La luz que alumbra la oscuridad (Privado)
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La luz que alumbra la oscuridad (Privado)
Cabello negro, manos sucias y encallecidas venían a su mente cada vez que cerraba los ojos. Los recuerdos del trabajo que había tenido que sobrellevar la inundaban y lo cierto era que sólo había dormido unas pocas horas esa misma noche.
Al despertar justo estaba saliendo el sol, se encontraba tirada a los pies de un árbol, cerca de un gran campo de cultivo y un bosque a mucha más distancia. Lo primero que se le ocurrió fue pensar en que el caballo habría salido corriendo o que algún rezagado de Vulwulfar seguiría por allí.
Pero no, no parecía haber nadie alrededor y el caballo seguía pastando alrededor, amarrado por supuesto a una raíz enorme; la única cosa que había encontrado la noche anterior lo suficientemente fuerte como para soportar sus tirones si intentaba escapar.
Y lo cierto es que aquel desgraciado que se encontró al llegar a Vulwulfar tenía razón, no era un animal rápido ni delicado, era bastante más fuerte de lo normal porque era un caballo de tiro. ''¿Y qué más da? Me sigue pareciendo precioso'', se incorporó y le miró, la criatura se revolvió un poco como respuesta a su movimiento después de haber conciliado un sueño tan deseado (aunque escaso de nuevo).
Por suerte ya no tenía aquel chichón tan feo que había tenido semanas atrás, que le dolió bastante o más que cualquier golpe mal dado en otra parte del cuerpo. Se imaginó a cuántas personas habría dado cabezazos aquel bárbaro...y se percató de que ni siquiera sabía su nombre. ''Tan obcecado en sus ideas que...ni siquiera nos presentamos''. Recordó su olor entremezclado con el alcohol y algo la hizo querer tenerlo delante, hasta que se dio cuenta de que no hacia más que un esfuerzo mental inútil, no valía la pena acordarse de alguien así, mucho menos si estuvo de acuerdo con todo lo que pasó en la taberna de Lunargenta.
Una vez que se levantó, cogió los arreos del caballo y, hablándole en un tono suave (élfico), comenzó a colocarlos en su sitio. Le gustaba hablar a los animales, tenía un vínculo especial con ellos no sólo por ser elfa, si no porque los adoraba.
Su propósito para aquel día sería buscar agua para ambos que, al estar en un sitio donde había algún que otro cultivo, era posible que hubiera alguna reserva. Aunque fuese algo pequeño como un abrevadero le valdría para su compañero temporal y para ella bastaría con un pequeño arroyo.
Colocado ya todo lo necesario y tras asegurarse de que llevaba todo encima, que básicamente era lo puesto y su arco más carcaj, arreó al caballo con cierto cuidado pero suficiente como para que empezara a andar.
Tenía que admitir que era mucho más cómodo viajar con un medio así, pero ya había tomado la decisión de dejarle ir y otorgarle la libertad que se merecía. Estaba segura de que había trabajado muy duro para aquel mercader, la posibilidad de ser libre era lo mejor que podía desearle.
Mientras montaba a un paso de trote y su cuerpo se movía con experiencia al son de la criatura, miraba alrededor y pensaba en lo distinto que era todo de su hogar. Porque a pesar de lo sucedido con su pueblo, seguía considerando aquel bosque su hogar. Si bien no tenía dónde volver, se sentiría como en casa.
Pensó en ir hacia allí durante cierto tramo, pero sus planes se vieron truncados al tener que pararse poco después para ayudar en el camino a una mujer que cargaba con un pequeño carro lleno de verduras y otras cosas recién recogidas.
-¿Ocurre algo? -Preguntó mientras se bajaba del caballo.
La mujer, ya entrada en años y con la piel oscurecida del sol, casi palideció al ver que la que estaba preguntando era una elfa. ''Ya empezamos...'', pensó, pero luego entendió que tal vez sólo era raro porque nunca había visto uno:
-¡Fuera de aquí! -Cogió una lechuga del carro y comenzó a moverla de un lado a otro.
-¡¿Qué hace?! -La mujer la alcanzó y un montón de tierra que traía todavía cayó sobre su rostro.
-¡¡Fuera de aquí o llamo a mis hijos!!
Continuó moviendo la lechuga en gesto amenazante aún cuando la elfa montó sobre el caballo y regresó a lo suyo. Podía verla de reojo poniendo los brazos en jarra con gesto ofendido. No tenía muy claro a qué se debía su reacción, si a su raza, a que pensaba que era una ladrona o simplemente que creyó tenía otras intenciones.
Al despertar justo estaba saliendo el sol, se encontraba tirada a los pies de un árbol, cerca de un gran campo de cultivo y un bosque a mucha más distancia. Lo primero que se le ocurrió fue pensar en que el caballo habría salido corriendo o que algún rezagado de Vulwulfar seguiría por allí.
Pero no, no parecía haber nadie alrededor y el caballo seguía pastando alrededor, amarrado por supuesto a una raíz enorme; la única cosa que había encontrado la noche anterior lo suficientemente fuerte como para soportar sus tirones si intentaba escapar.
Y lo cierto es que aquel desgraciado que se encontró al llegar a Vulwulfar tenía razón, no era un animal rápido ni delicado, era bastante más fuerte de lo normal porque era un caballo de tiro. ''¿Y qué más da? Me sigue pareciendo precioso'', se incorporó y le miró, la criatura se revolvió un poco como respuesta a su movimiento después de haber conciliado un sueño tan deseado (aunque escaso de nuevo).
Por suerte ya no tenía aquel chichón tan feo que había tenido semanas atrás, que le dolió bastante o más que cualquier golpe mal dado en otra parte del cuerpo. Se imaginó a cuántas personas habría dado cabezazos aquel bárbaro...y se percató de que ni siquiera sabía su nombre. ''Tan obcecado en sus ideas que...ni siquiera nos presentamos''. Recordó su olor entremezclado con el alcohol y algo la hizo querer tenerlo delante, hasta que se dio cuenta de que no hacia más que un esfuerzo mental inútil, no valía la pena acordarse de alguien así, mucho menos si estuvo de acuerdo con todo lo que pasó en la taberna de Lunargenta.
Una vez que se levantó, cogió los arreos del caballo y, hablándole en un tono suave (élfico), comenzó a colocarlos en su sitio. Le gustaba hablar a los animales, tenía un vínculo especial con ellos no sólo por ser elfa, si no porque los adoraba.
Su propósito para aquel día sería buscar agua para ambos que, al estar en un sitio donde había algún que otro cultivo, era posible que hubiera alguna reserva. Aunque fuese algo pequeño como un abrevadero le valdría para su compañero temporal y para ella bastaría con un pequeño arroyo.
