Calles del Mercado || Rol libre +1 o +los que quieran
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El olor a pan recién horneado se colaba por las fosas nasales de Pandora y desembocaba en sus tripas, dejando a su paso un leve rujido. Llevaba más de tres días sin llevarse nada a la boca a excepción de un hueso de cordero que su Lord le había dejado chupar. El cielo nublado amenazaba con una pronta tormenta y los mercaderes lo sabían, extendiendo lonas sobre sus puestos o, los que ya había hecho el día, cargando sus carruajes para marcharse y evitar quedarse atascados más tarde en el barro. La muchacha caminaba cauta, sin prisa, sabía que cuanto más tiempo tardase en llevar a cabo sus recados sería más tiempo fuera de la mirada atenta de los Treacy, siempre esperando a que hiciese algo mal para soltarle una reprimenda o un puntapié en el trasero.
Pandora se dirigía a un puesto de telas pues Lady Treacy le había encargado un par de telas para confeccionar un vestido, esa semana darían un baile y quería estar radiante. Una vez frente al mercader este se negó a atenderla. Se trataba del señor Eoin, un hombre tosco, de barba frondosa y mirada apagada.
- Dile a tu señora que todavía me debe las telas del mes pasado.
- ¿No me las puede fiar?
- No hasta que me paguéis todo lo que me debéis. -En ese momento, el hombre tornó su ceño fruncido en una mirada chisposa, depositándola sobre el colgante que pendía del cuello de la muchacha. - ¿Ese guardapelo es de plata no? Con el tendrías suficiente para pagarlo todo y llevarte dos telas mas.
Instintivamente se llevó la manó al pecho, aferrando el guardapelo y dio un paso atrás. Era el único recuerdo que tenía de su vida pasada o mejor dicho de su única vida, porque ¿aquello? Aquello no era vida. Le había tocado resignarse ante un futuro que no le correspondía y ante el cual no podía oponerse. A veces pensaba que hubiera sido mejor morir aquel día. Negó con la cabeza y se giró, puede que esas fueran las mejores telas de la tierra pero seguro que encontraba otro comerciante dispuesto a fiarla. La pregunta era ¿quién? Había empezado a correrse la voz de que Lord Treacy estaba en la ruina y nadie quería arriesgarse a perder mercancía y dinero. El problema estaba en que si volvía con las manos vacías sabía que le esperaba una paliza y pasarse por lo menos tres días encerrada en el calabozo.
No se equivocaba, las gotas comenzaron a caer y la gente que ocupaba el mercado empezó a correr en todas direcciones en busca de resguardo. Pandora se abrió paso como pudo, entre empujones, y logró cobijarse bajo los soportales de una posada.
Pandora se dirigía a un puesto de telas pues Lady Treacy le había encargado un par de telas para confeccionar un vestido, esa semana darían un baile y quería estar radiante. Una vez frente al mercader este se negó a atenderla. Se trataba del señor Eoin, un hombre tosco, de barba frondosa y mirada apagada.
- Dile a tu señora que todavía me debe las telas del mes pasado.
- ¿No me las puede fiar?
- No hasta que me paguéis todo lo que me debéis. -En ese momento, el hombre tornó su ceño fruncido en una mirada chisposa, depositándola sobre el colgante que pendía del cuello de la muchacha. - ¿Ese guardapelo es de plata no? Con el tendrías suficiente para pagarlo todo y llevarte dos telas mas.
Instintivamente se llevó la manó al pecho, aferrando el guardapelo y dio un paso atrás. Era el único recuerdo que tenía de su vida pasada o mejor dicho de su única vida, porque ¿aquello? Aquello no era vida. Le había tocado resignarse ante un futuro que no le correspondía y ante el cual no podía oponerse. A veces pensaba que hubiera sido mejor morir aquel día. Negó con la cabeza y se giró, puede que esas fueran las mejores telas de la tierra pero seguro que encontraba otro comerciante dispuesto a fiarla. La pregunta era ¿quién? Había empezado a correrse la voz de que Lord Treacy estaba en la ruina y nadie quería arriesgarse a perder mercancía y dinero. El problema estaba en que si volvía con las manos vacías sabía que le esperaba una paliza y pasarse por lo menos tres días encerrada en el calabozo.
