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Mensaje  Anastasia Boisson Jue Sep 13 2018, 22:40

Había llegado a Sacrestic Ville. Había anochecido. Aquella villa me traía a la cabeza unos recuerdos con sabor agridulce. Por un lado, Isabella había fallecido allí. Pero fue en ese mismo escenario donde conseguí derrotar a mi abuela, la peligrosa Lady Mortagglia, poniendo fin a su reinado del terror. De cualquier manera, recordaba con cierta añoranza los edificios a mi paso por las calles. Incluso la taberna, la última que pisé junto a Elen Calhoun y Cassandra. ¡Y de aquello había transcurrido más de un año!

Pero las cosas habían cambiado mucho desde aquello. Ahora acababa de terminar con otra peligrosa leyenda chupasangres: Vladimir el Inmortal. ¡Oh! Con ayuda de aquel dragón, claro. Pero esa parte de la historia era cuanto menos prescindible. Justamente, el anterior centinela del Oeste. Vladimir había desatendido sus labores como protector de las zonas del Oeste para tomar la ciudad de Lunargenta. Yo iba a asumir aquella responsabilidad con mucha mayor seriedad. El rubí era un arma de rectitud que debía utilizarse para lo que se había preconcebido.

Sólo habían pasado quince días desde aquello. Pero Jules había cambiado. El brujo estaba mucho más tenso desde mi toma del rubí. No le había gustado ni un pelo que decidiera combatir a Vladimir sin su ayuda. Y mucho menos que. Se encargó de decirme aquello durante todo el viaje. Cual mazo pilón. Pero si quería mantener una relación conmigo, tendría que saber conllevar aquellas responsabilidades.

Teníamos posibilidad de ser una pareja de leyenda. Y él prefería quedarse en el Palacio de los Vientos. O con simples contratos de caza a vampiros menores. Había aniquilado a Mortagglia y a Vladimir. Necesitaba nuevas emociones.

-Anastasia, no has hablado nada de qué vas a hacer una vez llegues al pueblo. – hizo notar Jules. - ¿Cómo te vas a presentar? ¿Qué medidas piensas tomar? – preguntó. Yo no respondí. - ¿Sabes que ahora tienes que proteger a los habitantes de Sacrestic Ville?
-Lo sé perfectamente. – respondí con suficiencia. No haciendo un amago de girar la cabeza para mirar al brujo.
-¿Y eres consciente que entre los habitantes de Sacrestic Ville hay vampiros? – cuestionó el brujo.

Me tomé mi tiempo para responder. Aquello quizás fuera un hecho. No era un misterio que en Sacrestic Ville había vampiros viviendo con humanos. Y aquello, cuanto menos, me aborrecía.

-¡Claro que lo soy! – respondí enfadada, sin mostrar demasiado convencimiento. – ¿Y quieres dejar de repetírmelo? ¡Estoy cansada de aguantarte todo el rato! – pregunté con una mirada sentenciante.

El hombre se paró, mientras yo seguía caminando. Me miró a los ojos, luego noté como bajó la vista hasta mi pecho. Ahí colgaba en un colgante de obsidianas el rubí de centinela. Emitiendo aquella extraña luz que permanecía siempre activa. Pero mi mirada seguía recta en el camino. No pensaba derivar en largas conversaciones con el pesado de Jules. Iba a mi objetivo: Aquella plaza que se veía ya al fondo de las calles del pequeño pueblo. Allí, un destacamento de la guardia de Lunargenta aguardaba mi presentación como guardiana de las tierras del Oeste.

La cazadora Annelise Rotteler, otro de los pesos pesados del gremio, se acercó a Jules por su espalda mientras yo seguía caminando al frente. Tomó del brazo al brujo y le instó a dejarme en paz.

-Déjala Jules. No insistas. – le susurró Annelise, otro cargo importante dentro del gremio, tomando de un brazo al brujo.
-No me digas que no la notas cambiada desde que tomó ese rubí. – comentó el brujo, sin que yo escuchara nada.

Pese a ello, no logré escuchar nada de aquella conversación. Yo llegué la primera a la plaza de Sacrestic. Los seis integrantes del gremio, estaban a mis espaldas. Había bastante gente. Como siempre que solía ocurrir cuando había una comunicación. ¿Había llegado ya mi presentador? Crucé unas miradas con algunos.
Plaza / escenario:


Última edición por Huracán el Vie Sep 14 2018, 17:51, editado 2 veces
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El nuevo orden [Libre] [2/3] [Cerrado] Empty Re: El nuevo orden [Libre] [2/3] [Cerrado]

Mensaje  Lexie Ivannovich Vie Sep 14 2018, 02:09

Hacía un tiempo que andaba de aquí por allá con mi queridísimo grupo de fenómenos y la vida se nos iba en correr por todos lados, disfrutar de nuestro exquisito elixir de espinaca, tomarnos las manos y cantar el kumbaya a la luz de la fogata. Claro, vivir con desenfreno era algo que disfrutaba; sin embargo, debía admitir que extrañaba demasiado mis épocas de cortesana en compañía de mis hermanas. Tras analizarlo mejor, recordé que no había visitado mi hogar desde que la pandemia azotó el continente y eso ocurrió hacía ya un tiempo, por lo que tomé la decisión de echar un vistazo a Sacrestic Ville y, quizá, aprovechar el momento para disfrutar de algunos sensuales bocadillos. ¿Si tengo intención de meterme en problemas? ¡Por supuesto que no! Ya bastante he tenido con esquivar a esos deleznables cazadores como para llamar la atención.

El camino hasta el pueblo no me había tomado más de un par de días y, afortunadamente, al tener los efectos de la espinaca sobre mi cuerpo, todo me resultaba mucho más sencillo. Admito que todo me parecía diferente, aunque no podría asegurar si se trataba del mundo en general o de mi perspectiva sobre estimulada por las drogas. En resumidas cuentas: no podía asegurar si el unicornio morado sobre el árbol de la izquierda era real o no. Seguí avanzando por los sombríos bosques que rodeaban a Sacrestic Ville, recordando lo mucho que amaba cuando la neblina cubría la superficie y me permitía camuflarme mejor para cazar presas indefensas. ¡Nada como estar en casa! Lamentablemente, mi emoción se disipó al percatarme de lo distinta que lucía la aldea. ¿Desde cuándo había tanta gente rondando las calles?

—Madre de todas las cortesanas… —
mascullé por lo bajo, bordeando la orilla de la ciudadela para evitar toparme de frente con algún extraño—. El negocio debe estar prosperando.

Observé el panorama con cierta atención, notando que una extraña aglomeración se concentraba en la plaza de Sacrestic. Definitivamente me había alejado demasiado tiempo de casa. En un inicio no tenía intención alguna de meter las narices en dónde no me llamaban, pero al convivir con mis ‘‘excéntricos’’ compañeros de grupo, mis instintos de supervivencia habían tomado unas lindas vacaciones, por lo que —dando rienda a la curiosidad— terminé acercándome a una distancia prudencial para tomar nota mental del chisme que se suscitaba en un lugar tan místico como este. Bueno, lo mejor hubiese sido no haber hecho nada, pues, pese a que me encontraba disfrutando de la vista desde el bien camuflado tejado de la carnicería, no imaginaba que me toparía con alguien a quien realmente quería evitar.

¡Ese hombre era el que estaba con la loca de Elen Calhoun! Bien, a la verdolaga todo, me largo de aquí. No tenía planeado volver a encontrarme con esa bruja. Amo demasiado mi vida como para dejar que me masacrara como lo hizo en aquella funesta mansión. No, no y no. Aquí se rompió una taza y cada quién para su casa, fin del asunto. Con mucho sigilo bajé del techo, buscando no llamar demasiado la atención para salir corriendo de forma cuestionablemente valerosa. Entre las cosas que tenía en mi agenda no se encontraba la de tentar al destino con ese sujeto, después podría llamar a su amiga y yo terminaría hecha picadillo. Al escabullirme entre los barriles y porquerías, me propuse volver con mi grupito y nunca más exponerme. ¿¡Estaban todos locos!? ¡¿De quién era la idea de tener cazadores en Sacrestic Ville?! Eso no era nada inteligente. Aunque, por otro lado, tenía la esperanza de que todo aquello fuese producto de la espinaca.
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Mensaje  Anastasia Boisson Vie Sep 14 2018, 17:39

¿Por qué tanta gente en la plaza? Detestaba las multitudes. Sólo quería dar un par de indicaciones a algún jefe de la guardia sobre cómo debían proceder para informar al gremio en caso de que vieran algo extraño en la ciudad. No era necesario que “invitaran” a todo el pueblo a darme un recibimiento. Un hombre que portaba un escudo de la guardia de Lunargenta se dirigió a mí en cuanto identificó los blasones del gremio en nuestros ropajes.

-Maestra Boisson, venga conmigo. La “jauría” está esperándole. – Sin darme tiempo a decir nada, el tipo me cogió del antebrazo y tiró de mí hasta lo alto de una tarima. Alejándome de Jules, Annelise. Ellos vinieron detrás de mí. El resto quedó debajo de ésta.
-Pedí que no hubiera multitudes. – aseveré con rotundidad y con mala cara. Aquellos estúpidos ya habían incumplido la primera de mis condiciones. Todo el mundo parecía sorprendido por mi llegada.
Señora, toda esta gente no está aquí por usted. Con el tema de la guerra, hace meses que Lunargenta no envía a nadie. ¡Estamos desbordados de trabajo! Y la muchedumbre se nos ha echado a la calle. – clamaba. - Suba al estrado y dígales unas palabras para que se tranquilicen. ¡Por los dioses!

No respondí. Desde la palestra pude ver a los ciudadanos. Principalmente campesinos y de un nivel adquisitivo bastante pobre. No había que olvidar que Sacrestic no dejaba de ser un pueblo marginal. La villa estaba muy alejada del resto del mundo civilizado, y tenía fama de estar habitada por chupasangres. Ante esas circunstancias, la gente con dinero prefería irse a vivir o invertir en negocios en las grandes ciudades de Verisar, o en Dundarak o Beltrexus. Con lo cual el desarrollo, no llegaba aquí. Y no tenía visos de hacerlo.

-¡Las calles están infestadas de vampiros provenientes de Lunargenta! ¡Con lo bien que estábamos cuando todos se fueron a Lunargenta! – clamaban los campesinos del pueblo. - ¡Queremos soluciones! – clamaban.
-Ya está bien, buenas gentes de Sacrestic. ¡Calma! ¡Calma! – pidió el hombre. Gritando para toda la plaza. Le llevó un par de minutos conseguir lograr un silencio. - Para eso está aquí la centinela y su gremio de cazadores de vampiros. Vendrán a instaurarse en la ciudad para proteger ésta y los bosques.

Todo el mundo puso entonces los ojos en mí. ¡Qué falta me hacía allí mi madre, Isabella! Ella sabría cómo contentar a aquellos campesinos con una de sus frases lapidarias. El don de la palabra no me acompañaba tanto como a ella.

