Behind every mask, is another mask. [Privado +18]
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Behind every mask, is another mask. [Privado +18]
El joven había llegado hace unas noches a Lunargenta. No tardó en asentarse en una pequeña posada en el centro y poco a poco fue adentrándose más y más en la ciudad.
«No soy un hombre de ciudad.» Me decía a mí mismo mientras caminaba las ruidosas y aglomeradas calles de Lunargenta, donde la gente parecía siempre ir deprisa y por más guardias que hubiera, todos miraban sobre sus hombros.
Eventualmente todo parecía más desolado, la gente caminaba del mercado al puerto y del puerto al mercado, incluso rara vez por las zonas cercanas al castillo, pero lejos de ahí el ambiente era distinto, más solitario y menos transitado.
Detrás de esa elegante y virtuosa máscara, escondiéndose en la fachada de prosperidad y justicia, entre los pasillos más recónditos y las calles más estrechas, se oculta un mal tímido, y reacio de ser descubierto, allí donde el viento se siente pesado, las sombras son densas y el único testigo de los horrores son las paredes.
Ahí me encontraba yo, viendo de frente un atroz crimen, el asesinato de un joven con el torso abierto de par en par, como las grandes puertas de una mansión o un castillo. Entre sus marchitos órganos faltaba el corazón, a juzgar por el olor y su color de piel, llevaría muerto hace varias horas. Las suficientes para que alguien más lo viese. «¿O no?»
Me intrigaba cómo había pasado todo esto desapercibido. «¿Era posible que una ciudad con tantos guardias dejara este tipo de cosas?» Para ser honestos, no era parte más custodiada o bonita de la ciudad, aun así…
Lo más curioso era la forma en la que estaba expuesto del cuerpo, sus extremidades estaban rotas y un corto sendero de sangre llegaba hasta una pared cercana, por sus ropas parecía un campesino o alguien que estuviese trabajando en la tierra. Quitando la putrefacción y el olor a tierra, entre su aroma había cierta fruta, que reconocía. Me costó unos instantes descifrarlo, eso detonó un recuerdo de una cena familiar con un vino que mi padre había conseguido en una tienda local.
Así dejé el sitio al que había llegado de una manera fortuita, solo por andar explorando la gran ciudad, hice una pequeña reverencia inclinándome sutilmente. — Descansa en paz. — Planeaba descubrir lo ocurrido.
Una semana después, Ludwig había recogido algo de información útil, descubrió varios nobles relacionados con negocios de vinos y viñedos, uno de ellos llamó su atención Santino DeSari. El dueño de un viñedo en los campos Verisar, algunos lo acusaban de excéntrico y extraño, otros de misterioso y loco.
Santino era un buen lugar para empezar, su fama no era muy buena entre las opiniones de los habitantes de Lunargenta, incluso algunos guardias me hablaron de él, sobre cómo se suponía que era. Eso sí, investigarlo no sería fácil, a pesar de vivir en la ciudad, estaba ubicado en la parte de los edificios grandes y de las altas cunas, como era de esperarse. Ahí donde casi nadie que no fuese un noble bien vestido y reconocido podría adentrarse sin problemas.
Por mi cabeza pasó varias veces la idea de escabullirme hacia sus aposentos e inspeccionar el lugar, pero no, no era sensato. Por suerte, no hizo falta alguna plegaria para que surgiera una oportunidad, a mis oídos había llegado que habría una fiesta, algo que posiblemente toda la ciudad se enteraría.
Pero no como cualquier otra, una donde la mayoría de nobles estarían presentes, los de clases más bajas mirarían con desprecio aquello. Aparentemente la anfitriona sería Annabelle Fuggen, una mujer con una pesquería importante en el puerto y un pequeño grupo de soldados, o eso tenía entendido, mis conocimientos sobre la gente de Lunargenta no eran muy extensos, pero aparentemente una persona como Annabelle, era fácil notar. En esa celebración presumía que estaría Santino, uno de esos momentos en los que esperaba que mis sospechas dieran en el clavo.
