La leyenda de la vaca sin cabeza [Trabajo]
Aerandir :: Reinos del este. :: Ulmer
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Re: La leyenda de la vaca sin cabeza [Trabajo]
Aquello no podía ser más ridículo. Tanto, que Vincent esperaba, con todo su corazón, estar dentro de una ilusión que estuviera solo en el interior de su mente, donde nadie más pudiera ver a un rubio patético luchando contra el aire.
Estar tirado por los suelos con un hilillo de baba cayendo de su boca parecía una visión… Olviden lo que he escrito. Cualquier visión real del brujo, en aquellos instantes, daba grima y vergüenza ajena.
Al menos esperaba que, luchar con aquella vaca de pelo moreno, sirviera realmente para algo. Que de verdad estuviera defendiéndose de un peligro que pudiera matarlo. Y maldita sea, el combate estaba siendo más duro de lo que la lógica pareciera decir. La vaca era demasiado ágil para el cuerpo que tenía.
«¿Cómo lograba siempre evadirse y contraatacar?», pensaría el brujo mercenario, antes de intentar un nuevo movimiento contra la res.
O al menos esa era la intención del brujo. Pues otra de las vacas le interrumpió, hizo una señal en el aire con una estela de leche… ¿O sería magia encubierta como ilusiones lácteas? Fuera como fuese, la marca señalaba hacia un lugar, a donde no tardó en atacar otra de las vacas presentes.
Y aquella acometida mágica volvió todo a la normalidad. El mundo volvía a ser un lugar reconocible, con personas, no vacas luchadoras de pesadilla. Con el trío de hombres malvados que jugaban con sus mentes justo en el sitio donde había atacado la vaca de pelo blanco y donde había señalado la primera.
La res que había atacado resultó ser Rauko, la de la señal mágica Xana, y Destino se plantaba delante del mercenario. Ahora a toro pasado, todo cobraba sentido. Ahora entendía con quien había luchado todo este tiempo.
- Maldita sea-, dijo, más para sí mismo, que para el resto.
Cómo lo habían engañado. Aquel trío de arteros enemigos sabían que hacer para dar donde más dolía, para hacer que una batalla que se había desequilibrado en su contra, volviera a estar con la inclinación a su favor.
Los habían hecho luchar entre ellos. Nada de paralizaciòn con la mente en otros mundos, sólo el viejo y antiguo truco de hacer que la realidad no fuera exacta.
Aunque al menos, ahora el tríos de hombres ya no era tal, pues Rauko había sacado del tablero de juego a uno de ellos. Al creador de aquella peligrosa farsa de enfrentamientos.
- Dejadlo ya, estúpidos. No estáis en posición de vencer, rendíos-, le dijo a uno de los hombres, cuando animó a su compañero en luchar.
Aunque el brujo nunca esperó que sus palabras produjeran el efecto que ahora contemplaba ante sus ojos. La marcha y fuga de uno de los dos lacayos de aquel estrafalario grupo.
Y... sí, bueno, para ser sinceros, Vinc siguió sin creer que esa patética huida fuese causa de sus palabras. Más bien era el plan que siempre había tenido ese hombre, dejar en la estacada a su compañero mientras el otro se distraía infundiendo ánimos.
- No tan rápido-, mentó el mercenario, poniéndole la zancadilla al rival que había sido abandonado a su suerte y que, ahora, viendo el panorama real al que se enfrentaba, también se decidiera por una rápida huida.
Para su desgracia, la estratagema de su antiguo camarada le había dejado en una posición deplorable y sin el factor sorpresa para el intento de escape, por lo que solo consiguió tropezar con la pierna del brujo y caer.
- Se acabaron las tonterías-, dijo, colocando el filo de la espada contra el cuello del hombre, que después de caer, se había girado para observar al causante de su caída. - No más jueguecitos. Es el momento de que Ulmer os juzgue.
- Pero todo este plan no fue idea nuestra. Nunca lo fue.
- De qué estás hablando, ¡Habla, bellaco! -, gritó Vinc, al tiempo que acercaba la punta de espada, rodeada de fuego, al gaznate del villano.
- Es cosa… Es cosa...-, dudó por segunda vez, y el brujo le quemó el mentón al acercarle un poco más el acero. - ¡Es cosa de El Moreno, lo juro! ¡Todo fue idea suya!
- Qué moreno y por qué lo mencionas como si fuera un apodo.
- Porque lo es. Aquí está la verdad-, mencionó, como inicio del intento de una explicación.
Una explicación que se cortó de repente, cuando una muchedumbre enfurecida llegó hasta ellos.
- ¡Que lo ahorquen! ¡Que lo ahorquen! -, se escuchó gritar, y una turba enfurecida necesitaba poco para tomar una decisión como aquella en un momento como ese.
- Esperad, debo escuchar sus palabras-, mentó el brujo, impidiendo el paso de las personas más próximas que intentaron arrebatarle el preso.
- ¡No dejes que me lleven! ¡Por los dioses, te lo contaré todo! - gritó en medio de la desesperación de un hombre que se arrastraba y se escondía tras la figura del mercenario que antes era su enemigo.
El brujo sabía que no podría retrasar aquel juicio rápido por mucho tiempo. Rostros del populacho de las viviendas más cercanas se habían acercado al lugar, alarmados por el alboroto y el fuego que se extendía por la casa abandonada. Rostros desconocidos de una ciudad que había sido atacada y clamaba justicia. Venganza, incluso, tal vez.
La tensión se presentó en el lugar. Se hizo dueña. El mercenario no podía dejar que aquello acabara tan rápido o, de lo contrario, un asesino en las sombras quedaría impune. La muchedumbre no deseaba alargarlo más.
Una sensación carcomía la mente del brujo. Una idea. Un sonido en intervalos que formaban palabras.
Aquella voz, ya la había escuchado. Aquella que con tal ligereza pidiera la horca.
Otra complicación, claro que sí: Resulta que no hay tres sin cuatro y el tiempo da la verdad se agota.
Estar tirado por los suelos con un hilillo de baba cayendo de su boca parecía una visión… Olviden lo que he escrito. Cualquier visión real del brujo, en aquellos instantes, daba grima y vergüenza ajena.
Al menos esperaba que, luchar con aquella vaca de pelo moreno, sirviera realmente para algo. Que de verdad estuviera defendiéndose de un peligro que pudiera matarlo. Y maldita sea, el combate estaba siendo más duro de lo que la lógica pareciera decir. La vaca era demasiado ágil para el cuerpo que tenía.
«¿Cómo lograba siempre evadirse y contraatacar?», pensaría el brujo mercenario, antes de intentar un nuevo movimiento contra la res.
O al menos esa era la intención del brujo. Pues otra de las vacas le interrumpió, hizo una señal en el aire con una estela de leche… ¿O sería magia encubierta como ilusiones lácteas? Fuera como fuese, la marca señalaba hacia un lugar, a donde no tardó en atacar otra de las vacas presentes.
Y aquella acometida mágica volvió todo a la normalidad. El mundo volvía a ser un lugar reconocible, con personas, no vacas luchadoras de pesadilla. Con el trío de hombres malvados que jugaban con sus mentes justo en el sitio donde había atacado la vaca de pelo blanco y donde había señalado la primera.
La res que había atacado resultó ser Rauko, la de la señal mágica Xana, y Destino se plantaba delante del mercenario. Ahora a toro pasado, todo cobraba sentido. Ahora entendía con quien había luchado todo este tiempo.
- Maldita sea-, dijo, más para sí mismo, que para el resto.
Cómo lo habían engañado. Aquel trío de arteros enemigos sabían que hacer para dar donde más dolía, para hacer que una batalla que se había desequilibrado en su contra, volviera a estar con la inclinación a su favor.
Los habían hecho luchar entre ellos. Nada de paralizaciòn con la mente en otros mundos, sólo el viejo y antiguo truco de hacer que la realidad no fuera exacta.
Aunque al menos, ahora el tríos de hombres ya no era tal, pues Rauko había sacado del tablero de juego a uno de ellos. Al creador de aquella peligrosa farsa de enfrentamientos.