-Bien. La gente suele llamarme Huracán. Me pagan para ayudar a la guardia a la protección de las tierras del Oeste. Nada más. – afirmé con rotundidad. – Esa es la responsabilidad del portador del rubí de centinela. Su anterior dueño era un chupasangres que, como bien habréis notado, ignoraba sus obligaciones. – hice un breve silencio. – Pero yo acabé con él. Como acabé con Mortagglia. Líder de la Hermandad que operaba en vuestras tierras. Estáis en buenas manos. – afirmé con rotundidad. Lo que llevó a la sorpresa mayúscula de los habitantes del pueblo. Pero no fue hasta decir la última frase fluir algo de energía del interior del rubí. Quizás por el énfasis con el que lo había dicho.

Mi pequeño discurso pareció animar a la veintena de asistentes en la plaza. Que lo habrían escuchado a la perfección y lo celebraron. Devolví la mirada a Jules y Annelise, que asintieron también con  conformidad. Era hora de volver abajo. Tenía que instalar parte de la base de operaciones del gremio. Los jinetes oscuros podrían aparecer en cualquier momento. Y debíamos de estar preparados.

Para mí desgracia, el guardia volvió a tomarme del brazo, para impedirme bajar. Le envié una mirada sentenciante. A la tercera que lo hiciera. Tendría problemas.

-Esperad, maestra. Me gustaría que conocierais la historia de algunas de las gentes de del pueblo, para integraros en la situación. – pidió el hombre con una sonrisa. Mientras yo enviaba una mirada mortal al tipo.
Le cogí del brazo, pero más fuerte. Lo empujé hacia mí y le susurré al oído de mal humor. - Soy una cazadora de vampiros. Ni necesito ni me interesa perder el tiempo conociendo las aburridas historias de campesino que me pueda contar esta gente.
-Sólo una. Por favor. El pueblo debe sentir que le preocupa sus vidas. Luego la dejaré ya marchar. – pidió. Simplemente accedí. Y me crucé de brazos. Esperaba que fuera rápido.

El tipo buscó alguien rápido. Y con la poca gente hacía que, cualquiera que fuera a contracorriente, destacara entre la multitud. Y aquella mujer que parecía con prisa por huir de la plaza como si hubiese visto al demonio en persona, no pasó desapercibida para el guardia que me acompañaba. Yo ya me había decidido ignorarla.

-¡Eh! ¡Tú! ¡Muchacha! – preguntó el tipo señalando a la chica que trataba de huir a toda costa. Pasó a ser el centro de atención y la gente rápidamente trataría de cerrar su camino. – ¡Sí, tú! Parece que tienes mucha prisa. ¿Por qué escapas? Ven. Sube al estrado y cuéntale quién eres a tu protectora. ¿O no quieres? – El guardia parecía serio. Sin saber qué decisión iba a tomar la chica. A la que desde la distancia aún no había distinguido bien.
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Mensaje  Lexie Ivannovich Vie Sep 14 2018, 22:15

Tuve que contener una risa ante la sarta de idioteces que salían de boca de aquella antipática mujer. ¿En serio se creía todo lo que estaba diciendo? Bueno, debía darle algo de crédito. Todos los cazadores eran iguales. Yendo por la vida con el cerebro inflado por el ego, creyéndose con el derecho de decidir quienes debían vivir y quienes no. Podría jurar que incluso habían olvidado que ellos eran los malos en la historia de su guerra contra los elfos, considerando que, hasta donde tenía conocimiento, la mayoría de los cazadores eran brujos. En lugar de venir con discursos moralistas, deberían aprovechar el tiempo y enterrar las narices en los libros de historia; eso les enseñaría un poco de humildad y evitaría que continuasen con ese ridículo complejo de dioses. No entendía por qué mi gente no había creado un grupo de cazadores de brujos, así se nivelarían las cosas y los convertiría en la presa.

Tomé nota mental para presentarle la idea a Izzie, cuando volviese a la taberna. Ella tenía demasiados conocidos en el mundo, seguro alguien tendría cuentas que ajustar con los cazadores y aprovecharían la idea. Sacudí mi hermosa chaqueta de cuero, misma que me fue entregada cuando me uní a mi queridísimo grupo de raros adictos a la espinaca, y comencé mi bien planeado escape. Por supuesto, no conté con que alguien se percataría de mi presencia y me llamaría a acercarme al podio, ante la mirada de todo el ganado que sólo servían para brindarle nutrientes a los de mi raza. ¿Qué? Ya sé que había dicho que nadie tenía derecho a decidir quién era la presa, pero esta ley no aplica a la hora del almuerzo, fin del asunto.

Miré en todas direcciones, buscando cómo escapar de lo que parecía ser una muerte asegurada. Si subía al estrado ese hombre me reconocería y, a juzgar por las palabras de la tal Huracán, no creo que le haga bien saber que en un punto ayudé a Mortagglia a tenderle una trampa a la loca de los Calhoun. Igual yo jamás había sido devota a seguir ordenes, pero en esa ocasión era la vida de mi madre la que peligraba y no me quedó otra opción; aunque no creo que esos fraternales motivos fuesen lo suficientemente poderosos como para evitar entrar en conflicto con ellos. Saqué las manos de mis bolsillos y mascullé una pequeña maldición, rogándole a los dioses una respuesta que evitara que esos sucios y asquerosos cazadores colgasen mi cabeza en una pared. ¿Debería hablar? Considerando que todos me miraban, me parece que no tenía muchas opciones.

—No, gracias. Estoy bien aquí —dije con simpleza, pero esto no pareció ser tomado muy bien por el guardia quien me fulminó con la mirada—. De acuerdo… —chasqueé la lengua y avancé un par de pasos hasta el estrado, esperando que ninguno de los campesinos reconociese mi rostro. Hacía demasiado tiempo que no me veían, sería bueno que ya me hubiesen olvidado—. No tengo mucho que aportar —me encogí de hombros—. Como bien ha mencionado la señorita, Sacrestic Ville nunca ha sido protegida por nadie —suspiré con una bien fingida decepción—. Sin embargo, no sé que podría impulsar a la gente a confiar en una cazadora de vampiros, considerando que son los primeros en conducirse por el camino del odio, sin mencionar que la mayoría de ustedes son brujos —oficialmente, mi cinismo había alcanzado limites insospechables—. Por lo que he escuchado, la protección de la gente les importa un comino. Su único objetivo es el placer de la caza, algo creado como deporte y nada más —hice una pequeña pausa—. Acabar con los vampiros no traerá ninguna mejora. Tarde o temprano otra raza vendrá a atemorizar a la gente y ustedes no harán nada, precisamente por el hecho de que no será ‘‘su labor’’, y nuevamente estaremos desprotegidos —contuve una sonrisa sarcástica—. Por ello considero que su hipócrita discurso moralista no es suficiente para que el pueblo decida poner la confianza en ustedes —arqueé una ceja divertida—. No es a mí a quién deben convencer. Son ellos —señalé a la multitud con la cabeza—. Yo he visto los resultados su trabajo y sé bien cómo terminarán las cosas.

No aporté nada más. La idea de tentar la paciencia de la cazadora fue más fuerte que yo y terminé picándole la cresta. Si lograba salir viva de esta tendría que aprender a quedarme callada; pero, por ahora, me preparaba para lo que estaba por acontecer.

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Mensaje  Anastasia Boisson Sáb Sep 15 2018, 10:38

Pese a los primeros intentos de escabullirse por parte de la joven que había escogido el guardia, éste insistió y al final no le quedó más remedio que subir al estrado para deleitarnos con su seguro nada interesante historia. Lejos de ello. La cosa se pondría mucho más interesante cuando la muchacha empezara a tirar por la borda mi discurso con falsas acusaciones y a tratar de poner a la gente en mi contra.

La escuché seria. Dejando que el calor a consecuencia del enfado que me producían sus impertinentes palabras comenzara a ser un incomodo en el interior de mi apretada armadura de cuero. Ganas no me faltaron de estamparle un buen puñetazo en el rostro.

Y es que por mucho que de primeras se tratara de esconder su cara entre las hombreras de aquella chaqueta de cuero. Poco después no parecía interesada en esconder sus afilados colmillitos cada vez que con ironía, sonreía y escupía palabras de desprestigio hacia mi grupo. Era una vil chupasangres… ¡Con lo fácil que lo tenía! ¿Por qué no anunciarlo públicamente? Ni siquiera sería necesario que alzara una de mis ballestas, pues la muchedumbre se la comería.

Aún así. Cuando concluyó, todos los ojos se habían depositado sobre mí. Esperando una reacción. Una respuesta. Jules, sabedor de que tras aquellas palabras aquello no iba a terminar bien, miró a la chica con cierta cara de preocupación. Mojé los labios y me permití unos segundos de silencio, mirando a los pies de la chica y recorriendo todo su cuerpo con la mirada, hasta llegar a sus pupilas y clavarlos en ella.

-¿Deporte? No me cabe la menor duda de que no tienes ni idea de por qué uno decide hacerse cazador de vampiros. Quizás si intercambiásemos discursos y posiciones, entenderías el por qué. – comencé devolviéndole la puñalada y dedicándole una falsa sonrisa. ¿Acaso no era evidente? Su arrogancia resultaba demasiado repelente. – De todos modos, para tu fortuna, diré que nadie ha depositado su confianza en cazadores de vampiros para la protección de la villa. Ese es un error que llevo observando que la gente comete desde que llegué, por mi profesión original. – aclaré. Instantes de hacer una pausa. Luego comencé a andar con cierta arrogancia, pero también sensualidad, por el estrado. Mientras sin mirarla continuaba mis palabras. – Como ya he dicho, estoy aquí por mi condición de centinela del oeste. Y eso no se elige. Me ha tocado a mí al acabar con su anterior portador, el usurpador del trono de Lunargenta. – continué. – Y más te diré, un centinela no distingue de razas. Protege a los habitantes del área que le corresponde. Y punto. – luego me giré hacia ella, para hacerle una pregunta seria. - ¿O acaso insinúas que, por mi profesión e historial, voy a desatender los intereses de una parte del colectivo? – Pregunté en clara alusión a los chupasangres que habitaban en la ciudad. Con una sonrisa tan falta que, al verla, seguramente la tiparraca aquella ya supiera la respuesta, aunque con mis palabras tratara de expresar justo lo contrario.

Con un elegante gesto con la cabeza le devolví la palabra a nuestra querida mujer colmillos. Le había devuelto muy sucinta y diplomáticamente sus acusaciones. Tenía intriga por saber cuál sería su próximo movimiento.

Poco después, alguien pronto adquiriría todo el protagonismo. Y no sería ninguno de cuantos nos encontrábamos en lo alto de la tarima. Una campesina encapuchada, salió de entre la multitud. Andando a un ritmo apresurado.

-¡Maestra Huracán! – me llamó, acercándose a pie de tarima. - Yo deposito toda mi confianza en usted, y creo en su imparcialidad.– afirmó. – Me llamo Martina Ledvét. Y vivo en este pueblo desde hace más de cien años. Quería escuchar una historia y le pido que escuche la mía.

