Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
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Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
El gélido aire del norte arrastraba amenazantes nubes grises que prometían quebrar la la breve calma que se había conseguido alcanzar tras más de dos días de lluvia. Rayos y truenos en la lejanía presagiaban que esa breve calma no era más que una simple ilusión. Quizás, si los Dioses le eran propicios podría salir del barrizal que era aquel camino y llegar a la aldea de Prado Verde a tiempo.
Su interés en aquella aldea radicaba en unos rumores que había escuchado días atrás. Al tratar de obtener más información, le habían respondido que en aquella aldea encontraría más respuestas. No pudo evitar gruñir ante la respuesta, pero la amenaza de un licántropo bien merecía la pena el viaje pese a las circunstancias del mismo. Ben acomodó su equipo y se arrebujó en la capa para mantener el frío alejado. Las primeras gotas empezaron a caer poco después de que avistara las primeras construcciones, pero lo que le motivó aún más, fue el olor de la leña y la promesa de un lugar donde poder secarse y con suerte comer algo caliente.
- Pero bueno, ¿a quién se le ocurre salir de viaje con este tiempo?-
- A alguien que no tiene muchas luces- dijo Sango dejando caer la bolsa de viaje junto a un taburete, acto seguido caminó hacia el fuego.- Pero todo tiene su explicación...- se acercó todo lo que pudo al fuego y aflojó las correas de la capa.- Si tienes algo caliente para comer lo agradecería, y algo fuerte que lo acompañe- Sango se frotó las manos y luego se sacudió la ropa.
- Tendrás dinero, supongo- dijo el tabernero estudiándole.
Con la vista fija en el fuego, Ben sonrió. Dejó pasar unos instantes disfrutando del calor que entraba en su cuerpo. Dejó caer la capa, húmeda, al suelo dejando a la vista sus armas y armadura. A continuación señaló una bolsa que llevaba colgada al cinto.
- Me parece bien. Sopa de gallina, algo de pan y sidra. Bien, marchando.-
Mientras el tabernero se ponía a lo suyo Sango apartó la capa pero dejándola cerca del fuego. Decidió, entonces, cambiar de sitio y mover sus cosas a un lugar más cerca del fuego. Se quitó el cinto y posó sus armas en la pared.
- Bien, cualquier cosa caliente me sirve, gracias- estudió al camarero que se acercaba con el plato de sopa.- Vaya- lo que no se esperaba Sango es que fuera mitad hombre y mitad toro, las pezuñas lo delataban.
- ¿Algún problema?- Le trajo el resto de la comanda.
- No, no esperaba una ración tan abundante- Ben sonrió satisfecho y contento por el vapor caliente de la sopa y por su buen olor.
- Bien, porque me gustaría saber qué hace un tipo con tanto armamento en el pueblo- el hombre se cruzó de brazos y miró a Sango.
Ben se centró en probar la sopa y pegar un buen trago antes siquiera de plantearse hablar con el hombre. Le resultaba fascinante como un simple plato de comida caliente podía aliviar tanto el espíritu de un hombre.
- Licántropos- se limitó a decir antes de llevarse la cuchara a la boca.
- Ah, ya veo...- El hombre se relajó.
- Me dijeron que había problemas con uno de ellos al norte de aquí, pero... No sé mucho más- Ben miró al hombre invitándole a contar y completar las partes de la historia que él no había oído.
- Eh, sí, bueno, por lo visto el bueno de Edmundo, no suele pasarse mucho por aquí, les queda algo lejos del pueblo, yo creo que tiran más para los pueblos costeros del noreste... Bueno, en cualquier caso, parece ser que tiene un problema con un licántropo. No sólo él, ojo, también sus dos hermanos. Envió varias cartas e incluso ha ofrecido recompensa por librarle del licántropo, sinceramente, no sé quién es pero sí puedo hablar bien de Edmundo, buenas palabras de hecho- el hombre se encogió de hombros y observo a Ben.
Acabó con la sopa y el pan y apuró la sidra mientras le daba vueltas a la cabeza.
- ¿Así sin más? ¿Simplemente es un licántropo que les ha cogido manía? Me resulta extraño...- Ben le hizo un gesto con la jarra vacía.
- No, bueno, el padre de Edmundo tuvo alguna disputa y al final todo se complicó... Este murió en, según mi opinión, extrañas circunstancias...- dijo antes de coger una zapica y llenarle la jarra a Sango.- No sé, parecía bien sano... Pero, ¿por qué ir a por los hijos ahora?- Se preguntó le hombre en voz alta.
- Eso mismo me pregunto yo...- contestó Ben
Y era una respuesta sincera: ¿qué motivo habría entre un licántropo y una familia entera como para que el primero quisiera destruir la vida de los demás? Podía ser simple locura o cualquier cosa más elaborada y en la que Sango no tenía ganas de aventurarse ni divagar por las miles de opciones.
Ben bebió un sorbo. Tenía pensado estar allí un rato más, al menos hasta que la capa secara.
- Por cierto, ¿sabes si alguien más se ha interesado por el trabajo?-
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Su interés en aquella aldea radicaba en unos rumores que había escuchado días atrás. Al tratar de obtener más información, le habían respondido que en aquella aldea encontraría más respuestas. No pudo evitar gruñir ante la respuesta, pero la amenaza de un licántropo bien merecía la pena el viaje pese a las circunstancias del mismo. Ben acomodó su equipo y se arrebujó en la capa para mantener el frío alejado. Las primeras gotas empezaron a caer poco después de que avistara las primeras construcciones, pero lo que le motivó aún más, fue el olor de la leña y la promesa de un lugar donde poder secarse y con suerte comer algo caliente.
- Pero bueno, ¿a quién se le ocurre salir de viaje con este tiempo?-
- A alguien que no tiene muchas luces- dijo Sango dejando caer la bolsa de viaje junto a un taburete, acto seguido caminó hacia el fuego.- Pero todo tiene su explicación...- se acercó todo lo que pudo al fuego y aflojó las correas de la capa.- Si tienes algo caliente para comer lo agradecería, y algo fuerte que lo acompañe- Sango se frotó las manos y luego se sacudió la ropa.
- Tendrás dinero, supongo- dijo el tabernero estudiándole.
Con la vista fija en el fuego, Ben sonrió. Dejó pasar unos instantes disfrutando del calor que entraba en su cuerpo. Dejó caer la capa, húmeda, al suelo dejando a la vista sus armas y armadura. A continuación señaló una bolsa que llevaba colgada al cinto.
- Me parece bien. Sopa de gallina, algo de pan y sidra. Bien, marchando.-
Mientras el tabernero se ponía a lo suyo Sango apartó la capa pero dejándola cerca del fuego. Decidió, entonces, cambiar de sitio y mover sus cosas a un lugar más cerca del fuego. Se quitó el cinto y posó sus armas en la pared.
- Bien, cualquier cosa caliente me sirve, gracias- estudió al camarero que se acercaba con el plato de sopa.- Vaya- lo que no se esperaba Sango es que fuera mitad hombre y mitad toro, las pezuñas lo delataban.
- ¿Algún problema?- Le trajo el resto de la comanda.
- No, no esperaba una ración tan abundante- Ben sonrió satisfecho y contento por el vapor caliente de la sopa y por su buen olor.
- Bien, porque me gustaría saber qué hace un tipo con tanto armamento en el pueblo- el hombre se cruzó de brazos y miró a Sango.
Ben se centró en probar la sopa y pegar un buen trago antes siquiera de plantearse hablar con el hombre. Le resultaba fascinante como un simple plato de comida caliente podía aliviar tanto el espíritu de un hombre.
- Licántropos- se limitó a decir antes de llevarse la cuchara a la boca.
- Ah, ya veo...- El hombre se relajó.
- Me dijeron que había problemas con uno de ellos al norte de aquí, pero... No sé mucho más- Ben miró al hombre invitándole a contar y completar las partes de la historia que él no había oído.
- Eh, sí, bueno, por lo visto el bueno de Edmundo, no suele pasarse mucho por aquí, les queda algo lejos del pueblo, yo creo que tiran más para los pueblos costeros del noreste... Bueno, en cualquier caso, parece ser que tiene un problema con un licántropo. No sólo él, ojo, también sus dos hermanos. Envió varias cartas e incluso ha ofrecido recompensa por librarle del licántropo, sinceramente, no sé quién es pero sí puedo hablar bien de Edmundo, buenas palabras de hecho- el hombre se encogió de hombros y observo a Ben.
Acabó con la sopa y el pan y apuró la sidra mientras le daba vueltas a la cabeza.
- ¿Así sin más? ¿Simplemente es un licántropo que les ha cogido manía? Me resulta extraño...- Ben le hizo un gesto con la jarra vacía.
- No, bueno, el padre de Edmundo tuvo alguna disputa y al final todo se complicó... Este murió en, según mi opinión, extrañas circunstancias...- dijo antes de coger una zapica y llenarle la jarra a Sango.- No sé, parecía bien sano... Pero, ¿por qué ir a por los hijos ahora?- Se preguntó le hombre en voz alta.
- Eso mismo me pregunto yo...- contestó Ben
Y era una respuesta sincera: ¿qué motivo habría entre un licántropo y una familia entera como para que el primero quisiera destruir la vida de los demás? Podía ser simple locura o cualquier cosa más elaborada y en la que Sango no tenía ganas de aventurarse ni divagar por las miles de opciones.
Ben bebió un sorbo. Tenía pensado estar allí un rato más, al menos hasta que la capa secara.
- Por cierto, ¿sabes si alguien más se ha interesado por el trabajo?-
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Sango
Héroe de Aerandir
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
El olor en aquel diminuto cuarto no podría resultarle agradable ni a la más hedionda de las criaturas. Contrastaba con el que podía percibirse al atravesar la oscura puerta de madera, que se trataba de una agradable mezcla de leña quemada, carnes y hierbas. Eberus, se dejaba fluir hacia el exterior mediante cierta parte de su cuerpo, mientras escuchaba caer el sonido del chorro en ese inmundo agujero, y sentía una notable sensación de mareo causada por la jarra y media de cerveza que se había tomado en aquella taberna. Por ello, casi no le dio importancia al olor, centrándose en cómo de aliviado se sentía al evacuar todo ese pan líquido que había ingerido.
- Aaahhhhh, qué alivio... ¡Por los dioses! ¿Alguien me explica cómo es que se siente igual de bien tanto beberla como expulsarla? ¡Jajajaja! ¡Bendita cerveza! - El desinhibido brujo salió del cuarto del retrete caminando en una línea no demasiado recta, hasta llegar a la barra de la taberna donde le esperaba su jarra aún medio llena. Además, la inteligibilidad de sus palabras estaba bastante afectada ya, debido a su estado.
- Pues mira, justamente este buen hombre también llegó interesado en ganarse unos buenos dineros. ¿Verdad Eberus? - dijo el tabernero mientras dejaba escapar una alegre risa, consciente del extraño compañero de trabajo que le estaba presentando al guerrero.
- ¿Qué? ¿Aeros? ¿Que si quiero o que si tengo? Jajajaja - dijo el ebrio brujo dejando salir una risa traviesa con el sonido de una tetera.
Eberus y el tabernero ya habían compartido unos largos minutos hablando antes de que tuviera que ir al retrete, y la risa del trabajador cobraba más sentido teniendo en cuenta que antes de la cerveza el brujo era un hombre mucho más reservado que ahora, cosa de la que el guerrero presente en la taberna no tenía ni idea.
- Hazme caso, será mejor compañero de lo que... está aparentando... - dijo bajando la intensidad de su voz para que Eberus no se diese por aludido - ... claro, siempre que decidáis trabajar juntos. ¿Eh? - terminó, volviendo a subir el tono.
Eberus se levantó a duras penas tras darle un par de tragos a su jarra. Mientras caminaba hacia el robusto guerrero, le señalaba agitando ligeramente la mano, soltando algún que otro eructo. - El hombre lobo es mío, y el dinero, por tanto, es mío. ¿Entendido grandote? - le comentó figiendo seriedad, antes de echarse a reír por tremenda broma y tenderle la mano amablemente - Eberus Noctan, un placer - intentó decir el brujo, vocalizando esta frase especialmente mal.
- Aaahhhhh, qué alivio... ¡Por los dioses! ¿Alguien me explica cómo es que se siente igual de bien tanto beberla como expulsarla? ¡Jajajaja! ¡Bendita cerveza! - El desinhibido brujo salió del cuarto del retrete caminando en una línea no demasiado recta, hasta llegar a la barra de la taberna donde le esperaba su jarra aún medio llena. Además, la inteligibilidad de sus palabras estaba bastante afectada ya, debido a su estado.
- Pues mira, justamente este buen hombre también llegó interesado en ganarse unos buenos dineros. ¿Verdad Eberus? - dijo el tabernero mientras dejaba escapar una alegre risa, consciente del extraño compañero de trabajo que le estaba presentando al guerrero.
- ¿Qué? ¿Aeros? ¿Que si quiero o que si tengo? Jajajaja - dijo el ebrio brujo dejando salir una risa traviesa con el sonido de una tetera.
Eberus y el tabernero ya habían compartido unos largos minutos hablando antes de que tuviera que ir al retrete, y la risa del trabajador cobraba más sentido teniendo en cuenta que antes de la cerveza el brujo era un hombre mucho más reservado que ahora, cosa de la que el guerrero presente en la taberna no tenía ni idea.
- Hazme caso, será mejor compañero de lo que... está aparentando... - dijo bajando la intensidad de su voz para que Eberus no se diese por aludido - ... claro, siempre que decidáis trabajar juntos. ¿Eh? - terminó, volviendo a subir el tono.
Eberus se levantó a duras penas tras darle un par de tragos a su jarra. Mientras caminaba hacia el robusto guerrero, le señalaba agitando ligeramente la mano, soltando algún que otro eructo. - El hombre lobo es mío, y el dinero, por tanto, es mío. ¿Entendido grandote? - le comentó figiendo seriedad, antes de echarse a reír por tremenda broma y tenderle la mano amablemente - Eberus Noctan, un placer - intentó decir el brujo, vocalizando esta frase especialmente mal.
Eberus
Honorable
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
Sostenía la jarra con las yemas de los dedos, removiendo lentamente el contenido y observando al recién llegado. Ben no había podido contener una sonrisa. Posó la jarra y estrechó la mano del recién llegado.
- Me conocen como Sango- acto seguido le indicó que se sentara. - Firmemos esta alianza como se merece: con una ronda- hizo un gesto al hombre toro para que llenara las jarras.- No acostumbro a trabajar con gente con la que no bebo si tengo la ocasión- miró su jarra y la de Eberus.- Así que, antes de partir, bebamos.-
Dejó que el hombre toro llenara ambas jarras mientras aprovechaba el momento de silencio para estudiar a su compañero. A simple vista no mostraba ningún arma. Aquello, evidentemente, no le decía nada porque podía llevarla oculta o tener talentos ocultos. Su estado de embriaguez, rasgo que, sin duda, a muchos echaría hacia atrás, le gustaba ya que, según el propio Sango, se veía gran parte del carácter de una persona.
- Sí, creo que nos llevaremos bien y, de paso, haremos algo de dinero, ¿verdad?- Sango alzó la jarra y brindó con Eberus. La mitad del contenido desapareció antes de posar la jarra sobre la mesa. Empezaba a hacer calor.
- Mi amigo Eberus Noctan, antes de ir a ver al tipo este, Edmundo... Me gustaría contarte una historia- Ben tragó saliva y se tapó la boca para tapar un bostezo.- Hace... medio año, algo más, me vi envuelto en una serie de eventos que culminaron en un asalto a un castillo- movió la jarra y pasó la mano por el lugar donde estaba.- Era el castillo de la familia de los Karst. No te aburriré mucho con los detalles, pero, mi compañera y yo derribamos a una especie de dragón que salió a nuestro encuentro. Sí, dos contra un dragón. Hacíamos buen equipo, la verdad- sonrió levemente.- Entramos en el castillo y una horda de enemigos se echó contra nosotros: licántropos, bestias aladas, constructos humanoides de todo tipo... Fue un jodido infierno que nunca olvidaré, ¿y sabes qué? Los masacramos hasta abrirnos paso a la sala central- sonrió aún más.- La madre de mi compañera estaba allí, no sé qué cojones pasó: mujer en un instante, bestia al siguiente. Enorme, seis u ocho patas, rápida, feroz en sus ataques y lista, muy lista. Traté de trepar a su espalda, era el punto más débil, caí, me destrozó, volví a levantarme porque estaba atacando no solo a mi compañera sino a mis camaradas y amigos de la Guardia. Trepé, y le clavé la espada, esta que tengo aquí, incontables veces hasta que cedió. Sí, mi compañera la disparaba y la entretenía lo justo para que yo pudiera aprovechar esa distracción. La derribamos y entonces su hija procedió como debía.-
Ben se echó hacia atrás y bebió. Con la historia no pretendía otra cosa más que mostrar que iría hasta el final por proteger a sus amigos y aliados y haría cualquier cosa. Cuestionar la lealtad que Sango profesaba a sus amigos y aliados equivalía a cuestionar que el agua caía del cielo. Sólo esperaba que el estado de su compañero le permitiera entender el mensaje de la historia. Quizás podría servir para demostrar que tenía experiencia con bestias de todo tipo. Y también para alardear de uno de sus muchos éxitos militares.
- Nunca abandono a uno de los míos- alzó de nuevo la jarra y bebió.- Deberíamos ponernos en marcha.-
El camino del noreste estaba mal, tanto como para devaluar el significado de camino. Era un barrizal impracticable, lleno de pozos y charcas que tuvieron que esquivar caminando por la vera del camino, menos firme, pero mucho más regular y en el que al menos podían avanzar a velocidad constante. Les llevó algo más de media campanada, según la estimación de Sango, llegar a la parcela en cuestión, era inconfundible ya que se podían distinguir dos escombreras y una casa en pie. Le reconfortó mirar el humo que salía de la chimenea.
A medida que se acercaban, pudieron ver con más detalle la casa. La base era de piedra y alcanzaba una altura algo superior a su cintura. Entre medias se podía distinguir los pilares de madera e incluso las viguetas de una segunda planta. Este último detalle sorprendió a Ben ya que no esperaba encontrarse una casa con dos plantas en mitad de un camino en medio de una zona agrícola, pero, cosas más raras había visto. Dejó de estudiar la casa porque la puerta se abrió.
- ¡Venga, pasad, pasad! ¡Se avecina tormenta, ya véis!- El hombre cerdo les hacía gestos.
Sango entró en la casa y contempló, asombrado, la exquisita decoración de la misma. Macetas con flores y hierbas, un pequeño tapiz colgado en una de las paredes, paredes pintadas, alfombras, una estantería llena de libros, candelabros y lámparas, sillas con cojines...
- Tengo que preguntarlo- Ben se dirigió a la chimenea- ¿Cómo es posible que en mitad de la nada haya... esto?- Señaló a su alrededor.
- Me llamo Edmundo- dijo el hombre cerdo mirando a Sango con un gesto de desprecio.
- Oh sí, claro, los modales... Aún así nos has dejado pasar sin saber quiénes somos- contestó Sango.
- No era muy difícil, no suelo tener visitas. Sin duda, sois los que me vais a ayudar con mi... nuestro, pequeño problema- hizo una pausa y miró a Eberus.- No sois los primeros, aunque espero que seáis los últimos, ya veis.
Sango giró la cabeza y miró al fuego. No eran los primeros, según Edmundo, pero podía ser un farol, aunque, ¿qué sentido tenía mentirles? Al fin y al cabo les abrió la puerta de su casa. Ben chasqueó la lengua.
- Soy Sango- dijo al cabo de un rato.
- Mucho gusto, Sango, un nombre extraño para un humano, sí... Pero, no soy nadie para juzgar nombres, ya veis. Solo un simple hombre cerdo que intenta vivir su vida en paz, pero no me dejan, ya veis- hizo una pausa y caminó hacia un arcón.- ¿Os apetece comer algo? Tengo algo de pan, queso, fruta...- El hombre cerdo cogió un saco.
Ben miró a Eberus y se encogió de hombros. Iba a ser una tarde larga.
- Me conocen como Sango- acto seguido le indicó que se sentara. - Firmemos esta alianza como se merece: con una ronda- hizo un gesto al hombre toro para que llenara las jarras.- No acostumbro a trabajar con gente con la que no bebo si tengo la ocasión- miró su jarra y la de Eberus.- Así que, antes de partir, bebamos.-
Dejó que el hombre toro llenara ambas jarras mientras aprovechaba el momento de silencio para estudiar a su compañero. A simple vista no mostraba ningún arma. Aquello, evidentemente, no le decía nada porque podía llevarla oculta o tener talentos ocultos. Su estado de embriaguez, rasgo que, sin duda, a muchos echaría hacia atrás, le gustaba ya que, según el propio Sango, se veía gran parte del carácter de una persona.
- Sí, creo que nos llevaremos bien y, de paso, haremos algo de dinero, ¿verdad?- Sango alzó la jarra y brindó con Eberus. La mitad del contenido desapareció antes de posar la jarra sobre la mesa. Empezaba a hacer calor.
- Mi amigo Eberus Noctan, antes de ir a ver al tipo este, Edmundo... Me gustaría contarte una historia- Ben tragó saliva y se tapó la boca para tapar un bostezo.- Hace... medio año, algo más, me vi envuelto en una serie de eventos que culminaron en un asalto a un castillo- movió la jarra y pasó la mano por el lugar donde estaba.- Era el castillo de la familia de los Karst. No te aburriré mucho con los detalles, pero, mi compañera y yo derribamos a una especie de dragón que salió a nuestro encuentro. Sí, dos contra un dragón. Hacíamos buen equipo, la verdad- sonrió levemente.- Entramos en el castillo y una horda de enemigos se echó contra nosotros: licántropos, bestias aladas, constructos humanoides de todo tipo... Fue un jodido infierno que nunca olvidaré, ¿y sabes qué? Los masacramos hasta abrirnos paso a la sala central- sonrió aún más.- La madre de mi compañera estaba allí, no sé qué cojones pasó: mujer en un instante, bestia al siguiente. Enorme, seis u ocho patas, rápida, feroz en sus ataques y lista, muy lista. Traté de trepar a su espalda, era el punto más débil, caí, me destrozó, volví a levantarme porque estaba atacando no solo a mi compañera sino a mis camaradas y amigos de la Guardia. Trepé, y le clavé la espada, esta que tengo aquí, incontables veces hasta que cedió. Sí, mi compañera la disparaba y la entretenía lo justo para que yo pudiera aprovechar esa distracción. La derribamos y entonces su hija procedió como debía.-
Ben se echó hacia atrás y bebió. Con la historia no pretendía otra cosa más que mostrar que iría hasta el final por proteger a sus amigos y aliados y haría cualquier cosa. Cuestionar la lealtad que Sango profesaba a sus amigos y aliados equivalía a cuestionar que el agua caía del cielo. Sólo esperaba que el estado de su compañero le permitiera entender el mensaje de la historia. Quizás podría servir para demostrar que tenía experiencia con bestias de todo tipo. Y también para alardear de uno de sus muchos éxitos militares.
- Nunca abandono a uno de los míos- alzó de nuevo la jarra y bebió.- Deberíamos ponernos en marcha.-
El camino del noreste estaba mal, tanto como para devaluar el significado de camino. Era un barrizal impracticable, lleno de pozos y charcas que tuvieron que esquivar caminando por la vera del camino, menos firme, pero mucho más regular y en el que al menos podían avanzar a velocidad constante. Les llevó algo más de media campanada, según la estimación de Sango, llegar a la parcela en cuestión, era inconfundible ya que se podían distinguir dos escombreras y una casa en pie. Le reconfortó mirar el humo que salía de la chimenea.
A medida que se acercaban, pudieron ver con más detalle la casa. La base era de piedra y alcanzaba una altura algo superior a su cintura. Entre medias se podía distinguir los pilares de madera e incluso las viguetas de una segunda planta. Este último detalle sorprendió a Ben ya que no esperaba encontrarse una casa con dos plantas en mitad de un camino en medio de una zona agrícola, pero, cosas más raras había visto. Dejó de estudiar la casa porque la puerta se abrió.
- ¡Venga, pasad, pasad! ¡Se avecina tormenta, ya véis!- El hombre cerdo les hacía gestos.
Sango entró en la casa y contempló, asombrado, la exquisita decoración de la misma. Macetas con flores y hierbas, un pequeño tapiz colgado en una de las paredes, paredes pintadas, alfombras, una estantería llena de libros, candelabros y lámparas, sillas con cojines...
- Tengo que preguntarlo- Ben se dirigió a la chimenea- ¿Cómo es posible que en mitad de la nada haya... esto?- Señaló a su alrededor.
- Me llamo Edmundo- dijo el hombre cerdo mirando a Sango con un gesto de desprecio.
- Oh sí, claro, los modales... Aún así nos has dejado pasar sin saber quiénes somos- contestó Sango.
- No era muy difícil, no suelo tener visitas. Sin duda, sois los que me vais a ayudar con mi... nuestro, pequeño problema- hizo una pausa y miró a Eberus.- No sois los primeros, aunque espero que seáis los últimos, ya veis.
Sango giró la cabeza y miró al fuego. No eran los primeros, según Edmundo, pero podía ser un farol, aunque, ¿qué sentido tenía mentirles? Al fin y al cabo les abrió la puerta de su casa. Ben chasqueó la lengua.
- Soy Sango- dijo al cabo de un rato.
- Mucho gusto, Sango, un nombre extraño para un humano, sí... Pero, no soy nadie para juzgar nombres, ya veis. Solo un simple hombre cerdo que intenta vivir su vida en paz, pero no me dejan, ya veis- hizo una pausa y caminó hacia un arcón.- ¿Os apetece comer algo? Tengo algo de pan, queso, fruta...- El hombre cerdo cogió un saco.
Ben miró a Eberus y se encogió de hombros. Iba a ser una tarde larga.
Sango
Héroe de Aerandir
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
- ¿Otra ronda? ¡Dioses! ¡Este hombre sí que sabe! Pero luego no esperes que haga bien mi trabajo, eh... ¡jajajaja! Y no lo digo para excusarme. Yo puedo acabar con cualquier criatura. Y lo he hecho, eh, mira, mira - dijo Eberus arremangándose la túnica y mostrando entre risas su pequeño biceps.
El ebrio y desinhibido brujo escuchaba atentamente las historias de batalla de aquel guerrero. Le sorprendía la fortaleza que poseían algunas personas, algo por lo que siempre había estado algo acomplejado debido a su frágil figura. - ¡¿Quéééé?! A ver si me aclaro... Tú y tu compañera teníais que defender una catedral gigante de un ataque de innumerables demonios y más criaturas, ¿y para rematar uno de ellos era su madre y tu compañera la tuvo que matar? Bueno, bueno, bueno. A eso yo le llamo profesionalidad, amigo. Una historia increíble. En algún momento me hablarás más sobre esas actividades tuyas... ¡y yo sobre las mías! En mi pueblo he sido todo un liante, se podría decir! ¡Jajaja! - Esta ronda de cerveza no le estaba sentando demasiado bien a Eberus, que ya se encontraba notablemente perjudicado antes, y su cabeza comenzaba a no entender demasiado bien la realidad. - Nunca abandonas a uno de los... - se quedó pensativo, rascándose la cabeza y mirando a su jarra. En ese momento se visualizó peleando junto con su actual compañero de bebida contra un gigantesco licántropo, y se imaginó cómo podría sobrevivir si en algún momento tumbase al guerrero y fuese a por él, pasando de la admiración que sentía en ese momento por las hazañas del humano a la preocupación más profunda. - Oye, vamos a tener que planear bien todo este lío. Seré mayor pero aún tengo muchos planes de futuro que quiero poder llevar a cabo -
Tras el complicado camino hacia la parcela de Edmundo y sus hermanos, al fin pudieron volver a resguardarse en el interior de un hogar. Aquel hombre-cerdo les había dejado entrar sin ningún problema a su elegante morada, pero Eberus no se encontraba demasiado cómodo, ya que en su vida prácticamente no había visto nunca un tipo de ser semejante. Juntándose con que el efecto del alcohol había menguado en parte, el Eberus sobrio salía a la luz.
- Hola. ¿Algo de comer? - preguntó Eberus en un tono cortante, aunque sin matices desagradables. Edmundo, que era lo primero que escuchaba de la boca de sus invitados, les miró a ambos con cierta expresión de indignación. - Me llamo Edmundo - les dijo notando la falta de modales de sus huéspedes.
Poco más de un minuto después, la conversación no le estaba dando muy buena espina a Eberus, pero no por el contenido de la misma. Aunque empezó con mal pie, solo se estaban presentando y Edmundo les estaba ofreciendo comida. - Un momento, debo salir fuera un momento, que creo... creo que se me ha perdido algo. Vosotros seguid, yo... ahora vuelvo - El brujo solo buscaba una excusa para salir a reflexionar sobre la situación disimuladamente.
- Nunca entenderé como es posible que existan semejantes criaturas. ¿Hombres-cerdo? ¿De verdad? ¿A quién se le ocurriría crear tal clase de... de ser vivo? ¿Para qué sirve eso? Pardiez, cómo hecho de menos a mi Argeus. Allí eramos todos iguales. En la variedad está el gusto dicen... sí, ¡una mierda! - reflexionaba Eberus mientras caminaba lentamente haciendo como si buscaba algo por el suelo, y mirando a veces de reojo a la casa, por si a caso lo miraban por alguna ventana, o algo. - Bueno, el caso es que este hombr... este... ¡cago en diez! ¿Ves? ¡Todo complicaciones! Este... semi hombre semi cerdo nos va a alegrar con unos buenos aeros tras la realización de nuestra labor. De momento, mejor que me centre en eso, en los aeros -
Tras unos minutos de pensamiento, volvió a la puerta de la casa y llamó para que le abrieran. Entre tanta reflexión, casi se olvidó de la tapadera y en el último momento antes de que le abrieran la puerta se sacó la varita del cinturón.
- Sin mi varita soy hombre muerto - expresó seriamente al ver que quien le abría la puerta era el hombre-cerdo mientras que, con la tensión de la situación, en vez de realizar cualquier otro gesto, le señaló con la varita al anfitrión con una expresión bastante seria.
- ¡Claro... claro! ¿Qué sería de un buen hombre de la magia sin su... artilugio? ¡Pues ya veis! - dijo el amable cerdo ligeramente sorprendido. - Pasa, vamos, pasa al calorcito -
Tras acomodarse para comer y entrar en calor, Edmundo comenzó a hablarles de la situación que les atañía.
El ebrio y desinhibido brujo escuchaba atentamente las historias de batalla de aquel guerrero. Le sorprendía la fortaleza que poseían algunas personas, algo por lo que siempre había estado algo acomplejado debido a su frágil figura. - ¡¿Quéééé?! A ver si me aclaro... Tú y tu compañera teníais que defender una catedral gigante de un ataque de innumerables demonios y más criaturas, ¿y para rematar uno de ellos era su madre y tu compañera la tuvo que matar? Bueno, bueno, bueno. A eso yo le llamo profesionalidad, amigo. Una historia increíble. En algún momento me hablarás más sobre esas actividades tuyas... ¡y yo sobre las mías! En mi pueblo he sido todo un liante, se podría decir! ¡Jajaja! - Esta ronda de cerveza no le estaba sentando demasiado bien a Eberus, que ya se encontraba notablemente perjudicado antes, y su cabeza comenzaba a no entender demasiado bien la realidad. - Nunca abandonas a uno de los... - se quedó pensativo, rascándose la cabeza y mirando a su jarra. En ese momento se visualizó peleando junto con su actual compañero de bebida contra un gigantesco licántropo, y se imaginó cómo podría sobrevivir si en algún momento tumbase al guerrero y fuese a por él, pasando de la admiración que sentía en ese momento por las hazañas del humano a la preocupación más profunda. - Oye, vamos a tener que planear bien todo este lío. Seré mayor pero aún tengo muchos planes de futuro que quiero poder llevar a cabo -
Tras el complicado camino hacia la parcela de Edmundo y sus hermanos, al fin pudieron volver a resguardarse en el interior de un hogar. Aquel hombre-cerdo les había dejado entrar sin ningún problema a su elegante morada, pero Eberus no se encontraba demasiado cómodo, ya que en su vida prácticamente no había visto nunca un tipo de ser semejante. Juntándose con que el efecto del alcohol había menguado en parte, el Eberus sobrio salía a la luz.
- Hola. ¿Algo de comer? - preguntó Eberus en un tono cortante, aunque sin matices desagradables. Edmundo, que era lo primero que escuchaba de la boca de sus invitados, les miró a ambos con cierta expresión de indignación. - Me llamo Edmundo - les dijo notando la falta de modales de sus huéspedes.
Poco más de un minuto después, la conversación no le estaba dando muy buena espina a Eberus, pero no por el contenido de la misma. Aunque empezó con mal pie, solo se estaban presentando y Edmundo les estaba ofreciendo comida. - Un momento, debo salir fuera un momento, que creo... creo que se me ha perdido algo. Vosotros seguid, yo... ahora vuelvo - El brujo solo buscaba una excusa para salir a reflexionar sobre la situación disimuladamente.
- Nunca entenderé como es posible que existan semejantes criaturas. ¿Hombres-cerdo? ¿De verdad? ¿A quién se le ocurriría crear tal clase de... de ser vivo? ¿Para qué sirve eso? Pardiez, cómo hecho de menos a mi Argeus. Allí eramos todos iguales. En la variedad está el gusto dicen... sí, ¡una mierda! - reflexionaba Eberus mientras caminaba lentamente haciendo como si buscaba algo por el suelo, y mirando a veces de reojo a la casa, por si a caso lo miraban por alguna ventana, o algo. - Bueno, el caso es que este hombr... este... ¡cago en diez! ¿Ves? ¡Todo complicaciones! Este... semi hombre semi cerdo nos va a alegrar con unos buenos aeros tras la realización de nuestra labor. De momento, mejor que me centre en eso, en los aeros -
Tras unos minutos de pensamiento, volvió a la puerta de la casa y llamó para que le abrieran. Entre tanta reflexión, casi se olvidó de la tapadera y en el último momento antes de que le abrieran la puerta se sacó la varita del cinturón.
- Sin mi varita soy hombre muerto - expresó seriamente al ver que quien le abría la puerta era el hombre-cerdo mientras que, con la tensión de la situación, en vez de realizar cualquier otro gesto, le señaló con la varita al anfitrión con una expresión bastante seria.
- ¡Claro... claro! ¿Qué sería de un buen hombre de la magia sin su... artilugio? ¡Pues ya veis! - dijo el amable cerdo ligeramente sorprendido. - Pasa, vamos, pasa al calorcito -
Tras acomodarse para comer y entrar en calor, Edmundo comenzó a hablarles de la situación que les atañía.
Eberus
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
Ben se acomodó en una silla después de que su compañero Eberus saliera de la casa. Ni se paró a pensar en qué es lo que le pasaba. Decidió aprovechar la situación. Estiró las piernas en dirección al fuego y se cruzó de brazos mientras observaba al hombre cerdo poner comida en la mesa.
- No te preocupes por mi socio, estará bien. Ahí donde lo tienes es un asesino muy capaz-
El hombre cerdo giró la cabeza y pausó sus movimientos. Ben, consciente de que sus ojos estaban fijo en él decidió seguir hablando.
- Sí, el cómo es capaz de colarse en una habitación, incluso de un edificio de varias plantas y... "jugar" con la gente que hay dentro. No es que yo me quede atrás, por supuesto, pero yo prefiero un estilo más... directo.
Edmundo se quedó quieto, aguantando la respiración. Sango levantó la cabeza y empezó a reír. Una risa contenida, una risa desconcertante. En ese instante, Eberus, supuso, llamó a la puerta. Para sorpresa de Sango empuñaba una varita y apuntaba al pobre Edmundo que con buenas palabras y buenos gestos le hizo pasar. Sango se puso la mano en los ojos conteniendo la risa pese a que el movimiento de sus hombros lo delataba.
- Bueno- dijo de repente- no hemos venido aquí de paseo, ¿verdad? Claro que no- Ben cogió una naranja.- Si la información es correcta, un licántropo anda molestándote a ti y a tus hermanos que por cierto, ¿dónde están?- Ben tiró las mondas encima de la mesa.
- Aquí no, jeje. No... Están- hizo una pausa y pasó los ojos de uno a otro rápidamente- trabajando. No van a rehacer sus casas viviendo del aire.
- Cierto- Sango se llevó a la boca un gajo- pero... si hay un licántropo... ¿no estarían más seguros aquí? Al fin y al cabo tú estás aquí y no trabajando- terminó de masticar y tragó la naranja. No le había gustado su respuesta.
- Mi trabajo es muy distinto al suyo- dijo con una clara mueca de asco al ver los modales de Sango.- Pero sí, hay un licántropo que nos está haciendo la vida imposible. Sé quién es. Sé lo que le hizo a mi padre pese a que nadie le haya juzgado por ello, pero...
- Para- Ben levantó la mano libre para hacerle callar.- Vamos a ir por partes, no conviene mezclar cosas y menos sin un contexto. Desde el principio por favor.
Ben recuperó su posición original y mientras Edmundo se sentaba echó una rápida mirada a Eberus y le frunció el ceño señalando a Edmundo con la cabeza. Su intención era la de advertirle para que estuviera atento.
- Mi padre, Edmundo, era un hombre cerdo muy respetado en la zona. Su área de negocio era la herboristería, tenía un olfato mejor que ningún otro para encontrar flores, hierbas, setas y demás. Lo llamaban de todas partes para encontrar flores raras, trazar caminos para recolectar, y con el tiempo, fue capaz de plantar las especies más demandadas. Tenía un gran don- cogió una manzana.- Pero las cosas cambiaron muy rápido y en muy poco tiempo. Fue hace unos diez años, pero venía de muy atrás. Un licántropo empezó a visitarnos con frecuencia, a nosotros no, a mi padre y un buen día, ambos marcharon de viaje. Nunca supe dónde, solo sé que al mes o así, vinieron con un carro y con los restos de mi padre- hizo una pausa y posó la manzana en la mesa.- Con la herencia, que repartimos a partes iguales, erigimos nuestras casas en esta misma finca, finca que por cierto, usaba mi padre para cultivar y en la que todos le ayudábamos... Sí, buenos tiempos.
