La proeza de lo utópico. [Privado-Nousis]
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La proeza de lo utópico. [Privado-Nousis]
Había llovido sobre tierra sagrada.La época de sequía había acabado y con ello la mayoría de malos augurios acerca de la cosecha para el año siguiente había cesado.Las huellas leves de las pisadas de la elfa quedaban tras de ella como un reguero a medida que avanzaba sobre la tierra húmeda en las lindes del bosque.
La última vez que había aspirado aire sagrado se había preguntado si era una ninfa y había jurado a Isil, su diosa preferida, que las estrellas serían tan solo peldaños en la escalera que la llevase a su propio destino. Aquello, que sonaba por cierto bastante heróico, había sido lo que la había mantenido con vida la mayor parte de su cruzada a través de tierras piratas. Digo la mayor parte, porque a medida que había avanzado a través del mar se había dado cuenta el porqué los elfos no eran buenos marineros: Lo imprevisible del mar, la poca certitud de divisar tierra y todo lo que ello conllevaba no había sido la experiencia utópica de los cuentos de guerreros que a menudo solía leer a escondidas en la biblioteca de su padre.
El mar había, sin embargo, ahogado bastante de sus pensamientos y enaltecido algunos prejuicios que pensó que no tenía acerca de las razas con las que había compartido cubierta. Eso y tornado sus cabellos rubios en casi sal blanca.
Quizás fuese la soledad de las horas en alta mar lo que le hizo reconsiderar el darle una oportunidad a la vida que su padre le había propuesto. No me malinterpretes, Eilydh sabía que jamás iba a ser la esposa perfecta de un elfo al que esperar tras un duro dia en el consejo o una máquina de crear niños orejudos, tal y como su padre quería, pero acercar opiniones no era algo poco común en el clan Skyer. Y su padre no era un tirano.
O eso creyó hasta que lo tuvo enfrente, marcado por la rabia de ver al sujeto de su decadencia en la sociedad elfa, libre y con cabeza.
-Debes estar demasiado loca como para presentarte ante mi y pensar que no voy a atravesarte el corazón con esta daga- Había dicho Garomir, la noche que Eilydh había trepado de manera sigilosa hasta las lindes de su casa- árbol y presentado ante su padre, en busca de un acuerdo que fuese justo para ambos.
Hasta estaba dispuesta a olvidar cierto episodio con cierto elfo en cuestión elegido especialmente por su padre para ella que aún le causaba pesadillas según que noches. Pero no hubo reencuentro candido entre los miembros del clan Skyer. No hubo pacto de entendimiento ni palabras de reconciliación. En su lugar, Eilydh acabó con varios moratones en la cara, la señal de grilletes estrechos en sus muñecas y la daga tornasol en su bolsillo, claramente robada de entre las pertenencias de su padre.
Aquella noche ,las huellas de Eilydh se alejaban del bosque por segunda vez en menos de 8 ciclos. Aquella vez, sin embargo, había perdido a los mercenarios de su padre mucho antes de que la frondosidad del bosque se acabase y no había miedo o incertidumbre en su mirada, sino rabia y furia en sus ojos de hielo.
Encontró cobijo en una cueva marcada por el paso de los años lo suficientemente cerca como para oír el continuo llamado del bosque en sus orejas pero lo suficientemente lejos y recóndito como para camuflarse en la oscuridad y servir de escondite al menos durante una noche. Prendió un pequeño fuego no sin dificultad, pues las lluvias no era lo único que había traido el temporal, y el viento ululaba de manera violenta rompiendo el silencio extremo en el que se sumía.
Aquella noche había aprendido varias cosas: Su cabeza ahora tenía precio y desgraciadamente y desde aquel momento, no volvería a llamar o a hacer hogar de Sandorai.
La última vez que había aspirado aire sagrado se había preguntado si era una ninfa y había jurado a Isil, su diosa preferida, que las estrellas serían tan solo peldaños en la escalera que la llevase a su propio destino. Aquello, que sonaba por cierto bastante heróico, había sido lo que la había mantenido con vida la mayor parte de su cruzada a través de tierras piratas. Digo la mayor parte, porque a medida que había avanzado a través del mar se había dado cuenta el porqué los elfos no eran buenos marineros: Lo imprevisible del mar, la poca certitud de divisar tierra y todo lo que ello conllevaba no había sido la experiencia utópica de los cuentos de guerreros que a menudo solía leer a escondidas en la biblioteca de su padre.
El mar había, sin embargo, ahogado bastante de sus pensamientos y enaltecido algunos prejuicios que pensó que no tenía acerca de las razas con las que había compartido cubierta. Eso y tornado sus cabellos rubios en casi sal blanca.
Quizás fuese la soledad de las horas en alta mar lo que le hizo reconsiderar el darle una oportunidad a la vida que su padre le había propuesto. No me malinterpretes, Eilydh sabía que jamás iba a ser la esposa perfecta de un elfo al que esperar tras un duro dia en el consejo o una máquina de crear niños orejudos, tal y como su padre quería, pero acercar opiniones no era algo poco común en el clan Skyer. Y su padre no era un tirano.
O eso creyó hasta que lo tuvo enfrente, marcado por la rabia de ver al sujeto de su decadencia en la sociedad elfa, libre y con cabeza.
-Debes estar demasiado loca como para presentarte ante mi y pensar que no voy a atravesarte el corazón con esta daga- Había dicho Garomir, la noche que Eilydh había trepado de manera sigilosa hasta las lindes de su casa- árbol y presentado ante su padre, en busca de un acuerdo que fuese justo para ambos.
Hasta estaba dispuesta a olvidar cierto episodio con cierto elfo en cuestión elegido especialmente por su padre para ella que aún le causaba pesadillas según que noches. Pero no hubo reencuentro candido entre los miembros del clan Skyer. No hubo pacto de entendimiento ni palabras de reconciliación. En su lugar, Eilydh acabó con varios moratones en la cara, la señal de grilletes estrechos en sus muñecas y la daga tornasol en su bolsillo, claramente robada de entre las pertenencias de su padre.
Aquella noche ,las huellas de Eilydh se alejaban del bosque por segunda vez en menos de 8 ciclos. Aquella vez, sin embargo, había perdido a los mercenarios de su padre mucho antes de que la frondosidad del bosque se acabase y no había miedo o incertidumbre en su mirada, sino rabia y furia en sus ojos de hielo.
