Un día de ... ¿Mercado? [Privado]
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Un día de ... ¿Mercado? [Privado]
Martes... No, Miércoles ¿Jueves? Los días se me amontonaban en la cabeza, ya había casi olvidado en qué día terrestre estaba ¿Los días pasaban más lentos en Aerandir, o era solo una sensación? Me desperecé en la cama, había literalmente aparcado mi furgoneta en el jardín de un peculiar doctor que vivía en una ciudad un poco al margen de la ley, por así decirlo ¿Eso me convertía en fugitiva de la justicia aerandiana? Se me aceleraba el corazón cada vez que pensaba en que el final de mi historia podría ser en uno de esos calabozos de película de época, donde la gente orinaba en un espacio tan reducido que comía en el mismo lugar. Respiré profundamente para evadir aquellos pensamientos... Este iba a ser un buen día en Ciudad Lagarto, lo presentía.
Me había acostumbrado a lo pequeña que era mi caravana de madera pintada con llamativos colores que antaño pertenecía a una adivina, a una de verdad, y ahora yo suplantaba su identidad para hacerme un pequeño e incómodo hueco en Aerandir. Meriyé, así me habían bautizado en Aerandir ante la imposibilidad de pronunciar mi nombre. El cepillo de cerdas resbalava por el pelo como si fuera esparto, solo rogaba a todos los dioses del panteón aerandiano un botecito pequeño de suavizante ¡Por favor! Reuní la fuerza de voluntad suficiente para calzarme mis impecables botas negras recién compradas, y ceñirme el corsé sin morir en el intento. Tomé de la mesilla el último trozo de pan de leche, algo mohoso, para qué engañarnos, preferí no pensarlo demasiado cuando me llevé aquella masa casi viscosa a la boca. No tenía más comida, ni casi dinero.
Descolgué mi enorme cesta de mimbre para la compra, vacía, por supuesto. No, ahí estaba, mirándome al fondo de la cesta, una pequeña y arrugada patata empezaba a germinar. Arrugué la nariz al olerla, pero quizá si la plantaba... Asentí, jamás hubiera pensado que llegaría a ese maldito punto. Eché algo de agua en un vaso y sumergí la patata, tan fea, tan olvidada. Casi como yo; menos por lo de fea.
Me cubrí el pelo, que empezaba a recuperar su tono poco natural pero irónicamente natural, rosado, y me dispuse a salir, con la mala suerte de que un enorme charco de agua había empantanado la entrada, y noté como mis preciosas botas se sumergían en aquel lodazal.
-Un magnífico nuevo día en Ciudad Lagarto... -
Con una mueca de asco y disgusto me remangué las enaguas, -maldita sea, jamás pensé que utilizaría en mi vida, aquella frase- y como buenamente pude salí de aquel infierno, pero mis botas no quedaron indemnes. Disimuladamente como una señorita, pasé por la hierba arrastrando los pies para quitar aquellas manchas horribles de mis preciosas botas. Había, cómo decirlo, mercado, no, no era mercado porque allí se vendía aquello que había sido robado de los mercados, entonces ¿Estraperlo? asentí para mis adentros en mi propia discusión filológica mientras avanzaba entre los puestecillos cochambrosos, algunos vendían fruta picada, otros trozos de bio-cibernéticos para usos varios, y usos que jamás debes de preguntar. Me paré frente a la señora que vendía panecillos, una anciana aparentemente enferma, pero que no te dejaba ver el pan de cerca, porque la mayoría estaba como mis bollos de leche, y si acercabas la mano... Zas, te arreaba con el bastón. Poca broma.
-Buenos días Gertrudis vengo a llevarme lo de siempre porque no tengo más dinero, porque soy pobre y terrestre, ya sabes, problemas del primer mundo, decían...
... Además aquella anciana era sorda, así que nada de lo que preocuparse. Le tendí unos aeros en la mesa mientras me desahogaba en mi lengua materna con aquella mujer, que ni me escuchaba ni le interesaba. Metí los bollos en la cesta y me dispuse a continuar mi andadura hacia los puestos más lujosos, no para nada, solo para mirar.
Merié Stiffen
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Re: Un día de ... ¿Mercado? [Privado]
Hacía únicamente tres días que Kyria había oído hablar de la Ciudad Lagarto y todos sus entramados. Ocurrió de casualidad mientras escuchaba hablar a Bloom, unos de los posaderos de la posada donde llevaba alojada desde que había llegado a Lunargenta. ''Cuéntame más'', le suplicó al hombre, y así lo hizo. La historia no dejaba de sorprender y el hecho de que Bloom le dijera en tono irónico (¿o quizás no era ironía?) que era una ciudad-asilo de los forajidos de todo Aerandir no hizo más que alimentar su vena curiosa. Hacía ya semanas que no tenía ninguna nueva hazaña que contarle a Cymus y le pareció la excusa perfecta para echarse al camino, rumbo a la aventura. Y ahí estaba, presa de la curiosidad aunque algo titubeante, merodeando por las calles de esa nueva ciudad.
Su cabello le cubría la espalda y los pocos mechones que caían sobre sus rosadas mejillas se agitaban con la fresca brisa mañanera. Sobre esa hora de la mañana cada vez se iba incorporando más gente al recientemente descubierto lugar. De hecho, se iba dando cuenta que ese era el momento en el que los mercaderes solían montar sus pequeños puestos para vender sus recién llegadas mercancías. Hasta ese momento la elfa no había visto nada fuera de lo común, un escenario que podría verse perfectamente en la plaza desde donde venía. ¿Había hecho el viaje para nada?
Los minutos pasaban unos tras otros y ahí seguía, de un lado a otro mirando y observando a la gente. Se había hecho con un trozo de pan de unos de los puestos, el cual desmigaba y degustaba poco a poco mientras caminaba. Los puestos siguientes parecían ser de artesanía y uno de los objetos llamó la atención de Kyria, una tetera hecha de barro. Tenía una forma extraña, convexa y con un pico muy pequeño, pero su color vivo rojizo hacía resaltar su verdadera belleza. Inmediatamente después de admirar su hermosura, hizo una mueca de tristeza al ser consciente que de ninguna manera podría permitírselo, incluso sin saber su precio. Sus pocos ahorros los estaba invirtiendo en comida y alojamiento. «Algún día, talvez…», dictaminó para acallar su vocecita interior.
Pero el interés, repentino y poco fundamentado, por el lujo no hizo más que hacer acto de presencia en la joven elfa, que se sorprendió a si misma cuando sus piernas, por inercia lujosa, echaron a andar camino a los puestos más destacados del sitio. Sin duda esa era la gran atracción del momento, lo que no le quedaba del todo claro era el por qué.
—Perdona, h-hola —susurró con un hilo de voz. —¿Sabrías decirme por qué hay tanta gente yendo hacía allí? Aparte de lo obvio, claro —sonrió nerviosa, mirando al frente.
Se había acercado a una chica que hacía el mismo recorrido que casi todos los presentes. No se había tomado su tiempo para analizarla, ni siquiera vio su rostro, lo único que le llamó la atención fueron sus botas, que, aunque parecían nuevas, tenía rastros de lodo impregnado y ya casi reseco en ellas. Una leve sonrisa se dibujó automáticamente en sus labios, ya no se sentía tan fuera de lugar en aquel sitio de pompa y derroche, puesto que las suyas, después del dichoso viaje de tres días, lucían igual.
Su cabello le cubría la espalda y los pocos mechones que caían sobre sus rosadas mejillas se agitaban con la fresca brisa mañanera. Sobre esa hora de la mañana cada vez se iba incorporando más gente al recientemente descubierto lugar. De hecho, se iba dando cuenta que ese era el momento en el que los mercaderes solían montar sus pequeños puestos para vender sus recién llegadas mercancías. Hasta ese momento la elfa no había visto nada fuera de lo común, un escenario que podría verse perfectamente en la plaza desde donde venía. ¿Había hecho el viaje para nada?
Los minutos pasaban unos tras otros y ahí seguía, de un lado a otro mirando y observando a la gente. Se había hecho con un trozo de pan de unos de los puestos, el cual desmigaba y degustaba poco a poco mientras caminaba. Los puestos siguientes parecían ser de artesanía y uno de los objetos llamó la atención de Kyria, una tetera hecha de barro. Tenía una forma extraña, convexa y con un pico muy pequeño, pero su color vivo rojizo hacía resaltar su verdadera belleza. Inmediatamente después de admirar su hermosura, hizo una mueca de tristeza al ser consciente que de ninguna manera podría permitírselo, incluso sin saber su precio. Sus pocos ahorros los estaba invirtiendo en comida y alojamiento. «Algún día, talvez…», dictaminó para acallar su vocecita interior.
Pero el interés, repentino y poco fundamentado, por el lujo no hizo más que hacer acto de presencia en la joven elfa, que se sorprendió a si misma cuando sus piernas, por inercia lujosa, echaron a andar camino a los puestos más destacados del sitio. Sin duda esa era la gran atracción del momento, lo que no le quedaba del todo claro era el por qué.
—Perdona, h-hola —susurró con un hilo de voz. —¿Sabrías decirme por qué hay tanta gente yendo hacía allí? Aparte de lo obvio, claro —sonrió nerviosa, mirando al frente.
Se había acercado a una chica que hacía el mismo recorrido que casi todos los presentes. No se había tomado su tiempo para analizarla, ni siquiera vio su rostro, lo único que le llamó la atención fueron sus botas, que, aunque parecían nuevas, tenía rastros de lodo impregnado y ya casi reseco en ellas. Una leve sonrisa se dibujó automáticamente en sus labios, ya no se sentía tan fuera de lugar en aquel sitio de pompa y derroche, puesto que las suyas, después del dichoso viaje de tres días, lucían igual.
