La adivina Murielle [Desafío]
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La adivina Murielle [Desafío]
Solía aprovechar las primeras horas de la mañana para pasar una loción de romero y jengibre por el contorno del ojo malherido. No tenía ningún efecto en particular, era refrescante y con eso era suficiente para evitar que Murielle se rascase el párpado durante las sesiones. Además, daba una impresión de humedad, parecía que Murielle había estado llorando solamente por el ojo muerto. A los clientes les fascinaba la idea. Creaban rumores, que se contaban los unos a los otros, de cómo el ojo de Murielle se tornó blanco como la espuma de mar y de cómo éste le hacía gritar de dolor y le provocaba eternas noches en vela. Murielle, que no era tonta, combinaba un maquillaje pálido para las mejillas con uno oscuro para las sombras de los ojos, simulando estar más enferma de lo que los clientes decían.
Aquel día, a Murielle no le hizo limpiarse el ojo muerto con la loción de romero y jengibre ni maquillarse la cara para parecer que estaba enferma; realmente, lo estaba. La raíz de su enfermedad, como no podía ser de otro modo, se encontraba en su ojo izquierdo.
Murielle se examinó primero en el espejo de la habitación y, más tarde, después de vestirse y desayunar, en el reflejo que generaba la bola de cristal sobre la mesita donde atendía a los clientes. Bajo el ojo muerto, en la zona de las ojeras, se había generado fea gangrena del tamaño de una uña. Si fuera una humana, pensaría que podría haberse hecho un corte sin darse cuenta y, al no curarlo, se le podría haber infectado. Pero Murielle no era humana, era una bruja experimentada. Sabía muy bien a qué se debía. Sus clientes, deducirían lo mismo horas después.
—Es mi ojo muerto — pasó la mano por el contorno de la herida como si estuviera pasando la loción de romero y jengibre —. Aquello que lo engulló cuando era pequeña está devorando el resto de mi cuerpo.
Creyó que al decirlo en voz alta se sentiría mejor, pero no fue así. Murielle se echó a llorar. La buena noticia es que podría pedir el doble de dinero a sus clientes, se lo pagarían con mucho gusto. La mala noticia es que si [/i]aquello[/i] seguía comiendo, no necesitaría el dinero más nunca.
El primero de los clientes fue el señor Simon Chandra, un habitual. Era comerciante de telas en Belltrexus. Solía pedir consejo a la adivina sobre sus próximos movimientos financieros y maldiciones para fastidiar a la competencia. Cuando vio el fatídico rostro de Murielle, dijo que hoy solo le interesaban las maldiciones. Tuvo un pálpito, más que acertado, creía que las malasdichas tendrían más efecto que las buenas. Murielle obedeció sin darle demasiada importancia; de hacerlo, hubiera considerado el dichoso pálpito como un insulto.
Cogió un sapo de la jaula, escribió el nombre de la competencia del señor Chandra en una runa y la introdujo en la boca del sapo. Recitó una serie de hechizos en una lengua que era mezcla de la herencia de los druidas e invención de la propia Murielle. Cerró la boca del sapo con hilo y aguja, sin llegar a matar al animal, y se lo entregó al señor Chandra en una bolsa. Él ya conocía el procedimiento a realizar: abandona el sapo lo más cerca posible del negocio de tu oponente.
El señor Chandra se retorcía sobre su asiento, más de lo habitual. Si ya era peligroso negociar con las artes oscuras, tendría que sumarle el estar negociando con una mujer que estaba siendo devorada por aquello. Continuamente sacaba un pañuelo del bolsillo de su pantalón y se lo pasaba por la calva y el cuello para limpiarse el sudor.
Sin necesidad de que Murielle dijese nada, pagó tres veces más por el servicio habitual.
La segunda persona en entrar en la cabaña de la bruja fue un cibernético, empleado del señor Chandra. Traía una bolsa repleta de monedas. Dijo que el señor Chandra estaba muy agradecido que jamás había visto un hechizo tan inmediato ni eficaz. Un grupo de barcos del negocio rival se encontraron con una tormenta eléctrica veinte días atrás; más de la mitad de los tripulantes no regresaron a puerto y quienes lo hicieron estaban enfermos. Añadió un dato como si fuera una prueba fidedigna de que la desgracia de los hombres fue causada por la maldición de Murielle: les faltaba un ojo.
—Aquello —susurró Murielle. Cuando el cibernético se fue, volvió a llorar.
La tercera persona era un infeliz del puerto de Belltrexus. Estaba loco y, según se decía, más enfermo que la propia Murielle. Vestía con unos harapos que eran tres tallas más grandes de la que debería utilizar; tenía que sujetarse los pantalones con las manos para que no se le cayese.
—Sea bienvenido y cuenta a la adivina qué te perturba.
El hombre contó sus penas, las cuales tenían que ver con mujeres y alcohol. Murielle no le prestó atención. Era el final de una historia que había escuchado en muchísimas ocasiones. No sé qué pasará cuando mi mujer me abandoné, no sé qué pasará si las plantaciones del huerto no echan raíz, no sé qué haré si mis hijos no vuelven de la guerra… Pasará y harás lo que el vagabundo del puerto relataba a Murielle: beber y perseguir a las mujeres de alegres escotes.
El hombre, que ni siquiera dijo cómo se llama, pidió a la adivina que le bendijera con su gracia. ¡Hoy es el día! Tenía un pálpito tan fuerte como el del señor Chandra. Hoy es el día que comeré en caliente y dormiré en una cama blanda. Decía el loco vagabundo mostrando su único diente.
Murielle era una profesional: ofreció servicios tan bien como supo hacerlo, aunque supiera de antemano que estos fracasarían y se volverían en contra del loco vagabundo. ¿Qué más daba? El hombre no tenía dinero en metálico. Pagó con promesas que no podía cumplir.
—Si eres tan buena como dicen, mañana te pagaré con la mitad de aeros que haya ganado gracias a tu hechizo. ¡Claro que sí! No tendrás que trabajar más en esta sucia cabaña.
* Sea bienvenido/a y cuenta a la adivina qué te perturba: eres una de las personas que hoy visitarán la cabaña de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] para pedirle sus servicios como hechicera. Tendrás que pagar 20 aeros y pedir a Murielle que te lea el futuro el cual será bueno o desgraciado según la suerte que hayas obtenido en la zona de culto. Como ya sabes la suerte de antemano, deberás relatar dicho futuro que contempla Murielle. Deberás hacer referencia a la enfermedad del ojo de la adivina, a lo que llama aquello. Se valora la creatividad.
Opcionalmente: puedes pedir que Murielle maldiga al personaje de un usuario que hayas conocido on-rol.
Requisitos:
Lanzar la Voluntad de los Dioses, antes de empezar el desafío, en la zona de culto más acorde a tu personaje.
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Aquel día, a Murielle no le hizo limpiarse el ojo muerto con la loción de romero y jengibre ni maquillarse la cara para parecer que estaba enferma; realmente, lo estaba. La raíz de su enfermedad, como no podía ser de otro modo, se encontraba en su ojo izquierdo.
Murielle se examinó primero en el espejo de la habitación y, más tarde, después de vestirse y desayunar, en el reflejo que generaba la bola de cristal sobre la mesita donde atendía a los clientes. Bajo el ojo muerto, en la zona de las ojeras, se había generado fea gangrena del tamaño de una uña. Si fuera una humana, pensaría que podría haberse hecho un corte sin darse cuenta y, al no curarlo, se le podría haber infectado. Pero Murielle no era humana, era una bruja experimentada. Sabía muy bien a qué se debía. Sus clientes, deducirían lo mismo horas después.
—Es mi ojo muerto — pasó la mano por el contorno de la herida como si estuviera pasando la loción de romero y jengibre —. Aquello que lo engulló cuando era pequeña está devorando el resto de mi cuerpo.
