Cuerpo sano, mente sana, alma sana [Privado] [CERRADO]
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Cuerpo sano, mente sana, alma sana [Privado] [CERRADO]
A pesar de todo, aún había paz en ese lugar.
Lo había echado de menos. El ambiente era muy distinto al de Dundarak. Ahí no había gente, ni ruido. Solo la naturaleza y mi familia, trabajando relajadamente, cada uno con sus propios proyectos. O al menos, eso sería normalmente. La atención de al menos tres de nosotros estaba centrada en mi. Más concrétamente, en lo que ocurría conmigo.
Cada uno tenía ideas distintas para ayudar. Rakfyr insistía en aquel ritual. Después de todo, era un chamán. Aunque sus consejos solían estar relacionados con la moral, era algo así como un "guía espiritual"... aunque probablemente no eran las mejores palabras para describirlo. No estaba seguro de en qué consistía, pero al parecer, requería de ingredientes específicos.
Syl no estaba tan seguro. No, eso no era cierto. Syl confiaba plenamente en Rakfyr. Quizás era más apropiado decir que sentía mi inquietud al respecto. Parecía tratarlo como algo del estilo "si no crees que vaya a funcionar, no funcionará." Yo no sabía que pensar. Por lo tanto, mi compañero intentó que me tranquilizase todo lo que pudiese. Que estuviese relajado, sano físicamente, y durmiese, comiese y bebiese en abundancia. Cuerpo sano, mente sana, alma sana.
Y yo... bueno. Había tenido una idea que sabía con cierta seguridad que podía funcionar. Aquel cristal que había encontrado en el claro... los restos de aquella luna de energía que había formado Eclipse. Podía hacer algo con ello. Como siempre, era algo muy experimental. Quizás mi "proyecto" más atrevido hasta el momento. Pero tenía un conocimiento más que abundante sobre runas y encantamientos. Me atrevía a decir que llegado a ese punto, poca gente sabía más que yo al respecto. Si no lo hacía yo, no lo haría nadie.
Y era apropiado que hiciese mi propia cura. En parte, era como si me demostrase algo a mi mismo. Era algo estúpido, probablemente, y basado en la testarudez y la arrogancia. Pero también era una muestra de fuerza. La clase de cosa que dejaba claro quien era.
En ese momento, estaba descansando, tumbado sobre la hierba húmeda en mitad del claro. Pero mis pensamientos estaban en mi trabajo. Había llegado a un punto difícil. En cierta forma, estaba atascado. Pensaba que el que me diese el aire me aclararía las cosas un poco. No funcionaba del todo bien.
Busqué al hombre oso con la mirada. Solía mantenerse ocupado. Una vez lo vi, le hice una señal para que se acercase.
-Voy a enseñarte algo de magia.- dije. -Las bases, al menos. No quiero verte temblar cada vez que veas a un brujo lanzar rayos o algo así.- expliqué. Había hecho lo mismo con Syl en su momento, y también con Oshu. Le tocaba a él. -¿Sabes que es el éter?- Mejor empezar sabiendo que sabía. No era un gran profesor, y repetirme solía poner a prueba mi paciencia.
Le detuve con una señal, y fui a la cabaña. Salí de esta con un trozo de pergamino, medio frasco de tinta arcana, y una pluma. Me serviría como demostración para algo más o menos sencillo.
Dibujé un par de símbolos simples en el papel. Dos de los más básicos. "Agua" como base, y "Vida" y "Contacto" como condiciones.
-El éter es algo así como una forma de energía invisible que rodea y está atraída por todo lo que está vivo. Los brujos, vampiros, dragones y elfos pueden percibirla. Y yo también, de otra forma.- expliqué. -No es que la "vean", es más bien como si supieran que está ahí. Como cuando respiras, sabes que hay aire.- dije, pensando en una comparación que sirviese. -Además de percibirla, pueden utilizarla. La atraen mejor que las otras razas, y pueden manipularla, moverla, concentrarla y alterar su esencia para que hagan lo que quieran que haga. Algo básico: un tensai de fuego usando el éter para crear una llama de la nada.- continué. Y entonces, sostuve el pergamino, presioné mi dedo sobre el símbolo un instante, y un chorro de agua comenzó a salir de este, sobre la hierba, durante unos segundos. -Y esto es algo parecido, solo que sin brujos. El éter viene de los materiales, y la instrucción viene de los dibujos.-
Lo había echado de menos. El ambiente era muy distinto al de Dundarak. Ahí no había gente, ni ruido. Solo la naturaleza y mi familia, trabajando relajadamente, cada uno con sus propios proyectos. O al menos, eso sería normalmente. La atención de al menos tres de nosotros estaba centrada en mi. Más concrétamente, en lo que ocurría conmigo.
Cada uno tenía ideas distintas para ayudar. Rakfyr insistía en aquel ritual. Después de todo, era un chamán. Aunque sus consejos solían estar relacionados con la moral, era algo así como un "guía espiritual"... aunque probablemente no eran las mejores palabras para describirlo. No estaba seguro de en qué consistía, pero al parecer, requería de ingredientes específicos.
Syl no estaba tan seguro. No, eso no era cierto. Syl confiaba plenamente en Rakfyr. Quizás era más apropiado decir que sentía mi inquietud al respecto. Parecía tratarlo como algo del estilo "si no crees que vaya a funcionar, no funcionará." Yo no sabía que pensar. Por lo tanto, mi compañero intentó que me tranquilizase todo lo que pudiese. Que estuviese relajado, sano físicamente, y durmiese, comiese y bebiese en abundancia. Cuerpo sano, mente sana, alma sana.
Y yo... bueno. Había tenido una idea que sabía con cierta seguridad que podía funcionar. Aquel cristal que había encontrado en el claro... los restos de aquella luna de energía que había formado Eclipse. Podía hacer algo con ello. Como siempre, era algo muy experimental. Quizás mi "proyecto" más atrevido hasta el momento. Pero tenía un conocimiento más que abundante sobre runas y encantamientos. Me atrevía a decir que llegado a ese punto, poca gente sabía más que yo al respecto. Si no lo hacía yo, no lo haría nadie.
Y era apropiado que hiciese mi propia cura. En parte, era como si me demostrase algo a mi mismo. Era algo estúpido, probablemente, y basado en la testarudez y la arrogancia. Pero también era una muestra de fuerza. La clase de cosa que dejaba claro quien era.
En ese momento, estaba descansando, tumbado sobre la hierba húmeda en mitad del claro. Pero mis pensamientos estaban en mi trabajo. Había llegado a un punto difícil. En cierta forma, estaba atascado. Pensaba que el que me diese el aire me aclararía las cosas un poco. No funcionaba del todo bien.
Busqué al hombre oso con la mirada. Solía mantenerse ocupado. Una vez lo vi, le hice una señal para que se acercase.
-Voy a enseñarte algo de magia.- dije. -Las bases, al menos. No quiero verte temblar cada vez que veas a un brujo lanzar rayos o algo así.- expliqué. Había hecho lo mismo con Syl en su momento, y también con Oshu. Le tocaba a él. -¿Sabes que es el éter?- Mejor empezar sabiendo que sabía. No era un gran profesor, y repetirme solía poner a prueba mi paciencia.
Le detuve con una señal, y fui a la cabaña. Salí de esta con un trozo de pergamino, medio frasco de tinta arcana, y una pluma. Me serviría como demostración para algo más o menos sencillo.
Dibujé un par de símbolos simples en el papel. Dos de los más básicos. "Agua" como base, y "Vida" y "Contacto" como condiciones.
-El éter es algo así como una forma de energía invisible que rodea y está atraída por todo lo que está vivo. Los brujos, vampiros, dragones y elfos pueden percibirla. Y yo también, de otra forma.- expliqué. -No es que la "vean", es más bien como si supieran que está ahí. Como cuando respiras, sabes que hay aire.- dije, pensando en una comparación que sirviese. -Además de percibirla, pueden utilizarla. La atraen mejor que las otras razas, y pueden manipularla, moverla, concentrarla y alterar su esencia para que hagan lo que quieran que haga. Algo básico: un tensai de fuego usando el éter para crear una llama de la nada.- continué. Y entonces, sostuve el pergamino, presioné mi dedo sobre el símbolo un instante, y un chorro de agua comenzó a salir de este, sobre la hierba, durante unos segundos. -Y esto es algo parecido, solo que sin brujos. El éter viene de los materiales, y la instrucción viene de los dibujos.-
Asher Daregan
Aerandiano de honor
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Re: Cuerpo sano, mente sana, alma sana [Privado] [CERRADO]
Las cosas han estado tranquilas desde que llegamos a ese sitio. No sé si es por el entorno calmado, por el techo sobre mi cabeza, por las camas cómodas, o porque había otra persona con la que repartir las ocurrencias de Asher, pero mi cantidad de suspiros diarios ha sido drásticamente reducida. Incluso mis pesadillas habían cesado.
Así que tras otra buena noche de descanso, salí a caminar bien entrada la mañana, hacha al hombro, simplemente para investigar los alrededores, por hacer algo. Syl y Rakfyr estaban centrados en resolver la situación del arcanista, y yo no era de utilidad. Es decir, podría ayudar a conseguir algunas de las cosas que necesitaba el hombre tigre para completar el ritual que había sugerido, pero poco más que eso. Y no sabía mucho de aquello, pero sonaba distinto a la magia que empleaba el perro. Algo menos... tangible.
Caminé. Caminé bastante, teniendo en cuenta que se trataba de mí. Descansé en múltiples ocasiones, en las que me recostaba del árbol más cercano y observaba con curiosidad la vida silvestre, la rutina de los bichos, las aves y demás. No estaba seguro de cuánto tiempo había pasado en eso, pero ambos el hambre y el aburrimiento me habían hecho decidirme volver a la cabaña.
Y había dado sólo un par de pasos de vuelta al claro, cuando Asher me llamó. Lo que dijo atrapó mi atención como una caña atrapa un pez, haciéndome olvidar incluso de las quejas de mi estómago. Dejé el hacha en el suelo, y con mirada curiosa me acerqué al perro.
—¡No he temblado con ningún brujo! —respondí a la burla escondida tras su oferta. Entonces me senté frente a él.
¿Iba a enseñarme magia? Eso de ser capaz de explotar cosas con las manos me traía algo de miedo. Quizás no sería la mejor idea. ¿Y si me rascaba y me volaba una pierna?
Estaba a punto de comentárselo cuando me hizo una pregunta. Entonces entendí, sólo iba a darme una clase.
—El éter es... magia, ¿no? —Me rasqué una mejilla. Lo había escuchado mencionar en varias ocasiones, pero el contexto se me hacía indescifrable.
Me sorprendió un poco el que se levantara y fuera a la cabaña. "¿Tan tonta fue la respuesta?" pensé. Pero no tardó mucho en volver con un papel y otras cosas. Procedió a escribir en ellas, y le cuestioné con la mirada. Después de todo, aún no aprendía a leer bien. Observé más detalladamente lo que había trazado, y entendí que se trataba de símbolos como los que tenía grabados en el cuerpo.
Entonces vino la explicación, una mucho más fácil de entender de lo que esperaba. Asentí de vez en cuando, con brazos cruzados y el ceño algo fruncido, esforzándome en entender claramente cada una de sus palabras. En cierto punto hizo mención de llamas, y activó el dibujo en el papel, y me sobresalté ante la idea de una explosión.
Pero totalmente lo contrario, del papel empezó a brotar agua, como si fuese una fuente. Mis ojos no se despegaban del charquito que se había formado. Finalmente, explicó —en lo que supuse un resumen— cómo funcionan esos dibujos, las runas.
Asentí una última vez, y recapitulé en mi cabeza.
—Entonces... ¿tengo éter en mi alrededor? —inquirí, a la vez que analizaba el cuerpo. Si era el caso, ciertamente no podía percibir nada. "¿Será como buscar un olor con las orejas?" pensé.
Dejé de buscar el éter, y fui a mi siguiente duda.
—¿Se gasta? —pregunté— ¿Cuánto éter hay en el mundo?
La idea de que en algún punto se agotara el éter de Aerandir me pasó por la cabeza. Sería un suceso curioso, cuanto menos.
Asentí un par de veces más, y vocalicé mi última duda de la "clase" de ese día.
—¿Cómo saben qué runas hacen qué? ¿Se puede hacer una runa por accidente? —Lo último me ocasionó cierta intranquilidad, haciendo que perdiera las ganas de volver a hacer dibujitos en la tierra al estar aburrido.
Contemplé unos momentos todo lo que había aprendido, y organicé mis pensamientos.
—Entonces... el éter es como el aire, pero no lo puedo percibir, y la gente que sí lo hace puede hacer cosas con él, así como uno puede moldear el barro, y cocinarlo y hacer jarras... —afiancé lo aprendido, susurrándome a mí mismo— Y las runas son como instrucciones, herramientas, que manipulan el éter por sí mismas. Asher sabe mucho de runas, y por eso es capaz de hacer esas salvajadas. —Asentí y choqué las palmas, celebrando mis nuevos conocimientos. Al mismo tiempo se quejó mi estómago, como pidiendo su turno de recibir atención.
Así que tras otra buena noche de descanso, salí a caminar bien entrada la mañana, hacha al hombro, simplemente para investigar los alrededores, por hacer algo. Syl y Rakfyr estaban centrados en resolver la situación del arcanista, y yo no era de utilidad. Es decir, podría ayudar a conseguir algunas de las cosas que necesitaba el hombre tigre para completar el ritual que había sugerido, pero poco más que eso. Y no sabía mucho de aquello, pero sonaba distinto a la magia que empleaba el perro. Algo menos... tangible.
Caminé. Caminé bastante, teniendo en cuenta que se trataba de mí. Descansé en múltiples ocasiones, en las que me recostaba del árbol más cercano y observaba con curiosidad la vida silvestre, la rutina de los bichos, las aves y demás. No estaba seguro de cuánto tiempo había pasado en eso, pero ambos el hambre y el aburrimiento me habían hecho decidirme volver a la cabaña.
Y había dado sólo un par de pasos de vuelta al claro, cuando Asher me llamó. Lo que dijo atrapó mi atención como una caña atrapa un pez, haciéndome olvidar incluso de las quejas de mi estómago. Dejé el hacha en el suelo, y con mirada curiosa me acerqué al perro.
—¡No he temblado con ningún brujo! —respondí a la burla escondida tras su oferta. Entonces me senté frente a él.
¿Iba a enseñarme magia? Eso de ser capaz de explotar cosas con las manos me traía algo de miedo. Quizás no sería la mejor idea. ¿Y si me rascaba y me volaba una pierna?
Estaba a punto de comentárselo cuando me hizo una pregunta. Entonces entendí, sólo iba a darme una clase.
