Dos O.V.E.C. y un Veintitrés [Privado]
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Dos O.V.E.C. y un Veintitrés [Privado]
“Querido Diario:
Han pasado dos días desde... aquello. Sigo a las afueras de Lunargenta. Desde aquí se pueden ver las murallas de la ciudad, son muy bonitas cuando atardece y, entre sus portones, he visto pasar a decenas, quizás cientos, de personas cada día.
Parece que la plaga no ha causado tantos percances como creíamos en Beltrexus. O, al menos, en todo este tiempo han sabido salir adelante, pues también he visto varios mercaderes ir y venir con sus carretas y sus bolsillos bien llenos. Sigue habiendo mucha gente, ¡los humanos son mucho más resistentes de lo que creía! Seguramente uno de estos días me uniré a ellos, sólo que...
Aún no estoy preparada.”
Un profuso suspiro se mezcló con el tenue sonido del crepitar de las llamas, únicos murmullos que colmaban aquel claro del bosque. La fogata era pequeña y débil, tal como se sentía la jovencita que descansaba junto a ésta. Con la vista clavada sobre las hojas amarillentas de su cuaderno, tan inmóvil como los árboles que la rodeaban, internamente estaba batiéndose a duelo con sus emociones.
Tal como su tembloroso pulso acababa de narrar, ya dos días habían transcurrido desde su fatídico paso por aquel pueblo donde parte de su inocencia se había marchitado demasiado pronto. Y lo peor de todo era que no podía dejar de pensar en ello. Los elfos, el humo, aquella cabaña teñida de carmín, los gritos, los olores... El bosque parecía escupirle al rostro aquellos recuerdos donde fuera que mirase, atormentándola, acosándola en todo momento. Por las noches volvía a sentirse agarrotada por el miedo y, dado que era incapaz de conciliar el sueño, durante el día no hacía más que dormitar y mirar alrededor constatando con tanta frecuencia que ningún elfo la seguía, que comenzaba a rayar en la obsesión.
¿Y por qué no se movía de allí? La respuesta era tan simple como desalentadora: Le aterrorizaba la idea de volver a acercarse a lugares repletos de gente. Estando sola, aunque se aburría hasta el hartazgo, al menos no tenía a nadie cerca en quién desconfiar. Había perdido el rumbo, pues aquellas visiones que -según ella creía- le mostraban el camino que debía seguir, no habían hecho acto de presencia desde aquel traumático suceso. Sentía que carecía de ánimos para ponerse en marcha hacia algún lugar incierto. Lo mejor, intentaba convencerse, sería esperar hasta que los Dioses le indicasen por medio de sus visiones qué debía hacer a continuación.
-Mira el lado positivo... -Susurró para darse ánimos mientras cerraba el cuadernillo y lo metía en su mochila- Al menos has aprendido a hacer una fogata decente y tienes... comida. -Finalizó con tono asqueado, pues su mirada había ido a parar al pequeño montón de raíces que descansaba junto al fuego, prolijamente ordenadas unas sobre otras. No sabía cazar ni tenía el estómago para hacerlo; las raíces eran una opción más viable y nutritiva y, afortunadamente, gracias a sus libros de “Flora y Fauna del continente Aerandiano” -que recordaba casi de memoria- sabía qué plantas eran las mejores para ingerir. Sin embargo, estar lejos de morir de inanición no hacía que dejase de anhelar cada vez más la sabrosa comida de su amada nana. Y su cama. Y las comodidades de su antiguo hogar. Y... ¿A quién quería engañar? ¡Extrañaba absolutamente todo!
Presa de la angustia, alzó la mirada al cielo nocturno y caviló durante largo rato bajo el frío y lejano amparo de las estrellas. Y entonces, como si las palabras brotaran solas de su garganta, comenzó a tararear con un hilo de voz cierta canción de cuna que su nana le cantaba cuando, durante la noche, se veía aquejada por horribles pesadillas y premoniciones.
Aunque nada podía compararse con la real compañía de su amada cuidadora, el simple hecho de imaginársela cantando junto a ella le infundió una cierta carga de valor y optimismo. Acercó las manos al fuego, ligeramente menos angustiada, e inhaló el límpido aire nocturno con renovadas energías. Su voz fue poco a poco aumentando en intensidad y, después de días con los nervios crispados, fue finalmente capaz de dejar de lado sus preocupaciones durante todo el tiempo que duró la canción.
Han pasado dos días desde... aquello. Sigo a las afueras de Lunargenta. Desde aquí se pueden ver las murallas de la ciudad, son muy bonitas cuando atardece y, entre sus portones, he visto pasar a decenas, quizás cientos, de personas cada día.
Parece que la plaga no ha causado tantos percances como creíamos en Beltrexus. O, al menos, en todo este tiempo han sabido salir adelante, pues también he visto varios mercaderes ir y venir con sus carretas y sus bolsillos bien llenos. Sigue habiendo mucha gente, ¡los humanos son mucho más resistentes de lo que creía! Seguramente uno de estos días me uniré a ellos, sólo que...
Aún no estoy preparada.”
Un profuso suspiro se mezcló con el tenue sonido del crepitar de las llamas, únicos murmullos que colmaban aquel claro del bosque. La fogata era pequeña y débil, tal como se sentía la jovencita que descansaba junto a ésta. Con la vista clavada sobre las hojas amarillentas de su cuaderno, tan inmóvil como los árboles que la rodeaban, internamente estaba batiéndose a duelo con sus emociones.
Tal como su tembloroso pulso acababa de narrar, ya dos días habían transcurrido desde su fatídico paso por aquel pueblo donde parte de su inocencia se había marchitado demasiado pronto. Y lo peor de todo era que no podía dejar de pensar en ello. Los elfos, el humo, aquella cabaña teñida de carmín, los gritos, los olores... El bosque parecía escupirle al rostro aquellos recuerdos donde fuera que mirase, atormentándola, acosándola en todo momento. Por las noches volvía a sentirse agarrotada por el miedo y, dado que era incapaz de conciliar el sueño, durante el día no hacía más que dormitar y mirar alrededor constatando con tanta frecuencia que ningún elfo la seguía, que comenzaba a rayar en la obsesión.
¿Y por qué no se movía de allí? La respuesta era tan simple como desalentadora: Le aterrorizaba la idea de volver a acercarse a lugares repletos de gente. Estando sola, aunque se aburría hasta el hartazgo, al menos no tenía a nadie cerca en quién desconfiar. Había perdido el rumbo, pues aquellas visiones que -según ella creía- le mostraban el camino que debía seguir, no habían hecho acto de presencia desde aquel traumático suceso. Sentía que carecía de ánimos para ponerse en marcha hacia algún lugar incierto. Lo mejor, intentaba convencerse, sería esperar hasta que los Dioses le indicasen por medio de sus visiones qué debía hacer a continuación.
-Mira el lado positivo... -Susurró para darse ánimos mientras cerraba el cuadernillo y lo metía en su mochila- Al menos has aprendido a hacer una fogata decente y tienes... comida. -Finalizó con tono asqueado, pues su mirada había ido a parar al pequeño montón de raíces que descansaba junto al fuego, prolijamente ordenadas unas sobre otras. No sabía cazar ni tenía el estómago para hacerlo; las raíces eran una opción más viable y nutritiva y, afortunadamente, gracias a sus libros de “Flora y Fauna del continente Aerandiano” -que recordaba casi de memoria- sabía qué plantas eran las mejores para ingerir. Sin embargo, estar lejos de morir de inanición no hacía que dejase de anhelar cada vez más la sabrosa comida de su amada nana. Y su cama. Y las comodidades de su antiguo hogar. Y... ¿A quién quería engañar? ¡Extrañaba absolutamente todo!
Presa de la angustia, alzó la mirada al cielo nocturno y caviló durante largo rato bajo el frío y lejano amparo de las estrellas. Y entonces, como si las palabras brotaran solas de su garganta, comenzó a tararear con un hilo de voz cierta canción de cuna que su nana le cantaba cuando, durante la noche, se veía aquejada por horribles pesadillas y premoniciones.
Aunque nada podía compararse con la real compañía de su amada cuidadora, el simple hecho de imaginársela cantando junto a ella le infundió una cierta carga de valor y optimismo. Acercó las manos al fuego, ligeramente menos angustiada, e inhaló el límpido aire nocturno con renovadas energías. Su voz fue poco a poco aumentando en intensidad y, después de días con los nervios crispados, fue finalmente capaz de dejar de lado sus preocupaciones durante todo el tiempo que duró la canción.
Eyre
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Re: Dos O.V.E.C. y un Veintitrés [Privado]
En ningún sitio era tan marcada la diferencia entre el día y la noche como en las afueras de Lunargenta. Pese a los recientes desastres, aún frescos en las mentes de todos sus residentes, la capital seguía siendo el corazón comercial de la península. Desde temprana hora cada mañana un ejército de mercaderes, campesinos, guardias y viajeros transitaba por las arterias que bombeaban vida a la ciudad desde los campos y otras urbes.
Gwynn había pasado buena parte de aquella tarde recorriendo los los provisorios e improvisados campamentos y ferias organizadas alrededor de la ciudad. Había visto un hombre que podía controlar a los animales, incluido un oso venerable y desdentado al que hacía bailar al ritmo de su tambor. Había visto familias escapando de la ruina, y otras recién llegadas en busca de oportunidades. Había visto, para su deleite, pequeños mercados con productos provenientes de todos los rincones de Aerandir. Aceites, ungüentos, amuletos, especias, pieles y ropas de lana, lino y otras fibras naturales que se sentían suaves al tacto como la piel de un bebé.
Ahora, caída la noche, no había rastro de la actividad frenética del día. Algunos campamentos permanecían, sus fogatas invitando a los rezagados y aquellos que llegaban demasiado tarde para buscar lugar dentro de la ciudad, pero aún esta gente, bulliciosa y activa horas atrás, ahora se limitaba a susurros y conversaciones quedas. Durante la noche reinaban las criaturas del bosque y los monstruos de la mente humana. El pequeño licántropo, aburrido, decidió unirse a ellos.
Sus pasos le llevaron al bosque que abrazaba Lunargenta y los aromas frescos de la tierra, el musgo y los árboles le recibieron con una intensidad embriagante tras horas sumergido en los hedores residuales de la ciudad humana. El muchacho correteó sin rumbo tocando la corteza suave de un abedul y saltando sobre un arándano tan alto como sus piernas le permitieron. Este era su hogar. Las piedras, los troncos, las ramas. Cada elemento era un rostro familiar.
Un ligero escalofrío recorrió su cuerpo. Quería sentir el bosque en su forma de lobo. Habían pasado ya días y podía sentir esa desagradable ansiedad que le invadía cuando no cambiaba de piel por mucho tiempo, como la inquietud creciente que se siente al estar demasiado tiempo sentado. Sabía que era un riesgo caminar en cuatro patas tan cerca de la ciudad, pero tendría cuidado. Sólo sería algunas horas…
Un sonido capturó su atención y se acuclilló instintivamente buscando la fuente. Allí. Entre los árboles. El resplandor cálido de una fugata tililaba a la distancia y Gwynn se acercó con el sigilo que su corta vida en el bosque le había dotado.
La voz que había oído era ahora clara y segura, dulce, suave, femenina. El muchacho continuó avanzando hasta ver a la chica sentada junto a la fogata, sus ojos azules perdidos en el cielo nocturno mientras cantaba. Gwynn la observó fascinado y, sin quere interrumpir la canción, se sentó con sigilo lupino frente a ella al otro lado del fuego cruzando las piernas.