Encontró cobijo en una cueva marcada por el paso de los años lo suficientemente cerca como para oír el continuo llamado del bosque en sus orejas pero lo suficientemente lejos y recóndito como para camuflarse en la oscuridad y servir de escondite al menos durante una noche. Prendió un pequeño fuego no sin dificultad, pues las lluvias no era lo único que había traido el temporal, y el viento ululaba de manera violenta rompiendo el silencio extremo en el que se sumía.
Aquella noche había aprendido varias cosas: Su cabeza ahora tenía precio y desgraciadamente y desde aquel momento, no volvería a llamar o a hacer hogar de Sandorai.
Eilydh
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Re: La proeza de lo utópico. [Privado-Nousis]
El viento ondeaba su largo cabello, al tiempo que subido a una gran piedra desnuda de las que abundaban en el paisaje que observaba, no perdía detalle de la tormenta que se extendía, oscureciendo el cielo con lluvioso ánimo. Apenas sentía frío, no había descendido aún la temperatura de tal manera, tan sólo una brisa agradable, cuyo calor interno presagiaba aún en mayor medida que el cielo deseaba desahogarse.
Sonreía con nítida tristeza. Había sido cuatro meses, un mero suspiro para su raza, pero vívidos como pocos en sus ocho décadas de vida. La intimidad que había compartido con aquella elfa, ahora separados ambos por medio continente, había supuesto un duro correctivo para su orgullo, y le había impelido a dar por terminada su senda nórdica. Nada había salido como hubiera esperado. Él sabía en su fuero interno que no habría durado. Nadie podría ser su prioridad y ella no se convirtió en la excepción. Las discusiones fueron subiendo de intensidad con el paso de las semanas, pese a deliciosos momentos, y terminaron por romper cualquier atisbo de futuro. Y Nousis retornó a su búsqueda, a la senda donde jamás vislumbraba una auténtica meta, un final que pudiera tildarse de logro. Se sentía como un vagabundo errante que buscaba recoger la luz de las estrellas en una jarra, tan efímero y desesperanzador parecía su cometido. Ningún paso a él le acercaba.
Apoyó la espalda en uno de los numerosos árboles de un pequeño pero frondoso bosque, de aquellos cuyas hojas parten lentamente con la muerte de la estación de las flores. Cerró los ojos, buscando el complejo hecho de sentir un lugar tan lleno de vida, en el que retornaba a la sensación de infantil despreocupación. Sus manos estaban manchadas de sangre. Principalmente humana, aunque otras criaturas había experimentado cómo su acero élfico se abría paso entre sus entrañas. Nousis no sentía el menor remordimiento por ninguno de ello. Ni siquiera había conocido jamás la mayor parte de sus nombres.
Cuando arreció por fin la tormenta, el Elfo se permitió disfrutar de la fina lluvia inicial, experimentando la conocida sensación de que el mundo era renovado una vez más, mudando sus colores, cambiando sus aromas. A paso ligero, esquivando los charcos y sonriendo con auténtica alegría, se refugió en un entrante de una gran roca que se elevaba a escasa distancia, visible desde cualquier parte de la foresta debido al desnivel.
Desenvainó, consciente de que podría tratarse de la guarida de una fiera. La fortuna no obstante se alió con él, y todo su enfrentamiento hubo de dirigirse contra el frío que colocó bajo su mando el exterior de su precario abrigo rocoso. Arrebujado en su capa, observó varios relámpagos, cuya luz le encegueció momentáneamente, antes de que los truenos retumbasen, haciendo temblar la cueva y con ella su pecho que, sin embargo, le era curiosamente placentero. Otro relámpago le hizo comprender que el lugar no terminaba en esa excavación realizada por la erosión de viento y agua a lo largo de un tiempo casi infinito. Una gruta oscura, como un ojo negro sin pupila alguna, parecía clavar su vista en el Elfo, como si de una retorcida forma le invitase a explorarla. Aún no era noche cerrada, y la lluvia arreciaba aún más. Nousis sabía que podía durar el resto de tarde y cabía dentro de lo probable que asimismo, la noche. No iba a ser el único ser vivo que buscase protegerse. Ni el más grande.
Sacó yesca y pedernal de su bolsa de viaje, y colocando su cuerpo entre su intento y el viento exterior, tomó unas hierbas y ramas secas que habría sido en remoto tiempo lecho de algún animal, encendiendo un pequeño fuego con habilidad y paciencia.
Utilizando el palo más largo que allí había, cogió algunos legajos que solía llenar de anotaciones en sus viajes y los ató formando una bola en la punta, que acercó a su fuego. Se asomó con precaución a la boca de la gruta. La misma sensación que le impelía a alejarse, también le producía el efecto contrario. Avanzó dos pasos, debiendo agacharse levemente. Alzó su luz hasta tocar el techo, constatando la inexistencia de huesos u otros restos de animales. Pero tanto el viento, como otros sonidos más difíciles de interpretar, parecían allí mucho más amenazantes.
Un nuevo relámpago, y unos segundos, un haz de luz se coló a través del techo pétreo, como si existiese algún tipo de abertura más adelante. Curioso, como siempre le ocurría cuando era capaz de aprender algo y anhelaba el siguiente paso, continuó hasta alcanzar el lugar. El rítmico golpeteo de la lluvia creaba un círculo casi perfecto en el suelo de la galería. Nousis volvió a alzar la antorcha, y vio que otro se repetía a unos veinte pasos del primero. Sorprendido de aquella estructura, semejante a hallarse en el interior de una flauta bajo tierra, prosiguió. El camino se bifurcaba en varios ramales, y el Elfo se dispuso a explorar tan sólo dos pasos uno de ellos. Los dioses poseían un curioso sentido estético, pensaba, cuando un pedazo de papel se desprendió, quemándole la mano y obligándole a soltar la antorcha, que se apagó en contacto con la humedad del suelo.
Todo se volvió oscuridad por un instante, y el temor le recorrió el espinazo. Por fortuna, la tarde no había muerto lo suficiente como para que la noche dominase la escena por entero. Se dispuso a correr hacia la salida, cuando algo lo paralizó. Un terrible rugido aterradoramente cercano le detuvo, como si hubiese echado raíces. Y la inmensa figura de un oso cavernario ocupó la totalidad de la cueva.
Por puro instinto, dio dos pasos hacia atrás, mientras el animal olisqueaba alrededor, metiendo la cabeza en la gruta, incapaz de avanzar más debido a su corpulencia. Un nuevo rugido llenó la galería, y Nousis se apartó hacia uno de los corredores.