—El éter es... magia, ¿no? —Me rasqué una mejilla. Lo había escuchado mencionar en varias ocasiones, pero el contexto se me hacía indescifrable.
Me sorprendió un poco el que se levantara y fuera a la cabaña. "¿Tan tonta fue la respuesta?" pensé. Pero no tardó mucho en volver con un papel y otras cosas. Procedió a escribir en ellas, y le cuestioné con la mirada. Después de todo, aún no aprendía a leer bien. Observé más detalladamente lo que había trazado, y entendí que se trataba de símbolos como los que tenía grabados en el cuerpo.
Entonces vino la explicación, una mucho más fácil de entender de lo que esperaba. Asentí de vez en cuando, con brazos cruzados y el ceño algo fruncido, esforzándome en entender claramente cada una de sus palabras. En cierto punto hizo mención de llamas, y activó el dibujo en el papel, y me sobresalté ante la idea de una explosión.
Pero totalmente lo contrario, del papel empezó a brotar agua, como si fuese una fuente. Mis ojos no se despegaban del charquito que se había formado. Finalmente, explicó —en lo que supuse un resumen— cómo funcionan esos dibujos, las runas.
Asentí una última vez, y recapitulé en mi cabeza.
—Entonces... ¿tengo éter en mi alrededor? —inquirí, a la vez que analizaba el cuerpo. Si era el caso, ciertamente no podía percibir nada. "¿Será como buscar un olor con las orejas?" pensé.
Dejé de buscar el éter, y fui a mi siguiente duda.
—¿Se gasta? —pregunté— ¿Cuánto éter hay en el mundo?
La idea de que en algún punto se agotara el éter de Aerandir me pasó por la cabeza. Sería un suceso curioso, cuanto menos.
Asentí un par de veces más, y vocalicé mi última duda de la "clase" de ese día.
—¿Cómo saben qué runas hacen qué? ¿Se puede hacer una runa por accidente? —Lo último me ocasionó cierta intranquilidad, haciendo que perdiera las ganas de volver a hacer dibujitos en la tierra al estar aburrido.
Contemplé unos momentos todo lo que había aprendido, y organicé mis pensamientos.
—Entonces... el éter es como el aire, pero no lo puedo percibir, y la gente que sí lo hace puede hacer cosas con él, así como uno puede moldear el barro, y cocinarlo y hacer jarras... —afiancé lo aprendido, susurrándome a mí mismo— Y las runas son como instrucciones, herramientas, que manipulan el éter por sí mismas. Asher sabe mucho de runas, y por eso es capaz de hacer esas salvajadas. —Asentí y choqué las palmas, celebrando mis nuevos conocimientos. Al mismo tiempo se quejó mi estómago, como pidiendo su turno de recibir atención.
Naharu
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Re: Cuerpo sano, mente sana, alma sana [Privado] [CERRADO]
-En... cierta forma. No se puede "perder" del todo. Es más bien que se transforma. Piénsalo como si fuese metal. Puedes convertir el metal en un arma, y el metal no desaparece. Solo tiene otra forma.- expliqué, pensativo. -Solo que el éter puede ser fuego, o electricidad, o casi cualquier otra cosa. Energía, por llamarlo de alguna forma.- continué -Además, está la teoría de que los seres vivos crean éter, además de reunirlo. Por lo que sería imposible agotarlo.-
Más preguntas. Bien, bien. Siempre me gustaba que preguntasen, aunque no siempre entendiesen la respuesta.
-Las runas funcionan como instrucciones. En el pergamino, puse dos runas como esas instrucciones, para que solo funcionasen cuando algo vivo las tocase.- dije, señalando los dos dibujos en concreto. -Para hacer runas necesitas materiales. Algunos funcionan mejor que otros. Salvo que estés dibujando con frutas mágicas o sangre de dragón, no creo que llegues a hacer nada. E incluso si por casualidad creases una runa, sin instrucciones no haría nada.- continué. La probabilidad de crear una runa funcional con materiales útiles y además crear runas como instrucciones, todo por accidente, era esencialmente nula.
Pareció haberlo entendido bien. Asentí, satisfecho.
El estómago de Naharu se quejó de forma ruidosa. Hora de comer, supuse. Como si reaccionase ante mis pensamientos, Kayr se acercó a paso lento y se sentó cerca, "rugiendo" perezosamente en lo que sonaba casi a un saludo. Le rasqué la melena energéticamente, y se acostó en el suelo, bostezando.
-¡Eh, Rakfyr! ¿Comemos?- vociferé, llamando al tigre.
-Dame un minuto.- dijo el tigre, asomándose desde la cabaña. -Y no hace falta que grites.-
-¡PERDÓN!- grité, aún más alto. Sonreí. El tigre negó con la cabeza y se puso a sacar cosas al exterior, cerca de la hoguera. Carne curada, por lo que parecía.
Cogí el pergamino que había usado como demostración, le di la vuelta, y dibujé otro símbolo. Lo dejé en la hoguera, encima de los palos secos. Casi al instante, una llama de tamaño considerable surgió del papel.
-Gracias.- dijo el tigre. Alzó la mirada. -Debe ser muy práctico.-
-Lo es.- admití. Hubo una pausa mientras el felino trabajaba. -Seguramente sea uno de los mejores arcanistas de Aerandir.- dije.
-Oh... Has llegado lejos.- dijo. -Sabía que se te daba bien, pero no que llegaba a tanto.- añadió.
Me quedé en silencio. Era... incómodo. Hacía tiempo que no hablábamos, pero no sabía del todo bien de que hablar. "Ahora tengo más poder que un ejercito pequeño". No era algo de lo que pudiese presumir frente a él. Además, probablemente lo sabía. Por muy lejos que estuviese ese sitio, teníamos aves para enviar mensajes. Syl debía haber enviado unos cuantos.
-¿Que vas a hacer con ello?- inquirió. Una buena pregunta. Pensé la respuesta unos instantes.
-Salvarme a mi mismo. Salvar Aerandir de los Jinetes. Compartir la magia con los que no pueden.- decidí. En ese orden, más o menos. -Y todo lo que sea necesario para conseguirlo.-
-Ya veo.- respondió. No dijo nada más. Estaba completamente seguro de que mencionaría esa conversación en el futuro, pero era difícil saber si estaba satisfecho con esa respuesta. Suspiré.
No tardó demasiado en terminar de preparar la comida. Syl apareció en cuanto le trajo el olor, y llevamos los cuencos desde el salón. Aunque teníamos una cocina básica, el tigre siempre prefería cocinar las cosas con fuego. Una de sus rarezas, quizás. Era alguien... muy conectado con la naturaleza.
Nos sirvió estofado a todos, pero se aseguró de no incluir carne en su propio cuenco. Arqueé una ceja. Entendía que era su filosofía, pero seguía siendo extraño. Poco natural.
-¿De donde eres, Naharu?- preguntó mientras comíamos. -¿Tribu? ¿O de otra parte?-
-Asher es de Áruent, al oeste. Rakfyr es de las Islas Illidenses. Yo me crié en Lunargenta.- añadió Syl, integrandose a la conversación. -Gracias por la comida, por cierto.- dijo después, mirando al tigre.
Más preguntas. Bien, bien. Siempre me gustaba que preguntasen, aunque no siempre entendiesen la respuesta.
-Las runas funcionan como instrucciones. En el pergamino, puse dos runas como esas instrucciones, para que solo funcionasen cuando algo vivo las tocase.- dije, señalando los dos dibujos en concreto. -Para hacer runas necesitas materiales. Algunos funcionan mejor que otros. Salvo que estés dibujando con frutas mágicas o sangre de dragón, no creo que llegues a hacer nada. E incluso si por casualidad creases una runa, sin instrucciones no haría nada.- continué. La probabilidad de crear una runa funcional con materiales útiles y además crear runas como instrucciones, todo por accidente, era esencialmente nula.
Pareció haberlo entendido bien. Asentí, satisfecho.
El estómago de Naharu se quejó de forma ruidosa. Hora de comer, supuse. Como si reaccionase ante mis pensamientos, Kayr se acercó a paso lento y se sentó cerca, "rugiendo" perezosamente en lo que sonaba casi a un saludo. Le rasqué la melena energéticamente, y se acostó en el suelo, bostezando.
-¡Eh, Rakfyr! ¿Comemos?- vociferé, llamando al tigre.
-Dame un minuto.- dijo el tigre, asomándose desde la cabaña. -Y no hace falta que grites.-
-¡PERDÓN!- grité, aún más alto. Sonreí. El tigre negó con la cabeza y se puso a sacar cosas al exterior, cerca de la hoguera. Carne curada, por lo que parecía.
Cogí el pergamino que había usado como demostración, le di la vuelta, y dibujé otro símbolo. Lo dejé en la hoguera, encima de los palos secos. Casi al instante, una llama de tamaño considerable surgió del papel.
-Gracias.- dijo el tigre. Alzó la mirada. -Debe ser muy práctico.-
-Lo es.- admití. Hubo una pausa mientras el felino trabajaba. -Seguramente sea uno de los mejores arcanistas de Aerandir.- dije.
-Oh... Has llegado lejos.- dijo. -Sabía que se te daba bien, pero no que llegaba a tanto.- añadió.
Me quedé en silencio. Era... incómodo. Hacía tiempo que no hablábamos, pero no sabía del todo bien de que hablar. "Ahora tengo más poder que un ejercito pequeño". No era algo de lo que pudiese presumir frente a él. Además, probablemente lo sabía. Por muy lejos que estuviese ese sitio, teníamos aves para enviar mensajes. Syl debía haber enviado unos cuantos.
-¿Que vas a hacer con ello?- inquirió. Una buena pregunta. Pensé la respuesta unos instantes.
-Salvarme a mi mismo. Salvar Aerandir de los Jinetes. Compartir la magia con los que no pueden.- decidí. En ese orden, más o menos. -Y todo lo que sea necesario para conseguirlo.-
-Ya veo.- respondió. No dijo nada más. Estaba completamente seguro de que mencionaría esa conversación en el futuro, pero era difícil saber si estaba satisfecho con esa respuesta. Suspiré.
No tardó demasiado en terminar de preparar la comida. Syl apareció en cuanto le trajo el olor, y llevamos los cuencos desde el salón. Aunque teníamos una cocina básica, el tigre siempre prefería cocinar las cosas con fuego. Una de sus rarezas, quizás. Era alguien... muy conectado con la naturaleza.
Nos sirvió estofado a todos, pero se aseguró de no incluir carne en su propio cuenco. Arqueé una ceja. Entendía que era su filosofía, pero seguía siendo extraño. Poco natural.
-¿De donde eres, Naharu?- preguntó mientras comíamos. -¿Tribu? ¿O de otra parte?-
-Asher es de Áruent, al oeste. Rakfyr es de las Islas Illidenses. Yo me crié en Lunargenta.- añadió Syl, integrandose a la conversación. -Gracias por la comida, por cierto.- dijo después, mirando al tigre.
Asher Daregan
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Re: Cuerpo sano, mente sana, alma sana [Privado] [CERRADO]
Asher evidentemente se dio cuenta de mis "protestas internas", a lo que respondí dirigiéndole una sonrisa socarrona, y encogiéndome de hombros. Ya no era ningún misterio —de no ser evidente de primeras— que mis proporciones requerían de un sustento considerable.
"Al trabajo esfuerzo, y al oso almuerzo."
Tal frase me vino a la mente, acompañada recuerdos de mi infancia, de Madre sirviendo la comida, y de Ombako tardando en ir a la mesa.
Tras un momento pude darme cuenta de que mi sonrisa había perdido fuerza, pero me sacudí aquellas memorias de la cabeza. Vi al león acercarse con paso perezoso , tanto que casi me contagia la flojera.
Si bien ya su presencia no me afectaba como lo hacía antes, aún no me terminaba de acostumbrar a ver a una bestia de su magnitud comportarse como lo haría una mascota común. Aunque al final no era sino otra de las rarezas que acompañaban mi nueva vida.
Volteé en dirección a la cabaña al oír la pregunta del perro, y tras su intercambio con Rakfyr me reí en voz baja, negando con la cabeza al mismo tiempo que lo hacía el tigre.
Empezaron a hacer los preparativos, Rakfyr sacando cosas de la cabaña y Asher con sus chispeantes demostraciones de magia.
Presté especial atención a esa acción, intentando poner en práctica mis nuevos conocimientos sobre la materia.
"En vez de agua, una de fuego, y... no tengo ni idea de qué requisito le puso para activarla."
—De los mejores, pero veo que no de los más humildes —reí, acercándome.
Me disponía a sentarme, pero a media acción percibí el calor del fuego, y volteé mis ojos a las llamas.
Y así como el Templo me había llevado a mi aldea, al llegar unos días antes, también lo hizo la fogata en ese momento. Lo vi, nítidamente, como si por un instante hubiese vuelto a ese fatídico día.
Sacudí la cabeza ligeramente, y decidí alejarme un par de pasos. Entonces me senté, y escuché en silencio la conversación del par.
A la pregunta de Rakfyr respondí levantando ambas cejas, pues tenía medio estofado en la boca en el momento. Me tomé unos cuantos segundos en terminar de tragar, mientras escuchaba las palabras de Syl, y me pasé el dorso de la mano por los labios al terminar.
—Gracias por la comida, sí —sonreí, asintiendo un par de veces al darme cuenta de mi falta de modales—. Soy también del oeste, de una pequeña aldea —Desvié la mirada—. Conocí a los Nómadas en las cercanías de Lunargenta.
Observé al perro, y solté una leve carcajada. Ese día había sido, cuanto menos, curioso. Acabé con lo que quedaba de estofado en mi cuenco, antes de volver a abrir la boca.
—Oh, Rakfyr, te olvidaste la carne. —dije con un tono de preocupación menor, señalando a la comida del tigre.
La carne era muy importante, y sabrosa, así que me levanté, con intenciones de servirle un poco.
"Al trabajo esfuerzo, y al oso almuerzo."
Tal frase me vino a la mente, acompañada recuerdos de mi infancia, de Madre sirviendo la comida, y de Ombako tardando en ir a la mesa.
Tras un momento pude darme cuenta de que mi sonrisa había perdido fuerza, pero me sacudí aquellas memorias de la cabeza. Vi al león acercarse con paso perezoso , tanto que casi me contagia la flojera.
Si bien ya su presencia no me afectaba como lo hacía antes, aún no me terminaba de acostumbrar a ver a una bestia de su magnitud comportarse como lo haría una mascota común. Aunque al final no era sino otra de las rarezas que acompañaban mi nueva vida.
Volteé en dirección a la cabaña al oír la pregunta del perro, y tras su intercambio con Rakfyr me reí en voz baja, negando con la cabeza al mismo tiempo que lo hacía el tigre.
Empezaron a hacer los preparativos, Rakfyr sacando cosas de la cabaña y Asher con sus chispeantes demostraciones de magia.