El crepitar de las llamas se apoderó de la estancia. Ben que había estado atento al relato se acordó de la naranja y se llevó otro trozo a la boca.
- Volvió hace cosa de un año o así, el licántropo digo.
- Hay una cosa que me mosquea. ¿Cómo sabes que es un licántropo?
- ¿Acaso has visto lobos caminar con hombres cerdo? ¿Acaso he de dudar de la palabra de mi padre? Solo le he visto dos veces, la primera en su forma natural, un humano, alto, fuerte, con melena hasta los hombros, barba bien afeitada y recortada, y con una elegancia digna de un príncipe. La segunda, fue poco después del derrumbe de la casa de mi hermano pequeño. En su forma de lobo. De colores grisáceos y pardos, ojos marrones, un lobo normal, pero capaz de fijar la mirada y sonreir- un escalofrío recorrió de arriba a abajo a Edmundo.- Sí, Sango. Es un licántropo no hay nada que sepa con más certeza en esta vida. Sé que él mató a mi padre y sé que él tiró las casas de mis hermanos pese a lo que digan por ahí.
- ¿Qué dicen por ahí?- Ben ignoró su tono más agresivo y se comió otro trozo de naranja.
- Que sus casas tenían defectos de construcción, que habían escatimado con el material y mil tonterías más- se estaba poniendo más nervioso.- ¡Sandeces! Mirad, los dos, sé dónde vive. Solo tenéis que ir allí y...
- ¿Qué les pasó a los otros?- La confusión del hombre cerdo llevó a Sango a explicar la pregunta no sin antes comerse otro trozo de naranja.- Sí, verás, antes, cuando entramos en esta bonita casa... nos dijiste que no éramos los primeros... pero que esperabas que fuéramos los últimos...- terminó de masticar y tragó la naranja.- Yo he pensado que ya habías enviado a alguien a deshacerte del licántropo y por eso te he preguntado y lo vuelvo a hacer, ¿qué les pasó a los otros?
- Mentí.
Sango clavó sus ojos sobre Edmundo que miraba al suelo.
- No, no mentí os dije la verdad- tragó saliva- Pero es que no llegaron. Desaparecieron antes siquiera de llegar, lo sé porque me lo dijeron mis hermanos- miró hacia el techo y luego al suelo.- Perdonadme, llevo unos días muy tensos, ideando y dándole vueltas a la cabeza a mil cosas ya veis...
Sango miró a Eberus y le hizo un gesto señalando al cerdo. El muy bastardo se había atrevido a mentirles a la cara.
- ¿Cómo se enteraron tus hermanos de que no llegaron allí?
- Trabajan en los campos, labrando, sembrando y recogiendo y como mozos de cuadra, dicen que nunca vieron llegar a nadie por los caminos del norte. De hecho, este camino solo lo usamos nosotros y algún comerciante que va a la costa. Es un camino poco transitado.
Ben y Eberus no se habían cruzado con nadie durante el camino pero lo achacaba al tiempo y seguramente a su falta de atención. Ben se terminó la naranja mientras Edmundo siguió con su relato.
- Sé que este hombre, mejor dicho, licántropo, al que se le conoce como Iraí, vive en una casona al oeste de Prado Verde. Se hablan cosas sobre esa casa. Dicen que está abandonada, pero no es así, sé que vive ahí y sé que
- ¿Por qué quiere destruiros a ti y a tus hermanos?
- ¡Y yo qué sé!- chilló histérico Edmundo.- Es un cabronazo que por alguna extraña razón se la tiene jurada a nuestra familia. No puedo más, no lo soporto más...- se llevó las manos a la cara.
Ben se incorporó y se levantó de la silla para estirar. Miró al exterior y vio que había oscurecido.
- Tranquilo, Edmundo. Nos ocuparemos de él- Ben miró confiado al hombre cerdo que le devolvió la mirada y asintió más tranquilo.- Te pido un favor más. Que nos dejes pasar aquí la noche.
- Qué... Sí, claro, hay una habitación de más, podéis usarla si no os importa.
Ben asintió y se despojó del cinto de las armas mientras seguía al cerdo a su habitación. Había cosas que debía comentar con Eberus, planes que trazar y misterios que para él aún necesitaban respuesta. Pero habría tiempo para ello. Dejó sus cosas en la habitación y regresó a su asiento.
Ben cogió otra naranja.
- No te preocupes por mi socio, estará bien. Ahí donde lo tienes es un asesino muy capaz-
El hombre cerdo giró la cabeza y pausó sus movimientos. Ben, consciente de que sus ojos estaban fijo en él decidió seguir hablando.
- Sí, el cómo es capaz de colarse en una habitación, incluso de un edificio de varias plantas y... "jugar" con la gente que hay dentro. No es que yo me quede atrás, por supuesto, pero yo prefiero un estilo más... directo.
Edmundo se quedó quieto, aguantando la respiración. Sango levantó la cabeza y empezó a reír. Una risa contenida, una risa desconcertante. En ese instante, Eberus, supuso, llamó a la puerta. Para sorpresa de Sango empuñaba una varita y apuntaba al pobre Edmundo que con buenas palabras y buenos gestos le hizo pasar. Sango se puso la mano en los ojos conteniendo la risa pese a que el movimiento de sus hombros lo delataba.
- Bueno- dijo de repente- no hemos venido aquí de paseo, ¿verdad? Claro que no- Ben cogió una naranja.- Si la información es correcta, un licántropo anda molestándote a ti y a tus hermanos que por cierto, ¿dónde están?- Ben tiró las mondas encima de la mesa.
- Aquí no, jeje. No... Están- hizo una pausa y pasó los ojos de uno a otro rápidamente- trabajando. No van a rehacer sus casas viviendo del aire.
- Cierto- Sango se llevó a la boca un gajo- pero... si hay un licántropo... ¿no estarían más seguros aquí? Al fin y al cabo tú estás aquí y no trabajando- terminó de masticar y tragó la naranja. No le había gustado su respuesta.
- Mi trabajo es muy distinto al suyo- dijo con una clara mueca de asco al ver los modales de Sango.- Pero sí, hay un licántropo que nos está haciendo la vida imposible. Sé quién es. Sé lo que le hizo a mi padre pese a que nadie le haya juzgado por ello, pero...
- Para- Ben levantó la mano libre para hacerle callar.- Vamos a ir por partes, no conviene mezclar cosas y menos sin un contexto. Desde el principio por favor.
Ben recuperó su posición original y mientras Edmundo se sentaba echó una rápida mirada a Eberus y le frunció el ceño señalando a Edmundo con la cabeza. Su intención era la de advertirle para que estuviera atento.
- Mi padre, Edmundo, era un hombre cerdo muy respetado en la zona. Su área de negocio era la herboristería, tenía un olfato mejor que ningún otro para encontrar flores, hierbas, setas y demás. Lo llamaban de todas partes para encontrar flores raras, trazar caminos para recolectar, y con el tiempo, fue capaz de plantar las especies más demandadas. Tenía un gran don- cogió una manzana.- Pero las cosas cambiaron muy rápido y en muy poco tiempo. Fue hace unos diez años, pero venía de muy atrás. Un licántropo empezó a visitarnos con frecuencia, a nosotros no, a mi padre y un buen día, ambos marcharon de viaje. Nunca supe dónde, solo sé que al mes o así, vinieron con un carro y con los restos de mi padre- hizo una pausa y posó la manzana en la mesa.- Con la herencia, que repartimos a partes iguales, erigimos nuestras casas en esta misma finca, finca que por cierto, usaba mi padre para cultivar y en la que todos le ayudábamos... Sí, buenos tiempos.
El crepitar de las llamas se apoderó de la estancia. Ben que había estado atento al relato se acordó de la naranja y se llevó otro trozo a la boca.
- Volvió hace cosa de un año o así, el licántropo digo.
- Hay una cosa que me mosquea. ¿Cómo sabes que es un licántropo?
- ¿Acaso has visto lobos caminar con hombres cerdo? ¿Acaso he de dudar de la palabra de mi padre? Solo le he visto dos veces, la primera en su forma natural, un humano, alto, fuerte, con melena hasta los hombros, barba bien afeitada y recortada, y con una elegancia digna de un príncipe. La segunda, fue poco después del derrumbe de la casa de mi hermano pequeño. En su forma de lobo. De colores grisáceos y pardos, ojos marrones, un lobo normal, pero capaz de fijar la mirada y sonreir- un escalofrío recorrió de arriba a abajo a Edmundo.- Sí, Sango. Es un licántropo no hay nada que sepa con más certeza en esta vida. Sé que él mató a mi padre y sé que él tiró las casas de mis hermanos pese a lo que digan por ahí.
- ¿Qué dicen por ahí?- Ben ignoró su tono más agresivo y se comió otro trozo de naranja.
- Que sus casas tenían defectos de construcción, que habían escatimado con el material y mil tonterías más- se estaba poniendo más nervioso.- ¡Sandeces! Mirad, los dos, sé dónde vive. Solo tenéis que ir allí y...
- ¿Qué les pasó a los otros?- La confusión del hombre cerdo llevó a Sango a explicar la pregunta no sin antes comerse otro trozo de naranja.- Sí, verás, antes, cuando entramos en esta bonita casa... nos dijiste que no éramos los primeros... pero que esperabas que fuéramos los últimos...- terminó de masticar y tragó la naranja.- Yo he pensado que ya habías enviado a alguien a deshacerte del licántropo y por eso te he preguntado y lo vuelvo a hacer, ¿qué les pasó a los otros?
- Mentí.
Sango clavó sus ojos sobre Edmundo que miraba al suelo.
- No, no mentí os dije la verdad- tragó saliva- Pero es que no llegaron. Desaparecieron antes siquiera de llegar, lo sé porque me lo dijeron mis hermanos- miró hacia el techo y luego al suelo.- Perdonadme, llevo unos días muy tensos, ideando y dándole vueltas a la cabeza a mil cosas ya veis...
Sango miró a Eberus y le hizo un gesto señalando al cerdo. El muy bastardo se había atrevido a mentirles a la cara.
- ¿Cómo se enteraron tus hermanos de que no llegaron allí?
- Trabajan en los campos, labrando, sembrando y recogiendo y como mozos de cuadra, dicen que nunca vieron llegar a nadie por los caminos del norte. De hecho, este camino solo lo usamos nosotros y algún comerciante que va a la costa. Es un camino poco transitado.
Ben y Eberus no se habían cruzado con nadie durante el camino pero lo achacaba al tiempo y seguramente a su falta de atención. Ben se terminó la naranja mientras Edmundo siguió con su relato.
- Sé que este hombre, mejor dicho, licántropo, al que se le conoce como Iraí, vive en una casona al oeste de Prado Verde. Se hablan cosas sobre esa casa. Dicen que está abandonada, pero no es así, sé que vive ahí y sé que
- ¿Por qué quiere destruiros a ti y a tus hermanos?
- ¡Y yo qué sé!- chilló histérico Edmundo.- Es un cabronazo que por alguna extraña razón se la tiene jurada a nuestra familia. No puedo más, no lo soporto más...- se llevó las manos a la cara.
Ben se incorporó y se levantó de la silla para estirar. Miró al exterior y vio que había oscurecido.
- Tranquilo, Edmundo. Nos ocuparemos de él- Ben miró confiado al hombre cerdo que le devolvió la mirada y asintió más tranquilo.- Te pido un favor más. Que nos dejes pasar aquí la noche.
- Qué... Sí, claro, hay una habitación de más, podéis usarla si no os importa.
Ben asintió y se despojó del cinto de las armas mientras seguía al cerdo a su habitación. Había cosas que debía comentar con Eberus, planes que trazar y misterios que para él aún necesitaban respuesta. Pero habría tiempo para ello. Dejó sus cosas en la habitación y regresó a su asiento.
Ben cogió otra naranja.
Sango
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
Eberus se sentó en una de las acolchadas sillas de la casa del hombre cerdo con una mazorca asada al fuego que había en la mesa. Bien tostada, como a él le gustaba, y untada con un poco de miel y hojas de laurel. La comida y la comodidad que les estaba ofreciendo Edmundo le hicieron sentir algo menos amenazado de lo que estaba, pero a medida que avanzaba la conversación, la manera de expresarse del anfitrión parecía alertarles tanto a Sango como a él.
Durante toda la conversación, Eberus se había mantenido en silencio y con una expresión notablemente seria, con el ceño fruncido como de costumbre, mientras disfrutaba de la mazorca y prestaba atención a la información. Cada vez que Sango le miraba, Eberus le miraba también compartiendo sus sospechas y pensando que aquí había cosas que necesitaban aclarar.
- Ni se te ocurra dudar de las habilidades de un hombre, ni mucho menos habiéndole conocido esta misma tarde y sin haber casi mediado palabra. Por mucha comida de calidad y superficies cómodas que nos ofrezcas no tienes el derecho de sentirte con la confianza y la poca prudencia de hacernos notar tu inseguridad sobre nuestras capacidades, así como así, a la ligera. Sin entrar ya en las mentiras y líos que tendrás en la cabeza - le dijo Eberus al hombre cerdo cara a cara, tras levantarse para dirigirse después los tres hacia la habitación. - Nosotros vamos a acabar con ese licántropo y tú nos vas a pagar. Ni más, ni menos. Y nada de tonterías de que si era mentira, de que si luego era verdad, ni nada. Es muy sencillo. Más te vale no habernos mentido, porque a mí me da igual que me pague un licántropo o un cer... un hombre cerdo -.
Edmundo, ojiplático y sin ser capaz de expresar palabra alguna, se quedó quieto durante unos segundos en frente del brujo que le acababa de soltar una gran bronca con su característica seriedad en la forma de hablar y la agresividad de los gestos con los que acompañaba sus palabras. Eberus, le hizo un brusco gesto con la cabeza para indicarle que les mostrase el camino hacia la habitación, donde fueron a dejar sus cosas Sango y él.
- Emm... bueno amigos. Espero que os sea de agrado la habitación. Yo... yo me muero de sueño. Os dejaré para que habléis sobre todo lo que tengáis que hablar - Edmundo, aún algo paralizado y dubitativo por el carácter del pequeño pero imponente Eberus, se despidió antes de dirigirse a su habitación. - ¡Ah! Y dentro de esa alacena os he dejado unas mantas po... por... ya véis, por el frío -
Sango y Eberus volvieron al salón. Aún tenían varias cosas de las que hablar. El brujo cogió una manzana y el guerrero una naranja, antes de sentarse ambos a discurrir sobre el asunto.
- Oye, Sango. Este cerdo no me da buena espina. Me parece un completo mentiroso y creo que nos la está intentando jugar. Yo creo que... por las molestias como mínimo podríamos hacernos con algo suyo, aparte del dinero... ya sabes - le dijo en un tono muy bajo a su compañero, casi susurrando, y cambiando contínuamente el foco de su mirada para vigilar si aparecía Edmundo en algún momento. - No sé qué se cree este puerco, yo creo que una deshonra así se merece que nos pague y que además le confisquemos cualquier cosa - Eberus, entre su sentimiento aversivo hacia esta raza que no acababa de entrarle por los ojos, y que se había sentido algo ofendido por él, sin ya comentar sus tendencias al hurto, quería tratar este problema de la manera que mejor se le daba durante su caótica vida en Isla Tortuga.
- Aparte de eso... me parece a mí que va a ser buena idea que, si nos encontramos a sus hermanos en los campos colindantes al camino que lleva al hogar del licántropo, tengamos con ellos unas palabras. También, si es verdad que los anteriores hombres ni si quiera llegaron a ser vistos por los hermanos, deberíamos ir con mucho cuidado. De hecho, ¿por qué no nos llevamos al cerdo este? Podría ser un buen cebo, para lo que pueda pasar -
El brujo quizás tenía una percepción demasiado desproporcionada sobre lo que había ocurrido y no le importaba demasiado la vida de Edmundo. Durante su historia de vida, su desconfianza se había forjado a base de martillazos y, su conducta, por tanto, se había desarrollado para adaptarse a los acontecimientos.
Durante toda la conversación, Eberus se había mantenido en silencio y con una expresión notablemente seria, con el ceño fruncido como de costumbre, mientras disfrutaba de la mazorca y prestaba atención a la información. Cada vez que Sango le miraba, Eberus le miraba también compartiendo sus sospechas y pensando que aquí había cosas que necesitaban aclarar.
- Ni se te ocurra dudar de las habilidades de un hombre, ni mucho menos habiéndole conocido esta misma tarde y sin haber casi mediado palabra. Por mucha comida de calidad y superficies cómodas que nos ofrezcas no tienes el derecho de sentirte con la confianza y la poca prudencia de hacernos notar tu inseguridad sobre nuestras capacidades, así como así, a la ligera. Sin entrar ya en las mentiras y líos que tendrás en la cabeza - le dijo Eberus al hombre cerdo cara a cara, tras levantarse para dirigirse después los tres hacia la habitación. - Nosotros vamos a acabar con ese licántropo y tú nos vas a pagar. Ni más, ni menos. Y nada de tonterías de que si era mentira, de que si luego era verdad, ni nada. Es muy sencillo. Más te vale no habernos mentido, porque a mí me da igual que me pague un licántropo o un cer... un hombre cerdo -.
Edmundo, ojiplático y sin ser capaz de expresar palabra alguna, se quedó quieto durante unos segundos en frente del brujo que le acababa de soltar una gran bronca con su característica seriedad en la forma de hablar y la agresividad de los gestos con los que acompañaba sus palabras. Eberus, le hizo un brusco gesto con la cabeza para indicarle que les mostrase el camino hacia la habitación, donde fueron a dejar sus cosas Sango y él.
- Emm... bueno amigos. Espero que os sea de agrado la habitación. Yo... yo me muero de sueño. Os dejaré para que habléis sobre todo lo que tengáis que hablar - Edmundo, aún algo paralizado y dubitativo por el carácter del pequeño pero imponente Eberus, se despidió antes de dirigirse a su habitación. - ¡Ah! Y dentro de esa alacena os he dejado unas mantas po... por... ya véis, por el frío -
Sango y Eberus volvieron al salón. Aún tenían varias cosas de las que hablar. El brujo cogió una manzana y el guerrero una naranja, antes de sentarse ambos a discurrir sobre el asunto.
- Oye, Sango. Este cerdo no me da buena espina. Me parece un completo mentiroso y creo que nos la está intentando jugar. Yo creo que... por las molestias como mínimo podríamos hacernos con algo suyo, aparte del dinero... ya sabes - le dijo en un tono muy bajo a su compañero, casi susurrando, y cambiando contínuamente el foco de su mirada para vigilar si aparecía Edmundo en algún momento. - No sé qué se cree este puerco, yo creo que una deshonra así se merece que nos pague y que además le confisquemos cualquier cosa - Eberus, entre su sentimiento aversivo hacia esta raza que no acababa de entrarle por los ojos, y que se había sentido algo ofendido por él, sin ya comentar sus tendencias al hurto, quería tratar este problema de la manera que mejor se le daba durante su caótica vida en Isla Tortuga.
- Aparte de eso... me parece a mí que va a ser buena idea que, si nos encontramos a sus hermanos en los campos colindantes al camino que lleva al hogar del licántropo, tengamos con ellos unas palabras. También, si es verdad que los anteriores hombres ni si quiera llegaron a ser vistos por los hermanos, deberíamos ir con mucho cuidado. De hecho, ¿por qué no nos llevamos al cerdo este? Podría ser un buen cebo, para lo que pueda pasar -
El brujo quizás tenía una percepción demasiado desproporcionada sobre lo que había ocurrido y no le importaba demasiado la vida de Edmundo. Durante su historia de vida, su desconfianza se había forjado a base de martillazos y, su conducta, por tanto, se había desarrollado para adaptarse a los acontecimientos.
Eberus
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
No había podido contener una carcajada cuando Eberus llamó puerco a aquel individuo. Tardó en recuperarse unos instantes más aun sabiendo que su compañero quería llevarse una prima extra.
- Por mi como si quieres quedarte con la casa, pero antes, nos aseguramos de que hacemos bien este trabajo.
Sango escuchó las propuestas de Eberus mientras acababa con la naranja. No compartía, completamente, la idea de hablar con los hermanos de Edmundo. Menos aún de compartir viaje con él. Había algo más oscuro en todo aquello. Lo sabía.
- No creo que sea buena idea hablar con los hermanos. El hecho de que exista relación entre los hermanos y los que se supone se iban a encargar del licántropo unido a que este tipo no me da buenas sensaciones... No sé, Eberus, pero he visto lo suficiente como para desconfiar de todo por seguro que parezca.
Ben alzó la mirada hacia la mesa y cogió una manzana que limpió contra su ropa antes de darle un mordisco. Estiró las piernas y las cruzó a la altura de los tobillos.
- Esta casa, aquí en mitad de ninguna parte, en zona agrícola y de pastos... Que no tiene que significar nada, pero...- le pegó otro mordisco a la manzana.- No, mira, te voy a contar lo que creo que pasa. Este licántropo y el padre de Edmundo tenían algún tipo de relación, ¿de qué tipo? No lo sé. Amistad, comercial... No lo sé, pero algo había. Y por supuesto, algo pasó- miró al fuego antes de continuar.- Ahora bien, si prestaste atención, el padre de Edmundo era herborista o alguna historia parecida y este licántropo seguro que es un rico de mierda que vive en un palacio rural, aprovechándose de su condición y jugando con la riqueza de las gentes de la zona- Sango escupió al suelo.- ¿Ves la relación? Un herborista y un tipo rico que se convierte en lobo...
Sango dejó las palabras en el aire mientras trataba de encajar todas las piezas en el gran rompecabezas que parecía haberse formado hacía tan solo unos instantes. Se cruzó de brazos y se miró la puntera de las botas, que apuntaban al fuego.
- Edmundo miente. Al menos oculta algo. Sus hermanos, si de verdad ese Iraí les quiere hacer daño, deberían estar aquí a salvo, mientras otros se encargan del problema, es decir, nosotros. No. La relación entre el padre cerdo y el licántropo es lo más extraño que he oído en mi vida, joder, es un cerdo y un lobo, piénsalo- cambió el cruce de las piernas para dejar la zurda sobre la diestra.- Creo que deberíamos actuar de otra manera. Optar por un enfoque distinto, no sé si me explico. Creo que deberíamos conocer la otra parte de esta historia.
Sango recogió las piernas y descruzó los brazos y se levantó. Miró a Eberus y sintió la necesidad de justificar su deseo de hablar con el licántropo.
- ¿Confiarías dejar solos, sin vigilancia, a unos desconocidos en tu casa? Este tipo no es normal. Miente, pero rectifica al instante, nos cuenta una historia de lo más interesante y no completa con detalles...- Ben se detuvo la instante. No se sentía bien al criticar a espaldas del afectado.- Sin embargo, no tendríamos por qué dudar de él, aunque nos haya dado motivos. Lo mejor será dormir algo y mañana ponernos en marcha mañana con las ideas claras y quizás con un punto de vista distinto.
Sango sin demorarse mucho más, caminó hacia la habitación y tras acomodarse se tumbó en la cama. Pero en seguida se levantó de nuevo y fue hasta el cinto con sus armas para coger la espada y el hacha. La espada la colocó contra la pared y el hacha, según volvió a tumbarse, la colocó a un lado. Por lo que pudiera ocurrir.
En el exterior, la lluvia dio un respiro.
- Por mi como si quieres quedarte con la casa, pero antes, nos aseguramos de que hacemos bien este trabajo.
Sango escuchó las propuestas de Eberus mientras acababa con la naranja. No compartía, completamente, la idea de hablar con los hermanos de Edmundo. Menos aún de compartir viaje con él. Había algo más oscuro en todo aquello. Lo sabía.
- No creo que sea buena idea hablar con los hermanos. El hecho de que exista relación entre los hermanos y los que se supone se iban a encargar del licántropo unido a que este tipo no me da buenas sensaciones... No sé, Eberus, pero he visto lo suficiente como para desconfiar de todo por seguro que parezca.
Ben alzó la mirada hacia la mesa y cogió una manzana que limpió contra su ropa antes de darle un mordisco. Estiró las piernas y las cruzó a la altura de los tobillos.
- Esta casa, aquí en mitad de ninguna parte, en zona agrícola y de pastos... Que no tiene que significar nada, pero...- le pegó otro mordisco a la manzana.- No, mira, te voy a contar lo que creo que pasa. Este licántropo y el padre de Edmundo tenían algún tipo de relación, ¿de qué tipo? No lo sé. Amistad, comercial... No lo sé, pero algo había. Y por supuesto, algo pasó- miró al fuego antes de continuar.- Ahora bien, si prestaste atención, el padre de Edmundo era herborista o alguna historia parecida y este licántropo seguro que es un rico de mierda que vive en un palacio rural, aprovechándose de su condición y jugando con la riqueza de las gentes de la zona- Sango escupió al suelo.- ¿Ves la relación? Un herborista y un tipo rico que se convierte en lobo...
Sango dejó las palabras en el aire mientras trataba de encajar todas las piezas en el gran rompecabezas que parecía haberse formado hacía tan solo unos instantes. Se cruzó de brazos y se miró la puntera de las botas, que apuntaban al fuego.
- Edmundo miente. Al menos oculta algo. Sus hermanos, si de verdad ese Iraí les quiere hacer daño, deberían estar aquí a salvo, mientras otros se encargan del problema, es decir, nosotros. No. La relación entre el padre cerdo y el licántropo es lo más extraño que he oído en mi vida, joder, es un cerdo y un lobo, piénsalo- cambió el cruce de las piernas para dejar la zurda sobre la diestra.- Creo que deberíamos actuar de otra manera. Optar por un enfoque distinto, no sé si me explico. Creo que deberíamos conocer la otra parte de esta historia.
Sango recogió las piernas y descruzó los brazos y se levantó. Miró a Eberus y sintió la necesidad de justificar su deseo de hablar con el licántropo.
- ¿Confiarías dejar solos, sin vigilancia, a unos desconocidos en tu casa? Este tipo no es normal. Miente, pero rectifica al instante, nos cuenta una historia de lo más interesante y no completa con detalles...- Ben se detuvo la instante. No se sentía bien al criticar a espaldas del afectado.- Sin embargo, no tendríamos por qué dudar de él, aunque nos haya dado motivos. Lo mejor será dormir algo y mañana ponernos en marcha mañana con las ideas claras y quizás con un punto de vista distinto.
Sango sin demorarse mucho más, caminó hacia la habitación y tras acomodarse se tumbó en la cama. Pero en seguida se levantó de nuevo y fue hasta el cinto con sus armas para coger la espada y el hacha. La espada la colocó contra la pared y el hacha, según volvió a tumbarse, la colocó a un lado. Por lo que pudiera ocurrir.
En el exterior, la lluvia dio un respiro.
Sango
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
- Tienes razón. De hecho, toda la razón. Será mejor que confiemos solo en nosotros mismos como equipo, que nadie se meta - Eberus se levantó de la silla a la par que Sango y tiró por la ventana lo que le había sobrado de manzana. - Esto me recuerda, Sango, a aquella vez en la que un colega de la isla y yo, hará unos veinte... veintidos años, planeábamos un asalto nocturno a la casa de un brujo de mala fama que se asentaba en una pequeña aldea cerca de... menudo hijo puta. - el brujo interrumpió la historia poniéndose un poco de mala leche al recordar a aquel otro brujo. - Mi compañero, podría decirse que era la mente pensante del dúo. Yo, tiendo a ser más impulsivo, las cosas como son, aunque sin dejar de lado la astucia cuando es necesario - dijo Eberus señalándose con un dedo índice en la sien, con una expresión facial que denotaba algo de malicia.
Una vez llegaron a la habitación, Eberus se arropó en la cama y finalmente cayó dormido, mientras pensaba en si estaba confiando demasiado en su compañero guerrero, en si era lo correcto fiarse tanto de alguien que, por muchas buenas sensaciones que le aportara, había conocido ese mísmo día.
A la mañana siguiente despertó de una pesadilla dando un brinco en la cama, al grito de - ¡Cabrón! - En su sueño producto de la preocupación con la que se había dormido, Sango montaba a hombros de un licántropo gigante con su hacha en la mano y ambos le estaban buscando con intenciones agresivas, mientras se escondía detrás de una piedra maldiciendo a su compañero, que le había traicionado.
Algo agitado, se puso a reflexionar sobre lo soñado mientras miraba al durmiente Sango en la otra cama. Al menos, parecía que estaba dormido. Sin embargo, no tuvo mucho tiempo para pensar.
- ¡Chi-chicos! ¡Despertad! Mi-mis... mis hermanos no están - exclamó Edmundo, que se veía muy nervioso y no paraba de hacer aspavientos. - Llegaron ayer, po-por la noche, mientras dormíais. ¿No os dísteis cuenta? ¡Pero ahora no están! Por las mañanas siempre, ¡siempre!, me despierto yo mucho antes que ellos, que antes de dormir siempre salen de casa un rato a... a tomar el aire y se acuestan más tarde - el hombre cerdo se comunicaba exaltado hacia Eberus, que era el que más despejado se encontraba, mientras daba toques a la almohada de Sango, para llamar su atención - ¡Pero ahora ni si quiera están en casa! Tengo miedo... tengo mucho miedo... - parloteaba Edmundo mientras caía al suelo con la espalda apoyada en la pared, tapándose la cara y con voz temblorosa.
- Joder, buen día puerco - murmuró Eberus que no estaba muy lúcido aún, con voz de recién despertado, mientras se frotaba los ojos y sus movimientos eran muy lentos. - Sango, despierta anda, despierta, que tengo que mear -
El amable brujo se dirigió hacia el baño, mientras escuchaba murmurar a los dos en la habitación. Luego, se dirigió a la cocina y notó que Edmundo aún no había cocinado nada calentito para empezar bien el día, aunque no le extrañó, teniendo en cuenta que los cerdos se suelen alimentar de cualquier tipo de frutos, hongos o sobras de cualquier tipo, aparte de que no le habría dado tiempo a cocinar debido al susto.
Tras rebuscar un poco en la cocina, encontró en la despensa un bote con calabaza confitada. No dudó en cogerlo e ir al salón para disfrutar de un buen desayuno. Sin embargo, mientras alargaba la mano para coger el bote, avistó en el estante de arriba una especie de rulo fabricado con hojas y enrollado con una fina cuerda marrón. De hecho, había varios similares. Dudoso, agarró uno para inspeccionarlo y vió que escondido dentro de las hojas había un fruto rojo cortado en trozos. Según sus pequeños conocimentos de alquimia, parecía tratarse del fruto del [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo].
Una vez llegaron a la habitación, Eberus se arropó en la cama y finalmente cayó dormido, mientras pensaba en si estaba confiando demasiado en su compañero guerrero, en si era lo correcto fiarse tanto de alguien que, por muchas buenas sensaciones que le aportara, había conocido ese mísmo día.
A la mañana siguiente despertó de una pesadilla dando un brinco en la cama, al grito de - ¡Cabrón! - En su sueño producto de la preocupación con la que se había dormido, Sango montaba a hombros de un licántropo gigante con su hacha en la mano y ambos le estaban buscando con intenciones agresivas, mientras se escondía detrás de una piedra maldiciendo a su compañero, que le había traicionado.
Algo agitado, se puso a reflexionar sobre lo soñado mientras miraba al durmiente Sango en la otra cama. Al menos, parecía que estaba dormido. Sin embargo, no tuvo mucho tiempo para pensar.
- ¡Chi-chicos! ¡Despertad! Mi-mis... mis hermanos no están - exclamó Edmundo, que se veía muy nervioso y no paraba de hacer aspavientos. - Llegaron ayer, po-por la noche, mientras dormíais. ¿No os dísteis cuenta? ¡Pero ahora no están! Por las mañanas siempre, ¡siempre!, me despierto yo mucho antes que ellos, que antes de dormir siempre salen de casa un rato a... a tomar el aire y se acuestan más tarde - el hombre cerdo se comunicaba exaltado hacia Eberus, que era el que más despejado se encontraba, mientras daba toques a la almohada de Sango, para llamar su atención - ¡Pero ahora ni si quiera están en casa! Tengo miedo... tengo mucho miedo... - parloteaba Edmundo mientras caía al suelo con la espalda apoyada en la pared, tapándose la cara y con voz temblorosa.
- Joder, buen día puerco - murmuró Eberus que no estaba muy lúcido aún, con voz de recién despertado, mientras se frotaba los ojos y sus movimientos eran muy lentos. - Sango, despierta anda, despierta, que tengo que mear -
El amable brujo se dirigió hacia el baño, mientras escuchaba murmurar a los dos en la habitación. Luego, se dirigió a la cocina y notó que Edmundo aún no había cocinado nada calentito para empezar bien el día, aunque no le extrañó, teniendo en cuenta que los cerdos se suelen alimentar de cualquier tipo de frutos, hongos o sobras de cualquier tipo, aparte de que no le habría dado tiempo a cocinar debido al susto.
Tras rebuscar un poco en la cocina, encontró en la despensa un bote con calabaza confitada. No dudó en cogerlo e ir al salón para disfrutar de un buen desayuno. Sin embargo, mientras alargaba la mano para coger el bote, avistó en el estante de arriba una especie de rulo fabricado con hojas y enrollado con una fina cuerda marrón. De hecho, había varios similares. Dudoso, agarró uno para inspeccionarlo y vió que escondido dentro de las hojas había un fruto rojo cortado en trozos. Según sus pequeños conocimentos de alquimia, parecía tratarse del fruto del [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo].
Eberus
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
Abrió los ojos y volvió a cerrarlos para darse cuenta de que Edmundo había entrado en la habitación y hablaba sin parar. Sango se permitió remolonear unos instantes antes de que Eberus le apremiara a levantarse. Ben obedeció y se quedó sentado en la cama con los ojos cerrados.
- Sango, mis hermanos han desaparecido ha sido él. Lo sé, tenéis-
- Para coño, que me acabo de levantar- Ben miró a Edmundo que le miraba con rostro de frustración, pena y dolor. Sango soltó aire.- Perdona, hombre, es que... que me lo cuentes así, de sopetón, después de levantarme...- Sango se levantó y miró a Edmundo que ahora contemplaba el hacha en la cama.- Ah, no te preocupes por eso, ¿te acuerdas de lo que te conté anoche? A veces, a mi compañero, le dan ataques de ira e intenta matarme- bromeó.
Sango se puso las botas y se sentó para ajustar las correas. Con un gesto invitó a Edmundo a sentarse en la cama de enfrente para que le contara lo sucedido. La primera vez lo hizo de manera agitada. La segunda mucho más calmado y la tercera, Sango, con la espada sobre sus piernas y dando pasadas con un paño para limpiar el arma, fue muy tranquilo y sosegado. Para sorpresa de Ben, no había encontrado ninguna contradicción en sus versiones.
- Veamos. Tus hermanos llegan de noche a casa. Y ahora por la mañana no están. Bien, no has comentado una cosa, ¿cómo sabes que se los han llevado?
- Bueno, no creo que haya que ser muy listo para darse cuenta de que hay un licántropo que quiere ver a mi familia muerta, ya ves.
- Pero es que ese es el tema, por qué ahora. Es algo que no termino de entender... En cualquier caso, ¿es posible que te hayas quedado dormido y ellos hayan salido antes que tú? O puede que...
Sango se quedó pensativo unos instantes. La casa ordenada, el evidente gesto de asco ante los modales mostrados hasta el momento, sus buenas formas... Sango estaba enfocando mal las preguntas, algo le decía que tenía que intentar una estrategia diferente. Tenía que atacar algo que seguramente tuviera en gran estima: su imagen.
- Perdona me despisté un momento... ¿Tus hermanos vinieron acompañados? Me refiero a que si es posible que hayan dormido con alguien que no sea de tu agrado.
El rostro de Edmundo se encendió de ira durante un instante. Lo justo como para que Sango pudiera comprobar que aquel cerdo ocultaba una manía, una obsesión, que consistía en tener bajo control todo lo que estuviera a su alcance, empezando por sus hermanos y terminando por su casa y su finca pasando por un sinfín de detalles. Sí, el control sobre el entorno permite a cualquiera deformarlo y moldearlo a la medida. Estaba claro que para Edmundo la reputación o la imagen, o ambas, era importante. Y cuando sango le había preguntado sobre sus hermanos y sus posibles relaciones de pago...
- ¡No son puteros!- Chilló histérico Edmundo.
Sango no pudo evitar soltar una carcajada. Esto enfureció a Edmundo que se levantó y empezó a gritar como un energúmeno al tiempo que caminaba por la habitación. Era una imagen grotesca.
- ¡Imposible!
Entonces, Edmundo se inclinó hacia Sango y con el gesto más serio que pudo dibujar en su rostro y en voz baja habló a Sango.
- No sé quién te crees que soy, pero no te conviene agotar mi paciencia. Aguanto tus historias sobres asesinos y demás chorradas; pretendo hacerte creer que soy una criatura inofensiva, pero... Conozco a los de tu clase: mercenarios andrajosos que solo buscan dinero sin importarle el cómo se obtenga. Sí, te seguiré el juego, pero hasta que no hagas lo que yo te mando no vas a ver ni un solo aero. Ni tú, ni el imbécil de tu amigo.
Cuando Edmundo se alejó de él, Sango, que se había quedado serio empuñaba con fuerza la empuñadura. Solo tenía que hacer un movimiento y el cerdo sería comida de gusanos. Cogió la vaina y metió la espada lentamente. Edmundo había resultado ser toda una sorpresa. Sango se levantó y se puso el cinto de las armas ante la mirada de Edmundo. Cuando hizo el nudo y comprobó la firmeza del mismo le habló.
- Dos cosas. Como vuelvas a amenazarme de esa manera no dudaré en abrirte en canal y vender tus carcasas a la chusma de Ciudad Lagarto. Por los Dioses créeme que lo haré.
Edmundo hinchó el pecho todo lo que pudo y miró con furia a Sango que dio un paso al frente.
- Y segundo, estás jugando con fuego. Sé que escondes algo, es evidente. Soy consciente de que lo sabes y espero que no cometas una estupidez mientras buscamos respuestas- Ben le dio la espalda y caminó hacia la salida.- Si madrugar hoy tuvo algo bueno, es sin dudad ver tu verdadero rostro.