No se equivocaba, las gotas comenzaron a caer y la gente que ocupaba el mercado empezó a correr en todas direcciones en busca de resguardo. Pandora se abrió paso como pudo, entre empujones, y logró cobijarse bajo los soportales de una posada.
Pandora
Neófito
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Caminó por las calles, cada vez más mojadas, de la capital, buscando algún lugar en el que pasar el rato hasta que la lluvia le permitiera partir. No era la falta de posadas, tabernas y demás establecimientos algo raro en Lunargenta. Lo que sí era raro, era que permitieran entrar con armamento. Desde luego, en el distrito del mercado, no encontraría algo parecido. La lluvia parecía no detenerse y Ben se paró en un soportal.
- ...como lo oyes, y lo tenía una muchacha.
Sango se sacudió los hombros de la capa mientras miraba al cielo.
- ¿Y por qué no se lo quitaste? Total, a quién le iba a importar...
- Ja, dame tiempo. Lo justo para que caigan en desgracia y se vean obligados a quitárselo...- una leve risa- ¿A quién le importa el colgante de una pobre sirviente?
Sango sacudió la capa y mojó al tipo que acababa de hablar que se enfureció bastante. Su barba frondosa no impresionó a Sango que se giró para mirarle detenidamente después de que le llamara "bárbaro sin cabeza".
- ¿Le parece normal lo que acaba de hacer?
- ¿Y a usted le parece normal fantasear con robarle un colgante a una pobre muchacha? - Dio un paso hacia él.- Si no recuerdo mal, robar tiene su castigo- miró al amigo- y ser cómplice también.
- No me ha respondido- se apresuró a responder el barbas.- ¿Quién te autoriza a escuchar una conversación privada? Lo que decía, un bárbaro sin cabeza...
Sango apretó los puños y se forzó a sonreír antes de dar un paso atrás. No iba a ganar nada con todo aquello. Se giró y dio la espalda al hombre. Se echó la capucha por encima y salió nuevamente a la lluvia. No merecía la pena, se dijo, pasar la noche en prisión por agredir a un comerciante. Sonrió levemente, fantaseando con escenarios improbables.
De repente un destello captó su atención. Sus pasos se ralentizaron y mirada pasó del colgante a la muchacha y de la muchacha al colgante. Negó con la cabeza y siguió unos pasos más allá antes de detenerse por completo. Cerró los ojos e hizo una respiración profunda. Se giró para mirar a la chica.
- No te acerques a ese barbudo- señaló al fondo del soportal.- Por tu propio bien no lo hagas.
Se dio la vuelta y continuó su camino mientras acomodaba su equipo. No merecía la pena demorarse mucho más. Lunargenta era una ciudad grande y los problemas aparecían en cualquier parte. Alguien que viviera allí lo suficiente se daría cuenta de ello. Pero la chica parecía no darse cuenta de ello. Se giró y siguió caminando marcha atrás.
- Si vienes conmigo te contaré algo sobre esta ciudad y su gente.-
Se giró para encaminarse a la puerta oeste, a una tasca en la que seguro le dejarían entrar, incluso le darían algo caliente para comer. La calidad de la bebida, por su parte, si no habían cambiado mucho, dejaba mucho que desear.
Su avance contra la lluvia era lento, pero seguro.
- ...como lo oyes, y lo tenía una muchacha.
Sango se sacudió los hombros de la capa mientras miraba al cielo.
- ¿Y por qué no se lo quitaste? Total, a quién le iba a importar...
- Ja, dame tiempo. Lo justo para que caigan en desgracia y se vean obligados a quitárselo...- una leve risa- ¿A quién le importa el colgante de una pobre sirviente?
Sango sacudió la capa y mojó al tipo que acababa de hablar que se enfureció bastante. Su barba frondosa no impresionó a Sango que se giró para mirarle detenidamente después de que le llamara "bárbaro sin cabeza".
- ¿Le parece normal lo que acaba de hacer?
- ¿Y a usted le parece normal fantasear con robarle un colgante a una pobre muchacha? - Dio un paso hacia él.- Si no recuerdo mal, robar tiene su castigo- miró al amigo- y ser cómplice también.
- No me ha respondido- se apresuró a responder el barbas.- ¿Quién te autoriza a escuchar una conversación privada? Lo que decía, un bárbaro sin cabeza...
