Ser un elfo [Privado con Eilydh] [Cerrado]
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Ser un elfo [Privado con Eilydh] [Cerrado]
Los soldados elfos nos ofrecen pasar la noche en los puestos de avanzada que el ejército tienen en los lindes del bosque como signo de agradecimiento por traerles los planes de ataque de los brujos Lombardi. Al día siguiente, nos adentraríamos al corazón del bosque y rendiríamos nuestros tributos a Árbol Madre y los Dioses. Merrigan y yo nos rechazamos la propuesta. Merrigan no dice nada. Los elfos lo habrían considerado una falta de respeto ya que fueron ellos quienes sanaron la enfermedad del doctor Peste. Soy yo quien habla. No se me ha perdido nada en este lugar. Digo con voz alta y clara. Paso el dedo índice y corazón por la cicatriz que marca mi ojo izquierdo. Los elfos entienden que no soy como ellos. Merrigan me coge de la mano y me la apretó suavemente para apremiarme. Ella tampoco se considera una elfa. Sus Dioses son los de Verisar, no los de Sandorai. Va a los templos a rezar, no a los bosques. Sus casas están hechas de piedra y no tiene que subir a la copa de un árbol para encontrar la puerta.
Nos despedimos de los elfos y les damos las gracias. Merrigan coge las puntas de su falda y hace una leve reverencia. Los soldados emulan su gesto de buen agrado. Me miran como si estuvieran esperando a que les respondiera de igual manera.
— La cortesía le pertenece a Merrigan y la rudeza es para mí — no es una broma, pero los soldados se ríen igualmente.
Dejamos el bosque y nos dirigimos de vuelta a Verisar, Vulwulfar. Allí tenemos arrendado un almacén con gran parte de nuestras pertenencias: los pesados instrumentos de música de Merrigan y mis libros de aprendizaje de lectura. Merrigan gira la cabeza hacia atrás como si estuviera vigilando los árboles a nuestra espalda. Cualquiera de ellos, pensaría, podría levantarse y perseguirnos por la ofensa que hemos cometido. Sería una ofensa si es que fuésemos elfos. Ella es mitad elfa y mitad humana, hija de Lunargenta. A mí me desterraron hace más años de los que sé contar. Dejé de ser un elfo el día que me marcaron mi ojo izquierdo con hierro rojo.
Una vez perdemos de vista los árboles de Sandorai, hablamos sobre lo que ha pasado en el bosque. Hacemos recuento de las verdades y las mentiras que se han dicho. Dije que les ayudaría y en ningún momento falté a mi palabra; me enfrenté a los Lombardi. Dije que no se me perdió nada y tanto Merrigan como yo sabemos que mentí. Mi madre debe estar en Sandorai. Ha pasado muchos años, pero debería seguir con vida. Los elfos vivimos muchos años. Ella tendrá una casa, imaginamos, y en ella habrá una habitación con mi nombre. Guardaría mis pertenencias, juguetes infantiles y ropa. Ha pasado muchos años, pero ella me recordaría.
—¿La recuerdas? — me pregunta Merrigan.
Bajo la cabeza lentamente sin dejar de caminar.
—Yo también recuerdo a mi madre — Merrigan ha recuperado la alegría que la enfermedad de Peste le arrebató —; lo hago todos los días de mi vida. Cuando me levanto de la siesta y me cepillo el pelo. Mi melena es roja, como la suya cuando tenía mi edad. Mis perfumes eran los suyos. Puedo sentirla a mi lado cada vez que respiro las fragancias — me quedo callado porque no sé qué decir. Merrigan continúa hablando —. Por eso me dolió tanto la maldición de Peste. No solo me había robado mi belleza, algo que era mío y usaba con frecuencia para sacar beneficio — chasquea dos dedos sin producir sonido, eso significa dinero —, sino también porque me quitaron algo que era de mamá. Tengo tus ojos violetas y tu piel blanca; pero los perfumes y el cabello son de mamá. Peste me quitó todo eso. A ti tenía a mi lado. Sin ti…
—… nada.
—Sí, eso es. No tendría nada — sigue con un tono más triste —. Entiendo que estés enfado con los elfos de Sandorai.
Va a decir algo más, pero la hago callar levantando la mano. No quiero hablar sobre lo que me he dejado en Sandorai. Ese no es mi lugar. Un perdón y unas palabras de simpatía no me harán que me arrodille en las raíces de Árbol Madre.
—Algún día — prometo a disgusto —. Algún día iré. Hoy no.
—Lo siento Sarez, no quería resultar molesta — Merrigan se disculpa porque ha notado el malestar en mi voz.
[/color]—Sarez — repito mi nombre —. Mi madre se llama Sereah. A mí me llaman Sarez. Es hijo de Sereah en élfico. No era mi nombre, pero se convirtió en él.
El nombre de Sarez es para mí lo que el cabello rojizo y los perfumes son para Merrigan: un último abrazo.
Llegamos a Vulwulfar. Nos extraña no habernos encontrado con ningún brujo durante el camino. Si los planes de los Lombardi son ciertos, deberían estar confeccionando un plan de ataque en los lindes de Migdar. Tampoco nos encontramos con ningún elfo, y esto nos resulta más preocupante porque no sabemos si es que están trabajando en sus defensas en el bosque o es que no quieren que nosotros les veamos.
Poseemos un arma que llama la atención: la espada de Ivor. La Dama de la empuñadura ha abierto los ojos. Escucha lo que decimos y habla cuando se le pide consejo. Varios humanos nos han preguntado por el metal de la espada. Los brujos y elfos nos preguntarían por el éter. Saben la respuesta: no está en venta.
Decidimos pasar la noche en Vulwulfar. Recuperamos nuestras pertenencias del almacén. Comprobamos que esté todo. Faltan tres flechas encantadas, le digo al dueño.
—Está puerta no se ha abierto desde el día que os fuiste, mi señor.
—Tres flechas.
Me abalanzo hacia el humano. Desenvaino un cuchillo y descanso el filo sobre el cuello del humano. Aprieto suavemente. Le hago una herida que bien podría habérsela hecho afeitándose.
—Tres flechas.
—Sí, sí…. En el segundo cajón del recibidor.
Merrigan abre el primer y tercer cajón del recibidor. En el primero están mis tres flechas encantadas y en el tercero una bolsa de aeros. Merrigan toma las flechas y la bolsa de aeros.
—¿Qué había en el segundo cajón? — pregunto al hombre.
—Una… una trampa…. Runa arcana. Por favor, no me mate.
Empujo al hombre contra la pared. No lo mataré pese a que él sí intento matarnos.
Alquilamos una habitación de dos camas, una para nosotros y la tercera para el arpa. Es de noche. Estoy cansando y enfadado. Cuanto más me alejo de Sandorai más resuena en mi cabeza la promesa que le he hecho a Merrigan: algún día. Cuando esté preparado. El humano de los almacenes ha probado de mi primera mano mi enfado. Siento haberme desquitado con él.
Me tumbo en la cama y Merrigan se coloca a mi lado. Se ha quitado la túnica y la parte superior de su ropa interior. Me abraza. Me besa la espalda. Quiere que hagamos el amor.
—Hoy no — descubro mi rostro mojado de lágrimas.
—¿Es por lo que pasó en Sandorai? — me vuelve a besar —. No pasa nada, descansa. ¿Vale?
—Creía que había olvidado ser un elfo. Pero…
—… pero tus orejas son más puntiagudas que las mías.
—Sí
Nos despedimos de los elfos y les damos las gracias. Merrigan coge las puntas de su falda y hace una leve reverencia. Los soldados emulan su gesto de buen agrado. Me miran como si estuvieran esperando a que les respondiera de igual manera.
— La cortesía le pertenece a Merrigan y la rudeza es para mí — no es una broma, pero los soldados se ríen igualmente.
Dejamos el bosque y nos dirigimos de vuelta a Verisar, Vulwulfar. Allí tenemos arrendado un almacén con gran parte de nuestras pertenencias: los pesados instrumentos de música de Merrigan y mis libros de aprendizaje de lectura. Merrigan gira la cabeza hacia atrás como si estuviera vigilando los árboles a nuestra espalda. Cualquiera de ellos, pensaría, podría levantarse y perseguirnos por la ofensa que hemos cometido. Sería una ofensa si es que fuésemos elfos. Ella es mitad elfa y mitad humana, hija de Lunargenta. A mí me desterraron hace más años de los que sé contar. Dejé de ser un elfo el día que me marcaron mi ojo izquierdo con hierro rojo.
Una vez perdemos de vista los árboles de Sandorai, hablamos sobre lo que ha pasado en el bosque. Hacemos recuento de las verdades y las mentiras que se han dicho. Dije que les ayudaría y en ningún momento falté a mi palabra; me enfrenté a los Lombardi. Dije que no se me perdió nada y tanto Merrigan como yo sabemos que mentí. Mi madre debe estar en Sandorai. Ha pasado muchos años, pero debería seguir con vida. Los elfos vivimos muchos años. Ella tendrá una casa, imaginamos, y en ella habrá una habitación con mi nombre. Guardaría mis pertenencias, juguetes infantiles y ropa. Ha pasado muchos años, pero ella me recordaría.
—¿La recuerdas? — me pregunta Merrigan.
Bajo la cabeza lentamente sin dejar de caminar.
—Yo también recuerdo a mi madre — Merrigan ha recuperado la alegría que la enfermedad de Peste le arrebató —; lo hago todos los días de mi vida. Cuando me levanto de la siesta y me cepillo el pelo. Mi melena es roja, como la suya cuando tenía mi edad. Mis perfumes eran los suyos. Puedo sentirla a mi lado cada vez que respiro las fragancias — me quedo callado porque no sé qué decir. Merrigan continúa hablando —. Por eso me dolió tanto la maldición de Peste. No solo me había robado mi belleza, algo que era mío y usaba con frecuencia para sacar beneficio — chasquea dos dedos sin producir sonido, eso significa dinero —, sino también porque me quitaron algo que era de mamá. Tengo tus ojos violetas y tu piel blanca; pero los perfumes y el cabello son de mamá. Peste me quitó todo eso. A ti tenía a mi lado. Sin ti…
—… nada.
—Sí, eso es. No tendría nada — sigue con un tono más triste —. Entiendo que estés enfado con los elfos de Sandorai.
Va a decir algo más, pero la hago callar levantando la mano. No quiero hablar sobre lo que me he dejado en Sandorai. Ese no es mi lugar. Un perdón y unas palabras de simpatía no me harán que me arrodille en las raíces de Árbol Madre.
—Algún día — prometo a disgusto —. Algún día iré. Hoy no.
—Lo siento Sarez, no quería resultar molesta — Merrigan se disculpa porque ha notado el malestar en mi voz.
[/color]—Sarez — repito mi nombre —. Mi madre se llama Sereah. A mí me llaman Sarez. Es hijo de Sereah en élfico. No era mi nombre, pero se convirtió en él.
El nombre de Sarez es para mí lo que el cabello rojizo y los perfumes son para Merrigan: un último abrazo.
Llegamos a Vulwulfar. Nos extraña no habernos encontrado con ningún brujo durante el camino. Si los planes de los Lombardi son ciertos, deberían estar confeccionando un plan de ataque en los lindes de Migdar. Tampoco nos encontramos con ningún elfo, y esto nos resulta más preocupante porque no sabemos si es que están trabajando en sus defensas en el bosque o es que no quieren que nosotros les veamos.
Poseemos un arma que llama la atención: la espada de Ivor. La Dama de la empuñadura ha abierto los ojos. Escucha lo que decimos y habla cuando se le pide consejo. Varios humanos nos han preguntado por el metal de la espada. Los brujos y elfos nos preguntarían por el éter. Saben la respuesta: no está en venta.
Decidimos pasar la noche en Vulwulfar. Recuperamos nuestras pertenencias del almacén. Comprobamos que esté todo. Faltan tres flechas encantadas, le digo al dueño.
—Está puerta no se ha abierto desde el día que os fuiste, mi señor.
—Tres flechas.
Me abalanzo hacia el humano. Desenvaino un cuchillo y descanso el filo sobre el cuello del humano. Aprieto suavemente. Le hago una herida que bien podría habérsela hecho afeitándose.
—Tres flechas.
—Sí, sí…. En el segundo cajón del recibidor.
Merrigan abre el primer y tercer cajón del recibidor. En el primero están mis tres flechas encantadas y en el tercero una bolsa de aeros. Merrigan toma las flechas y la bolsa de aeros.
—¿Qué había en el segundo cajón? — pregunto al hombre.
—Una… una trampa…. Runa arcana. Por favor, no me mate.
Empujo al hombre contra la pared. No lo mataré pese a que él sí intento matarnos.
Alquilamos una habitación de dos camas, una para nosotros y la tercera para el arpa. Es de noche. Estoy cansando y enfadado. Cuanto más me alejo de Sandorai más resuena en mi cabeza la promesa que le he hecho a Merrigan: algún día. Cuando esté preparado. El humano de los almacenes ha probado de mi primera mano mi enfado. Siento haberme desquitado con él.
Me tumbo en la cama y Merrigan se coloca a mi lado. Se ha quitado la túnica y la parte superior de su ropa interior. Me abraza. Me besa la espalda. Quiere que hagamos el amor.
—Hoy no — descubro mi rostro mojado de lágrimas.
—¿Es por lo que pasó en Sandorai? — me vuelve a besar —. No pasa nada, descansa. ¿Vale?
—Creía que había olvidado ser un elfo. Pero…
—… pero tus orejas son más puntiagudas que las mías.
—Sí
Última edición por Sarez el Miér Oct 23 2019, 15:09, editado 1 vez
Sarez
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Re: Ser un elfo [Privado con Eilydh] [Cerrado]
Aquella vez había escapado por muy poco. De hecho, menos de lo que la elfa hubiese podido pensar o siquiera querer imaginar.
Estaba claro que los mercenarios que su padre mandaba habían pasado a ser elfos especializados. Lejos habían quedado los voluntarios y conocidos de las primeras semanas. Los corpulentos hombres de negocios que alguna que otra vez habían cenado con la chica y sus antiguos amantes, todos malditos por la misma maldición que ahora era la que la hacía andar sin rumbo aparente.
Técnicamente era su culpa. Las estúpidas creencias infiltradas en su mente desde niña se habían hecho algo poderosas después de estar en el exilio y cosas que quizás ella había valorado poco cuando vivía en sandorai ahora parecían trepar por su mente como una araña silenciosa, trayendo recuerdos mas o menos dolorosos. Haciendo que la sensación de soledad que tan liberadora había sido tiempo atrás ahora fuese una molestia intermitente.
Aquello justo fue lo que la llevó a Vulwufar, y por lo tanto la había expuesto a más peligros de los que la elfa hubiese estado dispuesta a hacer frente. Todo porque sabía que se aproximaba la festividad del árbol madre, y recordaba la ilusión de una Eilydh niña al ver a los guerreros elfos arrodillándose ante aquel inmenso árbol años atrás. Recitando oraciones en la lengua elfa de cuna alta, pidiendo protección en la batalla, suerte en el camino y lealtad en la comunidad. Por supuesto se había olvidado de la ansiedad al ser llevada a rastras con las mujeres mientras sus hermanos contemplaban el torneo del Cenit, y como le había rogado año tras año a su padre que la dejase al menos ver como los guerreros armaban los caballos, con la consiguiente mueca de desprecio de su madre y todas y cada una de las mujeres que la oían.
La idea de asomarse a escondida a su propia cultura desde un punto de vista libre le había nublado la vista pues, y había sido torpe en la tarea de esconderse. Quizás el aroma y familiaridad de los bosques de Sandorai habían hecho que la chica bajase su guardia. O el arrullo de los arroyos cercanos, o las canciones que se sabía de memoria pero que hacía bastantes meses que no había vuelto a cantar. Todo demasiado bonito para ser cierto.
O para ser seguro.
El primero de los elfos que le siguió la pista no fue muy dificil de perder. Y seguramente hubiese sido buena idea simplemente marcharse una vez el fornido hombre decidió que la consagración del árbol era, al fin y al cabo, más importante que cualquier trabajo por el que le hubiesen pagado.
Pero Eilydh vio las monturas, y a los guerreros marchar al atardecer camino de la esplanada de la luna, y vio las trenzas de las mujeres simbolizando el otoño y la caida de las hojas secas, y por un momento, pensó que quizás fuese ella la que estaba equivocada. Que era simplemente su destino callar cuando se lo ordenase un hombre, y simplemente rodearse de la sociedad que vaciaría primero su útero y después sus pensamientos.
Loirydien era un viejo conocido de la elfa. Tanto que se sorprendió al encontrarlo entre los árboles, espiando el camino de regreso justo para prender una emboscada solitaria a la chica. A Eilydh le entristeció pensar que su padre optase ahora por jugar con sus emociones. Una cosa era que tu padre prefiriese ver su cabeza en una estaca si no se arrodillaba a su voluntad. Otra muy distinta es que hubiese elegido a aquel chico precisamente para el trabajo.
-Ahora entiendo el porqué de tus músculos- dijo Eilydh, haciendo ver al elfo que ella sabía ya que estaba allí. Loirydien era en contraposición al resto de los elfos fornido y musculoso y llevaba el pelo en una coleta alta que enmarcaba el ceño serio. Ambos tenían la misma edad. Habían crecido juntos. Compartían el apellido poco importante para los elfos, materno, y se había criado con la chica como uno de sus hermanos. - Jamás pensé que ibas a hacerte mercenario a sueldo- dijo la chica, sin acercarse a el mientras el elfo acortaba la distancia.
-Yo jamás pensé que alguien pusiese precio a tu cabeza. Mas que nada porque nunca pensé que el vacío tuviese mucho valor .- Contestó el elfo, en un intento nulo de sacarle una sonrisa a la elfa.
-Ese precisamente es el problema. Mi cabeza siempre fue algo más que un adorno a mis trenzas. Y justo tú deberías saber que hubiese preferido donarla a que se convirtiese en un trofeo o una moneda de cambio- Eilydh no iba a darle opción a que tirase de los recuerdos para hacer que su corazón se emblandeciese. Bastante duro era ya ver a quién ella misma había considerado un hermano blandiendo una espada que tenía su sangre como objetivo.
-Lo que tú creas o pienses no importa. Crees que yo quería hacer este trabajo? Crees que me apetece mancharme las manos justo con tu sangre? - dijo el chico, y Eilydh visualizó un atisbo, no supo muy bien si fingido o no, de lucha interna en su mirada que desapareció tan pronto como desenvainó su espada- Pero yo solo soy una ínfima parte de este puzzle enorme. No soy lo suficientemente importante como para hacer que se caiga pero mi rebelión causaría debilidad en la totalidad de la comunidad, Eilydh.. como la tuya lo hizo. Sabes a lo que ha tenido que enfrentarse tu padre? El consejo ha estado investigándolo. Tus hermanos han tenido que bajar su escalafón y aceptar como esposas a hijas de padres que no están en el consejo. Has manchado tu apellido y puesto en duda el mío propio. Has abierto la veda a que nuestra comunidad se debilite... y eso, hermana mía, va más allá de lo que esa cabeza tuya, o la mía propia quiera o no-
Por un momento Eilydh quiso llorar. Quiso maldecir a su padre por traer a Loirydien a matarla. Quiso gritar al árbol madre que si su sangre era el precio a pagar por su libertad, quizás siempre hubiese sido el precio justo y adecuado para ella. Pero en su lugar llevó su mano a su muslo derecho y mostró su daga, casi ridícula ante la espada de su familiar.
