Escala de grises [Libre] [3/3][Cerrado]
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La luna se alzaba sobre las copas de los árboles, silenciosa, imponente, bañando todo lo que estaba bajo ella con su característico manto plateado.
Llevaba horas caminando entre los gruesos troncos que le rodeaban, avanzando a través de la espesura a un ritmo lento, pero constante. Podía haberse parado a acampar, pero su mapa, aunque ajado y amarillento, seguía siendo la mejor opción que tenía para encontrar un lugar seguro en el que pasar la noche, y por lo que este decía, había un pequeño poblado en mitad de aquel bosque, cerca de dónde se encontraba. ¿Qué mejor modo que descansar de un agotador viaje hacia el norte que en la cómoda cama de una posada? Mejor opción que dormir al raso era desde luego.
Distantes luces comenzaron a acumularse en el horizonte al cabo de un rato, pequeñas bolas anaranjadas que se asomaban tímidamente entre la arboledas, indicando a los extraviados y a los viajeros que no estaban solos en la espesura, que hacía delante encontrarían un pequeño reducto de civilización.
Eltrant asintió para sí, conforme, y guardó su fiel mapa en uno de los bolsillos traseros que colgaban de su cinto. Se detuvo momentáneamente a escudriñar las pequeñas llamitas que le recibían desde lo lejos, el poblado, aun desde la lejanía, tenía la suficientemente luz para que fuese medianamente grande, desde luego, aun desde dónde se encontraba, podía vislumbrar perfectamente que aquel sitio no era una aldea perdida en mitad de la nada con apenas diez habitantes ¿Un lugar de paso para mercaderes y viajeros? ¿En mitad del bosque? Se atusó la barba y pensó cuidadosamente si aquel pueblo que marcaba su viejo mapa no iba a ser, en realidad, un reducto de bandidos y camorristas. Era posible, como también lo era que, haciendo gala de un sentido de la orientación más bien cuestionable, Eltrant hubiese decidido caminar a través de la espesura en lugar de usar el camino principal que conducía hasta aquel lugar.
Terminó encogiéndose de hombros a la vez que dejaba escapar un sonoro bostezo, se arriesgaría, aun si era un poblado compuesto por lo peor de la sociedad las antorchas ya eran lo suficientemente intensas como para que tuviese tiempo de girarse sobre sí mismo y encontrar un buen lugar en el que descansar antes del amanecer.
Minutos más tarde Eltrant se encontró a si mismo caminando entre las vetustas casas de madera que componían aquella población. Pudo suspirar aliviado al notar que sus preocupaciones habían sido infundadas y que un amplio camino se abría a uno de los lados del poblado, lugar por el que podrían entrar ampliamente las caravana de mercaderes.
Por supuesto, teniendo en cuenta la hora a la que había llegado, las calles estaban desiertas. Cada paso que daba se traducía en que los sonidos que emanaban de su armadura, normalmente apenas audibles por el día, rebotaban en las paredes que tenía a su alrededor, prácticamente anunciando su llegada en mitad de la noche.
Le sorprendió ver que la posada, la única posada con la que contaba aquella pequeña ciudad, seguía abierta, o eso parecían indicar, al menos, los diferentes sonidos y la música que salían de su interior. Enarcó una ceja y leyó el letrero que había junto a la entrada, dónde, con una caligrafía exquisita, se anunciaba que en aquel edificio también había una taberna.
Sin mucha dilación se adentró en el edificio, un fuerte olor a comida recién hecha y a cerveza barata inundó sus sentidos de tal forma que apenas reparó en el pobre estado en el que se encontraba el bar de aquel lugar. No pudo evitar sorprenderse ante el gentío, ante la música que aún a altas horas de la mañana tocaba un animado cuarteto de cuerda al fondo de la estancia, en una especie de escenario pobremente iluminado con un par de antorchas.
Todos los presentes cantaban a coro con los músicos, algunos se giraron a ver quién se adentraba en el edificio y sonrieron al recién llegado, para entonces, volver a corear junto a los demás.
Eltrant se limitó a suspirar y, tras ajustarse la gruesa capa de que rodeaba su cuello, esquivó las distintas mesas y los charcos de licor que yacían por todas partes, para entonces sentarse en la barra que descansaba a uno de los lados de la amplia estancia, dónde una joven rubia de proporciones dignas de una amazona le recibió con una grata sonrisa.
- ¡Buenas noches viajero! – Dijo está tratando de hacerse oír sobre el gentío, Eltrant no pudo evitar mirar por encima del hombro de la muchacha antes de contestar, justo a la puerta entreabierta que tenía la camarera tras ella y desde la cual brotaba aquel embriagador olor que anegaba la taberna - ¿Qué le trae hasta mi humilde posada a estas horas intempestivas? – Dijo ahora tomando un vaso y, sin perder la sonrisa, depositándolo frente al guarda – Comida… un sitio dónde pasar la noche… lo típico - La mujer amplió su sonrisa - ¡Entonces estas en el lugar indicado! – Exclamó atrayendo un par de miradas, las cuales, en cuanto comprendieron que acababa de decir la muchacha, alzaron sus copas entre voces apoyando las palabras de la camarera – Veo que estáis muy animados por aquí – Dijo respondiendo a aquella sonrisa con la suya propia, tomando entre sus manos el recipiente que le había ofrecido la camarera, el cual estaba aún vacío – Sí, hemos tenido una temporada dura… – La joven bajo un poco el tono de voz y comenzó a ojear en la estantería que tenía tras ella, junto a la puerta de la cocina, las diferentes botellas que poseía, como si no terminase de decidir que servir a su nuevo cliente – Pero hemos salido adelante – Concluyó a la vez que tomaba una botella que contenía un líquido azul intenso, recuperando su sonrisa – Ya veo… - Eltrant, sin preocuparse demasiado por la bebida que estaban a punto de servirle, miró fugazmente a los músicos, quienes parecían reacios a querer parar de tocar. - ¿…Y crees que podré dormir esta noche? – La mujer se carcajeó con ganas – Espero que sí – Aseguró vertiendo el brebaje en el vaso del guarda. – De parte de la casa – Dijo guiñando un ojo al exmercenario – Asegúrate de pedir un par más para que me salga a cuenta – Añadió de buen humor. Eltrant alzó tímidamente la copa que le acababan de ofrecer en señal de aprecio y olisqueó su contenido, para después beber un trago de la misma – No está mal – Dijo después de la cata, la mujer asintió con la cabeza y, tras intercambiar unas palabras más con el guarda, se marchó a hablar con el resto de los camareros y criados que pululaban por la escena asegurándose de que todos los clientes tenían tantos sus vasos como los estómagos llenos.
Torció levemente el gesto, de todos los días en los que podía haber llegado a aquel pueblo, había tenido que ser uno de celebración, uno en el que no iba a poder dejar de escuchar las voces y los acordes de los violines.
Suspiró – Bueno… - Mientras bebía, fue depositando su mirada, poco a poco, en la mayoría de los presentes en el local. No podía negar que había una gran variedad de individuos en aquel lugar. Hombres-bestia, humanos, algún elfo que otro. – “…Podría ser peor.” - Tan pronto aquellas palabras resonaron en su mente, un fuerte golpe silenció a todo el local. Junto a la puerta, ahora abierta de par en par, un recién llegado, como él, miraba impasible a los presentes, con dureza.
- Parásitos – Dijo el hombre pasándose la mano su pelo entrecano, peinándolo pobremente y llevando después su mano útil hasta la espada que pendía de su cinturón – Maleantes – Continuó diciendo – Sois gente perversa, todos vosotros. – Siguió - ¿¡Quienes os creéis que…?! – Los abucheos comenzaron, alguna copa surcó los aires y acabó firmemente plantada en la frente del hombre, que se tambaleó un poco pero no perdió un ápice de terreno, no estaba dispuesto a marcharse, aun con una brecha en mitad de su cabeza. – Juro que me vengaré – Aseguró, cada vez más nervioso, el brazo con el que sujetaba la empuñadura de su hoja temblaba sutilmente, Eltrant no pudo distinguir si era ira o miedo. - …En esta vida o en la otra - Más abucheos, más copas en su dirección, los insultos varios comenzaron a sustituir a la música como la tonadilla de la taberna.
Y al final, tal y como había llegado, se marchó. Aunque no fue sin antes hacer un gesto con la cabeza a todos los presentes que no reconoció, a todos las personas que, probablemente, a pesar de estar allínno pertenecían a aquella aldea, Eltrant incluido.
- ¡Se hará justicia! – Bramó mientras cerraba la puerta con fuerza según se iba, dejando tras de sí un cierto malestar que enseguida fue renovado por más canticos y alcohol.
Llevaba horas caminando entre los gruesos troncos que le rodeaban, avanzando a través de la espesura a un ritmo lento, pero constante. Podía haberse parado a acampar, pero su mapa, aunque ajado y amarillento, seguía siendo la mejor opción que tenía para encontrar un lugar seguro en el que pasar la noche, y por lo que este decía, había un pequeño poblado en mitad de aquel bosque, cerca de dónde se encontraba. ¿Qué mejor modo que descansar de un agotador viaje hacia el norte que en la cómoda cama de una posada? Mejor opción que dormir al raso era desde luego.
Distantes luces comenzaron a acumularse en el horizonte al cabo de un rato, pequeñas bolas anaranjadas que se asomaban tímidamente entre la arboledas, indicando a los extraviados y a los viajeros que no estaban solos en la espesura, que hacía delante encontrarían un pequeño reducto de civilización.
Eltrant asintió para sí, conforme, y guardó su fiel mapa en uno de los bolsillos traseros que colgaban de su cinto. Se detuvo momentáneamente a escudriñar las pequeñas llamitas que le recibían desde lo lejos, el poblado, aun desde la lejanía, tenía la suficientemente luz para que fuese medianamente grande, desde luego, aun desde dónde se encontraba, podía vislumbrar perfectamente que aquel sitio no era una aldea perdida en mitad de la nada con apenas diez habitantes ¿Un lugar de paso para mercaderes y viajeros? ¿En mitad del bosque? Se atusó la barba y pensó cuidadosamente si aquel pueblo que marcaba su viejo mapa no iba a ser, en realidad, un reducto de bandidos y camorristas. Era posible, como también lo era que, haciendo gala de un sentido de la orientación más bien cuestionable, Eltrant hubiese decidido caminar a través de la espesura en lugar de usar el camino principal que conducía hasta aquel lugar.
Terminó encogiéndose de hombros a la vez que dejaba escapar un sonoro bostezo, se arriesgaría, aun si era un poblado compuesto por lo peor de la sociedad las antorchas ya eran lo suficientemente intensas como para que tuviese tiempo de girarse sobre sí mismo y encontrar un buen lugar en el que descansar antes del amanecer.
Minutos más tarde Eltrant se encontró a si mismo caminando entre las vetustas casas de madera que componían aquella población. Pudo suspirar aliviado al notar que sus preocupaciones habían sido infundadas y que un amplio camino se abría a uno de los lados del poblado, lugar por el que podrían entrar ampliamente las caravana de mercaderes.
Por supuesto, teniendo en cuenta la hora a la que había llegado, las calles estaban desiertas. Cada paso que daba se traducía en que los sonidos que emanaban de su armadura, normalmente apenas audibles por el día, rebotaban en las paredes que tenía a su alrededor, prácticamente anunciando su llegada en mitad de la noche.
Le sorprendió ver que la posada, la única posada con la que contaba aquella pequeña ciudad, seguía abierta, o eso parecían indicar, al menos, los diferentes sonidos y la música que salían de su interior. Enarcó una ceja y leyó el letrero que había junto a la entrada, dónde, con una caligrafía exquisita, se anunciaba que en aquel edificio también había una taberna.
Sin mucha dilación se adentró en el edificio, un fuerte olor a comida recién hecha y a cerveza barata inundó sus sentidos de tal forma que apenas reparó en el pobre estado en el que se encontraba el bar de aquel lugar. No pudo evitar sorprenderse ante el gentío, ante la música que aún a altas horas de la mañana tocaba un animado cuarteto de cuerda al fondo de la estancia, en una especie de escenario pobremente iluminado con un par de antorchas.
Todos los presentes cantaban a coro con los músicos, algunos se giraron a ver quién se adentraba en el edificio y sonrieron al recién llegado, para entonces, volver a corear junto a los demás.
Eltrant se limitó a suspirar y, tras ajustarse la gruesa capa de que rodeaba su cuello, esquivó las distintas mesas y los charcos de licor que yacían por todas partes, para entonces sentarse en la barra que descansaba a uno de los lados de la amplia estancia, dónde una joven rubia de proporciones dignas de una amazona le recibió con una grata sonrisa.
- ¡Buenas noches viajero! – Dijo está tratando de hacerse oír sobre el gentío, Eltrant no pudo evitar mirar por encima del hombro de la muchacha antes de contestar, justo a la puerta entreabierta que tenía la camarera tras ella y desde la cual brotaba aquel embriagador olor que anegaba la taberna - ¿Qué le trae hasta mi humilde posada a estas horas intempestivas? – Dijo ahora tomando un vaso y, sin perder la sonrisa, depositándolo frente al guarda – Comida… un sitio dónde pasar la noche… lo típico - La mujer amplió su sonrisa - ¡Entonces estas en el lugar indicado! – Exclamó atrayendo un par de miradas, las cuales, en cuanto comprendieron que acababa de decir la muchacha, alzaron sus copas entre voces apoyando las palabras de la camarera – Veo que estáis muy animados por aquí – Dijo respondiendo a aquella sonrisa con la suya propia, tomando entre sus manos el recipiente que le había ofrecido la camarera, el cual estaba aún vacío – Sí, hemos tenido una temporada dura… – La joven bajo un poco el tono de voz y comenzó a ojear en la estantería que tenía tras ella, junto a la puerta de la cocina, las diferentes botellas que poseía, como si no terminase de decidir que servir a su nuevo cliente – Pero hemos salido adelante – Concluyó a la vez que tomaba una botella que contenía un líquido azul intenso, recuperando su sonrisa – Ya veo… - Eltrant, sin preocuparse demasiado por la bebida que estaban a punto de servirle, miró fugazmente a los músicos, quienes parecían reacios a querer parar de tocar. - ¿…Y crees que podré dormir esta noche? – La mujer se carcajeó con ganas – Espero que sí – Aseguró vertiendo el brebaje en el vaso del guarda. – De parte de la casa – Dijo guiñando un ojo al exmercenario – Asegúrate de pedir un par más para que me salga a cuenta – Añadió de buen humor. Eltrant alzó tímidamente la copa que le acababan de ofrecer en señal de aprecio y olisqueó su contenido, para después beber un trago de la misma – No está mal – Dijo después de la cata, la mujer asintió con la cabeza y, tras intercambiar unas palabras más con el guarda, se marchó a hablar con el resto de los camareros y criados que pululaban por la escena asegurándose de que todos los clientes tenían tantos sus vasos como los estómagos llenos.
Torció levemente el gesto, de todos los días en los que podía haber llegado a aquel pueblo, había tenido que ser uno de celebración, uno en el que no iba a poder dejar de escuchar las voces y los acordes de los violines.
Suspiró – Bueno… - Mientras bebía, fue depositando su mirada, poco a poco, en la mayoría de los presentes en el local. No podía negar que había una gran variedad de individuos en aquel lugar. Hombres-bestia, humanos, algún elfo que otro. – “…Podría ser peor.” - Tan pronto aquellas palabras resonaron en su mente, un fuerte golpe silenció a todo el local. Junto a la puerta, ahora abierta de par en par, un recién llegado, como él, miraba impasible a los presentes, con dureza.
- Parásitos – Dijo el hombre pasándose la mano su pelo entrecano, peinándolo pobremente y llevando después su mano útil hasta la espada que pendía de su cinturón – Maleantes – Continuó diciendo – Sois gente perversa, todos vosotros. – Siguió - ¿¡Quienes os creéis que…?! – Los abucheos comenzaron, alguna copa surcó los aires y acabó firmemente plantada en la frente del hombre, que se tambaleó un poco pero no perdió un ápice de terreno, no estaba dispuesto a marcharse, aun con una brecha en mitad de su cabeza. – Juro que me vengaré – Aseguró, cada vez más nervioso, el brazo con el que sujetaba la empuñadura de su hoja temblaba sutilmente, Eltrant no pudo distinguir si era ira o miedo. - …En esta vida o en la otra - Más abucheos, más copas en su dirección, los insultos varios comenzaron a sustituir a la música como la tonadilla de la taberna.
Y al final, tal y como había llegado, se marchó. Aunque no fue sin antes hacer un gesto con la cabeza a todos los presentes que no reconoció, a todos las personas que, probablemente, a pesar de estar allínno pertenecían a aquella aldea, Eltrant incluido.
- ¡Se hará justicia! – Bramó mientras cerraba la puerta con fuerza según se iba, dejando tras de sí un cierto malestar que enseguida fue renovado por más canticos y alcohol.
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Última edición por Eltrant Tale el Jue 29 Jun - 18:27, editado 3 veces
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
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El resplandor de la luna le quemaba los ojos. El sonido de sus botas sobre la tierra le destrozaba los tímpanos. El aire hinchando sus pulmones le resultaba helado. Volver a la vida dolía como los mil demonios, y más luego de pasar un siglo encerrado en una cueva.
Hacía poco más de dos noches que intentaba recorrer el sinuoso camino que comunicaba Baslodia con Lunargenta, ese rumbo que había transitado a la inversa ciento cinco años atrás, aunque él no sabía aún que tal era el tiempo transcurrido desde su encierro. Lógicamente, en un siglo las cosas habían cambiado mucho y encontrarse con tantas variaciones en el camino terminó por confundirlo más de lo que ya estaba. Cultivos donde antes se extendían amplias llanuras, nuevos caminos que no tenía idea de a dónde llevaban, extraños pueblerinos con ropajes que le parecían ridículos. Las novedades suscitaban en él tanta curiosidad como temor. Pero no todo era tan malo: al menos estaba acompañado.
Acompañado por las voces de su cabeza.
-Llevamos caminando muchas horas, deberíamos parar a descansar.
-¡No, no, no! Hay que llegar a Lunargenta. Dahlia y los niños deben estar muy creopucados por mi ausencia. -Habló Dag, dirigiéndose a un espacio vacío de su izquierda con el ceño fruncido y gesto de preocupación. Pero lo cierto era que ni los quince mineros que le habían otorgado amablemente su sangre habían bastado para recuperar la fuerza y dejar de sentirse enfermo. De hecho, beber sangre humana por primera vez lo había puesto aún peor, y no se sentía capaz de mantener la travesía mucho más sin tomar un respiro.
-Descansar por un día no cambiará nada, Dag. ¡Mira allá! Esas luces deben pertenecer a un poblado. Vamos, vayamos a ver. -Le aconsejó otra de las voces, y le hizo caso ya que esa voz solía darle muy buenos consejos.
El hombre apretó el paso hasta arribar al pequeño poblado que parecía desierto, pero bien supo que no lo estaba. Sus sentidos eran ahora mucho más finos y podía oír y oler a las personas con horrorosa facilidad. Siguió el rastro hasta llegar a la puerta de un edificio que cumplía el rol de posada y taberna justo cuando un anciano salía pegando gritos y frotándose la frente sangrante con el antebrazo. Sangre. El corazón de Dag se aceleró y, sintiéndose mareado de nuevo, entró al cálido lugar con los dientes bien apretados.
Luego de la interrupción del viejo, la entrada del ojiazul pasó bastante desapercibida; excepto por ciertas señoritas que le dedicaron largas y penetrantes miradas durante un rato. El hombre miró hacia abajo para constatar su estado. Sus ropas se veían sumamente avejentadas, especialmente las botas y el cinturón de cuero, y la camisa antaño blanca exhibía una mancha amarillenta, rastro de la sangre que debió limpiar insistentemente en un río para quitarse el olor de encima. Suspiró, volviendo a llenar de aire sus adoloridos pulmones antes de dirigirse a la barra para tomar asiento en uno de los pocos sitios libres que quedaban, justo junto a un hombre de ojos claros vestido con armadura. Casi pudo sentir cómo el cerebro se le partía en trocitos ante la fuerte música, los fuertes gritos, el fuerte aroma y su aún más fuerte confusión.
-Buenas noches, guapo, ¿qué te pongo?
La voz de aquella joven y bonita camarera resonó, a su parecer, demasiado cerca de sus oídos. Pero Dag ni siquiera se molestó en verla; su mirada estaba absorta en el alegre tumulto de gente. Sintió ganas de matarlos y de bailar con ellos a partes iguales, contradicción que le causó un ligero temblor en la ceja izquierda.
-Oye, guapo, no tengo toda la noche.
Insistió la muchacha. El vampiro, entonces, se volteó con brusquedad y vociferó:
-¡Te dije que una jarra de hidromiel, maldita sea!
A lo cual, sobresaltada, la camarera pegó un respingo antes de marcharse rápidamente a por la jarra, luego de apenas susurrar un “lo siento, n-no lo había escuchado.”
Tras el exabrupto, Dag hincó los codos en la barra y hundió el rostro entre sus manos. No obstante, por el rabillo del ojo vio cierto fulgor que le llamó la atención y ladeó la cara para verlo directamente. Se trataba de la armadura del muchacho que tenía al lado.
Su mandíbula se desencajó cuando por fin notó la similitud con un uniforme que conocía muy bien, aunque estaba seguro de recordar que la armadura que solía usar no estaba tan bien confeccionada como la de aquel hombre, que se veía un tanto más... ¿moderna?
-Oye, ¡oye! ¿Acaso eres de la Guardia de Lunargenta? -Sus ojos brillaron de entusiasmo, nada quedaba del enojo reciente- ¡Ooooh, compañero! -Exclamó, dándole una fuerte palmada en el hombro.
Dag Thorlák
Honorable
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Enarcó una ceja y sonrió confuso al hombre que estaba junto a él, al mismo que acababa de gritar a la desdichada camarera que había tenido la mala suerte de tener turno aquella noche.
- “¿Compañero?” – Se atusó la barba y ojeó al, ahora, amigable desconocido. No recordaba haber visto a aquel hombre en la vida. – Sí, sí que soy de la guardia – Respondió bostezando, no podía quitarse de la cabeza el discurso del anciano. ¿Qué pretendía? ¿Qué quería decir? Suspiró y negó levemente la cabeza, girándose entonces hacía su nuevo “amigo”.
Lo miró de arriba abajo con cierta expresión ausente en su mirada, y acabó dedicándole una sonrisa amistosa, lo cierto era que, a sus ojos, aquel extraño no tenía aspecto de guarda, aunque Runa tampoco lo tenía y ella también lo era, y por supuesto, si tenía en cuenta el dinero que le pagaban a él, estaba a varios tazones de comida de acabar con la indumentaria de aquel hombre.
- ¿Te conozco? ¿Destacamento? – Preguntó finalmente al animado viajero, terminándose la copa de licor azul de un trago y dando varios golpecitos en la mesa para que le sirvieran otra. El cuartel era lo suficientemente grande como para que se nunca consiguiese saber quién era nuevo y quien no, siempre había una cara que no conocía en, como la llamaba Tyron, la “Elite de Lunargenta”. – Eltrant Tale – Dijo este alzando la copa con suavidad, para después señalarse a si mismo – Escuadrón de Acero. – Se golpeó el pecho levemente, sobre el escudo ¿A qué se dedicaba exactamente el Escuadrón de Acero? ¿Tenían algún cometido especifico? Sonrió para si – …Hacemos lo que los demás no quieren hacer, básicamente. – Se cruzó de brazos y dejó escapar una carcajada nerviosa asintiendo ante aquella explicación, para después beber del vaso recién servido.
- ¿Una mala noche? – Tenía sus sospechas, la apariencia de aquel hombre no había pasado desapercibida para Eltrant, y es que llevaba demasiado tiempo vagando por Aerandir como para no ser capaz de distinguir a un vampiro a simple vista. La palidez de su rostro solo podía explicarse mediante dos razones, y estaba bastante seguro, por sus ropajes, de que aquel sujeto no era nadie de noble cuna. Negó con la cabeza y suspiró. – Supongo que tendrás nombre – Sonrió. - ¿Verdad?
Por supuesto, mientras no le abriese el cuello a alguien y empezase a beber de él como si se tratase de una fuente Eltrant no tenía nada que hacer, aquel hombre, en aquel momento, era un ciudadano más. – Entonces… ¿También eres guarda? – Eltrant llamó a la camarera y le hizo un gestó con la muñeca quien, después de lanzar una larga mirada al su acompañante, colocó otra jarra de Hidromiel frente a la cara del joven señor de la noche, en mitad de la barra – Invito yo - Dijo depositando un par de Aeros sobre la mesa, girándose hacía el vampiro.
Eltrant era alguien bastante cercano a los Cazadores, conocía sus normas y las prohibiciones que seguían los estos, y en aquellos días, después del enfrentamiento que habían tenido contra la Hermandad, los encabezaba Harrowmont; una persona que las cumplía a sin dudarlo siquiera. A Eltrant, no obstante, le gustaba pensar que no todos los vampiros eran seres desesperados por una pizca de sangre, desde luego conocía a varios ejemplos de que esto no era así, Catherine, Cyrilo o Víctor sin ir más lejos.
- ¿Qué crees que…? – Una súbita explosión sacudió los cimientos del local, la música cesó y todos, sin saber que realmente hacer, se quedaron en silencio, tratando de discernir que acababa de acontecer. - ¿Qué ha sido eso? – Alguien anónimo alzó la voz sobre los demás e hizo la pregunta que todos estaban deseando escuchar.
Eltrant torció el gesto y miró, desde dónde estaba sentado, por la pequeña ventanita que había junto a la entrada, esperando ver, quizás, un resplandor al otro lado de esta o humo, pero no había nada, solo la más absoluta oscuridad.
Algunos rostros se giraron hacía él, y ninguno de ellos mostraba nada mínimamente tranquilizador. ¿Qué significaba aquello? Las fiestas, el anciano y ahora, una explosión.
Se bebió de un trago la copa que tenía junto a él y le dio una palmada a la única persona con la que había entablado algo parecido a una conversación en aquella taberna. – No tardaré mucho – Dijo caminando hacía la puerta. Tenía que hacer honor al emblema que tenía en el pecho, si había problemas, por muy noche cerrada que fuese, su deber era comprobar que pasaba.
El sonido de los distantes grillos cantándole a la noche fue lo único con lo que se encontró al abandonar el establecimiento. No había fuego, no había casas derruidas, ni tampoco nada parecido a un culpable.A primera vista, la aldea estaban tan vacía como lo había estado cuando llegó el.
Suspiró y dejó descansar su mano útil alrededor del pomo de su espada. – Veamos… - Atusándose la barba con la otra mano alzó la mirada hacía el firmamento, la luna había desaparecido - ¿Nubes? – Las pequeñas gotitas que comenzaron a precipitarse sobre su cabeza respondieron a aquella pregunta un intenso relámpago atravesó el trozo de cielo que descansaba sobre la aldea, iluminándola en su totalidad en una fantasmagórica luz blanquecina.
Se quedó bajo la lluvia y cerró los ojos, aquel era un contraste agradable a toda la música y el ensordecedor gentío de la taberna. La música, no obstante, no había vuelto, ni nada parecido a una alegre conversación; era evidente que los aldeanos estaban aterrados por algo, por algo que, por lo que había podía comprobar el exmercenario en aquel momento, no existía.
Otra explosión sacudió la aldea.
- Han… han vuelto – La camarera había salido tras él y miraba fijamente al final de la calle, directamente al bosque, con los ojos muy abiertos, parecían a punto de salirse de sus orbitas. – Pero… pero hicimos lo que… - La mujer dejó escapar algo parecido a un sollozo y se llevó ambas manos a la cara ahora contraída en una mueca – Nos… lo prometió... – Dijo antes de internarse de nuevo en la posada. - …Nos lo prometieron – Muy lentamente, sin mirar siquiera atrás y sin, al parecer, fijarse en las personas que esperaban dentro del edificio, la mujer cerró la puerta tras de sí, dejando a Eltrant afuera, bajo la lluvía.
Eltrant no dijo nada a la chica para tranquilizarla, no le dio tiempo. No comprendía que estaba pasando, pero sabía que aquellos aldeanos necesitaban algún tipo de ayuda.
Un tercer estallido.
Frunció el ceño. Fuese lo que fuese no estaba allí, no todavía, parecía proceder del bosque. – …Aún hay tiempo – Dijo para sí entrando de nuevo a la taberna, al menos no tendría que esperar bajo la lluvia. Además, tenía que hacer algunas preguntas.
- “¿Compañero?” – Se atusó la barba y ojeó al, ahora, amigable desconocido. No recordaba haber visto a aquel hombre en la vida. – Sí, sí que soy de la guardia – Respondió bostezando, no podía quitarse de la cabeza el discurso del anciano. ¿Qué pretendía? ¿Qué quería decir? Suspiró y negó levemente la cabeza, girándose entonces hacía su nuevo “amigo”.
Lo miró de arriba abajo con cierta expresión ausente en su mirada, y acabó dedicándole una sonrisa amistosa, lo cierto era que, a sus ojos, aquel extraño no tenía aspecto de guarda, aunque Runa tampoco lo tenía y ella también lo era, y por supuesto, si tenía en cuenta el dinero que le pagaban a él, estaba a varios tazones de comida de acabar con la indumentaria de aquel hombre.
