Defensa de la mansión Roiland [Mega Evento - Nórgedos]

Os encontráis en los jardines de la mansión Roiland. En medio del ataque de los Nórgedos al corazón de la ciudad. La guardia os está ayudando, pero el número de salvajes cada vez es mayor y comenzáis a veros desbordados. No hay tiempo para el descanso. Habéis jurado vuestra vida a defender a la familia Roiland, gobernadores de la ciudad, y debéis hacerlo a capa y espada.

Un tipo con aires de jefe. Un hombre enorme y fuerte, que sacaría tres cabezas a cualquier humano, con el torso descubierto y una máscara repleto de pinturas de guerra. Os amenazará y jurará muerte a Lord Roiland, reclamando la ciudad. Se define como el jefe de la banda, y va muy bien escoltado. Porta un arma fabricada con piezas de chatarra varia.

El sol ya se ponía cuando la lucha llego a su punto culminante, las hordas bajo el sol les habían pasado factura clara. Durante las primeras horas de la mañana se había estado defendiendo el jardín, las tropas lideradas por un extraño hombre, que lucía un arma, cuanto menos, destartalada, habían logrado acceder por el interior de la ciudad hasta llegar a las huestes de Lord Roiland que, desesperado, había tenido que aceptar la ayuda de la guardia para socorrerle, así como de algunos voluntarios.

Habían cerrado las verjas del jardín de par a par, un extraño hombre lagarto había tomado la libertad de montar una serie de palos de madera con cristales para hacer que el avance de los Nórgedos fuese más lento, y, aunque a muchos les molestaba que un don nadie se hubiera tomado la libertad de tomar el mando, y la gran mayoría habían ignorado sus ordenes, algunos si habían decidido seguirlo.

Alanna, por su parte, no había tenido tanto problema para hacerse con seguidores. Tal vez por su condición humana, tal vez por ser un valioso miembro de la guardia o, tal vez, por su medalla al heroísmo que demostraba su participación en Térpoli, no lo sabía, pero un grupo bastante basto se había reunido bajo su cargo esperando ordenes.  

El día había sido largo, y aun no habían tenido oportunidad de tomar un descanso, durante horas habían cerrado y puesto a salvo la casa, hasta que, cerca del medio día, las puertas habían cedido y se habían visto obligados a entrar en la casa, las gruesas puertas vigiladas por guardias aun resistían por la tarde, y ella se había puesto manos a la obra, iban a destrozar el hogar, pero los Nórgedos iban a saber lo que era meterse con la guardia de Lunargenta, las perdidas humanas no iban a ser en vano.

Pidió a un grupo de gente que agujereasen el suelo de la primera planta frente a la puerta y cubrieran el boquete con una buena alfombra, con prisa, en apenas una hora, frente a esta estuvo montado un tobogán que llevaba al sótano, donde, el suelo se lleno de cristales puestos en punta para que, quienes callesen, no pudieran volver a salir.  

Como toda casa noble que se preciara, tenía pasadizos ocultos y no los iban a desaprovechar. Dejaron las puertas secretas abiertas, escondidas tras tapices, y bloquearon los pasillos ocultos para que fuera imposible llegar a la sala donde se escondían los Lores, solo un pasillo, oculto por completo, quedaba abierto y escondido para que quienes se ocultasen en los tuneles pudieran acudir con presteza a cubrir a los señores.

Así, escondidos en la oscuridad, cubiertos por las sombras, con armas en mano, asaltaron a quienes se lograban entrometer en la casa, logrando una ventaja, clara. Aun así, pensando en que podía haber quien pasara esas barreras, Alanna mandó preparar, a su vez, flechas bañadas con veneno de Droseta.

Aunque era difícil tratar la piedra, y no lo había hecho nunca, había estudiado como hacerlo, por ello, encerrada en la cocina mientras los demás seguían ordenes y preparaban los obstáculos, usó un cazo para deshacer el mineral cubriéndose la boca y la nariz con un paño y las manos con guantes de cuero, el punto de fusión era tan bajo en la droseta que si no se iba con cuidado el mismo trampero podía acabar envenenado.

Por suerte no tuvo contratiempos a pesar de los nervios que le atenazaban la garganta y las heridas que se había llevado en la batalla del jardín. tendría que mantener la temperatura del veneno para que este se quedase en estado líquido, pero al menos logró empapar varias de sus armas, las de quienes se mantendrían escondidos y algunas flechas de aquellos que había dispuesto en las bigas de la casa.

