Aroma a rojo +18 [Privado]
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Aroma a rojo +18 [Privado]
Divisaba la ciudad desde el promontorio, mientras la luz del final del día comenzaba a teñir todo de naranja. Iori se había detenido allí, para tratar de enfocar su mente en la tarea que tenía delante mientras terminaba las provisiones que le quedaban en su alforja. Había encendido un pequeño fuego a sus pies. No buscaba su luz, sino su calor para cocinar las últimas tiras de carne en salazón.
El aroma llenaba el aire, mientras la mestiza guisaba de forma automática. Dar la vuelta a la carne, aderezarla con las especias que guardaba, cortar las rodajas de la hogaza de pan que había robado y acompañarla de unos tacos de queso. Todo ello eran acciones mecánicas que había realizado cientos de veces antes. Desde bien pequeña, Zakath había encontrado útil enseñarle a cocinar. El anciano no era una persona especialmente hogareña, y la muchacha se había criado con las idas y venidas del mayor.
Un misterio cuando era niña, fue al crecer, con el tiempo, cuando conoció qué era lo que Zakath buscaba en sus viajes cortos aunque frecuentes, dejando atrás la aldea en la que la había criado. Compañía.
Masculina.
Para no morir de hambre ni tener que mendigar un plato caliente en las casas de los vecinos, Iori había aprendido el laborioso arte de la cocina, por el que desarrolló un gusto especial. La forma en la que los sabores se podían modificar, mejorar, intensificar y mezclar entre ellos, le parecían casi magia.
En aquel momento, delante del fuego, preparar la comida no la hacía vibrar como antes, pero le ofrecía una pequeña parcela de rutina que le permitía pensar. Ocupar las manos para liberar la mente. Y así, poder planear.
Durante las últimas semanas había intentado imaginar cómo luciría la cara de Hans tras aquel tiempo. Únicamente lo había visto en dos ocasiones. En la primera, apenas le había prestado atención. En la segunda, a través de las memorias de su madre.
Apretó el mango del cuchillo que sostenía cuando el recuerdo de Ayla la abatió por dentro. Siempre era así. Pensar en ella desataba un abismo en su interior. Se sentía perdida, con su ser desdibujado en nubes de horror. Un lugar sin color, del que únicamente el dolor era capaz de traerla de vuelta.
Pensó en una de las frases que Ayla le había dedicado a Eithelen, cuando ambos amantes estaban huyendo, perseguidos por la traición de Hans. Perseguidos por el odio de los Ojosverdes. "El amor puede con todo". Eso había dicho ella. Iori sonrió, mientras giraba el cuchillo para cerrar la palma de su mano sobre el filo con fuerza.
¿Con todo? Le hubiera gustado preguntarle a su madre si hablaba de capacidad de creación o de destrucción.
Se aisló de la realidad unos instantes, hasta que bajó la vista para observar. La hoja estaba cubierta de rojo, y la herida de la palma sangraba de forma profusa. Eran varias las marcas que recorrían su piel. Cicatrices en distinto grado de curación. Vías de escape para mantenerse de una pieza. Esas eran visibles. Pero no eran las únicas.
Alzó los ojos hacia el cielo ámbar, mientras pensaba que los recuerdos eran otro tipo de cicatriz.
Él en cambio, no tendría tiempo para curarse. Cuando pudiera poner las manos encima de Hans, se aseguraría de darle todo el dolor y todas las heridas de Ayla, multiplicadas. Destrozaría su mente y su cuerpo en pedazos que no sería posible recomponer.
Fantaseó, y fue el olor a carne quemada lo que la avisó. Observó los pedazos que había colocado cerca del fuego, de un color similar al carbón. Parpadeó y miró en torno a ella, para comprender que el Sol ya se había puesto del todo. El tiempo había pasado sin ser ella consciente, mientras divagaba sobre la idea de qué hacer con Hans cuando lo tuviese dónde quería.
Justo delante de ella.
Se incorporó, pateando tierra sobre la hoguera de forma descuidada. No se preocupó del pan y del queso que reposaban a su diestra sobre un leño. Seguro que alguien o algo daría cuenta de ellos.
La enorme capital brillaba a sus pies, aumentando su luz como respuesta a la oscuridad por la falta de Sol. En algún lugar se encontraba él. Y esa certeza alimentó a Iori más que la comida que dejaba atrás.
Lunargenta nunca había sido amable con ella en sus visitas anteriores, por lo que sentía que en aquella ocasión, cada piedra de ese lugar debía resarcirla. Inhaló profundamente, llenando los pulmones de aire limpio. Sabía que dentro de aquel lugar se encontraría olores de todo tipo. Aunque únicamente estaba interesada en unos.
La sangre, las lágrimas y el miedo de Hans.
El aroma llenaba el aire, mientras la mestiza guisaba de forma automática. Dar la vuelta a la carne, aderezarla con las especias que guardaba, cortar las rodajas de la hogaza de pan que había robado y acompañarla de unos tacos de queso. Todo ello eran acciones mecánicas que había realizado cientos de veces antes. Desde bien pequeña, Zakath había encontrado útil enseñarle a cocinar. El anciano no era una persona especialmente hogareña, y la muchacha se había criado con las idas y venidas del mayor.
Un misterio cuando era niña, fue al crecer, con el tiempo, cuando conoció qué era lo que Zakath buscaba en sus viajes cortos aunque frecuentes, dejando atrás la aldea en la que la había criado. Compañía.
Masculina.
Para no morir de hambre ni tener que mendigar un plato caliente en las casas de los vecinos, Iori había aprendido el laborioso arte de la cocina, por el que desarrolló un gusto especial. La forma en la que los sabores se podían modificar, mejorar, intensificar y mezclar entre ellos, le parecían casi magia.
En aquel momento, delante del fuego, preparar la comida no la hacía vibrar como antes, pero le ofrecía una pequeña parcela de rutina que le permitía pensar. Ocupar las manos para liberar la mente. Y así, poder planear.
Durante las últimas semanas había intentado imaginar cómo luciría la cara de Hans tras aquel tiempo. Únicamente lo había visto en dos ocasiones. En la primera, apenas le había prestado atención. En la segunda, a través de las memorias de su madre.
Apretó el mango del cuchillo que sostenía cuando el recuerdo de Ayla la abatió por dentro. Siempre era así. Pensar en ella desataba un abismo en su interior. Se sentía perdida, con su ser desdibujado en nubes de horror. Un lugar sin color, del que únicamente el dolor era capaz de traerla de vuelta.
Pensó en una de las frases que Ayla le había dedicado a Eithelen, cuando ambos amantes estaban huyendo, perseguidos por la traición de Hans. Perseguidos por el odio de los Ojosverdes. "El amor puede con todo". Eso había dicho ella. Iori sonrió, mientras giraba el cuchillo para cerrar la palma de su mano sobre el filo con fuerza.
¿Con todo? Le hubiera gustado preguntarle a su madre si hablaba de capacidad de creación o de destrucción.
Se aisló de la realidad unos instantes, hasta que bajó la vista para observar. La hoja estaba cubierta de rojo, y la herida de la palma sangraba de forma profusa. Eran varias las marcas que recorrían su piel. Cicatrices en distinto grado de curación. Vías de escape para mantenerse de una pieza. Esas eran visibles. Pero no eran las únicas.
Alzó los ojos hacia el cielo ámbar, mientras pensaba que los recuerdos eran otro tipo de cicatriz.
Él en cambio, no tendría tiempo para curarse. Cuando pudiera poner las manos encima de Hans, se aseguraría de darle todo el dolor y todas las heridas de Ayla, multiplicadas. Destrozaría su mente y su cuerpo en pedazos que no sería posible recomponer.
Fantaseó, y fue el olor a carne quemada lo que la avisó. Observó los pedazos que había colocado cerca del fuego, de un color similar al carbón. Parpadeó y miró en torno a ella, para comprender que el Sol ya se había puesto del todo. El tiempo había pasado sin ser ella consciente, mientras divagaba sobre la idea de qué hacer con Hans cuando lo tuviese dónde quería.
Justo delante de ella.
Se incorporó, pateando tierra sobre la hoguera de forma descuidada. No se preocupó del pan y del queso que reposaban a su diestra sobre un leño. Seguro que alguien o algo daría cuenta de ellos.
La enorme capital brillaba a sus pies, aumentando su luz como respuesta a la oscuridad por la falta de Sol. En algún lugar se encontraba él. Y esa certeza alimentó a Iori más que la comida que dejaba atrás.
Lunargenta nunca había sido amable con ella en sus visitas anteriores, por lo que sentía que en aquella ocasión, cada piedra de ese lugar debía resarcirla. Inhaló profundamente, llenando los pulmones de aire limpio. Sabía que dentro de aquel lugar se encontraría olores de todo tipo. Aunque únicamente estaba interesada en unos.
La sangre, las lágrimas y el miedo de Hans.
Última edición por Iori Li el Jue 17 Ago 2023 - 21:32, editado 1 vez (Razón : Añadir +18 en el título del rol)
Iori Li
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Los chicos corrían unos tras otros con palos de madera. Se daban voces, se volvían y peleaban entre ellos para acabar simulando muertes hasta que solo uno quedaba en pie. Esta vez fue una niña de cabellos negros que tenía recogidos en una coleta. Al ver a sus compañeros de juego en el suelo alzó los brazos y proclamó su victoria. Y cuando lo hizo, todos se levantaron y rieron y el ciclo comenzó otra vez: correar, golpear y vencer.
Sango los observaba con una media sonrisa dibujada en el rostro mientras descansaba el peso de su cuerpo en un pilar de madera que servía para sujetar una viga que soportaba parte del peso de la estructura que tenía sobre su cabeza. Recordaba tiempos del pasado, tiempos que parecían quedar a una vida de distancia. ¿Cuántos de sus amigos de juegos vivirían? ¿Cuántos de sus compañeros de instrucción habían quedado por el camino? ¿Por qué él seguía con vida pese a los innumerables peligros que había enfrentado?
- Me alegra que hayas venido, Ben.
Era una voz reconfortante la que le había sacado de su propia espiral de destrucción mental, tan recurrente en los últimos tiempos. La voz, que vino desde atrás, le había transportado a una época en la que sólo se preocupaba por no llegar tarde a la siguiente formación, por llegar primero al comedor y disfrutar de las raciones calientes y por no meter la pata para que no lo expulsaran de la academia. Cuando La Guardia ocupaba el total de sus pensamientos.
- Como decirle que no a quiñen me enseñó tanto a cambio de nada.
Sango se giró y se encontró con el rostro de Zakath. Había cambiado, pero en esencia seguía siendo el mismo. Le tendió una mano que su Maestro aceptó de buen grado y ambos apretaron con firmeza mientras Ben se inclinaba ligeramente hacia delante en claro signo reverencial.
Hubo silencio entre ellos, roto, a lo lejos, por las risas de los niños. Ambos se estudiaban, veían el paso del tiempo dibujado en formas de manchas, arrugas y cicatrices. Pero era en los ojos donde más se notaba este hecho. La forma de mirar, según Ben, era determinante en este sentido. Mientras unos ojos jóvenes iban de un lado a otro, unos ojos con más años, se detenían en detalles imperceptibles para los primeros, cosas, en apariencia, insignificantes pero que podían cambiar el signo, por ejemplo, de una lucha, de una conversación o de una relación. Ambos se sonrieron.
- Unos jóvenes muy alegres, ¿verdad Ben?- Zakath imitó, entonces, la postura de Sango pero al otro lado del pilar, que recuperó su posición cuando el Maestro Zakath lo hizo-. La inocencia es uno de los mayores dones que nos ofrece la vida, y el mundo se encarga de arrebatárnoslo-.
- La vida es sufrimiento, Maestro-.
Zakath sonrió, pero esta desapareció rápidamente de su rostro. Ben supo, entonces, que algo le afligía. Lo había notado al observarle, pero no se había atrevido a preguntar. Desde luego, cuando supo que Zakath le buscaba, se le pasaron todo tipo de pensamientos por la cabeza y que buscara ayuda era uno de ellos, pero no el que más fuerza había cogido en su cabeza. ¿Cómo un reputado maestro espadachín iba buscar ayuda en uno de sus alumnos? La situación debía ser complicada para él.
- Mi querido Ben, la vida es sufrimiento, pero, ¿por qué tiene que ser así? ¿Te lo has planteado alguna vez? ¿De dónde proviene el sufrimiento? ¿Cuál es la raíz del mal?-. Le dio unos instantes para responder pero Ben fue incapaz de hacerlo-. Hay gente que encuentra placer en el sufrimiento ajeno, por ahí podríamos seguir esta conversación, pero me temo que serviría para poco dadas las circunstancias actuales-.
Sango tragó saliva y vio como en el último combate entre un chico y una chica, ambos se estudiaban mientras caminaban en círculos. Los caídos se habían retirado y observaban, expectantes, el desenlace del combate.
- Hay una chica,- siguió Zakath- vivíamos en la misma aldea. Hace mucho tiempo que no la veo, sin embargo, de vez en cuando, me las apaño para tener noticias de ella.- Hizo una pausa para coger aire.- Me preocupa, ¿sabes? Es una buena chica, bueno será todo una mujer, ahora- se permitió una ligera sonrisa antes de recuperar el gesto serio-.Iría yo mismo a buscarla pero, me temo que los años pesan y bueno, sería una tarea difícil. Sin embargo, para el Héroe del que todos hablan...
Ben se había quedado mudo. Ir a buscar a una chica. No, no una chica cualquiera, una chica que de verdad importaba al Maestro Zakath. No parecía una tarea complicada, pero, ¿acaso existía algo sencillo en la vida? Las reflexiones sobre la inocencia, la llamada desesperada a un antiguo alumno. La vida era sufrimiento.
- ¿Quién? ¿Dónde?
El aire se escapó de los pulmones de Zakath ante la inesperada pregunta de Ben que veía como los palos chocaban y los niños se gruñían. Giró la cabeza para mirar a su Maestro que ya no se apoyaba contra el pilar de madera.
- Lunargenta. Se llama Iori-.
Ben estaba apoyado contra una baranda en el puerto, observando como uno de los barcos se mecía con el suave oleaje que llegaba tras el espigón. El puerto era un hervidero de vida, incluso al atardecer. Los porteadores se afanaban en terminar sus tareas para conseguir unas pocas monedas que algunos ahorrarían y otros fundirían esa misma noche en cervezas aguadas, partidas de cartas y en algunos casos, en compañía.
En otro punto, los patrones ladraban órdenes para que su tripulación pusiera a buen recaudo la mercancía que aun no había sido descargada. Sería, para la tripulación, una noche de guardia en la cubierta del barco. una noche de vigilia hasta que el siguiente turno los relevara. Por supuesto, la mayoría de ellos no verían una bonificación en su salario, los más afortunados, quizás podrían disfrutar de buenas palabras de los patrones y nada más.
Finalmente llegaban los comerciantes. La nueva clase dominante. Los nobles recelaban de ellos. Las clases bajas recelaban de ellos y los hombres y mujeres de armas recelaban de ellos. Pero todos podían amoldarse en función del tamaño de la bolsa. El pobre cargaría cajas hasta la extenuación si con ello podía recibir una parte de esa bolsa; el soldado haría la vista gorda al ver comportamientos abusivos por parte de esta nueva clase hacia los más desfavorecidos, siempre que recibieran parte de la bolsa; los funcionarios miraban hacia otro lado para no ver irregularidades en los libres de cuentas, por un determinado porcentaje de esa bolsa; y finalmente los nobles podían influir para adaptar leyes a los intereses de esta nueva clase siempre y cuando estos compartieran parte de su riqueza.
Ben era consciente de que todo aquello pasaba, ya fuera por vivencias personales, testimonios de funcionarios demasiado borrachos como para mantener la boca cerrada o por compañeros guardias que se enteraban de estas cosas de oídas en los círculos más altos de la sociedad. Y si alguien denunciaba aquello, sería silenciado por todos los agentes implicados en el reparto de aquella bolsa. Detestaba aquella sociedad. Era demasiado compleja como para tratar de comprenderla.
Pero allí estaba, en el puerto de Lunargenta. Se separó de la baranda y echó a andar en busca de una tasca muy concreta. Cuando lo hizo, suspiró y echó un último vistazo a su alrededor y se desabrochó la capa para dejar a la vista la armadura. Las impresiones, en aquel lugar, eran muy importantes. Cruzó el umbral de la puerta.
- ¡SANGO!
La mujer lo reconoció al instante y dejó todo lo que estaba haciendo para caminar hacia él. Ben sonrió y se echó un rápido vistazo a la cara de los presentes, viendo rostros desde confusión hasta sorpresa pasando por el recelo. Se obligó a no dejar de sonreír. Incluso cuando la mujer le echó los brazos por encima y le abrazó con todas sus fuerzas. Ben respondió al abrazo y alzó a la mujer del suelo que gritó divertida.
- No has cambiado nada- le dijo sonriente.
- Anda que tú...- le estudió de arriba abajo y le hizo un gesto para que le acompañara-. Ven, vamos, vamos, tenemos que ponernos al día.
No había nadie en toda la ciudad que se escapara al control de Kyotan la Tabernera.
Sango los observaba con una media sonrisa dibujada en el rostro mientras descansaba el peso de su cuerpo en un pilar de madera que servía para sujetar una viga que soportaba parte del peso de la estructura que tenía sobre su cabeza. Recordaba tiempos del pasado, tiempos que parecían quedar a una vida de distancia. ¿Cuántos de sus amigos de juegos vivirían? ¿Cuántos de sus compañeros de instrucción habían quedado por el camino? ¿Por qué él seguía con vida pese a los innumerables peligros que había enfrentado?
- Me alegra que hayas venido, Ben.
Era una voz reconfortante la que le había sacado de su propia espiral de destrucción mental, tan recurrente en los últimos tiempos. La voz, que vino desde atrás, le había transportado a una época en la que sólo se preocupaba por no llegar tarde a la siguiente formación, por llegar primero al comedor y disfrutar de las raciones calientes y por no meter la pata para que no lo expulsaran de la academia. Cuando La Guardia ocupaba el total de sus pensamientos.
- Como decirle que no a quiñen me enseñó tanto a cambio de nada.
Sango se giró y se encontró con el rostro de Zakath. Había cambiado, pero en esencia seguía siendo el mismo. Le tendió una mano que su Maestro aceptó de buen grado y ambos apretaron con firmeza mientras Ben se inclinaba ligeramente hacia delante en claro signo reverencial.
Hubo silencio entre ellos, roto, a lo lejos, por las risas de los niños. Ambos se estudiaban, veían el paso del tiempo dibujado en formas de manchas, arrugas y cicatrices. Pero era en los ojos donde más se notaba este hecho. La forma de mirar, según Ben, era determinante en este sentido. Mientras unos ojos jóvenes iban de un lado a otro, unos ojos con más años, se detenían en detalles imperceptibles para los primeros, cosas, en apariencia, insignificantes pero que podían cambiar el signo, por ejemplo, de una lucha, de una conversación o de una relación. Ambos se sonrieron.
- Unos jóvenes muy alegres, ¿verdad Ben?- Zakath imitó, entonces, la postura de Sango pero al otro lado del pilar, que recuperó su posición cuando el Maestro Zakath lo hizo-. La inocencia es uno de los mayores dones que nos ofrece la vida, y el mundo se encarga de arrebatárnoslo-.
- La vida es sufrimiento, Maestro-.
Zakath sonrió, pero esta desapareció rápidamente de su rostro. Ben supo, entonces, que algo le afligía. Lo había notado al observarle, pero no se había atrevido a preguntar. Desde luego, cuando supo que Zakath le buscaba, se le pasaron todo tipo de pensamientos por la cabeza y que buscara ayuda era uno de ellos, pero no el que más fuerza había cogido en su cabeza. ¿Cómo un reputado maestro espadachín iba buscar ayuda en uno de sus alumnos? La situación debía ser complicada para él.
- Mi querido Ben, la vida es sufrimiento, pero, ¿por qué tiene que ser así? ¿Te lo has planteado alguna vez? ¿De dónde proviene el sufrimiento? ¿Cuál es la raíz del mal?-. Le dio unos instantes para responder pero Ben fue incapaz de hacerlo-. Hay gente que encuentra placer en el sufrimiento ajeno, por ahí podríamos seguir esta conversación, pero me temo que serviría para poco dadas las circunstancias actuales-.
Sango tragó saliva y vio como en el último combate entre un chico y una chica, ambos se estudiaban mientras caminaban en círculos. Los caídos se habían retirado y observaban, expectantes, el desenlace del combate.
- Hay una chica,- siguió Zakath- vivíamos en la misma aldea. Hace mucho tiempo que no la veo, sin embargo, de vez en cuando, me las apaño para tener noticias de ella.- Hizo una pausa para coger aire.- Me preocupa, ¿sabes? Es una buena chica, bueno será todo una mujer, ahora- se permitió una ligera sonrisa antes de recuperar el gesto serio-.Iría yo mismo a buscarla pero, me temo que los años pesan y bueno, sería una tarea difícil. Sin embargo, para el Héroe del que todos hablan...
Ben se había quedado mudo. Ir a buscar a una chica. No, no una chica cualquiera, una chica que de verdad importaba al Maestro Zakath. No parecía una tarea complicada, pero, ¿acaso existía algo sencillo en la vida? Las reflexiones sobre la inocencia, la llamada desesperada a un antiguo alumno. La vida era sufrimiento.
- ¿Quién? ¿Dónde?
El aire se escapó de los pulmones de Zakath ante la inesperada pregunta de Ben que veía como los palos chocaban y los niños se gruñían. Giró la cabeza para mirar a su Maestro que ya no se apoyaba contra el pilar de madera.
- Lunargenta. Se llama Iori-.
Observa la locura en su mirada,
una criatura fuera de control.
Indescifrable, indestructible.
- Fragmento de "Cantos y Aventuras de una vida", por Veladja Eyvindrum
una criatura fuera de control.
Indescifrable, indestructible.
- Fragmento de "Cantos y Aventuras de una vida", por Veladja Eyvindrum
Ben estaba apoyado contra una baranda en el puerto, observando como uno de los barcos se mecía con el suave oleaje que llegaba tras el espigón. El puerto era un hervidero de vida, incluso al atardecer. Los porteadores se afanaban en terminar sus tareas para conseguir unas pocas monedas que algunos ahorrarían y otros fundirían esa misma noche en cervezas aguadas, partidas de cartas y en algunos casos, en compañía.
En otro punto, los patrones ladraban órdenes para que su tripulación pusiera a buen recaudo la mercancía que aun no había sido descargada. Sería, para la tripulación, una noche de guardia en la cubierta del barco. una noche de vigilia hasta que el siguiente turno los relevara. Por supuesto, la mayoría de ellos no verían una bonificación en su salario, los más afortunados, quizás podrían disfrutar de buenas palabras de los patrones y nada más.
Finalmente llegaban los comerciantes. La nueva clase dominante. Los nobles recelaban de ellos. Las clases bajas recelaban de ellos y los hombres y mujeres de armas recelaban de ellos. Pero todos podían amoldarse en función del tamaño de la bolsa. El pobre cargaría cajas hasta la extenuación si con ello podía recibir una parte de esa bolsa; el soldado haría la vista gorda al ver comportamientos abusivos por parte de esta nueva clase hacia los más desfavorecidos, siempre que recibieran parte de la bolsa; los funcionarios miraban hacia otro lado para no ver irregularidades en los libres de cuentas, por un determinado porcentaje de esa bolsa; y finalmente los nobles podían influir para adaptar leyes a los intereses de esta nueva clase siempre y cuando estos compartieran parte de su riqueza.
Ben era consciente de que todo aquello pasaba, ya fuera por vivencias personales, testimonios de funcionarios demasiado borrachos como para mantener la boca cerrada o por compañeros guardias que se enteraban de estas cosas de oídas en los círculos más altos de la sociedad. Y si alguien denunciaba aquello, sería silenciado por todos los agentes implicados en el reparto de aquella bolsa. Detestaba aquella sociedad. Era demasiado compleja como para tratar de comprenderla.
Pero allí estaba, en el puerto de Lunargenta. Se separó de la baranda y echó a andar en busca de una tasca muy concreta. Cuando lo hizo, suspiró y echó un último vistazo a su alrededor y se desabrochó la capa para dejar a la vista la armadura. Las impresiones, en aquel lugar, eran muy importantes. Cruzó el umbral de la puerta.
- ¡SANGO!
La mujer lo reconoció al instante y dejó todo lo que estaba haciendo para caminar hacia él. Ben sonrió y se echó un rápido vistazo a la cara de los presentes, viendo rostros desde confusión hasta sorpresa pasando por el recelo. Se obligó a no dejar de sonreír. Incluso cuando la mujer le echó los brazos por encima y le abrazó con todas sus fuerzas. Ben respondió al abrazo y alzó a la mujer del suelo que gritó divertida.
- No has cambiado nada- le dijo sonriente.
- Anda que tú...- le estudió de arriba abajo y le hizo un gesto para que le acompañara-. Ven, vamos, vamos, tenemos que ponernos al día.
No había nadie en toda la ciudad que se escapara al control de Kyotan la Tabernera.
Sango
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Re: Aroma a rojo +18 [Privado]
Desde su llegada a Lunargenta, tardó únicamente un día en encontrar el hogar de Hans. Y esto se debía a su absoluta obsesión por dar con él cuanto antes. Ahora que estaban pisando la misma ciudad, sentía que toda la impaciencia que la había acompañado en aquellas semanas se convertía en humo, frente al devorador fuego que la consumía por dentro. Era tan voraz, que Iori no era capaz de calcular cuánto podría aguantar en aquel estado de tensión de no dar con él rápido.
En los barrios altos de la capital, aquellos que nunca había llegado a visitar en ocasiones anteriores, se alzaban, orgullosas como sus dueños, edificaciones imposibles a ojos de la mestiza. El despliegue de conocimiento y arte del que hacían gala las fachadas no significaban en cambio nada para ella.
En otro tiempo habría admirado la belleza de aquel lugar. La arquitectura la habría dejado sin palabras. En ese momento únicamente buscaba, con mirada ansiosa en la que se encontraba al objeto de sus desvelos. La razón de cada paso que daba. Buscándolo como si la vida de Iori fuese un fino hilo rojo, quebradizo y débil, conectado por un extremo a su destino. Y desde lo ocurrido en aquel templo, junto a Tarek, aquel humano se había convertido en su único camino.
Resguardada bajo la sombra de un árbol, Iori observaba desde la enorme plaza la mansión. La muchacha de la posada en la que se alojaba le había proporcionado la información que necesitaba. Tras un poco de insistencia con sus palabras, sus manos y su lengua. Al principio parecía no estar abierta a la posibilidad, pero la mestiza había reconocido la atracción vibrando en el aire hacia ella, en las furtivas miradas que le dirigía. Se había sorprendido ligeramente al descubrir que, bajo la apariencia recatada y los ojos esquivos, se encontraba una persona que disfrutaba con el sexo bruto, al punto de rogar por ello.
Tiempo atrás Iori no habría sentido diversión en aquello. Ahora, encontraba en el dolor propio y ajeno los bálsamos que la ayudaban a desconectar. A salir del vórtice de recuerdos que la comían por dentro, poco a poco. Esa noche al volver, le daría las gracias a la chica de forma apropiada.
Mirando de frente la mansión que le interesaba, había muchas otras, en lo que parecía una zona residencial de grandes mercaderes y familias nobles. La de Hans se diferenciaba en que, aunque no resultaba tan ostentosa como otras cercanas, la piedra y los mármoles que se veían desde allí brillaban con la pátina de una construcción reciente. Imaginó que él mismo había ordenado edificar aquel palacete cuando los negocios le habían comenzado a ir bien.
La fulgurante carrera del comerciante de Mittenwald era un misterio para ella. Le costaba imaginar de qué forma, un muchacho de aldea que vendía sus excedentes de cosecha en los mercados comarcales, había sido capaz de acumular el dinero necesario para dar un salto de aquel tipo.
Se había fijado en aquella jornada en las idas y venidas de las personas que accedían allí. A través de la amplia plaza empedrada, mozos y doncellas de servicio se dedicaban a sus quehaceres diarios. El espacio, vacío de puestos y pequeñas tiendas, estaba pensado como un enorme jardín, que ofrecía exuberante vegetación, fuentes de agua transparente y bancos en los que detenerse a contemplar la belleza de aquella zona de la ciudad. Por la ropa se diferenciaba a señores de sirvientes.
Y fue por la ropa por lo que se fijó en él, y lo distinguió a lo lejos, antes de poder reconocer bien sus rasgos.
El corazón de Iori se catapultó en su pecho, cortándole la respiración desde lo más profundo de su abdomen. Lo supo antes de poder estar segura. Portaba un elegante traje de color azul oscuro, decorado con hilo dorado. La imagen del Hans que la había acompañado era la del muchacho joven, lleno de obsesión por el amor no correspondido de Ayla, que transmutó en odio y ansias de destrucción.
Aquel muchacho atractivo pero de aviesa mirada, había madurado hasta convertirse en el hombre que cruzaba con gesto decidido la plaza, acompañado de otras dos figuras que caminaban un paso por detrás. Lo vio hablar pero no escuchó absolutamente nada de lo que decía. Lo que había sido un rubio brillante en su juventud, se había convertido en un cabello cubierto de plata por las canas. Las suaves ondas peinadas hacia atrás le daban un aspecto pulcro pero no relamido. La barba, cuidada, estaba recortada de forma limpia en torno a una mandíbula fuerte, que acentuaba la expresión de persona decidida en su cara.
Por la forma en la que las caras telas se ceñían a su cuerpo, era evidente que a pesar de rondar los cincuenta años Hans se encontraba en una admirable forma física.
Saludó con elegancia a las personas con las que se encontró mientras bordeaba la plaza, y entró a su mansión por la puerta principal, haciendo que los guardias que la custodiaban se pusiesen firmes a su paso. Cuatro en total, de los que ella pudiera contabilizar desde allí.
Los ojos azules permanecían engarzados en el espacio vacío en dónde lo vio por última vez hasta que desapareció en el interior de su propiedad. Como si el simple hecho de desear con todas sus fuerzas pudiera atraerlo de nuevo. La fantasía se adueñó de su mente llenándola de imágenes. Ojalá algo lo hiciese salir de allí, como si respondiese a un canto que únicamente él podría escuchar. Buscaría a un lado y a otro de la plaza, desorientado, y avanzaría solo, sin escolta hasta la zona en la que estaba ella. Solo necesitaría mirarlo un instante, para que él la reconociese.
Y la siguiera.
Caminarían juntos, internándose en la calles que salían de la zona rica, para, en una esquina, en un callejón sin salida, poner al fin, las manos sobre él. Casi sintió la forma que tendrían sus testículos cuando los dedos de Iori se cernieran sobre ellos para apretar con fuerza y retorcer, antes de tirar. Escuchó su grito en la cabeza. El inicio de la melodía con la que pensaba llenar su mente. Pero la realidad fue que el jadeo era de ella.
Iori se arrodilló en el suelo, apoyando el costado contra el árbol. Boqueaba con fuerza, como el nadador que saca la cabeza del agua tras una prolongada inmersión.
Desde que había reconocido a Hans, había contenido el aliento de expectación, sin darse cuenta. La bruma de su mente se fue disipando, a medida que le proporcionaba a su celebro el oxígeno del que lo había estado privando.
- ¿Se encuentra bien? - la voz aguda de un niño sonó sobre su cabeza, pero Iori ni lo miró.
Se frotó la cara, apartando el sudor que la había recorrido en los últimos minutos. Trastabilló cuando se incorporó, y de un manotazo apartó al crío de su camino.
El suave paño que percibió bajo sus dedos, así como el grito airado de una mujer más allá, le indicaron que era preciso salir de allí si no quería meterse en problemas con la burguesía de Lunargenta. Con el aire en la cara, se sintió más despejada, por lo que pudo apurar el paso y desaparecer de allí antes de que su figura hubiese llamado demasiado la atención.
Se deslizó como una sombra, esquivando a las personas en el camino. A medida que se adentraba en los barrios más populares, la densidad de peatones y lo nauseabundo de algunos olores se iba incrementando. Era llamativo el contraste, con la límpida y despejada plaza en la que había estado antes. La piedra pulida había dado paso a la tierra pisada bajo sus pies, y el aspecto de aquella zona de la ciudad había caído en picado.
Allí, cerca de la calle en la que se agolpaban varios herreros con sus forjas, había encontrado una inmunda posada. Un lugar cutre que amenazaba ruina, a juzgar por el aroma de la madera podrida que inundaba todo el lugar. Lo único bonito era la chica que servía en la zona de las mesas. ¿Lía? ¿Lena? Algo así.
Iori entró como un vendaval, despertando la curiosidad de alguno de los huéspedes que estaban allí. Su compañera de juegos la noche anterior alzó ligeramente la vista. El decoro que mostraba aquel gesto era una pantalla que ocultaba su viciosa personalidad. La humana no le sonrió de vuelta cuando la camarera lo hizo.
- Cerveza. O vino. Algo fuerte. Y lo quiero arriba - masculló únicamente antes de golpear con los talones la escalera.
Abrió y cerró la puerta como una exhalación, y observó que todo estaba cómo lo había dejado. Su escaso equipaje se limitaba a lo que era capaz de portar en su alforja y la ropa que llevaba. El techo oscurecido por el brasero que había en una esquina atrapaba la escasa luz que entraba en aquella mañana por la menuda ventana. Iori se aproximó al destartalado tocador con un espejo parcialmente empañado y se observó. La figura que le devolvía el reflejo distaba mucho de parecerse a lo que ella había sido.
El color violáceo bajo sus ojos reflejaba las pocas y malas horas de sueño que conseguía alcanzar en un día. Su piel había perdido aquel tono dorado, de cuando la vida era más fácil y sencilla, y se había criado con el Sol besándola cada día. Los huesos de sus pómulos sobresalían de forma enfermiza, evidenciando sin necesidad de quitarse la ropa que se encontraba lejos del peso que sería sano para ella. Junto con el cansancio impreso a fuego, podría despertar compasión por su aspecto en más de una persona.
Pero todo aquello quedaba roto por la expresión de su mirada. Los ojos azules, reflejaban un frío glacial, dentro del que se podía percibir una chispa de locura. La piedad o la lástima que podría sentir quién la viera, quedaba anulada con una mirada de frente. Un vistazo a lo que la vida había hecho con ella, le dejaba claro a la gente que era mejor rodearla o esquivarla, que entrar en asuntos con una criatura tan poco halagüeña.
Sin apartar los ojos del espejo, comenzó a desvestirse. Las prendas cayeron una a una al suelo, mientras descubrían con ello lo que permanecía oculto a ojos de casi todos. Las marcas variaban, en función de cuánto tiempo llevasen ahí. Algunas apenas se percibían como una simple línea blanca. Completamente curadas. Otras dejaban leves rastros de sangre. Las realizadas hacía unas horas eran las más recientes.
Ladeó la cabeza y observó, el mapa de cicatrices conformado sobre su cuerpo. Con especial insistencia en los brazos y el abdomen, cada línea, era un infierno. Un intento de sobrevivir al ahogo que se cernía sobre ella cuando los recuerdos de Ayla la golpeaban por dentro. Posó con cuidado la punta de los dedos sobre su vientre y recorrió de arriba a bajo una especialmente profunda.
No escuchó los golpes en la puerta. No percibió a ¿Lía? ¿Lena? cuando entró. Esta dejó la bebida a los pies de la cama, y la camarera interpretó su desnudez como una invitación.
El puño de Iori se estampó en su boca cuando la joven besó su hombro desde atrás. Su cara bonita se contrajo en una mueca de sorpresa y dolor, mientras la mestiza aterrizaba en aquella habitación de nuevo. Recordó dónde estaba, comprendió qué sucedía, y ante la expresión de miedo de la camarera, se inclinó sobre ella para empujarla con fuerza contra la cama.
La chica gimoteó cuando usó el polvoriento cordón de tela del dosel para atarla. Inmovilizó sus muñecas contra la madera, y la obligó a separar las piernas de forma brusca, colocando su rodilla entre ellas.
El gimoteo se convirtió en un suspiro trémulo de placer, cuando la mestiza tiró de la falda que llevaba puesta hasta que la tela cayó con un sonido seco en el suelo.
- ¿Ya de mañana? - preguntó modulando la voz, intentando parecer tímida.
Iori sintió ganas de abofetearla. Se inclinó y tomó la jarra que había subido con ella, bebiendo con la avidez de quién desea perder la conciencia en el alcohol. No se preocupó ni un instante en saber qué demonios era lo que estaba bebiendo. La vació y lo lanzó a una esquina, para volver a posar los ojos sobre su compañera de juegos.
Buscaría una forma de internarse en la mansión que le asegurase tener a Hans solo para ella. Pero cuando estuviese despejada para volver a pensar.
En los barrios altos de la capital, aquellos que nunca había llegado a visitar en ocasiones anteriores, se alzaban, orgullosas como sus dueños, edificaciones imposibles a ojos de la mestiza. El despliegue de conocimiento y arte del que hacían gala las fachadas no significaban en cambio nada para ella.
En otro tiempo habría admirado la belleza de aquel lugar. La arquitectura la habría dejado sin palabras. En ese momento únicamente buscaba, con mirada ansiosa en la que se encontraba al objeto de sus desvelos. La razón de cada paso que daba. Buscándolo como si la vida de Iori fuese un fino hilo rojo, quebradizo y débil, conectado por un extremo a su destino. Y desde lo ocurrido en aquel templo, junto a Tarek, aquel humano se había convertido en su único camino.
Resguardada bajo la sombra de un árbol, Iori observaba desde la enorme plaza la mansión. La muchacha de la posada en la que se alojaba le había proporcionado la información que necesitaba. Tras un poco de insistencia con sus palabras, sus manos y su lengua. Al principio parecía no estar abierta a la posibilidad, pero la mestiza había reconocido la atracción vibrando en el aire hacia ella, en las furtivas miradas que le dirigía. Se había sorprendido ligeramente al descubrir que, bajo la apariencia recatada y los ojos esquivos, se encontraba una persona que disfrutaba con el sexo bruto, al punto de rogar por ello.
Tiempo atrás Iori no habría sentido diversión en aquello. Ahora, encontraba en el dolor propio y ajeno los bálsamos que la ayudaban a desconectar. A salir del vórtice de recuerdos que la comían por dentro, poco a poco. Esa noche al volver, le daría las gracias a la chica de forma apropiada.
Mirando de frente la mansión que le interesaba, había muchas otras, en lo que parecía una zona residencial de grandes mercaderes y familias nobles. La de Hans se diferenciaba en que, aunque no resultaba tan ostentosa como otras cercanas, la piedra y los mármoles que se veían desde allí brillaban con la pátina de una construcción reciente. Imaginó que él mismo había ordenado edificar aquel palacete cuando los negocios le habían comenzado a ir bien.
La fulgurante carrera del comerciante de Mittenwald era un misterio para ella. Le costaba imaginar de qué forma, un muchacho de aldea que vendía sus excedentes de cosecha en los mercados comarcales, había sido capaz de acumular el dinero necesario para dar un salto de aquel tipo.
Se había fijado en aquella jornada en las idas y venidas de las personas que accedían allí. A través de la amplia plaza empedrada, mozos y doncellas de servicio se dedicaban a sus quehaceres diarios. El espacio, vacío de puestos y pequeñas tiendas, estaba pensado como un enorme jardín, que ofrecía exuberante vegetación, fuentes de agua transparente y bancos en los que detenerse a contemplar la belleza de aquella zona de la ciudad. Por la ropa se diferenciaba a señores de sirvientes.
Y fue por la ropa por lo que se fijó en él, y lo distinguió a lo lejos, antes de poder reconocer bien sus rasgos.
El corazón de Iori se catapultó en su pecho, cortándole la respiración desde lo más profundo de su abdomen. Lo supo antes de poder estar segura. Portaba un elegante traje de color azul oscuro, decorado con hilo dorado. La imagen del Hans que la había acompañado era la del muchacho joven, lleno de obsesión por el amor no correspondido de Ayla, que transmutó en odio y ansias de destrucción.
Aquel muchacho atractivo pero de aviesa mirada, había madurado hasta convertirse en el hombre que cruzaba con gesto decidido la plaza, acompañado de otras dos figuras que caminaban un paso por detrás. Lo vio hablar pero no escuchó absolutamente nada de lo que decía. Lo que había sido un rubio brillante en su juventud, se había convertido en un cabello cubierto de plata por las canas. Las suaves ondas peinadas hacia atrás le daban un aspecto pulcro pero no relamido. La barba, cuidada, estaba recortada de forma limpia en torno a una mandíbula fuerte, que acentuaba la expresión de persona decidida en su cara.
Por la forma en la que las caras telas se ceñían a su cuerpo, era evidente que a pesar de rondar los cincuenta años Hans se encontraba en una admirable forma física.
Saludó con elegancia a las personas con las que se encontró mientras bordeaba la plaza, y entró a su mansión por la puerta principal, haciendo que los guardias que la custodiaban se pusiesen firmes a su paso. Cuatro en total, de los que ella pudiera contabilizar desde allí.
Los ojos azules permanecían engarzados en el espacio vacío en dónde lo vio por última vez hasta que desapareció en el interior de su propiedad. Como si el simple hecho de desear con todas sus fuerzas pudiera atraerlo de nuevo. La fantasía se adueñó de su mente llenándola de imágenes. Ojalá algo lo hiciese salir de allí, como si respondiese a un canto que únicamente él podría escuchar. Buscaría a un lado y a otro de la plaza, desorientado, y avanzaría solo, sin escolta hasta la zona en la que estaba ella. Solo necesitaría mirarlo un instante, para que él la reconociese.
Y la siguiera.
Caminarían juntos, internándose en la calles que salían de la zona rica, para, en una esquina, en un callejón sin salida, poner al fin, las manos sobre él. Casi sintió la forma que tendrían sus testículos cuando los dedos de Iori se cernieran sobre ellos para apretar con fuerza y retorcer, antes de tirar. Escuchó su grito en la cabeza. El inicio de la melodía con la que pensaba llenar su mente. Pero la realidad fue que el jadeo era de ella.
Iori se arrodilló en el suelo, apoyando el costado contra el árbol. Boqueaba con fuerza, como el nadador que saca la cabeza del agua tras una prolongada inmersión.
Desde que había reconocido a Hans, había contenido el aliento de expectación, sin darse cuenta. La bruma de su mente se fue disipando, a medida que le proporcionaba a su celebro el oxígeno del que lo había estado privando.
- ¿Se encuentra bien? - la voz aguda de un niño sonó sobre su cabeza, pero Iori ni lo miró.
Se frotó la cara, apartando el sudor que la había recorrido en los últimos minutos. Trastabilló cuando se incorporó, y de un manotazo apartó al crío de su camino.
El suave paño que percibió bajo sus dedos, así como el grito airado de una mujer más allá, le indicaron que era preciso salir de allí si no quería meterse en problemas con la burguesía de Lunargenta. Con el aire en la cara, se sintió más despejada, por lo que pudo apurar el paso y desaparecer de allí antes de que su figura hubiese llamado demasiado la atención.
Se deslizó como una sombra, esquivando a las personas en el camino. A medida que se adentraba en los barrios más populares, la densidad de peatones y lo nauseabundo de algunos olores se iba incrementando. Era llamativo el contraste, con la límpida y despejada plaza en la que había estado antes. La piedra pulida había dado paso a la tierra pisada bajo sus pies, y el aspecto de aquella zona de la ciudad había caído en picado.
Allí, cerca de la calle en la que se agolpaban varios herreros con sus forjas, había encontrado una inmunda posada. Un lugar cutre que amenazaba ruina, a juzgar por el aroma de la madera podrida que inundaba todo el lugar. Lo único bonito era la chica que servía en la zona de las mesas. ¿Lía? ¿Lena? Algo así.
Iori entró como un vendaval, despertando la curiosidad de alguno de los huéspedes que estaban allí. Su compañera de juegos la noche anterior alzó ligeramente la vista. El decoro que mostraba aquel gesto era una pantalla que ocultaba su viciosa personalidad. La humana no le sonrió de vuelta cuando la camarera lo hizo.
- Cerveza. O vino. Algo fuerte. Y lo quiero arriba - masculló únicamente antes de golpear con los talones la escalera.
Abrió y cerró la puerta como una exhalación, y observó que todo estaba cómo lo había dejado. Su escaso equipaje se limitaba a lo que era capaz de portar en su alforja y la ropa que llevaba. El techo oscurecido por el brasero que había en una esquina atrapaba la escasa luz que entraba en aquella mañana por la menuda ventana. Iori se aproximó al destartalado tocador con un espejo parcialmente empañado y se observó. La figura que le devolvía el reflejo distaba mucho de parecerse a lo que ella había sido.
El color violáceo bajo sus ojos reflejaba las pocas y malas horas de sueño que conseguía alcanzar en un día. Su piel había perdido aquel tono dorado, de cuando la vida era más fácil y sencilla, y se había criado con el Sol besándola cada día. Los huesos de sus pómulos sobresalían de forma enfermiza, evidenciando sin necesidad de quitarse la ropa que se encontraba lejos del peso que sería sano para ella. Junto con el cansancio impreso a fuego, podría despertar compasión por su aspecto en más de una persona.
Pero todo aquello quedaba roto por la expresión de su mirada. Los ojos azules, reflejaban un frío glacial, dentro del que se podía percibir una chispa de locura. La piedad o la lástima que podría sentir quién la viera, quedaba anulada con una mirada de frente. Un vistazo a lo que la vida había hecho con ella, le dejaba claro a la gente que era mejor rodearla o esquivarla, que entrar en asuntos con una criatura tan poco halagüeña.