Sango apretó los puños y se forzó a sonreír antes de dar un paso atrás. No iba a ganar nada con todo aquello. Se giró y dio la espalda al hombre. Se echó la capucha por encima y salió nuevamente a la lluvia. No merecía la pena, se dijo, pasar la noche en prisión por agredir a un comerciante. Sonrió levemente, fantaseando con escenarios improbables.
De repente un destello captó su atención. Sus pasos se ralentizaron y mirada pasó del colgante a la muchacha y de la muchacha al colgante. Negó con la cabeza y siguió unos pasos más allá antes de detenerse por completo. Cerró los ojos e hizo una respiración profunda. Se giró para mirar a la chica.
- No te acerques a ese barbudo- señaló al fondo del soportal.- Por tu propio bien no lo hagas.
Se dio la vuelta y continuó su camino mientras acomodaba su equipo. No merecía la pena demorarse mucho más. Lunargenta era una ciudad grande y los problemas aparecían en cualquier parte. Alguien que viviera allí lo suficiente se daría cuenta de ello. Pero la chica parecía no darse cuenta de ello. Se giró y siguió caminando marcha atrás.
- Si vienes conmigo te contaré algo sobre esta ciudad y su gente.-
Se giró para encaminarse a la puerta oeste, a una tasca en la que seguro le dejarían entrar, incluso le darían algo caliente para comer. La calidad de la bebida, por su parte, si no habían cambiado mucho, dejaba mucho que desear.
Su avance contra la lluvia era lento, pero seguro.
Sango
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Re: Calles del Mercado || Rol libre +1 o +los que quieran
Notaba el frío impregnándose en su ropa hasta calar sus marcados huesos. Se frotaba las manos a la par que soltaba vaho en ellas para así calentarlas mas rápido. El trajín de la gente fue siendo cada vez menos denso, hasta solo quedar los mas rezagados en la calle principal del mercado. En ese momento escuchó una voz grave en su dirección, no alzó la mirada hacía dónde provenía hasta que estuvo del todo segura de que le hablaba a ella. Dibujó con sus ojos una línea hacía donde el hombre apuntaba con la vista y se topó con una mirada desafiante del comerciante de telas. Pandora no comprendía por que le decía aquello, tal vez la hubiese visto minutos atrás acercarse al puesto, aún así, le mostró una sonrisa torcida a modo de agradecimiento. Aquel hombre le resultaba imponente, de hombros cuadrados y mirada penetrante, a lo mejor solo quería ganarse su confianza para quitarle su colgante de plata.
Entonces el hombre empezó a andar y siguió caminando hasta la puerta de una tasca. Pandora titubeó, no sabía si podía fiarse del todo de él pero al menos podría comer algo caliente y secar sus ropajes frente a la chimenea. Aceleró el paso y consiguió alcanzarlo, bajo sus faldones llevaba un picahielo que no dudaría en usar al más mínimo indicio de malas intenciones por su parte. Tiró de la cadena del guardapelo y lo introdujo con rapidez bajo su camisa, no quería que aquel objeto llamase la atención de nadie más.
La tasca no era nada del otro mundo pero para Pandora en aquel momento era el mundo entero. Un fuego caliente, comida y risas ahogadas inundaban el lugar, además del melodioso sonido del laúd de un bardo combinado con su voz que rondaba el lugar buscando una buena propina. Tomaron asiento en una mesa de roble, llena de migajas de pan y jarras de cerveza vacías, no quedaba más que la espuma en los posos. La muchacha se apresuró en quitarse las capas mas superficiales de su ropa y las tendió en una silla cerca de la chimenea, soltando su melena también, para que esta perdiera la humedad más rápido. Observó a aquel hombre con detenimiento, expectante, observando cada arruga de su piel y a esperas de que fuera este quien comenzase la conversación. Sabía que pronto anochecería y llegaría tarde a junto los Treacy, pero en ese momento tenía mucho más peso llevarse algo caliente a la boca.