- Vuelve a casa- volvió a hablar el elfo en un último intento de convencerla.- Tu prometido esta dispuesto a perdonarte. Tu padre incluso estaría dispuesto, al fin y al cabo esta huída es tan solo una pelea de adolescente... Sabes cual es tu papel en todo esto, Eilydh y sabes que es lo mejor para todos.- dijo acercándole una mano, como esperando que la repentina mudez de la chica fuese una señal de duda y que fuese a agarrar su mano e irse con el.
-Menos para mi.- añadió Eilydh.
Teóricamente, la elfa no estaba orgullosa de lo que pasó a continuación. Y seguramente si tuviese que contar la historia en algún otro momento mentiría y pondría su huida como algo heróico en una pelea a muerte con Loirydien. Pero la verdad era siempre tan solo un atisbo de lo que refleja la historia, y la verdad en este caso era que aprovechó la baja de guardia de su familiar para batir su daga a la mano extendida del chico, cortándola con un movimiento certero. O al menos eso sintió al perforar su carne y chocar contra el hueso.
La verdad era que la tierra era el elemento que le dio ventaja y no había nada de herióico en lanzarla a los ojos del chico y evitar así que viese hacia donde escapaba la elfa.
La verdad esque corrió. Lejos. Rápido. Empapada en las lágrimas primero de rábia, luego de pena y finalmente de desolación mientras se alejaba de todo lo que le había parecido por un momento su hogar. La verdad era que aquella retirada, aquel instinto de huida la había salvado de tener que lidiar con el dolor de batirse en duelo con no solo su familia, pero también su pasado.
Sabía que fuese cual fuese el resultado ella siempre perdía.
Llegó a aquella posada magullada, Sucia del polvo del camino, cansada y dolorida, pero lo que menos la ayudó es que llegó sola, a horas poco convencionales y pidiendo cobijo como si pidiese que le salvasen la vida.En cualquier otro momento quizás hubiese usado su atractivo para ganarse al posadero, o su lengua de serpiente para coquetear hasta que la habitación fuese gratis. En aquel momento tan solo quería un lugar donde acurrucarse en la oscuridad de sus pensamientos. Dio las gracias a que el dueño de aquel garito vio la necesidad en los ojos de la elfa antes que las curvas que marcaban que era una mujer sola y la dejó hospedarse " tan solo dos noches"
A la mañana siguiente mintió a todos sobre su motivo de visita, su procedencia y por supuesto su nombre. Uno de los brujos que también se hospedaba en la posada le dio charla durante el desayuno, inundándolo en piropos sobre sus ojos. Comparándolos al agua en calma de los estanques de Sandorai.
Eilydh se preguntó a qué los hubiese comparado si los hubiese visto la noche anterior, más atormentados que pasivos y compuso su gesto de halago numero 4: Ese que invitaba a seguir hablando mientras tintaba sus mejillas sutilmente de un color rojizo.
Ese era el último desayuno que jamás pasaría en aquel lugar de borrachuzos magos.
Estaba claro que los mercenarios que su padre mandaba habían pasado a ser elfos especializados. Lejos habían quedado los voluntarios y conocidos de las primeras semanas. Los corpulentos hombres de negocios que alguna que otra vez habían cenado con la chica y sus antiguos amantes, todos malditos por la misma maldición que ahora era la que la hacía andar sin rumbo aparente.
Técnicamente era su culpa. Las estúpidas creencias infiltradas en su mente desde niña se habían hecho algo poderosas después de estar en el exilio y cosas que quizás ella había valorado poco cuando vivía en sandorai ahora parecían trepar por su mente como una araña silenciosa, trayendo recuerdos mas o menos dolorosos. Haciendo que la sensación de soledad que tan liberadora había sido tiempo atrás ahora fuese una molestia intermitente.
Aquello justo fue lo que la llevó a Vulwufar, y por lo tanto la había expuesto a más peligros de los que la elfa hubiese estado dispuesta a hacer frente. Todo porque sabía que se aproximaba la festividad del árbol madre, y recordaba la ilusión de una Eilydh niña al ver a los guerreros elfos arrodillándose ante aquel inmenso árbol años atrás. Recitando oraciones en la lengua elfa de cuna alta, pidiendo protección en la batalla, suerte en el camino y lealtad en la comunidad. Por supuesto se había olvidado de la ansiedad al ser llevada a rastras con las mujeres mientras sus hermanos contemplaban el torneo del Cenit, y como le había rogado año tras año a su padre que la dejase al menos ver como los guerreros armaban los caballos, con la consiguiente mueca de desprecio de su madre y todas y cada una de las mujeres que la oían.
La idea de asomarse a escondida a su propia cultura desde un punto de vista libre le había nublado la vista pues, y había sido torpe en la tarea de esconderse. Quizás el aroma y familiaridad de los bosques de Sandorai habían hecho que la chica bajase su guardia. O el arrullo de los arroyos cercanos, o las canciones que se sabía de memoria pero que hacía bastantes meses que no había vuelto a cantar. Todo demasiado bonito para ser cierto.
O para ser seguro.
El primero de los elfos que le siguió la pista no fue muy dificil de perder. Y seguramente hubiese sido buena idea simplemente marcharse una vez el fornido hombre decidió que la consagración del árbol era, al fin y al cabo, más importante que cualquier trabajo por el que le hubiesen pagado.
Pero Eilydh vio las monturas, y a los guerreros marchar al atardecer camino de la esplanada de la luna, y vio las trenzas de las mujeres simbolizando el otoño y la caida de las hojas secas, y por un momento, pensó que quizás fuese ella la que estaba equivocada. Que era simplemente su destino callar cuando se lo ordenase un hombre, y simplemente rodearse de la sociedad que vaciaría primero su útero y después sus pensamientos.
Loirydien era un viejo conocido de la elfa. Tanto que se sorprendió al encontrarlo entre los árboles, espiando el camino de regreso justo para prender una emboscada solitaria a la chica. A Eilydh le entristeció pensar que su padre optase ahora por jugar con sus emociones. Una cosa era que tu padre prefiriese ver su cabeza en una estaca si no se arrodillaba a su voluntad. Otra muy distinta es que hubiese elegido a aquel chico precisamente para el trabajo.
-Ahora entiendo el porqué de tus músculos- dijo Eilydh, haciendo ver al elfo que ella sabía ya que estaba allí. Loirydien era en contraposición al resto de los elfos fornido y musculoso y llevaba el pelo en una coleta alta que enmarcaba el ceño serio. Ambos tenían la misma edad. Habían crecido juntos. Compartían el apellido poco importante para los elfos, materno, y se había criado con la chica como uno de sus hermanos. - Jamás pensé que ibas a hacerte mercenario a sueldo- dijo la chica, sin acercarse a el mientras el elfo acortaba la distancia.
-Yo jamás pensé que alguien pusiese precio a tu cabeza. Mas que nada porque nunca pensé que el vacío tuviese mucho valor .- Contestó el elfo, en un intento nulo de sacarle una sonrisa a la elfa.
-Ese precisamente es el problema. Mi cabeza siempre fue algo más que un adorno a mis trenzas. Y justo tú deberías saber que hubiese preferido donarla a que se convirtiese en un trofeo o una moneda de cambio- Eilydh no iba a darle opción a que tirase de los recuerdos para hacer que su corazón se emblandeciese. Bastante duro era ya ver a quién ella misma había considerado un hermano blandiendo una espada que tenía su sangre como objetivo.
-Lo que tú creas o pienses no importa. Crees que yo quería hacer este trabajo? Crees que me apetece mancharme las manos justo con tu sangre? - dijo el chico, y Eilydh visualizó un atisbo, no supo muy bien si fingido o no, de lucha interna en su mirada que desapareció tan pronto como desenvainó su espada- Pero yo solo soy una ínfima parte de este puzzle enorme. No soy lo suficientemente importante como para hacer que se caiga pero mi rebelión causaría debilidad en la totalidad de la comunidad, Eilydh.. como la tuya lo hizo. Sabes a lo que ha tenido que enfrentarse tu padre? El consejo ha estado investigándolo. Tus hermanos han tenido que bajar su escalafón y aceptar como esposas a hijas de padres que no están en el consejo. Has manchado tu apellido y puesto en duda el mío propio. Has abierto la veda a que nuestra comunidad se debilite... y eso, hermana mía, va más allá de lo que esa cabeza tuya, o la mía propia quiera o no-
Por un momento Eilydh quiso llorar. Quiso maldecir a su padre por traer a Loirydien a matarla. Quiso gritar al árbol madre que si su sangre era el precio a pagar por su libertad, quizás siempre hubiese sido el precio justo y adecuado para ella. Pero en su lugar llevó su mano a su muslo derecho y mostró su daga, casi ridícula ante la espada de su familiar.
- Vuelve a casa- volvió a hablar el elfo en un último intento de convencerla.- Tu prometido esta dispuesto a perdonarte. Tu padre incluso estaría dispuesto, al fin y al cabo esta huída es tan solo una pelea de adolescente... Sabes cual es tu papel en todo esto, Eilydh y sabes que es lo mejor para todos.- dijo acercándole una mano, como esperando que la repentina mudez de la chica fuese una señal de duda y que fuese a agarrar su mano e irse con el.
-Menos para mi.- añadió Eilydh.
Teóricamente, la elfa no estaba orgullosa de lo que pasó a continuación. Y seguramente si tuviese que contar la historia en algún otro momento mentiría y pondría su huida como algo heróico en una pelea a muerte con Loirydien. Pero la verdad era siempre tan solo un atisbo de lo que refleja la historia, y la verdad en este caso era que aprovechó la baja de guardia de su familiar para batir su daga a la mano extendida del chico, cortándola con un movimiento certero. O al menos eso sintió al perforar su carne y chocar contra el hueso.
La verdad era que la tierra era el elemento que le dio ventaja y no había nada de herióico en lanzarla a los ojos del chico y evitar así que viese hacia donde escapaba la elfa.
La verdad esque corrió. Lejos. Rápido. Empapada en las lágrimas primero de rábia, luego de pena y finalmente de desolación mientras se alejaba de todo lo que le había parecido por un momento su hogar. La verdad era que aquella retirada, aquel instinto de huida la había salvado de tener que lidiar con el dolor de batirse en duelo con no solo su familia, pero también su pasado.
Sabía que fuese cual fuese el resultado ella siempre perdía.
Llegó a aquella posada magullada, Sucia del polvo del camino, cansada y dolorida, pero lo que menos la ayudó es que llegó sola, a horas poco convencionales y pidiendo cobijo como si pidiese que le salvasen la vida.En cualquier otro momento quizás hubiese usado su atractivo para ganarse al posadero, o su lengua de serpiente para coquetear hasta que la habitación fuese gratis. En aquel momento tan solo quería un lugar donde acurrucarse en la oscuridad de sus pensamientos. Dio las gracias a que el dueño de aquel garito vio la necesidad en los ojos de la elfa antes que las curvas que marcaban que era una mujer sola y la dejó hospedarse " tan solo dos noches"
A la mañana siguiente mintió a todos sobre su motivo de visita, su procedencia y por supuesto su nombre. Uno de los brujos que también se hospedaba en la posada le dio charla durante el desayuno, inundándolo en piropos sobre sus ojos. Comparándolos al agua en calma de los estanques de Sandorai.
Eilydh se preguntó a qué los hubiese comparado si los hubiese visto la noche anterior, más atormentados que pasivos y compuso su gesto de halago numero 4: Ese que invitaba a seguir hablando mientras tintaba sus mejillas sutilmente de un color rojizo.
Ese era el último desayuno que jamás pasaría en aquel lugar de borrachuzos magos.
Eilydh
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Re: Ser un elfo [Privado con Eilydh] [Cerrado]
Estamos sentados en la mesa común, apartados del resto de comensales. Merrigan levanta la cabeza de su plato intermitentemente. Mira a su alrededor como lo haría un perro vigilando que nadie le moleste mientras come. Cada vez que la mujer encargada del hostal sale de la puerta corrediza de la cocina, Merrigan sufre un sobresalto y levanta la cabeza. Al rato, vuelve a agacharla. Da pequeñas cucharadas al guiso de carne, las examina con mimo ante de metérselas en la boca. No ha probado el vaso de leche ni los huevos. Puedo hacerme una idea sobre qué le ocurre: cree que la comida puede estar envenenada.
—Se ha ido — me refiero al doctor Peste.
Merrigan me entiende, me responde arrugando los labios como si intentase sonreír. Enferma, no probaba bocado. Tenía que obligar le a comer al menos dos hogazas de pan al día y tres trozos de fruta fresca. Le hacía ver que la comida era sana dando un pequeño mordisco. No siempre lo conseguía. En los peores días, Merrigan se cruzaba de brazos y bajaba la cabeza. Parecía un espectro condenado a perseguirme. Yo sufría tanto como ella. Los fantasmas atormentan a sus víctimas. Me miraba con ojos apagados, sin vida, como si estuviera pidiéndome que terminase con todo. Ella no podía más y, en ocasiones, yo tampoco.
—Lo conseguimos, se ha marchado para siempre — agrego a la vez que pongo una mano encima de su hombro. — Comeré la mitad.
—Creo que podré terminarlo sola. Es solo que… los guisantes. Son del mismo color que… — Merrigan hace acopio de devolver, pero logra controlar el impulso. Fue educada como una dama de Verisar. No se le permite hacer ni decir asquerosidades en la mesa. — … del mismo color que yo era — dice finalmente con una mano en la boca como si estuviera tapando la frase para que nadie más pudiera escucharla.
—Yo me los comeré.
—Déjalo, Sarez — le molesta que le haya intentado ayudar —. Podré terminar mi plato —hace énfasis en el “mi” —, solo necesito… tiempo.
Cumple la promesa. Come todo el guiso, a excepción de los guisantes, y acaba con tres tragos largos el vaso de leche. Ha dejado la mitad de la hogaza de pan y uno de los dos huevos fritos que nos han servido.
—Voy a ir a la cama, no me encuentro bien — dice a la vez que se levanta de la silla —. Estoy bien. No es por eso que es del mismo color que los guisantes. No, no me sigas. Da una vuelta por la ciudad, te alcanzaré después — se acerca tímidamente y me susurra a la oreja —. Tengo uno de esos días que llamamos días de chicas. Me duele el vientre. ¿Lo comprendes? — me besa la mejilla —. Sí, claro que lo comprendes. Te lo expliqué hace mucho. ¿Recuerdas?
Afirmo con la cabeza. No comprendo los días chica, pero recuerdo que ella intento explicármelos.
—Estaré bien, de verdad. Si veo que necesito medicinas y trapos húmedos, se lo pediré a la hostelera. No te preocupes por mí — insiste porque todavía no me he apartado de su camino. Pone una mano sobre mi cintura y me aparta suavemente a un lado.
Subo las escaleras lentamente hasta que Sarez me pierde de vista. Noto cómo me mira desde abajo, me vigila como si todavía estuviera enferma. Tendrá que acostumbrarse a verme sana, yo también me tengo que acostumbrar. Hay demasiadas cosas que me recuerdan a la maldición, especialmente la comida de color verde; no puedo con ella y mira que lo he intentado. Con los olores tengo otro problema. No puedo pasar por al lado de una granja sin taparme la nariz y me costará mucho aspirar el perfume de una flor de campo sin que ésta me recuerde al olor a mugre que emanaba mi piel putrefacta. Lo peor, tengo la impresión, está por llegar. Si algo me hacía retorcer en las sábanas mientras estaba enferma era el sentimiento de estar pérdida, de no saber qué hacer ni cómo debía comportarme. Me movía por instinto, y cuando éste falla, cosa que ocurría con frecuencia, dependía enteramente de Sarez. Ahora tampoco voy a saber cómo comportarme ni qué hacer en determinadas ocasiones, dudo mucho que Sarez pueda ayudarme esta vez. Es bueno utilizando el instinto salvaje, pero nefasto para los niños.
Subo apresuradamente los últimos escalones. Sarez no puede verme desde la cocina. Voy hasta al baño y me arrodillo frente a uno de los dos cubos vacíos, lo cojo con las dos manos y devuelvo hasta la última pieza del desayuno. La leche tiene un sabor amargo la segunda vez que pasa por la garganta. Me quedo de rodillas, con las manos sucias sobre el aro del cubo. Las primeras nauseas.
Odio tener que haber mentido a Sarez. No era el color verde de los guisantes lo que me hacía sentir mal ni, por supuesto, había entrado en los días de chicas. Desde que salimos de Sandorai, no he vuelto a tener uno de esos días. Hace cinco semanas de aquello. Hace cuatro, Sarez y yo celebramos que me había limpiado de todas las maldiciones de la mejor forma que supimos: con una manta en el suelo y sin nada de ropa puesta.
Felicidades papá, vas a ser padre por segunda vez. Dije para mis adentros. Todavía no estoy preparada para decírselo abiertamente. Él tampoco lo estará.
Me quedo de pie, detrás de la silla en la que estaba desayunando, mirando cómo Merrigan sube las escaleras y asegurándome que esté bien. Tenía mala cara cuando se ha ido, peor que en los días de chicas pasados. Doy golpes de desespero con las yemas de los dedos de la mano derecha sobre la tabla de la mesa común. Varios comensales me dirigen una mirada airada, les molesta que haga ruido. Es ruido de preocupación, me gustaría decirles, y los modales de Verisar permiten hacer ruidos de preocupación.
—Se ha ido — me refiero al doctor Peste.
Merrigan me entiende, me responde arrugando los labios como si intentase sonreír. Enferma, no probaba bocado. Tenía que obligar le a comer al menos dos hogazas de pan al día y tres trozos de fruta fresca. Le hacía ver que la comida era sana dando un pequeño mordisco. No siempre lo conseguía. En los peores días, Merrigan se cruzaba de brazos y bajaba la cabeza. Parecía un espectro condenado a perseguirme. Yo sufría tanto como ella. Los fantasmas atormentan a sus víctimas. Me miraba con ojos apagados, sin vida, como si estuviera pidiéndome que terminase con todo. Ella no podía más y, en ocasiones, yo tampoco.
—Lo conseguimos, se ha marchado para siempre — agrego a la vez que pongo una mano encima de su hombro. — Comeré la mitad.
—Creo que podré terminarlo sola. Es solo que… los guisantes. Son del mismo color que… — Merrigan hace acopio de devolver, pero logra controlar el impulso. Fue educada como una dama de Verisar. No se le permite hacer ni decir asquerosidades en la mesa. — … del mismo color que yo era — dice finalmente con una mano en la boca como si estuviera tapando la frase para que nadie más pudiera escucharla.
—Yo me los comeré.
—Déjalo, Sarez — le molesta que le haya intentado ayudar —. Podré terminar mi plato —hace énfasis en el “mi” —, solo necesito… tiempo.
Cumple la promesa. Come todo el guiso, a excepción de los guisantes, y acaba con tres tragos largos el vaso de leche. Ha dejado la mitad de la hogaza de pan y uno de los dos huevos fritos que nos han servido.
—Voy a ir a la cama, no me encuentro bien — dice a la vez que se levanta de la silla —. Estoy bien. No es por eso que es del mismo color que los guisantes. No, no me sigas. Da una vuelta por la ciudad, te alcanzaré después — se acerca tímidamente y me susurra a la oreja —. Tengo uno de esos días que llamamos días de chicas. Me duele el vientre. ¿Lo comprendes? — me besa la mejilla —. Sí, claro que lo comprendes. Te lo expliqué hace mucho. ¿Recuerdas?
Afirmo con la cabeza. No comprendo los días chica, pero recuerdo que ella intento explicármelos.