Sango salió de la habitación con la amenaza de Edmundo de no cobrar hasta que no encontraran a sus hermanos. Ben fue hasta el salón del día anterior, donde se supone que debería haber fuego solo había cenizas. Curioso. Cogió un par de naranjas que habían quedado en la mesa del día anterior.
- Eberus, vamos, aquí nuestro benefactor Edmundo ha dicho que la recompensa será mayor si encontramos a sus hermanos- Ben abrió la puerta y dejó que Eberus saliera delante.- Lo que pasa es que no ha especificado si vivos o muertos.
Sango le dedicó una sonrisa, fingida, a Edmundo que había alzado las cejas y acto seguido cerró la puerta y se alejó de la casa. Mientras lo hacía se fijó en los restos de una de las casas. Con las manos, pelaba una naranja. Las ruinas no le decían gran cosa aparte de gritarle que un solo hombre y menos un licántropo.
- Bueno, Eberus, encontremos a esos tipos y luego vayamos a ver al tal Irai o como se diga, a ver que nos cuenta.
Sango se alejó de las ruinas y miró al cielo, preocupado por la inminentes lluvia.
Edición: Por si no ha quedado claro, hay problema adicional, alguien, según Edmundo, secuestró a sus hermanos.
Edición 2: subrayo la parte en la que se introduce el problema.
- Sango, mis hermanos han desaparecido ha sido él. Lo sé, tenéis-
- Para coño, que me acabo de levantar- Ben miró a Edmundo que le miraba con rostro de frustración, pena y dolor. Sango soltó aire.- Perdona, hombre, es que... que me lo cuentes así, de sopetón, después de levantarme...- Sango se levantó y miró a Edmundo que ahora contemplaba el hacha en la cama.- Ah, no te preocupes por eso, ¿te acuerdas de lo que te conté anoche? A veces, a mi compañero, le dan ataques de ira e intenta matarme- bromeó.
Sango se puso las botas y se sentó para ajustar las correas. Con un gesto invitó a Edmundo a sentarse en la cama de enfrente para que le contara lo sucedido. La primera vez lo hizo de manera agitada. La segunda mucho más calmado y la tercera, Sango, con la espada sobre sus piernas y dando pasadas con un paño para limpiar el arma, fue muy tranquilo y sosegado. Para sorpresa de Ben, no había encontrado ninguna contradicción en sus versiones.
- Veamos. Tus hermanos llegan de noche a casa. Y ahora por la mañana no están. Bien, no has comentado una cosa, ¿cómo sabes que se los han llevado?
- Bueno, no creo que haya que ser muy listo para darse cuenta de que hay un licántropo que quiere ver a mi familia muerta, ya ves.
- Pero es que ese es el tema, por qué ahora. Es algo que no termino de entender... En cualquier caso, ¿es posible que te hayas quedado dormido y ellos hayan salido antes que tú? O puede que...
Sango se quedó pensativo unos instantes. La casa ordenada, el evidente gesto de asco ante los modales mostrados hasta el momento, sus buenas formas... Sango estaba enfocando mal las preguntas, algo le decía que tenía que intentar una estrategia diferente. Tenía que atacar algo que seguramente tuviera en gran estima: su imagen.
- Perdona me despisté un momento... ¿Tus hermanos vinieron acompañados? Me refiero a que si es posible que hayan dormido con alguien que no sea de tu agrado.
El rostro de Edmundo se encendió de ira durante un instante. Lo justo como para que Sango pudiera comprobar que aquel cerdo ocultaba una manía, una obsesión, que consistía en tener bajo control todo lo que estuviera a su alcance, empezando por sus hermanos y terminando por su casa y su finca pasando por un sinfín de detalles. Sí, el control sobre el entorno permite a cualquiera deformarlo y moldearlo a la medida. Estaba claro que para Edmundo la reputación o la imagen, o ambas, era importante. Y cuando sango le había preguntado sobre sus hermanos y sus posibles relaciones de pago...
- ¡No son puteros!- Chilló histérico Edmundo.
Sango no pudo evitar soltar una carcajada. Esto enfureció a Edmundo que se levantó y empezó a gritar como un energúmeno al tiempo que caminaba por la habitación. Era una imagen grotesca.
- ¡Imposible!
Entonces, Edmundo se inclinó hacia Sango y con el gesto más serio que pudo dibujar en su rostro y en voz baja habló a Sango.
- No sé quién te crees que soy, pero no te conviene agotar mi paciencia. Aguanto tus historias sobres asesinos y demás chorradas; pretendo hacerte creer que soy una criatura inofensiva, pero... Conozco a los de tu clase: mercenarios andrajosos que solo buscan dinero sin importarle el cómo se obtenga. Sí, te seguiré el juego, pero hasta que no hagas lo que yo te mando no vas a ver ni un solo aero. Ni tú, ni el imbécil de tu amigo.
Cuando Edmundo se alejó de él, Sango, que se había quedado serio empuñaba con fuerza la empuñadura. Solo tenía que hacer un movimiento y el cerdo sería comida de gusanos. Cogió la vaina y metió la espada lentamente. Edmundo había resultado ser toda una sorpresa. Sango se levantó y se puso el cinto de las armas ante la mirada de Edmundo. Cuando hizo el nudo y comprobó la firmeza del mismo le habló.
- Dos cosas. Como vuelvas a amenazarme de esa manera no dudaré en abrirte en canal y vender tus carcasas a la chusma de Ciudad Lagarto. Por los Dioses créeme que lo haré.
Edmundo hinchó el pecho todo lo que pudo y miró con furia a Sango que dio un paso al frente.
- Y segundo, estás jugando con fuego. Sé que escondes algo, es evidente. Soy consciente de que lo sabes y espero que no cometas una estupidez mientras buscamos respuestas- Ben le dio la espalda y caminó hacia la salida.- Si madrugar hoy tuvo algo bueno, es sin dudad ver tu verdadero rostro.
Sango salió de la habitación con la amenaza de Edmundo de no cobrar hasta que no encontraran a sus hermanos. Ben fue hasta el salón del día anterior, donde se supone que debería haber fuego solo había cenizas. Curioso. Cogió un par de naranjas que habían quedado en la mesa del día anterior.
- Eberus, vamos, aquí nuestro benefactor Edmundo ha dicho que la recompensa será mayor si encontramos a sus hermanos- Ben abrió la puerta y dejó que Eberus saliera delante.- Lo que pasa es que no ha especificado si vivos o muertos.
Sango le dedicó una sonrisa, fingida, a Edmundo que había alzado las cejas y acto seguido cerró la puerta y se alejó de la casa. Mientras lo hacía se fijó en los restos de una de las casas. Con las manos, pelaba una naranja. Las ruinas no le decían gran cosa aparte de gritarle que un solo hombre y menos un licántropo.
- Bueno, Eberus, encontremos a esos tipos y luego vayamos a ver al tal Irai o como se diga, a ver que nos cuenta.
Sango se alejó de las ruinas y miró al cielo, preocupado por la inminentes lluvia.
Edición: Por si no ha quedado claro, hay problema adicional, alguien, según Edmundo, secuestró a sus hermanos.
Edición 2: subrayo la parte en la que se introduce el problema.
Última edición por Sango el Dom Abr 24 2022, 13:15, editado 1 vez
Sango
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
Hasta que Sango cerró la puerta, Eberus no medió palabra alguna. Aún estaba algo adormecido y, además, llevaba un rato dándole vueltas a lo de los extraños rulos que había visto antes.
- Oye, oye. ¿Qué hablásteis antes en la habitación? Me pareció oir tonos de voz algo ariscos - preguntó mientras masticaba el último bocado de calabaza confitada, algo preocupado. O más bien, con ciertas ganas de echar más mierda sobre el hombre-cerdo.
Unos cuantos pasos más tarde, Eberus sacó el tema que venía reflexionando. - Una cosa. En la despensa de estos cerdos encontré unos rulos de hojas con trozos del fruto del [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]Me suena que tenía alguna propiedad extraña, pero no consigo acordarme... - decía dubitativo, acariciándose la barba. - ¿Tú sabes algo? A mi me da mal augurio esto... Estos hermanos no son tan normales como quieren aparentar me parece a mí -
El camino hacia la casa de Iraí se iba haciendo algo pesado por culpa de la lluvia. Las botas de ambos lucían más marrones de lo habitual.
La casa del licántropo estaba rodeada por árboles y setos, elementos que abundaban en el paisaje pero que delimitaban su hogar de una manera clara. La casa en sí, destacaba por su tamaño, así como por sus piedras y maderas que no lucían demasiado cuidadas.
- Hostia. Parece que esa es la casa. Quieto, quieto - decía frenando con la mano a Sango. - Dios. No esta mal para un lobito, ¿no? Bueno, a partir de aquí vayamos con mil ojos... hablando de ojos, creo que veo cuatro allí - Eberus señalaba a un lugar cercano a la casa del licántropo, fuera de sus propiedades.
- Parece que son ellos pero, ¿qué cojones hacen ahí? - dijo el brujo en tono bajo, vigilando la zona por si a caso hallaban a Iraí vigilando a los hermanos de Edmundo. - Ten mucho cuidado, no entiendo que supuestamente les hayan secuestrado y estén ahí sueltos tranquilamente, sin vigilancia -
- Oye, oye. ¿Qué hablásteis antes en la habitación? Me pareció oir tonos de voz algo ariscos - preguntó mientras masticaba el último bocado de calabaza confitada, algo preocupado. O más bien, con ciertas ganas de echar más mierda sobre el hombre-cerdo.
Unos cuantos pasos más tarde, Eberus sacó el tema que venía reflexionando. - Una cosa. En la despensa de estos cerdos encontré unos rulos de hojas con trozos del fruto del [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]Me suena que tenía alguna propiedad extraña, pero no consigo acordarme... - decía dubitativo, acariciándose la barba. - ¿Tú sabes algo? A mi me da mal augurio esto... Estos hermanos no son tan normales como quieren aparentar me parece a mí -
El camino hacia la casa de Iraí se iba haciendo algo pesado por culpa de la lluvia. Las botas de ambos lucían más marrones de lo habitual.
La casa del licántropo estaba rodeada por árboles y setos, elementos que abundaban en el paisaje pero que delimitaban su hogar de una manera clara. La casa en sí, destacaba por su tamaño, así como por sus piedras y maderas que no lucían demasiado cuidadas.
- Hostia. Parece que esa es la casa. Quieto, quieto - decía frenando con la mano a Sango. - Dios. No esta mal para un lobito, ¿no? Bueno, a partir de aquí vayamos con mil ojos... hablando de ojos, creo que veo cuatro allí - Eberus señalaba a un lugar cercano a la casa del licántropo, fuera de sus propiedades.
- Parece que son ellos pero, ¿qué cojones hacen ahí? - dijo el brujo en tono bajo, vigilando la zona por si a caso hallaban a Iraí vigilando a los hermanos de Edmundo. - Ten mucho cuidado, no entiendo que supuestamente les hayan secuestrado y estén ahí sueltos tranquilamente, sin vigilancia -
Eberus
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
Con un pequeño salto evitó un charco. Giró la cabeza para mirar a Eberus.
- Edmundo está algo alterado por sus hermanos, le hice unas preguntas un poco fuera de tono y nada, alzó la voz. Le dejé algunas cosas claras.
Mientras Sango sonreía al tiempo que buscaba el camino menos accidentado, Eberus le habló de unos frutos de un árbol conocido como Espino Blanco. También compartió sus pensamientos acerca de aquellos hermanos y que estaban en línea con lo que él mismo pensaba. Volvió la espino blanco, sabía que árbol era, pero de sus frutos no supo decirle gran cosa.
- Hmm, el Espino Blanco no es un árbol apreciado por su madera, al menos, cuando nos hacían encargos nunca nos pedían Espino Blanco- Ben hizo memoria.- Sé que alguna vez, tengo un recuerdo muy vago, nos mandaron podar uno, luego la madera la utilizaron para ahumar pescado- Sango se encogió de hombros.- No tenía ni idea de que estos árboles daban frutos, la verdad.
Casi sin darse cuenta llegaron a la casa del licántropo. Eberus, que había detenido la marcha de Sango, ordenaba precaución y atención al detalle. También señaló a los hermanos de Edmundo, que para estar secuestrados se les veía muy alegres al aire libre.
Según avanzaban Sango estudió la casa del licántropo. Era, sin duda, un palacete rural que había tenido días mejores. Sus muros, de piedra, salpicada por hiedra, musgo y demás suciedad, contaba una historia de abandono y la madera carcomida, agrietada y con la pintura perdida, lamentaban la pérdida de un pasado de grandeza. Las ventanas, para su sorpresa, permanecían intactas, sucias, pero sin grandes desperfectos. Tras las contraventanas, abiertas a aquella hora, se intuían cortinas y en una de ellas, en el piso superior, donde Sango posó sus ojos durante el estudio vio como una de ellas se cerraba antes de que pudiera ver nada.
Ben se detuvo y dejó que Eberus tomara la delantera. Contempló un pequeño jardín de unos tres o cuatro palmos de ancho y que rodeaban la casa. No había nada destacable salvo hierba y troncos de alguna planta descuidada. El jardín estaba interrumpido en varios puntos por un par de escalones colocados en puntos que permitieran el acceso del prao a la casa. Ben se giró y contempló el muro que acababan de atravesar, completamente tomado por la maleza y que habían intuido según avanzaban. Sus ojos se posaron, entonces, sobre unos amasijos de hierro que seguramente, en su día, fueran las puertas de la finca.
El tiempo y la desidia habían terminado por vencer en aquel lugar y el nuevo inquilino parecía conforme con ello. ¿Por qué habían abandonado aquel lugar sus antiguos propietarios? ¿Qué extraños tratos tendría Iraí con la gente de Prado Verde para que le permitieran vivir ahí? Sacudió la cabeza y dejó de perder el tiempo en asuntos que no le llevarían a ninguna parte. Alcanzó a Eberus que estaba a quince pasos de los cerdos y Ben observó la escena.
- Apuesto mil aeros a que soy mejor bailarín que tú.
- Apuesto mil y un aeros a que soy mejor volador que tú.
- No. Yo vuelo mejor. Ahora hablamos de bailar.
El que decía ser mejor bailarín, de voz gangosa, se puso en pie y empezó a moverse de una forma muy ortopédica, lanzando brazos arriba y abajo sin tan siquiera seguir el ritmo de la canción que estaba tarareando. El otro hermano, viendo que su hermano se le ponía por delante, se puso a hacer lo mismo.
- ¡No! ¡Es mi baile!
El gangoso se lanzó contra su hermano y ambos acabaron rodando por el barro, gruñendo, chillando y tratando de imponerse físicamente a su hermano. Ben miró a Eberus con una expresión que indicaba que no deberían haberse metido en aquel lío. La escena era grotesca y parecía más un cuento que alguien se había inventado que la propia realidad.
De la casa salió un humano que corrió hacia ellos con un cuenco del que salía mucho humo. Pasó de largo a Sango y Eberus y se puso cerca de los hermanos de Edmundo a susurrarles al oído pese a la pelea, al tiempo que con la mano les tiraba el humo hacia ellos. Ben olfateó el ambiente y dejó que el agradable olor del humo penetrara en sus fosas nasales.
- Vaya, que... agradable...
Los hermanos se quedaron sentados en el suelo y el hombre se giró hacia ellos y salió corriendo hacia la casa. Sango quiso seguirle, ver que había en ese cuenco y... Ben sacudió la cabeza.
- Que extraño, yo...- Ben miró una vez más hacia la casa y luego centró su atención en los hermanos.- Arriba, tenemos que irnos, vuestro hermano quiere veros.
- No vamos a irnos, tío.
- ¿Qué?
- ¿Sabes cuál es el problema? La violencia.
- Sí. Y la falta de comprensión.
- Y la pobreza.
- El baile no, por supuesto.
Sango se llevó las manos a la cara y empezó a reírse. A carcajadas. Una risa incontrolable hasta tal punto que casi pierde el equilibrio. Posó sus manos en sus rodillas y trató de calmarse. Lo comprendía muy bien.
- Eberus, estos tíos están colgados- rio fuertemente ante la maravillosa visión que le presentaba el mundo.
Cuando se hubo calmado, se percató de movimiento a su espalda. Se giró lentamente y vio como un hombre, de pelo largo y oscuro se acercaba a ellos seguido por un peculiar grupo compuesto por diferentes sujetos de distintas razas, algunos de ellos portaban cuencos similares a los del tipo que había detenido la pelea.
El del pelo largo tenía un aspecto impecable: tez pálida, algo tostada por el sol, cabello negro que colgaba más allá de los hombros, y vestía una ropas muy elegantes, donde destacaba un color granate combinado con tonos negros y blancos. En la cintura destacaba un cinturón del que, se intuía a pesar de la capa, la empuñadura de un arma. El viento hacía que el olor agradable fuera hacia ellos.
- Buenos días.- Su voz era muy suave, y muy apropiada para él.
Sango respondió con la cabeza.
- ¿Qué os trae a mi propiedad?- Hizo énfasis en el "mi".
- Hemos venido a por estos dos. Su hermano quiere verles.
- ¿Y por qué no ha venido él?
- Es evidente que entre vosotros hay algún tipo de problema y...
- ¿Qué problema puede haber?- Le interrumpió
- Para empezar, ¿qué necesidad hay de recibirnos con un ejército? Sí, estamos en tu propiedad, pero no hay carteles ni puertas que impidan el paso...
- Esto no es un ejército, son mis amigos, ¿verdad Ed, Edmo?
Los cerdos asintieron y se pusieron en pie para ponerse del lado de Iraí. Las cosas, se dijo Sango, no podían salir bien. Miró a Eberus y luego devolvió su atención al licántropo. Algo no iba bien. Se sentía muy atraído por aquel olor.
- Además, pese a que no haya puertas en mi propiedad, ¿por qué entráis de todas formas? Reconoces que es mi propiedad y aun así entras, contesta, por favor.
Sango se quedó mirando seriamente al licántropo que le ofrecía su mejor sonrisa.
- Tú has... eh- miró a Eberus- Vete- le susurró.- Iraí, tú has, matado a... ¿qué es eso que huele tan bien?
Sango dio un par de pasos al frente.
- No hombre, aquí no se admite la violencia. Ven, te enseñaré de qué va todo esto.
Sango avanzó y siguió el olor de los cuencos sin hacer caso de la advertencia que le hacía el licántropo a Eberus y sin siquiera darse la vuelta para comprobar el estado de su compañero.
- Ah, ¿a ti no te gusta? Bueno, en ese caso, tienes hasta que cuente hasta veinte para salir de aquí. Si no lo haces... Bueno, tú sabrás.
Sango se metió en la casa.
Problema adicional: Iraí, el licántropo, me envenena con esos vapores y pierdo la capacidad de controlar mis acciones solo por seguir respirando lo que sale del cuenco.
Edición 1: subrayo la parte en la que se introduce el problema
- Edmundo está algo alterado por sus hermanos, le hice unas preguntas un poco fuera de tono y nada, alzó la voz. Le dejé algunas cosas claras.
Mientras Sango sonreía al tiempo que buscaba el camino menos accidentado, Eberus le habló de unos frutos de un árbol conocido como Espino Blanco. También compartió sus pensamientos acerca de aquellos hermanos y que estaban en línea con lo que él mismo pensaba. Volvió la espino blanco, sabía que árbol era, pero de sus frutos no supo decirle gran cosa.
- Hmm, el Espino Blanco no es un árbol apreciado por su madera, al menos, cuando nos hacían encargos nunca nos pedían Espino Blanco- Ben hizo memoria.- Sé que alguna vez, tengo un recuerdo muy vago, nos mandaron podar uno, luego la madera la utilizaron para ahumar pescado- Sango se encogió de hombros.- No tenía ni idea de que estos árboles daban frutos, la verdad.
Casi sin darse cuenta llegaron a la casa del licántropo. Eberus, que había detenido la marcha de Sango, ordenaba precaución y atención al detalle. También señaló a los hermanos de Edmundo, que para estar secuestrados se les veía muy alegres al aire libre.
Según avanzaban Sango estudió la casa del licántropo. Era, sin duda, un palacete rural que había tenido días mejores. Sus muros, de piedra, salpicada por hiedra, musgo y demás suciedad, contaba una historia de abandono y la madera carcomida, agrietada y con la pintura perdida, lamentaban la pérdida de un pasado de grandeza. Las ventanas, para su sorpresa, permanecían intactas, sucias, pero sin grandes desperfectos. Tras las contraventanas, abiertas a aquella hora, se intuían cortinas y en una de ellas, en el piso superior, donde Sango posó sus ojos durante el estudio vio como una de ellas se cerraba antes de que pudiera ver nada.
Ben se detuvo y dejó que Eberus tomara la delantera. Contempló un pequeño jardín de unos tres o cuatro palmos de ancho y que rodeaban la casa. No había nada destacable salvo hierba y troncos de alguna planta descuidada. El jardín estaba interrumpido en varios puntos por un par de escalones colocados en puntos que permitieran el acceso del prao a la casa. Ben se giró y contempló el muro que acababan de atravesar, completamente tomado por la maleza y que habían intuido según avanzaban. Sus ojos se posaron, entonces, sobre unos amasijos de hierro que seguramente, en su día, fueran las puertas de la finca.
El tiempo y la desidia habían terminado por vencer en aquel lugar y el nuevo inquilino parecía conforme con ello. ¿Por qué habían abandonado aquel lugar sus antiguos propietarios? ¿Qué extraños tratos tendría Iraí con la gente de Prado Verde para que le permitieran vivir ahí? Sacudió la cabeza y dejó de perder el tiempo en asuntos que no le llevarían a ninguna parte. Alcanzó a Eberus que estaba a quince pasos de los cerdos y Ben observó la escena.
- Apuesto mil aeros a que soy mejor bailarín que tú.
- Apuesto mil y un aeros a que soy mejor volador que tú.
- No. Yo vuelo mejor. Ahora hablamos de bailar.
El que decía ser mejor bailarín, de voz gangosa, se puso en pie y empezó a moverse de una forma muy ortopédica, lanzando brazos arriba y abajo sin tan siquiera seguir el ritmo de la canción que estaba tarareando. El otro hermano, viendo que su hermano se le ponía por delante, se puso a hacer lo mismo.
- ¡No! ¡Es mi baile!
El gangoso se lanzó contra su hermano y ambos acabaron rodando por el barro, gruñendo, chillando y tratando de imponerse físicamente a su hermano. Ben miró a Eberus con una expresión que indicaba que no deberían haberse metido en aquel lío. La escena era grotesca y parecía más un cuento que alguien se había inventado que la propia realidad.
De la casa salió un humano que corrió hacia ellos con un cuenco del que salía mucho humo. Pasó de largo a Sango y Eberus y se puso cerca de los hermanos de Edmundo a susurrarles al oído pese a la pelea, al tiempo que con la mano les tiraba el humo hacia ellos. Ben olfateó el ambiente y dejó que el agradable olor del humo penetrara en sus fosas nasales.
- Vaya, que... agradable...
Los hermanos se quedaron sentados en el suelo y el hombre se giró hacia ellos y salió corriendo hacia la casa. Sango quiso seguirle, ver que había en ese cuenco y... Ben sacudió la cabeza.
- Que extraño, yo...- Ben miró una vez más hacia la casa y luego centró su atención en los hermanos.- Arriba, tenemos que irnos, vuestro hermano quiere veros.
- No vamos a irnos, tío.
- ¿Qué?
- ¿Sabes cuál es el problema? La violencia.
- Sí. Y la falta de comprensión.
- Y la pobreza.
- El baile no, por supuesto.
Sango se llevó las manos a la cara y empezó a reírse. A carcajadas. Una risa incontrolable hasta tal punto que casi pierde el equilibrio. Posó sus manos en sus rodillas y trató de calmarse. Lo comprendía muy bien.
- Eberus, estos tíos están colgados- rio fuertemente ante la maravillosa visión que le presentaba el mundo.
Cuando se hubo calmado, se percató de movimiento a su espalda. Se giró lentamente y vio como un hombre, de pelo largo y oscuro se acercaba a ellos seguido por un peculiar grupo compuesto por diferentes sujetos de distintas razas, algunos de ellos portaban cuencos similares a los del tipo que había detenido la pelea.
El del pelo largo tenía un aspecto impecable: tez pálida, algo tostada por el sol, cabello negro que colgaba más allá de los hombros, y vestía una ropas muy elegantes, donde destacaba un color granate combinado con tonos negros y blancos. En la cintura destacaba un cinturón del que, se intuía a pesar de la capa, la empuñadura de un arma. El viento hacía que el olor agradable fuera hacia ellos.
- Buenos días.- Su voz era muy suave, y muy apropiada para él.
Sango respondió con la cabeza.
- ¿Qué os trae a mi propiedad?- Hizo énfasis en el "mi".
- Hemos venido a por estos dos. Su hermano quiere verles.
- ¿Y por qué no ha venido él?
- Es evidente que entre vosotros hay algún tipo de problema y...
- ¿Qué problema puede haber?- Le interrumpió
- Para empezar, ¿qué necesidad hay de recibirnos con un ejército? Sí, estamos en tu propiedad, pero no hay carteles ni puertas que impidan el paso...
- Esto no es un ejército, son mis amigos, ¿verdad Ed, Edmo?
Los cerdos asintieron y se pusieron en pie para ponerse del lado de Iraí. Las cosas, se dijo Sango, no podían salir bien. Miró a Eberus y luego devolvió su atención al licántropo. Algo no iba bien. Se sentía muy atraído por aquel olor.
- Además, pese a que no haya puertas en mi propiedad, ¿por qué entráis de todas formas? Reconoces que es mi propiedad y aun así entras, contesta, por favor.
Sango se quedó mirando seriamente al licántropo que le ofrecía su mejor sonrisa.
- Tú has... eh- miró a Eberus- Vete- le susurró.- Iraí, tú has, matado a... ¿qué es eso que huele tan bien?
Sango dio un par de pasos al frente.
- No hombre, aquí no se admite la violencia. Ven, te enseñaré de qué va todo esto.
Sango avanzó y siguió el olor de los cuencos sin hacer caso de la advertencia que le hacía el licántropo a Eberus y sin siquiera darse la vuelta para comprobar el estado de su compañero.
- Ah, ¿a ti no te gusta? Bueno, en ese caso, tienes hasta que cuente hasta veinte para salir de aquí. Si no lo haces... Bueno, tú sabrás.
Sango se metió en la casa.
Problema adicional: Iraí, el licántropo, me envenena con esos vapores y pierdo la capacidad de controlar mis acciones solo por seguir respirando lo que sale del cuenco.
Edición 1: subrayo la parte en la que se introduce el problema
Última edición por Sango el Dom Abr 24 2022, 13:16, editado 1 vez
Sango
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
Espectáculo lamentable el de los dos hombres-cerdo, que sin saber bailar debatían quién era mejor bailando, y que hablaban de tonterías y se revolcaban en el barroso suelo como si de niños pequeños se tratasen. Cuando apareció el hombre del cuenco humeante, Eberus se giró hacia él y pudo vislumbrar durante un pequeño instante el contenido de ese recipiente. Parecía que, entre otras plantas, contenía los mismos frutos que se había encontrado antes en los rulos de hojas.
- Sango, creo que me empieza a sonar lo de los efectos del... - Eberus, interrumpido por el propio Sango que comenzó a hablar con los dos hombres cerdo, no pudo terminar de explicar que comenzaba a recordar la tenue información que retuvo hacía tiempo su cabeza sobre los frutos del Espino Blanco.
- No vamos a irnos, tío.
- ¿Qué?
- ¿Sabes cuál es el problema? La violencia.
- Sí. Y la falta de comprensión.
- Y la pobreza.
- El baile no, por supuesto.
- Pero qué decís ahora de violencia y falta de comprensión. Lo que os falta es una buena hostia, hombre. Tirad para casa que estoy hasta los cojones.
Al parecer, el carisma de Eberus no surtió efecto. Mientras tanto, desconfiando mucho de ese cuenco humeante e intentando no aspirar esos olores, se detuvo un momento a atar cabos. Mientras Sango conversaba con el recién llegado hombre elegante de pelo largo y sus acompañantes, pudo llegar al fin a la conclusión de que esa mezcla de plantas podría estar generando unos humos que alteraban severamente el pensamiento de aquellos que los aspirasen.
- ¿Cómo que "vete"? - le contestó susurrando también a su compañero. El brujo comenzó a ponerse algo nervioso. Viendo el extraño fenómeno que estaba liderando Iraí, pensó que en este caso tenía que tragarse todo su orgullo y no enfrentarse a ese grupo de cocos comidos, que les superaban bastante en número y que podrían responder de maneras muy impredecibles.
Sintiéndose algo impotente, Eberus tuvo que ver como su compañero entraba en aquella casa, encantado por los aromas de esas plantas. - Me cago en la puta... A tomar por saco, hay que echarle valor - Tuvo que decidir rápido qué hacer, si unirse a ellos como decía Iraí, o dejar el lugar en menos de veinte segundos... y no podía abandonar a su compañero. Y menos aún podía dejar que se saliera con la suya el licántropo y que peligrara el pago por el trabajo que les había encomendado Edmundo.
Rápido, entró a la casa poco antes de que cerraran la puerta. Ahora tenía que tragarse todo ese orgullo y actuar como que no era una amenaza, para que Iraí tuviera la guardia baja. Tenía que sacar a Sango como fuera.
- Pues, oye... mal, mal... lo que se dice mal, no huele eso que lleváis ahí. Un hogar muy acogedor, por cierto.
- ¿Has visto? Si es que, al final, todo el mundo puede cambiar de parecer por unas plantas tan buenas como estas. Un placer teneros en mi acogedor hogar, por cierto - dijo Iraí con un tono algo soberbio.
No había tiempo para falsas formalidades. Antes de que la situación fuese a peor y Eberus aspirase demasiados aromas, tenía que actuar de alguna manera. Teniendo en cuenta la vigilancia y la preocupación que parecía tener Iraí por los intrusos cerca de su hogar, pensó que generando una ilusión de forma humana en la parte exterior de una de las ventanas de la casa podría alertarle y dejarle opciones para escapar de allí. Así que procedió con la ilusión, dejando ver una parte de un rostro humano asomada por una ventana situada en frente de Iraí.
- Se-señor. Creo que hay alguien ahí fuera - dijo uno de los acompañantes del licántropo, señalando a la ventana. En ese momento, cuando Eberus vio que la vista de Iraí se dirigía hacia la ventana, hizo que la ilusión se escondiera para intentar provocar en él más intenciones de salir a ver qué estaba ocurriendo.
- Maldita sea, cuánto movimiento tenemos hoy por los jardines. Vosotros, venid conmigo y traed los cuencos - dijo dirigiéndose a los que le acompañaban antes. - Vosotros, estáis en vuestra casa. Podéis poneros cómodos y serviros. Ya veis que ahí hay algunos cuencos encendidos. Ahora vengo.
Por un ligero instante, Eberus percibió cierta belleza en los cuencos mencionados. Esos tonos dorados y plateados entre la oscura y elegante madera... pero pronto se dio cuenta de que el humo le comenzaba a hacer efecto. Tenían que salir de allí ya. Ahora en el interior de la casa se encontraban solo Ed, Edmo, Sango, él y una joven encapuchada.
- Seréis idiotas. Esos humos os están dejando tontos. Tenemos que irnos de aquí ya - dijo enfatizando el "ya".
- Eh, eh. relaja, hombre. Vosotros haced lo que queráis, pero nosotros estamos aquí tan a gusto. ¿A que sí, hermano?
- Claaaro tío, tranquilo. Vive tu vida y nosotros vivremos la nuestra. - dejó una pequeña pausa. - Toma, prueba de esto hombre, te vendrá de lujo - dijo acercándole uno de los cuencos a Eberus.
- La madre que me parió... Sango vamos fuera YA - Eberus agarró a su compañero del brazo y se dirigió a la puerta de salida, comprobando que no hubiera nadie a la vista antes de dar el paso de salir por ella.
- Sango, creo que me empieza a sonar lo de los efectos del... - Eberus, interrumpido por el propio Sango que comenzó a hablar con los dos hombres cerdo, no pudo terminar de explicar que comenzaba a recordar la tenue información que retuvo hacía tiempo su cabeza sobre los frutos del Espino Blanco.
- No vamos a irnos, tío.
- ¿Qué?
- ¿Sabes cuál es el problema? La violencia.
- Sí. Y la falta de comprensión.
- Y la pobreza.
- El baile no, por supuesto.
- Pero qué decís ahora de violencia y falta de comprensión. Lo que os falta es una buena hostia, hombre. Tirad para casa que estoy hasta los cojones.
Al parecer, el carisma de Eberus no surtió efecto. Mientras tanto, desconfiando mucho de ese cuenco humeante e intentando no aspirar esos olores, se detuvo un momento a atar cabos. Mientras Sango conversaba con el recién llegado hombre elegante de pelo largo y sus acompañantes, pudo llegar al fin a la conclusión de que esa mezcla de plantas podría estar generando unos humos que alteraban severamente el pensamiento de aquellos que los aspirasen.
- ¿Cómo que "vete"? - le contestó susurrando también a su compañero. El brujo comenzó a ponerse algo nervioso. Viendo el extraño fenómeno que estaba liderando Iraí, pensó que en este caso tenía que tragarse todo su orgullo y no enfrentarse a ese grupo de cocos comidos, que les superaban bastante en número y que podrían responder de maneras muy impredecibles.
Sintiéndose algo impotente, Eberus tuvo que ver como su compañero entraba en aquella casa, encantado por los aromas de esas plantas. - Me cago en la puta... A tomar por saco, hay que echarle valor - Tuvo que decidir rápido qué hacer, si unirse a ellos como decía Iraí, o dejar el lugar en menos de veinte segundos... y no podía abandonar a su compañero. Y menos aún podía dejar que se saliera con la suya el licántropo y que peligrara el pago por el trabajo que les había encomendado Edmundo.
Rápido, entró a la casa poco antes de que cerraran la puerta. Ahora tenía que tragarse todo ese orgullo y actuar como que no era una amenaza, para que Iraí tuviera la guardia baja. Tenía que sacar a Sango como fuera.
- Pues, oye... mal, mal... lo que se dice mal, no huele eso que lleváis ahí. Un hogar muy acogedor, por cierto.
- ¿Has visto? Si es que, al final, todo el mundo puede cambiar de parecer por unas plantas tan buenas como estas. Un placer teneros en mi acogedor hogar, por cierto - dijo Iraí con un tono algo soberbio.
No había tiempo para falsas formalidades. Antes de que la situación fuese a peor y Eberus aspirase demasiados aromas, tenía que actuar de alguna manera. Teniendo en cuenta la vigilancia y la preocupación que parecía tener Iraí por los intrusos cerca de su hogar, pensó que generando una ilusión de forma humana en la parte exterior de una de las ventanas de la casa podría alertarle y dejarle opciones para escapar de allí. Así que procedió con la ilusión, dejando ver una parte de un rostro humano asomada por una ventana situada en frente de Iraí.
- Se-señor. Creo que hay alguien ahí fuera - dijo uno de los acompañantes del licántropo, señalando a la ventana. En ese momento, cuando Eberus vio que la vista de Iraí se dirigía hacia la ventana, hizo que la ilusión se escondiera para intentar provocar en él más intenciones de salir a ver qué estaba ocurriendo.
- Maldita sea, cuánto movimiento tenemos hoy por los jardines. Vosotros, venid conmigo y traed los cuencos - dijo dirigiéndose a los que le acompañaban antes. - Vosotros, estáis en vuestra casa. Podéis poneros cómodos y serviros. Ya veis que ahí hay algunos cuencos encendidos. Ahora vengo.
Por un ligero instante, Eberus percibió cierta belleza en los cuencos mencionados. Esos tonos dorados y plateados entre la oscura y elegante madera... pero pronto se dio cuenta de que el humo le comenzaba a hacer efecto. Tenían que salir de allí ya. Ahora en el interior de la casa se encontraban solo Ed, Edmo, Sango, él y una joven encapuchada.
- Seréis idiotas. Esos humos os están dejando tontos. Tenemos que irnos de aquí ya - dijo enfatizando el "ya".
- Eh, eh. relaja, hombre. Vosotros haced lo que queráis, pero nosotros estamos aquí tan a gusto. ¿A que sí, hermano?
- Claaaro tío, tranquilo. Vive tu vida y nosotros vivremos la nuestra. - dejó una pequeña pausa. - Toma, prueba de esto hombre, te vendrá de lujo - dijo acercándole uno de los cuencos a Eberus.
- La madre que me parió... Sango vamos fuera YA - Eberus agarró a su compañero del brazo y se dirigió a la puerta de salida, comprobando que no hubiera nadie a la vista antes de dar el paso de salir por ella.
Última edición por Eberus el Mar Abr 26 2022, 12:31, editado 1 vez
Eberus
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
Era fácil, se dijo, aplastar una mosca con una mano. Pero si uno se paraba unos instantes se daba cuenta de que no lo era. Al menos no en una situación normal. ¿Cómo alguien podía decir que algo era fácil cuando la suerte jugaba un papel tan determinante?
El vuelo de la mosca alrededor del humo que desprendía la sustancia del cuenco tenía a Ben hipnotizado. Detestaba aquellos diminutos seres voladores, sobre todo los que volaban directo a la cara y revoloteaban sin rumbo. Aquella mosca había tenido cierto respeto hacia él.
- Yo he sido capaz de derrotar a guerreros de gran entidad y sin embargo no soy capaz de apartar la mirada del errático vuelo de este insignificante enemigo.
Dejó que las palabras flotaran en el ambiente y giró la cabeza hacia una mujer que le miraba desde el otro lado de la mesa en la que estaba sentado. Tenía una capa roja y se tapaba la cabeza con ella pese a estar en interior. Su cabello entre castaño y rubio, Ben no lo vio bien, caía hasta la altura de sus hombros.
- Hola.
- ¿Qué quieres de mi?
Sango se sorprendió ante aquella pregunta no por el hecho de que no era una contestación normal a un saludo sino por la energía. Fue entonces cuando por un breve instante tuvo el control suficiente como para decirse a sí mismo dónde estaba. No obstante, los vapores pronto volvieron a embriagarle y embotarle los sentidos y la cabeza.