Presté especial atención a esa acción, intentando poner en práctica mis nuevos conocimientos sobre la materia.
"En vez de agua, una de fuego, y... no tengo ni idea de qué requisito le puso para activarla."
—De los mejores, pero veo que no de los más humildes —reí, acercándome.
Me disponía a sentarme, pero a media acción percibí el calor del fuego, y volteé mis ojos a las llamas.
Y así como el Templo me había llevado a mi aldea, al llegar unos días antes, también lo hizo la fogata en ese momento. Lo vi, nítidamente, como si por un instante hubiese vuelto a ese fatídico día.
Sacudí la cabeza ligeramente, y decidí alejarme un par de pasos. Entonces me senté, y escuché en silencio la conversación del par.
A la pregunta de Rakfyr respondí levantando ambas cejas, pues tenía medio estofado en la boca en el momento. Me tomé unos cuantos segundos en terminar de tragar, mientras escuchaba las palabras de Syl, y me pasé el dorso de la mano por los labios al terminar.
—Gracias por la comida, sí —sonreí, asintiendo un par de veces al darme cuenta de mi falta de modales—. Soy también del oeste, de una pequeña aldea —Desvié la mirada—. Conocí a los Nómadas en las cercanías de Lunargenta.
Observé al perro, y solté una leve carcajada. Ese día había sido, cuanto menos, curioso. Acabé con lo que quedaba de estofado en mi cuenco, antes de volver a abrir la boca.
—Oh, Rakfyr, te olvidaste la carne. —dije con un tono de preocupación menor, señalando a la comida del tigre.
La carne era muy importante, y sabrosa, así que me levanté, con intenciones de servirle un poco.
Última edición por Naharu el Sáb Ago 31 2019, 23:36, editado 1 vez
Naharu
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Re: Cuerpo sano, mente sana, alma sana [Privado] [CERRADO]
-No como carne.- dijo el tigre, alzando la palma de la mano para detener al oso. -...Lo intento, al menos. Es difícil.- admitió. Aun así, se controló.
Algo me sacó de la conversación.
Apreté los dientes. Volvía a notarlo. Otra vez. Syl empezó a tensarse al ver la expresión de mi cara. Traté de respirar hondo, pero incluso aquello resultaba dificil. Me levanté, tratando de alejarme, solo para dar un traspie y caer al suelo.
-¡Asher!- dijo la voz de Syl a mi espalda.
-Aléjate.- dije. Mi voz sonó distinta. Más como un gemido. Noté la primera descarga, y me retorcí. Toda mi concentración se fue hacia las runas de mi cuerpo, y evitar que se activasen. Apenas notaba lo que pasaba a mi alrededor. Notaba el calor de mis manos. Pero en cuanto intenté cerrarlas, lo que se movieron fueron mis piernas.
Incluso en aquel estupor, mi cabeza conectó las ideas. Probé a mover los pies, y mis manos se tensaron. Hice el movimiento opuesto, y empezaron a cerrarse. Jadeé pesadamente, tratando de mantener el control. Y entonces, pasó algo inesperado. Una mano me abrió la boca. Aquello me tomó por sorpresa, haciendo que intentase alejarme... y tan solo consiguiese revolverme inutilmente. El agarre era lo suficientemente firme como para mantenerme quieto.
De repente, otra mano me introdujo algo en la boca, y a continuación, la cerró apretando mi hocico. Traté de no resistirme. Debía ser Rakfyr. Tragué, más bien de forma involuntaria, y el efecto fue casi instantaneo. Mi cabeza se nubló. Tras unos pocos segundos, todo se volvió borroso, y caí dormido.
-Acruire Agria. Le dejará dormido algo así como media hora.- Dijo Rakfyr, mirando al lobo al que acababa de dejar KO. Syl suspiró. Había estado discutiendo con el tigre sobre la dosis. No quería pasarse, pero era dificil estimarlo. La cantidad que le había metido en la boca era suficiente para dejar a un hombre paralizado durante dos horas. Con el tamaño y la constitución del hombre perro, bastante menos. Lo suficiente como para que se le pasase, esperaba Syl. -Lo teníamos preparado de antes. Parece funcionar.- le explicó al oso.
La parte paralizante evitaría que hiciese cosas raras mientras dormía, como causar explosiones o lanzarse diez metros por el aire. Porque al parecer, su novio era incapaz de tener convulsiones normales y aburridas. No, tenían que ser mágicas y brillantes.
-Pero no podemos hacerlo más de una vez. Se hará resistente para la segunda, y quizás sea peor.- musitó el gato. -Ayudadme a llevarlo.- le dijo a los otros dos hombres bestia, mientras sujetaba a Asher de la espalda.
Tras dejar al hombre perro sobre una de las camas de la cabaña, tanto Syl como Rakfyr volvieron a su comida. Pese a la situación, no podían hacer mucho más, al menos por el momento.
-Aún necesito algo más para el ritual. Me vendría bien algo de ayuda, si puedo contar con vosotros.- dijo el tigre, tras terminar su cuenco. -Estrella de Nein, y carbón rojo. La Nein se encuentra en... ese árbol.- explicó. Syl sabía a cual se refería. Los árboles de Nein eran gigantescos, llegando a los cien metros en ocasiones, y prácticamente no tenian ramas. Por supuesto, las frutas solo se encontraban en la copa, lo cual no lo hacía del todo fácil.
-Me encargaré de eso.- dijo. No estaba seguro de como de bueno sería el oso escalando, pero podía imaginarselo.
-El carbón rojo está en una montaña, al norte.- continuó el tigre. Como el árbol, se podía ver desde allí, aunque era un buen paseo. -Es... como puedes imaginarte, rojo. Una piedra de la mitad de tu puño en tamaño debería valer.- explicó, mirando a Naharu. -Está entre grietas y cuevas. Ten cuidado. Hay trolls, aunque suelen estar calmados. Si ves uno, no te acerques.- dijo.
Algo me sacó de la conversación.
Apreté los dientes. Volvía a notarlo. Otra vez. Syl empezó a tensarse al ver la expresión de mi cara. Traté de respirar hondo, pero incluso aquello resultaba dificil. Me levanté, tratando de alejarme, solo para dar un traspie y caer al suelo.
-¡Asher!- dijo la voz de Syl a mi espalda.
-Aléjate.- dije. Mi voz sonó distinta. Más como un gemido. Noté la primera descarga, y me retorcí. Toda mi concentración se fue hacia las runas de mi cuerpo, y evitar que se activasen. Apenas notaba lo que pasaba a mi alrededor. Notaba el calor de mis manos. Pero en cuanto intenté cerrarlas, lo que se movieron fueron mis piernas.
Incluso en aquel estupor, mi cabeza conectó las ideas. Probé a mover los pies, y mis manos se tensaron. Hice el movimiento opuesto, y empezaron a cerrarse. Jadeé pesadamente, tratando de mantener el control. Y entonces, pasó algo inesperado. Una mano me abrió la boca. Aquello me tomó por sorpresa, haciendo que intentase alejarme... y tan solo consiguiese revolverme inutilmente. El agarre era lo suficientemente firme como para mantenerme quieto.
De repente, otra mano me introdujo algo en la boca, y a continuación, la cerró apretando mi hocico. Traté de no resistirme. Debía ser Rakfyr. Tragué, más bien de forma involuntaria, y el efecto fue casi instantaneo. Mi cabeza se nubló. Tras unos pocos segundos, todo se volvió borroso, y caí dormido.
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-Acruire Agria. Le dejará dormido algo así como media hora.- Dijo Rakfyr, mirando al lobo al que acababa de dejar KO. Syl suspiró. Había estado discutiendo con el tigre sobre la dosis. No quería pasarse, pero era dificil estimarlo. La cantidad que le había metido en la boca era suficiente para dejar a un hombre paralizado durante dos horas. Con el tamaño y la constitución del hombre perro, bastante menos. Lo suficiente como para que se le pasase, esperaba Syl. -Lo teníamos preparado de antes. Parece funcionar.- le explicó al oso.
La parte paralizante evitaría que hiciese cosas raras mientras dormía, como causar explosiones o lanzarse diez metros por el aire. Porque al parecer, su novio era incapaz de tener convulsiones normales y aburridas. No, tenían que ser mágicas y brillantes.
-Pero no podemos hacerlo más de una vez. Se hará resistente para la segunda, y quizás sea peor.- musitó el gato. -Ayudadme a llevarlo.- le dijo a los otros dos hombres bestia, mientras sujetaba a Asher de la espalda.
Tras dejar al hombre perro sobre una de las camas de la cabaña, tanto Syl como Rakfyr volvieron a su comida. Pese a la situación, no podían hacer mucho más, al menos por el momento.
-Aún necesito algo más para el ritual. Me vendría bien algo de ayuda, si puedo contar con vosotros.- dijo el tigre, tras terminar su cuenco. -Estrella de Nein, y carbón rojo. La Nein se encuentra en... ese árbol.- explicó. Syl sabía a cual se refería. Los árboles de Nein eran gigantescos, llegando a los cien metros en ocasiones, y prácticamente no tenian ramas. Por supuesto, las frutas solo se encontraban en la copa, lo cual no lo hacía del todo fácil.
-Me encargaré de eso.- dijo. No estaba seguro de como de bueno sería el oso escalando, pero podía imaginarselo.
-El carbón rojo está en una montaña, al norte.- continuó el tigre. Como el árbol, se podía ver desde allí, aunque era un buen paseo. -Es... como puedes imaginarte, rojo. Una piedra de la mitad de tu puño en tamaño debería valer.- explicó, mirando a Naharu. -Está entre grietas y cuevas. Ten cuidado. Hay trolls, aunque suelen estar calmados. Si ves uno, no te acerques.- dijo.
Asher Daregan
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Re: Cuerpo sano, mente sana, alma sana [Privado] [CERRADO]
—...Oh
Me detuve, evidentemente extrañado. Iba a devolver la carne, pero terminé poniéndola en mi tazón.
—¿Y por qué no comes c... —Noté la expresión de Syl y callé. Comprendí la situación al seguir su mirada, y procedí a ponerme nervioso yo también, pues Asher estaba teniendo otro de sus ataques.
Dejé el cuenco en el suelo, y me sobresalté cuando el hombre perro se levantó y, tras tambalearse un poco, cayó al suelo.
Yo no sabía cómo manejar la situación, como en veces anteriores. Era un alivio que no tenía por qué hacerlo, pues Rakfyr se le acercó rápidamente y le obligó a tragar algo. Sabía que sería algo para ayudarlo, pero no pude evitar sorprenderme un poco.
Presumo que un tranquilizante de algún tipo, pues casi de inmediato el perro dejó de retorcerse, y perdió la consciencia. Observé al arcanista por unos momentos más, asegurándome de que estaba completamente dormido.
Asentí a las palabras del tigre, y suspiré. Era una buena idea, y mucho más eficaz que tener que escapar de la marejada de explosiones de las veces anteriores, pero el "parece funcionar" no terminaba de dejarme del todo tranquilo.
—¿Y no hay otra forma de dejarlo inconsciente? —Hice una mueca al escuchar el comentario de Syl, y me acerqué para ayudarle a levantar a Asher.
Lo dejamos dentro de la cabaña, y ambos felinos se resignaron a terminar de comer. Eventualmente me uní a ellos.
—¿...Es normal que les pasen cosas así? No esto en específico, sino... cosas así de intensas.
Me preguntaba cómo es que aún tenían buen pelaje. Tenía mucho menos tiempo en el grupo, y sentía que en cualquier momento empezaría a dejar mechones por ahí.
Respiré, aligerando la mente.
—¿Y por qué es que no comes carne? —repetí mi pregunta de antes, después de terminar mi cuenco.
Escuché atento a Rakfyr, habiendo accedido a ayudarle a conseguir lo que necesitaba. Estaba decidido a ser de utilidad, pero no negaré que me tensé un poco al dirigir mi mirada al norte, a la montaña señalada. Finalmente asentí, y tras hacerme con mi hacha, me detuve poco después de salir del claro, confirmando mentalmente mi objetivo.
"Carbón rojo. Montaña al norte.
...Rojo. Mitad de puño."
Observé mi mano hecha puño, haciéndome una idea de la cantidad requerida.
"Traeré un poco más, para estar seguros. Y por último..."
Me congelé por un instante.
—¡CARAJO! —me quejé, lanzando golpes al aire.
...Había olvidado preguntarles cómo eran los Trolls.
Me detuve, evidentemente extrañado. Iba a devolver la carne, pero terminé poniéndola en mi tazón.
—¿Y por qué no comes c... —Noté la expresión de Syl y callé. Comprendí la situación al seguir su mirada, y procedí a ponerme nervioso yo también, pues Asher estaba teniendo otro de sus ataques.
Dejé el cuenco en el suelo, y me sobresalté cuando el hombre perro se levantó y, tras tambalearse un poco, cayó al suelo.
Yo no sabía cómo manejar la situación, como en veces anteriores. Era un alivio que no tenía por qué hacerlo, pues Rakfyr se le acercó rápidamente y le obligó a tragar algo. Sabía que sería algo para ayudarlo, pero no pude evitar sorprenderme un poco.
Presumo que un tranquilizante de algún tipo, pues casi de inmediato el perro dejó de retorcerse, y perdió la consciencia. Observé al arcanista por unos momentos más, asegurándome de que estaba completamente dormido.
Asentí a las palabras del tigre, y suspiré. Era una buena idea, y mucho más eficaz que tener que escapar de la marejada de explosiones de las veces anteriores, pero el "parece funcionar" no terminaba de dejarme del todo tranquilo.
—¿Y no hay otra forma de dejarlo inconsciente? —Hice una mueca al escuchar el comentario de Syl, y me acerqué para ayudarle a levantar a Asher.
Lo dejamos dentro de la cabaña, y ambos felinos se resignaron a terminar de comer. Eventualmente me uní a ellos.
—¿...Es normal que les pasen cosas así? No esto en específico, sino... cosas así de intensas.
Me preguntaba cómo es que aún tenían buen pelaje. Tenía mucho menos tiempo en el grupo, y sentía que en cualquier momento empezaría a dejar mechones por ahí.
Respiré, aligerando la mente.
—¿Y por qué es que no comes carne? —repetí mi pregunta de antes, después de terminar mi cuenco.
Escuché atento a Rakfyr, habiendo accedido a ayudarle a conseguir lo que necesitaba. Estaba decidido a ser de utilidad, pero no negaré que me tensé un poco al dirigir mi mirada al norte, a la montaña señalada. Finalmente asentí, y tras hacerme con mi hacha, me detuve poco después de salir del claro, confirmando mentalmente mi objetivo.
"Carbón rojo. Montaña al norte.
...Rojo. Mitad de puño."
Observé mi mano hecha puño, haciéndome una idea de la cantidad requerida.