—Estaré bien, de verdad. Si veo que necesito medicinas y trapos húmedos, se lo pediré a la hostelera. No te preocupes por mí — insiste porque todavía no me he apartado de su camino. Pone una mano sobre mi cintura y me aparta suavemente a un lado.
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Subo las escaleras lentamente hasta que Sarez me pierde de vista. Noto cómo me mira desde abajo, me vigila como si todavía estuviera enferma. Tendrá que acostumbrarse a verme sana, yo también me tengo que acostumbrar. Hay demasiadas cosas que me recuerdan a la maldición, especialmente la comida de color verde; no puedo con ella y mira que lo he intentado. Con los olores tengo otro problema. No puedo pasar por al lado de una granja sin taparme la nariz y me costará mucho aspirar el perfume de una flor de campo sin que ésta me recuerde al olor a mugre que emanaba mi piel putrefacta. Lo peor, tengo la impresión, está por llegar. Si algo me hacía retorcer en las sábanas mientras estaba enferma era el sentimiento de estar pérdida, de no saber qué hacer ni cómo debía comportarme. Me movía por instinto, y cuando éste falla, cosa que ocurría con frecuencia, dependía enteramente de Sarez. Ahora tampoco voy a saber cómo comportarme ni qué hacer en determinadas ocasiones, dudo mucho que Sarez pueda ayudarme esta vez. Es bueno utilizando el instinto salvaje, pero nefasto para los niños.
Subo apresuradamente los últimos escalones. Sarez no puede verme desde la cocina. Voy hasta al baño y me arrodillo frente a uno de los dos cubos vacíos, lo cojo con las dos manos y devuelvo hasta la última pieza del desayuno. La leche tiene un sabor amargo la segunda vez que pasa por la garganta. Me quedo de rodillas, con las manos sucias sobre el aro del cubo. Las primeras nauseas.
Odio tener que haber mentido a Sarez. No era el color verde de los guisantes lo que me hacía sentir mal ni, por supuesto, había entrado en los días de chicas. Desde que salimos de Sandorai, no he vuelto a tener uno de esos días. Hace cinco semanas de aquello. Hace cuatro, Sarez y yo celebramos que me había limpiado de todas las maldiciones de la mejor forma que supimos: con una manta en el suelo y sin nada de ropa puesta.
Felicidades papá, vas a ser padre por segunda vez. Dije para mis adentros. Todavía no estoy preparada para decírselo abiertamente. Él tampoco lo estará.
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Me quedo de pie, detrás de la silla en la que estaba desayunando, mirando cómo Merrigan sube las escaleras y asegurándome que esté bien. Tenía mala cara cuando se ha ido, peor que en los días de chicas pasados. Doy golpes de desespero con las yemas de los dedos de la mano derecha sobre la tabla de la mesa común. Varios comensales me dirigen una mirada airada, les molesta que haga ruido. Es ruido de preocupación, me gustaría decirles, y los modales de Verisar permiten hacer ruidos de preocupación.
Sarez
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Re: Ser un elfo [Privado con Eilydh] [Cerrado]
La posada estaba definitivamente más concurrida en la mañana que la noche anterior. Los trabajadores jornaleros de aquella villa parecían demasiado ociosos como para adjudicarse aquel título y la dueña de la posada, Eilydh supuso, esposa del hombre al que había pedido cobijo la noche anterior, entraba y salía de la cocina cada vez tiznada de distintos olores.
Eilydh pensó tomar ventajas de los dos días que le había ofrecido sobre su techo de cobijo. Una decisión que aunque había estdo marcada de incertidumbre de la mano del borracho del desayuno, ahora no le parecía tan mala idea. Necesitaba sumirse en algo de valor para aventurarse de nuevo en el camino y avanzar contra cualquier otro desproposito que se le acercase. La lucha emocional del día anterior la había dejado más cansada que cien mil peleas. Por algún motivo recordó las palabras de su compañero desaparecido, Finn y como le había dicho varias veces que el único adversario al que debía temerle era su propia mente.
En aquel momento no lo entendió mucho. Ahora creyó vislumbrar a lo que quería referirse.
Tenía el mapa de Aerandir abierto sobre la mesa. Al menos, los trazos que ella había robado a cierto pirata y decorado con sus propios descubrimientos en estos meses de exilio. No estaba muy segura de hacia dónde se iba a dirigir, y miraba las lineas y trazos embobada, entrando y saliendo de su propio adormecimiento. Recordando las palabras que había cruzado con su adversario la noche anterior, y como la había hecho sentir.
Escuchó el golpeteo en una mesa cercana a ella y levantó la cabeza para tensar todos y cada uno de los músculos de su contorneada espalda. Frente a ella, un hombre y una mujer habían estado comiendo hasta hacía dos escasos segundos. Eilydh no le había prestado mucha atención pues estaban de espaldas a ellas, pero la chica rozó parte de su vestido al apresurarse a su lado y Eilydh se percató de sus rasgos.
Un elfo siempre reconoce a otro elfo. Por eso mismo, el pasar aunque entristecido de aquella chica no la había importunado. Ella no era elfa. Al menos no completamente.
Había oido tantas veces a la septa Lilieth llamar a los medio elfos: súcubos de la tierra que su voz adormilada y cansada como presa de los años fue lo primero que se le vino en la cabeza. Sus orejas no eran tan puntiagudas, su porte aunque perfecto y simétrico no estaba rodeado del halo de superioridad que envolvía a los elfos. Sus cabellos, aunque trenzados no simbolizaban el lenguaje de nudos común, y los colores de sus ropajes no lucían el tinte autóctono de Sandorai. Aquella chica no había sido consagrada a la luz de la luna por el árbol madre. No que aquello importase mucho a la propia Eilydh en cualquier otro momento, pero en aquel en particular significaba que ella no fue la que hizo que se le cortase la respiración por un momento.
Su acompañante, sin embargo, era arena de otro costal. La cicatriz que enmarcaba las perfectas facciones elfas de sus ojos tan solo reinforzaba la palabra problemas en su mente. Era musculoso, lo suficiente como para sobresaltar de un grupo medio de elfos tipo, y como su pariente ayer, poder haberse adivinado como mercenario a sueldo.
Además la compañía de una media elfa tampoco le ayudaba. Ningún elfo que fuese apreciado por los dioses se dejaría ver en un sitio fuera de Sandorai a no ser que estuviese en viaje de negocios, siempre rodeado de otros de su clase y por supuestísimo nunca sacaban del bosque a los medio elfos. Las vergüenzas, como los elfos más viejos los llamaban, se dejaban bajo las alfombras, bien escondidas en casa.
Por lo tanto aquello tan solo podía ser una tapadera, poco elaborada.
Una suerte que ellos mismos no parecieron darse cuenta que la propia elfa estaba allí. Eilydh volvió a envolverse en la furia que había dejado olvidada anoche y se olvidó los modales en la mesa de la que se levantó, sacándo su daga en una de sus manos aprovechando que aquel elfo estaba solo y por lo tanto con menos ventaja.
Se acercó a la mesa con el gesto serio y la mirada gélida clavada en sus ojos, desafiante. Alzó su puñal por un momento y con todas las fuerzas que pudo encontrar en su dormido corazón lo clavó en la mesa del elfo, a unos palmos de donde reposaban sus manos y su bebida.
-Te voy a dar dos opciones.- dijo la chica, sentándose en la silla que había dejado libre su acompañante e intentando disimular evitando hacer una escena por ahora, que despertase más curiosidad de la necesaria.- Te vas de aquí, le dices a mi jodido padre que nunca me viste, que ya había escapado y te ganas el dinero base que haya prometido por el viaje- señaló hacia las escaleras por donde se había marchado la otra chica- Estoy segura que eso alegrará a tu amiga "cara triste"...- añadió- O... intentas ganar el dinero que te ha prometido por mi cabeza y acabas sin la tuya, nunca fallo dos veces..- dijo, de manera casual, apartándose los cabellos de la cara y recuperando su daga de la mesa, aún clavada a menos de dos centímetros de los dedos del elfo.
Eilydh pensó tomar ventajas de los dos días que le había ofrecido sobre su techo de cobijo. Una decisión que aunque había estdo marcada de incertidumbre de la mano del borracho del desayuno, ahora no le parecía tan mala idea. Necesitaba sumirse en algo de valor para aventurarse de nuevo en el camino y avanzar contra cualquier otro desproposito que se le acercase. La lucha emocional del día anterior la había dejado más cansada que cien mil peleas. Por algún motivo recordó las palabras de su compañero desaparecido, Finn y como le había dicho varias veces que el único adversario al que debía temerle era su propia mente.
En aquel momento no lo entendió mucho. Ahora creyó vislumbrar a lo que quería referirse.
Tenía el mapa de Aerandir abierto sobre la mesa. Al menos, los trazos que ella había robado a cierto pirata y decorado con sus propios descubrimientos en estos meses de exilio. No estaba muy segura de hacia dónde se iba a dirigir, y miraba las lineas y trazos embobada, entrando y saliendo de su propio adormecimiento. Recordando las palabras que había cruzado con su adversario la noche anterior, y como la había hecho sentir.
Escuchó el golpeteo en una mesa cercana a ella y levantó la cabeza para tensar todos y cada uno de los músculos de su contorneada espalda. Frente a ella, un hombre y una mujer habían estado comiendo hasta hacía dos escasos segundos. Eilydh no le había prestado mucha atención pues estaban de espaldas a ellas, pero la chica rozó parte de su vestido al apresurarse a su lado y Eilydh se percató de sus rasgos.
Un elfo siempre reconoce a otro elfo. Por eso mismo, el pasar aunque entristecido de aquella chica no la había importunado. Ella no era elfa. Al menos no completamente.
Había oido tantas veces a la septa Lilieth llamar a los medio elfos: súcubos de la tierra que su voz adormilada y cansada como presa de los años fue lo primero que se le vino en la cabeza. Sus orejas no eran tan puntiagudas, su porte aunque perfecto y simétrico no estaba rodeado del halo de superioridad que envolvía a los elfos. Sus cabellos, aunque trenzados no simbolizaban el lenguaje de nudos común, y los colores de sus ropajes no lucían el tinte autóctono de Sandorai. Aquella chica no había sido consagrada a la luz de la luna por el árbol madre. No que aquello importase mucho a la propia Eilydh en cualquier otro momento, pero en aquel en particular significaba que ella no fue la que hizo que se le cortase la respiración por un momento.
Su acompañante, sin embargo, era arena de otro costal. La cicatriz que enmarcaba las perfectas facciones elfas de sus ojos tan solo reinforzaba la palabra problemas en su mente. Era musculoso, lo suficiente como para sobresaltar de un grupo medio de elfos tipo, y como su pariente ayer, poder haberse adivinado como mercenario a sueldo.
Además la compañía de una media elfa tampoco le ayudaba. Ningún elfo que fuese apreciado por los dioses se dejaría ver en un sitio fuera de Sandorai a no ser que estuviese en viaje de negocios, siempre rodeado de otros de su clase y por supuestísimo nunca sacaban del bosque a los medio elfos. Las vergüenzas, como los elfos más viejos los llamaban, se dejaban bajo las alfombras, bien escondidas en casa.
Por lo tanto aquello tan solo podía ser una tapadera, poco elaborada.
Una suerte que ellos mismos no parecieron darse cuenta que la propia elfa estaba allí. Eilydh volvió a envolverse en la furia que había dejado olvidada anoche y se olvidó los modales en la mesa de la que se levantó, sacándo su daga en una de sus manos aprovechando que aquel elfo estaba solo y por lo tanto con menos ventaja.
Se acercó a la mesa con el gesto serio y la mirada gélida clavada en sus ojos, desafiante. Alzó su puñal por un momento y con todas las fuerzas que pudo encontrar en su dormido corazón lo clavó en la mesa del elfo, a unos palmos de donde reposaban sus manos y su bebida.
-Te voy a dar dos opciones.- dijo la chica, sentándose en la silla que había dejado libre su acompañante e intentando disimular evitando hacer una escena por ahora, que despertase más curiosidad de la necesaria.- Te vas de aquí, le dices a mi jodido padre que nunca me viste, que ya había escapado y te ganas el dinero base que haya prometido por el viaje- señaló hacia las escaleras por donde se había marchado la otra chica- Estoy segura que eso alegrará a tu amiga "cara triste"...- añadió- O... intentas ganar el dinero que te ha prometido por mi cabeza y acabas sin la tuya, nunca fallo dos veces..- dijo, de manera casual, apartándose los cabellos de la cara y recuperando su daga de la mesa, aún clavada a menos de dos centímetros de los dedos del elfo.
Eilydh
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Re: Ser un elfo [Privado con Eilydh] [Cerrado]
Una chica se sienta a mi lado, en la silla donde estaba Merrigan. Es una elfa guerrera. Posee mis mismas orejas acabadas en punta y viste con armaduras similares a las mías. La ignoro. Supongo que tendrá hambre. Arrastro los platos de comida con los restos que Merrigan se ha dejado alejándolos de la elfa guerrero. Después de limpiarse y tomar el té de especies que le aliviará el dolor de los días de chicas, Merrigan podría tener hambre. Los días de chicas son confusos. El apetito se pierde y recupera con la misma facilidad. Prefiero guardar la comida.
La elfa guerrera clava un cuchillo en la tabla de la mesa. Finge que no me está mirando. Habla en voz baja como si estuviera rezando a sus Dioses del bosque. Su voz es similar al de la espada de Ivor: decisivo e impersonal. Creo que me está amenazando, pero no estoy seguro. Conozco el significado las palabras que utiliza. La más compleja es “jodido”. Es una expresión humana, Merrigan me explicó que esa palabra guarda todo lo malo en Aerandir. Se dice que alguien está jodido cuando ha sufrido desgracias. Se dice que alguien es jodido cuando causa desgracias. La elfa guerrera menciona un padre jodido. Yo soy el padre de Merrigan, pero he afrontado las desgracias que sufría y reparado las desgracias que causé. No debe referirse a mí. No conozco a otro padre.
Si no hablo con el padre jodido, dice la chica guerrera, debo cambiar su cabeza por la mía. La observo atónito. Sus hombros son pequeños y livianos, no aguantarían el peso de mi cabeza. ¿Por qué la quiere? ¿Y por qué iba a querer yo el peso de su cabeza? Sus oraciones me resultan confusas. Entiendo el tono de voz, afilado e impersonal. Es una amenaza. La elfa guerrera me ha amenazado. Mi amiga de cara triste debe de ser Merrigan. La elfa quiere enfrentarse contra mí. Está segura de ganar, dice tener buena puntería. Quiere que esté jodido. La elfa guerrera es una jodida.
—Mi cabeza en mis hombros y tu cabeza en los tuyos — le contesto secamente.
Doy un paso a un lado. Me llevo los platos del desayuno conmigo.
Presto atención a los movimientos de la elfa guerrera. La confianza en sus habilidades en su debilidad. Me ha amenazado mientras estaba sentada y yo de pie. Tengo más capacidad de movimiento. Puedo saltar a un lado o al otro. Golpearla con los puños o con los pies. Tengo todas mis armas al alcance: arco, espada, cuchillos y hacha. Ella tiene que separar la espalda del respaldo de la silla para alcanzar su arco. Perderá tiempo. Tendrá buena puntería, pero una palabra mal dicha y le dejaré sin tiempo de respuesta.
Es joven, concluyo, y sabe que lo es. Quizá tenga la edad de Merrigan. Piensa que podrá vivir una larga vida. Es joven y cree que todos los jóvenes llegan a ser ancianos. Trata al tiempo como si fuera un amigo de confianza. Se equivoca. Destapo los botones de mi chaleco mostrando la gran variedad de armas que escondo en el arnés. Embrujo el filo de las armas con un tenue resplandor azulado. Aseguro que los otros comensales no puedan verme, solo la chica guerrera.
—Ella… — no digo el nombre de Merrigan, no es necesario —. No vas a nombrarla otra vez. Vas a irte, lejos de nosotros. Coge tu cuchillo y vete.
Hechizo el cuchillo que la elfa guerrera clavó en la mesa, brilla como mis armas. Ahora, su filo es más afilado. Quema la madera de la mesa. Resbala lentamente por el orificio que ha creado hasta caer de lado a los pies de la chica, sin intención de herirla.
—Vete con el jodido padre.
La elfa guerrera clava un cuchillo en la tabla de la mesa. Finge que no me está mirando. Habla en voz baja como si estuviera rezando a sus Dioses del bosque. Su voz es similar al de la espada de Ivor: decisivo e impersonal. Creo que me está amenazando, pero no estoy seguro. Conozco el significado las palabras que utiliza. La más compleja es “jodido”. Es una expresión humana, Merrigan me explicó que esa palabra guarda todo lo malo en Aerandir. Se dice que alguien está jodido cuando ha sufrido desgracias. Se dice que alguien es jodido cuando causa desgracias. La elfa guerrera menciona un padre jodido. Yo soy el padre de Merrigan, pero he afrontado las desgracias que sufría y reparado las desgracias que causé. No debe referirse a mí. No conozco a otro padre.
Si no hablo con el padre jodido, dice la chica guerrera, debo cambiar su cabeza por la mía. La observo atónito. Sus hombros son pequeños y livianos, no aguantarían el peso de mi cabeza. ¿Por qué la quiere? ¿Y por qué iba a querer yo el peso de su cabeza? Sus oraciones me resultan confusas. Entiendo el tono de voz, afilado e impersonal. Es una amenaza. La elfa guerrera me ha amenazado. Mi amiga de cara triste debe de ser Merrigan. La elfa quiere enfrentarse contra mí. Está segura de ganar, dice tener buena puntería. Quiere que esté jodido. La elfa guerrera es una jodida.
—Mi cabeza en mis hombros y tu cabeza en los tuyos — le contesto secamente.
Doy un paso a un lado. Me llevo los platos del desayuno conmigo.
Presto atención a los movimientos de la elfa guerrera. La confianza en sus habilidades en su debilidad. Me ha amenazado mientras estaba sentada y yo de pie. Tengo más capacidad de movimiento. Puedo saltar a un lado o al otro. Golpearla con los puños o con los pies. Tengo todas mis armas al alcance: arco, espada, cuchillos y hacha. Ella tiene que separar la espalda del respaldo de la silla para alcanzar su arco. Perderá tiempo. Tendrá buena puntería, pero una palabra mal dicha y le dejaré sin tiempo de respuesta.
Es joven, concluyo, y sabe que lo es. Quizá tenga la edad de Merrigan. Piensa que podrá vivir una larga vida. Es joven y cree que todos los jóvenes llegan a ser ancianos. Trata al tiempo como si fuera un amigo de confianza. Se equivoca. Destapo los botones de mi chaleco mostrando la gran variedad de armas que escondo en el arnés. Embrujo el filo de las armas con un tenue resplandor azulado. Aseguro que los otros comensales no puedan verme, solo la chica guerrera.
—Ella… — no digo el nombre de Merrigan, no es necesario —. No vas a nombrarla otra vez. Vas a irte, lejos de nosotros. Coge tu cuchillo y vete.
Hechizo el cuchillo que la elfa guerrera clavó en la mesa, brilla como mis armas. Ahora, su filo es más afilado. Quema la madera de la mesa. Resbala lentamente por el orificio que ha creado hasta caer de lado a los pies de la chica, sin intención de herirla.
—Vete con el jodido padre.
Sarez
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Re: Ser un elfo [Privado con Eilydh] [Cerrado]
Las manos de la elfa se ciernen sobre la daga en la mesa. Puede notar el latido de su corazón sobre su frente. La rabia insuflando sangre a su cerebro. La misma rabia nublándole la vista. El elfo frente a ella quiere jugar a las palabras, y Eilydh no ve la diversión asociada a aquello. Tan solo hace que su gesto se frunza mucho más entre sus cejas, inundándose del deseo de saber qué quería decir con aquello.