Tras decir aquello, una parte de los asistentes de la plaza comenzó a abuchear a la mujer, que se quitó la capucha y no escondió su tez pálida y sus ojos rojos. Una vampiro. Alcé una ceja seria, sin decir nada, esperando qué tenía que decir, aunque algunos comenzarían a acosarla a no mucho tardar.
Martina:

-Como notará por su amplia experiencia, soy vampiro. Fui convertida a la fuerza hace ochenta años. Tengo mi propia granja en las afueras, con animales que cuido y de los que me alimento, de la misma fuente de la que cualquier humano lo haría. – algunos insultos provenientes de los aldeanos hacia ella me dificultaban escuchar la historia. La mujer alzó la voz. – Vivo con familiares y conocidos, y jamás me he alimentado de un humano. He tratado de integrarme en la ciudad, cultivando hortalizas que vendo por las noches. – continuó. - Por ello, como buena ciudadana que creo ser, sé que usted me ayudará con mi problema.
-¡Calla, puta! – se escuchaba decir en las afueras. La chica trató de hacer caso omiso a las vejaciones. Estaba claro que los ambientes estaban tensos. Las heridas de la guerra aún estaban muy latentes. Y lo que ella diría a continuación, no sería para ponerme en un compromiso.
-Acojo refugiados de la guerra de Lunargenta en el pajar de mi granja. No guerreros. Sino antiguos conocidos que, como yo, huían de la exclusión a la que, como habrá advertido, los humanos de Sacrestic nos someten. – señaló con la palma de la mano, pero sin mirarles, a todos los que se estaban metiendo con ella. – Desde hace semanas, los humanos están atacando mi granja por el día. Destrozándola y atacando a los heridos, que ni siquiera tienen fuerza para defenderse. Han matado ya a tres. Y he acudido a los guardias, pero hacen la vista gorda. Por eso, recurro a usted, centinela, como mi último recurso.

Lo cierto es que no sabía muy bien qué decir. La plaza estaba divida, entre simpatizantes de la mujer, probablemente chupasangres o gente neutral. Y los contrarios. Que representaban más o menos un cincuenta por ciento de los presentes.

Yo me quedé pillada sin saber qué responder o qué mirar. Era la primera vez en mi vida que un chupasangres recurría a mí para algo. Devolví mi mirada a Jules y Annelise. Pero ellos simplemente se encogieron de hombros. El brujo, que había hecho como que no conocía a Lexie para que yo no lo supiera, con una sonrisa como diciendo que me había metido en un problema bastante serio.

-Ya, bueno… Los centinelas abarcamos otro tipo de problemas, chica. - Comenté rápidamente, para quitarla de en medio. Ahora era yo quien trataría de escabullirse aquel asunto. Sabía que ahora, para la vampiresa de antes, era un buen momento para contraatacar. Pero si nadie me interrumpía. Lo que haría sería tratar de desaparecer cuanto antes de aquella escena.

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Mensaje  Lexie Ivannovich Sáb Sep 22 2018, 22:40

Estaba segura de que algún día mi instinto suicida terminaría pasándome factura, pero el simple hecho de fastidiar un poco a la cazadora me parecía un deleite que no iba a desdeñar. No era difícil imaginar lo irritante que sería para ella escuchar mis palabras sin poder sacar su ballesta para agujerarme cual queso añejo, y ese hecho me parecía aún más deleitable. Acabar conmigo le sería tan sencillo y, a su vez, la condenaría frente a todos aquellos que aguardaban con esperanza a quien parecía ser su salvación. Aguardé con impaciencia a cualquier movimiento de la susodicha, mordiéndome el labio inferior para reprimir la sonrisa burlona que se formaba en mis labios cada que en sus ojos brillaban las ganas de cortarme la cabeza. Pobre cosita fea. Los cazadores no eran conocidos por mantener la compostura frente a una ‘‘sabandija’’ como yo.

La señorita cazadora no decepcionó con su respuesta, la cual resultó ser una escupidera de palabras en las que buscaba desacreditar mi hermoso discurso previo. Me vi tentada a aplaudir por aquella escenita, misma que fue acompañada por el movimiento altanero y engreído de la cazadora. No sabía si buscaba que le creyesen o estaba intentando seducir a alguien entre el público, porque con esos caminados imponía todo menos confianza. El monologo acabó con una pregunta en la que buscaba achacarme la responsabilidad de su falta de credibilidad. Admito que esa aura desafiante me estaba divirtiendo enormemente, pese al riesgo que corría al encontrarme rodeada de cazadores y, por supuesto, no estaba presta a dejarme vencer por una mocosa con el ego del tamaño de Lunargenta. Llevé una de mis manos a mi cintura, adoptando una pose despreocupada y bufona, dando a entender que sus incordios me importaban tres hectáreas de pepino.

—Exactamente, eso es lo que estoy sugiriendo —sonreí de manera irónica—. En toda la cháchara aburrida que has dado, no mencionaste ni una sola vez ‘‘lo hago, porque me importan’’ —solté un fingido suspiro de decepción—. Dejaste muy en claro que estás aquí, porque asesinaste al idiota en turno y te tocó dicha ‘‘responsabilidad’’ —acoté, haciendo las comillas con mis dedos—. Tú lo has dicho, el antiguo portador del titulo de centinela era un chupasangres. Podemos intuir, entonces, que de no haber sido así, aún estaríamos bajo la tutela de dicha persona y tú habrías seguido tu camino sin detenerte a velar por esta pobre gente —hice una pausa—; pero, claro, era un vampiro y ustedes los cazadores no pueden contenerse a asesinar a todo aquel que tenga colmillos. ¿Aún dices que no es un deporte para ti?

Sonreí de forma victoriosa, aguardando a la siguiente ronda por parte de la joven. Desafortunadamente nuestra riña verbal se vio interrumpida por las palabras de otra mujer, quien se dirigió a mi oponente, solicitando que escuchase sus palabras, mientras se acercaba a la tarima para contar su historia. Dirigí mi atención al acompañante de la cazadora, preguntándome por qué no me había entregado. Él era quien más motivos tenía para buscar mi cabeza y aún así no se había movido de su sitio, eso sí que era extraño. Claro que no me iba a detener a preguntar el por qué de sus motivos, antes había deseado ese platillo en mi cama, pero ahorita me interesaba más sacar de quicio a su compañera. En la vida hay prioridades. No supe cuánto tiempo estuve perdida observando al sujeto, pues para cuando volví a la realidad la tipa ya estaba terminando su historia.

No había captado mucho del relato, porque, la verdad, me daba absolutamente igual lo que tuviese que aportar, considerando que desde el inició apeló a la ficticia bondad de Huracán. No obstante, cuando habló acerca de los destrozos en su granja por parte del ganado no pude evitar arquear una ceja con curiosidad. ¿Una vampira solicitando ayuda de una cazadora? El destino parecía estar de mi lado a la hora de fastidiar a la mocosa-centinela. Aquellas palabras dividieron a la multitud de una forma inesperada. Algunos apoyaban a la vampira, otros la abucheaban e insultaban. Todo parecía una receta de un batido destinado al desastre. ¡Y con lo mucho que adoro ver el mundo arder! La tensión era tan palpable que sentía que en cualquier momento habría un baño de sangre, y la cereza del pastel fue la escueta respuesta recibida de parte de la cazadora. Este era mi momento de brillar.

—Típico de los cazadores —
me encogí de hombros—. Lo bueno es que los centinelas ‘‘no hacían distinción entre razas’’ —esta vez no escondí el tono sarcástico al citar las palabras de Huracán—. Creo que has dejado claro que tu profesión e historial sí te harán desatender los intereses de un colectivo —ladeé mi cabeza, relamiendo mis labios con emoción—. Buen trabajo, maestra cazadora.

Y la euforia estalló. Ambos bandos comenzaron una riña mucho más fuerte, mientras yo guardaba mis manos en los bolsillos de mi chapa de cuero, deleitándome con el caos que se había ocasionado en tan pocos segundos. Avancé lentamente hacia las escaleras de la tarima, pues no pretendía ser parte del barullo, mismo que comenzaba a trascender a más que palabras, cuando algunos campesinos sacaron sus picos. Usual en los mortales, siempre resolver las cosas por la violencia. ¿Qué harías ahora, señorita cazadora?
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Mensaje  Anastasia Boisson Dom Sep 23 2018, 17:44

Cruzada de brazos, me mordí el labio mirándola fijamente a los ojos. Era arrogante. Altiva. Crecida. Cada palabra que escupía por su boca de chupasangres era un desafío para mi paciencia, que no es que acostumbrara a ser demasiada. Mi mirada mostraba una evidente sintonía frustración, y la suya una falsa sensación de comodidad con la situación. Quería comprobar qué tan valiente era de tentar a la suerte en un lugar más discreto. Allí, su cabeza ya reposaría empalada contra un árbol. Pero no era tan estúpida como para desenvainar mis armas allí mismo y dar libertad a mis deseos de cerrarle la boca.

Pero el caos se había desatado en la plaza. Un cruce de acusaciones e insultos entre simpatizantes de un bando y de otro se habían desatado y la gente comenzó a aglutinarse. Los escasos guardas bajaron del estrado para poner algo de orden entre la muchedumbre, y entonces quedamos los tres cazadores y la chupasangre allí. Relajada, posé mis ojos en ella. Pude sentir como un aura extraña rodeaba el rubí, aunque no fui demasiado consciente.

-Creo que tienes los humos muy subidos, niñita. – le dije en un tono de voz normal, pero que pasaría desapercibido para todos los que no estuviésemos allí. – Hazte un favor y bájalos tú misma, antes de que tenga que hacerlo yo. – y sonreí. Por fin había sido rápida y directa. Como a mí me gustaba. En lo que era, por fin, una clara amenaza. No era como atravesarla con un flechazo, pero desde luego era lo más “placentero” posible.

Y tras decir esto, me puse en el borde del estrado. Annelise vino conmigo. Nos miramos viendo como todo el mundo se peleaba. Había que poner un poco de orden en todo aquello. La guardia terminó apaciguando al populacho, y éstos comenzaron a insistir en que tomara partido para solucionar el problema. Aquello de ser centinela comenzaba a resultarme tedioso.

Uno de los guardias se acercó a mí para pedir mi intervención. Finalmente no me quedó más remedio que aceptar. ¿Pero qué solución tomar? Era imposible dar una que contentara a ambas partes. Y, a fin de cuentas, era una cazadora de vampiros. En cualquier caso, pedí a Martina que nos llevara hasta la granja donde acogía a los vampiros. Pero la única condición que puse fue que el resto del pueblo tendría que mantenerse al margen de aquello. Éstos aceptaron, pero estaba segura que más de uno se acercaría para cuchichear mis primeras decisiones como centinela del oeste.

-Gracias por acceder, maes… - iba a agradecerme Martina. Aunque alcé la mano al pasar al lado de la chupasangres. Simplemente pasé altiva a su lado, sin dar respuesta ni mirarda.

Jules, por su parte, no había estado conmigo. Y cuando me di la vuelta y lo vi hablando con aquella asquerosa vampira mi mirada no pudo ser más sentenciante. La había tomado del brazo y le hablaba claramente enfadado, aunque no era capaz de decir lo que decía. Me acerqué al dúo taconeando con rapidez.

-¡Eh! Chica. ¿Crees que no me acuerdo de ti? ¡Claro que sí! Eres Lexie Ivannovich. – preguntó. – Mira, guapa. Me bastaría con decirle que trabajas para la Hermandad. Pero resulta que mi hermana Rachel te tiene cierto aprecio. Y eso te da algo de crédito. – comentó en un susurro, serio. – Sólo por eso, aún respiras. Así que yo no te voy a amenazar, pero sí que te voy a dar un consejo. – se acercó entonces un poco más. – Si quieres conservar la cabeza, intenta cerrar el pico.