La canción continuó algunos momentos para finalmente acabar tal como había empezado, en un susurro que fue tragado por el crepitar de las llamas. El muchacho dejó el silencio inundar el claro unos instantes antes de destrozarlo con entusiastas aplausos.
“¡Eso ha estado muy bien!” dijo dedicándole una sonrisa amplia a la chica. “Me gusta tu voz. ¿Vives aquí?”
El hedor de velas de sebo baratas junto al penetrante vaho etílico hicieron que la joven arrugara la nariz con un mohín exasperado. ¿La puta bodega subterránea? ¿Acaso era esta la idea de Aelfred de un discreto salón de reuniones? Katja sacudió la cabeza pensando en cuántos aeros le había arrojado a la cara al jodido tabernero durante estos años. Quizás no recientemente, era verdad, pero la suya era una relación profesional, establecida; una que merecía un mínimo de respeto.
“¿Cuánto tiempo esperaremos, Katja?” gruñó Sven apoyando su abultada musculatura contra una barrica de roble. “Este lugar huele como la peor de mis resacas.”
El comentario arrancó un breve coro de risas desganadas por parte del resto y Katja fulminó al hombretón con la mirada. Conocía al calvo gigante desde hacía años, y no querría a nadie más cuidando su espalda durante un trabajo, pero… ¡Dioses! Cómo odiaba la manera petulante de acariciar su hirsuta barba rubia observándole con descarada y presuntuosa camaradería, como si tuviese la más mínima puta idea de qué hacían allí ahogándose en el tufo rancio de la bodega de El Jabalí Seductor.
La mujer no tuvo que responder. La puerta de la bodega se abrió con una suavidad innecesaria y un hombre de baja estatura y oscuro cabello ralo ingresó acercándose al grupo con pasos estudiados. Friedhelm. Katjia tensó la mandíbula para evitar que su rostro la traicionase, exteriorizando parte del desprecio que sentía por esa basura humana. El hombre le dedicó una sonrisa amplia que contrastaba con la neutralidad predatoria de sus pequeños ojos negros.
“¿Qué coño hace él aquí?” preguntó Sven irguiéndose en su sitio.
“Mi trabajo, naturalmente,” respondió Friedhelm con esa voz de seda que no fallaba en provocar en Katja un impulso casi incontrolable de estrangularle.
“Fried nos asistirá en este trabajo. Nuestro trabajo,” dijo la mujer alzando la voz para señalar que era momento de callar y escuchar. Sus dedos juguetearon con la empuñadura de la daga junto a su muslo. “Es una misión sencilla. Encontrar cierta mercancía perdida, asegurarla y devolverla a nuestro cliente. Absoluta discreción. Sin testigos.”
“¿Mercancía? ¿Debemos robar algo?” preguntó Sven lanzando un bufido. Con un movimiento brusco de su cabeza señaló a Friedhelm sin mirarle. “¿Para qué necesitamos entonces a este jodido enfermo?”
“Porque este producto no quiere ser hallado. Nuestro objetivo es un biocibernético.”
Gwynn había pasado buena parte de aquella tarde recorriendo los los provisorios e improvisados campamentos y ferias organizadas alrededor de la ciudad. Había visto un hombre que podía controlar a los animales, incluido un oso venerable y desdentado al que hacía bailar al ritmo de su tambor. Había visto familias escapando de la ruina, y otras recién llegadas en busca de oportunidades. Había visto, para su deleite, pequeños mercados con productos provenientes de todos los rincones de Aerandir. Aceites, ungüentos, amuletos, especias, pieles y ropas de lana, lino y otras fibras naturales que se sentían suaves al tacto como la piel de un bebé.
Ahora, caída la noche, no había rastro de la actividad frenética del día. Algunos campamentos permanecían, sus fogatas invitando a los rezagados y aquellos que llegaban demasiado tarde para buscar lugar dentro de la ciudad, pero aún esta gente, bulliciosa y activa horas atrás, ahora se limitaba a susurros y conversaciones quedas. Durante la noche reinaban las criaturas del bosque y los monstruos de la mente humana. El pequeño licántropo, aburrido, decidió unirse a ellos.
Sus pasos le llevaron al bosque que abrazaba Lunargenta y los aromas frescos de la tierra, el musgo y los árboles le recibieron con una intensidad embriagante tras horas sumergido en los hedores residuales de la ciudad humana. El muchacho correteó sin rumbo tocando la corteza suave de un abedul y saltando sobre un arándano tan alto como sus piernas le permitieron. Este era su hogar. Las piedras, los troncos, las ramas. Cada elemento era un rostro familiar.
Un ligero escalofrío recorrió su cuerpo. Quería sentir el bosque en su forma de lobo. Habían pasado ya días y podía sentir esa desagradable ansiedad que le invadía cuando no cambiaba de piel por mucho tiempo, como la inquietud creciente que se siente al estar demasiado tiempo sentado. Sabía que era un riesgo caminar en cuatro patas tan cerca de la ciudad, pero tendría cuidado. Sólo sería algunas horas…
Un sonido capturó su atención y se acuclilló instintivamente buscando la fuente. Allí. Entre los árboles. El resplandor cálido de una fugata tililaba a la distancia y Gwynn se acercó con el sigilo que su corta vida en el bosque le había dotado.
La voz que había oído era ahora clara y segura, dulce, suave, femenina. El muchacho continuó avanzando hasta ver a la chica sentada junto a la fogata, sus ojos azules perdidos en el cielo nocturno mientras cantaba. Gwynn la observó fascinado y, sin quere interrumpir la canción, se sentó con sigilo lupino frente a ella al otro lado del fuego cruzando las piernas.
La canción continuó algunos momentos para finalmente acabar tal como había empezado, en un susurro que fue tragado por el crepitar de las llamas. El muchacho dejó el silencio inundar el claro unos instantes antes de destrozarlo con entusiastas aplausos.
“¡Eso ha estado muy bien!” dijo dedicándole una sonrisa amplia a la chica. “Me gusta tu voz. ¿Vives aquí?”
~~o~~
El hedor de velas de sebo baratas junto al penetrante vaho etílico hicieron que la joven arrugara la nariz con un mohín exasperado. ¿La puta bodega subterránea? ¿Acaso era esta la idea de Aelfred de un discreto salón de reuniones? Katja sacudió la cabeza pensando en cuántos aeros le había arrojado a la cara al jodido tabernero durante estos años. Quizás no recientemente, era verdad, pero la suya era una relación profesional, establecida; una que merecía un mínimo de respeto.
“¿Cuánto tiempo esperaremos, Katja?” gruñó Sven apoyando su abultada musculatura contra una barrica de roble. “Este lugar huele como la peor de mis resacas.”
El comentario arrancó un breve coro de risas desganadas por parte del resto y Katja fulminó al hombretón con la mirada. Conocía al calvo gigante desde hacía años, y no querría a nadie más cuidando su espalda durante un trabajo, pero… ¡Dioses! Cómo odiaba la manera petulante de acariciar su hirsuta barba rubia observándole con descarada y presuntuosa camaradería, como si tuviese la más mínima puta idea de qué hacían allí ahogándose en el tufo rancio de la bodega de El Jabalí Seductor.
La mujer no tuvo que responder. La puerta de la bodega se abrió con una suavidad innecesaria y un hombre de baja estatura y oscuro cabello ralo ingresó acercándose al grupo con pasos estudiados. Friedhelm. Katjia tensó la mandíbula para evitar que su rostro la traicionase, exteriorizando parte del desprecio que sentía por esa basura humana. El hombre le dedicó una sonrisa amplia que contrastaba con la neutralidad predatoria de sus pequeños ojos negros.
“¿Qué coño hace él aquí?” preguntó Sven irguiéndose en su sitio.
“Mi trabajo, naturalmente,” respondió Friedhelm con esa voz de seda que no fallaba en provocar en Katja un impulso casi incontrolable de estrangularle.
“Fried nos asistirá en este trabajo. Nuestro trabajo,” dijo la mujer alzando la voz para señalar que era momento de callar y escuchar. Sus dedos juguetearon con la empuñadura de la daga junto a su muslo. “Es una misión sencilla. Encontrar cierta mercancía perdida, asegurarla y devolverla a nuestro cliente. Absoluta discreción. Sin testigos.”
“¿Mercancía? ¿Debemos robar algo?” preguntó Sven lanzando un bufido. Con un movimiento brusco de su cabeza señaló a Friedhelm sin mirarle. “¿Para qué necesitamos entonces a este jodido enfermo?”
“Porque este producto no quiere ser hallado. Nuestro objetivo es un biocibernético.”
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Re: Dos O.V.E.C. y un Veintitrés [Privado]
Luego de que la última palabra quedase vibrando en el aire, Eyre permaneció observando al cielo durante largos segundos, apaciguada por el sonido de su propia voz y por la evocación del recuerdo protector de su nana. Por fin, tras varios días, fue capaz de esbozar una leve sonrisa. Y pensar que de haber estado acompañada por alguien más jamás se hubiese atrevido a cantar. Menos mal que estaba so...
-¡Eso ha estado muy bien!
La exclamación, acompañada por fuertes aplausos, tomaron tan por sorpresa a Eyre que en medio segundo la joven ya se encontraba de pie, bastón en mano, observando al niño con ojos desorbitados. Su piel exhibía una lividez preocupante y su pecho subía y bajaba con rapidez, delatando su agitada respiración. Tan anonadada estaba que ni siquiera atinó a golpearlo.
-¿¡De d-dó-do-dónde has salido!? -Increpó, señalándolo con la temblorosa punta del bastón antes de dar uno, dos, tres pasos atrás, para asegurarse de que una buena distancia la separase de ese... ese... ¿pequeño y lindo niño? Pestañeó un par de veces, se pasó el dorso de la mano libre por los ojos y miró hacia ambos lados antes de volver su atención al otro. Era un niño. Un niño solo en medio del bosque. ¿Qué hacía allí? ¡No tenía sentido! Aunque, bueno, ella también era una niña sola en medio del bosque, pero... ¡Era distinto!
Con el correr de los segundos, la joven bruja se instó a retomar la calma para observar mejor al chiquillo que tan bellamente era iluminado por el fulgor de las llamas. Con ese pequeño cuerpecito no se veía muy amenazante, a decir verdad, y viendo esos ojos tan azules como los propios y esos mofletes bañados en pecas, cruzó por su mente el fugaz pensamiento de que se parecían bastante; de haber tenido un hermano menor, probablemente se habría visto como ese niño.
Tragó saliva y bajó el bastón con cautela. De haber querido hacerle daño no se hubiese presentado de una manera tan obvia, ¿verdad? Incluso le había aplaudido y hecho algunas preguntas. ¡Oh, cierto! El rubor se apoderó de sus mejillas al percatarse de que había estado observando al niño durante largos segundos sin decirle nada. Probablemente no sólo le había incomodado, sino que debía de estar pensando que era una rara o una loca. Carraspeó y, no sin nerviosismo, se dignó a decir en voz baja:
-Gracias... creo. Perdona que te gritase, pero... me has asustado mucho. ¡No deberías aparecerte de la nada frente a las personas! ¡Es de mala educación! -Le regañó; después de todo, Eyre no era Eyre si no le decía a los demás cómo tenían que hacer las cosas- No... no soy de aquí. ¿Y tú? ¿Dónde están tus padres? ¿Vienes solo?