- Dejadlo ya, estúpidos. No estáis en posición de vencer, rendíos-, le dijo a uno de los hombres, cuando animó a su compañero en luchar.
Aunque el brujo nunca esperó que sus palabras produjeran el efecto que ahora contemplaba ante sus ojos. La marcha y fuga de uno de los dos lacayos de aquel estrafalario grupo.
Y... sí, bueno, para ser sinceros, Vinc siguió sin creer que esa patética huida fuese causa de sus palabras. Más bien era el plan que siempre había tenido ese hombre, dejar en la estacada a su compañero mientras el otro se distraía infundiendo ánimos.
- No tan rápido-, mentó el mercenario, poniéndole la zancadilla al rival que había sido abandonado a su suerte y que, ahora, viendo el panorama real al que se enfrentaba, también se decidiera por una rápida huida.
Para su desgracia, la estratagema de su antiguo camarada le había dejado en una posición deplorable y sin el factor sorpresa para el intento de escape, por lo que solo consiguió tropezar con la pierna del brujo y caer.
- Se acabaron las tonterías-, dijo, colocando el filo de la espada contra el cuello del hombre, que después de caer, se había girado para observar al causante de su caída. - No más jueguecitos. Es el momento de que Ulmer os juzgue.
- Pero todo este plan no fue idea nuestra. Nunca lo fue.
- De qué estás hablando, ¡Habla, bellaco! -, gritó Vinc, al tiempo que acercaba la punta de espada, rodeada de fuego, al gaznate del villano.
- Es cosa… Es cosa...-, dudó por segunda vez, y el brujo le quemó el mentón al acercarle un poco más el acero. - ¡Es cosa de El Moreno, lo juro! ¡Todo fue idea suya!
- Qué moreno y por qué lo mencionas como si fuera un apodo.
- Porque lo es. Aquí está la verdad-, mencionó, como inicio del intento de una explicación.
Una explicación que se cortó de repente, cuando una muchedumbre enfurecida llegó hasta ellos.
- ¡Que lo ahorquen! ¡Que lo ahorquen! -, se escuchó gritar, y una turba enfurecida necesitaba poco para tomar una decisión como aquella en un momento como ese.
- Esperad, debo escuchar sus palabras-, mentó el brujo, impidiendo el paso de las personas más próximas que intentaron arrebatarle el preso.
- ¡No dejes que me lleven! ¡Por los dioses, te lo contaré todo! - gritó en medio de la desesperación de un hombre que se arrastraba y se escondía tras la figura del mercenario que antes era su enemigo.
El brujo sabía que no podría retrasar aquel juicio rápido por mucho tiempo. Rostros del populacho de las viviendas más cercanas se habían acercado al lugar, alarmados por el alboroto y el fuego que se extendía por la casa abandonada. Rostros desconocidos de una ciudad que había sido atacada y clamaba justicia. Venganza, incluso, tal vez.
La tensión se presentó en el lugar. Se hizo dueña. El mercenario no podía dejar que aquello acabara tan rápido o, de lo contrario, un asesino en las sombras quedaría impune. La muchedumbre no deseaba alargarlo más.
Una sensación carcomía la mente del brujo. Una idea. Un sonido en intervalos que formaban palabras.
Aquella voz, ya la había escuchado. Aquella que con tal ligereza pidiera la horca.
Offrol
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Otra complicación, claro que sí: Resulta que no hay tres sin cuatro y el tiempo da la verdad se agota.
Vincent Calhoun
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Re: La leyenda de la vaca sin cabeza [Trabajo]
El resultado de nuestro ataque fue el éxito. La ilusión se deshizo y el desdichado que recibió mi leche terminó inconsciente y en una posición bastante incómoda, tanto como para preguntarse si realmente él seguía vivo. «Tampoco será una gran pérdida», me dije, restándole importancia.
Mis compañeros exvacas se encargaron de los enemigos restantes. Los observé con calma, esperando el final. Xana, mientras tanto, finalmente recordó su diadema y se apresuró a buscarla, aunque sin dejar de estar atenta a lo que sucedía.
Uno del trío M mencionó entonces un detalle importante. Chasqueé la lengua, mentalizándome para cazar al supuesto cuarto criminal.
Pero nos interrumpieron. Los lugareños, en vez de quedarse en casa disfrutando de los placeres del sedentarismo, salieron para entrometerse, como si les incumbiera la existencia de quienes se habían dedicado a asesinar a sus vecinos.
Xana, con su accesorio recuperado, se colocó a mi lado, sin apartar la mirada de los recién llegados. El primer entrometido en hablar exigió una ejecución.
–Sí, que mueran esos infelices –secundó una mujer que fácilmente podíamos reconocer como la que perdió a su esposo por una mordida de la vaca sin cabeza: aún llevaba el brazo amputado consigo–. ¡Que se conviertan en comida de vacas!
–¡Y antes rasuren sus espaldas de abajo hacia arriba, para que les arda mucho! –vociferó otro.
–¡También córtenles las nalgas y denlas como ofrenda al Conde Nácula! –pidió alguien más.
–¿Pero qué estás haciendo? –dijo una Xana ceñuda al ver que ese último era yo–. No estás ayudando, Rauko.
–Ah, lo siento –musité–. Me dejé llevar. –Me encogí de hombros. Luego caminé hacia Milch–. Bueno, chico lechero –siseé–, aprovecha la oportunidad para llevarte a tu jefe a la tumba antes de que sea tarde para ti.
Esa maravillosa oferta para redimirse, a mi pesar, no lo tranquilizó ni un poco. Todo lo contrario.
–No quiero morir –gimoteó–. Por favor, les diré lo que quieran, pero no quiero morir.
–Tampoco mi esposo quería morir –increpó la viuda, agitando el brazo cercenado.
–¡No queríamos hacer esto!
La viuda lo abofeteó con la mano del difundo esposo.
–Pues él sí hubiera querido hacerles esto, y más –gruñó ella.
–Basta, por favor –le pidió Xana, interponiéndose enseguida entre ambos–. Lo ne…
–¿Por qué los protegen? –interpeló alguien entre la muchedumbre.
–Sí, ¿qué les pasa? Esos malnacidos deben morir –añadió otro.
–¡¿O es que acaso son amiguitos de estos asesinos, engendros?!
El rostro de Xana se crispó. Su cuerpo se iluminó bajo su capa y la temperatura a su alrededor incrementó.
–Es obvio que no –aseveré.
–Pues no lo parece –insistió el sujeto–. Tal vez… –Nos observó con suspicacia–. Tal vez no estaban conformes con matar a nuestra gente. También quisieron engañarnos y robar los aeros que se ofrecieron por atrapar a los asesinos.
Solté una carcajada carente de humor.
–No debimos confiar en extranjeros –prosiguió–. Menos en esas dos aberraciones.
–¡Basta!
Un estridente rugido salido de Xana, acompañado por una luminosa explosión desatada de su cuerpo, silenció al resto.[1] La elfa se quitó la capucha, exponiendo su rostro enfurecido.
–No quiero estar aquí –gritó–. Realmente no quiero. Hoy he tenido mucho miedo, demasiado. Era tanto miedo como para que una persona pudiera morir. Pero he tenido que soportarlo, por ustedes. Siempre debo soportarlo, el dolor, el terror, la decepción, la frustración, humillaciones… Debo sacrificar mi seguridad, aquí, en Dundarak, en las Catacumbas de Lunargenta, en el maldito Árbol Madre. Nos arriesgamos para que ustedes no tengan que hacerlo, y lo único que hacen, en cambio, es aborrecernos, humillarnos y olvidar nuestros sacrificios.
» No quiero estar aquí. Estoy harta. Estoy agotada. No necesito una miserable bolsa llena de aeros. Pero tomé la decisión de venir aquí, luchar aquí, proteger a las personas de aquí, a pesar de todo, porque aún quiero ser una heroína. Varios motivos que me llevaron a desear ser una ya no me importan demasiado, pero aún hay un motivo por el que jamás podría perdonarme si desisto. Solo por ese único motivo yo…
De pronto fue consciente del par de lágrimas descendiendo por sus mejillas. Se las secó enseguida, se aclaró la garganta y prosiguió con algo más de calma.
