[Desafío] Camaleón, la ladrona
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[Desafío] Camaleón, la ladrona
Aquel sujeto había tenido una larga jornada de trabajo en el mercado, relativamente tranquila y sin preocupaciones, incluso aburrida podría decirse. El número de clientes no parecía variar fuera de la media que acostumbraba a recibir, y para quien surtía sus almacenes cada mañana. Los mismos rostros, las mismas personas... con solo un par de excepciones.
El primero solo era un niño, quien vagaba a los alrededores de su puesto sin atreverse a acercarse demasiado, observando desde la lejanía sus pócimas con cierta curiosidad. No llegó a ver el momento en que el muchacho se marchó, simplemente... desapareció de su vista. El siguiente fue un hombre, de ropa fina y elegante postura, quien observaba los brebajes y hacía constantes preguntas sobre su composición, como si fuera un gran conocedor de la alquimia. Cuando pensó que no podía soportarlo más, el sujeto, al igual que el niño, desapareció de su vista sin ninguna explicación. El último se trató de una anciana, quien parecía hallarse en sus últimos días y suplicaba por solo un par de monedas. No vio lo que se avecinaba cuando accedió a apoyar a la mujer, depositando una pequeña suma de aeros en su mano. Jamás pensó que se trataba de una trampa, de una táctica para descubrir dónde la presa ocultaba el botín, no hasta que fue demasiado tarde, cuando vio el rostro de la anciana transformarse en la bella faceta de una doncella de rubios cabellos.
—¡No puede ser! ¡Tú eres... ! ¡Eres...!
—Así es, encanto. Soy yo... —le interrumpió la mujer, silenciándole coquetamente situando su dedo sobre sus labios, antes de retirar ágilmente la capucha detrás de la que se ocultaba y lanzarla al aire—. ¡El camaleón!
El hombre observó perplejo la entrada de la bella ladrona, siendo incapaz de defenderse cuando esta se lanzó sobre él para inhabilitarle y hacerle caer, dándole el tiempo necesario para robar el cofre donde guardaba sus ganancias, ¡el botín!
—Fue un placer conocerte, cariño, pero tengo que tomar esto prestado —declaró la mujer, levantándose del regazo del hombre para alcanzar el baúl lleno de aeros—. Adios ♡ —se despidió con un guiño, no sin antes depositar un dulce beso en los labios de su presa.
—¿Q-Qué...? ¡No! ¡Detenedla! ¡La ladrona!
Con una risilla traviesa, Camaleón se echó a la fuga sin mirar atrás, desplazándose rauda a través de la escena de su robo: el mercado que había estado estudiando desde hacía días. ¡Nadie jamás iba a atraparla a ese ritmo! ¡Y mucho menos en aquel lugar! Con tantos colores para imitar... ¡No sabía ni por dónde empezar! La ladrona sonrió, esquivando con gracia a los transeuntes que se cruzaban en su vía de escape, hasta que un sonido familiar provocó que mirara atrás solo un segundo. Siendo incapaz de contener una atrevida risotada al comprobar que se trataban de sus buenos amigos: los soldados de la guardia de Lunargenta, tan encantadores como siempre, Camaleón se preparó para divertirse un rato.
Los soldados corrían a toda prisa, siguiéndole el paso a la veloz ladrona. ¡No podían dejarla escapar! ¡No de nuevo! No iban a caer de nuevo en sus engaños... o eso creyeron.
Cuando la ladrona giró a la derecha en dirección a la zona más poblada del mercado, no se detuvieron y siguieron avanzando, sin notar realmente el momento en que un cadete extra se sumó a la persecución. ¡No tenían tiempo de cuestionar cosas como esa!
—¡Separémonos! ¡Podremos emboscarla si la acorralamos en la salida! —habló el nuevo integrante, presentando un plan que parecía efectivo y con el que estuvieron de acuerdo el par de soldados—. ¡Tú! ¡Sígueme! ¡De prisa!
El trio de soldados puso en marcha el plan. Un dúo se desvío para tomar un atajo y emboscar así a la ladrona, mientras aquel que fue dejado atrás volvió su mirada hacia la mujer que escapaba, solo para verla repentinamente desvanecerse en el aire como una simple... ilusión. ¡No! ¡Era una trampa! ¡Maldición...!
Camaleón sonrió mientras guiaba el camino de aquel desafortunado soldado, quien no notó el engaño hasta que la ladrona lo tuvo justo donde quería: lejos de su camarada.
—¡Hey! ¡Un segundo! ¡Este no es el cami...!
Recibiendo un fuerte golpe realizado con el cofre que había sido robado, Camaleón puso al pobre guardia a dormir con las estrellas.
—Lo siento, querido. Espero tengas más suerte para la próxima —habló la ladrona, antes de despedirse con un guiño de todas las miradas que había acaparado, observando al otro guardia aproximarse a toda prisa.
Bienvenida, alma sintónica y perseverante ante toda adversidad. La bella ladrona, Camaleón, se encuentra en una plena persecución en las calles del mercado de Lunargenta, siendo perseguida por un grupo de soldados de La Guardia, quienes harán lo que sea por atraparla. Antes que nada, deberás tener claro el bando que elegirás. ¿Quiénes serán tus aliados y enemigos?
Si decides aliarte con Camaleón y ayudarla a escapar sana y salva, deberás tener en cuenta dos cosas: Primero, te volverías entonces enemigo de La Guardia, lo cual podría tener... repercusiones. Segundo, la misma Camaleón no considera que necesite ayuda de nadie, pues cree ser perfectamente capaz de cuidarse sola en estas circunstancias, y librarse sin problemas.
No cometas su mismo error, no subestimes a los miembros de La Guardia. El caos que ha generado la ladrona ha llamado su atención y, si la esta sigue siendo descuidada y jugando con sus captores, no demorarán en capturarla. Deberás ayudarla a burlarlos, impidiendo que caiga en sus trampas y la retengan, mientras guías su camino fuera del mercado.
La ladrona Camaleón se encuentra a tu disposición, o algo así.
Por otra parte, si decides aliarte con los soldados de La Guardia de Lunargenta, deberás ayudarlos a capturar al Camaleón. Esta escurridiza ladrona, por mucho que confíe en su habilidad para copiar la voz y apariencia de las personas que puede ver, tiene sus debilidades. Está atento a los detalles y podrás hallar la forma de acorralarla.
Los soldados de La Guardia te ayudarán en tu misión.
El primero solo era un niño, quien vagaba a los alrededores de su puesto sin atreverse a acercarse demasiado, observando desde la lejanía sus pócimas con cierta curiosidad. No llegó a ver el momento en que el muchacho se marchó, simplemente... desapareció de su vista. El siguiente fue un hombre, de ropa fina y elegante postura, quien observaba los brebajes y hacía constantes preguntas sobre su composición, como si fuera un gran conocedor de la alquimia. Cuando pensó que no podía soportarlo más, el sujeto, al igual que el niño, desapareció de su vista sin ninguna explicación. El último se trató de una anciana, quien parecía hallarse en sus últimos días y suplicaba por solo un par de monedas. No vio lo que se avecinaba cuando accedió a apoyar a la mujer, depositando una pequeña suma de aeros en su mano. Jamás pensó que se trataba de una trampa, de una táctica para descubrir dónde la presa ocultaba el botín, no hasta que fue demasiado tarde, cuando vio el rostro de la anciana transformarse en la bella faceta de una doncella de rubios cabellos.
—¡No puede ser! ¡Tú eres... ! ¡Eres...!
—Así es, encanto. Soy yo... —le interrumpió la mujer, silenciándole coquetamente situando su dedo sobre sus labios, antes de retirar ágilmente la capucha detrás de la que se ocultaba y lanzarla al aire—. ¡El camaleón!
El hombre observó perplejo la entrada de la bella ladrona, siendo incapaz de defenderse cuando esta se lanzó sobre él para inhabilitarle y hacerle caer, dándole el tiempo necesario para robar el cofre donde guardaba sus ganancias, ¡el botín!
—Fue un placer conocerte, cariño, pero tengo que tomar esto prestado —declaró la mujer, levantándose del regazo del hombre para alcanzar el baúl lleno de aeros—. Adios ♡ —se despidió con un guiño, no sin antes depositar un dulce beso en los labios de su presa.
—¿Q-Qué...? ¡No! ¡Detenedla! ¡La ladrona!
Con una risilla traviesa, Camaleón se echó a la fuga sin mirar atrás, desplazándose rauda a través de la escena de su robo: el mercado que había estado estudiando desde hacía días. ¡Nadie jamás iba a atraparla a ese ritmo! ¡Y mucho menos en aquel lugar! Con tantos colores para imitar... ¡No sabía ni por dónde empezar! La ladrona sonrió, esquivando con gracia a los transeuntes que se cruzaban en su vía de escape, hasta que un sonido familiar provocó que mirara atrás solo un segundo. Siendo incapaz de contener una atrevida risotada al comprobar que se trataban de sus buenos amigos: los soldados de la guardia de Lunargenta, tan encantadores como siempre, Camaleón se preparó para divertirse un rato.
