Tentación en el mercado (Int. libre) [2/2] [Cerrado]
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Tentación en el mercado (Int. libre) [2/2] [Cerrado]
Había tenido que dormir en la calle aquella noche. Por dignidad, había salido de Lunargenta para hacerlo. No me gustaba pasar mucho tiempo como loba, pero era lo más cómodo para pasar las noches al raso, y aquello había hecho algo alejada de la ciudad. Con el dinero que me quedaba no podía permitirme el lujo de dormir en una posada. Necesitaba trabajar enseguida, y de algo que me enriqueciese de verdad. Algo digno de lo que yo era. Pero al final no me quedaba más que lo de siempre: cazar animales pequeños en busca de pieles y alimento. Fue lo que hice cuando amaneció, al alba. Encontré dos conejos grandes y me hice con ellos, procurando no desgarrar la piel con los colmillos. Quizás sacase alguna moneda por aquello, me dije, aunque un ciervo o un animal mayor hubiesen sido más apropiados.
Tras despellejar con cuidado los conejos, hice una fogata para asar uno de ellos. Prefería comer de aquel modo, aunque como loba tuviese más apetito y me atrajese la carne cruda. Yo, me había repetido constantemente a lo largo de los años, era más civilizada que aquello. En cierto modo, no me gustaba ser de aquella forma. No quería que se me viese como una bestia, cuando yo no era aquello. Era inteligente y hermosa, casi perfecta. Debí haber nacido noble, pero nací loba. Aquello era porque el mundo tenía un plan para mí, lo tenía claro, pero seguía esperando a que llegase el gran momento en el que pudiese deslumbrar a todos. Y, en lugar de aquello, cazaba conejos y vendía pieles. Se trataba de una existencia absolutamente vulgar. Al menos los trabajos de mercenaria pagaban bien, pero no habían abundado en los últimos tiempos, y tampoco podía aceptar cualquier cosa; tenía una reputación.
Tras terminar con mi desayuno me aseé un poco y cogí el pequeño espejo de bolsillo que siempre llevaba conmigo. Me contemplé durante un par de minutos. Aquello me relajaba: ver que mi rostro era el mismo; comprobar que mi grandeza, que mi brillo, no cambiaban. Era algo que estaba más allá del exterior. Aunque mi belleza se veía a simple vista, mi grandeza se percibía de otra forma. Era como un halo que me rodeaba, como un aura de perfección que me envolvía suavemente y me acompañaba, arropándome.
Cuando guardé el espejo me sentía mejor. Tomé el conejo y las pieles e inicié mi camino hacia Lunargenta. Aún no había llegado el mediodía, pero el trasiego de personas era mayor que al amanecer. Yo caminaba en solitario, sin hacer mucho caso a los campesinos o comerciantes que seguían mi mismo camino. Bastaba con que ellos me contemplasen y deseasen. Pero el ser perfecta e inalcanzable consistía, en cierto modo, en ignorar la admiración de todos los que me rodeaban. No podía estar atendiendo constantemente las súplicas de todas aquellas personas inferiores.
Una vez hube entrado en Lunargenta, me dirigí al mercado. Allí no tuve problemas para vender la carne y las pieles. No saqué mucho por ellas, pero tampoco insistí demasiado. Tenía el estómago lleno y algunas monedas más que al amanecer, por lo que podía darme por satisfecha. Aproveché que estaba allí para pasearme entre los puestos para curiosear un poco. Había de todo, desde alimentos y prendas de vestir hasta armas o joyas. Una mujer anunciaba a gritos que vendía unos amuletos que protegían contra maldiciones, pero no eran más que aros de latón atados a un cordel. Aquello no tenía poder alguno.
Mis pasos me llevaron hasta un puesto alejado, en una zona más despejada de gente. No parecía tener nada interesante, a primera vista. La dueña, una mujer anciana, dormitaba al otro lado del puesto, sentada en una silla. Aquel hecho solo reforzó mi impresión inicial, pero revisé la mercancía de todos modos, con poca atención. Hasta que mis ojos se toparon con un pequeño espejo de bolsillo, como el mío, pero mucho más digno de mí. Tenía forma de cajita, y la parte exterior era plateada, con grabados elegantes. Estaba tan pulido y limpio que me reflejaba incluso en las partes cuyo fin no era ese. Y el espejo, propiamente dicho, resplandecía. Me agaché para mirarlo más de cerca, para mirarme, y el reflejo que me devolvió resultó ser más perfecto que el habitual. Me peiné un mechón tras la oreja, observando el gesto en el espejo. Después eché un vistazo a la mujer de nuevo.
La mujer dormía. Era una anciana. Seguramente apenas escuchase. No podía quitarme aquellas ideas de la cabeza. Porque tenía dinero, pero si no era suficiente no podría adquirirlo, y si lo hacía de todos modos sería la mayor sospechosa. Nadie en su sano juicio podría olvidar mi cara, ni mi presencia.
Me mordí el labio inferior un instante, pensativa. Robar no era lo correcto. ¿Pero acaso no iba a ser mío el mundo? ¿Acaso no era mi virtud suficiente? Las ofrendas tendrían que haberse apilado a mis pies desde mi llegada, pero en lugar de aquello me veía obligada a dormir bajo un árbol, o en un lecho duro y sucio, con suerte. Pero con aquel espejo, estaba segura, todo cambiaría.
Con aquello en mente extendí la mano con suavidad. Nadie me miraba. ¿Qué más daba? Con tomarlo, sería mío. Si era perfecta, la mejor en todo, también lo era en robar. Ya pensaría en ello luego. Ya le daría vueltas más tarde. ¿Qué más daba? Era tomarlo y correr. Solo tomarlo y correr.
Pero…
Tras despellejar con cuidado los conejos, hice una fogata para asar uno de ellos. Prefería comer de aquel modo, aunque como loba tuviese más apetito y me atrajese la carne cruda. Yo, me había repetido constantemente a lo largo de los años, era más civilizada que aquello. En cierto modo, no me gustaba ser de aquella forma. No quería que se me viese como una bestia, cuando yo no era aquello. Era inteligente y hermosa, casi perfecta. Debí haber nacido noble, pero nací loba. Aquello era porque el mundo tenía un plan para mí, lo tenía claro, pero seguía esperando a que llegase el gran momento en el que pudiese deslumbrar a todos. Y, en lugar de aquello, cazaba conejos y vendía pieles. Se trataba de una existencia absolutamente vulgar. Al menos los trabajos de mercenaria pagaban bien, pero no habían abundado en los últimos tiempos, y tampoco podía aceptar cualquier cosa; tenía una reputación.
Tras terminar con mi desayuno me aseé un poco y cogí el pequeño espejo de bolsillo que siempre llevaba conmigo. Me contemplé durante un par de minutos. Aquello me relajaba: ver que mi rostro era el mismo; comprobar que mi grandeza, que mi brillo, no cambiaban. Era algo que estaba más allá del exterior. Aunque mi belleza se veía a simple vista, mi grandeza se percibía de otra forma. Era como un halo que me rodeaba, como un aura de perfección que me envolvía suavemente y me acompañaba, arropándome.
Cuando guardé el espejo me sentía mejor. Tomé el conejo y las pieles e inicié mi camino hacia Lunargenta. Aún no había llegado el mediodía, pero el trasiego de personas era mayor que al amanecer. Yo caminaba en solitario, sin hacer mucho caso a los campesinos o comerciantes que seguían mi mismo camino. Bastaba con que ellos me contemplasen y deseasen. Pero el ser perfecta e inalcanzable consistía, en cierto modo, en ignorar la admiración de todos los que me rodeaban. No podía estar atendiendo constantemente las súplicas de todas aquellas personas inferiores.
Una vez hube entrado en Lunargenta, me dirigí al mercado. Allí no tuve problemas para vender la carne y las pieles. No saqué mucho por ellas, pero tampoco insistí demasiado. Tenía el estómago lleno y algunas monedas más que al amanecer, por lo que podía darme por satisfecha. Aproveché que estaba allí para pasearme entre los puestos para curiosear un poco. Había de todo, desde alimentos y prendas de vestir hasta armas o joyas. Una mujer anunciaba a gritos que vendía unos amuletos que protegían contra maldiciones, pero no eran más que aros de latón atados a un cordel. Aquello no tenía poder alguno.
Mis pasos me llevaron hasta un puesto alejado, en una zona más despejada de gente. No parecía tener nada interesante, a primera vista. La dueña, una mujer anciana, dormitaba al otro lado del puesto, sentada en una silla. Aquel hecho solo reforzó mi impresión inicial, pero revisé la mercancía de todos modos, con poca atención. Hasta que mis ojos se toparon con un pequeño espejo de bolsillo, como el mío, pero mucho más digno de mí. Tenía forma de cajita, y la parte exterior era plateada, con grabados elegantes. Estaba tan pulido y limpio que me reflejaba incluso en las partes cuyo fin no era ese. Y el espejo, propiamente dicho, resplandecía. Me agaché para mirarlo más de cerca, para mirarme, y el reflejo que me devolvió resultó ser más perfecto que el habitual. Me peiné un mechón tras la oreja, observando el gesto en el espejo. Después eché un vistazo a la mujer de nuevo.
La mujer dormía. Era una anciana. Seguramente apenas escuchase. No podía quitarme aquellas ideas de la cabeza. Porque tenía dinero, pero si no era suficiente no podría adquirirlo, y si lo hacía de todos modos sería la mayor sospechosa. Nadie en su sano juicio podría olvidar mi cara, ni mi presencia.
Me mordí el labio inferior un instante, pensativa. Robar no era lo correcto. ¿Pero acaso no iba a ser mío el mundo? ¿Acaso no era mi virtud suficiente? Las ofrendas tendrían que haberse apilado a mis pies desde mi llegada, pero en lugar de aquello me veía obligada a dormir bajo un árbol, o en un lecho duro y sucio, con suerte. Pero con aquel espejo, estaba segura, todo cambiaría.
Con aquello en mente extendí la mano con suavidad. Nadie me miraba. ¿Qué más daba? Con tomarlo, sería mío. Si era perfecta, la mejor en todo, también lo era en robar. Ya pensaría en ello luego. Ya le daría vueltas más tarde. ¿Qué más daba? Era tomarlo y correr. Solo tomarlo y correr.
Pero…
Última edición por Gerda Jorgën el Lun 25 Abr 2016 - 8:43, editado 2 veces
Gerda Jorgën
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Re: Tentación en el mercado (Int. libre) [2/2] [Cerrado]
El día comienza con cierto sobresalto, ratita y motas arreglan sus diferencias de una manera infantil. Chimar logra detener aquel conflicto con sus mejores habilidades, para resumir propina un leve golpe en la cabeza de cada uno por despertarle más temprano. Ser el mayor trae consigo grandes ventajas, además de esa forma tendrán un nuevo enemigo en común y podrán dejar sus diferencias, lógica por encima de todo.
Dejando las pequeñas riñas en el hogar saldadas Maquiavelo parte a su típica ruta de robo, no debería tomarle mucho llenar la bolsa con algo de dinero ajeno. Debe admitir que su actividad ha menguado gracias al tentador estado que ofrece la pereza, algo que debe solucionar rápidamente. Nada como robar idiotas para dar energía, es un deporte lleno de adrenalina.
Veamos…
Llega a una de las numerosas zonas mercantiles de la ciudad y comienza su profesión, el lugar tiene buena actividad. Algunos cientos de malabares ocultos después ya casi cumple su cuota, esta gente prácticamente exige que la roben. Con el día asegurado decide revisar algunas tiendas, de vez en cuando se encuentran buenas chucherías en exhibición que merecen un mejor dueño.
Un vendedor de ballestas llama su atención, al parecer mejoraron el diseño de disparo. Sigue estando muy atrasado con respecto a los propios sistemas del chico pero le están poniendo empeño, en unos diez años quizás consigan la forma de reducir el tamaño. Luego de ese pequeño paseo "arqueológico” da algunas vueltas en la plaza y le compra una manzana a cierta niña, decide gastar dos monedas para apoyarle.
“Ganaría mas vaciando bolsillos pero el trabajo honesto debe premiarse”
Piensa con ironía, un tanto hipócrita si se desglosa en el contexto actual. Continua arrebatando bolsas hasta que finalmente su cálculo de peso resulta familiar, día concluido. Menos de dos horas, nada mal. Es el segundo Gorrión más rápido solo superado por ratita, Dem no entra en la clasificación pues hace trampa con magia. Avanza por un atajo para salir de la zona cuando detalla algo interesante.
“Novato detectado jeje”
Nada como apreciar el primer intento de alguien, tan jodidamente lleno de errores que no vale la pena enumerarlos. Chimar se cruza de brazos con cara de intriga mientras detalla todo en primera fila, el espectáculo apenas comienza. La mujer es tan lenta como una tortuga, posiblemente por el debate moral interno que todos sufren la primera vez. La dueña del puesto está en el quinto sueño así que tiene vía libre, suerte de novato. El niño sonríe maliciosamente dispuesto a sumarle emoción al intento, se coloca detrás de la anciana y sujeta una piedrita, al final cruza miradas con la ratera verde y deja que sus gestos hablen.
“veamos si sabe trabajar bajo presión jajaja”
Dejando las pequeñas riñas en el hogar saldadas Maquiavelo parte a su típica ruta de robo, no debería tomarle mucho llenar la bolsa con algo de dinero ajeno. Debe admitir que su actividad ha menguado gracias al tentador estado que ofrece la pereza, algo que debe solucionar rápidamente. Nada como robar idiotas para dar energía, es un deporte lleno de adrenalina.
Veamos…
Llega a una de las numerosas zonas mercantiles de la ciudad y comienza su profesión, el lugar tiene buena actividad. Algunos cientos de malabares ocultos después ya casi cumple su cuota, esta gente prácticamente exige que la roben. Con el día asegurado decide revisar algunas tiendas, de vez en cuando se encuentran buenas chucherías en exhibición que merecen un mejor dueño.