De esto no había logrado escuchar nada, ni lo que decía él, ni lo que contestaba la chupasangres, si es que decía algo, por mucho esfuerzo que hice, pero llegado a este punto de la conversación. Ya pude poner la oreja para ver qué le decía.

-Lárgate de aquí, Lexie. – Fue todo cuanto escuché decir. Pero para entonces ya estaba junto a ambos. Y ya era tarde. Miré sentenciante a ambos. Cegada por el odio, aquello no hacía sino incrementar el calor del medallón. Al escuchar esto, intervine.
-¡Oh! ¡Que os conocéis! – dije sorprendida al llegar a la altura de ambos, en una clara mirada que mezclaba odio y, por qué no admitirlo, celos hacia la chupasangres a partes iguales. - ¡Y resulta que no me has dicho nada! ¿Pensabas esconderlo siempre? – exclamé mirando al brujo en una mirada que le pedía explicaciones.
-No es peligrosa. ¿Acaso te tengo que contar todo lo que veo y lo que no, Anastasia? – preguntó insistentemente. - ¡Maldita sea! Llevo años cazando contigo. ¿Cuándo te he fallado? ¿Es que no puedes mostrar un poco de confianza en mí? - preguntó con evidente gesto de preocupación por haberme decepcionado.

-Ya hablaremos de esto. – corté de raíz y sentenciante. Jules y yo habíamos discutido en los últimos días, a consecuencia de las decisiones que venía tomando desde que asumí el mando de maestra cazadora o como centinela. ¿Pero que me escondiera cosas? Aquello era algo por lo que no estaba dispuesta a pasar. Y menos con la oscuridad que albergaban las almas del rubí. Así, miré a Lexie. – Y tú no te vas a ningún lado, furcia. – le dije, ahora sí, sin ningún tipo de filtro. Pero sólo lo oirían ella y a los cazadores en exclusiva. Estaba cansada de fingir ser quien no era. Primero se había pasado de lista, pero que Jules la conociera y no dijera nada, me había sentado muy mal. – No hasta que Jules me diga de qué te conoce y por qué. – di un paso hacia atrás. – Y sí, confío en ti. Así que vigílala que no escape. Se viene con nosotros al granero. – ordené. Jules no agarraría a la chupasangres, pero sí que se mantendría un ojo a vizor. Enviándole una mirada cómplice para que no “complicara” aún más las cosas. Si lo hacía, era por su hermana Rachel. Que para él era lo más importante. Pero para mí, aquella vampiro tenía que tener algún secreto importante, de lo contrario, el mismo brujo me lo habría revelado antes.

Además, la tensión se palpaba en el ambiente. Y Annelise simplemente tampoco entendía la actitud del brujo, también reprochándole con la mirada aquel feo gesto, conociendo mi estado de humor. La aparición de Martina para guiarnos al granero supuso un punto de tranquilidad en el cargado ambiente. Venía dispuesta a guiarnos a la granja.
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Mensaje  Lexie Ivannovich Miér Sep 26 2018, 03:32

Nuevamente sonreí con sorna, dándome el lujo de disfrutar los gestos que expresaba la cazadora ante mis palabras. Su infantil amenaza sólo me hizo arquear una ceja con curiosidad, aguardando el momento en que perdiese los estribos y quedase en evidencia frente a toda esa gente que había acudido ahí en busca de su ‘‘protección’’. Por supuesto, la mocosa-cazadora no era tonta, aunque con ese temperamento me hacía las cosas más sencillas. Una vez que el caos se desató no pude hacer más que intentar abandonar el lugar, considerando que la mocosa no era, precisamente, diestra a la hora de controlar a las masas. Era algo innato en los cazadores. Sus habilidades de caza eran lo único resaltable dentro de esos cuerpos gobernados por cerebros del tamaño de un maní. Afortunadamente tenía mejores cosas que hacer, que quedarme a ver como le explotaba el titulo en la cara a esa niñita.

Desafortunadamente mi bien planeado escape se vio interrumpido, cuando alguien sujetó mi brazo con fuerza, impidiéndome abandonar el escenario por completo. Al girar mi rostro no pude evitar llevarme una sorpresa, pues se trataba nada más y nada menos que el hermano de Rachel. El mismo joven que, por alguna misteriosa razón, no me había expuesto frente a la mocosa. La idea de que se hubiese olvidado de mí se fue al traste cuando me llamó por mi nombre, advirtiéndome lo que pasaría si él revelaba que yo había trabajado para la hermandad y haciendo alusión al cariño que su hermana parecía tenerme. La simple mención de aquella inocente chiquilla fue suficiente para que algo en mi interior se cuartease, ocasionando una confusa cruza de cables entre las neuronas de mi cerebro, por lo que, haciendo caso omiso al resto de su monologo, lo miré con preocupación, sin importarme que me estuviese lastimando con su agarre.

— ¿Rachel está bien? —Fue todo lo que pregunté con un hilo de voz—. La quiero… —susurré de forma casi inaudible mientras mi mirada se ablandaba—. Jamás trabajé para la hermandad. Ayudé en esa ocasión, porque la vida de la mujer que me crio estaba en peligro por deberle un favor a Mortagglia y no tuve otra opción —no entendía por qué estaba revelando aquello a ese cazador que, si quisiera, podría matarme ahí mismo, pues yo no tenía la cordura para defenderme. ¿Qué estaba pasándome? Algo estaba mal conmigo—. Sólo dime que Rachel está bien…

Aquello era confuso y aterrador al mismo tiempo. Mi cabeza daba vueltas, mi corazón latía con fuerza y sentía como mis emociones se desbordaban por mi cuerpo. No lo entendía. Hacía décadas que abandoné todo retazo de humanidad existente en mi persona, pero, ahora, con la simple mención de esa chica, la barrera tras la cual había encerrado mis emociones se había fragmentado, dejando que unas cuantas escaparan e invadieran mi interior, ocasionando un caos entre mi frívolo yo y la Alexandra Marie de antaño. El cazador me instó a abandonar el lugar, a lo que sólo pude asentir, pidiéndole en voz baja que soltase su agarre para marcharme cuanto antes. De pronto escuché la voz de Huracán, quien no parecía nada contenta con la charla que sosteníamos su compañero y yo, entablando una pequeña riña en la que el joven no parecía complacido de participar.

— ¿Furcia? —Esa palabra pareció surtir efecto en mi conflicto interior, haciéndome retomar un poco de cordura—. ¿Por qué no dejas la escenita de celos para otro momento? —Fruncí el ceño, tratando de volver a mi personalidad habitual—. ¿No crees que ya has dado demasiados espectáculos? —Mi voz sonaba seria, pero había perdido ese atisbo de arrogancia que tanto me caracterizaba—. Concéntrate en tu deber y madura de una buena vez —me llevé la mano a la cabeza, sintiéndome extrañamente culpable y avergonzada—. ¿Qué está pasándome…?

— ¡Fuu! ¡Parece que podremos ayudar a un congénere! —Mi propia voz resonó en mi cabeza, pero de forma alegre e inocente—. ¡¿No estás emocionada?! ¡Hace décadas que no hacemos algo altruista!

Avancé a una distancia prudencial del cazador, tratando de acallar mi propia voz en mi mente, que comenzaba a exasperarme. Atribuía mi caos interno al cariño que tenía por Rachel y eso no era algo que yo pudiese permitirme, pues nublaba mi juicio y me ponía en un estado de vulnerabilidad bastante peligroso. Estaba claro que Huracán no me dejaría marchar, estaba lo suficientemente celosa e irritada como para hacer un movimiento en falso. Seguir a la tal Martina hasta su granja no era algo que quisiese hacer, menos cuando el brujo mantenía su vista en mí, advirtiéndome sobre lo que pasaría si se me ocurría escapar, pero en vista de que no me quedaba otra opción, opté por guardar silencio, aunque esto supusiese tener que escuchar los retazos de locura que parecía estar desarrollando.

— ¡Por los Dioses! —Exclamó la voz en mi cabeza—. ¡¿Quién pudo hacer algo tan infame?!

—Cierra la boca...


Sentencié en voz baja, mirando la deplorable residencia con un atisbo de curiosidad. Este día no podía ser mejor: me encontraba con el brujo, mis emociones se estaban saliendo de control, había fastidiado a una cazadora y ahora hablaba conmigo misma. Sí, definitivamente fue una ‘‘estupenda’’ idea volver a casa.
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Mensaje  Anastasia Boisson Miér Sep 26 2018, 20:57

Comencé a caminar al frente, junto a la tal Martina y a varios miembros de la guardia. Por mucho que hubiésemos pedido que no nos siguieran. No eran pocos los pueblerinos que intentaban seguirnos de manera discreta. O eso creían ellos. Esconderse detrás de mobiliario urbano y girar la cabeza al entrar en contacto con la mirada, o ir caminando metros detrás, era un perfecto ejemplo de cómo llamar la atención. Desde luego nadie diría que viviesen en un pueblo habitado por vampiros.

Pero no eran éstos lo que más me incomodaba del trayecto. Sino escuchar a Jules pasos atrás intercambiar palabras con la chupasangres. Escuchaba que eran lo que se traían entre manos. Iba a acabar enterándome de quién era la tal Lexie antes de que él me lo dijera.

-Rachel está bien. Vive en Beltrexus con nosotros. Aunque a veces va a Dundarak a cumplir sus obligaciones con la Logia. – comentaba con sonrisas. Creyendo que no la oía. Rachel había trabajado para la Hermandad. ¿Era posible que aquella listilla tuviese algún tipo de vinculación con la desaparecida secta? – El día que nos tendiste aquella trampa… Que todo el grupo nos atacasteis. Estuvisteis a punto de lograr que Elen o yo os liquidásemos. – preguntó el brujo, con cierta gracia. - ¿Te pasa algo, Lexie? Es como si hablaras contigo misma.

Ahora sí que comenzaba a descubrir quién era Lexie. Elen me había contado aquella historia. De cómo Rachel y una chupasangres les habían tendido una trampa. La cabeza de hojalata tenía una excusa, pero de Lexie ya no me quedaba la menor duda. Aquella escoria vampiro había trabajado para la Hermandad. Y Jules no estaba dispuesto a contármelo, por lo que parecía.

Pero la venganza era un plato que se servía frío. Entrecerré los ojos con cierto placer y, para cuando me di cuenta, ya estábamos en la granja, al lado de Martina. Ella me sacó de mi inopia.

-Centinela, hemos llegado. – comentó. Mostrándome la estructura, un pajar al lado de una casa que probablemente fuera su residencia.
-¿Cuántos vampiros hay ahora mismo en el interior? – pregunté, sin mirarla, observando la estructura de madera y de dos plantas. - ¿Hay algún humano?
-No, maestra. Humanos ninguno. No se atreven a entrar. – la joven me miró. – Hay unos diez vampiros refugiados recuperándose, pero mis animales no dan abasto para la sangre que necesitan. – extendió el brazo en dirección a unos alborotadores que intentaban lanzar piedras u objetos al interior con violencia. – Esos son algunos de los que le decía antes.
-Ya veo. – comenté, asintiendo con la cabeza. Entonces me puse en camino hacia los malvados alborotadores que incordiaban a los pobre e indefensos chupasangres, recuperándose tras ser vilipendiados en la guerra de la ciudad que ellos mismos conquistaron. - ¡Eh! ¡Fuera de aquí! ¡Vamos! – grité con tranquilidad. Y como si creyeran que me trataba de una vampira o simpatizante de la ciudad, huyeron de nuevo a los bosques cercanos.