"Traeré un poco más, para estar seguros. Y por último..."
Me congelé por un instante.
—¡CARAJO! —me quejé, lanzando golpes al aire.
...Había olvidado preguntarles cómo eran los Trolls.
Última edición por Naharu el Sáb Ago 31 2019, 23:35, editado 1 vez
Naharu
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Re: Cuerpo sano, mente sana, alma sana [Privado] [CERRADO]
Tenía dos formas de hacer aquello. Disparar, y esperar que su virote llegase lo suficientemente alto, o trepar.
La primera opción era difícil. Un disparo de cien metros hacia arriba era complicado, no tan solo por la gravedad, sino por la fuerza del viento. Podía desviarlo fácilmente. Aunque probablemente podía ajustar la trayectoria, probablemente perdería bastante tiempo, y las frutas se quedarían aplastadas contra el suelo.
No, lo mejor era ascender por otros métodos. Afortunadamente, era un gato, uno endiabladamente rápido y ágil. Trepar por la corteza de un árbol grande no era ningún desafío para él. Ascendió, encaramado a este y avanzando casi tan rápido como una persona correría.
No se resbaló en ningún momento. Finalmente, llegó a la cima, donde las ramas se alejaban entre sí. Afortunadamente, eran lo suficientemente gruesas para caminar sobre ellas. Desde ahí, su capa lo dejaba fácil. Pasando la mano por una de las runas, activó su encantamiento, convirtiéndose en humo y flotando con libertad. Arrancar las estrellas y llevarse un puñado de ellas fue sencillo, como lo fue el descender lentamente, ignorando la gravedad.
Salí de la habitación. El tigre me miró, alarmado.
-Asher. No deberías estar de pie.- dijo, levantándose de su asiento.
-Estoy bien.- mentí.
-No, no lo estás. ¿Quieres... algo de té? Si sientes dolor, puedo preparar algo...-
-No necesito té.- gruñí. -Necesito arreglar esto.- Di un ligero traspiés al avanzar. Rakfyr me tomó del hombro, con firmeza suficiente para retenerme, pero también evitando que me cayese.
-No estás en condiciones de trabajar, Asher.- dijo. Y sabía que tenía razón. Pero negué con la cabeza, mareándome en el proceso.
-Tengo que hacerlo.- repliqué, mostrando los dientes e intentando apartarme. El tigre no cedió. Mi expresión cambió de la frustración a la rabia al dolor. El cuerpo me temblaba. -Maldita sea...- dije, y mi voz se rompió. -Tengo que...-
-Está bien.- dijo, abrazándome. Las lágrimas empezaron a formarse en mis ojos. Y aun así, intentaba avanzar. El chamán no me lo permitió, manteniéndome en el lugar. -Está bien.- repitió.
Lloré, sin saber que hacer. Perdido. ¿Había perdido? ¿Realmente había encontrado algo que no podía aguantar? Aquello era algo por lo que nadie había pasado antes. La corrupción de un alma. Ni siquiera lo creía posible. ¿Que ocurriría si llegaba demasiado lejos? Tarde o temprano, acabaría sucumbiendo, si no mataba a alguien antes por accidente. ¿Cuanto tiempo podía permanecer vivo en ese estado?
Las lágrimas humedecieron mi pelaje antes de caer sobre la ropa de Rakfyr.
-Todo saldrá bien. Sigues aquí, y seguirás aquí.- aseguró. Sus palabras parecían vacías. ¿Como podía aceptar una promesa así? No dije nada. De poco serviría. Noté un nudo en el pecho. Me costaba respirar. Me mordí los labios, con fuerza. No tardé en notar el sabor metálico de la sangre, y el dolor.
La primera opción era difícil. Un disparo de cien metros hacia arriba era complicado, no tan solo por la gravedad, sino por la fuerza del viento. Podía desviarlo fácilmente. Aunque probablemente podía ajustar la trayectoria, probablemente perdería bastante tiempo, y las frutas se quedarían aplastadas contra el suelo.
No, lo mejor era ascender por otros métodos. Afortunadamente, era un gato, uno endiabladamente rápido y ágil. Trepar por la corteza de un árbol grande no era ningún desafío para él. Ascendió, encaramado a este y avanzando casi tan rápido como una persona correría.
No se resbaló en ningún momento. Finalmente, llegó a la cima, donde las ramas se alejaban entre sí. Afortunadamente, eran lo suficientemente gruesas para caminar sobre ellas. Desde ahí, su capa lo dejaba fácil. Pasando la mano por una de las runas, activó su encantamiento, convirtiéndose en humo y flotando con libertad. Arrancar las estrellas y llevarse un puñado de ellas fue sencillo, como lo fue el descender lentamente, ignorando la gravedad.
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Salí de la habitación. El tigre me miró, alarmado.
-Asher. No deberías estar de pie.- dijo, levantándose de su asiento.
-Estoy bien.- mentí.
-No, no lo estás. ¿Quieres... algo de té? Si sientes dolor, puedo preparar algo...-
-No necesito té.- gruñí. -Necesito arreglar esto.- Di un ligero traspiés al avanzar. Rakfyr me tomó del hombro, con firmeza suficiente para retenerme, pero también evitando que me cayese.
-No estás en condiciones de trabajar, Asher.- dijo. Y sabía que tenía razón. Pero negué con la cabeza, mareándome en el proceso.
-Tengo que hacerlo.- repliqué, mostrando los dientes e intentando apartarme. El tigre no cedió. Mi expresión cambió de la frustración a la rabia al dolor. El cuerpo me temblaba. -Maldita sea...- dije, y mi voz se rompió. -Tengo que...-
-Está bien.- dijo, abrazándome. Las lágrimas empezaron a formarse en mis ojos. Y aun así, intentaba avanzar. El chamán no me lo permitió, manteniéndome en el lugar. -Está bien.- repitió.
Lloré, sin saber que hacer. Perdido. ¿Había perdido? ¿Realmente había encontrado algo que no podía aguantar? Aquello era algo por lo que nadie había pasado antes. La corrupción de un alma. Ni siquiera lo creía posible. ¿Que ocurriría si llegaba demasiado lejos? Tarde o temprano, acabaría sucumbiendo, si no mataba a alguien antes por accidente. ¿Cuanto tiempo podía permanecer vivo en ese estado?
Las lágrimas humedecieron mi pelaje antes de caer sobre la ropa de Rakfyr.
-Todo saldrá bien. Sigues aquí, y seguirás aquí.- aseguró. Sus palabras parecían vacías. ¿Como podía aceptar una promesa así? No dije nada. De poco serviría. Noté un nudo en el pecho. Me costaba respirar. Me mordí los labios, con fuerza. No tardé en notar el sabor metálico de la sangre, y el dolor.
Asher Daregan
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Re: Cuerpo sano, mente sana, alma sana [Privado] [CERRADO]
"¿Funcionará?"
Esa pregunta resonaba en mi mente como un eco de cada paso que daba. No tenía ni idea de qué haría Rakfyr con los materiales que pidió, ni qué efecto tendría aquello en el estado de Asher, pero con suerte el ritual funcionaría, y él estaría curado en poco tiempo. Y si no lo hacía...
Recordé el primero de sus ataques. Cómo lo único que pude hacer fue gritar por Syl; congelarme, resignado a ver cómo se retorcía en el suelo. Aún peor, temiendo por mi propia vida.
Entonces me di cuenta de que nada había cambiado desde que salí de la aldea. Aún seguía siendo el mismo muchacho impotente que lloraba junto a su padre.
Seguí caminando, la frustración dándole presión a mi agarre en el hacha.
-----
Finalmente llegué al pie de la montaña, y observé su entorno. Buscaba alguna grieta o cueva, como mencionó el hombre tigre, y no tardé mucho en encontrar alguna. También estaba atento a señales de algún troll, pero de esos no percibí nada, por suerte.
Busqué y rebusqué, en vano. No encontraba ninguna de las piedras descritas. Había marcas rojas en la roca, pero no se me hacía similar a la descripción que me dieron. Sacudí aquél polvo con la mano, y entonces mis sentidos se dispararon al observar lo que había debajo. Eran marcas de garras, como si alguna bestia hubiera arrancado el carbón.
Esa tarea iba a ser mucho más difícil que una simple caminata.
Seguí buscando, caminando en los alrededores de la montaña como me lo permitía la geografía del lugar, hasta que encontré cierta cueva, siguiendo un olor peculiar. Ciertamente había señales de que algo (o alguien) frecuentaba la cueva, pero no me iba a ir sin al menos el medio puño de carbón rojo que me habían encargado conseguir.
Me acerqué, hacha siempre en mano, preparado para pelear. Sentía la adrenalina, el latido del corazón en el mango del hacha. Tres pasos, dos pasos y... me asomé por la boca de la cueva.
Nada, excepto silencio y menos oscuridad de la que imaginaba.
Esperé unos instantes, asegurándome de que el sitio fuese seguro, y me adentré. La caverna era relativamente espaciosa, y se adentraba un buen tramo en la montaña. Pero no tuve que adentrarme en la profunda oscuridad, pues a pocos metros encontré lo que había ido a buscar: El carbón rojo. Un gran montón de carbón rojo, de hecho.
Di un par de pasos, con intenciones de tomar lo que necesitaba y largarme de ahí, cuando me di cuenta de la fuente del olor. Tras el montón, el cuerpo de lo que suponía era un trol. O los restos de uno, mejor dicho. Tendría bastante tiempo muerto, pero el olor del carbón me impedía detallarlo.
"Esta habrá sido su guarida, y él es el que estaba recolectando el carbón.
Tomé una de las rojas piedras, de poco más de mi puño. Eso serviría. La idea de salir se me cruzó por la mente, junto con otra más.
"¿..Entonces qué lo mató?"
Me invadió una sensación de pánico, a la vez que escuché pasos y resoplidos provenir desde la entrada.
Guardé el carbón, y me giré, intentando controlar mi respiración, la anticipación de batalla haciéndome mostrar los dientes, hacha en alto y listo para lo que se aproximaba.
Era más grande que yo, más ancho, más alto, y apestaba. Al verme, pareció enfurecerse. Cargó en mi dirección, agitando sus largos brazos y gritando, a lo que juraría sentí que la cueva reaccionó con un leve temblor.
No era tiempo de congelarme. No podía esperar a que vinieran a ayudarme. Sólo había una salida, y era a través de esa terrible bestia.
Cargué en su dirección, respondiendo con un rugido propio y un fiero ataque a su pierna. Tenía que pasar por él y salir de ahí, o moriría en desventaja.
Al acercarse lo suficiente, no pude ver nada. Entonces sentí, casi a la vez, mi hacha golpeando algo tremendamente sólido, y un poderoso golpe en el rostro. Vi estrellas y mis oídos pitaron. Pero no podía titubear. Di otro paso, aún desorientado, y vi la luz de la salida, y oí un golpe a mi espalda. Había funcionado, resistí su ataque, y logré desequilibrar su carrera.
Trastabillé un par de veces, y empecé a correr. La luz del sol se sentía como agujas en mis ojos, cada paso me sacudía el cerebro, intensificando el dolor de cabeza. Pero debía salir de ahí. Por Asher. Y por Syl. Y Rakfyr.
Y Anja, y Ombako, y mi padre.
Y por mí.
Oía los pasos cada vez más cerca, entre los latidos que sentía en las orejas. Estaba a punto de alcanzarme, era más rápido que yo. Tenía que resolverlo de otra forma.
Preparé el hacha a media carrera, lancé un fuerte golpe al árbol más cercano, deteniéndome bruscamente al aferrarme al mango, usándolo como pivote. Sentí el ardor en mi palma, cómo el filo desgarraba la corteza, y pude ver al trol seguir de largo por un par de metros intentado frenar su carrera.
Entonces pude verlo bien. Tenía piel rojiza, y rasgos humanoides desproporcionados. Brazos largos, y pelo poco abundante que le cubría los brazos y espalda.
Su piel era demasiado dura, y casi me noquea con un solo golpe bien dado. Si quería salir de esa, necesitaba que los demás me encontrasen. Respiré hondo, arranqué el hacha y rugí al cielo con todas mis fuerzas.
El trol pareció reaccionar a ello, y se abalanzó otra vez hacia mí. Evité su golpe, que impactó el árbol y lo hizo sacudir, e intenté contraatacar, en vano. No le haría daño con golpes oportunistas, tenía que encontrar la forma de asestar un impacto crítico, finalizar aquello con un solo golpe.
Me moví alrededor de aquél árbol, buscando una oportunidad entre sus ataques desenfrenados. Entonces, un error, y tuve que bloquear con los brazos. El dolor subió hasta mis hombros, mis pies buscaron equilibrio. Retrocedí, pero el desgraciado no tardó en recortar la distancia. Otro golpe, más dolor, menos compostura. Así pasaron algunos instantes, cuando sentí que la bolsa con el carbón rojo se desprendió, y cayó al suelo. El trol vaciló unos instantes, y tras lanzarme otro manotazo, se abalanzó hacia la piedra.
No desperdicié la oportunidad, y tomé distancia retrocediendo varios pasos, hasta quedar cerca del árbol que usé para detenerme, haciendo lo posible por recuperar aliento.
El trol estaba... devorando la bolsa, con todo y piedra, como si se tratase de un animal hambriento. No tardó más de seis segundos, pero pude pensar en algo. Di otro hachazo, justo en el punto donde había quedado la marca en el árbol. Esto llamó la atención del trol, que tras quitarse los restos de tela de los dientes, pareció recordarme. Empezó a correr hacia mí otra vez.
Lancé otro golpe al árbol, aunque mi cuerpo me pedía que me detuviera. Escuché el crujido que había escuchado tantas veces antes, el que hace un árbol al caer, y lo aposté todo en ese último plan desesperado.
El trol se acercó, así como lo hizo el tronco, y recibió el golpe de lleno.
Me lancé a él sin vacilar, aprovechando la confusión que sufrió. Coloqué toda mi fuerza, todo mi peso, toda mi frustración e impotencia en un único y brutal golpe [1] que le impactó de lleno en el cuello, en diagonal.
Y mi hacha se detuvo, apenas un par de centímetros en su carne.
-----[1] Uso la habilidad Desamparo
Esa pregunta resonaba en mi mente como un eco de cada paso que daba. No tenía ni idea de qué haría Rakfyr con los materiales que pidió, ni qué efecto tendría aquello en el estado de Asher, pero con suerte el ritual funcionaría, y él estaría curado en poco tiempo. Y si no lo hacía...
Recordé el primero de sus ataques. Cómo lo único que pude hacer fue gritar por Syl; congelarme, resignado a ver cómo se retorcía en el suelo. Aún peor, temiendo por mi propia vida.
Entonces me di cuenta de que nada había cambiado desde que salí de la aldea. Aún seguía siendo el mismo muchacho impotente que lloraba junto a su padre.
