[Zona de culto] Altar de las Runas de los Baldíos
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[Zona de culto] Altar de las Runas de los Baldíos
Runas de los Baldíos
Presidido por tres enormes piedras que representan a los tres dioses más importantes de la cultura élfica. En el centro, Anar, dios de la guerra, a quien iban a rezar los antiguos druidas. A sus lados, Isil e Imbar, custodiándolo frente a una mesa cuadrada de piedra.
Situado en el noroeste del bosque de Sandorai, este lugar, que era zona de culto antes de las guerras, ha vuelto a resurgir como tal, y los elfos de la zona van allí a ofrecer sus respetos a los dioses y a hacer sus peticiones para aclamar su suerte.
Actualmente se hacen rituales bastante a menudo y es normal encontrar diversas flores u otras ofrendas sobre esa mesa, a la espera de que los dioses guíen el camino de quienes les llaman.
Información
1. Este apartado es para rezar, hacer sacrificios, plegarias y ofrendas a los dioses, a cambio de que ellos te den suerte. Por tanto, aquí se lanzarán las runas, pero se hará a petición de un máster y on rol.
2. Al ser on rol, se deberán cumplir todas las normas en cuanto a los posts: ortografía, número de líneas…
3. No se podrán hacer posts off rol para lanzar las runas.
4. No se podrá rolear entre usuarios.
5. La dinámica es la misma que en “Suerte oficial de temas aleatorios”: uno escribe su post y lanza runas. La única diferencia será que se deberá hacer en on rol, mostrando respetos a los dioses a los que pides suerte.
6. Se puede elegir el lugar de culto para que se adapte mejor a las creencias del personaje, los másters lo tendrán en cuenta a la hora de mandarte a hablar con los dioses.
Fehu
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Re: [Zona de culto] Altar de las Runas de los Baldíos
Recorrió con la mirada los bordes de cada una de las grandes piedras. Las runas, plasmadas desde tiempos que ya nadie recordaba en la superficie gris de la roca, se extendían bajo la mirada de Anegar. Sintió el éter presente que impregnaba el aire, penetraba en el suelo y danzaba entre las mismísimas Runas de los Baldíos. El amuleto de Imbar rodeado por su palma derecha, aún colgante del cuello; los ojos cerrados; la respiración lenta y sostenida. Sintió la presencia de los dioses.
Ahí estaban Isil, Anar e Imbar, vigilando a su hijo, a su nuevo buscador. Pero aquella mirada divina no era cómoda, no era cobijo, no era tranquilidad. No era amparo ni calma — era miedo, era dolor y, por sobretodo, era culpa. El elfo no supo qué hacer más que mantener su postura por un tiempo más. ¿Habrían pasado segundos o minutos? Abrió los ojos y comprobó que el cielo seguía igual que cuando los había cerrado: el celeste cedía y daba paso al azul, al rojo y al púrpura propios del atardecer. Dio un paso lento, temeroso, caminando hacia el altar, preguntándose si las deidades aceptarían que un tramposo entrara en su círculo.
Nada ocurrió. Entonces, otro paso. Y esperó una vez más a que algo espectacular sucediese y desatara la furia de los dioses élficos, mas sólo escuchó una infinidad de hojas sacudidas con el pasar del viento.
Había sido consagrado Hijo de Imbar: su seguidor eterno, en esta vida y todas las que vinieran; defensor de toda la creación de su diosa, de su señora. El Sendero del Buscador era una vía que muy pocos dirvaarenses elegían. Anegar apenas sabía de dos que lo habían hecho antes que él, y ni siquiera recordaba el nombre de uno de ellos — mucho menos su rostro o su voz.
Al elegir este camino, An se había deshecho de todos los títulos, propiedades y responsabilidades que fuera a heredar. Ya no era hijo de su clan, ya no era un Feldir. Era Hijo de Imbar, de la naturaleza, de lo silvestre, de lo sagrado. Era un Buscador, y como tal, debía recorrer un trabajoso trayecto antes de encontrar la Gracia de los dioses, pero sin saber cómo. Ni siquiera estaba seguro de saber qué era la Gracia de los dioses.