Miró por primera vez directamente al elfo frente a ella, con ojos muy abiertos, repasando cada resquicio de sus ropas, su cara, sus cicatrices... como si hubiese pasado por alto algo. Como si todo aquella broma intentase conseguir justo aquello que la elfa no quería: bajar su guardia.
Como respuesta a su perforación visual, el chico se abrió un poco la camisa, enseñando las armas que guardaba en su pecho. Aquello fue la gota que colmó el vaso.
Eilydh se levantó de la silla, intentando ponerse a su nivel. Menuda, con la nariz respingona elevada en un gesto entre enfado e incredulidad, como si hubiese herido su ego de la manera peor que jamás alguien lo hubiese hecho. E inundada por la rabia como estaba y olvidando que estaba en un lugar público, ella también rompió su vestido exponiendo su pecho, sin llegar a enseñar sus órganos femeninos, pero definitivamente exponiendo mucho más de lo que alguien había visto en mucho, mucho tiempo.
Sin embargo no era eso en lo que ella quería que se fijase el chico, ni mucho menos.
Eran las cientos de cicatrices que a lo largo de estos 5 meses en el exilio se habían ido acumulando en su pecho y que la habían hecho vulnerable de una manera u otra.por un tiempo más o menos largo. Eran heridas que mostraban varias cosas pero principalmente que no había arma alguna en el pecho del elfo que la asustase pero sobre todo que estaba dispuesta a aceptar heridas de todas ellas si eso significaba mantener su libertad…
Las palabras del elfo le cayeron como un jarro de agua fría. A quién no iba a nombrar? De quién hablaba ese loco? Aquella duda no le duró mucho pues la furia de ver cómo el elfo movía los platos de comida de un lado para otro como si l hiciese caso omiso a la ferocidad de sus palabras la inundó de un sentimiento que la chica no había reconocido hasta ahora.
La estaba ignorando? Estaba ignorando una amenaza abierta? Podría ser que la creyese poco capaz de cortarle las puntiagudas orejas y perfilarlas hasta que quedasen como las de la chica a la que acompañaba? Es que quizás no la encontraba rival suficiente?
Para entonces algunos de los comensales habían girado su cabeza hacia ambos. En especial por el hecho de que Eilydh casi mostraba su pecho de manera transgresora. La elfa se sintió de pronto muy avergonzada por aquello, y al rubor de sus mejillas resultado de su furia se sumó la manera lasciva en la que algunos hombres la miraban.
Odiaba a aquel mercenario.
Agarró su daga, y la notó incandescente en su mano que retire con rapidez. Escuchó como el chico musitaba algo sobre su padre y se imaginó que estaba esperando cualquier momento para atacarla, así que hizo de tripas corazón y agarró la daga aún quemándole y caminó frente a el como un niño al que le han reñido. Exponiendo una vulnerabilidad que intentó camuflar con una mirada de asco profundo mientras subía las escaleras.
Pero aquello no había acabado.. o no… aquello estaba lejos de acabar. Ahora sabía la vulnerabiidad de aquel chico que la había hecho quedar mal y necesitaba vengarse. Por todas las noches que había pasado atemorizada de que la encontrasen, por aquella noche en el campamento de soldados en particular donde nadie había acudido a su rescate cuando había gritado el nombre de los cientos de Dioses de Aerandir. Por todas y cada una de las veces en las que había querido ser dura para ocultar que tan solo era una mujer tratando de sobrevivir en un mundo de hombres.
Porque aquel elfo no era más que nadie en particular, y muchisimo menos más que ella.
Subió las escaleras con una sonrisa en los labios.
Se concentró en escuchar algo que identificase con la posible presencia de la medio elfa en una de las habitaciones de la posada. Cual fue su sorpresa al escuchar ciertos sonidos provinientes del baño. Agarró su daga, de manera firme y esperó a que quien fuese que estuviese en el habitáculo saliese de él. Cruzó los dedos para que fuese la chica a la que buscaba.
Odin le sonrió con la sonrisa enigmática de quien tiene un secreto.
La chica, sin embargo, parecía no haber sonreido en días, llevaba los ojos húmedos, como de haber llorado, o de haber estado hacienda lo que pensó que había escuchado a través de la Puerta.
Vomitar largo y tendido.
Salió del habitaculo con una mano en su abdomen y la otra aún posicionada en su boca, como restringiéndose de algo que aún le quedaba en el estómago. Miró a Eilydh con su daga en una mano.
Eilydh había visto aquella mirada antes. Años atrás en un espejo. La misma tristeza había rodeado sus ojos. La misma mano en su vientre y la sensación de estar vacía tan solo por un Segundo para después Volver a llenarse, así que de manera instintiva bajó la daga.
Que estaba a punto de hacer? Esque ahora se había convertido en una asesina de inocentes? Iba a atacar a alguien en aquellas condiciones?
Tan solo había tres motivos por los que una mujer vomitase así tras una comida copiosa: La cocinera no había preparado bien el plato, era época de purga en Sandorai o… Bueno. Su útero estaba cumpliendo la función que le habían asignado al nacer,
Eilydh había comido lo mismo que la chica. Lo sabía porque los había observado largo y tendido y no tenía nauseas. La época de purga normalmente era antes de una ceremonia oficial, y estaba poco convencida que una media elfa fuese invitada a aquellas ceremonias. La mano en el abdomen de la chica le confirmó sus sospechas y por un momento se quedó allí, mirándola, sin saber muy bien exactamente qué había ido a hacer a aquel baño exactamente.
Memorizando cada línea de sufrimiento en los ojos de aquella chica.
Necesitaba ayudarla.
Porque si alguien no la hubiese ayudado a ella, quizás hoy no estaría allí para contarlo.
Sacó el ultimo pañuelo limpio bordado con su inicial que le quedaba y se lo ofreció a la chica.
-Bebe agua. Ahora y en las mañanas. El jengibre ayuda y si tienes la posibilidad de comprar galletas hechas con el o pan… quizás te suavice los vómitos. No suelen durar mucho… solo las primeras semanas- dijo simplemente y guardó su daga en el muslo olvidándo por complete que había venido a matar a Merrigan.
Miró por primera vez directamente al elfo frente a ella, con ojos muy abiertos, repasando cada resquicio de sus ropas, su cara, sus cicatrices... como si hubiese pasado por alto algo. Como si todo aquella broma intentase conseguir justo aquello que la elfa no quería: bajar su guardia.
Como respuesta a su perforación visual, el chico se abrió un poco la camisa, enseñando las armas que guardaba en su pecho. Aquello fue la gota que colmó el vaso.
Eilydh se levantó de la silla, intentando ponerse a su nivel. Menuda, con la nariz respingona elevada en un gesto entre enfado e incredulidad, como si hubiese herido su ego de la manera peor que jamás alguien lo hubiese hecho. E inundada por la rabia como estaba y olvidando que estaba en un lugar público, ella también rompió su vestido exponiendo su pecho, sin llegar a enseñar sus órganos femeninos, pero definitivamente exponiendo mucho más de lo que alguien había visto en mucho, mucho tiempo.
Sin embargo no era eso en lo que ella quería que se fijase el chico, ni mucho menos.
Eran las cientos de cicatrices que a lo largo de estos 5 meses en el exilio se habían ido acumulando en su pecho y que la habían hecho vulnerable de una manera u otra.por un tiempo más o menos largo. Eran heridas que mostraban varias cosas pero principalmente que no había arma alguna en el pecho del elfo que la asustase pero sobre todo que estaba dispuesta a aceptar heridas de todas ellas si eso significaba mantener su libertad…
Las palabras del elfo le cayeron como un jarro de agua fría. A quién no iba a nombrar? De quién hablaba ese loco? Aquella duda no le duró mucho pues la furia de ver cómo el elfo movía los platos de comida de un lado para otro como si l hiciese caso omiso a la ferocidad de sus palabras la inundó de un sentimiento que la chica no había reconocido hasta ahora.
La estaba ignorando? Estaba ignorando una amenaza abierta? Podría ser que la creyese poco capaz de cortarle las puntiagudas orejas y perfilarlas hasta que quedasen como las de la chica a la que acompañaba? Es que quizás no la encontraba rival suficiente?
Para entonces algunos de los comensales habían girado su cabeza hacia ambos. En especial por el hecho de que Eilydh casi mostraba su pecho de manera transgresora. La elfa se sintió de pronto muy avergonzada por aquello, y al rubor de sus mejillas resultado de su furia se sumó la manera lasciva en la que algunos hombres la miraban.
Odiaba a aquel mercenario.
Agarró su daga, y la notó incandescente en su mano que retire con rapidez. Escuchó como el chico musitaba algo sobre su padre y se imaginó que estaba esperando cualquier momento para atacarla, así que hizo de tripas corazón y agarró la daga aún quemándole y caminó frente a el como un niño al que le han reñido. Exponiendo una vulnerabilidad que intentó camuflar con una mirada de asco profundo mientras subía las escaleras.
Pero aquello no había acabado.. o no… aquello estaba lejos de acabar. Ahora sabía la vulnerabiidad de aquel chico que la había hecho quedar mal y necesitaba vengarse. Por todas las noches que había pasado atemorizada de que la encontrasen, por aquella noche en el campamento de soldados en particular donde nadie había acudido a su rescate cuando había gritado el nombre de los cientos de Dioses de Aerandir. Por todas y cada una de las veces en las que había querido ser dura para ocultar que tan solo era una mujer tratando de sobrevivir en un mundo de hombres.
Porque aquel elfo no era más que nadie en particular, y muchisimo menos más que ella.
Subió las escaleras con una sonrisa en los labios.
Se concentró en escuchar algo que identificase con la posible presencia de la medio elfa en una de las habitaciones de la posada. Cual fue su sorpresa al escuchar ciertos sonidos provinientes del baño. Agarró su daga, de manera firme y esperó a que quien fuese que estuviese en el habitáculo saliese de él. Cruzó los dedos para que fuese la chica a la que buscaba.
Odin le sonrió con la sonrisa enigmática de quien tiene un secreto.
La chica, sin embargo, parecía no haber sonreido en días, llevaba los ojos húmedos, como de haber llorado, o de haber estado hacienda lo que pensó que había escuchado a través de la Puerta.
Vomitar largo y tendido.
Salió del habitaculo con una mano en su abdomen y la otra aún posicionada en su boca, como restringiéndose de algo que aún le quedaba en el estómago. Miró a Eilydh con su daga en una mano.
Eilydh había visto aquella mirada antes. Años atrás en un espejo. La misma tristeza había rodeado sus ojos. La misma mano en su vientre y la sensación de estar vacía tan solo por un Segundo para después Volver a llenarse, así que de manera instintiva bajó la daga.
Que estaba a punto de hacer? Esque ahora se había convertido en una asesina de inocentes? Iba a atacar a alguien en aquellas condiciones?
Tan solo había tres motivos por los que una mujer vomitase así tras una comida copiosa: La cocinera no había preparado bien el plato, era época de purga en Sandorai o… Bueno. Su útero estaba cumpliendo la función que le habían asignado al nacer,
Eilydh había comido lo mismo que la chica. Lo sabía porque los había observado largo y tendido y no tenía nauseas. La época de purga normalmente era antes de una ceremonia oficial, y estaba poco convencida que una media elfa fuese invitada a aquellas ceremonias. La mano en el abdomen de la chica le confirmó sus sospechas y por un momento se quedó allí, mirándola, sin saber muy bien exactamente qué había ido a hacer a aquel baño exactamente.
Memorizando cada línea de sufrimiento en los ojos de aquella chica.
Necesitaba ayudarla.
Porque si alguien no la hubiese ayudado a ella, quizás hoy no estaría allí para contarlo.
Sacó el ultimo pañuelo limpio bordado con su inicial que le quedaba y se lo ofreció a la chica.
-Bebe agua. Ahora y en las mañanas. El jengibre ayuda y si tienes la posibilidad de comprar galletas hechas con el o pan… quizás te suavice los vómitos. No suelen durar mucho… solo las primeras semanas- dijo simplemente y guardó su daga en el muslo olvidándo por complete que había venido a matar a Merrigan.
Eilydh
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Re: Ser un elfo [Privado con Eilydh] [Cerrado]
Conozco lo suficiente a Sarez como para saber que no me ha obedecido y que ha estado esperando en la mesa a que volviese. A veces, es tan encantador que me resultante agobiante. Sé que lo hace por mí, para asegurarse de que esté bien. Pero no le he pedido que lo haga, todo lo contrario, le dije que se fuera y que no se preocupase. Estaré bien, le prometí. Los elfos de Sandorai curaron la enfermedad del doctor Peste, estoy curada. Aun así, Sarez lo sigue recordando, es algo que sigue siendo muy presente para él. También lo es para mí, pero, en cierta medida, puedo controlar mis lágrimas y fingir que no ha pasado. Los pelos que quedan en el cepillo cuando me arreglo el cabello son del rojo natural y mi piel es suave y blanca como la piel que se espera que tenga una doncella elfa. Los baños de agua caliente me sientan bien y no apesto como un saco lleno de heces de dragón. He recuperado mi aspecto físico y me siento llena de vitalidad. ¿Por qué Sarez no se da cuenta? ¿Por qué acude a la enfermedad del doctor Peste por cada cara amarga que ponga o nausea que sienta? Si no me como los guisantes del guiso de carne no es porque el color verde me recuerde al color de la enfermedad, es porque siento que fuera a devolver todo lo que he comido.
Para muestra, un botón. Puedo diferenciar ciertas piezas de comida en la amalgama de pasta y bilis que he echado al cubo. No quisiera hacerlo, pero es lo único que tengo enfrente. Veo algunos guisantes mordidos, son repugnantes. Mis tripas se retuercen en el estómago. Vomitaría de nuevo, si es que me quedase algo en el estómago.
Me quedo un tiempo más que considerable de rodillas y, a mi desgracia, con los ojos abiertos, pensando en qué hacer con Sarez. Hablar con él, supongo. Pero es tan difícil hacer que comprenda. Me siento como si tuviera que explicar el significado de cada palabra y los diferentes contextos en los que se pueda utilizar. Bien pensado, no son muchos los contextos en los que se utilicen las palabras que debo decirle. Sarez, estoy embarazada. Cogería su mano y lo llevaría a mi vientre. Aquí hay un minisarez o una minimerrigan que quiere saludarte. En mi cabeza parece más fácil de lo que será realmente. Sarez buscará la manera de distorsionar lo que le diga de alguna forma u otra, comprenderá cualquier cosa y pasaremos horas hablando hasta que consiga hacerle entender.
Giro la cabeza sin soltar el cubo de baño. He oído un ruido fuera, quizá sea alguno de los empleados del hostal que viene a recoger las mantas sucias. Puede marcharse, intento decir, pero de mi boca sale un eructo que me produce una nueva arcada. Vuelvo mi cabeza al tuvo. Cierro los ojos. Como no queda comida en mi estómago, emito el desagradable sonido como si estuviera vomitando, suena como un coro de sapos afónicos, pero sin llegar a expulsar nada más que líquido. La persona al otro lado de la puerta tiene que haberme oído, por necesito. Escucho sus pasos acercarse y luego a sus dedos posarse encima del pomo. ¿Será Sarez?
El pomo gira en una perfecta circunferencia. Vete por favor, no quiero que me veas así. La puerta se abre…
No es Sarez quien aparece al otro lado, como había esperado, ni tampoco un empleado del hostal. Es la chica, una elfa, que comía el desayuno con nosotros, a pocas sillas de distancia donde nos encontrábamos. Recuerdo que me llamó la atención por cómo vestía, como si hubiera venido a desayunar después de haberse enfrentado a todo un ejército y salir victoriosa. Huele a hierro, al olor de una espada templada, y a bosque. Su cabello es del color del trigo y, por los reducidos cuidados que parecía ofrecerle, quizá tuviera el mismo tacto.
La elfa se sienta a mi lado y asienta su mano derecha en mi abdomen. ¿Está usando la magia de sus manos conmigo, con una semielfa? No lo puedo asegurar. Las náuseas perduran. La elfa me ofrece un pañuelo limpio, lo cojo con las dos manos y me limpio la boca de vómito.
Digo que sí con la cabeza para darle las gracias. A estas alturas que, cualquiera cosa que intente decir, acabará con un eructo con mal sabor de boca.
La chica me da unos consejos. Habla como si supiera que esté embarazada, esperando a un minisarez o una minimerrigan. ¿Cómo se habrá dado cuenta? Magia de elfos, me respondo mentalmente.
Me apoyo en la tinaja de la bañera para levantarme del suelo, lo consigo con mucha torpeza.
—¿Unas semanas cuántas son? — ¿Conseguiré ocultarlo por unas semanas sin que Sarez sospeche nada? Me adelanto a que la chica conteste para decir: — no se lo digas a nadie, por favor. Es… un secreto. ¿Vale? — bajo la cabeza arrepentida, lo último que digo es lo primero que debería haber dicho — Gracias por la ayuda.
Hago el ademán de devolverle el pañuelo de tela que me regalo, pero, antes de cedérselo, me doy cuenta que está manchado de babas y vómito. Me quedo mirando el pañuelo. Sonrío como una tonta. La sonrisa se convierte en una nerviosa carcajada, un incontrolable ataque de risa. ¡El pañuelo es del color de los guisantes! Está mal que me ría de algo tan asqueroso, pero no puedo evitarlo. No es gracioso, es repulsivo. A mí me está haciendo gracia, mucha gracia. ¡Iba a devolverle el pañuelo más sucio de la historia de Aerandir!
Para muestra, un botón. Puedo diferenciar ciertas piezas de comida en la amalgama de pasta y bilis que he echado al cubo. No quisiera hacerlo, pero es lo único que tengo enfrente. Veo algunos guisantes mordidos, son repugnantes. Mis tripas se retuercen en el estómago. Vomitaría de nuevo, si es que me quedase algo en el estómago.
Me quedo un tiempo más que considerable de rodillas y, a mi desgracia, con los ojos abiertos, pensando en qué hacer con Sarez. Hablar con él, supongo. Pero es tan difícil hacer que comprenda. Me siento como si tuviera que explicar el significado de cada palabra y los diferentes contextos en los que se pueda utilizar. Bien pensado, no son muchos los contextos en los que se utilicen las palabras que debo decirle. Sarez, estoy embarazada. Cogería su mano y lo llevaría a mi vientre. Aquí hay un minisarez o una minimerrigan que quiere saludarte. En mi cabeza parece más fácil de lo que será realmente. Sarez buscará la manera de distorsionar lo que le diga de alguna forma u otra, comprenderá cualquier cosa y pasaremos horas hablando hasta que consiga hacerle entender.
Giro la cabeza sin soltar el cubo de baño. He oído un ruido fuera, quizá sea alguno de los empleados del hostal que viene a recoger las mantas sucias. Puede marcharse, intento decir, pero de mi boca sale un eructo que me produce una nueva arcada. Vuelvo mi cabeza al tuvo. Cierro los ojos. Como no queda comida en mi estómago, emito el desagradable sonido como si estuviera vomitando, suena como un coro de sapos afónicos, pero sin llegar a expulsar nada más que líquido. La persona al otro lado de la puerta tiene que haberme oído, por necesito. Escucho sus pasos acercarse y luego a sus dedos posarse encima del pomo. ¿Será Sarez?
