Camino de cenizas [Trabajo] [BETA]
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Camino de cenizas [Trabajo] [BETA]
«¿Cuánto tiempo había pasado, desde la última vez?»
Alcé el rostro, cerrando los ojos y permitiéndome el sentir el mundo a mi alrededor. El vaivén del caballo bajo mis piernas, las caricias del viento, aliviando esporádicamente el suave calor del mediodía. Los olores del campo, la maleza, tierra viva y sudor equino. El cantar de las aves, el repique de los cascos contra el camino y... un zumbido al que aún no me acostumbraba. Respiré hondo, hasta que mi pecho no podía hincharse más, y exhalé lentamente.
Abrí los ojos otra vez. El cielo seguía siendo un lienzo azul de nubes serenas, mis alrededores seguían siendo plantaciones humanas, maleza y árboles lejanos. Ágata seguía sobre su caballo, a mi lado, sus ojos seguían siendo dorados y aburridos. Salvo el rayo en miniatura que danzaba entre los dedos de su mano derecha, todo seguía siendo igual. Simplemente estábamos un poco más lejos del sitio que partimos, y un poco más cerca de Midgar. No quedaba más que seguir avanzando.
La bruja notó mi mirada y desapareció el rayo con el que jugaba, apretando el puño. Levantó una ceja.
—Había escuchado que los elfos tenían un fetiche con la naturaleza, pero no creí que tendría la suerte de ver con mis propios ojos a uno satisfaciéndose. —comentó con asombro fingido.
Soltó las riendas del caballo, masajeando sutilmente su mano.
—Lamentablemente —sonrió mordaz—, me equivoqué. Ew.
Negué con la cabeza, suavizando mi propia sonrisa.
—¿Te han dicho que hablas demasiado? —ignoré su racismo casual y volví a colocarme el sombrero en la cabeza.
—¡No tienes moral para decirme eso! —respondió indignada.
—Pff... La que mata por dinero me habla de moral.
—Eh, al menos lo hago a cambio de algo. —volvió a tomar las riendas, dando un vistazo rápido al camino y volviendo su mirada hacia mí.
—¿Qué insinúas? —me llevé una mano al pecho, exagerando indignación.
—No te hagas el inocente, señor "Quiero que Aerandir arda".
—¡Calumnias! ¡Mentiras que buscan difamar mi nombre! —elevé la exageración, llevándome la mano a la frente de forma teatral.
Ágata volteó los ojos, evidentemente entretenida, y volvió su atención al camino. Hice lo mismo, y por un rato avanzamos en silencio.
—Nunca he matado a nadie. Directamente. —confesé, mi sonrisa más suave que de costumbre. Pacífica.
Sincera.
—Con esas manos de niña que tienes, te creo. Lo tuyo deben ser venenos y esas cosas de cobardes. —dijo, malentendiendo mi elección de palabras.
Su comentario, ambos sabíamos, era una broma. Ella sabía mejor que nadie que mientras el trabajo haya sido satisfactoriamente completado, el método no importaba.
Y que mis manos eran varoniles. Grosera.
—Hablo en serio —aclaré tranquilamente, sin quitar los ojos del camino—. Ni venenos, ni trampas, ni nada de eso. Soy tan inocente como puede serlo un ciudadano promedio.
Ágata pareció dudar por mi cambio de actitud, pero eventualmente aceptó que había dejado de bromear.
—¿Entonces a qué viene el "directamente"? —levantó una ceja— ¿Causaste algún accidente?
—No que recuerde.
Ante su silencio, volteé a verla. Sus ojos me pedían una explicación más clara.
...Bueno, en realidad me decían "Lo que dices no tiene ni puto sentido, ¿tienes problemas?", pero prácticamente no había diferencia.
—Mis acciones habrán causado alguna muerte en algún u otro punto del tiempo. Así como las de la mayoría de la población.
Asumí su silencio y gesto como un "Continúa".
—La vida es una serie de casualidades. Por ejemplo, en la batalla de Sandorai, curé a dos personas. —abrí y cerré el puño, recordando el cosquilleo en las manos causado por la magia curativa. También se avivó mi memoria de agonizar al arder vivo, y fui más consciente del roce entre la tela y mi espalda— ...Una de ellas terminó asesinando al Rey de Dundarak.
Un silbido anunció la sorpresa de Ágata. No hizo comentarios.
—¿Si no lo hubiese curado, habría logrado matarle? Quizás sí, quizás no. Realmente no lo sé. Por como lo veo, soy cómplice de aquello—suspiré, sonriendo con cansancio—. La vida está llena de situaciones así. Claro, más cotidianas. Sabes lo frágil que puede ser una persona, generalmente. Todo lo que se necesita es estar en el lugar correcto en el momento equivocado. Las piedras en el camino, la estabilidad de una casa, el manejo correcto de la comida... Tú misma.
La morena abrió un poco más los ojos. Tenía una expresión inusual, la misma que cuando leía algún libro. Parecía que estaba tomándome en serio.
—Piensa en todo lo que tiene que coincidir para que cumplas un contrato. Claro, tú clavas el puñal, pero, ¿y si el cliente no hubiese pedido el servicio? ¿Si no hubiese tenido suficiente dinero, o influencia? ¿Y si, aún más atrás, no hubiese tenido motivos para querer matar a alguien? —Por los dioses —que sufran todas las desgracias y mil más—, ambos, cliente y víctima, primero tenían que conocerse, en primer lugar.
Ágata parecía estar reflexionando sobre la conversación.
—...Entonces, ¿dices que la mayoría de las personas vivas, y muertas, en Aerandir, están involucradas de alguna forma en... cada muerte habida y por haber, a menos que estén aisladas de los demás?
—Es un buen resumen, sí.
—...Felicidades, Mefisto. Descubriste el concepto de sociedad. —concluyó, con voz monótona, y acució al caballo con un golpe de talón, adelantándose.
Chasqueé la lengua y la imité, mientras pensaba en lo fastidiosa que se pondría con ese asunto.
Más adelante, observé, había un poblado. Llegaríamos pronto a este ritmo.
«¿...No tiene por qué ocurrir algo raro cada vez, verdad?» recordé todas las ocasiones en que entré a un poblado alejado y terminé huyendo de monstruos, bandidos, sectas o cosas sobrenaturales.
El poblado no era destacable de ninguna forma. Salvo una.
—¿Vienen por la solicitud de ayuda? —un hombre de mediana edad nos recibió en la calle principal.
No sabía ni por qué esperaba algo distinto.
La sorpresa y curiosidad no llegaron a mi rostro. Mantuve una sonrisa cálida, y eché un vistazo a Ágata en busca de respuestas. Su expresión era la de alguien que creía que la información era obvia, y que preguntar era para los estúpidos. Sus ojos se cruzaron con los míos un instante, y me dijeron todo lo que tenía que saber:
"No tengo ni puta idea de lo que está hablando".
Miré a mi alrededor, y para mi desdicha, lo que vi fueron rostros nerviosos, rostros con esperanza, rostros con miedo, examinándonos desde ventanas y puertas. Conocía perfectamente esta situación. Volví al hombre.
—Lo lamento, pero sólo somos dos viajeros en búsqueda de un sitio donde descansar. Además de gratitud, podemos pagar con moneda y... cooperación, aunque desconozco el motivo de su angustia. Dígame, buen hombre, ¿qué los inquieta?
La esperanza en los ojos de aquél hombre dio lugar a algo más. Desconfianza. Recelo.
«...Joder.»
Tras explicarnos la situación y presentarnos un sitio donde quedarnos, el hombre, Joseph, volvió a sus deberes. Di un vistazo por la ventana, y dejé mi bolso a un lado de la cama. Suspiré.
—Nos vamos mañana temprano. —anuncié.
Ágata, que se estaba estirando sentada en dicha cama, bufó.
—¡Tengo cuatro días seguidos durmiendo en un saco! ¡Sin nada que hacer sino escucharte hablar!
—Dices lo último como si fuese malo.
—Urgh... —se dejó caer— Tengo todo el viaje esperando a encontrarnos con algún grupo de bandidos o algo por el estilo, ¿sabes? —dijo, mirando al techo.
—...Necesitas mejores aspiraciones.
—¿Verdad? —volvió a sentarse, dirigiéndome una mirada de confusión— ¿Qué hago acompañándote, para empezar?
—Nos queda medio continente. Aún estás a tiempo para devolverte. —me encogí de hombros.
—...Ciudad Lagarto, o viajar con Mefisto... —murmuró, contemplativa.
...
Tras acceder de mala gana a aprender un poco más de los sucesos del poblado, salí del edificio en búsqueda del dichoso oráculo.
Alcé el rostro, cerrando los ojos y permitiéndome el sentir el mundo a mi alrededor. El vaivén del caballo bajo mis piernas, las caricias del viento, aliviando esporádicamente el suave calor del mediodía. Los olores del campo, la maleza, tierra viva y sudor equino. El cantar de las aves, el repique de los cascos contra el camino y... un zumbido al que aún no me acostumbraba. Respiré hondo, hasta que mi pecho no podía hincharse más, y exhalé lentamente.
Abrí los ojos otra vez. El cielo seguía siendo un lienzo azul de nubes serenas, mis alrededores seguían siendo plantaciones humanas, maleza y árboles lejanos. Ágata seguía sobre su caballo, a mi lado, sus ojos seguían siendo dorados y aburridos. Salvo el rayo en miniatura que danzaba entre los dedos de su mano derecha, todo seguía siendo igual. Simplemente estábamos un poco más lejos del sitio que partimos, y un poco más cerca de Midgar. No quedaba más que seguir avanzando.
La bruja notó mi mirada y desapareció el rayo con el que jugaba, apretando el puño. Levantó una ceja.
—Había escuchado que los elfos tenían un fetiche con la naturaleza, pero no creí que tendría la suerte de ver con mis propios ojos a uno satisfaciéndose. —comentó con asombro fingido.
Soltó las riendas del caballo, masajeando sutilmente su mano.
—Lamentablemente —sonrió mordaz—, me equivoqué. Ew.
Negué con la cabeza, suavizando mi propia sonrisa.
—¿Te han dicho que hablas demasiado? —ignoré su racismo casual y volví a colocarme el sombrero en la cabeza.