Creyó que al decirlo en voz alta se sentiría mejor, pero no fue así. Murielle se echó a llorar. La buena noticia es que podría pedir el doble de dinero a sus clientes, se lo pagarían con mucho gusto. La mala noticia es que si [/i]aquello[/i] seguía comiendo, no necesitaría el dinero más nunca.
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El primero de los clientes fue el señor Simon Chandra, un habitual. Era comerciante de telas en Belltrexus. Solía pedir consejo a la adivina sobre sus próximos movimientos financieros y maldiciones para fastidiar a la competencia. Cuando vio el fatídico rostro de Murielle, dijo que hoy solo le interesaban las maldiciones. Tuvo un pálpito, más que acertado, creía que las malasdichas tendrían más efecto que las buenas. Murielle obedeció sin darle demasiada importancia; de hacerlo, hubiera considerado el dichoso pálpito como un insulto.
Cogió un sapo de la jaula, escribió el nombre de la competencia del señor Chandra en una runa y la introdujo en la boca del sapo. Recitó una serie de hechizos en una lengua que era mezcla de la herencia de los druidas e invención de la propia Murielle. Cerró la boca del sapo con hilo y aguja, sin llegar a matar al animal, y se lo entregó al señor Chandra en una bolsa. Él ya conocía el procedimiento a realizar: abandona el sapo lo más cerca posible del negocio de tu oponente.
El señor Chandra se retorcía sobre su asiento, más de lo habitual. Si ya era peligroso negociar con las artes oscuras, tendría que sumarle el estar negociando con una mujer que estaba siendo devorada por aquello. Continuamente sacaba un pañuelo del bolsillo de su pantalón y se lo pasaba por la calva y el cuello para limpiarse el sudor.
Sin necesidad de que Murielle dijese nada, pagó tres veces más por el servicio habitual.
La segunda persona en entrar en la cabaña de la bruja fue un cibernético, empleado del señor Chandra. Traía una bolsa repleta de monedas. Dijo que el señor Chandra estaba muy agradecido que jamás había visto un hechizo tan inmediato ni eficaz. Un grupo de barcos del negocio rival se encontraron con una tormenta eléctrica veinte días atrás; más de la mitad de los tripulantes no regresaron a puerto y quienes lo hicieron estaban enfermos. Añadió un dato como si fuera una prueba fidedigna de que la desgracia de los hombres fue causada por la maldición de Murielle: les faltaba un ojo.
—Aquello —susurró Murielle. Cuando el cibernético se fue, volvió a llorar.
La tercera persona era un infeliz del puerto de Belltrexus. Estaba loco y, según se decía, más enfermo que la propia Murielle. Vestía con unos harapos que eran tres tallas más grandes de la que debería utilizar; tenía que sujetarse los pantalones con las manos para que no se le cayese.
—Sea bienvenido y cuenta a la adivina qué te perturba.
El hombre contó sus penas, las cuales tenían que ver con mujeres y alcohol. Murielle no le prestó atención. Era el final de una historia que había escuchado en muchísimas ocasiones. No sé qué pasará cuando mi mujer me abandoné, no sé qué pasará si las plantaciones del huerto no echan raíz, no sé qué haré si mis hijos no vuelven de la guerra… Pasará y harás lo que el vagabundo del puerto relataba a Murielle: beber y perseguir a las mujeres de alegres escotes.
El hombre, que ni siquiera dijo cómo se llama, pidió a la adivina que le bendijera con su gracia. ¡Hoy es el día! Tenía un pálpito tan fuerte como el del señor Chandra. Hoy es el día que comeré en caliente y dormiré en una cama blanda. Decía el loco vagabundo mostrando su único diente.
Murielle era una profesional: ofreció servicios tan bien como supo hacerlo, aunque supiera de antemano que estos fracasarían y se volverían en contra del loco vagabundo. ¿Qué más daba? El hombre no tenía dinero en metálico. Pagó con promesas que no podía cumplir.
—Si eres tan buena como dicen, mañana te pagaré con la mitad de aeros que haya ganado gracias a tu hechizo. ¡Claro que sí! No tendrás que trabajar más en esta sucia cabaña.
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Opcionalmente: puedes pedir que Murielle maldiga al personaje de un usuario que hayas conocido on-rol.
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Re: La adivina Murielle [Desafío]
De vuelta en las islas. ¿Qué había cambiado? ¿Ella misma había cambiado? Nahir en algunos aspectos se sentía una persona totalmente nueva, aunque aquello no siempre fuese bueno. Temía el momento de volver a su vida en las islas, temía el reencuentro con su madre, a pesar de que la añoraba, temía sus propios sentimientos. Nahir era ahora diferente, ¿lo serían con ella sus seres queridos? Seguro que su madre notaba que algo había cambiado en ella con tan solo verla. Es un poder que tiene las madres … pensó la bruja caminando a paso lento por las afueras de la cuidad.
- … ¡Claro que sí! No tendrás que trabajar más en esta sucia cabaña.
La bruja volvió la cabeza para ver de dónde venía aquella voz. Nunca se había percatado de que había una cabaña ahí. Un hombre se alejaba de ella andando con paso firme y pecho inflado. Sentía curiosidad por ver aquella casa más de cerca.
Desprendía un olor particular a raíces, incienso, especias y plantas, era agradable.
- Sea bienvenido y cuenta a la adivina qué te perturba.
Escuchó desde el interior. ¿Una adivina? Aquello parecía ser un encuentro planeado por los mismos dioses. Nahir se sentía perdida, si bien había pensado tomarse un tiempo para ir al Hekshold no tenía nada claro. Se podría decir que se sentía hasta más perdido que la primera vez que partía de las islas. ¿Qué se esperaba de ella? ¿Cuál era su propósito? Se encontraba en una etapa de su vida muy confusa. Y ahora los dioses hacían que se topase con una adivina, seguro que ella podría dar un poco de sentido al camino que la bruja estaba haciendo a ciegas.
- Hola… - susurró la bruja entrando en la cabaña.
A pesar de ser de día la estancia estaba iluminada por velas. Había plantas y huesos colgando del techo, aquello le recordó a la casa del oráculo, pero algo más cuidada. Había una joven sentada frente a una mesa, en la que reposaba las manos. Era una joven muy peculiar, la mitad de su cabello era negro y la otra mitad blanco. Tenía un ojo oscuro como la noche y otro claro como el día, labios pequeños pero carnosos… era hermosa, pero lo que más llamaba la atención era el estado de uno de sus ojos, parecía enfermo. Nahir tuvo un impulso de preguntarle si necesitaba ayuda, pero la joven adivina habló antes.
- Siéntate y cuéntame.
- Bueno… yo…- ¿Por dónde empezar? La adivina hizo un gesto con la cabeza para que procediese. – No sabría realmente decirte porque estoy aquí, tan solo he sentido el impulso de entrar, como si tuviese que estar aquí. Perturbarme… supongo que todo me perturba. Han ocurrido muchas cosas que no estoy segura de como las voy a sobrellevar. Siento el impulso de que debo hacer algo, pero ni siquiera soy capaz de darte una respuesta clara. Supongo que lo que más me perturba soy yo misma. -
La adivina se la había quedado mirando, normalmente la gente iba con respuestas e ideas más claras. Mientras la morena hablaba y la joven aprovecho para examinarla un poco. Cuando hubo terminado extendió la mano encima de la mesa, con la palma hacía arriba.
- Dame tu mano izquierda.
La bruja obedeció, colocando su mano sobre la de la mujer. La sujetó extendiéndola lo máximo posible, pasado el dedo índice de la otra mano por la palma de la morena. La recorrió de arriba abajo unas cuantas veces, frunciendo el ceño. Nahir no quiso añadir nada, temía que le dijese que estaba todo perdido para ella. Se sorprendió siendo tan negativa. ¿Cuándo ese aspecto de ella había cambiado tanto?