Me quedé entonces observando el pajar durante unos minutos. Sentí como sobre mi pecho, comenzaba a incrementarse el calor. El rubí ardía. Y más, y más, conforme me había ido enfadando. O cada vez que miraba atrás y veía a Jules hablando con total normalidad con la loca chupasangres que había trabajado en la Hermandad. ¿Es que mi propia pareja no iba a ser capaz de decírmelo?

Aquella fuerza aunaba envidia, odio y resentimiento por la falta de confianza del brujo. No era yo misma. O quizás sí, pero más descontrolada. Las almas oscuras del rubí comenzaban a hacer mella en mi espíritu sin que fuese consciente de ello. Perdí mis ojos en el pajar. Incluso lo miré como si me intimidara y a la vez, como desafiante. Estiraba el lateral de un labio para esbozar una sonrisa de suficiencia y superioridad. Sabía qué había que hacer. Me di la vuelta y, caminando con elegancia y cierta soberbia, volví con Jules, Lexie, Martina y los guardias.

Además estaba casi todo el chismoso pueblo, que me miraba no demasiado convencido después de que hubiese espantado a los alborotadores humanos. Algunos, incluso, me estaban abucheando. Y recordándome lo “inútil” que era mi gremio. Alguien había colocado carteles hacía tiempo por las ciudades, y desde entonces nuestro nombre se había ensuciado ligeramente. Pensamiento que me enfurecía aún más.

Tranquila, Anastasia. Mi primer destino era la chupasangres de Lexie.

-Lexie, querida, quiero comprobar la integridad de los vampiros. O si necesitan algo. – comencé diciéndole, mirando también de reojo a Jules. Que me miraba serio. – Pero se sentirán más tranquilos si alguien de su… - Me llevé la mano a la barbilla. ¿Calaña? – raza. Les aborda. – adelanté la cabeza a un escaso palmo de ella e hice una pausa para suspirar y cruzarme de brazos. - ¿Por qué no entras al pajar y les preguntas cómo se encuentran? – Quizás aquello sonara como una petición. Pero por mi falsa mirada hacía intuir que se trataba más bien de una orden.
-¿Quiere que entre yo, maestra? – interrumpió Martina.
Ladeé la cabeza hacia la posición de la chupasangres con lentitud, mirándola a los ojos y sonriendo. – ¡Oh! ¿Tú también?. Si quieres… - Había dejado cierta incertidumbre en la respuesta.

Ahora era cuestión de ellas decidir si entraban o preferían permanecer fuera. Realmente no es que me importara demasiado.

*Off: Los anuncios a los que hago referencia y que Huri odia son estos: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
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Mensaje  Lexie Ivannovich Vie Sep 28 2018, 23:08

Todo dentro de mí era un completo caos. Normalmente hablaba conmigo misma, pero era la primera vez que mi mente osaba responderme de esa manera y, sinceramente, comenzaba a exasperarme. No importaba lo que hiciese, simplemente no podía callarla. Asumí que todo era culpa del cazador y de su hermana, sí, definitivamente el cariño que tenía por la inocente chiquilla era la causante de mi desajuste emocional, considerando que hacía años que no sentía algo parecido por alguien que no fuese mi familia adoptiva. Para colmo el hombre no dejaba de repetir ‘‘nos atacasteis’’, ‘‘nos tendisteis esa trampa’’, como si yo hubiese sido capaz de idear semejante plan, para dañar a personas que en mi vida había visto. Claro que, razonar con cazadores, era una total perdida de tiempo, pues son conocidos por no ver más allá de su nariz, así que suspiré derrotada, dejando que creyese lo que le viniese en gana.

—El parece gentil y sensato —habló la voz en mi cabeza—. Si volvemos a explicarle quizá entienda nuestros motivos.

¿Por qué rayos lo haría? ¿Qué motivo tendría yo para volver a contar la misma historia una y otra vez? Era claro que no quería escuchar y el hecho de desperdiciar mis palabras en alguien sin la capacidad mínima de sentido común era inaudito. Aun así, no escondí la pequeña sonrisa que se formó en mis labios al sabe que Rachel estaba bien. Era una buena chica. Nada que ver con el terco de su hermano y la nefasta de Huracán. Incluso sentía algo de pena por ella; todo lo que tendría que soportar viviendo con personas de mente tan cerrada e ideales asquerosos. Porque eso eran los cazadores de vampiros. Idiotas sin oficio ni beneficio, con complejo de dioses que les hacía creer que tenían el derecho de decidir quién debía vivir y quién no. Me encantaría verlos masacrados de la misma forma en que lo hacían con mi raza. Sería tan feliz de que probasen, por una vez, lo que se siente estar del otro lado de su avaricia y estupidez desmedida.

—Claro —mi boca se abrió por inercia—, porque es obvio que soy la bastante inteligente como para idear un plan en una mansión que no era mía, juntar un ejército que no estaba bajo mis órdenes y ‘‘atacar’’ a dos personas completamente extrañas —solté con ironía—. Y eso de atacar es subjetivo, porque no soy lo bastante valiente como para ponerme al frente de la línea y apostar mi vida por un grupo de extraños —me encogí de hombros—. Lo repetiré por última vez a ver si ahora sí entra en tu cerrada y asesina cabeza de cazador —comencé a hablar con un tono chocante—. Yo NO —hice énfasis en mis palabras, como si hablara con algún retrasado mental— pertenecí a ninguna organización, NO tengo ni la más remota idea de por qué los querían ahí y por qué los emboscaron. MI MADRE conoció a la tal Mortagglia hace décadas. NO SÉ qué clase de favor le debía a esa mujer, pero, unos días antes del asunto, un vampiro se presentó en mi hogar EXIGIENDO que siguiese las ordenes de la susodicha o le cobrarían el favor con su vida —hice una pausa—. Tú tienes a tu hermana y yo tengo a mi propia familia a quien proteger, así que bien puedes entender el maldito sentimiento de cuidar de alguien pese a tu nublado raciocinio —lo miré con molestia de tener que repetir todo cual cacatúa—. LAS INTRUCCIONES fueron claras: ir a una taberna y guiar a los dos brujos hasta esa ubicación, punto —finalicé cada vez más molesta—. ¿Entendiste ahora? ¿O te lo explico con peras y manzanas?

—Eso fue grosero —por un momento olvidé que me estaba volviendo loca—. No creo que nos crea si usamos esos modos.

—Ponerme a mí como la mente maestra detrás de ese plan es darme demasiado crédito —llevé mis manos a los bolsillos y fruncí el ceño, ignorando a mi propia mente—. Creí que eras diferente a tu novia, pero es obvio que son tal para cual…

Avancé un par de pasos, alejándome del cazador y de su aura que sólo servían para hacerme perder los estribos. En otras circunstancias me pavonearía y tomaría el crédito por cosas que no hice, pero, considerando mi inestabilidad actual, sentía que debía defender mi honor frente a esos pedazos de basura. Decidí enfocar mi atención en otra cosa, antes de empezar a sentir lastima de mí misma, por lo que observé con atención a la tal Martina. Diez vampiros reunidos en un solo lugar y todos heridos. Básicamente estaban puestos en charola de plata para que los cazadores les cortaran la cabeza sin esfuerzos. Permanecí en silencio, notando que Huracán se acercaba a nosotros con una fingida sonrisa y ese chocante aire de superioridad.

La manera en que se refirió a mí me hizo arquear una ceja con incredulidad. Incluso la voz de mi cabeza se quedó en silencio frente a aquella repentina petición, misma que estaba llena de falsa amabilidad y con un —tangible— tono amenazador. Intercalé mi mirada entre la cazadora y el lugar donde se encontraban los refugiados, mirando a la primera con un gesto indicador de que no me tragaba para nada sus cuentos. Solté un suspiro, negando con mi cabeza. Sucumbir a los berrinches de una mocosa caprichosa no encabezaba la lista de las cosas que deseaba hacer al volver a casa; sin embargo, tampoco podía negarme si quería mantener mi pellejo intacto. Saqué las manos de mis bolsillos y caminé lentamente hasta la propiedad, importándome poco si la tal Martina me seguía o no. Alguien que se arrastraba frente a los cazadores no merecía ni que la volteara a ver. Aun así, me detuve al pasar al lado de Huracán, sin retirar mi vista del frente.

—Deja los berrinches y tu fingida preocupación —
hablé de forma baja, asegurándome de que solamente escuchase—. Esta gente no te importa y será mejor para tu credibilidad que se los digas de frente y te marches. Acaba con este circo de una buena vez y actúa de forma razonable. Ellos no tienen porque poner su confianza en alguien que no tiene la sensatez para tratar a todos por igual.

No esperé por su respuesta, simplemente retomé mi camino hacia el lugar donde se hallaban los supuestos vampiros, notando que, finalmente, la dueña de la granja había decidido seguirme. Realmente no estaba segura de qué podría hacer yo para que confiasen en Huracán, pues era la primera que saldría corriendo de no ser por el hecho de que me tenían custodiada. Martina no mentía. Todos poseían heridas y lesiones de diferentes tipos, pero yo no era médico, así que no tenía idea de los cuidados que requerirían cada uno de ellos. Supongo que tendría que hacer una explicación rápida de la situación y pedirles que por ahora hicieran lo que pudiesen para confiar. Lamentablemente los efectos de la espinaca comenzaban a pasar y mi cuerpo empezó a mostrar los primeros signos de envejecimiento, que anunciaban la imperativa necesidad de otra dosis de polvitos sagrados.

—Será mejor que tú hables con ellos… —
busqué, pero no encontré una mejor solución—. Confían en ti.

Traté de mantener la abstinencia al mínimo, permitiéndole iniciar con la explicación de lo que sucedía allá afuera. El dolor era fuerte, pero aún tenía algo de tiempo antes de que la necesidad se volviese insoportable. Primero tendría que asegurarme que esos refugiados no acabaran en la pared de Huracán. Ni yo misma creía en mis propias buenas intenciones. Claramente ya había perdido la cordura.
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Mensaje  Anastasia Boisson Dom Sep 30 2018, 20:54

Jules sintió un terrible sentimiento de culpa después de las duras palabras de Lexie hacia su persona. Pues claro que sabía que no había sido la maquiavela mente pensante detrás de aquella trampa. Pero eso no impedía que la vampiresa fuese cómplice directa y los hubiese expuesto tanto a él como a su hermana Rachel, y también a mis amigos.

Sí. Él era quizás el único de los cazadores que mostraba algo de compasión y que respetaba el código ético: Aquel que decía que no se atacaría a ningún vampiro fuera de un contrato o en defensa de propia o de un ciudadano. De hecho, si hubiese tenido un mínimo del carácter que tengo yo, le habría disparado inmisericordemente nada más reconocerla. Qué demonios. Yo misma lo hubiese hecho de haber sabido que estaba directamente involucrada con la Hermandad. Para mí, alguien que ayudaba al grupo de mi abuela era inmediatamente mi enemigo. Pero el brujo, precisamente, comprendía que la Dama obligaba a los más desfavorecidos a unirse a su causa por medio de su demagogia barata. Y por ello, confiaba en Lexie y no comprendía aquella desproporcionada reacción. Y menos después de que la pelirroja mostrara aprecio por su hermana.