Los soldados corrían a toda prisa, siguiéndole el paso a la veloz ladrona. ¡No podían dejarla escapar! ¡No de nuevo! No iban a caer de nuevo en sus engaños... o eso creyeron.
Cuando la ladrona giró a la derecha en dirección a la zona más poblada del mercado, no se detuvieron y siguieron avanzando, sin notar realmente el momento en que un cadete extra se sumó a la persecución. ¡No tenían tiempo de cuestionar cosas como esa!
—¡Separémonos! ¡Podremos emboscarla si la acorralamos en la salida! —habló el nuevo integrante, presentando un plan que parecía efectivo y con el que estuvieron de acuerdo el par de soldados—. ¡Tú! ¡Sígueme! ¡De prisa!
El trio de soldados puso en marcha el plan. Un dúo se desvío para tomar un atajo y emboscar así a la ladrona, mientras aquel que fue dejado atrás volvió su mirada hacia la mujer que escapaba, solo para verla repentinamente desvanecerse en el aire como una simple... ilusión. ¡No! ¡Era una trampa! ¡Maldición...!
Camaleón sonrió mientras guiaba el camino de aquel desafortunado soldado, quien no notó el engaño hasta que la ladrona lo tuvo justo donde quería: lejos de su camarada.
—¡Hey! ¡Un segundo! ¡Este no es el cami...!
Recibiendo un fuerte golpe realizado con el cofre que había sido robado, Camaleón puso al pobre guardia a dormir con las estrellas.
—Lo siento, querido. Espero tengas más suerte para la próxima —habló la ladrona, antes de despedirse con un guiño de todas las miradas que había acaparado, observando al otro guardia aproximarse a toda prisa.
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Bienvenida, alma sintónica y perseverante ante toda adversidad. La bella ladrona, Camaleón, se encuentra en una plena persecución en las calles del mercado de Lunargenta, siendo perseguida por un grupo de soldados de La Guardia, quienes harán lo que sea por atraparla. Antes que nada, deberás tener claro el bando que elegirás. ¿Quiénes serán tus aliados y enemigos?
Si decides aliarte con Camaleón y ayudarla a escapar sana y salva, deberás tener en cuenta dos cosas: Primero, te volverías entonces enemigo de La Guardia, lo cual podría tener... repercusiones. Segundo, la misma Camaleón no considera que necesite ayuda de nadie, pues cree ser perfectamente capaz de cuidarse sola en estas circunstancias, y librarse sin problemas.
No cometas su mismo error, no subestimes a los miembros de La Guardia. El caos que ha generado la ladrona ha llamado su atención y, si la esta sigue siendo descuidada y jugando con sus captores, no demorarán en capturarla. Deberás ayudarla a burlarlos, impidiendo que caiga en sus trampas y la retengan, mientras guías su camino fuera del mercado.
La ladrona Camaleón se encuentra a tu disposición, o algo así.
Por otra parte, si decides aliarte con los soldados de La Guardia de Lunargenta, deberás ayudarlos a capturar al Camaleón. Esta escurridiza ladrona, por mucho que confíe en su habilidad para copiar la voz y apariencia de las personas que puede ver, tiene sus debilidades. Está atento a los detalles y podrás hallar la forma de acorralarla.
Los soldados de La Guardia te ayudarán en tu misión.
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Re: [Desafío] Camaleón, la ladrona
–Por eso –dije con tono didáctico–, para tener una comunicación que sea rápida y que nuestros enemigos no puedan entender, me parece una buena idea comunicarnos mediante códigos cortos. Por ejemplo, podría decirte… «R», simplemente eso, y entenderías que te pido que uses tu técnica definitiva.
–Suena a mucho trabajo –contestó Xana para luego, por fin, dejar de mirar los productos en la tienda frente a ella y mirarme–. Mejor compremos esto para Vincent –pidió, tendiéndome el muñeco en sus manos; este tenía una apariencia similar a Vinc en su forma de bebé barbudo, aunque mucho más suave y esponjoso.
Antes de poder decir más al respecto, aparecieron una chica con cara de Lux y un joven guardia de Lunargenta, que poco pudo hacer para evitar caer en las ilusiones de ella y al final ser abatido por un ataque sorpresa. De la cabeza del pobre hombre brotó un hilo rojo, la primera sangre que vimos en el día, lo cual menciono para seguir haciendo referencias forzadas y que pocos entenderán. Un suspiro de resignación escapó de los labios de Xana.
–Parece que nuestra intervención no vendría mal –musitó–. Buen hombre –le dijo al mercader mientras le devolvía el muñeco–, necesito que lo guarde un momento. Luego volveré para comprarlo, ¿vale? –Se volvió hacia mí y me entregó uno de sus venenos–. Ve tras ella –me ordenó–. Yo te alcanzaré en un momento.
Asentí con la cabeza y corrí hacia un edificio, mientras Xana se apresuraba hacia el guardia noqueado. Para escalar, di saltos aéreos y, entre cada uno, clavé mi espada en la pared para sujetarme mientras reunía éter para propulsarme de nuevo.[1] Una vez arriba, avancé por los techos de los edificios, siguiendo a la chica y acrecentando mi éter, preparándome para un rápido impulso con el que podría terminar la persecución en tres o menos segundos.
Entonces la chica desapareció.
Me detuve y concentré el éter en mis ojos, potenciándolos, pero no pude ver ningún rastro de ella.
Hubo un destello detrás de mí. Al girarme, encontré a Xana. Poco después dos orbes de luz azul llegaron hasta ella desde su posición anterior y se mantuvieron levitando a su alrededor.[2]
–¿Ya la perdiste o por qué estás ahí parado? –inquirió, examinando con la mirada la calle. La respuesta que quise dar murió en mi garganta al ver su frente arrugarse. Decidí mirar en la misma dirección que ella, y lo que vi me hizo imitar el gesto.
–¿Ese soldado… es el mismo de antes? –pregunté, extrañado.
–Lo sané, pero… debería seguir mareado y, además, no hay manera de que llegara hasta ahí tan rápido.
Ambos cruzamos nuestras miradas, cada uno reflejando que llegamos a una misma conclusión.
–Si una biusa es mejor que nada, pero nada es mejor que la felicidad, entonces una biusa es mejor que la felicidad –sentencié–. Lógica básica.
–¿Qué?
–Que esa ilusionista ya perdió por descuidada –aseguré, relajando mi postura–. Así que, ya que estás aquí, ¿quieres atraparla tú o lo hago yo?
–Hmm… Vale, yo me encargo.
Xana creó delante de ella una nueva esfera de energía, esta vez blanca, que convergió en un rayo de luz.[3] Eso debía impactar con la chica impostora e impedirle seguir moviéndose con facilidad. Sin embargo, atravesó su figura, revelándose su naturaleza ilusoria, así que el rayo impactó contra el siguiente individuo en la trayectoria: otro guardia, que, por desgracia, estaba acompañado por otros más.
–Ay, no –exclamó una nerviosa Xana antes de taparse la boca con una mano.
–Sí, qué mal –suspiré–. Has usado ese hechizo dos veces y en ninguna ocasión has dado en el blanco. ¿Quién eres? ¿Chucho de hace un par de años?
–No vas a escapar, Camaleón… uno y Camaleón dos –gritó uno de los guardias, señalándonos.
–Lo que faltaba, son unos… –Me detuve al notar primero que mi voz era diferente, femenina, y luego que teníamos el aspecto de la ladrona–. Maldita sea –mascullé. Xana también maldijo al percatarse de nuestra situación–. Bueno, momento de ponerse serios –declaré mientras averiguaba si aún conservaba cierta parte de mi cuerpo, asegurándome de que, si debía hacer pipí, aún lo haría como un hombre–. La ilusionista debe seguir en esta calle. Vigila desde aquí y señálala si la encuentras. Yo buscaré desde cerca.
Salté por el borde del edificio y expulsé una ráfaga de éter de mis pies para desacelerar la caída. Al aterrizar, desenvainé mi espada Doppelsäbel y cubrí la punta de las hojas duales con el veneno de Xana.[4]
–No dejen que escape –escuché gritar al mismo guardia, al otro lado de la multitud que nos separaba–. Bla, bla, bla.
Realmente no dijo eso último. La verdad es que, durante ese momento, toda mi atención fue para la figura que se apareció a tres metros de mí, con una sonrisa burlesca en su cara. Me guiñó un ojo y desapareció una vez más, como si mostrarse así no fuese un terrible error.
«Cagaste», es lo que le habría dicho a la Camaleón si no fuese porque evito usar malas palabras, y que tomé en cuenta que esa aparición también podría haber sido una ilusión más.
Sea como sea, con un movimiento veloz arrojé mi espada hacia donde Camaleón estuvo antes de desaparecer, esperando golpearla antes de que pudiera huir, pero ella ya no estaba ahí, si es que alguna vez lo estuvo. Antes de golpear a algún civil, la espada regresó a mi mano.[5] «Supongo que en este punto ya perdí la oportunidad de capturarla con absurda facilidad», reconocí con amargura.
Vi a los guardias por fin acercándose, así que empecé a moverme entre la multitud, evadiendo sin esfuerzo mientras observaba mi entorno, analizando a las personas y la concordancia entre sus formas de andar, vestir, hablar, reaccionar, la intensidad de su éter y, además, el hecho de que estuvieran presentes en la zona del mercado donde predominaba la venta de peces, la zona más cercana al puerto.