- ¿Te conozco? ¿Destacamento? – Preguntó finalmente al animado viajero, terminándose la copa de licor azul de un trago y dando varios golpecitos en la mesa para que le sirvieran otra. El cuartel era lo suficientemente grande como para que se nunca consiguiese saber quién era nuevo y quien no, siempre había una cara que no conocía en, como la llamaba Tyron, la “Elite de Lunargenta”. – Eltrant Tale – Dijo este alzando la copa con suavidad, para después señalarse a si mismo – Escuadrón de Acero. – Se golpeó el pecho levemente, sobre el escudo ¿A qué se dedicaba exactamente el Escuadrón de Acero? ¿Tenían algún cometido especifico? Sonrió para si – …Hacemos lo que los demás no quieren hacer, básicamente. – Se cruzó de brazos y dejó escapar una carcajada nerviosa asintiendo ante aquella explicación, para después beber del vaso recién servido.
- ¿Una mala noche? – Tenía sus sospechas, la apariencia de aquel hombre no había pasado desapercibida para Eltrant, y es que llevaba demasiado tiempo vagando por Aerandir como para no ser capaz de distinguir a un vampiro a simple vista. La palidez de su rostro solo podía explicarse mediante dos razones, y estaba bastante seguro, por sus ropajes, de que aquel sujeto no era nadie de noble cuna. Negó con la cabeza y suspiró. – Supongo que tendrás nombre – Sonrió. - ¿Verdad?
Por supuesto, mientras no le abriese el cuello a alguien y empezase a beber de él como si se tratase de una fuente Eltrant no tenía nada que hacer, aquel hombre, en aquel momento, era un ciudadano más. – Entonces… ¿También eres guarda? – Eltrant llamó a la camarera y le hizo un gestó con la muñeca quien, después de lanzar una larga mirada al su acompañante, colocó otra jarra de Hidromiel frente a la cara del joven señor de la noche, en mitad de la barra – Invito yo - Dijo depositando un par de Aeros sobre la mesa, girándose hacía el vampiro.
Eltrant era alguien bastante cercano a los Cazadores, conocía sus normas y las prohibiciones que seguían los estos, y en aquellos días, después del enfrentamiento que habían tenido contra la Hermandad, los encabezaba Harrowmont; una persona que las cumplía a sin dudarlo siquiera. A Eltrant, no obstante, le gustaba pensar que no todos los vampiros eran seres desesperados por una pizca de sangre, desde luego conocía a varios ejemplos de que esto no era así, Catherine, Cyrilo o Víctor sin ir más lejos.
- ¿Qué crees que…? – Una súbita explosión sacudió los cimientos del local, la música cesó y todos, sin saber que realmente hacer, se quedaron en silencio, tratando de discernir que acababa de acontecer. - ¿Qué ha sido eso? – Alguien anónimo alzó la voz sobre los demás e hizo la pregunta que todos estaban deseando escuchar.
Eltrant torció el gesto y miró, desde dónde estaba sentado, por la pequeña ventanita que había junto a la entrada, esperando ver, quizás, un resplandor al otro lado de esta o humo, pero no había nada, solo la más absoluta oscuridad.
Algunos rostros se giraron hacía él, y ninguno de ellos mostraba nada mínimamente tranquilizador. ¿Qué significaba aquello? Las fiestas, el anciano y ahora, una explosión.
Se bebió de un trago la copa que tenía junto a él y le dio una palmada a la única persona con la que había entablado algo parecido a una conversación en aquella taberna. – No tardaré mucho – Dijo caminando hacía la puerta. Tenía que hacer honor al emblema que tenía en el pecho, si había problemas, por muy noche cerrada que fuese, su deber era comprobar que pasaba.
El sonido de los distantes grillos cantándole a la noche fue lo único con lo que se encontró al abandonar el establecimiento. No había fuego, no había casas derruidas, ni tampoco nada parecido a un culpable.A primera vista, la aldea estaban tan vacía como lo había estado cuando llegó el.
Suspiró y dejó descansar su mano útil alrededor del pomo de su espada. – Veamos… - Atusándose la barba con la otra mano alzó la mirada hacía el firmamento, la luna había desaparecido - ¿Nubes? – Las pequeñas gotitas que comenzaron a precipitarse sobre su cabeza respondieron a aquella pregunta un intenso relámpago atravesó el trozo de cielo que descansaba sobre la aldea, iluminándola en su totalidad en una fantasmagórica luz blanquecina.
Se quedó bajo la lluvia y cerró los ojos, aquel era un contraste agradable a toda la música y el ensordecedor gentío de la taberna. La música, no obstante, no había vuelto, ni nada parecido a una alegre conversación; era evidente que los aldeanos estaban aterrados por algo, por algo que, por lo que había podía comprobar el exmercenario en aquel momento, no existía.
Otra explosión sacudió la aldea.
- Han… han vuelto – La camarera había salido tras él y miraba fijamente al final de la calle, directamente al bosque, con los ojos muy abiertos, parecían a punto de salirse de sus orbitas. – Pero… pero hicimos lo que… - La mujer dejó escapar algo parecido a un sollozo y se llevó ambas manos a la cara ahora contraída en una mueca – Nos… lo prometió... – Dijo antes de internarse de nuevo en la posada. - …Nos lo prometieron – Muy lentamente, sin mirar siquiera atrás y sin, al parecer, fijarse en las personas que esperaban dentro del edificio, la mujer cerró la puerta tras de sí, dejando a Eltrant afuera, bajo la lluvía.
Eltrant no dijo nada a la chica para tranquilizarla, no le dio tiempo. No comprendía que estaba pasando, pero sabía que aquellos aldeanos necesitaban algún tipo de ayuda.
Un tercer estallido.
Frunció el ceño. Fuese lo que fuese no estaba allí, no todavía, parecía proceder del bosque. – …Aún hay tiempo – Dijo para sí entrando de nuevo a la taberna, al menos no tendría que esperar bajo la lluvia. Además, tenía que hacer algunas preguntas.
Eltrant Tale
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Una amplia sonrisa adornó las facciones del vampiro al recibir la confirmación de sus sospechas. ¡Un camarada! Al fin algo conocido dentro de aquel mar de confusión. Todavía no sabía cuánto tiempo había estado encerrado, si diez meses o tres años (lejos estaba de sospechar que se trataba de un siglo) pero al menos la guardia seguía existiendo y funcionando tal como en sus años mozos.
Sin embargo, la sonrisa fue reemplazada por un ceño arrugado como un acordeón cuando el hombre se presentó. Dag llevaba demasiados años ejerciendo como para haber olvidado el nombre de un escuadrón. Se rascó la barbilla y, pensativo, parafraseó:
-Nosotros también hacemos lo que los demás no quieren hacer. Soy del Escuadrón de Leones.
Su memoria no funcionaba muy bien. Olvidó por un momento que el resto de su escuadrón había corrido una suerte peor -o mejor, depende de la perspectiva en que se mirase- a la suya. Su cristalina mirada azul se ensombreció durante un instante.
-Era, quiero decir que era de ese escuadrón. Hace poco... tuvimos muchas bajas. ¿Te suena? Qué eñtra... ertra... ¡extraño! Jamás había oído hablar del tuyo.
Así como el guardia lo estudiaba, él tampoco le quitaba la mirada de encima. Parecía ser un muchacho común y corriente, con esa mirada severa y el gesto de cansancio adquiridos tras un considerable tiempo de servicio. El sujeto le recordaba a alguno de sus hermanos menores y le parecía una compañía simpática, no tan simpática como las voces de su cabeza, claro, aunque comenzaba a competir por su afecto al invitarle la jarra de hidromiel. Ciertamente, él había hecho el pedidio sin siquiera plantearse que no tenía ni un mísero aero para pagarlo.
-Me llamo Dag Tho... -Pero se detuvo a medio camino, dado que no recordaba muy bien su apellido. Su atención se perdió en el prominente escote de la camarera cuando le traía el pedido y le guiñó un ojo antes de agarrar la bebida para empinarla, como si la reprimenda que le había gritado momentos atrás jamás hubiese sucedido- ...¡Thorlák! -recordó, apoyando con estrépito la jarra sobre la mesa y derramando parte de su contenido- Oh, linda, ¿podrías limpiar esto? -La camarera bufó algo ininteligible antes de acercarse a limpiar el desastre. -Un gusto, Eltrant. Gracias por... -Pero fue interrumpido por el barullo. Luego de la explosión, el gentío permaneció extático salvo por ciertos cuchicheos pesimistas que llegaron a sus tímpanos con molesta claridad. Su acompañante no tardó en tomar parte del asunto.
Aquel tipo era la primera persona con la que establecía una conversación real en mucho, mucho tiempo. No quiso volver a quedarse solo. Cuando Eltrant cruzó la estancia para salir a investigar, Dag también se levantó y fue hasta la ventana llevándose la jarra con él.
-¡Tranquilos! Somos de La Guardia, solucionaremos esto en un instante. -Vociferó, suscitando en la gente miradas de escepticismo. ¿Cómo ese tipo paliducho, ojeroso y con ropajes apolillados podía ser un guardia? Su actitud confiada y valerosa, no obstante, acalló las dudas de la gente. Cualquier héroe era más que bienvenido en momentos de incertidumbre.
Dag se quedó del lado de adentro observando por la ventana y vio pasar a su costado a la bien dotada camarera. Dos explosiones más, dos respingos generalizados de las personas que, a sus espaldas, también intentaban entrever algo con los ojos bien abiertos. El hombre se acomodó la espada en el cinturón y no dudó en seguir a la muchacha cuando ésta volvió a entrar. Su agudo oído había captado las palabras dichas fuera y, aunque la hipersensibilidad de sus sentidos estaba sacándolo de quicio, comenzaba a apreciar su utilidad.
-Dijo que alguien les prometió algo. Alguien o álguienes.
-¿Qué demonios estará pasando?
-¡Hay que descubrirlo!
-Sí, yo digo que la interroguemos. Interrógala, Dag, ¡interrógala hasta que escupa todo!
La multitud de voces en su cabeza parecía encontrar el asunto muy interesante. Dag, por otro lado, sólo quería llegar a Lunargenta, encontrarse con su mujer e hijos y, por primera vez en la vida, apreciar la tranquilidad de su monótona vida familiar. Pero siendo un honorable miembro de la guardia, no sería ético abandonar a esa gente en peligro.
Decidió hacer caso a sus queridos compañeros de soledad y, al llegar donde la camarera, se inclinó hacia ella para susurrarle al oído:
-Dime, bonita, ¿quién te prometió qué? Sé que sabes algo. Escúpelo.
La joven, que había vuelto tras la barra y limpiaba un vaso con nerviosismo, dio un paso atrás, dubitativa.
Sin embargo, la sonrisa fue reemplazada por un ceño arrugado como un acordeón cuando el hombre se presentó. Dag llevaba demasiados años ejerciendo como para haber olvidado el nombre de un escuadrón. Se rascó la barbilla y, pensativo, parafraseó:
-Nosotros también hacemos lo que los demás no quieren hacer. Soy del Escuadrón de Leones.
Su memoria no funcionaba muy bien. Olvidó por un momento que el resto de su escuadrón había corrido una suerte peor -o mejor, depende de la perspectiva en que se mirase- a la suya. Su cristalina mirada azul se ensombreció durante un instante.
-Era, quiero decir que era de ese escuadrón. Hace poco... tuvimos muchas bajas. ¿Te suena? Qué eñtra... ertra... ¡extraño! Jamás había oído hablar del tuyo.
Así como el guardia lo estudiaba, él tampoco le quitaba la mirada de encima. Parecía ser un muchacho común y corriente, con esa mirada severa y el gesto de cansancio adquiridos tras un considerable tiempo de servicio. El sujeto le recordaba a alguno de sus hermanos menores y le parecía una compañía simpática, no tan simpática como las voces de su cabeza, claro, aunque comenzaba a competir por su afecto al invitarle la jarra de hidromiel. Ciertamente, él había hecho el pedidio sin siquiera plantearse que no tenía ni un mísero aero para pagarlo.
-Me llamo Dag Tho... -Pero se detuvo a medio camino, dado que no recordaba muy bien su apellido. Su atención se perdió en el prominente escote de la camarera cuando le traía el pedido y le guiñó un ojo antes de agarrar la bebida para empinarla, como si la reprimenda que le había gritado momentos atrás jamás hubiese sucedido- ...¡Thorlák! -recordó, apoyando con estrépito la jarra sobre la mesa y derramando parte de su contenido- Oh, linda, ¿podrías limpiar esto? -La camarera bufó algo ininteligible antes de acercarse a limpiar el desastre. -Un gusto, Eltrant. Gracias por... -Pero fue interrumpido por el barullo. Luego de la explosión, el gentío permaneció extático salvo por ciertos cuchicheos pesimistas que llegaron a sus tímpanos con molesta claridad. Su acompañante no tardó en tomar parte del asunto.
Aquel tipo era la primera persona con la que establecía una conversación real en mucho, mucho tiempo. No quiso volver a quedarse solo. Cuando Eltrant cruzó la estancia para salir a investigar, Dag también se levantó y fue hasta la ventana llevándose la jarra con él.
-¡Tranquilos! Somos de La Guardia, solucionaremos esto en un instante. -Vociferó, suscitando en la gente miradas de escepticismo. ¿Cómo ese tipo paliducho, ojeroso y con ropajes apolillados podía ser un guardia? Su actitud confiada y valerosa, no obstante, acalló las dudas de la gente. Cualquier héroe era más que bienvenido en momentos de incertidumbre.
Dag se quedó del lado de adentro observando por la ventana y vio pasar a su costado a la bien dotada camarera. Dos explosiones más, dos respingos generalizados de las personas que, a sus espaldas, también intentaban entrever algo con los ojos bien abiertos. El hombre se acomodó la espada en el cinturón y no dudó en seguir a la muchacha cuando ésta volvió a entrar. Su agudo oído había captado las palabras dichas fuera y, aunque la hipersensibilidad de sus sentidos estaba sacándolo de quicio, comenzaba a apreciar su utilidad.
-Dijo que alguien les prometió algo. Alguien o álguienes.
-¿Qué demonios estará pasando?
-¡Hay que descubrirlo!
-Sí, yo digo que la interroguemos. Interrógala, Dag, ¡interrógala hasta que escupa todo!
La multitud de voces en su cabeza parecía encontrar el asunto muy interesante. Dag, por otro lado, sólo quería llegar a Lunargenta, encontrarse con su mujer e hijos y, por primera vez en la vida, apreciar la tranquilidad de su monótona vida familiar. Pero siendo un honorable miembro de la guardia, no sería ético abandonar a esa gente en peligro.
Decidió hacer caso a sus queridos compañeros de soledad y, al llegar donde la camarera, se inclinó hacia ella para susurrarle al oído:
-Dime, bonita, ¿quién te prometió qué? Sé que sabes algo. Escúpelo.
La joven, que había vuelto tras la barra y limpiaba un vaso con nerviosismo, dio un paso atrás, dubitativa.
Dag Thorlák
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- ¡Boom! ¡Kaboom! ¡Katapúm! – El muchacho reía con ganas, cada llama que brotaba de sus manos, cada estallido que producía era arte. Se consideraba un virtuoso, un genio incomprendido con una habilidad congénita para crear belleza. - ¡Boom! – Exclamó cuando una enredadera de fuego carmesí rodeó el grueso tronco de un árbol formando un hermoso patrón e incendiándolo al momento. - ¿No deberíamos hacer algo? – Una fornida mujer de mediana edad y porte recio se cruzó de brazos al ver al más joven de sus compañeros comportarse como un completo maniático. – Déjale… - Respondió ahora un hombre de tez pálida negando con la cabeza, sin detenerse siquiera a comprobar que estaba haciendo el adolescente – La lluvia nos ahorrará un incendio - La mujer frunció el ceño y se giró hacía la otra fémina del grupo buscando algo parecido a una mirada de complicidad, pero la pelirroja se encogió de hombros y siguió caminando sin apenas hacer caso al joven brujo. – Teníamos que habernos deshecho de él cuando tuvimos la oportunidad… – Dijo la guerrera cuando el artista dejó escapar, de entre sus manos, una bola fucsia que al estrellarse contra otro árbol se convirtió en una hermosa y peligrosa flor de fuego. El último de los integrantes del grupo, un hombre cano que cubría uno de sus ojos con un parche gruñó como toda respuesta a aquella conversación.
– Si alguien… – Hizo especial énfasis en la palabra “alguien” al mismo tiempo que se giraba a mirar al brujo, que seguía inmerso en su propio mundo, lanzando llamas por todas partes tratando de incendiar el húmedo bosque - …No hubiese dejado que la niñata se mordiese la lengua no estaríamos aquí ahora mismo. – Nadie respondió a eso, el grupo siguió avanzando bajo la lluvia, en un silencio solo roto por las carcajadas del joven y los estallidos que este producía - ¡¿Es que no lo veis?! – Preguntaba de vez en cuando, cuando creía que nadie le prestaba atención - ¡Mirad los colores! ¡Los matices con la lluvia! ¡Precioso!
Eran cinco, cinco mercenarios con un papel relativamente simple. – …A ver cómo diablos encontramos ahora a otra cría que no se haya abiertos de piernas todavía – Dijo de mala gana. La pelirroja alzó levemente la mirada al escuchar aquellas palabras pero volvió enseguida a examinar los extraños guanteletes que esta llevaba sin pronunciar palabra alguna –¿También tienes un plan maestro para esto Cameron? ¿Alguna estratagema digna de un chupasangres? – Preguntó sin molestarse siquiera en ocultar el evidente tono despectivo de su voz. El mencionado, el hombre de tez pálida sonrió escuetamente – Puede…
- ¡Acabo de ver una ardilla explotar! – Exclamó el adolescente entre risas.
***
Se internó de nuevo en el local junto a su nuevo compañero, quien le había seguido al exterior mostrando al exmercenario que si estaba fingiendo ser un guarda, no fingía la responsabilidad de uno.
Repasó con la mirada a cada una de las personas de la taberna, parecía que se había adentrado en otro lugar distinto, los alegres lugareños ya no cantaban canciones, tampoco había ni una pizca de música, cada estallido en la distancia les hacía estremecerse.
Avanzó con paso firme hasta la barra del bar y, justo cuando se dispuso a cuestionar a la camarera acerca de la “promesa” que había oído mencionar antes, Dag se adelantó a él.
Arqueó una de sus cejas y, cruzado de brazos, miró al hombre que tenía a su lado; Cada palabra que salía de los labios de Dag no hacían sino confirmar sus sospechas, ¿Cómo iba a pertenecer de otra a forma a un escuadrón que, según decía una pequeña y oxidada placa conmemorativa en el cuartel, llevaba fuera de servicio cien años?
Suspiró y se giró de nuevo hacía la camarera, quien miró a ambos hombres con lágrimas en los ojos y balbuceó un par de palabras inconexas, todos los presentes bajaron la cabeza, algunos temblaban, otros directamente, abandonaron el local.
Eltrant frunció el ceño. - ¿…Qué habéis hecho? – Preguntó muy seriamente, sentándose en el mismo lugar en el que había estado cuando la fiesta estaba en su apogeo. Lo sabía, debía de haberlo imaginado.
- …Ayer… - Comenzó a hablar, muy despacio, como si temiera escuchar aquellas palabras en voz alta - …Ayer fue el último sacrificio, nos prometieron que no volverían y… – Eltrant se llevó una de sus manos hasta la cara, y se apoyó en la barra, suspirando - ¿Sacrificio? – Preguntó, nadie le respondió de inmediato – …Chicas que aún no hubiesen yacido con… - El guarda le hizo un gesto con la mano para que se callase - ¿Cuántas? – Preguntó, la única respuesta que obtuvo fueron las gotitas de la lluvia golpeando contra la ventana - ¿Cuántas? – Repitió sin alzar la voz, pero lo suficientemente agresivo como para que la camarera, que había estado evitando la mirada de los dos hombre en todo momento, les mirase directamente. – Ci… ciento veintisiete. – Aquella cifra excedía por mucho lo que había pensado en un principio, respiró hondo y se levantó del asiento.
Dejó escapar un grito y tiró todos los vasos que tenía frente a él con el antebrazo. - ¡¿No tenéis nada que decir?! – Se giró hacia la multitud, que desviaron la mirada - ¡¿Todos los sabíais?! – Blasfemó lo suficientemente alto como para que le oyesen los mismos dioses y se dirigió de nuevo hacía la rubia que estaba detrás de la barra. – Nos… matarían si no las entregábamos… nos… - Rompió a llorar de nuevo, Eltrant tensó los músculos, las explosiones seguían estando lejos, pero cada una de ella parecía ser una daga clavada directamente en el corazón de aquellas personas.
Tragó saliva, temía que preguntas hacer porque una parte de él conocía las respuestas, ¿Cuántas veces había visto aquella situación? Hacía mucho que había perdido la cuenta. Un pueblo aterrado que hacía lo impensable por sobrevivir. Masculló un par de palabras en voz baja.
- ¿Qué les suceden a las mujeres que entregáis? – Preguntó recobrando un poco la compostura - …No vuelven. – Dijo un individuo anónimo entre la multitud, esperaba aquella respuesta, que mejor manera de dormir por las noches que no saber qué tipo de muerte tienen sus “sacrificios”, seguramente muchos se consolasen a sí mismos diciéndose que todo “estaba bien” en realidad. - ¿El anciano de antes? – Miró a Dag y tras sonreirle agotado, suspiró. - …El padre de la última chica que…
Las explosiones estaban cada vez más cerca.
Cerró los ojos y se desprendió de su capa después de dar un fuerte tirón al grueso cordel que la mantenía sujeta a su cuello, la prenda, húmeda, cayó al suelo con un sonoro “Plotch”.
– Necesito unas vacaciones – Gruñó dirigiéndose al exterior, necesitaba aire fresco. – ¿Vas a ayudarnos? – Preguntó una voz tras él. Entendía el motivo por que aquellos aldeanos se habían agarrado a un clavo ardiendo, comprendía por que aquellas gentes habían decidido entregar a todas las personas.
– Sí.
¿Que otra cosa podía hacer?
– Si alguien… – Hizo especial énfasis en la palabra “alguien” al mismo tiempo que se giraba a mirar al brujo, que seguía inmerso en su propio mundo, lanzando llamas por todas partes tratando de incendiar el húmedo bosque - …No hubiese dejado que la niñata se mordiese la lengua no estaríamos aquí ahora mismo. – Nadie respondió a eso, el grupo siguió avanzando bajo la lluvia, en un silencio solo roto por las carcajadas del joven y los estallidos que este producía - ¡¿Es que no lo veis?! – Preguntaba de vez en cuando, cuando creía que nadie le prestaba atención - ¡Mirad los colores! ¡Los matices con la lluvia! ¡Precioso!
Eran cinco, cinco mercenarios con un papel relativamente simple. – …A ver cómo diablos encontramos ahora a otra cría que no se haya abiertos de piernas todavía – Dijo de mala gana. La pelirroja alzó levemente la mirada al escuchar aquellas palabras pero volvió enseguida a examinar los extraños guanteletes que esta llevaba sin pronunciar palabra alguna –¿También tienes un plan maestro para esto Cameron? ¿Alguna estratagema digna de un chupasangres? – Preguntó sin molestarse siquiera en ocultar el evidente tono despectivo de su voz. El mencionado, el hombre de tez pálida sonrió escuetamente – Puede…
- ¡Acabo de ver una ardilla explotar! – Exclamó el adolescente entre risas.
***
Se internó de nuevo en el local junto a su nuevo compañero, quien le había seguido al exterior mostrando al exmercenario que si estaba fingiendo ser un guarda, no fingía la responsabilidad de uno.
Repasó con la mirada a cada una de las personas de la taberna, parecía que se había adentrado en otro lugar distinto, los alegres lugareños ya no cantaban canciones, tampoco había ni una pizca de música, cada estallido en la distancia les hacía estremecerse.
Avanzó con paso firme hasta la barra del bar y, justo cuando se dispuso a cuestionar a la camarera acerca de la “promesa” que había oído mencionar antes, Dag se adelantó a él.
Arqueó una de sus cejas y, cruzado de brazos, miró al hombre que tenía a su lado; Cada palabra que salía de los labios de Dag no hacían sino confirmar sus sospechas, ¿Cómo iba a pertenecer de otra a forma a un escuadrón que, según decía una pequeña y oxidada placa conmemorativa en el cuartel, llevaba fuera de servicio cien años?
Suspiró y se giró de nuevo hacía la camarera, quien miró a ambos hombres con lágrimas en los ojos y balbuceó un par de palabras inconexas, todos los presentes bajaron la cabeza, algunos temblaban, otros directamente, abandonaron el local.
Eltrant frunció el ceño. - ¿…Qué habéis hecho? – Preguntó muy seriamente, sentándose en el mismo lugar en el que había estado cuando la fiesta estaba en su apogeo. Lo sabía, debía de haberlo imaginado.
- …Ayer… - Comenzó a hablar, muy despacio, como si temiera escuchar aquellas palabras en voz alta - …Ayer fue el último sacrificio, nos prometieron que no volverían y… – Eltrant se llevó una de sus manos hasta la cara, y se apoyó en la barra, suspirando - ¿Sacrificio? – Preguntó, nadie le respondió de inmediato – …Chicas que aún no hubiesen yacido con… - El guarda le hizo un gesto con la mano para que se callase - ¿Cuántas? – Preguntó, la única respuesta que obtuvo fueron las gotitas de la lluvia golpeando contra la ventana - ¿Cuántas? – Repitió sin alzar la voz, pero lo suficientemente agresivo como para que la camarera, que había estado evitando la mirada de los dos hombre en todo momento, les mirase directamente. – Ci… ciento veintisiete. – Aquella cifra excedía por mucho lo que había pensado en un principio, respiró hondo y se levantó del asiento.
Dejó escapar un grito y tiró todos los vasos que tenía frente a él con el antebrazo. - ¡¿No tenéis nada que decir?! – Se giró hacia la multitud, que desviaron la mirada - ¡¿Todos los sabíais?! – Blasfemó lo suficientemente alto como para que le oyesen los mismos dioses y se dirigió de nuevo hacía la rubia que estaba detrás de la barra. – Nos… matarían si no las entregábamos… nos… - Rompió a llorar de nuevo, Eltrant tensó los músculos, las explosiones seguían estando lejos, pero cada una de ella parecía ser una daga clavada directamente en el corazón de aquellas personas.
Tragó saliva, temía que preguntas hacer porque una parte de él conocía las respuestas, ¿Cuántas veces había visto aquella situación? Hacía mucho que había perdido la cuenta. Un pueblo aterrado que hacía lo impensable por sobrevivir. Masculló un par de palabras en voz baja.
- ¿Qué les suceden a las mujeres que entregáis? – Preguntó recobrando un poco la compostura - …No vuelven. – Dijo un individuo anónimo entre la multitud, esperaba aquella respuesta, que mejor manera de dormir por las noches que no saber qué tipo de muerte tienen sus “sacrificios”, seguramente muchos se consolasen a sí mismos diciéndose que todo “estaba bien” en realidad. - ¿El anciano de antes? – Miró a Dag y tras sonreirle agotado, suspiró. - …El padre de la última chica que…
Las explosiones estaban cada vez más cerca.
Cerró los ojos y se desprendió de su capa después de dar un fuerte tirón al grueso cordel que la mantenía sujeta a su cuello, la prenda, húmeda, cayó al suelo con un sonoro “Plotch”.
– Necesito unas vacaciones – Gruñó dirigiéndose al exterior, necesitaba aire fresco. – ¿Vas a ayudarnos? – Preguntó una voz tras él. Entendía el motivo por que aquellos aldeanos se habían agarrado a un clavo ardiendo, comprendía por que aquellas gentes habían decidido entregar a todas las personas.
– Sí.
¿Que otra cosa podía hacer?
Eltrant Tale
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Bajo la intensa mirada de ambos hombres, la joven camarera terminó por contarles lo pertinente. Los latidos del corazón de la fémina llegaban con claridad a los oídos de Dag quien, repentinamente distraído, no podía quitar la mirada del cuello ajeno. Estaba relamiéndose los labios cuando el exabrupto de su nuevo compañero lo devolvió al mundo real, causándole un respingo que lo llevó a retroceder. Sus ojos se abrieron tanto como los del resto de espectadores, por un lado debido al fuerte grito del muchacho y, por el otro, porque la confesión de la camarera llegó ligeramente tarde a su cerebro.
Ciento veintisiete personas. Ciento veintisiete mujeres. ¿Dónde estaban las ciento veintisiete familias indignadas? Pensó en Dahlia y en su pequeña hija y no sólo entendió la ira del guardia, si no que él la experimentó con creces. Se dio cuenta de que tenía los puños apretados con excesiva fuerza y que pensamientos muy poco éticos para con esas personas le pasaban por la cabeza. Sus emociones estaban peligrosamente a flor de piel.
No había mucho que pudiera decir, pues Eltrant acababa de hacer las preguntas importantes. Sólo se dignó a echar una mirada reprobadora sobre la multitud antes de seguir a su compañero. Cuando estaban llegando a la puerta, le comentó en voz baja:
-Desde el sesenta y cinco que no veía nada como esto. La masacre de Roilkat, ¿recuerdas?
Se rascó el mentón mientras su memoria viajaba hasta el fatídico suceso que había sido tema de conversación en Verisar durante mucho tiempo; no hubo quien no oyera la historia de los sacrificios realizados por un loco en la ciudad cercana. Sin embargo, para probable despiste de su acompañante, no hablaba de los sesenta y cinco de hacía siete años. Se refería al año 1165 Aerandiano, dos años antes de su conversión y encierro- El miedo le gana a la compasión, supog... supun... supongo. Pobres infelices.
Una explosión retumbó cerca justo cuando estaban abriendo la puerta. Dag salió primero, desenvainando la oxidada espada para encarar al quinteto de fenómenos que permanecía a unos diez metros de la taberna, observando cómo uno de ellos, el más joven, intentaba apagar con la lluvia y el barro las llamas que le subían por la pernera del pantalón. El ojiazul pestañó dos veces y golpeó con el codo al otro guardia. Destrás de ellos, el aterrorizado tumulto se amontonaba al otro lado de la ventana para observar la escena. -¡S-Son ellos! -Escuchó la temblorosa voz de la camarera.