Kyria
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Re: Un día de ... ¿Mercado? [Privado]
Aquella cosa brillaba. Pero estaba fría. Brillaba fría, brillaba fría. Los grandes ojos del niño buscaron algo más allá que ese color tan bonito. La mordió. Quizá valía para algo, pues había visto a gente grande llevarlas en sitios raros, y ponérselas a sus animales grandes. Y no se comían. Ni calentaban. Ni hablaban. De eso estaba seguro. Había intentado contarle sus aventuras a esa piedra y no se había dignado a responder. Entrecerró los ojos mirando a su palo de metal, y tras ello, a la piedra. Los dos estaban fríos y ninguno de los dos le respondían. Maldito idioma secreto de las cosas frías.
Tiró la piedra bonita al suelo enlodado. No recordaba como había llegado a sus manos. Alguien tenía que haberla perdido. La gente grande se volvía loca con cosas tontas como esa, que no valían para nada. Si contasen historias, si supiesen caminos, si le dijeran donde había comida… esas serían piedras útiles. Sólo cuando miró hacia atrás, y vio a mucha gente tirarse al suelo y pelearse por esa cosa, sacudió la cabeza. Por lo menos diecseitas personas. Sí, la gente grande estaba loca.
Corrió por todas partes, subiéndose a los sitios raros que se hacían para vivir. No lo hacían en el bosque, en una cueva con fuego calentitos. Juntaban madera y más madera, rompiendo nidos y sitios donde los animales vivían y construían sitios cuadrados que a veces se caían, y donde la lluvia entraba si se rompían. Nunca había visto romperse el techo de una cueva, ni un árbol había dejado que se mojase si él no quería. La gente grande sabía pocas cosas.
Aún así, sus ojos apenas parpadeaban por todo lo que veían que no había llegado a soñar. Personas que vivían fuera de esos sitios cuadrados, sin que les importase lo sucio que estaba el camino. Personas malas, pues tenían que ser malas al llevar esos trozos de metal que pinchaban, y que sólo servían para que otros llorasen y se muriesen. A lo mejor luego se los comían. Como los tigres a los ciervos. Eso tendría sentido. Aunque había visto gente mala que no lo hacían para comer. Seguro que su palo de hierro sabía por qué lo hacían, pero seguían sin ser amigos. Algún día le hablaría y entonces conocería muchas más cosas.
Koru fue avanzando entre los distintos puestos, acercándose para ver lo más claramente posible todo lo que estaba colocado en esas cajas. Esa gente gritaba para que otras personas fueran a ver lo que tenía allí, sin embargo, cuando él se acercó más, el hombre le ordenó que diese un paso atrás. Seguramente no había entendido que él también quería ver, por lo que subió a los cestos, y se colgó con la cola del palo que sostenía el techo de ese lugar. Ver boca abajo siempre le divertía. Al menos hasta que ese grande quiso ofrecerle una gran rama para que bajase con más facilidad. Tratando de ayudarle, casi llegó a pegarle, y el niño le hizo un gesto para que entendiese que no le hacía falta. Bajó, y se llenó de felicidad al ver una gran cantidad de manzanas como no había visto desde su viaje en la montaña de madera alrededor del agua grande que sabía mal. Recordó a Zero, a la mujer de ojos de sol y a otras criaturas increíbles, antes de coger una y ponerse de nuevo en marcha. Oyó gritar al hombre, y sin girarse, le saludó con la mano también para despedirse.
Todo era nuevo, curioso y abría miles de preguntas en su joven mente. Personas de orejas largas, que ya había conocido, personas de orejas cortas, personas que hacían agua, o fuego, o algo que picaba y pinchaba y hacía daño, hasta animales que hablaban. Estaba seguro de haber visto un zorro enorme andar sobre dos patas. Allí había de todo. Y seguía buscando un arquista, esos que sabían tantas cosas que los demás no.
Miró a todas partes, y fue deslizándose entre las personas que se habían ido juntando como lobitos para darse calor. Koru puso un gesto de asco. La gente olía mal, y el chico fue encontrándose muchas cosas que iban cayendo al suelo para evitar pensar en el hedor. ¿No sabían llegar a un río? ¿O se bañaban en el lodo de la zona? A lo mejor por eso tenían sus nidos cerca. Pues que asco.
Cuando por fin fue capaz de escapar de ese río maloliente, se encontró a medio paso de varios humanos que gritaban y tenían en la mano distintas cosas de metal. Se quedó mirando un rato, tras el cual se dio cuenta de que el resto se mantenía bastante más alejado. Había visto pasar por su bosque a grupos que se dedicaban a cantar y bailar porque sí, aunque lo hacía mucho mejor. Estos solo gritaban y decían palabras que no significaban nada.
No obstante, en un momento dado, ambos bandos miraron al niño, quien se había echado con la cabeza apoyada en su mano diestra, tratando de averiguar qué hacían allí. El silencio reinó y Koru la ladeó. Y dos levantaron sus cosas de metal, con cara fea. Tardó un segundo en comprender que se habían aburrido y querían jugar con él.
Trepó a la cabeza de uno y saltó de nuevo hacia la muchedumbre.
La gente grande de ese sitio era aburrida. Tenía que haber habladores más interesantes.
Koru´Len
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Re: Un día de ... ¿Mercado? [Privado]
¡Ay! Qué bonitos eran los torques de acero élfico que habían robado esa semana, y qué pinta tenían las tartas de zanahoria recién horneadas... Sin duda una cosa se parecía la tierra a Aerandir, que el mundo de los ricos parecía mucho más interesante que el de los pobres ¿Ma adornarían con aquellos torques y me darían de comer si supieran que vengo de la tierra? Me imaginaba a mi misma sobre una carroza, repleta de innecesarios brillos y ostentosos vestidos, cual diosa griega bajada del mismísimo olimpo, "la terrestre", "la terrícola", "¡Abran paso a Merié, la diosa de la tierra!". Pero sabía que aquello solo eran películas y fantasías que me montaba en mi cabeza, y que si alguien se enteraba de mi naturaleza terrestre, acabaría, en el mejor de los casos, muerta. Pero había cosas mucho peores que morir, tener que orinar en el mismo sitio donde comes, por ejemplo, me parecía peor que la horca por terrestre.
Absorta en mis pensamientos miraba y toqueteaba todo, como una buena señora en un mercadillo. Pensaba en mi madre y en mi abuela, lo mucho que les gustaban los montones del mercadillo y lo que alucinarían con aquellos trozos de bio cibernético cuyo fin era bastante cuestionable.
Me hablaban. Me hablaban, a mi, me hablaban ¿A mi? Miré hacia todos lados, por si aquella muchacha no se refería a mi al hablar, pero yo era la única parada allí, frente a las ollas de Baslodia. Asentí, intentando descifrar lo que decía. Tanto tiempo sin hablar con nadie que mi aerandiano se había oxidado.
-Eh... -Suspiré y tragué saliva. -Sí, sí... Claro, obvio.
Como una lela repetí las últimas palabras mi interlocutora. Miré a la multitud que parecía amontonarse hacia una pequeña plaza, como si algo estuviera sucediendo allí.
-Pues... Allí están los objetos de lujo, claro, obvio ¿Verdad? -Me reí entre dientes, ocultando mi nerviosismo y tragué saliva de nuevo. Maldita sea, qué seca tenía la boca. -Pues parece que está pasando algo... ¿Un duelo a muerte, quizá? No sé, en este sitio pasan muchas cosas así.
-¡Es ese maldito mono! ¡Que le corten la cola! ¡Me ha robado un rubí!
Me giré instintivamente hacia aquel señor que gritaba en su puesto tras nosotras, un vendedor de joyas robadas al que le faltaba un diente, pero eso era lo más normal en Ciudad Lagarto, vaya.
-¿Cómo era el mono? ¿Un simio? ¿Un mono tití? ¿Un chimpancé? ¿Un gorila? -Pregunté al señor que me miró frunciendo el rostro interrogante.
Me giré hacia la muchacha, fue en ese momento donde me fijé por primera vez en sus orejas puntiagudas, ¡Una elfa! Como aquellas dos que conocí en mi primera aventura en Aerandir. Me hizo hasta ilusión volver a encontrarme con una.
-Parece que hoy hay mercado con espectáculo. -Le dije haciéndole un ademán con la mano para acercarnos a la pequeña plaza donde todos se reunían.
Había tanta gente que no podía asomarme, no podía cotillear en condiciones desde mi posición. Me levanté sobre las puntas de los pies como la grácil bailarina de ballet que había sido a los diez años, pero nada. La gente gritaba algo sobre.. ¿Un mono?
-... ¿Mono tiene más significados en aerandiano? -Pregunté en voz baja para mi misma más que para mi improvisada acompañante. -¿Tú ves algo? -Le pregunté girando la cabeza hacia la muchacha.
Me sentía como en un concierto de tu grupo favorito, en el que te tocan todos los altos delante, pues así.
Absorta en mis pensamientos miraba y toqueteaba todo, como una buena señora en un mercadillo. Pensaba en mi madre y en mi abuela, lo mucho que les gustaban los montones del mercadillo y lo que alucinarían con aquellos trozos de bio cibernético cuyo fin era bastante cuestionable.
Me hablaban. Me hablaban, a mi, me hablaban ¿A mi? Miré hacia todos lados, por si aquella muchacha no se refería a mi al hablar, pero yo era la única parada allí, frente a las ollas de Baslodia. Asentí, intentando descifrar lo que decía. Tanto tiempo sin hablar con nadie que mi aerandiano se había oxidado.