Ya no tenía con qué hacer luz, atrayendo hacia sí un poco de calor. La bestia podría elegir el lugar para hibernar o como nueva guarida. Miró hacia adelante, donde la oscuridad se mezclaba con la pálida luz que alguna sima permitía comunicar con el exterior.
Suspiró. Tenía que probar con las entrañas de la tierra.
Nousis Indirel
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Re: La proeza de lo utópico. [Privado-Nousis]
No tenía idea alguna de cuándo se había quedado dormida. De hecho, cuando despertó el fuego que había preparado la noche anterior apenas eran lumbres y del manto de Isil tan solo quedaba una línea al final del horizonte que menguaba dando paso a la luz del alba húmeda y fría.El horizonte estaba calmado, justo porque varios nubarrones avecinaban una nueva tormenta y había esa quietud en la maraña de plantas que cubrían la entrada a su cueva que enervaba cada músculo de la espalda de la elfa.
Se desperezó un poco y avivó el fuego como pudo hasta que una leve llama primero, y luego un ascua mediana comenzó a calentar la estancia. Tenía la piel helada.Tiritaba sin remedio y se abrazó a si misma mientras se maldecía por no haber cuidado la calidez en aquella situación tan delicada. Mientras se levantaba y movía como un acto reflejo ante el frio, Contempló, casi por casualidad, su reflejo en un charco de agua cercana: Una Eilydh pálida le devolvió la mirada. Sus labios, normalmente naturalmente rojizos se habían tornado azulados y las leves pecas de su cara resaltaban en la delgadez que se había apoderado de su mandíbula en las semanas anteriores.Tenía varios cortes en la mejilla y uno en el labio que estaban cicatrizando.Las trenzas de su cabello estaban a medio hacer y se preguntó si verdaderamente conocía a la chica que le devolvía la mirada.
Como molesta ante aquel reflejo se deshizo del todo las trenzas. Al fin y al cabo allií no había nadie para verla en aquel estado. Sintió el placer sordo de sentir su cabello libre en el momento justo en el que éste tocó parte de su espalda. Casi gimió de manera sorda y entonces los escuchó.
Pasos.
Pisadas no muy lejos de donde se encontraba. Ruidos sordos y ágiles merodeando por entre los arbustos que la custodiaban. Cerró los ojos y se concentró en lo que oía: Posiblemente dos personas, quizás tres si eran poco pesados. Lo suficientemente diestras como para no ser humanos. Al menos no todos.
Se agazapó en una de las esquinas de la cueva. Rompió a regañadientes parte de su falda desvelando la parte alta de su muslo y donde guardaba a su daga tornasol. Agarroó uno de los palos de la cueva y tras mojar la tela en un poco de vino de Sandorai que encontró en su maleta lo sumergió en el fuego. Tras esto usó parte del agua que había en el charco donde se había contemplado para apagar el fuego. Los pasos estaban cada vez más cerca y aunque la luz de la estancia se había empobrecido, el sol de Anar ya había iluminado la estancia lo suficiente como para que cualquier persona con dos buenos ojos en su cara supiese que las sombras proyectadas en los matorrales eran de una persona.
Eilydh pensó rápido: La cueva no era muy profunda. Podía ver la pared cerrando la estancia y no tenía dónde ir. Caminó dando pasos lentos marcha atrás, con una de sus manos sujetaba su daga y la otra la antorcha. Sus ojos eran dos bloques de hielo esperando el ataque desde cualquier ángulo en cualquier momento. Sabía que aquella vez los hombres no la iban a dejar escapar.
Ya podía ver cómo su cabeza era llevada a su padre como objeto de victoria. Casi olía el sudor del cuerpo de los hombres intentando forzarla a...
Y entonces pasó. Su pié quedo enredado en un hueco imperciptible entre dos piedras de la cueva. Eildyh dio un respingo al principio pues casi perdió el equilibrio, pero observó el hueco más de cerca aprovechando las piedras que lo ocultaban. No era muy amplio.
De hecho, si no hubiese estado tan demacrada y poco en forma no hubiese cabido por aquel lugar. Pero podía contar las costillas a ambos lados de su flanco sin buscarlas con sus dedos, así que aquel espacio pequeño resultó ser un armazón para su figura por el que la chica simplemente tiró su antorcha antes que ella.
Cuando cayó, un leve sonido sordo llegó hasta sus oídos. Era profundo. Lo suficiente como para acabar con uno o dos huesos rotos. Veía el puntito de luz de su antorcha chispeando en el suelo. Ímbar había querido que no se apagase por alguna razón. Eilydh vió como los matorrales que la separaban del exterior comenzaban a moverse de manera agitada y casi juró que escuchó una leve risotada de triunfo.Su corazón latió fuerte y la adrenalina se apoderó de ella. Una mirada más al agujero bajo sus pies y..
Saltó.
Más bien se dejó caer.
El suelo bajo sus huesos era frío y la caída había durado más de lo que la elfa había vaticinado. Casi notó como varias de sus costillas se rompían al tocar el suelo y el dolor le inundó los pulmones durante varios minutos. Cerró los ojos y emitió un quejido de dolor sordo mientras se llevaba las manos a los costados. Dejó de moverse y casi respirar hasta que la sensación pasó y supo que estaba curando. Tan solo entonces se apresuró a agarrar su antorcha y agazaparse entre dos rocas cercanas mientras oía a los hombres en la parte superior quejarse de la ausencia de la chica. Había estado cerca. Muy cerca.
Cuando dejó de escucharlos salió de entre las rocas a la oscuridad impasible del lugar donde había caído. Su antorcha tan solo conseguía iluminar parte de la sala por lo que la elfa tan solo distinguía lo que se emplazaba a unos metros delante, detrás y a ambos lados de ella. Nunca había escuchado un silencio tan profundo. Tan imperturbable.
Se preguntó si alguien antes había estado allí y la respuesta a su pregunta le llegó de manera visual unos segundos después de realizarla mentalmente, como si la vocecilla burlona de su cabeza lo hubiese sabido todo el tiempo. En uno de los muros que quedaban a medio camino entre la oscuridad y la luz de su antorcha, Eilydh pudo visualizar lo que parecían símbolos en la pared, o al menos desde aquella distancia. Se acercó un poco para verlos mejor y ahogó una exclamación al ver lo que tenía frente a ella.