—¡No tienes moral para decirme eso! —respondió indignada.
—Pff... La que mata por dinero me habla de moral.
—Eh, al menos lo hago a cambio de algo. —volvió a tomar las riendas, dando un vistazo rápido al camino y volviendo su mirada hacia mí.
—¿Qué insinúas? —me llevé una mano al pecho, exagerando indignación.
—No te hagas el inocente, señor "Quiero que Aerandir arda".
—¡Calumnias! ¡Mentiras que buscan difamar mi nombre! —elevé la exageración, llevándome la mano a la frente de forma teatral.
Ágata volteó los ojos, evidentemente entretenida, y volvió su atención al camino. Hice lo mismo, y por un rato avanzamos en silencio.
—Nunca he matado a nadie. Directamente. —confesé, mi sonrisa más suave que de costumbre. Pacífica.
Sincera.
—Con esas manos de niña que tienes, te creo. Lo tuyo deben ser venenos y esas cosas de cobardes. —dijo, malentendiendo mi elección de palabras.
Su comentario, ambos sabíamos, era una broma. Ella sabía mejor que nadie que mientras el trabajo haya sido satisfactoriamente completado, el método no importaba.
Y que mis manos eran varoniles. Grosera.
—Hablo en serio —aclaré tranquilamente, sin quitar los ojos del camino—. Ni venenos, ni trampas, ni nada de eso. Soy tan inocente como puede serlo un ciudadano promedio.
Ágata pareció dudar por mi cambio de actitud, pero eventualmente aceptó que había dejado de bromear.
—¿Entonces a qué viene el "directamente"? —levantó una ceja— ¿Causaste algún accidente?
—No que recuerde.
Ante su silencio, volteé a verla. Sus ojos me pedían una explicación más clara.
...Bueno, en realidad me decían "Lo que dices no tiene ni puto sentido, ¿tienes problemas?", pero prácticamente no había diferencia.
—Mis acciones habrán causado alguna muerte en algún u otro punto del tiempo. Así como las de la mayoría de la población.
Asumí su silencio y gesto como un "Continúa".
—La vida es una serie de casualidades. Por ejemplo, en la batalla de Sandorai, curé a dos personas. —abrí y cerré el puño, recordando el cosquilleo en las manos causado por la magia curativa. También se avivó mi memoria de agonizar al arder vivo, y fui más consciente del roce entre la tela y mi espalda— ...Una de ellas terminó asesinando al Rey de Dundarak.
Un silbido anunció la sorpresa de Ágata. No hizo comentarios.
—¿Si no lo hubiese curado, habría logrado matarle? Quizás sí, quizás no. Realmente no lo sé. Por como lo veo, soy cómplice de aquello—suspiré, sonriendo con cansancio—. La vida está llena de situaciones así. Claro, más cotidianas. Sabes lo frágil que puede ser una persona, generalmente. Todo lo que se necesita es estar en el lugar correcto en el momento equivocado. Las piedras en el camino, la estabilidad de una casa, el manejo correcto de la comida... Tú misma.
La morena abrió un poco más los ojos. Tenía una expresión inusual, la misma que cuando leía algún libro. Parecía que estaba tomándome en serio.
—Piensa en todo lo que tiene que coincidir para que cumplas un contrato. Claro, tú clavas el puñal, pero, ¿y si el cliente no hubiese pedido el servicio? ¿Si no hubiese tenido suficiente dinero, o influencia? ¿Y si, aún más atrás, no hubiese tenido motivos para querer matar a alguien? —Por los dioses —que sufran todas las desgracias y mil más—, ambos, cliente y víctima, primero tenían que conocerse, en primer lugar.
Ágata parecía estar reflexionando sobre la conversación.
—...Entonces, ¿dices que la mayoría de las personas vivas, y muertas, en Aerandir, están involucradas de alguna forma en... cada muerte habida y por haber, a menos que estén aisladas de los demás?
—Es un buen resumen, sí.
—...Felicidades, Mefisto. Descubriste el concepto de sociedad. —concluyó, con voz monótona, y acució al caballo con un golpe de talón, adelantándose.
Chasqueé la lengua y la imité, mientras pensaba en lo fastidiosa que se pondría con ese asunto.
Más adelante, observé, había un poblado. Llegaríamos pronto a este ritmo.
«¿...No tiene por qué ocurrir algo raro cada vez, verdad?» recordé todas las ocasiones en que entré a un poblado alejado y terminé huyendo de monstruos, bandidos, sectas o cosas sobrenaturales.
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El poblado no era destacable de ninguna forma. Salvo una.
—¿Vienen por la solicitud de ayuda? —un hombre de mediana edad nos recibió en la calle principal.
No sabía ni por qué esperaba algo distinto.
La sorpresa y curiosidad no llegaron a mi rostro. Mantuve una sonrisa cálida, y eché un vistazo a Ágata en busca de respuestas. Su expresión era la de alguien que creía que la información era obvia, y que preguntar era para los estúpidos. Sus ojos se cruzaron con los míos un instante, y me dijeron todo lo que tenía que saber:
"No tengo ni puta idea de lo que está hablando".
Miré a mi alrededor, y para mi desdicha, lo que vi fueron rostros nerviosos, rostros con esperanza, rostros con miedo, examinándonos desde ventanas y puertas. Conocía perfectamente esta situación. Volví al hombre.
—Lo lamento, pero sólo somos dos viajeros en búsqueda de un sitio donde descansar. Además de gratitud, podemos pagar con moneda y... cooperación, aunque desconozco el motivo de su angustia. Dígame, buen hombre, ¿qué los inquieta?
La esperanza en los ojos de aquél hombre dio lugar a algo más. Desconfianza. Recelo.
«...Joder.»
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Tras explicarnos la situación y presentarnos un sitio donde quedarnos, el hombre, Joseph, volvió a sus deberes. Di un vistazo por la ventana, y dejé mi bolso a un lado de la cama. Suspiré.
—Nos vamos mañana temprano. —anuncié.
Ágata, que se estaba estirando sentada en dicha cama, bufó.
—¡Tengo cuatro días seguidos durmiendo en un saco! ¡Sin nada que hacer sino escucharte hablar!
—Dices lo último como si fuese malo.
—Urgh... —se dejó caer— Tengo todo el viaje esperando a encontrarnos con algún grupo de bandidos o algo por el estilo, ¿sabes? —dijo, mirando al techo.
—...Necesitas mejores aspiraciones.
—¿Verdad? —volvió a sentarse, dirigiéndome una mirada de confusión— ¿Qué hago acompañándote, para empezar?
—Nos queda medio continente. Aún estás a tiempo para devolverte. —me encogí de hombros.
—...Ciudad Lagarto, o viajar con Mefisto... —murmuró, contemplativa.
...
Tras acceder de mala gana a aprender un poco más de los sucesos del poblado, salí del edificio en búsqueda del dichoso oráculo.
Mefisto
Honorable
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Re: Camino de cenizas [Trabajo] [BETA]
Me senté sobre la tierra, con la pared del salón a mi espalda. Era el edificio más grande de la aldea, con diferencia. Por las mañanas, la gente iba y venía. Y por las noches, tras finalizar sus jornadas, todos acudían a beber a ese mismo sitio. Los viajeros que iban de paso se hospedaban allí, al igual que las esperanzas de la aldea.
Era el lugar perfecto para escuchar.
Nadie me prestaba más atención de la necesaria. Como mucho, una sola mirada. De vez en cuando, alguna mueca al ver las heridas. Después de todo, solo era un vagabundo, un hombre bestia viejo y enfermo esperando a caerse muerto.
No me entusiasmaba el papel, pero era la mejor forma de pasar desapercibido. Por mi postura, era difícil adivinar mi altura real. Mi falta de camisa hacía que las heridas y necrosis fuesen fácilmente visibles, sobre todo en mi pecho, hombros y brazos. Había tenido que darle vuelta a la capa y dejado sobre mi regazo para que no llamase demasiado la atención, por lo que mis únicas pertenencias evidentes eran mis pantalones y botas. Aunque las últimas eran bastante nuevas, confiaba en que nadie allí había visto el calzado de un hombre bestia lo suficiente para notarlo.
Nadie me había hablado hasta el momento. Pero había oído bastante en el medio día que llevaba allí. Con un oído como el mio, no era difícil enterarse, y la gente en ese sitio no era precisamente discreta. Todas las conversaciones llevaban a lo mismo: según la adivina, el pueblo sería destruido al día siguiente.
Mis motivos para estar allí eran dobles. El primero era curiosidad. No era la primera vez que trataba con adivinas: había comprobado de sobra que sus poderes podían ser reales. Pero tan solo era la segunda vez que oía hablar de una mujer bestia. La primera había muerto años atrás, pero había confirmado que era capaz a través de Syl y una de las maestras del Hekshold. Quizás esta estuviese relacionada.
El segundo también tenía que ver con dicha adivina. Si me libraba de aquella condición... si hacía que la gente nos recordase... Ella podría decirme como. Era algo paradójico, y no estaba seguro de como funcionaba, pero era una posibilidad.
Sin embargo, el quedarme allí sentado era absurdamente aburrido. Había estado repasando runas en mi cabeza en los ratos muertos, pero hasta aquello comenzaba a fallarme. Si no hacía algo, acabaría quedándome dormido. Por fortuna, alguien decidió acercarse. Un hombre llamado Joseph, uno de los que parecían más ansiosos por todo el asunto de su destrucción inminente.
-Eh. ¿Que haces aquí?- preguntó. Se había mantenido a unos pasos. -Si estás enfermo, vas a tener que irte a otra parte. No quiero que contagies a nadie.- dijo. Su tono era algo menos que amable. Le miré. Su garganta estaba muy expuesta.
-No es nada que pueda contagiaros.- respondí simplemente. El tipo me mantuvo la mirada, pero finalmente, suspiró.
-Está bien. Pero aléjate de los animales...- Hizo una pausa, aún sin irse. -Perdona, no suelo ser así. Pero esto es demasiado.- dijo. Parecía realmente nervioso, caminando en el sitio. No parecía haber dormido mucho.
