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Mensaje  Shinoroa Ryuu Lun Nov 23 2020, 04:47

Justo cuando empezaba a desplazarse por los techos tras acabar con el primer asesino, Ryuu se percató de la ausencia de Tarek. Supuso que, al concentrarse tanto en su blanco, no vio cuando el elfo se marchó. No había señales de pelea y Nousis no parecía preocupado por buscarlo, así que el arquero asumió que simplemente había tomado otra ruta.
-O empezó a matar humanos, alguna de esas opciones debe ser la correcta...-

El elfo de cabello oscuro parecía dudar sobre lo que haría a continuación. Para sorpresa del ave, no enfrentó a los perseguidores, sino que siguió su camino como si nadie estuviera pisándole los talones.
-¿En serio van a dejarme cuatro oponentes a mí solo? No hay manera de que pueda acabar con todos en silencio, y atacarlos de frente me pondría en desventaja...-

El trío de asesinos parecía aún ignorar la ausencia de su compañero. Su formación tampoco había variado: seguían desplazándose en una especie de triángulo, con el último hombre algo más atrás del segundo. Esa alineación resultaba beneficiosa para Ryuu, ya que le permitiría eliminar al último criminal sin que el resto lo notara... con algo de suerte.
La persecución continuó algunas calles más, hasta que una flecha impactó en el blanco. Si bien no fue suficiente para eliminarlo de inmediato, la víctima no era capaz de pedir ayuda. Pero no todo iba a salir tal y como el pájaro quería. Ésta vez los compañeros del caído se percataron de la situación, localizando al arquero. El tercer disparo solo logró herir en una pierna a su objetivo, dificultando su movimiento. Mientras que el cuarto y último asesino se encontraba en perfectas condiciones.

Mientras se mantuviera en los techos y árboles de la zona, Ryuu estaría a salvo de las dagas enemigas y conservaría algo de ventaja. Pero sus flechas ya no eran tan eficaces al perder el factor sorpresa, y tampoco le quedaban demasiadas en su carcaj. Finalmente, Ryuu se vio obligado a bajar y enfrentarlos con sus garras, interrumpiendo su camino hacia Nousis. La diferencia numérica le jugaba en contra, y al pasar el tiempo era cada vez más evidente.
-Te dejo éstos dos, creo que ya hice suficiente... Mejor dicho, no creo poder con ellos de frente...- dijo el ave, aliviado al ver que el otro elfo hacía acto de presencia a espaldas de los asesinos, con su llamativa arma tintada de sangre.
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Mensaje  Tarek Inglorien Vie Dic 04 2020, 14:34

Su paso entre la enfebrecida muchedumbre resulto mucho más complicado de lo que Tarek había supuesto en un primer momento. Nadie pareció reparar especialmente en él, pero continuamente estallaban pequeñas peleas y se entrecruzaban espadas, limitando paso. Cuando finalmente alcanzó el final de aquel caos, se encontró lejos del camino principal, que probablemente Ryuu, Nousis y sus perseguidores habían tomado. Solamente podía esperar que sus ansias de sangre y el desvío que lo habían obligado a tomar no resultasen en tragedia para el resto de grupo. Le habían permitido salir del campamento, de Sandorai, para realizar misiones en el exterior a cambio de controlar sus instintos más primarios. Eso había significado el viaje al norte. Si por alguna razón su falta de control… debía encontrar lo antes posible al otro elfo y al hombre-pájaro.

Grata fue su sorpresa al localizar, un par de callejones después, a Ryuu enfrentado a los dos perseguidores restantes, mientras un tercero mascullaba de dolor tendido en un charco de su propia sangre. Al parecer el arquero era un guerrero todavía más hábil de lo que había supuesto en aquel claro del norte.

- ¿Dónde está Nousis? –preguntó sin hacer mayor caso a los atacantes, cuya expresión dejaba entrever la complejidad de la situación en la que se encontraban, acorralados, sin opción de escapar. La respuesta de Ryuu le hizo sospechar que no era el único que necesitaba tomarse una justa venganza aquella tarde y que quizás el otro elfo pudiese llegar a pecar de la misma ansia suicida que él.

Un fuerte sonido metálico reverberó en el callejón cuando dejó que la parte roma del arma se deslizase hasta el suelo. Otros miembros de su clan habían ganado maestría en el lanzamiento de dagas, durante sus años de aprendizaje, pero Tarek siempre las había considerado armas traicioneras. Una vez lanzada una daga, esta dejaba de ser útil en el combate e incluso podía servir al enemigo. Sin embargo, un arma que permitía recuperar el objeto lanzado minimizaba ese riesgo. Recogiendo parte de la cadena dejó que el peso del extremo oscilase un par segundos a unos centímetros del suelo, antes comenzar a imbuir inercia al mismo, consiguiendo que la cadena girase cada vez a mayor velocidad.