-¡Ay, auch, agh! ¡Joder, no se suponía que pasara esto! -Vociferaba el adolescente, bajo la atenta y apática mirada de los demás.
-Es la última vez que lo pregunto, ¿¡quién fue el idiota que aceptó a este pedazo de...!?
-¡Oigan, ustedes! -Exclamó Dag, atrayendo la atención de los mercenarios.
-¿Qué demonios estás haciendo? -Resonó una voz en su cabeza.
-Su trabajo, obviamente. ¡Ve, Dag, defiende a los débiles! -Dijo otra, y el vampiro dio un paso adelante con gesto heróico.
-No hay nada para ustedes en este pueblo, ¡iros de inmediato!
La fornida mujer, quien antes se deshacía en quejas, se cruzó de brazos mientras miraba a ambos guardias de arriba a abajo. Parecía ser la más prudente, por lo cual tomó el rol de vocera con bastante calma.
-No se metan donde no los llaman, soldados de pacotilla. Sólo hemos venido a buscar lo que nos...
-No lo encontrarán. -Interrumpió- Ya no hay chicas vírgenes aquí.
-¿Cómo que...?
-No. No las hay. Nosotros nos hemos encargado de eso. -Bajo la estupefacta mirada de los mercenarios, señaló con el pulgar su propio pecho y el de su compañero. Justo en ese momento una niña rompió a llorar tras la ventana, mientras su madre intentaba calmarla con los nervios de punta- ¡Esa tampoco! -Se apresuró a decir. La niña tendría unos seis años de edad- Ya me he encargado yo.
-¡Iugh, Dag, eres un asqueroso!
-¡Tú eres un asqueroso! -Respondió en voz alta, señalando al frente con la punta de su espada. Claro que aquella voz había provenido de su mente...
...Y él acababa de señalar a uno de los mercenarios.
Ciento veintisiete personas. Ciento veintisiete mujeres. ¿Dónde estaban las ciento veintisiete familias indignadas? Pensó en Dahlia y en su pequeña hija y no sólo entendió la ira del guardia, si no que él la experimentó con creces. Se dio cuenta de que tenía los puños apretados con excesiva fuerza y que pensamientos muy poco éticos para con esas personas le pasaban por la cabeza. Sus emociones estaban peligrosamente a flor de piel.
No había mucho que pudiera decir, pues Eltrant acababa de hacer las preguntas importantes. Sólo se dignó a echar una mirada reprobadora sobre la multitud antes de seguir a su compañero. Cuando estaban llegando a la puerta, le comentó en voz baja:
-Desde el sesenta y cinco que no veía nada como esto. La masacre de Roilkat, ¿recuerdas?
Se rascó el mentón mientras su memoria viajaba hasta el fatídico suceso que había sido tema de conversación en Verisar durante mucho tiempo; no hubo quien no oyera la historia de los sacrificios realizados por un loco en la ciudad cercana. Sin embargo, para probable despiste de su acompañante, no hablaba de los sesenta y cinco de hacía siete años. Se refería al año 1165 Aerandiano, dos años antes de su conversión y encierro- El miedo le gana a la compasión, supog... supun... supongo. Pobres infelices.
Una explosión retumbó cerca justo cuando estaban abriendo la puerta. Dag salió primero, desenvainando la oxidada espada para encarar al quinteto de fenómenos que permanecía a unos diez metros de la taberna, observando cómo uno de ellos, el más joven, intentaba apagar con la lluvia y el barro las llamas que le subían por la pernera del pantalón. El ojiazul pestañó dos veces y golpeó con el codo al otro guardia. Destrás de ellos, el aterrorizado tumulto se amontonaba al otro lado de la ventana para observar la escena. -¡S-Son ellos! -Escuchó la temblorosa voz de la camarera.
-¡Ay, auch, agh! ¡Joder, no se suponía que pasara esto! -Vociferaba el adolescente, bajo la atenta y apática mirada de los demás.
-Es la última vez que lo pregunto, ¿¡quién fue el idiota que aceptó a este pedazo de...!?
-¡Oigan, ustedes! -Exclamó Dag, atrayendo la atención de los mercenarios.
-¿Qué demonios estás haciendo? -Resonó una voz en su cabeza.
-Su trabajo, obviamente. ¡Ve, Dag, defiende a los débiles! -Dijo otra, y el vampiro dio un paso adelante con gesto heróico.
-No hay nada para ustedes en este pueblo, ¡iros de inmediato!
La fornida mujer, quien antes se deshacía en quejas, se cruzó de brazos mientras miraba a ambos guardias de arriba a abajo. Parecía ser la más prudente, por lo cual tomó el rol de vocera con bastante calma.
-No se metan donde no los llaman, soldados de pacotilla. Sólo hemos venido a buscar lo que nos...
-No lo encontrarán. -Interrumpió- Ya no hay chicas vírgenes aquí.
-¿Cómo que...?
-No. No las hay. Nosotros nos hemos encargado de eso. -Bajo la estupefacta mirada de los mercenarios, señaló con el pulgar su propio pecho y el de su compañero. Justo en ese momento una niña rompió a llorar tras la ventana, mientras su madre intentaba calmarla con los nervios de punta- ¡Esa tampoco! -Se apresuró a decir. La niña tendría unos seis años de edad- Ya me he encargado yo.
-¡Iugh, Dag, eres un asqueroso!
-¡Tú eres un asqueroso! -Respondió en voz alta, señalando al frente con la punta de su espada. Claro que aquella voz había provenido de su mente...
...Y él acababa de señalar a uno de los mercenarios.
Dag Thorlák
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Re: Escala de grises [Libre] [3/3][Cerrado]
Había algo en la lluvia que conseguía relajarme. No sabía que era ni que tenía la lluvia de especial, nunca lo supe; pero, fuera lo que fuera, era milagroso. Beber leche de amapola no era tan efectivo como lo era sentase encima de un tejado y respirar hondo a la vez que sentía las finas gotas de lluvia recorrer mi piel. Era justo lo que necesitaba. Por fin la suerte (o los Dioses en los que no creía) estaba de mi parte. Si no hubiera empezado a llover, Aerandir entera hubiera quedado ahogada en un mar de fuego y truenos.
El fuego sería el de Keira Bravery y los truenos vendrían por parte de mi martillo Suuri.
Días atrás habíamos decidido ir a Lunargenta. En realidad, fue idea mía. Lo dije de forma forzada como si, indirectamente, la estuviera obligando a que viniera conmigo: “Un cambio de aire nos sentará bien a los dos”. La excusa perfecta. Keira arqueó una ceja e hizo un gesto de negación con la cabeza. Acto seguido, se acarició la cara, muy cerca del ojo que le había dejado morado de un puñetazo la semana pasada. Fue entonces cuando me di cuenta de algo que me puso los pelos de punta. Desde que le había golpeado por unos de mis, cada vez más frecuentes, ataques de ira, no me había dirigido la palabra. Hasta ese momento, creí de verdad que la única prueba que estaba molesta conmigo era la muralla de cojines que había puesto en mitad de la cama. (Tú lado, mi lado; dijo sin palabras). Pensé, que esa falta de comunicación era propia de su carácter frío y distante. Algo que había aceptado por defecto al querer vivir con ella. No quise ver la verdad y, en aquel momento, me estalló en la cara.
No tuve otro remedio. Le conté todo lo que había ocurrido las últimas semanas: la maldición de los cuervos de la niña Duna, los carteles de “se busca bestia peligrosa rubia y violenta”, las amenazas que había estado recibiendo por parte mensajeros y las sombras, con cara que de mis antiguos compañeros de hermandad, que veía a cada rato que me daba la vuelta.
-¿Cómo te sentirías si te estuvieran jodiendo constantemente?-
Keira siguió sin contestar. Pareció entenderlo todo. Nadie mejor que ella entendía cuánto la llegaba a odiar y cuánto más le llegaba a necesitar. Me dio la espalda, pero solo para colocarse la capa de viaje.
“Un cambio de aires nos sentará bien a los dos”. La mayor mentira que había dicho hasta ahora. No solo había no estaba mejor, sino que estaba peor. Cualquier cosa me hacía enfadar. No importaba lo que fuera, todo me enfadaba. ¡Todo! Y sobre todas las cosas, los fríos ojos analizadores de Keira Bravery.
Comíamos en un hostal los caros, de los pocos que acompañaban tu plato de comida con una servilleta blanca y unos cubiertos que brillaban de los limpios que estaban. Pocas veces había visto tenedores tan brillantes. Ambos, teníamos un pequeño salero al lado del plato para que podamos servirnos al gusto. Cuando fui al coger el mío, lo derramé sin querer. Sentí tan inútil en aquel momento que cogí uno de los tenedores y lo clave de un golpe en la mesa. Keira, malhumorada, se levantó de la mesa y se fue alejando poco a poco. El vaivén de sus caderas decían que no quería saber nada más de mí y sus ojos miraban hacia cualquier otra parte en la que no estuviera yo. Eso me hizo enfadar. Sentí la sangre hervir en el interior de mis brazos. Hice la intención de levantarme, pero entonces, los cuervos invisibles de la maldición de Duna, me atacaron impidiéndome levantarme de la silla. Si no grité de dolor era porque me había puesto la servilleta blanca en la boca para morderla.
En cuanto me pude levantar de la silla, eché unas monedas en los platos (todavía llenos de sopa) y salí corriendo tras Keira. La vi a unos quince metros de la puerta del hostal. Tuve deseos de coger el mango de Suuri y lanzar alguna que otra descargar; ella me devolvería cada una de ella con una llamarada de fuego. ¡Qué divertido!
Ahora no tenía ninguna servilleta en la boca y nada impidió que gritase a pleno pulmón en cuanto llegaron los picotazos de la maldición. Cogí a Suuri, pero no para lanzar ninguna descarga sobre Keira Bravery, sino para rascarme mi antebrazo izquierdo con la cabeza del martillo. ¡Joder! Ni por esas conseguía quitar el dolor ni el escozor que la marca del cuervo negro me producía.
Aquella noche tuve suerte que lloviera. Me fui de la ciudad, pensé en volver a Beltrexus, pero luego recordé que la bolsa de aeros la tenía Keira y yo solo me había quedado con los pocos que tenía en el bolsillo (tres aeros para ser exactos). Vagabundeé por las afueras de la ciudad hasta encontrar algo un punto alto donde poder disfrutar de ese algo mágico que tenía la lluvia. Mi sangre dejaba de hervir cuando se mojaba con el agua de lluvia. Un humilde mesón para los viajeros fue la solución. Me escabullí por la parte trasera, la que daba al establo, y trepé al tejado. Una vez allí, me quité la camiseta y me senté en las tejas. Era agradable estar ahí. Respiré, lenta y profundamente. Realmente, era muy agradable estar ahí.
Estaba entrecerrando los ojos, casi durmiendo, cuando escuché la primera explosión. Pensé que serían unos truenos. Algo común en estas épocas del año. Los truenos harían de la noche todavía más agradable. Más tarde, y gracias a los agudos gritos de una adolescente que le estaba cambiando la voz, me di cuenta que no eran truenos sino explosiones.
-¡KABUM, CATABUM, KABUM!- en el tercer grito le salió un gallo- ¿Qué te os apostáis a que hago volar esa ardilla por los aires?- unos segundos de silencio y vino la explosión- ¡Os lo dije! Le he dado en todo el lomo. A la próxima, pienso apuntar en el trasero a ver si le ayudo a correr-.
A esa voz se le sumó otras muchas más adultas y más maduras. No entendí lo que decían, los gritos y los gallos del adolescente que le gustaba explotar cosas se sobreponían a las demás voces.
-¿No hay niñas? Qué lástima… y yo que me había aburrido de hacer explotar cosas. Si es que, al final, me obligáis vosotros.-
El estruendo que vino después sí fue un trueno, pero no procedente del cielo sino de mi martillo. Bajé de un saltó al poste del hostal lancé una descarga al brazo derecho del adolescente. Por un segundo, en sus ojos vi los mismos que los de Keira; esa ilusión hizo que me escociera y me doliera más la marca del cuervo negro.
El chico gritó de dolor. Sus gallos eran cada vez más agudos e insoportables.
-¡Joder!- grité de dolor a la vez que lanzaba una segunda descarga, esta vez, a la entrepierna del adolescente. –Si querías que te ayudase con tu problema de voz solo tenías que pedirlo-.
Sentí las miradas de todos los compañeros del chaval clavadas en mí. Con un ojo, miraban a su casi difunto amigo revolcarse por el intentando chillar pero sin que ningún sonido (ni gallo) saliese de su voz. Con el otro, miraban sus armas y las apuntaban hacia mi torso desnudo. ¿Quiénes eran? No me importaba una mierda. Tenían pinta de ser extranjeros, mercenarios quizás. Me encantaban los mercenarios, se les podía hacer cualquier cosa y no sentir ni una pizca de remordimiento hacia ellos.
El fuego sería el de Keira Bravery y los truenos vendrían por parte de mi martillo Suuri.
Días atrás habíamos decidido ir a Lunargenta. En realidad, fue idea mía. Lo dije de forma forzada como si, indirectamente, la estuviera obligando a que viniera conmigo: “Un cambio de aire nos sentará bien a los dos”. La excusa perfecta. Keira arqueó una ceja e hizo un gesto de negación con la cabeza. Acto seguido, se acarició la cara, muy cerca del ojo que le había dejado morado de un puñetazo la semana pasada. Fue entonces cuando me di cuenta de algo que me puso los pelos de punta. Desde que le había golpeado por unos de mis, cada vez más frecuentes, ataques de ira, no me había dirigido la palabra. Hasta ese momento, creí de verdad que la única prueba que estaba molesta conmigo era la muralla de cojines que había puesto en mitad de la cama. (Tú lado, mi lado; dijo sin palabras). Pensé, que esa falta de comunicación era propia de su carácter frío y distante. Algo que había aceptado por defecto al querer vivir con ella. No quise ver la verdad y, en aquel momento, me estalló en la cara.
No tuve otro remedio. Le conté todo lo que había ocurrido las últimas semanas: la maldición de los cuervos de la niña Duna, los carteles de “se busca bestia peligrosa rubia y violenta”, las amenazas que había estado recibiendo por parte mensajeros y las sombras, con cara que de mis antiguos compañeros de hermandad, que veía a cada rato que me daba la vuelta.
-¿Cómo te sentirías si te estuvieran jodiendo constantemente?-
Keira siguió sin contestar. Pareció entenderlo todo. Nadie mejor que ella entendía cuánto la llegaba a odiar y cuánto más le llegaba a necesitar. Me dio la espalda, pero solo para colocarse la capa de viaje.
“Un cambio de aires nos sentará bien a los dos”. La mayor mentira que había dicho hasta ahora. No solo había no estaba mejor, sino que estaba peor. Cualquier cosa me hacía enfadar. No importaba lo que fuera, todo me enfadaba. ¡Todo! Y sobre todas las cosas, los fríos ojos analizadores de Keira Bravery.
Comíamos en un hostal los caros, de los pocos que acompañaban tu plato de comida con una servilleta blanca y unos cubiertos que brillaban de los limpios que estaban. Pocas veces había visto tenedores tan brillantes. Ambos, teníamos un pequeño salero al lado del plato para que podamos servirnos al gusto. Cuando fui al coger el mío, lo derramé sin querer. Sentí tan inútil en aquel momento que cogí uno de los tenedores y lo clave de un golpe en la mesa. Keira, malhumorada, se levantó de la mesa y se fue alejando poco a poco. El vaivén de sus caderas decían que no quería saber nada más de mí y sus ojos miraban hacia cualquier otra parte en la que no estuviera yo. Eso me hizo enfadar. Sentí la sangre hervir en el interior de mis brazos. Hice la intención de levantarme, pero entonces, los cuervos invisibles de la maldición de Duna, me atacaron impidiéndome levantarme de la silla. Si no grité de dolor era porque me había puesto la servilleta blanca en la boca para morderla.
En cuanto me pude levantar de la silla, eché unas monedas en los platos (todavía llenos de sopa) y salí corriendo tras Keira. La vi a unos quince metros de la puerta del hostal. Tuve deseos de coger el mango de Suuri y lanzar alguna que otra descargar; ella me devolvería cada una de ella con una llamarada de fuego. ¡Qué divertido!
Ahora no tenía ninguna servilleta en la boca y nada impidió que gritase a pleno pulmón en cuanto llegaron los picotazos de la maldición. Cogí a Suuri, pero no para lanzar ninguna descarga sobre Keira Bravery, sino para rascarme mi antebrazo izquierdo con la cabeza del martillo. ¡Joder! Ni por esas conseguía quitar el dolor ni el escozor que la marca del cuervo negro me producía.
Aquella noche tuve suerte que lloviera. Me fui de la ciudad, pensé en volver a Beltrexus, pero luego recordé que la bolsa de aeros la tenía Keira y yo solo me había quedado con los pocos que tenía en el bolsillo (tres aeros para ser exactos). Vagabundeé por las afueras de la ciudad hasta encontrar algo un punto alto donde poder disfrutar de ese algo mágico que tenía la lluvia. Mi sangre dejaba de hervir cuando se mojaba con el agua de lluvia. Un humilde mesón para los viajeros fue la solución. Me escabullí por la parte trasera, la que daba al establo, y trepé al tejado. Una vez allí, me quité la camiseta y me senté en las tejas. Era agradable estar ahí. Respiré, lenta y profundamente. Realmente, era muy agradable estar ahí.
Estaba entrecerrando los ojos, casi durmiendo, cuando escuché la primera explosión. Pensé que serían unos truenos. Algo común en estas épocas del año. Los truenos harían de la noche todavía más agradable. Más tarde, y gracias a los agudos gritos de una adolescente que le estaba cambiando la voz, me di cuenta que no eran truenos sino explosiones.
-¡KABUM, CATABUM, KABUM!- en el tercer grito le salió un gallo- ¿Qué te os apostáis a que hago volar esa ardilla por los aires?- unos segundos de silencio y vino la explosión- ¡Os lo dije! Le he dado en todo el lomo. A la próxima, pienso apuntar en el trasero a ver si le ayudo a correr-.
A esa voz se le sumó otras muchas más adultas y más maduras. No entendí lo que decían, los gritos y los gallos del adolescente que le gustaba explotar cosas se sobreponían a las demás voces.
-¿No hay niñas? Qué lástima… y yo que me había aburrido de hacer explotar cosas. Si es que, al final, me obligáis vosotros.-
El estruendo que vino después sí fue un trueno, pero no procedente del cielo sino de mi martillo. Bajé de un saltó al poste del hostal lancé una descarga al brazo derecho del adolescente. Por un segundo, en sus ojos vi los mismos que los de Keira; esa ilusión hizo que me escociera y me doliera más la marca del cuervo negro.
El chico gritó de dolor. Sus gallos eran cada vez más agudos e insoportables.
-¡Joder!- grité de dolor a la vez que lanzaba una segunda descarga, esta vez, a la entrepierna del adolescente. –Si querías que te ayudase con tu problema de voz solo tenías que pedirlo-.
Sentí las miradas de todos los compañeros del chaval clavadas en mí. Con un ojo, miraban a su casi difunto amigo revolcarse por el intentando chillar pero sin que ningún sonido (ni gallo) saliese de su voz. Con el otro, miraban sus armas y las apuntaban hacia mi torso desnudo. ¿Quiénes eran? No me importaba una mierda. Tenían pinta de ser extranjeros, mercenarios quizás. Me encantaban los mercenarios, se les podía hacer cualquier cosa y no sentir ni una pizca de remordimiento hacia ellos.
Gerrit Nephgerd
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Re: Escala de grises [Libre] [3/3][Cerrado]
Un rayo rompió los cielos, pero no fue un relámpago normal, no uno que estuviese asociado con la tormenta que se precipitaba sobre el pueblo en aquel instante, era uno directamente dirigido al muchacho que acompañaba a los mercenarios, el que producía las explosiones.
Enarcó una ceja al ver como el adolescente se revolvía entre espasmos en el suelo, así como un hombre de aproximadamente su edad caía del tejado de la posada haciendo gala de una teatralidad que ni él podía igualar y encaraba al grupo que asaltaba la aldea.
- …Brujos – Suspiró avanzando, manteniendo firmemente sujeta su espada. Podía sentir como, con cada paso que daba, las grebas se hundían en el barro, le hacían ser más lento, la lluvia no estaba de su parte, no era como si le importase desde luego, había peleado en peores condiciones.
Miró al brujo, quien blandiendo un martillo se encargó de hacer ver al público que miraba desde el interior de la taberna que no iban a tomar a nadie más de aquel pubelo como sacrificio mientras él estuviese allí. Eltrant se giró ahora hacia Dag y sonrió escuetamente, al menos no eran los únicos en la aldea lo suficientemente valientes para encarar el grupo que, ahora, tenían frente a ellos – Dag… dejando a un lado lo que acabas de decir… - El vampiro seguía comportándose de forma extraña, hablando consigo mismo, como si nunca estuviese solo, por no hablar de la excusa que había dado a los mercenarios acerca de los “sacrificios” – …Gracias por ayudar – Dijo dejando caer su mano hasta el hombro del hombre.
Suspiró, un incómodo silencio se apodero de la aldea, dejó que la lluvia refrescase sus ideas, que le indicase que hacer. Estaba cansado, cansado de luchar, de ver morir a personas inocentes, de ser el único que se levantaba contra la injusticia, de luchar contra un sistema corrupto ¿Pero que más podía hacer?
Miró fijamente al grupo de cinco. Dos mujeres, tres hombres, uno de ellos retorciéndose en el suelo. – Aquí mi amigo ya os ha contestado – Dijo alzando la voz, un trueno iluminó pobremente la escena – No queda nada para vosotros en este lugar – Aseveró – Marchaos. – Asió la espada aun con más fuerza, dejando entrever que estaba dispuesto a desenvainarla.
Los mercenarios parecieron encontrar divertida aquella afirmación, el hombre de mayor envergadura, el anciano que cubría uno de sus ojos con un parche pasó sobre el joven brujo sin siquiera pararse a mirarle y se colocó frente a sus aliados. – …Mienten, puedo… verlo – Su voz era ronca, pausada. Hablaba sin prisa, como si todo lo que fuese a suceder a continuación ya estuviese decidido - …Huelo carne… sin estrenar – Una enigmática sonrisa cruzó su rostro, el hombre de tez pálida asintió ante esto. – ¿Esas tenemos? – El brujo ya blandía su martillo y estaba dispuesto a empezar a combatir, Dag tambien aparentaba una seguridad a la hora de enfrentar a aquella gente que su indumentaria no transmitía, él, por supuesto, no pretendía quedarse atrás.
Con un suave siseo su espada salió lentamente de su vaina.
La hoja encantada brillaba con una suave tonalidad azul alumbrando la noche, iluminando pobremente el rostro del exmercenario y capturando toda gota que caía sobre el metal, congelándola al instante.
- No lo repetiré tres veces – Dijo colocándose esta vez frente al brujo del martillo – Marchaos – Ordenó – Y no habrá ningún prob… - Una explosión le lanzó por los aires antes de que pudiese terminar aquella frase, surcó la calle a la velocidad de una saeta y acabó empotrado en la pared de madera de uno de los tantos edificios de la aldea. Tras esto, varias carcajadas rompieron el silencio de la noche.
Le dolía la cabeza y el mundo daba vueltas, una sensación preocupantemente familiar para él, a su vez, una fina línea carmesí resbalaba por su frente. - ¿…Por qué no aprenderé? – Susurró alzando la cabeza, miró directamente al firmamento, seguía lloviendo, como una cascada infinita, no parecía que iba a cesar pronto.
Uno de los guanteletes de la pelirroja humeaba lentamente. La muchacha, sin bajar el brazo que mantenía elevado apuntando a los “héroes”, sonrió al tirar de una gruesa correa de cuero que colgaba del mitón, algo que hizo que un frasco vacío, al parecer el origen de la voluta de humo que desprendía dicho guante, cayese al suelo con un suave tintineo. – Uno menos… - Dijo está jugueteando con su extraña arma, quizás preparándola para otro ataque. – Solo quedan dos.
Rio, se carcajeó con ganas. ¿Por qué nunca conseguía resolver los conflictos por las buenas? – Siempre igual. - Estaba seguro que tenía alguna quemadura que otra en su cara, la armadura estaba ennegrecida parcialmente y la tela que la cubría se había volatilizado. – Hace falta… algo más que eso para matarme… - Dijo desencajándose de la pared, tomando la espada que yacía en el barro, a pocos metros de Dag y colocandose junto a sus dos inesperados compañeros. La expresión de la pelirroja se encogió en una de hastío y se miró al vampiro.
– Esto… es cuanto menos inesperado. – Dijo cruzándose de brazos, sin alzar la voz – Tres valerosos héroes que defienden un pequeño poblado del mal – Aplaudió lentamente – “…típico” – Fue lo primero que pasó por la cabeza del guarda al ver al hombre aplaudir - ... Pero nos subestimáis, no somos los típicos matones… – Sentenció convirtiéndose en una figura negruzca sin forma aparente, momento en el cual se trasladó a una velocidad vertiginosa hasta el hombre del martillo. – Y eso os va a costar la vida. – Susurró al brujo a menos de un palmo de él, antes de que este pudiese reaccionar.
Mientras tanto, el hombre del parche ya estaba cambiado, ahora era una bestia de más de dos metros de alto, facciones animalescas se apoderaban lentamente de su cara mientras caminaba en dirección a Dag, poco a poco, el hombre se convirtió en un lobo bípedo – Vamos a jugar… cosita. – Dijo sonriendo, dejando entrever la absurdamente larga columna de dientes afilados que poseía. - … hueles añejo… - Dijo.
Finalmente, la mujer que había hablado en primer lugar, la que tenía aspecto de guerrero se hizo con su espada sin perder de vista a los dos hombres que habían tomado la iniciativa. – “Somos más…” – Pensó – “No deberíamos de tener problemas” – Añadió mirando al soldado del emblema en el pecho, el que se había levantado por su propio pie después de una de las jugarretas alquímicas de Scarlet – Pelirroja… - Dijo caminando hacía Eltrant – Despierta al crío – Ordenó.
Eltrant levantó su espada, colocándosela junto a su cara, aceptando el desafío no verbal que la mujer le había lanzado con la mirada. Al menos, por el momento, no estaban aprovechándose de su superioridad numérica por lo pronto, equipos de uno contra uno, podía lidiar con eso.
- ¿Bailamos? – El exmercenario enarcó una ceja, la espada de la mujer era bastante más pesada que la suya propia, su armadura se doblaría como el papel si llegaba a darle un golpe directo. – No sé si eres mi tipo – La mujer sonrió – No te preocupes, te convenceré.
Enarcó una ceja al ver como el adolescente se revolvía entre espasmos en el suelo, así como un hombre de aproximadamente su edad caía del tejado de la posada haciendo gala de una teatralidad que ni él podía igualar y encaraba al grupo que asaltaba la aldea.
- …Brujos – Suspiró avanzando, manteniendo firmemente sujeta su espada. Podía sentir como, con cada paso que daba, las grebas se hundían en el barro, le hacían ser más lento, la lluvia no estaba de su parte, no era como si le importase desde luego, había peleado en peores condiciones.
Miró al brujo, quien blandiendo un martillo se encargó de hacer ver al público que miraba desde el interior de la taberna que no iban a tomar a nadie más de aquel pubelo como sacrificio mientras él estuviese allí. Eltrant se giró ahora hacia Dag y sonrió escuetamente, al menos no eran los únicos en la aldea lo suficientemente valientes para encarar el grupo que, ahora, tenían frente a ellos – Dag… dejando a un lado lo que acabas de decir… - El vampiro seguía comportándose de forma extraña, hablando consigo mismo, como si nunca estuviese solo, por no hablar de la excusa que había dado a los mercenarios acerca de los “sacrificios” – …Gracias por ayudar – Dijo dejando caer su mano hasta el hombro del hombre.
Suspiró, un incómodo silencio se apodero de la aldea, dejó que la lluvia refrescase sus ideas, que le indicase que hacer. Estaba cansado, cansado de luchar, de ver morir a personas inocentes, de ser el único que se levantaba contra la injusticia, de luchar contra un sistema corrupto ¿Pero que más podía hacer?
Miró fijamente al grupo de cinco. Dos mujeres, tres hombres, uno de ellos retorciéndose en el suelo. – Aquí mi amigo ya os ha contestado – Dijo alzando la voz, un trueno iluminó pobremente la escena – No queda nada para vosotros en este lugar – Aseveró – Marchaos. – Asió la espada aun con más fuerza, dejando entrever que estaba dispuesto a desenvainarla.
Los mercenarios parecieron encontrar divertida aquella afirmación, el hombre de mayor envergadura, el anciano que cubría uno de sus ojos con un parche pasó sobre el joven brujo sin siquiera pararse a mirarle y se colocó frente a sus aliados. – …Mienten, puedo… verlo – Su voz era ronca, pausada. Hablaba sin prisa, como si todo lo que fuese a suceder a continuación ya estuviese decidido - …Huelo carne… sin estrenar – Una enigmática sonrisa cruzó su rostro, el hombre de tez pálida asintió ante esto. – ¿Esas tenemos? – El brujo ya blandía su martillo y estaba dispuesto a empezar a combatir, Dag tambien aparentaba una seguridad a la hora de enfrentar a aquella gente que su indumentaria no transmitía, él, por supuesto, no pretendía quedarse atrás.