Sin apartar los ojos del espejo, comenzó a desvestirse. Las prendas cayeron una a una al suelo, mientras descubrían con ello lo que permanecía oculto a ojos de casi todos. Las marcas variaban, en función de cuánto tiempo llevasen ahí. Algunas apenas se percibían como una simple línea blanca. Completamente curadas. Otras dejaban leves rastros de sangre. Las realizadas hacía unas horas eran las más recientes.
Ladeó la cabeza y observó, el mapa de cicatrices conformado sobre su cuerpo. Con especial insistencia en los brazos y el abdomen, cada línea, era un infierno. Un intento de sobrevivir al ahogo que se cernía sobre ella cuando los recuerdos de Ayla la golpeaban por dentro. Posó con cuidado la punta de los dedos sobre su vientre y recorrió de arriba a bajo una especialmente profunda.
No escuchó los golpes en la puerta. No percibió a ¿Lía? ¿Lena? cuando entró. Esta dejó la bebida a los pies de la cama, y la camarera interpretó su desnudez como una invitación.
El puño de Iori se estampó en su boca cuando la joven besó su hombro desde atrás. Su cara bonita se contrajo en una mueca de sorpresa y dolor, mientras la mestiza aterrizaba en aquella habitación de nuevo. Recordó dónde estaba, comprendió qué sucedía, y ante la expresión de miedo de la camarera, se inclinó sobre ella para empujarla con fuerza contra la cama.
La chica gimoteó cuando usó el polvoriento cordón de tela del dosel para atarla. Inmovilizó sus muñecas contra la madera, y la obligó a separar las piernas de forma brusca, colocando su rodilla entre ellas.
El gimoteo se convirtió en un suspiro trémulo de placer, cuando la mestiza tiró de la falda que llevaba puesta hasta que la tela cayó con un sonido seco en el suelo.
- ¿Ya de mañana? - preguntó modulando la voz, intentando parecer tímida.
Iori sintió ganas de abofetearla. Se inclinó y tomó la jarra que había subido con ella, bebiendo con la avidez de quién desea perder la conciencia en el alcohol. No se preocupó ni un instante en saber qué demonios era lo que estaba bebiendo. La vació y lo lanzó a una esquina, para volver a posar los ojos sobre su compañera de juegos.
Buscaría una forma de internarse en la mansión que le asegurase tener a Hans solo para ella. Pero cuando estuviese despejada para volver a pensar.
Iori Li
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La tabernera posó dos generosas jarras de cerveza sobre la apartada mesa que tenía reservada para visitas importantes. Era una mesa con un aspecto mucho más cuidado que el resto, además parecía ser de una madera más noble y mejor trabajada. Detalles. Siempre eran los detalles los que marcaban la diferencia, y sentándole allí, con ella a su lado, había marcado distancia con el resto de la clientela, "eh, este de aquí no es escoria como vosotros".
Mientras se hacía al lugar y pasaba sus ojos por toda la estancia, dejó volar su cabeza a tiempos pasados. Aún recordaba su última vez allí: un ambiente cargado, lleno de sudor y humo, la cerveza amarga y fresca, el lento rasgar de un laúd y una conversación llena de promesas. ¿Dónde quedaban las palabras? ¿Cuánto de lo que habían dicho se había cumplido? No, ¿cuántas verdades se habían lanzado el uno al otro? Su rostro estaba frente, enmarcado en la larga cabellera castaña; los rosados labios que tanto le gustaban cuando sonreían; la nariz que ascendía ligeramente y los ojos verdes. ¿Dónde quedaban las promesas?
Se obligó a esbozar una sonrisa cuando sus ojos se encontraron con los Kyotan, que le estudiaba con curiosidad. Ladeó la cabeza y chasqueó la lengua antes de removerse en su sitio para encontrar una postura más cómoda y que permitiera una conversación privada. Aunque allí, en su casa, era difícil que algo escapara a su control.
- Mi Sango. Tu rostro cambió poco, pero tus ojos, sin embargo...- dejó escapara un suspiro-.
- No es nada, Kyotan, de verdad. Solo el recuerdo de tiempos pasados, no necesariamente mejores- le dedicó, esta vez sí, una sonrisa sincera-. ¿Sigues haciéndote trenzas?- desvió el tema-.
- Oh, sí, ¡Claro! ¿Por qué no? ¿No te gustan?- aceptó el cambio de tema con naturalidad-.
- Sí, sí, solo que pensé que dejarías de hacerlas llegado el momento-.
- Me dan un toque reconocible. Kyotan la de las trenzas; Kyotan la de la trenza eterna- hizo una pausa antes de echarse a reír. Sango no lo entendía-. ¿Qué?-.
- Te hace falta una noche de locura y desenfreno- comentó Sango llevándose la jarra a los labios-.
La risa de Kyotan resonó por toda la tasca. Esa risa y no otra, era la que él recordaba de aquella mujer con la que había entablado una amistad que duraba ya diez años. Habían conectado desde el primer momento, bromeaban, hablaban de temas que eran conocidos para ambos, debatían, discutían, se insultaban y siempre terminaban abrazándose. ¿Cómo era posible algo así?
- Follar, Sango, se dice follar- le espetó con una sonrisa despreocupada y con la vista puesta en el techo mientras se pasaba los dedos por el pelo-.
- Ah, esas cosas, en presencia de una dama, no...- la carcajada de Kyotan le interrumpió y su corazón volvió a llenarse de alegría-.
- Un dama... Lo que me faltaba por oír- bebió y Sango la imitó. Se miraron un rato y cuando estuvieron algo más calmados, Kyotan se echó hacia delante-. ¿Qué sucede Sango? Es la primera vez que te veo armado hasta arriba. Vale, tu nombre tiene cierto peso, ¿sabes que hay canciones sobre ti? En cualquier caso, que en mi casa haya un hombre armado, aunque seas tú, me inquieta.
Ben miró a su amiga y vio en su rostro el deseo por conocer lo que él andaba buscando. Un deseo que nacía, tal vez, de la necesidad de un favor por su parte. Porque así funcionaban ellos. Así había sido desde el principio. Y mientras los dos estuvieran cómodos con aquel paradigma, no había por qué cambiar la situación.
- Tengo que encontrar a una mujer- no le dio tiempo a responder-. Una mujer del campo, castigada por largas horas bajo el sol; pelo negro, es delgada y tiene unos ojos tan azules como el cielo- tal y como la recordaba y el Maestro Zakath le había descrito-.
- Ah, ya-. Ben frunció el ceño-. No eres el primero que describe a alguien así- posó la yema de su dedo índice sobre la jarra y lo paseó sobre la circunferencia. Su mirada estaba perdida, pero su mente despierta-. No sé qué os ha dado con esa mujer, pero, me vais a hacer muy feliz entre todos- en su rostro se dibujó una hermosa sonrisa.- ¿Qué me vas a dar por ser el primero?-.
Sango se fijó en que había hecho un gesto con las cejas en dirección al resto de clientes. Frunció el ceño y rápidamente ató cabos: no ser el primero en peguntar, la preocupación de Zakath, el gesto de Kyotan. Miró a la mujer alzando las cejas y ella asintió levemente.
- La cosa es, Sango, querido, que no tengo gente dedicada a esta clase de actividades. Los que se dedicaban a ellos han caído en desgracia aunque parece que hay voluntad por parte de algunos antiguos miembros por volver a recuperar la importancia que tuvieron- aspiró de manera exagerada, realmente se había quedado sin aire, pero aquel gesto fue exagerado-. Total, que esta gente, que ya ha pagado, esperan a un mensajero que debía sentarse conmigo para compartir la ubicación de esta mujer de ojos azules. Todos coincidís en eso, deben ser unos ojos espectaculares- miró a Ben que asintió tras unos instantes-.
- Me estás usando-.
- Es por una buena causa-.
- Kyo...-
- Deshazte de ellos y te diré dónde está-.
Sango golpeó con el puño la mesa sobresaltando a Kyotan que tuvo que sujetarse a la misma para no caer del asiento. Ben volvió a golpear la mesa y se levantó mirando con furia a Kyotan que le miraba aterrada.
- Desde los bosques de Sandorai, hasta el asedio de Eden; noches en vela en la frontera de este Reino en decadencia; calor en un desierto lleno de peligros y de- por alguna razón no pudo hablar lo que añadió más tensión al ambiente. Se giró lentamente y observó con desprecio a aquellos que echaban mano al cinto-. Si alguno de vosotros tiene el valor para desenfundar el acero contra mi que lo haga ahora mismo o salga por esa puerta. No pienso vender la información por estos pocos aeros que ofrecéis. Quizás debería ser yo mismo quien...- dejó la frase en el aire y sonrió.
Un valiente desenvainó un machete muy grande. En manos de aquel intento de matón, parecía una espada. Ben se giró y dio un paso hacia él. El resto se amontonó contra la puerta, asustados pero expectantes. Ben caminó hacia él con paso decidido. Echó el gigantesco cuchillo hacia delante.
- ¡Esa zorra es mía! ¡La recompensa es mía!- chilló como un auténtico maníaco.
Sango se acercó lo suficiente como para estar en el radio de acción del machete. Fue entonces cuando el hombre demostró una gran agilidad: fintó un golpe que Ben no se creyó, para dar un paso atrás, ganar espacio y lanzar un golpe horizontal de derecha a izquierda. Cuando el golpe impactó en Sango, este sonrió y con el brazo izquierdo apresó el arma y sujetó el brazo del atacante que forcejeaba para librarse de él. Con la diestra, Ben le abofeteó con violencia haciendo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo. Agarró el cuchillo de aquel tipo y después de echarle un rápido vistazo, lo tiro al suelo, lejos de su dueño. Fue entonces cuando Ben empuñó su hacha.
La puerta se abrió y los que habían permanecido expectantes se marcharon con paso ligero para internarse en la oscuridad del puerto de Lunargenta. Ben pateó al hombre que se estaba incorporando y le hizo caer de nuevo. Desafiarme a mi, en la ciudad que me vio crecer. Era un desgraciado en busca de alguna falsa recompensa. No merecía el tiempo de Sango. No merecía nada más que desprecio. Devolvió el hacha a su cintura y después tiró de la ropa de aquel tipo sin ningún cuidado antes de lanzarlo al exterior. No le dedicó ni un vistazo. Cerró tras de sí con un portazo.
Kyotan seguía sentada en el mismo sitio, estudiándole con cierto temor en sus ojos. Ben arrimó de una pata una banqueta a la puerta. No serviría de mucho si alguien quería entrar, pero al menos estorbaría y le daría tiempo a preparar algo.
- Esta noche la pasaré aquí, por tu seguridad y por la mía- le dedicó una amable sonrisa. El enfado había remitido-. ¿Has visto que lenguaje ha usado en presencia de una dama?- se quitó la capa y la posó sobre la mesa en la que estaba sentado. Dejaba a la vista la armadura y el resto de equipamiento que llevaba consigo-. Bien, Kyotan, ¿dónde está?- la mujer respondió con instrucciones claras y precisas-.
Suspiró antes de sentarse y apoyar la espalda contra la pared. Apuró de un trago lo que le quedaba en la jarra.
- Deberías ir a dormir, no te preocupes, yo vigilo, como en los viejos tiempos- Kyotan tardó en reaccionar, cuando lo hizo cruzó su mirada con la de él. Cuando se dio la vuelta, Ben, que tenía los ojos cerrados y la cabeza apoyada contra la pared la advirtió-. Espero que sea la última vez que me usas sin permiso-.
La mañana llegó más rápido de lo esperado. Sin duda, se había quedado dormido en aquel taburete y pegado a la pared, sin moverse. Cuando se levantó estaba rígido, pero entero. Solo tengo que moverme un poco y ya. Kyotan también había madrugado porque se escuchaba movimiento. No quiso despedirse de ella. Volvería y se disculparía por el trato tan brusco que le había dado. Pero no era el momento. Debía salir a buscar la taberna en la que trabajaba su prima.
Las calles de Lunargenta parecían no tener descanso: los primeros en madrugar, la gente del puerto, los siguientes los de los almacenes, luego los porteadores, comerciantes y finalmente los que quedaban excluidos de esos grupos. Había que quitar la guardia y a los posaderos, que hacían un servicio público al ofrecer un lugar donde poder tomar algo caliente, algo frio o simplemente algo que hiciera más llevadero la miserable vida de porteador de cajas.
Paseó con calma por las calles, fijándose en todo lo que sus ojos quisieran captar, comparándolo con imágenes del pasado. Querostraza había hecho grandes destrozos en la ciudad, pero esta se había recompuesto con ayuda de las nuevas clases comerciantes. Estos, según decían, ahogaban a sus inquilinos o exigían altos porcentajes de las ganancias de los negocios. Todo sin hacer absolutamente nada, simplemente haber puesto dinero para reconstruir. Dinero que habrían puesto obligatoriamente, pero que luego habían recuperado y multiplicado.
La posada se encontraba en la calle de las herrerías. Las fraguas empezaban a coger calor. Mucho dependía de que los herreros funcionaran en condiciones óptimas: herramientas, ruedas de carros, poleas... todo necesitaba metal y manos expertas para ser reparadas.
Un perro que estaba tumbado se levantó para olerle. Su dueño le llamó varias veces mientras dejaba de darle al fuelle. Sango le hizo un gesto para quitarle importancia y acarició al animal en la cabeza y luego le rascó el cuello lo que provocó que levantara la cabeza en un claro signo de comodidad y prestancia. Lo dejó atrás cuando el dueño volvió a llamarle con insistencia.
Entró en la taberna indicada para encontrarla vacía. Dejó que la puerta se cerrará con ruido y se acomodó en una mesa, separada de la puerta, con visión de toda la taberna. Uno nunca sabía. Una mujer se acercó a él. Tenía un andar raro, debía ser la prima. Le estudiaba a medida que se acercaba. La armadura era imposible de esconder incluso bajo la capa. La mujer le dio la bienvenida y le recitó lo que tenían disponible.
- Pan y queso. Cerveza aguada para beber. Espero compañía así que, no hay prisa, de verdad-.
Mientras esperaba, su cabeza se puso a especular por la extraña forma de caminar de la mujer.
Mientras se hacía al lugar y pasaba sus ojos por toda la estancia, dejó volar su cabeza a tiempos pasados. Aún recordaba su última vez allí: un ambiente cargado, lleno de sudor y humo, la cerveza amarga y fresca, el lento rasgar de un laúd y una conversación llena de promesas. ¿Dónde quedaban las palabras? ¿Cuánto de lo que habían dicho se había cumplido? No, ¿cuántas verdades se habían lanzado el uno al otro? Su rostro estaba frente, enmarcado en la larga cabellera castaña; los rosados labios que tanto le gustaban cuando sonreían; la nariz que ascendía ligeramente y los ojos verdes. ¿Dónde quedaban las promesas?
Se obligó a esbozar una sonrisa cuando sus ojos se encontraron con los Kyotan, que le estudiaba con curiosidad. Ladeó la cabeza y chasqueó la lengua antes de removerse en su sitio para encontrar una postura más cómoda y que permitiera una conversación privada. Aunque allí, en su casa, era difícil que algo escapara a su control.
- Mi Sango. Tu rostro cambió poco, pero tus ojos, sin embargo...- dejó escapara un suspiro-.
- No es nada, Kyotan, de verdad. Solo el recuerdo de tiempos pasados, no necesariamente mejores- le dedicó, esta vez sí, una sonrisa sincera-. ¿Sigues haciéndote trenzas?- desvió el tema-.
- Oh, sí, ¡Claro! ¿Por qué no? ¿No te gustan?- aceptó el cambio de tema con naturalidad-.
- Sí, sí, solo que pensé que dejarías de hacerlas llegado el momento-.
- Me dan un toque reconocible. Kyotan la de las trenzas; Kyotan la de la trenza eterna- hizo una pausa antes de echarse a reír. Sango no lo entendía-. ¿Qué?-.
- Te hace falta una noche de locura y desenfreno- comentó Sango llevándose la jarra a los labios-.
La risa de Kyotan resonó por toda la tasca. Esa risa y no otra, era la que él recordaba de aquella mujer con la que había entablado una amistad que duraba ya diez años. Habían conectado desde el primer momento, bromeaban, hablaban de temas que eran conocidos para ambos, debatían, discutían, se insultaban y siempre terminaban abrazándose. ¿Cómo era posible algo así?
- Follar, Sango, se dice follar- le espetó con una sonrisa despreocupada y con la vista puesta en el techo mientras se pasaba los dedos por el pelo-.
- Ah, esas cosas, en presencia de una dama, no...- la carcajada de Kyotan le interrumpió y su corazón volvió a llenarse de alegría-.
- Un dama... Lo que me faltaba por oír- bebió y Sango la imitó. Se miraron un rato y cuando estuvieron algo más calmados, Kyotan se echó hacia delante-. ¿Qué sucede Sango? Es la primera vez que te veo armado hasta arriba. Vale, tu nombre tiene cierto peso, ¿sabes que hay canciones sobre ti? En cualquier caso, que en mi casa haya un hombre armado, aunque seas tú, me inquieta.
Ben miró a su amiga y vio en su rostro el deseo por conocer lo que él andaba buscando. Un deseo que nacía, tal vez, de la necesidad de un favor por su parte. Porque así funcionaban ellos. Así había sido desde el principio. Y mientras los dos estuvieran cómodos con aquel paradigma, no había por qué cambiar la situación.
- Tengo que encontrar a una mujer- no le dio tiempo a responder-. Una mujer del campo, castigada por largas horas bajo el sol; pelo negro, es delgada y tiene unos ojos tan azules como el cielo- tal y como la recordaba y el Maestro Zakath le había descrito-.
- Ah, ya-. Ben frunció el ceño-. No eres el primero que describe a alguien así- posó la yema de su dedo índice sobre la jarra y lo paseó sobre la circunferencia. Su mirada estaba perdida, pero su mente despierta-. No sé qué os ha dado con esa mujer, pero, me vais a hacer muy feliz entre todos- en su rostro se dibujó una hermosa sonrisa.- ¿Qué me vas a dar por ser el primero?-.
Sango se fijó en que había hecho un gesto con las cejas en dirección al resto de clientes. Frunció el ceño y rápidamente ató cabos: no ser el primero en peguntar, la preocupación de Zakath, el gesto de Kyotan. Miró a la mujer alzando las cejas y ella asintió levemente.
- La cosa es, Sango, querido, que no tengo gente dedicada a esta clase de actividades. Los que se dedicaban a ellos han caído en desgracia aunque parece que hay voluntad por parte de algunos antiguos miembros por volver a recuperar la importancia que tuvieron- aspiró de manera exagerada, realmente se había quedado sin aire, pero aquel gesto fue exagerado-. Total, que esta gente, que ya ha pagado, esperan a un mensajero que debía sentarse conmigo para compartir la ubicación de esta mujer de ojos azules. Todos coincidís en eso, deben ser unos ojos espectaculares- miró a Ben que asintió tras unos instantes-.
- Me estás usando-.
- Es por una buena causa-.
- Kyo...-
- Deshazte de ellos y te diré dónde está-.
Sango golpeó con el puño la mesa sobresaltando a Kyotan que tuvo que sujetarse a la misma para no caer del asiento. Ben volvió a golpear la mesa y se levantó mirando con furia a Kyotan que le miraba aterrada.
- Desde los bosques de Sandorai, hasta el asedio de Eden; noches en vela en la frontera de este Reino en decadencia; calor en un desierto lleno de peligros y de- por alguna razón no pudo hablar lo que añadió más tensión al ambiente. Se giró lentamente y observó con desprecio a aquellos que echaban mano al cinto-. Si alguno de vosotros tiene el valor para desenfundar el acero contra mi que lo haga ahora mismo o salga por esa puerta. No pienso vender la información por estos pocos aeros que ofrecéis. Quizás debería ser yo mismo quien...- dejó la frase en el aire y sonrió.
Un valiente desenvainó un machete muy grande. En manos de aquel intento de matón, parecía una espada. Ben se giró y dio un paso hacia él. El resto se amontonó contra la puerta, asustados pero expectantes. Ben caminó hacia él con paso decidido. Echó el gigantesco cuchillo hacia delante.
- ¡Esa zorra es mía! ¡La recompensa es mía!- chilló como un auténtico maníaco.
Sango se acercó lo suficiente como para estar en el radio de acción del machete. Fue entonces cuando el hombre demostró una gran agilidad: fintó un golpe que Ben no se creyó, para dar un paso atrás, ganar espacio y lanzar un golpe horizontal de derecha a izquierda. Cuando el golpe impactó en Sango, este sonrió y con el brazo izquierdo apresó el arma y sujetó el brazo del atacante que forcejeaba para librarse de él. Con la diestra, Ben le abofeteó con violencia haciendo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo. Agarró el cuchillo de aquel tipo y después de echarle un rápido vistazo, lo tiro al suelo, lejos de su dueño. Fue entonces cuando Ben empuñó su hacha.
La puerta se abrió y los que habían permanecido expectantes se marcharon con paso ligero para internarse en la oscuridad del puerto de Lunargenta. Ben pateó al hombre que se estaba incorporando y le hizo caer de nuevo. Desafiarme a mi, en la ciudad que me vio crecer. Era un desgraciado en busca de alguna falsa recompensa. No merecía el tiempo de Sango. No merecía nada más que desprecio. Devolvió el hacha a su cintura y después tiró de la ropa de aquel tipo sin ningún cuidado antes de lanzarlo al exterior. No le dedicó ni un vistazo. Cerró tras de sí con un portazo.
Kyotan seguía sentada en el mismo sitio, estudiándole con cierto temor en sus ojos. Ben arrimó de una pata una banqueta a la puerta. No serviría de mucho si alguien quería entrar, pero al menos estorbaría y le daría tiempo a preparar algo.
- Esta noche la pasaré aquí, por tu seguridad y por la mía- le dedicó una amable sonrisa. El enfado había remitido-. ¿Has visto que lenguaje ha usado en presencia de una dama?- se quitó la capa y la posó sobre la mesa en la que estaba sentado. Dejaba a la vista la armadura y el resto de equipamiento que llevaba consigo-. Bien, Kyotan, ¿dónde está?- la mujer respondió con instrucciones claras y precisas-.
Suspiró antes de sentarse y apoyar la espalda contra la pared. Apuró de un trago lo que le quedaba en la jarra.
- Deberías ir a dormir, no te preocupes, yo vigilo, como en los viejos tiempos- Kyotan tardó en reaccionar, cuando lo hizo cruzó su mirada con la de él. Cuando se dio la vuelta, Ben, que tenía los ojos cerrados y la cabeza apoyada contra la pared la advirtió-. Espero que sea la última vez que me usas sin permiso-.
La mañana llegó más rápido de lo esperado. Sin duda, se había quedado dormido en aquel taburete y pegado a la pared, sin moverse. Cuando se levantó estaba rígido, pero entero. Solo tengo que moverme un poco y ya. Kyotan también había madrugado porque se escuchaba movimiento. No quiso despedirse de ella. Volvería y se disculparía por el trato tan brusco que le había dado. Pero no era el momento. Debía salir a buscar la taberna en la que trabajaba su prima.
Las calles de Lunargenta parecían no tener descanso: los primeros en madrugar, la gente del puerto, los siguientes los de los almacenes, luego los porteadores, comerciantes y finalmente los que quedaban excluidos de esos grupos. Había que quitar la guardia y a los posaderos, que hacían un servicio público al ofrecer un lugar donde poder tomar algo caliente, algo frio o simplemente algo que hiciera más llevadero la miserable vida de porteador de cajas.
Paseó con calma por las calles, fijándose en todo lo que sus ojos quisieran captar, comparándolo con imágenes del pasado. Querostraza había hecho grandes destrozos en la ciudad, pero esta se había recompuesto con ayuda de las nuevas clases comerciantes. Estos, según decían, ahogaban a sus inquilinos o exigían altos porcentajes de las ganancias de los negocios. Todo sin hacer absolutamente nada, simplemente haber puesto dinero para reconstruir. Dinero que habrían puesto obligatoriamente, pero que luego habían recuperado y multiplicado.
La posada se encontraba en la calle de las herrerías. Las fraguas empezaban a coger calor. Mucho dependía de que los herreros funcionaran en condiciones óptimas: herramientas, ruedas de carros, poleas... todo necesitaba metal y manos expertas para ser reparadas.
Un perro que estaba tumbado se levantó para olerle. Su dueño le llamó varias veces mientras dejaba de darle al fuelle. Sango le hizo un gesto para quitarle importancia y acarició al animal en la cabeza y luego le rascó el cuello lo que provocó que levantara la cabeza en un claro signo de comodidad y prestancia. Lo dejó atrás cuando el dueño volvió a llamarle con insistencia.
Entró en la taberna indicada para encontrarla vacía. Dejó que la puerta se cerrará con ruido y se acomodó en una mesa, separada de la puerta, con visión de toda la taberna. Uno nunca sabía. Una mujer se acercó a él. Tenía un andar raro, debía ser la prima. Le estudiaba a medida que se acercaba. La armadura era imposible de esconder incluso bajo la capa. La mujer le dio la bienvenida y le recitó lo que tenían disponible.
- Pan y queso. Cerveza aguada para beber. Espero compañía así que, no hay prisa, de verdad-.
Mientras esperaba, su cabeza se puso a especular por la extraña forma de caminar de la mujer.
Sango
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Las marcas en la piel de la camarera contrastaban con la expresión de dicha que tenía, tumbada de lado sobre la cama revuelta. Iori había enloquecido, dejándose llevar por completo. La fuerza de sus manos, sus dientes y uñas habían dejado impronta en su cuerpo. Y ella lo había gozado de tal forma, que había llegado a perder parte del efecto liberador que tenía sobre la mestiza.
Se escabulló carente de sigilo y sin mirar atrás, cuando la madrugada dominaba Lunargenta. Si no había cometido demasiados errores en su observación de la casa de Hans, tres horas antes del amanecer hacían el último cambio de guardia. Aquel era su objetivo. Cualquiera de los cuatro soldados que guardaban la puerta principal.
Ninguna de las personas que se movían en aquel momento por las calles guardaba buenas intenciones en su haber. Iori no era diferente a ellos.
Vestida con ropas oscuras, se detuvo en la enorme plaza de mármol en la cual estaba ubicada la mansión del mercader. Observó, y aguardó. Dejando que el frío entumeciese sus músculos. Hasta que el movimiento llamó su atención. El cambio de guardia se realizó. Soldados que llegaban, otros marchaban... clavó los ojos con un deseo ardiente, de que alguno de ellos saliese de allí para ir a descansar a otro lugar tras la jornada de trabajo.
Sonrió de medio lado y su mano ajustó el escote de su blusa, cuando vio a uno de ellos salir. Lo siguió como una sombra y, tras anticipar su camino se adelantó por otra calle paralela para salirle al paso. Fue sencillo, en cuanto ella puso aquella cara de inocencia escrupulosamente controlada. Pareció asustarse cuando se encontraron, e incluso tartamudeó insegura. Le preguntó si conocía la Mansión de Hans Meyer, el afamado mercader, asegurándole que una vecina del pueblo le había dado indicaciones para dirigirse allí a buscar trabajo.
El soldado, demasiado joven, demasiado incauto, sonrió.
Caminaron juntos, de regreso a la plaza mientras él le mostraba la ubicación de la mansión. La cara de sorpresa de Iori contribuyó a seguir con aquel engaño. Nadie podía entrar sin permiso, y menos en aquel momento de la madrugada. Pero le prometió que en la mañana siguiente, él mismo hablaría con el ama de llaves para conseguirle una entrevista.
El era todo amabilidad, y en la forma en la que se ruborizaba cuando miraba sin poder evitarlo su escote, encontró Iori motivos suficientes para querer escucharlo jadear contra la pared de algún callejón. Pervertir y transformar en sus manos a aquel soldado parecía un juego entretenido, pero una forma también eficiente de echar al traste su tapadera para poder internarse allí.
Estaban despidiéndose. Una sonrisa cómplice. Un gesto caballero por su parte, hasta que la luminosidad de la luna aclaró los ojos de Iori.
El joven se quedó mudo, mientras la mestiza casi podía escuchar los engranajes en su mente de lo que estaba pensando. Dio un paso hacia atrás, y la evaluó de nuevo, analizando ahora con un gesto marcial. Lo sabía. Hans había dado su descripción a la guardia. Y aquel desgraciado acababa de aclarar en su mente lo que nació como simple sospecha.
Mientras él comprendía la potencia de la verdad frente a él, y pensaba en apresarla, la decisión de Iori fue más rápida y sencilla. Callarlo para siempre. Sacó la daga que guardaba oculta entre las ropas y rodeándole el cuello con los brazos abrió su garganta de lado a lado. Había estado a punto de gritar para dar la voz de alarma, pero cuando la sangre se coló dentro de su tráquea, únicamente se escucharon unos leves gorgojeos, mientras sus pulmones se encharcaban.
Cayó de rodillas, al suelo húmedo, justo en la boca de una de las calles que daban a la plaza. Tardarían nada en encontrarlo. Y cuando lo hicieran, seguramente Hans sabría que ella ya estaba allí. Apretó los dientes, notando el calor de la sangre del chico sobre su pecho. Tendría que buscar otra manera de entrar...
Hacía poco que había amanecido cuando se encaminó de regreso al antro en el que se hospedaba. Tenía que pasar desapercibida hasta la noche. Momento en el que bajaría a las catacumbas. Comer algo y dormir serían las tareas en las que aprovecharía el día. Si es que la camarera no se metía de nuevo en su habitación. La figura de la mestiza apareció en el umbral, y se detuvo un segundo, apoyando su cuerpo tambaleante en el marco. Se sentía muy cansada. Sus ojos buscaron, acostumbrándose al cambio de luz que había en el interior. Se clavaron en el rostro de la camarera a la que había hecho gritar atada a su cama el día anterior.
- Algo de comer. Y bebida - susurró con la voz ronca antes de avanzar.
La puerta se cerró con fuerza, y caminó con paso lento ahora hasta la primera mesa que encontró pegada a la pared, justo al lado de una ventana. El cristal estaba tan sucio que la claridad se difuminaba. No lo suficiente como para ocultar la sangre que manchaba el pecho de Iori. Se dejó caer de forma pesada sobre la destartalada silla, ajena a la otra figura que compartía espacio con ella.
- ¿Qué tal el tiempo por ahí fuera?- dijo de forma casual antes de llevarse un trozo de queso a la boca.
Los ojos azules, perdidos en algún punto a medias entre sus manos cruzadas sobre la mesa y la pared, se volvieron para mirar a Sango. No lo demostró, pero se sorprendió al reconocer al hombre con el que había coincidido en dos ocasiones anteriores. Su aspecto era igual de gallardo que siempre, sin parecer ensombrecido por el lugar cutre en el que se encontraban los dos. Le pareció por un momento, que aquello no era real. Que él no podía estar allí, tan tranquilo, mascando queso frente a ella.
Pero entonces recordó que dedicar tiempo a dar vueltas sobre cosas que no implicasen directamente a Hans, la alejaba de su objetivo. Por lo que se encogió de hombros y arrojó de su mente la sorpresa y las preguntas que él generaba en ella. Sonrió de medio lado.
- Vaya, el gran héroe. ¿De quién te escondes aquí? Seguro que nadie te buscaría en una posada de mierda como esta - habló sin modular el tono de voz, dándole igual a quién pudieran llegarle sus palabras.
- Oh, esta posada está bien, créeme, las hay peores - terminó de masticar un trozo de queso y tras tragar prosiguió - En Dalmasca, la capital de los Nórgedos, en el Arenal de Roilkat, no te recomiendo la tasca "Pozo de Brea": te ponen malditos escorpiones asados con un brebaje con base de cactus que sabe a mierda. -
¿Estaba intentando entablar conversación? No era esa la relación que los había unido en sus aventuras previas.
La mestiza lo observó con la sonrisa de un lobo esperando confrontación, pero esta desapareció de su cara a medida que el Héroe hablaba. Desvió los ojos de él antes de que terminara, en un acto de evidente desinterés y golpeó la mesa con un puño.
- ¿¡Viene o no la bebida?! - vociferó sin paciencia. Volvió a inclinarse sobre la mesa, con las manos unidas en un gesto tenso, perdiéndose en su mente otra vez. Se había olvidado por completo de Sango, cuando él habló otra vez.
- Calma - dijo algo tenso - No creo que esos modales sean propios de la buena educación que sé que has recibido - su tono se endureció.
Pareció no oírlo, hasta que, se volvió lentamente para volver a fijar la vista en él. Parecía sorprendida. ¿Hablaba como si la conociera de algo? La educación que había recibido se basaba en saber cosechar y extraer alimentos del campo, cuidar y sacrificar a los animales en función de sus necesidades, y organizar la intendencia básica de la casa para sobrevivir a cada invierno, esperando la llegada del siguiente.
- ¿Sabes que he recibido? ¿Ahora los héroes tienen habilidades de legeremancia también? - la camarera se acercó con una pequeña bandeja de fiambre y queso recién cortado junto con media hogaza de pan. La había tostado ligeramente al fuego y el aroma se extendió por todo el local.
- ¿Héroe? - preguntó con cero discreción mirando a Iori y fijándose más que hasta entonces en Sango.
- Bebida - farfulló la mestiza tomándole la bandeja que portaba en las manos de mala manera. Se la quitó y la dejó caer sobre la mesa en la que ella estaba con desprecio. Le hizo un gesto con la mano y la muchacha desapareció de su vista. No apartó los ojos del hombre ni una sola vez. - Dime Sango, ¿Qué crees saber de mí? - había reto en su mirada.
Le sorprendió la calma, y el silencio que se alzó entre ambos hasta que él habló.
- Una superviviente - empezó algo titubeante - No todo el mundo salió de Edén. Dioses, ¿Qué probabilidades había de sobrevivir?- su mirada se perdió en el pecho de Iori, en la mancha de sangre del soldado al que mató hacía unas horas. - Eres una superviviente, y también una idiota porque nos seguiste al interior de Edén - se permitió sonreír y cruzar su mirada con la de ella. - Sé qué hay más, pero no me aventuraré a ir más allá cuando tengo las respuesta frente a mi. Dime, Iori - hizo una pausa, y la forma en la que la miró a los ojos, la hizo sentir incómoda. - ¿Quién eres? -
Se había sentado, de medio lado para mirar de frente a Sango. Había cruzado las piernas y estaba contra la pared con lo que parecía un punto de diversión en la mirada. Más la conversación no fue por donde ella quería. En la voz del hombre, algo lastimó a Iori. Cualquiera habría podido verlo, el gesto evidente de disgusto en su rostro. Todo dinamitado por una simple pregunta.
¿Quién era?
Era Iori de Eiroás.
La niña de Zakath.
¿Y en Verisar?
La chica fácil.
El sexo sin corazón.
El viento sin control.
¿Y más dentro?
Era la hija de Ayla.
Era la hija de Eithelen.
Era Estellüine Inglorien.
Su mirada se enturbió, y le dedicó un matiz de odio al héroe, conteniendo un leve temblor. Recordar a sus padres en aquel momento la empujó colocando los pies al borde del precipicio. Aquel lugar sin fondo, que la tragaba cada vez que no era capaz de mantener su mente firme ante la... devastación que la comía cada día por dentro.
La ira subió, como savia nueva por su cuerpo hasta incendiarla. Necesitaba el daño, sentir el dolor. Alzó el puño y golpeó sin mirar, el cristal que había en la ventana tras ella. El vidrio cedió arañando la piel, mientras Iori cerraba los dedos sobre los fragmentos de forma consciente. La camarera apareció corriendo, tirando en el proceso parte de la cerveza espumosa que había servido en la enorme jarra.
- ¡Iori! - el tono de preocupación en su voz le dio arcadas.
La mestiza se levantó para apartarse de ambos, mientras observaba los trozos mordiendo profundamente el interior de su mano.
- Maldita sea…- jadeó. - Lisa - ladró.
- Es Lena… - corrigió la chica en voz suave, algo intimidada por ella mientras posaba la jarra en la mesa
- ¿Conoces algún punto de acceso seguro a las catacumbas? - preguntó clavando los ojos en ella.
Fue el flamane héroe quién decidió tomar parte en la escena. Se levantó y caminó hacia Iori. Apartó a la prima de Kyotan y agarró con firmeza el brazo de la mano herida. Gruñó.
- Vete a por agua limpia y un paño para limpiar la herida - le dijo a Lena.
Sango se sentó y obligó a Iori a imitarle. El contacto con su mano la puso en guardia. Se iba a revolver como una sabandija bajo su agarre, pero encontró algo en él que la hizo aguardar. No fue su mirada decidida, no fue ese brillo imperioso en sus ojos. Fue la firmeza en su forma de asirla lo que la hizo amoldarse y obedecer. Una forma de sujetarla dura y contundente, que no daba opción a resistencia. ¿No era eso, en el fondo, una de las cosas que la calmaban? Se dejó llevar entonces, dócil por unos instantes, sentándose a su lado.
- Creía equivocarme, pero no. Eres idiota - le dijo en voz baja antes de arrancarle sin ningún tipo de miramiento un fragmento de cristal que tenía en una de las heridas abiertas. Lo que Sango no vio hasta ese momento fue que la mujer sujetaba con fuerza otro trozo de cristal. Ben miró con incredulidad a Iori.
Rio por lo bajo, con una mueca de burla cuando la llamó idiota, y centró su atención en el agarre al que la sometía. Deseó... anheló que fuese más rudo. Que le clavase las uñas... mientras él no lo hacía, bien servía el cristal. Lo asió contra su carne, haciendo que la herida se abriese más. Pero él se dio cuenta. El maldito héroe se puso en su papel perfecto, decidido a ayudarla.
- Espero que me perdones por lo que voy a hacer pero - levantó una pierna y antes de acabar la frase le pegó un pisotón en el pie izquierdo.
Fue en el súbito pisotón en dónde encontró la sorpresa y el alivio. Su boca exhaló un gemido de dolor, aunque su rostro mostró lo conveniente que estaba siendo aquella acción para ella. Intentó oponer resistencia sin poder evitarlo. Su cuerpo al final rehuía de forma instintiva el daño. Pero su mente... abrazó la fuerza de Sango con un morboso placer.
Alzó la vista y buscó sus ojos. Quería ver, leer en él qué sentía en aquella inesperada conexión que los unía.
Él no levantó el pie y aprovechó el forcejeo para retirarle el cristal de las manos. Cuando lo hizo, la soltó. Se echó rápidamente hacia atrás y se llevo la mano al cinto para buscar una bota que descolgó y que sopesó entre sus manos. Lena llegó con un balde de agua y unos trapos, rompiendo el momento. Sin dolor y sin cristales, Iori se alejó de él, sin disimular la cara de fastidio. Lastimarse estaba bien. Pillar una infección no. Y precisaba de sus cuatro miembros para poder hacer con Hans lo que tenía planeado.
- Cuando tengas la herida limpia, te invitaré a un trago de esto y después quiero saber por qué la protegida de Zakath quiere entrar en las Catacumbas. -
La mención de Zakath la pilló al traspiés. Volvió a mirar a Sango, ahora con un punto de cautela nacida de la desconfianza en su cara. ¿Qué sabía él...?
- Lo fui una vez. Pero ya no. Su vida y la mía van por caminos separados. Es algo que él mismo me enseñó. - respondió en un tono bajo. Se inclinó hacia el balde y sumergió con furia los trapos, para comenzar a limpiarse ella misma la herida. - ¿Qué es? - preguntó con desconfianza observando lo que él le ofrecía.
- Estás herida... ahí... - intervino insegura la chica a la que la mestiza había vuelvo a ignorar, señalando su pecho. Comenzaba a pesarle haberse enredado con ella. Un par de noches de sexo no compensaban tener que soportar su constante presencia.
- No es mía - zanjó mientras frotaba con fuerza, tiñendo el paño de rojo.
- Es... licor. Te hará sentir mejor y hará que te olvides de esos cortes tan feos mientras te cura la herida - posó la bota sobre la mesa, junto a Iori y volvió a recuperar su sitio a su lado. Tras el comentario de Lena, ahora era él quien no apartaba los ojos de la sangre que manchaba su pecho.
- ¿Para qué quieres meterte en las Catacumbas? - hizo una mueca de desprecio al decir aquello - El gremio de luchadores no creo que exista y no debería haber más que chusma allí dentro - hizo una pausa y la miró a los ojos - ¿Qué busca una mujer buscada en un nido de víboras? -
Frunció el ceño, frotando con ansia viva la herida de la mano mientras lo escuchaba, hasta que paró de golpe.
- ¿Cómo dices? - dejó caer el trapo dentro del agua y se acercó a él para mirarlo. Más próxima de lo que la cortesía dictaba, lo miró fijamente, sin una expresión clara en el rostro. - ¿Tú conoces las catacumbas? ¿Y a qué te refieres con una mujer "buscada"? -
- Te buscan Iori. ¿Cómo te crees que he dado contigo? Los Dioses han querido que sea el primero - no entraría en más detalles - Las Catacumbas... claro que las conozco. He estado en ellas. Y sé que alguien cabal no querría ir allí. -
Se inclinó más hacia él, situándose de pie frente a Sango. Ante la mención de la palabra cabal, Iori emitió una leve risa. Ocupó el pequeño espacio que había entre sus piernas en una actitud que, en otro momento y lugar hubiese resultado íntima. En aquel instante estaba desposeída de cualquier rasgo sensual que pudiera tener.
- ¿Quién me busca? - preguntó.
- Bebe y te lo cuento - dijo señalando la bota.
Sabía la respuesta. Desde que había matado a Otto, Iori le había dejado pistas de que él era el siguiente. Lo acontecido con el guardia aquella misma madrugada era un eco recordándoselo. Y ella nunca había pensado en usar el sigilo para alcanzar su venganza. Había dejado un rastro de caos tras ella que había prevenido a Hans. Y estaba segura de que si todavía no la había conseguido detener, era gracias a lo errática de su forma de comportarse. Una que ni ella misma entendía, y que respondía a decisiones tomadas en menos de un segundo, cambiantes siempre de un minuto a otro.
Lo miró con impaciencia, y de forma airada tomó la bota. La descorchó con los dientes y acortó centímetros con Sango. El abdomen de la mestiza estaba prácticamente rozando con el mentón del guerrero, cuando acercó la boquilla a sus labios.
- Tú primero - no sonó a invitación.
- Vas a necesitar hasta la última gota de eso, ¿estás segura? - dijo con un tono cansino que sonaba forzado.
Iori le mantuvo la mirada. No dijo nada. No pestañeó. El guerrero se encogió de hombros y bebió un trago. Lo miró con vivo interés, para terminar alejándose de él cuando pareció satisfecha. Inclinó la bota sobre sus labios y bebió. La vació y al terminarla, se la lanzó de nuevo a Sango. La camarera seguía allí parada, observando la escena con las manos contra el pecho.
- ¿Entonces Iori está en problemas? - preguntó. La mestiza se había vuelto a olvidar de ella.
- ¿Quién te ha invitado a esta fiesta? - inquirió al instante la chica de ojos azules mirándola con ira. - ¿Crees que follar contigo trae además algún tipo de permiso para que te metas en mi vida? - la tensión era evidente en todo su cuerpo. - Lárgate... desaparece de mi vista - siseó bajando mucho el tono de voz, pero suficiente para resultar audible.
Lena la miró con una expresión que evidenció que aquellas palabras la habían herido. Con un leve puchero, escondió la humedad de los ojos y se giró rápidamente para desaparecer en las cocinas.
- Bien, ahora tú y yo podemos seguir. ¿Quién me busca? - se sentó de forma resuelta justo al lado de Sango, mirándolo con una sonrisa de nuevo. Extendió la mano para tomar la enorme jarra de cerveza y bebió ávidamente de ella.
- ¿Quién te busca? Ya te lo dije: Zakath - dijo con tranquilidad. Iori sintió ganas de clavarle un puño en la entrepierna.
- Créeme si te digo que me resulta difícil imaginarlo. ¿Qué relación tienes con él? - No pudo evitar preguntar. Pero frunció el ceño y se incorporó para quedar sentada en el borde de la silla. Aquella conversación la apartaba del único camino que importaba. - No, espera, ¿sabes qué? Me da por completo igual. Solo quiero saber una cosa de ti. Por dónde puedo acceder a las catacumbas. -
- ¿Por qué quieres ir a las Catacumbas? - insistió. Aquel debía de ser el Sango más conversador del mundo, y tenía la mala suerte de que le había tocado a ella en aquella nefasta mañana. Alzó los ojos hacia el techo de la posada y suspiró, haciendo acopio de paciencia.
- Necesito encontrar allí a alguien - se encogió de hombros tras su lacónica respuesta, y volvió a beber. Apuró los tragos con cara de disgusto y la dejó de forma sonora en la mesa volviendo a centrar la vista en él.
- Me pregunto si será la misma persona que te busca...- dijo mientras se miraba las uñas de la mano derecha - El Maestro Zakath también te busca, Iori, no bromeo - su mirada volvió a sus ojos, siempre volvía a ellos.
Su rostro volvió a cambiar, mientras tardaba un segundo en comprender lo que él había dicho. Estaba jugando con ella. Alzó la jarra y bebió de nuevo, terminando con su contenido para cuando la dejó sobre la mesa. Habérsela tirado a la cabeza habría sido un desperdicio.
- Mira, no me importa quién me busque, ya sea Zakath o cualquier otra persona. Mis pasos los decido yo, y con tu ayuda o sin ti, encontraré la forma de internarme al atardecer en las catacumbas - se levantó. Y se tambaleó ligeramente. Funcionaba rápido. Siempre lo hacía. Tras toda una vida sin probar el alcohol, cualquier tipo de bebida se licuaba dentro de ella catapultándose en el torrente sanguíneo. El estado de embriaguez la hacía sentir bien. Ajena al mundo y con una mayor facilidad para evitar el dolor intenso de los recuerdos que la martirizaban cuando estaba sobria.