Lo más peculiar y curioso de esta fiesta, era la manera en la que debían ir vestidos los integrantes, con máscaras. Eso jugaba a mí favor pues podía hacerme pasar por algún noble sin que nadie lo notara, o sospechara. Me alisté, usé aquel traje confeccionado en [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] Encima de él, llevaba mi chaleco de siempre, pues había que mantener las apariencias. Como la situación lo amerita, una máscara, algunos me tildarían de tener mal gusto o de extravagante y pretencioso, pero elegí una máscara algo particular, una que encontré en el mercado y que seguro resaltaría entre el resto. Pensándolo bien eso podría jugar en mi contra, pero no me importó.
Me recogí el cabello, coloqué una tela en mi cara, ajusté las tiras y acomodé perfectamente la máscara en mi rostro, una vez listo. Me miré al espejo, expectante por la noche que vendría...
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«No soy un hombre de ciudad.» Me decía a mí mismo mientras caminaba las ruidosas y aglomeradas calles de Lunargenta, donde la gente parecía siempre ir deprisa y por más guardias que hubiera, todos miraban sobre sus hombros.
Eventualmente todo parecía más desolado, la gente caminaba del mercado al puerto y del puerto al mercado, incluso rara vez por las zonas cercanas al castillo, pero lejos de ahí el ambiente era distinto, más solitario y menos transitado.
Detrás de esa elegante y virtuosa máscara, escondiéndose en la fachada de prosperidad y justicia, entre los pasillos más recónditos y las calles más estrechas, se oculta un mal tímido, y reacio de ser descubierto, allí donde el viento se siente pesado, las sombras son densas y el único testigo de los horrores son las paredes.
Ahí me encontraba yo, viendo de frente un atroz crimen, el asesinato de un joven con el torso abierto de par en par, como las grandes puertas de una mansión o un castillo. Entre sus marchitos órganos faltaba el corazón, a juzgar por el olor y su color de piel, llevaría muerto hace varias horas. Las suficientes para que alguien más lo viese. «¿O no?»
Me intrigaba cómo había pasado todo esto desapercibido. «¿Era posible que una ciudad con tantos guardias dejara este tipo de cosas?» Para ser honestos, no era parte más custodiada o bonita de la ciudad, aun así…
Lo más curioso era la forma en la que estaba expuesto del cuerpo, sus extremidades estaban rotas y un corto sendero de sangre llegaba hasta una pared cercana, por sus ropas parecía un campesino o alguien que estuviese trabajando en la tierra. Quitando la putrefacción y el olor a tierra, entre su aroma había cierta fruta, que reconocía. Me costó unos instantes descifrarlo, eso detonó un recuerdo de una cena familiar con un vino que mi padre había conseguido en una tienda local.
Así dejé el sitio al que había llegado de una manera fortuita, solo por andar explorando la gran ciudad, hice una pequeña reverencia inclinándome sutilmente. — Descansa en paz. — Planeaba descubrir lo ocurrido.
[…]
Una semana después, Ludwig había recogido algo de información útil, descubrió varios nobles relacionados con negocios de vinos y viñedos, uno de ellos llamó su atención Santino DeSari. El dueño de un viñedo en los campos Verisar, algunos lo acusaban de excéntrico y extraño, otros de misterioso y loco.
Santino era un buen lugar para empezar, su fama no era muy buena entre las opiniones de los habitantes de Lunargenta, incluso algunos guardias me hablaron de él, sobre cómo se suponía que era. Eso sí, investigarlo no sería fácil, a pesar de vivir en la ciudad, estaba ubicado en la parte de los edificios grandes y de las altas cunas, como era de esperarse. Ahí donde casi nadie que no fuese un noble bien vestido y reconocido podría adentrarse sin problemas.
Por mi cabeza pasó varias veces la idea de escabullirme hacia sus aposentos e inspeccionar el lugar, pero no, no era sensato. Por suerte, no hizo falta alguna plegaria para que surgiera una oportunidad, a mis oídos había llegado que habría una fiesta, algo que posiblemente toda la ciudad se enteraría.
Pero no como cualquier otra, una donde la mayoría de nobles estarían presentes, los de clases más bajas mirarían con desprecio aquello. Aparentemente la anfitriona sería Annabelle Fuggen, una mujer con una pesquería importante en el puerto y un pequeño grupo de soldados, o eso tenía entendido, mis conocimientos sobre la gente de Lunargenta no eran muy extensos, pero aparentemente una persona como Annabelle, era fácil notar. En esa celebración presumía que estaría Santino, uno de esos momentos en los que esperaba que mis sospechas dieran en el clavo.