Poco a poco, con movimientos lentos y cuidadosos, retomó su asiento junto a la fogata, sin despegar ni por un segundo la vista de su inesperado acompañante salvo para otear a los alrededores. Aunque el crío por sí solo se veía inofensivo, si algo había aprendido era que hasta la más insospechada persona podía terminar siendo... un verdadero monstruo.
__________________________
Ubicación:
1 kilómetro 457 metros de Lunargenta. 458 metros. 459 metros...
Bosque colindante. Caminos de mercaderes.
Coordenadas a seguir:
[NO SE HAN INTRODUCIDO COORDENADAS]
Baterías: 89%
Quedan 70 horas de uso
Buscando daños en el sistema
…
Daño detectado
Función dialéctica afectada
…
Imposible reparar
-Imposible reparar... Imposible reparar... Imposible reparar...
Eyre
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Re: Dos O.V.E.C. y un Veintitrés [Privado]
El muchacho dio un respingo algo asustado por la reacción de la chica. Parte de él sabía que debería haber actuado con mayor cautela, pero en su mente había imaginado una escena muy diferente. Podía ser en parte el placer extático que le había producido el volver a un entorno familiar, pero al ver a la chica cantando al cielo nocturno no pudo dejar de pensar en su familia, en sus hermanos y hermanas. Gwynn observó los ojos azules y el rostro salpicado de pecas. Por un momento había estado de regreso en el Bosque.
“Yo, um, he salido… ¿de allí?” murmuró apuntando un dedo hacia la espesura. No entendía realmente la pregunta. Todas las direcciones eran más o menos iguales. La chica retrocedió un par de pasos y Gwynn le ofreció una pequeña sonrisa a modo de disculpas, ligeramente cohibido por la intensidad con la que era observado. ¿Acaso tengo algo encima? Pensó bajando la mirada hacia la sencilla túnica verde ceñida a su cintura con un cordón de lino. Sus dedos exploraron el material como si lo hubiese visto por primera vez. Junto a sus sandalias de cuero era todo el vestido que llevaba encima.
Cuando elevó la mirada los ojos de la chica se habían suavizado y un leve sonrojo cubría sus mejillas. Gwynn ladeó la cabeza ligeramente.
“Oh, ¡lo siento! No quería asustarte. Sólo quería… no quería interrumpir, para oírte cantar,” ofreció frunciendo el ceño con genuino pesar. No sabía exactamente qué había querido decir la chica con aquello de ‘mala educación’, pero el tono de su voz era todo lo que necesitaba para entender que había hecho algo malo. Quizás anunciar la propia presencia a desconocidos era costumbre en las tierras humanas. Después de todo su percatación respecto a su entorno en espacios silvestres solía ser bastante mediocre.
“Yo tampoco soy de aquí. Mi padres están allá, pero lejos,” dijo señalando con el índice los árboles hacia el norte. “Y estoy solo,” añadió con el orgullo de quien declara haber vencido las bestias más terribles, o conquistado los picos más altos. Por supuesto eso era mentira. Su hermana estaba en la ciudad con él, pero demasiado ocupada como para vigilarle todo el tiempo. Un detalle menor. Por ahora podría pretender ser Gwynn, el Explorador Indomable.
La chica se sentó nuevamente algo más tranquila, aún mirándole con mal disimulada desconfianza. Sus ojos azules exploraban los alrededores constantemente sin saber qué buscar. No conoce el bosque, pensó el muchacho formulando en su mente mil preguntas. Lentamente y procurando hacer cada movimiento evidente y claro gateó hacia la chica de una manera que para él era poco amenazante y amigable, pero que podría haber parecido extraña a cualquier persona que no hubiese visto el mundo a través de los ojos de un lobo. A escasos pies de distancia se detuvo y se sentó nuevamente cruzando las piernas.
“Mi nombre es Gwynn. No te preocupes, conozco muy bien el bosque. Nadie se acercará sin que lo note,” dijo señalando su propio pecho con el índice. Era una exageración, sin duda. Es su piel humana era incapaz de detectar el acecho de muchas criaturas, pero tan cerca de la ciudad no había nada que temer, ¿no? Seguro la luz y el ruido ahuentaría a la mayoría.
“¿Estás bien? ¿Estás perdida? Es extraño que en...” dijo interrumpiendo sus palabras abruptamente. Sus ojos exploraron la distancia a su izquierda. Podía oírlo muy tenuemente. Un tintineo metálico y el susurro de una voz quebrada e inhumana. El muchacho alzó una mano para silenciar a la joven. Tras unos momentos pudo ver en la penumbra la silueta de una criatura que jamás había visto. Un monstruo de piel brillante y facciones imposiblemente angulares.
“¡Rápido! ¡Escóndete!” siseó con vehemencia antes de arrojarse sobre la chica empujándola hacia los arbustos cercanos.
“Yo, um, he salido… ¿de allí?” murmuró apuntando un dedo hacia la espesura. No entendía realmente la pregunta. Todas las direcciones eran más o menos iguales. La chica retrocedió un par de pasos y Gwynn le ofreció una pequeña sonrisa a modo de disculpas, ligeramente cohibido por la intensidad con la que era observado. ¿Acaso tengo algo encima? Pensó bajando la mirada hacia la sencilla túnica verde ceñida a su cintura con un cordón de lino. Sus dedos exploraron el material como si lo hubiese visto por primera vez. Junto a sus sandalias de cuero era todo el vestido que llevaba encima.
Cuando elevó la mirada los ojos de la chica se habían suavizado y un leve sonrojo cubría sus mejillas. Gwynn ladeó la cabeza ligeramente.
“Oh, ¡lo siento! No quería asustarte. Sólo quería… no quería interrumpir, para oírte cantar,” ofreció frunciendo el ceño con genuino pesar. No sabía exactamente qué había querido decir la chica con aquello de ‘mala educación’, pero el tono de su voz era todo lo que necesitaba para entender que había hecho algo malo. Quizás anunciar la propia presencia a desconocidos era costumbre en las tierras humanas. Después de todo su percatación respecto a su entorno en espacios silvestres solía ser bastante mediocre.
“Yo tampoco soy de aquí. Mi padres están allá, pero lejos,” dijo señalando con el índice los árboles hacia el norte. “Y estoy solo,” añadió con el orgullo de quien declara haber vencido las bestias más terribles, o conquistado los picos más altos. Por supuesto eso era mentira. Su hermana estaba en la ciudad con él, pero demasiado ocupada como para vigilarle todo el tiempo. Un detalle menor. Por ahora podría pretender ser Gwynn, el Explorador Indomable.
La chica se sentó nuevamente algo más tranquila, aún mirándole con mal disimulada desconfianza. Sus ojos azules exploraban los alrededores constantemente sin saber qué buscar. No conoce el bosque, pensó el muchacho formulando en su mente mil preguntas. Lentamente y procurando hacer cada movimiento evidente y claro gateó hacia la chica de una manera que para él era poco amenazante y amigable, pero que podría haber parecido extraña a cualquier persona que no hubiese visto el mundo a través de los ojos de un lobo. A escasos pies de distancia se detuvo y se sentó nuevamente cruzando las piernas.
“Mi nombre es Gwynn. No te preocupes, conozco muy bien el bosque. Nadie se acercará sin que lo note,” dijo señalando su propio pecho con el índice. Era una exageración, sin duda. Es su piel humana era incapaz de detectar el acecho de muchas criaturas, pero tan cerca de la ciudad no había nada que temer, ¿no? Seguro la luz y el ruido ahuentaría a la mayoría.
“¿Estás bien? ¿Estás perdida? Es extraño que en...” dijo interrumpiendo sus palabras abruptamente. Sus ojos exploraron la distancia a su izquierda. Podía oírlo muy tenuemente. Un tintineo metálico y el susurro de una voz quebrada e inhumana. El muchacho alzó una mano para silenciar a la joven. Tras unos momentos pudo ver en la penumbra la silueta de una criatura que jamás había visto. Un monstruo de piel brillante y facciones imposiblemente angulares.
“¡Rápido! ¡Escóndete!” siseó con vehemencia antes de arrojarse sobre la chica empujándola hacia los arbustos cercanos.
Gwynn
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Re: Dos O.V.E.C. y un Veintitrés [Privado]
Tiempo atrás, en sus épocas como asidua alumna del Hekshold, la joven bruja se había acostumbrado a tratar con niños malcriados y presumidos con quienes jamás lograba congeniar, pues era usual que se burlasen de ella no sólo por ser incapaz de dominar algún elemento tangible, sino también por los rumores de que los Dioses habían maldecido a su familia por los errores de su madre. Al ser hija única nunca tuvo la oportunidad de interactuar con chicos menores a ella, de quienes pensaba que eran inmaduros y odiosos. Sin embargo, quien se encontraba frente a ella no parecía encajar con ninguno de estos adjetivos. Eyre escuchó atentamente las palabras del niño, analizándolo, midiéndolo, intentando encontrar en él, sin mucho éxito, un ápice de maldad. Esos ojos solamente reflejaban la más pura inocencia y, a juzgar por su entrañable manera de hablar, no era más que un chiquillo sin segundas intenciones que había terminado allí por simple obra del destino.
La joven siguió con la mirada la dirección en que el pequeño apuntaba, aunque no fue capaz de ver más allá del denso límite de arbustos que cercaba el claro.
-¿No es peligroso que estés aquí solo? -Inquirió casi en un murmullo, con una mezcla de escepticismo y admiración. El chiquillo se veía sano, fuerte y animado, todo lo contrario a ella, cuyo vestido ahora era más bien un trapo deshilachado que apenas cumplía la función de aislar del frío a su piel cubierta de rasguños y moretones. Y es que, pese a que ya llevaba varias semanas lejos de casa, aún no conseguía acostumbrarse a la dura vida a la intemperie.
Para cuando regresó la mirada hacia su acompañante, éste volvía a moverse con inquietante sigilo para acercársele un poco más. Sin lograr disimular su nerviosismo, la joven se reacomodó en su lugar sintiendo cómo todos sus músculos se tensaban preparándose para la huida. ¿Eran así de extraños todos los niños humanos? Estando tan cerca de la urbe por excelencia de los hijos de Odín, ni se le pasaba por la cabeza que pudiese estar interactuando con una cría de otra especie.
“Gwynn”, decía llamarse. Jamás había oído un nombre como aquel. “Le queda bien”, pensó con renovada calma. Se dispuso a abrir la boca, dado que sería descortés omitir su propia presentación, pero el niño comenzó una nueva frase que súbitamente ahogó en su garganta. Eyre siguió su mirada, otra vez incapaz de ver nada más allá de lo que el fuego alcanzaba a iluminar, pero su corazón dio un vuelco cuando el traqueteo de las plantas anunció la llegada de un ser que no estaba molestándose en esquivarlas, sino que directamente las apartaba con el paso de su propio cuerpo.
De pronto el mundo se le volteó patas arriba en una vertiginosa caída. Para cuando se dio cuenta estaba tumbada entre los arbustos, con ramitas que se le enganchaban en el cabello e insectos que no podía ver, pero cuya presencia intuía y temía profundamente. Pero más temor sintió cuando pudo entender la razón por la cual habían terminado allí: Gwynn acababa de ser más rápido y prudente que ella, atinando a esconderse ante la llegada de un extraño.
Tragó saliva y le aseguró al niño que haría silencio con el simple ademán de llevarse el dedo índice a los labios. Se incorporó con esfuerzo, mucho menos sigilosa que su compañero, y observó con horror que tanto su bastón como su mochila seguían en el claro. Pero todo espanto fue arrollado por la más profunda estupefacción cuando su mirada subió hasta dar con el “intruso” que acababa de acceder al claro a través de la maleza.