Uno de los perseguidores, aquel que parecía haber sido herido por Ryuu, a razón de la flecha que sobresalía de uno de sus muslos, cayó de rodillas al suelo, suplicando clemencia. Cobarde, pensó Tarek con asco… los humanos solo sentían lealtad por aquello que les beneficiaba y cuando eso se tambaleaba, no dudaban en traicionar cualquier otro credo anterior. Eran criaturas abyectas y viles. El caso de Marielle solo era un ejemplo más de la depravación de aquella especie.

Sin embargo, el segundo atacante, que permanecía aún indemne, no pareció dar muestras de flaquear en sus intenciones, lanzándose en un ataque imprudente hacia el elfo. Metro a metro avanzó hacia él, hasta que se encontró dentro de la distancia de su rango de ataque. Una sonrisa ladina cruzó los labios del peliblanco. El ruido que se generó con el impacto fue precedido de un extraño silencio, interrumpido solamente por los sollozos del hombre arrodillado en el sucio callejón y el sonido lejano de la batalla. Recogiendo la cadena con parsimonia avanzó sobre el cadáver de su atacante, hasta alcanzar al criminal restante.

- Hoy no es tu día de suerte – murmuró antes de arrancarle la flecha de la pierna y clavársela en el cuello.

El callejón, inundado del acre olor de la sangre, le pareció vacío en aquel instante. Ryuu parecía haber seguido los pasos de Nousis poco después de su encuentro, puesto que no era visible por ninguna parte. Reanudó con paso firme su camino, siguiendo el rastro dejado por sus compañeros, hasta alcanzar una gran puerta doble de roble, decorada con la sangre de los caídos. Sin duda Nousis, disfrutaba aquello tanto como él.

Es hora de encontrar a Marielle” pensó, mientras se aproximaba a las puertas que parecían dar acceso a los subterráneos de la ciudad.


Última edición por Tarek Inglorien el Miér Dic 09 2020, 23:17, editado 1 vez
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Mensaje  Nousis Indirel Sáb Dic 05 2020, 20:26




Un grupo de ciudadanos huyeron despavoridos tras los primeros chasquidos del acero. Aún no se había acostumbrado por entero a su nuevo atuendo, especialmente a esa capa reforzada que limitaba algunos de sus movimientos más comunes. Esquivando casi de rodillas y con la cabeza hacia atrás el tajo de uno de los centinelas, no tardó en pensar que quejarse de un punto más de protección no era lo indicado en un día como aquel.

Sólo al discernir que la cuantía de estocadas dirigidas a sí mismo disminuyó, se permitió un vistazo alrededor. No estaba solo. Ryuu había acudido al festival de muerte que daba sus campanadas iniciales. Por alguna razón, el elfo se sintió molesto, como si al arquero hubiese entrado sin invitación a una carnicería privada.

“Mejor así”, pensó agradecido, hasta que la parte de sí mismo que le había mostrado en enfado tomó línea de directa comunicación con lo más racional que el espadachín tenía dentro de sí.

“Por supuesto que se ha metido donde no debe. Todo por la cobardía de evitar que contemplen lo que llevas dentro. Quizá hoy ambos acaben muertos y no haya opción a un reencuentro. No pertenecen a Folnaien, sus opiniones son menos que nada”
Tomando la espada con ambas manos, detuvo un intento lateral enemigo, golpeando el arma de su rival hacia un lado, y de una patada, escuchó con una sonrisa fruto del más puro divertimento, como la espalda del humano chocaba contra la pared que enmarcaba la puerta de entrada hacia las alcantarillas.

Otros pasos rápidos se acercaban y Nou giró el cuello. Más enemigos podrían poner la situación demasiado entretenida. Pero no. Tarek. El elfo de cabello de plata. Y algo volvió a apagarse dentro del Indirel.

Sin decir palabra, se internó en las profundidades, dejando a sus compañeros con los oponentes que habían quedado en la superficie. Espada en mano, descendía las escaleras entre carrera y largos saltos, sintiendo un júbilo en el estómago más acorde a la victoria en una competición que a haberse introducido en la guarida de unos torturadores y asesinos. Odiaba Lunargenta. Odiaba a Ralph, a Marielle, a los Vouss y a los Dumont. Odiaba a todo aquel dispuesto a plantarle cara. Odiaba a todo aquel que no encontraba para plantarle cara. Sólo precisaba la sencillez que radicaba en matar. Limpieza. Él arrancaba malas hierbas.

Una risa gutural nació del elfo, cuando llegando a la base de la escalinata, por fin un adversario se dignó a aparecer, alzando una maza antes de sentir la suela de las botas del invasor romperle la nariz al saltar hacia él, cayendo éste hacia atrás, mientras Nousis rodaba, oliendo el desagradable aroma de las cercanas cloacas. Raudo, se levantó, recogiendo su espada, observando al supuesto miembro de la organización tambaleándose, con una mano en el sangrante rostro. E iba a menguar la distancia entre ambos, cuando tras el primer paso, surgieron del fondo del pasillo tres sujetos más. Un martillo de guerra y dos espadas cortas, buenas elecciones para un espacio como aquel, pero el espadachín no sentía el frío que emanaba el agua a poca distancia, ni la lógica que debería haberle dictado volver por donde había venido, a fin de formar un frente común con Tarek y Ryuu. Las muecas burlonas de los criminales sin duda iban en la misma dirección.