Un vendedor de ballestas llama su atención, al parecer mejoraron el diseño de disparo. Sigue estando muy atrasado con respecto a los propios sistemas del chico pero le están poniendo empeño, en unos diez años quizás consigan la forma de reducir el tamaño. Luego de ese pequeño paseo "arqueológico” da algunas vueltas en la plaza y le compra una manzana a cierta niña, decide gastar dos monedas para apoyarle.
“Ganaría mas vaciando bolsillos pero el trabajo honesto debe premiarse”
Piensa con ironía, un tanto hipócrita si se desglosa en el contexto actual. Continua arrebatando bolsas hasta que finalmente su cálculo de peso resulta familiar, día concluido. Menos de dos horas, nada mal. Es el segundo Gorrión más rápido solo superado por ratita, Dem no entra en la clasificación pues hace trampa con magia. Avanza por un atajo para salir de la zona cuando detalla algo interesante.
“Novato detectado jeje”
Nada como apreciar el primer intento de alguien, tan jodidamente lleno de errores que no vale la pena enumerarlos. Chimar se cruza de brazos con cara de intriga mientras detalla todo en primera fila, el espectáculo apenas comienza. La mujer es tan lenta como una tortuga, posiblemente por el debate moral interno que todos sufren la primera vez. La dueña del puesto está en el quinto sueño así que tiene vía libre, suerte de novato. El niño sonríe maliciosamente dispuesto a sumarle emoción al intento, se coloca detrás de la anciana y sujeta una piedrita, al final cruza miradas con la ratera verde y deja que sus gestos hablen.
“veamos si sabe trabajar bajo presión jajaja”
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Intenté recordar los motivos por los que era malo robar. Uno de ellos era que aquello de coger las cosas de otros no tenía demasiada clase, y no correspondía a alguien como yo. Otra de las razones era la de no pagar una multa, o terminar en una celda cochambrosa. Si lo pensaba fríamente, pocos motivos más había. Porque no tenía que sentir pena alguna por aquella vieja que podía dormir durante su turno de trabajo. Se lo habrían dado todo hecho, seguramente, y eso que no habría sido en su vida una cuarta parte de lo que yo era. Pero la que tenía aquel espejo magnífico, aún siendo indigna del mismo, era la señora. ¿Y qué haría con él? ¿Ver arrugas y a la muerte acercarse? Al menos a mí me serviría para algo. El propio espejo daría las gracias si pudiese hablar.
Un espejo que hablase y me dijese lo hermosa que era. Aquella idea me hizo sonreír. Pero por poco tiempo.
Odiaba a los críos. Eran pequeños seres que solo querían llamar la atención del resto con berridos y quejas. Se creían el centro del mundo y se movían por odio. Y aquel que vi de pronto, cuando mis dedos rozaban ya el espejo, tenía los ojos sumergidos en maldad pura. La más odiosa, pérfida, impía, enfermiza, desagradable y pútrida maldad. Allí. Frente a mis hermosos ojos.
Y aquella sonrisa. Aquella sonrisa era la representación facial de la crueldad, su perfecta definición.
Odiaba a los críos.
Retiré la mano del espejo, dejándolo en su lugar, sosteniendo la mirada del niño con desprecio y orgullo. Incluso me permití esbozar una sonrisa también. La mía sería mil veces más resplandeciente e inocente que la suya, por joven que fuese. Y más maligna si lo deseaba.
-Lánzale lo que quieras. No es mi abuela. Me da igual -me limité a decir, cruzándome de brazos.
Me había aburrido aquel espejo, realmente. Ni lo necesitaba ni lo quería. Uno era más que suficiente. No tenía por que llenarme los bolsillos con cacharros. Un espejo no me iba a llevar a la cima, pero la prisión quizás me enterrase en el pozo más profundo. Incluso la belleza de alma podía ser eclipsada si te tomaban injustamente por ladrona. Y el mundo lloraría una tragedia como aquella.
Debía mantenerme pura, como era.
Un espejo que hablase y me dijese lo hermosa que era. Aquella idea me hizo sonreír. Pero por poco tiempo.
Odiaba a los críos. Eran pequeños seres que solo querían llamar la atención del resto con berridos y quejas. Se creían el centro del mundo y se movían por odio. Y aquel que vi de pronto, cuando mis dedos rozaban ya el espejo, tenía los ojos sumergidos en maldad pura. La más odiosa, pérfida, impía, enfermiza, desagradable y pútrida maldad. Allí. Frente a mis hermosos ojos.
Y aquella sonrisa. Aquella sonrisa era la representación facial de la crueldad, su perfecta definición.
Odiaba a los críos.
Retiré la mano del espejo, dejándolo en su lugar, sosteniendo la mirada del niño con desprecio y orgullo. Incluso me permití esbozar una sonrisa también. La mía sería mil veces más resplandeciente e inocente que la suya, por joven que fuese. Y más maligna si lo deseaba.
-Lánzale lo que quieras. No es mi abuela. Me da igual -me limité a decir, cruzándome de brazos.
Me había aburrido aquel espejo, realmente. Ni lo necesitaba ni lo quería. Uno era más que suficiente. No tenía por que llenarme los bolsillos con cacharros. Un espejo no me iba a llevar a la cima, pero la prisión quizás me enterrase en el pozo más profundo. Incluso la belleza de alma podía ser eclipsada si te tomaban injustamente por ladrona. Y el mundo lloraría una tragedia como aquella.
Debía mantenerme pura, como era.
Gerda Jorgën
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Re: Tentación en el mercado (Int. libre) [2/2] [Cerrado]
El chico detalla con cuidado todo apreciando la verdadera comedia del momento, mejor que cualquier teatro planificado. Es un enano muy listo y bastante curtido por la experiencia pero sigue siendo joven, le gusta divertirse con tonterías irracionales como cualquier mocoso. Su sonrisa continua inmutable mientras la mujer barajea opciones, tiene una situación difícil para cualquiera.
Bah…
Y exactamente por eso los niños son mejores, reaccionan de forma más graciosa. La única respuesta concebida por la mente madura de la señorita rubia fue abandonar su intento, que aburrido. Los adultos resultan tan… uff la filosofía del brujo se le está pegando, otro aspecto que debe corregirse a su debido tiempo. Expulsa aire y arroja la piedrita a un lado al ver que su chantaje ya no tiene potestad.
Que predecible.
Responde al comentario emitido por la joven, típica respuesta. Extrañamente la vieja parece no querer despertarse, abre su ojo derecho y al ver que la fiesta no le incumbe demasiado vuelve a dormir. algo más de inactividad la convertiría en un cadáver… o un muerto viviente feo. Sin posibilidad de hacer funcionar la broma Chimar desiste, niega con la cabeza a medida que avanza al puesto con cierta idea en mente.
Se acerca al exhibidor y en un gesto casi imperceptible toma el espejo para luego guardarlo en uno de los bolsillos de su capa, la practica rinde frutos jugosos. Pega una sonrisa inocente a la mujer y camina hasta la esquina, antes de doblar le dedica el gesto más característico del mundo, quiere que le siga. Dejando la malicia de lado siente necesidad de enseñarle algunos trucos para que no termine en prisión por tonterías.
Afortunadamente Maquiavelo es más dado con los adultos, el gorrión mayor hubiera actuado de una forma radicalmente diferente desde el principio. Tener colegas ayuda sin importar su tamaño, ley natural. También entra en juego otro aspecto, la mujer es… bueno…. Mujer, el pequeño solo ha tenido buenas experiencias con ese género dejando de lado situaciones demenciales sin probabilidades de repetirse.
Bah…
Y exactamente por eso los niños son mejores, reaccionan de forma más graciosa. La única respuesta concebida por la mente madura de la señorita rubia fue abandonar su intento, que aburrido. Los adultos resultan tan… uff la filosofía del brujo se le está pegando, otro aspecto que debe corregirse a su debido tiempo. Expulsa aire y arroja la piedrita a un lado al ver que su chantaje ya no tiene potestad.
Que predecible.
Responde al comentario emitido por la joven, típica respuesta. Extrañamente la vieja parece no querer despertarse, abre su ojo derecho y al ver que la fiesta no le incumbe demasiado vuelve a dormir. algo más de inactividad la convertiría en un cadáver… o un muerto viviente feo. Sin posibilidad de hacer funcionar la broma Chimar desiste, niega con la cabeza a medida que avanza al puesto con cierta idea en mente.
Se acerca al exhibidor y en un gesto casi imperceptible toma el espejo para luego guardarlo en uno de los bolsillos de su capa, la practica rinde frutos jugosos. Pega una sonrisa inocente a la mujer y camina hasta la esquina, antes de doblar le dedica el gesto más característico del mundo, quiere que le siga. Dejando la malicia de lado siente necesidad de enseñarle algunos trucos para que no termine en prisión por tonterías.
Afortunadamente Maquiavelo es más dado con los adultos, el gorrión mayor hubiera actuado de una forma radicalmente diferente desde el principio. Tener colegas ayuda sin importar su tamaño, ley natural. También entra en juego otro aspecto, la mujer es… bueno…. Mujer, el pequeño solo ha tenido buenas experiencias con ese género dejando de lado situaciones demenciales sin probabilidades de repetirse.
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Re: Tentación en el mercado (Int. libre) [2/2] [Cerrado]
Noté esa forma despectiva que tenía de mirarme. Eso me molestaba todavía más. Se sentía superior a mí. Como si de verdad pudiese serlo. El mundo estaba lleno de necios como él, que pensaban que podían compararse con Gerda. Ciertamente, era un niño; al menos tenía esa excusa.
Su decepción fue un triunfo para mí, e incluso me permití una sonrisa satisfecha, pero algo tan sencillo como un "Qué predecible" rompió la magia del momento y me hizo fruncir el ceño. Decir que yo era predecible era como decir que lo eran los copos de nieve o una lluvia de estrellas. Yo era hermosa, era gentil, era magnífica, pero nunca predecible. Era quizás el insulto más vulgar que uno podía dedicarle a alguien de mi nivel. "Eres común", parecía querer decirme. "Eres igual que el resto, insignificante, No vales nada".
-Eso no es así -me dije a mí misma, segura de mis palabras. No era predecible. Era apropiada. Impredecible hubiese sido asesinar a la vieja durmiente, pero tampoco me parecía la idea apropiada. ¿Por sorprender a un niño maleducado?
Maleducado y ladrón. Alcé las cejas imperceptiblemente al verlo tomar el objeto que yo deseaba, y en mi interior se libró una disputa. Por una parte, barajé el despertar yo misma a la anciana, a modo de venganza, pero me pareció infantil. Por otro lado, se me ocurrió pedir al niño que me diese el espejo. Así no lo delataría.
Esa idea dejó de ser buena al instante. ¿A qué nivel me iba a rebajar por un simple accesorio? Estaba por encima de todo aquello.
Inspiré hondo y me relajé. No pasaba nada. Me iría por donde había venido y buscaría algo que hacer el resto del día. O bien...
El gesto del crío no me había pasado desapercibido. ¿Y qué iba a hacer yo con un niño? Un niño ladrón, además. Quizás me hubiese robado ya mis pertenencias.
Palpé un momento mi pequeño saco de monedas, que seguía en su sitio. Evidentemente, el chico no hubiese podido robarme. Yo era demasiado perceptiva. Ni siquiera de haber contado con tres o cuatro personas más, ni aunque la misma vieja fuese parte de su estratagema, iba a poder acercarse a mí sin que yo me diese cuenta.
Al final lo seguí. Conocer lo peor de la ciudad ayudaría a guardarse de ello. Y de paso memorizaría la cara del crío. Me costaba mucho recordar los rostros, y más aún los nombres, aunque a veces sucedía al revés.
Aligeré un poco el paso para alcanzarlo, manteniendo una expresión seria. Al menos había dejado de mofarse de mí. Me respetaba, seguramente. A los críos les costaba admitir aquello, pero se le veía en los ojos. Quizás incluso terminase por conseguir el espejo. Que era lo de menos, pese a todo.
-¿Qué pasa? ¿Qué quieres? -pregunté en voz baja al llegar a su lado. Lo observé, concentrada. Me costaba enormemente encontrarle algo a sus rasgos que los hiciese diferentes a los de cualquier otro. Llegaba a molestarme el verlo tan común, pero ¿qué culpa tenía yo de resaltar?
Lo miré interrogante, examinando nuestro alrededor. Por suerte, nadie se había fijado en el suceso del espejo. No quería una mala reputación cuando apenas había empezado a conocer el potencial de la ciudad.
Su decepción fue un triunfo para mí, e incluso me permití una sonrisa satisfecha, pero algo tan sencillo como un "Qué predecible" rompió la magia del momento y me hizo fruncir el ceño. Decir que yo era predecible era como decir que lo eran los copos de nieve o una lluvia de estrellas. Yo era hermosa, era gentil, era magnífica, pero nunca predecible. Era quizás el insulto más vulgar que uno podía dedicarle a alguien de mi nivel. "Eres común", parecía querer decirme. "Eres igual que el resto, insignificante, No vales nada".
-Eso no es así -me dije a mí misma, segura de mis palabras. No era predecible. Era apropiada. Impredecible hubiese sido asesinar a la vieja durmiente, pero tampoco me parecía la idea apropiada. ¿Por sorprender a un niño maleducado?
Maleducado y ladrón. Alcé las cejas imperceptiblemente al verlo tomar el objeto que yo deseaba, y en mi interior se libró una disputa. Por una parte, barajé el despertar yo misma a la anciana, a modo de venganza, pero me pareció infantil. Por otro lado, se me ocurrió pedir al niño que me diese el espejo. Así no lo delataría.
Esa idea dejó de ser buena al instante. ¿A qué nivel me iba a rebajar por un simple accesorio? Estaba por encima de todo aquello.
Inspiré hondo y me relajé. No pasaba nada. Me iría por donde había venido y buscaría algo que hacer el resto del día. O bien...
