Luna Escarlata [Privado] [Noche]

Detenerse, siempre frenar, estaba más que harta de tener que parar para poder seguir. Desearía poder tener la estamina para no necesitar dormir, descansar, siquiera tomar aire. Pero la realidad no funcionaba así y su viaje la había dejado exhausta.
Podría haber seguido su plan inicial e ir directamente donde le habían señalado antes sus hermanas, pero allí no podría prepararse como era debido. El tiempo que tenía no era más que agua que se escapaba de entre sus dedos. El simple hecho de tener que dedicar lo que le quedaba de ello en nada más y nada menos que sentarse a recomponer fuerzas, le causaba un constante dolor de cabeza que ni la cerveza aguada que la acompañaba era capaz de apaciguar.

Su figura ocupaba una mesa en la esquina más alejada de aquel patético establecimiento. Sus cosas esparcidas ocupaban todo el espacio frente a ella mientras catalogaba lo más recomendable para llevar con ella y lo que tendría que dejar allí, para su mala suerte o la del dueño que tendría que cuidarlas, y que no se le ocurriera quedárselas cuando las reclamara de regreso.
La verdad es que no eran tantas cosas, pero si llevaba la lanza de Áddila o su Compostura de dragón, ciertamente no llegaría a ningún lado. Sería el movimiento de un iluso si fuera armada hasta los dientes, además prefería usar sus manos y dientes; hacerlo personal volvía al trabajo uno bien realizado... O al menos así lo veía Oromë en ese momento, y esto era más que personal.
El alma rota de su hermana jamás se recuperaría y la dragona de cabellos pálidos no podía evitar recordar su vida hace treinta años atrás y que el dolor no se sintiera más suyo que de cualquiera. Asterin jamas conocería cuanto entendía Oromë su dolor, y tampoco sabría lo que ella estaba haciendo en este momento... No la volvería a ver, incluso si seguía viva después de ello. Olvidaría los ojos negros con pecas doradas de su hermana mayor y la dejaría ir junto a su propio dolor, enterrado en las montañas nevadas de Dundarak.

-¿Qué hace aquí una mujer tan hermosa como tu y con esas armas tan peligrosas?- Mientras verificaba el filo de una de sus armas, decidida a dejarla, aquella voz la interrumpió. Simplemente le dedicó una mirada de reojo y continuó con lo suyo, pero aquella persona no parecía rendirse. -¿Acaso las vendes? Lucen demasiado afiladas, deberías tener cuidado o podrías lastimarte- Hizo el amago de sentarse frente a ella, apoyando ambas manos sobre la mesa y queriendo alcanzar el cuchillo.
La albina estaba con nada de ánimos para lidiar con estas cosas, y aunque sabía que tenía que mantener la compostura, el pensamiento de ello llegó después de que había tomado el tenedor abandonado sobre un plato de comida vacío, y lo clavaba a la perfección entre medio de sus dedos y el arma. -No toques- Fue todo lo que dijo mientras sus serpentinos ojos no lo perdían de vista.

Tal vez él era un cobarde o ella lucía demasiado terrorífica como para atreverse a llevar aquel percance aún más lejos. Fuera cual fuera la razón, este se levantó, maldiciendo a voces y olvidando por completo su fachada amable.
Bien podría dejar que los insultos le entraran por un oído y salieran por el otro, tomó otro sorbo de su cerveza y esta vez le supo a agua estancada. La voz de aquel hombre le resonaba en la cabeza y la sacaba de quicio.
Sintió dolor en su mano y fue en ese instante que notó que había roto su vaso, cortando su mano en el proceso. El dolor fue ciertamente bienvenido, la sacó del deseo de partir su cara ahí mismo, dejando el paso a la maldición que cargaba la cual reclamaba un precio por sanar su herida. Y ese precio a pagar era nada menos que algo de aquel hombre.

No quería hacerlo, pero llevaba tanto tiempo soportando la ansiedad que le causaba que no tuvo las fuerzas para pelear contra aquella compulsión. Se apresuró a dejarle las cosas al dueño del bar y fue en su búsqueda.
Seguirlo le costó más de lo que habría calculado, más aún si se tomaba la molestia de asegurarse antes que a los alrededores no había nadie y que él, por supuesto, no la viera.

Cuando llegó a su destino, la vivienda de aquel hombre que esperaba fuera su presa, la sorpresa que se llevó al notar no solo la puerta abierta, sino que alguien más había llegado antes que ella y ahora lo tenía entre sus manos, fue todo menos encantador. -¡Maldita sea!- Gritó mientras entraba, rabiosa, y cerraba la puerta detrás de ella. Podía sentir como se le escapaba la vida y dejaba de ser aquello que debía devorar para sanarse, pasando a la siguiente cosa viva que tenía cerca. Aquel ladrón de vidas -¡Tú, me lo arrebataste. Su vida era mía para tomar!- Gruñó, sus dientes afilados asomando entre sus labios abiertos. Sus puños apretados y la sangre goteando de uno de ellos.

