Mittenwald [Privado] CERRADO
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Mittenwald [Privado] CERRADO
El sol comenzaba a subir por el horizonte todavía, cuando Iori divisó los restos de la aldea. Había despertado con la primera claridad del alba, y aún casi en la penumbra de la noche había hecho camino adentrándose. Buscando. Y allí estaba al fin.
De no haber avanzado con los ojos ambiciosos, se le habrían pasado por alto las ruinas de la deshabitada aldea. Tal era el grado en el que la maleza y los árboles se habían hecho dueños de lo que otrora fue un animado establecimiento humano. Cerca de tierra de lobos y cerca de tierra de elfos.
Lo suficientemente próximo de Verisar como para vivir los humanos pero peligrosamente en tierra de nadie.
La humana suspiró oteando las ruinas, mientras asumía que precisamente haber estado establecidos en aquel punto, había conseguido que fuesen blanco fácil. Descendió ya sin prisa, encaminando en silencio sus pies colina abajo. El verde brillante de aquel lugar auguraba lluvias frecuentes y un clima con mucha humedad.
El silencio resultaba atronador, por la forma pesada en la que caía. Parecía que no solamente de humanos habían limpiado aquel lugar. Se detuvo cuando divisó como la vegetación del suelo se abría un poco, dando pie a lo que asumió que era el sendero principal del pueblo. El camino que habían recorrido las personas que vivían allí. Y sin duda también ella.
La mujer llamada Ayla con la que la habían confundido por su similitud física.
Y el motivo real que había empujado a Iori a buscar en medio de aquel mar de piedras en ruinas y vegetación. Los techos de las casas que podía observar desde su posición se encontraban derruidos, caídos hacia el interior. Frunció el ceño al darse cuenta de que la primera que tenía a su izquierda, además de comida por las malas hierbas y el paso del tiempo, presentaba una coloración negruzca indeleble en la piedra. - ¿Un incendio? - interpretó acariciando con la mano la superficie oscura.
De no haber avanzado con los ojos ambiciosos, se le habrían pasado por alto las ruinas de la deshabitada aldea. Tal era el grado en el que la maleza y los árboles se habían hecho dueños de lo que otrora fue un animado establecimiento humano. Cerca de tierra de lobos y cerca de tierra de elfos.
Lo suficientemente próximo de Verisar como para vivir los humanos pero peligrosamente en tierra de nadie.
La humana suspiró oteando las ruinas, mientras asumía que precisamente haber estado establecidos en aquel punto, había conseguido que fuesen blanco fácil. Descendió ya sin prisa, encaminando en silencio sus pies colina abajo. El verde brillante de aquel lugar auguraba lluvias frecuentes y un clima con mucha humedad.
El silencio resultaba atronador, por la forma pesada en la que caía. Parecía que no solamente de humanos habían limpiado aquel lugar. Se detuvo cuando divisó como la vegetación del suelo se abría un poco, dando pie a lo que asumió que era el sendero principal del pueblo. El camino que habían recorrido las personas que vivían allí. Y sin duda también ella.
La mujer llamada Ayla con la que la habían confundido por su similitud física.
Y el motivo real que había empujado a Iori a buscar en medio de aquel mar de piedras en ruinas y vegetación. Los techos de las casas que podía observar desde su posición se encontraban derruidos, caídos hacia el interior. Frunció el ceño al darse cuenta de que la primera que tenía a su izquierda, además de comida por las malas hierbas y el paso del tiempo, presentaba una coloración negruzca indeleble en la piedra. - ¿Un incendio? - interpretó acariciando con la mano la superficie oscura.
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Última edición por Iori Li el Dom Ene 10 2021, 21:13, editado 1 vez
Iori Li
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Re: Mittenwald [Privado] CERRADO
Las palabras del anciano elfo volvían a su mente a menudo, siempre en sincronía con los momentos de menor actividad del día. Sus sueños se habían tornado pesadillas, en las que su profunda y ajada voz repetían una y otra vez lo mismo… ¿Qué era lo que Tarek debía saber? Figuras oscuras, a las que el elfo nunca conseguía alcanzar, caminaban ante él en su mundo onírico, llenando de desesperación sus despertares… Cuando todavía era un niño había sufrido pesadillas recurrentes, en las que sus padres desaparecían sin dejar rastro, pero la tranquilizadora presencia de Eithelen, que sacrificaba su propio sueño para calmar sus temores, había acabado por hacerlos desaparecer. Un consuelo que no le había sido dado tras la muerte de su padre adoptivo. Ahora, décadas más tarde, su psique había decido volver a jugar a aquel angustioso juego con sus horas descanso.
Tal vez, que ocupase gran parte de sus días y sus noches revolviendo entre las escasas pertenencias que había conservado de su progenitor, no había ayudado a mitigar aquellos terribles sueños. Pero las palabras del anciano habían despertado en él la sensación de haber olvidado o pasado por algo por alto… Por ello, había decidido regresar a la pequeña cabaña en la que se había criado y que, por respeto a la memoria de Eithelen, ningún otro elfo había ocupado. Allí había rebuscado una y otra vez entre sus pertenencias, principalmente entre los diferentes documentos y libros que había en la casa. Todo parecía aportar información y, a su vez, nada tenía sentido…
Observó ante él un pequeño mapa de Sandorai dibujado a mano. Eithelen era un gran guerrero, sin duda, pero sus dotes para el dibujo de mapas parecían dejar bastante que desear, algo que chocó a Tarek, puesto que recordaba cómo el elfo mayor le había enseñado, con gran elegancia y certeza, a dibujar las runas propias de su pueblo. A menos que… aquello no fuese Sandorai. Prestando mayor atención al trozo de pergamino se percató de que el terreno le resultaba familiar, y no pudo reprimir el leve escalofrío que recorrió su espalda al darse cuenta de porqué: eran los bosques del Este… donde había tenido lugar su última y desafortunada incursión. El plano carecía de cualquier tipo de indicativo, excepto la gran masa de árboles y el lago al norte, así como algunos caminos y senderos. Sin embargo, un emplazamiento parecía especialmente bien dibujado, dejando entrever pequeñas casas y estructuras. ¿Tendría aquel pueblo algo de especial?
Sin mayor dilación guardó el pergamino y abandonó la cabaña con premura. Esperaba que aquella “pista” lo condujese a alguna respuesta… estaba harto de callejones sin salida.
El sol comenzaba a mostrase tras la línea del horizonte cuando divisó, a lo lejos, las ruinas de la aldea. Tras caminar y perderse durante horas, en un intento de encontrar –gracias a aquel impreciso plano- la ubicación de la aldea, encontrar un paraje desolado y abandonado generó en él sensaciones contradictorias. Con su avance hacia el norte había comenzado a sospechar que aquella población sería probablemente humana, lo que podría significar que el mapa marcaba el objetivo de alguna misión, acabando por lo tanto con sus oportunidades de descubrir alguna nueva pista. Sin embargo, encontrarse ante una aldea vacía y abandona, implicaba no encontrar más información que la que sus desoladas y viejas paredes le pudiesen aportar.
Sus pasos, amortiguados por la vegetación que cubría los caminos, apenas levantaron un leve eco cuando alcanzó las primeras casas de la aldea. El silencio, propio del amanecer, inundaba el lugar… y a pesar de ello, no percibió lo suficientemente rápido la llegada de aquella enorme criatura. El mundo se volvió borroso a sus ojos, cuando algo lo golpeó con fuerza, empujándolo contra una de las viejas paredes que, con gran estruendo, terminó por derruirse a su espalda. A penas fue consciente de lo que estaba sucediendo cuando notó la picazón propia de un desgarro en su brazo derecho… Debía espabilar o aquello que tapaba el sol, y que no era capaz de distinguir con claridad, acabaría por desayunar carne de elfo.
Tal vez, que ocupase gran parte de sus días y sus noches revolviendo entre las escasas pertenencias que había conservado de su progenitor, no había ayudado a mitigar aquellos terribles sueños. Pero las palabras del anciano habían despertado en él la sensación de haber olvidado o pasado por algo por alto… Por ello, había decidido regresar a la pequeña cabaña en la que se había criado y que, por respeto a la memoria de Eithelen, ningún otro elfo había ocupado. Allí había rebuscado una y otra vez entre sus pertenencias, principalmente entre los diferentes documentos y libros que había en la casa. Todo parecía aportar información y, a su vez, nada tenía sentido…
Observó ante él un pequeño mapa de Sandorai dibujado a mano. Eithelen era un gran guerrero, sin duda, pero sus dotes para el dibujo de mapas parecían dejar bastante que desear, algo que chocó a Tarek, puesto que recordaba cómo el elfo mayor le había enseñado, con gran elegancia y certeza, a dibujar las runas propias de su pueblo. A menos que… aquello no fuese Sandorai. Prestando mayor atención al trozo de pergamino se percató de que el terreno le resultaba familiar, y no pudo reprimir el leve escalofrío que recorrió su espalda al darse cuenta de porqué: eran los bosques del Este… donde había tenido lugar su última y desafortunada incursión. El plano carecía de cualquier tipo de indicativo, excepto la gran masa de árboles y el lago al norte, así como algunos caminos y senderos. Sin embargo, un emplazamiento parecía especialmente bien dibujado, dejando entrever pequeñas casas y estructuras. ¿Tendría aquel pueblo algo de especial?
Sin mayor dilación guardó el pergamino y abandonó la cabaña con premura. Esperaba que aquella “pista” lo condujese a alguna respuesta… estaba harto de callejones sin salida.
El sol comenzaba a mostrase tras la línea del horizonte cuando divisó, a lo lejos, las ruinas de la aldea. Tras caminar y perderse durante horas, en un intento de encontrar –gracias a aquel impreciso plano- la ubicación de la aldea, encontrar un paraje desolado y abandonado generó en él sensaciones contradictorias. Con su avance hacia el norte había comenzado a sospechar que aquella población sería probablemente humana, lo que podría significar que el mapa marcaba el objetivo de alguna misión, acabando por lo tanto con sus oportunidades de descubrir alguna nueva pista. Sin embargo, encontrarse ante una aldea vacía y abandona, implicaba no encontrar más información que la que sus desoladas y viejas paredes le pudiesen aportar.
Sus pasos, amortiguados por la vegetación que cubría los caminos, apenas levantaron un leve eco cuando alcanzó las primeras casas de la aldea. El silencio, propio del amanecer, inundaba el lugar… y a pesar de ello, no percibió lo suficientemente rápido la llegada de aquella enorme criatura. El mundo se volvió borroso a sus ojos, cuando algo lo golpeó con fuerza, empujándolo contra una de las viejas paredes que, con gran estruendo, terminó por derruirse a su espalda. A penas fue consciente de lo que estaba sucediendo cuando notó la picazón propia de un desgarro en su brazo derecho… Debía espabilar o aquello que tapaba el sol, y que no era capaz de distinguir con claridad, acabaría por desayunar carne de elfo.
Tarek Inglorien
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Re: Mittenwald [Privado] CERRADO
Había sido un fuego. Iori estaba prácticamente segura. A medida que había avanzado por los restos en ruinas de la aldea, los vestigios de un gran incendio eran visibles por todas partes. Las marcas oscuras y muros derruidos; maderas comidas y restos de capas de hollín en la tierra del suelo.
Aunque el tiempo se había encargado de cubrir con el sutil barniz de la decadencia aquel triste lugar, todavía no era tarde para que el ojo experto reconociese los daños de la lumbre. Y la humana, como buena campesina, tenía en su corta vida de experiencia numerosas ocasiones en las que se hizo preciso luchar contra el fuego.
¿Qué era lo que había entonces detrás del supuesto ataque por parte de los elfos a la aldea? Quizá aquel hombre de la posada, Hans, ¿Le había mentido? No parecía tener motivos para hacerlo... Quizá el pensaba que la devastación de aquel lugar se correspondía a un ataque pero en realidad había sido un accidente...
Detuvo sus pasos en los que adivinó que era la zona central de la aldea. El ancho que separaba las casas permitía que se abriese un gran espacio, en una esquina del cual reconoció un pequeño lavadero comunal de piedra, comido por la maleza, y lo que parecía un pozo. Avanzó pisando los matorrales cuando un brusco sonido captó su atención. Miró por encima del hombro hacia el extremo de la aldea por la que ella había avanzado.
Con la misma inteligencia que había demostrado desde que había comenzado el viaje, la humana se precipitó corriendo en dirección a dónde a todas luces, se escuchaba lo que serían problemas. Cómo le gustaban los problemas. Estúpida Iori. Vivir rápido y sentir mucho. Así era cómo guiaba sus pasos. En la incerteza de no saber nunca detrás de qué curva se encontraría el último acto.
No tuvo que acercarse mucho para ver desde la distancia algo que pensó era un sueño. Un árbol. Un puto arbol, raquítico, seco y sin hojas, había cobrado vida y se estaba moviendo con una destreza que parecía irreal tratándose de un tronco. - ¿Qué demonios? - Se olvidó de parpadear mientras observaba como el conjunto de ramas que componían su brazo se lanzaba contra el muro de la primera casa del camino. - ¡Joder! -
Entonces lo vio.
El destello de su cabello plateado brillaba durante el día de la misma forma que en la última noche en la que lo había visto. Tras lo sucedido con el mercader de Vuwulfar, Iori jamás pensó en volver a cruzarse con el elfo de la alegría. Don risitas. El Señor de la felicidad. Tarek se llamaba. Y seguramente Tarek significaba en élfico amor. Le pegaba por completo a un ser de luz como era aquel desgraciado.
Mierda Iori. Girar sobre sus talones y dejar que el chico saliese solo del lío parecía la decisión más lógica. Por aquel puto árbol viviente. Por el maldito elfo. En la balanza del pensamiento racional, todo en la mente de Iori parecía aplaudir ante la decisión de alejarse pronto de allí. Dejarlos a su aire.