Colocado ya todo lo necesario y tras asegurarse de que llevaba todo encima, que básicamente era lo puesto y su arco más carcaj, arreó al caballo con cierto cuidado pero suficiente como para que empezara a andar.
Tenía que admitir que era mucho más cómodo viajar con un medio así, pero ya había tomado la decisión de dejarle ir y otorgarle la libertad que se merecía. Estaba segura de que había trabajado muy duro para aquel mercader, la posibilidad de ser libre era lo mejor que podía desearle.
Mientras montaba a un paso de trote y su cuerpo se movía con experiencia al son de la criatura, miraba alrededor y pensaba en lo distinto que era todo de su hogar. Porque a pesar de lo sucedido con su pueblo, seguía considerando aquel bosque su hogar. Si bien no tenía dónde volver, se sentiría como en casa.
Pensó en ir hacia allí durante cierto tramo, pero sus planes se vieron truncados al tener que pararse poco después para ayudar en el camino a una mujer que cargaba con un pequeño carro lleno de verduras y otras cosas recién recogidas.
-¿Ocurre algo? -Preguntó mientras se bajaba del caballo.
La mujer, ya entrada en años y con la piel oscurecida del sol, casi palideció al ver que la que estaba preguntando era una elfa. ''Ya empezamos...'', pensó, pero luego entendió que tal vez sólo era raro porque nunca había visto uno:
-¡Fuera de aquí! -Cogió una lechuga del carro y comenzó a moverla de un lado a otro.
-¡¿Qué hace?! -La mujer la alcanzó y un montón de tierra que traía todavía cayó sobre su rostro.
-¡¡Fuera de aquí o llamo a mis hijos!!
Continuó moviendo la lechuga en gesto amenazante aún cuando la elfa montó sobre el caballo y regresó a lo suyo. Podía verla de reojo poniendo los brazos en jarra con gesto ofendido. No tenía muy claro a qué se debía su reacción, si a su raza, a que pensaba que era una ladrona o simplemente que creyó tenía otras intenciones.
Yenna
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Re: La luz que alumbra la oscuridad (Privado)
Finalmente se pusieron en marcha. Llevaba ya un buen rato esperando, listo para reanudar el camino, pero parecía que el mercader no tenía demasiada prisa. Y el resto de la caravana tampoco.
No eran muchos, un carro y en total unas 15 personas contando al propio comerciante, un par de ayudantes y al cochero. El resto eran mercenarios y aceros de alquiler de todos los pelajes contratados para proteger sus bienes durante el trayecto. La paga era buena y el trabajo fácil, pero se estaban demorando demasiado.
Un carruaje tan protegido iba a llamar la atención, si no lo había hecho ya, y la parsimonia con la que estaban viajando le ponía cada vez más nervioso. Ya había tratado de advertirle un par de veces, debían iniciar la marcha antes y detenerla más tarde, pero el mercader era un señorito de ciudad, de buena familia, acostumbrado a un ritmo de vida acomodado en la urbe, y los rigores del camino le pesaban. Siempre le respondía que para eso había contratado a tanta escolta, para poder resolver cualquier contratiempo, y él siempre le decía que incluso al más fuerte y vigoroso de los toros se lo podían comer los lobos. Y con cada día que pasaba, aquella caravana le parecía más un buey regordete y jugoso que un poderoso toro. Se la estaban jugando.
Llevaban ya un rato caminando cuando se cruzaron con una mujer mayor que llevaba un carro de verduras. Le llamó la atención que no intentó venderles nada, solo se quedó a un lado del camino, viéndoles pasar. Eso no era habitual.
"Tengo un mal presentimiento." - Pensó en advertir al resto, pero ya se había ganado reputación de paranoico entre el resto de guardias por su insistencia, así que sabía que no le harían caso.
Siguiendo el camino, pronto llegarían a un bosque que marcaba el fin de las zonas de cultivo. Eso les daría cobertura contra posibles oteadores, pero... También era un gran lugar para una emboscada.
Al rato oyó una voz estridente a lo lejos y se giró para localizar su origen. Se detuvo, miró atrás y vió un pequeño punto que, supuso, era la señora de antes y una figura más grande, un jinete. Quizá estaba tratando de venderle algo. Podría ser que la señora estuviese intimidada por los mercenarios de la caravana y por eso no tratase de vender nada. Eso le tranquilizó un poco. Igual sí que se estaba volviendo paranoico. Aún así la sensación de inquietud no le abandonó. Y su instinto no solía fallarle. Estaría alerta de todas formas; prefería ser un paranoico a un cadáver.
Reanudó la marcha a la cola de la comitiva.
No eran muchos, un carro y en total unas 15 personas contando al propio comerciante, un par de ayudantes y al cochero. El resto eran mercenarios y aceros de alquiler de todos los pelajes contratados para proteger sus bienes durante el trayecto. La paga era buena y el trabajo fácil, pero se estaban demorando demasiado.
Un carruaje tan protegido iba a llamar la atención, si no lo había hecho ya, y la parsimonia con la que estaban viajando le ponía cada vez más nervioso. Ya había tratado de advertirle un par de veces, debían iniciar la marcha antes y detenerla más tarde, pero el mercader era un señorito de ciudad, de buena familia, acostumbrado a un ritmo de vida acomodado en la urbe, y los rigores del camino le pesaban. Siempre le respondía que para eso había contratado a tanta escolta, para poder resolver cualquier contratiempo, y él siempre le decía que incluso al más fuerte y vigoroso de los toros se lo podían comer los lobos. Y con cada día que pasaba, aquella caravana le parecía más un buey regordete y jugoso que un poderoso toro. Se la estaban jugando.
Llevaban ya un rato caminando cuando se cruzaron con una mujer mayor que llevaba un carro de verduras. Le llamó la atención que no intentó venderles nada, solo se quedó a un lado del camino, viéndoles pasar. Eso no era habitual.
"Tengo un mal presentimiento." - Pensó en advertir al resto, pero ya se había ganado reputación de paranoico entre el resto de guardias por su insistencia, así que sabía que no le harían caso.
Siguiendo el camino, pronto llegarían a un bosque que marcaba el fin de las zonas de cultivo. Eso les daría cobertura contra posibles oteadores, pero... También era un gran lugar para una emboscada.
Al rato oyó una voz estridente a lo lejos y se giró para localizar su origen. Se detuvo, miró atrás y vió un pequeño punto que, supuso, era la señora de antes y una figura más grande, un jinete. Quizá estaba tratando de venderle algo. Podría ser que la señora estuviese intimidada por los mercenarios de la caravana y por eso no tratase de vender nada. Eso le tranquilizó un poco. Igual sí que se estaba volviendo paranoico. Aún así la sensación de inquietud no le abandonó. Y su instinto no solía fallarle. Estaría alerta de todas formas; prefería ser un paranoico a un cadáver.