El lugar estaba totalmente asegurado.

- Bien.- aceptó cuando uno de sus compañeros le informaron de que ya estaba el lugar asegurado según su petición. Le sonrió y se giró a los nobles.- Señores, están intentando entrar en la casa, pero no se preocupes, esto es ahora una fortaleza, nadie entra sin que lo sepamos, así que no se preocupen, yo me quedaré aquí con ustedes, si alguien logra entrar, deberá pasar por encima de mi para llegar a ustedes.- les dijo para calmarles mientras escondía un pedazo de droseta en su pecho, en cuanto tuviera a tiro a quien había liderado esa masacre, iba a hacerselas pagar caras.

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Off: Uso de preofesión: Trampas y venenos.

Sus tretas habían funcionado, a penas un grupo escaso había logrado adentrarse al interior de la mansión , finalmente, tras resistir durante varios minutos, habían tirado a bajo la puerta. El líder, un armario empotrado, grande, alto y con cara de pocos amigos, permaneció al final de la trompa mientras sus secuaces se adelantaban para enfrentar a los guardias del cuarto, y al hombre lagarto que se lanzó rápidamente al ataque.

El jefe miraba de modo amenazador a los lores y a sus hijos, preparando su hacha para lanzarla y acertarlos sin salir él herido, inteligente, pero no lo bastante. Alanna, aprovechando su agilidad, decidió proteger y esconder a los lores, cuando el arma ya volaba por la estancia, se lanzó sobre la familia tirnadolos al suelo, el hacha le paso a escasos milimetros de so pelo, pero logró evitar la amenaza.

Los guió hacia la entrada de los túneles a tiempo de evitar un nuevo ataque de otro Nórgedo, que, al recibir una patada de la chica que lo alejó, tomó el hacha del jefe y la lanzó por el aire, devolviendola a su amo, mientras tanto, un guardia joven esperaba escondido en los pasadizos para mantenerlos sanos y salvos en ese pequeño pasillo por el que difícilmente podría caber el líder del escuadrón de asalto, seguirían en el salón, donde ella pudiera verlos, hasta que la batalla acabase, si vencían ellos, volverían a entrar, si eran los asaltantes quienes se hacían con la victoria, huirían hasta llegar a los establos, donde les esperaban dos caballos listos para viajar.

Un guardia raso comenzó a luchar contra aquel que le había devuelto el arma al armario empotrado, permitiendo a Alanna centrarse nuevamente en su misión. Cuando supo que los nobles habían desaparecido ya de la estancia, esquivó la pelea de los guardias rasos y fue directa a por el líder, dagas en mano. Intentó darle una puñalada directa, esperando pillarlo desprevenido mientras él observaba la batalla, dirigiendo, sin embargo, la treta no fue efectiva.

Su ataque directo permitió que el tipo la cogiera de la muñeca y la alzara en el aire, mirándola con sorna y una sonrisa de superioridad para, al instante, darle un puñetazo en la tripa, que le dejaría morado, seguro, haciéndola soltar todo el aire de los pulmones.

"Mierda" Pensó la chica mientras intentaba reponerse del golpe bajo la atenta mirada del tipo, que, al notar que la joven le devolvía una mirada furiosa, comenzó a balancearla con fuerza, iba a tirarla, con dientes apretados, Alanna, en un último intento en su ataque, estiró el otro brazo y, justo cuando salía volando, logró cortar al tipo en el costado.

Tal fue la fuerza del lanzamiento que terminó volando por encima de la pelea que había en la estancia, el aterrizaje fue limpio, logró forzar su cuerpo en el aire para aterrizar de rodillas y resbalar por el delicado suelo marmolado hasta, por desgracia, dar con la espalda en la pared, quedándose, una vez más, sin aire. En el suelo, durante unos segundos, volvió a alzarse a tiempo de ver como el lagarto se lanzaba a por el líder que acababa de lanzarla a ella por el aire.

La lucha había avanzado hasta el interior de la sala y las peleas se diseminaban por el salón mientras, el líder había logrado avanzar hasta el centro de la estancia, donde el hombre lagarto y el tipo enorme peleaban con dureza, chocando aceros. Ella, sabedora de que su fuerza no bastaría para acabar con el tipo, pensó que, si no en cuerpo, tal vez pudiera superarlo en mente.

El líder había sido obligado por el lagarto ha retroceder hasta el balcón, pero, nuevamente, ganaba terreno, hasta lograr volver a su posición "ventajosa" en el centro del lugar, donde podía ver la lucha que llevaban sus seguidores y controlar los sucesos del lugar.