Bien Iori, felicidades de nuevo. Lucía una sonrisa de medio lado mientras, tomando el bastón con firmeza entre las manos se aproximaba con sigilo para encararse a aquel ser por el costado. La táctica parecía sencilla. Introdujo el extremo del bastón entre los huecos de las ramas de lo que parecían las piernas. Aprovechando la carrera hizo palanca y junto con el despiste del ser, consiguió hacerle perder el equilibrio lo suficiente.
El gruñido que emitió dejó claro que aquello no se lo esperaba. Y que lo había enfadado. Fintó a un lado para ponerse lejos de sus manos y se detuvo a la espalda del bicho intentando captar tu atención. - Creo que tus Dioses están intentando decirte algo con respecto a mí Tarek - murmuró con una sonrisa en la voz, divertida por aquel nuevo encuentro. - ¡Deberías correr! - Fue lo último que le dio tiempo a decir antes de rodar a un lado, esquivando la patada que la criatura apuntó hacia ella.
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¿Qué era lo que había entonces detrás del supuesto ataque por parte de los elfos a la aldea? Quizá aquel hombre de la posada, Hans, ¿Le había mentido? No parecía tener motivos para hacerlo... Quizá el pensaba que la devastación de aquel lugar se correspondía a un ataque pero en realidad había sido un accidente...
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Con la misma inteligencia que había demostrado desde que había comenzado el viaje, la humana se precipitó corriendo en dirección a dónde a todas luces, se escuchaba lo que serían problemas. Cómo le gustaban los problemas. Estúpida Iori. Vivir rápido y sentir mucho. Así era cómo guiaba sus pasos. En la incerteza de no saber nunca detrás de qué curva se encontraría el último acto.
No tuvo que acercarse mucho para ver desde la distancia algo que pensó era un sueño. Un árbol. Un puto arbol, raquítico, seco y sin hojas, había cobrado vida y se estaba moviendo con una destreza que parecía irreal tratándose de un tronco. - ¿Qué demonios? - Se olvidó de parpadear mientras observaba como el conjunto de ramas que componían su brazo se lanzaba contra el muro de la primera casa del camino. - ¡Joder! -
Entonces lo vio.
El destello de su cabello plateado brillaba durante el día de la misma forma que en la última noche en la que lo había visto. Tras lo sucedido con el mercader de Vuwulfar, Iori jamás pensó en volver a cruzarse con el elfo de la alegría. Don risitas. El Señor de la felicidad. Tarek se llamaba. Y seguramente Tarek significaba en élfico amor. Le pegaba por completo a un ser de luz como era aquel desgraciado.
Mierda Iori. Girar sobre sus talones y dejar que el chico saliese solo del lío parecía la decisión más lógica. Por aquel puto árbol viviente. Por el maldito elfo. En la balanza del pensamiento racional, todo en la mente de Iori parecía aplaudir ante la decisión de alejarse pronto de allí. Dejarlos a su aire.
Bien Iori, felicidades de nuevo. Lucía una sonrisa de medio lado mientras, tomando el bastón con firmeza entre las manos se aproximaba con sigilo para encararse a aquel ser por el costado. La táctica parecía sencilla. Introdujo el extremo del bastón entre los huecos de las ramas de lo que parecían las piernas. Aprovechando la carrera hizo palanca y junto con el despiste del ser, consiguió hacerle perder el equilibrio lo suficiente.
El gruñido que emitió dejó claro que aquello no se lo esperaba. Y que lo había enfadado. Fintó a un lado para ponerse lejos de sus manos y se detuvo a la espalda del bicho intentando captar tu atención. - Creo que tus Dioses están intentando decirte algo con respecto a mí Tarek - murmuró con una sonrisa en la voz, divertida por aquel nuevo encuentro. - ¡Deberías correr! - Fue lo último que le dio tiempo a decir antes de rodar a un lado, esquivando la patada que la criatura apuntó hacia ella.
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Iori Li
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Re: Mittenwald [Privado] CERRADO
El sordo pitido que inundaba sus oídos, y del que apenas había sido consciente unos segundos antes, empezó a mitigarse, al tiempo que su visión se aclaraba. Al parecer la oscuridad no había sido obra de la extraña criatura que se alzaba sobre él, sino del golpe que se había dado al chocar contra el muro de la casa. Apenas fue consciente de lo que sus ojos observaban cuando, sin motivo aparente, el ente desapareció de su campo de visión. Tarek sabía que debía moverse, aprovechar la desaparición del ser. Pero la sensación de bruma en su mente ralentizaba sus decisiones y movimientos.
Un nuevo sonido llegó a sus oídos, una voz, opacada por el persistente, aunque cada vez más leve, pitido. Con dificultad giró la cabeza hacia su izquierda y sus ojos captaron dos orbes de un intenso color… azul. Su ofuscada mente se negaba a procesar la procedencia de aquel color; pero algo en su subconsciente le indicaba que ya había visto aquello antes. Una borrosa figura humana, agazapada cerca de él, fue haciéndose cada vez más nítida, al tiempo que nuevas palabras llegaban hasta él. ¿Qué había dicho? Otra figura apareció en la periferia de su visión, al tiempo que un rugido invadía el lugar. ¿Corre? Había dicho… ¿corre?
La mente de Tarek se aclaró de repente, al tiempo que observaba como una leñosa criatura, similar a un tronco seco, se disponía a atacar a la persona que había a su izquierda. Sin demasiados miramientos, rodó sobre si mismo, apartándose del ser, al tiempo que llevaba la mano hacia su cintura y notaba el frío metal de su kusarigama. Desconocía que era aquello que lo había atacado y que ahora centraba su atención sobre quien quiera que hubiese tenido la cortesía de acercarse a él para ayudarlo. Utilizar el filo del arma sería inútil, aquel ente era más vegetal que animal. Pero quizás pudiese detenerlo de alguna manera…
Asentando los pies con fuerza en el suelo, blandió el arma, para enroscar, gracias al peso de la parte roma, la cadena entorno a uno de los “brazos” de la criatura, que se disponía a atacar a su misterioso ayudante. Concentrando toda su fuerza en el abdomen, tiró de la cadena, consiguiendo desestabilizar al ser, que vaciló en sus pasos, retrocediendo ligeramente al tiempo que intentaba ganar estabilidad; dejando a la vista a la persona que había acudido en ayuda del elfo.
- ¿Pero qué demonios…? –maldijo al ver la figura ante él. Después de su último encuentro había implorado a los dioses por no volver a encontrase con ella, contando con la esperanza de que el mundo era demasiado grande como para que sus caminos volviesen a cruzarse. Por desgracia los dioses no habían escuchado su plegaria.
Su segundo de dilación permitió al arbóreo ser recobrar estabilidad, centrando de nuevo sus ansias asesinas en Tarek que, con poco margen, consiguió esquivar un nuevo golpe dirigido a su persona. ¿Tenía que ser ella? ¿A quién había ofendido en esa u otra vida como para merecerse aquello? Esquivando un nuevo golpe por los pelos, se situó algo más cerca de la chica, que en ese momento se vio enfrentada de nuevo a la criatura. El odio que le profesaba era intenso, pero en ese momento lo era más su instinto de supervivencia y, a cada minuto que pasaba, la criatura a la que se enfrentaban se volvía más violenta.
Observó el arma de la chica. Quizás el metal no pudiese cortar la corteza de aquel ente, pero un golpe contundente podría, hipotéticamente, dejarlo inconsciente o al menos lo suficientemente incapacitado como para cesar en su ataque. Blandiendo de nuevo su arma, sin mirar a la humana a la cara, le dirigió unas secas palabras.
- Si consigo inmovilizarlo el tiempo suficiente, ¿serías capaz de golpearlo con eso? –preguntó, señalando con la cabeza su bastón.
Un nuevo sonido llegó a sus oídos, una voz, opacada por el persistente, aunque cada vez más leve, pitido. Con dificultad giró la cabeza hacia su izquierda y sus ojos captaron dos orbes de un intenso color… azul. Su ofuscada mente se negaba a procesar la procedencia de aquel color; pero algo en su subconsciente le indicaba que ya había visto aquello antes. Una borrosa figura humana, agazapada cerca de él, fue haciéndose cada vez más nítida, al tiempo que nuevas palabras llegaban hasta él. ¿Qué había dicho? Otra figura apareció en la periferia de su visión, al tiempo que un rugido invadía el lugar. ¿Corre? Había dicho… ¿corre?
La mente de Tarek se aclaró de repente, al tiempo que observaba como una leñosa criatura, similar a un tronco seco, se disponía a atacar a la persona que había a su izquierda. Sin demasiados miramientos, rodó sobre si mismo, apartándose del ser, al tiempo que llevaba la mano hacia su cintura y notaba el frío metal de su kusarigama. Desconocía que era aquello que lo había atacado y que ahora centraba su atención sobre quien quiera que hubiese tenido la cortesía de acercarse a él para ayudarlo. Utilizar el filo del arma sería inútil, aquel ente era más vegetal que animal. Pero quizás pudiese detenerlo de alguna manera…
Asentando los pies con fuerza en el suelo, blandió el arma, para enroscar, gracias al peso de la parte roma, la cadena entorno a uno de los “brazos” de la criatura, que se disponía a atacar a su misterioso ayudante. Concentrando toda su fuerza en el abdomen, tiró de la cadena, consiguiendo desestabilizar al ser, que vaciló en sus pasos, retrocediendo ligeramente al tiempo que intentaba ganar estabilidad; dejando a la vista a la persona que había acudido en ayuda del elfo.
- ¿Pero qué demonios…? –maldijo al ver la figura ante él. Después de su último encuentro había implorado a los dioses por no volver a encontrase con ella, contando con la esperanza de que el mundo era demasiado grande como para que sus caminos volviesen a cruzarse. Por desgracia los dioses no habían escuchado su plegaria.
Su segundo de dilación permitió al arbóreo ser recobrar estabilidad, centrando de nuevo sus ansias asesinas en Tarek que, con poco margen, consiguió esquivar un nuevo golpe dirigido a su persona. ¿Tenía que ser ella? ¿A quién había ofendido en esa u otra vida como para merecerse aquello? Esquivando un nuevo golpe por los pelos, se situó algo más cerca de la chica, que en ese momento se vio enfrentada de nuevo a la criatura. El odio que le profesaba era intenso, pero en ese momento lo era más su instinto de supervivencia y, a cada minuto que pasaba, la criatura a la que se enfrentaban se volvía más violenta.
Observó el arma de la chica. Quizás el metal no pudiese cortar la corteza de aquel ente, pero un golpe contundente podría, hipotéticamente, dejarlo inconsciente o al menos lo suficientemente incapacitado como para cesar en su ataque. Blandiendo de nuevo su arma, sin mirar a la humana a la cara, le dirigió unas secas palabras.
- Si consigo inmovilizarlo el tiempo suficiente, ¿serías capaz de golpearlo con eso? –preguntó, señalando con la cabeza su bastón.
Tarek Inglorien
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Re: Mittenwald [Privado] CERRADO
Seguir al nivel de suelo la hacía blanco fácil para aquella criatura. Los ojos azules no se apartaban de sus movimientos y usaba sus agilidad y reflejos para esquivar con éxito. Por el momento. La interrupción de Tarek usando su extraña arma le vino como anillo al dedo para facilitarle esquivar un puñetazo que sin duda la habría puesto en un aprieto.
La humana se giró mirando al elfo con una sonrisa de gratitud en la cara... que se congeló al instante cuando reconoció el fastidio en el rostro del chico. La acababa de reconocer. Y era evidente que no le había gustado. ¿¡Qué cojones?! Aún en esa situación el muy gilipollas era capaz de dedicarle tiempo a aborrecerla cuando un peligro inminente podía dejarlo pegado a la pared en cuestión de segundos.
La sonrisa en la cara de la humana se convirtió en un espejo. Se transformó en una evidente molestia que usaba como respuesta al disgusto evidente del orejas picudas. Ya tendría momento para salpicarlo con su bordería. En aquel instante lo importante era trabajar juntos. Asintió con la cabeza a la propuesta de Tarek, imaginando que seguramente esa noche el propio elfo se fustigaría tras darse cuenta de que había colaborado en algo con ella.
- En mi tierra para enfrentarnos a la madera usamos mejor hojas afiladas o fuego. No sé en la tuya. No creo que un simple golpe pueda hacerle nada - gritó haciéndose oír por encima del ruido que el ser producía. - Mierda - murmuró antes de rodear sobre su espalda cruzando con velocidad entre las piernas del ser.
No quedaba otra que intentarlo. De momento no tenían nada mejor. Se puso de pie a la espalda del árbol viviente, cuando vio como el arma de Tarek se cernía sobre sus brazos. La criatura se revolvió y gritó con mucha fuerza, y forcejeó para soltar el agarre. - Ahora o nunca - murmuró con poca convicción.
Corrió y apuntó con el extremo de su bastón en las ramas que de tratarse de una persona serían las vértebras del cuello.* El golpe fue seco y sordo, y quedó amortiguado por un sonido profundo que salió en forma de gemido lastimero de su boca. Cayó al suelo como si se hubiese dormido de golpe y en cuestión de segundos todo fue quietud de nuevo en la entrada de la aldea.
La humana respiraba agitadamente, observando todavía a la criatura inconsciente en el suelo en medio de ellos. No se lo creía. Simplemente no era capaz de hacerlo. Sonrió poco a poco, asimilando su buena suerte y buscó entonces con los ojos azules la mirada verde del elfo. - ¿Me echabas de menos? - preguntó con sorna, animada por la inexplicable victoria que acababan de compartir.
*Ráfaga de golpes: golpea en un punto vital que incapacita.
La humana se giró mirando al elfo con una sonrisa de gratitud en la cara... que se congeló al instante cuando reconoció el fastidio en el rostro del chico. La acababa de reconocer. Y era evidente que no le había gustado. ¿¡Qué cojones?! Aún en esa situación el muy gilipollas era capaz de dedicarle tiempo a aborrecerla cuando un peligro inminente podía dejarlo pegado a la pared en cuestión de segundos.