Hasta que arremetió con toda la velocidad que fue capaz de imprimir a los músculos de sus piernas, provocando un lógico asombro que chocó con unos ojos grises incapaces de transmitir pros y contras. Sólo atacar, esquivar, herir, detener, matar.
El factor sorpresa resultó trepidante, y un tajo a la altura del riñón izquierdo de su enemigo central, tras una finta amagando con atacar al de su izquierda, llenó de preludios de muerte el húmedo y detestable lugar. Mas no podía durar demasiado, y no fue así. Irguiéndose, el hombre de la nariz rota y los recién llegados rodearon al elfo por ambos lados del pasillo.
No obstante, éste ya se había dejado llevar.

Esquivó es espadazo, sintiendo el impacto del martillo amortiguado por armadura y capa que le hizo volar hacia atrás, deteniendo por mero instinto la maza de su rival, tan en el último momento que uno de los pinchos rajó su frente hasta el nacimiento de su ceja derecha al tratar de destrabar ambas armas. Una oportuna patada en la rodilla tiró al humano, sin romper la articulación, y sus otros dos enemigos no dudaron en intentar eliminar la amenaza. Nousis giró varias veces sobre sí mismo, alejándose de ellos, antes de hacerlo hacia el lado contrario y clavar la punta de su espada en el gemelo del agresor más cercano, al apoyar este de lado su pie en su última acometida. Craso error.

El rival al que había aplastado la nariz resollaba enfurecido, y tras el fallo de su maza, descargó una patada con todas sus fuerzas en el pecho del elfo, que le dejó unos momentos sin respiración y los ojos abiertos como platos. Sus compañeros corrieron a terminar el trabajo, y el intruso se agachó, zafándose y colocando la espada entre las piernas del enemigo, rajó tela y carne, sacándole un agudo grito sumado a un asqueroso chapoteo que le hizo apartar la mirada, incapaz aún así de reaccionar al golpe que el martillo descargó en su brazo libre, apenas protegido por la capa y levantado para protegerse el rostro.

El dolor fue atroz. Y aún sin parecer roto a simple vista, su antebrazo apenas respondía. Su rostro palideció por el dolor, por lo que debió apretar los dientes para no gritar. Unas gotas de sudor perlaron su frente, mezclándose con la sangre que ya rebasaba su ceja, descendiendo por el pómulo y cayendo lentamente al suelo.

Y en sus labios, volvió una cruel sonrisa. Casi enloquecida. Antesala a un ataque desesperado que tan sólo entorpeció a uno de sus dos oponentes. El otro volvió a rematar su esfuerzo a fin de acabar con el espadachín, cuando éste se impulsó hacia él, justo antes de sentir los dientes del humano desprenderse al impactar la coronilla del hijo de Sandorai en su boca. Con un mareo momentáneo, trastabilló, buscando la pared con su brazo herido. Su último rival parecía dubitativo, observando a su alrededor a tres camaradas caídos. La sangre pintaba el suelo enmohecido y Nou creyó ser víctima de una alucinación, al ver doblar la esquina del fondo a Ralph Vouss.

O eso creía. Poco tardó en advertir la macabra realidad, cuando la joven se despojó de la piel del rostro del desdichado aristócrata. Canlee Hethas… y no estaba sola.

Al irse acercando, el elfo fue adquiriendo una mayor visualización del crimen. La sangre manchaba la ropa de la mercader, y su faz rebosaba liquido vital del asesinado. Aparentemente aburrida, tiró a un lado el cuero del Vouss, observando con cierta incredulidad la escena.

-Supongo que tenías que llegar aquí. Lo has hecho bien, pese a que morirás en pocos segundos. Somos siete- señaló con el pulgar hacia atrás- No llegarás a ella. Jamás.

Su oyente respiró, permitiéndose un instante de sosiego.

-¿Por qué matarle?- quiso saber. Sin embargo, tan sólo buscaba descansar el mayor tiempo posible. Su mente sádica había vuelto a dormir, y cada golpe dolía como mil demonios. Había vuelto al frío análisis, a la estrategia aún en la peor de las situaciones.

-Ya no era de utilidad, y por vuestra culpa, se había acercado demasiado. Ahora tenemos una guerra entre los Vouss y los Dumont. Se solucionará, pero nos habéis retrasado. Terminaremos aquí, y todo volverá a la normalidad.

-A si i-dhúath ú-orthor, tál- replicó en su lengua materna.