Seguí caminando, la frustración dándole presión a mi agarre en el hacha.
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Finalmente llegué al pie de la montaña, y observé su entorno. Buscaba alguna grieta o cueva, como mencionó el hombre tigre, y no tardé mucho en encontrar alguna. También estaba atento a señales de algún troll, pero de esos no percibí nada, por suerte.
Busqué y rebusqué, en vano. No encontraba ninguna de las piedras descritas. Había marcas rojas en la roca, pero no se me hacía similar a la descripción que me dieron. Sacudí aquél polvo con la mano, y entonces mis sentidos se dispararon al observar lo que había debajo. Eran marcas de garras, como si alguna bestia hubiera arrancado el carbón.
Esa tarea iba a ser mucho más difícil que una simple caminata.
Seguí buscando, caminando en los alrededores de la montaña como me lo permitía la geografía del lugar, hasta que encontré cierta cueva, siguiendo un olor peculiar. Ciertamente había señales de que algo (o alguien) frecuentaba la cueva, pero no me iba a ir sin al menos el medio puño de carbón rojo que me habían encargado conseguir.
Me acerqué, hacha siempre en mano, preparado para pelear. Sentía la adrenalina, el latido del corazón en el mango del hacha. Tres pasos, dos pasos y... me asomé por la boca de la cueva.
Nada, excepto silencio y menos oscuridad de la que imaginaba.
Esperé unos instantes, asegurándome de que el sitio fuese seguro, y me adentré. La caverna era relativamente espaciosa, y se adentraba un buen tramo en la montaña. Pero no tuve que adentrarme en la profunda oscuridad, pues a pocos metros encontré lo que había ido a buscar: El carbón rojo. Un gran montón de carbón rojo, de hecho.
Di un par de pasos, con intenciones de tomar lo que necesitaba y largarme de ahí, cuando me di cuenta de la fuente del olor. Tras el montón, el cuerpo de lo que suponía era un trol. O los restos de uno, mejor dicho. Tendría bastante tiempo muerto, pero el olor del carbón me impedía detallarlo.
"Esta habrá sido su guarida, y él es el que estaba recolectando el carbón.
Tomé una de las rojas piedras, de poco más de mi puño. Eso serviría. La idea de salir se me cruzó por la mente, junto con otra más.
"¿..Entonces qué lo mató?"
Me invadió una sensación de pánico, a la vez que escuché pasos y resoplidos provenir desde la entrada.
Guardé el carbón, y me giré, intentando controlar mi respiración, la anticipación de batalla haciéndome mostrar los dientes, hacha en alto y listo para lo que se aproximaba.
Era más grande que yo, más ancho, más alto, y apestaba. Al verme, pareció enfurecerse. Cargó en mi dirección, agitando sus largos brazos y gritando, a lo que juraría sentí que la cueva reaccionó con un leve temblor.
No era tiempo de congelarme. No podía esperar a que vinieran a ayudarme. Sólo había una salida, y era a través de esa terrible bestia.
Cargué en su dirección, respondiendo con un rugido propio y un fiero ataque a su pierna. Tenía que pasar por él y salir de ahí, o moriría en desventaja.
Al acercarse lo suficiente, no pude ver nada. Entonces sentí, casi a la vez, mi hacha golpeando algo tremendamente sólido, y un poderoso golpe en el rostro. Vi estrellas y mis oídos pitaron. Pero no podía titubear. Di otro paso, aún desorientado, y vi la luz de la salida, y oí un golpe a mi espalda. Había funcionado, resistí su ataque, y logré desequilibrar su carrera.
Trastabillé un par de veces, y empecé a correr. La luz del sol se sentía como agujas en mis ojos, cada paso me sacudía el cerebro, intensificando el dolor de cabeza. Pero debía salir de ahí. Por Asher. Y por Syl. Y Rakfyr.
Y Anja, y Ombako, y mi padre.
Y por mí.
Oía los pasos cada vez más cerca, entre los latidos que sentía en las orejas. Estaba a punto de alcanzarme, era más rápido que yo. Tenía que resolverlo de otra forma.
Preparé el hacha a media carrera, lancé un fuerte golpe al árbol más cercano, deteniéndome bruscamente al aferrarme al mango, usándolo como pivote. Sentí el ardor en mi palma, cómo el filo desgarraba la corteza, y pude ver al trol seguir de largo por un par de metros intentado frenar su carrera.
Entonces pude verlo bien. Tenía piel rojiza, y rasgos humanoides desproporcionados. Brazos largos, y pelo poco abundante que le cubría los brazos y espalda.
Su piel era demasiado dura, y casi me noquea con un solo golpe bien dado. Si quería salir de esa, necesitaba que los demás me encontrasen. Respiré hondo, arranqué el hacha y rugí al cielo con todas mis fuerzas.
El trol pareció reaccionar a ello, y se abalanzó otra vez hacia mí. Evité su golpe, que impactó el árbol y lo hizo sacudir, e intenté contraatacar, en vano. No le haría daño con golpes oportunistas, tenía que encontrar la forma de asestar un impacto crítico, finalizar aquello con un solo golpe.
Me moví alrededor de aquél árbol, buscando una oportunidad entre sus ataques desenfrenados. Entonces, un error, y tuve que bloquear con los brazos. El dolor subió hasta mis hombros, mis pies buscaron equilibrio. Retrocedí, pero el desgraciado no tardó en recortar la distancia. Otro golpe, más dolor, menos compostura. Así pasaron algunos instantes, cuando sentí que la bolsa con el carbón rojo se desprendió, y cayó al suelo. El trol vaciló unos instantes, y tras lanzarme otro manotazo, se abalanzó hacia la piedra.
No desperdicié la oportunidad, y tomé distancia retrocediendo varios pasos, hasta quedar cerca del árbol que usé para detenerme, haciendo lo posible por recuperar aliento.
El trol estaba... devorando la bolsa, con todo y piedra, como si se tratase de un animal hambriento. No tardó más de seis segundos, pero pude pensar en algo. Di otro hachazo, justo en el punto donde había quedado la marca en el árbol. Esto llamó la atención del trol, que tras quitarse los restos de tela de los dientes, pareció recordarme. Empezó a correr hacia mí otra vez.
Lancé otro golpe al árbol, aunque mi cuerpo me pedía que me detuviera. Escuché el crujido que había escuchado tantas veces antes, el que hace un árbol al caer, y lo aposté todo en ese último plan desesperado.
El trol se acercó, así como lo hizo el tronco, y recibió el golpe de lleno.
Me lancé a él sin vacilar, aprovechando la confusión que sufrió. Coloqué toda mi fuerza, todo mi peso, toda mi frustración e impotencia en un único y brutal golpe [1] que le impactó de lleno en el cuello, en diagonal.
Y mi hacha se detuvo, apenas un par de centímetros en su carne.
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Re: Cuerpo sano, mente sana, alma sana [Privado] [CERRADO]
Poco a poco, avancé hasta la mesa donde seguían los materiales. Aún con el pelaje de mi hocico teñido de rojo, y con el cuerpo aún agarrotado, me negaba a seguir descansando.
El cristal azulado. Si no me equivocaba, era algún tipo de residuo de éter. Tenía el mismo color que había visto tener a mi espíritu. ¿Significaba algo? ¿Era parte de mi?
Tenía que ponerlo a prueba si quería aprender algo. Busqué algo de papel. La forma más simple era trazar una runa básica, como calor, luz, o movimiento. No sabía en absoluto cuando potencial tenía, por lo que me decanté por luz. Y tras dibujar el simple glifo, coloqué el cristal en el espacio del centro.
El resultado fue... extremadamente brillante. Tuve que protegerme la vista casi al instante. Era como tener un sol ahí dentro. Estaba claro que si lo usaba de linterna, iba a perturbar el sueño de muchos animales salvajes. A tientas, saqué el cristal de la runa, por lo que se apagó lentamente. Fuera lo que fuese aquello, era una fuente casi absurda de energía mágica. La clase de objeto que podía hacer casi cualquier cosa.
Suspiré, reclinándome en mi asiento. Lo que fuese a hacer con aquello sería importante. No conocía manera existente de conseguir más. Si hacía algo, tendría que ser algo que solucionase un gran problema.
Como el que tenía en ese momento.
Había un símbolo que seguía en mi mente. No recordaba haberlo aprendido, y de alguna manera, la forma estaba clara. Realizar los trazos no me era natural. Dudaba de haber hecho algo así antes, y aun así... podía decirlo con una extraña seguridad. Alma. Su significado era "alma".
Tragué saliva. Solo iba a tener una oportunidad para aquello. No iba a poder confiar en la resistencia de un papel, o incluso del metal. Haría los símbolos en el propio cristal. No sabía su dureza, ni si podía atravesarlo, pero tenía un método para aquello. Solo tenía que inscribir en la superficie y utilizar otra runa. Se inscribiría en el interior del cristal, aunque perdería masa.
Cerré los ojos. No tenía ninguna forma mejor de hacer aquello.
Utilicé mi propia sangre como catalizador, para asegurarme de que no tenía ninguna reacción negativa a mi cuerpo. Además, parecía apropiado. Ignoré el cansancio y el dolor. Si descansaba, temía no volver a levantarme en condiciones para terminar.
Pasé un buen rato grabando los símbolos cuidadosamente y asegurandome de que todo estaba en su sitio. Los símbolos principales eran "Alma", "Cuerpo" y "Retorno". Tres runas que requerían de cantidades enormes de energía para funcionar. Pero incluso con aquello, me sobraba espacio, y según creía, un exceso de energía. Sin una forma clara de expulsar el éter adicional, corría cierto peligro.
Decidí, entonces, añadir algo más. "Energía", "Frío" y "Alrededor". Con aquello, me libraría de la magia restante... y podía, incluso, utilizarla como un arma. El frío parecía la opción más controlable, por lo que no me arriesgaba más de lo que suponía usar runas experimentales en mi propio cuerpo.
Lo cual era, sencillamente, estúpido.
El cristal se iluminó. Se había vuelto algo más pequeño. Podría usarlo de amuleto con ese tamaño. Pero por el momento, solo quería descansar.
El cristal azulado. Si no me equivocaba, era algún tipo de residuo de éter. Tenía el mismo color que había visto tener a mi espíritu. ¿Significaba algo? ¿Era parte de mi?
Tenía que ponerlo a prueba si quería aprender algo. Busqué algo de papel. La forma más simple era trazar una runa básica, como calor, luz, o movimiento. No sabía en absoluto cuando potencial tenía, por lo que me decanté por luz. Y tras dibujar el simple glifo, coloqué el cristal en el espacio del centro.
El resultado fue... extremadamente brillante. Tuve que protegerme la vista casi al instante. Era como tener un sol ahí dentro. Estaba claro que si lo usaba de linterna, iba a perturbar el sueño de muchos animales salvajes. A tientas, saqué el cristal de la runa, por lo que se apagó lentamente. Fuera lo que fuese aquello, era una fuente casi absurda de energía mágica. La clase de objeto que podía hacer casi cualquier cosa.
Suspiré, reclinándome en mi asiento. Lo que fuese a hacer con aquello sería importante. No conocía manera existente de conseguir más. Si hacía algo, tendría que ser algo que solucionase un gran problema.
Como el que tenía en ese momento.
Había un símbolo que seguía en mi mente. No recordaba haberlo aprendido, y de alguna manera, la forma estaba clara. Realizar los trazos no me era natural. Dudaba de haber hecho algo así antes, y aun así... podía decirlo con una extraña seguridad. Alma. Su significado era "alma".
Tragué saliva. Solo iba a tener una oportunidad para aquello. No iba a poder confiar en la resistencia de un papel, o incluso del metal. Haría los símbolos en el propio cristal. No sabía su dureza, ni si podía atravesarlo, pero tenía un método para aquello. Solo tenía que inscribir en la superficie y utilizar otra runa. Se inscribiría en el interior del cristal, aunque perdería masa.
Cerré los ojos. No tenía ninguna forma mejor de hacer aquello.
Utilicé mi propia sangre como catalizador, para asegurarme de que no tenía ninguna reacción negativa a mi cuerpo. Además, parecía apropiado. Ignoré el cansancio y el dolor. Si descansaba, temía no volver a levantarme en condiciones para terminar.
Pasé un buen rato grabando los símbolos cuidadosamente y asegurandome de que todo estaba en su sitio. Los símbolos principales eran "Alma", "Cuerpo" y "Retorno". Tres runas que requerían de cantidades enormes de energía para funcionar. Pero incluso con aquello, me sobraba espacio, y según creía, un exceso de energía. Sin una forma clara de expulsar el éter adicional, corría cierto peligro.
Decidí, entonces, añadir algo más. "Energía", "Frío" y "Alrededor". Con aquello, me libraría de la magia restante... y podía, incluso, utilizarla como un arma. El frío parecía la opción más controlable, por lo que no me arriesgaba más de lo que suponía usar runas experimentales en mi propio cuerpo.
Lo cual era, sencillamente, estúpido.
El cristal se iluminó. Se había vuelto algo más pequeño. Podría usarlo de amuleto con ese tamaño. Pero por el momento, solo quería descansar.
Asher Daregan
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Re: Cuerpo sano, mente sana, alma sana [Privado] [CERRADO]
Ese instante se grabó en mis ojos como si de una pintura se tratase.
El trol estaba inclinado hacia delante, el hacha firmemente incrustada en su carne pétrea. El ataque le había hecho menos daño del que contaba. Mucho menos; el desgraciado apenas había perdido el equilibio. Pero no podía desperdiciar ni un segundo en frustrarne o sorprenderme.
El tiempo, poco a poco, pareció seguir su curso.
Aproveché el aparente desconcierto que había invadido al trol, y tiré fuértemente del hacha, que en vez de soltarse, hizo que el monstruo cayera hacia delante. Dudar era morir. Intentar recuperar el hacha me haría perder la ventaja. Debía adaptarme.
Solté el hacha y me abalancé al trol en el suelo, que parecía haber superado el asombro de un ataque haciéndole daño (por muy reducido que haya sido), y ahora se revolvía en el suelo, más por furia que por dolor. Aguanté un par de codazos y manotazos, le rodeé el cuello con el brazo, desde la espalda. En esa posición tenía más difícil el darme golpes exitosos. Su furia aumentó, y con ello lo errático de sus ataques, y su fuerza.
Tomé una piedra del suelo, esforzándome por no soltarle, y descargué poderoso golpe en la cabeza del hacha, martillándola más profundo en su hombro. El aire del bosque ahora estaba lleno de gruñidos y gritos del monstruo, de rugidos que me sacaba el esfuerzo, y de los resonantes impactos de piedra contra metal, contra piedra.
Probablemente aquello hubiese durado menos de treinta segundos, pero si me dijeran que fueron horas, no lo pondría en duda.