Pero él era un Buscador, un designado de los dioses. Había sido ungido bajo la luz de Anar, había jurado bajo la luna de Isil, había sido bendecido bajo la mirada de Imbar. Era cuestión de tiempo para que la gracia de los dioses se presentara ante él y fuera, al fin, un Guardián de Imbar.
Aunque él sabía que no. No, no sucedería. Porque la Gracia no se manifiesta ante los traidores.
Él no era un auténtico Hijo de Imbar. No había tomado el Sendero del Buscador por devoción y amor a la madre de todo, sólo lo había hecho por farsante. Por pusilánime. Le pesaba que en la ceremonia hubieran aclamado su valentía mientras, en el fondo, era consciente de su cobardía.
Eso era: un cobarde, y un mentiroso. Demasiado débil para enfrentarse a una elfa que jamás iba a amar, demasiado frágil para elegir la verdad y soportar perder la estima de su familia entera, demasiado egoísta para vivir la vida de un Feldir, demasiado cobarde, demasiado mentiroso.
Suspiró y su inquietud se disipó un poco. Suspiró, y empezó a avanzar hacia el altar con paso decidido. Suspiró y acarició la superficie áspera de piedra. Suspiró. Suspiró. Suspiró y se echó a llorar. — Perdón — rogó a los dioses, entre un sollozo y otro. — Perdón —. Continuó sollozando, suspirando, rogando clemencia, postrado sobre un antiguo altar de piedra, mientras las Runas de los Baldíos lo contemplaban desde su magnanimidad propia de entidades divinas, adoradas desde quién sabe cuándo.
Pero era su devoción religiosa, o quizás su inmadurez, la que no le dejaba ver que lo que le pesaba no era el juicio de los dioses, sino el suyo propio.
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Ahí estaban Isil, Anar e Imbar, vigilando a su hijo, a su nuevo buscador. Pero aquella mirada divina no era cómoda, no era cobijo, no era tranquilidad. No era amparo ni calma — era miedo, era dolor y, por sobretodo, era culpa. El elfo no supo qué hacer más que mantener su postura por un tiempo más. ¿Habrían pasado segundos o minutos? Abrió los ojos y comprobó que el cielo seguía igual que cuando los había cerrado: el celeste cedía y daba paso al azul, al rojo y al púrpura propios del atardecer. Dio un paso lento, temeroso, caminando hacia el altar, preguntándose si las deidades aceptarían que un tramposo entrara en su círculo.
Nada ocurrió. Entonces, otro paso. Y esperó una vez más a que algo espectacular sucediese y desatara la furia de los dioses élficos, mas sólo escuchó una infinidad de hojas sacudidas con el pasar del viento.
Había sido consagrado Hijo de Imbar: su seguidor eterno, en esta vida y todas las que vinieran; defensor de toda la creación de su diosa, de su señora. El Sendero del Buscador era una vía que muy pocos dirvaarenses elegían. Anegar apenas sabía de dos que lo habían hecho antes que él, y ni siquiera recordaba el nombre de uno de ellos — mucho menos su rostro o su voz.
Al elegir este camino, An se había deshecho de todos los títulos, propiedades y responsabilidades que fuera a heredar. Ya no era hijo de su clan, ya no era un Feldir. Era Hijo de Imbar, de la naturaleza, de lo silvestre, de lo sagrado. Era un Buscador, y como tal, debía recorrer un trabajoso trayecto antes de encontrar la Gracia de los dioses, pero sin saber cómo. Ni siquiera estaba seguro de saber qué era la Gracia de los dioses.
Pero él era un Buscador, un designado de los dioses. Había sido ungido bajo la luz de Anar, había jurado bajo la luna de Isil, había sido bendecido bajo la mirada de Imbar. Era cuestión de tiempo para que la gracia de los dioses se presentara ante él y fuera, al fin, un Guardián de Imbar.