Con un suave siseo su espada salió lentamente de su vaina.
La hoja encantada brillaba con una suave tonalidad azul alumbrando la noche, iluminando pobremente el rostro del exmercenario y capturando toda gota que caía sobre el metal, congelándola al instante.
- No lo repetiré tres veces – Dijo colocándose esta vez frente al brujo del martillo – Marchaos – Ordenó – Y no habrá ningún prob… - Una explosión le lanzó por los aires antes de que pudiese terminar aquella frase, surcó la calle a la velocidad de una saeta y acabó empotrado en la pared de madera de uno de los tantos edificios de la aldea. Tras esto, varias carcajadas rompieron el silencio de la noche.
Le dolía la cabeza y el mundo daba vueltas, una sensación preocupantemente familiar para él, a su vez, una fina línea carmesí resbalaba por su frente. - ¿…Por qué no aprenderé? – Susurró alzando la cabeza, miró directamente al firmamento, seguía lloviendo, como una cascada infinita, no parecía que iba a cesar pronto.
Uno de los guanteletes de la pelirroja humeaba lentamente. La muchacha, sin bajar el brazo que mantenía elevado apuntando a los “héroes”, sonrió al tirar de una gruesa correa de cuero que colgaba del mitón, algo que hizo que un frasco vacío, al parecer el origen de la voluta de humo que desprendía dicho guante, cayese al suelo con un suave tintineo. – Uno menos… - Dijo está jugueteando con su extraña arma, quizás preparándola para otro ataque. – Solo quedan dos.
Rio, se carcajeó con ganas. ¿Por qué nunca conseguía resolver los conflictos por las buenas? – Siempre igual. - Estaba seguro que tenía alguna quemadura que otra en su cara, la armadura estaba ennegrecida parcialmente y la tela que la cubría se había volatilizado. – Hace falta… algo más que eso para matarme… - Dijo desencajándose de la pared, tomando la espada que yacía en el barro, a pocos metros de Dag y colocandose junto a sus dos inesperados compañeros. La expresión de la pelirroja se encogió en una de hastío y se miró al vampiro.
– Esto… es cuanto menos inesperado. – Dijo cruzándose de brazos, sin alzar la voz – Tres valerosos héroes que defienden un pequeño poblado del mal – Aplaudió lentamente – “…típico” – Fue lo primero que pasó por la cabeza del guarda al ver al hombre aplaudir - ... Pero nos subestimáis, no somos los típicos matones… – Sentenció convirtiéndose en una figura negruzca sin forma aparente, momento en el cual se trasladó a una velocidad vertiginosa hasta el hombre del martillo. – Y eso os va a costar la vida. – Susurró al brujo a menos de un palmo de él, antes de que este pudiese reaccionar.
Mientras tanto, el hombre del parche ya estaba cambiado, ahora era una bestia de más de dos metros de alto, facciones animalescas se apoderaban lentamente de su cara mientras caminaba en dirección a Dag, poco a poco, el hombre se convirtió en un lobo bípedo – Vamos a jugar… cosita. – Dijo sonriendo, dejando entrever la absurdamente larga columna de dientes afilados que poseía. - … hueles añejo… - Dijo.
Finalmente, la mujer que había hablado en primer lugar, la que tenía aspecto de guerrero se hizo con su espada sin perder de vista a los dos hombres que habían tomado la iniciativa. – “Somos más…” – Pensó – “No deberíamos de tener problemas” – Añadió mirando al soldado del emblema en el pecho, el que se había levantado por su propio pie después de una de las jugarretas alquímicas de Scarlet – Pelirroja… - Dijo caminando hacía Eltrant – Despierta al crío – Ordenó.
Eltrant levantó su espada, colocándosela junto a su cara, aceptando el desafío no verbal que la mujer le había lanzado con la mirada. Al menos, por el momento, no estaban aprovechándose de su superioridad numérica por lo pronto, equipos de uno contra uno, podía lidiar con eso.
- ¿Bailamos? – El exmercenario enarcó una ceja, la espada de la mujer era bastante más pesada que la suya propia, su armadura se doblaría como el papel si llegaba a darle un golpe directo. – No sé si eres mi tipo – La mujer sonrió – No te preocupes, te convenceré.
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
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Re: Escala de grises [Libre] [3/3][Cerrado]
El respingo que dio Dag cuando un rayo cayó a escasos metros de ellos, justo sobre el desafortunado adolescente, fue tan exagerado que perdió por completo los aires de seguridad con que había intentado ahuyentar a los mercenarios. De pronto, un tercer sujeto de músculos absurdamente hinchados acababa de sumarse a la contienda, aparentemente del lado de los 'buenos'. Hubo un intercambio de palabras en que el ex-guardia sólo pudo mirar de un lado a otro, sin lograr ser parte del diálogo. Y de pronto otra explosión, una que lanzó a su amigo guardia muy lejos.
Después de ciento cinco años encerrado en silencio y oscuridad absolutos, no era capaz de digerir tal cantidad de estímulos externos. El pobre hombre no pudo hacer más que llevarse una mano a los ojos y respirar profundo, intentando controlar la incipiente taquicardia que comenzaba a agitarlo. Lo único que lo arrancó de su atolondramiento fue la profunda voz del vampiro del bando contrario. No pudo adivinar por qué, pero supo apenas verlo que se trataba de un congénere. Puaj. ¡Qué odio hacia sí mismo sentía cada vez que recordaba en lo que lo habían convertido! Pero ya no existía vuelta atrás. Por eso, cuando el chupasangre adoptó una forma oscura e indeterminada, Dag abrió los ojos de par en par y se preguntó si él también podía hacer algo así. Si era un maldito vampiro, al menos debía intentar aprovechar las ventajas que conllevaba serlo.
-Así que finalmente lo has asumido. -Se burló una tenue voz. El hombre no contestó.
Mientras que el brujo y Eltrant debían enfrentarse a sus propios contrincantes, el hombre del parche se ensañó con Dag, que apenas estaba recobrando la compostura. No supo por qué, pero un extraño odio ancestral le quemó el pecho al ver a la peluda bestia caminando hacia él. Empuñó la espada con ambas manos y entrecerró los ojos. Hacía más de un siglo que no luchaba. De pronto, todo el barullo que sonaba constantemente en su cabeza se silenció, sumiéndose en un estado de concentración que creía haber olvidado. La energía propia del instinto de supervivencia le tensó los músculos. Sus ojos oscurecieron y unos largos colmillos asomaron bajo sus labios. Estaba preparado para el ataque.
...O eso creía. Pero la verdad era que estaba bastante oxidado y no pudo esquivar el primer zarpazo, que lo aventó hacia la derecha con alevosía. Cayó boca abajo y patinó un par de metros por el lodo antes de poder incorporarse mientras escupía barro e improperios a partes iguales.
-¡Ja, ja, ja! -Una risa gutural, mezcla de gruñido y carcajadas, le instó a ponerse de pie y volver a empuñar el arma. El patético bulto marrón, osea Dag, se abalanzó sobre la bestia lanzando una estocada a su costado. La criatura lo esquivó una, dos, tres veces, hasta que en un arrebato de ira consiguió ensartarle la espada en uno de los muslos. El lobo aulló de dolor pero, lejos de echarse atrás, tomó por los hombros al vampiro e impactó su frente con la propia tan fuerte que por un instante todo se tornó negro.
Volvió a verse abrazado por el lodoso suelo, esta vez cayendo de espaldas. Cometió el error de soltar la espada y el licántropo no tardó en arrancársela de la pierna y lanzarla al piso. El filo se ensartó a escasos centímetros de su cabeza. Aturdido, extendió una mano para tomar la hoja del arma, pero en ese instante la criatura lo tomó de un tobillo y haló de él. Esto hizo que se cortara la palma de la mano, que pronto comenzó a sangrar.
-Ven aquí, cosita. -Dijo la bestia con su deformada voz. Dag pataleó sin poder liberarse y volvió a tirar del filo de su espada para desatascarla y conseguir agarrarla de nuevo. [1]Con la hoja ahora imbuída con su sangre, blandió el arma hasta dar con éxito en el brazo de su atacante. Esta vez no sólo se hundió un poco en la gruesa piel del lobo; el ataque fue sorprendentemente más potente, lanzándolo hacia atrás y provocándole un corte mucho más profundo. Además, cuando el líquido vital del enemigo bañó la espada, el vampiro pudo sentir cómo una oleada de energía le subía por la columna. Jamás había sentido algo así. -¿Qué demonios acaba de pasar? ¿Podría ser...?
Pero no hubo tiempo para atar cabos. El insistente contrincante se levantó al mismo tiempo que él, dispuesto a seguir dando lucha aunque, sorprendentemente, la energía que ahora le sobraba a Dag parecía faltarle al lobo. Envalentonado, se dio a la tarea de extenuarlo con reiterados envites, dando pasos adelante, guiando a la bestia hasta tenerla, literalmente, contra la espada y la pared de la posada, cerca de la ventana donde el público se amontonaba con ansias y expectación. La criatura lanzó un zarpazo que, como una cachetada, le dio vuelta el rostro. Con un ojo velado por la sangre, Dag rugió un grito de guerra antes de ensartar la espada en el abdomen del licántropo, deseando ponerle fin a la contienda de una maldita vez.
No escuchó los vítores. Ni la lluvia, ni los sonidos de las peleas que sucedían a su alrededor. Soltó la espada, que cayó al suelo a la par que el lobo, y se llevó ambas manos al ensangrentado rostro para tocarse las heridas.
Al fin estaba viviendo la aventura y la vida belicosa que había soñado desde crío...
Pero ahora lo único que deseaba era regresar a su hogar, con su esposa y sus hijos, para disfrutar la monótona vida humana que nunca volvería a tener.
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[1] Uso de habilidad mágica: Hoja Sangrienta.
Después de ciento cinco años encerrado en silencio y oscuridad absolutos, no era capaz de digerir tal cantidad de estímulos externos. El pobre hombre no pudo hacer más que llevarse una mano a los ojos y respirar profundo, intentando controlar la incipiente taquicardia que comenzaba a agitarlo. Lo único que lo arrancó de su atolondramiento fue la profunda voz del vampiro del bando contrario. No pudo adivinar por qué, pero supo apenas verlo que se trataba de un congénere. Puaj. ¡Qué odio hacia sí mismo sentía cada vez que recordaba en lo que lo habían convertido! Pero ya no existía vuelta atrás. Por eso, cuando el chupasangre adoptó una forma oscura e indeterminada, Dag abrió los ojos de par en par y se preguntó si él también podía hacer algo así. Si era un maldito vampiro, al menos debía intentar aprovechar las ventajas que conllevaba serlo.
-Así que finalmente lo has asumido. -Se burló una tenue voz. El hombre no contestó.
Mientras que el brujo y Eltrant debían enfrentarse a sus propios contrincantes, el hombre del parche se ensañó con Dag, que apenas estaba recobrando la compostura. No supo por qué, pero un extraño odio ancestral le quemó el pecho al ver a la peluda bestia caminando hacia él. Empuñó la espada con ambas manos y entrecerró los ojos. Hacía más de un siglo que no luchaba. De pronto, todo el barullo que sonaba constantemente en su cabeza se silenció, sumiéndose en un estado de concentración que creía haber olvidado. La energía propia del instinto de supervivencia le tensó los músculos. Sus ojos oscurecieron y unos largos colmillos asomaron bajo sus labios. Estaba preparado para el ataque.
...O eso creía. Pero la verdad era que estaba bastante oxidado y no pudo esquivar el primer zarpazo, que lo aventó hacia la derecha con alevosía. Cayó boca abajo y patinó un par de metros por el lodo antes de poder incorporarse mientras escupía barro e improperios a partes iguales.
-¡Ja, ja, ja! -Una risa gutural, mezcla de gruñido y carcajadas, le instó a ponerse de pie y volver a empuñar el arma. El patético bulto marrón, osea Dag, se abalanzó sobre la bestia lanzando una estocada a su costado. La criatura lo esquivó una, dos, tres veces, hasta que en un arrebato de ira consiguió ensartarle la espada en uno de los muslos. El lobo aulló de dolor pero, lejos de echarse atrás, tomó por los hombros al vampiro e impactó su frente con la propia tan fuerte que por un instante todo se tornó negro.
Volvió a verse abrazado por el lodoso suelo, esta vez cayendo de espaldas. Cometió el error de soltar la espada y el licántropo no tardó en arrancársela de la pierna y lanzarla al piso. El filo se ensartó a escasos centímetros de su cabeza. Aturdido, extendió una mano para tomar la hoja del arma, pero en ese instante la criatura lo tomó de un tobillo y haló de él. Esto hizo que se cortara la palma de la mano, que pronto comenzó a sangrar.
-Ven aquí, cosita. -Dijo la bestia con su deformada voz. Dag pataleó sin poder liberarse y volvió a tirar del filo de su espada para desatascarla y conseguir agarrarla de nuevo. [1]Con la hoja ahora imbuída con su sangre, blandió el arma hasta dar con éxito en el brazo de su atacante. Esta vez no sólo se hundió un poco en la gruesa piel del lobo; el ataque fue sorprendentemente más potente, lanzándolo hacia atrás y provocándole un corte mucho más profundo. Además, cuando el líquido vital del enemigo bañó la espada, el vampiro pudo sentir cómo una oleada de energía le subía por la columna. Jamás había sentido algo así. -¿Qué demonios acaba de pasar? ¿Podría ser...?
Pero no hubo tiempo para atar cabos. El insistente contrincante se levantó al mismo tiempo que él, dispuesto a seguir dando lucha aunque, sorprendentemente, la energía que ahora le sobraba a Dag parecía faltarle al lobo. Envalentonado, se dio a la tarea de extenuarlo con reiterados envites, dando pasos adelante, guiando a la bestia hasta tenerla, literalmente, contra la espada y la pared de la posada, cerca de la ventana donde el público se amontonaba con ansias y expectación. La criatura lanzó un zarpazo que, como una cachetada, le dio vuelta el rostro. Con un ojo velado por la sangre, Dag rugió un grito de guerra antes de ensartar la espada en el abdomen del licántropo, deseando ponerle fin a la contienda de una maldita vez.
No escuchó los vítores. Ni la lluvia, ni los sonidos de las peleas que sucedían a su alrededor. Soltó la espada, que cayó al suelo a la par que el lobo, y se llevó ambas manos al ensangrentado rostro para tocarse las heridas.
Al fin estaba viviendo la aventura y la vida belicosa que había soñado desde crío...
Pero ahora lo único que deseaba era regresar a su hogar, con su esposa y sus hijos, para disfrutar la monótona vida humana que nunca volvería a tener.
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[1] Uso de habilidad mágica: Hoja Sangrienta.
Dag Thorlák
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¿Dónde me había metido? Era la pregunta más lógica que podía hacerme. Un grupo de mercenarios bien armados, a los cuales no me importaría matar, estaba enfrente de la posada que había usado sin permiso para disfrutar de la tormenta. Héroes y villanos. Al final, todo se resumía en eso: Un grupo de malos y un grupo de buenos. Eché un vistazo rápido a los dos “buenos” que plantaban cara a los mercenarios en el momento en el que entré a escena. Vestían los colores de la guardia, tal vez lo fueran (Los típicos héroes buenos). Con otro vistazo igual de rápido, me fijé en las armaduras de los mercenarios. Sus colores eran de negro, rojo y gris. Colores de tipos malos. Luego, estaba yo: Unos viejos pantalones roídos por el cuerpo y un cuerpo desnudo. No vestía con ningún color; lo cual significaba que yo era todavía más malo que los malos.
Dejé el trabajo de los hombres buenos. Que el chico más joven diera el primer paso y gritase a los mercenarios que se fuera, ¡vamos! En mi interior, le animé mentalmente que lo hiciera solo para reírme del previsible resultado que tendría que sus gritos. Golpe y caída en el barro; la guardia nunca aprendía de sus errores. Justamente, fue pensar en eso y el chico repetirlo en voz alta como si estuviera leyendo mi mente. ¿Cuántas veces habrían barrido el suelo con su cara? Seguramente, demasiadas para que alguien pudiera llevar la cuenta.
-Que sea uno, preciosa.- le dije a la chica de los guanteletes humeantes- yo no quiero saber nada de vosotros-.
Si respuesta fue tan previsible como la que tuvo el chico que no aprendía: Un bolazo de fuego, procedente de uno de los guanteletes de la chica, dio a las tejas donde estaba subido. Si no hubiera saltado al suelo justo en ese momento, el fuego me hubiera abrasado las piernas. Ya tenía suficiente con tolerar los picotazos de los cuervos invisibles. Mejor dicho, tenía más que de sobra. Me dolían tanto las heridas de la maldición que tuve que mantenerme en el suelo, después del salto, unos segundos antes de volverme a poner en pie frente a los mercenarios.
-¿A quién llamas héroe?- finalmente me lamenté justo cuando el vampiro comenzó a hablar. Quise parecer más alto que la figura negra y así poder intimidarle; pero no lo conseguí. –No me metas en el mismo saco que ellos dos- señale a los dos guardias- Yo solo soy ese tipo que pasaba por aquí-.
Una vez se terminó la palabrería, empezó el “baile”, como lo llamó la última chica. El chico de los gritos había elegido su pareja, o su pareja le había elegido a él. Lo mismo pasó con el otro guardia más maduro (aquel que en la batalla se descubriría que era un vampiro). En aquel momento no lo sabía pero alguien del grupo de los mercenarios ya me había elegido como pareja de baile igual como los guardias: Ese alguien era la chica de los guanteletes humeantes.
Aprovechó el momento en el que estaba despistado mirando absorto como el otro guardia se convertía en una feroz masa de sombras y combaría contra el mercenario licántropo. El proyectil de fuego vino directo hacia mi pecho. No pude esquivarlo, tan solo interceptar el proyectil con mi martillo. Sentí el ardor de la explosión por todo mi pecho. No descartaba despertarme, a la mañana siguiente, con todo el pecho negro por las quemaduras. Pintaba mal, pero no me dolía; no más de lo que me dolía los picotazos de la maldición. Odiaba que le pasara nada a Suuri. Ella es mía. Nadie más que yo podía tocar a Suuri, quien lo intentase podría acabar muerto. Y la chica…. Ella tuvo la osadía de hacer que utilizase el martillo para frenar su proyectil de fuego. Estaba enfadado.
Estaba muy enfadado. Me temblaban los labios del nerviosismo y los brazos por el dolor de los picotazos. Miré directamente a los ojos de la chica sin decir nada. Ella mostró una fugaz sonrisa y añadió:
-Ahora queda uno-.
¿Se estaba burlando de mí? Sí, lo estaba haciendo.
-No…- apenas podía hablar. ¡Joder! Ni siquiera podía mantenerme en pie sin parecer un jorobado. - no…. – escupí sangre y bilis a un lado de la tierra mojada- ahora es cuando no me marcho-.
-Lástima- la chica hizo un gesto con los guanteletes como si los estuviera cargando de nuevo. -Quería acabar rápido-.
Hice el mismo gesto que ella, pero con mi martillo. En seguida, una multitud de relámpagos envolvieron la cabeza de Suuri. Un trueno del cielo acompañó la magia de mi martillo.
Fuego contra rayo. Parecía un combate que el mismo destino había creado por haberme librado de la pelea con Keira.
La chica apuntó sus dos guanteletes contra mí. La imité, con un movimiento más tosco y lento, apuntando mi martillo en su contra. Ella disparó primero con la tranquilidad con la que una persona hace algo tan cotidiano como irse a comer o beber; yo disparé segundo y lo hice gritando como un jodido demonio.
Subrayo mi habilidad de nivel 0
Offrol: Ya que Gerrit está muy herido por la maldición y la explosión de la chica, dejo a que los Dioses deciden el transcurso de mi batalla. ¡ME ENCANTA ESTE TEMA!
Dejé el trabajo de los hombres buenos. Que el chico más joven diera el primer paso y gritase a los mercenarios que se fuera, ¡vamos! En mi interior, le animé mentalmente que lo hiciera solo para reírme del previsible resultado que tendría que sus gritos. Golpe y caída en el barro; la guardia nunca aprendía de sus errores. Justamente, fue pensar en eso y el chico repetirlo en voz alta como si estuviera leyendo mi mente. ¿Cuántas veces habrían barrido el suelo con su cara? Seguramente, demasiadas para que alguien pudiera llevar la cuenta.
-Que sea uno, preciosa.- le dije a la chica de los guanteletes humeantes- yo no quiero saber nada de vosotros-.
Si respuesta fue tan previsible como la que tuvo el chico que no aprendía: Un bolazo de fuego, procedente de uno de los guanteletes de la chica, dio a las tejas donde estaba subido. Si no hubiera saltado al suelo justo en ese momento, el fuego me hubiera abrasado las piernas. Ya tenía suficiente con tolerar los picotazos de los cuervos invisibles. Mejor dicho, tenía más que de sobra. Me dolían tanto las heridas de la maldición que tuve que mantenerme en el suelo, después del salto, unos segundos antes de volverme a poner en pie frente a los mercenarios.
-¿A quién llamas héroe?- finalmente me lamenté justo cuando el vampiro comenzó a hablar. Quise parecer más alto que la figura negra y así poder intimidarle; pero no lo conseguí. –No me metas en el mismo saco que ellos dos- señale a los dos guardias- Yo solo soy ese tipo que pasaba por aquí-.
Una vez se terminó la palabrería, empezó el “baile”, como lo llamó la última chica. El chico de los gritos había elegido su pareja, o su pareja le había elegido a él. Lo mismo pasó con el otro guardia más maduro (aquel que en la batalla se descubriría que era un vampiro). En aquel momento no lo sabía pero alguien del grupo de los mercenarios ya me había elegido como pareja de baile igual como los guardias: Ese alguien era la chica de los guanteletes humeantes.
Aprovechó el momento en el que estaba despistado mirando absorto como el otro guardia se convertía en una feroz masa de sombras y combaría contra el mercenario licántropo. El proyectil de fuego vino directo hacia mi pecho. No pude esquivarlo, tan solo interceptar el proyectil con mi martillo. Sentí el ardor de la explosión por todo mi pecho. No descartaba despertarme, a la mañana siguiente, con todo el pecho negro por las quemaduras. Pintaba mal, pero no me dolía; no más de lo que me dolía los picotazos de la maldición. Odiaba que le pasara nada a Suuri. Ella es mía. Nadie más que yo podía tocar a Suuri, quien lo intentase podría acabar muerto. Y la chica…. Ella tuvo la osadía de hacer que utilizase el martillo para frenar su proyectil de fuego. Estaba enfadado.
Estaba muy enfadado. Me temblaban los labios del nerviosismo y los brazos por el dolor de los picotazos. Miré directamente a los ojos de la chica sin decir nada. Ella mostró una fugaz sonrisa y añadió:
-Ahora queda uno-.
¿Se estaba burlando de mí? Sí, lo estaba haciendo.
-No…- apenas podía hablar. ¡Joder! Ni siquiera podía mantenerme en pie sin parecer un jorobado. - no…. – escupí sangre y bilis a un lado de la tierra mojada- ahora es cuando no me marcho-.
-Lástima- la chica hizo un gesto con los guanteletes como si los estuviera cargando de nuevo. -Quería acabar rápido-.
Hice el mismo gesto que ella, pero con mi martillo. En seguida, una multitud de relámpagos envolvieron la cabeza de Suuri. Un trueno del cielo acompañó la magia de mi martillo.
Fuego contra rayo. Parecía un combate que el mismo destino había creado por haberme librado de la pelea con Keira.
La chica apuntó sus dos guanteletes contra mí. La imité, con un movimiento más tosco y lento, apuntando mi martillo en su contra. Ella disparó primero con la tranquilidad con la que una persona hace algo tan cotidiano como irse a comer o beber; yo disparé segundo y lo hice gritando como un jodido demonio.
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Offrol: Ya que Gerrit está muy herido por la maldición y la explosión de la chica, dejo a que los Dioses deciden el transcurso de mi batalla. ¡ME ENCANTA ESTE TEMA!
Gerrit Nephgerd
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Se me olvidó lanzar runas
Gerrit Nephgerd
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El miembro 'Gerrit Nephgerd' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Tyr
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- Off:
- No tenias por que lanzar runas. :'D Pero de todas formas, te ha salido todo acorde a lo que tenía pensado. Que suerte tienes (?)
Llevaban minutos bailando, inmersos en una coreografía mortal, la mujer no cedía terreno se centraba en atacar, quería acabar rápido con aquello, era evidente.
El barro seguía estando en su contra, no pasó mucho tiempo hasta que la hoja de la guerrera se hundió en su coraza, la cara de esta se deformó en una grotesca sonrisa, sus ojos se inyectaron en sangre al ver como acertaba a su oponente, al ver la sangre de este manchar su espada. Dejando escapar un grito dolorido, Eltrant pateó a su oponente en el pecho, apartándola momentáneamente, el tiempo suficiente para llevarse la mano libre hasta la brecha por dónde comenzó a manar sangre.
- Hablas mucho pero no parece que seas…
Una enorme explosión se apoderó de la aldea y acalló toda voz, rayos y fuego salieron disparados por doquier, lanzando de paso a todos los presentes por los aires e incendiando parte de la población con llamas alquímicas que, aún bajo la lluvia, se negaban a ser extinguidas.
Le pitaban los oídos, por no hablar del incesante dolor de cabeza. No sabía dónde había acabado, pero estaba boca abajo, abrió los ojos lentamente y masculló un par de insultos en voz baja mientras haciendo acopio de sus fuerzas se levantaba como buenamente podía, la armadura había bloqueado parte de la explosión, pero eso no quería decir que las heridas que ya tenía de por si no se resintiesen con cada sacudida.
- ¡Dag! ¡¿Estas bien?! – Gritó, tratando de que su voz se alzase sobre las voces y las exclamaciones de algunos de los lugareños que luchaban por combatir el fuego que comenzaba a devorar sus hogares. Parpadeó repetidamente al ver el fantasmagórico resplandor de aquellas llamas azuladas que, por algún motivo, habían surgido de la combinación de fuego y electricidad. - ¿Qué…? – Fue en ese momento, mientras contemplaba como crepitaba el fuego añil, cuando se percató de que faltaba alguien. Mientras que la joven pelirroja de los guanteletes estaba en el suelo, moviéndose levemente, probablemente herida, no localizaba por más que girase sobre sí mismo al brujo.
– ¡Brujo! ¿¡Dónde estás!? – Dijo a la nada, no lo localizaba a simple vista, pero esperaba que al menos respondiese algo. Le daba igual el que contestase este, solo quería saber si estaba vivo.
Había escuchado las palabras del hombre del martillo momentos atrás, probablemente si estaban en el mismo bando era por una casualidad del destino, la lealtad de aquel sujeto oscilaría dependiendo del número de Aeros de su aliado, las persona de aquella población no le importarían lo más mínimo. Pero, en cualquier caso, no dejaba de ser un aliado.
Trató de acercarse a Dag, de buscar a su otro compañero, tratar de ayudarles, pese a esto, la mujer del mandoble no parecía haber sido lanzada excesivamente lejos por lo que enseguida estaba otra vez sobre él, dispuesta a terminar el trabajo. - ¡Quédate quieto! – Maldiciendo todo los dioses que conocía Eltrant rodó por el suelo, en busca de su espada, pero esta había acabado clavada firmemente en una pared, envueltas en llamas azules. - ¡¡Ríndete, guarda!! ¡Yo solo quiero terminar con esta mierda! – La hoja de la mujer pasó peligrosamente cerca de su cabeza, afortunadamente él, no llegó a acertar. - ¡Pues lárgate! – Tras incorporarse, retrocedió, sin armas tenía cierta desventaja, pero no quería decir que estuviese indefenso. - ¡No puedo! - ¡Inténtalo!
Continuó evitando a la mujer, saltando de un lugar a otro, esquivando sus ataques hasta que, al final, no lo quedó más remedio que bloquear el mandoble con el antebrazo, no tenía muchas opciones llegados a aquel punto y Eltrant prefería encarecidamente eso a parar el acero con su cara, le tenía cariño a su cara. Como había pasado con su coraza, la hoja de la mujer traspasó el metal de la armadura con relativa facilidad, llegando hasta la carne, rasgándola. - ¡Fuera de este pueblo! – Vociferó Eltrant en una mezcla entre dolor y rabia, cerrando el puño y estampándolo contra la cara de la guerrera con toda su fuerza, que solo pudo observar incapaz de hacer nada como el guantelete del guarda le rompía la nariz y la tiraba de espaldas contra el barro.
Gritando de dolor, agarró la espada de la mercenaria y la arrancó de su brazo de un fuerte tirón, el cual, evidentemente, comenzó a sangrar con más fuerza debido al efecto tapón que hacía el arma mientras esta estaba incrustada en su brazalete.
Sacudió la cabeza y apretó los dientes, tratando de ignorar el ardor que sentía tanto en el pecho como en el brazo. Con paso firme se acercó a la guerrera que miraba fijamente el firmamento, el manto negruzco que dejaba caer el sinfín de gotitas sobre sus cabezas, mientras sujetaba su nariz con una de sus manos. - ¿Te rindes? – Dijo mirándola desde lo alto, la mujer no contesto, se limitó a cerrar los ojos - ¿Así de fácil? – La mujer continuó en silencio.
Mientras tanto el fuego se extendía por el pueblo rápidamente, y a pesar de que gracias al apremio que se habían dado los lugareños las llamas azules estaban siendo acalladas, los gritos de dolor por las quemaduras y los sollozos por sus hogares eran una constante.
- No… no queríamos esto. – Dijo la mujer a sus pies – Nada de… esto tiene que ver con el plan…tantas muertes... - Eltrant la miró, fijamente, durante varios segundos. - Haberlo pensado antes. – Gruñó Eltrant apartándose de la guerrera.