Tras el quinto golpe, noté que su brazo derecho —donde había incrustado el hacha— había perdido mucha fuerza. Con el sexto, el brazo dejó de moverse. Los gritos del trol se hicieron más fuertes, tanto que vacilé por el dolor de escuchar desde tan cerca, y mi agarré se aflojó. El trol logró soltarse, dándome tremendo cabezazo en el hocico, y retrocedió como un primatoe, usando su brazo sano.
Apreté la mándibula con fuerza, sintiendo el sabor a hierro en la boca. Pocas veces me había ocurrido, pero sentí la imperiosa y salvaje necesidad de arrancarle la cabeza a mordiscos, saliendo a brillar mi parte más animal. Obviamente no lo intenté. En su lugar, me lancé hacia el trol, que intentaba quitarse le hacha del hombro. No me había percatado mientras forcejéabamos, pero ahora la herida era bastante profunda, el arma enterrada casi un palmo en su cuerpo. Me acerqué antes de que pudiera darle otro manotazo al mango, y usé esa zona segura para evitar que me golpeara. Volví a dar un tirón al hacha. El trol gritó, casi aullando, acto que desafié con un rugido de mi parte. Halé fuertemente, ignorando ahora sus intentos de separarme a golpes, y sentí el crujir de la madera.
Maldije internamente, pero no lo pensé dos veces.
Giré violentamente, como lo había hecho para detenerme en el árbol, y el trol trastabilló hacia delante. El hacha se rompió, y sin darle un momento de respirar, le pateé una pierna, apretando mi mandíbula por el dolor resultante en mi pie. El trol cayó arrodillado, y acompañado de un rugido triunfante, le enterré el mango astillado en un ojo. Me dio un bofetón, con fuerza que no llegaba ni de cerca a la que usó anteriormente. Empujé aún más el mango del hacha, que ahora estaba bañada en sangre oscura, al igual que el pelaje de mi brazo. Su brazo dejó de intentar golpearme, y quedó colgando de su cuerpo.
Tras unos segundos, acentuados por mi violenta respiración, le solté, y el trol cayó al suelo, muerto.
Di un par de pasos antes de caer sentado bajo un árbol cercano, tomando bocanadas de aire. Cada una me hacía apretar el gesto por el dolor en mis costillas. Todo mi cuerpo se quejaba.
Eché un vistazo al trol muerto, al charco creciente de sangre oscura, y a los restos de mi hacha...
No. A los restos del hacha de mi padre, que aún estaban incrustados en el cadáver.
Dejé caer el peso de mi cabeza en el tronco, y cerré los ojos.
—...Si el ritual no funciona... —gruñí a nada en particular, con la fuerza que aún me quedaba en la garganta.
El trol estaba inclinado hacia delante, el hacha firmemente incrustada en su carne pétrea. El ataque le había hecho menos daño del que contaba. Mucho menos; el desgraciado apenas había perdido el equilibio. Pero no podía desperdiciar ni un segundo en frustrarne o sorprenderme.
El tiempo, poco a poco, pareció seguir su curso.
Aproveché el aparente desconcierto que había invadido al trol, y tiré fuértemente del hacha, que en vez de soltarse, hizo que el monstruo cayera hacia delante. Dudar era morir. Intentar recuperar el hacha me haría perder la ventaja. Debía adaptarme.
Solté el hacha y me abalancé al trol en el suelo, que parecía haber superado el asombro de un ataque haciéndole daño (por muy reducido que haya sido), y ahora se revolvía en el suelo, más por furia que por dolor. Aguanté un par de codazos y manotazos, le rodeé el cuello con el brazo, desde la espalda. En esa posición tenía más difícil el darme golpes exitosos. Su furia aumentó, y con ello lo errático de sus ataques, y su fuerza.
Tomé una piedra del suelo, esforzándome por no soltarle, y descargué poderoso golpe en la cabeza del hacha, martillándola más profundo en su hombro. El aire del bosque ahora estaba lleno de gruñidos y gritos del monstruo, de rugidos que me sacaba el esfuerzo, y de los resonantes impactos de piedra contra metal, contra piedra.
Probablemente aquello hubiese durado menos de treinta segundos, pero si me dijeran que fueron horas, no lo pondría en duda.
Tras el quinto golpe, noté que su brazo derecho —donde había incrustado el hacha— había perdido mucha fuerza. Con el sexto, el brazo dejó de moverse. Los gritos del trol se hicieron más fuertes, tanto que vacilé por el dolor de escuchar desde tan cerca, y mi agarré se aflojó. El trol logró soltarse, dándome tremendo cabezazo en el hocico, y retrocedió como un primatoe, usando su brazo sano.
Apreté la mándibula con fuerza, sintiendo el sabor a hierro en la boca. Pocas veces me había ocurrido, pero sentí la imperiosa y salvaje necesidad de arrancarle la cabeza a mordiscos, saliendo a brillar mi parte más animal. Obviamente no lo intenté. En su lugar, me lancé hacia el trol, que intentaba quitarse le hacha del hombro. No me había percatado mientras forcejéabamos, pero ahora la herida era bastante profunda, el arma enterrada casi un palmo en su cuerpo. Me acerqué antes de que pudiera darle otro manotazo al mango, y usé esa zona segura para evitar que me golpeara. Volví a dar un tirón al hacha. El trol gritó, casi aullando, acto que desafié con un rugido de mi parte. Halé fuertemente, ignorando ahora sus intentos de separarme a golpes, y sentí el crujir de la madera.
Maldije internamente, pero no lo pensé dos veces.
Giré violentamente, como lo había hecho para detenerme en el árbol, y el trol trastabilló hacia delante. El hacha se rompió, y sin darle un momento de respirar, le pateé una pierna, apretando mi mandíbula por el dolor resultante en mi pie. El trol cayó arrodillado, y acompañado de un rugido triunfante, le enterré el mango astillado en un ojo. Me dio un bofetón, con fuerza que no llegaba ni de cerca a la que usó anteriormente. Empujé aún más el mango del hacha, que ahora estaba bañada en sangre oscura, al igual que el pelaje de mi brazo. Su brazo dejó de intentar golpearme, y quedó colgando de su cuerpo.
Tras unos segundos, acentuados por mi violenta respiración, le solté, y el trol cayó al suelo, muerto.
Di un par de pasos antes de caer sentado bajo un árbol cercano, tomando bocanadas de aire. Cada una me hacía apretar el gesto por el dolor en mis costillas. Todo mi cuerpo se quejaba.
Eché un vistazo al trol muerto, al charco creciente de sangre oscura, y a los restos de mi hacha...
No. A los restos del hacha de mi padre, que aún estaban incrustados en el cadáver.
Dejé caer el peso de mi cabeza en el tronco, y cerré los ojos.
—...Si el ritual no funciona... —gruñí a nada en particular, con la fuerza que aún me quedaba en la garganta.
Naharu
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Re: Cuerpo sano, mente sana, alma sana [Privado] [CERRADO]
Naharu tardó más en llegar que Syl... y cuando vino, lo hizo en peor estado. Su pelaje estaba manchado de sangre en varias partes. Rakfyr y Syl se miraron durante un momento antes de acercarse a comprobar que estuviese bien.
-Maldita sea, Naharu. Te dije que tuvieses cuidado.- masculló el chamán. -Déjame ver.- añadió, disponiendose a examinar sus heridas. Syl desapareció en la cabaña un momento, volviendo con algo en la mano que le presentó al oso. Un frasco, muy distinto a lo que solía usar el tigre.
-Bebe esto. Es lo mejor para heridas así.- aseguró. Algo más de lo necesario, quizás. Prefería reservar aquellas cosas para emergencias o situaciones de peligro. Pero después de todo, había salido herido tratando de ayudar. Era lo mínimo que podía hacer. -¿...Tu hacha?- preguntó.
Pasaron unos minutos comprobando los ingredientes y preparando la mezcla. Y cuando estaban apenas por terminar la preparación, en la última hora del atardecer, la puerta de la cabaña se abrió.
Empezaba a notarlo de nuevo.
Apreté los dientes, sin detenerme. No cuando estaba tan cerca. El dolor empezó a intensificarse, atravesando mi pecho. Aquella vez, era punzante. Mi mano soltó el cristal, abriéndose repentinamente. Lo cogí a tiempo antes de que tocase el suelo, y traté de enfocar mi mirada.
Respiré agitadamente. La cabeza me daba vueltas. Aun así, continué repasando los símbolos, sellando las runas. Si no terminaba aquello... tenía la sensación de que moriría. El pensamiento me despejó un poco. Frenéticamente, acabé el repaso. El cristal empezó a enfriarse rápidamente, volviéndose gélido. Tocarlo quemaba, aunque apenas lo sentía en ese estado. No podía fallar.
Mi cuerpo gritaba. Tenía que salir de ahí. Con tan solo el cristal en el puño, me di la vuelta, tratando de orientarme en la cabaña para salir. Me tambaleé. Logré apoyarme en una pared antes de caer, lo cual ayudó un poco. Solo unos pasos más.
De alguna forma, llegué a la puerta y di unos pasos más antes de caer sobre la hierba. Escuché una voz, aunque sonaba distante. Syl estaba allí. Rakfyr y Naharu también. Dije algo, o al menos lo intenté. "Alejaos." El gato no me hizo caso, o quizás no me escuchó. Seguía avanzando hacia mi. Tenía que hacerlo ahora, antes de que se acercase demasiado.
Llevé la mano a mi pecho... y hundí el cristal en mi corazón.
El dolor se desvaneció, junto al resto del mundo. Durante un instante, no fui capaz de sentir nada aparte del intenso calor de un sol. Y entonces, reaparecí, liberando una poderosa ola de frío a mi alrededor. Todo a mi alrededor estaba congelado: la misma hierba se había vuelto completamente blanca y sólida.
Y el dolor había desaparecido.
Palpé mi torso. No había rastro de la herida que me había provocado segundos atrás. El cristal estaba en mi mano. Pese al frío, estaba... bien. Me levanté. Syl y Rakfyr me miraban, completamente atónitos.
-...He ganado.-
Objeto Limitado: Poción de salud concentrada
Habilidad: Criogénesis
-Maldita sea, Naharu. Te dije que tuvieses cuidado.- masculló el chamán. -Déjame ver.- añadió, disponiendose a examinar sus heridas. Syl desapareció en la cabaña un momento, volviendo con algo en la mano que le presentó al oso. Un frasco, muy distinto a lo que solía usar el tigre.
-Bebe esto. Es lo mejor para heridas así.- aseguró. Algo más de lo necesario, quizás. Prefería reservar aquellas cosas para emergencias o situaciones de peligro. Pero después de todo, había salido herido tratando de ayudar. Era lo mínimo que podía hacer. -¿...Tu hacha?- preguntó.
Pasaron unos minutos comprobando los ingredientes y preparando la mezcla. Y cuando estaban apenas por terminar la preparación, en la última hora del atardecer, la puerta de la cabaña se abrió.
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Empezaba a notarlo de nuevo.
Apreté los dientes, sin detenerme. No cuando estaba tan cerca. El dolor empezó a intensificarse, atravesando mi pecho. Aquella vez, era punzante. Mi mano soltó el cristal, abriéndose repentinamente. Lo cogí a tiempo antes de que tocase el suelo, y traté de enfocar mi mirada.
Respiré agitadamente. La cabeza me daba vueltas. Aun así, continué repasando los símbolos, sellando las runas. Si no terminaba aquello... tenía la sensación de que moriría. El pensamiento me despejó un poco. Frenéticamente, acabé el repaso. El cristal empezó a enfriarse rápidamente, volviéndose gélido. Tocarlo quemaba, aunque apenas lo sentía en ese estado. No podía fallar.
Mi cuerpo gritaba. Tenía que salir de ahí. Con tan solo el cristal en el puño, me di la vuelta, tratando de orientarme en la cabaña para salir. Me tambaleé. Logré apoyarme en una pared antes de caer, lo cual ayudó un poco. Solo unos pasos más.
De alguna forma, llegué a la puerta y di unos pasos más antes de caer sobre la hierba. Escuché una voz, aunque sonaba distante. Syl estaba allí. Rakfyr y Naharu también. Dije algo, o al menos lo intenté. "Alejaos." El gato no me hizo caso, o quizás no me escuchó. Seguía avanzando hacia mi. Tenía que hacerlo ahora, antes de que se acercase demasiado.
Llevé la mano a mi pecho... y hundí el cristal en mi corazón.
El dolor se desvaneció, junto al resto del mundo. Durante un instante, no fui capaz de sentir nada aparte del intenso calor de un sol. Y entonces, reaparecí, liberando una poderosa ola de frío a mi alrededor. Todo a mi alrededor estaba congelado: la misma hierba se había vuelto completamente blanca y sólida.
Y el dolor había desaparecido.
Palpé mi torso. No había rastro de la herida que me había provocado segundos atrás. El cristal estaba en mi mano. Pese al frío, estaba... bien. Me levanté. Syl y Rakfyr me miraban, completamente atónitos.
-...He ganado.-
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Asher Daregan
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Re: Cuerpo sano, mente sana, alma sana [Privado] [CERRADO]
El calor en los músculos y los futuros moretones, el dolor punzante, el sabor a hierro y la peste a trol en el aire... Descansar en esas condiciones sería una tarea imposible si el cansancio y la victoria no suavizaran un poco mis estándares de confort.
Claro que, no intenté hacerlo. Aún tenía mucho que hacer; El maldito trol se había comido el carbón que conseguí, y no sabía si carbón lleno de fluidos de monstruo funcionaría. Tampoco podría abrirle el estómago al resistente hijo de perra.
Por ello, debía volver caminando a la montaña. No la había dejado muy atrás, pero cualquier distancia parecía mucha en ese estado tan indispuesto. Respiré hondo, lo más que me lo permitió el dolor punzante, y suspiré, aceptando determinado mi nuevo objetivo. Ya podría descansar de verdad cuando volviese a la cabaña con parte de la cura para Asher. Por ahora, aún tenía mucho que hacer.
—Carajo... —escupí algo de la sangre que aún tenía en la boca. Hice ademán de levantarme, a lo que mi cuerpo respondió con una ola de dolor. La ignoré lo mejor que pude— ¡CARAJO!
Lancé otro vistazo al cadáver, a los restos arruinados del hacha. Suspiré una segunda vez.
Aún tenía mucho por hacer.
Tardé más de lo que me gustaría, aunque la cojera era una buena excusa. Sentía los latidos del corazón en el pie, y cualquier intento de apoyarlo era como caminar en fuego. Porque mover mi peso por ahí no era ya lo suficientemente problemático.
—Conseguí el carbón. —alcé la mano con que sostenía un trozo del tamaño de mi cabeza, y respiré hondo— ... Un literal montón, realmente. Deberían aprovechar los esfuerzos de ese trol y recogerlo todo.
