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La Procesión de los Skógargandr [Evento Samhain (Halloween)] - Página 3 Empty Re: La Procesión de los Skógargandr [Evento Samhain (Halloween)]

Mensaje  Alward Sevna Hoy a las 17:53

Alward se cruzó de brazos, su capa revoloteando a su alrededor como un manto de sombras. Observaba la luz que emanaba de esa siniestra runa, que centelleaba débilmente, incapaz de disipar el manto de oscuridad que parecía emanar no solo de la naturaleza, sino de algo más profundo… algo que resonaba en los huesos.

Entonces, un nombre lo sacó de su ensimismamiento.

"Eltrant Tale".

El nombre reverberó en su mente como un eco lejano, un sonido atrapado entre los pliegues de la memoria, resonando y disolviéndose antes de poder asirse con claridad. Ese nombre era como una niebla envolvente que rozaba los bordes de algo conocido, aunque escurridizo. Un déjà vu perturbador, de esos que erizan la piel y te dejan mirando al vacío como si en algún rincón del mismo pudieses encontrar una respuesta.

El pequeño lapso de distracción le hizo olvidar algo fundamental: presentarse. Claro, había sido una costumbre, un hábito arraigado durante años, pero ahora, en esta vida de huidas y secretos, nombres y pasados eran cosas mejor guardadas. Incluso en una aldea perdida como esta, donde las deidades parecían haber dado la espalda hacía tiempo. A veces, las identidades eran lo único que se tenía, y en el caso de ellos, lo único que podían perder.

Entonces, Reike sacó sus lentes y comenzó a examinar la runa inquietante.

Alward, sorprendido, ladeó la cabeza mientras observaba a la mujer con interés creciente. No sabía absolutamente nada de conocimientos arcanos, pero aquella acción, el gesto meticuloso y casi ritual de Reike al analizar las runas, tenía algo que lo fascinaba. Era como observar a un artista en medio de su obra, aunque el arte fuera una disciplina que él nunca comprendería.

Katrina, normalmente más cauta en sus expresiones, también se quedó mirando, casi embelesada, al trabajo de la mujer de ojos ambarinos.

Cuando la arcanista finalizó su tarea, Alward volvió a la realidad del momento presente por completo. Se habían señalado a dos sospechosos de todo lo que ocurría en la aldea: una mujer que hacía runas y un buhonero.

Fue suficiente para que la mente de Alward volviera al engranaje estratégico. Se giró apenas hacia Katrina, sus ojos capturando los de ella en un intercambio silencioso de intenciones. Si había algo oscuro en aquel lugar—y todo indicaba que lo había—, no podían quedarse como simples observadores.

Sin embargo, mientras delineaban su plan, Alward no podía sacarse de la cabeza el nombre que había resonado antes. Eltrant Tale. Era como si algo estuviera latiendo en el trasfondo de su mente, golpeando suavemente pero con insistencia, pidiendo ser recordado. ¿Por qué ahora, precisamente aquí?

Tenían dos lugares sospechosos a los que ir, y Alward y Katrina decidieron preguntar por el buhonero.

La señora Candela indicó que camino debían recorrer para llegar a la casa donde el buhonero se hospedaba.

Alward y Katrina se pusieron en marcha.

La noche parecía devorar todo a su paso. Incluso la débil luz de las antorchas diseminadas por el camino parecía perder su batalla contra la densidad opresiva de la oscuridad que les rodeaba. Avanzaban en silencio, cada uno envuelto en sus propios pensamientos, mientras las sombras danzaban con vida propia más allá del alcance de la tenue iluminación. El aire estaba cargado, como si fuese algo vivo y consciente, vigilándolos.

La sensación de algo acechándolos más allá de la luz se intensificaba con cada paso. Finalmente, incapaz de soportar más la opresión del silencio, Alward rompió el mutismo con un tono bajo, apenas un susurro que parecía flotar en el aire espeso.

-¿Qué ves más allá de la luz, Katrina?

Mientras caminaban, la vampiresa miró fijamente hacia la oscuridad, como si intentara perforarla con su mirada, y luego negó con la cabeza.

-Nada. Pero… me siento observada. Es como si alguien, o algo, estuviera ahí, justo en el borde, esperando.

Alward sintió un escalofrío recorrerle la columna. No era hombre fácil de impresionar, pero había algo en esas palabras, dicho con esa calma que rozaba la resignación, que le puso la piel de gallina. Se removió incómodo, cerrando las manos en puños por instinto. Las sombras parecían moverse, pero eso era imposible… ¿verdad?