Pinturas rupestres.
Se apartó los cabellos lisos de la cara dejando que su melena cayese como una cortina a un lado de su cuello a excepción de unos mechones rebeldes con los que jugueteaba nerviosa poniendo toda su atención en aquello que veían sus ojos: La pared estaba surcada de pequeñas representaciones de lo que parecían elfos, por el detalle de las orejas en situaciones más o menos cotidianas: Alrededor del árbol madre, bendiciendo la cosecha. En la ceremonia de iniciación de Imbar...
Una en particular llamó la atención de la chica: Pues reflejaba a una elfa ( el vestido y las trenzas a ambos lados de la cara lo simbolizaba como tal) Empuñando una espada de luz. O al menos eso representaba los rayos trazados con lineas provenientes del arma. La elfa en cuestión se posicionaba frente a figuras que no parecían tener las orejas largas en gesto protector frente a otro grupo de elfos, más altos y con trajes más detallados seguidos de lo que parecía ser la figura de Anar.
"Onen ú-Estel Sandorai....ú-chebin estel anim.In Edhil-ù derir" leyó en un susurro Eilydh, Pues eso mismo rezaba abajo en élfico noble.- Diste esperanza a los demás y ahora no hay ninguna para ti. Los elfos te detienen- Tradujo a la vez como para aclarar sus ideas.
Eilydh se acercó más aún para apreciar la armadura de la elfa que se opinía a Anar. La acarició con sus dedos durante unos segundos. ¿Quién era aquella mujer? ¿Por qué no había oido ninguna historia acerca de ella? Se creía conocedora de historias elfas y se orgullecía de saber la mayoría de ellas incluso en lenguas nobles... pero... No recordaba a ninguna elfa guerrera que se enfrentase a su propio pueblo y a Anar para proteger a unos herejes... ¿Qué era aquel lugar? Alejó su mano de la pintura con ese último pensamiento y entonces lo oyó.
El chasquido leve de una piedra que podría haber pasado desapercibido en cualquier otro lugar, pero en aquel silencio inmenso fue como un trueno en la noche. Podría ser un animal... pero la elfa no escuchó nada que lo siguiese como un corretear o un gruñido. El corazón de Eilydh golpeó fuerte su pecho, tanto que se acordó de sus costillas doloridas y hasta entonces olvidadas. Sacó de nuevo su daga tornasol de la funda en su muslo derecho y movió la antorcha a ambos lados de la sala, con la pared tras ella.
Era tarde para correr pues quien quiera que fuese ya habría visto su luz.
-Muéstrate, extraño- dijo, simplemente. En un tono de voz vacío y seco. No demasiado alto pero lo suficiente para crear eco en la sala.
Se desperezó un poco y avivó el fuego como pudo hasta que una leve llama primero, y luego un ascua mediana comenzó a calentar la estancia. Tenía la piel helada.Tiritaba sin remedio y se abrazó a si misma mientras se maldecía por no haber cuidado la calidez en aquella situación tan delicada. Mientras se levantaba y movía como un acto reflejo ante el frio, Contempló, casi por casualidad, su reflejo en un charco de agua cercana: Una Eilydh pálida le devolvió la mirada. Sus labios, normalmente naturalmente rojizos se habían tornado azulados y las leves pecas de su cara resaltaban en la delgadez que se había apoderado de su mandíbula en las semanas anteriores.Tenía varios cortes en la mejilla y uno en el labio que estaban cicatrizando.Las trenzas de su cabello estaban a medio hacer y se preguntó si verdaderamente conocía a la chica que le devolvía la mirada.
Como molesta ante aquel reflejo se deshizo del todo las trenzas. Al fin y al cabo allií no había nadie para verla en aquel estado. Sintió el placer sordo de sentir su cabello libre en el momento justo en el que éste tocó parte de su espalda. Casi gimió de manera sorda y entonces los escuchó.
Pasos.
Pisadas no muy lejos de donde se encontraba. Ruidos sordos y ágiles merodeando por entre los arbustos que la custodiaban. Cerró los ojos y se concentró en lo que oía: Posiblemente dos personas, quizás tres si eran poco pesados. Lo suficientemente diestras como para no ser humanos. Al menos no todos.
Se agazapó en una de las esquinas de la cueva. Rompió a regañadientes parte de su falda desvelando la parte alta de su muslo y donde guardaba a su daga tornasol. Agarroó uno de los palos de la cueva y tras mojar la tela en un poco de vino de Sandorai que encontró en su maleta lo sumergió en el fuego. Tras esto usó parte del agua que había en el charco donde se había contemplado para apagar el fuego. Los pasos estaban cada vez más cerca y aunque la luz de la estancia se había empobrecido, el sol de Anar ya había iluminado la estancia lo suficiente como para que cualquier persona con dos buenos ojos en su cara supiese que las sombras proyectadas en los matorrales eran de una persona.
Eilydh pensó rápido: La cueva no era muy profunda. Podía ver la pared cerrando la estancia y no tenía dónde ir. Caminó dando pasos lentos marcha atrás, con una de sus manos sujetaba su daga y la otra la antorcha. Sus ojos eran dos bloques de hielo esperando el ataque desde cualquier ángulo en cualquier momento. Sabía que aquella vez los hombres no la iban a dejar escapar.
Ya podía ver cómo su cabeza era llevada a su padre como objeto de victoria. Casi olía el sudor del cuerpo de los hombres intentando forzarla a...
Y entonces pasó. Su pié quedo enredado en un hueco imperciptible entre dos piedras de la cueva. Eildyh dio un respingo al principio pues casi perdió el equilibrio, pero observó el hueco más de cerca aprovechando las piedras que lo ocultaban. No era muy amplio.
De hecho, si no hubiese estado tan demacrada y poco en forma no hubiese cabido por aquel lugar. Pero podía contar las costillas a ambos lados de su flanco sin buscarlas con sus dedos, así que aquel espacio pequeño resultó ser un armazón para su figura por el que la chica simplemente tiró su antorcha antes que ella.
Cuando cayó, un leve sonido sordo llegó hasta sus oídos. Era profundo. Lo suficiente como para acabar con uno o dos huesos rotos. Veía el puntito de luz de su antorcha chispeando en el suelo. Ímbar había querido que no se apagase por alguna razón. Eilydh vió como los matorrales que la separaban del exterior comenzaban a moverse de manera agitada y casi juró que escuchó una leve risotada de triunfo.Su corazón latió fuerte y la adrenalina se apoderó de ella. Una mirada más al agujero bajo sus pies y..