-¿Ocurre algo?- pregunté, recordando a Kothán. Siempre se le daba bien engañar y hacerse el inocente. Algo se me habría quedado. -No se lo diré a nadie, si quieres decirlo.- aseguré
-No, no es... ningún secreto. ¿No te has enterado? La adivina ha dicho que... algo lo destruirá todo. Todo el pueblo. Y será mañana.- dijo, ansioso. -Y nadie sabe que es. Puse una petición de ayuda y nadie ha aparecido aún.- se quejó, aún dando vueltas en el sitio. Finalmente, tomó aire y exhaló pesadamente. -Veré que puedo hacer. Gracias por preguntar. Le diré a Mynne que te traiga algo de pan y agua.- dijo, haciendo un gesto hacia el gran salón antes de volver a entrar en él. Pan y agua. Si iban a morir, bien podía ofrecer algo de carne. No era como si fuesen a usarla toda de todos modos.
Unos minutos después, un elfo salió del edificio. Olisqueé el aire. Nada excesivo.
Era el lugar perfecto para escuchar.
Nadie me prestaba más atención de la necesaria. Como mucho, una sola mirada. De vez en cuando, alguna mueca al ver las heridas. Después de todo, solo era un vagabundo, un hombre bestia viejo y enfermo esperando a caerse muerto.
No me entusiasmaba el papel, pero era la mejor forma de pasar desapercibido. Por mi postura, era difícil adivinar mi altura real. Mi falta de camisa hacía que las heridas y necrosis fuesen fácilmente visibles, sobre todo en mi pecho, hombros y brazos. Había tenido que darle vuelta a la capa y dejado sobre mi regazo para que no llamase demasiado la atención, por lo que mis únicas pertenencias evidentes eran mis pantalones y botas. Aunque las últimas eran bastante nuevas, confiaba en que nadie allí había visto el calzado de un hombre bestia lo suficiente para notarlo.
Nadie me había hablado hasta el momento. Pero había oído bastante en el medio día que llevaba allí. Con un oído como el mio, no era difícil enterarse, y la gente en ese sitio no era precisamente discreta. Todas las conversaciones llevaban a lo mismo: según la adivina, el pueblo sería destruido al día siguiente.
Mis motivos para estar allí eran dobles. El primero era curiosidad. No era la primera vez que trataba con adivinas: había comprobado de sobra que sus poderes podían ser reales. Pero tan solo era la segunda vez que oía hablar de una mujer bestia. La primera había muerto años atrás, pero había confirmado que era capaz a través de Syl y una de las maestras del Hekshold. Quizás esta estuviese relacionada.
El segundo también tenía que ver con dicha adivina. Si me libraba de aquella condición... si hacía que la gente nos recordase... Ella podría decirme como. Era algo paradójico, y no estaba seguro de como funcionaba, pero era una posibilidad.
Sin embargo, el quedarme allí sentado era absurdamente aburrido. Había estado repasando runas en mi cabeza en los ratos muertos, pero hasta aquello comenzaba a fallarme. Si no hacía algo, acabaría quedándome dormido. Por fortuna, alguien decidió acercarse. Un hombre llamado Joseph, uno de los que parecían más ansiosos por todo el asunto de su destrucción inminente.
-Eh. ¿Que haces aquí?- preguntó. Se había mantenido a unos pasos. -Si estás enfermo, vas a tener que irte a otra parte. No quiero que contagies a nadie.- dijo. Su tono era algo menos que amable. Le miré. Su garganta estaba muy expuesta.
-No es nada que pueda contagiaros.- respondí simplemente. El tipo me mantuvo la mirada, pero finalmente, suspiró.
-Está bien. Pero aléjate de los animales...- Hizo una pausa, aún sin irse. -Perdona, no suelo ser así. Pero esto es demasiado.- dijo. Parecía realmente nervioso, caminando en el sitio. No parecía haber dormido mucho.
-¿Ocurre algo?- pregunté, recordando a Kothán. Siempre se le daba bien engañar y hacerse el inocente. Algo se me habría quedado. -No se lo diré a nadie, si quieres decirlo.- aseguré
-No, no es... ningún secreto. ¿No te has enterado? La adivina ha dicho que... algo lo destruirá todo. Todo el pueblo. Y será mañana.- dijo, ansioso. -Y nadie sabe que es. Puse una petición de ayuda y nadie ha aparecido aún.- se quejó, aún dando vueltas en el sitio. Finalmente, tomó aire y exhaló pesadamente. -Veré que puedo hacer. Gracias por preguntar. Le diré a Mynne que te traiga algo de pan y agua.- dijo, haciendo un gesto hacia el gran salón antes de volver a entrar en él. Pan y agua. Si iban a morir, bien podía ofrecer algo de carne. No era como si fuesen a usarla toda de todos modos.
Unos minutos después, un elfo salió del edificio. Olisqueé el aire. Nada excesivo.
Asher Daregan
Aerandiano de honor
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Re: Camino de cenizas [Trabajo] [BETA]
Caminé un momento fuera del establecimiento y entonces estiré ambos brazos por encima de mi cabeza, lo más que pude, a la vez que ahogaba una queja al sentir la tensión que se había aferrado a mis músculos. Había pasado un buen tiempo desde que me dedicaba a dar brincos por ahí, no podía evitar sentirme agarrotado.
«¿Estaré en condiciones?» y pensamientos similares flotaban por mi mente, como si fuese un soldado preparándose para la guerra. Casi exactamente así, pues ya ni siquiera dudaba de la estabilidad de la paz de ese día. No, tenía certeza de que todo se iría al carajo muy, muy pronto. Sólo era cuestión de qué tanto podía evitar meterme en todo ese rollo, y para ello iba a visitar al dichoso oráculo. Necesitaba información.
Respiré hondo, sintiendo en el aire la vida diaria de la vecindad —y pizcas de pan caliente—, y suspiré profundamente, negando con la cabeza.
«No estoy seguro de cuál será más fastidioso, si el problema actual o las quejas de Ágata si logro que evitemos el grueso del asunto...»
Quizás debía relajarme un poco. Días más, días menos, aún faltaba bastante para llegar a nuestro destino, no perdería mucho si me quedaba a hacer el tonto un rato. ¿Qué era lo máximo que podía pasar?
«¿Morir?» contuve una risita.
Finalizando ese hilo de pensamientos, eché un vistazo a mi alrededor, disponiéndome a caminar hacia la residencia del oráculo. Mis intenciones dieron un cambio brusco en ese mismo instante. Mis ojos se detuvieron en una figura oscura, sentada en el suelo, reclinada en la pared del establecimiento.
Sentí cómo se cortaban todas las distracciones en mi interior, y todos mis sentidos se centraban en esa única existencia, un hombre-bestia anciano, aparentemente un mendigo. Mis ojos se abrieron un poco, e inmediatamente arreglé mi expresión, dando lugar a una sonrisa natural, suave y sin mostrar dientes, acompañada de una mirada de curiosidad sutil.
Caminé en su dirección, repasando mentalmente todo lo que sabía de encuentros similares.
«Dientes, contacto visual, sumisión... ¿Territorio? Es un vagabundo en un lugar bastante transitado...» chasqueé la lengua mentalmente. Todo dependía de qué tan profundo era su psique animal. Los hombres-bestia eran una existencia trabajosa.
Le saludé con un tranquilo movimiento de mano, buscando llamar su atención. Entonces me detuve frente suyo, a una distancia prudente, y me agaché.
—Hey, —hablé con voz suave, como un corazón noble que participa en caridad— ¿cuánto tiempo lleva aquí? ¿Ha comido hoy? —ladeé ligeramente la cabeza.
Evalué su cuerpo con la mirada, poniendo un rostro de lo que podía ser empatía o desagrado. Mis ojos se detuvieron en sus prendas, y tras un segundo volví a mirarle al rostro mientras respondía.
—Insisto... ¿Aceptaría servicio médico de un elfo desconocido? —levanté un dedo, señalándome el rostro.
Mi sonrisa no flaqueó en ningún momento: Ni al comprobar la incongruencia entre su aspecto y su ausencia de hedor, ni al darme cuenta de que el perro tenía encima un par de objetos encantados.
«O eres el dichoso oráculo, con jueguitos raros...»
O las cosas se irían al carajo aún más pronto de lo que creía.
«¿Estaré en condiciones?» y pensamientos similares flotaban por mi mente, como si fuese un soldado preparándose para la guerra. Casi exactamente así, pues ya ni siquiera dudaba de la estabilidad de la paz de ese día. No, tenía certeza de que todo se iría al carajo muy, muy pronto. Sólo era cuestión de qué tanto podía evitar meterme en todo ese rollo, y para ello iba a visitar al dichoso oráculo. Necesitaba información.
Respiré hondo, sintiendo en el aire la vida diaria de la vecindad —y pizcas de pan caliente—, y suspiré profundamente, negando con la cabeza.
«No estoy seguro de cuál será más fastidioso, si el problema actual o las quejas de Ágata si logro que evitemos el grueso del asunto...»
Quizás debía relajarme un poco. Días más, días menos, aún faltaba bastante para llegar a nuestro destino, no perdería mucho si me quedaba a hacer el tonto un rato. ¿Qué era lo máximo que podía pasar?
«¿Morir?» contuve una risita.
Finalizando ese hilo de pensamientos, eché un vistazo a mi alrededor, disponiéndome a caminar hacia la residencia del oráculo. Mis intenciones dieron un cambio brusco en ese mismo instante. Mis ojos se detuvieron en una figura oscura, sentada en el suelo, reclinada en la pared del establecimiento.
Sentí cómo se cortaban todas las distracciones en mi interior, y todos mis sentidos se centraban en esa única existencia, un hombre-bestia anciano, aparentemente un mendigo. Mis ojos se abrieron un poco, e inmediatamente arreglé mi expresión, dando lugar a una sonrisa natural, suave y sin mostrar dientes, acompañada de una mirada de curiosidad sutil.
Caminé en su dirección, repasando mentalmente todo lo que sabía de encuentros similares.
«Dientes, contacto visual, sumisión... ¿Territorio? Es un vagabundo en un lugar bastante transitado...» chasqueé la lengua mentalmente. Todo dependía de qué tan profundo era su psique animal. Los hombres-bestia eran una existencia trabajosa.