Una mesonera cargada con una bandeja llena de utensilios usados no tardó en acercarse y recoger la mesa, miró a Pandora con una mueca de compasión, seguro que sentía pena de su apariencia escuálida. Odiaba cuando la gente la miraba así, odiaba que asumieran que era una pobre muerta de hambre sin futuro y lo que mas odiaba era que tenían razón. La tabernera limpió la mesa lanzando las migas de pan al suelo sin ningún tipo de miramientos, una rata agazapada en una esquina no tardó en abalanzarse sobre ellas y llevárselas de nuevo a su escondite, la gente allí presente no parecía escandalizarse por eso, pues era algo de lo más común. En su casa, con Finbar, no había ratas, tenían un gato que se encargaba de mantenerlas a raya. Aquel recuerdo trajo un poco de luminosidad al rostro de Pandora.
- ¿Qué vais a tomar?
Antes de responder, le lanzó una mirada a aquel hombre del cual no sabía su nombre todavía. No quería pecar de confiada así que le concedería el derecho de pedir él por los dos. Al fin y al cabo era su dinero, no iba a ponerse exquisita.
Entonces el hombre empezó a andar y siguió caminando hasta la puerta de una tasca. Pandora titubeó, no sabía si podía fiarse del todo de él pero al menos podría comer algo caliente y secar sus ropajes frente a la chimenea. Aceleró el paso y consiguió alcanzarlo, bajo sus faldones llevaba un picahielo que no dudaría en usar al más mínimo indicio de malas intenciones por su parte. Tiró de la cadena del guardapelo y lo introdujo con rapidez bajo su camisa, no quería que aquel objeto llamase la atención de nadie más.
La tasca no era nada del otro mundo pero para Pandora en aquel momento era el mundo entero. Un fuego caliente, comida y risas ahogadas inundaban el lugar, además del melodioso sonido del laúd de un bardo combinado con su voz que rondaba el lugar buscando una buena propina. Tomaron asiento en una mesa de roble, llena de migajas de pan y jarras de cerveza vacías, no quedaba más que la espuma en los posos. La muchacha se apresuró en quitarse las capas mas superficiales de su ropa y las tendió en una silla cerca de la chimenea, soltando su melena también, para que esta perdiera la humedad más rápido. Observó a aquel hombre con detenimiento, expectante, observando cada arruga de su piel y a esperas de que fuera este quien comenzase la conversación. Sabía que pronto anochecería y llegaría tarde a junto los Treacy, pero en ese momento tenía mucho más peso llevarse algo caliente a la boca.
Una mesonera cargada con una bandeja llena de utensilios usados no tardó en acercarse y recoger la mesa, miró a Pandora con una mueca de compasión, seguro que sentía pena de su apariencia escuálida. Odiaba cuando la gente la miraba así, odiaba que asumieran que era una pobre muerta de hambre sin futuro y lo que mas odiaba era que tenían razón. La tabernera limpió la mesa lanzando las migas de pan al suelo sin ningún tipo de miramientos, una rata agazapada en una esquina no tardó en abalanzarse sobre ellas y llevárselas de nuevo a su escondite, la gente allí presente no parecía escandalizarse por eso, pues era algo de lo más común. En su casa, con Finbar, no había ratas, tenían un gato que se encargaba de mantenerlas a raya. Aquel recuerdo trajo un poco de luminosidad al rostro de Pandora.
- ¿Qué vais a tomar?
Antes de responder, le lanzó una mirada a aquel hombre del cual no sabía su nombre todavía. No quería pecar de confiada así que le concedería el derecho de pedir él por los dos. Al fin y al cabo era su dinero, no iba a ponerse exquisita.
Pandora
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Re: Calles del Mercado || Rol libre +1 o +los que quieran
- Cerveza y algo caliente para comer.
La posadera alzó las cejas y ladeó la cabeza hacia la mujer que le acompañaba. Ben la miró y tras un par de latidos a la posadera.
- Lo mismo.
Cuando se marchó para atender la comanda Ben aflojó las correas de la capa y se pasó las manos por el cuello, húmedo, debido a la mezcla entre agua de lluvia y sudor. Hizo unos estiramientos y luego apoyó los brazos en la mesa de tal manera que uno quedó encima del otro. Acto seguido miró a la muchacha.
- Yo solía considerar esta ciudad el centro del mundo. Altos y sólidos muros, un puerto que es la joya de la Península, comercio, mucha, muchísima gente... Pero claro, entonces lo veía con los ojos de un chaval que llevaba la armadura de la Guardia- se echó hacia atrás y se cruzó de brazos.- Luego, con el paso del tiempo, rascas la superficie y te encuentras con el pozo de mierda que puede llegar a ser una ciudad de este tamaño: pillaje, sabotajes, peleas, extorsiones, asesinatos... Ojo, no digo que no haya gente buena, solo que... Bueno, digamos que la gente relevante, siempre suele tener un pasado de este tipo.