La sombra todavía no se acerca, zorra.
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Mensaje  Shinoroa Ryuu Dom Dic 06 2020, 22:16

-Claro, tú sigue y nosotros nos encargamos de estos tipos, no hay problema...- comentó Ryuu con sarcasmo al ver que Nousis se internaba en las cloacas, dejando a sus compañeros con los guardias de la puerta. La llegada de Tarek era un claro indicio de que sus perseguidores ya no serían una molestia, algo de lo que el pájaro estaba agradecido. Cuando el peliblanco casi había llegado a su posición, el arquero le gritó.
-¡Encárgate de éste, iré por el que atacó a Nousis!-

La escasez de flechas ya se hacía notar. En la batalla anterior, al ver que Tarek era capaz de ocuparse por sí solo de los dos asesinos, Ryuu había decidido avanzar para ayudar al elfo espadachín. Mientras corría, recogía las flechas que encontraba en el camino y que aún eran útiles; aún así, sus saetas no llegaban a los dos dígitos, dificultando un poco su desempeño en los enfrentamientos por venir.
-Debo asegurarse de que cada disparo cuente, ahora más que nunca...- pensaba el ave, mientras avanzaba hacia el guardia. El fuerte golpe que sufrió al impactar contra la pared lo había dejado aturdido, por lo que no prestaba atención a sus alrededores. Sostenía su cabeza en un vano intento de aliviar el dolor y recuperarse. Esa era una oportunidad que el hombre bestia no podía dejar pasar.

Ryuu se acercó rápidamente al confundido guardia, que no se percató del inminente peligro. A veces no hacía falta desperdiciar flechas... Si el objetivo estaba distraído, sus garras eran más que suficientes. Ver a su presa indefensa le recordó a sus días de cacería en su bosque natal.
Una patada a la parte de atrás de las piernas provocó que el humano perdiera el equilibrio y cayera de rodillas. El repentino golpe por fin aclaró un poco la mente del hombre, que miró hacia atrás en busca de su agresor. Ryuu se encontraba allí, entre su víctima y la pared, con una sonrisa nostálgica que no parecía adecuada para la situación en la que se encontraban. Lo último que recordaría el guardia sería al hombre águila colocando el arco en su cuello. La presión y la dificultad para respirar desaparecieron tras unos momentos de vano forcejeo, cuando el hombre por fin perdió el conocimiento.

El ave estuvo a punto de matarlo, pero en el último momento se detuvo. De alguna forma, había visto al hombre como si no fuera nada más que una presa a la que debía dar caza. Sólo le había pasado algo así cuando cazaba en el bosque.
-Tal vez todas las atrocidades que hicieron sean razón más que suficiente para querer matarlos a todos, pero no es lo correcto. Si hay forma de reducirlos sin matarlos, debo elegir esa opción...-
No podía hacer nada por las decisiones de sus compañeros, por supuesto. Tarek ya era un caso perdido, su odio hacia los humanos ya era enorme sin una razón aparente. En cuanto a Nousis, no estaba seguro. Parecía soportar a los humanos mejor que su congénere...

Ni siquiera pudo terminar de pensar eso, cuando escuchó una risa un tanto escalofriante al bajar hacia las cloacas. Poco después, divisó al elfo espadachín luchando contra cuatro... Bueno, un oponente. Los tres restantes se encontraban caídos, con heridas de diversa gravedad, uno de ellos no muy lejos de morir debido a la gran hemorragia de su entrepierna. Pero lo que más llamó la atención del ave fue la sonrisa de Nousis. Era amenazante, malvada. Ryuu ya conocía al elfo desde hacía bastante tiempo, y sabía que no era un ejemplo a seguir, pero tampoco era un mal tipo. Al menos eso creía, hasta ese momento.

Las sorpresas no terminaron ahí. Alguien apareció desde el fondo. Por un momento creyó que se trataba de Ralph, pero la respuesta era mucho peor. Alguien una desconocida, portaba su rostro a modo de máscara, asqueando al arquero. ¿Qué tan desquiciado hay que ser para hacer semejante cosa?
A juzgar por las palabras entre la mujer y el elfo, no era la primera vez que se veían. Ryuu bajó algunos escalones más y pudo notar la ensangrentada cara de la mujer. El rojo líquido no parecía molestarle en absoluto mientras conversaba con Nousis.
Ryuu continuó el descenso en silencio, sin alertar al único humano que aún seguía en pie luego de enfrentar al elfo.
-¿Siete? Señorita Canlee, también estoy aquí, somos ocho.- El hombre parecía un tanto ofendido. Su jefa ni siquiera lo tenía en cuenta para el combate que se avecinaba.
-Dije que somos siete. Tu ya estás muerto, sólo que aún no lo sabes.-
Una risita que transmitía desprecio y diversión a partes iguales escapó de los labios de la mujer. El hombre no entendía a qué se refería, hasta que sintió una extraña mano en su cabeza. Acto seguido, Ryuu estampó la cabeza del humano contra la pared de la cueva, con fuerza suficiente como para dejarlo fuera de combate pero sin matarlo.