-Eh... -Suspiré y tragué saliva. -Sí, sí... Claro, obvio.
Como una lela repetí las últimas palabras mi interlocutora. Miré a la multitud que parecía amontonarse hacia una pequeña plaza, como si algo estuviera sucediendo allí.
-Pues... Allí están los objetos de lujo, claro, obvio ¿Verdad? -Me reí entre dientes, ocultando mi nerviosismo y tragué saliva de nuevo. Maldita sea, qué seca tenía la boca. -Pues parece que está pasando algo... ¿Un duelo a muerte, quizá? No sé, en este sitio pasan muchas cosas así.
-¡Es ese maldito mono! ¡Que le corten la cola! ¡Me ha robado un rubí!
Me giré instintivamente hacia aquel señor que gritaba en su puesto tras nosotras, un vendedor de joyas robadas al que le faltaba un diente, pero eso era lo más normal en Ciudad Lagarto, vaya.
-¿Cómo era el mono? ¿Un simio? ¿Un mono tití? ¿Un chimpancé? ¿Un gorila? -Pregunté al señor que me miró frunciendo el rostro interrogante.
Me giré hacia la muchacha, fue en ese momento donde me fijé por primera vez en sus orejas puntiagudas, ¡Una elfa! Como aquellas dos que conocí en mi primera aventura en Aerandir. Me hizo hasta ilusión volver a encontrarme con una.
-Parece que hoy hay mercado con espectáculo. -Le dije haciéndole un ademán con la mano para acercarnos a la pequeña plaza donde todos se reunían.
Había tanta gente que no podía asomarme, no podía cotillear en condiciones desde mi posición. Me levanté sobre las puntas de los pies como la grácil bailarina de ballet que había sido a los diez años, pero nada. La gente gritaba algo sobre.. ¿Un mono?
-... ¿Mono tiene más significados en aerandiano? -Pregunté en voz baja para mi misma más que para mi improvisada acompañante. -¿Tú ves algo? -Le pregunté girando la cabeza hacia la muchacha.
Me sentía como en un concierto de tu grupo favorito, en el que te tocan todos los altos delante, pues así.
Merié Stiffen
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Re: Un día de ... ¿Mercado? [Privado]
Cada vez era más la muchedumbre que se había reunido en aquella característica ubicación. Eso no le extrañaba viendo toda la clase de productos, comestibles (y no tan comestibles), abalorios, joyas, piedras preciosas, piezas robotizadas se segunda mano y de muy dudosa procedencia, objetos decorativos, etc., con los que se deparaba cada dos o tres pasos. Al fin podía decir con todas las letras que había merecido la pena el viaje, más no sea por haber visto cosas muy excéntricas y sumamente caras, las cuales le sacaban muecas de sorpresa seguidamente de muecas de tristeza cada rato.
‘’Eh... Sí, sí... Claro, obvio. (…)’’ Contestaba por fin la chica aparentemente sin mucha gana de intercambiar palabras. Notó un deje lingüístico que no le resultaba familiar, ¿de qué zona de Aerandir provendría su acompañante? ¿Acaso importaba? Sonrió, restándole importancia.
—¿Un duelo? ¡Qué interesante! Podríamos acerc...
‘’¡Es ese maldito mono! ¡Que le corten la cola! ¡Me ha robado un rubí!’’ Instintivamente Kyria se giró casi a la par que la joven, quedándose con la palabra en la boca. ¿También había monos carteristas en la Ciudad Lagarto? Sus ojos se abrieron de par en par e instintivamente se llevó la mano a su pequeño bolso, comprobando que lo tenía bien atado a su cintura.
—¿Un mono? ¿Dónde? ¿Un rubí? ¿Cómo? —balbuceó atónita, sintiéndose un poco tonta e interrogando al espantoso mercante después de que su acompañante lo atropellara con varias preguntas nombrando distintas especies de simios.
Y fue en ese entonces que unos ojos azules se posaron en los suyos por primera vez. Su mirada parecía estar intentando descifrarla como un enigma, uno agradable. ¿Sería esa la primera vez que veía alguien de su raza?
La joven la incitó a que la siguiera y, como era de esperar, Kyria echó a andar intentando mantenerse a su lado mientras esta balbuceaba cosas inaudibles. Posteriormente se dirigió a ella.
—Hum… —intervino, estirándose lo más posible para alcanzar a ver hacia delante —No mucho, pero podríamos intentar ir por allí —añadió señalando por encima de su cabeza hacía al este —, sígueme.
La elfa era visiblemente más alta que ella y pudo ver un claro, no muy lejano, entre la gente. Desde ahí tendrían unas vistas casi privilegiadas. Empezó a andar, no muy rápido (por desgracia), zafándose entre los zarrapastrosos habitantes y chismosos comerciantes. A cada paso que daba se escuchaban las palabras ‘mono’, ‘ladrón’, ‘por ahí’, ‘maldito’, ‘¡cogedlo!’ vociferadas por doquier. Incluso podría jurar haber visto una pequeña y fugaz sombra saltar por encima de su cabeza.
—Monito… ¿dónde estás monito? Vamos vamos, déjate ver… —canturreaba en tono de voz bajo pero vacilón.
‘’Eh... Sí, sí... Claro, obvio. (…)’’ Contestaba por fin la chica aparentemente sin mucha gana de intercambiar palabras. Notó un deje lingüístico que no le resultaba familiar, ¿de qué zona de Aerandir provendría su acompañante? ¿Acaso importaba? Sonrió, restándole importancia.
—¿Un duelo? ¡Qué interesante! Podríamos acerc...
‘’¡Es ese maldito mono! ¡Que le corten la cola! ¡Me ha robado un rubí!’’ Instintivamente Kyria se giró casi a la par que la joven, quedándose con la palabra en la boca. ¿También había monos carteristas en la Ciudad Lagarto? Sus ojos se abrieron de par en par e instintivamente se llevó la mano a su pequeño bolso, comprobando que lo tenía bien atado a su cintura.
—¿Un mono? ¿Dónde? ¿Un rubí? ¿Cómo? —balbuceó atónita, sintiéndose un poco tonta e interrogando al espantoso mercante después de que su acompañante lo atropellara con varias preguntas nombrando distintas especies de simios.
Y fue en ese entonces que unos ojos azules se posaron en los suyos por primera vez. Su mirada parecía estar intentando descifrarla como un enigma, uno agradable. ¿Sería esa la primera vez que veía alguien de su raza?
La joven la incitó a que la siguiera y, como era de esperar, Kyria echó a andar intentando mantenerse a su lado mientras esta balbuceaba cosas inaudibles. Posteriormente se dirigió a ella.
—Hum… —intervino, estirándose lo más posible para alcanzar a ver hacia delante —No mucho, pero podríamos intentar ir por allí —añadió señalando por encima de su cabeza hacía al este —, sígueme.
La elfa era visiblemente más alta que ella y pudo ver un claro, no muy lejano, entre la gente. Desde ahí tendrían unas vistas casi privilegiadas. Empezó a andar, no muy rápido (por desgracia), zafándose entre los zarrapastrosos habitantes y chismosos comerciantes. A cada paso que daba se escuchaban las palabras ‘mono’, ‘ladrón’, ‘por ahí’, ‘maldito’, ‘¡cogedlo!’ vociferadas por doquier. Incluso podría jurar haber visto una pequeña y fugaz sombra saltar por encima de su cabeza.
—Monito… ¿dónde estás monito? Vamos vamos, déjate ver… —canturreaba en tono de voz bajo pero vacilón.
Kyria
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Re: Un día de ... ¿Mercado? [Privado]
Saltó a la parte de arriba de uno de los nidos de la gente grande, hundiendo una de sus patas demasiado, por lo que tuvo que dar un nuevo saltito para evitar caer dentro. Frunció el ceño, con sus grandes ojos puestos en el agujero. No le gustaban nada de nada esos trucos de la gente para comerse animales. En su bosque alguna vez casi había caído en esos agujeros con trozos de árbol con punta debajo. Se encogió de hombros, cosas de gente de mala.
Y entonces se dio cuenta. Asomó la cabeza por donde su pata había entrado. Tan sólo podía acercar uno de sus ojos, y saludó a dos personas que le miraban, antes de acordarse de que no podían ver su mano. No había trozos de madera con punta. Se puso en pie, y saltó una vez más, abriendo el hueco lo bastante para caer hasta el suelo.
Koru los miró, sonriendo y sujetando su palo de metal frío. Encogió y estiró los dedos de sus pies, y observó si dejar de moverse todo lo que estaba allí. Cogió una cosa de color marrón que no esperaba que pesase tanto, y le dio la vuelta en el aire, antes de ser atacado por muchísimas cosas pequeñas. La soltó, escupiendo y tosiendo, escuchando como se rompía al caer al suelo.
Dando un paso atrás, se puso a cuatro patas, olisqueando esos granitos que ahora cubrían el suelo. Giró la cabeza y los tocó con un dedo. ¿Serían animales pequeños? ¿Había roto su nido? Cogió uno con los dedos. Nada. Habló con ellos. Tampoco nada. Trató de masticar uno, pero estaba muy duro y no le gustó demasiado. Lo sacó de la boca, acercándose a la pareja, que se mantenía en el mismo sitio. El niño los miró. A lo mejor entre la gente grande también había personas que no sabían hablar. Como las lombrices. ¡O LOS CARACOLES! Aunque estaba seguro que los caracoles sí, porque miraban, pero no respondían. A los caracoles les importaba el resto una cáscara.