Sin embargo, ¿de qué le servía eso a un elfo despistado y estúpido? De muy poco, por supuesto, así que quedé en lo mismo. Solo podía contar con que la Camaleón, en vez de escapar, siguiera siendo imprudente.
Los pequeños dos luceros azules de Xana descendieron hacia ubicaciones distintas, deteniéndose sobre un par de individuos alejados entre sí. Di un salto potenciado para tener una mejor perspectiva. Sonreí en el aire. Dos mujeres, ambas con las mismas ropas de campesina, mismo cabello negro, misma piel bronceada, mismo rostro. «Pero solo una es la genuina», aposté.
Di un salto aéreo para caer al lado de una de ellas. Esta, sorprendida, tropezó al alejarse por instinto y cayó. Mientras tanto, saqué cierto artefacto de uno de mis bolsillos y lo clavé en el suelo. En respuesta, recuperé mi apariencia y voz, además de que mi cuerpo se hizo ligeramente más pesado al perder también mi propia magia.[6] No obstante, la chica no sufrió ningún cambio. Era genuina. Así que yo debía actuar antes de que la falsa escapara de nuevo.
–¡Te tengo! –me sorprendió un guardia desde atrás, lanzándome al suelo, donde sujetó mis brazos y afincó su rodilla en mi espalda. Al no tener magia, fui incapaz de liberarme por mi cuenta–. Ya no podrás engañ… –Fue abatido por algo arrojado desde el cielo: la vara metálica de Xana.
De inmediato tomé el artefacto antimagia, desactivando así su efecto, e intensifiqué mi éter para salir disparado hacia el siguiente objetivo, atravesando todo obstáculo en mi camino al hacerme temporalmente intangible.[7] Me detuve al lado de la impostora y, con la mayor velocidad que pude alcanzar, intenté dibujarle un corte, uno superficial, pero que le costaría la movilidad gracias al veneno.[8]
No me detuve a pensar que, tal vez, la Camaleón no estaba debajo de esa falsa imagen de campesina.
–Suena a mucho trabajo –contestó Xana para luego, por fin, dejar de mirar los productos en la tienda frente a ella y mirarme–. Mejor compremos esto para Vincent –pidió, tendiéndome el muñeco en sus manos; este tenía una apariencia similar a Vinc en su forma de bebé barbudo, aunque mucho más suave y esponjoso.
Antes de poder decir más al respecto, aparecieron una chica con cara de Lux y un joven guardia de Lunargenta, que poco pudo hacer para evitar caer en las ilusiones de ella y al final ser abatido por un ataque sorpresa. De la cabeza del pobre hombre brotó un hilo rojo, la primera sangre que vimos en el día, lo cual menciono para seguir haciendo referencias forzadas y que pocos entenderán. Un suspiro de resignación escapó de los labios de Xana.
–Parece que nuestra intervención no vendría mal –musitó–. Buen hombre –le dijo al mercader mientras le devolvía el muñeco–, necesito que lo guarde un momento. Luego volveré para comprarlo, ¿vale? –Se volvió hacia mí y me entregó uno de sus venenos–. Ve tras ella –me ordenó–. Yo te alcanzaré en un momento.
Asentí con la cabeza y corrí hacia un edificio, mientras Xana se apresuraba hacia el guardia noqueado. Para escalar, di saltos aéreos y, entre cada uno, clavé mi espada en la pared para sujetarme mientras reunía éter para propulsarme de nuevo.[1] Una vez arriba, avancé por los techos de los edificios, siguiendo a la chica y acrecentando mi éter, preparándome para un rápido impulso con el que podría terminar la persecución en tres o menos segundos.
Entonces la chica desapareció.
Me detuve y concentré el éter en mis ojos, potenciándolos, pero no pude ver ningún rastro de ella.
Hubo un destello detrás de mí. Al girarme, encontré a Xana. Poco después dos orbes de luz azul llegaron hasta ella desde su posición anterior y se mantuvieron levitando a su alrededor.[2]
–¿Ya la perdiste o por qué estás ahí parado? –inquirió, examinando con la mirada la calle. La respuesta que quise dar murió en mi garganta al ver su frente arrugarse. Decidí mirar en la misma dirección que ella, y lo que vi me hizo imitar el gesto.
–¿Ese soldado… es el mismo de antes? –pregunté, extrañado.
–Lo sané, pero… debería seguir mareado y, además, no hay manera de que llegara hasta ahí tan rápido.
Ambos cruzamos nuestras miradas, cada uno reflejando que llegamos a una misma conclusión.
–Si una biusa es mejor que nada, pero nada es mejor que la felicidad, entonces una biusa es mejor que la felicidad –sentencié–. Lógica básica.
–¿Qué?
–Que esa ilusionista ya perdió por descuidada –aseguré, relajando mi postura–. Así que, ya que estás aquí, ¿quieres atraparla tú o lo hago yo?
–Hmm… Vale, yo me encargo.
Xana creó delante de ella una nueva esfera de energía, esta vez blanca, que convergió en un rayo de luz.[3] Eso debía impactar con la chica impostora e impedirle seguir moviéndose con facilidad. Sin embargo, atravesó su figura, revelándose su naturaleza ilusoria, así que el rayo impactó contra el siguiente individuo en la trayectoria: otro guardia, que, por desgracia, estaba acompañado por otros más.
–Ay, no –exclamó una nerviosa Xana antes de taparse la boca con una mano.
–Sí, qué mal –suspiré–. Has usado ese hechizo dos veces y en ninguna ocasión has dado en el blanco. ¿Quién eres? ¿Chucho de hace un par de años?
–No vas a escapar, Camaleón… uno y Camaleón dos –gritó uno de los guardias, señalándonos.
–Lo que faltaba, son unos… –Me detuve al notar primero que mi voz era diferente, femenina, y luego que teníamos el aspecto de la ladrona–. Maldita sea –mascullé. Xana también maldijo al percatarse de nuestra situación–. Bueno, momento de ponerse serios –declaré mientras averiguaba si aún conservaba cierta parte de mi cuerpo, asegurándome de que, si debía hacer pipí, aún lo haría como un hombre–. La ilusionista debe seguir en esta calle. Vigila desde aquí y señálala si la encuentras. Yo buscaré desde cerca.
Salté por el borde del edificio y expulsé una ráfaga de éter de mis pies para desacelerar la caída. Al aterrizar, desenvainé mi espada Doppelsäbel y cubrí la punta de las hojas duales con el veneno de Xana.[4]
–No dejen que escape –escuché gritar al mismo guardia, al otro lado de la multitud que nos separaba–. Bla, bla, bla.
Realmente no dijo eso último. La verdad es que, durante ese momento, toda mi atención fue para la figura que se apareció a tres metros de mí, con una sonrisa burlesca en su cara. Me guiñó un ojo y desapareció una vez más, como si mostrarse así no fuese un terrible error.
«Cagaste», es lo que le habría dicho a la Camaleón si no fuese porque evito usar malas palabras, y que tomé en cuenta que esa aparición también podría haber sido una ilusión más.
Sea como sea, con un movimiento veloz arrojé mi espada hacia donde Camaleón estuvo antes de desaparecer, esperando golpearla antes de que pudiera huir, pero ella ya no estaba ahí, si es que alguna vez lo estuvo. Antes de golpear a algún civil, la espada regresó a mi mano.[5] «Supongo que en este punto ya perdí la oportunidad de capturarla con absurda facilidad», reconocí con amargura.
Vi a los guardias por fin acercándose, así que empecé a moverme entre la multitud, evadiendo sin esfuerzo mientras observaba mi entorno, analizando a las personas y la concordancia entre sus formas de andar, vestir, hablar, reaccionar, la intensidad de su éter y, además, el hecho de que estuvieran presentes en la zona del mercado donde predominaba la venta de peces, la zona más cercana al puerto.
Sin embargo, ¿de qué le servía eso a un elfo despistado y estúpido? De muy poco, por supuesto, así que quedé en lo mismo. Solo podía contar con que la Camaleón, en vez de escapar, siguiera siendo imprudente.
Los pequeños dos luceros azules de Xana descendieron hacia ubicaciones distintas, deteniéndose sobre un par de individuos alejados entre sí. Di un salto potenciado para tener una mejor perspectiva. Sonreí en el aire. Dos mujeres, ambas con las mismas ropas de campesina, mismo cabello negro, misma piel bronceada, mismo rostro. «Pero solo una es la genuina», aposté.
Di un salto aéreo para caer al lado de una de ellas. Esta, sorprendida, tropezó al alejarse por instinto y cayó. Mientras tanto, saqué cierto artefacto de uno de mis bolsillos y lo clavé en el suelo. En respuesta, recuperé mi apariencia y voz, además de que mi cuerpo se hizo ligeramente más pesado al perder también mi propia magia.[6] No obstante, la chica no sufrió ningún cambio. Era genuina. Así que yo debía actuar antes de que la falsa escapara de nuevo.
