Arde la noche [Evento Objetos del 19]
Página 1 de 1. • Comparte
Arde la noche [Evento Objetos del 19]
El hombre que se hacía llamar por muchos nombres caminaba solo por la ladera rocosa. Podría haberse aparecido directamente en su destino o, mejor aún, haber enviado a algún otro a aquel recóndito rincón de las montañas, pero en esa ocasión, convenía a sus planes un enfoque más directo. Entre dioses, se entendían, ¿cierto?
Una sonrisa sarcástica acudió a su rostro cambiante cuando esa idea cruzó su mente. ¡Como si no supiera lo que era ella realmente! Encontró la apertura que buscaba y su rostro mutó de nuevo. Casi como si estuviera pidiendo permiso para entrar, permaneció un momento quieto en la entrada, su figura perfilándose contra la luz que penetraba en la cueva desde el exterior.
—¿Qué has venido a hacer aquí, brujo? —respondió una voz profunda desde el interior. El hombre que se hacía llamar por muchos nombres pudo ver dos enormes orbes oscuros observándolo desde un mar de ascuas.
—Hablemos —comenzó.
Una noche más, la Capitana Friddel recorría el complejo del Extractor de Éter asegurándose de que todo estaba en orden y cada quien, en su puesto, antes de retirarse a descansar. Como era su costumbre, empezó su recorrido junto al taller de ingeniería, para comprobar que, efectivamente, las chimeneas permanecían cerradas. Después, comenzó su periplo en torno a la boca del volcán.
Caminaba con determinación y paso firme, como la soldado que era. De haber sido necesario, la Capitana habría entrado, una por una, en cada torre de guardia. Sin embargo, conocedores de su rutina diaria, eran los propios encargados de las mismas los que iban saliendo a su encuentro para presentar sus informes. Todo en orden, mi Capitana. Dos ausencias, indigestión, ya han sido sustituidos. Un fallo con las runas en la torre de ataque, el equipo del Hekshold ya está en ello. Bien, avisadme si el fallo persiste. ¡A la orden, mi Capitana!
—¿No se aburre de la misma cantinela noche tras noche?
Aprovechando su desvío a la altura de las barracas del este para atravesar la plataforma hacia las torres centrales, Edna Vattana, la joven que el Maestro Hartem había dejado a cargo de los suyos, había aprovechado para ponerse a su altura con su andar de bailarina. Su elaborado vestido rojo, a juego con su melena, flotaba en torno a ella animado por los vapores que subían desde el volcán.
—Al enemigo poco le importa si yo me aburro —respondió Friddel. A pesar de que no redujo el paso, la bruja no tuvo problema en seguir su ritmo—. Pensé que ya se habría retirado —añadió con cierta incomodidad, no le agradaba demasiado su interlocutora y sospechaba que el sentimiento era mutuo—. ¿No es hoy día de tratamiento?
Tres veces por semana, Edna dedicaba una hora entera, antes de acostarse, a aplicarse toda una serie de ungüentos y cremas faciales. El azufre y la ceniza, decía, hacían estragos con su ya de por sí seco cutis. Al oír la pregunta, la bruja sustituyó brevemente su habitual gesto de aburrimiento por una expresión de ligera sorpresa.
—Hubo que solucionar un pequeño asunto con una de las torres arcanas —dijo sin darle importancia—, seguro que ya le han informado. Debo decir —añadió volviendo la vista a la torre de guardia que se alzaba al final de la plataforma— que me sorprende que lleve la cuenta de los días de la semana, dadas las circunstancias. —Acompañó la palabra “circunstancias” con un elegante gesto de su brazo, abarcando el poco apacible espacio a su alrededor.
—He de confesar —respondió la aludida— que sus tratamientos son una ayuda en ese aspecto.
Edna la miró de nuevo, con una sonrisa entre divertida y asombrada en su rostro, como si no estuviese segura de si la broma había sido intencionada o accidental.
—Bueno —dijo finalmente—, es bienvenida a unirse cuando quiera.
En aquella ocasión, fue Tarama la que se cuestionó si la invitación sería genuina o burlesca.
—No hagas eso, Ohmi —dijo la mujer vaca dando un par de suaves palmadas en el rostro de su esposo—. Si cierras así los ojos, luego te costará más abrirlos y debemos estar alerta. El Hombre Muerto podría atacar en cualquier momento.
—Lo sé. Lo siento, Tor —respondió Ohm abriendo los ojos y sacudiendo la trompa para alejar el sopor—. Es este calor que viene de ahí abajo —dijo señalando el magma, más allá de la base de la torre. Aquella noche, les había tocado guardia en el núcleo.
—Camina un poco por el centro —dijo ella con dulzura—. No es que haga mucho más fresco, pero al menos, se mueve un poco el aire.
En efecto, los enormes ventanales abiertos en las varias paredes de la estancia generaban continuas corrientes de aire que, si bien no mejoraban notablemente la temperatura general, al menos le hacían creer a uno que se podía respirar. Ohm sospechó que la sensación sería más potente en los pisos altos, pero él, su esposa y el resto de efectivos carentes de la capacidad de volar permanecían cerca del suelo, listos para bajar en el caso de un ataque por tierra.
Al borde del ventanal del lado norte, ligeramente apoyada contra el marco, la blanca figura de Toriel presentaba un aspecto rosado, debido al resplandor del volcán. Ohm sabía que estaba tan hastiada como él. Llevaban semanas allí sin que ocurriera otra cosa que el ocasional temblor o algún que otro fallo en una torre arcana, producido, al parecer, por las interferencias con el éter del lugar. Sin embargo, su esposa se levantaba cada día con la misma determinación. Ya había fallado demasiadas veces; en esta ocasión, no pensaba hacerlo.
—¿Qué…? —murmuró la mujer irguiéndose de pronto, con la vista fija en la distancia.
—¿Hay algo? —preguntó su esposo avanzando presuroso hacia la ventana.
—Me pareció ver un destello a lo lejos, junto al taller de herrería —dijo ella escudriñando la noche con los ojos entrecerrados—. Puede que lo haya imagina...
La explosión que interrumpió sus palabras les confirmó que no habían sido imaginaciones suyas. Dos de las chimeneas anejas al taller de ingeniería estaban en llamas. En circunstancias normales, les habría correspondido a ellos salir corriendo a detener el fuego, pero desde el derrumbe de la pasarela norte, aquella tarea había sido derivada a las torres del lado este.
—¡La campana, rápido! —urgió Toriel, pero antes de que ninguno de los dos pudiera mover un músculo, fueron sorprendidos por el estruendo de dos gigantescas alas ígneas abalanzándose sobre la torre de guardia.
Para cuando empezaron a sonar las campanas, la Capitana Friddel ya salía corriendo, cadena en mano, por la puerta de las barracas del lado sur. Sin duda, dormir con la armadura puesta tenía sus ventajas. No sabía dónde había sido la explosión, pero desde su posición y a la luz del volcán, podía ver la torre de guardia inclinada junto al extractor, en el núcleo, así como las figuras de los dragones que salían volando de allí.
Quiso echar a correr plataforma adentro, pero la enorme figura de Thariza emergió desde abajo, haciendo que los bloques de piedra del centro de la misma salieran disparados por los aires. Tarama contempló su propia muerte por aplastamiento durante una fracción de segundo, el tiempo que tardó en aparecer ante ella un muro ardiente que hizo derretir la piedra al instante.
—Creo que prefería el aburrimiento —dijo Edna Vattana detrás de ella, con el esfuerzo del hechizo patente en su voz. En contraste con la Capitana, la bruja había salido de las barracas apenas envuelta en un vaporoso camisón anaranjado.
—No lo entiendo —respondió Friddel con rabia—. Sus alas son de lava, tendrían que haberla visto llegar a kilómetros.
—El Hombre Muerto —fue la única respuesta.
Sólo entonces comenzaron a disparar las torres arcanas. La dragona de alas ígneas surcaba el aire con la agilidad de una morsa bajo el agua.
Te doy la bienvenida, mortal, al Extractor de Éter. Eres una de esas personas que recibieron el mensaje de la Capitana Friddel ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]), a quien te uniste para proteger el Volcán de Thariza, el objeto maldito, de quien quiera que venga a reclamarlo. Después de varias tediosas semanas de espera, es la propia Thariza la que viene con ganas de fiesta. No hay mucho que decir sobre tus objetivos: en este turno, deberás defender el lugar de los ataques de la inmensa dragona, al tiempo que evitas morir como consecuencia de sus destrozos. Como objetivo opcional, puedes intentar socorrer a la gente del núcleo. Recuerda que sólo la pasarela del este queda en pie (de momento). No dudes en utilizar todos los recursos a tu favor. Puedes ver un mapa con la posición de todas las torres (las de guardia y las torres arcanas de ataque) en el informe del volcán.
¿Te parece fácil? Antes de empezar, pásate por el Oráculo ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]) o algún santuario de tu elección y encomiéndate a la Voluntad de los Dioses.
Tienes permiso para manejar a todos los personajes que aparecen en el texto, así como para describir otros ataques de Thariza:
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], especialización: caballero dragón, maestría en armas flexibles (más información sobre C. Friddel en el link de más arriba)
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], especialización: tensai de fuego [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], especialización: defensora, maestría en escudos
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], especialización: guerrero, maestría en armas contundentes a dos manos
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Una sonrisa sarcástica acudió a su rostro cambiante cuando esa idea cruzó su mente. ¡Como si no supiera lo que era ella realmente! Encontró la apertura que buscaba y su rostro mutó de nuevo. Casi como si estuviera pidiendo permiso para entrar, permaneció un momento quieto en la entrada, su figura perfilándose contra la luz que penetraba en la cueva desde el exterior.
—¿Qué has venido a hacer aquí, brujo? —respondió una voz profunda desde el interior. El hombre que se hacía llamar por muchos nombres pudo ver dos enormes orbes oscuros observándolo desde un mar de ascuas.
—Hablemos —comenzó.
La noche antes del ataque
Una noche más, la Capitana Friddel recorría el complejo del Extractor de Éter asegurándose de que todo estaba en orden y cada quien, en su puesto, antes de retirarse a descansar. Como era su costumbre, empezó su recorrido junto al taller de ingeniería, para comprobar que, efectivamente, las chimeneas permanecían cerradas. Después, comenzó su periplo en torno a la boca del volcán.
Caminaba con determinación y paso firme, como la soldado que era. De haber sido necesario, la Capitana habría entrado, una por una, en cada torre de guardia. Sin embargo, conocedores de su rutina diaria, eran los propios encargados de las mismas los que iban saliendo a su encuentro para presentar sus informes. Todo en orden, mi Capitana. Dos ausencias, indigestión, ya han sido sustituidos. Un fallo con las runas en la torre de ataque, el equipo del Hekshold ya está en ello. Bien, avisadme si el fallo persiste. ¡A la orden, mi Capitana!
—¿No se aburre de la misma cantinela noche tras noche?
Aprovechando su desvío a la altura de las barracas del este para atravesar la plataforma hacia las torres centrales, Edna Vattana, la joven que el Maestro Hartem había dejado a cargo de los suyos, había aprovechado para ponerse a su altura con su andar de bailarina. Su elaborado vestido rojo, a juego con su melena, flotaba en torno a ella animado por los vapores que subían desde el volcán.
—Al enemigo poco le importa si yo me aburro —respondió Friddel. A pesar de que no redujo el paso, la bruja no tuvo problema en seguir su ritmo—. Pensé que ya se habría retirado —añadió con cierta incomodidad, no le agradaba demasiado su interlocutora y sospechaba que el sentimiento era mutuo—. ¿No es hoy día de tratamiento?
Tres veces por semana, Edna dedicaba una hora entera, antes de acostarse, a aplicarse toda una serie de ungüentos y cremas faciales. El azufre y la ceniza, decía, hacían estragos con su ya de por sí seco cutis. Al oír la pregunta, la bruja sustituyó brevemente su habitual gesto de aburrimiento por una expresión de ligera sorpresa.
—Hubo que solucionar un pequeño asunto con una de las torres arcanas —dijo sin darle importancia—, seguro que ya le han informado. Debo decir —añadió volviendo la vista a la torre de guardia que se alzaba al final de la plataforma— que me sorprende que lleve la cuenta de los días de la semana, dadas las circunstancias. —Acompañó la palabra “circunstancias” con un elegante gesto de su brazo, abarcando el poco apacible espacio a su alrededor.
—He de confesar —respondió la aludida— que sus tratamientos son una ayuda en ese aspecto.
Edna la miró de nuevo, con una sonrisa entre divertida y asombrada en su rostro, como si no estuviese segura de si la broma había sido intencionada o accidental.