Pero yo era distinta. Y cuando esta estúpida volvió a pasar a mi lado, la miré. Volvía con las absurdas lecciones morales. El rubí de mi pecho ardía más que nunca. Ignoré sus palabras soberbias. Había difamado de mi gremio, y necesitaba purgar, en cierto modo, la fama de “blanda” que injustamente me habían atribuido. La dejé pasar y entrar en el pajar, y más atrás, Martina la seguía. Aquella chupasangres sí que parecía una mujer decente. Pero… ¿Qué más daba? En la guerra de Lunargenta se había demostrado que los daños colaterales existían.

Los miembros de la guardia se pusieron a mi espalda. Con los brazos en jarra, observaba el edificio. Hicieron una pausa antes de hablar. Como si sintieran respeto por la persona a quien se dirigían.

-Centinela, ¿qué hacemos ahora? – preguntó.
-Tapiad las puertas. – ordené sin dubitación. Sin mirar a nadie más que al frente. Jules no me había escuchado porque aún estaba en shock, pero Annelise, un poco sorprendida, se acercó a mí.
-¿Es... estás segura, Anasasia? ¿Ta… Tapiar las puertas? – preguntó la amiga de Cassandra, muy extrañada. - ¿Para qué? – Ante su pregunta, giré la cara hacia ella. Por lo que podría ver mis pupilas teñidas del rojo del rubí.
-No discutas mis órdenes, Annelise. – dije recostando la cabeza hacia ella, sin responder a su pregunta. Eso lo vería pronto. – Y hazme una pequeña hoguera aquí mismo. – comenté señalando una pequeña acumulación de madera seca.

La bruja, sin demasiado convencimiento pero sin atreverse a discutir mis órdenes, chasqueó los dedos y generó unas pequeñas ascuas a mi lado. Jules, que estaba más atrás, no entendía por qué Annelise y los guardias comenzaban a taponar con piedras, trozos de madera, alcayatas u otros utensilios de hierro los accesos al interior del edificio, con rapidez. Yo simplemente permanecí como una mera espectadora de la estructura, hasta que Annelise y los guardias volvieron a los dos minutos a mí posición.

-Ya está, centinela. ¿Algo más? – preguntaron los guardias.

Tras unos instantes, deslomé la ballesta pesada de mi espalda y me quedé mirando la estructura. Con los ojos rojos, cubiertos por el odio. Tras unos instantes de ensimismamiento, miré la hoguerita que había creado Annelise y coloqué la punta del virote de mi ballesta a dos manos sobre el fuego, consiguiendo que se encendiera.

Acto seguido, coloqué la ballesta a la altura de mi hombro, interponiendo la mira, con la llama, y con el edificio donde los chupasangres habían sido encerrados. Sólo entonces, respondería a la pregunta del guardia.

-¡Que ardan! – grité.  - ¡Quemadlos! ¡Quemadlos a todos!

Y disparé. Primero una, después tomé otra flecha del carcaj y repetí lo mismo. Annelise no tardó en unirse, y los guardias, sumidos en la euforia, hicieron lo mismo, adelantándose a todos y haciendo la mayor parte del trabajo. Ellos tenían miedo de los vampiros. Y aquel era un claro mensaje de que las cosas iban a cambiar. Los había conseguido sublevarse contra toda una raza. Mi presencia, era una luz de la esperanza. Había prendido la llama. Y después de haber realizado tres disparos, guardé mi arma predilecta.

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¡Ah! Aquello era muy excitante. Me mordí el labio viendo cómo aquel pajar ardía con una facilidad pasmosa y di dos pasos hacia delante, caminando poco a poco. Todos los catetos pueblerinos se habían puesto a alardear nuestro buen hacer. Aquello era una indicación de cómo iban a funcionar las cosas a partir de ahora. Una mera advertencia de que algo iba cambiar en Sacrestic Ville. Los chupasangres no eran bienvenidos. Ellos eran los malos de todo. Habían sumido a Lunargenta en una terrible crisis durante más de un año, se alimentaban de inocentes. Ahora estaban debilitados. Y yo, la maestra cazadora, pasaría a la historia como la mujer que extinguió aquella plaga que se propagaba como la peste.

El único que no había hecho nada fue, precisamente, Jules. No tardó en llegar corriendo en cuanto vio aquello hacer. -¡No! ¡Huracán! ¿Qué estás haciendo? – preguntó el brujo, comenzando a correr hacia el pajar.
-Espera. Jules. – lo agarré fuerte del brazo para evitar su carrera. No dejándolo escapar. Hecho que, en primera instancia, le pareció extraño.

Me fijé en sus ojos. Los míos brillaban con ilusión. En una mezcla de tonalidades rojizas fruto del rubí y de las llamas que se reflejaban en mis retinas. Él no paraba de hablar. Alterado. Pidiéndome explicaciones para lo que había hecho. Pero no tenía ganas de explicarle nada. Entonces, acaricié su nuca, me acerqué a sus labios, coloqué mi dedo en estos y siseé para hacerle callar. El brujo quedó pillado sin saber bien qué decir. Y, entonces, lo besé.

Lo amaba. Jules siempre se quejaba de mi falta de atención hacia él. Nuestra falta de fogosidad principalmente debido a mis compromisos laborales. Tras provocar el incendio y sentirme tan superior, estaba excitada, y con ganas de demostrarle que yo, y no otra, era su mujer. La que siempre había buscado. La que le daría todo cuanto hubiese querido soñar. Ambos, formaríamos una pareja de cazavampiros para la historia. Y sólo de pensarlo. Aquella idea. Me resultaba altamente excitante. Tanto que no pude sino declarar mis intenciones. – Llévame a un lugar apartado. Hagamos el amor. – le dije mirándole a los ojos. – Esta noche seré tuya.

Pero el brujo mostró una cara de desconcierto. Se distanció de mí, pese a mi agarre de brazos y dio varios pasos hacia atrás. Yo intenté ir detrás de él, pero él no parecía dispuesto a volver a mis brazos.

-Anastasia… - dijo, haciendo gestos de negación con la cabeza. – Estás mal de la cabeza.

Y me empujó y corrió hacia el pajar. En busca de auxiliar a aquellos estúpidos chupasangres. ¿Me había rechazado a mí? ¿Y por qué? ¿Por la estúpida chupasangres ex miembro de la Hermandad que ahora estaría ya chamuscada? ¡Me había dejado plantada! ¿Cómo había osado? ¡A mí! ¡A su pareja!

Apreté los puños, furiosa. Mis ojos, más rojos que nunca, brillaban de rabia. Más valía que ella, y sus congéneres, hubiesen terminado reducidos a cenizas.

Por su propio bien, más les valía.
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Mensaje  Lexie Ivannovich Lun Oct 15 2018, 11:18

Nunca había sido partidaria de la piedad, pero ver a ese grupo de vampiros en ese estado tan deplorable, consiguió oprimirme el corazón de formas inimaginables. La tal Martina les dirigió unas cuantas palabras, animándolos a creer en la famosa Maestra Cazadora que ‘‘había venido a rescatarlos’’, mientras que yo me mordía la lengua, tratando de esconder mi desagrado por dicha mujer. Los efectos de la abstinencia sólo servían para desbordar mi escasa paciencia, por lo que me dediqué a pasear mi mirada entre los refugiados, buscando marear un poco el dolor y la necesidad de la espinaca. Instintivamente detuve mis ojos en las siluetas de una mujer, quien yacía hecha un ovillo junto a un chiquillo con el cabello dorado y la piel de porcelana. Desconocía los motivos que llevarían a un padre a convertir a su hijo a tan corta edad, aunque yo no era —precisamente— un ejemplo de buenas decisiones.

Una nueva punzada de dolor me golpeó al punto de dejarme sin aliento y comprendí que tendría que hacer aquello en ese lugar, lo quisiera o no. Me aparté discretamente hacia la parte trasera del granero, dejando que la vampira siguiera con su patético discurso ‘‘pro-cazadores’’, y saqué mi pequeño polvito, aspirándolo con desesperación. ¡Dulce elixir de los dioses! No sabría qué hacer sin ti. Inmediatamente mi piel recobró su juventud y mi cuerpo se sintió diez veces más fortalecido. Debía admitir que esto era una de las ventajas de pertenecer a los raiders y lo adoraba. En medio de mi satisfacción pude escuchar que algo se recargaba contra la puerta trasera, cosa que llamó mi atención. Me acerqué con cuidado y empujé la puerta, pero esta no se abrió. Lo intenté de nuevo, esta vez con más fuerza y el resultado fue el mismo.  

Los engranes de mi cerebro activaron una alerta; no obstante, me negaba a creer que aquello estuviese pasando. Había demasiado en juego, como para que Huracán se exhibiera de esa manera. Corrí inmediatamente hasta la puerta principal, confirmando mis desdichadas sospechas: nos habían encerrado. El grito de la bruja coronó la cereza de aquella maldita trampa mortal y no hubo nada que pudiese hacer para evitar que todo estallase en una devastadora explosión. Ni siquiera pude advertir a los demás lo que ocurría y lo último que pude vislumbrar fue la cara inocente de aquel mocoso que se aferraba a su madre con la ilusión en sus jóvenes ojos. Un destello naranja, una neblina rosa y el olor a carne quemada, quedaron impregnados en lo más recóndito de mi memoria, justo antes de que todo se volviese negro.

Salía de una pesadilla y volvía a entrar a otra. Siempre reviviendo los rostros de las vidas que había arrebatado por placer. No supe cuánto tiempo estuve inconsciente, pero el humo en mis pulmones me hizo toser de forma desenfrenada, buscando recuperar algo de oxigeno del exterior. Un extraño peso oprimía mi cuerpo contra el suelo; tenía algo incrustado en mi tobillo y, por el ardor en varias partes de mi anatomía, podía asegurar que necesitaría atender esas quemaduras con urgencia. La cabeza me daba vueltas y me sentía desorientada, por lo que intenté averiguar dónde estaba y lo que había sucedido. De pronto, las cosas se acomodaron en mi cabeza, recordando que Huracán me había instado a entrar al granero, con el propósito de hacerlo estallar con todos los vampiros adentro. No supe cómo, pero las fuerzas volvieron a mí, haciéndome empujar la tabla que me mantenía cautiva, buscando a la causante de aquella fechoría.

— ¡Tú! —Grité, acercándome tan rápido como mi cuerpo me lo permitía a ella—. ¡Maldito monstruo! —Mi brazo estaba lesionado y lo que sea que estuviese en mi pie me hacía cojear, pero aún así no me iba a detener, la haría pagar por eso—. ¡Debí saber que no jugarías limpio! —Concentré mi magia, mirando rápidamente a la muchedumbre que nos había seguido hasta ahí, la mayoría parecían humanos. Al menos eso los desorientaría un rato y podría encargarme de esa escoria por mi cuenta—. ¡Había un niño ahí adentro! —Escupí las palabras con todo el asco que pude, intentando tomarla por el cuello—. ¡Eres una maldita cobarde! ¡Tú y todos los cazadores! —No veía al brujo, aunque esperaba que me escuchara—. ¡¿Te crees muy valiente por actuar a las espaldas?! ¡No eres más que una mocosa con aires de grandeza, cuyas habilidades son tan patéticas que no es capaz de pelear de frente!

