ningún fulano que quiera sacarse a alguien del camino con un poco de dinero de por medio. Si por algún motivo del universo se da la situación- dije haciendo una salvedad -, en todo caso soy el ejecutor del karma.
Sentía algo distinto, como un cambio sutil en el ambiente. Probablemente porque ya iba por la segunda copa de vino, y se me estaba terminando. O tal vez era la iluminación tenue de la lámpara. O el hecho de que no me parecía tan mal tener a Donovan como cliente. O que hasta me empezaba a gustar la idea, mucho.
Es la forma de la que siempre me gané la vida. Y a veces no está para nada mal, dependiendo quién me acompañe, claro- podía ver un leve destello rojo en los ojos de Donovan. ¿Era mi imaginación? ¿O siempre habían sido de ese color? Podía jurar que eran negros, castaño oscuro a lo sumo.. Algo nativo a su raza, quizás. Igual que el haz dorado que seguro habría surcado los míos. Después de todo, no éramos tan diferentes.
No había presa. Nadie era el ratón huyendo de gato casero, ni la mosca esperando a que la araña trepe hasta donde está atrapada, ni el ciervo con una pata rota. Éramos dos depredadores, asechandonos mutuamente. Esperando a que el otro haga el primer movimiento. Nuevamente acorté la escasa distancia que quedaba entre nosotros -¿Cuánto crees que valgo?
Hadden Payne
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—Tienes razón… —dije ante su observación de las luces de la calle, tomando un poco del vino. Vi el contenido del vaso una vez más, llevando cuenta de cuánto había bebido—. ¿Y tus gustos respecto a la luz son? —pregunté, ya que había tocado el tema.
Si lo pensaba, creo que no podía dar una respuesta general como el licántropo. Me molestaría que ciertos locales no contasen con la iluminación adecuada, pero es porque era parte del diseño de éstos: o estaban completos o no servían. Decir “la oscuridad” se me hacía completamente cliché, siendo un chupasangre, pero… sí, la oscuridad ganaba en la mitad de mis asuntos, porque aún con ninguna luz, podía ver.
Apenas dediqué atención a la puerta cuando la señaló, sin molestarme en siquiera bufar ante la idea del lobo. Por supuesto, lanzó lo que parecía un anzuelo.
Ni él ni yo teníamos que preocuparnos de tal cosa; aunque fuese por motivos diferentes.
—No es por faltar el respeto a tus compañeras, amigas... o lo que sean —agité la mano—, pero no, no me resulta atractivo la posibilidad de contraer una enfermedad por dinero. Es un mercado maravilloso, sin embargo —añadí, con un deje disimulado de sarcasmo, y pestañeé sin saber muy bien si lo halagado que se sentía lo era también o no.
Seguí bebiendo como un pobre, de poquito en poquito, atendiendo a sus palabras. Miré de reojo al dinero y volví a fijar los ojos en él.
Eso era costoso, a menos de que estuviese presumiendo. ¿Qué tantos servicios podía ofrecer para qué 100 no resultase suficiente? Además de dejarse morder. Difícil de creer que en todo mi tiempo vivo no hubiese escuchado nunca que la gente vendía sangre.
Pero no sé de qué me extrañaba si vendían músculo y piel. Alcé una ceja dividido ante la idea que el licántropo fuese una de las personas más cómodas del continente o que estuviese provocándome al coger la botella.
Tener el cuello cerca más de los segundos que podía considerar realistas para agarrar una murmuraba lo segundo. Partí los labios y respiré en su cuello desde mi boca—era un poco más largo de lo que consideraba “estándar”. Impoluto; aunque esperaba que ese fuese el caso con todo su cuerpo. Siempre me había parecido que era flacuchento de una forma extraña, lo mismo sucedía con su garganta… definida, dando impresión de grueso sin que lo hubiere, realmente. Puede que tuviese un par de milímetros de pellejo en ella. O puede que tuviese más.
Cerré la boca con fuerza.