Se detuvo para controlar el equilibrio y observó su mano. Sus ojos se abrieron, incrédulos, al observar el estado de curación que tenía su herida.
- ¿Qué demonios llevaba esta cerveza? - vociferó. Dio un paso al frente. Y tropezó.
Sango sonrió con el último comentario y él también miró la mano de Iori.
- Los alquimistas son capaces de hacer casi cualquier cosa, ¿verdad? Ah, Iori. No te recordaba tan, cabezona. Siéntate y cuéntame de una vez a quién buscas - hizo una pausa para mirar al frente y clavar sus ojos en algún punto de la estancia - Ayúdame a entender tu obsesión por las Catacumbas, por encontrar a esa persona - volvió a parar, dejando que en la mente de la mestiza su amabilidad se deslizase con la misma facilidad que había hecho el alcohol - Ayúdame a entender por qué no quieres ver a la persona que más te quiere en este mundo. -
¿La persona que más la quería en el mundo?
Las palabras de Sango asatearon su corazón. Sílabas en forma de flechas que perforaron lo poco que quedaba de integridad dentro de ella. Lo que había sobrevivido al ritual en el templo. Se quedó congelada, como si fuese un autómata sin vida, y la vista perdida en ninguna parte. Las lágrimas bajaron por sus mejillas sin que cerrase ni un instante los ojos.
Vio, claro y bien definido, el rostro de su madre. Sonreía como si poseyera la luz del Sol, mientras le proporcionaba apoyo con sus manos a un pequeño bebé de cabello castaño y ojos azules, imposibles en un humano normal. La pequeña criatura avanzó unos pasos, trastabillando y siendo tomada en brazos antes de que diese con el cuerpo en el suelo. La mujer la aupó, alzándola sobre su cabeza para abrazarla a continuación con fuerza contra el pecho.
Y allí, pegada a su piel, Iori sabía que había encontrado también el calor del Sol en su madre cuando era un bebé.
- ... Ellos... me querían. Mis.... mi madre... - apenas movió la boca para hablar. Permanecía de pie, respiraba, pero frente a Sango, Iori parecía haber perdido la vida misma en aquel instante.
Sango se levantó lentamente y se colocó frente a ella analizando su reacción. La observó durante un instante antes de posar las manos sobre sus hombros, y apretar para ver si había reacción. Iori jamas sabría qué tipo de expresión componían los rasgos del héroe en aquel momento, mientras la miraba.
- ¿Quién?- repitió en voz baja.
El llanto mudo no cesó, mientras permanecían en aquella simbiosis extraña, diferente. Algo de movió en la mestiza, algo que Sango alcanzaría a atisbar en su forma de mirarlo. Pero antes de que pudiera ponerle palabras, la puerta de la posada se abrió tras ellos, golpeando con fuerza la pared y haciendo crujir los goznes. Tres figuras que cubrían la totalidad del hueco asomaron, acostumbrado sus ojos a la leve claridad del interior. Evaluaron la situación y se fijaron en las dos únicas personas que había a la vista.
- ¿Está aquí? - preguntó uno de ellos, desde atrás.
- Sí, tal y cómo nos dijeron. Me pueden cortar un dedo de la mano si esos no son los ojos que buscamos - aseguró el que estaba delante, con una sonrisa astuta en el rostro.
Se escabulló carente de sigilo y sin mirar atrás, cuando la madrugada dominaba Lunargenta. Si no había cometido demasiados errores en su observación de la casa de Hans, tres horas antes del amanecer hacían el último cambio de guardia. Aquel era su objetivo. Cualquiera de los cuatro soldados que guardaban la puerta principal.
Ninguna de las personas que se movían en aquel momento por las calles guardaba buenas intenciones en su haber. Iori no era diferente a ellos.
Vestida con ropas oscuras, se detuvo en la enorme plaza de mármol en la cual estaba ubicada la mansión del mercader. Observó, y aguardó. Dejando que el frío entumeciese sus músculos. Hasta que el movimiento llamó su atención. El cambio de guardia se realizó. Soldados que llegaban, otros marchaban... clavó los ojos con un deseo ardiente, de que alguno de ellos saliese de allí para ir a descansar a otro lugar tras la jornada de trabajo.
Sonrió de medio lado y su mano ajustó el escote de su blusa, cuando vio a uno de ellos salir. Lo siguió como una sombra y, tras anticipar su camino se adelantó por otra calle paralela para salirle al paso. Fue sencillo, en cuanto ella puso aquella cara de inocencia escrupulosamente controlada. Pareció asustarse cuando se encontraron, e incluso tartamudeó insegura. Le preguntó si conocía la Mansión de Hans Meyer, el afamado mercader, asegurándole que una vecina del pueblo le había dado indicaciones para dirigirse allí a buscar trabajo.
El soldado, demasiado joven, demasiado incauto, sonrió.
Caminaron juntos, de regreso a la plaza mientras él le mostraba la ubicación de la mansión. La cara de sorpresa de Iori contribuyó a seguir con aquel engaño. Nadie podía entrar sin permiso, y menos en aquel momento de la madrugada. Pero le prometió que en la mañana siguiente, él mismo hablaría con el ama de llaves para conseguirle una entrevista.
El era todo amabilidad, y en la forma en la que se ruborizaba cuando miraba sin poder evitarlo su escote, encontró Iori motivos suficientes para querer escucharlo jadear contra la pared de algún callejón. Pervertir y transformar en sus manos a aquel soldado parecía un juego entretenido, pero una forma también eficiente de echar al traste su tapadera para poder internarse allí.
Estaban despidiéndose. Una sonrisa cómplice. Un gesto caballero por su parte, hasta que la luminosidad de la luna aclaró los ojos de Iori.
El joven se quedó mudo, mientras la mestiza casi podía escuchar los engranajes en su mente de lo que estaba pensando. Dio un paso hacia atrás, y la evaluó de nuevo, analizando ahora con un gesto marcial. Lo sabía. Hans había dado su descripción a la guardia. Y aquel desgraciado acababa de aclarar en su mente lo que nació como simple sospecha.
Mientras él comprendía la potencia de la verdad frente a él, y pensaba en apresarla, la decisión de Iori fue más rápida y sencilla. Callarlo para siempre. Sacó la daga que guardaba oculta entre las ropas y rodeándole el cuello con los brazos abrió su garganta de lado a lado. Había estado a punto de gritar para dar la voz de alarma, pero cuando la sangre se coló dentro de su tráquea, únicamente se escucharon unos leves gorgojeos, mientras sus pulmones se encharcaban.
Cayó de rodillas, al suelo húmedo, justo en la boca de una de las calles que daban a la plaza. Tardarían nada en encontrarlo. Y cuando lo hicieran, seguramente Hans sabría que ella ya estaba allí. Apretó los dientes, notando el calor de la sangre del chico sobre su pecho. Tendría que buscar otra manera de entrar...
[...]
Hacía poco que había amanecido cuando se encaminó de regreso al antro en el que se hospedaba. Tenía que pasar desapercibida hasta la noche. Momento en el que bajaría a las catacumbas. Comer algo y dormir serían las tareas en las que aprovecharía el día. Si es que la camarera no se metía de nuevo en su habitación. La figura de la mestiza apareció en el umbral, y se detuvo un segundo, apoyando su cuerpo tambaleante en el marco. Se sentía muy cansada. Sus ojos buscaron, acostumbrándose al cambio de luz que había en el interior. Se clavaron en el rostro de la camarera a la que había hecho gritar atada a su cama el día anterior.
- Algo de comer. Y bebida - susurró con la voz ronca antes de avanzar.
La puerta se cerró con fuerza, y caminó con paso lento ahora hasta la primera mesa que encontró pegada a la pared, justo al lado de una ventana. El cristal estaba tan sucio que la claridad se difuminaba. No lo suficiente como para ocultar la sangre que manchaba el pecho de Iori. Se dejó caer de forma pesada sobre la destartalada silla, ajena a la otra figura que compartía espacio con ella.
- ¿Qué tal el tiempo por ahí fuera?- dijo de forma casual antes de llevarse un trozo de queso a la boca.
Los ojos azules, perdidos en algún punto a medias entre sus manos cruzadas sobre la mesa y la pared, se volvieron para mirar a Sango. No lo demostró, pero se sorprendió al reconocer al hombre con el que había coincidido en dos ocasiones anteriores. Su aspecto era igual de gallardo que siempre, sin parecer ensombrecido por el lugar cutre en el que se encontraban los dos. Le pareció por un momento, que aquello no era real. Que él no podía estar allí, tan tranquilo, mascando queso frente a ella.
Pero entonces recordó que dedicar tiempo a dar vueltas sobre cosas que no implicasen directamente a Hans, la alejaba de su objetivo. Por lo que se encogió de hombros y arrojó de su mente la sorpresa y las preguntas que él generaba en ella. Sonrió de medio lado.
- Vaya, el gran héroe. ¿De quién te escondes aquí? Seguro que nadie te buscaría en una posada de mierda como esta - habló sin modular el tono de voz, dándole igual a quién pudieran llegarle sus palabras.
- Oh, esta posada está bien, créeme, las hay peores - terminó de masticar un trozo de queso y tras tragar prosiguió - En Dalmasca, la capital de los Nórgedos, en el Arenal de Roilkat, no te recomiendo la tasca "Pozo de Brea": te ponen malditos escorpiones asados con un brebaje con base de cactus que sabe a mierda. -
¿Estaba intentando entablar conversación? No era esa la relación que los había unido en sus aventuras previas.
La mestiza lo observó con la sonrisa de un lobo esperando confrontación, pero esta desapareció de su cara a medida que el Héroe hablaba. Desvió los ojos de él antes de que terminara, en un acto de evidente desinterés y golpeó la mesa con un puño.
- ¿¡Viene o no la bebida?! - vociferó sin paciencia. Volvió a inclinarse sobre la mesa, con las manos unidas en un gesto tenso, perdiéndose en su mente otra vez. Se había olvidado por completo de Sango, cuando él habló otra vez.
- Calma - dijo algo tenso - No creo que esos modales sean propios de la buena educación que sé que has recibido - su tono se endureció.
Pareció no oírlo, hasta que, se volvió lentamente para volver a fijar la vista en él. Parecía sorprendida. ¿Hablaba como si la conociera de algo? La educación que había recibido se basaba en saber cosechar y extraer alimentos del campo, cuidar y sacrificar a los animales en función de sus necesidades, y organizar la intendencia básica de la casa para sobrevivir a cada invierno, esperando la llegada del siguiente.
- ¿Sabes que he recibido? ¿Ahora los héroes tienen habilidades de legeremancia también? - la camarera se acercó con una pequeña bandeja de fiambre y queso recién cortado junto con media hogaza de pan. La había tostado ligeramente al fuego y el aroma se extendió por todo el local.
- ¿Héroe? - preguntó con cero discreción mirando a Iori y fijándose más que hasta entonces en Sango.
- Bebida - farfulló la mestiza tomándole la bandeja que portaba en las manos de mala manera. Se la quitó y la dejó caer sobre la mesa en la que ella estaba con desprecio. Le hizo un gesto con la mano y la muchacha desapareció de su vista. No apartó los ojos del hombre ni una sola vez. - Dime Sango, ¿Qué crees saber de mí? - había reto en su mirada.
Le sorprendió la calma, y el silencio que se alzó entre ambos hasta que él habló.
- Una superviviente - empezó algo titubeante - No todo el mundo salió de Edén. Dioses, ¿Qué probabilidades había de sobrevivir?- su mirada se perdió en el pecho de Iori, en la mancha de sangre del soldado al que mató hacía unas horas. - Eres una superviviente, y también una idiota porque nos seguiste al interior de Edén - se permitió sonreír y cruzar su mirada con la de ella. - Sé qué hay más, pero no me aventuraré a ir más allá cuando tengo las respuesta frente a mi. Dime, Iori - hizo una pausa, y la forma en la que la miró a los ojos, la hizo sentir incómoda. - ¿Quién eres? -
Se había sentado, de medio lado para mirar de frente a Sango. Había cruzado las piernas y estaba contra la pared con lo que parecía un punto de diversión en la mirada. Más la conversación no fue por donde ella quería. En la voz del hombre, algo lastimó a Iori. Cualquiera habría podido verlo, el gesto evidente de disgusto en su rostro. Todo dinamitado por una simple pregunta.
¿Quién era?
Era Iori de Eiroás.
La niña de Zakath.
¿Y en Verisar?
La chica fácil.
El sexo sin corazón.
El viento sin control.
¿Y más dentro?
Era la hija de Ayla.
Era la hija de Eithelen.
Era Estellüine Inglorien.
Su mirada se enturbió, y le dedicó un matiz de odio al héroe, conteniendo un leve temblor. Recordar a sus padres en aquel momento la empujó colocando los pies al borde del precipicio. Aquel lugar sin fondo, que la tragaba cada vez que no era capaz de mantener su mente firme ante la... devastación que la comía cada día por dentro.
La ira subió, como savia nueva por su cuerpo hasta incendiarla. Necesitaba el daño, sentir el dolor. Alzó el puño y golpeó sin mirar, el cristal que había en la ventana tras ella. El vidrio cedió arañando la piel, mientras Iori cerraba los dedos sobre los fragmentos de forma consciente. La camarera apareció corriendo, tirando en el proceso parte de la cerveza espumosa que había servido en la enorme jarra.
- ¡Iori! - el tono de preocupación en su voz le dio arcadas.
La mestiza se levantó para apartarse de ambos, mientras observaba los trozos mordiendo profundamente el interior de su mano.
- Maldita sea…- jadeó. - Lisa - ladró.
- Es Lena… - corrigió la chica en voz suave, algo intimidada por ella mientras posaba la jarra en la mesa
- ¿Conoces algún punto de acceso seguro a las catacumbas? - preguntó clavando los ojos en ella.
Fue el flamane héroe quién decidió tomar parte en la escena. Se levantó y caminó hacia Iori. Apartó a la prima de Kyotan y agarró con firmeza el brazo de la mano herida. Gruñó.
- Vete a por agua limpia y un paño para limpiar la herida - le dijo a Lena.
Sango se sentó y obligó a Iori a imitarle. El contacto con su mano la puso en guardia. Se iba a revolver como una sabandija bajo su agarre, pero encontró algo en él que la hizo aguardar. No fue su mirada decidida, no fue ese brillo imperioso en sus ojos. Fue la firmeza en su forma de asirla lo que la hizo amoldarse y obedecer. Una forma de sujetarla dura y contundente, que no daba opción a resistencia. ¿No era eso, en el fondo, una de las cosas que la calmaban? Se dejó llevar entonces, dócil por unos instantes, sentándose a su lado.
- Creía equivocarme, pero no. Eres idiota - le dijo en voz baja antes de arrancarle sin ningún tipo de miramiento un fragmento de cristal que tenía en una de las heridas abiertas. Lo que Sango no vio hasta ese momento fue que la mujer sujetaba con fuerza otro trozo de cristal. Ben miró con incredulidad a Iori.
Rio por lo bajo, con una mueca de burla cuando la llamó idiota, y centró su atención en el agarre al que la sometía. Deseó... anheló que fuese más rudo. Que le clavase las uñas... mientras él no lo hacía, bien servía el cristal. Lo asió contra su carne, haciendo que la herida se abriese más. Pero él se dio cuenta. El maldito héroe se puso en su papel perfecto, decidido a ayudarla.
- Espero que me perdones por lo que voy a hacer pero - levantó una pierna y antes de acabar la frase le pegó un pisotón en el pie izquierdo.
Fue en el súbito pisotón en dónde encontró la sorpresa y el alivio. Su boca exhaló un gemido de dolor, aunque su rostro mostró lo conveniente que estaba siendo aquella acción para ella. Intentó oponer resistencia sin poder evitarlo. Su cuerpo al final rehuía de forma instintiva el daño. Pero su mente... abrazó la fuerza de Sango con un morboso placer.
Alzó la vista y buscó sus ojos. Quería ver, leer en él qué sentía en aquella inesperada conexión que los unía.
Él no levantó el pie y aprovechó el forcejeo para retirarle el cristal de las manos. Cuando lo hizo, la soltó. Se echó rápidamente hacia atrás y se llevo la mano al cinto para buscar una bota que descolgó y que sopesó entre sus manos. Lena llegó con un balde de agua y unos trapos, rompiendo el momento. Sin dolor y sin cristales, Iori se alejó de él, sin disimular la cara de fastidio. Lastimarse estaba bien. Pillar una infección no. Y precisaba de sus cuatro miembros para poder hacer con Hans lo que tenía planeado.
- Cuando tengas la herida limpia, te invitaré a un trago de esto y después quiero saber por qué la protegida de Zakath quiere entrar en las Catacumbas. -
La mención de Zakath la pilló al traspiés. Volvió a mirar a Sango, ahora con un punto de cautela nacida de la desconfianza en su cara. ¿Qué sabía él...?
- Lo fui una vez. Pero ya no. Su vida y la mía van por caminos separados. Es algo que él mismo me enseñó. - respondió en un tono bajo. Se inclinó hacia el balde y sumergió con furia los trapos, para comenzar a limpiarse ella misma la herida. - ¿Qué es? - preguntó con desconfianza observando lo que él le ofrecía.
- Estás herida... ahí... - intervino insegura la chica a la que la mestiza había vuelvo a ignorar, señalando su pecho. Comenzaba a pesarle haberse enredado con ella. Un par de noches de sexo no compensaban tener que soportar su constante presencia.
- No es mía - zanjó mientras frotaba con fuerza, tiñendo el paño de rojo.
- Es... licor. Te hará sentir mejor y hará que te olvides de esos cortes tan feos mientras te cura la herida - posó la bota sobre la mesa, junto a Iori y volvió a recuperar su sitio a su lado. Tras el comentario de Lena, ahora era él quien no apartaba los ojos de la sangre que manchaba su pecho.
- ¿Para qué quieres meterte en las Catacumbas? - hizo una mueca de desprecio al decir aquello - El gremio de luchadores no creo que exista y no debería haber más que chusma allí dentro - hizo una pausa y la miró a los ojos - ¿Qué busca una mujer buscada en un nido de víboras? -
Frunció el ceño, frotando con ansia viva la herida de la mano mientras lo escuchaba, hasta que paró de golpe.
- ¿Cómo dices? - dejó caer el trapo dentro del agua y se acercó a él para mirarlo. Más próxima de lo que la cortesía dictaba, lo miró fijamente, sin una expresión clara en el rostro. - ¿Tú conoces las catacumbas? ¿Y a qué te refieres con una mujer "buscada"? -
- Te buscan Iori. ¿Cómo te crees que he dado contigo? Los Dioses han querido que sea el primero - no entraría en más detalles - Las Catacumbas... claro que las conozco. He estado en ellas. Y sé que alguien cabal no querría ir allí. -
Se inclinó más hacia él, situándose de pie frente a Sango. Ante la mención de la palabra cabal, Iori emitió una leve risa. Ocupó el pequeño espacio que había entre sus piernas en una actitud que, en otro momento y lugar hubiese resultado íntima. En aquel instante estaba desposeída de cualquier rasgo sensual que pudiera tener.
- ¿Quién me busca? - preguntó.
- Bebe y te lo cuento - dijo señalando la bota.
Sabía la respuesta. Desde que había matado a Otto, Iori le había dejado pistas de que él era el siguiente. Lo acontecido con el guardia aquella misma madrugada era un eco recordándoselo. Y ella nunca había pensado en usar el sigilo para alcanzar su venganza. Había dejado un rastro de caos tras ella que había prevenido a Hans. Y estaba segura de que si todavía no la había conseguido detener, era gracias a lo errática de su forma de comportarse. Una que ni ella misma entendía, y que respondía a decisiones tomadas en menos de un segundo, cambiantes siempre de un minuto a otro.
Lo miró con impaciencia, y de forma airada tomó la bota. La descorchó con los dientes y acortó centímetros con Sango. El abdomen de la mestiza estaba prácticamente rozando con el mentón del guerrero, cuando acercó la boquilla a sus labios.
- Tú primero - no sonó a invitación.
- Vas a necesitar hasta la última gota de eso, ¿estás segura? - dijo con un tono cansino que sonaba forzado.
Iori le mantuvo la mirada. No dijo nada. No pestañeó. El guerrero se encogió de hombros y bebió un trago. Lo miró con vivo interés, para terminar alejándose de él cuando pareció satisfecha. Inclinó la bota sobre sus labios y bebió. La vació y al terminarla, se la lanzó de nuevo a Sango. La camarera seguía allí parada, observando la escena con las manos contra el pecho.
- ¿Entonces Iori está en problemas? - preguntó. La mestiza se había vuelto a olvidar de ella.
- ¿Quién te ha invitado a esta fiesta? - inquirió al instante la chica de ojos azules mirándola con ira. - ¿Crees que follar contigo trae además algún tipo de permiso para que te metas en mi vida? - la tensión era evidente en todo su cuerpo. - Lárgate... desaparece de mi vista - siseó bajando mucho el tono de voz, pero suficiente para resultar audible.
Lena la miró con una expresión que evidenció que aquellas palabras la habían herido. Con un leve puchero, escondió la humedad de los ojos y se giró rápidamente para desaparecer en las cocinas.
- Bien, ahora tú y yo podemos seguir. ¿Quién me busca? - se sentó de forma resuelta justo al lado de Sango, mirándolo con una sonrisa de nuevo. Extendió la mano para tomar la enorme jarra de cerveza y bebió ávidamente de ella.
- ¿Quién te busca? Ya te lo dije: Zakath - dijo con tranquilidad. Iori sintió ganas de clavarle un puño en la entrepierna.
- Créeme si te digo que me resulta difícil imaginarlo. ¿Qué relación tienes con él? - No pudo evitar preguntar. Pero frunció el ceño y se incorporó para quedar sentada en el borde de la silla. Aquella conversación la apartaba del único camino que importaba. - No, espera, ¿sabes qué? Me da por completo igual. Solo quiero saber una cosa de ti. Por dónde puedo acceder a las catacumbas. -
- ¿Por qué quieres ir a las Catacumbas? - insistió. Aquel debía de ser el Sango más conversador del mundo, y tenía la mala suerte de que le había tocado a ella en aquella nefasta mañana. Alzó los ojos hacia el techo de la posada y suspiró, haciendo acopio de paciencia.
- Necesito encontrar allí a alguien - se encogió de hombros tras su lacónica respuesta, y volvió a beber. Apuró los tragos con cara de disgusto y la dejó de forma sonora en la mesa volviendo a centrar la vista en él.
- Me pregunto si será la misma persona que te busca...- dijo mientras se miraba las uñas de la mano derecha - El Maestro Zakath también te busca, Iori, no bromeo - su mirada volvió a sus ojos, siempre volvía a ellos.
Su rostro volvió a cambiar, mientras tardaba un segundo en comprender lo que él había dicho. Estaba jugando con ella. Alzó la jarra y bebió de nuevo, terminando con su contenido para cuando la dejó sobre la mesa. Habérsela tirado a la cabeza habría sido un desperdicio.
- Mira, no me importa quién me busque, ya sea Zakath o cualquier otra persona. Mis pasos los decido yo, y con tu ayuda o sin ti, encontraré la forma de internarme al atardecer en las catacumbas - se levantó. Y se tambaleó ligeramente. Funcionaba rápido. Siempre lo hacía. Tras toda una vida sin probar el alcohol, cualquier tipo de bebida se licuaba dentro de ella catapultándose en el torrente sanguíneo. El estado de embriaguez la hacía sentir bien. Ajena al mundo y con una mayor facilidad para evitar el dolor intenso de los recuerdos que la martirizaban cuando estaba sobria.
Se detuvo para controlar el equilibrio y observó su mano. Sus ojos se abrieron, incrédulos, al observar el estado de curación que tenía su herida.
- ¿Qué demonios llevaba esta cerveza? - vociferó. Dio un paso al frente. Y tropezó.
Sango sonrió con el último comentario y él también miró la mano de Iori.
- Los alquimistas son capaces de hacer casi cualquier cosa, ¿verdad? Ah, Iori. No te recordaba tan, cabezona. Siéntate y cuéntame de una vez a quién buscas - hizo una pausa para mirar al frente y clavar sus ojos en algún punto de la estancia - Ayúdame a entender tu obsesión por las Catacumbas, por encontrar a esa persona - volvió a parar, dejando que en la mente de la mestiza su amabilidad se deslizase con la misma facilidad que había hecho el alcohol - Ayúdame a entender por qué no quieres ver a la persona que más te quiere en este mundo. -
¿La persona que más la quería en el mundo?
Las palabras de Sango asatearon su corazón. Sílabas en forma de flechas que perforaron lo poco que quedaba de integridad dentro de ella. Lo que había sobrevivido al ritual en el templo. Se quedó congelada, como si fuese un autómata sin vida, y la vista perdida en ninguna parte. Las lágrimas bajaron por sus mejillas sin que cerrase ni un instante los ojos.
Vio, claro y bien definido, el rostro de su madre. Sonreía como si poseyera la luz del Sol, mientras le proporcionaba apoyo con sus manos a un pequeño bebé de cabello castaño y ojos azules, imposibles en un humano normal. La pequeña criatura avanzó unos pasos, trastabillando y siendo tomada en brazos antes de que diese con el cuerpo en el suelo. La mujer la aupó, alzándola sobre su cabeza para abrazarla a continuación con fuerza contra el pecho.
Y allí, pegada a su piel, Iori sabía que había encontrado también el calor del Sol en su madre cuando era un bebé.
- ... Ellos... me querían. Mis.... mi madre... - apenas movió la boca para hablar. Permanecía de pie, respiraba, pero frente a Sango, Iori parecía haber perdido la vida misma en aquel instante.
Sango se levantó lentamente y se colocó frente a ella analizando su reacción. La observó durante un instante antes de posar las manos sobre sus hombros, y apretar para ver si había reacción. Iori jamas sabría qué tipo de expresión componían los rasgos del héroe en aquel momento, mientras la miraba.
- ¿Quién?- repitió en voz baja.
El llanto mudo no cesó, mientras permanecían en aquella simbiosis extraña, diferente. Algo de movió en la mestiza, algo que Sango alcanzaría a atisbar en su forma de mirarlo. Pero antes de que pudiera ponerle palabras, la puerta de la posada se abrió tras ellos, golpeando con fuerza la pared y haciendo crujir los goznes. Tres figuras que cubrían la totalidad del hueco asomaron, acostumbrado sus ojos a la leve claridad del interior. Evaluaron la situación y se fijaron en las dos únicas personas que había a la vista.
- ¿Está aquí? - preguntó uno de ellos, desde atrás.
- Sí, tal y cómo nos dijeron. Me pueden cortar un dedo de la mano si esos no son los ojos que buscamos - aseguró el que estaba delante, con una sonrisa astuta en el rostro.
Iori Li
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¿De dónde provenía el dolor que sentía en su interior? ¿Por qué al ver caer sus lágrimas por su rostro, sentía como si una propia parte de sí mismo se estuviera rompiendo en decenas de miles de pedazos? ¿Por qué no era capaz de encontrar más palabras con las que consolar a la triste que tenía sujeta por los hombros? ¿Por qué no era capaz, si quiera, de rodearla con los brazos?
Todo a su alrededor parecía haberse congelado. El sonido no llegaba a sus oídos, el aire había dejado de fluir y sus ojos solo veían el brillante color azul de los ojos de Iori mientras en su cabeza seguían retumbando las preguntas.
¿Cómo había podido encadenar las palabras en el orden adecuado para causar tantísimo dolor en una persona? Abrázala Sango. ¿Qué era, de todo el rato que llevaban juntos, lo más importante que se habían revelado el uno al otro? Abrázala Sango. ¿El deseo por entrar en las catacumbas? ¿Su desprecio al ofrecimiento, sincero, que había formulado el Maestro Zakath para un reencuentro entre aquellas dos personas? Abrázala Sango, no dejes que se vaya.
Ah, ya es tarde. Vaya si era tarde. No porque la puerta abriéndose con violencia le devolviera a la realidad sino porque estaba viendo con sus propios ojos como el alma de aquella pobre mujer se desvanecía en un abismo tan inmenso como el Ginnungagap. Veía como se alejaba, lentamente. Pero esa era la clave. Lentamente. Había tiempo. Podía hacerlo. Entonces sonrió. Sonrió porque pese a la inmensa cantidad de preguntas sin respuesta, sabía que, en el fondo, podría tirar de ella. No habría abismo que la atrapara, no mientras él se alzara a su lado. Y con un último vistazo, la soltó y se giró tranquilamente hacia la puerta sin dejar de sonreír.
En el movimiento de giro su sonrisa mutó con cada grado que orientaba su cuerpo hacia la puerta: esta pasó de una sonrisa llena de esperanza a una mortífera mueca en la que no sonreía, solo enseñaba los dientes imitando una sonrisa. Todo en su cara estaba descompensado con respecto a la sonrisa y por la expresión que dibujaron en su rostro los tres individuos, debía ser algo desconcertante. Quizá era el miedo ante un imprevisto e imprevisible invitado.
- Buena mañana nos han regalado los Dioses- saludó pasando sus ojos de uno a otro- una pena que las buenas formas se estén perdiendo... Oscuros tiempos nos toca vivir- reprendió los modales y desdibujó, por fin, la falsa sonrisa-.
El que iba en cabeza se detuvo, molesto por el hecho de que Sango ocultase a su vista a la mujer, que permanecía encogida sobre si misma tras él. Lo cierto era que Sango había adoptado aquella posición por pura inercia. Era algo que tenía interiorizado, un movimiento automático que ejecutaba con cierta soltura.
- Esto no va contigo - soltó el que venía en segundo lugar, un tipo más delgado pero más alto que el primero y con una mirada de rapaz que no auguraba nada bueno. Los tres llevaron manos a las armas, un gesto que Ben no dejó pasar-. Tenemos asuntos con ella. Y tú harías bien en largarte-.
No pudo evitar llevar la mirada a sus manos y luego a sus ojos. Hizo una mueca y dio un paso lateral para que vieran a Iori, ganando unos preciosos instantes para deshacerse de las correas que sujetaban la capa que cayó al suelo tras sus piernas. Armas y armadura estaban, ahora, a la vista de todos. Él no escondía sus intenciones.
- Sus asuntos son mis asuntos. Hablad si lo deseáis y si no largaos-. Hizo una breve pausa y antes de dejarles hablar añadió-. El que desenvaine un arma es hombre muerto-.
El que estaba más cerca de la puerta, fue lo suficientemente listo como para no seguir avanzando. Se había quedado petrificado al ver como caía la capa y le estudiaba, creía Sango, con un creciente temor. Le vio entornas los, incluso fruncir el ceño. Sí, estaba seguro de que le reconocía. El sentimiento de reconocimiento le producía cierto placer.
- Esta chica vale una buena fortuna. Por la descripción creíamos saber por qué pero... la verdad que parece estar bastante estropeada ¿no? Qué opinas Asger- palmeó el hombro del fortachón a su lado. Su rostro dibujaba una expresión simplona-. No me importa, solo quiero el dinero- zanjó sin dedicar tiempo a mirar a la humana. Alzó la mano y blandió un enorme mandoble, solo posible para alguien que poseyese una enorme fuerza física. - Bien - dijo el que parecía el líder de aquella patética expedición, observando con ojo crítico a Sango, midiéndolo por su aspecto y su actitud-, no hace falta llegar a esto. La recompensa es cuantiosa, podemos compartirla entre cuatro. ¿Qué me dices? - se acercó hacia Sango y cuando estuvo a un par de pasos de distancia, le extendió la mano.
Ben miró la mano tendida y luego a los ojos del tipo. Luego los posó en la enorme espada. Aquel tipo era un auténtico idiota: ¿quién luchaba con mandoble en espacios cerrados? Ben dio un paso al frente y abrió la boca lo justo para resoplar, para dejar escapar parte de su inquietud por el inminente combate. Entonces recordó una conversación con el Maestro Zakath.
"- Las batallas no duran mucho más de un cuarto de campanada, Sango. Debes aprender a ser rápido y concienzudo, derribar a tu rival atrás y centrarte en el siguiente, administrar la fuerza, la energía. No te recrees en la victoria temporal, olvídalo y vete a por el siguiente. Te herirán. Sangrarás. Pero seguirás adelante.
- ¿Pero qué pasa si me atasco? ¿Qué pasa si mi rival es mejor que yo? ¿O qué pasa si está más descansado?
- ¿Otra vez?
- No habrá nadie mejor que yo. Por los Dioses que no.
- Bien, ahora, continuemos. Brazo izquierdo arriba y..."
Ben esbozó una sonrisa que desconcertó al fortachón que le tendía la mano. Los ojos de Sango no se había apartado de los suyos. Sango era superior. Les había advertido. No había vuelta atrás. Los Dioses eran testigos. Debía ser preciso. Rápido. Mortal.
Ben armó el brazo hacia atrás e impactó con violencia en la cara del tipo. La mano le ardió pero no le importó. Con el desequilibrio el forzudo caminó hacia atrás y Sango cargó contra él e impactó con su hombro izquierdo contra el pecho del hombre lanzándole contra el que tenía detrás que había desenvainado una espada. Ambos se enredaron y cayeron al suelo. Sin tiempo que perder, Ben pateó el costado del flaco que volvió a caer al suelo. Cuando el otro se estaba incorporando, Ben giró media vuelta y pisoteo su mano derecha hasta que cayó al suelo de nuevo mientras se protegía la mano diestra con la zurda. Se agachó y obligó al tipo a levantarse que aprovechó para pegarle un cabezazo que lanzó a Sango hacia atrás.
Ben se alejó para tomar aire y recuperarse del brutal golpe. El flaco se abalanzó contra él, espada en mano, y le lanzó una estocada que esquivó con dificultad ya que tropezó con una de las banquetas y cayó al suelo. Se arrastró por el suelo hasta quedar tras una mesa y se reincorporó al combate esquivando un tajo lateral que le lanzó el flaco. Ben se movió siguiendo la trayectoria de la espada para salir de la cobertura de la mesa y embistió contra el flaco que era más rápido de lo que creía y consiguió echarse hacia atrás para tropezar con sillas y mesas y caer al suelo. Ben, sin tiempo que perder se giró para ver que el otro se había recuperado y lanzaba un golpe descendente con el mandoble que sujetaba con la mano izquierda. La espada golpeó en el techo se trabó y cuando tiró de ella solo pudo clavarla en una mesa cercana.
Ben saltó hacia él y le golpeó con los puños hasta que empezó a tambalearse. Fue en ese momento que decidió cogerle del cuello de la ropa y con la mano derecha posada en la nuca, la estampó contra el filo del espadón que se había quedado clavado en la mesa. La muerte fue instantánea y Ben, soltó a su rival para centrarse en el siguiente que se había quedado paralizado al ver como su compañero moría frente a él. Ocasión que aprovechó Sango para acortar distancia y hacer que su espada fuera inútil.
Ben le estampó contra la pared mas cercana y tiró de él para empujarle una vez más. La espada cayó al suelo y Ben repitió la operación hasta que cayó de rodillas. Quiso repetir, entonces, la operación que había seguido con el primero, pero este se defendió, forcejeó y consiguió desequilibrar a Ben y a punto estuvo de escapar pero el pelirrojo lanzó la pierna contra las de él para evitar que escapara, se trabó y cayó hacia un lado golpeándose la cabeza contra el canto de uno de los taburetes tirados. Tras unos instantes, Ben vio la sangre que se formaba en torno a su cabeza.
Pero no se había olvidado de que eran tres y giró hacia el tercero que estaba paralizado, con el rostro pálido, la boca entreabierta y las manos recogidas en su pecho. Era curioso, pensó Sango, como dos formas de destrucción tenían efectos similares en distintos hombres. Se le pasó rápido el momento de reflexión pues avanzaba hacia él. ¿Dónde está Iori? Se detuvo y miró a su alrededor. El tipo asustado, la posadera acurrucada en un rincón sollozando, dos cadáveres y al final se percató de que había una escalera. Gruñó y se lanzó escaleras arriba.
(0) La puerta estaba abierta y dentro se encontraba Iori, peleando con la ventana, tratando de abrirla, para airear, supuso. Ben no pudo más que quedarse mirando al tiempo que una terrible desazón se apoderaba de él. ¿Qué estaba mal en aquella escena? ¿Era él? ¿Era ella? ¿Era la habitación? Que tontería. Se llevó los puños a la cabeza y soltó una risotada mientras se adentraba en la habitación. Estoy mejor que bien. Pero la desazón rápidamente mutó en desconfianza. No, quieto, aquí pasa algo. Movió la cabeza a un lado y a otro.
- ¿Dónde estás? ¿Dónde te escondes? Cuidado, hay más- dijo inclinándose hacia un lado para mirar tras la puerta-. Le oigo- Ben, de repente, se giró y corrió hacia a Iori para sujetarla de los brazos con fuerza antes de zarandearla-. Sabes dónde, está, ¿verdad? Sabe que...
Dejó la frase a medias para mirar por encima del hombro de Iori. Para encontrarse cara a cara con su temido adversario. Para mirar a la cara de un ser al que pretendía destruir con todo su ser. Y así lo hizo. Empujó a Iori sin soltarla y al llegar cerca de su adversario la lanzó contra él. Iori impactó contra él y Sango que se abalanzaba contra ella detuvo su carga al ver la escena que había frente a él. ¿Por qué estaba Iori en el suelo? ¿Y los fragmentos de espejo, roto, por el suelo? ¿Por qué ella le miraba de aquella manera? Oh, Dioses, no.
De la ira, a la confusión, al desconcierto, al reconocimiento y al horror. (1)
Se arrodilló rápidamente junto a Iori y la atendió como supo sin ser capaz de cruzar sus ojos con los de ella. Tocó por la espalda para comprobar el daño que le había causado pero más allá de notar los huesos bajo su ropa, no fue capaz de distinguir fragmentos de cristal o daños. El dolor llegaría después, cuando la zona del golpe se enfriara. Gruñó y ayudó a Iori a sentarse en la cama y se apresuró a ir escaleras abajo para despejar la cabeza. El tercero estaba arrodillado junto a uno de sus amigos, llorando. La posadera no se había movido de su sitio. Se obligó a adoptar un tono serio pese a que lo único que sentía era un odio por sí mismo horrible.
- Tú. Avisa a tu prima, que recoja esto. Dile que Sango le manda un besito- le hizo un gesto en dirección a la puerta y la obligó a salir a toda prisa- En cuanto a ti- dijo dirigiéndose al tercer mercenario-, a ti te espera un destino mucho más favorable. No has desenvainado. Has obedecido y los Dioses te conceden la gracia de seguir viviendo. No obstante, te sugiero que te marches de Lunargenta y que antes de hacerlo avises a todos aquellos que sigan interesados en la mujer- se acercó aún más a él y bajó el tono de voz-. La recompensa es mía y el que intente separarla de mi morirá. El que empuñe un arma contra ella morirá. El que se atreva, si quiera, a mirarla, morirá. Y por los Dioses juro que todos ellos caerán por mis propias manos- se alejó de él y recogió la capa-. Ahora, lárgate.
Cuando la taberna quedó vacía se apoyó en sus rodillas y respiró agitadamente. ¿Cómo has podido hacerle eso a una mujer indefensa? No era yo, no era yo, lo juro. ¿Es esta la verdadera cara del Héroe de Aerandir del que se oye hablar por ahí? Abrió la boca para reprimir un gemido de dolor. No era yo. Puedo demostrarlo. No era yo.
Sacudió la cabeza y caminó con paso decidido escalera arriba, convencido de que había sido embrujado con alguna suerte de hechicería. Se lamentó de haber dejado marchar a aquellos dos, pero así, al menos, él controlaba los tiempos. Debían salir de allí en seguida.
- Iori- dijo con un hilo de voz nada más entrar en la habitación. Carraspeó-. Iori- el tono era más firme-, debemos irnos- le echó la capa por encima de los hombros e hincó una rodilla frente a ella para atarle las correas. Estaba terriblemente delgada-. Dioses...
Con la rodilla hincada, y observando el estado de la mujer, Ben le cogió una de sus manos y la apresó entre las suyas. Quería transmitirle calidez, confianza y quería pedirle perdón por el daño que le había causado. Acarició levemente su mano con suaves movimientos.
- Tenemos que irnos. Sólo dime por qué a las Catacumbas. Dime qué buscas allí. Dime por qué quieres entrar allí- miró directamente a los ojos de Iori-. Dime por qué y yo mismo te acompañaré al corazón del infierno de esta ciudad- aguantó los terribles ojos azules de Iori-. Yo puedo llevarte allí, tengo un viejo amigo que conoce esos círculos.
Antes de levantarse, posó la mano de Iori en su regazo.
- Si no te vale con mi promesa... Tengo un amigo. Estaba con el gremio de luchadores. Un tipo genial pero al que le va la marcha- se permitió esbozar una ligera sonrisa-. Solo dime por qué y te llevaré a conocer al Barón Max Wurhental, al menos así le conozco yo, otros le llaman "el campeón".
Sango le sonrió y le tendió una mano.
Todo a su alrededor parecía haberse congelado. El sonido no llegaba a sus oídos, el aire había dejado de fluir y sus ojos solo veían el brillante color azul de los ojos de Iori mientras en su cabeza seguían retumbando las preguntas.
¿Cómo había podido encadenar las palabras en el orden adecuado para causar tantísimo dolor en una persona? Abrázala Sango. ¿Qué era, de todo el rato que llevaban juntos, lo más importante que se habían revelado el uno al otro? Abrázala Sango. ¿El deseo por entrar en las catacumbas? ¿Su desprecio al ofrecimiento, sincero, que había formulado el Maestro Zakath para un reencuentro entre aquellas dos personas? Abrázala Sango, no dejes que se vaya.
Ah, ya es tarde. Vaya si era tarde. No porque la puerta abriéndose con violencia le devolviera a la realidad sino porque estaba viendo con sus propios ojos como el alma de aquella pobre mujer se desvanecía en un abismo tan inmenso como el Ginnungagap. Veía como se alejaba, lentamente. Pero esa era la clave. Lentamente. Había tiempo. Podía hacerlo. Entonces sonrió. Sonrió porque pese a la inmensa cantidad de preguntas sin respuesta, sabía que, en el fondo, podría tirar de ella. No habría abismo que la atrapara, no mientras él se alzara a su lado. Y con un último vistazo, la soltó y se giró tranquilamente hacia la puerta sin dejar de sonreír.
En el movimiento de giro su sonrisa mutó con cada grado que orientaba su cuerpo hacia la puerta: esta pasó de una sonrisa llena de esperanza a una mortífera mueca en la que no sonreía, solo enseñaba los dientes imitando una sonrisa. Todo en su cara estaba descompensado con respecto a la sonrisa y por la expresión que dibujaron en su rostro los tres individuos, debía ser algo desconcertante. Quizá era el miedo ante un imprevisto e imprevisible invitado.
- Buena mañana nos han regalado los Dioses- saludó pasando sus ojos de uno a otro- una pena que las buenas formas se estén perdiendo... Oscuros tiempos nos toca vivir- reprendió los modales y desdibujó, por fin, la falsa sonrisa-.
El que iba en cabeza se detuvo, molesto por el hecho de que Sango ocultase a su vista a la mujer, que permanecía encogida sobre si misma tras él. Lo cierto era que Sango había adoptado aquella posición por pura inercia. Era algo que tenía interiorizado, un movimiento automático que ejecutaba con cierta soltura.
- Esto no va contigo - soltó el que venía en segundo lugar, un tipo más delgado pero más alto que el primero y con una mirada de rapaz que no auguraba nada bueno. Los tres llevaron manos a las armas, un gesto que Ben no dejó pasar-. Tenemos asuntos con ella. Y tú harías bien en largarte-.
No pudo evitar llevar la mirada a sus manos y luego a sus ojos. Hizo una mueca y dio un paso lateral para que vieran a Iori, ganando unos preciosos instantes para deshacerse de las correas que sujetaban la capa que cayó al suelo tras sus piernas. Armas y armadura estaban, ahora, a la vista de todos. Él no escondía sus intenciones.
- Sus asuntos son mis asuntos. Hablad si lo deseáis y si no largaos-. Hizo una breve pausa y antes de dejarles hablar añadió-. El que desenvaine un arma es hombre muerto-.
El que estaba más cerca de la puerta, fue lo suficientemente listo como para no seguir avanzando. Se había quedado petrificado al ver como caía la capa y le estudiaba, creía Sango, con un creciente temor. Le vio entornas los, incluso fruncir el ceño. Sí, estaba seguro de que le reconocía. El sentimiento de reconocimiento le producía cierto placer.
- Esta chica vale una buena fortuna. Por la descripción creíamos saber por qué pero... la verdad que parece estar bastante estropeada ¿no? Qué opinas Asger- palmeó el hombro del fortachón a su lado. Su rostro dibujaba una expresión simplona-. No me importa, solo quiero el dinero- zanjó sin dedicar tiempo a mirar a la humana. Alzó la mano y blandió un enorme mandoble, solo posible para alguien que poseyese una enorme fuerza física. - Bien - dijo el que parecía el líder de aquella patética expedición, observando con ojo crítico a Sango, midiéndolo por su aspecto y su actitud-, no hace falta llegar a esto. La recompensa es cuantiosa, podemos compartirla entre cuatro. ¿Qué me dices? - se acercó hacia Sango y cuando estuvo a un par de pasos de distancia, le extendió la mano.
Ben miró la mano tendida y luego a los ojos del tipo. Luego los posó en la enorme espada. Aquel tipo era un auténtico idiota: ¿quién luchaba con mandoble en espacios cerrados? Ben dio un paso al frente y abrió la boca lo justo para resoplar, para dejar escapar parte de su inquietud por el inminente combate. Entonces recordó una conversación con el Maestro Zakath.