[...]
Lo más peculiar y curioso de esta fiesta, era la manera en la que debían ir vestidos los integrantes, con máscaras. Eso jugaba a mí favor pues podía hacerme pasar por algún noble sin que nadie lo notara, o sospechara. Me alisté, usé aquel traje confeccionado en [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] Encima de él, llevaba mi chaleco de siempre, pues había que mantener las apariencias. Como la situación lo amerita, una máscara, algunos me tildarían de tener mal gusto o de extravagante y pretencioso, pero elegí una máscara algo particular, una que encontré en el mercado y que seguro resaltaría entre el resto. Pensándolo bien eso podría jugar en mi contra, pero no me importó.
Me recogí el cabello, coloqué una tela en mi cara, ajusté las tiras y acomodé perfectamente la máscara en mi rostro, una vez listo. Me miré al espejo, expectante por la noche que vendría...
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Detective. Merrigan
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Re: Behind every mask, is another mask. [Privado +18]
Solía decirse popularmente que "el mundo era pequeño", dado que incluso en una tierra tan basta y variada como era Aerandir, no faltaban las coincidencias que lograsen conectar a dos individuos fuere cual fuere su situación; ahora que el mundo de la política era todavía más pequeño dentro de esos estándares.
Santino DeSari, un nombre que resultaba muy popular recientemente. No era un noble de sangre, tampoco creció como uno, sino que gracias a que era muy diestro con las cartas y con el resto de juegos de azar, logró arrebatarle de las manos las escrituras de unas tierras apenas fértiles a un campesino ebrio contra el que se enfrentó en un bar de mala muerte. Invirtió lo poco que tenía y echó a andar su negocio con los viñedos sin demasiado éxito. Lo curioso era cómo de un momento a otro, logró crecer exageradamente rápido; sus vinos ahora se vendían muy caros, siendo solo el precio lo bastante atractivo para atraer a compradores pretenciosos, que lejos de saber degustar una buena fermentación, lo guardaban ahí a la vista esperando a que les preguntaran cuánto había costado. Cualquiera catalogaría a Santino como un genio comerciante por como hizo crecer su negocio en un tiempo récord.
Sin embargo, a pesar de que las ganancias venían solas como el agua, la actitud arrogante y prepotente de aquél hombre lo llevaron a inmiscuirse en sitios donde no le llamaban. Había sido lo bastante astuto como para encontrarse con los trapos sucios del cabecilla de una familia noble, cuya popularidad y posición política eran lo bastante importantes como para incluso codearse con la realeza, dentro de ese nido de víboras en los que unos pisoteaban a otros con tal de alcanzar un puesto mayor; no era sorpresa que Santino se hubiese topado con algo turbulento.
Griffith había sido invitado muchas veces a las fiestas de los nobles a pesar de no figurar como uno, ni siquiera por ser un comerciante adinerado y muy amigo de las familias, sino por su diestra esgrima e indudable liderazgo en las batallas, cuyas victorias no habían pasado desapercibidas dentro del reino humano en Aerandir. Claro que sabía que muchas de esas ocasiones él era simplemente una atracción, alguien a quien invitaban para que los jóvenes escucharan sus relatos de guerra y se deleitaran con un mundo apartado de los lujos y tan morboso como era el de haber caminado entre cadáveres, recordando los suficientes detalles para satisfacer esa curiosidad absurda y tan cliché por lo sobrenatural y la sangre que mucha de aquella gente tenía. Estragos de contar con tanto tiempo libre, quizá.
Al albino no le importaba que lo invitaran con esas intenciones siempre que pudiera sacarles provecho, como haría en esta ocasión. La familia a la que Santino buscaba perjudicar, era de especial interés para Griffith, siendo su ascenso dentro de la escalera política, importante para sus planes futuros; no podía permitir que un pobre diablo como Santino se interpusiera en sus planes. Habría de encontrar si es que guardaba la información en alguna parte y una vez la tuviese en sus manos para destruirla, eliminaría al hombre para que se llevase el secreto a la tumba, enterrado como debería haberse quedado en un principio. No perdería el tiempo solo con frivolidades.