El pomo gira en una perfecta circunferencia. Vete por favor, no quiero que me veas así. La puerta se abre…
No es Sarez quien aparece al otro lado, como había esperado, ni tampoco un empleado del hostal. Es la chica, una elfa, que comía el desayuno con nosotros, a pocas sillas de distancia donde nos encontrábamos. Recuerdo que me llamó la atención por cómo vestía, como si hubiera venido a desayunar después de haberse enfrentado a todo un ejército y salir victoriosa. Huele a hierro, al olor de una espada templada, y a bosque. Su cabello es del color del trigo y, por los reducidos cuidados que parecía ofrecerle, quizá tuviera el mismo tacto.
La elfa se sienta a mi lado y asienta su mano derecha en mi abdomen. ¿Está usando la magia de sus manos conmigo, con una semielfa? No lo puedo asegurar. Las náuseas perduran. La elfa me ofrece un pañuelo limpio, lo cojo con las dos manos y me limpio la boca de vómito.
Digo que sí con la cabeza para darle las gracias. A estas alturas que, cualquiera cosa que intente decir, acabará con un eructo con mal sabor de boca.
La chica me da unos consejos. Habla como si supiera que esté embarazada, esperando a un minisarez o una minimerrigan. ¿Cómo se habrá dado cuenta? Magia de elfos, me respondo mentalmente.
Me apoyo en la tinaja de la bañera para levantarme del suelo, lo consigo con mucha torpeza.
—¿Unas semanas cuántas son? — ¿Conseguiré ocultarlo por unas semanas sin que Sarez sospeche nada? Me adelanto a que la chica conteste para decir: — no se lo digas a nadie, por favor. Es… un secreto. ¿Vale? — bajo la cabeza arrepentida, lo último que digo es lo primero que debería haber dicho — Gracias por la ayuda.
Hago el ademán de devolverle el pañuelo de tela que me regalo, pero, antes de cedérselo, me doy cuenta que está manchado de babas y vómito. Me quedo mirando el pañuelo. Sonrío como una tonta. La sonrisa se convierte en una nerviosa carcajada, un incontrolable ataque de risa. ¡El pañuelo es del color de los guisantes! Está mal que me ría de algo tan asqueroso, pero no puedo evitarlo. No es gracioso, es repulsivo. A mí me está haciendo gracia, mucha gracia. ¡Iba a devolverle el pañuelo más sucio de la historia de Aerandir!
Sarez
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Re: Ser un elfo [Privado con Eilydh] [Cerrado]
La medio elfa tiene ojos llorosos, y Eilydh no está del todo segura de si es del esfuerzo del vómito o de la actitud del elfo que la espera abajo. Tampoco es que quiera adivinarlo, ni le importa porque lloran los ojos dulces de aquella niña. Estaba segura, sin embargo de que aquella vez no era la única a la que aquellos dos ojos iban a llorar en los siguientes meses, se lo decía la expresión sorprendida de la elfa al encontrarla en el baño.
Hablaron más sus manos que sus palabras, anudando y desanudando el pañuelo que Eilydh acababa de entregarle, como si guardase en cada nudo algo que quisiese decirle. Pero no había nada que Eilydh quisiese escuchar, así que se alegró que la risa nerviosa de la chica rompiese aquel silencio.
Era contagiosa. Lo era?
Eilydh sonrió, como para aplacar la tempestad en la que había estado sumida momentos antes bajo las escaleras, y para enfriar su mente y el cruce de miradas que le dedicó a la niña.
Era una niña. Lo era?
-Mmmmm... - dijo mirándo al pañuelo una vez que la medio elfa se hubo serenado- Puedes quedártelo. Considéralo una bandera blanca de paz- Eilydh sabía muy bien que la bandera blanca no era paz. sino rendición pero en aquellos momentos, tan solo 5 minutos después de decidir que aquella vida no era digna de ser truncada, pensó que ya le había regalado a la chica la mejor victoria que nunca pudiese haber imaginado- No es ayuda.- dijo simplemente, y se posicionó frente a la chica mientras esta se adecentaba- Es un trueque- añadió.
El pequeño espejo del baño común improvisado revelaba el cansancio que Eilydh sabía que llevaba colgado de sus ojeras. Revelaba las dos semanas que había pasado sin comer apenas tres cerezas al día y una Eilydh que aunque ahora serena no se hubiese reconocido meses antes.
El espejo también reflejaba a otra figura menuda. Sola, con los ojos aún llorosos, una risa nerviosa y sin saber o no que pensar de la interrupción de aquella mujer de ojos de hielo y ropa de batalla.Aquella también era Eilydh.Hacía muchos años, tanto que la elfa había olvidado lo que era sentirse indefensa. Sin control, sumida en un remolino de opiniones, acciones y consecuencias que no le pertenecían. Hacía tanto tiempo de aquella Eilydh que la elfa olvidó cuánto había estado componiendo el gesto serio que ahora guiaba su cara y cambiado por este el dulce y sincero que adornaba la mirada de Merrigan.
-Demasiado- Se dijo.
-A cambio quiero la respuesta a dos preguntas- dijo Eilydh de nuevo, esta vez soltándose el cabello en señal elfa de sumisión, sin saber muy bien si aquella media elfa la entendería y por lo tanto identificaría la importancia de aquel gesto básico.- La primera es, cuánto he de pagaros para que no cumpláis las órdenes de mi padre y me dejéis escapar- se mordió el labio, insegura- La segunda es... Es... - cómo poner las palabras de manera que no le hiciesen más daño? No podía decirle simplemente si era producto de una violación... aunque aquel elfo parecía mucho mayor que la chica, no era común en Sandorai ver a hombres mayores con niñas, o casi niñas- Es... un regalo de los dioses o una maldición de Odin?- dijo la elfa, refiriéndose al embarazo que sabía que ocultaba, y dependiendo de la respuesta de la chica, así guiaría sus acciones.
Hablaron más sus manos que sus palabras, anudando y desanudando el pañuelo que Eilydh acababa de entregarle, como si guardase en cada nudo algo que quisiese decirle. Pero no había nada que Eilydh quisiese escuchar, así que se alegró que la risa nerviosa de la chica rompiese aquel silencio.
Era contagiosa. Lo era?
Eilydh sonrió, como para aplacar la tempestad en la que había estado sumida momentos antes bajo las escaleras, y para enfriar su mente y el cruce de miradas que le dedicó a la niña.
Era una niña. Lo era?
-Mmmmm... - dijo mirándo al pañuelo una vez que la medio elfa se hubo serenado- Puedes quedártelo. Considéralo una bandera blanca de paz- Eilydh sabía muy bien que la bandera blanca no era paz. sino rendición pero en aquellos momentos, tan solo 5 minutos después de decidir que aquella vida no era digna de ser truncada, pensó que ya le había regalado a la chica la mejor victoria que nunca pudiese haber imaginado- No es ayuda.- dijo simplemente, y se posicionó frente a la chica mientras esta se adecentaba- Es un trueque- añadió.
El pequeño espejo del baño común improvisado revelaba el cansancio que Eilydh sabía que llevaba colgado de sus ojeras. Revelaba las dos semanas que había pasado sin comer apenas tres cerezas al día y una Eilydh que aunque ahora serena no se hubiese reconocido meses antes.
El espejo también reflejaba a otra figura menuda. Sola, con los ojos aún llorosos, una risa nerviosa y sin saber o no que pensar de la interrupción de aquella mujer de ojos de hielo y ropa de batalla.Aquella también era Eilydh.Hacía muchos años, tanto que la elfa había olvidado lo que era sentirse indefensa. Sin control, sumida en un remolino de opiniones, acciones y consecuencias que no le pertenecían. Hacía tanto tiempo de aquella Eilydh que la elfa olvidó cuánto había estado componiendo el gesto serio que ahora guiaba su cara y cambiado por este el dulce y sincero que adornaba la mirada de Merrigan.
-Demasiado- Se dijo.
-A cambio quiero la respuesta a dos preguntas- dijo Eilydh de nuevo, esta vez soltándose el cabello en señal elfa de sumisión, sin saber muy bien si aquella media elfa la entendería y por lo tanto identificaría la importancia de aquel gesto básico.- La primera es, cuánto he de pagaros para que no cumpláis las órdenes de mi padre y me dejéis escapar- se mordió el labio, insegura- La segunda es... Es... - cómo poner las palabras de manera que no le hiciesen más daño? No podía decirle simplemente si era producto de una violación... aunque aquel elfo parecía mucho mayor que la chica, no era común en Sandorai ver a hombres mayores con niñas, o casi niñas- Es... un regalo de los dioses o una maldición de Odin?- dijo la elfa, refiriéndose al embarazo que sabía que ocultaba, y dependiendo de la respuesta de la chica, así guiaría sus acciones.
Eilydh
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Re: Ser un elfo [Privado con Eilydh] [Cerrado]
Pasos dos dedos sobres las iniciales bordados en el paño. Por fortuna, se encuentran en un lateral, alejadas del centro ahora repleto de babas (si esto significa estar embarazada, que se lo den a otra porque yo no lo quiero). Las banderas blancas no llevan letras doradas, diría Sarez con una mueca confusa, y no le faltaría razón. Los marineros y los capitanes de guerra utilizan las banderas como un gesto de rendición ante su oponente en medio de la guerra. No estaba en guerra con la elfa de las iniciales E.S., que yo supiera. Ella ha entrado en mis aposentos sin permiso, pensé que sería porque trabaje en el hostal y hubiera entrado para limpiar el cuarto y cambiar las sábanas. Que llevase armadura podría tratarse de un gesto de precaución, los dueños del hostal venden habitaciones a todo aquel que se las pide, sin tener en cuenta de dónde viene y a donde va. Sería lógico pensar que los trabajadores llevasen una cota de malla no vaya a ser que detrás de la puerta se escondiese un vampiro necesitado de sangre, en lugar de una elfa con un bicho removiendo su vientre. Las continuas referencias de guerra por parte de E.S. no hacen más que demostrar que me equivoqué. Ella entró en el cuarto de baño porque quería hacer una guerra conmigo. ¿Matarme? Tapo mis labios y mi nariz con el pañuelo, quedando gran parte de mis facciones faciales ocultas, y observo a la elfa con atención. Viste como Sarez y, ante una amenaza, se comportaría como él. ¿Acaso soy una amenaza para ella?
Finjo limpiarme las ultimas trazas de saliva de mis labios con tal de ganar tiempo para pensar en E.S.. La elfa parece sentirse fuera de sí, como si no quisiera estar en el cuarto de baño conmigo, pero a la vez no se marcha porque no tiene otro lugar donde ir. Conozco esa cara confuss, los labios apretados por estar conteniendo unas preguntas que se avergüenza preguntar, esos ojitos pequeños y analizadores que no estarán conformes hasta que haya encontrado aquello que busca, aunque no supiera que está buscando. Llevo viendo esas mismas muecas tres años, desde que empecé a viajar con Sarez. Cada vez me resulta más evidente el parecido entre ellos dos.
E.S. termina lanzando sus preguntas, aquellas que vinieron anunciadas con la bandera blanca. Menciona solamente dos, aunque pienso que su cabeza está atestada de muchas otras, tan incomprensibles como la primera y vergonzosas como la segunda.
Doblo el pañuelo, dejando que las letras doradas queden en la parte superior del pañuelo, un lindo detalle por mi parte, un gesto de consolidación de una guerra que jamás existió. Mi propia bandera blanca. Dejo el trapo encima de la tina. Me tomo mi tiempo para pensar en las mejores respuestas que hacerle. Ella es cómo Sarez, hay que hablar como si fuera un niña pequeña y asustada.
—No sé quién es tu papá — hablo lentamente para que puede entenderme — ni tampoco sé cómo te llamas. Bueno, sé tus iniciales: E.S. — mis labios son una leve sonrisa, dulce pero no amenazante —. Dime, ¿cómo te llamas? — extiendo la mano derecha —. Mi nombre es Merrigan, nos hemos visto en el comedor de abajo, encantada de conocerte —bandera blanca.
La segunda parte me hace levantar una ceja de ingenuidad. ¿Qué hace una elfa hablando de los Dioses humanos? Cierto es que representa a Odín como un símbolo de maldad, pero un símbolo real. Los elfos con los que me cruce, suelen ignorar a los Dioses humanos, no existen para ellos. Los que bendicen y maldicen son los Dioses élficos, precisamente aquellos a los que no rezo.
—Los retortijones lo habrán traído tus Dioses, estoy convencida — es lo único que se me ocurre decir. Yo no he pedido sentir angustia al levantarme de la cama ni que todo lo que coma salga por el mismo lugar donde lo he engullido. No he pedido el sabor a ácido ni el dolor de barriga. Si esto significa estar embarazada, que se lo den a otra porque yo no lo quiero.
Finjo limpiarme las ultimas trazas de saliva de mis labios con tal de ganar tiempo para pensar en E.S.. La elfa parece sentirse fuera de sí, como si no quisiera estar en el cuarto de baño conmigo, pero a la vez no se marcha porque no tiene otro lugar donde ir. Conozco esa cara confuss, los labios apretados por estar conteniendo unas preguntas que se avergüenza preguntar, esos ojitos pequeños y analizadores que no estarán conformes hasta que haya encontrado aquello que busca, aunque no supiera que está buscando. Llevo viendo esas mismas muecas tres años, desde que empecé a viajar con Sarez. Cada vez me resulta más evidente el parecido entre ellos dos.
E.S. termina lanzando sus preguntas, aquellas que vinieron anunciadas con la bandera blanca. Menciona solamente dos, aunque pienso que su cabeza está atestada de muchas otras, tan incomprensibles como la primera y vergonzosas como la segunda.
Doblo el pañuelo, dejando que las letras doradas queden en la parte superior del pañuelo, un lindo detalle por mi parte, un gesto de consolidación de una guerra que jamás existió. Mi propia bandera blanca. Dejo el trapo encima de la tina. Me tomo mi tiempo para pensar en las mejores respuestas que hacerle. Ella es cómo Sarez, hay que hablar como si fuera un niña pequeña y asustada.
—No sé quién es tu papá — hablo lentamente para que puede entenderme — ni tampoco sé cómo te llamas. Bueno, sé tus iniciales: E.S. — mis labios son una leve sonrisa, dulce pero no amenazante —. Dime, ¿cómo te llamas? — extiendo la mano derecha —. Mi nombre es Merrigan, nos hemos visto en el comedor de abajo, encantada de conocerte —bandera blanca.
La segunda parte me hace levantar una ceja de ingenuidad. ¿Qué hace una elfa hablando de los Dioses humanos? Cierto es que representa a Odín como un símbolo de maldad, pero un símbolo real. Los elfos con los que me cruce, suelen ignorar a los Dioses humanos, no existen para ellos. Los que bendicen y maldicen son los Dioses élficos, precisamente aquellos a los que no rezo.
—Los retortijones lo habrán traído tus Dioses, estoy convencida — es lo único que se me ocurre decir. Yo no he pedido sentir angustia al levantarme de la cama ni que todo lo que coma salga por el mismo lugar donde lo he engullido. No he pedido el sabor a ácido ni el dolor de barriga. Si esto significa estar embarazada, que se lo den a otra porque yo no lo quiero.
Sarez
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Re: Ser un elfo [Privado con Eilydh] [Cerrado]
La cuasi- elfa tiene mirada sospechosa. De esas que vaticinan problemas siempre y cuando deposites en ella la información adecuada, o el tiempo, ambas cosas demasiado importante para Eilydh como para disponerlas de manera precipitada.
El deje de condescendencia en las palabras de la tal Merrigan tampoco ayudaba y la desconfianza que parecía haber sido aliviada por la situación más grande que ella misma de hacía 5 minutos había caido sobre sus hombros más fuerte que antes. Señal inequívoca de aquello es que Eilydh empezó a rehacer sus trenzas y su gesto se volvió de nuevo imperturbable.
-Eille- mintió la elfa. Era lo mínimo que podía hacer, pues aún dudaba de si las palabras condescendientes de Merrigan eran hipocresía camuflada o honestamente aquella chica no sabía nada de padres ni de mercenarios. Aunque viendo el aspecto del elfo que la acompañaba, esto último podría ser relativo- ... y claro que se que te he visto abajo. De hecho, tu amigo parecía muy contento de verme cuando educadamente me he acercado a saludarlo.
Se miró en el espejo de nuevo y adecentó el cabello con impasividad. Aquella chica era muy buena actriz, o demasiado inocente. Y el rostro de confusión en Merrigan también denotaba un deje de ingenuidad. Una mezcla explosiva. Eilydh no la envidiaba. Volvió a mirarla de nuevo. Quizás ella pudiese también sacar ventaja de aquella situación.
No le apetecía, pero necesitaba hacer ver a aquella chica que un hijo en aquel momento de su vida iba a arruinarle la vida, tal y como se la hubiese arruinado a ella misma, y estaba incluso aún menos segura de que la tal Merrigan fuese a darse cuenta por si misma.
-Muy halagador... por supuesto.. a nadie amarga un dulce verdad? Si tan solo hubiese sabido...- dijo Eilydh cambiando su tono a uno más dulce, como un felino que hubiese empezado a ronronear- Hacía bastante que un hombre no se fijaba en mi... como mujer ya sabes.... - sacó un bote con polvos maquilladores de su bolsillo y se los extendió por la cara- No estoy segura de que vaya a poder arreglar mi camisa... - dijo señalando los botones que ella misma se había roto enseñando al elfo sus heridas.- Tan pasional..- le regaló a Merrigan una sonrisa que hacía mucho que no usaba y a la que ella misma llamaba " la rompehuesos" Porque causaba el dolor interno que Eilydh quería exactamente causar sin signo externo que pudiese denotar falsedad por su parte.- Pero en fin.. hombres verdad? No se puede esperar nada más de ellos. No te preocupes, chica... yo no estaba interesada- terminó de empolvarse la nariz y se encaminó hacia la taberna principal en el piso de abajo.
Podía sentir los pasos de Merrigan tras ella misma. Odiaba tener que mentir de aquella manera a una chica tan inocente, pero no estaba segura de que hubiese otra manera.
Aquella medio elfa se merecía ser feliz.
Cuando pasó cerca del elfo, y cercionándose que Merrigan aún iba detrás suya y podía verlos a ambos dijo:
-Un placer conocerte...- dirigiendose a Merrigan- Y a ti...- dijo esta vez dirigiéndose al elfo y lanzándole una sonrisa que implicaba complicidad y ocultaba un secreto. Como escalafón final, le guiñó un ojo al hombre y se dirigió a la barra, con el ceño de nuevo serio y frío.
Ojalá aquello fuese suficiente.
El deje de condescendencia en las palabras de la tal Merrigan tampoco ayudaba y la desconfianza que parecía haber sido aliviada por la situación más grande que ella misma de hacía 5 minutos había caido sobre sus hombros más fuerte que antes. Señal inequívoca de aquello es que Eilydh empezó a rehacer sus trenzas y su gesto se volvió de nuevo imperturbable.
-Eille- mintió la elfa. Era lo mínimo que podía hacer, pues aún dudaba de si las palabras condescendientes de Merrigan eran hipocresía camuflada o honestamente aquella chica no sabía nada de padres ni de mercenarios. Aunque viendo el aspecto del elfo que la acompañaba, esto último podría ser relativo- ... y claro que se que te he visto abajo. De hecho, tu amigo parecía muy contento de verme cuando educadamente me he acercado a saludarlo.
Se miró en el espejo de nuevo y adecentó el cabello con impasividad. Aquella chica era muy buena actriz, o demasiado inocente. Y el rostro de confusión en Merrigan también denotaba un deje de ingenuidad. Una mezcla explosiva. Eilydh no la envidiaba. Volvió a mirarla de nuevo. Quizás ella pudiese también sacar ventaja de aquella situación.