-¿Habéis intentado cazarme? ¿Sois gente mala? ¿Ese agujero es para entrar? ¿Queríais verme? ¿Quiénes sois? ¿Este es vuestro nido? ¿Qué son esas cosas? ¿Las criáis vosotros? ¿No podéis hablar? ¿Tenéis lengua? Yo sí- demostró complacido- ¿Podéis hablar sin lengua? ¿Qué es esto? -dijo tras coger un trozo del nido de esas cosas que había intentado comerse. Pesaba un poco y al pasar la lengua por él, le había quedado claro que no había sido buena idea- Vuestro nido es pequeño. Es mejor vivir en el bosque, está más limpio. ¿La gente grande os bañáis en el lodo? Oléis mal, y fuera peor. Igual así no os comen, yo no lo haría. ¿Sabéis si las lombrices hablan? A veces desaparecen bajo la tierra y aunque la quites, ya no están.
Estaba claro que esos dos no sabían hablar, así que con ese extraño trozo de cosa que le habían regalado, salió del nido.
Miró a su alrededor. Había llegado a ese lugar siguiendo a ese grupo que hablaba tan raro, de caras feas y cosas pinchosas. Pero no eran malos. Le habían dejado comida en el fuego y había estado deliciosa. Ojalá hubiera podido darles las gracias, si no se hubieran ido tan rápido cuando Koru guió a un puma para que jugase con ellos. Ellos tenían otro descansando. Habían sido un poco desagradecidos. O sólo querían uno. Nunca se sabía con la gente grande.
A unos pasos delante de él, dos personas andaban juntas, y él necesitaba saber qué era eso tan raro que había conseguido. Corrió a su lado, plantándose delante con una sonrisa, su palo a la espalda y mostrándoles el trozo de cosa.
-¿Sabéis que es esto? No se come. ¿Quiénes sois? Yo Koru, del bosque. ¿Conocéis algún arquista? Hacen cosas raras y saben muchas. Yo no lo vi, me lo dijeron. ¿Tenéis manzanas? ¿Sabéis hablar con las lombrices? ¿Habéis visto hablar a algún palo como éste? -señaló a su espalda, dando una vuelta completa sobre sí mismo.
Se acercó mirándolas más atentamente.
-¿Por qué tienes pelo de fresa? Están dulces, y saben ricas pero no las hay siempre. Y ojos de agua grande. ¿Eres buena gente? ¿Te bañas en lodo?- olisqueó- No oléis mal. Sé contar hasta cuarentorce. ¿Por qué la gente grande hace tantas cosas raras? -miró a la otra persona, y sus párpados se abrieron más- ¿Conoces a otra como tú que no eres tu, más pequeña, de pelo-sol? ¿Con ojos también de agua grande? ¿Y a otra también pelo-sol buena gente?
Koru´Len
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Re: Un día de ... ¿Mercado? [Privado]
Ni mono, ni mona, allí solo olía a pies. Caminé tras la elfa entre la multitud que cuchicheaban acerca de un mono ¿Venderían un mono en el mercado? No iba a ser lo más raro que vería en Ciudad Lagarto, y menos conociendo a cierto médico insensible. Miré a mi alrededor, la gente empezaba a apelotonarse, empujándonos hacia el campo de batalla improvisado. Allí los duelistas parecían igual de consternados que nosotras y la muchedumbre que miraba hacia los tejados por donde le habíamos perdido el rastro. Yo aún no lo había visto, pero bueno eso era normal en mi; Cuando alguien decía en el coche, mira un conejo, o un caballo, o una vaca pastando, cuando me giraba ya la habíamos pasado. ¿Cómo serían los monos en Aerandir? Me iba a quedar con la intriga.
Como pasan con las noticias impactantes, que impactan, pero cuanto más impactante es la noticia, antes se olvida. Con la primera gota de sangre sobre el suelo la gente rápidamente se olvidó del mono y empezó a gritar a los luchadores que habían dejado sus armas en el suelo y empezaban a golpearse con violencia, aquello parecía una lucha de gladiadores.
-Parece que se ha asustado y se ha ido. -Apunté encogiéndome de hombros con resignación.
Aquel espectáculo de dientes y sangre no era demasiado de mi agrado, al contrario que las gentes de Ciudad Lagarto, que coreaban sedientos de más violencia. Hice un ademán con el mentón hacia donde estábamos, la gente y el hedor me empezaba a agobiar.
-¿Volvemos? -Le pregunté acompañando el ademán antes de salir de allí con voz nasal, pinzándome la nariz con dos dedos.
Suspiré ampliamente, aire puro, o al menos no olía a pies. Al fondo, el señor de las joyas parecía hablar con dos mercenarios, gesticulaba excesivamente, parecía bastante enfadado. Si algo había aprendido en Ciudad Lagarto, es que no se roba a un ladrón. Los mercenarios, señores grandes, con el pelo rapado, me recordaban demasiado a los action man, incluso uno tenía un parche en el ojo que daba más miedo que todas las armas que colgaban de su cinturón, no me gustaría estar en la piel de ese simio, la verdad.
-Menos mal que el monito ha salido corriendo, porque el señor de las joyas parece que está haciendo nuevos amigos y hubiera acabado de... -No terminé la frase porque fui interrumpida por una voz lo suficientemente aguda para pertenecer a un niño. -... Trofeo en alguna pared.
Terminé la frase en voz baja para que tan solo la elfa me escuchase, era un monito pequeño, que hablaba. La virgen, y cómo hablaba el mono, no callaba. Que por qué tenía el pelo rosa... Esa sí que era una laaaarga historia. Instintivamente miré a la elfa y fruncí el ceño, desconcertada, y después al puesto del joyero que por suerte ambos mercenarios seguían frente al puesto haciéndole pantalla. Menos mal. ¿Qué llevaba en la mano el pequeño? Un trozo de cerámica y el pelo lleno de granos de trigo. Mi mente aún no había relacionado todos los hechos para llegar a la conclusión de que era un niño-bestia. Bordeé al pequeño poniéndome a su espalda para que nadie más lo viese, mi espíritu de animalista y mi tarjeta del WWF me obligaba moralmente a ayudar a que aquel monito no acabase de alfombra.
-...¿Habláis del mono? Yo he visto uno ir hacia allá.
Escuché a una mujer que hablaba con el joyero a mis espaldas. No pensé, fue instintivo coger en volandas al pequeño.
-¡Corre! -Le grité a la elfa con el pequeño entre los brazos. Pesaba más de lo que pensaba
Eché a correr como alma que lleva el diablo entre la gente, a contra corriente.
-Monito vamos a jugar a un juego, a huir de esos señores tan feos, tú no te asustes que somos animalistas. Agárrate fuerte.
... Lo máximo que había hecho era dejar de comer carne durante dos meses, y ser casa de acogida de gatos. Huir con una especie endógena de Aerandir para evitarle una muerte segura era otro nivel de hippie. Pero seguro que la elfa que me acompañaba era animalista vegan ¿No eran así todos los elfos? ¿Paz amor y naturaleza? En plan Pocahontas. Madre mía, ni medio minuto corriendo y ya estaba fatigada.
___________________________________________
Dejo el post libre para que Kyria nos guíe donde quiera.
Como pasan con las noticias impactantes, que impactan, pero cuanto más impactante es la noticia, antes se olvida. Con la primera gota de sangre sobre el suelo la gente rápidamente se olvidó del mono y empezó a gritar a los luchadores que habían dejado sus armas en el suelo y empezaban a golpearse con violencia, aquello parecía una lucha de gladiadores.
-Parece que se ha asustado y se ha ido. -Apunté encogiéndome de hombros con resignación.
Aquel espectáculo de dientes y sangre no era demasiado de mi agrado, al contrario que las gentes de Ciudad Lagarto, que coreaban sedientos de más violencia. Hice un ademán con el mentón hacia donde estábamos, la gente y el hedor me empezaba a agobiar.
-¿Volvemos? -Le pregunté acompañando el ademán antes de salir de allí con voz nasal, pinzándome la nariz con dos dedos.
Suspiré ampliamente, aire puro, o al menos no olía a pies. Al fondo, el señor de las joyas parecía hablar con dos mercenarios, gesticulaba excesivamente, parecía bastante enfadado. Si algo había aprendido en Ciudad Lagarto, es que no se roba a un ladrón. Los mercenarios, señores grandes, con el pelo rapado, me recordaban demasiado a los action man, incluso uno tenía un parche en el ojo que daba más miedo que todas las armas que colgaban de su cinturón, no me gustaría estar en la piel de ese simio, la verdad.
-Menos mal que el monito ha salido corriendo, porque el señor de las joyas parece que está haciendo nuevos amigos y hubiera acabado de... -No terminé la frase porque fui interrumpida por una voz lo suficientemente aguda para pertenecer a un niño. -... Trofeo en alguna pared.
Terminé la frase en voz baja para que tan solo la elfa me escuchase, era un monito pequeño, que hablaba. La virgen, y cómo hablaba el mono, no callaba. Que por qué tenía el pelo rosa... Esa sí que era una laaaarga historia. Instintivamente miré a la elfa y fruncí el ceño, desconcertada, y después al puesto del joyero que por suerte ambos mercenarios seguían frente al puesto haciéndole pantalla. Menos mal. ¿Qué llevaba en la mano el pequeño? Un trozo de cerámica y el pelo lleno de granos de trigo. Mi mente aún no había relacionado todos los hechos para llegar a la conclusión de que era un niño-bestia. Bordeé al pequeño poniéndome a su espalda para que nadie más lo viese, mi espíritu de animalista y mi tarjeta del WWF me obligaba moralmente a ayudar a que aquel monito no acabase de alfombra.