- La casa... Eh, nada, nada.
- Sois todos iguales. Nunca queréis nada de mi. Ese cazador loco vino con buenas intenciones a ayudarme a mi y a mi abuela. Pero vaya si quiso algo.
- Yo no... ¿Qué?
Una fuerza le arrastró de imprevisto y él simplemente se dejó llevar, como la mosca entre las corrientes de aire caliente que ascendían formando trayectorias sinuosas e impredecibles.
Lo que notó Ben al verse empujado al exterior fue una increíble mejora en la calidad del aire: no estaba cargado y la luz era notablemente superior a la luz de las candelas y antorchas de la casa. Por otro lado, sentía un irrefrenable deseo de dar media vuelta y recuperar su asiento para seguir hablando con, a falta de un nombre mejor, Capucha Roja. Por algún extraño motivo, pensar en la casa le provocaba dolor de cabeza.
Sin embargo a medida que se alejaban, más agradecido estaba a Eberus por haber sido capaz de meterse allí y haber conseguido sacarle sano y salvo. De hecho, estaba impresionado. Y enfadado consigo mismo por haber puesto en peligro a aquel hombre.
Durante el camino, obvio, de regreso a casa de Edmundo, no habló porque se dedicó a evaluar la situación y cómo se había dejado engañar y manipular por el olor de unas simples hierbas. Su debilidad, se había repetido durante el camino, podría haberle costado la vida a Eberus. Otra pregunta era inevitable, ¿realmente él era débil o Eberus tenía algún truco con el que soportar aquel veneno?
- Gracias por sacarme de allí- Ben se detuvo en la entrada a la finca de las casas.- Me han envenenado. Esos cabrones...- Hizo una breve pausa para sacudir la cabeza.- Descansemos un momento. Sé que tenemos que hablar con Edmundo pero quiero ver que tenemos la misma idea.
Ben se apoyó sobre sus rodillas y escupió al suelo antes de incorporarse y apoyar sus manos sobre las lumbares. Estiró la espalda hacia atrás, cansado del peso de la armadura. A continuación se pasó la mano por la frente para limpiarse el sudor que no tenía. Frunció el ceño al tiempo que miraba su mano seca.
- Edmundo es un canalla que oculta parte de la historia. Sus hermanos son unos colgados que no parecen estar en peligro y si lo están tendríamos que haber averiguado algo más en la casa de Iraí, pero visto lo visto... En cualquier caso, ese lobo tiene un ejército de colgados va a ser difícil llegar a él- miró a Eberus.- A lo que iba. Edmundo. La historia de su padre y el licántropo, hay algo más... me duele la cabeza solo de pensar en ello- se dio un masaje con los dedos.- Tenemos que incidir en eso y saber qué
Sango cayó de rodillas al suelo y se llevo las manos a la cabeza antes de quedar inconsciente.
Lo siento Eb, las cosas del directo. Sacarme de allí no va a ser tan sencillo, jaja
El vuelo de la mosca alrededor del humo que desprendía la sustancia del cuenco tenía a Ben hipnotizado. Detestaba aquellos diminutos seres voladores, sobre todo los que volaban directo a la cara y revoloteaban sin rumbo. Aquella mosca había tenido cierto respeto hacia él.
- Yo he sido capaz de derrotar a guerreros de gran entidad y sin embargo no soy capaz de apartar la mirada del errático vuelo de este insignificante enemigo.
Dejó que las palabras flotaran en el ambiente y giró la cabeza hacia una mujer que le miraba desde el otro lado de la mesa en la que estaba sentado. Tenía una capa roja y se tapaba la cabeza con ella pese a estar en interior. Su cabello entre castaño y rubio, Ben no lo vio bien, caía hasta la altura de sus hombros.
- Hola.
- ¿Qué quieres de mi?
Sango se sorprendió ante aquella pregunta no por el hecho de que no era una contestación normal a un saludo sino por la energía. Fue entonces cuando por un breve instante tuvo el control suficiente como para decirse a sí mismo dónde estaba. No obstante, los vapores pronto volvieron a embriagarle y embotarle los sentidos y la cabeza.
- La casa... Eh, nada, nada.
- Sois todos iguales. Nunca queréis nada de mi. Ese cazador loco vino con buenas intenciones a ayudarme a mi y a mi abuela. Pero vaya si quiso algo.
- Yo no... ¿Qué?
Una fuerza le arrastró de imprevisto y él simplemente se dejó llevar, como la mosca entre las corrientes de aire caliente que ascendían formando trayectorias sinuosas e impredecibles.
Lo que notó Ben al verse empujado al exterior fue una increíble mejora en la calidad del aire: no estaba cargado y la luz era notablemente superior a la luz de las candelas y antorchas de la casa. Por otro lado, sentía un irrefrenable deseo de dar media vuelta y recuperar su asiento para seguir hablando con, a falta de un nombre mejor, Capucha Roja. Por algún extraño motivo, pensar en la casa le provocaba dolor de cabeza.
Sin embargo a medida que se alejaban, más agradecido estaba a Eberus por haber sido capaz de meterse allí y haber conseguido sacarle sano y salvo. De hecho, estaba impresionado. Y enfadado consigo mismo por haber puesto en peligro a aquel hombre.
Durante el camino, obvio, de regreso a casa de Edmundo, no habló porque se dedicó a evaluar la situación y cómo se había dejado engañar y manipular por el olor de unas simples hierbas. Su debilidad, se había repetido durante el camino, podría haberle costado la vida a Eberus. Otra pregunta era inevitable, ¿realmente él era débil o Eberus tenía algún truco con el que soportar aquel veneno?
- Gracias por sacarme de allí- Ben se detuvo en la entrada a la finca de las casas.- Me han envenenado. Esos cabrones...- Hizo una breve pausa para sacudir la cabeza.- Descansemos un momento. Sé que tenemos que hablar con Edmundo pero quiero ver que tenemos la misma idea.
Ben se apoyó sobre sus rodillas y escupió al suelo antes de incorporarse y apoyar sus manos sobre las lumbares. Estiró la espalda hacia atrás, cansado del peso de la armadura. A continuación se pasó la mano por la frente para limpiarse el sudor que no tenía. Frunció el ceño al tiempo que miraba su mano seca.
- Edmundo es un canalla que oculta parte de la historia. Sus hermanos son unos colgados que no parecen estar en peligro y si lo están tendríamos que haber averiguado algo más en la casa de Iraí, pero visto lo visto... En cualquier caso, ese lobo tiene un ejército de colgados va a ser difícil llegar a él- miró a Eberus.- A lo que iba. Edmundo. La historia de su padre y el licántropo, hay algo más... me duele la cabeza solo de pensar en ello- se dio un masaje con los dedos.- Tenemos que incidir en eso y saber qué
Sango cayó de rodillas al suelo y se llevo las manos a la cabeza antes de quedar inconsciente.
Lo siento Eb, las cosas del directo. Sacarme de allí no va a ser tan sencillo, jaja
Sango
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
Mientras se había acercado para llevarse a su compañero, le llamó la atención aquella chica con la que este estaba hablando. Por una fracción de segundo le pareció que su cabeza era igual que una de las manzanas rojas que llevaba en su cesta de mimbre, y se apresuró aún más en sacar a Sango con miedo de que los humos le llegasen a afectar profundamente.
Fue, en principio, un silencioso y tranquilo camino de vuelta a casa. Bueno, a la casa de Edmundo, que comparada con aquella de la que venían podría considerarse su hogar. Eberus no medió mucha palabra, al igual que Sango, pensativo y expectante en cuanto al estado mental de su compañero. ¿Sería de fiar ahora?
Por fin llegaron a las cercanías de las casas de los tres hermanos. - Vaya caminata, hombre. Y vaya percal que tenían estos montado. Qué hijos de mala madre. A ver cómo se lo contamos al cerdo mayor - dijo el brujo suponiendo que Edmundo, por su rol en la familia, sería el hermano mayor... aparte de que en individuos de estos tipos de razas se le dificultaba distinguir signos de edad. Luego, Sango quiso compartir puntos de vista antes de entrar a la casa de Edmundo.
- Un momento. ¿Qué estás queriendo decir? ¿Que por mi culpa hemos salido de aquella casa demasiado pronto y no hemos podido recabar la... - a medida que avanzaban sus palabras, Sango iba mostrando un rostro cada vez más descompuesto, y acabó por desmayarse.
- ¡¿Sango?! ¡AAARGHH! Me cago en... para una vez que puede venir bien la presencia de un elfo... ¡qué cojones! ¡Sango! ¡De- despierta, coño! Maldito el humo de esos chupacortezas... - Eberus iba murmurando alguna que otra barbaridad, mientras trataba de hacer que Sango volviese otra vez a la consciencia... aunque, más que otra cosa, estaba tratando de quitarse de encima de su pierna el torso de su compañero, ya que al tratar de que no cayese a plomo de cara al suelo, trató de frenar su cuerpo y acabó mal parado. - Menudo tortazo te vas a llevar cuando te recuperes, ¡cabrón!
La diferencia de corpulencia entre ambos era muy grande, y al escuálido brujo le costó unos largos segundos sacar su pierna de ahí. Cuando se levantó, cojeando, se puso a pensar qué hacer. Justo en ese momento apareció Edmundo, alertado por los gritos.
- ¡Hola, amigos! ¿Qué ocurre? ¿Y-y mis hermanos? No están con vosotros, ya veis.
- ¡¿Cómo que tus hermanos qué?! ¡Mira a Sango, cojones! - dijo con la voz alzada mientras se movía un poco en el sitio, nervioso, aún cojeando.
- ¡Ay, ay ay, ay, ay! ¿Qu-qué le ha pasado?
- ¡Que tus hermanos son unos fumados, están en una secta de fumados y Sango casi entra a formar parte por culpa de esos humos! ¡Joder!
- Va-vaya... Ya veo. Un momento, no te preocupes.
Edmundo volvió a su casa, y Eberus esperó pacientemente, dentro de lo paciente que puede llegar a ser, pensando en que a lo mejor el hombre-cerdo contaba con alguna solución para aquella situación. No le extrañaba, pues todo parecía ir cobrando sentido. Edmundo no se había mostrado muy sorprendido al oír todo aquello de los humos, y los fumados, y las sectas.
- Ya está. Mira. Espera un rato a que su cuerpo descanse y luego échale esto encima de golpe. N-no te preocupes, tu compañero está perfectamente bien - afirmó con seguridad y cierta melancolía en el tono mientras colocaba a Sango de lado en aquel mismo suelo, algo embarrado. Al parecer, Eberus estaba notando que para ellos el barro no suponía un problema, aunque con el balde de agua fría que había traído Edmundo para echárselo después por encima se le iría gran parte.
Edmundo había entrado a la casa a cocinar algo, y Eberus estaba esperando junto a su compañero, observándole cada cierto tiempo, alternando ratos de descanso contra la valla de madera y ratos de andar reflexivo. Confiaba en que, al llevar un largo rato sin aspirar aquel humo, el cuerpo de Sango solo necesitara tiempo para reponerse. - Aquellos locos de la casa parecían tolerar estupendamente el humo, será que tiene falta de costumbre - pensaba, recordando los tiempos en los que de joven se divertía ocasionalmente con sus colegas y cierto tipo de plantas.
Cuando casi habían pasado diez minutos de espera junto a Sango, el brujo ya se hartó de esperar y pensó que ya era suficiente. - A tomar por culo. Este tío ya está más que recuperado - así que se agachó para agarrar el balde y le echó de manera brusca primero una parte del agua en la espalda, y luego el resto en el rostro, deseando que Edmundo y él estuvieran bien encaminados en la solución a su estado.
Fue, en principio, un silencioso y tranquilo camino de vuelta a casa. Bueno, a la casa de Edmundo, que comparada con aquella de la que venían podría considerarse su hogar. Eberus no medió mucha palabra, al igual que Sango, pensativo y expectante en cuanto al estado mental de su compañero. ¿Sería de fiar ahora?
Por fin llegaron a las cercanías de las casas de los tres hermanos. - Vaya caminata, hombre. Y vaya percal que tenían estos montado. Qué hijos de mala madre. A ver cómo se lo contamos al cerdo mayor - dijo el brujo suponiendo que Edmundo, por su rol en la familia, sería el hermano mayor... aparte de que en individuos de estos tipos de razas se le dificultaba distinguir signos de edad. Luego, Sango quiso compartir puntos de vista antes de entrar a la casa de Edmundo.
- Un momento. ¿Qué estás queriendo decir? ¿Que por mi culpa hemos salido de aquella casa demasiado pronto y no hemos podido recabar la... - a medida que avanzaban sus palabras, Sango iba mostrando un rostro cada vez más descompuesto, y acabó por desmayarse.
- ¡¿Sango?! ¡AAARGHH! Me cago en... para una vez que puede venir bien la presencia de un elfo... ¡qué cojones! ¡Sango! ¡De- despierta, coño! Maldito el humo de esos chupacortezas... - Eberus iba murmurando alguna que otra barbaridad, mientras trataba de hacer que Sango volviese otra vez a la consciencia... aunque, más que otra cosa, estaba tratando de quitarse de encima de su pierna el torso de su compañero, ya que al tratar de que no cayese a plomo de cara al suelo, trató de frenar su cuerpo y acabó mal parado. - Menudo tortazo te vas a llevar cuando te recuperes, ¡cabrón!
La diferencia de corpulencia entre ambos era muy grande, y al escuálido brujo le costó unos largos segundos sacar su pierna de ahí. Cuando se levantó, cojeando, se puso a pensar qué hacer. Justo en ese momento apareció Edmundo, alertado por los gritos.
- ¡Hola, amigos! ¿Qué ocurre? ¿Y-y mis hermanos? No están con vosotros, ya veis.
- ¡¿Cómo que tus hermanos qué?! ¡Mira a Sango, cojones! - dijo con la voz alzada mientras se movía un poco en el sitio, nervioso, aún cojeando.
- ¡Ay, ay ay, ay, ay! ¿Qu-qué le ha pasado?
- ¡Que tus hermanos son unos fumados, están en una secta de fumados y Sango casi entra a formar parte por culpa de esos humos! ¡Joder!
- Va-vaya... Ya veo. Un momento, no te preocupes.
Edmundo volvió a su casa, y Eberus esperó pacientemente, dentro de lo paciente que puede llegar a ser, pensando en que a lo mejor el hombre-cerdo contaba con alguna solución para aquella situación. No le extrañaba, pues todo parecía ir cobrando sentido. Edmundo no se había mostrado muy sorprendido al oír todo aquello de los humos, y los fumados, y las sectas.
- Ya está. Mira. Espera un rato a que su cuerpo descanse y luego échale esto encima de golpe. N-no te preocupes, tu compañero está perfectamente bien - afirmó con seguridad y cierta melancolía en el tono mientras colocaba a Sango de lado en aquel mismo suelo, algo embarrado. Al parecer, Eberus estaba notando que para ellos el barro no suponía un problema, aunque con el balde de agua fría que había traído Edmundo para echárselo después por encima se le iría gran parte.
Edmundo había entrado a la casa a cocinar algo, y Eberus estaba esperando junto a su compañero, observándole cada cierto tiempo, alternando ratos de descanso contra la valla de madera y ratos de andar reflexivo. Confiaba en que, al llevar un largo rato sin aspirar aquel humo, el cuerpo de Sango solo necesitara tiempo para reponerse. - Aquellos locos de la casa parecían tolerar estupendamente el humo, será que tiene falta de costumbre - pensaba, recordando los tiempos en los que de joven se divertía ocasionalmente con sus colegas y cierto tipo de plantas.
Cuando casi habían pasado diez minutos de espera junto a Sango, el brujo ya se hartó de esperar y pensó que ya era suficiente. - A tomar por culo. Este tío ya está más que recuperado - así que se agachó para agarrar el balde y le echó de manera brusca primero una parte del agua en la espalda, y luego el resto en el rostro, deseando que Edmundo y él estuvieran bien encaminados en la solución a su estado.
Eberus
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
Se separó del suelo lo más rápido que le fue posible pero se volvió a hundir en el barro entre bocanadas de aire apresuradas y arcadas que amenazaban con destruirle. Hizo lo imposible por deshacerse del abrazo del barro consiguió ponerse de rodillas mientras trataba de deshacerse de los horrores que asolaban su interior. Acabó vomitando una mezcla de bilis y fruta a medio digerir. Después de escupir para quitarse el sabor de boca, se limpió con la manga.
- ¿Dónde estoy?- Miró a un lado y a otro y recordó.- Por todos los Dioses, Eberus, ¿qué me ha pasado?
Pero empezó a recordar al instante. Con la mirada puesta en el infinito, las imágenes aparecían ante él como arrastradas por un torbellino, inconexas, fragmentadas y dificil de establecer una cronología más o menos coherente. Habían conocido a Iraí, el licántropo. Le había parecido un tipo normal, obviando su operación psicotópica y todos los comentarios peyorativos de Edmundo. Entonces, ¿por qué se odiaban? ¿Era verdad todo lo que contaba Edmundo? ¿Estarían trabajando para el lado menos malo de todo aquel asunto?
Ben sacudió la cabeza y se levantó mientras se sacudía el barro. No se quedaría tranquilo hasta conocer las dos versiones de la historia. A esas alturas cualquier recompensa poco importaba. Pero aquella preocupación, por mucho que le molestara, no la compartiría con Eberus ya que había demostrado tener gran querencia por las cosas de Edmundo. No sabía como podía reaccionar si le hablaba de hacer todo aquello por nada. Él podría vivir con ello, pero, ¿cómo reaccionaría su compañero? Sango gruñó y caminó, todavía mareado hacia la casa.
- Mis hermanos no...
Ben, dejó un rastro de barro tras de sí que asqueó enormemente al hombre cerdo. Se sentó en la primera silla que encontró libre después de quitarse el cinto de las armas y dejarlo caer.
- Tus hermanos, ahora mismo, quedan en un papel secundario- Ben se esforzó en mantener una actitud profesional.- Vamos a hablar, primero, de cosas más importantes, como por ejemplo, el hecho de que Iraí tenga una casa en la que aloja a la mayor cantidad de colgados de todo el continente- hizo una breve pausa para estudiar a Edmundo y remató.- Entre ellos tus hermanos.
Edmundo puso la misma cara que esa misma mañana cuando Sango había conseguido sacarle de su disfraz por unos instantes. Ben, pegó varios pisotones en el suelo para tirar más barro en el suelo de la cabaña lo que acabó por exasperar a Edmundo.
- ¡Estaos quietos de una puñetera vez! Venís aquí, contando historias de pacotilla, como que este tío- señaló a Edmundo- es un asesino profesional. No sois más que unos gorrones que os habéis aprovechado de la bondad de un pobre hombre cerdo- su rostro cambió y pasó, nuevamente, a una actitud defensiva.
Ben, que había ignorado los gestos y demás señales, se agachó y cogió el cinto de las armas. Se puso en pie y se tambaleó teniendo que apoyarse en la mesa. Se ató el cinto de las armas y caminó hacia Edmundo, situado cerca del fuego donde había una especie de guiso. Ben inclinó la cabeza hacia el puchero ignorando al hombre cerdo y probó un sorbo. Cogió una jarra que había junto al hogar, la volcó por si tuviera algo y acto seguido la metió en la pota. Pegó un trago según salía y volvió tranquilamente a su sitio. Dejando pequeñas motas barro allí por donde pasaba.
- ¿Está bueno? Es una receta antigua, de mi padre, ya ves.
Sango asintió. Un asentimiento sincero. Pero aquella demostración, carente de sentido en un primer momento había demostrado algo. Sango al oler el guiso de cerca había experimentado algo que era lejanamente similar a lo que había en los cuenco de Iraí. Ben miró a Eberus y le señaló la jarra. Le indicaba que aquello era algo conocido.
Ben dio otro sorbo y pensó en lo que estaba tomando. Era un brebaje muy agradable que calmó sus dolores, sus temblores y seguramente gran parte de su mareo. Producía un efecto relajante y agradable que podía asemejar a un baño caliente tras una dura jornada en los caminos. Sin duda mucho más agradable y, en principio, menos dañino que los humos que había aspirado en la casa de Iraí.
- Es, realmente bueno, Edmundo- miró a Edmundo que asintió satisfecho antes de dar otro par de vueltas más al guiso.- Oye, Edmundo, creo que ya es hora de que nos cuentes de qué va todo esto. Si realmente estuvieras preocupado por tus hermanos no dejarías que estuviéramos aquí, o incluso habrías salido tu mismo a por ellos. Es evidente que- miró a Eberus y luego a Edmundo que había dejado de mover el cucharón- tu historia... Deja más preguntas que respuestas.
Soltó el cucharón a un lado y se apoyó contra la pared con la mirada perdida en el suelo. Soltó aire varias veces y otras tantas estuvo a punto de empezar a hablar pero en su lugar alejó la pota del fuego para que reposara. Apartó una silla de la mesa y la colocó junto al fuego donde tomó asiento.
- Iraí y yo, fuimos, en su día, amigos. Todo después de la muerte de mi padre, que murió tranquilamente en su cama sin hacer ruido. El licántropo, que había tenido buena relación con mi padre, nos ayudó mucho a mis hermanos y a mi. Yo, que había desarrollado cierto talento similar al de mi padre, ayudé a mantener el negocio que tenían ambos. Y nos fue bien- hizo una pausa para estudiar los rostros de Eberus y Sango. Rápidamente volvió a concentrarse en el movimiento de sus manos.- Vendíamos hierbas y flores por encargo y en puestos ambulantes, Iraí mejoró su habilidad para refinar pócimas y elixires y a medida que él aprendía, yo lo hacía con él.
Se levantó y caminó hacia la estantería y cogió uno de los libros, fino, con cuero teñido de azul oscuro. Posó el libro sobre la mesa y luego volvió a su sitio.
- Ahí tengo un diario. Tenía que escribir fórmulas, hacer números, cantidades, recetas fallidas... Hay también información sobre ubicación de alguna planta, y alguna experiencia vivida en los puestos de los pueblos. Había que apuntar dónde podíamos sacar más dinero, claro. Dejé de usarlo casi a los dos o tres meses de empezar a hacerlo. Uno va haciendo hueco en la cabeza para estas cosas, ya véis- se atrevió a alzar la cabeza un instante y sonreír.- Pero hubo un día en el que todo se torció.
Se llevó las manos a la cara y luego a las sienes y empezó a masajearse con movimientos circulares lentos.
- Experimentamos con las bayas del espino blanco. Siempre me gustó su olor y quería hacer un perfume o algo similar. Sabíamos de su capacidad venosa, lo tuvimos en cuenta, así que secamos las bayas y las machacamos para hacer un polvo. Necesitamos de varios intentos y varias mezclas, peor al final conseguimos crear una especie de incienso que al ser quemado producía un olor muy agradable- negó con la cabeza.- Lo probamos en mercados, primero sin estar a la venta, para ver si era un espejismo o realmente gustaba. Y gustó.
Se puso, una vez más, en pie, y caminó hacia la pota para darle una vuelta más y probarlo.
- No éramos idiotas. Vimos negocio y perfeccionamos la fórmula y la forma: pasó de ser un incienso a unas briquetas que llevaban unas mechas, similar a una vela, ya véis. Podíamos cargarlo en cajas sin tener que preocuparnos por los niveles de humedad y demás... Lo que no vimos fue su gran poder de atracción- pegó unos golpes de cuchara en la pota y volvió a su sitio.- Se nos fue de las manos. Habíamos creado una droga tan potente que destrozamos pueblos enteros, familias y seres queridos, como mis hermanos.
- Me estás diciendo que hemos estados expuestos a-
- Sí. Pero no os preocupéis. Es la exposición prolongada lo que verdaderamente es peligroso, ya veis- hizo un gesto para que Sango no volviera a interrumpirle.- Cuando mis hermanos cayeron bajo la droga, vi... no, comprendí lo que habíamos creado. Quise salir, lo hice, e incluso elaboré una pócima que sirviera como cura, al menos a largo plazo. La probé con mis hermanos y funcionó. Sin embargo Iraí no compartía mis ideas. Él quería más, el dinero le cegó y cuando dejé de ayudarle, destruyó las casas de mis hermanos y empezó a acosarme- tragó saliva.- Hice lo imposible para mantener a mis hermanos lejos de él, les daba el elixir, les hablé de Iraí, me inventé una historia para que se mantuvieran alejados de él, pero al final, nada de eso sirvió para que volvieran a recaer.
El tono, los gestos y todo lo que había transmitido con el relato fueron suficientes como para convencer al pelirrojo, que se había cruzado de brazos y le daba vueltas a las palabras de Edmundo.
- Lo siento pero tengo que volver a un punto anterior, ¿estás seguro que no debería preocuparme? Por lo que parece, esa porquería me ha dejado inconsciente un buen rato.
- Bueno, es una reacción muy fuerte ante una primera exposición... Es posible que Iraí haya tenido que aumentar la concentración para satisfacer a los clientes... Necesita mi ayuda para conseguir más material, es el único motivo por el que aún no estoy muerto, supongo- se quedó pensativo unos instantes.- Esto son malas noticias. El aumento de la concentración puede provocar lesiones severas, no, tranquilo, una breve exposición no creo que sea suficiente, pero te prepararé un elixir...
Sango asintió satisfecho al ver que Edmundo le ofrecía un remedio para, al menos, prevenir cualquier tipo de complicación derivada de la droga.
- Pero no solo para mi, ¿qué hay de toda esa gente que está colgada en casa del lobo?
- Sí, he pensado en ello... De hecho, llevo mucho tiempo pensando en ello. Debo desintoxicarles y devolverles lo que les quité. Pero necesito vuestra ayuda. No solo tenéis que deshaceros de Iraí, necesito a mis hermanos de vuelta, ellos tienen la llave del kit de alquimia... Necesitaré que me ayudéis a recolectar unos ingredientes y preparar unas pociones... Si algo le pasa a esa pobre gente...
Ben miró a Eberus y se encogió de hombros. Sus preocupaciones acerca de aquel hombre cerdo habían desaparecido y no necesitaba mucho más para ponerse a ello. Él estaba dispuesto a ayudar en las dos primeras, de la tercera prefería abstenerse. Todo ello contando con que Eberus quisiera, a estas alturas, ayudar a Edmundo, incluso después de haberle hecho perder tanto tiempo.
Sí, sin duda, eso era algo que deberían reclamarle cuando todo hubiera acabado.
Edición 1: subrayo la parte en la que se introducen el problema de la elaboración de pociones o lo que sea para desintoxicar a los colgados y no dañarles.
Edición 2: ahora sí subrayo el párrafo, gracias Eb.
- ¿Dónde estoy?- Miró a un lado y a otro y recordó.- Por todos los Dioses, Eberus, ¿qué me ha pasado?
Pero empezó a recordar al instante. Con la mirada puesta en el infinito, las imágenes aparecían ante él como arrastradas por un torbellino, inconexas, fragmentadas y dificil de establecer una cronología más o menos coherente. Habían conocido a Iraí, el licántropo. Le había parecido un tipo normal, obviando su operación psicotópica y todos los comentarios peyorativos de Edmundo. Entonces, ¿por qué se odiaban? ¿Era verdad todo lo que contaba Edmundo? ¿Estarían trabajando para el lado menos malo de todo aquel asunto?
Ben sacudió la cabeza y se levantó mientras se sacudía el barro. No se quedaría tranquilo hasta conocer las dos versiones de la historia. A esas alturas cualquier recompensa poco importaba. Pero aquella preocupación, por mucho que le molestara, no la compartiría con Eberus ya que había demostrado tener gran querencia por las cosas de Edmundo. No sabía como podía reaccionar si le hablaba de hacer todo aquello por nada. Él podría vivir con ello, pero, ¿cómo reaccionaría su compañero? Sango gruñó y caminó, todavía mareado hacia la casa.
- Mis hermanos no...
Ben, dejó un rastro de barro tras de sí que asqueó enormemente al hombre cerdo. Se sentó en la primera silla que encontró libre después de quitarse el cinto de las armas y dejarlo caer.
- Tus hermanos, ahora mismo, quedan en un papel secundario- Ben se esforzó en mantener una actitud profesional.- Vamos a hablar, primero, de cosas más importantes, como por ejemplo, el hecho de que Iraí tenga una casa en la que aloja a la mayor cantidad de colgados de todo el continente- hizo una breve pausa para estudiar a Edmundo y remató.- Entre ellos tus hermanos.
Edmundo puso la misma cara que esa misma mañana cuando Sango había conseguido sacarle de su disfraz por unos instantes. Ben, pegó varios pisotones en el suelo para tirar más barro en el suelo de la cabaña lo que acabó por exasperar a Edmundo.
- ¡Estaos quietos de una puñetera vez! Venís aquí, contando historias de pacotilla, como que este tío- señaló a Edmundo- es un asesino profesional. No sois más que unos gorrones que os habéis aprovechado de la bondad de un pobre hombre cerdo- su rostro cambió y pasó, nuevamente, a una actitud defensiva.
Ben, que había ignorado los gestos y demás señales, se agachó y cogió el cinto de las armas. Se puso en pie y se tambaleó teniendo que apoyarse en la mesa. Se ató el cinto de las armas y caminó hacia Edmundo, situado cerca del fuego donde había una especie de guiso. Ben inclinó la cabeza hacia el puchero ignorando al hombre cerdo y probó un sorbo. Cogió una jarra que había junto al hogar, la volcó por si tuviera algo y acto seguido la metió en la pota. Pegó un trago según salía y volvió tranquilamente a su sitio. Dejando pequeñas motas barro allí por donde pasaba.
- ¿Está bueno? Es una receta antigua, de mi padre, ya ves.
Sango asintió. Un asentimiento sincero. Pero aquella demostración, carente de sentido en un primer momento había demostrado algo. Sango al oler el guiso de cerca había experimentado algo que era lejanamente similar a lo que había en los cuenco de Iraí. Ben miró a Eberus y le señaló la jarra. Le indicaba que aquello era algo conocido.
Ben dio otro sorbo y pensó en lo que estaba tomando. Era un brebaje muy agradable que calmó sus dolores, sus temblores y seguramente gran parte de su mareo. Producía un efecto relajante y agradable que podía asemejar a un baño caliente tras una dura jornada en los caminos. Sin duda mucho más agradable y, en principio, menos dañino que los humos que había aspirado en la casa de Iraí.
- Es, realmente bueno, Edmundo- miró a Edmundo que asintió satisfecho antes de dar otro par de vueltas más al guiso.- Oye, Edmundo, creo que ya es hora de que nos cuentes de qué va todo esto. Si realmente estuvieras preocupado por tus hermanos no dejarías que estuviéramos aquí, o incluso habrías salido tu mismo a por ellos. Es evidente que- miró a Eberus y luego a Edmundo que había dejado de mover el cucharón- tu historia... Deja más preguntas que respuestas.
Soltó el cucharón a un lado y se apoyó contra la pared con la mirada perdida en el suelo. Soltó aire varias veces y otras tantas estuvo a punto de empezar a hablar pero en su lugar alejó la pota del fuego para que reposara. Apartó una silla de la mesa y la colocó junto al fuego donde tomó asiento.
- Iraí y yo, fuimos, en su día, amigos. Todo después de la muerte de mi padre, que murió tranquilamente en su cama sin hacer ruido. El licántropo, que había tenido buena relación con mi padre, nos ayudó mucho a mis hermanos y a mi. Yo, que había desarrollado cierto talento similar al de mi padre, ayudé a mantener el negocio que tenían ambos. Y nos fue bien- hizo una pausa para estudiar los rostros de Eberus y Sango. Rápidamente volvió a concentrarse en el movimiento de sus manos.- Vendíamos hierbas y flores por encargo y en puestos ambulantes, Iraí mejoró su habilidad para refinar pócimas y elixires y a medida que él aprendía, yo lo hacía con él.
Se levantó y caminó hacia la estantería y cogió uno de los libros, fino, con cuero teñido de azul oscuro. Posó el libro sobre la mesa y luego volvió a su sitio.
- Ahí tengo un diario. Tenía que escribir fórmulas, hacer números, cantidades, recetas fallidas... Hay también información sobre ubicación de alguna planta, y alguna experiencia vivida en los puestos de los pueblos. Había que apuntar dónde podíamos sacar más dinero, claro. Dejé de usarlo casi a los dos o tres meses de empezar a hacerlo. Uno va haciendo hueco en la cabeza para estas cosas, ya véis- se atrevió a alzar la cabeza un instante y sonreír.- Pero hubo un día en el que todo se torció.
Se llevó las manos a la cara y luego a las sienes y empezó a masajearse con movimientos circulares lentos.
- Experimentamos con las bayas del espino blanco. Siempre me gustó su olor y quería hacer un perfume o algo similar. Sabíamos de su capacidad venosa, lo tuvimos en cuenta, así que secamos las bayas y las machacamos para hacer un polvo. Necesitamos de varios intentos y varias mezclas, peor al final conseguimos crear una especie de incienso que al ser quemado producía un olor muy agradable- negó con la cabeza.- Lo probamos en mercados, primero sin estar a la venta, para ver si era un espejismo o realmente gustaba. Y gustó.
Se puso, una vez más, en pie, y caminó hacia la pota para darle una vuelta más y probarlo.
- No éramos idiotas. Vimos negocio y perfeccionamos la fórmula y la forma: pasó de ser un incienso a unas briquetas que llevaban unas mechas, similar a una vela, ya véis. Podíamos cargarlo en cajas sin tener que preocuparnos por los niveles de humedad y demás... Lo que no vimos fue su gran poder de atracción- pegó unos golpes de cuchara en la pota y volvió a su sitio.- Se nos fue de las manos. Habíamos creado una droga tan potente que destrozamos pueblos enteros, familias y seres queridos, como mis hermanos.
- Me estás diciendo que hemos estados expuestos a-
- Sí. Pero no os preocupéis. Es la exposición prolongada lo que verdaderamente es peligroso, ya veis- hizo un gesto para que Sango no volviera a interrumpirle.- Cuando mis hermanos cayeron bajo la droga, vi... no, comprendí lo que habíamos creado. Quise salir, lo hice, e incluso elaboré una pócima que sirviera como cura, al menos a largo plazo. La probé con mis hermanos y funcionó. Sin embargo Iraí no compartía mis ideas. Él quería más, el dinero le cegó y cuando dejé de ayudarle, destruyó las casas de mis hermanos y empezó a acosarme- tragó saliva.- Hice lo imposible para mantener a mis hermanos lejos de él, les daba el elixir, les hablé de Iraí, me inventé una historia para que se mantuvieran alejados de él, pero al final, nada de eso sirvió para que volvieran a recaer.
El tono, los gestos y todo lo que había transmitido con el relato fueron suficientes como para convencer al pelirrojo, que se había cruzado de brazos y le daba vueltas a las palabras de Edmundo.
- Lo siento pero tengo que volver a un punto anterior, ¿estás seguro que no debería preocuparme? Por lo que parece, esa porquería me ha dejado inconsciente un buen rato.
- Bueno, es una reacción muy fuerte ante una primera exposición... Es posible que Iraí haya tenido que aumentar la concentración para satisfacer a los clientes... Necesita mi ayuda para conseguir más material, es el único motivo por el que aún no estoy muerto, supongo- se quedó pensativo unos instantes.- Esto son malas noticias. El aumento de la concentración puede provocar lesiones severas, no, tranquilo, una breve exposición no creo que sea suficiente, pero te prepararé un elixir...
Sango asintió satisfecho al ver que Edmundo le ofrecía un remedio para, al menos, prevenir cualquier tipo de complicación derivada de la droga.
- Pero no solo para mi, ¿qué hay de toda esa gente que está colgada en casa del lobo?
- Sí, he pensado en ello... De hecho, llevo mucho tiempo pensando en ello. Debo desintoxicarles y devolverles lo que les quité. Pero necesito vuestra ayuda. No solo tenéis que deshaceros de Iraí, necesito a mis hermanos de vuelta, ellos tienen la llave del kit de alquimia... Necesitaré que me ayudéis a recolectar unos ingredientes y preparar unas pociones... Si algo le pasa a esa pobre gente...
Ben miró a Eberus y se encogió de hombros. Sus preocupaciones acerca de aquel hombre cerdo habían desaparecido y no necesitaba mucho más para ponerse a ello. Él estaba dispuesto a ayudar en las dos primeras, de la tercera prefería abstenerse. Todo ello contando con que Eberus quisiera, a estas alturas, ayudar a Edmundo, incluso después de haberle hecho perder tanto tiempo.
Sí, sin duda, eso era algo que deberían reclamarle cuando todo hubiera acabado.
- RESUMEN POST:
- Antes de nada, pedir disculpas ante semejante tocho que acabo de escribir. Básicamente, lo que hemos hecho hasta ahora era dar palos de ciego por culpa del "amigo" Edmundo. Al menos, nos ha servido para tener una visión general del lugar y los personajes que van a actuar.
Ahora, Edmundo parece que nos cuenta la verdad. Al menos la suya: Iraí y Edmundo eran amigos. Tenían un negocio de hierbas y pociones. Les iba bien. Experimentaron y fabricaron una droga que refinaron hasta tal punto de convertirlo en algo peligroso. Edmundo lo supo y quiso salirse. Se inventó historias para sus hermanos y para que aventureros, como nosotros, fuéramos para allá y le echáramos un cable sin que se descubriera su implicación real en la historia.
Sus hermanos (Ed y Edmo) cayeron en la droga y Edmundo elaboró unas pociones para desintoxicarlos. Parece que tuvieron éxito. Iraí, con el temor de perder la clientela, aumentó la concentración volviendo la sustancia en algo peligroso. Tenemos mucho trabajo por hacer aún.
Resumen:
Hay que rescatar a los hermanos Ed y Edmo. Tienen la llave para abrir el cofre o lo que sea donde el hermano mayor tiene kit alquímico.
Iraí debe desaparecer.
Los drogadictos no deben morir y además, hay que recolectar hierbas y elaborar pociones para empezar el proceso de desintoxicación.
Edición 1: subrayo la parte en la que se introducen el problema de la elaboración de pociones o lo que sea para desintoxicar a los colgados y no dañarles.
Edición 2: ahora sí subrayo el párrafo, gracias Eb.