Reanudó la marcha a la cola de la comitiva.
Ludwig Zaunit
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Re: La luz que alumbra la oscuridad (Privado)
Era relajante el vaivén del caballo, pero había algo que no le gustaba del todo. Un buen sol brillaba ese día, no era motivo de preocupación la lluvia...parecía estar sola en el camino, ninguna anciana que fuese a amenazarla de nuevo estaba por allí. ¿Entonces? ¿Qué era? No sabía por qué estaba inquieta.
Un escalofrío la recorrió desde la punta de la parte de abajo de su espalda hasta arriba en los hombros, algo no iba bien pero no sabía exactamente qué era. ¿Alguien la vigilaba?
Miró a un lado y a otro, no parecía haber nadie y su vista no era precisamente mala como para no divisar algo. Simplemente continuó el camino aunque esta vez a un paso más rápido.
Por suerte no tardó en encontrar lo que buscaba, que en este caso se trataba de agua...estaba en un pequeño pozo de una de las granjas. Algo le decía que acercarse a tomar un cubo de agua de ahí no sería buena idea, pero tampoco consideraba que estuviese haciendo nada malo. Ni siquiera creía por correcto que una sola persona pudiera abarcar algo como un pozo mientras animales o personas pasaran sed y no pudieran tomar de ahí.
En cuanto se bajó del caballo observó alrededor, el pozo estaba más lejos de la casa de lo normal, lo que significaba que usaban esa fuente de agua más para los cultivos que para uso propio...o que simplemente había sido el sitio adecuado donde excavar hasta encontrarla.
Un sistema de poleas junto a un gancho hacia que, mientras alguien tiraba de la cuerda con un cubo enganchado a la punta, éste bajase y se llenara, para luego alzarlo.
La elfa también lo hizo así, pero en los primeros tirones el ''engranaje'' comenzó a sonar, pues estaba un poco oxidado a causa del uso continuado.
Paró al ver que hacía demasiado ruido, para continuar minutos después al ver que nadie salía de la casa. Era extraño, a esas horas del día aún podrían estar labrando el campo, el sol no llegaría a su máximo esplendor hasta mediodía, aproximadamente a la hora a la que la mayoría de personas comían.
El primer cubo de agua fue para su compañero, al que retiró el bocado y las partes superiores (de los arreos) de la cabeza para que pudiese beber sin molestia alguna.
Una vez que estuvo saciado casi vació el cubo entero que, volviéndolo a bajar y subir, fue ella la siguiente en tomar agua. No podía decir que estuviese mala, el agua no tenía un sabor especialmente notorio...estaba fresca aunque tenía un deje extraño. ''Tal vez sean las rocas'', pensó mientras dejaba el cubo apoyado en la piedra que formaba el exterior del pozo, un círculo casi perfecto.
Justo cuando se iba, más adelante y ya montada, divisó a un grupo enorme de personas que llevaban una especie de carruaje. Se aseguró que lo era en el momento en el que se acercó más, intentando ser sigilosa y que su compañero no hiciese ningún ruido.
Ahora no estaba en el camino principal, se había desviado hacia un lado y estaba a una distancia prudencial como para poder verles bien.
Los que acompañaban al carruaje estaban armados, lo que le daba a entender que quien iba dentro o tenía buen dinero o era una persona importante. Eso la hizo inquietar pues, aunque no le importaba del todo quién viajara así, sí le parecía estúpido que lo hiciera de una forma tan exagerada.
Por esto mismo podría decirse que la curiosidad fue su punto débil esta vez, ya que se propuso seguirlos sólo por saber de quién se trataba. ''No es ningún príncipe'', pensaba, pues sería muchos más los guardias que acompañarían a alguien así.
Sólo esperaba no ser vista y...no era tarea fácil montada en un caballo negro y a plena luz del sol. Aunque esto sería más sencillo próximamente, pues estaban a punto de entrar a una zona llena de árboles...un bosque cuyo tamaño no conocía, pero era un punto más que acertado para una posible emboscada.
Un escalofrío la recorrió desde la punta de la parte de abajo de su espalda hasta arriba en los hombros, algo no iba bien pero no sabía exactamente qué era. ¿Alguien la vigilaba?
Miró a un lado y a otro, no parecía haber nadie y su vista no era precisamente mala como para no divisar algo. Simplemente continuó el camino aunque esta vez a un paso más rápido.
Por suerte no tardó en encontrar lo que buscaba, que en este caso se trataba de agua...estaba en un pequeño pozo de una de las granjas. Algo le decía que acercarse a tomar un cubo de agua de ahí no sería buena idea, pero tampoco consideraba que estuviese haciendo nada malo. Ni siquiera creía por correcto que una sola persona pudiera abarcar algo como un pozo mientras animales o personas pasaran sed y no pudieran tomar de ahí.
En cuanto se bajó del caballo observó alrededor, el pozo estaba más lejos de la casa de lo normal, lo que significaba que usaban esa fuente de agua más para los cultivos que para uso propio...o que simplemente había sido el sitio adecuado donde excavar hasta encontrarla.
Un sistema de poleas junto a un gancho hacia que, mientras alguien tiraba de la cuerda con un cubo enganchado a la punta, éste bajase y se llenara, para luego alzarlo.
La elfa también lo hizo así, pero en los primeros tirones el ''engranaje'' comenzó a sonar, pues estaba un poco oxidado a causa del uso continuado.
Paró al ver que hacía demasiado ruido, para continuar minutos después al ver que nadie salía de la casa. Era extraño, a esas horas del día aún podrían estar labrando el campo, el sol no llegaría a su máximo esplendor hasta mediodía, aproximadamente a la hora a la que la mayoría de personas comían.
El primer cubo de agua fue para su compañero, al que retiró el bocado y las partes superiores (de los arreos) de la cabeza para que pudiese beber sin molestia alguna.
Una vez que estuvo saciado casi vació el cubo entero que, volviéndolo a bajar y subir, fue ella la siguiente en tomar agua. No podía decir que estuviese mala, el agua no tenía un sabor especialmente notorio...estaba fresca aunque tenía un deje extraño. ''Tal vez sean las rocas'', pensó mientras dejaba el cubo apoyado en la piedra que formaba el exterior del pozo, un círculo casi perfecto.
Justo cuando se iba, más adelante y ya montada, divisó a un grupo enorme de personas que llevaban una especie de carruaje. Se aseguró que lo era en el momento en el que se acercó más, intentando ser sigilosa y que su compañero no hiciese ningún ruido.