No le apetecía, pero necesitaba hacer ver a aquella chica que un hijo en aquel momento de su vida iba a arruinarle la vida, tal y como se la hubiese arruinado a ella misma, y estaba incluso aún menos segura de que la tal Merrigan fuese a darse cuenta por si misma.
-Muy halagador... por supuesto.. a nadie amarga un dulce verdad? Si tan solo hubiese sabido...- dijo Eilydh cambiando su tono a uno más dulce, como un felino que hubiese empezado a ronronear- Hacía bastante que un hombre no se fijaba en mi... como mujer ya sabes.... - sacó un bote con polvos maquilladores de su bolsillo y se los extendió por la cara- No estoy segura de que vaya a poder arreglar mi camisa... - dijo señalando los botones que ella misma se había roto enseñando al elfo sus heridas.- Tan pasional..- le regaló a Merrigan una sonrisa que hacía mucho que no usaba y a la que ella misma llamaba " la rompehuesos" Porque causaba el dolor interno que Eilydh quería exactamente causar sin signo externo que pudiese denotar falsedad por su parte.- Pero en fin.. hombres verdad? No se puede esperar nada más de ellos. No te preocupes, chica... yo no estaba interesada- terminó de empolvarse la nariz y se encaminó hacia la taberna principal en el piso de abajo.
Podía sentir los pasos de Merrigan tras ella misma. Odiaba tener que mentir de aquella manera a una chica tan inocente, pero no estaba segura de que hubiese otra manera.
Aquella medio elfa se merecía ser feliz.
Cuando pasó cerca del elfo, y cercionándose que Merrigan aún iba detrás suya y podía verlos a ambos dijo:
-Un placer conocerte...- dirigiendose a Merrigan- Y a ti...- dijo esta vez dirigiéndose al elfo y lanzándole una sonrisa que implicaba complicidad y ocultaba un secreto. Como escalafón final, le guiñó un ojo al hombre y se dirigió a la barra, con el ceño de nuevo serio y frío.
Ojalá aquello fuese suficiente.
Eilydh
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Re: Ser un elfo [Privado con Eilydh] [Cerrado]
Merrigan Sarez no es capaz de hacer algo así. Eille, mientras se maquilla, estará viendo como me muerdo el labio inferior, conteniendo unas desafortunadas palabras. La sonrisa socarrona que dibuja en sus labios va dirigida a mí. Me ha engañado, solamente para reírse de mí. El pañuelo con las iniciales E.S. bordadas (la bandera blanca) y que el haberme ayudado mientras estaba... dejémoslo en indigesta, han sido malas jugarretas para pillarme desprevenida. Quizás, aquello que dijo sobre pagos, órdenes y su padre, fue para confundirme y luego asestarme el golpe letal. Sarez no sería capaz de besar a otra chica que no fuera yo, mucho menos despasarle los botones de la armadura. No me lo quiero creer.
Observo el reflejo de Eille. Tiene unos pechos bonitos. Ella me los deja ver apartando sutilmente la camisa que los recubre. ¿Son más bonitos que los míos? ¿Sus labios besan mejor que los míos? ¿O se trata de sus caderas, acaso son más fáciles de levantar que las mías? No, si Sarez se ha sentido atraído por ella debe de ser por algo más profundo. Los dos son iguales, dos elfos perdidos, visten con ropas de guerra y sus cabellos huelen a los bosques de Sandorai. ¿Y qué hay de mí? Soy una semi-elfa de ciudad que prefiere vestir largas túnicas de colores que ropajes de cuero. Mi cabello es de fuego y está perfumado con los aromas humanos. No soy una elfa. Eille sí. Quiero llorar, necesito llorar, pero hago un esfuerzo titánico para retener las lágrimas. No le daré el gusto a esa zorra de verme llorar. Ya me ha visto… indigesta.
Cuando ella sale del lavabo es cuando yo termino por reponerme. Me lavo la cara en el cubo de agua limpia. Mis ojos lloran, obligo a mis labios que sonrían. Sarez no sería capaz de hacer algo así. Me repito. Ella te está engañando, no seas tontas.
Quiero verles, quiero ver qué hace Sarez cuando vea a Eille de nuevo. Me seco la cara con un el pañuelo de Eille (bandera blanca, mentira) y me limpio los ojos asegurándome que no lloren más. Salgo de la habitación corriendo, llegado al pasillo, freno mi ritmo. Quiero ver qué hacen esos dos. Bajo lentamente las escaleras, a cuatro escalones detrás de Eille. A ver qué dices… Lo que dijo no fue tan doloroso como lo que hizo: sonreír. Sonreír a Sarez.
Eille sale de la posada con la espalda letra y las mejillas coloradas. Me acerco a Sarez cabizbaja. No se me ocurre otra cosa que golpear su pecho con los puños cerrados.
—¿Quién es ella? —Merrigan le preguntó secamente mirando a tierra —. Dímelo — Merrigan hablo con un tono de voz tan bajo que dudo que me esté escuchando —. ¿Quién es y por qué tiene la camisa despasada? —Merrigan no le dejo contestar, sigo hablando —. ¿Sabes lo que has hecho? No, no lo sabes. Nunca sabes nada. Y yo tampoco sé nada. No sé qué has estado haciendo cuando me giro. Dime que tú no eres así… dímelo —Merrigan no puedo parar de hablar —. No has hecho más que ponerme las cosas difíciles. Todo es difícil contigo. Es difícil hablar contigo, viajar contigo y dormir contigo. Todo es difícil — Merrigan hago una pequeña pausa, Sarez está tan impactado que no sabe qué decir —. Ve con ella, adelante. Es lo que quieres, ¿no? Entonces vete.
Salgo de la posada. Miro a ambos lados de la carretera. Diviso a la elfa guerrera, camina como si estuviera pisando con orgullo los huesos de sus enemigos. Voy tras ella a paso ligero. Como dijo Merrigan, voy.
Llegamos a una zona de poco ajetreo comercial. La siguiente calle es oscura y estrecha. No está transitada, los comercios tiran allí sus desperdicios a la hora del cierre. Actúo rápido. Agarro a la elfa guerrera por los hombros y la arrastro hacia la calle oscura. La empujo contra la pared. Aprieto mi rodilla contra su pierna derecha, de forma que no pueda desenvainar ninguna arma. Quedamos tan cerca que, si nos viera Merrigan, verificaría sus ideas.
—¿Qué has hecho a Merrigan? — hablo como un animal, con los dientes por delante.
Antes de que conteste, abro la mano derecha y la estampo contra la cara de la elfa (Sarez no sería capaz de hacer algo así).
—Contesta a mi pregunta.
Hago más fuerza contra la pared con la rodilla. Quien nos viera, pensaría que nos estamos besando. La idea hace que me enfade. Con la misma mano que he golpeado a la chica, desenvaino mi daga. Dejo caer la punta sobre el ombligo de la chica, sin llegar a clavárselo.
—Yo también tengo cuchillos afilados — deslizo la punta de la daga hacia arriba, desgarrando la tela de su ropa, dejando sus cicatrices al descubierto —. Habla.
Observo el reflejo de Eille. Tiene unos pechos bonitos. Ella me los deja ver apartando sutilmente la camisa que los recubre. ¿Son más bonitos que los míos? ¿Sus labios besan mejor que los míos? ¿O se trata de sus caderas, acaso son más fáciles de levantar que las mías? No, si Sarez se ha sentido atraído por ella debe de ser por algo más profundo. Los dos son iguales, dos elfos perdidos, visten con ropas de guerra y sus cabellos huelen a los bosques de Sandorai. ¿Y qué hay de mí? Soy una semi-elfa de ciudad que prefiere vestir largas túnicas de colores que ropajes de cuero. Mi cabello es de fuego y está perfumado con los aromas humanos. No soy una elfa. Eille sí. Quiero llorar, necesito llorar, pero hago un esfuerzo titánico para retener las lágrimas. No le daré el gusto a esa zorra de verme llorar. Ya me ha visto… indigesta.
Cuando ella sale del lavabo es cuando yo termino por reponerme. Me lavo la cara en el cubo de agua limpia. Mis ojos lloran, obligo a mis labios que sonrían. Sarez no sería capaz de hacer algo así. Me repito. Ella te está engañando, no seas tontas.
Quiero verles, quiero ver qué hace Sarez cuando vea a Eille de nuevo. Me seco la cara con un el pañuelo de Eille (bandera blanca, mentira) y me limpio los ojos asegurándome que no lloren más. Salgo de la habitación corriendo, llegado al pasillo, freno mi ritmo. Quiero ver qué hacen esos dos. Bajo lentamente las escaleras, a cuatro escalones detrás de Eille. A ver qué dices… Lo que dijo no fue tan doloroso como lo que hizo: sonreír. Sonreír a Sarez.
Eille sale de la posada con la espalda letra y las mejillas coloradas. Me acerco a Sarez cabizbaja. No se me ocurre otra cosa que golpear su pecho con los puños cerrados.
—¿Quién es ella? —Merrigan le preguntó secamente mirando a tierra —. Dímelo — Merrigan hablo con un tono de voz tan bajo que dudo que me esté escuchando —. ¿Quién es y por qué tiene la camisa despasada? —Merrigan no le dejo contestar, sigo hablando —. ¿Sabes lo que has hecho? No, no lo sabes. Nunca sabes nada. Y yo tampoco sé nada. No sé qué has estado haciendo cuando me giro. Dime que tú no eres así… dímelo —Merrigan no puedo parar de hablar —. No has hecho más que ponerme las cosas difíciles. Todo es difícil contigo. Es difícil hablar contigo, viajar contigo y dormir contigo. Todo es difícil — Merrigan hago una pequeña pausa, Sarez está tan impactado que no sabe qué decir —. Ve con ella, adelante. Es lo que quieres, ¿no? Entonces vete.
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Salgo de la posada. Miro a ambos lados de la carretera. Diviso a la elfa guerrera, camina como si estuviera pisando con orgullo los huesos de sus enemigos. Voy tras ella a paso ligero. Como dijo Merrigan, voy.
Llegamos a una zona de poco ajetreo comercial. La siguiente calle es oscura y estrecha. No está transitada, los comercios tiran allí sus desperdicios a la hora del cierre. Actúo rápido. Agarro a la elfa guerrera por los hombros y la arrastro hacia la calle oscura. La empujo contra la pared. Aprieto mi rodilla contra su pierna derecha, de forma que no pueda desenvainar ninguna arma. Quedamos tan cerca que, si nos viera Merrigan, verificaría sus ideas.
—¿Qué has hecho a Merrigan? — hablo como un animal, con los dientes por delante.
Antes de que conteste, abro la mano derecha y la estampo contra la cara de la elfa (Sarez no sería capaz de hacer algo así).
—Contesta a mi pregunta.
Hago más fuerza contra la pared con la rodilla. Quien nos viera, pensaría que nos estamos besando. La idea hace que me enfade. Con la misma mano que he golpeado a la chica, desenvaino mi daga. Dejo caer la punta sobre el ombligo de la chica, sin llegar a clavárselo.
—Yo también tengo cuchillos afilados — deslizo la punta de la daga hacia arriba, desgarrando la tela de su ropa, dejando sus cicatrices al descubierto —. Habla.
Sarez
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Re: Ser un elfo [Privado con Eilydh] [Cerrado]
Hace mejor día fuera de aquella posada. El sol no calienta los huesos de Eilydh, esos siguen helados a pesar de que el astro está ahora en su punto más alto. La chica se tapa los ojos gélidos con la palma de la mano protegiendola de los destellos del astro. Le tiemblan los nudillos, Avanza intentando olvidar que acaba de arruinarle el corazón a una chica.
Supuso que para todo había una primera vez.
Avanza recordándose que aquella chica no lo sabía, pero no era feliz, no lo había sido nunca hasta aquel momento. La duda la paraliza por unos segundos. Y si lo fuese? Y si era exactamente lo que necesitaba? Un hijo en su vida, en su mundo. Un amor incondicional. Un pequeño de pecas esparcidas y cabellos rojizos.
Sacudió la cabeza. Por supuesto que no lo era. Por supuesto que había hecho lo correcto. Sentía sus labios sucios por el mero hecho de haber mentido de aquella manera, y el temblor de los nudillos ahora se traspasó a sus rodillas. Tanto que se sintió afortunada de que alguien la agarrase por los hombros y la llevase en volandas hacia no sabía exactamente dónde.
Tenía un mal presentimiento.
... que no tardó en esclarecerse. Sarez tenía fuego en la mirada y Eilydh no supo bien si fue el gesto de desasosiego del hombre o el impacto de su mano contra su cara lo que la hizo repensarse sus acciones.
Le sabía la boca a sangre, no por mucho tiempo, por supuesto, casi una gota, antes siquiera de darse por enterada de que sangraba su herida ya se había curado, y rió, notando como la rodilla del hombre se clavaba en su muslo, imposibilitando que pudiese acceder a su daga.
Rió a carcajadas, pero su risa quedó reemplazada por un suspiro contenido al notar la daga de Sarez rasgando la parte blanda de su armadura. La hoja del arma sobre su abdomen. Por primera vez en 6 meses sentía el verdadero significado del frío. Giró la cabeza un momento.
Su oponente no sabía dos cosas, a cada cual más importante: Estaba haciendo justo lo que Eilydh esperaba de él. Lo sabía porque ella misma había matado antes a sangre fría y había amado tanto como para olvidar las consecuencias de sus actos. Por otro lado, el tal Sarez pasó por alto la melena rojiza que lo había seguido al salir de la posada. Tenía la cara pintada de una mezcla de dolor y miedo y si algo le dolió en aquel momento a Eilydh fue verla con aquel gesto roto.
Pero fue justo aquello lo que le insufló fuerzas para seguir actuando, al fin y al cabo la función no acaba hasta que el telón baja.
Miró a Sarez, como buscando en el un ápice de algo que le hiciese cambiar su opinión. Como si hubiese ensayado aquello mil veces antes, se acercó a su oreja. Y susurró.
-Quizás deberías preguntarte qué le has hecho tú...-dijo simplemente y de nuevo sonrió. Estaba segura de que Merrigan veía lo que la elfa quería que viese y llevó su mano a la daga del hombre con ojos sumidos en tristeza y desencanto.
Pero no la apartó, la acercó incluso más a su abdomen notando como se clavaba en ella y exhalando un gemido mezcla de dolor y sorpresa. Lo suficientemente alto como para que Merrigan lo oyese.
-Por algo lo llaman "la petite mort"- susurró de nuevo al oido Eilydh. Sonrió porque podía ver como los sueños de Merrigan se desvanecían. Los suyos propios morían a medida que Sarez clavaba su daga más y más en su abdomen.- No solo hay pasión en el amor, Sarez. - dijo, pronunciando su nombre como si lo odiase- También en la lucha y en la muerte. El problema es saber diferenciarlas....- Y no estoy muy segura de si es muy fácil hacerlo desde una distancia de.... 3, 4 metros?- finalizó.
Soltó su mano de la daga de Sarez y le agarró la mandíbula apretándola en un intento de que el hombre dejase de clavarle el cuchillo.Por un momento se perdió en sus ojos. No había nada que los uniese y sin embargo en aquel momento pocas cosas podían separarlos.
-Mátame, y mostrarás a Merrigan tu verdadera cara... y le harás más fácil verte como un monstruo. Y se pensará mil veces si bueno... si tu monstruosidad es hereditaria. Mátame y haz que algo entre ambos se rompa de manera sorda y perenne...- Eilydh eligió las palabras con cuidado, al fin y al cabo no era ella quien debía revelar el pequeño secreto de Merrigan.
-Déjame vivir y los temores más primitivos de toda mujer enamorada y en especial Merrigan tendrán nombre y apellido.Déjame con vida y algo entre tú y ella se habrá roto para siempre.- Dijo Eilydh, acercándose tanto a los labios del hombre que podía contar su respiración.- Curiosas opciones verdad??- Estaba casi segura que los ojos curiosos que los miraban no veían dos figuras peleando, sino una mezcla de tela y gemidos en un callejón ajeno a la calle principal. Estaba más segura aún que aquello era lo que veía Merrigan. Tembló de dolor y notó cómo su sangre se vertía un poco en la túnica del hombre y en la suya propia.
Cerró los ojos por un momento. Cuándo se había vuelto tan sádica? Por qué estaba tan molesta por lo que pudiera o no pasarle a esa medio elfa? No era ella. Nunca lo fue pero.. podría serlo?
-Qué vas a hacerle a Merrigan, Sarez?-dijo Eilydh con un leve gemido de dolor de nuevo.
-Supuso que para todo había una primera vez.
Avanza recordándose que aquella chica no lo sabía, pero no era feliz, no lo había sido nunca hasta aquel momento. La duda la paraliza por unos segundos. Y si lo fuese? Y si era exactamente lo que necesitaba? Un hijo en su vida, en su mundo. Un amor incondicional. Un pequeño de pecas esparcidas y cabellos rojizos.
Sacudió la cabeza. Por supuesto que no lo era. Por supuesto que había hecho lo correcto. Sentía sus labios sucios por el mero hecho de haber mentido de aquella manera, y el temblor de los nudillos ahora se traspasó a sus rodillas. Tanto que se sintió afortunada de que alguien la agarrase por los hombros y la llevase en volandas hacia no sabía exactamente dónde.
Tenía un mal presentimiento.
... que no tardó en esclarecerse. Sarez tenía fuego en la mirada y Eilydh no supo bien si fue el gesto de desasosiego del hombre o el impacto de su mano contra su cara lo que la hizo repensarse sus acciones.
Le sabía la boca a sangre, no por mucho tiempo, por supuesto, casi una gota, antes siquiera de darse por enterada de que sangraba su herida ya se había curado, y rió, notando como la rodilla del hombre se clavaba en su muslo, imposibilitando que pudiese acceder a su daga.
Rió a carcajadas, pero su risa quedó reemplazada por un suspiro contenido al notar la daga de Sarez rasgando la parte blanda de su armadura. La hoja del arma sobre su abdomen. Por primera vez en 6 meses sentía el verdadero significado del frío. Giró la cabeza un momento.
Su oponente no sabía dos cosas, a cada cual más importante: Estaba haciendo justo lo que Eilydh esperaba de él. Lo sabía porque ella misma había matado antes a sangre fría y había amado tanto como para olvidar las consecuencias de sus actos. Por otro lado, el tal Sarez pasó por alto la melena rojiza que lo había seguido al salir de la posada. Tenía la cara pintada de una mezcla de dolor y miedo y si algo le dolió en aquel momento a Eilydh fue verla con aquel gesto roto.
Pero fue justo aquello lo que le insufló fuerzas para seguir actuando, al fin y al cabo la función no acaba hasta que el telón baja.
Miró a Sarez, como buscando en el un ápice de algo que le hiciese cambiar su opinión. Como si hubiese ensayado aquello mil veces antes, se acercó a su oreja. Y susurró.
-Quizás deberías preguntarte qué le has hecho tú...-dijo simplemente y de nuevo sonrió. Estaba segura de que Merrigan veía lo que la elfa quería que viese y llevó su mano a la daga del hombre con ojos sumidos en tristeza y desencanto.
Pero no la apartó, la acercó incluso más a su abdomen notando como se clavaba en ella y exhalando un gemido mezcla de dolor y sorpresa. Lo suficientemente alto como para que Merrigan lo oyese.