El gesto del crío no me había pasado desapercibido. ¿Y qué iba a hacer yo con un niño? Un niño ladrón, además. Quizás me hubiese robado ya mis pertenencias.
Palpé un momento mi pequeño saco de monedas, que seguía en su sitio. Evidentemente, el chico no hubiese podido robarme. Yo era demasiado perceptiva. Ni siquiera de haber contado con tres o cuatro personas más, ni aunque la misma vieja fuese parte de su estratagema, iba a poder acercarse a mí sin que yo me diese cuenta.
Al final lo seguí. Conocer lo peor de la ciudad ayudaría a guardarse de ello. Y de paso memorizaría la cara del crío. Me costaba mucho recordar los rostros, y más aún los nombres, aunque a veces sucedía al revés.
Aligeré un poco el paso para alcanzarlo, manteniendo una expresión seria. Al menos había dejado de mofarse de mí. Me respetaba, seguramente. A los críos les costaba admitir aquello, pero se le veía en los ojos. Quizás incluso terminase por conseguir el espejo. Que era lo de menos, pese a todo.
-¿Qué pasa? ¿Qué quieres? -pregunté en voz baja al llegar a su lado. Lo observé, concentrada. Me costaba enormemente encontrarle algo a sus rasgos que los hiciese diferentes a los de cualquier otro. Llegaba a molestarme el verlo tan común, pero ¿qué culpa tenía yo de resaltar?
Lo miré interrogante, examinando nuestro alrededor. Por suerte, nadie se había fijado en el suceso del espejo. No quería una mala reputación cuando apenas había empezado a conocer el potencial de la ciudad.
Gerda Jorgën
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Re: Tentación en el mercado (Int. libre) [2/2] [Cerrado]
La mujer vacila un poco antes de acatar la llamada del chico, es imposible culparle. No es la mejor forma de conocerse pero en Lunargenta pasa todo el tiempo, especialmente si eres un niño ratero. Chimar sonríe, últimamente sus nuevas amistades terminan apareciendo en momentos delictivos menores. Por muy raro que suene ese tipo de vínculos logran volverse duraderos, las personas son extrañas sin duda.
La aspirante a ladrona se acerca con discreción luego de darse un buen tiempo para pensar, al menos tiene curiosidad y eso siempre es bueno. Maquiavelo saca el espejo, luego comienza a hacer malabares. Obviamente trata de perturbar a la señorita, se nota que el objeto tiene cierto valor para ella. Un minuto después desiste, aquel artículo nunca estuvo en peligro pero fue bastante divertido mirar las reacciones.
Lo siento no pude evitarlo jajaja.
A este paso debe creer que el inventor es un patán, nada más alejado de la realidad… al menos la mayoría de veces. El pequeño ha logrado llenar su contador infantil, no volverá a comportarse de esa manera hasta dentro de algunas semanas. Pone su mejor cara seria y se dispone a hablar, es tiempo de convencer a la contraparte de no retirarse maldiciendo al aire cosas groseras.
Primero las presentaciones, me llamo Chimar Maquiavelo. No pude evitar notar tu intento inconcluso de hace poco y… bueno digamos que si quieres algunas lecciones de cortesía soy tu chico.
Los ladrones deben apoyarse, especialmente los inspirados por la necesidad. Sea como sea aquel jovencito ya cumplió su cuota diaria así que solo le resta entretenerse un poco hasta la cena del grupo, tiene bastantes horas libres. Se cruza de brazos y estudia a la mujer, posee un aire extraño aunque sin mayor interacción es difícil adivinar cualquier rasgo distintivo, al final cada cabeza es un mundo.
Como muestra de buena fe… toma.
Extiende el espejo, un pequeño tótem de amistad. Tampoco es que le sirva de algo, ya tiene todos los implementos necesarios para crear cosas en su taller. Resulta impresionante la cantidad de esfuerzo y dinero que gastan las personas en misceláneos aunque todo tiene cierto orden natural, sin tales babosadas los pequeños ladrones no podrían reunir tanto dinero todos los días del año.
Mientras espera sonríe como tonto, quiere mostrar su parte amable. El comportamiento previo no fue el mejor y lo sabe, a veces su lado pequeño sale a flote. Cuando vivía con Giaco lograba mantener una fachada madura en todo momento pero ahora rodeado de niños le cuesta comportarse como adulto, el hombre es un animal de costumbre como dicen algunos libros de contenido variado.
La aspirante a ladrona se acerca con discreción luego de darse un buen tiempo para pensar, al menos tiene curiosidad y eso siempre es bueno. Maquiavelo saca el espejo, luego comienza a hacer malabares. Obviamente trata de perturbar a la señorita, se nota que el objeto tiene cierto valor para ella. Un minuto después desiste, aquel artículo nunca estuvo en peligro pero fue bastante divertido mirar las reacciones.
Lo siento no pude evitarlo jajaja.
A este paso debe creer que el inventor es un patán, nada más alejado de la realidad… al menos la mayoría de veces. El pequeño ha logrado llenar su contador infantil, no volverá a comportarse de esa manera hasta dentro de algunas semanas. Pone su mejor cara seria y se dispone a hablar, es tiempo de convencer a la contraparte de no retirarse maldiciendo al aire cosas groseras.
Primero las presentaciones, me llamo Chimar Maquiavelo. No pude evitar notar tu intento inconcluso de hace poco y… bueno digamos que si quieres algunas lecciones de cortesía soy tu chico.
Los ladrones deben apoyarse, especialmente los inspirados por la necesidad. Sea como sea aquel jovencito ya cumplió su cuota diaria así que solo le resta entretenerse un poco hasta la cena del grupo, tiene bastantes horas libres. Se cruza de brazos y estudia a la mujer, posee un aire extraño aunque sin mayor interacción es difícil adivinar cualquier rasgo distintivo, al final cada cabeza es un mundo.
Como muestra de buena fe… toma.
Extiende el espejo, un pequeño tótem de amistad. Tampoco es que le sirva de algo, ya tiene todos los implementos necesarios para crear cosas en su taller. Resulta impresionante la cantidad de esfuerzo y dinero que gastan las personas en misceláneos aunque todo tiene cierto orden natural, sin tales babosadas los pequeños ladrones no podrían reunir tanto dinero todos los días del año.
Mientras espera sonríe como tonto, quiere mostrar su parte amable. El comportamiento previo no fue el mejor y lo sabe, a veces su lado pequeño sale a flote. Cuando vivía con Giaco lograba mantener una fachada madura en todo momento pero ahora rodeado de niños le cuesta comportarse como adulto, el hombre es un animal de costumbre como dicen algunos libros de contenido variado.
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Me restregó lo del espejo tan pronto como pudo, pero no me perturbó por ello. Compuse mi mejor expresión de indiferencia altiva, dedicando a sus malabares alguna mirada. Me preocupaba que se cayese, pero pronto quedó patente que sabía lo que hacía. Lo cierto era que tenía una destreza aceptable. Si yo decidiese hacerme una experta malabarista lo superaría con creces, como era evidente, pero al menos el chico tenía ya sus habilidades en ello. Malabarista y ladrón no eran de las mejores profesiones, bien pensado.
-Dicen que romper un espejo da siete años de mala suerte-. Ladeé un poco la cabeza, curiosa-. ¿O eran quince?-. Negué, para mí. Estaba casi segura de que eran siete-. Sean los que sean, eres demasiado joven para llevar esa carga a tus espaldas. No volverías a robar nada con éxito en una buena temporada-. Suavicé el gesto, atreviéndome con una sonrisa que me dedicaba a mí misma-. Yo no creo en esas cosas, de todos modos.
Yo estaba por encima de la suerte. No me afectaba, pues tenía el don de la cuasi-perfección. Ningún azar, ninguna estúpida maldición y ningún espejo roto iban a cambiar aquello.
El chico se presentó como Chimar Maquiavelo. Esas palabras tardarían tan poco en salir de mi cabeza como habían tardado en llegar a ella. Seguía siendo alguien insignificante. Un chiquillo presuntuoso, nada más.Nadie que me importase. Lo justo para entretenerme un rato, para no hacer lo mismo de todos los días. No quería volverme ladrona de profesión, pero tampoco me vendría mal, lo admitía, adquirir ciertas capacidades de hurto. No todos los robos eran por motivos personales.
Aunque, ¿iba a aceptar que un niño pudiese enseñarme algo? Concedería, aunque fuese por no romper sus sentimientos.
-Soy Gerda Jorgën -le dije, sonriendo con suficiencia-. Quizás has oído hablar de mí, no me extrañaría. Me conocen de muchas formas, casi todas ellas buenas-. Y las malas eran envidia. Me asentí, conforme con mis palabras. ¿Qué hacía diciéndole aquello a un niño?-. La cosa es que iré contigo para ver qué haces. He llegado hace poco a la ciudad, y me puedes ayudar a conocer algunos trucos-. Que supiese que era capaz de hacer lo que él hacía. Simplemente no estaba familiarizada con el entorno-. Ya sabes, cómo van las cosas por aquí.
Niño o no, parecía más espabilado que la media de adultos. Ya era algo.
Alcé las cejas con suavidad cuando me tendió el espejo. Lo tomé con curiosidad, volviéndolo en las manos y mirándolo, casi como si lo viese por primera vez y no supiese de qué se trataba. Luego sonreí al chico. La primera sonrisa que podía considerarse para él y no para mí, realmente. Había cierta gratitud en el gesto, aunque no demasiada. La dignidad tenía que conservarse.
-¿Un regalo robado?-. Tenía su gracia. Pero no dejaba de ser una ofrenda. ¡La primera de las ofrendas! Visto de aquel modo, quizás era mi primer paso hacia la gloria. El chico había comprendido mi grandeza. ¿Había visto el brillo en mí? Era imposible no verlo, a fin de cuentas-. Bueno... Gracias-. La palabra salió con más facilidad de la esperada. Supuse que era porque no era más que un niño. No tenía que ser muy dura con un niño. De pronto parecía que se le dibujaba algún rasgo, aunque levemente. ¿Cómo había dicho que se llamaba? Chi...-. ¿Chimar? ¿Era Chimar? -. Un nombre era un nombre. Se había ganado, al menos, que lo pronunciase en voz alta-. ¿Qué vamos a hacer, entonces?
"¿Qué me vas a enseñar?", estuve tentada a preguntarle, pero no. No me iba a enseñar nada: era un niño. Solo tenía curiosidad por... Qué más daba. Era lo de menos. Curiosidad.
Era de las pocas cosas interesantes que me habían pasado en bastante tiempo.
-Dicen que romper un espejo da siete años de mala suerte-. Ladeé un poco la cabeza, curiosa-. ¿O eran quince?-. Negué, para mí. Estaba casi segura de que eran siete-. Sean los que sean, eres demasiado joven para llevar esa carga a tus espaldas. No volverías a robar nada con éxito en una buena temporada-. Suavicé el gesto, atreviéndome con una sonrisa que me dedicaba a mí misma-. Yo no creo en esas cosas, de todos modos.
Yo estaba por encima de la suerte. No me afectaba, pues tenía el don de la cuasi-perfección. Ningún azar, ninguna estúpida maldición y ningún espejo roto iban a cambiar aquello.
El chico se presentó como Chimar Maquiavelo. Esas palabras tardarían tan poco en salir de mi cabeza como habían tardado en llegar a ella. Seguía siendo alguien insignificante. Un chiquillo presuntuoso, nada más.Nadie que me importase. Lo justo para entretenerme un rato, para no hacer lo mismo de todos los días. No quería volverme ladrona de profesión, pero tampoco me vendría mal, lo admitía, adquirir ciertas capacidades de hurto. No todos los robos eran por motivos personales.
Aunque, ¿iba a aceptar que un niño pudiese enseñarme algo? Concedería, aunque fuese por no romper sus sentimientos.
-Soy Gerda Jorgën -le dije, sonriendo con suficiencia-. Quizás has oído hablar de mí, no me extrañaría. Me conocen de muchas formas, casi todas ellas buenas-. Y las malas eran envidia. Me asentí, conforme con mis palabras. ¿Qué hacía diciéndole aquello a un niño?-. La cosa es que iré contigo para ver qué haces. He llegado hace poco a la ciudad, y me puedes ayudar a conocer algunos trucos-. Que supiese que era capaz de hacer lo que él hacía. Simplemente no estaba familiarizada con el entorno-. Ya sabes, cómo van las cosas por aquí.
Niño o no, parecía más espabilado que la media de adultos. Ya era algo.
Alcé las cejas con suavidad cuando me tendió el espejo. Lo tomé con curiosidad, volviéndolo en las manos y mirándolo, casi como si lo viese por primera vez y no supiese de qué se trataba. Luego sonreí al chico. La primera sonrisa que podía considerarse para él y no para mí, realmente. Había cierta gratitud en el gesto, aunque no demasiada. La dignidad tenía que conservarse.
-¿Un regalo robado?-. Tenía su gracia. Pero no dejaba de ser una ofrenda. ¡La primera de las ofrendas! Visto de aquel modo, quizás era mi primer paso hacia la gloria. El chico había comprendido mi grandeza. ¿Había visto el brillo en mí? Era imposible no verlo, a fin de cuentas-. Bueno... Gracias-. La palabra salió con más facilidad de la esperada. Supuse que era porque no era más que un niño. No tenía que ser muy dura con un niño. De pronto parecía que se le dibujaba algún rasgo, aunque levemente. ¿Cómo había dicho que se llamaba? Chi...-. ¿Chimar? ¿Era Chimar? -. Un nombre era un nombre. Se había ganado, al menos, que lo pronunciase en voz alta-. ¿Qué vamos a hacer, entonces?
"¿Qué me vas a enseñar?", estuve tentada a preguntarle, pero no. No me iba a enseñar nada: era un niño. Solo tenía curiosidad por... Qué más daba. Era lo de menos. Curiosidad.
Era de las pocas cosas interesantes que me habían pasado en bastante tiempo.