–Atraparemos a todos los responsables de los últimos asesinatos, pero necesitamos un momento más, solo un momento más, para encontrar al último, al líder. Sigue libre, y tal vez nunca pague por sus crímenes si nos precipitamos. Así que, por favor, tengan paciencia y les daremos al malnacido que planeó tantas muertes terribles. Un poco más, y tendrán la justicia que merecen tener.
Nadie se atrevió a responderle. Xana se volteó hacia Milch. Se colocó de cuclillas frente a él.
–Deberán pagar por lo que hicieron –le explicó–. Es algo que no podemos evitar en esta situación. Pero, si cooperas, el castigo puede reducirse. Podemos ayudar con eso. Pero debes demostrarnos que puedes redimirte, y el primer paso es detener de una vez por todas a tu líder.
Milch tragó saliva. Miró, inquieto, hacia cierta dirección. Xana miró al mismo lugar, pero no supo qué encontrar exactamente, o a quién de entre los espectadores.
–Empezaré desde el principio –comenzó Mich, con su vista yendo al suelo–. Nunca pensamos en convertirnos en asesinos, aunque sí nos entrenamos para terminar cada día con nuestros órganos dentro de nosotros. Lo que queríamos, en realidad, aunque… me apene decirlo ahora, era formar nuestro propio circo mágico y viajar por el mundo. Pero, al final de cada día, sabíamos que eso era un sueño tonto. Cuando naces en las Catacumbas de Lunargenta y heredas las deudas impagables de tus padres, salir no es una opción.
–Pero no nos cuentes toda tu vida –interrumpió alguien–. Eso no te salv… –Se detuvo al recibir la mirada fulminante de Xana.
–Entonces apareció –prosiguió Milch– alguien que supo de nosotros por un detestable conocido en común, pidiéndonos hacer algo por él. Prometió… pagarnos con suficientes aeros para sacarnos de nuestras deudas, de todas. Nos dio la oportunidad para salir de las catacumbas, tener una vida con la libertad y la seguridad que los de la superficie no saben apreciar.
» Pronto supimos que era alguien peligroso, receloso y radical en sus métodos. –Frunció el ceño–. No nos permitió rechazar. Luego nos apuntó hacia personas específicas: dueños de propiedades en el puerto y alrededores, que se habían negado a negociar con él. A los tercos los… eliminamos… mientras improvisábamos con nuestra magia para crear una ficción que asustara al resto. Así no habría oposición para apoderarse de estas tierras, donde hay unos valiosos cristales carmesíes bajo el suelo, o algo así. Y… Bueno, creo que ya deberían deducir quién es el jefe. Alguien que, cuando dejamos de serle útiles, abogó por nuestra ejecución. Alguien que hace unas semanas se presentó ante ustedes como El Moreno. Alguien que durante los últimos días ha sido el principal divulgador de la leyenda de la vaca sin cabeza.
Expidió un suspiro trémulo. Apretó puños y mandíbula.
–Sé que no nos salvaremos del peor castigo –admitió, con su angustia dejando lugar a la ira–, no soy estúpido. Pero el vendado tiene toda la maldita razón. Después… de que nos arrastraras… a esto, no moriré sin llevarte con nosotros, jefe.
Sus ojos, cargando una amenaza de muerte, apuntaron a donde había mirado antes. Los demás seguimos la dirección de su mirada. El que se convirtió en el centro de atención alzó una ceja y se cruzó los brazos con aparente indignación.
–Esperen –dijo–, ¿de verdad van a creer toda esa historia? Ay, por favor, somos más listos que esto. No vamos a creer en las palabras de un criminal, ¿o sí? Ni siquiera ha dado pruebas de nada.
–Yo te conozco –masculló la viuda, alargando las sílabas, sus ojos entornados puestos en él–. Ese pelazo naranja… Juraría que antes tenías el pelo tan negro como el alma de mi esposo… Sí… Eres tú, «el moreno».
–Cállese, vieja piruja –escupió él–. Qué va a estar sabiendo usted, si se nota que muy cuerda no anda.
–No venga a decirme qué sé o qué no sé sobre mi propio esposo –se indignó la viuda.
–Yo no dij… ¡Ay! –chilló en cuanto le sorprendieron tirándole de la barba–. ¡Oiga, ¿qué le pasa? –le protestó al responsable de su tormento fugaz.
–Es cierto –dijo este, ignorando al quejica para contemplar la mancha naranja en los dedos con los que tocó la barba. Alzó la mano para que todos lo vieran–. Se tiñó el pelo con grasa de zanahorias naranjas.
–Eso ni existe –replicó Señor Zanahoria, exasperado–. Maldita sea, dejen las idioteces. ¿Es que no lo ven? Estos criminales los están engañando.
Se inquietó mientras comprendía que nadie creería en su inocencia, no cuando estaban más ansiosos en encontrar culpables que en atender a la razón. Tragó saliva. Dio un paso atrás. Se giró para emprender su huida y varios lo retuvieron al instante. Se debatió en vano, sin escatimar en improperios para todos, aunque no tardó en desechar la imposible idea de huir.
–Esto no puede ser posible –gruñó, dirigiendo su mirada al cuarteto de aventureros, con sus ojos inyectados en sangre–, mi plan era perfecto, sin fisuras, sin fallas en mi lógica. Me habría hecho rico y los tres payasos tan habladores habrían tenido un estúpido circo que sería la leche. Y lo habríamos logrado de no ser por estos niñatos y su perro.
El exótico can, o lo que sea que fuera un garghao, situado al lado de Destino respondió con un ladrido, siempre agitando la cola felizmente.
Mis compañeros exvacas se encargaron de los enemigos restantes. Los observé con calma, esperando el final. Xana, mientras tanto, finalmente recordó su diadema y se apresuró a buscarla, aunque sin dejar de estar atenta a lo que sucedía.
Uno del trío M mencionó entonces un detalle importante. Chasqueé la lengua, mentalizándome para cazar al supuesto cuarto criminal.
Pero nos interrumpieron. Los lugareños, en vez de quedarse en casa disfrutando de los placeres del sedentarismo, salieron para entrometerse, como si les incumbiera la existencia de quienes se habían dedicado a asesinar a sus vecinos.
Xana, con su accesorio recuperado, se colocó a mi lado, sin apartar la mirada de los recién llegados. El primer entrometido en hablar exigió una ejecución.
–Sí, que mueran esos infelices –secundó una mujer que fácilmente podíamos reconocer como la que perdió a su esposo por una mordida de la vaca sin cabeza: aún llevaba el brazo amputado consigo–. ¡Que se conviertan en comida de vacas!
–¡Y antes rasuren sus espaldas de abajo hacia arriba, para que les arda mucho! –vociferó otro.
–¡También córtenles las nalgas y denlas como ofrenda al Conde Nácula! –pidió alguien más.
–¿Pero qué estás haciendo? –dijo una Xana ceñuda al ver que ese último era yo–. No estás ayudando, Rauko.
–Ah, lo siento –musité–. Me dejé llevar. –Me encogí de hombros. Luego caminé hacia Milch–. Bueno, chico lechero –siseé–, aprovecha la oportunidad para llevarte a tu jefe a la tumba antes de que sea tarde para ti.
Esa maravillosa oferta para redimirse, a mi pesar, no lo tranquilizó ni un poco. Todo lo contrario.
–No quiero morir –gimoteó–. Por favor, les diré lo que quieran, pero no quiero morir.
–Tampoco mi esposo quería morir –increpó la viuda, agitando el brazo cercenado.
–¡No queríamos hacer esto!
La viuda lo abofeteó con la mano del difundo esposo.
–Pues él sí hubiera querido hacerles esto, y más –gruñó ella.
–Basta, por favor –le pidió Xana, interponiéndose enseguida entre ambos–. Lo ne…
–¿Por qué los protegen? –interpeló alguien entre la muchedumbre.
–Sí, ¿qué les pasa? Esos malnacidos deben morir –añadió otro.
–¡¿O es que acaso son amiguitos de estos asesinos, engendros?!