El rostro de Canlee se veía retorcido por la ira y la decepción al ver que su lacayo aún respiraba. Era evidente que no le importaba si se trataba de aliados o enemigos, ella disfrutaba al ver gente morir.
-Te cubriré todo lo que pueda, Nousis. Tarek no debería tardar en llegar.-
Sin perder tiempo, el ave tomó una flecha y se preparó para dispararla. Apuntando a un encapuchado que se encontraba en el extremo del grupo, tiró de la cuerda. El arquero oponente rápidamente se puso a cubierto tras una roca, pero no hubo ningún sonido de impacto. Extrañado, el ancapuchado se asomó con el arco listo... Pero fue entonces cuando Ryuu disparó, acertando en su cabeza y eliminando al objetivo.
Esta vez, no podía darse el lujo de acercarse y atacar de forma no letal. La superioridad numérica del oponente lo impedía, junto con los dos arqueros de Canlee. La falta de flechas también complicaba las cosas, por lo que debía usar engaños para ahorrar munición.
-Yo diría que son sólo seis...-
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Mensaje  Tarek Inglorien Sáb Dic 12 2020, 01:10

El corte que atravesaba su muslo derecho le impedía avanzar a mayor velocidad, aunque el silencio que se había instaurado en los túneles tras el estruendo le indicaba que quizás tampoco fuese necesario correr. Caminó cojeando los últimos metros que lo separaban de la abertura que daba paso a uno de aquellos cruces subterráneos en los que se situaban las alcantarillas que daban a la superficie y que servían, entre otros, para recoger el agua de lluvia a fin de evitar que las calles de Lunargenta acabasen anegadas. La escasa luz del atardecer que se filtraba entre las rendijas de hierro desde la superficie hizo que el polvo en suspensión, que llenaba el ambiente, disimulase parcialmente la escena ante él. Aunque ni siquiera aquella cortina gris era capaz de ocultar del todo lo que allí había sucedido.

Bajo sus pies el agua había tomado una tonalidad indeterminada, teñida por la mugre de la urbe y la sangre de los cuerpos que se distribuían de forma irregular por el lugar, irreconocibles debido a los escombros y al polvo que sobre ellos se habían depositado. Solamente dos figuras parecían mantenerse con vida en medio de aquel caos, y no pudo reprimir un suspiro de alivio al comprobar que se trataba de Nousis y Ryuu. Avanzó un par de metros más, en dirección a la pared más cercana, para deslizarse por ella y acabar sentado en el suelo.

- Supongo que ha escapado… -ni siquiera se dignó imprimir en sus palabras un atisbo de duda. Un mudo asentimiento por parte de sus compañeros fue su única respuesta

Sobre ellos, en la superficie, comenzaban a oírse cada vez más voces. La gente se aproximaba a la entrada de aquel lugar, probablemente alarmada por el estruendo que había sacudido la ciudad apenas unos minutos antes. Tarek volvió la vista a su alrededor. Ryuu, que era el que se encontraba más próximo a él, presentaba algunas heridas, aunque al elfo le costó distinguir, en medio de su plumaje, qué sangre pertenecía al hombre-pájaro y cuál a sus enemigos.

Apenas se había cruzado con él cuando había alcanzado la entrada a las cloacas. Recordó escucharlo gritar a lo lejos, indicándole que se encargase de uno de los guardias que custodiaban la gran puerta de roble. Tarek había pensado en aquel momento que, en un futuro no muy lejano, debía tener unas serias palabras con el arquero sobre su tendencia a encargarle que liquidase a gente. No es que le molestase, matar humanos le traía sin cuidado, pero tampoco tenía por afición ir limpiando los estropicios ajenos. El guardia apenas había durado un par de minutos, probablemente porque la actuación previa de Nousis debía haberlo dejado mentalmente afectado.

Nousis. Dirigió en ese momento la vista hacia su congénere, visiblemente herido, sobre todo en aquellos lugares en los que la armadura que portaba no había podido protegerlo. Se encontraba, al igual que él, sentado contra una de las paredes del subterráneo, próximo al derrumbe que había cegado el túnel en aquel sector. Tarek se preguntó si ya se encontraba en aquel lugar cuando la explosión había sucedido o si quizás había decidido sentarse precisamente allí como muestra de la rabia y desazón que debía sentir en ese momento. Pensó, apesumbrado, que la escena que había presenciado al entrar en las cloacas distaba mucho de lo que veía ahora ante él.

A su llegada la lucha se había reanudado (o quizás no hubiese cesado en ningún momento). Había conseguido atisbar a sus compañeros en el túnel que daba acceso a aquel cruce de caminos, peleando ya no solo por cumplir sus ansias de venganza o de justicia, sino también por sobrevivir, sobrepasados en número. Como arquero, Ryuu había sufrido las complicaciones de luchar en un espacio cerrado, aunque parecía saber hacer buen uso de sus garras. Nousis por su parte, aparentemente ya herido, parecía luchar con toda la ferocidad que le restaba contra aquellos que se situaban ante él. Una figura femenina en la lejanía le hizo paladear una posible victoria. ¿Sería aquella Marielle? ¿Podrían al fin acabar con aquella pérfida criatura y terminar de una vez por todas su estancia en aquella infernal ciudad?