Aunque él sabía que no. No, no sucedería. Porque la Gracia no se manifiesta ante los traidores.
Él no era un auténtico Hijo de Imbar. No había tomado el Sendero del Buscador por devoción y amor a la madre de todo, sólo lo había hecho por farsante. Por pusilánime. Le pesaba que en la ceremonia hubieran aclamado su valentía mientras, en el fondo, era consciente de su cobardía.
Eso era: un cobarde, y un mentiroso. Demasiado débil para enfrentarse a una elfa que jamás iba a amar, demasiado frágil para elegir la verdad y soportar perder la estima de su familia entera, demasiado egoísta para vivir la vida de un Feldir, demasiado cobarde, demasiado mentiroso.
Suspiró y su inquietud se disipó un poco. Suspiró, y empezó a avanzar hacia el altar con paso decidido. Suspiró y acarició la superficie áspera de piedra. Suspiró. Suspiró. Suspiró y se echó a llorar. — Perdón — rogó a los dioses, entre un sollozo y otro. — Perdón —. Continuó sollozando, suspirando, rogando clemencia, postrado sobre un antiguo altar de piedra, mientras las Runas de los Baldíos lo contemplaban desde su magnanimidad propia de entidades divinas, adoradas desde quién sabe cuándo.
Pero era su devoción religiosa, o quizás su inmadurez, la que no le dejaba ver que lo que le pesaba no era el juicio de los dioses, sino el suyo propio.
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Anegar
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Re: [Zona de culto] Altar de las Runas de los Baldíos
Valyria se paró frente a la mesa de piedra, mirando a los tres pedruscos. –Isil, Anar, Imbar.- saludó. Había venido solo a por Anar, así que ignoro un poco al resto, pero no antes de colocar una única violeta ante cada piedra. –Eran las favoritas de Madre.- se limitó a decir, sin estar muy segura de cómo empezar.
-No soy muy religiosa...- iba a decir creyente, pero no era exactamente cierto, ¿no? Ella era el claro ejemplo de que había criaturas más allá de la comprensión. Cierto, comparar un dios elfico con un gatito de luz extradimensional era un poco herético seguramente, pero era cuestión de tamaño, de poder relativo, no de si existía o no. Saco una copa de cerámica de su bolso. Matt le había dicho que era la manera correcta con los humanos y, aunque sospechaba que solo había querido que le comprara el vino caro, no perdía nada por probar. La lleno hasta arriba y la alzo al cielo, vertiendo un poco en la piedra como libación. Y luego tomo un sorbo, porque una ofrenda no valía nada si el suplicante no entendía su valor. –Mmm, nada mal, el condenado tenía razón. En fin…-
-Hace un par de años, mi hermana y yo nos hicimos una promesa… y creo que de todos, tú eres el que más la apreciaría, Anar. El dios de la guerra que lucha cada día contra la oscuridad…y tienes flechas…- vertió lo que quedaba de la copa sobre la piedra, tomando un poco en sus dedos y rodeo la mesa, hasta estar frente a la estatua, trazando una simple línea en la piedra. –No pido tu ayuda, porque que me cayera un todopoderoso arco de luz en las manos seria hacer trampas… supongo que solo quiero… que no molestes. Puede que mantener al resto de tus compañeros omnipotentes un poco a raya, dejar a los mortales hacer lo suyo. Y si el vino no basta… supongo que puedes llamarme si alguien necesita un flechazo. ¿Trato?- esperó unos segundos, sintiéndose algo idiota por esperar una respuesta de un pedazo de piedra, hasta que una racha de viento la despeino. Seguramente era lo más similar a una respuesta que iba a recibir sin que le cayera un rayo, así que empezó a recoger sus cosas y se fue.