–¡Te tengo! –me sorprendió un guardia desde atrás, lanzándome al suelo, donde sujetó mis brazos y afincó su rodilla en mi espalda. Al no tener magia, fui incapaz de liberarme por mi cuenta–. Ya no podrás engañ… –Fue abatido por algo arrojado desde el cielo: la vara metálica de Xana.
De inmediato tomé el artefacto antimagia, desactivando así su efecto, e intensifiqué mi éter para salir disparado hacia el siguiente objetivo, atravesando todo obstáculo en mi camino al hacerme temporalmente intangible.[7] Me detuve al lado de la impostora y, con la mayor velocidad que pude alcanzar, intenté dibujarle un corte, uno superficial, pero que le costaría la movilidad gracias al veneno.[8]
No me detuve a pensar que, tal vez, la Camaleón no estaba debajo de esa falsa imagen de campesina.
(☞°∀°)☞ OFFROL ☜(°∀°☜)
[1] Habi: Vuelo fúlgido.
[2] Habis de Xana: Permuta sidérea y Luceros duales.
[3] Habi de Xana:Chispa final Torrente cósmico, o a veces también la excusa para complicarme la vida a mí mismo (?)
[4] Objeto Limitado: Toque paralizante.
[5] Encantamiento de Doppelsäbel: Bendición de Thor, que esta vez está solo para verse bonito.
[6] Objeto Limitado: Campo de disrupción del éter.
[7] Habis: Impulso destellante y Ente esplendente.
[8] Habi: Fulminación lucífera.
[2] Habis de Xana: Permuta sidérea y Luceros duales.
[3] Habi de Xana:
[4] Objeto Limitado: Toque paralizante.
[5] Encantamiento de Doppelsäbel: Bendición de Thor, que esta vez está solo para verse bonito.
[6] Objeto Limitado: Campo de disrupción del éter.
[7] Habis: Impulso destellante y Ente esplendente.
[8] Habi: Fulminación lucífera.
Rauko
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Re: [Desafío] Camaleón, la ladrona
Se llamaba a sí mismo El Coleccionista. ¿Por qué? Esencialmente, porque nadie lo conocía todavía como para haberle puesto un apodo, pero ya estaba trabajando en ello. Tenía un plan.
En un principio, había jugado con la idea de apodarse El Inventor. Aún creía que el nombre se ajustaba de forma inigualable a su esencia. Lamentablemente, había oído hablar de cierto muchacho en la ciudad a quien se había conocido como El Niño Inventor y, a sus treinta y doce años, pretender hacerse nombrar por un apodo tan similar quedaba un tanto desesperado, en su opinión.
Fue entonces cuando se le ocurrió la idea del coleccionismo: coleccionaría recompensas por los malhechores más buscados. Todavía no tenía ninguna, en realidad, pero era importante trabajar en la imagen de uno antes de saltar a la fama, no fuera que acabase con un mote ridículo.
Todo había comenzado dos años, cinco meses y veintitrés días atrás. Llevaba la cuenta por costumbre y porque los números le ayudaban a concentrarse. Aquel aciago día, había regresado de uno de sus viajes en busca de antiguas piezas para nuevas contracciones mecánicas, solo para encontrar a toda su familia asesinada, víctimas de un robo interrumpido en su taller, de acuerdo con las investigación llevada a cabo con la Guardia.
Nunca se supo quién había perpetrado el crimen, pero, en aquel momento, la idea de compensar el asesinato de una familia a la que llevaba catorce años ignorando en beneficio de su taller atrapando a cada delincuente que escapara a la Justicia parecía tener sentido. Pronto, la emoción de trabajar en nuevos artilugios para facilitar dicha tarea se convirtió en un fin en sí mismo.
Así, llegamos al momento de la verdad, el instante en que daría comienzo la meteórica carrera de El Coleccionista. Le había echado el ojo a Camaleón, la ladrona, y estaba listo para enfrentarse a ella. Sus anteojos antimaginación (pendientes de patente) le habían señalado el objetivo, estaba en posición, su ballesta plegable de bolsillo (prototipo pendiente de patente) cargada con su munición especial mundanabrujos (patente pendiente). Objetivo acercándose, calculando velocidad, anticipando posición… ¡disparo!
Solo que, por alguna razón, el objetivo se detuvo antes de tiempo y el bodoque pasó de largo, acertándole a alguien más.
—Oh, no —se lamentó El Coleccionista en un susurro inaudible—. Oh, no, no, no.
Guardó apresuradamente ballesta y anteojos y se perdió entre la multitud.
Y, tras esta innecesaria profundización en las motivaciones de un personaje cuya única función en la trama es la de servir, irónicamente, de Daemon ex machina, volvamos a la concurrida calle del mercado.
Gritos, miedo, confusión; una bronceada campesina alzando una mano, de forma exageradamente lenta, en dirección a un corte en el brazo opuesto; una espada golpeando los adoquines; un elfo de pelo blanco sacudiéndose en el suelo como si se le hubiese metido un demonio dentro.
—¡Loado sea el Señor! —exclamó, casi a punto de estallar en llanto, un hombre con sotana, uno de esos que llaman Padre, a pesar de ser célibes, y adoran a un dios único, como si un solo dios pudiera abarcar la totalidad de la existencia—. ¡Lo he visto con mis propios ojos! Ese elfo, salido de la nada, ha atacado a esta buena mujer ¡y el Señor lo ha castigado! ¡Alabado sea el Señor!
Los gritos dieron paso a exclamaciones de asombro; algunos ciudadanos temerosos pasaron a estar confusos, los confusos, a temerosos; el elfo dejó de sacudirse y la guardia se abrió paso entre los curiosos.
¡Llévenselo!, fue la demanda popular. Llévenselo, es un peligro. Uno de los guardias miró con suspicacia a la campesina paralizada, pero ésta ya había sido acogida por el Padre sin hijos y era transportada adentro de la pequeña iglesia seguida de una cola de protectores curiosos. Llévenselo, podría haberla matado. ¡Podría haber matado a cualquiera!
Los guardias se miraron unos a otros. Una vez más, le habían perdido la pista a la famosa ladrona. Sin embargo, podrían reducir la vergüenza pública si tenían a alguien más a quien encarcelar, ¿cierto?
Rauko: Un plan brillante el del campo disruptor de éter, gracias por la idea. Has sido alcanzado (te dejo elegir dónde) por un proyectil especial, un prototipo que produce un efecto similar al de tu artilugio, solo que no afecta a un área completa, sino al individuo que recibe el flechazo. Llámalo una excusa para dejarte sin magia este turno (aunque te arranques el proyectil). Después de la descarga inicial, estarás bien, salvo por la falta de magia y el dolor de la herida. Y los guardias dispuestos a arrastrarte a una celda posiblemente con ayuda ciudadana, claro. Seguro que te las apañas, aunque tu Doppelsäbel ya ha sido requisado.
Xana: ¿Confías en el criterio de Rauko? ¿Confías en que Rauko se las arregle solo con su ligero problemilla? Puedes intentar ayudarlo o puedes intentar capturar a la ladrona disfrazada, ya sea por la fuerza o convenciendo al sacerdote y sus feligreses de que te la entreguen. Sin embargo, ellos tienen su propia versión de los hechos y, en ocasiones, la fé puede ser mucho más fuerte que la razón.
En un principio, había jugado con la idea de apodarse El Inventor. Aún creía que el nombre se ajustaba de forma inigualable a su esencia. Lamentablemente, había oído hablar de cierto muchacho en la ciudad a quien se había conocido como El Niño Inventor y, a sus treinta y doce años, pretender hacerse nombrar por un apodo tan similar quedaba un tanto desesperado, en su opinión.
Fue entonces cuando se le ocurrió la idea del coleccionismo: coleccionaría recompensas por los malhechores más buscados. Todavía no tenía ninguna, en realidad, pero era importante trabajar en la imagen de uno antes de saltar a la fama, no fuera que acabase con un mote ridículo.
Todo había comenzado dos años, cinco meses y veintitrés días atrás. Llevaba la cuenta por costumbre y porque los números le ayudaban a concentrarse. Aquel aciago día, había regresado de uno de sus viajes en busca de antiguas piezas para nuevas contracciones mecánicas, solo para encontrar a toda su familia asesinada, víctimas de un robo interrumpido en su taller, de acuerdo con las investigación llevada a cabo con la Guardia.
Nunca se supo quién había perpetrado el crimen, pero, en aquel momento, la idea de compensar el asesinato de una familia a la que llevaba catorce años ignorando en beneficio de su taller atrapando a cada delincuente que escapara a la Justicia parecía tener sentido. Pronto, la emoción de trabajar en nuevos artilugios para facilitar dicha tarea se convirtió en un fin en sí mismo.
Así, llegamos al momento de la verdad, el instante en que daría comienzo la meteórica carrera de El Coleccionista. Le había echado el ojo a Camaleón, la ladrona, y estaba listo para enfrentarse a ella. Sus anteojos antimaginación (pendientes de patente) le habían señalado el objetivo, estaba en posición, su ballesta plegable de bolsillo (prototipo pendiente de patente) cargada con su munición especial mundanabrujos (patente pendiente). Objetivo acercándose, calculando velocidad, anticipando posición… ¡disparo!