—Bueno —dijo finalmente—, es bienvenida a unirse cuando quiera.
En aquella ocasión, fue Tarama la que se cuestionó si la invitación sería genuina o burlesca.
Momentos antes del ataque
—No hagas eso, Ohmi —dijo la mujer vaca dando un par de suaves palmadas en el rostro de su esposo—. Si cierras así los ojos, luego te costará más abrirlos y debemos estar alerta. El Hombre Muerto podría atacar en cualquier momento.
—Lo sé. Lo siento, Tor —respondió Ohm abriendo los ojos y sacudiendo la trompa para alejar el sopor—. Es este calor que viene de ahí abajo —dijo señalando el magma, más allá de la base de la torre. Aquella noche, les había tocado guardia en el núcleo.
—Camina un poco por el centro —dijo ella con dulzura—. No es que haga mucho más fresco, pero al menos, se mueve un poco el aire.
En efecto, los enormes ventanales abiertos en las varias paredes de la estancia generaban continuas corrientes de aire que, si bien no mejoraban notablemente la temperatura general, al menos le hacían creer a uno que se podía respirar. Ohm sospechó que la sensación sería más potente en los pisos altos, pero él, su esposa y el resto de efectivos carentes de la capacidad de volar permanecían cerca del suelo, listos para bajar en el caso de un ataque por tierra.
Al borde del ventanal del lado norte, ligeramente apoyada contra el marco, la blanca figura de Toriel presentaba un aspecto rosado, debido al resplandor del volcán. Ohm sabía que estaba tan hastiada como él. Llevaban semanas allí sin que ocurriera otra cosa que el ocasional temblor o algún que otro fallo en una torre arcana, producido, al parecer, por las interferencias con el éter del lugar. Sin embargo, su esposa se levantaba cada día con la misma determinación. Ya había fallado demasiadas veces; en esta ocasión, no pensaba hacerlo.
—¿Qué…? —murmuró la mujer irguiéndose de pronto, con la vista fija en la distancia.
—¿Hay algo? —preguntó su esposo avanzando presuroso hacia la ventana.
—Me pareció ver un destello a lo lejos, junto al taller de herrería —dijo ella escudriñando la noche con los ojos entrecerrados—. Puede que lo haya imagina...
La explosión que interrumpió sus palabras les confirmó que no habían sido imaginaciones suyas. Dos de las chimeneas anejas al taller de ingeniería estaban en llamas. En circunstancias normales, les habría correspondido a ellos salir corriendo a detener el fuego, pero desde el derrumbe de la pasarela norte, aquella tarea había sido derivada a las torres del lado este.
—¡La campana, rápido! —urgió Toriel, pero antes de que ninguno de los dos pudiera mover un músculo, fueron sorprendidos por el estruendo de dos gigantescas alas ígneas abalanzándose sobre la torre de guardia.
Para cuando empezaron a sonar las campanas, la Capitana Friddel ya salía corriendo, cadena en mano, por la puerta de las barracas del lado sur. Sin duda, dormir con la armadura puesta tenía sus ventajas. No sabía dónde había sido la explosión, pero desde su posición y a la luz del volcán, podía ver la torre de guardia inclinada junto al extractor, en el núcleo, así como las figuras de los dragones que salían volando de allí.
Quiso echar a correr plataforma adentro, pero la enorme figura de Thariza emergió desde abajo, haciendo que los bloques de piedra del centro de la misma salieran disparados por los aires. Tarama contempló su propia muerte por aplastamiento durante una fracción de segundo, el tiempo que tardó en aparecer ante ella un muro ardiente que hizo derretir la piedra al instante.
—Creo que prefería el aburrimiento —dijo Edna Vattana detrás de ella, con el esfuerzo del hechizo patente en su voz. En contraste con la Capitana, la bruja había salido de las barracas apenas envuelta en un vaporoso camisón anaranjado.
—No lo entiendo —respondió Friddel con rabia—. Sus alas son de lava, tendrían que haberla visto llegar a kilómetros.
—El Hombre Muerto —fue la única respuesta.
Sólo entonces comenzaron a disparar las torres arcanas. La dragona de alas ígneas surcaba el aire con la agilidad de una morsa bajo el agua.
__________________
Te doy la bienvenida, mortal, al Extractor de Éter. Eres una de esas personas que recibieron el mensaje de la Capitana Friddel ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]), a quien te uniste para proteger el Volcán de Thariza, el objeto maldito, de quien quiera que venga a reclamarlo. Después de varias tediosas semanas de espera, es la propia Thariza la que viene con ganas de fiesta. No hay mucho que decir sobre tus objetivos: en este turno, deberás defender el lugar de los ataques de la inmensa dragona, al tiempo que evitas morir como consecuencia de sus destrozos. Como objetivo opcional, puedes intentar socorrer a la gente del núcleo. Recuerda que sólo la pasarela del este queda en pie (de momento). No dudes en utilizar todos los recursos a tu favor. Puedes ver un mapa con la posición de todas las torres (las de guardia y las torres arcanas de ataque) en el informe del volcán.
¿Te parece fácil? Antes de empezar, pásate por el Oráculo ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]) o algún santuario de tu elección y encomiéndate a la Voluntad de los Dioses.
- Si tu runa es de mala suerte, estabas de guardia esta noche: Después de una tediosa jornada de vigilancia, el cansancio empieza a pesar sobre ti y no podrás rendir como lo harías recién levantado. A efectos prácticos, se te considerará como si tuvieras un nivel menos, pierdes (temporalmente) una de tus dos habilidades de mayor nivel y 30 puntos de atributos. Te dejo elegir cuáles.
- Si tu runa es de buena suerte, te tocaba descanso. Estás fresco como una lechuga, pero dada la precipitación del ataque, no tendrás tiempo de reunir todo tu equipo (incluso aunque seas de esos tipos recios que duermen con la armadura puesta, nadie duerme con todo su equipo encima). A efectos prácticos, pierdes (temporalmente) dos objetos limitados, o bien, un objeto ligado al éter, o bien un arma, o bien una armadura. También te dejo elegir. A efectos de este desafío, los objetos etiquetados como [Yelmo], [Guantes] o [Botas] contarán como objetos limitados y los escudos y ballestas montadas, como armas.
- Si tu runa es de suerte media, tú eliges tu veneno.
Tienes permiso para manejar a todos los personajes que aparecen en el texto, así como para describir otros ataques de Thariza:
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], especialización: caballero dragón, maestría en armas flexibles (más información sobre C. Friddel en el link de más arriba)
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], especialización: tensai de fuego [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], especialización: defensora, maestría en escudos
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], especialización: guerrero, maestría en armas contundentes a dos manos
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Fehu
Master
Master
Cantidad de envíos : : 1560
Nivel de PJ : : 0
Re: Arde la noche [Evento Objetos del 19]
Llevo una temporada por aquí. El lugar es lo más cercano que uno puede estar del aliento de un dios dragón sin realmente estarlo. Aún así, pese al calor, siento que estar aquí es lo correcto. Qué es importante. Y bueno, mentiría si dijera que todo es trabajo y problemas, que no son pocos, ya también es cierto que hay tiempo para la camaradería y las buenas canciones e historias entre tragos.
Al grueso de tropas mandadas por la capitana Friddel se le han sumado algunos expertos sureños en magia, así como varios voluntarios y mercenarios llegados desde el continente en las últimas semanas. La carta de la capitana ha traído el efecto deseado, sin embargo, no estoy seguro de que sea suficiente para defender esta posición de nuestro formidable rival.
Dioses falsos, pero gigantes igualmente.
De todos modos, no quiero decaer anímicamente y prefiero centrarme en el día a día, en los preparativos para la posible batalla. En el mantenimiento de este lugar, bien pensado y construido, pero desgraciadamente para nosotros, en un volcán nada está hecho para durar demasiado.
Por lo demás solo puedo decir que no confío demasiado en los mercenarios que me acompañan. Algunos son simpáticos, pero no espero demasiado de hombres y mujeres que luchan por unas cuentas monedas. También he de decir que no me parecen la gran cosa, no comparados conmigo y mis muchachos, al menos.
Seguro que saben unas buenas técnicas y más de uno es veterano y ha estado en más de una batalla, Pero ante lo que nos espera necesito algo más. Necesito un poco de…
“Un poco de… lealtad. Eso es”, pensó el hombre, antes de volver a escribir sobre el papel que había encima de la mesa a la que estaba sentado.
No obstante, algo de aquellos últimos párrafos animó la curiosidad de su mente, y le hizo levantar la cabeza para mirar hacia uno de esos hombres de los que escribía.
- Vincent, ¿quedándose dormido? - afirmó, más que preguntó, antes de volver a depositar la mirada sobre el papel.
- Bueno, al menos algunos hacemos guardia mientras otros escriben poesía para sus amantes-, bromeó, picando al dragón.
Lo consiguió, ya que el hombre, que mostraba algunas canas en su moreno pelo y rondaría la cuarentena de edad, levantó una vez más la mirada del papel que había sobre la mesa, para clavar sobre el brujo una mirada cargada de tensión.
- Vamos, sargento-, dijo, dibujando una sonrisa y separándose lateralmente del muro en el que estaba apoyado con el hombro. - Ha sido una larga noche. Y cumplo con mis obligaciones. Sé que los mercenarios no somos de fiar, pero al menos estoy aquí, muriendo de calor por proteger un suelo que no es mío. ¿Cuántos pueden decir eso?
Las explicaciones no convencieron al soldado. No lo hubieran hecho ni aunque el brujo no hubiera molestado al dragón, pues el sargento hacía tiempo que tenía una idea clara y preconcebida de los mercenarios.
- Menos cuentos. Y sigue vigilando. Cualquier día vendrán.
- ¿Tan cierta es su llegada? - preguntó, más el brujo solo lo hizo por entablar conversación. Estaba igual de seguro, de que lo tuviera que llegar, llegaría.
- Por supuesto.
- Nadie que ha bebido de las mieles del poder renunciaría a este-, terminó por decir el brujo, volviendo a posar su cuerpo contra el muro mientras miraba por el ventanal.
Luego regresó la vista hacia el sargento y asintió, antes de volver a vigilar el exterior.
Ello pareció calmar al guerrero, que podía tener algo en común con aquel mercenario algo chulesco y demasiado sarcástico para su gusto.
- Unos dragones que han usado una magia como esta para fortalecerse-. El sargento no terminó la frase, y no hacía falta mirarle para que el brujo se diera cuenta del asco que le daba al recto norteño. - Vendrán. Son falsos dioses, no se puede esperar nada bueno de ellos. No se puede esperar nada de unos seres tan mortales como yo que son absorbidos por la corrupción.
Vincent estuvo de acuerdo y asintió, sin dejar de contemplar la escena ante sus ojos. La formidable torre central y parte del oeste de la fortificación llena de torres como aquella y otras arcanas de distinta índole se erigían entre el amarillento rojo y el gris. El enemigo debía ser colosal para necesitar toda esa potencia de combate. Y seguramente lo fuera, ya que, no en vano, los habían confundido con los grandes dragones del pasado.
Columnas de humo y ceniza ascendían por doquier, dando al vívido cuadro que tenía ante sí, una mezcla de oscuridad y belleza difíciles de encontrar en cualquier otro lugar del mundo.
- Supongo que en parte he mentido por no pensarlo bien. Sin los antiguos dragones los brujos no existiríamos, creo que sí tengo motivos para defender este lugar-, dijo de repente, sin venir muy a cuento.
Si aquello interesó o no al sargento, en ese momento el mercenario no lo pudo saber. Unas explosiones se mostraron en aquella escena que llevaba tanto tiempo observado, con tanta fuerza como el sonido que las acompañó al iluminar el lado contrario a su torre de vigilancia.
El sargento Ansgar se levantó tan rápido que la silla resonó con el golpe contra el suelo que dio.
- El momento del dolor y la verdad. Para nuestra desgracia, tenía usted razón.
- Ya-, contestó con cierto pesar, asomándose para contemplar mejor el desastre que se acababa de desencadenar. -¡A las armas! ¡Muchachos, levantaos! -, gritó, alejándose del brujo y bajando las escaleras para reclamar a los soldados que descansaban abajo mientras el resto vigilaba desde lo algo y demás ventanales. - ¡Es hora de mostrar por qué somos el ejército de los dragones. Subid ahí, Volad. Recordad todo lo que hemos entrenado y, por los dioses verdaderos, matad a esa puta! -, gritaba mientras bajaba y después mientras pasaba en su avance de camastro en camastro, algunos improvisados con cualquier cosa y colocados en los pasillos de la base de la torre.
Vincent miró una última vez hacia el exterior y después se encaminó con paso veloz tras los andares del infatigable sargento.