Asistió pulcro y tan elegante como requería la situación: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] azul marino conformado por un chaleco, del cuál sobresalía una prenda blanca con encaje en las mangas y el pecho, mientras que su abrigo era de color púrpura y hecho de terciopelo con motivos florales, destacaban las matices frías que tanto se llevaban con su personalidad y su naturaleza albina, como la misma nieve que solía desaturar los colores durante el día. Su cabello ondulado estaba atado por un listón del mismo color, luciendo así una coleta que llegaba hasta su espalda. En cuanto a su máscara, se trataba de un antifaz blanco que emulaba las alas abiertas de un halcón, con un pequeño pico adornando el puente rumbo a la nariz. Ciertamente, Griffith no tenía problemas para desenvolverse dentro de aquél ambiente, resultándole tan natural como el propio campo de batalla. Se movía con elegancia, discreto y muy natural, saludando correctamente a todo con el que cruzaba miradas, mientras que sus orbes azules y afiladas buscaban entre la multitud a su presa.
Ignoró por un momento la conversación que se desenvolvía al fondo, donde un par de señoritas se habían acercado hasta el curioso invitado de traje negro, Ludwig. Eran bastante extrovertidas y dado que la mayoría de los invitados eran jóvenes, no sorprendía que viniesen con una actitud coqueta entre ellos la mayor parte del tiempo, ya que era esa especie de ligoteo, el ingrediente que no podía faltar en las fiestas de ningún tipo.
—¿No es la máscara más elaborada que has visto... nunca?—rió una de ellas, inclinándose ligeramente para intentar ver a través de los orificios donde irían los ojos.
—Ciertamente lo es. Dígame, caballero, ¿es que es tan fiel a su amada que busca así asustar a cualquier señorita que se le acerque?—intuyó con afán bromista.
Santino DeSari, un nombre que resultaba muy popular recientemente. No era un noble de sangre, tampoco creció como uno, sino que gracias a que era muy diestro con las cartas y con el resto de juegos de azar, logró arrebatarle de las manos las escrituras de unas tierras apenas fértiles a un campesino ebrio contra el que se enfrentó en un bar de mala muerte. Invirtió lo poco que tenía y echó a andar su negocio con los viñedos sin demasiado éxito. Lo curioso era cómo de un momento a otro, logró crecer exageradamente rápido; sus vinos ahora se vendían muy caros, siendo solo el precio lo bastante atractivo para atraer a compradores pretenciosos, que lejos de saber degustar una buena fermentación, lo guardaban ahí a la vista esperando a que les preguntaran cuánto había costado. Cualquiera catalogaría a Santino como un genio comerciante por como hizo crecer su negocio en un tiempo récord.
Sin embargo, a pesar de que las ganancias venían solas como el agua, la actitud arrogante y prepotente de aquél hombre lo llevaron a inmiscuirse en sitios donde no le llamaban. Había sido lo bastante astuto como para encontrarse con los trapos sucios del cabecilla de una familia noble, cuya popularidad y posición política eran lo bastante importantes como para incluso codearse con la realeza, dentro de ese nido de víboras en los que unos pisoteaban a otros con tal de alcanzar un puesto mayor; no era sorpresa que Santino se hubiese topado con algo turbulento.
Griffith había sido invitado muchas veces a las fiestas de los nobles a pesar de no figurar como uno, ni siquiera por ser un comerciante adinerado y muy amigo de las familias, sino por su diestra esgrima e indudable liderazgo en las batallas, cuyas victorias no habían pasado desapercibidas dentro del reino humano en Aerandir. Claro que sabía que muchas de esas ocasiones él era simplemente una atracción, alguien a quien invitaban para que los jóvenes escucharan sus relatos de guerra y se deleitaran con un mundo apartado de los lujos y tan morboso como era el de haber caminado entre cadáveres, recordando los suficientes detalles para satisfacer esa curiosidad absurda y tan cliché por lo sobrenatural y la sangre que mucha de aquella gente tenía. Estragos de contar con tanto tiempo libre, quizá.