El rostro de Xana se crispó. Su cuerpo se iluminó bajo su capa y la temperatura a su alrededor incrementó.
–Es obvio que no –aseveré.
–Pues no lo parece –insistió el sujeto–. Tal vez… –Nos observó con suspicacia–. Tal vez no estaban conformes con matar a nuestra gente. También quisieron engañarnos y robar los aeros que se ofrecieron por atrapar a los asesinos.
Solté una carcajada carente de humor.
–No debimos confiar en extranjeros –prosiguió–. Menos en esas dos aberraciones.
–¡Basta!
Un estridente rugido salido de Xana, acompañado por una luminosa explosión desatada de su cuerpo, silenció al resto.[1] La elfa se quitó la capucha, exponiendo su rostro enfurecido.
–No quiero estar aquí –gritó–. Realmente no quiero. Hoy he tenido mucho miedo, demasiado. Era tanto miedo como para que una persona pudiera morir. Pero he tenido que soportarlo, por ustedes. Siempre debo soportarlo, el dolor, el terror, la decepción, la frustración, humillaciones… Debo sacrificar mi seguridad, aquí, en Dundarak, en las Catacumbas de Lunargenta, en el maldito Árbol Madre. Nos arriesgamos para que ustedes no tengan que hacerlo, y lo único que hacen, en cambio, es aborrecernos, humillarnos y olvidar nuestros sacrificios.
» No quiero estar aquí. Estoy harta. Estoy agotada. No necesito una miserable bolsa llena de aeros. Pero tomé la decisión de venir aquí, luchar aquí, proteger a las personas de aquí, a pesar de todo, porque aún quiero ser una heroína. Varios motivos que me llevaron a desear ser una ya no me importan demasiado, pero aún hay un motivo por el que jamás podría perdonarme si desisto. Solo por ese único motivo yo…
De pronto fue consciente del par de lágrimas descendiendo por sus mejillas. Se las secó enseguida, se aclaró la garganta y prosiguió con algo más de calma.
–Atraparemos a todos los responsables de los últimos asesinatos, pero necesitamos un momento más, solo un momento más, para encontrar al último, al líder. Sigue libre, y tal vez nunca pague por sus crímenes si nos precipitamos. Así que, por favor, tengan paciencia y les daremos al malnacido que planeó tantas muertes terribles. Un poco más, y tendrán la justicia que merecen tener.
Nadie se atrevió a responderle. Xana se volteó hacia Milch. Se colocó de cuclillas frente a él.
–Deberán pagar por lo que hicieron –le explicó–. Es algo que no podemos evitar en esta situación. Pero, si cooperas, el castigo puede reducirse. Podemos ayudar con eso. Pero debes demostrarnos que puedes redimirte, y el primer paso es detener de una vez por todas a tu líder.
Milch tragó saliva. Miró, inquieto, hacia cierta dirección. Xana miró al mismo lugar, pero no supo qué encontrar exactamente, o a quién de entre los espectadores.
–Empezaré desde el principio –comenzó Mich, con su vista yendo al suelo–. Nunca pensamos en convertirnos en asesinos, aunque sí nos entrenamos para terminar cada día con nuestros órganos dentro de nosotros. Lo que queríamos, en realidad, aunque… me apene decirlo ahora, era formar nuestro propio circo mágico y viajar por el mundo. Pero, al final de cada día, sabíamos que eso era un sueño tonto. Cuando naces en las Catacumbas de Lunargenta y heredas las deudas impagables de tus padres, salir no es una opción.
–Pero no nos cuentes toda tu vida –interrumpió alguien–. Eso no te salv… –Se detuvo al recibir la mirada fulminante de Xana.
–Entonces apareció –prosiguió Milch– alguien que supo de nosotros por un detestable conocido en común, pidiéndonos hacer algo por él. Prometió… pagarnos con suficientes aeros para sacarnos de nuestras deudas, de todas. Nos dio la oportunidad para salir de las catacumbas, tener una vida con la libertad y la seguridad que los de la superficie no saben apreciar.
» Pronto supimos que era alguien peligroso, receloso y radical en sus métodos. –Frunció el ceño–. No nos permitió rechazar. Luego nos apuntó hacia personas específicas: dueños de propiedades en el puerto y alrededores, que se habían negado a negociar con él. A los tercos los… eliminamos… mientras improvisábamos con nuestra magia para crear una ficción que asustara al resto. Así no habría oposición para apoderarse de estas tierras, donde hay unos valiosos cristales carmesíes bajo el suelo, o algo así. Y… Bueno, creo que ya deberían deducir quién es el jefe. Alguien que, cuando dejamos de serle útiles, abogó por nuestra ejecución. Alguien que hace unas semanas se presentó ante ustedes como El Moreno. Alguien que durante los últimos días ha sido el principal divulgador de la leyenda de la vaca sin cabeza.
Expidió un suspiro trémulo. Apretó puños y mandíbula.
–Sé que no nos salvaremos del peor castigo –admitió, con su angustia dejando lugar a la ira–, no soy estúpido. Pero el vendado tiene toda la maldita razón. Después… de que nos arrastraras… a esto, no moriré sin llevarte con nosotros, jefe.
Sus ojos, cargando una amenaza de muerte, apuntaron a donde había mirado antes. Los demás seguimos la dirección de su mirada. El que se convirtió en el centro de atención alzó una ceja y se cruzó los brazos con aparente indignación.
–Esperen –dijo–, ¿de verdad van a creer toda esa historia? Ay, por favor, somos más listos que esto. No vamos a creer en las palabras de un criminal, ¿o sí? Ni siquiera ha dado pruebas de nada.
–Yo te conozco –masculló la viuda, alargando las sílabas, sus ojos entornados puestos en él–. Ese pelazo naranja… Juraría que antes tenías el pelo tan negro como el alma de mi esposo… Sí… Eres tú, «el moreno».
–Cállese, vieja piruja –escupió él–. Qué va a estar sabiendo usted, si se nota que muy cuerda no anda.
–No venga a decirme qué sé o qué no sé sobre mi propio esposo –se indignó la viuda.
–Yo no dij… ¡Ay! –chilló en cuanto le sorprendieron tirándole de la barba–. ¡Oiga, ¿qué le pasa? –le protestó al responsable de su tormento fugaz.
–Es cierto –dijo este, ignorando al quejica para contemplar la mancha naranja en los dedos con los que tocó la barba. Alzó la mano para que todos lo vieran–. Se tiñó el pelo con grasa de zanahorias naranjas.
–Eso ni existe –replicó Señor Zanahoria, exasperado–. Maldita sea, dejen las idioteces. ¿Es que no lo ven? Estos criminales los están engañando.
Se inquietó mientras comprendía que nadie creería en su inocencia, no cuando estaban más ansiosos en encontrar culpables que en atender a la razón. Tragó saliva. Dio un paso atrás. Se giró para emprender su huida y varios lo retuvieron al instante. Se debatió en vano, sin escatimar en improperios para todos, aunque no tardó en desechar la imposible idea de huir.
–Esto no puede ser posible –gruñó, dirigiendo su mirada al cuarteto de aventureros, con sus ojos inyectados en sangre–, mi plan era perfecto, sin fisuras, sin fallas en mi lógica. Me habría hecho rico y los tres payasos tan habladores habrían tenido un estúpido circo que sería la leche. Y lo habríamos logrado de no ser por estos niñatos y su perro.
El exótico can, o lo que sea que fuera un garghao, situado al lado de Destino respondió con un ladrido, siempre agitando la cola felizmente.
- Garghao:
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[1] Antigua habi de Xana: Nova de luz: El elfo emite una descarga de energía ofensiva en una esfera a su alrededor, la que daña a todo aquel que se encuentre a menos de 2 metros de distancia (versión leve para no matar a nadie, que no quiero que Xana sea ajusticiada también).
[1] Antigua habi de Xana: Nova de luz: El elfo emite una descarga de energía ofensiva en una esfera a su alrededor, la que daña a todo aquel que se encuentre a menos de 2 metros de distancia (versión leve para no matar a nadie, que no quiero que Xana sea ajusticiada también).