-...¿Habláis del mono? Yo he visto uno ir hacia allá.
Escuché a una mujer que hablaba con el joyero a mis espaldas. No pensé, fue instintivo coger en volandas al pequeño.
-¡Corre! -Le grité a la elfa con el pequeño entre los brazos. Pesaba más de lo que pensaba
Eché a correr como alma que lleva el diablo entre la gente, a contra corriente.
-Monito vamos a jugar a un juego, a huir de esos señores tan feos, tú no te asustes que somos animalistas. Agárrate fuerte.
... Lo máximo que había hecho era dejar de comer carne durante dos meses, y ser casa de acogida de gatos. Huir con una especie endógena de Aerandir para evitarle una muerte segura era otro nivel de hippie. Pero seguro que la elfa que me acompañaba era animalista vegan ¿No eran así todos los elfos? ¿Paz amor y naturaleza? En plan Pocahontas. Madre mía, ni medio minuto corriendo y ya estaba fatigada.
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Merié Stiffen
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Re: Un día de ... ¿Mercado? [Privado]
El olor metálico de la sangre empezaba a inundar sus fosas nasales. Lo detestaba, se impregnaba tanto en su tráquea que a veces incluso le entraban ganas de vomitar. Por un momento se había olvidado del dichoso mono. ¿Quién no, viendo tan nauseabunda escena de violencia intencionada? Así que, cuando su acompañante le propuso una retirada, no hizo falta ni darle respuesta verbal, estaba claro, a juzgar por sus expresiones, que ambas compartían la misma opinión respecto a los espectáculos de lucha y la gente mal oliente.
Cuando por fin el bucle continuo de la muchedumbre se había terminado, Kyria agradeció la brisa de aire fresco que le golpeaba la cara continuamente, haciendo que las hebras de su cabello se ondeasen y se pegoteasen sobre su transpirado rostro. Aun disfrutando del aire limpio, observó al mercader joyero cuando la chica lo mencionó y algo se encogió en su estómago al observar a los hombres que lo acompañaban. Entonces una vocecita un tanto chirriante las interrumpió, y no pudo evitar darle toda su atención… Hablaba y hablaba sin cesar.
Si no fuera por el ceño fruncido y la postura corporal de protección que adoptó la pelirroja, no habría atado cabos. ¿Cómo es que no se había percatado del color de su pelo antes? «¡Un niño-bestia! El mono que están buscando es él, ¡un niño-bestia!», caviló aún sorprendida. Era muy pequeño, de ojos gentiles, aunque curiosos, con el pelo enmarañado lleno de restos de cereales y muy charlatán, sobre todo muy charlatán. ¿Quién querría apresar a una cosita tan adorable? Instintivamente sintió la necesidad de protegerle, al igual que ella.
‘’¡Corre!’’, escuchó la elfa mientras observaba como el pequeño era llevado en volandas. Su corazón empezó a bombear sangre a más velocidad de la normal. ¿Qué podría hacer para ayudar al pequeño mono? ¿Para ayudar a ambos? Tragó saliva, humectando sus cuerdas vocales.
—¡Por allí! El mono se fue brincando por allí —gritó a pleno pulmón, lo bastante alto como para que la oyeran el joyero y sus secuaces— llevaba un rubí, ha ido por allí —añadió enérgicamente señalando al norte.
Al comprobar que éstos y otros furiosos y curiosos mercaderes la habían escuchado alto y claro y habían salido escopetados hacia la dirección opuesta a la de los chicos, Kya respiró aliviada. Los había enviado hacia el norte, mientras que ella y sus recién conocidos iban hacia el sur. Le gustaba esto de jugar al despiste. Apresuró el paso para alcanzarlos.
—Vamos, sé donde ir. Ahí estaremos a salvo —. La elfa hizo de guía a través del bosque, rozando la costa Este y alejándose cada vez más de la ciudad.
Caminaron y caminaron, la vegetación impedía que el movimiento fuera más rápido, había muchas ramas rotas, rocas de diversos tamaños y formas y raíces medio putrefactas por todos lados. Se podía escuchar el romper de las olas y el aire se notaba más húmedo. Estaban llegando.
—Es aquí —señaló ilusionada—, sé que no es gran cosa, pero os puedo garantizar que es segura —miró con cariño al pequeño, aunque no estaba segura de que éste lo entendiera—, he tenido que pasar una noche aquí en mi viaje desde Lunargenta y pensaba quedarme otra vez, de vuelta a casa. Vamos, venid —insistió la elfa—, encenderé el fuego y comeremos algo. ¡Estaréis hambrientos!
La cabaña abandonada les daría cobijo durante lo que quedaba de día y durante la noche. No era en efecto gran cosa; era el hogar de pequeños mamíferos, estaba hecha de madera ya carcomida y era pequeña, pero tenía una bonita chimenea que desembocaba en una cúpula triangular en el tejado. Tenía su encanto y no había nada más a varios kilómetros a la redonda. Su ubicación era perfecta, a unos pocos metros de un acantilado. Al menos ahí el aire era puro.
—¡Vaya! —soltó de repente, parándose en seco— No nos hemos siquiera presentado. Soy Kyria, una orejas picudas de noble corazón, para serviros —añadió sonriendo.
Cuando por fin el bucle continuo de la muchedumbre se había terminado, Kyria agradeció la brisa de aire fresco que le golpeaba la cara continuamente, haciendo que las hebras de su cabello se ondeasen y se pegoteasen sobre su transpirado rostro. Aun disfrutando del aire limpio, observó al mercader joyero cuando la chica lo mencionó y algo se encogió en su estómago al observar a los hombres que lo acompañaban. Entonces una vocecita un tanto chirriante las interrumpió, y no pudo evitar darle toda su atención… Hablaba y hablaba sin cesar.
Si no fuera por el ceño fruncido y la postura corporal de protección que adoptó la pelirroja, no habría atado cabos. ¿Cómo es que no se había percatado del color de su pelo antes? «¡Un niño-bestia! El mono que están buscando es él, ¡un niño-bestia!», caviló aún sorprendida. Era muy pequeño, de ojos gentiles, aunque curiosos, con el pelo enmarañado lleno de restos de cereales y muy charlatán, sobre todo muy charlatán. ¿Quién querría apresar a una cosita tan adorable? Instintivamente sintió la necesidad de protegerle, al igual que ella.
‘’¡Corre!’’, escuchó la elfa mientras observaba como el pequeño era llevado en volandas. Su corazón empezó a bombear sangre a más velocidad de la normal. ¿Qué podría hacer para ayudar al pequeño mono? ¿Para ayudar a ambos? Tragó saliva, humectando sus cuerdas vocales.
—¡Por allí! El mono se fue brincando por allí —gritó a pleno pulmón, lo bastante alto como para que la oyeran el joyero y sus secuaces— llevaba un rubí, ha ido por allí —añadió enérgicamente señalando al norte.
Al comprobar que éstos y otros furiosos y curiosos mercaderes la habían escuchado alto y claro y habían salido escopetados hacia la dirección opuesta a la de los chicos, Kya respiró aliviada. Los había enviado hacia el norte, mientras que ella y sus recién conocidos iban hacia el sur. Le gustaba esto de jugar al despiste. Apresuró el paso para alcanzarlos.
—Vamos, sé donde ir. Ahí estaremos a salvo —. La elfa hizo de guía a través del bosque, rozando la costa Este y alejándose cada vez más de la ciudad.
Caminaron y caminaron, la vegetación impedía que el movimiento fuera más rápido, había muchas ramas rotas, rocas de diversos tamaños y formas y raíces medio putrefactas por todos lados. Se podía escuchar el romper de las olas y el aire se notaba más húmedo. Estaban llegando.
—Es aquí —señaló ilusionada—, sé que no es gran cosa, pero os puedo garantizar que es segura —miró con cariño al pequeño, aunque no estaba segura de que éste lo entendiera—, he tenido que pasar una noche aquí en mi viaje desde Lunargenta y pensaba quedarme otra vez, de vuelta a casa. Vamos, venid —insistió la elfa—, encenderé el fuego y comeremos algo. ¡Estaréis hambrientos!
La cabaña abandonada les daría cobijo durante lo que quedaba de día y durante la noche. No era en efecto gran cosa; era el hogar de pequeños mamíferos, estaba hecha de madera ya carcomida y era pequeña, pero tenía una bonita chimenea que desembocaba en una cúpula triangular en el tejado. Tenía su encanto y no había nada más a varios kilómetros a la redonda. Su ubicación era perfecta, a unos pocos metros de un acantilado. Al menos ahí el aire era puro.
—¡Vaya! —soltó de repente, parándose en seco— No nos hemos siquiera presentado. Soy Kyria, una orejas picudas de noble corazón, para serviros —añadió sonriendo.
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Kyria
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Re: Un día de ... ¿Mercado? [Privado]
Esas personas eran divertidas. Le habían cogido sin hacerle daño y Koru se dejó llevar. Sus pies estaban algo cansados y pelo-de-fresa lo llevaba de una manera en la que él se sentía agusto. Sonrió. Tenían que ser gente buena, y seguro que se lo llevaban para hablar más con él. Por fin personas que sabían cosas. Miró a su palo de metal con una sonrisa, entrecerrando los ojos y apretando los labios. Hasta que abrió los ojos como platos. No entendió casi nada de lo que la había dicho de modo que ¡TENÍA QUE SER ESO!