Al albino no le importaba que lo invitaran con esas intenciones siempre que pudiera sacarles provecho, como haría en esta ocasión. La familia a la que Santino buscaba perjudicar, era de especial interés para Griffith, siendo su ascenso dentro de la escalera política, importante para sus planes futuros; no podía permitir que un pobre diablo como Santino se interpusiera en sus planes. Habría de encontrar si es que guardaba la información en alguna parte y una vez la tuviese en sus manos para destruirla, eliminaría al hombre para que se llevase el secreto a la tumba, enterrado como debería haberse quedado en un principio. No perdería el tiempo solo con frivolidades.
Asistió pulcro y tan elegante como requería la situación: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] azul marino conformado por un chaleco, del cuál sobresalía una prenda blanca con encaje en las mangas y el pecho, mientras que su abrigo era de color púrpura y hecho de terciopelo con motivos florales, destacaban las matices frías que tanto se llevaban con su personalidad y su naturaleza albina, como la misma nieve que solía desaturar los colores durante el día. Su cabello ondulado estaba atado por un listón del mismo color, luciendo así una coleta que llegaba hasta su espalda. En cuanto a su máscara, se trataba de un antifaz blanco que emulaba las alas abiertas de un halcón, con un pequeño pico adornando el puente rumbo a la nariz. Ciertamente, Griffith no tenía problemas para desenvolverse dentro de aquél ambiente, resultándole tan natural como el propio campo de batalla. Se movía con elegancia, discreto y muy natural, saludando correctamente a todo con el que cruzaba miradas, mientras que sus orbes azules y afiladas buscaban entre la multitud a su presa.
Ignoró por un momento la conversación que se desenvolvía al fondo, donde un par de señoritas se habían acercado hasta el curioso invitado de traje negro, Ludwig. Eran bastante extrovertidas y dado que la mayoría de los invitados eran jóvenes, no sorprendía que viniesen con una actitud coqueta entre ellos la mayor parte del tiempo, ya que era esa especie de ligoteo, el ingrediente que no podía faltar en las fiestas de ningún tipo.
—¿No es la máscara más elaborada que has visto... nunca?—rió una de ellas, inclinándose ligeramente para intentar ver a través de los orificios donde irían los ojos.
—Ciertamente lo es. Dígame, caballero, ¿es que es tan fiel a su amada que busca así asustar a cualquier señorita que se le acerque?—intuyó con afán bromista.
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Griffith
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Re: Behind every mask, is another mask. [Privado +18]
Ya cuando el oscuro ocaso se iba adueñando de los colores del cielo, y se asomaba la noche por una esquina apartando al sol de la escena, incluso se podía ver la luna que no se inmutaba ante tal situación, aquel panorama más que avisar la llegada del sereno y mostrar la verdadera naturaleza del firmamento, hacía saber la hora, y esa era la señal de que tenía que partir rumbo a la fiesta.
Arreglé el último detalle que era esconder mi arma entre la ropa, para que no se viera, me tomó un par de intentos hasta que encontré la forma más cómoda y sutil de llevarla, una vez hecho salí. Quizá no haría falta usarla por mi otra forma, las garras siempre eran útiles.
Las calles de Lunargenta no se me hacían cómodas, pero la costumbre es lo que hace al hombre lo que es, en algún momento me adentraría tanto en todo este alboroto y bullerío de gente para ser uno más del montón, iba a un paso lento y calmado. Ni por asomo tenía prisa por llegar temprano, incluso alentaba mi paso cada vez más apropósito para llegar en algún momento oportuno.
En el momento en el que comencé a caminar cerca del lugar donde se haría la fiesta, el ambiente era diferente, mucha menos gente pasaba y sobretodo lo más notorio, eran las vestimentas y la forma en la que andaban.
El lugar tenía una fachada grande, o más bien inmensa. Los carruajes llegaban y de ellos salían mujeres y hombres con elegantes y pomposas pintas, algunos duques o condes llenos de extravagantes ropas y brillosas gemas, pero detrás de ese frágil disfraz la verdad es que son igual que cualquier otra persona en esta ciudad.
Me dispuse a caminar entre todos hasta llegar a la puerta, algunos se presentaban y hablaban en el patio central, atento por si escuchaba algún nombre de interés, cuando me hallé frente a la gran puerta, toqué dos veces. Lentamente el marco comenzó a arrastrarse y dejó entre ver la figura de un hombre con la máscara ornamentada. Aunque por su rostro obviamente no se vio, por sus movimientos hubo cierta sorpresa al verme.