Katrina, consciente del efecto que sus palabras habían tenido, arqueó una ceja y dibujó una ligera sonrisa, intentando amenizar el ambiente.

-¿Qué pasa, Alward? ¿Tienes miedo?-preguntó con tono juguetón, casi burlón.

El orgullo de Alward le dolió ante la pregunta. Frunció el ceño y le lanzó una mirada que intentaba ser seria, pero no ocultaba del todo su incomodidad.

-¿Quién no tendría miedo a solas en un lugar como este?-replicó, intentando sonar pragmático.

Katrina soltó una leve risa, que se esparció sin querer en las mentes más allá de Alward que pudieran estar escuchando; un sonido bajo y seco que rompió por un instante la opresión de la atmósfera.

-No estás solo.-respondió, con un tono que bordeaba entre la broma y la tranquilidad, de nuevo proyectando su voz mágica únicamente a Alward.

Alward la miró de reojo y asintió, volviendo la vista al camino.

-Y menos mal...-murmuró, como si lo dijera para sí mismo, aunque Katrina lo escuchó perfectamente.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, llegaron a la casa señalada. Era pequeña, modesta, con las ventanas cerradas y una puerta de madera que parecía que podía ceder al menor golpe. La luz en el interior era tenue, apenas un resplandor cálido que se filtraba por las rendijas. Alward intercambió una mirada rápida con Katrina, quien simplemente asintió. Se adelantó y golpeó la puerta con los nudillos, tres veces, el sonido seco resonando más fuerte de lo que esperaba en el silencio absoluto que los envolvía.

Por unos segundos, no hubo respuesta. Luego, unos pasos pesados y lentos se acercaron al otro lado. La puerta se abrió con un leve crujido, revelando a una mujer de mediana edad. Su rostro estaba marcado por arrugas profundas, no tanto de edad, sino de una vida dura. Llevaba un delantal gastado y los observó con una mezcla de curiosidad y cautela. Sus ojos, oscuros como la noche misma, se detuvieron un poco más en Katrina, pero no dijo nada.

-¿Qué quieren?-preguntó la mujer finalmente, su tono neutro pero su postura tensa, como si estuviera preparada para cerrar la puerta en cualquier momento.

Alward dio un paso adelante, inclinando ligeramente la cabeza en un gesto educado pero manteniendo su aire reservado.

-Buscamos al buhonero que se hospeda aquí. Nos dijeron que podríamos encontrarlo.

La mujer frunció el ceño, mirando a ambos con desconfianza, pero no respondió de inmediato. El silencio que siguió se hizo denso, como si la atmósfera cargada del exterior se hubiera colado en el umbral de la casa. Katrina, por su parte, permaneció en silencio, con su mirada fija en la mujer, esperando su respuesta.

___________________________________________________

OFF;
Decido ir en busca del buhonero. Si Reike o Eltrant se inclinan por acompañarme, serán participes de toda la escena. Y sí, oirán a Alward hablar solo y también la risilla que Katrina suelta sin querer en las mentes más allá de la de Alward que haya cerca.
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La Procesión de los Skógargandr [Evento Samhain (Halloween)] - Página 3 Empty Re: La Procesión de los Skógargandr [Evento Samhain (Halloween)]

Mensaje  Rauko Hoy a las 18:05

 En momentos como aquel, cualquiera pensaría que no había salvación posible. Se podría rezar a los dioses, a los demonios o al universo mismo, impulsado por la desesperación y el terror a la muerte, pero incluso eso estaría envenenado con la racional duda sobre la posibilidad de que realmente alguien o algo escuchara. Yo, de hecho, apenas podía pensar en algo.

 Estaba atrapado en una situación en la que difícilmente la salvación caería del cielo.

 Pero eso pasó, literalmente.

 Un dragón descendió del cielo, nos tomó a Vertman y a mí y nos transportó a otro lugar, lejos de la desafortunada Nevada a la que, además, golpeó con un contundente soplido, dejando así el asunto en el aire.

 Lo que sucedió luego apenas lo pude registrar en mi memoria. Destellos difusos crean una amalgama de reminiscencias, una pintura abstracta de un evento extraño. O sea, no sé exactamente qué pasó, pero dicho de forma elegante.