Un golpe por el costado lo había desplazado hacia uno de los túneles subsidiaros que se unían con la ramificación principal, haciéndolo rodar por la húmeda y resbaladiza superficie.

- Vaya vaya… y aquí está la tercera alimaña –la voz, femenina, provocó un amplio eco en aquel estrecho espacio, al tiempo que una risa apagada, procedente de otra persona, se dejaba oír a su espalda. ¿Cómo era posible que no hubiesen pensado en ello? Las cloacas eran, esencialmente, túneles que discurrían por toda la ciudad. La ratonera perfecta para atrapar a un incauto invasor.

La primera daga lo cogió desprevenido, arrancando un alarido de sus labios al tiempo que notaba como el filo de la misma realizaba un largo tajo en su muslo derecho. Asió la kusarigama con la mano derecha, solo para darse cuenta de que el arma era inútil en aquel contexto. La cadena era demasiado larga para usarla en un espacio tan reducido, por lo que no podría contar con la fuerza de su inercia, y el filo era prácticamente inútil si no podía acercarse a su enemigo. Además, enfrentar a uno de aquellos sujetos equivaldría a dar la espalda al otro. Lo habían atrapado como a un ratón. Él lo sabía y ellos, a tenor de la sonrisa que adornaba sus rostros, también.

Un segundo cuchillo voló en su dirección, realizando un corte, menos profundo, en uno de sus antebrazos. Debía hacer algo y debía hacerlo rápido. Cada segundo allí estaba a merced de aquellos dos individuos y, por el sonido del metal entrechocando en la lejanía, parecía que sus camaradas seguían luchando por subsistir.

A cada paso que avanzaba hacia uno de sus enemigos, otra daga acababa por acertarle. ¿Qué era lo que había dicho Nousis? Eran una panda de niñatos ricos a los que les gustaba torturar por diversión y aquel no era sino otro de sus juegos. Habían pasado de ser cazadores a convertirse en presas.

Un grito lejano pareció alertar a sus atacantes. ¿Habrían conseguido Nousis y Ryuu abrirse camino hasta aquella canalla? La mujer frente a él emprendió la huida, perdiéndose en la oscuridad de los túneles que se abrían tras ella. A su espalda, el segundo atacante pareció vacilar un instante, antes de que un terrible estruendo se extendiese por todo el lugar. Lo siguiente que Tarek recordaba era que su mundo se había teñido de gris y que el agua que anteriormente discurría a sus pies mojaba en aquel momento sus ropas, mientras yacía tendido en el suelo. Solo el silencio se dejaba escuchar en aquel subterráneo lugar.


Las voces sobre ellos se intensificaron todavía más. Un gran tumulto parecía estar formándose en el exterior.

- Será mejor que salgamos, antes de que entren a por nosotros –musitó a sus compañeros- ¿Podéis caminar?

El retorno por los túneles fue lento y algo penoso, no solo debido a sus heridas, sino también a los escombros que se abarrotaban en ellos. Parecía como si parte de la ciudad se hubiese hundido a su alrededor. El joven elfo agradeció la escasa luz que proporcionaban los faroles y la brisa nocturna que los acogió al salir de aquel inframundo. Como sospechaba, una considerable cantidad de gente se había arremolinado cerca de la entrada y un concurrido grupo de guardias intentaban alejarlos de las inestables ruinas de varias casas.

- ¿Qué ha sucedido? ¿Qué habéis hecho? –los interpeló uno de los guardias nada más percibir su presencia.

Tarek apenas tuvo tiempo de responder cuando Ryuu, alzando algo que portaba en su garra derecha se antepuso y comenzó a relatar lo sucedido. Al parecer, mientras el joven elfo se las apañaba con aquellos dos psicópatas, sus compañeros habían conseguido avanzar hasta el cruce en el que los había encontrado tras el derrumbe, donde una presuntuosa Marielle había decidido hacer acto de presencia para vanagloriarse de sus logros. En una caótica consecución de hechos, Ryuu había acabado por alcanzarla de alguna manera, marcando su rostro con sus garras y arrancando de su cuello la insignia familiar que portaba ahora en la mano, demostrando que aquella miserable humana había cruzado sus pasos con ellos. Hazaña que, por otra parte, le había valido al hombre-pájaro una promesa de venganza por parte de aquella pequeña malnacida. El derrumbe que se había producido en los túneles no había sido más que un intento por borrar todo rastro de ellos. Todo, desde la persecución por las calles de Lunargenta hasta su llegada a la guarida de la criminal habían sido parte de su trampa. Al parecer se habían acercado demasiado. Por suerte para ellos, el plan no había salido todo lo bien que Marielle había pretendido, puesto algunos de los túneles no se había desmoronado, dejando parte de su “obra maestra” intacta, para gran horror de los guardas, cuyos ojos presenciaron escenas dignas de las pesadillas más retorcidas y oscuras.

