El tercer candidato [Trabajo]
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El tercer candidato [Trabajo]
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Era noche de luna llena. Muchas cosas pasaban cuando salía completa; hombres lobo, vampiros, la agresividad, comportamientos extraños en las criaturas del bosque, también en perros, gatos... La luna tenía algo que llamaba a las desgracias, o al menos que alteraba la psique de los seres vivos. Era magnética y mágica, y Helena tenía que sentirse una con ella. Por eso se subió al tejado de la casa más alta de la zona para meditar y prepararse para trabajar. Era ya conocida por haber sido la asesina personal de un virrey, en el sur la buscaban por ello. Decidió dejarlo por una temporada, pero su búsqueda de conocimiento no había dado buen resultado, y de algo tenía que comer...
No solo meditaba para concentrarse, sino para controlarse. Su "maldición", como ella la llamaba, le estaba afectando cada vez más, y con la luna llena podría perder completamente el control.
Abrió los ojos, había pasado más de media hora y no conseguía concentrarse. Miró hacia el cielo, con una mirada de pocos amigos hacia la propia luna.
-Demasiado inoportuna...-Pensó en voz alta.
Suspiró, resignada. No podía hacer nada más y la hora acordada para hacer el trabajo estaba cerca. Dejaría en manos del sino su suerte.
Sin más, se puso en pie. Tras tomar una bocanada profunda de aire, simplemente se adelantó un paso más allá de la última teja y se dejó caer. Aterrizó en un saliente de madera que servía para conectar mediante un cordel otra casa que había enfrente. Para mantener el equilibrio se agachó de cuclillas y observó las calles desde esa posición.
Parecía que todo transcurría con normalidad. La gente iba y venía, y más siendo la ciudad por excelencia de los vampiros.
El tipo que ofrecía el trabajo expresó su deseo de que esperase nuevas órdenes en un callejón cercano a donde iba a producirse la reunión de los alquimistas. Así que allí fue. Se escabulló como pudo entre las cornisas de los edificios hasta llegar al mencionado callejón; "aquel de espaldas a la fuente que tiene una gárgola en su centro. No tiene salida", fueron sus palabras.
No iba a esperar a ras de suelo, eso sin duda sería de principiante en una misión en la que tienes que pasar desapercibida. Además, su estilo no era llegar la primera, a ella la tenían que esperar. Ya solo por eso le desagradó un poquito el ofertante del empleo.
Decidió sentarse en la cornisa en la que estaba mientras movía las piernas rítmicamente, como siguiendo una cancioncilla que su mente le tarareaba, y que incluso ella misma soltaba leves sonidos.
Helena Rhodes
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
Sacrestic Ville. Incluso el nombre de la ciudad sonaba… peculiar, siniestro. Sin embargo, Tarek no pudo más que maravillarse de la extraordinaria arquitectura de aquella población. En cierta medida le recordaba a un bosque. A una de aquellas profundas arboledas en las que los altos pinos parecían alzarse más allá del firmamento y en las que la niebla, una vez descendía, parecía incapaz de volver a alzarse. Bosques tenebrosos en los que, el viajero inexperimentado podía perderse con facilidad. Hacía apenas unos días que había llegado a la ciudad, pero pronto se percató de que las reglas que regían aquella sociedad eran diferentes a las que estaba acostumbrado.
Un ruido en la boca del callejón captó su atención y, guarecido por las sombras, pudo observar como un presuroso viandante cruzaba la plaza, ahuyentando a uno de los gatos que moraban en aquella callejuela. Entrecerró los ojos, mientras veía al individuo perderse en la calle que partía desde el extremo contrario de la plaza. El gato, por su parte, pareció interesado en algo que se escondía tras unos barriles de madera, a un par de metros de su posición. Probablemente un pequeño ratón que se había asustado tanto como él por la inesperada intromisión en la plaza.
Debía faltar poco para la reunión, pero todavía tenía que encontrar al sujeto que se había propuesto para el trabajo y cuya existencia se le había desvelado hacía apenas un par de horas. Al parecer había habido un “error” en la gestión del encargo. Había aceptado aquel trabajo por diversas razones, pero una de ellas había sido que podría encargarse del asunto solo. Todavía no sabía bien cómo iba a lidiar con aquel imprevisto. Pero si lo pensaba fríamente, todo lo que había sucedido para conducirlo hasta aquel callejón habían sido una cadena de acontecimientos imprevisibles.
Aquel día, la noche lo había alcanzado de nuevo en las calles de la ciudad y la gélida temperatura lo había forzado a internarse en una de sus tabernas. Dos días antes se había topado en su camino con Sacrestic Ville, aquella desconocida urbe que, extrañamente, le había dado justo lo que buscaba: anonimato. Su marcha de Nytt Hus lo había llevado al norte, lejos de los que hasta entonces habían sido su familia y que, probablemente, todavía asolaban los caminos de vuelta al sur de Sandorai. Había cruzado las tierras de Urd, cargadas de recuerdos agridulces, tras su último encuentro con Nousis y Aylizz, en busca de un lugar alejado en el que poder asumir todo lo ocurrido, en el que desaparecer. La lúgubre ciudad le había parecido un buen punto de partida.
Sumido en sus pensamientos, observaba el líquido en su vaso, que hacía girar con un leve movimiento de la muñeca, cuando una voz desconocida lo sobresaltó. Alzando la vista, se percató de que un hombre se había acercado a él en la vacía taberna. Sin esperar una invitación, se sentó ante él y, con una amplia sonrisa, pareció repetir su pregunta inicial. Tarek observó todo el proceso con una ceja alzada y cierta cara de incredulidad.
- ¿Eres uno de ellos, verdad? –el hombre pareció sonreír más y bajando el tono, al tiempo que se aproximaba, casi susurró- Un Ojosverdes –apartándose de nuevo, se relajó en el asiento y lo observó, como quien observa a un espécimen especialmente exótico.
El elfo peliblanco frunció el ceño. Los elfos parecían poco comunes en aquel lugar, por lo que una identificación tan clara de un miembro de un clan solo podía indicar dos cosas: que las noticias de su traición habían llegado ya hasta allí o que aquel individuo había tenido antes tratos con su clan adoptivo. Observó al hombre con detenimiento. Su cuerpo desprendía éter y, de todas las opciones disponibles, se inclinaba porque fuese un brujo. ¿Qué clase de tratos podría tener un brujo con uno de ellos?
- ¿Quién lo pregunta? –decidió no confirmar ni negar su afirmación.
- Alguien interesado en tus… peculiares capacidades –ante el gesto interrogativo del elfo, el hombre continuó- Es raro ver a uno de los tuyos tan al norte. Pero sé de buena mano que sois especialmente eficaces en la “eliminación de problemas”. Silenciosos, rápidos y efectivos.
Cruzándose de brazos, el elfo se reclinó contra la pared tras él. Instando al hombre a seguir. No tenía muy claro cuál era el derrotero que estaba tomando aquella conversación, pero más le valía salir de la taberna con algo de información. Desviando unos centímetros la mirada, pudo ver al dueño del bar, que los vigilaba de forma mal disimulada, lanzando miradas de disconformidad hacia su interlocutor.
- Si estás dispuesto a ayudarme –dirigió de nuevo la atención hacia el hombre ante él, que había colocado un pergamino sobre la mesa- serías recompensado de forma adecuada. Nadie tiene que saber que estuviste aquí ni tu implicación. Eso siempre es lo mejor de trabajar con vosotros –golpeó dos veces el pergamino con un dedo- Esta misiva va en contra de nuestros intereses y su autor… es molesto. Si eres capaz de arreglar mi problema, solo pásate de nuevo por aquí y te lo agradeceré como es debido.
Sin una indicación más, el hombre se levantó, depositando un par de monedas ante el dueño del bar. Unas monedas destinadas probablemente a pagar su silencio, puesto que el hombre no había consumido absolutamente nada. Tarek observó el pergamino durante unos minutos, repasando la conversación de nuevo en su mente. Finalmente, llegó a la conclusión de que aquello debía ser un encargo real. Si los suyos… si ellos lo hubiesen encontrado, no serían tan sutiles. Tomando el documento, lo desplegó para leerlo. Era una petición, para amañar la elección del nuevo líder de los alquimistas de la ciudad. Un tema político que nada lo incumbía, o eso pensaba, hasta que leyó el nombre del firmante.
A su mente acudieron recuerdos de tiempos menos convulsos. Cohen… rememoró al vampiro que había cruzado su camino con él y Aylizz hacía tanto tiempo ante aquella torre en Midgard. Si su mente no lo engañaba, había afirmado ser alquimista y habitar en aquella ciudad. Cerró los ojos un momento, preguntándose cómo era posible que todo se complicase tanto siempre en su vida. Con la misiva aún en la mano, se dirigió al dueño del bar, que había estado observando sus movimientos desde que su interlocutor se había marchado.
- Esta misiva, ¿cuánto hace que se emitió? –no se molestó en mostrar el contenido de la carta, estaba seguro de que el hombre sabía de qué le estaba hablando.
- No sé de qué me hablas –el joven elfo entrecerró los ojos, preguntándose si debía jugársela, dándole más información de la que consideraba prudente.
- El hombre que la emitió, lo conozco. Lamentaría su muerte –observó al hombre unos instantes- No quiero que me diga dónde está. Pero si lo conoce, dígale que… está en peligro. Si la oferta todavía es reciente, quiero aceptar el trabajo.
El hombre lo observó con ojo crítico, evaluando cada una de sus palabras, claramente sopesando si lo que decía era o no cierto. Pareció tomar finalmente una decisión.
- El trabajo todavía está vacante. Informaré de que hay un solicitante –el elfo asintió y, tomando de nuevo la misiva, se dirigió a la salida de la taberna- Lo que haces es peligroso. Tu primera oferta viene de gente importante –girándose para encararlo, el elfo le respondió.
- Pero no de la gente adecuada –el hombre le sonrió con complicidad, inclinando la cabeza en gesto afirmativo. Con un último saludo, el elfo abandonó el lugar.
Había leído la misiva un centenar de veces y se había acercado al lugar indicado, para determinar la mejor forma de afrontar aquel conflicto. Anochecía en Sacrestic Ville, cuando una niña, cuyos afilados colmillos no dejaban duda de su raza, le entregó un escueto mensaje garabateado sobre un trozo de pergamino.
El gato al final del callejón maulló frustrado al perder su presa. El elfo dirigió la vista al cielo, para intentar determinar la hora por la posición de la luna. Entonces, vio un par de piernas colgando del alero del tejado a su derecha. Con presteza, se encaramó al muro más cercano y escaló hasta alcanzar el tejado de la casa. Se encaminó con paso ligero hasta la mujer que apaciblemente esperaba allí. Sin pronunciar palabra, se sentó a su lado, mientras tomaba entre sus manos la oferta de trabajo. Por el éter que desprendía, la magia de los brujos corría por sus venas. Aquello iba a ser complejo.
- Supongo que tú también estas aquí por esto –alzó el documento, que se desenroscó ligeramente- Malas noticias. Ambos nos hemos comprometido al mismo trabajo –giró la cara para observarla por primera vez- Así que o nos matamos el uno al otro ahora o intentamos buscar una forma de colaborar.
Un ruido en la boca del callejón captó su atención y, guarecido por las sombras, pudo observar como un presuroso viandante cruzaba la plaza, ahuyentando a uno de los gatos que moraban en aquella callejuela. Entrecerró los ojos, mientras veía al individuo perderse en la calle que partía desde el extremo contrario de la plaza. El gato, por su parte, pareció interesado en algo que se escondía tras unos barriles de madera, a un par de metros de su posición. Probablemente un pequeño ratón que se había asustado tanto como él por la inesperada intromisión en la plaza.
Debía faltar poco para la reunión, pero todavía tenía que encontrar al sujeto que se había propuesto para el trabajo y cuya existencia se le había desvelado hacía apenas un par de horas. Al parecer había habido un “error” en la gestión del encargo. Había aceptado aquel trabajo por diversas razones, pero una de ellas había sido que podría encargarse del asunto solo. Todavía no sabía bien cómo iba a lidiar con aquel imprevisto. Pero si lo pensaba fríamente, todo lo que había sucedido para conducirlo hasta aquel callejón habían sido una cadena de acontecimientos imprevisibles.
Aquel día, la noche lo había alcanzado de nuevo en las calles de la ciudad y la gélida temperatura lo había forzado a internarse en una de sus tabernas. Dos días antes se había topado en su camino con Sacrestic Ville, aquella desconocida urbe que, extrañamente, le había dado justo lo que buscaba: anonimato. Su marcha de Nytt Hus lo había llevado al norte, lejos de los que hasta entonces habían sido su familia y que, probablemente, todavía asolaban los caminos de vuelta al sur de Sandorai. Había cruzado las tierras de Urd, cargadas de recuerdos agridulces, tras su último encuentro con Nousis y Aylizz, en busca de un lugar alejado en el que poder asumir todo lo ocurrido, en el que desaparecer. La lúgubre ciudad le había parecido un buen punto de partida.
Sumido en sus pensamientos, observaba el líquido en su vaso, que hacía girar con un leve movimiento de la muñeca, cuando una voz desconocida lo sobresaltó. Alzando la vista, se percató de que un hombre se había acercado a él en la vacía taberna. Sin esperar una invitación, se sentó ante él y, con una amplia sonrisa, pareció repetir su pregunta inicial. Tarek observó todo el proceso con una ceja alzada y cierta cara de incredulidad.
- ¿Eres uno de ellos, verdad? –el hombre pareció sonreír más y bajando el tono, al tiempo que se aproximaba, casi susurró- Un Ojosverdes –apartándose de nuevo, se relajó en el asiento y lo observó, como quien observa a un espécimen especialmente exótico.
El elfo peliblanco frunció el ceño. Los elfos parecían poco comunes en aquel lugar, por lo que una identificación tan clara de un miembro de un clan solo podía indicar dos cosas: que las noticias de su traición habían llegado ya hasta allí o que aquel individuo había tenido antes tratos con su clan adoptivo. Observó al hombre con detenimiento. Su cuerpo desprendía éter y, de todas las opciones disponibles, se inclinaba porque fuese un brujo. ¿Qué clase de tratos podría tener un brujo con uno de ellos?
- ¿Quién lo pregunta? –decidió no confirmar ni negar su afirmación.
- Alguien interesado en tus… peculiares capacidades –ante el gesto interrogativo del elfo, el hombre continuó- Es raro ver a uno de los tuyos tan al norte. Pero sé de buena mano que sois especialmente eficaces en la “eliminación de problemas”. Silenciosos, rápidos y efectivos.
Cruzándose de brazos, el elfo se reclinó contra la pared tras él. Instando al hombre a seguir. No tenía muy claro cuál era el derrotero que estaba tomando aquella conversación, pero más le valía salir de la taberna con algo de información. Desviando unos centímetros la mirada, pudo ver al dueño del bar, que los vigilaba de forma mal disimulada, lanzando miradas de disconformidad hacia su interlocutor.
- Si estás dispuesto a ayudarme –dirigió de nuevo la atención hacia el hombre ante él, que había colocado un pergamino sobre la mesa- serías recompensado de forma adecuada. Nadie tiene que saber que estuviste aquí ni tu implicación. Eso siempre es lo mejor de trabajar con vosotros –golpeó dos veces el pergamino con un dedo- Esta misiva va en contra de nuestros intereses y su autor… es molesto. Si eres capaz de arreglar mi problema, solo pásate de nuevo por aquí y te lo agradeceré como es debido.
Sin una indicación más, el hombre se levantó, depositando un par de monedas ante el dueño del bar. Unas monedas destinadas probablemente a pagar su silencio, puesto que el hombre no había consumido absolutamente nada. Tarek observó el pergamino durante unos minutos, repasando la conversación de nuevo en su mente. Finalmente, llegó a la conclusión de que aquello debía ser un encargo real. Si los suyos… si ellos lo hubiesen encontrado, no serían tan sutiles. Tomando el documento, lo desplegó para leerlo. Era una petición, para amañar la elección del nuevo líder de los alquimistas de la ciudad. Un tema político que nada lo incumbía, o eso pensaba, hasta que leyó el nombre del firmante.
A su mente acudieron recuerdos de tiempos menos convulsos. Cohen… rememoró al vampiro que había cruzado su camino con él y Aylizz hacía tanto tiempo ante aquella torre en Midgard. Si su mente no lo engañaba, había afirmado ser alquimista y habitar en aquella ciudad. Cerró los ojos un momento, preguntándose cómo era posible que todo se complicase tanto siempre en su vida. Con la misiva aún en la mano, se dirigió al dueño del bar, que había estado observando sus movimientos desde que su interlocutor se había marchado.
- Esta misiva, ¿cuánto hace que se emitió? –no se molestó en mostrar el contenido de la carta, estaba seguro de que el hombre sabía de qué le estaba hablando.
- No sé de qué me hablas –el joven elfo entrecerró los ojos, preguntándose si debía jugársela, dándole más información de la que consideraba prudente.
- El hombre que la emitió, lo conozco. Lamentaría su muerte –observó al hombre unos instantes- No quiero que me diga dónde está. Pero si lo conoce, dígale que… está en peligro. Si la oferta todavía es reciente, quiero aceptar el trabajo.
El hombre lo observó con ojo crítico, evaluando cada una de sus palabras, claramente sopesando si lo que decía era o no cierto. Pareció tomar finalmente una decisión.
- El trabajo todavía está vacante. Informaré de que hay un solicitante –el elfo asintió y, tomando de nuevo la misiva, se dirigió a la salida de la taberna- Lo que haces es peligroso. Tu primera oferta viene de gente importante –girándose para encararlo, el elfo le respondió.
- Pero no de la gente adecuada –el hombre le sonrió con complicidad, inclinando la cabeza en gesto afirmativo. Con un último saludo, el elfo abandonó el lugar.
Había leído la misiva un centenar de veces y se había acercado al lugar indicado, para determinar la mejor forma de afrontar aquel conflicto. Anochecía en Sacrestic Ville, cuando una niña, cuyos afilados colmillos no dejaban duda de su raza, le entregó un escueto mensaje garabateado sobre un trozo de pergamino.
Alguien más ha aceptado el trabajo. Os reuniréis en el callejón de espaldas a la fuente que tiene una gárgola en su centro. Cuando la luna esté en su cenit
El gato al final del callejón maulló frustrado al perder su presa. El elfo dirigió la vista al cielo, para intentar determinar la hora por la posición de la luna. Entonces, vio un par de piernas colgando del alero del tejado a su derecha. Con presteza, se encaramó al muro más cercano y escaló hasta alcanzar el tejado de la casa. Se encaminó con paso ligero hasta la mujer que apaciblemente esperaba allí. Sin pronunciar palabra, se sentó a su lado, mientras tomaba entre sus manos la oferta de trabajo. Por el éter que desprendía, la magia de los brujos corría por sus venas. Aquello iba a ser complejo.
- Supongo que tú también estas aquí por esto –alzó el documento, que se desenroscó ligeramente- Malas noticias. Ambos nos hemos comprometido al mismo trabajo –giró la cara para observarla por primera vez- Así que o nos matamos el uno al otro ahora o intentamos buscar una forma de colaborar.
Tarek Inglorien
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
Notó la inminente llegada de alguien al callejón, pues sus oídos estaban especialmente adaptados a captar cualquier perturbación. Esperaba a su contratista, estaba ya impaciente y el juego de sus piernas colgando y balanceándose lo mostraban.
Era un tipo interesante cuanto menos; un cabello blanquecino destacaba en el oscuro manto de la noche, y la piel algo más tostada contrastaba completamente con eso. Se fijo un poco más, lo más que podía, y vio cómo una especie de tatuaje estaba también recorriendo parte de su rostro, aunque no se podía vislumbrar a detalle debido a la falta de luz. Ayudó que él mismo se sentara a su lado, acto que fue considerado como osado por parte de la bruja de rubios cabellos, pero no lo rechazó.
No escondió en ningún momento el recorrido de su mirada de arriba a abajo mientras seguía, ahora más leve y relajado, el balanceo de piernas.
Su mirada altiva y altanera cambió completamente a una de sorpresa disimulada en cuanto se enteró que aquel elfo no era el contratista, sino un empleado más al igual que ella. No le gustaba trabajar con nadie, y menos con un elfo, aunque eso último era lo de menos puesto que ya podría presentarse el mismísimo Rey de Lunargenta que no le haría ni pizca de gracia. Ella amaba su soledad e independencia. Estar pendiente de alguien le suponía un gasto de energía que se le antojaba innecesario.
Pero había algo diferente en aquel elfo. No sabía explicar el qué, pero su estoicidad y la seguridad que hacía verse en sí mismo le agradaban.
La Rhodes suspiró antes de pronunciarse.
-No me aportaría nada tu muerte.-Fue lo primero que dijo, sin pensarlo muy bien.-No te conozco. Quizás eres un muerto de hambre al igual que yo, y matarte de nada me serviría.-Dijo con cierta sorna y una leve sonrisa.-A menos que me toques la moral.-Advirtió levantando una mano a media altura y, a su vez, el dedo índice haciéndose la sabionda.-Entonces sí que tendría un motivo.-Dijo de nuevo con sorna, con un tono que no permitía distinguir del todo si estaba en broma o lo decía totalmente en serio.
Después de eso estiró sus brazos y piernas todo lo que podía. De haber estado tanto tiempo en la misma postura se le estaban engarrotando las articulaciones.
-¡Vaaale!-Soltó después de un gran esbozo-Tenemos a unos tipos que juegan a ser brujos y no lo son, y vamos a tener que elegir el líder que va a representarlos.-Se cruzó de brazos-....o al menos, a influir en dicha elección. Nosotros ahí ni pinchamos ni cortamos.-Dijo haciendo un gesto rápido con la mano como dando a entender que no hacían falta tantos matices.
En su propia apostatía había aprendido mucho sobre el mundo que le rodeaba, tanto mágico como material. Los alquimistas estaban en el medio de aquello. Eran personas que se dedicaban a jugar con los elementos sin tener que ser necesariamente brujos. Algunos se creían dioses y unos sabelotodos que le recordaban a sus maestros en el Hekshold. Cuando alguien tiene conocimiento y sabe manejarlo a menudo pierde su humildad y la arrogancia empieza a formar parte de su ser. Y eso Helena no lo soportaba, es más, le ponía de los nervios.
-Yo digo que optemos por lo clásico: desapariciones misteriosas, muertes repentinas...-Se detuvo y mantuvo la mirada en su compañero temporal más de lo normal-¿No te dará reparo mancharte las manos, verdad?-Preguntó. Era un detalle importante a tener en cuenta.-Podemos hacerlo como prefieras; directamente podemos infiltrarnos en completo silencio y usando el sigilo y la noche como nuestra mejor baza, o si quieres podemos infiltrarnos camuflándonos y haciéndonos pasar como uno de ellos... ¿Tienes alguna idea de cómo es el lugar dónde se reúnen? ¿Cuántos son? ¿Dónde estarán exactamente nuestros objetivos? ¿Cuánto tiempo tenemos?-Las preguntas salieron disparadas, una detrás de otra.-Se supone que el tal Cohen iba a ponerme al día, pero como ha preferido lavarse las manos y contratar a un plan b...-Dijo con sorna y pillería, guiñándole un ojo al estoico elfo.
Helena Rhodes
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
La mirada de la mujer analizó cada uno de sus movimientos, mientras se sentaba a su lado en la cornisa y le explicaba la peculiar situación en la que se encontraban. El peliblanco no pudo culparla, cuando vio mudar su expresión a una de total perplejidad, al enterarse de que debían compartir aquel encargo. Desconocía si la culpa de aquel embrollo la había tenido Cohen o alguno de sus intermediarios, pero lo único que habían conseguido había sido retrasar el inicio de su trabajo, dejándoles con menos tiempo del que el elfo esperaba disponer cuando se comprometió con aquella turbia tarea. Alzó la vista hacia la luna, intentando determinar cuánto tiempo podía quedarles antes de que la reunión de alquimistas comenzase.
- Intentaré comportarme –respondió lacónicamente a la provocación de la chica- Además, tendrías que ponerte a la cola, tengo lista de espera para morir –añadió, acompañando sus palabras de una sardónica sonrisa.
El elfo notó como se relajaba un poco tras aquel intercambio de veladas amenazas. Había temido una confrontación. No porque considerase que podía perder, si no por lo inapropiado de tener que enfrentarse en aquel momento a un conflicto de aquella escala. Sacrestic Ville le había dado el ansiado anonimato tras los eventos en Nytt Hus y lamentaría tener que abandonar la ciudad tan pronto. Por otra parte, el tiempo corría en su contra. Una lucha de egos podría hacer peligrar toda la misión. Sonrió para si ante las siguientes palabras de la bruja.
- Veo que no te entusiasma demasiado el gremio de los alquimistas –comentó con calma. No era una acusación, ni siquiera una opinión. Simplemente constataba lo que las palabras de la chica transmitían. La dejó seguir hablando, antes de tomar la palabra.
Por sus preguntas se percató de que ella debía saber aún menos que él del trabajo. Sin duda, Cohen debía replantearse su red de contactos. No solo habían acabado contratadas dos personas distintas para la misma tarea, si no que ambas carecían de parte de los datos para desarrollar el trabajo. Suspiró con incredulidad. Recordó entonces la peculiar conversación que había tenido con el ignoto brujo de la taberna. Quizás la ausencia de información había sido necesaria. Por desgracia aquello jugaba en su contra.
