Homenaje a un amigo [Privado] [FINALIZADO]

El tiempo no pasaba en vano, prueba de ello era el poco óxido que se empezaba a acumular en pequeñas partes del traje que Artorias portaba consigo y que no se ha quitado desde que empezó su formación como Centinela hace ya 5 largos Años. Sin embargo, las cosas habían cambiado bastante desde que salió de la base de los Bios a aventurarse y poner a prueba tanto sus capacidades físicas y racionales, como la del equipamiento que se le había implantado en su cuerpo.

Hace poco había conocido a un elfo y este le había encomendado la labor de ayudar a un tal "bandido trueno" que, si bien no le agradaba ese apodo tan raro y problemático, era algo que no podía hacerle de vista gorda e ignorar de alguien podría necesitar su ayuda. Tras haber encarcelado a aquellos cazadores, se había asentado provisionalmente en una posada en la península de Vulwulfar a la espera de encontrarse con aquel sujeto en cuanto pudiera, pero la realidad es que no sabía qué hacer exactamente en ese intervalo de tiempo; es decir, no es como si pudiera alejarse demasiado del lugar acordado ni tenía otro objetivo mas allá de recorrer Aerandir. Sin embargo, estar sentado haciendo nada no era algo que animara a muchas personas y Artorias era consciente de ello; y es por eso que él se animaría a salir de la posada para recorrer la zona, analizarla y tal vez atrapar a un par de maleantes en el camino.

Al salir notaría como los ratos del sol chocaban directamente con el pesado metal que recubría su cuerpo y generaba un poco de calor dentro del traje, pero no era algo que le molestase; ya estaba costumbrado a que el clima le recordase que no era 100% biológico. Tras un rato de caminar y que la gente viese como un trozo de metal moldeado lograba caminar con un voluminoso y lento ritmo, Artorias notaría un establecimiento y, sin un propósito demasiado claro, entraría para ver que podía encontrar de interesante.

Al momento de poner un pie dentro, la gente miraría al Centinela, teniendo reacciones tan variadas como colores que no era demasiado importante para el Bio-cibernético. Ahí se podía observar como un hombre lloraba desconsoladamente a la par que comía y bebía de una forma un tanto culposa, como si algo le quemase por dentro. En ese momento la curiosidad y empatía de Artorias se pondrían de manifiesto, caminando hacia donde estaba dicho hombre para sentarse al lado suyo, tomando una distancia prudencial para no invadir su espacio personal, y tal vez escuchar la razón por la que la pena invadía a aquel hombre.

El centinela razonaba que algún familiar o allegado había muerto, tal vez a manos de fieras o mercenarios. Y si ese era el caso, Artorias podía ayudarlo acabando con el problema. Pero había que esperar una reacción por parte de ese hombre para saber qué palabras decir y cuales callar; a lo mejor aquel hombre mencionaba la razón por la que estaba tan deprimido entre trago y trago, o quizás sentiría temor al ver algo tan antinatural cerca suyo. Solo quedaba ver que pasaba.

- La verdad no me parece nada malo que alguien esté triste. - Dijo el Centinela mientras miraba como aquel hombre se castigaba a sí mismo con sus palabras. SI bien no era algo para lo que estaba entrenado, Artorias sentía que debía ayudar a ese "humano" si tenía la oportunidad - Si le parece bien, podría contarme que es lo qu... - Sería interrumpido cuando, de la nada, aquel hombre le preguntó por la comida que estaban sirviendo en el lugar. - La verdad es que yo no necesito co...- Y nuevamente sería interrumpido para avisarle a una camarera que estaba en el lugar. Era algo lamentable la situación en la que esta aquel hombre, entre eructos y una leve falta de coordinación con el entorno. Artorias estaba a punto de declinar la oferta de aquel deprimido hombre ya que él no necesitaba forzosamente alimento, tan solo sueño y energía solar, pero al ver el plato de comida puesto enfrente de sí y el ahínco con que pedía la comida era muy difícil decir que no y quedar como alguien grosero.