"- Las batallas no duran mucho más de un cuarto de campanada, Sango. Debes aprender a ser rápido y concienzudo, derribar a tu rival atrás y centrarte en el siguiente, administrar la fuerza, la energía. No te recrees en la victoria temporal, olvídalo y vete a por el siguiente. Te herirán. Sangrarás. Pero seguirás adelante.
- ¿Pero qué pasa si me atasco? ¿Qué pasa si mi rival es mejor que yo? ¿O qué pasa si está más descansado?
- ¿Otra vez?
- No habrá nadie mejor que yo. Por los Dioses que no.
- Bien, ahora, continuemos. Brazo izquierdo arriba y..."
Ben esbozó una sonrisa que desconcertó al fortachón que le tendía la mano. Los ojos de Sango no se había apartado de los suyos. Sango era superior. Les había advertido. No había vuelta atrás. Los Dioses eran testigos. Debía ser preciso. Rápido. Mortal.
Ben armó el brazo hacia atrás e impactó con violencia en la cara del tipo. La mano le ardió pero no le importó. Con el desequilibrio el forzudo caminó hacia atrás y Sango cargó contra él e impactó con su hombro izquierdo contra el pecho del hombre lanzándole contra el que tenía detrás que había desenvainado una espada. Ambos se enredaron y cayeron al suelo. Sin tiempo que perder, Ben pateó el costado del flaco que volvió a caer al suelo. Cuando el otro se estaba incorporando, Ben giró media vuelta y pisoteo su mano derecha hasta que cayó al suelo de nuevo mientras se protegía la mano diestra con la zurda. Se agachó y obligó al tipo a levantarse que aprovechó para pegarle un cabezazo que lanzó a Sango hacia atrás.
Ben se alejó para tomar aire y recuperarse del brutal golpe. El flaco se abalanzó contra él, espada en mano, y le lanzó una estocada que esquivó con dificultad ya que tropezó con una de las banquetas y cayó al suelo. Se arrastró por el suelo hasta quedar tras una mesa y se reincorporó al combate esquivando un tajo lateral que le lanzó el flaco. Ben se movió siguiendo la trayectoria de la espada para salir de la cobertura de la mesa y embistió contra el flaco que era más rápido de lo que creía y consiguió echarse hacia atrás para tropezar con sillas y mesas y caer al suelo. Ben, sin tiempo que perder se giró para ver que el otro se había recuperado y lanzaba un golpe descendente con el mandoble que sujetaba con la mano izquierda. La espada golpeó en el techo se trabó y cuando tiró de ella solo pudo clavarla en una mesa cercana.
Ben saltó hacia él y le golpeó con los puños hasta que empezó a tambalearse. Fue en ese momento que decidió cogerle del cuello de la ropa y con la mano derecha posada en la nuca, la estampó contra el filo del espadón que se había quedado clavado en la mesa. La muerte fue instantánea y Ben, soltó a su rival para centrarse en el siguiente que se había quedado paralizado al ver como su compañero moría frente a él. Ocasión que aprovechó Sango para acortar distancia y hacer que su espada fuera inútil.
Ben le estampó contra la pared mas cercana y tiró de él para empujarle una vez más. La espada cayó al suelo y Ben repitió la operación hasta que cayó de rodillas. Quiso repetir, entonces, la operación que había seguido con el primero, pero este se defendió, forcejeó y consiguió desequilibrar a Ben y a punto estuvo de escapar pero el pelirrojo lanzó la pierna contra las de él para evitar que escapara, se trabó y cayó hacia un lado golpeándose la cabeza contra el canto de uno de los taburetes tirados. Tras unos instantes, Ben vio la sangre que se formaba en torno a su cabeza.
Pero no se había olvidado de que eran tres y giró hacia el tercero que estaba paralizado, con el rostro pálido, la boca entreabierta y las manos recogidas en su pecho. Era curioso, pensó Sango, como dos formas de destrucción tenían efectos similares en distintos hombres. Se le pasó rápido el momento de reflexión pues avanzaba hacia él. ¿Dónde está Iori? Se detuvo y miró a su alrededor. El tipo asustado, la posadera acurrucada en un rincón sollozando, dos cadáveres y al final se percató de que había una escalera. Gruñó y se lanzó escaleras arriba.
(0) La puerta estaba abierta y dentro se encontraba Iori, peleando con la ventana, tratando de abrirla, para airear, supuso. Ben no pudo más que quedarse mirando al tiempo que una terrible desazón se apoderaba de él. ¿Qué estaba mal en aquella escena? ¿Era él? ¿Era ella? ¿Era la habitación? Que tontería. Se llevó los puños a la cabeza y soltó una risotada mientras se adentraba en la habitación. Estoy mejor que bien. Pero la desazón rápidamente mutó en desconfianza. No, quieto, aquí pasa algo. Movió la cabeza a un lado y a otro.
- ¿Dónde estás? ¿Dónde te escondes? Cuidado, hay más- dijo inclinándose hacia un lado para mirar tras la puerta-. Le oigo- Ben, de repente, se giró y corrió hacia a Iori para sujetarla de los brazos con fuerza antes de zarandearla-. Sabes dónde, está, ¿verdad? Sabe que...
Dejó la frase a medias para mirar por encima del hombro de Iori. Para encontrarse cara a cara con su temido adversario. Para mirar a la cara de un ser al que pretendía destruir con todo su ser. Y así lo hizo. Empujó a Iori sin soltarla y al llegar cerca de su adversario la lanzó contra él. Iori impactó contra él y Sango que se abalanzaba contra ella detuvo su carga al ver la escena que había frente a él. ¿Por qué estaba Iori en el suelo? ¿Y los fragmentos de espejo, roto, por el suelo? ¿Por qué ella le miraba de aquella manera? Oh, Dioses, no.
De la ira, a la confusión, al desconcierto, al reconocimiento y al horror. (1)
Se arrodilló rápidamente junto a Iori y la atendió como supo sin ser capaz de cruzar sus ojos con los de ella. Tocó por la espalda para comprobar el daño que le había causado pero más allá de notar los huesos bajo su ropa, no fue capaz de distinguir fragmentos de cristal o daños. El dolor llegaría después, cuando la zona del golpe se enfriara. Gruñó y ayudó a Iori a sentarse en la cama y se apresuró a ir escaleras abajo para despejar la cabeza. El tercero estaba arrodillado junto a uno de sus amigos, llorando. La posadera no se había movido de su sitio. Se obligó a adoptar un tono serio pese a que lo único que sentía era un odio por sí mismo horrible.
- Tú. Avisa a tu prima, que recoja esto. Dile que Sango le manda un besito- le hizo un gesto en dirección a la puerta y la obligó a salir a toda prisa- En cuanto a ti- dijo dirigiéndose al tercer mercenario-, a ti te espera un destino mucho más favorable. No has desenvainado. Has obedecido y los Dioses te conceden la gracia de seguir viviendo. No obstante, te sugiero que te marches de Lunargenta y que antes de hacerlo avises a todos aquellos que sigan interesados en la mujer- se acercó aún más a él y bajó el tono de voz-. La recompensa es mía y el que intente separarla de mi morirá. El que empuñe un arma contra ella morirá. El que se atreva, si quiera, a mirarla, morirá. Y por los Dioses juro que todos ellos caerán por mis propias manos- se alejó de él y recogió la capa-. Ahora, lárgate.
Cuando la taberna quedó vacía se apoyó en sus rodillas y respiró agitadamente. ¿Cómo has podido hacerle eso a una mujer indefensa? No era yo, no era yo, lo juro. ¿Es esta la verdadera cara del Héroe de Aerandir del que se oye hablar por ahí? Abrió la boca para reprimir un gemido de dolor. No era yo. Puedo demostrarlo. No era yo.
Sacudió la cabeza y caminó con paso decidido escalera arriba, convencido de que había sido embrujado con alguna suerte de hechicería. Se lamentó de haber dejado marchar a aquellos dos, pero así, al menos, él controlaba los tiempos. Debían salir de allí en seguida.
- Iori- dijo con un hilo de voz nada más entrar en la habitación. Carraspeó-. Iori- el tono era más firme-, debemos irnos- le echó la capa por encima de los hombros e hincó una rodilla frente a ella para atarle las correas. Estaba terriblemente delgada-. Dioses...
Con la rodilla hincada, y observando el estado de la mujer, Ben le cogió una de sus manos y la apresó entre las suyas. Quería transmitirle calidez, confianza y quería pedirle perdón por el daño que le había causado. Acarició levemente su mano con suaves movimientos.
- Tenemos que irnos. Sólo dime por qué a las Catacumbas. Dime qué buscas allí. Dime por qué quieres entrar allí- miró directamente a los ojos de Iori-. Dime por qué y yo mismo te acompañaré al corazón del infierno de esta ciudad- aguantó los terribles ojos azules de Iori-. Yo puedo llevarte allí, tengo un viejo amigo que conoce esos círculos.
Antes de levantarse, posó la mano de Iori en su regazo.
- Si no te vale con mi promesa... Tengo un amigo. Estaba con el gremio de luchadores. Un tipo genial pero al que le va la marcha- se permitió esbozar una ligera sonrisa-. Solo dime por qué y te llevaré a conocer al Barón Max Wurhental, al menos así le conozco yo, otros le llaman "el campeón".
Sango le sonrió y le tendió una mano.
(0-1) Eisoptrofobia conspiranoica. Por alguna razón que no entiendes, o quizás sí… Sentirás una poderosa aversión a verte reflejado en algunos espejos y algo en tu interior te hará querer romperlos. Esta condición terminará cuando hayas roto exactamente 42 espejos. (Quedan 41/42)
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Sango
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Huir de aquel encuentro era su máxima prioridad. Si algo le sucedía, nunca podría poner las manos sobre Hans, y lo que tenía reservado para él jamás se haría real.
Había subido las escaleras de tres en tres, y había tropezado dos veces en el proceso. Las rodillas apenas tuvieron tiempo de sentir el dolor cuando se empujó a continuar para escapar pronto de allí. Con un poco de suerte los cuatro mamotretos que había abajo estarían entretenidos el tiempo suficiente. Y ella podría hacer uso de lo que había dejado preparado la noche anterior.
Entró en la habitación y tropezó con el polvo del suelo. No había otra explicación para justificar la espectacular caída en plancha con la que la joven dio con sus huesos en el piso. Se incorporó a trompicones, sin ser consciente de hasta qué punto el alcohol había comprometido su coordinación y buscó su alforja. La tomó y corrió hacia la ventana, golpeándola con todo el peso de su cuerpo para abrirla de golpe. Algo falló, ya que la estropeada madera resistió el embiste de la morena.
Presionó y presionó, hasta que dejó caer su bolsa al suelo para intentar con ambas manos. Algo en el mecanismo de aquella estúpida ventana le impedía abrirla como había hecho el día anterior. Observó el cierre y trató de colocar los dedos sobre él, aunque la precisión le falló. Se inclinó para observar más de cerca, cuando la puerta se abrió. No pudo evitar sentir alivio cuando la figura de Sango cruzó el umbral.
De las posibilidades que había dejado abajo, aquella era la menos mala.
O eso pensaba.
No fue capaz de comprender nada de lo que él decía. Cuando la arrastró contra el espejo desvaído que había en una esquina sintió que el aire escapaba de sus pulmones por el impacto. No fue capaz de oponerse ni un instante a la increíble fuerza que tenía el soldado. Iori no había tenido ni una posibilidad frente al frenesí súbito que él mostraba. Uno que le permitió controlarla para golpearla sin misericordia. Sentía una curiosa mezcla entre asombro y espanto. La expresión de aquellos ojos verdes se deslizó dentro de Iori, avivando algo que hacía mucho tiempo que no sentía.
Temor.
Con ella en el suelo, Sango pareció calmarse. Y cambió. La atención que le dedicó después del golpe apenas llegó a ella. La mente de la chica se había quedado paralizada, atrapada en la violencia que él había imprimido sobre ella. No la estaba tocando, pero sentía todavía los dedos como garfios apretando su piel. La respiración era tan superficial que apenas le permitía pensar con claridad.
Algo en todo aquello le había gustado.
No la parte del Sango arrepentido, el que trataba de tranquilizarla. No ese Sango. El otro.
Lo miró desdibujando el temor de su rostro en otra cosa, y cuando él salió de nuevo por la puerta observó el hueco vacío por donde él había desaparecido embelesada.
¿Qué demonios le pasaba? Era la primera vez que sentía algo similar...
Aguardó, sentada en la cama, perdida en ideas que no era capaz de captar, hasta que él volvió.
Definitivamente, la cara que el soldado compuso cuando se arrodilló frente a ella era de conciliación. La mestiza tenía los ojos muy abiertos, mirando a Sango a la cara cuando este le habló, dejándose tomar la mano con suavidad por él. Había algo en su expresión que dejaba atrás el miedo que sintió en el instante del ataque contra el espejo. Los ojos azules brillaban ahora con una especie de... fascinación. El olor a cerveza en ella evidenciaba todavía el alcohol que tenía en sus venas, variando su carácter del que el héroe se encontró cuando ella llegó a la posada a uno más dócil. Se dejó poner la capa y una leve sonrisa se marcó en la comisura de sus labios. ¿Qué tenía de malo darle aquella información?
- A las catacumbas, porque preciso una entrada a un lugar. Me dijeron que si soy capaz de encontrar a Seda podré acceder a cualquiera de las mansiones del Barrio Alto de Lunargenta - la mirada azul pasó de los ojos verdes de Sango a fijarse en las dos cicatrices que recorrían su mejilla. Alzó la mano que él le había acariciado antes y rompiendo la distancia buscó pasar la punta de los dedos por ellas.
- Seda...- dijo en un murmullo. Por su expresión, Iori supo que el nombre no le decía nada en absoluto. Sin embargo, no se apartó de su contacto. Él dejó que los dedos de la mestiza recorrieran las marcas que lucían en su mejilla. ¿Cuál sería su historia? - ¿Por qué entrar en las mansiones? ¿Qué pretendes? En algunas de ellas viven hasta tres o cuatro escuadras, entrar sin permiso sería algo temerario -
La mestiza se puso de pie frente a él, sin evidenciar dolor físico de ningún tipo con el movimiento. Parecía complacida de una forma extraña, mientras sus dedos recorrían las marcas muy despacio. El humano comenzaba a perfilarse no solo como un buen parapeto, sino también como una valiosa fuente de información. Era obvio que el héroe de Aerandir tenía conocimientos y contactos muy profundos en la ciudad.
- Solo busco una. Tengo algo que hacer con su dueño - la piel de Iori continuó ahora trazando el camino sobre la barba de Sango, perfilando el duro mentón. Aún con la poca luz que había dentro del cuartucho, Iori podía distinguir en la cercanía el tono rojizo. Le gustó la dureza, la forma en la que rascaba en su piel, mezclada con un punto suave. Un leve hipido escapó de sus labios, y con la mano que tenía libre se frotó de forma perezosa los ojos, en un vano gesto por intentar aligerar la embriaguez. Las barbas siempre captaban su atención.
Ben en cambio gruñó y tragó saliva. Parpadeó y apartó la mirada. Incómodo.
- Entrar en las Catacumbas; encontrar a Seda; hacer algo con el dueño de una mansión... Joder, Iori, ¿en qué andas metida? -
Pareció encontrar divertida la reacción de Sango, pero esa pregunta enturbió la mirada azul de la mestiza. Su cuerpo se tensó, de una manera parecida a cuando rompió el cristal de la ventana con la mano abajo. Miró con ansiedad a su alrededor, a los fragmentos en el suelo del espejo roto y apartó la mano del rostro de Sango, nerviosa. Les preguntas que él hacía tenían la capacidad de desestabilizarla.
- Hans. Hans Meyer. Tengo que llegar hasta él. - Había algo oscuro en su voz.
No era simple desprecio, no era un odio normal. Era hambre.
- Intenté... intenté entrar en estos días. Estuve a punto, pero él también me busca. Ahora sabe que estoy en la ciudad. Tengo que darme prisa, antes de que todo se estropee. No sé si volveré a tener tan cerca una ocasión como esta... - volvió la mirada anhelante hacia Sango de nuevo. Al hablar rápido, sin orden en sus pensamientos su lengua pesada arrastraba un poco las palabras, como hablaría cualquier otro borracho.
De haber seguido sola aquella mañana, los tres mercenarios de abajo hubieran dado con ella. Que él estuviese allí la había salvado de un problema. Y, suponía, que seguir juntos podría volver a hacerlo más adelante.
Precisaba a Sango a su lado para poder llegar a Hans. Así que suplicó.
- Sango... necesito... - buscó las muñecas de su compañero y cerró las manos sobre ellas, tirando con poca fuerza para intentar atraerlo, centrar su atención en ella. Los ojos dorados de su madre sonrieron en su mente, antes de transformarse en unas cuencas vacías, teñidas de rojo. Lloraba sin lágrimas en la cabeza de Iori, y aquello la mareó - Ne...ce...si...to... llegar a él... - resolló, usando ahora el agarre de Sango como punto de estabilización para ella.
Lo que él pensase era un misterio, pero lo cierto fue que no se apartó. Incluso cedió con gentileza al contacto de la mestiza, dejándose hacer por ella. Aquella amabilidad la hizo sentir miserable.
- ¿Por qué llegar a él? -
Implacable. La suavidad en su voz generaba un descontrol caótico en Iori. La expresión de la muchacha se tiñó de dolor. Una chispa de locura, y sus manos imprimieron fuerza en el agarre esta vez. Dejó caer la cabeza hacia delante, ocultando su expresión de la mirada de Sango, y dándole a cambio la punzada hiriente de sus uñas clavándose en las muñecas del héroe. Quería salir de allí. Quería golpearlo. Pero sabía que lo necesitaba a su lado.
- Dioses... No... No...-
El soldado ladeó la cabeza y apretó los dientes. Pero no hizo amago de soltarse del dañino agarre de Iori.
- ¿Por qué Hans Meyer? - insistió.
Iori sentía que con él no había tregua. La presionaba hasta clavarla al borde del fin del mundo. Al último tramo de cordura que era capaz de reunir. Recordó la mirada de Hans cuando Dhonara tiró al suelo del bosque el cuerpo de Ayla. La forma segura en la que se acercó con el cuchillo, y sin dudar cortó, separando la mano de su brazo.
El dolor recorrió a Iori como si le estuviesen cortando a ella en aquel momento.
Escuchar de otros labios el nombre que repetía en su mente hasta quedarse dormida, espoleó la violencia que vivía bajo su piel. Iori tiró con toda la fuerza que pudo de Sango, pero no hacia ella esta vez. Hacía él. Lo empujó usando su cuerpo para hacerlo retroceder, intentando clavarlo contra la pared. Cuando no hubo más suelo que recorrer ni más aire que separase los cuerpos de ambos, los ojos azules se clavaron como fuego en él. Dolía.
- Mató a mis padres - dijo con palabras por primera vez. Y la voz de Iori apenas fue audible, en contraste con el violento temblor que sacudía su cuerpo, mientras intentaba mantener a Sango inmovilizado contra la pared. Podía notar el frío de la armadura contra ella. - Llevo detrás de él meses... Entraré en su mansión, lo tomaré para mí y le devolveré multiplicado por cien todo lo que le hizo a ellos -
El rencor, la repulsión que sentía hacia el mercader afloró en su mirada dirigiéndose, de forma injusta hacia Sango esa vez. Estaba a punto de explotar en aquel momento, pero él cortó por completo la espiral en la que se encontraba Iori. Echó agua a su fuego.
Sango se soltó con una irritante facilidad, alejando el espejismo de que ella hubiese tenido un mínimo de control sobre él. Cerró los brazos en torno a ella y la apretó pegándola contra él. No dijo absolutamente nada. Sólo abrazó. La energía nacida de la furia de Iori se quedó sin saber qué camino tomar o en qué transformarse. ¿Qué era lo que él estaba haciendo? ¿Era aquel un abrazo de ánimo? Quería hacerla sentir de una pieza... estaba tratando de calmarla. De hacer que no se sintiera sola.
Quería entenderla. Compartir la carga a medias.
Y eso la horrorizó.
Mientras permanecían así, con él abrazándola con fuerza, ella encontró el nuevo cauce que se abrió para toda aquella energía que él había contenido con pasmosa facilidad entre sus brazos.
La ira bien podía transmutar en deseo. Y de eso Iori sabía algo.
Las manos, que habían quedado sujetando el aire, se colocaron en la cadera de Sango. Buscó ceñir su figura sobre la armadura y los dedos se movieron queriendo hacer contacto con la piel que había debajo. El cuerpo de Iori presionó de nuevo contra él, pero había una cadencia distinta esta vez. Era violencia... en gran medida. Mezclada con algo salvaje. Algo que olía a sed. La cara de la mestiza, enterrada contra el cuello de Sango se giró para colocar sus labios contra la piel expuesta del pelirrojo.
Presionó con la boca y notó con claridad el calor de su piel. Bajo ella, los músculos tensos y firmes, que le hicieron querer acariciar con los dientes. Besó profundamente, percibiendo el sabor de Sango. Le gustó, y quiso morder. Enterró más el rostro en la curva de su cuello, y se apoyó en él para ponerse de puntillas. Los dientes calcaron pero no clavaron, permitiéndole ahora sentir con claridad el sabor salado de su piel.
Pero más que la intimidad de sus cuerpos juntos, más que besarlo, lo que hizo gruñir de satisfacción a Iori fue el sentir como él se relajaba bajo su contacto. Era un comienzo.
Sin embargo, encerrada como estaba contra él, borracha, no pudo escuchar cómo el pesado trote de una docena de pies se detenía en la calle, bajo ellos, antes de reventar la puerta de madera que daba entrada a la posada.
Sango apartó a Iori bruscamente al escuchar ruido en el piso de abajo. La conexión se cortó y la mestiza se lamentó.
- Salta por la ventana, y no mires atrás, espérame en la puerta del camino a Roilkat - corrió a la puerta de la habitación y la cerró. Acto seguido empuñó el hacha - No mires atrás, no hables con nadie, ponte la capucha y espérame - cruzó la habitación hasta la ventana y la abrió con facilidad. Iori recordó el rato que había pasado forcejeando con ella de forma inútil. - Corre. -
No.
No lo había buscado, no quería su compañía, pero el destino los había enfrentado allí. Sabía que no conseguiría nada sin él. Y pensar en alejarse en aquel momento la puso... ansiosa. Lo agarró de la mano sin pedir permiso y lo retuvo a su lado.
- Me lo has prometido. Dijiste que me llevarías a las catacumbas. No pienso irme de aquí sin ti. - Y aún borracha, aún rota, había verdad en los ojos de Iori. Se inclinó sobre el alfeizar y observó hacia abajo con disimulo. Eran muchos ¿Algo más de doce? y la cochambrosa puerta pequeña, y sus pedazos estaban rotos tapiando parcialmente la entrada.
- ¿Conoces a esos soldados? - preguntó dejando que Sango se inclinase para observar con cuidado desde arriba.
- No, no los conozco. No son de la Guardia, por tanto, puedo partirles en dos. - Le enseñó los dientes con una expresión despiadada pero aún así no fue capaz de despegarse de ella. Sonrió con suficiencia, mientras se balanceaba trazando un pequeño círculo sin ser consciente de su mala coordinación.
- Saldremos de aquí juntos, buscaremos en dónde esconderos hasta el atardecer, y cuando sea el momento, me llevarás a las catacumbas - resumió con decisión antes de sonreír de manera ufana, ante el que parecía el mejor plan en semanas.
Puso un pie en el alfeizar y se estiró para alcanzar el tejado que había sobre el tejado, lejos de la vista de Sango. El sonido de algo pesado arrastrándose por el techo dejó paso a cómo la muchacha colocaba una fina escalera de madera, de forma que conectaba la escasa distancia que separaba la ventana de la fachada de enfrente. Comprobó cuántos soldados quedaban en la entrada de la posada.
- Están todos dentro, no tenemos tiempo - anunció la chica mirando un instante a Sango. - El otro tejado conecta con la calle del Trigo. Cuando estemos en ella será más fácil desaparecer - lo tenía todo planeado desde que se alojó la primera noche allí.
Desde lo que había pasado cuando acabó con Otto, la mestiza tenía la idea rondando su mente. Sospechaba que Hans había mandado gente tras ella. Y ahora tenía la confirmación. Aquel bastardo quería darle caza. Pero cuando la tuviese delante tendría tiempo de arrepentirse de ese error.
Los pasos se escucharon fuertes subiendo las escaleras, y la mirada de la joven mostró un atisbo de inseguridad, por primera vez. No podía dejar que él se quedara atrás. Se inclinó para tomar su alforja del suelo y volvió a subirse al alféizar.
- ¿Juntos? - preguntó mirando al héroe desde su posición elevada, apretando más su mano.
- Juntos. -
Unos minutos después, la guardia personal enviada por Hans entró en la habitación. Lo único que encontraron fue una ventana abierta, y en mitad de la embarrada calle una escalera de madera en el suelo.
Ninguno llegó a tiempo para ver cómo dos figuras cruzaban con rapidez por los tejados de Lunargenta.
Había subido las escaleras de tres en tres, y había tropezado dos veces en el proceso. Las rodillas apenas tuvieron tiempo de sentir el dolor cuando se empujó a continuar para escapar pronto de allí. Con un poco de suerte los cuatro mamotretos que había abajo estarían entretenidos el tiempo suficiente. Y ella podría hacer uso de lo que había dejado preparado la noche anterior.
Entró en la habitación y tropezó con el polvo del suelo. No había otra explicación para justificar la espectacular caída en plancha con la que la joven dio con sus huesos en el piso. Se incorporó a trompicones, sin ser consciente de hasta qué punto el alcohol había comprometido su coordinación y buscó su alforja. La tomó y corrió hacia la ventana, golpeándola con todo el peso de su cuerpo para abrirla de golpe. Algo falló, ya que la estropeada madera resistió el embiste de la morena.
Presionó y presionó, hasta que dejó caer su bolsa al suelo para intentar con ambas manos. Algo en el mecanismo de aquella estúpida ventana le impedía abrirla como había hecho el día anterior. Observó el cierre y trató de colocar los dedos sobre él, aunque la precisión le falló. Se inclinó para observar más de cerca, cuando la puerta se abrió. No pudo evitar sentir alivio cuando la figura de Sango cruzó el umbral.
De las posibilidades que había dejado abajo, aquella era la menos mala.
O eso pensaba.
No fue capaz de comprender nada de lo que él decía. Cuando la arrastró contra el espejo desvaído que había en una esquina sintió que el aire escapaba de sus pulmones por el impacto. No fue capaz de oponerse ni un instante a la increíble fuerza que tenía el soldado. Iori no había tenido ni una posibilidad frente al frenesí súbito que él mostraba. Uno que le permitió controlarla para golpearla sin misericordia. Sentía una curiosa mezcla entre asombro y espanto. La expresión de aquellos ojos verdes se deslizó dentro de Iori, avivando algo que hacía mucho tiempo que no sentía.
Temor.
Con ella en el suelo, Sango pareció calmarse. Y cambió. La atención que le dedicó después del golpe apenas llegó a ella. La mente de la chica se había quedado paralizada, atrapada en la violencia que él había imprimido sobre ella. No la estaba tocando, pero sentía todavía los dedos como garfios apretando su piel. La respiración era tan superficial que apenas le permitía pensar con claridad.
Algo en todo aquello le había gustado.
No la parte del Sango arrepentido, el que trataba de tranquilizarla. No ese Sango. El otro.
Lo miró desdibujando el temor de su rostro en otra cosa, y cuando él salió de nuevo por la puerta observó el hueco vacío por donde él había desaparecido embelesada.
¿Qué demonios le pasaba? Era la primera vez que sentía algo similar...
Aguardó, sentada en la cama, perdida en ideas que no era capaz de captar, hasta que él volvió.
Definitivamente, la cara que el soldado compuso cuando se arrodilló frente a ella era de conciliación. La mestiza tenía los ojos muy abiertos, mirando a Sango a la cara cuando este le habló, dejándose tomar la mano con suavidad por él. Había algo en su expresión que dejaba atrás el miedo que sintió en el instante del ataque contra el espejo. Los ojos azules brillaban ahora con una especie de... fascinación. El olor a cerveza en ella evidenciaba todavía el alcohol que tenía en sus venas, variando su carácter del que el héroe se encontró cuando ella llegó a la posada a uno más dócil. Se dejó poner la capa y una leve sonrisa se marcó en la comisura de sus labios. ¿Qué tenía de malo darle aquella información?
- A las catacumbas, porque preciso una entrada a un lugar. Me dijeron que si soy capaz de encontrar a Seda podré acceder a cualquiera de las mansiones del Barrio Alto de Lunargenta - la mirada azul pasó de los ojos verdes de Sango a fijarse en las dos cicatrices que recorrían su mejilla. Alzó la mano que él le había acariciado antes y rompiendo la distancia buscó pasar la punta de los dedos por ellas.
- Seda...- dijo en un murmullo. Por su expresión, Iori supo que el nombre no le decía nada en absoluto. Sin embargo, no se apartó de su contacto. Él dejó que los dedos de la mestiza recorrieran las marcas que lucían en su mejilla. ¿Cuál sería su historia? - ¿Por qué entrar en las mansiones? ¿Qué pretendes? En algunas de ellas viven hasta tres o cuatro escuadras, entrar sin permiso sería algo temerario -
La mestiza se puso de pie frente a él, sin evidenciar dolor físico de ningún tipo con el movimiento. Parecía complacida de una forma extraña, mientras sus dedos recorrían las marcas muy despacio. El humano comenzaba a perfilarse no solo como un buen parapeto, sino también como una valiosa fuente de información. Era obvio que el héroe de Aerandir tenía conocimientos y contactos muy profundos en la ciudad.
- Solo busco una. Tengo algo que hacer con su dueño - la piel de Iori continuó ahora trazando el camino sobre la barba de Sango, perfilando el duro mentón. Aún con la poca luz que había dentro del cuartucho, Iori podía distinguir en la cercanía el tono rojizo. Le gustó la dureza, la forma en la que rascaba en su piel, mezclada con un punto suave. Un leve hipido escapó de sus labios, y con la mano que tenía libre se frotó de forma perezosa los ojos, en un vano gesto por intentar aligerar la embriaguez. Las barbas siempre captaban su atención.
Ben en cambio gruñó y tragó saliva. Parpadeó y apartó la mirada. Incómodo.
- Entrar en las Catacumbas; encontrar a Seda; hacer algo con el dueño de una mansión... Joder, Iori, ¿en qué andas metida? -
Pareció encontrar divertida la reacción de Sango, pero esa pregunta enturbió la mirada azul de la mestiza. Su cuerpo se tensó, de una manera parecida a cuando rompió el cristal de la ventana con la mano abajo. Miró con ansiedad a su alrededor, a los fragmentos en el suelo del espejo roto y apartó la mano del rostro de Sango, nerviosa. Les preguntas que él hacía tenían la capacidad de desestabilizarla.
- Hans. Hans Meyer. Tengo que llegar hasta él. - Había algo oscuro en su voz.
No era simple desprecio, no era un odio normal. Era hambre.
- Intenté... intenté entrar en estos días. Estuve a punto, pero él también me busca. Ahora sabe que estoy en la ciudad. Tengo que darme prisa, antes de que todo se estropee. No sé si volveré a tener tan cerca una ocasión como esta... - volvió la mirada anhelante hacia Sango de nuevo. Al hablar rápido, sin orden en sus pensamientos su lengua pesada arrastraba un poco las palabras, como hablaría cualquier otro borracho.
De haber seguido sola aquella mañana, los tres mercenarios de abajo hubieran dado con ella. Que él estuviese allí la había salvado de un problema. Y, suponía, que seguir juntos podría volver a hacerlo más adelante.
Precisaba a Sango a su lado para poder llegar a Hans. Así que suplicó.
- Sango... necesito... - buscó las muñecas de su compañero y cerró las manos sobre ellas, tirando con poca fuerza para intentar atraerlo, centrar su atención en ella. Los ojos dorados de su madre sonrieron en su mente, antes de transformarse en unas cuencas vacías, teñidas de rojo. Lloraba sin lágrimas en la cabeza de Iori, y aquello la mareó - Ne...ce...si...to... llegar a él... - resolló, usando ahora el agarre de Sango como punto de estabilización para ella.
Lo que él pensase era un misterio, pero lo cierto fue que no se apartó. Incluso cedió con gentileza al contacto de la mestiza, dejándose hacer por ella. Aquella amabilidad la hizo sentir miserable.
- ¿Por qué llegar a él? -
Implacable. La suavidad en su voz generaba un descontrol caótico en Iori. La expresión de la muchacha se tiñó de dolor. Una chispa de locura, y sus manos imprimieron fuerza en el agarre esta vez. Dejó caer la cabeza hacia delante, ocultando su expresión de la mirada de Sango, y dándole a cambio la punzada hiriente de sus uñas clavándose en las muñecas del héroe. Quería salir de allí. Quería golpearlo. Pero sabía que lo necesitaba a su lado.
- Dioses... No... No...-
El soldado ladeó la cabeza y apretó los dientes. Pero no hizo amago de soltarse del dañino agarre de Iori.
- ¿Por qué Hans Meyer? - insistió.
Iori sentía que con él no había tregua. La presionaba hasta clavarla al borde del fin del mundo. Al último tramo de cordura que era capaz de reunir. Recordó la mirada de Hans cuando Dhonara tiró al suelo del bosque el cuerpo de Ayla. La forma segura en la que se acercó con el cuchillo, y sin dudar cortó, separando la mano de su brazo.
El dolor recorrió a Iori como si le estuviesen cortando a ella en aquel momento.
Escuchar de otros labios el nombre que repetía en su mente hasta quedarse dormida, espoleó la violencia que vivía bajo su piel. Iori tiró con toda la fuerza que pudo de Sango, pero no hacia ella esta vez. Hacía él. Lo empujó usando su cuerpo para hacerlo retroceder, intentando clavarlo contra la pared. Cuando no hubo más suelo que recorrer ni más aire que separase los cuerpos de ambos, los ojos azules se clavaron como fuego en él. Dolía.
- Mató a mis padres - dijo con palabras por primera vez. Y la voz de Iori apenas fue audible, en contraste con el violento temblor que sacudía su cuerpo, mientras intentaba mantener a Sango inmovilizado contra la pared. Podía notar el frío de la armadura contra ella. - Llevo detrás de él meses... Entraré en su mansión, lo tomaré para mí y le devolveré multiplicado por cien todo lo que le hizo a ellos -
El rencor, la repulsión que sentía hacia el mercader afloró en su mirada dirigiéndose, de forma injusta hacia Sango esa vez. Estaba a punto de explotar en aquel momento, pero él cortó por completo la espiral en la que se encontraba Iori. Echó agua a su fuego.
Sango se soltó con una irritante facilidad, alejando el espejismo de que ella hubiese tenido un mínimo de control sobre él. Cerró los brazos en torno a ella y la apretó pegándola contra él. No dijo absolutamente nada. Sólo abrazó. La energía nacida de la furia de Iori se quedó sin saber qué camino tomar o en qué transformarse. ¿Qué era lo que él estaba haciendo? ¿Era aquel un abrazo de ánimo? Quería hacerla sentir de una pieza... estaba tratando de calmarla. De hacer que no se sintiera sola.
Quería entenderla. Compartir la carga a medias.
Y eso la horrorizó.
Mientras permanecían así, con él abrazándola con fuerza, ella encontró el nuevo cauce que se abrió para toda aquella energía que él había contenido con pasmosa facilidad entre sus brazos.
La ira bien podía transmutar en deseo. Y de eso Iori sabía algo.
Las manos, que habían quedado sujetando el aire, se colocaron en la cadera de Sango. Buscó ceñir su figura sobre la armadura y los dedos se movieron queriendo hacer contacto con la piel que había debajo. El cuerpo de Iori presionó de nuevo contra él, pero había una cadencia distinta esta vez. Era violencia... en gran medida. Mezclada con algo salvaje. Algo que olía a sed. La cara de la mestiza, enterrada contra el cuello de Sango se giró para colocar sus labios contra la piel expuesta del pelirrojo.
Presionó con la boca y notó con claridad el calor de su piel. Bajo ella, los músculos tensos y firmes, que le hicieron querer acariciar con los dientes. Besó profundamente, percibiendo el sabor de Sango. Le gustó, y quiso morder. Enterró más el rostro en la curva de su cuello, y se apoyó en él para ponerse de puntillas. Los dientes calcaron pero no clavaron, permitiéndole ahora sentir con claridad el sabor salado de su piel.
Pero más que la intimidad de sus cuerpos juntos, más que besarlo, lo que hizo gruñir de satisfacción a Iori fue el sentir como él se relajaba bajo su contacto. Era un comienzo.
Sin embargo, encerrada como estaba contra él, borracha, no pudo escuchar cómo el pesado trote de una docena de pies se detenía en la calle, bajo ellos, antes de reventar la puerta de madera que daba entrada a la posada.
Sango apartó a Iori bruscamente al escuchar ruido en el piso de abajo. La conexión se cortó y la mestiza se lamentó.
- Salta por la ventana, y no mires atrás, espérame en la puerta del camino a Roilkat - corrió a la puerta de la habitación y la cerró. Acto seguido empuñó el hacha - No mires atrás, no hables con nadie, ponte la capucha y espérame - cruzó la habitación hasta la ventana y la abrió con facilidad. Iori recordó el rato que había pasado forcejeando con ella de forma inútil. - Corre. -
No.
No lo había buscado, no quería su compañía, pero el destino los había enfrentado allí. Sabía que no conseguiría nada sin él. Y pensar en alejarse en aquel momento la puso... ansiosa. Lo agarró de la mano sin pedir permiso y lo retuvo a su lado.
- Me lo has prometido. Dijiste que me llevarías a las catacumbas. No pienso irme de aquí sin ti. - Y aún borracha, aún rota, había verdad en los ojos de Iori. Se inclinó sobre el alfeizar y observó hacia abajo con disimulo. Eran muchos ¿Algo más de doce? y la cochambrosa puerta pequeña, y sus pedazos estaban rotos tapiando parcialmente la entrada.
- ¿Conoces a esos soldados? - preguntó dejando que Sango se inclinase para observar con cuidado desde arriba.
- No, no los conozco. No son de la Guardia, por tanto, puedo partirles en dos. - Le enseñó los dientes con una expresión despiadada pero aún así no fue capaz de despegarse de ella. Sonrió con suficiencia, mientras se balanceaba trazando un pequeño círculo sin ser consciente de su mala coordinación.
- Saldremos de aquí juntos, buscaremos en dónde esconderos hasta el atardecer, y cuando sea el momento, me llevarás a las catacumbas - resumió con decisión antes de sonreír de manera ufana, ante el que parecía el mejor plan en semanas.
Puso un pie en el alfeizar y se estiró para alcanzar el tejado que había sobre el tejado, lejos de la vista de Sango. El sonido de algo pesado arrastrándose por el techo dejó paso a cómo la muchacha colocaba una fina escalera de madera, de forma que conectaba la escasa distancia que separaba la ventana de la fachada de enfrente. Comprobó cuántos soldados quedaban en la entrada de la posada.
- Están todos dentro, no tenemos tiempo - anunció la chica mirando un instante a Sango. - El otro tejado conecta con la calle del Trigo. Cuando estemos en ella será más fácil desaparecer - lo tenía todo planeado desde que se alojó la primera noche allí.
Desde lo que había pasado cuando acabó con Otto, la mestiza tenía la idea rondando su mente. Sospechaba que Hans había mandado gente tras ella. Y ahora tenía la confirmación. Aquel bastardo quería darle caza. Pero cuando la tuviese delante tendría tiempo de arrepentirse de ese error.
Los pasos se escucharon fuertes subiendo las escaleras, y la mirada de la joven mostró un atisbo de inseguridad, por primera vez. No podía dejar que él se quedara atrás. Se inclinó para tomar su alforja del suelo y volvió a subirse al alféizar.
- ¿Juntos? - preguntó mirando al héroe desde su posición elevada, apretando más su mano.
- Juntos. -
Unos minutos después, la guardia personal enviada por Hans entró en la habitación. Lo único que encontraron fue una ventana abierta, y en mitad de la embarrada calle una escalera de madera en el suelo.
Ninguno llegó a tiempo para ver cómo dos figuras cruzaban con rapidez por los tejados de Lunargenta.
Iori Li
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Los tejados de aquella parte de la ciudad de Lunargenta resultaron ser mucho más estables y resistentes de lo que Sango había imaginado. Sí, había tejas de barro que estaban cascadas, tejas de madera partidas, pero las estructuras no gemían cuando pasaba por ellos. Avanzaba lento pero seguro y con un ojo puesto sobre Iori que estaba aún bajo los efectos de la cerveza matinal. Beber en ayunas podía causar estragos en cualquier persona.
Su mano derecha no quería separarse demasiado de ella, se obligaba a acelerar cuando ella hacía alarde de agilidad y él, por puro orgullo la seguía y trataba de imitarla. Sus torpes esfuerzos eran recompensados, en ocasiones, con tropiezos y una búsqueda desesperada de un asidero en el que poder descansar y tomar aire. Pero su amiga no le daba tregua. Amiga. Observó, apoyado contra un tejadillo que tenía que escalara, como la capa se mecía con el movimiento de Iori. Puede. Podría ser. Suspiró y escaló para darle alcance.
De vez en cuando echaba una mirada atrás para confirmar que no les seguían y para ver, también si había algún punto por el que pudieran posarse en terreno firme que se les hubiera pasado. Pese a todo, Ben seguía recordando que tenía una promesa que cumplir. En realidad dos, pero, resolvamos poco a poco. Alcanzó a Iori y señaló un murete con una pila de cajas y barriles que estaban colocados para permitirles una bajada más cómoda que si tuviera que saltar.
- Podemos saltar por ahí a la calle. Luego, como te prometí, iremos con alguien que puede ayudarnos-.
Se incluyó en la misión que se había impuesto Iori no porque era algo que tuviera que hacer sino porque había algo que subsanar. Ben, durante la huida, había dedicado parte de sus pensamientos a reflexionar en la terrible revelación que le había hecho Iori. La pérdida de los padres y, por tanto, del hogar, era uno de los crímenes más crueles que alguien podía cometer contra una persona. Pensó, entonces, que habría sido mucho mejor haber matado a los hijos cuando tuvieron la oportunidad. Pero, como había aprendido con el paso del tiempo, los seres humanos y todo lo que derive de él, tiende a ser estúpido y no pensar más allá de lo que tiene delante, no pensar en que los actos tienen consecuencias. A veces son mínimas, otras, tienen forma de cuchillo en las sombras, esperando el momento oportuno. Iori, sin duda, se merecía su venganza.
- Por aquí- indicó el pelirrojo-.
Se sentó en el tejado y tanteó con los pies para alcanzar la primera pila de cajas. Cuando la alcanzó asentó bien las piernas y se impulsó hacia delante y bajó de los tejados. Se apoyó en el muro y poco a poco fue descendiendo con calma, tanteando la estabilidad de la afortunada escalera que se habían encontrado. Lentamente y sin pisar en falso completó el descenso a suelo firme antes de darse cuenta. Miró a su alrededor y pese al ruido de la actividad matinal en la ciudad, en aquella estrecha calle no había nadie. Alzó la mirada en dirección a Iori y le hizo gestos para que bajara.
- Ve poco a poco; primero pósate aquí- señaló una caja-, y después apóyate en el muro para ir a esta otra- aconsejó el pelirrojo.
Sango alzó los brazos hacia ella que se alzaba en el borde del tejado y la fue siguiendo mientras bajaba. En alguna ocasión tuvo que sujetar las cajas para que estas no cedieran ante el torpe movimiento de bajada de la mujer. Ben gruñó por los repentinos esfuerzos pero nada más. Tenía ganas de llegar a un lugar en el que poder parar y poner en orden sus pensamientos.
- No te separes, y no te quites la capucha- dijo mirándola cuando sus pies estuvieron clavados firmemente en el suelo. La observó durante un breve instante y sacudió la cabeza antes de echarse a andar.
Las calles de Lunargenta, tenían mucha actividad. La capital del Reino era un lugar que, a ojos de Sango, no había cambiado en los últimos tiempos. Echaba de menos su etapa de formación en la Academia; echaba de menos a sus compañeros caídos en combate como Puñal, la chica que había formado junto con Anders Holgers y Asland Lundgren su grupo de amigos más cercanos durante la formación. Echaba de menos las noches de cerveza y cartas en cualquier posada del puerto, en las que no miraban edad, procedencia, ni cualquier otro detalle que en los barrios de más entidad sí tenían en cuenta, solo miraban si tenías dinero. Echaba de menos su inocencia. Lanzó un gemido de dolor antes de sacudir la cabeza.
- La gente que pone sus puestos en la calle vienen de todas partes de la Península, pueblos, en su mayoría, aunque también vendrán comerciantes de las grandes ciudades. Tratan de vender lo que consiguen ahorrar y estos cabrones los ahogan a impuestos- dijo cuando dejaron atrás a un funcionario ricamente engalanado que estaba cobrando el tributo por ocupación de suelo y sobre el beneficio de ventas. Se lo sabía bien, la escolta de estos funcionarios solían ser soldados en formación, como lo fue él en su día-. La vida en una ciudad es antinatural- sentenció-. Pero, ¿qué puede hacer esta gente? ¿De qué otro modo pueden comprar ropa? ¿Cómo pagar el tributo que se exige cada cuatro estaciones? ¿Cómo pagar a aquellos que son capaces de hacer y reparar herramientas? ¿Cómo pagar la leña para el invierno? Es posible hacer todo eso en pequeñas comunidades, pero, ¿qué ocurre cuando alguien bien vestido, aparece con una hueste de cien soldados y se proclama dueño de las tierras y exige un tributo? ¿Qué puede hacer esa pobre gente?- mostró una sonrisa despiadada y se llevó la mano a la cabeza del hacha que colgaba de su cintura. Ah, él sabía lo que se podía hacer y lo que podía hacer esa gente-. Giremos por aquí, creo que llamamos demasiado la atención-.