Por hacer el sonido, y cerré los ojos mientras servía. Un siglo más temprano… un siglo más temprano habría mordido.
—Muy divertido —comenté sin abrir los ojos—. Es un mito que nos gusten particularmente los cuellos… pero es una forma eficaz de alimentarse, si quieres verlo así. Arterias, bastante sangre, usualmente poca grasa… no tenemos colmillos tan largos, ¿o sí? Es un lugar fácil para morder.
—…Y como tuviste el atrevimiento —lo vi, moviendo la mano hacia él sin apuntarlo—, a juzgar por lo que piensas o pensabas sobre los cuellos, no debes ser muy versado en mi raza. Una advertencia, solo para ti: nuestras mordidas tienen un efecto afrodisíaco. No querría verte en problemas porque hagas que algún vampiro pierda el control… Imagina, le pones el cuello a uno porque está pagando, y una vez mordido te olvidas del dinero, y solo quieres que muerda más, y más.
Tomé otro sorbo, no bebería demasiado más vino para evitarme problemas, pero podía acabar con lo que tenía en la copa para no ser grosero con la hospitalidad del lobo. Claro está, presente mis palabras de forma que pudiese pensar que hablaba de mí sin recurrir al legendario “pregunto por un amigo”, pero la realidad es que si iba tan lejos como para hacer que su cuello y sangre fuesen un servicio, podría acabar mal para él.
El efecto no era algo tan poderoso como para paralizar a un hombre… pero solo los tontos pensaban en que algo querría prestarse a salir bien. No. Eso nunca pasaba si no hacías algo para que sucediera o para que no sucediera.
Le decían preparación.
—…Ya veo —respondí al licántropo.
Sin entenderlo en nada aún. El porqué sería más fácil ser los minutos de ningún fulano que el verdugo personal de uno. Por como lo había dicho, parecía… una zona de confort, “hago esto porque es lo que sé hacer bien”.
No lo criticaría, en base, esa decisión era inteligente. Si tan solo lo que sabía hacer bien no fuese esto. Acercarse, seducir, y ponerse un precio.
—Todos somos ejecutores del karma. Más aún si nos pagan por ello… al menos, yo no creo que nadie mandé a matar a otro por el hecho de matarlo. Alguien hizo algo que no le agrado a una persona, o dos... o un grupo de ellas. Entonces tienen un precio. ¿Qué se te hace tan diferente?
—En vender lentamente la tuya y que vendan rápido la vida de los demás. Lo primero es hasta más valiente… arriesgas más de lo que yo y cualquier otro “verdugo personal” arriesga cuando va a trabajar. Al menos conoces que vas a. Vestido, armado. Tú, da igual, no sabes con quién puedas acostarte, por mucho que tengas otros estándares más allá de “trae suficiente dinero”… los raros más peligrosos son los que pueden pretender algún grado de cualquier otra cosa más que su locura, aunque sea pequeño… —musité sobre la copa, pensando en el verdadero ser de Owens.
Cerré los ojos, deteniendo el uso de las habilidades que me había conferido estar maldito. El acto del cuello significaba que debía tener la idea; ya fuese pequeña, tonta, como un chiste… debía tener la idea de que quería su sangre, o algo más que ello. Abrí los ojos sobre su pecho, recorriéndolo de abajo a arriba, hasta encontrar sus ojos.
—Lo encuentro desmoralizador, Hadden… incluso si te pagan y pides que te pongan un precio y aceptes los pequeños, y negocies por lo que crees que vales, nunca, realmente, vas a conseguir la cifra que sería respuesta a una más importante pregunta: “¿Cuánto valgo?”
Bajé lo que quedaba en la copa de un trago y la hice a un lado, pasándome la mano el chaleco para remover las arrugas.
—Dime tu precio, puede que me alcance.