Rauko
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Re: La leyenda de la vaca sin cabeza [Trabajo]
¡¡Más fuerte, más fuerte!!- Gritaban todos casi al unísono mientras el pobre hombre, casi ahogado, tomaba rápidamente un vaso y luego otro y otro más, llenos con licor cada vez más fuerte hasta que finalmente su cuerpo le pasó factura y se negó a continuar, regresando todo lo que había tragado y sacándolo junto con el desayuno y otras cosas difíciles de identificar -Idiotas- Susurró destino en una de las sillas de la taberna donde celebraba junto a sus compañeros y el perro -¿Cómo llegamos acá?- Preguntó con curiosidad mirando a sus compañeros e incluso al perro.
Y es que claro, al final de la discusión, una vez que se enteraron de la verdad que se escondía detrás del misterio de los ataques de la vaca sin cabeza, los mismos aldeanos fueron quienes se encargaron de ajusticiar a los delincuentes, algunos de estos habían sido sometidos a trabajos forzados bajo severa vigilancia, para tratar de reponer los daños que habían causado, lo cual no era más que comprar un poco de tiempo mientras el pueblo decidía qué hacer con ellos. Por otro lado, su líder, “el moreno” había sufrido lo indecible, y es indecible porque no puedo decirlo, simplemente fue desaparecido por un grupo de aldeanos que buscarían cobrar venganza sometiéndolo a terribles torturas.
Desde luego, el festejo por encontrar a los culpables había comenzado desde antes de volver a la taberna “El Más Perrón”, donde todo el pueblo había acudido a reunirse para festejar que por fin estaban libres de tan extraña maldición, y una vez aclarado todo, podían volver a caminar libremente por cualquier lugar del pueblo sin mayores riesgos que los habituales, ser asesinados por vampiros, bestias salvajes, cazadores, coleccionistas y todo lo normal.
Nuestros héroes, por su parte, habían sido premiados con una recompensa muy codiciada, todo lo que pudieran beber aquella noche, aunque, considerando que Destino no consumía licor, el premio le había sabido a poco hasta que un muy agradable sujeto se les acercó y les ofreció vasos de leche mientras les mostraba el puño con un pulgar arriba en señal de agradecimiento -Como debe ser- Dijo el sujeto, a lo que el elfo le respondió la misma frase -Como debe ser- Y le mostró un pulgar arriba del mismo modo.
¿No creen que todos actúan extraño por este lugar?- Preguntó a sus acompañantes aunque estos tampoco es que destacaran precisamente por la cordura, de hecho, toda aquella aventura había resultado bastante rara, aunque algo bueno había quedado de todo, se habían ganado un título que tal vez los perseguiría de por vida, allá donde fueran, mucha gente conocería la leyenda de “Los matavacas”… y con mucha gente, me refiero solamente a los habitantes de Ulmer, o quien sabe, quizá los olvidaran en unos días.
Como último dato curioso, es interesante señalar que al parecer, la leche que servían estaba un poco extraña pues, todos los que la tomaron sufrieron algunos efectos colaterales en sus estómagos y convirtieron en lugar en un muy atípico coctel de olores capaces de explotar medio pueblo si alguien se atrevía a encender un fósforo, o si cierto brujo intentaba encender… cualquier cosa.
[1] Nada que decir en este offrol pero se ve muy bonito =). Y es que claro, al final de la discusión, una vez que se enteraron de la verdad que se escondía detrás del misterio de los ataques de la vaca sin cabeza, los mismos aldeanos fueron quienes se encargaron de ajusticiar a los delincuentes, algunos de estos habían sido sometidos a trabajos forzados bajo severa vigilancia, para tratar de reponer los daños que habían causado, lo cual no era más que comprar un poco de tiempo mientras el pueblo decidía qué hacer con ellos. Por otro lado, su líder, “el moreno” había sufrido lo indecible, y es indecible porque no puedo decirlo, simplemente fue desaparecido por un grupo de aldeanos que buscarían cobrar venganza sometiéndolo a terribles torturas.
Desde luego, el festejo por encontrar a los culpables había comenzado desde antes de volver a la taberna “El Más Perrón”, donde todo el pueblo había acudido a reunirse para festejar que por fin estaban libres de tan extraña maldición, y una vez aclarado todo, podían volver a caminar libremente por cualquier lugar del pueblo sin mayores riesgos que los habituales, ser asesinados por vampiros, bestias salvajes, cazadores, coleccionistas y todo lo normal.
Nuestros héroes, por su parte, habían sido premiados con una recompensa muy codiciada, todo lo que pudieran beber aquella noche, aunque, considerando que Destino no consumía licor, el premio le había sabido a poco hasta que un muy agradable sujeto se les acercó y les ofreció vasos de leche mientras les mostraba el puño con un pulgar arriba en señal de agradecimiento -Como debe ser- Dijo el sujeto, a lo que el elfo le respondió la misma frase -Como debe ser- Y le mostró un pulgar arriba del mismo modo.
¿No creen que todos actúan extraño por este lugar?- Preguntó a sus acompañantes aunque estos tampoco es que destacaran precisamente por la cordura, de hecho, toda aquella aventura había resultado bastante rara, aunque algo bueno había quedado de todo, se habían ganado un título que tal vez los perseguiría de por vida, allá donde fueran, mucha gente conocería la leyenda de “Los matavacas”… y con mucha gente, me refiero solamente a los habitantes de Ulmer, o quien sabe, quizá los olvidaran en unos días.
Como último dato curioso, es interesante señalar que al parecer, la leche que servían estaba un poco extraña pues, todos los que la tomaron sufrieron algunos efectos colaterales en sus estómagos y convirtieron en lugar en un muy atípico coctel de olores capaces de explotar medio pueblo si alguien se atrevía a encender un fósforo, o si cierto brujo intentaba encender… cualquier cosa.
Destino
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Re: La leyenda de la vaca sin cabeza [Trabajo]
La situación continuó adelante, más el brujo quedó ensimismado en sus propios pensamientos.
«Esa voz»
Esa maldita voz. Sabía que la había escuchado, y teniendo en cuenta, que dentro de su cabeza no era un tono muy conocido, y que, por ende, no se trataba de la voz de un familiar, amigo o enemigo con el que tuviera mucho trato debía tratarse…
- Sé que la he escuchado esta noche-, masculló entre dientes, oteando a su alrededor.
En cualquier caso, pese a que el mercenario intentaba dar cara a la persona que hablaba escondido entre la muchedumbre, y gastaba gran parte de su atención en ello, no se distrajo tanto como para permitir que los lugareños no se llevaran al hombre capturado.
Por el momento, ese asesino tenía más valor vivo que muerto. Aunque solo fuese por esa razón, Vincent debía evitar que se lo arrebataran.
- ¿Y por qué demonios íbamos a frustrar nuestros propios planes? Eso no tiene sentido, ganaríamos dinero, pero fracasaría nuestro plan inicial de tomar el puerto para nuestros intereses. Como así ha ocurrido-, espetó por encima de las cabezas de los aldeanos.
«Maldito. Da la cara»
A esas alturas, para el brujo no había duda alguna. No se trataba de un lugareño cualquiera. No podía ser un hombre cegado por la venganza, pues, no podía existir nadie tan tonto como para no querer encontrar al cuarto asesino, al líder de aquella banda. Menos aún cuando el jefe criminal habría matado a un familiar o amigo del sujeto parlanchín, ya que si tenía tantas ganas de venganza era porque...
Al brujo solo le entraba una razón en el interior de la cabeza, para tal oposición. Sin embargo, la compañera de Rauko demostró una vez más su valía recuperando el control de la situación, y haciendo ver a los lugareños lo estúpido que eran los cuentos del artero pelirrojo.
- ¡Ah claro! ¡Es el puto pelirrojo! - gritó, sin mirar hacia nadie en concreto, y golpeando la palma de su mano zurda con el puño de la diestra, cuando por fin había concretado el rostro de la persona que les ponía en problemas.
Tras la intervención de Xana, el hombre apresado por fin había tenido espacio y tiempo para soltar prenda. Ya tenían a la mente creativa tras aquellos actos delictivos.