-¿¿Eres una arquista?? Corres poco. ¿Haces cosas raras? ¿Sabes cosas que casi nadie sabe pero tú si y con esas cosas haces otras cosas que hacen a la gente poner boca de O? A veces dan trozos redondos fríos que no se comen a los arquistas. Saben mucho pero poco. Es mejor tener peces o manzanas. Una vez caí en un sitio en medio de muchas y me llevé casi todas. Por lo menos tres. ¿Dónde vamos? ¿Quieres saber la historia del palo? Alguien lo perdió, ahora viene conmigo porque no ha dicho que no. ¿Por eso ella va contigo? ¿Está perdida? ¿Estáis perdidas? Que pena. Yo nunca me pierdo. La gente grande siempre pierde cosas. A lo mejor porque es grande. Hay cosas pequeñas divertidas, ¡y también malas!- frunció el ceño- Los gusanosplanta son muy malos. Los pisas sin querer y te hacen mucho daño en el pie, y les dices lo siento y tampoco hablan. ¿Has visto gusanosplanta? ¿Cuántas cosas que viven en el agua grande conoces? ¿Cómo son? ¿Por qué tienes pelo de fresa?
Koru miró un instante hacia atrás. Dejaron de verse los nidos de la gente grande, y fueron pasando muchos árboles.
-¿También vivís en un bosque? ¿Por qué? ¿Os pusisteis vuestros nombres? - se detuvo un momento cuando volvieron a posarlo en el suelo- ¿Este es tu nido? – preguntó a la persona de orejas largas- Eres bonita. ¿Conoces a una como tu, de pelo-sol, pero más pequeña, de ojos agua como ella? ¿Y a otra pelo sol que es gente buena más grande, como tú? – repitió. Antes no le habían respondido. Tenían que conocerse, todas tenían esas orejas que no les hacían oír mejor- Eres bonita, pero tu nido no. ¿Por qué no vives en un árbol? Son cómodos y tienen comida. ¿Tienes comida? ¿¿Te gustan las manzanas??
Sus ojos repasaron toda la estancia. ¡COSAS DE COMER! Corrió hacia ellas y cogió una fruta. Le dio un mordisco. ¡Estaba rica! Volvió donde ella y se la puso en las manos antes de ir a por otra. La mordió, a ver si sabía diferente. No, igual de rica. No quedaban más de esas, así que la comió entera y probó con otra de color tierra. Dulce. A lo mejor le gustaba a pelo-de-fresa. Se la puso en las manos y continuó probando las cosas que...
Se detuvo de golpe, tras haber engullido aquella cosa desconocida que olía a comida. Observó a ambas. ¿¡QUÉ ERA ESO!?
¿¡DONDE NACIA!? Saltó al trozo de madera donde la gente grande ponía las cosas de comer y luego a uno más pequeño con tres patas, antes de acabar en el suelo. Miró a Ojos-de-agua, y le enseñó un pedazo.
-¿¿¿Qué es esto, que es, que es??? ¡ES DULCE, Y RICO, Y SUPERRICO! ¿Cómo se hace? ¿De qué planta sale? ¿Dónde hay más? ¿Dónde hay más? ¿Tenéis aquí? ¿Sabéis hacerlo? ¿SOIS ARQUISTAS? Tenéis que serlo. Quiero que este palo hable y seamos amigos. O hablar con lombrices y gusanosplanta. O hacer cosas raras de arquistas. ¿Sois gente grande que manda sobre otra gente grande? ¿Le habéis quitado la madera a los animales del bosque? -recordó en ese segundo la palabra de Zero- ¿Sabéis ischinar cosas? ¿Sabéis hacer ojos de sol a la gente? ¿Sabéis si nací de un huevo como los peces? ¿Y vosotras? ¿SABES HACER FUEGO?
Sabía hacer fuego, igual que él. Era gente buena. Tenía que saber más de pelo de fresa.
-Me gustan tus ojos mar, pero yo no los tengo. No se pueden pintar, pueden doler. Hay cosas que no tienen ojos pero no se pierden, son listas. ¿Por qué me cogiste? ¿Quieres saber muchas cosas?
Koru´Len
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Re: Un día de ... ¿Mercado? [Privado]
Eché a correr como si, literalmente, mi vida dependiese de ello. Pensé que en algún momento se me iba a salir el esófago por la boca, tenía un flato que me quería morir, encima aquel monono se callaba nunca, por favor que alguien le quite las pilas a este Furby aerandiano porque sino iba a explotarme la cabeza. Esa sensación de que por favor nos pillasen esos mercenarios y me quitasen al mono de los brazos y me quitasen la vida, pues así de dramática era.
Pero no, no podía dejar a aquel monete a su suerte, así que lo aferré fuerte contra mi pecho mientras corría detrás de la elfa. Qué envidia, con aquellas piernas tan largas y aquellos pantalones corría como alma que lleva el diablo y parecía que no le costase nada. Algunos panecillos salieron volando de la cesta mientras corríamos ¿Dónde nos llevaba? ¡Si habíamos salido incluso de Ciudad Lagarto! ¿Pensaba ir corriendo hasta Sandorai? La gente de Aerandir era impredecible.
Nos adentramos en el bosque, y pensé que efectivamente con todo lo que habíamos corrido habríamos llegado casi a Sandorai, pero no. Asomó una pequeña torre de madera de entre la maleza. Caminamos, por fin pude recuperar el oxígeno que parecía que me iba a morir en cualquier momento. Pero el mono no callaba, y yo no tenía fuerzas ni para contestar. Tenía la boca seca como una alpargata de esparto. El vestido se me enganchaba cada dos por tres en la maleza y yo seguía sujetando al mono como si fuera ya parte de mis manos sudorosas.
Por fin llegamos al lugar donde parecía que la elfa, mínimo, nos iba a descuartizar y vender nuestros órganos en Ciudad Lagarto al mejor postor, porque menuda casa de película de miedo. Tragué saliva y forcé una sonrisa al verla.
-Muy hogareña. -Apunté a decir con una voz de camionero cazallera.
De repente el mono se bajó de mis brazos y empezó a correr de un lado a otro, lo que faltaba que con lo que había sufrido para llevarlo hasta allí, ahora se escapase y nos dejase allí como dos paletas.
Kyria, así se hacía llamar nuestra nueva compañera de aventuras, mi tercera elfa en mi red de amistades, y me imaginé pidiéndole el Instagram en una fiesta o algo así en la tierra. Delirios de la deshidratación.
-Yo soy Merié, encantada.
Merié, lo pronuncié en aquel Aerandiano en el que efectivamente, sonaba "Meriyé", era una broma del destino. Aquel pequeño ser no me dejó acabar la presentación, cuando tragaba saliva para poder articular dos palabras más, apareció con una fruta y me la dejó en las manos. Vaya, no está mal para haberlo cargado cincuenta kilómetros hasta allí. Entramos en la cabaña detrás del mono.
-Gracias... Monete. -A penas pude decir con un hilo de voz.
Estaba bastante hecha polvo, llena de telarañas. Mi vista fue exactamente al mismo lugar que la del mono, a la cocina, allí junto al hogar había un pequeño pozo.
-¡Agua! ¡Por dios tengo la boca como una ... ! ¿Sandalia? -Encontré rápidamente un simil Aerandiano a la frase hecha y eché a andar hacia el pozo.
Mientras, el mono no paraba de hablar y hablar, la verdad que ya había desconectado de lo que decía por mi salud mental. Tiré de la cuerda del pozo y allí estaba, un cubo de madera llenito de agua transparente al que rápidamente me amorré como si no hubiera bebido en meses. He de admitir que seguía recuperándome de la carrera. Cuando me giré aquella vocecita aguda me hablaba a mi. Para complacerle le di un bocado a la fruta aquella, era amarga pero dulce, estaba verde.
-Hm.. Qué rica. -Forcé de nuevo una sonrisa, mirando a Kyria, que me salvase mientras intentaba tragar aquella pasta que se me había hecho en la boca. -Te cogí para huir de personas grandes, feas y malas que querían hacer daño a ti.
Hablar mal en Aerandiano era mi liga.
Pero no, no podía dejar a aquel monete a su suerte, así que lo aferré fuerte contra mi pecho mientras corría detrás de la elfa. Qué envidia, con aquellas piernas tan largas y aquellos pantalones corría como alma que lleva el diablo y parecía que no le costase nada. Algunos panecillos salieron volando de la cesta mientras corríamos ¿Dónde nos llevaba? ¡Si habíamos salido incluso de Ciudad Lagarto! ¿Pensaba ir corriendo hasta Sandorai? La gente de Aerandir era impredecible.
Nos adentramos en el bosque, y pensé que efectivamente con todo lo que habíamos corrido habríamos llegado casi a Sandorai, pero no. Asomó una pequeña torre de madera de entre la maleza. Caminamos, por fin pude recuperar el oxígeno que parecía que me iba a morir en cualquier momento. Pero el mono no callaba, y yo no tenía fuerzas ni para contestar. Tenía la boca seca como una alpargata de esparto. El vestido se me enganchaba cada dos por tres en la maleza y yo seguía sujetando al mono como si fuera ya parte de mis manos sudorosas.
Por fin llegamos al lugar donde parecía que la elfa, mínimo, nos iba a descuartizar y vender nuestros órganos en Ciudad Lagarto al mejor postor, porque menuda casa de película de miedo. Tragué saliva y forcé una sonrisa al verla.
-Muy hogareña. -Apunté a decir con una voz de camionero cazallera.