-No soy muy religiosa...- iba a decir creyente, pero no era exactamente cierto, ¿no? Ella era el claro ejemplo de que había criaturas más allá de la comprensión. Cierto, comparar un dios elfico con un gatito de luz extradimensional era un poco herético seguramente, pero era cuestión de tamaño, de poder relativo, no de si existía o no. Saco una copa de cerámica de su bolso. Matt le había dicho que era la manera correcta con los humanos y, aunque sospechaba que solo había querido que le comprara el vino caro, no perdía nada por probar. La lleno hasta arriba y la alzo al cielo, vertiendo un poco en la piedra como libación. Y luego tomo un sorbo, porque una ofrenda no valía nada si el suplicante no entendía su valor. –Mmm, nada mal, el condenado tenía razón. En fin…-
-Hace un par de años, mi hermana y yo nos hicimos una promesa… y creo que de todos, tú eres el que más la apreciaría, Anar. El dios de la guerra que lucha cada día contra la oscuridad…y tienes flechas…- vertió lo que quedaba de la copa sobre la piedra, tomando un poco en sus dedos y rodeo la mesa, hasta estar frente a la estatua, trazando una simple línea en la piedra. –No pido tu ayuda, porque que me cayera un todopoderoso arco de luz en las manos seria hacer trampas… supongo que solo quiero… que no molestes. Puede que mantener al resto de tus compañeros omnipotentes un poco a raya, dejar a los mortales hacer lo suyo. Y si el vino no basta… supongo que puedes llamarme si alguien necesita un flechazo. ¿Trato?- esperó unos segundos, sintiéndose algo idiota por esperar una respuesta de un pedazo de piedra, hasta que una racha de viento la despeino. Seguramente era lo más similar a una respuesta que iba a recibir sin que le cayera un rayo, así que empezó a recoger sus cosas y se fue.
Valyria
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Re: [Zona de culto] Altar de las Runas de los Baldíos
El camino desde la Plaza de la Alianza había sido largo, pero en aquella ocasión, había transcurrido en compañía de los suyos. Tanto su madre como el resto de la delegación de Sandorai habían compartido su senda. Elian había notado que su madre y los otros elfos que habían participado en el ritual que había detenido el viaje de Enyale se veían algo débiles y habría sido un mal elfo, un mal Satari y un muy mal hijo si los hubiese dejado a su suerte en el viaje de vuelta.
Pero tras varios días de peregrinaje tranquilo, todos parecían más que recuperados y, llegados por fin a los lindes de su bosque, llegaba el momento de la separación. Cada uno de los delegados tomaría caminos distintos de vuelta con sus clanes y él... Lo cierto era que él no sabía aún qué camino tomaría. Su madre, sin embargo, sí parecía tener claro que no sería el camino a casa. Conocía demasiado bien a su hijo.
—Ven —le dijo—, recemos un momento para agradecer mi regreso y solicitar protección en tu nueva partida.
—Claro —respondió él con una sonrisa y, tomando la mano que le ofrecía la mujer, se dejó guiar hacia el altar.
Madre e hijo retiraron de la mesa aquellas ofrendas antiguas que se habían echado a perder y dispusieron las suyas propias: carne de animales que habían cazado por el camino y flores que habían recogido en un claro, junto al río. Cuando todo estuvo a gusto de ambos, los dos elfos se retiraron unos pasos hacia atrás y permanecieron de pie, en actitud respetuosa. Fue la elfa veterana la que habló, agradeciendo a Imbar los frutos de la tierra que los habían sustentado durante el camino; a Anar, su eterna batalla contra la oscuridad para evitar que las tinieblas lo inunden todo; a Isil, su piedad para con los mortales, por no permitir que su hija, Enyale, destruyera Aerandir tan sólo unos días atrás.
—Os pido hoy por mi hijo, Elian —continuó—. Para que veléis por él en su caminar, le proporcionéis el sustento que necesita y cuidéis de que no se pierda entre las tinieblas y para que regrese siempre sano y salvo con los suyos.