La sonrisa en la cara de la humana se convirtió en un espejo. Se transformó en una evidente molestia que usaba como respuesta al disgusto evidente del orejas picudas. Ya tendría momento para salpicarlo con su bordería. En aquel instante lo importante era trabajar juntos. Asintió con la cabeza a la propuesta de Tarek, imaginando que seguramente esa noche el propio elfo se fustigaría tras darse cuenta de que había colaborado en algo con ella.
- En mi tierra para enfrentarnos a la madera usamos mejor hojas afiladas o fuego. No sé en la tuya. No creo que un simple golpe pueda hacerle nada - gritó haciéndose oír por encima del ruido que el ser producía. - Mierda - murmuró antes de rodear sobre su espalda cruzando con velocidad entre las piernas del ser.
No quedaba otra que intentarlo. De momento no tenían nada mejor. Se puso de pie a la espalda del árbol viviente, cuando vio como el arma de Tarek se cernía sobre sus brazos. La criatura se revolvió y gritó con mucha fuerza, y forcejeó para soltar el agarre. - Ahora o nunca - murmuró con poca convicción.
Corrió y apuntó con el extremo de su bastón en las ramas que de tratarse de una persona serían las vértebras del cuello.* El golpe fue seco y sordo, y quedó amortiguado por un sonido profundo que salió en forma de gemido lastimero de su boca. Cayó al suelo como si se hubiese dormido de golpe y en cuestión de segundos todo fue quietud de nuevo en la entrada de la aldea.
La humana respiraba agitadamente, observando todavía a la criatura inconsciente en el suelo en medio de ellos. No se lo creía. Simplemente no era capaz de hacerlo. Sonrió poco a poco, asimilando su buena suerte y buscó entonces con los ojos azules la mirada verde del elfo. - ¿Me echabas de menos? - preguntó con sorna, animada por la inexplicable victoria que acababan de compartir.
*Ráfaga de golpes: golpea en un punto vital que incapacita.
Iori Li
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Re: Mittenwald [Privado] CERRADO
La criatura había caído ante su esfuerzo conjunto. El agarre de Tarek había permitido a la humana golpear certeramente a la criatura que, en ese momento, se encontraba abatida e inconsciente a los pies del elfo. Aquel ser que a punto había estado de acabar con su vida, parecía ahora menos amenazante que cuando se había alzado sobre él.
Se arrodilló junto al ser, al tiempo que comprobaba que la vida seguía discurriendo por su leñoso cuerpo. El fuego o una hoja afilada, como había propuesto la necia humana, habrían acabado con su existencia. Una solución rápida y limpia, típica de humanos, irrespetuosos con cualquier otra forma de vida. Matar aquello que no comprendían siempre era su primera opción.
- Descansa ahora vigilante, tu bosque no corre peligro –pronunció en la lengua de su pueblo, al tiempo que llevaba la mano de su corazón al lugar donde debía residir el de la criatura. Aquel ente era un guardián de los bosques. Uno nacido de la destrucción y la muerte, encomendado a la protección de la vida. Algo terrible debía haber ocurrido en aquel lugar para que mostrase tal violencia hacia aquellos que apenas habían traspasado las lindes de su territorio.
Armándose de paciencia se alzó de entre los escombros de las casas, que albergaban el cuerpo de la criatura, generando una extraña estampa, mezcla de vida y ruina. Permaneció un momento más de espaldas a la humana, a la escuchó proferir una pregunta. Tomando aire con calma, intentó serenarse. Tenía dos opciones: contestar a su provocación o ignorarla y seguir su camino. Lo más sabio, sin duda, era hacer oídos sordos a sus palabras… pero Tarek no destacaba precisamente por su sabiduría cuando se trataba de evitar conflictos con humanos.
Se encaminó hacia ella con una expresión de disgusto dibujada en la cara y los recuerdos del encuentro con el mercader aún golpeando en su memoria. Detestaba a los humanos, pero sin duda a ninguno tanto como a aquella burda mujer. Con el mayor desprecio que pudo, pasó a su lado, golpeando con su hombro el de la chica y empujándola levemente hacia atrás. Sin mirarla añadió.
- No te metas en mi camino y yo no tendré que meterme en el tuyo. –le había ayudado en una situación complicada y solo por ello la dejaría vivir un día más. No entendía que clase de malévolo designio lo hacía encontrase una y otra vez con aquella execrable criatura, que desde el inicio había demostrado desconocer cuál era su lugar. Decidió continuar su camino, pero la ira de los recientes acontecimientos pudo más que su templanza, deteniendo nuevamente sus pasos - ¿Acaso me sigues? No entiendo por qué demonios tengo que ver tu desgraciado rostro cada vez que abandono Sandorai. Eres como una plaga. Vaya a donde vaya, allí estás tú.
Sin duda la mesura no era lo suyo cuando había humanos de por medio y aún menos con aquella desquiciante criatura.
Se arrodilló junto al ser, al tiempo que comprobaba que la vida seguía discurriendo por su leñoso cuerpo. El fuego o una hoja afilada, como había propuesto la necia humana, habrían acabado con su existencia. Una solución rápida y limpia, típica de humanos, irrespetuosos con cualquier otra forma de vida. Matar aquello que no comprendían siempre era su primera opción.
- Descansa ahora vigilante, tu bosque no corre peligro –pronunció en la lengua de su pueblo, al tiempo que llevaba la mano de su corazón al lugar donde debía residir el de la criatura. Aquel ente era un guardián de los bosques. Uno nacido de la destrucción y la muerte, encomendado a la protección de la vida. Algo terrible debía haber ocurrido en aquel lugar para que mostrase tal violencia hacia aquellos que apenas habían traspasado las lindes de su territorio.
Armándose de paciencia se alzó de entre los escombros de las casas, que albergaban el cuerpo de la criatura, generando una extraña estampa, mezcla de vida y ruina. Permaneció un momento más de espaldas a la humana, a la escuchó proferir una pregunta. Tomando aire con calma, intentó serenarse. Tenía dos opciones: contestar a su provocación o ignorarla y seguir su camino. Lo más sabio, sin duda, era hacer oídos sordos a sus palabras… pero Tarek no destacaba precisamente por su sabiduría cuando se trataba de evitar conflictos con humanos.
Se encaminó hacia ella con una expresión de disgusto dibujada en la cara y los recuerdos del encuentro con el mercader aún golpeando en su memoria. Detestaba a los humanos, pero sin duda a ninguno tanto como a aquella burda mujer. Con el mayor desprecio que pudo, pasó a su lado, golpeando con su hombro el de la chica y empujándola levemente hacia atrás. Sin mirarla añadió.
- No te metas en mi camino y yo no tendré que meterme en el tuyo. –le había ayudado en una situación complicada y solo por ello la dejaría vivir un día más. No entendía que clase de malévolo designio lo hacía encontrase una y otra vez con aquella execrable criatura, que desde el inicio había demostrado desconocer cuál era su lugar. Decidió continuar su camino, pero la ira de los recientes acontecimientos pudo más que su templanza, deteniendo nuevamente sus pasos - ¿Acaso me sigues? No entiendo por qué demonios tengo que ver tu desgraciado rostro cada vez que abandono Sandorai. Eres como una plaga. Vaya a donde vaya, allí estás tú.
Sin duda la mesura no era lo suyo cuando había humanos de por medio y aún menos con aquella desquiciante criatura.
Tarek Inglorien
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Re: Mittenwald [Privado] CERRADO
Sabía que no le caía bien. Y estaba convencida de que no podía tratarse de algo personal. Nunca se habían visto antes, y Iori estaba bastante segura de que recordaría a alguien con unos ojos como aquellos. Difícil dejar de mirarlos, aun cuando dirigían hacia ella todo aquel veneno. La única explicación en la mente de Iori era que Tarek tenía un problema particular con los humanos.
Recordando lo que había pasado con el mercader creía entenderlo mejor. Más si recordaba que Nousis había mostrado una actitud de desdén similar. El elfo que tenía delante en cambio resultaba mucho más pasional en sus odios. Más transparente.
Como para darle la razón en lo que estaba pensando, pasó a su lado golpeándola con toda la premeditación que poseía, como si fuese un pandillero cualquiera de los que había conocido en Lunargenta. La humana resopló pero no se tomó en serio su provocación. - La próxima vez me aseguraré de no acudir corriendo hacia los problemas cuando vea que tú estás medito en ellos. Seguro que todo habría salido bien con nuestro amigo Tronqui sin mi molesta aparición -
Se giró y lo observó de espaldas a ella, deteniéndose súbitamente en lugar de continuar avanzando para adentrarse en la aldea. Sus preguntas la dejaron un instante con la boca abierta. - Pido clemencia por no tener los hermosos rasgos faciales que posees tú Tarek.- Le gustaba decir su nombre. Sonaba muy bien en sus oídos. Y de alguna manera le hacía sentir que tenía poder sobre él. El poder de enfadarlo. Caminó despacio hasta situarse a su lado para mirarlo con curiosidad. Necesitaba saber hasta que punto sus palabras tensaban la cuerda.
- Yo podría preguntarte lo mismo de hecho. Lo niegas pero quizá te has aficionado a mi fealdad. Quizá eres tú, Tarek, el que me sigue. Yo estaba aquí antes de que tú despertaras a ese ser y te metieras en líos. Estaba durmiendo en aquel bosque antes de que tú intentases tender aquella trampa... - Ladeó la cabeza para observar la reacción a sus palabras en su rostro.
- A mi entender, deberías de mantener una tranquila charla con "tus dioses", elfo. Si encontrarte conmigo te molesta, eres tú quien tiene el problema. - Se apartó con una ingenua sonrisa en el rostro sosteniendo con firmeza el bastón en la mano para continuar adelante. - Ya sé que antes te tragarías la lengua que darle las gracias a un humano pero, de nada - añadió antes de volver por el camino que hacía unos minutos había recorrido a la carrera.
Recordando lo que había pasado con el mercader creía entenderlo mejor. Más si recordaba que Nousis había mostrado una actitud de desdén similar. El elfo que tenía delante en cambio resultaba mucho más pasional en sus odios. Más transparente.
Como para darle la razón en lo que estaba pensando, pasó a su lado golpeándola con toda la premeditación que poseía, como si fuese un pandillero cualquiera de los que había conocido en Lunargenta. La humana resopló pero no se tomó en serio su provocación. - La próxima vez me aseguraré de no acudir corriendo hacia los problemas cuando vea que tú estás medito en ellos. Seguro que todo habría salido bien con nuestro amigo Tronqui sin mi molesta aparición -
Se giró y lo observó de espaldas a ella, deteniéndose súbitamente en lugar de continuar avanzando para adentrarse en la aldea. Sus preguntas la dejaron un instante con la boca abierta. - Pido clemencia por no tener los hermosos rasgos faciales que posees tú Tarek.- Le gustaba decir su nombre. Sonaba muy bien en sus oídos. Y de alguna manera le hacía sentir que tenía poder sobre él. El poder de enfadarlo. Caminó despacio hasta situarse a su lado para mirarlo con curiosidad. Necesitaba saber hasta que punto sus palabras tensaban la cuerda.
- Yo podría preguntarte lo mismo de hecho. Lo niegas pero quizá te has aficionado a mi fealdad. Quizá eres tú, Tarek, el que me sigue. Yo estaba aquí antes de que tú despertaras a ese ser y te metieras en líos. Estaba durmiendo en aquel bosque antes de que tú intentases tender aquella trampa... - Ladeó la cabeza para observar la reacción a sus palabras en su rostro.
- A mi entender, deberías de mantener una tranquila charla con "tus dioses", elfo. Si encontrarte conmigo te molesta, eres tú quien tiene el problema. - Se apartó con una ingenua sonrisa en el rostro sosteniendo con firmeza el bastón en la mano para continuar adelante. - Ya sé que antes te tragarías la lengua que darle las gracias a un humano pero, de nada - añadió antes de volver por el camino que hacía unos minutos había recorrido a la carrera.
Iori Li
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Re: Mittenwald [Privado] CERRADO
Se maldijo mentalmente por perder los nervios. ¿Por qué… por qué no había seguido caminando y había dejado atrás aquella desagradable reunión? ¿Por qué había tenido que reanudar la conversación con ella? El cuero que envolvía el mango de su arma crujió ante la fuerza de su agarre. Creía haberla envainado, pero al parecer no había abandonado su mano tras el ataque al guardián.
- Bien. Pues no lo hagas. Morir no es peor que tener que… -detuvo sus palabras. Se negaba a admitir que debía agradecerle su intervención. No, no lo haría– Olvídalo –añadió casi en un susurro.
A fin de templarse lo suficiente como para seguir su camino, procedió a enroscar el arma para guardarla a buen recaudo. Quizás el guardián no estuviese solo o quizás no fuese el mayor peligro que acechase en aquel desolado lugar. Dudaba que su presencia hubiese sido la causa de su despertar. Apenas había pisado la aldea cuando se había producido el ataque. No, aquello debía tener otro origen. Quizás algo que merodeaba por allí.
¿Por qué no había seguido andando? No sería la primera vez que enroscaba el arma en marcha… Su segundo de tranquilidad le había dado la oportunidad a aquella insoportable criatura de seguir con su insulsa cháchara. Había decidido no matarla por agradecimiento… no, él no le estaba agradecido. No la mataba por compasión. Pero podría córtale la lengua. Seguro que eso hacía sus días más tranquilos, sobre todo si el destino se obcecaba en hacer que se encontrasen una y otra vez. Además, estaba lo suficientemente cerca de él -¿En qué momento había llegado hasta allí?- como para poder hacerlo.
Con rapidez, la agarró por la pechera de su vestimenta, al tiempo que la observaba con renovado odio desde la posición ventajosa que le proporcionaba su diferencia de altura.