-¡Es un biocibernético! -Exclamó en un susurro.
-Imposible reparar... Imposible reparar... Imp... -La voz artificial se detuvo abruptamente cuando sus ojos, o más bien los dos faros luminosos que cumplían la función de éstos, dieron con la fogata y la mochila. La criatura, si se le podía llamar así, levantó ésta última de un asa y la analizó con fijeza, murmurando palabras inconexas y entrecortadas con cierto tinte de esfuerzo.
-Registrando rastros... Actividad reciente... Actividad... Actividad...
Los dedos metálicos la abrieron fácilmente para comenzar a hurgar su interior. Eyre observaba boquiabierta cómo sacaba sus cosas y las descartaba lanzándolas a un lado: Una bolsita de aeros, pequeños racimos de hierbas variadas, el cuchillo de su padre... Los ojos color cielo de la muchacha ya no podían estar más abiertos para cuando el biocibernético extrajo su diario personal y tuvo la desfachatez de atreverse a abrirlo.
-¡No, no! ¡Mi dia-...!
De pronto, sin previo aviso, la jovencita detuvo sus palabras y sus movimientos, quedándose a medio camino de incorporarse. Su mirada, antes profunda y brillante, ahora observaba estática hacia un punto indeterminado del suelo y sus labios boquearon palabras que nunca llegaron a sonar.
De ser tocada por alguien, no reaccionaría. Frente a la mirada de Eyre ya no había arbustos, ni fogatas, ni extraños hombres de metal. Ahora presenciaba una de esas escenas fugaces y fuera de contexto que solían presentársele en los más inoportunos momentos, un trance del cual no saldría hasta que viese todo lo que tenía que ver:
Lo primero que vio fue la luna, que brillaba ahora en el cenit iluminando el bosque con sus rayos plateados, permitiendo que incluso ella pudiera distinguir el contorno de las plantas y los serpenteantes senderos. De repente oyó gritos y un traqueteo a sus espaldas y la escena llegó a su final a un ritmo vertiginoso; todo terminó cuando posó su mirada sobre Gwynn. Estaba trepando un árbol con un gesto de preocupación patente en el rostro, pero eso no era lo más extraño. Lo que le llamó la atención, fue que el niño estaba usando el vestido que ella misma llevaba puesto en el momento de conocerse.
Bastó un pestañeo para regresar a la realidad. Para los demás no habían transcurrido más que unos cinco segundos. Olvidando por un momento en qué situación se encontraban, lo primero que hizo fue observar al pequeño para mascullar con tono de estupefacción:
-¡He tenido una visión sobre ti! Estabas... estabas usando mi vestido.
Pero no tendrían tiempo para discutir los detalles. En ese momento, sobre el arbusto tras el cual se ocultaban, emergió la metálica cabeza del biocibernético, quien acababa de localizarlos sin mayor dificultad.
-¡O.V.E.C. detectados, O.V.E.C. detectados, O.V.E.C. detectados!
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Eyre
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Re: Dos O.V.E.C. y un Veintitrés [Privado]
La criatura… no, el monstruo se acercó al improvisado campamento con movimientos torpes y mecánicos. Gwynn mantuvo sus manos sobre los hombros de la chica, como si la cercanía de ese contacto pudiese hacerles más pequeños, compactos, invisibles a la mirada antinatural del intruso.
“¿Biocibernético?” repitió sin ocultar su miedo. No era posible. Los biocibernéticos eran humanos con piezas de metal incrustadas en la piel, o con agujeros en la cabeza como Zöe. Lo que tenían delante asemejaba más bien una cocina humana poseída por un espíritu malvado, en especial esos ojos fulgurantes que parecían arrojar luz propia, como las diminutas ventanas de una forja.
La criatura comenzó a hurgar sin escrúpulos en las pertenencias de la joven, arrancando de esta una exclamación queda.
“¡Shh! ¡Te oirá!” cuchicheó Gwynn llevando una mano a la boca de la chica, pero no llegó a tocarla. Algo no estaba bien. La humana parecía congelada en el tiempo, ausente y perdida. El muchacho la zarandeó con gentileza. “¿Estás bien? ¿Qué sucede? Vamos, tenemos que alejarnos de...”
“¡He tenido una visión sobre ti! Estabas... estabas usando mi vestido.”
El muchacho se limitó a observarle con labios entreabiertos, parpadeando lentamente.
“¿Qué… de qué estás hablando?” preguntó tras un par de segundos tirando inmediatamente del brazo y el vestido de la chica. “¡Vamos, tenemos que..!”
La súplica murió en sus garganta. El susurro de las hojas a su costado fue mínima advertencia antes de que la grotesca cabeza metálica del monstruo emergiera de entre los arbustos. El pequeño licántropo emitió un chillido capaz de aturdir a una persona sorda mientras caía de espaldas al suelo con la elegancia de un jamón.
“¡No! ¡Aléjate!” gritó cogiendo una piedra y arrojándola con todas sus fuerzas contra el rostro inhumano. El impacto no fue suficiente si quiera para mover la criatura una pulgada, pero el fuerte tañido metálico que produjo pareció desconcertar a la criatura, la cual se irguió lentamente.
“Comportamiento no apropiado. Generando entrada en el registro. Error: ExcepciónArgumentoNulo. Advertencia: Registro de IDs no indexado...”
No había duda, se trataba realmente de una cocina poseída…
Presa del pánico Gwynn cometió una de las mayores imprudencias de un licántropo: Transformarse frente a un enemigo. La transición tardaba unos segundos y era esta ventana de tiempo el momento de máxima vulnerabilidad. Aún peor, en su atolondramiento olvidó por completo que aún vestía una túnica ceñida a la cintura por un cordel de lino. El resultado fue un espectáculo patético, un joven lobo revolcándose en el suelo desesperadamente para quitarse la prenda ofensora.
La frustración llegó a un límite cuando, una vez libre, pudo girarse para hacer frente al gólem gruñendo en posición de combate. Fue entonces cuando cayó en cuenta de un detalle vital: Sus garras y colmillos no le servirían de nada frente a la dura superficie metálica de la criatura. De hecho sólo había una opción verdaderamente sensata en ese momento. Escapar.
Con un movimiento brusco saltó junto a la joven mordiendo parte de su raído vestido y tirando de él en dirección opuesta al humanoide metálico. Sólo esperaba que la chica reaccionase a tiempo…
“¿Por qué la puerta Oeste? ¿No fue avistado cerca de la puerta Norte?”
Media docena de figuras encapuchadas navegaba la oscura arboleda con pasos cautelosos y mesurados. No llevaban luz alguna, ni tan sólo las discretas lámparas de aceite que rufianes y viajeros furtivos preferían durante la noche.
“Muy sencillo, Sven,” respondió la menuda figura a la cabeza del grupo, su voz cargada de petulante condescendencia que en la penumbra queda sonó como un latigazo. “Según los informantes el objetivo viajaba en línea recta, casi sumido en un trance. Tengo dos teorías. O bien nuestro pequeño biocibernético está en peores condiciones de las que imaginábamos, en cual caso interceptarle será sencillo, o bien planea abandonar Lunargenta esta noche, mas sabe que es perseguido. Asumo, en tal caso, que seguirá el punto medio entre el camino Norte y el camino Oeste, a través del bosque.”
El hombre se detuvo abruptamente acuclillándose con exagerada elegancia.
“¿Qué?” preguntó lacónicamente Katjia a sus espaldas.
“Huellas. Frescas, pequeñas. Un niño, probablemente. Interesante...” murmuró Friedhelm explorando con sus dedos la tierra húmeda frente a él. En la oscuridad la mueca consternada de Sven era invisible.
Tras un par de segundos de absoluto silencio un grito agudo sonó a la distancia. Los pequeños ojos negros del rastreador se iluminaron con una sonrisa predatoria.
“Ah, y nos conducirá directamente hacia nuestro objetivo, parece ser. Los dioses nos sonríen.”
“¿Biocibernético?” repitió sin ocultar su miedo. No era posible. Los biocibernéticos eran humanos con piezas de metal incrustadas en la piel, o con agujeros en la cabeza como Zöe. Lo que tenían delante asemejaba más bien una cocina humana poseída por un espíritu malvado, en especial esos ojos fulgurantes que parecían arrojar luz propia, como las diminutas ventanas de una forja.
La criatura comenzó a hurgar sin escrúpulos en las pertenencias de la joven, arrancando de esta una exclamación queda.
“¡Shh! ¡Te oirá!” cuchicheó Gwynn llevando una mano a la boca de la chica, pero no llegó a tocarla. Algo no estaba bien. La humana parecía congelada en el tiempo, ausente y perdida. El muchacho la zarandeó con gentileza. “¿Estás bien? ¿Qué sucede? Vamos, tenemos que alejarnos de...”
“¡He tenido una visión sobre ti! Estabas... estabas usando mi vestido.”
El muchacho se limitó a observarle con labios entreabiertos, parpadeando lentamente.
“¿Qué… de qué estás hablando?” preguntó tras un par de segundos tirando inmediatamente del brazo y el vestido de la chica. “¡Vamos, tenemos que..!”
La súplica murió en sus garganta. El susurro de las hojas a su costado fue mínima advertencia antes de que la grotesca cabeza metálica del monstruo emergiera de entre los arbustos. El pequeño licántropo emitió un chillido capaz de aturdir a una persona sorda mientras caía de espaldas al suelo con la elegancia de un jamón.
“¡No! ¡Aléjate!” gritó cogiendo una piedra y arrojándola con todas sus fuerzas contra el rostro inhumano. El impacto no fue suficiente si quiera para mover la criatura una pulgada, pero el fuerte tañido metálico que produjo pareció desconcertar a la criatura, la cual se irguió lentamente.
“Comportamiento no apropiado. Generando entrada en el registro. Error: ExcepciónArgumentoNulo. Advertencia: Registro de IDs no indexado...”
No había duda, se trataba realmente de una cocina poseída…
Presa del pánico Gwynn cometió una de las mayores imprudencias de un licántropo: Transformarse frente a un enemigo. La transición tardaba unos segundos y era esta ventana de tiempo el momento de máxima vulnerabilidad. Aún peor, en su atolondramiento olvidó por completo que aún vestía una túnica ceñida a la cintura por un cordel de lino. El resultado fue un espectáculo patético, un joven lobo revolcándose en el suelo desesperadamente para quitarse la prenda ofensora.
La frustración llegó a un límite cuando, una vez libre, pudo girarse para hacer frente al gólem gruñendo en posición de combate. Fue entonces cuando cayó en cuenta de un detalle vital: Sus garras y colmillos no le servirían de nada frente a la dura superficie metálica de la criatura. De hecho sólo había una opción verdaderamente sensata en ese momento. Escapar.
Con un movimiento brusco saltó junto a la joven mordiendo parte de su raído vestido y tirando de él en dirección opuesta al humanoide metálico. Sólo esperaba que la chica reaccionase a tiempo…
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“¿Por qué la puerta Oeste? ¿No fue avistado cerca de la puerta Norte?”
Media docena de figuras encapuchadas navegaba la oscura arboleda con pasos cautelosos y mesurados. No llevaban luz alguna, ni tan sólo las discretas lámparas de aceite que rufianes y viajeros furtivos preferían durante la noche.