Última edición por Sango el Sáb Ago 13 2022, 21:22, editado 2 veces
Sango
Héroe de Aerandir
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
Las cosas se habían relajado bastante. Sango se había recuperado, ambos estaban resguardados del frío en casa de Edmundo y este les había revelado toda la verdad sobre la situación. Desde luego, a Eberus le había sonado totalmente convincente, como cuando uno ya no es capaz de ocultar la verdad y confiesa todo de golpe.
De hecho, a medida que Edmundo hablaba Eberus se imaginaba en su cabeza escenas que podrían cuadrar con las situaciones descritas por el hombre cerdo. "¿No quieres que tus hermanos vengan conmigo? ¡Tranquilo, que no les voy a dejar opción! ¡Jajaja!" Escuchaba el brujo en su cabeza, absorto en sus pensamientos mientras visualizaba a Iraí derribando con sus garras los hogares de Ed y Edmo. Esa imagen le generaba tensión, sabiendo que tendrían que enfrentarse a él en un futuro cercano.
Otra cosa que había captado enormemente la atención de Eberus, era aquel libro que les había enseñado Edmundo. Desde el momento en el que se lo mostró y les habló sobre su contenido, el brujo lo marcó como uno de sus objetivos prioritarios. - Que sí, que sí. Que el cerdo nos ha confesado la verdad, y nos va a pagar por el trabajo. Vale. Perfecto. Pero me la suda. Al igual que nosotros vamos a hacer muy bien nuestro trabajo y vamos a ser recompensados por ello, este va a ver compensadas sus mentiras y mareos con un libro menos en su estantería. ¡Anda ya, hombre! Que no nos hubiera liado el cabrón. Si no nos hubiera mentido no tendría yo la necesidad de darle esta lección. Que se joda - pensaba, orgulloso de su sentido personal de la justicia, mientras Edmundo continuaba hablando frente al fuego y se imaginaba a sí mismo descubriendo la valiosa información de aquellas páginas en su taller de alquimia.
- Vale, vale, perfecto. O sea que además de cargarnos a Iraí y traer a tus hermanos te vamos a ayudar a buscar plantas y a elaborar pociones, ¿no? ¿Qué más quieres? ¿Que te traiga a la más bella mujer cer - se detuvo un momento, pensando por un segundo un acercamiento diferente a la situación. - Bueno... como nos pides más trabajo, nos pagarás más aeros. Pensándolo mejor... acepto. De hecho, soy alquimista. Vaya suerte que tienes, amigo - dijo levantándose de la silla, haciéndose ver orgulloso mientras se recolocaba la túnica.
- Pero, hombre, en parte este remedio es para salvar a tu amigo de las consecuencias... perdón, para prevenir la posible aparición de las consecuencias que dudo mucho que ocurran, como ya dije, ya véis - corrigió Edmundo ligeramente alterado poniendo énfasis en las palabras "prevenir" y "dudo mucho". - Pero bueno, siempre es mejor prevenir.
- Ni amigo ni estiércol. Prácticamente la totalidad de esas pócimas serán para todos los colgados de los humos esos, que poco me importan a mí. El trabajo se paga, amigo - le decía inquisitivo, señalándole y con las cejas levantadas.
- Bueno, bue-bueno... Tengo que revisar mi alcancía, pero no prometo nada...
Eberus le miraba de reojo, mientras se dirigía a una ventana, confiado, sabiendo que de una manera u otra su trabajo sería compensado. - La madre que me parió, ¡venid, coño! ¡Venid! - espetaba el brujo alterado, que le parecía ver de lejos, por el camino por el que habían vuelto ellos antes, al susodicho licántropo.
- Vale. Tranquilos. Cre-creo que ahora es mejor que salga yo. Mientras mis hermanos no estén aquí a salvo conmigo, es mejor no arriesgarnos a atacarle y que pase cualquier cosa. Quedaos a-aquí.
Desde dentro no podían escuchar la conversación, ya que Edmundo le había recibido más o menos a la altura de las cercas de la finca. Sin embargo, parecía que habían comenzado una discusión bastante acalorada. De vez en cuando, Iraí señalaba hacia la casa. Ambos se expresaban con bruscos aspavientos, y en más de una ocasión Edmundo se tuvo que poner en frente del licántropo para cortarle el paso, ya que parecía tener intenciones de dirigirse hacia la única casa en pie. La casa en la que estaban Sango y Eberus.
- Oye, ¿qué hacemos, compañero? Mírale, parece que va a explotar, coño.
Por si a caso, Eberus había agarrado ya su varita. Asomados por aquella ventana no parecían tener mucha opción para hacer algo útil, por lo que el brujo comenzó a ponerse algo nervioso y empezó a andar hacia la puerta.
- Sango. Mírale. En serio. Al final acaba tirando esta casa también y estamos dentro. Creo que nos ha visto, de hecho. Que nos ha señalado, hostias. Hay que salir o hacer algo.
De hecho, a medida que Edmundo hablaba Eberus se imaginaba en su cabeza escenas que podrían cuadrar con las situaciones descritas por el hombre cerdo. "¿No quieres que tus hermanos vengan conmigo? ¡Tranquilo, que no les voy a dejar opción! ¡Jajaja!" Escuchaba el brujo en su cabeza, absorto en sus pensamientos mientras visualizaba a Iraí derribando con sus garras los hogares de Ed y Edmo. Esa imagen le generaba tensión, sabiendo que tendrían que enfrentarse a él en un futuro cercano.
Otra cosa que había captado enormemente la atención de Eberus, era aquel libro que les había enseñado Edmundo. Desde el momento en el que se lo mostró y les habló sobre su contenido, el brujo lo marcó como uno de sus objetivos prioritarios. - Que sí, que sí. Que el cerdo nos ha confesado la verdad, y nos va a pagar por el trabajo. Vale. Perfecto. Pero me la suda. Al igual que nosotros vamos a hacer muy bien nuestro trabajo y vamos a ser recompensados por ello, este va a ver compensadas sus mentiras y mareos con un libro menos en su estantería. ¡Anda ya, hombre! Que no nos hubiera liado el cabrón. Si no nos hubiera mentido no tendría yo la necesidad de darle esta lección. Que se joda - pensaba, orgulloso de su sentido personal de la justicia, mientras Edmundo continuaba hablando frente al fuego y se imaginaba a sí mismo descubriendo la valiosa información de aquellas páginas en su taller de alquimia.
- Vale, vale, perfecto. O sea que además de cargarnos a Iraí y traer a tus hermanos te vamos a ayudar a buscar plantas y a elaborar pociones, ¿no? ¿Qué más quieres? ¿Que te traiga a la más bella mujer cer - se detuvo un momento, pensando por un segundo un acercamiento diferente a la situación. - Bueno... como nos pides más trabajo, nos pagarás más aeros. Pensándolo mejor... acepto. De hecho, soy alquimista. Vaya suerte que tienes, amigo - dijo levantándose de la silla, haciéndose ver orgulloso mientras se recolocaba la túnica.
- Pero, hombre, en parte este remedio es para salvar a tu amigo de las consecuencias... perdón, para prevenir la posible aparición de las consecuencias que dudo mucho que ocurran, como ya dije, ya véis - corrigió Edmundo ligeramente alterado poniendo énfasis en las palabras "prevenir" y "dudo mucho". - Pero bueno, siempre es mejor prevenir.
- Ni amigo ni estiércol. Prácticamente la totalidad de esas pócimas serán para todos los colgados de los humos esos, que poco me importan a mí. El trabajo se paga, amigo - le decía inquisitivo, señalándole y con las cejas levantadas.
- Bueno, bue-bueno... Tengo que revisar mi alcancía, pero no prometo nada...
Eberus le miraba de reojo, mientras se dirigía a una ventana, confiado, sabiendo que de una manera u otra su trabajo sería compensado. - La madre que me parió, ¡venid, coño! ¡Venid! - espetaba el brujo alterado, que le parecía ver de lejos, por el camino por el que habían vuelto ellos antes, al susodicho licántropo.
- Vale. Tranquilos. Cre-creo que ahora es mejor que salga yo. Mientras mis hermanos no estén aquí a salvo conmigo, es mejor no arriesgarnos a atacarle y que pase cualquier cosa. Quedaos a-aquí.
Desde dentro no podían escuchar la conversación, ya que Edmundo le había recibido más o menos a la altura de las cercas de la finca. Sin embargo, parecía que habían comenzado una discusión bastante acalorada. De vez en cuando, Iraí señalaba hacia la casa. Ambos se expresaban con bruscos aspavientos, y en más de una ocasión Edmundo se tuvo que poner en frente del licántropo para cortarle el paso, ya que parecía tener intenciones de dirigirse hacia la única casa en pie. La casa en la que estaban Sango y Eberus.
- Oye, ¿qué hacemos, compañero? Mírale, parece que va a explotar, coño.
Por si a caso, Eberus había agarrado ya su varita. Asomados por aquella ventana no parecían tener mucha opción para hacer algo útil, por lo que el brujo comenzó a ponerse algo nervioso y empezó a andar hacia la puerta.
- Sango. Mírale. En serio. Al final acaba tirando esta casa también y estamos dentro. Creo que nos ha visto, de hecho. Que nos ha señalado, hostias. Hay que salir o hacer algo.
Eberus
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
Entendió, rápidamente, que algo no iba bien. Se asomó al lugar que le indicó Eberus y contempló un Iraí muy afectado por las palabras de Edmundo. Señalaba hacia la casa y hacia la ventana. Le dio la impresión de que Eberus estaba algo alterado y decidió calmarlo.
- Sí, claro que hay que salir- el pelirrojo esbozó una sonrisa.- Quédate detrás de mí.
Abrió la puerta con violencia hacia atrás. Las bisagras chirriaron y la puerta raspó el suelo de madera. Sango, con paso decidido, caminó hacia Iraí. Con un rápido movimiento de la mano derecha empuñó el hacha. Su respiración cada vez más agitada. Sus latidos aumentando la cadencia. La batalla, a punto de comenzar y los Dioses de testigos.
- Tú, hijo de Fenrir, ha llegado tu hora.
Aún estaba a medio camino cuando le señaló con el hacha. Iraí, por su parte, desenfundó una espada corta, muy delgada en la punta y que se ensanchaba hacia la guarda. Al cabrón, pensó Sango, le gustaba jugar con cosas puntiagudas.
- ¡No! ¡No! ¡Armas en mi propiedad no!- Edmundo se interpuso en el camino de ambos.
- Oh déjale Edmundo, es un humano insignificante, solo quiere jugar.
- No en mi puta casa, Iraí.
El grito de Edmundo, poderoso y con una energía que solo había visto aquella mañana, fue acompañado por un movimiento de patas similar al de un toro antes de embestir a alguien. Sango, consciente de que la situación se le podía ir de las manos, detuvo su avance.
- Oh venga, Edmundo, acoges a unos delincuentes en tu casa, no dejas que arregle cuentas con ellos... Ese tipo de ahí detrás entró sin permiso en mi casa. Los dos entraron sin permiso en mi propiedad. Les ofrecí mi mejor regalo. Bueno...- miró con una sonrisa lupina a Edmundo- nuestro- hizo una pausa y bajó el arma antes de mirar a Sango.- Has tenido suerte de...- se detuvo a mitad de la frase y señaló con la espada en dirección a su casa- Has tenido suerte.
- Tú no- guardó el hacha.- Solo estamos atrasando lo inevitable. Te voy a matar.
- Nadie va a matar a nadie- graznó Edmundo que seguía entre medias de Sango e Iraí, pero algo más relajado ya que parecía que el conflicto se había enfriado.- Iraí sabe cómo mantener con vida a esa gente y yo quiero ayudar a esa pobre gente.
- Je, eso es lo que os dice, ¿no? El caso es que a estos no les puedo sacar más y este tipo de aquí, a cambio de conseguirme más espino...
- Dejará libres a estos tipos y podré intentar ayudarles...- se volvió hacia Sango y Eberus y guiñó un ojo. Gesto que Sango, pese a que su atención estaba fija en el licántropo, pudo ver.- Necesito un voluntario para buscar hierbas.
- Yo desde luego no iré con él. En cuanto salga de tu propiedad lo mato.
Iraí sonrió nuevamente y guardó su espada con un movimiento ágil. A Ben le pareció una provocación, una demostración de una pequeña parte de sus capacidades. Ben se obligó a sonreír.
- Pues tú te quedas aquí a vigilar mi casa. No quiero que se venga abajo como la de Ed y Edmo- lanzó una breve mirada al licántropo que le ignoró.- Ni una sola gota de sangre en mi propiedad. Si no cumples no hay trato. Tú, Iraí, te mantendrás a mi lado y te indicaré algunos sitios.
- Ah, como en los viejos tiempos- dio un par de pasos hacia Edmundo.- No te confundas, Edmundo, me has dado muchos problemas estos meses de atrás...
Iraí silbó y al rato aparecieron dos tipos armados, un tipo calvo, con tatuajes y otro algo más bajo. Ambos estaban decentemente equipados, e incluso tenían un aspecto aterrador, ojeras incluidas. El licántropo les ofreció un par de hojas de algo para mascar.
- De momento servirá... Aquí tenéis a... No me acuerdo, Calvo y Arcolargo... Sí, buenos nombres. El amigo Edmundo los contrató para cometer una imprudencia. Por supuesto vieron lo equivocados que estaban y decidieron quedarse conmigo, ¿verdad?- Arcolargo asintió doce veces.- ¡Oh! Que casualidad, las dos casas de tus hermanos se vinieron abajo. Soy muy supersticioso, y el dos no es un buen número... Bueno, estos dos se quedan por aquí, por si acaso.
Ben se puso de lado para enseñarle las dos armas que colgaban en su cinto y le dedicó una sonrisa. Las palabras podían ser fuente de amenazas escondidas o de triunfalismos fingidos pero también podían dejar en evidencia a una persona, convertir, con un simple gesto, un gran discurso en algo tan insignificante como el vuelo de una mosca.
- Vámonos, ¡ya!
Sango se quedó allí plantado observando como Eberus, Edmundo e Iraí marchaban y como Calvo y Arcolargo le miraban fijamente. No había prometido nada con Edmundo, pero comprendía las razones que le empujaban a hacer lo que hacía. Sin embargo, como se solía decir, el que algo quiere, algo le cuesta.
Cuando estuvo seguro de que se habían ido suspiró. Para su sorpresa los dos hombres se adelantaron y le atacaron al mismo tiempo dejándole sólo la posibilidad de interponer el escudo. Arcolargo tomó la delantera y lanzó cuchilladas al aire mientras Sango echaba mano al hacha. Para entonces, Calvo empuñaba una maza y lanzó un brutal ataque contra él (1) que Ben rechazó con el escudo (2) que provocó que alrededor de la maza creciera un sinfín de piedras que desequilibró a Calvo y le dio el tiempo suficiente al pelirrojo como para golpearle en el costado hasta dos veces.
Arcolargo, por su parte, no perdió el tiempo y se había equipado con el arco que llevaba colgado y se disponía a disparar cuando la cuerda se le escapó de las manos. Ben empujó a Calvo, que cayó definitivamente al suelo, y corrió hacia Arcolargo que empuñó la flecha a modo de estoque y lanzó un golpe hacia delante que golpeó la armadura de Ben sin mayor complicación. Acto seguido finto un golpe y al siguiente hundió el hacha el pecho del tipo que cayó al suelo con las manos en el pecho.
Ben se alejó de la casa de Edmundo. No quería mirar atrás, estaba cansado de aquel lugar, de aquella gente y de aquella historia. Iría a por Ed y Edmo a casa de Iraí, los sacaría a patadas de allí y los llevaría de vuelta para que Edmundo pudiera ponerse a hacer sus pociones y demás.
Y al final, la hora de lobo llegaría a su fin.
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- Sí, claro que hay que salir- el pelirrojo esbozó una sonrisa.- Quédate detrás de mí.
Abrió la puerta con violencia hacia atrás. Las bisagras chirriaron y la puerta raspó el suelo de madera. Sango, con paso decidido, caminó hacia Iraí. Con un rápido movimiento de la mano derecha empuñó el hacha. Su respiración cada vez más agitada. Sus latidos aumentando la cadencia. La batalla, a punto de comenzar y los Dioses de testigos.
- Tú, hijo de Fenrir, ha llegado tu hora.
Aún estaba a medio camino cuando le señaló con el hacha. Iraí, por su parte, desenfundó una espada corta, muy delgada en la punta y que se ensanchaba hacia la guarda. Al cabrón, pensó Sango, le gustaba jugar con cosas puntiagudas.
- ¡No! ¡No! ¡Armas en mi propiedad no!- Edmundo se interpuso en el camino de ambos.
- Oh déjale Edmundo, es un humano insignificante, solo quiere jugar.
- No en mi puta casa, Iraí.
El grito de Edmundo, poderoso y con una energía que solo había visto aquella mañana, fue acompañado por un movimiento de patas similar al de un toro antes de embestir a alguien. Sango, consciente de que la situación se le podía ir de las manos, detuvo su avance.
- Oh venga, Edmundo, acoges a unos delincuentes en tu casa, no dejas que arregle cuentas con ellos... Ese tipo de ahí detrás entró sin permiso en mi casa. Los dos entraron sin permiso en mi propiedad. Les ofrecí mi mejor regalo. Bueno...- miró con una sonrisa lupina a Edmundo- nuestro- hizo una pausa y bajó el arma antes de mirar a Sango.- Has tenido suerte de...- se detuvo a mitad de la frase y señaló con la espada en dirección a su casa- Has tenido suerte.
- Tú no- guardó el hacha.- Solo estamos atrasando lo inevitable. Te voy a matar.
- Nadie va a matar a nadie- graznó Edmundo que seguía entre medias de Sango e Iraí, pero algo más relajado ya que parecía que el conflicto se había enfriado.- Iraí sabe cómo mantener con vida a esa gente y yo quiero ayudar a esa pobre gente.
- Je, eso es lo que os dice, ¿no? El caso es que a estos no les puedo sacar más y este tipo de aquí, a cambio de conseguirme más espino...
- Dejará libres a estos tipos y podré intentar ayudarles...- se volvió hacia Sango y Eberus y guiñó un ojo. Gesto que Sango, pese a que su atención estaba fija en el licántropo, pudo ver.- Necesito un voluntario para buscar hierbas.
- Yo desde luego no iré con él. En cuanto salga de tu propiedad lo mato.
Iraí sonrió nuevamente y guardó su espada con un movimiento ágil. A Ben le pareció una provocación, una demostración de una pequeña parte de sus capacidades. Ben se obligó a sonreír.
- Pues tú te quedas aquí a vigilar mi casa. No quiero que se venga abajo como la de Ed y Edmo- lanzó una breve mirada al licántropo que le ignoró.- Ni una sola gota de sangre en mi propiedad. Si no cumples no hay trato. Tú, Iraí, te mantendrás a mi lado y te indicaré algunos sitios.
- Ah, como en los viejos tiempos- dio un par de pasos hacia Edmundo.- No te confundas, Edmundo, me has dado muchos problemas estos meses de atrás...
Iraí silbó y al rato aparecieron dos tipos armados, un tipo calvo, con tatuajes y otro algo más bajo. Ambos estaban decentemente equipados, e incluso tenían un aspecto aterrador, ojeras incluidas. El licántropo les ofreció un par de hojas de algo para mascar.
- De momento servirá... Aquí tenéis a... No me acuerdo, Calvo y Arcolargo... Sí, buenos nombres. El amigo Edmundo los contrató para cometer una imprudencia. Por supuesto vieron lo equivocados que estaban y decidieron quedarse conmigo, ¿verdad?- Arcolargo asintió doce veces.- ¡Oh! Que casualidad, las dos casas de tus hermanos se vinieron abajo. Soy muy supersticioso, y el dos no es un buen número... Bueno, estos dos se quedan por aquí, por si acaso.
Ben se puso de lado para enseñarle las dos armas que colgaban en su cinto y le dedicó una sonrisa. Las palabras podían ser fuente de amenazas escondidas o de triunfalismos fingidos pero también podían dejar en evidencia a una persona, convertir, con un simple gesto, un gran discurso en algo tan insignificante como el vuelo de una mosca.
- Vámonos, ¡ya!
Sango se quedó allí plantado observando como Eberus, Edmundo e Iraí marchaban y como Calvo y Arcolargo le miraban fijamente. No había prometido nada con Edmundo, pero comprendía las razones que le empujaban a hacer lo que hacía. Sin embargo, como se solía decir, el que algo quiere, algo le cuesta.
Cuando estuvo seguro de que se habían ido suspiró. Para su sorpresa los dos hombres se adelantaron y le atacaron al mismo tiempo dejándole sólo la posibilidad de interponer el escudo. Arcolargo tomó la delantera y lanzó cuchilladas al aire mientras Sango echaba mano al hacha. Para entonces, Calvo empuñaba una maza y lanzó un brutal ataque contra él (1) que Ben rechazó con el escudo (2) que provocó que alrededor de la maza creciera un sinfín de piedras que desequilibró a Calvo y le dio el tiempo suficiente al pelirrojo como para golpearle en el costado hasta dos veces.
Arcolargo, por su parte, no perdió el tiempo y se había equipado con el arco que llevaba colgado y se disponía a disparar cuando la cuerda se le escapó de las manos. Ben empujó a Calvo, que cayó definitivamente al suelo, y corrió hacia Arcolargo que empuñó la flecha a modo de estoque y lanzó un golpe hacia delante que golpeó la armadura de Ben sin mayor complicación. Acto seguido finto un golpe y al siguiente hundió el hacha el pecho del tipo que cayó al suelo con las manos en el pecho.
Ben se alejó de la casa de Edmundo. No quería mirar atrás, estaba cansado de aquel lugar, de aquella gente y de aquella historia. Iría a por Ed y Edmo a casa de Iraí, los sacaría a patadas de allí y los llevaría de vuelta para que Edmundo pudiera ponerse a hacer sus pociones y demás.
Y al final, la hora de lobo llegaría a su fin.
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Sango
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
La adrenalina estaba a punto de desbordar en el cuerpo de Eberus, pero afortunadamente y gracias a Edmundo el combate no llegó a darse. Al final, todo aquello concluyó con Sango vigilando la casa, manteniéndola a salvo de aquellos dos matones de Iraí, y con Eberus y Edmundo siendo acompañados por el licántropo en la búsqueda de puntos de recolecta de espino blanco.
El brujo había decidido tomar una posición neutral con respecto a Iraí, si no amistosa. Esperaba hacerle pensar, por el momento, que no suponían una amenaza para él. Por un lado, para mantener la fiesta en paz durante la recogida porque Edmundo y él no podrían contra él, y por otro lado para hacerle bajar la guardia en futuras ocasiones, cuando se diera un combate real.
- Bueno... Veo que podemos encontrar una manera de mantener nuestras cabezas intactas. Siempre he pensado que, por muchos confrontamientos que existan entre razas, hemos evolucionado más para cooperar que para competir entre nosotros y sabotearnos. ¿Sabéis?
- ¿Con qué rodeos te estás andando, viejo?
- No, en serio. Una vez leí a un reconocido estudiante de la fauna que afirmaba que, mientras en la naturaleza es mucho más común que respondan a las muecas de sus iguales para utilizarlos en su contra, nosotros, los humanos y semi-humanos, tenemos en nuestras almas el don de reconocer las muecas de otros para saber lo que necesitan, de lo que se alegran y cómo hacerles entonces alegres, qué les causa tristeza para tratar de consolarles... Algunos animales puros utilizan toda esta información maquiavélicamente para competir entre ellos. Pero nosotros...
Iraí soltó una breve carcajada. - De verdad, tienes que decirme lo que te tomas. Me hacen gracia esas estupideces. No te lo tomes a mal... me ha gustado escuchar eso, pero a mi me interesan mucho mis negocios, y haré lo posible para mantenerlos a flote - dijo mientras les dedicaba a Eberus y Edmundo una mirada de reojo sutilmente desafiante. - Además, creo que un humano como tú no está en la posición de hablar de lo que es naturaleza y lo que no, si me permites el ligero apunte.
Ahí, Eberus no supo si había hecho bien en sacar ese tema de conversación. Aunque no notó a Iraí demasiado molesto.
- Pues a mí me ha parecido que tiene mucho sentido... Al fin y al cabo, sociedades como las que se crean hoy en día tienen que sustentarse en la colaboración. Si no la hubiera... ya veis
- Claro... hombre, no pretendía ofender, perdona de verdad. Solo trataba de citar la reflexión de aquel ilustre, que fuera de los tecnicismos en cuanto a la naturaleza, la humanidad y eso, me pareció algo muy interesante y cierto.
- Sí, sí, pues podrías contarle eso mismo a tu compañero porque, dioses... Vaya humos - dijo antes de resoplar. Eberus sabía bien que el mayor incitador en la pelea que estuvo a punto de producirse había sido Iraí, pero lo dejó pasar con tal de mantener el tono de la conversación, que no dejaba de ser ciertamente tensa a pesar de no haber hostilidad en el contenido de las palabras.
Al fin llegaron a la zona donde brotaba el espino blanco.
- Bueno, aquí estamos. ¿Viste, Iraí? Siguiendo el camino desde mi finca, luego en la curva del río vas a la izquierda, y tras...
- No soy idiota, Edmundo. - afirmó cortante. - A ver, el espino blanco. Vamos a ello.
Eberus, consciente de que cerca del espino blanco solía brotar una planta que contrarrestaba sus efectos y que podrían utilizar para las pociones, pensó en recolectar también de esta mientras cogía también, para disimular, espino blanco.
- Mira. Reconocerás estos frutos, ¿verdad? No tendrás problema en distinguirlo. Eso sí, hay plantas con frutos muy, muy parecidos, por lo que no todas las zonas con arbustos de frutos rojos serán zonas de espino blanco...
- Y es ahí donde te necesitaré en más ocasiones en el futuro, ¿verdad, amigo? - dijo de manera altiva el licántropo.
Haciendo uso de su astucia y su sigilo1, el brujo aprovechaba los momentos en los que Iraí atendía a Edmundo para arrancar algunas ramas de la planta antídoto, cosa fácil ya que algunas ramas llegaban prácticamente a tocar las del espino.
Una vez de vuelta a la finca de los hombres cerdo, nada más llegar vieron que allí seguían los dos hombres de Iraí, pero Sango no estaba.
- ¡Eh! ¿Dónde ha ido el humano?
- Míranos, tronco - dijo Arcolargo señalandose a sí mismo y a su compañero - La que nos ha dao'
- Sí... intentamos atacarle para darte luego sus armas y todo el rollo... pero el chaval tiene sus... armas. Nunca mejor dicho - Comenzó a reír mirando a Arcolargo, que se contagió con su risa.
Iraí sonrió, con una expresión de estas que denotan una sorpresa a la que ya estás algo acostumbrando pero que te sigue sorprendiendo. - Que no os asuste su sangre. De tanta droga se les ha jodido la cabeza y no sienten nada. Sangran, pero como si no lo hicieran, vaya.
- Eh, cabrones. ¿Cómo que habéis atacado a Sango? ¡¿No le habréis hecho algo, no?! - gruñó Eberus.
- Tu compa está bien, tienes suerte de viajar con él, enclenque. Se sabe defenderse - Sorprendentemente Eberus no se sintió ofendido por el comentario. Le causaba lástima las capacidades mentales de aquellos dos y no se iba a rebajar a su nivel.
- Y entonces, ¿a dónde ha ido?
- Parece que se fue por allí. Me da a mí que - pausó para rascarse compulsivamente toda la cabeza - me da a mí que... Creo qué sí, sí. Ese tío parece que fue a casa, jefe.
- Me tendré que cagar en vuestros ancestros. La que habéis liado con vuestra brillante idea. Espero que no haya llegado aún. Más os vale, desde luego...
Iraí salió corriendo hacia su hogar, temiendo que Sango pudiera haberle causado algún perjuicio o que hubiera liberado a Ed y Edmo. A poco de salir de la finca, se pudo ver cómo comenzaba a cambiar la forma de su cuerpo, tornándose más animalesca.
Eberus temió que fuera con intenciones de herir directamente a su compañero, por lo que salió corriendo también, aunque sin ser capaz si quiera de ir la mitad de rápido que el licántropo.
- Ni te rayes. Si Iraí se transforma, están en la mierda - y comenzaron a reír ambos, de nuevo. - ¡Bueno! ¿Tú también vas, Edmun? - preguntaron más risueños aún al ver que el hombre cerdo también había salido corriendo hacia el camino que llevaba al hogar de Iraí, temiendo que les pasara algo a sus hermanos. Calvo y Arcolargo siguieron la misma dirección, pero a un paso tranquilo.
Off: 1 Hago uso de mi talento Sigilo
El brujo había decidido tomar una posición neutral con respecto a Iraí, si no amistosa. Esperaba hacerle pensar, por el momento, que no suponían una amenaza para él. Por un lado, para mantener la fiesta en paz durante la recogida porque Edmundo y él no podrían contra él, y por otro lado para hacerle bajar la guardia en futuras ocasiones, cuando se diera un combate real.
- Bueno... Veo que podemos encontrar una manera de mantener nuestras cabezas intactas. Siempre he pensado que, por muchos confrontamientos que existan entre razas, hemos evolucionado más para cooperar que para competir entre nosotros y sabotearnos. ¿Sabéis?
- ¿Con qué rodeos te estás andando, viejo?
- No, en serio. Una vez leí a un reconocido estudiante de la fauna que afirmaba que, mientras en la naturaleza es mucho más común que respondan a las muecas de sus iguales para utilizarlos en su contra, nosotros, los humanos y semi-humanos, tenemos en nuestras almas el don de reconocer las muecas de otros para saber lo que necesitan, de lo que se alegran y cómo hacerles entonces alegres, qué les causa tristeza para tratar de consolarles... Algunos animales puros utilizan toda esta información maquiavélicamente para competir entre ellos. Pero nosotros...
Iraí soltó una breve carcajada. - De verdad, tienes que decirme lo que te tomas. Me hacen gracia esas estupideces. No te lo tomes a mal... me ha gustado escuchar eso, pero a mi me interesan mucho mis negocios, y haré lo posible para mantenerlos a flote - dijo mientras les dedicaba a Eberus y Edmundo una mirada de reojo sutilmente desafiante. - Además, creo que un humano como tú no está en la posición de hablar de lo que es naturaleza y lo que no, si me permites el ligero apunte.
Ahí, Eberus no supo si había hecho bien en sacar ese tema de conversación. Aunque no notó a Iraí demasiado molesto.
- Pues a mí me ha parecido que tiene mucho sentido... Al fin y al cabo, sociedades como las que se crean hoy en día tienen que sustentarse en la colaboración. Si no la hubiera... ya veis
- Claro... hombre, no pretendía ofender, perdona de verdad. Solo trataba de citar la reflexión de aquel ilustre, que fuera de los tecnicismos en cuanto a la naturaleza, la humanidad y eso, me pareció algo muy interesante y cierto.
- Sí, sí, pues podrías contarle eso mismo a tu compañero porque, dioses... Vaya humos - dijo antes de resoplar. Eberus sabía bien que el mayor incitador en la pelea que estuvo a punto de producirse había sido Iraí, pero lo dejó pasar con tal de mantener el tono de la conversación, que no dejaba de ser ciertamente tensa a pesar de no haber hostilidad en el contenido de las palabras.
Al fin llegaron a la zona donde brotaba el espino blanco.
- Bueno, aquí estamos. ¿Viste, Iraí? Siguiendo el camino desde mi finca, luego en la curva del río vas a la izquierda, y tras...
- No soy idiota, Edmundo. - afirmó cortante. - A ver, el espino blanco. Vamos a ello.
Eberus, consciente de que cerca del espino blanco solía brotar una planta que contrarrestaba sus efectos y que podrían utilizar para las pociones, pensó en recolectar también de esta mientras cogía también, para disimular, espino blanco.
- Mira. Reconocerás estos frutos, ¿verdad? No tendrás problema en distinguirlo. Eso sí, hay plantas con frutos muy, muy parecidos, por lo que no todas las zonas con arbustos de frutos rojos serán zonas de espino blanco...
- Y es ahí donde te necesitaré en más ocasiones en el futuro, ¿verdad, amigo? - dijo de manera altiva el licántropo.
Haciendo uso de su astucia y su sigilo1, el brujo aprovechaba los momentos en los que Iraí atendía a Edmundo para arrancar algunas ramas de la planta antídoto, cosa fácil ya que algunas ramas llegaban prácticamente a tocar las del espino.
[...]
Una vez de vuelta a la finca de los hombres cerdo, nada más llegar vieron que allí seguían los dos hombres de Iraí, pero Sango no estaba.
- ¡Eh! ¿Dónde ha ido el humano?
- Míranos, tronco - dijo Arcolargo señalandose a sí mismo y a su compañero - La que nos ha dao'
- Sí... intentamos atacarle para darte luego sus armas y todo el rollo... pero el chaval tiene sus... armas. Nunca mejor dicho - Comenzó a reír mirando a Arcolargo, que se contagió con su risa.
Iraí sonrió, con una expresión de estas que denotan una sorpresa a la que ya estás algo acostumbrando pero que te sigue sorprendiendo. - Que no os asuste su sangre. De tanta droga se les ha jodido la cabeza y no sienten nada. Sangran, pero como si no lo hicieran, vaya.
- Eh, cabrones. ¿Cómo que habéis atacado a Sango? ¡¿No le habréis hecho algo, no?! - gruñó Eberus.
- Tu compa está bien, tienes suerte de viajar con él, enclenque. Se sabe defenderse - Sorprendentemente Eberus no se sintió ofendido por el comentario. Le causaba lástima las capacidades mentales de aquellos dos y no se iba a rebajar a su nivel.
- Y entonces, ¿a dónde ha ido?
- Parece que se fue por allí. Me da a mí que - pausó para rascarse compulsivamente toda la cabeza - me da a mí que... Creo qué sí, sí. Ese tío parece que fue a casa, jefe.
- Me tendré que cagar en vuestros ancestros. La que habéis liado con vuestra brillante idea. Espero que no haya llegado aún. Más os vale, desde luego...
Iraí salió corriendo hacia su hogar, temiendo que Sango pudiera haberle causado algún perjuicio o que hubiera liberado a Ed y Edmo. A poco de salir de la finca, se pudo ver cómo comenzaba a cambiar la forma de su cuerpo, tornándose más animalesca.
Eberus temió que fuera con intenciones de herir directamente a su compañero, por lo que salió corriendo también, aunque sin ser capaz si quiera de ir la mitad de rápido que el licántropo.
- Ni te rayes. Si Iraí se transforma, están en la mierda - y comenzaron a reír ambos, de nuevo. - ¡Bueno! ¿Tú también vas, Edmun? - preguntaron más risueños aún al ver que el hombre cerdo también había salido corriendo hacia el camino que llevaba al hogar de Iraí, temiendo que les pasara algo a sus hermanos. Calvo y Arcolargo siguieron la misma dirección, pero a un paso tranquilo.
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
Se tomó unos instantes para recobrar el aliento en la puerta de la finca de Iraí. No había valorado la posibilidad de encontrar oposición, era algo que no concebía pero que a medida que sus pasos le acercaban a su destino, la incertidumbre creció.
Se adentró lentamente en los límites de la finca del licántropo. Mientras lo hacía se permitió pensar en la forma en la que hacía negocio, ¿cómo era posible que aquellos colgados tuvieran dinero para seguir costeando sus vicios? Y lo que era más preocupante, ¿cómo atraía clientes? Pero, ¿por qué mantenerlos en aquella casa? ¿Cabía la posibilidad de que el licántropo tuviera remordimientos sobre la vida de aquellas personas?
- Lo uso cuando estoy contento, pero, sin embargo, es el más pequeño de todos.
Sango se detuvo en seco. La voz sonaba muy cerca.
- Vamos, responde, es muy fácil- Ben se agachó y empuñó el hacha.- ¡Já! ¿Tienes que hacer de vientre? Adelante, esperaré- Se levantó y avanzó un par de pasos más.- ¡No! Ni un paso más. No hasta que respondas. Te lo repito: lo uso cuando estoy contento, pero es el más pequeño de todos- una risita.
A tres pasos de distancia un hombre pájaro cayó del cielo ante él y le miró con la cabeza ladeada. El pico, ancho y corto, le daba la sensación de tener una fuerza descomunal. Tragó saliva. Ben se fijó e arecía tener un bozal en el pico.
- No has respondido a mi... pregunta.
- No lo sé.
El hombre pájaro crujió el cuello y se llevó lo que parecían las manos a las sienes, aunque en realidad eran unas protuberancias que salían de las alas. A continuación se lanzó hacia él. Ben, de manera instintiva interpuso el escudo para repeler un picotazo. Cuando se dispuso a contraatacar vio al pájaro tirado en el suelo, con el pico rodeado de piedras (1) y tratando de levantarse del suelo. Sango sonrió y continuó hacia la casa.
Iraí no había perdido el tiempo entre su huida y su inesperada visita a la casa de Edmundo. Había ideado un sistema de seguridad muy sencillo, basado en un acertijo y una persona que se encargara de vigilar la entrada e intimidar a visitantes indeseados. Pero, ah, no había sido suficiente.
- ¡Míralo! Lleva un hacha, es un leñador.
Sango giró la cabeza hacia Capucha Roja que le señalaba desde una de las entradas de la casa. Se fijó en que había varios de ellos por ahí tirados en el suelo, hablando, riendo, cantando, otros bailando o simplemente mirando al infinito. Todos tenían un aspecto horrible, pero parecía no importarles.
- ¡Leñador! ¡Leñador!
- ¡Cállate, hostia!
- ¡Es un leñador, no le dejéis que se acerque a mi!
Un tipo, con una melena envidiable, alto y delgado como un olmo, se levantó del suelo y zarandeó a Capucha Roja mientras le gritaba cosas que Ben no entendía. Cuando acabó, Capucha Roja no pudo tenerse en pie y cayó de rodillas al suelo sollozando.
- Yo le digo, ¡que te calles! Y ella, que no me callo, y yo, que te calles hostia, y ella que no me callo y yo...
Olmo había entrado en bucle y se marchó haciendo grandes aspavientos. Sango, que se había limitado a contemplar la escena sacudió la cabeza y centró la búsqueda en los hermanos Ed y Edmo. Al no encontrarlos en el exterior, se decidió a buscarlos en el interior de la casa ya que nadie opuso resistencia a que entrara en ella. Usó el cuello de la capa para taparse las vías respiratorias.