- Bueno, vaya festín, disfrutad de él.
Sirvió con una rapidez asombrosa: dos jarras de cerveza y dos cuencos con un guiso de algún tipo de pescado que Sango no reconoció. Ben se echó hacia delante y tomó el cuenco entre sus manos para beber parte del caldo.
- ¿Y por qué digo esto? Porque ese barbas de antes quería robarle un colgante a una pobre muchacha. Pero no un robo normal, no... Escuché lo suficiente como para ver que este... tipo, lo tenía todo planeado, ¿qué quiere decir eso?- posó el cuenco encima de la mesa y cogió un trozo de pescado.- Que ese cabronazo lo tenía todo pensado, y si no lo tenía pensado y resultaba que era la primera vez que te veía, peor aún. En cualquiera de los dos casos ese tipejo muestra una clara tendencia a pisar a los demás para beneficio propio y por desgracia, si quieres ser alguien aquí, o destacas en la batalla, o te conviertes en el mayor cabronazo que puedas ser.
Le pegó un bocado al pescado y lo masticó durante unos instantes antes de retirar las espinas de la boca. Miró el trozo que le quedaba entre los dedos y frunció el ceño tratando de ponerle un nombre. Al no ser capaz se encogió de hombros y retiró un apr de espinas antes de tragar el primer bocado.
- ¿Qué formas hay de evitarlo? Bueno, la primera es haberte criado aquí. Haberlo vivido, saber interpretar el comportamiento de las personas, evitar a este y aquel, acercarte al otro y el de más allá... Pero seguro que no es tu caso- sonrió levemente antes de pegar otro bocado, esta vez teniendo cuidado de no morder la raspa.- Hay otra forma...- posó las espinas junto a las otras.- Es llevar un uniforme de Guardia. Bueno, quizás no es llevar el uniforme de la Guardia sino saber llevarlo, ¿de qué sirve tener pantalones si te los vas a enroscar al cuello a modo de bufanda- terminó el trozo de pescado y jugó con los dedos para sacudirse la grasa.- Las armas son un recurso valioso, algo que merece la pena aprender a usar. No siempre es la respuesta, pero, créeme, ayuda.
Cogió nuevamente el cuenco para terminar el caldo y cuando lo posó rebañó con las manos el contenido, se podía distinguir alguna hierba e incluso trozos de verdura. Aquel guiso había resultado ser todo un descubrimiento y, para su sorpresa, positivo. Cuando terminó, se echó nuevamente hacia atrás pero esta vez con jarra en la mano.
- Pero bueno, supongo que no sólo habrás venido conmigo para escucharme aunque esa haya sido la oferta...- se rascó la cabeza.- Seguro que hay algo más, algo que te ha empujado a seguir a un desconocido, sentarte con él y compartir comida y bebida con él. Por lo pronto veo que tienes espíritu aventurero y eso está bien.
Ben se pasó la jarra a media altura para olisquear el contenido el cual llamó su atención, así que, supuso, no tenía porqué estar mal. Acto seguido se echó hacia delante.
- Puedo compartir muchas más historias como esas, no solo de Lunargenta, sino de toda la Península, Sandorai e incluso los bosques del Este. Pero tengo la boca seca y- extendió la jarra a media distancia- no acostumbro a beber con desconocidos pese a que tengan algo interesante que contar.
Tenía la jarra extendida para que la muchacha pudiera brindar con él. Además, sentía gran interés por escucharla, saber en qué andaba metida si es que algo atormentaba a aquella pobre alma.
- Soy Ben, pero me conocen como Sango.
La posadera alzó las cejas y ladeó la cabeza hacia la mujer que le acompañaba. Ben la miró y tras un par de latidos a la posadera.
- Lo mismo.
Cuando se marchó para atender la comanda Ben aflojó las correas de la capa y se pasó las manos por el cuello, húmedo, debido a la mezcla entre agua de lluvia y sudor. Hizo unos estiramientos y luego apoyó los brazos en la mesa de tal manera que uno quedó encima del otro. Acto seguido miró a la muchacha.