- Harías bien en respetar a mis dioses, humana –imprimió todo el desprecio que le fue posible en esa última palabra, al tiempo que soltaba su agarre y la apartaba de él- Hablas de fealdad. Son los tuyos los que se dedican a destruir cualquier atisbo de belleza en este mundo. Mira a tu alrededor. Sois corrupción y destrucción, eso es lo único que veo en vosotros.
La observó partir, encaminarse por aquella senda que parecía recorrer el pueblo de un extremo a otro, rematando en una edificación de mayor tamaño, que coronaba la aldea. Los restos de las casas, en diferentes grados de degradación, se agolpaban en torno a aquella vía. Las casas. Tarek se observó las manos, manchadas de un extraño polvo negruzco. Aquello no era tierra, era hollín. El pueblo había ardido. El guardián había intentado proteger su hogar, un bosque que probablemente había sido pasto de las llamas junto con aquella pequeña población. Pero, ¿qué lo había despertado? Quizás ya no importase.
Reanudó su interrumpida marcha, tomando el mismo camino que la humana. Si su orientación no le había fallado, se encontraba en el lugar correcto, el pueblo indicado por Eithelen en sus mapas. No sabía que buscaba y, por desgracia, aquello implicaba recorrer el lugar y encontrase, antes o después, con aquella mísera criatura. ¿Qué había hecho su padre allí? Parecía una aldea cualquiera. ¿Él y los suyos habrían provocado el incendio? Observó sobre su hombro la lejana figura del guardián. No, era demasiado peligroso, jamás le harían eso al bosque.
Un sonido de tintineo se dejó oír a su siguiente paso. Había golpeado algo con un pie. Bajo una gruesa capa de vegetación y ceniza localizó un objeto extrañamente familiar, que le traía recuerdos de su infancia. ¿Qué hacía allí un sonajero élfico?
- Bien. Pues no lo hagas. Morir no es peor que tener que… -detuvo sus palabras. Se negaba a admitir que debía agradecerle su intervención. No, no lo haría– Olvídalo –añadió casi en un susurro.
A fin de templarse lo suficiente como para seguir su camino, procedió a enroscar el arma para guardarla a buen recaudo. Quizás el guardián no estuviese solo o quizás no fuese el mayor peligro que acechase en aquel desolado lugar. Dudaba que su presencia hubiese sido la causa de su despertar. Apenas había pisado la aldea cuando se había producido el ataque. No, aquello debía tener otro origen. Quizás algo que merodeaba por allí.
¿Por qué no había seguido andando? No sería la primera vez que enroscaba el arma en marcha… Su segundo de tranquilidad le había dado la oportunidad a aquella insoportable criatura de seguir con su insulsa cháchara. Había decidido no matarla por agradecimiento… no, él no le estaba agradecido. No la mataba por compasión. Pero podría córtale la lengua. Seguro que eso hacía sus días más tranquilos, sobre todo si el destino se obcecaba en hacer que se encontrasen una y otra vez. Además, estaba lo suficientemente cerca de él -¿En qué momento había llegado hasta allí?- como para poder hacerlo.
Con rapidez, la agarró por la pechera de su vestimenta, al tiempo que la observaba con renovado odio desde la posición ventajosa que le proporcionaba su diferencia de altura.
- Harías bien en respetar a mis dioses, humana –imprimió todo el desprecio que le fue posible en esa última palabra, al tiempo que soltaba su agarre y la apartaba de él- Hablas de fealdad. Son los tuyos los que se dedican a destruir cualquier atisbo de belleza en este mundo. Mira a tu alrededor. Sois corrupción y destrucción, eso es lo único que veo en vosotros.
La observó partir, encaminarse por aquella senda que parecía recorrer el pueblo de un extremo a otro, rematando en una edificación de mayor tamaño, que coronaba la aldea. Los restos de las casas, en diferentes grados de degradación, se agolpaban en torno a aquella vía. Las casas. Tarek se observó las manos, manchadas de un extraño polvo negruzco. Aquello no era tierra, era hollín. El pueblo había ardido. El guardián había intentado proteger su hogar, un bosque que probablemente había sido pasto de las llamas junto con aquella pequeña población. Pero, ¿qué lo había despertado? Quizás ya no importase.
Reanudó su interrumpida marcha, tomando el mismo camino que la humana. Si su orientación no le había fallado, se encontraba en el lugar correcto, el pueblo indicado por Eithelen en sus mapas. No sabía que buscaba y, por desgracia, aquello implicaba recorrer el lugar y encontrase, antes o después, con aquella mísera criatura. ¿Qué había hecho su padre allí? Parecía una aldea cualquiera. ¿Él y los suyos habrían provocado el incendio? Observó sobre su hombro la lejana figura del guardián. No, era demasiado peligroso, jamás le harían eso al bosque.
Un sonido de tintineo se dejó oír a su siguiente paso. Había golpeado algo con un pie. Bajo una gruesa capa de vegetación y ceniza localizó un objeto extrañamente familiar, que le traía recuerdos de su infancia. ¿Qué hacía allí un sonajero élfico?
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Tarek Inglorien
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Re: Mittenwald [Privado] CERRADO
Los ojos azules observaban todavía muy abiertos la silueta de Tarek. La sorpresa la había congelado, haciendo que fuese complicado para ella reaccionar a tiempo. ¡Sería imbécil el estúpido elfo! Hasta dónde ella sabía, aquella era una aldea humana que había sido barrida del mapa por elfos guerreros. Aquella fealdad tenía marca de creación del pueblo al que él pertenecía.
Pero haber conocido a Nousis le había enseñado varias cosas. Entre ellas que las personas sienten inclinación a creer en lo que quieren crecer, no en lo que ven o lo que la razón demuestra. Apretó los dientes mientras miraba con fuego en los ojos al irritante elfo. Era joven, seguro. Dentro de los suyos. La templanza del elfo moreno chocaba con la forma tan rápida que tenía Tarek de perder el control.
Juventud y mecha corta. Una mezcla explosiva. Sobre todo si se juntaba con el fuego que Iori solía lanzar por la boca.
Con la misma tensión que un trozo de piedra en el cuerpo, la humana avanzó con pasos furibundos, alejándose de su presencia. Por ella podía ser engullido entero por aquel cacho de tronco enorme que acababan de dejar fuera de combate. Bueno, casi. No, realmente no, pero una voz furiosa bramó en la mente de Iori mandando callar a esa parte tan estúpida de ella. Esa en donde se alojaba la compasión y el espíritu de grupo.
Unas decenas de metros aldea arriba, pudo encontrarse el mismo paisaje destrozado que a la entrada del pueblo. Las ruinas eran casi un mapa sin nombre. Difícil de interpretar excepto para el ojo entrenado. La humana distinguía muros caídos, restos de maderas rotas desde fuera hacia adentro, destrozos varios que evidenciaban que allí se había produciendo una lucha.
Elfos y humanos, hacía mucho tiempo.
Acarició con los dedos la piedra que formaba el hogar de la casa dentro de la que se encontraba. Aquel lugar llevaba abandonado décadas... y los únicos que habían interrumpido en el olvido del tiempo habían sido Tarek y ella. Elfo y humana. Parpadeó sorprendida entonces por la tremenda coincidencia de la que fue entonces consciente. Él estaba allí. Y seguramente movido por un sentimiento similar al suyo. Averiguar en el pasado. Obtener información.
Saber por qué.
Se giró y echó a correr con velocidad, buscando ahora con anhelo el brillo plateado del pelo del elfo. - ¿Tarek? ¡¡Tarek!! - No pensó que aún llamándolo, él la ignoraría en el mejor de los casos. En el peor le lanzaría su extraña arma. Cuando él apareció súbitamente, saliendo de la puerta de una casa Iori esquivó por los pelos. Con el susto de casi llevárselo por delante se mezcló la sorpresa de que él hubiese acudido a su llamada.
- Por los pelos joder - murmuró la humana girándose hacia él con las mejillas encendidas por la carrera. - Vaya, eso me ha sorprendido. No pensaba que si te llamaba acudieses - esbozó una media sonrisa, como si hacía apenas unos minutos no se hubieran lanzado dardos lingüísticos el uno al otro. Iori tenía poca capacidad de memoria a corto plazo.
- Tú y yo estamos aquí. En un pueblo perdido, restos de ruinas de una aldea que según me han dicho fue barrida hace algo más de dos décadas. La información que yo tengo es que elfos y humanos lucharon aquí. ¿Estás aquí por lo mismo? ¿Estás buscando información? - Apenas pudo contener el tono de esperanza en su voz. - Quizá si nos ayudamos el uno al otro podamos sacar más provecho de la exploración - propuso antes de bajar la vista a lo que el elfo portaba en la mano. - ¿Eh? -
Pero haber conocido a Nousis le había enseñado varias cosas. Entre ellas que las personas sienten inclinación a creer en lo que quieren crecer, no en lo que ven o lo que la razón demuestra. Apretó los dientes mientras miraba con fuego en los ojos al irritante elfo. Era joven, seguro. Dentro de los suyos. La templanza del elfo moreno chocaba con la forma tan rápida que tenía Tarek de perder el control.
Juventud y mecha corta. Una mezcla explosiva. Sobre todo si se juntaba con el fuego que Iori solía lanzar por la boca.
Con la misma tensión que un trozo de piedra en el cuerpo, la humana avanzó con pasos furibundos, alejándose de su presencia. Por ella podía ser engullido entero por aquel cacho de tronco enorme que acababan de dejar fuera de combate. Bueno, casi. No, realmente no, pero una voz furiosa bramó en la mente de Iori mandando callar a esa parte tan estúpida de ella. Esa en donde se alojaba la compasión y el espíritu de grupo.
Unas decenas de metros aldea arriba, pudo encontrarse el mismo paisaje destrozado que a la entrada del pueblo. Las ruinas eran casi un mapa sin nombre. Difícil de interpretar excepto para el ojo entrenado. La humana distinguía muros caídos, restos de maderas rotas desde fuera hacia adentro, destrozos varios que evidenciaban que allí se había produciendo una lucha.
Elfos y humanos, hacía mucho tiempo.
Acarició con los dedos la piedra que formaba el hogar de la casa dentro de la que se encontraba. Aquel lugar llevaba abandonado décadas... y los únicos que habían interrumpido en el olvido del tiempo habían sido Tarek y ella. Elfo y humana. Parpadeó sorprendida entonces por la tremenda coincidencia de la que fue entonces consciente. Él estaba allí. Y seguramente movido por un sentimiento similar al suyo. Averiguar en el pasado. Obtener información.
Saber por qué.
Se giró y echó a correr con velocidad, buscando ahora con anhelo el brillo plateado del pelo del elfo. - ¿Tarek? ¡¡Tarek!! - No pensó que aún llamándolo, él la ignoraría en el mejor de los casos. En el peor le lanzaría su extraña arma. Cuando él apareció súbitamente, saliendo de la puerta de una casa Iori esquivó por los pelos. Con el susto de casi llevárselo por delante se mezcló la sorpresa de que él hubiese acudido a su llamada.
- Por los pelos joder - murmuró la humana girándose hacia él con las mejillas encendidas por la carrera. - Vaya, eso me ha sorprendido. No pensaba que si te llamaba acudieses - esbozó una media sonrisa, como si hacía apenas unos minutos no se hubieran lanzado dardos lingüísticos el uno al otro. Iori tenía poca capacidad de memoria a corto plazo.
- Tú y yo estamos aquí. En un pueblo perdido, restos de ruinas de una aldea que según me han dicho fue barrida hace algo más de dos décadas. La información que yo tengo es que elfos y humanos lucharon aquí. ¿Estás aquí por lo mismo? ¿Estás buscando información? - Apenas pudo contener el tono de esperanza en su voz. - Quizá si nos ayudamos el uno al otro podamos sacar más provecho de la exploración - propuso antes de bajar la vista a lo que el elfo portaba en la mano. - ¿Eh? -
Iori Li
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Re: Mittenwald [Privado] CERRADO
Hacía años, décadas incluso, que había visto por última vez uno de aquellos. Una reliquia de un tiempo prácticamente olvidado. Con suavidad, retiró la suciedad que envolvía el infantil artilugio, para tomarlo entre sus manos, provocando un suave tintineo que se dejó escuchar sobre el silencio del lugar. Un sonido que traía vagos recuerdos a su memoria y un profundo sentimiento de añoranza. ¿Cómo había llegado aquello hasta allí? ¿A quién podía haber pertenecido?
Observó las casas a su alrededor, todas ellas meras sombras de lo que alguna vez habían sido. Había acudido a aquella aldea buscando respuestas y, a cada paso que daba, solo encontraba más incógnitas. Nada de aquello parecía tener sentido, algo se le estaba escapando.
La primera casa a su izquierda le pareció un lugar tan bueno como cualquier otro para intentar entender lo que allí había sucedido. Objetos cotidianos adornaban todavía las destartaladas paredes de aquel humilde hogar donde, tal vez, un niño humano había empuñado aquel juguete élfico. Sin duda, sus habitantes habían huido con premura, dejando tras de si los más diversos enseres, que el tiempo y la naturaleza se habían encargado de engullir. Nada en aquel lugar le resultaba conocido, nada le aportaba la más mínima pista de lo sucedido y de la relación de su padre con los hechos. Quizás aquella mención en el mapa fuese solamente una burda casualidad. Un clavo ardiendo al que se había aferrado tras meses sin encontrar una pista o indicio que seguir. ¿Acaso estaba perdiendo el tiempo?
Todavía pensativo, abandonó aquel desbastado hogar, para encontrarse de nuevo ante su particular pesadilla que, como una estampida de ñus, se precipitaba hacia él, esquivándolo fortuitamente en el último momento. Sabía que la posibilidad de volver a encontrarla era alta, se había concienciado para ello. Pero tras sus últimas palabras esperaba que ese aciago momento hubiese tardado un poco más en llegar. Pero no, no solo tendría que volver a soportar su indeseable presencia, sino que en esta ocasión el encuentro había sido plenamente intencionado.