Terminados los rezos, madre e hijo se despidieron. Ella emprendió inmediatamente el camino de vuelta al poblado. Él, sin embargo, permaneció unos minutos más junto al altar.
—Isil —murmuró con la mirada fija en la piedra que representaba a la diosa—, si acaso no estuviera ya fuera de tu alcance, guíalo de vuelta a él también.
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OFF: Realizo aquí mi ritual de protección de cara al evento de Samhain 2019
Pero tras varios días de peregrinaje tranquilo, todos parecían más que recuperados y, llegados por fin a los lindes de su bosque, llegaba el momento de la separación. Cada uno de los delegados tomaría caminos distintos de vuelta con sus clanes y él... Lo cierto era que él no sabía aún qué camino tomaría. Su madre, sin embargo, sí parecía tener claro que no sería el camino a casa. Conocía demasiado bien a su hijo.
—Ven —le dijo—, recemos un momento para agradecer mi regreso y solicitar protección en tu nueva partida.
—Claro —respondió él con una sonrisa y, tomando la mano que le ofrecía la mujer, se dejó guiar hacia el altar.
Madre e hijo retiraron de la mesa aquellas ofrendas antiguas que se habían echado a perder y dispusieron las suyas propias: carne de animales que habían cazado por el camino y flores que habían recogido en un claro, junto al río. Cuando todo estuvo a gusto de ambos, los dos elfos se retiraron unos pasos hacia atrás y permanecieron de pie, en actitud respetuosa. Fue la elfa veterana la que habló, agradeciendo a Imbar los frutos de la tierra que los habían sustentado durante el camino; a Anar, su eterna batalla contra la oscuridad para evitar que las tinieblas lo inunden todo; a Isil, su piedad para con los mortales, por no permitir que su hija, Enyale, destruyera Aerandir tan sólo unos días atrás.
—Os pido hoy por mi hijo, Elian —continuó—. Para que veléis por él en su caminar, le proporcionéis el sustento que necesita y cuidéis de que no se pierda entre las tinieblas y para que regrese siempre sano y salvo con los suyos.
Terminados los rezos, madre e hijo se despidieron. Ella emprendió inmediatamente el camino de vuelta al poblado. Él, sin embargo, permaneció unos minutos más junto al altar.
—Isil —murmuró con la mirada fija en la piedra que representaba a la diosa—, si acaso no estuviera ya fuera de tu alcance, guíalo de vuelta a él también.
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Elian
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Re: [Zona de culto] Altar de las Runas de los Baldíos
Llevaba largo rato andando por el bosque, dándole vueltas una y otra vez a aquellos pensamientos y recuerdos. Podía sentir una presión en la parte posterior de los ojos, aquella noche no había dormido muy bien. El camino hasta las runas se le estaba haciendo largo, tanto que incluso empezaba a pensar si estas se habían ocultado ante sus propios ojos.
Suspiró aliviada a ver la primera piedra maciza que constituía el circulo. Paró un instante, tomándose un pequeño descanso para calmar su respiración, respirando hondo por la nariz y dejando escapar todo el aire de sus pulmones lentamente por la boca. Cuando su cuerpo se hubo relajado y su mente estaba más despejada, se aproximó a la zona donde el éter era más intenso.
Había escuchado muchas veces a su padre hablar de aquel lugar, pero le pareció que cualquier descripción al respecto se quedaba corta. Dio una vuelta sobre sí misma, mirando cada una de las piedras, allí, rodeada de aquellos gigantes de roca, se sintió pequeña. Tanta energía y tanto poder a su alrededor hicieron que el bello de sus brazos se erizasen. Lentamente, como si pidiese permiso por cada paso que daba, la bruja se aproximó al centro del circulo de piedras. Jamás había hecho nada igual, es decir, había contemplado sacrificios y ofrendas, pero nunca había participado activamente en uno, temía hacer algo mal.