Le saludé con un tranquilo movimiento de mano, buscando llamar su atención. Entonces me detuve frente suyo, a una distancia prudente, y me agaché.
—Hey, —hablé con voz suave, como un corazón noble que participa en caridad— ¿cuánto tiempo lleva aquí? ¿Ha comido hoy? —ladeé ligeramente la cabeza.
Evalué su cuerpo con la mirada, poniendo un rostro de lo que podía ser empatía o desagrado. Mis ojos se detuvieron en sus prendas, y tras un segundo volví a mirarle al rostro mientras respondía.
—Insisto... ¿Aceptaría servicio médico de un elfo desconocido? —levanté un dedo, señalándome el rostro.
Mi sonrisa no flaqueó en ningún momento: Ni al comprobar la incongruencia entre su aspecto y su ausencia de hedor, ni al darme cuenta de que el perro tenía encima un par de objetos encantados.
«O eres el dichoso oráculo, con jueguitos raros...»
O las cosas se irían al carajo aún más pronto de lo que creía.
Mefisto
Honorable
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Re: Camino de cenizas [Trabajo] [BETA]
El elfo se me acercó, ofreciendo ser otro "buen samaritano". ¿Iba a darme pan y agua también?
-Joseph ya me ha ofrecido algo.- rechacé. Pero el tipo insistió. La pregunta era interesante. Estaba siendo sorprendentemente respetuoso. Reprimí una sonrisa.
-Confiar en elfos es el motivo de que esté así.- respondí, examinándolo atentamente. Había algo de él que resultaba vagamente familiar. Finalmente, lo noté: su muñeca. Recordaba aquel encargo. Adornos en un brazalete. Había hecho esas mismas runas. Levitasis y... ¿explosivo?. -Era un arcanista, ¿sabes?- pregunté. Luego, negué con la cabeza. -Uno de los buenos.- El mejor en Aerandir, si era sincero, pero no iba a decir aquello.
-Estuve en Térpoli. De apoyo en las murallas.- Lo primero era verdad. Lo segundo... no tanto. Pero recordaba lo que me había contado Eltrant. Podía servirme de su experiencia. -No fue bonito. No muertos por todas partes. Una bola de fuego azul, incinerándolo todo... y un mar de cadáveres y carne calcinada.- Puse una mirada ligeramente ausente, como si hubiese desconectado con el presente. -No recibí ningún agradecimiento ese día.-
Negué con la cabeza lentamente. Y entonces, miré al elfo.
-Lo que me han hecho no es algo que puedas curar.- declaré finalmente. -He buscado en todas partes. Los tuyos en Sandorai me han rechazado y amenazado. No hay nada que puedas ofrecerme.- Me encogí de hombros, aún mirándolo con cierta desconfianza.
Quizás me estaba metiendo mucho en el papel.
Un sonido hizo que agitase una oreja y girase la cabeza. Pasos. Armaduras. A los pocos segundos, aparecieron: un grupo de cuatro personas. Una mujer de mediana edad, con pelo rubio y armadura de acero. No era completa, ni portaba los colores de ninguna ciudad, pero llevaba un espadón enfundado. ¿Mercenaria, quizás? Era la primera. Detrás de ella, un hombre de rostro sucio y brazales de cuero, con un arco a su espalda. Nos miró directamentte, durante apenas unos instantes, antes de seguir ojeando la zona mientras caminaban.
Los otros dos tenían menos presencia. Parecían más jovenes: una chica, con pelo cobrizo. Estaba mayormente cubierta por su capa, pero tenía el rostro de alguien que podía huir o atacar en cualquier momento. El último olía a brujo, y no solo por su éter: era delgado y parecía algo débil físicamente. Su indumentaria también parecía ligera.
-¿Es aquí?- preguntó la guerrera. Ojeó el lugar. No parecía impresionada. Se dirigió hacia nosotros. -¿Es esto Bosquerrojo?- preguntó, mirando más hacia el elfo.
-No puede ser otro. No hay ningún asentamiento en kilómetros.- interrumpió el arquero. Esta vez, nos ignoró completamente. Por su parte, los otros dos me miraban a mi. La chica era dificil de discernir, pero el brujo tenía el ceño fruncido, como si algo no le encajase.
Joseph salió de la posada. En cuanto vio al grupo, su rostro se iluminó.
-Venimos por la petición de ayuda.- dijo la mujer. -Por... "la profecía" de esa supuesta adivina.- añadió, casi resoplando.
-Gracias a los dioses. Pensaba que nadie iba a venir.- El tipo suspiró, aliviado. -¿Podeis... proteger el pueblo? ¿Donde están los demás?- preguntó, mirando alrededor. ¿Acaso esperaba un ejercito para defender una mugrienta villa de cincuenta personas?
-Creéme, somos más que suficientes.- aseguró. Su voz era firme. Dudaba de que Joseph discutiese, pese a lo que expresaba su cara. -¿Que hay del pago?-
-Hemos... hemos reunido algo... cerca de 400 aeros si el pueblo sobrevive la semana.- dijo el hombre, inseguro. -Si os quedais, son vuestros.-
La mujer frunció más el ceño, al mismo tiempo que yo. pero fue el arquero el que preguntó.
-¿Como habéis sacado tanto?- inquirió, dando un paso hacia el tipo. Era una suma bastante elevada para un sitio como aquel. Suficiente dinero para pagar un asesinato. Consideré la cifra. Quizás pudiese hacerme con algo de aquello.
Subrayada complicación: Un grupo de aventureros ha acudido a realizar el trabajo para llevarse el pago.
-Joseph ya me ha ofrecido algo.- rechacé. Pero el tipo insistió. La pregunta era interesante. Estaba siendo sorprendentemente respetuoso. Reprimí una sonrisa.
-Confiar en elfos es el motivo de que esté así.- respondí, examinándolo atentamente. Había algo de él que resultaba vagamente familiar. Finalmente, lo noté: su muñeca. Recordaba aquel encargo. Adornos en un brazalete. Había hecho esas mismas runas. Levitasis y... ¿explosivo?. -Era un arcanista, ¿sabes?- pregunté. Luego, negué con la cabeza. -Uno de los buenos.- El mejor en Aerandir, si era sincero, pero no iba a decir aquello.
-Estuve en Térpoli. De apoyo en las murallas.- Lo primero era verdad. Lo segundo... no tanto. Pero recordaba lo que me había contado Eltrant. Podía servirme de su experiencia. -No fue bonito. No muertos por todas partes. Una bola de fuego azul, incinerándolo todo... y un mar de cadáveres y carne calcinada.- Puse una mirada ligeramente ausente, como si hubiese desconectado con el presente. -No recibí ningún agradecimiento ese día.-
Negué con la cabeza lentamente. Y entonces, miré al elfo.
-Lo que me han hecho no es algo que puedas curar.- declaré finalmente. -He buscado en todas partes. Los tuyos en Sandorai me han rechazado y amenazado. No hay nada que puedas ofrecerme.- Me encogí de hombros, aún mirándolo con cierta desconfianza.
Quizás me estaba metiendo mucho en el papel.
Un sonido hizo que agitase una oreja y girase la cabeza. Pasos. Armaduras. A los pocos segundos, aparecieron: un grupo de cuatro personas. Una mujer de mediana edad, con pelo rubio y armadura de acero. No era completa, ni portaba los colores de ninguna ciudad, pero llevaba un espadón enfundado. ¿Mercenaria, quizás? Era la primera. Detrás de ella, un hombre de rostro sucio y brazales de cuero, con un arco a su espalda. Nos miró directamentte, durante apenas unos instantes, antes de seguir ojeando la zona mientras caminaban.
Los otros dos tenían menos presencia. Parecían más jovenes: una chica, con pelo cobrizo. Estaba mayormente cubierta por su capa, pero tenía el rostro de alguien que podía huir o atacar en cualquier momento. El último olía a brujo, y no solo por su éter: era delgado y parecía algo débil físicamente. Su indumentaria también parecía ligera.
-¿Es aquí?- preguntó la guerrera. Ojeó el lugar. No parecía impresionada. Se dirigió hacia nosotros. -¿Es esto Bosquerrojo?- preguntó, mirando más hacia el elfo.
-No puede ser otro. No hay ningún asentamiento en kilómetros.- interrumpió el arquero. Esta vez, nos ignoró completamente. Por su parte, los otros dos me miraban a mi. La chica era dificil de discernir, pero el brujo tenía el ceño fruncido, como si algo no le encajase.
Joseph salió de la posada. En cuanto vio al grupo, su rostro se iluminó.
-Venimos por la petición de ayuda.- dijo la mujer. -Por... "la profecía" de esa supuesta adivina.- añadió, casi resoplando.
-Gracias a los dioses. Pensaba que nadie iba a venir.- El tipo suspiró, aliviado. -¿Podeis... proteger el pueblo? ¿Donde están los demás?- preguntó, mirando alrededor. ¿Acaso esperaba un ejercito para defender una mugrienta villa de cincuenta personas?
-Creéme, somos más que suficientes.- aseguró. Su voz era firme. Dudaba de que Joseph discutiese, pese a lo que expresaba su cara. -¿Que hay del pago?-
-Hemos... hemos reunido algo... cerca de 400 aeros si el pueblo sobrevive la semana.- dijo el hombre, inseguro. -Si os quedais, son vuestros.-
La mujer frunció más el ceño, al mismo tiempo que yo. pero fue el arquero el que preguntó.
-¿Como habéis sacado tanto?- inquirió, dando un paso hacia el tipo. Era una suma bastante elevada para un sitio como aquel. Suficiente dinero para pagar un asesinato. Consideré la cifra. Quizás pudiese hacerme con algo de aquello.
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Subrayada complicación: Un grupo de aventureros ha acudido a realizar el trabajo para llevarse el pago.
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Asher Daregan
Aerandiano de honor
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Re: Camino de cenizas [Trabajo] [BETA]
Incliné ligeramente la cabeza al oír su respuesta. Curiosidad real, diluyéndose en mi acto.
«..."Confiar en elfos es el motivo de que esté así"...»
No cuestioné la veracidad de sus palabras, pues sus ojos eran certeros. Mucho menos antepuse el honor de mi sangre, pues conocía muy bien el carácter de los hijos de Sandorai; Lo necio de sus costumbres, la facilidad con la que imponían su juicio al resto de Aerandir.