“Muy sencillo, Sven,” respondió la menuda figura a la cabeza del grupo, su voz cargada de petulante condescendencia que en la penumbra queda sonó como un latigazo. “Según los informantes el objetivo viajaba en línea recta, casi sumido en un trance. Tengo dos teorías. O bien nuestro pequeño biocibernético está en peores condiciones de las que imaginábamos, en cual caso interceptarle será sencillo, o bien planea abandonar Lunargenta esta noche, mas sabe que es perseguido. Asumo, en tal caso, que seguirá el punto medio entre el camino Norte y el camino Oeste, a través del bosque.”
El hombre se detuvo abruptamente acuclillándose con exagerada elegancia.
“¿Qué?” preguntó lacónicamente Katjia a sus espaldas.
“Huellas. Frescas, pequeñas. Un niño, probablemente. Interesante...” murmuró Friedhelm explorando con sus dedos la tierra húmeda frente a él. En la oscuridad la mueca consternada de Sven era invisible.
Tras un par de segundos de absoluto silencio un grito agudo sonó a la distancia. Los pequeños ojos negros del rastreador se iluminaron con una sonrisa predatoria.
“Ah, y nos conducirá directamente hacia nuestro objetivo, parece ser. Los dioses nos sonríen.”
Gwynn
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Re: Dos O.V.E.C. y un Veintitrés [Privado]
A diferencia de Eyre, quien permanecía estática y boquiabierta frente al inmenso hombre metálico que los observaba con la misma fijeza, el niño Gwynn reaccionó con la misma prudencia de un conejo que se mete a dormir en una cueva habitada por zorros. Usando como proyectil una roca intentó sin éxito espantar al engendro. El sonido metálico hizo volar a los pajarillos que hasta entonces dormían tranquilamente en lo alto de las ramas y la joven bruja esperó lo peor: que el biocibernético entrase en cólera y devolviese el ataque con creces. No obstante, contra todo pronóstico, éste solo les dirigió una mirada perpleja mientras balbuceaba datos ininteligibles.
El ser no parecía violento y por un instante a la chica se le pasó por la cabeza que quizás, y solo quizás, su intención no era hacerles daño. Sin embargo este pensamiento pasó a un segundo plano cuando se percató de que, a su lado, el adorable niño de ojos grandes y nariz pecosa transmutaba para convertirse en un... ¿¡en un lobo!? ¡El primer licántropo que veía en su vida! Se sintió idiota por haber asumido desde un principio que había estado tratando con un joven humano, el peor y más torpe error que podía cometer tomando en cuenta que, pese a estar en territorio de éstos, a fin de cuentas se encontraban a escasos kilómetros de tierras lobunas. El ahora cachorro gruñía y se debatía con su propio vestuario. Tuvo la intención de ayudarlo pero pronto se echó atrás, temiendo ser mordida por él mientras metía mano para intentar liberarlo del cordel; mucho había leído sobre los de su especie, pero era la primera vez que trataba con uno y no sabía qué esperar.
La situación había tomado un tinte demasiado grotesco y las palabras se agolpaban en su boca sin conseguir salir. Quería tranquilizarse, tranquilizar al niño y someter a una observación más cuidadosa al recién llegado, pero el pánico en que se encontraba sumido su pequeño compañero tornaba imposible cualquier intento de actuar con raciocinio y, para qué mentir, resultaba contagioso. El biocibernético, por otro lado, bañaba al lobo con la fría luz de sus faros al acercarse para verlo con cada vez mayor fijeza, comportamiento que tampoco resultaba demasiado apaciguador.
-¡Aléjate! -Chilló al engendro antes de voltearse para dirigirse, tartamudeando, al crío- ¡Y t-tú cálmate!
Pero de nada sirvió su intervención. Gwynn saltó hacia ella y, arrancándole un grito, la tironeó del vestido para instarla a correr. La adrenalina y el temor la obligaron a seguirlo; que el biocibernético no se viera peligroso no significaba pudieran confiar en él y, quizás, lo más sensato era hacer caso al instinto del joven lobo. Así resolvió echarse a la carrera tras él, trastabillando entre las raíces y llorando internamente la pérdida de sus valiosos y escasos objetos personales.
El camino era sinuoso y Eyre no se caracterizaba por su gran agilidad. Sumado a eso que su vestido resultaba ser un imán para las ramas, pronto su huida se vio coartada por un montón de follaje que se negaba a dejarla ir, enredándose en su cabello y en la tela de sus ropajes. Pronto quedó varios metros por detrás del lobo y, temblorosa, se volteó poco a poco para constatar que a sus espaldas, emergiendo del claro donde habían estado momentos atrás, reaparecía el gigante metálico para dirigirse hacia ellos.
-¡AAAH! ¡AUXILIO! -¡Al diablo el beneficio de la duda! ¡Esa cosa estaba ensañada! ¡Quería agarrarlos! ¡Torturarlos! ¡Descuartizarlos! Con paso solemne se acercaba y no importaba cuánto tironease, más y más difícil resultaba escapar de su prisión natural. El ser estaba ya a medio metro cuando Eyre rompió en llanto, estirando los brazos hacia el lobo en busca de ayuda mientras internamente se abandonaba a la idea de que ese era su fin, su última comida había sido un montón de raíces inmundas y ni siquiera había tenido el gusto de darse un último baño antes de morir...
-O.V.E.C. Detectada. Escaneando. -Dos grandes y frías manos se asieron a su cintura y la alzaron en el aire como si no pesara más que una pluma. Fijó sus ojos empañados en lágrimas sobre la mirada fulgurante y blanquecina del otro y sorbió la nariz. ¿Qué sucedía? ¡No estaba matándola! De hecho, la sostenía con bastante delicadeza. Tras apartarla de las ramas, el ser la bajó en un sitio más despejado de maleza y le propinó una tosca palmada en la cabeza- ...Fin del escaneo.
-Tú no... -Eyre observó boquiabierta cómo el otro abría un pequeño compartimento en su abdomen y sacaba un paño junto a un pequeño frasco que, al ser abierto, emanó el aséptico e inconfundible aroma al alcohol. Humedeció con éste la tela y se inclinó para limpiarle un corte que acababa de hacerse en la mejilla con alguna de las tantas plantas espinosas que los rodeaban. Dolió, pero no era ni de cerca una agresión, más bien todo lo contrario.
-No se encuentran lesiones importantes. -Finalizó, guardando los objetos en su compartimento antes de dirigirse, esta vez, al joven lobo. Eyre entonces lo buscó con la mirada y extendió ambos brazos a sus costados para demostrarle que estaba intacta.
-¡No es peligroso, Gwynn! O, bueno... al menos no lo parece.
El ser no parecía violento y por un instante a la chica se le pasó por la cabeza que quizás, y solo quizás, su intención no era hacerles daño. Sin embargo este pensamiento pasó a un segundo plano cuando se percató de que, a su lado, el adorable niño de ojos grandes y nariz pecosa transmutaba para convertirse en un... ¿¡en un lobo!? ¡El primer licántropo que veía en su vida! Se sintió idiota por haber asumido desde un principio que había estado tratando con un joven humano, el peor y más torpe error que podía cometer tomando en cuenta que, pese a estar en territorio de éstos, a fin de cuentas se encontraban a escasos kilómetros de tierras lobunas. El ahora cachorro gruñía y se debatía con su propio vestuario. Tuvo la intención de ayudarlo pero pronto se echó atrás, temiendo ser mordida por él mientras metía mano para intentar liberarlo del cordel; mucho había leído sobre los de su especie, pero era la primera vez que trataba con uno y no sabía qué esperar.
La situación había tomado un tinte demasiado grotesco y las palabras se agolpaban en su boca sin conseguir salir. Quería tranquilizarse, tranquilizar al niño y someter a una observación más cuidadosa al recién llegado, pero el pánico en que se encontraba sumido su pequeño compañero tornaba imposible cualquier intento de actuar con raciocinio y, para qué mentir, resultaba contagioso. El biocibernético, por otro lado, bañaba al lobo con la fría luz de sus faros al acercarse para verlo con cada vez mayor fijeza, comportamiento que tampoco resultaba demasiado apaciguador.
-¡Aléjate! -Chilló al engendro antes de voltearse para dirigirse, tartamudeando, al crío- ¡Y t-tú cálmate!
Pero de nada sirvió su intervención. Gwynn saltó hacia ella y, arrancándole un grito, la tironeó del vestido para instarla a correr. La adrenalina y el temor la obligaron a seguirlo; que el biocibernético no se viera peligroso no significaba pudieran confiar en él y, quizás, lo más sensato era hacer caso al instinto del joven lobo. Así resolvió echarse a la carrera tras él, trastabillando entre las raíces y llorando internamente la pérdida de sus valiosos y escasos objetos personales.
El camino era sinuoso y Eyre no se caracterizaba por su gran agilidad. Sumado a eso que su vestido resultaba ser un imán para las ramas, pronto su huida se vio coartada por un montón de follaje que se negaba a dejarla ir, enredándose en su cabello y en la tela de sus ropajes. Pronto quedó varios metros por detrás del lobo y, temblorosa, se volteó poco a poco para constatar que a sus espaldas, emergiendo del claro donde habían estado momentos atrás, reaparecía el gigante metálico para dirigirse hacia ellos.
-¡AAAH! ¡AUXILIO! -¡Al diablo el beneficio de la duda! ¡Esa cosa estaba ensañada! ¡Quería agarrarlos! ¡Torturarlos! ¡Descuartizarlos! Con paso solemne se acercaba y no importaba cuánto tironease, más y más difícil resultaba escapar de su prisión natural. El ser estaba ya a medio metro cuando Eyre rompió en llanto, estirando los brazos hacia el lobo en busca de ayuda mientras internamente se abandonaba a la idea de que ese era su fin, su última comida había sido un montón de raíces inmundas y ni siquiera había tenido el gusto de darse un último baño antes de morir...
-O.V.E.C. Detectada. Escaneando. -Dos grandes y frías manos se asieron a su cintura y la alzaron en el aire como si no pesara más que una pluma. Fijó sus ojos empañados en lágrimas sobre la mirada fulgurante y blanquecina del otro y sorbió la nariz. ¿Qué sucedía? ¡No estaba matándola! De hecho, la sostenía con bastante delicadeza. Tras apartarla de las ramas, el ser la bajó en un sitio más despejado de maleza y le propinó una tosca palmada en la cabeza- ...Fin del escaneo.
-Tú no... -Eyre observó boquiabierta cómo el otro abría un pequeño compartimento en su abdomen y sacaba un paño junto a un pequeño frasco que, al ser abierto, emanó el aséptico e inconfundible aroma al alcohol. Humedeció con éste la tela y se inclinó para limpiarle un corte que acababa de hacerse en la mejilla con alguna de las tantas plantas espinosas que los rodeaban. Dolió, pero no era ni de cerca una agresión, más bien todo lo contrario.
-No se encuentran lesiones importantes. -Finalizó, guardando los objetos en su compartimento antes de dirigirse, esta vez, al joven lobo. Eyre entonces lo buscó con la mirada y extendió ambos brazos a sus costados para demostrarle que estaba intacta.
-¡No es peligroso, Gwynn! O, bueno... al menos no lo parece.
Eyre
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Re: Dos O.V.E.C. y un Veintitrés [Privado]
El lobo sacudió la cabeza bruscamente sin detener la carrera. En situaciones de peligro la confianza y seguridad de andar en cuatro patas era inigualable. El mundo parecía recuperar foco bajo sus sentido lupinos. Los estímulos eran claros, sus prioridades sencillas.