Solo que, por alguna razón, el objetivo se detuvo antes de tiempo y el bodoque pasó de largo, acertándole a alguien más.
—Oh, no —se lamentó El Coleccionista en un susurro inaudible—. Oh, no, no, no.
Guardó apresuradamente ballesta y anteojos y se perdió entre la multitud.
Y, tras esta innecesaria profundización en las motivaciones de un personaje cuya única función en la trama es la de servir, irónicamente, de Daemon ex machina, volvamos a la concurrida calle del mercado.
Gritos, miedo, confusión; una bronceada campesina alzando una mano, de forma exageradamente lenta, en dirección a un corte en el brazo opuesto; una espada golpeando los adoquines; un elfo de pelo blanco sacudiéndose en el suelo como si se le hubiese metido un demonio dentro.
—¡Loado sea el Señor! —exclamó, casi a punto de estallar en llanto, un hombre con sotana, uno de esos que llaman Padre, a pesar de ser célibes, y adoran a un dios único, como si un solo dios pudiera abarcar la totalidad de la existencia—. ¡Lo he visto con mis propios ojos! Ese elfo, salido de la nada, ha atacado a esta buena mujer ¡y el Señor lo ha castigado! ¡Alabado sea el Señor!
Los gritos dieron paso a exclamaciones de asombro; algunos ciudadanos temerosos pasaron a estar confusos, los confusos, a temerosos; el elfo dejó de sacudirse y la guardia se abrió paso entre los curiosos.
¡Llévenselo!, fue la demanda popular. Llévenselo, es un peligro. Uno de los guardias miró con suspicacia a la campesina paralizada, pero ésta ya había sido acogida por el Padre sin hijos y era transportada adentro de la pequeña iglesia seguida de una cola de protectores curiosos. Llévenselo, podría haberla matado. ¡Podría haber matado a cualquiera!
Los guardias se miraron unos a otros. Una vez más, le habían perdido la pista a la famosa ladrona. Sin embargo, podrían reducir la vergüenza pública si tenían a alguien más a quien encarcelar, ¿cierto?
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Rauko: Un plan brillante el del campo disruptor de éter, gracias por la idea. Has sido alcanzado (te dejo elegir dónde) por un proyectil especial, un prototipo que produce un efecto similar al de tu artilugio, solo que no afecta a un área completa, sino al individuo que recibe el flechazo. Llámalo una excusa para dejarte sin magia este turno (aunque te arranques el proyectil). Después de la descarga inicial, estarás bien, salvo por la falta de magia y el dolor de la herida. Y los guardias dispuestos a arrastrarte a una celda posiblemente con ayuda ciudadana, claro. Seguro que te las apañas, aunque tu Doppelsäbel ya ha sido requisado.
Xana: ¿Confías en el criterio de Rauko? ¿Confías en que Rauko se las arregle solo con su ligero problemilla? Puedes intentar ayudarlo o puedes intentar capturar a la ladrona disfrazada, ya sea por la fuerza o convenciendo al sacerdote y sus feligreses de que te la entreguen. Sin embargo, ellos tienen su propia versión de los hechos y, en ocasiones, la fé puede ser mucho más fuerte que la razón.
Fehu
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Re: [Desafío] Camaleón, la ladrona
La había alcanzado. Y enseguida algo atravesó carne y hueso de mi pierna, gatillando una mezcla de dolor, ardor, breves pero notables entumecimientos y un temblor creciente por todo el cuerpo. Parecía un pez fuera del agua, solo que yo no era un pez y me veía más ridículo. Demoniaco, para algunos.
Por suerte, lo de parecer un pez acabó en poco tiempo. Por desgracia, sentí que estuve en el infierno por una eternidad. Pero el tormento no importaba, me dije cuando recuperé el control. Sin fuerzas para levantarme del suelo aún, alcé la cabeza en busca de la criminal.
–¿Qué…? –murmuré con la voz ronca, incrédulo. La vi marcharse en los brazos de los buenos e inoportunos samaritanos. Suspiré, decepcionado, frustrado.
Solté un gruñido en cuanto intenté levantarme. El dolor me obligó a recordar el inconveniente inesperado. Miré la herida.
–¿Ah? –dije, mi ceño fruncido. «¿Y esa cosa de dónde ha salido?», me pregunté en un intento vano de no pensar en el dolor. «Maldita sea, no tengo tiempo para esto». Gruñí en un esfuerzo por ponerme de pie usando solo mi éter para impulsarme.
Nada. No me propulsé, pues nada sentí en mi interior. El éter, fluyendo a través de mi sangre, cubriendo y llenando mis músculos y mis huesos… No podía ni sentirlo. En vez de eso sentí la nada, una fría ausencia de aquella energía vital. Pero sabía que aún la tenía, de otro modo estuviera muerto. Simplemente perdí el sentido mágico, además de mi espadita en algún momento. Y esta vez no fue por mi disruptor de éter. Al parecer el proyectil inesperado tuvo aquel efecto, más profundo que con mi artefacto.
Volví a suspirar, esta vez con resignación. Me volteé para quedar acostado boca arriba. «Bueno, lo intenté», concluí, sabiendo que, con una pierna herida, sin una espada y, sobre todo, sin poder usar magia, mantenerme en pie sería una hazaña. Sería esforzarme demasiado para solo ser un estorbo. Xana, en este caso, iría mejor encargándose sola que con mi ayuda. Así que preferí que los guardias se ocuparan de mí en vez de entorpecerla.
Miré al techo de un edificio. Xana ya no estaba allí. Como debía ser, estaría provechando la oportunidad.
Una sonrisa asomó en mis labios. Le deseé éxito.
–Esto es malo, esto es malo –se repetía Xana, nerviosa, agazapada en el techo–. ¡Maldito perezoso cabeza hueca! –refunfuñó. Se tapó la boca con una mano. Y golpeó el techo con el puño opuesto. Se obligó a respirar despacio. Debía relajarse. Apretó los dientes al verse fallar. Estrellas diminutas se generaron sobre ella, resplandeciendo, zumbando, sacudiéndose, amenazando con reflejar en explosiones las emociones de su creadora.
Todas estallaron en el aire, luego de que una impactara en su frente, dejando una dolorosa marca pequeña en la piel. «Céntrate», se dijo, pensando en el ardor como su castigo, «no vuelvas a ser la Xana oblivionada y resentida». Frunció los labios. Por fin reflexionó en la situación.
Recordando a la mujer bronceada, se asomó en el borde del techo para buscarla. La vio alejarse con prisa. Xana hizo que ambas esferas de energía, ahora intangibles, siguieran los pasos de la mujer, por debajo de la tierra hasta que llegara el momento oportuno. Miró de soslayo, intentando no perder la concentración en su magia, a quien se había dejado capturar. Sopesó las únicas dos opciones que pudo pensar.
«Lo que causaría menos problemas», reanudó su cavilación, «¿sería ayudar a Rauko primero o antes intentar capturar a la criminal?».
Supo enseguida la respuesta, lo que haría, y sintió que se traicionó a sí misma. Maldijo haber sido influenciada por la filosofía de su pareja.
–Lo siento, te ayudaré después –musitó entonces, antes de resplandecer y desaparecer, dejando en su lugar un orbe de energía.
La campesina se giró dando un respingo, asustada por el destello que hubo tras ella. Dio un paso atrás al ver a la elfa.
–¿Qué quieres? –balbuceó–. Gritaré si intentas hacerme algo, elfa –añadió antes de obtener respuesta.
–No quiero lastimarte –dijo Xana, alzando las manos en gesto pacificador.
–¿Qué quieres entonces? –exigió saber.
–La Camaleón.
–Yo no tengo nada que ver con ella.
–¿Segura? ¿No viste a alguien idéntica a ti hace poco?
–Yo no vi nada.
Xana arqueó una ceja.
–No quiero problemas, ¿sí? –explicó la campesina–. Quiero irme a casa, nada más.
–Escucha –dijo Xana con calma–, la Camaleón es una criminal que comete sus fechorías suplantando la identidad de otras personas. ¿Sabes lo que eso significa? Puede robar, asesinar y quién sabe qué más y el rostro que las víctimas ven no es el de ella, así que el castigo puede ir a la persona equivocada. Y ahora la Camaleón está usando tu rostro.
La frente de la campesina se arrugó por la preocupación.
–Ahora mismo –prosiguió la elfa– está aprovechando la buena fe de unas personas para que estas la protejan de los guardias. Cuando no los necesite, escapará y seguirá perjudicando a otros. Si queremos evitarlo, esta es nuestra oportunidad, tal vez la única antes de que manche tu imagen.
–Pero ¿qué esperas que haga? Tú eres elfa, debes tener magia y esas cosas. ¿Por qué me necesitas?
Xana se tomó unos segundos para responder.
–Tengo magia, es cierto. Magia destructiva. Me serviría para ir a por la criminal, tomarla por la fuerza y quemar con mi magia de luz a todo el que se interponga, sea inocente o no. Sería tan… sencillo y efectivo, aunque cause daño colateral indeseable. Pero alguien que me importa cree que el fin siempre justifica los medios, y eso lo ha hecho capaz de ser un monstruo si lo cree necesario. Por su bien, y por mi bien, debo siempre demostrar que existe un camino más brillante.