- Cohen se encuentra bajo amenaza. Un cordial caballero, congénere tuyo, tuvo la amabilidad de abordarme hace unos días en una taberna para pedirme, bajo la promesa de un cuantioso pago, que pusiera fin a la vida de nuestro mecenas –la miró directamente a los ojos un instante, antes de desviar la vista y continuar hablando- No creo que ninguno de los dos seamos el plan B. Tengo la extraña sensación de que, lo que semejaba un trabajo sencillo, ha tomado un derrotero que ni el propio Cohen podía predecir –enroscando con cuidado el pergamino del trabajo añadió- No tengo problema en mancharme las manos, menos aún si la sangre que fluye es humana y, por desgracia para ellos, muchos alquimistas lo son. Es lo que tiene pertenecer a una raza potencialmente inútil, que buscan atajos para conseguir llegar a ser algo en la vida –volvió a dirigir su mirada a la chica y le sonrió con complicidad.
Con la agilidad propia de quien se mueve habitualmente por las alturas, se puso en pie, aún al borde de la cornisa del edificio. Era hora de determinar sus opciones y quizás dos mentes fuesen capaces de encontrar una solución más certera a aquel problema. En el fondo creía que aquel desafortunado “malentendido” del contrato, podía jugar a su favor.
- La reunión se celebrará allí –indicó señalando el Barrio Alto de Sacrestic Ville- Pero nadie ha sido informado aún del lugar exacto. Al parecer, pequeños “ratoncitos” irán entregando las indicaciones a los miembros de la Asamblea según se acerque la hora. Eso nos deja las calles como primera opción –avanzó por la cornisa del edificio, como acercándose a la zona indicada- Hay dos candidatos que deben desaparecer y uno que debe llegar a la reunión –tras unos metros, se giró para encarar a la chica- Tenemos poco tiempo y, por desgracia, menos información. Nuestra mejor opción es que al menos uno de los candidatos desaparezca, al otro… quizás podamos convencerlo para que abdique. Por suerte, sus caras están por toda la ciudad –abrió los brazos como para abarcar la urbe- No son precisamente discretos anunciando sus candidaturas.
Notó algo a sus pies y al bajar la vista, observó al gato negro del callejón restregándose contra una de sus piernas. En minino dirigió a él sus ojos verdes, antes de encaminarse con soltura hacia la bruja.
- Si ambos mueren, la Asamblea podría sospechar y hay que contar con la posibilidad de que el tercer candidato sea ahora mismo el objetivo de alguien como nosotros, contratado por el otro bando –guardó silencio unos instantes, pensando en la mejor manera en que podrían gestionar aquello- Hay que eliminar al menos a un candidato, amenazar a otro, conseguir el lugar y hora de la reunión, alguna forma de acceder a ella y, en medio de todo ello, intentar que no maten al tal Ballentine –introduciendo las manos en los bolsillos, se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa sarcástica a su compañera de trabajo- Seguro que es menos complicado de lo que suena.
Girándose de nuevo, observó la tétrica ciudad y recordó Lunargenta. Ambas urbes se asemejaban tanto como el agua y el aceite, y en ambas había terminado inmiscuyéndose en asuntos ajenos. Esperaba que al menos en aquella ocasión no le tocase dormir en el cementerio. Tenía la sensación de que el camposanto sería mucho menos tranquilo en aquel lugar. Finalmente, se tornó de nuevo hacia la chica.
- ¿Alguna sugerencia de por donde empezar?
- Intentaré comportarme –respondió lacónicamente a la provocación de la chica- Además, tendrías que ponerte a la cola, tengo lista de espera para morir –añadió, acompañando sus palabras de una sardónica sonrisa.
El elfo notó como se relajaba un poco tras aquel intercambio de veladas amenazas. Había temido una confrontación. No porque considerase que podía perder, si no por lo inapropiado de tener que enfrentarse en aquel momento a un conflicto de aquella escala. Sacrestic Ville le había dado el ansiado anonimato tras los eventos en Nytt Hus y lamentaría tener que abandonar la ciudad tan pronto. Por otra parte, el tiempo corría en su contra. Una lucha de egos podría hacer peligrar toda la misión. Sonrió para si ante las siguientes palabras de la bruja.
- Veo que no te entusiasma demasiado el gremio de los alquimistas –comentó con calma. No era una acusación, ni siquiera una opinión. Simplemente constataba lo que las palabras de la chica transmitían. La dejó seguir hablando, antes de tomar la palabra.
Por sus preguntas se percató de que ella debía saber aún menos que él del trabajo. Sin duda, Cohen debía replantearse su red de contactos. No solo habían acabado contratadas dos personas distintas para la misma tarea, si no que ambas carecían de parte de los datos para desarrollar el trabajo. Suspiró con incredulidad. Recordó entonces la peculiar conversación que había tenido con el ignoto brujo de la taberna. Quizás la ausencia de información había sido necesaria. Por desgracia aquello jugaba en su contra.
- Cohen se encuentra bajo amenaza. Un cordial caballero, congénere tuyo, tuvo la amabilidad de abordarme hace unos días en una taberna para pedirme, bajo la promesa de un cuantioso pago, que pusiera fin a la vida de nuestro mecenas –la miró directamente a los ojos un instante, antes de desviar la vista y continuar hablando- No creo que ninguno de los dos seamos el plan B. Tengo la extraña sensación de que, lo que semejaba un trabajo sencillo, ha tomado un derrotero que ni el propio Cohen podía predecir –enroscando con cuidado el pergamino del trabajo añadió- No tengo problema en mancharme las manos, menos aún si la sangre que fluye es humana y, por desgracia para ellos, muchos alquimistas lo son. Es lo que tiene pertenecer a una raza potencialmente inútil, que buscan atajos para conseguir llegar a ser algo en la vida –volvió a dirigir su mirada a la chica y le sonrió con complicidad.
Con la agilidad propia de quien se mueve habitualmente por las alturas, se puso en pie, aún al borde de la cornisa del edificio. Era hora de determinar sus opciones y quizás dos mentes fuesen capaces de encontrar una solución más certera a aquel problema. En el fondo creía que aquel desafortunado “malentendido” del contrato, podía jugar a su favor.
- La reunión se celebrará allí –indicó señalando el Barrio Alto de Sacrestic Ville- Pero nadie ha sido informado aún del lugar exacto. Al parecer, pequeños “ratoncitos” irán entregando las indicaciones a los miembros de la Asamblea según se acerque la hora. Eso nos deja las calles como primera opción –avanzó por la cornisa del edificio, como acercándose a la zona indicada- Hay dos candidatos que deben desaparecer y uno que debe llegar a la reunión –tras unos metros, se giró para encarar a la chica- Tenemos poco tiempo y, por desgracia, menos información. Nuestra mejor opción es que al menos uno de los candidatos desaparezca, al otro… quizás podamos convencerlo para que abdique. Por suerte, sus caras están por toda la ciudad –abrió los brazos como para abarcar la urbe- No son precisamente discretos anunciando sus candidaturas.
Notó algo a sus pies y al bajar la vista, observó al gato negro del callejón restregándose contra una de sus piernas. En minino dirigió a él sus ojos verdes, antes de encaminarse con soltura hacia la bruja.
- Si ambos mueren, la Asamblea podría sospechar y hay que contar con la posibilidad de que el tercer candidato sea ahora mismo el objetivo de alguien como nosotros, contratado por el otro bando –guardó silencio unos instantes, pensando en la mejor manera en que podrían gestionar aquello- Hay que eliminar al menos a un candidato, amenazar a otro, conseguir el lugar y hora de la reunión, alguna forma de acceder a ella y, en medio de todo ello, intentar que no maten al tal Ballentine –introduciendo las manos en los bolsillos, se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa sarcástica a su compañera de trabajo- Seguro que es menos complicado de lo que suena.
Girándose de nuevo, observó la tétrica ciudad y recordó Lunargenta. Ambas urbes se asemejaban tanto como el agua y el aceite, y en ambas había terminado inmiscuyéndose en asuntos ajenos. Esperaba que al menos en aquella ocasión no le tocase dormir en el cementerio. Tenía la sensación de que el camposanto sería mucho menos tranquilo en aquel lugar. Finalmente, se tornó de nuevo hacia la chica.
- ¿Alguna sugerencia de por donde empezar?
Tarek Inglorien
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
¿Tan desesperado estaba el tal Cohen como para siquiera prestar atención (o darle igual) cuántos temerarios mercenarios-asesinos estaban a su cargo? Esperaba que pudiese pagar a ambos, y sobretodo, no llevarse la desagradable sorpresa de encontrarse a un tercer asesino, si no, sería una ironía divertida. Aunque eso no haría más que molestar a Helena, sí, todavía más.
Tenía que reconocer que su inesperado compañero parecía, y aún más cada vez que soltaba alguna frase, un trabajador competente y sin escrúpulos. Eso haría que el trabajo fuese más fácil de abordar. Dos mejor que uno, es lo que siempre se dice... aunque la rubia lo aceptaba a regañadientes.
Cuando el elfo se puso en pie en la cornisa, lo siguió con la mirada mientras relataba su proposición.
-Pues si hay ratoncitos llenos de información en toda la ciudad, habrá que dar con ellos. "Preguntar" quiénes son los candidatos, y si son tan amables de decirnos dónde se encuentran.-Dijo con un tono irónico, que hacía notar que eso de "preguntar" no iba a ser tan amistoso ni educado como la frase pudiese indicar sin contexto alguno.
De pronto, un gato hizo su sigilosa aparición en el callejón. No pudo ocultar su gusto por los gatos, así que lo acarició en el lomo. Este fue receptivo y ronroneó en referencia a las caricias de la bruja.
Acto seguido, se puso en pie. El elfo comentó la posibilidad de que hubiesen otros asesinos como ellos contratados por los candidatos rivales. La bruja ante eso reaccionó cruzándose de brazos, agarrándose ambos codos, y poniendo los ojos en blanco. Más trabajo significaba más tiempo en esa húmeda ciudad llena de criaturas de la noche. Porque sí, sorpresa, no le gustaban los vampiros.
Ese último pensamiento le hizo valorar un detalle que había pasado desapercibido.
-Elfo.-Dijo llamando la atención de su compañero, ya que no sabía su nombre, aunque tampoco lo veía necesario.-¿No te da curiosidad el qué hace un grupo de humanos teniendo una reunión tan delicada para ellos en un territorio que no es el suyo?-Hizo una mueca, algo le rechinaba.-Ya sabes, vampiros y humanos no es que se hayan llevado muy bien... nunca.-Recalcó eso último.-...aunque los humanos no es que agraden a muchos, precisamente.-Suspiró-En fin, da igual.-Hizo un gesto con la mano indicando que lo dejara pasar.-Se nos paga por actuar. No por pensar.-Esa lección la tenía aprendida desde hacía años. Pero su curiosidad innata seguía allí después de todo lo que había vivido.
Tras eso, hubo un corto silencio en el que el elfo pareció perderse en sus pensamientos y la bruja simplemente se quedó en blanco.
La iniciativa del peliplateado fue lo que sacó a ambos de la inacción. Tenían que ponerse en marcha pronto, pues la asamblea no iba a esperar por ellos.
-Para una reunión tan secreta de la que ni tan siquiera sus propios participantes saben todos los detalles, lo mejor es buscar en sitios apartados a esos ratones.-Se puso en pie, al igual que su compañero y se sacudió los pantalones. Acto seguido, se desperezó.-Habrá que peinar la zona.
Y, tras proponerlo, empezó a escalar el edificio hasta llegar a su tejado. Esos ratones podrían estar en cualquier parte, y una ciudad tan oscura como Sacrestic (no solo por la atmósfera en sí ni porque fuese la ciudad de los vampiros, sino por sus construcciones y el material con las que estas estaban hechas) la dificultad aumentaba. Tan solo esperaba que no se pusiese a llover como la última vez que visitó la ciudad. Las prendas pegadas a la ropa no eran agradables, y las botas mojadas la ponían de muy malhumor, más del que habitualmente la bruja ostentaba. Aunque hiciese calor, la humedad era bastante alta. Eso le beneficiaba para con sus artes, pero no para su aspecto, pues la excesiva sudoración también la ponía del malhumor.
Tras bastante tiempo paseando de tejado en tejado y de cornisa en cornisa, vigilando a los viandantes y sobretodo a aquellos que podrían separarse de las calles principales y así resultar sospechosos, Helena localizó a una figura encapuchada que se metía en un callejón a solas, con movimientos ágiles y cuidadosos.
De pronto, y tras asegurarse esa figura de un tamaño juvenil de que no venía nadie ni de un lado ni de otro del callejón, se detuvo y se apoyó contra una de las paredes de los edificios, intentando mezclarse con las sombras, como si esperase algo o a alguien. Helena, con una mirada gatuna y esbozando media sonrisa, se detuvo de cuclillas en el borde del tejado donde estaba y le indicó a su compañero que se agachara y fuese cuidadoso.
-Creo que es lo que estábamos buscando.-Susurró.-Bajaré y me haré pasar por alguien que va a la asamblea. Tú vigila aquí por si acaso.-Le comentó a su compañero. Se iba a ir, pero hizo un amago y, antes de eso, se volvió de nuevo para el elfo.-No se te ocurra dejarme tirada, eh.-Dijo con una mezcla de sorna, seriedad, tono intimidatorio y preocupación. No tenía pinta de que él lo fuese a hacer, pero... ¿Y si sí?
Sintió un escalofrío antes de marcharse. Su cuerpo se puso en alerta de forma totalmente inconsciente, y un gesto de preocupación se lo notó en el rostro. Alzó la mirada, la luna seguía brillando y su pulso se aceleró. Tomó aire y, finalmente, se dejó caer con cuidado poco a poco agarrándose a cada saliente que podía hasta poner los pies firmemente en el empedrado callejón.
Con paso firme se acercó hasta donde estaba la figura. Cuando la tuvo cerca, medía tan solo un palmo menos que ella. Pudo ver bajo su rostro, ya que esta no hizo ningún ademán de querer ocultarse más. Era un niño, no tendría ni los quince años. Humano, probablemente, pues no notaba en él nada de éter.
-¿Dónde va a ser la asamblea?-Preguntó con un tono neutral.
El joven la miró, tan solo su rostro al principio, pero luego la estudió de arriba a abajo. Helena pudo notar que, dentro de la capa, sus brazos se movieron, y tras lanzarle una mirada asustadiza, el encapuchado le tiró una bomba de humo que la rubia no tuvo tiempo a verla venir.
De pronto todo se volvió borroso y con la bruma característica de esos artilugios. Helena se tapó la nariz e intentó salir de allí. El humo la asfixiaba. Todo pasó muy rápido.
-¡Ve tras él! ¡Que no escape!-Gritó hacia arriba, para que el elfo no perdiese de vista al sospechoso.
La bruja, por su parte, intentó salir de aquella masa de humo, pero estaba desorientada, ¿Cuál era la izquierda, y hacia donde era dar un paso adelante y no hacia atrás? Se encontraba desubicada, y tosía mucho.
Para cuando el humo se desvaneció, se encontraba sola en aquel callejón. El joven había desaparecido [1]. Era su única pista para poder asistir a la asamblea, o al menos para conocer a los candidatos y sus aspectos. No podían perderlo, porque eso significaba volver a reiniciar su búsqueda, y el tiempo jugaba en su contra. Apretó los dientes, furiosa mientras intentaba dejar de toser. Acto seguido, echó a correr en una de las dos direcciones de forma totalmente aleatoria.
Tenía que reconocer que su inesperado compañero parecía, y aún más cada vez que soltaba alguna frase, un trabajador competente y sin escrúpulos. Eso haría que el trabajo fuese más fácil de abordar. Dos mejor que uno, es lo que siempre se dice... aunque la rubia lo aceptaba a regañadientes.
Cuando el elfo se puso en pie en la cornisa, lo siguió con la mirada mientras relataba su proposición.
-Pues si hay ratoncitos llenos de información en toda la ciudad, habrá que dar con ellos. "Preguntar" quiénes son los candidatos, y si son tan amables de decirnos dónde se encuentran.-Dijo con un tono irónico, que hacía notar que eso de "preguntar" no iba a ser tan amistoso ni educado como la frase pudiese indicar sin contexto alguno.
De pronto, un gato hizo su sigilosa aparición en el callejón. No pudo ocultar su gusto por los gatos, así que lo acarició en el lomo. Este fue receptivo y ronroneó en referencia a las caricias de la bruja.
Acto seguido, se puso en pie. El elfo comentó la posibilidad de que hubiesen otros asesinos como ellos contratados por los candidatos rivales. La bruja ante eso reaccionó cruzándose de brazos, agarrándose ambos codos, y poniendo los ojos en blanco. Más trabajo significaba más tiempo en esa húmeda ciudad llena de criaturas de la noche. Porque sí, sorpresa, no le gustaban los vampiros.
Ese último pensamiento le hizo valorar un detalle que había pasado desapercibido.
-Elfo.-Dijo llamando la atención de su compañero, ya que no sabía su nombre, aunque tampoco lo veía necesario.-¿No te da curiosidad el qué hace un grupo de humanos teniendo una reunión tan delicada para ellos en un territorio que no es el suyo?-Hizo una mueca, algo le rechinaba.-Ya sabes, vampiros y humanos no es que se hayan llevado muy bien... nunca.-Recalcó eso último.-...aunque los humanos no es que agraden a muchos, precisamente.-Suspiró-En fin, da igual.-Hizo un gesto con la mano indicando que lo dejara pasar.-Se nos paga por actuar. No por pensar.-Esa lección la tenía aprendida desde hacía años. Pero su curiosidad innata seguía allí después de todo lo que había vivido.
Tras eso, hubo un corto silencio en el que el elfo pareció perderse en sus pensamientos y la bruja simplemente se quedó en blanco.
La iniciativa del peliplateado fue lo que sacó a ambos de la inacción. Tenían que ponerse en marcha pronto, pues la asamblea no iba a esperar por ellos.
-Para una reunión tan secreta de la que ni tan siquiera sus propios participantes saben todos los detalles, lo mejor es buscar en sitios apartados a esos ratones.-Se puso en pie, al igual que su compañero y se sacudió los pantalones. Acto seguido, se desperezó.-Habrá que peinar la zona.
Y, tras proponerlo, empezó a escalar el edificio hasta llegar a su tejado. Esos ratones podrían estar en cualquier parte, y una ciudad tan oscura como Sacrestic (no solo por la atmósfera en sí ni porque fuese la ciudad de los vampiros, sino por sus construcciones y el material con las que estas estaban hechas) la dificultad aumentaba. Tan solo esperaba que no se pusiese a llover como la última vez que visitó la ciudad. Las prendas pegadas a la ropa no eran agradables, y las botas mojadas la ponían de muy malhumor, más del que habitualmente la bruja ostentaba. Aunque hiciese calor, la humedad era bastante alta. Eso le beneficiaba para con sus artes, pero no para su aspecto, pues la excesiva sudoración también la ponía del malhumor.
Tras bastante tiempo paseando de tejado en tejado y de cornisa en cornisa, vigilando a los viandantes y sobretodo a aquellos que podrían separarse de las calles principales y así resultar sospechosos, Helena localizó a una figura encapuchada que se metía en un callejón a solas, con movimientos ágiles y cuidadosos.
De pronto, y tras asegurarse esa figura de un tamaño juvenil de que no venía nadie ni de un lado ni de otro del callejón, se detuvo y se apoyó contra una de las paredes de los edificios, intentando mezclarse con las sombras, como si esperase algo o a alguien. Helena, con una mirada gatuna y esbozando media sonrisa, se detuvo de cuclillas en el borde del tejado donde estaba y le indicó a su compañero que se agachara y fuese cuidadoso.
-Creo que es lo que estábamos buscando.-Susurró.-Bajaré y me haré pasar por alguien que va a la asamblea. Tú vigila aquí por si acaso.-Le comentó a su compañero. Se iba a ir, pero hizo un amago y, antes de eso, se volvió de nuevo para el elfo.-No se te ocurra dejarme tirada, eh.-Dijo con una mezcla de sorna, seriedad, tono intimidatorio y preocupación. No tenía pinta de que él lo fuese a hacer, pero... ¿Y si sí?
Sintió un escalofrío antes de marcharse. Su cuerpo se puso en alerta de forma totalmente inconsciente, y un gesto de preocupación se lo notó en el rostro. Alzó la mirada, la luna seguía brillando y su pulso se aceleró. Tomó aire y, finalmente, se dejó caer con cuidado poco a poco agarrándose a cada saliente que podía hasta poner los pies firmemente en el empedrado callejón.
Con paso firme se acercó hasta donde estaba la figura. Cuando la tuvo cerca, medía tan solo un palmo menos que ella. Pudo ver bajo su rostro, ya que esta no hizo ningún ademán de querer ocultarse más. Era un niño, no tendría ni los quince años. Humano, probablemente, pues no notaba en él nada de éter.
-¿Dónde va a ser la asamblea?-Preguntó con un tono neutral.
El joven la miró, tan solo su rostro al principio, pero luego la estudió de arriba a abajo. Helena pudo notar que, dentro de la capa, sus brazos se movieron, y tras lanzarle una mirada asustadiza, el encapuchado le tiró una bomba de humo que la rubia no tuvo tiempo a verla venir.
De pronto todo se volvió borroso y con la bruma característica de esos artilugios. Helena se tapó la nariz e intentó salir de allí. El humo la asfixiaba. Todo pasó muy rápido.
-¡Ve tras él! ¡Que no escape!-Gritó hacia arriba, para que el elfo no perdiese de vista al sospechoso.
La bruja, por su parte, intentó salir de aquella masa de humo, pero estaba desorientada, ¿Cuál era la izquierda, y hacia donde era dar un paso adelante y no hacia atrás? Se encontraba desubicada, y tosía mucho.
Para cuando el humo se desvaneció, se encontraba sola en aquel callejón. El joven había desaparecido [1]. Era su única pista para poder asistir a la asamblea, o al menos para conocer a los candidatos y sus aspectos. No podían perderlo, porque eso significaba volver a reiniciar su búsqueda, y el tiempo jugaba en su contra. Apretó los dientes, furiosa mientras intentaba dejar de toser. Acto seguido, echó a correr en una de las dos direcciones de forma totalmente aleatoria.
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Off:
Complicación añadida [1]: El ratoncito se nos ha escapado, tenemos que encontrarlo o no podremos asistir a la reunión a tiempo.
Helena Rhodes
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
Observó el efecto de sus palabras en su inesperada compañera de trabajo, que parecía aceptar su presencia a regañadientes. Tarek suponía que el enterarse, tras aceptar el contrato, de que tenía que colaborar con un desconocido, le había hecho tan poca gracia como a él. Pero quizás pudiesen sacar algo de provecho de aquella alianza… Sonrió ante la sutil amenaza que desprendían las verbas de la mujer. Estaba claro que no iba a tener ningún tipo de reparo en hacer lo necesario para llevar a buen puerto aquella misión.
Desvió la vista un instante, perdiéndose en la profundidad de la ciudad ante él. No había aceptado el contrato por dinero, aunque no negaría que sería de ayuda en la onerosa situación en la que se encontraba. Suponía que el reparto sería equitativo, pero también tuvo la ligera impresión de que la bruja no se quedaría satisfecha solo con la mitad de las ganancias.
Giró la vista de nuevo hacia ella, que se había levantado y lo miraba con una expresión difícil de descifrar. Humanos… siempre eran el problema y al parecer tenían tendencia a buscar los agujeros más mortíferos para ellos, solo para demostrar que podían salir indemnes. Por él podían morirse todos.
- No son la raza más inteligente del continente. Quizás la cercanía a la muerte que les ofrecen los vampiros les proporcione algún tipo de placer… A saber. Por mi pueden pudrirse en infierno –dedicándole una sonrisa, añadió- Sobre todo si soy yo el encargado de enviarlos allí.
Tras intercambiar algunas palabras más, fue ella la que tomó finalmente la iniciativa. El peliblanco la siguió en silencio, observando cada uno de sus movimientos, hasta que ella pareció encontrar lo que buscaba. Agachándose a su lado, observó al joven humano que debía hacer de mensajero, que en aquel momento miraba nervioso a ambos lados del callejón en el que se había alojado. Ella descendió sin vacilar, dejando el suficiente espacio con su víctima para que su llegada no fuese demasiado llamativa y tras asegurarse de que el elfo no iba a aprovechar el momento para abandonarla. Él se limitó a mirarla con una ceja alzada, aunque en el fondo era consciente de que las preocupaciones de la mujer no eran infundadas. Apenas se conocían y, como él mismo había declarado, podía haber asesinos contratados por los miembros del cónclave.
Desde la distancia fue incapaz de percibir lo que sucedía, hasta que vio al muchacho salir corriendo y a la bruja gritarle que lo siguiese. Maldiciendo en silencio, corrió entre los tejados, siguiendo a la pequeña figura encapuchada. El muchacho, sabiéndose perseguido, inicio una frenética carrera sin destino claro, torciendo en numerosas callejuelas, solo para volver al mismo lugar minutos más tarde. Tras lo que pareció un cuarto de hora, el muchacho empezó a perder fuelle y acabó deteniéndose en un callejón, no muy lejos de donde la bruja lo había localizado. Fundiéndose en las sombras [1], Tarek lo observó mirar nervioso a su alrededor, antes de avanzar unos pasos hasta unas cajas de basura amontonadas, que cubrían una puertezuela que daba acceso al sótano de la casa aledaña.