“No la escuches, no le hables” se repitió mentalmente una y otra vez. Si hacía oídos sordos a sus palabras, quizás acabase por desaparecer. La interminable diatriba que abandonó los labios de la humana se le antojó insufrible al elfo. Inconscientemente apretó ambos puños a fin de descargar la ira que aquella situación le despertaba, provocando que el sonajero, todavía asido en su mano derecha, dejase oír nuevamente su suave sonido.
- Te dije que te apartaras de mi camino y yo me apartaría del tuyo –siseó amenazadoramente- Piérdete.
Sin dirigirle siquiera una mirada, se encaminó hacia el centro del pueblo. Todas las casas parecían iguales, todos los caminos semejaban callejones sin salida. ¿Acaso había sido un error ir allí? Una lucha entre elfos y humanos… eso es lo que había dicho. Un pueblo destruido por su gente… ¿Habría muerto a manos de los suyos el niño que habían hecho sonar aquel sonajero? No pudo evitar volver a observar el objeto que descansaba en su mano. Algo se le estaba escapando, algo escondido en aquel pequeño pueblo, que por momentos se le antojaba demasiado grande, con sus interminables filas de casas perdiéndose en la espesura del bosque.
Observó las casas a su alrededor, todas ellas meras sombras de lo que alguna vez habían sido. Había acudido a aquella aldea buscando respuestas y, a cada paso que daba, solo encontraba más incógnitas. Nada de aquello parecía tener sentido, algo se le estaba escapando.
La primera casa a su izquierda le pareció un lugar tan bueno como cualquier otro para intentar entender lo que allí había sucedido. Objetos cotidianos adornaban todavía las destartaladas paredes de aquel humilde hogar donde, tal vez, un niño humano había empuñado aquel juguete élfico. Sin duda, sus habitantes habían huido con premura, dejando tras de si los más diversos enseres, que el tiempo y la naturaleza se habían encargado de engullir. Nada en aquel lugar le resultaba conocido, nada le aportaba la más mínima pista de lo sucedido y de la relación de su padre con los hechos. Quizás aquella mención en el mapa fuese solamente una burda casualidad. Un clavo ardiendo al que se había aferrado tras meses sin encontrar una pista o indicio que seguir. ¿Acaso estaba perdiendo el tiempo?
Todavía pensativo, abandonó aquel desbastado hogar, para encontrarse de nuevo ante su particular pesadilla que, como una estampida de ñus, se precipitaba hacia él, esquivándolo fortuitamente en el último momento. Sabía que la posibilidad de volver a encontrarla era alta, se había concienciado para ello. Pero tras sus últimas palabras esperaba que ese aciago momento hubiese tardado un poco más en llegar. Pero no, no solo tendría que volver a soportar su indeseable presencia, sino que en esta ocasión el encuentro había sido plenamente intencionado.
“No la escuches, no le hables” se repitió mentalmente una y otra vez. Si hacía oídos sordos a sus palabras, quizás acabase por desaparecer. La interminable diatriba que abandonó los labios de la humana se le antojó insufrible al elfo. Inconscientemente apretó ambos puños a fin de descargar la ira que aquella situación le despertaba, provocando que el sonajero, todavía asido en su mano derecha, dejase oír nuevamente su suave sonido.
- Te dije que te apartaras de mi camino y yo me apartaría del tuyo –siseó amenazadoramente- Piérdete.
Sin dirigirle siquiera una mirada, se encaminó hacia el centro del pueblo. Todas las casas parecían iguales, todos los caminos semejaban callejones sin salida. ¿Acaso había sido un error ir allí? Una lucha entre elfos y humanos… eso es lo que había dicho. Un pueblo destruido por su gente… ¿Habría muerto a manos de los suyos el niño que habían hecho sonar aquel sonajero? No pudo evitar volver a observar el objeto que descansaba en su mano. Algo se le estaba escapando, algo escondido en aquel pequeño pueblo, que por momentos se le antojaba demasiado grande, con sus interminables filas de casas perdiéndose en la espesura del bosque.
Tarek Inglorien
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Re: Mittenwald [Privado] CERRADO
No podía ofenderse. Sabía desde el principio que no iba a ser fácil. Lo contrario la habría sorprendido. - Ya... ya veo... - murmuró haciéndose a un lado y dejando avanzar a Tarek hacia lo que parecía la plaza del pueblo. Ella ya había explorado esa zona. Y estaba ahora pensando cómo jugar su siguiente carta para intentar ganar aquella partida.
Ofrecer colaboración no había funcionado, pero por lo menos Iori lo había intentado. Quemada esa vela, le quedaba ahora sacar sus razones más pesadas. Y comenzaría por la que había estado martilleando en su cabeza desde la noche en la que lo había librado del mercader de Vulwufar. - Vaya, ahora que lo pienso, esas marcas que llevas tatuadas... al principio pensaba que eran dibujos élficos pero, ¿Puede que sean algún tipo de alfabeto? -
Sabía que sí. Pero tenía que hacerse la tonta en aquello. De no ser por la inscripción del anillo Iori nunca sabría que aquellos dibujos eran algo más que trazos caprichosos. Eran letras de un dialecto élfico. Eso le había dicho Nousis. Uno poco habitual incluso entre los suyos, y desde luego uno que el estirado elfo no conocía.
Haber distinguido en la piel de Tarek los mismos símbolos que eran un misterio para ella, le había hecho acariciar la posibilidad de mostrarle el anillo. Quizá él pudiera darle una traducción completa y precisa. Quizá podría ayudarla a encaminar sus pasos en la dirección correcta. Y quizá se lo arrebataría para limpiar de la influencia humana una joya a todas luces perteneciente a su pueblo.
Lo observó en silencio y asintió para si misma. Sí, definitivamente estaba casi segura de que la mataría si el anillo salía a la luz. Se aseguró de ocultarlo a sus ojos mientras parecía lo más inocente posible. - He visto marcas similares en una pared de esta aldea. Claro que quizá puedo estar equivocada pero... me parecen los mismo desde mi ojo inexperto. Dejó que sus palabras llegasen a su terca mente, e hiciesen la magia que esperaba producir en él. Ablandarlo. - Te puedo llevar hasta allí si quieres. Seguro que podemos ayudarnos mutuamente si compartimos información - volvió a ofrecerle intentando que en esta ocasión, cediese.
Se acercó a él, caminando de forma casual, sin prisa, sin hacerlo directamente. Como quien se encuentra con un vecino en un tranquilo paseo al amanecer. - ¿Y eso? Parece un juguete... nunca había visto nada parecido - apuntó observando la curiosa pieza de madera sonora que portaba Tarek en la mano. Aunque el elfo parecía controlado la tensión de su cuerpo lo hacía vibrar, evidenciando la molestia que sentía ante la presencia de Iori.
Ofrecer colaboración no había funcionado, pero por lo menos Iori lo había intentado. Quemada esa vela, le quedaba ahora sacar sus razones más pesadas. Y comenzaría por la que había estado martilleando en su cabeza desde la noche en la que lo había librado del mercader de Vulwufar. - Vaya, ahora que lo pienso, esas marcas que llevas tatuadas... al principio pensaba que eran dibujos élficos pero, ¿Puede que sean algún tipo de alfabeto? -
Sabía que sí. Pero tenía que hacerse la tonta en aquello. De no ser por la inscripción del anillo Iori nunca sabría que aquellos dibujos eran algo más que trazos caprichosos. Eran letras de un dialecto élfico. Eso le había dicho Nousis. Uno poco habitual incluso entre los suyos, y desde luego uno que el estirado elfo no conocía.
Haber distinguido en la piel de Tarek los mismos símbolos que eran un misterio para ella, le había hecho acariciar la posibilidad de mostrarle el anillo. Quizá él pudiera darle una traducción completa y precisa. Quizá podría ayudarla a encaminar sus pasos en la dirección correcta. Y quizá se lo arrebataría para limpiar de la influencia humana una joya a todas luces perteneciente a su pueblo.
Lo observó en silencio y asintió para si misma. Sí, definitivamente estaba casi segura de que la mataría si el anillo salía a la luz. Se aseguró de ocultarlo a sus ojos mientras parecía lo más inocente posible. - He visto marcas similares en una pared de esta aldea. Claro que quizá puedo estar equivocada pero... me parecen los mismo desde mi ojo inexperto. Dejó que sus palabras llegasen a su terca mente, e hiciesen la magia que esperaba producir en él. Ablandarlo. - Te puedo llevar hasta allí si quieres. Seguro que podemos ayudarnos mutuamente si compartimos información - volvió a ofrecerle intentando que en esta ocasión, cediese.
Se acercó a él, caminando de forma casual, sin prisa, sin hacerlo directamente. Como quien se encuentra con un vecino en un tranquilo paseo al amanecer. - ¿Y eso? Parece un juguete... nunca había visto nada parecido - apuntó observando la curiosa pieza de madera sonora que portaba Tarek en la mano. Aunque el elfo parecía controlado la tensión de su cuerpo lo hacía vibrar, evidenciando la molestia que sentía ante la presencia de Iori.
Iori Li
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Re: Mittenwald [Privado] CERRADO
Sus pasos lo acercaron lentamente hasta lo que parecía la desbaratada plaza de aquella pequeña aldea… y los pasos de ella lo persiguieron hasta aquel lugar. Los pensamientos de Tarek, confusos ante la falta de información y la certeza de que no acababa de comprender la relación de Eithelen con aquel lugar, se mezclaban en su cabeza con palabras sueltas de un discurso que la humana no paraba de emitir y el intentaba con tesón bloquear.
Las casas en aquel sector de la población parecían tan afectadas como las que se había topado a lo largo del camino recorrido, que parecía ser la entrada original de la aldea. Sin embargo, la naturaleza había tenido un impacto algo menor allí, dejando ver por todas partes los restos de cenizas de un incendio que probablemente lo había arrasado todo. Algo al otro lado de la plaza llamó su atención.
- …esas marcas que llevas tatuadas… - “No la escuches” se recordó el elfo por enésima vez. ¿Acaso aquella insufrible criatura sentía algún tipo de curiosidad por su persona? ¿Por qué preguntaba por sus…? “Basta”. Tarek interrumpió su propio hilo de pensamiento. No debía hacerle caso.
Avanzó un trecho más hasta lo que podría haber sido una pequeña fuente de piedra, cuando aquel lugar todavía era habitable. El agua hacía tiempo que había dejado de llenar su ahora destruida pileta que, al igual que el resto del lugar, estaba cubierta por un espeso manto de musgo. Sin embargo, bajo el caño que había surtido a aquellas gentes de agua, una mancha oscura teñía la piedra; haciéndose visible en otros puntos de la estructura, entre los parches del manto verde que la cubría. No tuvo mayor duda, aquello era sangre. ¿Realmente había sucedido lo que ella afirmaba?
- … marcas similares en una pared de esta aldea… -pensar en ella hizo que su voz se volviese nuevamente latente para él. “Maldita sea, Tarek” pensó para si mismo. Quizás si se alejaba de ella… aunque matarla sería mucho más fácil. Seguro que no se lo esperaba, sino no estaría tan pegada a él todo el tiempo. Aunque después de lo de Vulwufar…
- ¿Qué? –la constatación de lo que ella había dicho acudió de repente a su mente. Marcas en una pared… su tatuaje… Eithelen. Se alzó en un fluido y rápido movimiento para encararla. Pero la conmoción por lo que acababa comprender, por la posibilidad de que allí realmente hubiese algo que lo conectase con su pasado, lo dejó momentáneamente traspuesto- Es un sonajero –murmuró lo suficientemente alto como para que ella lo escuchase, sin ser muy consciente de que estaba contestando a su pregunta.
Si las letras que marcaban su rostro se encontraban grabadas o escritas en algún punto de aquel lugar… Solo su gente, los que pertenecían al clan de su padre, usaban aquel dialecto; y pocos eran los que traspasaban las fronteras de Sandorai…
- ¿Dónde? –alzó una ceja con sorpresa, al ver que la muchacha se encontraba tan cerca de él. ¿Cuándo se había acercado tanto?- ¿Dónde lo has visto?
Las casas en aquel sector de la población parecían tan afectadas como las que se había topado a lo largo del camino recorrido, que parecía ser la entrada original de la aldea. Sin embargo, la naturaleza había tenido un impacto algo menor allí, dejando ver por todas partes los restos de cenizas de un incendio que probablemente lo había arrasado todo. Algo al otro lado de la plaza llamó su atención.
- …esas marcas que llevas tatuadas… - “No la escuches” se recordó el elfo por enésima vez. ¿Acaso aquella insufrible criatura sentía algún tipo de curiosidad por su persona? ¿Por qué preguntaba por sus…? “Basta”. Tarek interrumpió su propio hilo de pensamiento. No debía hacerle caso.
Avanzó un trecho más hasta lo que podría haber sido una pequeña fuente de piedra, cuando aquel lugar todavía era habitable. El agua hacía tiempo que había dejado de llenar su ahora destruida pileta que, al igual que el resto del lugar, estaba cubierta por un espeso manto de musgo. Sin embargo, bajo el caño que había surtido a aquellas gentes de agua, una mancha oscura teñía la piedra; haciéndose visible en otros puntos de la estructura, entre los parches del manto verde que la cubría. No tuvo mayor duda, aquello era sangre. ¿Realmente había sucedido lo que ella afirmaba?
- … marcas similares en una pared de esta aldea… -pensar en ella hizo que su voz se volviese nuevamente latente para él. “Maldita sea, Tarek” pensó para si mismo. Quizás si se alejaba de ella… aunque matarla sería mucho más fácil. Seguro que no se lo esperaba, sino no estaría tan pegada a él todo el tiempo. Aunque después de lo de Vulwufar…
- ¿Qué? –la constatación de lo que ella había dicho acudió de repente a su mente. Marcas en una pared… su tatuaje… Eithelen. Se alzó en un fluido y rápido movimiento para encararla. Pero la conmoción por lo que acababa comprender, por la posibilidad de que allí realmente hubiese algo que lo conectase con su pasado, lo dejó momentáneamente traspuesto- Es un sonajero –murmuró lo suficientemente alto como para que ella lo escuchase, sin ser muy consciente de que estaba contestando a su pregunta.