De repente el mono se bajó de mis brazos y empezó a correr de un lado a otro, lo que faltaba que con lo que había sufrido para llevarlo hasta allí, ahora se escapase y nos dejase allí como dos paletas.
Kyria, así se hacía llamar nuestra nueva compañera de aventuras, mi tercera elfa en mi red de amistades, y me imaginé pidiéndole el Instagram en una fiesta o algo así en la tierra. Delirios de la deshidratación.
-Yo soy Merié, encantada.
Merié, lo pronuncié en aquel Aerandiano en el que efectivamente, sonaba "Meriyé", era una broma del destino. Aquel pequeño ser no me dejó acabar la presentación, cuando tragaba saliva para poder articular dos palabras más, apareció con una fruta y me la dejó en las manos. Vaya, no está mal para haberlo cargado cincuenta kilómetros hasta allí. Entramos en la cabaña detrás del mono.
-Gracias... Monete. -A penas pude decir con un hilo de voz.
Estaba bastante hecha polvo, llena de telarañas. Mi vista fue exactamente al mismo lugar que la del mono, a la cocina, allí junto al hogar había un pequeño pozo.
-¡Agua! ¡Por dios tengo la boca como una ... ! ¿Sandalia? -Encontré rápidamente un simil Aerandiano a la frase hecha y eché a andar hacia el pozo.
Mientras, el mono no paraba de hablar y hablar, la verdad que ya había desconectado de lo que decía por mi salud mental. Tiré de la cuerda del pozo y allí estaba, un cubo de madera llenito de agua transparente al que rápidamente me amorré como si no hubiera bebido en meses. He de admitir que seguía recuperándome de la carrera. Cuando me giré aquella vocecita aguda me hablaba a mi. Para complacerle le di un bocado a la fruta aquella, era amarga pero dulce, estaba verde.
-Hm.. Qué rica. -Forcé de nuevo una sonrisa, mirando a Kyria, que me salvase mientras intentaba tragar aquella pasta que se me había hecho en la boca. -Te cogí para huir de personas grandes, feas y malas que querían hacer daño a ti.
Hablar mal en Aerandiano era mi liga.
Merié Stiffen
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Re: Un día de ... ¿Mercado? [Privado]
A Kyria la invadía un extraño sentimiento hogareño junto a aquellas nuevas personas. Quizás porque eran las primeras con las que compartía más de cinco fugaces minutos. No pudo evitar sonreír al contemplar el panorama: una chica, Merié según le dijo, aparentemente normal, con un halo de misterio, aunque bastante simpática y un pequeño mono esclavo de sus insistentes curiosidades y cuestionamientos sobre todo y todos.
Por el rabillo del ojo pudo observar cómo Merié se acercaba al pozo de agua después de dejar al pequeño en suelo firme. Éste, como era de esperar, no paraba de hablar y hablar. La elfa empezaba a creer que ese era un rasgo bastante arraigado en su carácter y eso le gustaba. Lo diferente le gustaba. Ellos le gustaban.
Al abrir la vieja puerta de madera de roble y hacer una breve inspección visual del interior de la cabaña, todo estaba tal cual lo había dejado; la comida todavía olía a comida y al parecer los animales no se habían dado un banquete con ella. El pequeño curioso corría de un lado a otro, cogiendo esto y aquello, preguntando sobre esto y aquello. Entre viaje y viaje, le dejó una manzana entre las manos, cosa que Kyria en el fondo agradeció, aunque ya estuviera mordida.
—Muy rica, sí —dijo con la boca llena— Oh y eso es bizcocho de arándanos, pequeñín —añadió ante su enfatizada reacción al probar bocado—, algún día haremos uno de esos juntos y verás cómo se hacen.
Kyria masticaba lentamente la manzana mientras encajaba la oleada de preguntas que le hacía el pequeño mono, alternando entre fruncimiento de ceño, cara de sorpresa y cara de desconcierto.
—¿Qué es ser un arquista? —inquirió curiosa — Creo que, si hubieses nacido de un huevo como los peces, serías un pez y… —miró de soslayo a Merié— no hablarías tanto fuera del agua, parlanchín.
El pequeño desprendía mucha energía, una energía que, aparentemente, Kyria llevaba mejor que su amiga pelirroja. Se acercó a los víveres que no habían sido todavía, o al menos no del todo, atacados por el pequeño forastero y cortó un trozo de bizcocho para la chica.
—Merié, aquí tienes. Deberías comer algo— insistió mientras se lo extendía entre las manos —, ha sido una larga caminata y por lo que veo no estás acostumbrada —. Kya le enseñó su sonrisa amable. Al fin y al cabo, ella había cargado con el mono parlanchín. — ¿Te apetece una infusión, Merié? ¿Os apetece una infusión de frutas? —acrecentó finalmente mirando a ambos— Podemos aprovechar… —rebuscó en el zurrón de los víveres— esta manzana que está algo podrida por este lado y estas moras, le quitaremos lo podrido con este cuchillo —se lo explicaba sobre todo al pequeño, esperanzada de que eso disminuyera posteriormente la cantidad de preguntas sobre su elaboración—, y lo demás lo añadiremos al agua que calentaremos enseguida. Lo dejaremos reposar y después lo beberemos. ¿Qué os parece?
Se desplazó hasta el otro lado de la habitación, que como no era de gran tamaño, más bien todo lo contrario, lo tenía prácticamente todo a mano. Empezó a comprobar la cantidad exacta de alimento que tenían en ese momento, dejándolo todo sobre la desusada mesa. Había dos hogazas de pan, unos panecillos de leche, cuatro bollitos de canela, frutas, un cuarto de bizcocho de arándanos, un odre lleno de leche y una pequeña botellita de ron-miel para calentarse en las noches más frías, la cual intentó esconder de la curiosa mirada del pequeño.
—Nos daremos un buen festín esta noche, queridos compañeros —soltó bastante sonriente y satisfecha, dejándose caer sobre uno de los tres pequeños taburetes que rodeaban la atiborrada mesa.
Por el rabillo del ojo pudo observar cómo Merié se acercaba al pozo de agua después de dejar al pequeño en suelo firme. Éste, como era de esperar, no paraba de hablar y hablar. La elfa empezaba a creer que ese era un rasgo bastante arraigado en su carácter y eso le gustaba. Lo diferente le gustaba. Ellos le gustaban.
Al abrir la vieja puerta de madera de roble y hacer una breve inspección visual del interior de la cabaña, todo estaba tal cual lo había dejado; la comida todavía olía a comida y al parecer los animales no se habían dado un banquete con ella. El pequeño curioso corría de un lado a otro, cogiendo esto y aquello, preguntando sobre esto y aquello. Entre viaje y viaje, le dejó una manzana entre las manos, cosa que Kyria en el fondo agradeció, aunque ya estuviera mordida.
—Muy rica, sí —dijo con la boca llena— Oh y eso es bizcocho de arándanos, pequeñín —añadió ante su enfatizada reacción al probar bocado—, algún día haremos uno de esos juntos y verás cómo se hacen.
Kyria masticaba lentamente la manzana mientras encajaba la oleada de preguntas que le hacía el pequeño mono, alternando entre fruncimiento de ceño, cara de sorpresa y cara de desconcierto.
—¿Qué es ser un arquista? —inquirió curiosa — Creo que, si hubieses nacido de un huevo como los peces, serías un pez y… —miró de soslayo a Merié— no hablarías tanto fuera del agua, parlanchín.
El pequeño desprendía mucha energía, una energía que, aparentemente, Kyria llevaba mejor que su amiga pelirroja. Se acercó a los víveres que no habían sido todavía, o al menos no del todo, atacados por el pequeño forastero y cortó un trozo de bizcocho para la chica.
—Merié, aquí tienes. Deberías comer algo— insistió mientras se lo extendía entre las manos —, ha sido una larga caminata y por lo que veo no estás acostumbrada —. Kya le enseñó su sonrisa amable. Al fin y al cabo, ella había cargado con el mono parlanchín. — ¿Te apetece una infusión, Merié? ¿Os apetece una infusión de frutas? —acrecentó finalmente mirando a ambos— Podemos aprovechar… —rebuscó en el zurrón de los víveres— esta manzana que está algo podrida por este lado y estas moras, le quitaremos lo podrido con este cuchillo —se lo explicaba sobre todo al pequeño, esperanzada de que eso disminuyera posteriormente la cantidad de preguntas sobre su elaboración—, y lo demás lo añadiremos al agua que calentaremos enseguida. Lo dejaremos reposar y después lo beberemos. ¿Qué os parece?
Se desplazó hasta el otro lado de la habitación, que como no era de gran tamaño, más bien todo lo contrario, lo tenía prácticamente todo a mano. Empezó a comprobar la cantidad exacta de alimento que tenían en ese momento, dejándolo todo sobre la desusada mesa. Había dos hogazas de pan, unos panecillos de leche, cuatro bollitos de canela, frutas, un cuarto de bizcocho de arándanos, un odre lleno de leche y una pequeña botellita de ron-miel para calentarse en las noches más frías, la cual intentó esconder de la curiosa mirada del pequeño.
—Nos daremos un buen festín esta noche, queridos compañeros —soltó bastante sonriente y satisfecha, dejándose caer sobre uno de los tres pequeños taburetes que rodeaban la atiborrada mesa.