–Bueno, ¿quién tiene hambre? –dije, sonriendo perezosamente mientras, con grilletes en manos y tobillos, era llevado como costal de papas por un guardia. Abrí las manos para generar una biusa. Con pesar recordé entonces que seguía sin magia. «Tal vez ya deba preocuparme sobre la duración de esto», consideré. Habían tratado mi herida como bien pudieron improvisando, pero nada más se pudo hacer–. Creo que el aperitivo tendrá que esperar –lamenté.
Una vez alejados lo suficiente de la turba enfurecida, supe que escapar por mi cuenta, por el momento, sería imposible. Así que pensé en un plan alternativo.
–Vale –dije sin la jovialidad anterior–, ahora que ya nadie pensará que son incompetentes, podemos dejar de guardar las apariencias.
–Calla, blanquito –ordenó con desgana uno de los guardias.
Antes de indignarme, reconocí a alguien del grupo. Muy conveniente, tal vez un candidato a ser el Deus ex machina que… Bueno, no podría ser eso, pues es un personaje que ya había aparecido en esta desventura, así que era algo mejor, supongo.
En fin, el guardia que Xana había sanado del golpecito en la cabeza estaba en el grupo. Una grandiosa oportunidad para mí. Pero no se me ocurría cómo aprovechar tal oportunidad, así que aumentó mi desdicha.
–Tranquilo, les interesará saber lo que tengo que decir. Sé dónde está la Camaleón. –No escuché respuestas, así que continué–. Seguro que lo notaron: había dos mujeres idénticas antes. A la Camaleón parece gustarle copiar la apariencia de otros en vez de crearse una propia. Así que me acerqué a una, supe que era la verdadera y fui a por la otra, que fue a quien le di un veneno de parálisis temporal.
–¿Veneno? –preguntó un guardia.
–Sí, veneno. Un veneno es una sustancia que al entrar en un organismo puede causar efectos nocivos…
–Sé lo que es un veneno –me interrumpió.
–¿Entonces para qué preguntas? En fin, no importa. La envenenada es la Camaleón. No podrá moverse durante un rato, aunque use sus trucos mágicos. Si van a donde la llevaron esos cristianos miopes, ella no podrá escapar. Es nuestra oportunidad para atraparla.
–¿«Nuestra»?
–Sí, nuestra. Quiero decir: de ustedes y mía.
–Sé lo que… –Se detuvo y exhaló con exasperación.
–En otras palabras –intervino el que me cargaba–, ¿estás intentando engañarnos para escaparte ante la mínima oportunidad?
–Patrañas tan grandes como tus nalgas –repliqué. Y sí, él era nalgón–. Siempre mi intención, así como la de mi compañera, fue entregar ante la ley a esa criminal. Fallé, como tal vez podrán sospechar. Pero mi compañera sigue intentándolo. –Miré a cierto guardia–. Ella, por cierto, es la elfa cara tatuada que te hizo un favor. –Me di unos golpecitos en la cabeza, en la zona donde el guardia ya no tenía una herida–. Deberías saber de qué lado estamos.
–¿Cómo que te hizo un favor? –le preguntó el Preguntas Tontas.
–Un favor es un acto que se realiza para ayudar…
–Sí, ya sé lo que es –volvió a interrumpirme.
–Pues deja de hacernos perder el tiempo. El efecto del veneno no durará mucho y mi compañera, como es probable, tal vez tenga dificultades porque no goza de la autoridad que ustedes poseen para hacer cumplir la ley. Así que hagan lo que deban hacer conmigo, llévenme a prisión si lo creen conveniente. –Por fin me percaté de que tomé una línea de acción diferente a todo lo planeado. Muy tarde para notar la idiotez de mi improvisación–. Pero no tienen mejor oportunidad que esta, justo ahora, para detener a la Camaleón.
Ambas entraron en el templo. Se abrieron paso como pudieron entre la gente reunida escuchando al sacerdote predicar o lo que sea que estuviera haciendo. Algunos miraban con recelo a Xana al notar sus orejas puntiagudas, pero pasaban al desconcierto al reparar en la mujer que le acompañaba. Pronto la multitud se concentró más en cuchichear sobre la campesina que en escuchar al sacerdote. Este no tardó en advertirlo, y decidió callarse por un momento. Xana no tardó en aprovechar ese silencio. Tragó saliva, repasó rápidamente los pocos conceptos que sabía del cristianismo y se hizo oír antes de que alguien se le adelantara.
–Todo ocurre por la voluntad de Dios –empezó, con suficiente volumen para ser escuchada por al menos la mayoría–. Todo tiene un propósito. Todo forma parte de su plan divino, incluso la maldad y las tragedias. Por eso permite que caigamos y cometamos pecados, pues, de una u otra manera, todo ayuda a bien a los que aman a Dios. Y esta vez no es distinto. –Señaló a la falsa campesina–. Esa mujer no es quienes ustedes creen. Es un lobo con piel de cordero, es una bruja, una mentirosa, una ladrona de identidades, una herramienta de Satanás para convertirlos en cómplices del mal. Y la verdadera dueña de su actual apariencia es la mujer a mi lado.
La campesina asintió tras vacilar.
–Están protegiendo a la Camaleón –prosiguió Xana–, pero no han cometido error en resguardarla. Tal vez en confundirla con una inocente, pero todo, como sabemos bien, tiene un propósito dentro del plan divino. Por eso estamos aquí. La guardia, así como otros buenos ciudadanos, la perseguimos para llevarla ante la ley, pues hay que llevar el castigo de Dios a los impíos. Pero antes de que eso suceda, el Señor permitió que ella llegara aquí. Es una pecadora, pero este es el mejor lugar donde podría estar para que su alma sea salvada, pues luego podría ser demasiado tarde.
–¿Y cómo sabremos que ustedes no son las mentirosas? –replicó uno de los presentes.
–La magia de ilusiones no cambia la verdad. La pecadora, aunque parezca que lleva el mismo vestido de la mujer a mi lado, lleva ropas de forma y textura distintas. Bastará con tocar para notar las inconsistencias, algo que no hallarán en la verdadera. Por favor, no desaprovechen esta oportunidad dada por Dios para saber la verdad, para ser libres del engaño de Satanás.
–¡Espera –le susurró la campesina–, ¿debo dejar que me toqueteen?!
–Solo la ropa, si es necesario –le aclaró Xana en un murmullo, pero eso no convenció a nadie. Volvió a dirigirse al resto–. Lo siento, ya les he interrumpido demasiado. –Miró al padre–. Por favor, haga a la Camaleón conocer la palabra del Señor antes de que llegue su inevitable juicio. El enemigo envió a una pecadora a la casa de Dios para engañar y perjudicar, pero usted puede aprovecharlo para salvar un alma y glorificar al Señor… o al menos plantar en ella la semilla que germinará en su salvación.
Hacerles perder mucho tiempo a todos, en otras palabras. «Qué sencillo sería explotarlo todo», pensó, anhelando que no se tardara en llegar el momento en que saldría del templo.
Por suerte, lo de parecer un pez acabó en poco tiempo. Por desgracia, sentí que estuve en el infierno por una eternidad. Pero el tormento no importaba, me dije cuando recuperé el control. Sin fuerzas para levantarme del suelo aún, alcé la cabeza en busca de la criminal.
–¿Qué…? –murmuré con la voz ronca, incrédulo. La vi marcharse en los brazos de los buenos e inoportunos samaritanos. Suspiré, decepcionado, frustrado.
Solté un gruñido en cuanto intenté levantarme. El dolor me obligó a recordar el inconveniente inesperado. Miré la herida.
–¿Ah? –dije, mi ceño fruncido. «¿Y esa cosa de dónde ha salido?», me pregunté en un intento vano de no pensar en el dolor. «Maldita sea, no tengo tiempo para esto». Gruñí en un esfuerzo por ponerme de pie usando solo mi éter para impulsarme.
Nada. No me propulsé, pues nada sentí en mi interior. El éter, fluyendo a través de mi sangre, cubriendo y llenando mis músculos y mis huesos… No podía ni sentirlo. En vez de eso sentí la nada, una fría ausencia de aquella energía vital. Pero sabía que aún la tenía, de otro modo estuviera muerto. Simplemente perdí el sentido mágico, además de mi espadita en algún momento. Y esta vez no fue por mi disruptor de éter. Al parecer el proyectil inesperado tuvo aquel efecto, más profundo que con mi artefacto.
Volví a suspirar, esta vez con resignación. Me volteé para quedar acostado boca arriba. «Bueno, lo intenté», concluí, sabiendo que, con una pierna herida, sin una espada y, sobre todo, sin poder usar magia, mantenerme en pie sería una hazaña. Sería esforzarme demasiado para solo ser un estorbo. Xana, en este caso, iría mejor encargándose sola que con mi ayuda. Así que preferí que los guardias se ocuparan de mí en vez de entorpecerla.
Miré al techo de un edificio. Xana ya no estaba allí. Como debía ser, estaría provechando la oportunidad.
Una sonrisa asomó en mis labios. Le deseé éxito.