Desenterró su espada de la pila de ceniza que minutos atrás había sido una pared, los problemas se acumulaban, primero estaban los mercenarios, a quienes, en mayor o menor medida, había perdido de vista, y ahora, para colmo, la aldea iba a quedar reducida a cenizas en plena tormenta.
Respiró hondo y sacudió el brazo herido – Despierta – Susurró – No se te ocurra dejarme ahora – Continuó sacudiéndolo hasta que notó como el dolor volvía, como dejaba atrás el entumecimiento, sonrió.
- ¡¿Dónde está!? – Otra explosión resonó en la noche, pero esta no produjo llamas azules, esta se encargó de hacer caer la pared de un edificio entre coloridas flores de más de un centenar de colores. - ¡¿Dónde está!? – Gritó la voz del adolescente que, junto al vampiro, estaban al final de la calle. - ¡¿Cómo osa reírse de mí!? – El número de gallos que dejó escapar por palabra era digna de elogio, si hubiese un concurso de eso, lo habría ganado. - ¡¿Cómo se atreve a… a…?! – No terminó la frase, el muchacho, que aun seguía teniendo espasmos a causa de la electricidad, decidió que la mejor manera de acabar con su frustración era incendiar varios edificios más. - ¡¡SAL AQUÍ Y ENFRENTATE A MI ARTE!!
Un sinfín de flores salieron de las manos del muchacho e impactaron en la taberna en la que se ocultaban los pocos aldeanos que estaban demasiado aterrados como para salir a apagar el fuego, afortunadamente, no llegó a prender del todo. - …Necesito unas vacaciones. – Levantó su espada. El vampiro, que seguía al lado del muchacho al que había reanimado de alguna forma, sonrió ante esta acción. – Vaya, vaya… mira lo que habéis conseguido. Héroes.
Última edición por Eltrant Tale el Vie 23 Jun - 23:44, editado 1 vez
Eltrant Tale
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El ferroso aroma de la sangre se incrustaba más y más en sus pensamientos a cada inhalación. Dag había sido el primero en deshacerse de su enemigo. El brujo y Eltrant, por otro lado, todavía estaban ocupados con sus respectivas batallas mientras que él se limitaba a tocarse el rostro, siguiendo con las yemas de los dedos las tres largas heridas que le surcaban la frente, el tabique nasal y el mentón del lado izquierdo de la cara. Heridas que pronto dejaron de sangrar para comenzar su proceso de curación a una velocidad endiablada. ¿Cómo podía cicatrizar tan rápido? A ese ritmo, en una semana no quedaría rastro alguno del zarpazo. Era imposible. Era inhumano. Pasó de acariciar las heridas a ensartar las uñas en éstas para abrirlas más. Mientras luchaba obsesivamente para detener la abominable cicatrización, su cristalina mirada estaba clavada sobre el cadáver del reciente adversario. Tragó saliva para aliviar el escozor de la garganta y se arrodilló junto al licántropo con la excusa de levantar y recuperar su espada.
Pero le fue imposible ignorar la asquerosa herida abierta y sangrante que exhibía parte de las rasgadas entrañas del lobo. La sed y el instinto fueron más fuertes que la voluntad y las náuseas. Se inclinó para lamer la herida. Sintió el mismo impulso de vomitar que cuando bebió por primera vez de los desafortunados humanos que se internaron en la cueva donde fue encerrado. Sin embargo, a su vez, un placer inefable le recorrió la columna en forma de escalofrío cuando ascendió para clavar los colmillos en el cuello de la bestia. Asco y excitación. Odio y avidez. Humanidad y moral reemplazadas por el juego ancestral de matar o morir.
Apenas pudo engullir un par de espesos sorbos cuando una explosión lo mandó a volar en dirección opuesta al otro guardia. Derrapó una vez más sobre el lodo (a esas alturas ya no era más que un gran bulto marrón en el cual únicamente resaltaban dos iris azules) y fue un milagro que no se partiese en dos con su propia espada durante la caída. Cuando el insoportable pitido en los oídos causado por el estrépito fue amainando, abrió los ojos y fue consciente del caos que se desataba a su alrededor. La gente corría de un lado a otro gritando, llorando y atropellándose entre sí. Tuvo que rodar por el suelo una vez para que no le pasasen por encima, y otra vez para evitar que un trozo de tejado en llamas callese sobre él. Pero el caos no reinaba únicamente en el pequeño y miserable pueblito. También estaba haciendo estragos en la dañada mente del ex guardia.
-¡Dag! ¡¿Estás bien?!
-¿Quién demonios es Dag?
El pitido en los oídos no desaparecía del todo. Los gritos de la gente estaban poniéndole de los nervios, y el cada vez más potente aroma a sangre hacía mella en su quebradiza voluntad. Lo peor de todo era que no tenía idea de por qué estaba sentado en el barro, por qué un coágulo de sangre le endurecía el párpado izquierdo, por qué el lejano hombre con armadura le recordaba tanto a uno de sus hermanos menores y por qué, por todos los cielos, tenía tantas ganas de abrirle el cuello a cada uno de los incautos que pasaban a su lado. Quizás debido a la explosión, o quizás a causa de la sobreestimulación luego de tanto tiempo en babia, el hombre no recordaba en qué circunstancias había llegado allí.
Se levantó poco a poco, usando la espada como bastón. Las manos le temblaban, al igual que el mentón y la ceja derecha, que se estremecía con un rápido tick nervioso. Necesitaba pensar, necesitaba meditar para lograr rellenar las lagunas de su memoria.
-Si tan solo este montón de imbéciles dejase de gritar... -Sonó una voz dentro de las paredes de su cráneo. Una voz que parecía estar sufriendo la misma migraña que Dag.
-Silencio...
-Tú también gritarías si tu casa estuviera en llamas.
-Deberíamos ayudarlos, pobrecillos...
-¡Silencio!
-¡Deberíamos cortarles las cuerdas vocales! Así no gritarán más.
-¡¡SAL AQUÍ Y ENFRENTATE A MI ARTE!!
-¡¡¡SILENCIO!!!
Probablemente esa se convertiría en la fatídica noche en que aquel adolescente aprendería a mantenerse lejos de brujos iracundos y vampiros lunáticos. Dag recorrió la distancia que lo separaba de Eltrant, del adolescente y del otro vampiro con la velocidad de un relámpago. No recordaba cuál era el bando de los malos ni cuál era el bando de los buenos. Sólo sabía que ese maldito puberto acababa de desatar lo peor de su dolor de cabeza. Presa de su ira y sin ni un ápice de cordura que le sugiriese pensar una mejor estrategia, no se le ocurrió otra cosa que lanzar la espada, cual jabalina, hacia el chico.
El gallo más destacable de todos resonó ante el grito de éste, quien, reaccionando lo suficientemente rápido, atinó a retroceder logrando que, en vez de atravesarlo de lado a lado cual brocheta, solamente se ensartara en uno de sus pies... lo cual igualmente causó cierta satisfacción al ojiazul. El muchacho se inclinó para apretarse las piernas con ambas manos y observar atónito el pedazo de hierro que estaba, literalmente, clavándolo al suelo. Dag deseó tener otro arma cuando los insoportables gritos del crío le retumbaron en los tímpanos. Echó una mirada inyectada en sangre a Eltrant. Específicamente a la espada que sostenía entre manos.
-¿Me la prestas? Será solo un momento.
Pero le fue imposible ignorar la asquerosa herida abierta y sangrante que exhibía parte de las rasgadas entrañas del lobo. La sed y el instinto fueron más fuertes que la voluntad y las náuseas. Se inclinó para lamer la herida. Sintió el mismo impulso de vomitar que cuando bebió por primera vez de los desafortunados humanos que se internaron en la cueva donde fue encerrado. Sin embargo, a su vez, un placer inefable le recorrió la columna en forma de escalofrío cuando ascendió para clavar los colmillos en el cuello de la bestia. Asco y excitación. Odio y avidez. Humanidad y moral reemplazadas por el juego ancestral de matar o morir.
Apenas pudo engullir un par de espesos sorbos cuando una explosión lo mandó a volar en dirección opuesta al otro guardia. Derrapó una vez más sobre el lodo (a esas alturas ya no era más que un gran bulto marrón en el cual únicamente resaltaban dos iris azules) y fue un milagro que no se partiese en dos con su propia espada durante la caída. Cuando el insoportable pitido en los oídos causado por el estrépito fue amainando, abrió los ojos y fue consciente del caos que se desataba a su alrededor. La gente corría de un lado a otro gritando, llorando y atropellándose entre sí. Tuvo que rodar por el suelo una vez para que no le pasasen por encima, y otra vez para evitar que un trozo de tejado en llamas callese sobre él. Pero el caos no reinaba únicamente en el pequeño y miserable pueblito. También estaba haciendo estragos en la dañada mente del ex guardia.
-¡Dag! ¡¿Estás bien?!
-¿Quién demonios es Dag?
El pitido en los oídos no desaparecía del todo. Los gritos de la gente estaban poniéndole de los nervios, y el cada vez más potente aroma a sangre hacía mella en su quebradiza voluntad. Lo peor de todo era que no tenía idea de por qué estaba sentado en el barro, por qué un coágulo de sangre le endurecía el párpado izquierdo, por qué el lejano hombre con armadura le recordaba tanto a uno de sus hermanos menores y por qué, por todos los cielos, tenía tantas ganas de abrirle el cuello a cada uno de los incautos que pasaban a su lado. Quizás debido a la explosión, o quizás a causa de la sobreestimulación luego de tanto tiempo en babia, el hombre no recordaba en qué circunstancias había llegado allí.
Se levantó poco a poco, usando la espada como bastón. Las manos le temblaban, al igual que el mentón y la ceja derecha, que se estremecía con un rápido tick nervioso. Necesitaba pensar, necesitaba meditar para lograr rellenar las lagunas de su memoria.
-Si tan solo este montón de imbéciles dejase de gritar... -Sonó una voz dentro de las paredes de su cráneo. Una voz que parecía estar sufriendo la misma migraña que Dag.
-Silencio...
-Tú también gritarías si tu casa estuviera en llamas.
-Deberíamos ayudarlos, pobrecillos...
-¡Silencio!
-¡Deberíamos cortarles las cuerdas vocales! Así no gritarán más.
-¡¡SAL AQUÍ Y ENFRENTATE A MI ARTE!!
-¡¡¡SILENCIO!!!
Probablemente esa se convertiría en la fatídica noche en que aquel adolescente aprendería a mantenerse lejos de brujos iracundos y vampiros lunáticos. Dag recorrió la distancia que lo separaba de Eltrant, del adolescente y del otro vampiro con la velocidad de un relámpago. No recordaba cuál era el bando de los malos ni cuál era el bando de los buenos. Sólo sabía que ese maldito puberto acababa de desatar lo peor de su dolor de cabeza. Presa de su ira y sin ni un ápice de cordura que le sugiriese pensar una mejor estrategia, no se le ocurrió otra cosa que lanzar la espada, cual jabalina, hacia el chico.
El gallo más destacable de todos resonó ante el grito de éste, quien, reaccionando lo suficientemente rápido, atinó a retroceder logrando que, en vez de atravesarlo de lado a lado cual brocheta, solamente se ensartara en uno de sus pies... lo cual igualmente causó cierta satisfacción al ojiazul. El muchacho se inclinó para apretarse las piernas con ambas manos y observar atónito el pedazo de hierro que estaba, literalmente, clavándolo al suelo. Dag deseó tener otro arma cuando los insoportables gritos del crío le retumbaron en los tímpanos. Echó una mirada inyectada en sangre a Eltrant. Específicamente a la espada que sostenía entre manos.
-¿Me la prestas? Será solo un momento.
Dag Thorlák
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Re: Escala de grises [Libre] [3/3][Cerrado]
Eso me gustaba. Me sentía como en los viejos tiempos, los malos tiempos. Tiempos en los que Suuri volaba de cabeza elfo en cabeza elfo movida por la rabia que corría por mis venas. La explosión me recordó aquellos días. Los echaba de menos y los odiaba a partes iguales. Los mercenarios no eran más que una panda de aficionados en comparación a lo que nosotros hicimos. Matar niñas y explotar ardillas… ¡Bah! Si Samhaim estuviera vivo (si no lo hubiera matado a base de martillazos) se descojonaría. ¿Guanteletes con explosivos, vampiros gigantes, lobos? Parecía un mal chiste. Lo que nosotros fuimos en los malos tiempos no se parecía a nada a ellos. ¡Éramos condenados demonios! No teníamos cuernos ni rabos acabados en puntas; pero, allá donde viajábamos, el infierno iba con nosotros.
Vi el fuego azul que brillaba a todo alrededor con una sonrisa de oreja a oreja. Sí, el antiguo Samhaim estaría orgulloso de mí. El nuevo, el amante de elfos y florecillas, aborrecería ver que el demonio de mi interior había resurgido de las viejas cenizas. Por un tiempo lo había conseguido hacer callar. Keira fue útil durante aquellos días. ¿Dónde estaba Keira ahora? Me había abandonado; o, tal vez, mi demonio la había echado a base de patadas nocturnas en la cama y puñetazos somnámbulos. Quería pensar lo primero, aunque sabía que, en realidad, había ocurrido lo segundo.
-Genial- moví muy lentamente los brazos como si me estuviera desperezando de una agradable siesta.
Mi brazo derecho, aquel con el que sostenía a Suuri, estaba en vuelto en llamas azules; estaba ardiendo (estoy en el infierno). Y mi brazo izquierdo, lo sentía como si una bandada de cuervos me estuviera arrancando la piel a mordiscos. Sin embargo, no sentía ningún dolor. No sentía nada. Era como el artista novato que pisa su primer escenario. Antes de subir, el artista, tenía los habituales picores causados por los nervios escénicos. Sin embargo, una vez arriba, se dejaba llevar olvidándose que, delante suya, hay un público a quien contentar. En mi caso era similar; solo había cambiar el público que divertir por una panda de mercenarios que matar.
Me apagué las llamas azules del brazo con toscas y secas palmadas con la mano libre. La piel debajo de las llamas era de color gris como la ceniza. Bajé la vista para verme el pecho, resultó ser del mismo color. Mis viejos pantalones de cuero habían resistido el fuego. Se crearon un par de agujeros nuevos, pero nada que pudiera molestar.
-Estoy aquí, deja de gritar- le dije al guardia más joven.
El humo me impedía ver nada que no estuviera a más de veinte centímetros de distancia. Podía oír. Lo escuchaba todo. Al parecer, el demonio de mi pasado tenía los sentidos mucho más desarrollados que yo. Escuché una viga de madera del interior de la posada caerse, una inmensidad de personas gritar como gritaban los fantasmas de mis recuerdos, el centellear del fuego azul entre las paredes de la posada y las muertas. Lo que más se escuchaba era a la gente morir. El inconfundible sonido que causaba la muerte; sonaba como un cuervo que nunca deja de picar la piel y como un demonio que ha acababa de despertar.
El baile que empezó antes de la explosión de los dos proyectiles siguió su curso como si nunca se hubiera detenido. El joven guardia tuvo un feliz reencuentro con su pareja. El más guardia más maduro gritaba “silencio”; quizás estaría buscando a su amigo peludo entre las llamas. No creía que quedase mucho del mercenario licántropo; a estas alturas su cuerpo sería más parecido al de un pollo asado que al de un lobo.
¿Y qué habría quedado de la pelirroja? Fui a buscarla entre las llamas. Caminé lento y siempre dejando que Suuri tantease el terreno primero. Si tropezaba en alguno de los muchos escombros de la taberna, podría quedarme allí ardiendo para siempre.
Detrás de mí escuché un agudo grito. Su voz era inconfundible y su arte repugnante.
-¡Qué sorpresa, el bebé ha aprendido a caminar!-
Le amenacé con el único fin que diera un paso en falso y se dejase ver. Entonces desearía haber cogido sus cojones chamuscados del suelo e irse huyendo. No, no tenía planeado hacerle nada “bueno”.
Mi error fue delatar la posición donde me encontraba con la provocación. Una explosión roja estalló a medio metro a mi izquierda. “¿Me echabas de menos, preciosa?” Me di la vuelta a ver la explosión y ese fue el segundo error. El vampiro rival, con sus dos metros y pico de altura, me espera con la espada en alto y una sonrisa socarrona. El primer golpe que me dio no lo pude esquivar, me golpeó con la empuñadura de la espada en la cabeza con tanta fuerza que tiró al suelo. “Yo tampoco aprendo”. El segundo golpe del vampiro, el que sí pude esquivar, lo quiso hacer clavándome su espada en el antebrazo izquierdo. Tuve menos reflejos. Antes de que la espada me llegase a tocar, la golpeé con el martillo echándola a un lado y salté hacia el enemigo. Le cogí la cara con mi puño izquierdo. Mis dedos los clavé en sus ojos.
La idea era buena, pero no conté que el vampiro estaba en su forma de señor de las sombras. Sus ojos, no eran más que vacíos cuencos de sombras. Me cogió de la espalda y me lanzó contra la única cristalera que quedaba en la posada sin destruir. El ruido de cristales romperse fue lo que llamó la atención del chavalín de los gallos y la pelirroja. No me vieron, pero sabían dónde me habían lanzado. Uno por un lado y la otra por el otro… El resultado fue dos explosiones que, si bien no llegaron a tocarme; hicieron que una viga de madera del piso superior cayera directo a mi pecho. La suerte estaba de mi lado. Pude dar un rápido giro por el suelo y llegar debajo de una mesa.
A mi lado tenía el cadáver de una mujer entrada en edad que no había podido escapar de las llamas.
-No me mires así, no me estás animando- gire la cabeza del cadáver de la mujer para no verla de frente.
Se escuchó otra explosión (¿cuántas llevábamos ya?) en el mismo lado que cayó la viga. Devolví el golpe lanzando un rayo con mi martillo al mismo lugar. El quejido que soltó el mercenario vampiro fue la prueba de que le había dado en el pecho.
-Esto se pone interesante- dijo el vampiro.
-Y que lo digas, amigo- le respondido entre susurros para no volver a descubrir mi escondite.
Lo de la metáfora del demonio lo he hecho porque en el primer foro donde hice a Gerrit (una versión novata de Gerrit) era un demonio, no un brujo. Quise hacer una referencia a ese primer foro, espero que os haya gustado
Vi el fuego azul que brillaba a todo alrededor con una sonrisa de oreja a oreja. Sí, el antiguo Samhaim estaría orgulloso de mí. El nuevo, el amante de elfos y florecillas, aborrecería ver que el demonio de mi interior había resurgido de las viejas cenizas. Por un tiempo lo había conseguido hacer callar. Keira fue útil durante aquellos días. ¿Dónde estaba Keira ahora? Me había abandonado; o, tal vez, mi demonio la había echado a base de patadas nocturnas en la cama y puñetazos somnámbulos. Quería pensar lo primero, aunque sabía que, en realidad, había ocurrido lo segundo.
-Genial- moví muy lentamente los brazos como si me estuviera desperezando de una agradable siesta.
Mi brazo derecho, aquel con el que sostenía a Suuri, estaba en vuelto en llamas azules; estaba ardiendo (estoy en el infierno). Y mi brazo izquierdo, lo sentía como si una bandada de cuervos me estuviera arrancando la piel a mordiscos. Sin embargo, no sentía ningún dolor. No sentía nada. Era como el artista novato que pisa su primer escenario. Antes de subir, el artista, tenía los habituales picores causados por los nervios escénicos. Sin embargo, una vez arriba, se dejaba llevar olvidándose que, delante suya, hay un público a quien contentar. En mi caso era similar; solo había cambiar el público que divertir por una panda de mercenarios que matar.
Me apagué las llamas azules del brazo con toscas y secas palmadas con la mano libre. La piel debajo de las llamas era de color gris como la ceniza. Bajé la vista para verme el pecho, resultó ser del mismo color. Mis viejos pantalones de cuero habían resistido el fuego. Se crearon un par de agujeros nuevos, pero nada que pudiera molestar.
-Estoy aquí, deja de gritar- le dije al guardia más joven.
El humo me impedía ver nada que no estuviera a más de veinte centímetros de distancia. Podía oír. Lo escuchaba todo. Al parecer, el demonio de mi pasado tenía los sentidos mucho más desarrollados que yo. Escuché una viga de madera del interior de la posada caerse, una inmensidad de personas gritar como gritaban los fantasmas de mis recuerdos, el centellear del fuego azul entre las paredes de la posada y las muertas. Lo que más se escuchaba era a la gente morir. El inconfundible sonido que causaba la muerte; sonaba como un cuervo que nunca deja de picar la piel y como un demonio que ha acababa de despertar.
El baile que empezó antes de la explosión de los dos proyectiles siguió su curso como si nunca se hubiera detenido. El joven guardia tuvo un feliz reencuentro con su pareja. El más guardia más maduro gritaba “silencio”; quizás estaría buscando a su amigo peludo entre las llamas. No creía que quedase mucho del mercenario licántropo; a estas alturas su cuerpo sería más parecido al de un pollo asado que al de un lobo.
¿Y qué habría quedado de la pelirroja? Fui a buscarla entre las llamas. Caminé lento y siempre dejando que Suuri tantease el terreno primero. Si tropezaba en alguno de los muchos escombros de la taberna, podría quedarme allí ardiendo para siempre.
Detrás de mí escuché un agudo grito. Su voz era inconfundible y su arte repugnante.
-¡Qué sorpresa, el bebé ha aprendido a caminar!-
Le amenacé con el único fin que diera un paso en falso y se dejase ver. Entonces desearía haber cogido sus cojones chamuscados del suelo e irse huyendo. No, no tenía planeado hacerle nada “bueno”.
Mi error fue delatar la posición donde me encontraba con la provocación. Una explosión roja estalló a medio metro a mi izquierda. “¿Me echabas de menos, preciosa?” Me di la vuelta a ver la explosión y ese fue el segundo error. El vampiro rival, con sus dos metros y pico de altura, me espera con la espada en alto y una sonrisa socarrona. El primer golpe que me dio no lo pude esquivar, me golpeó con la empuñadura de la espada en la cabeza con tanta fuerza que tiró al suelo. “Yo tampoco aprendo”. El segundo golpe del vampiro, el que sí pude esquivar, lo quiso hacer clavándome su espada en el antebrazo izquierdo. Tuve menos reflejos. Antes de que la espada me llegase a tocar, la golpeé con el martillo echándola a un lado y salté hacia el enemigo. Le cogí la cara con mi puño izquierdo. Mis dedos los clavé en sus ojos.
La idea era buena, pero no conté que el vampiro estaba en su forma de señor de las sombras. Sus ojos, no eran más que vacíos cuencos de sombras. Me cogió de la espalda y me lanzó contra la única cristalera que quedaba en la posada sin destruir. El ruido de cristales romperse fue lo que llamó la atención del chavalín de los gallos y la pelirroja. No me vieron, pero sabían dónde me habían lanzado. Uno por un lado y la otra por el otro… El resultado fue dos explosiones que, si bien no llegaron a tocarme; hicieron que una viga de madera del piso superior cayera directo a mi pecho. La suerte estaba de mi lado. Pude dar un rápido giro por el suelo y llegar debajo de una mesa.
A mi lado tenía el cadáver de una mujer entrada en edad que no había podido escapar de las llamas.
-No me mires así, no me estás animando- gire la cabeza del cadáver de la mujer para no verla de frente.
Se escuchó otra explosión (¿cuántas llevábamos ya?) en el mismo lado que cayó la viga. Devolví el golpe lanzando un rayo con mi martillo al mismo lugar. El quejido que soltó el mercenario vampiro fue la prueba de que le había dado en el pecho.
-Esto se pone interesante- dijo el vampiro.
-Y que lo digas, amigo- le respondido entre susurros para no volver a descubrir mi escondite.
Lo de la metáfora del demonio lo he hecho porque en el primer foro donde hice a Gerrit (una versión novata de Gerrit) era un demonio, no un brujo. Quise hacer una referencia a ese primer foro, espero que os haya gustado
Gerrit Nephgerd
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Más explosiones, más gritos, más humo. La aldea, o lo que quedaba de ella, era un caos. Y para colmo sus aliados se comportaban más como los mercenarios a los que enfrentaban que como las supuestas personas que debían de salvar la aldea.
Le dolía el vientre, apenas tenía sensibilidad en el brazo, tragó saliva. Aún no había acabado, todavía no, el brujo seguía empeorando las cosas en vez de arreglarlas, y Dag era presa de una ira homicida que, curiosamente, no habría imaginado jamás que este tendría.
– Se acabó – Dijo para sí, ignorando todo lo que había a su alrededor – Se acabó – Aseguró, tratando de convencerse a sí mismo que no iba a tolerar más aquel espectáculo. ¿Qué clase guarda estaba siendo? ¿Qué clase de persona permitía que una ciudad ardiese hasta que no quedasen más que rescoldos?
Lo primero que hizo fue golpear en la cara del vampiro que tenía como aliado con todas sus fuerzas, justo cuando este le pidió también su propia espada - ¡Contrólate! – Gritó dándole otra bofetada, una que derribó al hombre y lo tumbó al suelo. – Si vas a comportarte como ellos quédate ahí y no hagas nada. – Ordenó, no estaba de humor, ya habían perdido suficientes vidas en una sola noche y no iba a permitir que se acumulasen por que las personas en las que había confiado su seguridad y la del resto de aldeanos habían decidido que el trabajo en equipo les superaba. – Ya hay suficientes monstruos en esta aldea – Gruñó.
La guerrera se había desvanecido, podía haber huido o estaba muerta entre los escombros, lo cierto es que le daba igual, y el licántropo no era más que una amalgama de carne quemada. En aquel momento solo quedaban tres mercenarios, la mujer pelirroja, el crío con el pie clavado al suelo, y el vampiro que debía de estar en algún lugar ajustando cuentas con el brujo. El adolescente disparaba a ciegas, tratando de acertar dónde suponía que estaba el brujo con más cojones que cerebro, y esto no hacía sino ampliar el número de llamas que devoraban el lugar, la pelirroja hacía algo similar, pero sin gritos e insultos homicidas.
- ¡¡Vosotros dos!! – Gritó, solo tenía que acercarse, todos los brujos eran iguales, solo tenía que estar a un palmó de ellos para separar la cabeza de su cuerpo. - Estáis muertos – Añadió en un tono de voz mucho más baja. Todo el mundo tenía un límite, y Eltrant estaba peligrosamente cerca del suyo propio. ¿Qué leches le pasaba a todo el mundo? ¿Era por dinero? ¿Por eso secuestraban a niñas? ¿Por eso estaban matando a toda esta gente?
El mocoso se carcajeó, quizás no le viese como un igual, quizás pensase que la única persona mínimamente habilidosa en aquel lugar era el brujo prepotente, tensó la mandíbula y comenzó a caminar hacia ellos, de frente, rodeado de llamas.
Varias de rosas de color amarillo estallaron en su pecho al poco de empezar a caminar, cosa que le hizo retroceder un par de pasos, pero no detenerse. Escupió la sangre que resbalaba por la comisura de su labio a un lado y reemprendió la marcha, sonriendo. – Deberíais haberme hecho caso – Aseguró, la siguiente explosión le hizo perder el equilibrio, pero no tardó mucho en levantarse.
Su armadura humeaba, se deshizo de las partes de la coraza que empezaban a estar dobladas más allá del arreglo según avanzaba. – Deberíais haberos ido cuando… – Se encontró con una explosión alquímica, una de las que habían creado aquellas llamas azules, se dio de bruces contra el suelo.
Su corazón bombeaba la poca sangre que quedaba en su interior con fuerza, cargándola de adrenalina, de ganas de seguir vivo. *[1]
Se negaba a morir allí. Tenía que admitirlo, se estaba bien boca abajo, en el barro fresco, bajo la lluvia; los dioses habían hecho un buen trabajo proporcionando al mundo de aquellas sensaciones. Pero no podía morir mientras aun tuviese trabajo que hacer. Aquello era por lo que vestía la armadura, el motivo por el cual Alanna le había hecho dueño de los colores que llevaba.
Se levantó.
- ¿¡Por qué no te mueres!? – El joven siguió lanzando hechizos contra Eltrant, uno detrás de otro, llamas azules, llamas rojas e incluso grises. Todos ellos impactando en la coraza del séptimo de los Tale, haciendole sentir como esta salia despedida por aires, como su carne se convertia en la siguiente capa que almacenaba su voluntad – Porque soy el guarda de este pueblo, zorra – Dijo cuando estuvo a palmo de su cara, a distancia suficiente para que el muchacho, que era incapaz de huir a causa de la herida que Dag le había proporcionado amablemente, acabase recibiendo la hoja del castaño directamente en su cara, cortándola básicamente en dos.
Jadeando, miró durante unos segundos el cuerpo inerte del adolescente, del “artista”. El chasquear de las llamas, del fuego, seguía presente a su alrededor, la alquimista estaba en algún lugar de la aldea, el vampiro y el brujo seguían enfrascado en un combate que no hacía sino derribar más paredes, causar más daños colaterales.
¿De verdad todo esto merecía la pena? Usando su espada a modo de apoyo se aseguró de que no caía de rodillas. - …Aún queda... - ¿Habrían vivido mejor todas aquellas personas con el pacto que habían hecho? Tenía que obligarse a pensar que no. ¿O sí? Una vida en lugar de las vidas de toda una aldea. Parecía simple suficiente como para que hasta él lo entiendes.
¿Estaba en el derecho de “liberarles” de aquel yugo? ¿De decidir por ellos? ¿De verdad podía salvarles a todos? – Salvaré a los que pueda – Dijo a la voz que se repetía en su cabeza una y otra vez – “¿Y por qué tienes que ser tú el que lo haga, Tale?”