Luego de eso, estiró su mano. — Oh, usted deber ser Merlí, ¿correcto? He oído que suele vestir así. — Ciertamente esperaba ser confundido con algún invitado en esta fiesta, suponía que para entrar ahí, tenía que fingir todo eso. Así que asentí. — Está en lo correcto.
La entrada se abrió de par en par y me dejó pasar con un ademán, caminé y capté más de una mirada, la gente no parecía alarmada pero si asombrada por la máscara, tener su atención en este caso sería crucial para adentrarme en el grupo y quizá conseguir información útil. No tardó en aparecer una pareja, a hacer comentarios. — Lo es, y me jactaría de ser quien ha creado tan meticulosa y detallada máscara, pero el crédito no es mío. Julián, un buen amigo mío tiene una pasión insólita por estas cosas y ha dedicado casi toda su vida a crearlas. — Respondí con aquella historia falsa.
Pero, ante la otra acusación, a pesar de ser un chico del pueblo y haber vivido en un entorno muy distinto al de la nobleza, podía fácilmente adaptarme a todo esto, algunas normas de etiqueta por aquí y algunos comentarios hilarantes por allá y fácilmente conviviría, fue sencillo pensar en el comentario adecuado. — ¡Jajaja! Para eso primero necesito tener una amada... Y segundo ser devoto. — Ambos rieron y luego de que la mujer ladeara un poco la cabeza.
Preguntó. — Usted, ¿quién es? — La conversación parecía quedarse entre nosotros dos, desplazando a la otra persona al plano de la indiferencia.
Coloqué mi mano sobre la máscara de manera dramática, desabroché las tiras que la sujetan y me la quité lentamente. Sorprendida la joven soltó un pequeño suspiro. — Oh... — Luego de que terminé de apartar el disfraz de mi rostro, solo se veía el pañuelo negro que cubría el mismo, antes de que dijese algo, interrumpí sus pensamiento. — Eso señorita, acabaría violentamente con la idea de esta fiesta. ¡Y todo esto apenas empieza!
Ella río, y asintió moviendo la cabeza. — Qué acertado, esto comienza apenas, pero ya hay música. — Luego de reajustar el antifaz. Ofreció un baile tendiendo su mano hacia mí. — Sólo falta el vino.
— ¿Necesitas vino para moverte? — Río de manera pícara.
— No, para nada. Pero he oído maravillas del vino que sirven en estas fiestas.
— Eso se debe a Santino, nunca deja de sorprender con sus vinos, pero es... — El son de la canción seguía y nuestros pies perseguían el ritmo cual gato y ratón. — ¿Su vino es lo único bueno?
Suspiró — Es un grosero y un insensato, ¿sabes? Nunca fue un noble ni nada parecido. Ni cuando empezó ese negocio del vino que se volvió alguien importante... Pero de repente. — Hizo una pequeña pausa. — Fanfarroneó sobre cómo encontró una nueva receta, de que era la receta perfecta. Al principio nadie le creyó, no pasó mucho tiempo y... BUM era el mayor vendedor de vino de casi todo Verisar. Solo lo invita a estas cosas por el vino. Del resto, es un hablador, maleducado y se la da de misterioso. Cuando llegue lo sabrás.
— El mundo nunca deja de sorprender. — Eché un vistazo al resto de la fiesta, no éramos los únicos danzando y mucha más gente llegaba a la sala principal, y la fiesta poco a poco se animaba más.
Arreglé el último detalle que era esconder mi arma entre la ropa, para que no se viera, me tomó un par de intentos hasta que encontré la forma más cómoda y sutil de llevarla, una vez hecho salí. Quizá no haría falta usarla por mi otra forma, las garras siempre eran útiles.
Las calles de Lunargenta no se me hacían cómodas, pero la costumbre es lo que hace al hombre lo que es, en algún momento me adentraría tanto en todo este alboroto y bullerío de gente para ser uno más del montón, iba a un paso lento y calmado. Ni por asomo tenía prisa por llegar temprano, incluso alentaba mi paso cada vez más apropósito para llegar en algún momento oportuno.
En el momento en el que comencé a caminar cerca del lugar donde se haría la fiesta, el ambiente era diferente, mucha menos gente pasaba y sobretodo lo más notorio, eran las vestimentas y la forma en la que andaban.