Si las letras que marcaban su rostro se encontraban grabadas o escritas en algún punto de aquel lugar… Solo su gente, los que pertenecían al clan de su padre, usaban aquel dialecto; y pocos eran los que traspasaban las fronteras de Sandorai…
- ¿Dónde? –alzó una ceja con sorpresa, al ver que la muchacha se encontraba tan cerca de él. ¿Cuándo se había acercado tanto?- ¿Dónde lo has visto?
Tarek Inglorien
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Re: Mittenwald [Privado] CERRADO
La súbita proximidad de Tarek la puso en guardia. Con el elfo nunca se sabía... pero aunque su cercanía fue ruda, parecía ligeramente descolocado por algo, a juzgar por su expresión. El elfo del amor tenía la guardia baja. Vaya sorpresa. Contestó a su pregunta y Iori sospechó que lo hizo sin pensar. - ¿Un sonajero élfico? quiero decir... nunca vi nada similar entre humanos... - ¿Un regalo quizá? ¿Podía ser que en aquel apartado pueblo, antes de que todo explotase hubiese una buena relación entre el pueblo de Tarek y los humanos?
No continuaron por aquel camino, sin embargo. El elfo estaba más interesado en saber en dónde ella había visto aquellas letras. La forma en la que enarcó la ceja fue todo un espectáculo para Iori. Acostumbrada a ver en él un único tipo de expresión, alargó el silencio antes de responder unos instantes más. Condenada raza poseedora de toda la belleza del mundo... incluso él, que se adivinaba todavía un brote joven e inexperto.
No cortó la pequeña distancia que los separaba, encontrando muy agradable aquella cercanía sin la tensión violenta que solía rodearlos. Sabía que estaba jugando con su expectación, y que a la mínima Tarek volvería a dedicarle todo el odio que tenía reservado para los humanos. Bueno, estaba dispuesta a soportarlo. Solamente tenía que pasar de él y ya.
Alzó una mano pero continuó con los ojos azules fijos en él. - En esta dirección, en lo alto de la aldea. ¿Te fijas que el pueblo asciende ligeramente en la pendiente del terreno? Está caso en el borde exterior - Y aun con esas indicaciones seguramente Tarek tardaría en encontrar el muro. Ella misma lo había visto por pura casualidad. - Ven, te guiaré hasta allí - lo esquivó con paso ágil y comenzó a caminar sin necesidad de comprobar si él la seguía.
Y una vez allí de pie, ¿Qué? Él no la necesitaría, podría leer sin duda lo que ponía la inscripción y la volvería a ignorar. En el mejor de los casos. Necesitaba algo para conseguir crear con él vínculo. Un lazo que lo animase a darle algo a cambio. Crear en él una deuda tácita de forma que la ayudase en su propia indagación...
Pero tendría que ser ella la que diese el primer paso. - En Lunargenta conocí a un hombre que vivía aquí. Uno de los pocos supervivientes. Estaba comerciando con productos locales en el mercado de Vuwulfar cuando, según contó él, los elfos llegaron una noche y atacaron hasta reducir todo a cenizas. -
Se detuvo a la entrada de la casa. Sin tejado, derruida, y con rastros de fuego al igual que el resto de la aldea. - Es su versión claro, yo no estuve allí hace dos décadas pero el dolor de la pérdida de su hogar y su familia parecían reales en el relato. - Lo miró un instante y entró a lo que parecía la habitación principal de la humilde morada. Sabiendo ahora en dónde estaban, Iori creyó percibir cómo las letras que había visto antes en el muro, brillaban ahora ante la presencia del elfo. - Allí - susurró señalando, aunque supo que no era necesario que ella lo hubiese indicado.
No continuaron por aquel camino, sin embargo. El elfo estaba más interesado en saber en dónde ella había visto aquellas letras. La forma en la que enarcó la ceja fue todo un espectáculo para Iori. Acostumbrada a ver en él un único tipo de expresión, alargó el silencio antes de responder unos instantes más. Condenada raza poseedora de toda la belleza del mundo... incluso él, que se adivinaba todavía un brote joven e inexperto.
No cortó la pequeña distancia que los separaba, encontrando muy agradable aquella cercanía sin la tensión violenta que solía rodearlos. Sabía que estaba jugando con su expectación, y que a la mínima Tarek volvería a dedicarle todo el odio que tenía reservado para los humanos. Bueno, estaba dispuesta a soportarlo. Solamente tenía que pasar de él y ya.
Alzó una mano pero continuó con los ojos azules fijos en él. - En esta dirección, en lo alto de la aldea. ¿Te fijas que el pueblo asciende ligeramente en la pendiente del terreno? Está caso en el borde exterior - Y aun con esas indicaciones seguramente Tarek tardaría en encontrar el muro. Ella misma lo había visto por pura casualidad. - Ven, te guiaré hasta allí - lo esquivó con paso ágil y comenzó a caminar sin necesidad de comprobar si él la seguía.
Y una vez allí de pie, ¿Qué? Él no la necesitaría, podría leer sin duda lo que ponía la inscripción y la volvería a ignorar. En el mejor de los casos. Necesitaba algo para conseguir crear con él vínculo. Un lazo que lo animase a darle algo a cambio. Crear en él una deuda tácita de forma que la ayudase en su propia indagación...
Pero tendría que ser ella la que diese el primer paso. - En Lunargenta conocí a un hombre que vivía aquí. Uno de los pocos supervivientes. Estaba comerciando con productos locales en el mercado de Vuwulfar cuando, según contó él, los elfos llegaron una noche y atacaron hasta reducir todo a cenizas. -
Se detuvo a la entrada de la casa. Sin tejado, derruida, y con rastros de fuego al igual que el resto de la aldea. - Es su versión claro, yo no estuve allí hace dos décadas pero el dolor de la pérdida de su hogar y su familia parecían reales en el relato. - Lo miró un instante y entró a lo que parecía la habitación principal de la humilde morada. Sabiendo ahora en dónde estaban, Iori creyó percibir cómo las letras que había visto antes en el muro, brillaban ahora ante la presencia del elfo. - Allí - susurró señalando, aunque supo que no era necesario que ella lo hubiese indicado.
Iori Li
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Re: Mittenwald [Privado] CERRADO
Los pensamientos se arremolinaban en su cabeza en una sucesión casi incoherente. ¿Sería aquella la respuesta que había ido a buscar? ¿Sería posible que, por una vez, su viaje en busca de información realmente le aportase algo? La duda lo carcomía desde que aquel extraño rumor había llegado a sus oídos, pero debía ser razonable. Unas letras en una pared, por muy reducido que fuese el grupo capaz de dibujarlas, podían no significar nada. No debía hacerse ilusiones.
Guardó el sonajero de madera entre sus ropas, a fin de apartarlo de la vista de la humana, que parecía tener cierta fijación por el objeto. En ese momento solo quería una respuesta de ella y no tenía nada que ver con aquel objeto perdido. El silencio se instauró entre ambos, mientras esperaba una indicación. La tensión hizo que cada segundo pareciese una eternidad. ¿Acaso no pensaba contestar? Había sido ella la que había sacado el tema a coalición, no tenía sentido que no contestase… a menos que quisiese algo a cambio. Entrecerró los ojos sin apartar la vista de ella. Se estaba regocijando, podía verlo en su cara, paladeando el escaso poder que creía tener sobre él… Apretó los puños con fuerza, como ya había hecho con anterioridad, a fin de no perder la escasa paciencia que podía dedicarle a aquella criatura… y finalmente la respuesta llegó, haciendo que las perniciosas palabras que deseaba dedicarle muriesen en su garganta.
Observó cómo se alejaba de él, mientras se dirigía al norte de la población, tras haberse ofrecido a guiarlo hasta el lugar. Estaba seguro de que ella estaba disfrutando toda aquella situación y que, una vez alcanzado su objetivo, exigiría algo a cambio. No podía fiarse de ella. Uno nunca podía fiarse de un humano. Se aseguró de tener el arma a mano, por si la situación implicaba tener que blandirla. Había dudado en atacarla tras lo sucedido con el mercader… no volvería a cometer ese error. Decidió seguir sus pasos.
La pequeña y derruida aldea ascendía levemente en la dirección que habían tomado, al tiempo que las casas, situadas a ambos lados del camino, se volvían cada vez más dispersas. Por primera vez había decidido escuchar con atención el incesante monólogo de la chica, por si algún otro dato de interés escapaba de sus labios, aunque el esfuerzo había sido en vano, por lo que no se había dignado siquiera a ofrecerle respuesta a sus fútiles intentos de entablar conversación. Durante el lento ascenso escudriñó cada sombra y recoveco del lugar, temiendo una emboscada, aunque desde el inicio había sospechado que aquel insufrible ser, que no paraba de hablar, viajaba solo. Finalmente se detuvieron ante la casa que parecía marcar el fin de la población.
Se trataba de una vivienda anodina, similar a las demás y en igual estado de degradación. ¿Acaso lo había engañado? La vio atravesar el umbral de aquella desvencijada estructura y dirigirse a lo que parecía la alcoba principal. Si le había mentido, la mataría sin contemplaciones… Si solamente había sido un ardid para arrástralo hasta allí… Sin embargo, todo perdió sentido cuando, una vez alcanzada la estancia vio, con sus propios ojos, la inscripción que presidía una de sus paredes. El tiempo a su alrededor se detuvo, los sonidos cejaron y ni siquiera fue consciente de la molesta presencia de la humana… Eithelen… El nombre, aquel nombre que él mismo llevaba impreso sobre la piel, destacaba entre las escasas palabras que decoraban el deslustrado estuco de la pared. Un sentimiento de angustia se instauró en su pecho, haciendo que le costase respirar. Había estado allí. Sabía que debía sentirse feliz, exultante incluso, pero la constatación de aquella realidad parecía traer a su mente recuerdos que prefería no tener que volver a vivir.
Un ruido cercano, seguramente provocado por la humana, le sacó de sus cavilaciones. Todo pareció volver a tener color y el sonido invadió de nuevo sus oídos. Se dio cuenta de que, inconscientemente, había avanzado hasta la pared y, con la punta de los dedos, tocaba las letras que componían aquel conocido nombre. Carraspeó levemente, al tiempo que se apartaba del muro, a fin de tener una perspectiva más amplia de la inscripción.
A penas un par de líneas la conformaban, pero el significado de las mismas, su implicación, solo consiguieron aumentar la sensación de angustia que lo atenazaba. No podía creer que aquello fuese cierto, porque si lo era solamente podía significar una cosa. Debía salir de allí. No podía seguir contemplando aquella fluida escritura, que tantas veces había leído e intentado imitar, y el mensaje que aquella silenciosa inscripción, grabada para la eternidad en la pared de aquella casa, le hacía llegar. Debía salir de allí.
Avanzando de espaldas hacia la puerta, abandonó presuroso la estancia, para seguidamente salir de la casa. Aunque la vivienda carecía de tejado, la sensación de estar entre sus muros se le hacía insoportable. Necesitaba aire… necesitaba salir de allí.
Guardó el sonajero de madera entre sus ropas, a fin de apartarlo de la vista de la humana, que parecía tener cierta fijación por el objeto. En ese momento solo quería una respuesta de ella y no tenía nada que ver con aquel objeto perdido. El silencio se instauró entre ambos, mientras esperaba una indicación. La tensión hizo que cada segundo pareciese una eternidad. ¿Acaso no pensaba contestar? Había sido ella la que había sacado el tema a coalición, no tenía sentido que no contestase… a menos que quisiese algo a cambio. Entrecerró los ojos sin apartar la vista de ella. Se estaba regocijando, podía verlo en su cara, paladeando el escaso poder que creía tener sobre él… Apretó los puños con fuerza, como ya había hecho con anterioridad, a fin de no perder la escasa paciencia que podía dedicarle a aquella criatura… y finalmente la respuesta llegó, haciendo que las perniciosas palabras que deseaba dedicarle muriesen en su garganta.
Observó cómo se alejaba de él, mientras se dirigía al norte de la población, tras haberse ofrecido a guiarlo hasta el lugar. Estaba seguro de que ella estaba disfrutando toda aquella situación y que, una vez alcanzado su objetivo, exigiría algo a cambio. No podía fiarse de ella. Uno nunca podía fiarse de un humano. Se aseguró de tener el arma a mano, por si la situación implicaba tener que blandirla. Había dudado en atacarla tras lo sucedido con el mercader… no volvería a cometer ese error. Decidió seguir sus pasos.
La pequeña y derruida aldea ascendía levemente en la dirección que habían tomado, al tiempo que las casas, situadas a ambos lados del camino, se volvían cada vez más dispersas. Por primera vez había decidido escuchar con atención el incesante monólogo de la chica, por si algún otro dato de interés escapaba de sus labios, aunque el esfuerzo había sido en vano, por lo que no se había dignado siquiera a ofrecerle respuesta a sus fútiles intentos de entablar conversación. Durante el lento ascenso escudriñó cada sombra y recoveco del lugar, temiendo una emboscada, aunque desde el inicio había sospechado que aquel insufrible ser, que no paraba de hablar, viajaba solo. Finalmente se detuvieron ante la casa que parecía marcar el fin de la población.
Se trataba de una vivienda anodina, similar a las demás y en igual estado de degradación. ¿Acaso lo había engañado? La vio atravesar el umbral de aquella desvencijada estructura y dirigirse a lo que parecía la alcoba principal. Si le había mentido, la mataría sin contemplaciones… Si solamente había sido un ardid para arrástralo hasta allí… Sin embargo, todo perdió sentido cuando, una vez alcanzada la estancia vio, con sus propios ojos, la inscripción que presidía una de sus paredes. El tiempo a su alrededor se detuvo, los sonidos cejaron y ni siquiera fue consciente de la molesta presencia de la humana… Eithelen… El nombre, aquel nombre que él mismo llevaba impreso sobre la piel, destacaba entre las escasas palabras que decoraban el deslustrado estuco de la pared. Un sentimiento de angustia se instauró en su pecho, haciendo que le costase respirar. Había estado allí. Sabía que debía sentirse feliz, exultante incluso, pero la constatación de aquella realidad parecía traer a su mente recuerdos que prefería no tener que volver a vivir.