Apartó aquellos pensamientos de su cabeza y se levantó. Todavía quedaba trabajo que hacer.
Le dolía el vientre, apenas tenía sensibilidad en el brazo, tragó saliva. Aún no había acabado, todavía no, el brujo seguía empeorando las cosas en vez de arreglarlas, y Dag era presa de una ira homicida que, curiosamente, no habría imaginado jamás que este tendría.
– Se acabó – Dijo para sí, ignorando todo lo que había a su alrededor – Se acabó – Aseguró, tratando de convencerse a sí mismo que no iba a tolerar más aquel espectáculo. ¿Qué clase guarda estaba siendo? ¿Qué clase de persona permitía que una ciudad ardiese hasta que no quedasen más que rescoldos?
Lo primero que hizo fue golpear en la cara del vampiro que tenía como aliado con todas sus fuerzas, justo cuando este le pidió también su propia espada - ¡Contrólate! – Gritó dándole otra bofetada, una que derribó al hombre y lo tumbó al suelo. – Si vas a comportarte como ellos quédate ahí y no hagas nada. – Ordenó, no estaba de humor, ya habían perdido suficientes vidas en una sola noche y no iba a permitir que se acumulasen por que las personas en las que había confiado su seguridad y la del resto de aldeanos habían decidido que el trabajo en equipo les superaba. – Ya hay suficientes monstruos en esta aldea – Gruñó.
La guerrera se había desvanecido, podía haber huido o estaba muerta entre los escombros, lo cierto es que le daba igual, y el licántropo no era más que una amalgama de carne quemada. En aquel momento solo quedaban tres mercenarios, la mujer pelirroja, el crío con el pie clavado al suelo, y el vampiro que debía de estar en algún lugar ajustando cuentas con el brujo. El adolescente disparaba a ciegas, tratando de acertar dónde suponía que estaba el brujo con más cojones que cerebro, y esto no hacía sino ampliar el número de llamas que devoraban el lugar, la pelirroja hacía algo similar, pero sin gritos e insultos homicidas.
- ¡¡Vosotros dos!! – Gritó, solo tenía que acercarse, todos los brujos eran iguales, solo tenía que estar a un palmó de ellos para separar la cabeza de su cuerpo. - Estáis muertos – Añadió en un tono de voz mucho más baja. Todo el mundo tenía un límite, y Eltrant estaba peligrosamente cerca del suyo propio. ¿Qué leches le pasaba a todo el mundo? ¿Era por dinero? ¿Por eso secuestraban a niñas? ¿Por eso estaban matando a toda esta gente?
El mocoso se carcajeó, quizás no le viese como un igual, quizás pensase que la única persona mínimamente habilidosa en aquel lugar era el brujo prepotente, tensó la mandíbula y comenzó a caminar hacia ellos, de frente, rodeado de llamas.
Varias de rosas de color amarillo estallaron en su pecho al poco de empezar a caminar, cosa que le hizo retroceder un par de pasos, pero no detenerse. Escupió la sangre que resbalaba por la comisura de su labio a un lado y reemprendió la marcha, sonriendo. – Deberíais haberme hecho caso – Aseguró, la siguiente explosión le hizo perder el equilibrio, pero no tardó mucho en levantarse.
Su armadura humeaba, se deshizo de las partes de la coraza que empezaban a estar dobladas más allá del arreglo según avanzaba. – Deberíais haberos ido cuando… – Se encontró con una explosión alquímica, una de las que habían creado aquellas llamas azules, se dio de bruces contra el suelo.
Su corazón bombeaba la poca sangre que quedaba en su interior con fuerza, cargándola de adrenalina, de ganas de seguir vivo. *[1]
Se negaba a morir allí. Tenía que admitirlo, se estaba bien boca abajo, en el barro fresco, bajo la lluvia; los dioses habían hecho un buen trabajo proporcionando al mundo de aquellas sensaciones. Pero no podía morir mientras aun tuviese trabajo que hacer. Aquello era por lo que vestía la armadura, el motivo por el cual Alanna le había hecho dueño de los colores que llevaba.
Se levantó.
- ¿¡Por qué no te mueres!? – El joven siguió lanzando hechizos contra Eltrant, uno detrás de otro, llamas azules, llamas rojas e incluso grises. Todos ellos impactando en la coraza del séptimo de los Tale, haciendole sentir como esta salia despedida por aires, como su carne se convertia en la siguiente capa que almacenaba su voluntad – Porque soy el guarda de este pueblo, zorra – Dijo cuando estuvo a palmo de su cara, a distancia suficiente para que el muchacho, que era incapaz de huir a causa de la herida que Dag le había proporcionado amablemente, acabase recibiendo la hoja del castaño directamente en su cara, cortándola básicamente en dos.
Jadeando, miró durante unos segundos el cuerpo inerte del adolescente, del “artista”. El chasquear de las llamas, del fuego, seguía presente a su alrededor, la alquimista estaba en algún lugar de la aldea, el vampiro y el brujo seguían enfrascado en un combate que no hacía sino derribar más paredes, causar más daños colaterales.
¿De verdad todo esto merecía la pena? Usando su espada a modo de apoyo se aseguró de que no caía de rodillas. - …Aún queda... - ¿Habrían vivido mejor todas aquellas personas con el pacto que habían hecho? Tenía que obligarse a pensar que no. ¿O sí? Una vida en lugar de las vidas de toda una aldea. Parecía simple suficiente como para que hasta él lo entiendes.
¿Estaba en el derecho de “liberarles” de aquel yugo? ¿De decidir por ellos? ¿De verdad podía salvarles a todos? – Salvaré a los que pueda – Dijo a la voz que se repetía en su cabeza una y otra vez – “¿Y por qué tienes que ser tú el que lo haga, Tale?”
Apartó aquellos pensamientos de su cabeza y se levantó. Todavía quedaba trabajo que hacer.
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*[1]: Uso de habilidad de Nivel 0: Adrenalina.Eltrant Tale
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Re: Escala de grises [Libre] [3/3][Cerrado]
El potente puño de Eltrant Tale estampándose contra su tabique bastó para acomodarle las ideas. El segundo puñetazo, que lo aventó al suelo con la misma fuerza que había sentido por parte del licántropo, le sirvió para darle un momento de reflexión, una vez más con el lodo como única compañía.
“Ya hay suficientes monstruos en esta aldea” acababa de decir el joven guardia. Sin saber a ciencia cierta cómo demonios había llegado hasta donde estaba, dado que lo último que recordaba era el fin del combate entre él y el lobo, se puso de pie con dificultad. “Mi nombre es Dag, voy camino a Lunargenta y soy un guardia... definitivamente no un monstruo.” Pensó, intentando ordenar el rompecabezas en el que se había convertido su frágil consciencia. Pero aunque creía no ser un monstruo, sus acciones decían lo contrario. ¿Por qué estaba allí, en vez de ayudando a la gente? ¿Cómo podía haber hecho oídos sordos a los gritos agónicos de los aldeanos? Sintió miedo de sí mismo, miedo de la abominación sin autocontrol en que se estaba convirtiendo. Pero no era momento de lamentarse por su condición. Era momento de ayudar.
Durante la mayor parte del tiempo en que estuvo en la Fuerza de Lunargenta, su escuadrón se dedicó en gran medida a solucionar los pequeños problemas típicos de las ciudades. Disturbios, bandalismo, pequeñas manifestaciones, atracos. La Guardia también acudía a prestar su ayuda durante eventos climáticos inesperados, como inundaciones o grandes nevadas, y también estaban allí en los aislados incendios. Siempre se podía ayudar en algo. Dag sabía cómo socorrer a la gente, y alejándose del epicentro de la batalla decidió internarse entre las pocas casas que todavía no habían sido derribadas por las llamas. A las escasas personas que todavía intentaban combatir el fuego, dado que los que no estaban muertos habían decidido alejarse lo máximo posible de la disputa, les gritó instrucciones para que echasen barro sobre las superficies en llamas. Éste las apagaría en un instante, no como las pequeñas gotas de lluvia que se evaporaban apenas al acercarse. Así, al menos, podrían salvar las pocas viviendas que quedaban en pie.
Luego corrió hacia lo que momentos atrás había sido la única posada del pueblo. Varias vigas acababan de ceder y en el interior se podía oír el barullo de la pelea entre el brujo y el vampiro. Adentro de ese lugar habían aún decenas de personas, ¿por qué demonios no llevaban el conflicto a otra parte? Sin pensarlo demasiado, entró por una de las ventanas destrozadas, la más alejada de la pelea, y se dedicó a buscar sobrevivientes. El humo le hizo llorar los ojos, pero una de las pocas ventajas de la maldición que cargaba era su excelente oído. La mayoría de los aldeanos ya había perecido; el olor a sangre y carne quemada era nauseabundo. No obstante, aún podían escucharse respiraciones agitadas y sollozos entre los escombros. Uno a uno, los liberó y los arrastró hacia el exterior. Pudo sacar a unas veinte personas, heridos con mayor o menor gravedad. Ninguno sano y salvo. Aunque buscó con desespero a la niña que rato antes había echado a llorar, no la encontró. Con mercenarios o sin ellos, la niña igual había visto su final demasiado pronto.
Llegó un momento en que ya no encontró ningún otro corazón latiendo dentro de ese infierno de humo y llamas. De las personas que acababa de sacar, los menos heridos socorrían a los de peor suerte y poco a poco todos se alejaban a un lugar más seguro, al amparo del bosque que lindaba el pueblito, al menos hasta que todo acabase. O quizás no, quizás no volverían nunca a ese paraje que estaba marcado por la muerte y la desolación. -¡Nunca deberían haberse metido donde no los llamaban! -Le gritó una de las mujeres a las que sacó. Al salir por última vez de la posada, Dag alzó la mirada para que la llovizna le limpiase el rostro manchado de lodo, de sangre, de humo y de tristeza. Las voces en su cabeza no se atrevieron a burlarse de las lágrimas que se perdían entre las pequeñas gotas de lluvia. Suspiró, se pasó un antebrazo por el rostro y volvió en busca de Eltrant, para descubrir que el molesto adolescente no volvería a hacer su arte nunca más.
Aunque no recordaba haber atacado al chico, era su herrumbrosa espada la que permanecía clavada en el inerte pie. La arrancó con una mueca de disgusto, mirando hacia otro lado para no tener que observar ese rostro cercenado e irreconocible.
-Lo... lo siento mucho, Eltrant. No se suponía que terminase así. -Masculló, con un deje de culpa y cansancio tiñéndole la voz. Pero suspirar no arreglaría nada. No quedaba más que seguir adelante- Quedan dos, ¿no? Terminemos con esto de una vez por todas.
“Ya hay suficientes monstruos en esta aldea” acababa de decir el joven guardia. Sin saber a ciencia cierta cómo demonios había llegado hasta donde estaba, dado que lo último que recordaba era el fin del combate entre él y el lobo, se puso de pie con dificultad. “Mi nombre es Dag, voy camino a Lunargenta y soy un guardia... definitivamente no un monstruo.” Pensó, intentando ordenar el rompecabezas en el que se había convertido su frágil consciencia. Pero aunque creía no ser un monstruo, sus acciones decían lo contrario. ¿Por qué estaba allí, en vez de ayudando a la gente? ¿Cómo podía haber hecho oídos sordos a los gritos agónicos de los aldeanos? Sintió miedo de sí mismo, miedo de la abominación sin autocontrol en que se estaba convirtiendo. Pero no era momento de lamentarse por su condición. Era momento de ayudar.
Durante la mayor parte del tiempo en que estuvo en la Fuerza de Lunargenta, su escuadrón se dedicó en gran medida a solucionar los pequeños problemas típicos de las ciudades. Disturbios, bandalismo, pequeñas manifestaciones, atracos. La Guardia también acudía a prestar su ayuda durante eventos climáticos inesperados, como inundaciones o grandes nevadas, y también estaban allí en los aislados incendios. Siempre se podía ayudar en algo. Dag sabía cómo socorrer a la gente, y alejándose del epicentro de la batalla decidió internarse entre las pocas casas que todavía no habían sido derribadas por las llamas. A las escasas personas que todavía intentaban combatir el fuego, dado que los que no estaban muertos habían decidido alejarse lo máximo posible de la disputa, les gritó instrucciones para que echasen barro sobre las superficies en llamas. Éste las apagaría en un instante, no como las pequeñas gotas de lluvia que se evaporaban apenas al acercarse. Así, al menos, podrían salvar las pocas viviendas que quedaban en pie.
Luego corrió hacia lo que momentos atrás había sido la única posada del pueblo. Varias vigas acababan de ceder y en el interior se podía oír el barullo de la pelea entre el brujo y el vampiro. Adentro de ese lugar habían aún decenas de personas, ¿por qué demonios no llevaban el conflicto a otra parte? Sin pensarlo demasiado, entró por una de las ventanas destrozadas, la más alejada de la pelea, y se dedicó a buscar sobrevivientes. El humo le hizo llorar los ojos, pero una de las pocas ventajas de la maldición que cargaba era su excelente oído. La mayoría de los aldeanos ya había perecido; el olor a sangre y carne quemada era nauseabundo. No obstante, aún podían escucharse respiraciones agitadas y sollozos entre los escombros. Uno a uno, los liberó y los arrastró hacia el exterior. Pudo sacar a unas veinte personas, heridos con mayor o menor gravedad. Ninguno sano y salvo. Aunque buscó con desespero a la niña que rato antes había echado a llorar, no la encontró. Con mercenarios o sin ellos, la niña igual había visto su final demasiado pronto.
Llegó un momento en que ya no encontró ningún otro corazón latiendo dentro de ese infierno de humo y llamas. De las personas que acababa de sacar, los menos heridos socorrían a los de peor suerte y poco a poco todos se alejaban a un lugar más seguro, al amparo del bosque que lindaba el pueblito, al menos hasta que todo acabase. O quizás no, quizás no volverían nunca a ese paraje que estaba marcado por la muerte y la desolación. -¡Nunca deberían haberse metido donde no los llamaban! -Le gritó una de las mujeres a las que sacó. Al salir por última vez de la posada, Dag alzó la mirada para que la llovizna le limpiase el rostro manchado de lodo, de sangre, de humo y de tristeza. Las voces en su cabeza no se atrevieron a burlarse de las lágrimas que se perdían entre las pequeñas gotas de lluvia. Suspiró, se pasó un antebrazo por el rostro y volvió en busca de Eltrant, para descubrir que el molesto adolescente no volvería a hacer su arte nunca más.
Aunque no recordaba haber atacado al chico, era su herrumbrosa espada la que permanecía clavada en el inerte pie. La arrancó con una mueca de disgusto, mirando hacia otro lado para no tener que observar ese rostro cercenado e irreconocible.
-Lo... lo siento mucho, Eltrant. No se suponía que terminase así. -Masculló, con un deje de culpa y cansancio tiñéndole la voz. Pero suspirar no arreglaría nada. No quedaba más que seguir adelante- Quedan dos, ¿no? Terminemos con esto de una vez por todas.
Dag Thorlák
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Re: Escala de grises [Libre] [3/3][Cerrado]
El vampiro del lado de los mercenarios, el que por lo visto estaba en mi grupo no sabía dónde se encontraba, vino hacía con la velocidad de una sombra. La promesa de que el combate iba a ser interesante estaba a punto de cumplirse. El vampiro tuvo razón y yo no era quien para quitársela. Escuchaba sus pisadas por medio de la madera incendiaba y quebrada. Si me concentraba, podía incluso escuchar las gotas de lluvia que caían contra su pecho y el sonido de centellas que hacía su armadura tras haber sido golpeaba por mi rayo. Venía a por mí, estaba cada vez y más cerca. Aquello iba a ser interesante.
Asomé mi martillo por el lado donde escuchaba al vampiro para que, lo primero que se encontrase cuando viniera, fuera la cabeza de Suuri. Con un poco de suerte, acabaría con el tan rápido como el chavalín de los gallos lanzaba sus explosiones o como el guardia más joven caía al suelo derrotado por algún golpe.
Pero, la suerte no estaba de mí lado. Debí de haberlo supuesto: Los vampiros siempre atacaban por la espalda. Sentí una figura negra y gigante alzarse justo detrás de mí. Su mano me cogió de una pierna y me arrastró hacia fuera del escondite de la mesa. Volvíamos a estar como hacía un momento: el encima de mí amenazándome con su gran espada y yo debajo apretando mi martillo mientras esperaba su primer ataque.
-No me gustan las ratas, siempre se esconden los sitios más pequeños-. Me levantó diez centímetros por el aire por la misma pierna que me tenía cogido- Y tú corres igual que una rata-.
De la forma en la que me había cogido no podía desviar su espadazo como lo había hecho antes. Lo agitaba y le intentaba dar fuera cómo fuera, pero ni siquiera conseguía rozarle. El vampiro, sin embargo, solo tenía que hacer un simple movimiento con la espada para cortarme la pierna de cuajo.
La pelirroja gritó no muy lejos desde donde yo estaba. Por un momento pensé que el grito haría que el vampiro se desviase la atención el tiempo suficiente para poder liberarme. Pero, lo único que le causó el grito de la pelirroja fue una amarga risa. Si salía de esa sería por mis propios métodos. No debía, mejor dicho, no podía confiar a que otra explosión me liberase. Estaba jodido, estaba muy jodido.
Dejé caer mi martillo al suelo y, con telekinesis, lo lancé contra el brazo en el que el vampiro sujetaba la espada. Le hice el suficiente daño como para que soltase la espada, pero no lo suficiente como para que me soltase la pierna.
-Las ratas también saben romper brazos- le contesté con sorna.
El vampiro me lanzó hacia la estantería de las bebidas del bar. Chocar contra las botellas hubiera sido más cómodo que chocar contra un montón de cristales rotos y una hoguera de fuego azul. Los cuervos de la maldición me recordaron el dolor que olvidé después de la explosión.
Nada más caer al suelo, busqué algo que me pudiera servir de arma. Lo que fuera: Una botella que hubiera sobrevivido a la explosión, un trozo de madera puntiaguda… me daba igual. Necesitaba algo para poder defender de la espada del vampiro; a esas alturas, suponía que el vampiro habría cogido su arma con el brazo izquierdo. Sin Suuri para poder luchar, estaba condenado a usar mi fuerza bruta; es decir, a perder mis brazos con la espada.
Las sombras del vampiro comenzaron a moverse de nuevo. Miré hacia todos los lados posibles: izquierda, derecha, delante y detrás. Esta vez, no me volvería a pillar por la espalda. Si tenía que combatir con mis puños eso es lo que iba a hacer. Mi mano derecha la tenía cerrada preparada para dar el primer golpe, con la izquierda me estaba quitando los cristales rotos de las botellas que se habían clavado en la espalda.
El vampiro vino desde arriba. Pude verlo; en el primer piso de la posada había un enorme boquete enorme por el que se escapaba todo el humo del incendio. Fue una suerte, una de las pocas suertes que tuve aquella noche. Si con el humo solo podía ver lo que estaba a menos de veinte centímetros de distancia, ahora que se esfumaba, podía ver lo que estaba a cuarenta centímetros. Y a justos cuarenta centímetros sobre mi cabeza vi la espada del vampiro bajando hacia mí. Efectivamente, el mercenario había recuperado su arma con el brazo que le dejé sano y saltó hacia mí.
-Interesante- no me resultó difícil esquivar la espada, ella misma estaba un pelín desviada quizás porque al tener un brazo roto, el vampiro tenía el cuerpo desequilibrado.
El turno de atacar era mío y no me iba a contentar con lanzarle un rayo en la entrepierna como había hecho con el chico de las explosiones y las ardillas. Por culpa del vampiro, tenía toda la espalda llena de cortes de cristales, por no hablar de los arañazos que sus uñas me habían hecho en la pierna ni de la multitud de quemaduras que tenía por todo mi cuerpo. Estaba sudando, furioso y apretaba mis dientes para contener el grito de dolor que los cuervos invisibles me producían.
-¿Quién es la rata ahora?-
Puse mi mano derecha en la cabeza del vampiro y la aplaste contra la barra. El mercenario estuvo a punto de mover su brazo izquierdo, pero lo pateé para que soltase la espada. Era mi turno de atacar y no iba a dejar que el contraatacase de ninguna de las maneras. Arrastré la cabeza del vampiro por la barra en llamas como si estuviera pasando un trapo y lo lancé hacia un lugar donde el humo me impidió ver qué había.
La sangre que me quedó en la mano derecha pertenecía al vampiro (o a las personas que había devorado antes de venir), la que tenía en mi mano izquierda era mía.
Ahora estaba en una encrucijada, ir a rematar al vampiro o buscar a Suuri entre los escombros de la taberna que se caía en a pedazos. “Soy un romántico”. Caminé muy lento hacia la mesa que había utilizado de escondite. Sentía como si me fuera a romper si daba un paso más deprisa que el anterior.
Llegué donde estaba Suuri. No muy lejos estaban los dos guardias y detrás de ellos un grupo de gente que huía del incendio. Típico, los héroes rescataban a los inocentes y los villanos perecen en las llamas.
-¿Cómo pensabas que fuera a acabar todo esto?- Me tuve que apoyar en la mesa para no caerme. - Dais asco. Los guardias pensáis que siempre podéis salvar a todos; ya estás viendo que no. ¿Y qué más da? Si esta gente no muere hoy en las llamas, morirá mañana de hambre. Son débiles-.
No sabía lo que estaba diciendo. Necesitaba desahogarme con lo primero que tuviera cerca; y el vampiro de los guardias estaba habló con un repugnante honor en el momento menos oportuno.
Me acerqué el martillo con telequinesis y lo dejé a un lado de la mesa donde estaba apoyado para no caerme. Con Suuri podía volver a defenderme si se acercaba otro enemigo.
-Salvad vosotros a los débiles, mientras yo me quedaré aquí recuperándome de mis heridas. Corred, que se mueren.- dije con sorna a los dos guardias. -Patético-.
Asomé mi martillo por el lado donde escuchaba al vampiro para que, lo primero que se encontrase cuando viniera, fuera la cabeza de Suuri. Con un poco de suerte, acabaría con el tan rápido como el chavalín de los gallos lanzaba sus explosiones o como el guardia más joven caía al suelo derrotado por algún golpe.
Pero, la suerte no estaba de mí lado. Debí de haberlo supuesto: Los vampiros siempre atacaban por la espalda. Sentí una figura negra y gigante alzarse justo detrás de mí. Su mano me cogió de una pierna y me arrastró hacia fuera del escondite de la mesa. Volvíamos a estar como hacía un momento: el encima de mí amenazándome con su gran espada y yo debajo apretando mi martillo mientras esperaba su primer ataque.
-No me gustan las ratas, siempre se esconden los sitios más pequeños-. Me levantó diez centímetros por el aire por la misma pierna que me tenía cogido- Y tú corres igual que una rata-.
De la forma en la que me había cogido no podía desviar su espadazo como lo había hecho antes. Lo agitaba y le intentaba dar fuera cómo fuera, pero ni siquiera conseguía rozarle. El vampiro, sin embargo, solo tenía que hacer un simple movimiento con la espada para cortarme la pierna de cuajo.
La pelirroja gritó no muy lejos desde donde yo estaba. Por un momento pensé que el grito haría que el vampiro se desviase la atención el tiempo suficiente para poder liberarme. Pero, lo único que le causó el grito de la pelirroja fue una amarga risa. Si salía de esa sería por mis propios métodos. No debía, mejor dicho, no podía confiar a que otra explosión me liberase. Estaba jodido, estaba muy jodido.
Dejé caer mi martillo al suelo y, con telekinesis, lo lancé contra el brazo en el que el vampiro sujetaba la espada. Le hice el suficiente daño como para que soltase la espada, pero no lo suficiente como para que me soltase la pierna.
-Las ratas también saben romper brazos- le contesté con sorna.
El vampiro me lanzó hacia la estantería de las bebidas del bar. Chocar contra las botellas hubiera sido más cómodo que chocar contra un montón de cristales rotos y una hoguera de fuego azul. Los cuervos de la maldición me recordaron el dolor que olvidé después de la explosión.
Nada más caer al suelo, busqué algo que me pudiera servir de arma. Lo que fuera: Una botella que hubiera sobrevivido a la explosión, un trozo de madera puntiaguda… me daba igual. Necesitaba algo para poder defender de la espada del vampiro; a esas alturas, suponía que el vampiro habría cogido su arma con el brazo izquierdo. Sin Suuri para poder luchar, estaba condenado a usar mi fuerza bruta; es decir, a perder mis brazos con la espada.
Las sombras del vampiro comenzaron a moverse de nuevo. Miré hacia todos los lados posibles: izquierda, derecha, delante y detrás. Esta vez, no me volvería a pillar por la espalda. Si tenía que combatir con mis puños eso es lo que iba a hacer. Mi mano derecha la tenía cerrada preparada para dar el primer golpe, con la izquierda me estaba quitando los cristales rotos de las botellas que se habían clavado en la espalda.
El vampiro vino desde arriba. Pude verlo; en el primer piso de la posada había un enorme boquete enorme por el que se escapaba todo el humo del incendio. Fue una suerte, una de las pocas suertes que tuve aquella noche. Si con el humo solo podía ver lo que estaba a menos de veinte centímetros de distancia, ahora que se esfumaba, podía ver lo que estaba a cuarenta centímetros. Y a justos cuarenta centímetros sobre mi cabeza vi la espada del vampiro bajando hacia mí. Efectivamente, el mercenario había recuperado su arma con el brazo que le dejé sano y saltó hacia mí.
-Interesante- no me resultó difícil esquivar la espada, ella misma estaba un pelín desviada quizás porque al tener un brazo roto, el vampiro tenía el cuerpo desequilibrado.
El turno de atacar era mío y no me iba a contentar con lanzarle un rayo en la entrepierna como había hecho con el chico de las explosiones y las ardillas. Por culpa del vampiro, tenía toda la espalda llena de cortes de cristales, por no hablar de los arañazos que sus uñas me habían hecho en la pierna ni de la multitud de quemaduras que tenía por todo mi cuerpo. Estaba sudando, furioso y apretaba mis dientes para contener el grito de dolor que los cuervos invisibles me producían.
-¿Quién es la rata ahora?-
Puse mi mano derecha en la cabeza del vampiro y la aplaste contra la barra. El mercenario estuvo a punto de mover su brazo izquierdo, pero lo pateé para que soltase la espada. Era mi turno de atacar y no iba a dejar que el contraatacase de ninguna de las maneras. Arrastré la cabeza del vampiro por la barra en llamas como si estuviera pasando un trapo y lo lancé hacia un lugar donde el humo me impidió ver qué había.
La sangre que me quedó en la mano derecha pertenecía al vampiro (o a las personas que había devorado antes de venir), la que tenía en mi mano izquierda era mía.
Ahora estaba en una encrucijada, ir a rematar al vampiro o buscar a Suuri entre los escombros de la taberna que se caía en a pedazos. “Soy un romántico”. Caminé muy lento hacia la mesa que había utilizado de escondite. Sentía como si me fuera a romper si daba un paso más deprisa que el anterior.
Llegué donde estaba Suuri. No muy lejos estaban los dos guardias y detrás de ellos un grupo de gente que huía del incendio. Típico, los héroes rescataban a los inocentes y los villanos perecen en las llamas.
-¿Cómo pensabas que fuera a acabar todo esto?- Me tuve que apoyar en la mesa para no caerme. - Dais asco. Los guardias pensáis que siempre podéis salvar a todos; ya estás viendo que no. ¿Y qué más da? Si esta gente no muere hoy en las llamas, morirá mañana de hambre. Son débiles-.
No sabía lo que estaba diciendo. Necesitaba desahogarme con lo primero que tuviera cerca; y el vampiro de los guardias estaba habló con un repugnante honor en el momento menos oportuno.
Me acerqué el martillo con telequinesis y lo dejé a un lado de la mesa donde estaba apoyado para no caerme. Con Suuri podía volver a defenderme si se acercaba otro enemigo.
-Salvad vosotros a los débiles, mientras yo me quedaré aquí recuperándome de mis heridas. Corred, que se mueren.- dije con sorna a los dos guardias. -Patético-.
Gerrit Nephgerd
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Jadeaba, estaba cansado, volvió a alzar la vista, la lluvia le refrescaba las ideas, que en aquel momento, no eran pocas.
Dag apareció de la nada, con un montón de civiles a sus espaldas. Algunos decían palabras de agradecimiento, otros les culpaban por lo sucedido. Suspiró, se limpió la mezcla entre barro y sangre que resbalaba por su frente y le dedicó una sonrisa cansada al vampiro.
- Me alegro de verte cuerdo, Dag – Dijo incorporándose levemente, tratando de recobrar la compostura, sonriéndole. - …No te preocupes – Dijo ante la disculpa que este dio – No ha sido culpa tuya. – Cerró los ojos - … A veces… - ¿A veces qué? ¿Cómo completaba aquella frase? ¿A veces había que dejar morir a media aldea para hacer lo correcto? - … A veces no se puede salvar a todo el mundo. – Murmuró.
Las pocas piezas de armadura que tenía sobre su cuerpo estaban ennegrecidas por el fuego y las explosiones, pero, dejando a un lado que la aldea seguía en llamas, habían vencido, o eso parecía. La pelirroja se había marchado, y el estropicio dentro de la taberna había cesado, los mercenarios se habían desbandado.
Pero a un coste muy alto.
No eran pocos los insultos que los ciudadanos estaban lanzando a los presentes, más de un centenar de caras ennegrecidas por el humo gritando, vociferando que se marchasen de allí, que solo estaban trayendo problemas, que lo habían empeorado todo. Lo asumía, entendía aquellos insultos, en cierto modo, recibirlos era parte de su trabajo, aquellas personas lo habían perdido todo, o casi todo, lo más fácil para ellos era buscar culpables, y tenían a tres allí mismo, tres personas que, a diferencia de mucho de los ciudadanos, seguían vivos.