- No joda. ¿Ni siquiera es pelirrojo? - comentó confuso, cuando la mujer lo mentó como “El moreno” - ¿Hay algo en ti que no sea una mentira? - preguntó al falso zanahoria, acortando distancia y encarándose con él.
«Un momento, ¿grasa de zanahorias? Eso es cierto que no existe», caviló. «Bueno, quizás en otra ocasión les pueda explicar a estos humildes aldeanos como se obtienen los tintes»
- Ehm, ¿por dónde iba? - se cuestionó. - Ah sí-, comentó seguido.
No obstante, el brujo, al alzar la mirada, pudo contemplar cómo el moreno falso pelirrojo se derrumbaba, pues su discurso ya no calaba entre los presentes, y la muchedumbre en cuestión se lo llevaba a rastras.
- Sí, sí. Claro. Otra misión exitosa para nosotros, ¿no es así? - le comentó a Destino. Justo después de toser ante el apuro de verse ignorado por aquellas gentes. - Bueno, qué importa la fama, los halagos o lo otro. Lo importante es cobrar-, dijo más animado. - Toca volver a la taberna más perrona del lugar.
Y con esas últimas palabras, el buen mercenario se encaminó de vuelta a la taberna donde aquella aventura se había iniciado. Aquella donde se reencontrara con Destino, Rauko y Xana.
Una posada donde, de forma inesperada para Vincent, se había originado una celebración. Una a la que el grupo de aventureros no tardó en unirse.
- ¡Vivan los habitantes de Ulmer! - gritó en un momento dado, en mitad del festejo, ya con algunos tragos encima, y alzando su jarra de cerámica llena de hidromiel. - ¡Porque ellos sí que saben montar buenas fiestas!¡Por la Victoria!
El brujo lanzó aquel brindis mientras avanzaba por medio del gran gentío que se había reunido en el local, no tardando en reencontrarse con sus compañeros de fatigas, que se encontraban sentados alrededor de una de las mesas.
- Ven, os lo dije. ¿No os dije que nos agasajarían? - Ahora que el sureño lo pensaba mejor, pues… No recordaba haberles dicho nada al respecto. - No todo en la vida es dinero. Hay que disfrutar el momento-, dijo seguido, haciendo como si sí les hubiera dicho lo anterior. - Y maldita sea. Este perro es la caña, sin él nunca lo hubiéramos logrado-, mentó, señalando hacia el perro y dándole un trago a su bebida.
«En serio. ¿De dónde cojones ha salido este perro?», se preguntó mentalmente.
- Al final resultó que el no pelirrojo no estaba loco y sí que había un perro-, mencionó, antes de reír. - ¿Eso que es? ¿Leche? - cuestionó sin esperar respuesta, al ver por encima el contenido de la taza de Destino. - Maldita sea. No sé si es la noche predilecta para beber leche. ¿No has tenido suficiente?
El brujo mercenario enarcó una ceja y miró hacia el moreno, no al falso pelirrojo moreno que ya estaría sin nalgas, sino al moreno elfo, a su compañero de fatigas en aquella noche llena de ilusiones lácteas. La única respuesta que se le veía a la mente es que para algunos nunca había suficiente leche.
En todo caso, el rubio no le dio más vueltas al asunto de lo que bebía su camarada y…
- ¡Por los dioses! ¡Qué es ese pestazo! - gritó, moviendo las manos delante de la cara para apartar el hedor y usando su magia de aire para alejar de su vera tremenda pestazo. - ¿De dónde proviene? - preguntó, ojeando a su lado, de dónde parecía proceder.
El guerrero no logró averiguar de qué concreto lugar provenía el olor, pues a unas mesas de él, justo hacia dónde miraba, pudo apreciar cómo agasajaban a una dama. A una joven, sentada junto a la mencionada mesa, le llevaban bandejas llenas de dulces y también regalos. Al homenaje y los obsequios no tardó en sumarse el sonido de los vítores, que regalaban los oídos de la mujer con felicitaciones…
- ¡Un momento! La festividad de Victoria - comentó a sus amigos, alzándose y plantando ambas palmas de sus manos sobre el firme de la mesa. - Joder, no es una fiesta por la victoria, sino por Victoria. Esa mujer se llama Victoria-, masculló, derrumbándose sobre su silla, como gato viejo al que se le habían acabado las energías. - Oh, cómo pude ser tan idiota.
Al buen Vinc no le importaban los halagos, pero… Quien no agradece unos cuando se los daban gratuitamente, y quién no se sentía estúpido cuando se daba cuenta de que no tenían nada que ver con sus acciones.
- ¡Un momento! - llamó la atención de sus amigos una vez más, alzándose en renovada ocasión, volviendo a apoyarse con las palmas de sus manos sobre la madera de la mesa. - La festividad de Victoria no es por la victoria. El pelirrojo simpático no es pelirrojo ni mucho menos simpático. ¿Qué hay de cierto en esta noche? - cuestionó, pensando en qué más podría pasar en tan loca noche, abriendo los ojos como platos cuando cayó en la cuenta de otra posibilidad. - Y si la bolsa de monedas prometida no es una bolsa de monedas. ¡¿Y si ese perro se llama Bolsa de Monedas?!
El perro era bonito pero…
«¡Yo no quiero un maldito perro!»
- No al menos uno que me haga irme con lo puesto-, comentó, más para sí mismo que para el resto, con la mirada perdida sobre la madera. - En esta noche nos ha pasado de todo, lo mínimo es que nos aseguremos de cobrar-, manifestó a sus amigos, mirando hacia ellos, antes de girar el cuello y observar por encima del hombro, hacia donde se encontraba el posadero.
Fuese como fuera. Tanto si conseguía unas buenas monedas, como un perro con nombre gracioso, el buen brujo podría decir bien alto y claro: Aquella noche, era la noche más loca que había tenido el gusto de vivir.
«Esa voz»
Esa maldita voz. Sabía que la había escuchado, y teniendo en cuenta, que dentro de su cabeza no era un tono muy conocido, y que, por ende, no se trataba de la voz de un familiar, amigo o enemigo con el que tuviera mucho trato debía tratarse…
- Sé que la he escuchado esta noche-, masculló entre dientes, oteando a su alrededor.
En cualquier caso, pese a que el mercenario intentaba dar cara a la persona que hablaba escondido entre la muchedumbre, y gastaba gran parte de su atención en ello, no se distrajo tanto como para permitir que los lugareños no se llevaran al hombre capturado.
Por el momento, ese asesino tenía más valor vivo que muerto. Aunque solo fuese por esa razón, Vincent debía evitar que se lo arrebataran.
- ¿Y por qué demonios íbamos a frustrar nuestros propios planes? Eso no tiene sentido, ganaríamos dinero, pero fracasaría nuestro plan inicial de tomar el puerto para nuestros intereses. Como así ha ocurrido-, espetó por encima de las cabezas de los aldeanos.
«Maldito. Da la cara»
A esas alturas, para el brujo no había duda alguna. No se trataba de un lugareño cualquiera. No podía ser un hombre cegado por la venganza, pues, no podía existir nadie tan tonto como para no querer encontrar al cuarto asesino, al líder de aquella banda. Menos aún cuando el jefe criminal habría matado a un familiar o amigo del sujeto parlanchín, ya que si tenía tantas ganas de venganza era porque...
Al brujo solo le entraba una razón en el interior de la cabeza, para tal oposición. Sin embargo, la compañera de Rauko demostró una vez más su valía recuperando el control de la situación, y haciendo ver a los lugareños lo estúpido que eran los cuentos del artero pelirrojo.
- ¡Ah claro! ¡Es el puto pelirrojo! - gritó, sin mirar hacia nadie en concreto, y golpeando la palma de su mano zurda con el puño de la diestra, cuando por fin había concretado el rostro de la persona que les ponía en problemas.
Tras la intervención de Xana, el hombre apresado por fin había tenido espacio y tiempo para soltar prenda. Ya tenían a la mente creativa tras aquellos actos delictivos.