 Lo siguiente fue una cadena de emociones y sentimientos surgiendo, muriendo, evolucionando y mezclándose. El mundo dejó de ser algo relevante para mis sentidos. El vacío voraz en mi interior, en mi alma, en mi mente o en cualquiera que fuese lo que había inmaterial dentro de mí, crecía, rugía, pugnaba por desatarse y saciarse, sofocando cualquier otro pensamiento.

 Entonces una suave cacofonía de voces ininteligibles llegó hasta mí. Y los cantantes, innumerables vidas perdidas, se acercaban, atraídos hacia el agujero negro en el fondo de mi ser, su presencia avivando mi hambre.

 Un demonio latente, el vacío espiritual, rompió el huevo etéreo que lo restringía y nació en mi consciencia, rugiendo y enseñando sus colmillos negros mientras portaba una corona de oscuridad. Este soberano, insaciable, ordenaba el sacrificio de las almas, y estas acudían mostrando el cuello, ofreciéndose en lamentos.

 Mi consciencia apenas podía luchar por el control. Mi cuerpo, limitado por el veneno, solo podía ser movido por una fuerza sobrenatural, por el éter mismo, y este rey vacío tenía el dominio. Mi propia consciencia era su trono.

 ¿Quién era? ¿Era yo? ¿Era algo más?

 Preguntas estúpidas que el soberano pisoteó. El hambre no necesitaba identidad ni presentaciones, solo comer.

 Pero las voces de los condenados rasgaban su trono, a mí, destrozándome y desangrándome mientras el soberano me aplastaba bajo su autoridad.

 Vidas perdidas rogaban piedad, una segunda oportunidad, o ansiaban venganza y… Oh, ni podía enlistar todos sus deseos frustrados, sueños de amor y odio, de prosperidad y envidia, de superación y sabotaje, de honor y humillación…

 Destellos de vidas ajenas crearon una nueva amalgama de reminiscencias, un amplio panorama de experiencias de todos los colores.

 El soberano no necesitaba compasión ni moral. Solo quería comer.

 Pero yo no. Podría haber permitido la extinción de la almas de los peores pecadores, pero sentí la bondad de los inocentes, de las víctimas en el juego de los destinos fatales…

 «¿Quién soy?», me cuestioné, aferrándome a cualquier atisbo de mi identidad. «Yo soy…».

 Nadie. Vacío. Hambre.

 Todo ideal y ética estaba en un plano demasiado elevado para el territorio del vacío donde estaba hundiéndome.

 Una voz apenas resonó sobre el cántico espectral. Una voz que no pertenecía al más allá. Una voz de quien estaba fuera del dominio del soberano.

 —¡Reacciona, aún no has invocado fantasmas lindas!

 El soberano aborreció esa voz. Quizás era yo quien aborrecía. ¿Fantasmas lindas?

 —¿Estás poseído? —preguntó, preocupado y temeroso—. Es eso, ¿no? ¡Es eso! —exclamó, de pronto entusiasmado—. Entonces… ¿fuiste poseído por una fantasma… o solo por un fantasma? Bueno, sí, eso no importa si tienes ese cuerpo. Digo, no es que tenga problemas con los que tiran para el mismo bando, pero yo por ahí no paso, ¿sabes? Mucho respeto y todo, pero no.

 Y con cada palabra, el vacío crecía y eclipsaba la voz de Vertman. O quizás era toda mi consciencia la que perdía interés en lo que él decía.

 Espirales de almas giraban a mi alrededor, el soberano vacío convertido en el punto de convergencia. El banquete estaba servido y las fuerzas para oponerme se rendían paulatinamente ante la voluntad del hambre.

 ¿Quién era yo?

 No lo sabía, apenas recordaba, pero… un atisbo de mi consciencia me advertía que rendirme por completo, probar el placer de saciarme con las esencias etéreas, derretiría cualquier fragmento de mi yo y solo quedaría el soberano vacío, un demonio que devoraría toda alma inocente o malvada hasta el final de mis días.

 Pero yo ya no podía…

 —¡Aférrate a aquello que te impulsa a vivir! —gritó Vertman, más cerca que antes.

 Pude intuir el terror que él sentía. Pero también la inexplicable valentía que lo empujó hacia mí.

 Sin embargo, ¿qué me hacía vivir? Mis ideales, el sentido de mi vida, la culpa y mi sacrificio autoimpuesto eran estrellas parpadeando tras las nubes de un cielo intocable.

 —¡No olvides qué nos hace vivir a todos! —insistió—. No pienses en esas ideas elevadas y grandilocuentes del poder de la amistad, de la fe o del heroísmo.

