Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
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Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
Ese estúpido pueblo estaba en medio de la maldita nada. Literalmente, prácticamente había viajado un día entero sin toparse con otro pueblo. Pero alguien le había dicho que allí necesitaban ayuda desesperadamente, porque algo se estaba comiendo a la gente o algo así, y allí estaba. Dicho fuese, el tipo que se lo había dicho era un poco…cuestionable, pero sonaba a que querían un cazador para lo que fuera que se estaba comiendo… seguramente solo a las gallinas sinceramente. O a algún valiente que mirara por la noche y les dijera que solo era un lobo particularmente feo. Y ella era ambas.
Y allí estaba, atrapada, porque esa maldita señora no callaba. Literalmente, llevaba como una hora según el sol hablando sin parar, sin dejar que la interrumpiera, y la verdad, se estaba hartando. Es decir, al principio, había agradecido que le explicara donde estaba todo, donde dormiría y comería, gratis, al parecer, también le había dicho lo que sospechaba que eran todos los malditos nombres del pueblo. Y encima, luego había empezado a despotricar sobre como su marido no recogía la mesa, sobre no se que de su prima, sobre cómo debería haberse mudado a la ciudad donde no tendrían esos problemas tan siniestros… La verdad era que le costaba seguir un poco el hilo con ese acento tan cerrado.
No había tenido corazón de decirle que en la ciudad seguramente sería peor, pero estaba tanteando la idea, con la esperanza de que se marchara corriendo horrorizada o algo. Es decir, la maldita ni siquiera había dicho su nombre, solo el de literalmente todo el resto. Por suerte, un aldeano pasó a su lado, y debió ver su cara de cervatillo asustado, porque intervino a su favor, diciéndole que una tal Sonia la estaba buscando. No tenía la más mínima duda de que era mentira, que acababa de condenar cruelmente a alguna pobre infeliz, pero la señora se fue encantada después de despedirse, y no pudo evitar sentirse aliviada.
-Te ha tenido un buen rato huh…- dijo el hombre con una sonrisa. No tenía el acento que tenía la señora de antes. ¿No era de allí?
-Es… ¿es siempre así?-
-Oh, no…no tanto, te ha tenido más tiempo porque eres carne fresca. Media hora suele ser suficiente para el resto. Soy Simón. Vienes por el anuncio, ¿cierto?-
-¿Anuncio? No…solo… ¿no necesitabais qué alguien cazara algo?- la cara que puso el hombre era…compleja. Medio mueca, medio sonrisa.
-¿Por qué no vienes a mi taberna y te explico en que consiste el trabajo?- y mientras se giraba, algo en toda la verborrea de esa señora hizo click.
-Oh…. Tú eres el de la comida gratis…- eso provocó una risa.
-Sí, supongo que sí, aunque la comida vendrá del pueblo, yo solo pongo un par de habitaciones. No pasa mucha gente por aquí ¿sabes? En general solo tengo alcohol para los locales, estoy haciendo una excepción.-
Y allí estaba, atrapada, porque esa maldita señora no callaba. Literalmente, llevaba como una hora según el sol hablando sin parar, sin dejar que la interrumpiera, y la verdad, se estaba hartando. Es decir, al principio, había agradecido que le explicara donde estaba todo, donde dormiría y comería, gratis, al parecer, también le había dicho lo que sospechaba que eran todos los malditos nombres del pueblo. Y encima, luego había empezado a despotricar sobre como su marido no recogía la mesa, sobre no se que de su prima, sobre cómo debería haberse mudado a la ciudad donde no tendrían esos problemas tan siniestros… La verdad era que le costaba seguir un poco el hilo con ese acento tan cerrado.
No había tenido corazón de decirle que en la ciudad seguramente sería peor, pero estaba tanteando la idea, con la esperanza de que se marchara corriendo horrorizada o algo. Es decir, la maldita ni siquiera había dicho su nombre, solo el de literalmente todo el resto. Por suerte, un aldeano pasó a su lado, y debió ver su cara de cervatillo asustado, porque intervino a su favor, diciéndole que una tal Sonia la estaba buscando. No tenía la más mínima duda de que era mentira, que acababa de condenar cruelmente a alguna pobre infeliz, pero la señora se fue encantada después de despedirse, y no pudo evitar sentirse aliviada.
-Te ha tenido un buen rato huh…- dijo el hombre con una sonrisa. No tenía el acento que tenía la señora de antes. ¿No era de allí?
-Es… ¿es siempre así?-
-Oh, no…no tanto, te ha tenido más tiempo porque eres carne fresca. Media hora suele ser suficiente para el resto. Soy Simón. Vienes por el anuncio, ¿cierto?-
-¿Anuncio? No…solo… ¿no necesitabais qué alguien cazara algo?- la cara que puso el hombre era…compleja. Medio mueca, medio sonrisa.
-¿Por qué no vienes a mi taberna y te explico en que consiste el trabajo?- y mientras se giraba, algo en toda la verborrea de esa señora hizo click.
-Oh…. Tú eres el de la comida gratis…- eso provocó una risa.
-Sí, supongo que sí, aunque la comida vendrá del pueblo, yo solo pongo un par de habitaciones. No pasa mucha gente por aquí ¿sabes? En general solo tengo alcohol para los locales, estoy haciendo una excepción.-
Última edición por Valyria el Sáb Dic 28 2019, 22:57, editado 1 vez
Valyria
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Re: Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
A veces me cuestionaba la cantidad de pequeños poblados que podía haber en las afueras de Verisar.
Esta era una de aquellas veces. No estaba haciendo tanto leer el anuncio que acababa de arrancar de la pared de la taberna en la que me había quedado, tanto como ver lo que yo entendía era un mapa para señalar donde estaba ubicado el poblado. Más o menos. La poquísima lectura que le di paró en las palabras "lejos de las grandes ciudades". Con eso, supe que ese era mi trabajo, y salté directamente al nombre de la persona que había escrito el anuncio, Bernal Corrugués, de Futabán. «Bernal Corrugués. Futabán» me repetí, y una vez más, para asegurarme de haber grabado el nombre en mi cabeza.
—¿Vas por ese, eh? —preguntó de improviso Rick, el dueño de la taberna, llegando a la mesa donde estaba con una bebida.
—¿Tiene algo de malo? —alcé la mirada para verlo, doblando la hoja y poniéndola sobre la mesa.
El hombre se encogió de hombros, tomó un sorbo de su cerveza y corrió otro anuncio por la mesa.
—Tiene como una semana pegado ahí. Revisa este mejor, te lo guardé personalmente.
—Pensé que me odiabas —bromeé esbozando una leve sonrisa, tomándolo para echarle un vistazo—. ...Si intento esto voy a morir.
—Precisamente.
Nos vimos las caras en absoluto silencio y seriedad unos segundos mientras doblaba el papel y lo colocaba sobre la mesa también. A medida que lo hacía iba sonriendo más, hasta que simplemente empecé a reírme junto a él y comenzamos a charlar de tonterías. Pasado un rato de pedir algo para comer y llevar, y tras haber finalizado con el plato, me puse de pie. Visto donde estaba Futabán, sería mejor partir pronto.
Me despedí de Rick, tomé el papel de la mesa y abandoné su taberna, El Patito Tuerto, para hacer mi camino a Futabán.
Pocas horas después, descubrí haber hecho mucho bien en repetirme el nombre de Bernal y el poblado, y mucho mal en no haberlo leído entero el anuncio antes, porque ahora tenía el equivocado entre mis manos. Volteé los ojos, gruñendo y agitando la hoja como si eso fuese a transformarla en el anuncio correcto. De esa última acción me arrepentí una vez casi salgo volando cuando mi upelero pegó un salto en carrera. Uno de los hombres del arrendador que me acompañaba empezó a fastidiar con que "eso te pasa por no ver al frente y por no tener la postura correcta para montar upeleros".
Hice una pequeña mueca y asentí, dejándome el anuncio en un bolsillo para concentrarme en el camino, pero el hombre lucía insatisfecho aún. ¿Por qué? A saber, si estaba mirando al frente ya, y estaba bastante seguro de que tenía la postura correcta. ¡Le estaba abrazando el cuello como si no hubiera mañana!
Un par de días después ya estaba en Futabán. Lo primero que me llamó la atención al llegar era la cantidad de vallas de madera a medio construir que había rodeando la aldea, lucían como un trabajo muy reciente. Las personas por suerte parecían amables, con pequeños destellos de ilusión saliendo de algunos al verme llegar y pasar. Imaginé que era un poco obvio el porque una cara desconocida estaba allí.
Me detuve solo con un hombre un momento para pedir direcciones para la casa del alcalde del lugar. Como el resto de las edificaciones allí era un sitio de apariencia muy humilde, hecho de rocas apiladas una sobre otras y un techo de madera, solo que apenas y algo más grande. Bernal, o quien yo suponía debía ser Bernal, estaba afuera, recostado apaciblemente sobre una silla.
Era un poco mayor, no tanto, pero tendría al menos unos sesenta. Arrugas decoraban su rostro y sus ojos parecían algo cansados. Por lo demás, lucía bastante bien... por no decir directamente que tenía mejor cuerpo que yo. Suspiré, incluso el overol que llevaba parecía hecho con mejor fabrica que mi ropa.
—¿Disculpe? —pregunté acercándome a él. Su reacción fue tan solo moverse una pizca su sombrero de paja—. Hola, ¿alcalde Bernal?.
—Aho, mocito, ¿qué querés?
—Vine por el anuncio —respondí, tendiéndole el papel.
—¿Quéjesto? —arrugó la cara a los pocos segundos de verlo. Los mismos pocos segundos que me tomó recordar que ese no era el anuncio correcto. Se lo saqué de la mano con un tirón, riendo nerviosamente.
—E-Err, e-el asunto de... máxima gravedad...
—¡Ah! Sí, sí, ajá, sí, ajá —asintió—. Y pensá que la idea del vecino Simón ayudó. Mirá, ¿vei la taberna de ahí? —hizo un gesto, apuntando con la mano casi al final de la calle—. Po' esa es del vecino Simón, habla con él, questo fue idea suya.
Alcé ambas cejas, tomándome mi tiempo para descifrar lo que había dicho el hombre. Cuando terminé asentí levemente, todavía algo inseguro, y simplemente me di vuelta para encaminar a la taberna. Con algo de suerte, Simón sería más fácil de entender que Bernal.
Esta era una de aquellas veces. No estaba haciendo tanto leer el anuncio que acababa de arrancar de la pared de la taberna en la que me había quedado, tanto como ver lo que yo entendía era un mapa para señalar donde estaba ubicado el poblado. Más o menos. La poquísima lectura que le di paró en las palabras "lejos de las grandes ciudades". Con eso, supe que ese era mi trabajo, y salté directamente al nombre de la persona que había escrito el anuncio, Bernal Corrugués, de Futabán. «Bernal Corrugués. Futabán» me repetí, y una vez más, para asegurarme de haber grabado el nombre en mi cabeza.
—¿Vas por ese, eh? —preguntó de improviso Rick, el dueño de la taberna, llegando a la mesa donde estaba con una bebida.
—¿Tiene algo de malo? —alcé la mirada para verlo, doblando la hoja y poniéndola sobre la mesa.
El hombre se encogió de hombros, tomó un sorbo de su cerveza y corrió otro anuncio por la mesa.
—Tiene como una semana pegado ahí. Revisa este mejor, te lo guardé personalmente.
—Pensé que me odiabas —bromeé esbozando una leve sonrisa, tomándolo para echarle un vistazo—. ...Si intento esto voy a morir.
—Precisamente.
Nos vimos las caras en absoluto silencio y seriedad unos segundos mientras doblaba el papel y lo colocaba sobre la mesa también. A medida que lo hacía iba sonriendo más, hasta que simplemente empecé a reírme junto a él y comenzamos a charlar de tonterías. Pasado un rato de pedir algo para comer y llevar, y tras haber finalizado con el plato, me puse de pie. Visto donde estaba Futabán, sería mejor partir pronto.
Me despedí de Rick, tomé el papel de la mesa y abandoné su taberna, El Patito Tuerto, para hacer mi camino a Futabán.
Pocas horas después, descubrí haber hecho mucho bien en repetirme el nombre de Bernal y el poblado, y mucho mal en no haberlo leído entero el anuncio antes, porque ahora tenía el equivocado entre mis manos. Volteé los ojos, gruñendo y agitando la hoja como si eso fuese a transformarla en el anuncio correcto. De esa última acción me arrepentí una vez casi salgo volando cuando mi upelero pegó un salto en carrera. Uno de los hombres del arrendador que me acompañaba empezó a fastidiar con que "eso te pasa por no ver al frente y por no tener la postura correcta para montar upeleros".
Hice una pequeña mueca y asentí, dejándome el anuncio en un bolsillo para concentrarme en el camino, pero el hombre lucía insatisfecho aún. ¿Por qué? A saber, si estaba mirando al frente ya, y estaba bastante seguro de que tenía la postura correcta. ¡Le estaba abrazando el cuello como si no hubiera mañana!
[...]
Un par de días después ya estaba en Futabán. Lo primero que me llamó la atención al llegar era la cantidad de vallas de madera a medio construir que había rodeando la aldea, lucían como un trabajo muy reciente. Las personas por suerte parecían amables, con pequeños destellos de ilusión saliendo de algunos al verme llegar y pasar. Imaginé que era un poco obvio el porque una cara desconocida estaba allí.
Me detuve solo con un hombre un momento para pedir direcciones para la casa del alcalde del lugar. Como el resto de las edificaciones allí era un sitio de apariencia muy humilde, hecho de rocas apiladas una sobre otras y un techo de madera, solo que apenas y algo más grande. Bernal, o quien yo suponía debía ser Bernal, estaba afuera, recostado apaciblemente sobre una silla.
Era un poco mayor, no tanto, pero tendría al menos unos sesenta. Arrugas decoraban su rostro y sus ojos parecían algo cansados. Por lo demás, lucía bastante bien... por no decir directamente que tenía mejor cuerpo que yo. Suspiré, incluso el overol que llevaba parecía hecho con mejor fabrica que mi ropa.
—¿Disculpe? —pregunté acercándome a él. Su reacción fue tan solo moverse una pizca su sombrero de paja—. Hola, ¿alcalde Bernal?.
—Aho, mocito, ¿qué querés?
—Vine por el anuncio —respondí, tendiéndole el papel.
—¿Quéjesto? —arrugó la cara a los pocos segundos de verlo. Los mismos pocos segundos que me tomó recordar que ese no era el anuncio correcto. Se lo saqué de la mano con un tirón, riendo nerviosamente.
—E-Err, e-el asunto de... máxima gravedad...
—¡Ah! Sí, sí, ajá, sí, ajá —asintió—. Y pensá que la idea del vecino Simón ayudó. Mirá, ¿vei la taberna de ahí? —hizo un gesto, apuntando con la mano casi al final de la calle—. Po' esa es del vecino Simón, habla con él, questo fue idea suya.
Alcé ambas cejas, tomándome mi tiempo para descifrar lo que había dicho el hombre. Cuando terminé asentí levemente, todavía algo inseguro, y simplemente me di vuelta para encaminar a la taberna. Con algo de suerte, Simón sería más fácil de entender que Bernal.
Anders
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Re: Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
-Simón, ese mocito ha venió po’ lo tuyo.- dijo un hombre, entrando en la taberna en la que estaba la elfa.
Valyria interrumpió su bocado al pan con mermelada para mirar al tipo del sombrero de paja. Mayor, local, a juzgar por como a duras penas lo entendía, como a esa señora.
Habían estado charlando un poco antes de que ese tipo apareciera, aunque no demasiado la verdad, se había estado disculpando por no tener nada cocinado, ofreciéndole el pan y la mermelada que estaba comiendo ahora mismo, mientras le contaba su vida. No era local al parecer, simplemente se había casado con una y había montado el negocio porque no sabía cultivar, eso explicaba el acento tan similar al de Lunargenta. También le había ofrecido cerveza y vino, pero las había rechazado, sonaba… irrespetuoso e imprudente si tenía que salir de caza, y Simón había asentido satisfecho, como si fuera algún tipo de prueba. ¿Intentaba filtrar a los gorrones? Podía ser.
En cualquier caso, ese hombre no venía solo, sino con alguien que lucía escuálido en comparación al fornido hombre. Alguien que conocía. –Undurs.- dijo la elfa, aún con pan en la boca, agitando la mano.
-¿Os conocéis? Bien, eso es bueno. ¿Habéis trabajado juntos antes?-
-Hicimos una obra de teatro juntos.- contestó ella
-Huh…- empezó el hombre, inseguro.
-Cargándonos a un montón de bandidos por el camino.- prosiguió.
-Sí, eso está mejor.- corrigió Simón, asintiendo la cabeza un par de veces. Quien fuera que había traído a Anders se había ido, así que señaló una nueva silla. –Bueno, supongo que es hora de que os hable de vuestra misión…- pausó unos segundos, mirando a Valyria, que seguía comiéndose su pan con mermelada. –Hace ya unos cuantos días que los alrededores del pueblo huelen muy mal. Nada especialmente grave ¿sabéis? Algún animal muerto que no hemos encontrado, puede pasar. Y los críos se lo tomaron como un juego, buscando el cadáver por alguna maldita razón. Tenían algo con lo que entretenerse, todo iba bien, hasta que uno…uh… volvió cambiado ¿Sabéis?-
-Como…uh… ¿Piel verde? ¿Orejas de gato?- intentó clarificar Valyria.
-No, solo…no habla, ni juega, ni…nada…-
-Entiendo.- Mintió la elfa. -¿Qué tal la caza? ¿Ha bajado? Puede que haya una plaga, o algún depredador se haya mudado cerca y esté cazando sin parar, podría pasar si es rabioso.-
-No…es decir, tenemos un cazador, pero más bien pone una jaula con zanahorias y espera que los conejos se queden atrapados. No creo que realmente pueda deciros si hay menos animales…- Bueno, no todo iba a ser tan fácil.
Valyria interrumpió su bocado al pan con mermelada para mirar al tipo del sombrero de paja. Mayor, local, a juzgar por como a duras penas lo entendía, como a esa señora.
Habían estado charlando un poco antes de que ese tipo apareciera, aunque no demasiado la verdad, se había estado disculpando por no tener nada cocinado, ofreciéndole el pan y la mermelada que estaba comiendo ahora mismo, mientras le contaba su vida. No era local al parecer, simplemente se había casado con una y había montado el negocio porque no sabía cultivar, eso explicaba el acento tan similar al de Lunargenta. También le había ofrecido cerveza y vino, pero las había rechazado, sonaba… irrespetuoso e imprudente si tenía que salir de caza, y Simón había asentido satisfecho, como si fuera algún tipo de prueba. ¿Intentaba filtrar a los gorrones? Podía ser.
En cualquier caso, ese hombre no venía solo, sino con alguien que lucía escuálido en comparación al fornido hombre. Alguien que conocía. –Undurs.- dijo la elfa, aún con pan en la boca, agitando la mano.
-¿Os conocéis? Bien, eso es bueno. ¿Habéis trabajado juntos antes?-
-Hicimos una obra de teatro juntos.- contestó ella
-Huh…- empezó el hombre, inseguro.
-Cargándonos a un montón de bandidos por el camino.- prosiguió.
-Sí, eso está mejor.- corrigió Simón, asintiendo la cabeza un par de veces. Quien fuera que había traído a Anders se había ido, así que señaló una nueva silla. –Bueno, supongo que es hora de que os hable de vuestra misión…- pausó unos segundos, mirando a Valyria, que seguía comiéndose su pan con mermelada. –Hace ya unos cuantos días que los alrededores del pueblo huelen muy mal. Nada especialmente grave ¿sabéis? Algún animal muerto que no hemos encontrado, puede pasar. Y los críos se lo tomaron como un juego, buscando el cadáver por alguna maldita razón. Tenían algo con lo que entretenerse, todo iba bien, hasta que uno…uh… volvió cambiado ¿Sabéis?-
-Como…uh… ¿Piel verde? ¿Orejas de gato?- intentó clarificar Valyria.
-No, solo…no habla, ni juega, ni…nada…-
-Entiendo.- Mintió la elfa. -¿Qué tal la caza? ¿Ha bajado? Puede que haya una plaga, o algún depredador se haya mudado cerca y esté cazando sin parar, podría pasar si es rabioso.-
-No…es decir, tenemos un cazador, pero más bien pone una jaula con zanahorias y espera que los conejos se queden atrapados. No creo que realmente pueda deciros si hay menos animales…- Bueno, no todo iba a ser tan fácil.
Valyria
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Re: Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
Me lleve la mano al pecho y deje ir un pequeño sonido ahogado al escuchar la voz del hombre nada más abrir la puerta. Posé los ojos sobre Bernal, atónito. ¿Se había teletransportado o algo así? Si a medio camino seguía en su silla. Suspiré levemente y vi el interior de la taberna, por alguna razón lucía sospechosamente similar a las de Lunargenta, cosa que en este sitio era más bien un logro, viendo que era un poblado pequeño y humilde. Incluso había una rubia glotona de tamaño promedio con un arco en el lugar, si es que hasta tenían su propia Valyria y todo.
—Oh —musité al verla saludarme. Alcé la mano en respuesta mientras me acercaba hacía la mesa para ver que comía.
Me arrepentí segundos después, osea, ¿qué parte de "nadie debe enterarse de esto nunca" no había entendido? La vi con los ojos entrecerrados de forma desaprobatoria, pero lo deje ir rápidamente al ver que el hombre al que Bernal se había referido como Simón no hacía muchas preguntas al respecto. Al contrario, fue directamente al grano a explicar la situación.
Tomé el asiento señalado y escuché atentamente al lado de la mesa cruzado de brazos. A la mención de "orejas de gato" vi a Valyria con una ceja alzada, pero por segunda vez, me retracté de decir cualquier cosa. Pocos segundos y ya tenía una mano sobre la boca, viendo a Simón seguir explicando ciertos asuntos, como la técnica de caza del cazador local. «Entonces sigo sin saber nada, y si digo que perdí el anuncio...» negué suavemente con la cabeza.
—Y... ¿dónde puedo encontrar a ese muchacho, señor Simón? —intervine, viéndolo a los ojos.
—Ah, ese es el hijo de Rosita. Sales de la taberna y terminas de bajar la calle y agarras a la derecha. Vas a ver una casa con un montón de flores en la entrada, es inconfundible, es la que tiene más matas —inspiró lentamente, cruzándose de brazos—. Si es para preguntarle... no es tan fácil, ya lo intentamos. Me repito, no habla... nada de nada, a lo mucho en las noches despierta dando gritos.
Hice una mueca confusa, eso sonaba a pesadillas. Vi a Valyria unos segundos y de nuevo al hombre.
—Ya veo —me limité a decir, un poco decepcionado—. Bueno, ya veremos que es. Glotona, termina eso y vamos a ver que encontramos —comenté con una sonrisa a la rubia.
En cuanto la elfa se terminó su comida pregunté por gente que podría saber alguna cosa o dos. Lo maravilloso es que Simón respondió enseguida, lo terrible es que respondió "ni idea". Salí con la rubia de la taberna y me di vuelta para verla.
—Entonces... quien nos podría decir algo no habla, Simón no tiene idea porque hay puros rumores, y el cazador del lugar usa zanahorias para atraer conejos. ¿Sabes por qué no hay conejo en el menú de la taberna? Porque los conejos no tienen preferencia por las zanahorias, Valyria, prefieren las hojas de las zanahorias que la zanahoria, tendría mejor suerte usando heno —y repentinamente, me había desviado. Yo mismo noté esto, así que volví a lo que iba antes de que fuese ella quien me pidiese hacerlo—. ¿Te quieres dividir? Tú la mitad izquierda de la aldea y yo la derecha para ver que dicen, no estoy esperando nada, la verdad —admití con un suspiro—, pero es mejor que no preguntar. Nos encontramos en frente de la casa de Rosita al terminar.
Con eso, partí hacia mi mitad de la aldea. Es decir que crucé la calle.
Y me devolví, con un índice en alto.
—No... no en frente de casa de Rosita, quiero decir cerca, si nos paramos al frente así sin más, unos desconocidos, creo que puede pasar algo malo.
Y con eso aclarado, esta vez si partí bien.
—Les gusta más las hojas de las zanahorias que la zanahoria.
—¿Po’qué viniste, huh? ¿No más pa’ esto? ¿Pa’ regañarme? —se acercó, tocándome el pecho con el índice varias veces—. Que sepas, cuando tú estabas chamaco, yo ’taba domando upeleros —sentenció, llevándose la mano al sombrero.
—N… ¿…Upeleros?
—¡Upeleros! ¡De los qué tienen plumas!
—Sí, sí, pero… no he visto ningún upelero en su granja.
—Ah, eso. Verdá verdá verdadera, uno solo —chasqueó en la paja que se encontraba mascando—. Es el upelero más plumoso que he visto, pero también el ma’ tonto. A vece’ sale e’ noche, parranda y cha, tú sabe. Tonces, volvía, con el picote a rebosar de bicho. Con el lobo afuera pos, pos no se puede, y ta’ amarrado en el granero.
—Entonces… ¿Crees qué es un lobo?
Se encogió de hombros, moviendo el trozo de paja en su boca de un lado a otros.
—Depredador.
—Ya veo, gracias.
Salí de la casa del cazador rascándome el pelo y me dirigí a la edificación más cercana a esa. De la chimenea de la casa salía humo, cosa un poco extraña porque era el único lugar en el que pasaba esto en la aldea. Al menos, de lo que yo lo había visto.