- Quizás tengas buena suerte, quizás no, todo dependerá del trabajo y el empeño que emplees en ello. Los dioses no te sonríen, pero tampoco están enfadado contigo. Un consejo: ordena tus pensamientos y tus ideas. Una vez tengas las cosas claras insiste en lo que quieres. Deberás pelear por ello, esforzarte, pero puedes conseguirlo. Tu mayor enemigo eres tú misma.
Dejó su mano con cuidado mientras la miraba a los ojos. La bruja se había quedado muda reflexionando las palabras de la adivina. Su mirada estaba fijada en un puno fijo, las últimas palabras de la adivina la habían dejado muy tocada. Ella misma se había dado cuenta de los grandes cambios en su vida pero nunca lo había planteado de aquella manera.
- … ¡Claro que sí! No tendrás que trabajar más en esta sucia cabaña.
La bruja volvió la cabeza para ver de dónde venía aquella voz. Nunca se había percatado de que había una cabaña ahí. Un hombre se alejaba de ella andando con paso firme y pecho inflado. Sentía curiosidad por ver aquella casa más de cerca.
Desprendía un olor particular a raíces, incienso, especias y plantas, era agradable.
- Sea bienvenido y cuenta a la adivina qué te perturba.
Escuchó desde el interior. ¿Una adivina? Aquello parecía ser un encuentro planeado por los mismos dioses. Nahir se sentía perdida, si bien había pensado tomarse un tiempo para ir al Hekshold no tenía nada claro. Se podría decir que se sentía hasta más perdido que la primera vez que partía de las islas. ¿Qué se esperaba de ella? ¿Cuál era su propósito? Se encontraba en una etapa de su vida muy confusa. Y ahora los dioses hacían que se topase con una adivina, seguro que ella podría dar un poco de sentido al camino que la bruja estaba haciendo a ciegas.
- Hola… - susurró la bruja entrando en la cabaña.
A pesar de ser de día la estancia estaba iluminada por velas. Había plantas y huesos colgando del techo, aquello le recordó a la casa del oráculo, pero algo más cuidada. Había una joven sentada frente a una mesa, en la que reposaba las manos. Era una joven muy peculiar, la mitad de su cabello era negro y la otra mitad blanco. Tenía un ojo oscuro como la noche y otro claro como el día, labios pequeños pero carnosos… era hermosa, pero lo que más llamaba la atención era el estado de uno de sus ojos, parecía enfermo. Nahir tuvo un impulso de preguntarle si necesitaba ayuda, pero la joven adivina habló antes.
- Siéntate y cuéntame.
- Bueno… yo…- ¿Por dónde empezar? La adivina hizo un gesto con la cabeza para que procediese. – No sabría realmente decirte porque estoy aquí, tan solo he sentido el impulso de entrar, como si tuviese que estar aquí. Perturbarme… supongo que todo me perturba. Han ocurrido muchas cosas que no estoy segura de como las voy a sobrellevar. Siento el impulso de que debo hacer algo, pero ni siquiera soy capaz de darte una respuesta clara. Supongo que lo que más me perturba soy yo misma. -
La adivina se la había quedado mirando, normalmente la gente iba con respuestas e ideas más claras. Mientras la morena hablaba y la joven aprovecho para examinarla un poco. Cuando hubo terminado extendió la mano encima de la mesa, con la palma hacía arriba.
- Dame tu mano izquierda.
La bruja obedeció, colocando su mano sobre la de la mujer. La sujetó extendiéndola lo máximo posible, pasado el dedo índice de la otra mano por la palma de la morena. La recorrió de arriba abajo unas cuantas veces, frunciendo el ceño. Nahir no quiso añadir nada, temía que le dijese que estaba todo perdido para ella. Se sorprendió siendo tan negativa. ¿Cuándo ese aspecto de ella había cambiado tanto?
- Quizás tengas buena suerte, quizás no, todo dependerá del trabajo y el empeño que emplees en ello. Los dioses no te sonríen, pero tampoco están enfadado contigo. Un consejo: ordena tus pensamientos y tus ideas. Una vez tengas las cosas claras insiste en lo que quieres. Deberás pelear por ello, esforzarte, pero puedes conseguirlo. Tu mayor enemigo eres tú misma.
Dejó su mano con cuidado mientras la miraba a los ojos. La bruja se había quedado muda reflexionando las palabras de la adivina. Su mirada estaba fijada en un puno fijo, las últimas palabras de la adivina la habían dejado muy tocada. Ella misma se había dado cuenta de los grandes cambios en su vida pero nunca lo había planteado de aquella manera.
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Nahir
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Re: La adivina Murielle [Desafío]
El destino de la chica (Nahir, leyó el nombre en las marcas de la mano) era difuso. Intentó concentrarse en él, pero a penas puso sacar un par de ideas claras y genéricas, nada de que no hubiera dicho antes, incluso en los días en que las concentraciones de éter eran bajas o en las que abría la tienda ebria como una pirata. Las imágenes, de otras premoniciones ajenas a las de Nahir, acudían a su cabeza. Algunas eran llamadas de auxilio y, otras, gritos que señalaban a Murielle como la culpable de un gran desastre aun por llegar. ¿Qué he hecho? Era una pregunta insignificante para una adivina; más bien, tenía que decirse: ¿qué haré?
Reprimió las ganas de abrazarse así misma como si se estuviera protegiendo de lo que estaría por llegar. Hizo un inmenso esfuerzo por mantener el ojo sano clavo en los ojos de Nahir. No debía mostrarse débil con un cliente, sería una desconsideración por su parte. Más cuando era una clienta tan joven y vulnerable como ella. En un ámbito profesional: los jóvenes eran vacilantes por naturaleza y siempre llevaban aeros que gastar en la tienda. En el ámbito social: Murielle no tenía oportunidad de hablar con chicas de su edad.
Sin apartar el ojo sano de Nahir, abrió el cajón de la mesita y sacó un colgante.
—Esto es un cuerno féerico. Puede que lo hayas visto alguna vez en el suelo del bosque y escondido detrás de los arbustos del camino. A simple vista, puede parecer un trozo de madera con forma de diente —y en realidad lo era, tallado por la misma Murielle — pero no es así. Es un cuerno de hada. Las hadas de Beltrexus son como venados invertidos: nacen con cuernos que se desprende cuando llegan a la edad adulta. Los cuernos féericos dan buena suerte a quien lo lleve puesto — hizo ondular el colgante frente de la chica —. Lo suelo vender 40 aeros y hay quien me paga 100 por uno de éstos — tenía decenas en el cajón —, ¿alguna vez has visto uno tan grande como este? Puedes quedarte. Considéralo un obsequio de la casa.
El dinero no importaba, quería una excusa para seguir hablando con ella. Después de contarle la historia de las hadas de Beltrexus, le hablaría sobre las especies que tenía en la estantería o de las fragancias que consiguió sintetizar en el laboratorio. Quédate conmigo, quédate todo el tiempo que necesite. Quédate y ayúdame para cuando él venga y ponga en la mesa el sapo enfermo que le vendí.
Tenía un pálpito: Nahir era una buena persona. Hoy era el día de los pálpitos. Simón Chandra tuvo uno esta mañana y luego le siguió el loco vagabundo. La diferencia de aquellos pálpitos con el de Murielle era que la adivina podía comprobar la bola de cristal que su pálpito era cierto.
—¡Él está…! — puso las dos manos encima del antebrazo de Nahir — ¡Por favor! ¡Suéltame! — hablaba a una sombra que solo el ojo enfermo podía ver — ¡Sal de mi cabaña! Será sucia, pero es mía — hablaba con mayor valentía a los muertos que a los vivos — No, para ti no habrá un mañana. Mira mi ojo y luego mira a los tuyos. Te has contagiado. — a Nahir, mirándola con el ojo sano: — está aquí — estaba llorando solo de un ojo —, puedo verlo. Me pidió un hechizo. Le dije que no era mi día en gracia, pero él tenía un pálpito. Insistió y le tuve que conceder la bendición. Esto — señaló su ojo del color de la noche — lo ha matado.