Gerda Jorgën
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El nombre resuena por la cabeza de Chimar un tiempo pero no le conoce de nada, a simple vista parece un caso severo de sobreestimación. Aquel chico pone una mueca pensativa, esa personalidad le parece un poco conocida. En la sociedad mundana mantiene controlada su arrogancia intrínseca pero cuando se encuentra dentro de instituciones puede llegar a ser bastante molesto también.
… No, lo siento tu nombre no me suena.
Lo bueno de ser un mocoso con aires de grandeza es que resulta fácil perturbar a cualquier similar, apunta al ego y se cocinara en su jugo. La auto admiración es una patología extraña y toda persona viva ha logrado experimentarle, cualquiera que diga lo contrario es un gran mentiroso. Desde el brujo más poderoso hasta el magnate humano capitán de la industria, ambos sienten un amor irracional por sí mismos.
Será entretenido.
Sonríe, la autodenominada Gerda parece aceptar su tutela temporal. Luego de intercambiar el espejo ambos personajes están listos para iniciar, hora de trabajar. Maquiavelo se estira un poco mientras detalla su alrededor con pericia, busca la oportunidad más sencilla a modo de prueba. El lugar está lleno de posibles golpes con dificultades variables, no toma mucho tiempo conseguir un intento potencial.
Bien veamos que puedes hacer, consigue una manzana de aquel puesto y que no te pillen.
Tarea sencilla y la lección más valiosa, conseguir comida gratis. Aunque los vendedores de fruta pueden parecer unos linces no prestan tanta atención como un joyero, al final su producto es masivo y tienen las perdidas cubiertas. Un gran entrenamiento ideal para novatos e iniciados en las artes del hurto, ayuda a determinar el nivel de cualquier aspirante junto con su suerte intrínseca.
El peligro principal es el vendedor aunque también es buena idea que nadie te vea, estudia sus miradas y encuentra un hoyo, siempre existe la oportunidad esperando.
El inventor saca la manzana que compro hace poco y le pega algunos mordiscos, estará en calidad de observador. Si la mujer es descubierta podría formarse un tumulto así que planifica una buena estrategia disuasiva, seis barriles embutidos en cierta carreta maltrecha funcionaran de darse el caso. Ignorar la gravedad no te salva de ella aunque puede colaborar para hacerte la vida mucho más miserable con un mal rato.
… No, lo siento tu nombre no me suena.
Lo bueno de ser un mocoso con aires de grandeza es que resulta fácil perturbar a cualquier similar, apunta al ego y se cocinara en su jugo. La auto admiración es una patología extraña y toda persona viva ha logrado experimentarle, cualquiera que diga lo contrario es un gran mentiroso. Desde el brujo más poderoso hasta el magnate humano capitán de la industria, ambos sienten un amor irracional por sí mismos.
Será entretenido.
Sonríe, la autodenominada Gerda parece aceptar su tutela temporal. Luego de intercambiar el espejo ambos personajes están listos para iniciar, hora de trabajar. Maquiavelo se estira un poco mientras detalla su alrededor con pericia, busca la oportunidad más sencilla a modo de prueba. El lugar está lleno de posibles golpes con dificultades variables, no toma mucho tiempo conseguir un intento potencial.
Bien veamos que puedes hacer, consigue una manzana de aquel puesto y que no te pillen.
Tarea sencilla y la lección más valiosa, conseguir comida gratis. Aunque los vendedores de fruta pueden parecer unos linces no prestan tanta atención como un joyero, al final su producto es masivo y tienen las perdidas cubiertas. Un gran entrenamiento ideal para novatos e iniciados en las artes del hurto, ayuda a determinar el nivel de cualquier aspirante junto con su suerte intrínseca.
El peligro principal es el vendedor aunque también es buena idea que nadie te vea, estudia sus miradas y encuentra un hoyo, siempre existe la oportunidad esperando.
El inventor saca la manzana que compro hace poco y le pega algunos mordiscos, estará en calidad de observador. Si la mujer es descubierta podría formarse un tumulto así que planifica una buena estrategia disuasiva, seis barriles embutidos en cierta carreta maltrecha funcionaran de darse el caso. Ignorar la gravedad no te salva de ella aunque puede colaborar para hacerte la vida mucho más miserable con un mal rato.
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Re: Tentación en el mercado (Int. libre) [2/2] [Cerrado]
No conocía mi nombre, pero no me dejé ofender fácilmente, si bien mi sonrisa menguó al oírselo. No era más que un niño, me dije. ¿Qué iba a saber de mí, que acababa de llegar? Los niños no se informaban, solo jugaban e incordiaban. Aunque aquel parecía más despierto que la mayoría de niños.
Bien pensado, a su edad yo era despierta como la que más. Había sido pequeña, por supuesto, pero nunca completamente ignorante. Aunque, desde luego, la vida en el bosque no había resultado ser el mejor comienzo para alguien que, como yo, estaba destinada a alcanzar la cima.
-No pasa nada-. Recuperé la sonrisa, segura, como si por sentirme de aquel modo mis palabras se fuesen a volver ciertas con más eficacia-. Ya lo escucharás. Solo presta atención a partir de ahora. Resonará en cada rincón de la ciudad, en todas las bocas.
Casi podía oírlo, y escuchaba el hermoso eco que hacía. Un gran nombre para una mujer mayor, y mejor persona. No sabía si sería como heroína de la ciudad, como gobernante o simplemente como algo parecido a una diosa, pero era cuestión de tiempo que mi fama me precediese. Movería los hilos correctos en cada momento; la gloria era mi destino.
Entretenido, sí. Asentí conforme con esa idea. El chico se entretendría, porque pasar aquel tiempo conmigo era un deleite. Y yo no tenía nada mejor que hacer que estar con él, por lo que no me quejaba. Me había hecho una ofrenda, a fin de cuentas.
Guardé el espejo con cuidado y me preparé para seguir al chico.
La forma en la que Chimar lo miraba todo era la de un depredador. No estaba especialmente orgullosa de mi parte loba, aunque la usaba cuando era necesario y no renegaba de ella por completo. Pero cuando una persona tenía al depredador en su interior, podía verlo en los ojos del resto. Aunque era un cazador cruel y juguetón, que buscaba algo con lo que entretenerse, y no la comida del día.
Seguí su mirada, posándola a medida que él lo hacía, en los diferentes puestos y personas. Fue como si, al fijarme en el mercado, lo viese por primera vez. Unos hombres discutían el precio de una capa, como si realmente importase; una moza entrada en carnes ofertaba empanadas recién hechas a gritos y algunos niños menores que el que iba conmigo correteaban descalzos esquivando a la gente con más o menos pericia según el momento.
Mi momento de observación duró poco. De pronto los rostros se desdibujaban y perdían importancia a mi lado. No eran más que personas insignificantes, a fin de cuentas.
Seguí las indicaciones de Chimar con la mirada, discreta, localizando el puesto enseguida. Había fruta de todo tipo, pero lo que me pedía era una manzana. No era una presa difícil, estaba de acuerdo con aquello, pero no estábamos solos en las calles, y era evidente que yo sería el centro de las miradas en cuanto empezase a moverme. Era tan irresistible como para no poder pasar desapercibida. Quizás aquello era mi defecto: no podía camuflarme entre las personas, ya que destacaba por encima de ellas.
Pero tenía que hacerlo.
-Lo haré enseguida –le respondí con sencillez, ya sin mirarlo.
Comencé a moverme entre la gente, relajada, sin dirigirme directamente al puesto de fruta. Aquello me hubiese hecho parecer demasiado furtiva. Me detuve en algún otro, mirando aquí y allá, rodeándolo, hasta que lo alcancé. Otras personas, como yo, se agrupaban a su alrededor, y el vendedor se ocupaba de atender y vigilar.
Eché un vistazo sutil a mi alrededor. Notaba todas las miradas del mercado clavadas en mí, aunque al buscar los rostros de las personas casi nunca me cruzaba con los ojos de nadie. Era evidente que todos se habían confabulado para disimular. Se harían gestos los unos a los otros, estaba segura. Pero todos me observaban y buscaban. ¿Cómo iba a tomar una manzana de aquella forma? Mis gestos, aunque precisos y hábiles, no iban a camuflarse cuando absolutamente todo el mercado estaba pendiente de mí.
¿Y entonces qué? Observé las frutas, jugosas algunas, verdes otras, localizando las mejores. Si fallaba y volvía sin una, el chico me tomaría por una incompetente. Y aunque su opinión me era igual, no podía permitir que nadie se llevase aquella impresión errada. Pero no era capaz de ser invisible, simplemente. Era demasiado llamativa, demasiado elegante, demasiado elevada. No había sido creada para esconderme.
Las manzanas estaban cerca, tremendamente cerca. Y el vendedor atendía a una joven en la punta contraria del puesto de fruta. Parecía el momento idóneo. En un movimiento cuidado, tomé una de las manzanas. El tiempo parecía transcurrir tremendamente despacio. Tanto que era crispante. Pero cuando me volví y alejé un poco, ya con la fruta en la mano, todo seguía como siempre. Nadie había dicho nada ni cuchicheaba a mi alrededor.
Puse distancia entre el puesto y yo, con el cuerpo algo tenso.
-¡Eh, tú!
Una voz de hombre sonó a mi espalda. Apreté la mandíbula un momento, y luego la relajé antes de volverme. Se trataba de un tipo bajo, de mediana edad. Le quedaba poco pelo en la cabeza, pero parecía haberle brotado el equivalente en las orejas y los brazos.
-¿Qué sucede? –pregunté, con tono orgulloso. De pronto las miradas se volvían hacia mí de nuevo. Todos los ojos me taladraban, decepcionados. Lunargenta me miraba a través de todos los que llenaban el mercado.
-¿Has visto a unos niños por aquí? –preguntó el hombre, sin embargo-. Son mis hijos, los he perdido de vista. Seguramente estaban jugando.
Negué enseguida, algo rígida, extrañada. Por un momento había temido por mi seguridad, pero no era el caso. A fin de cuentas, mi habilidad había sido buena. Era mejorable, lo admitía, pero tenía la fruta.
-No, no he visto a nadie –respondí con sequedad. Acto seguido me di media vuelta y me apresuré a alejarme entre la gente.
No tardé en regresar junto a Chimar, algo más calmada. En cierto modo había sido estimulante. Le mostré la manzana al llegar: un ejemplar rojo y reluciente, de aspecto inmejorable. La había localizado al momento. Mi perfección me hacía encontrar los mejores alimentos sin pensarlo. Era otra de mis muchas habilidades.
-Aquí la tienes –declaré, satisfecha.
Bien pensado, a su edad yo era despierta como la que más. Había sido pequeña, por supuesto, pero nunca completamente ignorante. Aunque, desde luego, la vida en el bosque no había resultado ser el mejor comienzo para alguien que, como yo, estaba destinada a alcanzar la cima.
-No pasa nada-. Recuperé la sonrisa, segura, como si por sentirme de aquel modo mis palabras se fuesen a volver ciertas con más eficacia-. Ya lo escucharás. Solo presta atención a partir de ahora. Resonará en cada rincón de la ciudad, en todas las bocas.
Casi podía oírlo, y escuchaba el hermoso eco que hacía. Un gran nombre para una mujer mayor, y mejor persona. No sabía si sería como heroína de la ciudad, como gobernante o simplemente como algo parecido a una diosa, pero era cuestión de tiempo que mi fama me precediese. Movería los hilos correctos en cada momento; la gloria era mi destino.
Entretenido, sí. Asentí conforme con esa idea. El chico se entretendría, porque pasar aquel tiempo conmigo era un deleite. Y yo no tenía nada mejor que hacer que estar con él, por lo que no me quejaba. Me había hecho una ofrenda, a fin de cuentas.
Guardé el espejo con cuidado y me preparé para seguir al chico.
La forma en la que Chimar lo miraba todo era la de un depredador. No estaba especialmente orgullosa de mi parte loba, aunque la usaba cuando era necesario y no renegaba de ella por completo. Pero cuando una persona tenía al depredador en su interior, podía verlo en los ojos del resto. Aunque era un cazador cruel y juguetón, que buscaba algo con lo que entretenerse, y no la comida del día.
Seguí su mirada, posándola a medida que él lo hacía, en los diferentes puestos y personas. Fue como si, al fijarme en el mercado, lo viese por primera vez. Unos hombres discutían el precio de una capa, como si realmente importase; una moza entrada en carnes ofertaba empanadas recién hechas a gritos y algunos niños menores que el que iba conmigo correteaban descalzos esquivando a la gente con más o menos pericia según el momento.
Mi momento de observación duró poco. De pronto los rostros se desdibujaban y perdían importancia a mi lado. No eran más que personas insignificantes, a fin de cuentas.
Seguí las indicaciones de Chimar con la mirada, discreta, localizando el puesto enseguida. Había fruta de todo tipo, pero lo que me pedía era una manzana. No era una presa difícil, estaba de acuerdo con aquello, pero no estábamos solos en las calles, y era evidente que yo sería el centro de las miradas en cuanto empezase a moverme. Era tan irresistible como para no poder pasar desapercibida. Quizás aquello era mi defecto: no podía camuflarme entre las personas, ya que destacaba por encima de ellas.
Pero tenía que hacerlo.
-Lo haré enseguida –le respondí con sencillez, ya sin mirarlo.
Comencé a moverme entre la gente, relajada, sin dirigirme directamente al puesto de fruta. Aquello me hubiese hecho parecer demasiado furtiva. Me detuve en algún otro, mirando aquí y allá, rodeándolo, hasta que lo alcancé. Otras personas, como yo, se agrupaban a su alrededor, y el vendedor se ocupaba de atender y vigilar.
Eché un vistazo sutil a mi alrededor. Notaba todas las miradas del mercado clavadas en mí, aunque al buscar los rostros de las personas casi nunca me cruzaba con los ojos de nadie. Era evidente que todos se habían confabulado para disimular. Se harían gestos los unos a los otros, estaba segura. Pero todos me observaban y buscaban. ¿Cómo iba a tomar una manzana de aquella forma? Mis gestos, aunque precisos y hábiles, no iban a camuflarse cuando absolutamente todo el mercado estaba pendiente de mí.