Con calma, descendió del tejado y se acercó hasta la pequeña entrada. Lo que había supuesto que era una puerta trasera, resultó ser una entrada a las alcantarillas de ciudad.
- Solo hay un sitio al que pueden ir las ratas –comentó para si.
Aquello complicaba las cosas. Si entraban en los túneles, perderían demasiado tiempo en buscar a una escurridiza alimaña que se conocía hasta el último recoveco de las mismas. Tenía que haber otra manera… A las ratas se las cazaba con trampas.
Ascendiendo de nuevo al tejado, desanduvo el camino hasta el lugar donde había dejado a su compañera que, había dejado la escena del altercado, solo para perderse los dioses sabían en qué dirección. Bajando de nuevo al suelo, se colocó la capucha y se sentó, con la espalda contra la pared y las piernas dobladas hacia el cuerpo, cubiertas con la capa. Minutos más tarde, una voluminosa figura, a su vez cubierta con una capa de color rojizo, hizo acto de presencia en el oscuro paraje. Nervioso, se acercó hasta él.
- Muchacho –lo llamó, sin dejar de mirar a su alrededor- ¡Eh, tu! ¿Dime dónde va a ser la reunión? –repitió su llamada, inclinándose para tocarlo.
El elfo se incorporó con agilidad y, agarrándolo del brazo, cambió sus posiciones, colocando al voluminoso hombre contra la pared.
- Es algo que me encantaría saber, la verdad –le susurró mirándolo directamente a los ojos- Quizás tú puedas ayudarme a descubrirlo.
El hombre empezó a farfullar, hasta que el frio metal del arma del elfo entró en contacto con su piel. Sudando, presa del terror, guardó silencio.
- Mejor. Vamos a hacer una cosa –le dedicó una fría sonrisa al hombre- Vas a esperar aquí, tranquilo, a que la pequeña rata que debe darte la información vuelva. Yo estaré ahí -señaló con la cabeza a las sombras que cubrían la parte trasera del callejón-, esperando. Si consigo lo que quiero, seré misericordioso… Pero si intentas algo… ¿Te han contado alguna vez cual es el tratamiento que ofrecen los Ojosverdes a los traidores?
La mención del clan élfico hizo palidecer al hombre, que se apresuró a asentir. Tarek estaba seguro de que, si no estuviese agarrándolo contra la pared, las piernas del hombre habrían cedido hacía tiempo bajo el peso de la tensión. Sin apartar el filo del arma del hombre, rebuscó en la roja capa, encontrando varios viales en los diversos bolsillos cosidos en el interior de la misma. Alquismistas…
- Bien –una vez terminado el escrutinio, se apartó de él con calma, sacudiendo un inexistente polvo de las solapas de la capa del hombre, al tiempo que le dedicaba una cruel sonrisa- Esperemos.
Tras un nuevo asentimiento del asustando alquimista, se dirigió al fondo del callejón, donde se ocultó entre las sombras. El hombre permaneció allí de pie, intranquilo, mirando de vez en cuando en su dirección. Demasiado asustado para huir. Sabiendo que sus verdes ojos contemplaban con atención cada uno de sus movimientos.
___Desvió la vista un instante, perdiéndose en la profundidad de la ciudad ante él. No había aceptado el contrato por dinero, aunque no negaría que sería de ayuda en la onerosa situación en la que se encontraba. Suponía que el reparto sería equitativo, pero también tuvo la ligera impresión de que la bruja no se quedaría satisfecha solo con la mitad de las ganancias.
Giró la vista de nuevo hacia ella, que se había levantado y lo miraba con una expresión difícil de descifrar. Humanos… siempre eran el problema y al parecer tenían tendencia a buscar los agujeros más mortíferos para ellos, solo para demostrar que podían salir indemnes. Por él podían morirse todos.
- No son la raza más inteligente del continente. Quizás la cercanía a la muerte que les ofrecen los vampiros les proporcione algún tipo de placer… A saber. Por mi pueden pudrirse en infierno –dedicándole una sonrisa, añadió- Sobre todo si soy yo el encargado de enviarlos allí.
Tras intercambiar algunas palabras más, fue ella la que tomó finalmente la iniciativa. El peliblanco la siguió en silencio, observando cada uno de sus movimientos, hasta que ella pareció encontrar lo que buscaba. Agachándose a su lado, observó al joven humano que debía hacer de mensajero, que en aquel momento miraba nervioso a ambos lados del callejón en el que se había alojado. Ella descendió sin vacilar, dejando el suficiente espacio con su víctima para que su llegada no fuese demasiado llamativa y tras asegurarse de que el elfo no iba a aprovechar el momento para abandonarla. Él se limitó a mirarla con una ceja alzada, aunque en el fondo era consciente de que las preocupaciones de la mujer no eran infundadas. Apenas se conocían y, como él mismo había declarado, podía haber asesinos contratados por los miembros del cónclave.
Desde la distancia fue incapaz de percibir lo que sucedía, hasta que vio al muchacho salir corriendo y a la bruja gritarle que lo siguiese. Maldiciendo en silencio, corrió entre los tejados, siguiendo a la pequeña figura encapuchada. El muchacho, sabiéndose perseguido, inicio una frenética carrera sin destino claro, torciendo en numerosas callejuelas, solo para volver al mismo lugar minutos más tarde. Tras lo que pareció un cuarto de hora, el muchacho empezó a perder fuelle y acabó deteniéndose en un callejón, no muy lejos de donde la bruja lo había localizado. Fundiéndose en las sombras [1], Tarek lo observó mirar nervioso a su alrededor, antes de avanzar unos pasos hasta unas cajas de basura amontonadas, que cubrían una puertezuela que daba acceso al sótano de la casa aledaña.
Con calma, descendió del tejado y se acercó hasta la pequeña entrada. Lo que había supuesto que era una puerta trasera, resultó ser una entrada a las alcantarillas de ciudad.
- Solo hay un sitio al que pueden ir las ratas –comentó para si.
Aquello complicaba las cosas. Si entraban en los túneles, perderían demasiado tiempo en buscar a una escurridiza alimaña que se conocía hasta el último recoveco de las mismas. Tenía que haber otra manera… A las ratas se las cazaba con trampas.
Ascendiendo de nuevo al tejado, desanduvo el camino hasta el lugar donde había dejado a su compañera que, había dejado la escena del altercado, solo para perderse los dioses sabían en qué dirección. Bajando de nuevo al suelo, se colocó la capucha y se sentó, con la espalda contra la pared y las piernas dobladas hacia el cuerpo, cubiertas con la capa. Minutos más tarde, una voluminosa figura, a su vez cubierta con una capa de color rojizo, hizo acto de presencia en el oscuro paraje. Nervioso, se acercó hasta él.
- Muchacho –lo llamó, sin dejar de mirar a su alrededor- ¡Eh, tu! ¿Dime dónde va a ser la reunión? –repitió su llamada, inclinándose para tocarlo.
El elfo se incorporó con agilidad y, agarrándolo del brazo, cambió sus posiciones, colocando al voluminoso hombre contra la pared.
- Es algo que me encantaría saber, la verdad –le susurró mirándolo directamente a los ojos- Quizás tú puedas ayudarme a descubrirlo.
El hombre empezó a farfullar, hasta que el frio metal del arma del elfo entró en contacto con su piel. Sudando, presa del terror, guardó silencio.
- Mejor. Vamos a hacer una cosa –le dedicó una fría sonrisa al hombre- Vas a esperar aquí, tranquilo, a que la pequeña rata que debe darte la información vuelva. Yo estaré ahí -señaló con la cabeza a las sombras que cubrían la parte trasera del callejón-, esperando. Si consigo lo que quiero, seré misericordioso… Pero si intentas algo… ¿Te han contado alguna vez cual es el tratamiento que ofrecen los Ojosverdes a los traidores?
La mención del clan élfico hizo palidecer al hombre, que se apresuró a asentir. Tarek estaba seguro de que, si no estuviese agarrándolo contra la pared, las piernas del hombre habrían cedido hacía tiempo bajo el peso de la tensión. Sin apartar el filo del arma del hombre, rebuscó en la roja capa, encontrando varios viales en los diversos bolsillos cosidos en el interior de la misma. Alquismistas…
- Bien –una vez terminado el escrutinio, se apartó de él con calma, sacudiendo un inexistente polvo de las solapas de la capa del hombre, al tiempo que le dedicaba una cruel sonrisa- Esperemos.
Tras un nuevo asentimiento del asustando alquimista, se dirigió al fondo del callejón, donde se ocultó entre las sombras. El hombre permaneció allí de pie, intranquilo, mirando de vez en cuando en su dirección. Demasiado asustado para huir. Sabiendo que sus verdes ojos contemplaban con atención cada uno de sus movimientos.
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Tarek Inglorien
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
El miembro 'Tarek Inglorien' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
No le costó mucho encontrar al elfo, pero para su sorpresa, el muchacho que tenía la información que necesitaban no estaba. Lo había dejado escapar. Por eso a Helena no le gustaba trabajar en equipo, siempre suponía más una molestia que una ayuda.
Suspiró y puso los ojos en blanco, frustrada. Aunque, parecía que su, para nada deseado, compañero, tenía un plan. Se camufló entre las sombras del tejado donde estaba de pie, agazapándose en las tejas. El elfo también se había escondido tras hablar con un tipo al que parecía haber intimidado por los gestos y la forma de tratarlo. El gesto de limpiarle las solapas de su camisa lo delató, ella misma había recurrido a él muchas veces. Paciente, esperó entrecerrando sus ojos, curiosa.
Otra figura apareció al poco tiempo en el callejón; una más pequeña y delgada que la de los presentes. Era un ratoncito con información. Se les reconocía por ser chicos generalmente jóvenes, escuálidos y siempre ataviados con una capucha.
Tanto el hombre al que intimidó el elfo como el ratoncito se encontraron. Charlaron no más de dos o tres minutos, y luego cada uno siguió su camino. El primero se dirigió hasta donde estaba su compañero, esperando a que este saliese de las sombras, y el segundo se desvaneció en la oscuridad, seguramente esperando nuevos receptores de información o perdiéndose entre la ciudad accediendo a un camino oculto que solo él sabría hacia las alcantarillas.
Helena escudriñó los alrededores para asegurarse de que nadie más, excepto lo que allí debían estar, les molestaría.
El alquimista le dio la información a su compañero en cuanto pudo. Por lo visto, la reunión tendría lugar en el sótano de un edificio abandonado en medio de la ciudad, como bien dijo el elfo de ojos verdes sería en el barrio alto. Las indicaciones mundanas de su ubicación fueron dadas con exactitud al elfo.
Ya lo tenían, ahora solo quedaba ver qué hacía su compañero con el hombre, ¿Lo dejaría marchar o lo silenciaría de alguna forma? Tenía que tener en cuenta todas las posibilidades y, sobre todo, el hecho de que el trabajo tenía que hacerse rápido y sin levantar sospechas.
Una vez que el peliblanco de ojos verdes hubo terminado con su informador particular, Helena cayó del tejado para reunirse con él. Le lanzó una mirada analizadora de arriba a abajo. Hizo una mueca con la boca, siendo indiferente con la decisión que tomó el elfo respecto al hombre. Lo único que le importaba era que el trabajo saliera bien para la mañana siguiente tener un sitio caliente donde dormir, buena comida que comer y buena bebida que disfrutar (ese pensamiento se hizo fuerte en ella, realmente lo ansiaba. Ya no era aquella bruja que se conformaba con sobrevivir un día más, aunque fuese tirada en mitad de la nada, llena de barro y mojada por la lluvia pasando frío. Ella quería vivir lo mejor que pudiese).
-Y bien, ¿Dónde será la reunión?-Una vez que le reveló la información, Helena asintió.-Ahora toca averiguar a quién debemos de quitar de en medio, ¿El tipo te dijo algo al respecto de los demás candidatos?
Tenían la doble misión de eliminar la competencia y asegurar al alquimista que debía ser nombrado como líder de estos. No sería una tarea fácil, y además el tiempo corría en su contra. Impaciente, Helena golpeteaba el suelo con la suela de su bota una y otra vez, con un tic nervioso.
-Ve tú delante.-Le ofreció al elfo.
Helena Rhodes
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
Como esperaba, el pequeño informante no tardó en llegar. Sin embargo, el elfo pudo ver que no se trataba del mismo muchacho al que había perseguido poco antes por las calles de Sacrestic Ville. Debían rotar o cambiar de sitio de forma constante, para evitar que los pillasen o, quizás, cada uno de ellos estaba encargado de notificarle la información a un grupo específico de personas. En cualquier caso, el nervioso humano intercambió un par de rápidas palabras con el pilluelo y este se marchó pocos minutos después. Impaciente, el alquimista se acercó hasta donde el elfo se encontraba.
- Es… es en la casa del alcalde. En la zona alta de la ciudad –balbuceó el hombre, ante la inquisitiva mirada del elfo- A media noche. Si, eso… eso es todo.
- ¿De veras? –preguntó Tarek, en tono condescendiente.
- Si… esto… no. La contraseña, sí, eso. El santo y seña es primus inter pares. Con eso será suficiente, si, suficiente –la voz del hombre temblaba y el elfo lo observó con atención unos minutos más, antes de acercarse a él. Tragando con fuerza, el hombre dio un par de pasos atrás.
- Y supongo que hay algún tipo de código de vestimenta, ¿verdad? –señaló la túnica del alquimista.
- ¿Qué? –el hombre miró hacia sus propios pies- ¡Ah! Si, si. Túnicas rojas. Todos los alquimistas llevan túnicas rojas, si –ante el gesto del elfo, animándolo a que continuase, añadió- y máscaras. Máscaras de teatro. Ya sabes, las que tienen distintas expresiones.
Ante un nuevo gesto del elfo, sacó una máscara de rostro completo de entre los pliegues de la túnica y se la entregó. Era blanca, aunque tenía grabadas grietas, que le conferían un aspecto extraño. Su expresión, marcada por una amplia sonrisa, contrastaba con la triste inclinación de los ojos.
- Bien –comentó simplemente el elfo, devolviéndole el objeto. El hombre pareció suspirar con alivio, cuando el peliblanco lo rodeó para seguir su camino.
Sin embargo, su última exhalación quedó atorada en su garganta cuando, tras una zancadilla, acabó de rodillas e inclinado hacia delante. De esa forma, cuando el filo del arma de Tarek le rebanó el pescuezo, la sangre no manchó la preciada túnica roja del alquimista. El elfo se apresuró a quitársela, antes de que la sangre, que caía a borbotones de su cuello, comenzase a generar un río que acabaría por manchar la costosa tela. Recuperó asimismo la máscara, que había golpeado el suelo con un sonido sordo al caer de la mano del hombre.
Lo observó unos instantes, antes de girar hacia su compañera que, ágil como un gato, había descendido hasta el callejón.
- La reunión se celebrará en la casa del alcalde. Comienza a media noche –la observó con atención, midiéndola- No sabía nada de los otros candidatos. Dudo que nadie, excepto la cúpula principal, sepa algo al respecto. Quizás debamos afrontar ese asunto desde otra perspectiva e ir directamente a buscar al tercer candidato. Aunque todavía nos queda el asunto de liquidar a uno de los otros dos y convencer al tercero de dejar la política de los alquimistas -entonces le tendió la capa y la máscara- Sabemos dónde es y al menos uno de los dos puede entrar. Tú pasarás más desapercibida que yo y, una vez dentro, podrás darme acceso de alguna manera.
Comenzó entonces a caminar hacia la zona alta de la ciudad, con la chica a su lado. Tenían poco tiempo y debían hacer las cosas con precisión. Se dirigió a la zona en la que se localizaba la casa del alcalde. Como todos los humanos ávidos de poder, el hombre se había encargado de dejar claro cuál era su vivienda, que destacaba por su ampulosidad entre el resto de estructuras de la zona.
- Quizás sea hora de separarnos –comentó a su compañera- Sabemos dónde y a qué hora debemos volver a reunirnos –señaló la casa del alcalde y el gran reloj que coronaba el edificio del ayuntamiento- Así que tú eliges: matar, intimidar o proteger. ¿Qué te apetece?
- Es… es en la casa del alcalde. En la zona alta de la ciudad –balbuceó el hombre, ante la inquisitiva mirada del elfo- A media noche. Si, eso… eso es todo.
- ¿De veras? –preguntó Tarek, en tono condescendiente.
- Si… esto… no. La contraseña, sí, eso. El santo y seña es primus inter pares. Con eso será suficiente, si, suficiente –la voz del hombre temblaba y el elfo lo observó con atención unos minutos más, antes de acercarse a él. Tragando con fuerza, el hombre dio un par de pasos atrás.
- Y supongo que hay algún tipo de código de vestimenta, ¿verdad? –señaló la túnica del alquimista.
- ¿Qué? –el hombre miró hacia sus propios pies- ¡Ah! Si, si. Túnicas rojas. Todos los alquimistas llevan túnicas rojas, si –ante el gesto del elfo, animándolo a que continuase, añadió- y máscaras. Máscaras de teatro. Ya sabes, las que tienen distintas expresiones.
Ante un nuevo gesto del elfo, sacó una máscara de rostro completo de entre los pliegues de la túnica y se la entregó. Era blanca, aunque tenía grabadas grietas, que le conferían un aspecto extraño. Su expresión, marcada por una amplia sonrisa, contrastaba con la triste inclinación de los ojos.
- Bien –comentó simplemente el elfo, devolviéndole el objeto. El hombre pareció suspirar con alivio, cuando el peliblanco lo rodeó para seguir su camino.
Sin embargo, su última exhalación quedó atorada en su garganta cuando, tras una zancadilla, acabó de rodillas e inclinado hacia delante. De esa forma, cuando el filo del arma de Tarek le rebanó el pescuezo, la sangre no manchó la preciada túnica roja del alquimista. El elfo se apresuró a quitársela, antes de que la sangre, que caía a borbotones de su cuello, comenzase a generar un río que acabaría por manchar la costosa tela. Recuperó asimismo la máscara, que había golpeado el suelo con un sonido sordo al caer de la mano del hombre.
Lo observó unos instantes, antes de girar hacia su compañera que, ágil como un gato, había descendido hasta el callejón.
- La reunión se celebrará en la casa del alcalde. Comienza a media noche –la observó con atención, midiéndola- No sabía nada de los otros candidatos. Dudo que nadie, excepto la cúpula principal, sepa algo al respecto. Quizás debamos afrontar ese asunto desde otra perspectiva e ir directamente a buscar al tercer candidato. Aunque todavía nos queda el asunto de liquidar a uno de los otros dos y convencer al tercero de dejar la política de los alquimistas -entonces le tendió la capa y la máscara- Sabemos dónde es y al menos uno de los dos puede entrar. Tú pasarás más desapercibida que yo y, una vez dentro, podrás darme acceso de alguna manera.
Comenzó entonces a caminar hacia la zona alta de la ciudad, con la chica a su lado. Tenían poco tiempo y debían hacer las cosas con precisión. Se dirigió a la zona en la que se localizaba la casa del alcalde. Como todos los humanos ávidos de poder, el hombre se había encargado de dejar claro cuál era su vivienda, que destacaba por su ampulosidad entre el resto de estructuras de la zona.
- Quizás sea hora de separarnos –comentó a su compañera- Sabemos dónde y a qué hora debemos volver a reunirnos –señaló la casa del alcalde y el gran reloj que coronaba el edificio del ayuntamiento- Así que tú eliges: matar, intimidar o proteger. ¿Qué te apetece?
Tarek Inglorien
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
Cruzada de brazos, dejó hablar al elfo. Este le dio tres opciones: "matar, intimidar o proteger". Difícil decisión, todas igual de importantes. Sopesó durante varios segundos, sin apartar su mirada de él, aunque esta pasaba de sus ojos verdes a los ropajes que aun no se había puesto y que, con anterioridad, insinuó que sería ella quien los portara, junto a la máscara de teatro.
-Si antes has dicho que yo pasaré más desapercibida que tú, es que ya lo has decidido.-Respondió. Se quedó, de nuevo, inmóvil, tan solo durante un par de segundos más. Tras eso, agarró la túnica y la máscara.-Intimidaré a uno de los candidatos.-Se decantó al fin.-Tú espera fuera y a ver si puedes matar al otro, o al menos identificar a nuestro objetivo y protegerlo.
La túnica era sencilla de poner. Una simple pasada de la cabeza por el agujero del cuello y de los brazos por las mangas largas bastaban para ataviarse como era debido en aquella reunión. No se demoró en ello. Luego, se puso la máscara. Esperaba que no oliese mal, si no, ya estaría cabreada toda la noche. Por suerte, no fue así.
Ocultada su identidad, se recogió el pelo en un moño bajo y movió los brazos para ver si podía moverse con comodidad con ese disfraz.
-Nunca he visto a una mujer alquimista. ¿Crees que es una cosa solo de hombres?-Preguntó mirando tras esa máscara con expresión extraña: ojos tristes y una sonrisa bien marcada. Suspiró.-En fin. Vamos a trabajar.
Se dio media vuelta y se encaminó hacia la casa del alcalde. No sin antes de que el elfo le indicara el santo y seña que tendría que usar para entrar.
La casa del alcalde más bien podría considerarse una mansión: jardín extenso (tanto trasero como frontal), un edificio magnánimo e imponente sobre el resto que les rodeaban a pesar de estar en el barrio más pudiente de la ciudad, y varios guardias haciendo patrullas por la zona. Le resultaba curioso que en la propia casa del mandamás de la ciudad capital de los vampiros se celebraran reuniones de una secta humana. Secta en la que sus integrantes soñaban con poderes y habilidades que jamás tendrían. Pero ese era otro tema, uno que a Helena le resultaba gracioso e insultante a partes iguales. Ella se había pasado los últimos años estudiando la magia por su cuenta, a espaldas de todo conocimiento oficial impartido por los suyos, especialmente por el Hekshold. Sabía de primera mano lo difícil que era manejar el éter, la concentración que eso suponía y el desgaste físico, mental y espiritual que un sujeto podría sufrir si no estaba previamente entrenado (cosa que ella sufría no hacía mucho, antes de que se decidiese por estudiar la magia en profundidad). Por eso mismo, que unas criaturas simplonas y sin nada que destaque en ellas se atreviesen a desafiar las leyes impuestas por el universo le resultaba gracioso e insultante.
Llegó hasta la verja que daba acceso a la entrada principal. Los guardias la escrutaron meticulosos. No dijeron nada.
-primus inter pares
Uno de los guardias abrió la verja. Tenía acceso directo a la casa del alcalde. Sin más, la enmascarada prosiguió su camino, adentrándose en la casa más lujosa del lugar. El jardín era bello, aun en la oscuridad. Se podía ver por la luz de las linternas que iluminaban el camino principal hasta el porche cómo habían diferentes tipos de árboles y setos adornándolo, y también había una fuente a mitad de camino. Todo eso le maravilló.
Cuando llegó al porche, un hombre le esperaba. No estaba vestido con ninguna túnica roja, y tampoco portaba una máscara. Más bien tenía un atuendo elegante de mayordomo. Se inclinó ante ella, cosa que le pilló por sorpresa. Jamás habían hecho eso, y la puso nerviosa. Se paró, envarada en la entrada del porche, esperando para ver qué hacía aquel hombre.
-Si es tan amable, acompáñeme y le llevaré con los demás.
Helena asintió. Con cierta premura, fue llevada hasta el lugar de la reunión.
Esta tenía lugar en una de las habitaciones de la mansión, en el primer piso. Por dentro, la casa del alcalde era igual de relumbrante y pomposa que en el exterior, todo decorado con mármol, diferentes esculturas, jarrones y un suelo tan limpio y brillante que daba lástima pisarlo.
Cuando Helena entró en la habitación donde tendría lugar la reunión de alquimistas para decidir el devenir de su organización (guiada por le mayordomo hasta que le abrió la puerta y le indicó que entrase), vio que allí ya habían llegado unos cuantos de los susodichos. Todos vestidos iguales, con diferentes detalles en sus túnicas, pero al fin y al cabo siguiendo una etiqueta y una norma común. Las máscaras también eran diferentes; había una enfadada, otra totalmente triste, otra infinitamente alegre, y una última ni siquiera tenía boca, con una mirada penetrante y vacía. ¿Sería alguno de ellos su objetivo? ¿A quién tendría que proteger? ¿A quién intimidaría? Debería de sacar información, integrarse en el grupo. Pero, ¿Y si se conocían entre ellos? La descubrirían. Quizás, por el momento, sería mejor tomar cautela y distanciarse de todos para ver con mejor perspectiva cómo se relacionaban. Su candidato era alguien a quien nadie prestaba atención, un hombre ignorado y casi deseado que fuese expulsado de la orden. No sabía por qué, y tampoco había preguntado a nadie (ahora se había dado cuenta de que había cometido un error).