Tras lo ocurrido, ese hombre se presentaría a sí mismo como "Gaegel", momento idóneo para plantear lo que Artorias tenía en mente. - Yo soy Artorias. Me alegro de conocerlo. - Se presentaría con su voz profunda y seria, siendo ligeramente ahogada por el eco metálico que se generaba por la coraza que traía encima. - No se con exactitud lo que le ocurrió o quien falleció, señor Gaegel, pero si es algo que está en mis posibilidades, como bandidos o mercenarios, podría ayudarlo si le parece bien. - Diría directamente para atacar el problema de raíz, pensando que, si bien no podía traer a alguien de entre los muertos, podía dejar entre rejas a los causantes del dolor de Gaegel.

Y luego de hablar, un pensamiento se le vendría a la cabeza que le haría recordar la razón por la que estaba en Vulwulfar. - Disculpe mi imprudencia Señor Gaegel, pero... ¿de casualidad conoce el paradero de una persona que se apoda "bandido trueno"? Necesito hablar con él. - Diría el Bio-cibernético con cierto repudio la palabra "bandido" debido a que ese apodo no era muy de su agrado dado que parecía nombre de mercenario y su entrenamiento le carcomía por tener que asociarse con alguien que, aparentemente, era de dudosa moral.

La comida ya estaba servida, pero Artorias no tenía hambre y no podía quitarse el casco bajo ningún concepto. Ahora solo tocaba ver como respondía Gaegel.

La verdad era un poco complicado para Artorias comprender aquello a lo que se refería, es decir, las emociones no eran parte de su entrenamiento como tal exceptuando que debía suprimirlas lo máximo posible para que no interfiriera en su raciocinio. ¿Tan diferente era la Base de los Bios con respecto a aquel mundo de allá afuera en relación a los sentimiento? Era algo que le fascinaba hasta cierto punto, pero no la demostraría. - Me temo que no puedo permitirme la falta de formalidad, señor Gaegel. No fui entrenado por 5 años para hacer un trabajo deficiente con respecto al cuidado de ustedes, los humanos. - Exclamaría mientras miraba el tazón que tenía delante.

No era muy de su agrado verse en esa situación tan bochornosa para quien estuviese en sus metálicos zapatos; la comida podía estar deliciosas y todo lo demás, ¿pero de qué sirve si su casco está cerrado especialmente para que nadie normal pueda perforarlo? A veces al centinela le daban ganas de reclamarle a los ingenieros que diseñaban las piezas metálicas para que modificaran ciertos aspecto, pero ya era demasiado tarde para eso.

Pese a todo, la pregunta de Artorias sería contestada, incluso con detalles que no esperaba escuchar. - Entiendo... Así que usted lo conoce... ¿Pero por qué lo busca? ¿tiene algún asunto pendiente con él? - Preguntaría mientras Gaegel seguía con los alimentos en su boca. - Es solo que un Elfo de cabello rojo me comentó que alguien con ese apodo necesitaba ayuda, aunque considero que ese sobrenombre puede generar mas problemas de los deseados. Si mi base de datos no es errónea, el nombre de aquel elfo era Baltazar. - Respondería a la pregunta de aquel hombre mientras espantaba a las vocacionales moscas que trataban de posarse sobre la comida. - ¿Y usted de donde lo conoce señor? ¿También conoce a otras personas que se llamen "látigo sádico" u "ojos penetrantes"? - Preguntaría Artorias. - A esas personas no las estoy buscando como tal. Es que la lógica dice que esos nombres no pueden ser de personas completamente decentes, pero el elfo me dijo que si lo eran. Y ahora quiero verificar esa información. - Culminaría de hablar para posteriormente notar como la sopa ya se había enfriado y tenía ciertos gránulos flotando en la superficie; moscas para ser mas precisos.

- Lamento mucho lo ocurrido con la sopa, señor Gaegel, es que yo no puedo comer a causa de este casco; y tampoco necesito de alimento. - Artorias daría unos leves golpes sobre la cubierta metálica que estaba sobre su cabeza para dar a entender su punto. - Sin embargo, agradezco mucho su interés por mi. - Terminaría de hablar para luego darle la palabra al hombre y escuchar lo que tenía que decir.