Y entonces tuvo que hablar.
Frunció el ceño y clavó su mirada en el brujo, que ahora herido permanecía apoyado en los restos de una de las mesas de la posada. Apretó los dientes y empujó al civil que tenía más cerca a un lado, comenzando a caminar en dirección a aquel prepotente de conjuro fácil.
Eltrant tenía un aspecto lamentable, lo admitía, pero conocía sus limitaciones, aún no estaba muerto, aún sentía como su sangre estaba cargada con la adrenalina de la pelea, como esta acallaba el dolor que sentía en las articulaciones y en el pecho.
- ¿Qué has dicho? – Preguntó cuándo estuvo cerca del brujo, se pasó la mano por la cara – Repítelo. – Dijo seriamente – Vamos, hazlo – Aquel idiota le sacaba de sus casillas ¿Se creía acaso invulnerable? ¿De verdad pensaba aquellas cosas que decía? - ¡Repítelo! – Gritó agarrándole ahora del cuello con ambas manos, levantándole un par de centímetros del suelo.
No estaba seguro si era su aspecto el que le había abierto aquella posibilidad, o que el brujo también estaba herido y estaba lento de reflejos, pero sujetó firmemente al individuo que, en aquel momento, odiaba incluso más que a los mercenarios.
Respiró profundamente aguantando el dolor, aquel esfuerzo hizo que la herida que tenía en mitad del pecho comenzase a manar a un más sangre, pero le daba igual, estaba furioso, era el brujo el que no sabía contenerse, quien no sabía trabajar en equipo.
Miró directamente a los ojos del hombre que mantenía en alto – Recoge tu martillo – Pidió apretando levemente las manos, esperando que el brujo comenzase pronto a clamar por aire – Vamos, haz uso de tus poderes, haz que vuele hasta ti – Añadió - ¿Cuántos martillazos crees que puedo soportar antes de soltarte? ¿Cuántos relámpagos? – Preguntó - ¿Siete? ¿Ocho?- Apretó aún más ambas manos en torno al cuello del brujo. – Me sobra tiempo para matarte ¿Debería hacerlo? ¡Respóndeme!
A su alrededor, los aldeanos seguían luchando contra el fuego haciendo uso de los consejos de Dag, en lugar de agua, ahora estaban lanzando tierra. Afortunadamente esto estaba dando el resultado esperado, el fuego se extendía cada vez más despacio.
- ¿Por qué debería dejarte con vida, dime? – Le temblaban los brazos, la herida que tenía en torno al antebrazo palpitaba con fuerza, pero podía aguantar el tiempo suficiente, podía hacerlo, solo tenía que apretar un poco más, hasta oír el característico “crack”, mandaría a aquel malnacido a la otra vida, con sus dioses, los cuales probablemente serían un número indeterminado de espejos en los que mirarse.
– Eres débil, brujo – Aseguró relajando un poco las manos, replanteándose si de verdad quería matar a aquel hombre – No eres mejor que esta gente a la que desprecias. – Lo dejó libre, no le caía bien, pero no iba a matarlo por que fuese la defición de ímbecil, fuese como fuese, había ayudado, a su manera.
Eltrant resopló repetidamente apartándose del hombre, tragó saliva y se tocó el brazo derecho, seguía funcionándole. Lo cierto es que quizás consiguiese acabar muerto por hacer aquello, después de todo Eltrant no estaba lo que se decía a plenas facultades, pero tampoco era dueño de su mismo. – Eres patético. – Dijo usando su espada a modo de bastón. – ...sé que también lo soy – Extendió los brazos– Mira a tu alrededor. Esto es mi culpa. Nuestra culpa. – Aseguró, habían hecho lo correcto de todas formas, habían detenido a una banda de mercenarios que, por lo que hablaban, no capturaban chicas solo en aquel lugar. Y por otro lado, aquel pueblo había sacrificado a más de un centenar de mujeres por su seguridad, si existía un ejemplo de justicia divina, era aquel. – Esa es nuestra diferencia, brujo. – Se incorporó, recogió su espada, que yacía en el suelo y la envainó lentamente. – Yo se mis defectos.
Dejando al brujo solo en su mesa se acercó de nuevo a Dag – Ayúdame, ¿Puedes? – Sonrió agotado. – Creo que me voy a dar contra el suelo. – Se apoyó en el hombro del vampiro – Dime, ¿Qué se siente al volver al servicio activo? – Dijo notando como los aldeanos le miraban con desprecio, como estos corrían de un lugar a otro con cubos cargados de arena.- Un asco... ¿Verdad?
Dag apareció de la nada, con un montón de civiles a sus espaldas. Algunos decían palabras de agradecimiento, otros les culpaban por lo sucedido. Suspiró, se limpió la mezcla entre barro y sangre que resbalaba por su frente y le dedicó una sonrisa cansada al vampiro.
- Me alegro de verte cuerdo, Dag – Dijo incorporándose levemente, tratando de recobrar la compostura, sonriéndole. - …No te preocupes – Dijo ante la disculpa que este dio – No ha sido culpa tuya. – Cerró los ojos - … A veces… - ¿A veces qué? ¿Cómo completaba aquella frase? ¿A veces había que dejar morir a media aldea para hacer lo correcto? - … A veces no se puede salvar a todo el mundo. – Murmuró.
Las pocas piezas de armadura que tenía sobre su cuerpo estaban ennegrecidas por el fuego y las explosiones, pero, dejando a un lado que la aldea seguía en llamas, habían vencido, o eso parecía. La pelirroja se había marchado, y el estropicio dentro de la taberna había cesado, los mercenarios se habían desbandado.
Pero a un coste muy alto.
No eran pocos los insultos que los ciudadanos estaban lanzando a los presentes, más de un centenar de caras ennegrecidas por el humo gritando, vociferando que se marchasen de allí, que solo estaban trayendo problemas, que lo habían empeorado todo. Lo asumía, entendía aquellos insultos, en cierto modo, recibirlos era parte de su trabajo, aquellas personas lo habían perdido todo, o casi todo, lo más fácil para ellos era buscar culpables, y tenían a tres allí mismo, tres personas que, a diferencia de mucho de los ciudadanos, seguían vivos.
Y entonces tuvo que hablar.
Frunció el ceño y clavó su mirada en el brujo, que ahora herido permanecía apoyado en los restos de una de las mesas de la posada. Apretó los dientes y empujó al civil que tenía más cerca a un lado, comenzando a caminar en dirección a aquel prepotente de conjuro fácil.
Eltrant tenía un aspecto lamentable, lo admitía, pero conocía sus limitaciones, aún no estaba muerto, aún sentía como su sangre estaba cargada con la adrenalina de la pelea, como esta acallaba el dolor que sentía en las articulaciones y en el pecho.
- ¿Qué has dicho? – Preguntó cuándo estuvo cerca del brujo, se pasó la mano por la cara – Repítelo. – Dijo seriamente – Vamos, hazlo – Aquel idiota le sacaba de sus casillas ¿Se creía acaso invulnerable? ¿De verdad pensaba aquellas cosas que decía? - ¡Repítelo! – Gritó agarrándole ahora del cuello con ambas manos, levantándole un par de centímetros del suelo.
No estaba seguro si era su aspecto el que le había abierto aquella posibilidad, o que el brujo también estaba herido y estaba lento de reflejos, pero sujetó firmemente al individuo que, en aquel momento, odiaba incluso más que a los mercenarios.
Respiró profundamente aguantando el dolor, aquel esfuerzo hizo que la herida que tenía en mitad del pecho comenzase a manar a un más sangre, pero le daba igual, estaba furioso, era el brujo el que no sabía contenerse, quien no sabía trabajar en equipo.
Miró directamente a los ojos del hombre que mantenía en alto – Recoge tu martillo – Pidió apretando levemente las manos, esperando que el brujo comenzase pronto a clamar por aire – Vamos, haz uso de tus poderes, haz que vuele hasta ti – Añadió - ¿Cuántos martillazos crees que puedo soportar antes de soltarte? ¿Cuántos relámpagos? – Preguntó - ¿Siete? ¿Ocho?- Apretó aún más ambas manos en torno al cuello del brujo. – Me sobra tiempo para matarte ¿Debería hacerlo? ¡Respóndeme!
A su alrededor, los aldeanos seguían luchando contra el fuego haciendo uso de los consejos de Dag, en lugar de agua, ahora estaban lanzando tierra. Afortunadamente esto estaba dando el resultado esperado, el fuego se extendía cada vez más despacio.
- ¿Por qué debería dejarte con vida, dime? – Le temblaban los brazos, la herida que tenía en torno al antebrazo palpitaba con fuerza, pero podía aguantar el tiempo suficiente, podía hacerlo, solo tenía que apretar un poco más, hasta oír el característico “crack”, mandaría a aquel malnacido a la otra vida, con sus dioses, los cuales probablemente serían un número indeterminado de espejos en los que mirarse.
– Eres débil, brujo – Aseguró relajando un poco las manos, replanteándose si de verdad quería matar a aquel hombre – No eres mejor que esta gente a la que desprecias. – Lo dejó libre, no le caía bien, pero no iba a matarlo por que fuese la defición de ímbecil, fuese como fuese, había ayudado, a su manera.
Eltrant resopló repetidamente apartándose del hombre, tragó saliva y se tocó el brazo derecho, seguía funcionándole. Lo cierto es que quizás consiguiese acabar muerto por hacer aquello, después de todo Eltrant no estaba lo que se decía a plenas facultades, pero tampoco era dueño de su mismo. – Eres patético. – Dijo usando su espada a modo de bastón. – ...sé que también lo soy – Extendió los brazos– Mira a tu alrededor. Esto es mi culpa. Nuestra culpa. – Aseguró, habían hecho lo correcto de todas formas, habían detenido a una banda de mercenarios que, por lo que hablaban, no capturaban chicas solo en aquel lugar. Y por otro lado, aquel pueblo había sacrificado a más de un centenar de mujeres por su seguridad, si existía un ejemplo de justicia divina, era aquel. – Esa es nuestra diferencia, brujo. – Se incorporó, recogió su espada, que yacía en el suelo y la envainó lentamente. – Yo se mis defectos.
Dejando al brujo solo en su mesa se acercó de nuevo a Dag – Ayúdame, ¿Puedes? – Sonrió agotado. – Creo que me voy a dar contra el suelo. – Se apoyó en el hombro del vampiro – Dime, ¿Qué se siente al volver al servicio activo? – Dijo notando como los aldeanos le miraban con desprecio, como estos corrían de un lugar a otro con cubos cargados de arena.- Un asco... ¿Verdad?
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
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Re: Escala de grises [Libre] [3/3][Cerrado]
Dag no era el único presente cuya insatisfacción le arrugaba las facciones. Con la profesión que tenían, la idea de matar y de morir permanecía siempre clavada en la mente de quienes intentaban ejercer la justicia; había que ser muy iluso para creer que todas las batallas podían librarse sin ninguna persona injustamente herida de por medio. Sin embargo, esta era la primera vez de su vida en que la muerte de los “malos” no valía el precio que acababa de costar. Todo un pueblo. Un pueblo que no había pedido ningún héroe que los salvase. Un pueblo que ya estaba resignado a vivir bajo el yugo de esos mercenarios con tal de mantener su aparente paz, y aparentemente lo habían conseguido antes de que ellos llegasen a arreglar las cosas.
Las palabras de Eltrant le sonaron como un consuelo insustancial, pero un consuelo lo suficientemente amable como para que le devolviese una desganada sonrisa. No, no se podía salvar a todos. Y dudaba que la gente que quedaba en pie, esa que los abucheaba desde lejos, todavía quisiese algún tipo de ayuda por parte de los “justicieros”. Luego, antes de que él pudiese decir nada, se alzó la grave voz del brujo. Voz que rompió el hierático silencio sólo para escupir palabras venenosas. Apretó la empuñadura de su espada y dio un paso al frente, pero su incipiente enojo fue contenido por los ecos de su mente. Ecos que, muy de vez en cuando, podían llegar a aconsejarle buenas ideas.
-Déjalo. Los rayitos deben haberle reventado el cerebro.
-Ladra mucho, pero al final casi se deja el cuello por ayudar, ¿no?
-¿Qué este no era de los buenos?
-Oh, miren, de todas formas ahí va el otro a romperle la cara.
-¡Pelea, pelea, destroza a ese musculitos!
-¡Silencio, silencio! No te quedes ahí parado como un tonto, Dag, aún hay mucho que hacer.
¿Mucho que hacer? Miró alrededor. Aunque la primer posibilidad que se le ocurrió fue detener la pelea entre ambos hombres, no tardó en desecharla. Carecía de energía y ganas como para interponerse entre la afilada espada del guarda y el martillo del brujo; e internamente deseaba que Eltrant le acomodase las ideas con un puñetazo como había hecho con él. Cuando su mirada se posó sobre la pequeña multitud que todavía los insultaba a la distancia, frunció el ceño y les gritó tanto a ellos como, indirectamente, a sus dos supuestos aliados:
-¡Si tanta energía tienen para gastarla estupideces, busquen palas y désom... délos... démosle un entierro digno a estas personas!
Varias bocas se cerraron y varios ojos recorrieron el paisaje pintado de llamas, lluvia y cuerpos inertes que se perdían en el lodo. El vampiro pensó con recelo que un pueblo que sacrificaba a sus niñas no tendría reparo en partir dejando que sus muertos se pudriesen en la intemperie. No obstante, por fortuna varias personas reaccionaron y se internaron entre las columnas de humo para buscar las herramientas necesarias en algún depósito que quedase en pie.
También por fortuna, los otros dos no se mataron el uno al otro. Cuando Eltrant llegó a su lado, Dag se inclinó hacia él para servirle de apoyo. Sus palabras le arrancaron una risa amarga.
-Oye, tienes peor carácter del que pensaba. ¿Desde cuándo contratan guardas tan irascibles? -Bromeó- Se siente peor de lo que recordaba, la verdad. Quizás deberíamos retirarnos por un tiempo, ¿no crees? -Y pensar que no sabía que él ya estaba retirado desde hacía un siglo- Pero primero deberíamos acabar el trabajo. ¡Oye, tú! ¡Usa tus músculos para algo útil y ven a ayudar!
Gritó al brujo cuando uno de los aldeanos, a partir de una seña de Dag, les alcanzó un par de palas. El ojiazul tomó ambas con una mano y miró de reojo al pobre hombre enlatado- Ya que dudo que nos paguen un extra por hacer de enterradores, creo que a ti te vendría mejor quitarte esos pedazos de hierro y descansar un rato, Tale. Prometo no decírselo a Thomas.
Thomas. Así se llamaba el jefe de la Guardia en la lejana época en que Dag prestaba servicio. Se encogió de hombros y guió a su compañero hacia una saliente de roca entre los árboles donde podría tomar asiento.
Pocas llamas quedaban vivas gracias al esmero de los aldeanos que luchaban por apagarlas. Otros seguían buscando víctimas, algunos arrastraban cuerpos para amontonarlos en un sitio y unos pocos ya estaban comenzando a cavar las tumbas. Un panorama, cuanto menos, deprimente. El vampiro suspiró tan hondo que le dolieron los pulmones y empuñó con fuerza la pala antes de clavarla en el suelo.
Las palabras de Eltrant le sonaron como un consuelo insustancial, pero un consuelo lo suficientemente amable como para que le devolviese una desganada sonrisa. No, no se podía salvar a todos. Y dudaba que la gente que quedaba en pie, esa que los abucheaba desde lejos, todavía quisiese algún tipo de ayuda por parte de los “justicieros”. Luego, antes de que él pudiese decir nada, se alzó la grave voz del brujo. Voz que rompió el hierático silencio sólo para escupir palabras venenosas. Apretó la empuñadura de su espada y dio un paso al frente, pero su incipiente enojo fue contenido por los ecos de su mente. Ecos que, muy de vez en cuando, podían llegar a aconsejarle buenas ideas.
-Déjalo. Los rayitos deben haberle reventado el cerebro.
-Ladra mucho, pero al final casi se deja el cuello por ayudar, ¿no?
-¿Qué este no era de los buenos?
-Oh, miren, de todas formas ahí va el otro a romperle la cara.
-¡Pelea, pelea, destroza a ese musculitos!
-¡Silencio, silencio! No te quedes ahí parado como un tonto, Dag, aún hay mucho que hacer.
¿Mucho que hacer? Miró alrededor. Aunque la primer posibilidad que se le ocurrió fue detener la pelea entre ambos hombres, no tardó en desecharla. Carecía de energía y ganas como para interponerse entre la afilada espada del guarda y el martillo del brujo; e internamente deseaba que Eltrant le acomodase las ideas con un puñetazo como había hecho con él. Cuando su mirada se posó sobre la pequeña multitud que todavía los insultaba a la distancia, frunció el ceño y les gritó tanto a ellos como, indirectamente, a sus dos supuestos aliados:
-¡Si tanta energía tienen para gastarla estupideces, busquen palas y désom... délos... démosle un entierro digno a estas personas!
Varias bocas se cerraron y varios ojos recorrieron el paisaje pintado de llamas, lluvia y cuerpos inertes que se perdían en el lodo. El vampiro pensó con recelo que un pueblo que sacrificaba a sus niñas no tendría reparo en partir dejando que sus muertos se pudriesen en la intemperie. No obstante, por fortuna varias personas reaccionaron y se internaron entre las columnas de humo para buscar las herramientas necesarias en algún depósito que quedase en pie.
También por fortuna, los otros dos no se mataron el uno al otro. Cuando Eltrant llegó a su lado, Dag se inclinó hacia él para servirle de apoyo. Sus palabras le arrancaron una risa amarga.
-Oye, tienes peor carácter del que pensaba. ¿Desde cuándo contratan guardas tan irascibles? -Bromeó- Se siente peor de lo que recordaba, la verdad. Quizás deberíamos retirarnos por un tiempo, ¿no crees? -Y pensar que no sabía que él ya estaba retirado desde hacía un siglo- Pero primero deberíamos acabar el trabajo. ¡Oye, tú! ¡Usa tus músculos para algo útil y ven a ayudar!
Gritó al brujo cuando uno de los aldeanos, a partir de una seña de Dag, les alcanzó un par de palas. El ojiazul tomó ambas con una mano y miró de reojo al pobre hombre enlatado- Ya que dudo que nos paguen un extra por hacer de enterradores, creo que a ti te vendría mejor quitarte esos pedazos de hierro y descansar un rato, Tale. Prometo no decírselo a Thomas.
Thomas. Así se llamaba el jefe de la Guardia en la lejana época en que Dag prestaba servicio. Se encogió de hombros y guió a su compañero hacia una saliente de roca entre los árboles donde podría tomar asiento.
Pocas llamas quedaban vivas gracias al esmero de los aldeanos que luchaban por apagarlas. Otros seguían buscando víctimas, algunos arrastraban cuerpos para amontonarlos en un sitio y unos pocos ya estaban comenzando a cavar las tumbas. Un panorama, cuanto menos, deprimente. El vampiro suspiró tan hondo que le dolieron los pulmones y empuñó con fuerza la pala antes de clavarla en el suelo.
Dag Thorlák
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Una voz dentro de mi cabeza comenzó a burlase de mí. Podía sentir la risa fantasmal clavada en mi sien tan real como los dedos del guardia apretados en mi cuello. Pensé que eran los cuervos de la maldición los que reían; estarían de celebración después de haberse comido el banquete que era mi cuerpo para ellos. Más tarde, al escuchar la voz del guardia, me di cuenta que las carcajadas que escuchaba en mi mente tenían mi voz de hace diez años. Una visión onírica de mi mismo, más joven, más sarcástica y, sobre todas las cosas, más malvada; se estaba burlando de mí con las mismas palabras con las que yo antes me había burlado de los guardias: “No aprendes. Das asco. Eres Patético”.
No sabía que era peor de tolerar, el menosprecio por parte del guardia o el que yo mismo sentía hacia mí. Los cuervos de la maldición tenían un claro ganador y lo hacían saber picándome, con gran intensidad, detrás de la nuca.
-Solo un golpe- dije haciendo una terrible fuerza por respirar- solo…- tosí sangre- uno-.
Era tan estúpido y tan ignorante que de verdad estaba convencido que con un mísero martillazo podía dejar la pequeña cabeza del guardia como el vampiro de los mercenarios había dejado el cristal de la posada al derribarme en contra de ella. Mientras me elevaba por el cuello, abría y cerraba mi mano para llamar a Suuri. Ella no me decepcionaría como yo había decepcionado al Gerrit del pasado (el demonio que no se dejaba que ningún guardia le cogiera por el cuello). Un golpe… creía que solo necesitaba un golpe para acabar con el pequeño guardia. Ni siete ni ocho ni veinte…. Solo uno.
No pude recoger a Suuri con mi magia. Estaba demasiado dolorido por las batallas contra la pelirroja y el vampiro que no podía mover nada con la mente. Cuando conseguí que Suuri se desplazase un palmo hacia la izquierda y que cayese al suelo, el guardia ya me había soltado. Demasiado tarde.
-¿Débil?- repetí susurrando, casi como un rezo o una maldición- ¿Mejor que nadie?-
Las risas y las burlas de mi cabeza se hicieron reales. Estallé en un mar de carcajadas producidas tanto por el dolor como la vergüenza. Reí como el condenado a muerte que aceptaba morir bajo el hacha del verdugo. De vez en cuando, mis carcajadas eran interrumpidas por vómitos de sangre y saliva; no fueron suficientes para menguar mi risa de condenado.
-Estás equivocado,- no sabía de dónde había cogido las fuerzas para hablar, pero lo estaba haciendo-lo que nos diferencia a ti y a mí es que tú quieres ser un héroe y yo me contento con ser un jodido condenado-.
Era trabajo de la guardia arreglar sus propios estropicios. Cavar tumbas, apagar incendios y quedar bien frente a los débiles aldeanos. Guardia vampiro, pequeño guardia, todo vuestro. Hice una leve reverencia burlona al vampiro cuando me mandó que le ayudase. Cogí una silla que milagrosamente todavía tenía las cuatro patas y me senté a recuperarme de mis heridas. No estaba dispuesto a sacrificar mi salud física por ser cortés con un par de muertos de hambre. Mire a los hombres y mujeres que quedaban en la posada después del combate. Una niña que tosía más sangre de la que yo vomitaba, un anciano que caminaba con dos bastones, una mujer que sostenía boquiabierta y sin llorar el cadáver de su difunto hijo… La muerte y los incendios no era nada nuevo para ellos. Estaban acostumbrados. Lo podía ver en sus ojos. Esa madre había perdido a muchos más hijos del cadáver que sostenía, esa niña había visto más sangre en su vida que ningún niño de su edad debería ver y el anciano se lamentaba por seguir con vida. Suponía que los guardias vivían en su fría realidad donde todo es importante menos ellos. Tanto el vampiro como el pequeño cogerían la única silla y se la llevarían al viejo para que se sentase en ella. ¡Todavía mejor! Era posible que fueran tan serviciales como para construir una silla nueva. En mi caso, yo era un poco más diferente. Si necesitaba sentarme, me sentaba. Si veía a alguien que estaba a punto de morir y yo me estaba desangrado; dejaba que se muriese y cogía vendas para curarme las heridas.
-Si tan débil creéis que soy, ¿por qué no me curráis como a ellos? ¿No tenéis un código de honor, un juramento o alguna gilipollez de ese estilo?-
Cogí un cadáver del suelo, el fuego había derretido su rostro y no se podía diferencia si era hombre o mujer, y le arranqué los trapos de tela que quedaban de su ropa. No eran suficientes para tapar todas las heridas que me había hecho; ni siquiera la mitad de ellas. Mejor eso que nada.
Abrí la boca hacia el cielo y tragué las últimas gotas de tormenta que cayeron. Eran frescas y, al mismo tiempo, estaban calientes por el fuego por fin extinto.
-También podéis buscar si queda alguna botella entre los escombros. No sé quién es Thomas, pero si me lo encuentro le hablaré bien de vosotros siempre y cuando me consigáis esa botella de whisky viejo-.
No sabía que era peor de tolerar, el menosprecio por parte del guardia o el que yo mismo sentía hacia mí. Los cuervos de la maldición tenían un claro ganador y lo hacían saber picándome, con gran intensidad, detrás de la nuca.
-Solo un golpe- dije haciendo una terrible fuerza por respirar- solo…- tosí sangre- uno-.
Era tan estúpido y tan ignorante que de verdad estaba convencido que con un mísero martillazo podía dejar la pequeña cabeza del guardia como el vampiro de los mercenarios había dejado el cristal de la posada al derribarme en contra de ella. Mientras me elevaba por el cuello, abría y cerraba mi mano para llamar a Suuri. Ella no me decepcionaría como yo había decepcionado al Gerrit del pasado (el demonio que no se dejaba que ningún guardia le cogiera por el cuello). Un golpe… creía que solo necesitaba un golpe para acabar con el pequeño guardia. Ni siete ni ocho ni veinte…. Solo uno.
No pude recoger a Suuri con mi magia. Estaba demasiado dolorido por las batallas contra la pelirroja y el vampiro que no podía mover nada con la mente. Cuando conseguí que Suuri se desplazase un palmo hacia la izquierda y que cayese al suelo, el guardia ya me había soltado. Demasiado tarde.
-¿Débil?- repetí susurrando, casi como un rezo o una maldición- ¿Mejor que nadie?-
Las risas y las burlas de mi cabeza se hicieron reales. Estallé en un mar de carcajadas producidas tanto por el dolor como la vergüenza. Reí como el condenado a muerte que aceptaba morir bajo el hacha del verdugo. De vez en cuando, mis carcajadas eran interrumpidas por vómitos de sangre y saliva; no fueron suficientes para menguar mi risa de condenado.
-Estás equivocado,- no sabía de dónde había cogido las fuerzas para hablar, pero lo estaba haciendo-lo que nos diferencia a ti y a mí es que tú quieres ser un héroe y yo me contento con ser un jodido condenado-.
Era trabajo de la guardia arreglar sus propios estropicios. Cavar tumbas, apagar incendios y quedar bien frente a los débiles aldeanos. Guardia vampiro, pequeño guardia, todo vuestro. Hice una leve reverencia burlona al vampiro cuando me mandó que le ayudase. Cogí una silla que milagrosamente todavía tenía las cuatro patas y me senté a recuperarme de mis heridas. No estaba dispuesto a sacrificar mi salud física por ser cortés con un par de muertos de hambre. Mire a los hombres y mujeres que quedaban en la posada después del combate. Una niña que tosía más sangre de la que yo vomitaba, un anciano que caminaba con dos bastones, una mujer que sostenía boquiabierta y sin llorar el cadáver de su difunto hijo… La muerte y los incendios no era nada nuevo para ellos. Estaban acostumbrados. Lo podía ver en sus ojos. Esa madre había perdido a muchos más hijos del cadáver que sostenía, esa niña había visto más sangre en su vida que ningún niño de su edad debería ver y el anciano se lamentaba por seguir con vida. Suponía que los guardias vivían en su fría realidad donde todo es importante menos ellos. Tanto el vampiro como el pequeño cogerían la única silla y se la llevarían al viejo para que se sentase en ella. ¡Todavía mejor! Era posible que fueran tan serviciales como para construir una silla nueva. En mi caso, yo era un poco más diferente. Si necesitaba sentarme, me sentaba. Si veía a alguien que estaba a punto de morir y yo me estaba desangrado; dejaba que se muriese y cogía vendas para curarme las heridas.
-Si tan débil creéis que soy, ¿por qué no me curráis como a ellos? ¿No tenéis un código de honor, un juramento o alguna gilipollez de ese estilo?-
Cogí un cadáver del suelo, el fuego había derretido su rostro y no se podía diferencia si era hombre o mujer, y le arranqué los trapos de tela que quedaban de su ropa. No eran suficientes para tapar todas las heridas que me había hecho; ni siquiera la mitad de ellas. Mejor eso que nada.
Abrí la boca hacia el cielo y tragué las últimas gotas de tormenta que cayeron. Eran frescas y, al mismo tiempo, estaban calientes por el fuego por fin extinto.
-También podéis buscar si queda alguna botella entre los escombros. No sé quién es Thomas, pero si me lo encuentro le hablaré bien de vosotros siempre y cuando me consigáis esa botella de whisky viejo-.
Gerrit Nephgerd
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-Si no te importa… - Sonrió al vampiro y se dejó caer sobre una caja a medio quemar – Voy a hacerte caso y descansar un poco. – Se quitó la última pieza de armadura que tenía sobre su torso y la dejó caer a un lado, cerró los ojos. – No sé quién es Thomas – Dijo – Pero me aseguraré de que Tinegar se entere de que ahora él está al mando. – Se tumbó un poco hacía atrás, acomodándose en su asiento, obedeciendo las palabras del vampiro.
La gente vagaba de un lugar a otro cargando con cadáveres, trasladándolos al que, según supuso Eltrant, era el cementerio del pueblo, uno que iba a estar hasta arriba de gente. – Tómatelo tú también con calma, Dag – Dijo – No es como si quisieran más de nuestra ayuda – Susurró usando lo que quedaba de su capa a modo de venda, rompiendo la pequeña tela reglamentaria de la guardia y anudándosela al brazo y al pecho.
Las risas del brujo no tardaron en llegar, aquel tipo era la persona más cargante con la que había tenido el placer de pelear. – Bien – Dijo Eltrant como toda respuesta a la frase del héroe, sin mirarle siquiera. Él no quería ser ningún héroe, solo quería hacer lo correcto en un mundo en el que, al parecer, la manera corriente de comportarse era la del brujo.