Saltó.
Más bien se dejó caer.
El suelo bajo sus huesos era frío y la caída había durado más de lo que la elfa había vaticinado. Casi notó como varias de sus costillas se rompían al tocar el suelo y el dolor le inundó los pulmones durante varios minutos. Cerró los ojos y emitió un quejido de dolor sordo mientras se llevaba las manos a los costados. Dejó de moverse y casi respirar hasta que la sensación pasó y supo que estaba curando. Tan solo entonces se apresuró a agarrar su antorcha y agazaparse entre dos rocas cercanas mientras oía a los hombres en la parte superior quejarse de la ausencia de la chica. Había estado cerca. Muy cerca.
Cuando dejó de escucharlos salió de entre las rocas a la oscuridad impasible del lugar donde había caído. Su antorcha tan solo conseguía iluminar parte de la sala por lo que la elfa tan solo distinguía lo que se emplazaba a unos metros delante, detrás y a ambos lados de ella. Nunca había escuchado un silencio tan profundo. Tan imperturbable.
Se preguntó si alguien antes había estado allí y la respuesta a su pregunta le llegó de manera visual unos segundos después de realizarla mentalmente, como si la vocecilla burlona de su cabeza lo hubiese sabido todo el tiempo. En uno de los muros que quedaban a medio camino entre la oscuridad y la luz de su antorcha, Eilydh pudo visualizar lo que parecían símbolos en la pared, o al menos desde aquella distancia. Se acercó un poco para verlos mejor y ahogó una exclamación al ver lo que tenía frente a ella.
Pinturas rupestres.
Se apartó los cabellos lisos de la cara dejando que su melena cayese como una cortina a un lado de su cuello a excepción de unos mechones rebeldes con los que jugueteaba nerviosa poniendo toda su atención en aquello que veían sus ojos: La pared estaba surcada de pequeñas representaciones de lo que parecían elfos, por el detalle de las orejas en situaciones más o menos cotidianas: Alrededor del árbol madre, bendiciendo la cosecha. En la ceremonia de iniciación de Imbar...
Una en particular llamó la atención de la chica: Pues reflejaba a una elfa ( el vestido y las trenzas a ambos lados de la cara lo simbolizaba como tal) Empuñando una espada de luz. O al menos eso representaba los rayos trazados con lineas provenientes del arma. La elfa en cuestión se posicionaba frente a figuras que no parecían tener las orejas largas en gesto protector frente a otro grupo de elfos, más altos y con trajes más detallados seguidos de lo que parecía ser la figura de Anar.
"Onen ú-Estel Sandorai....ú-chebin estel anim.In Edhil-ù derir" leyó en un susurro Eilydh, Pues eso mismo rezaba abajo en élfico noble.- Diste esperanza a los demás y ahora no hay ninguna para ti. Los elfos te detienen- Tradujo a la vez como para aclarar sus ideas.
Eilydh se acercó más aún para apreciar la armadura de la elfa que se opinía a Anar. La acarició con sus dedos durante unos segundos. ¿Quién era aquella mujer? ¿Por qué no había oido ninguna historia acerca de ella? Se creía conocedora de historias elfas y se orgullecía de saber la mayoría de ellas incluso en lenguas nobles... pero... No recordaba a ninguna elfa guerrera que se enfrentase a su propio pueblo y a Anar para proteger a unos herejes... ¿Qué era aquel lugar? Alejó su mano de la pintura con ese último pensamiento y entonces lo oyó.
El chasquido leve de una piedra que podría haber pasado desapercibido en cualquier otro lugar, pero en aquel silencio inmenso fue como un trueno en la noche. Podría ser un animal... pero la elfa no escuchó nada que lo siguiese como un corretear o un gruñido. El corazón de Eilydh golpeó fuerte su pecho, tanto que se acordó de sus costillas doloridas y hasta entonces olvidadas. Sacó de nuevo su daga tornasol de la funda en su muslo derecho y movió la antorcha a ambos lados de la sala, con la pared tras ella.
Era tarde para correr pues quien quiera que fuese ya habría visto su luz.
-Muéstrate, extraño- dijo, simplemente. En un tono de voz vacío y seco. No demasiado alto pero lo suficiente para crear eco en la sala.
Eilydh
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Re: La proeza de lo utópico. [Privado-Nousis]
La lóbrega caverna le producía una sensación insana, de falta de aire, como si las húmedas paredes respirasen tratando de ahogarle. Se detuvo, apoyando una mano en una piedra saliente, evitando esa sensación acuosa, manteniendo seca la extremidad. Una par de insectos se movieron hórridamente por los muros, y Nousis sintió una evidente repugnancia. Aquello no era el bosque, donde todo parecía en concordancia con el resto de la vida, fresco, animado, entrelazado. Parecía estar descendiendo a un reino extraño, desconocido y grotesco.
Fue entonces cuando sintió algo inquietante, turbador. No era la primera vez y conocía tal impresión. Sus pasos creaban un eco distante, mezcla del peso del cuerpo sobre la tierra y pequeñas piedras que en ocasiones rompían bajo sus botas. El olor del lugar era cerrado, enrarecido, del que se queda pegado en cada rincón de los pulmones y en el fondo de la lengua, un sabor a miedo y a oscuridad. Trataba de evitar el pensamiento de que si el túnel cedía al peso de la tierra que se hallaba encima, él mismo encontraría una de las muertes más terribles que podía imaginar.
Acuciado por una imperiosa necesidad, echó a correr, como si su corazón le pidiese salir cuanto antes de la mazmorra de piedra y tierra. Casi pensaba que podía sentir los estanques subterráneos, formados por la filtración gota a gota, tras largos e interminables milenios. Sus pies comulgaban con infinitas capas pétreas, silíceas y arcillosas, que descendían hacia el infinito, haciendo al Elfo sentirse más y más pequeño, así como sus pulmones. Estaba en un agujero interminable, separado del mundo de la luz tanto en tiempo como en espacio. ¿Y si en verdad aquel lugar carecía de salida? Viró instintivamente para mirar hacia atrás, y un chillido le heló la sangre.