¿Y entonces qué? Observé las frutas, jugosas algunas, verdes otras, localizando las mejores. Si fallaba y volvía sin una, el chico me tomaría por una incompetente. Y aunque su opinión me era igual, no podía permitir que nadie se llevase aquella impresión errada. Pero no era capaz de ser invisible, simplemente. Era demasiado llamativa, demasiado elegante, demasiado elevada. No había sido creada para esconderme.
Las manzanas estaban cerca, tremendamente cerca. Y el vendedor atendía a una joven en la punta contraria del puesto de fruta. Parecía el momento idóneo. En un movimiento cuidado, tomé una de las manzanas. El tiempo parecía transcurrir tremendamente despacio. Tanto que era crispante. Pero cuando me volví y alejé un poco, ya con la fruta en la mano, todo seguía como siempre. Nadie había dicho nada ni cuchicheaba a mi alrededor.
Puse distancia entre el puesto y yo, con el cuerpo algo tenso.
-¡Eh, tú!
Una voz de hombre sonó a mi espalda. Apreté la mandíbula un momento, y luego la relajé antes de volverme. Se trataba de un tipo bajo, de mediana edad. Le quedaba poco pelo en la cabeza, pero parecía haberle brotado el equivalente en las orejas y los brazos.
-¿Qué sucede? –pregunté, con tono orgulloso. De pronto las miradas se volvían hacia mí de nuevo. Todos los ojos me taladraban, decepcionados. Lunargenta me miraba a través de todos los que llenaban el mercado.
-¿Has visto a unos niños por aquí? –preguntó el hombre, sin embargo-. Son mis hijos, los he perdido de vista. Seguramente estaban jugando.
Negué enseguida, algo rígida, extrañada. Por un momento había temido por mi seguridad, pero no era el caso. A fin de cuentas, mi habilidad había sido buena. Era mejorable, lo admitía, pero tenía la fruta.
-No, no he visto a nadie –respondí con sequedad. Acto seguido me di media vuelta y me apresuré a alejarme entre la gente.
No tardé en regresar junto a Chimar, algo más calmada. En cierto modo había sido estimulante. Le mostré la manzana al llegar: un ejemplar rojo y reluciente, de aspecto inmejorable. La había localizado al momento. Mi perfección me hacía encontrar los mejores alimentos sin pensarlo. Era otra de mis muchas habilidades.
-Aquí la tienes –declaré, satisfecha.
Gerda Jorgën
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Re: Tentación en el mercado (Int. libre) [2/2] [Cerrado]
Pronto el juego comienza, la mujer asimila sus instrucciones con rapidez. Es una tarea sencilla aunque con cierta dificultad intrínseca para un iniciado, solo los próximos acontecimientos podrán definir el intento. Chimar continua comiendo mientras detalla todo disimuladamente, no quiere que nadie más siga su mirada pues podría revelar algo en un golpe de mala suerte.
El mercado mantiene su actividad normal, gente correteando de un lado al otro con ganas de gastar dinero. La típica sinfonía demencial eterna, el caldo perfecto para que un pequeño hurto pase desapercibido. Gerda realiza algunos movimientos de despiste antes de dirigirse al puesto, nada mal. Extrañamente todas las personas tienen la habilidad innata para robar, solo se necesita pulirla.
Maquiavelo evalúa el nivel de peligro y llega a una conclusión rápida, demasiado fácil. Muchos clientes en el puesto desvían la atención del vendedor, sin ayudantes debe realizar muchas tareas a la vez por lo que descuida gran cantidad de cosas. Donde algo falla siempre existe un individuo dispuesto a aprovecharse, cuestiones naturales que se remontan a la mismísima creación del ser inteligente.
La mujer hace su jugada, nada demasiado estilizado pero cumple su objetivo. A medida que se aleja ocurre algo peligroso, es abordada por un sujeto. El niño se prepara para hacer rodar los barriles pero al final no hace falta, resulta ser una interacción tribal sin nada comprometedor. Aquel intelectual suspira, estuvo bastante cerca. Se puede decir con propiedad que la nueva ladrona tiene potencial y una cantidad de suerte bastante viable.
Nada mal, Conserva la manzana jeje.
Sonríe un momento, salió perfecto. Siempre se debe agradecer cuando no descubren a nadie, mucho menos esfuerzo físico de esa forma. Al final la misión fue completada así que viene siendo hora de subir la apuesta, tiempo de arriesgar más piezas. Robar comida es una cosa, meterse en el ámbito monetario es todo un nuevo nivel. Una de las razones principales por las que cualquier persona está dispuesta a matar es el dinero.
Mira y aprende.
Sale en solitario acercándose a la plaza, disimula varios segundos hasta que se convierte en la sombra de cierto sujeto aleatorio. De una forma prácticamente automática corta la bolsa de monedas, la oculta y se marcha. Tan elegante como un pájaro en vuelo, tan simple como un juguete infantil, nadie se da cuenta por lo que todo prosigue en el mismo estado inmutable. Con una sonrisa de oreja a oreja el pequeño vuelve hasta su nueva compañera delictiva.
Quitar dinero es un poco más complicado, la gente puede ser bastante paranoica... y con razón jeje. El punto es conseguir algo sin dejarse atrapar, entre más fluido mejor. esto engloba muchas cosas desde la improvisación hasta la suerte pero la mejor forma de entenderlo es probarlo... tu turno.
El pequeño da un último mordisco a su alimento previo y arroja el palito al suelo, a partir de ahora la situación es algo seria. Se cruza de brazos y adopta una pose más profesional, debe prepararse en caso de que todo salga mal. Esta es la prueba de fuego, si una persona aprende a sustraer dinero sigilosamente tiene la vida asegurada por mucho tiempo, después de ese paso todo es valor agregado.
El mercado mantiene su actividad normal, gente correteando de un lado al otro con ganas de gastar dinero. La típica sinfonía demencial eterna, el caldo perfecto para que un pequeño hurto pase desapercibido. Gerda realiza algunos movimientos de despiste antes de dirigirse al puesto, nada mal. Extrañamente todas las personas tienen la habilidad innata para robar, solo se necesita pulirla.
Maquiavelo evalúa el nivel de peligro y llega a una conclusión rápida, demasiado fácil. Muchos clientes en el puesto desvían la atención del vendedor, sin ayudantes debe realizar muchas tareas a la vez por lo que descuida gran cantidad de cosas. Donde algo falla siempre existe un individuo dispuesto a aprovecharse, cuestiones naturales que se remontan a la mismísima creación del ser inteligente.
La mujer hace su jugada, nada demasiado estilizado pero cumple su objetivo. A medida que se aleja ocurre algo peligroso, es abordada por un sujeto. El niño se prepara para hacer rodar los barriles pero al final no hace falta, resulta ser una interacción tribal sin nada comprometedor. Aquel intelectual suspira, estuvo bastante cerca. Se puede decir con propiedad que la nueva ladrona tiene potencial y una cantidad de suerte bastante viable.
Nada mal, Conserva la manzana jeje.
Sonríe un momento, salió perfecto. Siempre se debe agradecer cuando no descubren a nadie, mucho menos esfuerzo físico de esa forma. Al final la misión fue completada así que viene siendo hora de subir la apuesta, tiempo de arriesgar más piezas. Robar comida es una cosa, meterse en el ámbito monetario es todo un nuevo nivel. Una de las razones principales por las que cualquier persona está dispuesta a matar es el dinero.
Mira y aprende.
Sale en solitario acercándose a la plaza, disimula varios segundos hasta que se convierte en la sombra de cierto sujeto aleatorio. De una forma prácticamente automática corta la bolsa de monedas, la oculta y se marcha. Tan elegante como un pájaro en vuelo, tan simple como un juguete infantil, nadie se da cuenta por lo que todo prosigue en el mismo estado inmutable. Con una sonrisa de oreja a oreja el pequeño vuelve hasta su nueva compañera delictiva.
Quitar dinero es un poco más complicado, la gente puede ser bastante paranoica... y con razón jeje. El punto es conseguir algo sin dejarse atrapar, entre más fluido mejor. esto engloba muchas cosas desde la improvisación hasta la suerte pero la mejor forma de entenderlo es probarlo... tu turno.
El pequeño da un último mordisco a su alimento previo y arroja el palito al suelo, a partir de ahora la situación es algo seria. Se cruza de brazos y adopta una pose más profesional, debe prepararse en caso de que todo salga mal. Esta es la prueba de fuego, si una persona aprende a sustraer dinero sigilosamente tiene la vida asegurada por mucho tiempo, después de ese paso todo es valor agregado.
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Re: Tentación en el mercado (Int. libre) [2/2] [Cerrado]
La sensación de satisfacción hacía vibrar mi cuerpo, de alguna forma, aunque aquello no hubiese sido más que un hurto menor. De hecho, si lo analizaba no me costaba darme cuenta de que no había motivos para el orgullo. Un robo era, a fin de cuentas, algo "negativo". No daba una buena imagen. Aunque al chico, a Chimar, sí parecía dársela, y nadie más me había visto. Aunque todo el mundo me mirase.
No di vueltas a la ironía. En lugar de aquello, limpié la manzana contra mi ropa. Iba a darle un mordisco, pero lo pensé mejor y me la guardé. Todavía estaba llena tras el copioso desayuno, y la comida no debía desperdiciarse. Ya llegaría el momento en el que el hambre me llamase, y entonces agradecería tenerla conmigo.
-Por supuesto que "nada mal" -le respondí con una sonrisa de suficiencia. ¿Acaso podía ser de otra forma? El haber fallado allí hubiese generado un ridículo demasiado grande como para que me lo hubiese podido permitir. No se admitían los fallos en el camino a la gloria. "Mira y aprende", me dijo, y me crucé de brazos. Había empezado a divertirme aquello, en algún momento-. A ver qué sabes hacer.
Se puso en marcha enseguida. Lo cierto era que no podía negar su experiencia. Se camuflaba entre la gente con pericia, tanta que llegué a sentir cierta sorpresa, si bien no era habitual en mí el reconocer las capacidades de los demás. Quizás, y solo quizás, se me ocurrió pensar, no se trataba de alguien tan insignificante. Había conseguido que memorizase su nombre, a fin de cuentas. Entre el espejo y que, pese a ser un niño, me había entretenido, podía darle un puesto alto en mi lista de personas interesantes de Lunargenta. Lista que yo misma encabezaba.
Tardó poco en regresar, y lo hizo con aquel gesto de suficiencia, de orgullo, pero no me molestó especialmente en aquella ocasión. No era una forma elegante de conseguir dinero con el que pagarse una cama, pero tampoco lo eran las pieles de conejo. Si yo podía saber de todo, debía hacerlo. Era mi deber explotar al máximo mis capacidades.
-No me asustan los retos -respondí sin más, relajada, tras su explicación.
No tardé en ponerme en marcha, hundiéndome en el mar de gente, buscando una presa. Veía a las personas caminar, algunas más despreocupadas que otras, y en cierto modo parecía fácil ver cuáles de ellas estaban más protegidas. Y, al mismo tiempo, regresó aquella sensación de vértigo. Algunas personas llevaban el dinero oculto, y no era capaz de ver dónde; otras llevaban bolsas a la vista, prendidas al cinto, pero parecían demasiado distantes como para que pudiese tomarlas.
Notaba mi propia tensión latiendo en los oídos. Y entonces los rostros, los ojos, se volvían hacia mí. Me veían. Todos me miraban. Me reconocían. Sabían quién era. Me sentía desnuda, como si viesen la piel de lobo bajo la mía, la señalasen y sonriesen con suficiencia.
Algunas personas iban demasiado rápido. Otras demasiado despacio. Cuando iban en grupo, charlando, parecían sencillas, debido a la distracción, pero más ojos veían más. Y los ojos siempre parecían pendientes de mí.
Yo llevaba la daga en la mano derecha, oculta bajo la capa envejecida que llevaba. Con el dinero podría comprarme una capa nueva. Me merecía una capa nueva, una que me hiciese justicia.
Hice un par de intentos sin éxito. En uno de ellos, el hombre se alejó antes de que lograse encontrar el momento exacto, perdiéndose entre la multitud. En el segundo, cuando iba a atacar noté que hacía un ademán de girarse y me escabullí a tiempo para luego percatarme de que no había hecho más que cambiar de postura. No me había visto, pero estaba segura de que había percibido mi presencia magnética.
Me sentía como si cada segundo me pusiese en evidencia. Y entonces, además de juzgarme, todos se sonreían. A las personas inferiores les gustaba burlarse de los que eran más que ellos.
Un muchacho joven, un adolescente no demasiado agraciado, fue al que vi de pronto. Caminaba despistado, algo encorvado, como si se escondiese en medio de la gente. Recorrí la distancia que nos separaba con cuidado, tratando de no llamar más atención de la que ya había sobre mí, Al alcanzarlo, entonces, me choqué con él, contra su hombro, y me precipité hacia adelante, haciéndolo trastabillar.
-¡Lo siento! -me apresuré a decir, alzando las cejas con gesto de culpa, apartándome al momento-. ¿Estás bien?
El chico negó varias veces, y después asintió, evidentemente turbado. No todos los días podía un joven como aquel acercarse a una mujer bella. Y yo era, de entre las bellas, la que más.
-Tra-tranquila -tartamudeó nervioso, sonrojado. Me mantuve cerca de él, mostrando un gesto atento, preocupado. Me costaba mantener aquella expresión tan hipócrita. Pero la actuación era otro de mis fuertes-. No ha sido nada. No miraba por dónde iba... ¿Tú estás bien?
Poco más hablamos. Le aseguré que no pasaba nada y nos despedimos, sin más. Lo normal, suponía. No éramos más que desconocidos chocando en un mercado concurrido. No tenía que importarme. No me importaba. ¿Por qué iba a hacerlo?