Una vez dentro los hermanos estaban sentados en la mesa, uno al lado del otro, discutiendo sobre algo a lo que no prestó atención porque se puso a buscar una cuerda o algo que sirviera para tirar de ellos si decidían desviarse del camino de vuelta a casa. Las cortinas de la casa tenían cuerdas que servían para guiarlas por el raíl y que, supuso, servirían para abrir o cerrarlas al gusto. Tiró de una de ellas y arrancó todo el conjunto armando un gran estruendo en la casa.
- ¡Estaos quietos hombre! Estamos hablando de cosas importantes.
Ben tuvo que cortar la cuerda y cuando lo hizo caminó directamente a los hermanos, que estaban sumidos en una profunda conversación sobre las grandes proezas de sus propias vidas. Se sintió mareado y notó como sus sentidos volvían embotarse. El cuello de la capa no era suficiente para detener el cargado ambiente que había allí dentro.
(2) No era el momento para quedarse inmóvil por aquellos vapores, ahora que tenía mayor conocimiento sobre ello y que tenía un objetivo mucho más claro, sobrepuso su voluntad a la del vapor. Sacudió la cabeza y después de toser se puso en marcha para sacar a los hermanos de allí.
- Edmundo dice que tiene un cargamento de espino blanco para vosotros y me tenéis que ayudar a traerlo.
Los hermanos se miraron y no hicieron caso. Ben hizo un par de lazos y se los echó al cuello a cada uno de los hermanos. A continuación tiró de ellos para escuchar gritos, y gemidos.
- ¿Me vais a hacer caso de una vez? Tenéis que ayudarme, es la orden de vuestro hermano.
Los hermanos tosieron y caminaron de mala gana tras Sango que salió por la puerta y esperó a que los hermanos hicieran lo mismo. Mientras esperaba, Capucha Roja se le acercó.
- Te he escuchado, ¿es verdad lo del espino...?- posó una mano en su pecho y con la otra empezó a jugar con los mechones de pelo que caían.- ¿Crees que podía tener algo para mi?- su mano fue bajando poco a poco.
- ¡Eh tú! Es el tipo que me ha hecho esto- el hombre pájaro le señalaba y luego a su pico lleno de piedras.
Ben se preguntó por qué no se quitaba el bozal.
- Oh...- Capucha Roja se apartó- ¿eres un intruso? Pero, no eres leñador... El pájaro debe estar equivocado.
- No ha sabido responder al acertijo, me lo confirmó.
- ¡Já! Pues es muy sencillo.
- Pues no lo sabe. Me lo dijo antes de hechizarme con su sucia magia.
- Esto es ridículo. Apartad de mi camino- Sango pegó un tirón a la cuerda y con el hombro se deshizo de aquella mujer que hacía tan solo unos instantes estaba en el suelo.
El pájaro, se puso a aletear como un energúmeno y a gritar como si le fuera la vida en ello. Varios de los que estaban allí fuera se acercaron a observar el espectáculo. Pero algunos de ellos, según pudo observar, mostraban actitud hostil hacia él.
- ¡Quiere deshacer la familia!- gritó Olmo.
- No podemos permitirlo. Los hermanos deben permanecer en el interior de la casa... Es lo que nos dijo Iraí- dijo otro.
- Oh, no quiero pasar otra noche fuera... Hace frio y llueve y no hay espino...
- Roja, cuál es la respuesta del acertijo. Te daré ración doble de Espino- Sango se había vuelto para hablar con la mujer que le miraba con ojos vidriosos.
- ¿Y a nosotros?- preguntaron los hermanos.
- También.
Los hermanos respondieron alzando el pulgar en su dirección y Ben comprendió, demasiado tarde, sí, pero supo la respuesta. Si la gritaba ahora no le dejarían escapar y aunque lo consiguiera, seguramente le perseguirían por todo el bosque y con la carga que llevaba le darían alcance. No debía intentar algo para distraerles.
- Pájaro, eres un mentiroso- ladró con tono agresivo.- Yo no dije que no supiera la respuesta, solo dije que no sabía si decírtela o no.
- Oh no, no, no... No trates de dejarme como un mentiroso, soy el que mejor memoria tiene de aquí y dijiste "no sé la pregunta señor pájaro de las mil plumas, señor de los aires y domador de corrientes, me someteré a tu voluntad" y después, ¿qué? ¡Me atascaste como si fuera un vulgar bandido!
- ¡Repite el acertijo y te daré respuesta!
- ¿Para qué? ¿Para reírnos de tu ignorancia? ¿Para que todo vean lo tonto que eres? No. Es mejor reservarnos para cuando venga Iraí.
El pájaro estaba resultando ser más astuto de lo que había pensado. Sin duda le había subestimado y largarse de allí con los hermanos iba a ser complicado.
- Es que es imposible darte respuesta, porque tú no eres capaz de hacer lo que pide el acertijo.
Podía ver los ojos del pájaro pese a las piedras del pico. Había fruncido el ceño y se quedó en silencio unos instantes.
- Lo levanto cuando estoy feliz pero es el más pequeño de todos...- dijo en voz alta pero hablando para sí mismo.
- ¿Acaso tienes pulgares?- Ah, ahí estaba la trampa. En la forma en la que formuló el acertijo.
Capucha Roja se empezó a reír y otros tantos en el grupo la siguieron. Ben tiró de la cuerda y pasó junto al pájaro que se había quedado embobado mirándose las alas y murmurando para sí. Los gritos llamando al pájaro "sinpulgares" se alzaron en el jardín de la casa al tiempo que Ben se alejaba de allí lo más rápido que pudo.
Sin embargo una promesa hecha, pese a que una de las partes no había ayudado, unido a la necesidad, enfermiza, del espino llevó a Capucha Roja a darles alcance. Al principio, durante unos setenta a cien pasos, no dijo nada. Nadie habló. Pero al cabo, la mujer hizo una observación sobre la cuerda y el método que usaba para tirar de los hermanos, ignorando lo que había pasado hacía tan solo unos instantes.
- ¿Sabes que pueden usar las manos y quitarse el lazo?
Ben no lo había pensado y por eso se detuvo a mirar atrás. Los hermanos le miraron con expresión vacía. Le seguían porque no tenían nada mejor que hacer, supuso, y quizás porque su voluntad había sido más fuerte que la de oposición, que se desvaneció al instante. En ese momento sintió lástima por el trato que les estaba dando, pero no podía arriesgarse.
- Por eso estás aquí, para vigilar que eso no ocurra... Porque si se escapan...- no continuó, no quiso completar la mentira.
Capucha Roja abrió la boca a modo de sorpresa y se comprometió a vigilar que los hermanos no escaparan. Cuando Ben quiso reemprender la marcha, tras asignar nuevos roles y encomiar a los hermanos a que hablaran de cualquier cosa, un lobo se interpuso en su camino.
Sus patas, húmedas y llenas de barro se movieron para poner en guardia a Ben que soltó la cuerda en favor de volver a las armas. El lobo se estiró y se relamió. Saltó hacia delante y Sango se cubrió con el escudo para descubrir que el lobo había decidido rodearles y continuar su camino en dirección a la casa.
- Tenemos que largarnos, ya.
Descubrió que Capucha Roja había cogido la cuerda y que se afanaba en cumplir el objetivo. Se fijó en sus compañeros de travesía y descubrió que no se habían inmutado al ver al lobo, confirmado, todavía más, que estaban acostumbrados a ver Iraí en su forma de lobo. Le quitó la cuerda a Capucha Roja y les apremió a seguir su camino.
La casa apareció al fondo y Ben aceleró el paso para llegar lo antes posible y prepararse para lo que fuera a pasar a continuación. Pegó un par de voces para avisar de su llegada y Edmundo salió a su encuentro insultando al humano por cómo traía a sus hermanos.
- ¡Salvaje! ¡Bestia insensible! ¡No son bueyes de los que puedas tirar!- Les quitó la cuerda y con palabras calmadas y un tono suave les condujo al interior de la casa.
Sango se fijó en Calvo y Arcolargo que estaban sentados en el suelo, atados y desarmados. Pero lo sorprendente era que siguieran vivos. Mejor, pensó, para sí mismo. No había necesidad para deshacerse de aquella gente. Capucha Roja se acercó a ellos para ponerse a hablar de tonterías.
- Eberus, por todos los Dioses, ese puto lobo... Me lo encontré por el camino, no sé qué planea, pero pudo habernos liquidado y no lo hizo, nos ignoró- hizo una pausa y evaluó el entorno.- Esos colgados son muy vulnerables a la voluntad de Iraí, sin embargo la promesa del espino blanco...- señaló a la mujer con el tocado rojo.
Estudió la explanada que se abría ante ellos y luego la casa. Lo que tuviera que pasar, pasaría allí y debían estar preparados.
- ¿Cómo va el antídoto o elixir o lo que sea? ¿Habéis progresado algo?
No le contó que había vuelto a estar expuesto.
(1) Encantamiento de escudo - Defensa Pétrea.
(2) Uso de habilidad racial - Voluntad Humana: Puedo librarme de un efecto negativo que limite mis acciones gracias a mi férrea voluntad.
Se adentró lentamente en los límites de la finca del licántropo. Mientras lo hacía se permitió pensar en la forma en la que hacía negocio, ¿cómo era posible que aquellos colgados tuvieran dinero para seguir costeando sus vicios? Y lo que era más preocupante, ¿cómo atraía clientes? Pero, ¿por qué mantenerlos en aquella casa? ¿Cabía la posibilidad de que el licántropo tuviera remordimientos sobre la vida de aquellas personas?
- Lo uso cuando estoy contento, pero, sin embargo, es el más pequeño de todos.
Sango se detuvo en seco. La voz sonaba muy cerca.
- Vamos, responde, es muy fácil- Ben se agachó y empuñó el hacha.- ¡Já! ¿Tienes que hacer de vientre? Adelante, esperaré- Se levantó y avanzó un par de pasos más.- ¡No! Ni un paso más. No hasta que respondas. Te lo repito: lo uso cuando estoy contento, pero es el más pequeño de todos- una risita.
A tres pasos de distancia un hombre pájaro cayó del cielo ante él y le miró con la cabeza ladeada. El pico, ancho y corto, le daba la sensación de tener una fuerza descomunal. Tragó saliva. Ben se fijó e arecía tener un bozal en el pico.
- No has respondido a mi... pregunta.
- No lo sé.
El hombre pájaro crujió el cuello y se llevó lo que parecían las manos a las sienes, aunque en realidad eran unas protuberancias que salían de las alas. A continuación se lanzó hacia él. Ben, de manera instintiva interpuso el escudo para repeler un picotazo. Cuando se dispuso a contraatacar vio al pájaro tirado en el suelo, con el pico rodeado de piedras (1) y tratando de levantarse del suelo. Sango sonrió y continuó hacia la casa.
Iraí no había perdido el tiempo entre su huida y su inesperada visita a la casa de Edmundo. Había ideado un sistema de seguridad muy sencillo, basado en un acertijo y una persona que se encargara de vigilar la entrada e intimidar a visitantes indeseados. Pero, ah, no había sido suficiente.
- ¡Míralo! Lleva un hacha, es un leñador.
Sango giró la cabeza hacia Capucha Roja que le señalaba desde una de las entradas de la casa. Se fijó en que había varios de ellos por ahí tirados en el suelo, hablando, riendo, cantando, otros bailando o simplemente mirando al infinito. Todos tenían un aspecto horrible, pero parecía no importarles.
- ¡Leñador! ¡Leñador!
- ¡Cállate, hostia!
- ¡Es un leñador, no le dejéis que se acerque a mi!
Un tipo, con una melena envidiable, alto y delgado como un olmo, se levantó del suelo y zarandeó a Capucha Roja mientras le gritaba cosas que Ben no entendía. Cuando acabó, Capucha Roja no pudo tenerse en pie y cayó de rodillas al suelo sollozando.
- Yo le digo, ¡que te calles! Y ella, que no me callo, y yo, que te calles hostia, y ella que no me callo y yo...
Olmo había entrado en bucle y se marchó haciendo grandes aspavientos. Sango, que se había limitado a contemplar la escena sacudió la cabeza y centró la búsqueda en los hermanos Ed y Edmo. Al no encontrarlos en el exterior, se decidió a buscarlos en el interior de la casa ya que nadie opuso resistencia a que entrara en ella. Usó el cuello de la capa para taparse las vías respiratorias.
Una vez dentro los hermanos estaban sentados en la mesa, uno al lado del otro, discutiendo sobre algo a lo que no prestó atención porque se puso a buscar una cuerda o algo que sirviera para tirar de ellos si decidían desviarse del camino de vuelta a casa. Las cortinas de la casa tenían cuerdas que servían para guiarlas por el raíl y que, supuso, servirían para abrir o cerrarlas al gusto. Tiró de una de ellas y arrancó todo el conjunto armando un gran estruendo en la casa.
- ¡Estaos quietos hombre! Estamos hablando de cosas importantes.
Ben tuvo que cortar la cuerda y cuando lo hizo caminó directamente a los hermanos, que estaban sumidos en una profunda conversación sobre las grandes proezas de sus propias vidas. Se sintió mareado y notó como sus sentidos volvían embotarse. El cuello de la capa no era suficiente para detener el cargado ambiente que había allí dentro.
(2) No era el momento para quedarse inmóvil por aquellos vapores, ahora que tenía mayor conocimiento sobre ello y que tenía un objetivo mucho más claro, sobrepuso su voluntad a la del vapor. Sacudió la cabeza y después de toser se puso en marcha para sacar a los hermanos de allí.
- Edmundo dice que tiene un cargamento de espino blanco para vosotros y me tenéis que ayudar a traerlo.
Los hermanos se miraron y no hicieron caso. Ben hizo un par de lazos y se los echó al cuello a cada uno de los hermanos. A continuación tiró de ellos para escuchar gritos, y gemidos.
- ¿Me vais a hacer caso de una vez? Tenéis que ayudarme, es la orden de vuestro hermano.
Los hermanos tosieron y caminaron de mala gana tras Sango que salió por la puerta y esperó a que los hermanos hicieran lo mismo. Mientras esperaba, Capucha Roja se le acercó.
- Te he escuchado, ¿es verdad lo del espino...?- posó una mano en su pecho y con la otra empezó a jugar con los mechones de pelo que caían.- ¿Crees que podía tener algo para mi?- su mano fue bajando poco a poco.
- ¡Eh tú! Es el tipo que me ha hecho esto- el hombre pájaro le señalaba y luego a su pico lleno de piedras.
Ben se preguntó por qué no se quitaba el bozal.
- Oh...- Capucha Roja se apartó- ¿eres un intruso? Pero, no eres leñador... El pájaro debe estar equivocado.
- No ha sabido responder al acertijo, me lo confirmó.
- ¡Já! Pues es muy sencillo.
- Pues no lo sabe. Me lo dijo antes de hechizarme con su sucia magia.
- Esto es ridículo. Apartad de mi camino- Sango pegó un tirón a la cuerda y con el hombro se deshizo de aquella mujer que hacía tan solo unos instantes estaba en el suelo.
El pájaro, se puso a aletear como un energúmeno y a gritar como si le fuera la vida en ello. Varios de los que estaban allí fuera se acercaron a observar el espectáculo. Pero algunos de ellos, según pudo observar, mostraban actitud hostil hacia él.
- ¡Quiere deshacer la familia!- gritó Olmo.
- No podemos permitirlo. Los hermanos deben permanecer en el interior de la casa... Es lo que nos dijo Iraí- dijo otro.
- Oh, no quiero pasar otra noche fuera... Hace frio y llueve y no hay espino...
- Roja, cuál es la respuesta del acertijo. Te daré ración doble de Espino- Sango se había vuelto para hablar con la mujer que le miraba con ojos vidriosos.
- ¿Y a nosotros?- preguntaron los hermanos.
- También.
Los hermanos respondieron alzando el pulgar en su dirección y Ben comprendió, demasiado tarde, sí, pero supo la respuesta. Si la gritaba ahora no le dejarían escapar y aunque lo consiguiera, seguramente le perseguirían por todo el bosque y con la carga que llevaba le darían alcance. No debía intentar algo para distraerles.
- Pájaro, eres un mentiroso- ladró con tono agresivo.- Yo no dije que no supiera la respuesta, solo dije que no sabía si decírtela o no.
- Oh no, no, no... No trates de dejarme como un mentiroso, soy el que mejor memoria tiene de aquí y dijiste "no sé la pregunta señor pájaro de las mil plumas, señor de los aires y domador de corrientes, me someteré a tu voluntad" y después, ¿qué? ¡Me atascaste como si fuera un vulgar bandido!
- ¡Repite el acertijo y te daré respuesta!
- ¿Para qué? ¿Para reírnos de tu ignorancia? ¿Para que todo vean lo tonto que eres? No. Es mejor reservarnos para cuando venga Iraí.
El pájaro estaba resultando ser más astuto de lo que había pensado. Sin duda le había subestimado y largarse de allí con los hermanos iba a ser complicado.
- Es que es imposible darte respuesta, porque tú no eres capaz de hacer lo que pide el acertijo.
Podía ver los ojos del pájaro pese a las piedras del pico. Había fruncido el ceño y se quedó en silencio unos instantes.
- Lo levanto cuando estoy feliz pero es el más pequeño de todos...- dijo en voz alta pero hablando para sí mismo.
- ¿Acaso tienes pulgares?- Ah, ahí estaba la trampa. En la forma en la que formuló el acertijo.
Capucha Roja se empezó a reír y otros tantos en el grupo la siguieron. Ben tiró de la cuerda y pasó junto al pájaro que se había quedado embobado mirándose las alas y murmurando para sí. Los gritos llamando al pájaro "sinpulgares" se alzaron en el jardín de la casa al tiempo que Ben se alejaba de allí lo más rápido que pudo.
Sin embargo una promesa hecha, pese a que una de las partes no había ayudado, unido a la necesidad, enfermiza, del espino llevó a Capucha Roja a darles alcance. Al principio, durante unos setenta a cien pasos, no dijo nada. Nadie habló. Pero al cabo, la mujer hizo una observación sobre la cuerda y el método que usaba para tirar de los hermanos, ignorando lo que había pasado hacía tan solo unos instantes.
- ¿Sabes que pueden usar las manos y quitarse el lazo?
Ben no lo había pensado y por eso se detuvo a mirar atrás. Los hermanos le miraron con expresión vacía. Le seguían porque no tenían nada mejor que hacer, supuso, y quizás porque su voluntad había sido más fuerte que la de oposición, que se desvaneció al instante. En ese momento sintió lástima por el trato que les estaba dando, pero no podía arriesgarse.
- Por eso estás aquí, para vigilar que eso no ocurra... Porque si se escapan...- no continuó, no quiso completar la mentira.
Capucha Roja abrió la boca a modo de sorpresa y se comprometió a vigilar que los hermanos no escaparan. Cuando Ben quiso reemprender la marcha, tras asignar nuevos roles y encomiar a los hermanos a que hablaran de cualquier cosa, un lobo se interpuso en su camino.
Sus patas, húmedas y llenas de barro se movieron para poner en guardia a Ben que soltó la cuerda en favor de volver a las armas. El lobo se estiró y se relamió. Saltó hacia delante y Sango se cubrió con el escudo para descubrir que el lobo había decidido rodearles y continuar su camino en dirección a la casa.
- Tenemos que largarnos, ya.
Descubrió que Capucha Roja había cogido la cuerda y que se afanaba en cumplir el objetivo. Se fijó en sus compañeros de travesía y descubrió que no se habían inmutado al ver al lobo, confirmado, todavía más, que estaban acostumbrados a ver Iraí en su forma de lobo. Le quitó la cuerda a Capucha Roja y les apremió a seguir su camino.
La casa apareció al fondo y Ben aceleró el paso para llegar lo antes posible y prepararse para lo que fuera a pasar a continuación. Pegó un par de voces para avisar de su llegada y Edmundo salió a su encuentro insultando al humano por cómo traía a sus hermanos.
- ¡Salvaje! ¡Bestia insensible! ¡No son bueyes de los que puedas tirar!- Les quitó la cuerda y con palabras calmadas y un tono suave les condujo al interior de la casa.
Sango se fijó en Calvo y Arcolargo que estaban sentados en el suelo, atados y desarmados. Pero lo sorprendente era que siguieran vivos. Mejor, pensó, para sí mismo. No había necesidad para deshacerse de aquella gente. Capucha Roja se acercó a ellos para ponerse a hablar de tonterías.
- Eberus, por todos los Dioses, ese puto lobo... Me lo encontré por el camino, no sé qué planea, pero pudo habernos liquidado y no lo hizo, nos ignoró- hizo una pausa y evaluó el entorno.- Esos colgados son muy vulnerables a la voluntad de Iraí, sin embargo la promesa del espino blanco...- señaló a la mujer con el tocado rojo.
Estudió la explanada que se abría ante ellos y luego la casa. Lo que tuviera que pasar, pasaría allí y debían estar preparados.
- ¿Cómo va el antídoto o elixir o lo que sea? ¿Habéis progresado algo?
No le contó que había vuelto a estar expuesto.
(1) Encantamiento de escudo - Defensa Pétrea.
(2) Uso de habilidad racial - Voluntad Humana: Puedo librarme de un efecto negativo que limite mis acciones gracias a mi férrea voluntad.
Sango
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
Casi antes de la primera veintena de pasos hacia la casa de Iraí, el brujo y el hombre cerdo vieron a lo lejos como, mucho antes de lo esperado, Sango estaba de vuelta y, afortunadamente, con los hermanos de Edmundo. El guerrero no parecía herido y Eberus comenzó a elucubrar: - O se ha cargado al lobo sin sudar ni la primera gota, o el lobo ha pasado de largo.
Cuando llegaron a estar frente a frente, ya comenzó a explicar Sango que, efectivamente, Iraí había pasado de largo y no se había dado un enfrentamiento. Pero claro, eso tampoco pintaba bien...
- ¿Cómo que ha pasado de ti? ¡Lechuzas! Será cabrón... Seguro que nos va a traer a todos esos drogatas sin razón para atacarnos. De verdad... ni un maldito momento de descanso... Tenemos que estar alertas por si llegaran a venir.
- ¿Cómo va el antídoto o elixir o lo que sea? ¿Habéis progresado algo?
- Pero, compañero, si es que no hemos podido ni pararnos a descansar un rato. Es lo que te digo, me cago en su puta madre... En cuanto llegamos aquí y nos encontramos con los pazguatos estos, Arco y Calvolargo, o como su madre les haya querido llamar, Iraí salió corriendo hacia donde esos dos sospechaban que habías ido tras abatirles, y entonces no dudamos en ir a apoyarte. Y menos mal que te has dado prisa, porque si me llegas a hacer que me patee todo el camino para que encima no haya gresca... Pero, para más inri, ahora seguramente nos vengan todos los amantes de las hojas, y, ¿cómo cojones voy yo a ponerme ahora a descansar con esta tensión? Uf... bueno, en definitiva, que si no hemos tenido tiempo ni para sentarnos un mísero segundo, menos aún para ponernos con el elixir de los cojones. - El brujo pausó sus palabras durante escasos segundos. - De hecho... ¡eh, chavales! ¿Y la llave del kit de alquimia de vuestro hermano? No toquéis más los cojones y dádnosla ya, que menuda pesadilla... ¿En qué momento aceptaría yo este trabajo? Dioses...
Con todo, parecía que a ambos casi se les había olvidado que necesitaban a Ed y Edmo de vuelta para que les dieran la llave del kit de alquimia de Edmundo.
- Compañero, concéntrate. Necesitábamos su llave para poder trabajar en el elixir, que no te enteras... - le replicaba irónicamente en tono de broma, aunque áspero como de costumbre, a Sango.
- Sí, claro, ¿no? Que te dé la llave, ¿no? Tu todo el rato así de borde y desagradable y ahora esperas que te deje esta llave... - Edmo se agachó mientras levantaba un pie del suelo para coger la llave del interior de su desgastado zapato, cosa que observó Eberus y decidió actuar con rapidez. No podían perder el tiempo y parecía que Edmo les iba a complicar el hacerse con la llave, así que en cuanto la sacó de su zapato, Eberus provocó una ilusión1 con forma de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] que rodeaba a la llave esperando que Edmo la soltase asustado.
- ¡Ahhh! ¡Dioses! - exclamó temeroso lanzando la llave lejos delante de él con violencia. - ¡Flipo! ¿Qué bicho era ese, hermano?
En ese momento, Eberus aprovechó para atraerla hacia él con su telequinésis2. En cuanto la llave tocó su mano, entró rápido a la casa. - ¡Edmundo! Vamos, ven. Dime dónde está ese kit tuyo de alquimia.
Mientras ellos dos entraban apresurados a la casa, los otros dos hermanos se quedaron ojeando entre la hierba con sumo cuidado, intentando ver otra vez qué había sido aquel extraño bicho de aspecto anélido.
- A-aquí, Eberus. - Edmundo se hallaba algo cortado. Le había intimidado la telequinésis.
- Veamos... - abrió la cerradura de una especie de cajón grande de vieja madera, levantando después la tapa para encontrarse con un conjunto de cuidados artilugios de vidrio. -Sí... Estupendo Edmundo, esto es lo que nos hace falta. Venga, ayúdame a sacar esto.
- Sí, co-con cuidado, por favor. Son frágiles, no te apresu-
- Te recuerdo que estás hablando con un alquimista, cerdo. Y no tenemos tiempo para delicadezas. Enciende este alambique, que vaya calentándose.
- Cogiste tú las plantas necesarias, ¿no?
- Claro. El imbécil del lobo no se dio cuenta. Pon una olla llena de agua a hervir. Que esté limpia, por los dioses.
- Voy. Te sirve con este mortero, ¿no?
- Sí. Veo que lo tienes bien montado, compañero. Me resulta mucho más fácil moler las hojas con este que con el de mi taller.
Tras unos minutos de intensa elaboración, el elixir desintoxicante3 estaba casi finalizado. Sin embargo, difícil sería que lo ingiriesen todos los acompañantes del licántropo así porque sí. Además, seguramente vinieran con unos aires muy agresivos. Durante los ratos de la preparación que requerían menos concentración, el brujo había intentado elaborar un plan en su cabeza para calmar a todos esos adictos agresivos si se diera aquella temida incursión de estos en la finca de los hermanos. Sus poderes no eran suficientes, pero un alquimista especializado en venenos como Eberus sabía muy bien cómo elaborar un elixir de Dulces Sueños3 y podía hacerlo de manera rápida.
Ahora, mientras se terminaba de elaborar el elixir que permitiría desintoxicar a todos los adictos y preparaba el de dulces sueños con algunas plantas de las que guardaba Edmundo en su cajón, Eberus tenía que determinar cómo sería la otra parte del plan, la parte en la que la horda de protectores de Iraí tendría que ingerir la solución sedante.
Con el plan claro y los elixires contenidos en sus respectivos recipientes, se dispusieron ambos a salir de la casa para informar a Sango del plan y el éxito de la elaboración.
OFF:
1: Uso de mi talento Ilusión
2: Uso de mi talento Telequinésis
3: Uso de mi profesión Alquimia para la resolución de un problema. En mis posteriores post están subrayadas las continuaciones de la complicación.
Cuando llegaron a estar frente a frente, ya comenzó a explicar Sango que, efectivamente, Iraí había pasado de largo y no se había dado un enfrentamiento. Pero claro, eso tampoco pintaba bien...
- ¿Cómo que ha pasado de ti? ¡Lechuzas! Será cabrón... Seguro que nos va a traer a todos esos drogatas sin razón para atacarnos. De verdad... ni un maldito momento de descanso... Tenemos que estar alertas por si llegaran a venir.
- ¿Cómo va el antídoto o elixir o lo que sea? ¿Habéis progresado algo?
- Pero, compañero, si es que no hemos podido ni pararnos a descansar un rato. Es lo que te digo, me cago en su puta madre... En cuanto llegamos aquí y nos encontramos con los pazguatos estos, Arco y Calvolargo, o como su madre les haya querido llamar, Iraí salió corriendo hacia donde esos dos sospechaban que habías ido tras abatirles, y entonces no dudamos en ir a apoyarte. Y menos mal que te has dado prisa, porque si me llegas a hacer que me patee todo el camino para que encima no haya gresca... Pero, para más inri, ahora seguramente nos vengan todos los amantes de las hojas, y, ¿cómo cojones voy yo a ponerme ahora a descansar con esta tensión? Uf... bueno, en definitiva, que si no hemos tenido tiempo ni para sentarnos un mísero segundo, menos aún para ponernos con el elixir de los cojones. - El brujo pausó sus palabras durante escasos segundos. - De hecho... ¡eh, chavales! ¿Y la llave del kit de alquimia de vuestro hermano? No toquéis más los cojones y dádnosla ya, que menuda pesadilla... ¿En qué momento aceptaría yo este trabajo? Dioses...
Con todo, parecía que a ambos casi se les había olvidado que necesitaban a Ed y Edmo de vuelta para que les dieran la llave del kit de alquimia de Edmundo.
- Compañero, concéntrate. Necesitábamos su llave para poder trabajar en el elixir, que no te enteras... - le replicaba irónicamente en tono de broma, aunque áspero como de costumbre, a Sango.
- Sí, claro, ¿no? Que te dé la llave, ¿no? Tu todo el rato así de borde y desagradable y ahora esperas que te deje esta llave... - Edmo se agachó mientras levantaba un pie del suelo para coger la llave del interior de su desgastado zapato, cosa que observó Eberus y decidió actuar con rapidez. No podían perder el tiempo y parecía que Edmo les iba a complicar el hacerse con la llave, así que en cuanto la sacó de su zapato, Eberus provocó una ilusión1 con forma de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] que rodeaba a la llave esperando que Edmo la soltase asustado.
- ¡Ahhh! ¡Dioses! - exclamó temeroso lanzando la llave lejos delante de él con violencia. - ¡Flipo! ¿Qué bicho era ese, hermano?
En ese momento, Eberus aprovechó para atraerla hacia él con su telequinésis2. En cuanto la llave tocó su mano, entró rápido a la casa. - ¡Edmundo! Vamos, ven. Dime dónde está ese kit tuyo de alquimia.
Mientras ellos dos entraban apresurados a la casa, los otros dos hermanos se quedaron ojeando entre la hierba con sumo cuidado, intentando ver otra vez qué había sido aquel extraño bicho de aspecto anélido.
- A-aquí, Eberus. - Edmundo se hallaba algo cortado. Le había intimidado la telequinésis.
- Veamos... - abrió la cerradura de una especie de cajón grande de vieja madera, levantando después la tapa para encontrarse con un conjunto de cuidados artilugios de vidrio. -Sí... Estupendo Edmundo, esto es lo que nos hace falta. Venga, ayúdame a sacar esto.
- Sí, co-con cuidado, por favor. Son frágiles, no te apresu-
- Te recuerdo que estás hablando con un alquimista, cerdo. Y no tenemos tiempo para delicadezas. Enciende este alambique, que vaya calentándose.
- Cogiste tú las plantas necesarias, ¿no?
- Claro. El imbécil del lobo no se dio cuenta. Pon una olla llena de agua a hervir. Que esté limpia, por los dioses.
- Voy. Te sirve con este mortero, ¿no?
- Sí. Veo que lo tienes bien montado, compañero. Me resulta mucho más fácil moler las hojas con este que con el de mi taller.
Tras unos minutos de intensa elaboración, el elixir desintoxicante3 estaba casi finalizado. Sin embargo, difícil sería que lo ingiriesen todos los acompañantes del licántropo así porque sí. Además, seguramente vinieran con unos aires muy agresivos. Durante los ratos de la preparación que requerían menos concentración, el brujo había intentado elaborar un plan en su cabeza para calmar a todos esos adictos agresivos si se diera aquella temida incursión de estos en la finca de los hermanos. Sus poderes no eran suficientes, pero un alquimista especializado en venenos como Eberus sabía muy bien cómo elaborar un elixir de Dulces Sueños3 y podía hacerlo de manera rápida.
Ahora, mientras se terminaba de elaborar el elixir que permitiría desintoxicar a todos los adictos y preparaba el de dulces sueños con algunas plantas de las que guardaba Edmundo en su cajón, Eberus tenía que determinar cómo sería la otra parte del plan, la parte en la que la horda de protectores de Iraí tendría que ingerir la solución sedante.
Con el plan claro y los elixires contenidos en sus respectivos recipientes, se dispusieron ambos a salir de la casa para informar a Sango del plan y el éxito de la elaboración.
OFF:
1: Uso de mi talento Ilusión
2: Uso de mi talento Telequinésis
3: Uso de mi profesión Alquimia para la resolución de un problema. En mis posteriores post están subrayadas las continuaciones de la complicación.
Última edición por Eberus el Sáb Ago 13 2022, 21:02, editado 1 vez
Eberus
Honorable
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
Ni se molestó en seguir a Eberus y Edmundo al interior de la casa ni tan siquiera de ofrecer su ayuda. Sus escasos conocimientos de la flora serían tan inútiles como una espada de madera golpeando contra el frio acero. No era que menospreciara su propio saber, sino que en compañía de dos personas que estaban versadas en el tema, quedaría como un auténtico lego y haría más por estorbar que por ayudar. En la vida era importante saber cuándo apartarse. Y aquella vez lo hizo de buen grado.
- Oye, Edmo, ¿te cuento un chiste?- el Calvo, con la cabeza erguida, se dirigía a Ed y Edmo que estaban sentados a su vera.- Es muy bueno, de verdad, ¿te lo cuento?
- ¡Já! No tan bueno como el del vampiro y la aguja- el hombre cerdo se cruzó de brazos con aire de superioridad.
- Oh, bueno. No estaría tan seguro, no sé...- se rascó la cabeza.- ¿Cuál es ese chiste?
- Oh, es muy bueno. Un vampiro que se pincha con una aguja, se chupa la herida y se convierte en humano.
Calvo miró con el ceño fruncido, sin comprender por qué Ed y Edmo reían a carcajadas. Buscó un apoyo en Arcolargo y en Capucha Roja, pero ambos estaban absortos en sus pensamientos: el mercenario se miraba las manos y la mujer miraba a Sango. Ben bufó y pasó de los cuatro colgados. Cinco, si contaba a la mujer, que parecía haberle cogido algo de cariño. Eso, o a la falsa promesa que había entre ellos. Una promesa que no había necesitado de ninguna palabra: cuidado y atención extrema a la cuerda a cambio de droga. Ah, mentiroso Sango...
- Roja, cielo- le dedicó una sonrisa- ¿Cuántos sois en esa casa?
La mujer le miró embobada durante bastante tiempo.
- Quince.
Sango asintió y a continuación señaló al grupo compuesto por Calvo, Arcolargo, Ed, Edmo y finalmente a ella.
- ¿Contando a estos cuatro y a ti sois quince?
La mujer no comprendió la pregunta y frunció el ceño. Se puso a contar en voz baja mientras marcaba con los dedos de las manos. Finalmente asintió y confirmó que eran quince. Sango se lo agradeció con una ligera reverencia. La desintoxicación, supuso, debería llevar aparejada buenas palabras y reconocimiento al trabajo bien hecho. Al menos le parecía lo más sensato. Avanzó en dirección al campo frente la casa de Edmundo.
- Emplumado, Romo, Cargador, Muro, el tipo con la cabeza rapada, la bruja de Herminia, Besitos, Grosella, Muerdeorejas, Hocicorata, Ed, Edmo, el calvo ese de ahí y el amigo suyo y yo, Rotkappchen.
Ben se giró lentamente.
- ¿Te llamas Rotkappchen? - ella asintió.- ¿Y te molesta que te llame Roja? - negó con la cabeza.
Sango se encogió de hombros y observó que Eberus salía de la casa seguido de Edmundo. Caminó a su encuentro. Habían estado un tiempo más que considerable trabajando ahí dentro mientras Ben se había dedicado a observar, sin hacer nada destacable. Ningún preparativo para un posible combate, ni tan siquiera se había molestado en conducir a aquella gente enferma al interior de la casa, nada. Solo mirar. Edmundo que no quitaba la vista de sus hermanos fue el primero en hablar.
- Hemos terminado. Eberus ha resultado ser un gran artesano. Veremos el resultado.
Sango alzó las cejas con el ataque tan gratuito que acaba de soltar el hombre cerdo que se acercaba a sus hermanos. Ben sonrió y miró la reacción de Eberus y le detuvo en el acto antes de que pudiera hacer cualquier estupidez.
- Calma, fiera. Cuéntame qué habéis hecho. Habéis estado un buen rato ahí dentro- se interesó Sango.- Yo no he hecho gran cosa, pero sí le di vueltas a la cabeza- hizo una pausa antes de continuar.- No soy un buen actor. En Baslodia podrás encontrarlos, pero aquí no. Estoy hecho para la guerra, los Dioses así lo han querido.
Ben dio un paso atrás para observar con algo más de perspectiva la escena: la casa, Edmundo, sus hermanos, los colgados... Era una historia conmovedora, llena de luces y sombras, un peticionario bipolar, gente extraña fácilmente manipulable y un antagonista que tenía mucho interés en esquivar la potencial amenaza que tanto el brujo como el humano suponían. Esta era una partida que jugaban Edmundo e Iraí. No se sentía nada partícipe de la historia que estaba ocurriendo, solo ejecutaba órdenes con el objetivo último de recibir una recompensa.
Ben sacudió la cabeza. ¿Acaso no era siempre así? Unos mandan, otros ejecutan, ¿por qué, ahora, tenía que ser diferente? Miró a Eberus y volvió a acercarse a él. Lamentó aquel momento de debilidad que había tenido, no por él, sino por quién iba a ser su compañero en aquella batalla, no era el momento para ello.
- Perdona, Eberus, amigo. Mi cabeza anda algo dispersa, supongo que está bien "limpiarla" antes de ponerla a funcionar a tope- le posó una mano en el hombro y se lo apretó a modo de confianza.- Iraí caerá hoy.-
Edmundo volvió a ellos. Sango se volvió hacia él y vio un gesto de preocupación en su rostro.
- Los huelo. Vienen hacia aquí.
- Entonces, ¿a qué esperas? Mete a tus hermanos en casa y preparad las pócimas. Poned al resto a salvo. Eberus, encierralos en alguna habitación en la que no haya posibilidad de interacción con el exterior- soltó aire y se giró, podía oír barullo a lo lejos.- Dejadme solo.
- No les hagas daño, por favor.
Sango ignoró al hombre cerdo. Le salió del alma mandarlo al frio norte de una patada, pero pronto su sentido del deber se impuso. Asintió levemente con la cabeza y se plantó en mitad del claro frente a la casa. No se demoraron demasiado.
Iraí comandaba la expedición y portaba uno de esos cuencos. Ben contó seis acompañantes y frunció el ceño. Iraí, con su sonrisa lupina, se detuvo a una distancia considerable de él.
- Los huelo ahí dentro, Sango. Sé que tramáis algo.
- Lo único que huelo es el miedo a que mi espada atraviese tu corazón (1).
Iraí avanzó y con él la mermada comitiva.
- Se te acaba el tiempo. Es hora de que respondas por destruir las vidas de tantas personas.
- ¿Destruir? ¿Cómo puedes destruir algo que viene a ti y te ruega que la ayudes? No lo entiendes. Yo ofrezco algo que nunca no han experimentado en mucho tiempo: paz interior y tranquilidad. Tú tienes a tus... Dioses. Esta pobre gente, mis amigos...- sonrió- Tienen las puertas de mi casa abiertas, ¿puede Edmundo decir lo mismo? No. Él las cerró. Se aisló del resto, huyó para no cargar con la responsabilidad de ayudar a nuestros amigos. Él es el que debe pagar por sus actos. Aquí y ahora.
A su espalda, pasos y luego gemidos. Ben se giró justo en el instante en el que cuatro personas, embozadas, lanzaban objetos contra la casa. Cuando impactaron en la fachada estas explotaron. Ben reconoció la sustancia al instante: fuego embotellado.
Desenvainó su espada y miró hacia atrás para ver que el licántropo Iraí había ordenado una carga contra él. Sango dudó unos instantes sobre si debía retroceder o mantenerse firme. El daño en la casa estaba hecho, pero debía dar tiempo a Eberus y Edmundo para pensar algo rápido y que usarán su creación. Cargó contra los seis colgados que se lanzaron hacia él, escudo en alto y sin miedo a lo que pudiera pasar.
Embistió al primero al derribó contra el suelo con una fuerza brutal. El segundo recibió un impacto con el escudo y un tercero que había intentado librarse cayó al suelo. Los otros tres se abalanzaron sobre Ben portando armas de muy pobre calidad. No tuvo ninguna dificultad para deshacerse de sus ataques y desarmarlos.
- Picaste.
Una hoja intentó atravesarle la armadura pero la cota y el gambesón pararon el impacto. Ben soltó el codo hacia atrás e impactó en la cabeza del licántropo que retrocedió acobardado. Ben le miró enfurecido pero con ganas de enfrentarse al fin al licántropo. Sin embargo, sus ojos se posaron en su hoja. De ella caían gotas de un aceite amarillento y viscoso.
- ¿Veneno?
El lobo se limitó a sonreír mientras daba pequeños pasos hacia atrás. No recordaba haberse enfrentado a alguien que usara veneno. Desconocía si era mortal o simplemente se limitaría a dejarlo paralizado. Era lo único que sabía de los venenos. Eso y que la gente que lo usaba no tenía miedo a usar cualquier persona o cosa a su alcance para su provecho.
Ben gritó. Rugió y él sintió el suelo temblar. Sintió que en sus propios pulmones estaba el mismísimo Thor empujando el aire hacia fuera. Un grito que sin duda captaría la atención de todos los presentes. Un grito que aceptaba el desafío del vil siervo de Fenrir. Un grito que se convertiría en muerte para todos aquellos que se atrevieran a interponerse en su camino. (2)
La gente a la que se supone debía proteger se abalanzó contra él. No usaría la espada. No si estaba en su mano. Pero lo que más miedo le daba era perder de vista al licántropo. Un corte de esa hoja y podía ser el fin. Esperaba que Eberus actuara pronto.
Los diez colgados le golpearon por todas las direcciones y Ben intentó bailar con ellos. (3)
(1) Clara referencia a la muerte del lobo Fenrir a manos de Vidar, hijo de Odín (Primera Edda)
(2) Aquí os espero [1 uso]: Un rugido, como el oleaje rompiendo en un acantilado, sale de las entraña de Sango captando la atención de sus adversarios que se lanzan hacia él. Por su parte Sango obtiene una mejora en el aguante, durante un turno, fruto de la adrenalina liberada en el grito.
(3) Baile de uno: El entrenamiento ha dado sus frutos y Sango es capaz de utilizar su escudo, brazos, piernas, en definitiva, todo aquello de lo que disponga en un reducido espacio de terreno que considera suyo, para esquivar los ataques de varios enemigos.
EDITO PARA SUBRAYAR EL INICIO DEL COMBATE CON IRAÍ, EL LICÁNTROPO.
- Oye, Edmo, ¿te cuento un chiste?- el Calvo, con la cabeza erguida, se dirigía a Ed y Edmo que estaban sentados a su vera.- Es muy bueno, de verdad, ¿te lo cuento?
- ¡Já! No tan bueno como el del vampiro y la aguja- el hombre cerdo se cruzó de brazos con aire de superioridad.
- Oh, bueno. No estaría tan seguro, no sé...- se rascó la cabeza.- ¿Cuál es ese chiste?
- Oh, es muy bueno. Un vampiro que se pincha con una aguja, se chupa la herida y se convierte en humano.
Calvo miró con el ceño fruncido, sin comprender por qué Ed y Edmo reían a carcajadas. Buscó un apoyo en Arcolargo y en Capucha Roja, pero ambos estaban absortos en sus pensamientos: el mercenario se miraba las manos y la mujer miraba a Sango. Ben bufó y pasó de los cuatro colgados. Cinco, si contaba a la mujer, que parecía haberle cogido algo de cariño. Eso, o a la falsa promesa que había entre ellos. Una promesa que no había necesitado de ninguna palabra: cuidado y atención extrema a la cuerda a cambio de droga. Ah, mentiroso Sango...
- Roja, cielo- le dedicó una sonrisa- ¿Cuántos sois en esa casa?
La mujer le miró embobada durante bastante tiempo.
- Quince.
Sango asintió y a continuación señaló al grupo compuesto por Calvo, Arcolargo, Ed, Edmo y finalmente a ella.
- ¿Contando a estos cuatro y a ti sois quince?
La mujer no comprendió la pregunta y frunció el ceño. Se puso a contar en voz baja mientras marcaba con los dedos de las manos. Finalmente asintió y confirmó que eran quince. Sango se lo agradeció con una ligera reverencia. La desintoxicación, supuso, debería llevar aparejada buenas palabras y reconocimiento al trabajo bien hecho. Al menos le parecía lo más sensato. Avanzó en dirección al campo frente la casa de Edmundo.
- Emplumado, Romo, Cargador, Muro, el tipo con la cabeza rapada, la bruja de Herminia, Besitos, Grosella, Muerdeorejas, Hocicorata, Ed, Edmo, el calvo ese de ahí y el amigo suyo y yo, Rotkappchen.
Ben se giró lentamente.
- ¿Te llamas Rotkappchen? - ella asintió.- ¿Y te molesta que te llame Roja? - negó con la cabeza.
Sango se encogió de hombros y observó que Eberus salía de la casa seguido de Edmundo. Caminó a su encuentro. Habían estado un tiempo más que considerable trabajando ahí dentro mientras Ben se había dedicado a observar, sin hacer nada destacable. Ningún preparativo para un posible combate, ni tan siquiera se había molestado en conducir a aquella gente enferma al interior de la casa, nada. Solo mirar. Edmundo que no quitaba la vista de sus hermanos fue el primero en hablar.
- Hemos terminado. Eberus ha resultado ser un gran artesano. Veremos el resultado.
Sango alzó las cejas con el ataque tan gratuito que acaba de soltar el hombre cerdo que se acercaba a sus hermanos. Ben sonrió y miró la reacción de Eberus y le detuvo en el acto antes de que pudiera hacer cualquier estupidez.
- Calma, fiera. Cuéntame qué habéis hecho. Habéis estado un buen rato ahí dentro- se interesó Sango.- Yo no he hecho gran cosa, pero sí le di vueltas a la cabeza- hizo una pausa antes de continuar.- No soy un buen actor. En Baslodia podrás encontrarlos, pero aquí no. Estoy hecho para la guerra, los Dioses así lo han querido.
Ben dio un paso atrás para observar con algo más de perspectiva la escena: la casa, Edmundo, sus hermanos, los colgados... Era una historia conmovedora, llena de luces y sombras, un peticionario bipolar, gente extraña fácilmente manipulable y un antagonista que tenía mucho interés en esquivar la potencial amenaza que tanto el brujo como el humano suponían. Esta era una partida que jugaban Edmundo e Iraí. No se sentía nada partícipe de la historia que estaba ocurriendo, solo ejecutaba órdenes con el objetivo último de recibir una recompensa.
Ben sacudió la cabeza. ¿Acaso no era siempre así? Unos mandan, otros ejecutan, ¿por qué, ahora, tenía que ser diferente? Miró a Eberus y volvió a acercarse a él. Lamentó aquel momento de debilidad que había tenido, no por él, sino por quién iba a ser su compañero en aquella batalla, no era el momento para ello.
- Perdona, Eberus, amigo. Mi cabeza anda algo dispersa, supongo que está bien "limpiarla" antes de ponerla a funcionar a tope- le posó una mano en el hombro y se lo apretó a modo de confianza.- Iraí caerá hoy.-
Edmundo volvió a ellos. Sango se volvió hacia él y vio un gesto de preocupación en su rostro.
- Los huelo. Vienen hacia aquí.
- Entonces, ¿a qué esperas? Mete a tus hermanos en casa y preparad las pócimas. Poned al resto a salvo. Eberus, encierralos en alguna habitación en la que no haya posibilidad de interacción con el exterior- soltó aire y se giró, podía oír barullo a lo lejos.- Dejadme solo.
- No les hagas daño, por favor.
Sango ignoró al hombre cerdo. Le salió del alma mandarlo al frio norte de una patada, pero pronto su sentido del deber se impuso. Asintió levemente con la cabeza y se plantó en mitad del claro frente a la casa. No se demoraron demasiado.
Iraí comandaba la expedición y portaba uno de esos cuencos. Ben contó seis acompañantes y frunció el ceño. Iraí, con su sonrisa lupina, se detuvo a una distancia considerable de él.
- Los huelo ahí dentro, Sango. Sé que tramáis algo.
- Lo único que huelo es el miedo a que mi espada atraviese tu corazón (1).
Iraí avanzó y con él la mermada comitiva.
- Se te acaba el tiempo. Es hora de que respondas por destruir las vidas de tantas personas.
- ¿Destruir? ¿Cómo puedes destruir algo que viene a ti y te ruega que la ayudes? No lo entiendes. Yo ofrezco algo que nunca no han experimentado en mucho tiempo: paz interior y tranquilidad. Tú tienes a tus... Dioses. Esta pobre gente, mis amigos...- sonrió- Tienen las puertas de mi casa abiertas, ¿puede Edmundo decir lo mismo? No. Él las cerró. Se aisló del resto, huyó para no cargar con la responsabilidad de ayudar a nuestros amigos. Él es el que debe pagar por sus actos. Aquí y ahora.
A su espalda, pasos y luego gemidos. Ben se giró justo en el instante en el que cuatro personas, embozadas, lanzaban objetos contra la casa. Cuando impactaron en la fachada estas explotaron. Ben reconoció la sustancia al instante: fuego embotellado.
Desenvainó su espada y miró hacia atrás para ver que el licántropo Iraí había ordenado una carga contra él. Sango dudó unos instantes sobre si debía retroceder o mantenerse firme. El daño en la casa estaba hecho, pero debía dar tiempo a Eberus y Edmundo para pensar algo rápido y que usarán su creación. Cargó contra los seis colgados que se lanzaron hacia él, escudo en alto y sin miedo a lo que pudiera pasar.
Embistió al primero al derribó contra el suelo con una fuerza brutal. El segundo recibió un impacto con el escudo y un tercero que había intentado librarse cayó al suelo. Los otros tres se abalanzaron sobre Ben portando armas de muy pobre calidad. No tuvo ninguna dificultad para deshacerse de sus ataques y desarmarlos.
- Picaste.
Una hoja intentó atravesarle la armadura pero la cota y el gambesón pararon el impacto. Ben soltó el codo hacia atrás e impactó en la cabeza del licántropo que retrocedió acobardado. Ben le miró enfurecido pero con ganas de enfrentarse al fin al licántropo. Sin embargo, sus ojos se posaron en su hoja. De ella caían gotas de un aceite amarillento y viscoso.
- ¿Veneno?
El lobo se limitó a sonreír mientras daba pequeños pasos hacia atrás. No recordaba haberse enfrentado a alguien que usara veneno. Desconocía si era mortal o simplemente se limitaría a dejarlo paralizado. Era lo único que sabía de los venenos. Eso y que la gente que lo usaba no tenía miedo a usar cualquier persona o cosa a su alcance para su provecho.
Ben gritó. Rugió y él sintió el suelo temblar. Sintió que en sus propios pulmones estaba el mismísimo Thor empujando el aire hacia fuera. Un grito que sin duda captaría la atención de todos los presentes. Un grito que aceptaba el desafío del vil siervo de Fenrir. Un grito que se convertiría en muerte para todos aquellos que se atrevieran a interponerse en su camino. (2)
La gente a la que se supone debía proteger se abalanzó contra él. No usaría la espada. No si estaba en su mano. Pero lo que más miedo le daba era perder de vista al licántropo. Un corte de esa hoja y podía ser el fin. Esperaba que Eberus actuara pronto.
Los diez colgados le golpearon por todas las direcciones y Ben intentó bailar con ellos. (3)
(1) Clara referencia a la muerte del lobo Fenrir a manos de Vidar, hijo de Odín (Primera Edda)
(2) Aquí os espero [1 uso]: Un rugido, como el oleaje rompiendo en un acantilado, sale de las entraña de Sango captando la atención de sus adversarios que se lanzan hacia él. Por su parte Sango obtiene una mejora en el aguante, durante un turno, fruto de la adrenalina liberada en el grito.
(3) Baile de uno: El entrenamiento ha dado sus frutos y Sango es capaz de utilizar su escudo, brazos, piernas, en definitiva, todo aquello de lo que disponga en un reducido espacio de terreno que considera suyo, para esquivar los ataques de varios enemigos.
EDITO PARA SUBRAYAR EL INICIO DEL COMBATE CON IRAÍ, EL LICÁNTROPO.
Última edición por Sango el Sáb Ago 13 2022, 20:59, editado 1 vez
Sango
Héroe de Aerandir
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
Al reencontrarse con Sango, inmediatamente le informó de la situación.
- Amigo... No hemos podido completar los elixires - quiso bromear para relajar el ambiente, pero observando la expresión de su compañero al decir esas palabras decidió pararla pronto. - Que es broma, coño - dijo junto con una de sus características risas de tetera. - Mira, estos frascos nos van a hacer todo mucho más fácil.
Cuando Sango le apretó el hombro, Eberus comenzó a mentalizarse. Se le contagió repentinamente la seriedad con la que se estaba tomando la situación su compañero, y al imaginar al grupo de Iraí cargando contra ellos le entró un escalofrío por el cuerpo. Miró a Sango a los ojos, y sintió aquella sensación que llevaba tiempo sin experimentar. Eso que sentía cuando estaba a punto de infiltrarse con sus preciados colegas en lugares clave de aldeas enemigas allá en la Isla Tortuga.
- Sango, compañero, tenemos lo que necesitamos. Seguramente seamos menos que ellos, pero aún así somos superiores - Hizo un breve silencio para señalarle con la mirada un frasco que ocultaba dentro de su túnica y que había sacado para tener a su compañero informado. - Yo confío en ti. Te veo preparado - le puso la mano en el brazo con vigor. - Tú confía en mí. En peores tabernas me he metido. Ah, por cierto... - pausó para señalarse la sien con el dedo. - Ya sabes de lo que es capaz esta cabeza. La usaré también para ayudarte en la pelea, así que no te distraigas tú también con mis trucos.
En cuanto sintieron cerca el peligro, Eberus le dio la mano a Sango con firmeza y trató de darle confianza. - Estoy contigo, y estás conmigo - Se dirigieron hacia la casa todos excepto Sango.
Para tratar de que Calvo y Arcolargo entrasen también y no le causaran ningún problema a Sango, Eberus trató de conversar con ellos para distraerles.
- Oye, ¿cuál era ese chiste que le querías contar antes a él?
Calvo se mostró pensativo por unos segundos, pero luego comenzó a reír, contando el chiste entre carcajadas. - Es que... es que es buenísimo. Mira: ¿qué hace un arcanista en la base de los bio? - miró a todos en busca de alguna respuesta. - ¿Eh? ¿Eh? Pues buscar el objeto encantado - Comenzaron a reír descontroladamente Arcolargo y él . - ¿Lo pilláis? Porque los biocibernéticos son objetos. Me lo he inventado yo, eh. - Ante tal chiste que parecía no entender nadie, tampoco nadie reía. Eberus tuvo que fingir una risa, y tenía la suerte de que esta era contagiosa, causando más risas en ellos dos, y aumentando la confianza.
- Amigo, ese me ha gustado. Pero, ¿queréis escuchar uno mejor?
- No sé si será mejor que este, pero cuenta.
Mientras tanto, ya habían llegado todos al sótano. Sorprendentemente, este contaba también con cómodos asientos por el suelo y un ambiente acogedor. El olor ahí dentro se asemejaba al del humo de los cuencos de Iraí, pero era débil. - Oye, Edmundo, ¿y si nos traes un poco de espino? De ese que tenías arriba en la despensa. Por favor, así animamos un poco más la fiesta. - El brujo disimuló un gesto serio hacia Edmundo para indicarle que lo hiciera de verdad. Cuando el hombre cerdo ya había subido, Eberus generó una ilusión con la voz de este procedente de arriba: "Eberus, ¿dónde lo dejaste? Ven, que no lo encuentro". - Espera, que les cuento el chiste y voy - exclamó.
Tanto la joven chica como los hermanos de Edmundo y los dos acompañantes de Iraí, se alertaron al enterarse de la presencia del espino blanco, cosa que Eberus notó. - Poneos cómodos. Ahora traemos lo bueno. A lo que iba...
- El espino.
- Luego lo cuentas, por favor, tráenos el espino.
- Oh, vale, vale. Sí, buena idea. Estamos aquí en menos de lo que canta un gallo.
Cuando subió, Edmundo estaba cogiendo el espino. - Menos mal que me has entendido. Sabes cuál es mi plan, ¿no?
- Eh... ¿más o menos?
- Mira. Vamos a dejarles encerrados en el sótano. Tienes que sacarles las bayas de espino blanco a esos rulos si quieres que no se droguen de verdad, porque lo que vamos a hacer es tirarles los rulos al otro lado del sótano para que vayan a por ellos como locos, mientras tú y yo bloqueamos la puerta para que no puedan salir de ahí.
- Oh... pero, ¿y mis hermanos? Van a estar ahí dentro con esos dos matones.
- Edmundo. Tú sabes bien cómo se ponen con el espino. No van a hacer nada, ¿vale? Confía en mí.
- Va... vale. - Edmundo aceptó, aunque algo dudoso. - Por favor, ayúdame - le pidió a Eberus, algo tembloroso.
- Tranquilo. Pero para poder ayudarte, tienes que confiar en mí y hacer lo que digo. Venga, ve a por algo pesado que pueda bloquear la puerta. Yo les llevo el espino.
Afortunadamente, no haría falta mucho peso. La propia puerta del sótano, aunque pequeña, se podía cerrar con una robusta tabla acoplada a esta y un grueso enganche de metal.
- Bueno, aquí tenemos lo bueno, amigos. Hay para todos de sobra. - Llevaba una buena cantidad de rulos de hojas sin espino. Tanta, que casi se le caía de los brazos. Entonces, trató de fingir un tropiezo para tirar todo el espino hacia el otro lado del sótano.
- ¡Oh! Bueno, ahí tenéis. A disfrutar.
Los pobres adictos actuaron como era de esperar, lo que le dio a Eberus vía libre para salir y empezar a bloquear la puerta tratando de hacer poco ruido. Edmundo había estado tratando de empujar un pesado sofá desde el salón hacia las escaleras, y pudo avanzar bastante. Ahora tenían que tratar de bajarlo, aunque no sería complicado con solo cinco escalones de bajada que tenía la escalera.
- Tú agarra desde delante, que tienes más fuerza que yo y podrás frenarlo para que no haga mucho ruido.
Finalmente, misión cumplida. De momento, parecían no haberse dado cuenta. Incluso parecían haber encontrado la manera de encender las hojas ahí dentro.
- Bueno, esto como mínimo nos dará unos cuantos minutos para hacer lo que tenemos que hacer.
En ese momento, escucharon ruidos fuertes afuera, por lo que fueron a mirar por la ventana.
- ¡No! ¡Hijos de mala madre! ¡Me están quemando la casa!
- No puede ser. Tenemos que apagar ese fuego. Oh, dioses, Edmundo, ¿te puedes encargar de eso tú solo? Tengo que ayudar a mi compañero. - dijo algo alterado al ver que se encontraba rodeado por Iraí y sus secuaces.
Sin esperar respuesta, abrió una ventana trasera para salir por ella, ya que la puerta de la casa estaba bloqueada por las llamas. Sin embargo, justo antes de salir, recordó que tenía que sacar los elixires. Fue a por ellos, y pudo salir ya que las llamas aún no se habían extendido gravemente.
Desde allí, oculto tras la casa de Edmundo, podría llevar a cabo su plan. (1) - Vale, es sencillo. Los adictos están ciegos por su propia obsesión. Cuando vean bayas de espino blanco caer desde el cielo, no se lo van a pensar dos veces. Sólo tengo que elevar por encima de ellos los elixires de dulces sueños y luego voltearlos para hacer caer gotas, mientras hago que se vean como bayas de espino blanco. - Una vez repasado mentalmente el plan, era momento de realizarlo.
Se tomó unos segundos para entrar en su propia mente, ya que esto requería gran concentración. Una vez mentalizado, sacó la varita, tomó aire lentamente, lo soltó, y comenzó a hacer flotar los elixires con telequinésis para acabar colocándolos por encima de todos ellos. Luego, los volteó poco a poco para hacer caer gotas del elixir, e hizo que estas tomaran forma de bayas rojas mientras caían, como las del mencionado arbusto.
Intensa fue la sensación adrenalínica que notó Eberus al ver que dos de los secuaces de Iraí habían exclamado que llovía espino blanco, alertando a todos los demás, que desviaron su atención de Sango hacia las gotas de elixir camufladas, que intentaban recibir con su boca y manos, e incluso agachándose a sorberlas del suelo. Ahora, con todos ellos distraídos, Sango sólo tenía que preocuparse por Iraí. Un Iraí ahora también distraído por el desconcierto de ver cómo todos sus acompañantes le habían dejado de lado por la sustancia que él mismo les había hecho desear.
Mientras, Eberus seguía concentrado en su uso de la magia tras la casa de Edmundo, que cada vez más iba rodeándose de llamas. Pero con una tarea tan exigente a nivel mental, era difícil que tanto el olor a madera quemada como los posibles gritos de Edmundo pidiéndole ayuda desde dentro llegasen a reclamar su atención.
OFF: 1- Continuación de la resolución de un conflicto con el uso de mi profesión (alquimia)
- Amigo... No hemos podido completar los elixires - quiso bromear para relajar el ambiente, pero observando la expresión de su compañero al decir esas palabras decidió pararla pronto. - Que es broma, coño - dijo junto con una de sus características risas de tetera. - Mira, estos frascos nos van a hacer todo mucho más fácil.
Cuando Sango le apretó el hombro, Eberus comenzó a mentalizarse. Se le contagió repentinamente la seriedad con la que se estaba tomando la situación su compañero, y al imaginar al grupo de Iraí cargando contra ellos le entró un escalofrío por el cuerpo. Miró a Sango a los ojos, y sintió aquella sensación que llevaba tiempo sin experimentar. Eso que sentía cuando estaba a punto de infiltrarse con sus preciados colegas en lugares clave de aldeas enemigas allá en la Isla Tortuga.
- Sango, compañero, tenemos lo que necesitamos. Seguramente seamos menos que ellos, pero aún así somos superiores - Hizo un breve silencio para señalarle con la mirada un frasco que ocultaba dentro de su túnica y que había sacado para tener a su compañero informado. - Yo confío en ti. Te veo preparado - le puso la mano en el brazo con vigor. - Tú confía en mí. En peores tabernas me he metido. Ah, por cierto... - pausó para señalarse la sien con el dedo. - Ya sabes de lo que es capaz esta cabeza. La usaré también para ayudarte en la pelea, así que no te distraigas tú también con mis trucos.
En cuanto sintieron cerca el peligro, Eberus le dio la mano a Sango con firmeza y trató de darle confianza. - Estoy contigo, y estás conmigo - Se dirigieron hacia la casa todos excepto Sango.
Para tratar de que Calvo y Arcolargo entrasen también y no le causaran ningún problema a Sango, Eberus trató de conversar con ellos para distraerles.
- Oye, ¿cuál era ese chiste que le querías contar antes a él?
Calvo se mostró pensativo por unos segundos, pero luego comenzó a reír, contando el chiste entre carcajadas. - Es que... es que es buenísimo. Mira: ¿qué hace un arcanista en la base de los bio? - miró a todos en busca de alguna respuesta. - ¿Eh? ¿Eh? Pues buscar el objeto encantado - Comenzaron a reír descontroladamente Arcolargo y él . - ¿Lo pilláis? Porque los biocibernéticos son objetos. Me lo he inventado yo, eh. - Ante tal chiste que parecía no entender nadie, tampoco nadie reía. Eberus tuvo que fingir una risa, y tenía la suerte de que esta era contagiosa, causando más risas en ellos dos, y aumentando la confianza.
- Amigo, ese me ha gustado. Pero, ¿queréis escuchar uno mejor?
- No sé si será mejor que este, pero cuenta.
Mientras tanto, ya habían llegado todos al sótano. Sorprendentemente, este contaba también con cómodos asientos por el suelo y un ambiente acogedor. El olor ahí dentro se asemejaba al del humo de los cuencos de Iraí, pero era débil. - Oye, Edmundo, ¿y si nos traes un poco de espino? De ese que tenías arriba en la despensa. Por favor, así animamos un poco más la fiesta. - El brujo disimuló un gesto serio hacia Edmundo para indicarle que lo hiciera de verdad. Cuando el hombre cerdo ya había subido, Eberus generó una ilusión con la voz de este procedente de arriba: "Eberus, ¿dónde lo dejaste? Ven, que no lo encuentro". - Espera, que les cuento el chiste y voy - exclamó.
Tanto la joven chica como los hermanos de Edmundo y los dos acompañantes de Iraí, se alertaron al enterarse de la presencia del espino blanco, cosa que Eberus notó. - Poneos cómodos. Ahora traemos lo bueno. A lo que iba...
- El espino.
- Luego lo cuentas, por favor, tráenos el espino.
- Oh, vale, vale. Sí, buena idea. Estamos aquí en menos de lo que canta un gallo.
Cuando subió, Edmundo estaba cogiendo el espino. - Menos mal que me has entendido. Sabes cuál es mi plan, ¿no?
- Eh... ¿más o menos?
- Mira. Vamos a dejarles encerrados en el sótano. Tienes que sacarles las bayas de espino blanco a esos rulos si quieres que no se droguen de verdad, porque lo que vamos a hacer es tirarles los rulos al otro lado del sótano para que vayan a por ellos como locos, mientras tú y yo bloqueamos la puerta para que no puedan salir de ahí.
- Oh... pero, ¿y mis hermanos? Van a estar ahí dentro con esos dos matones.
- Edmundo. Tú sabes bien cómo se ponen con el espino. No van a hacer nada, ¿vale? Confía en mí.
- Va... vale. - Edmundo aceptó, aunque algo dudoso. - Por favor, ayúdame - le pidió a Eberus, algo tembloroso.
- Tranquilo. Pero para poder ayudarte, tienes que confiar en mí y hacer lo que digo. Venga, ve a por algo pesado que pueda bloquear la puerta. Yo les llevo el espino.
Afortunadamente, no haría falta mucho peso. La propia puerta del sótano, aunque pequeña, se podía cerrar con una robusta tabla acoplada a esta y un grueso enganche de metal.
- Bueno, aquí tenemos lo bueno, amigos. Hay para todos de sobra. - Llevaba una buena cantidad de rulos de hojas sin espino. Tanta, que casi se le caía de los brazos. Entonces, trató de fingir un tropiezo para tirar todo el espino hacia el otro lado del sótano.
- ¡Oh! Bueno, ahí tenéis. A disfrutar.
Los pobres adictos actuaron como era de esperar, lo que le dio a Eberus vía libre para salir y empezar a bloquear la puerta tratando de hacer poco ruido. Edmundo había estado tratando de empujar un pesado sofá desde el salón hacia las escaleras, y pudo avanzar bastante. Ahora tenían que tratar de bajarlo, aunque no sería complicado con solo cinco escalones de bajada que tenía la escalera.
- Tú agarra desde delante, que tienes más fuerza que yo y podrás frenarlo para que no haga mucho ruido.
Finalmente, misión cumplida. De momento, parecían no haberse dado cuenta. Incluso parecían haber encontrado la manera de encender las hojas ahí dentro.
- Bueno, esto como mínimo nos dará unos cuantos minutos para hacer lo que tenemos que hacer.
En ese momento, escucharon ruidos fuertes afuera, por lo que fueron a mirar por la ventana.
- ¡No! ¡Hijos de mala madre! ¡Me están quemando la casa!
- No puede ser. Tenemos que apagar ese fuego. Oh, dioses, Edmundo, ¿te puedes encargar de eso tú solo? Tengo que ayudar a mi compañero. - dijo algo alterado al ver que se encontraba rodeado por Iraí y sus secuaces.
Sin esperar respuesta, abrió una ventana trasera para salir por ella, ya que la puerta de la casa estaba bloqueada por las llamas. Sin embargo, justo antes de salir, recordó que tenía que sacar los elixires. Fue a por ellos, y pudo salir ya que las llamas aún no se habían extendido gravemente.
Desde allí, oculto tras la casa de Edmundo, podría llevar a cabo su plan. (1) - Vale, es sencillo. Los adictos están ciegos por su propia obsesión. Cuando vean bayas de espino blanco caer desde el cielo, no se lo van a pensar dos veces. Sólo tengo que elevar por encima de ellos los elixires de dulces sueños y luego voltearlos para hacer caer gotas, mientras hago que se vean como bayas de espino blanco. - Una vez repasado mentalmente el plan, era momento de realizarlo.
Se tomó unos segundos para entrar en su propia mente, ya que esto requería gran concentración. Una vez mentalizado, sacó la varita, tomó aire lentamente, lo soltó, y comenzó a hacer flotar los elixires con telequinésis para acabar colocándolos por encima de todos ellos. Luego, los volteó poco a poco para hacer caer gotas del elixir, e hizo que estas tomaran forma de bayas rojas mientras caían, como las del mencionado arbusto.
Intensa fue la sensación adrenalínica que notó Eberus al ver que dos de los secuaces de Iraí habían exclamado que llovía espino blanco, alertando a todos los demás, que desviaron su atención de Sango hacia las gotas de elixir camufladas, que intentaban recibir con su boca y manos, e incluso agachándose a sorberlas del suelo. Ahora, con todos ellos distraídos, Sango sólo tenía que preocuparse por Iraí. Un Iraí ahora también distraído por el desconcierto de ver cómo todos sus acompañantes le habían dejado de lado por la sustancia que él mismo les había hecho desear.
Mientras, Eberus seguía concentrado en su uso de la magia tras la casa de Edmundo, que cada vez más iba rodeándose de llamas. Pero con una tarea tan exigente a nivel mental, era difícil que tanto el olor a madera quemada como los posibles gritos de Edmundo pidiéndole ayuda desde dentro llegasen a reclamar su atención.
OFF: 1- Continuación de la resolución de un conflicto con el uso de mi profesión (alquimia)
Última edición por Eberus el Sáb Ago 13 2022, 21:10, editado 2 veces
Eberus
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
El escudo, en un primer momento, hizo efecto convirtiendo las armas con las que le golpeaban, simples garrotes, inofensivos en sus manos, en unas pesadas estacas de piedra muy difíciles de levantar (1). Sango los pateaba para alejarlos de él, pero ellos se empeñaban en volver a la carga, incluso arrastrando los garrotes de piedra y levantándolos para golpearle una vez más.
Eran muchos más pero desorganizados. Sí, tenían un objetivo claro, y la promesa de una recompensa, seguramente, se agitaba en sus cabezas para obligarles a moverse, no cejar en su empeño de derribar e incluso matar al pelirrojo, que se defendía de los ataques sin ceder un palmo de terreno a costa de un terrible derroche de energía que esperaba le diera el tiempo suficiente a sus compañeros.
De improvisto, una fuerte golpe en la espalda le empujó hacia delante, llevándose a tres de los colgados al suelo. Le dio tiempo a girarse y poner el escudo en medio de la trayectoria de la misma estaca de piedra que le había derribado. Al impacto, la cantidad de piedras se suplicó y el peso fue tan grande que su atacante la dejó caer encima de Sango que con ayuda del escudo la tiró a un lado. Sin embargo eso le dio el tiempo suficiente a su atacante para golpearle con una bota en la cara.
- Me estoy hartando de ti y de tu amigo el cerdo...- Iraí se colocó a horcajadas sobre él y le golpeó en la frente con el mango de la daga.- Entiéndelo, son solo negocios.
Iraí apuñaló a Sango con todas sus fuerzas y la hoja se hundió en su brazo derecho. Retorció el arma provocando un gran daño que Ben acompañó de un grito de dolor atroz. La sonrisa en el rosto de Iraí se intensificó hasta el momento en el que todos los que le rodeaban empezaron a gritar y pelearse. Gruñó y finalmente miró a Sango.
- Cuando esto acabe, bailarás cuando y como yo lo diga- apretó una vez más contra la herida y sacó el cuchillo de la herida.
Ben se llevó la mano libre a la herida y apretó para tratar de paliar el intenso dolor que sentía mientras a su alrededor, los colgados fueron cayendo uno a uno presa del truco que Edmundo y Eberus habían preparado. La herida comenzó a arder de manera inexplicable y su visión se enturbió, como si no fuera capaz de fijarla en un punto.
Edmundo, que estaba detrás de Eberus, celebró que su truco hubiera funcionado, sin embargo, pese al éxito, Iraí había conseguido derribar a Sango y contemplaba, furioso, el truco de los dos alquimistas. Aún así, fue capaz de sonreír al ver que la casa de Edmundo estaba en llamas. Se pasó el cuchillo a la otra mano y apuntó a la casa.
- Tus hermanos, ¿bien, no?
Edmundo echó un rápido vistazo a la casa y luego a Eberus e Iraí. Negó con la cabeza y se marchó a toda prisa al interior. Iraí soltó una carcajada y apuntó con el cuchillo a Eberus.
- No merece la pena, viejo. Márchate, lo que te haya prometido no merece la pena. Créeme, le conozco desde que era un simple lechón. De la mierda no puede salir nada bueno. Lárgate y prometo que no sufrirán- la amenaza fue acompañada de su característica sonrisa.
Ben, que sacudía la cabeza para quitarse la ceguera, fue capaz de incorporarse respirando intensamente para dejar de pensar en el dolor que sentía. Su brazo derecho, colgaba a un lado, dormido, y por suerte para él, la sangre no parecía fluir a través de la herida. Lo achacó al veneno, pero bien podía ser que la sangre simplemente cayera por su brazo, por el interior de la ropa.
Cogió la espada con la zurda y se levantó. Al fondo, veía una figura avanzar y otra quieta frente a él. Detrás de ellos, se escuchaba lo que parecía el crepitar de las llamas. Dio un paso y sintió el mundo moverse en torno a él. Se detuvo al instante y lanzó un grito ahogado mientras parpadeaba sin parar.
Avanzó con los ojos cerrados en dirección al borrón más lejano. Y sintió miedo. Le aterraba la idea de no ver qué se le acercaba, o qué tenía a su alcance o qué pasaría si daba un paso más. Desconfiaba de sus sentidos y aquello le generaba una ansiedad que solo podía remediar de una forma.
- Tú no te rindes, ¿verdad?- Sango se giró y levantó el brazo izquierdo, el de la espada.- Deja de resistirte, tus esfuerzos no te salvarán, tampoco a ti viejo.
- No lo entiendes- abrió los ojos para descubrirse entre Eberus e Iraí- Vidar me ha entregado la fuerza de su brazo para atravesarte con mi espada- escupió y volvió a cerrar los ojos.- Porque tú, maldito servidor de Fenrir, has de pagar por tus crímenes, porque los Dioses así lo han querido. Se acabaron tus vacuas amenazas, se acabó tu tiempo de explotar los cuerpos de esta pobre gente, se acabó tu tiempo en este mundo. Los Dioses te sentencian a muerte y mi brazo ejecutará la orden.
El licántropo, torció el gesto, cansado de escuchar a Sango y con un ágil movimiento se plantó frente a un Sango completamente desconcentrado que ni siquiera se movió ante el avance del licántropo que volvió a esgrimir la daga contra él. Su intención, a ojos de cualquiera que contemplara la batalla, era apuñalar de nuevo a Sango. Sin embargo, Ben regresó.
- ¡Porque yo, Ben Nelad de Cedralada, te mataré, Iraí y maldigo tu nombre y serás recordado como Iraí el "Devorador de Conciencias" y yo seré quien te erradique de este mundo o brindaré esta noche con los Dioses en el Valhalla! (3)
Sango lanzó un ataque en forma de barrido que desvió las intenciones de Iraí que volvió a la carga pero que no esperó que Ben ejecutará un golpe en el movimiento de retroceso. La espada impactó en el brazo que sostenía el arma y el licántropo aulló de dolor. Pero lejos de lamentarse, su aullido pasó del dolor a la rabia en lo que dura un chasquido de dedos. De sus manos salieron unas garras (4) que se lanzaron hacia él.