La antorcha cayó, apagándose y asesinando el último brote de luz que había visto el túnel desde épocas que el Elfo no habría acertado a imaginar. El aullido volvió a repetirse, y el sonido del acero del hijo de Sandorai resonó, repicando en cada esquina, en cada camino y senda de la gruta. Un olor más poderoso llegó hasta él, quien giró de nuevo, apretando el paso atenazado por el temor a lo que la oscuridad guardaba bajo sus tétricas alas. El sudor recorrió su espalda, espejo de los terribles pensamientos que invadían su mente. La imaginación, espoleada por el desconocimiento y la alerta, proyectaba escenas que turbaban su raciocinio. La cabeza comenzó a dolerle de forma intermitente, cuando un tercer aullido inundó el pasillo en el que él se encontraba. Sus ojos no lograban adaptarse a tan tremenda negrura.
Avanzaba. Como si horadase él mismo el corredor que recorría, como un gusano desprovisto de vista. No estaba seguro, no podía confirmarlo. ¿Eran los pasos que escuchaba fruto de su imaginación, o el movimiento de una bestia propia del subsuelo? Sin un ápice de visión, lanzó un tajo a la desesperada de arriba abajo, chocando su arma contra la pared. El aire exhalado por el esfuerzo formó un sonido que recorrió nuevamente la galería.
Y fue respondido.
Y Nousis no podía correr. Lo intentó, cayendo al suelo y golpeándose dolorosamente en el hombro diestro, sin, por fortuna, perder la espada. Se levantó lo más deprisa que fue capaz, ensuciándose en el barro formado junto a una de las paredes, en una zona más húmeda que el resto.
Un dolor lacerante penetró en el costado izquierdo cuando apenas se había puesto en pie, y como respuesta, forjada en su entrenamiento, lanzó un corte horizontal, esperando acertar a lo que fuera que había traspasado y piel y carne.
Pero su arma tan sólo golpeó la tierra de una de las paredes. De nuevo sintió el ataque a su mente, frío y con una sed de sangre pavorosa. Si no escapaba pronto, sin duda moriría a manos del ser que le estaba atacando. De modo que volvió a apresurar el paso. La oscuridad bailaba ante él por mor de la adrenalina y una extraña sensación comenzaba a extenderse por sus nervios. El temor comenzaba a desvanecerse pese a la situación. Las heridas dejaban de dolerle e incluso, pudo apreciar como de una forma extremadamente lenta, la gruta iba aclarándose.
Algún tipo de caricia en su brazo le hizo mirar dicho lugar, sólo para encontrar un hilo de sangre que recorría su extremidad. No entendía por qué el líquido vital manaba de él, ni cómo había llegado ahí. Tampoco sentía molestia alguna, Su mente no le proporcionaba respuesta alguna. Y cuando sus manos decidieron por sí misma apartar una poco pesada entrada de boca de cueva, construida burdamente con ramas y hojas, la luz de la luna le bañó por entero. Sólo felicidad ocupaba todo su ser, y una sonrisa se prendió a sus labios. Ojeó alrededor, aquella larga planicie, donde sólo una cueva sobresalía en lontananza. Parecía un buen lugar.
Pero dentro del Elfo se mantenía esa sensación eufórica, deseando compartir su alegría, charlar con otro ser vivo, o sentarse a morir. Todo parecía tan plácido y tan perfecto…
Nousis Indirel
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Re: La proeza de lo utópico. [Privado-Nousis]
Su voz sorda amplificada en las gruesas paredes de aquella estancia fue la única respuesta que la elfa recibió. En cualquier otro momento, Eilydh hubiese pensado que el timbre débil y sutil de su voz en aquella estancia era la mejor respuesta que la tierra misma podía darle, dadas las circunstancias. Sin embargo, aquella quietud la inquietaba, casi de la misma manera que su propia voz se perdía en recovecos lejanos que ella no conocía y que podía extenderse hasta la inmensidad propia del infinito.Pero, para su sorpresa, nada pasó. Nadie mostró señal de querer acercarse hasta la elfa. No hubo forcejeo sordo de pies desde donde había venido aquel sonido.Ni siquiera se repitió.
Tan solo fue. Como si nunca siquiera hubiese pasado. Existiendo tan solo como manera de confirmar el silencio inmenso que la volvía a rodear de nuevo.
Eilydh agarró a Karma con su mano derecha, haciendo el amago de sacarla de su vaina mientras suspiraba de manera profunda, insuflando algo de valentía en sus pulmones, Retrocedió, tan solo medio paso, como dándose la tregua suficiente para decidir si atreverse a avanzar o quedarse parada justo donde estaba. Miró la luz tenue que reflejaba su propia sombra justo al lado de la de la elfa de las pinturas y como si aquello justo hubiese sido lo que estaba esperando, avanzó hasta donde había escuchado el sonido, con Karma aún en las manos.
El pasillo por el que decidió perderse era estrecho, como si la tierra hubiese creado aquella senda solo y exclusivamente para ella y amoldado las estalagmitas y estalactitas al contorno de su cuerpo ágil. Varias veces pensó que aquella antorcha improvisada le estorbaba y caminó en una lucha interna entre dejarla atrás y aventurarse sola en la oscuridad o continuar con ella y asumir que su paso sería más lento pero más seguro. No sabía que tipo de criaturas la acechaban, pero el recuerdo fijo de aquel sonido real en su cabeza le servía de advertencia, y pensó que su lado racional tenía ahora mucho más razón que la insensatez de encontrar la salida o el final del tunel pronto.
Todo se hizo más oscuro antes de empezar a esclarecerse, como si fuese una imagen misma de la vida de la chica y en un momento determinado, Eilydh volvió a escuchar el sonido sordo que la había hecho apresurarse hacia aquel lugar en primera instancia. Esta vez más claro, más nítido, con menos eco y más... mojado.
Avanzó apresurada, con el corazón latiendo fuerte en parte por la certitud de saber que no había imaginado aquel sonido y en parte por el miedo de pensar que quizás aquello era una trampa. Corrió tanto como sus piernas y el camino le permitió, giró en recodos que ni siquiera había visto ante ellas, ahora guiada por el sonido, que se había hecho continuo, como un arroyo suave en los campos fértiles de Sandorai. Como el brotar del agua del mismísimo centro de su tierra. Si. Eso era...
Agua. Y con ello vida.
