Trabajando en el mercado privado ( Björn Lunder)

Era un día precioso en el mercado yo estaba vendiendo como cada día que ayudaba a mi madre cuando no tenía que luchar o hacer otras cosas, había mucha gente comprando en los puestos del mercado, mi madre hoy no podía venir al mercado a vender por que tenía que hacer las cosas de la casa y luego recoger la siembra por que ya estaban todas las frutas y hortalizas listas para su venta y tenía que vender todo lo que habíamos recogido de la siembra la vez anterior la gente venía a probarlas y compraban bastante, casi no me quedaba nada cuando vi a un hombre acercarse.

Y sonriente dije – que desea caballero, estás frutas y hortalizas están muy buenas mire, pruebe estas naranjas y estas fresas, como puede ver ya me queda poco que vender pero si quiere algo dígamelo de acuerdo. – Me quedé esperando a ver qué me decía el hombre de las frutas que le di a probar y seguí atendiendo a la gente que seguía llegando a mi puesto, la verdad es que si no se daba prisa se acabaría y no podría comprar nada, el hombre tenía los ojos azules, pelo rubio y era bastante alto y algo robusto, - volví a preguntarle – desea algo, o no le parece que estén bien las frutas que le di a probar, si es así dígamelo no pasa nada – me quedé esperando su respuesta mirándole después gire la cabeza por que había alguien que me dijo que la pusiera unas cuantas peras y unas cuantas manzanas rojas.

Después me volví a girar hacía el pero no parecía muy hablador, parecía que estaba esperando a que la gente se fuera de mi puesto para decirme algo no sabía que era pero parecía serio por como le vi, - le pregunté algo preocupada - ¿está usted bien? Le pasa algo, - me quedé esperando su respuesta hasta que por fin se fueron los otros clientes y me hablo.

Aquella ciudad era un autentico hervidero, aun de noche los viajeros no daban tregua. Las calles olían a especias, fruta y pescado. En la zona del mercado, los comercios callejeros lucían unos hermosos toldos rojos, que cubrían los puestecillos de los comerciantes, dotándolos de sombra para que el calor no ahogara a los compradores.  Todos los puestos eran de madera, la mayoría eran carros preparados para abrirse y recogerse fácilmente. Había puestos de casi todo, frutas algunas de ellas que ni siquiera yo conocía, telas de intensos colores, colgantes de hermosas piedras preciosas, distintos tipos de alimentos…

No había ido allí para hacer turismo, ni para comprar alimentos, en la taberna un borracho me habló de un puesto regentado por una morena bastante fornida que según él podría darme “lo que necesitaba” sinceramente solo me pareció un pobre diablo, pero tampoco es que tuviera de mas hilos de los que tirar de momento, así que probar suerte no me suponía nada.

Me detuve frente al puesto, sinceramente la chica no parecía saber nada, conversaba con los clientes de forma amable colocando en sus bolsas el genero mientras yo en silencio intentaba descubrir que se escondía tras aquella muchacha. Aunque su aspecto bien podía ser el de una escudera, a simple vista solo veía a una insignificante granjera.

Chasqueé la lengua contra los dientes algo decepcionado, seguramente el borracho solo se había inventado algún cuento, estaría cegado por los voluptuosos atributos de la morena y de ahí que me hubiera mandado hasta allí pensando que eso era “lo que necesitaba”

Me di la vuelta alejándome de su puesto emprendiendo camino hasta el final de la calle donde terminaba el mercado. Atravesé varias callejuelas con otros negocios menos vistosos, hasta llegar a una especie de plaza donde varios artesanos ofrecían sus servicios a voz en grito, zapateros, peleteros, afiladores…, y en una esquina, un herrero se afanaba en golpear rítmicamente un trozo de acero al rojo vivo. La ciudad presentaba un desnivel bastante acusado en todas sus calles, dejando el castillo en la zona más alta, completamente amurallado, y en la parte baja, se encontraba la zona del mercado y las casas humildes.

No tardé demasiado en llegar a la plaza junto a las murallas. En medio de ella había una fuente circular de piedra blanca con tres doncellas semidesnudas a tamaño natural, cargadas de unos jarrones por donde manaba el agua, precipitándose en una gran balsa de piedra gris.
-Oye!! -escuché la voz femenina de una mujer tras de mi.

Enarqué una ceja y me giré despacio para encontrarme con la morena de ojos claros con los brazos en jarra mirándome fijamente.