La bruja entonces se apartó de la entrada. Todas las miradas sin poder ser descifradas a causa de las máscaras la seguían. Ella intentaba actuar con normalidad. Había un pequeño rincón con un sillón que parecía cómodo y que nadie estaba usando, lo usaría como primer puesto de vigilancia, mientras leía un libro de los que había apostados en una estantería cercana. El sillón estaba de lado a una chimenea, por lo que sería un puesto de vigilancia bastante agradable, más que las frías calles de Sacrestic en aquella noche. Ese pequeño detalle la hizo alegrarse de ser ella la que había entrado a la mansión.
Off:
-Problema subrayado: hay que identificar quién es el tercer candidato (si es que está allí) y a quien hay que intimidar (si es que, de nuevo, se encuentra allí).
Helena Rhodes
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
Sorprendentemente, la bruja había aceptado su propuesta sin oponerse. Tarek conocía los riesgos de infiltrarse, de ser el primero en cruzar el umbral de la guarida del enemigo. El hecho de que ella hubiese accedido sin protestar, sin proponer una alternativa, lo dejó un poco descolocado. La observó entonces colocarse los ropajes y tuvo la certeza de que habían tomado la decisión correcta. Por mucha tela y máscara que portase, probablemente lo habrían identificado de inmediato como un elfo… y eran pocos los que moraban aquella lúgubre ciudad. Quizás fuese aquel mismo pensamiento el que había hecho que Helena aceptase sin rechistar.
- Probablemente haya mujeres. Quizás no en las altas esferas, ya sabemos como son los humanos. Pero me puedo apostar una mano a que, si una de ellas se ocupase de todo este asunto de la sucesión, las cosas serían menos dramática y teatrales.
La siguió en silencio hasta la casa del alcalde. Como el, ahora muerto, alquimista había indicado, era fácil de identificar. La opulencia y el exceso parecían ser la marca distintiva del hombre; y el hecho de que celebrasen una reunión, supuestamente secreta, en un lugar como aquel, solo hablaba de lo poderosos e intocables que debían sentirse aquellos individuos en la ciudad.
Deseando suerte a su compañera, la vio partir y, tras cruzar unas palabras con el guarda de la puerta, desaparecer por la puerta principal del edificio. El primer obstáculo estaba superado. Ahora debía evitar que el candidato número dos, el elegido para perder la vida, llegase hasta allí. El problema radicaba en saber si su pequeña demora, por culpa de la escurridiza rata, había hecho que los tres candidatos se encontrasen ya dentro del edificio. Oculto aún entre las sombras de un callejón, se planteó cual sería la mejor estrategia a seguir.
Sabían que los asistentes iban enmascarados, pero no todos llegaban con el rostro cubierto a la reunión. Parecían haber disfrazado el evento como un baile de máscaras en la casa del alcalde, solo al alcance de los miembros más destacados de la ciudad… o al menos aquello había comentado dos de los asistentes que, fortuitamente, habían pasado ante su escondrijo, antes de dirigirse a la gran mansión.
Todavía cavilaba sobre cómo proceder, cuando una sombra se agazapó al otro lado del callejón. Era demasiado pequeña para ser de un adulto, así que el elfo supuso que era otro de los ratoncitos informantes. Echando un último vistazo a la casa del alcalde, se dispuso a seguir a la pequeña sombra, que volvió a detenerse un par de callejones más adelante. Segundos más tarde, otra figura, ligeramente más alta, se reunió con ella.
- ¿Falta alguien?
- No lo sé. Creo que no –la vio remover algo entre sus ropas- Deberían haber avisado ahora a los últimos.
- ¿Sabes lo que le ha pasado a Rot? Una extraña… -el muchacho guardó silencio cuando el elfo se hizo visible entre las sombras del callejón. Aún a pesar de la oscuridad, pudo ver la expresión de pavor en su rostro.
- ¿Qué? ¿Qué fue lo que pasó? –preguntó la niña, mientras seguía rebuscando entre sus ropas.
- Que se encontró con mi amiga –la voz del elfo tuvo efecto inmediato y la niña detuvo sus movimientos. Entonces los vio tensarse al unísono, con claras intenciones de salir corriendo- ¡Esperad! –les pidió, con una cordialidad que le quemaba en la boca, habida cuenta de que se trataba de humanos. Ambos se detuvieron, mirándolo con suspicacia- Supongo que os pagarán por… los recados y supongo también que os habrán amenazado con haceros cosas terribles si desvelais la información a quien no debeis.
Los niños se miraron entre ellos, antes de volver el rostro de nuevo hacia él y asentir. Aunque cautos, parecían expectantes. El peliblanco se agachó para quedar más o menos a su altura.
- Bien. No voy a preguntaros sobre el punto de encuentro, la contraseña ni nada relacionado con la reunión. Eso ya lo sé –lo miraron con evidente sorpresa- Vuestro amigo fue más inteligente que el alquimista que me lo cantó todo. Por eso Rot sigue vivo y el alquimista no –los observó unos instantes antes de continuar- Solo quiero saber si los tres candidatos han llegado ya al lugar de la reunión –la negativa fue patente en sus rostros, por lo que añadió- ¿Acaso alguien os han dicho de forma explícita que no podíais compartir esa información.
La niña fue la primera en dudar y miró a su compañero, algo mayor que ella, con expresión interrogativa. Él acabó cediendo tras unos minutos.
- Se supone que debían ser los últimos en llegar a la fiesta, así que estarán de camino –el elfo le sonrió.
- Una pregunta más. ¿Sabéis dónde están? –el muchacho frunció los labios y al elfo no le quedó duda de habían sido avisados de no desvelar aquella información. Levantó las manos en señal de paz- De acuerdo… Probemos otra cosa. Si desease dar un agradable paseo nocturno por la ciudad, qué dirección me recomendaríais -la niña, aparentemente más espabilada que su amigo, señaló sin muchos miramientos al norte- Esta noche ganará el tercer candidato. Tenemos un amigo en común. Me aseguraré de recordarle que los ratones de la ciudad necesitan ser alimentados… siempre y cuando los ratoncitos sean lo suficientemente inteligentes como para no morder la mano que les da de comer.
La niña, de nuevo más espabilada que su compañero, amagó un gesto de silencio. Levantándose, les dedicó una última sonrisa, antes de girarse y abandonar el callejón.
Al norte, como había indicado la muchacha, encontró a dos individuos, pulcramente vestidos con túnicas rojas. Parecían apurados, como si temiesen llegar tarde a la reunión. El elfo los siguió entre las sombras [1], atento a cualquier comentario que pudiese desvelar si uno de ellos era un candidatos.
- No es culpa mía.
- Sé que no es culpa tuya, pero eso no quita que vayamos a llegar tarde.
- ¿Y qué querías que hiciera?
- ¡Por todos los dioses, Johan! Esta noche se elige al líder del gremio. ¿Realmente crees que dejar una pócima a medias no está justificado? A veces me pregunto dónde tienes la cabeza.
- Lo dices como si tuviese alguna opción…
- Por el bien de todos, esperemos que así sea.
Las voces se perdieron poco a poco, mientras los dos individuos avanzaban y torcían hacia la izquierda al final de la calle. Johan… Tarek sacó la oferta de trabajo y la releyó rápidamente. Johan Ballentine… el tercer candidato. El primero de los tres había sido localizado.
Avanzó rápidamente entre las sombras, para ver como Ballentine y su compañero giraban a la derecha en la siguiente intersección. Ahora tenía dos opciones: seguirlos y asegurarse de que llegaban sanos y salvos a la Asamblea; o dejarlos e intentar localizar a otro de los candidatos. Aunque por las palabras del compañero de Ballentine, era posible que los dos restantes ya hubiesen llegado a la mansión del alcalde y de no ser así, encontrarlos en aquel laberinto de calles sería casi imposible. Resolvió seguir al tercer candidato.
- ¿Seguro que estás bien?
- Si si, solo son los nervios. Dame un minuto –Ballentine se apartó un par de metros de su compañero, para apoyarse en una pared cercana y respirar con calma, mientras murmuraba algo.
El segundo alquimista pateó el suelo con nerviosismo un par de veces, antes de alejarse un poco más, para observar la calle que daba a la entrada de la morada del alcalde.
- Señor Ballentine –la voz de Tarek surgió de entre las sombras, sobresaltando al hombre- No se asuste, por favor. Un amigo común me ha pedido que le ayude y para ello necesito que usted me ayude a mí –el elfo dio un paso al frente, haciéndose visible en la tenue luz del callejón- En la Asamblea se encuentra una amiga. Porta una máscara un poco peculiar, triste, pero con una amplia sonrisa. Por favor, dígale que Tarek le envía saludos y su bendición con el tercer candidato.
- ¿A qué viene esto?
- Digamos que hay gente interesada en que salga victorioso de la contienda de esta noche… y que hay otra que intentará evitar que pueda presentar su candidatura oficialmente. Quédese con la idea de que yo me encuentro entre los primeros.
- Johan –la voz del segundo alquimista se escuchó más cercana y, cuando Ballentine volvió a encarar al elfo, este ya no se encontraba allí- ¿Estás mejor?
- Si. Si, es hora de que entremos.
___
[1] Sigilo (Nivel 2)
Subrayado: dificultades a superar para conseguir los objetivos del trabajo.
- Probablemente haya mujeres. Quizás no en las altas esferas, ya sabemos como son los humanos. Pero me puedo apostar una mano a que, si una de ellas se ocupase de todo este asunto de la sucesión, las cosas serían menos dramática y teatrales.
La siguió en silencio hasta la casa del alcalde. Como el, ahora muerto, alquimista había indicado, era fácil de identificar. La opulencia y el exceso parecían ser la marca distintiva del hombre; y el hecho de que celebrasen una reunión, supuestamente secreta, en un lugar como aquel, solo hablaba de lo poderosos e intocables que debían sentirse aquellos individuos en la ciudad.
Deseando suerte a su compañera, la vio partir y, tras cruzar unas palabras con el guarda de la puerta, desaparecer por la puerta principal del edificio. El primer obstáculo estaba superado. Ahora debía evitar que el candidato número dos, el elegido para perder la vida, llegase hasta allí. El problema radicaba en saber si su pequeña demora, por culpa de la escurridiza rata, había hecho que los tres candidatos se encontrasen ya dentro del edificio. Oculto aún entre las sombras de un callejón, se planteó cual sería la mejor estrategia a seguir.
Sabían que los asistentes iban enmascarados, pero no todos llegaban con el rostro cubierto a la reunión. Parecían haber disfrazado el evento como un baile de máscaras en la casa del alcalde, solo al alcance de los miembros más destacados de la ciudad… o al menos aquello había comentado dos de los asistentes que, fortuitamente, habían pasado ante su escondrijo, antes de dirigirse a la gran mansión.
Todavía cavilaba sobre cómo proceder, cuando una sombra se agazapó al otro lado del callejón. Era demasiado pequeña para ser de un adulto, así que el elfo supuso que era otro de los ratoncitos informantes. Echando un último vistazo a la casa del alcalde, se dispuso a seguir a la pequeña sombra, que volvió a detenerse un par de callejones más adelante. Segundos más tarde, otra figura, ligeramente más alta, se reunió con ella.
- ¿Falta alguien?
- No lo sé. Creo que no –la vio remover algo entre sus ropas- Deberían haber avisado ahora a los últimos.
- ¿Sabes lo que le ha pasado a Rot? Una extraña… -el muchacho guardó silencio cuando el elfo se hizo visible entre las sombras del callejón. Aún a pesar de la oscuridad, pudo ver la expresión de pavor en su rostro.
- ¿Qué? ¿Qué fue lo que pasó? –preguntó la niña, mientras seguía rebuscando entre sus ropas.
- Que se encontró con mi amiga –la voz del elfo tuvo efecto inmediato y la niña detuvo sus movimientos. Entonces los vio tensarse al unísono, con claras intenciones de salir corriendo- ¡Esperad! –les pidió, con una cordialidad que le quemaba en la boca, habida cuenta de que se trataba de humanos. Ambos se detuvieron, mirándolo con suspicacia- Supongo que os pagarán por… los recados y supongo también que os habrán amenazado con haceros cosas terribles si desvelais la información a quien no debeis.
Los niños se miraron entre ellos, antes de volver el rostro de nuevo hacia él y asentir. Aunque cautos, parecían expectantes. El peliblanco se agachó para quedar más o menos a su altura.
- Bien. No voy a preguntaros sobre el punto de encuentro, la contraseña ni nada relacionado con la reunión. Eso ya lo sé –lo miraron con evidente sorpresa- Vuestro amigo fue más inteligente que el alquimista que me lo cantó todo. Por eso Rot sigue vivo y el alquimista no –los observó unos instantes antes de continuar- Solo quiero saber si los tres candidatos han llegado ya al lugar de la reunión –la negativa fue patente en sus rostros, por lo que añadió- ¿Acaso alguien os han dicho de forma explícita que no podíais compartir esa información.
La niña fue la primera en dudar y miró a su compañero, algo mayor que ella, con expresión interrogativa. Él acabó cediendo tras unos minutos.
- Se supone que debían ser los últimos en llegar a la fiesta, así que estarán de camino –el elfo le sonrió.
- Una pregunta más. ¿Sabéis dónde están? –el muchacho frunció los labios y al elfo no le quedó duda de habían sido avisados de no desvelar aquella información. Levantó las manos en señal de paz- De acuerdo… Probemos otra cosa. Si desease dar un agradable paseo nocturno por la ciudad, qué dirección me recomendaríais -la niña, aparentemente más espabilada que su amigo, señaló sin muchos miramientos al norte- Esta noche ganará el tercer candidato. Tenemos un amigo en común. Me aseguraré de recordarle que los ratones de la ciudad necesitan ser alimentados… siempre y cuando los ratoncitos sean lo suficientemente inteligentes como para no morder la mano que les da de comer.
La niña, de nuevo más espabilada que su compañero, amagó un gesto de silencio. Levantándose, les dedicó una última sonrisa, antes de girarse y abandonar el callejón.
[…]
Al norte, como había indicado la muchacha, encontró a dos individuos, pulcramente vestidos con túnicas rojas. Parecían apurados, como si temiesen llegar tarde a la reunión. El elfo los siguió entre las sombras [1], atento a cualquier comentario que pudiese desvelar si uno de ellos era un candidatos.
- No es culpa mía.
- Sé que no es culpa tuya, pero eso no quita que vayamos a llegar tarde.
- ¿Y qué querías que hiciera?
- ¡Por todos los dioses, Johan! Esta noche se elige al líder del gremio. ¿Realmente crees que dejar una pócima a medias no está justificado? A veces me pregunto dónde tienes la cabeza.
- Lo dices como si tuviese alguna opción…
- Por el bien de todos, esperemos que así sea.
Las voces se perdieron poco a poco, mientras los dos individuos avanzaban y torcían hacia la izquierda al final de la calle. Johan… Tarek sacó la oferta de trabajo y la releyó rápidamente. Johan Ballentine… el tercer candidato. El primero de los tres había sido localizado.
Avanzó rápidamente entre las sombras, para ver como Ballentine y su compañero giraban a la derecha en la siguiente intersección. Ahora tenía dos opciones: seguirlos y asegurarse de que llegaban sanos y salvos a la Asamblea; o dejarlos e intentar localizar a otro de los candidatos. Aunque por las palabras del compañero de Ballentine, era posible que los dos restantes ya hubiesen llegado a la mansión del alcalde y de no ser así, encontrarlos en aquel laberinto de calles sería casi imposible. Resolvió seguir al tercer candidato.
[…]
- ¿Seguro que estás bien?
- Si si, solo son los nervios. Dame un minuto –Ballentine se apartó un par de metros de su compañero, para apoyarse en una pared cercana y respirar con calma, mientras murmuraba algo.
El segundo alquimista pateó el suelo con nerviosismo un par de veces, antes de alejarse un poco más, para observar la calle que daba a la entrada de la morada del alcalde.
- Señor Ballentine –la voz de Tarek surgió de entre las sombras, sobresaltando al hombre- No se asuste, por favor. Un amigo común me ha pedido que le ayude y para ello necesito que usted me ayude a mí –el elfo dio un paso al frente, haciéndose visible en la tenue luz del callejón- En la Asamblea se encuentra una amiga. Porta una máscara un poco peculiar, triste, pero con una amplia sonrisa. Por favor, dígale que Tarek le envía saludos y su bendición con el tercer candidato.
- ¿A qué viene esto?
- Digamos que hay gente interesada en que salga victorioso de la contienda de esta noche… y que hay otra que intentará evitar que pueda presentar su candidatura oficialmente. Quédese con la idea de que yo me encuentro entre los primeros.
- Johan –la voz del segundo alquimista se escuchó más cercana y, cuando Ballentine volvió a encarar al elfo, este ya no se encontraba allí- ¿Estás mejor?
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Tarek Inglorien
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
Uno de los alquimistas, el que tenía la máscara enojada, se acercó a Helena. La miró en silencio, y ella le correspondió con lo mismo. No sabía muy bien qué hacer; ¿Presentarse o ignorarlo? Ambas decisiones podrían resultar igual de sospechosas, además de que no sabía muy bien qué tipo de trato o jerarquía se debía de seguir en ese caso, ya que había cometido un fallo muy grande al aceptar el trabajo: no informarse de las partes que iban a tener lugar en este.
-¿Una mujer entre nosotros? No había tenido noticias de ello.-Dijo con un tono de voz analítico.
Helena de primeras no respondió, simplemente se le quedó mirando para acto seguido asentir a modo de presentación.
-Yo mismo la propuse para la reunión.-Dijo una voz más allá del hombre que portaba la máscara enojada.
Era un recién llegado. Portaba una máscara con ojos y boca cerrados, dándole un aspecto somnoliento. El individuo que habló con Helena se volteó y, al darse cuenta de quién era, el tono de voz monótono que puso denotó que no era alguien a quien tuviera en muy alta estima.
-Oh, Johan Ballantine. Has llegado antes que tus rivales, eso sí que es raro.-Echó un mirada rápida hacia Helena.-Y te has buscado apoyos. Un poco tarde, quizás, pero debo admitir que sorprendente.
Ballantine; ese era el individuo al que le tenía que asegurar la victoria. Tenía que pegarse a él y mantenerlo a salvo, aunque para su sorpresa, él ya sabía que la Rhodes estaba de su parte... ¿Quizás se había encontrado con su compañero elfo por las calles...? ¿Qué otra explicación podía haber?
Helena se puso en pie y, con ambas manos escondidas en las mangas opuestas de su túnica, hizo una breve reverencia encorvando un poco el tronco hacia el sujeto de la máscara con semblante de enojo.
-Rowerina Appletone a su servicio. Un placer.
-Richard Stone. Lo mismo digo.-Correspondió a la presentación.
El sujeto no dijo nada más y se alejó de Helena y Johan, dejándolos así solos. Ambos cruzaron miradas. Johan parecía especialmente incómodo.
-Se ha encontrado con nuestro amigo común, supongo.-Bajó el tono de su voz disimuladamente.
-Sí..
Helena volvió a sentarse en el sillón de antes y le ofreció asiento en una silla que no estaba muy lejos de su posición. Una vez que ambos estuvieron sentados, Helena se inclinó levemente hacia adelante para centrar toda su atención en Johan.
-Voy a tutearte a partir de ahora, dejémonos de formalidades.
A Ballantine no pareció importarle dicho detalle y asintió sin más.
-Tienes que decirme qué máscara llevan tus rivales.
A Johan se le veía incómodo con el asunto, y cierta timidez se le notaba en sus gestos. Helena, ante esto, revoleó los ojos y suspiró.
-Johan, probablemente haya gente como yo y mi amigo cerca.
-¿Planean matarme?-Preguntó en voz baja también.
-Es posible.-Asintió-Por eso, si quieres hacerte con el puesto, debes de estar dispuesto a sobrevivir, y eso incluye que yo pueda hacer mi trabajo.
-...está bien.-Miró hacia los lados, nervioso y preocupado por si alguien se enteraba de su conversación. Al ser uno de los candidatos, era obvio que las miradas estuviesen puestas en él, por lo que no vio prudente seguir hablando del tema. Helena llegó a la misma conclusión.-Uno de ellos lleva una máscara con los ojos cerrados; triste.
-¿Es él?-Preguntó Helena susurrando, indicando discretamente con su mirada y un leve movimiento de cabeza en la dirección de uno de los presentes que portaba una máscara que coincidía con dicha descripción, el cual estaba conversando con el tal Richard Stone.
Johan negó con la cabeza.
-No. El candidato tiene en las mejillas de su máscara una grieta, como si le hubiesen disparado con una flecha o le hubieran pegado con un objeto contundente. No sé si será de verdad así o simplemente decoración...
La bruja asintió.
-Bien.-Dijo, devolviendo su atención a Ballantine.-¿Y el otro?
-El otro candidato tiene una máscara peculiar... mitad alegre y mitad triste. Es el más fácil de reconocer, creo.
Helena asintió sin decir nada más y estudió tanto a los presentes como a la habitación en general, sopesando cómo debía actuar y qué método era el que debía seguir cuando se encontrase a alguno de los candidatos.
-Rowerina...-Llamó su atención. Helena, por inercia, lo miró.-Estoy en tus manos.
Bajo su máscara, Helena sonrió con malicia. De alguna forma, aquella situación le divertía.
-Tranquilo.-Le contestó con seguridad y confianza en sí misma.-Saldrá de aquí como el nuevo líder de los alquimistas.
Helena Rhodes
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
La puerta de la mansión se cerró tras el tercer candidato y su acompañante. Segundos más tarde, los guardas se reubicaron en sus posiciones, a la espera de más invitados. El elfo observó la propiedad desde la distancia. Parecía inexpugnable. Ni una sola ventana entornada, ni una puerta trasera por la que acceder. Nada. El evento debía revestir más importancia de la que el peliblanco le había conferido en un inicio y la férrea seguridad del lugar de reunión parecía confirmarlo. Se preguntó, no sin cierta preocupación, si había enviado a Helena a una jaula de leones, sola, sin apoyo… y luego estaba el asunto de los dos candidatos restantes.
Su encuentro con Ballantine había sido puramente casual. Una afortunada coincidencia. Pero desconocía los candidatos restantes había llegado ya a la reunión o incluso, de no haberlo hecho, si sería capaz de identificarlos a tiempo, antes de que entrasen en la mansión. Pensó de nuevo en Helena y en lo que podría estar pasando dentro de aquella ostentosa casa.
Una nueva comitiva se acercó entonces a la casa desde el lado norte. El grupo no era especialmente numeroso, pero era evidente que pretendían hacerse notar. Lo guardas se inclinaron con respeto cuando el grupo alcanzó la verja de entrada. Debía ser otro de los candidatos… o al menos alguien importante en la celebración.
El peliblanco los observó con atención, intentando encontrar algún tipo de distintivo que le permitiese identificar al que, claramente, era el líder de la comitiva. Debía entrar en la mansión y ayudar a Helena desde las sombras, quedarse allí fuera a la espera no era una alternativa. Alguna manera tendría que haber de acceder a la vivienda.
Pestañeó un par de veces, tratando de enfocar la vista. Pero a cada segundo parecía costarle más distinguir los contornos de lo que sus ojos veían.
- Deberías haber aceptado mi propuesta - La voz surgió a su espalda y, girándose, notó como perdía equilibrio. El hombre que lo había abordado en la taberna se encontraba ante él. ¿Cómo era posible que no lo hubiese escuchado acercarse?- Alquimistas –fue la escueta respuesta del hombre a su no pronunciada pregunta…¿ o quizás si la había expresado en voz alta? Le costaba mantener la concentración- Tienen juguetes de lo más interesantes –su sonrisa tomó un matiz macabro a ojos del elfo, aunque este poco se fiaba ya de lo que sus ojos le decían- Seguro que encontramos algo para ti.
Cuando abrió de nuevo los ojos se encontró en un entorno desconocido. Probablemente había perdido el conocimiento poco después de que el brujo se personase ante él. El mismo individuo que en aquel momento se encontraba a unos metros de su persona, discutiendo algo con un grupo de personas, ataviadas con túnicas rojas y máscaras con expresiones variopintas. Uno de ellos gesticuló hacia el elfo.
- Por fin despiertas –fue el saludo del brujo, mientras se aproximaba a él- Un bebedizo curioso. Algo nuevo. Se administra por el aire. Solo necesitas que el objetivo esté lo suficientemente cerca como para respirarlo. Por desgracia tiene efectos secundarios un poco… desagradables. Es posible que sientas cierto dolor de cabeza durante un par de horas.
El elfo lo observó sin decir nada. Un sordo retumbar en las sienes le indicó que el individuo no se equivocaba. Pero al menos ya era capaz de enfocar la vista y comenzó a observar su entorno, en busca de una salida. Lo había atado a una silla y la sala parecía ser algún tipo de sótano. Sobre él se escuchaba una ligera melodía. Al parecer había conseguido entrar en la mansión del alcalde, aunque no de la manera prevista.
Se centró de nuevo en el brujo, que lo observaba con mirada evaluadora.