Me acerqué al par de felinos con cara de preocupación, intentando poner un frente de estoicismo vanidoso. No creo que haya sido muy convincente.
— Si crees que me veo mal, deberías ver cómo quedó el otro —respondí a Rakfyr.
Ante su petición, accedí dejándome caer en el suelo —con el cuidado necesario—, y una vez sentado luché con las ganas de acostarme completamente. Cerré los ojos, relajándome finalmente.
Unos momentos después la voz de Syl me hizo abrir los ojos. Me ofrecía una botella con un líquido raro, una poción, si no me equivocaba. La acepté sin pensarlo dos veces, y curioso por el sabor, me la llevé a la boca.
Mis ojos se abrieron por la sorpresa. El dolor, las molestias, incluso las incomodidades desaparecieron rápidamente. Había visto antes los efectos de una de esas cosas, pero experimentarlo en carne propia era algo curiosísimo. Y agradable.
Mientras hacía un examen mental de mi estado físico, Syl parecía haber examinado con la vista lo que traía conmigo. Su pregunta consecuente me sacó de mi burbuja, de vuelta al ahora y las consecuencias que tenía en la espalda.
Tomé la cabeza del hacha que había recuperado del cadáver, astillada y aún sucia, y la dejé a mi lado, a vista del felino. No alcé la vista, así que no sé cuál fue su reacción.
—Cumplió su función hasta el final. —afirmé, algo de arrepentimiento subiendo a mi voz.
Observé los restos unos momentos más, y procedí a dejarme caer completamente en el suelo, libre de las precauciones de un cuerpo herido. Con los ojos cerrados, reflexioné un buen rato sobre lo ocurrido en ese día.
De alguna forma, sentía que no era yo el que perdió algo.
Me levanté de un brinco, reaccionando al súbito movimiento de la puerta. Era Asher, y se veía fatal.
—¡Carajo! —me puse de pie, agitado, y me acerqué instintivamente. Parecía que el perro iba a caer en cualquier momento, ¿Eso de su mano era el cristal que le había dado? ¿Qué es lo que estaba pensand...
Con un movimiento suyo, Asher simplemente... desapareció. Por sólo un instante, pero lo suficiente como para que mi cabeza hubiese entrado en crisis. Volvió en un parpadeo, con una intensa explosión de frío que, por la distancia y mi naturaleza —pero seguramente más por lo primero—, no me afectó realmente.
No tanto como la imagen del perro levantándose, visiblemente saludable, y lo que dijo después.
Abrí la boca, buscando algo que comentar, pero aún tenía mucho que procesar. La confusión de lo que había ocurrido, el pánico al ver la hierba completamente congelada, el alivio de que Asher parecía haber mejorado...
Miré a los lados, observando las reacciones de los demás.
¿Y el carbón qué tuvo que ver con eso?
Claro que, no intenté hacerlo. Aún tenía mucho que hacer; El maldito trol se había comido el carbón que conseguí, y no sabía si carbón lleno de fluidos de monstruo funcionaría. Tampoco podría abrirle el estómago al resistente hijo de perra.
Por ello, debía volver caminando a la montaña. No la había dejado muy atrás, pero cualquier distancia parecía mucha en ese estado tan indispuesto. Respiré hondo, lo más que me lo permitió el dolor punzante, y suspiré, aceptando determinado mi nuevo objetivo. Ya podría descansar de verdad cuando volviese a la cabaña con parte de la cura para Asher. Por ahora, aún tenía mucho que hacer.
—Carajo... —escupí algo de la sangre que aún tenía en la boca. Hice ademán de levantarme, a lo que mi cuerpo respondió con una ola de dolor. La ignoré lo mejor que pude— ¡CARAJO!
Lancé otro vistazo al cadáver, a los restos arruinados del hacha. Suspiré una segunda vez.
Aún tenía mucho por hacer.
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Tardé más de lo que me gustaría, aunque la cojera era una buena excusa. Sentía los latidos del corazón en el pie, y cualquier intento de apoyarlo era como caminar en fuego. Porque mover mi peso por ahí no era ya lo suficientemente problemático.
—Conseguí el carbón. —alcé la mano con que sostenía un trozo del tamaño de mi cabeza, y respiré hondo— ... Un literal montón, realmente. Deberían aprovechar los esfuerzos de ese trol y recogerlo todo.
Me acerqué al par de felinos con cara de preocupación, intentando poner un frente de estoicismo vanidoso. No creo que haya sido muy convincente.
— Si crees que me veo mal, deberías ver cómo quedó el otro —respondí a Rakfyr.
Ante su petición, accedí dejándome caer en el suelo —con el cuidado necesario—, y una vez sentado luché con las ganas de acostarme completamente. Cerré los ojos, relajándome finalmente.
Unos momentos después la voz de Syl me hizo abrir los ojos. Me ofrecía una botella con un líquido raro, una poción, si no me equivocaba. La acepté sin pensarlo dos veces, y curioso por el sabor, me la llevé a la boca.
Mis ojos se abrieron por la sorpresa. El dolor, las molestias, incluso las incomodidades desaparecieron rápidamente. Había visto antes los efectos de una de esas cosas, pero experimentarlo en carne propia era algo curiosísimo. Y agradable.
Mientras hacía un examen mental de mi estado físico, Syl parecía haber examinado con la vista lo que traía conmigo. Su pregunta consecuente me sacó de mi burbuja, de vuelta al ahora y las consecuencias que tenía en la espalda.
Tomé la cabeza del hacha que había recuperado del cadáver, astillada y aún sucia, y la dejé a mi lado, a vista del felino. No alcé la vista, así que no sé cuál fue su reacción.
—Cumplió su función hasta el final. —afirmé, algo de arrepentimiento subiendo a mi voz.
Observé los restos unos momentos más, y procedí a dejarme caer completamente en el suelo, libre de las precauciones de un cuerpo herido. Con los ojos cerrados, reflexioné un buen rato sobre lo ocurrido en ese día.
De alguna forma, sentía que no era yo el que perdió algo.
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Me levanté de un brinco, reaccionando al súbito movimiento de la puerta. Era Asher, y se veía fatal.
—¡Carajo! —me puse de pie, agitado, y me acerqué instintivamente. Parecía que el perro iba a caer en cualquier momento, ¿Eso de su mano era el cristal que le había dado? ¿Qué es lo que estaba pensand...
Con un movimiento suyo, Asher simplemente... desapareció. Por sólo un instante, pero lo suficiente como para que mi cabeza hubiese entrado en crisis. Volvió en un parpadeo, con una intensa explosión de frío que, por la distancia y mi naturaleza —pero seguramente más por lo primero—, no me afectó realmente.
No tanto como la imagen del perro levantándose, visiblemente saludable, y lo que dijo después.
Abrí la boca, buscando algo que comentar, pero aún tenía mucho que procesar. La confusión de lo que había ocurrido, el pánico al ver la hierba completamente congelada, el alivio de que Asher parecía haber mejorado...
Miré a los lados, observando las reacciones de los demás.
¿Y el carbón qué tuvo que ver con eso?
Naharu
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Re: Cuerpo sano, mente sana, alma sana [Privado] [CERRADO]
Mis acompañantes parecían confusos. Comprensible, después de todo.
-¿Qué... has hecho?- preguntó Rakfyr.
-Una runa.- respondí. Aquello no aclaraba mucho. -...una muy experimental. Creo que lo ha arreglado.- dije. A decir verdad, no estaba seguro. Aún me sentía cansado.
-Inspira confianza.- suspiró Syl. -...Será mejor que hagamos el ritual de todos modos.- añadió con firmeza. No repliqué, pese a que lo notaba algo innecesario. Después de todo, se habían tomado las molestias de preparar aquello.
Y no estaba de más tener algo más de seguridad.
Pasé el siguiente rato moviéndome, probando mi cuerpo para ver si aún quedaba algún rastro de... lo que fuese aquello que me había afligido. Mientras tanto, Syl y Rakfyr terminaban los preparativos. Para cuando estaba todo listo, había anochecido.
No estaba seguro de que habían hecho. Aquello se alejaba de la alquimia formal. Solo reconocía algunos de los ingredientes: plantas de varias zonas de Aerandir, algunas exóticas. Y un carbón rojo, molido y mezclado hasta acabar siendo una especie de pigmento rojo.
Finalmente, el tigre me llamó. Me senté en el suelo frente a él, justo delante del totem del Lobo. ¿Lo había barnizado hace poco...? El ambiente se había vuelto más solemne, de alguna forma.
El tigre untó su índice en el cuenco de pintura, y acercó el dedo a mi frente. Cerré los ojos, por miedo a que alguna gota cayese donde no debía, mientras el chamán dibujaba un símbolo sobre mi pelaje.
No era ninguna runa. O al menos, no una que conociese. Era difícil de decir sin poder verlo directamente. Rakfyr se mantuvo en absoluto silencio mientras pintaba mi cara. Tras unos segundos de pausa, volví a abrir los ojos. Y entonces, noté la pintura sobre mi torso. Esta vez era Syl. Debía haber decidido tomar una parte más activa en aquello, o quizás fuese parte de aquello.
Quería preguntar, pero no parecía el momento. El felino parecía muy concentrado en su tarea. Pese al cosquilleo, traté de no moverme... sin mucho éxito.
-Relájate.- dijo el gato, tomándome de la mano y haciéndome estirar el brazo. Respiré hondo mientras continuaba trazando sobre él.
Llevó unos minutos. Cuando terminó, observé las marcas que podía. Eran vagamente familiares... pero muy, muy lejanas. Quizás las hubiese visto en Áruent, cuando era un crío.
Después, Rakfyr me tendió otro bol. Este tenía un líquido más transparente y un olor dulce. Algunos pétalos flotaban sobre él. Titubeé un segundo, acercándolo a mi hocico. Siguiendo las indicaciones del tigre, di un sorbo. Sabía bien. El tigre no me detuvo, por lo que continué bebiendo, asegurándome de no tragarme los pétalos por accidente. Cuando terminé, me notaba mucho más tranquilo.
Somnoliento, incluso.
Me recosté sobre la hierba. Olía algo curioso. Como un incienso, pero más suave. Rakfyr dijo algo, pero a decir verdad, no lo entendí del todo. En cuestión de segundos, caí dormido.
-¿Qué... has hecho?- preguntó Rakfyr.
-Una runa.- respondí. Aquello no aclaraba mucho. -...una muy experimental. Creo que lo ha arreglado.- dije. A decir verdad, no estaba seguro. Aún me sentía cansado.
-Inspira confianza.- suspiró Syl. -...Será mejor que hagamos el ritual de todos modos.- añadió con firmeza. No repliqué, pese a que lo notaba algo innecesario. Después de todo, se habían tomado las molestias de preparar aquello.
Y no estaba de más tener algo más de seguridad.
Pasé el siguiente rato moviéndome, probando mi cuerpo para ver si aún quedaba algún rastro de... lo que fuese aquello que me había afligido. Mientras tanto, Syl y Rakfyr terminaban los preparativos. Para cuando estaba todo listo, había anochecido.
No estaba seguro de que habían hecho. Aquello se alejaba de la alquimia formal. Solo reconocía algunos de los ingredientes: plantas de varias zonas de Aerandir, algunas exóticas. Y un carbón rojo, molido y mezclado hasta acabar siendo una especie de pigmento rojo.
Finalmente, el tigre me llamó. Me senté en el suelo frente a él, justo delante del totem del Lobo. ¿Lo había barnizado hace poco...? El ambiente se había vuelto más solemne, de alguna forma.
El tigre untó su índice en el cuenco de pintura, y acercó el dedo a mi frente. Cerré los ojos, por miedo a que alguna gota cayese donde no debía, mientras el chamán dibujaba un símbolo sobre mi pelaje.
No era ninguna runa. O al menos, no una que conociese. Era difícil de decir sin poder verlo directamente. Rakfyr se mantuvo en absoluto silencio mientras pintaba mi cara. Tras unos segundos de pausa, volví a abrir los ojos. Y entonces, noté la pintura sobre mi torso. Esta vez era Syl. Debía haber decidido tomar una parte más activa en aquello, o quizás fuese parte de aquello.
Quería preguntar, pero no parecía el momento. El felino parecía muy concentrado en su tarea. Pese al cosquilleo, traté de no moverme... sin mucho éxito.
-Relájate.- dijo el gato, tomándome de la mano y haciéndome estirar el brazo. Respiré hondo mientras continuaba trazando sobre él.
Llevó unos minutos. Cuando terminó, observé las marcas que podía. Eran vagamente familiares... pero muy, muy lejanas. Quizás las hubiese visto en Áruent, cuando era un crío.
Después, Rakfyr me tendió otro bol. Este tenía un líquido más transparente y un olor dulce. Algunos pétalos flotaban sobre él. Titubeé un segundo, acercándolo a mi hocico. Siguiendo las indicaciones del tigre, di un sorbo. Sabía bien. El tigre no me detuvo, por lo que continué bebiendo, asegurándome de no tragarme los pétalos por accidente. Cuando terminé, me notaba mucho más tranquilo.
Somnoliento, incluso.
Me recosté sobre la hierba. Olía algo curioso. Como un incienso, pero más suave. Rakfyr dijo algo, pero a decir verdad, no lo entendí del todo. En cuestión de segundos, caí dormido.
Asher Daregan
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Re: Cuerpo sano, mente sana, alma sana [Privado] [CERRADO]
Los otros estaban igual de confusos que yo. La sorpresa nos había dejado congelados, casi como si fuese un efecto adicional de lo que sea que el perro había logrado. Deseché la idea con la misma facilidad con la que había llegado, por lo tonta que era.
Rakfyr fue el primero en romper el silencio con su pregunta, y con ello me di cuenta de que yo había estado aguantando la respiración. El tigre tampoco sabía lo que había ocurrido, así que supuse que todo eso fue algo ajeno al ritual cuyos ingredientes habíamos ido a buscar. Lo que le dijo Syl confirmó esa idea.
El par de felinos empezó a trabajar con los preparativos. Por otro lado, Asher empezó a hacer estiramientos y demás cosas del estilo. Puede que hubiese podido ayudarles con el ritual si me ofrecía, o quizás ir con Asher y tener algún combate amistoso para cerciorarnos de que todo funcionase como debería. No hice ninguna de las dos.
La poción se había encargado de mis heridas, pero seguía agotado. Increíblemente, de hecho. No sólo mi cuerpo se quejaba, pidiéndome sueño. Otra cosa, menos tangible, me pedía descanso a gritos. Se aferraba a mis huesos, infestaba mis sentidos con nostalgia. Esa vez, si bien no completamente cómodo con la idea, dejé todo en manos del resto. Entré a la cabaña y me dejé caer sobre una de las camas.