Regresé junto a Chimar evitando a la gente con calma, algo seria. Al llegar junto a él, ya a cubierto, estuve a punto de suspirar, pero no lo hice: no iba a mostrar cansancio. Más seria aquella vez, alcé la mano derecha, en la que llevaba mi trofeo: una pequeña bolsa de cuero tintineante. No pesaba demasiado, pero sí más que la mía.
Había aprovechado el "fortuito"choque para cortarla. Había supuesto, con acierto, que el muchacho se distraería con el golpe, y que no notaría el momento en el que cortase la bolsa. Además, al estar los cuerpos tan juntos por un instante, había podido ocultar mis manos del resto de personas.
-Ha sido más difícil -admití-. Pero nada que no pueda hacerse. ¿Vives de esto? Ciertamente, se puede sacar un buen pellizco.
Me daba igual. Completamente igual. No sentía, absolutamente, ni una pizca de culpa. Nada de amargura. Olvidaría aquel suceso enseguida. No eran más que las monedas de un desconocido sin nombre. Yo estaba muy por encima de aquellas personas. En cierto modo, aquel dinero me pertenecía por derecho...
No di vueltas a la ironía. En lugar de aquello, limpié la manzana contra mi ropa. Iba a darle un mordisco, pero lo pensé mejor y me la guardé. Todavía estaba llena tras el copioso desayuno, y la comida no debía desperdiciarse. Ya llegaría el momento en el que el hambre me llamase, y entonces agradecería tenerla conmigo.
-Por supuesto que "nada mal" -le respondí con una sonrisa de suficiencia. ¿Acaso podía ser de otra forma? El haber fallado allí hubiese generado un ridículo demasiado grande como para que me lo hubiese podido permitir. No se admitían los fallos en el camino a la gloria. "Mira y aprende", me dijo, y me crucé de brazos. Había empezado a divertirme aquello, en algún momento-. A ver qué sabes hacer.
Se puso en marcha enseguida. Lo cierto era que no podía negar su experiencia. Se camuflaba entre la gente con pericia, tanta que llegué a sentir cierta sorpresa, si bien no era habitual en mí el reconocer las capacidades de los demás. Quizás, y solo quizás, se me ocurrió pensar, no se trataba de alguien tan insignificante. Había conseguido que memorizase su nombre, a fin de cuentas. Entre el espejo y que, pese a ser un niño, me había entretenido, podía darle un puesto alto en mi lista de personas interesantes de Lunargenta. Lista que yo misma encabezaba.
Tardó poco en regresar, y lo hizo con aquel gesto de suficiencia, de orgullo, pero no me molestó especialmente en aquella ocasión. No era una forma elegante de conseguir dinero con el que pagarse una cama, pero tampoco lo eran las pieles de conejo. Si yo podía saber de todo, debía hacerlo. Era mi deber explotar al máximo mis capacidades.
-No me asustan los retos -respondí sin más, relajada, tras su explicación.
No tardé en ponerme en marcha, hundiéndome en el mar de gente, buscando una presa. Veía a las personas caminar, algunas más despreocupadas que otras, y en cierto modo parecía fácil ver cuáles de ellas estaban más protegidas. Y, al mismo tiempo, regresó aquella sensación de vértigo. Algunas personas llevaban el dinero oculto, y no era capaz de ver dónde; otras llevaban bolsas a la vista, prendidas al cinto, pero parecían demasiado distantes como para que pudiese tomarlas.
Notaba mi propia tensión latiendo en los oídos. Y entonces los rostros, los ojos, se volvían hacia mí. Me veían. Todos me miraban. Me reconocían. Sabían quién era. Me sentía desnuda, como si viesen la piel de lobo bajo la mía, la señalasen y sonriesen con suficiencia.
Algunas personas iban demasiado rápido. Otras demasiado despacio. Cuando iban en grupo, charlando, parecían sencillas, debido a la distracción, pero más ojos veían más. Y los ojos siempre parecían pendientes de mí.
Yo llevaba la daga en la mano derecha, oculta bajo la capa envejecida que llevaba. Con el dinero podría comprarme una capa nueva. Me merecía una capa nueva, una que me hiciese justicia.
Hice un par de intentos sin éxito. En uno de ellos, el hombre se alejó antes de que lograse encontrar el momento exacto, perdiéndose entre la multitud. En el segundo, cuando iba a atacar noté que hacía un ademán de girarse y me escabullí a tiempo para luego percatarme de que no había hecho más que cambiar de postura. No me había visto, pero estaba segura de que había percibido mi presencia magnética.
Me sentía como si cada segundo me pusiese en evidencia. Y entonces, además de juzgarme, todos se sonreían. A las personas inferiores les gustaba burlarse de los que eran más que ellos.
Un muchacho joven, un adolescente no demasiado agraciado, fue al que vi de pronto. Caminaba despistado, algo encorvado, como si se escondiese en medio de la gente. Recorrí la distancia que nos separaba con cuidado, tratando de no llamar más atención de la que ya había sobre mí, Al alcanzarlo, entonces, me choqué con él, contra su hombro, y me precipité hacia adelante, haciéndolo trastabillar.
-¡Lo siento! -me apresuré a decir, alzando las cejas con gesto de culpa, apartándome al momento-. ¿Estás bien?
El chico negó varias veces, y después asintió, evidentemente turbado. No todos los días podía un joven como aquel acercarse a una mujer bella. Y yo era, de entre las bellas, la que más.
-Tra-tranquila -tartamudeó nervioso, sonrojado. Me mantuve cerca de él, mostrando un gesto atento, preocupado. Me costaba mantener aquella expresión tan hipócrita. Pero la actuación era otro de mis fuertes-. No ha sido nada. No miraba por dónde iba... ¿Tú estás bien?
Poco más hablamos. Le aseguré que no pasaba nada y nos despedimos, sin más. Lo normal, suponía. No éramos más que desconocidos chocando en un mercado concurrido. No tenía que importarme. No me importaba. ¿Por qué iba a hacerlo?
Regresé junto a Chimar evitando a la gente con calma, algo seria. Al llegar junto a él, ya a cubierto, estuve a punto de suspirar, pero no lo hice: no iba a mostrar cansancio. Más seria aquella vez, alcé la mano derecha, en la que llevaba mi trofeo: una pequeña bolsa de cuero tintineante. No pesaba demasiado, pero sí más que la mía.
Había aprovechado el "fortuito"choque para cortarla. Había supuesto, con acierto, que el muchacho se distraería con el golpe, y que no notaría el momento en el que cortase la bolsa. Además, al estar los cuerpos tan juntos por un instante, había podido ocultar mis manos del resto de personas.
-Ha sido más difícil -admití-. Pero nada que no pueda hacerse. ¿Vives de esto? Ciertamente, se puede sacar un buen pellizco.
Me daba igual. Completamente igual. No sentía, absolutamente, ni una pizca de culpa. Nada de amargura. Olvidaría aquel suceso enseguida. No eran más que las monedas de un desconocido sin nombre. Yo estaba muy por encima de aquellas personas. En cierto modo, aquel dinero me pertenecía por derecho...
Gerda Jorgën
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Re: Tentación en el mercado (Int. libre) [2/2] [Cerrado]
Nuevamente la señorita parte con su encomienda, segunda ronda de prácticas. Chimar intenta seguir pasando desapercibido mientras observa, esta vez con un poco más de curiosidad. “Jugar a los ladrones” siempre es divertido, especialmente con un compañero. Es posible que el pequeño este sintiendo cierto nivel de competitividad y le encantaría tener un reto, lastimosamente su cuota está cubierta.
La próxima será…
Volviendo al punto importante Gerda llega a la posición, tiene determinación. Obviamente sus intentos iniciales son fallidos, nadie gana a la primera en algo complicado. Robar puede parecer sencillo pero involucra muchas variables, requiere cierta veteranía desempeñarse con fluidez. El pequeño recuerda involuntariamente sus primeros intentos y como fue pillado una interesante cantidad de veces, todo esto hace casi una vida atrás.
Que novato era jeje.
Luego de varios amagues la ladrona iniciada se decide por una estrategia común y efectiva, el típico tropezón. Los adultos realizan dicha táctica de mejor manera, tener un peso equivalente ayuda bastante. La nueva víctima resulta ser un joven adulto quien toma cierta actitud nerviosa, obviamente todo se debe a la repentina interacción con una mujer atractiva aunque esto continua oculto para Maquiavelo, el enano es bastante lento en esas cosas.
Ambos seres altos parlamentan un poco hasta que finalmente siguen caminos separados, la mujer rápidamente vuelve al punto inicial con un rostro de superioridad memorable. Resulta lógico pensar que consiguió algo, parece el nacimiento de una nueva criminal. Rara vez una persona que prueba “el juego” le abandona posteriormente, pasa por distintos periodos de actividad pero su mente ya lo tiene como una opción.
¡Excelente!
Pega tres aplausos discretos a modo de premio, las victorias deben celebrarse. El primer botín importante queda incrustado en la memoria permanentemente, del mismo modo ocurre con errores garrafales. Ya con los objetivos completados pueden relajarse un poco aunque no en el mismo sitio, siempre es conveniente cambiar de locación cuando “trabajas” demasiado en un mismo lugar.
Vamos, hablemos caminando. El mejor compañero de un ladrón es el movimiento.
El jovencito toma la delantera y lidera aquel avance, resulta conveniente desaparecer. Lo bueno de Lunargenta es su condición de metrópolis, la jodida ciudad es enorme. Debe haber cientos de áreas comerciales, técnicamente se pueden encontrar plazas mercantiles en cada esquina. Si a eso sumamos el mercado principal y las caravanas de la entrada... en fin toda una urbe del comercio dispuesta a sustentar los numerosos estratos sociales.
Jajaja ciertamente los hurtos personales son más complicados. Si vivo de esto, yo y mis hermanos tenemos verdadero talento para la profesión de ladrones, los huérfanos deben comer ¿no? Jeje. Lo creas o no también soy un inventor y de los buenos… pero basta de mi ¿qué me puedes contar de ti?
La próxima será…
Volviendo al punto importante Gerda llega a la posición, tiene determinación. Obviamente sus intentos iniciales son fallidos, nadie gana a la primera en algo complicado. Robar puede parecer sencillo pero involucra muchas variables, requiere cierta veteranía desempeñarse con fluidez. El pequeño recuerda involuntariamente sus primeros intentos y como fue pillado una interesante cantidad de veces, todo esto hace casi una vida atrás.
Que novato era jeje.
Luego de varios amagues la ladrona iniciada se decide por una estrategia común y efectiva, el típico tropezón. Los adultos realizan dicha táctica de mejor manera, tener un peso equivalente ayuda bastante. La nueva víctima resulta ser un joven adulto quien toma cierta actitud nerviosa, obviamente todo se debe a la repentina interacción con una mujer atractiva aunque esto continua oculto para Maquiavelo, el enano es bastante lento en esas cosas.
Ambos seres altos parlamentan un poco hasta que finalmente siguen caminos separados, la mujer rápidamente vuelve al punto inicial con un rostro de superioridad memorable. Resulta lógico pensar que consiguió algo, parece el nacimiento de una nueva criminal. Rara vez una persona que prueba “el juego” le abandona posteriormente, pasa por distintos periodos de actividad pero su mente ya lo tiene como una opción.
¡Excelente!
Pega tres aplausos discretos a modo de premio, las victorias deben celebrarse. El primer botín importante queda incrustado en la memoria permanentemente, del mismo modo ocurre con errores garrafales. Ya con los objetivos completados pueden relajarse un poco aunque no en el mismo sitio, siempre es conveniente cambiar de locación cuando “trabajas” demasiado en un mismo lugar.
Vamos, hablemos caminando. El mejor compañero de un ladrón es el movimiento.
El jovencito toma la delantera y lidera aquel avance, resulta conveniente desaparecer. Lo bueno de Lunargenta es su condición de metrópolis, la jodida ciudad es enorme. Debe haber cientos de áreas comerciales, técnicamente se pueden encontrar plazas mercantiles en cada esquina. Si a eso sumamos el mercado principal y las caravanas de la entrada... en fin toda una urbe del comercio dispuesta a sustentar los numerosos estratos sociales.
Jajaja ciertamente los hurtos personales son más complicados. Si vivo de esto, yo y mis hermanos tenemos verdadero talento para la profesión de ladrones, los huérfanos deben comer ¿no? Jeje. Lo creas o no también soy un inventor y de los buenos… pero basta de mi ¿qué me puedes contar de ti?
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Re: Tentación en el mercado (Int. libre) [2/2] [Cerrado]
No sabía cómo debía sentirme. Las emociones que experimentaba eran demasiado contradictorias: el orgullo del trabajo bien hecho se enfrentaba a la idea de que el hurto estaba mal, y las satisfacción que me provocaban sus halagos y su pequeño aplauso chocaban con el hecho de que se tratase de un niño. Quizás llevaba tanto tiempo sin que nadie me valorase como me merecía que me había hecho blanda, débil a las muestras de orgullo. Traté de serenarme para no mostrar ninguna flaqueza. No obstante, la sonrisa que mostraba seguía siendo de satisfacción.
"Excelente", había dicho. Como si pudiera ser de otra forma.
-Claro -dije, asintiendo, cuando nos invitó a movernos. No lo había pensado de aquel modo, pero de esperar que mi presencia en aquel lugar llamase la atención-. No queremos que nos descubran ahora.
Notaba un rastro de adrenalina en el cuerpo, aunque aquella sensación incómoda también seguía allí, enterrada. Si no era culpabilidad, se le parecía. La gentileza era otra de mis características, a fin de cuentas. Un espejo, unas monedas... Aunque fuese a darles un buen uso, no pude evitar pensar que quizás aquellas personas llegasen a echar en falta sus pertenencias.
Seguí al niño cuando se puso en marcha. A la vez que caminaba, hablaba. Me contó un poco de él y de sus "hermanos". Eran huérfanos, como yo, aunque de una forma diferente, pude suponer. Donde yo había vivido ni siquiera había qué robar. Como mucho, podía intentar robar una piedra, o algo a los viajeros que pasaban a comprar cuero.