El ambiente en el pasillo tambieén se hizo más húmedo, y en un momento dado su antorcha se apagó. Pero todo estaba bien. Para cuando aquello sucedió los cabellos de la chica estaban lo suficiente mojados como para saber e imaginar que aquellas cuevas estaban bajo un río, y que el sonido sordo como ruido blanco que ahora le llenaba las orejas era el del fluir del agua. Y la luz se había hecho con la oscuridad de manera sutil, cada vez mas clara a medida que avanzaba. Aprisa. Deseosa de encontrar el final, y lo que fuera que fuese que la había alertado, lo que quiera que fuese que la esperaba al otro lado de...
Paró en seco.
Tan solo tenía unos centímetros frente a ella para precipitarse al vacío y caer a un lago subterráneo.
Alzó la mirada. El pasillo hacía tiempo que se había ensanchado creando una gruta enorme e inundada de la luz de un hueco perfectamente creado por la presión del agua sobre su cabeza de manera que la cascada de una catarata servía de cortina entre aquel bostezo de los adentros de la tierra y el exterior.
Se maravilló por un momento y casi agradeció a Anar aquella visión. Pero no tuvo mucho tiempo para apreciar todo lo que acababa de descubrir, pues bajo sus pies, a unos 3 metros del precipicio donde se encontraba y por el que casi se había caído, se encontraba, chapoteando en el lago que formaba al morir la cascada, seguramente el perpetuador del sonido grave que había llamado su atención en la cueva.
Un amasijo de pelo oscuro y túnicas.
¿Se movía? ¿Respiraba? ¿Quizás la corriente lo había arrancado de cualquier otro lugar en concreto y hacía horas que sus pulmones habían tomado la última bocanada de aire?
Eilydh decidió bajar de manera cuidadosa a través de la pared de la gruta a descubrir eso que era lo que flotaba en el agua. Con suerte al menos portaba un arma digna de no dejar perecer en las profundidades de aquella gruta.
Tan solo fue. Como si nunca siquiera hubiese pasado. Existiendo tan solo como manera de confirmar el silencio inmenso que la volvía a rodear de nuevo.
Eilydh agarró a Karma con su mano derecha, haciendo el amago de sacarla de su vaina mientras suspiraba de manera profunda, insuflando algo de valentía en sus pulmones, Retrocedió, tan solo medio paso, como dándose la tregua suficiente para decidir si atreverse a avanzar o quedarse parada justo donde estaba. Miró la luz tenue que reflejaba su propia sombra justo al lado de la de la elfa de las pinturas y como si aquello justo hubiese sido lo que estaba esperando, avanzó hasta donde había escuchado el sonido, con Karma aún en las manos.
El pasillo por el que decidió perderse era estrecho, como si la tierra hubiese creado aquella senda solo y exclusivamente para ella y amoldado las estalagmitas y estalactitas al contorno de su cuerpo ágil. Varias veces pensó que aquella antorcha improvisada le estorbaba y caminó en una lucha interna entre dejarla atrás y aventurarse sola en la oscuridad o continuar con ella y asumir que su paso sería más lento pero más seguro. No sabía que tipo de criaturas la acechaban, pero el recuerdo fijo de aquel sonido real en su cabeza le servía de advertencia, y pensó que su lado racional tenía ahora mucho más razón que la insensatez de encontrar la salida o el final del tunel pronto.
Todo se hizo más oscuro antes de empezar a esclarecerse, como si fuese una imagen misma de la vida de la chica y en un momento determinado, Eilydh volvió a escuchar el sonido sordo que la había hecho apresurarse hacia aquel lugar en primera instancia. Esta vez más claro, más nítido, con menos eco y más... mojado.
Avanzó apresurada, con el corazón latiendo fuerte en parte por la certitud de saber que no había imaginado aquel sonido y en parte por el miedo de pensar que quizás aquello era una trampa. Corrió tanto como sus piernas y el camino le permitió, giró en recodos que ni siquiera había visto ante ellas, ahora guiada por el sonido, que se había hecho continuo, como un arroyo suave en los campos fértiles de Sandorai. Como el brotar del agua del mismísimo centro de su tierra. Si. Eso era...
Agua. Y con ello vida.
El ambiente en el pasillo tambieén se hizo más húmedo, y en un momento dado su antorcha se apagó. Pero todo estaba bien. Para cuando aquello sucedió los cabellos de la chica estaban lo suficiente mojados como para saber e imaginar que aquellas cuevas estaban bajo un río, y que el sonido sordo como ruido blanco que ahora le llenaba las orejas era el del fluir del agua. Y la luz se había hecho con la oscuridad de manera sutil, cada vez mas clara a medida que avanzaba. Aprisa. Deseosa de encontrar el final, y lo que fuera que fuese que la había alertado, lo que quiera que fuese que la esperaba al otro lado de...
Paró en seco.
Tan solo tenía unos centímetros frente a ella para precipitarse al vacío y caer a un lago subterráneo.
Alzó la mirada. El pasillo hacía tiempo que se había ensanchado creando una gruta enorme e inundada de la luz de un hueco perfectamente creado por la presión del agua sobre su cabeza de manera que la cascada de una catarata servía de cortina entre aquel bostezo de los adentros de la tierra y el exterior.
Se maravilló por un momento y casi agradeció a Anar aquella visión. Pero no tuvo mucho tiempo para apreciar todo lo que acababa de descubrir, pues bajo sus pies, a unos 3 metros del precipicio donde se encontraba y por el que casi se había caído, se encontraba, chapoteando en el lago que formaba al morir la cascada, seguramente el perpetuador del sonido grave que había llamado su atención en la cueva.
Un amasijo de pelo oscuro y túnicas.
¿Se movía? ¿Respiraba? ¿Quizás la corriente lo había arrancado de cualquier otro lugar en concreto y hacía horas que sus pulmones habían tomado la última bocanada de aire?
Eilydh decidió bajar de manera cuidadosa a través de la pared de la gruta a descubrir eso que era lo que flotaba en el agua. Con suerte al menos portaba un arma digna de no dejar perecer en las profundidades de aquella gruta.