Parecía que aquel delirio había llegado a su fin. Tarek se recostó ligeramente contra la pared a su espalda, mientras él y el elfo mayor contemplaban a Ryuu explicar toda la historia a la guardia de la ciudad. Poco después, lo vieron gesticular con vehemencia hacia uno de los cuerpos tendidos en la calle. Al parecer Ryuu había perdonado la vida a uno de los maleantes encargado de custodiar la entrada a los subterráneos y en ese momento se alzaba como el candidato perfecto para esclarecer la participación de Marielle en todo aquel asunto.

- Pensé que esta ciudad podría marcar una diferencia en mi vida, aportarme algo de información en mi búsqueda… y lo único que me ha dado son ganas de no volver a pisarla –comentó Tarek con cierta ironía. Un breve silencio se instauró de nuevo entre ellos antes de que se atreviese a formular su siguiente sentencia- ¿Puedo preguntarte algo?

Nousis parecía serio, incluso indiferente ante la escena que se desarrollaba ante él, aunque en el fondo de su mirada el joven elfo podía distinguir algo que había visto en si mismo en más de una ocasión: sed de sangre. Su respuesta fue seca, carente de cualquier tipo de sentimiento.

- ¿Qué ocurre? –le devolvió la pregunta, elevando ligeramente una ceja.

- ¿Por qué aceptaste que os ayudara en aquel callejón? No me conocías de nada, apenas me había presentado, y aun así dejaste que os acompañara -aquella idea había rondado a menudo por su mente la noche anterior, sobre todo durante la larga espera dentro del ataúd del cementerio.

La respuesta no fue inmediata. Su interlocutor pareció meditar sus siguientes palabras mientras lo miraba fijamente, ladeando levemente la cabeza, como evaluándolo. Sus palabras, al igual que su mirada, fueron evasiva cuando finalmente decidió contestar.

-  Eres un elfo –fue su seca respuesta, dando por sentado que aquello era suficiente evidencia de sus actos- Y no eres un exiliado, no con esas reacciones que has ido mostrando. Para mí los míos son lo primero, y si no confiamos en nuestra propia raza, estamos condenados en un mundo lleno de enemigos -supo de inmediato que su interlocutor realmente creía en las palabras que acababa de pronunciar.

- Para mi este mundo está lleno de enemigos –musitó el joven elfo, mirando a los humanos que transitaban a su alrededor. Por un momento dudó si contar a aquel desconocido, con el que había compartido una experiencia difícil de olvidar, las dudas que sembraban su mente. Pero al fin y al cabo había ido a Lunargenta buscando información. Miró a Nousis con atención. El otro elfo era mayor que él y parecía haber vivido muchas más guerras… quizás pudiese aportar algo a su búsqueda-  Hace poco llegó algo a mí una información que pone en entredicho hechos que daba por incuestionables, lealtades que eran indiscutibles. No sé cómo gestionarlo... y lo peor es que no encuentro nada que aporte uno solo ápice de luz a ello, ni para bien ni para mal. Tú... has tenido una vida más larga y excelsa... ¿te suena el nombre de Eithelen Inglorien? –Nousis frunció el ceño, volviendo la vista hacia él.

- Sí... Fue famoso entre nosotros. Llegaron noticias de su muerte contra los humanos incluso a nuestro apartado poblado. Mi clan sirve a los Neril, pero los OjosVerdes y los suyos siempre son bienvenidos. ¿Por qué te preocupa? Apenas serías un niño cuando aquello ocurrió. Yo mismo tenía unos sesenta años.

- Acababa de cumplir los 17... era mi padre -fue incapaz de articular palabra tras aquella sentencia. Hacía años que no pronunciaba esa frase en voz alta. Necesitó unos segundos para recomponerse antes de proseguir- Su muerte... Al parecer las cosas no fueron tal y como las cuentan. No lo sé, quizás solo fuese un rumor malintencionado o quizás mi Clan ha ensalzado demasiado su muerte a lo largo de estos años. ¿Qué contaron en vuestras tierras de su caída?

-¿Tu padre...? no había escuchado que hubiese tenido hijos –la extrañeza se reflejó en su rostro, algo que no era completamente ajeno para Tarek. Al parecer Eithelen se había ganado una reputación de castidad difícil de desmentir- Los rumores fueron que él y los suyos murieron al tratar de terminar con un poblado humano que daba problemas en la frontera a las aldeas de los nuestros. La sorpresa fue enorme. Morir contra milicias humanas. Aunque una saeta o una emboscada pueden resultar fatales para cualquier guerrero. ¿Qué te ha turbado sobre ello? ¿Qué has averiguado? ¿Es que alguno de los suyos sobrevivió al ataque?