Ahora no estaba en el camino principal, se había desviado hacia un lado y estaba a una distancia prudencial como para poder verles bien.
Los que acompañaban al carruaje estaban armados, lo que le daba a entender que quien iba dentro o tenía buen dinero o era una persona importante. Eso la hizo inquietar pues, aunque no le importaba del todo quién viajara así, sí le parecía estúpido que lo hiciera de una forma tan exagerada.
Por esto mismo podría decirse que la curiosidad fue su punto débil esta vez, ya que se propuso seguirlos sólo por saber de quién se trataba. ''No es ningún príncipe'', pensaba, pues sería muchos más los guardias que acompañarían a alguien así.
Sólo esperaba no ser vista y...no era tarea fácil montada en un caballo negro y a plena luz del sol. Aunque esto sería más sencillo próximamente, pues estaban a punto de entrar a una zona llena de árboles...un bosque cuyo tamaño no conocía, pero era un punto más que acertado para una posible emboscada.
Yenna
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Re: La luz que alumbra la oscuridad (Privado)
Echó un último vistazo a las planicies, antes de penetrar en el bosque junto al resto de la caravana. Era extraño, las únicas personas que habían visto eran aquella anciana y la figura a caballo.
Y estaban en mitad de una zona de cultivo. Llanuras cerealistas, a juzgar por el tipo de rapaces que sobrevolaban la zona. A esa hora debería de haber una importante fuerza de trabajo atendiendo a las labores del campo. Pero no se veía un alma.
Aquello no le estaba gustando un pelo. Escupió al suelo para alejar la mala suerte y descolgó el hacha de su espalda. Reemprendió la marcha, un poco reconfortado al sentir el peso de su arma en la mano.
La travesía a través del bosque estaba siendo hasta placentera. El sol, que antes castigaba su piel y retina, ahora debía abrirse paso a través de la vegetación, proyectando un mosaico de luz y sombras que realzaba la belleza natural del lugar y proporcionaba un agradable frescor.
El bucólico escenario relajó a la comitiva, que rompió la formación y algunos hasta envainaron las armas. Muchos empezaron a caminar en parejas o pequeños grupos, charlando animadamente, incluso con el mercader que, para horror de Ludwig, había decidido sentarse con el cochero, para disfrutar del aire.
Tras un par de horas de marcha, cada vez más lenta por la distensión con la que caminaban, se toparon con un riachuelo que corría paralelo al camino, así que decidieron detenerse a refrescarse.
Aquello era demasiado. Se acercó rápidamente al comerciante.
- Señor. No podemos parar aquí. Ya estamos yendo demasiado despacio como para...
- Ehm... Ludwig, ¿verdad? - Dijo con tono melifluo y condescendiente. - Mira, no quería ser grosero, pero tu impertinencia está siendo intolerable.
- Nos estamos exponiendo, es un riesg... - Dijo, frustrado por la inacción del hombrecillo.
- Chitón. Puede que en tu tierra tengas que estar mirando cada dos por tres a tu espalda para evitar que te apuñalen, pero esto son tierras civilizadas y contraté a suficientes de vosotros. - Señaló a los mercenarios de alrededor con un gesto amplio y teatral.- Además, lo que quiero es tu brazo, no tu consejo, así que haz el favor y deja de atormentarme con tu paranoia.
Las ganas de cobrar se sobrepusieron, por muy poco, a las ganas de de hundirle su recta naricilla en su hueco cráneo. Abrió la boca para responder cuando una flecha impactó justo en el ojo izquierdo del cochero, con tanta fuerza que su cabeza quedó empalada en el respaldo de madera del carruaje.
Ya sabía que algo así sucedería, así que fue el único que reaccionó a tiempo de gritar:
- ¡¡NOS ATACAN!!
Mientras la mayoría de los guardias miraba a los lados, confusos, él tiró del mercader, bajándolo del asiento, lo abrazó para cubrirlo con su cuerpo, se tiró al suelo y rodaron bajo el carruaje. Allí le soltó y se puso a observar, esperando el momento.
Los que habían ido al río se llevaron la peor parte. Completamente desprovistos de cobertura, la andanada de disparos mató a la mitad e hirió a la otra. Los que estaban de cara al carruaje tuvieron un poco más de suerte, a juzgar por la cantidad de impactos de flecha que sonaron contra la madera del vehículo.
Estaba listo para salir y luchar, pero no había gritos de enemigos cargando, solo los gemidos de heridos y moribundos. Iban a aprovechar la falta de cobertura para diezmarles antes de atacar.
- Mierda... - Masculló con impotencia al ver volar otra andanada de flechas hacia sus indefensos compañeros.
Esta vez, más prevenidos, los defensores se habían parapetado dónde habían podido y no hubo bajas. Sin embargo, a los heridos en el río los remataron a todos.
De los 15 que habían iniciado el viaje, quedaban 6.
La esperada carga llegó, con voces y gritos acercándose de entre la maleza. Ludwig dejó todo su equipaje junto al tembloroso mercader, debajo del carruaje, y salió rodando hacha en mano. Vio acercarse al enemigo. Eran bandoleros de poca monta, con alguna pieza de cuero y armas baratas, y puede que algunos aldeanos de los alrededores a los que habrían convencido o amenazado para unirse; llevaban ropas de tela basta y alguno incluso una azada u horqueta.
Miró a su alrededor. Uno de los mercenarios estaba en el suelo, atravesado por 3 flechas en el pecho. Vio que en la cintura llevaba un par de hachas arrojadizas, así que no perdió la oportunidad. Se las arrancó del cinturón y buscó objetivos. Intentaría ablandar la carga para poder contraatacar y romperla. Ninguno de los atacantes tenía pinta de ser un experto luchador, así que quizá perdieran ímpetu y se desbandarían. O no, pero tampoco tenía muchas opciones.
Lanzó el primer hacha, que acertó en la clavícula de uno de los supuestos aldeanos. El impacto lo derribó y se quedó gimiendo en el suelo. Sus compañeros no debían de estar esperando un contraataque tan pronto, por lo que se detuvieron medio segundo por la sorpresa. Y ese era todo el tiempo que necesitaba.
El segundo hacha voló hacia el cráneo de uno de los que estaba mirando a su camarada caído; se incrustó con tanta violencia que parte de su cabeza se abrió como un huevo, salpicando a los bandidos que estaban cerca.
En el tiempo en que el cuerpo inerte del atacante se desplomaba, Ludwig bramó un grito de guerra furioso y se lanzó a por sus oponentes.
La carga duró apenas unos segundos, pero la adrenalina y la rabia ya habían tomado el control y todo parecía moverse a cámara lenta. A pesar de las bajas causadas, todavía había un número considerable de enemigos, pero la lógica y el instinto de autoconservación se habían quedado agazapados junto al comerciante, bajo el carruaje.