No fue hasta oír el grito de la humana que detuvo su marcha y se giró profiriendo un gruñido frustrado. Una parte de él quería seguir la huida y perderse entre la vegetación. Al fin y al cabo la chica no era uno de los suyos, ni de su manada ni de su especie, pero aquel era -irónicamente- su lado humano tratando de racionalizar su miedo y Gwynn sabía que era a su instinto al que debía obedecer.
El licántropo se giró a la carrera arrastrando las hojas húmedas con sus patas y echó a correr hacia la joven ladrando un gruñido de advertencia que más servía para infundir coraje en sí mismo que amedrentar a su adversario. La criatura metálica tenía sus manos ya sobre ella y un compartimiento en su cuerpo se abrió con sonido metálico. ¿Era aquella su boca? ¿Era eso lo que quería? ¿Devorarles?
El lobo se acercó con pasos furtivos y rápidos, ladrando un par de veces para captar la atención de la bestia. No era un sonido que utilizara a menudo con los suyos, pero uno al cual, había aprendido, los humanos respondían mejor… o al menos eso había deducido observando a los perros en la ciudad.
El olor pungente del alcohol le hizo sacudir la cabeza nuevamente. Odiaba ese líquida. Los humanos lo bebían por litros y les hacía actuar de manera estúpida y agresiva. Lanzó otro par de ladridos pero esta vez con menos fuerza. La criatura parecía tratar a la humana de una manera delicada, desconcertante.
Casi no registró lo que la chica le decía pero lo entendió igualmente. No había peligro. El extraño hombre metálico no quería hacerles daño, o al menos no de manera inmediata.
El lobo caminó rápidamente hasta la chica y frotó su cabeza contra su vestido con un gruñido que mutó en un quejido agudo. La joven parecía algo más magullada que antes, sus ropas imposiblemente raídas. Gwynn se irguió en dos patas apoyándose contra la chica para lamer las lágrimas en sus mejillas, pero se detuvo tras un par de lengüetazos recordando que se encontraban en tierras humanas y aquel gesto podría no ser bienvenido. En lugar de ello volvió al suelo y giró sobre su eje profiriendo un ladrido que más asemejaba un gruñido quejumbroso. Por un segundo había pensado en abandonarle, pensó sintiendo una oleada de culpa recorrer su cuerpo, ¿cómo podía disculparse?
El licántropo bufó frustrado. Detestaba la barrera que esta forma suponía. El lenguaje lupino era sencillo pero expresivo, y aún así imposible de interpretar para los humanos en su sutileza. Resignado tensó su cuerpo preparado para cambiar de piel nuevamente, al mismo tiempo que la suave brisa cambiaba de dirección. Entonces lo notó. No estaban solos.
Gwynn miró a la chica gruñendo suavemente antes de dirigir su hocico hacia el claro, olfateando sonora y exageradamente. Seguro la humana entendería aquello, ¿no? Repitió la acción un par de veces y bufó sacudiendo la cabeza. Debían marchar ahora mismo. En su forma lupina él podría guiarles en la oscuridad del bosque y mantenerles un paso adelante quien sea estuviese allí…
“Ah, disculpe, ¿señorita?” el lobo giró la cabeza incrédulo. A unas veinte yardas de allí un humano de cabello oscuro y sonrisa afable saludaba con el brazo extendido en el aire. “¿Qué hace una dama como usted aquí a estas horas? Veo que tiene compañía. Un biocibernético, ¿su sirvientes, quizás? En cualquier caso, este no es un lugar seguro. Tenemos un campamento cerca de aquí, ¡mercaderes! Nuestra líder, Katjia, estaría encantada de…“ Gwynn dio un par de pasos hasta situarse frente a la joven y la sonrisa del hombre murió súbitamente, reemplazada tras apenas un parpadeo en una mueca de considerada preocupación. Los ojos del lobo, sin embargo, habían podido percibir la máscara vacía que había debajo. “¿Está usted bien? Permítame, mi nombre es Friedhelm, un verdadero placer señorita…?”
El lobo retrocedió un par de pasos mirando a la chica de reojo. Algo no estaba bien. Había algo en este hombre, sin considerar la manera sigilosa en que se había aproximado, demasiado sigilosa para un humano y siguiendo la dirección del viento respecto a su grupo para evitar ser detectado. Este no era un mercader.
Gwynn gruñó un gimoteo dedicando un rápida mirada a la muchacha. ¡Dioses! Ella también podía verlo, ¿no?
No fue hasta oír el grito de la humana que detuvo su marcha y se giró profiriendo un gruñido frustrado. Una parte de él quería seguir la huida y perderse entre la vegetación. Al fin y al cabo la chica no era uno de los suyos, ni de su manada ni de su especie, pero aquel era -irónicamente- su lado humano tratando de racionalizar su miedo y Gwynn sabía que era a su instinto al que debía obedecer.
El licántropo se giró a la carrera arrastrando las hojas húmedas con sus patas y echó a correr hacia la joven ladrando un gruñido de advertencia que más servía para infundir coraje en sí mismo que amedrentar a su adversario. La criatura metálica tenía sus manos ya sobre ella y un compartimiento en su cuerpo se abrió con sonido metálico. ¿Era aquella su boca? ¿Era eso lo que quería? ¿Devorarles?
El lobo se acercó con pasos furtivos y rápidos, ladrando un par de veces para captar la atención de la bestia. No era un sonido que utilizara a menudo con los suyos, pero uno al cual, había aprendido, los humanos respondían mejor… o al menos eso había deducido observando a los perros en la ciudad.
El olor pungente del alcohol le hizo sacudir la cabeza nuevamente. Odiaba ese líquida. Los humanos lo bebían por litros y les hacía actuar de manera estúpida y agresiva. Lanzó otro par de ladridos pero esta vez con menos fuerza. La criatura parecía tratar a la humana de una manera delicada, desconcertante.
Casi no registró lo que la chica le decía pero lo entendió igualmente. No había peligro. El extraño hombre metálico no quería hacerles daño, o al menos no de manera inmediata.
El lobo caminó rápidamente hasta la chica y frotó su cabeza contra su vestido con un gruñido que mutó en un quejido agudo. La joven parecía algo más magullada que antes, sus ropas imposiblemente raídas. Gwynn se irguió en dos patas apoyándose contra la chica para lamer las lágrimas en sus mejillas, pero se detuvo tras un par de lengüetazos recordando que se encontraban en tierras humanas y aquel gesto podría no ser bienvenido. En lugar de ello volvió al suelo y giró sobre su eje profiriendo un ladrido que más asemejaba un gruñido quejumbroso. Por un segundo había pensado en abandonarle, pensó sintiendo una oleada de culpa recorrer su cuerpo, ¿cómo podía disculparse?
El licántropo bufó frustrado. Detestaba la barrera que esta forma suponía. El lenguaje lupino era sencillo pero expresivo, y aún así imposible de interpretar para los humanos en su sutileza. Resignado tensó su cuerpo preparado para cambiar de piel nuevamente, al mismo tiempo que la suave brisa cambiaba de dirección. Entonces lo notó. No estaban solos.
Gwynn miró a la chica gruñendo suavemente antes de dirigir su hocico hacia el claro, olfateando sonora y exageradamente. Seguro la humana entendería aquello, ¿no? Repitió la acción un par de veces y bufó sacudiendo la cabeza. Debían marchar ahora mismo. En su forma lupina él podría guiarles en la oscuridad del bosque y mantenerles un paso adelante quien sea estuviese allí…
“Ah, disculpe, ¿señorita?” el lobo giró la cabeza incrédulo. A unas veinte yardas de allí un humano de cabello oscuro y sonrisa afable saludaba con el brazo extendido en el aire. “¿Qué hace una dama como usted aquí a estas horas? Veo que tiene compañía. Un biocibernético, ¿su sirvientes, quizás? En cualquier caso, este no es un lugar seguro. Tenemos un campamento cerca de aquí, ¡mercaderes! Nuestra líder, Katjia, estaría encantada de…“ Gwynn dio un par de pasos hasta situarse frente a la joven y la sonrisa del hombre murió súbitamente, reemplazada tras apenas un parpadeo en una mueca de considerada preocupación. Los ojos del lobo, sin embargo, habían podido percibir la máscara vacía que había debajo. “¿Está usted bien? Permítame, mi nombre es Friedhelm, un verdadero placer señorita…?”
El lobo retrocedió un par de pasos mirando a la chica de reojo. Algo no estaba bien. Había algo en este hombre, sin considerar la manera sigilosa en que se había aproximado, demasiado sigilosa para un humano y siguiendo la dirección del viento respecto a su grupo para evitar ser detectado. Este no era un mercader.
Gwynn gruñó un gimoteo dedicando un rápida mirada a la muchacha. ¡Dioses! Ella también podía verlo, ¿no?
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Re: Dos O.V.E.C. y un Veintitrés [Privado]
Gracias a todos los dioses, el joven lobo pareció entender que aquel biocibernético estaba lejos de hacerles daño. Eyre apreció el gesto de preocupación y soltó una risa trémula al tenerlo, de pronto, entre sus brazos. Aunque ladeó el rostro para evitar los lametones, pronto perdió la vergüenza y se rindió ante la cálida sensación de cercanía, apretando con fuerza al cachorro antes de que éste regresase al suelo. Casi ni se acordaba de que no conocía de nada a aquel chico; tan sola se sentía y tan adorable era él, que hubiera deseado estar en otro lugar y otro tiempo para estrechar lazos con el niño lobo y convertirse en grandes amigos. Entonces algún día, cuando fueran adultos, contarían la anécdota de cómo se habían conocido en el bosque y topado con un hombre de metal que, resultó ser, no había tenido malas intenciones desde el principio.
El susodicho, por su parte, se mantuvo junto a ellos pacientemente, solo observándoles con inexpresiva fijeza. Antes había querido socorrer al niño, pero ahora no parecía sentir la misma necesidad para con el cuadrúpedo que tenía enfrente. Interesante. ¿Acaso tenía alguna fijación con los infantes? ¿O no le preocupaban los animales?
No tuvo oportunidad de formular la pregunta en voz alta, pues la calma pereció cuando Gwynn gruñó, señalando algo. La joven bruja no había tratado nunca con lobos, pero sí con perros y sabía interpretar aquello como la manera en que intentaban atraer su atención hacia un punto en concreto. Frunció el ceño e, instintivamente, dio un paso atrás, pensando que quizás habría algún animal salvaje acechándolos entre la maleza. Nunca se imaginó que se trataría de otras personas.
Por eso, con la mirada clavada en el claro, soltó un grito al oír la voz de un hombre justo a sus espaldas. Se volteó con los nervios crispados. Primero un niño, luego un biocibernético y ahora un adulto. ¿Acaso ese era un bosque mágico que hacía que todos los que entraban en él terminaran cruzando caminos? Lo dudaba; ninguno de sus libros mencionaba un lugar así.