Me acerqué y toqué la puerta. Nada. Volví a tocar con algo más de fuerza, y tras varios segundos, casi el minuto, abrió una mujer mayor con un largo vestido hecho muy obviamente de infinidad de pieles distintas, remendados aquí y allá. En su cabeza y apenas quedaban canas, que cubrían mucho más de lo que debían cubrir por la falta de una peinada. Una gran joroba adornaba su espalda de forma muy obvia, gracias a que se sostenía encorvada en un bastón.
—D-Disculpe, ¿estaba durmiendo? No quería molestar.
—Ño, ño, pasa, jovencito, entre —dijo dándose vuelta sin otorgarme oportunidad a decir nada más, y empezó a encaminarse hacia un sillón que, la verdad, lucía bastante cómodo.
Tragué saliva cuando un olor me pegó en la nariz y el estómago. Era algo bastante fuerte… ¿y ácido? No estaba muy seguro. Carraspeé un poquito y entre, viendo a los lados en búsqueda de la fuente del olor, pero más del sillón, la mesita y la ventana de la sala, las demás habitaciones de la casa estaban cubiertas por pieles colgando a modo de cortinas, a falta de puertas.
Entré olfateando de forma poca disimulada pasando los ojos por las pieles, intentando captar cual olía más fuerte, como si fuese un hombre bestia o algo así. Al ver a la señora recordé porque estaba ahí y tosí apenado.
—Soy Anders. Vengo de… ajem, quiero decir… ¿Puedo hacerle algunas preguntas? Sobre esto del olor y…
—Yo Tomasita, pero podes decirme abue —interrumpió mientras levantaba y bajaba su bastón, golpeando suavemente el suelo en cierto ritmo que sonaba melodioso—. Me disculpas el olor, ques ‘toy preparando una poción, a ve’ si el mocito le da a la lengua.
—Oh —«Médica… o alquimista» me dije a mí mismo, haciendo sentido del olor que impregnaba la casa—. No, no hablaba de eso, verá…
Una vez terminado mi lado del trabajo, como dicho, me dirigí a casa de Rosita. La verdad es que primero tuve que ir a la taberna y echar cabeza para recordar las indicaciones de Simón, pero como el hombre mismo había dicho, era inconfundible. La puerta estaba adornada con flores, aunque algunas ya empezaban a marchitarse. Ojeé por el lugar en busca de Valyria, pero todavía no había llegado. Me senté sobre el golem, apoyando mi quijada sobre mis manos mientras pensaba en todo lo que había oído del lugar.
—Oh —musité al verla saludarme. Alcé la mano en respuesta mientras me acercaba hacía la mesa para ver que comía.
Me arrepentí segundos después, osea, ¿qué parte de "nadie debe enterarse de esto nunca" no había entendido? La vi con los ojos entrecerrados de forma desaprobatoria, pero lo deje ir rápidamente al ver que el hombre al que Bernal se había referido como Simón no hacía muchas preguntas al respecto. Al contrario, fue directamente al grano a explicar la situación.
Tomé el asiento señalado y escuché atentamente al lado de la mesa cruzado de brazos. A la mención de "orejas de gato" vi a Valyria con una ceja alzada, pero por segunda vez, me retracté de decir cualquier cosa. Pocos segundos y ya tenía una mano sobre la boca, viendo a Simón seguir explicando ciertos asuntos, como la técnica de caza del cazador local. «Entonces sigo sin saber nada, y si digo que perdí el anuncio...» negué suavemente con la cabeza.
—Y... ¿dónde puedo encontrar a ese muchacho, señor Simón? —intervine, viéndolo a los ojos.
—Ah, ese es el hijo de Rosita. Sales de la taberna y terminas de bajar la calle y agarras a la derecha. Vas a ver una casa con un montón de flores en la entrada, es inconfundible, es la que tiene más matas —inspiró lentamente, cruzándose de brazos—. Si es para preguntarle... no es tan fácil, ya lo intentamos. Me repito, no habla... nada de nada, a lo mucho en las noches despierta dando gritos.
Hice una mueca confusa, eso sonaba a pesadillas. Vi a Valyria unos segundos y de nuevo al hombre.
—Ya veo —me limité a decir, un poco decepcionado—. Bueno, ya veremos que es. Glotona, termina eso y vamos a ver que encontramos —comenté con una sonrisa a la rubia.
En cuanto la elfa se terminó su comida pregunté por gente que podría saber alguna cosa o dos. Lo maravilloso es que Simón respondió enseguida, lo terrible es que respondió "ni idea". Salí con la rubia de la taberna y me di vuelta para verla.
—Entonces... quien nos podría decir algo no habla, Simón no tiene idea porque hay puros rumores, y el cazador del lugar usa zanahorias para atraer conejos. ¿Sabes por qué no hay conejo en el menú de la taberna? Porque los conejos no tienen preferencia por las zanahorias, Valyria, prefieren las hojas de las zanahorias que la zanahoria, tendría mejor suerte usando heno —y repentinamente, me había desviado. Yo mismo noté esto, así que volví a lo que iba antes de que fuese ella quien me pidiese hacerlo—. ¿Te quieres dividir? Tú la mitad izquierda de la aldea y yo la derecha para ver que dicen, no estoy esperando nada, la verdad —admití con un suspiro—, pero es mejor que no preguntar. Nos encontramos en frente de la casa de Rosita al terminar.
Con eso, partí hacia mi mitad de la aldea. Es decir que crucé la calle.
Y me devolví, con un índice en alto.
—No... no en frente de casa de Rosita, quiero decir cerca, si nos paramos al frente así sin más, unos desconocidos, creo que puede pasar algo malo.
Y con eso aclarado, esta vez si partí bien.
[...]
—Les gusta más las hojas de las zanahorias que la zanahoria.
—¿Po’qué viniste, huh? ¿No más pa’ esto? ¿Pa’ regañarme? —se acercó, tocándome el pecho con el índice varias veces—. Que sepas, cuando tú estabas chamaco, yo ’taba domando upeleros —sentenció, llevándose la mano al sombrero.
—N… ¿…Upeleros?
—¡Upeleros! ¡De los qué tienen plumas!
—Sí, sí, pero… no he visto ningún upelero en su granja.
—Ah, eso. Verdá verdá verdadera, uno solo —chasqueó en la paja que se encontraba mascando—. Es el upelero más plumoso que he visto, pero también el ma’ tonto. A vece’ sale e’ noche, parranda y cha, tú sabe. Tonces, volvía, con el picote a rebosar de bicho. Con el lobo afuera pos, pos no se puede, y ta’ amarrado en el granero.
—Entonces… ¿Crees qué es un lobo?
Se encogió de hombros, moviendo el trozo de paja en su boca de un lado a otros.
—Depredador.
—Ya veo, gracias.
[…]
Salí de la casa del cazador rascándome el pelo y me dirigí a la edificación más cercana a esa. De la chimenea de la casa salía humo, cosa un poco extraña porque era el único lugar en el que pasaba esto en la aldea. Al menos, de lo que yo lo había visto.
Me acerqué y toqué la puerta. Nada. Volví a tocar con algo más de fuerza, y tras varios segundos, casi el minuto, abrió una mujer mayor con un largo vestido hecho muy obviamente de infinidad de pieles distintas, remendados aquí y allá. En su cabeza y apenas quedaban canas, que cubrían mucho más de lo que debían cubrir por la falta de una peinada. Una gran joroba adornaba su espalda de forma muy obvia, gracias a que se sostenía encorvada en un bastón.
—D-Disculpe, ¿estaba durmiendo? No quería molestar.
—Ño, ño, pasa, jovencito, entre —dijo dándose vuelta sin otorgarme oportunidad a decir nada más, y empezó a encaminarse hacia un sillón que, la verdad, lucía bastante cómodo.
Tragué saliva cuando un olor me pegó en la nariz y el estómago. Era algo bastante fuerte… ¿y ácido? No estaba muy seguro. Carraspeé un poquito y entre, viendo a los lados en búsqueda de la fuente del olor, pero más del sillón, la mesita y la ventana de la sala, las demás habitaciones de la casa estaban cubiertas por pieles colgando a modo de cortinas, a falta de puertas.
Entré olfateando de forma poca disimulada pasando los ojos por las pieles, intentando captar cual olía más fuerte, como si fuese un hombre bestia o algo así. Al ver a la señora recordé porque estaba ahí y tosí apenado.
—Soy Anders. Vengo de… ajem, quiero decir… ¿Puedo hacerle algunas preguntas? Sobre esto del olor y…
—Yo Tomasita, pero podes decirme abue —interrumpió mientras levantaba y bajaba su bastón, golpeando suavemente el suelo en cierto ritmo que sonaba melodioso—. Me disculpas el olor, ques ‘toy preparando una poción, a ve’ si el mocito le da a la lengua.
—Oh —«Médica… o alquimista» me dije a mí mismo, haciendo sentido del olor que impregnaba la casa—. No, no hablaba de eso, verá…
[…]
Una vez terminado mi lado del trabajo, como dicho, me dirigí a casa de Rosita. La verdad es que primero tuve que ir a la taberna y echar cabeza para recordar las indicaciones de Simón, pero como el hombre mismo había dicho, era inconfundible. La puerta estaba adornada con flores, aunque algunas ya empezaban a marchitarse. Ojeé por el lugar en busca de Valyria, pero todavía no había llegado. Me senté sobre el golem, apoyando mi quijada sobre mis manos mientras pensaba en todo lo que había oído del lugar.
Anders
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Re: Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
Una vez supieron dónde encontrar al crío, en la casa de las flores, tenían pocas excusas para quedarse allí, aunque le dedico una larga mirada cuando le dijo glotona, amenazándole con el cuchillo de mermelada mientras la rebanada de pan desaparecía lentamente hacia dentro su boca. Y cuando hubo acabado, salieron de la taberna.
-Puede… ¿puede que sea Simón quien ha dicho que usa zanahorias y en realidad use otra cosa?- dijo insegura, incapaz de creerse que alguien que jamás cazaba nada pudiera no morirse de hambre allí mientras ella trabajaba tan duro en Lunargenta. –Nos vemos en un rato.- siguió, desolada, intentando no pensar en que a lo mejor se había equivocado de lugar en el que vivir.
¿Qué estaría haciendo Anders? A saber. Pero ella sabía perfectamente que hacer. El crío estaba raro por algo que había hecho, muy seguramente algo que se suponía que no debía estar haciendo, algo que no era buscar un cadáver. Y como antigua niña, podía asegurar en calidad de experto que no lo había hecho solo, porque lo único peor que un niño revoltoso eran varios.
Por supuesto que preguntó a los vecinos si sabían algo, pero no tenían ni idea, pero al menos sabían dónde solían jugar los niños del pueblo, así que unos minutos más tarde, la elfa se encontraba ante un círculo de niños, que miraban muy animados lo que fuera que había allí dentro, cosa no muy difícil, con un montón de niños agachados y ella siendo una adulta.
Era algún tipo de club de la lucha de cien pies. ¿Milpiés? No estaba segura de cuál era la diferencia aparte de las patas, y la verdad, no iba a pararse a contar cuando lo que tenía delante era básicamente una amalgama de los dos bichos intentando comerse el uno al otro. Finalmente uno de los niños se dio cuenta de que estaba mirando, a juzgar por su cara de alarma, pero se relajó al ver que no estaba gritándoles ni echándoles la bronca. Finalmente uno de los dos bichos decapito al otro con sus mandíbulas, y uno de los niños empezó a dar saltitos mientras el resto de niños se daban cuenta de su presencia.
-Es un pasatiempo muy… interesante.- dijo, siendo tan correcta como podía con ese hobby tan sanguinario. -¿De dónde sacáis los cien pies?-
-De todos lados, pero los mejores están en la grut….- empezó una niña con coletas, antes de ser acallada por otro niño. Y ese no era el “shhh” de “no le cuentes nuestro lugar secreto” oh, no, era el “shhh” de “nos vas a meter en problemas”, ese lo conocía muy bien.
-Ah, un lugar secreto, lo entiendo, yo también tenía de esos.- Dijo con su mejor sonrisa. -¿Y no sabréis donde estaba vuestro amigo, el hijo de Rosita, antes de que se pusiera malo, cierto?- Los niños intercambiaron miradas, en silencio, lo que a efectos prácticos, era prácticamente una confesión jurada. –Seguro que podemos llegar a un acuerdo sin que vuestros padres se enteren… no quiero imaginarme lo que habría hecho mi padre si supiera que tuve la culpa de que un amigo mío se hiciera daño…- era diplomática, manipular a un montón de niños con lo que podría considerarse chantaje era prácticamente robarle un caramelo a un n… muy fácil, era muy fácil.
Ahora el problema era entenderlos a medida que todos los críos hablaban a la vez intentando librarse del hipotético castigo. Pero entendió lo suficiente. Tanto de donde salían esos cien pies como donde había estado el crio, que resultaron ser el mismo sitio. Les agradeció la ayuda a los críos y se fue hacia la casa de esa tal Rosita, que aparentemente no sería difícil de encontrar. Sabia el donde, pero no el qué, así que no perdía nada para intentar hablarle al niño para saber que había encontrado. No era lo mismo un oso que un fantasma.
Efectivamente, la casa era fácil de encontrar, y tampoco tardo en encontrar a Anders rondándola y explicarle lo que sabía.
Rosita era la viva imagen de su hijo. O al revés seguramente. Ambos con un cabello castaño rizado que habría sido la envidia de muchas chicas en Lunargenta y la misma nariz, aunque los ojos parecían ser de un castaño ligeramente diferente, culpa del padre seguramente. Y aunque a la mujer no le hacía demasiada gracia que fueran a interrogar a su hijo, los dejo pasar a regañadientes. Con la esperanza que encontraran lo que fuera que había sido y le trajeran su cabeza en una pica, seguramente. Vería lo que podía hacer al respecto.
Valyria se sentó en el borde de la cama donde estaba el niño, sentado, sin hacer nada. –Buenos días…uh…- no le había preguntado a la madre como se llamaba el crío. –Yo soy Valyria, y ¿tú?- nada. –Te traje un poco de mermelada, ¿quieres?- Dijo ofreciéndole un tarro, y ni siquiera olisqueo. Eso era muy, muy grave. –Hablé con tus amigos sobre esa gruta, ¿encontraste algo allí dentro?- Tampoco. Valyria chasqueó la lengua, molesta, y entonces, solo entonces, el niño dio un bote en la cama, asustado, provocando que a su vez ella saltara asustada de que la casi estatua se moviera. Ambos se miraron unos segundos, y Valyria volvió a chasquear la lengua, provocando el mismo salto. –Bien bien…-¿Qué significaba? A saber. Algo habría allí que hacia chasquidos. Cosa que la verdad, era prácticamente la totalidad de la fauna carnívora, ya que en general, si podía comerte, podía romper tus huesos como una ramita, ¿y que ruido hacia un hueso al partirse? Chasqueo otra vez la lengua sin darse cuentas, asustando al niño, y le revolvió el pelo un poco como disculpa.
-Puede… ¿puede que sea Simón quien ha dicho que usa zanahorias y en realidad use otra cosa?- dijo insegura, incapaz de creerse que alguien que jamás cazaba nada pudiera no morirse de hambre allí mientras ella trabajaba tan duro en Lunargenta. –Nos vemos en un rato.- siguió, desolada, intentando no pensar en que a lo mejor se había equivocado de lugar en el que vivir.
¿Qué estaría haciendo Anders? A saber. Pero ella sabía perfectamente que hacer. El crío estaba raro por algo que había hecho, muy seguramente algo que se suponía que no debía estar haciendo, algo que no era buscar un cadáver. Y como antigua niña, podía asegurar en calidad de experto que no lo había hecho solo, porque lo único peor que un niño revoltoso eran varios.
Por supuesto que preguntó a los vecinos si sabían algo, pero no tenían ni idea, pero al menos sabían dónde solían jugar los niños del pueblo, así que unos minutos más tarde, la elfa se encontraba ante un círculo de niños, que miraban muy animados lo que fuera que había allí dentro, cosa no muy difícil, con un montón de niños agachados y ella siendo una adulta.
Era algún tipo de club de la lucha de cien pies. ¿Milpiés? No estaba segura de cuál era la diferencia aparte de las patas, y la verdad, no iba a pararse a contar cuando lo que tenía delante era básicamente una amalgama de los dos bichos intentando comerse el uno al otro. Finalmente uno de los niños se dio cuenta de que estaba mirando, a juzgar por su cara de alarma, pero se relajó al ver que no estaba gritándoles ni echándoles la bronca. Finalmente uno de los dos bichos decapito al otro con sus mandíbulas, y uno de los niños empezó a dar saltitos mientras el resto de niños se daban cuenta de su presencia.
-Es un pasatiempo muy… interesante.- dijo, siendo tan correcta como podía con ese hobby tan sanguinario. -¿De dónde sacáis los cien pies?-
-De todos lados, pero los mejores están en la grut….- empezó una niña con coletas, antes de ser acallada por otro niño. Y ese no era el “shhh” de “no le cuentes nuestro lugar secreto” oh, no, era el “shhh” de “nos vas a meter en problemas”, ese lo conocía muy bien.
-Ah, un lugar secreto, lo entiendo, yo también tenía de esos.- Dijo con su mejor sonrisa. -¿Y no sabréis donde estaba vuestro amigo, el hijo de Rosita, antes de que se pusiera malo, cierto?- Los niños intercambiaron miradas, en silencio, lo que a efectos prácticos, era prácticamente una confesión jurada. –Seguro que podemos llegar a un acuerdo sin que vuestros padres se enteren… no quiero imaginarme lo que habría hecho mi padre si supiera que tuve la culpa de que un amigo mío se hiciera daño…- era diplomática, manipular a un montón de niños con lo que podría considerarse chantaje era prácticamente robarle un caramelo a un n… muy fácil, era muy fácil.
Ahora el problema era entenderlos a medida que todos los críos hablaban a la vez intentando librarse del hipotético castigo. Pero entendió lo suficiente. Tanto de donde salían esos cien pies como donde había estado el crio, que resultaron ser el mismo sitio. Les agradeció la ayuda a los críos y se fue hacia la casa de esa tal Rosita, que aparentemente no sería difícil de encontrar. Sabia el donde, pero no el qué, así que no perdía nada para intentar hablarle al niño para saber que había encontrado. No era lo mismo un oso que un fantasma.
Efectivamente, la casa era fácil de encontrar, y tampoco tardo en encontrar a Anders rondándola y explicarle lo que sabía.
Rosita era la viva imagen de su hijo. O al revés seguramente. Ambos con un cabello castaño rizado que habría sido la envidia de muchas chicas en Lunargenta y la misma nariz, aunque los ojos parecían ser de un castaño ligeramente diferente, culpa del padre seguramente. Y aunque a la mujer no le hacía demasiada gracia que fueran a interrogar a su hijo, los dejo pasar a regañadientes. Con la esperanza que encontraran lo que fuera que había sido y le trajeran su cabeza en una pica, seguramente. Vería lo que podía hacer al respecto.
Valyria se sentó en el borde de la cama donde estaba el niño, sentado, sin hacer nada. –Buenos días…uh…- no le había preguntado a la madre como se llamaba el crío. –Yo soy Valyria, y ¿tú?- nada. –Te traje un poco de mermelada, ¿quieres?- Dijo ofreciéndole un tarro, y ni siquiera olisqueo. Eso era muy, muy grave. –Hablé con tus amigos sobre esa gruta, ¿encontraste algo allí dentro?- Tampoco. Valyria chasqueó la lengua, molesta, y entonces, solo entonces, el niño dio un bote en la cama, asustado, provocando que a su vez ella saltara asustada de que la casi estatua se moviera. Ambos se miraron unos segundos, y Valyria volvió a chasquear la lengua, provocando el mismo salto. –Bien bien…-¿Qué significaba? A saber. Algo habría allí que hacia chasquidos. Cosa que la verdad, era prácticamente la totalidad de la fauna carnívora, ya que en general, si podía comerte, podía romper tus huesos como una ramita, ¿y que ruido hacia un hueso al partirse? Chasqueo otra vez la lengua sin darse cuentas, asustando al niño, y le revolvió el pelo un poco como disculpa.
Última edición por Valyria el Sáb Dic 28 2019, 22:58, editado 3 veces
Valyria
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Re: Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
Esperar a Val se estaba haciendo aburrido. No habían pasado más que unos minutos, pero me estaba resultando agotador estar sentado y sin moverme, en un pueblo donde casi nadie me conocía y cada tanto pasaba un desconocido poniéndome los ojos encima tanto como podían hacerlo sin descuidar su camino.
Me puse de pie a dar vueltas, cosa que quizá, a mi desconocimiento, era un ritual de convocación que usaría algún brujo para traer criaturas, y todo eso, porque bastante pronto llegó la rubia.
Al final, había entendido que extorsionó hábilmente a un grupo de niños para hacerlos hablar. Un método cuestionable. Y efectivo.
Con ambos juntos solo quedaba ver al pequeño que había salido peor parado de todo esto, el hijo de Rosita. Al principio Rosita se «Rosistió», conmigo riendo en voz baja por mi propio pésimo chiste mental, sin embargo; la mujer pasó de toda resistencia a dejarnos pasar cuando Valyria apuntó a que quizá sí, quizá no, le podíamos traer la cabeza del culpable. Pobres niños.
—Linda casa.
La mujer no respondió nada, sus ojos fijados en la entrada al cuarto de su hijo. Me quede viéndola unos segundos y volví a hablar:
—No se preocupe, Valyria no le va a insistir mucho a su pequeño, es buena con los niños —eso, técnicamente, no era más que la pura verdad—. ¿Cómo se llama él? ¿También está nombrado tras una flor?
—Oh... no. Se llama Sven.
Seguí hablando con Rosita, que al parecer se iba soltando más tras cada pregunta, al menos respecto al tema de las flores. Nunca charla solo se detuvo cuando escuchamos un bote. Ambos volteamos hacia la puerta y tras unos segundos de silencio, se escuchó un segundo salto. Rosita se levantó apresurada y entró al cuarto, ladeando la cabeza al ver a la rubia despeinando al niño.
—¿Sucedió algo...?
—¿Valy? —pregunté asomándome tras la mujer.
Lo bueno es que la elfa había sacado alguna reacción del niño, cosa que nadie más que su madre parecía haber logrado desde que volvió. Lo malo es que era una reacción de miedo. Chasquidos... A ver, yo solo podía pensar en chasquear los dedos. ¿Quizá romper huevos?
Nos despedimos abandonando la casa, era hora de revisar el lugar a lo que los pequeños de antes habían apuntado: la gruta.
...De hecho, no era tan buena hora. El sol apenas empezaba a asentarse; pero si había aprendido algo en mis días, es que cuando en pueblo te decían "no está tan lejos", estaba lejos, de aquí a que llegáramos habría oscurido mucho más, y luego estaba el viaje de vuelta. Por otro lado, Valyria era, principalmente, una arquera, si, una muy buena y todo, pero necesitaba usar dos manos, ósea que yo iba a tener que llevar una lámpara para iluminar el lugar, osea que yo iba a tener que ir al frente y, no es que tuviera miedo ni similares, solamente es que era poco inteligente ir de noche, cuando se podía ir de día. Sí.
—Val —le di un suave jalón a su ropa para llamar su atención—, mejor vamos a pasar esta noche en el pueblo, y cuando salga el sol mañana, revisamos. Me estoy acordando ahora, hablé con mi ab—con la señora Tomasa... Tomasita, es... es médico. ¿Creo? Bueno, no, eso no importa, la cosa es que hablamos, y me dijo que en la gruta vivía un ermitaño, y... y... —fruncí el ceño, pensándolo un momento—. ¿Qué es un ermitaño? Dame el élfico para eso.
Y luego de saber, continué con mi increíble trabajo para convencerla.
—Entonces, que hay un ermitaño ahí, quiero decir había, había un ermitaño ahí, pero es cuando ella estaba jovencita, como, no sé, ¿setenta años menos? O algo. Sí, sí, eso significa que está muerto, o que es un vampiro, o peor, un... un fantasma. Y sabemos que es un depredador, digamos que es un lobo, no es un lobo, viajan en grupos, y la última situación en la que quiero verme es enfrentando lobos de noche. Además, ¿cuando salen los vampiros y los fantasmas? También de noche, por eso no podemos ir de noche —concluí.
No lucía muy convencida, la verdad. Más que nada porque le resultaba casi claro que mi problema real era que hubiera fantasmas, y ya iba a empezar a decirme que no existían, seguro, pero si no existían, ¿por qué había una palabra para ellos, ah? Y las leyendas élficas, y todo eso. Necesitaba una forma de hacerla quedarse.
—...La comida será gratis.
¡JA! Alcé los puños al cielo al verla darse vuelta y casi caminar automáticamente hacia la posada de Simón, bajándolos con la misma velocidad cuando iba a voltear a verme. Sonreí algo nervioso y la seguí, me sentaba algo mal pasar la noche en el sitio de gratis, pero más allá de reducir a cero la posibilidad de encontrarnos un fantasma, era verdad que fuese lo que fuese, no quería encontrármelo en una situación donde se nos dificultaría ver.
Me puse de pie a dar vueltas, cosa que quizá, a mi desconocimiento, era un ritual de convocación que usaría algún brujo para traer criaturas, y todo eso, porque bastante pronto llegó la rubia.
Al final, había entendido que extorsionó hábilmente a un grupo de niños para hacerlos hablar. Un método cuestionable. Y efectivo.