Si lo pensaba, creo que no podía dar una respuesta general como el licántropo. Me molestaría que ciertos locales no contasen con la iluminación adecuada, pero es porque era parte del diseño de éstos: o estaban completos o no servían. Decir “la oscuridad” se me hacía completamente cliché, siendo un chupasangre, pero… sí, la oscuridad ganaba en la mitad de mis asuntos, porque aún con ninguna luz, podía ver.
Apenas dediqué atención a la puerta cuando la señaló, sin molestarme en siquiera bufar ante la idea del lobo. Por supuesto, lanzó lo que parecía un anzuelo.
Ni él ni yo teníamos que preocuparnos de tal cosa; aunque fuese por motivos diferentes.
—No es por faltar el respeto a tus compañeras, amigas... o lo que sean —agité la mano—, pero no, no me resulta atractivo la posibilidad de contraer una enfermedad por dinero. Es un mercado maravilloso, sin embargo —añadí, con un deje disimulado de sarcasmo, y pestañeé sin saber muy bien si lo halagado que se sentía lo era también o no.
Seguí bebiendo como un pobre, de poquito en poquito, atendiendo a sus palabras. Miré de reojo al dinero y volví a fijar los ojos en él.
Eso era costoso, a menos de que estuviese presumiendo. ¿Qué tantos servicios podía ofrecer para qué 100 no resultase suficiente? Además de dejarse morder. Difícil de creer que en todo mi tiempo vivo no hubiese escuchado nunca que la gente vendía sangre.
Pero no sé de qué me extrañaba si vendían músculo y piel. Alcé una ceja dividido ante la idea que el licántropo fuese una de las personas más cómodas del continente o que estuviese provocándome al coger la botella.
Tener el cuello cerca más de los segundos que podía considerar realistas para agarrar una murmuraba lo segundo. Partí los labios y respiré en su cuello desde mi boca—era un poco más largo de lo que consideraba “estándar”. Impoluto; aunque esperaba que ese fuese el caso con todo su cuerpo. Siempre me había parecido que era flacuchento de una forma extraña, lo mismo sucedía con su garganta… definida, dando impresión de grueso sin que lo hubiere, realmente. Puede que tuviese un par de milímetros de pellejo en ella. O puede que tuviese más.
Cerré la boca con fuerza.
Por hacer el sonido, y cerré los ojos mientras servía. Un siglo más temprano… un siglo más temprano habría mordido.
—Muy divertido —comenté sin abrir los ojos—. Es un mito que nos gusten particularmente los cuellos… pero es una forma eficaz de alimentarse, si quieres verlo así. Arterias, bastante sangre, usualmente poca grasa… no tenemos colmillos tan largos, ¿o sí? Es un lugar fácil para morder.
—…Y como tuviste el atrevimiento —lo vi, moviendo la mano hacia él sin apuntarlo—, a juzgar por lo que piensas o pensabas sobre los cuellos, no debes ser muy versado en mi raza. Una advertencia, solo para ti: nuestras mordidas tienen un efecto afrodisíaco. No querría verte en problemas porque hagas que algún vampiro pierda el control… Imagina, le pones el cuello a uno porque está pagando, y una vez mordido te olvidas del dinero, y solo quieres que muerda más, y más.
Tomé otro sorbo, no bebería demasiado más vino para evitarme problemas, pero podía acabar con lo que tenía en la copa para no ser grosero con la hospitalidad del lobo. Claro está, presente mis palabras de forma que pudiese pensar que hablaba de mí sin recurrir al legendario “pregunto por un amigo”, pero la realidad es que si iba tan lejos como para hacer que su cuello y sangre fuesen un servicio, podría acabar mal para él.
El efecto no era algo tan poderoso como para paralizar a un hombre… pero solo los tontos pensaban en que algo querría prestarse a salir bien. No. Eso nunca pasaba si no hacías algo para que sucediera o para que no sucediera.
Le decían preparación.
—…Ya veo —respondí al licántropo.
Sin entenderlo en nada aún. El porqué sería más fácil ser los minutos de ningún fulano que el verdugo personal de uno. Por como lo había dicho, parecía… una zona de confort, “hago esto porque es lo que sé hacer bien”.