-¿Un inventor? -pregunté cuando mencionó aquello. Ladrón e inventor no parecían dos ideas compatibles. Y menos aún si se le sumaba una edad tan corta como la del chico. No pude evitar sonreír divertida. Nunca había puesto a prueba mis capacidades inventivas, pero estaba segura de que también destacaría en aquello-. ¿Y qué inventas? ¿Artilugios para robar?-. "Y de los buenos", había dicho. No era extraño que un niño se creyese mas capaz de lo que era. Y no iba a echarle abajo sus fantasías. El mundo terminaría por decepcionarlo, pero no tenía que ser yo la que rompiese su corazón-. Yo llegué hace unos días. Llevo tiempo viajando, desde que murió el hombre que me cuidaba, buscando la gloria que me corresponde-. Era un licántropo, como yo, pero aquello no lo dije. Saqué pecho y alcé el mentón, con orgullo-. He venido a triunfar, a hacer algo de mi vida que valga la pena. Se supone que en una ciudad tan grande sería fácil, pero todo el mundo parece ciego a las virtudes del resto. Pero mi momento llegará pronto, puedo olerlo-. Caminaba evitando a la gente mientras hablaba con él, intentando, en la medida de lo posible, que nadie me tocase. No quería dar esperanzas a los ciudadanos-. Dijiste que no te sonaba mi nombre, pero no te preocupes. Cuando te puedas dar cuenta lo escucharás en cada esquina. "Gerda Jorgën", recuérdalo.
Me había animado de golpe. Hablar de mí misma siempre tenía aquel efecto. Poner las verdades en voz alta me subía la moral. Estaba segura de qu el propio Chimar se sentía recompensado por escucharme, al fin, decir tantas frases seguidas. Mi voz tenía la tonalidad perfecta.
-¿Tienes muchos hermanos? -le pregunté, volviendo el rostro hacia él para mirarlo. Quizás iba a tener que andarme con más cuidado del habitual, si la ciudad estaba llena de huérfanos ladrones. Incluso yo bajaba la guardia alguna vez...
"Excelente", había dicho. Como si pudiera ser de otra forma.
-Claro -dije, asintiendo, cuando nos invitó a movernos. No lo había pensado de aquel modo, pero de esperar que mi presencia en aquel lugar llamase la atención-. No queremos que nos descubran ahora.
Notaba un rastro de adrenalina en el cuerpo, aunque aquella sensación incómoda también seguía allí, enterrada. Si no era culpabilidad, se le parecía. La gentileza era otra de mis características, a fin de cuentas. Un espejo, unas monedas... Aunque fuese a darles un buen uso, no pude evitar pensar que quizás aquellas personas llegasen a echar en falta sus pertenencias.
Seguí al niño cuando se puso en marcha. A la vez que caminaba, hablaba. Me contó un poco de él y de sus "hermanos". Eran huérfanos, como yo, aunque de una forma diferente, pude suponer. Donde yo había vivido ni siquiera había qué robar. Como mucho, podía intentar robar una piedra, o algo a los viajeros que pasaban a comprar cuero.
-¿Un inventor? -pregunté cuando mencionó aquello. Ladrón e inventor no parecían dos ideas compatibles. Y menos aún si se le sumaba una edad tan corta como la del chico. No pude evitar sonreír divertida. Nunca había puesto a prueba mis capacidades inventivas, pero estaba segura de que también destacaría en aquello-. ¿Y qué inventas? ¿Artilugios para robar?-. "Y de los buenos", había dicho. No era extraño que un niño se creyese mas capaz de lo que era. Y no iba a echarle abajo sus fantasías. El mundo terminaría por decepcionarlo, pero no tenía que ser yo la que rompiese su corazón-. Yo llegué hace unos días. Llevo tiempo viajando, desde que murió el hombre que me cuidaba, buscando la gloria que me corresponde-. Era un licántropo, como yo, pero aquello no lo dije. Saqué pecho y alcé el mentón, con orgullo-. He venido a triunfar, a hacer algo de mi vida que valga la pena. Se supone que en una ciudad tan grande sería fácil, pero todo el mundo parece ciego a las virtudes del resto. Pero mi momento llegará pronto, puedo olerlo-. Caminaba evitando a la gente mientras hablaba con él, intentando, en la medida de lo posible, que nadie me tocase. No quería dar esperanzas a los ciudadanos-. Dijiste que no te sonaba mi nombre, pero no te preocupes. Cuando te puedas dar cuenta lo escucharás en cada esquina. "Gerda Jorgën", recuérdalo.
Me había animado de golpe. Hablar de mí misma siempre tenía aquel efecto. Poner las verdades en voz alta me subía la moral. Estaba segura de qu el propio Chimar se sentía recompensado por escucharme, al fin, decir tantas frases seguidas. Mi voz tenía la tonalidad perfecta.
-¿Tienes muchos hermanos? -le pregunté, volviendo el rostro hacia él para mirarlo. Quizás iba a tener que andarme con más cuidado del habitual, si la ciudad estaba llena de huérfanos ladrones. Incluso yo bajaba la guardia alguna vez...
Gerda Jorgën
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Re: Tentación en el mercado (Int. libre) [2/2] [Cerrado]
Afortunadamente la estratagema de Chimar es aceptada sin problemas, hubiera sido tonto contradecir a alguien con experiencia aunque eso pasa mucho. El par se aleja de la zona comercial y recorre el camino del rey, la carretera que atraviesa toda la ciudad. Las lecciones están terminadas así que solo resta gastar el tiempo de ocio sobrante, no vale la pena saturar a un aprendiz con demasiados puntos.
Bueno invento de todo un poco.
Una cara arrogante se le forma con rapidez, cuando habla de su rama profesional siente bastante confianza. Descubre su brazo derecho y revela una ballesta mecánica adaptada, su arma principal modificada. Toda una obra de ingeniería que incluso alguien sin demasiados conocimientos técnicos puede apreciar, el diseño tan extraño para la época tiende a despertar interés por el simple hecho de tener muchas piezas.
Esta es una de mis invenciones, interesante ¿no? Tengo muchos otros prototipos y siempre agrego más cosas…
Se da cuenta que está casi hiperventilando así que baja la velocidad, cuando habla de sus proyectos suele emocionarse. En realidad una de las pocas formas de ver a Chimar siendo infantil es tentándole a revelar alguna anécdota científica personal, de enano no tiene solo la apariencia. Suspira mientras vuelve a su típico estado calmado, este día ha mostrado mucho su naturaleza pequeña.
… pues siempre es bueno apuntar alto jeje…
Gerda tiene una idea muy alta de sí misma, eso o posee algún desorden mental. Está bien que las personas mantengan una estima propia buena pero existen límites ¿verdad?, especialmente cuando hablamos de gente adulta. De momento el característico aspecto resulta algo divertido y curioso, dicha mujer es la primera persona conocida por Maquiavelo que supera su seguridad personal.
Somos cinco de momento pero siempre recibimos nuevos hermanos... no tenemos parentesco aunque nos apreciamos igual, existimos como una especie de hermandad. Sabrás que fuimos nosotros cuando escuches algo de los Gorriones.
Sonríe levemente ante su último comentario, el niño posee cierto aprecio por ese grupo. Al final él es uno de los fundadores y una voz importante durante los debates. La extraña organización delictiva juvenil posee una estructura interesante, el tipo de vínculo que forma entre sus miembros debe sonar extraño a oídos de un tercero, sea como sea funciona con gran eficiencia permitiendo la armonía entre los integrantes.
Y... ¿cómo planeas llegar a la grandeza? Suena difícil de alcanzar para cualquiera… ¿tienes un plan?
Bueno invento de todo un poco.
Una cara arrogante se le forma con rapidez, cuando habla de su rama profesional siente bastante confianza. Descubre su brazo derecho y revela una ballesta mecánica adaptada, su arma principal modificada. Toda una obra de ingeniería que incluso alguien sin demasiados conocimientos técnicos puede apreciar, el diseño tan extraño para la época tiende a despertar interés por el simple hecho de tener muchas piezas.
Esta es una de mis invenciones, interesante ¿no? Tengo muchos otros prototipos y siempre agrego más cosas…
Se da cuenta que está casi hiperventilando así que baja la velocidad, cuando habla de sus proyectos suele emocionarse. En realidad una de las pocas formas de ver a Chimar siendo infantil es tentándole a revelar alguna anécdota científica personal, de enano no tiene solo la apariencia. Suspira mientras vuelve a su típico estado calmado, este día ha mostrado mucho su naturaleza pequeña.
… pues siempre es bueno apuntar alto jeje…
Gerda tiene una idea muy alta de sí misma, eso o posee algún desorden mental. Está bien que las personas mantengan una estima propia buena pero existen límites ¿verdad?, especialmente cuando hablamos de gente adulta. De momento el característico aspecto resulta algo divertido y curioso, dicha mujer es la primera persona conocida por Maquiavelo que supera su seguridad personal.
Somos cinco de momento pero siempre recibimos nuevos hermanos... no tenemos parentesco aunque nos apreciamos igual, existimos como una especie de hermandad. Sabrás que fuimos nosotros cuando escuches algo de los Gorriones.
Sonríe levemente ante su último comentario, el niño posee cierto aprecio por ese grupo. Al final él es uno de los fundadores y una voz importante durante los debates. La extraña organización delictiva juvenil posee una estructura interesante, el tipo de vínculo que forma entre sus miembros debe sonar extraño a oídos de un tercero, sea como sea funciona con gran eficiencia permitiendo la armonía entre los integrantes.
Y... ¿cómo planeas llegar a la grandeza? Suena difícil de alcanzar para cualquiera… ¿tienes un plan?
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Re: Tentación en el mercado (Int. libre) [2/2] [Cerrado]
Que dijese que inventaba de todo un poco sonaba tan improbable que en cierta manera se me hizo tierno. Era tan joven y tenía ya aquellas expectativas de grandeza. No todos podían ser como yo, casi perfectos, pero el hecho de que intentase dar lo mejor de sí estaba bien. Muchas personas llevaban una vida patética y ni siquiera se esforzaban por abandonar su patetismo.
Con una sonrisa gentil, presté atención a lo que me enseñaba. No era más que un juguete que...
Alcé las cejas, más interesada de lo que había deseado parecer en un inicio. No se trataba de un juguete, sino de un arma. Un arma peligrosa y oculta. Había llevado aquello encima todo el tiempo, sin que yo me percatase. No solo era ladrón e inventor, también era peligroso.
-¿Has hecho tú eso? -pregunté, con incredulidad tiñéndome la voz-. ¿De verdad? ¿Cómo?-. Buscaba los detalles del arma con ojos intrigados. Aquello era más útil que un espejo y un saco de monedas. Acabé por clavar los ojos en los del chico, con las pupilas sutilmente contraídas. Aquello era grandeza. Aquel artilugio era grande. Debía tenerlo-. Quiero algo así. ¿Puedes hacerme uno?
¿Por qué no iba a poder? Lo estaba deseando. Estaba deseando servirme a mí. Estaba deseando poner algo como aquello en mis manos. Era un invento que estaba a mi altura.
¿De verdad lo había hecho él? No tenía muy claro si creer algo como aquello. Quizás lo había robado. Pero si podía conseguir algo como aquello, ¿acaso importaba el detalle?
-Siempre hay que apuntar alto -comenté, todavía distraída con su arma. Nunca había visto algo como aquello. Las preguntas se me agolpaban en la cabeza-. ¿Es muy potente? -alcancé a preguntar.
Que no eran hermanos de sangre no me sorprendió. No había tenido hermanos nunca, ni me importaba. No entendía qué diferencia había entre hermanos, amigos, conocidos... No me hacía sentir curiosidad, tampoco. Pero entendía que, por algún motivo, para la gente eran importantes aquellas cosas. Las personas tenían una enfermiza necesidad de juntarse con otras personas para saciar su poca autoestima. Yo era segura de mí misma, por lo que no necesitaba a nadie. Era libre.
-"Los Gorriones" -repetí-. No he oído nada, pero estaré atenta-. No sabía si lo estaría de verdad, pero no me convenía ser desagradable con el chico. Al menos no era especialmente vulgar. Tenía sus puntos buenos. Se me daba bien notar aquellas cosas-. ¿Y sois una hermandad de ladrones?-. Sonreí. De nuevo, la idea se me hacia divertida-. Supongo que está bien tener a gente que te cubra las espaldas-. Al menos mientras uno no podía cuidarse bien solo. No era mi caso.
Me preguntó por mi plan para llegar a la grandeza. Era una pregunta interesante, pero incorrecta. Yo ya tenía grandeza. Era grandeza. O, más bien, la grandeza era yo. De todos modos, fui gentil y respondí.
-Ser yo misma ayudará bastante -le aseguré, convencida-. No tengo un plan concreto, porque el momento llegará y yo estaré ahí. No es cuestión de planes. Tengo la capacidad, y la pondré en práctica. Se podía decir que soy cazadora, y cazaré el instante exacto.
Una vez lo hube dicho me pareció que no sonaba tan bien como en mi cabeza. Con suerte, nadie más que él lo habría escuchado.
Con una sonrisa gentil, presté atención a lo que me enseñaba. No era más que un juguete que...
Alcé las cejas, más interesada de lo que había deseado parecer en un inicio. No se trataba de un juguete, sino de un arma. Un arma peligrosa y oculta. Había llevado aquello encima todo el tiempo, sin que yo me percatase. No solo era ladrón e inventor, también era peligroso.
-¿Has hecho tú eso? -pregunté, con incredulidad tiñéndome la voz-. ¿De verdad? ¿Cómo?-. Buscaba los detalles del arma con ojos intrigados. Aquello era más útil que un espejo y un saco de monedas. Acabé por clavar los ojos en los del chico, con las pupilas sutilmente contraídas. Aquello era grandeza. Aquel artilugio era grande. Debía tenerlo-. Quiero algo así. ¿Puedes hacerme uno?