Sí, bueno, ella tenía las de ganar en este momento, pero mi enojo era tal que no me importaba morir en estos momentos. Podía creer lo que quisiese, pero no me dejaría vencer sin pelear. No era una buena idea combinar la espinaca con la rabia y la sed de venganza, ni si quiera yo conocía mis limites en esos momentos y, para ser honesta, no planeaba detenerme.


Habilidad nivel 0: Animus domini

Uso: 1x Espinaca en polvo
Lexie sentirá una sensación de euforia y fortaleza, duplicando sus atributos de fuerza y constitución durante los dos siguientes turnos
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Mensaje  Anastasia Boisson Lun Oct 15 2018, 20:50

Annelise y los demás cazadores observaban la escena no demasiado convencidos. Por un lado, se sentían mal por lo que habían hecho. Tapiar y quemar civiles no era una táctica típica de los cazadores de vampiros. Aunque por otro, no querían desobedecer a su maestra cazadora. El brujo Jules, siempre en el caballo de lo políticamente correcto, me había rechazado para irse a salvar a los chupasangres. Aquello sería algo que tendríamos que discutir más adelante. Ya que no lo pensaba disculpar.

-¡Jules! ¿A dónde vas? – preguntó Annelise al paso del brujo a su lado como una exhalación, rumbo al pajar.
-¿A dónde crees? – comentó el brujo quitándose la gabardina y entrando sin pensárselo dos veces en la estructura de madera.

Jules era un maestro del fuego, por lo que trató de facilitar la huida de algunos vampiros alejando las llamas de la manera que podía. Permitiéndoles escapar por el paso trasero. Pero si no los cazaba él, lo harían los campesinos. Aquellos desdichados estaban condenados a morir y el brujo era incapaz de comprender que yo estaba ayudando. - ¡Martina! ¡Ven! – gritó el brujo, tomando a la vampiresa por la mano mientras una madre, atrapada por un montón de escombros, tendió su hijo pequeño al brujo. El cual éste tomó en hombros y lo sacó del pajar. - ¡Annelise! ¡Ayúdame a ponerlos a salvo! – pidió.

-Pero… ¿Y la maestra Boisson? – preguntó la bruja, tomando al niño que acababa de salvar y a Martina y ayudándolos a salir. Ellos dos, junto a un vampiro adulto, fueron los únicos que consiguió salvar.
-Está en la parte de adelante, creo. – comentó un fatigado Jules, con el rostro y los ropajes completamente llenos de hollín. - Voy a buscarla. Intenta controlar a las fieras y salvar a estos inocentes.

Y así era, yo vivía otra realidad diferente en la que las llamas del pajar se reflejaban en mis pupilas, y mis ojos observaban en silencio cómo ardía. Con una sonrisa de satisfacción. Ninguno de aquellos miserables iba a escapar de allí con vida. Ellos habían formado parte de la invasión de Lunargenta, y era misión de los centinelas mantener el orden y eliminar las amenazas. El rubí me lo pedía. Y éste parecía haberse hecho con mi voluntad.

Pobres desdichados que huían entre gritos por una abertura trasera en el pajar. Una joven mujer sintió en sus pies una corriente de aire mecer sus ropajes. Los árboles del fondo del bosque. Aquellos que miraba y se movían con insistencia por el viento, se antojaba su salvación. Pero en medio estaba yo. Caminando con parsimonia, con las ballestas desenfundadas.

Gritaron de terror en cuanto vieron mi figura. Estaba segura de que ninguno de ellos me ponía cara. Pero habían oído hablar de “la mujer que asesinó a Mortagglia y Vladimir”. Y sabían que el viento, el “Huracán”, era mi carta de presentación. Cada uno decidió correr hacia un lado. Quizás creyendo que podrían ganar la lotería de que sólo iría a por los de un lado. Craso error. Pues en cuanto abatí a los que habían salido hacia la izquierda, me convertía en estela de humo para aparecer justo delante de los que iban hacia la derecha. Volvían a cambiar el sentido para volver a ser disparados por la espalda. La cuestión era que todos tenían que morir.

Entonces, mientras acababa con otro de ellos. Una voz sonó como si fuera armoniosa a mi espalda. Y eso que sólo profanaba insultos y palabrotas. ¡Oh! Y allí estaba mi vampiresa favorita. Me alegré de corazón que hubiese sobrevivido al incendio. Cuando me giré, Lexie estaba a escasos metros míos. Me pilló desprevenida y con las ballestas descargadas. Y cuando quise revertir la situación con una corriente de aire, ya era tarde. Terminé en el suelo, con ella sobre mi abdomen, tratando de asfixiarme.

No tuve más remedio que escuchar sus palabras mientras trataba de separar sus sucias manos de mi cuello. Tratando de inhalar algo de aire. Algo que me resultaba imposible. La chupasangres tenía mucha más fuerza que yo de por sí. Y sumida en la rabia y el odio como parecía estar, aún más. Tenía que concentrarme. Era eso o que mi cabeza siguiera moviéndose cual muñeco de paja, rebotando contra el suelo al son de sus manos, hasta que mis manos sobre sus muñecas perdiesen tensión en mis últimos hálitos de vida, mientras con palabras sacaba mis miserias a escasos centímetros de mi cara, brindándome todo su aliento… ¿De sabor espinaca? Aquella era una humillación que no se iba a dar.

Coloqué mis manos sobre su pecho y liberé todo el éter que tenía disponible para canalizar una corriente de aire que la separara de mí. Entonces me eché a un lado y respiré. ¡Por los dioses! Aquella era la mejor sensación que tuve en años. Aún cogiendo aire desde el suelo busqué con la mirada a Lexie. Iba a pagar por aquello y me llevé la mano al cogote, estaba sangrando. También lo hacía por la nariz y por el labio. Por los fuertes impactos contra el suelo. Dolía mucho, aunque estaba acostumbrada.

Poco a poco, me fui irguiendo. - ¿Una cobarde? ¿Y qué eres tú, que conduces a mis amigos a una trampa? Lo he escuchado todo. Y la mujer para la que trabajaste, asesinó a miles de civiles humanos sin motivo alguno. Ella sí era una cobarde. – Estaba tan enfadada como ella, y alcé una ceja mientras le daba tiempo a reponerse. La miré de arriba abajo. Malherida de un brazo y una pierna no iba a durar demasiado. - Dices que mis habilidades son patéticas. ¿No? – dije, señalándola. – Muy bien. En ese caso imagino que no te costará mucho vencerme. – y la vacilé con una sonrisa.

Apreté con fuerza el rubí de centinela. Del mismo salieron como una exhalación dos estelas fantasmales negras que la rodearían y la paralizarían si conseguían alcanzarla. La tercera estela era la mía, que me fui directamente a por ella en forma de humo a una tremenda velocidad, consiguiendo llevármela muy lejos. Fuera de las miradas de todos los presentes y del propio Jules, que trataba de llegar a nosotros y ahora tendría que seguir corriendo. Si bien el aterrizaje no fue el mejor, al menos para mí, pues acabé en forma humana y rodando por los suelos varias veces. Escupía sangre. Aún no era capaz de controlar los poderes del rubí. Mucho más poderosos que los míos.

-Ay... ¡Qué daño! – dije medio atolondrada y muy exhausta. No tenía mucho tiempo, sabía que aquello era algo que podría aprovechar Lexie.

*A lo largo del hilo uso habis de especialidad del viento y de nivel 4. Tinte de los Boisson. Y el rubí de centinela, que genera dos estelas que paralizan a los enemigos.
**Si Lex quiere combatir puedes metarolear un poquito para agilizar la lucha ^^
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Mensaje  Lexie Ivannovich Sáb Oct 20 2018, 10:14

No había sentido tanta rabia en mi vida, ni siquiera cuando asesiné al marido de Alathea, pero en esta ocasión tenía unas ansias inmensas por destrozar a esta mocosa con los humos alzados. Oprimí mis manos sobre su garganta, deseando escuchar el dulce sonido de su tráquea al reventar. Quería que lo supiera, que sintiese en carne propia la agonía de una muerte lenta y tortuosa. De pronto me vi lanzada por una corriente de aire, terminando estampada de espaldas contra el suelo, mientras me maldecía por haber bajado la guardia. Traté de recuperar el aire perdido por el impacto, sacando la maldita astilla de mi tobillo, para incorporarme nuevamente. Al levantar la vista noté que Huracán se acercaba peligrosamente a mí, escupiéndome un montón de reproches por lo sucedido en la mansión de Mortagglia. Estaba harta de tener que explicar la misma historia, ¿tan difícil era entender?

Poco pude hacer frente a las cosas negras que no dudaron en atacarme junto a la cazadora, quien, de alguna manera, me transportó a un lugar apartado. Para mi buena fortuna sus habilidades se debilitaron, regresándola a su forma humana, lo que me dio tiempo para volver a reponerme y respirar. Los efectos de la espinaca permanecían latentes en mi cuerpo, amortiguando el impacto de manera considerable. Huracán lucía igual o peor que yo, pero a diferencia de mí, ella tenía los recursos suficientes para acabar conmigo, aún en el estado en que se encontraba. No lo pensé mucho y me lancé contra ella, usando lo único que tenía a mi favor: la fuerza física, asegurándome de que tirase sus ballestas en el proceso. Admito que era mucho más impredecible de lo que hubiese imaginado y sólo los dioses sabrían de dónde chuchas sacaba tanta resistencia, aunque esto no impidió que nos desgreñáramos cual si fuéramos viles verduleras.

— ¡Deberías de conocer la historia a fondo en vez de hablar sin razón! —Dije, mientras rodaba con ella en nuestra lucha por someter a la otra—. ¡Tu estupidez mental no justifica tus acciones! —Tomé de su collar, jalándolo con fuerza en un intento por quitárselo y lanzarlo lejos. Al menos eso pondría su atención en otra cosa si es que conseguía mi cometido—. ¡Espera! —Le detuve las manos antes de que me destrozara el rostro—. ¡Ya! ¡Basta! ¡Es suficiente! —Grité con todas mis fuerzas, sintiendo como la herida que se había abierto en mi frente comenzaba a sangrar—. No me importa quién eres, tampoco me interesan tus berrinches; y te juro por los dioses que me da igual si eres una cazadora, una centinela o una mocosa inmadura —sentencié, mirándola fijamente—, pero si le tocas un pelo a Rachel…o si se te ocurre hacerle a ella lo mismo que hiciste con esa gente del granero, no me detendré hasta destrozarte con mis propias manos.

Solté sus manos, apartándome de ella. Era inútil seguir peleando, pues ambas estábamos agotadas y, por mi parte, no tenía más magia para defenderme. Eso sin considerar que los efectos de la espinaca no tardarían en desaparecer, dejándome completamente a su merced. Traté de ponerme de pie, esperando que Huracán fuese lo bastante sensata como para terminar nuestra batalla ahí. Todo ese circo me provocaba nauseas. Yo no era una heroína, jamás me había interesado en el bienestar ajeno y ahora me encontraba defendiendo a los vampiros traicionados y a la inocente chiquilla, quien parecía el único ser que valía la pena de todo ese grupo. Al menos la voz de mi cabeza se había callado, o ya podría considerar que había perdido completamente la cordura. Me mantuve a la espera de su siguiente movimiento, mentalizándome a que, tal vez, tendría que volver a defenderme de su sed de sangre.