Gruñó. Se había dejado llevar y no se había preocupado de vigilar todos los ojos que se posaban en ellos. Ni siquiera había pensando en la extraña pareja que hacía un tipo fuertemente armado y una figura embozada que caminaban casi de la mano. Le irritaba no haber pensado en ello antes de ponerse a caminar sin más. Ah, céntrate Ben.
Sango, que tenía buen recuerdo de haber pateado una y otra vez las calles de Lunargenta, giraba a izquierda, derecha o seguía recto en función de algún extraño patrón que había dibujado en su cabeza. Ese patrón consistía en serpentear por las calles de la capital, pero sin retroceder o dar vueltas. Pasaron por calles de artesanos, otras estaban plagadas de animales de tiro que recibían los cuidados del forrajeadores para que volvieran a tirar de pesadas cargas tan pronto como fuera posible, llegaron incluso, a caminar por una calzada que comunicaba el centro con la puerta occidental, el camino de la costa, que enlazaba con el camino de Roilkat a dos días de paso ligero. ¿Cuántas veces tomé el camino del desierto? ¿Por qué muchos de los grandes acontecimientos de mi vida suceden allí?
- Oh Dioses...- frenó tres pasos más allá y se quedó observando una puerta de madera de tonos grisáceos que seguía, la estética de la piedra del edificio-. No ha cambiado nada- murmuró antes de dar otro paso al frente-. Muy bien- se giró para mirar a Iori- vamos allá-.
Sango golpeó la puerta cinco veces y aguardó respuesta. Miró a Iori. Era, sin duda, una mujer de recursos. De no haber sido por la ruta de escape que tenía preparada, su destino podría haber sido muy distinto. En lugar de reunirse con "El Campeón", estarían muertos, o prisioneros de un tipo con dinero y que se estaba tomando demasiado en serio eliminar a aquella mujer. Se permitió sonreír, satisfecho por cómo Iori había conseguido burlar a quince hombres que habían enviado tras ella.
- ¿Quién va?- preguntó una voz ronca al otro lado-.
- Sango te manda un besito- le guiñó un ojo a Iori-.
Tras un breve instante de silencio, el sonido de los cerrojos abrirse al otro lado tranquilizó el pulso del pelirrojo. Aguardó entonces la apertura de la puerta. Su último encuentro no había sido pacífico. De hecho, había sido todo lo contrario a su última vez con Kyotan. De hecho, pensó, siempre era así: cuando uno estaba contento, la otra estaba enfadada; y si ella estaba feliz, él estaba amargado y con el ceño fruncido. La puerta se abrió.
- Vaya, vaya, ¿he de hacerle una reverencia al Héroe?- Max Wurhental, conocido como el Barón en sus tiempos mozos, y como el Campeón en la actualidad le recibió con una amplia sonrisa pero sin moverse del marco de la puerta-.
- Con que me dejes pasar ya me vale- contestó bruscamente-. Pero sí, deberías arrodillarte y besar el maldito suelo que piso- añadió.
Al Barón se le borró la sonrisa y clavó su mirada en Sango que le estudiaba sin importarte que los ojos del Campeón estuvieran lanzando puñales en su dirección. Las canas ya eran mucho más numerosas que el color de pelo original, y vestía con un chaleco de cuero, sin abrochar, y una extraña falda con un estampado gris con rayas negras. Finalmente unas botas remataban el conjunto. Sus ojos, ahora entornados, tenían un toque oscuro. La cara estaba salpicada de manchas, heridas y arrugas, pero en líneas generales, Sango le veía estupendamente.
- Se te ve bien, Max, pero en serio, no tengo tiempo para juegos- contestó Sango al silencio con voz cansada-.
- Debes ser de las pocas personas que aún me llama por mi nombre- entonces posó sus ojos sobre Iori y preguntó-. ¿Quién es ella?
- Olga- contestó Ben-. Cuidado con ella, es medio loba y estamos en la misma manada. Vigila esas manos- advirtió duramente el pelirrojo.
- Ah, ya veo - sonrió pícaramente antes de pasar la vista de uno a otro y se hizo a un lado con una exagerada reverencia-. Pasad. No todos los días se recibe a un Héroe y a una Loba- remarcó la última palabra mientras miraba a Sango-, adelante, estáis en casa-.
Dejó que Iori pasara primero y cuando Max cerró la puerta tras de sí Ben se giró para encararse con él.
- ¿Por qué me has abierto la puerta? ¿Te sientes culpable por algo?- Ben estaba muy cerca de él y le había gritado en voz baja-.
- Estás en mi casa, Sango, un poco de respeto- le apartó a un lado no sin dificultad-. ¿Queréis algo de beber? Tengo algo por ahí, agua, vino, no sé si aun queda hidromiel-.
Sango sonrió amargamente y fue junto a Iori, que se había acomodado en un sillón. Comprobó que estuviera bien y se giró de nuevo hacia el Barón Max Wurhental.
- Te lo concedo, Barón- hizo una pausa para captar su atención, mostrarle los dientes y avanzar hacia él-. Te agradezco tu hospitalidad, pero sé que no lo haces por ser buena persona. Dime, Max, ¿sabías que Puñal murió en el castillo de la familia Karstengaum? ¿Sabes que tu miserable ayuda a esa tipeja le costó la vida a esa pobre chica y a casi un destacamento entero?
- Son negocios, Ben, ¿qué sabía yo?-.
- Podías preguntar, maldita sea- había dolor en su voz-. Solo os importa el maldito dinero. Hay más cosas, joder-.
- Está bien desahógate, si quieres, conmigo. Pero no me culpes de sus muertes, yo no empuñé ninguna espada, ni arco ni ballesta, murieron en el asedio a un castillo controlado por una mujer con un poder que ni yo mismo creí capaz que alguien fuera capaz de poseer. ¿La cagué aceptando un trabajo para que pudieran tomar el control del castillo? Puede. Pero ahí se acabó mi participación. Nada más-.
Sango se giró para ocultar el dolor que se había dibujado en su rostro. Recordar a viejos compañeros que habían ido a parar bajo las órdenes del capitán Karst y que habían muerto a las puertas de ese castillo, fue algo que le hizo tambalearse. Tragó saliva mientras sus ojos contemplaban a Iori, arrebujada en la capa.
- Si tienes hidromiel, lo agradeceré- volvió a girarse y se acercó a Max que asintió levemente-. Lo siento, viejo amigo, no debería tratarte de esta manera- se llevó un puño al pecho e hizo una ligera genuflexión-. Eran mis amigos Max, no llegué a tiempo...- se lamentó en voz baja-.
- Estoy seguro de que habrían cambiado las cosas- le tendió una jarra-. Pero ya fue, yo también lamenté todo aquello y más cuando me enteré de la muerte de Puñal, esa joven tenía un carácter especial- hizo una breve pausa-. Pero sois soldados, unos siguieron al servicio de la Guardia otros decidieron forjar su propio camino, todos debemos cargar con nuestras decisiones-.
Alzó su jarra y Ben le imitó. No hacía falta brindar por Puñal, las miradas lo decían todo. Ambos bebieron un largo trago y disfrutaron de unos instantes de silencio y reflexión.
El Barón, junto con Kyotan, eran las cabezas visibles, al menos para él, de los dos gremios mas importantes que se movían en Lunargenta: el de los Luchadores y el de los Ladrones. Además, ambos tenían historia en común. Cómo su pequeño grupo de amigos había dado con esos dos era una historia que merecía ser contada alrededor de un buen fuego, con una bebida y después de una buena cena. Ben suspiró.
- ¿Seguís peleando?-
- La actividad ha decaído. Hacemos algún encargo de limpieza, alguna pelea por los viejos tiempos pero poco más- dio otro trago y miró a Sango mientras jugaba con la jarra-. ¿Qué necesitas Ben?-
- Llevar a Olga a las Catacumbas- dijo con naturalidad.
- ¿Por qué?
- Porque me debes un favor- giró la cabeza para mirarle a los ojos-.
- No hombre, ¿por qué ella? ¿Por qué esta "loba"?- le dedicó una de sus sonrisas-.
Aquella era una muy buena pregunta. ¿Por qué se tomaba Sango tantas molestias? ¿Era el deseo de satisfacer una petición del Maestro Zakath un motivo suficiente como para seguir adelante con toda aquella locura? Por todos los Dioses, había matado por mantenerla a salvo, ¿por qué parar ahora? Además, no era el verse arrastrado en esa situación lo que le mantenía atado a ella, era la promesa que se había hecho a sí mismo de no dejar caer el alma de aquella pobre mujer en el abismo. Sango sacudió la cabeza y cruzó la mirada con Max que le estudiaba con una mueca divertida.
- Han hecho daño a la manada, Max- dijo Sango-. Y ese daño debe ser repuesto-.
El Barón le dedicó una sonrisa paternal y asintió levemente. Alzó la jarra y Sango le imitó.
- Sea-.
Su mano derecha no quería separarse demasiado de ella, se obligaba a acelerar cuando ella hacía alarde de agilidad y él, por puro orgullo la seguía y trataba de imitarla. Sus torpes esfuerzos eran recompensados, en ocasiones, con tropiezos y una búsqueda desesperada de un asidero en el que poder descansar y tomar aire. Pero su amiga no le daba tregua. Amiga. Observó, apoyado contra un tejadillo que tenía que escalara, como la capa se mecía con el movimiento de Iori. Puede. Podría ser. Suspiró y escaló para darle alcance.
De vez en cuando echaba una mirada atrás para confirmar que no les seguían y para ver, también si había algún punto por el que pudieran posarse en terreno firme que se les hubiera pasado. Pese a todo, Ben seguía recordando que tenía una promesa que cumplir. En realidad dos, pero, resolvamos poco a poco. Alcanzó a Iori y señaló un murete con una pila de cajas y barriles que estaban colocados para permitirles una bajada más cómoda que si tuviera que saltar.
- Podemos saltar por ahí a la calle. Luego, como te prometí, iremos con alguien que puede ayudarnos-.
Se incluyó en la misión que se había impuesto Iori no porque era algo que tuviera que hacer sino porque había algo que subsanar. Ben, durante la huida, había dedicado parte de sus pensamientos a reflexionar en la terrible revelación que le había hecho Iori. La pérdida de los padres y, por tanto, del hogar, era uno de los crímenes más crueles que alguien podía cometer contra una persona. Pensó, entonces, que habría sido mucho mejor haber matado a los hijos cuando tuvieron la oportunidad. Pero, como había aprendido con el paso del tiempo, los seres humanos y todo lo que derive de él, tiende a ser estúpido y no pensar más allá de lo que tiene delante, no pensar en que los actos tienen consecuencias. A veces son mínimas, otras, tienen forma de cuchillo en las sombras, esperando el momento oportuno. Iori, sin duda, se merecía su venganza.
- Por aquí- indicó el pelirrojo-.
Se sentó en el tejado y tanteó con los pies para alcanzar la primera pila de cajas. Cuando la alcanzó asentó bien las piernas y se impulsó hacia delante y bajó de los tejados. Se apoyó en el muro y poco a poco fue descendiendo con calma, tanteando la estabilidad de la afortunada escalera que se habían encontrado. Lentamente y sin pisar en falso completó el descenso a suelo firme antes de darse cuenta. Miró a su alrededor y pese al ruido de la actividad matinal en la ciudad, en aquella estrecha calle no había nadie. Alzó la mirada en dirección a Iori y le hizo gestos para que bajara.
- Ve poco a poco; primero pósate aquí- señaló una caja-, y después apóyate en el muro para ir a esta otra- aconsejó el pelirrojo.
Sango alzó los brazos hacia ella que se alzaba en el borde del tejado y la fue siguiendo mientras bajaba. En alguna ocasión tuvo que sujetar las cajas para que estas no cedieran ante el torpe movimiento de bajada de la mujer. Ben gruñó por los repentinos esfuerzos pero nada más. Tenía ganas de llegar a un lugar en el que poder parar y poner en orden sus pensamientos.
- No te separes, y no te quites la capucha- dijo mirándola cuando sus pies estuvieron clavados firmemente en el suelo. La observó durante un breve instante y sacudió la cabeza antes de echarse a andar.
Las calles de Lunargenta, tenían mucha actividad. La capital del Reino era un lugar que, a ojos de Sango, no había cambiado en los últimos tiempos. Echaba de menos su etapa de formación en la Academia; echaba de menos a sus compañeros caídos en combate como Puñal, la chica que había formado junto con Anders Holgers y Asland Lundgren su grupo de amigos más cercanos durante la formación. Echaba de menos las noches de cerveza y cartas en cualquier posada del puerto, en las que no miraban edad, procedencia, ni cualquier otro detalle que en los barrios de más entidad sí tenían en cuenta, solo miraban si tenías dinero. Echaba de menos su inocencia. Lanzó un gemido de dolor antes de sacudir la cabeza.
- La gente que pone sus puestos en la calle vienen de todas partes de la Península, pueblos, en su mayoría, aunque también vendrán comerciantes de las grandes ciudades. Tratan de vender lo que consiguen ahorrar y estos cabrones los ahogan a impuestos- dijo cuando dejaron atrás a un funcionario ricamente engalanado que estaba cobrando el tributo por ocupación de suelo y sobre el beneficio de ventas. Se lo sabía bien, la escolta de estos funcionarios solían ser soldados en formación, como lo fue él en su día-. La vida en una ciudad es antinatural- sentenció-. Pero, ¿qué puede hacer esta gente? ¿De qué otro modo pueden comprar ropa? ¿Cómo pagar el tributo que se exige cada cuatro estaciones? ¿Cómo pagar a aquellos que son capaces de hacer y reparar herramientas? ¿Cómo pagar la leña para el invierno? Es posible hacer todo eso en pequeñas comunidades, pero, ¿qué ocurre cuando alguien bien vestido, aparece con una hueste de cien soldados y se proclama dueño de las tierras y exige un tributo? ¿Qué puede hacer esa pobre gente?- mostró una sonrisa despiadada y se llevó la mano a la cabeza del hacha que colgaba de su cintura. Ah, él sabía lo que se podía hacer y lo que podía hacer esa gente-. Giremos por aquí, creo que llamamos demasiado la atención-.
Gruñó. Se había dejado llevar y no se había preocupado de vigilar todos los ojos que se posaban en ellos. Ni siquiera había pensando en la extraña pareja que hacía un tipo fuertemente armado y una figura embozada que caminaban casi de la mano. Le irritaba no haber pensado en ello antes de ponerse a caminar sin más. Ah, céntrate Ben.
Sango, que tenía buen recuerdo de haber pateado una y otra vez las calles de Lunargenta, giraba a izquierda, derecha o seguía recto en función de algún extraño patrón que había dibujado en su cabeza. Ese patrón consistía en serpentear por las calles de la capital, pero sin retroceder o dar vueltas. Pasaron por calles de artesanos, otras estaban plagadas de animales de tiro que recibían los cuidados del forrajeadores para que volvieran a tirar de pesadas cargas tan pronto como fuera posible, llegaron incluso, a caminar por una calzada que comunicaba el centro con la puerta occidental, el camino de la costa, que enlazaba con el camino de Roilkat a dos días de paso ligero. ¿Cuántas veces tomé el camino del desierto? ¿Por qué muchos de los grandes acontecimientos de mi vida suceden allí?
- Oh Dioses...- frenó tres pasos más allá y se quedó observando una puerta de madera de tonos grisáceos que seguía, la estética de la piedra del edificio-. No ha cambiado nada- murmuró antes de dar otro paso al frente-. Muy bien- se giró para mirar a Iori- vamos allá-.
Sango golpeó la puerta cinco veces y aguardó respuesta. Miró a Iori. Era, sin duda, una mujer de recursos. De no haber sido por la ruta de escape que tenía preparada, su destino podría haber sido muy distinto. En lugar de reunirse con "El Campeón", estarían muertos, o prisioneros de un tipo con dinero y que se estaba tomando demasiado en serio eliminar a aquella mujer. Se permitió sonreír, satisfecho por cómo Iori había conseguido burlar a quince hombres que habían enviado tras ella.
- ¿Quién va?- preguntó una voz ronca al otro lado-.
- Sango te manda un besito- le guiñó un ojo a Iori-.
Tras un breve instante de silencio, el sonido de los cerrojos abrirse al otro lado tranquilizó el pulso del pelirrojo. Aguardó entonces la apertura de la puerta. Su último encuentro no había sido pacífico. De hecho, había sido todo lo contrario a su última vez con Kyotan. De hecho, pensó, siempre era así: cuando uno estaba contento, la otra estaba enfadada; y si ella estaba feliz, él estaba amargado y con el ceño fruncido. La puerta se abrió.
- Vaya, vaya, ¿he de hacerle una reverencia al Héroe?- Max Wurhental, conocido como el Barón en sus tiempos mozos, y como el Campeón en la actualidad le recibió con una amplia sonrisa pero sin moverse del marco de la puerta-.
- Con que me dejes pasar ya me vale- contestó bruscamente-. Pero sí, deberías arrodillarte y besar el maldito suelo que piso- añadió.
Al Barón se le borró la sonrisa y clavó su mirada en Sango que le estudiaba sin importarte que los ojos del Campeón estuvieran lanzando puñales en su dirección. Las canas ya eran mucho más numerosas que el color de pelo original, y vestía con un chaleco de cuero, sin abrochar, y una extraña falda con un estampado gris con rayas negras. Finalmente unas botas remataban el conjunto. Sus ojos, ahora entornados, tenían un toque oscuro. La cara estaba salpicada de manchas, heridas y arrugas, pero en líneas generales, Sango le veía estupendamente.
- Se te ve bien, Max, pero en serio, no tengo tiempo para juegos- contestó Sango al silencio con voz cansada-.
- Debes ser de las pocas personas que aún me llama por mi nombre- entonces posó sus ojos sobre Iori y preguntó-. ¿Quién es ella?
- Olga- contestó Ben-. Cuidado con ella, es medio loba y estamos en la misma manada. Vigila esas manos- advirtió duramente el pelirrojo.
- Ah, ya veo - sonrió pícaramente antes de pasar la vista de uno a otro y se hizo a un lado con una exagerada reverencia-. Pasad. No todos los días se recibe a un Héroe y a una Loba- remarcó la última palabra mientras miraba a Sango-, adelante, estáis en casa-.
Dejó que Iori pasara primero y cuando Max cerró la puerta tras de sí Ben se giró para encararse con él.
- ¿Por qué me has abierto la puerta? ¿Te sientes culpable por algo?- Ben estaba muy cerca de él y le había gritado en voz baja-.
- Estás en mi casa, Sango, un poco de respeto- le apartó a un lado no sin dificultad-. ¿Queréis algo de beber? Tengo algo por ahí, agua, vino, no sé si aun queda hidromiel-.
Sango sonrió amargamente y fue junto a Iori, que se había acomodado en un sillón. Comprobó que estuviera bien y se giró de nuevo hacia el Barón Max Wurhental.
- Te lo concedo, Barón- hizo una pausa para captar su atención, mostrarle los dientes y avanzar hacia él-. Te agradezco tu hospitalidad, pero sé que no lo haces por ser buena persona. Dime, Max, ¿sabías que Puñal murió en el castillo de la familia Karstengaum? ¿Sabes que tu miserable ayuda a esa tipeja le costó la vida a esa pobre chica y a casi un destacamento entero?
- Son negocios, Ben, ¿qué sabía yo?-.
- Podías preguntar, maldita sea- había dolor en su voz-. Solo os importa el maldito dinero. Hay más cosas, joder-.
- Está bien desahógate, si quieres, conmigo. Pero no me culpes de sus muertes, yo no empuñé ninguna espada, ni arco ni ballesta, murieron en el asedio a un castillo controlado por una mujer con un poder que ni yo mismo creí capaz que alguien fuera capaz de poseer. ¿La cagué aceptando un trabajo para que pudieran tomar el control del castillo? Puede. Pero ahí se acabó mi participación. Nada más-.
Sango se giró para ocultar el dolor que se había dibujado en su rostro. Recordar a viejos compañeros que habían ido a parar bajo las órdenes del capitán Karst y que habían muerto a las puertas de ese castillo, fue algo que le hizo tambalearse. Tragó saliva mientras sus ojos contemplaban a Iori, arrebujada en la capa.
- Si tienes hidromiel, lo agradeceré- volvió a girarse y se acercó a Max que asintió levemente-. Lo siento, viejo amigo, no debería tratarte de esta manera- se llevó un puño al pecho e hizo una ligera genuflexión-. Eran mis amigos Max, no llegué a tiempo...- se lamentó en voz baja-.
- Estoy seguro de que habrían cambiado las cosas- le tendió una jarra-. Pero ya fue, yo también lamenté todo aquello y más cuando me enteré de la muerte de Puñal, esa joven tenía un carácter especial- hizo una breve pausa-. Pero sois soldados, unos siguieron al servicio de la Guardia otros decidieron forjar su propio camino, todos debemos cargar con nuestras decisiones-.
Alzó su jarra y Ben le imitó. No hacía falta brindar por Puñal, las miradas lo decían todo. Ambos bebieron un largo trago y disfrutaron de unos instantes de silencio y reflexión.
El Barón, junto con Kyotan, eran las cabezas visibles, al menos para él, de los dos gremios mas importantes que se movían en Lunargenta: el de los Luchadores y el de los Ladrones. Además, ambos tenían historia en común. Cómo su pequeño grupo de amigos había dado con esos dos era una historia que merecía ser contada alrededor de un buen fuego, con una bebida y después de una buena cena. Ben suspiró.
- ¿Seguís peleando?-
- La actividad ha decaído. Hacemos algún encargo de limpieza, alguna pelea por los viejos tiempos pero poco más- dio otro trago y miró a Sango mientras jugaba con la jarra-. ¿Qué necesitas Ben?-
- Llevar a Olga a las Catacumbas- dijo con naturalidad.
- ¿Por qué?
- Porque me debes un favor- giró la cabeza para mirarle a los ojos-.
- No hombre, ¿por qué ella? ¿Por qué esta "loba"?- le dedicó una de sus sonrisas-.
Aquella era una muy buena pregunta. ¿Por qué se tomaba Sango tantas molestias? ¿Era el deseo de satisfacer una petición del Maestro Zakath un motivo suficiente como para seguir adelante con toda aquella locura? Por todos los Dioses, había matado por mantenerla a salvo, ¿por qué parar ahora? Además, no era el verse arrastrado en esa situación lo que le mantenía atado a ella, era la promesa que se había hecho a sí mismo de no dejar caer el alma de aquella pobre mujer en el abismo. Sango sacudió la cabeza y cruzó la mirada con Max que le estudiaba con una mueca divertida.
- Han hecho daño a la manada, Max- dijo Sango-. Y ese daño debe ser repuesto-.
El Barón le dedicó una sonrisa paternal y asintió levemente. Alzó la jarra y Sango le imitó.
- Sea-.
Sango
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Había asistido como espectadora a la conversación entre los dos. Aunque le faltaba contexto para entender en profundidad, los detalles de lo que decían quedaron almacenados en la mente de Iori. Parecía que en la vida del héroe había luces y sombras. Exactamente igual que en la vida de cualquier otra persona. Sorprendente.
El calor de la capa que él le había puesto la hizo sentir agradablemente tibia. Sus músculos se desentumecieron bajo su calor, y de alguna forma el aroma de la tela le resultaba agradable. Una mezcla entre la piel que había saboreado de Sango y leña al fuego.
Fue con su primer brindis, cuando los ojos de Iori comenzaron a cerrarse. Recuerdos fugaces de otro lugar se presentaron ante sus ojos.
Una tarde oscura, de invierno. Con el frío fuera y el calor dentro de la casa. Zakath sirviendo hidromiel de creación propia en una gran jarra metálica.
- No es necesario que bebas nunca Iori. El alcohol es una substancia que deprime nuestro sistema nervioso. Inicialmente produce efectos de euforia y desinhibición, pero realmente afecta a nuestro autocontrol y capacidad para procesar la información. Por supuesto nada de eso se aplica en mí, por lo que haz lo que digo y no lo que hago -
El anciano chocó con ella el pequeño vaso de madera que sostenía la niña, lleno de leche a rebosar y la casa vibró con su estruendosa carcajada.
Era curioso como hasta aquel momento de su vida, Iori había seguido meticulosamente los pasos del anciano ex soldado. Unas huellas demasiado grandes y que sin embargo se había empeñado en seguir, tratando de adecuarlas a ella misma. Intentando agradarlo en todo. Hacer que sintiese, ya no orgullo, sino que jamás se arrepintiese de haberla sacado de aquella lobera congelada en dónde la había encontrado aquel día de tormenta, cuando apenas era un bebé.
Romper con la influencia que tenía el anciano sobre ella había sido fácil. Él se había diluido, deslizándose lejos de su ser, como se había deslizado la primera cerveza que bebió en su vida, hacía ahora semanas. Seguía sin disfrutar del sabor del alcohol, pero, por los Dioses que sus efectos le ayudaban a mantener la cabeza en su sitio.
El segundo brindis entre Sango y Max se solapó con su recuerdo, y la mente de Iori se arrastró a la inconsciencia. Durmió toda la tarde sin moverse, secuestrada por la extenuación y la comodidad de la capa en la que se encontraba arropada. La noche anterior la había pasado en vela, tratando de colarse en la mansión de Hans sin conseguirlo, y a su llegada a la posada al amanecer, bueno... Sango había llegado.
Inspiró profundamente, llenando el pecho y aovillando más todavía en la capa su escuálido cuerpo.
Nieve por todas partes. El frío era extremo.
De alguna manera se podía sentir casi un consuelo, en la forma que tenía de entumecer su cuerpo.
Pero él no se sentía así. Tenía prisa por encontrar lo que estaba buscando.
Comprobar si era cierto...
La estepa no perdonaba a los incautos como él.
Se sentía perdido, notando como la inseguridad iba poco a poco calando en sus huesos más incluso que las bajas temperaturas.
El frío hacía que le doliesen los pulmones al respirar.
Aquella misión era prácticamente un suicidio. Y él estaba cerca de gastar sus últimas cartas de supervivencia.
El blanco a su alrededor se hizo más intenso.
Algo cubrió los ojos del elfo. Impidiéndole ver.
El frío se convirtió por un instante en calor.
Y en fuerza.
Y Tarek se agarró a aquello, sabiendo que su vida dependía de ello.
Los ojos azules se abrieron de golpe, despertando del mal sueño. Había vuelto a suceder. Jadeó pero no encontró aire en ella para hacerlo. Sus pupilas no estaban enfocadas, por lo que no estaba observando nada de lo que había en la habitación. Se puso de pie sacudiéndose la capa que la había mantenido abrigada hasta entonces. La tela cayó al suelo y allí se convirtió en la trampa perfecta para enredar las piernas con ella.
La mestiza fue de bruces, y puso las manos para evitar golpear la cabeza.
Tarek.
Otra vez él. Esa maldita conexión. En aquella ocasión, el sabor de boca que le quedó fue agónico. Algo estaba haciendo el elfo, en un paraje congelado más allá de lo que ella había llegado a experimentar en su vida. La ansiedad por alcanzar su meta todavía tenía un regusto amargo en la boca de la mestiza. Y sobre esa sensación, la desesperación que anidó en su corazón por el bienestar del elfo.
Se revolvió con furia y apartó de mala forma la tela de la capa, dejándola en el suelo. Tarek. El brillo de su cabello blanco era como el de Eithelen. Sentía los latidos del corazón cerrándole la garganta, y el primer instinto en ella fue correr a su encuentro.
- ¡No... No... No...! - se llevó la mano al cuello, inconscientemente, y tosió con fuerza mientras caminaba con gesto incómodo por la estancia. - Maldito elfo... - siseó entre dientes. - No será esa tu muerte - añadió, antes de fijar su vista en la puerta. Lanzó la mano hacia ella con urgencia, con toda la intención de salir por ella
Pero alguien más en la sala levantó la cabeza, sobresaltado y clavó sus ojos en Iori. Su reacción le cogió desprevenido y su suave sonrisa se desvaneció, volviendo al ceño fruncido. Suspiró.
- Iori - la llamó con voz suave - ¿Estás bien? -
Las manos de la mestiza se cernieron sobre el cierre metálico y tiró con fuerza, pero de la puerta no cedió nada más que un suave crujido de madera. Al leve tirón inicial lo siguieron dos, más fuertes y coléricos mientras forcejeaba con el mecanismo. La congoja se apoderó de ella.
- ¡Tarek! - golpeó con el puño cerrado cuando una silueta más grande apareció por un lado.
- Muchacha calma, no queremos llamar la atención ni por fuera ni por dentro - el tal llamado Max la agarró por el puño con el que golpeaba la puerta y se interpuso con su envergadura, para evitar que ella continuara golpeando.
Iori se soltó tirando de su mano con fuerza y reculó varios pasos sin perderlo de vista. Estaba agitada, lejos de lo que debería para una persona que se supone acababa de despertar de un sueño reparador. Observó a Max y observó a Sango, antes de alejarse de ambos al lado opuesto de la estancia con paso rápido. La realidad cayó de golpe sobre ella, y precisó unos instantes para tomar de nuevo el control.
Odiaba esos sueños.
Demasiado vagos al principio, con el paso del tiempo había comprendido que se trataban de una conexión viva con Tarek. Aquel templo le había quitado cosas, y dado otras. De estas últimas, aquella unión con el elfo al que más odiaba del planeta era casi la peor. Sobre todo cuando en su mente latían sentimientos contradictorios. Unos que, ahora sabía que no eran suyos. Eran los de Ayla por Eithelen.
Pensar a sus padres estuvo a punto de hacerla gritar de dolor, y clavó con fuerzas las uñas en las palmas de sus manos. Max miró a Sango y este le devolvió la mirada, tras haberlo escuchado llamarla por su nombre real. Gruñó por su imprudencia.
- Eh, Max, trae un poco de agua, ¿quieres? -
Ben caminó hacia Iori y se quedó a tres pasos de distancia. La contempló durante un breve instante antes de hablar.
- Una pesadilla, ¿eh? - se cruzó de brazos - Eso es bueno, libera la cabeza y nos libera de nuestros demonios, si es que crees en eso que dicen - se sacudió el polvo imaginario que tenía en los antebrazos - Espero que hayas descansado y estés atenta, nos vamos a meter en la boca del lobo y hay que tener los ojos bien abiertos -
Se retorcía los dedos, nerviosa, mientras trataba de aclarar su mente, alejando lo que acababa de ver en sueños. Su nivel de alteración era evidente. Miró a Sango como un animal salvaje. Acorralado. Peligroso. Si él supiera hasta qué punto estaban erradas sus palabras en ella...
- En este caso no me libera de ellos... me los trae - respondió con un gruñido bajo apartando la vista de él. Controlar la respiración le ayudaba a sobrellevar la situación. Las sensaciones que quedaban en ella tras el sueño se convirtieron poco a poco en humo. La preocupación por el bienestar de Tarek se transformó en una indiferencia absoluta, aderezada con hastío.
Volvía a ser ella misma.
- Estoy lista para todo. Lo estaba antes de dormirme de hecho - respondió con decisión. Aunque ambos sabían que era una mentira. La poción de Sango la había ayudado, pero la mestiza se encontraba lejos del estado que la definiría como físicamente sana. Max se acercó con tres vasos de madera y los dejó sobre una mesa gastada.
- El agua a la que tengo acceso aquí no es adecuada para beber - explicó únicamente antes de tomar uno de ellos en su mano. Iori pasó al lado de Sango sin mirarlo, y tomando otro bebió sin querer saber qué era. Por el aroma, algún tipo de destilado no excesivamente fuerte.
- Entonces, Olga - comenzó Max esbozando una sonrisa que Sango conocía bien cuando pronunció el nombre. - ¿Qué asuntos te traes con Seda? incluso entre los que conocemos bien las catacumbas se trata prácticamente de un fantasma - comenzó antes de tomar asiento en un taburete. Iori lo miró desde su posición, dejando el vaso, ya vacío sobre la mesa de nuevo. Aquello sabía a meado de perro.
- Me han dicho que conoce incluso los caminos para colarse en el interior del Palacio Real. Necesito entrar en una mansión del Barrio Alto. Solo entrada - remarcó mirándolo con seriedad.
- Bien. Me lo imaginaba. Pero con esos ojos como llave, creo que si quisieras hacerlo podrías ir tú misma y acceder por la puerta principal, si la información que me dieron es cierta. - Max miró a Sango. - ¿Sabes lo que se dice de "Olga"? -
Ben, que había cogido el vaso y solo había olisqueado su contenido, sonrió levemente. Entonces, de improvisto, le lanzó el contenido a la cara. Iori abrió los ojos mucho, sorprendida por la reacción de su compañero. Observó como las gotas caían por su rostro mientras dibujaba una expresión de ira e irritación. Ben sonrió satisfecho.
- ¿Qué se dice de Olga, Max? - guardó silencio el tiempo suficiente como para que el Barón fuera a decir algo, pero Sango le interrumpió de nuevo. - Porque si te atreves a decirlo en mi presencia - se llevó la mano al cinto y dio un paso hacia él - Créeme que te arrancaré cada una de tus extremidades y se las venderé al mejor postor - dio otro paso hacia el Barón Max Wurhental y ensanchó la sonrisa, mostrándole todos los dientes. Era una sonrisa bonita, pero algo en ella hizo que Iori se viese sorprendida por un escalofrío que recorrió toda su espalda. - Vuelve a amenazarnos y te juro por Odín que cumpliré mi promesa - tras mantenerle la mirada unos instantes se dio la vuelta y echó un rápido vistazo a Iori. La mestiza se puso firme al instante. - No deberíamos perder mucho más tiempo - cuando se aseguró de que Max no iba a atacarle por la espalda, sonrió y se giró - Por favor, Barón Max Wurhental, cumple tu palabra y líbranos de tu visión -
Se limpió la mano con el cuello de la ropa de mala manera, pero permaneció sentado mirando con molestia a ambos ahora.
- Dan mucho dinero por ella ¿Lo sabías? Meyer parece tener asuntos pendientes con esta cría. ¿Vas a ayudarla? Eres un necio - concluyó antes de levantarse del taburete y propinarle una patada de pura frustración. Las cosas no se estaban dando como él quería, pero Iori podía reconocer el respeto en el aire. Max tenía miedo de Sango.
- Falta poco para el atardecer, pero imagino que ya hay las condiciones de luz adecuadas - farfulló caminando hacia la puerta. Se detuvo y se giró. - Os mostraré la entrada, pero lo que suceda dentro no es cosa mía. - sentenció.
Sango no pudo evitar sonreír ante la audacia de aquel hombre. Y Iori temió que lo silenciase para siempre antes de que pudiera indicarles cuál era el acceso. Estaba lista, preparada para dar un paso adelante e interponerse. Pero el peligro que emanaba del soldado parecía estar por completo bajo control.
- ¿Acaso te he contado mis planes, Max? ¿Acaso te he pedido consejo? Cumple tu parte, paga la deuda y - dejó la frase en el aire justo en el momento adecuado. Justo antes de decir algo de lo que pudiera arrepentirse - Venga, salgamos - dijo antes de que Max caminara hacia la puerta.
El hombre mantuvo la mirada a Sango unos instantes, hasta menear la cabeza y salir de primero, sin darle totalmente la espalda. Iori asistió, curiosa, a la relación que se palpaba en el aire entre ellos. El color naranja teñía las calles, proyectando unas sombras mayores en cada esquina. No era muy amplia, y el suelo era tierra pisada en aquella parte de la ciudad. Max caminó con paso firme y en la primera esquina giró a la izquierda.
Allí fue en dónde Iori la vio, y se detuvo sin poder apartar la vista de la escena.
Sentada en el suelo, delante de un humilde puesto de venta de pescado, una mujer algo mayor que ella, mecía entre sus brazos a un pequeño bulto. Envuelto en telas ásperas, por el tamaño de las manitas que se alzaban hacia el rostro de la mujer, sería un bebé de apenas tres meses. La mestiza se congeló, y su mirada volvió a adquirir el matiz que indicaba que miraba sin ver. Físicamente presente, pero su mente muy lejos de allí.
Ella había visto una escena similar. En los recuerdos de Ayla. En aquel templo de muerte.
La humana estaba sentada en el suelo, rodeada de paja seca almacenada para el invierno. El olor de la hierba era fuerte allí, pero Ayla únicamente tenía sentidos para todo lo que tenía que ver con su pequeño bebé. La criatura estaba pegada a su pecho. Descansando de forma confortable tras haber llenado el estómago con la leche materna. La humana de ojos dorados la mecía, tarareando una canción con voz dulce.
- He hablado con los dueños. Pasaremos aquí la noche. Mañana nos seguiremos moviendo, antes de que despunte el alba. - La figura de Eithelen apareció en escena, cruzando la vieja puerta de madera del granero. - ¿Ya está dormida? - preguntó con un matiz tierno en la voz mientras se inclinaba para observar la cara de su hija.
- Comió bien y se quedó al instante dormida - respondió orgullosa la joven madre. - Es un bebé muy bueno - aseguró dejando que él pudiese verla mejor entre sus brazos.
- Tu olor tiene magia. Siempre que la sostienes Estellüine se calma.. - murmuró asombrado el elfo. Y la humana sonrió. Con una sonrisa que hacía palidecer a todas las estrellas de noche. Iluminando la tristeza de una pareja de fugitivos. El amor que ella sentía por aquella pequeña niña reverberó, barriendo con Iori por un momento.
Mientras la mestiza se quedaba atrapada en aquel recuerdo, visto en el templo de la Playa de los Ancestros, Sango continuó caminando. Miraba con desconfianza a todas partes. Les podían atacar en cualquier momento, desde cualquier lugar, desde las sombras, desde los tejados, desde la espalda. Gruñó irritado y aceleró el paso hasta quedar a un par de pasos de Max.
- ¿Me contarás algún día por qué te llaman Campeón? - preguntó con la mayor naturalidad que pudo.
Max lo miró con gesto torcido, pero antes de que pudiera responder, Ben echó un vistazo a un lado para descubrir que Iori no estaba. El primer latido posterior al descubrimiento le martilleó el pecho. El segundo percutió en el mismo sentido y los que vinieron después espolearon sus peores pensamientos hasta que sus ojos se posaron en ella. Solo se había quedado atrás. Ben la llamó con un "eh", pero no recibió respuesta. Lo intentó de nuevo y finalmente fue hacia ella. Se puso delante y trató de captar su atención.
- Eh, eh, mírame, mírame - posó las manos en sus hombros y la zarandeó ligeramente - No te vayas ahora. No me dejes solo. Ahora no - echó la mirada atrás y vio a una mujer acunando a su retoño - Vamos - obligó a Iori a moverse mientras su cabeza valoraba nuevos escenarios
- ¿Te conté alguna vez como conocí a mi primer Biocibernético? No te lo vas a creer pero fue en el desierto - le hizo un gesto, con la cabeza, a Max para que avanzara - Muchas cosas he vivido en el desierto - añadió con voz triste.
Los ojos de Iori estaban enganchados en la silueta de aquella joven con su bebé, aunque su cuerpo tenso cedió bajo el calor de las manos de Sango. Escuchó su voz masculina por encima de la cabeza, pero apenas prestó atención a sus palabras. Caminó de forma perezosa, internándose junto a él en las sombras de un callejón estrecho, en donde Max aguardaba.
- Eh, ¿no es ya tarde para vender esta mercancía? Seguro que ya no se encuentra en buenas condiciones... - La alarma saltó como una bandera alzada en medio del combate para Iori.
- Señor por favor - una voz de mujer hizo que el cuerpo de Iori se sacudiera de arriba abajo. Había tono de súplica en su voz. Tono de haber usado esa forma de hablar, sumisa, muchas otras veces.
- ¿Tienes el dinero? Te dije el otro día que si querías seguir vendiendo aquí deberías de pagar por el puesto... -
- Hoy la ganancia no ha sido mucha... - se lamentó la mujer.
La conversación siguió, pero cuando el llanto del bebé se escuchó, la mente de Iori se apagó. Apretó los dientes y se soltó de Ben, desapareciendo de cara a la calle en la que habían dejado a madre y bebé en el cruce.
Antes de que llegase Iori o Sango, antes de que nadie pudiera llegar a echarle una mano, el joven funcionario que aprovechaba su autoridad había tirado al suelo el tablón sobre el que ella vendía los pequeños peces que le quedaban. Al ver aquello, la mestiza sintió que perdía la poca cordura que tenía.
La ira la dominó y únicamente pudo actuar. La mejor pelea era la que se ganaba con un golpe. Y en eso Iori era experta. El funcionario la vio llegar. Pero la subestimó. Como hacían casi todos. Se detuvo delante de él y afianzó el pie derecho en el suelo. Antes de que Sango llegase hasta ellos, Iori había propinado un certero golpe en la sien con el pie. El hombre se derrumbó, cayendo al suelo con los ojos en blanco.
Pero eso no la paró. No fue suficiente.
Inclinándose sobre él, tomó el pulcro cuello de su ropa para alzar la cabeza inconsciente y comenzar a golpearlo. No escuchaba nada más. Ni el grito de Sango cuando este intentó atraparla al escapar de su agarre.
El soldado corrió a por ella, mientras se inclinaba sobre el funcionario y le estampaba la cabeza contra el suelo. Entonces agarrándola por detrás, la rodeó con fuerza con los brazos y tiró de ella mientras gruñía y forcejeaba. La furia la cegaba, pero Sango era mucho más fuerte. Vio como su objetivo se alejaba antes de que ella pudiera convertir aquella horrible cara en una masa de carne sin forma.
- ¡Para quieta! ¿Qué demonios haces? Atacar a un funcionario - Ben alejó a Iori de allí sin mirar atrás y ella se rio por lo bajo. Las palabras de su compañero significaban nada para ella. - Tú, Max, llévanos a las malditas Catacumbas. -
- Eh, ¿y este lío que habéis montado? - preguntó Max con el ceño fruncido - No estáis poniendo las cosas muy fáciles que digamos - añadió. Iori giró la cara hacia él para mirarlo con suspicacia. Si frecuentaba aquella zona, seguro que no le eran ajenos los abusos que aquel desgraciado cometía. Sopesó si ir contra él, pero la imagen de Hans en su mente la convenció de lo contrario. No podía dejar que caminos secundarios la apartasen de su misión principal.
Sango posó a Iori en el suelo y la miró con fuego en los ojos, advirtiéndole en silencio de que no debía moverse. Los ojos verdes fueron convincentes, lo suficiente como para doblegar su voluntad de desobedecer. Se quiso convencer a si misma que, por lo pronto, aquel funcionario había llevado una mínima parte de lo que merecía.
Ben se dio la vuelta y caminó hacia el funcionario y la mujer con el niño que estaban aterrorizados mirando el futuro que les esperaba si alguien decidía tomar represalias. Ben echó mano al cinto y cogió un frasco que vertió en la ropa del hombre inconsciente. Se trataba de una poción con base alcohólica y que tenía que servir para enmascarar todo aquel asunto. La mujer le miraba atentamente y Ben cruzó su mirada con ella antes de llevarse el dedo índice de la mano derecha a los labios. A continuación, de la bolsa del cinto extrajo un puñado de monedas.
- No has visto nada, largaos y no os dejéis ver por aquí en unos días -
Sin prestar atención, arrastró el cuerpo del funcionario hasta la pared más cercana y lo dejó sentado, con las piernas extendidas. Le limpió la sangre del rostro con su propia ropa y luego le vació lo que quedaba de la poción por los pantalones. Estampó el frasco en el suelo y volvió con Iori y con Max.
- A las Catacumbas, ya - y ante aquella voz, solo quedaba obedecer.
- Las cosas no funcionan así en este lugar Olga - palmeó Max el hombro de la mestiza. Iori se zafó con un mal gesto de él, dando un paso a un lado para crear distancia entre ellos. El hombre rio entre dientes y miró con expresión de gravedad a Sango. Hizo un gesto imperceptible de cabeza y los guio, esta vez sin interferencias hasta el oscuro callejón. Una verja tan oxidada que parecía imposible abrir. Una puerta tras ella. Y una sonrisa funesta en el rostro de Max.
- Confío en que recuerdas lo que se cuece ahí abajo - murmuró a Sango, haciéndose a un lado para dejarlos pasar.
Iori no esperó más tiempo. No tenía ganas de escuchar conversaciones insustanciales ni perder preciados minutos. Pasó como el viento al lado del hombre, tomando la cabecera para descender a las catacumbas sin despedirse ni dar gracias.
- Lo recuerdo bien - le tendió la mano - Has cumplido - Max le observó con las cejas alzadas y aceptó la mano tendida. Sango le enseñó los dientes y bajó las escaleras.
Ben bajó con cautela. Las Catacumbas eran un lugar peligroso, traicionero, lleno de pasadizos oscuros, salas amplias y sombras en la que se escondían los mayores peligros. La prudencia, por tanto, era su mayor aliada y era algo que su compañera debía entender.
- Bien, Olga, ¿tienes claro a dónde quieres ir? - preguntó en un susurro mientras se ponía a su lado. Y la mestiza apenas tuvo tiempo para ignorar su pregunta.
Sin previo aviso la agarró de la ropa y se la llevó contra el muro más cercano. Allí la estampó de espaldas contra la pared e hizo fuerza contra ella para que no tuviera la tentación de doblarse.