 ¿En qué se suponía que debía pensar, entonces?

 —¡¿Es que acaso no hay nadie especial para ti?!

 El destello más fuerte de todos refulgió en el vacío. El rostro de Xana brilló en la nada, llenando y brindándome de su calor. Aunque solo fue por un instante, debía repetirlo para resistirme al soberano.

 Ya lo entendía. Era obvio.

 Algo que teníamos todos.

 Algo que había impulsado la paz, la justicia y la igualdad entre todas las razas de Aerandir.

 El amor.

 —¡Piensa en sexo!

 ¿Eh?

 —Lo único que puede rivalizar con los instintos más fuertes, con los impulsos como el de saciar la sed, el hambre y otras necesidades vitales… ¡es el deseo de sexo!

 Nuevamente: ¿eh?

 —El sexo mueve al mundo. El sexo ha formado alianzas imposibles, ha impulsado rebeliones contra normas opresoras, ha desafiado religiones y leyes prejuiciosas, ha movido la economía, inspirado el arte…

 Quizás ya era buen momento para morirse.

 —¿Piensas que la alianza de los nórdegos con Roilkat se dio por palabras bonitas? No, chaval, todos sabemos el secreto a voces de que la líder de los nórdegos, Sheik, y el jovenazo Flint Roiland, hijo del gobernador de Roilkat, han trascendido su amistad hacia algo más carnal solo posible en la paz. ¿Piensas que hay tantos mestizos porque crecen de los árboles? No, chaval, incluso los elfos más puritanos han sucumbido a los placeres que podía ofrecerles la carne de humanos e incluso de brujos, a pesar de las imposiciones culturales. ¿Piensas que la Ohdá se hizo tan popular porque el amor es bonito? No, chaval, es porque da una buena ocasión para tener sexo. ¿Por qué crees que la infusión de Viagris es tan conocida y usada? ¡Porque potencia el sexo! ¿Y por qué la mayoría parece tener el mismo sueño húmedo teniendo orgías sin estigmatización en el día de Yule? ¡Tan grande es el deseo de sexo que la consciencia colectiva ha creado un paraíso sexual en el mundo onírico!

 Inevitablemente, volví a pensar en Xana, aferrándome a su recuerdo para que mi mente no se desvaneciera por completo. Pero, debido al discurso que inundaba mis oídos, surgieron recuerdos de ella en ciertos momentos íntimos.

 Y surgieron con fuerza, llenos de colores vibrantes y sensaciones embriagadoras que el vacío no podía devorar por completo.

 —¡Así que piensa en esa persona especial que despierta tu deseo sexual!

 Los ojos de Xana sin apartarse de los míos en nuestra danza carnal, nuestros alientos cálidos entremezclándose sin parar.

 —¡Ninguna fuerza sobrenatural puede contra eso!

 Su fragancia dejando huellas indelebles en mi nariz y su sabor dulce y salado y único en mis labios y en mi lengua.

 —¡No dejes de ansiar a esa persona!

 La forma y textura de su cuerpo perfecto recorrido por mis manos, que ya las conocían por completo, incluso hasta de la yema de sus dedos.

 —¡No dejes dejes que nadie se oponga a tu deseo!

 La melodía de su voz cantando mi nombre en susurros, en suspiros, en gemidos y en exclamaciones.

 —¡Porque ese deseo es la facultad más natural y primordial, con la que somos capaces de definir y cuestionar nuestros horizontes y los superficiales estándares de belleza! ¡Ese deseo es tan poderoso que nos impulsa a superar todos los obstáculos y esforzarnos en ser alguien mejor!

 Cada movimiento de Xana sumida en el éxtasis. Cada mirada suya, cada gesto, cada mordisco… La electricidad, luz y magia sin forma que nacía del fuego de nuestra pasión.

 Ni siquiera el soberano vacío podría oponerse ante el incendio alimentado por ese deseo pasional.

 —Libérate… ¡con el poder del sexo!