- ¿Volar? Eso es una locura, no tenéis nada que hacer contra esa bestia.
El brujo aún se preguntaba cómo podía haber llegado algo tan grande con ese sigilo. Magia, sin duda. Pero qué tipo de magia lograba ocultar una dragón de tantos metros de largo. Luchaban contra alguien formidable y concretamente no pensaba en el monstruo llegado de la nada…
- Lo sé. Pero por eso mismo debemos volar. Porque en el cielo no podemos hacer nada y tenemos que hacer que caiga al suelo. Llevas el suficiente tiempo por aquí para saber lo que debemos hacer.
Hasta cierto punto era un suicidio. Pero no se ganaban batallas sin sangre. Entendía la postura de los dragones. En sus caras se palpaba el miedo en aquellas jóvenes caras adormiladas, y de igual forma, la determinación.
- Ya entiendo tu desprecio a los mercenarios. Estás rodeado de hombres y mujeres valientes. Pero eso no quita que yo estoy aquí para algo.
- La guerra es tu oficio. Pero en el aire no pintas nada.
- En el suelo tampoco pinto nada porque mi arte es otro. Tú mismo lo has dicho-, replicó al sargento. - Voy con vosotros.
- No pienso perder a uno de mis necesarios soldados para que te transporte a ti-, se encaró el sargento con el brujo, cara a cara, a un palmo de distancia. - Te quedarás aquí abajo. A esperar con el resto del ejército la caída de Thariza.
- ¡No soy un simple espadachín! - se encaró esta vez el brujo, sin vacilar ante el desafío de autoridad del guerrero. - Puedo daros apoyo con magia desde la torre. Solo tienes que prescindir de tu soldado más joven e inexperto. El que merezca vivir más tiempo-, dijo las dos últimas frases en susurros solo audibles por el sargento.
Aquello pareció cambiar la expresión del soldado, que vaciló por unos instantes, sin duda, pensando que tan buena idea era hacerle caso a ese mercenario fanfarrón.
- ¡Thomas! ¡Un paso al frente! - gritó, y, en cuánto un chico imberbe que parecía un adolescente se adelantó, el sargento miró hacia él. - Lleva al brujo a la torre de guardia.
- Pero señor.
- No más réplicas a mi autoridad por esta noche.
- ¡Sí, señor!
- Brujo, espero que esto valga la pena. Nos vemos después de la batalla o más probable, junto a los dioses. A los verdaderos-, comentó, y por primera vez desde que Vincent lo conocía, el sargento esbozó una sonrisa.
Así estaban las cosas en una de las torres de guardia, pero en otra la situación era muy distinta y mucho más desesperada. La inclinación era palpable y Ohm sentía que era el final. Que allí todo terminaba.
Podía ver el puente roto, como algunas de las tropas de Tarama cercanas a ella echaban el vuelo, y como la propia capitana comenzaba a dar un rodeo para alcanzar la única pasarela que quedaba en pie con el resto de sus fuerzas.
También veía como muchos otros dragones salían de otras torres y de esa misma para salvar la vida. Escuchar el repiqueteo de las campanas por doquier. Las torres arcanas intentar derribar a la inmensa Thariza. Como la propia dragona de alas de lava retornaba hacia la torre para terminar el trabajo.
Sin duda, era el fin. Y era curioso cómo había podido centrarse en tantas cosas. Como cuando una persona querida estaba en peligro, parecía que el tiempo se detenía. Era el final, sí, pero en ese final solo podía pensar en su amada Toriel.
El gran hombre bestia sintió un agarre y sus piernas flotar. Un dragón se lo llevaba en volandas a duras penas, a muy poca velocidad por el esfuerzo de transportar al tal gigante.
- Eso es, muchachos. Que no se diga que dejamos desvalidos los nuestros-, escuchó decir Ohm a un rubio que cabalgaba otro dragón sobre un improvisado arnés de correas. Un hombre que empuñaba una espada de fuego y luz. - ¡Rápido señorita, suba!-, le gritó el mismo hombre a Toriel.
Ohm sintió un alivio inmenso al ver a su esposa sobre el lomo de otro dragón, y como este despegaba antes de que la torre de guardia recibiera el golpe falta de Thariza que la hizo caer convertida en escombros.
- Dejadlos en lugar seguro, en el suelo. Yo os cubriré.
Thariza giraba en el aire para hacer otra pasada, esta vez con la intención de destruir a los dragones que la acosaban. Muchos le atacaban y parecían simples abejas contra ella. Más, el brujo pensó, que muchos osos huían de los enjambres cuando eran demasiados para contenerlos.
Esa era la desesperada táctica de los dragones. Y muchos morían por el camino, destrozados por las zarpas y las mandíbulas y los latigazos de la cola de la falsa diosa.
Los dragones de agua intentaban apagar las alas de su enemigo mientras sus compañeros con otros elementos la distraían. Las torres arcanas y las balistas ayudaban en el cometido de debilitar e intentar derribar a la dragona. Más, por ahora todo los esfuerzos parecían en vano.
Thomas hizo un quiebro hacia un lado y escapó por una escama de que él y su jinete acabaran hechos carne picada entre los colmillos de la dragona, luego viró con toda la agilidad que podía realizar llevando alguien encima. Hasta el brujo sabía que no podían durar mucho tiempo así, más debía ayudar a esos dragones antes de aterrizar.
- Vamos, un poco más rápido.
Una ventaja era que, pese a ser un dragón con un cabronazo brujo encima, eran más rápidos que ese castillo volador, que además llevaba todo un ejército de acosadores a su alrededor, muchos encima cargándola de peso sobre el lomo, donde era más vulnerable y no podía deshacerse de ellos.
- ¡Eh, perra, no creerás que te vas a librar tan fácilmente de mí! -, le gritó a la dragona, y cuando esta miró, ladeando la cabeza hacia el insolente que osaba insultarla, el brujo lanzó una ráfaga de aire cortante directa hacia su ojo.
Al mismo tiempo, todo el grupo del sargento Ansgar, así como otros tantos dragones de otras torres, aparecieron atravesando el oscuro cielo. Como salvadores. Llegando desde la altura que habían adquirido mientras otros se sacrificaban distrayendo a la dragona. Todos ellos se estrellaron con fuerza contra el lomo de su enemiga, para doblegar a Thariza y hacer que cayera contra el suelo. Contra el centro de la fortaleza hacia la que se dirigía en esos momentos. Cómo habían entrenado día tras día. Con miedo pero aferrados a su deber con los demás, con su pueblo.
Con el esfuerzo de tantos, Thariza podría caer contra el centro de la fortaleza, con suerte, encima de la torre de guardia medio derruida que podría hacerle mucho daño en el impacto. Con ese esfuerzo, con los dragones de agua apagando las alas del monstruo, con el peso de otros sobre ella, con el tajo hacia su ojo izquierdo de un maldito brujo mercenario, con el sacrificio de tantos. Una dragona no podía soportar tanto, ni siquiera esa tan grande. Una verdadera diosa debería ser para no caer contra el suelo. Una capaz de obrar milagros.
Pero el mercenario estaba seguro de que no lo lograría ni aún si fuera de verdad esa mencionada diosa. Vincent no creía en la fama del héroe. E incluso había luchado por quitarse la que había adquirido en los últimos tiempos. No creía en la fama, pero sí en lo que un hombre o mujer debía hacer cuando llegaba el momento.
Porque esa noche cientos de héroes habían surcado el cielo. Y contra la fuerza de los mortales decididos por una causa, ni los dioses podían vencer.
- Buen viaje, sargento-, dijo apenado, sin estar seguro del destino del valiente Ansgar, pero siendo muy consciente de lo que acababa de pasar.
Pues aquí estamos, en una nueva batalla. Por mi runa mala en el templo de Jade, renuncio a mi habilidad de nivel 6 y a 30 puntos de atributos, siendo estos: 10 de fuerza, 5 de agilidad, 5 de inteligencia y 10 de sabiduría.
Hecho esto, solo queda decir que uso la habilidad de nivel 4, La Herida del Viento, para atacar el ojo de la dragona. Y también que espero que le guste el relato a todo el que pase a leerlo ^^
Al grueso de tropas mandadas por la capitana Friddel se le han sumado algunos expertos sureños en magia, así como varios voluntarios y mercenarios llegados desde el continente en las últimas semanas. La carta de la capitana ha traído el efecto deseado, sin embargo, no estoy seguro de que sea suficiente para defender esta posición de nuestro formidable rival.
Dioses falsos, pero gigantes igualmente.
De todos modos, no quiero decaer anímicamente y prefiero centrarme en el día a día, en los preparativos para la posible batalla. En el mantenimiento de este lugar, bien pensado y construido, pero desgraciadamente para nosotros, en un volcán nada está hecho para durar demasiado.
Por lo demás solo puedo decir que no confío demasiado en los mercenarios que me acompañan. Algunos son simpáticos, pero no espero demasiado de hombres y mujeres que luchan por unas cuentas monedas. También he de decir que no me parecen la gran cosa, no comparados conmigo y mis muchachos, al menos.
Seguro que saben unas buenas técnicas y más de uno es veterano y ha estado en más de una batalla, Pero ante lo que nos espera necesito algo más. Necesito un poco de…
“Un poco de… lealtad. Eso es”, pensó el hombre, antes de volver a escribir sobre el papel que había encima de la mesa a la que estaba sentado.
No obstante, algo de aquellos últimos párrafos animó la curiosidad de su mente, y le hizo levantar la cabeza para mirar hacia uno de esos hombres de los que escribía.
- Vincent, ¿quedándose dormido? - afirmó, más que preguntó, antes de volver a depositar la mirada sobre el papel.
- Bueno, al menos algunos hacemos guardia mientras otros escriben poesía para sus amantes-, bromeó, picando al dragón.
Lo consiguió, ya que el hombre, que mostraba algunas canas en su moreno pelo y rondaría la cuarentena de edad, levantó una vez más la mirada del papel que había sobre la mesa, para clavar sobre el brujo una mirada cargada de tensión.
- Vamos, sargento-, dijo, dibujando una sonrisa y separándose lateralmente del muro en el que estaba apoyado con el hombro. - Ha sido una larga noche. Y cumplo con mis obligaciones. Sé que los mercenarios no somos de fiar, pero al menos estoy aquí, muriendo de calor por proteger un suelo que no es mío. ¿Cuántos pueden decir eso?
Las explicaciones no convencieron al soldado. No lo hubieran hecho ni aunque el brujo no hubiera molestado al dragón, pues el sargento hacía tiempo que tenía una idea clara y preconcebida de los mercenarios.
- Menos cuentos. Y sigue vigilando. Cualquier día vendrán.
- ¿Tan cierta es su llegada? - preguntó, más el brujo solo lo hizo por entablar conversación. Estaba igual de seguro, de que lo tuviera que llegar, llegaría.
- Por supuesto.
- Nadie que ha bebido de las mieles del poder renunciaría a este-, terminó por decir el brujo, volviendo a posar su cuerpo contra el muro mientras miraba por el ventanal.
Luego regresó la vista hacia el sargento y asintió, antes de volver a vigilar el exterior.
Ello pareció calmar al guerrero, que podía tener algo en común con aquel mercenario algo chulesco y demasiado sarcástico para su gusto.
- Unos dragones que han usado una magia como esta para fortalecerse-. El sargento no terminó la frase, y no hacía falta mirarle para que el brujo se diera cuenta del asco que le daba al recto norteño. - Vendrán. Son falsos dioses, no se puede esperar nada bueno de ellos. No se puede esperar nada de unos seres tan mortales como yo que son absorbidos por la corrupción.
Vincent estuvo de acuerdo y asintió, sin dejar de contemplar la escena ante sus ojos. La formidable torre central y parte del oeste de la fortificación llena de torres como aquella y otras arcanas de distinta índole se erigían entre el amarillento rojo y el gris. El enemigo debía ser colosal para necesitar toda esa potencia de combate. Y seguramente lo fuera, ya que, no en vano, los habían confundido con los grandes dragones del pasado.
Columnas de humo y ceniza ascendían por doquier, dando al vívido cuadro que tenía ante sí, una mezcla de oscuridad y belleza difíciles de encontrar en cualquier otro lugar del mundo.
- Supongo que en parte he mentido por no pensarlo bien. Sin los antiguos dragones los brujos no existiríamos, creo que sí tengo motivos para defender este lugar-, dijo de repente, sin venir muy a cuento.
Si aquello interesó o no al sargento, en ese momento el mercenario no lo pudo saber. Unas explosiones se mostraron en aquella escena que llevaba tanto tiempo observado, con tanta fuerza como el sonido que las acompañó al iluminar el lado contrario a su torre de vigilancia.
El sargento Ansgar se levantó tan rápido que la silla resonó con el golpe contra el suelo que dio.
- El momento del dolor y la verdad. Para nuestra desgracia, tenía usted razón.
- Ya-, contestó con cierto pesar, asomándose para contemplar mejor el desastre que se acababa de desencadenar. -¡A las armas! ¡Muchachos, levantaos! -, gritó, alejándose del brujo y bajando las escaleras para reclamar a los soldados que descansaban abajo mientras el resto vigilaba desde lo algo y demás ventanales. - ¡Es hora de mostrar por qué somos el ejército de los dragones. Subid ahí, Volad. Recordad todo lo que hemos entrenado y, por los dioses verdaderos, matad a esa puta! -, gritaba mientras bajaba y después mientras pasaba en su avance de camastro en camastro, algunos improvisados con cualquier cosa y colocados en los pasillos de la base de la torre.
Vincent miró una última vez hacia el exterior y después se encaminó con paso veloz tras los andares del infatigable sargento.
- ¿Volar? Eso es una locura, no tenéis nada que hacer contra esa bestia.
El brujo aún se preguntaba cómo podía haber llegado algo tan grande con ese sigilo. Magia, sin duda. Pero qué tipo de magia lograba ocultar una dragón de tantos metros de largo. Luchaban contra alguien formidable y concretamente no pensaba en el monstruo llegado de la nada…
- Lo sé. Pero por eso mismo debemos volar. Porque en el cielo no podemos hacer nada y tenemos que hacer que caiga al suelo. Llevas el suficiente tiempo por aquí para saber lo que debemos hacer.
Hasta cierto punto era un suicidio. Pero no se ganaban batallas sin sangre. Entendía la postura de los dragones. En sus caras se palpaba el miedo en aquellas jóvenes caras adormiladas, y de igual forma, la determinación.
- Ya entiendo tu desprecio a los mercenarios. Estás rodeado de hombres y mujeres valientes. Pero eso no quita que yo estoy aquí para algo.
- La guerra es tu oficio. Pero en el aire no pintas nada.
- En el suelo tampoco pinto nada porque mi arte es otro. Tú mismo lo has dicho-, replicó al sargento. - Voy con vosotros.
- No pienso perder a uno de mis necesarios soldados para que te transporte a ti-, se encaró el sargento con el brujo, cara a cara, a un palmo de distancia. - Te quedarás aquí abajo. A esperar con el resto del ejército la caída de Thariza.
- ¡No soy un simple espadachín! - se encaró esta vez el brujo, sin vacilar ante el desafío de autoridad del guerrero. - Puedo daros apoyo con magia desde la torre. Solo tienes que prescindir de tu soldado más joven e inexperto. El que merezca vivir más tiempo-, dijo las dos últimas frases en susurros solo audibles por el sargento.
Aquello pareció cambiar la expresión del soldado, que vaciló por unos instantes, sin duda, pensando que tan buena idea era hacerle caso a ese mercenario fanfarrón.
- ¡Thomas! ¡Un paso al frente! - gritó, y, en cuánto un chico imberbe que parecía un adolescente se adelantó, el sargento miró hacia él. - Lleva al brujo a la torre de guardia.
- Pero señor.
- No más réplicas a mi autoridad por esta noche.
- ¡Sí, señor!
- Brujo, espero que esto valga la pena. Nos vemos después de la batalla o más probable, junto a los dioses. A los verdaderos-, comentó, y por primera vez desde que Vincent lo conocía, el sargento esbozó una sonrisa.
Así estaban las cosas en una de las torres de guardia, pero en otra la situación era muy distinta y mucho más desesperada. La inclinación era palpable y Ohm sentía que era el final. Que allí todo terminaba.
Podía ver el puente roto, como algunas de las tropas de Tarama cercanas a ella echaban el vuelo, y como la propia capitana comenzaba a dar un rodeo para alcanzar la única pasarela que quedaba en pie con el resto de sus fuerzas.
También veía como muchos otros dragones salían de otras torres y de esa misma para salvar la vida. Escuchar el repiqueteo de las campanas por doquier. Las torres arcanas intentar derribar a la inmensa Thariza. Como la propia dragona de alas de lava retornaba hacia la torre para terminar el trabajo.
Sin duda, era el fin. Y era curioso cómo había podido centrarse en tantas cosas. Como cuando una persona querida estaba en peligro, parecía que el tiempo se detenía. Era el final, sí, pero en ese final solo podía pensar en su amada Toriel.
El gran hombre bestia sintió un agarre y sus piernas flotar. Un dragón se lo llevaba en volandas a duras penas, a muy poca velocidad por el esfuerzo de transportar al tal gigante.
- Eso es, muchachos. Que no se diga que dejamos desvalidos los nuestros-, escuchó decir Ohm a un rubio que cabalgaba otro dragón sobre un improvisado arnés de correas. Un hombre que empuñaba una espada de fuego y luz. - ¡Rápido señorita, suba!-, le gritó el mismo hombre a Toriel.
Ohm sintió un alivio inmenso al ver a su esposa sobre el lomo de otro dragón, y como este despegaba antes de que la torre de guardia recibiera el golpe falta de Thariza que la hizo caer convertida en escombros.
- Dejadlos en lugar seguro, en el suelo. Yo os cubriré.
Thariza giraba en el aire para hacer otra pasada, esta vez con la intención de destruir a los dragones que la acosaban. Muchos le atacaban y parecían simples abejas contra ella. Más, el brujo pensó, que muchos osos huían de los enjambres cuando eran demasiados para contenerlos.
Esa era la desesperada táctica de los dragones. Y muchos morían por el camino, destrozados por las zarpas y las mandíbulas y los latigazos de la cola de la falsa diosa.
Los dragones de agua intentaban apagar las alas de su enemigo mientras sus compañeros con otros elementos la distraían. Las torres arcanas y las balistas ayudaban en el cometido de debilitar e intentar derribar a la dragona. Más, por ahora todo los esfuerzos parecían en vano.
Thomas hizo un quiebro hacia un lado y escapó por una escama de que él y su jinete acabaran hechos carne picada entre los colmillos de la dragona, luego viró con toda la agilidad que podía realizar llevando alguien encima. Hasta el brujo sabía que no podían durar mucho tiempo así, más debía ayudar a esos dragones antes de aterrizar.
- Vamos, un poco más rápido.
Una ventaja era que, pese a ser un dragón con un cabronazo brujo encima, eran más rápidos que ese castillo volador, que además llevaba todo un ejército de acosadores a su alrededor, muchos encima cargándola de peso sobre el lomo, donde era más vulnerable y no podía deshacerse de ellos.
- ¡Eh, perra, no creerás que te vas a librar tan fácilmente de mí! -, le gritó a la dragona, y cuando esta miró, ladeando la cabeza hacia el insolente que osaba insultarla, el brujo lanzó una ráfaga de aire cortante directa hacia su ojo.
Al mismo tiempo, todo el grupo del sargento Ansgar, así como otros tantos dragones de otras torres, aparecieron atravesando el oscuro cielo. Como salvadores. Llegando desde la altura que habían adquirido mientras otros se sacrificaban distrayendo a la dragona. Todos ellos se estrellaron con fuerza contra el lomo de su enemiga, para doblegar a Thariza y hacer que cayera contra el suelo. Contra el centro de la fortaleza hacia la que se dirigía en esos momentos. Cómo habían entrenado día tras día. Con miedo pero aferrados a su deber con los demás, con su pueblo.
Con el esfuerzo de tantos, Thariza podría caer contra el centro de la fortaleza, con suerte, encima de la torre de guardia medio derruida que podría hacerle mucho daño en el impacto. Con ese esfuerzo, con los dragones de agua apagando las alas del monstruo, con el peso de otros sobre ella, con el tajo hacia su ojo izquierdo de un maldito brujo mercenario, con el sacrificio de tantos. Una dragona no podía soportar tanto, ni siquiera esa tan grande. Una verdadera diosa debería ser para no caer contra el suelo. Una capaz de obrar milagros.
Pero el mercenario estaba seguro de que no lo lograría ni aún si fuera de verdad esa mencionada diosa. Vincent no creía en la fama del héroe. E incluso había luchado por quitarse la que había adquirido en los últimos tiempos. No creía en la fama, pero sí en lo que un hombre o mujer debía hacer cuando llegaba el momento.
Porque esa noche cientos de héroes habían surcado el cielo. Y contra la fuerza de los mortales decididos por una causa, ni los dioses podían vencer.
- Buen viaje, sargento-, dijo apenado, sin estar seguro del destino del valiente Ansgar, pero siendo muy consciente de lo que acababa de pasar.
Offrol
______________________________________________________
______________________________________________________
Pues aquí estamos, en una nueva batalla. Por mi runa mala en el templo de Jade, renuncio a mi habilidad de nivel 6 y a 30 puntos de atributos, siendo estos: 10 de fuerza, 5 de agilidad, 5 de inteligencia y 10 de sabiduría.
Hecho esto, solo queda decir que uso la habilidad de nivel 4, La Herida del Viento, para atacar el ojo de la dragona. Y también que espero que le guste el relato a todo el que pase a leerlo ^^
Vincent Calhoun
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 973
Nivel de PJ : : 9
Re: Arde la noche [Evento Objetos del 19]
Hay dragones que consiguen tal afinidad y armonía con su elemento que llegan a volverse uno con él, transformando la propia carne. Algunos, como en el caso de Thariza, logran mudar partes de su anatomía de forma continuada. Otros son capaces de convertir todo su cuerpo por breves periodos. Los hay que sólo lo logran una vez en toda una vida. Sólo unos pocos llegan a hacer que esa única vez cuente.
El Sargento Ansgar no lo sabía, pero aquella noche, pasaría a la historia como uno de estos últimos. Si alguien hubiera podido preguntarle al día siguiente, habría recibido como respuesta que él sólo hizo aquello a lo que su honor lo conminaba y que, cuando sintió, en medio del vuelo, ese estado de trascendencia, de comunión, no hubo nada que pensar.
No diremos que su acción, por sí misma, acabó con la vida de la falsa diosa, pero no mentimos si afirmamos que la visión de aquella masa de agua en forma de dragón estrellándose contra la parte posterior del ala izquierda de Thariza, apagando sus ominosos destellos, fue tremendo acicate para los hombres y mujeres que tuvieron el honor de volar con él aquella noche. Muchos, como él, no verían la luz del amanecer, pero todos hicieron que contara.
—¡Está cayendo! —gritó Edna, casi sin poder creerlo.
—¡Por supuesto que está cayendo! —afirmó la Capitana, con una mezcla de orgullo y alivio, mientras redoblaba los esfuerzos de la carrera.
La inmensa dragona no era, no podía ser una diosa, después de todo. Los destellos de sus alas se habían apagado, la lava se había enfriado, arrastrando a una Thariza, incapaz de controlar esas gigantescas masas de roca, bajo su enorme peso.
El monumental cuerpo escamado se precipitó contra la torre derruida, pero la estructura no detuvo su viaje, sino que aún avanzó varios metros hacia el interior, obligando a los soldados allí reunidos a apartarse de en medio o verse derribados por su peso. Sus alas tocaron suelo al borde de la explanada, haciendo de ancla para el resto del cuerpo. Éste efectuó un giro, rozando una de las columnas que hacían de pie al Extractor y cambiando el rumbo del cuerpo de Thariza, que rozó una segunda torre de guardia y continuó resbalando por la única pasarela que aún se mantenía en pie. Sólo allí recuperó la dragona el control de sus patas, no así de sus alas, que se arrastraban inertes en torno a ella a medida que giraba sobre sí misma reconociendo el terreno. Furiosa y dolorida, pero no vencida; no aún.
A ambos lados de la pasarela, se preparaba la infantería. Los soldados de las cuatro torres centrales avanzaban ahora desde el lado oeste. Desde el este, la Capitana Friddel azuzaba también a sus soldados. Las torres arcanas habían detenido su ataque por falta de una línea clara de tiro, ahora que la dragona estaba en tierra, salvo algún que otro proyectil que aún se aventuraba desde el lado sur. A medida que los hombres y mujeres se acercaran, cuando los soldados del aire reemprendieran el acoso desde lo alto, también esas torres se detendrían.
Thariza se agitaba casi en el centro de la pasarela. Al tiempo que propinaba un barrido a un lado con su larga cola, lanzaba una llamarada hacia los otros desde lo más profundo de sus fauces. Sólo uno de sus ojos centelleaba con el brillo del volcán, lo que la hacía parecer aún más furiosa y temible.
Nada hay más peligroso que un animal herido o acorralado, se dijo la capitana con respetuosa prudencia. Aquello no le impidió, sin embargo, lanzar su propio ataque. Como un látigo, su cadena llameante salió disparada hacia delante. Su intención había sido atrapar la cola de la Dragona, pero un brusco giro de Thariza hizo que esta rozara una de sus alas, dibujando una senda de chispas a su paso por la lava solidificada. Por un momento, la Capitana creyó ver un destello en su superficie.
—¡El fuego juega en su beneficio! —oyó la voz de Edna gritando tras de sí—. Si alimentamos su éter con fuego, las alas volverán a encenderse.
—¡Estamos sobre un maldito volcán! —gruñó Friddel—. ¡Tiene fuego por todas partes!
—Habrá que darse prisa entonces —respondió la bruja con tono grave. Después, se plantó firme donde estaba, adelantó las manos y respiró hondo antes de cerrar los ojos.
—¿Qué haces? —la increpó Friddel, que había dejado de canalizar su elemento a través de su arma—. Debemos evitar el fuego, tú misma lo has dicho.
—No puedo atacar —respondió serena la bruja—, pero puedo tratar de atraer la mayor cantidad posible de calor hacia a mí, daros algo más de tiempo.
—¿Calor? Hay demasiado. ¿Y sí…?
—Daos prisa —cortó Edna entre dientes.
Al otro lado de la pasarela, Toriel clavaba en tierra su escudo en el momento que las fauces de Thariza se abrían de nuevo hacia su grupo. Habían formado una barrera que abarcaba todo lo ancho de la pasarela. La mujer vaca gruñó cuando sintió el empuje de la llamarada contra su escudo, pero no retrocedió un palmo. Cuando cesó el envite, se incorporó ligeramente y avanzó con el resto. Un grito de Ohm, que vigilaba desde atrás, los avisó de que era hora de saltar. El borde escamoso de la cola de Thariza pasó rozando el suelo bajo sus pies. Un alarido a su izquierda le indicó que no todos habían esquivado el ataque. Apretó el escudo con más fuerza para alejar el sonido y se concentró en su avance. Otra señal y volvió a clavar el escudo. Sintió una mano posarse en su hombro. Volvió ligeramente el rostro y se encontró con el pesado martillo de su marido. Era el momento.
Vincent: En primer lugar, me disculpo por la demora en responder. Espero no dejarte esperando en el próximo turno. En segundo lugar, debo decir que este desafío nunca fue pensado como un ejercicio de astucia o estrategia. Desde el principio, estaba listado como combate puro y duro. Sin embargo, tu brillante ocurrencia de apagarle las alas a Thariza nos ha dado una lección de humildad por aquí arriba, modificando ligeramente el plan original. Sin duda, tu idea está mucho mejor.
Aún así, el objetivo primario de este turno permanece invariable: vencer a Thariza. Es hora de acabar con ella y rápido, antes de que recupere la movilidad de sus alas y vuelva a salir volando (o antes de que Edna atraiga demasiado éter hacia sí y acabe siendo peor el remedio que la enfermedad).
Te dejo también un objetivo secundario: puesto que en el primer turno te has centrado en mostrar el esfuerzo de equipo que supone enfrentarse a tan formidable enemigo, no espero menos de éste. Tira una runa. No sellará tu destino, sino el de todos aquellos personajes que no aparezcan en tu narración. Si tú no me cuentas lo que están haciendo, me atendré a lo que indique la runa para decidir su suerte.
PS: Espero que sepas perdonar que me cargara a tu NPC, pero es que esa escena se escribió sola.
El Sargento Ansgar no lo sabía, pero aquella noche, pasaría a la historia como uno de estos últimos. Si alguien hubiera podido preguntarle al día siguiente, habría recibido como respuesta que él sólo hizo aquello a lo que su honor lo conminaba y que, cuando sintió, en medio del vuelo, ese estado de trascendencia, de comunión, no hubo nada que pensar.
No diremos que su acción, por sí misma, acabó con la vida de la falsa diosa, pero no mentimos si afirmamos que la visión de aquella masa de agua en forma de dragón estrellándose contra la parte posterior del ala izquierda de Thariza, apagando sus ominosos destellos, fue tremendo acicate para los hombres y mujeres que tuvieron el honor de volar con él aquella noche. Muchos, como él, no verían la luz del amanecer, pero todos hicieron que contara.
—¡Está cayendo! —gritó Edna, casi sin poder creerlo.
—¡Por supuesto que está cayendo! —afirmó la Capitana, con una mezcla de orgullo y alivio, mientras redoblaba los esfuerzos de la carrera.
La inmensa dragona no era, no podía ser una diosa, después de todo. Los destellos de sus alas se habían apagado, la lava se había enfriado, arrastrando a una Thariza, incapaz de controlar esas gigantescas masas de roca, bajo su enorme peso.
El monumental cuerpo escamado se precipitó contra la torre derruida, pero la estructura no detuvo su viaje, sino que aún avanzó varios metros hacia el interior, obligando a los soldados allí reunidos a apartarse de en medio o verse derribados por su peso. Sus alas tocaron suelo al borde de la explanada, haciendo de ancla para el resto del cuerpo. Éste efectuó un giro, rozando una de las columnas que hacían de pie al Extractor y cambiando el rumbo del cuerpo de Thariza, que rozó una segunda torre de guardia y continuó resbalando por la única pasarela que aún se mantenía en pie. Sólo allí recuperó la dragona el control de sus patas, no así de sus alas, que se arrastraban inertes en torno a ella a medida que giraba sobre sí misma reconociendo el terreno. Furiosa y dolorida, pero no vencida; no aún.
A ambos lados de la pasarela, se preparaba la infantería. Los soldados de las cuatro torres centrales avanzaban ahora desde el lado oeste. Desde el este, la Capitana Friddel azuzaba también a sus soldados. Las torres arcanas habían detenido su ataque por falta de una línea clara de tiro, ahora que la dragona estaba en tierra, salvo algún que otro proyectil que aún se aventuraba desde el lado sur. A medida que los hombres y mujeres se acercaran, cuando los soldados del aire reemprendieran el acoso desde lo alto, también esas torres se detendrían.
Thariza se agitaba casi en el centro de la pasarela. Al tiempo que propinaba un barrido a un lado con su larga cola, lanzaba una llamarada hacia los otros desde lo más profundo de sus fauces. Sólo uno de sus ojos centelleaba con el brillo del volcán, lo que la hacía parecer aún más furiosa y temible.
Nada hay más peligroso que un animal herido o acorralado, se dijo la capitana con respetuosa prudencia. Aquello no le impidió, sin embargo, lanzar su propio ataque. Como un látigo, su cadena llameante salió disparada hacia delante. Su intención había sido atrapar la cola de la Dragona, pero un brusco giro de Thariza hizo que esta rozara una de sus alas, dibujando una senda de chispas a su paso por la lava solidificada. Por un momento, la Capitana creyó ver un destello en su superficie.
—¡El fuego juega en su beneficio! —oyó la voz de Edna gritando tras de sí—. Si alimentamos su éter con fuego, las alas volverán a encenderse.
—¡Estamos sobre un maldito volcán! —gruñó Friddel—. ¡Tiene fuego por todas partes!
—Habrá que darse prisa entonces —respondió la bruja con tono grave. Después, se plantó firme donde estaba, adelantó las manos y respiró hondo antes de cerrar los ojos.
—¿Qué haces? —la increpó Friddel, que había dejado de canalizar su elemento a través de su arma—. Debemos evitar el fuego, tú misma lo has dicho.
—No puedo atacar —respondió serena la bruja—, pero puedo tratar de atraer la mayor cantidad posible de calor hacia a mí, daros algo más de tiempo.
—¿Calor? Hay demasiado. ¿Y sí…?
—Daos prisa —cortó Edna entre dientes.
Al otro lado de la pasarela, Toriel clavaba en tierra su escudo en el momento que las fauces de Thariza se abrían de nuevo hacia su grupo. Habían formado una barrera que abarcaba todo lo ancho de la pasarela. La mujer vaca gruñó cuando sintió el empuje de la llamarada contra su escudo, pero no retrocedió un palmo. Cuando cesó el envite, se incorporó ligeramente y avanzó con el resto. Un grito de Ohm, que vigilaba desde atrás, los avisó de que era hora de saltar. El borde escamoso de la cola de Thariza pasó rozando el suelo bajo sus pies. Un alarido a su izquierda le indicó que no todos habían esquivado el ataque. Apretó el escudo con más fuerza para alejar el sonido y se concentró en su avance. Otra señal y volvió a clavar el escudo. Sintió una mano posarse en su hombro. Volvió ligeramente el rostro y se encontró con el pesado martillo de su marido. Era el momento.
__________________
Vincent: En primer lugar, me disculpo por la demora en responder. Espero no dejarte esperando en el próximo turno. En segundo lugar, debo decir que este desafío nunca fue pensado como un ejercicio de astucia o estrategia. Desde el principio, estaba listado como combate puro y duro. Sin embargo, tu brillante ocurrencia de apagarle las alas a Thariza nos ha dado una lección de humildad por aquí arriba, modificando ligeramente el plan original. Sin duda, tu idea está mucho mejor.
Aún así, el objetivo primario de este turno permanece invariable: vencer a Thariza. Es hora de acabar con ella y rápido, antes de que recupere la movilidad de sus alas y vuelva a salir volando (o antes de que Edna atraiga demasiado éter hacia sí y acabe siendo peor el remedio que la enfermedad).
Te dejo también un objetivo secundario: puesto que en el primer turno te has centrado en mostrar el esfuerzo de equipo que supone enfrentarse a tan formidable enemigo, no espero menos de éste. Tira una runa. No sellará tu destino, sino el de todos aquellos personajes que no aparezcan en tu narración. Si tú no me cuentas lo que están haciendo, me atendré a lo que indique la runa para decidir su suerte.
PS: Espero que sepas perdonar que me cargara a tu NPC, pero es que esa escena se escribió sola.
Fehu
Master
Master
Cantidad de envíos : : 1560
Nivel de PJ : : 0
Re: Arde la noche [Evento Objetos del 19]
“Sólo con gentes con honor se puede forjar un futuro”
Ello le había dicho su padre más de una vez, y sí, era una frase que se quedaba un tanto corta bajo el paraguas de la realidad. Sin embargo, no hacía falta decir más para entender lo que Geralt quería decir con esas palabras.
Solo con individuos que anteponían su propio bienestar, que tenían el honor suficiente para no pensar solo en ellos, sino también en los amigos y personas que lo rodeaban, se podía lograr un futuro mejor. Un futuro más esperanzador. Pues solo ellos podían anteponer el deber al deseo. Sólo ellos podían priorizar el sacrificio ante la propia supervivencia y pensar en el conjunto.
Podría parecer que ello era simplemente un suicidio. Desprecio por tu propia vida y rebajar la importancia que te dabas a ti mismo. Pero, en realidad, las personas capaces de hacer aquellos sacrificios tenían un valor incalculable.
Ese era el Sargento Ansgar y cada uno de los hombres y mujeres dragón que habían caído del cielo como una lluvia de estrellas cargadas de esperanza. Dragones que habían sellado su destino a propia voluntad, porque eran capaz de sentir más allá de sus propios cuerpos, y amar a quienes les rodeaban.
- Descuida, muchacho. Haremos que su sacrificio no sea en vano-, le dijo a Thomas, dándole un palmada en el lado zurdo de la base del cuello. - Vamos, sigamos su estela. No nos rezaguemos.
El brujo se aferró a la improvisada silla de montar que habían montado los dragones cuando el mercenario había insistido en acompañarles. No hacía falta ser ingeniero para saber que aquello era una buena chapuza, algo que no valía para mucho pero que al menos había mantenido al rubio en su sitio sin caer al vacío. ¿Pero por cuánto tiempo?
El tiempo jugaba en contra de Vincent, mucho antes de que los defensores supieran que la oportunidad de abatir a Thariza era también una lucha contra el mencionado tiempo.
El mercenario, desde su posición privilegiada en el cielo, pudo observar el fútil intento de ataque de la capitana Friddel y cómo reaccionó el ala al fuego. Aquello complicaba las cosas, su magia de fuego no sería muy útil.
«Al menos en la versión más básica, unas explosiones reventaban a cualquiera», pensó el brujo, mientras se aproximaban a la gran dragona.
Por supuesto, aquello no pasó desapercibido al resto de dragones y soldados de la zona, y los que aún conseguían mantenerse en el aire, pronto reanudaron sus ataques con agua para seguir enfriando las alas de Thariza.
- ¡Victoria o muerte! - se escuchó en grito por debajo de brujo y dragón, cuando pasaron volando justo por encima de la capitana.
Un grito que fue contestado con el resonar de cientos de voces coreando la misma frase al tiempo que se lanzaban en carga contra la ahora vulnerable dragona.
El eco del metal chocando contra las duras escamas, los alaridos de dolor cuando un grupo de defensores no lograba esquivar los poderosos contraataques de Thariza, la canción de la guerra en todo su esplendor comenzaba a entonarse sobre la pasarela.
«Estos dragones están jodidamente locos - se dijo mentalmente el brujo - No va a ser una victoria fácil»
Aunque eso no era algo que Vincent no supiera de antemano, más no podía decir que el influjo del valor de los caballeros dragón no le llegara incluso hasta a él, hasta el corazón de un forastero mercenario de lejanas tierras.
- Thomas. Los norteños me gustáis-, le dijo a su compañero, mientras se sumaban a su manera al ataque.
El dúo de atacantes sobrevoló, a toda la velocidad que podían alcanzar, el lomo de la dragona, y Vinc intentó horadar las escamas de Thariza con su mágica espada imbuida en luz. La punta se deslizó por toda la superficie de la dragona, y esta soltó un alarido después de que un surco que parecía acero fundido se mostrara sobre las escamas.
- Maldita sea-, se lamentó el brujo, pues pese a lograr provocar dolor a Thariza, realmente el ataque solo se podía considerar un daño superficial. Apenas habían arañado la superficie de la escamosa protección de la enorme rival. - Tendremos que pensar otra cosa-, comentó, al tiempo que bajaba con fuerza el brazo para arremeter contra el orificio de la nariz de Thariza, y darle otro poca de dolorosa medicina que evitara que alzara la cabeza para morderles o convertirlos en unos cabrones demasiado asados.
La llamarada no se hizo esperar, pero aquel golpe les dio el tiempo necesario para alejarse lo suficiente y no acabar convertidos en la futura y tostada comida de dragona.
Vincent, además de escuchar el grito de carga de la capitana, había notado como el éter de la zona se canalizaba hacia un punto de la pasarela, justo detrás de donde se encontraba el grueso de la oficial al mando. Ahora, con un poco de “paz” en las alturas, podía ver de qué se trataba.
«Nos está ganando tiempo»
Pero cuánto tiempo sería. No había forma de medirlo. Dependía de muchas circunstancias, pero con el poder de Thariza y estando en un volcán, la respuesta siempre era poco, demasiado poco. El rubio mercenario se planteó ayudar en la labor a la hechicera de la Academia de magia, más sabía que ello era una estupidez. No lograría ganar mucho más tiempo que el que ella lograra. Debía actuar. Debían ganar ahora o nunca.
- Vamos Thomas, un último viaje. Acércame a esa zona, pero quédate por encima-, le dijo el brujo a su dragona montura, señalando con su espada luminosa hacia donde quería ir. - Ha sido un placer, chico-, le comentó, en cuánto llegaron a donde quería. - Sigue usando tus ataques desde el cielo y mantente vivo. Y en caso de que esto salga mal, te veo junto a los dioses. Te esperaré junto a Ansgar. Nos estaremos tomando unas buenas pintas para cuando llegues-, dijo de repentino buen humor, antes de dejarse caer.
Otro alarido de dolor, pero esta vez uno mucho mayor, escapó de la dragona cuando el brujo se ancló con su espada en el ojo sano que le quedaba.
- Qué pasa, cabrona. ¿Ahora que eres ciega te decantas por usar tu hermoso rugir? - se burló de ella, dejando que el peso de su cuerpo lo arrastrase hacia abajo y la cicatriz se agrandara en el proceso.
Finalmente, apoyando sus pies contra el firme de las escamas de su cara, hizo fuerza y sacó la espada, y con su magia de viento se alejó lo suficiente para que el cabeceo de la dragona no lo lanzara hacia el abismo o le diera un golpe que lo mandara con los malditos dioses.
De todos modos, el golpe contra el suelo no tardó en hacerse esperar, pues en ese movimiento había usado su potencial mágico para sobrevivir y no había tenido tiempo, ni era prudente, desviar parte de sus energías en crear una ráfaga de aire que le permitiera llegar al suelo con mayor gracilidad.
- Me cago en la puta-, comentó el brujo, usando la espada como bastón para ayudarse a levantarse. - Esto está costando más de la cuenta. La próxima vez manden una dragona tan grande como una montaña. Total, qué más dará unos metros más o menos de perra psicótica-, dijo, hablando hacia nadie en concreto, pero en parte dirigiéndose hacia los dioses, sin perder el tono de enfado
Aquello solo era una manera para que el brujo se desfogase, y se arrancara de encima frustración y tensión. En aquella batalla no solo iba a desfogarse Thariza gracias a los dragones de agua y a la maga de la academia, qué desconsideración sería.
Más, volviendo a lo importante. El brujo no tardó en reconocer una cara conocida entre el grupo de soldados que atacaba desde ese lado de la pasarela. Y mientras Thariza luchaba por su supervivencia en medio de la oscura noche que se había vuelto su vista, contra el ejército dragón, Vinc aprovechó para acercarse a una de esas caras conocidas.
- Hey, a que se siente bien cuando no te estás cayendo de una torre bien jodida-, le comentó a la mujer bestia, acercándose a ella.
- Gracias por rescatarnos.
- Agradéceselo a los que pueden volar. Yo solo era un espectador más en el cielo-, le respondió. - Pero es momento de acabar con esto. Como de bueno es ese escudo. ¿Soportaría una llamarada?
- Ha soportado mucho castigo, no sabría decirte.
- Ese es el optimismo que necesito-, afirmó con demasiado buen talante para lo que iba a hacer, y al mismo le hizo un gesto al hombre bestia que también había estado a punto de morir en la torre.
Por ahora, Ohm no sabía qué estaba pasando, ni que le estaba pidiendo el rubio, pero cuando el hombre gritó unos improperios a la dragona, esta agacho la cabeza y escupió una llamarada en su dirección.
El gran hombre elefante vio con terror como la llamarada impactaba en el gran escudo de Toriel, pero como por arte de magia… ¡Sí, eso era! El rubio era un brujo de fuego, y ellos no lanzaban el fuego, lo dominaban, y por eso desvió todo lo que pudo de la llamarada de Thariza alrededor de ambos, mientras el escudo frenaba lo que la magia no podía lograr bifurcar.
Ahí Ohm entendió que significaba el gesto de un dedo clavado en la boca de un, ahora sabido, brujo. Así que el elefante no perdió el tiempo, y cuando la bestia dejó de escupir fuego, justo en ese instante para no perder la oportunidad, clavó su lanza de metal con todas sus fuerzas en el paladar de la dragona.
Thariza, herida y ciega se había dejado llevar, como cualquiera en su lugar habría hecho, por la ira y el odio hacia el hombre que la había lisiado de por vida. Había agachado demasiado la testa para asegurarse de calcinar hasta el último centímetro de piel y carne de ese maldito.
Aún así, una dolorida dragona no se rendiría y escupiría una y otra vez fuego por la boca para intentar derretir el acero del arma que atravesaba su boca de par en par, mientras agitaba la cabeza, enajenada por el dolor y la rabia.
- Señorita, solo puedo decirle, que me encanta el trabajo en equipo-, le comentó a la señorita, dibujando una sonrisa en los labios.
Nada más decirle aquello a la mujer del escudo, el rubio posó su mirada sobre la dragona y soltó su espada, que por medio de la magia telequinética flotó en el aire. Después, mientras todo transcurría, casi como si el tiempo fuese más lento de lo normal dentro de su cabeza, se tronó los dedos, con mesura y paciencia.
Vincent, solo esperó su momento. El ángulo perfecto.
Y entonces apareció. La oportunidad. Aquella que tanto ansiaba. Aquella que sellaba el destino de Thariza y de todos los allí presentes, dependiendo de lo que sucediese.
Solo entonces el mundo volvió a ir a la velocidad de siempre. El fuego pasó del contorno del acero de su espada al interior de los dedos como ríos de fuego, donde se convirtieron en proyectiles explosivos.
- A ver si por dentro eres tan dura como por fuera-, le dijo, sabiendo que todo, para bien o para mal, culminaba en ese momento.
«Por Ansgar. Por el sacrificio del norte», se dijo mentalmente, mientras observaba una negrura oscura solo cortada por el incandescente acero que lo atravesaba y no aguantaría mucho más.
Y hacía allí salieron despedidos los proyectiles de sus manos, como centellas en la noche, cruzando el nocturno firmamento.
No se preocupe por tardar, Master Fehu. No soy impaciente y tampoco es que yo sea el rolero más rápido del foro para ponerme fino a ese respecto XD
Utilizo todas las tetras de un buen mercenario que lucha en equipo, para esbozar la situación donde pueda usar mi habilidad de nivel 1, Ojos de lobo, con toda su potencia y la mejor oportunidad. Por lo demás, espero que disfrute el relato todo el que se pase a leerlo. Y si no es así, intentaré hacerlo mejor la próxima vez, qué remedio XD.
Ello le había dicho su padre más de una vez, y sí, era una frase que se quedaba un tanto corta bajo el paraguas de la realidad. Sin embargo, no hacía falta decir más para entender lo que Geralt quería decir con esas palabras.
Solo con individuos que anteponían su propio bienestar, que tenían el honor suficiente para no pensar solo en ellos, sino también en los amigos y personas que lo rodeaban, se podía lograr un futuro mejor. Un futuro más esperanzador. Pues solo ellos podían anteponer el deber al deseo. Sólo ellos podían priorizar el sacrificio ante la propia supervivencia y pensar en el conjunto.
Podría parecer que ello era simplemente un suicidio. Desprecio por tu propia vida y rebajar la importancia que te dabas a ti mismo. Pero, en realidad, las personas capaces de hacer aquellos sacrificios tenían un valor incalculable.
Ese era el Sargento Ansgar y cada uno de los hombres y mujeres dragón que habían caído del cielo como una lluvia de estrellas cargadas de esperanza. Dragones que habían sellado su destino a propia voluntad, porque eran capaz de sentir más allá de sus propios cuerpos, y amar a quienes les rodeaban.
- Descuida, muchacho. Haremos que su sacrificio no sea en vano-, le dijo a Thomas, dándole un palmada en el lado zurdo de la base del cuello. - Vamos, sigamos su estela. No nos rezaguemos.
El brujo se aferró a la improvisada silla de montar que habían montado los dragones cuando el mercenario había insistido en acompañarles. No hacía falta ser ingeniero para saber que aquello era una buena chapuza, algo que no valía para mucho pero que al menos había mantenido al rubio en su sitio sin caer al vacío. ¿Pero por cuánto tiempo?
El tiempo jugaba en contra de Vincent, mucho antes de que los defensores supieran que la oportunidad de abatir a Thariza era también una lucha contra el mencionado tiempo.
El mercenario, desde su posición privilegiada en el cielo, pudo observar el fútil intento de ataque de la capitana Friddel y cómo reaccionó el ala al fuego. Aquello complicaba las cosas, su magia de fuego no sería muy útil.
«Al menos en la versión más básica, unas explosiones reventaban a cualquiera», pensó el brujo, mientras se aproximaban a la gran dragona.
Por supuesto, aquello no pasó desapercibido al resto de dragones y soldados de la zona, y los que aún conseguían mantenerse en el aire, pronto reanudaron sus ataques con agua para seguir enfriando las alas de Thariza.
- ¡Victoria o muerte! - se escuchó en grito por debajo de brujo y dragón, cuando pasaron volando justo por encima de la capitana.
Un grito que fue contestado con el resonar de cientos de voces coreando la misma frase al tiempo que se lanzaban en carga contra la ahora vulnerable dragona.
El eco del metal chocando contra las duras escamas, los alaridos de dolor cuando un grupo de defensores no lograba esquivar los poderosos contraataques de Thariza, la canción de la guerra en todo su esplendor comenzaba a entonarse sobre la pasarela.
«Estos dragones están jodidamente locos - se dijo mentalmente el brujo - No va a ser una victoria fácil»
Aunque eso no era algo que Vincent no supiera de antemano, más no podía decir que el influjo del valor de los caballeros dragón no le llegara incluso hasta a él, hasta el corazón de un forastero mercenario de lejanas tierras.
- Thomas. Los norteños me gustáis-, le dijo a su compañero, mientras se sumaban a su manera al ataque.
El dúo de atacantes sobrevoló, a toda la velocidad que podían alcanzar, el lomo de la dragona, y Vinc intentó horadar las escamas de Thariza con su mágica espada imbuida en luz. La punta se deslizó por toda la superficie de la dragona, y esta soltó un alarido después de que un surco que parecía acero fundido se mostrara sobre las escamas.
- Maldita sea-, se lamentó el brujo, pues pese a lograr provocar dolor a Thariza, realmente el ataque solo se podía considerar un daño superficial. Apenas habían arañado la superficie de la escamosa protección de la enorme rival. - Tendremos que pensar otra cosa-, comentó, al tiempo que bajaba con fuerza el brazo para arremeter contra el orificio de la nariz de Thariza, y darle otro poca de dolorosa medicina que evitara que alzara la cabeza para morderles o convertirlos en unos cabrones demasiado asados.
La llamarada no se hizo esperar, pero aquel golpe les dio el tiempo necesario para alejarse lo suficiente y no acabar convertidos en la futura y tostada comida de dragona.
Vincent, además de escuchar el grito de carga de la capitana, había notado como el éter de la zona se canalizaba hacia un punto de la pasarela, justo detrás de donde se encontraba el grueso de la oficial al mando. Ahora, con un poco de “paz” en las alturas, podía ver de qué se trataba.
«Nos está ganando tiempo»
Pero cuánto tiempo sería. No había forma de medirlo. Dependía de muchas circunstancias, pero con el poder de Thariza y estando en un volcán, la respuesta siempre era poco, demasiado poco. El rubio mercenario se planteó ayudar en la labor a la hechicera de la Academia de magia, más sabía que ello era una estupidez. No lograría ganar mucho más tiempo que el que ella lograra. Debía actuar. Debían ganar ahora o nunca.
- Vamos Thomas, un último viaje. Acércame a esa zona, pero quédate por encima-, le dijo el brujo a su dragona montura, señalando con su espada luminosa hacia donde quería ir. - Ha sido un placer, chico-, le comentó, en cuánto llegaron a donde quería. - Sigue usando tus ataques desde el cielo y mantente vivo. Y en caso de que esto salga mal, te veo junto a los dioses. Te esperaré junto a Ansgar. Nos estaremos tomando unas buenas pintas para cuando llegues-, dijo de repentino buen humor, antes de dejarse caer.
Otro alarido de dolor, pero esta vez uno mucho mayor, escapó de la dragona cuando el brujo se ancló con su espada en el ojo sano que le quedaba.
- Qué pasa, cabrona. ¿Ahora que eres ciega te decantas por usar tu hermoso rugir? - se burló de ella, dejando que el peso de su cuerpo lo arrastrase hacia abajo y la cicatriz se agrandara en el proceso.
Finalmente, apoyando sus pies contra el firme de las escamas de su cara, hizo fuerza y sacó la espada, y con su magia de viento se alejó lo suficiente para que el cabeceo de la dragona no lo lanzara hacia el abismo o le diera un golpe que lo mandara con los malditos dioses.
De todos modos, el golpe contra el suelo no tardó en hacerse esperar, pues en ese movimiento había usado su potencial mágico para sobrevivir y no había tenido tiempo, ni era prudente, desviar parte de sus energías en crear una ráfaga de aire que le permitiera llegar al suelo con mayor gracilidad.
- Me cago en la puta-, comentó el brujo, usando la espada como bastón para ayudarse a levantarse. - Esto está costando más de la cuenta. La próxima vez manden una dragona tan grande como una montaña. Total, qué más dará unos metros más o menos de perra psicótica-, dijo, hablando hacia nadie en concreto, pero en parte dirigiéndose hacia los dioses, sin perder el tono de enfado
Aquello solo era una manera para que el brujo se desfogase, y se arrancara de encima frustración y tensión. En aquella batalla no solo iba a desfogarse Thariza gracias a los dragones de agua y a la maga de la academia, qué desconsideración sería.
Más, volviendo a lo importante. El brujo no tardó en reconocer una cara conocida entre el grupo de soldados que atacaba desde ese lado de la pasarela. Y mientras Thariza luchaba por su supervivencia en medio de la oscura noche que se había vuelto su vista, contra el ejército dragón, Vinc aprovechó para acercarse a una de esas caras conocidas.
- Hey, a que se siente bien cuando no te estás cayendo de una torre bien jodida-, le comentó a la mujer bestia, acercándose a ella.
- Gracias por rescatarnos.
- Agradéceselo a los que pueden volar. Yo solo era un espectador más en el cielo-, le respondió. - Pero es momento de acabar con esto. Como de bueno es ese escudo. ¿Soportaría una llamarada?
- Ha soportado mucho castigo, no sabría decirte.
- Ese es el optimismo que necesito-, afirmó con demasiado buen talante para lo que iba a hacer, y al mismo le hizo un gesto al hombre bestia que también había estado a punto de morir en la torre.
Por ahora, Ohm no sabía qué estaba pasando, ni que le estaba pidiendo el rubio, pero cuando el hombre gritó unos improperios a la dragona, esta agacho la cabeza y escupió una llamarada en su dirección.
El gran hombre elefante vio con terror como la llamarada impactaba en el gran escudo de Toriel, pero como por arte de magia… ¡Sí, eso era! El rubio era un brujo de fuego, y ellos no lanzaban el fuego, lo dominaban, y por eso desvió todo lo que pudo de la llamarada de Thariza alrededor de ambos, mientras el escudo frenaba lo que la magia no podía lograr bifurcar.
Ahí Ohm entendió que significaba el gesto de un dedo clavado en la boca de un, ahora sabido, brujo. Así que el elefante no perdió el tiempo, y cuando la bestia dejó de escupir fuego, justo en ese instante para no perder la oportunidad, clavó su lanza de metal con todas sus fuerzas en el paladar de la dragona.
Thariza, herida y ciega se había dejado llevar, como cualquiera en su lugar habría hecho, por la ira y el odio hacia el hombre que la había lisiado de por vida. Había agachado demasiado la testa para asegurarse de calcinar hasta el último centímetro de piel y carne de ese maldito.
Aún así, una dolorida dragona no se rendiría y escupiría una y otra vez fuego por la boca para intentar derretir el acero del arma que atravesaba su boca de par en par, mientras agitaba la cabeza, enajenada por el dolor y la rabia.
- Señorita, solo puedo decirle, que me encanta el trabajo en equipo-, le comentó a la señorita, dibujando una sonrisa en los labios.
Nada más decirle aquello a la mujer del escudo, el rubio posó su mirada sobre la dragona y soltó su espada, que por medio de la magia telequinética flotó en el aire. Después, mientras todo transcurría, casi como si el tiempo fuese más lento de lo normal dentro de su cabeza, se tronó los dedos, con mesura y paciencia.
Vincent, solo esperó su momento. El ángulo perfecto.
Y entonces apareció. La oportunidad. Aquella que tanto ansiaba. Aquella que sellaba el destino de Thariza y de todos los allí presentes, dependiendo de lo que sucediese.
Solo entonces el mundo volvió a ir a la velocidad de siempre. El fuego pasó del contorno del acero de su espada al interior de los dedos como ríos de fuego, donde se convirtieron en proyectiles explosivos.
- A ver si por dentro eres tan dura como por fuera-, le dijo, sabiendo que todo, para bien o para mal, culminaba en ese momento.
«Por Ansgar. Por el sacrificio del norte», se dijo mentalmente, mientras observaba una negrura oscura solo cortada por el incandescente acero que lo atravesaba y no aguantaría mucho más.
Y hacía allí salieron despedidos los proyectiles de sus manos, como centellas en la noche, cruzando el nocturno firmamento.
Offrol
______________________________________________________
______________________________________________________
No se preocupe por tardar, Master Fehu. No soy impaciente y tampoco es que yo sea el rolero más rápido del foro para ponerme fino a ese respecto XD
Utilizo todas las tetras de un buen mercenario que lucha en equipo, para esbozar la situación donde pueda usar mi habilidad de nivel 1, Ojos de lobo, con toda su potencia y la mejor oportunidad. Por lo demás, espero que disfrute el relato todo el que se pase a leerlo. Y si no es así, intentaré hacerlo mejor la próxima vez, qué remedio XD.
Vincent Calhoun
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 973
Nivel de PJ : : 9
Re: Arde la noche [Evento Objetos del 19]
El miembro 'Vincent Calhoun' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
'Runas' :
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Resultados :
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
'Runas' :
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Resultados :
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Tyr
Master
Master
Cantidad de envíos : : 2223
Nivel de PJ : : 0
Re: Arde la noche [Evento Objetos del 19]
Thariza había sido una mujer dura… cuando aún se sentía como una mujer. Aunque no hacía tanto tiempo de aquello, no era algo que pudiera o quisiera recordar. El Volcán se había encargado de eso. Ella no era una mujer, era una diosa y el dolor que sentía en aquel momento no era nada comparado con su ira; ira que esos insectos no vivirían para aprender a temer.
Podía oír a aquel tipo, el mercenario que había osado clavarle aquella espada. Podía olerlo. No podía dejar de hacerlo, de hecho. Su voluntad entera estaba centrada en ese minúsculo hombrecillo. Acabaría con él y después con todos los demás. Abrió la boca para lanzar otra llamarada…
La explosión pilló a Friddel por sorpresa. Aprovechando que Thariza había dejado de dar giros y se había enfocado en los soldados del otro lado del puente, lideraba una carga desde atrás. La onda expansiva la hizo trastabillar, tropezó con el cuerpo de un soldado caído y rodó por el suelo. Apunto de llegar al borde de la pasarela, lanzó su cadena, que aferró una de las patas traseras de Thariza.
El avance de la Capitana frenó en seco justo cuando caía por el borde haciendo que colgara de un brazo. Sus oídos ensordecidos no le permitieron oír el crujido del hueso, pero sí sintió el dolor agudo cuando su hombro se partió al golpear contra el extremo de la pasarela. Algunos no tuvieron tanta suerte.
Lanzando una plegaria a los Dioses (a los verdaderos) por los caídos, Tarama concentró su voluntad de vivir en aferrarse a la cadena con el brazo sano y lo logró en el preciso momento en que creía que el roto no aguantaría un instante más. Fue entonces cuando comenzó a caer de nuevo.
Deprisa y despacio al mismo tiempo, vio alejarse la cornisa junto con su esperanza de salvación. Un nuevo parón llevó agudas punzadas de dolor a su hombro sano, pero siguió aferrada a la cadena. Por el borde de la pasarela vio asomarse la cara de un soldado. Lo conocía, intentó evocar su nombre antes de que el hombre se girara hacia atrás, gritando algo que ella no podía oír.
Y entonces comenzó a ascender. Un palmo, otro palmo. A medida que ascendía, sus oídos comenzaron a captar los sonidos a su alrededor, sus hombres coordinándose arriba. Finalmente, llegó al borde y notó un dolor punzante que le arrancó un grito cuando la aferraron de los hombros para tirar de ella hacia arriba.
Le llevó un momento acompasar su respiración. Apoyando su brazo sano en Narishma (sí, Narishma, ese es su nombre), se las arregló para incorporarse. La lucha había acabado, de eso no le cabía ya duda alguna. Sus hombres se apartaron cuando la vieron seguir el rumbo de su cadena. Sabía lo que vería en su extremo, pero aún así, sintió una oleada de alivio al comprobar que no se había equivocado. Thariza no era una de los Antiguos y el cadáver desfigurado que yacía sobre la pasarela lo confirmaba. Quizá nunca sabrían quién fue ella realmente, le faltaba la cabeza, un brazo y la mitad superior izquierda del torso, pero aquel era, incuestionablemente, el cuerpo de una mujer.
—¡Debemos destruirlo! —exclamó por enésima vez Edna y, acto seguido, se arrepintió de su vehemencia. La migraña que había sucedido a su sobreesfuerzo durante la noche del ataque apenas había remitido unas horas antes y arremetió de nuevo con fuerza en el momento en que se levantó para apoyar las manos con ímpetu sobre el escritorio tras el que se sentaba la Capitana Friddel—. ¿Es que no se da cuenta de que el complejo no está en condiciones de resistir otro ataque como el de Thariza?
—De lo que me doy cuenta —dijo Friddel en un tono que hizo que a la bruja se le clavasen agujas en las sienes— es de que esos dragones son mortales. Se los puede vencer, como ya demostramos. ¡Y volveremos a hacerlo!
¡Qué mujer tan terca e insufrible! Incluso con el brazo en cabestrillo, era muy capaz de lanzarse al ataque sólo para probar que un Caballero Dragón no se rendía. ¿Y qué más daría que no se rindieran cuando ya no quedase ninguno para defender ese maldito Volcán?
—Casi no logramos vencer a una sola —respondió Edna en tono firme, pero bajando la voz—. ¿Qué pasará si la próxima vez vienen varios juntos?
—Ahora que hemos probado que no son verdaderos dioses hay más soldados en camino.
—¡Más gente dispuesta a morir!
—¡Más gente dispuesta a luchar!
—¿Acaso merece la pena el riesgo? ¿Cuantos de esos dragones crees que hay por ahí sueltos? El Hombre Muerto podría reunirlos a todos en cualquier momento. ¿Por qué arriesgarnos a que caiga en sus manos cuando el Hekshold tiene los medios para destruirlo de una vez por todas?
—¡No!
Edna giró rápidamente la cabeza hacia la puerta y entrecerró los ojos al notar un nuevo pinchazo en las sienes. Reconoció a la mujer-bestia que había hablado como uno de los miembros de aquel grupo ridículo, los Buscadores o algo así. La recién llegada permaneció de pie en la entrada, con unos documentos firmemente apretados en su mano y el entrecejo fruncido en una expresión tan obstinada y decidida como la de la Capitana. ¡Lo que le faltaba!
—No podemos destruirlo —continuó la mujer—, aún no. Lo necesitamos para vencer al Hombre Muerto. ¡Necesitamos todos los Objetos que podamos reunir!
—¡Ni hablar! —dijo la Capitana levantándose de su asiento—. Si hacemos eso, no seremos mejor que él. El Volcán no debe usarse como arma. Sin embargo, todo ese éter podría sernos de ayuda. ¡No podemos desecharlo sin más! ¿Por qué no usarlo en nuestro beneficio, el de nuestras ciudades?
—Es peligroso —advirtió Edna—. Ninguno de esos objetos malditos regala sus dones sin coste alguno. Mira a Thariza. Apuesto que ni ella misma recordaba quién era al final.
—¿Se supone que hemos de rendirnos sólo porque algo sea peligroso?
—No mientras el Hombre Muerto siga caminando entre los vivos.
El tono frío y sereno de la mujer-bestia hizo que Edna se volviera de nuevo hacia ella con un estremecimiento. El odio que vio en sus ojos parecía tan personal que le hizo preguntarse qué le habría hecho a ella el Hombre Muerto. ¿Cómo iba a convencer a esas dos mujeres de que lo más sensato era destruir el maldito Volcán?
Gran trabajo, Vincent, has hecho papilla a la dragona. Bueno, entre todos lo habéis hecho. Ya no volverá a molestaros. No ella, al menos. La cuestión ahora es qué hacer con el dichoso Volcán. Está a salvo de momento, pero ¿por cuánto tiempo?
Como ves, hay varios intereses encontrados entre los grupos con representación en el lugar y, obviamente, no es una cuestión que le competa a Vincent Calhoun, brujo mercenario. No es como si pudiera llevarse el volcán bajo el brazo y entregárselo a quién mejor le parezca.
Vincent usuario, por otro lado, bien puede aportar su granito de arena. ¿Qué acordarán finalmente nuestras líderes de campo? ¿Se pondrán en contacto con el Heckshold para proceder a la destrucción, lo más segura posible, del objeto maldito o decidirán utilizarlo? Y, de elegir lo segundo, ¿al servició de qué intereses lo pondrán? Sí, podría decidirlo yo, pero será más divertido (y más interesante) si lo haces tú.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]. Puedes responder tanto off como on rol. Si te decides por la segunda opción, tienes permiso para usar todos y cualquiera de los PNJs de este tema.
Por mi parte, sólo me queda entregarte la recompensa acordada. Recibes 5 puntos de experiencia y 50 aeros, junto con mi enhorabuena: ha sido un verdadero placer leerte.
Podía oír a aquel tipo, el mercenario que había osado clavarle aquella espada. Podía olerlo. No podía dejar de hacerlo, de hecho. Su voluntad entera estaba centrada en ese minúsculo hombrecillo. Acabaría con él y después con todos los demás. Abrió la boca para lanzar otra llamarada…
La explosión pilló a Friddel por sorpresa. Aprovechando que Thariza había dejado de dar giros y se había enfocado en los soldados del otro lado del puente, lideraba una carga desde atrás. La onda expansiva la hizo trastabillar, tropezó con el cuerpo de un soldado caído y rodó por el suelo. Apunto de llegar al borde de la pasarela, lanzó su cadena, que aferró una de las patas traseras de Thariza.
El avance de la Capitana frenó en seco justo cuando caía por el borde haciendo que colgara de un brazo. Sus oídos ensordecidos no le permitieron oír el crujido del hueso, pero sí sintió el dolor agudo cuando su hombro se partió al golpear contra el extremo de la pasarela. Algunos no tuvieron tanta suerte.
Lanzando una plegaria a los Dioses (a los verdaderos) por los caídos, Tarama concentró su voluntad de vivir en aferrarse a la cadena con el brazo sano y lo logró en el preciso momento en que creía que el roto no aguantaría un instante más. Fue entonces cuando comenzó a caer de nuevo.
Deprisa y despacio al mismo tiempo, vio alejarse la cornisa junto con su esperanza de salvación. Un nuevo parón llevó agudas punzadas de dolor a su hombro sano, pero siguió aferrada a la cadena. Por el borde de la pasarela vio asomarse la cara de un soldado. Lo conocía, intentó evocar su nombre antes de que el hombre se girara hacia atrás, gritando algo que ella no podía oír.
Y entonces comenzó a ascender. Un palmo, otro palmo. A medida que ascendía, sus oídos comenzaron a captar los sonidos a su alrededor, sus hombres coordinándose arriba. Finalmente, llegó al borde y notó un dolor punzante que le arrancó un grito cuando la aferraron de los hombros para tirar de ella hacia arriba.
Le llevó un momento acompasar su respiración. Apoyando su brazo sano en Narishma (sí, Narishma, ese es su nombre), se las arregló para incorporarse. La lucha había acabado, de eso no le cabía ya duda alguna. Sus hombres se apartaron cuando la vieron seguir el rumbo de su cadena. Sabía lo que vería en su extremo, pero aún así, sintió una oleada de alivio al comprobar que no se había equivocado. Thariza no era una de los Antiguos y el cadáver desfigurado que yacía sobre la pasarela lo confirmaba. Quizá nunca sabrían quién fue ella realmente, le faltaba la cabeza, un brazo y la mitad superior izquierda del torso, pero aquel era, incuestionablemente, el cuerpo de una mujer.
Una semana después
—¡Debemos destruirlo! —exclamó por enésima vez Edna y, acto seguido, se arrepintió de su vehemencia. La migraña que había sucedido a su sobreesfuerzo durante la noche del ataque apenas había remitido unas horas antes y arremetió de nuevo con fuerza en el momento en que se levantó para apoyar las manos con ímpetu sobre el escritorio tras el que se sentaba la Capitana Friddel—. ¿Es que no se da cuenta de que el complejo no está en condiciones de resistir otro ataque como el de Thariza?
—De lo que me doy cuenta —dijo Friddel en un tono que hizo que a la bruja se le clavasen agujas en las sienes— es de que esos dragones son mortales. Se los puede vencer, como ya demostramos. ¡Y volveremos a hacerlo!
¡Qué mujer tan terca e insufrible! Incluso con el brazo en cabestrillo, era muy capaz de lanzarse al ataque sólo para probar que un Caballero Dragón no se rendía. ¿Y qué más daría que no se rindieran cuando ya no quedase ninguno para defender ese maldito Volcán?
—Casi no logramos vencer a una sola —respondió Edna en tono firme, pero bajando la voz—. ¿Qué pasará si la próxima vez vienen varios juntos?
—Ahora que hemos probado que no son verdaderos dioses hay más soldados en camino.
—¡Más gente dispuesta a morir!
—¡Más gente dispuesta a luchar!
—¿Acaso merece la pena el riesgo? ¿Cuantos de esos dragones crees que hay por ahí sueltos? El Hombre Muerto podría reunirlos a todos en cualquier momento. ¿Por qué arriesgarnos a que caiga en sus manos cuando el Hekshold tiene los medios para destruirlo de una vez por todas?
—¡No!
Edna giró rápidamente la cabeza hacia la puerta y entrecerró los ojos al notar un nuevo pinchazo en las sienes. Reconoció a la mujer-bestia que había hablado como uno de los miembros de aquel grupo ridículo, los Buscadores o algo así. La recién llegada permaneció de pie en la entrada, con unos documentos firmemente apretados en su mano y el entrecejo fruncido en una expresión tan obstinada y decidida como la de la Capitana. ¡Lo que le faltaba!
—No podemos destruirlo —continuó la mujer—, aún no. Lo necesitamos para vencer al Hombre Muerto. ¡Necesitamos todos los Objetos que podamos reunir!
—¡Ni hablar! —dijo la Capitana levantándose de su asiento—. Si hacemos eso, no seremos mejor que él. El Volcán no debe usarse como arma. Sin embargo, todo ese éter podría sernos de ayuda. ¡No podemos desecharlo sin más! ¿Por qué no usarlo en nuestro beneficio, el de nuestras ciudades?
—Es peligroso —advirtió Edna—. Ninguno de esos objetos malditos regala sus dones sin coste alguno. Mira a Thariza. Apuesto que ni ella misma recordaba quién era al final.
—¿Se supone que hemos de rendirnos sólo porque algo sea peligroso?
—No mientras el Hombre Muerto siga caminando entre los vivos.
El tono frío y sereno de la mujer-bestia hizo que Edna se volviera de nuevo hacia ella con un estremecimiento. El odio que vio en sus ojos parecía tan personal que le hizo preguntarse qué le habría hecho a ella el Hombre Muerto. ¿Cómo iba a convencer a esas dos mujeres de que lo más sensato era destruir el maldito Volcán?
__________________
Gran trabajo, Vincent, has hecho papilla a la dragona. Bueno, entre todos lo habéis hecho. Ya no volverá a molestaros. No ella, al menos. La cuestión ahora es qué hacer con el dichoso Volcán. Está a salvo de momento, pero ¿por cuánto tiempo?
Como ves, hay varios intereses encontrados entre los grupos con representación en el lugar y, obviamente, no es una cuestión que le competa a Vincent Calhoun, brujo mercenario. No es como si pudiera llevarse el volcán bajo el brazo y entregárselo a quién mejor le parezca.
Vincent usuario, por otro lado, bien puede aportar su granito de arena. ¿Qué acordarán finalmente nuestras líderes de campo? ¿Se pondrán en contacto con el Heckshold para proceder a la destrucción, lo más segura posible, del objeto maldito o decidirán utilizarlo? Y, de elegir lo segundo, ¿al servició de qué intereses lo pondrán? Sí, podría decidirlo yo, pero será más divertido (y más interesante) si lo haces tú.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]. Puedes responder tanto off como on rol. Si te decides por la segunda opción, tienes permiso para usar todos y cualquiera de los PNJs de este tema.
Por mi parte, sólo me queda entregarte la recompensa acordada. Recibes 5 puntos de experiencia y 50 aeros, junto con mi enhorabuena: ha sido un verdadero placer leerte.
Fehu
Master
Master
Cantidad de envíos : : 1560
Nivel de PJ : : 0
Temas similares
» ¡Arde, arde, arde! [Libre]
» Luz y Oscuridad [Evento Objetos del 19]
» Wanda [Evento Objetos del 19]
» Jani Schofield [Evento Objetos del 19]
» La lengua de plata [Evento Objetos del 19]
» Luz y Oscuridad [Evento Objetos del 19]
» Wanda [Evento Objetos del 19]
» Jani Schofield [Evento Objetos del 19]
» La lengua de plata [Evento Objetos del 19]
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Hoy a las 10:54 por Níniel Thenidiel
» El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
Hoy a las 9:15 por Rauko
» El retorno del vampiro [Evento Sacrestic]
Ayer a las 22:47 por Eltrant Tale
» Enjoy the Silence 4.0 {Élite]
Ayer a las 20:01 por Nana
» Vampiros, Gomejos, piernas para qué las tengo. [Privado]
Mar 12 Nov - 4:51 por Tyr
» Derecho Aerandiano [Libre]
Dom 10 Nov - 13:36 por Tyr
» Días de tormenta + 18 [Privado]
Dom 10 Nov - 0:41 por Sango
» Propaganda Peligrosa - Priv. Zagreus - (Trabajo / Noche)
Vie 8 Nov - 18:40 por Lukas
» Lamentos de un corazón congelado [Libre 3/3]
Vie 8 Nov - 1:19 por Tyr
» 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Jue 7 Nov - 20:51 por Aylizz Wendell
» Clementina Chonkffuz [SOLITARIO]
Jue 7 Nov - 16:48 por Mina Harker
» [Zona de Culto]Santuario del dragón de Mjulnr
Mar 5 Nov - 21:21 por Tyr
» Pócimas y Tragos: La Guerra de la Calle Burbuja [Interpretativo] [Libre]
Mar 5 Nov - 17:01 por Seraphine Valaryon
» [Zona de culto] Iglesia del único Dios
Mar 5 Nov - 14:32 por Tyr
» [Zona de Culto] Oráculo de Fenrir
Mar 5 Nov - 3:02 por Tyr