- No estamos emparentados por sangre –aclaró al elfo mayor- Aunque creo que dejaré para otro momento el relato de mi desafortunada dicha con las figuras paternas -una triste sonrisa escapó de sus labios- Algunos regresaron aquel día, pero ninguno había estado en primera línea de batalla. No. -por una vez en su vida agradeció que las únicas figuras que lo rodeasen fuesen humanos y no sus propios congéneres - Dicen que algunos de los nuestros pudieron estar implicados. No sé quién y no sé si es cierto, pero de serlo... -se había preguntado a menudo que haría de ser aquella información real. No conocía la respuesta. Nousis le dirigió una acerada mirada.

- "¿Dicen...?" -su voz sonó peligrosa- ¿Dicen que elfos matan elfos? Tal vez no seamos perfectos, pero nunca creas a otros antes que a los tuyos. Sandorai se basa en la hermandad, en el apoyo de unos clanes a otros. Prestar oídos a extranjeros nos debilita, nos desune. Y si estamos divididos cuando vuelvan a atacarnos, que lo harán, que los dioses nos protejan Tarek, porque nosotros no podremos hacerlo –se detuvo un instante- Busca toda respuesta, pues la familia es la familia, la sangre todos la compartimos. Pero no te dejes engañar. Brujos, vampiros, buena parte de los humanos... Enemigos. Incluso dentro de nuestra especie hay contaminados. Confía en los tuyos, y si se hacen realidad esos temores, extermina a esas criaturas que dicen ser elfos. No hay peor crimen que traicionar a la raza.

Tarek guardó silencio por un momento, meditando las palabras del otro elfo. Tenía razón. No debía dudar de los suyos, ni aunque las acusaciones viniesen de boca de uno de sus congéneres. Debía buscar respuestas, como Nousis le recomendaba. No podía juzgar sin saber la verdad y solo la verdad le traería calma.

- Así lo haré. –sentenció finalmente- Buscaré respuestas y después juzgaré los hechos. Gracias por tus palabras -expresó su agradecimiento con toda la sinceridad que le fue posible- De verdad. -Quizás solo había necesitado escuchar aquellas palabras de otro elfo, alguien ajeno a su círculo habitual, donde el secretismo no era una práctica extraña y la lealtad se premiaba tanto como se castigaba la traición.

-Te irá bien –comentó finalmente un abstraído Nousis- Pareces tener las lealtades claras y eso facilita las cosas –su semblante cambió repentinamente, al tiempo que palidecía notablemente- Eithelen... había ocurrido en Wulwulfar ¿no es así? ¿Recuerdas el nombre del lugar?

- Si, fue por aquella zona, en un pequeño pueblecito. Nunca quisieron decirme cómo se llamaba, supongo que temían que me acercara a "saludar" -la reacción de Nousis no dejó de parecerle extraña- ¿Por qué lo preguntas? ¿Acaso recuerdas algo más?

-No es nada... –fue su misteriosa respuesta- Coincidencias. He de volver a casa. Cuanto antes dejemos ésta ciudad, mejor

En ese momento, uno de los guardas que había bajado a las cloacas surgió de entre las desvencijadas puertas de roble que daban paso a la guarida de Marielle, portando entre sus manos algo que blandía con aparente frenesí.

- Parece que han encontrado las órdenes de asesinato y el falso emblema de los Vouss, aquel del que nos habló Ryuu -¿Cuánto hacía de aquello? ¿Unas horas? ¿Días? Tras el tumulto de aquella tarde, le costaba discernir la cronología exacta de su estancia en Lunargenta. Sin duda no volvería a aquella urbe en una temporada.

La muchedumbre se había ido dispersando durante su conversación. Al parecer la ausencia de sangre restaba interés en la audiencia y los guardas parecían especialmente dispuestos a no airear demasiado los horrores observados bajo tierra.

- ¿Qué significa esto? ¿Qué hace esa bestia con el collar de mi hija? –la atronadora voz de quién parecía ser el señor Dumont se dejó escuchar entre las curiosas conversaciones de los pocos parroquianos que todavía permanecían en el lugar- ¡Exijo una explicación! ¿Dónde está Marielle?

- ¿Sabeis qué? Esto ya no es cosa mía –señaló Tarek apartándose de la pared, haciendo oídos sordos a las exigencias y amenazas que el adinerado humano lanzaba contra ellos. Al parecer la pequeña Marielle había tenido un buen ejemplo a seguir- Espero que nuestros caminos vuelvan a cruzarse. Que los dioses te sean propicios –se despidió, en élfico, de un Nousis, que parecía tan dispuesto como él a salir de allí cuanto antes; así como de Ryuu, al que la congoja pareció consumir tras transmitir en su ferviente relato a la guardia de la ciudad sobre los pormenores de sus catastróficas desdichas.

Era hora de volver a Sandorai.
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