Si bien habían pasado meses desde que partí, si bien había viajado grandes distancias desde entonces, no me había sentido así hasta ese momento, en esa cabaña. Ese día fue mi primer paso real lejos de casa.
Desperté un par de horas después. Me senté al borde de la cama y me estiré, provocando quejas del mueble y de mí mismo. Mi cuerpo respondía mejor tras la siesta. Mi mente también.
Tras unos momentos ordenando mis pensamientos, decidí volver con los demás en el exterior. Allí observé cómo Syl pintaba unos símbolos en el cuerpo de Asher, que ya tenía uno en la frente. Runas, si me preguntaran, pero no conocía qué grado de maestría tendría Syl con aquél oficio. Si tuviera que decirlo, por lo peligroso que era el marcar runas directamente en el cuerpo según Asher, esto era otra cosa.
Quité los ojos de la pareja. Mi mirada pasó por encima del tigre, deteniéndose pesadamente en el tótem. Observé fijamente aquella talla, sólo una de las muchas del lugar, y en ella vi la razón por la que me encontraba en ese lugar, en ese momento. Viendo aquél tótem reviví los ritos de mi infancia, las travesuras con Ombako, los regaños de madre... Reviví las ofrendas, el aroma de la comida, las melodías, las danzas. Las memorias cálidas de una vida que me trajo a este momento, donde el crepitar de la leña ya no es sinónimo de goce y seguridad.
Arranqué la mirada del tótem al escuchar a Rakfyr decir algo. Parpadeé unos momentos, aclarando mi mente. Asher ahora estaba acostado en el suelo. Se le veía... plácido. Supongo que era la primera vez en varios días que se podía permitir dormir bien.
—Todos deben descansar eventualmente. —pensé en voz alta, con la voz ronca por el tiempo dormido.
Tomé asiento en el suelo, mientras observaba distante cómo Rakfyr desperdigaba pétalos en los alrededores del perro.
En contraste con todo lo ocurrido anteriormente, aquella fue una noche tranquila.
Rakfyr fue el primero en romper el silencio con su pregunta, y con ello me di cuenta de que yo había estado aguantando la respiración. El tigre tampoco sabía lo que había ocurrido, así que supuse que todo eso fue algo ajeno al ritual cuyos ingredientes habíamos ido a buscar. Lo que le dijo Syl confirmó esa idea.
El par de felinos empezó a trabajar con los preparativos. Por otro lado, Asher empezó a hacer estiramientos y demás cosas del estilo. Puede que hubiese podido ayudarles con el ritual si me ofrecía, o quizás ir con Asher y tener algún combate amistoso para cerciorarnos de que todo funcionase como debería. No hice ninguna de las dos.
La poción se había encargado de mis heridas, pero seguía agotado. Increíblemente, de hecho. No sólo mi cuerpo se quejaba, pidiéndome sueño. Otra cosa, menos tangible, me pedía descanso a gritos. Se aferraba a mis huesos, infestaba mis sentidos con nostalgia. Esa vez, si bien no completamente cómodo con la idea, dejé todo en manos del resto. Entré a la cabaña y me dejé caer sobre una de las camas.
Si bien habían pasado meses desde que partí, si bien había viajado grandes distancias desde entonces, no me había sentido así hasta ese momento, en esa cabaña. Ese día fue mi primer paso real lejos de casa.
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Desperté un par de horas después. Me senté al borde de la cama y me estiré, provocando quejas del mueble y de mí mismo. Mi cuerpo respondía mejor tras la siesta. Mi mente también.
Tras unos momentos ordenando mis pensamientos, decidí volver con los demás en el exterior. Allí observé cómo Syl pintaba unos símbolos en el cuerpo de Asher, que ya tenía uno en la frente. Runas, si me preguntaran, pero no conocía qué grado de maestría tendría Syl con aquél oficio. Si tuviera que decirlo, por lo peligroso que era el marcar runas directamente en el cuerpo según Asher, esto era otra cosa.
Quité los ojos de la pareja. Mi mirada pasó por encima del tigre, deteniéndose pesadamente en el tótem. Observé fijamente aquella talla, sólo una de las muchas del lugar, y en ella vi la razón por la que me encontraba en ese lugar, en ese momento. Viendo aquél tótem reviví los ritos de mi infancia, las travesuras con Ombako, los regaños de madre... Reviví las ofrendas, el aroma de la comida, las melodías, las danzas. Las memorias cálidas de una vida que me trajo a este momento, donde el crepitar de la leña ya no es sinónimo de goce y seguridad.
Arranqué la mirada del tótem al escuchar a Rakfyr decir algo. Parpadeé unos momentos, aclarando mi mente. Asher ahora estaba acostado en el suelo. Se le veía... plácido. Supongo que era la primera vez en varios días que se podía permitir dormir bien.
—Todos deben descansar eventualmente. —pensé en voz alta, con la voz ronca por el tiempo dormido.
Tomé asiento en el suelo, mientras observaba distante cómo Rakfyr desperdigaba pétalos en los alrededores del perro.
En contraste con todo lo ocurrido anteriormente, aquella fue una noche tranquila.
Naharu
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Re: Cuerpo sano, mente sana, alma sana [Privado] [CERRADO]
Me desperté sólo, en mi tienda, apartada de la cabaña.
Estaba a gusto y cálido. Pensé en volver a dormir, pero quería comprobar algunas cosas. El día anterior... casi parecía un sueño. No, recordaba algo que definitivamente lo era, pero incluso eso estaba borroso. Me levanté, examinando mi cuerpo. Las marcas del ritual habían desaparecido, pero aún quedaba rastro del olor.
Salí al exterior. El sol me dio en la cara de lleno. Ya había amanecido. Respiré hondo, y sonreí. Me sentía bien.
-Tienes buen aspecto.- dijo la voz de Syl. Me giré. El gato estaba sentado en una rama del árbol que tanto le gustaba. Se bajó de un salto, y en cuanto se acercó lo suficiente, me abrazó con fuerza.
-Me lo dicen a menudo.- sonreí. Le di un beso en los labios. Parecía aliviado.
-Y ahora, ¿qué?- preguntó. Los dos asumimos que aquello no iba a volver, o que como mínimo, desaparecería en poco tiempo. Pero quedaba la misma pregunta.
-Bueno. Podemos empezar por el desayuno.- propuse. Pero por lo que olía, Rakfyr ya se estaba encargando de ello. Al vernos entrar en la cabaña, el tigre nos saludó afablemente. Le devolví el saludo con respeto. No estaba seguro de si el ritual en sí había ayudado con aquello... pero sentía que lo había hecho. Se había ganado mi agradecimiento, como mínimo.
Una vez estuvimos todos reunidos, comencé la discusión.
-Hay mucho por hacer.- comencé. -Creo que lo primero será ir hacia el sur. Primero a la Peninsula, y luego, a las islas. Hay algo que tengo que tratar con el Hekshold.- dije. Sentía como si algo se acercase en el horizonte. No serían unos meses pacíficos.
-Entonces, os deseo suerte.- dijo Rakfyr. -Salvo que sea necesario, prefiero quedarme aquí, y cuidar del santuario. No me gusta la idea de dejar que vuelva a quedar en desarreglo.- expuso. Asentí. No era problema: resultaba conveniente, incluso. -Además, Kayr me hace compañía.-
-Mmh. ¿Que hay de ti, Naharu?- El oso parecía algo más independiente, a decir verdad. Pero dudaba que le gustase la idea de acercarse mucho al territorio de los brujos. O al sur en general. -Puedes seguir tu propio camino, si quieres. O quedarte aquí una temporada. Es un hogar para todos.-
Fuera como fuese, tendríamos que despedirnos de ese lugar, al menos una temporada. Pese a los temores de Rakfyr, resultaba imposible que un sitio como aquel quedase olvidado de nuevo. Había algo especial allí, algo que ni Dundarak ni ningún otro lugar había tenido, y no solo por los totems.
Nunca supe que era, exactamente. Solo supe que parte de mi espíritu estaba allí, frente al totem del Lobo. Y nunca volvería a desaparecer.
Estaba a gusto y cálido. Pensé en volver a dormir, pero quería comprobar algunas cosas. El día anterior... casi parecía un sueño. No, recordaba algo que definitivamente lo era, pero incluso eso estaba borroso. Me levanté, examinando mi cuerpo. Las marcas del ritual habían desaparecido, pero aún quedaba rastro del olor.
Salí al exterior. El sol me dio en la cara de lleno. Ya había amanecido. Respiré hondo, y sonreí. Me sentía bien.
-Tienes buen aspecto.- dijo la voz de Syl. Me giré. El gato estaba sentado en una rama del árbol que tanto le gustaba. Se bajó de un salto, y en cuanto se acercó lo suficiente, me abrazó con fuerza.
-Me lo dicen a menudo.- sonreí. Le di un beso en los labios. Parecía aliviado.
-Y ahora, ¿qué?- preguntó. Los dos asumimos que aquello no iba a volver, o que como mínimo, desaparecería en poco tiempo. Pero quedaba la misma pregunta.
-Bueno. Podemos empezar por el desayuno.- propuse. Pero por lo que olía, Rakfyr ya se estaba encargando de ello. Al vernos entrar en la cabaña, el tigre nos saludó afablemente. Le devolví el saludo con respeto. No estaba seguro de si el ritual en sí había ayudado con aquello... pero sentía que lo había hecho. Se había ganado mi agradecimiento, como mínimo.
Una vez estuvimos todos reunidos, comencé la discusión.
-Hay mucho por hacer.- comencé. -Creo que lo primero será ir hacia el sur. Primero a la Peninsula, y luego, a las islas. Hay algo que tengo que tratar con el Hekshold.- dije. Sentía como si algo se acercase en el horizonte. No serían unos meses pacíficos.
-Entonces, os deseo suerte.- dijo Rakfyr. -Salvo que sea necesario, prefiero quedarme aquí, y cuidar del santuario. No me gusta la idea de dejar que vuelva a quedar en desarreglo.- expuso. Asentí. No era problema: resultaba conveniente, incluso. -Además, Kayr me hace compañía.-
-Mmh. ¿Que hay de ti, Naharu?- El oso parecía algo más independiente, a decir verdad. Pero dudaba que le gustase la idea de acercarse mucho al territorio de los brujos. O al sur en general. -Puedes seguir tu propio camino, si quieres. O quedarte aquí una temporada. Es un hogar para todos.-
Fuera como fuese, tendríamos que despedirnos de ese lugar, al menos una temporada. Pese a los temores de Rakfyr, resultaba imposible que un sitio como aquel quedase olvidado de nuevo. Había algo especial allí, algo que ni Dundarak ni ningún otro lugar había tenido, y no solo por los totems.
Nunca supe que era, exactamente. Solo supe que parte de mi espíritu estaba allí, frente al totem del Lobo. Y nunca volvería a desaparecer.
Asher Daregan
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Re: Cuerpo sano, mente sana, alma sana [Privado] [CERRADO]
La mañana me encontró ya despierto y caminando hacia la montaña. Los eventos del día anterior aún se arrastraban en una esquina de mi mente, pero no eran el objeto de mi enfoque en ese momento.
Ya había dado el primer paso. Era momento de seguir caminando.
Volví al claro poco tiempo después, con las rodillas y las manos llenas de tierra. Sostenía con firmeza el mango roto del hacha, recuperado del cadáver ahora enterrado de aquél trol. Un cuenco de agua se encargó de quitarme la suciedad de encima, tras lo que seguí los olores del desayuno al interior de la cabaña.
Dentro estaban Rakfyr, Syl y un Asher ya recuperado completamente. Dejé los restos del arma junto con mis cosas, y me reuní con ellos momentos después.
Escuché atentamente, mientras desayunaba con menos emoción de la que estaba acostumbrado.
Ya había pensado al respecto, pero nunca había llegado a una conclusión firme. En esa ocasión, pero, lo tenía tan claro como lo llegaría a tener. Debía trazar mi propio camino. Con los Nómadas, pero no junto a ellos. ¿Quizás el norte era un buen inicio?
Reaccioné a mi nombre, girando a ver al hombre perro. Lo observé unos largos segundos, algo asombrado por aquella casualidad. Había sugerido exactamente aquello que estaba pensando. Tragué antes de responder.
—Planeo viajar solo por un tiempo —asentí— Tengo... cosas que tratar. —bajé la mirada, contemplando la situación un poco más. Elevé el cuenco con la comida que quedaba y me lo terminé.
Mis ojos pasaron lentamente por Asher y Syl. Tenía que afrontar aquello que simbolizaban, y subir poco a poco aquella escalera. Al menos tener un objetivo claro hacía más fácil el asunto. Finalmente miré a Rakfyr, y le agradecí por la hospitalidad, la comida y la comodidad de las camas.
Ahora sólo debía seguir avanzando.
—¿...Tendrás un hacha sobrante por ahí? —le pregunté con una sonrisa cansada. Señalé con la cabeza a mis cosas, en específico a las partes del hacha rota que se encontraba a un lado de mi morral.
Ya había dado el primer paso. Era momento de seguir caminando.
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Volví al claro poco tiempo después, con las rodillas y las manos llenas de tierra. Sostenía con firmeza el mango roto del hacha, recuperado del cadáver ahora enterrado de aquél trol. Un cuenco de agua se encargó de quitarme la suciedad de encima, tras lo que seguí los olores del desayuno al interior de la cabaña.
Dentro estaban Rakfyr, Syl y un Asher ya recuperado completamente. Dejé los restos del arma junto con mis cosas, y me reuní con ellos momentos después.
Escuché atentamente, mientras desayunaba con menos emoción de la que estaba acostumbrado.
Ya había pensado al respecto, pero nunca había llegado a una conclusión firme. En esa ocasión, pero, lo tenía tan claro como lo llegaría a tener. Debía trazar mi propio camino. Con los Nómadas, pero no junto a ellos. ¿Quizás el norte era un buen inicio?
Reaccioné a mi nombre, girando a ver al hombre perro. Lo observé unos largos segundos, algo asombrado por aquella casualidad. Había sugerido exactamente aquello que estaba pensando. Tragué antes de responder.
—Planeo viajar solo por un tiempo —asentí— Tengo... cosas que tratar. —bajé la mirada, contemplando la situación un poco más. Elevé el cuenco con la comida que quedaba y me lo terminé.
Mis ojos pasaron lentamente por Asher y Syl. Tenía que afrontar aquello que simbolizaban, y subir poco a poco aquella escalera. Al menos tener un objetivo claro hacía más fácil el asunto. Finalmente miré a Rakfyr, y le agradecí por la hospitalidad, la comida y la comodidad de las camas.
Ahora sólo debía seguir avanzando.
—¿...Tendrás un hacha sobrante por ahí? —le pregunté con una sonrisa cansada. Señalé con la cabeza a mis cosas, en específico a las partes del hacha rota que se encontraba a un lado de mi morral.
Naharu
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