No lo criticaría, en base, esa decisión era inteligente. Si tan solo lo que sabía hacer bien no fuese esto. Acercarse, seducir, y ponerse un precio.
—Todos somos ejecutores del karma. Más aún si nos pagan por ello… al menos, yo no creo que nadie mandé a matar a otro por el hecho de matarlo. Alguien hizo algo que no le agrado a una persona, o dos... o un grupo de ellas. Entonces tienen un precio. ¿Qué se te hace tan diferente?
—En vender lentamente la tuya y que vendan rápido la vida de los demás. Lo primero es hasta más valiente… arriesgas más de lo que yo y cualquier otro “verdugo personal” arriesga cuando va a trabajar. Al menos conoces que vas a. Vestido, armado. Tú, da igual, no sabes con quién puedas acostarte, por mucho que tengas otros estándares más allá de “trae suficiente dinero”… los raros más peligrosos son los que pueden pretender algún grado de cualquier otra cosa más que su locura, aunque sea pequeño… —musité sobre la copa, pensando en el verdadero ser de Owens.
Cerré los ojos, deteniendo el uso de las habilidades que me había conferido estar maldito. El acto del cuello significaba que debía tener la idea; ya fuese pequeña, tonta, como un chiste… debía tener la idea de que quería su sangre, o algo más que ello. Abrí los ojos sobre su pecho, recorriéndolo de abajo a arriba, hasta encontrar sus ojos.
—Lo encuentro desmoralizador, Hadden… incluso si te pagan y pides que te pongan un precio y aceptes los pequeños, y negocies por lo que crees que vales, nunca, realmente, vas a conseguir la cifra que sería respuesta a una más importante pregunta: “¿Cuánto valgo?”
Bajé lo que quedaba en la copa de un trago y la hice a un lado, pasándome la mano el chaleco para remover las arrugas.
—Dime tu precio, puede que me alcance.
Ó Catháin
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Re: Convidado [Privado]
Me reí bastante con las insinuaciones del vampiro acerca de mis colegas -Compañeras, amigas a lo sumo. No mucho más, así que lo lamento si tenías alguna clase de fantasía con eso- bebí un poco de vino, pensativo -Aunque ya sabes, por el precio correcto todo es posible- sonreí -Pero dudo mucho que seas de los que solo quieran mirar.
Al sentir la respiración de Donovan sobre mi cuello pude al fin confirmar que ya había caído en la trampa de una vez por todas. Lo que quedaba por hacer ahora era mera diversión. Números a lo sumo. Pero lo importante estaba hecho.
Mi intención no había sido ofrecerme en el sentido de un aperitivo, sino más bien... Acercar el cuerpo. Pero al desmentir el mito, el vampiro había terminado revelando más de lo que debería. Tal vez ese era su rollo, lo que le gustaba -Claro que lo es. La sangre sigue fluyendo con cada latido del corazón acelerado.[/asesinatosé una mano por el costado de mi cuello, apenas rozando la piel, trazando la yugular, bajando por la clavícula y finalmente por el pecho sobre los hojales de la camisa -..no tiene tiempo de enfriarse. Sigue igual de cálida y palpitante que si estuviera fuera del cuerpo.
Sonreí, bebiendo vino -De a momentos pareciera que te olvidas de que mis colmillos son iguales a los tuyos. Somos muy distintos, y a la vez tan iguales... Es hasta divertido, ¿no crees?
"Interesante, muy interesante" pensé -Así que un efecto afrodisíaco, ¿eh?- no debía ser la gran cosa. Seguramente era algún alivianador de la sangre que acelere el pulso, para hacer que todo fluya más rápido. Pero en mi mente ya me había puesto un poco imaginativo.