Los ojos de la niña se clavaron sobre el recién llegado y el lobo no fue el único en desconfiar de aquel sujeto. Eyre era joven, pero sus andanzas hasta entonces le habían enseñado a desconfiar de la gente: si un elfo podía ser caníbal, entonces un hombre que salía entre los matorrales en medio de la noche podía, quizás, tratarse de un mal tipo. Sin embargo, pensó que tampoco sería conveniente dejar en evidencia sus temores: los humanos solían ponerse violentos cuando sus víctimas entraban en pánico. Tras carraspear, dejó caer una suave palmada sobre el lomo de Gwynn y dijo, con su mejor fingida calma:
-Lena. Puede llamarme Lena, señor. -Sonrió quedamente y agachó la cabeza en una breve reverencia- Le agradezco enormemente su preocupación pero, de hecho, solo estábamos dando un paseo. ¿Verdad... Veintitrés? -¿Veintitrés? ¿En serio? Podría haberle puesto Edward, Sebastian o Leopold, pero no, lo primero que vio fue el enorme número pintado a un lado de su mollera y así se quedó. El biocibernético no reaccionó; parecía carecer de interés por el recién llegado y solo estaba allí, parado a su lado, como si su travesía hubiera terminado y esperase que alguien le dijera qué hacer. Tomó su fría mano y con la otra volvió a palmear a Gwynn al tiempo en que daba un paso atrás. Esperaba que aquello bastara para indicarle que era momento de irse aunque, pensándolo bien, no tenía ni idea de a dónde. Un sudor frío crispó su espalda al darse cuenta de que, una vez más, estaba en problemas en medio de un bosque oscuro e inhóspito, tan vulnerable como días atrás- En cualquier caso... -tosió- nosotros ya regresaremos al nuestro. Nuestro campamento, quiero decir. Está muy cerca de aquí. ¡Que tenga buena noche!
Giró noventa grados y comenzó a caminar a través del pastizal, tironeando con ella al bio y esperando ser seguida por su joven compañero de infortunio. Mientras tanto, con los músculos agarrotados por el miedo pero procurando mantener una expresión neutral, rezó a todos los dioses para que el hombre no los siguiera.
-Por favor, por Odín, por Sigel, por Tyr, que no sea un loco, que no sea un loco, ¡que no sea un loco!
Eyre
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Re: Dos O.V.E.C. y un Veintitrés [Privado]
El hombre chasqueó la lengua y desestimó el recelo de la joven con un movimiento perezoso de su mano.
“Oh, permítame al menos escortarle hasta su campamento,” sugirió sin perder su sonrisa. “Mantendré mi distancia, por supuesto. No es mi intención importunarle.”
El lobo bufó inquieto pero siguió a la joven obedientemente, sus orejas fijas en dirección al extraño atento a cada paso. El hombre mantuvo la distancia inicial y su andar de oía relajado y constante, pero Gwynn no pudo sacudir la sensación de ser acechado. Estar en esa posición en su piel de lobo se sentía contranatural.
Ahora, en el silencio, el bosque volvía a ser una bóveda orgánica plagada de murmullos amplificados por la oscuridad casi absoluta. Las nubes y la copa de los árboles dejaban pasar pequeñas oleadas de luz mortecina, apenas suficiente para adivinar el contorno de la vegetación sobre el suelo. El lobo avanzó frente a la joven para servir como navegante y vigía. Sus ojos lupinos podían ser incapaces de observar el mundo con la colorida riqueza de su forma humana, pero en la noche resultaban infinitamente superiores.
No habían avanzado veinte yardas cuando pudo olerlo. Los aromas del grupo de humanos eran más cercanos y concentrados. Probablemente les esperasen en el claro. Sin detenerse a meditar sus acciones Gwynn echó a correr hacia la fogata sigilosamente, sus ojos atentos a cualquier signo de armas a distancia. Confiaba en sus pies caninos para escapar a cualquier persecutor humano, pero las flechas eran otra historia. Quizás sus presencia ahuyentaría a los humanos, quizás le diese a la chica suficiente tiempo para escapar...
Tres pares de ojos sentados alrededor del fuego le observaron acercarse, cada uno llevando una mano a la empuñadura de su espada o daga, su aprehensión suprimida por el silbido relajado de la única mujer entre ellos. La atención del licántropo fue capturada inmediatamente por la líder. Katja, sin duda. Se trataba de una joven esbelta, postura digna y facciones agraciadas, casi delicada si no fuese por el semblante pétreo y esos ojos verdes que parecían querer incinerar al mundo frente a ellos. Su cabello, casualmente despeinado y secretamente bien cuidado, ardía con el bello naranja metálico del cobre pulido. Por supuesto, los ojos del lobo eran incapaces de apreciar este detalle.
“No es un lobo,” dijo la mujer respondiendo a las furtivas miradas inquisitivas de sus hombres. “O sería más acertado decir que es más que un lobo.”
La joven extendió una mano tras ella y produjo una pequeña túnica verde.
“Tenemos aquí un ejemplar de los cambiaformas del Este. Un cachorro, a juzgar por su ropa. Vamos, cachorro, así no podremos hablar, ¿no? Qué tal si nos muestras tu forma humana.”
El licántropo se mantuvo en su lugar unos instantes. Claramente no habría forma de amedrentar a los humanos, pero aún podía ganar tiempo así. Agachando la cabeza dejó que la oleada eléctrica de la transformación cambiase su piel una vez más. El muchacho se irguió frente a la mujer y uno de los hombres rió con sorna al observar su desnudez. Katja arrojó la túnica a su pecho inmediatamente.
“¿Dónde está el biocibernético?” preguntó la mujer una vez estuviera el muchacho vestido. Su voz intentaba con limitado éxito ser suave y gentil, pero estaba claro que no tenía experiencia tratando con niños. “Hemos oído un grito. ¿Has sido tú? El bio es peligroso. Asesinó a sus amos, su hijo incluido. Pobre muchacho tendría tu edad. Sólo queremos encontrarle y llevarle a la ciudad para ser evaluado, eso es todo.”
“Oh, permítame al menos escortarle hasta su campamento,” sugirió sin perder su sonrisa. “Mantendré mi distancia, por supuesto. No es mi intención importunarle.”
El lobo bufó inquieto pero siguió a la joven obedientemente, sus orejas fijas en dirección al extraño atento a cada paso. El hombre mantuvo la distancia inicial y su andar de oía relajado y constante, pero Gwynn no pudo sacudir la sensación de ser acechado. Estar en esa posición en su piel de lobo se sentía contranatural.
Ahora, en el silencio, el bosque volvía a ser una bóveda orgánica plagada de murmullos amplificados por la oscuridad casi absoluta. Las nubes y la copa de los árboles dejaban pasar pequeñas oleadas de luz mortecina, apenas suficiente para adivinar el contorno de la vegetación sobre el suelo. El lobo avanzó frente a la joven para servir como navegante y vigía. Sus ojos lupinos podían ser incapaces de observar el mundo con la colorida riqueza de su forma humana, pero en la noche resultaban infinitamente superiores.
No habían avanzado veinte yardas cuando pudo olerlo. Los aromas del grupo de humanos eran más cercanos y concentrados. Probablemente les esperasen en el claro. Sin detenerse a meditar sus acciones Gwynn echó a correr hacia la fogata sigilosamente, sus ojos atentos a cualquier signo de armas a distancia. Confiaba en sus pies caninos para escapar a cualquier persecutor humano, pero las flechas eran otra historia. Quizás sus presencia ahuyentaría a los humanos, quizás le diese a la chica suficiente tiempo para escapar...
Tres pares de ojos sentados alrededor del fuego le observaron acercarse, cada uno llevando una mano a la empuñadura de su espada o daga, su aprehensión suprimida por el silbido relajado de la única mujer entre ellos. La atención del licántropo fue capturada inmediatamente por la líder. Katja, sin duda. Se trataba de una joven esbelta, postura digna y facciones agraciadas, casi delicada si no fuese por el semblante pétreo y esos ojos verdes que parecían querer incinerar al mundo frente a ellos. Su cabello, casualmente despeinado y secretamente bien cuidado, ardía con el bello naranja metálico del cobre pulido. Por supuesto, los ojos del lobo eran incapaces de apreciar este detalle.
“No es un lobo,” dijo la mujer respondiendo a las furtivas miradas inquisitivas de sus hombres. “O sería más acertado decir que es más que un lobo.”
La joven extendió una mano tras ella y produjo una pequeña túnica verde.
“Tenemos aquí un ejemplar de los cambiaformas del Este. Un cachorro, a juzgar por su ropa. Vamos, cachorro, así no podremos hablar, ¿no? Qué tal si nos muestras tu forma humana.”
El licántropo se mantuvo en su lugar unos instantes. Claramente no habría forma de amedrentar a los humanos, pero aún podía ganar tiempo así. Agachando la cabeza dejó que la oleada eléctrica de la transformación cambiase su piel una vez más. El muchacho se irguió frente a la mujer y uno de los hombres rió con sorna al observar su desnudez. Katja arrojó la túnica a su pecho inmediatamente.
“¿Dónde está el biocibernético?” preguntó la mujer una vez estuviera el muchacho vestido. Su voz intentaba con limitado éxito ser suave y gentil, pero estaba claro que no tenía experiencia tratando con niños. “Hemos oído un grito. ¿Has sido tú? El bio es peligroso. Asesinó a sus amos, su hijo incluido. Pobre muchacho tendría tu edad. Sólo queremos encontrarle y llevarle a la ciudad para ser evaluado, eso es todo.”
Gwynn
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Re: Dos O.V.E.C. y un Veintitrés [Privado]
Se obligó a disimular una mueca de hastío cuando oyó la insistencia del hombre. Sin embargo, no dijo nada. Había sido educada para aceptar con buena cara la cortesía de los mayores, más aún si provenía del género masculino. Era lógico y hasta educado que el hombre se ofreciera a escoltarla para protegerla de los peligros del bosque. Pero, ¿acaso en esa categoría no entraban, justamente, los desconocidos de actitud sospechosa?
Continuó andando con la espalda recta, los músculos tensos y la respiración retenida, atenta a los pasos que hacían crujir las hojas a sus espaldas. El silencio era incómodo y podía percibir la mirada ajena clavada en la nuca. Estar junto al lobo y al biocibernético la tranquilizaba en cierta medida, pero no lo suficiente. El metálico ser parecía ser completamente inofensivo y el cánido, aunque intimidante, al final era un niño menor que ella. No pudo evitar pensar que, siendo la mayor, tenía responsabilidad sobre lo que le ocurriese a su nuevo pequeño amigo.
De pronto, el lobo se echó a correr y, temiendo perderlo de vista, Eyre apretó el paso- ¡Vamos! -Masculló mientras tironeaba del largo brazo de “Veintitrés”, pero no consiguió obligarlo a acelerar el ritmo. Llegaron al claro un minuto después que Gwynn, justo cuando éste se vestía y la mujer pronunciaba las últimas palabras de su soliloquio. Sintió la helada certeza de que algo andaba mal y quiso retroceder por donde había venido. No obstante, era demasiado tarde. El biocibernético acababa de anunciar su presencia con el traqueteo de su cuerpo y de las plantas que se estremecían con cada uno de sus pasos, y ya a tenían al otro hombre pegado a sus espaldas. Mientras el corazón de la joven bruja latía a toda prisa, recordó de pronto las palabras que su nana le había dicho alguna vez:
-Cuando tengas miedo tienes dos opciones, niña: Puedes huir hacia atrás, o puedes huir directo hacia adelante.