Sus manos eran terriblemente rápidas y pese a que la armadura se lo puso difícil, los golpes se iban acumulando. La rabia se apoderó del licántropo que recrudeció sus ataques, cada vez más fuertes hasta que encontró le camino: sus garras se engancharon en la herida abierta que le había hecho con el cuchillo. Ben gritó e Iraí aulló de placer. El licántropo tiró para desengancharse pero no fue capaz y Ben, con su último aliento levantó la espada y golpeó con todas las fuerzas que le quedaban (5) el brazo enganchado de Iraí.
La presión desapareció, Ben cayó de rodillas al suelo y el brazo cercenado de Iraí comenzó a sangrar. El licántropo aulló y fue capaz de golpear con el brazo sano, una vez más, a Sango que cayó al suelo. El licántropo estaba herido de muerte, pensaba, solo era cuestión de tiempo que muriera desangrado o que Eberus le diera el toque final. Sus ojos se cerraron y antes de irse, sonrió.
Su mano izquierda aun empuñaba la espada.
(2) El arma de Iraí esta envenenada. La referencia se coge del mercado "Toque de Sopor": [Veneno, Limitado, 1 Uso] Gel amarillento que, al aplicarse en un arma, permite que envenene al herir. El afectado sentirá un intenso calor que le hará comenzar a marearse. Mientras más persista combatiendo, más mareado se sentirá, hasta caer inconsciente. Dura 10 minutos en el arma.
(3) Uso de habilidad de Sango. ¡Al Valhalla! [1 uso]
Durante la batalla, este poderoso grito de guerra infunde nuevas esperanzas en los corazones de sus aliados y puede llegar a intimidar a sus adversarios. Cuando Sango grita, la adrenalina se dispara y permite que tanto él como sus aliados ignoren parte del daño recibido y les permite lanzarse al ataque, una vez más, para gloria y regocijo de los Dioses.
(4) Habilidad usada por Iraí "Falsa falange" [1 uso, 2 turnos]
En forma humana, el licántropo es capaz de transformar sus dedos en unas garras afiladas que le dan un mayor poder destructivo a cambio de perder percepción del entorno.
(5) Uso de habilidad de Sango. Contraataque [2 usos]
Inmediatamente después de recibir un ataque, Sango, realiza un ataque contra su contrincante, este golpe se considera muy difícil de esquivar y puede llegar a causar heridas graves.
Resumen: la trampa de Eberus funciona; Iraí y Sango pelean. Ambos salen gravemente heridos del combate:
Ben-puñalada en brazo derecho con hoja envenenada (brazo derecho fuera y sintomas de envenamiento según descripción de objeto. Garras de licántropo sobre herida abierta y desgarro de la misma.
Iraí- corte en brazo de arma (diestro) y posterior amputación del mismo con un espadazo.
Eran muchos más pero desorganizados. Sí, tenían un objetivo claro, y la promesa de una recompensa, seguramente, se agitaba en sus cabezas para obligarles a moverse, no cejar en su empeño de derribar e incluso matar al pelirrojo, que se defendía de los ataques sin ceder un palmo de terreno a costa de un terrible derroche de energía que esperaba le diera el tiempo suficiente a sus compañeros.
De improvisto, una fuerte golpe en la espalda le empujó hacia delante, llevándose a tres de los colgados al suelo. Le dio tiempo a girarse y poner el escudo en medio de la trayectoria de la misma estaca de piedra que le había derribado. Al impacto, la cantidad de piedras se suplicó y el peso fue tan grande que su atacante la dejó caer encima de Sango que con ayuda del escudo la tiró a un lado. Sin embargo eso le dio el tiempo suficiente a su atacante para golpearle con una bota en la cara.
- Me estoy hartando de ti y de tu amigo el cerdo...- Iraí se colocó a horcajadas sobre él y le golpeó en la frente con el mango de la daga.- Entiéndelo, son solo negocios.
Iraí apuñaló a Sango con todas sus fuerzas y la hoja se hundió en su brazo derecho. Retorció el arma provocando un gran daño que Ben acompañó de un grito de dolor atroz. La sonrisa en el rosto de Iraí se intensificó hasta el momento en el que todos los que le rodeaban empezaron a gritar y pelearse. Gruñó y finalmente miró a Sango.
- Cuando esto acabe, bailarás cuando y como yo lo diga- apretó una vez más contra la herida y sacó el cuchillo de la herida.
Ben se llevó la mano libre a la herida y apretó para tratar de paliar el intenso dolor que sentía mientras a su alrededor, los colgados fueron cayendo uno a uno presa del truco que Edmundo y Eberus habían preparado. La herida comenzó a arder de manera inexplicable y su visión se enturbió, como si no fuera capaz de fijarla en un punto.
Edmundo, que estaba detrás de Eberus, celebró que su truco hubiera funcionado, sin embargo, pese al éxito, Iraí había conseguido derribar a Sango y contemplaba, furioso, el truco de los dos alquimistas. Aún así, fue capaz de sonreír al ver que la casa de Edmundo estaba en llamas. Se pasó el cuchillo a la otra mano y apuntó a la casa.
- Tus hermanos, ¿bien, no?
Edmundo echó un rápido vistazo a la casa y luego a Eberus e Iraí. Negó con la cabeza y se marchó a toda prisa al interior. Iraí soltó una carcajada y apuntó con el cuchillo a Eberus.
- No merece la pena, viejo. Márchate, lo que te haya prometido no merece la pena. Créeme, le conozco desde que era un simple lechón. De la mierda no puede salir nada bueno. Lárgate y prometo que no sufrirán- la amenaza fue acompañada de su característica sonrisa.
Ben, que sacudía la cabeza para quitarse la ceguera, fue capaz de incorporarse respirando intensamente para dejar de pensar en el dolor que sentía. Su brazo derecho, colgaba a un lado, dormido, y por suerte para él, la sangre no parecía fluir a través de la herida. Lo achacó al veneno, pero bien podía ser que la sangre simplemente cayera por su brazo, por el interior de la ropa.
Cogió la espada con la zurda y se levantó. Al fondo, veía una figura avanzar y otra quieta frente a él. Detrás de ellos, se escuchaba lo que parecía el crepitar de las llamas. Dio un paso y sintió el mundo moverse en torno a él. Se detuvo al instante y lanzó un grito ahogado mientras parpadeaba sin parar.
Avanzó con los ojos cerrados en dirección al borrón más lejano. Y sintió miedo. Le aterraba la idea de no ver qué se le acercaba, o qué tenía a su alcance o qué pasaría si daba un paso más. Desconfiaba de sus sentidos y aquello le generaba una ansiedad que solo podía remediar de una forma.
- Tú no te rindes, ¿verdad?- Sango se giró y levantó el brazo izquierdo, el de la espada.- Deja de resistirte, tus esfuerzos no te salvarán, tampoco a ti viejo.
- No lo entiendes- abrió los ojos para descubrirse entre Eberus e Iraí- Vidar me ha entregado la fuerza de su brazo para atravesarte con mi espada- escupió y volvió a cerrar los ojos.- Porque tú, maldito servidor de Fenrir, has de pagar por tus crímenes, porque los Dioses así lo han querido. Se acabaron tus vacuas amenazas, se acabó tu tiempo de explotar los cuerpos de esta pobre gente, se acabó tu tiempo en este mundo. Los Dioses te sentencian a muerte y mi brazo ejecutará la orden.
El licántropo, torció el gesto, cansado de escuchar a Sango y con un ágil movimiento se plantó frente a un Sango completamente desconcentrado que ni siquiera se movió ante el avance del licántropo que volvió a esgrimir la daga contra él. Su intención, a ojos de cualquiera que contemplara la batalla, era apuñalar de nuevo a Sango. Sin embargo, Ben regresó.
- ¡Porque yo, Ben Nelad de Cedralada, te mataré, Iraí y maldigo tu nombre y serás recordado como Iraí el "Devorador de Conciencias" y yo seré quien te erradique de este mundo o brindaré esta noche con los Dioses en el Valhalla! (3)
Sango lanzó un ataque en forma de barrido que desvió las intenciones de Iraí que volvió a la carga pero que no esperó que Ben ejecutará un golpe en el movimiento de retroceso. La espada impactó en el brazo que sostenía el arma y el licántropo aulló de dolor. Pero lejos de lamentarse, su aullido pasó del dolor a la rabia en lo que dura un chasquido de dedos. De sus manos salieron unas garras (4) que se lanzaron hacia él.
Sus manos eran terriblemente rápidas y pese a que la armadura se lo puso difícil, los golpes se iban acumulando. La rabia se apoderó del licántropo que recrudeció sus ataques, cada vez más fuertes hasta que encontró le camino: sus garras se engancharon en la herida abierta que le había hecho con el cuchillo. Ben gritó e Iraí aulló de placer. El licántropo tiró para desengancharse pero no fue capaz y Ben, con su último aliento levantó la espada y golpeó con todas las fuerzas que le quedaban (5) el brazo enganchado de Iraí.
La presión desapareció, Ben cayó de rodillas al suelo y el brazo cercenado de Iraí comenzó a sangrar. El licántropo aulló y fue capaz de golpear con el brazo sano, una vez más, a Sango que cayó al suelo. El licántropo estaba herido de muerte, pensaba, solo era cuestión de tiempo que muriera desangrado o que Eberus le diera el toque final. Sus ojos se cerraron y antes de irse, sonrió.
Su mano izquierda aun empuñaba la espada.
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(1) Encantamiento del escudo "Defensa Pétrea": Cada vez que el objeto encantado es golpeado por un ataque de otro objeto (arma, guante, bota, etc.), el objeto atacante se cubrirá de piedras alrededor del lugar del impacto, por dos turnos. Esto le volverá más pesado, puede inutilizar su filo o puntas, dificultar movimiento y, en general, dificultará su uso y efectividad.(2) El arma de Iraí esta envenenada. La referencia se coge del mercado "Toque de Sopor": [Veneno, Limitado, 1 Uso] Gel amarillento que, al aplicarse en un arma, permite que envenene al herir. El afectado sentirá un intenso calor que le hará comenzar a marearse. Mientras más persista combatiendo, más mareado se sentirá, hasta caer inconsciente. Dura 10 minutos en el arma.
(3) Uso de habilidad de Sango. ¡Al Valhalla! [1 uso]
Durante la batalla, este poderoso grito de guerra infunde nuevas esperanzas en los corazones de sus aliados y puede llegar a intimidar a sus adversarios. Cuando Sango grita, la adrenalina se dispara y permite que tanto él como sus aliados ignoren parte del daño recibido y les permite lanzarse al ataque, una vez más, para gloria y regocijo de los Dioses.
(4) Habilidad usada por Iraí "Falsa falange" [1 uso, 2 turnos]
En forma humana, el licántropo es capaz de transformar sus dedos en unas garras afiladas que le dan un mayor poder destructivo a cambio de perder percepción del entorno.
(5) Uso de habilidad de Sango. Contraataque [2 usos]
Inmediatamente después de recibir un ataque, Sango, realiza un ataque contra su contrincante, este golpe se considera muy difícil de esquivar y puede llegar a causar heridas graves.
Resumen: la trampa de Eberus funciona; Iraí y Sango pelean. Ambos salen gravemente heridos del combate:
Ben-puñalada en brazo derecho con hoja envenenada (brazo derecho fuera y sintomas de envenamiento según descripción de objeto. Garras de licántropo sobre herida abierta y desgarro de la misma.
Iraí- corte en brazo de arma (diestro) y posterior amputación del mismo con un espadazo.
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El truco había funcionado. Sí. Pero aún quedaba un gran problema con el que lidiar. Y Sango se hallaba en primera línea frente a él.
Iraí resultó ser un hábil combatiente, y de no ser por el desgaste mental momentáneo que le causó a Eberus la anterior hazaña, podría haber ayudado a que su compañero no recibiera ese puñal en su brazo. Sin embargo, de manera repentina recobró toda su capacidad mental al ver a su compañero retorcerse de dolor. Mayor fue el recobro de sus capacidades atencionales cuando pudo ver que, la daga con la que el licántropo había apuñalado a Sango, estaba recubierta de una sustancia con la que tenía algo de familiaridad. (1)
El viejo brujo estaba acostumbrado a tratar con gente manipuladora, y las palabras de Iraí no le sonaron a más que simples intentos para desconcertarle y hacerle dudar sobre sus acciones.
- Lobito de mierda... no hace falta que te preocupes por mí. Sé muy bien de quién me tengo que fiar, y de quién no. - le dijo mientras se secaba el sudor de su frente con la manga.
Mientras, parecía que Sango se estaba incorporando. Esto animó al brujo, que había comenzado a pensar que estaban jodidos. Por otro lado, sucedió lo que se esperaba. Sango estaba, en efecto, bajo los efectos de un veneno que estaría a punto de darle un completo giro a la situación. Rápido, Eberus trató de buscar con la mirada por los alrededores una planta que le ayudaría a contrarrestar los efectos durante unos minutos. Frustrado, se dio cuenta de que por allí no había ni un mísero brote de esta.
Eberus escuchaba ahora las palabras que le dedicaba su compañero a Iraí. Algo sorprendente sucedió, ya que siendo el brujo un completo ateo, dichas palabras referentes a los Dioses junto con el poderoso entusiasmo con el que las proclamaba Sango le llenaron de determinación y esperanzas. El pecho de Eberus se hinchó con valor y su cabeza comenzó a valorar numerosas posibilidades de acción contra el licántropo.
Demasiado rápido ocurrió todo, sin embargo. Ahora, Sango estaba arrodillado, sin posibilidad de hacer nada, e Iraí solo contaba con las garras de una de sus manos. De su otro brazo brotaba un abundante flujo de sangre. Eberus no podía darse ahora por vencido. Iraí aullaba de dolor, y parecía descentrado ante el fatal desmembramiento.
- ¡Sango! - exclamó Eberus al ver cómo se derrumbaba. - ¡Sango! Mierda... - Su compañero, ahora, estaba fuera de combate. Esto enfureció a Eberus. Pero se dio cuenta de que, aunque Sango estuviera fuera de combate, no lo estaba su espada.
- ¡Aaarghh! Hijo de... puta - Iraí se encorvaba, agonizando. Soltaba desesperados sonidos bestiales mientras trataba de taponar su brazo cercenado.
Dentro de su desbordante dolor, el licántropo no se había olvidado aún de Eberus. Y para tratar de mantenerle alejado, en uno de esos agónicos movimientos agarró su brazo del suelo, que aún agarraba la daga, y lo lanzó contra el brujo. Eberus, que no se lo esperaba, no supo reaccionar a tiempo y en lugar de esquivarlo tuvo que parar el ataque con sus brazos, recibiendo un corte leve en el antebrazo que, de no ser por el veneno, habría sido un corte inofensivo.
Con temor en sus entrañas, con la respiración agitada, deseó que Iraí cayera antes, porque si lo hiciera después, todo habría terminado para él. Su espíritu había sido vertido en el mundo únicamente por una maldita oferta de trabajo de una criatura que ni si quiera le agradaba demasiado.
Sabía que en cualquier momento caería inconsciente, así que no podía dejar en manos del azar el orden en el que caerían el licántropo y él. Tenía que hacer todo lo que estuviera en sus manos para intentar que fuera Iraí quien lo hiciese primero. Así que, volviendo su atención hacia Sango, pensó de nuevo en su espada. No podía alcanzarla con sus manos, pero podía hacer con su mente que volase hacia el cuello de su enemigo. O, al menos, podía intentarlo. Podría ser lo último que hiciera con su vida, así que tenía que reunir todas sus capacidades en esa acción.
No era fácil, pero tampoco era demasiado complicado. Iraí parecía que, aparte de la conmoción provocada por la pérdida de su brazo, no era consciente de lo que sucedía a su alrededor como lo era antes.
- Vamos, pícaro, puedes con ello. Tu vida depende de esto. Llevas toda tu vida lanzando objetos con tu mente, no puedes fallar ahora - se dijo a sí mismo mientras se concentraba para su siguiente, o última, acción.
Iraí se acercaba despacio hacia él. Aún le quedaban unos cuantos metros para alcanzarle, y lo hacía a un paso torpe, pero debía darse prisa. Mientras retrocedía, intentando ganar distancia y tiempo a la vez que le hacía ver a sí mismo menos como una amenaza con la que acabar rápido, se centraba en la espada, visualizando mentalmente cómo esta giraba velozmente en el aire mientras se dirigía hacia el cuello de Iraí para asestarle un tajo grave. Mientras comenzaba a tambalearse, se daba cuenta de que el movimiento era posible. Solo le quedaba llevarlo a cabo.
Haciendo que la espada se separase de la mano de Sango, la levantó en el aire para luego acercarla hacia Iraí por su retaguardia, y así poder provocar en ella el rápido movimiento hacia su punto débil. Su visión comenzaba a nublarse y el sudor le entraba en los ojos, por lo que tenía que darse prisa y hacer ya que la espada girase sobre sí misma con la velocidad apropiada para poder desgarrar carne para, finalmente... - ¡Argh!
Volcó todo su esfuerzo en hacer que la espada volase voraz hacia la yugular de Iraí. Último esfuerzo antes de caer al suelo, a escasos segundos de... ¿Morir? ¿Caer dormido para más tarde volver a despertar? Por los ahora tenues sonidos que escuchaba, y varias gotas de un líquido oscuro y viscoso que sintió caer en su rostro, comenzó a entrar en la inconsciencia sonriendo, con positividad... pero ya no podía levantar la cabeza para mirar y comprobarlo. Sus sentidos se apagaron mientras miraba al cielo.
Lo último que pudo escuchar, aunque de manera turbia, fue la voz de Edmundo pareciendo celebrar una victoria.
OFF:
1- Hago alusión a la profesión de Eberus, alquimista, especialmente a su especialización en venenos.
Iraí resultó ser un hábil combatiente, y de no ser por el desgaste mental momentáneo que le causó a Eberus la anterior hazaña, podría haber ayudado a que su compañero no recibiera ese puñal en su brazo. Sin embargo, de manera repentina recobró toda su capacidad mental al ver a su compañero retorcerse de dolor. Mayor fue el recobro de sus capacidades atencionales cuando pudo ver que, la daga con la que el licántropo había apuñalado a Sango, estaba recubierta de una sustancia con la que tenía algo de familiaridad. (1)
El viejo brujo estaba acostumbrado a tratar con gente manipuladora, y las palabras de Iraí no le sonaron a más que simples intentos para desconcertarle y hacerle dudar sobre sus acciones.
- Lobito de mierda... no hace falta que te preocupes por mí. Sé muy bien de quién me tengo que fiar, y de quién no. - le dijo mientras se secaba el sudor de su frente con la manga.
Mientras, parecía que Sango se estaba incorporando. Esto animó al brujo, que había comenzado a pensar que estaban jodidos. Por otro lado, sucedió lo que se esperaba. Sango estaba, en efecto, bajo los efectos de un veneno que estaría a punto de darle un completo giro a la situación. Rápido, Eberus trató de buscar con la mirada por los alrededores una planta que le ayudaría a contrarrestar los efectos durante unos minutos. Frustrado, se dio cuenta de que por allí no había ni un mísero brote de esta.
Eberus escuchaba ahora las palabras que le dedicaba su compañero a Iraí. Algo sorprendente sucedió, ya que siendo el brujo un completo ateo, dichas palabras referentes a los Dioses junto con el poderoso entusiasmo con el que las proclamaba Sango le llenaron de determinación y esperanzas. El pecho de Eberus se hinchó con valor y su cabeza comenzó a valorar numerosas posibilidades de acción contra el licántropo.
Demasiado rápido ocurrió todo, sin embargo. Ahora, Sango estaba arrodillado, sin posibilidad de hacer nada, e Iraí solo contaba con las garras de una de sus manos. De su otro brazo brotaba un abundante flujo de sangre. Eberus no podía darse ahora por vencido. Iraí aullaba de dolor, y parecía descentrado ante el fatal desmembramiento.
- ¡Sango! - exclamó Eberus al ver cómo se derrumbaba. - ¡Sango! Mierda... - Su compañero, ahora, estaba fuera de combate. Esto enfureció a Eberus. Pero se dio cuenta de que, aunque Sango estuviera fuera de combate, no lo estaba su espada.
- ¡Aaarghh! Hijo de... puta - Iraí se encorvaba, agonizando. Soltaba desesperados sonidos bestiales mientras trataba de taponar su brazo cercenado.
Dentro de su desbordante dolor, el licántropo no se había olvidado aún de Eberus. Y para tratar de mantenerle alejado, en uno de esos agónicos movimientos agarró su brazo del suelo, que aún agarraba la daga, y lo lanzó contra el brujo. Eberus, que no se lo esperaba, no supo reaccionar a tiempo y en lugar de esquivarlo tuvo que parar el ataque con sus brazos, recibiendo un corte leve en el antebrazo que, de no ser por el veneno, habría sido un corte inofensivo.
Con temor en sus entrañas, con la respiración agitada, deseó que Iraí cayera antes, porque si lo hiciera después, todo habría terminado para él. Su espíritu había sido vertido en el mundo únicamente por una maldita oferta de trabajo de una criatura que ni si quiera le agradaba demasiado.
Sabía que en cualquier momento caería inconsciente, así que no podía dejar en manos del azar el orden en el que caerían el licántropo y él. Tenía que hacer todo lo que estuviera en sus manos para intentar que fuera Iraí quien lo hiciese primero. Así que, volviendo su atención hacia Sango, pensó de nuevo en su espada. No podía alcanzarla con sus manos, pero podía hacer con su mente que volase hacia el cuello de su enemigo. O, al menos, podía intentarlo. Podría ser lo último que hiciera con su vida, así que tenía que reunir todas sus capacidades en esa acción.
No era fácil, pero tampoco era demasiado complicado. Iraí parecía que, aparte de la conmoción provocada por la pérdida de su brazo, no era consciente de lo que sucedía a su alrededor como lo era antes.
- Vamos, pícaro, puedes con ello. Tu vida depende de esto. Llevas toda tu vida lanzando objetos con tu mente, no puedes fallar ahora - se dijo a sí mismo mientras se concentraba para su siguiente, o última, acción.
Iraí se acercaba despacio hacia él. Aún le quedaban unos cuantos metros para alcanzarle, y lo hacía a un paso torpe, pero debía darse prisa. Mientras retrocedía, intentando ganar distancia y tiempo a la vez que le hacía ver a sí mismo menos como una amenaza con la que acabar rápido, se centraba en la espada, visualizando mentalmente cómo esta giraba velozmente en el aire mientras se dirigía hacia el cuello de Iraí para asestarle un tajo grave. Mientras comenzaba a tambalearse, se daba cuenta de que el movimiento era posible. Solo le quedaba llevarlo a cabo.
Haciendo que la espada se separase de la mano de Sango, la levantó en el aire para luego acercarla hacia Iraí por su retaguardia, y así poder provocar en ella el rápido movimiento hacia su punto débil. Su visión comenzaba a nublarse y el sudor le entraba en los ojos, por lo que tenía que darse prisa y hacer ya que la espada girase sobre sí misma con la velocidad apropiada para poder desgarrar carne para, finalmente... - ¡Argh!
Volcó todo su esfuerzo en hacer que la espada volase voraz hacia la yugular de Iraí. Último esfuerzo antes de caer al suelo, a escasos segundos de... ¿Morir? ¿Caer dormido para más tarde volver a despertar? Por los ahora tenues sonidos que escuchaba, y varias gotas de un líquido oscuro y viscoso que sintió caer en su rostro, comenzó a entrar en la inconsciencia sonriendo, con positividad... pero ya no podía levantar la cabeza para mirar y comprobarlo. Sus sentidos se apagaron mientras miraba al cielo.
Lo último que pudo escuchar, aunque de manera turbia, fue la voz de Edmundo pareciendo celebrar una victoria.
OFF:
1- Hago alusión a la profesión de Eberus, alquimista, especialmente a su especialización en venenos.
Eberus
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 210
Nivel de PJ : : 1
Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
Abrió los ojos. Fue un breve instante. Lo suficiente para saber que estaba vivo. Lo suficiente para ver que ya no estaba en el exterior. Lo suficiente para darse cuenta de que no sentía dolor, solo cansancio.
Unas manos trabajando sobre su cuerpo. Aplicaba paños, húmedos sobre sus heridas. No llevaba la armadura puesta, se las habían ingeniado para quitársela. Se obligó a mantenerse despierto pero el entorno en penumbra, el baile de las sombras a la luz de los candiles y los suaves movimientos le devolvieron al cálido abrazo del sueño.
La tercera vez que los abrió, quiso incorporarse pero el aire escapó de sus pulmones cuando clavó el peso de su cuerpo en el codo derecho.
- No te muevas... Edmundo dijo que no debías moverte, tengo que vigilar que no os hagáis daño- Sango giró la cabeza para clavar sus ojos en Rotkappchen que estaba sentada en una silla.- Tus heridas son graves, pero él te curó y a tu compañero.
- Ayúdame a levantarme, por favor.
- Pero él...
- Rotkappchen, por favor- dijo con voz ronca- ayúdame.
La mujer tuvo un momento de duda antes de ver la determinación en los ojos de Sango. Para su sorpresa, la mujer le agarró de tal manera que Ben solo tuvo que hacer un pequeño esfuerzo para que sus agarrotados músculos no supusieran mayor esfuerzo para Rotkappchen.
Sentado al borde de la cama, posó los pies en el suelo para descubrir que también le habían quitado las botas. Solo tenía los pantalones y seguramente se los habían dejado por decencia. Gruñó molesto por el hecho de que habían manipulado su equipo sin su permiso. La mujer no le dio un respiro y tiró de él para que se pusiera en pie. Sango se resistió.
- Por todos los Dioses, dame un momento.
- Pero si has dicho que querías ayuda para levantarte.
Insistió tirando de él y Ben cedió ante los intentos de ella. Se puso en pie y se apoyó en la mujer que le condujo sin demora al pasillo. El paso era lento y servía para estirar los músculos y las articulaciones que, supuso, se habían agarrotado como consecuencia del veneno utilizado por Iraí.
Descubrió que estaban en el piso superior y cuando se asomó a la escalera Edmundo subió corriendo hacia ellos, braceando y gritando cosas que Ben no entendió. Al llegar a su altura le inspeccionó todas las heridas y luego despachó a Rotkappchen para que fuera con Eberus.
- Te clavó un puñal envenenado, lo retorció y luego te golpeó con las garras... ¿cómo es posible que estés en pie en tan poco tiempo?
Ben apoyó el peso del cuerpo en el lado izquierdo, el menos castigado por el combate. Le dedicó una breve sonrisa a Edmundo. Le dolía el brazo derecho. Estaba seguro de que pasaría un tiempo hasta que volviera a recuperar, completamente, la movilidad.
- Uno aprende a vivir con ello. Aprendes a levantarte antes de que el dolor te deje pegado a la tierra para siempre.
Ben observó a varios de los tipos con los que había peleado, atados pasándose una pipa de la que fumaban pequeñas caladas sin compartir ni una sola palabra. Ben señaló con la cabeza y Edmundo comprendió al instante pero antes de que pudiera explicar nada, Ben recordó el fuego de la casa.
- ¿Cómo apagasteis el fuego?
- Fue sencillo, vine corriendo a casa, y con levadura y agua desinfectante, ya ves- al ver la cara de desconcierto de Sango le explicó el proceso de creación.- El agua normal se debe saturar con éter, este agua se somete a un proceso de destilación fragmentada y se obtiene el agua que... bueno, no te aburro con más detalles, sirve para desinfectar heridas, ya ves.
- ¿Qué?- Sacudió la cabeza y se fijó en que su compañero Eberus llegaba junto a la mujer.- No entendí nada, ¿cómo lo apagasteis?
- Cogemos ese agua, lo metemos en una botella, luego la levadura, ¿sí? Luego se agita la mezcla y al destapar, sale una espuma que consume las llamas- señaló varios puntos de la casa con claros signos de fuego.- Es un invento de mi cosecha, ya veis.
Sango no se había enterado de nada, pero allí no había fuego y eso le bastaba. Acto seguido le preguntó a Edmundo por qué fumaban.
- El proceso de desintoxicación va a llevar tiempo. No es algo instantáneo. He rebajado las cantidades. No les servirá, pero espero que con el elixir que hemos preparado... Bueno, aquí Rotkappchen se ofreció voluntaria para probarlo. Parece hacer efecto, aunque es pronto para sacar conclusiones...- miró a la mujer con la capa roja.- Pero estará bien. Se dedicaba al cuidado de gente anciana antes de que... Bueno, ya veis.
- ¿Recuperarán sus vidas?
- Tendrán que rehacerlas- respondió al instante.- No me malinterpretéis, tardarán en darse cuenta de cómo han gastado los últimos meses de sus vidas y puede que la realidad les golpee tan fuerte que...- tragó saliva.- Como veis contemplo una gran variedad de escenarios... Espero que mantengan la cabeza ocupada, aquí hay trabajo de sobra y trataré de que su vida a partir de ahora mejore. Ese es mi deseo.
- Noble deseo, sin duda, pero aún recuerdo como ayer eras capaz de mentirnos, al menos ocultarnos parte de los hechos. Edmundo, no siento ninguna pena por ti, lo que hicisteis tú e Iraí con esta gente... Mereces un castigo, severo, por ello, pero veo que tu voluntad de redención es sincera. Al final los Dioses juzgarán si tus crímenes pesan más que tus actos por enmendar tus errores- sin darse cuenta Sango había avanzado hacia un acobardado Edmundo que no esperaba para nada aquel discurso. Ben hizo una ligera reverencia.- De verdad, te deseo lo mejor, no solo por ti, sino por esta pobre gente.
Sango apoyó su mano izquierda en la barandilla de la escalera y observó una especie de juego que tenían ahí abajo mientras pensaba en cómo una vida podía destruirse por una mala decisión. Un mal giro en el largo camino de la vida. Ben escuchó los efectos del elixir.
- Oh, Eberus, déjame que te explique... Les administré unas gotas del elixir junto con algo de comer. Un par, nada más. Les atonta, les hace salir del bucle y sienten miedo. Para calmarles hay que darles espino rebajado. De colega a colega, ¿debo darles espino con mayor frecuencia los primeros días y luego reducir la cantidad? Había pensado en que quizás era mejor que ocuparan la cabeza con trabajo físico... hay espacio de sobra para que construyan casas, pueden trabajar la tierra...- suspiró.- Y luego, el elixir, ¿lo administro con las comidas? O...
Ben desconectó de la conversación. Edmundo debía ocuparse de un gran número de personas. Solo. Era el castigo que se le imponía, no haría nada más por ayudarle. Habían cumplido: rescataron a sus hermanos y los llevaron a salvo con Edmundo; descubrieron la historia real detrás de todo aquel lío; deshicieron el negocio de un contrabandista o lo que demonios fuera Iraí; rescataron a los adictos y los dejaron al cargo de Edmundo; y finalmente se deshicieron del licántropo.
- Os doy las gracias. A los dos. Mientras pueda hacer algo por ellos mi conciencia podrá estar tranquila y eso es más de lo que podía decir ayer. Gracias.
Sango se giró y miró a Edmundo antes de hacer una ligera reverencia con la cabeza. Habían cumplido.
Unas manos trabajando sobre su cuerpo. Aplicaba paños, húmedos sobre sus heridas. No llevaba la armadura puesta, se las habían ingeniado para quitársela. Se obligó a mantenerse despierto pero el entorno en penumbra, el baile de las sombras a la luz de los candiles y los suaves movimientos le devolvieron al cálido abrazo del sueño.
La tercera vez que los abrió, quiso incorporarse pero el aire escapó de sus pulmones cuando clavó el peso de su cuerpo en el codo derecho.
- No te muevas... Edmundo dijo que no debías moverte, tengo que vigilar que no os hagáis daño- Sango giró la cabeza para clavar sus ojos en Rotkappchen que estaba sentada en una silla.- Tus heridas son graves, pero él te curó y a tu compañero.
- Ayúdame a levantarme, por favor.
- Pero él...
- Rotkappchen, por favor- dijo con voz ronca- ayúdame.
La mujer tuvo un momento de duda antes de ver la determinación en los ojos de Sango. Para su sorpresa, la mujer le agarró de tal manera que Ben solo tuvo que hacer un pequeño esfuerzo para que sus agarrotados músculos no supusieran mayor esfuerzo para Rotkappchen.
Sentado al borde de la cama, posó los pies en el suelo para descubrir que también le habían quitado las botas. Solo tenía los pantalones y seguramente se los habían dejado por decencia. Gruñó molesto por el hecho de que habían manipulado su equipo sin su permiso. La mujer no le dio un respiro y tiró de él para que se pusiera en pie. Sango se resistió.
- Por todos los Dioses, dame un momento.
- Pero si has dicho que querías ayuda para levantarte.
Insistió tirando de él y Ben cedió ante los intentos de ella. Se puso en pie y se apoyó en la mujer que le condujo sin demora al pasillo. El paso era lento y servía para estirar los músculos y las articulaciones que, supuso, se habían agarrotado como consecuencia del veneno utilizado por Iraí.
Descubrió que estaban en el piso superior y cuando se asomó a la escalera Edmundo subió corriendo hacia ellos, braceando y gritando cosas que Ben no entendió. Al llegar a su altura le inspeccionó todas las heridas y luego despachó a Rotkappchen para que fuera con Eberus.
- Te clavó un puñal envenenado, lo retorció y luego te golpeó con las garras... ¿cómo es posible que estés en pie en tan poco tiempo?
Ben apoyó el peso del cuerpo en el lado izquierdo, el menos castigado por el combate. Le dedicó una breve sonrisa a Edmundo. Le dolía el brazo derecho. Estaba seguro de que pasaría un tiempo hasta que volviera a recuperar, completamente, la movilidad.
- Uno aprende a vivir con ello. Aprendes a levantarte antes de que el dolor te deje pegado a la tierra para siempre.
Ben observó a varios de los tipos con los que había peleado, atados pasándose una pipa de la que fumaban pequeñas caladas sin compartir ni una sola palabra. Ben señaló con la cabeza y Edmundo comprendió al instante pero antes de que pudiera explicar nada, Ben recordó el fuego de la casa.
- ¿Cómo apagasteis el fuego?
- Fue sencillo, vine corriendo a casa, y con levadura y agua desinfectante, ya ves- al ver la cara de desconcierto de Sango le explicó el proceso de creación.- El agua normal se debe saturar con éter, este agua se somete a un proceso de destilación fragmentada y se obtiene el agua que... bueno, no te aburro con más detalles, sirve para desinfectar heridas, ya ves.
- ¿Qué?- Sacudió la cabeza y se fijó en que su compañero Eberus llegaba junto a la mujer.- No entendí nada, ¿cómo lo apagasteis?
- Cogemos ese agua, lo metemos en una botella, luego la levadura, ¿sí? Luego se agita la mezcla y al destapar, sale una espuma que consume las llamas- señaló varios puntos de la casa con claros signos de fuego.- Es un invento de mi cosecha, ya veis.
Sango no se había enterado de nada, pero allí no había fuego y eso le bastaba. Acto seguido le preguntó a Edmundo por qué fumaban.
- El proceso de desintoxicación va a llevar tiempo. No es algo instantáneo. He rebajado las cantidades. No les servirá, pero espero que con el elixir que hemos preparado... Bueno, aquí Rotkappchen se ofreció voluntaria para probarlo. Parece hacer efecto, aunque es pronto para sacar conclusiones...- miró a la mujer con la capa roja.- Pero estará bien. Se dedicaba al cuidado de gente anciana antes de que... Bueno, ya veis.
- ¿Recuperarán sus vidas?
- Tendrán que rehacerlas- respondió al instante.- No me malinterpretéis, tardarán en darse cuenta de cómo han gastado los últimos meses de sus vidas y puede que la realidad les golpee tan fuerte que...- tragó saliva.- Como veis contemplo una gran variedad de escenarios... Espero que mantengan la cabeza ocupada, aquí hay trabajo de sobra y trataré de que su vida a partir de ahora mejore. Ese es mi deseo.
- Noble deseo, sin duda, pero aún recuerdo como ayer eras capaz de mentirnos, al menos ocultarnos parte de los hechos. Edmundo, no siento ninguna pena por ti, lo que hicisteis tú e Iraí con esta gente... Mereces un castigo, severo, por ello, pero veo que tu voluntad de redención es sincera. Al final los Dioses juzgarán si tus crímenes pesan más que tus actos por enmendar tus errores- sin darse cuenta Sango había avanzado hacia un acobardado Edmundo que no esperaba para nada aquel discurso. Ben hizo una ligera reverencia.- De verdad, te deseo lo mejor, no solo por ti, sino por esta pobre gente.
Sango apoyó su mano izquierda en la barandilla de la escalera y observó una especie de juego que tenían ahí abajo mientras pensaba en cómo una vida podía destruirse por una mala decisión. Un mal giro en el largo camino de la vida. Ben escuchó los efectos del elixir.
- Oh, Eberus, déjame que te explique... Les administré unas gotas del elixir junto con algo de comer. Un par, nada más. Les atonta, les hace salir del bucle y sienten miedo. Para calmarles hay que darles espino rebajado. De colega a colega, ¿debo darles espino con mayor frecuencia los primeros días y luego reducir la cantidad? Había pensado en que quizás era mejor que ocuparan la cabeza con trabajo físico... hay espacio de sobra para que construyan casas, pueden trabajar la tierra...- suspiró.- Y luego, el elixir, ¿lo administro con las comidas? O...
Ben desconectó de la conversación. Edmundo debía ocuparse de un gran número de personas. Solo. Era el castigo que se le imponía, no haría nada más por ayudarle. Habían cumplido: rescataron a sus hermanos y los llevaron a salvo con Edmundo; descubrieron la historia real detrás de todo aquel lío; deshicieron el negocio de un contrabandista o lo que demonios fuera Iraí; rescataron a los adictos y los dejaron al cargo de Edmundo; y finalmente se deshicieron del licántropo.
- Os doy las gracias. A los dos. Mientras pueda hacer algo por ellos mi conciencia podrá estar tranquila y eso es más de lo que podía decir ayer. Gracias.
Sango se giró y miró a Edmundo antes de hacer una ligera reverencia con la cabeza. Habían cumplido.
Sango
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