Con ambos juntos solo quedaba ver al pequeño que había salido peor parado de todo esto, el hijo de Rosita. Al principio Rosita se «Rosistió», conmigo riendo en voz baja por mi propio pésimo chiste mental, sin embargo; la mujer pasó de toda resistencia a dejarnos pasar cuando Valyria apuntó a que quizá sí, quizá no, le podíamos traer la cabeza del culpable. Pobres niños.
—Linda casa.
La mujer no respondió nada, sus ojos fijados en la entrada al cuarto de su hijo. Me quede viéndola unos segundos y volví a hablar:
—No se preocupe, Valyria no le va a insistir mucho a su pequeño, es buena con los niños —eso, técnicamente, no era más que la pura verdad—. ¿Cómo se llama él? ¿También está nombrado tras una flor?
—Oh... no. Se llama Sven.
Seguí hablando con Rosita, que al parecer se iba soltando más tras cada pregunta, al menos respecto al tema de las flores. Nunca charla solo se detuvo cuando escuchamos un bote. Ambos volteamos hacia la puerta y tras unos segundos de silencio, se escuchó un segundo salto. Rosita se levantó apresurada y entró al cuarto, ladeando la cabeza al ver a la rubia despeinando al niño.
—¿Sucedió algo...?
—¿Valy? —pregunté asomándome tras la mujer.
Lo bueno es que la elfa había sacado alguna reacción del niño, cosa que nadie más que su madre parecía haber logrado desde que volvió. Lo malo es que era una reacción de miedo. Chasquidos... A ver, yo solo podía pensar en chasquear los dedos. ¿Quizá romper huevos?
Nos despedimos abandonando la casa, era hora de revisar el lugar a lo que los pequeños de antes habían apuntado: la gruta.
...De hecho, no era tan buena hora. El sol apenas empezaba a asentarse; pero si había aprendido algo en mis días, es que cuando en pueblo te decían "no está tan lejos", estaba lejos, de aquí a que llegáramos habría oscurido mucho más, y luego estaba el viaje de vuelta. Por otro lado, Valyria era, principalmente, una arquera, si, una muy buena y todo, pero necesitaba usar dos manos, ósea que yo iba a tener que llevar una lámpara para iluminar el lugar, osea que yo iba a tener que ir al frente y, no es que tuviera miedo ni similares, solamente es que era poco inteligente ir de noche, cuando se podía ir de día. Sí.
—Val —le di un suave jalón a su ropa para llamar su atención—, mejor vamos a pasar esta noche en el pueblo, y cuando salga el sol mañana, revisamos. Me estoy acordando ahora, hablé con mi ab—con la señora Tomasa... Tomasita, es... es médico. ¿Creo? Bueno, no, eso no importa, la cosa es que hablamos, y me dijo que en la gruta vivía un ermitaño, y... y... —fruncí el ceño, pensándolo un momento—. ¿Qué es un ermitaño? Dame el élfico para eso.
Y luego de saber, continué con mi increíble trabajo para convencerla.
—Entonces, que hay un ermitaño ahí, quiero decir había, había un ermitaño ahí, pero es cuando ella estaba jovencita, como, no sé, ¿setenta años menos? O algo. Sí, sí, eso significa que está muerto, o que es un vampiro, o peor, un... un fantasma. Y sabemos que es un depredador, digamos que es un lobo, no es un lobo, viajan en grupos, y la última situación en la que quiero verme es enfrentando lobos de noche. Además, ¿cuando salen los vampiros y los fantasmas? También de noche, por eso no podemos ir de noche —concluí.
No lucía muy convencida, la verdad. Más que nada porque le resultaba casi claro que mi problema real era que hubiera fantasmas, y ya iba a empezar a decirme que no existían, seguro, pero si no existían, ¿por qué había una palabra para ellos, ah? Y las leyendas élficas, y todo eso. Necesitaba una forma de hacerla quedarse.
—...La comida será gratis.
¡JA! Alcé los puños al cielo al verla darse vuelta y casi caminar automáticamente hacia la posada de Simón, bajándolos con la misma velocidad cuando iba a voltear a verme. Sonreí algo nervioso y la seguí, me sentaba algo mal pasar la noche en el sitio de gratis, pero más allá de reducir a cero la posibilidad de encontrarnos un fantasma, era verdad que fuese lo que fuese, no quería encontrármelo en una situación donde se nos dificultaría ver.
Anders
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Re: Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
-Ermitaño.- dijo la elfa cambiando al elfico, para luego volver a cambiar de idioma. –Alguien que vive en una ermita, o alguien que vive en algún lugar perdido dedicándose a la oración, sacrificio y esas cosas.- y luego escuchó las excusas. Las horribles excusas de Anders. Pero tampoco iba a obligarle, por más horriblemente cobardica que fuera el condenado.
Pero era cierto que sería mejor ir de caza después de una buena noche de descanso, aunque se veía volviendo con casi nada y pasando otro día allí, puesto que era mejor ir a echar una ojeada para saber a qué se enfrentaban ANTES prepararse con una noche de sueño. Pero daba igual, sería más fácil arrastrarlo con eso.
Así que le siguió el rollo hasta la taberna de Simón, donde comieron.
No era gran cosa, una sopa de verduras algo cuestionable y pan, pero el tipo ya había dicho que allí lo que se servía era alcohol, así que no podía quejarse, estaba haciendo un esfuerzo. Y además, la cerveza era sorprendentemente buena, claramente el tipo tenia demasiado tiempo libre y se había dedicado a un provechoso hobby. En cualquier caso, una jarra fue más que suficiente y Valyria subió a su habitación.
Había literalmente tres habitaciones en esa taberna. Una para Simón, y una para cada elfo, cosa algo raro para una taberna, pero la verdad, no era como si las estuviera usando y aparentemente eso era lo usual, así que se sintió un poco menos mal. Y la verdad, podía tolerar una habitación pequeña y, la verdad, algo fea, ¿pero esa cama tan dura? Quien fuera que pasara la noche en esa taberna no volvería, segurísimo.
Pero al menos gracias a esa horrible cama pudo oír el ruido. Ese horrible chillido de cerdo. Esperaba que fuera de cerdo al menos. La elfa se levantó de inmediato, porque tampoco era como si fuera a dormir muy bien, cogió su arco y salió por la puerta, para luego dar media vuelta, volver a entrar y ponerse unos pantalones. Podía pasar sin las botas en pos de la urgencia, pero una chica tenía sus límites.
Así que corrió por las calles, arco en mano, con una flecha ya cargada. Es decir, seguramente no era nada, ni siquiera un lobo, solo algún idiota al que se le habría desplomado una puerta sobre un cerdo o algo así. Y entonces dobló la esquina. –Oh, mierda.-
Iba a necesitar un arco mucho más grande. Una balista más bien.
Lo que tenía delante era un horrible, horrible ciempiés. Lo suficientemente grande como para plantearse seriamente la posibilidad de que podía comérsela sin masticar, cosa que seguramente sería la mejor opción, si ese cerdo partido por la mitad por las pinzas-mandíbulas eran algún indicativo.
La tercera flecha ya había dejado su mano antes de considerar siquiera que a lo mejor no era muy buena idea cabrear a Mordisquitos el Destructor de Aldeas. La buena noticia era que sus flechas se clavaban, tenía una en el… ¿pecho? ¿Costillas? A saber. ¿La mala? Que la mayoría no lo hacían, deslizándose por su armadura quitinosa ligeramente curvada, provocando poco más que arañazos. Tendría que apuntar bien aparentemente…
Y entonces el bicho cerró las mandíbulas con un chasquido y empezó a plantearse una retirada estratégica, aunque con tantas patas, seguro que esa cosa corría muy, muy rápido.
Pero era cierto que sería mejor ir de caza después de una buena noche de descanso, aunque se veía volviendo con casi nada y pasando otro día allí, puesto que era mejor ir a echar una ojeada para saber a qué se enfrentaban ANTES prepararse con una noche de sueño. Pero daba igual, sería más fácil arrastrarlo con eso.
Así que le siguió el rollo hasta la taberna de Simón, donde comieron.
No era gran cosa, una sopa de verduras algo cuestionable y pan, pero el tipo ya había dicho que allí lo que se servía era alcohol, así que no podía quejarse, estaba haciendo un esfuerzo. Y además, la cerveza era sorprendentemente buena, claramente el tipo tenia demasiado tiempo libre y se había dedicado a un provechoso hobby. En cualquier caso, una jarra fue más que suficiente y Valyria subió a su habitación.
Había literalmente tres habitaciones en esa taberna. Una para Simón, y una para cada elfo, cosa algo raro para una taberna, pero la verdad, no era como si las estuviera usando y aparentemente eso era lo usual, así que se sintió un poco menos mal. Y la verdad, podía tolerar una habitación pequeña y, la verdad, algo fea, ¿pero esa cama tan dura? Quien fuera que pasara la noche en esa taberna no volvería, segurísimo.
Pero al menos gracias a esa horrible cama pudo oír el ruido. Ese horrible chillido de cerdo. Esperaba que fuera de cerdo al menos. La elfa se levantó de inmediato, porque tampoco era como si fuera a dormir muy bien, cogió su arco y salió por la puerta, para luego dar media vuelta, volver a entrar y ponerse unos pantalones. Podía pasar sin las botas en pos de la urgencia, pero una chica tenía sus límites.
Así que corrió por las calles, arco en mano, con una flecha ya cargada. Es decir, seguramente no era nada, ni siquiera un lobo, solo algún idiota al que se le habría desplomado una puerta sobre un cerdo o algo así. Y entonces dobló la esquina. –Oh, mierda.-
Iba a necesitar un arco mucho más grande. Una balista más bien.
Lo que tenía delante era un horrible, horrible ciempiés. Lo suficientemente grande como para plantearse seriamente la posibilidad de que podía comérsela sin masticar, cosa que seguramente sería la mejor opción, si ese cerdo partido por la mitad por las pinzas-mandíbulas eran algún indicativo.
La tercera flecha ya había dejado su mano antes de considerar siquiera que a lo mejor no era muy buena idea cabrear a Mordisquitos el Destructor de Aldeas. La buena noticia era que sus flechas se clavaban, tenía una en el… ¿pecho? ¿Costillas? A saber. ¿La mala? Que la mayoría no lo hacían, deslizándose por su armadura quitinosa ligeramente curvada, provocando poco más que arañazos. Tendría que apuntar bien aparentemente…
Y entonces el bicho cerró las mandíbulas con un chasquido y empezó a plantearse una retirada estratégica, aunque con tantas patas, seguro que esa cosa corría muy, muy rápido.
- Off:
- Complicación subrayada: Mordisquitos
Última edición por Valyria el Sáb Dic 28 2019, 23:00, editado 2 veces
Valyria
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Re: Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
Alegre seguí de vuelta a la señorita a la taberna. No estaba demasiado hambriento, y tampoco era una comida que abriese el apetito, así que me bastó con solo una taza de sopa. Con dolor en mi alma tuve que negarme a beber…
Bueno, no negarme, más bien decirle a Valyria que pasada dos botellas me detuviera, con o sin un flechazo. No quería ir para ninguna gruta, o de hecho ningún lugar, con jaqueca. Pasadas las dos; aunque yo recordaba una sola, la verdad, fui jalado por Simón a una habitación para pasar la noche.
Dormí como un bebé. Al menos durante un par de horas. Un chillido me levantó a medias, el sueño seguía siendo fuerte, así que sólo me di vuelta y me aplasté la almohada contra la cara. Parecía estar hecha rellena de plumas, tan suave… tan cómoda… a diferencia de la cama; pero no es que eso me importase, yo a veces dormía encima de un golem.
Volví a caer dormido.
“…durs…”
“…erta!”
Abrí los ojos lentamente, hasta espabilar sintiendo como Simón me agitaba, casi encima mío. Miré a los lados, entre cansado y nervioso, antes de entender que estaba sucediendo y que decía el hombre.
—¿No estás casado? ¡No estoy tan tomado cómo para…!
—¿Qué? —interrumpió.
Nos miramos unos segundos, bastante pasionales. Más confusos que pasionales.
—¿Qué pasa, por qué me despiertas? —pregunté, arrugando un poco la cara.
—¡A tu amiga la persigue un ciempiés, tienes que ayudarla!
Pestañeé una única vez, viendo poco impresionado a Simón. Tantas excusas malas que había para despertar a alguien, y me salía con esto, que ni clasificaba de malo, era directamente pésima, ni siquiera lo estaba intentando, es decir, un ciempiés, ¿un ciempiés? Esa pobre cosita debía estar más que muerta ya, con la forma que se ponía Val si la molestaban, no me la imaginaba despierta porque un bicho le estaba pasando por encima.
Me paré de la cama refunfuñando y tomé mi hacha, desconcertando a Simón con la tranquilidad con la que salía de la habitación para ir a tocar la puerta de Valyria. Estaba abierta, así que sólo pasé directamente.
—¿Dónde está el insecto, Valyri… —al ver el cuarto vacío volteé, buscándola. Sus botas seguían allí. Me rasqué la cabeza, bostezando suavemente, hasta que Simón pasó corriendo apurado al cuarto y abrió la ventana, observando frenéticamente de un lado a otro.
—¡Ahí está! —apuntó.
«¿El ciempiés o Valyria?» me acerqué lentamente, asomándome con el por la ventana.
Abrí los ojos como platos al ver no solo a Valyria pegar carrera descalza como nunca la había visto, sino por la razón para que hiciera aquello, efectivamente, un ciempiés…
—¡Es… g-gigante! ¡No me dijiste esto! —agarré a Simón, zarandeándolo un poco antes de salir corriendo apresurado en ayuda de la mujer.
Mientras iba por las escaleras recordé que no tenía mi golem conmigo; pero no iba a devolverme, no tenía tiempo. Salí empujando la puerta de la taberna y di carrera hacia donde había visto a Valyria huir del ciempiés. Al observar al ser escalar sobre una casa que parecía se podría desmoronar en cualquier momento para acortar camino mientras la chica lo flecheaba tragué saliva, por dos cosas.
Tres, tres cosas.
Primero, si las flechas de Valyria estaban rebotando en su mayoría, no podía esperar nada de mi hacha en penetrar esa armadura.
Segundo, acercarse sonaba como una idea horrible. Valyria podía darse el lujo de apuntar y disparar cada tanto en su carrera. ¿Yo? Bueno, si le tiraba el hacha… una vez.
Se me había olvidado la tercera.
Había que sacarlo del lugar, o lo destrozaría, tarde o temprano. ¿Qué sabía de los ciempiés? Eran carnívoros, cosa mala, y cazadores, cosa mala, y eran pequeñ… ¡No! No este, y algunos eran venenosos, cosa que también era mala, quizá buena si el veneno nos aniquilaba poco después de sentir el dolor de su primer par de piernas clavándose en nuestros pobres costados., y comían otros insectos. Este, claramente, no iba a abastecerse con un montón de inse…
Corrí a casa del cazador, rompiendo las cadenas con las que había cerrado las puertas del granero a hachazos. El hombre se despertó por el ruido, asomándose a ver qué pasaba sólo para ver cómo salía del granero montando su único upelero.
—¡Hey! ¡Hey! ¡Ladrón! ¡Ladrón!
—¡Se lo traeré de vuelta! ¡Creo!
Cabalgué el upelero a toda velocidad afuera de la granja. Este, por suerte, tenía una silla bastante cómoda para montar y cuerda, cosa que me daba una sensación de equilibrio al no sentir que me estaba cayendo hacia ningún lado en particular. No podía ver donde estaba Valyria exactamente, aunque eso no hacía difícil encontrarla.
Sólo tenía que ver por arriba de las casas, donde a veces se arrastraba el monstruo.
—¡Valyria! —llamé a la rubia al caer en la misma calle que ella, en direcciones opuestas. Tomé el hacha de mi cinturón, enrollando la cuerda en mi brazo izquierdo para sostenerme bien y no salir volando. Me incliné hacia adelante y le proporcioné un hachazo en una de sus forcípulas.
Una idea terrible, la verdad. Ni siquiera con la velocidad que tenía el upelero había generado suficiente fuerza para lastimar al bicho, sino que también mi brazo casi se me despega del hombro por no haber soltado el hacha, y de no ser porque me estaba agarrando con todas mis fuerzas de la cuerda, me hubiese caído de la montura.
Al menos había hecho un bien: centrar la atención del monstruo en mí. Enojado por el golpe cambió de objetivo, dejando en paz a Valyria. Eso o simplemente había encontrado infinitamente más jugoso al upelero.
Le hice una seña a la mujer con la cabeza para que se dirigiese al otro lado de la calle, separada por las edificaciones. Seguido por el ciempiés cabalgué hasta allí también y cambie el brazo con el que me sostenía de la cuerda para aplastarme la mano izquierda y hacer tanto como pudiese con mi imposición de manos por unos instantes. Con la rubia al frente me deje ir apenas hacia un lado, intentando convencerme de que el vértigo de caer no podía ser peor que me atrapase esa cosa. O a ella.
—¡Arrib—respiré ahogado al intentar abrazarla con un solo brazo para subirla de un jalón. Un poquito más pesada de lo que se veía; aunque no podía darme mucho crédito tampoco a que yo tuviese muchísimo músculo.
Durante unos instantes de peso y desequilibrio pensé que nos íbamos a estrellar, y luego íbamos a morir dolorosamente; pero logramos acomodarla arriba. Una vez estuvo sentada empecé a llevar al upelero hacia la salida del pueblo.
—Dime que mientras huías por tu vida diseñaste un plan para matar esa cosa.
Bueno, no negarme, más bien decirle a Valyria que pasada dos botellas me detuviera, con o sin un flechazo. No quería ir para ninguna gruta, o de hecho ningún lugar, con jaqueca. Pasadas las dos; aunque yo recordaba una sola, la verdad, fui jalado por Simón a una habitación para pasar la noche.
Dormí como un bebé. Al menos durante un par de horas. Un chillido me levantó a medias, el sueño seguía siendo fuerte, así que sólo me di vuelta y me aplasté la almohada contra la cara. Parecía estar hecha rellena de plumas, tan suave… tan cómoda… a diferencia de la cama; pero no es que eso me importase, yo a veces dormía encima de un golem.
Volví a caer dormido.
“…durs…”
“…erta!”
Abrí los ojos lentamente, hasta espabilar sintiendo como Simón me agitaba, casi encima mío. Miré a los lados, entre cansado y nervioso, antes de entender que estaba sucediendo y que decía el hombre.
—¿No estás casado? ¡No estoy tan tomado cómo para…!
—¿Qué? —interrumpió.
Nos miramos unos segundos, bastante pasionales. Más confusos que pasionales.
—¿Qué pasa, por qué me despiertas? —pregunté, arrugando un poco la cara.
—¡A tu amiga la persigue un ciempiés, tienes que ayudarla!
Pestañeé una única vez, viendo poco impresionado a Simón. Tantas excusas malas que había para despertar a alguien, y me salía con esto, que ni clasificaba de malo, era directamente pésima, ni siquiera lo estaba intentando, es decir, un ciempiés, ¿un ciempiés? Esa pobre cosita debía estar más que muerta ya, con la forma que se ponía Val si la molestaban, no me la imaginaba despierta porque un bicho le estaba pasando por encima.
Me paré de la cama refunfuñando y tomé mi hacha, desconcertando a Simón con la tranquilidad con la que salía de la habitación para ir a tocar la puerta de Valyria. Estaba abierta, así que sólo pasé directamente.
—¿Dónde está el insecto, Valyri… —al ver el cuarto vacío volteé, buscándola. Sus botas seguían allí. Me rasqué la cabeza, bostezando suavemente, hasta que Simón pasó corriendo apurado al cuarto y abrió la ventana, observando frenéticamente de un lado a otro.
—¡Ahí está! —apuntó.
«¿El ciempiés o Valyria?» me acerqué lentamente, asomándome con el por la ventana.
Abrí los ojos como platos al ver no solo a Valyria pegar carrera descalza como nunca la había visto, sino por la razón para que hiciera aquello, efectivamente, un ciempiés…
—¡Es… g-gigante! ¡No me dijiste esto! —agarré a Simón, zarandeándolo un poco antes de salir corriendo apresurado en ayuda de la mujer.
Mientras iba por las escaleras recordé que no tenía mi golem conmigo; pero no iba a devolverme, no tenía tiempo. Salí empujando la puerta de la taberna y di carrera hacia donde había visto a Valyria huir del ciempiés. Al observar al ser escalar sobre una casa que parecía se podría desmoronar en cualquier momento para acortar camino mientras la chica lo flecheaba tragué saliva, por dos cosas.
Tres, tres cosas.
Primero, si las flechas de Valyria estaban rebotando en su mayoría, no podía esperar nada de mi hacha en penetrar esa armadura.
Segundo, acercarse sonaba como una idea horrible. Valyria podía darse el lujo de apuntar y disparar cada tanto en su carrera. ¿Yo? Bueno, si le tiraba el hacha… una vez.
Se me había olvidado la tercera.
Había que sacarlo del lugar, o lo destrozaría, tarde o temprano. ¿Qué sabía de los ciempiés? Eran carnívoros, cosa mala, y cazadores, cosa mala, y eran pequeñ… ¡No! No este, y algunos eran venenosos, cosa que también era mala, quizá buena si el veneno nos aniquilaba poco después de sentir el dolor de su primer par de piernas clavándose en nuestros pobres costados., y comían otros insectos. Este, claramente, no iba a abastecerse con un montón de inse…
Corrí a casa del cazador, rompiendo las cadenas con las que había cerrado las puertas del granero a hachazos. El hombre se despertó por el ruido, asomándose a ver qué pasaba sólo para ver cómo salía del granero montando su único upelero.
—¡Hey! ¡Hey! ¡Ladrón! ¡Ladrón!
—¡Se lo traeré de vuelta! ¡Creo!
Cabalgué el upelero a toda velocidad afuera de la granja. Este, por suerte, tenía una silla bastante cómoda para montar y cuerda, cosa que me daba una sensación de equilibrio al no sentir que me estaba cayendo hacia ningún lado en particular. No podía ver donde estaba Valyria exactamente, aunque eso no hacía difícil encontrarla.
Sólo tenía que ver por arriba de las casas, donde a veces se arrastraba el monstruo.
—¡Valyria! —llamé a la rubia al caer en la misma calle que ella, en direcciones opuestas. Tomé el hacha de mi cinturón, enrollando la cuerda en mi brazo izquierdo para sostenerme bien y no salir volando. Me incliné hacia adelante y le proporcioné un hachazo en una de sus forcípulas.
Una idea terrible, la verdad. Ni siquiera con la velocidad que tenía el upelero había generado suficiente fuerza para lastimar al bicho, sino que también mi brazo casi se me despega del hombro por no haber soltado el hacha, y de no ser porque me estaba agarrando con todas mis fuerzas de la cuerda, me hubiese caído de la montura.
Al menos había hecho un bien: centrar la atención del monstruo en mí. Enojado por el golpe cambió de objetivo, dejando en paz a Valyria. Eso o simplemente había encontrado infinitamente más jugoso al upelero.
Le hice una seña a la mujer con la cabeza para que se dirigiese al otro lado de la calle, separada por las edificaciones. Seguido por el ciempiés cabalgué hasta allí también y cambie el brazo con el que me sostenía de la cuerda para aplastarme la mano izquierda y hacer tanto como pudiese con mi imposición de manos por unos instantes. Con la rubia al frente me deje ir apenas hacia un lado, intentando convencerme de que el vértigo de caer no podía ser peor que me atrapase esa cosa. O a ella.
—¡Arrib—respiré ahogado al intentar abrazarla con un solo brazo para subirla de un jalón. Un poquito más pesada de lo que se veía; aunque no podía darme mucho crédito tampoco a que yo tuviese muchísimo músculo.
Durante unos instantes de peso y desequilibrio pensé que nos íbamos a estrellar, y luego íbamos a morir dolorosamente; pero logramos acomodarla arriba. Una vez estuvo sentada empecé a llevar al upelero hacia la salida del pueblo.
—Dime que mientras huías por tu vida diseñaste un plan para matar esa cosa.
Última edición por Anders el Miér Oct 30 2019, 23:24, editado 1 vez
Anders
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Re: Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
Valyria se consideraba en forma. Muy en forma. Podía herir a un ciervo y seguirlo hasta que cayera muerto, lo que no estaba nada mal.
Pero huir por tu vida de un bicho que podría tragarte entera era un ejercicio de resistencia para el que no estaba preparada. Es decir, se las estaba apañando de alguna manera, porque aparentemente los ciempiés no estaban diseñados para doblar esquinas a toda carrera persiguiendo a una elfa que gritaba “chúpate esa perra” cada vez se estampaba contra una casa. En la que, en retrospectiva, debía vivir alguien.
Mala suerte, no haber tirado tanta basura por la ventana o…como fuera que se hacía un bichejo tan grande. Y además, algunas de sus flechas si se habían clavado, lo que era un progreso, aunque cuando más cansada estaba, menos tiempo podía pasarse apuntando bien. Por suerte, tras un casi desastre, llego su caballero en brillante armadura, montado en upelelo. Y ni treinta segundos más tarde, la maldita hacha prácticamente rebotó contra la coraza del bicho y la ilusión se rompió. La del caballero, porque el bichejo seguía allí, por desgracia, ojalá.
Y unos segundos más tarde, estaba sobre Anders. Porque no había otra manera de subir sin partirle el brazo. Pero claro, él no veía, así que tuvo que moverse entre codazos y empujones hasta detrás del pajarraco. Tan suave…
No, ahora no era el momento. Esa cosa aun los perseguía. Y estaba bastante segura de que era lo que debían matar. No había comido suficiente para compensar eso, ni de lejos. –Por supuesto que tengo un plan para matarlo.- mintió, mientras improvisaba. Unos pocos empujones más y estaba montando al upelelo de lado, como una señorita. La única manera en la que una podía disparar el arco hacia atrás, la verdad.