- Si hubieses aceptado mi propuesta, podríamos habernos ahorrado todo esto –se acercó de nuevo al elfo- Pero no solo la rechazaste, sino que aceptaste la oferta de ese molesto… gusano –con desdén tiró en anuncio de Cohen a sus pies- Pero esto todavía tiene solución –girándose, se dirigió a una mesa cercana- Contigo fuera de juego, Ballantine no tiene ninguna oportunidad. Cualquier cosa que planeases con ese vampiro, ha llegado a su fin –lo vio tomar una jeringa de la mesa y golpearla un par de veces, para sacar el aire del émbolo, antes de dirigirse de nuevo al elfo- Permíteme que me ponga poético por unos instantes. Qué mejor final que dejar que el único guardián de Ballantine sea el encargado de darle muerte. Justicia divina, ¿no crees?
Con amarga satisfacción, el elfo pensó una vez más en Helena. A esas alturas, si el tal Ballantine era lo suficientemente inteligente como para seguir sus indicaciones, ya se habría reunido con ella. Pasase lo que pasase, pensó el elfo mientras el brujo inyectaba aquel azulado líquido en el cuello, ella acabaría la misión… y si él sobrevivía, se encargaría personalmente de desollar a aquel malnacido que tenía ante él. Notó un intenso ardor recorrer sus venas y el sordo alarido que escapó de sus pulmones se vio opacado por la mano del brujo, que con firmeza le tapó la boca.
- No te preocupes, pronto dejarás de sentirlo. Pronto dejarás preocuparte por cualquier cosa que no sea lo que yo te ordene.
___
* Un nuevo candidato entra en el edificio
Subrayado: una nueva dificultad. Tarek es sometido a algún tipo de poción (experimental) que lo subyuga a las órdenes del brujo que se la ha inoculado y que claramente quiere acabar con el Tercer candidato.
Su encuentro con Ballantine había sido puramente casual. Una afortunada coincidencia. Pero desconocía los candidatos restantes había llegado ya a la reunión o incluso, de no haberlo hecho, si sería capaz de identificarlos a tiempo, antes de que entrasen en la mansión. Pensó de nuevo en Helena y en lo que podría estar pasando dentro de aquella ostentosa casa.
Una nueva comitiva se acercó entonces a la casa desde el lado norte. El grupo no era especialmente numeroso, pero era evidente que pretendían hacerse notar. Lo guardas se inclinaron con respeto cuando el grupo alcanzó la verja de entrada. Debía ser otro de los candidatos… o al menos alguien importante en la celebración.
El peliblanco los observó con atención, intentando encontrar algún tipo de distintivo que le permitiese identificar al que, claramente, era el líder de la comitiva. Debía entrar en la mansión y ayudar a Helena desde las sombras, quedarse allí fuera a la espera no era una alternativa. Alguna manera tendría que haber de acceder a la vivienda.
Pestañeó un par de veces, tratando de enfocar la vista. Pero a cada segundo parecía costarle más distinguir los contornos de lo que sus ojos veían.
- Deberías haber aceptado mi propuesta - La voz surgió a su espalda y, girándose, notó como perdía equilibrio. El hombre que lo había abordado en la taberna se encontraba ante él. ¿Cómo era posible que no lo hubiese escuchado acercarse?- Alquimistas –fue la escueta respuesta del hombre a su no pronunciada pregunta…¿ o quizás si la había expresado en voz alta? Le costaba mantener la concentración- Tienen juguetes de lo más interesantes –su sonrisa tomó un matiz macabro a ojos del elfo, aunque este poco se fiaba ya de lo que sus ojos le decían- Seguro que encontramos algo para ti.
[…]
Cuando abrió de nuevo los ojos se encontró en un entorno desconocido. Probablemente había perdido el conocimiento poco después de que el brujo se personase ante él. El mismo individuo que en aquel momento se encontraba a unos metros de su persona, discutiendo algo con un grupo de personas, ataviadas con túnicas rojas y máscaras con expresiones variopintas. Uno de ellos gesticuló hacia el elfo.
- Por fin despiertas –fue el saludo del brujo, mientras se aproximaba a él- Un bebedizo curioso. Algo nuevo. Se administra por el aire. Solo necesitas que el objetivo esté lo suficientemente cerca como para respirarlo. Por desgracia tiene efectos secundarios un poco… desagradables. Es posible que sientas cierto dolor de cabeza durante un par de horas.
El elfo lo observó sin decir nada. Un sordo retumbar en las sienes le indicó que el individuo no se equivocaba. Pero al menos ya era capaz de enfocar la vista y comenzó a observar su entorno, en busca de una salida. Lo había atado a una silla y la sala parecía ser algún tipo de sótano. Sobre él se escuchaba una ligera melodía. Al parecer había conseguido entrar en la mansión del alcalde, aunque no de la manera prevista.
Se centró de nuevo en el brujo, que lo observaba con mirada evaluadora.
- Si hubieses aceptado mi propuesta, podríamos habernos ahorrado todo esto –se acercó de nuevo al elfo- Pero no solo la rechazaste, sino que aceptaste la oferta de ese molesto… gusano –con desdén tiró en anuncio de Cohen a sus pies- Pero esto todavía tiene solución –girándose, se dirigió a una mesa cercana- Contigo fuera de juego, Ballantine no tiene ninguna oportunidad. Cualquier cosa que planeases con ese vampiro, ha llegado a su fin –lo vio tomar una jeringa de la mesa y golpearla un par de veces, para sacar el aire del émbolo, antes de dirigirse de nuevo al elfo- Permíteme que me ponga poético por unos instantes. Qué mejor final que dejar que el único guardián de Ballantine sea el encargado de darle muerte. Justicia divina, ¿no crees?
Con amarga satisfacción, el elfo pensó una vez más en Helena. A esas alturas, si el tal Ballantine era lo suficientemente inteligente como para seguir sus indicaciones, ya se habría reunido con ella. Pasase lo que pasase, pensó el elfo mientras el brujo inyectaba aquel azulado líquido en el cuello, ella acabaría la misión… y si él sobrevivía, se encargaría personalmente de desollar a aquel malnacido que tenía ante él. Notó un intenso ardor recorrer sus venas y el sordo alarido que escapó de sus pulmones se vio opacado por la mano del brujo, que con firmeza le tapó la boca.
- No te preocupes, pronto dejarás de sentirlo. Pronto dejarás preocuparte por cualquier cosa que no sea lo que yo te ordene.
___
* Un nuevo candidato entra en el edificio
Subrayado: una nueva dificultad. Tarek es sometido a algún tipo de poción (experimental) que lo subyuga a las órdenes del brujo que se la ha inoculado y que claramente quiere acabar con el Tercer candidato.
Tarek Inglorien
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
Un nuevo invitado llegó a la habitación, abriendo las puertas de la sala de tal forma que rompió el silencio general que había en esta y haciendo que todos los presentes pusieran por simple inercia su atención en él.
Máscara con facciones mitad alegre y mitad triste; tenía que ser uno de los candidatos.
-¡Y aquí viene otro de los candidatos!-El tal Richard Stone no tardó en recibirlo con los brazos abiertos, en un sobreactuado intento por parecer complaciente y servicial. ¿Quizás tenía envidia de los candidatos por no ser uno de ellos?
-Uno de mis rivales.-Comentó en voz baja Ballantine, que se hallaba aún sentado tras su conversación anterior con Helena.
La bruja asintió con discreción mirándolo. Tras eso, devolvió su mirada hacia el candidato rival.
Sin duda era mucho más popular que Ballantine, pues casi la totalidad de presentes se acercaron a saludarlo. Le trataban con un respeto admirable y deseado por cualquier líder. Sin duda, una cualidad muy alejada de lo que el candidato que la Rhodes tenía que proteger poseía.
-Acércate a saludarlo.-Dijo tras devolver su atención a Ballantine, el cual estaba visiblemente incómodo. Este no entendió muy bien aquella sugerencia, y se quedó mirando a la bruja dubitativo.-Aumenta tu influencia, hazte notar.
-Pero...-La voz casi le temblaba, no por introversión, sino por miedo. Helena entonces alzó discretamente la palma de una de sus manos a media altura y le cortó.
-Yo estaré vigilando en todo momento.
Con un aspecto inseguro, Ballantine se levantó de su asiento y se dirigió con los demás alquimistas. Tenía que recibir de buen grado al nuevo integrante de la reunión y así lo hizo. Nadie le mostró el mismo respeto ni lo tenían en la consideración que a su rival, pero el tercer candidato intentó integrarse de la mejor forma que solo él podía saber en ese mundillo que le resultaba tan patético a Helena. Ninguno de esos tipos sabía cómo funcionaba de verdad el éter, después de todo ¿Cómo iban a saberlo si nunca lo habían sentido ni lo habían experimentado?
Se preguntó de nuevo qué hacía allí llevándose una mano a la sien mientras soltaba un largo suspiro, luego recordó que simplemente era un trabajo más y que cobraría por ello, y esa era la única cosa que debía importarle.
No habían movimientos extraños y todo parecía ir bien en la reunión. Ballantine parecía integrarse bien con los alquimistas. Era extraño que al estar dos candidatos bien posicionados, con sus respectivos defensores y retractores, surgiera un tercer miembro dispuesto a asumir el liderazgo de aquel grupo. No iba a ser ella quien preguntase ni por supuesto le iba a importar, pero le resultaba curioso. Solo le molestaba el hecho de que, tras darse cuenta en la interacción con los demás, el tercer candidato fuese el peor posicionado de todos y quien más crudo lo tenía para conseguir salir victorioso en la elección. Sin lugar a dudas había sido un golpe de mala suerte el tener tres posibilidades y caer en la peor.
De pronto, se hizo el silencio y el tal Richard Stone carraspeó de forma que se le oyera en toda la sala. Hasta los más apartados (como Helena) oirían sus palabras.
-Es bien sabido que hoy elegiremos tres candidatos que nos liderarán en estos tiempos tan turbulentos y peligrosos. A nadie le viene de sorpresa que el motivo de nuestra reunión sea la elección de dicho líder; el más sabio, hábil y capaz de entre todos nosotros. No solo a nivel alquímico, sino político, una faceta importante que hay que tener en cuenta.-Miraba en general a todos, pero se detuvo en Ballantine al final con claras intenciones hostiles en sus palabras. Helena se puso en pie, no le gustaba el tono tan grandilocuente que usaba y ese desprecio hacia su protegido.-La ejecución de Edmund Hundman ha supuesto un gran varapalo para nosotros. La desestabilización y el desconcierto no nos son ajenos estos días. Y yo digo... ¿Por qué estar así? Tenemos que seguir hacia adelante. Nuestro trabajo, a nivel científico, puede cambiar vidas, a nivel económico, puede enriquecer a todos. La alquimia es importante y su investigación es crucial y debe ser una cuestión de Estado. ¡Hay que elevar dicha problemática hasta los lores, duques, condes y hasta los mismísimos reyes que nos gobiernan!-Helena frunció el ceño, extrañada a la vez que molesta. Bufó discretamente, pues no podía ocultar su desaprobación con aquel tipo.-Es por eso que les digo, queridos hermanos...-Se llevó la mano a su túnica y pareció rebuscar algo. La Rhodes se puso alerta y se acercó a él, pero se detuvo en seco cuando, en lugar de sacar cualquier objeto que conllevara un peligro implícito, lo que descubrió fue una máscara agrietada de ojos tristes.-¡Votadme como vuestro líder y yo nos llevaré a tiempos mejores!
Helena se quedó confusa, parada en mitad de la sala, mientras que el tal Richard Stone, el último candidato que faltaba por aparecer, se cambiaba la máscara en ese preciso momento.
Tenía allí a los tres objetivos, cada uno con un propósito diferente, y, a pesar de que lo había planeado todo en su cabeza, en ese momento se quedó sin saber qué hacer. ¿A quién mataba? ¿A quién convencía de que tenía que dejar su postulación? Miró entonces a Ballantine, quien fortuitamente la estaba mirando también. Tenía que trazar el plan a tiempo para que todo saliese bien, y se le había ocurrido una idea, pero el propio Ballantine tenía que ayudarla.
Helena Rhodes
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
Rojo… todo parecía especialmente… rojo. Incluso él. Todo rojo. La capa… la capa que le había dado a… ella… ¿Quién era ella? Algo rojo se cruzó de nuevo ante sus ojos. Todo se movía ante él, todos aquellos… Todo rojo. ¿Por qué llevaba puesto algo tan rojo? Pestañeó un par de veces y las formas rojas parecieron tomar nitidez, aclararse de alguna manera, pero fue un momento fútil. Todo se volvió de nuevo borrosamente rojo a su alrededor. Un ligero dolor de cabeza martilleó en el fondo de su consciencia, pero en unos segundos pareció perder importancia, como todo lo demás.
Algo tiró de él y, girando la cabeza hacia el lugar del que había venido el movimiento, vio algo que no era rojo. Unas formas más pequeñas, negras, se movían ante él. Una de ellas se elevó y se situó ante sus ojos. Un chasquido lo devolvió momentáneamente a la realidad o, más bien, lo hizo centrarse únicamente la persona que se encontraba ante él. Todo lo demás, pensamientos y sensaciones, desaparecieron de su mente.
- Concéntrate –aquella susurrante voz pareció reverberar en el vacío en que se había convertido en aquel momento su mente. Entonces una mano se posó en su mentón y le giró la cara, de nuevo hacia el torbellino rojo. Sin embargo, aquel mundo de borrones en movimiento se había convertido en una sala de baile, llena de gente, llena de capas rojas. Los borrones empezaron a pulular de nuevo por el fondo de su conciencia, pero por segunda vez la susurrante voz lo sacó de su ensimismamiento- Concéntrate. Debes buscar una máscara… -la voz pareció perderse un instante y otro más llenó el espacio, pero el elfo apenas fue capaz de registarlo- un máscara con la boca y los ojos cerrados, con expresión somnolienta.
Máscaras. La sala estaba llena de ellas, algunas peculiares, otras insulsas, algunas incluso desagradables. Pero daban todas igual. La máscara somnolienta. Debía buscar la máscara somnolienta. Paseó la mirada por la sala, intentando encontrar aquella imagen, mientras las palabras reverberaban en su mente “ojos cerrados, boca cerrada, expresión…” y entonces la vio. Todo lo que la rodeaba pareció perder nitidez. Todo volvió a convertirse en aquella informe masa roja que se movía incesante ante él.
Algo en su expresión debió de mudar, pues el hombre volvió a hablarle, esta vez más cerca, más imperioso, mientras depositaba algo en su mano. Tarek notó el peso del objeto, pero apenas le prestó atención. Debía enfocarse en la máscara, la máscara somnolienta.
- Ahora quiero que te acerques, con cuidado, y que uses esto –el hombre tocó el objeto en su mano- para acabar con nuestro problema. Mata al hombre que porta esa máscara y, cuando acabes, quiero que te rajes la garganta. ¿Me has entendido? -el elfo asintió de forma inconsciente- Es una pena que tenga que acabar así, podrías habernos sido útil en el futuro, pero tomaste tu decisión el día que te enrolaste con ese vampiro. Ahora ve.
Con un leve empujón, el hombre lo instó a iniciar la marcha. Apartando una gruesa cortina de terciopelo oscuro, se internó en el bullicio, en el torbellino rojo de la sala que, de repente, pareció detenerse. Todos aquellos borrones se quedaron quietos en un mismo sitio y, de fondo, escuchó reverberar una voz. Una única voz que parecía hablarle a todos ellos. Pero no importaba, la única voz que era relevante era la que repetía de forma incesante sus órdenes en el vacío de su mente: “matar al hombre que porta la máscara”.
El elfo avanzó con cuidado entre el gentío, que escuchaba extasiado el fervoroso discurso de Richard Stone, sin prestar mayor atención a lo que pasaba a su alrededor. El individuo parecía contar con una exorbitante popularidad entre sus semejantes, que vitorearon su nombre cuando se colocó la máscara con una extraña grieta en la mejilla sobre la cara. Pero Tarek no era consciente de aquello, el solo continuaba su camino, intentando esquivar a los alquimistas que le obstaculizaban el paso hasta la solitaria figura de Johan Ballantine. Este permanecía ignorante a lo que se gestaba a su espalda, mientras observaba apesadumbrado el discurso y posterior ovación a su rival.
En su fuero interno, el elfo fue contando los pasos que le quedaban hasta llegar a su objetivo, mientras Stone retomaba la palabra para ensalzar sus proposiciones y promesas, como futuro líder del gremio de los alquimistas. Sin embargo, sus palabras resultaban vacías y lejanas para el peliblanco, que se encontraba a pocos metros de su objetivo. Nadie pareció reparar en el elfo, pues portaba la misma capa roja que el resto de los presentes y su cara, cubierta por una anodina máscara, apenas dejaba distinguir su naturaleza. Simplemente parecía alguien que quería acercarse para escuchar mejor el discurso de uno de los candidatos.
Ballantine se movió entre el gentío y Tarek necesitó unos segundos para reubicarlo, solo para darse cuenta de que el tercer candidato se acercaba despistado hacia él. El elfo recalculó su estrategia. Apuñalarlo por la espalda habría sido más sencillo, pero interceptarlo de camino tampoco supondría un problema demasiado grande que salvar. “…cuando acabes, quiero que te rajes la garganta”. Pestañeó un par de veces cuando esas palabras acudieron a su mente. Era la segunda parte de su misión. Pero, ¿quería hacerlo? Todo se volvió nítido un segundo, antes de perderse de nuevo en aquella maraña de color rojo. Todo, menos la máscara somnolienta. Desechó el pensamiento como si careciese de importancia y continuó caminando hacia su objetivo.
Alguien chocó entonces contra él, haciéndolo trastabillar ligeramente. La luz de las lámparas pareció intensificarse ante sus ojos. Sin embargo, continuó su camino, sin inmutarse. Una voz se alzó a su espalda, aunque su tono insistente no pudo importarle menos. Se encontraba a pocos pasos de Ballantine. Algo… o alguien tiró entonces de él y una nueva e insistente voz quiso abrirse camino en su mente, sin conseguirlo. Las palabras de Stone seguían resonando de fondo, pero todo lo que el elfo pudo registrar fue la pérdida del peso que ocupaba momentos antes su mano. Entonces, su mundo pareció girar y todo lo que pudo ver a su alrededor fueron de nuevo aquellos borrones rojos. Giró la cabeza para buscar de nuevo a su objetivo, la máscara, pero su mirada se topó con el brillante filo de un cuchillo que descansaba a unos metros de él en el suelo. ¿Era aquello lo que había pesado en su mano?
Una figura vestida de rojo se agachó para tomarlo y se dirigió con premura hacia Ballantine. Hacia su objetivo. Desembarazándose de la capa, que parecía impedir que siguiese moviéndose, se encaminó en dirección a la figura que había tomado el cuchillo. La interceptó justo en el momento en que alcanzaba al tercer candidato, que se había detenido para mirar con evidente desagrado a Stone, que continuaba con su vehemente discurso. Sin pensar más que en recuperar el cuchillo y terminar su misión, como le había sido ordenado, se interpuso entre las dos figuras… y todo se detuvo.
Un grito a su espalda pareció poner todo de nuevo en marcha y la máscara del hombre ante él ganó cierta nitidez. Los ojos tras la máscara parecieron abrirse con sorpresa. Tarek, sin embargo, dirigió la vista hacia abajo. Ya no portaba la capa, ya no era rojo, como todo lo demás. Sin embargo, al retirar las manos de su abdomen, a donde las había llevado de forma inconsciente, vio que estaban cubiertas del oscuro carmesí de la sangre. El hombre ante él pareció titubear y dando un par de pasos atrás, se separó del elfo.
- Por el amor de dios –exclamó una voz a su lado. Girando la vista, observó ante él aquella blanquecina expresión somnolienta. Solo tenía que coger el cuchillo y acabar con… pero esta desapareció de repente. Ballantine se había retirado la máscara, lanzándola al suelo, donde yacía en aquel momento olvidada bocabajo- Llamad a un médico. Llamad a la guardia.
Varias manos agarraron entonces al elfo, que acabó tendido de espaldas en el suelo. El techo sobre él, de un blanco impoluto, brillaba en con el reflejo de la gran lámpara de araña que presidía la sala.
-… escuchas? –una cacofonía de voces se alzó a su alrededor, pero una de ellas parecía sobresalir sobre el resto- Vamos, no te desmayes ahora. Tienes que estar consciente -de nuevo, unas manos movieron al elfo, hasta incorporarlo ligeramente. Algo, frío y sólido, se posó en sus labios-Tienes… bebe –las palabras le llegaban entrecortadas, pero la insistencia con la que inclinaron aquello sobre su boca y el frío líquido que entro en ella le obligaron a tragar para no ahogarse- … propia cosecha. Si había veneno…
Un intenso calor se extendió entonces por el cuerpo del elfo. Por sus venas parecía correr fuego en vez de sangre. Pero tan rápido como se apoderó de él la sensación, así desapareció, dejándolo sumido por unos segundos en una apacible inconsciencia.
- Tumbadlo en uno de los sillones –indicó Ballantine con una confianza y temple que pocos habían visto antes en él- En cuanto despierte podremos aclarar lo sucedido.
Todos los presentes siguieron con la mirada los pasos del tercer candidato, que acababa de salvar la vida de un elfo desconocido, que nadie sabía cómo había llegado a aquella exclusiva velada. Su rápida intervención había evitado una horrible muerte -la suya propia-, puesto que la poción que había administrado al elfo había sido capaz de contrarrestar los efectos de aquello que le habían inyectado. Los rumores y chismorreos que comenzaron a pulular por la sala, hablaban de un intento de asesinato contra Ballantine y de la extraña, aunque fortuita, intervención de aquel desconocido.
El atacante, aquel que había blandido el cuchillo -e intercedido entre el peliblanco y su objetivo-, tuvo menos suerte. Un grupo de alquimistas había conseguido reducirlo y en aquel momento se desvelaba su rostro. Era Rufus Dothersmith, hermano de Giorgon Dothersmith, uno de los candidatos a presidir el Gremio de Alquimistas. Uno que rápidamente perdió aquel estatus, pues las inquisitivas y hostiles miradas tras las máscaras de sus cogeneres lo instaron a abandonar la competición y, minutos después, la reunión para perderse sumido en la más oscura de las rabias y la más pesada de las vergüenzas en la fría noche de Sacresticville.
Algo tiró de él y, girando la cabeza hacia el lugar del que había venido el movimiento, vio algo que no era rojo. Unas formas más pequeñas, negras, se movían ante él. Una de ellas se elevó y se situó ante sus ojos. Un chasquido lo devolvió momentáneamente a la realidad o, más bien, lo hizo centrarse únicamente la persona que se encontraba ante él. Todo lo demás, pensamientos y sensaciones, desaparecieron de su mente.
- Concéntrate –aquella susurrante voz pareció reverberar en el vacío en que se había convertido en aquel momento su mente. Entonces una mano se posó en su mentón y le giró la cara, de nuevo hacia el torbellino rojo. Sin embargo, aquel mundo de borrones en movimiento se había convertido en una sala de baile, llena de gente, llena de capas rojas. Los borrones empezaron a pulular de nuevo por el fondo de su conciencia, pero por segunda vez la susurrante voz lo sacó de su ensimismamiento- Concéntrate. Debes buscar una máscara… -la voz pareció perderse un instante y otro más llenó el espacio, pero el elfo apenas fue capaz de registarlo- un máscara con la boca y los ojos cerrados, con expresión somnolienta.
Máscaras. La sala estaba llena de ellas, algunas peculiares, otras insulsas, algunas incluso desagradables. Pero daban todas igual. La máscara somnolienta. Debía buscar la máscara somnolienta. Paseó la mirada por la sala, intentando encontrar aquella imagen, mientras las palabras reverberaban en su mente “ojos cerrados, boca cerrada, expresión…” y entonces la vio. Todo lo que la rodeaba pareció perder nitidez. Todo volvió a convertirse en aquella informe masa roja que se movía incesante ante él.
Algo en su expresión debió de mudar, pues el hombre volvió a hablarle, esta vez más cerca, más imperioso, mientras depositaba algo en su mano. Tarek notó el peso del objeto, pero apenas le prestó atención. Debía enfocarse en la máscara, la máscara somnolienta.
- Ahora quiero que te acerques, con cuidado, y que uses esto –el hombre tocó el objeto en su mano- para acabar con nuestro problema. Mata al hombre que porta esa máscara y, cuando acabes, quiero que te rajes la garganta. ¿Me has entendido? -el elfo asintió de forma inconsciente- Es una pena que tenga que acabar así, podrías habernos sido útil en el futuro, pero tomaste tu decisión el día que te enrolaste con ese vampiro. Ahora ve.
Con un leve empujón, el hombre lo instó a iniciar la marcha. Apartando una gruesa cortina de terciopelo oscuro, se internó en el bullicio, en el torbellino rojo de la sala que, de repente, pareció detenerse. Todos aquellos borrones se quedaron quietos en un mismo sitio y, de fondo, escuchó reverberar una voz. Una única voz que parecía hablarle a todos ellos. Pero no importaba, la única voz que era relevante era la que repetía de forma incesante sus órdenes en el vacío de su mente: “matar al hombre que porta la máscara”.