-Por algo lo llaman "la petite mort"- susurró de nuevo al oido Eilydh. Sonrió porque podía ver como los sueños de Merrigan se desvanecían. Los suyos propios morían a medida que Sarez clavaba su daga más y más en su abdomen.- No solo hay pasión en el amor, Sarez. - dijo, pronunciando su nombre como si lo odiase- También en la lucha y en la muerte. El problema es saber diferenciarlas....- Y no estoy muy segura de si es muy fácil hacerlo desde una distancia de.... 3, 4 metros?- finalizó.
Soltó su mano de la daga de Sarez y le agarró la mandíbula apretándola en un intento de que el hombre dejase de clavarle el cuchillo.Por un momento se perdió en sus ojos. No había nada que los uniese y sin embargo en aquel momento pocas cosas podían separarlos.
-Mátame, y mostrarás a Merrigan tu verdadera cara... y le harás más fácil verte como un monstruo. Y se pensará mil veces si bueno... si tu monstruosidad es hereditaria. Mátame y haz que algo entre ambos se rompa de manera sorda y perenne...- Eilydh eligió las palabras con cuidado, al fin y al cabo no era ella quien debía revelar el pequeño secreto de Merrigan.
-Déjame vivir y los temores más primitivos de toda mujer enamorada y en especial Merrigan tendrán nombre y apellido.Déjame con vida y algo entre tú y ella se habrá roto para siempre.- Dijo Eilydh, acercándose tanto a los labios del hombre que podía contar su respiración.- Curiosas opciones verdad??- Estaba casi segura que los ojos curiosos que los miraban no veían dos figuras peleando, sino una mezcla de tela y gemidos en un callejón ajeno a la calle principal. Estaba más segura aún que aquello era lo que veía Merrigan. Tembló de dolor y notó cómo su sangre se vertía un poco en la túnica del hombre y en la suya propia.
Cerró los ojos por un momento. Cuándo se había vuelto tan sádica? Por qué estaba tan molesta por lo que pudiera o no pasarle a esa medio elfa? No era ella. Nunca lo fue pero.. podría serlo?
-Qué vas a hacerle a Merrigan, Sarez?-dijo Eilydh con un leve gemido de dolor de nuevo.
Eilydh
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Re: Ser un elfo [Privado con Eilydh] [Cerrado]
No le he dicho como me llamo. Es lo que me llama la atención. La elfa guerrera habla de mí como si supiera toda mi historia, las gracias y desgracias. Conoce mi nombre y el de Merrigan. Arrugo mis labios cuando escucho como pronuncia el nombre mi pareja. Aprieto mis manos cuando la elfa guerrera me llama monstruo. Sonríe y se divierte. Un hilo de sangre se desliza por su barbilla, pero a ella no parece importarle. Tampoco le importaría que clavase mi daga en su pecho. Sus ojos continuarían fijos en los míos y sus labios seguirían esbozando la amarga sonrisa.
La chica alarga una mano y me coge de la barbilla como Merrigan hace antes de plantar un beso en mis labios. Bajo la cabeza, es un acto reflejo, esperando recibir el beso de Merrigan. Los labios de la elfa guerrera están tan cerca que bien podría estar besándome con ella. Noto el olor amargo de la sangre de la herida que le he hecho y me imagino a qué saben sus labios. Giro la cabeza a un lado, deshaciéndome de su agarre, pero no de mis ideas.
Sigue hablando de Merrigan. Quiero que calle. No entiendo lo que está diciendo. Por el tono de voz, sé que me está insultando y amenazando, poniendo a Merrigan entre medio de los dos. O hago lo que ella o hará daño a Merrigan de una manera que no puedo entender. Es la conclusión que llego.
Noto el cuerpo de la chica peligrosamente cerca de mí. Tengo la impresión de que se está acercando, no le importa que tenga una daga en la mano. Sus pechos quedan pegados a los míos. Sus piernas están a un paso de hacerse un nudo con las mías. Recuerdo a Merrigan. Quiero que mis piernas se hagan un nudo con las de Merrigan, no con las piernas de la elfa guerrera. Ella lo sabe. Se acerca hacia mí para burlarse. Se ríe y me dice, con muchas palabras que no sé relacionar, que nunca más tendré a Merrigan.
—Puta — Merrigan me enseñó las palabrotas de los humanos.
Separo el cuchillo de la piel de la chica. Si le he hecho una nueva cicatriz, no la distingo entre las que había enseñado en el comedor de la taberna. Levanto el brazo y clavó el arma en la pared, al lado de la cabeza de la chica. Al mismo tiempo, emito un gruñido sin abrir la boca. Pedazos de grava caen sobre los hombros de la elfa. Tengo los dientes apretados. Estoy furioso confuso. No sé quién es la chica, de qué me conoce y por qué dice que hago daño a Merrigan.
— No harás daño a Merrigan — digo en voz baja —. Es lo único que sé — estoy cerca del cabello de trigo de la elfa guerra, más de su perfume de mujer —. Lo que sea que le has hecho, no lo volverás a hacer. Tampoco la volverás a ver. Nunca más. Te irás con tus palabras de libro donde no sepamos más de ti.
Aflojo la mano izquierda, soltando el hombro de la chica. Me asusta tocarla.
—Te irás a cambio de..., no lo sé. ¿Qué es lo que quieres? — tengo más preguntas, las digo de golpe — ¿Por qué me conoces? ¿Qué te he hecho? ¿Qué me estás haciendo? ¿Magia? ¿Has bañado tus palabras con magia negra? —no me doy cuenta que estoy llorando — ¿Quieres que te mate? — pongo la mano de vuelta en la daga sin sacarla de la pared — ¿Es eso? ¿Quieres hacerme enfurecer para que te mate? — suelto el arma y hago ademán de volverla abofetear, pero la retiro antes de llegar a tocarla —. Preguntas qué quiero hacer a Merrigan, ambos conocemos la respuesta. Quiero acompañarla. Lo qué no sé es qué voy a hacer contigo. Qué voy a hacer para que te vayas. Lejos, a la puta Sandorai — de nuevo la palabrota de los humanos —. Y no vuelvas.
La chica alarga una mano y me coge de la barbilla como Merrigan hace antes de plantar un beso en mis labios. Bajo la cabeza, es un acto reflejo, esperando recibir el beso de Merrigan. Los labios de la elfa guerrera están tan cerca que bien podría estar besándome con ella. Noto el olor amargo de la sangre de la herida que le he hecho y me imagino a qué saben sus labios. Giro la cabeza a un lado, deshaciéndome de su agarre, pero no de mis ideas.
Sigue hablando de Merrigan. Quiero que calle. No entiendo lo que está diciendo. Por el tono de voz, sé que me está insultando y amenazando, poniendo a Merrigan entre medio de los dos. O hago lo que ella o hará daño a Merrigan de una manera que no puedo entender. Es la conclusión que llego.
Noto el cuerpo de la chica peligrosamente cerca de mí. Tengo la impresión de que se está acercando, no le importa que tenga una daga en la mano. Sus pechos quedan pegados a los míos. Sus piernas están a un paso de hacerse un nudo con las mías. Recuerdo a Merrigan. Quiero que mis piernas se hagan un nudo con las de Merrigan, no con las piernas de la elfa guerrera. Ella lo sabe. Se acerca hacia mí para burlarse. Se ríe y me dice, con muchas palabras que no sé relacionar, que nunca más tendré a Merrigan.
—Puta — Merrigan me enseñó las palabrotas de los humanos.
Separo el cuchillo de la piel de la chica. Si le he hecho una nueva cicatriz, no la distingo entre las que había enseñado en el comedor de la taberna. Levanto el brazo y clavó el arma en la pared, al lado de la cabeza de la chica. Al mismo tiempo, emito un gruñido sin abrir la boca. Pedazos de grava caen sobre los hombros de la elfa. Tengo los dientes apretados. Estoy furioso confuso. No sé quién es la chica, de qué me conoce y por qué dice que hago daño a Merrigan.
— No harás daño a Merrigan — digo en voz baja —. Es lo único que sé — estoy cerca del cabello de trigo de la elfa guerra, más de su perfume de mujer —. Lo que sea que le has hecho, no lo volverás a hacer. Tampoco la volverás a ver. Nunca más. Te irás con tus palabras de libro donde no sepamos más de ti.
Aflojo la mano izquierda, soltando el hombro de la chica. Me asusta tocarla.
—Te irás a cambio de..., no lo sé. ¿Qué es lo que quieres? — tengo más preguntas, las digo de golpe — ¿Por qué me conoces? ¿Qué te he hecho? ¿Qué me estás haciendo? ¿Magia? ¿Has bañado tus palabras con magia negra? —no me doy cuenta que estoy llorando — ¿Quieres que te mate? — pongo la mano de vuelta en la daga sin sacarla de la pared — ¿Es eso? ¿Quieres hacerme enfurecer para que te mate? — suelto el arma y hago ademán de volverla abofetear, pero la retiro antes de llegar a tocarla —. Preguntas qué quiero hacer a Merrigan, ambos conocemos la respuesta. Quiero acompañarla. Lo qué no sé es qué voy a hacer contigo. Qué voy a hacer para que te vayas. Lejos, a la puta Sandorai — de nuevo la palabrota de los humanos —. Y no vuelvas.
Sarez
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Re: Ser un elfo [Privado con Eilydh] [Cerrado]
La pared donde se sostiene Eilydh vibra por un momento. La elfa había seguido con interés el recorrido del puño de aquel elfo hasta alcanzar el muro duro tras ella, y siente como pedazos de lo que sea que esta hecha la pared caen sobre sus trenzas. No escucha el estruendo del choque del puño del elfo.
No escucha las palabras que salen de sus labios como una excusa, como si algo de lo que dijese fuese a hacer cambiar su pasado. Sabiendo a regañadientes que aquello ya había llegado tarde. Lustros tarde.
¿La había llamado puta? ¿Acababa de insinuar que su piel se erizaba por el valor del dinero de una bolsa? Eilydh envidió aquellas palabras. Celó el hecho de la libertad que había en decidir a quién le regalabas tus gemidos. Pensó que más bien aquella definición pertenecía pues a Merrigan, y que justo aquella era la droga de la que la pobre Merrigan no sabía deshacerse. Pero no lo dijo.
Fijó sus ojos en los del elfo. Otros muy distintos le devolvieron la mirada. Casi había olvidado como esos ojos envolvían el mar en tempestad.
Eilydh lo apartó de ella con un empujón inesperado, aprovechando el monólogo del elfo que hizo que bajase su guardia. Como si de pronto, sintiese asco por el mero hecho de respirar el mismo aire que aquel elfo.
-No soy yo la que quiere hacerle daño a Merrigan- dijo, obviando las palabras que acababan de ocultarse entre sus pensamientos y que casi le urgían a decirle a aquel elfo que él era el que acababa de dañarla. Para siempre seguramente.- Tampoco quiero dañarte a ti, aunque me lo estás poniendo muy dificil- se limpió la sangre que caía de sus labios y abdomen justo a tiempo para ver como sus heridas empezaban a sanar.
Una cicatriz más para la colección. No estaba segura si estaría feliz de guardar el recuerdo que ésta albergaba.
Seguía escuchando al elfo hablar. ¿Cuándo se había convertido su retórica en una súplica? Miró de nuevo al elfo, esta vez viendo sus ojos, y no los de otro, y entonces entendió que aquello quizás había llegado demasiado lejos. Eilydh llegó demasiado tarde. Veía el paso de los años como una encadenación de sucesos tras otros, Merrigan sola en las calles, Sarez ebrio repudiando cualquier contacto con la chica. Merrigan odiándo cada decisión iniciada por aquel vomito verde y sin sentido.
Y entendió que, de hecho era tarde. Demasiado.
-Eso parece una tarea tediosa- dijo refiriéndose al deseo del elfo de que Eilydh desapareciese para no volver- Teniendo en cuenta que a partir de ahora, viajo con ustedes- dijo simplemente.
Aquello no era una sugerencia. Habló como quien establece el color de sus ojos. O la primera vez que supo que existía. Habló para reafirmarse en que aquella era la única oportunidad con la que contaba para salvar a Merrigan de Sarez. Habló pausada y algo en ella le decía que aquella era una oferta que aquel elfo no podía rechazar.
También sabía que de aceptar aquello, el propio Sarez debía ser el que se lo comunicase a Merrigan. Y aquello podría acabar rompiendo un poco a la medio elfa.
Cuanto antes se rompa. antes puede empezar a sanar... pensó Eilydh, a medida que se adecentaba.
Pero por si acaso, y porque estaba cansada de las arrugas que causaban en su rostro la furia contenida, contra todo pronóstico, se deshizo sus trenzas de nuevo. Dejándo que leves mechones de cabello cayesen sobre su rostro. Aquello no era una bandera blanca de rendición, era un alto al fuego.
Al menos, por ahora.
No escucha las palabras que salen de sus labios como una excusa, como si algo de lo que dijese fuese a hacer cambiar su pasado. Sabiendo a regañadientes que aquello ya había llegado tarde. Lustros tarde.
¿La había llamado puta? ¿Acababa de insinuar que su piel se erizaba por el valor del dinero de una bolsa? Eilydh envidió aquellas palabras. Celó el hecho de la libertad que había en decidir a quién le regalabas tus gemidos. Pensó que más bien aquella definición pertenecía pues a Merrigan, y que justo aquella era la droga de la que la pobre Merrigan no sabía deshacerse. Pero no lo dijo.
Fijó sus ojos en los del elfo. Otros muy distintos le devolvieron la mirada. Casi había olvidado como esos ojos envolvían el mar en tempestad.
Eilydh lo apartó de ella con un empujón inesperado, aprovechando el monólogo del elfo que hizo que bajase su guardia. Como si de pronto, sintiese asco por el mero hecho de respirar el mismo aire que aquel elfo.
-No soy yo la que quiere hacerle daño a Merrigan- dijo, obviando las palabras que acababan de ocultarse entre sus pensamientos y que casi le urgían a decirle a aquel elfo que él era el que acababa de dañarla. Para siempre seguramente.- Tampoco quiero dañarte a ti, aunque me lo estás poniendo muy dificil- se limpió la sangre que caía de sus labios y abdomen justo a tiempo para ver como sus heridas empezaban a sanar.
Una cicatriz más para la colección. No estaba segura si estaría feliz de guardar el recuerdo que ésta albergaba.
Seguía escuchando al elfo hablar. ¿Cuándo se había convertido su retórica en una súplica? Miró de nuevo al elfo, esta vez viendo sus ojos, y no los de otro, y entonces entendió que aquello quizás había llegado demasiado lejos. Eilydh llegó demasiado tarde. Veía el paso de los años como una encadenación de sucesos tras otros, Merrigan sola en las calles, Sarez ebrio repudiando cualquier contacto con la chica. Merrigan odiándo cada decisión iniciada por aquel vomito verde y sin sentido.
Y entendió que, de hecho era tarde. Demasiado.
-Eso parece una tarea tediosa- dijo refiriéndose al deseo del elfo de que Eilydh desapareciese para no volver- Teniendo en cuenta que a partir de ahora, viajo con ustedes- dijo simplemente.
Aquello no era una sugerencia. Habló como quien establece el color de sus ojos. O la primera vez que supo que existía. Habló para reafirmarse en que aquella era la única oportunidad con la que contaba para salvar a Merrigan de Sarez. Habló pausada y algo en ella le decía que aquella era una oferta que aquel elfo no podía rechazar.
También sabía que de aceptar aquello, el propio Sarez debía ser el que se lo comunicase a Merrigan. Y aquello podría acabar rompiendo un poco a la medio elfa.
Cuanto antes se rompa. antes puede empezar a sanar... pensó Eilydh, a medida que se adecentaba.
Pero por si acaso, y porque estaba cansada de las arrugas que causaban en su rostro la furia contenida, contra todo pronóstico, se deshizo sus trenzas de nuevo. Dejándo que leves mechones de cabello cayesen sobre su rostro. Aquello no era una bandera blanca de rendición, era un alto al fuego.
Al menos, por ahora.
Eilydh
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Re: Ser un elfo [Privado con Eilydh] [Cerrado]
La elfa guerrera no entiende lo que le digo. Me contesta con voz tranquila y serena. No quiere ir a Sandorai (la puta Sandorai). Dice que viajará con Merrigan y conmigo, irá donde nosotros vayamos. No le importa el destino, le importa estar con nosotros. Negó con la cabeza repetidas veces. Ella no vendrá. Se irá. Se irá lejos. No volverá a hacer daño a Merrigan. A cambio, no la mataré. Ese era el trato. Podría hacerlo. La mujer está cerca. Basta un rápido movimiento de manos para desenfundar mi espada y luego clavársela en la garganta. Se acabó el problema. El bullicio de las calles principales ignoraría el cadáver. Mueren decenas de ladrones a diario en calles oscuras como la que nos encontramos.
Me sorprendo al darme cuenta que tengo la mano derecha en la empuñadura de la espada de Ivor, a punto de desenvainarla. El brazo izquierdo, en posición defensiva preparado para cualquier imprevisto. Estoy tan enfadado que me cuesta reconocer mis movimientos.
(Lejos, a la puta Sandorai).
Desenvaino la espada de Ivor. La mujer tallada en la empuñadura abre los ojos en el acto. La espada queda tendida en el aire, sin llegar a tocar a la elfa guerrera.
—Alto — dice la mujer de la espada obligando, por medio de la magia.
Curvo los labios en una mueca de vacilación. La espada conoce los destinos de los mundos. Ofrece su voz metálica en los momentos de indecisión, asegurándose que mi próximo movimiento sea el que nos lleve por el camino justo. Merrigan cree que la espada la dirige la mano de Odín. La elfa guerrera diría que se trata de alguno de sus Dioses con formas de estrella.
—¿Por qué has de acompañarnos? No te conozco. Dices que no dañarás a Merrigan y me has demostrado lo contrario. ¿Qué le hiciste allí arriba? — señalo con la cabeza hacia la dirección donde se encuentra la posada — ¿Por qué bajó llorando las escaleras?
Lentamente, retiro la espada hasta volverla a guardar en su vaina. Lo hago sin dejar de mirar los ojos de la elfa guerrera, no confío en ella, aunque mi espada sí lo haga.
—Si deseas acompañarnos has de hablar. Explícate. Habla bien — habla como Merrigan —. Habla para que pueda entenderte.
Doy la espalda a la chica para recoger el cuchillo que había clavado en la pared. Es el mayor gesto de confianza que le he dirigido hasta ahora.
—Hablarás ahora y hablarás después — digo mirando a la pared. La siguiente frase implica una persona importante. Me doy la vuelta y procuro que la elfa guerrera entienda la expresión en mi rostro —. Delante de Merrigan.
Me sorprendo al darme cuenta que tengo la mano derecha en la empuñadura de la espada de Ivor, a punto de desenvainarla. El brazo izquierdo, en posición defensiva preparado para cualquier imprevisto. Estoy tan enfadado que me cuesta reconocer mis movimientos.
(Lejos, a la puta Sandorai).
Desenvaino la espada de Ivor. La mujer tallada en la empuñadura abre los ojos en el acto. La espada queda tendida en el aire, sin llegar a tocar a la elfa guerrera.
—Alto — dice la mujer de la espada obligando, por medio de la magia.
Curvo los labios en una mueca de vacilación. La espada conoce los destinos de los mundos. Ofrece su voz metálica en los momentos de indecisión, asegurándose que mi próximo movimiento sea el que nos lleve por el camino justo. Merrigan cree que la espada la dirige la mano de Odín. La elfa guerrera diría que se trata de alguno de sus Dioses con formas de estrella.