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Un ruido cercano, seguramente provocado por la humana, le sacó de sus cavilaciones. Todo pareció volver a tener color y el sonido invadió de nuevo sus oídos. Se dio cuenta de que, inconscientemente, había avanzado hasta la pared y, con la punta de los dedos, tocaba las letras que componían aquel conocido nombre. Carraspeó levemente, al tiempo que se apartaba del muro, a fin de tener una perspectiva más amplia de la inscripción.
A penas un par de líneas la conformaban, pero el significado de las mismas, su implicación, solo consiguieron aumentar la sensación de angustia que lo atenazaba. No podía creer que aquello fuese cierto, porque si lo era solamente podía significar una cosa. Debía salir de allí. No podía seguir contemplando aquella fluida escritura, que tantas veces había leído e intentado imitar, y el mensaje que aquella silenciosa inscripción, grabada para la eternidad en la pared de aquella casa, le hacía llegar. Debía salir de allí.
Avanzando de espaldas hacia la puerta, abandonó presuroso la estancia, para seguidamente salir de la casa. Aunque la vivienda carecía de tejado, la sensación de estar entre sus muros se le hacía insoportable. Necesitaba aire… necesitaba salir de allí.
Tarek Inglorien
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Re: Mittenwald [Privado] CERRADO
¿Los gatos sentirían lo mismo cuando estaban a la caza de pequeñas serpientes? Criaturas con las que enredaban gracias a sus increíbles reflejos, pero las cuales, con un mal cálculo, serían capaces de clavar sus dientes en ellos y llenar su sangre de veneno. Así se sentía Iori delante del elfo en aquellos instantes. Sabiendo que en cualquier instante, Tarek podía revolverse contra ella y usar ese puño cerrado de irritación para golpear su cara.
En ese sentido, Iori tenía en común con los gatos la poca capacidad de supervivencia que demostraba el continuar empeñada en obtener algo de él. La diferencia principal entre los gatos y ella radicaba en que la morena no se estaba tomando aquello como un juego. Intentaba parecer relajada pero la tensión hacía temblar casi imperceptiblemente su cuerpo. Siguió al silencioso elfo al interior de la casa, aguardando a obtener una palabra, una interpretación. Algo de luz que le indicase a la humana el camino a seguir.
Se deslizó detrás de él, manteniendo la distancia, pero con la mirada clavada entre las letras en la pared y la expresión de Tarek. El elfo parecía conmocionado. Sus ojos se habían abierto mucho y sus pupilas dilatadas le conferían un matiz oscuro a unos ojos normalmente verdes como la profundidad del bosque. Contuvo el aliento, pendiente como nunca del más leve movimiento por parte de él. No sabía leer ni escribir, pero eso en su caso le permitía recordar con facilidad trazos que en su mente eran tal cual dibujos.
Recordaba la piel de Tarek desnuda. Recordaba sus marcas, los tatuajes que había podido observar hacías unas semanas, en el altercado con el mercader. Y creía reconocer la similitud de uno de esos dibujos con la inscripción que en aquel momento él acariciaba con su mano.
Algo iba mal.
Era claro como la luz del día al amanecer para ella. La expresión del elfo mostraba un sentimiento difícil de definir, a medio camino entre la sorpresa, el miedo y quizá el dolor. ¿Dolor? ¿Las letras podían herir? Fuera como fuese, lo primero que tenía claro Iori era que, efectivamente, Tarek era capaz de leer lo que tenía frente a sus narices. Y lo segundo, es que no le había gustado. Lo observó enarcando las cejas, caminar hacia atrás, saliendo de allí. Huyendo de allí más bien. - Eh, espera, espera Tarek - se apuró a llamarlo con un ruego en la voz.
No podía dejar que su última esperanza se alejase sin compartir información con ella. - Lo has leído. - Afirmó para retenerlo en la conversación saliendo tras él. No era una pregunta. - Sabes lo que pone en esa inscripción, y creo que una de las cosas ahí escritas se parece mucho a uno de los tatuajes que tienes. Lo que vi aquella noche, ya sabes...- No necesitaba que le recordasen más. Se mordió el labio inferior y se detuvo detrás de él, a una distancia prudente y bajó la cabeza.
¿Qué le quedaba? Desde luego no tenía nada más que apostar en aquel juego. Su corazón latía rápido y su respiración se aceleró como si estuviese en medio de una carrera. Una carrera hacia ninguna parte. - Tarek yo... por favor... yo también necesito saber...- musitó transmitiendo la derrota en su voz. La derrota al comprender que no había nada más en su mano que pudiera hacer para convencerlo de ayudarla. - Por favor...-
En ese sentido, Iori tenía en común con los gatos la poca capacidad de supervivencia que demostraba el continuar empeñada en obtener algo de él. La diferencia principal entre los gatos y ella radicaba en que la morena no se estaba tomando aquello como un juego. Intentaba parecer relajada pero la tensión hacía temblar casi imperceptiblemente su cuerpo. Siguió al silencioso elfo al interior de la casa, aguardando a obtener una palabra, una interpretación. Algo de luz que le indicase a la humana el camino a seguir.
Se deslizó detrás de él, manteniendo la distancia, pero con la mirada clavada entre las letras en la pared y la expresión de Tarek. El elfo parecía conmocionado. Sus ojos se habían abierto mucho y sus pupilas dilatadas le conferían un matiz oscuro a unos ojos normalmente verdes como la profundidad del bosque. Contuvo el aliento, pendiente como nunca del más leve movimiento por parte de él. No sabía leer ni escribir, pero eso en su caso le permitía recordar con facilidad trazos que en su mente eran tal cual dibujos.
Recordaba la piel de Tarek desnuda. Recordaba sus marcas, los tatuajes que había podido observar hacías unas semanas, en el altercado con el mercader. Y creía reconocer la similitud de uno de esos dibujos con la inscripción que en aquel momento él acariciaba con su mano.
Algo iba mal.
Era claro como la luz del día al amanecer para ella. La expresión del elfo mostraba un sentimiento difícil de definir, a medio camino entre la sorpresa, el miedo y quizá el dolor. ¿Dolor? ¿Las letras podían herir? Fuera como fuese, lo primero que tenía claro Iori era que, efectivamente, Tarek era capaz de leer lo que tenía frente a sus narices. Y lo segundo, es que no le había gustado. Lo observó enarcando las cejas, caminar hacia atrás, saliendo de allí. Huyendo de allí más bien. - Eh, espera, espera Tarek - se apuró a llamarlo con un ruego en la voz.
No podía dejar que su última esperanza se alejase sin compartir información con ella. - Lo has leído. - Afirmó para retenerlo en la conversación saliendo tras él. No era una pregunta. - Sabes lo que pone en esa inscripción, y creo que una de las cosas ahí escritas se parece mucho a uno de los tatuajes que tienes. Lo que vi aquella noche, ya sabes...- No necesitaba que le recordasen más. Se mordió el labio inferior y se detuvo detrás de él, a una distancia prudente y bajó la cabeza.
¿Qué le quedaba? Desde luego no tenía nada más que apostar en aquel juego. Su corazón latía rápido y su respiración se aceleró como si estuviese en medio de una carrera. Una carrera hacia ninguna parte. - Tarek yo... por favor... yo también necesito saber...- musitó transmitiendo la derrota en su voz. La derrota al comprender que no había nada más en su mano que pudiera hacer para convencerlo de ayudarla. - Por favor...-
Iori Li
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Re: Mittenwald [Privado] CERRADO
Alcanzar el exterior de la vivienda no le trajo el consuelo que había supuesto. La opresión que le arrebataba a cada segundo un poco más de aire seguía instalada en su pecho y un remolino de lúgubres pensamientos tronaba en su mente. Quizás fuese mejor dejar a los muertos descansar en paz. Todos aquellos con los que se había cruzado le habían aconsejado no desenterrar el pasado…. todos, menos Nousis. Sus palabras tras el desastre de Lunargenta seguían vívidas en su mente y Tarek sabía que no podía obviar el pasado, ni aquellos susurrados rumores. Debía honrar su memoria y solo el conocimiento le traería paz. Necesitaba saber la verdad…
Un eco de sus pensamientos llegó hasta sus oídos. El trance al que había sucumbido tras ver la inscripción en la pared le hizo olvidar la presencia de la humana que, con ojos de súplica y una retahíla de palabras que sonaban vacuas a sus oídos, le impelía a compartir con ella lo que sabía. Un profundo sentimiento de odio se abrió paso entre la penumbra de su mente. Humanos… le habían arrebatado a todos aquellos que alguna vez había apreciado y a punto habían estado de acabar con su propia vida solamente unas semanas antes. Nada en aquella inscripción guardaba relación con la criatura ante él, nada de su pasado lo hacía, excepto el vacío que había dejado el perder su hogar.
- Saber… -una cínica risa abandonó sus labios- De qué serviría ese conocimiento a una mísera humana como tú –mientras pronunciaba estas últimas palabras se había ido acercando a una estupefacta Iori, que acabó sentada en el suelo con cara de asombro, tras recibir un empujón por parte del elfo que la miró, desde la arriba, con todo el desprecio del que era capaz- Ya te has cruzado demasiadas veces en mi camino. Toleré tu presencia aquí, por lo sucedido en Vulwufar… –su mano derecha asió el mango del arma para desenfundarla- pero ya es suficiente, ya has vivido suficiente.
A penas había alzado el arma cuando ella, mostrando una destreza poco habitual en su especie, lo desarmó usando el palo que siempre portaba, pero que acabó perdiendo a consecuencia del golpe. Con agilidad se alzó del suelo y lo enfrentó, bloqueando el acceso a la nefasta vivienda que colmaría las pesadillas del elfo durante semanas y, en cuyo interior, reposaba ahora su kusarigama. El tiempo pareció detenerse por unos instantes mientras se contemplaban, él con mirada desafiante y ella con faz de molesta incredulidad.
- ¿Qué cojones…?
Cegado por la ira y la reciente afrenta, Tarek embistió contra ella que, mostrando nuevamente una agilidad poco habitual, consiguió esquivar su golpe, apartándose en consecuencia de la entrada de la vivienda. Con premura, el elfo se lanzó a su interior en un intento de recuperar el arma. Era hora de acabar con aquella estupidez. Matarla no le daría una respuesta, pero sin duda le proporcionaría satisfacción. Apenas había alcanzado su objetivo, cuando un empujón lo desplazó de nuevo a la habitación de la inscripción. Al parecer, la chica había decidido unirse a la pelea en vez de huir, que sin duda habría sido una decisión más coherente.
Un nuevo intento de golpe acabó con Tarek tendido en el suelo, tras una extraña maniobra con la que consiguió derrumbarlo sin demasiada dificultad. Un golpe en la zona de los tobillos, precipitó asimismo a la chica al suelo. Momento que el elfo aprovechó para levantarse, aunque apenas había conseguido alzarse cuando ella lo embistió de nuevo por la espalda, encajando subsecuentemente un codazo en abdomen, que devolvió al elfo sin demasiados miramientos y que dejó a Tarek momentáneamente traspuesto, permitiendo a la chica rodearlo con brazos y piernas hasta inmovilizarlo.
La agitada respiración de Iori se acompasó a la suya propia, al tiempo que su mente pensaba en el siguiente paso a seguir. El arma se encontraba demasiado lejos y ella, con facilidad, podría derrumbarlo o incluso estrangularlo si lo deseaba. Inclinando la cabeza hacia adelante, simulando un gesto de derrota, tomó impulso y la golpeó hacia atrás con todas sus fuerzas, arrancando un quejido de los labios de la muchacha que, en vistas de que perdía su agarre, clavó con fuerza sus dientes en la curvatura entre el hombro y el cuello del elfo.
El dolor noqueó por un segundo a Tarek, cuyo aullido de dolor inundó el silencio del lugar. Al alzar la cabeza vio que ante él se desplegaban de nuevo, en la desconchada pared, aquellas fatídicas palabras. Su furia se consumió tan rápido como había surgido. Sin fuerzas, su cuerpo, aún rodeado por el estrangulador abrazo de la humana, se destensó, mientras por sus mejillas rodaban lagrimas que hacía años que no dejaba escapar. La punzante quemazón del mordisco compitió entonces con un dolor que difícilmente podía describir y que, por desgracia, tardía mucho más en curar.
Un eco de sus pensamientos llegó hasta sus oídos. El trance al que había sucumbido tras ver la inscripción en la pared le hizo olvidar la presencia de la humana que, con ojos de súplica y una retahíla de palabras que sonaban vacuas a sus oídos, le impelía a compartir con ella lo que sabía. Un profundo sentimiento de odio se abrió paso entre la penumbra de su mente. Humanos… le habían arrebatado a todos aquellos que alguna vez había apreciado y a punto habían estado de acabar con su propia vida solamente unas semanas antes. Nada en aquella inscripción guardaba relación con la criatura ante él, nada de su pasado lo hacía, excepto el vacío que había dejado el perder su hogar.
- Saber… -una cínica risa abandonó sus labios- De qué serviría ese conocimiento a una mísera humana como tú –mientras pronunciaba estas últimas palabras se había ido acercando a una estupefacta Iori, que acabó sentada en el suelo con cara de asombro, tras recibir un empujón por parte del elfo que la miró, desde la arriba, con todo el desprecio del que era capaz- Ya te has cruzado demasiadas veces en mi camino. Toleré tu presencia aquí, por lo sucedido en Vulwufar… –su mano derecha asió el mango del arma para desenfundarla- pero ya es suficiente, ya has vivido suficiente.