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Dejo aquí la maldición a la que se refiere Oromë
● Objeto del 19: Oromë/ La Llama Amante
Habilidad: Concede la capacidad de sanar a cambio de un sacrificio proporcional al daño que se desea sanar. A falta de quemar los sacrificios en una hoguera, deberás comértelos para que estos funcionen.

Si solo pudiera calmarse, ya se habría dado vuelta e ido por donde vino. Pero si fuera así de fácil no tendría que preocuparse tanto por la maldición. Sus intenciones habían sido frustradas por aquel vampiro de cabellera dorada y su deseo iba en aumento.
Prefería mil veces al ahora ya muerto hombre, pero su atención giraba en torno al otro ser vivo dentro de aquella casucha. "Dame, quiero, lo necesito" gritaban sus entrañas, obnubilando su mente, obligandola a ignorar lo que era correcto. Esa cosa dentro de ella tenía el control de sus mas bajos instintos y a veces lo odiaba demasiado.
De cierta forma se lo merecía, a fin de cuentas ella misma se lo había tragado con tal de que nadie más lo tuviera. Se había abstenido de probar sus nuevas habilidades por un buen tiempo y ahora estaba pagando el precio. No podía quejarse al respecto pues se lo tenía bien merecido.

-No me interesa- Dijo entre dientes, pasando la vista desde el cadáver a él y viceversa, como si esperara que por algún milagro divino se levantara del suelo y volviera a tener pulso. -¿Qué podría hacer yo con eso? No es a por lo que vine aquí, necesitaba algo de él y ahora quiero que tu me lo des, a ser posible por las buenas- Respiró profundo, y algo en ella cambio, estaba mas calmada pero aún así se podía sentir que había algo raro en el ambiente. Ya no era ella la que hablaba sino la Llama Amante, haciendo lo que mejor sabía hacer.
Caminó por la casa, mirando con curiosidad todo lo que había a su alrededor hasta que encontró una botella de vino. -Sabes, normalmente me dejaría llevar por la cólera pero tengo cosas que hacer y necesito estar en mi mejor estado- Hablaba sin mirarlo, como si fuera innecesario prestarle atención en caso de que la atacara por la espalda. Estaba confiada y ciertamente destilaba un aura que relajaría a cualquiera; no llevaba armas a la mano en comparación al rubio. -Podría regalarte algo a cambio que podría ayudarte si me das algo tuyo... sería una especie de trueque. ¿Qué dices? Nadie pierde y tu saldrías de aquí con algo más... y algo menos- Bebió directamente de la botella de vino para luego sonreír con sorna.

Acercó una silla y se sentó en ella con las piernas estiradas sobre una segunda, sacudiendo la botella de forma amigable. No solo se sentía confiada, estaba excelsa, extasiada de que lograría su cometido sin siquiera tener que levantar un dedo por ello. Bastaría con las palabras, estaba segura... o eso esperaba. -Puedo contarte los detalles si obtengo la promesa que no intentaras atravesarme con ese estoque. No quiero sonar pretenciosa, pero sería un gran error de tu parte- Relajó su peso aún más. -¿Quieres o ya has bebido lo suficiente?- Otra vez aquella sonrisa socarrona se grababa en su rostro, ya no había dientes afilados ni ojos de serpiente. Ahora lucía más humana que antes, excepto por lo que habitada dentro de ella.

Ella no era inmune a las habilidades innatas de los vampiros. Todos los días era una lucha constante con Sena, la cual adoraba aprovecharse de la situación y malcriarse a si misma, obligándonos a darle todo lo que quisiera. La ultima vez consiguió que Go'el le regalara un dedo conservado en formol y eso fue la gota que colmó el vaso. No mentiría, estaba feliz de que supiera manejarse y ser autodidacta, pero que nos usara de conejillos de indias y nos faltara el respeto como su familia ya era demasiado.

Hoy por lo menos, no era diferente a esos días en que su hija se aprovechaba. Era difícil no sentirse algo abrumada por la presencia que el vampiro frente a ella emitía; se mordió la lengua y volvió a beber de la botella, dejando que el alcohol le quemara las entrañas. -No son más que minucias, la apariencia o raza me es indiferente- Sacudió una mano hacia él, restandole importancia.

Que aceptara la botella le dio confianza, pero que se mantuviera alejado solo podía significar para Oromë de que apenas había avanzado un paso y retrocedido dos. Tendría que ser mas inteligente y ganárselo con más que ofertas inútiles y carentes de valor. ¿Pero como? Dudaba que hubiera algo que él quisiera de ella, y ciertamente la idea de ir a la cama con alguien por algo tan mundano estaba fuera de discusión. La dragona no necesitaba vender su cuerpo para ello, y usar sus dientes y garras era un gran "no". Necesitaba algo que fuera invaluable, y para su propia suerte o tal vez desdicha, lo tenía. Pero tendría que dejar de fingir.