No. Mi curiosidad buscaba otra cosa, más enrevesada; La resolución de ese juicio. La condición de ese anciano no era el castigo limpio de la Luz ni de la espada. Algo más. Familiar, pero desconocido, como un sueño al despertar, una memoria perdida... Era frustrante.
Contuve un suspiro, escuchándole hablar atentamente, asintiendo de vez en cuando como forma de decir "estoy oyendo".
«Arcanista, Térpoli...»
Al final negó mi oferta de atención médica, soltando un dato sobre sus intentos de pedir ayuda a los elfos.
«Son el motivo, ¿pero acudiste a ellos?»
Aunque su profesión como Arcanista explica la cantidad de objetos encantados en su posesión, simplemente no estaba convencido. Era una persona muy pintoresca como para no tener nada que ver con la supuesta destrucción del pueblo.
¿Quién era aquél sujeto, y qué hacía allí?
—...Entiendo. —acepté su rechazo con un rostro caído y una sonrisa débil— En ese caso, dudo que yo sea la solución a sus problemas.
Me levanté con velocidad controlada. Respiré hondo, disipando la tristeza en mi rostro.
— Entonces, lo mínimo que puedo hacer es agradecerle en lugar de aquellos que no lo hicieron —me incliné en una sentida reverencia y, poniendo más fuerza a mi voz, continué—: ¡En nombre de los beneficiados, le agradezco por su servicio en Térpoli!
Tras unos instantes, me erguí.
En mi rostro una máscara de respeto y frustración, adornada por una sonrisa de consolación.
En mi corazón retumbaba la risa que teñía cada instante de mi vida, ahogada, contenida.
En mi mente, una bestia, cazando cada detalle, ansiosa por destripar toda esta situación.
Y, finalmente, en mis oídos, el claqueteo metálico característico de una armadura pesada.
Volteé a ver la misma dirección que el perro, aquella de donde provenía el ruido. Un par de latidos más tarde, los recién llegados estuvieron a plena vista.
Aquella imagen me atoró el aliento en la garganta y, mi máscara, por un momento, dejó entrever la sorpresa que había roto mi acto.
Eran cuatro personas. Una guerrera, un arquero, un brujo y, si debía presumir según el equipamiento de la última, una asesina.
«¿...?»
Crucé miradas con el arquero. No habrá sido más de un par de segundos, pero juraría haber pasado años observando esos ojos indiferentes:
La búsqueda de la verdad, la resolución del misterio, cada susurro, cada gesto, olores, sonidos, colores, incluso aquello que no podían percibir los humanos, todo lo que estaba procesando, en ese momento, se fue al carajo.
«¿...Ah?»
La mujer de armadura se dirigió a mí, con una pregunta. En mi confusión, no le entendí bien. En ese instante, como segunda naturaleza, retomé mi acto.
—¿Perdona? ¿Podrías repe—
Fui interrumpido por el arquero, y con ello, expulsado completamente de aquella conversación.
Cuándo llegó Joseph, la actitud de los otros dos, la discusión sobre la recompensa y demás... No presté atención a ninguna de esas cosas. Mi mente estaba intentando recuperar el balance, retomar las pistas, buscar una respuesta.
Pero me era simplemente imposible.
Aquello era, sin duda alguna, un grupo de aventureros. Un grupo de aventureros, recién llegados a una aldea en medio de la nada que está siendo amenazada por algún peligro misterioso. Eso era algo tan natural como la caída de la lluvia, de allí no venía mi desconcierto.
Lo que me impactó es que... La narrativa era distinta.
«Si no soy el forastero oportuno...»
Mi mirada, ajena a la situación, se deslizó por el rostro de Joseph. Luego por el de la guerrera y el arquero, y de allí hasta el brujo y su compañera. Finalmente fue a parar, una vez más, en el hombre perro.
«¿...Entonces cuál es mi papel en este sitio?»
Mi mente no podía recuperar el balance, pues la risa en mi corazón amenazaba con desbordarse por cada uno de mis poros.
Respiré hondo, y tras despedirme del vagabundo con una leve reverencia, me di media vuelta.
«Tranquila, Ágata. Nos quedaremos el tiempo que haga falta.»
Me dirigí a paso regular hacia el lugar donde residía el oráculo, inseguro de lo que me deparaba el día.
Pero terriblemente emocionado.
«..."Confiar en elfos es el motivo de que esté así"...»
No cuestioné la veracidad de sus palabras, pues sus ojos eran certeros. Mucho menos antepuse el honor de mi sangre, pues conocía muy bien el carácter de los hijos de Sandorai; Lo necio de sus costumbres, la facilidad con la que imponían su juicio al resto de Aerandir.
No. Mi curiosidad buscaba otra cosa, más enrevesada; La resolución de ese juicio. La condición de ese anciano no era el castigo limpio de la Luz ni de la espada. Algo más. Familiar, pero desconocido, como un sueño al despertar, una memoria perdida... Era frustrante.
Contuve un suspiro, escuchándole hablar atentamente, asintiendo de vez en cuando como forma de decir "estoy oyendo".
«Arcanista, Térpoli...»
Al final negó mi oferta de atención médica, soltando un dato sobre sus intentos de pedir ayuda a los elfos.
«Son el motivo, ¿pero acudiste a ellos?»
Aunque su profesión como Arcanista explica la cantidad de objetos encantados en su posesión, simplemente no estaba convencido. Era una persona muy pintoresca como para no tener nada que ver con la supuesta destrucción del pueblo.
¿Quién era aquél sujeto, y qué hacía allí?
—...Entiendo. —acepté su rechazo con un rostro caído y una sonrisa débil— En ese caso, dudo que yo sea la solución a sus problemas.
Me levanté con velocidad controlada. Respiré hondo, disipando la tristeza en mi rostro.
— Entonces, lo mínimo que puedo hacer es agradecerle en lugar de aquellos que no lo hicieron —me incliné en una sentida reverencia y, poniendo más fuerza a mi voz, continué—: ¡En nombre de los beneficiados, le agradezco por su servicio en Térpoli!
Tras unos instantes, me erguí.
En mi rostro una máscara de respeto y frustración, adornada por una sonrisa de consolación.
En mi corazón retumbaba la risa que teñía cada instante de mi vida, ahogada, contenida.
En mi mente, una bestia, cazando cada detalle, ansiosa por destripar toda esta situación.
Y, finalmente, en mis oídos, el claqueteo metálico característico de una armadura pesada.
Volteé a ver la misma dirección que el perro, aquella de donde provenía el ruido. Un par de latidos más tarde, los recién llegados estuvieron a plena vista.
Aquella imagen me atoró el aliento en la garganta y, mi máscara, por un momento, dejó entrever la sorpresa que había roto mi acto.
Eran cuatro personas. Una guerrera, un arquero, un brujo y, si debía presumir según el equipamiento de la última, una asesina.
«¿...?»
Crucé miradas con el arquero. No habrá sido más de un par de segundos, pero juraría haber pasado años observando esos ojos indiferentes:
La búsqueda de la verdad, la resolución del misterio, cada susurro, cada gesto, olores, sonidos, colores, incluso aquello que no podían percibir los humanos, todo lo que estaba procesando, en ese momento, se fue al carajo.
«¿...Ah?»
La mujer de armadura se dirigió a mí, con una pregunta. En mi confusión, no le entendí bien. En ese instante, como segunda naturaleza, retomé mi acto.
—¿Perdona? ¿Podrías repe—
Fui interrumpido por el arquero, y con ello, expulsado completamente de aquella conversación.
Cuándo llegó Joseph, la actitud de los otros dos, la discusión sobre la recompensa y demás... No presté atención a ninguna de esas cosas. Mi mente estaba intentando recuperar el balance, retomar las pistas, buscar una respuesta.
Pero me era simplemente imposible.
Aquello era, sin duda alguna, un grupo de aventureros. Un grupo de aventureros, recién llegados a una aldea en medio de la nada que está siendo amenazada por algún peligro misterioso. Eso era algo tan natural como la caída de la lluvia, de allí no venía mi desconcierto.
Lo que me impactó es que... La narrativa era distinta.
«Si no soy el forastero oportuno...»
Mi mirada, ajena a la situación, se deslizó por el rostro de Joseph. Luego por el de la guerrera y el arquero, y de allí hasta el brujo y su compañera. Finalmente fue a parar, una vez más, en el hombre perro.
«¿...Entonces cuál es mi papel en este sitio?»
Mi mente no podía recuperar el balance, pues la risa en mi corazón amenazaba con desbordarse por cada uno de mis poros.
Respiré hondo, y tras despedirme del vagabundo con una leve reverencia, me di media vuelta.
«Tranquila, Ágata. Nos quedaremos el tiempo que haga falta.»
Me dirigí a paso regular hacia el lugar donde residía el oráculo, inseguro de lo que me deparaba el día.
Pero terriblemente emocionado.
Mefisto
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Re: Camino de cenizas [Trabajo] [BETA]
Arqueé una ceja mientras el elfo me agradecía el servicio. Parecía... distinto a los demás elfos. Más extravagante, quizás. Fuera como fuese, era mejor si me movía. No quería tener mucho que ver con los recién llegados por el momento. Decidí ir a directamente a por el oráculo. Por ello había venido, después de todo.
Al parecer, el elfo iba en la misma dirección. Apresuré el paso ligeramente, tratando de llegar antes que él. Sin embargo, en cuanto me aproximé a la casa indicada, la puerta se abrió. Una mujer humana salió del edificio con una cesta de ropa en brazos.
Me mantuve encorvado, intentando parecer más pequeño de lo que era. Mi tamaño podía ser intimidante, especialmente con gente tan... diminuta. Estaba claro que los humanos no comían bien.
-Disculpa... ¿Es aquí donde vive la adivina?- pregunté, señalando el edificio del que acababa de salir.
-¿Hm? Err, si. ¿Por qué preguntas?- inquirió, algo extrañada. -Soy Casandra. Soy su... ayudante.- explicó. Curioso, pero lo dejé pasar.