Aprovechando su sprint, saltó en el aire y levantó el hacha con ambas manos por detrás de su cabeza, buscando el máximo impulso antes de descargarla sobre uno de los sorprendidos atacantes.
El corte fue vertical, casi limpio, entrando por la zona frontal del cráneo y abriéndose paso por carne y hueso hasta detenerse violentamente en una de las vértebras lumbares, ya sin suficiente momento como para partir el hueso.
Las dos mitades del bandido cayeron hacia los lados como la cáscara de un plátano a medio pelar. Ludwig tiró y el arma se despegó del hueso con un desagradable crujido.
Cubierto de sangre, fijó la vista sobre otro oponente y, con ira en los ojos, cargó hacia él, gritando un alarido salvaje.
Y estaban en mitad de una zona de cultivo. Llanuras cerealistas, a juzgar por el tipo de rapaces que sobrevolaban la zona. A esa hora debería de haber una importante fuerza de trabajo atendiendo a las labores del campo. Pero no se veía un alma.
Aquello no le estaba gustando un pelo. Escupió al suelo para alejar la mala suerte y descolgó el hacha de su espalda. Reemprendió la marcha, un poco reconfortado al sentir el peso de su arma en la mano.
La travesía a través del bosque estaba siendo hasta placentera. El sol, que antes castigaba su piel y retina, ahora debía abrirse paso a través de la vegetación, proyectando un mosaico de luz y sombras que realzaba la belleza natural del lugar y proporcionaba un agradable frescor.
El bucólico escenario relajó a la comitiva, que rompió la formación y algunos hasta envainaron las armas. Muchos empezaron a caminar en parejas o pequeños grupos, charlando animadamente, incluso con el mercader que, para horror de Ludwig, había decidido sentarse con el cochero, para disfrutar del aire.
Tras un par de horas de marcha, cada vez más lenta por la distensión con la que caminaban, se toparon con un riachuelo que corría paralelo al camino, así que decidieron detenerse a refrescarse.
Aquello era demasiado. Se acercó rápidamente al comerciante.
- Señor. No podemos parar aquí. Ya estamos yendo demasiado despacio como para...
- Ehm... Ludwig, ¿verdad? - Dijo con tono melifluo y condescendiente. - Mira, no quería ser grosero, pero tu impertinencia está siendo intolerable.
- Nos estamos exponiendo, es un riesg... - Dijo, frustrado por la inacción del hombrecillo.
- Chitón. Puede que en tu tierra tengas que estar mirando cada dos por tres a tu espalda para evitar que te apuñalen, pero esto son tierras civilizadas y contraté a suficientes de vosotros. - Señaló a los mercenarios de alrededor con un gesto amplio y teatral.- Además, lo que quiero es tu brazo, no tu consejo, así que haz el favor y deja de atormentarme con tu paranoia.
Las ganas de cobrar se sobrepusieron, por muy poco, a las ganas de de hundirle su recta naricilla en su hueco cráneo. Abrió la boca para responder cuando una flecha impactó justo en el ojo izquierdo del cochero, con tanta fuerza que su cabeza quedó empalada en el respaldo de madera del carruaje.
Ya sabía que algo así sucedería, así que fue el único que reaccionó a tiempo de gritar:
- ¡¡NOS ATACAN!!
Mientras la mayoría de los guardias miraba a los lados, confusos, él tiró del mercader, bajándolo del asiento, lo abrazó para cubrirlo con su cuerpo, se tiró al suelo y rodaron bajo el carruaje. Allí le soltó y se puso a observar, esperando el momento.
Los que habían ido al río se llevaron la peor parte. Completamente desprovistos de cobertura, la andanada de disparos mató a la mitad e hirió a la otra. Los que estaban de cara al carruaje tuvieron un poco más de suerte, a juzgar por la cantidad de impactos de flecha que sonaron contra la madera del vehículo.
Estaba listo para salir y luchar, pero no había gritos de enemigos cargando, solo los gemidos de heridos y moribundos. Iban a aprovechar la falta de cobertura para diezmarles antes de atacar.
- Mierda... - Masculló con impotencia al ver volar otra andanada de flechas hacia sus indefensos compañeros.
Esta vez, más prevenidos, los defensores se habían parapetado dónde habían podido y no hubo bajas. Sin embargo, a los heridos en el río los remataron a todos.
De los 15 que habían iniciado el viaje, quedaban 6.
La esperada carga llegó, con voces y gritos acercándose de entre la maleza. Ludwig dejó todo su equipaje junto al tembloroso mercader, debajo del carruaje, y salió rodando hacha en mano. Vio acercarse al enemigo. Eran bandoleros de poca monta, con alguna pieza de cuero y armas baratas, y puede que algunos aldeanos de los alrededores a los que habrían convencido o amenazado para unirse; llevaban ropas de tela basta y alguno incluso una azada u horqueta.
Miró a su alrededor. Uno de los mercenarios estaba en el suelo, atravesado por 3 flechas en el pecho. Vio que en la cintura llevaba un par de hachas arrojadizas, así que no perdió la oportunidad. Se las arrancó del cinturón y buscó objetivos. Intentaría ablandar la carga para poder contraatacar y romperla. Ninguno de los atacantes tenía pinta de ser un experto luchador, así que quizá perdieran ímpetu y se desbandarían. O no, pero tampoco tenía muchas opciones.
Lanzó el primer hacha, que acertó en la clavícula de uno de los supuestos aldeanos. El impacto lo derribó y se quedó gimiendo en el suelo. Sus compañeros no debían de estar esperando un contraataque tan pronto, por lo que se detuvieron medio segundo por la sorpresa. Y ese era todo el tiempo que necesitaba.
El segundo hacha voló hacia el cráneo de uno de los que estaba mirando a su camarada caído; se incrustó con tanta violencia que parte de su cabeza se abrió como un huevo, salpicando a los bandidos que estaban cerca.
En el tiempo en que el cuerpo inerte del atacante se desplomaba, Ludwig bramó un grito de guerra furioso y se lanzó a por sus oponentes.
La carga duró apenas unos segundos, pero la adrenalina y la rabia ya habían tomado el control y todo parecía moverse a cámara lenta. A pesar de las bajas causadas, todavía había un número considerable de enemigos, pero la lógica y el instinto de autoconservación se habían quedado agazapados junto al comerciante, bajo el carruaje.
Aprovechando su sprint, saltó en el aire y levantó el hacha con ambas manos por detrás de su cabeza, buscando el máximo impulso antes de descargarla sobre uno de los sorprendidos atacantes.