- No joda. ¿Ni siquiera es pelirrojo? - comentó confuso, cuando la mujer lo mentó como “El moreno” - ¿Hay algo en ti que no sea una mentira? - preguntó al falso zanahoria, acortando distancia y encarándose con él.
«Un momento, ¿grasa de zanahorias? Eso es cierto que no existe», caviló. «Bueno, quizás en otra ocasión les pueda explicar a estos humildes aldeanos como se obtienen los tintes»
- Ehm, ¿por dónde iba? - se cuestionó. - Ah sí-, comentó seguido.
No obstante, el brujo, al alzar la mirada, pudo contemplar cómo el moreno falso pelirrojo se derrumbaba, pues su discurso ya no calaba entre los presentes, y la muchedumbre en cuestión se lo llevaba a rastras.
- Sí, sí. Claro. Otra misión exitosa para nosotros, ¿no es así? - le comentó a Destino. Justo después de toser ante el apuro de verse ignorado por aquellas gentes. - Bueno, qué importa la fama, los halagos o lo otro. Lo importante es cobrar-, dijo más animado. - Toca volver a la taberna más perrona del lugar.
Y con esas últimas palabras, el buen mercenario se encaminó de vuelta a la taberna donde aquella aventura se había iniciado. Aquella donde se reencontrara con Destino, Rauko y Xana.
Una posada donde, de forma inesperada para Vincent, se había originado una celebración. Una a la que el grupo de aventureros no tardó en unirse.
- ¡Vivan los habitantes de Ulmer! - gritó en un momento dado, en mitad del festejo, ya con algunos tragos encima, y alzando su jarra de cerámica llena de hidromiel. - ¡Porque ellos sí que saben montar buenas fiestas!¡Por la Victoria!
El brujo lanzó aquel brindis mientras avanzaba por medio del gran gentío que se había reunido en el local, no tardando en reencontrarse con sus compañeros de fatigas, que se encontraban sentados alrededor de una de las mesas.
- Ven, os lo dije. ¿No os dije que nos agasajarían? - Ahora que el sureño lo pensaba mejor, pues… No recordaba haberles dicho nada al respecto. - No todo en la vida es dinero. Hay que disfrutar el momento-, dijo seguido, haciendo como si sí les hubiera dicho lo anterior. - Y maldita sea. Este perro es la caña, sin él nunca lo hubiéramos logrado-, mentó, señalando hacia el perro y dándole un trago a su bebida.
«En serio. ¿De dónde cojones ha salido este perro?», se preguntó mentalmente.
- Al final resultó que el no pelirrojo no estaba loco y sí que había un perro-, mencionó, antes de reír. - ¿Eso que es? ¿Leche? - cuestionó sin esperar respuesta, al ver por encima el contenido de la taza de Destino. - Maldita sea. No sé si es la noche predilecta para beber leche. ¿No has tenido suficiente?
El brujo mercenario enarcó una ceja y miró hacia el moreno, no al falso pelirrojo moreno que ya estaría sin nalgas, sino al moreno elfo, a su compañero de fatigas en aquella noche llena de ilusiones lácteas. La única respuesta que se le veía a la mente es que para algunos nunca había suficiente leche.
En todo caso, el rubio no le dio más vueltas al asunto de lo que bebía su camarada y…
- ¡Por los dioses! ¡Qué es ese pestazo! - gritó, moviendo las manos delante de la cara para apartar el hedor y usando su magia de aire para alejar de su vera tremenda pestazo. - ¿De dónde proviene? - preguntó, ojeando a su lado, de dónde parecía proceder.
El guerrero no logró averiguar de qué concreto lugar provenía el olor, pues a unas mesas de él, justo hacia dónde miraba, pudo apreciar cómo agasajaban a una dama. A una joven, sentada junto a la mencionada mesa, le llevaban bandejas llenas de dulces y también regalos. Al homenaje y los obsequios no tardó en sumarse el sonido de los vítores, que regalaban los oídos de la mujer con felicitaciones…
- ¡Un momento! La festividad de Victoria - comentó a sus amigos, alzándose y plantando ambas palmas de sus manos sobre el firme de la mesa. - Joder, no es una fiesta por la victoria, sino por Victoria. Esa mujer se llama Victoria-, masculló, derrumbándose sobre su silla, como gato viejo al que se le habían acabado las energías. - Oh, cómo pude ser tan idiota.
Al buen Vinc no le importaban los halagos, pero… Quien no agradece unos cuando se los daban gratuitamente, y quién no se sentía estúpido cuando se daba cuenta de que no tenían nada que ver con sus acciones.
- ¡Un momento! - llamó la atención de sus amigos una vez más, alzándose en renovada ocasión, volviendo a apoyarse con las palmas de sus manos sobre la madera de la mesa. - La festividad de Victoria no es por la victoria. El pelirrojo simpático no es pelirrojo ni mucho menos simpático. ¿Qué hay de cierto en esta noche? - cuestionó, pensando en qué más podría pasar en tan loca noche, abriendo los ojos como platos cuando cayó en la cuenta de otra posibilidad. - Y si la bolsa de monedas prometida no es una bolsa de monedas. ¡¿Y si ese perro se llama Bolsa de Monedas?!
El perro era bonito pero…
«¡Yo no quiero un maldito perro!»
- No al menos uno que me haga irme con lo puesto-, comentó, más para sí mismo que para el resto, con la mirada perdida sobre la madera. - En esta noche nos ha pasado de todo, lo mínimo es que nos aseguremos de cobrar-, manifestó a sus amigos, mirando hacia ellos, antes de girar el cuello y observar por encima del hombro, hacia donde se encontraba el posadero.
Fuese como fuera. Tanto si conseguía unas buenas monedas, como un perro con nombre gracioso, el buen brujo podría decir bien alto y claro: Aquella noche, era la noche más loca que había tenido el gusto de vivir.
Vincent Calhoun
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Re: La leyenda de la vaca sin cabeza [Trabajo]
–No preguntes, solo gózalo –respondí con jovialidad a Destino, levantando mi vaso de leche antes de empezar a satisfacer a mi Señor Estómago, a quien poco le interesaba saber si volvimos caminando a la taberna o nos teletransportamos–. ¿Es mi imaginación o esta leche está rara? –pregunté tras apenas dar el primer sorbo.
Tal vez no solo estaba rara la leche y eso podría explicar el comportamiento peculiar de los lugareños. Así que, ya que mi cordura era mi mejor cualidad, sin lugar a dudas, preferí no arriesgarme. Eché la leche en una maceta cercana, y la planta que había en esta se estremeció y desapareció.
–Sí, la leche está rara –concluí.
Finalmente, Vincent regresó a la mesa, más animado que nunca.
–Pues sí, tienes razón –convine–. Esto es lo que tiene ser el éxito. –Sonreí y luego llevé mi vaso a mis labios. Recordé entonces, desilusionado, que el recipiente estaba vacío. Aun así, fingí que sí pude beber algo para no quedar como tonto frente a mis compañeros–. Rica bebida, sí, rica –afirmé, asintiendo también con la cabeza–. Y sí, este perro nos salvó hoy. ¿Imaginan qué hubiera pasado si no hubiéramos contado con él? Seguramente ni habríamos salido vivos de esta taberna, la verdad. –Acaricié la cabeza del animal–. ¿Sabían que el tabernero decidió nombrar su local como «El más perrón» para nunca olvidar el heroísmo perruno visto hoy?
Poco después llegó una inesperada peste. Afortunadamente, antes de que sufriéramos una trágica muerte por envenenamiento, Vincent demostró ser bueno alejando pedos.
–Nos has salvado, estamos agradecidos –suspiré con alivio–. ¿Eh? ¿Victoria? –balbuceé, confuso por su nuevo descubrimiento. Miré al brujo y luego a la dichosa Victoria–. Ah… –solté al comprender–. Bueno, pero… –Hizo un mohín en mi búsqueda de palabras de ánimo para Vincent–. Descuida, a mí nunca suelen felicitarme por mis mayores logros, y mírame: ¡soy el éxito!
No pareció animarlo, sin embargo. Tal vez mi aspecto no concordaba con su imagen de alguien exitoso.