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–Esto es malo, esto es malo –se repetía Xana, nerviosa, agazapada en el techo–. ¡Maldito perezoso cabeza hueca! –refunfuñó. Se tapó la boca con una mano. Y golpeó el techo con el puño opuesto. Se obligó a respirar despacio. Debía relajarse. Apretó los dientes al verse fallar. Estrellas diminutas se generaron sobre ella, resplandeciendo, zumbando, sacudiéndose, amenazando con reflejar en explosiones las emociones de su creadora.
Todas estallaron en el aire, luego de que una impactara en su frente, dejando una dolorosa marca pequeña en la piel. «Céntrate», se dijo, pensando en el ardor como su castigo, «no vuelvas a ser la Xana oblivionada y resentida». Frunció los labios. Por fin reflexionó en la situación.
Recordando a la mujer bronceada, se asomó en el borde del techo para buscarla. La vio alejarse con prisa. Xana hizo que ambas esferas de energía, ahora intangibles, siguieran los pasos de la mujer, por debajo de la tierra hasta que llegara el momento oportuno. Miró de soslayo, intentando no perder la concentración en su magia, a quien se había dejado capturar. Sopesó las únicas dos opciones que pudo pensar.
«Lo que causaría menos problemas», reanudó su cavilación, «¿sería ayudar a Rauko primero o antes intentar capturar a la criminal?».
Supo enseguida la respuesta, lo que haría, y sintió que se traicionó a sí misma. Maldijo haber sido influenciada por la filosofía de su pareja.
–Lo siento, te ayudaré después –musitó entonces, antes de resplandecer y desaparecer, dejando en su lugar un orbe de energía.
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La campesina se giró dando un respingo, asustada por el destello que hubo tras ella. Dio un paso atrás al ver a la elfa.
–¿Qué quieres? –balbuceó–. Gritaré si intentas hacerme algo, elfa –añadió antes de obtener respuesta.
–No quiero lastimarte –dijo Xana, alzando las manos en gesto pacificador.
–¿Qué quieres entonces? –exigió saber.
–La Camaleón.
–Yo no tengo nada que ver con ella.
–¿Segura? ¿No viste a alguien idéntica a ti hace poco?
–Yo no vi nada.
Xana arqueó una ceja.
–No quiero problemas, ¿sí? –explicó la campesina–. Quiero irme a casa, nada más.
–Escucha –dijo Xana con calma–, la Camaleón es una criminal que comete sus fechorías suplantando la identidad de otras personas. ¿Sabes lo que eso significa? Puede robar, asesinar y quién sabe qué más y el rostro que las víctimas ven no es el de ella, así que el castigo puede ir a la persona equivocada. Y ahora la Camaleón está usando tu rostro.
La frente de la campesina se arrugó por la preocupación.
–Ahora mismo –prosiguió la elfa– está aprovechando la buena fe de unas personas para que estas la protejan de los guardias. Cuando no los necesite, escapará y seguirá perjudicando a otros. Si queremos evitarlo, esta es nuestra oportunidad, tal vez la única antes de que manche tu imagen.
–Pero ¿qué esperas que haga? Tú eres elfa, debes tener magia y esas cosas. ¿Por qué me necesitas?
Xana se tomó unos segundos para responder.
–Tengo magia, es cierto. Magia destructiva. Me serviría para ir a por la criminal, tomarla por la fuerza y quemar con mi magia de luz a todo el que se interponga, sea inocente o no. Sería tan… sencillo y efectivo, aunque cause daño colateral indeseable. Pero alguien que me importa cree que el fin siempre justifica los medios, y eso lo ha hecho capaz de ser un monstruo si lo cree necesario. Por su bien, y por mi bien, debo siempre demostrar que existe un camino más brillante.
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–Bueno, ¿quién tiene hambre? –dije, sonriendo perezosamente mientras, con grilletes en manos y tobillos, era llevado como costal de papas por un guardia. Abrí las manos para generar una biusa. Con pesar recordé entonces que seguía sin magia. «Tal vez ya deba preocuparme sobre la duración de esto», consideré. Habían tratado mi herida como bien pudieron improvisando, pero nada más se pudo hacer–. Creo que el aperitivo tendrá que esperar –lamenté.
Una vez alejados lo suficiente de la turba enfurecida, supe que escapar por mi cuenta, por el momento, sería imposible. Así que pensé en un plan alternativo.
–Vale –dije sin la jovialidad anterior–, ahora que ya nadie pensará que son incompetentes, podemos dejar de guardar las apariencias.
–Calla, blanquito –ordenó con desgana uno de los guardias.
Antes de indignarme, reconocí a alguien del grupo. Muy conveniente, tal vez un candidato a ser el Deus ex machina que… Bueno, no podría ser eso, pues es un personaje que ya había aparecido en esta desventura, así que era algo mejor, supongo.
En fin, el guardia que Xana había sanado del golpecito en la cabeza estaba en el grupo. Una grandiosa oportunidad para mí. Pero no se me ocurría cómo aprovechar tal oportunidad, así que aumentó mi desdicha.
–Tranquilo, les interesará saber lo que tengo que decir. Sé dónde está la Camaleón. –No escuché respuestas, así que continué–. Seguro que lo notaron: había dos mujeres idénticas antes. A la Camaleón parece gustarle copiar la apariencia de otros en vez de crearse una propia. Así que me acerqué a una, supe que era la verdadera y fui a por la otra, que fue a quien le di un veneno de parálisis temporal.
–¿Veneno? –preguntó un guardia.
–Sí, veneno. Un veneno es una sustancia que al entrar en un organismo puede causar efectos nocivos…
–Sé lo que es un veneno –me interrumpió.
–¿Entonces para qué preguntas? En fin, no importa. La envenenada es la Camaleón. No podrá moverse durante un rato, aunque use sus trucos mágicos. Si van a donde la llevaron esos cristianos miopes, ella no podrá escapar. Es nuestra oportunidad para atraparla.
–¿«Nuestra»?
–Sí, nuestra. Quiero decir: de ustedes y mía.
–Sé lo que… –Se detuvo y exhaló con exasperación.
–En otras palabras –intervino el que me cargaba–, ¿estás intentando engañarnos para escaparte ante la mínima oportunidad?
–Patrañas tan grandes como tus nalgas –repliqué. Y sí, él era nalgón–. Siempre mi intención, así como la de mi compañera, fue entregar ante la ley a esa criminal. Fallé, como tal vez podrán sospechar. Pero mi compañera sigue intentándolo. –Miré a cierto guardia–. Ella, por cierto, es la elfa cara tatuada que te hizo un favor. –Me di unos golpecitos en la cabeza, en la zona donde el guardia ya no tenía una herida–. Deberías saber de qué lado estamos.
–¿Cómo que te hizo un favor? –le preguntó el Preguntas Tontas.
–Un favor es un acto que se realiza para ayudar…
–Sí, ya sé lo que es –volvió a interrumpirme.
–Pues deja de hacernos perder el tiempo. El efecto del veneno no durará mucho y mi compañera, como es probable, tal vez tenga dificultades porque no goza de la autoridad que ustedes poseen para hacer cumplir la ley. Así que hagan lo que deban hacer conmigo, llévenme a prisión si lo creen conveniente. –Por fin me percaté de que tomé una línea de acción diferente a todo lo planeado. Muy tarde para notar la idiotez de mi improvisación–. Pero no tienen mejor oportunidad que esta, justo ahora, para detener a la Camaleón.
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Ambas entraron en el templo. Se abrieron paso como pudieron entre la gente reunida escuchando al sacerdote predicar o lo que sea que estuviera haciendo. Algunos miraban con recelo a Xana al notar sus orejas puntiagudas, pero pasaban al desconcierto al reparar en la mujer que le acompañaba. Pronto la multitud se concentró más en cuchichear sobre la campesina que en escuchar al sacerdote. Este no tardó en advertirlo, y decidió callarse por un momento. Xana no tardó en aprovechar ese silencio. Tragó saliva, repasó rápidamente los pocos conceptos que sabía del cristianismo y se hizo oír antes de que alguien se le adelantara.
–Todo ocurre por la voluntad de Dios –empezó, con suficiente volumen para ser escuchada por al menos la mayoría–. Todo tiene un propósito. Todo forma parte de su plan divino, incluso la maldad y las tragedias. Por eso permite que caigamos y cometamos pecados, pues, de una u otra manera, todo ayuda a bien a los que aman a Dios. Y esta vez no es distinto. –Señaló a la falsa campesina–. Esa mujer no es quienes ustedes creen. Es un lobo con piel de cordero, es una bruja, una mentirosa, una ladrona de identidades, una herramienta de Satanás para convertirlos en cómplices del mal. Y la verdadera dueña de su actual apariencia es la mujer a mi lado.
La campesina asintió tras vacilar.
–Están protegiendo a la Camaleón –prosiguió Xana–, pero no han cometido error en resguardarla. Tal vez en confundirla con una inocente, pero todo, como sabemos bien, tiene un propósito dentro del plan divino. Por eso estamos aquí. La guardia, así como otros buenos ciudadanos, la perseguimos para llevarla ante la ley, pues hay que llevar el castigo de Dios a los impíos. Pero antes de que eso suceda, el Señor permitió que ella llegara aquí. Es una pecadora, pero este es el mejor lugar donde podría estar para que su alma sea salvada, pues luego podría ser demasiado tarde.