—Podríamos declararlo un empate…

Intenté detener la hemorragia en mi frente, mirando a mi oponente con mis defensas en guardia por si se atrevía a hacer algún movimiento. Nunca había sido una devota creyente, pero les rogaba a los dioses que estuviese tan exhausta como yo. No quería tener que iniciar otra pelea en las condiciones que nos encontrábamos. Tal vez el mundo pudiese echarme una mano trayendo al brujo, al menos él podría distraerla y yo sería capaz de volver a casa, aunque, a juzgar por mi estado, pasaría demasiado tiempo antes de querer regresar a Sacrestic Ville.


P.D: Lamento el exceso de metarol ;w; si quieres que edite algo con todo gusto lo hago, pero si deseas machacar a Lex te doy oportunidad de metarolearla todo lo que quieras ♥
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Mensaje  Anastasia Boisson Dom Oct 28 2018, 16:10

Después del vuelo, la chupasangres recobró la compostura antes que yo. Se abalanzó de nuevo a por mí y comenzamos a rodar por el suelo ya sin armas y tirándonos de los pelos, golpeándonos más como marujas en una pelea de robo de novios que en un combate serio. Durante el proceso, perdí mis ballestas de mano, y aunque también era imposible tirar de la ballesta pesada, seguía guardando la daga del vampiro Vander, las granadas y la ballesta de muñeca. Recursos más que suficientes para despachar a la joven a placer.

Como tenía más fuerza, y encima parecía ir drogada, la que terminó de nuevo de espaldas al suelo fui yo. Cuando iba a golpearme de nuevo, tomé sus manos por las muñecas para detener el impacto. Pero en un arrebato de furia, la chupasangres tomó mi collar con los dientes, lo arrancó y lo tiró lejos de mí - ¡NO! – grité. No sabía muy bien por qué. Sentía como si me hubese arrancado un trozo de alma. Quería defender el colgante como nunca había protegido ninguna pertenencia. Ni siquiera mi centenaria ballesta pesada de manera de ébano, perteneciente a las maestras cazadoras de mi familia, menos a Isabella.

Forcejeé durante un segundo. Lo suficiente para colocar mi mano 90 grados respecto a la muñeca de Lexie y activar así el pequeño mecanismo que activaba los minivirotes de la ballesta muñequera, atravesándole la mano. Con esto, pude pegarle un puñetazo con el que vería las estrellas y gatear a cuatro patas por el colgante. – No, no, no… - Llegué hasta él. Brillaba en el suelo sin dueño. Y rápidamente lo devolví a su sitio, mi pecho. Ensangrentada como estaba, ya ni sabía cuál era suya y cual mía. Pero daba igual. El colgante estaba conmigo. Estaba bien. ¡Gracias a los dioses!

Lo apreté con ambas manos, y miré a Lexie - ¡No vuelvas a tocarlo en tu vida! – Amenacé frunciendo el ceño, enfatizando mediante señal con el dedo.

Luego devolví la vista al pajar ardiendo, a lo lejos. O lo que quedaba de él. De pronto, un sentimiento terrible de culpa comenzó a invadir mi corazón. Todo aquello había sido a consecuencia de perder el colgante durante unos segundos. Dejé de sentir la necesidad de aniquilar vampiros sin motivo alguno. Detrás de mí, Lexie, sobre el suelo, pedía cesar el combate, amenazándome de que no se me ocurriera tocar un pelo a Rachel.

-Rachel es mi cuñada. ¡Casi como una hermana pequeña para mí! ¿Cómo le voy a hacer nada? – dije mucho más calmada. Volviendo mi vista hacia atrás de nuevo. – Está bien. Puedes levantarte. – le permití. Aunque no descartaba una jugada sucia por su parte.

Lexie me había sacado de quicio ante mi público, había trabajado en la Hermandad, y acaparaba toda la atención de Jules. Curiosamente era la única chupasangres. No ahora que ya podía pensar con la cabeza. Hablando del brujo, llegó corriendo hasta nuestra posición. Bastante fatigado por el peso de su equipamiento. Se recostó sobre sus rodillas y me miró. Por primera vez, podía decirse que no tenía cara de buenos amigos.

-Esta vez has ido demasiado lejos. Has… Has quemado a vampiros indefensos. Sin remordimiento. ¿Qué se te ha pasado por la cabeza?– comentó visiblemente enfadado, pasando a mi lado. - ¿Ya has matado a Lexie? – Hice varios gestos de negación con la cabeza. – Bien, has dejado un vampiro vivo en la ciudad. – Se acercó entonces a la vampiresa y la ayudó a levantarse. Apreté los puños mientras veía como la ayudaba a recomponerse. ¿Por qué se ponía de su lado? El rubí volvía a influir en mi opinión. Trató de acariciar su cabeza cariñosamente. El brujo acostumbraba a hacer ese gesto con casi toda la gente, pues era su forma de ser. Pero no me gustaba un pelo. - ¿Cómo estás? Creo que te debo una disculpa. En mi nombre personal, y en el de todos los cazadores. No somos así, pero Huracán hoy... Ha estado desafortunada. Bueno, me alegra saber que estás bien. Le mandaré recuerdos a Rachel de tu parte. Se alegrará de saber de ti.– Dio tiempo a la réplica de Lexie. - Y en cuanto a ti, Huracán. – El brujo se fijó en el colgante, y también en mis ojos. Mis pupilas castañas se habían cambiado por los del rubí. El brujo sabía que algo había cambiado en mí desde la obtención del mismo. Y no parecía dispuesto a que me dejara dominar por su oscuro poder. – Tienes que darme ese colgante. No te está ayudando. – pidió, poniendo la mano.

Me llevé la mano a éste. Protegiéndolo de nuevo de Jules. Él también parecía querer arrebatármelo.

-Anastasia, dame el rubí. – insistió. Y comenzó a acercarse, con cara compasiva. – Por favor. – Dijo. Pero al ver mi negativa decidió acercar él mismo la mano para arrebatármelo.

Lo único que se llevó fue un rodillazo en el estómago en cuanto trató de acercar su mano a él. ¿Es que no lo entendía? Yo era la centinela. Y yo tenía que llevar el rubí. No tenía ningún problema con aquello. ¡Era todo culpa de aquellos chupasangres! ¡Ellos habían invadido Lunargenta!

-No lo toques. – advertí amenazándole, me alejé hacia atrás de ellos.

Al brujo no pareció gustarle nada esto. Aquella fue la primera vez que vi al brujo verdaderamente enfadado conmigo. Y tenía sus motivos, aunque no fuese capaz de verlo.

-¡Muy bien! ¿Quieres tu rubí? ¡Pues quédate con él! – espetó. – Eres suficientemente mayor para saber lo que te conviene. Al menos hazte un favor e intenta que no te maten. – concluyó el brujo, pasando a mi lado.
-¡Eres un cobarde, Jules! – grité cuando huía hacia atrás. - ¿Me has oído? ¡Un cobarde!

Sin decir nada más, Jules volvió a donde se encontraba Annelise junto al resto de cazavampiros. Yo no volvería al lugar. Había cumplido mi labor como centinela y como maestra cazadora: Exterminar a los vampiros. Por un lado, me sentía incomprendida. Por otro, arrepentida, pero mi orgullo era demasiado grande como para disculparme con Jules, compañeros y la gente.

Tomé mis armas y me fui. Necesitaba un tiempo de reflexión. Parecía claro que las cosas habían cambiado... Y aquello no había hecho más que empezar.
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Mensaje  Lexie Ivannovich Mar Nov 13 2018, 01:12

Arrancarle el collar fue la idea más inteligente que había tenido en mi prostituta vida. Por supuesto, no terminé ilesa de ahí, pues Huracán se las ingenió para atravesar mi mano con su ballesta y lanzarse a recuperar ese feo colguije. Arqueé una ceja con curiosidad al verla con el rostro abatido, como si hubiese estado a punto de perder la vida con aquel collar. Una mueca de desconfianza se formó en mis labios, mientras la bruja me aseguraba que no dañaría a Rachel, apelando al cariño que le tenía como su cuñada. Evidentemente no me tragué el cuento, pero le brindaría el beneficio de la duda por esta ocasión. Como pude me arrastré, tratando de contar mentalmente las magulladuras en mi cuerpo, haciéndome una idea del tiempo que tardaría en recuperarme. Y yo que no pensaba pasar tanto tiempo en casa.

Para colmo de males, me vi presenciando la pelea marital que se suscitó tras la llegada del brujo. No supe si sentirme halagada u ofendida, cuando este preguntó si la cazadora ya había acabado conmigo, a lo que no dudé en fruncir el ceño y agitar mi mano, reafirmando que, efectivamente, seguía en el mundo de los vivos. El cazado me ayudó a ponerme de pie, acariciando mi cabello en un gesto cariñoso, mismo que ocasionó que mis mejillas se ruborizaran. Pero… ¡¿qué demonios?! ¡Hacía décadas que yo no me sonrojaba! ¿Por qué ahora? ¿Por qué con algo tan simple? Me quedé petrificada, mirando a la nada, tratando de evitar cualquier movimiento en falso que consiguiera que Huracán me cortase la cabeza. Lo siguiente sí que me tomó por sorpresa. ¡Se estaba disculpando! ¡Conmigo! ¡¿Por qué?! Abrí mi boca para responder, pero las palabras tardaron en salir.

—Sólo no dejes que le haga daño a Rachel —volví a pedir con una voz suplicante—. Ustedes… —iba a quejarme en contra de la sed de sangre de los cazadores, cuando algo en mi cerebro me pidió reacomodar mis palabras—. Dile a Rachel que la extraño.

Cojeando traté de avanzar colina abajo. Tardaría horas en llegar hasta la aldea, considerando el estado en el que me encontraba. Con tantos pleitos de parejas, comenzaba a plantearme la idea de poner un consultorio de terapia. Seguramente me iría bien con eso. En medio de mi planeación de vida escuché un golpe y al volverme a mirar, noté que el brujo se había llevado un terrible rodillazo en el estómago de parte de su compañera. No supe en qué momento pasó, pero ya me encontraba al lado de él, preguntándole si se hallaba en condiciones de caminar. Sólo le devolvía la amabilidad que me había mostrado, no me gustaba deber favores, o al menos eso era lo que me repetía a mí misma. El cazador sentenció fríamente que Huracán se quedara con el collar, haciendo que mis neuronas trazaran la hipótesis de que algo andaba mal con ese artefacto y la bruja.

— ¿Cobarde? —Repetí el adjetivo en un susurro, pero ella sólo reafirmó lo que había dicho con un grito infantil—. Así que eso piensa…

Seguí al brujo a una distancia prudencial, viendo como su novia tomaba la dirección contraria. Nada de aquello parecía tener sentido, especialmente cuando volvía a escuchar mi propia voz, pidiéndome que me quedara con los cazadores. Oficialmente podía declararme loca, pues ese pensamiento suicida era la prueba de que había perdido un tornillo. Después de todo, ellos eran cazadores y yo una vampira, eso era totalmente imposible. En algún momento terminarían por matarme y sospechaba que sería muy pronto.
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