El corte fue vertical, casi limpio, entrando por la zona frontal del cráneo y abriéndose paso por carne y hueso hasta detenerse violentamente en una de las vértebras lumbares, ya sin suficiente momento como para partir el hueso.
Las dos mitades del bandido cayeron hacia los lados como la cáscara de un plátano a medio pelar. Ludwig tiró y el arma se despegó del hueso con un desagradable crujido.
Cubierto de sangre, fijó la vista sobre otro oponente y, con ira en los ojos, cargó hacia él, gritando un alarido salvaje.
Ludwig Zaunit
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Re: La luz que alumbra la oscuridad (Privado)
No tardaron mucho en adentrarse en el bosque. En un principio parecía que llevaban buen paso, pues sería lo normal dado que era una gran ''comitiva'' la que acompañaba ese carruaje; pero no, sorprendentemente bajaron el ritmo y así lo hizo ella también.
Había algo relajante en el ambiente, los árboles, arbustos y vegetación en general de por allí era bonita, pero ni era tan frondosa ni tan verde en general como en el territorio de Sandorái. ''Allí todo es especial''.
Se preguntó porqué cada vez que podía recordaba su hogar que a su misma vez le recordaba a su pueblo perdido...pero cayó en la cuenta de que no tenía por qué ser nada malo. Dolía, sí, dolía recordar lo ocurrido y preguntarse si aquella Visión era real o no, pero seguiría adelante y los recuerdos seguirían con ella durante toda su vida. A sus casi cincuenta años no es que hubiese olvidado muchas cosas, sobretodo las que marcan y hacen daño.
Tras un buen rato de camino que seguramente fueron horas, su caballo estaba más que cansado y, por respeto al animal y principalmente porque ellos también habían bajado el ritmo, se bajó de él y empezó a caminar, pasó las riendas por encima de su cabeza y lo llevó de esa manera.
Podía ver las gotas de sudor bajando por el pelaje del negro animal, era más que evidente que estaba cansado y necesitaba agua. Se maldijo a sí misma por no llevar nada encima que darle y pensó en buscar otro lugar donde pudieran refrescarse. Puede que aquella comitiva hubiese parado en algún momento o llevara un ritmo pausado, pero su corcel sí que se resentía del viaje. Eso no era mas que otra señal de que pronto debería dejarle ir.
Con estos pensamientos, seguía caminando a su lado con las riendas en la mano, él obedecía sin rechistar y la elfa seguía observando cómo ellos conversaban entre si. Iban más tranquilos de lo que esperaba, pues parecían demasiadas personas como para considerar que no había ningún peligro alrededor.
''Incluso yo podría ser un peligro'', pensó a la misma vez que se le escapaba la risa, la cual se cortó al momento en el que vio allí al bárbaro. ''Esto es increíble...increíble'', se llevó la mano a la frente instintivamente donde una vez tuvo un chichón provocado por aquel hombre.
-¿Qué hace aquí? ¿Qué se supone que hace aquí? -Empezó a quejarse por lo bajo.
Algo en ella le decía que se había equivocado completamente siguiéndoles, pero a la vez había algo que la instaba a continuar haciéndolo...así que decidió seguirlos por un rato más, al menos hasta dar la oportunidad de encontrar agua o algo. También contempló la posibilidad de clavarle una flecha desde aquel punto, pero la desechó al momento, ella no era así, no mataba por gusto. ''Y un cabezazo no basta para matar a alguien''.
Un tanto más adelante comenzó a escuchar el sonido del agua corriendo por algún río y, escondida aún entre los árboles, retiró el bocado al caballo y le dejó beber en cuanto encontró la procedencia del ruido. Éste parecía agradecido y lo dejó por un rato ahí.
Ella en cambio se alejó, sigilosamente comenzó a caminar en dirección hacia donde ellos habían parado y se escondió detrás de un arbusto. Pero algo la hizo reaccionar instintivamente, una pisada, así que saltó hacia la rama de un árbol y se encaramó ahí, escondida entre las hojas de su copa.
-¡Ahí están! -Murmuró algo más alto de lo normal un hombre que llevaba ropas anchas, gruesas e iba armado con una herramienta de labrar el campo.
-Qué estúpidos confiados...-Respondió otro que se parecía mucho al anterior y llevaba una hoz.
De repente y desde lo alto del árbol empezó a ver cómo llegaba gente de un lado y otro, todos camuflados entre la maleza al igual que había hecho ella. ''¿Me habrán seguido a mí también?''.
Su cuerpo se puso en tensión en cuanto alguien gritó que les atacaban y acto seguido todo se volvió un caos.
Desde ahí pudo observar toda la escena donde las flechas volaban y asediaban a aquel grupo que protegía a vete tú a saber quién. Algo reaccionó en la elfa en cuanto vio que el bárbaro protegía sin dudar al individuo que confiado había sido culpable de todo aquello y sacó su arco. ''Qué fácil vendes tu lealtad''.
La primera flecha se la dedicó al mismo que antes vio que llevaba una hoz...que más bien pareció fuego amigo, pues nadie se esperaba que desde esa posición disparara uno de los suyos. Tampoco se darían cuenta en el ''fragor'' del combate.
Entonces observó cómo el bárbaro, cuyo nombre aún no sabía, se lanzaba sin pensarlo dos veces sobres los atacantes y, con una furia instantánea, creó una carnicería de la nada que ni a sus peores enemigos la desearía.
Casi partió a alguien por la mitad y estaba entero lleno de sangre, a su alrededor charcos de ésta regaban el suelo y los que ahora eran cadáveres al lado del río hacían que su sangre se mezclara con el agua.
Se le erizó la piel al escuchar su grito de guerra y, con una flecha que justo había cargado, mató a uno que intentaba acercarse al bárbaro en ese momento. Entonces pensó: ''¿Por qué debería ayudarle?'', esa persona no había hecho nada por él, mucho menos le interesaba salvar a quien temblaba debajo del carromato. ¿Entonces por qué?
Sin pensarlo volvió a cargar otra flecha, esta vez destinada a un atacante que estaba a la otra orilla del pequeño río, apuntando una especie de daga voladora hacia el ''carnicero''.
Había algo relajante en el ambiente, los árboles, arbustos y vegetación en general de por allí era bonita, pero ni era tan frondosa ni tan verde en general como en el territorio de Sandorái. ''Allí todo es especial''.
Se preguntó porqué cada vez que podía recordaba su hogar que a su misma vez le recordaba a su pueblo perdido...pero cayó en la cuenta de que no tenía por qué ser nada malo. Dolía, sí, dolía recordar lo ocurrido y preguntarse si aquella Visión era real o no, pero seguiría adelante y los recuerdos seguirían con ella durante toda su vida. A sus casi cincuenta años no es que hubiese olvidado muchas cosas, sobretodo las que marcan y hacen daño.