Y no es mi única víctima. Pensó, pero no puedo decirlo en voz alta.
La adivina Murielle no tenía miedo de los espíritus. Ellos no podían coger un pote de cristal y tirárselo en la cabeza. Temía a los vivos (Simón Chandra se presentaría pronto) y a la maldición del ojo.
—Y ahora nos matará a nosotras.
Las chicas escucharán el tintineo de la campana de la entrada. Murielle vio a Simon Chandra antes de que pasase por la puerta, lo estuvo viendo toda la mañana en sus visiones. Uno de sus ojos estaba infectado por la misma maldición que de Murielle. En una mano tenía la bolsa con el sapo maldito y en la otra una espada con filo ardiente. Dejó caer la bolsa encima de la mesita sin decir palabra. La abrió de un tajo. El sapo saltó a las caderas de Nahir. Murielle lo sintió con todo su pesar. De todas las personas que conocía, ella era la última que deseaba ver con su otro ojo.
—Una vida a cambio de otra —dijo Simón Chandra —. ¿Qué te parece? Tú me matas y yo mato a tus clientes. Lo próximo será quemarte el local. No tengo mucho tiempo, por lo que calculo. Hay que ver la efectividad de tus maldiciones, eres una zorra de cuidado.
* Nahir: Murielle confiesa su secreto contigo: puede ver a los espíritus con su ojo enfermo. Esta gente le perturba, le exige ayuda o la culpa de haber sido la causante de su muerte; creen que lo que sea que Murielle tiene el ojo izquierdo los ha matado. Deberás entenderla y consolarla. Antes de que puedas decirle nada, llega Simón Chandra a la cabaña. Deja el sapo infectado en la mesa, que cae sobre tus rodillas. Pronto veremos las consecuencias que tendrá esto. Por ahora, deberás detener a Chandra. Quiere hacer mucho daño a Murielle por el simple hecho de que su pálpito fue erróneo.
Reprimió las ganas de abrazarse así misma como si se estuviera protegiendo de lo que estaría por llegar. Hizo un inmenso esfuerzo por mantener el ojo sano clavo en los ojos de Nahir. No debía mostrarse débil con un cliente, sería una desconsideración por su parte. Más cuando era una clienta tan joven y vulnerable como ella. En un ámbito profesional: los jóvenes eran vacilantes por naturaleza y siempre llevaban aeros que gastar en la tienda. En el ámbito social: Murielle no tenía oportunidad de hablar con chicas de su edad.
Sin apartar el ojo sano de Nahir, abrió el cajón de la mesita y sacó un colgante.
—Esto es un cuerno féerico. Puede que lo hayas visto alguna vez en el suelo del bosque y escondido detrás de los arbustos del camino. A simple vista, puede parecer un trozo de madera con forma de diente —y en realidad lo era, tallado por la misma Murielle — pero no es así. Es un cuerno de hada. Las hadas de Beltrexus son como venados invertidos: nacen con cuernos que se desprende cuando llegan a la edad adulta. Los cuernos féericos dan buena suerte a quien lo lleve puesto — hizo ondular el colgante frente de la chica —. Lo suelo vender 40 aeros y hay quien me paga 100 por uno de éstos — tenía decenas en el cajón —, ¿alguna vez has visto uno tan grande como este? Puedes quedarte. Considéralo un obsequio de la casa.
El dinero no importaba, quería una excusa para seguir hablando con ella. Después de contarle la historia de las hadas de Beltrexus, le hablaría sobre las especies que tenía en la estantería o de las fragancias que consiguió sintetizar en el laboratorio. Quédate conmigo, quédate todo el tiempo que necesite. Quédate y ayúdame para cuando él venga y ponga en la mesa el sapo enfermo que le vendí.
Tenía un pálpito: Nahir era una buena persona. Hoy era el día de los pálpitos. Simón Chandra tuvo uno esta mañana y luego le siguió el loco vagabundo. La diferencia de aquellos pálpitos con el de Murielle era que la adivina podía comprobar la bola de cristal que su pálpito era cierto.
—¡Él está…! — puso las dos manos encima del antebrazo de Nahir — ¡Por favor! ¡Suéltame! — hablaba a una sombra que solo el ojo enfermo podía ver — ¡Sal de mi cabaña! Será sucia, pero es mía — hablaba con mayor valentía a los muertos que a los vivos — No, para ti no habrá un mañana. Mira mi ojo y luego mira a los tuyos. Te has contagiado. — a Nahir, mirándola con el ojo sano: — está aquí — estaba llorando solo de un ojo —, puedo verlo. Me pidió un hechizo. Le dije que no era mi día en gracia, pero él tenía un pálpito. Insistió y le tuve que conceder la bendición. Esto — señaló su ojo del color de la noche — lo ha matado.
Y no es mi única víctima. Pensó, pero no puedo decirlo en voz alta.
La adivina Murielle no tenía miedo de los espíritus. Ellos no podían coger un pote de cristal y tirárselo en la cabeza. Temía a los vivos (Simón Chandra se presentaría pronto) y a la maldición del ojo.
—Y ahora nos matará a nosotras.
Las chicas escucharán el tintineo de la campana de la entrada. Murielle vio a Simon Chandra antes de que pasase por la puerta, lo estuvo viendo toda la mañana en sus visiones. Uno de sus ojos estaba infectado por la misma maldición que de Murielle. En una mano tenía la bolsa con el sapo maldito y en la otra una espada con filo ardiente. Dejó caer la bolsa encima de la mesita sin decir palabra. La abrió de un tajo. El sapo saltó a las caderas de Nahir. Murielle lo sintió con todo su pesar. De todas las personas que conocía, ella era la última que deseaba ver con su otro ojo.
—Una vida a cambio de otra —dijo Simón Chandra —. ¿Qué te parece? Tú me matas y yo mato a tus clientes. Lo próximo será quemarte el local. No tengo mucho tiempo, por lo que calculo. Hay que ver la efectividad de tus maldiciones, eres una zorra de cuidado.
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* Nahir: Murielle confiesa su secreto contigo: puede ver a los espíritus con su ojo enfermo. Esta gente le perturba, le exige ayuda o la culpa de haber sido la causante de su muerte; creen que lo que sea que Murielle tiene el ojo izquierdo los ha matado. Deberás entenderla y consolarla. Antes de que puedas decirle nada, llega Simón Chandra a la cabaña. Deja el sapo infectado en la mesa, que cae sobre tus rodillas. Pronto veremos las consecuencias que tendrá esto. Por ahora, deberás detener a Chandra. Quiere hacer mucho daño a Murielle por el simple hecho de que su pálpito fue erróneo.
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Re: La adivina Murielle [Desafío]
La actitud que estaba adoptando la adivina estaba empezando a asustar a la bruja, parecía que le pasaba algo. La miraba, pero parecía no está pendiente de ella, como si estuviese viendo algo más, o al alguien más.
Empezó a hablar como si aquello la distrajese y se pudiese recomponer un poco de lo que le acavaba de suceder. Sacó un collar muy peculiar de un cajón, la escuchó mientras le hablaba de él con la boca casi abierta, fascinada por lo que le contaba.
- Hadas…- susurró mirando embobada el colgante que le estaba enseñando.
Negó con la cabeza respondiendo a su última pregunta, no es que fuese el más grande que había visto, sino que era el primero.
- Oh yo… no puedo aceptarlo. – dijo negando el regalo, a fin de cuentas aquellas cosas eran su fuente de ingresos, no podía aprovecharse de ello.