-Me han contado eso de la visión... De como algo va a destruir el pueblo.- La mujer retrocedió ligeramente al oír aquello, visiblemente más incómoda. -Si siempre acierta, ¿por qué no puede decir el qué será responsable?-
-Tras cada visión, Sibyl necesita descansar. Normalmente unos días. Con lo de Sandorai, fue una semana. Esta vez... lleva dormida un mes.-
Por supuesto, nada en la vida podía ser sencillo. Reprimí un gruñido. Tenía que parecer inofensivo. Suspiré, tratando de tranquilizarme. Casandra se mordió ligeramente el labio y entornó la mirada durante tan solo un segundo, pero luego volvió a centrarse.
-Imagino que no podéis simplemente despertarla.- dije, mirando a la mujer. Negó con la cabeza.
-Es como si estuviera inconsciente. Tengo que darle de beber un caldo especial todos los días, e incluso ayudarle a tragar.- explicó. -Pero estamos muy agradecidos por todo lo que hace. Es lo mínimo que puedo hacer.
-¿Caldo?-
-Es... bueno, lo llamo así. Sería dificil hacerle tragar comida, así que le damos eso. No lo hago yo, es... algo alquímico.- dijo. Se inclinó ligeramente y señaló a una cabaña algo alejada del resto de los edificios. -La hace Rhum. Es nuestro apotecario. ¿Quizás pueda ayudarte con... tu enfermedad?- preguntó, mirándome a la cara.
Aquello se estaba volviendo irritante más rápido de lo que esperaba. Pensé en lo fácil que sería dejarle su propia cara peor que la mía, pero me contuve. Asentí ligeramente y me di la vuelta, dejando que la mujer volviese a su miserable existencia de pueblo.
Me preguntaba como de competente sería aquel alquimista. Si la idea era despertarla... no podía ser tan dificil, ¿no? Había varias formulas que podían hacer que cualquiera volviese a estar consciente. Algunas ni siquiera habia que beberlas. Quizás podía hacer algo al respecto: definitivamente no tenía intención de quedarme esperando a que la vidente se despertase por su cuenta.
Pero preguntar no me llevaría muy lejos. Sería mejor ser algo más sutil para aquello. Giré en torno a una de las casas hasta que nadie pudiese verme. Y después, le di la vuelta a mi capa, mostrando las runas bordadas por toda la tela. En cuanto me la puse y levanté la capucha, mi cuerpo se volvió completamente transparente, dejando ver a través de mi como si no estuviera allí en absoluto. [1]
Avancé con paso decidido hacia la cabaña, abandonando mi postura de vagabundo. No la necesitaría mientras nadie pudiese verme. Podía oír voces desde el interior...
Complicación: La adivina está en coma, por lo que no puede responder preguntas ni dar información de ningún tipo hasta que se despierte.
[1] Objeto: Capa del Vacío
Al parecer, el elfo iba en la misma dirección. Apresuré el paso ligeramente, tratando de llegar antes que él. Sin embargo, en cuanto me aproximé a la casa indicada, la puerta se abrió. Una mujer humana salió del edificio con una cesta de ropa en brazos.
Me mantuve encorvado, intentando parecer más pequeño de lo que era. Mi tamaño podía ser intimidante, especialmente con gente tan... diminuta. Estaba claro que los humanos no comían bien.
-Disculpa... ¿Es aquí donde vive la adivina?- pregunté, señalando el edificio del que acababa de salir.
-¿Hm? Err, si. ¿Por qué preguntas?- inquirió, algo extrañada. -Soy Casandra. Soy su... ayudante.- explicó. Curioso, pero lo dejé pasar.
-Me han contado eso de la visión... De como algo va a destruir el pueblo.- La mujer retrocedió ligeramente al oír aquello, visiblemente más incómoda. -Si siempre acierta, ¿por qué no puede decir el qué será responsable?-
-Tras cada visión, Sibyl necesita descansar. Normalmente unos días. Con lo de Sandorai, fue una semana. Esta vez... lleva dormida un mes.-
Por supuesto, nada en la vida podía ser sencillo. Reprimí un gruñido. Tenía que parecer inofensivo. Suspiré, tratando de tranquilizarme. Casandra se mordió ligeramente el labio y entornó la mirada durante tan solo un segundo, pero luego volvió a centrarse.
-Imagino que no podéis simplemente despertarla.- dije, mirando a la mujer. Negó con la cabeza.
-Es como si estuviera inconsciente. Tengo que darle de beber un caldo especial todos los días, e incluso ayudarle a tragar.- explicó. -Pero estamos muy agradecidos por todo lo que hace. Es lo mínimo que puedo hacer.
-¿Caldo?-
-Es... bueno, lo llamo así. Sería dificil hacerle tragar comida, así que le damos eso. No lo hago yo, es... algo alquímico.- dijo. Se inclinó ligeramente y señaló a una cabaña algo alejada del resto de los edificios. -La hace Rhum. Es nuestro apotecario. ¿Quizás pueda ayudarte con... tu enfermedad?- preguntó, mirándome a la cara.
Aquello se estaba volviendo irritante más rápido de lo que esperaba. Pensé en lo fácil que sería dejarle su propia cara peor que la mía, pero me contuve. Asentí ligeramente y me di la vuelta, dejando que la mujer volviese a su miserable existencia de pueblo.
Me preguntaba como de competente sería aquel alquimista. Si la idea era despertarla... no podía ser tan dificil, ¿no? Había varias formulas que podían hacer que cualquiera volviese a estar consciente. Algunas ni siquiera habia que beberlas. Quizás podía hacer algo al respecto: definitivamente no tenía intención de quedarme esperando a que la vidente se despertase por su cuenta.
Pero preguntar no me llevaría muy lejos. Sería mejor ser algo más sutil para aquello. Giré en torno a una de las casas hasta que nadie pudiese verme. Y después, le di la vuelta a mi capa, mostrando las runas bordadas por toda la tela. En cuanto me la puse y levanté la capucha, mi cuerpo se volvió completamente transparente, dejando ver a través de mi como si no estuviera allí en absoluto. [1]
Avancé con paso decidido hacia la cabaña, abandonando mi postura de vagabundo. No la necesitaría mientras nadie pudiese verme. Podía oír voces desde el interior...
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Complicación: La adivina está en coma, por lo que no puede responder preguntas ni dar información de ningún tipo hasta que se despierte.
[1] Objeto: Capa del Vacío
Asher Daregan
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Re: Camino de cenizas [Trabajo] [BETA]
¿Qué estaba pasando?
Había extrañado esa pregunta, debía aceptarlo. Esa sensación de estar a la deriva, sin tener ni una idea de cómo se desarrollarían los acontecimientos, lanzando manos a ciegas con esperanzas de alcanzar cualquier pista que pudiera usarse para volver a flote.
Refrescante, confieso. Hacía mucho que lo que me rodeaba no era más que un juego —uno que ya conocía demasiado bien, además. El estancamiento era inevitable, y un cambio de reglas se encargaría de hacer las cosas emocionantes otra vez.
Pero era importante que recordara que mi objetivo estaba fuera de la mesa de juego.
Aunque, mientras tanto...
Intenté no ser muy evidente al echar más de un vistazo a la figura que me adelantó. Aunque ninguna cantidad de vistazos era suficiente, si la figura en cuestión era una gran bestia misteriosa, necrótica y revestida en objetos encantados.
...Lo que me hace preguntarme, ¿cómo los humanos pueden ser de las razas más prominentes, si carecen del faehen?* Tenían muchas cosas buenas, no puedo negarlo, pero tampoco puedo evitar pensar que es como compartir tierras con una cultura de gente sorda. Todo un aspecto del mundo, simplemente ignorado.
El hombre perro, ahora unas tres casas más adelante, se detuvo. Me permití una leve sonrisa cuando me fijé en dónde particularmente; la casa del oráculo, mi propio destino. Le permití "privacidad", deteniéndome donde estaba y cruzándome de brazos, evidentemente esperando mi turno de acercarme, sin cotillear su conversación con Cassandra sobre el estado comatoso de Sibyl y los "caldos" alquímicos que le daban desde hace un mes.
...Ups.
Se separaron cuando terminó la charla, cada uno andando por su lado. El hombre perro cruzó una esquina, y si bien tenía ganas de seguirlo, la más curiosa del par fue Cassandra; el paso levemente acelerado que sugería prisa mal contenida, la cabeza baja con la que avanzaba, sin ver a los lados... Ni siquiera me dedicó un vistazo mientras se alejaba, prácticamente huyendo. ¿Por qué la habría incomodado tanto aquella conversación?
Bueno, no rechazaría la oportunidad que me había regalado aquella escena; la mujer ni siquiera le pasó llave a la puerta.
—¿Qué es lo peor que podría pasar?— murmuré sonriente, acercándome a paso seguro a la vivienda.
El suave rechinido de la puerta anunció mi entrada, aunque no es como si a Sibyl le importara. Le dediqué sólo un momento a evaluar aquella simple morada, amueblada de forma básica y sin una sola pizca de ambición terrenal. Humilde, la oráculo.
Avancé a paso tranquilo, tomando nota de todas las posibles salidas y entradas del lugar. La ventana de la cocina funcionaría, pero tendría que destrancarla antes. No sería un escape rápido.
La mujer en cuestión se encontraba en un cuarto iluminado por una única ventana, alta, pequeña y con cristales coloridos. Probablemente lo más caro que había en el lugar. Había una mesita de noche, con un bol de madera lleno de agua y un paño dentro. Era el único mueble que había en el cuarto, a parte de la cama en la que descansaba la propia oráculo.
Ella me tomó desprevenido. Esperaba una anciana humana o bruja.
Cubierta hasta los hombros en una sábana delgada, que subía y bajaba al ritmo de su casi imperceptible respiración, lo único a la vista eran su cuello y rostro. Por estándares humanos debería rondar los treinta años, pero si algo podía suponer por las escamas coloridas en su cuello y rostro, y la peculiar forma de este último —un poco más angosto de lo que sería normal— sea lo que fuese, no era humana. Tampoco percibí un flujo de éter, así que bruj—
No. Había algo.
Me acerqué con pasos mudos y movimientos delicados, como si temiera espantar un animal asustado. Acerqué suavemente mi mano a su garganta, posando dos dedos en esta a la vez que hacía lo mismo en mi muñeca con mi mano libre. Respiré hondo y cerré los ojos[1], centrando mi atención enteramente en mi pulso, el ajeno, y aquél aspecto del mundo que tantos otros ignoran.