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Re: La proeza de lo utópico. [Privado-Nousis]
Todo es límpido. O lo era. Todo provocaba una extraña y vacua sonrisa. O lo hace. Volaba. No pisaba, pues en nada sentía la hierba bajo sus pies, limitándose a prensar con sus suelas esa curiosa burbuja de aire que los separaba del suelo. Rio como un niño fascinado ante tal inexplicable hecho. Observó sus manos con interés, dorso y palma, preguntándose por qué sus largos dedos parecían crecer y menguar por momento, desapareciendo ante sus ojos y volviendo a encontrarse frente a su mirada. El mundo fluctuaba, y cada movimiento de su cabeza le producía una alegre sensación llegándole al pecho en forma de carcajada. Sintió la necesidad de correr, y lo hizo con una descoordinación digna de un lisiado. No entendía nada. Incapaz de pensar, contemplaba todo al su alrededor, como hipnotizado, disfrutando de los colores. Sólo una pequeña intuición le instaba a seguir adelante. Y la seguía por ausencia de cualquier otra idea, indicación o propuesta. Su mente se había cruzado de brazos por completo. El Elfo no razonaba, completamente incapaz. Los pensamientos nadaban en su cerebro ahogándose uno tras otro. Era una cáscara semivacía, donde sólo el placer y la risa podían ofrecer una mínima motivación.
Como un cachorro, sentía la imperiosa necesidad de buscar y explorar. La sangre se coagulaba poco a poco, mas los regueros del líquido bermejo le daban una apariencia alarmante, como una víctima asaltada o un loco peligroso. La demente sonrisa en su rostro enmarcaba mejor el segundo postulado para cualquier desconocido.
Se sentó en la hierba, casi al abrigo de la cueva, con las piernas cruzadas, mirando hacia abajo, encontrando tal comodidad con los brazos dentro hueco de sus extremidades inferiores que permaneció así, inmutable durante dos largas horas que parecieron meros minutos. No veía, cada vez que buscaba preguntarse algo, el mero intento era abortado. Sólo los recuerdos se permitían retornar de su lejana memoria, enviándole escenas inconexas de su pasado, cercano y lejano, entremezcladas del mismo modo que un infante desordenaría sus juguetes.
A su mente llegaron lecciones desechadas, rostros sin miradas, sentimientos enterrados. Oportunidades perdidas, conocidos de un instante, sueños ya extintos. Leyendas miserables, oraciones sin sentido, frustraciones innombrables. Y su risa rompió el aire, como un viento huracanado barriendo cualquier asunto que a su imaginación se agarraba en vano intento de resistir.
Hablaba solo, como si la compañía pudiese ser creada en un sencillo pestañeo. Tales fantasmas fluctuaban, reales y no al mismo tiempo, y Nousis a ellos se dirigía, revelando lo más profundo que albergaba su corazón. Todo parecía poco, escaso. El ansia de vaciarse era casi infinita, de confesarse a criaturas desconocidas, todas ellas aparentaban una absoluta amabilidad, una comprensión casi divina.
-Yo… - trataba de entonar a la nada y quienes le acompañaban, etéreos recuerdos vidriados en aire que deseaban arañar sus pensamientos con cuestiones mudas- Yo… - su lengua era pastosa, y la parte posterior de su cabeza se negaba a colaborar con la anterior. Con un sobreesfuerzo, su mente le permitió sumergirse en el primer estanque que pudo alcanzar. Su adolescencia- Ellos… ellos llegaron. Debimos matarlos a todos, pero… pero no ocurrió ¿no es así…? No… no ocurrió… huimos y fuim… fuim…. Fuimos derrotados. ¿Sabéis…? Derrotados…. Derrotados y exp… ulsados. Eso me ens…eñadon. Ens…eñaron…. Era feliz. Todo estaba bien. Creo… creo que todo estaba bien. Creo… que si.
Logró levantarse, pese a que cada nervio del cuerpo le rogaba que por favor no lo hiciera. La comodidad del estado actual deseaba obligarle a permanecer allí. Sin embargo, una extraña necesidad contra sí mismo, que deseaba mutar la quietud por el hecho de sufrir salió victoriosa, y de pronto, se encontró cansado, con el aire enfriando su cuerpo y esparciendo su cabello sin orden ni concierto. El Elfo trataba de ubicarlo, como si se tratase de una persona decidida a importunarlo. Incluso miró al vacío con el ceño fruncido, de la misma forma que un niño regaña a un amigo imaginario.
Avanzó nuevamente, trastabillando, hasta dar una vuelta completa sobre sí mismo. Desorientado, prosiguió, escuchando unas palabras que era incapaz de comprender. Buscó girando la cabeza la procedencia de ese lenguaje, musical y desconocido, sin hallar respuesta alguna. Había llegado a un río cuya superficie exhibía una calma apacible, acariciando los oídos del Elfo con un murmullo que sólo lograba una naturaleza en calma, secreta. Nousis dio dos pasos, introduciéndose en la corriente sin que su piel advirtiese siquiera la frialdad que se entrelazaba en cada gota que ésta transportaba. Miró al cielo, deleitándose con la infinidad, cuando una piedra especialmente lisa le hizo perder el equilibrio, cayendo hacia atrás. No hubo miedo, era un sentimiento que se había desvanecido horas atrás, solo una leve impaciencia, como su el curso fluvial no le llevase lo suficientemente rápido, o como si un amigo lo agarrase del brazo en un mal momento. Cerró los ojos, balanceando las sensaciones de la parte de su cuerpo que conectaba con el agua con las que permanecían en la superficie. Flotaba, sin preguntarse nada, sin temor o inquietud. Sólo cuando el sonido del agua se volvió más apremiante, más intenso, abrió los ojos de nuevo, irguiendo la cabeza lo justo para observar por encima de sí mismo.
Una cascada.
“Es hora de morir” se dijo una parte de sí mismo. Y ninguna de las demás deseaba realizar gesto alguno para impedirlo. La calma era demasiado placentera para ser turbada. “Tal vez sea así” corroboró otra zona de su cerebro.
Y cayó.
Cayó varios metros, con los pies por delante hacia el interior de la tierra, evitando por fortuna algunas de las más peligrosas rocas que podrían haber segado su vida. Por mor del instinto más puro, dio una brazada para salir a la superficie, retomando una posición horizontal, nadando suavemente mientras no dejaba que su vista se separase del agujero que le había llevado hasta allí. Todo era perfecto. Quietud y relajación.
Durante un instante, mientras su cuerpo iba girando sobre sí mismo en aquel pequeño algo, creyó ver un destello dorado, que pronto olvidó. Todo era paz, hasta que los pensamientos comenzaron a volver a enlazarse unos con otros. De forma muy breve, suficiente como para volver a visualizar fragmentos sobre sí mismo y ser capaz de articular palabras. Sentía euforia, regodeo. Todo era perfecto.
Nousis Indirel
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