Empezó a explicarle cosas sobre los objetos que tenía en la casa. Nahir estaba fascinada, la escuchaba poniendo toda su atención, haciendo alguna que otra pregunta corta sobre las pociones, aromas…
Se sobresaltó cuando colocó ambas manos sobre su brazo. La miró a los ojos, intentando comprender que estaba sucediendo.
- Tra-tranquila – colocó la mano que le quedaba libre en su mejilla, no sabía muy bien que debía hacer en aquel momento, ella no veía a nadie más ahí dentro.
Hubo un momento en el que la miró a ella.
- ¿Quién está aquí? No puede hacerte nada, no está…
Apenas sin darse cuenta enfrió la palma de la mano que tenía en su mejilla, sus dedos estaban muy cerca de su ojo, aquel que tenía un manto blanco. Quizás de aquel modo dejaría de dolerle, saltaba a la vista que lo hacía, o al menos la haría volver con ella, parecía que algo no iba muy bien con aquellas visiones que estaba teniendo.habilidad entumecer
¿Cómo que lo había matado?
Sus pensamientos que rondaban la idea de que aquella mujer había matado a alguien desaparecieron al escuchar que ellas también iban a morir.
- ¿Cómo que nos matará? ¿Quién? Mi-mírame. No nos va a pasar nada, ¿vale? La bendición no salió bien, bueno esas cosas a veces pueden pasar. Hablaremos con él, podemos solucionarlo.
La morena volvió la cabeza cuando la puerta se abrió de manera violenta. Como había dicho Murielle, entró un hombre con un saco en una mano y una espada en la otra. No hacía falta que dijese nada para saber que no venía con buenas intenciones, su cara lo decía todo. Uno de sus ojos parecía infectado, como si un animal le hubiese arañado.
Nahir se levantó cuando el sapo cayó encima de ella, quitándoselo de encima. Se colocó de frente al hombre, dejando a Murielle a sus espaldas.
El hombre hablaba con la adivina, pero miraba a la bruja. ¿Se estaba refiriendo a ella?
- Creo que estas exagerando un poco la situación. Ella ha hecho lo que ha podido, las cosas no siempre salen bien, pero aun así no tiene que ser por su culpa. Iremos a ver a un médi…
- ¿Médico? Creo que no sabes de lo que estás hablando. Pero bueno, también estás a punto de morir, a veces se dicen tonterías llegado ese momento.
- No vamos a morir… -parecía que intentaba convencerse a sí misma.
El hombre alzó la espada y dio un paso hacía ellas. Nahir dio un paso atrás, acercándose más a la adivina, extendió las manos hacía los lados, como cubriendo a la mujer que quedaba por detrás de ella. Los hombros de Chandra bajaron un poco, como empezando a coger impulso para saltar sobre ellas. La bruja movió ambos brazos hacía un lado, haciendo que con el movimiento la espalda del hombre saliese disparada hacía el suelo. telequinesis Chandra parpadeó un par de veces mientras maldecía a la morena. Fue rápido al intentar agacharse para recuperarla, pero la bruja lo fue más. Dirigió las manos en dirección al hombre, haciendo salir de entre sus dedos un chorro de agua que impactó contra su pecho. El hombre salió propulsado hacía tras, impactando contra la puerta. Tardó unos instantes en recuperarse, mientras Nahir se volvió hacia Murielle.
- ¿Co-como estas? –preguntó con la respiración acelerada
La mujer asintió con la cabeza mirando al hombre que aún se retorcía en el suelo.
- Tenemos que irnos de aquí…
- No, mi casa… la quemará….
Su voz sonaba desgarrada, como si aquello fuese lo único que tenía. La bruja suspiró.
- Vale…
El hombre dejó caer un gruñido cuando colocó las manos en el suelo para ayudarse a levantar.
- Maldita perra…- dijo antes de correr en su dirección.
Se tiró sobre ella, cayendo los dos contra una de las estanterías de la mujer. Empezaron a llover frascos y flores. Le dolía la espalda, como si se hubiese caído encima de una piedra. Chandra empezó a pegarle puñetazos, le llegaban por todos los lados, en el vientre, los brazos, la cara… se llevó los brazos a la cabeza intentado bloquearos.
Murielle había retrocedido para no ser alcanzada también. Al ver que el hombre estaba sentado sobre el torso de la mujer se colocó detrás de él y lo empujó.
Nahir asomó la cabeza al ver la oportunidad.
- El collar… tiramelo…
La adivina se apresuró a llegar a la mesa y sacar uno de los collares de cuerno, para lanzárselo a la bruja.
Chandra se levantó, con los ojos inyectados en sangre. Miraba a Murielle con mucho odio. Se levantó con las manos por delante, colocadas en mano de garra. Corrió hacía ella, con la intención de desgarrarle la cara. La adivina cerró los ojos esperando el impacto.
La bruja, empuñando el cuerno del collar a modo de arma, se lanzó sobre el hombre, clavándoselo en su cuello. Chandra paró en seco, sus ropas empezaron a teñirse de rojo.
Nahir se llevó las manos a la boca sin creerse lo que acababa de hacer.
Empezó a hablar como si aquello la distrajese y se pudiese recomponer un poco de lo que le acavaba de suceder. Sacó un collar muy peculiar de un cajón, la escuchó mientras le hablaba de él con la boca casi abierta, fascinada por lo que le contaba.
- Hadas…- susurró mirando embobada el colgante que le estaba enseñando.
Negó con la cabeza respondiendo a su última pregunta, no es que fuese el más grande que había visto, sino que era el primero.
- Oh yo… no puedo aceptarlo. – dijo negando el regalo, a fin de cuentas aquellas cosas eran su fuente de ingresos, no podía aprovecharse de ello.
Empezó a explicarle cosas sobre los objetos que tenía en la casa. Nahir estaba fascinada, la escuchaba poniendo toda su atención, haciendo alguna que otra pregunta corta sobre las pociones, aromas…
Se sobresaltó cuando colocó ambas manos sobre su brazo. La miró a los ojos, intentando comprender que estaba sucediendo.
- Tra-tranquila – colocó la mano que le quedaba libre en su mejilla, no sabía muy bien que debía hacer en aquel momento, ella no veía a nadie más ahí dentro.
Hubo un momento en el que la miró a ella.
- ¿Quién está aquí? No puede hacerte nada, no está…
Apenas sin darse cuenta enfrió la palma de la mano que tenía en su mejilla, sus dedos estaban muy cerca de su ojo, aquel que tenía un manto blanco. Quizás de aquel modo dejaría de dolerle, saltaba a la vista que lo hacía, o al menos la haría volver con ella, parecía que algo no iba muy bien con aquellas visiones que estaba teniendo.habilidad entumecer
¿Cómo que lo había matado?
Sus pensamientos que rondaban la idea de que aquella mujer había matado a alguien desaparecieron al escuchar que ellas también iban a morir.
- ¿Cómo que nos matará? ¿Quién? Mi-mírame. No nos va a pasar nada, ¿vale? La bendición no salió bien, bueno esas cosas a veces pueden pasar. Hablaremos con él, podemos solucionarlo.
La morena volvió la cabeza cuando la puerta se abrió de manera violenta. Como había dicho Murielle, entró un hombre con un saco en una mano y una espada en la otra. No hacía falta que dijese nada para saber que no venía con buenas intenciones, su cara lo decía todo. Uno de sus ojos parecía infectado, como si un animal le hubiese arañado.
Nahir se levantó cuando el sapo cayó encima de ella, quitándoselo de encima. Se colocó de frente al hombre, dejando a Murielle a sus espaldas.
El hombre hablaba con la adivina, pero miraba a la bruja. ¿Se estaba refiriendo a ella?