(☞°∀°)☞ OFFROL ☜(°∀°☜)

Se hizo lo que se pudo. Que los dioses decidan si el discurso de Per Vertman funciona o no para que Rauko se controle o se convierta en algo peor =')

PD: Segundo intento de posteo, a ver si esta vez no me quitan desalmadamente el lanzamiento de runas XD
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Mensaje  Tyr Hoy a las 18:05

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Mensaje  Tarek Inglorien Hoy a las 19:27

Su plan para escapar había acabado casi en el mismo momento de empezar. Apenas había alcanzado a la mestiza y dado los primeros pasos rumbo al bosque, cuando un grupo de aldeanos, probablemente encargados de su búsqueda, les había cerrado el paso. La funesta carcajada del Enterrador a su espalda le hizo desear estar más cerca del individuo, solamente para tener oportunidad de cercenarle la cabeza con el filo de su arma. Corrió en dirección contraria, esquivando las manos como garras que se cernían sobre ellos. El escaso, aunque patente, peso de la mestiza dificultaba en gran medida sus movimientos. Tarde se percató de que los habían conducido, por medio de las serpenteantes calles de la población, de vuelta a la al centro de la aldea, donde el resto del pueblo los esperaba con antorchas y orcas. Con un suspiro de derrota, dejó que la muchacha se deslizase de su hombro, hasta volver a colocarla en posición erguida. Por su expresión, parecía no haberse dado cuenta de lo que había sucedido apenas unos minutos antes.

El horizonte comenzó a mostrar los últimos rayos de luz, aquellos que iluminan los instantes finales antes de la noche, sumiendo el mundo en naranjas y morados, con la promesa de una oscuridad impenetrable. Aquello pareció asustar a los aldeanos, que murmuraron para si que el tiempo se agotaba. El Enterrador intentó llamar a la calma, pero ni siquiera su ronca y grave voz consiguieron disipar del todo la tensión que se acumulaba en el ambiente. Sin muchas contemplaciones, los aldeanos los sujetaron, inmovilizando sus brazos. La mestiza se dejó hacer a su lado, preguntando a sus captores por Cedralada. El elfo tampoco se opuso. Hacerlo solo habría supuesto una pelea que no podía vencer y acabar en un estado que no le beneficiaría.

El pueblo los rodeó, a ellos y a la extraña pareja que había estado a punto de entrar en la cabaña marcada por las runas. Con paso casi procesional, los llevaron hasta el centro de la plaza, donde algunos de los vecinos los esperaban portando cuerdas. Pronto se encontraron atados de pies y de manos. Lo situaron de espaldas a la fuente de la aldea, con la mirada puesta en uno de los caminos de acceso a la población, en un macabro acto de piedad, en el cual podrían ver la muerte cuando viniese a buscarlos.

El pueblo quedó totalmente desierto en el momento en que el sol propagó su último estertor y la oscuridad inundó el lugar. La escasa luz de la luna les permitía observar la silueta de los edificios circundantes. A su lado, la mestiza murmuró algo, probablemente sumida en aquellas febriles ensoñaciones que a veces tenía. A su derecha, la extraña pareja que sufría su mismo destino parecía compartir unas últimas confidencias. Tarek miró el oscuro cielo sobre él, mientras notaba el gélido aliento de la noche sobre el rostro. Nunca debería haber abandonado el norte, no después de descubrir lo que allí se ocultaba. Aunque si de nuncas iban a ser sus últimos pensamientos, quizás no debería haber ido nunca a aquel maldito templo con la muchacha que reposaba en aquel mismo instante sobre su hombro izquierdo. Nunca debería haber creído las palabras de Dhonnara… nunca debería haber creído las de Eithelen…

El hombre a su derecha lo sacó de su ensimismamiento. Al girar el rostro hacia él, vio que lo observaba de forma atenta, como si acabase de hacerle una pregunta. Su cerebro tardó unos instantes en procesar la información.

- Si, claro, el filo –murmuró más para si que para su interlocutor, reprochándose a sí mismo no haber caído antes en aquella posibilidad.

Contorsionando su torso, consiguió liberar lo suficiente el arma para que el hombre pudiese emplearla para cortar las cuerdas. Los aldeanos, en sus prisas por abandonar las malditas calles de Vilar de Hielahuesos habían olvidado desarmarlos. Quizás habían considerado que las armas no les servirían para derrotar a la procesión de ánimas. Pero sin duda iban a resultar de utilidad para liberarse de la desfavorable posición en la que se encontraban.

El suelo bajo ellos comenzó a perder temperatura poco a poco. Un augurio de que las sombras de los Skógargandr se aproximaban. En apenas unos minutos el hombre y su acompañante, así como el peliblanco, estaban libres de sus ataduras. Sin embargo, cuando el hombre se dirigía a liberar a Iori, el elfo lo detuvo.

- No puede moverse por si misma –dijo, sin acritud- Quizás sea mejor dejarla aquí.