El aire se escapó de sus pulmones.
- Céntrate. Deja tus demonios arriba y pon toda tu maldita atención en lo que te voy a decir: si quieres vivir, deja de actuar como si fueras idiota. Si quieres ver tu deseo cumplido, deja de actuar como si quisieras verte fracasar - hizo una pausa para aflojar la presión sobre ella y dio un paso atrás - Este sitio nos matará a los dos si no tenemos la cabeza despejada - volvió a presionarla contra la pared con un rápido movimiento - Así que, por favor, deja de hacer tonterías y céntrate - la soltó y se alejó para echar un vistazo.
Volvió a inhalar con el héroe separándose de ella. Y lo observó maravillada.
La dureza del contacto, la forma burda que había usado para atraparla, la facilidad con la que su cuerpo cedió a su fuerza... algo en ella ronroneó. Cuando rompió el espejo en la posada lanzándola había sentido algo parecido, pero demasiado débil, demasiado rápido como para poder analizarlo. Se había esfumado en el aire.
Ahora, mientras lo observaba caminar, de espaldas a ellas en la leve penumbra, la mestiza sintió deseo.
Anhelo de que volviese a imprimir sobre ella la fortaleza de su cuerpo. Que le hablase con aquella autoridad que resultaba difícil de ignorar. Lo que despertaba temor en otros, en ella ahora únicamente significaba ansia. Jugar al juego de la subyugación. Solo que en Iori no se trataba de una verdadera dominación.
Quería usarlo a él como herramienta para obtener el placer que el dolor le regalaba.
Más fuerza de Sango.
Más brutalidad de Sango.
Hasta que todos sus huesos crujieran.
Trazar con los ojos las formas masculinas del soldado acució el deseo que sentía por él en ese momento, convirtiéndolo en su principal objetivo.
Sentir más de él.
Se escuchaban los suaves pasos del héroe, y el sonido cristalino de una corriente de agua fluyendo no lejos de allí. La humedad en el aire resultaba asfixiante, densa al respirar. Iori respiró profundamente, dispuesta a encharcarse con ello.
- Tienes razón en una cosa; soy idiota. Pero te equivocas en otra. No quiero fracasar. - Se apartó de la pared y se acercó al punto del camino en dónde él se encontraba. A diferencia de Sango, las pisadas de Iori no producían sonido audible al oído humano. - Te pedí que me ayudases a entrar en las Catacumbas y aquí estamos. Nuestros caminos se separan. - Lo miró con una expresión irritantemente neutra, deteniéndose frente a él. - Saludos a Zakath de mi parte - siseó con un punto de malicia en los ojos, antes de girarse.
Sango soltó aire a modo de risa y sacudió la cabeza. No era desde luego la reacción esperada por parte de ella.
- ¿Te sabes la contraseña del paso de la capilla? - preguntó Ben mientras descolgaba el hacha en la derecha y empuñaba con fuerza el escudo en la izquierda.
Iori observó de medio lado ambos gestos del soldado, y su mirada dejó entrever cierto respeto ante aquella visión. Las sombras en aquel tramo de las catacumbas eran marcadas, pudiendo ver con poca claridad el uno del otro. Le molestó que él ignorase su intento de provocación. Pero eso no cortó sus ganas de obtener lo que quería de él.
- Es la primera vez que estoy aquí. Pero ya me las arreglaré - respondió sin dejar de avanzar sin tener idea de hacia dónde se dirigía. - ¿El gran héroe tiene miedo? - preguntó deteniéndose de golpe cerca de un punto de luz para poder mirarlo a la cara de nuevo. Había burla en la sonrisa de Iori. Deseó conocerlo más, lo suficiente como para encontrar con el resorte adecuado que lo enfadase.
- Sí, lo tengo - respondió después de un momento de reflexión - Creo que es algo normal. El día que deje de tenerlo, el día que actúe como un idiota, que no actúe con prudencia. Ese día, moriré - sonrió mirando a Iori.
¿De verdad? La chica sintió que el enfado comenzaba a invadirla a ella en lugar de a él. Debía de ir más allá. Trató de buscar, de pensar en qué podría ofenderlo. Y entonces recordó la conversación que había mantenido con Max mientras ella se quedaba dormida envuelta en su capa.
- Bien. Nuestros caminos se separan - hizo una pausa para estudiar su rostro. La mestiza no pudo ocultar la sorpresa. - Sin embargo, compartiremos viaje durante un rato, y como buenos viajeros, nos tendremos que echar una mano - sonrió confiado y movió hacha y escudo para captar su atención - Créeme, aquí es necesario -
La mirada de la mestiza relumbró, como haría el cielo un día de tormenta. Tensó la mandíbula por la fuerza que hacía al apretar los dientes y dio un paso hacia Sango. Lento, de la misma forma que alguien que estuviese rodeando un fuego. Caminó para intentar encontrar hueco entre el escudo y el hacha del héroe, y aproximarse más a él.
Él la miró desconcertado, dando un leve paso hacia atrás. Ella ganó de nuevo el terreno perdido, hasta detenerse de pie, delante de él, rodeada por los brazos del héroe que portaban las armas. Sería un buen lugar en dónde sentirse protegida. Salvo por el hecho de que Iori buscaba que la golpease con todas sus fuerzas.
Total, ya estaba rota.
Desde esa distancia tan corta, Iori sonrió, tomando de nuevo el control sobre sus reacciones.
- No eres lo que se dice de ti. Ni Zakath debió de ser tan buen maestro. Seguro que los Dioses se sienten decepcionados contigo - un poco más Iori, un poco más.
- Y, ¿Qué se dice de mi? - acortó, aún más, la distancia que los separaba, mirándose cara a cara.
La mestiza no retrocedió, aunque alzó el mentón para mantener la vista puesta en los ojos verdes de Sango. Tan solo un poco más...
- Que no eres capaz de mantener vivas a las personas que se enredan contigo. ¿Cuántos compañeros has dejado morir? Ellos confiaban en ti. - Sí, justo ahí.
Lo vio en sus ojos.
Un arranque de ira le recorrió toda la espalda. Iori supo que él quiso gritar. Empezó a temblar al recordar, imaginaba ella que perdido en el torrente de memorias que sus palabras habían desencadenado.
- Retira lo que has dicho - acertó a decir en un hilo de voz, tratando de controlar la furia que se apoderaba de él-.
Se inclinó un poco más, sin dejar de mirarlo, hablando casi contra la boca de Sango. El último empujón.
- ¿Y sabes por qué pasó eso? Porque fuiste un mal aprendiz de un mal maestro. Eres un inútil, igual que Zakath - y solamente Sango pudo escuchar sus palabras.
Ahora sí, Ben gritó de pura ira y con un rápido movimiento fue capaz de colocar el escudo frente a Iori y alzarla del suelo para estamparla contra la pared. El impacto fue tan poderoso que estuvo a punto de perder la conciencia. Su abdomen se contrajo, y cuando intentó respirar se dio cuenta de que no era capaz. Dejó que se deslizara hasta el suelo y volvió a arremeter contra ella.
Otro golpe, y todo en ella dolió. Jamás hubiese imaginado una fuerza tal en un cuerpo humano. Cerró los ojos, notándose en las nubes mientras todo su cuerpo gritaba para escapar de allí. Su mente en cambio quería que él acabase con cada centímetro que formaba parte de ella. Sintió que colapsaba, que la falta de aire la adormecía, y que el dolor la controlaba. Y entonces sonrió.
Satisfecha.
Y la ira se desvaneció en él. Se detuvo con la mano derecha en lo alto, a punto de asestar el golpe de gracia con el hacha, a punto de terminar con la vida de Iori. Aquel, pensó para ella, no habría sido un mal final. En las Catacumbas de Lunargenta, en menos de un héroe.
Pero había horror en sus ojos, cuando la mestiza lo miró. Dio un paso atrás viendo como ella caía al suelo. Parpadeó, aún digiriendo lo que acababa de hacer. Las facciones de su rostro se relajaron, pero parecía tenso. La llamó, pero de su boca no salió un ruido. Volvió a hacerlo y nada. Terminó por arrodillarse a su lado y soltó las armas. El sonido metálico hizo eco en el largo pasillo, y de nuevo silencio.
- Perdóname Iori, perdóname, yo no - la frase quedó en aire. Sus brazos se fueron hacia ella para rodearla y reconfortarla.
En el cuerpo entumecido por el impacto, los brazos suaves de Ben apenas se sintieron. Sí en cambio su aroma, que fue lo primero limpio que Iori olía desde que habían bajado a aquel lugar. Le gustó, y volvió hacia él el rostro. Con gesto pesado, alzó los brazos mientras respiraba en inhalaciones cortas. Sentada en el suelo, rodeó de forma vacilante el cuello de Sango. Sin energía. Pero con satisfacción en la voz. Los Dioses sabían que tras la escena en la superficie, aquello había sido justo lo que necesitaba. Que él la hiciera sufrir, se sentía mil veces mejor que cuando era ella misma la que se lastimaba. Suspiró de forma trémula, dejando que el placer del dolor recorriese todo su cuerpo.
- No me dejes - tan suave que Ben no podía estar seguro de escuchar bien. Necesitaba aquellas manos, aquel cuerpo golpeándola de nuevo.
Notó como él la apretaba más fuerte contra él en respuesta. Parecía conmocionado. Arrepentido. Pero Iori no podía estar en el punto más opuesto a todo aquello.
- Perdóname - le escuchó decir a su oído.
Los dedos de Iori acariciaron muy despacio su nuca, cansada pero inquietantemente satisfecha. Imaginó los dientes tras sus labios, los mismos que usaba para sonreír o amenazar. Lo pensó, los vio cerrándose en una dentellada sobre su piel. Y la mestiza tembló de anticipación al imaginarlo. No podía separarse de él.
- Sango, sigamos. - pidió, sin hacer amago todavía de ponerse en pie. - Juntos -
Pero entonces la mente de la chica quedó en blanco. Borrada por completo de pensamiento o acción. Ben posó los labios en la frente de Iori. Pasados unos instantes, se separó. La sensación cálida de su boca permaneció cuando él se levantó y la ayudó a incorporarse con mucho cuidado.
Lo observó recoger las armas de nuevo, mientras era muy consciente de la zona en la que él la había besado.
Un beso que ella bien conocía pero que nunca antes había recibido. Uno de esos que se dedican las personas que lo son todo la una para la otra. Padres a hijos, abuelos con nietos. O Eithelen con Ayla.
Mientras duró la sensación de sus labios sobre ella, Iori olvidó por esos instantes quién era ella o hacia dónde se dirigía. Ben la miró de nuevo.
Y ella lo vio.
- Juntos - asintió - Sigamos -
El calor de la capa que él le había puesto la hizo sentir agradablemente tibia. Sus músculos se desentumecieron bajo su calor, y de alguna forma el aroma de la tela le resultaba agradable. Una mezcla entre la piel que había saboreado de Sango y leña al fuego.
Fue con su primer brindis, cuando los ojos de Iori comenzaron a cerrarse. Recuerdos fugaces de otro lugar se presentaron ante sus ojos.
[...]
Una tarde oscura, de invierno. Con el frío fuera y el calor dentro de la casa. Zakath sirviendo hidromiel de creación propia en una gran jarra metálica.
- No es necesario que bebas nunca Iori. El alcohol es una substancia que deprime nuestro sistema nervioso. Inicialmente produce efectos de euforia y desinhibición, pero realmente afecta a nuestro autocontrol y capacidad para procesar la información. Por supuesto nada de eso se aplica en mí, por lo que haz lo que digo y no lo que hago -
El anciano chocó con ella el pequeño vaso de madera que sostenía la niña, lleno de leche a rebosar y la casa vibró con su estruendosa carcajada.
[...]
Era curioso como hasta aquel momento de su vida, Iori había seguido meticulosamente los pasos del anciano ex soldado. Unas huellas demasiado grandes y que sin embargo se había empeñado en seguir, tratando de adecuarlas a ella misma. Intentando agradarlo en todo. Hacer que sintiese, ya no orgullo, sino que jamás se arrepintiese de haberla sacado de aquella lobera congelada en dónde la había encontrado aquel día de tormenta, cuando apenas era un bebé.
Romper con la influencia que tenía el anciano sobre ella había sido fácil. Él se había diluido, deslizándose lejos de su ser, como se había deslizado la primera cerveza que bebió en su vida, hacía ahora semanas. Seguía sin disfrutar del sabor del alcohol, pero, por los Dioses que sus efectos le ayudaban a mantener la cabeza en su sitio.
El segundo brindis entre Sango y Max se solapó con su recuerdo, y la mente de Iori se arrastró a la inconsciencia. Durmió toda la tarde sin moverse, secuestrada por la extenuación y la comodidad de la capa en la que se encontraba arropada. La noche anterior la había pasado en vela, tratando de colarse en la mansión de Hans sin conseguirlo, y a su llegada a la posada al amanecer, bueno... Sango había llegado.
Inspiró profundamente, llenando el pecho y aovillando más todavía en la capa su escuálido cuerpo.
[...]
Nieve por todas partes. El frío era extremo.
De alguna manera se podía sentir casi un consuelo, en la forma que tenía de entumecer su cuerpo.
Pero él no se sentía así. Tenía prisa por encontrar lo que estaba buscando.
Comprobar si era cierto...
La estepa no perdonaba a los incautos como él.
Se sentía perdido, notando como la inseguridad iba poco a poco calando en sus huesos más incluso que las bajas temperaturas.
El frío hacía que le doliesen los pulmones al respirar.
Aquella misión era prácticamente un suicidio. Y él estaba cerca de gastar sus últimas cartas de supervivencia.
El blanco a su alrededor se hizo más intenso.
Algo cubrió los ojos del elfo. Impidiéndole ver.
El frío se convirtió por un instante en calor.
Y en fuerza.
Y Tarek se agarró a aquello, sabiendo que su vida dependía de ello.
[...]
Los ojos azules se abrieron de golpe, despertando del mal sueño. Había vuelto a suceder. Jadeó pero no encontró aire en ella para hacerlo. Sus pupilas no estaban enfocadas, por lo que no estaba observando nada de lo que había en la habitación. Se puso de pie sacudiéndose la capa que la había mantenido abrigada hasta entonces. La tela cayó al suelo y allí se convirtió en la trampa perfecta para enredar las piernas con ella.
La mestiza fue de bruces, y puso las manos para evitar golpear la cabeza.
Tarek.
Otra vez él. Esa maldita conexión. En aquella ocasión, el sabor de boca que le quedó fue agónico. Algo estaba haciendo el elfo, en un paraje congelado más allá de lo que ella había llegado a experimentar en su vida. La ansiedad por alcanzar su meta todavía tenía un regusto amargo en la boca de la mestiza. Y sobre esa sensación, la desesperación que anidó en su corazón por el bienestar del elfo.
Se revolvió con furia y apartó de mala forma la tela de la capa, dejándola en el suelo. Tarek. El brillo de su cabello blanco era como el de Eithelen. Sentía los latidos del corazón cerrándole la garganta, y el primer instinto en ella fue correr a su encuentro.
- ¡No... No... No...! - se llevó la mano al cuello, inconscientemente, y tosió con fuerza mientras caminaba con gesto incómodo por la estancia. - Maldito elfo... - siseó entre dientes. - No será esa tu muerte - añadió, antes de fijar su vista en la puerta. Lanzó la mano hacia ella con urgencia, con toda la intención de salir por ella
Pero alguien más en la sala levantó la cabeza, sobresaltado y clavó sus ojos en Iori. Su reacción le cogió desprevenido y su suave sonrisa se desvaneció, volviendo al ceño fruncido. Suspiró.
- Iori - la llamó con voz suave - ¿Estás bien? -
Las manos de la mestiza se cernieron sobre el cierre metálico y tiró con fuerza, pero de la puerta no cedió nada más que un suave crujido de madera. Al leve tirón inicial lo siguieron dos, más fuertes y coléricos mientras forcejeaba con el mecanismo. La congoja se apoderó de ella.
- ¡Tarek! - golpeó con el puño cerrado cuando una silueta más grande apareció por un lado.
- Muchacha calma, no queremos llamar la atención ni por fuera ni por dentro - el tal llamado Max la agarró por el puño con el que golpeaba la puerta y se interpuso con su envergadura, para evitar que ella continuara golpeando.
Iori se soltó tirando de su mano con fuerza y reculó varios pasos sin perderlo de vista. Estaba agitada, lejos de lo que debería para una persona que se supone acababa de despertar de un sueño reparador. Observó a Max y observó a Sango, antes de alejarse de ambos al lado opuesto de la estancia con paso rápido. La realidad cayó de golpe sobre ella, y precisó unos instantes para tomar de nuevo el control.
Odiaba esos sueños.
Demasiado vagos al principio, con el paso del tiempo había comprendido que se trataban de una conexión viva con Tarek. Aquel templo le había quitado cosas, y dado otras. De estas últimas, aquella unión con el elfo al que más odiaba del planeta era casi la peor. Sobre todo cuando en su mente latían sentimientos contradictorios. Unos que, ahora sabía que no eran suyos. Eran los de Ayla por Eithelen.
Pensar a sus padres estuvo a punto de hacerla gritar de dolor, y clavó con fuerzas las uñas en las palmas de sus manos. Max miró a Sango y este le devolvió la mirada, tras haberlo escuchado llamarla por su nombre real. Gruñó por su imprudencia.
- Eh, Max, trae un poco de agua, ¿quieres? -
Ben caminó hacia Iori y se quedó a tres pasos de distancia. La contempló durante un breve instante antes de hablar.
- Una pesadilla, ¿eh? - se cruzó de brazos - Eso es bueno, libera la cabeza y nos libera de nuestros demonios, si es que crees en eso que dicen - se sacudió el polvo imaginario que tenía en los antebrazos - Espero que hayas descansado y estés atenta, nos vamos a meter en la boca del lobo y hay que tener los ojos bien abiertos -
Se retorcía los dedos, nerviosa, mientras trataba de aclarar su mente, alejando lo que acababa de ver en sueños. Su nivel de alteración era evidente. Miró a Sango como un animal salvaje. Acorralado. Peligroso. Si él supiera hasta qué punto estaban erradas sus palabras en ella...
- En este caso no me libera de ellos... me los trae - respondió con un gruñido bajo apartando la vista de él. Controlar la respiración le ayudaba a sobrellevar la situación. Las sensaciones que quedaban en ella tras el sueño se convirtieron poco a poco en humo. La preocupación por el bienestar de Tarek se transformó en una indiferencia absoluta, aderezada con hastío.
Volvía a ser ella misma.
- Estoy lista para todo. Lo estaba antes de dormirme de hecho - respondió con decisión. Aunque ambos sabían que era una mentira. La poción de Sango la había ayudado, pero la mestiza se encontraba lejos del estado que la definiría como físicamente sana. Max se acercó con tres vasos de madera y los dejó sobre una mesa gastada.
- El agua a la que tengo acceso aquí no es adecuada para beber - explicó únicamente antes de tomar uno de ellos en su mano. Iori pasó al lado de Sango sin mirarlo, y tomando otro bebió sin querer saber qué era. Por el aroma, algún tipo de destilado no excesivamente fuerte.
- Entonces, Olga - comenzó Max esbozando una sonrisa que Sango conocía bien cuando pronunció el nombre. - ¿Qué asuntos te traes con Seda? incluso entre los que conocemos bien las catacumbas se trata prácticamente de un fantasma - comenzó antes de tomar asiento en un taburete. Iori lo miró desde su posición, dejando el vaso, ya vacío sobre la mesa de nuevo. Aquello sabía a meado de perro.
- Me han dicho que conoce incluso los caminos para colarse en el interior del Palacio Real. Necesito entrar en una mansión del Barrio Alto. Solo entrada - remarcó mirándolo con seriedad.
- Bien. Me lo imaginaba. Pero con esos ojos como llave, creo que si quisieras hacerlo podrías ir tú misma y acceder por la puerta principal, si la información que me dieron es cierta. - Max miró a Sango. - ¿Sabes lo que se dice de "Olga"? -
Ben, que había cogido el vaso y solo había olisqueado su contenido, sonrió levemente. Entonces, de improvisto, le lanzó el contenido a la cara. Iori abrió los ojos mucho, sorprendida por la reacción de su compañero. Observó como las gotas caían por su rostro mientras dibujaba una expresión de ira e irritación. Ben sonrió satisfecho.
- ¿Qué se dice de Olga, Max? - guardó silencio el tiempo suficiente como para que el Barón fuera a decir algo, pero Sango le interrumpió de nuevo. - Porque si te atreves a decirlo en mi presencia - se llevó la mano al cinto y dio un paso hacia él - Créeme que te arrancaré cada una de tus extremidades y se las venderé al mejor postor - dio otro paso hacia el Barón Max Wurhental y ensanchó la sonrisa, mostrándole todos los dientes. Era una sonrisa bonita, pero algo en ella hizo que Iori se viese sorprendida por un escalofrío que recorrió toda su espalda. - Vuelve a amenazarnos y te juro por Odín que cumpliré mi promesa - tras mantenerle la mirada unos instantes se dio la vuelta y echó un rápido vistazo a Iori. La mestiza se puso firme al instante. - No deberíamos perder mucho más tiempo - cuando se aseguró de que Max no iba a atacarle por la espalda, sonrió y se giró - Por favor, Barón Max Wurhental, cumple tu palabra y líbranos de tu visión -
Se limpió la mano con el cuello de la ropa de mala manera, pero permaneció sentado mirando con molestia a ambos ahora.
- Dan mucho dinero por ella ¿Lo sabías? Meyer parece tener asuntos pendientes con esta cría. ¿Vas a ayudarla? Eres un necio - concluyó antes de levantarse del taburete y propinarle una patada de pura frustración. Las cosas no se estaban dando como él quería, pero Iori podía reconocer el respeto en el aire. Max tenía miedo de Sango.
- Falta poco para el atardecer, pero imagino que ya hay las condiciones de luz adecuadas - farfulló caminando hacia la puerta. Se detuvo y se giró. - Os mostraré la entrada, pero lo que suceda dentro no es cosa mía. - sentenció.
Sango no pudo evitar sonreír ante la audacia de aquel hombre. Y Iori temió que lo silenciase para siempre antes de que pudiera indicarles cuál era el acceso. Estaba lista, preparada para dar un paso adelante e interponerse. Pero el peligro que emanaba del soldado parecía estar por completo bajo control.
- ¿Acaso te he contado mis planes, Max? ¿Acaso te he pedido consejo? Cumple tu parte, paga la deuda y - dejó la frase en el aire justo en el momento adecuado. Justo antes de decir algo de lo que pudiera arrepentirse - Venga, salgamos - dijo antes de que Max caminara hacia la puerta.
El hombre mantuvo la mirada a Sango unos instantes, hasta menear la cabeza y salir de primero, sin darle totalmente la espalda. Iori asistió, curiosa, a la relación que se palpaba en el aire entre ellos. El color naranja teñía las calles, proyectando unas sombras mayores en cada esquina. No era muy amplia, y el suelo era tierra pisada en aquella parte de la ciudad. Max caminó con paso firme y en la primera esquina giró a la izquierda.
Allí fue en dónde Iori la vio, y se detuvo sin poder apartar la vista de la escena.
Sentada en el suelo, delante de un humilde puesto de venta de pescado, una mujer algo mayor que ella, mecía entre sus brazos a un pequeño bulto. Envuelto en telas ásperas, por el tamaño de las manitas que se alzaban hacia el rostro de la mujer, sería un bebé de apenas tres meses. La mestiza se congeló, y su mirada volvió a adquirir el matiz que indicaba que miraba sin ver. Físicamente presente, pero su mente muy lejos de allí.
Ella había visto una escena similar. En los recuerdos de Ayla. En aquel templo de muerte.
[...]
La humana estaba sentada en el suelo, rodeada de paja seca almacenada para el invierno. El olor de la hierba era fuerte allí, pero Ayla únicamente tenía sentidos para todo lo que tenía que ver con su pequeño bebé. La criatura estaba pegada a su pecho. Descansando de forma confortable tras haber llenado el estómago con la leche materna. La humana de ojos dorados la mecía, tarareando una canción con voz dulce.
- He hablado con los dueños. Pasaremos aquí la noche. Mañana nos seguiremos moviendo, antes de que despunte el alba. - La figura de Eithelen apareció en escena, cruzando la vieja puerta de madera del granero. - ¿Ya está dormida? - preguntó con un matiz tierno en la voz mientras se inclinaba para observar la cara de su hija.
- Comió bien y se quedó al instante dormida - respondió orgullosa la joven madre. - Es un bebé muy bueno - aseguró dejando que él pudiese verla mejor entre sus brazos.
- Tu olor tiene magia. Siempre que la sostienes Estellüine se calma.. - murmuró asombrado el elfo. Y la humana sonrió. Con una sonrisa que hacía palidecer a todas las estrellas de noche. Iluminando la tristeza de una pareja de fugitivos. El amor que ella sentía por aquella pequeña niña reverberó, barriendo con Iori por un momento.
[...]
Mientras la mestiza se quedaba atrapada en aquel recuerdo, visto en el templo de la Playa de los Ancestros, Sango continuó caminando. Miraba con desconfianza a todas partes. Les podían atacar en cualquier momento, desde cualquier lugar, desde las sombras, desde los tejados, desde la espalda. Gruñó irritado y aceleró el paso hasta quedar a un par de pasos de Max.
- ¿Me contarás algún día por qué te llaman Campeón? - preguntó con la mayor naturalidad que pudo.
Max lo miró con gesto torcido, pero antes de que pudiera responder, Ben echó un vistazo a un lado para descubrir que Iori no estaba. El primer latido posterior al descubrimiento le martilleó el pecho. El segundo percutió en el mismo sentido y los que vinieron después espolearon sus peores pensamientos hasta que sus ojos se posaron en ella. Solo se había quedado atrás. Ben la llamó con un "eh", pero no recibió respuesta. Lo intentó de nuevo y finalmente fue hacia ella. Se puso delante y trató de captar su atención.
- Eh, eh, mírame, mírame - posó las manos en sus hombros y la zarandeó ligeramente - No te vayas ahora. No me dejes solo. Ahora no - echó la mirada atrás y vio a una mujer acunando a su retoño - Vamos - obligó a Iori a moverse mientras su cabeza valoraba nuevos escenarios
- ¿Te conté alguna vez como conocí a mi primer Biocibernético? No te lo vas a creer pero fue en el desierto - le hizo un gesto, con la cabeza, a Max para que avanzara - Muchas cosas he vivido en el desierto - añadió con voz triste.
Los ojos de Iori estaban enganchados en la silueta de aquella joven con su bebé, aunque su cuerpo tenso cedió bajo el calor de las manos de Sango. Escuchó su voz masculina por encima de la cabeza, pero apenas prestó atención a sus palabras. Caminó de forma perezosa, internándose junto a él en las sombras de un callejón estrecho, en donde Max aguardaba.
- Eh, ¿no es ya tarde para vender esta mercancía? Seguro que ya no se encuentra en buenas condiciones... - La alarma saltó como una bandera alzada en medio del combate para Iori.
- Señor por favor - una voz de mujer hizo que el cuerpo de Iori se sacudiera de arriba abajo. Había tono de súplica en su voz. Tono de haber usado esa forma de hablar, sumisa, muchas otras veces.
- ¿Tienes el dinero? Te dije el otro día que si querías seguir vendiendo aquí deberías de pagar por el puesto... -
- Hoy la ganancia no ha sido mucha... - se lamentó la mujer.
La conversación siguió, pero cuando el llanto del bebé se escuchó, la mente de Iori se apagó. Apretó los dientes y se soltó de Ben, desapareciendo de cara a la calle en la que habían dejado a madre y bebé en el cruce.
Antes de que llegase Iori o Sango, antes de que nadie pudiera llegar a echarle una mano, el joven funcionario que aprovechaba su autoridad había tirado al suelo el tablón sobre el que ella vendía los pequeños peces que le quedaban. Al ver aquello, la mestiza sintió que perdía la poca cordura que tenía.
La ira la dominó y únicamente pudo actuar. La mejor pelea era la que se ganaba con un golpe. Y en eso Iori era experta. El funcionario la vio llegar. Pero la subestimó. Como hacían casi todos. Se detuvo delante de él y afianzó el pie derecho en el suelo. Antes de que Sango llegase hasta ellos, Iori había propinado un certero golpe en la sien con el pie. El hombre se derrumbó, cayendo al suelo con los ojos en blanco.
Pero eso no la paró. No fue suficiente.
Inclinándose sobre él, tomó el pulcro cuello de su ropa para alzar la cabeza inconsciente y comenzar a golpearlo. No escuchaba nada más. Ni el grito de Sango cuando este intentó atraparla al escapar de su agarre.
El soldado corrió a por ella, mientras se inclinaba sobre el funcionario y le estampaba la cabeza contra el suelo. Entonces agarrándola por detrás, la rodeó con fuerza con los brazos y tiró de ella mientras gruñía y forcejeaba. La furia la cegaba, pero Sango era mucho más fuerte. Vio como su objetivo se alejaba antes de que ella pudiera convertir aquella horrible cara en una masa de carne sin forma.
- ¡Para quieta! ¿Qué demonios haces? Atacar a un funcionario - Ben alejó a Iori de allí sin mirar atrás y ella se rio por lo bajo. Las palabras de su compañero significaban nada para ella. - Tú, Max, llévanos a las malditas Catacumbas. -
- Eh, ¿y este lío que habéis montado? - preguntó Max con el ceño fruncido - No estáis poniendo las cosas muy fáciles que digamos - añadió. Iori giró la cara hacia él para mirarlo con suspicacia. Si frecuentaba aquella zona, seguro que no le eran ajenos los abusos que aquel desgraciado cometía. Sopesó si ir contra él, pero la imagen de Hans en su mente la convenció de lo contrario. No podía dejar que caminos secundarios la apartasen de su misión principal.
Sango posó a Iori en el suelo y la miró con fuego en los ojos, advirtiéndole en silencio de que no debía moverse. Los ojos verdes fueron convincentes, lo suficiente como para doblegar su voluntad de desobedecer. Se quiso convencer a si misma que, por lo pronto, aquel funcionario había llevado una mínima parte de lo que merecía.
Ben se dio la vuelta y caminó hacia el funcionario y la mujer con el niño que estaban aterrorizados mirando el futuro que les esperaba si alguien decidía tomar represalias. Ben echó mano al cinto y cogió un frasco que vertió en la ropa del hombre inconsciente. Se trataba de una poción con base alcohólica y que tenía que servir para enmascarar todo aquel asunto. La mujer le miraba atentamente y Ben cruzó su mirada con ella antes de llevarse el dedo índice de la mano derecha a los labios. A continuación, de la bolsa del cinto extrajo un puñado de monedas.
- No has visto nada, largaos y no os dejéis ver por aquí en unos días -
Sin prestar atención, arrastró el cuerpo del funcionario hasta la pared más cercana y lo dejó sentado, con las piernas extendidas. Le limpió la sangre del rostro con su propia ropa y luego le vació lo que quedaba de la poción por los pantalones. Estampó el frasco en el suelo y volvió con Iori y con Max.
- A las Catacumbas, ya - y ante aquella voz, solo quedaba obedecer.
- Las cosas no funcionan así en este lugar Olga - palmeó Max el hombro de la mestiza. Iori se zafó con un mal gesto de él, dando un paso a un lado para crear distancia entre ellos. El hombre rio entre dientes y miró con expresión de gravedad a Sango. Hizo un gesto imperceptible de cabeza y los guio, esta vez sin interferencias hasta el oscuro callejón. Una verja tan oxidada que parecía imposible abrir. Una puerta tras ella. Y una sonrisa funesta en el rostro de Max.
- Confío en que recuerdas lo que se cuece ahí abajo - murmuró a Sango, haciéndose a un lado para dejarlos pasar.
Iori no esperó más tiempo. No tenía ganas de escuchar conversaciones insustanciales ni perder preciados minutos. Pasó como el viento al lado del hombre, tomando la cabecera para descender a las catacumbas sin despedirse ni dar gracias.
- Lo recuerdo bien - le tendió la mano - Has cumplido - Max le observó con las cejas alzadas y aceptó la mano tendida. Sango le enseñó los dientes y bajó las escaleras.
Ben bajó con cautela. Las Catacumbas eran un lugar peligroso, traicionero, lleno de pasadizos oscuros, salas amplias y sombras en la que se escondían los mayores peligros. La prudencia, por tanto, era su mayor aliada y era algo que su compañera debía entender.
- Bien, Olga, ¿tienes claro a dónde quieres ir? - preguntó en un susurro mientras se ponía a su lado. Y la mestiza apenas tuvo tiempo para ignorar su pregunta.
Sin previo aviso la agarró de la ropa y se la llevó contra el muro más cercano. Allí la estampó de espaldas contra la pared e hizo fuerza contra ella para que no tuviera la tentación de doblarse.
El aire se escapó de sus pulmones.
- Céntrate. Deja tus demonios arriba y pon toda tu maldita atención en lo que te voy a decir: si quieres vivir, deja de actuar como si fueras idiota. Si quieres ver tu deseo cumplido, deja de actuar como si quisieras verte fracasar - hizo una pausa para aflojar la presión sobre ella y dio un paso atrás - Este sitio nos matará a los dos si no tenemos la cabeza despejada - volvió a presionarla contra la pared con un rápido movimiento - Así que, por favor, deja de hacer tonterías y céntrate - la soltó y se alejó para echar un vistazo.
Volvió a inhalar con el héroe separándose de ella. Y lo observó maravillada.
La dureza del contacto, la forma burda que había usado para atraparla, la facilidad con la que su cuerpo cedió a su fuerza... algo en ella ronroneó. Cuando rompió el espejo en la posada lanzándola había sentido algo parecido, pero demasiado débil, demasiado rápido como para poder analizarlo. Se había esfumado en el aire.
Ahora, mientras lo observaba caminar, de espaldas a ellas en la leve penumbra, la mestiza sintió deseo.
Anhelo de que volviese a imprimir sobre ella la fortaleza de su cuerpo. Que le hablase con aquella autoridad que resultaba difícil de ignorar. Lo que despertaba temor en otros, en ella ahora únicamente significaba ansia. Jugar al juego de la subyugación. Solo que en Iori no se trataba de una verdadera dominación.
Quería usarlo a él como herramienta para obtener el placer que el dolor le regalaba.
Más fuerza de Sango.
Más brutalidad de Sango.
Hasta que todos sus huesos crujieran.
Trazar con los ojos las formas masculinas del soldado acució el deseo que sentía por él en ese momento, convirtiéndolo en su principal objetivo.
Sentir más de él.
Se escuchaban los suaves pasos del héroe, y el sonido cristalino de una corriente de agua fluyendo no lejos de allí. La humedad en el aire resultaba asfixiante, densa al respirar. Iori respiró profundamente, dispuesta a encharcarse con ello.
- Tienes razón en una cosa; soy idiota. Pero te equivocas en otra. No quiero fracasar. - Se apartó de la pared y se acercó al punto del camino en dónde él se encontraba. A diferencia de Sango, las pisadas de Iori no producían sonido audible al oído humano. - Te pedí que me ayudases a entrar en las Catacumbas y aquí estamos. Nuestros caminos se separan. - Lo miró con una expresión irritantemente neutra, deteniéndose frente a él. - Saludos a Zakath de mi parte - siseó con un punto de malicia en los ojos, antes de girarse.
Sango soltó aire a modo de risa y sacudió la cabeza. No era desde luego la reacción esperada por parte de ella.
- ¿Te sabes la contraseña del paso de la capilla? - preguntó Ben mientras descolgaba el hacha en la derecha y empuñaba con fuerza el escudo en la izquierda.
Iori observó de medio lado ambos gestos del soldado, y su mirada dejó entrever cierto respeto ante aquella visión. Las sombras en aquel tramo de las catacumbas eran marcadas, pudiendo ver con poca claridad el uno del otro. Le molestó que él ignorase su intento de provocación. Pero eso no cortó sus ganas de obtener lo que quería de él.
- Es la primera vez que estoy aquí. Pero ya me las arreglaré - respondió sin dejar de avanzar sin tener idea de hacia dónde se dirigía. - ¿El gran héroe tiene miedo? - preguntó deteniéndose de golpe cerca de un punto de luz para poder mirarlo a la cara de nuevo. Había burla en la sonrisa de Iori. Deseó conocerlo más, lo suficiente como para encontrar con el resorte adecuado que lo enfadase.
- Sí, lo tengo - respondió después de un momento de reflexión - Creo que es algo normal. El día que deje de tenerlo, el día que actúe como un idiota, que no actúe con prudencia. Ese día, moriré - sonrió mirando a Iori.
¿De verdad? La chica sintió que el enfado comenzaba a invadirla a ella en lugar de a él. Debía de ir más allá. Trató de buscar, de pensar en qué podría ofenderlo. Y entonces recordó la conversación que había mantenido con Max mientras ella se quedaba dormida envuelta en su capa.
- Bien. Nuestros caminos se separan - hizo una pausa para estudiar su rostro. La mestiza no pudo ocultar la sorpresa. - Sin embargo, compartiremos viaje durante un rato, y como buenos viajeros, nos tendremos que echar una mano - sonrió confiado y movió hacha y escudo para captar su atención - Créeme, aquí es necesario -
La mirada de la mestiza relumbró, como haría el cielo un día de tormenta. Tensó la mandíbula por la fuerza que hacía al apretar los dientes y dio un paso hacia Sango. Lento, de la misma forma que alguien que estuviese rodeando un fuego. Caminó para intentar encontrar hueco entre el escudo y el hacha del héroe, y aproximarse más a él.
Él la miró desconcertado, dando un leve paso hacia atrás. Ella ganó de nuevo el terreno perdido, hasta detenerse de pie, delante de él, rodeada por los brazos del héroe que portaban las armas. Sería un buen lugar en dónde sentirse protegida. Salvo por el hecho de que Iori buscaba que la golpease con todas sus fuerzas.
Total, ya estaba rota.
Desde esa distancia tan corta, Iori sonrió, tomando de nuevo el control sobre sus reacciones.
- No eres lo que se dice de ti. Ni Zakath debió de ser tan buen maestro. Seguro que los Dioses se sienten decepcionados contigo - un poco más Iori, un poco más.
- Y, ¿Qué se dice de mi? - acortó, aún más, la distancia que los separaba, mirándose cara a cara.
La mestiza no retrocedió, aunque alzó el mentón para mantener la vista puesta en los ojos verdes de Sango. Tan solo un poco más...
- Que no eres capaz de mantener vivas a las personas que se enredan contigo. ¿Cuántos compañeros has dejado morir? Ellos confiaban en ti. - Sí, justo ahí.
Lo vio en sus ojos.
Un arranque de ira le recorrió toda la espalda. Iori supo que él quiso gritar. Empezó a temblar al recordar, imaginaba ella que perdido en el torrente de memorias que sus palabras habían desencadenado.
- Retira lo que has dicho - acertó a decir en un hilo de voz, tratando de controlar la furia que se apoderaba de él-.
Se inclinó un poco más, sin dejar de mirarlo, hablando casi contra la boca de Sango. El último empujón.
- ¿Y sabes por qué pasó eso? Porque fuiste un mal aprendiz de un mal maestro. Eres un inútil, igual que Zakath - y solamente Sango pudo escuchar sus palabras.
Ahora sí, Ben gritó de pura ira y con un rápido movimiento fue capaz de colocar el escudo frente a Iori y alzarla del suelo para estamparla contra la pared. El impacto fue tan poderoso que estuvo a punto de perder la conciencia. Su abdomen se contrajo, y cuando intentó respirar se dio cuenta de que no era capaz. Dejó que se deslizara hasta el suelo y volvió a arremeter contra ella.
Otro golpe, y todo en ella dolió. Jamás hubiese imaginado una fuerza tal en un cuerpo humano. Cerró los ojos, notándose en las nubes mientras todo su cuerpo gritaba para escapar de allí. Su mente en cambio quería que él acabase con cada centímetro que formaba parte de ella. Sintió que colapsaba, que la falta de aire la adormecía, y que el dolor la controlaba. Y entonces sonrió.
Satisfecha.
Y la ira se desvaneció en él. Se detuvo con la mano derecha en lo alto, a punto de asestar el golpe de gracia con el hacha, a punto de terminar con la vida de Iori. Aquel, pensó para ella, no habría sido un mal final. En las Catacumbas de Lunargenta, en menos de un héroe.
Pero había horror en sus ojos, cuando la mestiza lo miró. Dio un paso atrás viendo como ella caía al suelo. Parpadeó, aún digiriendo lo que acababa de hacer. Las facciones de su rostro se relajaron, pero parecía tenso. La llamó, pero de su boca no salió un ruido. Volvió a hacerlo y nada. Terminó por arrodillarse a su lado y soltó las armas. El sonido metálico hizo eco en el largo pasillo, y de nuevo silencio.
- Perdóname Iori, perdóname, yo no - la frase quedó en aire. Sus brazos se fueron hacia ella para rodearla y reconfortarla.
En el cuerpo entumecido por el impacto, los brazos suaves de Ben apenas se sintieron. Sí en cambio su aroma, que fue lo primero limpio que Iori olía desde que habían bajado a aquel lugar. Le gustó, y volvió hacia él el rostro. Con gesto pesado, alzó los brazos mientras respiraba en inhalaciones cortas. Sentada en el suelo, rodeó de forma vacilante el cuello de Sango. Sin energía. Pero con satisfacción en la voz. Los Dioses sabían que tras la escena en la superficie, aquello había sido justo lo que necesitaba. Que él la hiciera sufrir, se sentía mil veces mejor que cuando era ella misma la que se lastimaba. Suspiró de forma trémula, dejando que el placer del dolor recorriese todo su cuerpo.
- No me dejes - tan suave que Ben no podía estar seguro de escuchar bien. Necesitaba aquellas manos, aquel cuerpo golpeándola de nuevo.
Notó como él la apretaba más fuerte contra él en respuesta. Parecía conmocionado. Arrepentido. Pero Iori no podía estar en el punto más opuesto a todo aquello.
- Perdóname - le escuchó decir a su oído.
Los dedos de Iori acariciaron muy despacio su nuca, cansada pero inquietantemente satisfecha. Imaginó los dientes tras sus labios, los mismos que usaba para sonreír o amenazar. Lo pensó, los vio cerrándose en una dentellada sobre su piel. Y la mestiza tembló de anticipación al imaginarlo. No podía separarse de él.
- Sango, sigamos. - pidió, sin hacer amago todavía de ponerse en pie. - Juntos -
Pero entonces la mente de la chica quedó en blanco. Borrada por completo de pensamiento o acción. Ben posó los labios en la frente de Iori. Pasados unos instantes, se separó. La sensación cálida de su boca permaneció cuando él se levantó y la ayudó a incorporarse con mucho cuidado.
Lo observó recoger las armas de nuevo, mientras era muy consciente de la zona en la que él la había besado.
Un beso que ella bien conocía pero que nunca antes había recibido. Uno de esos que se dedican las personas que lo son todo la una para la otra. Padres a hijos, abuelos con nietos. O Eithelen con Ayla.
Mientras duró la sensación de sus labios sobre ella, Iori olvidó por esos instantes quién era ella o hacia dónde se dirigía. Ben la miró de nuevo.
Y ella lo vio.
- Juntos - asintió - Sigamos -
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Iori Li
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Lideraba la marcha en silencio mientras el sentimiento de culpa le corroía y le machacaba la cabeza paso a paso. Había perdido el control y estuvo a punto de cometer el acto más terrible de todos. Él no tenía la culpa de que el Capitán Karst mandara una carga suicida contra el castillo. Él no tenía la culpa de que hubiera gente en el mundo capaz de crear objetos de gran poder y corromperlos hasta el punto de ser capaces de cometer genocidios. Él no tenía la culpa de que los licántropos decidieran atacar Verisar sin previo aviso. Y sin embargo, la culpa le corroía.
Echó un rápido vistazo a Iori, que caminaba junto a él por los oscuros túneles de las Catacumbas. Y pese a que caminara a su lado y pusiera atención en cualquier amenaza que acechara en las sombras, Ben sabía que no estaba bien. Ella le había provocado y él se había dejado llevar. La golpeó con el escudo, la trató como a una vulgar criminal y cuando estuvo a punto de acabar con su vida, porque había alzado el hacha, ella le dedicó una sonrisa. Una reacción tan fuera de lugar que le había salvado la vida. Y no era la primera vez que veía algo así. El cristal en la taberna parecía haber calmado la tormenta permanente que tenía lugar en su cabeza. No recordaba qué le había impulsado a golpearla contra el espejo de la habitación. Otra cosa más a añadir en la lista de culpas. Pero luego el trato había sido lo más cercano a la normalidad. Soltó aire con pesadez. El dolor y la mujer tenían una relación sentimental de lo más extraña. Sus reacciones no eran normales. Una sonrisa como respuesta al dolor y como desafío a la muerte. Dedicó un largo instante para mirarla. Una sonrisa tan cargada de dolor. Una mujer tan rota que es capaz de desafiar a la muerte con una sonrisa.
Que los Dioses te den fuerza para seguir sonriendo, Iori.
No se había dado cuenta pero se había detenido en mitad del túnel mientras su cabeza se perdía en sus cavilaciones. Sus ojos no se habían apartado de Iori y se obligó a hacerlo sacudiendo la cabeza y obligándose a avanzar. La mujer, pese a haber declarado sus intenciones de venganza, seguía siendo un enigma para él. ¿Qué ocurrió para que la mujer acabara en ese estado? ¿Cómo podría algo o alguien causarle tantísimo dolor como para quebrarla de esa manera? Preguntas que en algún momento tendría que hacer, pero no allí abajo. No era el sitio y además, tampoco sabía cómo hacerlo. Una voz le sobresaltó y miró a la mujer.