Un bache y se iba al suelo, pero consideraría eso motivación extra. –He estado practicando ¿sabes? Y he descubierto que hay trucos muy, muy sucios.- Bien, ahora era hora de la verdad. Fallaba, y tenían un problema. Sacó una nueva flecha, y se la llevo a los labios, mientras susurraba.
Beso la flecha, que empezó a brillar con un tono dorado y la puso en el arco, tensando la cuerda, apuntando, y, tomándose su tiempo. Absolutamente no había tenido esa idea después de jugar con esas flechas de purpurina en la obra, no señor. Espero a que esa horrible boca se abriera con las pinzas fuera del camino y soltó la flecha, metiéndosela en toda la boca. ¿Se clavaría? Seguramente sí, no podía creerse que por dentro fuera tan duro como por fuera. Pero poco importaba, porque la flecha estaba dentro, y no se iría…
Y cuando invocabas algo, lo que importaba era el ancla. Y si esa ancla estaba dentro de un horrible y monstruoso bicho…bueno, mala suerte para él. Solo esperaba que Anders no viera lo que había dentro, no eran lo que se decía… bonitos esa vez, les había dejado escoger su forma, y… nada debería tener tantos dientes y garras. –Puede que quieras apartarlo más del pueblo antes de que empiece a retorcerse… no quiero que me obliguen a limpiarlo…o a pagar los destrozos.- sugirió, tanto al elfo como al pajarraco.
Pero huir por tu vida de un bicho que podría tragarte entera era un ejercicio de resistencia para el que no estaba preparada. Es decir, se las estaba apañando de alguna manera, porque aparentemente los ciempiés no estaban diseñados para doblar esquinas a toda carrera persiguiendo a una elfa que gritaba “chúpate esa perra” cada vez se estampaba contra una casa. En la que, en retrospectiva, debía vivir alguien.
Mala suerte, no haber tirado tanta basura por la ventana o…como fuera que se hacía un bichejo tan grande. Y además, algunas de sus flechas si se habían clavado, lo que era un progreso, aunque cuando más cansada estaba, menos tiempo podía pasarse apuntando bien. Por suerte, tras un casi desastre, llego su caballero en brillante armadura, montado en upelelo. Y ni treinta segundos más tarde, la maldita hacha prácticamente rebotó contra la coraza del bicho y la ilusión se rompió. La del caballero, porque el bichejo seguía allí, por desgracia, ojalá.
Y unos segundos más tarde, estaba sobre Anders. Porque no había otra manera de subir sin partirle el brazo. Pero claro, él no veía, así que tuvo que moverse entre codazos y empujones hasta detrás del pajarraco. Tan suave…
No, ahora no era el momento. Esa cosa aun los perseguía. Y estaba bastante segura de que era lo que debían matar. No había comido suficiente para compensar eso, ni de lejos. –Por supuesto que tengo un plan para matarlo.- mintió, mientras improvisaba. Unos pocos empujones más y estaba montando al upelelo de lado, como una señorita. La única manera en la que una podía disparar el arco hacia atrás, la verdad.
Un bache y se iba al suelo, pero consideraría eso motivación extra. –He estado practicando ¿sabes? Y he descubierto que hay trucos muy, muy sucios.- Bien, ahora era hora de la verdad. Fallaba, y tenían un problema. Sacó una nueva flecha, y se la llevo a los labios, mientras susurraba.
-Sed guiados a través de la noche
Venid y jugad conmigo, entre júbilo y derroche.
Llevad la marca de mi beso
Abrid un camino, a través de carne y hueso.- [1]
Venid y jugad conmigo, entre júbilo y derroche.
Llevad la marca de mi beso
Abrid un camino, a través de carne y hueso.- [1]
Beso la flecha, que empezó a brillar con un tono dorado y la puso en el arco, tensando la cuerda, apuntando, y, tomándose su tiempo. Absolutamente no había tenido esa idea después de jugar con esas flechas de purpurina en la obra, no señor. Espero a que esa horrible boca se abriera con las pinzas fuera del camino y soltó la flecha, metiéndosela en toda la boca. ¿Se clavaría? Seguramente sí, no podía creerse que por dentro fuera tan duro como por fuera. Pero poco importaba, porque la flecha estaba dentro, y no se iría…
Y cuando invocabas algo, lo que importaba era el ancla. Y si esa ancla estaba dentro de un horrible y monstruoso bicho…bueno, mala suerte para él. Solo esperaba que Anders no viera lo que había dentro, no eran lo que se decía… bonitos esa vez, les había dejado escoger su forma, y… nada debería tener tantos dientes y garras. –Puede que quieras apartarlo más del pueblo antes de que empiece a retorcerse… no quiero que me obliguen a limpiarlo…o a pagar los destrozos.- sugirió, tanto al elfo como al pajarraco.
- [1]:
Uso mi habilidad de nivel 1, Fluffy Guardians.
Última edición por Valyria el Sáb Dic 28 2019, 23:01, editado 4 veces
Valyria
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Re: Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
Gruñí entre golpes y jalones de la elfa mientras batallaba para acomodarse bien en el upelero. En casi toda otra situación que se pudiese mencionar, no me hubiese quejado de tenerla encima, qué va, ¿pero esta...?
Cuando finalmente se acomodó; aunque en una postura que no me resultaba demasiado convincente porque un salto e iba a parar en el suelo, por lo que justamente intenté evitar eso y llevar el upelero por donde se viese menos terrible el terreno para correr.
—¿No me parece qué sea buen momento para hablar de suciedades? —comenté casualmente, mientras veía un poco hacia atrás sólo para ver como besaba la flecha después de murmurar cosas. Enarqué una ceja arrugando la cara y volví a mirar al frente, forzado a hacerlo para evitarnos choques.
Suponía que el plan que tenía la mujer era "más flechas", así que intenté reducir una pizca la velocidad. No era una idea maravillosa frenar cuando te perseguía nada que quisiera y pudiera comerte en una pasada; pero si iba a flecharlo hasta matarlo... tampoco podía pedirle que acertara cada vez yendo a toda velocidad, mientras se acomodaba a sí misma intentando no caerse.
Al escuchar sus palabras relucientes de confianza como si ya el trabajo estuviese hecho volteé atrás para verla unos segundos, antes de simplemente aceptarlo sin entender nada y jalar al bicho tan lejos como pudiese del lugar, no demasiado, pero sin dejarlo tan cerca como para que poner un pie fuera del lugar te pusiera a cara con el cuerpo muerto de un insecto gigante.
A cierto punto del camino el insecto empezó a revolverse... bastante, sacándose algunos árboles del camino como si no fuesen nada. Detuve al upelero con tranquilidad por ordenes de la rubia, viendo al ciempiés haberse quedado atrás. Avanzaba; sólo que más lento, y eventualmente sólo... ¿se desplomó? Como si se hubiese quedado sin energías. O dormido.
—¿...? —vi a la cara de la elfa, mientras movía la nariz para preguntarle que demonios había pasado. Me baje del upelero y tomé una roca pequeña, y me acerqué para lanzarsela al bicho, y luego otra, y otra.
Estaba muerto.
…Bueno, mejor eso que vivo. Me acerqué aún con mi pelo de desconfianza, y a varios, varios hachazos finalmente logré cortarle un pedazo, no muy grande, sólo lo suficiente como para hacerlo inconfundible con que fuese otra cosa.
Tomando de vuelta el upelero al lugar, para la hora, todos estaban esperando afuera. Nada que fuese ninguna sorpresa, considerando que el monstruo había dañado un par de hogares sin llegar a derribarlos, pero los había dañado indistintamente. Simón se había encargado de explicar que había sucedido a los rezagados, todo era muy consecuentemente lógico…
Ese ciempiés era lo que estaba matando animales por los alrededores, y a saber cuántos. Los cadáveres… más bien, lo que dejase de los cadáveres era lo que producía el mal olor alrededor de la aldea.
—¿¡Estáis bien!? —preguntó a la distancia cuando apenas íbamos entrando a la aldea.
—Ujum —asentí al hombre, bajándome de la espalda del upelero y haciéndole cariño, viendo como el cazador del lugar me miraba no demasiado agradado de lejos.
—¿Y el… monstruo?
Le vi la cara a la elfa unos segundos.
—Valyria se hizo cargo —dije, encogiéndome de hombros mientras tiraba el trozo del ciempiés frente a él.
Una fuerte ovación se hizo oír casi al instante luego de responder, momento en que los miembros de la aldea se atrevieron a acercarse. Simón estrechó nuestras manos, la que parecía ser Sonia y un par de niños pequeños corrieron a abrazarse a Valyria, el cazador no me hizo daño por no matar a su upelero, si bien eso no impidió que igualmente me regañase y tuviese que disculparme por tomarlo sin permiso y de forma tan repentina; Bernal caminaba hacia nosotros con sus manos en la espalda, asintiendo satisfecho.
—’Tos mocitos, matando bichos así e’ grandes como si no fuese na’ —asintió más para sí mismo, llevándose una mano a la barbilla—. Mirá Simón, yo creo questo es masque prueba suficiente —dijo señalando al pedazo del ciempiés—, todo correcto, correcto.
—Lo sé, alcalde. Iré a buscar lo que se ganaron —dijo llevándose las manos a la cintura.
Cuando Simón fue a partir hacia la taberna mientras el resto aún estaba en su celebración, más que nada los niños pequeños que no estaban tanto celebrando sino cuestionando a Valyria como había hecho tal proeza, cuantas cosas grandes había matado antes, cual era la cosa más grande que había matado y demás de preguntas ligeramente preocupantes para jovencitos… se detuvo.
—¿…Señora Tomasa?
—¿Shi?
—… —Simón abrió la boca, cerrándola mientras buscaba cómo hacer su pregunta—. ¿Qué… qué hace?
La señora Tomasa, mientras el resto estaba celebrando, se las había arreglado para reunir unos pocos trozos de madera para quemar, acumulándolos en el medio de la calle. En su mano tenía un pequeño frasco que iba agitando, a lo que Simón se alarmó y corrió a quitárselo, recibiendo un suave, suaaave golpe de la anciana.
—¡Poh una fogata, mijo! Dame dame, necesito esho, pa’ prender el fuego y montá una sopa. Hay que celebrá, quesque u’tedes jóvenes ya no saben celebrá bien.
Simón pasó de lucir confuso y preocupado a simplemente reírse, viendo incrédulo a la anciana.
—Pero Tomasa, cariño… es tarde, deben estar cansados. Quizá sean jóvenes, pero han tenido que matar a ese monstruo.
La señora permaneció impasible. Simón dejo de sonreír y se rascó el pelo, suspirando antes de voltear a vernos para acercarse a susurrar algo.
—Está en modo parranda, de ahí no la saca nadie —dijo con una mano al lado de la boca, viendo disimuladamente hacia la mujer—, nadie —aseveró.
—¿No puedes decirlo qué lo deje para mañana?
—Huh, bueno, sí… pero hombre… lo quiere hacer es por ustedes y eso, si se van no tiene mucho sentido hacerlo después.
—No nos vamos a ir justo ahora, y partir mañana apenas salga el sol… luego de esto… ¿qué hora es siquiera? —pregunté, viendo a Simón encogerse de hombros como respuesta—. No te preocupes, es decir, yo voy a dormir mínimo hasta pasado el medio día, y creo que nos podemos quedar un poco más. Sobretodo si es una fiesta —añadí sonriendo, haciéndole gestos con una mano.
—Suena bien. Iré a ver como la logro convencer de que se aguante para mañana. Deberías ir a dormir, Undurs, y dile a Valyria que también vaya a descansar, que si los niños la agarran no la van a soltar.
—¿...Undurs?
—¿Uh?
—Nada, no importa.[/color]
Cuando finalmente se acomodó; aunque en una postura que no me resultaba demasiado convincente porque un salto e iba a parar en el suelo, por lo que justamente intenté evitar eso y llevar el upelero por donde se viese menos terrible el terreno para correr.
—¿No me parece qué sea buen momento para hablar de suciedades? —comenté casualmente, mientras veía un poco hacia atrás sólo para ver como besaba la flecha después de murmurar cosas. Enarqué una ceja arrugando la cara y volví a mirar al frente, forzado a hacerlo para evitarnos choques.
Suponía que el plan que tenía la mujer era "más flechas", así que intenté reducir una pizca la velocidad. No era una idea maravillosa frenar cuando te perseguía nada que quisiera y pudiera comerte en una pasada; pero si iba a flecharlo hasta matarlo... tampoco podía pedirle que acertara cada vez yendo a toda velocidad, mientras se acomodaba a sí misma intentando no caerse.
Al escuchar sus palabras relucientes de confianza como si ya el trabajo estuviese hecho volteé atrás para verla unos segundos, antes de simplemente aceptarlo sin entender nada y jalar al bicho tan lejos como pudiese del lugar, no demasiado, pero sin dejarlo tan cerca como para que poner un pie fuera del lugar te pusiera a cara con el cuerpo muerto de un insecto gigante.
A cierto punto del camino el insecto empezó a revolverse... bastante, sacándose algunos árboles del camino como si no fuesen nada. Detuve al upelero con tranquilidad por ordenes de la rubia, viendo al ciempiés haberse quedado atrás. Avanzaba; sólo que más lento, y eventualmente sólo... ¿se desplomó? Como si se hubiese quedado sin energías. O dormido.
—¿...? —vi a la cara de la elfa, mientras movía la nariz para preguntarle que demonios había pasado. Me baje del upelero y tomé una roca pequeña, y me acerqué para lanzarsela al bicho, y luego otra, y otra.
Estaba muerto.
…Bueno, mejor eso que vivo. Me acerqué aún con mi pelo de desconfianza, y a varios, varios hachazos finalmente logré cortarle un pedazo, no muy grande, sólo lo suficiente como para hacerlo inconfundible con que fuese otra cosa.
Tomando de vuelta el upelero al lugar, para la hora, todos estaban esperando afuera. Nada que fuese ninguna sorpresa, considerando que el monstruo había dañado un par de hogares sin llegar a derribarlos, pero los había dañado indistintamente. Simón se había encargado de explicar que había sucedido a los rezagados, todo era muy consecuentemente lógico…
Ese ciempiés era lo que estaba matando animales por los alrededores, y a saber cuántos. Los cadáveres… más bien, lo que dejase de los cadáveres era lo que producía el mal olor alrededor de la aldea.
—¿¡Estáis bien!? —preguntó a la distancia cuando apenas íbamos entrando a la aldea.
—Ujum —asentí al hombre, bajándome de la espalda del upelero y haciéndole cariño, viendo como el cazador del lugar me miraba no demasiado agradado de lejos.
—¿Y el… monstruo?
Le vi la cara a la elfa unos segundos.
—Valyria se hizo cargo —dije, encogiéndome de hombros mientras tiraba el trozo del ciempiés frente a él.
Una fuerte ovación se hizo oír casi al instante luego de responder, momento en que los miembros de la aldea se atrevieron a acercarse. Simón estrechó nuestras manos, la que parecía ser Sonia y un par de niños pequeños corrieron a abrazarse a Valyria, el cazador no me hizo daño por no matar a su upelero, si bien eso no impidió que igualmente me regañase y tuviese que disculparme por tomarlo sin permiso y de forma tan repentina; Bernal caminaba hacia nosotros con sus manos en la espalda, asintiendo satisfecho.
—’Tos mocitos, matando bichos así e’ grandes como si no fuese na’ —asintió más para sí mismo, llevándose una mano a la barbilla—. Mirá Simón, yo creo questo es masque prueba suficiente —dijo señalando al pedazo del ciempiés—, todo correcto, correcto.
—Lo sé, alcalde. Iré a buscar lo que se ganaron —dijo llevándose las manos a la cintura.
Cuando Simón fue a partir hacia la taberna mientras el resto aún estaba en su celebración, más que nada los niños pequeños que no estaban tanto celebrando sino cuestionando a Valyria como había hecho tal proeza, cuantas cosas grandes había matado antes, cual era la cosa más grande que había matado y demás de preguntas ligeramente preocupantes para jovencitos… se detuvo.
—¿…Señora Tomasa?
—¿Shi?
—… —Simón abrió la boca, cerrándola mientras buscaba cómo hacer su pregunta—. ¿Qué… qué hace?
La señora Tomasa, mientras el resto estaba celebrando, se las había arreglado para reunir unos pocos trozos de madera para quemar, acumulándolos en el medio de la calle. En su mano tenía un pequeño frasco que iba agitando, a lo que Simón se alarmó y corrió a quitárselo, recibiendo un suave, suaaave golpe de la anciana.
—¡Poh una fogata, mijo! Dame dame, necesito esho, pa’ prender el fuego y montá una sopa. Hay que celebrá, quesque u’tedes jóvenes ya no saben celebrá bien.
Simón pasó de lucir confuso y preocupado a simplemente reírse, viendo incrédulo a la anciana.
—Pero Tomasa, cariño… es tarde, deben estar cansados. Quizá sean jóvenes, pero han tenido que matar a ese monstruo.
La señora permaneció impasible. Simón dejo de sonreír y se rascó el pelo, suspirando antes de voltear a vernos para acercarse a susurrar algo.
—Está en modo parranda, de ahí no la saca nadie —dijo con una mano al lado de la boca, viendo disimuladamente hacia la mujer—, nadie —aseveró.
—¿No puedes decirlo qué lo deje para mañana?
—Huh, bueno, sí… pero hombre… lo quiere hacer es por ustedes y eso, si se van no tiene mucho sentido hacerlo después.
—No nos vamos a ir justo ahora, y partir mañana apenas salga el sol… luego de esto… ¿qué hora es siquiera? —pregunté, viendo a Simón encogerse de hombros como respuesta—. No te preocupes, es decir, yo voy a dormir mínimo hasta pasado el medio día, y creo que nos podemos quedar un poco más. Sobretodo si es una fiesta —añadí sonriendo, haciéndole gestos con una mano.
—Suena bien. Iré a ver como la logro convencer de que se aguante para mañana. Deberías ir a dormir, Undurs, y dile a Valyria que también vaya a descansar, que si los niños la agarran no la van a soltar.
—¿...Undurs?
—¿Uh?
—Nada, no importa.[/color]
Anders
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Re: Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
Finalmente ese maldito insecto dejo de moverse, sin duda sangrando como un cerdo por dentro. Y ella se quedó con Plumitas mientras Anders dudaba de su proeza en combate, pero ella se limitó a mirarlo con una sonrisa arrogante. Aunque entrecerró los ojos cuando vio que el condenado, con un monstruo muerto, necesitaba varios hachazos para rebanarle una de esas…cosas. –Se acabó, vamos a conseguirte un hacha decente. ¿Corta siquiera o es roma?-
Y luego volvieron al pueblo, pero a ella se le cerraban los ojos, por más alegre que estuviera la gente. Puede que fuera su conjuro, puede que fuera haber sido perseguida durante vete a saber tu cuanto porque ALGUIEN no estaba para ayudarla, puede que fuera porque Plumitas era muy suave y esponjoso.
En cualquier caso, de alguna manera acabo en su cama y durmió a pierna suelta hasta el mediodía del día siguiente. Estaba aún medio dormida, comiendo su pan con mermelada gratuito cuando una bolsa cayó ante ella con un golpe seco, despertándola del todo.
-¿Yesho?- preguntó, aun con el pan en la boca.
-Tu pago.- se limitó a decir Simon.
-Shi aún no acabamos.- contestó, antes de tragar y continuar, ante la mirada confusa del tabernero. –Es decir, ningún problema por mí, pero no acepto devoluciones.- Pero ah, había dicho las palabras mágicas, y ahora el tipo no quería perder el dinero. Absolutamente no lo había hecho expresamente.
-¿Qué quieres decir?- Como robarle un caramelo a un niño.
-Bueno, a lo mejor no estaba solo.-
-¡Pero esos bichos son solitarios!-
-Sí, bueno, también miden como un palmo como mucho, no creo que lo normal se aplique aquí. Además, ¿sabrías decir si ese bicho era un chico o una chica?-
-No veo porque imp…- la elfa pudo ver el cambio en cuando se dio cuenta del pequeño problema. Que UNA ciempiés tenía la mala costumbre de poner huevos, especialmente si lucia anormalmente hambrienta.
-Exacto… así que vamos a ir a la gruta esa que me dijeron los niños a comprobar que todo está bien, nos llevaremos a Plumitas para ir más rápido, si todo va bien seria como una hora supongo, así estamos seguros y llegamos a la fiesta.- pero estaba siendo ignorada. O más bien, Simon no escuchaba nada, seguramente pensando en varios de esos Mordisquitos por la aldea.
-Todo controlado…- dijo, cogiendo disimuladamente más pan y subiendo al segundo piso.
Toc toc toc. –Anders.- TOC TOC TOC, Ñom. –UNDURS. NUS VUMUS DE EXCURSIÓN- pausó un momento, considerando si la entendía con comida en la boca y tragó. -Me estoy comiendo tu almuerzo Anders... Si no te levantas les pediré a los niños un ciempiés que meterte en la cama.- puede que quisieran llevarse unas cuantas cosas, por si acaso. Como antorchas. Y mucho, mucho fuego.
Y luego volvieron al pueblo, pero a ella se le cerraban los ojos, por más alegre que estuviera la gente. Puede que fuera su conjuro, puede que fuera haber sido perseguida durante vete a saber tu cuanto porque ALGUIEN no estaba para ayudarla, puede que fuera porque Plumitas era muy suave y esponjoso.
En cualquier caso, de alguna manera acabo en su cama y durmió a pierna suelta hasta el mediodía del día siguiente. Estaba aún medio dormida, comiendo su pan con mermelada gratuito cuando una bolsa cayó ante ella con un golpe seco, despertándola del todo.
-¿Yesho?- preguntó, aun con el pan en la boca.
-Tu pago.- se limitó a decir Simon.
-Shi aún no acabamos.- contestó, antes de tragar y continuar, ante la mirada confusa del tabernero. –Es decir, ningún problema por mí, pero no acepto devoluciones.- Pero ah, había dicho las palabras mágicas, y ahora el tipo no quería perder el dinero. Absolutamente no lo había hecho expresamente.
-¿Qué quieres decir?- Como robarle un caramelo a un niño.
-Bueno, a lo mejor no estaba solo.-
-¡Pero esos bichos son solitarios!-
-Sí, bueno, también miden como un palmo como mucho, no creo que lo normal se aplique aquí. Además, ¿sabrías decir si ese bicho era un chico o una chica?-
-No veo porque imp…- la elfa pudo ver el cambio en cuando se dio cuenta del pequeño problema. Que UNA ciempiés tenía la mala costumbre de poner huevos, especialmente si lucia anormalmente hambrienta.
-Exacto… así que vamos a ir a la gruta esa que me dijeron los niños a comprobar que todo está bien, nos llevaremos a Plumitas para ir más rápido, si todo va bien seria como una hora supongo, así estamos seguros y llegamos a la fiesta.- pero estaba siendo ignorada. O más bien, Simon no escuchaba nada, seguramente pensando en varios de esos Mordisquitos por la aldea.
-Todo controlado…- dijo, cogiendo disimuladamente más pan y subiendo al segundo piso.
Toc toc toc. –Anders.- TOC TOC TOC, Ñom. –UNDURS. NUS VUMUS DE EXCURSIÓN- pausó un momento, considerando si la entendía con comida en la boca y tragó. -Me estoy comiendo tu almuerzo Anders... Si no te levantas les pediré a los niños un ciempiés que meterte en la cama.- puede que quisieran llevarse unas cuantas cosas, por si acaso. Como antorchas. Y mucho, mucho fuego.
Última edición por Valyria el Sáb Dic 28 2019, 23:02, editado 1 vez
Valyria
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Re: Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
—Quizá no es el hacha, quizá es mi falta de músculo —había respondido entre golpes, sin ver a la mujer.
Después de que Simon partir a fui a rescatar a la mujer de un peor monstruo que el ciempiés: niños emocionados que no se callaban, tan sólo porque la vi tan ausente que no estaba seguro de si estaba dormida o amablemente estaba dejando hablar a los niños. Luego de lograr separarla de ellos la lleve jalada a su cuarto, para empujarla sobre su cama y tirarle la sábana encima antes de salir y cerrar la puerta.
Me fui al propio mío a intentar terminar la velada nocturna que había sido interrumpida, bostezando levemente. Uno no quedaba precisamente con sueño luego de pasar por un escenario de posible muerte, así que no dormí nada. Pasé la noche tirado sobre la cama; pero despierto y viendo al techo, hablando con mi golem.
No pasaron demasiadas horas para que el sol empezará a salir y alguien tocase la puerta.
—¿Pase...?
—Undurs —dijo entrando, con una bolsa en mano. Dio un pequeño respingo al verme apuntándolo con una lanza, que era mi golem.
—Oh —baje el arma, poniéndola sobre la cama—. Pensé que sería un fantasma.
—¿...Qué?
—¿Qué? —dije al instante después de él. Tras unos segundos de silencio hice un movimiento de cabeza, viendo la bolsa.
—Ah, sí. Tu pago —dijo lanzando la bolsa suavemente hacia la cama y sacudiéndose las manos—. Me extraña que estés despierto.
Hice una mueca, viéndolo.
—Hey, yo soy tabernero. En fin, iré a poner algo de pan y esas cosas, te veo luego.
Después de que se despidiera y cerrase la puerta volví a la cama, recostándome un rato más.
Cerré los ojos, y cuando los abrí, algo estaba tocando la puerta. Otra vez. Aunque no se entendiera nada sabía quién era por la voz. Suspiré, levantándome de la cama perezosamente y caminé hasta la puerta para abrirle, alzando una mano como saludo, con pocas ganas.