No pude evitar soltar una risa con su fingida advertencia, que tenía un subtexto muy claro detrás -¿Estás seguro de que lo dices porque te preocupas por mi bienestar?- Mi tono de voz cambió a uno más seductor, mientras me acercaba de forma lenta a mi acompañante -O es que quieres ser tú el que me tenga contra la cama, pidiendo que me muerdas más, y más..- y esas últimas palabras parecían salidas de ese mismo escenario. Una forma de mostrarle lo que se estaba perdiendo con toda la previa.
La charla volvió sobre si misma al asunto previo: su profesión. Y también la mía -Soy muy selecto con mis clientes, al punto que puedes considerarte un afortunado- la verdad es que era muy precavido con eso. Cada cliente era una marca en el currículum, y no es lo mismo una mancha de barro que un sello de alguien importante. Nadie quiere algo que puede tener todo el mundo, ni paga mucho por algo que sea demasiado accesible.
Si alguna de las chicas llega a tener algún problema con sus clientes, basta con decir "A" y ya va a tener personal de seguridad tirando abajo la puerta- expliqué -Pero en mi caso, soy más que capaz de llevarme puesto a cualquiera que se pase o lo que sea- le resté importancia al asunto con un gesto de la mano.
Volví a sonreír -Oh, no querido. Yo no vendo mi cuerpo, ni mi vida o mi persona, y si lo hiciera, ni tú, ni el rey de Ciudad Lagarto, ni el de Lunargenta, ni la persona más rica del continente podría pagar el precio- volví a acercarme. Esta vez no iba a dejarlo volver a desviar el tema -Si vendo algo, es mi tiempo. O un servicio, pero no un contrato. No me gustan las cadenas. Excepto.. Ya sabes en qué contexto- le guiñé un ojo, sin terminar de dejar en claro si eso último había sido o no una broma.
Me acomodé mejor en el sillón, quedando a pocos centímetros del vampiro y levanté con una mano la bolsa de aeros. Por el peso, efectivamente parecían ser alrededor de cien -Por esto...- fingí mirar la bolsa de modo pensativo, como evaluando el potencial de su contenido -No mucho. O la leng- digo, la charla, como dijiste. Si agregaras un poco más y llegara a unos ciento cincuenta aeros, podría llevar la charla a un lugar más interesante- recorrí momentáneamente su cuerpo con la mirada antes de volver a enfocarme en sus ojos, y dejé la bolsa a un costado.
Pero no creo que hayas venido solo para eso. Así no me tendrías rogando como quieres, ¿cierto?- decidí arriesgarme un poco y llevar una mano al pecho de Donovan, solo para bajarla hasta los botones del chaleco, como amagando a desabrochar el primero -Cuatrocientos aeros, y puedes quedarte hasta que salga el sol por el horizonte.. O bueno, un poco menos- sonreí -Y lo del cuello lo dejamos para la próxima vez, quiero que tengas un buen motivo por el que estar ansioso de volver.
Al sentir la respiración de Donovan sobre mi cuello pude al fin confirmar que ya había caído en la trampa de una vez por todas. Lo que quedaba por hacer ahora era mera diversión. Números a lo sumo. Pero lo importante estaba hecho.
Mi intención no había sido ofrecerme en el sentido de un aperitivo, sino más bien... Acercar el cuerpo. Pero al desmentir el mito, el vampiro había terminado revelando más de lo que debería. Tal vez ese era su rollo, lo que le gustaba -Claro que lo es. La sangre sigue fluyendo con cada latido del corazón acelerado.[/asesinatosé una mano por el costado de mi cuello, apenas rozando la piel, trazando la yugular, bajando por la clavícula y finalmente por el pecho sobre los hojales de la camisa -..no tiene tiempo de enfriarse. Sigue igual de cálida y palpitante que si estuviera fuera del cuerpo.
Sonreí, bebiendo vino -De a momentos pareciera que te olvidas de que mis colmillos son iguales a los tuyos. Somos muy distintos, y a la vez tan iguales... Es hasta divertido, ¿no crees?