- Perdona, ¿decías?- preguntó, pero la voz volvió a oírse y no era ella-.
Ben frunció el ceño y alzó el escudo antes de avanzar con cautela hacia las voces que sonaban terriblemente cerca. Se maldijo por haber perdido la concentración. Al fondo, en un giro a la izquierda, las voces se hicieron más claras, había, al menos, dos personas y luz de antorchas que hacían bailar las sombras en el túnel. Ben estiró el cuello. Había que prepararse para cualquier cosa. Incluso para no haber visto al tipo que estaba meando a la derecha.
- ¡Eh! ¿Quiénes sois?- se dio la vuelta mientras se subía el pantalón y acto seguido se pasaba las manos por la ropa-. ¿Qué queréis? ¡Eh tenemos visita!- gritó corriendo hacia la entrada a la estancia. Las voces del interior se habían silenciado y a este le siguió ruido de movimiento-.
Estaban saliendo tres tipos con un aspecto lamentable cuando Iori, con un ágil movimiento, esquivó el escudo se adelantó y comenzó a hablar con ellos.
- Buscamos a Seda. ¿Sabéis en dónde encontrarlo?- preguntó-.
Los cuatro se miraron con expresión de sorpresa, luego posaron sus ojos en la pareja y se volvieron a mirar antes de echarse a reír a carcajadas. Sango que se había quedado mirando a Iori reaccionó poniéndose a su altura y moviendo el hacha para captar su atención. La risas cesaron y se fijaron en él. Eso es. Ben pudo estudiarle con más detalle gracias a que uno de ellos portaba una antorcha. Vestían casi con harapos, sin embargo, reconocía las telas que tenían colgadas al cuello. Reconocía el color amarillento de las ojeras y reconocía los problemas en cuanto los veía.
- Os han hecho una pregunta, ¿vais a contestar?- preguntó con un tono de voz duro-.
Uno de ellos, el que no había dejado de mirarle ni un solo momento, tampoco a su arma, carraspeó y escupió al suelo antes de enseñarles los dientes. Al menos los que aún conservaba. Con un tono de voz enfermo se dirigió a ellos.
- Puede. Pero ese tipo de información la compartimos solo con clientes de confianza...- a Sango le pareció que miraba con excesivo celo a su compañera-.
- ¿Clientes? - preguntó ella sin entender.
Los tipos volvieron a mirarse y se sonrieron. Ben tenía los ojos clavados en el de la antorcha. Miraba con demasiada fijeza a Iori. Ahora, incluso, fruncía el ceño. Ben lo había visto antes. La mirada previa al reconocimiento. Una mirada que removía los pensamientos e incitaría a la locura. No lo permitiría.
- Sí, clientes. Tenemos una muestra aquí, ¿quieres probar?- replicó el mismo.
- Muéstrame- ordenó con urgencia después de dar un paso al frente-
Ben alzó las cejas sorprendido por la temeridad que estaba mostrando Iori. Parecía que la mujer que le había prometido ir juntos hasta el final, hacía tan solo unos instantes, se había desvanecido por completo.
- No- la voz retumbó en las paredes-. Como le deis esa mierda lo pagareis- avanzó dejando a Iori atrás-. Os hemos hecho una pregunta y queremos una respuesta-
- Pero hombre, no hace falta ponerse así, si la dama quiere probar...- se había encogido de hombro y había alzado las manos a media altura. Sus compañeros sin embargo, se habían puesto algo nerviosos-.
Un contacto frio estremeció a Sango que reconoció al instante la fragancia de Iori a su lado. Le tocó el dorso de la mano y se acercó a él. La distancia se había cerrado entre ellos. Los ojos vacíos de los cuatros los miraban con curiosidad.
- ¿De qué va esto?- le preguntó ella-.
Ben se obligó a mantener la mirada fija. Ahora su objetivo era el de la antorcha que sonreía levemente. Con la mano del hacha, la posó en el vientre de Iori y la empujó delicadamente hacia atrás.
- Atrás- murmuró-.
- Si dinero es lo que queréis a cambio tomad- Ben solo pudo ver como volaba una bolsa oscura en su dirección.
El tipo, la cazó al vuelo, aunque tuvo que hacer malabarismos para que no cayera al suelo. Su estado actual era, según Sango, la principal causa de que no fuera capaz de coger una bolsa que iba hacia a él a una velocidad razonable para poder captarla al vuelo con las dos manos. Les dedicó una sonrisa oscura, no solo por la poca luz, sino porque sus dientes estaban ennegrecidos. Su rostro, sin embargo, cambió cuando sopesó su contenido. Sonaba metálico, pero no el tipo de sonido que hacen las monedas, Sango también se dio cuenta de ello. La abrió bajo la atenta vista de todos y extrajo como primer objeto una especie de punta de hierro grande. Ben frunció el ceño y antes de que pudiera girar la cabeza para mirar a Iori, esta le apretó la mano con fuerza, para, al instante perder el contacto con ella.
- ¡Devuélvemelo!- gritó mientras se lanzaba hacia ellos-.
Ben abrió la boca ante el arrebato de ira de la mujer que casi al instante le arrebató la punta de hierro y la bolsa. Todos la miraban con gesto sorprendido, incluso después de recibir un empujón que lanzó a aquel tipo tan desagradable al suelo. No tardaron mucho en salir de su ensoñación. Ben dio un paso hacia Iori y antes de que pudiera decir algo, el tipo lanzó un chillido histérico.
- ¡Estos cabrones intentan engañarnos! ¡Dadles por culo, joder!- y lanzó una patada a Iori que esquivó con elegancia felina-.
Sin embargo, antes de que nadie hiciera nada, el de la antorcha se adelantó y alzó la voz.
- Eh, tíos, ¿no os parece que esta chica es la de la recompensa?- preguntó-.
A Sango le dio un vuelco el corazón. Tenía pinta de ser el más espabilado de los cuatro. Era una lástima que hubiera tenido que sacar la antorcha. Se obligó a improvisar.
- ¿Qué? ¿No os habéis enterado, verdad?- se obligó a endurecer el tono ya que no había sonado muy convincente-. Ya no hay recompensa, ya está cobrada. Según dicen es una fortuna comparable con el tesoro del mismo Fafner-.
El de la antorcha frunció el ceño y los otros se miraron con la boca abierta. Ben clavó los ojos en Iori que abrazaba la bolsa como si fuera su propio hijo. Estaba realmente agitada. Sus ojos se cruzaron y algo hizo que Ben suspirara.
- Marchémonos- susurró con la voz tensa, ignorando y dando la espalda a las cuatro figuras. Quería marchar de allí a toda costa-.
Sango asintió y para quitárselos de delante decidió usar algo que había aprendido durante el viaje de Lunargenta a Ciudad Lagarto. Había actuado como escolta, junto con Schott, de la delegación de Razid para fundar una nueva ciudad junto a la base de los Biocibernéticos. Durante las semanas de viaje, había escuchado muchas cosas y una de ellas le venía genial en aquella situación.
- ¿Os sabéis la contraseña del paso de la capilla?- les enseñó los dientes cuando vio dibujado en su rostro la misma cara de sorpresa que la de alguien que acaba de recibir una puñalada-. Porque necesito pasar por allí. Y necesito que respondáis a la pregunta. ¿Dónde está Seda?- ahora sonreía con suficiencia-.
Incluso Iori, que se había dado la vuelta, parecía sorprendida por la reacción de aquellos cuatro. El tema de la Capilla era algo que no pasaba desapercibido para unos y para otros.
- No queremos problemas colega, ¿sabes? Si no queréis comprar marcharos- comentó uno de los que no había intervenido hasta el momento. Ben se fijó en que buscaban la seguridad de los muros con las manos-. Seda es casi una leyenda. No creo que haya más de cinco personas que lo hayan visto- su voz tenía una vibración nerviosa. El de la antorcha asintió enérgicamente-.
- Es verdad, nosotros no sabemos... Quizá el maestro... ¡Sí! El maestro de ceremonias- se apresuró a especificar antes de que Sango formulara la pregunta de rigor-. ¡En el gremio de luchadores! Donde los fosos de pelea, siguiendo las corrientes, hacia arriba- añadió a la carrera con voz aguda, encogiéndose sobre si mismo-.
El silencio se hizo patente en el túnel mientras Ben asentía lentamente. No le gustaba la idea de tener que involucrarse con la gente del gremio de luchadores. En realidad con nadie a esas alturas. Había demasiada gente que quería hacerle daño a ella y exponerla a gente desconocida era un riesgo. Todo era riesgo. Incluso seguir las indicaciones de aquel tipo, pero, ¿qué otra opción tenían? Atarla y llevarla con Zakath, maldita sea Ben, ¿qué estás haciendo? Posó sus ojos en el de la antorcha.
- Sea, pues. Nos vamos- Ben avanzó y golpeó a uno de ellos con el hombro a su paso-. Ah- se detuvo y ni siquiera giró la cabeza-. Espero que la mierda que estéis vendiendo no salga de ese cuarto, de lo contrario...- reanudó la marcha-. Volveré-.
Atrás dejaron a los cuatro sujetos y volvieron a la oscuridad de los túneles. La indicación que le habían dado era clara: subir siguiendo las corrientes. Ben supuso que se refería a las de agua, porque allí el aire, viciado y corrupto no parecía moverse ni un ápice. No entendía cómo había gente que podía, no solo hacer cosas allí, sino también dormir por las noches. Qué te esperas, ¿que los burgueses abran las puertas de sus casas para dejar a los siervos dormir allí? Con suerte les dejarán dormir en los establos, y los más afortunados en las cocinas. ¿Cómo se había podido llegar a ese extremo? ¿Cómo habían sido capaces de construir grandes ciudades en las que había cientos de servicios, lujos y comodidades y aún así existir tanta desigualdad. Hombres y mujeres han de ser, en la medida de lo posible, autosuficientes. Murmuró una maldición mientras seguía avanzando.
Habían avanzado, en silencio, girando a izquierda y derecha y siempre ascendiendo, dejando a un lado el reguero constante de agua que corría lenta por la mitad del túnel; dejando atrás el agua estancada en los giros lugar donde había asentado demasiado el terreno. Aspirando el aire nauseabundo al que deberían haberse acostumbrado. Pero siempre subiendo por las ligeras pendientes que las catacumbas dibujaban siguiendo el perfil de las calles. Las Catacumbas, se suponía que debía ser un lugar de enterramiento, pero poco quedaba de aquello. El subterráneo de Lunargenta era una ciudad sin ley.
- ¿Sabes?- rompió el silencio-. Aquí en las catacumbas existía, en tiempos antiguos, un lugar que llamaban la capilla. Los primeros cristianos se congregaban allí y rezaban a su Dios, ¿por qué lo hacían aquí?- alzó los hombros-. Lo desconozco, aunque me puedo imaginar alguna razón- hizo una pausa que coincidió con la siguiente bifurcación-. Años más tarde, cuando el culto cristiano se normalizó, se contaban historias sobre los usos que tuvo después la capilla. Yo mismo escuché dos versiones de lo que se contaba sobre el lugar- echó un vistazo a un túnel y puso la oreja para comprobar si oía algo. Hizo lo mismo con el otro túnel-. Es por aquí- señaló el primer túnel-.
Eran historias contradictorias pero que compartían el mismo escenario, y un mismo espacio temporal. A esas historias, pensaba Sango, había que darles cierta credibilidad ya que no era común que entidades distintas, como lo eran La Guardia y el Gremio de Ladrones, coincidieran en varios aspectos de un mismo relato teniendo puntos de vista distintos. Algo de verdad debía tener. Iori, que se movía junto a él, preguntó por las dos versiones de la historia. Después de mirar hacia ella asintió satisfecho.
- Cuando me formé para entra en La Guardia, se contaban muchas historias sobre las Catacumbas. Luego, años después, cuando "escolté" a la escoria de Lazid fuera de la ciudad, también escuché, en boca de algunos de esos desgraciados historias sobre las Catacumbas. Entre las colecciones de ambos grupos, dos de ellas coincidían: las historias sobre la capilla- hizo una pausa para escuchar más allá de su propia voz y sus pasos antes de continuar-. Se decía, que en tiempos antiguos, cuando los cristianos salieron de este miserable agujero, la capilla quedó abandonada, quizás a alguno le guste recordarla como el origen, pero créeme, nadie va a venir aquí de visita- sonrió-. En La Guardia, la historia que se contaba era que en la capilla, los asesinos realizaban todo tipo de torturas para conseguir información: sobre un rival político, sobre negocios, sobre fortunas, sobre cualquier cosa que puedas imaginar. Contaban que los gritos de los resonaban por todos los túneles y que, incluso, por las noches, se podían escuchar desde la calle. Circulaba el rumor por las calles que la forma que tenían los asesinos para entrar en la capilla era preguntando "¿sabes la contraseña del paso a la capilla?"- sonrió aun más-. Naturalmente, al final del relato, la Guardia acababa con todo ese lío. Sin embargo, los ladrones me contaron otra cosa- volvió la cabeza hacia Iori y luego al frente-. La capilla es un lugar que evitan, porque lo usaban los antiguos gobernantes, bueno, sus lacayos, en este caso decían que era gente de la Guardia, como sala de interrogatorios- bufó-. Resulta que la organización recibió un duro golpe por aquellos tiempos, alguien debió empezar a decir nombres y lugares. La Guardia rastreaba a esas personas y les preguntaba, oh, casualidades de la vida: "¿sabes la contraseña del paso a la capilla?"- sonrió otra vez-. A esa gente nunca se la volvía a ver y entonces esa frase quedó grabada a fuego en ellos como símbolo de una muerte segura. Porque, la parte de los gritos es igual en esta historia, resonaban en los túneles y por las noches se escuchaba desde la calle- repitió con tono casi burlón-. No sé, algo de verdad debe haber y seguramente no sea ninguna de los versiones, pero bueno-.
Pasaron unos instantes en silencio, dejando un tiempo para pensar sobre las historias. Iori caminaba junto a él y giró la cabeza para encontrarse con sus ojos, que ya estaban fijos en él.
- Creo entender ahora qué fue lo que le pasó a esos cuatro cuando le preguntaste… - murmuró hablando despacio. Asintió lentamente con la conclusión de Iori, sin duda, los cuatro drogadictos, se lo pensarían dos veces antes de atreverse a perseguirles o tomar cualquier acción contra ellos. De todas formas, para entonces, ya estarían lejos de su alcance. Eso espero-. ¿Cómo fue que te uniste a la guardia? - preguntó con apremio. La pregunta de Iori, le cogió por sorpresa. Pasar de historias para no dormir a historias sobre su pasado, era un cambio que le hizo sonreír.
- Pues no lo decidí yo realmente. Un día llegó un pelotón de reclutamiento al pueblo, andaban buscando gente para formarla. De aquella aún no estaban los chupasangres en el poder de la ciudad- carraspeó-. Total, que se presentaron allí, pidieron gente joven para formarla en el uso de las armas y mi padre me ofreció como voluntario- se encogió de hombros-. Eso o mi nombre ya estaba en una lista, tengo un recuerdo borroso de aquellos días. Yo no quería marchar del pueblo, pero así salieron las cosas-.
- Recuerdo una vez, en mi aldea, llegaron también para hacer unas levas. Se llevaron a algunos muchachos. Ese día Zakath me dijo que fuese al río a lavar. Cuando llegué a la plaza apenas conseguí ver al grupo marchando de camino a la colina - compartió con él. Ben sonrió, Zakath, viejo zorro, eres un tipo listo. Ben echó un rápido vistazo a la mujer que caminaba a su lado. Parecía sorprendida consigo misma. Ben no borró la sonrisa de rostro-. ¿Y qué pasó después? ¿Cuál es la historia entre aquel muchacho y el héroe?-.
- Ah, aquel muchacho... Era demasiado pequeño para abandonar la aldea. Lo pasé mal al principio, pero hubo que adaptarse. Desde entonces ha sido siempre una cuestión de adaptarse- frunció el ceño-. Bueno, tengo que decir que los Dioses siempre han estado de mi parte, al menos han favorecido mis acciones, que es más de lo que uno podría pedir- hizo una pausa para reordenar sus pensamientos y volver sobre la pregunta de Iori-. Supongo que entre aquel muchacho y lo que soy hoy en día, han pasado muchas cosas, quizás demasiadas y demasiado bellas o demasiado tristes como para comentarlas en un ambiente tan desagradable como este- le echó un rápido vistazo-. Aquí hay que estar atento, no siempre vamos a poder recurrir al truco de la bolsa- la miró de reojo-.
Pese al intento de sacarle el tema de la bolsa y su contenido, Iori le ignoró con gran habilidad.
- Si tú no querías marchar de tu pueblo, por qué no regresar ahora?-.
- ¿Y perderme aventuras como esta?- replicó al instante con tono de broma-. No puedo marchar ahora. ¿Quién te sacaría de aquí?- siguió bromeando. La escuchó reír entre dientes, un instante breve, pero auténtico. Le alegró el corazón-.
- Supongo que eso es lo que te ha convertido en un héroe. Una malsana necesidad de poner a los demás antes de ti en tus elecciones- ella se detuvo de golpe y Sango un paso más allá, sorprendido. Ella tenía los ojos fijos en el suelo-. Si yo fuese tú... volvería a la aldea. Buscaría una buena chica que no me rompiese el corazón y llenaría mi casa con hijos- se hizo el silencio y meneó la cabeza antes de reemprender el paso.
Se alejaba de él, casi huyendo, como si el último comentario le hubiera hecho un daño brutal, como como si al caminar buscase huir de él, como si quisiera dejarle atrás. Por su parte, Ben la observaba mientras en su cabeza daba vueltas el escenario que le planteaba Iori. Era cierto que iba teniendo una edad, los riesgos cada vez eran mayores y morir sin dejar descendencia era algo en lo que se había descubierto pensando en los últimos tiempos.
- Espera, no te adelantes tanto- le dijo mientras reemprendía la marcha tras ella-.
Le había dado un argumento de peso en el que pensar. Al poco, gracias a que había aminorado el paso, la alcanzó. Sin embargo, no quiso retomar la conversación en el punto anterior. No sin pensar más sobre ello. Giraron y encararon un túnel que picaba hacia arriba más que el resto. Ah, creo que estamos llegando.
- Dime, ¿cómo era Zakath en sus años más jóvenes? ¿Tenía más piedad contigo?
Iori resbaló en la humedad de una de las losas que cubrían el túnel. Hizo equilibrio y recuperó el paso antes si quiera de que Sango pudiera alzar un brazo para que se posara en él. La mujer había demostrado ser muy hábil y ágil.
- ¿En sus años más jóvenes? No tengo recuerdo de eso. Zakath siempre fue Zakath - sus palabras resonaron con más eco en aquel tramo, ella también se dio cuenta porque bajó el tono de voz-. No sé a qué te refieres con piedad. Me falta más información para comparar. Pero supongo que estaba bien. Techo, comida, aprendizaje... es más de lo que muchas niñas abandonadas obtienen en la vida-.
- Me refiero a, bueno... Aunque son situaciones distintas, el fin era el mismo: en cierto modo, nos enseñó a sobrevivir- no quería comentar mucho más del tema-.
Ben se detuvo y escuchó ruido muy atenuado. Parecía que habían acertado con el camino y eso le produjo cierto alivio. Sin embargo, a Iori, que estaba a su lado, algo parecía inquietarla. Cosa completamente normal, se dijo. Estaban a punto de meterse en un lugar plagado de gente con ansias de pelear. Sus armas y armadura eran, sin duda, un premio grande. Pero mayor premio sería ella. Compuso una mueca de asco antes de dar el primer paso hacia los terrenos del gremio de luchadores.
No tardaron mucho en ver como el techo ganaba altura de manera visible. Al fondo, ruidos de voces animosas, aplausos, alguna risa. A medida que se acercaban pudieron verlo, una gran cuadrilátero, cerrado por una gran jaula de madera y metal y gente, mucha gente alrededor, que eran los causantes de todo aquel alboroto. La estancia era increíblemente grande para estar bajo Lunargenta. Ben no creía que aquel lugar se correspondiera con algún sitio de la ciudad. Veía los grandes pilares de piedra y ladrillo, los magníficos arcos, las luces de las antorchas que dibujaban un espectáculo maravilloso en el que las sombras también querían apostar y animar a dos combatientes que se lanzaban golpes sin ningún tipo de orden. Detuvieron el paso, cuando dos tipos, un hombre bestia con facciones de lagarto y un humano, les interceptaron.
- Eh, eh, armas aquí no eh-.
- Tranquilos- Ben guardó el hacha pero siguió empuñando el escudo-. Venimos a ver al Maestro de Ceremonias-.
- Claro hombre, ¿y qué más? ¿Quieres una bebida?- respondió con sorna-.
- Bueno, si con eso consigo que te apartes de nuestro camino, sí, claro, vete por ella- le desafió Sango que estaba mirando a un tipo que le observaba desde el entorno del cuadrilátero-.
- Putos nuevos... A ver, ¿dónde están vuestras entradas?- preguntó el tipo-.
Ben le enseñó los dientes y vio como había un tipo que se acercaba a la carrera.
- Pero hombre, ¿es que no reconocéis a una persona importante cuando la tenéis delante?- reprendió el tipo que estaba acercándose-. ¿Acaso no reconocéis las oportunidades cuando están ante vosotros?- detuvo la carrera y avanzaba hacia ellos con una sonrisa.
El hombre vestía con ropas extravagantes, de colores chillones y una capa raída pero que le daba un aspecto curioso en su conjunto. Le tendió una mano a Ben.
- Me llamo Elvetyo, aunque por aquí me conocen como el maestro de ceremonias- Ben le dio la mano y la apretó con fuerza. Elvetyo le devolvió el apretón y miró a los dos tipos que les habían interceptado-. Es un honor recibir a un Héroe-.
El lagarto y el otro se miraron y luego a Sango con la boca abierta, trataron de disculparse pero Elvetyo los echó de allí y les mandó a que siguieran con sus tareas. Luego, les miró, primero a Sango y luego a Iori.
- Perdonad los modales del personal, no estamos en en nuestra mejor época- carraspeó-. Pero aún vivimos. Decidme, Sango, pues así os llamáis, ¿qué os trae a ti y a tu encantadora compañía al cuadrilátero del Gremio de Luchadores?- preguntó con una sonrisa en el rostro.
- Seda- lanzó Iori con impaciencia. Ben cerró los ojos un instante y soltó aire poco a poco-. ¿En dónde lo encontramos?- no había tacto ni control, debía haberlo agotado durante la conversación, supuso Sango-.
- Directa al grano, ¿eh? Bien, me gusta. Yo también soy un tío directo. En el cuadrilátero encontraréis la respuesta- y les dedicó la mejor de sus sonrisas mientras señalaba la estructura con el dedo índice-.
Sango se removió inquieto y paseó su mirada entre cuadrilátero y Elvetyo. Clavó sus ojos en este último que alzó las cejas cuando Iori preguntó.
- ¿Cuál de ellos es Seda? - inquirió comprendiendo erróneamente de forma muy literal.
- Oh no, no, querida, no...- su sonrisa se ensanchó aun más-. Para llegar a Seda, debéis ganaros el derecho de ver a Seda y, aun así...- dejó la frase en el aire-.
- Venga ya, tiene que haber otra forma- replicó Sango-.
- No, no la hay- le respondió con dureza-.
Ben miró con dureza y negó con la cabeza. Pero Iori tenía otros planes, siempre los tenía. Le golpeó con la alforja que Ben sujetó con la mano derecha y se lanzó hacia adelante.
- Vamos-.
Sin tiempo para la réplica, el maestro de ceremonias lanzó una risa y a continuación gritó con un potente vozarrón.
- ¡Damas y caballeros! ¡Tenemos un espectáculo de última hora! ¡Espero que traigáis los bolsillos bien cargados de aeros, porque estamos a punto de ver un hecho histórico! ¡Por primera vez, en muchos años, una figura relevante, se digna a participar en nuestro cuadrilátero!- hizo una pausa para comprobar que había captado la atención de todo el mundo-. ¡Ha jurado destruir a todos y cada uno de los que están aquí presentes! ¡Es, nada más y nada menos, que Sango, el Héroe!- aplaudió él solo, Ben lo miraba con furia-. ¡Y no peleará solo, lo hará acompañada de una belleza de ojos azules y pelo castaño!- dejó que aquel detalle calara en las mentes de los futuros rivales. Ben tragó saliva. El cabrón lo sabía desde el principio-. ¡Se abren las apuestas y las inscripciones!- las voces se alzaron y se arremolinaron en una de las construcciones que había casi anexas al cuadrilátero-. Amigo Sango, armas y armadura fuera, por favor- Elvetyo le sonreía mientras le empujaba hacia Iori-.
Se habían alejado lo suficiente como para que nadie les escuchara, incluso el Maestro, que aguardaba a unos pasos de distancia de ellos.
- Iori, ayudame a quitar la armadura- pidió Sango con rabia-.
Ben miraba a Iori que se dedicaba a observar a su alrededor, sorprendida por el increíble estruendo que se desató en aquel lugar. Apoyó las manos contra su torso y alzó el rostro para mirarlo directamente a los ojos. Él le devolvió la mirada.
- Ha sido una trampa - acusó haciendo un gesto hacia el maestro de ceremonias que observaba con una sonrisa-. Esto no tiene que ver contigo. Lárgate a buscar la casita, la esposa y los hijos- y en lugar de usar las manos para quitarle la armadura, lo empujó para reconducirlo hacia la dirección del túnel por el que habían llegado-.
Sango que estaba irritado por haber caído tan fácil, cogió a Iori por los hombros y la zarandeó para aclarar la cabeza.
- Eh, mírame, ¿dónde queda lo de juntos, eh? Juntos. Hasta el final. Ayúdame a quitar la armadura-.
Iori le miró. La mandíbula de la chica se tensó y su respiración se hizo más pesada. Le sostuvo la mirada durante unos instantes, que finalmente acabaron con sus manos en la cintura. Sus movimientos eran torpes y perezosos, pero Ben no tenía la cabeza en ella. Pensaba en el inminente combate, en cómo golpearía, cómo defendería a la mujer, cómo les arrancaría a todos y cada uno de ellos las ganas de volver a luchar. El corazón latía con fuerza su respiración se agitaba, el ruido, los vítores, los ánimos que empezaban a llegar hasta ellos. Iori que estaba junto a él.
Cuando todo estuvo aflojado, Ben hizo los movimientos propios para sacarse la armadura de encima. La dejó en el suelo, junto con el cinto de las armas y el resto del equipo, capa y escudo. Se quitó la camisa y respiró el aire de otra manera, sin el peso de la armadura, todo parecía más liviano. La adrenalina corría por su cuerpo como los ríos en las crecidas: desbocados. Entonces se volvió hacia Iori y puso las manos a ambos lados de su cara y sin pensarlo arrimó sus labios a los de ella para besarla durante un breve instante. Acto seguido se separó y vio al Maestro de Ceremonias sonreírles y hacerles gestos para que fueran hacia el cuadrilátero. Sango se alejó de Iori. Estaba listo.
Se encaminó al cuadrilátero mientras recibía palmadas de los espectadores, gritos y abucheos. Allí dentro, ya esperaban dos rivales que le observaban con una sonrisa dibujada en el rostro. Eran dos tipos muy corpulentos que estaban calentando los hombros. Ben subió las escaleras y entró en el ring. La jaula que cerraba el cuadrilátero era, como había visto desde lejos, de madera y metal. No le gustaban los espacios cerrados pero aún así, la jaula al parecer abierta no le daba la sensación de agobio. Lo que sí le angustió fue saber que habían cerrado la puertas tras de sí y ella no estaba con él. Tardó unos segundos en comprender su fatal error. Había caído en una trampa por segunda vez en un intervalo de tiempo muy corto. Parpadeó lentamente con la boca abierta mientras dejaba que la ira se apoderara de él. Mientras tanto, la buscó con la mirada, pero el maestro de ceremonias tenía otros planes.
- ¡Que comience el combate!
Sango seguía buscando. Daba vueltas por el cuadrilátero y los dos tipos parecían reírse de su actitud. Pero al final, la vio. Estaba apartada, el maestro estaba cerca de ella con su sonrisa en el rostro. Ella le miraba, con los brazos cruzados sobre el pecho y él se aferraba a la jaula mientras la miraba. Le había fallado.
Uno de aquellos mostrencos le agarró de los hombros y le lanzó contra el suelo. Ben rodó hacia un lado y se levantó tan rápido como pudo. Un ataque por la espalda era una traición que no quedaría sin castigo. Sango corrió hacia el tipo y le embistió contra la jaula. Luego le golpeó con el codo en la cara antes de que el compañero acudiera en su rescate embistiendo a Sango y lanzándole contra la jaula, luego cayó al suelo. El tipo tiró de un brazo para levantarle y se preparaba para golpearle cuando Sango le pateó la espinilla.
Con los dos tipos, momentáneamente fuera de juego, Ben volvió a la esquina en la que estaba Iori. A lo lejos vio unas figuras ricamente vestidas acercarse a ese punto. Se aferró a la jaula y la zarandeó con fuerza.
- ¡Vete! ¡Huye!- le gritó.
Ella no le escuchaba. Por mucho que él gritara ella no entendía. La ira se tornó en desesperación y cuando la apresaron Ben volvió a gritar.
- ¡Lucha! ¡Lucha! - el público se encendió aun más, debieron entenderlo como una provocación-.
Un brazo la rodeó del cuello. La alzó hacia atrás, levantándola del suelo, sus pies apenas rozaban el suelo. Entonces Iori ejecutó una maniobra magistral. Lanzó las piernas hacia arriba buscando girar en el aire. Su imprevisible salto empujó a la figura que la aferraba hacia atrás, cayendo de espaldas. La mestiza se aseguró de que sus rodillas aterrizaran con brutalidad sobre su pecho. Ben sin tiempo para celebrar le gritaba.
- ¡Detrás!
Y entonces más figuras cayeron sobre ella, la sujetaron, la golpearon la amordazaron y la cargaron para llevársela de allí para meterse por una puerta en la pared. Sango, que había asistido impotente a la meritoria defensa de Iori, enloqueció. Se giró para encarar a sus rivales y les miró con el único deseo de hacerles daño. Hacerles daño por pura venganza. Por pura necesidad de apagar el fuego que había iniciado su ira.
Uno de ellos se abalanzó contra él con los brazos en alto. Ben se lanzó contra él pero con una posición baja y le consiguió poner la zancadilla. El mostrenco cayó al suelo de bruces y el otro consiguió apresarle por la espalda y le apretó con fuerza levantándole del suelo. Sango lanzó la cabeza hacia atrás y le asestó un golpe en la cara que aflojó la presión. El segundo cabezazo le soltó. Al girarse el tipo se había girado con las manos en la cara. Sango se acercó y la pateó las piernas hasta que consiguió derribarle. Se colocó sobre él y le cogió la cabeza para estampársela contra el suelo del cuadrilátero en varias ocasiones.
Se levantó y fue a por el otro que ya estaba recuperando la verticalidad. Cogió carrera y de un saltó le estampó la rodilla contra la cara tumbándole de nuevo. Sin tiempo que perder Ben le golpeó la cabeza con el tacón de la bota hasta que la sangre empapó el suelo del cuadrilátero. Se giró y enfiló al otro que no se había levantado y seguía doliéndose de su heridas. Se volvió a arrodillar junto a él y le golpeó con furia con los puños hasta que sus defensas cedieron.
Entonces, la puerta se abrió ante él y antes de que pudiera salir corriendo hacia ella, entraron otros tres tipos, más delgados, menos robustos, pero con pinchos caseros en las manos. Ben les enseñó los dientes y se levantó lentamente. Trataron de rodearle pero él buscó, rápidamente, ir contra el lado débil del que tenía a la derecha. Le cogió por sorpresa y lo arrolló extendiendo el brazo alrededor del cuelo. Una vez en el suelo, tuvo tiempo de taconearle la mano del pincho antes de que los otros dos se echaran sobre él.
(1) Le atacaron lanzándole estocadas con los pinchos y Ben detuvo las embestidas con golpes con los ataques. Usó una pierna para empujar a uno de ellos, y con los brazos detener los ataques del segundo. El tercero se levantó y buscó el pincho. Ben empujó al que tenía agarrado contra el suelo y pudo esquivar por muy poco un tajo que le lanzaba el tercero.
Miró hacia abajo y vio que tenía las manos y el torso ensangrentados. No sabía cuándo le había cortado pero gruñó y se lanzó contra el tercero. Le sujetó de tal manera que pudo estamparle la cabeza contra un barrote metálico de la jaula. Sin soltarla giró en torno a él justo en el momento en el que otro agresor le lanzaba una puñalada que acertó en su compañero. Ambos se miraron sorprendidos y Ben soltó al que tenía agarrado justo para abalanzarse a por su segunda presa a la que lanzó al suelo y golpeó con los dos puños en la cabeza, como si fueran dos mazas.
Un dolor agudo le aguijoneó el hombro izquierdo y le hizo gritar de dolor. Se giró para mirar y era el que faltaba. Se disponía a apuñalarle otra vez pero Ben consiguió levantar el brazo izquierdo. El pincho atravesó por completo el brazo pero Ben no se detuvo y lanzó con toda la fuerza que le quedaba el brazo derecho contra la cara de aquel tipo. Notó algo romperse y el tipo cayó al suelo. Se miró el brazo izquierdo y decidió hacerlo. Agarró la empuñadura del pincho, y sin contar, gritó y tiró con fuerza. Gritó y siguió gritando. El público parecía haber enmudecido.
- ¡Abre la puta puerta o los mato a todos!- enseñó el pincho y se arrodilló al lado del que acababa de tumbar-. ¡Abre!
Ben miró a uno de los operarios de la puerta que lanzaba voces. Ben parpadeó un par de veces. Alzó el pincho. El público gritó. La puerta no se abrió. Ben bajó el puñal y se lo clavó en el brazo a aquel desgraciado que gritó de dolor. Sango no cedió en la presión y miró la puerta que, tras unos instantes, se abrió.
- ¡Y el ganador es: Sango!- unas voces se alzaron pero cayeron casi al instante-.
Sango se levantó y echó un vistazo a los cinco cuerpos que había en el cuadrilátero. Escupió en el suelo y se marchó entre gritos que le llenaron la cabeza y le impidieron pensar. Bajó las escaleras y llegó al suelo. Caminó hacia sus cosas, que seguían tiradas en el suelo, mientras los presentes se apartaban. Cuando llegó a sus cosas, alzó la vista hacia atrás. Todas las miradas estaban puestas en él. Ben les ignoró.
Consiguió abrocharse el cinto y usó parte de la camisa para improvisar un vendaje para el brazo, había metido parte de la tela en la herida conteniendo las lágrimas y había apretado todo lo fuerte que pudo. A la herida del hombro, sin embargo, no llegaba. El resto de cosas se las echó al hombro y bebió de un frasco que guardaba en la bolsa de viaje (2). Aguardó unos instantes hasta que el dolor empezó a remitir y entonces cargó con la armadura al hombro. En dirección al último lugar que había visto a Iori.
Llegó hasta la puerta, la abrió y una vahara de aire fresco, o al menos no tan viciado, le golpeó en el rostro. Cerró los ojos y abandonó el silencio del Gremio de Luchadores. Cerró la puerta tras de sí y avanzó. Pendiente arriba. Al principio no fue consciente, pero a medida que avanzaba, se fijó en la mampostería del túnel, los acabados, el olor a mortero fresco. El túnel era nuevo. Gruñó algo inquieto pero se obligó a seguir avanzando. El dolor remitía y aquello le daba confianza. Su aspecto, lamentable, casaba con su espíritu intranquilo. Nadie se la jugaba a Sango y salía indemne de aquella.
Al final del túnel había otra puerta. Claro que la hay. Se la quedó observando un instante. No todos los días se veían puertas de metal. Tenía una fabricación exquisita, como el resto del túnel. Así que es posible que estemos en zona de dinero. Ah, el barrio noble. Ben alzó la pierna derecha y empujó la puerta. Para su sorpresa esta cedió.
Sango pasó al interior y le recibió una estancia cálida. De un rápido vistazo pudo ver que los acabados eran mucho más finos que los del túnel. La alfombra, el escritorio, incluso las cinco personas que estaban allí tenían mucho mejor aspecto, sobre todo si se comparaban con Sango, con el brazo izquierdo casi insensibilizado. Con cortes en los dos brazos y en el torso, con la armadura colgada del hombro junto con el resto de su equipo. Y finalmente, ella, tirada en el suelo. Sango dejó caer el equipo al suelo.
Se llevó la mano al cinto y la posó cerca del hacha. Ella, al menos, respiraba.
- Bueno, ¿hablamos o empezamos ya?-.
Alzó la cabeza y enseñó los dientes.
(1) Uso de habilidad: Nivel 0: Baile de uno - El entrenamiento ha dado sus frutos y Sango es capaz de utilizar su escudo, brazos, piernas, en definitiva, todo aquello de lo que disponga en un reducido espacio de terreno que considera suyo, para esquivar los ataques de varios enemigos.
(2) Uso objeto: Poción de Estoicismo - [Elixir, Limitado, 2 Usos] Otorga inmunidad ante el dolor e ignorar limitaciones derivadas de heridas (mientras sea razonable). Dura 2 rondas.
Echó un rápido vistazo a Iori, que caminaba junto a él por los oscuros túneles de las Catacumbas. Y pese a que caminara a su lado y pusiera atención en cualquier amenaza que acechara en las sombras, Ben sabía que no estaba bien. Ella le había provocado y él se había dejado llevar. La golpeó con el escudo, la trató como a una vulgar criminal y cuando estuvo a punto de acabar con su vida, porque había alzado el hacha, ella le dedicó una sonrisa. Una reacción tan fuera de lugar que le había salvado la vida. Y no era la primera vez que veía algo así. El cristal en la taberna parecía haber calmado la tormenta permanente que tenía lugar en su cabeza. No recordaba qué le había impulsado a golpearla contra el espejo de la habitación. Otra cosa más a añadir en la lista de culpas. Pero luego el trato había sido lo más cercano a la normalidad. Soltó aire con pesadez. El dolor y la mujer tenían una relación sentimental de lo más extraña. Sus reacciones no eran normales. Una sonrisa como respuesta al dolor y como desafío a la muerte. Dedicó un largo instante para mirarla. Una sonrisa tan cargada de dolor. Una mujer tan rota que es capaz de desafiar a la muerte con una sonrisa.
Que los Dioses te den fuerza para seguir sonriendo, Iori.
No se había dado cuenta pero se había detenido en mitad del túnel mientras su cabeza se perdía en sus cavilaciones. Sus ojos no se habían apartado de Iori y se obligó a hacerlo sacudiendo la cabeza y obligándose a avanzar. La mujer, pese a haber declarado sus intenciones de venganza, seguía siendo un enigma para él. ¿Qué ocurrió para que la mujer acabara en ese estado? ¿Cómo podría algo o alguien causarle tantísimo dolor como para quebrarla de esa manera? Preguntas que en algún momento tendría que hacer, pero no allí abajo. No era el sitio y además, tampoco sabía cómo hacerlo. Una voz le sobresaltó y miró a la mujer.
- Perdona, ¿decías?- preguntó, pero la voz volvió a oírse y no era ella-.
Ben frunció el ceño y alzó el escudo antes de avanzar con cautela hacia las voces que sonaban terriblemente cerca. Se maldijo por haber perdido la concentración. Al fondo, en un giro a la izquierda, las voces se hicieron más claras, había, al menos, dos personas y luz de antorchas que hacían bailar las sombras en el túnel. Ben estiró el cuello. Había que prepararse para cualquier cosa. Incluso para no haber visto al tipo que estaba meando a la derecha.
- ¡Eh! ¿Quiénes sois?- se dio la vuelta mientras se subía el pantalón y acto seguido se pasaba las manos por la ropa-. ¿Qué queréis? ¡Eh tenemos visita!- gritó corriendo hacia la entrada a la estancia. Las voces del interior se habían silenciado y a este le siguió ruido de movimiento-.
Estaban saliendo tres tipos con un aspecto lamentable cuando Iori, con un ágil movimiento, esquivó el escudo se adelantó y comenzó a hablar con ellos.
- Buscamos a Seda. ¿Sabéis en dónde encontrarlo?- preguntó-.
Los cuatro se miraron con expresión de sorpresa, luego posaron sus ojos en la pareja y se volvieron a mirar antes de echarse a reír a carcajadas. Sango que se había quedado mirando a Iori reaccionó poniéndose a su altura y moviendo el hacha para captar su atención. La risas cesaron y se fijaron en él. Eso es. Ben pudo estudiarle con más detalle gracias a que uno de ellos portaba una antorcha. Vestían casi con harapos, sin embargo, reconocía las telas que tenían colgadas al cuello. Reconocía el color amarillento de las ojeras y reconocía los problemas en cuanto los veía.
- Os han hecho una pregunta, ¿vais a contestar?- preguntó con un tono de voz duro-.
Uno de ellos, el que no había dejado de mirarle ni un solo momento, tampoco a su arma, carraspeó y escupió al suelo antes de enseñarles los dientes. Al menos los que aún conservaba. Con un tono de voz enfermo se dirigió a ellos.
- Puede. Pero ese tipo de información la compartimos solo con clientes de confianza...- a Sango le pareció que miraba con excesivo celo a su compañera-.
- ¿Clientes? - preguntó ella sin entender.
Los tipos volvieron a mirarse y se sonrieron. Ben tenía los ojos clavados en el de la antorcha. Miraba con demasiada fijeza a Iori. Ahora, incluso, fruncía el ceño. Ben lo había visto antes. La mirada previa al reconocimiento. Una mirada que removía los pensamientos e incitaría a la locura. No lo permitiría.
- Sí, clientes. Tenemos una muestra aquí, ¿quieres probar?- replicó el mismo.
- Muéstrame- ordenó con urgencia después de dar un paso al frente-
Ben alzó las cejas sorprendido por la temeridad que estaba mostrando Iori. Parecía que la mujer que le había prometido ir juntos hasta el final, hacía tan solo unos instantes, se había desvanecido por completo.
- No- la voz retumbó en las paredes-. Como le deis esa mierda lo pagareis- avanzó dejando a Iori atrás-. Os hemos hecho una pregunta y queremos una respuesta-
- Pero hombre, no hace falta ponerse así, si la dama quiere probar...- se había encogido de hombro y había alzado las manos a media altura. Sus compañeros sin embargo, se habían puesto algo nerviosos-.
Un contacto frio estremeció a Sango que reconoció al instante la fragancia de Iori a su lado. Le tocó el dorso de la mano y se acercó a él. La distancia se había cerrado entre ellos. Los ojos vacíos de los cuatros los miraban con curiosidad.
- ¿De qué va esto?- le preguntó ella-.
Ben se obligó a mantener la mirada fija. Ahora su objetivo era el de la antorcha que sonreía levemente. Con la mano del hacha, la posó en el vientre de Iori y la empujó delicadamente hacia atrás.
- Atrás- murmuró-.
- Si dinero es lo que queréis a cambio tomad- Ben solo pudo ver como volaba una bolsa oscura en su dirección.
El tipo, la cazó al vuelo, aunque tuvo que hacer malabarismos para que no cayera al suelo. Su estado actual era, según Sango, la principal causa de que no fuera capaz de coger una bolsa que iba hacia a él a una velocidad razonable para poder captarla al vuelo con las dos manos. Les dedicó una sonrisa oscura, no solo por la poca luz, sino porque sus dientes estaban ennegrecidos. Su rostro, sin embargo, cambió cuando sopesó su contenido. Sonaba metálico, pero no el tipo de sonido que hacen las monedas, Sango también se dio cuenta de ello. La abrió bajo la atenta vista de todos y extrajo como primer objeto una especie de punta de hierro grande. Ben frunció el ceño y antes de que pudiera girar la cabeza para mirar a Iori, esta le apretó la mano con fuerza, para, al instante perder el contacto con ella.
- ¡Devuélvemelo!- gritó mientras se lanzaba hacia ellos-.
Ben abrió la boca ante el arrebato de ira de la mujer que casi al instante le arrebató la punta de hierro y la bolsa. Todos la miraban con gesto sorprendido, incluso después de recibir un empujón que lanzó a aquel tipo tan desagradable al suelo. No tardaron mucho en salir de su ensoñación. Ben dio un paso hacia Iori y antes de que pudiera decir algo, el tipo lanzó un chillido histérico.
- ¡Estos cabrones intentan engañarnos! ¡Dadles por culo, joder!- y lanzó una patada a Iori que esquivó con elegancia felina-.
Sin embargo, antes de que nadie hiciera nada, el de la antorcha se adelantó y alzó la voz.
- Eh, tíos, ¿no os parece que esta chica es la de la recompensa?- preguntó-.
A Sango le dio un vuelco el corazón. Tenía pinta de ser el más espabilado de los cuatro. Era una lástima que hubiera tenido que sacar la antorcha. Se obligó a improvisar.
- ¿Qué? ¿No os habéis enterado, verdad?- se obligó a endurecer el tono ya que no había sonado muy convincente-. Ya no hay recompensa, ya está cobrada. Según dicen es una fortuna comparable con el tesoro del mismo Fafner-.
El de la antorcha frunció el ceño y los otros se miraron con la boca abierta. Ben clavó los ojos en Iori que abrazaba la bolsa como si fuera su propio hijo. Estaba realmente agitada. Sus ojos se cruzaron y algo hizo que Ben suspirara.
- Marchémonos- susurró con la voz tensa, ignorando y dando la espalda a las cuatro figuras. Quería marchar de allí a toda costa-.