Ante la extrañada mirada del hombre, extrajo de la manga izquierda de su túnica un instrumento de escritura alargado. Todos en Aerandir crecían escuchando las historias de la procesión de los muertos. Pocos vivían para verla, aún menos para contarlo. Numerosos eran los rumores que corrían sobre cómo podía evitarse su gélido toque, que te obligaría a vagar con ellos por el resto de la eternidad… o algo incluso peor. Una voz casi olvidada por el paso del tiempo, retumbó en el fondo de su mente. “Algunos te dirán que llenes tus bolsillos de piedras, no les creas. Las almas no se restringen por el peso de su cuerpo… Otros que te abraces a símbolos religiosos pero, ¿acaso los espectros siguen alguna religión?... Darles la espalda solo traerá sobre ti una muerte silenciosa e imperceptible…”. Aquella había sido una de las pocas lecciones que su padre, su verdadero padre, le había enseñado antes de perecer en la guerra. La procesión de los muertos solo podía combatirse con una cosa: runas de protección.

Liberando su antebrazo izquierdo, utilizó la parte filosa del instrumento para hacer un leve corte sobre su piel, provocando que la sangre emanase del mismo. Tomando un par de gotas con el anverso del mismo, lo acercó al antebrazo de la mestiza, que seguía contemplando la noche como si nada de lo que sucediese tuviese relación con ella. Sus desenfocados ojos lo miraron por un instante y Tarek pudo ver de nuevo el vacío tras aquellas pupilas. Sin plantearse por un segundo más la lógica de lo que estaba haciendo, inscribió la runa de protección sobre la piel de la mestiza [1]. Quizás con aquello los estuviese condenando a ambos, pero cargarla a través de la pesadilla que estaba a punto de alcanzarlos no sería favorable para ninguno de los dos. Si permanecía allí, a salvo, quizás ambos tuviesen una opción de sobrevivir. Si él moría... al menos pagaría la deuda que había contraído con ella en el templo. Sabhanna sabría cómo solucionar aquello, aún sin la presencia del peliblanco.

Su aliento pareció quedar suspendido en el aire cuando se levantó. El frío había provocado escarcha en el suelo de la plaza y las sombras, marcadas por la luna que se alzaba en el cielo, comenzaban a ejecutar extrañas y antinaturales danzas. En el silencio de la noche, llegaron hasta ellos los murmullos de las casas aledañas. Los aldeanos se consideraban a salvo, ahora que habían entregado su sacrificio a la procesión.

- No nos queda mucho tiempo - le dijo a la pareja- y ahora mismo somos el blanco más fácil. Quizás sea mucho pedir que intentéis conseguirme unos segundos –añadió, agarrando con fuerza el estilete- Si dirigimos la atención de los espectros hacia otro lugar… quizás no sirva para nada, pero merece la pena intentarlo.

Con un último asentimiento, se lanzó a la carrera hasta la casa más cercana. Dentro se escuchaba el susurro de varias voces, implorando probablemente a sus dioses por protección. Tarek no sabía quién se encontraba dentro. Desconocía si se trataba de una familia, si en el interior habría niños, adultos o ancianos. En aquel momento no podía importarle menos. Todos los miembros del pueblo se habían confabulado en su contra. Ninguno había tenido ni el más mínimo atisbo de duda cuando las cuerdas rodearon sus extremidades y los abandonaron a su buena suerte. Sabía que no tenían nada en especial contra ellos, ni siquiera los conocían. De la misma forma, el elfo no tenía nada en contra de aquella gente, excepto que habían intentado matarlo. Eran, como los Ojosverdes siempre habían afirmado, daños colaterales. Víctimas de las circunstancias, perjudicadas por sus propios actos ruines.
Los irises del elfo parecieron oscurecerse en el momento en que el estilete tocó la superficie de la puerta. Una única runa podía salvarlos a todos, condenando a aquellos que tan livianamente los habían sacrificado. Solo restaba saber si tendría el tiempo suficiente para ejecutarla. La llegada de los espectros erizó el vello de sus brazos, mientras se esforzaba por grabar el símbolo que podría salvarles la vida [2].
__
[1] Tarek como arcano, le pone a Iori la runa de protección contra la procesión de espectros (si, es estúpido, pero el cargo de conciencia es lo que tiene)
[2] Queda abierto el completar (o no) la runa sobre la puerta para atraer a los espectros hacia esa casa, en función de la runa que salga al tirar el dado (y al buen criterio del master)
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Mensaje  Tyr Hoy a las 19:27

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