–¿Y cómo sabremos que ustedes no son las mentirosas? –replicó uno de los presentes.
–La magia de ilusiones no cambia la verdad. La pecadora, aunque parezca que lleva el mismo vestido de la mujer a mi lado, lleva ropas de forma y textura distintas. Bastará con tocar para notar las inconsistencias, algo que no hallarán en la verdadera. Por favor, no desaprovechen esta oportunidad dada por Dios para saber la verdad, para ser libres del engaño de Satanás.
–¡Espera –le susurró la campesina–, ¿debo dejar que me toqueteen?!
–Solo la ropa, si es necesario –le aclaró Xana en un murmullo, pero eso no convenció a nadie. Volvió a dirigirse al resto–. Lo siento, ya les he interrumpido demasiado. –Miró al padre–. Por favor, haga a la Camaleón conocer la palabra del Señor antes de que llegue su inevitable juicio. El enemigo envió a una pecadora a la casa de Dios para engañar y perjudicar, pero usted puede aprovecharlo para salvar un alma y glorificar al Señor… o al menos plantar en ella la semilla que germinará en su salvación.
Hacerles perder mucho tiempo a todos, en otras palabras. «Qué sencillo sería explotarlo todo», pensó, anhelando que no se tardara en llegar el momento en que saldría del templo.
(☞°∀°)☞ OFFROL ☜(°∀°☜)
[1] Habi de Xana: Permuta sidérea.
Resumen del post odiosamente largo: mucho texto.
Resumen del post odiosamente largo: mucho texto.
Rauko
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Re: [Desafío] Camaleón, la ladrona
—Una elfa de cara tatuada me sanó —dijo el guardia aludido arrugando el entrecejo—, pero no recuerdo que fuera con alguien más.
—En otras palabras —dijo el guardia que cargaba a Rauko con un brazo mientras se pasaba el otro por la frente para secarse una gota de sudor que le resbalaba hacia el ojo—, que aquí el nalgas ligeras nos quiere tomar el pelo.
—¿Tomar el pelo?
Todos miraron al prisionero, esperando el siguiente comentario. Bueno, todos menos uno, que se frotaba, pensativo, el lugar donde había recibido el golpe del que solo quedaba un leve rastro de sangre seca.
—Bueno —dijo al cabo—, supongo que no perdemos nada por comprobar lo que dice. Es la Camaleón, después de todo y no es como si él fuera a echar a correr.
—Lo cierto es que no me importaría dejarlo un rato en el suelo —dijo el guardia de carga—. No es que se resista, pero tampoco pone nada de su parte —añadió moviendo el hombro para acomodar mejor el peso muerto que llevaba encima.
Los guardias se miraron un momento y asintieron. La decisión estaba tomada.
Mientras tanto, en la pequeña iglesia, se había formado un corro de voluntarios para comprobar las palabras de Xana. Algunos habían avanzado ya varios pasos, remangándose con cara de sacrificio, otras miraban con desaire a campesinas y esposos alternativamente, más de uno recibió un empujón o un codazo, entre los que presionaban para avanzar y las que presionaban para tirar de los que avanzaban.
—¡Basta, señores, señoras! —llamó al orden el sacerdote—. Si este es el plan del Señor, nos será revelado a su debido tiempo. No dejemos que el demonio domine nuestras acciones. ¡Rezad por una señal!
El grupo, avergonzado, abrió el círculo en torno a las tres mujeres y agacharon las cabezas para entonar sus rezos.
—Doña Helga —llamó el cura a la viuda que limpiaba la sacristía y preparaba las flores para el altar—, ¿querría usted hacer el favor?
A pasitos cortos, la anciana Helga se aproximó a una de las campesinas de tez bronceada y, con manos temblorosas pero firmes, comenzó la exploración. Cuando terminó, se volvió hacia la otra, la paralizada y, haciendo una precaria genuflexión, pues se encontraba camino del altar, repitió el proceso. Tan pronto como sus manos tocaron a la mujer, sus ojos se abrieron desmesuradamente. Apartó las manos como si las ropas quemasen y se santiguó varias veces seguidas.
Fue en ese preciso momento cuando la guardia entró en la iglesia. Hubo una pequeña conmoción cuando intentaron detener a la que no era, pero los feligreses no tardaron en informarles de su error. Camaleón intentó protestar, por supuesto, pero paralizada como estaba, solo logró producir un gruñido desarticulado.
Aquel día, todos volvieron a sus casas con la sensación de haber contribuido al bien de la comunidad. Todos menos el sacerdote, que en lugar de ir a su casa, fue al calabozo, a predicar la palabra del Señor al alma descarriada que se hacía llamar Camaleón.
Veo que no solo eresuna cara bonita una ficha de habilidades OP, sino que también puedes elaborar planes exageradamente largos para resolver las dificultades sin explotar cosas. Debo decir que me gusta cuando Xana se pone educativa.
No te quedarán secuelas para próximos roles (imagino que tu acompañante no tendrá problemas para sanar tu herida), los efectos del proyectil se habrán disipado para tu próximo rol. Por tu participación en este desafío, recibes 5 px y el siguiente objeto:
Figurilla de Camaleón: [2 cargas] Muñeco articulado de siniestra sonrisa que cabe en la palma de una mano. Susúrrale algo y te guiñará el ojo con coquetería. Luego creará para ti la ilusión que desees, siempre que no sea extremadamente compleja ni se extienda por un área de más de 10 metros de diámetro. Será visible (y audible) para todos los presentes durante dos rondas.
—En otras palabras —dijo el guardia que cargaba a Rauko con un brazo mientras se pasaba el otro por la frente para secarse una gota de sudor que le resbalaba hacia el ojo—, que aquí el nalgas ligeras nos quiere tomar el pelo.
—¿Tomar el pelo?
Todos miraron al prisionero, esperando el siguiente comentario. Bueno, todos menos uno, que se frotaba, pensativo, el lugar donde había recibido el golpe del que solo quedaba un leve rastro de sangre seca.
—Bueno —dijo al cabo—, supongo que no perdemos nada por comprobar lo que dice. Es la Camaleón, después de todo y no es como si él fuera a echar a correr.
—Lo cierto es que no me importaría dejarlo un rato en el suelo —dijo el guardia de carga—. No es que se resista, pero tampoco pone nada de su parte —añadió moviendo el hombro para acomodar mejor el peso muerto que llevaba encima.
Los guardias se miraron un momento y asintieron. La decisión estaba tomada.
Mientras tanto, en la pequeña iglesia, se había formado un corro de voluntarios para comprobar las palabras de Xana. Algunos habían avanzado ya varios pasos, remangándose con cara de sacrificio, otras miraban con desaire a campesinas y esposos alternativamente, más de uno recibió un empujón o un codazo, entre los que presionaban para avanzar y las que presionaban para tirar de los que avanzaban.
—¡Basta, señores, señoras! —llamó al orden el sacerdote—. Si este es el plan del Señor, nos será revelado a su debido tiempo. No dejemos que el demonio domine nuestras acciones. ¡Rezad por una señal!
El grupo, avergonzado, abrió el círculo en torno a las tres mujeres y agacharon las cabezas para entonar sus rezos.
—Doña Helga —llamó el cura a la viuda que limpiaba la sacristía y preparaba las flores para el altar—, ¿querría usted hacer el favor?
A pasitos cortos, la anciana Helga se aproximó a una de las campesinas de tez bronceada y, con manos temblorosas pero firmes, comenzó la exploración. Cuando terminó, se volvió hacia la otra, la paralizada y, haciendo una precaria genuflexión, pues se encontraba camino del altar, repitió el proceso. Tan pronto como sus manos tocaron a la mujer, sus ojos se abrieron desmesuradamente. Apartó las manos como si las ropas quemasen y se santiguó varias veces seguidas.
Fue en ese preciso momento cuando la guardia entró en la iglesia. Hubo una pequeña conmoción cuando intentaron detener a la que no era, pero los feligreses no tardaron en informarles de su error. Camaleón intentó protestar, por supuesto, pero paralizada como estaba, solo logró producir un gruñido desarticulado.
Aquel día, todos volvieron a sus casas con la sensación de haber contribuido al bien de la comunidad. Todos menos el sacerdote, que en lugar de ir a su casa, fue al calabozo, a predicar la palabra del Señor al alma descarriada que se hacía llamar Camaleón.
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Veo que no solo eres
No te quedarán secuelas para próximos roles (imagino que tu acompañante no tendrá problemas para sanar tu herida), los efectos del proyectil se habrán disipado para tu próximo rol. Por tu participación en este desafío, recibes 5 px y el siguiente objeto:
Figurilla de Camaleón: [2 cargas] Muñeco articulado de siniestra sonrisa que cabe en la palma de una mano. Susúrrale algo y te guiñará el ojo con coquetería. Luego creará para ti la ilusión que desees, siempre que no sea extremadamente compleja ni se extienda por un área de más de 10 metros de diámetro. Será visible (y audible) para todos los presentes durante dos rondas.
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