Sango asintió y para quitárselos de delante decidió usar algo que había aprendido durante el viaje de Lunargenta a Ciudad Lagarto. Había actuado como escolta, junto con Schott, de la delegación de Razid para fundar una nueva ciudad junto a la base de los Biocibernéticos. Durante las semanas de viaje, había escuchado muchas cosas y una de ellas le venía genial en aquella situación.
- ¿Os sabéis la contraseña del paso de la capilla?- les enseñó los dientes cuando vio dibujado en su rostro la misma cara de sorpresa que la de alguien que acaba de recibir una puñalada-. Porque necesito pasar por allí. Y necesito que respondáis a la pregunta. ¿Dónde está Seda?- ahora sonreía con suficiencia-.
Incluso Iori, que se había dado la vuelta, parecía sorprendida por la reacción de aquellos cuatro. El tema de la Capilla era algo que no pasaba desapercibido para unos y para otros.
- No queremos problemas colega, ¿sabes? Si no queréis comprar marcharos- comentó uno de los que no había intervenido hasta el momento. Ben se fijó en que buscaban la seguridad de los muros con las manos-. Seda es casi una leyenda. No creo que haya más de cinco personas que lo hayan visto- su voz tenía una vibración nerviosa. El de la antorcha asintió enérgicamente-.
- Es verdad, nosotros no sabemos... Quizá el maestro... ¡Sí! El maestro de ceremonias- se apresuró a especificar antes de que Sango formulara la pregunta de rigor-. ¡En el gremio de luchadores! Donde los fosos de pelea, siguiendo las corrientes, hacia arriba- añadió a la carrera con voz aguda, encogiéndose sobre si mismo-.
El silencio se hizo patente en el túnel mientras Ben asentía lentamente. No le gustaba la idea de tener que involucrarse con la gente del gremio de luchadores. En realidad con nadie a esas alturas. Había demasiada gente que quería hacerle daño a ella y exponerla a gente desconocida era un riesgo. Todo era riesgo. Incluso seguir las indicaciones de aquel tipo, pero, ¿qué otra opción tenían? Atarla y llevarla con Zakath, maldita sea Ben, ¿qué estás haciendo? Posó sus ojos en el de la antorcha.
- Sea, pues. Nos vamos- Ben avanzó y golpeó a uno de ellos con el hombro a su paso-. Ah- se detuvo y ni siquiera giró la cabeza-. Espero que la mierda que estéis vendiendo no salga de ese cuarto, de lo contrario...- reanudó la marcha-. Volveré-.
Atrás dejaron a los cuatro sujetos y volvieron a la oscuridad de los túneles. La indicación que le habían dado era clara: subir siguiendo las corrientes. Ben supuso que se refería a las de agua, porque allí el aire, viciado y corrupto no parecía moverse ni un ápice. No entendía cómo había gente que podía, no solo hacer cosas allí, sino también dormir por las noches. Qué te esperas, ¿que los burgueses abran las puertas de sus casas para dejar a los siervos dormir allí? Con suerte les dejarán dormir en los establos, y los más afortunados en las cocinas. ¿Cómo se había podido llegar a ese extremo? ¿Cómo habían sido capaces de construir grandes ciudades en las que había cientos de servicios, lujos y comodidades y aún así existir tanta desigualdad. Hombres y mujeres han de ser, en la medida de lo posible, autosuficientes. Murmuró una maldición mientras seguía avanzando.
Habían avanzado, en silencio, girando a izquierda y derecha y siempre ascendiendo, dejando a un lado el reguero constante de agua que corría lenta por la mitad del túnel; dejando atrás el agua estancada en los giros lugar donde había asentado demasiado el terreno. Aspirando el aire nauseabundo al que deberían haberse acostumbrado. Pero siempre subiendo por las ligeras pendientes que las catacumbas dibujaban siguiendo el perfil de las calles. Las Catacumbas, se suponía que debía ser un lugar de enterramiento, pero poco quedaba de aquello. El subterráneo de Lunargenta era una ciudad sin ley.
- ¿Sabes?- rompió el silencio-. Aquí en las catacumbas existía, en tiempos antiguos, un lugar que llamaban la capilla. Los primeros cristianos se congregaban allí y rezaban a su Dios, ¿por qué lo hacían aquí?- alzó los hombros-. Lo desconozco, aunque me puedo imaginar alguna razón- hizo una pausa que coincidió con la siguiente bifurcación-. Años más tarde, cuando el culto cristiano se normalizó, se contaban historias sobre los usos que tuvo después la capilla. Yo mismo escuché dos versiones de lo que se contaba sobre el lugar- echó un vistazo a un túnel y puso la oreja para comprobar si oía algo. Hizo lo mismo con el otro túnel-. Es por aquí- señaló el primer túnel-.
Eran historias contradictorias pero que compartían el mismo escenario, y un mismo espacio temporal. A esas historias, pensaba Sango, había que darles cierta credibilidad ya que no era común que entidades distintas, como lo eran La Guardia y el Gremio de Ladrones, coincidieran en varios aspectos de un mismo relato teniendo puntos de vista distintos. Algo de verdad debía tener. Iori, que se movía junto a él, preguntó por las dos versiones de la historia. Después de mirar hacia ella asintió satisfecho.
- Cuando me formé para entra en La Guardia, se contaban muchas historias sobre las Catacumbas. Luego, años después, cuando "escolté" a la escoria de Lazid fuera de la ciudad, también escuché, en boca de algunos de esos desgraciados historias sobre las Catacumbas. Entre las colecciones de ambos grupos, dos de ellas coincidían: las historias sobre la capilla- hizo una pausa para escuchar más allá de su propia voz y sus pasos antes de continuar-. Se decía, que en tiempos antiguos, cuando los cristianos salieron de este miserable agujero, la capilla quedó abandonada, quizás a alguno le guste recordarla como el origen, pero créeme, nadie va a venir aquí de visita- sonrió-. En La Guardia, la historia que se contaba era que en la capilla, los asesinos realizaban todo tipo de torturas para conseguir información: sobre un rival político, sobre negocios, sobre fortunas, sobre cualquier cosa que puedas imaginar. Contaban que los gritos de los resonaban por todos los túneles y que, incluso, por las noches, se podían escuchar desde la calle. Circulaba el rumor por las calles que la forma que tenían los asesinos para entrar en la capilla era preguntando "¿sabes la contraseña del paso a la capilla?"- sonrió aun más-. Naturalmente, al final del relato, la Guardia acababa con todo ese lío. Sin embargo, los ladrones me contaron otra cosa- volvió la cabeza hacia Iori y luego al frente-. La capilla es un lugar que evitan, porque lo usaban los antiguos gobernantes, bueno, sus lacayos, en este caso decían que era gente de la Guardia, como sala de interrogatorios- bufó-. Resulta que la organización recibió un duro golpe por aquellos tiempos, alguien debió empezar a decir nombres y lugares. La Guardia rastreaba a esas personas y les preguntaba, oh, casualidades de la vida: "¿sabes la contraseña del paso a la capilla?"- sonrió otra vez-. A esa gente nunca se la volvía a ver y entonces esa frase quedó grabada a fuego en ellos como símbolo de una muerte segura. Porque, la parte de los gritos es igual en esta historia, resonaban en los túneles y por las noches se escuchaba desde la calle- repitió con tono casi burlón-. No sé, algo de verdad debe haber y seguramente no sea ninguna de los versiones, pero bueno-.
Pasaron unos instantes en silencio, dejando un tiempo para pensar sobre las historias. Iori caminaba junto a él y giró la cabeza para encontrarse con sus ojos, que ya estaban fijos en él.
- Creo entender ahora qué fue lo que le pasó a esos cuatro cuando le preguntaste… - murmuró hablando despacio. Asintió lentamente con la conclusión de Iori, sin duda, los cuatro drogadictos, se lo pensarían dos veces antes de atreverse a perseguirles o tomar cualquier acción contra ellos. De todas formas, para entonces, ya estarían lejos de su alcance. Eso espero-. ¿Cómo fue que te uniste a la guardia? - preguntó con apremio. La pregunta de Iori, le cogió por sorpresa. Pasar de historias para no dormir a historias sobre su pasado, era un cambio que le hizo sonreír.
- Pues no lo decidí yo realmente. Un día llegó un pelotón de reclutamiento al pueblo, andaban buscando gente para formarla. De aquella aún no estaban los chupasangres en el poder de la ciudad- carraspeó-. Total, que se presentaron allí, pidieron gente joven para formarla en el uso de las armas y mi padre me ofreció como voluntario- se encogió de hombros-. Eso o mi nombre ya estaba en una lista, tengo un recuerdo borroso de aquellos días. Yo no quería marchar del pueblo, pero así salieron las cosas-.
- Recuerdo una vez, en mi aldea, llegaron también para hacer unas levas. Se llevaron a algunos muchachos. Ese día Zakath me dijo que fuese al río a lavar. Cuando llegué a la plaza apenas conseguí ver al grupo marchando de camino a la colina - compartió con él. Ben sonrió, Zakath, viejo zorro, eres un tipo listo. Ben echó un rápido vistazo a la mujer que caminaba a su lado. Parecía sorprendida consigo misma. Ben no borró la sonrisa de rostro-. ¿Y qué pasó después? ¿Cuál es la historia entre aquel muchacho y el héroe?-.
- Ah, aquel muchacho... Era demasiado pequeño para abandonar la aldea. Lo pasé mal al principio, pero hubo que adaptarse. Desde entonces ha sido siempre una cuestión de adaptarse- frunció el ceño-. Bueno, tengo que decir que los Dioses siempre han estado de mi parte, al menos han favorecido mis acciones, que es más de lo que uno podría pedir- hizo una pausa para reordenar sus pensamientos y volver sobre la pregunta de Iori-. Supongo que entre aquel muchacho y lo que soy hoy en día, han pasado muchas cosas, quizás demasiadas y demasiado bellas o demasiado tristes como para comentarlas en un ambiente tan desagradable como este- le echó un rápido vistazo-. Aquí hay que estar atento, no siempre vamos a poder recurrir al truco de la bolsa- la miró de reojo-.
Pese al intento de sacarle el tema de la bolsa y su contenido, Iori le ignoró con gran habilidad.
- Si tú no querías marchar de tu pueblo, por qué no regresar ahora?-.
- ¿Y perderme aventuras como esta?- replicó al instante con tono de broma-. No puedo marchar ahora. ¿Quién te sacaría de aquí?- siguió bromeando. La escuchó reír entre dientes, un instante breve, pero auténtico. Le alegró el corazón-.
- Supongo que eso es lo que te ha convertido en un héroe. Una malsana necesidad de poner a los demás antes de ti en tus elecciones- ella se detuvo de golpe y Sango un paso más allá, sorprendido. Ella tenía los ojos fijos en el suelo-. Si yo fuese tú... volvería a la aldea. Buscaría una buena chica que no me rompiese el corazón y llenaría mi casa con hijos- se hizo el silencio y meneó la cabeza antes de reemprender el paso.
Se alejaba de él, casi huyendo, como si el último comentario le hubiera hecho un daño brutal, como como si al caminar buscase huir de él, como si quisiera dejarle atrás. Por su parte, Ben la observaba mientras en su cabeza daba vueltas el escenario que le planteaba Iori. Era cierto que iba teniendo una edad, los riesgos cada vez eran mayores y morir sin dejar descendencia era algo en lo que se había descubierto pensando en los últimos tiempos.
- Espera, no te adelantes tanto- le dijo mientras reemprendía la marcha tras ella-.
Le había dado un argumento de peso en el que pensar. Al poco, gracias a que había aminorado el paso, la alcanzó. Sin embargo, no quiso retomar la conversación en el punto anterior. No sin pensar más sobre ello. Giraron y encararon un túnel que picaba hacia arriba más que el resto. Ah, creo que estamos llegando.
- Dime, ¿cómo era Zakath en sus años más jóvenes? ¿Tenía más piedad contigo?
Iori resbaló en la humedad de una de las losas que cubrían el túnel. Hizo equilibrio y recuperó el paso antes si quiera de que Sango pudiera alzar un brazo para que se posara en él. La mujer había demostrado ser muy hábil y ágil.
- ¿En sus años más jóvenes? No tengo recuerdo de eso. Zakath siempre fue Zakath - sus palabras resonaron con más eco en aquel tramo, ella también se dio cuenta porque bajó el tono de voz-. No sé a qué te refieres con piedad. Me falta más información para comparar. Pero supongo que estaba bien. Techo, comida, aprendizaje... es más de lo que muchas niñas abandonadas obtienen en la vida-.
- Me refiero a, bueno... Aunque son situaciones distintas, el fin era el mismo: en cierto modo, nos enseñó a sobrevivir- no quería comentar mucho más del tema-.
Ben se detuvo y escuchó ruido muy atenuado. Parecía que habían acertado con el camino y eso le produjo cierto alivio. Sin embargo, a Iori, que estaba a su lado, algo parecía inquietarla. Cosa completamente normal, se dijo. Estaban a punto de meterse en un lugar plagado de gente con ansias de pelear. Sus armas y armadura eran, sin duda, un premio grande. Pero mayor premio sería ella. Compuso una mueca de asco antes de dar el primer paso hacia los terrenos del gremio de luchadores.
No tardaron mucho en ver como el techo ganaba altura de manera visible. Al fondo, ruidos de voces animosas, aplausos, alguna risa. A medida que se acercaban pudieron verlo, una gran cuadrilátero, cerrado por una gran jaula de madera y metal y gente, mucha gente alrededor, que eran los causantes de todo aquel alboroto. La estancia era increíblemente grande para estar bajo Lunargenta. Ben no creía que aquel lugar se correspondiera con algún sitio de la ciudad. Veía los grandes pilares de piedra y ladrillo, los magníficos arcos, las luces de las antorchas que dibujaban un espectáculo maravilloso en el que las sombras también querían apostar y animar a dos combatientes que se lanzaban golpes sin ningún tipo de orden. Detuvieron el paso, cuando dos tipos, un hombre bestia con facciones de lagarto y un humano, les interceptaron.
- Eh, eh, armas aquí no eh-.
- Tranquilos- Ben guardó el hacha pero siguió empuñando el escudo-. Venimos a ver al Maestro de Ceremonias-.
- Claro hombre, ¿y qué más? ¿Quieres una bebida?- respondió con sorna-.
- Bueno, si con eso consigo que te apartes de nuestro camino, sí, claro, vete por ella- le desafió Sango que estaba mirando a un tipo que le observaba desde el entorno del cuadrilátero-.
- Putos nuevos... A ver, ¿dónde están vuestras entradas?- preguntó el tipo-.
Ben le enseñó los dientes y vio como había un tipo que se acercaba a la carrera.
- Pero hombre, ¿es que no reconocéis a una persona importante cuando la tenéis delante?- reprendió el tipo que estaba acercándose-. ¿Acaso no reconocéis las oportunidades cuando están ante vosotros?- detuvo la carrera y avanzaba hacia ellos con una sonrisa.
El hombre vestía con ropas extravagantes, de colores chillones y una capa raída pero que le daba un aspecto curioso en su conjunto. Le tendió una mano a Ben.
- Me llamo Elvetyo, aunque por aquí me conocen como el maestro de ceremonias- Ben le dio la mano y la apretó con fuerza. Elvetyo le devolvió el apretón y miró a los dos tipos que les habían interceptado-. Es un honor recibir a un Héroe-.
El lagarto y el otro se miraron y luego a Sango con la boca abierta, trataron de disculparse pero Elvetyo los echó de allí y les mandó a que siguieran con sus tareas. Luego, les miró, primero a Sango y luego a Iori.
- Perdonad los modales del personal, no estamos en en nuestra mejor época- carraspeó-. Pero aún vivimos. Decidme, Sango, pues así os llamáis, ¿qué os trae a ti y a tu encantadora compañía al cuadrilátero del Gremio de Luchadores?- preguntó con una sonrisa en el rostro.
- Seda- lanzó Iori con impaciencia. Ben cerró los ojos un instante y soltó aire poco a poco-. ¿En dónde lo encontramos?- no había tacto ni control, debía haberlo agotado durante la conversación, supuso Sango-.
- Directa al grano, ¿eh? Bien, me gusta. Yo también soy un tío directo. En el cuadrilátero encontraréis la respuesta- y les dedicó la mejor de sus sonrisas mientras señalaba la estructura con el dedo índice-.
Sango se removió inquieto y paseó su mirada entre cuadrilátero y Elvetyo. Clavó sus ojos en este último que alzó las cejas cuando Iori preguntó.
- ¿Cuál de ellos es Seda? - inquirió comprendiendo erróneamente de forma muy literal.
- Oh no, no, querida, no...- su sonrisa se ensanchó aun más-. Para llegar a Seda, debéis ganaros el derecho de ver a Seda y, aun así...- dejó la frase en el aire-.
- Venga ya, tiene que haber otra forma- replicó Sango-.
- No, no la hay- le respondió con dureza-.
Ben miró con dureza y negó con la cabeza. Pero Iori tenía otros planes, siempre los tenía. Le golpeó con la alforja que Ben sujetó con la mano derecha y se lanzó hacia adelante.
- Vamos-.
Sin tiempo para la réplica, el maestro de ceremonias lanzó una risa y a continuación gritó con un potente vozarrón.
- ¡Damas y caballeros! ¡Tenemos un espectáculo de última hora! ¡Espero que traigáis los bolsillos bien cargados de aeros, porque estamos a punto de ver un hecho histórico! ¡Por primera vez, en muchos años, una figura relevante, se digna a participar en nuestro cuadrilátero!- hizo una pausa para comprobar que había captado la atención de todo el mundo-. ¡Ha jurado destruir a todos y cada uno de los que están aquí presentes! ¡Es, nada más y nada menos, que Sango, el Héroe!- aplaudió él solo, Ben lo miraba con furia-. ¡Y no peleará solo, lo hará acompañada de una belleza de ojos azules y pelo castaño!- dejó que aquel detalle calara en las mentes de los futuros rivales. Ben tragó saliva. El cabrón lo sabía desde el principio-. ¡Se abren las apuestas y las inscripciones!- las voces se alzaron y se arremolinaron en una de las construcciones que había casi anexas al cuadrilátero-. Amigo Sango, armas y armadura fuera, por favor- Elvetyo le sonreía mientras le empujaba hacia Iori-.
Se habían alejado lo suficiente como para que nadie les escuchara, incluso el Maestro, que aguardaba a unos pasos de distancia de ellos.
- Iori, ayudame a quitar la armadura- pidió Sango con rabia-.
Ben miraba a Iori que se dedicaba a observar a su alrededor, sorprendida por el increíble estruendo que se desató en aquel lugar. Apoyó las manos contra su torso y alzó el rostro para mirarlo directamente a los ojos. Él le devolvió la mirada.
- Ha sido una trampa - acusó haciendo un gesto hacia el maestro de ceremonias que observaba con una sonrisa-. Esto no tiene que ver contigo. Lárgate a buscar la casita, la esposa y los hijos- y en lugar de usar las manos para quitarle la armadura, lo empujó para reconducirlo hacia la dirección del túnel por el que habían llegado-.
Sango que estaba irritado por haber caído tan fácil, cogió a Iori por los hombros y la zarandeó para aclarar la cabeza.
- Eh, mírame, ¿dónde queda lo de juntos, eh? Juntos. Hasta el final. Ayúdame a quitar la armadura-.
Iori le miró. La mandíbula de la chica se tensó y su respiración se hizo más pesada. Le sostuvo la mirada durante unos instantes, que finalmente acabaron con sus manos en la cintura. Sus movimientos eran torpes y perezosos, pero Ben no tenía la cabeza en ella. Pensaba en el inminente combate, en cómo golpearía, cómo defendería a la mujer, cómo les arrancaría a todos y cada uno de ellos las ganas de volver a luchar. El corazón latía con fuerza su respiración se agitaba, el ruido, los vítores, los ánimos que empezaban a llegar hasta ellos. Iori que estaba junto a él.
Cuando todo estuvo aflojado, Ben hizo los movimientos propios para sacarse la armadura de encima. La dejó en el suelo, junto con el cinto de las armas y el resto del equipo, capa y escudo. Se quitó la camisa y respiró el aire de otra manera, sin el peso de la armadura, todo parecía más liviano. La adrenalina corría por su cuerpo como los ríos en las crecidas: desbocados. Entonces se volvió hacia Iori y puso las manos a ambos lados de su cara y sin pensarlo arrimó sus labios a los de ella para besarla durante un breve instante. Acto seguido se separó y vio al Maestro de Ceremonias sonreírles y hacerles gestos para que fueran hacia el cuadrilátero. Sango se alejó de Iori. Estaba listo.
Se encaminó al cuadrilátero mientras recibía palmadas de los espectadores, gritos y abucheos. Allí dentro, ya esperaban dos rivales que le observaban con una sonrisa dibujada en el rostro. Eran dos tipos muy corpulentos que estaban calentando los hombros. Ben subió las escaleras y entró en el ring. La jaula que cerraba el cuadrilátero era, como había visto desde lejos, de madera y metal. No le gustaban los espacios cerrados pero aún así, la jaula al parecer abierta no le daba la sensación de agobio. Lo que sí le angustió fue saber que habían cerrado la puertas tras de sí y ella no estaba con él. Tardó unos segundos en comprender su fatal error. Había caído en una trampa por segunda vez en un intervalo de tiempo muy corto. Parpadeó lentamente con la boca abierta mientras dejaba que la ira se apoderara de él. Mientras tanto, la buscó con la mirada, pero el maestro de ceremonias tenía otros planes.
- ¡Que comience el combate!
Sango seguía buscando. Daba vueltas por el cuadrilátero y los dos tipos parecían reírse de su actitud. Pero al final, la vio. Estaba apartada, el maestro estaba cerca de ella con su sonrisa en el rostro. Ella le miraba, con los brazos cruzados sobre el pecho y él se aferraba a la jaula mientras la miraba. Le había fallado.
Uno de aquellos mostrencos le agarró de los hombros y le lanzó contra el suelo. Ben rodó hacia un lado y se levantó tan rápido como pudo. Un ataque por la espalda era una traición que no quedaría sin castigo. Sango corrió hacia el tipo y le embistió contra la jaula. Luego le golpeó con el codo en la cara antes de que el compañero acudiera en su rescate embistiendo a Sango y lanzándole contra la jaula, luego cayó al suelo. El tipo tiró de un brazo para levantarle y se preparaba para golpearle cuando Sango le pateó la espinilla.
Con los dos tipos, momentáneamente fuera de juego, Ben volvió a la esquina en la que estaba Iori. A lo lejos vio unas figuras ricamente vestidas acercarse a ese punto. Se aferró a la jaula y la zarandeó con fuerza.
- ¡Vete! ¡Huye!- le gritó.
Ella no le escuchaba. Por mucho que él gritara ella no entendía. La ira se tornó en desesperación y cuando la apresaron Ben volvió a gritar.
- ¡Lucha! ¡Lucha! - el público se encendió aun más, debieron entenderlo como una provocación-.
Un brazo la rodeó del cuello. La alzó hacia atrás, levantándola del suelo, sus pies apenas rozaban el suelo. Entonces Iori ejecutó una maniobra magistral. Lanzó las piernas hacia arriba buscando girar en el aire. Su imprevisible salto empujó a la figura que la aferraba hacia atrás, cayendo de espaldas. La mestiza se aseguró de que sus rodillas aterrizaran con brutalidad sobre su pecho. Ben sin tiempo para celebrar le gritaba.
- ¡Detrás!
Y entonces más figuras cayeron sobre ella, la sujetaron, la golpearon la amordazaron y la cargaron para llevársela de allí para meterse por una puerta en la pared. Sango, que había asistido impotente a la meritoria defensa de Iori, enloqueció. Se giró para encarar a sus rivales y les miró con el único deseo de hacerles daño. Hacerles daño por pura venganza. Por pura necesidad de apagar el fuego que había iniciado su ira.
Uno de ellos se abalanzó contra él con los brazos en alto. Ben se lanzó contra él pero con una posición baja y le consiguió poner la zancadilla. El mostrenco cayó al suelo de bruces y el otro consiguió apresarle por la espalda y le apretó con fuerza levantándole del suelo. Sango lanzó la cabeza hacia atrás y le asestó un golpe en la cara que aflojó la presión. El segundo cabezazo le soltó. Al girarse el tipo se había girado con las manos en la cara. Sango se acercó y la pateó las piernas hasta que consiguió derribarle. Se colocó sobre él y le cogió la cabeza para estampársela contra el suelo del cuadrilátero en varias ocasiones.
Se levantó y fue a por el otro que ya estaba recuperando la verticalidad. Cogió carrera y de un saltó le estampó la rodilla contra la cara tumbándole de nuevo. Sin tiempo que perder Ben le golpeó la cabeza con el tacón de la bota hasta que la sangre empapó el suelo del cuadrilátero. Se giró y enfiló al otro que no se había levantado y seguía doliéndose de su heridas. Se volvió a arrodillar junto a él y le golpeó con furia con los puños hasta que sus defensas cedieron.
Entonces, la puerta se abrió ante él y antes de que pudiera salir corriendo hacia ella, entraron otros tres tipos, más delgados, menos robustos, pero con pinchos caseros en las manos. Ben les enseñó los dientes y se levantó lentamente. Trataron de rodearle pero él buscó, rápidamente, ir contra el lado débil del que tenía a la derecha. Le cogió por sorpresa y lo arrolló extendiendo el brazo alrededor del cuelo. Una vez en el suelo, tuvo tiempo de taconearle la mano del pincho antes de que los otros dos se echaran sobre él.
(1) Le atacaron lanzándole estocadas con los pinchos y Ben detuvo las embestidas con golpes con los ataques. Usó una pierna para empujar a uno de ellos, y con los brazos detener los ataques del segundo. El tercero se levantó y buscó el pincho. Ben empujó al que tenía agarrado contra el suelo y pudo esquivar por muy poco un tajo que le lanzaba el tercero.
Miró hacia abajo y vio que tenía las manos y el torso ensangrentados. No sabía cuándo le había cortado pero gruñó y se lanzó contra el tercero. Le sujetó de tal manera que pudo estamparle la cabeza contra un barrote metálico de la jaula. Sin soltarla giró en torno a él justo en el momento en el que otro agresor le lanzaba una puñalada que acertó en su compañero. Ambos se miraron sorprendidos y Ben soltó al que tenía agarrado justo para abalanzarse a por su segunda presa a la que lanzó al suelo y golpeó con los dos puños en la cabeza, como si fueran dos mazas.
Un dolor agudo le aguijoneó el hombro izquierdo y le hizo gritar de dolor. Se giró para mirar y era el que faltaba. Se disponía a apuñalarle otra vez pero Ben consiguió levantar el brazo izquierdo. El pincho atravesó por completo el brazo pero Ben no se detuvo y lanzó con toda la fuerza que le quedaba el brazo derecho contra la cara de aquel tipo. Notó algo romperse y el tipo cayó al suelo. Se miró el brazo izquierdo y decidió hacerlo. Agarró la empuñadura del pincho, y sin contar, gritó y tiró con fuerza. Gritó y siguió gritando. El público parecía haber enmudecido.
- ¡Abre la puta puerta o los mato a todos!- enseñó el pincho y se arrodilló al lado del que acababa de tumbar-. ¡Abre!
Ben miró a uno de los operarios de la puerta que lanzaba voces. Ben parpadeó un par de veces. Alzó el pincho. El público gritó. La puerta no se abrió. Ben bajó el puñal y se lo clavó en el brazo a aquel desgraciado que gritó de dolor. Sango no cedió en la presión y miró la puerta que, tras unos instantes, se abrió.
- ¡Y el ganador es: Sango!- unas voces se alzaron pero cayeron casi al instante-.
Sango se levantó y echó un vistazo a los cinco cuerpos que había en el cuadrilátero. Escupió en el suelo y se marchó entre gritos que le llenaron la cabeza y le impidieron pensar. Bajó las escaleras y llegó al suelo. Caminó hacia sus cosas, que seguían tiradas en el suelo, mientras los presentes se apartaban. Cuando llegó a sus cosas, alzó la vista hacia atrás. Todas las miradas estaban puestas en él. Ben les ignoró.
Consiguió abrocharse el cinto y usó parte de la camisa para improvisar un vendaje para el brazo, había metido parte de la tela en la herida conteniendo las lágrimas y había apretado todo lo fuerte que pudo. A la herida del hombro, sin embargo, no llegaba. El resto de cosas se las echó al hombro y bebió de un frasco que guardaba en la bolsa de viaje (2). Aguardó unos instantes hasta que el dolor empezó a remitir y entonces cargó con la armadura al hombro. En dirección al último lugar que había visto a Iori.
Llegó hasta la puerta, la abrió y una vahara de aire fresco, o al menos no tan viciado, le golpeó en el rostro. Cerró los ojos y abandonó el silencio del Gremio de Luchadores. Cerró la puerta tras de sí y avanzó. Pendiente arriba. Al principio no fue consciente, pero a medida que avanzaba, se fijó en la mampostería del túnel, los acabados, el olor a mortero fresco. El túnel era nuevo. Gruñó algo inquieto pero se obligó a seguir avanzando. El dolor remitía y aquello le daba confianza. Su aspecto, lamentable, casaba con su espíritu intranquilo. Nadie se la jugaba a Sango y salía indemne de aquella.
Al final del túnel había otra puerta. Claro que la hay. Se la quedó observando un instante. No todos los días se veían puertas de metal. Tenía una fabricación exquisita, como el resto del túnel. Así que es posible que estemos en zona de dinero. Ah, el barrio noble. Ben alzó la pierna derecha y empujó la puerta. Para su sorpresa esta cedió.
Sango pasó al interior y le recibió una estancia cálida. De un rápido vistazo pudo ver que los acabados eran mucho más finos que los del túnel. La alfombra, el escritorio, incluso las cinco personas que estaban allí tenían mucho mejor aspecto, sobre todo si se comparaban con Sango, con el brazo izquierdo casi insensibilizado. Con cortes en los dos brazos y en el torso, con la armadura colgada del hombro junto con el resto de su equipo. Y finalmente, ella, tirada en el suelo. Sango dejó caer el equipo al suelo.
Se llevó la mano al cinto y la posó cerca del hacha. Ella, al menos, respiraba.
- Bueno, ¿hablamos o empezamos ya?-.
Alzó la cabeza y enseñó los dientes.
(1) Uso de habilidad: Nivel 0: Baile de uno - El entrenamiento ha dado sus frutos y Sango es capaz de utilizar su escudo, brazos, piernas, en definitiva, todo aquello de lo que disponga en un reducido espacio de terreno que considera suyo, para esquivar los ataques de varios enemigos.
(2) Uso objeto: Poción de Estoicismo - [Elixir, Limitado, 2 Usos] Otorga inmunidad ante el dolor e ignorar limitaciones derivadas de heridas (mientras sea razonable). Dura 2 rondas.
Sango
Héroe de Aerandir
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Comprendió, mientras se revolvía con fuerza y el enfado le martilleaba las sienes, que lo que Sango había intentado hacer desde la jaula era advertirle. El golpe en la nuca fue efectivo, y el mundo se apagó de una manera similar a cuando se quedaba dormida por el exceso de alcohol: en silencio y por completo.
Cargaron con ella, alejándola de la algarabía de la zona de combate, y cerraron la puerta. La cabeza de la muchacha caía lánguida contra la espalda del que la portaba. El túnel por el que se internaron olía a fresco. La piedra era nueva y estaba bien rematada. Seguía un trazado ascendente y cualquier persona con buena orientación, conocedora de Lunargenta, podría identificar que se dirigía hacia el Barrio Alto de la capital.
Cruzaron otra puerta metálica y el que cargaba con ella la bajó, depositándola con cuidado sobre la alfombra. La sala en la que se encontraban estaba mejor iluminada. Escasamente amueblada, pero con elementos de calidad. Rompía por completo con las Catacumbas que habían recorrido hasta entonces.
- ¿No le habrás dado muy fuerte? - preguntó una de ellos, inclinándose preocupada para comprobar la respiración de Iori.
- Apenas ha sido un toque. Esta chica se revolvía como una furia - se justificó el que la había traído encima.
- ¿No me digas...? - apuntó un tercero, apoyado contra la pared del fondo mientras frotaba el pecho. Parecía que le costaba un poco respirar.
Fue en ese momento cuando todos miraron hacia la puerta. Los pasos resonaban con fuerza. El pasillo estaba construido de tal forma que funcionaba como un gigantesco amplificador, aumentando cualquier sonido que se produjese en el túnel de acceso que conectaba con la zona de lucha. Todos se pusieron en guardia cuando Sango entró, pero ninguno habló.
El aspecto del Héroe resultó una visión que sembró el miedo en todos ellos. Retrocedieron un poco, dándole espacio para aproximarse a Iori.
- ¿Nadie me va a dar una explicación entonces? - sacó el hacha y la empuñó -. Última oportunidad-.
Mantuvieron su posición, excepto uno de ellos, que parecía algo nervioso. Entonces una puerta lateral se abrió con un ruido pesado. Unos pasos, suaves, delicados. Femeninos. Una mujer vestida con exquisitas ropas de tela violácea entró en la habitación. El cabello pulcramente recogido en un moño alto, la cara cubierta con un antifaz. Los cinco guardaespaldas que había presentes retrocedieron con gesto reverencial, manteniéndose en su perímetro.
Recorrió con los ojos la escena, observando primero a Iori tendida en el suelo, y luego alzando los ojos hacia Sango. No parecía impresionada por la apariencia que él tenía.
- Felicidades por el espectáculo, héroe. Llevo años viendo a los hombres chocar unos con otros, y nunca había tenido la oportunidad de ver lo que he visto esta noche - en aquel momento la mestiza se removió en el suelo. Comenzaba a despertar.
- ¿Y tú quién eres? - preguntó Sango.
- Tengo entendido que vinisteis preguntando por mí - Sonrió.
Iori abrió los ojos y se tensó. Reprimió un jadeo y se giró para ponerse sobre sus rodillas rápidamente. Recordó a Sango atrapándola contra el muro. Presionando contra ella el escudo con violencia, dejándola sin respiración... Cuánto había deseado aquel contacto... Arrepentirse de algo que había buscado ella misma no era algo que cuadrase con Iori. Pero haber provocado a Sango en las catacumbas comenzaba a pasarle factura en el cuerpo.
Tomó aire y miró alrededor de ella, confundida. Los cinco uniformados, la mujer del antifaz... y cuando reparó en Sango... su expresión se congeló.
- Yo soy Seda - aclaró la mujer a ambos ahora.
Pero Iori no la miró. Continuaba con su atención clavada en el humano. Recorrió con sus pupilas cada centímetro de su anatomía, antes de buscar en sus ojos. Con culpa. Con dolor. Con lágrimas.
Imaginó que los elegidos por los Dioses tenían que lucir de una forma parecida a la que Sango mostraba en aquel momento. La sangre brillaba sobre su piel, como pequeños hilos oscuros. La camisa, completamente destrozada sobre su brazo izquierdo apenas alcanzaba para empapar toda la sangre.
- Sí, claro que preguntábamos por ti. Un recibimiento de mierda, por cierto - guardó el hacha e hincó la rodilla izquierda en el suelo. Posó la mano derecha en el hombro de Iori y apretó con suavidad -. Eh, ¿estás bien?- preguntó en voz baja.
Iori se mordió el labio. Dejó que el calor de la mano de Sango se impregnase en ella y lo miró. La última vez que lo había visto estaba entero, dentro del cuadrilátero. Carecía de sentido que, herido como estaba, la preocupación en la voz de Sango se dirigiese a ella y no a él mismo. Y era precisamente aquella amabilidad que rebosaba en la forma de tratarla lo que la estaba haciendo sentir peor. No pudo dejar de mirarlo, perdiéndose un poco a si misma en sus ojos verdes.
Sintió un tirón dentro de ella hacia él. Quería limpiarle la sangre, quería aliviar su dolor y vendar sus heridas. Quería besar cada corte en su piel, y sellar allí la disculpa que gritaba dentro de ella. Olvidó lo suficiente del mundo en el que estaba como para que sus piezas internas temblasen. Su desordenado caos cambió, buscando cómo encajar de nuevo las piezas... bajo su luz.
Pero...
Apenas fue consciente. Algo que quiso crecer dentro de ella desapareció con el sonido de un cristal rompiéndose. Devorado por las sombras que crecían dentro. Iori tragó saliva, y comprendió.
Observó un instante las cenizas de lo que una vez había sido ella. Allí ya no quedaba nada. Se apartó de lo que una vez fue, y su mente se alzó, fragmentada y sombría de nuevo.
Abrazó con fuerza lo que nació de su miedo. Porque la rabia era mejor que la culpabilidad. Mejor que el dolor. Mejor que las lágrimas.
Clavó la mirada con un punto de ira en él. Respiró y se obligó a reaccionar muy despacio. Se apartó del Héroe, volviéndose para ponerse de pie y encarar a la mujer, prestándole ahora atención.
- ¿Seda entonces? - preguntó para aclarar.
La mujer sonrió en señal de asentimiento, mientras la mestiza ladeaba el rostro y la miraba. Tenía la sensación de que... había algo familiar en ella.
- Me han dicho que te buscara. Tú conoces la manera para acceder a las mansiones del Barrio Alto. Deseo entrar en la de Hans Meyer con seguridad - recitó la frase que había estado repasando en las últimas horas en su mente.
- Lo sé - afirmó antes de mirar hacia uno de sus guardias y chasquear los dedos, mientras ensanchaba la sonrisa. La mujer desapareció por una puerta que había al fondo de la habitación. - Y lo haré. Pienso ayudaros - Aseguró. - Pero seré yo la que indique el cómo y el cuándo. -
Sango bufó. Aquello era, sin duda, otra trampa. No había negociación, no había propuesta, réplica, súplica. Nada. Petición y deseo concedido. Miró con desconfianza a la persona que se acababa de ir y luego posó los ojos en la máscara de Seda.
- ¿Por qué? - preguntó - ¿Por qué ayudarnos sin conocer más detalles? ¿Por qué ayudarnos sin más condiciones que la hora de entrada? ¿Qué tramas?-
- La campaña de caza organizada por Hans Meyer no es un secreto. Sé quien es ella - señaló a la mestiza con la barbilla. - Y sé quién eres tú. - Se giró de medio lado. - Además, Iori tiene sus motivos. Yo tengo mis motivos. Y el gran Héroe sin duda, tienes sus motivos - respondió.
- Conozco mis motivos. Conozco sus motivos. No conozco los tuyos. Habla claro, Seda, ¿Qué ganas colándonos en la casa de Meyer? - alzó la voz.
La sonrisa de la mujer pareció reducirse, y su pecho se hinchó llenándose de paciencia. Parecía que no estaba muy acostumbrada a escuchar a nadie contrariarla.
- Digamos que Meyer es... un pequeño inconveniente para mis negocios. Lo encuentro incómodo, y ella quiere ponerle las manos encima. Os ofrezco un trato que nos beneficia a todos. ¿Qué me decís? -
- Hecho - la voz de Iori temblaba. Su cuerpo también. No necesitaba pensar. - Trato hecho - volvió a repetir, bajando la voz para controlar la excitación en su tono. - ¿Cuándo? -
La risa de la mujer reverberó en la sala.
- Lo tienes claro muchacha. Supongo que después de todo, has recorrido un largo camino hasta llegar aquí. Solo tienes que aguardar un poco más pequeña. Lo tendrás en dónde quieres - aseguró, imprimiendo una inflexión extraña en sus últimas palabras. - Es cerca de media noche. Estáis agotados y heridos. Os diré lo que haremos antes de dejaros descansar. - Se colocó en el centro de la sala, acercándose a la mestiza, mientras adquiría la actitud de quien estaba acostumbrado a gobernar sobre los demás.
- Mañana, al medio día, Sango presentará a Iori en la puerta principal de la mansión. Irá atada, y él reclamará la recompensa por su captura. Os conducirán al interior. Hans se preparará para recibirte. Solamente tendréis que interpretar el papel hasta que aparezcan dentro los refuerzos. -
- ¿Refuerzos? - preguntó Sango soltando aire - ¿Refuerzos? - repitió y se giró hacia Seda - ¿Qué refuerzos? - preguntó, pero sabía la respuesta.
No podía dejar que siguiera interfiriendo. Sango ya no formaba parte desde aquel momento del plan. Le había pedido que la guiara hasta las Catacumbas. Y había cumplido. Iori se colocó delante de él, captando la atención de nuevo sobre ella.
- De acuerdo - volvió a aceptar, mirando con un fervor casi enfermizo a la mujer. - Lo haremos... lo haré. Él no participará. Está fuera de esto - añadió sin mirar a Sango.
- ¿En serio? Es una lástima, pero creo que los rumores que lo relacionan contigo ya han salido de las Catacumbas. Sería difícil explicar cómo la chica de la recompensa escapó a las manos del Héroe. Pero si lo que te preocupa es su bienestar, te aseguro que Sango saldrá de la mansión de Hans Meyer de la misma forma que entrará. Intacto -
Iori agachó la cabeza al escuchar aquellas palabras. Los ojos muy abiertos. ¿Había sido tan evidente? Algo se removió dentro de ella. Algo en las cenizas sobre las que se asentaba su nuevo yo. Ladeó la cabeza lo suficiente como para mirar al hombre a su lado.
Quiso gritar.
Cuando se dio cuenta de que necesitaba no caer en el remoto riesgo de llegar a necesitarlo.
- ¡Bien! está todo dispuesto entonces. Mis guardias os conducirán a un lugar seguro para que paséis la noche. Ha sido llamada una sanadora para que se haga cargo de vuestras heridas. - miró de forma especial a Sango, casi compadeciéndose. - Recuperad energía y dormid bien. - Avanzó hacia Iori y apoyó una mano en el hombro de la mestiza, que continuaba con la cara agachada. - Mañana será un día muy esperado -
Seda no tenía ni idea de hasta que punto, aquellas palabras eran ciertas en ella.
- Ya que no quieres responder a mis preguntas, al menos tráenos algo de beber, anda - le dijo a Seda antes de ir a recoger su equipo y terminar de meterlo en la estancia.
La sonrisa de la mujer se volvió a ensanchar, y el sonido de sus ropas acariciando el suelo fue lo único audible. Caminó hacia la puerta del fondo sin volver la vista atrás, escoltada por uno de sus guardias.
- Buenas noches pequeños - se despidió antes de desaparecer. Los guardias que quedaban se pusieron firmes mirándolos.
- ¿Necesita ayuda con eso? - se acercó uno de forma solícita mirando a Sango.
- No hace falta, gracias - una sonrisa se le dibujó en el rostro y le guiñó un ojo a Iori - ¿A cuál de estos casi le partes el pecho? - miró al que se le había acercado - Si tienes a bien, por favor, llévanos arriba -
- Subiremos a la superficie por aquí - intervino una muchacha de cabello oscuro, mientras abría una puerta lateral, llamando la atención de los dos. Sango se situó al lado de Iori y le hizo un gesto para ponerse en marcha.
Iori no lo miró. Iori hizo oídos sordos. Iori lo ignoró, como si Sango no estuviese allí. Dándole la espalda avanzó detrás de la guardia sin abrir los labios. Los demás aguardaron a que Sango caminase tras la mestiza para cerrar filas tras ellos y asegurar la puerta que cruzaban al pasar. El túnel tenía el techo alto, y conforme avanzaban se fue transformando en un pasillo bien iluminado.
- La señora desea que paséis aquí la noche. Este palacete le pertenece. Seréis sus invitados de honor. - presentó la chica antes de cruzar una última puerta con ellos. La luz de las estrellas en el cielo los saludó, cuando avanzaron a un amplio jardín muy cuidado. Iori miró tras ella y se fijó en que la puerta de acceso estaba disimulada justo en la peana sobre la que se encontraba una enorme fuente de mármol. Los guardias que avanzaban detrás de Sango sellaron el acceso de forma que, de no haberlo visto, nadie sabría que estaba allí.
- Os mostraré las habitaciones. Os llevarán comida y bebida, y atención médica - aseguró. Hablaba más que como una guardaespaldas, como una eficiente ama de llaves.
Aún en la oscuridad de la madrugada, la piedra blanca de la construcción parecía relumbrar. Más allá de los jardines, que olían a hierba recién cortada, se alzaba un increíble edificio. Estaban en pleno corazón del Barrio Alto, y por la fachada principal, Sango podía reconocer el lugar.
- Seguidme - les indicó mientras sus pasos los guiaban por los soportales de mármol pulido de la primera planta.
- La bebida fría, por favor - y la voz del Héroe sonó algo cansada.
En lo que parecía la zona de las habitaciones la mujer se detuvo frente a una puerta. Sango dormiría en aquella, mientras otro guardia acompañaba a Iori a la puerta contigua. No miró atrás. No se despidió. La mestiza atravesó la entrada y cerró a su espalda. Quietud.
Menos en los demonios de su cabeza.
Apoyándose contra la madera que tenía detrás, observó desde allí lo que había dentro. El tamaño de la estancia cubría fácilmente la totalidad de la casa en la que se había criado con Zakath. El techo era altísimo, y la claridad entraba de forma espectral a través de una pared cubierta por entero con enormes cristaleras. Los muebles, de cara factura, estaban colocados con mimo para crear la sensación de una estancia lujosa pero no saturada. Avanzó.
Notó como sus gastadas botas se hundían cuando llegó a la alfombra. La cama era gigantesca, fácilmente mediría dos metros en cada lado. Acarició con la mano la sábana que la cubría y su suavidad la sorprendió.
Como suaves habían sido los labios de Sango.
Aquel contacto breve la había dejado con ganas de más. Su boca sabía a ansia, a adrenalina pura. A esas emociones que espolean en las personas las ganas de seguir viviendo. