Sobre cosas que se rompen [Privado - Nousis]
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Sobre cosas que se rompen [Privado - Nousis]
La sangre salió disparada en un hermoso arco hacia la luna distante. De la garganta destrozada sólo se escucharon unos suaves gorgoritos sorprendidos de persona que se está ahogando, la tráquea agujereada por unos dientes más fuertes que sus huesos y cartílagos.
-Vendrá. -murmuró, escupiendo el trozo de carne al suelo.
-Yo no estoy tan segura, cielo. -comentó en voz baja la pelirroja, sentada sobre dos cadáveres, uno encima de otro. Lo observaba todo con sus ojos ambarinos, atenta al mínimo rozar para saltar cual resorte sobre cualquier amenaza. Jamás la había visto tan seria.
-Vendrá. -repitió Nayru, con una certeza fiera que no admitía desafío. No podían permitirse lo contrario.
La finca tenía un total de tres accesos y ahora mismo ellas se encontraban en el más pequeño y alejado, el que solía usar el servicio para entrar y salir del terreno vallado. Limpiaron el lugar con premura, amparadas por un diminuto bosquecillo que arropaba al discreto puesto de guardia, apenas una casetita de madera con un taburete. La ventaja es que era un punto relativamente fácil de asaltar. La desventaja era que les separaban más de doscientos metros de planicie lisa y césped corto hasta la mansión.
Salvo que contasen con una capa o hechizo de invisibilidad o distorsión de la realidad, era prácticamente imposible pasar desapercibidos: no había sitio para esconderse.
Fémur miró a su compañera sin dejar traslucir ninguna emoción en el rostro pálido. La luna nueva arrojaba sobre la escena una luz oscura, peligrosa en su misterio. La observó limpiarse la sangre que le salpicara el rostro, las manos, las mangas manchadas. Su gesto de concentración, que gritaba el esfuerzo que estaba haciendo por no pensar en mucho más que la misión pendiente.
Se había cabreado, cuando se lo contó. Mucho. El peor enfado del que la pelirroja fue testigo desde... desde que la conocía. La morena se había lanzado sobre ella hecha un torbellino de furia y agresión pero apenas sintió los golpes o las heridas de su pelea. No. Lo que le dolió verdaderamente fue la expresión traicionada y las lágrimas en sus ojos oscuros. Aquellos hermosos ojos oscuros que nunca supo capturar.
-¿Qué?
-Nada.
Desvió la mirada hacia sus manos, limpiándoselas con un trozo de camisa arrancado de algún lado. Ya venían cenadas, bien suplidas de lo que pudiesen necesitar, mentalizadas para la batalla. No sería bonito, ni corto, ni fácil. Pero debía hacerse, por el bien de ambas.
Aunque lo único que le preocupaba a Fémur era la frialdad de Nayru con ella, y la culpabilidad que sentía. Tenía que sacarla con vida de todo aquel maldito embrollo, aunque le costase la suya. Y seguir disculpándose hasta el infinito si hacía falta.
-Nay, lo sie-...
-Le di indicaciones al elfo. El sitio exacto donde estaríamos. -la interrumpió.- Me comentó que traería...
-Nay, escúchame...
-...a alguien consigo, para "ayudar". La sonrisa que me dio cuando le conté...
-Nayru.
-...lo que íbamos a hacer fue salvaje. No dejó de mirarme con desprecio pero se le cambió a entusiasmo. Por eso sé que vendr-...
-¡Nayru! -exclamó en tono contenido, alzándose para agarrar el rostro de la morena entre sus manos-. Escúchame. Déjame disculparme. Por favor. Mírame.
Nayru la miró. Con dolor y traición y pena y furia y desesperación.
-No acepto tus disculpas. Me buscaste al principio con la intención de matarme. Me mantuviste a tu lado con años de mentiras mientras esperabas entregarme a una sádica. Confiaba en ti, confiaba en nuestra amistad. Me juraste que eras sincera.
-¡Lo soy! ¡Por eso te pido perdón! ¡Esto no es una mentira, Nay!
La morena se deshizo del agarre de Fémur, empujándola sin brusquedad pero con decisión. La apuntó con un dedo al pecho, sin mirarla a los ojos.
-No te voy a perdonar hasta que ésto esté resuelto. Cuando nos hayamos deshecho del problema y pueda respirar de nuevo sin una sentencia de muerte sobre mi cabeza, me lo pensaré. Has... roto algo dentro de mi, Fémur, me siento traicionada y sola, y no me sentía así desde la noche que me encontraste. No vuelvas a disculparte o te daré un puñetazo.
-Nay...
El tono de la pelirroja era lastimero, la hacía lucir miserable. La vampiresa morena miró a la luna oscura en un gesto que hizo pasar desapercibidas sus ganas de llorar.
-Basta, no podemos entrar en batalla así. Céntrate en la estrategia y sigamos esperando. Tiene que estar al llegar.
-Vendrá. -murmuró, escupiendo el trozo de carne al suelo.
-Yo no estoy tan segura, cielo. -comentó en voz baja la pelirroja, sentada sobre dos cadáveres, uno encima de otro. Lo observaba todo con sus ojos ambarinos, atenta al mínimo rozar para saltar cual resorte sobre cualquier amenaza. Jamás la había visto tan seria.
-Vendrá. -repitió Nayru, con una certeza fiera que no admitía desafío. No podían permitirse lo contrario.
La finca tenía un total de tres accesos y ahora mismo ellas se encontraban en el más pequeño y alejado, el que solía usar el servicio para entrar y salir del terreno vallado. Limpiaron el lugar con premura, amparadas por un diminuto bosquecillo que arropaba al discreto puesto de guardia, apenas una casetita de madera con un taburete. La ventaja es que era un punto relativamente fácil de asaltar. La desventaja era que les separaban más de doscientos metros de planicie lisa y césped corto hasta la mansión.
Salvo que contasen con una capa o hechizo de invisibilidad o distorsión de la realidad, era prácticamente imposible pasar desapercibidos: no había sitio para esconderse.
Fémur miró a su compañera sin dejar traslucir ninguna emoción en el rostro pálido. La luna nueva arrojaba sobre la escena una luz oscura, peligrosa en su misterio. La observó limpiarse la sangre que le salpicara el rostro, las manos, las mangas manchadas. Su gesto de concentración, que gritaba el esfuerzo que estaba haciendo por no pensar en mucho más que la misión pendiente.
Se había cabreado, cuando se lo contó. Mucho. El peor enfado del que la pelirroja fue testigo desde... desde que la conocía. La morena se había lanzado sobre ella hecha un torbellino de furia y agresión pero apenas sintió los golpes o las heridas de su pelea. No. Lo que le dolió verdaderamente fue la expresión traicionada y las lágrimas en sus ojos oscuros. Aquellos hermosos ojos oscuros que nunca supo capturar.
-¿Qué?
-Nada.
Desvió la mirada hacia sus manos, limpiándoselas con un trozo de camisa arrancado de algún lado. Ya venían cenadas, bien suplidas de lo que pudiesen necesitar, mentalizadas para la batalla. No sería bonito, ni corto, ni fácil. Pero debía hacerse, por el bien de ambas.
Aunque lo único que le preocupaba a Fémur era la frialdad de Nayru con ella, y la culpabilidad que sentía. Tenía que sacarla con vida de todo aquel maldito embrollo, aunque le costase la suya. Y seguir disculpándose hasta el infinito si hacía falta.
-Nay, lo sie-...
-Le di indicaciones al elfo. El sitio exacto donde estaríamos. -la interrumpió.- Me comentó que traería...
-Nay, escúchame...
-...a alguien consigo, para "ayudar". La sonrisa que me dio cuando le conté...
-Nayru.
-...lo que íbamos a hacer fue salvaje. No dejó de mirarme con desprecio pero se le cambió a entusiasmo. Por eso sé que vendr-...
-¡Nayru! -exclamó en tono contenido, alzándose para agarrar el rostro de la morena entre sus manos-. Escúchame. Déjame disculparme. Por favor. Mírame.
Nayru la miró. Con dolor y traición y pena y furia y desesperación.
-No acepto tus disculpas. Me buscaste al principio con la intención de matarme. Me mantuviste a tu lado con años de mentiras mientras esperabas entregarme a una sádica. Confiaba en ti, confiaba en nuestra amistad. Me juraste que eras sincera.
-¡Lo soy! ¡Por eso te pido perdón! ¡Esto no es una mentira, Nay!
La morena se deshizo del agarre de Fémur, empujándola sin brusquedad pero con decisión. La apuntó con un dedo al pecho, sin mirarla a los ojos.
-No te voy a perdonar hasta que ésto esté resuelto. Cuando nos hayamos deshecho del problema y pueda respirar de nuevo sin una sentencia de muerte sobre mi cabeza, me lo pensaré. Has... roto algo dentro de mi, Fémur, me siento traicionada y sola, y no me sentía así desde la noche que me encontraste. No vuelvas a disculparte o te daré un puñetazo.
-Nay...
El tono de la pelirroja era lastimero, la hacía lucir miserable. La vampiresa morena miró a la luna oscura en un gesto que hizo pasar desapercibidas sus ganas de llorar.
-Basta, no podemos entrar en batalla así. Céntrate en la estrategia y sigamos esperando. Tiene que estar al llegar.
Última edición por Nayru el Sáb Mayo 01 2021, 18:57, editado 1 vez
Nayru
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Re: Sobre cosas que se rompen [Privado - Nousis]
Había sido la única vía a fin de reparar su error, su fracaso contra aquel maldito lobo. El dinero no importaba. No cuando, por primera vez desde que había comenzado sus viajes años atrás, tenía en su poder algo auténticamente útil, único… y peligroso. No había sido capaz de hacerse con la lengua de plata, y su rostro, habitualmente agraciado, se crispó entre olas de un odio inhumano. Jamás había soportado fallar, y los años no le habían suavizado dicho rasgo de carácter.
En absoluto le había resultado una sorpresa que esa criatura hubiese decidido desprenderse de algo así de una forma tan banal. Ese acto había confirmado en él que su raza estaba ligada al caos, a la entropía. Vender al mejor postor un objeto como ese sólo se explicaba para él en alguien a quien nada le importaba del mundo que ambos hollaban. Que hubiese recaído en él, en absoluto el más poderoso de cuantos pudo contemplar deseando su premio, resultaba en otra decisión incomprensible. Los dioses le marcaban el camino, habiendo guiado hacia el Bien a la condenada vampiresa. ¿Cómo no verlo de ese modo?
Sentía una excitación tal que apenas le permitía detenerse. Desde el encuentro con la criatura, todo había sucedido con una rapidez que había limado cualquier detalle insignificante. El recibimiento espada en mano, la lacónica conversación donde el intercambio y la deuda contraída fueron especificadas, la recogida de sus pertenencias, la promesa del reencuentro… no tenía tiempo que perder.
No, no era exacto describirlo de ese modo. No deseaba perder un solo segundo, se permitió corregirse. Cada instante que transcurriese sin llevar a cabo lo que había pactado con la nocturna resultaba en tiempo de vida ligado a ella. Cuanto antes rompiese dicha conexión, antes volvería a sentirse limpio, alejado de la contaminación de tratar con una raza tan nociva.
“Y aún así -razonó una parte de sí mismo- una vampiresa que ha pedido asesinar vampiros… delicioso. ¿No es así? - casi ronroneó”.
Se había quedado sin oro. Metal ganado a base de sangre, sacrificios y muerte, sólo útil como intercambio. Y el elfo se sentía extremadamente feliz habiéndolo dejado atrás. Si ella no le había mentido, nunca antes había estado tan cerca de cumplir su propósito. Por primera vez en seis años estaba en el camino correcto.
Recorrió las leguas que separaban las grandes urbes humanas de las tierras de su pueblo como transportado por una urgencia invisible que sólo le permitía descansar lo estrictamente necesario. Tantas decepciones, tanta falta de información, le habían provocado la pesimista creencia de que algo pronto saldría mal. Por ello, debía aprovechar el momento que los dioses había creado para él, rentabilizarlo en la mayor medida posible. Y la primera parada era Folnaien.
En las largas jornada de viaje, pensó detenidamente en el objetivo de la criatura, sin que la lógica idea de una posible emboscada puntease sus elucubraciones. No obstante, ella le había dado el objeto, tal y como acordaron, y para su asombro, pareció comprender que debían separarse. Sopesando su comportamiento, no le fue difícil llegar a la conclusión de que si las tornas hubiesen sido otras, él jamás habría confiado en ella. ¿Y si decidía no regresar, dejándola sin ayuda para esa supuesta misión que deseaba llevar a cabo? Había dado su palabra sí, pero ¿por qué una vampiresa confiaba en ella, cuando él nunca podría dar peso al honor de esos engendros de la noche? Sacudió la cabeza. Resultaba inútil tratar de desentrañar los ideales de un ser de la oscuridad. Sólo su natural curiosidad lo empujaba a recaer en tales pensamientos.
Cruzó el Kerenath, internándose en su hogar, abriendo sus pulmones, sintiendo que, ahora sí, su creencia en haber sido elegido para preservar a los suyos le estaba dando la razón.
Visitó brevemente a sus padres, haciéndoles partícipes de sus últimas aventuras, siempre omitiendo los puntos más peligrosos, y disfrutando de la comodidad y sosiego de la morada familiar. Pero dicha obligación y a la vez disfrute era una parada. En aquella ocasión, el espadachín recorrió las calles de su pueblo natal tirando de las argollas que componían sus más antiguas amistades. Sabía que sus opciones no eran demasiadas. Aquellos que habían formado una familia no dejarían el hogar para seguirle, ni siquiera tras haber obtenido esa pieza de los llamados 19. Sus quiméricos intentos ayudaban a sobrellevar las largas noches de invierno relatando partes de sus viajes, que corrían de boca en boca entre los suyos, mas nada más. Contados eran quienes esperaban que lograse sus propósitos. Y aún menos aquellos que sin reservas pudiesen ofrecer su ayuda.
Maldijo al enterarse de que Daldiev había partido a las Ruinas días atrás. El tiempo resultaba esencial, y sus ojos grises escudriñaron cada rostro, preguntando aquí y allá. Tan sólo barajaba dos opciones más, o regresaría solo.
El templo habría sido una opción segura. Nundevali dedicaba unas horas todos y cada uno de los días en los que el cielo aparecía sin nube alguna a sus plegarias. Compañera de Nousis en la escuela de primeras letras, poseía unas ideas aún más firmes en cuanto a la separación entre elfos y el resto de razas que las del viajero. Su dominio de la lanza resultaba espectacularmente letal, y por ello, resultaba aún más doloroso reconocer que no podía contar con ella. Ayudar a una vampiresa, fuera cual fuera la razón… jamás lo aprobaría.
Bordeó el poblado, hasta llegar a los límites exteriores, donde entrenaban quienes se especializaban en arquería de entre los centinelas Indirel. Un grupo de jóvenes disparaban al compás de las órdenes de alguien cuyo nombre Nou fue incapaz de recordar. Era sin duda el hijo de Angfaras. No tenía importancia, sonrió, deteniéndose un instante para contemplar las evoluciones de los muchachos. Paseó la vista alrededor, deseando localizar a su objetivo. Había echado un rápido vistazo a quien estaba obligado a ayudar, y no había tardado en comprender que necesitaban exactamente lo que él estaba buscando allí si querían eliminar el cubil de demonios.
Una saeta pasó a tres dedos de su oreja izquierda y el espadachín se pasó una mano por el cabello, elevando una ceja y mostrando una sonrisa que mezclaba ironía y cierto grado de molestia. Se cruzó de brazos, mientras su atacante, pisada tras pisada, se acercaba a él grácilmente, como un felino en su elemento. Pese a medir doce centímetros menos que Nou, sus ojos parecieron traspasarlo, como si buscase algo en él que no fuese posible contemplar a simple vista.
-¿De regreso? ¿Tan pronto? Tus padres habrán quedado de piedra. No es común que te dignes a volver más de tres veces al año.
El aludido reprimió una respuesta que su mente catalogó en exceso pretenciosa.
-He tropezado con algo, y necesito ayuda, Nilian. Por eso estoy aquí. Debo partir de nuevo, hoy mismo.
-Ven- ordenó la mujer, precediéndolo a fin de alejarse lo suficiente del buen oído de los de su raza. Observó al elfo ladeando un poco la cabeza. Toda chanza parecía haber muerto. Ambos se conocían sobradamente para discernir cuando algo era lo bastante serio.
-He hecho una promesa a cambio de algo- explicó de forma deliberadamente ambigua- Es un asunto difícil.
-¿Peligroso?
-Mucho- confirmó él- Estamos hablando de un grupo de vampiros.
La mujer bajó la cabeza, como si pensase en cada una de sus palabras. Cuando alzó la vista, Nousis estaba seguro de que la información había sido aún demasiado escasa para ella.
-Deduzco que me necesitas- él ni siquiera precisó confirmarlo- Debe ser grave, y urgente, si no puedes esperar al regreso de Daldiev. ¿Qué hay de Nundevali? ¿Y Eslein?
Nou negó con sencillez.
-La criatura a la que he prometido ayudar… es una vampiro.
Nilian abrió los ojos de una manera que él jamás había visto ese momento. Un flechazo de vergüenza recorrió cada nervio del espadachín, como si hubiese dicho algo tremendamente ofensivo. Antinatural.
-¿Tu…? -apenas consiguió pronunciar- ¿Tú vas a ayudar a una nocturna? ¿Por qué…?
-He conseguido algo- respondió- En todos los años en los que he recorrido el continente ésta es la primera vez que he alcanzado un objeto que puede ser auténticamente útil. Poderoso, peligroso… he pagado un alto precio por él. Y parte de ello es mi palabra de ayudarla a aniquilar a ese grupo de los suyos.
La arquera no apartó la mirada de la del otro miembro de su clan.
-Sí- dijo adelantándose a sus pensamientos- También he considerado que se trate de una trampa, mas no lo creo. No me malinterpretes, no confío en ella. Sabemos que deben ser exterminados. Pero he podido alejarme de su lado y no volver, incumplir mi promesa, y nunca me habría encontrado. Confía en que vuelva, y aún a alguien así, debo terminar de pagar por aquello que compré.
-¿Y qué es eso que te ha hecho atarte a una criatura del mal?- quiso saber. La curiosidad impregnaba cada poro de la piel de su rostro. Y cuando se sumaron el hecho de contemplar la varita, y las revelaciones del espadachín, la mujer quedó atónita. Jamás habría esperado que los sueños de Nousis pudiesen llevarse a cabo. Y su sonrisa casi era la de un niño. No recordaba verle así, no desde su infancia.
-¿Vendrás conmigo?
La elfa asintió, despacio. No era la reacción que él esperaba, pues distaba de la seguridad que una misión así precisaba. Aún así, se mostró agradecido.
-Volveremos pronto- aseguró él
-Que los dioses te escuchen.
[…]
Para cuando llegaron al punto de encuentro, ambos habían podido conversar largo y tendido acerca de cuantas vicisitudes habían olvidado contarse en los últimos años. Ella con el arco a punta, y el hacha ligera en el cinturón, y él con la espada en la mano, avanzaron en el manto de la noche, sintiéndose caminar por la lengua de una bestia. La mirada de Nilian no perdía el más mínimo detalle.
Sólo cuando por fin distinguió las únicas dos figuras que esperaba, una de ellas un destello rojo en plena noche se permitió un momento de tranquilidad. Se fue acercando, precediendo a su compañera, quien no separaba los dedos índice y corazón de la punta de la flecha, aún con el arco sin tensar. Envainó cuando estuvo seguro de que ambas habían posado su vista en él, como un gesto de buena fe.
El único, tal vez, de esa noche que, en silencio, cantaba muerte.
Nousis Indirel
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Re: Sobre cosas que se rompen [Privado - Nousis]
-Te dije que vendría.
Las vampiresas los vieron antes que escucharlos, porque la noche guardaba muy pocos secretos para sus hijos más salvajes. Les esperaron allí quietas, sin gestos bruscos ni sospechosos al amparo del bosquecillo. Los elfos se presentaron con altivez y apenas disimulado desprecio en la voz, algo que provocó en Fémur algunos siseos disconformes que tampoco se molestó en ocultar.
-¿Y? ¿Dónde están los demás? -preguntó, asomando la cabeza por si veía a alguien más detrás de los recién llegados.
-Creo que sólo vienen estos dos.
-¿¡Nada más!?
-¿Qué esperabas? ¿Un ejército?
-Mujer, tanto como un ejército... Le ofrecimos al orejón éste la masacre de un clan de vampiros. ¡Esperaba un grupo de elfos inquisidores o algo! Cómo ha decaído el ánimo desde la barbacoa aquella, eh.
-Basta. -dijo la vampiresa por segunda vez aquella noche, y su tono fue tan frío como la peor noche tranquila de invierno. Aunque alzó las manos apaciguadora el gesto cargaba una orden implícita. La elfa morena que acompañaba a Nousis tenía medio desenvainado su acero, y el hombre parecía igual de alterado aunque se contenía mejor.- Por muy placentero que pudiera ser no estamos aquí para abrirnos las gargantas mutuamente, hay asuntos más importantes de los que hacerse cargo. Me importa una soberana mierda lo que penséis de mi o de la raza porque vosotros dos me importáis tanto como vuestra habilidad para no morir. No permitiré que las cosas salgan mal. Profesionalidad, criaturas. ¿Me has escuchado, pelirroja?
Fémur asintió a regañadientes. Se cuadró detrás del hombro derecho de su amiga y miró fijamente a los recién llegados, sin un ápice de amabilidad.
-Te elegí porque me pareciste un hombre de palabra. Has probado serlo, Nousis Indirel, y te agradezco que me hayas ahorrado tener que ir a buscarte. -Nayru sonrió, dejando relucir sus colmillos bajo la opacidad de la luna nueva. El elfo jamás le había dicho su apellido.
El hombre la miró entrecerrando los ojos, con desconfianza, con preguntas en la bruma gris de su mirada. Debió decidir que aquel no era el momento más idóneo, porque pidió otro tipo de respuestas.
- Lo soy. -asintió, sin abandonar su arrogancia.- Ésta es Nilian, una vieja amiga. Apenas arañaste la superficie la última vez. Necesito datos, vampiresa. Enemigos, cuanto sepas. Entrar a ciegas sería un suicidio y me gusta saber a lo que me enfrento... Cuando me es posible. -comentó, observando y analizando el lugar.
Le escuchó sin apartar los ojos de él. No le había dejado de mirar en todo este tiempo. Observaba su postura, sus gestos, sus ojos. Había algo... indefinido, como etéreo, que amenazaba con convertirse en algo más. Lo vio en la sonrisa que se le escapó en Lunargenta y lo veía ahora acechando. ¿Acabaría siendo un problema...?
-Mi nombre es Nayru, ella es Fémur. -se presentó ante la elfa morena, de figura esbelta y rasgos fieros. No es que intentase ser cortés, es que era más fácil gritar un nombre en la batalla que una palabra al azar y esperar que otros se diesen por aludidos.- Y lo que tenemos detrás es la fiesta de hoy: la Casa de los Huesos, no sé si habréis escuchado alguna vez hablar de ella. Espero que hayáis traído algo con lo que hacer señuelos, necesitamos desesperadamente que la gente en la mansión mire hacia otro lado mientras corremos campo a través.
-Muy bien, orejillas, atentos al drama. -Fémur se sentó sobre los dos cadáveres apilados y, con una rama, empezó a trazar líneas y ángulos en la tierra.- Éste es el perímetro de la casa, nosotros estamos aquí en esta entrada, y estas son las otras dos que hay. Tengo una persona dentro que está con nosotros, pero necesitamos una distracción en la puerta Sur, que es la principal de la hacienda. No llevamos mucho esperándoos así que no creo que se den cuenta de que algo va mal con éstos -cacheteó el trasero de uno de los cuerpos.- hasta más tarde. ¿Me seguís? Bien. ¿Querías enemigos? Toda la puta casa es tu enemiga. Dos plantas y un sótano en el que sólo hay cosas siniestras que no nos van a hacer nada. Los sirvientes son humanos, pero veneran a los vampiros y te van a querer trinchar. Tenemos un puñado de neófitos flojos, como cinco o seis, para las ganas de tu morena.
»El plato fuerte son los miembros del clan que están presentes ahora mismo: Costae, vampiro de sangre, es un maldito muro con piernas; Tarso, magia de voz, se le da bien sugestionar a la gente para montar orgías así que... cuidado con su control de masas; y finalmente Ulna, magia de sombras. Ésta es nuestra. Ah. Mi hermoso topo es Fíbula, la conoceréis pronto.
-La estrategia consiste en entrar, tomar a cuantos más podamos por sorpresa, reducirlos con rapidez para tener el menor número de molestias posibles cuando nos enfrentemos a los problemas de verdad. Matar o inhabilitar, me da igual, pero que no regresen a la pelea. Ah, recordar que estáis en terreno vampiro... lo que significa que no hay más luz que la ambiental. Se aceptan sugerencias. ¿Alguna pregunta? Pues pongámonos en marcha.
Fémur se puso en pie, sacudiéndose las manos con expresión satisfecha. A ella también le importaban poco los elfos pero sentía curiosidad por saber hasta dóne podían llegar con ellos. Con la estrategia definida se dirigieron al campo de batalla. Nayru sonrió, y no fue algo bonito. Demasiado amplia, demasiado fría, demasiados dientes... era el gesto del depredador nocturno que intuye en el paladar la sangre aún por derramar.
Las vampiresas los vieron antes que escucharlos, porque la noche guardaba muy pocos secretos para sus hijos más salvajes. Les esperaron allí quietas, sin gestos bruscos ni sospechosos al amparo del bosquecillo. Los elfos se presentaron con altivez y apenas disimulado desprecio en la voz, algo que provocó en Fémur algunos siseos disconformes que tampoco se molestó en ocultar.
-¿Y? ¿Dónde están los demás? -preguntó, asomando la cabeza por si veía a alguien más detrás de los recién llegados.
-Creo que sólo vienen estos dos.
-¿¡Nada más!?
-¿Qué esperabas? ¿Un ejército?
-Mujer, tanto como un ejército... Le ofrecimos al orejón éste la masacre de un clan de vampiros. ¡Esperaba un grupo de elfos inquisidores o algo! Cómo ha decaído el ánimo desde la barbacoa aquella, eh.
-Basta. -dijo la vampiresa por segunda vez aquella noche, y su tono fue tan frío como la peor noche tranquila de invierno. Aunque alzó las manos apaciguadora el gesto cargaba una orden implícita. La elfa morena que acompañaba a Nousis tenía medio desenvainado su acero, y el hombre parecía igual de alterado aunque se contenía mejor.- Por muy placentero que pudiera ser no estamos aquí para abrirnos las gargantas mutuamente, hay asuntos más importantes de los que hacerse cargo. Me importa una soberana mierda lo que penséis de mi o de la raza porque vosotros dos me importáis tanto como vuestra habilidad para no morir. No permitiré que las cosas salgan mal. Profesionalidad, criaturas. ¿Me has escuchado, pelirroja?
Fémur asintió a regañadientes. Se cuadró detrás del hombro derecho de su amiga y miró fijamente a los recién llegados, sin un ápice de amabilidad.
-Te elegí porque me pareciste un hombre de palabra. Has probado serlo, Nousis Indirel, y te agradezco que me hayas ahorrado tener que ir a buscarte. -Nayru sonrió, dejando relucir sus colmillos bajo la opacidad de la luna nueva. El elfo jamás le había dicho su apellido.
El hombre la miró entrecerrando los ojos, con desconfianza, con preguntas en la bruma gris de su mirada. Debió decidir que aquel no era el momento más idóneo, porque pidió otro tipo de respuestas.
- Lo soy. -asintió, sin abandonar su arrogancia.- Ésta es Nilian, una vieja amiga. Apenas arañaste la superficie la última vez. Necesito datos, vampiresa. Enemigos, cuanto sepas. Entrar a ciegas sería un suicidio y me gusta saber a lo que me enfrento... Cuando me es posible. -comentó, observando y analizando el lugar.
Le escuchó sin apartar los ojos de él. No le había dejado de mirar en todo este tiempo. Observaba su postura, sus gestos, sus ojos. Había algo... indefinido, como etéreo, que amenazaba con convertirse en algo más. Lo vio en la sonrisa que se le escapó en Lunargenta y lo veía ahora acechando. ¿Acabaría siendo un problema...?
-Mi nombre es Nayru, ella es Fémur. -se presentó ante la elfa morena, de figura esbelta y rasgos fieros. No es que intentase ser cortés, es que era más fácil gritar un nombre en la batalla que una palabra al azar y esperar que otros se diesen por aludidos.- Y lo que tenemos detrás es la fiesta de hoy: la Casa de los Huesos, no sé si habréis escuchado alguna vez hablar de ella. Espero que hayáis traído algo con lo que hacer señuelos, necesitamos desesperadamente que la gente en la mansión mire hacia otro lado mientras corremos campo a través.
-Muy bien, orejillas, atentos al drama. -Fémur se sentó sobre los dos cadáveres apilados y, con una rama, empezó a trazar líneas y ángulos en la tierra.- Éste es el perímetro de la casa, nosotros estamos aquí en esta entrada, y estas son las otras dos que hay. Tengo una persona dentro que está con nosotros, pero necesitamos una distracción en la puerta Sur, que es la principal de la hacienda. No llevamos mucho esperándoos así que no creo que se den cuenta de que algo va mal con éstos -cacheteó el trasero de uno de los cuerpos.- hasta más tarde. ¿Me seguís? Bien. ¿Querías enemigos? Toda la puta casa es tu enemiga. Dos plantas y un sótano en el que sólo hay cosas siniestras que no nos van a hacer nada. Los sirvientes son humanos, pero veneran a los vampiros y te van a querer trinchar. Tenemos un puñado de neófitos flojos, como cinco o seis, para las ganas de tu morena.
»El plato fuerte son los miembros del clan que están presentes ahora mismo: Costae, vampiro de sangre, es un maldito muro con piernas; Tarso, magia de voz, se le da bien sugestionar a la gente para montar orgías así que... cuidado con su control de masas; y finalmente Ulna, magia de sombras. Ésta es nuestra. Ah. Mi hermoso topo es Fíbula, la conoceréis pronto.
-La estrategia consiste en entrar, tomar a cuantos más podamos por sorpresa, reducirlos con rapidez para tener el menor número de molestias posibles cuando nos enfrentemos a los problemas de verdad. Matar o inhabilitar, me da igual, pero que no regresen a la pelea. Ah, recordar que estáis en terreno vampiro... lo que significa que no hay más luz que la ambiental. Se aceptan sugerencias. ¿Alguna pregunta? Pues pongámonos en marcha.
Fémur se puso en pie, sacudiéndose las manos con expresión satisfecha. A ella también le importaban poco los elfos pero sentía curiosidad por saber hasta dóne podían llegar con ellos. Con la estrategia definida se dirigieron al campo de batalla. Nayru sonrió, y no fue algo bonito. Demasiado amplia, demasiado fría, demasiados dientes... era el gesto del depredador nocturno que intuye en el paladar la sangre aún por derramar.
Nayru
Experto
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Re: Sobre cosas que se rompen [Privado - Nousis]
Había una evidente diferencia entre ambas féminas. Tan pocas palabras intercambiadas y el elfo no había tardado en tratar de hacerse una idea de cada una. Escrutaba cada gesto, cada entonación, cada mirada e incluso la forma de moverse. Animales salvajes que desconocía cuando podrían decidir descargar sobre él un imprevisible zarpazo. Tranquilas serpientes en la hojarasca. Casi podía sentir el zumbido de los pensamientos de Nilian, sin duda semejantes a los suyos. ¿El engendro pelirrojo seguía las órdenes de quien le vendió el objeto? Tal parecía, claro que… ¿hasta qué punto?
La cuasi física incomodidad de que la vampiresa le aventajase en conocimiento enfrió su ánimo y disposición. No acertaba a comprender quién podría haberle indicado su nombre de clan. Irritante…
Y, de cualquier forma, habían tenido a bien presentarse. Dioses. ¿Iban a pretender ser seres normales? Su vista pasó de una forma insultantemente altiva desde la criatura de cabello oscuro al animal pelirrojo. Su modo de expresarse, su nulo interés en los cadáveres que había sembrado, casi todo en ella lograba repeler al espadachín. No obstante, prestó suma atención a cuanto les fue expuesto. Ya había combatido varias veces contra seres de la noche, y pese a ello, estaba seguro de que desconocía buena parte de los trucos que se guardarían a la hora de tratar de asesinarlos. Bien diferente resultaba todo cuanto había leído a lo largo de las décadas sobre sus enemigos a la hora de enfrentarlos. Había perdido la cuenta de las veces que ambos asuntos no habían coincidido como esperaba.
-La visión de nuestra raza es mucho mejor que de humanos o brujos- manifestó Nilian con un punto de desdén. Nousis giró el rostro hacia ella, esbozando una media sonrisa.
- ¿Quieres encargarte de la distracción? - la arquera frunció los labios, evidentemente molesta, obviando a las vampiresas.
- ¿Para esto me has traído? ¿Para jugar a esconderme en el bosque? Cualquier aprendiz hubiese servido para lo mismo. Hemos venido a matar a esas bestias- recordó, sin molestarse en moderarse pese a la concurrencia. El espadachín suspiró.
- ¿A cuántos puedes abatir tú antes que yo llegue al cuerpo a cuerpo, Nilian? – su cuestión era claramente retórica, y a ella casi se le escapó una sonrisa- Incendia tus flechas y que parte de los enemigos acudan a tu posición. Nosotros entraremos…
- ¿Sólo con ellas?- su voz era casi acero. La extrema falta de confianza en una trampa, en que vendiesen al elfo para salvarse, en que lo atacasen por cualquier motivo… Nou casi pudo leerlas en el aire que había quedado entre ambos. Por algo, tras tantas décadas, continuaban siendo amigos.
-He hecho una promesa- le recordó- Dudo que los dioses quieran que mi viaje termine esta noche.
Nilian clavó sus ojos en él, aún enfadada, antes de darse la vuelta.
-Está bien. Tú ganas. Pero recuerda que no eres uno de ellos- acabó en común, antes de soltar una retahíla de improperios en élfico que hicieron a su compañero poner los ojos en blanco.
La contempló alejarse apenas unos segundos. Con calma, fue comprobando los ajustes de su armadura insonora, así como de su capa reforzada. Respiró con tranquilidad, y por su mente navegaron tanto la batalla a las afueras de Lunargenta, como los graves problemas en Urd. Pero lo que verdaderamente le erizó la piel provino de sí mismo. Ansia. Deseo. Se obligó a recordar cada uno de los peligros que tendría que enfrentar. No era un juego. Nunca lo era.
Aguzó el oído, hasta que consiguió escuchar el arco largo de Nilian, un punteado cuyo eco vibró el aire varias veces en las horas dominio de la luna. Miró a las vampiresas, y las siguió con todo el sigilo que fue capaz. Recordando las explicaciones de la pelirroja, pudo deducir que habían decidido invadir la mansión por la entrada de la cocina. Asintió internamente. En aquellas ocasiones cuyos pasos le habían llevado a asaltar algunas residencias nobiliarias, la toma de dicha estancia podía implicar el incendio de buena parte del edificio y la confusión de quienes esperaban hallarse seguros tras sus paredes. Un enemigo desorientado tenía a perder la moral. Claro que desconocía los oscuros pasadizos de la mente de esas bestias que vivían de la sangre ajena.
El tiempo fue pasando, hasta que el fuego que la elfa había introducido comenzó a lamer el interior de la estructura. Sin duda, sus asesinatos habían resultado demasiado precisos para permitir llamar la atención. En ocasiones la habilidad podía resultar contraproducente.
Numerosas voces surgieron entonces en cascada, y paso y más pasos resonaron por todas partes a los oídos del espadachín. Órdenes y gritos, y tras escuchar la apertura de dos puertas, la misma que ellos flanqueaban se abrió de golpe, saliendo por ella varios sujetos cuyas miradas indicaban distintos estados de ánimo. Nousis asintió en dirección a las vampiresas y con un fluido movimiento, desenvainó de forma que dejar el acero su vaina y segar la nuca del último que habían abandonado la mansión fue todo uno. Su mano hormigueó de excitación, y una sonrisa que sólo aparecía en tales situaciones se colgó de su rostro. Sus ojos grises perdieron por completo el interés en quienes habían traspasado previamente el dintel de la cocina. Las nocturnas se encargarían de ellos.
Espada en mano entró, constatando que varios humanos habían permanecido allí, atendiendo sus tareas pese a los esfuerzos de Nilian. Estaba seguro que había escuchado a muchos abandonar la residencia vampírica. ¿Cuántos servidores podían tener esos malditos monstruos? llegó a preguntarse. Unos segundos fueron suficiente para que los sorprendidos asistentes de los auténticos dueños de la morada constataran su clara superioridad numérica.
Cuchillos de cocina, una espada corta, puñales e incluso algún hacha de pequeño tamaño surgieron a las manos de los invadidos, y el odio del elfo creció hasta casi desbordarse. Ni siquiera deseaba comprender cuan inmersos estaban en el Mal, qué irracionalidad les había llevado a ocuparse de las necesidades de los chupasangre. Tras esquivar un primer ataque con un fluido movimiento girando su torso, su mente se amoldó a la situación. La ira envolvía cada mirada y cada decisión, pero gélida. Glacial. Sólo la rítmica pulsación de sus instintos continuaba impregnando sus pensamientos.
Habiendo reparado en primera instancia en las amenazas inmediatas, no fue hasta que apartó a uno de sus enemigos de una patada a media altura cuando pudo comprobar la estancia en toda su dimensión.
En la mesa central, dos cuerpos, desnudos, de la misma exacta forma que en cualquier otro lugar hubiesen aparecido cerdos, conejos o cabritos. La sonrisa del espadachín se volvió más pronunciada, y tras una estocada semicircular a fin de mantenerlos a raya, se llevó una mano al rostro un único instante. Su cuerpo tembló.
Culpables. Se dijo. El castigo no podía ser otro. Y por vez primera, se permitió alegrarse de haber acudido allí, a ese lugar de pesadilla.
Esquivó dos nuevos intentos, y tras un codazo en plena dentadura de uno de los humanos, que cayó hacia atrás, sajó de un golpe afortunado el antebrazo de otro oponente, que soltó su amplio cuchillo acompañado de un grito, y perdiendo todo el color del rostro, vio como los dedos del elfo tomaban su cuello como garras.
“¿Jugamos?- ronroneó su parte más oscura. No hubo respuesta. No era necesario.
Tiró al suelo al desdichado y agarrando el cuchillo del suelo, lo lanzó a otro de los cocineros, sin siquiera ver el resultado. Solo buscaba un momento. El preciso para tomar la olla que hervía al fuego y con todas las fuerzas que pudo reunir, volcó la misma encima del herido, cuyos alaridos fueron recibidos por una mirada gris que se clavó en el siguiente sirviente de aquella mansión.
Nousis Indirel
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Re: Sobre cosas que se rompen [Privado - Nousis]
Fémur se apoyó en el hombro de Nayru, observando al hombre y a la mujer con una sonrisa torcida y retorcida. Excelentes representantes de su raza, aquellos dos. Bellos, esbeltos, elegantes, hablando con gracia en su propia lengua como si ellas dos hubiesen dejado de existir. Ah, elfos.
-Míralos que lindos, ahí con su idioma de pajaritos y flores. Les daría un orgasmo si hiciéramos combustión espontánea. -bufó con sorna en un tono perfectamente audible.- Ya quisieras tú ser una de los míos, Lili, lo bien que lo íbamos a pasar. ¡Vamos, ratitas de árbol! La noche no espera a nadie.
Dio un par de palmas, poniéndose en camino después de devolverle el gesto obsceno que le hizo la elfa al partir. La morena soltó una risa corta por lo bajo, y aquel sonido tan sencillo hizo que la pelirroja se sintiera un poco mejor.
-Deja que sean un poco productivos antes de que empiecen a ir detrás de ti, Fem. Si alguien tiene que matarte seré yo.
-Mis huesos siempre han sido tuyos. -le guiñó un ojo.
Se agarraron de los antebrazos con fuerza, afianzándose la una en la otra sonriendo leves. Porque aunque Nayru estuviese enfadada y Fémur arrepentida, seguían siendo amigas, compañeras, un equipo. E iban a la guerra. Llevaban juntas el tiempo suficiente como para ser capaces de posponer peleas y rencillas, ya las retomarían después. Los muertos no pueden darse de palos.
Ignorando al elfo que repasaba su equipo con minuciosidad se inclinaron hasta que sus frentes se tocaron, murmurando, sumidas en su pequeño ritual de batalla.
-Que la noche y el silencio te sean propicios, Nayru Gwenfaer de las Sombras.
-Que la sangre derramada en la oscuridad te haga implacable, Atalante Sin Casa de las Bestias.
Al fondo, hacia el sur, empezó a asomarse un falso amanecer provocado por las llamas de un incendio. Aquella era la distracción que estaban esperando. Salía... ¿la humareda salía directamente de la casa? ¿Cómo se las había apañado la elfa...? Fémur abrazó a Nayru con brusquedad, de repente, enterrándola en su pecho sin ninguna otra intención que tenerla cerca. Ella le devolvió el abrazo.
-Recuerda que te quiero, bestezuela. ¡En marcha!
Y los tres que esperaban al amparo del bosquecillo echaron a correr con gracia veloz, trepando la verja y el muro de piedra y lanzándose campo a través. Doscientos metros jamás les parecieron tan largos. Cuando llegaron a la parte trasera de la gran mansión, la que pertenecía a la cocina, ya se escuchaba el revuelo de manera clara. Voces confundidas, alguna orden que se perdía entre la algarabía, figuras saliendo en tropel... a Nousis Indirel no le importó el escenario. Él estaba ahí por una razón muy específica que ni siquiera él conocía.
Las vampiresas dieron cuenta de los pobres desgraciados que se cruzaron en su camino, silenciándolos de manera eficaz. El punto fuerte del servicio era servir, por lo que no resultaron difíciles de disponer pese a las tristes demostraciones de resistencia. En el breve tiempo que tardaron en dar cuenta de ellos y entraron en la mansión, el elfo ya había empezado a cumplir su parte. De manera prometedora.
El olor a sangre era pesado, persistente, con fuertes tonos metálicos. Olía a carne abierta, a óxido viejo y a miedo. La cocina de la residencia era como cualquier otra cocina que uno pudiese encontrar, con sus bancadas de mármol y su chimenea y sus amplios armarios y sus grandes mesas de preparación. Sin embargo, lo que descansaba en las mesas y ocupaba la despensa eran cuerpos. Frescos, o ya drenados. Inconscientes o con los ojos abiertos y paralizados por el horror. Todas las mesas tenían una inclinación para que la sangre se derramase, deliciosa, en labradas fuentes de cristal colocadas con cuidado sobre pedestales de madera.
-Hay mucha comida... o tienen una fiesta o esperan a alguien. ¿Me has escuchado, orejitas? A lo mejor llega más gen-...
Sus palabras quedaron ahogadas por los alaridos de lo que, a juzgar por su forma, era un ser humano, pero que si uno debía guiarse por el sonido, bien podría ser un animal agonizante. Ambas se quedaron muy quietas. Ahí estaba el gesto, terrible, grandioso y terrible en su naturaleza. El elfo las miró con su gran sonrisa de sádico desatado y de repente Nayru se sintió inquieta. Por ella, por Fémur, por la misión. No le gustó la locura desquiciada que asomaba en la punta de sus perlados dientes ni en la comisura de sus ojos, pero, si podía sacarle partido...
La pelirroja también le miraba, fascinada. Igual de cauta que la morena, pero más dispuesta a abrazar las atrocidades que prometía su mirada. Sonrió a su vez con todos los dientes dejando al descubierto los colmillos, y gruñó como sólo lo hacen las bestias que encuentran un oponente interesante: con diversión y desafío.
-Si quieres luego nos damos un revolcón, orejitas, a ver quién los tiene más grandes, pero no me digas que vas a perder la cabeza ahora...
-A la mierda la discreción. -suspiró.- Démonos prisa, no quiero más invitados en mi fiesta.
Nousis apenas dejó a nadie vivo en la cocina, por lo que las vampiresas le adelantaron buscando la puerta que daba al interior de la mansión. Atraídos sin duda por el sonido se toparon con dos hombres que corrían hacia ellas con el mismo ímpetu, blandiendo... un candelabro de aspecto macizo y un sable ceremonial que probablemente lleva trescientos años sin afilarse. Duraron lo que dura un bollo dulce en un fumadero. La pelirroja se lanzó hacia delante empalando la cabeza de uno por debajo de la mandíbula con su fémur, mientras Nayru se desplegó tras ella como una sombra silente y apuñaló en el pecho al siguiente.
De repente estaban en una sala muy amplia, compartimentada por mobiliario y columnas y graciosas cortinas de gasa. El centro de la misma estaba despejado, sin duda con la intención de convertirlo en espacio de baile; apenas había gente, y los que pasaban corriendo levaban cubos en los brazos. El humo comenzaba a opacar aún más la oscuridad de la noche, el incendio debía estar cerca... podían notar la subida de temperatura y el sabor del hollín en el fondo del paladar.
-¡Fémur! ¡De dónde has salido! ¡Benditos sean tus huesos!
Un hombre altísimo se apresuró hacia ellas, sin abandonar su porte gallardo ni el enorme mandoble que portaba con una sola mano. Nayru tuvo que echar la cabeza hacia atrás para poder mirarle a los ojos. Aunque tenía el cuerpo perfecto para llevar armadura, sólido y musculado, tan sólo llevaba encima la ropa normal de cualquiera que está en su casa, un jubón, unos pantalones, unas botas. Sin duda se había apresurado a por la espada, juzgando el resto del equipo por el momento un engorro.
-¡Costae! ¡Qué cojones está pasando! ¡Había gente en la cocina que no era de la casa!
- ¡Maldición! Le dije a Tarso que no era un accidente... De la nada ha ardido uno de los balcones de la planta baja, todas las plantas y los muebles han entrado en combustión... Ni siquiera sabía que estabas aquí. ¿Por qué vienes de la cocina? ¿Y quién es esa?
-Quería darle una sorpresa a Ulna, me traje mi tributo. ¡Aleluya! -comentó señalando a Nayru con el pulgar por encima del hombro, acortando distancias con el vampiro de manera casual. Esperaba sinceramente que al elfo no le diese por aparecer ahora con un cuerpo decapitado, o que si lo hacía, supiese mantenerse oculto.
-¿Y por eso te escurres por la puerta trasera en vez de ir por la principal? -preguntó, de repente cauto, apretando la empuñadura del mandoble. Alzó ligeramente la nariz para oler el aire, buscando pistas, pero el fuego nunca fue buen amigo del olfato de los sabuesos.- Respóndeme.
-Es que, verás, Costae, -dijo, acercándose aún más al hombre mientras éste alzaba la espada con el ceño fruncido.- las sorpresas dejan de serlo si las anuncias.
A ella la envolvía la ausencia de sonido por lo que jamás nadie la escuchaba llegar. Se movió ligera y elegante y rapidísima y el único indicador de que algo había sucedido fue el desplome del vampiro con un grito demoledor que cambió de intensidad según fue dándose cuenta de lo que ocurría. Pasó del dolor a la incredulidad y luego a la furia absoluta que te da la traición, con un rugido terrible que prometía guerra.
Costae era demasiado alto para Nayru y no podía acceder a la yugular, ni a la subclavia. Sin embargo la femoral le quedaba a la altura perfecta y fue ése el punto que decidió. Hundió tan profundo su estiletto que cortó vena, tendón y hueso, y se quedó ahí la hoja, alojada en la carne del enemigo, inhabilitando su capacidad de mantenerse en pie y, por consiguiente, quitándole la oportunidad de usar su arma con eficiencia. La vampiresa sacó su segundo estiletto, atenta.
-¡FÉÉÉMMUUUUUUUURRRRR! ¡TRAICIÓÓÓÓÓN!
-¡Cuidado!
Una estaca de sangre salió despedida hacia la pelirroja, que se lanzó hacia la izquierda para evitarla. Sentado en mitad de su propio charco, mirándola con odio infinito, el vampiro caballero la persiguió con proyectiles hechos de sí mismo. Las mujeres se refugiaron tras las columnas del salón. Costae, por su parte, trató de alzarse usando el mandoble como apoyo. Muy lentamente la sangre comenzó a subir por sus piernas, cubriéndole la piel debajo de la ropa y creando una armadura. Era una técnica peligrosa, había recibido una herida fatal por la que se le escapa la fuerza... pero que también le otorgaba un acceso rápido al elemento base que manejaba. No tenía que ser seguro, sólo debía cumplir una función: ser efectivo.
-¡Dónde te has metido, elfo loco!
-Míralos que lindos, ahí con su idioma de pajaritos y flores. Les daría un orgasmo si hiciéramos combustión espontánea. -bufó con sorna en un tono perfectamente audible.- Ya quisieras tú ser una de los míos, Lili, lo bien que lo íbamos a pasar. ¡Vamos, ratitas de árbol! La noche no espera a nadie.
Dio un par de palmas, poniéndose en camino después de devolverle el gesto obsceno que le hizo la elfa al partir. La morena soltó una risa corta por lo bajo, y aquel sonido tan sencillo hizo que la pelirroja se sintiera un poco mejor.
-Deja que sean un poco productivos antes de que empiecen a ir detrás de ti, Fem. Si alguien tiene que matarte seré yo.
-Mis huesos siempre han sido tuyos. -le guiñó un ojo.
Se agarraron de los antebrazos con fuerza, afianzándose la una en la otra sonriendo leves. Porque aunque Nayru estuviese enfadada y Fémur arrepentida, seguían siendo amigas, compañeras, un equipo. E iban a la guerra. Llevaban juntas el tiempo suficiente como para ser capaces de posponer peleas y rencillas, ya las retomarían después. Los muertos no pueden darse de palos.
Ignorando al elfo que repasaba su equipo con minuciosidad se inclinaron hasta que sus frentes se tocaron, murmurando, sumidas en su pequeño ritual de batalla.
-Que la noche y el silencio te sean propicios, Nayru Gwenfaer de las Sombras.
-Que la sangre derramada en la oscuridad te haga implacable, Atalante Sin Casa de las Bestias.
Al fondo, hacia el sur, empezó a asomarse un falso amanecer provocado por las llamas de un incendio. Aquella era la distracción que estaban esperando. Salía... ¿la humareda salía directamente de la casa? ¿Cómo se las había apañado la elfa...? Fémur abrazó a Nayru con brusquedad, de repente, enterrándola en su pecho sin ninguna otra intención que tenerla cerca. Ella le devolvió el abrazo.
-Recuerda que te quiero, bestezuela. ¡En marcha!
Y los tres que esperaban al amparo del bosquecillo echaron a correr con gracia veloz, trepando la verja y el muro de piedra y lanzándose campo a través. Doscientos metros jamás les parecieron tan largos. Cuando llegaron a la parte trasera de la gran mansión, la que pertenecía a la cocina, ya se escuchaba el revuelo de manera clara. Voces confundidas, alguna orden que se perdía entre la algarabía, figuras saliendo en tropel... a Nousis Indirel no le importó el escenario. Él estaba ahí por una razón muy específica que ni siquiera él conocía.
Las vampiresas dieron cuenta de los pobres desgraciados que se cruzaron en su camino, silenciándolos de manera eficaz. El punto fuerte del servicio era servir, por lo que no resultaron difíciles de disponer pese a las tristes demostraciones de resistencia. En el breve tiempo que tardaron en dar cuenta de ellos y entraron en la mansión, el elfo ya había empezado a cumplir su parte. De manera prometedora.
El olor a sangre era pesado, persistente, con fuertes tonos metálicos. Olía a carne abierta, a óxido viejo y a miedo. La cocina de la residencia era como cualquier otra cocina que uno pudiese encontrar, con sus bancadas de mármol y su chimenea y sus amplios armarios y sus grandes mesas de preparación. Sin embargo, lo que descansaba en las mesas y ocupaba la despensa eran cuerpos. Frescos, o ya drenados. Inconscientes o con los ojos abiertos y paralizados por el horror. Todas las mesas tenían una inclinación para que la sangre se derramase, deliciosa, en labradas fuentes de cristal colocadas con cuidado sobre pedestales de madera.
-Hay mucha comida... o tienen una fiesta o esperan a alguien. ¿Me has escuchado, orejitas? A lo mejor llega más gen-...
Sus palabras quedaron ahogadas por los alaridos de lo que, a juzgar por su forma, era un ser humano, pero que si uno debía guiarse por el sonido, bien podría ser un animal agonizante. Ambas se quedaron muy quietas. Ahí estaba el gesto, terrible, grandioso y terrible en su naturaleza. El elfo las miró con su gran sonrisa de sádico desatado y de repente Nayru se sintió inquieta. Por ella, por Fémur, por la misión. No le gustó la locura desquiciada que asomaba en la punta de sus perlados dientes ni en la comisura de sus ojos, pero, si podía sacarle partido...
La pelirroja también le miraba, fascinada. Igual de cauta que la morena, pero más dispuesta a abrazar las atrocidades que prometía su mirada. Sonrió a su vez con todos los dientes dejando al descubierto los colmillos, y gruñó como sólo lo hacen las bestias que encuentran un oponente interesante: con diversión y desafío.
-Si quieres luego nos damos un revolcón, orejitas, a ver quién los tiene más grandes, pero no me digas que vas a perder la cabeza ahora...
-A la mierda la discreción. -suspiró.- Démonos prisa, no quiero más invitados en mi fiesta.
Nousis apenas dejó a nadie vivo en la cocina, por lo que las vampiresas le adelantaron buscando la puerta que daba al interior de la mansión. Atraídos sin duda por el sonido se toparon con dos hombres que corrían hacia ellas con el mismo ímpetu, blandiendo... un candelabro de aspecto macizo y un sable ceremonial que probablemente lleva trescientos años sin afilarse. Duraron lo que dura un bollo dulce en un fumadero. La pelirroja se lanzó hacia delante empalando la cabeza de uno por debajo de la mandíbula con su fémur, mientras Nayru se desplegó tras ella como una sombra silente y apuñaló en el pecho al siguiente.
De repente estaban en una sala muy amplia, compartimentada por mobiliario y columnas y graciosas cortinas de gasa. El centro de la misma estaba despejado, sin duda con la intención de convertirlo en espacio de baile; apenas había gente, y los que pasaban corriendo levaban cubos en los brazos. El humo comenzaba a opacar aún más la oscuridad de la noche, el incendio debía estar cerca... podían notar la subida de temperatura y el sabor del hollín en el fondo del paladar.
-¡Fémur! ¡De dónde has salido! ¡Benditos sean tus huesos!
Un hombre altísimo se apresuró hacia ellas, sin abandonar su porte gallardo ni el enorme mandoble que portaba con una sola mano. Nayru tuvo que echar la cabeza hacia atrás para poder mirarle a los ojos. Aunque tenía el cuerpo perfecto para llevar armadura, sólido y musculado, tan sólo llevaba encima la ropa normal de cualquiera que está en su casa, un jubón, unos pantalones, unas botas. Sin duda se había apresurado a por la espada, juzgando el resto del equipo por el momento un engorro.
-¡Costae! ¡Qué cojones está pasando! ¡Había gente en la cocina que no era de la casa!
- ¡Maldición! Le dije a Tarso que no era un accidente... De la nada ha ardido uno de los balcones de la planta baja, todas las plantas y los muebles han entrado en combustión... Ni siquiera sabía que estabas aquí. ¿Por qué vienes de la cocina? ¿Y quién es esa?
-Quería darle una sorpresa a Ulna, me traje mi tributo. ¡Aleluya! -comentó señalando a Nayru con el pulgar por encima del hombro, acortando distancias con el vampiro de manera casual. Esperaba sinceramente que al elfo no le diese por aparecer ahora con un cuerpo decapitado, o que si lo hacía, supiese mantenerse oculto.
-¿Y por eso te escurres por la puerta trasera en vez de ir por la principal? -preguntó, de repente cauto, apretando la empuñadura del mandoble. Alzó ligeramente la nariz para oler el aire, buscando pistas, pero el fuego nunca fue buen amigo del olfato de los sabuesos.- Respóndeme.
-Es que, verás, Costae, -dijo, acercándose aún más al hombre mientras éste alzaba la espada con el ceño fruncido.- las sorpresas dejan de serlo si las anuncias.
A ella la envolvía la ausencia de sonido por lo que jamás nadie la escuchaba llegar. Se movió ligera y elegante y rapidísima y el único indicador de que algo había sucedido fue el desplome del vampiro con un grito demoledor que cambió de intensidad según fue dándose cuenta de lo que ocurría. Pasó del dolor a la incredulidad y luego a la furia absoluta que te da la traición, con un rugido terrible que prometía guerra.
Costae era demasiado alto para Nayru y no podía acceder a la yugular, ni a la subclavia. Sin embargo la femoral le quedaba a la altura perfecta y fue ése el punto que decidió. Hundió tan profundo su estiletto que cortó vena, tendón y hueso, y se quedó ahí la hoja, alojada en la carne del enemigo, inhabilitando su capacidad de mantenerse en pie y, por consiguiente, quitándole la oportunidad de usar su arma con eficiencia. La vampiresa sacó su segundo estiletto, atenta.
-¡FÉÉÉMMUUUUUUUURRRRR! ¡TRAICIÓÓÓÓÓN!
-¡Cuidado!
Una estaca de sangre salió despedida hacia la pelirroja, que se lanzó hacia la izquierda para evitarla. Sentado en mitad de su propio charco, mirándola con odio infinito, el vampiro caballero la persiguió con proyectiles hechos de sí mismo. Las mujeres se refugiaron tras las columnas del salón. Costae, por su parte, trató de alzarse usando el mandoble como apoyo. Muy lentamente la sangre comenzó a subir por sus piernas, cubriéndole la piel debajo de la ropa y creando una armadura. Era una técnica peligrosa, había recibido una herida fatal por la que se le escapa la fuerza... pero que también le otorgaba un acceso rápido al elemento base que manejaba. No tenía que ser seguro, sólo debía cumplir una función: ser efectivo.
-¡Dónde te has metido, elfo loco!
Nayru
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Re: Sobre cosas que se rompen [Privado - Nousis]
Como sangre de una herida abierta, la oscuridad ató cada nervio de su cuerpo. La risa no expresada no se detenía al ver el merecido sufrimiento de los perros de los engendros de la noche. Su aceptación de las crueldades de sus amos, trabajar en ellas, facilitarlas… rápida, demasiado veloz les había dado muerte. Aún entretenido con la escoria, vio cruzar a las únicas dos vampiresas que estarían de su lado esa noche. O tal vez no….
De sus entrañas fundidas a odio, esbozó una sonrisa solo para ellas. Un recordatorio extremo de lo frágil que era su alianza. Desvaneció tal pensamiento empujando al humano restante contra la pared, agachándose ante el desgraciado intento de abrirle la cara con un cuchillo de cocina, y tomando su espada con la hoja hacia abajo, sajó el cuello. Casi se sentía como el castigo de los dioses hacia herejes y abominaciones. Murmuró sus nombres sin detenerse, en una especie de plegaria íntima, privada.
Miró alrededor, ladeando la cabeza ante el festival de muerte que había propiciado. Su rostro había adoptado de nuevo su habitual seriedad, y se pasó una mano por el cabello, serenándose a fin de envolverse en frialdad y sosiego. La batalla aún no había empezado, pronto sería auténticamente puesto a prueba. Lanzó la espada al aire y tomó la empuñadura de nuevo correctamente. Era momento de dejar de jugar. Los verdaderos demonios esperaban, se dijo, recordando las descripciones de la pelirroja, y cruzando el dintel por donde ambas habían desaparecido. Trató de dar sentido a las palabras que le habían dirigido, y le resultó imposible.
“¿Debes tranquilizarte?” se burló esa maldita voz que se enredaba a él como hiedra al árbol donde la luz apenas es capaz de alcanzar. “Rompe las cadenas, o no llegarás a ver amanecer”
El elfo apretó los dientes.
“La frialdad, la calma, ganan guerras. El ardor, la locura, deciden batallas” replicó su oscuridad, ante sus intentos de hacer prevalecer aquello que necesitaba imponerse a sí mismo.
“Vencer no es suficiente. No ahora, no hoy. Aniquilar”
Fueron las últimas palabras escuchadas como eco en su cráneo. Su olfato decidió volver a funcionar, y le alertó de la excesiva habilidad que Nilian había manifestado. La preocupación por ella también hizo de nuevo acto de presencia. Como gesto instintivo, miró hacia el punto por donde ella habría escapado hacia el bosque. Pese a la situación, y a la conciencia de la necesidad de su ayuda, un punto en él deseó que no regresase.
De pronto, como salido de la nada, se encontró con el rugido de un hombre cuyo contenido alivió sus dudas y desconfianzas por vez primera desde que había escuchado lo que la nocturna deseaba de él. Saboreó la palabra. Adoraba observar como esos engendros combatían a muerte ante sus ojos grises. Hasta que fue testigo de los poderes del enorme vampiro rubio.
Su rostro apuesto, peinado hacia atrás, de forma similar al propio Nousis, y con un vello facial ausente en el elfo, adquirió unos matices perfectamente comprensibles para el espadachín. Emanaba odio. Y el uso de su sangre, punto que le resultó asombroso y casi inverosímil, provocó en su enemigo un deseo irracional de lanzarse a la batalla. Sonrió ante las palabras de Fémur sin mirarla. Su vista permanecía clavada en el gigante herido.
-Aquí estoy, criatura- contestó, en un tono calmado, suave. Dio tres pasos en dirección al vampiro. Precisaba saber más, hasta qué punto había sido incapacitado, más además de la fuerza que no cabía error que poseía, así como las capacidades de la magia que estaba usando.
Y tomando impulso con una elegancia suma de décadas de entrenamiento y aquella inherente a su raza, dio al cuarto paso una mayor velocidad, menor que al quinto y al sexto.
Avanzó alrededor de la mole, lanzado estocadas repelidas por la sustancia vital que le recubría. El hecho de necesitar una estrategia le produjo escalofríos de placer. Era imposible vencer de frente o por la fuerza bruta.
Nada esperaba de sus… aliadas. Sí, le habían herido, y sí, estaban en el mismo lado del combate. Mas estaba seguro que el sentimiento era por entero recíproco al pensar que el resultado perfecto era la muerte de absolutamente todos lo seres de la noche que albergaba el techo de la mansión. Era inconcebible que ellas pudiesen preocuparse por su suerte, más allá de decantar la balanza de sangre hacia el lado correcto.
Tal vez fue la sorpresa o la impresión al ver como el elfo se adentraba en su radio de acción solo, sin esperar o coordinarse con Nayru y Fémur, lo que llevó al gran vampiro a centrarse en la defensa en los primeros compases del combate. Sin embargo, tanto su mortal mandoble como las esquirlas de sangre fueron obligando al espadachín a dar lo mejor de sí esquivando cada estocada, cuando una sola podía bien terminar con la vida del Indirel allí mismo. La infernal habilidad del nocturno resultaba semejante a un arquero con la capacidad de controlar sus propias saetas. Era algo extremadamente peligroso que no le permitía un solo instante de asueto. Nousis casi danzaba, fintando, arremetiendo contra lo que parecía una montaña recubierta de su misma esencia. Como lijar una colina, sus ¿avances? Resultaban imperceptibles. Parecía poder dedicar días enteros a sus golpes y no mellar en forma alguna la defensa del maldito engendro.
Buscando inutilizarle la pierna ya herida, golpeó primero un costado, protegido por la armadura de sangre, antes de voltearse y agachándose, tratar de impactar contra su auténtico objetivo.
-Buen intento. Pero insuficiente- tronó su oponente, y sabedor que el elfo habría sido capaz de esquivar su gran arma, su enorme pie alcanzó el pecho de Nou al retirarse este tras nada lograr con su arremetida. Sus ojos grises se abrieron por la impresión del golpe, que le hizo caer volteando hacia atrás, quedando con una rodilla en tierra así como la mano que empuñaba la espada. Respirando de nuevo con normalidad, intercambió una mirada con el fornido chupasangre, sólo para echarse a un lado, de nuevo evitando que los clavos de sangre perforasen su cuello.
Y sonrió.
Nousis Indirel
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Re: Sobre cosas que se rompen [Privado - Nousis]
Nayru sacó el cuchillo del pecho del neófito con un movimiento brusco que sonó a roto y viscoso. No sabía lo que estaba haciendo la elfa en el exterior, pero sabía que estaba ahí. La vio a través de los grandes ventanales que daban a los jardines, corriendo como una gacela delante, o detrás, de los que trataban de darle caza. A veces la noche se iluminaba con una luz hiriente y entonces se escuchaban los gritos de agonía.
Rebuscó entre la ropa del joven caído por más armas, pero sólo llevaba aquel triste cuchillo. Mientras tanto Fémur recorría la gran sala tratando de cercar a Costae sin demasiado éxito. Gruñó, tratando de pensar rápido una solución. Por mucho que mirara, no veía al maldito elfo por ningún lado. Esperó sinceramente que no le diese por comer la carne de sus enemigos, aquellos larguiruchos podían ser muy raros cuando querían.
-Cómo te atreves... a morder la mano que te daba de comer...
La voz del vampiro retumbaba terrible, contrastando con la fresca risa de la pelirroja oculta en algún lugar tras los velos de gasa y las columnas, a su derecha. Nayru observó un par de sombras moverse sincronizadas hacia el sonido de su compañera. Se agachó, adoptando posición de caza. Y que sólo se hubiesen topado con Costae le parecía sospechoso.
-¡Y yo que culpa tengo de que siempre haya lo mismo en el menú!
Salió corriendo medio agachada, tratando de reducir lo máximo posible su ya de por sí menuda figura. Los pilló de espaldas, desprevenidos por estar centrados en el rojo reflejo de Fémur bailando peligrosamente al son de la sangre solidificada. Al primero le clavó entre las costillas el cuchillo que acababa de adquirir; al segundo se le lanzó a la garganta. La gente no solía prestar atención a la boca de los vampiros, se distraían con cualquier otra habilidad presente sin tener en cuenta que, al final, seguían siendo animales de presa cuya arma más fiable era la mandíbula. Y como tales, una vez encontraban algo que morder, la presión ejercida causaba estragos en la carne y los huesos.
El segundo neófito no murió de inmediato, se quedó gorgoteando en el suelo con un agujero del tamaño de un puño pequeño en el cuello.
-Y encima te traes ésto a tu ridículo berrinche. -jadeó apoyándose en la espada; círculos negros empezaban a formarse bajo sus ojos. Señaló a la morena con desprecio.- Se acabó. Ulna ya nos advirtió de tu fracaso. Y ya sabes que ella no tolera los fracasos.
Cerca. Peligrosamente cerca. Sin darse cuenta se encontraba a apenas unos metros de Costae y Fémur, que abrió los ojos con horror al ver cómo se formaba una nueva lanza que salió disparada hacia Nayru. Ambas se pusieron en movimiento de inmediato, como resortes de metal bien engrasados. La morena se agachó arrojándose hacia la derecha en un intento de esquivar el ataque, tumbándose en el suelo para verla pasar por encima de ella.
De haber sido una lanza normal la técnica hubiera bastado. Pero no se trataba de un asta de madera con una punta de acero. Por unos instantes el arma pareció pasar de largo... hasta que de repente dobló la punta y apuñaló hacia abajo.
Fémur quiso aprovechar la concentración momentánea del hombre para saltar hacia él, con una ira angustiada tras los colmillos cerrados, pero en ese momento apareció el elfo. Ni siquiera se paró a pensar que Nousis podría necesitar ayuda, salió disparada hacia la columna tras la que su compañera se había refugiado. La encontró usando la camisa de un difunto como venda improvisada. Era increíble la fuente de recursos en la que se convertían los muertos.
-¡¿Estás bien?! -susurró muy fuerte agarrándola por los hombros.- ¿¡Nay!?
-Corte limpio en la cadera, casi superficial. No te preocupes, no es nada que no haya soportado antes.
La pelirroja suspiró con alivio y las dos se asomaron al escuchar el choque de armas. El elfo loco bailaba su danza de criatura sádica alrededor de Costae, tratando de penetrar la armadura de sangre. El vampiro volvió a acometer contra el joven.
-Fem escúchame, algo está pasando. Había un montón de gente en la casa, la amiga de Nousis se ha encargado de unos cuantos fuera y nosotros de la cocina, pero dentro... -dijo, terminando de atar la venda improvisada; escocía como mil demonios.- es como si se hubiesen esfumado. Como si sólo quedasen los rezagados...
-Tienes razón. -contempló los alrededores, tranquilos a excepción de la pelea cercana.- Ya ni siquiera escucho gritos en los jardines. Y Fíbula no ha aparecido...
-¿No te habrá...?
-¿Traicionado? Oh no. Ella tenía sus propios motivos. Pero antes de nada hay que hacer algo con él.
Fémur se puso en pie la primera. Salió corriendo con su arma dual transformada en cimitarra de hueso. Tanto ella como Nousis eran un espectáculo digno de los mejores bardos. Sin chocarse entre sí, sin mirarse siquiera ni dirigirse un gesto o una palabra, consiguieron durante unos instantes sincronizar sus ataques. El vampiro caballero le dio un puñetazo terrible a la mujer que el elfo aprovechó para conseguir herirle con unas estocadas certeras. Costae tenía una armadura de sangre con la resistencia del acero, pero no le cubría todo el cuerpo. No podía, porque se estaba muriendo desangrado y cada vez se sentía más cansado.
La morena seguía todos y cada uno de los movimientos de la pelea. Buscando. Descifrando los patrones de movimiento. A diferencia de Fémur, sólida y fuerte, ella era otro tipo de combatiente, uno que confiaba en la rapidez y se apoyaba en la derrota absoluta del punto crítico. Miró, y miró, y miró. Y al vampiro le cortaron una mano. Y al elfo le dieron un puñetazo. Y a la pelirroja le abrieron el muslo.
Y entonces el caballero dejó desprotegida una abertura tratando de evitar el frenesí de un frente unido. Y Nayru lanzó su segundo estiletto directo a la base de la nuca.
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La vampiresa, con las manos tras la espalda y de cara a la ventana, terminó de escuchar el reporte de daños y bajas y despachó con un movimiento de cabeza al humano. Al parecer la elfa salvaje que se paseaba por sus jardines había dado cuenta de Ilion, uno de los miembros más jóvenes del Clan. Y aunque habían retirado a todo el personal que encontraron, la cosa no pintaba bien.
-¿Ves como no es para tanto? -comentó la pelirroja recostándose de nuevo en el butacón, relajada.- Nada que no podamos arreglar yendo al pueblo y recogiendo un puñado de humanos para el servicio. Suspender la fiesta es lo peor que puedes hacer.
-Nos están atacando, querida. No sé qué fiesta quieres dar.
-Fíbula, a tu hermosa cabeza se le da mejor llevar sombreros. ¿Qué haces aún aquí que no estás con Tarso?
Ambas mujeres se miraron fijamente unos segundos hasta que Fíbula se levantó con elegancia y una graciosa mueca como si estuviese oliendo algo muy desagradable. La pelirroja sonrió triunfal en gesto pueril. La puerta de la sala se abrió de golpe para dar paso a un Tarso bastante agitado, con el abrigo de pieles a medio caer de los hombros.
-¿No vamos a ayudar a Costae? Fibs... ¿Fibs a dónde vas?
-Déjala que llore. Costae es fuerte, y si la palma es que no lo era tanto y entonces no merece la pena que le ayudemos.
Tarso se giró lentamente, con todo el desprecio que fue capaz de reunir, para mirar por encima del hombro a Carpo.
-¿Y quién te ha hecho a ti reina del castillo que de repente decides por nosotros?
-Es lo mejor que podemos hacer, piénsalo. -sonrió con la seguridad de quien se sabe en posesión de la verdad.- Sea quien sea lo mantendrá ocupado hasta que tú reúnas-...
-Ah, y ahora me estás usando a mí como la siguiente pieza. -comentó muy suave, entrecerrando los ojos.- La audacia.
-¿Por qué te crees que sigues aquí, cielo?
-Silencio. -dijo Ulna sin moverse lo más mínimo.
-No te enfades, Ulna, esto no es más que un incidente menor. -dijo Carpo, y sus palabras nacieron cargadas de cierta pesadez, sutil, envolvente, peligrosa. Conductora. Se levantó del butacón para acercarse a ella, abrazando su cintura.
Por toda respuesta la vampiresa la agarró por el pelo de la nuca, la hermosa cascada de fuego sacudiéndose en el forcejeo por mantener la cabeza en una posición que no doliese. La Madre del Clan de los Huesos se inclinó hacia la mujer hasta que sus pestañas casi se tocaron.
-¿Sabes qué es lo que me ha susurrado al oído el sirviente, Carpo? ¿Sabes quién está abajo matando a Costae? Tu hermana, una de los mejores soldados que he tenido. Y aquí sigues, sentada en mi butaca, bebiendo mi sangre, mandando a mis Hijos, escupiendo sandeces en vez de enfrentarte a la deuda de tus colmillos.
-Imposible. -boqueó Carpo, los ojos muy abiertos.- Imposible. Ella no te atacaría, Fémur no. ¡Estando yo aquí, no! ¡Me es fiel, jamás me traicionaría y a ti tampoco! ¡Tenéis un trato, ella lo respetaría! ¡Me es fiel!
La sonrisa de Ulna fue terrible porque no fue una sonrisa, sino una mueca llena de las cosas oscuras que la noche destierra de sí misma. La soltó con brusquedad, sin mirarla.
-Prepárate, Tarso. Utiliza a los neófitos y a todo el personal que necesites. Busca a Fíbula, te ayudará. Cercioraros del destino de vuestro Hermano.
-A la orden, Madre.
Carpo los miró, incrédula, asimilando la información que acababa de recibir. Le daba igual todo lo que respirase bajo las estrellas y la luna, sólo tenía pensamientos para una cosa. ¿Cómo? ¿Cómo se atrevía su hermana a traicionarla, a darle la espalda? ¿Por qué...? Apretó los puños hasta que los nudillos se volvieron blancos, toda ella lívida de furia. Tenía... tenía que solucionarlo. Debía recuperar a su gemela. Con ella de nuevo a su lado...
-Ulna, si me dejas...
-He dicho que guardes silencio. Eres tan ingenua, Carpo. ¿Sigues creyendo que ignoro lo que tratabas de conseguir? Vamos, pequeña. Tus avances han llegado hasta donde yo te he permitido, ni un centímetro más, ni un centímetro menos. Ha sido divertido, no te lo voy a negar, pero ahora te portarás bien y te sentarás en silencio conmigo, a esperar las consecuencias de tus actos.
La pelirroja se apoyó en la pared y se dejó escurrir lentamente al suelo, mordiéndose los labios hasta hacerlos sangrar. Sus ojos, del mismo tono exacto de ámbar que los de Fémur, brillaban enfebrecidos.
Rebuscó entre la ropa del joven caído por más armas, pero sólo llevaba aquel triste cuchillo. Mientras tanto Fémur recorría la gran sala tratando de cercar a Costae sin demasiado éxito. Gruñó, tratando de pensar rápido una solución. Por mucho que mirara, no veía al maldito elfo por ningún lado. Esperó sinceramente que no le diese por comer la carne de sus enemigos, aquellos larguiruchos podían ser muy raros cuando querían.
-Cómo te atreves... a morder la mano que te daba de comer...
La voz del vampiro retumbaba terrible, contrastando con la fresca risa de la pelirroja oculta en algún lugar tras los velos de gasa y las columnas, a su derecha. Nayru observó un par de sombras moverse sincronizadas hacia el sonido de su compañera. Se agachó, adoptando posición de caza. Y que sólo se hubiesen topado con Costae le parecía sospechoso.
-¡Y yo que culpa tengo de que siempre haya lo mismo en el menú!
Salió corriendo medio agachada, tratando de reducir lo máximo posible su ya de por sí menuda figura. Los pilló de espaldas, desprevenidos por estar centrados en el rojo reflejo de Fémur bailando peligrosamente al son de la sangre solidificada. Al primero le clavó entre las costillas el cuchillo que acababa de adquirir; al segundo se le lanzó a la garganta. La gente no solía prestar atención a la boca de los vampiros, se distraían con cualquier otra habilidad presente sin tener en cuenta que, al final, seguían siendo animales de presa cuya arma más fiable era la mandíbula. Y como tales, una vez encontraban algo que morder, la presión ejercida causaba estragos en la carne y los huesos.
El segundo neófito no murió de inmediato, se quedó gorgoteando en el suelo con un agujero del tamaño de un puño pequeño en el cuello.
-Y encima te traes ésto a tu ridículo berrinche. -jadeó apoyándose en la espada; círculos negros empezaban a formarse bajo sus ojos. Señaló a la morena con desprecio.- Se acabó. Ulna ya nos advirtió de tu fracaso. Y ya sabes que ella no tolera los fracasos.
Cerca. Peligrosamente cerca. Sin darse cuenta se encontraba a apenas unos metros de Costae y Fémur, que abrió los ojos con horror al ver cómo se formaba una nueva lanza que salió disparada hacia Nayru. Ambas se pusieron en movimiento de inmediato, como resortes de metal bien engrasados. La morena se agachó arrojándose hacia la derecha en un intento de esquivar el ataque, tumbándose en el suelo para verla pasar por encima de ella.
De haber sido una lanza normal la técnica hubiera bastado. Pero no se trataba de un asta de madera con una punta de acero. Por unos instantes el arma pareció pasar de largo... hasta que de repente dobló la punta y apuñaló hacia abajo.
Fémur quiso aprovechar la concentración momentánea del hombre para saltar hacia él, con una ira angustiada tras los colmillos cerrados, pero en ese momento apareció el elfo. Ni siquiera se paró a pensar que Nousis podría necesitar ayuda, salió disparada hacia la columna tras la que su compañera se había refugiado. La encontró usando la camisa de un difunto como venda improvisada. Era increíble la fuente de recursos en la que se convertían los muertos.
-¡¿Estás bien?! -susurró muy fuerte agarrándola por los hombros.- ¿¡Nay!?
-Corte limpio en la cadera, casi superficial. No te preocupes, no es nada que no haya soportado antes.
La pelirroja suspiró con alivio y las dos se asomaron al escuchar el choque de armas. El elfo loco bailaba su danza de criatura sádica alrededor de Costae, tratando de penetrar la armadura de sangre. El vampiro volvió a acometer contra el joven.
-Fem escúchame, algo está pasando. Había un montón de gente en la casa, la amiga de Nousis se ha encargado de unos cuantos fuera y nosotros de la cocina, pero dentro... -dijo, terminando de atar la venda improvisada; escocía como mil demonios.- es como si se hubiesen esfumado. Como si sólo quedasen los rezagados...
-Tienes razón. -contempló los alrededores, tranquilos a excepción de la pelea cercana.- Ya ni siquiera escucho gritos en los jardines. Y Fíbula no ha aparecido...
-¿No te habrá...?
-¿Traicionado? Oh no. Ella tenía sus propios motivos. Pero antes de nada hay que hacer algo con él.
Fémur se puso en pie la primera. Salió corriendo con su arma dual transformada en cimitarra de hueso. Tanto ella como Nousis eran un espectáculo digno de los mejores bardos. Sin chocarse entre sí, sin mirarse siquiera ni dirigirse un gesto o una palabra, consiguieron durante unos instantes sincronizar sus ataques. El vampiro caballero le dio un puñetazo terrible a la mujer que el elfo aprovechó para conseguir herirle con unas estocadas certeras. Costae tenía una armadura de sangre con la resistencia del acero, pero no le cubría todo el cuerpo. No podía, porque se estaba muriendo desangrado y cada vez se sentía más cansado.
La morena seguía todos y cada uno de los movimientos de la pelea. Buscando. Descifrando los patrones de movimiento. A diferencia de Fémur, sólida y fuerte, ella era otro tipo de combatiente, uno que confiaba en la rapidez y se apoyaba en la derrota absoluta del punto crítico. Miró, y miró, y miró. Y al vampiro le cortaron una mano. Y al elfo le dieron un puñetazo. Y a la pelirroja le abrieron el muslo.
Y entonces el caballero dejó desprotegida una abertura tratando de evitar el frenesí de un frente unido. Y Nayru lanzó su segundo estiletto directo a la base de la nuca.
La vampiresa, con las manos tras la espalda y de cara a la ventana, terminó de escuchar el reporte de daños y bajas y despachó con un movimiento de cabeza al humano. Al parecer la elfa salvaje que se paseaba por sus jardines había dado cuenta de Ilion, uno de los miembros más jóvenes del Clan. Y aunque habían retirado a todo el personal que encontraron, la cosa no pintaba bien.
-¿Ves como no es para tanto? -comentó la pelirroja recostándose de nuevo en el butacón, relajada.- Nada que no podamos arreglar yendo al pueblo y recogiendo un puñado de humanos para el servicio. Suspender la fiesta es lo peor que puedes hacer.
-Nos están atacando, querida. No sé qué fiesta quieres dar.
-Fíbula, a tu hermosa cabeza se le da mejor llevar sombreros. ¿Qué haces aún aquí que no estás con Tarso?
Ambas mujeres se miraron fijamente unos segundos hasta que Fíbula se levantó con elegancia y una graciosa mueca como si estuviese oliendo algo muy desagradable. La pelirroja sonrió triunfal en gesto pueril. La puerta de la sala se abrió de golpe para dar paso a un Tarso bastante agitado, con el abrigo de pieles a medio caer de los hombros.
-¿No vamos a ayudar a Costae? Fibs... ¿Fibs a dónde vas?
-Déjala que llore. Costae es fuerte, y si la palma es que no lo era tanto y entonces no merece la pena que le ayudemos.
Tarso se giró lentamente, con todo el desprecio que fue capaz de reunir, para mirar por encima del hombro a Carpo.
-¿Y quién te ha hecho a ti reina del castillo que de repente decides por nosotros?
-Es lo mejor que podemos hacer, piénsalo. -sonrió con la seguridad de quien se sabe en posesión de la verdad.- Sea quien sea lo mantendrá ocupado hasta que tú reúnas-...
-Ah, y ahora me estás usando a mí como la siguiente pieza. -comentó muy suave, entrecerrando los ojos.- La audacia.
-¿Por qué te crees que sigues aquí, cielo?
-Silencio. -dijo Ulna sin moverse lo más mínimo.
-No te enfades, Ulna, esto no es más que un incidente menor. -dijo Carpo, y sus palabras nacieron cargadas de cierta pesadez, sutil, envolvente, peligrosa. Conductora. Se levantó del butacón para acercarse a ella, abrazando su cintura.
Por toda respuesta la vampiresa la agarró por el pelo de la nuca, la hermosa cascada de fuego sacudiéndose en el forcejeo por mantener la cabeza en una posición que no doliese. La Madre del Clan de los Huesos se inclinó hacia la mujer hasta que sus pestañas casi se tocaron.
-¿Sabes qué es lo que me ha susurrado al oído el sirviente, Carpo? ¿Sabes quién está abajo matando a Costae? Tu hermana, una de los mejores soldados que he tenido. Y aquí sigues, sentada en mi butaca, bebiendo mi sangre, mandando a mis Hijos, escupiendo sandeces en vez de enfrentarte a la deuda de tus colmillos.
-Imposible. -boqueó Carpo, los ojos muy abiertos.- Imposible. Ella no te atacaría, Fémur no. ¡Estando yo aquí, no! ¡Me es fiel, jamás me traicionaría y a ti tampoco! ¡Tenéis un trato, ella lo respetaría! ¡Me es fiel!
La sonrisa de Ulna fue terrible porque no fue una sonrisa, sino una mueca llena de las cosas oscuras que la noche destierra de sí misma. La soltó con brusquedad, sin mirarla.
-Prepárate, Tarso. Utiliza a los neófitos y a todo el personal que necesites. Busca a Fíbula, te ayudará. Cercioraros del destino de vuestro Hermano.
-A la orden, Madre.
Carpo los miró, incrédula, asimilando la información que acababa de recibir. Le daba igual todo lo que respirase bajo las estrellas y la luna, sólo tenía pensamientos para una cosa. ¿Cómo? ¿Cómo se atrevía su hermana a traicionarla, a darle la espalda? ¿Por qué...? Apretó los puños hasta que los nudillos se volvieron blancos, toda ella lívida de furia. Tenía... tenía que solucionarlo. Debía recuperar a su gemela. Con ella de nuevo a su lado...
-Ulna, si me dejas...
-He dicho que guardes silencio. Eres tan ingenua, Carpo. ¿Sigues creyendo que ignoro lo que tratabas de conseguir? Vamos, pequeña. Tus avances han llegado hasta donde yo te he permitido, ni un centímetro más, ni un centímetro menos. Ha sido divertido, no te lo voy a negar, pero ahora te portarás bien y te sentarás en silencio conmigo, a esperar las consecuencias de tus actos.
La pelirroja se apoyó en la pared y se dejó escurrir lentamente al suelo, mordiéndose los labios hasta hacerlos sangrar. Sus ojos, del mismo tono exacto de ámbar que los de Fémur, brillaban enfebrecidos.
Nayru
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Re: Sobre cosas que se rompen [Privado - Nousis]
Sí, aún centrada en lo que se le había encomendado, persistía en ella la sensación de haber cometido un error. El plan era lógico, y versada como estaba en estrategias y en la formación de las nuevas generaciones de los suyos, comprendía lo vital de su parte en todo ello. Pero le había permitido ir solo.
La fluidez con la que tomaba las flechas, tensaba su arco largo, y acertaba en los sirvientes de los demonios de la noche no le suponía esfuerzo, ni ocupaba sus pensamientos, encauzados todos ellos hacia un profundo lago de preocupación por su viejo amigo. Conocía sus fortalezas y debilidades. La mayor parte de sus expresiones. E incluso a pesar de sus continuos viajes en los últimos seis años, aún podía vislumbrar bajo las intrincadas capas que componían su personalidad las convicciones que no habían mutado desde que juntos, asistieron a las lecciones de Tirinlae setenta y cinco años atrás.
Un oponente más cayó, con el pecho atravesado, mientras ella continuaba veloz hacia la linde del bosque. Con habilidad, trepó a uno de los primeros árboles, exhibiendo una elasticidad fuera del alcance de buena parte de su propia raza. Tomó una nueva saeta, casi acariciando su parte posterior con los labios, distraída momentáneamente, antes de volver a colocarla en posición de caza.
Haberla traído a un lugar donde no estaba seguro de vencer, donde no era él quien dominaba por entero la situación, implicaba no sólo preocupación en Nousis. También la firme creencia que ella podía ser quien decantase la balanza llegado el momento. No era el espadachín alguien que mostrase sus cartas en la primera mano, menos aún enfrente de dos criaturas malditas. Sin embargo, basada en la experiencia, sí estaba segura de que habría pensado más de una decena de resoluciones a probables inconvenientes. Era irritante que llegase a pensar a tan largo plazo, especialmente cuando confiaba que alguien a quien no había explicado tales ideas hacía lo que había esperado. Y difícil olvidar su sonrisa de arrogancia cuando las cosas salían bien.
Acercó su pulgar al ojo, y soltó la cuerda con un sonido casi musical. No había la distancia suficiente como para que un tiro en la garganta pudiese calificarse de complejo. El infeliz se agarró el cuello, antes de caer al suelo, borbotando sangre por el orificio abierto y por la boca. No tardó en dejar de respirar.
El problema, retornó su mente hacia su amigo, o más bien los problemas, radicaban en esas debilidades que también conocía. Su capacidad para perder el control, que ella sólo había visto tres veces en su vida, y rompía con estrépito toda su frialdad y analítica. Y su objetivo. El mismo que le había forzado a aquel acuerdo con una nocturna, y por el que sus vidas estaban en un peligro del que no estaba segura haber calibrado con exactitud.
Esperó unos minutos, frunciendo el ceño ante la evidencia de que nadie más saldría para continuar su persecución. Las llamas trabajaban con denuedo, pues había apuntado cuidadosamente a aquellos objetivos que esperaba más inflamables. Mas su corazón continuaba inquieto, y saltó con gracia desde la gruesa rama que le había servido como promontorio de caza. ¿Habría ido todo bien?
La elfa se mordió el lado inferior, decidiendo su siguiente movimiento.
[…]
El gran vampiro yacía muerto, a los pies de los tres que habían contribuido a ello. Nousis lo contempló un instante, dividido entre el asco y el regocijo. Esa misma sangre que ahora cubría parte del suelo, había estado a punto de matarle en varias ocasiones. Ahora no era más que basura.
De éste, sus ojos grises se movieron hacia la pelirroja, la misma que había luchado junto a él. El rostro del elfo no exhibió nada semejante al agradecimiento. Tan sólo la miraba, buscando recordar cada uno de sus pasos en el combate, cada equilibrado ataque y rápido movimiento. Esa criatura no debía ser subestimada llegado el momento. En absoluto había llegado a pensar que no podrían llegar a volverse contra él. Y ello le llevó a la última de los presentes, la vampiresa del cabello oscuro, la más menuda de los invasores. Había sabido escoger el momento, y la acción hablaba a las claras de la evidente compenetración entre ambas. Tras ellas, subió las escaleras, limpiando su espada en los restos del derrotado. Si una resultaba una clara complicación, ambas podrían resultar un auténtico problema. Sombrío, sus párpados se entrecerraron, cerrando la marcha.
Y todo reventó.
Nunca supo cuántos, ni fue capaz de procesar más allá de abrirse paso entre la maraña de aceros que buscaron impedirles el acceso al piso superior. Por reacción natural, miró hacia abajo, y se permitió una sonrisa a pesar del momento. De haberles rodeado en esas escaleras, sus cadáveres habrían alfombrado los escalones.
Las vampiresas luchaban con denuedo, pero la espada del hijo de Sandorai casi gritaba, anhelante. Esquivó una defensa de Fémur para tomar la vanguardia y colocarse frente a dos de los sirvientes, entrechocando su fino acero con las armas de sus enemigos. No eran ya mozos de cocina con herramientas improvisadas, estos humanos no estaban alterados por el pánico y conocían bien a qué habían ido hasta aquella estancia.
La espada corta de uno de ellos resbaló de forma casi indolente por el filo del elfo, arrancando un sonido casi melódico. Sólo los ojos del rival se espantaron cuando comprendió que no había forma alguna de impedir que esa hoja alcanzase su rostro, y sajado, cayó, dejando un hueco en la línea, que Nou aprovechó, saltando tras pisar al moribundo.
No fue un acto suicida, ni siquiera irreflexivo. Precisaba una mayor claridad del campo de batalla, y paseó su mirada en dos segundos por la sala, al tiempo que las vampiresas se enfrentaban a una resistencia menor, pues parte de la escuadra enemiga parecía haber entendido el peligro de alguien infiltrado en sus filas.
Dos figuras. Sólo dos de la veintena que abigarraban el lugar, llamaron poderosamente su atención. Su calma, su vestimenta, su aparente orgullo. El espadachín no tuvo dudas. Allí estaban sus auténticos oponentes. Protegidos por una columna de seis seguidores. La voz del hombre llegó hasta él, diáfana, como si hubiese hablado a su mismo lado. Y todos ellos se abalanzaron sobre él exactamente al mismo tiempo. El único consuelo radicaba en que si no le habían atacado por la espalda, Fémur y Nayru continuaban con la atención de la mitad del ganado de los vampiros.
Cabello y capa ondeaban sin descanso con las continuas evasiones que el Indirel fue forzado a realizar. Lanzas y espadas. Hachas y mazas. La muerte estaba repartiendo las cartas del juego y sin deseo de levantar las suyas, sonreía solo para él, quien descartaba y robaba, con la esperanza de ser capaz de no perder. Se estaba jugando todo cuanto era.
Fue entonces que la ventana se rompió en un estallido de sonido, mas los humanos no le prestaron la más mínima atención, enfrascados en terminar con los temerarios atacantes. Fue la visión en el alféizar la que hizo que Nousis valorase que continuaban con una posibilidad de invertir las tornas. Pero Nilian no disparó, no al momento. Su amigo estaba demasiado ocupado procurando devolver los golpes que le era posible como para saber qué demonios estaba haciendo. Fue una luz centelleante que pasó cruzando la sala y se clavó cerca de los dos vampiros lo que le hizo comprender. Aún con su capacidad, estaba en desventaja. Ese punto luminoso le hizo apreciar la suntuosidad del salón, capaz de rivalizar con casa aristocráticas de renombre. Y al mismo tiempo, vio ira en la faz del vampiro de mayor envergadura. Su acompañante, por el contrario, no pareció impresionada en modo alguno. Su rostro ovalado y aquellos ojos sólo le inspiraban peligro.
Con una saeta a la espalda, uno más cayó. Y el elfo notó como, tras hurtar una pierna al lanzazo de uno de ellos, y detener con su propia espada una ajena, la hoja de un hacha llegó a abrirle una herida superficial en la frente. La sangre manó hacia la mejilla izquierda, y girando sobre sí mismo, tomó dicha arma con su mano libre, asestando un codazo en la boca de su agresor, y al soltarla éste, la lanzó contra el vampiro, quien la esquivó con un solo paso a un lado.
Extrañamente, ambos se sonrieron durante un brevísimo momento.
Hasta que el engendro señaló a Nilian, quien estaba dispuesta a atravesarlo con una nueva flecha.
-Mátalas- ordenó, señalando tras su única palabra a Nayru y Fémur. Y para horror de aquel que conocía desde hacía ochenta años, su punta de acero fue trasladándose hasta fijarlas como objetivo.
Nousis Indirel
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Re: Sobre cosas que se rompen [Privado - Nousis]
Junto al elfo ambas mujeres contemplaron al enemigo derrotado. Ninguno dijo nada, conservando ese silencio extraño, ominoso, que acompaña siempre a la respiración acelerada y la sangre muerta.
-¿Todo bien, Fem? -preguntó; recibió un encogimiento de hombros por toda respuesta.
Aquel noble convertido en vampiro jamás fue su amigo, pero sí su compañero de batalla y gran maestro en asuntos de guerra. Que a menudo discutiesen por no compartir el mismo punto de vista no quería decir que no se respetasen mutuamente. La pelirroja volvió en si cuando escuchó el suave pop de un corcho. Nayru había destapado un tarrito de cristal que le tendió: solución curativa. Se bebió la mitad y le tendió la otra a su compañera, que remató el botecillo de un golpe.
Mientras su compañera recogía el arma de hueso del suelo, la morena se inclinó para inspeccionar el cadáver, buscando algo que le fuese útil a la vez que recuperaba sus estilettos. El de la pierna quedó mellado cuando consiguió arrancarlo, pero a cambio obtuvo un cuchillo de buen tamaño que le resultó manejable. De vez en cuando levantaba la vista para vigilar al elfo, al que pillaba ojeándolas con la misma cautela que ella estaba adquiriendo respecto a su persona. Estaba resultando demasiado competente... suspiró por lo bajo. Lo último que quería era un puñal por la espalda de un elfo supremacista extremista, así que tendría que vigilarlo. Porque no tenía suficientes cosas en el plato ya.
De momento iba a sacarle ventaja al hecho de que pudiesen trabajar en equipo sin necesidad de muchas palabras.
-¡Oh Fémur! ¡Oh querida, dime que estás bien!
La vampiresa morena se puso en guardia de inmediato y casi acuchilla a una mujer castaña. Ésta se acercó a ellos con las palmas de las manos alzadas en son de paz. Que no estuviese hablando en voz alta hizo que Nayru sospechase hasta de su propia sombra inexistente en la noche cerrada. Tanto el elfo como ella se pusieron en guardia, atentos; no quedaba nadie en el piso de abajo... tan sólo ellos y la suave brisa que a veces movía las cortinas de gasa.
-¡Fibs! ¿Dónde cojones has estado? -exclamó por lo bajo, abrazando con fuerza a Fíbula.- Tranquilos, es mi pequeño topo.
-Por Habak... Costae... Mi pobre muchacho...
-Era él o nosotros, no tuvimos alternativa.
-No era un hombre que las diese. -suspiró.- [color:d7c0=#SpringGreen]Obstinada criatura, tendrá que aguantarse con haber muerto en batalla.
Fíbula era una mujer de mirada penetrante y desafiante que contrastaba con su voz suave y una sonrisa amable. Llevaba con estilo un hermoso vestido de noche de color aguamarina para nada adecuado para la batalla, y toda ella se movía con suma elegancia. Tenía ese toque de desidia de los que están hartos del mundo pero aún así se sientan a verlo ocurrir.
-Las cosas se están poniendo muy serias, Fémur. Madre está en el piso de arriba y Tarso está con ella, no tardarán en ponerse en marcha. Os daré cobertura con mi sombra y... espera, ¿eso es un elfo? -preguntó, enseñando los dientes en una mueca hostil.- No negaré que será casi poético si consigue sobrevivir a lo que quede de noche...
-Nay se lo encontró por ahí y decidió que le quería invitar a la fiesta. Es que le gustan las mascotas exóticas.
-No cabrees al elfo psicópata antes de tiempo, Fem...
-¿Nay? -la mujer se dio la vuelta graciosamente buscando a la dueña del nombre. La aludida alzó una ceja a modo de saludo.- Oh. Qué pequeñita es. Tu tributo, ¿no? Pero qué hago charloteando... Fémur, hay algo muy importante que debes saber. Ven. Es necesario que sea antes de continuar.
Agarró a la pelirroja de la mano y los condujo a todos detrás de una columna particularmente gruesa, casi a los pies de la escalera que se curvaba hacia el piso superior. Era una posición ventajosa que los protegía y a la vez les permitía vigilar el camino de su próximo paso en la invasión. Y sobre todo conveniente, porque podían escuchar el murmullo de gente moviéndose y tratando de ser silenciosa; arriba se estaban preparando.
-¿Qué necesita un retraso así, Fibs? Estamos perdiendo un tiempo precioso, deberíamos atacar ahora que se están organizan-...
-Carpo está con Ulna.
-¿Qué? Claro que está con Ulna, no digas estupideces. ¿Dónde quieres que esté? No es como si se pudiese mover o algo, ya tenemos pensado ir a por ella...
-Fémur. Carpo está con Ulna.
La mujer castaña miraba con intensidad a la pelirroja, sin soltarle las manos. El elfo hacía todo lo posible por ignorarlas, escudriñando cual halcón todo el escenario. Nayru por su parte las miraba a las dos con los ojos muy abiertos, atando cabos más deprisa que su compañera.
-No entiendo lo que... está dormida. Lleva dormida años. La transformación le hizo algo, por eso...
-Fingía, Fémur. Todo este tiempo.
-Pero... yo la... No te creo. ¿Y todas las veces que la visité?
-Fingía.
-Imposible. No te creo. No tiene sentido lo que estás diciendo. -de repente agarró a su vieja amiga por los hombros, con fiereza.- ¿Ulna te ha descubierto? ¿Te ha amenazado? ¿Eh? ¿Por eso me vienes con esta mierda, para que se me meta en la cabeza y me distraiga? ¿Me vas a traicionar ahora? ¡Contéstame! ¡Fíbula!
-¡No soy yo la que te está traicionando! ¡Tu hermana está despierta y nunca le ha importado mentirte!
-¡No! ¡Mentira! ¡Mentirosa, ella no haría algo así! ¡A mí no!
Nayru saltó hacia delante evitando que Fémur abofetease a la mujer, abrazándose a su torso y entorpeciendo el movimiento. Para tratar de ofrecerle apoyo, sin duda, pero también para interrumpir el tono alterado de su voz, cada vez más alto y acelerado. Forcejear no sirvió de mucho.
¿Cómo...? ¿Por qué...? No era posible. La mente de Fémur daba vueltas, vertiginosa, repasando todos los momentos, todas las visitas, buscando las pistas que se le hubiesen escapado, cualquier resquicio, por mínimo que fuera. Ulna lo corroboró, que la transformación había inducido un coma en Carpo, que a veces pasaba, que ella había documentado un par de casos. No era común, o te convertías o te morías, pero a veces... a veces...
Apretó los puños. No. Su hermana podía ser cruel a veces, bien lo sabía, pero nunca tanto y no con ella. Siempre habían estado juntas, desde que nacieron en mitad del campo hasta que murieron entre el fuego y la sangre, unidad inseparable, universo particular. Así eran los gemelos, unidos por un lazo que al resto del mundo le resultaba ajeno, extraño, pero que para ellas dos era lo único sólido a lo que podían agarrarse. Todos sus recuerdos felices la tenían a ella a su lado.
Y ahora... ahora su otra mitad decidía que ella era desechable.
Alzó la vista emborronada hacia Fíbula. Sentía un dolor en el pecho, una opresión desgarradora que amenazaba con quitarle el aire de los pulmones y la fuerza de las rodillas.
-Dime que mientes y te perdonaré.
-Digo la verdad.
-¿Por qué? ¿Por qué me haría algo así?
-No lo sé, cielo. Es un alma oscura y retorcida, ha hecho muchas cosas terribles mientras no la mirabas. -la mujer castaña le secó con cariño una lágrima solitaria.- Lo único que sé es que cuando despertó decidió hacer de Ulna, y de todos nosotros, su nuevo juguete; ha sido... una temporada dura. Convenció a Madre para que nos obligase a guardar silencio y... sólo pude mirar. Lo siento tanto...
-No puedo perdonarte esto...
La vampiresa se dejó caer al suelo, tapándose el rostro con las manos. La morena la dejó ir, acariciándole el cabello.
-¿Está con ella? ¿Con Ulna? ¿Despierta y funcional?
-Sí. Ha... adquirido un poder considerable así que Madre la tiene cerca. No creo que podamos evitar un enfrentamiento...
-Oh. Oooh te digo yo que no hará falta evitar nada.
La expresión de Nayru era terrible en su serenidad. Hacía muy poco que sabía de todo este embrollo y le daba igual que Fémur tuviese una hermana gemela esperando ser rescatada o un familiar idéntico esperando arruinar la vida de todos. Esa persona, sobre la que habían pasado horas y horas trazando planes de rescate, resulta que no era lo que decía ni aparentaba y encima quería hacer daño a su compañera. No lo iba a permitir. Bajo ninguna circunstancia. Estaba muy hasta los huevos de todo el clan del hueso y apenas acababan de estrenar la noche.
Le costó un poco, pero en cuanto la pelirroja se recompuso los cuatro se aventuraron por la escalera camino al piso de arriba. Reinaba en la casa un silencio artificial, frío y quieto. Y de repente, pandemónium.
Vinieron a ellos desde todos los ángulos posibles, pero no les pillaron desprevenidos. La escalera resultaba un lugar complicado en el que pelear pero el elfo fue el primero en lanzarse de cabeza a la batalla. Dejó atrás a las mujeres para avanzar por su cuenta, moviéndose entre las líneas enemigas con la seguridad de quien lleva abriéndose camino a machetazos en la selva más frondosa. Fíbula fue detrás de él arremangándose el vestido, dejando al descubierto los cuchillos que llevaba a los muslos y la habilidad certera con la que podía degollar a la gente.
Las dos vampiresas quedaron atrás por unos instantes, un par de cadáveres a sus pies. Fémur se agarraba a la barandilla de madera con fuerza, la vista momentáneamente perdida entre la algarabía que esperaba escalones arriba. El corazón golpeaba su caja torácica, lo sentía en las costillas, en la columna, en las sienes y los dientes, en todos los huesos. Pum pum pum. Inevitable como una herida corrompida. Tan pesado, tan insistente. Tan doloroso. Marcaba aciago y sin palabras un destino oscuro.
-No te puedes venir abajo ahora. Te necesitamos. Yo te necesito.
-Nay... no comprendes... no tienes ni idea y eso está bien... -la agarró de la nuca con suavidad y decisión y le susurró al oído con voz ronca y fiera.- Ella lo empezó todo, todo, y cuando me la lleve yo lo acabaré todo. Así tiene que ser.
Y salió disparada rugiendo como un animal salvaje que acaba de descubrir que tiene hambre. Terrible, terrible, terrible e imparable. Ignoró por completo el estallido del ventanal, la triunfal aparición de la elfa y todo lo que no fuese el enemigo. Se abrió paso a mordiscos, arañazos y estocadas como si hubiese perdido la razón. Quizá lo había hecho.
-¡Mátalas!
Fíbula gritó en dirección a la nueva recién llegada. Nayru saltó los escalones de dos en dos y cuando llegó arriba se encontró a Nilian luchando contra sí misma. Apuntaba a la pelirroja con el arco pero le temblaba el pulso y su expresión indicaba que no era el objetivo que ella había elegido. Corrió sin sonido pisando todos los cristales, casi derrapando hasta ponerse a la altura de la mujer. Aprovechando la diferencia de altura se coló por debajo del arco y le golpeó el plexo solar con la palma abierta en el mismo momento en el que Fíbula conjuraba una niebla de sombras. Se cernió sobre el rellano de las escaleras impidiendo que nadie viese absolutamente nada.
-¡Sacude las cadenas! -gritó mirando a la elfa a los ojos antes de que la negrura lo cubriese todo. La orden fue firme y su voz buscó los nudos que ataban la voluntad ajena para deshacerlos.
-¡Fibs! ¡Cómo has podido!
-¡Tarso! Puedo olerte, hijo de puta. Seré yo la que reclame tus huesos. Los repartiré entre tu familia, los perros de la calle.
-¡Te lo advertí, Fémur! ¡Te dije que te dieras la vuelta y te marchases! ¿Qué has hecho con Costae?
-¿Crees que Carpo es la hermana malvada? Yo soy la hermana terrible.
La risa de la pelirroja fue disonante, corta y seca. Rebotó alterada en la oscuridad e hizo que Tarso retrocediese un paso pegándose a la pared. Privados del sentido de la vista, los presentes sólo podían navegar guiándose por el oído. Los elfos demostraron por sí mismos que sus orejas no eran largas sólo por vanidad y consiguieron reagruparse. Un poco más lejos un par de hombres se confundieron entre sí por el enemigo y se mataron entre ellos.
La vampiresa castaña se acercó con cautela a Nousis y Nilian, abriendo un espacio sin sombras a su alrededor para que la vieran acercarse. Como dueña de aquella magia era perfectamente capaz de saber qué contenía su oscuridad, por lo que les dio instrucciones muy concretas a ambos de dónde se encontraba el enemigo. No estaba en su mano que la creyesen o no, pero la pequeña alianza seguía en pie y confiaba en que tuviesen sentido común y supiesen aprovechar cualquier ventaja.
Aquel era, sin embargo, el campo de batalla perfecto para Nayru. Sólo necesitaba quedarse quieta, escuchar y lanzarse como una flecha en completo silencio. Y el grupo dispar fue avanzando, ganando terreno al pequeño enjambre de cerebros lavados de Tarso, empapando de sangre las tablas del suelo y las delicadas alfombras que nadie veía.
Cuando la niebla se disipó descubrió a los asaltantes rematando al último de los soldados improvisados. Fémur estaba cubierta de un rojo que no le pertenecía. Apuntó al que era su Hermano con el arma de hueso y sentenció:
-Muere ahora o lárgate. Elige.
-No tengo alternativa.
-Te la estoy dando. Tú me avisaste antes que nadie, que ya es más de lo que hizo ella. -y al señalar a Fíbula la sangre que goteaba de la espada salió disparada en arco.- Te devuelvo el favor.
Tarso cuadró los hombros. El abrigo de piel que llevaba por toda prenda se deslizó un poco más hasta los brazos. Tenía el pelo oscuro y la piel pálida y el rostro de un súcubo desafiante. Entrecerró los ojos y los miró a todos, evaluándolos.
-No pasarás. Es mi deber como Hijo proteger a mi Madre y ése también es tu deber. Son ellos los que te han llevado por el camino equivocado, Fem. -dijo, tendiéndole la mano, la voz cargada de magia y órdenes.- Debes acabar con ellos antes de venir a ver a Madre, tienes que ganarte de nuevo un lugar...
-¿Por qué quieres morir defendiéndola?
-Porque es así como se hacen las cosas. Ulna nos salvó a todos y le debemos nuestra vida, soy un Hijo agradecido. Tu tributo primero, vamos. -el aire comenzó a pesar más y más, mezclado con una magia opresora que amenazaba con expulsar de dentro de ellos todo lo que los hacía ellos mismos.
-No.
La voz de Nayru volvió a sonar con una voluntad férrea. No estaba al nivel del hombre, no podía deshacer su magia pero sí interferir en ella lo suficiente como para que sus compañeros de batalla no perdiesen por completo el control. Proyectó su propia energía con la palma hacia fuera en gesto contrario a la invitación de Tarso.
Sí, no estaba a la altura de un duelo de voz con un maestro de la misma. Pero tampoco necesitaba enfrentarle, sólo hacerle las cosas más difíciles. La pelirroja y el elfo avanzaron con las armas dispuestas, luchando eficientes contra el control mental que trataban de imponerles. Aquello fue distracción suficiente para que Nilian, parapetada tras Fíbula, disparase su arco a apenas medio centímetro de la oreja de la mujer.
Sonó un thud limpio y vibrante cuando la flecha se clavó en la pared tras el hombre, atravesándole el vientre.
-¿Todo bien, Fem? -preguntó; recibió un encogimiento de hombros por toda respuesta.
Aquel noble convertido en vampiro jamás fue su amigo, pero sí su compañero de batalla y gran maestro en asuntos de guerra. Que a menudo discutiesen por no compartir el mismo punto de vista no quería decir que no se respetasen mutuamente. La pelirroja volvió en si cuando escuchó el suave pop de un corcho. Nayru había destapado un tarrito de cristal que le tendió: solución curativa. Se bebió la mitad y le tendió la otra a su compañera, que remató el botecillo de un golpe.
Mientras su compañera recogía el arma de hueso del suelo, la morena se inclinó para inspeccionar el cadáver, buscando algo que le fuese útil a la vez que recuperaba sus estilettos. El de la pierna quedó mellado cuando consiguió arrancarlo, pero a cambio obtuvo un cuchillo de buen tamaño que le resultó manejable. De vez en cuando levantaba la vista para vigilar al elfo, al que pillaba ojeándolas con la misma cautela que ella estaba adquiriendo respecto a su persona. Estaba resultando demasiado competente... suspiró por lo bajo. Lo último que quería era un puñal por la espalda de un elfo supremacista extremista, así que tendría que vigilarlo. Porque no tenía suficientes cosas en el plato ya.
De momento iba a sacarle ventaja al hecho de que pudiesen trabajar en equipo sin necesidad de muchas palabras.
-¡Oh Fémur! ¡Oh querida, dime que estás bien!
La vampiresa morena se puso en guardia de inmediato y casi acuchilla a una mujer castaña. Ésta se acercó a ellos con las palmas de las manos alzadas en son de paz. Que no estuviese hablando en voz alta hizo que Nayru sospechase hasta de su propia sombra inexistente en la noche cerrada. Tanto el elfo como ella se pusieron en guardia, atentos; no quedaba nadie en el piso de abajo... tan sólo ellos y la suave brisa que a veces movía las cortinas de gasa.
-¡Fibs! ¿Dónde cojones has estado? -exclamó por lo bajo, abrazando con fuerza a Fíbula.- Tranquilos, es mi pequeño topo.
-Por Habak... Costae... Mi pobre muchacho...
-Era él o nosotros, no tuvimos alternativa.
-No era un hombre que las diese. -suspiró.- [color:d7c0=#SpringGreen]Obstinada criatura, tendrá que aguantarse con haber muerto en batalla.
Fíbula era una mujer de mirada penetrante y desafiante que contrastaba con su voz suave y una sonrisa amable. Llevaba con estilo un hermoso vestido de noche de color aguamarina para nada adecuado para la batalla, y toda ella se movía con suma elegancia. Tenía ese toque de desidia de los que están hartos del mundo pero aún así se sientan a verlo ocurrir.
-Las cosas se están poniendo muy serias, Fémur. Madre está en el piso de arriba y Tarso está con ella, no tardarán en ponerse en marcha. Os daré cobertura con mi sombra y... espera, ¿eso es un elfo? -preguntó, enseñando los dientes en una mueca hostil.- No negaré que será casi poético si consigue sobrevivir a lo que quede de noche...
-Nay se lo encontró por ahí y decidió que le quería invitar a la fiesta. Es que le gustan las mascotas exóticas.
-No cabrees al elfo psicópata antes de tiempo, Fem...
-¿Nay? -la mujer se dio la vuelta graciosamente buscando a la dueña del nombre. La aludida alzó una ceja a modo de saludo.- Oh. Qué pequeñita es. Tu tributo, ¿no? Pero qué hago charloteando... Fémur, hay algo muy importante que debes saber. Ven. Es necesario que sea antes de continuar.
Agarró a la pelirroja de la mano y los condujo a todos detrás de una columna particularmente gruesa, casi a los pies de la escalera que se curvaba hacia el piso superior. Era una posición ventajosa que los protegía y a la vez les permitía vigilar el camino de su próximo paso en la invasión. Y sobre todo conveniente, porque podían escuchar el murmullo de gente moviéndose y tratando de ser silenciosa; arriba se estaban preparando.
-¿Qué necesita un retraso así, Fibs? Estamos perdiendo un tiempo precioso, deberíamos atacar ahora que se están organizan-...
-Carpo está con Ulna.
-¿Qué? Claro que está con Ulna, no digas estupideces. ¿Dónde quieres que esté? No es como si se pudiese mover o algo, ya tenemos pensado ir a por ella...
-Fémur. Carpo está con Ulna.
La mujer castaña miraba con intensidad a la pelirroja, sin soltarle las manos. El elfo hacía todo lo posible por ignorarlas, escudriñando cual halcón todo el escenario. Nayru por su parte las miraba a las dos con los ojos muy abiertos, atando cabos más deprisa que su compañera.
-No entiendo lo que... está dormida. Lleva dormida años. La transformación le hizo algo, por eso...
-Fingía, Fémur. Todo este tiempo.
-Pero... yo la... No te creo. ¿Y todas las veces que la visité?
-Fingía.
-Imposible. No te creo. No tiene sentido lo que estás diciendo. -de repente agarró a su vieja amiga por los hombros, con fiereza.- ¿Ulna te ha descubierto? ¿Te ha amenazado? ¿Eh? ¿Por eso me vienes con esta mierda, para que se me meta en la cabeza y me distraiga? ¿Me vas a traicionar ahora? ¡Contéstame! ¡Fíbula!
-¡No soy yo la que te está traicionando! ¡Tu hermana está despierta y nunca le ha importado mentirte!
-¡No! ¡Mentira! ¡Mentirosa, ella no haría algo así! ¡A mí no!
Nayru saltó hacia delante evitando que Fémur abofetease a la mujer, abrazándose a su torso y entorpeciendo el movimiento. Para tratar de ofrecerle apoyo, sin duda, pero también para interrumpir el tono alterado de su voz, cada vez más alto y acelerado. Forcejear no sirvió de mucho.
¿Cómo...? ¿Por qué...? No era posible. La mente de Fémur daba vueltas, vertiginosa, repasando todos los momentos, todas las visitas, buscando las pistas que se le hubiesen escapado, cualquier resquicio, por mínimo que fuera. Ulna lo corroboró, que la transformación había inducido un coma en Carpo, que a veces pasaba, que ella había documentado un par de casos. No era común, o te convertías o te morías, pero a veces... a veces...
Apretó los puños. No. Su hermana podía ser cruel a veces, bien lo sabía, pero nunca tanto y no con ella. Siempre habían estado juntas, desde que nacieron en mitad del campo hasta que murieron entre el fuego y la sangre, unidad inseparable, universo particular. Así eran los gemelos, unidos por un lazo que al resto del mundo le resultaba ajeno, extraño, pero que para ellas dos era lo único sólido a lo que podían agarrarse. Todos sus recuerdos felices la tenían a ella a su lado.
Y ahora... ahora su otra mitad decidía que ella era desechable.
Alzó la vista emborronada hacia Fíbula. Sentía un dolor en el pecho, una opresión desgarradora que amenazaba con quitarle el aire de los pulmones y la fuerza de las rodillas.
-Dime que mientes y te perdonaré.
-Digo la verdad.
-¿Por qué? ¿Por qué me haría algo así?
-No lo sé, cielo. Es un alma oscura y retorcida, ha hecho muchas cosas terribles mientras no la mirabas. -la mujer castaña le secó con cariño una lágrima solitaria.- Lo único que sé es que cuando despertó decidió hacer de Ulna, y de todos nosotros, su nuevo juguete; ha sido... una temporada dura. Convenció a Madre para que nos obligase a guardar silencio y... sólo pude mirar. Lo siento tanto...
-No puedo perdonarte esto...
La vampiresa se dejó caer al suelo, tapándose el rostro con las manos. La morena la dejó ir, acariciándole el cabello.
-¿Está con ella? ¿Con Ulna? ¿Despierta y funcional?
-Sí. Ha... adquirido un poder considerable así que Madre la tiene cerca. No creo que podamos evitar un enfrentamiento...
-Oh. Oooh te digo yo que no hará falta evitar nada.
La expresión de Nayru era terrible en su serenidad. Hacía muy poco que sabía de todo este embrollo y le daba igual que Fémur tuviese una hermana gemela esperando ser rescatada o un familiar idéntico esperando arruinar la vida de todos. Esa persona, sobre la que habían pasado horas y horas trazando planes de rescate, resulta que no era lo que decía ni aparentaba y encima quería hacer daño a su compañera. No lo iba a permitir. Bajo ninguna circunstancia. Estaba muy hasta los huevos de todo el clan del hueso y apenas acababan de estrenar la noche.
Le costó un poco, pero en cuanto la pelirroja se recompuso los cuatro se aventuraron por la escalera camino al piso de arriba. Reinaba en la casa un silencio artificial, frío y quieto. Y de repente, pandemónium.
Vinieron a ellos desde todos los ángulos posibles, pero no les pillaron desprevenidos. La escalera resultaba un lugar complicado en el que pelear pero el elfo fue el primero en lanzarse de cabeza a la batalla. Dejó atrás a las mujeres para avanzar por su cuenta, moviéndose entre las líneas enemigas con la seguridad de quien lleva abriéndose camino a machetazos en la selva más frondosa. Fíbula fue detrás de él arremangándose el vestido, dejando al descubierto los cuchillos que llevaba a los muslos y la habilidad certera con la que podía degollar a la gente.
Las dos vampiresas quedaron atrás por unos instantes, un par de cadáveres a sus pies. Fémur se agarraba a la barandilla de madera con fuerza, la vista momentáneamente perdida entre la algarabía que esperaba escalones arriba. El corazón golpeaba su caja torácica, lo sentía en las costillas, en la columna, en las sienes y los dientes, en todos los huesos. Pum pum pum. Inevitable como una herida corrompida. Tan pesado, tan insistente. Tan doloroso. Marcaba aciago y sin palabras un destino oscuro.
-No te puedes venir abajo ahora. Te necesitamos. Yo te necesito.
-Nay... no comprendes... no tienes ni idea y eso está bien... -la agarró de la nuca con suavidad y decisión y le susurró al oído con voz ronca y fiera.- Ella lo empezó todo, todo, y cuando me la lleve yo lo acabaré todo. Así tiene que ser.
Y salió disparada rugiendo como un animal salvaje que acaba de descubrir que tiene hambre. Terrible, terrible, terrible e imparable. Ignoró por completo el estallido del ventanal, la triunfal aparición de la elfa y todo lo que no fuese el enemigo. Se abrió paso a mordiscos, arañazos y estocadas como si hubiese perdido la razón. Quizá lo había hecho.
-¡Mátalas!
Fíbula gritó en dirección a la nueva recién llegada. Nayru saltó los escalones de dos en dos y cuando llegó arriba se encontró a Nilian luchando contra sí misma. Apuntaba a la pelirroja con el arco pero le temblaba el pulso y su expresión indicaba que no era el objetivo que ella había elegido. Corrió sin sonido pisando todos los cristales, casi derrapando hasta ponerse a la altura de la mujer. Aprovechando la diferencia de altura se coló por debajo del arco y le golpeó el plexo solar con la palma abierta en el mismo momento en el que Fíbula conjuraba una niebla de sombras. Se cernió sobre el rellano de las escaleras impidiendo que nadie viese absolutamente nada.
-¡Sacude las cadenas! -gritó mirando a la elfa a los ojos antes de que la negrura lo cubriese todo. La orden fue firme y su voz buscó los nudos que ataban la voluntad ajena para deshacerlos.
-¡Fibs! ¡Cómo has podido!
-¡Tarso! Puedo olerte, hijo de puta. Seré yo la que reclame tus huesos. Los repartiré entre tu familia, los perros de la calle.
-¡Te lo advertí, Fémur! ¡Te dije que te dieras la vuelta y te marchases! ¿Qué has hecho con Costae?
-¿Crees que Carpo es la hermana malvada? Yo soy la hermana terrible.
La risa de la pelirroja fue disonante, corta y seca. Rebotó alterada en la oscuridad e hizo que Tarso retrocediese un paso pegándose a la pared. Privados del sentido de la vista, los presentes sólo podían navegar guiándose por el oído. Los elfos demostraron por sí mismos que sus orejas no eran largas sólo por vanidad y consiguieron reagruparse. Un poco más lejos un par de hombres se confundieron entre sí por el enemigo y se mataron entre ellos.
La vampiresa castaña se acercó con cautela a Nousis y Nilian, abriendo un espacio sin sombras a su alrededor para que la vieran acercarse. Como dueña de aquella magia era perfectamente capaz de saber qué contenía su oscuridad, por lo que les dio instrucciones muy concretas a ambos de dónde se encontraba el enemigo. No estaba en su mano que la creyesen o no, pero la pequeña alianza seguía en pie y confiaba en que tuviesen sentido común y supiesen aprovechar cualquier ventaja.
Aquel era, sin embargo, el campo de batalla perfecto para Nayru. Sólo necesitaba quedarse quieta, escuchar y lanzarse como una flecha en completo silencio. Y el grupo dispar fue avanzando, ganando terreno al pequeño enjambre de cerebros lavados de Tarso, empapando de sangre las tablas del suelo y las delicadas alfombras que nadie veía.
Cuando la niebla se disipó descubrió a los asaltantes rematando al último de los soldados improvisados. Fémur estaba cubierta de un rojo que no le pertenecía. Apuntó al que era su Hermano con el arma de hueso y sentenció:
-Muere ahora o lárgate. Elige.
-No tengo alternativa.
-Te la estoy dando. Tú me avisaste antes que nadie, que ya es más de lo que hizo ella. -y al señalar a Fíbula la sangre que goteaba de la espada salió disparada en arco.- Te devuelvo el favor.
Tarso cuadró los hombros. El abrigo de piel que llevaba por toda prenda se deslizó un poco más hasta los brazos. Tenía el pelo oscuro y la piel pálida y el rostro de un súcubo desafiante. Entrecerró los ojos y los miró a todos, evaluándolos.
-No pasarás. Es mi deber como Hijo proteger a mi Madre y ése también es tu deber. Son ellos los que te han llevado por el camino equivocado, Fem. -dijo, tendiéndole la mano, la voz cargada de magia y órdenes.- Debes acabar con ellos antes de venir a ver a Madre, tienes que ganarte de nuevo un lugar...
-¿Por qué quieres morir defendiéndola?
-Porque es así como se hacen las cosas. Ulna nos salvó a todos y le debemos nuestra vida, soy un Hijo agradecido. Tu tributo primero, vamos. -el aire comenzó a pesar más y más, mezclado con una magia opresora que amenazaba con expulsar de dentro de ellos todo lo que los hacía ellos mismos.
-No.
La voz de Nayru volvió a sonar con una voluntad férrea. No estaba al nivel del hombre, no podía deshacer su magia pero sí interferir en ella lo suficiente como para que sus compañeros de batalla no perdiesen por completo el control. Proyectó su propia energía con la palma hacia fuera en gesto contrario a la invitación de Tarso.
Sí, no estaba a la altura de un duelo de voz con un maestro de la misma. Pero tampoco necesitaba enfrentarle, sólo hacerle las cosas más difíciles. La pelirroja y el elfo avanzaron con las armas dispuestas, luchando eficientes contra el control mental que trataban de imponerles. Aquello fue distracción suficiente para que Nilian, parapetada tras Fíbula, disparase su arco a apenas medio centímetro de la oreja de la mujer.
Sonó un thud limpio y vibrante cuando la flecha se clavó en la pared tras el hombre, atravesándole el vientre.
Nayru
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Re: Sobre cosas que se rompen [Privado - Nousis]
El tiempo casi se detuvo tras la orden del vampiro. Calmado, el cerebro del elfo se dispuso a analizar cuanta información había llegado a recoger con anterioridad. Todo lo que sabía, sospechaba y convenía.
En una burbuja constituida por un parpadeo, consideró con cuidado las consecuencias de la muerte de Nayru, Fémur o el último engendro llegado a manos de Nilian por orden interpuesta. Un instante en el cual sus ojos grises tan sólo se desplazaron entre la elfa y las criaturas de la noche. Una levísima sonrisa en la comisura izquierda de sus finos labios.
Sabía que tendría que matarlas en algún momento, por la sencilla senda del Bien. No obstante, y su gesto se perdió en la realidad, había empeñado su palabra, y la pregunta última radicaba en si decidir no ayudar a que continuasen con vida rompía tal promesa. No morirían a sus manos.
Sajó en horizontal el cuello de uno de sus numerosos enemigos, apartándose acto seguido evitando manchar sus caras prendas, si que su atención se centrase en ninguna otra cosa que las estocadas de la marea de servidores y por encima de todo, de su amiga y compañera.
Y entonces, su cuerpo emitió a cada gota la sangre la imperiosa orden de salvarla.
Una de esos demonios corrió hacia Nilian y para desesperación del espadachín, que cortaba, asesinaba, veía caer oponentes uno tras otro, no iba a llegar a tiempo. Había combatido en demasiadas ocasiones para estar seguro. Quiso gritar de frustración, y su mirada de empañó de un odio candente como pocas veces en su vida. Si ese engendro de cabello oscuro terminaba con la vida que él había traído a ayudarla, debía derrotarla y capturarla con vida. Su trato habría muerto, y la guerra entre bestias continuaría sin él. Se llevaría a esa criatura sin pies ni manos si era necesario y reinventaría cada minuto de cada hora de cada uno de sus días una tortura como ninguna mente la imaginó desde la creación del mundo. Su parte oscura se relamió de puro regocijo ante tal perspectiva, cuando la luz se apagó.
Buscando protegerse, Nousis realizó un barrido horizontal en torno a él. No había sufrido herida alguna que pudiese haber derivado en aquello, razonó, fríamente. Maldijo para sí. Detestaba revelar algo como eso antes de lo previsto, aunque continuar con vida resultaba primordial. No restaba sino confiar en que su atención no se centrase en él.
-Nixie- enunció con claridad el hijo de Sandorai, y sintió la conocida calidez de la protección que tiempo atrás había aprendido a manejar. La intrínseca negrura se disipó ante él lo suficiente para ser capaz de distinguir partes de las siluetas que momentos ante combatían con denuedo. Llegó hasta Nilian, la cual tosía por el golpe recibido, sin soltar en arco de una de sus manos.
-Soy yo- le indicó en el idioma natal de ambos- ¿Te encuentras bien?
-Hay que matar a ese demonio- espetó ella por toda respuesta. A tan corta distancia, Nou pudo distinguir el rostro de ira que embargaba a su amiga. No podía reprochárselo. Ni lo deseaba. La mirada con la que la arquera recibió a Nayru aún estaba recubierta de esa aversión tan evidente.
Mucho más sosegado que ella, el espadachín asintió parcamente a las palabras de la vampiresa. Sin embargo, sus ojos grises observaron con tal claridad el lugar donde se hallaban los femeninos que éste comprendió al instante que se había dejado llevar por ese lado suyo que siempre le exigía romper sus cadenas. Hubiera deseado que la mujer no advirtiese de lo que era capaz, pero esa muestra de arrogancia no le dejaría dudas.
“Es natural enseñar los dientes a un animal salvaje. O atacará” sentenció su oscuridad.
-Espérame aquí- pidió a Nilian. Era tozuda, y aún así, aceptó, conociendo sus limitaciones. Podía acertar a un objetivo con los ojos cerrados valiéndose del oído, sí, pero incapaz de distinguir de quien se trataba, bien podía echar a perder una batalla que por momentos estaba favoreciendo a los invasores.
El suelo rezumaba sangre y el olfato del espadachín casi se sentía agredido por la cantidad de muerte que, a su alrededor, susurrándole de una manera tenuemente íntima. Por su mente pasó la repugnante escena de los engendros que lo acompañaban lamiendo la superficie que hollaban sus botas, como perros tras una batalla. Animales…
Aprovechó las cualidades de su capacidad para examinar más a fondo el estilo de lucha de la pequeña vampiresa, tras encargarse de su último enemigo. Era rápida, precisa y directa. Tal vez él tuviese un mayor entrenamiento o mejor manejo de su arma, y aún así, la velocidad de la criatura debía de ser tenida en cuenta. Su golpe a Nilian le había enseñado que no debía subestimarla.
Fémur, por el contrario, era algo diferente. No buscaba precisión, sino daño. El mayor posible. Y sabía cómo incapacitar a sus víctimas. El río de cadáveres de la pelirroja, se dijo el elfo, rivalizaba o superaba al suyo. Y es más, aquellos ojos, las expresiones de su semblante… podía mostrarse colérica o indiferente, y no le engañaba. No podía.
“Es lo mismo” asintió esa voz desde ese profundo lugar dentro de sí. El disfrute, la risa, el acero hendiendo los cuerpos de quienes desearon acabar con él, el hormigueo en las manos antes de empuñar su espada, el ansia por un combate difícil.
“La necesidad de sangre”
No. Se rebatió contra tal idea. Él luchaba por una causa, para limpiar el mundo del miedo a seres como ella. Esas bestias solo aterrorizaban a los débiles, los consumían como ganado. No era comparable. Su parte oscura calló entonces, mas el elfo casi distinguió el suave sonido de una leve risa. Y se sorprendió viendo en sus labios un gesto semejante, antes de desdibujarlo.
Parecían haber vencido al alzarse las sombras. Media docena era el remanente de la carnicería, supervivientes en un ambiente de pesadilla. Se habían esfumado el esfuerzo, el miedo y el calor de la lucha, la agonía. Sólo permanecieron el final de la excitación, el desencanto, la apatía y un silencio roto por una nueva conversación entre viejos conocidos.