Exhalé, terriblemente consciente de la sensación de mi aliento contra mis labios, y busqué la verdad.
Dos, tres latidos. Nada conciso.
Siete, ocho latidos. Pulso relativamente acelerado, posiblemente por la fisiología distinta.
Posiblemente.
Diez latidos, y... el murmuro que buscaba, mudo a mis oídos e inexistente a mi tacto. Apenas perceptible, fluyendo en su sangre.
Magia activa, algo que n—
Fui arrancado de mis pensamientos por un par de voces enmudecidas, seguidas del rechinido de la puerta principal. Abrí los ojos y contuve un brinco, retrayendo mi mano a la vez que mi mente aceleraba por cada factor en juego.
Fui consciente del peso del cuchillo guardado en mi espalda, del sonido de los pasos que se acercaban, el número de personas, de la ausencia del traqueteo metálico de armadura, de mi posición en referencia a las rutas de escap—
«No.»
Forcé un freno a todos mis instintos, apretando la mandíbula. Enderecé mi postura, y me giré lentamente, y los tres recién llegados reaccionaron al mismo tiempo.
—...ero no la molesten, deb- ¡Ah! —Cassandra retrocedió al verme, sorprendida.
—¡No te muevas, elfo! —ordenó el brujo del grupo de aventureros, voz sorprendentemente grave.
Un murmuro de metal dejando su funda, para finalizar.
Un puñado de respuestas distintas vinieron a mí, ya más instinto que voluntad:
"¡Juro que no es lo que parece, puedo explicarlo!" con una sonrisa burlona y manos alzadas. "No muevan ni un músculo, o todos estamos jodidos" con un ligero temblor en la voz y preocupación en el rostro. "Silencio", una orden con tal seguridad que haría pensar por un momento que yo no era el intruso.
Rechacé todas y cada una de esas opciones, renunciando a cada uno de los papeles que me darían la ventaja. En su lugar me mantuve en silencio, con un rostro calmo pero severo, y evalué a cada una de las personas frente a mí.
Cassandra, su rostro una disputa entre confusión y miedo, mirada brincando entre Sibyl y yo.
El brujo, listo para pelear, ceño fruncido y ojos que susurraban rechazo, rechazo más profundo de lo que la situación debería meritar.
La asesina, con un puñal en cada mano y ojos que buscaban debilidad. No la encontraría en este momento.
Mi silencio se alargó quizás tres latidos más, en los que la tensión en sus posturas aumentó.
—¿Qué le has hech-
—¡Aléjate de ella! —ordenó otra vez el brujo, acentuándola con la bola de fuego que se formó en su palma abierta.
La asesina pareció pensar lo mismo que yo, pues su mirada se clavó en el hechizo y su postura flaqueó. "¿Qué clase de idiota usaría magia de fuego en una habitación de madera, cerrada y con civiles incapacitados?"
Dejé que dichas preocupaciones se resbalaran de mi mente, viendo fijamente la bola de fuego y siendo más consciente del roce de mi espalda contra mi ropa.
«Mi objetivo no está en la mesa de juego,» me repetí, templando mi ánimo.
Mis ojos volvieron a Cassandra otra vez, y mi voz transmitió exactamente lo poco que me importaba la amenaza presente y mi posición desventajosa.
—Tienes varias cosas que explicar, ayudante —fruncí el ceño ligeramente—. Y puede que esta sea tu última oportunidad de reclamar incompetencia en vez de malicia.
Un tiro a la oscuridad, por muy seguro que estuviera de aquello. Pero debo admitir que eso sólo hizo que tuviera que suprimir una sonrisa, cuando vi cómo perdió color el rostro de aquella mujer.
* Élfico, literalmente "ojo del alma". La capacidad de percibir el Éter.
[1] Uso de la habilidad "Calma".
Había extrañado esa pregunta, debía aceptarlo. Esa sensación de estar a la deriva, sin tener ni una idea de cómo se desarrollarían los acontecimientos, lanzando manos a ciegas con esperanzas de alcanzar cualquier pista que pudiera usarse para volver a flote.
Refrescante, confieso. Hacía mucho que lo que me rodeaba no era más que un juego —uno que ya conocía demasiado bien, además. El estancamiento era inevitable, y un cambio de reglas se encargaría de hacer las cosas emocionantes otra vez.
Pero era importante que recordara que mi objetivo estaba fuera de la mesa de juego.
Aunque, mientras tanto...
Intenté no ser muy evidente al echar más de un vistazo a la figura que me adelantó. Aunque ninguna cantidad de vistazos era suficiente, si la figura en cuestión era una gran bestia misteriosa, necrótica y revestida en objetos encantados.
...Lo que me hace preguntarme, ¿cómo los humanos pueden ser de las razas más prominentes, si carecen del faehen?* Tenían muchas cosas buenas, no puedo negarlo, pero tampoco puedo evitar pensar que es como compartir tierras con una cultura de gente sorda. Todo un aspecto del mundo, simplemente ignorado.
El hombre perro, ahora unas tres casas más adelante, se detuvo. Me permití una leve sonrisa cuando me fijé en dónde particularmente; la casa del oráculo, mi propio destino. Le permití "privacidad", deteniéndome donde estaba y cruzándome de brazos, evidentemente esperando mi turno de acercarme, sin cotillear su conversación con Cassandra sobre el estado comatoso de Sibyl y los "caldos" alquímicos que le daban desde hace un mes.
...Ups.
Se separaron cuando terminó la charla, cada uno andando por su lado. El hombre perro cruzó una esquina, y si bien tenía ganas de seguirlo, la más curiosa del par fue Cassandra; el paso levemente acelerado que sugería prisa mal contenida, la cabeza baja con la que avanzaba, sin ver a los lados... Ni siquiera me dedicó un vistazo mientras se alejaba, prácticamente huyendo. ¿Por qué la habría incomodado tanto aquella conversación?
Bueno, no rechazaría la oportunidad que me había regalado aquella escena; la mujer ni siquiera le pasó llave a la puerta.
—¿Qué es lo peor que podría pasar?— murmuré sonriente, acercándome a paso seguro a la vivienda.
El suave rechinido de la puerta anunció mi entrada, aunque no es como si a Sibyl le importara. Le dediqué sólo un momento a evaluar aquella simple morada, amueblada de forma básica y sin una sola pizca de ambición terrenal. Humilde, la oráculo.
Avancé a paso tranquilo, tomando nota de todas las posibles salidas y entradas del lugar. La ventana de la cocina funcionaría, pero tendría que destrancarla antes. No sería un escape rápido.
La mujer en cuestión se encontraba en un cuarto iluminado por una única ventana, alta, pequeña y con cristales coloridos. Probablemente lo más caro que había en el lugar. Había una mesita de noche, con un bol de madera lleno de agua y un paño dentro. Era el único mueble que había en el cuarto, a parte de la cama en la que descansaba la propia oráculo.
Ella me tomó desprevenido. Esperaba una anciana humana o bruja.
Cubierta hasta los hombros en una sábana delgada, que subía y bajaba al ritmo de su casi imperceptible respiración, lo único a la vista eran su cuello y rostro. Por estándares humanos debería rondar los treinta años, pero si algo podía suponer por las escamas coloridas en su cuello y rostro, y la peculiar forma de este último —un poco más angosto de lo que sería normal— sea lo que fuese, no era humana. Tampoco percibí un flujo de éter, así que bruj—
No. Había algo.
Me acerqué con pasos mudos y movimientos delicados, como si temiera espantar un animal asustado. Acerqué suavemente mi mano a su garganta, posando dos dedos en esta a la vez que hacía lo mismo en mi muñeca con mi mano libre. Respiré hondo y cerré los ojos[1], centrando mi atención enteramente en mi pulso, el ajeno, y aquél aspecto del mundo que tantos otros ignoran.
Exhalé, terriblemente consciente de la sensación de mi aliento contra mis labios, y busqué la verdad.
Dos, tres latidos. Nada conciso.
Siete, ocho latidos. Pulso relativamente acelerado, posiblemente por la fisiología distinta.
Posiblemente.
Diez latidos, y... el murmuro que buscaba, mudo a mis oídos e inexistente a mi tacto. Apenas perceptible, fluyendo en su sangre.
Magia activa, algo que n—
Fui arrancado de mis pensamientos por un par de voces enmudecidas, seguidas del rechinido de la puerta principal. Abrí los ojos y contuve un brinco, retrayendo mi mano a la vez que mi mente aceleraba por cada factor en juego.
Fui consciente del peso del cuchillo guardado en mi espalda, del sonido de los pasos que se acercaban, el número de personas, de la ausencia del traqueteo metálico de armadura, de mi posición en referencia a las rutas de escap—
«No.»
Forcé un freno a todos mis instintos, apretando la mandíbula. Enderecé mi postura, y me giré lentamente, y los tres recién llegados reaccionaron al mismo tiempo.
—...ero no la molesten, deb- ¡Ah! —Cassandra retrocedió al verme, sorprendida.
—¡No te muevas, elfo! —ordenó el brujo del grupo de aventureros, voz sorprendentemente grave.
Un murmuro de metal dejando su funda, para finalizar.
Un puñado de respuestas distintas vinieron a mí, ya más instinto que voluntad:
"¡Juro que no es lo que parece, puedo explicarlo!" con una sonrisa burlona y manos alzadas. "No muevan ni un músculo, o todos estamos jodidos" con un ligero temblor en la voz y preocupación en el rostro. "Silencio", una orden con tal seguridad que haría pensar por un momento que yo no era el intruso.
Rechacé todas y cada una de esas opciones, renunciando a cada uno de los papeles que me darían la ventaja. En su lugar me mantuve en silencio, con un rostro calmo pero severo, y evalué a cada una de las personas frente a mí.
Cassandra, su rostro una disputa entre confusión y miedo, mirada brincando entre Sibyl y yo.
El brujo, listo para pelear, ceño fruncido y ojos que susurraban rechazo, rechazo más profundo de lo que la situación debería meritar.
La asesina, con un puñal en cada mano y ojos que buscaban debilidad. No la encontraría en este momento.