—No me importa eso —comenté luego de su amenaza, ambas cosas almuerzo y ciempiés—, pero está bien. Supongo que podemos mirar, ya es de día. Iré a ver si nos prestan al upelero —añadí, caminando fuera del cuarto con el golem arrastrando un bolso, siguiéndome poco después.
No me lo prestaron. Volteé los ojos ante el regaño del cazador de que el upelero había vuelto con dos plumas menos, porque por alguna razón conocía su cantidad de plumas; y que era un irresponsable, que no sabía montar bien, que algo…
—¡Y taba sucio! ¡Así cochinisimo!
—Está bien.
—¡Y…!
—Valyria —interrumpí, haciendo que se detuviera un momento—. Lo va a llevar Valyria, ¿sí? ¿La rubia con arco? No yo. ¿Quién detuvo al monstruo ese?
—B—
—¡Sí, exacto! ¡Ella! —volví a interrumpirlo—. Confía en la heroína del lugar, ¿cierto?
—Pos más que en ti, sí, sí.
Me encogí de hombros.
—¿Entonces…?
—Vámonos —dije viendo a la rubia al volver a la posada, llevando al upelero sin montarlo. Tenía encasquetada una pequeña y rota mochila en mi espalda. Esperaba llevar todo lo necesario en ella para que fuese una “excursión” agradable.
Partimos entonces hacia la gruta en el upelero. Fueron varios minutos de viaje, por la posición del sol una hora y una pizca más, más o menos. Al llegar bajamos del upelero en frente de toda la entrada del lugar, efectivamente había varios ciempiés en el sitio… pero pequeños. Y muertos. No era ninguna cantidad exagerada; pero no resultaba normal ver unos veinte que conté a ojo en un solo sitio así, y regados.
Al menos alguien estaba disfrutando esto, a juzgar por cómo el animal estaba picoteando los cuerpos en lo que debía lucirle como un bufet libre.
Abrí la mochila para tomar una antorcha y luego de varios golpes a un pedernal con el hacha, se generó suficiente chispa para encenderla. Peleé un poco con el upelero para poder tomar varios ciempiés y luego adentrarnos en la gruta. Al principio no hubo necesidad; pero después empezaron pequeñas ramificaciones, que resultaban en pequeñas ramificaciones más.
Deje que fuese la mujer quien decidiera que caminos íbamos a tomar y solo me dedicaba a marchar al frente después de eso, dejando caer uno que otro ciempiés durante el camino para que sirvieran de guía de vuelta para la salida. No dije nada durante la exploración, ni tampoco hice mucho más que servir de antorcha portátil y primera y última línea de emergencia en caso de que sucediera algo. Varios de los caminos sólo terminaban en puntos muertos.
Devolverse tomando los ciempiés para usarlos en otro camino, explorar otro, llegar a su fin, repetir… se estaba haciendo algo cansino. Cuando íbamos ya por el sexto camino a explorar, empezó a oler a algo como podrido; pero distinto a carne, era… otra cosa, como dos olores raros mezclados juntos. A más avanzábamos desde entonces, más claro se oían leves… ¿golpes?
Caminé más lento y con el brazo cubierto por el golem creciendo espinas. Ese túnel empezó a estar cubierto de pequeños grandes huevos, ligeramente más grandes que los que pondría una gallina, la mayoría quebrados…aunque antes de una curvatura, estaba uno sin eclosionar.
Estaba.
Cuando pasé por su lado el huevo se abrió repentinamente, con el bicho en un estado prematuro de su desarrolló evolucionando a la adultez en segundos, creciendo de lo que sería un pie a casi medio brazo. Baje el puño izquierdo recubierto de espinas, aplastándole la cabeza antes de que creciera más. Hice una mueca algo asqueado.
El eco producido por el golpe seco y el chillido nos traería problemas, lo sabía por varias cosas. Más que nada, porque los golpes que nos guiaban se habían detenido, y después de varios segundos de silencio, se escuchó una voz que ni sonaba humana ni animal en un quejido molesto. Al final del túnel se podía vislumbrar una sombra acercándose desde un lado.
Una mano se poso sobre la pared interior del túnel, y de allí se asomó un hombre calvo, apenas pasando el metro y medio. Su piel parecía estar quebrada, llegando a lucir como roca por la forma que las llamas de la antorchas dibujaban las sombras sobre ella. De ojos rasgados y una nariz larga… sin genitales visibles ni nada que pudiese indicar su género.
En donde estaría su boca tenía un par de pinzas, y su brazo derecho estaba cubierto por decenas de patas a lo largo del mismo, moviéndose y agitándose como si quisieran cerrarse sobre algo, terminando en una pinza, en vez de una mano.
Parecía moverse torpemente, teniendo que recostarse de la pared para no caer. En cuanto vio al ciempiés aplastando a un lado de nosotros, su expresión se torció en furia, por mucho que su falta de rasgos hiciera más difícil notar eso.
Rugió, como si llorase, y entonces cargo adelante con una velocidad sin precedentes.
[...]
Después de que Simon partir a fui a rescatar a la mujer de un peor monstruo que el ciempiés: niños emocionados que no se callaban, tan sólo porque la vi tan ausente que no estaba seguro de si estaba dormida o amablemente estaba dejando hablar a los niños. Luego de lograr separarla de ellos la lleve jalada a su cuarto, para empujarla sobre su cama y tirarle la sábana encima antes de salir y cerrar la puerta.
Me fui al propio mío a intentar terminar la velada nocturna que había sido interrumpida, bostezando levemente. Uno no quedaba precisamente con sueño luego de pasar por un escenario de posible muerte, así que no dormí nada. Pasé la noche tirado sobre la cama; pero despierto y viendo al techo, hablando con mi golem.
No pasaron demasiadas horas para que el sol empezará a salir y alguien tocase la puerta.
—¿Pase...?
—Undurs —dijo entrando, con una bolsa en mano. Dio un pequeño respingo al verme apuntándolo con una lanza, que era mi golem.
—Oh —baje el arma, poniéndola sobre la cama—. Pensé que sería un fantasma.
—¿...Qué?
—¿Qué? —dije al instante después de él. Tras unos segundos de silencio hice un movimiento de cabeza, viendo la bolsa.
—Ah, sí. Tu pago —dijo lanzando la bolsa suavemente hacia la cama y sacudiéndose las manos—. Me extraña que estés despierto.
Hice una mueca, viéndolo.
—Hey, yo soy tabernero. En fin, iré a poner algo de pan y esas cosas, te veo luego.
Después de que se despidiera y cerrase la puerta volví a la cama, recostándome un rato más.
Cerré los ojos, y cuando los abrí, algo estaba tocando la puerta. Otra vez. Aunque no se entendiera nada sabía quién era por la voz. Suspiré, levantándome de la cama perezosamente y caminé hasta la puerta para abrirle, alzando una mano como saludo, con pocas ganas.
—No me importa eso —comenté luego de su amenaza, ambas cosas almuerzo y ciempiés—, pero está bien. Supongo que podemos mirar, ya es de día. Iré a ver si nos prestan al upelero —añadí, caminando fuera del cuarto con el golem arrastrando un bolso, siguiéndome poco después.
No me lo prestaron. Volteé los ojos ante el regaño del cazador de que el upelero había vuelto con dos plumas menos, porque por alguna razón conocía su cantidad de plumas; y que era un irresponsable, que no sabía montar bien, que algo…
—¡Y taba sucio! ¡Así cochinisimo!
—Está bien.
—¡Y…!
—Valyria —interrumpí, haciendo que se detuviera un momento—. Lo va a llevar Valyria, ¿sí? ¿La rubia con arco? No yo. ¿Quién detuvo al monstruo ese?
—B—
—¡Sí, exacto! ¡Ella! —volví a interrumpirlo—. Confía en la heroína del lugar, ¿cierto?
—Pos más que en ti, sí, sí.
Me encogí de hombros.
—¿Entonces…?
[...]
—Vámonos —dije viendo a la rubia al volver a la posada, llevando al upelero sin montarlo. Tenía encasquetada una pequeña y rota mochila en mi espalda. Esperaba llevar todo lo necesario en ella para que fuese una “excursión” agradable.
Partimos entonces hacia la gruta en el upelero. Fueron varios minutos de viaje, por la posición del sol una hora y una pizca más, más o menos. Al llegar bajamos del upelero en frente de toda la entrada del lugar, efectivamente había varios ciempiés en el sitio… pero pequeños. Y muertos. No era ninguna cantidad exagerada; pero no resultaba normal ver unos veinte que conté a ojo en un solo sitio así, y regados.
Al menos alguien estaba disfrutando esto, a juzgar por cómo el animal estaba picoteando los cuerpos en lo que debía lucirle como un bufet libre.
Abrí la mochila para tomar una antorcha y luego de varios golpes a un pedernal con el hacha, se generó suficiente chispa para encenderla. Peleé un poco con el upelero para poder tomar varios ciempiés y luego adentrarnos en la gruta. Al principio no hubo necesidad; pero después empezaron pequeñas ramificaciones, que resultaban en pequeñas ramificaciones más.
Deje que fuese la mujer quien decidiera que caminos íbamos a tomar y solo me dedicaba a marchar al frente después de eso, dejando caer uno que otro ciempiés durante el camino para que sirvieran de guía de vuelta para la salida. No dije nada durante la exploración, ni tampoco hice mucho más que servir de antorcha portátil y primera y última línea de emergencia en caso de que sucediera algo. Varios de los caminos sólo terminaban en puntos muertos.
Devolverse tomando los ciempiés para usarlos en otro camino, explorar otro, llegar a su fin, repetir… se estaba haciendo algo cansino. Cuando íbamos ya por el sexto camino a explorar, empezó a oler a algo como podrido; pero distinto a carne, era… otra cosa, como dos olores raros mezclados juntos. A más avanzábamos desde entonces, más claro se oían leves… ¿golpes?
Caminé más lento y con el brazo cubierto por el golem creciendo espinas. Ese túnel empezó a estar cubierto de pequeños grandes huevos, ligeramente más grandes que los que pondría una gallina, la mayoría quebrados…aunque antes de una curvatura, estaba uno sin eclosionar.
Estaba.
Cuando pasé por su lado el huevo se abrió repentinamente, con el bicho en un estado prematuro de su desarrolló evolucionando a la adultez en segundos, creciendo de lo que sería un pie a casi medio brazo. Baje el puño izquierdo recubierto de espinas, aplastándole la cabeza antes de que creciera más. Hice una mueca algo asqueado.
El eco producido por el golpe seco y el chillido nos traería problemas, lo sabía por varias cosas. Más que nada, porque los golpes que nos guiaban se habían detenido, y después de varios segundos de silencio, se escuchó una voz que ni sonaba humana ni animal en un quejido molesto. Al final del túnel se podía vislumbrar una sombra acercándose desde un lado.
Una mano se poso sobre la pared interior del túnel, y de allí se asomó un hombre calvo, apenas pasando el metro y medio. Su piel parecía estar quebrada, llegando a lucir como roca por la forma que las llamas de la antorchas dibujaban las sombras sobre ella. De ojos rasgados y una nariz larga… sin genitales visibles ni nada que pudiese indicar su género.
En donde estaría su boca tenía un par de pinzas, y su brazo derecho estaba cubierto por decenas de patas a lo largo del mismo, moviéndose y agitándose como si quisieran cerrarse sobre algo, terminando en una pinza, en vez de una mano.
Parecía moverse torpemente, teniendo que recostarse de la pared para no caer. En cuanto vio al ciempiés aplastando a un lado de nosotros, su expresión se torció en furia, por mucho que su falta de rasgos hiciera más difícil notar eso.
Rugió, como si llorase, y entonces cargo adelante con una velocidad sin precedentes.
Anders
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Re: Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
-No le importa dice. Eso es porque nunca te has despertado con un ciempiés correteando por tu cuello. O la pierna. Preferirías una puñalada.- dijo, compartiendo un pedacito de sabiduría que solía aprenderse por las malas al dormir fuera. En cualquier caso, un poco más tarde volvió con Plumitas y marcharon en una flotante nube hacia su destino.
Ni idea de cuánto tardaron, estaba demasiado ocupada restregando su cabeza contra el cuello del bichejo, que no parecía importarle demasiado, la verdad. Y al llegar a la gruta… le dio mala espina. Y no solo por los ciempiés en la entrada. Valyria acarició a Plumitas, disfrutando como un condenado con los snacks y lo ato a un árbol después de que Anders dejara de jugar con él.
Lo que siguió fueron unos aburridos minutos de búsqueda, a medida que ella los llevaba por los caminos que ella consideraba más probables. Es decir, una gruta era una formación natural, y debía notarse por sus paredes casi pulidas, así que cualquiera que presentara rasguños o golpes era una buena candidata para haber sido usada por uno de esos bichejos. Anders parecía callado, sin duda no muy contento de que lo hubiera arrastrado a esa gruta que no parecía gustarle demasiado. O haberlo despertado. O haberse comido buena parte de su almuerzo.
Después de muchas vueltas y algunos caminos muertos, por fin parecía tener el rastro correcto, pensamiento que fue confirmado poco más tarde por un extraño olor y unos sonidos. Valyria puso su cabeza a pensar que era ese olor exactamente mientras seguía, pero cortó el pensamiento cuando vio los huevos. Los ciempiés no ponían huevos tan grandes. Y ESE ciempiés no ponía huevos tan pequeños. La conclusión indicaba que existía un segundo, muy grande pero más pequeño que Mordisquitos. Y entonces cayó en que olía exactamente. Era fruta, con algo más, fruta madura, fermentada con algo que seguramente sería un químico de algún tipo.
Anders se acercó demasiado a uno de los huevos y este se abrió, su ocupante creciendo a un ritmo desmesurado. –Es pienso. La fruta les permite recuperar energía después del crecimiento supongo. Y cuando son demasiado grandes, comen carne.- estaba segura en ese momento, lo que significaba…
Demasiado tarde, no había visto al homúnculo, ocupada mirando los huevos, y para cuando el gruñido la puso en alerta, ya lo tenía encima, estampándola contra una pared con una de las manos en su cuello, con la otra, la pinza, dirigiéndose contra su cabeza. Su látigo se alzó contra la pinza, que no llego a su cabeza, aunque esta avanzaba poco a poco y la verdad, tenía sus dudas de que fuera a aguantar, pero no oía ningún crujido ni nada así, así que tenía esperanzas. –Parece que es bueno huh…- dijo como pudo, aunque seguramente sonó a una serie de gruñidos. Y luego puso en práctica su experiencia viviendo en una taberna.
Bueno, no tenía partes nobles, así que tuvo que pasar al plan B cuando su patada hizo bien poco. B de brutal, por supuesto su mano izquierda se alzó y, dando un rodeo para no poner el brazo directamente delante de las pinzas bucales simplemente… le metió el pulgar en el ojo. Fuerte, apretando, y luego retorció, reventando el globo ocular. Inmediatamente fue soltada entre chillidos de dolor.
-Duele huh, ¿perra?- menos mal que los ojos parecían ser lo suficientemente similares a los humanos para que el truco funcionara.
Ni idea de cuánto tardaron, estaba demasiado ocupada restregando su cabeza contra el cuello del bichejo, que no parecía importarle demasiado, la verdad. Y al llegar a la gruta… le dio mala espina. Y no solo por los ciempiés en la entrada. Valyria acarició a Plumitas, disfrutando como un condenado con los snacks y lo ato a un árbol después de que Anders dejara de jugar con él.
Lo que siguió fueron unos aburridos minutos de búsqueda, a medida que ella los llevaba por los caminos que ella consideraba más probables. Es decir, una gruta era una formación natural, y debía notarse por sus paredes casi pulidas, así que cualquiera que presentara rasguños o golpes era una buena candidata para haber sido usada por uno de esos bichejos. Anders parecía callado, sin duda no muy contento de que lo hubiera arrastrado a esa gruta que no parecía gustarle demasiado. O haberlo despertado. O haberse comido buena parte de su almuerzo.
Después de muchas vueltas y algunos caminos muertos, por fin parecía tener el rastro correcto, pensamiento que fue confirmado poco más tarde por un extraño olor y unos sonidos. Valyria puso su cabeza a pensar que era ese olor exactamente mientras seguía, pero cortó el pensamiento cuando vio los huevos. Los ciempiés no ponían huevos tan grandes. Y ESE ciempiés no ponía huevos tan pequeños. La conclusión indicaba que existía un segundo, muy grande pero más pequeño que Mordisquitos. Y entonces cayó en que olía exactamente. Era fruta, con algo más, fruta madura, fermentada con algo que seguramente sería un químico de algún tipo.
Anders se acercó demasiado a uno de los huevos y este se abrió, su ocupante creciendo a un ritmo desmesurado. –Es pienso. La fruta les permite recuperar energía después del crecimiento supongo. Y cuando son demasiado grandes, comen carne.- estaba segura en ese momento, lo que significaba…
Demasiado tarde, no había visto al homúnculo, ocupada mirando los huevos, y para cuando el gruñido la puso en alerta, ya lo tenía encima, estampándola contra una pared con una de las manos en su cuello, con la otra, la pinza, dirigiéndose contra su cabeza. Su látigo se alzó contra la pinza, que no llego a su cabeza, aunque esta avanzaba poco a poco y la verdad, tenía sus dudas de que fuera a aguantar, pero no oía ningún crujido ni nada así, así que tenía esperanzas. –Parece que es bueno huh…- dijo como pudo, aunque seguramente sonó a una serie de gruñidos. Y luego puso en práctica su experiencia viviendo en una taberna.
Bueno, no tenía partes nobles, así que tuvo que pasar al plan B cuando su patada hizo bien poco. B de brutal, por supuesto su mano izquierda se alzó y, dando un rodeo para no poner el brazo directamente delante de las pinzas bucales simplemente… le metió el pulgar en el ojo. Fuerte, apretando, y luego retorció, reventando el globo ocular. Inmediatamente fue soltada entre chillidos de dolor.
-Duele huh, ¿perra?- menos mal que los ojos parecían ser lo suficientemente similares a los humanos para que el truco funcionara.
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Valyria
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Re: Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
Acababa de reprobar como caballero, como escudero, como defensor, y como algunas cosas más, cuando por reacción al grito de la… ¿persona? Y su carga, había tenido “hacerme a un lado”, que en esta situación era más bien un “hacerme a un lado, dejando que se lleve por delante a la persona que se supone que está atrás para que no se la lleven por delante y poder tener un tiro libre”.
El sonido que produjeron al impactar contra la pared ya habría tirado el supuesto factor sorpresa al fuego. No había sangre corriendo del cuello de la mujer, cosa buena, de hecho hasta estaba hablando. No se le entendía, pero le notaba serenidad al hacerlo. Demasiada para alguien en su situación.
Y luego vi el porqué lo estaría, aquel sujeto también vio… por unos segundos. Los chillidos casi daban lastima, de no ser por el eco que los maximizaba haciéndolos más bien asquerosamente tétricos.
Estando como estaría cualquiera con un ojo menos, agitó su pinza y brazos violentamente alrededor para evitar que nadie se acercase, y luego se le intentó tirar encima a Valyria otra vez. Con una reacción más apropiada salté en frente del mismo para detenerlo.
Acto resultante en un manotazo que bien podría haberme sacado el hombro del lugar. Para tener menor tamaño y claramente menos masa muscular de la que yo tenía, que de por si no era mucha, era con creces fuerte. Alcé el brazo en guardia, estirando más las espinas y haciéndolas más gruesas para intentar desalentarlo a dar su siguiente golpe. Yo fui el desalentado cuando quebró las espinas de otro manotazo como si no fuese nada y el puro impacto, aún indirecto, me empujase unos dos o tres pasos atrás tirándome al suelo.
Al ver la pinza venir por mi cuello rodé atrás para evitarlo. Más gritos agudos y un par de flechas clavadas en sus piernas que antes no estaban significaban que la mujer me había salvado. Con los segundos de hesitación del monstruo, o de dolor al menos, pude evitar ser alcanzado por sus siguientes brotes de violencia, y sabiendo que no iba a generar ni en un millón de años la potencia que llevaba una flecha con mi brazo, de todo los brazos del maldito mundo, no tenía muchas maneras más de hacerle daño que no fuese quebrarlo en vez de pretender cortarlo o atravesarle nada.
O el fuego. Pegué la antorcha de la cara del ser, intentando cocinarle el ojo que le quedaba. En un esfuerzo de último segundo en vez de retroceder como lo haría cualquier animal pensante, o, estaba bastante seguro, no pensante también; cargó. En su carga me sacó la antorcha de la mano y me clavó contra una pared, mordiéndome furiosamente el abdomen y sosteniendo con violencia la extremidad donde tenía acumulado el golem desde el hombro con su pinza, apretando para cortar – y romper.
Deje escapar un quejoso grito de dolor antes de que la fuerza pareciera salirse del monstruo, ahora sólo haciendo presión su peso. Lentamente dejo de morder y empezó a deslizarse, desplomándose abajo. No visualicé muy bien cuantas ni en donde Valyria le habría clavado flechas, tanto porque me había apresurado más a retirarme de la pared que detallar eso, como porque la llama de la antorcha en el suelo parecía tentada a morir. Me acerqué jadeando, aliviado y cansado a partes iguales a levantarla, antes de notar algo caliente corriendo por mi la pierna.
Más cerca a la antorcha y su luz, pude comprobar que el infeliz se había llevado en su boca piel de mi costado.
—Agh… —empecé, con un suspiro. Me lleve una mano a la herida, concentrando éter en mi palma para intentar sanar eso mientras me agachaba a tomar cuidadosamente la antorcha. Por el dolor, antes tuve que manosearme un poco el hombro—. Eso no salió de un ciempiés, alguien sabe que estamos aquí —apunté al cadáver. Al ver las múltiples flechas sobre el mismo, me acordé—. Gracias.
Caminé adelante otra vez sin esperar totalmente a recuperarme. No era un lujo con el que pudiese contar en esos momentos. En el peor de los casos, cuando tomásemos la curva habría más… personas así. Me preguntaba que raza era esa… ¿un hombre bestia insecto? Algo extraño…
Cuando llegamos al final del camino y tomamos la curva, sólo esperaba un resbaladizo que daba hacia abajo, más allá de lo que la luz de la antorcha llegaba a iluminar. Las paredes del mismo demostraban que ese nuevo túnel no era cosa de la naturaleza. Aunque leve, gracias a el silencio que había más allá del crepitar de la antorcha, se podían escuchar... chasquidos en la oscuridad.
El sonido que produjeron al impactar contra la pared ya habría tirado el supuesto factor sorpresa al fuego. No había sangre corriendo del cuello de la mujer, cosa buena, de hecho hasta estaba hablando. No se le entendía, pero le notaba serenidad al hacerlo. Demasiada para alguien en su situación.
Y luego vi el porqué lo estaría, aquel sujeto también vio… por unos segundos. Los chillidos casi daban lastima, de no ser por el eco que los maximizaba haciéndolos más bien asquerosamente tétricos.
Estando como estaría cualquiera con un ojo menos, agitó su pinza y brazos violentamente alrededor para evitar que nadie se acercase, y luego se le intentó tirar encima a Valyria otra vez. Con una reacción más apropiada salté en frente del mismo para detenerlo.
Acto resultante en un manotazo que bien podría haberme sacado el hombro del lugar. Para tener menor tamaño y claramente menos masa muscular de la que yo tenía, que de por si no era mucha, era con creces fuerte. Alcé el brazo en guardia, estirando más las espinas y haciéndolas más gruesas para intentar desalentarlo a dar su siguiente golpe. Yo fui el desalentado cuando quebró las espinas de otro manotazo como si no fuese nada y el puro impacto, aún indirecto, me empujase unos dos o tres pasos atrás tirándome al suelo.
Al ver la pinza venir por mi cuello rodé atrás para evitarlo. Más gritos agudos y un par de flechas clavadas en sus piernas que antes no estaban significaban que la mujer me había salvado. Con los segundos de hesitación del monstruo, o de dolor al menos, pude evitar ser alcanzado por sus siguientes brotes de violencia, y sabiendo que no iba a generar ni en un millón de años la potencia que llevaba una flecha con mi brazo, de todo los brazos del maldito mundo, no tenía muchas maneras más de hacerle daño que no fuese quebrarlo en vez de pretender cortarlo o atravesarle nada.
O el fuego. Pegué la antorcha de la cara del ser, intentando cocinarle el ojo que le quedaba. En un esfuerzo de último segundo en vez de retroceder como lo haría cualquier animal pensante, o, estaba bastante seguro, no pensante también; cargó. En su carga me sacó la antorcha de la mano y me clavó contra una pared, mordiéndome furiosamente el abdomen y sosteniendo con violencia la extremidad donde tenía acumulado el golem desde el hombro con su pinza, apretando para cortar – y romper.
Deje escapar un quejoso grito de dolor antes de que la fuerza pareciera salirse del monstruo, ahora sólo haciendo presión su peso. Lentamente dejo de morder y empezó a deslizarse, desplomándose abajo. No visualicé muy bien cuantas ni en donde Valyria le habría clavado flechas, tanto porque me había apresurado más a retirarme de la pared que detallar eso, como porque la llama de la antorcha en el suelo parecía tentada a morir. Me acerqué jadeando, aliviado y cansado a partes iguales a levantarla, antes de notar algo caliente corriendo por mi la pierna.
Más cerca a la antorcha y su luz, pude comprobar que el infeliz se había llevado en su boca piel de mi costado.