- Así es señor. Soy un Bio-cibernético, un Centinela para ser mas concreto. - Afirmaría al escuchar que Gaegel tenía cierta impresión sobre los de su "raza", y no lo culpaba por no sopesar la posibilidad de no poder quitarse el casco debido a su deber como una extensión de la Ley... porque de que podía, podía quitárselo, solo que tomaría un buen tiempo y podría quedar a merced si algún improvisto sucediese; cosa que, si bien le molestaba un poco, lo comprendía. La conversación seguía su curso natural hasta que Gaegel mencionó que tenía asuntos pendientes con aquel "bandido trueno", expresarlo con cierto tono que le hizo confundirse un poco respecto a la reputación de aquel sujeto; aunque lo que mas le causó pesar fue saber que ese sujeto, para su sorpresa, era aquel "ojos penetrantes" del que había hablado de forma tan irrespetuosa. - Lo siento señor Gaegel, de haber sabido que era usted aquel hombre ni se me hubiera formulado en mi cabeza la posibilidad de que fuera mala persona. - Diría disculpándose, con el eco metálico de su voz sonando mas apenada por aquella situación que, a los ojos de Artorias, había sido una falta de respeto hacia Gaegel.

Aún así, al escuchar que aquel bandido era el causante del sufrimiento de Gaegel, Artorias se dispondría a enmendar su situación. -¿Pero le parece bien si le ayudo a hacer justicia? - Preguntaría el Centinela. - Porque yo podría solventar su situación si a usted le parece bien. No podemos permitir que siga haciendo sufrir a los demás. - Terminaría de hablar para luego mirar a sus alrededores y notar que, para no variar, era el centro de las miradas de las personas. Algo ya normal para el Bio-cibernético en su estancia en el lugar. - Pero... ¿Se puede saber qué fue exactamente lo que ocurrió? pregunto para estar en contexto, Señor Gaegel. - Concluiría con su razonamiento final para luego esperar una respuesta de aquel hombre.

Mientras observaba u detallaba un poco mas a aquel hombre, notaría como ciertas facciones de su cuerpo denotaban que estaba capacitado para la lucha, aunque no de un rango muy elevado, pero si lo suficiente como para defenderse en ese mundo cruel y, por tanto, Gaegel no necesitaba al 100% del cuidado de Artorias; cosa que le hacía el trabajo un poco mas fácil al Centinela. Sin embargo, una pequeña duda pasaría por su mente. - ¿Y por qué se puso a sí mismo ese apodo, señor Gaegel? ¿No cree que es un nombre un poco... problemático para ciertas personas? - Preguntaría respetuosamente mientras seguía mirando al hombre; y su curiosidad y lado preparado para la servidumbre le haría cuestionarse otras cosas. - También me gustaría saber la razón por la que habla de esa forma tan pausada. ¿Es alguna clase de tartamudez?

La charla con Gaegel tenía un buen rito y era hasta agradable no mantener su personalidad completamente fría y calculadora; a veces era bueno salirse un poco del molde y descansar la mente en temas mas banales. - Me alegra que lo pregunte Señor Gaegel. - Diría el Bio mientras seguía sentado, mirando con cierta curiosidad el como persistían esa "interferencia" en el habla del hombre. - Lo cierto es que esa es una pregunta algo compleja: nosotros los Bio-cibernéticos somos creados y educado en la Base de los Bios, aquí mismo en Verisar. Nuestro trabajo y rango varía en dependencia de las habilidades proporcionadas, pero en lineas generales nos encargamos de preservar la paz y evitar que alguna raza tome medidas expansionistas, así como cuidar de ustedes, los humanos. - Explicaría mientras mostraba unos códigos tallados en el metal del torso de su traje, que exponía su número de serie y su Rango de Centinela junto a la palabra "Anti-disturbios". - En mi caso soy un Centinela, una de las dos grandes divisiones de Bio-cibernéticos centrada en estar en la primera linea de batalla. La otra división es la de Ingeniería, que se centra en otras habilidades. - Finalizaría su explicación sin dar demasiados detalles sobre la tecnología para evitar cuestionamientos innecesarios y preguntas que de momento tenía prohibido responder.

Sin embargo, la confusión se haría presente en la mente del Bio-cibernético al escuchar el término de "patear el trasero" de forma figurativa. - No entiendo a lo que se refiere Señor Gaegel, ¿Es alguna clase de actividad común por la zona para enmendar los delitos de las personas o algo parecido? - Preguntaría para tratar de esclarecer esa terminología tan curiosa y, hasta cierto punto, extravagante que presentaba Gaegel.