Quizás había sido más duro con él de lo que pretendía en un principio, era evidente que no había analizado el daño que aquel hombre había sufrido por todo su cuerpo, le costaba hablar a causa de las heridas – Entonces vive esa condena por tu cuenta, brujo, a nadie le interesa. – Afirmó – Estoy seguro que muchas personas harían cola para separar tu cabeza de su cuerpo, así que deja el drama para la literatura. Si sigues vivo es porque eres demasiado cobarde para dejarte matar y si te comportas como un imbécil es porque te crees demasiado importante para preocuparte – Terminó de vendarse el brazo herido, y comenzó a cerrar y abrir el puño de forma intermitente, comprobando que no se había cortado ningún tendón, necesitaba, desde luego, más atención medica que aquella. – No eres el primero que me encuentro como tú – Esbozó una sonrisa - ¿Qué te piensas? ¿Qué eres especial? – Se carcajeó levemente, pero se vio obligado a parar cuando las heridas se le resintieron bajo la ropa. – Patea una piedra y encuentras a siete más como tú bajo ella, todos pagando con el mundo sus traumas personales. – Se pasó la mano por la cara y suspiró. – Dadme un maldito respiro, reinas del drama.
Se limpió la sangre seca que tenía en la cara y se levantó, no quedaban muchas horas para el amanecer y Dag parecía más preocupado por terminar de hacer lo correcto en aquel lugar que por su condición de señor de la noche.
Mientras se movía alrededor de los cadáveres, girando a alguno que otro para ver si estaban realmente muertos o seguían con vida, dejó que el brujo dejase de exponer lo que pasaba por su cabeza, volvió a sonreír y se giró hacía él – ... no te ayudo porque eres un gilipollas con la capacidad para defenderse por sí solo. – Estiró el brazo sano y miró a Dag trabajar a lo lejos con algunos de los supervivientes. - Seguro que el que te ha enseñado a usar tu magia está orgulloso de lo que haces con ella. – Le miró e hizo una leve reverencia, no todo lo que decía el brujo era una locura, pero le daba igual, si aquel hombre quería su respeto iba a tener que ganárselo, y por lo pronto, necesitaba mucho para eso.
– La cosa es, brujo, que puedes decir lo que te dé la gana. Al final, yo duermo tranquilo por las noches. – Dijo tomando la botella que tenía a sus pies, no sabía que liquido contenía esta, pero era marrón y la etiqueta ponía “licor” así que algo de alcohol tenía. - ¿Puedes decir tú lo mismo? – Preguntó lanzando la botella con la intención de que este la atrapase, gimiendo levemente tras el esfuerzo.
-¡Dag! – Amplió su voz con ambas manos, tratando de llamar la atención del vampiro. Alguno de los presentes se giraron a mirarle mientras avanzaba cojeando, poco a poco, a través de lo que había sido la calle principal. - ¡Mira! – Señaló el cielo, seguía estando oscuro, pero comenzaba a apreciarse cierta claridad, la suficiente, esperaba Eltrant, como para que el vampiro captase lo que estaba tratando de decirle.
***
El camino de vuelta fue mucho más silencioso.
Iba totalmente sola, Cameron, el crío y el lobo estaban muertos y no sabía que había sido de la guerrera, pero la había visto salir del pueblo en el último momento, una desertora, no viviría mucho, quizás un par de meses máximo si se escondía bien.
Lo importante era que eso la convertía a ella en la última integrante del grupo y quien cargaría con la responsabilidad de lo que había sucedido.
Lord Amor no iba a estar contento.
La gente vagaba de un lugar a otro cargando con cadáveres, trasladándolos al que, según supuso Eltrant, era el cementerio del pueblo, uno que iba a estar hasta arriba de gente. – Tómatelo tú también con calma, Dag – Dijo – No es como si quisieran más de nuestra ayuda – Susurró usando lo que quedaba de su capa a modo de venda, rompiendo la pequeña tela reglamentaria de la guardia y anudándosela al brazo y al pecho.
Las risas del brujo no tardaron en llegar, aquel tipo era la persona más cargante con la que había tenido el placer de pelear. – Bien – Dijo Eltrant como toda respuesta a la frase del héroe, sin mirarle siquiera. Él no quería ser ningún héroe, solo quería hacer lo correcto en un mundo en el que, al parecer, la manera corriente de comportarse era la del brujo.
Quizás había sido más duro con él de lo que pretendía en un principio, era evidente que no había analizado el daño que aquel hombre había sufrido por todo su cuerpo, le costaba hablar a causa de las heridas – Entonces vive esa condena por tu cuenta, brujo, a nadie le interesa. – Afirmó – Estoy seguro que muchas personas harían cola para separar tu cabeza de su cuerpo, así que deja el drama para la literatura. Si sigues vivo es porque eres demasiado cobarde para dejarte matar y si te comportas como un imbécil es porque te crees demasiado importante para preocuparte – Terminó de vendarse el brazo herido, y comenzó a cerrar y abrir el puño de forma intermitente, comprobando que no se había cortado ningún tendón, necesitaba, desde luego, más atención medica que aquella. – No eres el primero que me encuentro como tú – Esbozó una sonrisa - ¿Qué te piensas? ¿Qué eres especial? – Se carcajeó levemente, pero se vio obligado a parar cuando las heridas se le resintieron bajo la ropa. – Patea una piedra y encuentras a siete más como tú bajo ella, todos pagando con el mundo sus traumas personales. – Se pasó la mano por la cara y suspiró. – Dadme un maldito respiro, reinas del drama.
Se limpió la sangre seca que tenía en la cara y se levantó, no quedaban muchas horas para el amanecer y Dag parecía más preocupado por terminar de hacer lo correcto en aquel lugar que por su condición de señor de la noche.
Mientras se movía alrededor de los cadáveres, girando a alguno que otro para ver si estaban realmente muertos o seguían con vida, dejó que el brujo dejase de exponer lo que pasaba por su cabeza, volvió a sonreír y se giró hacía él – ... no te ayudo porque eres un gilipollas con la capacidad para defenderse por sí solo. – Estiró el brazo sano y miró a Dag trabajar a lo lejos con algunos de los supervivientes. - Seguro que el que te ha enseñado a usar tu magia está orgulloso de lo que haces con ella. – Le miró e hizo una leve reverencia, no todo lo que decía el brujo era una locura, pero le daba igual, si aquel hombre quería su respeto iba a tener que ganárselo, y por lo pronto, necesitaba mucho para eso.
– La cosa es, brujo, que puedes decir lo que te dé la gana. Al final, yo duermo tranquilo por las noches. – Dijo tomando la botella que tenía a sus pies, no sabía que liquido contenía esta, pero era marrón y la etiqueta ponía “licor” así que algo de alcohol tenía. - ¿Puedes decir tú lo mismo? – Preguntó lanzando la botella con la intención de que este la atrapase, gimiendo levemente tras el esfuerzo.
-¡Dag! – Amplió su voz con ambas manos, tratando de llamar la atención del vampiro. Alguno de los presentes se giraron a mirarle mientras avanzaba cojeando, poco a poco, a través de lo que había sido la calle principal. - ¡Mira! – Señaló el cielo, seguía estando oscuro, pero comenzaba a apreciarse cierta claridad, la suficiente, esperaba Eltrant, como para que el vampiro captase lo que estaba tratando de decirle.
***
El camino de vuelta fue mucho más silencioso.
Iba totalmente sola, Cameron, el crío y el lobo estaban muertos y no sabía que había sido de la guerrera, pero la había visto salir del pueblo en el último momento, una desertora, no viviría mucho, quizás un par de meses máximo si se escondía bien.
Lo importante era que eso la convertía a ella en la última integrante del grupo y quien cargaría con la responsabilidad de lo que había sucedido.
Lord Amor no iba a estar contento.
Eltrant Tale
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Thomas, Tinegar... Dag se preguntó si la memoria comenzaba a fallarle hasta el punto de confundir el nombre de su superior, o si acaso el jefe cuarentón Thomas Rutherfold había decidido jubilarse antes de tiempo durante sus ¿meses? de ausencia. En cualquier caso, no era momento para pensar en ello... o más bien se resistía a hacerlo. Cada vez que se preguntaba cuánto tiempo realmente había pasado desde su reclusión, se mordía la lengua por temor a preguntar y optaba por dedicarse con excesivo esmero a cualquier tarea que tuviese a mano. Apenas estaba comenzando a aceptar su condición de “no-vivo” como para recibir más noticias desagradables.
-Ayudar es lo que nos corresponde. -Respondió al joven guarda con la típica sonrisa servil y amena de quien está acostumbrado (o resignado) a poner otras vidas por delante de la propia desde largo tiempo atrás. Ignorando la satírica reverencia del brujo, dejó la pala sobrante contra un árbol y se dedicó a cavar con la propia un poco más alejado. Aunque sus ojos expresaban la más acérrima concentración y eventualmente intercambiaba palabras con algún tosco aldeano, sus sensibles oídos seguían pendientes del par supuestamente aliado. El rubio le crispaba los nervios y Eltrant parecía tener dificultades para permanecer tan impávido como él. Quizás, de no haber estado concentrado en cavar esa tumba con obsesiva perfección, él también le hubiese dedicado unas cuantas palabras; pero habían muchos cuerpos y pocos hoyos, pensó al tiempo en que enterraba una vez más la pala.
Uno a uno, los inocentes caídos iban ocupando sus lugares. Los ojos del vampiro saltaban de uno en uno como si buscase algo. Algo, o más bien alguien a quien no tardó en encontrar: La linda mesera de la posada, cubierta en llanto, hollín y heridas, cargaba a la niña que antes había llorado, dejándola en el hueco de lodo que le daría cobijo eterno, o al menos hasta que se la coman los gusanos, como sugirió alguien en su consciencia. La mayoría de los muertos estaban desfigurados por desagradables quemaduras. Quemaduras derivadas de la estúpida explosión, en parte, provocada por el brujo. Un nuevo y fugaz temblor le sacudió el párpado izquierdo al tiempo en que se volteaba para abandonar la tumba recién cavada y regresar donde sus “aliados”, de quienes había escuchado cada palabra. Eltrant acababa de señalarle que le quedaban pocos minutos de libertad antes de que su maldición lo condenase a encerrarse en algún lugar oscuro otra vez, a lo cual apenas asintió con la cabeza para dar a entender que era horriblemente consciente de ello. Sin embargo, antes de irse, todavía tenía una cosa que hacer.
-Pobre hombre, Tale, no podemos darle la espalda. Como dije, ayudar es lo que nos corresponde, ¿no?
Pasó junto al guardia y le posó una mano en el hombro por un instante antes de seguir su camino hacia el rubio. Mientras caminaba, cortó un largo trozo de tela de su camisa antaño blanca y, al llegar donde el brujo, se arrodilló frente a él. Sin decir palabra comenzó a vendarle una herida en la pierna, donde el pantalón exhibía un gran agujero. Sus ojos brillaban con la misma frialdad y concentración de cuando estaba cavando las tumbas.
-Hay que ayudarlo. Sí, ayudarlo. Ayúdalo. Ayudémoslo, sí. ¡Con cuidado! Pobre alma, ayúdala.
Ató firmemente el nudo y palmeó con suavidad el arreglo. Luego se encorvó más, le pasó las manos tras la pantorrilla para alzarle la pierna y le besó el empeine del pie.
-Pobre, pobrecito. Ayúdalo. Debemos ayudarlo.
Una sonrisa paternal le adornó las facciones. Pensó en Dahlia, en sus hijos, en la niña que lloraba, en el rostro de la cantinera manchado de hollín por la explosión causada por el brujo. Lentamente, se incorporó y le dedicó el gesto amable por un instante.
-¿Así está bien, o necesitas algo más? Oh, espera, ¡ya sé! Quizás ver el mundo sólo con la mitad de tu ego te ayude a ponerte en el lugar de los otros.
Ensanchó su sonrisa, alzó el puño derecho y lo estampó de lleno contra el rostro ajeno. Específicamente, uno de los ojos.
Hecho lo propio, y ante la inminente llegada de un día abrasador, se alejó a toda velocidad hacia el amparo del bosque. Por nada del mundo deseaba buscar cobijo en ese pequeño pueblo maldito, ahogado en tristes recuerdos y calcinado por caprichos del destino. Se despidió de Eltrant con una mano en alto y un gesto de la cabeza, prometiéndose recordar ese rostro por si algún día volvía a encontrarlo en circunstancias más felices. Del otro no necesitó despedirse; el acomode gratuito de ideas y el ojo morado serían más que suficientes para dejarle un buen recuerdo de su persona.
-Ayudar es lo que nos corresponde. -Respondió al joven guarda con la típica sonrisa servil y amena de quien está acostumbrado (o resignado) a poner otras vidas por delante de la propia desde largo tiempo atrás. Ignorando la satírica reverencia del brujo, dejó la pala sobrante contra un árbol y se dedicó a cavar con la propia un poco más alejado. Aunque sus ojos expresaban la más acérrima concentración y eventualmente intercambiaba palabras con algún tosco aldeano, sus sensibles oídos seguían pendientes del par supuestamente aliado. El rubio le crispaba los nervios y Eltrant parecía tener dificultades para permanecer tan impávido como él. Quizás, de no haber estado concentrado en cavar esa tumba con obsesiva perfección, él también le hubiese dedicado unas cuantas palabras; pero habían muchos cuerpos y pocos hoyos, pensó al tiempo en que enterraba una vez más la pala.
Uno a uno, los inocentes caídos iban ocupando sus lugares. Los ojos del vampiro saltaban de uno en uno como si buscase algo. Algo, o más bien alguien a quien no tardó en encontrar: La linda mesera de la posada, cubierta en llanto, hollín y heridas, cargaba a la niña que antes había llorado, dejándola en el hueco de lodo que le daría cobijo eterno, o al menos hasta que se la coman los gusanos, como sugirió alguien en su consciencia. La mayoría de los muertos estaban desfigurados por desagradables quemaduras. Quemaduras derivadas de la estúpida explosión, en parte, provocada por el brujo. Un nuevo y fugaz temblor le sacudió el párpado izquierdo al tiempo en que se volteaba para abandonar la tumba recién cavada y regresar donde sus “aliados”, de quienes había escuchado cada palabra. Eltrant acababa de señalarle que le quedaban pocos minutos de libertad antes de que su maldición lo condenase a encerrarse en algún lugar oscuro otra vez, a lo cual apenas asintió con la cabeza para dar a entender que era horriblemente consciente de ello. Sin embargo, antes de irse, todavía tenía una cosa que hacer.
-Pobre hombre, Tale, no podemos darle la espalda. Como dije, ayudar es lo que nos corresponde, ¿no?
Pasó junto al guardia y le posó una mano en el hombro por un instante antes de seguir su camino hacia el rubio. Mientras caminaba, cortó un largo trozo de tela de su camisa antaño blanca y, al llegar donde el brujo, se arrodilló frente a él. Sin decir palabra comenzó a vendarle una herida en la pierna, donde el pantalón exhibía un gran agujero. Sus ojos brillaban con la misma frialdad y concentración de cuando estaba cavando las tumbas.
-Hay que ayudarlo. Sí, ayudarlo. Ayúdalo. Ayudémoslo, sí. ¡Con cuidado! Pobre alma, ayúdala.
Ató firmemente el nudo y palmeó con suavidad el arreglo. Luego se encorvó más, le pasó las manos tras la pantorrilla para alzarle la pierna y le besó el empeine del pie.
-Pobre, pobrecito. Ayúdalo. Debemos ayudarlo.
Una sonrisa paternal le adornó las facciones. Pensó en Dahlia, en sus hijos, en la niña que lloraba, en el rostro de la cantinera manchado de hollín por la explosión causada por el brujo. Lentamente, se incorporó y le dedicó el gesto amable por un instante.
-¿Así está bien, o necesitas algo más? Oh, espera, ¡ya sé! Quizás ver el mundo sólo con la mitad de tu ego te ayude a ponerte en el lugar de los otros.
Ensanchó su sonrisa, alzó el puño derecho y lo estampó de lleno contra el rostro ajeno. Específicamente, uno de los ojos.
Hecho lo propio, y ante la inminente llegada de un día abrasador, se alejó a toda velocidad hacia el amparo del bosque. Por nada del mundo deseaba buscar cobijo en ese pequeño pueblo maldito, ahogado en tristes recuerdos y calcinado por caprichos del destino. Se despidió de Eltrant con una mano en alto y un gesto de la cabeza, prometiéndose recordar ese rostro por si algún día volvía a encontrarlo en circunstancias más felices. Del otro no necesitó despedirse; el acomode gratuito de ideas y el ojo morado serían más que suficientes para dejarle un buen recuerdo de su persona.
- <3 <3 <3:
- ¡Fue un placer rolear con ustedes! Cada respuesta provocó un gritito fangirl y un orgasmo literario (?)
<3 ¡gracias!
Dag Thorlák
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Re: Escala de grises [Libre] [3/3][Cerrado]
Entro todo lo que había dicho el guardia, paparrucha sin importancia, hubo algo que me hizo especial gracia. ¿El que me había enseñado a utilizar la magia estaría orgulloso de lo que hoy habíamos hecho? Pensé en Samhaim; el cabrón se estaría descojonando a medida que pasaba entre los muertos. Cogería un cadáver del pescuezo, pasaría su armaga lengua sobre la piel quemada del muerto y diría que le gustaba la carne todavía más hecha. Para demostrarlo, usaría su propio fuego para asar un sobreviviente o un aliado, según como fuera el día de agradable. ¿Estaría orgulloso de la explosión en la taberna? Si no lo estaba era porque prefería haber sido el causante del incendio y no yo.
“Jodido ególatra” tiene los dientes apretados para no gritar. De la espalda me estaba sacando esquirlas de cristal del tamaño de una oreja.
Quizás, el pequeño guardia no se refería a Samhaim sino al viejo Nephgerd. Mi abuelo fue quien, de niño, me enseñó los primeros hechizos. Tanto en el físico como en el carácter, se parecía mucho al guardia vampiro. Era noble y justo. Lo recordaba con una agradable sonrisa de anciano y unas cejas enarcadas que parecía que estaban analizando todo lo que sucedía a su alrededor. Mi abuelo era la viva imagen que un niño tiene como un buen hombre. Sin embargo, el viejo Gerrit (compartíamos nombre) era un Nephgerd y los Nephgerd’s nos caracterizamos por tener una sed de sangre que ningún otro hombre puede llegar a superar. En la bodega del anciano es donde vi mi primer cadáver. A penas tenía cinco años, mi abuelo me llevaba de la mano porque quería enseñarme algo muy especial. Entre los barriles de cerveza y vino, había un hombre colgado de una soga que se balanceaba en el aire. No tenía ropa. Su cuerpo estaba repleto de quemaduras por los rayos que mi abuelo le hubo lanzado.
-Ese tipo era un mal hombre que quiso hacer daño a tu abuelita.- recordé las palabras exactas del viejo Gerrit- Le dice daño para que no hiciera cosas malas a nadie más. ¿Lo entiendes, hijo?-
Afirmé con la cabeza y el anciano siguió hablando.
-¿Sabes? El hombre malo tiene papá, mamá y abuelitos como tú. Estarán tristes. Querrán saber lo que han pasado-.
-¿Qué ha pasado?-
-Que nuestro amigo tomó un mal camino-.
Eché un ojo a todos los muertos del suelo: El vampiro, el lobo, el chavalín de las explosiones, los inocentes, los niños… En todos ellos vi el rostro del hombre que mi abuelo tuvo una vez en la bodega. Tenían papás, mamás, abuelitos y, ahora, estarían tristes por ellos. Solo los mercenarios habían elegido el mal camino del que hablaba el viejo Nephgerd, el mismo camino que yo tomé cuando me escapé con Samhaim ¿Estaba orgulloso de lo que había hecho? ¿Lo había estado alguna vez? ¿Mi abuelo estaría orgulloso?
Apreté los labios y dirigí una mirada de rencor hacia el pequeño guardia. Había dado justo en el clavo. Aunque solo fuera por esta vez; tenía razón. Al final del día, él era quien dormía bien por las noches y yo quien se removía entre las sábanas para espantar a unos cuervos que no existían y que me devoraban la piel.
Ladeé la cabeza vacilante cuando el guardia vampiro se acercó a ayudar. Era el primer vampiro que veía que, en lugar de chupar la sangre de una herida, ayudaba a sanarla. Me quedé mirando sus ojos azules y en su agradable sonrisa (se ríe como mi abuelo).
Abrí la boca para contestar al guardia vampiro, pero no me dio tiempo a decir nada. Antes que quisiera darme cuenta; tenía su puño en mi cara y un nuevo cardenal en mi ojo derecho. No cerré la boca ni tampoco dije nada. Hubiera conducido a otro absurdo combate como el que acababa de tener con el otro guardia. Estaba demasiado exhausto y herido para seguir luchando, no iba a pelearme con nadie más. Fue lo que me dije, era una buena excusa. La realidad, sin embargo, era muy diferente: No quería pelear contra el guardia vampiro porque había sonreído con la misma sonrisa con la que sonreía mi abuelo.
“Jodido ególatra” tiene los dientes apretados para no gritar. De la espalda me estaba sacando esquirlas de cristal del tamaño de una oreja.
Quizás, el pequeño guardia no se refería a Samhaim sino al viejo Nephgerd. Mi abuelo fue quien, de niño, me enseñó los primeros hechizos. Tanto en el físico como en el carácter, se parecía mucho al guardia vampiro. Era noble y justo. Lo recordaba con una agradable sonrisa de anciano y unas cejas enarcadas que parecía que estaban analizando todo lo que sucedía a su alrededor. Mi abuelo era la viva imagen que un niño tiene como un buen hombre. Sin embargo, el viejo Gerrit (compartíamos nombre) era un Nephgerd y los Nephgerd’s nos caracterizamos por tener una sed de sangre que ningún otro hombre puede llegar a superar. En la bodega del anciano es donde vi mi primer cadáver. A penas tenía cinco años, mi abuelo me llevaba de la mano porque quería enseñarme algo muy especial. Entre los barriles de cerveza y vino, había un hombre colgado de una soga que se balanceaba en el aire. No tenía ropa. Su cuerpo estaba repleto de quemaduras por los rayos que mi abuelo le hubo lanzado.
-Ese tipo era un mal hombre que quiso hacer daño a tu abuelita.- recordé las palabras exactas del viejo Gerrit- Le dice daño para que no hiciera cosas malas a nadie más. ¿Lo entiendes, hijo?-
Afirmé con la cabeza y el anciano siguió hablando.
-¿Sabes? El hombre malo tiene papá, mamá y abuelitos como tú. Estarán tristes. Querrán saber lo que han pasado-.
-¿Qué ha pasado?-
-Que nuestro amigo tomó un mal camino-.
Eché un ojo a todos los muertos del suelo: El vampiro, el lobo, el chavalín de las explosiones, los inocentes, los niños… En todos ellos vi el rostro del hombre que mi abuelo tuvo una vez en la bodega. Tenían papás, mamás, abuelitos y, ahora, estarían tristes por ellos. Solo los mercenarios habían elegido el mal camino del que hablaba el viejo Nephgerd, el mismo camino que yo tomé cuando me escapé con Samhaim ¿Estaba orgulloso de lo que había hecho? ¿Lo había estado alguna vez? ¿Mi abuelo estaría orgulloso?
Apreté los labios y dirigí una mirada de rencor hacia el pequeño guardia. Había dado justo en el clavo. Aunque solo fuera por esta vez; tenía razón. Al final del día, él era quien dormía bien por las noches y yo quien se removía entre las sábanas para espantar a unos cuervos que no existían y que me devoraban la piel.
Ladeé la cabeza vacilante cuando el guardia vampiro se acercó a ayudar. Era el primer vampiro que veía que, en lugar de chupar la sangre de una herida, ayudaba a sanarla. Me quedé mirando sus ojos azules y en su agradable sonrisa (se ríe como mi abuelo).
Abrí la boca para contestar al guardia vampiro, pero no me dio tiempo a decir nada. Antes que quisiera darme cuenta; tenía su puño en mi cara y un nuevo cardenal en mi ojo derecho. No cerré la boca ni tampoco dije nada. Hubiera conducido a otro absurdo combate como el que acababa de tener con el otro guardia. Estaba demasiado exhausto y herido para seguir luchando, no iba a pelearme con nadie más. Fue lo que me dije, era una buena excusa. La realidad, sin embargo, era muy diferente: No quería pelear contra el guardia vampiro porque había sonreído con la misma sonrisa con la que sonreía mi abuelo.
Gerrit Nephgerd
Honorable
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Dag tenía más paciencia que él, era un hecho, el vampiro se agachó a remendar las heridas del brujo mientras que él le seguía mirando desde la distancia con cara de pocos amigos.
Sentía la necesidad de urgir al vampiro a que se marchase, cada segundo que perdía con aquel musculitos era un segundo que podía estar buscando refugio antes del amanecer. Pero no podía hacer nada, se limitó a cruzarse de brazos y esperar a que Dag terminase, no era un mal hombre, lo que estaba haciendo en aquel momento era el ejemplo perfecto de esto. Por otro lado, estaba un poco mal de la cabeza, y daba la sensación de que llevaba como cien años debajo de alguna piedra. Le caía bien al fin y al cabo.
Sonrió al ver como el vampiro le propinaba un buen puñetazo al brujo en el ojo. Quizás este no tenía tantísima paciencia, después de todo, el vampiro seguía siendo tan emotivo como el más común de los humanos.
Hizo un gesto con la cabeza al vampiro según se acercaba de la escena, suspiró y lanzó un último vistazo al brujo antes de agacharse a recuperar las pocas piezas de armadura que quedaban intactas, tendría que hacer algunas más en alguna de las aldeas cercanas. ¿Le dejarían usar la herrería? Siempre podía pagar por la reparación.
- Nos vemos – Alzó la mano, despidiéndose del brujo – Mantente vivo. – Dijo según se alejaba – O no, me da igual. - Se alejó lentamente del pueblo, le dolían las piernas. – Tú mismo.
Se adentró en los caminos usando su espada a modo de bastón, con un poco de suerte en el siguiente poblado habría alguien que le echase un vistazo a sus heridas, y, según recordaba, este no estaba muy lejos. Quizás a un par de hora de viajes, medio día en su estado.
Según se alejaba lanzó un último vistazo a los humeantes restos del poblado, no podía quitarse las palabras del brujo de la cabeza. ¿Su ayuda había sido necesaria? ¿Había contribuido en más bien o más mal? Se pasó la mano sana por la barba. Podrían reconstruir la aldea, habían muerto muchos, pero no todos. Y ahora no tendrían que pagar con sacrificios a mercenarios. Seguía estando incomodo, la voz del brujo era como un puñal, si trataba de extraerlo por la fuerza, se sentia peor.
Frunció el ceño, seguía sin entenderlo todo ¿Para qué querían los mercenarios las chicas en realidad? ¿Qué había detrás de los sacrificios? La mayoría de las peleas que tenía acababan así, con un montón de muertos y ninguna respuesta real.
Pero ya pensaría en ello más adelante, lo primero era curar sus heridas, llegar al pueblo vecino cuanto antes y descansar un poco. Había tiempo para todo.
Sentía la necesidad de urgir al vampiro a que se marchase, cada segundo que perdía con aquel musculitos era un segundo que podía estar buscando refugio antes del amanecer. Pero no podía hacer nada, se limitó a cruzarse de brazos y esperar a que Dag terminase, no era un mal hombre, lo que estaba haciendo en aquel momento era el ejemplo perfecto de esto. Por otro lado, estaba un poco mal de la cabeza, y daba la sensación de que llevaba como cien años debajo de alguna piedra. Le caía bien al fin y al cabo.
Sonrió al ver como el vampiro le propinaba un buen puñetazo al brujo en el ojo. Quizás este no tenía tantísima paciencia, después de todo, el vampiro seguía siendo tan emotivo como el más común de los humanos.
Hizo un gesto con la cabeza al vampiro según se acercaba de la escena, suspiró y lanzó un último vistazo al brujo antes de agacharse a recuperar las pocas piezas de armadura que quedaban intactas, tendría que hacer algunas más en alguna de las aldeas cercanas. ¿Le dejarían usar la herrería? Siempre podía pagar por la reparación.
- Nos vemos – Alzó la mano, despidiéndose del brujo – Mantente vivo. – Dijo según se alejaba – O no, me da igual. - Se alejó lentamente del pueblo, le dolían las piernas. – Tú mismo.
Se adentró en los caminos usando su espada a modo de bastón, con un poco de suerte en el siguiente poblado habría alguien que le echase un vistazo a sus heridas, y, según recordaba, este no estaba muy lejos. Quizás a un par de hora de viajes, medio día en su estado.
Según se alejaba lanzó un último vistazo a los humeantes restos del poblado, no podía quitarse las palabras del brujo de la cabeza. ¿Su ayuda había sido necesaria? ¿Había contribuido en más bien o más mal? Se pasó la mano sana por la barba. Podrían reconstruir la aldea, habían muerto muchos, pero no todos. Y ahora no tendrían que pagar con sacrificios a mercenarios. Seguía estando incomodo, la voz del brujo era como un puñal, si trataba de extraerlo por la fuerza, se sentia peor.
Frunció el ceño, seguía sin entenderlo todo ¿Para qué querían los mercenarios las chicas en realidad? ¿Qué había detrás de los sacrificios? La mayoría de las peleas que tenía acababan así, con un montón de muertos y ninguna respuesta real.
Pero ya pensaría en ello más adelante, lo primero era curar sus heridas, llegar al pueblo vecino cuanto antes y descansar un poco. Había tiempo para todo.
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
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