El elfo avanzó con cuidado entre el gentío, que escuchaba extasiado el fervoroso discurso de Richard Stone, sin prestar mayor atención a lo que pasaba a su alrededor. El individuo parecía contar con una exorbitante popularidad entre sus semejantes, que vitorearon su nombre cuando se colocó la máscara con una extraña grieta en la mejilla sobre la cara. Pero Tarek no era consciente de aquello, el solo continuaba su camino, intentando esquivar a los alquimistas que le obstaculizaban el paso hasta la solitaria figura de Johan Ballantine. Este permanecía ignorante a lo que se gestaba a su espalda, mientras observaba apesadumbrado el discurso y posterior ovación a su rival.
En su fuero interno, el elfo fue contando los pasos que le quedaban hasta llegar a su objetivo, mientras Stone retomaba la palabra para ensalzar sus proposiciones y promesas, como futuro líder del gremio de los alquimistas. Sin embargo, sus palabras resultaban vacías y lejanas para el peliblanco, que se encontraba a pocos metros de su objetivo. Nadie pareció reparar en el elfo, pues portaba la misma capa roja que el resto de los presentes y su cara, cubierta por una anodina máscara, apenas dejaba distinguir su naturaleza. Simplemente parecía alguien que quería acercarse para escuchar mejor el discurso de uno de los candidatos.
Ballantine se movió entre el gentío y Tarek necesitó unos segundos para reubicarlo, solo para darse cuenta de que el tercer candidato se acercaba despistado hacia él. El elfo recalculó su estrategia. Apuñalarlo por la espalda habría sido más sencillo, pero interceptarlo de camino tampoco supondría un problema demasiado grande que salvar. “…cuando acabes, quiero que te rajes la garganta”. Pestañeó un par de veces cuando esas palabras acudieron a su mente. Era la segunda parte de su misión. Pero, ¿quería hacerlo? Todo se volvió nítido un segundo, antes de perderse de nuevo en aquella maraña de color rojo. Todo, menos la máscara somnolienta. Desechó el pensamiento como si careciese de importancia y continuó caminando hacia su objetivo.
Alguien chocó entonces contra él, haciéndolo trastabillar ligeramente. La luz de las lámparas pareció intensificarse ante sus ojos. Sin embargo, continuó su camino, sin inmutarse. Una voz se alzó a su espalda, aunque su tono insistente no pudo importarle menos. Se encontraba a pocos pasos de Ballantine. Algo… o alguien tiró entonces de él y una nueva e insistente voz quiso abrirse camino en su mente, sin conseguirlo. Las palabras de Stone seguían resonando de fondo, pero todo lo que el elfo pudo registrar fue la pérdida del peso que ocupaba momentos antes su mano. Entonces, su mundo pareció girar y todo lo que pudo ver a su alrededor fueron de nuevo aquellos borrones rojos. Giró la cabeza para buscar de nuevo a su objetivo, la máscara, pero su mirada se topó con el brillante filo de un cuchillo que descansaba a unos metros de él en el suelo. ¿Era aquello lo que había pesado en su mano?
Una figura vestida de rojo se agachó para tomarlo y se dirigió con premura hacia Ballantine. Hacia su objetivo. Desembarazándose de la capa, que parecía impedir que siguiese moviéndose, se encaminó en dirección a la figura que había tomado el cuchillo. La interceptó justo en el momento en que alcanzaba al tercer candidato, que se había detenido para mirar con evidente desagrado a Stone, que continuaba con su vehemente discurso. Sin pensar más que en recuperar el cuchillo y terminar su misión, como le había sido ordenado, se interpuso entre las dos figuras… y todo se detuvo.
Un grito a su espalda pareció poner todo de nuevo en marcha y la máscara del hombre ante él ganó cierta nitidez. Los ojos tras la máscara parecieron abrirse con sorpresa. Tarek, sin embargo, dirigió la vista hacia abajo. Ya no portaba la capa, ya no era rojo, como todo lo demás. Sin embargo, al retirar las manos de su abdomen, a donde las había llevado de forma inconsciente, vio que estaban cubiertas del oscuro carmesí de la sangre. El hombre ante él pareció titubear y dando un par de pasos atrás, se separó del elfo.
- Por el amor de dios –exclamó una voz a su lado. Girando la vista, observó ante él aquella blanquecina expresión somnolienta. Solo tenía que coger el cuchillo y acabar con… pero esta desapareció de repente. Ballantine se había retirado la máscara, lanzándola al suelo, donde yacía en aquel momento olvidada bocabajo- Llamad a un médico. Llamad a la guardia.
Varias manos agarraron entonces al elfo, que acabó tendido de espaldas en el suelo. El techo sobre él, de un blanco impoluto, brillaba en con el reflejo de la gran lámpara de araña que presidía la sala.
-… escuchas? –una cacofonía de voces se alzó a su alrededor, pero una de ellas parecía sobresalir sobre el resto- Vamos, no te desmayes ahora. Tienes que estar consciente -de nuevo, unas manos movieron al elfo, hasta incorporarlo ligeramente. Algo, frío y sólido, se posó en sus labios-Tienes… bebe –las palabras le llegaban entrecortadas, pero la insistencia con la que inclinaron aquello sobre su boca y el frío líquido que entro en ella le obligaron a tragar para no ahogarse- … propia cosecha. Si había veneno…
Un intenso calor se extendió entonces por el cuerpo del elfo. Por sus venas parecía correr fuego en vez de sangre. Pero tan rápido como se apoderó de él la sensación, así desapareció, dejándolo sumido por unos segundos en una apacible inconsciencia.
- Tumbadlo en uno de los sillones –indicó Ballantine con una confianza y temple que pocos habían visto antes en él- En cuanto despierte podremos aclarar lo sucedido.
Todos los presentes siguieron con la mirada los pasos del tercer candidato, que acababa de salvar la vida de un elfo desconocido, que nadie sabía cómo había llegado a aquella exclusiva velada. Su rápida intervención había evitado una horrible muerte -la suya propia-, puesto que la poción que había administrado al elfo había sido capaz de contrarrestar los efectos de aquello que le habían inyectado. Los rumores y chismorreos que comenzaron a pulular por la sala, hablaban de un intento de asesinato contra Ballantine y de la extraña, aunque fortuita, intervención de aquel desconocido.
El atacante, aquel que había blandido el cuchillo -e intercedido entre el peliblanco y su objetivo-, tuvo menos suerte. Un grupo de alquimistas había conseguido reducirlo y en aquel momento se desvelaba su rostro. Era Rufus Dothersmith, hermano de Giorgon Dothersmith, uno de los candidatos a presidir el Gremio de Alquimistas. Uno que rápidamente perdió aquel estatus, pues las inquisitivas y hostiles miradas tras las máscaras de sus cogeneres lo instaron a abandonar la competición y, minutos después, la reunión para perderse sumido en la más oscura de las rabias y la más pesada de las vergüenzas en la fría noche de Sacresticville.
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
Fue ella la que agarró al elfo. Gracias a eso, no se inmiscuyó en su trabajo, y también gracias a eso, se eliminó a un candidato, fruto de la codicia. No se había planeado, pero había ocurrido, la pregunta era, ¿Por qué el elfo de cabellos blancos y ojos verdes había intentado matar a Ballantine? Algo estaba sucediendo, y el repentino mareo del de orejas puntiagudas lo exculpaba de traición.
Tumbó en el sillón, junto a otros, al elfo. La reunión se enrareció y se notaba que algo no iba bien. El candidato que se había ido había mostrado a su asesino, ¿Tendría el llamado Stone otro? No era una opción que hubiera que descartar. Helena echó un rápido vistazo a modo de barrido por toda la sala, intentando ver movimientos sospechosos.
Se acercó a Ballantine, el cual se había convertido en un improvisado líder ante esa situación alterada.
-Está conmigo.-Le susurró-Pero no es él, le han drogado o algo.-Lanzó sus primeras conclusiones, ya que había perdido la pista de su compañero antes de entrar a la mansión y desconocía el método por el cual había accedido a ella.
Ballantine asintió, al tiempo que veía cómo se acercaba, justo por detrás de Helena, Richard Stone.
-Supongo que no podemos tener una reunión pacífica ni una sola vez, ¿Eh?
Helena se tensó y se volteó hacia él. Richard, con una mirada indiferente, no le prestó más atención de la necesaria y siguió arrojando toda su atención sobre Ballantine.
-Johan, me considero un hombre honesto. Por lo tanto espero que tú también lo seas.-Se frotó las manos y se las guardó en la túnica-No sé si habrás pensado en matar a tus rivales esta noche como nuestro querido Dothersmith. Por lo que he visto ahora, no puedo fiarme ni de mi sombra. Mi guardia personal está fuera de la mansión, y no tengo a nadie contratado para hacer estas sucias jugarretas. Así que, por favor, juguemos limpio.
-Por supuesto, Richard.-Dijo con un tono solemne.
-Bien.-Asintió, y antes de irse, le dedicó otra mirada indiferente a la bruja.
-Lo odio.-Dijo entre dientes.
Ballantine bufó de forma cómica. Acto seguido invitó a Helena a apartarse de la multitud para hablar más en privado.
-Los alquimistas como él se regodean con las altas esferas de la sociedad. Tiene muchas influencias y es capaz de ganarse a la gente por su carisma.
-¿Te crees algo de lo que ha dicho?-Se cruzó de brazos.
-Es un hombre honesto, aunque arrogante. Quizás solo esté jugando al despiste, o quizás ha dicho la verdad.-Pensó durante unos segundos, sus ojos se notaban preocupados bajo su máscara.-¿No crees que tenga oportunidad contra él?
-Mi cliente nos ha pedido expresamente que velemos por tu seguridad y nos aseguremos de que salgas victorioso.-Susurró.-¿Por qué preguntas eso?-Frunció el ceño.-¿No quieres que lo quite de en medio?
-¿Existe alguna forma no violenta?-Preguntó, incómodo.-Ya lo has oído; espera una trampa por mi parte.
Helena suspiró y puso los ojos rodados en blanco.
-No te conozco, Johan. No sé de qué eres capaz y de qué no, y si me permites decirlo, hasta hace poco no parecías muy capaz de estar al frente de este grupo.-Dijo, ruda.-Además, el plan era quitar a uno de en medio y eliminar al otro. Lo primero ya se ha hecho.
-¿Piensas asesinarlo, sin más?
Helena esbozó una sonrisa socarrona.
-Para eso me han contratado.-Dijo con un tono casi burlesco.-Pero también sé hacerlo de forma sigilosa.
Sin mediar ninguna palabra más, se alejó de su protegido y se acercó a una de las ventanas de la habitación, era grande, tanto como la altura de una persona, y se podía ver el gran jardín de la mansión. La luna llena seguía alzada, y eso le llevó a acordarse de algo; estaba nerviosa, agitada por lo que había pasado, por no saber exactamente qué le depararía todo aquello. Mantuvo todo ese estrés bajo control, y al mirar la luna el recordatorio de que su cordura pendía de un hilo la puso nerviosa, y ese estímulo fue suficiente como para sentir frío, mucho frío.
Se tambaleó un poco y se agarró a una de las esquinas de la ventana. Su corazón empezó a desacelerarse, siempre le resultaba una sensación extraña, como si los efectos del estrés y la ansiedad se invirtieran en justo lo contrario, la sangre no corría fuerte por sus venas; se congelaba, y eso le daba un aspecto pálido a su piel, como si de un cadáver se tratara. El pelo poco a poco se volvió azulado hasta que dicho color lo acaparaba todo. Sus ojos se tornaron blancos. La mente se le nublaba y una ira repentina le invadía. El estrés la azotó, la ansiedad la había hecho prisionera y su maldición resurgió de nuevo [1].
De entre sus ropajes sacó su daga Asagger, y sin más, la lanzó hacia Richard Stone, que estaba expuesto, sin nadie alrededor y vigilando la estancia a la vez que daba órdenes a los que estaban más cerca para organizar la reunión adecuadamente. La daga fue lanzada como arma arrojadiza, con la precisión de incrustarla justo en el cuello del objetivo, que cayó apoyándose en una silla cercana mientras se tocaba la herida. Helena extendió un brazo hacia adelante y el arma volvió a su poder gracias al encantamiento que poseía [2]. Todos en el lugar quedaron estupefactos, alguien fue lo suficientemente valiente como para gritar que acudiese alguien en su auxilio y del resto de sus compañeros. Otros intentaron acercarse a Helena para reducirla, pero esta sacó otra daga y, con dos en su poder fue fácil mantener la superioridad debido a que los alquimistas presentes no eran guerreros y no tenían armas.
Helena se movía con gracilidad, cortando, apuñalando y dando patadas a los tres alquimistas que la rodeaban sin tener casi oposición. No pasó mucho tiempo hasta que las heridas que infligía a sus débiles oponentes hicieron mella y cayeron al suelo inconscientes desangrándose. Nadie parecía acudir aún, algunos escaparon despavoridos, mientras que Richard Stone moría irremediablemente en un gran charco producido por su propia sangre. Johan Ballantine no huyó, y Helena lo visualizó. La ira que sentía era visceral y cegadora, e iba en aumento con cada muerte que causaba. Ballantine sería su siguiente objetivo, todo por querer calmar una sed de sangre que nunca se agotaba.
_______________________________________________
Off:
- [1] Maldición:
- Corazón de Hielo:
- Debido a que llevó sus habilidades al límite, sumado a los encantamientos de la vampiresa de nombre Karina Ragnhild, una señora de la voz, Helena sufrirá la maldición Corazón de Hielo.
Las situaciones de estrés ponen a prueba su cordura. Sentirá la furia incontrolable e incapaz de saciar que caracteriza las víctimas de Karina. Al mismo tiempo, y como señal de estrés, su corazón se congelará, enfriando todo su cuerpo y ofreciéndole un aspecto helado.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Sufrida en este tema: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
- [2] Encantamiento de Asagger activado --> Bendición de Thor: El objeto encantado adquiere la propiedad de volver levitando hacia su portador a voluntad de éste. La velocidad a la que lo hace la convierte en un potencial ataque.
Helena Rhodes
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
El murmullo de voces hablando fue lo primero que escuchó. Era como un sonido armónico y desentonado, que subía y bajaba de volumen, cambiaba y parecía igual todo el tiempo. Entonces una voz conocida se sobrepuso a todas las demás y poco a poco, centrándose en aquel sonido familiar, como si de un ancla se tratase, el elfo fue recuperando la conciencia.
Parpadeó un par de veces antes de abrir los ojos. La luz sobre él lo cegó un instante, pero todo parecía haber perdido aquel irreal brillo que lo había inundado antes. No recordaba con exactitud cómo había llegado hasta allí, pero imágenes de formas rojas y máscaras blancas inundaban su memoria. Notó algo blando bajo él. ¿Una cama? No, era demasiado estrecho. ¿Un sofá? Eso podía ser.
- Johan, se ha despertado –giró la cabeza para observar el origen de aquella voz, pero mientras trataba de enfocar la cara del individuo, otra forma se coló en su campo de visión.
- ¿Te encuentras bien? –aquella era la voz de Ballantine, la que había identificado entre el tumulto. Una voz grave, un recuerdo inconexo y borroso volvió a su mente, ¿por qué sentía que debía matar a aquel hombre?- No, no, no –exclamó este alarmado- No te levantes. Podrías marearte.
El elfo, sin embargo, obvió su consejo y, el bien pronosticado mareo, llegó a él mientras se incorporaba para sentarse en el sofá. Intentó recomponerse, pues había cuestiones más importantes y no podía darse el lujo de quedarse acostado.
- Me enviaron a matarte –le dijo, con voz rasposa. ¿Había gritado en algún momento? Los recuerdos de lo ocurrido seguían borrosos- Era un brujo. Me… inyectó algo –añadió, tocándose el punto del cuello en el que le habían suministrado la droga.
Las frías manos de Ballantine apartaron la suya, para examinar el lugar que había indicado. Lo vio poner cara de preocupación.
- La poción que te he dado debería haber neutralizado cualquier sustancia que hubiese en tu organismo ¿Qué sientes ahora? –preguntó
- Dolor de cabeza –fue la respuesta del elfo- No sé lo que era –añadió ante la pregunta no formulada del alquimista- Todo… brillaba. Solo podía centrarme en una cosa. Una máscara y su voz, con aquella orden, se repetía una y otra vez en mi cabeza.
- ¿Sientes ahora deseos de matarme? –preguntó el hombre.
- Eres un humano. Siempre siento deseos de mataros –le respondió- Pero si lo hiciese ahora, sería por voluntad propia.
Ballantine apartó las manos de él con precaución. Su compañero, aquel con el que Tarek lo había visto en el callejón, observó al elfo con una ceja alzada, incrédulo ante sus palabras. El tercer candidato carraspeó, antes de retomar la palabra.
- ¿Podrías identificar al brujo? –preguntó- ¿El lugar dónde te…?
Un tumulto a su espalda los hizo alzarse, solo para ver a Stone caer con una daga en el cuello. Los gritos inundaron la sala y los alquimistas comenzaron a correr despavoridos, algunos para esconderse, otros para intentar dejar la sala. Pero la distorsionada efigie de Helena, aquel ente en el que se había trasformado, continuó apuñalando y rajando a todos los que encontró a su paso. ¿Acaso le habían suministrado algo, como al propio Tarek? El elfo la observó estupefacto. Lo que fuese que le habían suministrado, había cambiado drásticamente su aspecto. Entonces, la mirada de la mujer se centró en Ballantine.
Con velocidad inusitada, se acercó al tercer candidato, con claras intenciones de atacarlo. Pero antes de que el elfo pudiese hacer nada, el amigo de Ballantine se interpuso, llevándose la primea puñalada en un antebrazo. Su grito de dolor hizo reaccionar al peliblanco, que golpeó a la mujer en la muñeca para que soltase la daga. Sin embargo, esta volvió a sus manos en cuanto ella la invocó.
Esquivó un ataque de la bruja, antes de apartarla de nuevo de la trayectoria de Ballantine. Parecía sumida en algún tipo de trance o furia destructiva y, ni siquiera cuando pronunció su nombre, ella pareció reaccionar.
- ¿No tendrás otra dosis de eso que me has dado, no? –le preguntó al alquimista, mientras apartaba de un golpe el brazo de la chica. A su espalda, Ballantine, agazapado tras el sofá, pareció rebuscar algo entre sus pertenencias.
Mientras esquivaba un nuevo golpe, las puertas de la sala se abrieron y cuatro guardias armados entraron alarmados. Dos de ellos se dirigieron junto a moribundo Stone, mientras el resto del grupo se acercó con cautela a Helena y el peliblanco. Tarek los vio desenvainar y, por sus gestos, estaba claro que su intención no era incapacitar a su compañera, sino neutralizarla.
- ¿Ballantine? –preguntó Tarek con premura.
- ¡Si! Si, tengo algo –respondió este- Pero no sé cómo vamos a dárselo.
Si algo había aprendido Tarek a su llegada al Campamento Sur era que, independientemente de en qué condiciones se desarrollase una lucha, siempre había un momento (si la batalla se extendía lo suficiente) en que el enemigo comenzaba a repetir patrones. El de Helena era abrir demasiado la guardia cuando intentaba alcanzar su cara. Así pues, en cuanto vio a la chica extender el brazo para ejecutar aquel preciso ataque, en vez de agacharse, la golpeó en el codo, desestabilizando su trayectoria. Introdujo entonces su brazo bajo el de la chica y, girándola, se lo inmovilizó contra la espalda. Recordó entonces su capacidad para invocar la daga y, adelantándose a la posibilidad de que la atrajese a su otra mano, la aseguró contra la pared y agarró su otra muñeca con la mano libre.
- Ballantine –llamó al alquimista que, en menos de segundo, se posicionó a su lado.
- Necesito que le agarres la cabeza –Tarek lo observó alzando ambas cejas, mientras forcejeaba aún con la chica- Si, claro –respondió al darse cuenta de lo absurdo de su petición- ¡Rosh!
El compañero de Ballantien apareció entonces ante ellos y, agarrando con firmeza a la chica, consiguieron hacer que se bebiese el ambarino líquido. Sin embargo, pareció no surtir efecto en ella.
- Vaya, interesante –comentó el tercer candidato pensativo- Quizás se deba a un componente incompatible, no es la primera vez que lo veo, podría ser…
- ¡Johan!
- ¡Ballantine!
- ¡Ah! Si. Le daré algo para que se tranquilice y a partir de ahí podremos ver qué hacer con ella –rebuscó de nuevo entre sus enseres y finalmente sacó un frasco azul, cuyo contenido, no sin esfuerzo, consiguieron que Helena se bebiese.
Su efecto fue inmediato y la chica pareció desvanecerse en los brazos del elfo, que se apresuró a agarrarla para que no cayese al suelo. Mientras la trasladaban al sofá que poco antes había ocupado Tarek, su cabello comenzó a perder aquel tono azulado.
- No lo entiendo… -murmuró Ballantine, en voz baja- Si fuese veneno tendría que haber funcionado.
- Y lo ha hecho –respondió Tarek mirándolo fijamente. El alquimista se giró entonces hacia él para replicar, pero el elfo insistió- Lo ha hecho.
Levantándose, miró a su alrededor. Los guardias parecían desconcertados y los alquimistas que no se desangraban en el suelo, los miraban con aprensión.
- La han drogado, como a mí –afirmó Tarek ante la audiencia, retirando el cuello de su túnica y mostrando el punto en el que le habían inyectado aquel líquido, que mostraba un antinatural tono morado, que parecía seguir el sendero de sus venas- Un brujo, que había intentado contratarme hace unos días para matar al candidato Ballantine y que, al no conseguirlo, ha intentado usar métodos menos convencionales. Una droga, experimental, según sus propias palabras. Que fue suministrada en el sótano de esta misma mansión.
Los murmullos se dejaron oír en la sala y algunas miradas se dirigieron, sin demasiado reparo, a la inerte figura de Stone.
- ¿Insinuáis acaso que nuestro anfitrión ha intentado matar al candidato menos… probable, no con uno, sino con dos asesinos? No sé si os habéis dado cuenta, pero Stone está muerto -Tarek observó al hombre con clara desidia.
- No insinúo nada. Todos lo habéis visto. Si no llega a interceder la dama que se encuentra ahora en el sofá, yo mismo lo habría matado. Y creo que quedan pocas dudas sobre a quién buscaba ella, cuando cayó bajo el influjo de… lo que sea que le suministraron.
- Pero Stone está muerto –repitió el hombre.
- Bueno, no creo que vuelva a cometer el error de usar brebajes experimentales. Ya no puede permitírselo.
Algunas risas disimuladas se dejaron escuchar en la sala. Un intenso rubor, más propio de la rabia que de la vergüenza, subió por las mejillas de su interlocutor.
- ¿Qué oportuno entonces que solo quede un candidato, no crees? –antes de que Tarek pudiese responder, fue el propio Ballantine el que tomó la palabra.
- Ya basta. Hay gente herida y lo primordial es atenderlos. ¿Somos alquimistas, no? Pues que se note porqué la comunidad alquímica de Sacrestic Ville es famosa –se giró entonces hacia los estupefactos guardias- Deberían cerrar todas las salidas. Una vez que atendamos a los heridos, iremos a comprobar si existe ese laboratorio en los sótanos y a aclarar este asunto.
- ¿Pero la elección…? –insistió el otro hombre.
- Deberá posponerse, a menos hasta que nos hayamos asegurado de que no hay más muertes innecesarias en esta sala.
Parpadeó un par de veces antes de abrir los ojos. La luz sobre él lo cegó un instante, pero todo parecía haber perdido aquel irreal brillo que lo había inundado antes. No recordaba con exactitud cómo había llegado hasta allí, pero imágenes de formas rojas y máscaras blancas inundaban su memoria. Notó algo blando bajo él. ¿Una cama? No, era demasiado estrecho. ¿Un sofá? Eso podía ser.
- Johan, se ha despertado –giró la cabeza para observar el origen de aquella voz, pero mientras trataba de enfocar la cara del individuo, otra forma se coló en su campo de visión.
- ¿Te encuentras bien? –aquella era la voz de Ballantine, la que había identificado entre el tumulto. Una voz grave, un recuerdo inconexo y borroso volvió a su mente, ¿por qué sentía que debía matar a aquel hombre?- No, no, no –exclamó este alarmado- No te levantes. Podrías marearte.
El elfo, sin embargo, obvió su consejo y, el bien pronosticado mareo, llegó a él mientras se incorporaba para sentarse en el sofá. Intentó recomponerse, pues había cuestiones más importantes y no podía darse el lujo de quedarse acostado.
- Me enviaron a matarte –le dijo, con voz rasposa. ¿Había gritado en algún momento? Los recuerdos de lo ocurrido seguían borrosos- Era un brujo. Me… inyectó algo –añadió, tocándose el punto del cuello en el que le habían suministrado la droga.
Las frías manos de Ballantine apartaron la suya, para examinar el lugar que había indicado. Lo vio poner cara de preocupación.
- La poción que te he dado debería haber neutralizado cualquier sustancia que hubiese en tu organismo ¿Qué sientes ahora? –preguntó
- Dolor de cabeza –fue la respuesta del elfo- No sé lo que era –añadió ante la pregunta no formulada del alquimista- Todo… brillaba. Solo podía centrarme en una cosa. Una máscara y su voz, con aquella orden, se repetía una y otra vez en mi cabeza.
- ¿Sientes ahora deseos de matarme? –preguntó el hombre.