Kyria
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Re: Un día de ... ¿Mercado? [Privado]
-¿Meri? Es un nombre raro. Hay nombres mejores, como el mío. Me lo puse yo. Igual te lo puso gente que no sabía de nombres, a veces pasa. Pelodefresa es más bonito, dice que tienes pelo de fresa. Las fresas saben ricas. Menos ricas que eso- aseguró señalándose la barriga- de antes. Bicocho- repitió- Bicocho. Biiiicocho. Bicocho. Ya me lo aprendí. Soy muy listo, pero quiero más. ¿Podemos hacerlo ahora? ¿Seguro que no nace de una planta? Yo tendría plantas bicochas. Para mí. Os darían algunas porque sois buenas. Y también a otros que conocí otros días que no son hoy y ya se fueron. Pero tienes que arreglar tu nido. Los pájaros también tienen nidos. Los peces no. ¿Sabes que no soy un pez? Yo nado mucho, pero no en el agua grande que sabe mal. Hay cosas malas, y cosas ricas. No se puede hablar debajo. ¿Qué es un parlchín? ¿Ves? Yo sé muchas cosas. Un arquista hace cosas que no se pueden y sabe muchas que mucha gente no. Y puede hacer que mi palo quiera hablar conmigo porque aún no es mi amigo y no quiere, y eso que cargo con él y le dejo venir conmigo- explicó, mirando a pelo-de-sol. Seguro que ella lo entendía- La gente grande se hace daño- Meri era gente grande pero no sabía- No a mí. He visto sus nidos y me han hecho un agujero para que entrase, hasta me han dado comida y cosas que duelen al morderse. Y ésta cosa- volvió a enseñar ese trozo raro- ¿Sabéis que vuestro nombres acaban igual? MeriKiri. Es divertido. ¿Sois amigas? ¿Por eso se parecen? Yo tengo dos pájaros que son amigos y una tortuga, y un erizo que se esconde. A veces les llevo regalos. La tortuga a veces no sale del agua que va deprisa, y come hojas. La subí a mi árbol, pero no le gustó y quiso bajar volando. La atrapé para que me pidiera perdón. Hay que portarse bien con la gente. Un día os llevaré a mi árbol.
Pelosol puso muchas cosas encima de ese trozo de madera con patas que la gente grande usaba para poner cosas. Koru saltó sin el menor problema a ese sitio sin romper ni hacer caer una sola vianda. Sus grandes ojos observaron todo lo que estaba dispuesto, y con la cola enhiesta para no tropezar con nada, fue revisando una a una, mientras ella cortaba una manzana para ¿echarla al agua? Sacudió la cabeza. La gente grande sabía poco.
Con las cuatro patas en la madera, mordió un algo redondo que ya había mordido dos veces antes en nidos de humanos. Se podía comer, y siempre sabía distinto. Dentro era más suave y más rico y le dio un segundo mordisco antes de pasar a otra cosa. Se la quedó mirando, blanca y fresquita, tres segundos quieto como una estatua.
-¡TIENES LECHE!- gritó muy contento- ¿¿¿DAS LECHE??? Las mamás de los del bosque la tienen para cuidar a las crías del bosque. ¿Tienes una cría? ¿Eres una mamá? ¿Le das a las crías del bosque para que crezcan? - bebió con avidez. Cogió con la cola una cosa blandita y suave y volvió a saltar del trozo de madera. Lo mordió y cerró los ojos, sonriendo de puro contento. Cuantas cosas ricas…
-¿Por qué estáis en este sitio de nidos de gente grande? ¿Buscáis cosas? ¿Hay cosas aquí que no hay donde estabais antes? ¿No os gustaba ya vuestro nido? Yo sali del bosque para saber mucho. Sé mucho, pero más de mucho. A veces sigo a la gente para devolverles cosas que pierden, son descuidados, pero no lo consigo. Sólo no voy con gente mala con cosas de metal que pinchan y hacen daño. Y quiero comer una nube. Es leche. O Bicocho. Una vez uno grande quiso pegarme. Era tonto y feo. No como la otra pelosol.
Koru´Len
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Re: Un día de ... ¿Mercado? [Privado]
Había desconectado, era como en las clases en la universidad cuando la asignatura era tan aburrida que simplemente te limitabas a asentir con la cabeza. Mi aerandiano no era tan fluido como para poder entender todas las tonterías que decía aquel pequeño ser con hiperactividad. Kyria me ofreció un trozo de bizcocho, qué bien olía, mejor que mis panecitos de leche revenida. Que no estaba acostumbrada a caminatas, obviamente, en mi mundo existía el transporte público, ¿Quién quiere andar cuando puedes ir en metro? Negué con la cabeza, no iban a haber metros nunca en Aerandir, y se me estaban poniendo unos gemelos de runner importantes.
-¡HMM...! MA-DRE MI-A. -Pronuncié en voz alta en mi lengua natal, OMG, qué rico estaba ese bizcocho. -Oh, sí, me encantaría un poco de infusión. Me encanta la infusión.
Se deshacía en la lengua, era una explosión de sabores que hacía mil años que no probaba. Qué duro era ser pobre en un mundo medieval.
-Está riquísimo Kyria, ¿Lo has hecho tú? -Pregunté con la boca llena, ignorando al pequeño y endiablado simio que no callaba jamás.
Kyria era muy maja, ¿Todos los elfos eran así de majos y serviciales? Casi me sabía mal no haber llevado una botellita de vino como era de esperar cuando ibas a cenar a casa de una amiga. Pero no tenía vino, solo tenía una cesta de bollos revenidos.
-Yo tengo estos bollitos, no son nada del otro mundo pero mi sueldo de pitonisa no da para mucho. -Bromeé tragando aquel delicioso manjar de los dioses y de los ricos. -Dime, Kyria, ¿Qué hace una elfa en Ciudad Lagarto? ¿Eres traficante de hidromiel de Sandorai?
Pregunté medio en broma, medio enserio. Había conocido a muchos traficantes, entre ellos mis compañeros de viaje, que se dedicaban a pasar opio y otras sustancias estupefacientes por toda la península de Verisar. Quizá Kyria era una mercenaria, pero tenía demasiado cara de buena persona para matar a alguien, por eso traficante le pegaba más. La película de mi cabeza sobre la vida de Kyria había empezado, era una joven elfa traficante de hidromiel que se había enamorado de un humano, de un mercenario, que había sido encarcelado y ella ahora se buscaba la vida para pagar su libertad. Tan romántico.
Me remangué el vestido para sentarme en una de las sillas cercanas al centro de la estancia, junto a los demás. Había aprendido a sentarme como una verdadera señora, remangándome el vestido como había visto en tantas series de época, y ahora entendía por qué, porque entre el corpiño, el cancán, los sensuales pololos y demás, era casi imposible no parecer un muffin sentada si no lo recogías a un lado.
-Oye pequeño, ¿Y no tienes padres? ¿Dónde están? ¿Los tienen la gente grande mala y fea? ¿Dónde está tu nido? ¿Estás perdido? -Le hablaba al pequeño Koru como si fuera un niño, a ver si así se centraba en alguna conversación que tuviese un mínimo de sentido.
En la película de mi cabeza Koru se había convertido en un furby, algún tipo de ser de Aerandir que no podías darle comida y agua a partir de medio día o sino, no callaría jamás. Y ahora pagábamos las consecuencias.
-¡HMM...! MA-DRE MI-A. -Pronuncié en voz alta en mi lengua natal, OMG, qué rico estaba ese bizcocho. -Oh, sí, me encantaría un poco de infusión. Me encanta la infusión.
Se deshacía en la lengua, era una explosión de sabores que hacía mil años que no probaba. Qué duro era ser pobre en un mundo medieval.
-Está riquísimo Kyria, ¿Lo has hecho tú? -Pregunté con la boca llena, ignorando al pequeño y endiablado simio que no callaba jamás.
Kyria era muy maja, ¿Todos los elfos eran así de majos y serviciales? Casi me sabía mal no haber llevado una botellita de vino como era de esperar cuando ibas a cenar a casa de una amiga. Pero no tenía vino, solo tenía una cesta de bollos revenidos.
-Yo tengo estos bollitos, no son nada del otro mundo pero mi sueldo de pitonisa no da para mucho. -Bromeé tragando aquel delicioso manjar de los dioses y de los ricos. -Dime, Kyria, ¿Qué hace una elfa en Ciudad Lagarto? ¿Eres traficante de hidromiel de Sandorai?
Pregunté medio en broma, medio enserio. Había conocido a muchos traficantes, entre ellos mis compañeros de viaje, que se dedicaban a pasar opio y otras sustancias estupefacientes por toda la península de Verisar. Quizá Kyria era una mercenaria, pero tenía demasiado cara de buena persona para matar a alguien, por eso traficante le pegaba más. La película de mi cabeza sobre la vida de Kyria había empezado, era una joven elfa traficante de hidromiel que se había enamorado de un humano, de un mercenario, que había sido encarcelado y ella ahora se buscaba la vida para pagar su libertad. Tan romántico.
Me remangué el vestido para sentarme en una de las sillas cercanas al centro de la estancia, junto a los demás. Había aprendido a sentarme como una verdadera señora, remangándome el vestido como había visto en tantas series de época, y ahora entendía por qué, porque entre el corpiño, el cancán, los sensuales pololos y demás, era casi imposible no parecer un muffin sentada si no lo recogías a un lado.
-Oye pequeño, ¿Y no tienes padres? ¿Dónde están? ¿Los tienen la gente grande mala y fea? ¿Dónde está tu nido? ¿Estás perdido? -Le hablaba al pequeño Koru como si fuera un niño, a ver si así se centraba en alguna conversación que tuviese un mínimo de sentido.
En la película de mi cabeza Koru se había convertido en un furby, algún tipo de ser de Aerandir que no podías darle comida y agua a partir de medio día o sino, no callaría jamás. Y ahora pagábamos las consecuencias.
Merié Stiffen
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