—Agh… —empecé, con un suspiro. Me lleve una mano a la herida, concentrando éter en mi palma para intentar sanar eso mientras me agachaba a tomar cuidadosamente la antorcha. Por el dolor, antes tuve que manosearme un poco el hombro—. Eso no salió de un ciempiés, alguien sabe que estamos aquí —apunté al cadáver. Al ver las múltiples flechas sobre el mismo, me acordé—. Gracias.
Caminé adelante otra vez sin esperar totalmente a recuperarme. No era un lujo con el que pudiese contar en esos momentos. En el peor de los casos, cuando tomásemos la curva habría más… personas así. Me preguntaba que raza era esa… ¿un hombre bestia insecto? Algo extraño…
Cuando llegamos al final del camino y tomamos la curva, sólo esperaba un resbaladizo que daba hacia abajo, más allá de lo que la luz de la antorcha llegaba a iluminar. Las paredes del mismo demostraban que ese nuevo túnel no era cosa de la naturaleza. Aunque leve, gracias a el silencio que había más allá del crepitar de la antorcha, se podían escuchar... chasquidos en la oscuridad.
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Anders
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Esa cosa zarandeo a Anders de un manotazo como un muñeco de trapo. Lo que era malo. Y el golem Del elfo no parecía estar surgiendo demasiado efecto tampoco, por lo que tendría que ayudar.
Es decir, iba a hacerlo igual, pero eso añadía cierta… urgencia al asunto. Así que empezó a lanzar flechas. Si un problema no se solucionaba con flechas, era que uno había usado pocas. Primero las piernas, para que no se moviera, y luego en la dirección general, con la esperanza de darle a algo importante, puesto que no podía esperar que algo tan… hibrido, compartiera la misma fisiología que un humano estándar. Finalmente, tras una alarmante cantidad de flechas, el bicho estaba muerto, y Anders… no lucia muy bien tampoco. La elfa se sentó a su lado, añadiendo un poco de su curación hasta que se levantó y luego recupero las flechas.
Y allí estaban, mirando a un túnel oscuro sin saber cómo continuar. O si hacerlo. Bueno, ella tenía claro que iban a seguir. Solo estaba ganando tiempo para curar un poco a su porta antorchas. –Si oímos el ruido desde aquí, no creo que nos hayan oído. Aunque no creo que tarden en darse cuenta de que falta.- Y avanzó, derrapando con cuidado hasta la parte de abajo, fuera del alcance de la antorcha. No se la habían comido ni de camino ni al final, lo que era bueno, y la sala en la que desembocaba eso estaba algo iluminada. Lo que también era bueno.
Unas antorchas muy, muy al final de la enorme cámara dejaban entrever lo que solo podía calificarse de una chabola, algunos pedazos de madera juntados de mala medida con telas para tapar los obvios agujeros. Más rápido que picar la piedra seguramente, y más práctico si uno quería dormir en una cama de madera igualmente y tenía un homúnculo para cargar el peso. Los bordes de las antorchas dejaban ver agujeros en el suelo, de donde, ella suponía, procedía el ruido. Chasquidos, crujidos, y algún chillidito. Nada bueno estaba pasando allí abajo, algún tipo de pelea entre ciempiés si tenía que adivinar.
Tenía un plan. Apagar la antorcha, avanzar con cuidado sin caerse en uno de esos pozos, mirar sutilmente si había alguien allí dentro y si resultaba que si… pues se la tiraban encima.
Es decir, claramente, pasara lo que pasara allí exactamente, parecía que en un futuro habría más ciempiés de esos enormes, si no los había ya. Así que la opción lógica era enterrar… lo que fuera que se usaba para hacerlos y luego prenderle fuego con una antorcha. De los bichos ya se encargarían una vez estuviera segura de que no aparecerían más.
Es decir, iba a hacerlo igual, pero eso añadía cierta… urgencia al asunto. Así que empezó a lanzar flechas. Si un problema no se solucionaba con flechas, era que uno había usado pocas. Primero las piernas, para que no se moviera, y luego en la dirección general, con la esperanza de darle a algo importante, puesto que no podía esperar que algo tan… hibrido, compartiera la misma fisiología que un humano estándar. Finalmente, tras una alarmante cantidad de flechas, el bicho estaba muerto, y Anders… no lucia muy bien tampoco. La elfa se sentó a su lado, añadiendo un poco de su curación hasta que se levantó y luego recupero las flechas.
Y allí estaban, mirando a un túnel oscuro sin saber cómo continuar. O si hacerlo. Bueno, ella tenía claro que iban a seguir. Solo estaba ganando tiempo para curar un poco a su porta antorchas. –Si oímos el ruido desde aquí, no creo que nos hayan oído. Aunque no creo que tarden en darse cuenta de que falta.- Y avanzó, derrapando con cuidado hasta la parte de abajo, fuera del alcance de la antorcha. No se la habían comido ni de camino ni al final, lo que era bueno, y la sala en la que desembocaba eso estaba algo iluminada. Lo que también era bueno.
Unas antorchas muy, muy al final de la enorme cámara dejaban entrever lo que solo podía calificarse de una chabola, algunos pedazos de madera juntados de mala medida con telas para tapar los obvios agujeros. Más rápido que picar la piedra seguramente, y más práctico si uno quería dormir en una cama de madera igualmente y tenía un homúnculo para cargar el peso. Los bordes de las antorchas dejaban ver agujeros en el suelo, de donde, ella suponía, procedía el ruido. Chasquidos, crujidos, y algún chillidito. Nada bueno estaba pasando allí abajo, algún tipo de pelea entre ciempiés si tenía que adivinar.
Tenía un plan. Apagar la antorcha, avanzar con cuidado sin caerse en uno de esos pozos, mirar sutilmente si había alguien allí dentro y si resultaba que si… pues se la tiraban encima.
Es decir, claramente, pasara lo que pasara allí exactamente, parecía que en un futuro habría más ciempiés de esos enormes, si no los había ya. Así que la opción lógica era enterrar… lo que fuera que se usaba para hacerlos y luego prenderle fuego con una antorcha. De los bichos ya se encargarían una vez estuviera segura de que no aparecerían más.
Valyria
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Re: Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
Pegué el golem a la antorcha, haciendo una barrera alrededor de la llama, pero no por completo. Tan sólo era para asegurarme de que cuando fue mi turno de tomar el resbaladizo el aire no me empujase la llama a la cara, no quería terminar como aquel ser, después de todo.
Al caer alcé un poco ambas cejas al notar el lugar donde habíamos parado. «¿Qué tan bajo tierra estamos…?» me cruzó por la mente, mientras veía el lugar. Resultaba puro, al menos en comparación al resto de la gruta, no se me escapó que hubiese una total falta de agua en esta área en específico, mientras que en el resto de los túneles en alguno había más y en alguno menos.
También resultaba un poco obvio que había sido trabajado, algo que originalmente no estaba allí. Como tampoco lo estaba aquella casa al final del mismo. «Entonces lo del ermitaño es cierto…»
Mantuve la idea conmigo sólo unos segundos, ¿sería ese el lugar donde había vivido todo ese tiempo? Y en un sitio tan retirado. Entraba en la idea de uno, pero me parecía algo exagerado, ocultarse tan lejos, y tan debajo de todos. Sin contacto con nada y nadie.
Me adelanté unos pocos pasos, yendo de cabeza hacia el final de la cámara. Fueron pocos pasos porque la mujer me detuvo y me hizo saber su plan. Refuté que hubiese alguien, es decir, lo razonable era que fuese el hogar del viejo ermitaño, si estaba desde cuando Tomasita era una mujer joven, no había forma de que estuviese vivo.
—Pero sí —suspiré—, igual será bueno apagar la antorcha, si hay más insectos puede alarmarse por la lu…
Abrí la boca un poco viéndole la cara a la rubia y vi de nuevo al final de la cámara. Las antorchas. Fruncí el ceño, viendo la vida que quedaba en las llamas. No podían tener demasiado tiempo encendidas, y aún si lo tuvieran, no podían ser años.
Había alguien.
Y sabía que estábamos allí.
—…Debe estarnos esperando —me agaché, viendo la ubicación de los pozos mientras colocaba la antorcha abajo y la aplastaba con el golem para apagar la llama y poder ocultarnos en la oscuridad, al menos que no fuésemos un blanco fácil—. No quiero presionarte puede que sólo haya chance para un tiro —añadí murmurando, viéndola con una media sonrisa que bordaba en nerviosa por saber que si iba al frente me tocaba a mí lo que pudiese esperarnos.
Deje de sonreír cuando recordé que seguramente ya no podría ni verme la cara.
Avance lentamente, con un único sonido indicándome que Valyria me seguía: el de un arco tensado. Puse el golem sobre mi cuerpo cubriendo a lo que la masa alcanzaba, el pecho, poco más debajo de la cintura, parte de los brazos y medio rostro, dejando un ojo al descubierto para poder ver, claro.
El izquierdo, porque si me iban a sacar uno tenía que ser mi menos favorito.
Sorteamos los pozos en el camino y eventualmente la luz de las antorchas del final ya alcanzaban a revelarnos un poco. Si bien era una cámara grande, se había sentido ridículamente lento el camino, gracias al paso lento y desconfiado que habíamos adoptado. Las telas no permitían ver dentro, no se veía movimiento de nada. La única diferencia en nuestra posición actual y la que teníamos antes, fuera de la cercanía, era la mayor claridad del ruido proveniente de los pozos.
Ya frente a la tienda era como aceptar que algo tenía que pasarme. No podía ser de otra manera.
«Oh, bueno».
Cargué dentro de la tienda, intentando cubrir lo descubierto con mis brazos.
«¡…!»
—Está vacío —musité en un tono seco, cargado con tan poca impresión como la que yo tenía al ver el lugar.
Bueno, decir vacío era una exageración. Tenía cosas, y cosas. Cosas como telas cubriendo todo el suelo, junto a una serie más apiladas en un lugar para hacerse pasar por cama, una mesita dañada, lo que la mujer había deducido correctamente antes—pienso—, pedazos de frutas podridas, frascos rotos, frascos con líquidos, una enorme olla que parecía tener un líquido adentro, aunque muy, muy poco, lo que parecían lo desechos de un animal, aunque eso no iba a molestarme en comprobarlo, y una antorcha, como fuente de luz en el medio, y ropa rota, todo acompañado de libros regados y tirados por doquier, con páginas rotas o arrancadas que igual estaban dispersas por el lugar.
Luego estaban las cosas. Partes de animales, animales que se esperarían de alrededor del poblado. No estaban separadas, y eso es lo que era asqueroso, estaban cosidas entre sí, haciendo imágenes de bichos que acostumbraba más a escuchar de algunos pueblerinos que habían visto no sé qué cual bicho de noche. De noche todo el mundo veía cosas, muy pocas ciertas.
En poca luz la mujer y yo estábamos viendo eso.
Caminé por el lugar explorándolo por encima, revisando los libros y demás cosas, algunos tenían días marcados, otros parecían cuentos, alguno decía algo de ritual…
Tirado al final del lugar contra una pared había un cuerpo humanoide, similar al que habíamos enfrentado; pero pequeño. Era como un infante, quizá una niña pequeña por algo de pelo que pasaba de sus hombros, si bien parecía estar presentando un caso severo de calvicie.
Observando el pequeño cuerpo fue que noté que le faltaba una mano, nada malo excepto por la sangre que destilaba, formando un pequeñito charco debajo. Alce las cejas, corriendo los ojos por la sangre al notar que fuera del charco habían gotas, moviéndose a un lado, pasando por una esquina, y luego zigzagueaban hacia el centro, desapareciendo cuando apuntaban hacia…
—Oh vam-
El suelo cedió en un círculo en un instante con un crack, desbalanceándome. Estiré la mano hacia Valyria para sostener la suya e intentar saltar fuera del espacio que estaba a punto de caer, pero se quebró todavía más allá, y empecé a irremediablemente hundirme con el suelo. Generé una cuchilla del golem por debajo de la tira del bolso, cortándola para poder arrancármelo rápidamente y lanzarlo hacia Valyria.
La caída no fue lo más terrible del mundo, unos tres o cuatro metros suavizados por el golem. No es que hubiese sido placentera, pero no tendría chance a quejarme o siquiera observar mi alrededor, parecía haberme caído por el centro de una escalera caracol y había parado una plataforma.
Que después de tenerme unos segundos encima, con otros fragmentos más, empezó a quebrarse también.
—¡Val! —grité sin siquiera poder ver arriba, viendo mis manos deslizarse del suelo con media escalera cayéndose abajo. Quede colgando de un pedazo, agarrado a duras penas tras pegar el golem a lo que quedo del suelo para yo agarrarme del golem—. ¡Rápido! ¡La cuer…!
Antes de poder de terminar decirle, un “¡jijiji!” amplificado por el mismo lugar me cortó entre-frase. Al bajar la mirada de donde colgaba en búsqueda de su origen, vi varios pedazos de escalera caer al lado de una especie de pirámide conformada por varios pilares de roca entrecruzados, rodeada de múltiples antorchas sobre palos de madera, varias de las cuales fueron aplastados por los fragmentos caídos. La pirámide en sí estaba en una sala circular, con más antorchas pegadas a lo largo de sus paredes, iluminando otras partes de escalera con pedazos que ya se habían caído y otros que se mantenían, sostenidos por los pilares de abajo. Además de ello, había un largo dibujo que no parecía terminar y enseñaba un enorme ciempiés que le daba vuelta a toda la sala por sus paredes, terminando mirando su inicio… pero con una cabeza humana.
«Que diab-»
El suelo del que se sostenía el golem empezó a quebrar también. Ante la inminente caída de unos buenos diez metros o cerca sobre una pirámide rara suavicé el golem y lancé un “latigazo” a uno de los pedazos de escalera que se mantenía a tres metros de distancia. Se logró pegar del borde, pero por mi peso y el estado plástico que guardaba indistintamente me balanceó hacia la pared de la sala. Recibí el impacto con pies y un brazo, con los que intenté generar fricción en el descenso al pedazo de escalera que yacía abajo.
Finalmente parecía estar en “suelo estable”. Me lleve la mano al brazo para verme las raspaduras provocadas por la pared, increíble que me preocupase de eso con la mierda de situación en la que estaba, pero no es que hubiese tenido tiempo a procesar algo.
La misma risilla se repitió, entonada en un tono más… condescendiente, molesto. Si antes hubiese sido nacida de un chiste, esta vez había sido nacida de que alguien arruinó la broma.
Viendo abajo pude localizar la fuente de las molestas risas, un anciano con una joroba que humillaba a toda otra que hubiese visto jamás, tan flaco que guardaba una apariencia esquelética que de no ser por su pálida y cicatrizada piel, podría haber pasado por un no-muerto. Su cara apenas era discernible, cubierta por una barba y cabellos más salvajes que un bosque animado por un el elfo líder de algún clan en Sandorai.
Por si no fuese suficiente, estaba desnudo. Gracias al cielo estaba igual de peludo allí abajo, no estaba interesado en ver absolutamente más nada en el resto del maldito día.
—¡Ajiji! ¡Ajiji! ¡Aji… —empezó a toser sangre, ahogado por su risa—. ¡Aji! ¡Aji! ¡Aji! —danzó, de una manera que no debería danzar nadie con esa constitución. Y si era ese ermitaño, edad—. ¡ᛏᚺᛖ ᚷᛟᛞ ᛟᚠ ᛏᛖᚾ ᛏᚺᛟᚢᛋᚨᚾᛞ ᚠᛖᛖᛏ ᛁᛋ ᚺᛖᚱᛖ, ᚨᚾᛞ ᚺᛁᛋ ᛒᛟᛞᚤ ᛁᛋ ᛏᛟ ᛒᛖ ᛗᛁᚾᛖ!
—¡¡ᚾᛟᛏ ᚤᛟᚢᚱᛋ!!
—¡¡¡ᚷᛖᛏ ᛟᚢᛏ!!!
Estaba hablando... ¿Rúnico? ¿Era un arcanista? «Di.. Diez… ¿Cuerpo? ¿Mil? ¿Pasos…?». No daba, no tenía suficiente conocimiento de runas para traducir ni un cuarto de lo que había dicho.
El anciano alzó una pierna y aplastó el pie contra el suelo, instante en que los pilares de roca se doblaron, como si se empujasen a sí mismos, y cayeron entre los espacios que había entre las antorchas, revelando lo que parecía un enorme caldero de metal, donde yacía el cuerpo de múltiples ciempiés gigantes, y un líquido verdoso y extraño. Por varios segundos no hubo movimiento, el anciano aplaudió, y abrió los brazos lentamente, temblando con dificultad. A medida que los abría el caldero se forzaba, abriéndose una grieta. Al tener sus brazos totalmente abiertos, se terminó de abrir de par en par y el líquido se derramo hacia él, bañándolo completamente.
Un maldito tensai.
El hombre se tiró al suelo de rodillas y empezó a arrastrarlas avanzando adelante, mientras entonaba algo, casi en éxtasis, que no llegaba ni cerca a terminar de entender.
Repentinamente, le faltaba medio cuerpo. La otra mitad estaba entre las fauces de un ciempiés que había salido de entre los otros en lo que restaba de la especie de caldero. Era más pequeño que el que había visto antes con Valyria en el pueblo, pero aún así, como hizo con el cuerpo del anciano, se podía tragar medio cuerpo en un instante. Al instante de hacerlo, pasaron unos segundos y creció un poquito. Cuando la otra mitad sin vida cayó al suelo, también lo tuvo de bocado, creciendo un poco más, entonces se dirigió hacia los cuerpos muertos de varios ciempiés más en el centro.
—…Mierda.
Al caer alcé un poco ambas cejas al notar el lugar donde habíamos parado. «¿Qué tan bajo tierra estamos…?» me cruzó por la mente, mientras veía el lugar. Resultaba puro, al menos en comparación al resto de la gruta, no se me escapó que hubiese una total falta de agua en esta área en específico, mientras que en el resto de los túneles en alguno había más y en alguno menos.
También resultaba un poco obvio que había sido trabajado, algo que originalmente no estaba allí. Como tampoco lo estaba aquella casa al final del mismo. «Entonces lo del ermitaño es cierto…»
Mantuve la idea conmigo sólo unos segundos, ¿sería ese el lugar donde había vivido todo ese tiempo? Y en un sitio tan retirado. Entraba en la idea de uno, pero me parecía algo exagerado, ocultarse tan lejos, y tan debajo de todos. Sin contacto con nada y nadie.
Me adelanté unos pocos pasos, yendo de cabeza hacia el final de la cámara. Fueron pocos pasos porque la mujer me detuvo y me hizo saber su plan. Refuté que hubiese alguien, es decir, lo razonable era que fuese el hogar del viejo ermitaño, si estaba desde cuando Tomasita era una mujer joven, no había forma de que estuviese vivo.
—Pero sí —suspiré—, igual será bueno apagar la antorcha, si hay más insectos puede alarmarse por la lu…
Abrí la boca un poco viéndole la cara a la rubia y vi de nuevo al final de la cámara. Las antorchas. Fruncí el ceño, viendo la vida que quedaba en las llamas. No podían tener demasiado tiempo encendidas, y aún si lo tuvieran, no podían ser años.
Había alguien.
Y sabía que estábamos allí.
—…Debe estarnos esperando —me agaché, viendo la ubicación de los pozos mientras colocaba la antorcha abajo y la aplastaba con el golem para apagar la llama y poder ocultarnos en la oscuridad, al menos que no fuésemos un blanco fácil—. No quiero presionarte puede que sólo haya chance para un tiro —añadí murmurando, viéndola con una media sonrisa que bordaba en nerviosa por saber que si iba al frente me tocaba a mí lo que pudiese esperarnos.
Deje de sonreír cuando recordé que seguramente ya no podría ni verme la cara.
Avance lentamente, con un único sonido indicándome que Valyria me seguía: el de un arco tensado. Puse el golem sobre mi cuerpo cubriendo a lo que la masa alcanzaba, el pecho, poco más debajo de la cintura, parte de los brazos y medio rostro, dejando un ojo al descubierto para poder ver, claro.
El izquierdo, porque si me iban a sacar uno tenía que ser mi menos favorito.
Sorteamos los pozos en el camino y eventualmente la luz de las antorchas del final ya alcanzaban a revelarnos un poco. Si bien era una cámara grande, se había sentido ridículamente lento el camino, gracias al paso lento y desconfiado que habíamos adoptado. Las telas no permitían ver dentro, no se veía movimiento de nada. La única diferencia en nuestra posición actual y la que teníamos antes, fuera de la cercanía, era la mayor claridad del ruido proveniente de los pozos.
Ya frente a la tienda era como aceptar que algo tenía que pasarme. No podía ser de otra manera.
«Oh, bueno».
Cargué dentro de la tienda, intentando cubrir lo descubierto con mis brazos.
«¡…!»
—Está vacío —musité en un tono seco, cargado con tan poca impresión como la que yo tenía al ver el lugar.
Bueno, decir vacío era una exageración. Tenía cosas, y cosas. Cosas como telas cubriendo todo el suelo, junto a una serie más apiladas en un lugar para hacerse pasar por cama, una mesita dañada, lo que la mujer había deducido correctamente antes—pienso—, pedazos de frutas podridas, frascos rotos, frascos con líquidos, una enorme olla que parecía tener un líquido adentro, aunque muy, muy poco, lo que parecían lo desechos de un animal, aunque eso no iba a molestarme en comprobarlo, y una antorcha, como fuente de luz en el medio, y ropa rota, todo acompañado de libros regados y tirados por doquier, con páginas rotas o arrancadas que igual estaban dispersas por el lugar.
Luego estaban las cosas. Partes de animales, animales que se esperarían de alrededor del poblado. No estaban separadas, y eso es lo que era asqueroso, estaban cosidas entre sí, haciendo imágenes de bichos que acostumbraba más a escuchar de algunos pueblerinos que habían visto no sé qué cual bicho de noche. De noche todo el mundo veía cosas, muy pocas ciertas.
En poca luz la mujer y yo estábamos viendo eso.
Caminé por el lugar explorándolo por encima, revisando los libros y demás cosas, algunos tenían días marcados, otros parecían cuentos, alguno decía algo de ritual…
Tirado al final del lugar contra una pared había un cuerpo humanoide, similar al que habíamos enfrentado; pero pequeño. Era como un infante, quizá una niña pequeña por algo de pelo que pasaba de sus hombros, si bien parecía estar presentando un caso severo de calvicie.
Observando el pequeño cuerpo fue que noté que le faltaba una mano, nada malo excepto por la sangre que destilaba, formando un pequeñito charco debajo. Alce las cejas, corriendo los ojos por la sangre al notar que fuera del charco habían gotas, moviéndose a un lado, pasando por una esquina, y luego zigzagueaban hacia el centro, desapareciendo cuando apuntaban hacia…
—Oh vam-
El suelo cedió en un círculo en un instante con un crack, desbalanceándome. Estiré la mano hacia Valyria para sostener la suya e intentar saltar fuera del espacio que estaba a punto de caer, pero se quebró todavía más allá, y empecé a irremediablemente hundirme con el suelo. Generé una cuchilla del golem por debajo de la tira del bolso, cortándola para poder arrancármelo rápidamente y lanzarlo hacia Valyria.
La caída no fue lo más terrible del mundo, unos tres o cuatro metros suavizados por el golem. No es que hubiese sido placentera, pero no tendría chance a quejarme o siquiera observar mi alrededor, parecía haberme caído por el centro de una escalera caracol y había parado una plataforma.
Que después de tenerme unos segundos encima, con otros fragmentos más, empezó a quebrarse también.
—¡Val! —grité sin siquiera poder ver arriba, viendo mis manos deslizarse del suelo con media escalera cayéndose abajo. Quede colgando de un pedazo, agarrado a duras penas tras pegar el golem a lo que quedo del suelo para yo agarrarme del golem—. ¡Rápido! ¡La cuer…!
Antes de poder de terminar decirle, un “¡jijiji!” amplificado por el mismo lugar me cortó entre-frase. Al bajar la mirada de donde colgaba en búsqueda de su origen, vi varios pedazos de escalera caer al lado de una especie de pirámide conformada por varios pilares de roca entrecruzados, rodeada de múltiples antorchas sobre palos de madera, varias de las cuales fueron aplastados por los fragmentos caídos. La pirámide en sí estaba en una sala circular, con más antorchas pegadas a lo largo de sus paredes, iluminando otras partes de escalera con pedazos que ya se habían caído y otros que se mantenían, sostenidos por los pilares de abajo. Además de ello, había un largo dibujo que no parecía terminar y enseñaba un enorme ciempiés que le daba vuelta a toda la sala por sus paredes, terminando mirando su inicio… pero con una cabeza humana.
«Que diab-»
El suelo del que se sostenía el golem empezó a quebrar también. Ante la inminente caída de unos buenos diez metros o cerca sobre una pirámide rara suavicé el golem y lancé un “latigazo” a uno de los pedazos de escalera que se mantenía a tres metros de distancia. Se logró pegar del borde, pero por mi peso y el estado plástico que guardaba indistintamente me balanceó hacia la pared de la sala. Recibí el impacto con pies y un brazo, con los que intenté generar fricción en el descenso al pedazo de escalera que yacía abajo.
Finalmente parecía estar en “suelo estable”. Me lleve la mano al brazo para verme las raspaduras provocadas por la pared, increíble que me preocupase de eso con la mierda de situación en la que estaba, pero no es que hubiese tenido tiempo a procesar algo.
La misma risilla se repitió, entonada en un tono más… condescendiente, molesto. Si antes hubiese sido nacida de un chiste, esta vez había sido nacida de que alguien arruinó la broma.