Observó la estancia, suelo y techo, y comprobó que, en una de las paredes, se balanceaba una cuerda que sostenía con fuerza la lámpara de cristal que había colgando en el centro del cuarto, justo sobre el hombre que lideraba el ataque. Alzándose, mordiéndose el labio inferior, corrió hasta la cuerda que se encontraba atada a un enganche y la cortó con precisión y rapidez logrando que cayese justo cuando el enorme hombre había caído al suelo y el lagarto se apartaba.

- ¡Árbol va!- advirtió justo cuando los cristales restallaban en el suelo.

El silencio inundó el lugar, las peleas se detuvieron mientras los cristales rebotaban y llovían, a la espera de la reacción del líder, que había quedado enterrado en una maraña de cristales y una pesada estructura de lo que, desde la distancia, parecía ser de hierro o, tal vez,  cobre. En ese momento, un ligero movimiento bajo las luces caídas, hicieron notar que el hombre seguía vivo e intentaba levantarse.

Fue eso lo que hizo que la batalla volviera a iniciarse. No podía ser, no podía seguir vivo, no iba a permitir que llegase a los amos de la casa, ni que matase a sus compañeros de la guardia, no era quien había iniciado la batalla, pero si era quien iba a finalizarla, los Nórgedos, volviendo de ese modo a la ciudad, no tenían cabida ni oportunidad, los criminales merecían un castigo, y si no lo aceptaban, se les daría otro.

Se lanzó hacia delante dejándose resvalar por el suelo encharcado de sangre, llegando hasta el centro de la sala por un pequeño pasillo que había logrado abrirse entre pelea y pelea, se alzó y subió a la estructura, el hombre estaba realmente atontado, a penas podía moverse, y las heridas se repartían, sangrantes por su cuerpo, un gran trozo de cristal se había clavado en el costado del hombre, era lo único que lo mantenía quieto, esa inmensa herida que le había hecho la lámpara al caer.

Sacó de su pecho la piedra droseta que se había guardado y la metió en la boca del tipo que comenzó a tener espasmos, era una muerte lenta, demasiado lenta, y dolorosa, nadie debía sufrir así, y menos en público, al menos, esa era su opinión. Por ello, con sus manos enguantadas, cogió el cristal que el hombre tenía clavado y notando como se cortaba el cuero , de pie sobre el moribundo, clavó el gran cristal que había cogido en el pecho del tipo, dándole una muerte rápida, más de lo que se merecía cualquier criminal desterrado a ese desierto.

Cansada, con ojos llorosos, sintiendo la culpabilidad por haber acabado con otra vida, notando sus dedos ensangrentados y cortados por el cristal, el moreton que comenzaba a salir en su espalda y el de su vientre, probablemente tendría alguna lesión más, menor, pero lesión al fin y al cabo, se dejó caer al suelo cortándose las rodillas. Esataba agotada, pero había acabado todo, los demás combatientes, que habían logrado acabar con los demás asaltantes, estallaron en vítores, habían acabado su trabajo.

Se levantó con dificultad, cansada, cubierta de sudor, mugre y el espeso liquido de color carmesí, que, con su último acto, había llegado a alcanzarle incluso el rostro, mostrándose en su mejilla izquierda e incluso en su frente, con esos enormes ojos marrones chispeados de oscuridad y sentimiento de culpa, para abrir la portezuela del pasaje.

- Ya pueden salir, esto ha acabado.- murmuró intentando sonreír, pero lograndolo sólo con un tizne de tristeza reflejado en su mirada.

Con la muerte del caudillo Nórgedo, poco tardaría en caer el resto de asaltantes en la ciudad que, faltos de un líder, perderían gran parte de su moral. Aquello había sido una victoria de la democracia, del orden y del buen hacer. Lord Roiland, la figura de la autoridad y de la democracia en la ciudad, seguía vivo. Y la metrópoli cristalera, vasalla de Lunargenta, seguiría con su cabecilla intacto.

Pero Alanna y Fennel no habían salvado únicamente a un gobernador, también habían salvado a un padre, madre y familia. Sus hijas se lanzaron a los brazos de su padre y su madre, contentos y felices por haber sobrevivido, pero sabedores de que las pérdidas habían sido masivas. La ciudad humeaba. Cientos de cuerpos teñían de rojo las calles. Pero, al menos, Roilkat seguiría contando con un líder.

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