Se agachó, clavando las rodillas en la hierba, apoyó el trasero en sus propios pies y dejó la bolsa delante de ella, de la cual sacó una pulsera hecha de cuerdas, una eonishias y un pequeño frasco de cristal, que su madre había insistido en que llevase, con sangre de ciervo. Dejó las tres cosas con cuidado en el suelo, una al lado de la otra, se quedó largo rato mirando intermitentemente los objetos. No estaba segura de que aquello fuese a funcionar, ni siquiera sabía si debía decir algo de lo que pensaba en voz alta o quizás pedir algo a los dioses. ¿Acaso la estarían escuchando?
Ordenó todos aquellos recuerdos de su mente, que se habían apoderado de ella durante tanto tiempo y campaban a sus anchas, colocándolos cronológicamente.
Nahir había crecido escuchando a su padre hablar de los dioses, mientras que su madre cuestionaba cada una de sus palabras. La bruja no creía que tuviese que reprochar sus desdichas a los dioses, por sin embargo muchos les agradecían las bendiciones, como si estos fuesen los causantes de tan buena suerte. Quizás había un poco más de su madre en ella de lo que hubiese pensado, pero ahí estaba, intentando realizar un ritual de protección. No tenía nada que perder. Cerró los ojos cuando sus labios se separaron, no sabía ningún cántico o algo parecido, así que se limitó a hablar, como el que habla con un conocido o un familiar, exponiendo sus vivencias y sentimientos, pidiendo que el futuro se le presentase mejor de lo que había sido el pasado.
Suspiró aliviada a ver la primera piedra maciza que constituía el circulo. Paró un instante, tomándose un pequeño descanso para calmar su respiración, respirando hondo por la nariz y dejando escapar todo el aire de sus pulmones lentamente por la boca. Cuando su cuerpo se hubo relajado y su mente estaba más despejada, se aproximó a la zona donde el éter era más intenso.
Había escuchado muchas veces a su padre hablar de aquel lugar, pero le pareció que cualquier descripción al respecto se quedaba corta. Dio una vuelta sobre sí misma, mirando cada una de las piedras, allí, rodeada de aquellos gigantes de roca, se sintió pequeña. Tanta energía y tanto poder a su alrededor hicieron que el bello de sus brazos se erizasen. Lentamente, como si pidiese permiso por cada paso que daba, la bruja se aproximó al centro del circulo de piedras. Jamás había hecho nada igual, es decir, había contemplado sacrificios y ofrendas, pero nunca había participado activamente en uno, temía hacer algo mal.
Se agachó, clavando las rodillas en la hierba, apoyó el trasero en sus propios pies y dejó la bolsa delante de ella, de la cual sacó una pulsera hecha de cuerdas, una eonishias y un pequeño frasco de cristal, que su madre había insistido en que llevase, con sangre de ciervo. Dejó las tres cosas con cuidado en el suelo, una al lado de la otra, se quedó largo rato mirando intermitentemente los objetos. No estaba segura de que aquello fuese a funcionar, ni siquiera sabía si debía decir algo de lo que pensaba en voz alta o quizás pedir algo a los dioses. ¿Acaso la estarían escuchando?
Ordenó todos aquellos recuerdos de su mente, que se habían apoderado de ella durante tanto tiempo y campaban a sus anchas, colocándolos cronológicamente.
Nahir había crecido escuchando a su padre hablar de los dioses, mientras que su madre cuestionaba cada una de sus palabras. La bruja no creía que tuviese que reprochar sus desdichas a los dioses, por sin embargo muchos les agradecían las bendiciones, como si estos fuesen los causantes de tan buena suerte. Quizás había un poco más de su madre en ella de lo que hubiese pensado, pero ahí estaba, intentando realizar un ritual de protección. No tenía nada que perder. Cerró los ojos cuando sus labios se separaron, no sabía ningún cántico o algo parecido, así que se limitó a hablar, como el que habla con un conocido o un familiar, exponiendo sus vivencias y sentimientos, pidiendo que el futuro se le presentase mejor de lo que había sido el pasado.
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