Mi silencio se alargó quizás tres latidos más, en los que la tensión en sus posturas aumentó.
—¿Qué le has hech-
—¡Aléjate de ella! —ordenó otra vez el brujo, acentuándola con la bola de fuego que se formó en su palma abierta.
La asesina pareció pensar lo mismo que yo, pues su mirada se clavó en el hechizo y su postura flaqueó. "¿Qué clase de idiota usaría magia de fuego en una habitación de madera, cerrada y con civiles incapacitados?"
Dejé que dichas preocupaciones se resbalaran de mi mente, viendo fijamente la bola de fuego y siendo más consciente del roce de mi espalda contra mi ropa.
«Mi objetivo no está en la mesa de juego,» me repetí, templando mi ánimo.
Mis ojos volvieron a Cassandra otra vez, y mi voz transmitió exactamente lo poco que me importaba la amenaza presente y mi posición desventajosa.
—Tienes varias cosas que explicar, ayudante —fruncí el ceño ligeramente—. Y puede que esta sea tu última oportunidad de reclamar incompetencia en vez de malicia.
Un tiro a la oscuridad, por muy seguro que estuviera de aquello. Pero debo admitir que eso sólo hizo que tuviera que suprimir una sonrisa, cuando vi cómo perdió color el rostro de aquella mujer.
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* Élfico, literalmente "ojo del alma". La capacidad de percibir el Éter.
[1] Uso de la habilidad "Calma".
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Me acerqué con cautela, abriendo la puerta lentamente para no hacer ruido. No estaban en la habitación principal, pero podía escuchar las voces.
-Deja de intentar tomarnos el pelo. Te pagamos por adelantado, y aún no nos has dado NADA.- vociferó uno de los interlocutores. Alguien golpeó madera con un puño. -Has tenido tiempo de sobra. ¿Por qué no está listo?-
-E-es... yo...- el alquimista suspiró. -Hubo un incendio en la taberna... Tuve que usar el polvo gélido para apagar las llamas, y no quedó suficiente para...- Su interlocutor gruñó. Llegado a ese punto, pude verlos mejor. Rhum era más o menos como me esperaba. El otro tipo era un hombre hiena.
Fruncí el ceño. Lo reconocía. Su nombre era Holl, y era un Nómada.
-¿Y a ti quien te manda hacerte el héroe, eh?- preguntó. -Nadie te obligaba a ir y ofrecer tus ingredientes. ¿Que vas a hacer ahora? ¿Eh?- Me quedé quieto, casi aturdido. ¿Que demonios hacía allí? ¿De que estaba hablando? Ingredientes... el polvo gélido se podía usar para muchas cosas. Cualquier cosa que necesitase frío, realmente.
Maldije entre dientes. No me recordaba, para él no sería más que un desconocido. Preguntarle no serviría de mucho. Aun así... tenía que averiguar más.
-Solo... necesito más tiempo, ¿vale? Os... os daré un extra.- aseguró, alzando ambas manos para intentar tranquilizarlo. -Diez... diez por ciento más.- Holl resopló, pero consideró la oferta por un instante.
-Quince.- demandó. -Tienes tres días, ¿eh?- La hiena le apuntó con el índice, casi amenazándolo con su garra. -Y si no tienes nada...-
La amenaza quedó en el aire. El hombre hiena se dio la vuelta y salió de la tienda. Suspiré. Con la puerta abierta, podía entrar, pero... Maldije para mis adentros. No tenía tiempo para pensar. Entré en la cabaña, aún deseando haber seguido a Holl. Quizás tendría mi oportunidad. Tenía su olor.
Creyendo que estaba solo, Rhum suspiró y se frotó la cara, frustrado. Tras acercarse a la puerta y cerrarla, empezó a dirigirse hacia detrás del mostrador. Le evité tanto como pude: aún era tangible, después de todo. El apotecario levantó una trampilla y bajó por una escalera de mano que debía llevar a su sótano. Le seguí con curiosidad, evitando hacer ruido pese al crujido de la madera.
El sótano estaba oscuro, salvo por un par de fuentes de luz. La primera era una lámpara de aceite que Rhum acababa de encender. La segunda, era un líquido grisaceo que goteaba de lo que parecía ser un alambique de cristal. De alguna forma, emitía luz por si mismo.
Tenía un olor fuerte, lo suficiente como para hacer que sintiese mi nariz entumecida. Me acerqué lentamente, intentando identificar el resultado. Cerca del alambique había un recipiente más grande de cobre. El líquido de su interior era negro.
Lo reconocía. Acre. Una droga estimulante, comúnmente usada por berserkers, matones y otros guerreros violentos. Relativamente adictiva. Aumentaba la agresividad, energía física, tolerancia al dolor... Entre otras cosas. En hombres bestia, acentuaba el Frenesí. Lo había consumido una vez en su momento. No fue mi mejor noche.
¿Era eso lo que quería Holl? No sabía que lo consumiese, pero tampoco me sorprendía del todo. Por como lo había hecho sonar, no era el único. Había hablado en plural, y el hombre hiena aún llevaba el símbolo de los Nómadas en su armadura.
Vale, el alquimista hacía drogas... ¿pero que tenía que ver con la adivina?
Seguramente iba a estar trabajando allí un rato, y no sacaría respuestas salvo que le preguntase o me pusiese a buscar entre sus cosas. Aquello podía esperar. Aún estaba a tiempo de alcanzar a Holl. Y entonces, oí algo. Una mujer gritando: sonaba enfadada. Ascendí por la escalera y salí de la tienda. Y entonces, lo vi.
Las dos mujeres del grupo que había llegado ese día estaban allí: la de la armadura tenía su espadón desenfundado y en guardia, esperando problemas de... Holl, por supuesto. El hombre hiena también había sacado su hacha a relucir. La otra chica parecía estar interponiéndose entre ambos, como si quisiera evitar la pelea.
Espíritus. ¿Como habían llegado a esa situación en menos de cinco minutos?
-Deja de intentar tomarnos el pelo. Te pagamos por adelantado, y aún no nos has dado NADA.- vociferó uno de los interlocutores. Alguien golpeó madera con un puño. -Has tenido tiempo de sobra. ¿Por qué no está listo?-
-E-es... yo...- el alquimista suspiró. -Hubo un incendio en la taberna... Tuve que usar el polvo gélido para apagar las llamas, y no quedó suficiente para...- Su interlocutor gruñó. Llegado a ese punto, pude verlos mejor. Rhum era más o menos como me esperaba. El otro tipo era un hombre hiena.
Fruncí el ceño. Lo reconocía. Su nombre era Holl, y era un Nómada.
-¿Y a ti quien te manda hacerte el héroe, eh?- preguntó. -Nadie te obligaba a ir y ofrecer tus ingredientes. ¿Que vas a hacer ahora? ¿Eh?- Me quedé quieto, casi aturdido. ¿Que demonios hacía allí? ¿De que estaba hablando? Ingredientes... el polvo gélido se podía usar para muchas cosas. Cualquier cosa que necesitase frío, realmente.
Maldije entre dientes. No me recordaba, para él no sería más que un desconocido. Preguntarle no serviría de mucho. Aun así... tenía que averiguar más.
-Solo... necesito más tiempo, ¿vale? Os... os daré un extra.- aseguró, alzando ambas manos para intentar tranquilizarlo. -Diez... diez por ciento más.- Holl resopló, pero consideró la oferta por un instante.
-Quince.- demandó. -Tienes tres días, ¿eh?- La hiena le apuntó con el índice, casi amenazándolo con su garra. -Y si no tienes nada...-
La amenaza quedó en el aire. El hombre hiena se dio la vuelta y salió de la tienda. Suspiré. Con la puerta abierta, podía entrar, pero... Maldije para mis adentros. No tenía tiempo para pensar. Entré en la cabaña, aún deseando haber seguido a Holl. Quizás tendría mi oportunidad. Tenía su olor.
Creyendo que estaba solo, Rhum suspiró y se frotó la cara, frustrado. Tras acercarse a la puerta y cerrarla, empezó a dirigirse hacia detrás del mostrador. Le evité tanto como pude: aún era tangible, después de todo. El apotecario levantó una trampilla y bajó por una escalera de mano que debía llevar a su sótano. Le seguí con curiosidad, evitando hacer ruido pese al crujido de la madera.
El sótano estaba oscuro, salvo por un par de fuentes de luz. La primera era una lámpara de aceite que Rhum acababa de encender. La segunda, era un líquido grisaceo que goteaba de lo que parecía ser un alambique de cristal. De alguna forma, emitía luz por si mismo.
Tenía un olor fuerte, lo suficiente como para hacer que sintiese mi nariz entumecida. Me acerqué lentamente, intentando identificar el resultado. Cerca del alambique había un recipiente más grande de cobre. El líquido de su interior era negro.
Lo reconocía. Acre. Una droga estimulante, comúnmente usada por berserkers, matones y otros guerreros violentos. Relativamente adictiva. Aumentaba la agresividad, energía física, tolerancia al dolor... Entre otras cosas. En hombres bestia, acentuaba el Frenesí. Lo había consumido una vez en su momento. No fue mi mejor noche.
¿Era eso lo que quería Holl? No sabía que lo consumiese, pero tampoco me sorprendía del todo. Por como lo había hecho sonar, no era el único. Había hablado en plural, y el hombre hiena aún llevaba el símbolo de los Nómadas en su armadura.
Vale, el alquimista hacía drogas... ¿pero que tenía que ver con la adivina?
Seguramente iba a estar trabajando allí un rato, y no sacaría respuestas salvo que le preguntase o me pusiese a buscar entre sus cosas. Aquello podía esperar. Aún estaba a tiempo de alcanzar a Holl. Y entonces, oí algo. Una mujer gritando: sonaba enfadada. Ascendí por la escalera y salí de la tienda. Y entonces, lo vi.
Las dos mujeres del grupo que había llegado ese día estaban allí: la de la armadura tenía su espadón desenfundado y en guardia, esperando problemas de... Holl, por supuesto. El hombre hiena también había sacado su hacha a relucir. La otra chica parecía estar interponiéndose entre ambos, como si quisiera evitar la pelea.
Espíritus. ¿Como habían llegado a esa situación en menos de cinco minutos?
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Asher Daregan
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