- Creo que estas exagerando un poco la situación. Ella ha hecho lo que ha podido, las cosas no siempre salen bien, pero aun así no tiene que ser por su culpa. Iremos a ver a un médi…
- ¿Médico? Creo que no sabes de lo que estás hablando. Pero bueno, también estás a punto de morir, a veces se dicen tonterías llegado ese momento.
- No vamos a morir… -parecía que intentaba convencerse a sí misma.
El hombre alzó la espada y dio un paso hacía ellas. Nahir dio un paso atrás, acercándose más a la adivina, extendió las manos hacía los lados, como cubriendo a la mujer que quedaba por detrás de ella. Los hombros de Chandra bajaron un poco, como empezando a coger impulso para saltar sobre ellas. La bruja movió ambos brazos hacía un lado, haciendo que con el movimiento la espalda del hombre saliese disparada hacía el suelo. telequinesis Chandra parpadeó un par de veces mientras maldecía a la morena. Fue rápido al intentar agacharse para recuperarla, pero la bruja lo fue más. Dirigió las manos en dirección al hombre, haciendo salir de entre sus dedos un chorro de agua que impactó contra su pecho. El hombre salió propulsado hacía tras, impactando contra la puerta. Tardó unos instantes en recuperarse, mientras Nahir se volvió hacia Murielle.
- ¿Co-como estas? –preguntó con la respiración acelerada
La mujer asintió con la cabeza mirando al hombre que aún se retorcía en el suelo.
- Tenemos que irnos de aquí…
- No, mi casa… la quemará….
Su voz sonaba desgarrada, como si aquello fuese lo único que tenía. La bruja suspiró.
- Vale…
El hombre dejó caer un gruñido cuando colocó las manos en el suelo para ayudarse a levantar.
- Maldita perra…- dijo antes de correr en su dirección.
Se tiró sobre ella, cayendo los dos contra una de las estanterías de la mujer. Empezaron a llover frascos y flores. Le dolía la espalda, como si se hubiese caído encima de una piedra. Chandra empezó a pegarle puñetazos, le llegaban por todos los lados, en el vientre, los brazos, la cara… se llevó los brazos a la cabeza intentado bloquearos.
Murielle había retrocedido para no ser alcanzada también. Al ver que el hombre estaba sentado sobre el torso de la mujer se colocó detrás de él y lo empujó.
Nahir asomó la cabeza al ver la oportunidad.
- El collar… tiramelo…
La adivina se apresuró a llegar a la mesa y sacar uno de los collares de cuerno, para lanzárselo a la bruja.
Chandra se levantó, con los ojos inyectados en sangre. Miraba a Murielle con mucho odio. Se levantó con las manos por delante, colocadas en mano de garra. Corrió hacía ella, con la intención de desgarrarle la cara. La adivina cerró los ojos esperando el impacto.
La bruja, empuñando el cuerno del collar a modo de arma, se lanzó sobre el hombre, clavándoselo en su cuello. Chandra paró en seco, sus ropas empezaron a teñirse de rojo.
Nahir se llevó las manos a la boca sin creerse lo que acababa de hacer.
Nahir
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Re: La adivina Murielle [Desafío]
Nahir saltó hacia Chandra con violencia y clavó el cuerno de hada que Murielle le había regalo en el lugar del cuello donde los vampiros mordían para alimentarse. Chandra se alejó un par de paso de Nahir. Miraba a la morena extrañado, como si fuera de una especie desconocida para él. Quizá fuera porque casi nadie, hasta ese entonces, se había atrevido a llevarle la contraria y, los pocos que lo hicieron, recibieron fueron reprimidos con toda clase de maldiciones. Chandra tenía la boca e intentaba hablar, más bien gritar una cadena de insultos dirigidos a las brujas, pero de su boca no salía ningún sonido. La fuerza se le escapaba por la brecha que Nahir le había abierto en el cuello en forma de una mancha roja de sangre. Tambaleaba por la habitación buscando un sustento firme ya que sus piernas estaban dejando de funcionar. Lo intentó con la última estantería que quedaba en pie. Los frascos que no se cayeron durante la batalla, lo hicieron cuando Chandra se apoyó en el mueble con la mano derecha. La mano izquierda estaba ocupada frenando la hemorragia del cuello.
Murielle se plantó delante de Chandra. Veía a dos cuerpos en una misma persona, con el sano veía el cuerpo tangible de Chandra y con el enfermo, a una masa ficticia que se asemejaba a la silueta del hombre.
— Está muriendo — sentenció la adivina —. Está muriendo y estoy contenta de que lo esté haciendo.
Dio un puntapié al tobillo de Chandra. El hombre perdió el equilibrio y cayó al suelo. Ahora, la mano derecha la utilizaba para taparse el ojo infectado por aquello. Giraba la cabeza como lo haría un niño asustado que creía que había un monstruo en el armario. El monstruo de Chandra era Murielle, pero no la misma que veía Nahir, sino la Murielle que alcanzaba a ver con el ojo enfermo. La adivina le ejerció otra patada, estaba vez en el hombro izquierdo para que apartase la mano de la brecha del cuello y terminase por desangrase.
Chandra murió con ambos ojos, enfermo y sano, abiertos y dirigidos hacia donde estaba Murielle. Su torso dejó de latir. La pierna izquierda respondía con suaves impulsos como si quisiera echarse a correr por ella misma. Murielle se arrodilló al lado de la cabeza del hombre y extrajo el colgante con el cuerno de hada que había quedado clavado en el cuello. El cuerno estaba roto. Tenía otros en el cajón igual de valiosos, igual de fraudes, que éste; podría coger cualquiera de ellos para regalárselo a Nahir como había prometido. Arrugó la tez y lo pensó en algo mejor. Partió lo que quedaba del cuerno de hada en dos trozos que se complementaban el uno al otro. Quito la cuerda manchada de sangre de hombre del colgante y arregló ambos trozos con dos cuerdas nuevas, una de ella se la tendió a Nahir con la mano abierta.
—He visto a los humanos enamorados hacer esto con piedras con forma de corazón. Lo parten en dos trozos y se lo reparten entre ellos. ¡Qué estúpido! ¿Verdad? — hablaba mirando el fragmento del cuerno de hada que se había quedado —. Las piedras son solo piedras y nada más. Esto… esto quiero que sea más importante para nosotras. Me has salvado la vida sin conocerme. Has luchado contra un hombre que te supera por dos veces en tamaño y peso. No tengo palabras para agradecerte lo que has hecho por mí, que sean las hadas quienes hablen por mí.
Unió ambos fragmentos en la mano de Nahir. El cuerno era un fraude que utilizaba para engatusar a los clientes, pero la magia era cierta. La misma Murielle la emanaba de las yemas de sus dedos y la proyectaba al colgante. El cuerno de hada se iluminó con un tenue resplandor rosado. Murielle se inclinó a Nahir y la besó en la mejilla. Hubiera preferido besarla en otro lugar.
Mientras las chicas hablaban, el sapo maldito volvió a la vida. Se escapó de la choza sin que ninguna de las dos se diera cuenta. Abrió la boca rompiendo el hilo que la cosía y desgarrando sus labios de reptil. Emanaba un aliento tóxico con olor a muerte y podredumbre. La hierba por donde el sapo pasaba moría al instante. Los animales con quienes se topaba morían al instante para luego resucitar y seguir expandiendo la maldición. Un punto en común entre ellos: el parásito que Murielle llamaba como aquello residía en el ojo izquierdo de cada uno de ellos. Después de los animales, fueron los hombres y mujeres quienes se infectaron.
* Nahir: Murielle lo ha dicho todo, con palabras y por magia. Por mi parte no me queda nada más que añadir. Por la tuya, tal vez sí. Me comentaste por mp que te gustaba mucho el pj de Murielle. Es por eso que he decidido que el cierre del desafío lo des tú. Relaciónate con Murielle como gustes (avísame si he de añadir la etiqueta +18). Aquí termina mi intervención. Dejaré las recompensas como si el tema estuviera cerrado.
