Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
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Re: Los tres hermanos, el incienso y la menta [Trabajo] [Eberus, Sango]
Poco a poco Eberus comenzó a recobrar la conciencia. Cuando su cerebro recibió la activación mínima como para recordar la situación con la que había acabado inconsciente, se sobresaltó y trató de incorporarse, encontrándose con que sus brazos no le respondían bien aún y volviendo a quedar tumbado.
Se dio cuenta, al menos, de que ya no se encontraba allí. El éter del ambiente le resultó muy similar al de la casa de Edmundo, y el aire retenía olor a madera quemada, por lo que supuso que allí se hallaba.
- ¡Sango! ¡Sango! - exclamó medio balbuceando. Temía que las heridas de su compañero hubieran resultado finalmente demasiado graves. Sango, que ya se había levantado, fue a tranquilizarle y ambos se estrecharon la mano, sonriendo orgullosos.
- Eres un maldito toro, amigo. Mira que cortecillo me llevé yo, y sigo aquí tumbado. Enhorabuena, compañero. Lo hemos hecho.
Eberus necesitó unos momentos para incorporarse con la ayuda de Rotkappchen. - Chavalilla, mucho espino blanco, pero el viaje que te pega esto... - bromeó aludiendo al veneno de la hoja de Iraí.
- Eberus, vuestra... vuestra mezcla, espero que de verdad nos ayude. Estoy muy confusa, pero confío en vosotros. Supongo que, bueno... - pausó durante unos segundos. La chica mostraba una sonrisa acompañada de una expresión melancólica. - Pensando un poco en todo, parece que solo queréis hacer algo bueno. Creo que Iraí solo nos utilizaba sin importarle nuestra salud. No es normal que sienta unas ganas tan grandes de... - comenzó a sollozar poco a poco. - Fumar una maldita planta, y que necesite de la ayuda de unos médicos como vosotros para que empiece a dejar de sentir eso, aunque sea por... por pequeños momentos.
La chica y el brujo estaban aún sentados en la cama, y Eberus notó un atisbo de regocijo en su interior por haber acabado con el principal causante de que todas esas personas hubieran llegado a estar como están, y por haber participado en la solución a su adicción. - Bueno, chica... médicos no somos. En realidad somos un poco como Iraí, solo que nos importan un poco más los demás. Me alegra saber que empiezas a sentirte mejor, y te recomiendo tener mucha paciencia. Todo lo malo que sientas mientras estás con el elixir significa que el vínculo entre el espino y tú se está rompiendo - le dio unas suaves palmadas en la espalda.
No era absolutamente nada común en Eberus soltar palabras como las que acababa de soltar, pero las palabras de aquella pobre chica, junto con la emoción de haber acabado con todo con su compañero y, posiblemente, el efecto remanente del veneno, dejaron salir el lado más cálido del brujo.
- Y por supuesto, que ese vínculo se rompa no es malo. Es, de hecho, lo mejor. Puede que ahora tengas pensamientos confusos. Seguramente empieces a dudar sobre si el espino en realidad te hacía mal o te hacía bien, pero chica, precisamente con el tiempo esas dudas desaparecerán y te darás cuenta de que ya no las tienes. Y cuando ya no las tengas sabrás que las dudas eran parte de la tormenta que causaba en tu mente aquella planta que una vez te tuvo atrapada. Hazme caso... yo estuve en un lugar parecido al tuyo - Eberus notó que la joven encapuchada miraba hacia el suelo, pensativa. - Bueno, chica, ayúdame. Y si mis palabras te han ayudado, haz que le sirvan también a tus compañeros, anda. Ánimos, pequeña.
Eberus ya estaba de pie con Sango y Edmundo, y Rotkappchen bajaba las escaleras mirándoles con una débil sonrisa.
- Edmundo... confío en que sabrás hacer lo mejor para ellos. Supiste muy bien cómo trabajar con los elixires, así que confía en ti tú también - le dijo, en parte, para no decirle que su trabajo ya había acabado y quería largarse ya de aquella casa, aquella finca y aquel poblado. - Parece que a la chica no le va mal. Pero ten mucha paciencia con ellos.
- Es que... no sé si será mejor que les vaya po...
- Edmundo. Me duele la cabeza. Por los dioses, tendrás por aquí nuestro dinero, ¿no?
Edmundo, que con tantas cosas en la cabeza sobre el trabajo que aún le quedaba por hacer se había olvidado del contrato, volvió por un momento a recordar la victoria contra el que le había complicado la vida durante lunas y lunas.
- Oh... madre mía. Que no os lo he podido agradecer. Amigos, a pesar de todo, habéis conseguido hacer lo que os pedí. Las cosas como son. Habéis acabado con Iraí, y aunque mi trabajo aún no termine aquí, el vuestro... ya véis - Edmundo, emocionado, se acercó a Eberus y a Sango para darles un corto abrazo a cada uno - Os doy las gracias. A los dos. Mientras pueda hacer algo por ellos mi conciencia podrá estar tranquila y eso es más de lo que podía decir ayer. Gracias.
Eberus no levantó los brazos para devolverle el abrazo, pero no se apartó, que ya es decir.
- En menudo fregado nos metiste, cabrón... - dijo moviendo la cabeza a los lados, pero con una sonrisa. - Bueno, mucho ánimo con estos drogatas. Sabrás apañártelas, Edmundo.
Cuando Edmundo les pagó y se despidieron finalmente, Eberus, una vez había bajado las escaleras, volvió al salón donde, en una estantería, seguía el libro de los apuntes de Edmundo al que le había echado el ojo anteriormente. Muy, muy grata fue su sorpresa cuando, al lado de aquel, pudo ver otro que se veía más profesional y que contaba con más páginas. Por las molestias, se tomó la libertad de apropiárselo cuando tuvo oportunidad de hacerlo sin ser visto. En la tapa se leía: "Sobre plantas y su relevancia en el mundo moderno y su impacto en la Alquimia".