Artorias escuchaba atentamente la historia de Gaegel para tomar notas, del como él había sido un transportista y tenía un animal de carga para ganarse su pan de cada día, y que acabó perdiendo a su animal debido a que el Bandido trueno había vendido al animal sin permiso. Sin embargo, el escuchar que ahora el burro el era un ingrediente de la comida que estaba comiendo hizo fallar todo razonamiento lógico del Centinela. -¿Pero por qué se lo está comiendo si era un animal muy querido? ¿No debería tenerle un poco de respeto dándole un entierro digno? - Preguntaría con una mezcla de sentimientos entre consternado y curioso al ver la resolución tan extraña de aquel hombre. Artorias tenía una noción básica sobre los ritos funerarios, pero eso que escuchó era algo completamente fuera del esquema que tenía en su memoria.

Aún con todo, el tema del apodo tan extraño que poseía y los constantes sonidos provenientes de la boca de Gaegel que entrecortaban sus palabras al fin tendría una explicación un tanto curiosa, pero igual de interesante. - No creo que sea buena idea asociarse con alguien que es capaz de vender a su burro sin su consentimiento y le adjudica sobrenombres que dan mala reputación ¿no cree? - Trataría de razonar con el hombre en busca de alguna respuesta. - Pero creo que debe tener una razón válida para hacerlo, sino nada de esto que le está pasando tendía sentido ¿No es así? - Preguntaría buscando alguna respuesta convincente que dejase mas en claro la posición en la que estaba el Hombre sentado al lado suyo. Era incomprensible el daño que causaba ese hombre y que parecía alejarse cada vez mas de lo que se conocía como "buena persona". Aún quedaba por ver si Baltazar le había mentido respecto a la reputación o solo eran malentendidos, pero no debía centrarse demasiado en eso de momento - Y con respecto al tema de sus eructos... No hay nada referente a ello en mi Base de datos con respecto a un roedor que provoque una enfermedad como esa. Siento no poder ser de ayuda, Señor. - Se disculparía por la inutilidad de su presencia con respeto al problema de Gaegel: a Artorias no le era grato el no poder ayudar a las personas.

-¿Y tiene algún asunto en el que necesite mi ayuda Señor Gaegel? Aún debo solventar la reunión que debo tener con el Señor Baltazar en unos días con respecto al tema del Bandido trueno, pero si está en mis posibilidades con gusto lo ayudaré. - Le propondría mientras miraba como las moscas seguían revoloteando alrededor del plato que estaban delante de ellos. Aún había bastante de qué conversar y la camarera parecía estar cerca de volver hacia donde estaban ellos para ofrecerles algo mas. Sea como fuese el caso, Artorias estaba dispuesto a acompañar al hombre un breve tiempo mientras estaba en la Ciudad.

La respuesta del hombre-eructo no se hizo esperar, pero lo que Artorias no se esperaba era una felicitación por su encomio en su labor. Esto alegraría un poco al trozo de metal, pero esa felicidad se volvería efímera al mencionar que usaban a humanos como alimento. – Si. Es algo un poco desalentador ya que los humanos no tienen tantas capacidades para defenderse como las otras razas. – Mencionaría el Bio mientras la camarera le llenaba su jarra de cerveza. – Aunque creo que lo compensan con otros dotes como su agrupación y su “voluntad”, aunque no sé qué sea eso. – Se sinceraría con el hombre. A estas alturas, cualquiera podría intuir que los Bio-cibernéticos eran sustancialmente distintos a otras razas en cuanto a educación. La lógica fría era el rasgo predominante pese a que los sentimientos aún permanecían latentes.

El tema de la organización saldría a flote y era una buena oportunidad de desvelar los “misterios” que envolvían a esos seres envueltos en hierro. – Nuestra organización se basa en nuestras capacidades, y estas se nos son dadas durante un periodo de entrenamiento; en el cuál se nos va dando equipo más avanzado y cambiando piezas de forma constante para mejorar nuestro rendimiento. – En primera instancia esas palabras podrían generar un par de dudas, Pero el Centinela no veía como alguien peligroso y estaría dispuesto a contestarlas si no fueran preguntas muy intrusivas o prohibidas en el cuartel. – Aunque no todos cumplen estas normas, esas son las más básicas. Y es por eso que estoy patrullando por Aerandir. – Concluiría para luego volver a mirar el plato de comida.