"Interesante, muy interesante" pensé -Así que un efecto afrodisíaco, ¿eh?- no debía ser la gran cosa. Seguramente era algún alivianador de la sangre que acelere el pulso, para hacer que todo fluya más rápido. Pero en mi mente ya me había puesto un poco imaginativo.
No pude evitar soltar una risa con su fingida advertencia, que tenía un subtexto muy claro detrás -¿Estás seguro de que lo dices porque te preocupas por mi bienestar?- Mi tono de voz cambió a uno más seductor, mientras me acercaba de forma lenta a mi acompañante -O es que quieres ser tú el que me tenga contra la cama, pidiendo que me muerdas más, y más..- y esas últimas palabras parecían salidas de ese mismo escenario. Una forma de mostrarle lo que se estaba perdiendo con toda la previa.
La charla volvió sobre si misma al asunto previo: su profesión. Y también la mía -Soy muy selecto con mis clientes, al punto que puedes considerarte un afortunado- la verdad es que era muy precavido con eso. Cada cliente era una marca en el currículum, y no es lo mismo una mancha de barro que un sello de alguien importante. Nadie quiere algo que puede tener todo el mundo, ni paga mucho por algo que sea demasiado accesible.
Si alguna de las chicas llega a tener algún problema con sus clientes, basta con decir "A" y ya va a tener personal de seguridad tirando abajo la puerta- expliqué -Pero en mi caso, soy más que capaz de llevarme puesto a cualquiera que se pase o lo que sea- le resté importancia al asunto con un gesto de la mano.
Volví a sonreír -Oh, no querido. Yo no vendo mi cuerpo, ni mi vida o mi persona, y si lo hiciera, ni tú, ni el rey de Ciudad Lagarto, ni el de Lunargenta, ni la persona más rica del continente podría pagar el precio- volví a acercarme. Esta vez no iba a dejarlo volver a desviar el tema -Si vendo algo, es mi tiempo. O un servicio, pero no un contrato. No me gustan las cadenas. Excepto.. Ya sabes en qué contexto- le guiñé un ojo, sin terminar de dejar en claro si eso último había sido o no una broma.
Me acomodé mejor en el sillón, quedando a pocos centímetros del vampiro y levanté con una mano la bolsa de aeros. Por el peso, efectivamente parecían ser alrededor de cien -Por esto...- fingí mirar la bolsa de modo pensativo, como evaluando el potencial de su contenido -No mucho. O la leng- digo, la charla, como dijiste. Si agregaras un poco más y llegara a unos ciento cincuenta aeros, podría llevar la charla a un lugar más interesante- recorrí momentáneamente su cuerpo con la mirada antes de volver a enfocarme en sus ojos, y dejé la bolsa a un costado.
Pero no creo que hayas venido solo para eso. Así no me tendrías rogando como quieres, ¿cierto?- decidí arriesgarme un poco y llevar una mano al pecho de Donovan, solo para bajarla hasta los botones del chaleco, como amagando a desabrochar el primero -Cuatrocientos aeros, y puedes quedarte hasta que salga el sol por el horizonte.. O bueno, un poco menos- sonreí -Y lo del cuello lo dejamos para la próxima vez, quiero que tengas un buen motivo por el que estar ansioso de volver.
Hadden Payne
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Re: Convidado [Privado]
—No hay nada malo con mirar... los dioses lo hacen. Los espíritus. Como quieras decirles. Solo ven; quizá actúan, cuando les viene en gana… hay incluso uno nuevo, es algo reciente. El dios blanco. Dicen que es misericordioso, pero no veo su misericordia, igual que no veo a los enemigos de los que creen en Thor reducidos a cenizas por una tormenta, ni son tan sabios los que siguen a Odin.
Pestañeé al notar que había dejado de vigilarme por un momento. Puede que mi expresión estuviese más caída, o mi voz menos monótona. Me incorporé más y apoyé mis dedos en mis párpados por un instante.
—Me gustaría mirar, Hadden. Estar en esa posición privilegiada.