- Eres un humano. Siempre siento deseos de mataros –le respondió- Pero si lo hiciese ahora, sería por voluntad propia.
Ballantine apartó las manos de él con precaución. Su compañero, aquel con el que Tarek lo había visto en el callejón, observó al elfo con una ceja alzada, incrédulo ante sus palabras. El tercer candidato carraspeó, antes de retomar la palabra.
- ¿Podrías identificar al brujo? –preguntó- ¿El lugar dónde te…?
Un tumulto a su espalda los hizo alzarse, solo para ver a Stone caer con una daga en el cuello. Los gritos inundaron la sala y los alquimistas comenzaron a correr despavoridos, algunos para esconderse, otros para intentar dejar la sala. Pero la distorsionada efigie de Helena, aquel ente en el que se había trasformado, continuó apuñalando y rajando a todos los que encontró a su paso. ¿Acaso le habían suministrado algo, como al propio Tarek? El elfo la observó estupefacto. Lo que fuese que le habían suministrado, había cambiado drásticamente su aspecto. Entonces, la mirada de la mujer se centró en Ballantine.
Con velocidad inusitada, se acercó al tercer candidato, con claras intenciones de atacarlo. Pero antes de que el elfo pudiese hacer nada, el amigo de Ballantine se interpuso, llevándose la primea puñalada en un antebrazo. Su grito de dolor hizo reaccionar al peliblanco, que golpeó a la mujer en la muñeca para que soltase la daga. Sin embargo, esta volvió a sus manos en cuanto ella la invocó.
Esquivó un ataque de la bruja, antes de apartarla de nuevo de la trayectoria de Ballantine. Parecía sumida en algún tipo de trance o furia destructiva y, ni siquiera cuando pronunció su nombre, ella pareció reaccionar.
- ¿No tendrás otra dosis de eso que me has dado, no? –le preguntó al alquimista, mientras apartaba de un golpe el brazo de la chica. A su espalda, Ballantine, agazapado tras el sofá, pareció rebuscar algo entre sus pertenencias.
Mientras esquivaba un nuevo golpe, las puertas de la sala se abrieron y cuatro guardias armados entraron alarmados. Dos de ellos se dirigieron junto a moribundo Stone, mientras el resto del grupo se acercó con cautela a Helena y el peliblanco. Tarek los vio desenvainar y, por sus gestos, estaba claro que su intención no era incapacitar a su compañera, sino neutralizarla.
- ¿Ballantine? –preguntó Tarek con premura.
- ¡Si! Si, tengo algo –respondió este- Pero no sé cómo vamos a dárselo.
Si algo había aprendido Tarek a su llegada al Campamento Sur era que, independientemente de en qué condiciones se desarrollase una lucha, siempre había un momento (si la batalla se extendía lo suficiente) en que el enemigo comenzaba a repetir patrones. El de Helena era abrir demasiado la guardia cuando intentaba alcanzar su cara. Así pues, en cuanto vio a la chica extender el brazo para ejecutar aquel preciso ataque, en vez de agacharse, la golpeó en el codo, desestabilizando su trayectoria. Introdujo entonces su brazo bajo el de la chica y, girándola, se lo inmovilizó contra la espalda. Recordó entonces su capacidad para invocar la daga y, adelantándose a la posibilidad de que la atrajese a su otra mano, la aseguró contra la pared y agarró su otra muñeca con la mano libre.
- Ballantine –llamó al alquimista que, en menos de segundo, se posicionó a su lado.
- Necesito que le agarres la cabeza –Tarek lo observó alzando ambas cejas, mientras forcejeaba aún con la chica- Si, claro –respondió al darse cuenta de lo absurdo de su petición- ¡Rosh!
El compañero de Ballantien apareció entonces ante ellos y, agarrando con firmeza a la chica, consiguieron hacer que se bebiese el ambarino líquido. Sin embargo, pareció no surtir efecto en ella.
- Vaya, interesante –comentó el tercer candidato pensativo- Quizás se deba a un componente incompatible, no es la primera vez que lo veo, podría ser…
- ¡Johan!
- ¡Ballantine!
- ¡Ah! Si. Le daré algo para que se tranquilice y a partir de ahí podremos ver qué hacer con ella –rebuscó de nuevo entre sus enseres y finalmente sacó un frasco azul, cuyo contenido, no sin esfuerzo, consiguieron que Helena se bebiese.
Su efecto fue inmediato y la chica pareció desvanecerse en los brazos del elfo, que se apresuró a agarrarla para que no cayese al suelo. Mientras la trasladaban al sofá que poco antes había ocupado Tarek, su cabello comenzó a perder aquel tono azulado.
- No lo entiendo… -murmuró Ballantine, en voz baja- Si fuese veneno tendría que haber funcionado.
- Y lo ha hecho –respondió Tarek mirándolo fijamente. El alquimista se giró entonces hacia él para replicar, pero el elfo insistió- Lo ha hecho.
Levantándose, miró a su alrededor. Los guardias parecían desconcertados y los alquimistas que no se desangraban en el suelo, los miraban con aprensión.
- La han drogado, como a mí –afirmó Tarek ante la audiencia, retirando el cuello de su túnica y mostrando el punto en el que le habían inyectado aquel líquido, que mostraba un antinatural tono morado, que parecía seguir el sendero de sus venas- Un brujo, que había intentado contratarme hace unos días para matar al candidato Ballantine y que, al no conseguirlo, ha intentado usar métodos menos convencionales. Una droga, experimental, según sus propias palabras. Que fue suministrada en el sótano de esta misma mansión.
Los murmullos se dejaron oír en la sala y algunas miradas se dirigieron, sin demasiado reparo, a la inerte figura de Stone.
- ¿Insinuáis acaso que nuestro anfitrión ha intentado matar al candidato menos… probable, no con uno, sino con dos asesinos? No sé si os habéis dado cuenta, pero Stone está muerto -Tarek observó al hombre con clara desidia.
- No insinúo nada. Todos lo habéis visto. Si no llega a interceder la dama que se encuentra ahora en el sofá, yo mismo lo habría matado. Y creo que quedan pocas dudas sobre a quién buscaba ella, cuando cayó bajo el influjo de… lo que sea que le suministraron.
- Pero Stone está muerto –repitió el hombre.
- Bueno, no creo que vuelva a cometer el error de usar brebajes experimentales. Ya no puede permitírselo.
Algunas risas disimuladas se dejaron escuchar en la sala. Un intenso rubor, más propio de la rabia que de la vergüenza, subió por las mejillas de su interlocutor.
- ¿Qué oportuno entonces que solo quede un candidato, no crees? –antes de que Tarek pudiese responder, fue el propio Ballantine el que tomó la palabra.
- Ya basta. Hay gente herida y lo primordial es atenderlos. ¿Somos alquimistas, no? Pues que se note porqué la comunidad alquímica de Sacrestic Ville es famosa –se giró entonces hacia los estupefactos guardias- Deberían cerrar todas las salidas. Una vez que atendamos a los heridos, iremos a comprobar si existe ese laboratorio en los sótanos y a aclarar este asunto.
- ¿Pero la elección…? –insistió el otro hombre.
- Deberá posponerse, a menos hasta que nos hayamos asegurado de que no hay más muertes innecesarias en esta sala.
Tarek Inglorien
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
Un fuerte dolor de cabeza fue lo que sintió en el momento en el que recobró consciencia de sí misma. Cada vez que le entraba esa extraña ansiedad acababa así; desorientada y sin saber ni qué ni cuánto tiempo había pasado, sin contar las veces en las que "despertaba" en un lugar desconocido o diferente al que se hallaba con anterioridad.
Un gruñido en forma de quejido fue lo único que pudo salir de sus labios de primeras. Se encontraba tumbada en uno de los sofás de la sala, y a su vera estaba una figura ataviada con la túnica y máscara características de la reunión de los alquimistas. No podía distinguir muy bien el rostro que mostraba la máscara, por lo que no supo quién era. Fuese quien fuese, estaba agachado asistiendo a la bruja, por lo que no debería ser hostil.
-¿Te encuentras bien, Rowerina?
Era el nombre falso que había dado, y con todo lo acontecido ya casi ni se acordaba. La figura borrosa resultó ser el propio Johan Ballantine, que se había quedado cuidando de ella y otros heridos al parecer. Helena se temió lo peor en ese momento.
-Lo he hecho yo, ¿Verdad?
Johan no supo qué contestar, pero sabía que tenía que dar alguna respuesta para mantener la coartada de la mujer ante los oídos de quien pudiese estar escuchando.
-Sin duda ha sido el efecto de alguna sustancia nociva, probablemente una droga.
Helena se llevó una mano a la frente, la cabeza le empezaba a dar martillazos mientras bombeaba. Aquello no era el efecto de ninguna droga, Ballantine la estaba cubriendo, pero... ¿Por qué? Era prescindible. Quizás intentaba protegerse a sí mismo evitando que la única persona con la que interactuó y pareció confiar en todo momento (aparte de su acompañante) resultara ser una asesina. Eso a los ojos de sus compañeros podría ser comprometido...
Lo entendió y se pasó la misma mano por toda su rostro hacia abajo para terminar en un suspiro cansado.
-¿Y el elfo?
-Ha ido a buscar al culpable de todo esto. Sabe quién es, al menos por su voz.
Helena asintió, y entonces vio de reojo que habían hombres armados en la sala, distintos a los alquimistas y sus túnicas rojas. Eso la hizo ponerse en alerta.
-Debería irme...
-¿Te sientes mejor?
-...no...-Respondió con un quejido intentando sin éxito incorporarse sentada.-...pero ellos seguro que no tendrán piedad de una asesina, y menos en mi estado. Soy un caramelito en este momento. Bueno, en este y en todos...-Rió con dificultad.
Ya le habían visto el rostro. En mitad del tumulto, se le habría caído la máscara y su privacidad no era un secreto. Al ser la única sin máscara allí (aparte de los guardias), no dejaba de notar ciertas miradas hacia su persona. Eso la incomodaba.
-Debes descansar...-Ballantine se acercó para hablarle en susurros.-Todos creen que has sido drogada al igual que tu compañero, no corres peligro.
Helena no dijo nada más y asintió con una sonrisa convencida. En el fondo, no pensaba hacer caso a las indicaciones de Johan, y en cuanto tuviera la oportunidad, marcharse de allí lo más pronto posible y sin ser vista. La situación parecía controlada por parte del, ahora respetado, tercer candidato, y seguramente el elfo de cabellos blancos y ojos verdes también se las apañaría para dar el castigo que se merece a quien le drogó. Para ella, el trabajo estaba hecho y no era necesario correr más peligro estando en una situación vulnerable. Johan Ballantine se alzaría como nuevo líder de esos alquimistas, y eso le bastaría para cobrar por su contrato de trabajo.
Helena Rhodes
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
Expresiones de sorpresa se mezclaron con clamores de terror cuando alcanzaron el sótano de la mansión. Aunque pronto todo se vio sustituido por una mal disimulada curiosidad. “Alquimistas…” pensó Tarek, poniendo los ojos en blanco. Repasó con la mirada al pequeño grupo que había bajado a aquel lugar como avanzadilla, como testigos de que lo que el elfo contaba era cierto… o no. El peliblanco dudaba de que les restasen muchas dudas tras ver aquel lugar. Estaba claro que alguien había intentado “limpiar” parte del sótano, destruyendo algunos frascos cuyo contenido, esparcido por el suelo de piedra, podría haber resultado incriminatorio.
El alquimista que había replicado en el salón principal a las palabras del elfo, se paseaba en aquel momento por la sala, con la cabeza en alto, observando todo con fingida despreocupación. Tarek, apoyado contra uno de los postes de la puerta, lo vio dar un par de vueltas por la estancia.
- ¿Esto es… todo? –preguntó tras unos minutos, encarándose al peliblanco. El resto de alquimistas le dirigió una mirada cautelosa, antes de tornar los ojos hacia el elfo.
- ¿Qué más esperabais? ¿Un cartel que dijese “aquí manipulamos y experimentamos con gente”? –respondió este. El hombre lo miró con cierto asco, al notar la mofa tras sus palabras. Al igual que el resto de los presentes, se había quitado la máscara antes de bajar al sótano.
- Esto es un laboratorio de alquimia, como cualquier otro. Como el que podrías encontrar en mi propia casa… -el elfo lo interrumpió.
- ¿Acaso os estáis incriminando? –el hombre apretó la mandíbula con rabia contenida.
- Digas lo que digas, aquí no hay ni una sola prueba de lo que afirmas –siseó- Es tu palabra contra la de un respetado miembro de nuestra sociedad. Stone era un hombre de palabra, ¿quién eres tú?
- Un elfo con poca paciencia –contestó Tarek tras unos segundos.
Separándose de la pared, avanzó un par de pasos hasta el centro de la estancia. El hombre, al igual que algunos de los alquimistas, retrocedió un par de pasos.
- ¿Nos amenazas? –le preguntó, alzando el rostro desafiante.
- No se equivoque, la gente como yo no pierde el tiempo amenazando a aquellos que va a matar –se giró entonces hacia la menuda figura que intentaba camuflarse entre las sombras, cerca de la entrada. El joven sirviente que los había acompañado hasta allí y que hacía lo posible por pasar desapercibido- ¿Dónde está la entrada? –le preguntó secamente. El muchacho negó con la cabeza- Ambos sabemos que este no es el lugar al que me trajeron y que en algún lugar de este sótano hay otra entrada.
- ¡Paparruchas! –exclamó el alquimista a su espalda- Mentiras e invenciones para salvar el pellejo –Tarek simplemente lo obvió y se dirigió de nuevo al sirviente.
- Tenemos dos opciones: que me lo digas de buena voluntad o que yo aplique mí, no tan buena voluntad, y te obligue a decírmelo.
El joven lo observó con ojos asustados y, como el elfo había esperado, corrió hacia la puerta, en un intento de escapar. Con rapidez, el peliblanco tomó una de sus dagas y la lanzó contra el panel de la puerta, donde se clavó a escasos centímetros de la cara del sirviente.
- Créeme, no es una amenaza, sino un hecho. Tu amo ha muerto y el desgraciado al que proteges no va a salvarte.
El muchacho miró al elfo una vez más, mientras se apoyaba contra la pared y, entonces, los nervios lo traicionaron. Su vista se tornó por unos segundos, de forma probablemente involuntaria, hacia una de las estanterías que cubrían la pared oeste de la sala. Cuando volvió a mirar al elfo, este señaló sin reparos el lugar que el joven había mirado. El chico intentó negar, pero ante la expresión del peliblanco, acabó asintiendo, para después dejarse caer por la pared y sentarse en el suelo hecho un ovillo.
- ¿Sabe? Quizás tenga razón –le dijo al soberbio alquimista, girándose de nuevo hacia él- Seguro que Stone era un hombre de palabra. Pero a veces hasta esos se juntan con malas compañías. Usted era amigo del candidato favorito, no querrá que algo como esto empañe su memoria, ¿verdad?
El hombre lo observó, primero con rabia y después con algo parecido al reconocimiento. Se aclaró la garganta, antes de comenzar a hablar. Con un gesto de la mano, le indicó al elfo que procediese.
- Si, quizás tengas razón. Richard era un buen hombre. El favorito entre los candidatos, si se me permite decirlo, no creo que necesitase usar artimañas como la que has indicado para vencer. No, seguro que hay alguien detrás de todo esto, alguien que lo hizo a su espalda o turbó su buen hacer. Muchacho… -llamó al chico.
Mientras el hombre continuaba hablando, el peliblanco se acercó hasta la estantería que el joven le había indicado. Parecía normal, como cualquier otra de las que se encontraban en la sala. Ni señales de arrastre, ni elementos extraños. Un carraspeo a su espalda lo hizo girarse. El alquimista, que continuaba hablando, señaló entonces algo al lado de la estantería. El joven siervo, que se encontraba a su lado, asintió… y Tarek puso nuevamente los ojos en blanco. Al parecer todo el elaborado dramatismo de los alquimistas se limitaba a ceremonias como la que habían presenciado en el piso superior. Sin embargo, perdían todo tipo de ingenio cuando se trataba de esconder entradas secretas.
Apartó la cortina con la mano, solo para ver, tras ella una puerta de madera con un simple cerrojo, probablemente cerrada desde el otro lado. Retrocedió hasta una de las estanterías cercanas, para tomar un frasco amarillento, cuyo par descansaba en el suelo y cuyo contenido hacía humear la piedra bajo él. Acercándose de nuevo a la puerta, aplicó el líquido amarillento sobre las bisagras, que pronto comenzaron a derretirse. Cuando la puerta apenas pendía ya del cerrojo, el elfo la abrió de una patada.
La gruesa madera golpeó algo a su paso y, con un alarido de dolor, el brujo cayó de espaldas al suelo. Un frasco, que hasta entonces había portado en la mano, se rompió a su lado y el hombre se apresuró a aptarse de él.
- ¿Sabes? Deberías haber aceptado mi negativa. Si lo hubieses hecho, podríamos habernos ahorrado todo esto –dijo el elfo, parafraseando las palabras del propio hombre le había dicho antes de drogarlo- Pero no solo no lo aceptaste, sino que decidiste divertirte un rato con tus juguetitos. Por desgracia para ti, esto ya no tiene solución –tomando otra daga de su cinturón añadió- Pero no te preocupes, haga lo que haga, pronto dejarás de sentirlo.
El hombre intentó llevar una mano a la túnica, probablemente para hacerse con algún método de defensa, pero el elfo lanzó la daga, clavando la extremidad contra el entablado de madera del suelo. Un nuevo alarido de dolor abandonó sus labios. Por tercera vez, el elfo tomó una daga de su cinturón.
- No puedes hacer esto –balbuceó el hombre.
- ¿Tú crees? –preguntó el elfo, antes de lanzar la daga contra una de sus piernas. Un nuevo quejido de dolor inundó la estancia.
Cuando se disponía a tomar otra daga, una mano lo detuvo. El alquimista que le había increpado, lo miraba con inquietud.
- No puedes. Esto es asesinato. Necesitamos que hable, que diga la verdad –el elfo se sacudió la mano del hombre y procedió a tomar la daga.
- ¿De verdad quieres que diga la verdad? –le preguntó al individuo- Que diga que tu querido amigo Richard Stone lo contrató para sacarse en medio a uno de los candidatos. Cometer un asesinato en su propia casa, en contra de todas las leyes de hospitalidad. ¿Eso quieres que cuente? ¿Qué su complot implicaba manipular a dos personas para sus propios fines y luego cargarles el muerto?
- ¿Dos? Yo no he… -el brujo soltó un nuevo grito de dolor, cuando una tercera daga impactó sobre su pierna aún sana.
- Si eso es lo que quieres –el elfo miró al alquimista con displicencia.
El hombre titubeó. Pasó la vista del elfo al brujo caído y nuevamente al elfo, boqueando como un pez fuera del agua. Entonces se giró hacia sus compañeros, reunidos en torno a la puerta, pero aún en la sala aledaña. Algunos de ellos asintieron, otros bajaron la cabeza en actitud sumisa. El hombre se aclaró la garganta.
- De acuerdo. Este… hombre, es el único culpable de todo lo sucedido. Engatusó a Richard para que le diese cobijo y manipuló todo en su propio beneficio –tras unos instantes añadió- Cuando se sintió atrapado, porque habíamos descubierto lo que había hecho, se suicidó. En esta misma sala. Lo hayamos muerto.
El elfo le dedicó una sonrisa ladina, antes de asentir en conformidad. Se agachó entonces al lado del brujo, que balbuceaba palabras inconexas, que sonaban a suplicas que no serían escuchadas.
- Has tenido suerte –le dijo Tarek, arrancando uno por uno los tres cuchillos. Levantándose se encaminó hacia la puerta- Es todo vuestro –le dijo a los alquimistas, que se habían reunido poco a poco entorno al hombre y comenzaban a discutir el mejor método para ajusticiarlo de forma imperceptible. Aquel que se había enfrentado al elfo anteriormente, asintió, y Tarek abandonó la estancia cerrando la puerta tras de si- Será mejor que te busques otro trabajo –le dijo al joven siervo mientras recuperaba su cuarta daga.
Cuando volvió a la sala principal, la situación parecía mucho menos tensa que cuando se había marchado. Parte de la guardia vigilaba las puertas, mientras un grupo más pequeño se encontraba posicionado entorno a Ballantine, aunque el peliblanco no pudo determinar si para proteger al alquimista o vigilar a la bruja.
- Está mucho mejor –le dijo el tercer candidato, antes de que pudiese preguntar por Helena- Abajo...
- Hemos encontrado al culpable –dijo el elfo- No pudo con la presión de lo que había hecho y se quitó la vida. Al parecer Stone no estaba implicado… o eso afirman el resto de los alquimistas. Están revisando la sala en la que se había ocultado.
Ballantine asintió, aparentemente perturbado. Miró un segundo a Helena, antes de volverse de nuevo al elfo.
- ¿Suicido? –preguntó- ¿Estás seguro?
- Claro –respondió el elfo- Igual que lo estaba cuando afirmé que, la dama, había sido envenenada.
Ballantine lo miró entonces con los ojos muy abiertos, aunque tardó apenas unos segundo en tronar su expresión a otra más serena.
- Una desgracia –murmuró. Tarek lo observó unos instantes antes de hablar.
- Creo que va siendo hora de que la señorita y yo abandonemos la reunión –poniéndole una mano en el hombro a Ballantine le dijo- Estoy seguro de que serás un buen líder para… este variopinto grupo –y aproximándose a él, le susurró- Le comunicaremos a tu benefactor que todo ha salido según lo planeado y que ya estás al mando de este nido de serpientes.
Dándole un par de palmadas en la espalda, se apartó de él y tendiendo una mano a Helena, la ayudó a levantarse. Ambos abandonaron la casa, dejando tras de sí a un confuso Ballantine y un sonriente Rosh.
Las pequeñas ratas de la ciudad les había llevado la noticia apenas unas horas después. Johan Ballantine había sido elegido líder del Gremio del Alquimistas de Sacrestic Ville casi por unanimidad. Los rumores decían que la ausencia de contrincantes había favorecido al tercer candidato, otros que la excelente actuación del joven para controlar una situación como la acaecida en la mansión de Stone había demostrado que tenía el temple necesario para poder liderar a aquel grupo. En cualquier caso, nadie mencionó la implicación de un elfo y una bruja en los eventos.
Tarek observó la luna desde el tejado en el que se había encontrado la noche anterior con Helena. Nada más saltar la noticia de la victoria de Ballantine, le habían hecho llegar una misiva de Cohen, con el lugar y la hora prevista para recibir el pago. El elfo se había citado un poco antes con la bruja en aquel mismo lugar, para acudir juntos a la reunión que pondría fin a aquel caótico, aunque interesante trabajo.
El alquimista que había replicado en el salón principal a las palabras del elfo, se paseaba en aquel momento por la sala, con la cabeza en alto, observando todo con fingida despreocupación. Tarek, apoyado contra uno de los postes de la puerta, lo vio dar un par de vueltas por la estancia.
- ¿Esto es… todo? –preguntó tras unos minutos, encarándose al peliblanco. El resto de alquimistas le dirigió una mirada cautelosa, antes de tornar los ojos hacia el elfo.
- ¿Qué más esperabais? ¿Un cartel que dijese “aquí manipulamos y experimentamos con gente”? –respondió este. El hombre lo miró con cierto asco, al notar la mofa tras sus palabras. Al igual que el resto de los presentes, se había quitado la máscara antes de bajar al sótano.
- Esto es un laboratorio de alquimia, como cualquier otro. Como el que podrías encontrar en mi propia casa… -el elfo lo interrumpió.
- ¿Acaso os estáis incriminando? –el hombre apretó la mandíbula con rabia contenida.
- Digas lo que digas, aquí no hay ni una sola prueba de lo que afirmas –siseó- Es tu palabra contra la de un respetado miembro de nuestra sociedad. Stone era un hombre de palabra, ¿quién eres tú?
- Un elfo con poca paciencia –contestó Tarek tras unos segundos.
Separándose de la pared, avanzó un par de pasos hasta el centro de la estancia. El hombre, al igual que algunos de los alquimistas, retrocedió un par de pasos.
- ¿Nos amenazas? –le preguntó, alzando el rostro desafiante.
- No se equivoque, la gente como yo no pierde el tiempo amenazando a aquellos que va a matar –se giró entonces hacia la menuda figura que intentaba camuflarse entre las sombras, cerca de la entrada. El joven sirviente que los había acompañado hasta allí y que hacía lo posible por pasar desapercibido- ¿Dónde está la entrada? –le preguntó secamente. El muchacho negó con la cabeza- Ambos sabemos que este no es el lugar al que me trajeron y que en algún lugar de este sótano hay otra entrada.
- ¡Paparruchas! –exclamó el alquimista a su espalda- Mentiras e invenciones para salvar el pellejo –Tarek simplemente lo obvió y se dirigió de nuevo al sirviente.
- Tenemos dos opciones: que me lo digas de buena voluntad o que yo aplique mí, no tan buena voluntad, y te obligue a decírmelo.
El joven lo observó con ojos asustados y, como el elfo había esperado, corrió hacia la puerta, en un intento de escapar. Con rapidez, el peliblanco tomó una de sus dagas y la lanzó contra el panel de la puerta, donde se clavó a escasos centímetros de la cara del sirviente.