- Yo solía considerar esta ciudad el centro del mundo. Altos y sólidos muros, un puerto que es la joya de la Península, comercio, mucha, muchísima gente... Pero claro, entonces lo veía con los ojos de un chaval que llevaba la armadura de la Guardia- se echó hacia atrás y se cruzó de brazos.- Luego, con el paso del tiempo, rascas la superficie y te encuentras con el pozo de mierda que puede llegar a ser una ciudad de este tamaño: pillaje, sabotajes, peleas, extorsiones, asesinatos... Ojo, no digo que no haya gente buena, solo que... Bueno, digamos que la gente relevante, siempre suele tener un pasado de este tipo.
- Bueno, vaya festín, disfrutad de él.
Sirvió con una rapidez asombrosa: dos jarras de cerveza y dos cuencos con un guiso de algún tipo de pescado que Sango no reconoció. Ben se echó hacia delante y tomó el cuenco entre sus manos para beber parte del caldo.
- ¿Y por qué digo esto? Porque ese barbas de antes quería robarle un colgante a una pobre muchacha. Pero no un robo normal, no... Escuché lo suficiente como para ver que este... tipo, lo tenía todo planeado, ¿qué quiere decir eso?- posó el cuenco encima de la mesa y cogió un trozo de pescado.- Que ese cabronazo lo tenía todo pensado, y si no lo tenía pensado y resultaba que era la primera vez que te veía, peor aún. En cualquiera de los dos casos ese tipejo muestra una clara tendencia a pisar a los demás para beneficio propio y por desgracia, si quieres ser alguien aquí, o destacas en la batalla, o te conviertes en el mayor cabronazo que puedas ser.
Le pegó un bocado al pescado y lo masticó durante unos instantes antes de retirar las espinas de la boca. Miró el trozo que le quedaba entre los dedos y frunció el ceño tratando de ponerle un nombre. Al no ser capaz se encogió de hombros y retiró un apr de espinas antes de tragar el primer bocado.
- ¿Qué formas hay de evitarlo? Bueno, la primera es haberte criado aquí. Haberlo vivido, saber interpretar el comportamiento de las personas, evitar a este y aquel, acercarte al otro y el de más allá... Pero seguro que no es tu caso- sonrió levemente antes de pegar otro bocado, esta vez teniendo cuidado de no morder la raspa.- Hay otra forma...- posó las espinas junto a las otras.- Es llevar un uniforme de Guardia. Bueno, quizás no es llevar el uniforme de la Guardia sino saber llevarlo, ¿de qué sirve tener pantalones si te los vas a enroscar al cuello a modo de bufanda- terminó el trozo de pescado y jugó con los dedos para sacudirse la grasa.- Las armas son un recurso valioso, algo que merece la pena aprender a usar. No siempre es la respuesta, pero, créeme, ayuda.
Cogió nuevamente el cuenco para terminar el caldo y cuando lo posó rebañó con las manos el contenido, se podía distinguir alguna hierba e incluso trozos de verdura. Aquel guiso había resultado ser todo un descubrimiento y, para su sorpresa, positivo. Cuando terminó, se echó nuevamente hacia atrás pero esta vez con jarra en la mano.
- Pero bueno, supongo que no sólo habrás venido conmigo para escucharme aunque esa haya sido la oferta...- se rascó la cabeza.- Seguro que hay algo más, algo que te ha empujado a seguir a un desconocido, sentarte con él y compartir comida y bebida con él. Por lo pronto veo que tienes espíritu aventurero y eso está bien.
Ben se pasó la jarra a media altura para olisquear el contenido el cual llamó su atención, así que, supuso, no tenía porqué estar mal. Acto seguido se echó hacia delante.
- Puedo compartir muchas más historias como esas, no solo de Lunargenta, sino de toda la Península, Sandorai e incluso los bosques del Este. Pero tengo la boca seca y- extendió la jarra a media distancia- no acostumbro a beber con desconocidos pese a que tengan algo interesante que contar.
Tenía la jarra extendida para que la muchacha pudiera brindar con él. Además, sentía gran interés por escucharla, saber en qué andaba metida si es que algo atormentaba a aquella pobre alma.
- Soy Ben, pero me conocen como Sango.
Sango
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