El lugar tenía una fachada grande, o más bien inmensa. Los carruajes llegaban y de ellos salían mujeres y hombres con elegantes y pomposas pintas, algunos duques o condes llenos de extravagantes ropas y brillosas gemas, pero detrás de ese frágil disfraz la verdad es que son igual que cualquier otra persona en esta ciudad.
Me dispuse a caminar entre todos hasta llegar a la puerta, algunos se presentaban y hablaban en el patio central, atento por si escuchaba algún nombre de interés, cuando me hallé frente a la gran puerta, toqué dos veces. Lentamente el marco comenzó a arrastrarse y dejó entre ver la figura de un hombre con la máscara ornamentada. Aunque por su rostro obviamente no se vio, por sus movimientos hubo cierta sorpresa al verme.
Luego de eso, estiró su mano. — Oh, usted deber ser Merlí, ¿correcto? He oído que suele vestir así. — Ciertamente esperaba ser confundido con algún invitado en esta fiesta, suponía que para entrar ahí, tenía que fingir todo eso. Así que asentí. — Está en lo correcto.
La entrada se abrió de par en par y me dejó pasar con un ademán, caminé y capté más de una mirada, la gente no parecía alarmada pero si asombrada por la máscara, tener su atención en este caso sería crucial para adentrarme en el grupo y quizá conseguir información útil. No tardó en aparecer una pareja, a hacer comentarios. — Lo es, y me jactaría de ser quien ha creado tan meticulosa y detallada máscara, pero el crédito no es mío. Julián, un buen amigo mío tiene una pasión insólita por estas cosas y ha dedicado casi toda su vida a crearlas. — Respondí con aquella historia falsa.
Pero, ante la otra acusación, a pesar de ser un chico del pueblo y haber vivido en un entorno muy distinto al de la nobleza, podía fácilmente adaptarme a todo esto, algunas normas de etiqueta por aquí y algunos comentarios hilarantes por allá y fácilmente conviviría, fue sencillo pensar en el comentario adecuado. — ¡Jajaja! Para eso primero necesito tener una amada... Y segundo ser devoto. — Ambos rieron y luego de que la mujer ladeara un poco la cabeza.
Preguntó. — Usted, ¿quién es? — La conversación parecía quedarse entre nosotros dos, desplazando a la otra persona al plano de la indiferencia.
Coloqué mi mano sobre la máscara de manera dramática, desabroché las tiras que la sujetan y me la quité lentamente. Sorprendida la joven soltó un pequeño suspiro. — Oh... — Luego de que terminé de apartar el disfraz de mi rostro, solo se veía el pañuelo negro que cubría el mismo, antes de que dijese algo, interrumpí sus pensamiento. — Eso señorita, acabaría violentamente con la idea de esta fiesta. ¡Y todo esto apenas empieza!
Ella río, y asintió moviendo la cabeza. — Qué acertado, esto comienza apenas, pero ya hay música. — Luego de reajustar el antifaz. Ofreció un baile tendiendo su mano hacia mí. — Sólo falta el vino.
— ¿Necesitas vino para moverte? — Río de manera pícara.
— No, para nada. Pero he oído maravillas del vino que sirven en estas fiestas.
— Eso se debe a Santino, nunca deja de sorprender con sus vinos, pero es... — El son de la canción seguía y nuestros pies perseguían el ritmo cual gato y ratón. — ¿Su vino es lo único bueno?
Suspiró — Es un grosero y un insensato, ¿sabes? Nunca fue un noble ni nada parecido. Ni cuando empezó ese negocio del vino que se volvió alguien importante... Pero de repente. — Hizo una pequeña pausa. — Fanfarroneó sobre cómo encontró una nueva receta, de que era la receta perfecta. Al principio nadie le creyó, no pasó mucho tiempo y... BUM era el mayor vendedor de vino de casi todo Verisar. Solo lo invita a estas cosas por el vino. Del resto, es un hablador, maleducado y se la da de misterioso. Cuando llegue lo sabrás.
— El mundo nunca deja de sorprender. — Eché un vistazo al resto de la fiesta, no éramos los únicos danzando y mucha más gente llegaba a la sala principal, y la fiesta poco a poco se animaba más.
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