¿Por qué no iba a poder? Lo estaba deseando. Estaba deseando servirme a mí. Estaba deseando poner algo como aquello en mis manos. Era un invento que estaba a mi altura.
¿De verdad lo había hecho él? No tenía muy claro si creer algo como aquello. Quizás lo había robado. Pero si podía conseguir algo como aquello, ¿acaso importaba el detalle?
-Siempre hay que apuntar alto -comenté, todavía distraída con su arma. Nunca había visto algo como aquello. Las preguntas se me agolpaban en la cabeza-. ¿Es muy potente? -alcancé a preguntar.
Que no eran hermanos de sangre no me sorprendió. No había tenido hermanos nunca, ni me importaba. No entendía qué diferencia había entre hermanos, amigos, conocidos... No me hacía sentir curiosidad, tampoco. Pero entendía que, por algún motivo, para la gente eran importantes aquellas cosas. Las personas tenían una enfermiza necesidad de juntarse con otras personas para saciar su poca autoestima. Yo era segura de mí misma, por lo que no necesitaba a nadie. Era libre.
-"Los Gorriones" -repetí-. No he oído nada, pero estaré atenta-. No sabía si lo estaría de verdad, pero no me convenía ser desagradable con el chico. Al menos no era especialmente vulgar. Tenía sus puntos buenos. Se me daba bien notar aquellas cosas-. ¿Y sois una hermandad de ladrones?-. Sonreí. De nuevo, la idea se me hacia divertida-. Supongo que está bien tener a gente que te cubra las espaldas-. Al menos mientras uno no podía cuidarse bien solo. No era mi caso.
Me preguntó por mi plan para llegar a la grandeza. Era una pregunta interesante, pero incorrecta. Yo ya tenía grandeza. Era grandeza. O, más bien, la grandeza era yo. De todos modos, fui gentil y respondí.
-Ser yo misma ayudará bastante -le aseguré, convencida-. No tengo un plan concreto, porque el momento llegará y yo estaré ahí. No es cuestión de planes. Tengo la capacidad, y la pondré en práctica. Se podía decir que soy cazadora, y cazaré el instante exacto.
Una vez lo hube dicho me pareció que no sonaba tan bien como en mi cabeza. Con suerte, nadie más que él lo habría escuchado.
Gerda Jorgën
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Re: Tentación en el mercado (Int. libre) [2/2] [Cerrado]
Naturalmente la ballesta despierta curiosidad, todos siempre quedan sorprendidos por la pequeña obra científica. Chimar mantiene su sonrisa extendida, le agrada ser reconocido. Ya puede quitar de su lista el reto “sorprender a una deidad”, técnicamente si la contraparte se cree esa babosada es lo más cercano a la realidad que alguien podrá apuntar. después llega la típica pregunta “¿puedo tener uno?”, rara vez alguien se sale de los rieles.
Pues… de momento no, carezco de los recursos para replicarlas en masa y crearlas a medida es algo costoso… pero si cambian algunas cosas en el comercio podría hacerte una fugazmente, solo queda esperar un poco.
No miente, las partes son costosas. Sin un suministro constante cada ballesta podría salir en varios miles de aeros, terrible realidad que afecta a todas las partes. Cuando los canales estén creados todo será más fácil aunque todavía falta para eso, es necesario tener paciencia. Por ahora solo el propio Chimar puede permitirse tener una, claro sin mencionar los diseños más básicos que se le entregan a algunos Gorriones.
Cuando todo se consolide solo debes contactarme y llegaremos a un acuerdo... y si es potente ¡mira!
Realiza un disparo a cierto anuncio colgante y este da algunas vueltas sobre el mango que le sujeta, los tiros del arma son peligrosamente viables. Es un proyectil pequeño en comparación con las maquinas normales pero funciona de una manera más eficiente, el tamaño no lo es todo cuando se trata de artilugios, algunos diseños del niño podrían derribar torreones de castillos sin siquiera llegar a tener cinco metros.
Si… una hermandad de “niños” ladrones… solo confiamos en nuestros semejantes y tenemos reglas sobre la edad… al menos de momento. Siempre es bueno enfrentarse a los problemas con amigos ¿verdad?
Gerda expone su brillante plan sobre cómo conseguir ser reconocida, para resumir no tiene ni jodida idea. Ese tipo de personas pueden lograr cosas grandes o terminar rápidamente en el olvido, claramente los extremos del juego. Maquiavelo mira el cielo y nota que se acerca la hora de comer en casa, la diversión llega a su fin. Suspira a medida que comienza despedirse, cuando terminen los parlamentos desaparecerá en las callejuelas hasta que alcance la ratonera.
Debo irme… Arty se pone de mal humor cuando llego tarde a comer jeje. Fue divertido y espero repetir la experiencia en otra oportunidad… yo y mi impresionante ballesta nos retiramos jajaja… lo siento no pude resistirlo jajaja.
Pues… de momento no, carezco de los recursos para replicarlas en masa y crearlas a medida es algo costoso… pero si cambian algunas cosas en el comercio podría hacerte una fugazmente, solo queda esperar un poco.
No miente, las partes son costosas. Sin un suministro constante cada ballesta podría salir en varios miles de aeros, terrible realidad que afecta a todas las partes. Cuando los canales estén creados todo será más fácil aunque todavía falta para eso, es necesario tener paciencia. Por ahora solo el propio Chimar puede permitirse tener una, claro sin mencionar los diseños más básicos que se le entregan a algunos Gorriones.
Cuando todo se consolide solo debes contactarme y llegaremos a un acuerdo... y si es potente ¡mira!
Realiza un disparo a cierto anuncio colgante y este da algunas vueltas sobre el mango que le sujeta, los tiros del arma son peligrosamente viables. Es un proyectil pequeño en comparación con las maquinas normales pero funciona de una manera más eficiente, el tamaño no lo es todo cuando se trata de artilugios, algunos diseños del niño podrían derribar torreones de castillos sin siquiera llegar a tener cinco metros.
Si… una hermandad de “niños” ladrones… solo confiamos en nuestros semejantes y tenemos reglas sobre la edad… al menos de momento. Siempre es bueno enfrentarse a los problemas con amigos ¿verdad?
Gerda expone su brillante plan sobre cómo conseguir ser reconocida, para resumir no tiene ni jodida idea. Ese tipo de personas pueden lograr cosas grandes o terminar rápidamente en el olvido, claramente los extremos del juego. Maquiavelo mira el cielo y nota que se acerca la hora de comer en casa, la diversión llega a su fin. Suspira a medida que comienza despedirse, cuando terminen los parlamentos desaparecerá en las callejuelas hasta que alcance la ratonera.
Debo irme… Arty se pone de mal humor cuando llego tarde a comer jeje. Fue divertido y espero repetir la experiencia en otra oportunidad… yo y mi impresionante ballesta nos retiramos jajaja… lo siento no pude resistirlo jajaja.
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Re: Tentación en el mercado (Int. libre) [2/2] [Cerrado]
No pude evitar arrugar la nariz al recibir la negativa. Pocas personas osaban decirme que no. Aunque en Lunargenta parecía una costumbre el no ser considerado con los que estaban por encima de uno. Sin embargo, me dio la explicación de su respuesta, y aunque no me gustase, terminé por aceptarla, asintiendo. No me corría prisa, de todos modos.
-No te preocupes.Ya llegará el momento. No he venido a exigir-. Le dediqué una sonrisa escueta-. Acabamos de conocernos.
Y gracias a él tenia más monedas de lo esperado y un nuevo espejo más reluciente. Aunque la satisfacción efímera de haber conseguido lo que deseaba no había durado mucho. Cuando, más tarde, me contemplase en la superficie pulida del espejo seguramente volvería a sentirme bien.
Presté atención a su disparo, siguiendo el veloz proyectil con los ojos. Era potente, no podía negarlo, y con aquello solo aumentaron mis ganas de poseerlo. Aunque si esperaba un poco, quizás pudiese obtener, incluso, un formato mejorado de aquello. Eso, claro estaba, si me creía que el chico era el que había creado aquello, ya que en cierto modo seguía teniendo reservas.
-Desde luego, cumple con lo que promete a primera vista. E incluso con algo más -admití. Había sido un disparo más fuerte de lo que hubiese esperado en un primer momento.
Niños ladrones. Iba a preguntar a Chimar si no se asustaba al contarme aquello a mí. Podría acudir a los guardias y señalarle a aquel niño, y cuando lo prendiesen me quedaría su ballesta como recompensa. Por suerte para él, me había caído en gracia. Y yo no era de aquella clase de personas.
-Amigos -repetí, paladeando la palabra como si tuviese un gusto extraño, hablando más para mí que para él-.Supongo que es así para algunos. Pero la compañía debilita también. Demasiado por lo que preocuparse.
Muertes, traiciones y demás... Los amigos aumentaban el peligro que uno corría. Sobre todo si eran de opiniones o acciones muy distintas. Yo estaba bien de aquella forma, sola, sin nadie que entorpeciese mi ascenso. Por algún motivo, aquel tema empañaba mínimamente mi ánimo, pero Chimar me distrajo de mis pensamientos al hablar de nuevo, para despedirse.
No tenía ni idea de quién era Arty, pero me daba igual. Había sido una mañana provechosa, pero suficiente. Si le hacía demasiada compañía al muchacho y alguien nos veía podía sentir celos. No sería la primera vez que dos personas se peleaban porque una había conversado demasiado conmigo.
-No te preocupes, también tengo que encargarme de algún asunto. Ya nos encontraremos de nuevo, imagino-. Parecía, al menos, alguien con un significado en mi aspecto a la gloria. Sentía como si el chico tuviese algo especial de verdad. No tan especial como yo lo era, pero destacaba sobre la media. El comentario sobre la ballesta me hizo torcer una sonrisa-. Yo espero que la lleves encima cuando nos veamos de nuevo. Quiero saber más sobre ella.
Cuando las despedidas terminaron, Chimar desapareció entre el gentío y me quedé sola, detenida en medio de la calle. Había caminado junto a él, sin mirar bien a dónde iba. No reconocía aquel lugar, pero ya me encontraría. Y tampoco importaba a dónde fuese. Las personas eran igual de insignificantes en todas partes.
La soledad era tranquilizadora. Eché a andar y extraje el nuevo espejo del bolsillo para contemplarme un instante, mientras andaba. Era perfecta, solo había que verme. Perfecta por fuera y por dentro. Era perfecta y brillaba e aquella gran ciudad, entre la gente, que no podía evitar mirarme cuando pasaba a su lado, tal era mi perfección.
Nadie veía una bestia; nadie veía un lobo.
-No te preocupes.Ya llegará el momento. No he venido a exigir-. Le dediqué una sonrisa escueta-. Acabamos de conocernos.
Y gracias a él tenia más monedas de lo esperado y un nuevo espejo más reluciente. Aunque la satisfacción efímera de haber conseguido lo que deseaba no había durado mucho. Cuando, más tarde, me contemplase en la superficie pulida del espejo seguramente volvería a sentirme bien.
Presté atención a su disparo, siguiendo el veloz proyectil con los ojos. Era potente, no podía negarlo, y con aquello solo aumentaron mis ganas de poseerlo. Aunque si esperaba un poco, quizás pudiese obtener, incluso, un formato mejorado de aquello. Eso, claro estaba, si me creía que el chico era el que había creado aquello, ya que en cierto modo seguía teniendo reservas.
-Desde luego, cumple con lo que promete a primera vista. E incluso con algo más -admití. Había sido un disparo más fuerte de lo que hubiese esperado en un primer momento.
Niños ladrones. Iba a preguntar a Chimar si no se asustaba al contarme aquello a mí. Podría acudir a los guardias y señalarle a aquel niño, y cuando lo prendiesen me quedaría su ballesta como recompensa. Por suerte para él, me había caído en gracia. Y yo no era de aquella clase de personas.
-Amigos -repetí, paladeando la palabra como si tuviese un gusto extraño, hablando más para mí que para él-.Supongo que es así para algunos. Pero la compañía debilita también. Demasiado por lo que preocuparse.
Muertes, traiciones y demás... Los amigos aumentaban el peligro que uno corría. Sobre todo si eran de opiniones o acciones muy distintas. Yo estaba bien de aquella forma, sola, sin nadie que entorpeciese mi ascenso. Por algún motivo, aquel tema empañaba mínimamente mi ánimo, pero Chimar me distrajo de mis pensamientos al hablar de nuevo, para despedirse.
No tenía ni idea de quién era Arty, pero me daba igual. Había sido una mañana provechosa, pero suficiente. Si le hacía demasiada compañía al muchacho y alguien nos veía podía sentir celos. No sería la primera vez que dos personas se peleaban porque una había conversado demasiado conmigo.
-No te preocupes, también tengo que encargarme de algún asunto. Ya nos encontraremos de nuevo, imagino-. Parecía, al menos, alguien con un significado en mi aspecto a la gloria. Sentía como si el chico tuviese algo especial de verdad. No tan especial como yo lo era, pero destacaba sobre la media. El comentario sobre la ballesta me hizo torcer una sonrisa-. Yo espero que la lleves encima cuando nos veamos de nuevo. Quiero saber más sobre ella.
Cuando las despedidas terminaron, Chimar desapareció entre el gentío y me quedé sola, detenida en medio de la calle. Había caminado junto a él, sin mirar bien a dónde iba. No reconocía aquel lugar, pero ya me encontraría. Y tampoco importaba a dónde fuese. Las personas eran igual de insignificantes en todas partes.
La soledad era tranquilizadora. Eché a andar y extraje el nuevo espejo del bolsillo para contemplarme un instante, mientras andaba. Era perfecta, solo había que verme. Perfecta por fuera y por dentro. Era perfecta y brillaba e aquella gran ciudad, entre la gente, que no podía evitar mirarme cuando pasaba a su lado, tal era mi perfección.
Nadie veía una bestia; nadie veía un lobo.
Gerda Jorgën
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