A penas había alzado el arma cuando ella, mostrando una destreza poco habitual en su especie, lo desarmó usando el palo que siempre portaba, pero que acabó perdiendo a consecuencia del golpe. Con agilidad se alzó del suelo y lo enfrentó, bloqueando el acceso a la nefasta vivienda que colmaría las pesadillas del elfo durante semanas y, en cuyo interior, reposaba ahora su kusarigama. El tiempo pareció detenerse por unos instantes mientras se contemplaban, él con mirada desafiante y ella con faz de molesta incredulidad.
- ¿Qué cojones…?
Cegado por la ira y la reciente afrenta, Tarek embistió contra ella que, mostrando nuevamente una agilidad poco habitual, consiguió esquivar su golpe, apartándose en consecuencia de la entrada de la vivienda. Con premura, el elfo se lanzó a su interior en un intento de recuperar el arma. Era hora de acabar con aquella estupidez. Matarla no le daría una respuesta, pero sin duda le proporcionaría satisfacción. Apenas había alcanzado su objetivo, cuando un empujón lo desplazó de nuevo a la habitación de la inscripción. Al parecer, la chica había decidido unirse a la pelea en vez de huir, que sin duda habría sido una decisión más coherente.
Un nuevo intento de golpe acabó con Tarek tendido en el suelo, tras una extraña maniobra con la que consiguió derrumbarlo sin demasiada dificultad. Un golpe en la zona de los tobillos, precipitó asimismo a la chica al suelo. Momento que el elfo aprovechó para levantarse, aunque apenas había conseguido alzarse cuando ella lo embistió de nuevo por la espalda, encajando subsecuentemente un codazo en abdomen, que devolvió al elfo sin demasiados miramientos y que dejó a Tarek momentáneamente traspuesto, permitiendo a la chica rodearlo con brazos y piernas hasta inmovilizarlo.
La agitada respiración de Iori se acompasó a la suya propia, al tiempo que su mente pensaba en el siguiente paso a seguir. El arma se encontraba demasiado lejos y ella, con facilidad, podría derrumbarlo o incluso estrangularlo si lo deseaba. Inclinando la cabeza hacia adelante, simulando un gesto de derrota, tomó impulso y la golpeó hacia atrás con todas sus fuerzas, arrancando un quejido de los labios de la muchacha que, en vistas de que perdía su agarre, clavó con fuerza sus dientes en la curvatura entre el hombro y el cuello del elfo.
El dolor noqueó por un segundo a Tarek, cuyo aullido de dolor inundó el silencio del lugar. Al alzar la cabeza vio que ante él se desplegaban de nuevo, en la desconchada pared, aquellas fatídicas palabras. Su furia se consumió tan rápido como había surgido. Sin fuerzas, su cuerpo, aún rodeado por el estrangulador abrazo de la humana, se destensó, mientras por sus mejillas rodaban lagrimas que hacía años que no dejaba escapar. La punzante quemazón del mordisco compitió entonces con un dolor que difícilmente podía describir y que, por desgracia, tardía mucho más en curar.
Tarek Inglorien
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Mantuvo los dientes clavados en el cuello del chico, mientras su respiración le permitía percibir con claridad a qué olía la piel del elfo. La cara de Iori continuaba enterrada contra él, mientras con brazos y piernas lo mantenía inmovilizado en una llave bajo su cuerpo. Apretando contra el suelo hasta sentir como Tarek aflojaba la tensión de sus músculos.
Comprendió que no seguiría luchando.
La humana se incorporó, sin apartarse todavía de él, lo justo para mirarlo. Alerta ante cualquier movimiento extraño que el elfo pudiera hacer. Nada.
Se apartó para ponerse en pie y observarlo, limpiando la sangre de su boca con el dorso de la mano. - ¿Te ha servido de algo? ¿Qué has conseguido además de cansarnos en este enfrentamiento? - Y de magullarla con fuerza, ciertamente. Notaba palpitar todavía la mejilla húmeda del cabezazo que le había dado. ¿Sangre? - Tu amigo tronqui podría haberse despertado y venir a por ambos. ¿Y sabes qué? Nos habría cogido como a dos ratones en el fondo de una madriguera. -
El despojo en el que estaba convertido el orgulloso elfo, casi ablandaba su corazón lo suficiente como para comenzar de cero. Darle una nueva oportunidad. Obtener de él esa información tan valiosa que tenía justo delante. En forma de letras que se convertían en un completo misterio a ojos de alguien que no sabía leer. - Mierda - siseó apretando con fuerza las manos. Quería volver a golpearlo.
- Qué más da. No importa lo que ponga esa inscripción. No lo necesito para seguir con mi vida. - Mentira, nacida de la rabia interna y del horrible sabor de la sangre que había agriado su boca. - Quédate todo para ti. Se ve que te ha hecho feliz ver con tus propios ojos lo que está ahí escrito. - Un golpe bajo. Sin duda. Jugar con los sentimientos de la gente. Y asumía por lo que sabía de él, que Tarek no era alguien que llorase con facilidad.
Y sin embargo mientras quedase en ella todavía marcas o dolor de la pelea que acababan de tener, decidió que no mostraría una amabilidad que nunca había recibido por tu parte. Pateó una piedra inocente que observaba desde el suelo toda la escena, lanzándola por el hueco de la puerta de la casa. Se cruzó de brazos y resopló, y guardó silencio esperando la lengua afilada del chico.
Así era entre ellos. Él se esforzaba por ignorarla, pero al final tenía poca paciencia, fruto de su juventud seguramente. Le costaba ignorarla como le gustaría y ambos saltaban con violencia en malos comentarios del uno hacia el otro. Ese día habían cruzado la línea. Y vivían los Dioses en Aerandir, que a Iori le ardía la mano por volver a encontrarse con brutalidad contra él.
Pero no. Tarek se convirtió en mudo, sumiendo a la humana en una contrariedad notable.
Debería de marcharse ya. El elfo sabría cuidarse y ella precisaba poner de una vez rumbo a su aldea. Solamente el recordar el delicioso olor de la empanada recién hecha que hacía la vieja Brígida la hizo esbozar una sonrisa. Llena de pedacitos de chorizo y tocino. Y con mucha cebolla, por supuesto. Volvería a su hogar, sin salir ni alejarse nunca más de la comarca, disfrutando de la tranquilidad lejos de aquella locura. - Mi padre... Los trazos que reconociste son el nombre de mi padre. -
Se giró y lo observó ponerse en pie, con los ojos muy abiertos por la sorpresa de su voz. Había sido apenas un susurro. - ...¿Y cuál es?...- tanteó. Tarek alzó la mano y trazó con el dedo las líneas que había en la pared, de lo que debía de ser el nombre. - Eithelen - ¿Eithelen? Iori nunca había escuchado nada parecido. Y evidentemente no significaba nada para ella. Y todo para él.
Ese era el nombre de la persona importante para el elfo. El motivo de sus lágrimas. Nada menos que un padre. La humana parpadeó y apartó un instante la vista de él. A ese lugar no podía seguirlo. Intentaba ponerse en la piel de otras personas porque le resultaba sencillo para comprender. Para sentir como sentían otros. Pero ese tipo de lazos era algo que iban más allá de la imaginación de la que ella disponía.
Lo más parecido debía de ser lo que sentía por el viejo Zakath, el soldado jubilado que la había instruido en su aldea, y sin embargo Iori no lo consideraba un padre. Veía lo que era en otras personas el concepto de padre, y desde luego ella no tenía algo tan grande como aquello en su corazón. - ¿Y el resto? - intentó una última vez.
La mano con la que Tarek tocaba la pared cayó lentamente, y la mirada verde se clavó en ella. El corazón se revolvió en el pecho, latiendo con fuerza, preparándose para cualquier cosa. - Solo son nombres. Nada que tenga que ver contigo... Tendrás que buscar respuestas en otro lado, humana - Y avanzó encaminando sus pasos hacia la salida de la casa en ruinas. Lo vio alejarse, sintiendo la rabia de lo que se escapaba con él.
Era una despedida, y en sus labios no había ningún buen deseo que se le ocurriera para dedicarle. Todavía sentía en su boca el mordisco que le había dado, y escupiendo en una esquina con intención de dejarlo atrás, se encaminó de vuelta a la inscripción que la traía de cabeza. Se fijó en los trazos que componían aquel nombre. El padre de Tarek. - E...i...the...len...- murmuró. Y en ese momento tomó una decisión.
Se sentó frente al muro y se concentró. Le dedicaría el tiempo que hiciera falta a memorizar aquellos trazos. Cuando los hubiese aprendido sin ningún género de dudas, seguro podría encontrar a algún traductor que le permitiese averiguar el significado del resto de las letras.
Y sin necesidad del maldito Tarek. Ja.
Comprendió que no seguiría luchando.
La humana se incorporó, sin apartarse todavía de él, lo justo para mirarlo. Alerta ante cualquier movimiento extraño que el elfo pudiera hacer. Nada.
Se apartó para ponerse en pie y observarlo, limpiando la sangre de su boca con el dorso de la mano. - ¿Te ha servido de algo? ¿Qué has conseguido además de cansarnos en este enfrentamiento? - Y de magullarla con fuerza, ciertamente. Notaba palpitar todavía la mejilla húmeda del cabezazo que le había dado. ¿Sangre? - Tu amigo tronqui podría haberse despertado y venir a por ambos. ¿Y sabes qué? Nos habría cogido como a dos ratones en el fondo de una madriguera. -
El despojo en el que estaba convertido el orgulloso elfo, casi ablandaba su corazón lo suficiente como para comenzar de cero. Darle una nueva oportunidad. Obtener de él esa información tan valiosa que tenía justo delante. En forma de letras que se convertían en un completo misterio a ojos de alguien que no sabía leer. - Mierda - siseó apretando con fuerza las manos. Quería volver a golpearlo.
- Qué más da. No importa lo que ponga esa inscripción. No lo necesito para seguir con mi vida. - Mentira, nacida de la rabia interna y del horrible sabor de la sangre que había agriado su boca. - Quédate todo para ti. Se ve que te ha hecho feliz ver con tus propios ojos lo que está ahí escrito. - Un golpe bajo. Sin duda. Jugar con los sentimientos de la gente. Y asumía por lo que sabía de él, que Tarek no era alguien que llorase con facilidad.
Y sin embargo mientras quedase en ella todavía marcas o dolor de la pelea que acababan de tener, decidió que no mostraría una amabilidad que nunca había recibido por tu parte. Pateó una piedra inocente que observaba desde el suelo toda la escena, lanzándola por el hueco de la puerta de la casa. Se cruzó de brazos y resopló, y guardó silencio esperando la lengua afilada del chico.
Así era entre ellos. Él se esforzaba por ignorarla, pero al final tenía poca paciencia, fruto de su juventud seguramente. Le costaba ignorarla como le gustaría y ambos saltaban con violencia en malos comentarios del uno hacia el otro. Ese día habían cruzado la línea. Y vivían los Dioses en Aerandir, que a Iori le ardía la mano por volver a encontrarse con brutalidad contra él.
Pero no. Tarek se convirtió en mudo, sumiendo a la humana en una contrariedad notable.
Debería de marcharse ya. El elfo sabría cuidarse y ella precisaba poner de una vez rumbo a su aldea. Solamente el recordar el delicioso olor de la empanada recién hecha que hacía la vieja Brígida la hizo esbozar una sonrisa. Llena de pedacitos de chorizo y tocino. Y con mucha cebolla, por supuesto. Volvería a su hogar, sin salir ni alejarse nunca más de la comarca, disfrutando de la tranquilidad lejos de aquella locura. - Mi padre... Los trazos que reconociste son el nombre de mi padre. -
Se giró y lo observó ponerse en pie, con los ojos muy abiertos por la sorpresa de su voz. Había sido apenas un susurro. - ...¿Y cuál es?...- tanteó. Tarek alzó la mano y trazó con el dedo las líneas que había en la pared, de lo que debía de ser el nombre. - Eithelen - ¿Eithelen? Iori nunca había escuchado nada parecido. Y evidentemente no significaba nada para ella. Y todo para él.
Ese era el nombre de la persona importante para el elfo. El motivo de sus lágrimas. Nada menos que un padre. La humana parpadeó y apartó un instante la vista de él. A ese lugar no podía seguirlo. Intentaba ponerse en la piel de otras personas porque le resultaba sencillo para comprender. Para sentir como sentían otros. Pero ese tipo de lazos era algo que iban más allá de la imaginación de la que ella disponía.
Lo más parecido debía de ser lo que sentía por el viejo Zakath, el soldado jubilado que la había instruido en su aldea, y sin embargo Iori no lo consideraba un padre. Veía lo que era en otras personas el concepto de padre, y desde luego ella no tenía algo tan grande como aquello en su corazón. - ¿Y el resto? - intentó una última vez.
La mano con la que Tarek tocaba la pared cayó lentamente, y la mirada verde se clavó en ella. El corazón se revolvió en el pecho, latiendo con fuerza, preparándose para cualquier cosa. - Solo son nombres. Nada que tenga que ver contigo... Tendrás que buscar respuestas en otro lado, humana - Y avanzó encaminando sus pasos hacia la salida de la casa en ruinas. Lo vio alejarse, sintiendo la rabia de lo que se escapaba con él.
Era una despedida, y en sus labios no había ningún buen deseo que se le ocurriera para dedicarle. Todavía sentía en su boca el mordisco que le había dado, y escupiendo en una esquina con intención de dejarlo atrás, se encaminó de vuelta a la inscripción que la traía de cabeza. Se fijó en los trazos que componían aquel nombre. El padre de Tarek. - E...i...the...len...- murmuró. Y en ese momento tomó una decisión.
Se sentó frente al muro y se concentró. Le dedicaría el tiempo que hiciera falta a memorizar aquellos trazos. Cuando los hubiese aprendido sin ningún género de dudas, seguro podría encontrar a algún traductor que le permitiese averiguar el significado del resto de las letras.
Y sin necesidad del maldito Tarek. Ja.
Iori Li
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