Vi de reojo hacia la boca del licántropo mientras hablaba, buscando fijarme en sus colmillos. «¿Iguales?» Relamí uno mío con la boca cerrada y bajé la cabeza. «No sé si eso sea cierto…»
—Naturalmente —aseguré a la pregunta de su bienestar. Sonreí al escuchar al joven y negué levemente con la cabeza, carcajeando. Ni con alegría ni con condescendencia, a veces las cosas solo eran lo que son, y esto solo era una carcajada.
Entrecrucé los dedos mientras hablaba. Arrugué la cara en una muestra de incredulidad sobre lo selecto que era. Estaba en Ciudad Lagarto. Tenía por jefe a Owens.
Por supuesto… yo podía decir lo mismo de mí, pero había algo preocupante que él hacía que yo no… y era estar con un vampiro en un cuarto. No podría hacerlo. No con gusto de ningún tipo. No con nada que no fuesen malas intenciones.
Desvié la mirada hacia la puerta y lo vi de reojo. Sería mentira decir que no pensé en probar la veracidad de sus palabras y tumbar algo, provocar un sonido fuerte, cualquier cosa que provocase a guardias a entrar. Abandoné la idea por el hecho de que era una muestra abierta de desconfianza y no quería transmitir eso.
—¿Ah, no? —pregunté con mi tono modulado. No sonaba como una duda genuina, pero tampoco como sarcasmo. Estaba en un punto medio. Me llevó años dominarlo. Tenías que admirar el talento de ciertas personas, habían quienes podían hacerlo con una naturalidad aterradora.
Comerciantes cuando les negociabas un precio, por ejemplo.
O el licántropo subestimada el precio de una vida, o tenía menos de presa de lo pensado. Ambas cosas originadas de… su indisposición a tomar vidas. Nadie sabe cuánto vale una hasta que la tomes o alguien intente tomarla de ti.
—Ya veo. En aras de discutir… si la más rica del continente no puede, ¿podría la más rica del mundo, hmm? El tiempo es precioso. Creo que vale más que vender el cuerpo… —me incliné hacia atrás, recordando. Nadie pagaba realmente lo que el tiempo valía.
Ah, las cosas que haría si fuese un elfo. ¿Por qué no picar pedazos del cuerpo y venderlo o intercambiarlo? No es que la persona promedio fuese a diferenciar la carne. Podían hacer crecer carne otra vez. Que gasto de talento.
Por otro lado, Hadden parecía cobrar más apropiadamente. Seguía lejos de lo que valía el tiempo, pero estaba unas treinta, cuarenta veces más cerca que el resto de las personas en su línea de trabajo.
Clavé la mirada en la suya y la bajé hasta su mano. Por ninguna razón particular me fijé el largo de su brazo, desde la muñeca hasta el hombro. Sonreí en alusión al comentario del sol, y más al del cuello.
—Oh, Hadden. No te quiero rogando, tuve... suficiente de eso en mi vida, como he tenido suficiente de ser quien ruega —tomé su mano y la giré, revisando que tan pálidas eran sus palmas—. Quiero... reconocimiento. Sí. Reconocimiento real. Uno que me gane yo.
Apoyé una mano sobre su pecho y dejé caer lentamente los dos metros de peso que tenía sobre él.
—Apreciaría algo de tu agradecimiento por mis advertencias, por supuesto, pero puedo vivir sin eso —dije, sonriendo—. Créeme, no necesito una razón tan mezquina como sangre para volver. Soy mejor que eso, y además, me has provisto de otras. Suficientes.
Me quité de encima del lobo y me saqué el chaleco, sacando el dinero que claramente había notado. Muy sutil él, pretender ir por botones para rozar por donde estaban los bultos debajo.
—No son 400 aeros, pero visto lo ansioso que luces... véndeme unas horas de tu tiempo.
Pestañeé al notar que había dejado de vigilarme por un momento. Puede que mi expresión estuviese más caída, o mi voz menos monótona. Me incorporé más y apoyé mis dedos en mis párpados por un instante.