Viendo abajo pude localizar la fuente de las molestas risas, un anciano con una joroba que humillaba a toda otra que hubiese visto jamás, tan flaco que guardaba una apariencia esquelética que de no ser por su pálida y cicatrizada piel, podría haber pasado por un no-muerto. Su cara apenas era discernible, cubierta por una barba y cabellos más salvajes que un bosque animado por un el elfo líder de algún clan en Sandorai.
Por si no fuese suficiente, estaba desnudo. Gracias al cielo estaba igual de peludo allí abajo, no estaba interesado en ver absolutamente más nada en el resto del maldito día.
—¡Ajiji! ¡Ajiji! ¡Aji… —empezó a toser sangre, ahogado por su risa—. ¡Aji! ¡Aji! ¡Aji! —danzó, de una manera que no debería danzar nadie con esa constitución. Y si era ese ermitaño, edad—. ¡ᛏᚺᛖ ᚷᛟᛞ ᛟᚠ ᛏᛖᚾ ᛏᚺᛟᚢᛋᚨᚾᛞ ᚠᛖᛖᛏ ᛁᛋ ᚺᛖᚱᛖ, ᚨᚾᛞ ᚺᛁᛋ ᛒᛟᛞᚤ ᛁᛋ ᛏᛟ ᛒᛖ ᛗᛁᚾᛖ!
—¡¡ᚾᛟᛏ ᚤᛟᚢᚱᛋ!!
—¡¡¡ᚷᛖᛏ ᛟᚢᛏ!!!
Estaba hablando... ¿Rúnico? ¿Era un arcanista? «Di.. Diez… ¿Cuerpo? ¿Mil? ¿Pasos…?». No daba, no tenía suficiente conocimiento de runas para traducir ni un cuarto de lo que había dicho.
El anciano alzó una pierna y aplastó el pie contra el suelo, instante en que los pilares de roca se doblaron, como si se empujasen a sí mismos, y cayeron entre los espacios que había entre las antorchas, revelando lo que parecía un enorme caldero de metal, donde yacía el cuerpo de múltiples ciempiés gigantes, y un líquido verdoso y extraño. Por varios segundos no hubo movimiento, el anciano aplaudió, y abrió los brazos lentamente, temblando con dificultad. A medida que los abría el caldero se forzaba, abriéndose una grieta. Al tener sus brazos totalmente abiertos, se terminó de abrir de par en par y el líquido se derramo hacia él, bañándolo completamente.
Un maldito tensai.
El hombre se tiró al suelo de rodillas y empezó a arrastrarlas avanzando adelante, mientras entonaba algo, casi en éxtasis, que no llegaba ni cerca a terminar de entender.
Repentinamente, le faltaba medio cuerpo. La otra mitad estaba entre las fauces de un ciempiés que había salido de entre los otros en lo que restaba de la especie de caldero. Era más pequeño que el que había visto antes con Valyria en el pueblo, pero aún así, como hizo con el cuerpo del anciano, se podía tragar medio cuerpo en un instante. Al instante de hacerlo, pasaron unos segundos y creció un poquito. Cuando la otra mitad sin vida cayó al suelo, también lo tuvo de bocado, creciendo un poco más, entonces se dirigió hacia los cuerpos muertos de varios ciempiés más en el centro.
—…Mierda.
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Añadida segunda complicación. En sí el escenario entero lo es, viendo que no es un lugar fácil del cual salirse, pero subrayar 1/4 del texto quedaba mal.
Anders
Honorable
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Re: Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
Avanzaron poco a poco por la oscuridad, Anders delante con su golem y su hacha, ella detrás, arco en mano. Anders parecía seguro de que eso era una trampa, pero es decir…. Sería un anciano, incluso para los estándares elficos, seguro que no era nada, que el homúnculo había estado actuando automáticamente y todo eso solo sería un mal recuerdo.
Oh, que equivocada estaba.
Anders no se cayó por ninguno de los pozos de ciempiés, cosa que habría sido horrible, no, avanzo como debía, seguramente protegido de la hipotética emboscada, que no ocurrió, al menos en la oscuridad. Finalmente volvieron a estar al alcance de las antorchas y el elfo cargo dentro de la casa a ciegas por lo que ella podía ver.
No le había pasado nada. Ningún megaciempiés, ni trampa. Eso era bueno. –Puede que no haya nadie más y estemos paranoicos.- dijo, mientras seguía a Anders dentro. E inmediatamente comprobó su propia idea, sus ojos expertos yendo a las telas. No eran nuevas, pero tampoco tenían el polvo acumulado que sugeriría años de desuso. ¿Allí dormiría el homúnculo? Podía ser. Luego fue a los libros, a los frascos, a los… pobres animales. No, no creía que un homúnculo pudiera hacer ese tipo de carnicería. Y entonces sus ojos vieron a la niña, más o menos al mismo tiempo que el elfo. Pero este cayó por un agujero que antes no había estado allí, por lo que se olvidó de la niña. Y puf, había acabado con el bolso de Anders en los brazos, porque no había llegado a tiempo de atraparlo. Bueno, no pasaba nada, era una cueva vieja, esas cosas pasaban. Entonces oyó la risa.
-Oh, venga ya.- Algunos días pensaba que haber escogido un gato negro como mascota de taller no era la mejor idea. Otros pensaba que era perfecta para ella, causa y efecto emborronados. En cualquier caso, le dio un vistazo a ese ciempiés humano y supo inmediatamente que quería a Anders fuera de allí, así que sacó la cuerda y el gancho de escalada, los ató y clavó el gancho en el suelo de una buena patada en el suelo. Luego le echo un vistazo al agujero, en el que Anders había caído aún más por algún motivo y le añadió su propio tramo de cuerda antes de tirárselo.
Oh, y había aparecido un hombre peludo también. Que no entendía. ¿Así era como se sentía la gente cuando hablaba en elfico?
…
Nah, las ganas de atizarle un flechazo eran por los asquerosos bichos, seguro. Y luego usó su magia y quedo claro que era un brujo de tierra. Puede que fuera su instinto elfico hablando entonces. Pero en esa vida, algunos problemas se solucionaban solos. Y luego se complicaban horriblemente porque un viejo era incapaz de no hacer un tétrico ritual que absorbía almas insectiles. O fuerza vital. O lo que fuera. Bueno, era hora de comportarse como una profesional y acabar con el problema.
Un libro en llamas cayó sobre la cabeza de ese bicho, que lo ignoró impasible. La manta no pudo ignorarla, su campo visual súbitamente reducido. Y el caldero en toda la cabeza que siguió aún menos. El bichejo destrozó la tela y alzó la cabeza hacia arriba, enfurecido, y ella, antorcha en mano, le saco la lengua. -¿Qué vas a hacer? Yo estoy aquí arriba, y tu aquí abajo.- Y le tiró una botella de alguna guarrada que había allí. –Aún tengo muchas cosas que tirar.-
Toda una profesional, sin duda.
Oh, que equivocada estaba.
Anders no se cayó por ninguno de los pozos de ciempiés, cosa que habría sido horrible, no, avanzo como debía, seguramente protegido de la hipotética emboscada, que no ocurrió, al menos en la oscuridad. Finalmente volvieron a estar al alcance de las antorchas y el elfo cargo dentro de la casa a ciegas por lo que ella podía ver.
No le había pasado nada. Ningún megaciempiés, ni trampa. Eso era bueno. –Puede que no haya nadie más y estemos paranoicos.- dijo, mientras seguía a Anders dentro. E inmediatamente comprobó su propia idea, sus ojos expertos yendo a las telas. No eran nuevas, pero tampoco tenían el polvo acumulado que sugeriría años de desuso. ¿Allí dormiría el homúnculo? Podía ser. Luego fue a los libros, a los frascos, a los… pobres animales. No, no creía que un homúnculo pudiera hacer ese tipo de carnicería. Y entonces sus ojos vieron a la niña, más o menos al mismo tiempo que el elfo. Pero este cayó por un agujero que antes no había estado allí, por lo que se olvidó de la niña. Y puf, había acabado con el bolso de Anders en los brazos, porque no había llegado a tiempo de atraparlo. Bueno, no pasaba nada, era una cueva vieja, esas cosas pasaban. Entonces oyó la risa.
-Oh, venga ya.- Algunos días pensaba que haber escogido un gato negro como mascota de taller no era la mejor idea. Otros pensaba que era perfecta para ella, causa y efecto emborronados. En cualquier caso, le dio un vistazo a ese ciempiés humano y supo inmediatamente que quería a Anders fuera de allí, así que sacó la cuerda y el gancho de escalada, los ató y clavó el gancho en el suelo de una buena patada en el suelo. Luego le echo un vistazo al agujero, en el que Anders había caído aún más por algún motivo y le añadió su propio tramo de cuerda antes de tirárselo.
Oh, y había aparecido un hombre peludo también. Que no entendía. ¿Así era como se sentía la gente cuando hablaba en elfico?
…
Nah, las ganas de atizarle un flechazo eran por los asquerosos bichos, seguro. Y luego usó su magia y quedo claro que era un brujo de tierra. Puede que fuera su instinto elfico hablando entonces. Pero en esa vida, algunos problemas se solucionaban solos. Y luego se complicaban horriblemente porque un viejo era incapaz de no hacer un tétrico ritual que absorbía almas insectiles. O fuerza vital. O lo que fuera. Bueno, era hora de comportarse como una profesional y acabar con el problema.
Un libro en llamas cayó sobre la cabeza de ese bicho, que lo ignoró impasible. La manta no pudo ignorarla, su campo visual súbitamente reducido. Y el caldero en toda la cabeza que siguió aún menos. El bichejo destrozó la tela y alzó la cabeza hacia arriba, enfurecido, y ella, antorcha en mano, le saco la lengua. -¿Qué vas a hacer? Yo estoy aquí arriba, y tu aquí abajo.- Y le tiró una botella de alguna guarrada que había allí. –Aún tengo muchas cosas que tirar.-
Toda una profesional, sin duda.
Última edición por Valyria el Sáb Dic 28 2019, 23:03, editado 1 vez
Valyria
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Re: Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
Ante la situación de “bajar no es una opción y aunque lo fuera no la tomaría” corrí la vista por el lugar, esperando al primer indicio de ayuda de Valyria. Y allí estaba: la cuerda. A unos poquititos metros de altura. Sólo tenía que subir un piso y tanto, nada que fuese imposible.
El problema allí era el monstruo de abajo dándose el festín de su vida y engordando horizontalmente con ello, aún si lográbamos salir, sería terrible que esa cosa lo hiciera. «Val… ¡Val! Valyria ya mató a uno más grande, tranquilo, seguro está trabajando en ell-»
Abrí los ojos de lado a lado al ver caer un libro en llamas en la cabeza del bicho. Y luego una manta, un caldero; una botella…. Y finalmente lo que seguro le había dolido más, que lo retaran, que lo insultase.
Hubiese creído no poder estar en peor situación de no ser por haberme visto probado erróneo al instante cuando el bicho chilló hacia la rubia, quizá y si llego a entenderla y todo. Al verlo moverse hacia una pared; no sin antes arrancar un buen trozo del cuerpo de otro ciempiés más del caldero, me entraron prisas de circunstancia.
Salí corriendo como un desgraciado de la plataforma de la que estaba corriendo lo máximo que me permitía esa parte de la escalera, habían ciertos huecos y puntos quebrados en el lugar, pero nada que no pudiese evitar.
Los espacios que habían colapsado totalmente y dejado huecos enormes eran otro asunto.
Sabía perfectamente que las piernas no me iban a permitir dar tal salto, repentinamente sentía una envidia maldita de los elfos que andaban el Camino del Impulso, viendo que el mío parecía ser un inminente Camino al Suelo.
—Vamos, vamos, ¡vamos! —comencé a repetirme mientras se me aceleraba el corazón como el paso, avanzando con todo lo que tenía hacia el momento definitivo—. ¡Vamosvamosvamosvamos!
Salté.
Mucho antes de llegar al final, cayendo unos tres escaloncitos más arriba, a un par de donde se terminaba mi camino.
—No mejor no —retrocedí un par de pasos, viendo la distancia que tenía que cubrir, que lucía mucho más grande estando de cerca. Definitivamente no tenía posibilidad de lograrlo, habría sido suicidio.
No es que estar parado no lo fuese, con el ser escalando pared arriba. Vi a los lados casi hiperventilando mientras buscaba alguna salida del lugar. Nada, nada, y esos malditos chasquidos no me permitían pensar.
«¿…Cómo hace ruido con comida en la boc-» por debajo el suelo se quebró, alzándome. Grité con un tono apropiadamente alto, saltando a un lado para evitar quedar entre las pinzas de su boca, quedando colgado de una de sus patas. Esto hacía el tercer animal que montaba sin saberlo montar: aion, upelero, ciempiés gigante.
Un progreso que marcaría como curioso, pero claramente yo no era alguien que supiese sobre monturas.
Por la veloz escalada del ser por la pared no podía sostenerme correctamente de sus patas, haciéndome caer de un metámero a otro, donde se repetía el intento de sostenerme de alguna de ellas antes de resbalar por la simple diferencia de diámetro entre las patas y lo que podía agarrarme con la mano. Para las siguientes dos resbaladas, ya estando unos cinco segmentos por debajo, había aprendido mi lección con eso, una pinza de arcilla.
Lo bueno es que estaba subiendo hacia Valyria.
Lo malo es que estábamos subiendo hacia Valyria.
Abrí la boca listo para gritar y alertar a la mujer de que corriera por su vida, no es que fuese necesario, era más que inteligente como saber eso por sí misma, pero eso no iba a detenerme de recalcar que era una buena idea:
—¡Val, corr-
Comencé a toser ahogado en cuanto me entró algo en la boca, una pequeña roquita que se había desprendido por culpa de las patas del ciempiés avanzando por la pared. Fue un momento iluminatorio.
Metí la otra mano dentro del golem y presione con los pies sobre el cuerpo del ciempiés para poder “pararme”, o al menos para tener un sentido de estabilidad, por falsa que fuera. Rebusqué dentro de la masa, suavizando sólo donde alcanzaba con la mano mientras mantenía la firmeza en todo lo demás. Al dar con ella, saqué la estúpida piedra marcada con una runa que había recordado que tenía.
Sólo necesitaba tragarme otra piedrita para saber qué hacer con el único tiro que tenía.
«Fallarlo» resonó por algún rincón en mi mente. Sonreí nervioso ante la idea y escaneé lo mejor que pude los alrededores, sí, fallarlo parecía ser la única opción entre todo. Las cosas sólo eran más terribles cuando el insecto alcanzaba partes de la escalera y pasaba unos segundos de cabeza. La gravedad era todavía más notoria, la caída lucía peor todavía, el delicado “techo” que recorría el ciempiés colapsaba de a partes por el peso del mismo, el ángulo hacía imposible que Valyria le asaltase con flechas. Y todo eso sería el caso cuando alcanzase lo único que le restaba que lo pusiese de cabeza: el techo, y una vez alcanzado el hueco al nivel del arriba sólo existiría un rango para el insecto y la elfa: rango de pinzazos y a flechas. …Y dejar caer cosas, pero ni que eso fuese a salvarnos.
…O quizá sí. La mujer era una visionaria. Una genio. Una profesional sin duda.
—¡Val! —grité lo más fuerte que pude—. ¡Prepara lo más pesado qué encuentres! ¡A cuenta de tr—hubo un bote del maldito insecto—tres lo empujas! ¡Le despegaré la parte de atrás del techo, caerá por peso propio!
Resoplé por la boca, podían ser los segundos más extremos de mi vida o los últimos.
—¡Uno!
Solté el apéndice que sostenía y me deje caer, preparando el golem entre las manos para producir dos pinzas de nuevo, más alargadas, y morder dos apéndices más con ellas. Pise sobre la espalda del ciempiés y la arcilla se deslizo a mi pecho, formando un cinturón conectado a las pinzas para sostenerme, y, por unos segundos, que la gravedad no fuese quien me esclavizara.
—¡Dos!
Tomé la runa de nuevo, sintiendo como quedaba de cabeza en cuanto esa sección del cuerpo del ciempiés había arribado al techo, empecé a “recoger” una de las pinzas, jalándome levemente hacia ese lado para preparar una mejor posición para mí tiro. Tenía que ser casi al mismo tiempo que el de la elfa o el ciempiés tiempo de aferrarse de nuevo.
—¡TRES!
Deshice una de las pinzas a la vez que me empujaba con los pies, balanceándome como un péndulo por la otra casi llegando a nivel de unos 90 grados. Desde esa posición por unos instantes era posible ver por debajo del cuerpo del ciempiés y allí apunte, lanzando la runa para producir una onda, suficientemente grande y potente para empujar un segmento considerable del cuerpo del ciempiés[1]. Eso, junto a lo que la rubia le había soltado en la cabeza apenas se había asomado, había empujado más de la mitad de los segmentos de su cuerpo abajo.
Algunas patas aún se resistían clavadas sobre el techo, pero ese techo era parte del delicado suelo que se había quebrado y por el que yo había caído.
Crack.
Durante unos segundos me sentí paralizado en el aire evaluando las elecciones que había tomado en mi vida. La segunda peor de ellas entrar en la gruta, y la peor fue olvidarme de que la gravedad volvería.
No paré de ver arriba observando al techo hacerse más lejano mientras esperaba el impacto que iba a arrancarme el alma del cuerpo y matarme. Estaba algo bloqueado e internalizado en la idea como para oír nada de afuera. Algo de última escena… cubrirme el pecho, es decir, igual no iba a sobrevivir la caída.
Abrí más los ojos en cuanto alcancé a ver a la rubia apuntándome y concentré todo el golem en mi pecho por reflejo, abultándolo visiblemente sobre la ropa y cubriendo mi espalda, como una coraza. En instantes tenía una flecha clavada sobre la masa del pecho y recibí un leve impacto en la espalda, pero uno producido por el jalón que dio la cuerda al tensarse conmigo desde la flecha.
Pocos segundos después se escuchó un impacto horrible abajo con un chillido desgarrador, casi doloroso. Estando colgado de la flecha con la cuerda vi hacia abajo levemente, observando al ciempiés hecho pedazos abajo, algunas partes levemente empaladas o cortadas por el impacto contra los bordes de la olla gigante. Por un momento me pareció verme a mí mismo. La imagen bastó para dejarme tan pálido que el único maldito fantasma que nos habríamos encontrado allí era yo.
—…
Al notar un leve jalón de la cuerda me agarré a ella rápidamente, recordando respirar y viendo arriba como la mujer ayudaba a subir. Enrollé las manos alrededor de la cuerda y empecé a escalar. Una vez arriba salté cuidadosamente hacia el trozo de suelo donde estaba la mujer y rápidamente nos alejamos antes de que se desplomase todavía más.
Me lleve una mano al pecho, viendo la cuerda hasta el gancho clavado al suelo. Era la misma que me había lanzado antes, así que tenía que haberla recogido. Quizá cuando se dio cuenta de que muy claramente me había faltado pensar como iba a sobrevivir yo. O más bien cuando se dio cuenta de que me había faltado pensar en su totalidad. Por suerte ahí había alguien inteligente.
—G-Gracias —le di un abrazo y un par de palmadas—, amo tu puntería, de verdad. No tienes idea de cuantos almuerzos voy a comprarte. O… o mejor no, nada de comida, quiero vomitar… así que… cuerdas, sí, cuerdas. Decenas de ellas.
Pestañeé y vi por el hueco, llevándome una mano a la frente.
—Ig... Ignoremos mi espalda… sólo vámonos de aquí rápido —agarré aire, añadiendo—: no quiero ver más nunca una gruta, ni más ciempiés Y sobretodo no quiero que le digamos a nadie, no quiero rondando por ahí el rumor y que luego nos enteremos de que los Jyorn crearon “La Leyenda de Valeria: El ciempiés gigante”.
El problema allí era el monstruo de abajo dándose el festín de su vida y engordando horizontalmente con ello, aún si lográbamos salir, sería terrible que esa cosa lo hiciera. «Val… ¡Val! Valyria ya mató a uno más grande, tranquilo, seguro está trabajando en ell-»
Abrí los ojos de lado a lado al ver caer un libro en llamas en la cabeza del bicho. Y luego una manta, un caldero; una botella…. Y finalmente lo que seguro le había dolido más, que lo retaran, que lo insultase.
Hubiese creído no poder estar en peor situación de no ser por haberme visto probado erróneo al instante cuando el bicho chilló hacia la rubia, quizá y si llego a entenderla y todo. Al verlo moverse hacia una pared; no sin antes arrancar un buen trozo del cuerpo de otro ciempiés más del caldero, me entraron prisas de circunstancia.
Salí corriendo como un desgraciado de la plataforma de la que estaba corriendo lo máximo que me permitía esa parte de la escalera, habían ciertos huecos y puntos quebrados en el lugar, pero nada que no pudiese evitar.
Los espacios que habían colapsado totalmente y dejado huecos enormes eran otro asunto.
Sabía perfectamente que las piernas no me iban a permitir dar tal salto, repentinamente sentía una envidia maldita de los elfos que andaban el Camino del Impulso, viendo que el mío parecía ser un inminente Camino al Suelo.
—Vamos, vamos, ¡vamos! —comencé a repetirme mientras se me aceleraba el corazón como el paso, avanzando con todo lo que tenía hacia el momento definitivo—. ¡Vamosvamosvamosvamos!
Salté.
Mucho antes de llegar al final, cayendo unos tres escaloncitos más arriba, a un par de donde se terminaba mi camino.
—No mejor no —retrocedí un par de pasos, viendo la distancia que tenía que cubrir, que lucía mucho más grande estando de cerca. Definitivamente no tenía posibilidad de lograrlo, habría sido suicidio.
No es que estar parado no lo fuese, con el ser escalando pared arriba. Vi a los lados casi hiperventilando mientras buscaba alguna salida del lugar. Nada, nada, y esos malditos chasquidos no me permitían pensar.
«¿…Cómo hace ruido con comida en la boc-» por debajo el suelo se quebró, alzándome. Grité con un tono apropiadamente alto, saltando a un lado para evitar quedar entre las pinzas de su boca, quedando colgado de una de sus patas. Esto hacía el tercer animal que montaba sin saberlo montar: aion, upelero, ciempiés gigante.
Un progreso que marcaría como curioso, pero claramente yo no era alguien que supiese sobre monturas.
Por la veloz escalada del ser por la pared no podía sostenerme correctamente de sus patas, haciéndome caer de un metámero a otro, donde se repetía el intento de sostenerme de alguna de ellas antes de resbalar por la simple diferencia de diámetro entre las patas y lo que podía agarrarme con la mano. Para las siguientes dos resbaladas, ya estando unos cinco segmentos por debajo, había aprendido mi lección con eso, una pinza de arcilla.
Lo bueno es que estaba subiendo hacia Valyria.
Lo malo es que estábamos subiendo hacia Valyria.
Abrí la boca listo para gritar y alertar a la mujer de que corriera por su vida, no es que fuese necesario, era más que inteligente como saber eso por sí misma, pero eso no iba a detenerme de recalcar que era una buena idea:
—¡Val, corr-
Comencé a toser ahogado en cuanto me entró algo en la boca, una pequeña roquita que se había desprendido por culpa de las patas del ciempiés avanzando por la pared. Fue un momento iluminatorio.
Metí la otra mano dentro del golem y presione con los pies sobre el cuerpo del ciempiés para poder “pararme”, o al menos para tener un sentido de estabilidad, por falsa que fuera. Rebusqué dentro de la masa, suavizando sólo donde alcanzaba con la mano mientras mantenía la firmeza en todo lo demás. Al dar con ella, saqué la estúpida piedra marcada con una runa que había recordado que tenía.
Sólo necesitaba tragarme otra piedrita para saber qué hacer con el único tiro que tenía.
«Fallarlo» resonó por algún rincón en mi mente. Sonreí nervioso ante la idea y escaneé lo mejor que pude los alrededores, sí, fallarlo parecía ser la única opción entre todo. Las cosas sólo eran más terribles cuando el insecto alcanzaba partes de la escalera y pasaba unos segundos de cabeza. La gravedad era todavía más notoria, la caída lucía peor todavía, el delicado “techo” que recorría el ciempiés colapsaba de a partes por el peso del mismo, el ángulo hacía imposible que Valyria le asaltase con flechas. Y todo eso sería el caso cuando alcanzase lo único que le restaba que lo pusiese de cabeza: el techo, y una vez alcanzado el hueco al nivel del arriba sólo existiría un rango para el insecto y la elfa: rango de pinzazos y a flechas. …Y dejar caer cosas, pero ni que eso fuese a salvarnos.
…O quizá sí. La mujer era una visionaria. Una genio. Una profesional sin duda.
—¡Val! —grité lo más fuerte que pude—. ¡Prepara lo más pesado qué encuentres! ¡A cuenta de tr—hubo un bote del maldito insecto—tres lo empujas! ¡Le despegaré la parte de atrás del techo, caerá por peso propio!
Resoplé por la boca, podían ser los segundos más extremos de mi vida o los últimos.
—¡Uno!
Solté el apéndice que sostenía y me deje caer, preparando el golem entre las manos para producir dos pinzas de nuevo, más alargadas, y morder dos apéndices más con ellas. Pise sobre la espalda del ciempiés y la arcilla se deslizo a mi pecho, formando un cinturón conectado a las pinzas para sostenerme, y, por unos segundos, que la gravedad no fuese quien me esclavizara.
—¡Dos!