Recompensas:
* +2 ptos de experiencia en función de la calidad del texto.
* +3 ptos de experiencia en función de la originalidad del usuario.
* 5 ptos totales de experiencia
Obsequio:
Túnica de Murielle: Armadura ligera de calidad común. Al llevarla en la zona de los bosques, las criaturas feéricas (hadas, duendes, trasgos...) te reconocerán como una conocida amiga, como tratarían a Murielle. No te atacarán aunque entrés en sus dominios. Esta habilidad no afecta a las criaturas de otras zonas que no sean los bosques, así como cavernas o montañas.
Consecuencia:
Deberás hacer un tema en el tablón del bardo informando sobre la maldición que se extiende por las islas. Eres libre de contar la verdad tal y como lo has vivido o relatar una historia alternativa que no te involucre de forma directa (quizás mediante visiones proféticas o por leer las estrellas en el cielo), eres libre de ello.
Los usuarios que se encuentren en las islas illidenses y quieran participar en esta historia (en este evento) deberán contestar en este confirmando que han leído el mensaje.
Murielle se plantó delante de Chandra. Veía a dos cuerpos en una misma persona, con el sano veía el cuerpo tangible de Chandra y con el enfermo, a una masa ficticia que se asemejaba a la silueta del hombre.
— Está muriendo — sentenció la adivina —. Está muriendo y estoy contenta de que lo esté haciendo.
Dio un puntapié al tobillo de Chandra. El hombre perdió el equilibrio y cayó al suelo. Ahora, la mano derecha la utilizaba para taparse el ojo infectado por aquello. Giraba la cabeza como lo haría un niño asustado que creía que había un monstruo en el armario. El monstruo de Chandra era Murielle, pero no la misma que veía Nahir, sino la Murielle que alcanzaba a ver con el ojo enfermo. La adivina le ejerció otra patada, estaba vez en el hombro izquierdo para que apartase la mano de la brecha del cuello y terminase por desangrase.
Chandra murió con ambos ojos, enfermo y sano, abiertos y dirigidos hacia donde estaba Murielle. Su torso dejó de latir. La pierna izquierda respondía con suaves impulsos como si quisiera echarse a correr por ella misma. Murielle se arrodilló al lado de la cabeza del hombre y extrajo el colgante con el cuerno de hada que había quedado clavado en el cuello. El cuerno estaba roto. Tenía otros en el cajón igual de valiosos, igual de fraudes, que éste; podría coger cualquiera de ellos para regalárselo a Nahir como había prometido. Arrugó la tez y lo pensó en algo mejor. Partió lo que quedaba del cuerno de hada en dos trozos que se complementaban el uno al otro. Quito la cuerda manchada de sangre de hombre del colgante y arregló ambos trozos con dos cuerdas nuevas, una de ella se la tendió a Nahir con la mano abierta.
—He visto a los humanos enamorados hacer esto con piedras con forma de corazón. Lo parten en dos trozos y se lo reparten entre ellos. ¡Qué estúpido! ¿Verdad? — hablaba mirando el fragmento del cuerno de hada que se había quedado —. Las piedras son solo piedras y nada más. Esto… esto quiero que sea más importante para nosotras. Me has salvado la vida sin conocerme. Has luchado contra un hombre que te supera por dos veces en tamaño y peso. No tengo palabras para agradecerte lo que has hecho por mí, que sean las hadas quienes hablen por mí.
Unió ambos fragmentos en la mano de Nahir. El cuerno era un fraude que utilizaba para engatusar a los clientes, pero la magia era cierta. La misma Murielle la emanaba de las yemas de sus dedos y la proyectaba al colgante. El cuerno de hada se iluminó con un tenue resplandor rosado. Murielle se inclinó a Nahir y la besó en la mejilla. Hubiera preferido besarla en otro lugar.
Mientras las chicas hablaban, el sapo maldito volvió a la vida. Se escapó de la choza sin que ninguna de las dos se diera cuenta. Abrió la boca rompiendo el hilo que la cosía y desgarrando sus labios de reptil. Emanaba un aliento tóxico con olor a muerte y podredumbre. La hierba por donde el sapo pasaba moría al instante. Los animales con quienes se topaba morían al instante para luego resucitar y seguir expandiendo la maldición. Un punto en común entre ellos: el parásito que Murielle llamaba como aquello residía en el ojo izquierdo de cada uno de ellos. Después de los animales, fueron los hombres y mujeres quienes se infectaron.
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* Nahir: Murielle lo ha dicho todo, con palabras y por magia. Por mi parte no me queda nada más que añadir. Por la tuya, tal vez sí. Me comentaste por mp que te gustaba mucho el pj de Murielle. Es por eso que he decidido que el cierre del desafío lo des tú. Relaciónate con Murielle como gustes (avísame si he de añadir la etiqueta +18). Aquí termina mi intervención. Dejaré las recompensas como si el tema estuviera cerrado.
Recompensas:
* +2 ptos de experiencia en función de la calidad del texto.
* +3 ptos de experiencia en función de la originalidad del usuario.
* 5 ptos totales de experiencia
Obsequio:
Túnica de Murielle: Armadura ligera de calidad común. Al llevarla en la zona de los bosques, las criaturas feéricas (hadas, duendes, trasgos...) te reconocerán como una conocida amiga, como tratarían a Murielle. No te atacarán aunque entrés en sus dominios. Esta habilidad no afecta a las criaturas de otras zonas que no sean los bosques, así como cavernas o montañas.
- Vestigio de Thariza:
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Consecuencia:
Deberás hacer un tema en el tablón del bardo informando sobre la maldición que se extiende por las islas. Eres libre de contar la verdad tal y como lo has vivido o relatar una historia alternativa que no te involucre de forma directa (quizás mediante visiones proféticas o por leer las estrellas en el cielo), eres libre de ello.
Los usuarios que se encuentren en las islas illidenses y quieran participar en esta historia (en este evento) deberán contestar en este confirmando que han leído el mensaje.
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Re: La adivina Murielle [Desafío]
Escuchaba la voz de la adivina distorsionada, como si tuviese los odios taponados, la cabeza le daba vueltas así que se llevó las manos a la frente, manchándose la cara con la sangre del hombre. Empezaba a notar un fuerte dolor en la cabeza, concretamente detrás de los ojos, como si fuese a estallar.
Dio un par de pasos atrás cuando el hombre cayó al suelo, o mejor dicho cuando Murielle lo tiró. La adivina ahora tenía una actitud totalmente distinta a la de hacía unos momentos, Chandra parecía aterrado, huía de ella. La bruja se quedó mirando al hombre que se desangraba en el suelo, por su culpa. Matar a una persona, aunque esta fuese mala, estaba mal. Y matar a alguien defendiéndote, ¿eso también estaba mal? Seguramente sí, por eso Nahir se sentía desgarrada. La sangre salía de la herida con fuerza, no tardaría mucho en morir. Se le revolvió el estómago. Poco a poco fue bajando las manos, solo dejaba de mirar al hombre para mirar a la adivina. Sus ojos apagados eran una señal más de que el hombre ya había muerto. Murielle se acercó a él, Nahir la miró, forzando la vista para no verla difuminada, solo en aquel momento se percató de que sus ojos estaban húmedos. Una sola lagrima cayó rápida por su mejilla.
La voz y las palabras de la adivina hicieron que el cuerpo de la bruja dejase de temblar, calmándose. Al parecer estaba agradecida por haberle salvado la vida, aun así, Nahir no se sentía como si hubiese hecho algo bien. Había matado a un hombre, no se merecía nada por aquello.