Tras un buen rato de camino que seguramente fueron horas, su caballo estaba más que cansado y, por respeto al animal y principalmente porque ellos también habían bajado el ritmo, se bajó de él y empezó a caminar, pasó las riendas por encima de su cabeza y lo llevó de esa manera.
Podía ver las gotas de sudor bajando por el pelaje del negro animal, era más que evidente que estaba cansado y necesitaba agua. Se maldijo a sí misma por no llevar nada encima que darle y pensó en buscar otro lugar donde pudieran refrescarse. Puede que aquella comitiva hubiese parado en algún momento o llevara un ritmo pausado, pero su corcel sí que se resentía del viaje. Eso no era mas que otra señal de que pronto debería dejarle ir.
Con estos pensamientos, seguía caminando a su lado con las riendas en la mano, él obedecía sin rechistar y la elfa seguía observando cómo ellos conversaban entre si. Iban más tranquilos de lo que esperaba, pues parecían demasiadas personas como para considerar que no había ningún peligro alrededor.
''Incluso yo podría ser un peligro'', pensó a la misma vez que se le escapaba la risa, la cual se cortó al momento en el que vio allí al bárbaro. ''Esto es increíble...increíble'', se llevó la mano a la frente instintivamente donde una vez tuvo un chichón provocado por aquel hombre.
-¿Qué hace aquí? ¿Qué se supone que hace aquí? -Empezó a quejarse por lo bajo.
Algo en ella le decía que se había equivocado completamente siguiéndoles, pero a la vez había algo que la instaba a continuar haciéndolo...así que decidió seguirlos por un rato más, al menos hasta dar la oportunidad de encontrar agua o algo. También contempló la posibilidad de clavarle una flecha desde aquel punto, pero la desechó al momento, ella no era así, no mataba por gusto. ''Y un cabezazo no basta para matar a alguien''.
Un tanto más adelante comenzó a escuchar el sonido del agua corriendo por algún río y, escondida aún entre los árboles, retiró el bocado al caballo y le dejó beber en cuanto encontró la procedencia del ruido. Éste parecía agradecido y lo dejó por un rato ahí.
Ella en cambio se alejó, sigilosamente comenzó a caminar en dirección hacia donde ellos habían parado y se escondió detrás de un arbusto. Pero algo la hizo reaccionar instintivamente, una pisada, así que saltó hacia la rama de un árbol y se encaramó ahí, escondida entre las hojas de su copa.
-¡Ahí están! -Murmuró algo más alto de lo normal un hombre que llevaba ropas anchas, gruesas e iba armado con una herramienta de labrar el campo.
-Qué estúpidos confiados...-Respondió otro que se parecía mucho al anterior y llevaba una hoz.
De repente y desde lo alto del árbol empezó a ver cómo llegaba gente de un lado y otro, todos camuflados entre la maleza al igual que había hecho ella. ''¿Me habrán seguido a mí también?''.
Su cuerpo se puso en tensión en cuanto alguien gritó que les atacaban y acto seguido todo se volvió un caos.
Desde ahí pudo observar toda la escena donde las flechas volaban y asediaban a aquel grupo que protegía a vete tú a saber quién. Algo reaccionó en la elfa en cuanto vio que el bárbaro protegía sin dudar al individuo que confiado había sido culpable de todo aquello y sacó su arco. ''Qué fácil vendes tu lealtad''.
La primera flecha se la dedicó al mismo que antes vio que llevaba una hoz...que más bien pareció fuego amigo, pues nadie se esperaba que desde esa posición disparara uno de los suyos. Tampoco se darían cuenta en el ''fragor'' del combate.
Entonces observó cómo el bárbaro, cuyo nombre aún no sabía, se lanzaba sin pensarlo dos veces sobres los atacantes y, con una furia instantánea, creó una carnicería de la nada que ni a sus peores enemigos la desearía.
Casi partió a alguien por la mitad y estaba entero lleno de sangre, a su alrededor charcos de ésta regaban el suelo y los que ahora eran cadáveres al lado del río hacían que su sangre se mezclara con el agua.
Se le erizó la piel al escuchar su grito de guerra y, con una flecha que justo había cargado, mató a uno que intentaba acercarse al bárbaro en ese momento. Entonces pensó: ''¿Por qué debería ayudarle?'', esa persona no había hecho nada por él, mucho menos le interesaba salvar a quien temblaba debajo del carromato. ¿Entonces por qué?
Sin pensarlo volvió a cargar otra flecha, esta vez destinada a un atacante que estaba a la otra orilla del pequeño río, apuntando una especie de daga voladora hacia el ''carnicero''.
Yenna
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Re: La luz que alumbra la oscuridad (Privado)
Se dirigió hacia el oponente más próximo, que portaba un escudo, cuando de pronto, tropezó y abrió completamente sus defensas. No iba a desaprovechar la oportunidad, así que descargó un golpe contra el pecho descubierto del hombre. Arrastrado por el ímpetu del impacto, su cuerpo giró 180 grados antes de caer sin vida al suelo. Apenas tuvo una fracción de segundo para sorprenderse por descubrir que lo que lo había matado no había sido su ataque, sino un flechazo por la espalda.
No pudo ni quiso detenerse a pensar sobre ello, pues en lo que duró ese pensamiento ya tenía a otros tres rivales frente a él. No se fijó en nada, simplemente se lanzó hacia ellos, gritando. Con un golpe en arco, destripó a dos de ellos, apartándose lo suficiente como para evitar ser empalado por la horqueta del tercero, pero no lo bastante como para evitar un corte largo en el muslo derecho. Enfurecido por la herida, sujetó el arma de su rival por el mango, lo atrajo hacia sí y lo derribó de un cabezazo en el puente de la nariz. Aturdido por el impacto, soltó su arma, que Ludwig usó como jabalina para lanzársela a un cuarto que se acercaba corriendo. No erró el lanzamiento por poco, pero consiguió que se clavara en una pierna, obligándolo a retorcerse de dolor en el suelo.
El hombre al que le había arrebatado el arma intentaba alejarse de él, arrastrándose por el suelo del bosque con el rostro ensangrentado. Antes de que otros dos compañeros corrieran a enfrentarse a él, le asestó una patada en la cabeza con tanta fuerza que dejó de moverse. Inconsciente o muerto, al menos no se levantaría a apuñalarle la espalda.
Pero al propinar la patada, perdió momentáneamente el equilibrio, momento que sus atacantes aprovecharon para inflingirle sendos cortes, uno bastante largo en la espalda y otro en el brazo izquierdo. Apretó los dientes y dejó que la adrenalina amortiguara el dolor, lo suficiente como para enganchar a uno de ellos por la ropa y empujarlo contra el segundo. Ambos trastabillaron y cayeron al suelo, uno encima del otro. Ludwig se aproximó a ellos y, descargando el hacha con ambas manos hacia el suelo, los decapitó a los dos.