– ¿Puedo saber para qué sirve la comida o tiene algo de especial? – Preguntaría con la ingenuidad característica de un niño. – Es que siempre que me ven, me pregunta que cómo me alimento; y cuando les contesto que no lo hago me miran un poco raro. Por eso pregunto. – Tal vez Gaegel no era la persona más ilustrada en el mundo, pero quizás eso le ayudaría a Artorias a cómo entender el medio que le rodea y ser un poco más “normal” de lo que era en ese momento.

Gaegel, por otro lado, explicaba su relación con el Bandido trueno y hacía hincapié de que él era alguien de confianza aunque hubiese puntos no muy claros sobre su personalidad. Pero si él no tenía razones para mentir, entonces era poco probable que mintiera por gusto, aunque aún faltaba por verse a cara a cara con él para averiguarlo. Sobre el tema de las maldiciones, Artorias sería un poco reacio a responder porque, pese a que conocía el concepto del éter y sus posibilidades básicas, no sabía cuál era el límite o alcance que podía influir en el cuerpo de una persona. – No sé nada sobre maldiciones, pero espero que su efecto no dure mucho tiempo en usted, Señor Gaegel. – Expresaría para luego escuchar la petición de quedarse con él por parte del barbudo y despechado hombre. – Si así lo desea… pues está bien. De todas formas no veo razones para irme de momento. – Explicaría mientras miraba una silla que, para los estándares del Centinela, no aguantaría su peso.

– Disculpe, señorita. ¿No tendrán sillas que soporten más peso? Es que no quiero romper estas al sentarme. – Preguntaría a la mujer que los estaba ateniendo, esperando una respuesta para así poder sentarse junto al hombre. Era un problema cuando los objetos eran de materiales tan frágiles que no aguantaban tanta carga sobre ellos.

El hombre barbudo seguía explicando con bastante entusiasmo pese a que sus constantes eructos causaban problemas; sobre todo por la eficiencia de los humanos para compartir su conocimiento  de diversos tipos y usos y ampliarlos a límites insospechados, dando como resultado proezas como la ingeniería, el intercambio de bienes y otras cosas de serían casi imposibles de conseguir sin los humanos. Aunque hubo un punto que cambió un poco el humor de Artorias. La creación de los Bio-cibernéticos era un tema bastante delicado entre los ajenos a esta raza y los propios Bios ya que era un conjunto de verdades a medias y algunos engaños que envolvían a esos seres con tecnología prácticamente imposible de emular sin éter. – Lo cierto es que nosotros somos una de las tantas cosas buenas de los humanos, ya que permiten darle capacidades a gente que no nació con ellas, extender su vida e incluso de encaminarlas a ser productivos en la sociedad. – Mencionaría mientras trataba de pensar en cómo desviar la conversación para no llegar a un punto indeseado por el Centinela.

- Está en lo correcto señor Gaegel. – Mencionaría el Bio. – Nuestro equipo va mejorándose con el tiempo, aunque no se realiza de manera interna, ya que requerimos de mantenimiento constante. Aunque… - Artorias sonaría dudoso sobre sí mencionarlo o no, pero llegados a este punto y que no había gente especialmente interesadas en ellos, pues podía explicarlo de manera “discreta”. – Lo cierto es que nuestro equipo es adaptado y moldeado según en qué somos buenos sin los implementos de ingeniería. Pero eso no es todo, ya que, al igual que un principiante que aprende a usar una espada, nosotros también debemos aprender a usar los artilugios. Y eso no es nada fácil aunque sean muy avanzados o útiles. – Se sinceraría con el hombre mientras seguía de pie, un poco cansado debido al tiempo que estaba parado, pero no era nada que no pudiese soportar.