Contempló a la última adquisición del equipo de los colmillos, la misma que la pelirroja había mencionado justo antes de comenzar la macabra danza cuyos acordes ahora mismo habían dejado de sonar, mutando en una melodía siseante. Poco había sido capaz de averiguar acerca de sus habilidades y lo veía en extremo urgente. Echó un vistazo hacia atrás por encima del hombro, constatando que Nilian se había puesto en pie. Seria tan fácil ahora que estaban todos distraídos en sus antiguas cuitas… Un mero gesto, lento, saboreando el instante, y al menos una, dos con suerte, de tales monstruos nunca harían daño a nadie más. Casi podía escuchar la mente de su amiga.
Claro que, no era el momento. No habría uno mejor, y aún así, no lo era.
Con pasos lánguidos, elegantes, perfectamente estudiados, fue cruzando la sala sin envainar la espada, al tiempo que las diferentes voces jugaban su papel a sus oídos, procesando la información según iba siendo percibida. Cualquier punto aquella noche podría resultar crucial, y no estaba dispuesto a ser negligente en ello. Poco a poco, fue entrelazando las palabras que se habían intercambiado justo antes de la batalla que había tenido lugar, con las que estaba escuchando. Y había varios puntos que no llegaba a comprender.
Que tales bestias pudiesen denominarse hermanos entre sí no sólo le sonó a burla, sino incluso a blasfemia. Guardasen o no vivencias de lo que habían sido tiempo atrás carecía de relevancia. Su existencia solo traía dolor, y aún siendo capaces de desarrollar sentimientos decentes por otras criaturas, ello no las eximía de que el mejor acto al que podían aspirar era el suicidio. Había estudiado largamente a sus enemigos, y apreció comprobar cómo la teoría confirmaba la práctica. Se había internado en un clan de nocturnos, y tenía la posibilidad de erradicarlo. Aguantó con dificultad el mostrar la sádica alegría con que la idea lo había imbuido. Ya estaba cerca de los cuatro vampiros, y la conversación fue herida de muerte.
No sopesó lo que la lealtad llegó a significar para alguien como su enemigo, asesinado de una certera saeta tras el canto del arco élfico. Ni los problemas que la bestia pelirroja tenía con su “hermana”. La palabra que más penetró en los pensamientos del elfo no fue otra que una tan sencilla y manida como Madre.
Ellos, todos ellos, desde Nayru hasta los sirvientes que habían sido masacrados estaban allí por los actos de ese ser. Ella era su auténtico enemigo. Eran sus colmillos lo que habían construido lo que sus creaciones rebeldes y ambos elfos buscaban destruir. Se pasó una mano por el cabello, recobrando por completo la frialdad. No cabía duda, valoró tétricamente, que debía ser muy poderosa.
Esa sombra desapareció con las pisadas de Nilian, quien se acercó hacia él, sin perder detalle de sus eventuales aliadas.
-Uno menos- señaló con satisfacción en su propia lengua.
-Ten cuidado- pidió él- Las cosas sin duda van a empeorar. Los lazos entre estos monstruos podrían salpicarnos. El odio y la muerte son sus elementos.
-Estoy preparada- aseguró la líder de los arqueros de Folnaien. Nousis sonrió un momento, y se acercó a las mujeres. Sin duda, habían pasado largo tiempo con el asesino que acababan de eliminar. Al igual que con el gigante de la estancia anterior. Fíbula… recordaba su nombre, tercera en discordia. A nadie más había mentado Fémur en su primer encuentro. Sólo a Ulna. Ulna. Exacto. Ese tenía que ser el nombre de la Madre de la camada.
Volvió al idioma común, buscando que su voz sonase calmada, sin más matices que una estudiada neutralidad. Su habilidad contra la magia se había desvanecido por el momento.
- Según parece, quedan dos de las vuestras para terminar con lo que nos ha traído aquí. No voy a inmiscuirme en preguntas sobre el pasado, a no ser que puedan ayudarme a rematar la tarea. Por ello, tengo que saber qué nos queda por delante. El resto de la mansión, enemigos, trampas. Y sobre todo, cuanto sepáis del peor enemigo- miró a Nayru, antes de pasar a Fémur, y con ojos aún más ensombrecidos, a Fíbula. Deseaba matar a esa criatura casi desde que había llegado. Poseía una mirada semejante a la de una cazadora. Y que alguien le creyera una presa no era tolerado por su orgullo.
“Es peligrosa” ¿y cual no lo es? Se replicó.
Nousis Indirel
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Re: Sobre cosas que se rompen [Privado - Nousis]
Ella no lo entendía. No, no es que no lo entendiese. Es que le daba igual. Podía verlo en sus ojos, en la manera en la que inclinaba hacia delante, en cómo trataba de que la vampiresa morena quedase siempre tras ella. Sus prioridades habían cambiado y ahora la empujaba otro fuego diferente.
Sintió cómo se le mojaba la ropa con lentitud, saboreando el olor de su propia sangre manchando el aire. Trató de respirar profundo y ahora la sangre le subió por la garganta para deslizarse por su boca, a gorgoteos. Quiso vomitar, y la contracción involuntaria de su cuerpo no hizo más que expandir el dolor a todas partes como la electricidad de un rayo. Maldita elfa. Maldita su raza una y mil veces. Resultaba ofensivo que le diesen por muerto sólo con un flechazo.
Tampoco sirvió de nada razonar con ella. Observó en silencio, tirado en el suelo, cómo todos sus intentos fracasaban y el grupo pasaba sobre él dándole por muerto. Sonrió. Esa perra pelirroja no era de las que razonan tampoco, a ella le entraban las cosas a hostias.
Se quedó un momento mirando los altos techos de la que había sido su casa desde que despertó en la noche. Nunca se había parado a apreciar los frescos de querubines obscenos que se bañaban en tinas de sangre, y descubrirlos ahora le hizo mucha gracia. ¿Cuántos años llevaba al servicio de Ulna? Muchos. ¿Demasiados? ¿Era un servicio o un vasallaje? Pero ella le salvó de sus primeras miserias, tanto tiempo atrás, y dejó que la llamase madre. Se ganó su puesto como todo neófito, pero ella le dio un hogar al que pertenecer y que proteger, un motivo por el que amanecer cada noche.
¿Había peleado lo suficiente? Se palpó el pecho buscando el asta de flecha, sin perder de vista el gozo pueril de los querubines profanados. Odiaba el dolor, odiaba la suciedad, odiaba luchar cuerpo a cuerpo. Y aún así Madre lo enviaba a primera línea de combate. Claro que, con Fémur y Costae, hasta los arqueros a quinientos metros acababan siendo primera línea. Bestias.
Ahogando un gemido rompió el asta y sintió cómo la punta le rasgaba por dentro, profundizando. Daba igual, con un pulmón perforado no iba a ir muy lejos porque toda la puta casa yacía desperdigada en sus propios charcos de tripa y heces, sin ningún sanador. Y Ulna no iba a venir a curarle. Porque había dejado que él la llamase madre y todo lo que vino detrás no fue más que un castillo de cristal, vacío, frágil, desesperadamente protegido. Sólo una gran mentira que Tarso escogía creer, una y otra vez. Porque no le gustaba el dolor ni la suciedad ni el desamparo de la soledad.
En ese sentido nadie en el clan era libre. Todos, todos y cada uno de sus miembros escogían la farsa que deseaban abrazar para quedarse. Solo que ésta vez una de ellos había decidido que su mentira no era ancla suficiente. Bien por ella, tremenda hija de puta. Así se pudriese en su libertad con su amante enana.
Rió, y fue un sonido desagradable lleno de gorgoteos rojos. Tosió mientras se arrastraba por el suelo hasta la esquina del pasillo que daba directamente a la sala de Ulna. No estaban lejos, la casa era grande. Con mucho esfuerzo centró la mirada en el único objetivo que sabía podía usar. Años de entrenamiento, sesiones interminables, días aburridos de práctica, al final uno se acababa acostumbrando a la sensación de los poderes de los demás y el rechazo ya no era instintivo.
Golpeó la pared con la mano dejando una imprenta oscura como un saludo siniestro a la noche sin luna.
-¡Eeh!
El sonido reverberó extraño. Cuando Fíbula se dio la vuelta Tarsó ancló su voluntad. Sin resistencia. Porque era un parásito conocido del que jamás tuvo que resistirse en una situación de peligro.
-Si vais a destruir mi castillo de cristal os merecéis unos cuantos cortes. Pero antes, Fibs... adelante. -señaló con un dedo tembloroso.
Fue inmediato. La vampiresa trazó con elegancia la finta que a su cuerpo le resultaba más natural, la memoria de sus músculos obedeciendo la orden ajena. El vampiro pudo ver el destello de traición en los hermosos ojos de la mujer, y luego el abandono a lo inevitable, la rendición al cansancio que la venía acosando desde que Ulna rompiera todo en ella. Es hora de que descanses, amiga mía.
Se movió demasiado rápido para nadie, incluso para la neófita de Fémur. Tardó un latido y medio en hundir la daga en el cuello de la elfa que los acompañaba. Nayru quiso agarrar a Fíbula pero la mano firme de Fémur la detuvo. Ambas se apartaron mientras Nilian caía como una muñeca de trapo.
-¡JAJAJAJAJAJA! -el hombre rió y tosió a partes iguales, escupiendo sangre-. Nunca decepcionas, Fibs. Nos veremos en otra vida, hijos de puta... podéis morir en paz.
Sus últimas palabras las acompañó con un gesto obsceno de la mano y una sonrisa sardónica y terriblemente roja antes de recibir la furia de Nousis.
Sintió cómo se le mojaba la ropa con lentitud, saboreando el olor de su propia sangre manchando el aire. Trató de respirar profundo y ahora la sangre le subió por la garganta para deslizarse por su boca, a gorgoteos. Quiso vomitar, y la contracción involuntaria de su cuerpo no hizo más que expandir el dolor a todas partes como la electricidad de un rayo. Maldita elfa. Maldita su raza una y mil veces. Resultaba ofensivo que le diesen por muerto sólo con un flechazo.
Tampoco sirvió de nada razonar con ella. Observó en silencio, tirado en el suelo, cómo todos sus intentos fracasaban y el grupo pasaba sobre él dándole por muerto. Sonrió. Esa perra pelirroja no era de las que razonan tampoco, a ella le entraban las cosas a hostias.
Se quedó un momento mirando los altos techos de la que había sido su casa desde que despertó en la noche. Nunca se había parado a apreciar los frescos de querubines obscenos que se bañaban en tinas de sangre, y descubrirlos ahora le hizo mucha gracia. ¿Cuántos años llevaba al servicio de Ulna? Muchos. ¿Demasiados? ¿Era un servicio o un vasallaje? Pero ella le salvó de sus primeras miserias, tanto tiempo atrás, y dejó que la llamase madre. Se ganó su puesto como todo neófito, pero ella le dio un hogar al que pertenecer y que proteger, un motivo por el que amanecer cada noche.
¿Había peleado lo suficiente? Se palpó el pecho buscando el asta de flecha, sin perder de vista el gozo pueril de los querubines profanados. Odiaba el dolor, odiaba la suciedad, odiaba luchar cuerpo a cuerpo. Y aún así Madre lo enviaba a primera línea de combate. Claro que, con Fémur y Costae, hasta los arqueros a quinientos metros acababan siendo primera línea. Bestias.
Ahogando un gemido rompió el asta y sintió cómo la punta le rasgaba por dentro, profundizando. Daba igual, con un pulmón perforado no iba a ir muy lejos porque toda la puta casa yacía desperdigada en sus propios charcos de tripa y heces, sin ningún sanador. Y Ulna no iba a venir a curarle. Porque había dejado que él la llamase madre y todo lo que vino detrás no fue más que un castillo de cristal, vacío, frágil, desesperadamente protegido. Sólo una gran mentira que Tarso escogía creer, una y otra vez. Porque no le gustaba el dolor ni la suciedad ni el desamparo de la soledad.
En ese sentido nadie en el clan era libre. Todos, todos y cada uno de sus miembros escogían la farsa que deseaban abrazar para quedarse. Solo que ésta vez una de ellos había decidido que su mentira no era ancla suficiente. Bien por ella, tremenda hija de puta. Así se pudriese en su libertad con su amante enana.
Rió, y fue un sonido desagradable lleno de gorgoteos rojos. Tosió mientras se arrastraba por el suelo hasta la esquina del pasillo que daba directamente a la sala de Ulna. No estaban lejos, la casa era grande. Con mucho esfuerzo centró la mirada en el único objetivo que sabía podía usar. Años de entrenamiento, sesiones interminables, días aburridos de práctica, al final uno se acababa acostumbrando a la sensación de los poderes de los demás y el rechazo ya no era instintivo.
Golpeó la pared con la mano dejando una imprenta oscura como un saludo siniestro a la noche sin luna.
-¡Eeh!
El sonido reverberó extraño. Cuando Fíbula se dio la vuelta Tarsó ancló su voluntad. Sin resistencia. Porque era un parásito conocido del que jamás tuvo que resistirse en una situación de peligro.
-Si vais a destruir mi castillo de cristal os merecéis unos cuantos cortes. Pero antes, Fibs... adelante. -señaló con un dedo tembloroso.
Fue inmediato. La vampiresa trazó con elegancia la finta que a su cuerpo le resultaba más natural, la memoria de sus músculos obedeciendo la orden ajena. El vampiro pudo ver el destello de traición en los hermosos ojos de la mujer, y luego el abandono a lo inevitable, la rendición al cansancio que la venía acosando desde que Ulna rompiera todo en ella. Es hora de que descanses, amiga mía.
Se movió demasiado rápido para nadie, incluso para la neófita de Fémur. Tardó un latido y medio en hundir la daga en el cuello de la elfa que los acompañaba. Nayru quiso agarrar a Fíbula pero la mano firme de Fémur la detuvo. Ambas se apartaron mientras Nilian caía como una muñeca de trapo.
-¡JAJAJAJAJAJA! -el hombre rió y tosió a partes iguales, escupiendo sangre-. Nunca decepcionas, Fibs. Nos veremos en otra vida, hijos de puta... podéis morir en paz.
Sus últimas palabras las acompañó con un gesto obsceno de la mano y una sonrisa sardónica y terriblemente roja antes de recibir la furia de Nousis.
Nayru
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Re: Sobre cosas que se rompen [Privado - Nousis]
Algo se partió dentro de él, empujando a su cordura y a todo sentimiento de una forma tan atroz, que todo ello estalló regando su interior de algo que apretaba cada órgano y cada pensamiento hasta hacerlos sangrar de puro dolor. Una culpa tan profunda como el océano dio orden de llorar. No había lágrimas. Habían sido devoradas por un odio que no respondía a ese nombre. No había palabra para aquello que notaba romperse en él. Si prevalecía la culpa, moriría allí mismo.
La jaula se abrió. La oscuridad que tantas veces se había esforzado por contener, por encadenar, por aprisionar, dejó de clavar sus dientes en esa frontera que el elfo para ella había fabricado. Y se disolvió, rezumando, impregnándole como una segunda piel, recubriéndole hasta que ni un pensamiento de luz vivió para contarlo. Dolor, tortura, muerte, venganza, asesinato, despellejar, desventrar, deshacer, romper, quebrar, mutilar, acuchillar, sajar, atravesar, lisiar, lacerar. Nada se le antojó suficiente cuando su mirada se clavó en el vampiro moribundo. El mundo se había reducido a cuatro criaturas. Y tras una patada de su bota diestra en pleno rostro, Tarso cayó hacia atrás. El elfo despojó de una de las lanzas a las marionetas de su enemigo y tomándolo por el cuello lo levantó, fruto de una cólera abrasadora. Con cuidado, apuntó con la misma al estómago del desdichado al que apenas le quedaban suspiros de vida, y la fue clavando con una lentitud deliberada, estremecedora. Los ojos del espadachín eran dos piedras sin alma. La razón o la piedad no existían en aquel plano de su mundo.
Clavado como un muñeco de trapo, Nou dio dos potentes espadazos, y los antebrazos del vampiro cayeron al suelo con terribles golpes sordos.
-No mueras todavía- susurró con cierta dulzura. La voz oscura que siempre refrenaba yacía lánguida y cómoda, con una espantosa sonrisa que ahora aparecía en el rostro del hijo de Sandorai. Metió el puño en la boca de su enemigo, y tras arrancarle los colmillos, tomó su lengua, cortándola con uno de los cuchillos esparcidos por la estancia.
-Ahora te es permitido - añadió caminando en dirección opuesta, tras haberle dado la espalda- No era suficiente. El dolor, la furia, no habían quedado satisfechas, y la culpabilidad amenazaba con tragarle. Eran olas a las que no sobreviviría, no es ese momento. No podía afrontarlo todavía. Nilian estaba en el suelo, con su cabello siendo manchado por la irregular forma sanguinolenta bajo un cuerpo ya inerte. Pero la espada del elfo, reforjada tras la guerra, casi parecía palpitar. Gritaba, o tal vez, era su interior el que aún ardía en venganza. Contra su propia estupidez, contra la falta de poder que aún tenía, contra los enemigos de su pueblo. Y contra la mano que había segado la vida de una de sus mejores amigas. De una de las personas en las que más confiaba en ese mundo. Ella lo había seguido hasta allí, por lealtad, por cariño.
Ese engendro la había apuñalado.
“Es lo justo” canturreó su oscuridad, anhelando un placer que ya saboreaba. Él no tenía intención de privarle del capricho. No era tal. Era una absoluta y crucial necesidad.
Apenas sentía el cansancio, el esfuerzo de los combates ya llevados a cabo. Su cuerpo se meció con el mero recuerdo de movimientos llevados a cabo en millares de ocasiones. Necesitaba aquello como el aire que respiraba, tal vez más.
Y al igual que los de Tarso, el brazo de la nocturna, el mismo que se había llevado a Nilian de su lado, cayó, y el grito de agonía de la bestia sonó a música celestial en los oídos de Nousis Indirel.
Agarrándose el muñón y mirando con un odio a su agresor que ni siquiera rozaba la intensidad del que los ojos de éste manifestaban. Las palabras de Fémur sobre las habilidades de Tarso no habían sido olvidadas. Pero era una vampiresa, y había matado a Nilian.
La oscuridad retornó a su habitación sellada sin la menor colaboración. Nou cargó con su amiga, alejándola de las aberraciones de las sombras. En élfico, le habló durante menos de un minuto, recordándole varias cosas que habían vivido juntos. Sonrió con tristeza, besándole la frente.
-Volveré por ti- prometió, antes de alzarse de nuevo, para acercarse a las vampiresas.
-Terminemos con esto- su voz aún sonaba a muerte, ajena a la brutal herida de Fíbula y la sangre que bañaba el lugar, dirigida a aquellas con quienes había comenzado todo lo ocurrido.
Nousis Indirel
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