Apoyó una pierna sobre los cuerpos y rugió desafiante, golpeándose el pecho con una mano, provocador. Miró alrededor, buscando más enemigos, y los encontró a espuertas. Parecía que salían de debajo de las piedras. No había conseguido asustarlos y no iba a conseguir matarlos a todos. Pero por Odín que lo iba a intentar.
Se lanzó a la carrera contra el que tenía más cerca, esquivó su golpe por poco y, girando sobre sí mismo, le amputó una pierna a la altura de la rodilla con tanta violencia que un chorro de sangre le saltó directamente a los ojos. Trastabilló, cegado y gritando de rabia, mientras trataba de despejar su vista.
Esta distracción le costó cara pues, en ese tiempo, cinco bandidos le rodearon en todas direcciones, cercándolo poco a poco. Ludwig se giraba constantemente, gritando y amenazándoles constantemente, como un animal acorralado.
Tres de ellos portaban lanzas con las que intentaban empalarle. En más de una ocasión consiguió esquivar o desviar el golpe por tan poco, que las heridas en torso y extremidades se iban acumulando. Con cada una, las zonas de su ropa que no estaban cubiertas de la sangre de sus víctimas se teñían de un rojo intenso, hasta el punto que lo único que no estaba teñido de líquido carmesí eran sus pupilas, pues del esfuerzo tenía hasta los ojos inyectados en sangre.
Consiguieron mantenerle así un buen rato, impidiendo que siguiera con la matanza, pero sin lograr rematarlo. Desgastándolo. En cierto momento, desvió un lanzazo hacia abajo, lo suficiente como para pegar la punta al suelo de un pisotón, forzando a su portador a soltar el arma. Aprovechando ese descuido, se lanzó hacia la apertura en el cerco, intentando escapar. Pero la pérdida de sangre estaba pasando factura. Ya no se movía con la misma velocidad ni fuerza, así que mientras el lancero se retiraba, otro bandido le golpeó la cabeza con una azada. El golpe no fue demasiado fuerte, porque solo quería hacerlo retroceder, pero fue lo suficiente para que el mundo empezara a dar vueltas y las piernas le fallaran, haciéndole caer de rodillas.
Uno de los bandidos se acercó a rematarle y él trató de contraatacar con su hacha, pero no fue capaz ni de alzar los brazos. En un último acto de desafío, le escupió a los pies y fijó la mirada en la de su verdugo.
No pudo ni quiso detenerse a pensar sobre ello, pues en lo que duró ese pensamiento ya tenía a otros tres rivales frente a él. No se fijó en nada, simplemente se lanzó hacia ellos, gritando. Con un golpe en arco, destripó a dos de ellos, apartándose lo suficiente como para evitar ser empalado por la horqueta del tercero, pero no lo bastante como para evitar un corte largo en el muslo derecho. Enfurecido por la herida, sujetó el arma de su rival por el mango, lo atrajo hacia sí y lo derribó de un cabezazo en el puente de la nariz. Aturdido por el impacto, soltó su arma, que Ludwig usó como jabalina para lanzársela a un cuarto que se acercaba corriendo. No erró el lanzamiento por poco, pero consiguió que se clavara en una pierna, obligándolo a retorcerse de dolor en el suelo.
El hombre al que le había arrebatado el arma intentaba alejarse de él, arrastrándose por el suelo del bosque con el rostro ensangrentado. Antes de que otros dos compañeros corrieran a enfrentarse a él, le asestó una patada en la cabeza con tanta fuerza que dejó de moverse. Inconsciente o muerto, al menos no se levantaría a apuñalarle la espalda.
Pero al propinar la patada, perdió momentáneamente el equilibrio, momento que sus atacantes aprovecharon para inflingirle sendos cortes, uno bastante largo en la espalda y otro en el brazo izquierdo. Apretó los dientes y dejó que la adrenalina amortiguara el dolor, lo suficiente como para enganchar a uno de ellos por la ropa y empujarlo contra el segundo. Ambos trastabillaron y cayeron al suelo, uno encima del otro. Ludwig se aproximó a ellos y, descargando el hacha con ambas manos hacia el suelo, los decapitó a los dos.
Apoyó una pierna sobre los cuerpos y rugió desafiante, golpeándose el pecho con una mano, provocador. Miró alrededor, buscando más enemigos, y los encontró a espuertas. Parecía que salían de debajo de las piedras. No había conseguido asustarlos y no iba a conseguir matarlos a todos. Pero por Odín que lo iba a intentar.
Se lanzó a la carrera contra el que tenía más cerca, esquivó su golpe por poco y, girando sobre sí mismo, le amputó una pierna a la altura de la rodilla con tanta violencia que un chorro de sangre le saltó directamente a los ojos. Trastabilló, cegado y gritando de rabia, mientras trataba de despejar su vista.
Esta distracción le costó cara pues, en ese tiempo, cinco bandidos le rodearon en todas direcciones, cercándolo poco a poco. Ludwig se giraba constantemente, gritando y amenazándoles constantemente, como un animal acorralado.
Tres de ellos portaban lanzas con las que intentaban empalarle. En más de una ocasión consiguió esquivar o desviar el golpe por tan poco, que las heridas en torso y extremidades se iban acumulando. Con cada una, las zonas de su ropa que no estaban cubiertas de la sangre de sus víctimas se teñían de un rojo intenso, hasta el punto que lo único que no estaba teñido de líquido carmesí eran sus pupilas, pues del esfuerzo tenía hasta los ojos inyectados en sangre.
Consiguieron mantenerle así un buen rato, impidiendo que siguiera con la matanza, pero sin lograr rematarlo. Desgastándolo. En cierto momento, desvió un lanzazo hacia abajo, lo suficiente como para pegar la punta al suelo de un pisotón, forzando a su portador a soltar el arma. Aprovechando ese descuido, se lanzó hacia la apertura en el cerco, intentando escapar. Pero la pérdida de sangre estaba pasando factura. Ya no se movía con la misma velocidad ni fuerza, así que mientras el lancero se retiraba, otro bandido le golpeó la cabeza con una azada. El golpe no fue demasiado fuerte, porque solo quería hacerlo retroceder, pero fue lo suficiente para que el mundo empezara a dar vueltas y las piernas le fallaran, haciéndole caer de rodillas.
Uno de los bandidos se acercó a rematarle y él trató de contraatacar con su hacha, pero no fue capaz ni de alzar los brazos. En un último acto de desafío, le escupió a los pies y fijó la mirada en la de su verdugo.
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