Luego Gaegel se extendería explicando sobre la comida y sus propiedades nutricionales y de entretenimiento. Y aunque Artorias trataba de entenderlo, no le quedaba demasiado claro el por qué comerían por algo que no fuese necesario para su supervivencia; ya que lo consideraba una pérdida de recursos. Pero la curiosidad le pudo más que su razonamiento; o al menos en estos instantes. – ¿Y usted cree que yo también pueda hacer eso? ¿El que pueda comer aunque no le necesite realmente? – Artorias a veces era ingenuo en cosas que no tuviesen que ver con la disciplina, lógica o la batalla, así que era algo normal verlo preguntar con el mismo ahínco que el de un niño. – Yo también espero que pase pronto. No me gustaría verlo comprometido por ese problema. – Mencionaría para luego escuchar que no habían sillas para él. Eso lo entristeció bastante aunque no pudiesen notarlo bajo ese casco metálico.

Aunque la pregunta subsecuente de Gaegel le levantaría un poco los ánimos. – Es complicado de explicar, Señor Gaegel. – Empezaría a hablar. – No me canso por tener esta armadura ya que está diseñada para no agotarme al moverme en labores simples. Pero restringe bastante mi movimiento por el peso y por la fuerza que hay que aplicar al moverme a la mayor velocidad que puedo. Y es algo molesto a veces. – Explicaría mientras giraba su cuerpo y su mirada hacia los alrededores en busca de sillas hechas de piedra o algún material resistente, pero sin éxito alguno. – Además que tengo prohibido quitármelo salvo por mantenimiento o si se le va a aplicar alguna mejora interna. Porque bueno, ya lo dije, hay que estar preparado para cualquier problema que pueda surgir. Y sería realmente malo que, por no tener mi traje puesto, no pueda ayudar a quien lo necesite en el momento que se requiera. – Terminaría de explicar junto con un pesado suspiro. Casi tan pesado como el metal encima suyo. – Supongo que es justo que pase por estos problemas con tal de ayudar. ¿No lo cree? – Terminaría de hacer la pregunta, esperando alguna respuesta o comentario por parte del hombre eructador.

Gaegel había sido bastante receptivo respecto al tema de las mejoras cibernéticos y la tecnología que utilizaban. Parecía estar genuina interesado en aquello pese a que los eructos cada vez se hacían más constantes y fuertes. – La capacitación saca a relucir los mejores aspectos de los individuos y estos mismos aspectos son potenciados. Así que nuestra capacidad de adaptación se rige por ese mismo sistema. Me alegra de que le interese nuestra historia como raza. – Expresaría mientras miraba como Gaegel se terminaba de comer su plato de sopa hecha con su amigo. Por otro lado, el tema de la comida aún tenía intrigado al centinela ya que parecía ser un tema más complejo del que parecía ser a simple vista.

Artorias tenía más preguntas respecto a la comida y sobre cómo es el proceso que se lleva a cabo para obtener energía, pero por el momento le bastaba con saber que había un tiempo límite antes de comer algún alimento. Aunque en algo que si estaban un poco en desacuerdo era sobre el uso del traje que, si bien era molesto y difícil de sobrellevar, era un mal necesario en pos de estar siempre preparado para cualquier problema que se presente en un momento inesperado. Aunque Gaegel se notaba respetuoso sobre aquello y aceptaba la postura del Centinela incluso antes de que este último dijese algo a respecto.

Y como todo en la vida, había llegado la hora de despedirse y dar por concluida la conversación. – Lo mismo digo Señor Gaegel. Espero que le vaya bien y siga con vida hasta que podamos volver a hablar. – Expresaría el Bio. – Cuidese. – Tras esto, el hombre bestia se marcharía del lugar y Artorias volvería a ser el centro de atención absoluto del lugar hasta que la camarera le volviese a hablar. – Si no vas a comer nada, entonces vete por favor. Ocupas bastante espacio en el camino y asustas a las personas que están acá. – La voz de aquella mujer denotaba que estaba apenada, pero también tenía firmeza debido al valor que requería el tener que hablarle a alguien cómo él. – No se preocupe señorita, no hay problema. Muchas gracias por todo.–

Tras unos minutos de que saliera Gaegel, Artorias también lo haría y tomaría un rumbo diferente al del aquel hombre a fin de prepararse para reunirse junto al elfo de cabello rojo que se encontró hace algunos días atrás. La vida había tenido un giro inesperado de acontecimientos ¿Quien diría que el Homenaje a un amigo podría ser el inicio de una nueva amistad?