- Créeme, no es una amenaza, sino un hecho. Tu amo ha muerto y el desgraciado al que proteges no va a salvarte.
El muchacho miró al elfo una vez más, mientras se apoyaba contra la pared y, entonces, los nervios lo traicionaron. Su vista se tornó por unos segundos, de forma probablemente involuntaria, hacia una de las estanterías que cubrían la pared oeste de la sala. Cuando volvió a mirar al elfo, este señaló sin reparos el lugar que el joven había mirado. El chico intentó negar, pero ante la expresión del peliblanco, acabó asintiendo, para después dejarse caer por la pared y sentarse en el suelo hecho un ovillo.
- ¿Sabe? Quizás tenga razón –le dijo al soberbio alquimista, girándose de nuevo hacia él- Seguro que Stone era un hombre de palabra. Pero a veces hasta esos se juntan con malas compañías. Usted era amigo del candidato favorito, no querrá que algo como esto empañe su memoria, ¿verdad?
El hombre lo observó, primero con rabia y después con algo parecido al reconocimiento. Se aclaró la garganta, antes de comenzar a hablar. Con un gesto de la mano, le indicó al elfo que procediese.
- Si, quizás tengas razón. Richard era un buen hombre. El favorito entre los candidatos, si se me permite decirlo, no creo que necesitase usar artimañas como la que has indicado para vencer. No, seguro que hay alguien detrás de todo esto, alguien que lo hizo a su espalda o turbó su buen hacer. Muchacho… -llamó al chico.
Mientras el hombre continuaba hablando, el peliblanco se acercó hasta la estantería que el joven le había indicado. Parecía normal, como cualquier otra de las que se encontraban en la sala. Ni señales de arrastre, ni elementos extraños. Un carraspeo a su espalda lo hizo girarse. El alquimista, que continuaba hablando, señaló entonces algo al lado de la estantería. El joven siervo, que se encontraba a su lado, asintió… y Tarek puso nuevamente los ojos en blanco. Al parecer todo el elaborado dramatismo de los alquimistas se limitaba a ceremonias como la que habían presenciado en el piso superior. Sin embargo, perdían todo tipo de ingenio cuando se trataba de esconder entradas secretas.
Apartó la cortina con la mano, solo para ver, tras ella una puerta de madera con un simple cerrojo, probablemente cerrada desde el otro lado. Retrocedió hasta una de las estanterías cercanas, para tomar un frasco amarillento, cuyo par descansaba en el suelo y cuyo contenido hacía humear la piedra bajo él. Acercándose de nuevo a la puerta, aplicó el líquido amarillento sobre las bisagras, que pronto comenzaron a derretirse. Cuando la puerta apenas pendía ya del cerrojo, el elfo la abrió de una patada.
La gruesa madera golpeó algo a su paso y, con un alarido de dolor, el brujo cayó de espaldas al suelo. Un frasco, que hasta entonces había portado en la mano, se rompió a su lado y el hombre se apresuró a aptarse de él.
- ¿Sabes? Deberías haber aceptado mi negativa. Si lo hubieses hecho, podríamos habernos ahorrado todo esto –dijo el elfo, parafraseando las palabras del propio hombre le había dicho antes de drogarlo- Pero no solo no lo aceptaste, sino que decidiste divertirte un rato con tus juguetitos. Por desgracia para ti, esto ya no tiene solución –tomando otra daga de su cinturón añadió- Pero no te preocupes, haga lo que haga, pronto dejarás de sentirlo.
El hombre intentó llevar una mano a la túnica, probablemente para hacerse con algún método de defensa, pero el elfo lanzó la daga, clavando la extremidad contra el entablado de madera del suelo. Un nuevo alarido de dolor abandonó sus labios. Por tercera vez, el elfo tomó una daga de su cinturón.
- No puedes hacer esto –balbuceó el hombre.
- ¿Tú crees? –preguntó el elfo, antes de lanzar la daga contra una de sus piernas. Un nuevo quejido de dolor inundó la estancia.
Cuando se disponía a tomar otra daga, una mano lo detuvo. El alquimista que le había increpado, lo miraba con inquietud.
- No puedes. Esto es asesinato. Necesitamos que hable, que diga la verdad –el elfo se sacudió la mano del hombre y procedió a tomar la daga.
- ¿De verdad quieres que diga la verdad? –le preguntó al individuo- Que diga que tu querido amigo Richard Stone lo contrató para sacarse en medio a uno de los candidatos. Cometer un asesinato en su propia casa, en contra de todas las leyes de hospitalidad. ¿Eso quieres que cuente? ¿Qué su complot implicaba manipular a dos personas para sus propios fines y luego cargarles el muerto?
- ¿Dos? Yo no he… -el brujo soltó un nuevo grito de dolor, cuando una tercera daga impactó sobre su pierna aún sana.
- Si eso es lo que quieres –el elfo miró al alquimista con displicencia.
El hombre titubeó. Pasó la vista del elfo al brujo caído y nuevamente al elfo, boqueando como un pez fuera del agua. Entonces se giró hacia sus compañeros, reunidos en torno a la puerta, pero aún en la sala aledaña. Algunos de ellos asintieron, otros bajaron la cabeza en actitud sumisa. El hombre se aclaró la garganta.
- De acuerdo. Este… hombre, es el único culpable de todo lo sucedido. Engatusó a Richard para que le diese cobijo y manipuló todo en su propio beneficio –tras unos instantes añadió- Cuando se sintió atrapado, porque habíamos descubierto lo que había hecho, se suicidó. En esta misma sala. Lo hayamos muerto.
El elfo le dedicó una sonrisa ladina, antes de asentir en conformidad. Se agachó entonces al lado del brujo, que balbuceaba palabras inconexas, que sonaban a suplicas que no serían escuchadas.
- Has tenido suerte –le dijo Tarek, arrancando uno por uno los tres cuchillos. Levantándose se encaminó hacia la puerta- Es todo vuestro –le dijo a los alquimistas, que se habían reunido poco a poco entorno al hombre y comenzaban a discutir el mejor método para ajusticiarlo de forma imperceptible. Aquel que se había enfrentado al elfo anteriormente, asintió, y Tarek abandonó la estancia cerrando la puerta tras de si- Será mejor que te busques otro trabajo –le dijo al joven siervo mientras recuperaba su cuarta daga.
[…]
Cuando volvió a la sala principal, la situación parecía mucho menos tensa que cuando se había marchado. Parte de la guardia vigilaba las puertas, mientras un grupo más pequeño se encontraba posicionado entorno a Ballantine, aunque el peliblanco no pudo determinar si para proteger al alquimista o vigilar a la bruja.
- Está mucho mejor –le dijo el tercer candidato, antes de que pudiese preguntar por Helena- Abajo...
- Hemos encontrado al culpable –dijo el elfo- No pudo con la presión de lo que había hecho y se quitó la vida. Al parecer Stone no estaba implicado… o eso afirman el resto de los alquimistas. Están revisando la sala en la que se había ocultado.
Ballantine asintió, aparentemente perturbado. Miró un segundo a Helena, antes de volverse de nuevo al elfo.
- ¿Suicido? –preguntó- ¿Estás seguro?
- Claro –respondió el elfo- Igual que lo estaba cuando afirmé que, la dama, había sido envenenada.
Ballantine lo miró entonces con los ojos muy abiertos, aunque tardó apenas unos segundo en tronar su expresión a otra más serena.
- Una desgracia –murmuró. Tarek lo observó unos instantes antes de hablar.
- Creo que va siendo hora de que la señorita y yo abandonemos la reunión –poniéndole una mano en el hombro a Ballantine le dijo- Estoy seguro de que serás un buen líder para… este variopinto grupo –y aproximándose a él, le susurró- Le comunicaremos a tu benefactor que todo ha salido según lo planeado y que ya estás al mando de este nido de serpientes.
Dándole un par de palmadas en la espalda, se apartó de él y tendiendo una mano a Helena, la ayudó a levantarse. Ambos abandonaron la casa, dejando tras de sí a un confuso Ballantine y un sonriente Rosh.
[…]
Las pequeñas ratas de la ciudad les había llevado la noticia apenas unas horas después. Johan Ballantine había sido elegido líder del Gremio del Alquimistas de Sacrestic Ville casi por unanimidad. Los rumores decían que la ausencia de contrincantes había favorecido al tercer candidato, otros que la excelente actuación del joven para controlar una situación como la acaecida en la mansión de Stone había demostrado que tenía el temple necesario para poder liderar a aquel grupo. En cualquier caso, nadie mencionó la implicación de un elfo y una bruja en los eventos.
Tarek observó la luna desde el tejado en el que se había encontrado la noche anterior con Helena. Nada más saltar la noticia de la victoria de Ballantine, le habían hecho llegar una misiva de Cohen, con el lugar y la hora prevista para recibir el pago. El elfo se había citado un poco antes con la bruja en aquel mismo lugar, para acudir juntos a la reunión que pondría fin a aquel caótico, aunque interesante trabajo.
Tarek Inglorien
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
Cohen había intentado enterarse de lo ocurrido la noche anterior en la Asamblea de Alquimistas, pero no le había sido posible.
Para empezar, tuvo que esquivar el ataque de un enmascarado que había intentado asesinarle nada más salir del Jardín Botánico. Tras emitir un fuerte grito, que hizo que el hombre se mareara y perdiera toda orientación, él mismo se había encargado de rajarle el cuello con su daga, acabando con su vida.
Tras dar un largo trago a la sangre, aún caliente, que se desvanecía de ese cuerpo casi inerte, dirigió sus pasos hacia el edificio dónde se celebraba la Asamblea, lugar que le hubiera costado averiguar, si no fuera porque empleó su magia de la voz con uno de aquellos jóvenes informantes.
A pesar de ello y sin querer inmiscuirse, no logró saber quién había sido elegido antes de llegar el alba. Además, tenía que volver a casa. Ahora mismo, su presencia en cualquier otro lugar era insegura.
Así que cuándo a la noche siguiente salió de la pequeña habitación que llamaba hogar, lo primero que hizo fue intentar averiguar el resultado. Tal y cómo había deseado, Ballantine había sido elegido cómo el nuevo líder de los Alquimistas, tras la muerte de los otros dos candidatos en circunstancias extrañas. Los rumores hablaban, pero el vampiro no lograba entrever cuál había sido la realidad de la historia. En realidad, tampoco le interesaba. El trabajo estaba hecho y el resultado le beneficiaba. Simplemente, era hora de pagar.
Citó a la persona o personas que habían llevado a cabo aquella misión en uno de los callejones de la ciudad. Era uno de sus puntos de reunión preferidos, pues a través de una ventana del mismo, se llegaba hasta la habitación del prostíbulo del Pequeño Billy, una persona de confianza que le garantizaba una vía de escape segura.
Llegado el momento de la reunión, Cohen entró en el callejón con la bolsa de aeros en uno de sus bolsillos. Escrutó la oscuridad del desolado callejón y esperó un rato hasta que dos figuras llegaron hasta él. El primero, el de una chica. El segundo, un elfo que le resultaba familiar.
Tardó unos instantes en reconocer a Tarek. Le había conocido en tierras de Midgard, junto a la torre de la lunática Flogoprofen, tan sólo unos meses antes.
―¡Menuda coincidencia! ¿Acaso tú has llevado a cabo... ese trabajo?― le preguntó al elfo, antes de clavar la mirada en la joven que le acompañaba― ¿Qué tal?
Tras un breve intercambio de palabras, el vampiro resopló y deseando poner fin a ese encuentro demasiado inculpatorio, sacó de su bolsillo la bolsa con los aeros prometidos.
―No quiero saber lo que habéis hecho, ya que yo no he tenido nada que ver con el asunto... Los detalles deben permanecer desconocidos para mí. Pero… os hago entrega del premio prometido por vuestra labor… y si nuestros caminos vuelven a encontrarse… yo no recordaré este clandestino encuentro. Ya que no os conozco... ¿os he visto antes? No lo creo...
Tras dar la bolsa a Tarek, ya que le conocía y tenía una mayor confianza, dirigió una nueva sonrisa a la chica y feliz por el resultado obtenido, añadió una oferta antes de marcharse.
―Por cierto, si quieren algún elixir alquímico, visitad la Flor Inerte, junto al Jardín Botánico. Contar con un alquimista de confianza siempre es útil, sobretodo en estos problemáticos tiempos… ¿verdad?
Tras añadir esa propuesta, salió del callejón en dirección al Jardín Botánico, sin mirar atrás, dispuesto a seguir con su vida sabiendo que su problema con el Gremio de Alqumistas parecía haber llegado a su fin.
Para empezar, tuvo que esquivar el ataque de un enmascarado que había intentado asesinarle nada más salir del Jardín Botánico. Tras emitir un fuerte grito, que hizo que el hombre se mareara y perdiera toda orientación, él mismo se había encargado de rajarle el cuello con su daga, acabando con su vida.
Tras dar un largo trago a la sangre, aún caliente, que se desvanecía de ese cuerpo casi inerte, dirigió sus pasos hacia el edificio dónde se celebraba la Asamblea, lugar que le hubiera costado averiguar, si no fuera porque empleó su magia de la voz con uno de aquellos jóvenes informantes.
A pesar de ello y sin querer inmiscuirse, no logró saber quién había sido elegido antes de llegar el alba. Además, tenía que volver a casa. Ahora mismo, su presencia en cualquier otro lugar era insegura.
Así que cuándo a la noche siguiente salió de la pequeña habitación que llamaba hogar, lo primero que hizo fue intentar averiguar el resultado. Tal y cómo había deseado, Ballantine había sido elegido cómo el nuevo líder de los Alquimistas, tras la muerte de los otros dos candidatos en circunstancias extrañas. Los rumores hablaban, pero el vampiro no lograba entrever cuál había sido la realidad de la historia. En realidad, tampoco le interesaba. El trabajo estaba hecho y el resultado le beneficiaba. Simplemente, era hora de pagar.
Citó a la persona o personas que habían llevado a cabo aquella misión en uno de los callejones de la ciudad. Era uno de sus puntos de reunión preferidos, pues a través de una ventana del mismo, se llegaba hasta la habitación del prostíbulo del Pequeño Billy, una persona de confianza que le garantizaba una vía de escape segura.
Llegado el momento de la reunión, Cohen entró en el callejón con la bolsa de aeros en uno de sus bolsillos. Escrutó la oscuridad del desolado callejón y esperó un rato hasta que dos figuras llegaron hasta él. El primero, el de una chica. El segundo, un elfo que le resultaba familiar.
Tardó unos instantes en reconocer a Tarek. Le había conocido en tierras de Midgard, junto a la torre de la lunática Flogoprofen, tan sólo unos meses antes.
―¡Menuda coincidencia! ¿Acaso tú has llevado a cabo... ese trabajo?― le preguntó al elfo, antes de clavar la mirada en la joven que le acompañaba― ¿Qué tal?
Tras un breve intercambio de palabras, el vampiro resopló y deseando poner fin a ese encuentro demasiado inculpatorio, sacó de su bolsillo la bolsa con los aeros prometidos.
―No quiero saber lo que habéis hecho, ya que yo no he tenido nada que ver con el asunto... Los detalles deben permanecer desconocidos para mí. Pero… os hago entrega del premio prometido por vuestra labor… y si nuestros caminos vuelven a encontrarse… yo no recordaré este clandestino encuentro. Ya que no os conozco... ¿os he visto antes? No lo creo...
Tras dar la bolsa a Tarek, ya que le conocía y tenía una mayor confianza, dirigió una nueva sonrisa a la chica y feliz por el resultado obtenido, añadió una oferta antes de marcharse.
―Por cierto, si quieren algún elixir alquímico, visitad la Flor Inerte, junto al Jardín Botánico. Contar con un alquimista de confianza siempre es útil, sobretodo en estos problemáticos tiempos… ¿verdad?
Tras añadir esa propuesta, salió del callejón en dirección al Jardín Botánico, sin mirar atrás, dispuesto a seguir con su vida sabiendo que su problema con el Gremio de Alqumistas parecía haber llegado a su fin.
Cohen
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
-¿También te gustan las alturas?-La voz de Helena resonaría como un eco en la noche, sentada encima de una casetilla que servía como palomar-Eres de los míos.-Le guiñó un ojo mientras sostenía en sus labios una sonrisa satisfecha.
Acto seguido, se bajó del palomar para juntarse con el elfo.
-No nos hemos presentado formalmente.-Le extendió una mano.-Helena Rhodes. Si alguna vez necesitas ayuda con algo o un favor, házmelo saber.
La bruja no tenía muchos aliados ni conocidos con los que contar, así que alguno que otro no le vendría mal. Siempre se había jactado de trabajar sola e ir por libre, pero tenía que admitir que sin el elfo, la noche podría haberse complicado bastante.
Después de saludarse, ambos se encaminaron a la reunión con el benefactor común, el cual los esperaba en uno de los callejones más estrechos, íntimos y olvidados de la ciudad. No se esperaba que una persona así contratara a dos asesinos para encargarse personalmente de la reunión de un grupo tan clandestino, pues parecía bastante informal y ajeno a todo lo que el mundillo de los suburbios de la sociedad y la parte baja de esta ofrecía.
Se cruzó de brazos mientras los dos hombres mantenían una cordial conversación en la que se dieron los saludos. Parecía que se conocían de antes. Cuando el benefactor reparó en ella y le preguntó que qué tal estaba, la bruja simplemente sonrió y asintió con la cabeza de forma igual de cordial. El hombre no quiso saber nada de lo que habían hecho, tan solo estaba satisfecho con los resultados, cosa con la que Helena estaba de acuerdo.
-Yo solo sé, que no sé nada.-Le dedicó una nueva sonrisa cordial.
Agarró su respectivo pago con fuerza e igual de rápido que la bolsa salió de las manos del benefactor, la bruja se la guardó y puso a buen recaudo.
-Los alquimistas tan solo creen conocer lo que es verdad, pero nunca podrán llegar a manejar el poder arcano que nos ofrece el éter. Si alguna vez necesito a un alquimista, será para convertir en oro una cucharilla de latón.-Rió disimuladamente mientras le dedicaba una mirada socarrona al contratante.
Una vez efectuado el pago y todo estuvo arreglado, Helena se despidió de su compañero y desapareció entre el cobijo que ofrecían las sombras de Sacretic Ville, en la cual empezaban a generarse ciertas trazas de bruma en el aire, característica fundamental de aquellas tierras. Se subió a los tejados de las casas adosadas de la ciudad, y antes de emprender su marcha hacia un nuevo objetivo, echó un vistazo a la luna que, aunque llena, decrecía de tamaño para cumplir con otro ciclo.
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Re: El tercer candidato [Trabajo]
Tarek miraba deambular a un gato negro, que sospechaba que era el mismo que se había encontrado la noche anterior en el callejón a sus pies, cuando la voz de Helena le llegó desde lo alto del palomar que coronaba el edificio. Se encogió de hombros.
- Los tejados suelen estar menos concurridos –comentó sin más y le devolvió la sonrisa mientras ella descendía hasta el tejado para acercarse a él.
Parecía más calmada, aunque Tarek sospechaba que después de lo que había ocurrido el día anterior, cualquier expresión suya lo parecería. No había llegado a preguntarle a la bruja qué era lo que le había sucedido al final de la reunión de los alquimistas. Ella tampoco lo había mencionado. Ambos sabían que no había sido drogada, pero el elfo se dijo que no era nadie para inmiscuirse en los asuntos de aquella mujer.
Se levantó cuando ella le tendió la mano al presentarse.
- Tarek Inglorien –respondió entonces, aceptando su mano- La oferta es recíproca. Si necesitas alguna vez a un elfo con pocos escrúpulos, solo tienes que avisarme.
Le dedicó una leve sonrisa, antes de seguirla, tejado abajo al punto de encuentro. Inicialmente se había mostrado poco receptivo a compartir el trabajo, posteriormente había recelado de la mujer, al fin y al cabo, no la conocía, pero al final había tenido que reconocer que sin ella probablemente no habría podido terminar aquel desaguisado. Los alquimistas eran un grupo peligroso, no tanto porque ostentasen poder, sino porque lo deseaban a costa de todo y de todos. Había sido una aliada temporal, pero probablemente la mejor que había podido encontrar para aquella misión.
Cohen se encontraba ya en el callejón cuando ambos se internaron en el estrecho pasaje entre los altos edificios. Los observó primero cauto, después pareció reconocer el rostro del peliblanco.
- Lo hemos hecho los dos. Juntos –contestó a su pregunta sobre el trabajo- No habría sido posible de otra manera –entonces recordó que debía comunicar un par de cuestiones importantes al vampiro- Deberías andarte con ojo. Antes de que empezásemos este… negocio, un hombre vino a verme para contratar mis servicios. Te quería muerto. No tienes que preocuparte por él, la vida se le hizo demasiado abrumadora y hubo que tomar medidas urgentes. Pero no creo que trabaje solo. Prometí además a un par de ratoncillos que recomendaría su buen hacer y que le recordaría al magnánimo mecenas del candidato ganador, que tienen hambre.
Le dedicó una sonrisa al vampiro, dando por finalizada la comitiva. Este le entregó entonces una bolsa con el pago, al tiempo que les instaba a olvidar aquel encuentro y cualquier relación comercial que pudiesen haber teneido. Sopesando la bolsa, el elfo dividió a la mitad las ganancias y le entregó su parte a Helena, que presurosa la hizo desaparecer entre sus ropajes. Habida cuenta de lo que había visto el día anterior, el peliblanco procedió a hacer lo mismo con su mitad.
La respuesta de la bruja a la oferta del vampiro, respecto a sus servicios como alquimista, le hizo esbozar una sonrisa. Dudaba que ninguno de los dos fuese a acercarse de buen grado a ningún brebaje alquímico durante una temporada. Ambos habían aprendido, por las malas, el tipo de sociedad que formaban los alquimistas en Sacrestic Ville.
- Hasta que nuestros caminos vuelvan a cruzarse –le dijo a la chica como despedida, antes de volverse y perderse entre los callejones de la lúgubre y misteriosa ciudad.
- Los tejados suelen estar menos concurridos –comentó sin más y le devolvió la sonrisa mientras ella descendía hasta el tejado para acercarse a él.
Parecía más calmada, aunque Tarek sospechaba que después de lo que había ocurrido el día anterior, cualquier expresión suya lo parecería. No había llegado a preguntarle a la bruja qué era lo que le había sucedido al final de la reunión de los alquimistas. Ella tampoco lo había mencionado. Ambos sabían que no había sido drogada, pero el elfo se dijo que no era nadie para inmiscuirse en los asuntos de aquella mujer.
Se levantó cuando ella le tendió la mano al presentarse.
- Tarek Inglorien –respondió entonces, aceptando su mano- La oferta es recíproca. Si necesitas alguna vez a un elfo con pocos escrúpulos, solo tienes que avisarme.
Le dedicó una leve sonrisa, antes de seguirla, tejado abajo al punto de encuentro. Inicialmente se había mostrado poco receptivo a compartir el trabajo, posteriormente había recelado de la mujer, al fin y al cabo, no la conocía, pero al final había tenido que reconocer que sin ella probablemente no habría podido terminar aquel desaguisado. Los alquimistas eran un grupo peligroso, no tanto porque ostentasen poder, sino porque lo deseaban a costa de todo y de todos. Había sido una aliada temporal, pero probablemente la mejor que había podido encontrar para aquella misión.
Cohen se encontraba ya en el callejón cuando ambos se internaron en el estrecho pasaje entre los altos edificios. Los observó primero cauto, después pareció reconocer el rostro del peliblanco.
- Lo hemos hecho los dos. Juntos –contestó a su pregunta sobre el trabajo- No habría sido posible de otra manera –entonces recordó que debía comunicar un par de cuestiones importantes al vampiro- Deberías andarte con ojo. Antes de que empezásemos este… negocio, un hombre vino a verme para contratar mis servicios. Te quería muerto. No tienes que preocuparte por él, la vida se le hizo demasiado abrumadora y hubo que tomar medidas urgentes. Pero no creo que trabaje solo. Prometí además a un par de ratoncillos que recomendaría su buen hacer y que le recordaría al magnánimo mecenas del candidato ganador, que tienen hambre.
Le dedicó una sonrisa al vampiro, dando por finalizada la comitiva. Este le entregó entonces una bolsa con el pago, al tiempo que les instaba a olvidar aquel encuentro y cualquier relación comercial que pudiesen haber teneido. Sopesando la bolsa, el elfo dividió a la mitad las ganancias y le entregó su parte a Helena, que presurosa la hizo desaparecer entre sus ropajes. Habida cuenta de lo que había visto el día anterior, el peliblanco procedió a hacer lo mismo con su mitad.
La respuesta de la bruja a la oferta del vampiro, respecto a sus servicios como alquimista, le hizo esbozar una sonrisa. Dudaba que ninguno de los dos fuese a acercarse de buen grado a ningún brebaje alquímico durante una temporada. Ambos habían aprendido, por las malas, el tipo de sociedad que formaban los alquimistas en Sacrestic Ville.
- Hasta que nuestros caminos vuelvan a cruzarse –le dijo a la chica como despedida, antes de volverse y perderse entre los callejones de la lúgubre y misteriosa ciudad.
Tarek Inglorien
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