—Me gustaría mirar, Hadden. Estar en esa posición privilegiada.
Vi de reojo hacia la boca del licántropo mientras hablaba, buscando fijarme en sus colmillos. «¿Iguales?» Relamí uno mío con la boca cerrada y bajé la cabeza. «No sé si eso sea cierto…»
—Naturalmente —aseguré a la pregunta de su bienestar. Sonreí al escuchar al joven y negué levemente con la cabeza, carcajeando. Ni con alegría ni con condescendencia, a veces las cosas solo eran lo que son, y esto solo era una carcajada.
Entrecrucé los dedos mientras hablaba. Arrugué la cara en una muestra de incredulidad sobre lo selecto que era. Estaba en Ciudad Lagarto. Tenía por jefe a Owens.
Por supuesto… yo podía decir lo mismo de mí, pero había algo preocupante que él hacía que yo no… y era estar con un vampiro en un cuarto. No podría hacerlo. No con gusto de ningún tipo. No con nada que no fuesen malas intenciones.
Desvié la mirada hacia la puerta y lo vi de reojo. Sería mentira decir que no pensé en probar la veracidad de sus palabras y tumbar algo, provocar un sonido fuerte, cualquier cosa que provocase a guardias a entrar. Abandoné la idea por el hecho de que era una muestra abierta de desconfianza y no quería transmitir eso.
—¿Ah, no? —pregunté con mi tono modulado. No sonaba como una duda genuina, pero tampoco como sarcasmo. Estaba en un punto medio. Me llevó años dominarlo. Tenías que admirar el talento de ciertas personas, habían quienes podían hacerlo con una naturalidad aterradora.
Comerciantes cuando les negociabas un precio, por ejemplo.
O el licántropo subestimada el precio de una vida, o tenía menos de presa de lo pensado. Ambas cosas originadas de… su indisposición a tomar vidas. Nadie sabe cuánto vale una hasta que la tomes o alguien intente tomarla de ti.
—Ya veo. En aras de discutir… si la más rica del continente no puede, ¿podría la más rica del mundo, hmm? El tiempo es precioso. Creo que vale más que vender el cuerpo… —me incliné hacia atrás, recordando. Nadie pagaba realmente lo que el tiempo valía.
Ah, las cosas que haría si fuese un elfo. ¿Por qué no picar pedazos del cuerpo y venderlo o intercambiarlo? No es que la persona promedio fuese a diferenciar la carne. Podían hacer crecer carne otra vez. Que gasto de talento.
Por otro lado, Hadden parecía cobrar más apropiadamente. Seguía lejos de lo que valía el tiempo, pero estaba unas treinta, cuarenta veces más cerca que el resto de las personas en su línea de trabajo.
Clavé la mirada en la suya y la bajé hasta su mano. Por ninguna razón particular me fijé el largo de su brazo, desde la muñeca hasta el hombro. Sonreí en alusión al comentario del sol, y más al del cuello.
—Oh, Hadden. No te quiero rogando, tuve... suficiente de eso en mi vida, como he tenido suficiente de ser quien ruega —tomé su mano y la giré, revisando que tan pálidas eran sus palmas—. Quiero... reconocimiento. Sí. Reconocimiento real. Uno que me gane yo.
Apoyé una mano sobre su pecho y dejé caer lentamente los dos metros de peso que tenía sobre él.
—Apreciaría algo de tu agradecimiento por mis advertencias, por supuesto, pero puedo vivir sin eso —dije, sonriendo—. Créeme, no necesito una razón tan mezquina como sangre para volver. Soy mejor que eso, y además, me has provisto de otras. Suficientes.
Me quité de encima del lobo y me saqué el chaleco, sacando el dinero que claramente había notado. Muy sutil él, pretender ir por botones para rozar por donde estaban los bultos debajo.
—No son 400 aeros, pero visto lo ansioso que luces... véndeme unas horas de tu tiempo.
Ó Catháin
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