La primera opción era imposible. Sólo restó hinchar el pecho y dar un paso al frente para decir con voz clara:
-Buenas noches. Mi nombre es Eyre y él es Gwynn. Es mi hermano. -No supo por qué acababa de mentir. Quizás creyó que así los intimidaría: dos licántropos eran, sin duda, un número que ella no desearía tener en contra. Además seguía pensando que se parecían bastante e incluso sintió un cosquilleo agradable en el estómago al decirlo. En todo caso no importaba; carraspeó y, sin soltar a Veintitrés, añadió: -Este es nuestro biocibernético, está con nuestra familia hace tiempo. Sabrán entender que no se trata del que buscan, ¿verdad? -Intentó esbozar una sonrisa encantadora aunque, muy en el fondo, seguía preguntándose qué ganaba diciendo mentira tras mentira. No conocía de nada al cibernético ni tenía por qué protegerlo. Quizás, incluso, lo sensato era entregarlo para desligarse de todo aquello. Pero... lo había visto. Había visto cómo intentaba curarla y la manera en que se comportaba con ellos. Era dócil, no podía imaginarlo cometiendo las atrocidades mencionadas por la mujer.
Por supuesto, había algo más que la apartaba de toda duda: Todos sabían que los biocibernéticos no podían matar.
Eyre
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Re: Dos O.V.E.C. y un Veintitrés [Privado]
El muchacho separó los labios para responder al interrogatorio pero dejó caer la mandíbula cuando vio a Lena emerger de entre las sombras del bosque seguida por el biocibernético. Había esperado que intentase escapar, que causase una distracción… algo. En lugar de ello se encontraban ambos ahora a merced de un grupo de desconocidos. Veintitrés. ¿Cómo había sabido Lena el nombre de la criatura? ¿Era en realidad peligroso? Gwynn volvió a mirar a la mujer frunciendo levemente el ceño. Nada hacía sentido.
Katja, por su parte, observó la entrada de la joven en silencio y enarcó una ceja al oír su introducción. ¿Hermanos? Sus ojos esmeralda escrutaron a ambos muchachos con atención analítica. Si les hubiese visto, distraídamente, caminar juntos por la calle no habría puesto en duda que compartían progenitores, pero la mujer se ganaba la vida leyendo a la gente. Aquel era su don y fortaleza, y la razón por la cual era líder de una desaliñada banda de mercenarios urbanos a pesar de poseer un par de tetas --todo un obstáculo en la industria.
No. El comportamiento y forma de hablar de la joven eran los propios de una pija educada, mientras que el lenguaje corporal del niño sugería que podría haber nacido en ese mismo bosque si no fuese por su extraño acento foráneo. Probablemente uno de los lobos del norte, salvajes y más animales que humanos según había oído. La túnica parecía nueva, sin embargo. Quizás…
“¿Hermano? Mascota, querrás decir,” dijo la mujer soltando un bufido despectivo. “Déjame adivinar, ¿lo compraron tus padres para criarlo como un buen perro guardián? ¿Has escapado de casa y te ha seguido como obediente cachorro?” preguntó señalando el vestido raído de la chica y las pertenencias desperdigadas junto al fuego, ninguna de las cuales parecía ser propia de un viajero.
Katja mordió el interior de su mejilla. ¡Dioses! Había querido ser diplomática, pero su desprecio hacia la alta sociedad era difícil de contener.
“Lo siento, princesa, pero creo que mientes. Este biocibernético nos pertenece, ¿lo ves? ¿Qué sabes sobre él?”
“¿No es suficientemente digno de sospecha el que haya mentido sobre él” preguntó la voz suave de Friedhelm acercándose tras los muchachos como una sombra. El hombre observó a Katja fijamente y la joven pudo ver en ellos al fin una chispa de pasión en su rostro muerto. La mujer sacudió la cabeza de manera inconsciente.
Jamás, pensó mirando fugazmente al licántropo. Las órdenes exigían que no hubiese testigos, pero habían límites. No le pagaban suficiente como para asesinar niños. Dioses... ¿existía acaso un precio?
“Vendréis con nosotros. Nuestro empleador tendrá sin duda preguntas para vosotros,” dijo poniéndose de pie junto a sus hombres. Que sea ese hijo de puta quien ensucie sus manos, pensó apretando los puños. “Eh, Baldwin, toda esta basura en una bolsa. No dejes nada junto al fuego. ¿Cuándo se suponía que...”
“¡Yo no quiero ir a ningún sitio!” protestó Gwynn elevando la voz. “Y ella tampoco,” añadió señalando a la muchacha con el dedo. Lena, Eyre… ya no estaba seguro de cómo llamarla. La mujer suspiró pellizcando el puente de su nariz.
“No tengo paciencia para estas cosas, ¿sabes? ¿Un poco de ayuda, Sven?”
El hombretón dio un par de zancadas y con un movimiento brusco cogió ambos brazos del niño con una mano mientras con la otra los ataba usando una correa de cuero. El licántropo intentó desesperadamente librarse del agarre del humano, pero bien podría haber intentado empujar un roble. El mercenario pasó otra larga correa alrededor del cuello del muchacho improvisando un nudo deslizante. No era la primera vez que lidiaba con licántropos y sus transformaciones.
Friedhelm, junto a Eyre, recorrió con dedos fríos los hombros de la joven.
“Estoy seguro que tales medidas no serán necesarias contigo. No abandonarías a tu querido hermanito, ¿no? En marcha. Un carro nos espera no lejos de aquí. Colabora y nadie sufrirá daño.”
Katja, por su parte, observó la entrada de la joven en silencio y enarcó una ceja al oír su introducción. ¿Hermanos? Sus ojos esmeralda escrutaron a ambos muchachos con atención analítica. Si les hubiese visto, distraídamente, caminar juntos por la calle no habría puesto en duda que compartían progenitores, pero la mujer se ganaba la vida leyendo a la gente. Aquel era su don y fortaleza, y la razón por la cual era líder de una desaliñada banda de mercenarios urbanos a pesar de poseer un par de tetas --todo un obstáculo en la industria.
No. El comportamiento y forma de hablar de la joven eran los propios de una pija educada, mientras que el lenguaje corporal del niño sugería que podría haber nacido en ese mismo bosque si no fuese por su extraño acento foráneo. Probablemente uno de los lobos del norte, salvajes y más animales que humanos según había oído. La túnica parecía nueva, sin embargo. Quizás…
“¿Hermano? Mascota, querrás decir,” dijo la mujer soltando un bufido despectivo. “Déjame adivinar, ¿lo compraron tus padres para criarlo como un buen perro guardián? ¿Has escapado de casa y te ha seguido como obediente cachorro?” preguntó señalando el vestido raído de la chica y las pertenencias desperdigadas junto al fuego, ninguna de las cuales parecía ser propia de un viajero.
Katja mordió el interior de su mejilla. ¡Dioses! Había querido ser diplomática, pero su desprecio hacia la alta sociedad era difícil de contener.
“Lo siento, princesa, pero creo que mientes. Este biocibernético nos pertenece, ¿lo ves? ¿Qué sabes sobre él?”
“¿No es suficientemente digno de sospecha el que haya mentido sobre él” preguntó la voz suave de Friedhelm acercándose tras los muchachos como una sombra. El hombre observó a Katja fijamente y la joven pudo ver en ellos al fin una chispa de pasión en su rostro muerto. La mujer sacudió la cabeza de manera inconsciente.
Jamás, pensó mirando fugazmente al licántropo. Las órdenes exigían que no hubiese testigos, pero habían límites. No le pagaban suficiente como para asesinar niños. Dioses... ¿existía acaso un precio?
“Vendréis con nosotros. Nuestro empleador tendrá sin duda preguntas para vosotros,” dijo poniéndose de pie junto a sus hombres. Que sea ese hijo de puta quien ensucie sus manos, pensó apretando los puños. “Eh, Baldwin, toda esta basura en una bolsa. No dejes nada junto al fuego. ¿Cuándo se suponía que...”
“¡Yo no quiero ir a ningún sitio!” protestó Gwynn elevando la voz. “Y ella tampoco,” añadió señalando a la muchacha con el dedo. Lena, Eyre… ya no estaba seguro de cómo llamarla. La mujer suspiró pellizcando el puente de su nariz.
“No tengo paciencia para estas cosas, ¿sabes? ¿Un poco de ayuda, Sven?”
El hombretón dio un par de zancadas y con un movimiento brusco cogió ambos brazos del niño con una mano mientras con la otra los ataba usando una correa de cuero. El licántropo intentó desesperadamente librarse del agarre del humano, pero bien podría haber intentado empujar un roble. El mercenario pasó otra larga correa alrededor del cuello del muchacho improvisando un nudo deslizante. No era la primera vez que lidiaba con licántropos y sus transformaciones.
Friedhelm, junto a Eyre, recorrió con dedos fríos los hombros de la joven.
“Estoy seguro que tales medidas no serán necesarias contigo. No abandonarías a tu querido hermanito, ¿no? En marcha. Un carro nos espera no lejos de aquí. Colabora y nadie sufrirá daño.”
Gwynn
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Re: Dos O.V.E.C. y un Veintitrés [Privado]
Los labios de la niña se entreabrieron con sorpresa al oír las ofensivas palabras proferidas por la mujer. Lejos de sentirse tocada por el ataque a su (ex) posición social, su mirada nerviosa recayó sobre Gwynn como si tuviera la obligación de disculparse con él. “Mascota”. No pudo evitar imaginar cuán dolorosa podía sonar esa palabra para quien pasaba la mayor parte de su vida observando el mundo en cuatro patas.
Pero no tenía sentido discutir y, aún de haber querido hacerlo, la mujer hablaba de manera que no daba lugar a reproches. Era imponente e impávida y, para peor, bastante mayor que ella, condición que resultaba intimidante para quien había sido criada con la premisa de siempre ser menos que los adultos. Además, sus acompañantes no resultaban más alentadores. Un escalofrío le sacudió las vértebras al escuchar la voz del hombre a sus espaldas, con el ácido presentimiento de que las cosas se estaban torciendo demasiado vertiginosamente. Pronto, sus intenciones estuvieron claras.
-¡De-déjenlo! -Gimió, dando un paso al frente. La imagen de un hombre adulto echando lazo al cuello de un niño era la cruda prueba de que el mundo real podía ser una verdadera pesadilla. El tipo llamado Friedhelm asió con más fuerza su hombro y la instó con una sacudida a cerrar la boca y comenzar a caminar. Mientras tanto, el otro se apropiaba de sus pertenencias: su mochila, su bastón y su preciado diario. La impotencia le heló los huesos y no supo hacer más que observar a Gwynn con pena y culpa. Pero, al ver a su captor, notó gracias a un ligero fulgor que éste portaba un cuchillo enganchado al cinturón.
No podía permitir que los movieran ni un centímetro más allá de aquel bosque. Con la adrenalina tensándole cada músculo, y en un súbito arranque de valentía, empujó a Friedhelm y se precipitó hacia el otro sujeto para arrebatarle el cuchillo. Sin embargo, nunca llegó a su destino: su mano fue interceptada por la de Katja a medio camino y, con la otra, le propinó un bofetón que le volteó el rostro.
-He dicho que no tengo paciencia para esto, princesa.
Un empujón la obligó a retomar la marcha y Eyre, atónita, se llevó una mano a la nariz para luego comprobar que estaba sangrando. Nunca nadie la había humillado de tal manera. Los ojos se le llenaron de lágrimas y, cabizbaja, echó a andar.
Justo a sus espaldas, una sucesión de sonidos metálicos llamaron la atención del grupo. Veintitrés, que hasta entonces se había mantenido tranquilo y al margen, estiraba sus largos brazos hacia los mercenarios al tiempo en que sus blancos faros titilaban amenazantes.
-O.V.E.C. En peligro. Iniciando protocolo de protección.
Eyre
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Re: Dos O.V.E.C. y un Veintitrés [Privado]
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