—¿Por qué has de acompañarnos? No te conozco. Dices que no dañarás a Merrigan y me has demostrado lo contrario. ¿Qué le hiciste allí arriba? — señalo con la cabeza hacia la dirección donde se encuentra la posada — ¿Por qué bajó llorando las escaleras?
Lentamente, retiro la espada hasta volverla a guardar en su vaina. Lo hago sin dejar de mirar los ojos de la elfa guerrera, no confío en ella, aunque mi espada sí lo haga.
—Si deseas acompañarnos has de hablar. Explícate. Habla bien — habla como Merrigan —. Habla para que pueda entenderte.
Doy la espalda a la chica para recoger el cuchillo que había clavado en la pared. Es el mayor gesto de confianza que le he dirigido hasta ahora.
—Hablarás ahora y hablarás después — digo mirando a la pared. La siguiente frase implica una persona importante. Me doy la vuelta y procuro que la elfa guerrera entienda la expresión en mi rostro —. Delante de Merrigan.
Sarez
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Re: Ser un elfo [Privado con Eilydh] [Cerrado]
¿Aquel elfo estaba bromeando? Debía de estarlo. No entendía sus motivos pero estaba a punto de tirar la toalla Y desaparecer de sus vidas y que aquella medio elfa se convertiese en escoria. En algo con lo que jugar tan solo cuando no había nada más en el camino, al fin y al cabo eso era lo que era aquella chica.
Sin embargo Eilydh decidió darle un descanso a la mente, obviamente lenta de aquel elfo. Como si su espada fuese a ponerla más en peligro que una daga, o cualquiera de las armas que fuese a sacar de debajo de aquella capa suya. Eilydh ya había ponzoñado a aquellos dos extraños. Había esparcido su veneno en todo aquello que la chica hubiese visto, fuese o no fuese verdad.
Sonrió de manera irónica. ¿Esque aquel hombre no iba a pillarlo nunca? Ella era la que ponía las condiciones de aquí en adelante y hablaría o no dependiendo del interés que aquello le suscitase. Pero Merrigan la apenaba. Ella y sus ojos vacios idólatras de elfos mezquinos. Ella y todo lo que tenía que perderse por simplemente segurilos. ¿Esque quizás Eilydh iba a seguirlos tan solo por protegerla? ¿Los estaba juzgando antes de conocerlos? Ella, la reina de las segundas oportunidades.
-¿Es que no lo entiendes? Quiero proteger a Merrigan y... todo lo que trae consigo de ti. Quizás al menos hasta que esté segura de que el ser abominable que vive en ella no va a causar problemas a nadie más que a ambos de ustedes- De nuevo quizás midió sus palabras. No quería ser la portadora de malas noticias.- Además, ¿de qué sirven mis explicaciones? Una imagen siempre vale más que mil palabras, elfo.- dijo simplemente Eilydh, enfocando su mirada directamente en Merrigan.
Apartó la hoja de la espada de Sarez de su cuello aprovechando el efecto que sus palabras pudiesen haber causado en el hombre. Estaba empezando a caerle sumamente mal. Su herida ya se había curado, pero tenía un rastro de sabor a sangre en su lengua.
Estaba segura de que lo que Merrigan pudiese o no haber visto eran palabras suficientes para convencerla. Eilydh estaba arrepentida de su cabezonería. Debería irse y dejar a esos dos pobres energúmenos locos de amor o de lujuria a su propia suerte y aquello que cargaba la hereje morir con la primera bocanada de aire que tomase.
Pero había recordado la inocencia de una Eilydh extinta.
Y tenía que matarla. Quemarla y enterrar sus raices bajo el árbol madre en Sandorai.
Sin embargo Eilydh decidió darle un descanso a la mente, obviamente lenta de aquel elfo. Como si su espada fuese a ponerla más en peligro que una daga, o cualquiera de las armas que fuese a sacar de debajo de aquella capa suya. Eilydh ya había ponzoñado a aquellos dos extraños. Había esparcido su veneno en todo aquello que la chica hubiese visto, fuese o no fuese verdad.
Sonrió de manera irónica. ¿Esque aquel hombre no iba a pillarlo nunca? Ella era la que ponía las condiciones de aquí en adelante y hablaría o no dependiendo del interés que aquello le suscitase. Pero Merrigan la apenaba. Ella y sus ojos vacios idólatras de elfos mezquinos. Ella y todo lo que tenía que perderse por simplemente segurilos. ¿Esque quizás Eilydh iba a seguirlos tan solo por protegerla? ¿Los estaba juzgando antes de conocerlos? Ella, la reina de las segundas oportunidades.
-¿Es que no lo entiendes? Quiero proteger a Merrigan y... todo lo que trae consigo de ti. Quizás al menos hasta que esté segura de que el ser abominable que vive en ella no va a causar problemas a nadie más que a ambos de ustedes- De nuevo quizás midió sus palabras. No quería ser la portadora de malas noticias.- Además, ¿de qué sirven mis explicaciones? Una imagen siempre vale más que mil palabras, elfo.- dijo simplemente Eilydh, enfocando su mirada directamente en Merrigan.
Apartó la hoja de la espada de Sarez de su cuello aprovechando el efecto que sus palabras pudiesen haber causado en el hombre. Estaba empezando a caerle sumamente mal. Su herida ya se había curado, pero tenía un rastro de sabor a sangre en su lengua.
Estaba segura de que lo que Merrigan pudiese o no haber visto eran palabras suficientes para convencerla. Eilydh estaba arrepentida de su cabezonería. Debería irse y dejar a esos dos pobres energúmenos locos de amor o de lujuria a su propia suerte y aquello que cargaba la hereje morir con la primera bocanada de aire que tomase.
Pero había recordado la inocencia de una Eilydh extinta.
Y tenía que matarla. Quemarla y enterrar sus raices bajo el árbol madre en Sandorai.
Eilydh
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Re: Ser un elfo [Privado con Eilydh] [Cerrado]
—Tú no la conoces.
Digo sin apenas comprender lo que dice. Tampoco me resulta interesante. Parece saltar de un tema de conversación a otro, sin orden ni contexto. Habla de Merrigan y también de criaturas. Está loca. Hago un movimiento de dejadez con el brazo derecho. Estoy cansado de discutir con la elfa guerra. Cansado de sus amenazas constantes y tener el filo de su espada pegado a mi piel. Podría haberla matado, he tenido muchas oportunidades para hacerlo y, aun así, acabé recogiendo mis armas, perdonándole la vida. No soy un elfo guerrero como ella. No soy un elfo como ella.
Camino delante de la elfa, marcando el paso. No hace falta que me dé la vuelta para comprobar que me está siguiendo. Conozco Vulwulfar como la palma de mi mano. De las ciudades humanas, es la menos humana y en la que más cómodo me siento. He descubierto cada los secretos que esconden la calles. Confío en que la elfa guerra no conozca la ciudad tan bien como yo.
Voy en dirección contraria en la que se encuentra el hostal donde nos hospedamos. Giro de forma precipitada por las calles que quedan ocultas para los viajeros y turistas como si estuviera cogiendo un atajo que acorte el viaje.
Llegamos a las calles traseras que utilizan los comerciantes para recoger los productos que los carros traen de las ciudades extranjeras. El lugar a orín de caballo y comida en mal estado. Es un buen lugar para abandonar a la elfa guerra.
—Hemos llegado.
Doy un salto, tomo la barandilla de una ventana para coger impulso y sigo saltando. Los edificios de esta zona tienen varias alturas. La planta baja se reserva para los comercios y almacenes y las superiores para los domicilios de los habitantes de Vulwulfar. Antes que la elfa guerrera pueda darse cuenta, llego a la azotea con la agilidad de un gato callejero. Conozco los tejados de Vulwulfar tan bien como sus calles. Desde lo alto, no me es difícil visualizar la dirección dónde se encuentra la posada. Corro hacia ella.
Sin los obstáculos que son los edificios y el impedimento que resulta tener que cruzar las calles angostas de la ciudad, espero llegar al hostal antes que la elfa. Soy rápido y sé moverme por estos lugares. Salto por los tejados como lo haría un asesino en la noche o un elfo en el bosque. Miro hacia abajo asegurándome que la elfa guerrera no es capaz de seguirme.
Consigo llegar a la azotea del hostal. Me impulso hacia abajo y, rompiendo el cristal de la ventana, entro en mi habitación. Merrigan está recostada en la cama en posición fetal, abrazada a la almohada. Da un sobresalto al verme. Sus ojos son dos cristales púrpuras bañados por la lluvia.
—Espera — me adelanto a decir antes de que me pregunte por una explicación.
Cierro el pestillo de la habitación. Descanso la espalda contra la puerta como si estuviera encerrado algo que se encuentra detrás. La carrera me ha agotado.
—Hablar — digo entre jadeos exhaustos —. Vamos a hablar — me esfuerzo por respirar despacio para que mi voz suena tranquila —. ¿Quién es ella y qué te ha hecho? — con la mano derecha señalo la estatura de la elfa guerrera y con la izquierda, mis ropajes, cubriendo.
Merrigan se coloca sentada, con las piernas cruzadas, encima de la cama. No suelta la almohada. Me mira con extrañeza y la mirada pérdida. Hace acopio de hablar, pero tropieza con sus propias palabras cayendo en un llanto.
—No la conozco. Necesito saber quién era y qué te ha hecho para sanar la herida.
Offrol: uso habilidad de nivel 2 para escapar de Eilydh
Digo sin apenas comprender lo que dice. Tampoco me resulta interesante. Parece saltar de un tema de conversación a otro, sin orden ni contexto. Habla de Merrigan y también de criaturas. Está loca. Hago un movimiento de dejadez con el brazo derecho. Estoy cansado de discutir con la elfa guerra. Cansado de sus amenazas constantes y tener el filo de su espada pegado a mi piel. Podría haberla matado, he tenido muchas oportunidades para hacerlo y, aun así, acabé recogiendo mis armas, perdonándole la vida. No soy un elfo guerrero como ella. No soy un elfo como ella.
Camino delante de la elfa, marcando el paso. No hace falta que me dé la vuelta para comprobar que me está siguiendo. Conozco Vulwulfar como la palma de mi mano. De las ciudades humanas, es la menos humana y en la que más cómodo me siento. He descubierto cada los secretos que esconden la calles. Confío en que la elfa guerra no conozca la ciudad tan bien como yo.
Voy en dirección contraria en la que se encuentra el hostal donde nos hospedamos. Giro de forma precipitada por las calles que quedan ocultas para los viajeros y turistas como si estuviera cogiendo un atajo que acorte el viaje.
Llegamos a las calles traseras que utilizan los comerciantes para recoger los productos que los carros traen de las ciudades extranjeras. El lugar a orín de caballo y comida en mal estado. Es un buen lugar para abandonar a la elfa guerra.
—Hemos llegado.
Doy un salto, tomo la barandilla de una ventana para coger impulso y sigo saltando. Los edificios de esta zona tienen varias alturas. La planta baja se reserva para los comercios y almacenes y las superiores para los domicilios de los habitantes de Vulwulfar. Antes que la elfa guerrera pueda darse cuenta, llego a la azotea con la agilidad de un gato callejero. Conozco los tejados de Vulwulfar tan bien como sus calles. Desde lo alto, no me es difícil visualizar la dirección dónde se encuentra la posada. Corro hacia ella.
Sin los obstáculos que son los edificios y el impedimento que resulta tener que cruzar las calles angostas de la ciudad, espero llegar al hostal antes que la elfa. Soy rápido y sé moverme por estos lugares. Salto por los tejados como lo haría un asesino en la noche o un elfo en el bosque. Miro hacia abajo asegurándome que la elfa guerrera no es capaz de seguirme.
Consigo llegar a la azotea del hostal. Me impulso hacia abajo y, rompiendo el cristal de la ventana, entro en mi habitación. Merrigan está recostada en la cama en posición fetal, abrazada a la almohada. Da un sobresalto al verme. Sus ojos son dos cristales púrpuras bañados por la lluvia.
—Espera — me adelanto a decir antes de que me pregunte por una explicación.
Cierro el pestillo de la habitación. Descanso la espalda contra la puerta como si estuviera encerrado algo que se encuentra detrás. La carrera me ha agotado.
—Hablar — digo entre jadeos exhaustos —. Vamos a hablar — me esfuerzo por respirar despacio para que mi voz suena tranquila —. ¿Quién es ella y qué te ha hecho? — con la mano derecha señalo la estatura de la elfa guerrera y con la izquierda, mis ropajes, cubriendo.
Merrigan se coloca sentada, con las piernas cruzadas, encima de la cama. No suelta la almohada. Me mira con extrañeza y la mirada pérdida. Hace acopio de hablar, pero tropieza con sus propias palabras cayendo en un llanto.
—No la conozco. Necesito saber quién era y qué te ha hecho para sanar la herida.
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Sarez
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Re: Ser un elfo [Privado con Eilydh] [Cerrado]
Eilydh vió el cambio de parecer en los ojos del elfo. Notó como si de pronto toda la luz que hubiese contenido en la furia que le insuflaba a su espada se hubiese escapado. Como si se hubiese desinflado como un globo a medio cerrar. Y notó como el espacio entre ambos elfos se hacía mayor y el chico hacía intento de escapar de ella. Agarró sus cosas como fabricando la manera de acabar con aquella situación y no le dedicó una última mirada antes de darse la vuelta y marchar a andar.
-¡EH, TÚ!- gritó mientras el hombre se perdía por las calles.- ¿Dónde crees que vas? ¿Me estás escuchando?- dijo, siguiendole el ritmo. Pero si lo hizo, el elfo la ignoró de sobremanera.
Las calles empezaron a hacerse laberintos a medida que Eilydh le pisaba los talones al tal Sarez. Las paredes de los edificios servían de ratonera improvisada y aunque ninguno corría, quizás para evitar accionar el mecanismo de defensa del otro, la tensión se palpaba:Cada paso más rápido que el anterior. Cada palmo recorrido tan solo seguido de un siguiente. Un cruce de caminos con una dirección aleatoria, el siguiente sin oportunidad de elección.
De pronto y como de la nada, Eilydh sintió que aquello le parecía familiar. No las calles, por descontado: Tan solo había estado en esa ciudad una vez antes. Sino la sensación de necesitar seguir caminando sin saber muy bien a donde se dirigía. O si lo hacía a algún sitio en concreto. Tan solo guiada por los pasos que habían marcado delante de ella.
Como un perro vasallo a merced de su dueño cruel. Como si cada paso que marcase el camino donde Sarez no quería que la siguiese fuese lo único que podía esperar de ese encuentro. La certitud de que ella lo seguiría porque era lo más "ético". Frenó un poco su ritmo. En parte porque el hombre delante de ella también lo hizo. En parte porque aquellos pensamientos estaban creando ponzoña en su mente.
Ella no era ese tipo de elfa.
Cuando su cabeza se aclaró escuchó como Sarez comentaba que habían llegado. ¿Lo habían hecho?
El hombe fue más rápido, por supuesto y tras varios saltos sin problemas subió a los tejados de las casas y posadas cercanas, poniendo la distancia de varios edificios entre la elfa y él mismo. Eilydh apresuró su paso, como si sus piernas aún no hubiesen conectado con su cabeza, pues esta última había olvidado la razón por la que no debería dejar que esa pobre medio elfa sufriese el plan perfecto de Sarez. Su amo.
Giró varias veces tan solo siguiendo la túnica del hombre y en el último cruce de caminos, la multitud de un mercado cercano la sorprendió. Con sus ruidos, sus olores, su infinita exposición a personas andando en una y otra dirección lo suficientemente ociosas como para divagar de un punto a otro. Lo suficientemente molestas como para enlentecer los pasos de Eilydh que, aún no se lo había dicho a si misma, pero sabía que había perdido aquella batalla.
Pero su orgullo la mantuvo ocupada un poco más, a pesar de que la imagen de Sarez se hacía más y más pequeña a sus ojos. Brazos se apoderaban de los suyos propios, instándola a mirar uno y otro objeto en los tenderetes cercanos, probar este o aquel trozo de pescado expuesto en mesas, dejarse sumergir en los olores de este o aquel perfume. Pero siguió andando a pesar de que ya no veía rastro del elfo en los tejados. Como si darse por vencida fuese dejarse a su suerte. Como si admitir que había perdido no fuese una opción.
Como si ser un elfo fuese justo eso mismo: Tener el orgullo suficiente como para luchar a contracorriente hasta que alcances la orilla. O te hundas en las profundidades de tu propia esencia.
-¡EH, TÚ!- gritó mientras el hombre se perdía por las calles.- ¿Dónde crees que vas? ¿Me estás escuchando?- dijo, siguiendole el ritmo. Pero si lo hizo, el elfo la ignoró de sobremanera.
Las calles empezaron a hacerse laberintos a medida que Eilydh le pisaba los talones al tal Sarez. Las paredes de los edificios servían de ratonera improvisada y aunque ninguno corría, quizás para evitar accionar el mecanismo de defensa del otro, la tensión se palpaba:Cada paso más rápido que el anterior. Cada palmo recorrido tan solo seguido de un siguiente. Un cruce de caminos con una dirección aleatoria, el siguiente sin oportunidad de elección.
De pronto y como de la nada, Eilydh sintió que aquello le parecía familiar. No las calles, por descontado: Tan solo había estado en esa ciudad una vez antes. Sino la sensación de necesitar seguir caminando sin saber muy bien a donde se dirigía. O si lo hacía a algún sitio en concreto. Tan solo guiada por los pasos que habían marcado delante de ella.
Como un perro vasallo a merced de su dueño cruel. Como si cada paso que marcase el camino donde Sarez no quería que la siguiese fuese lo único que podía esperar de ese encuentro. La certitud de que ella lo seguiría porque era lo más "ético". Frenó un poco su ritmo. En parte porque el hombre delante de ella también lo hizo. En parte porque aquellos pensamientos estaban creando ponzoña en su mente.
Ella no era ese tipo de elfa.
Cuando su cabeza se aclaró escuchó como Sarez comentaba que habían llegado. ¿Lo habían hecho?
El hombe fue más rápido, por supuesto y tras varios saltos sin problemas subió a los tejados de las casas y posadas cercanas, poniendo la distancia de varios edificios entre la elfa y él mismo. Eilydh apresuró su paso, como si sus piernas aún no hubiesen conectado con su cabeza, pues esta última había olvidado la razón por la que no debería dejar que esa pobre medio elfa sufriese el plan perfecto de Sarez. Su amo.
Giró varias veces tan solo siguiendo la túnica del hombre y en el último cruce de caminos, la multitud de un mercado cercano la sorprendió. Con sus ruidos, sus olores, su infinita exposición a personas andando en una y otra dirección lo suficientemente ociosas como para divagar de un punto a otro. Lo suficientemente molestas como para enlentecer los pasos de Eilydh que, aún no se lo había dicho a si misma, pero sabía que había perdido aquella batalla.
Pero su orgullo la mantuvo ocupada un poco más, a pesar de que la imagen de Sarez se hacía más y más pequeña a sus ojos. Brazos se apoderaban de los suyos propios, instándola a mirar uno y otro objeto en los tenderetes cercanos, probar este o aquel trozo de pescado expuesto en mesas, dejarse sumergir en los olores de este o aquel perfume. Pero siguió andando a pesar de que ya no veía rastro del elfo en los tejados. Como si darse por vencida fuese dejarse a su suerte. Como si admitir que había perdido no fuese una opción.
Como si ser un elfo fuese justo eso mismo: Tener el orgullo suficiente como para luchar a contracorriente hasta que alcances la orilla. O te hundas en las profundidades de tu propia esencia.
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