Se dio cuenta, al menos, de que ya no se encontraba allí. El éter del ambiente le resultó muy similar al de la casa de Edmundo, y el aire retenía olor a madera quemada, por lo que supuso que allí se hallaba.
- ¡Sango! ¡Sango! - exclamó medio balbuceando. Temía que las heridas de su compañero hubieran resultado finalmente demasiado graves. Sango, que ya se había levantado, fue a tranquilizarle y ambos se estrecharon la mano, sonriendo orgullosos.
- Eres un maldito toro, amigo. Mira que cortecillo me llevé yo, y sigo aquí tumbado. Enhorabuena, compañero. Lo hemos hecho.
Eberus necesitó unos momentos para incorporarse con la ayuda de Rotkappchen. - Chavalilla, mucho espino blanco, pero el viaje que te pega esto... - bromeó aludiendo al veneno de la hoja de Iraí.
- Eberus, vuestra... vuestra mezcla, espero que de verdad nos ayude. Estoy muy confusa, pero confío en vosotros. Supongo que, bueno... - pausó durante unos segundos. La chica mostraba una sonrisa acompañada de una expresión melancólica. - Pensando un poco en todo, parece que solo queréis hacer algo bueno. Creo que Iraí solo nos utilizaba sin importarle nuestra salud. No es normal que sienta unas ganas tan grandes de... - comenzó a sollozar poco a poco. - Fumar una maldita planta, y que necesite de la ayuda de unos médicos como vosotros para que empiece a dejar de sentir eso, aunque sea por... por pequeños momentos.
La chica y el brujo estaban aún sentados en la cama, y Eberus notó un atisbo de regocijo en su interior por haber acabado con el principal causante de que todas esas personas hubieran llegado a estar como están, y por haber participado en la solución a su adicción. - Bueno, chica... médicos no somos. En realidad somos un poco como Iraí, solo que nos importan un poco más los demás. Me alegra saber que empiezas a sentirte mejor, y te recomiendo tener mucha paciencia. Todo lo malo que sientas mientras estás con el elixir significa que el vínculo entre el espino y tú se está rompiendo - le dio unas suaves palmadas en la espalda.
No era absolutamente nada común en Eberus soltar palabras como las que acababa de soltar, pero las palabras de aquella pobre chica, junto con la emoción de haber acabado con todo con su compañero y, posiblemente, el efecto remanente del veneno, dejaron salir el lado más cálido del brujo.
- Y por supuesto, que ese vínculo se rompa no es malo. Es, de hecho, lo mejor. Puede que ahora tengas pensamientos confusos. Seguramente empieces a dudar sobre si el espino en realidad te hacía mal o te hacía bien, pero chica, precisamente con el tiempo esas dudas desaparecerán y te darás cuenta de que ya no las tienes. Y cuando ya no las tengas sabrás que las dudas eran parte de la tormenta que causaba en tu mente aquella planta que una vez te tuvo atrapada. Hazme caso... yo estuve en un lugar parecido al tuyo - Eberus notó que la joven encapuchada miraba hacia el suelo, pensativa. - Bueno, chica, ayúdame. Y si mis palabras te han ayudado, haz que le sirvan también a tus compañeros, anda. Ánimos, pequeña.
Eberus ya estaba de pie con Sango y Edmundo, y Rotkappchen bajaba las escaleras mirándoles con una débil sonrisa.
- Edmundo... confío en que sabrás hacer lo mejor para ellos. Supiste muy bien cómo trabajar con los elixires, así que confía en ti tú también - le dijo, en parte, para no decirle que su trabajo ya había acabado y quería largarse ya de aquella casa, aquella finca y aquel poblado. - Parece que a la chica no le va mal. Pero ten mucha paciencia con ellos.
- Es que... no sé si será mejor que les vaya po...
- Edmundo. Me duele la cabeza. Por los dioses, tendrás por aquí nuestro dinero, ¿no?
Edmundo, que con tantas cosas en la cabeza sobre el trabajo que aún le quedaba por hacer se había olvidado del contrato, volvió por un momento a recordar la victoria contra el que le había complicado la vida durante lunas y lunas.
- Oh... madre mía. Que no os lo he podido agradecer. Amigos, a pesar de todo, habéis conseguido hacer lo que os pedí. Las cosas como son. Habéis acabado con Iraí, y aunque mi trabajo aún no termine aquí, el vuestro... ya véis - Edmundo, emocionado, se acercó a Eberus y a Sango para darles un corto abrazo a cada uno - Os doy las gracias. A los dos. Mientras pueda hacer algo por ellos mi conciencia podrá estar tranquila y eso es más de lo que podía decir ayer. Gracias.
Eberus no levantó los brazos para devolverle el abrazo, pero no se apartó, que ya es decir.
- En menudo fregado nos metiste, cabrón... - dijo moviendo la cabeza a los lados, pero con una sonrisa. - Bueno, mucho ánimo con estos drogatas. Sabrás apañártelas, Edmundo.
Cuando Edmundo les pagó y se despidieron finalmente, Eberus, una vez había bajado las escaleras, volvió al salón donde, en una estantería, seguía el libro de los apuntes de Edmundo al que le había echado el ojo anteriormente. Muy, muy grata fue su sorpresa cuando, al lado de aquel, pudo ver otro que se veía más profesional y que contaba con más páginas. Por las molestias, se tomó la libertad de apropiárselo cuando tuvo oportunidad de hacerlo sin ser visto. En la tapa se leía: "Sobre plantas y su relevancia en el mundo moderno y su impacto en la Alquimia".
Eberus
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