La puerta fue abierta con un puñetazo del brazo amputado que aún cargaba la viuda. La mujer barrió el lugar con la mirada, que se detuvo en nosotros. Se acercó dando zancadas y luego nos arrojó a la mesa una bolsa llena de… algo extraño, tintineante y que goteaba sangre.
–Aeros, por su buena labor –informó la viuda, mirando al perro que no dudó en colocar una pata en la bolsa para atraerla a él–. Dales un poco a tus compañeros también, que algo habrán hecho para ayudarte, espero. –Su mirada se encontró con la mía–. También traje las nalgas del Zanahorias. Vamos a ofrendarlas –me ordenó.
«Vaya, doble recompensa», pensé, no por las nalgas sino por los aeros, por supuesto. Eché una ojeada al lugar, buscando al tabernero que prometió pagarnos. Su presencia, sin embargo, era inexistente ahora. «Supongo que ya no habrá doble recompensa».
–Apenas has dicho algo después de nuestra buena labor –le comenté a Xana mientras volvíamos a donde Hyro.
–Estoy… algo cansada –dijo, de nuevo su rostro oculto en las sombras proyectadas bajo su capucha–. Ha sido una noche un poco complicada.
–Hmm… Sí, pero, como pensé, también valió la pena. Fue asombroso ver una vaca sin cabeza disparando leche por las axilas y fuego por las ubres –sonreí–, que resultó tener más trucos.
–Claro, tan asombroso que casi morimos –murmuró.
–Y, además, lo más importante, me equivoqué sobre algo: sí eras necesaria. Sin ti, habría sido muy malo para los demás escuchar la canción de la vaca. ¿Quién más nos habría hecho la salvación?
–El perro, por supuesto –contestó, con deje de cansancio, pero con humor.
Amplié mi sonrisa.
–Oh, parece que sí tienes ánimos para bromillas –destaqué–. En fin, lo que quiero decir es que ha valido la pena. Todo. Las personas podrán andar tranquilas de nuevo, los niños podrán seguir jugando y creciendo, los árboles aún tendrán la oportunidad de convertirse en una que dé biusas, Destino encontrará nuevas formas de decir mal mi nombre, Vincent continuará con una barba perfecta –pero de color castaño y no rubio como él cree– y, además, Victoria aún podrá tener más fiestas apestosas.
–En el asunto de la vaca no estaba en juego todo eso –señaló Xana.
–No hablo solo por lo de la vaca.
Xana casi se detuvo en uno de sus pasos.
–Has hecho mucho –proseguí–. Tal vez pocos reconozcan tu valor, pero yo sí lo hago. Me pareces increíblemente deslumbrante. Y… Bueno, soy lo suficientemente inteligente para saber que soy lo suficientemente tonto como para poder ayudarte con tus dudas, pero… al menos quiero que sepas eso.
Esta vez sí se detuvo. Hice lo mismo un par de pasos después y me volteé hacia ella. No pude advertir qué expresión tenía su rostro con tan poca iluminación.
–Gracias –dijo al fin, en voz baja pero sincera. Inspiró profundo y reanudó la caminata.
Seguimos caminando, uno al lado del otro.
Tal vez no solo estaba rara la leche y eso podría explicar el comportamiento peculiar de los lugareños. Así que, ya que mi cordura era mi mejor cualidad, sin lugar a dudas, preferí no arriesgarme. Eché la leche en una maceta cercana, y la planta que había en esta se estremeció y desapareció.
–Sí, la leche está rara –concluí.
Finalmente, Vincent regresó a la mesa, más animado que nunca.
–Pues sí, tienes razón –convine–. Esto es lo que tiene ser el éxito. –Sonreí y luego llevé mi vaso a mis labios. Recordé entonces, desilusionado, que el recipiente estaba vacío. Aun así, fingí que sí pude beber algo para no quedar como tonto frente a mis compañeros–. Rica bebida, sí, rica –afirmé, asintiendo también con la cabeza–. Y sí, este perro nos salvó hoy. ¿Imaginan qué hubiera pasado si no hubiéramos contado con él? Seguramente ni habríamos salido vivos de esta taberna, la verdad. –Acaricié la cabeza del animal–. ¿Sabían que el tabernero decidió nombrar su local como «El más perrón» para nunca olvidar el heroísmo perruno visto hoy?
Poco después llegó una inesperada peste. Afortunadamente, antes de que sufriéramos una trágica muerte por envenenamiento, Vincent demostró ser bueno alejando pedos.
–Nos has salvado, estamos agradecidos –suspiré con alivio–. ¿Eh? ¿Victoria? –balbuceé, confuso por su nuevo descubrimiento. Miré al brujo y luego a la dichosa Victoria–. Ah… –solté al comprender–. Bueno, pero… –Hizo un mohín en mi búsqueda de palabras de ánimo para Vincent–. Descuida, a mí nunca suelen felicitarme por mis mayores logros, y mírame: ¡soy el éxito!
No pareció animarlo, sin embargo. Tal vez mi aspecto no concordaba con su imagen de alguien exitoso.
La puerta fue abierta con un puñetazo del brazo amputado que aún cargaba la viuda. La mujer barrió el lugar con la mirada, que se detuvo en nosotros. Se acercó dando zancadas y luego nos arrojó a la mesa una bolsa llena de… algo extraño, tintineante y que goteaba sangre.
–Aeros, por su buena labor –informó la viuda, mirando al perro que no dudó en colocar una pata en la bolsa para atraerla a él–. Dales un poco a tus compañeros también, que algo habrán hecho para ayudarte, espero. –Su mirada se encontró con la mía–. También traje las nalgas del Zanahorias. Vamos a ofrendarlas –me ordenó.
«Vaya, doble recompensa», pensé, no por las nalgas sino por los aeros, por supuesto. Eché una ojeada al lugar, buscando al tabernero que prometió pagarnos. Su presencia, sin embargo, era inexistente ahora. «Supongo que ya no habrá doble recompensa».
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–Apenas has dicho algo después de nuestra buena labor –le comenté a Xana mientras volvíamos a donde Hyro.
–Estoy… algo cansada –dijo, de nuevo su rostro oculto en las sombras proyectadas bajo su capucha–. Ha sido una noche un poco complicada.
–Hmm… Sí, pero, como pensé, también valió la pena. Fue asombroso ver una vaca sin cabeza disparando leche por las axilas y fuego por las ubres –sonreí–, que resultó tener más trucos.
–Claro, tan asombroso que casi morimos –murmuró.
–Y, además, lo más importante, me equivoqué sobre algo: sí eras necesaria. Sin ti, habría sido muy malo para los demás escuchar la canción de la vaca. ¿Quién más nos habría hecho la salvación?
–El perro, por supuesto –contestó, con deje de cansancio, pero con humor.
Amplié mi sonrisa.
–Oh, parece que sí tienes ánimos para bromillas –destaqué–. En fin, lo que quiero decir es que ha valido la pena. Todo. Las personas podrán andar tranquilas de nuevo, los niños podrán seguir jugando y creciendo, los árboles aún tendrán la oportunidad de convertirse en una que dé biusas, Destino encontrará nuevas formas de decir mal mi nombre, Vincent continuará con una barba perfecta –pero de color castaño y no rubio como él cree– y, además, Victoria aún podrá tener más fiestas apestosas.
–En el asunto de la vaca no estaba en juego todo eso –señaló Xana.
–No hablo solo por lo de la vaca.
Xana casi se detuvo en uno de sus pasos.
–Has hecho mucho –proseguí–. Tal vez pocos reconozcan tu valor, pero yo sí lo hago. Me pareces increíblemente deslumbrante. Y… Bueno, soy lo suficientemente inteligente para saber que soy lo suficientemente tonto como para poder ayudarte con tus dudas, pero… al menos quiero que sepas eso.
Esta vez sí se detuvo. Hice lo mismo un par de pasos después y me volteé hacia ella. No pude advertir qué expresión tenía su rostro con tan poca iluminación.
–Gracias –dijo al fin, en voz baja pero sincera. Inspiró profundo y reanudó la caminata.
Seguimos caminando, uno al lado del otro.
Rauko
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