-De acuerdo... sin juegos- Volvió a beber de la botella y la dejo en medio de la mesa, observó su mano herida y como temblaba ligeramente. -Esto apesta- Su tono de voz había bajado lo suficiente para denotar que no se encontraba nada bien al respecto. Agradecía no estar tiritando de pies a cabeza, pero necesitaba sus manos, y la abstinencia lo complicaba todo. -Estoy buscando a alguien que hizo algo... terrible- Se atragantó con sus propias palabras, odió el recuerdo de su propio pasado que se entremezclaba con el presente de su hermana; detestó no haber sido capaz de hacer algo a tiempo, incluso si no había forma de saberlo ni de prevenirlo. Se culpaba a si misma una y otra vez mientras se decía a si misma que la única forma de arreglarlo todo era si mataba a su cuñado por el crimen que cometió. -Mi hermana...ella, merece ser vengada y nadie lo hará excepto yo- Lo miró a los ojos con cada onza de determinación filtrándose de los suyos. Podía apreciarse el brillo cristalino que amenazaba con derramarse de ellos,

-Pero como estoy ahora no puedo hacerlo- Estiró sus manos delante de ella y por sobre la mesa, ambas temblaban lo suficiente como para complicarle el sujetar un arma. -¿Vez esta herida? No es lo que me hace temblar... es una maldición. Sin entrar en demasiados detalles, si me lastimo puedo curarme tomando partes de seres vivos a cambio.- Podría haberle mentido y dicho cualquier otra cosa que complacería a los idiotas descerebrados, pero con solo verlo era más que notorio que él no era ningún tonto. Si intentara tomar lo que necesitaba a la fuerza, era más probable que terminara con ese estoque atravesando su cuerpo. -Esto pasa porque trato de abstenerme a lo que la maldición demanda y con el tiempo empeorará más- Suspiró, la rabia y el cansancio se notaban en cada ligero movimiento de su cuerpo, en cada sorbo que daba a la botella, como si el alcohol fuera capaz de calmar su ansiedad, pero todo era en vano.

-Pensaba arrancárselas a él pero como su corazón se detuvo ya no es viable. Al menos es una herida pequeña, así que no será algo que pueda matarte o que no vaya a crecer de nuevo.- Se encogió de hombros tratando de restarle importancia a sus palabras. -A cambio puedes beber mi sangre maldita, tal vez calme tu sed o la empeore por un corto periodo de tiempo, puede que incluso no pase nada- Su espalda se dobló hacia adentro, como si buscara encogerse. Sus brazos ahora se escondían en su pecho, sus puños bajo sus muslos. -No tengo nada mejor que darte-

No esperaba que aquel vampiro comprendiera su situación. Considerando el modo de actuar de Oromë el cual era tan cambiante con la posición del sol a lo largo del día, ciertamente se encontró a si misma sorprendida. No la vio como una mujer fuera de sus cabales que había perdido el sentido de la razón y eso logró que sonriera un poco en gratitud, solamente por ese pequeño detalle, aunque tal vez la dragona estaba pensando demasiado las cosas.

-No bebo sangre, pero comprendo la necesidad incontrolable- Otro gesto desinteresado de parte de él y más sorpresas para la albina; debía admitir que era algo dulce y encantador pero eso no evitó que bajara sus defensas, sino al contrario, sus muros mentales se alzaban con más fuerza. -Gracias- Dijo, y cerró su mano vendada para luego extender la otra en búsqueda de la botella de licor y descubrir que esta ya estaba vacía. -Bueno, supongo que la charla de bar se ha acabado- Sacudió la botella y sonrió con sorna.

Su rostro adquirió una mirada sombría, acompañada de una mueca que se asemejaba a una sonrisa pero que estaba muy lejos de ser una. -Ya veo... Estas de suerte pues tengo tiempo libre de sobra así que podría acompañarte- Se puso de pie frente a él, la diferencia en la altura era notable pero eso no la hizo menos, al contrario, él irradiaba una calma letal mientras que Oromë era un volcán al borde de la erupción.
¿Qué mejor que esto? Liberar la presión interna que sentía por cada hora que pasaba sin encontrar a Eris y matar a un par de ladrones y asesinos tan inútiles. Nadie que fuera incapaz de cubrir sus huellas y huir de sus crímenes merecía tales títulos... Pensó por un momento lo mucho que le costaba rastrear a su cuñado, de que prácticamente era mejor que ella o la banda de asesinos estacionada en este pueblo con respecto al escaqueo. Le dolió admitirlo, pero sí, Eris era todo un asesino.

-Mis cosas están en la taberna, pero no las necesito- Acomodó su cabello en una coleta alta. -Casi siento lastima por esos pobres idiotas- Bromeó, mientras colocaba sus manos sobre su cadera a la espera. -Vamos allá, ¿Tienes idea de cuantos son? Podríamos necesitar una distracción-.