Tomé la runa de nuevo, sintiendo como quedaba de cabeza en cuanto esa sección del cuerpo del ciempiés había arribado al techo, empecé a “recoger” una de las pinzas, jalándome levemente hacia ese lado para preparar una mejor posición para mí tiro. Tenía que ser casi al mismo tiempo que el de la elfa o el ciempiés tiempo de aferrarse de nuevo.
—¡TRES!
Deshice una de las pinzas a la vez que me empujaba con los pies, balanceándome como un péndulo por la otra casi llegando a nivel de unos 90 grados. Desde esa posición por unos instantes era posible ver por debajo del cuerpo del ciempiés y allí apunte, lanzando la runa para producir una onda, suficientemente grande y potente para empujar un segmento considerable del cuerpo del ciempiés[1]. Eso, junto a lo que la rubia le había soltado en la cabeza apenas se había asomado, había empujado más de la mitad de los segmentos de su cuerpo abajo.
Algunas patas aún se resistían clavadas sobre el techo, pero ese techo era parte del delicado suelo que se había quebrado y por el que yo había caído.
Crack.
Durante unos segundos me sentí paralizado en el aire evaluando las elecciones que había tomado en mi vida. La segunda peor de ellas entrar en la gruta, y la peor fue olvidarme de que la gravedad volvería.
No paré de ver arriba observando al techo hacerse más lejano mientras esperaba el impacto que iba a arrancarme el alma del cuerpo y matarme. Estaba algo bloqueado e internalizado en la idea como para oír nada de afuera. Algo de última escena… cubrirme el pecho, es decir, igual no iba a sobrevivir la caída.
Abrí más los ojos en cuanto alcancé a ver a la rubia apuntándome y concentré todo el golem en mi pecho por reflejo, abultándolo visiblemente sobre la ropa y cubriendo mi espalda, como una coraza. En instantes tenía una flecha clavada sobre la masa del pecho y recibí un leve impacto en la espalda, pero uno producido por el jalón que dio la cuerda al tensarse conmigo desde la flecha.
Pocos segundos después se escuchó un impacto horrible abajo con un chillido desgarrador, casi doloroso. Estando colgado de la flecha con la cuerda vi hacia abajo levemente, observando al ciempiés hecho pedazos abajo, algunas partes levemente empaladas o cortadas por el impacto contra los bordes de la olla gigante. Por un momento me pareció verme a mí mismo. La imagen bastó para dejarme tan pálido que el único maldito fantasma que nos habríamos encontrado allí era yo.
—…
Al notar un leve jalón de la cuerda me agarré a ella rápidamente, recordando respirar y viendo arriba como la mujer ayudaba a subir. Enrollé las manos alrededor de la cuerda y empecé a escalar. Una vez arriba salté cuidadosamente hacia el trozo de suelo donde estaba la mujer y rápidamente nos alejamos antes de que se desplomase todavía más.
Me lleve una mano al pecho, viendo la cuerda hasta el gancho clavado al suelo. Era la misma que me había lanzado antes, así que tenía que haberla recogido. Quizá cuando se dio cuenta de que muy claramente me había faltado pensar como iba a sobrevivir yo. O más bien cuando se dio cuenta de que me había faltado pensar en su totalidad. Por suerte ahí había alguien inteligente.
—G-Gracias —le di un abrazo y un par de palmadas—, amo tu puntería, de verdad. No tienes idea de cuantos almuerzos voy a comprarte. O… o mejor no, nada de comida, quiero vomitar… así que… cuerdas, sí, cuerdas. Decenas de ellas.
Pestañeé y vi por el hueco, llevándome una mano a la frente.
—Ig... Ignoremos mi espalda… sólo vámonos de aquí rápido —agarré aire, añadiendo—: no quiero ver más nunca una gruta, ni más ciempiés Y sobretodo no quiero que le digamos a nadie, no quiero rondando por ahí el rumor y que luego nos enteremos de que los Jyorn crearon “La Leyenda de Valeria: El ciempiés gigante”.
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[1] Uso de Objeto Limitado: Runa de Impulso.
Anders
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Re: Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
La parte 1 de su magnífico plan para que el bichejo dejará de crecer había funcionado a la perfección, notó cuando la cosa gritó y empezó a trepar hacia ella. Ella se limitó a sonreír, mientras su cerebro trabajaba a toda velocidad pensando en la parte 2. La cuerda que le había tirado a Anders estaba allí olvidada, seguramente porque intentar usarla cuando un ciempiés furiosos ascendía hacia ti era tentar a la suerte, pero nada de eso le impidió refunfuñar a la elfa, que no había visto el suelo bajo Anders derrumbarse, pero seguramente se habría quejado igual que ahora, refunfuñando mientras recogía la cuerda. ¿La iba a usar? A saber, pero tener más opciones siempre era bueno cuando una improvisaba.
Toda una profesional. ¿Por dónde iba? Oh, sí, su muerte inminente. Lanzó otro libro en llamas más a su fea cara y se acercó al agujero para mirar cuando le quedaba antes de salir por patas. Y allí estaba el bicho, con su fea cara, y Anders montándolo. Bueno, montar seguramente era una palabra demasiado generosa, a ella le recordaba más a un náufrago agarrándose a una tabla de madera para no morir. Si la tabla de madera tuviera mandíbulas capaces de partir un carro, caballo incluido. Y veneno, posiblemente.
Pero Anders tenía un plan. Eso era bueno. Por supuesto que ella también. Casi. Pero seguiría el suyo. Es decir, ¿qué posibilidades había de hacer que un ciempiés se tragara una flecha a reventar de felinos extradimensionales DOS veces? Mejor innovar que tentar a la suerte.
Para cuando Anders estuvo diciendo dos, ya le había lanzado una estantería encima, que el bicho rompió sin problemas y parecía mirarla como diciendo “¿en serio?” Y entonces se volvió en un “oh mierda” cuando la elfa se abalanzó a toda velocidad y le atizó con un segundo caldero cual mangual en toda la cara a la de tres. Escuchó el boom arcano que ya había aprendido a asociar con Anders y sus piedras raras, pero el ciempiés seguía allí. No pasaba nada, todo controlado. Seguro que era temporal, que su socio se encargaría. Mientras tanto, ella tenía otra tarea.
Es decir, el elfo no era muy bueno con eso de pensar las consecuencias de un plan. Y ella veía perfectamente lo que le pasaría al mítico jinete de ciempiés cuando su montura se estampara contra el suelo. Volvió a meter la cabeza por el agujero, para asegurarse, mientras hacía el nudo a su flecha. Si, estaba derrapando, Anders lo tenía controlado. Salió por patas a poner la cuerda atada a uno de los pilares. Así era como moriría, aplastada por alguien que no sabía hacer una estructura arquitectónica sólida en cuando Anders diera un tirón.
-Muere, tirano, por mí misma mano. Pues la Luz guía mi flecha, purgando todo lo malo.- ¿Era una tontería usar el verso de su obra? Seguramente, si la oía siquiera, pero “cúbrete” o “pecho” no bastaría, una arcilla demasiado dura o angulada haría resbalar la flecha, así que escogió evocar una memoria de otro flechazo con la esperanza de que funcionara. Si acertaba siquiera. Dioses, eso sería humillante.
La flecha silbó por el aire y le dio a ese cabeza de chorlito. Donde debía encima, cosa que era un plus, haberlo clavado a la pared habría sido… peliagudo. Valyria esperó, tanto para asegurarse de que la flecha aguantaba en su sitio el tiempo que tardaría el elfo a coger la cuerda como para estar completamente segura que esa cosa no volvería a subir trepando y tendría que dejar a Anders apañándoselas con la cuerda mientras lanzaba flechas como una loca.
Todo parecía bien, así que le ayudó a subir, poco a poco, no era como si tuviera mucha fuerza, mucho menos para alzar a alguien de su tamaño a pulso por un maldito agujero infernal. Solo quería tumbarse y dormir para siempre, puede que gritar un poco contra la almohada antes para intentar aligerar las pesadillas, pero aceptó las gracias y abrazos de un hombre que se creía muerto y que quería irse de allí lo más rápido posible. Comprensible. –Aún quedan…esos agujeros raros.- Puede, se habían cargado media cueva así con la broma, pero tendrían que asegurarse de que no había más ciempiés, al menos no los más obvios, tenían una cuerda, y un golem, seguro que podían improvisar un mangual y tener cero riesgo.
Porque sus gatos tenían otra tarea. Cogió otro de los tarros en ese cuchitril, uno que contenía, juraría, una sardina seca o algún tipo de pez similar. –Ya sé que os llame ayer y seguramente tenéis vuestras cosas a hacer… - empezó Valyria, y sus adorables monstruitos respondieron con un pulso en su mente, señalando que escuchaban. –Pero realmente quiero a irme a dormir sin que un horrible monstruo se coma el pueblo…- Otro pulso. Comprensión, aceptación… exigencia. Los tenía malcriados aparentemente.
-Guiadme a través de la oscuridad
Jugad, brincad y maullad.-[1]
Fue todo lo que consiguió sacar su frito cerebro. Otro pulso, burla. –Hey, ¡no hay comida que rime con oscuridad, condenados glotones!- respondió indignada, pero la sardina ya estaba brillando, sus pequeños poseyéndola entre risas. Y luego se limitó a tirar el tarro encima del ciempiés y dejar que sus pequeños hicieran sus cosas, con suerte ya estaba muerto o lo rematarían.
Toda una profesional. ¿Por dónde iba? Oh, sí, su muerte inminente. Lanzó otro libro en llamas más a su fea cara y se acercó al agujero para mirar cuando le quedaba antes de salir por patas. Y allí estaba el bicho, con su fea cara, y Anders montándolo. Bueno, montar seguramente era una palabra demasiado generosa, a ella le recordaba más a un náufrago agarrándose a una tabla de madera para no morir. Si la tabla de madera tuviera mandíbulas capaces de partir un carro, caballo incluido. Y veneno, posiblemente.
Pero Anders tenía un plan. Eso era bueno. Por supuesto que ella también. Casi. Pero seguiría el suyo. Es decir, ¿qué posibilidades había de hacer que un ciempiés se tragara una flecha a reventar de felinos extradimensionales DOS veces? Mejor innovar que tentar a la suerte.
Para cuando Anders estuvo diciendo dos, ya le había lanzado una estantería encima, que el bicho rompió sin problemas y parecía mirarla como diciendo “¿en serio?” Y entonces se volvió en un “oh mierda” cuando la elfa se abalanzó a toda velocidad y le atizó con un segundo caldero cual mangual en toda la cara a la de tres. Escuchó el boom arcano que ya había aprendido a asociar con Anders y sus piedras raras, pero el ciempiés seguía allí. No pasaba nada, todo controlado. Seguro que era temporal, que su socio se encargaría. Mientras tanto, ella tenía otra tarea.
Es decir, el elfo no era muy bueno con eso de pensar las consecuencias de un plan. Y ella veía perfectamente lo que le pasaría al mítico jinete de ciempiés cuando su montura se estampara contra el suelo. Volvió a meter la cabeza por el agujero, para asegurarse, mientras hacía el nudo a su flecha. Si, estaba derrapando, Anders lo tenía controlado. Salió por patas a poner la cuerda atada a uno de los pilares. Así era como moriría, aplastada por alguien que no sabía hacer una estructura arquitectónica sólida en cuando Anders diera un tirón.
-Muere, tirano, por mí misma mano. Pues la Luz guía mi flecha, purgando todo lo malo.- ¿Era una tontería usar el verso de su obra? Seguramente, si la oía siquiera, pero “cúbrete” o “pecho” no bastaría, una arcilla demasiado dura o angulada haría resbalar la flecha, así que escogió evocar una memoria de otro flechazo con la esperanza de que funcionara. Si acertaba siquiera. Dioses, eso sería humillante.
La flecha silbó por el aire y le dio a ese cabeza de chorlito. Donde debía encima, cosa que era un plus, haberlo clavado a la pared habría sido… peliagudo. Valyria esperó, tanto para asegurarse de que la flecha aguantaba en su sitio el tiempo que tardaría el elfo a coger la cuerda como para estar completamente segura que esa cosa no volvería a subir trepando y tendría que dejar a Anders apañándoselas con la cuerda mientras lanzaba flechas como una loca.
Todo parecía bien, así que le ayudó a subir, poco a poco, no era como si tuviera mucha fuerza, mucho menos para alzar a alguien de su tamaño a pulso por un maldito agujero infernal. Solo quería tumbarse y dormir para siempre, puede que gritar un poco contra la almohada antes para intentar aligerar las pesadillas, pero aceptó las gracias y abrazos de un hombre que se creía muerto y que quería irse de allí lo más rápido posible. Comprensible. –Aún quedan…esos agujeros raros.- Puede, se habían cargado media cueva así con la broma, pero tendrían que asegurarse de que no había más ciempiés, al menos no los más obvios, tenían una cuerda, y un golem, seguro que podían improvisar un mangual y tener cero riesgo.
Porque sus gatos tenían otra tarea. Cogió otro de los tarros en ese cuchitril, uno que contenía, juraría, una sardina seca o algún tipo de pez similar. –Ya sé que os llame ayer y seguramente tenéis vuestras cosas a hacer… - empezó Valyria, y sus adorables monstruitos respondieron con un pulso en su mente, señalando que escuchaban. –Pero realmente quiero a irme a dormir sin que un horrible monstruo se coma el pueblo…- Otro pulso. Comprensión, aceptación… exigencia. Los tenía malcriados aparentemente.
-Guiadme a través de la oscuridad
Jugad, brincad y maullad.-[1]
Fue todo lo que consiguió sacar su frito cerebro. Otro pulso, burla. –Hey, ¡no hay comida que rime con oscuridad, condenados glotones!- respondió indignada, pero la sardina ya estaba brillando, sus pequeños poseyéndola entre risas. Y luego se limitó a tirar el tarro encima del ciempiés y dejar que sus pequeños hicieran sus cosas, con suerte ya estaba muerto o lo rematarían.
- [1]:
- Uso habilidad: Fluffy guardians (Mantenida): Pequeñas y adorables criaturas flotantes rodean a una persona, zona u objeto que Valyria designe, en un área de hasta cinco metros. Los seres atacan ferozmente a todo aquel que Valyria considere enemigo, con la suficiente fuerza como para ser considerados armas de Luz.
Última edición por Valyria el Sáb Dic 28 2019, 23:05, editado 1 vez
Valyria
Honorable
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Cantidad de envíos : : 314
Nivel de PJ : : 3
Re: Chasquidos en la oscuridad [Trabajo]
Me lleve la mano a la cara con un suspiro nada más oir la palabra "aún" abandonar la boca de la mujer. Asentí levemente con la cabeza, no molesto o decepcionado, sólo cansado. Ya estábamos aquí, y no parecía haber riesgo de que nada más terrible sucediera por ese día.
O quizá por el resto de la vida.
Con una mano en el pecho sobre el golem alteré su forma, hubieron varios golpes con áreas de distintas dureza y que no terminaban de tomar forma, producto de la ansiedad que tenía encima. Inhale y exhalé pesado para terminar de relajarme y lo volví un simple bastón. Me acerqué a uno de los agujeros que eran parte del camino y lo alcé, antes de voltear distraído hacia Valyria.
—¿Qué dices? —apreté un poco los labios, notando que... no era conmigo, al menos. ¿Tenía qué hablar con lo qué invocaba? Es decir, ¿si quiera hablaban?
Lo parecía. Sólo observé su rima, hasta este punto estaba pensando que estaba entre las líneas “pues a alguien le gustó demasiado el papel de princesa y se le pegó la maña de rimarlo”; pero… parecía… ¿una necesidad? Tener que rimar para invocar… que cosa tan terrible, como si ya manipular éter no era suficiente tarea.
Suspiré tranquilo al verla soltar el tazón con lo que sea que tuviese dentro, ¿el ancla? Para sus seres. Asegurándose de realmente acabar todo, bien. Alcé de nuevo el bastón y empecé a clavarlo tan profundo como podía dentro de los agujeros, expandiendo espinas del mismo una vez adentro para lastimar todo lo que alcanzara, y después girarlo como si estuviera preparando una sopa… puede que estuviera preparando una, de ciempiés.
Tuve que repetir el proceso por cada uno de los agujeros, no sabía cuanto tiempo había perdido en eso; pero nada más terminar ya estaba saliendo por patas con Valyria. O eso habría querido, de no ser porque fue un regreso lento, revisando con mayor cuidado que no hubiesen ciempiés, que no hubiesen huevos de ciempiés, o más bien que simplemente no hubiese nada, porque si estaba en esa gruta no podía ser bueno.
Pasamos—o yo pase, al menos—por el lado del monstruo humano raro ese en alerta, jurando haber visto como se movían unos pocos de sus músculos. Es que todos teníamos momentos en la vida para envidiar a los brujos, lo que daría por poder destrozar la gruta entera y sellarla para siempre, de verdad.
Ya afuera agarramos al upelero y comenzamos a volver a casa, algo lento porque no me sentía en capacidad de ir a toda marcha por los momentos sin hacernos chocar, caerme, o cualquier otro inconveniente similar. Cada tanto volteaba, esperando que simplemente en una de las veces encontraría a la mujer dormida. Yo también quería dormir, pero…
—No, ¡ño! Ñono, no, ‘sque no es así, shushu, shu —apartó Tomasa a un hombre de un caldero, y se puso a agitar ella lo que había dentro; olor a sopa.
Había visto los alrededores levemente nada más entrar, el pueblo parecía estar… ¿decorado? Bueno, parecía un intento. ¿Qué hora era? ¿Cuántas horas habían pasado entre ida, estadía y vuelta?
—¿Y… cómo les fue? —preguntó Simon una vez paramos frente a la taberna.
Le vi la cara en silencio al hombre mientras me bajaba del upelero, volteando a ver a Valyria. ¿Iban a creernos todo el rollo del ciempiés…? No parecía conveniente que lo hicieran, no quería tener que explicarme mucho, y tampoco quería tener que recordar… nada.
—Ah, uh… perdimos el tiempo… si que habían algunos, pero nada de que preocuparse… todos eran más pequeños que el que atacó aquí —sonreí algo forzosamente—. Ahora, ayúdame a cargarla hasta el cuarto, antes de que…
—Mociiitos.
Tuve un tic en el ojo al escuchar la voz de la señora Tomasa. Era tarde, nos había visto. Ahora que llevásemos a la mujer a dormir en su cuarto seguro Tomasa se pondría triste, o en el peor de los casos, se pondría bruta. No parecía haber solución a esto, porque naturalmente al ser aventurero uno tenía soluciones a medias para matar ciempiés gigantes; pero no para evitar herir los sentimientos de una amable ancianita fanática del festejo.
Con lo complacida que se veía la mujer durmiendo sobre el upelero… bueno, pensándolo, no podía culparla. Era mucho más cómodo que las que Simón tenía.
—Ya cashi eshta todo —mascó un poco, haciendo sonidos con su propia saliva—, ¿ya vienen?
—…Sí, claro. Vamos los dos —sonreí, todavía con indicios de cansancio. Por lo menos había forma de evitar sufrimientos.
Entré a buscar una manta en la taberna de Simón y se la tiré encima a la mujer, que durmiese sobre la almohada gigante de plumas que eran esos animales, y lo lleve de la cuerda hacia la fogata sobre la que tenían el caldero, es decir, técnicamente estaría en la fiesta. Quise morir al saber que, como no podría ser de otra forma, la vieja alquimista que era la señora había encontrado como hacer una maldita sopa de ciempiés.
Después del asco inicial, resultó estar bien. Al menos mejor de cualquier cosa que podría esperar de esos bichos luego de todo esto. Todo estaba relativamente tranquilo ahora, fuera de los momentos en que varios empezaron a creerse bardos por culpa del alcohol. La capacidad de dormir de la mujer era encomendable, no se había despertado.
Bueno, mejor así. Mientras no estuviese teniendo pesadillas, y hablando de eso…
—Señora Tom…
La mujer tosió.
—…Abue —negué con la cabeza suavemente—. Al final… ¿cómo está Sven? —pregunté al notar la ausencia de este entre los niños correteando por allí.
—No… —juntó las manos—. Nada.
—…Ya veo.
Al final, habíamos salvado al pueblo, pero no por eso habíamos salvado a todos en el.
O quizá por el resto de la vida.
Con una mano en el pecho sobre el golem alteré su forma, hubieron varios golpes con áreas de distintas dureza y que no terminaban de tomar forma, producto de la ansiedad que tenía encima. Inhale y exhalé pesado para terminar de relajarme y lo volví un simple bastón. Me acerqué a uno de los agujeros que eran parte del camino y lo alcé, antes de voltear distraído hacia Valyria.
—¿Qué dices? —apreté un poco los labios, notando que... no era conmigo, al menos. ¿Tenía qué hablar con lo qué invocaba? Es decir, ¿si quiera hablaban?
Lo parecía. Sólo observé su rima, hasta este punto estaba pensando que estaba entre las líneas “pues a alguien le gustó demasiado el papel de princesa y se le pegó la maña de rimarlo”; pero… parecía… ¿una necesidad? Tener que rimar para invocar… que cosa tan terrible, como si ya manipular éter no era suficiente tarea.
Suspiré tranquilo al verla soltar el tazón con lo que sea que tuviese dentro, ¿el ancla? Para sus seres. Asegurándose de realmente acabar todo, bien. Alcé de nuevo el bastón y empecé a clavarlo tan profundo como podía dentro de los agujeros, expandiendo espinas del mismo una vez adentro para lastimar todo lo que alcanzara, y después girarlo como si estuviera preparando una sopa… puede que estuviera preparando una, de ciempiés.
Tuve que repetir el proceso por cada uno de los agujeros, no sabía cuanto tiempo había perdido en eso; pero nada más terminar ya estaba saliendo por patas con Valyria. O eso habría querido, de no ser porque fue un regreso lento, revisando con mayor cuidado que no hubiesen ciempiés, que no hubiesen huevos de ciempiés, o más bien que simplemente no hubiese nada, porque si estaba en esa gruta no podía ser bueno.
Pasamos—o yo pase, al menos—por el lado del monstruo humano raro ese en alerta, jurando haber visto como se movían unos pocos de sus músculos. Es que todos teníamos momentos en la vida para envidiar a los brujos, lo que daría por poder destrozar la gruta entera y sellarla para siempre, de verdad.
Ya afuera agarramos al upelero y comenzamos a volver a casa, algo lento porque no me sentía en capacidad de ir a toda marcha por los momentos sin hacernos chocar, caerme, o cualquier otro inconveniente similar. Cada tanto volteaba, esperando que simplemente en una de las veces encontraría a la mujer dormida. Yo también quería dormir, pero…
[…]
—No, ¡ño! Ñono, no, ‘sque no es así, shushu, shu —apartó Tomasa a un hombre de un caldero, y se puso a agitar ella lo que había dentro; olor a sopa.
Había visto los alrededores levemente nada más entrar, el pueblo parecía estar… ¿decorado? Bueno, parecía un intento. ¿Qué hora era? ¿Cuántas horas habían pasado entre ida, estadía y vuelta?
—¿Y… cómo les fue? —preguntó Simon una vez paramos frente a la taberna.
Le vi la cara en silencio al hombre mientras me bajaba del upelero, volteando a ver a Valyria. ¿Iban a creernos todo el rollo del ciempiés…? No parecía conveniente que lo hicieran, no quería tener que explicarme mucho, y tampoco quería tener que recordar… nada.
—Ah, uh… perdimos el tiempo… si que habían algunos, pero nada de que preocuparse… todos eran más pequeños que el que atacó aquí —sonreí algo forzosamente—. Ahora, ayúdame a cargarla hasta el cuarto, antes de que…
—Mociiitos.
Tuve un tic en el ojo al escuchar la voz de la señora Tomasa. Era tarde, nos había visto. Ahora que llevásemos a la mujer a dormir en su cuarto seguro Tomasa se pondría triste, o en el peor de los casos, se pondría bruta. No parecía haber solución a esto, porque naturalmente al ser aventurero uno tenía soluciones a medias para matar ciempiés gigantes; pero no para evitar herir los sentimientos de una amable ancianita fanática del festejo.
Con lo complacida que se veía la mujer durmiendo sobre el upelero… bueno, pensándolo, no podía culparla. Era mucho más cómodo que las que Simón tenía.
—Ya cashi eshta todo —mascó un poco, haciendo sonidos con su propia saliva—, ¿ya vienen?
—…Sí, claro. Vamos los dos —sonreí, todavía con indicios de cansancio. Por lo menos había forma de evitar sufrimientos.
Entré a buscar una manta en la taberna de Simón y se la tiré encima a la mujer, que durmiese sobre la almohada gigante de plumas que eran esos animales, y lo lleve de la cuerda hacia la fogata sobre la que tenían el caldero, es decir, técnicamente estaría en la fiesta. Quise morir al saber que, como no podría ser de otra forma, la vieja alquimista que era la señora había encontrado como hacer una maldita sopa de ciempiés.
Después del asco inicial, resultó estar bien. Al menos mejor de cualquier cosa que podría esperar de esos bichos luego de todo esto. Todo estaba relativamente tranquilo ahora, fuera de los momentos en que varios empezaron a creerse bardos por culpa del alcohol. La capacidad de dormir de la mujer era encomendable, no se había despertado.
Bueno, mejor así. Mientras no estuviese teniendo pesadillas, y hablando de eso…
—Señora Tom…
La mujer tosió.
—…Abue —negué con la cabeza suavemente—. Al final… ¿cómo está Sven? —pregunté al notar la ausencia de este entre los niños correteando por allí.
—No… —juntó las manos—. Nada.
—…Ya veo.
Al final, habíamos salvado al pueblo, pero no por eso habíamos salvado a todos en el.
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