Alzó la mano para coger el trozo de colgante que la adivina le estaba ofreciendo, ni siquiera se sentía con fuerzas para negarse. Cuando este se iluminó, la bruja pudo sentir un cosquilleo en la palma de la mano, que subía por su brazo y se extendía por todo su cuerpo. Estaba tan centrada en aquel cosquilleo que el beso en la mejilla le pilló de sorpresa. Abrió mucho los ojos de golpe, mirando a la adivina, seguro que sus mejillas se habían sonrojado un poco. Separó los labios para decir algo, pero se quedó mirando a la adivina sin saber ordenar las palabras en su cabeza.
No estaba muy segura, pero terminó por colgarse el cuerno de hada al cuello. Pesaba, aunque no tenía nada que ver con el material o la magia, seguramente aun tardaría un tiempo en dejar de ver a Chandra cuando mirase el colgante.
- ¿Te encuentras bien?
Ahora que su cuerpo empezaba a calmarse y la adrenalina disminuía, la bruja empezaba a sentir el dolor. Le dolían las costillas, ahí donde el hombre había arremetido más contra ella, le dolía el brazo derecho y la espalda, no sabía muy bien si por los golpes o por la caída, sentía el latido de su corazón en el pómulo, seguramente tendría la zona un poco inflamada. Se acarició la mejilla con cuidado para percatarse que no había sido más que un golpe, lo que realmente le dolía era el torso. Se llevó ambas manos a las costillas, al foco del dolor, y empezó a entumecer la zona, perdiendo la percepción del dolor.entumecer
Se acercó a la adivina y posó su, aun fría, mano sobre su brazo, con cuidado, como su pudiese romperla.
- Siento mi… yo no…- no sabía muy bien que decir. Quería disculparse, romper a llorar, pegarle una patada al cuerpo inerte de aquel hombre, gritar. Sentía tantas cosas y tan dispares que no sabía cómo expresarse.
La adivina pareció comprenderla y negó con la cabeza, colocando una mano sobre la de ella. Aquello la tranquilizó un poco, lo único que persistía era el dolor de cabeza.
- No me encuentro muy bien…- se limitó a decir soltando a la adivina.
Murielle le coloco una mano en el hombro y la otra en el vientre, cerca de donde hacía unos instantes ella había tenido las suyas, para dirigirla a la otra parte de la casa, lejos del cuerpo tendido en el suelo. Nada más tocarla, la adivina miró a Nahir a los ojos.
- Yo sí que lo siento…
Aquellas palabras hicieron recordar cosas a Nahir que había intentado esconder en lo más profundo de su corazón. Recordarlo era como revivirlo de nuevo. Recordó el miedo y la angustia, la desesperación y el dolor. La bruja sacudió la cabeza, intentando no pensar en aquello. El movimiento le recordó el dolor tras los ojos.
- Será mejor que me vaya a descansar, ha sido un día largo…- sonrió a la adivina con las pocas fuerzas que le quedaban. – Volveré a verte. – se notaba que no eran unas simples palabras de cortesía, estaba totalmente segura de que iba a volverla a ver, pero después de todo lo ocurrido necesitaba tiempo para ella.
Nahir salió de la casa de madera sin mirar atrás, se llevó la mano al pecho, donde descansaba el collar. Caminaba lenta, como si sus pies pesasen una tonelada, tan solo quería llegar a su casa, abrazar a su madre y llorar hasta que desapareciese todo aquel dolor.
Dio un par de pasos atrás cuando el hombre cayó al suelo, o mejor dicho cuando Murielle lo tiró. La adivina ahora tenía una actitud totalmente distinta a la de hacía unos momentos, Chandra parecía aterrado, huía de ella. La bruja se quedó mirando al hombre que se desangraba en el suelo, por su culpa. Matar a una persona, aunque esta fuese mala, estaba mal. Y matar a alguien defendiéndote, ¿eso también estaba mal? Seguramente sí, por eso Nahir se sentía desgarrada. La sangre salía de la herida con fuerza, no tardaría mucho en morir. Se le revolvió el estómago. Poco a poco fue bajando las manos, solo dejaba de mirar al hombre para mirar a la adivina. Sus ojos apagados eran una señal más de que el hombre ya había muerto. Murielle se acercó a él, Nahir la miró, forzando la vista para no verla difuminada, solo en aquel momento se percató de que sus ojos estaban húmedos. Una sola lagrima cayó rápida por su mejilla.
La voz y las palabras de la adivina hicieron que el cuerpo de la bruja dejase de temblar, calmándose. Al parecer estaba agradecida por haberle salvado la vida, aun así, Nahir no se sentía como si hubiese hecho algo bien. Había matado a un hombre, no se merecía nada por aquello.
Alzó la mano para coger el trozo de colgante que la adivina le estaba ofreciendo, ni siquiera se sentía con fuerzas para negarse. Cuando este se iluminó, la bruja pudo sentir un cosquilleo en la palma de la mano, que subía por su brazo y se extendía por todo su cuerpo. Estaba tan centrada en aquel cosquilleo que el beso en la mejilla le pilló de sorpresa. Abrió mucho los ojos de golpe, mirando a la adivina, seguro que sus mejillas se habían sonrojado un poco. Separó los labios para decir algo, pero se quedó mirando a la adivina sin saber ordenar las palabras en su cabeza.
No estaba muy segura, pero terminó por colgarse el cuerno de hada al cuello. Pesaba, aunque no tenía nada que ver con el material o la magia, seguramente aun tardaría un tiempo en dejar de ver a Chandra cuando mirase el colgante.
- ¿Te encuentras bien?
Ahora que su cuerpo empezaba a calmarse y la adrenalina disminuía, la bruja empezaba a sentir el dolor. Le dolían las costillas, ahí donde el hombre había arremetido más contra ella, le dolía el brazo derecho y la espalda, no sabía muy bien si por los golpes o por la caída, sentía el latido de su corazón en el pómulo, seguramente tendría la zona un poco inflamada. Se acarició la mejilla con cuidado para percatarse que no había sido más que un golpe, lo que realmente le dolía era el torso. Se llevó ambas manos a las costillas, al foco del dolor, y empezó a entumecer la zona, perdiendo la percepción del dolor.entumecer
Se acercó a la adivina y posó su, aun fría, mano sobre su brazo, con cuidado, como su pudiese romperla.
- Siento mi… yo no…- no sabía muy bien que decir. Quería disculparse, romper a llorar, pegarle una patada al cuerpo inerte de aquel hombre, gritar. Sentía tantas cosas y tan dispares que no sabía cómo expresarse.
La adivina pareció comprenderla y negó con la cabeza, colocando una mano sobre la de ella. Aquello la tranquilizó un poco, lo único que persistía era el dolor de cabeza.
- No me encuentro muy bien…- se limitó a decir soltando a la adivina.
Murielle le coloco una mano en el hombro y la otra en el vientre, cerca de donde hacía unos instantes ella había tenido las suyas, para dirigirla a la otra parte de la casa, lejos del cuerpo tendido en el suelo. Nada más tocarla, la adivina miró a Nahir a los ojos.
- Yo sí que lo siento…
Aquellas palabras hicieron recordar cosas a Nahir que había intentado esconder en lo más profundo de su corazón. Recordarlo era como revivirlo de nuevo. Recordó el miedo y la angustia, la desesperación y el dolor. La bruja sacudió la cabeza, intentando no pensar en aquello. El movimiento le recordó el dolor tras los ojos.
- Será mejor que me vaya a descansar, ha sido un día largo…- sonrió a la adivina con las pocas fuerzas que le quedaban. – Volveré a verte. – se notaba que no eran unas simples palabras de cortesía, estaba totalmente segura de que iba a volverla a ver, pero después de todo lo ocurrido necesitaba tiempo para ella.
Nahir salió de la casa de madera sin mirar atrás, se llevó la mano al pecho, donde descansaba el collar. Caminaba lenta, como si sus pies pesasen una tonelada, tan solo quería llegar a su casa, abrazar a su madre y llorar hasta que desapareciese todo aquel dolor.
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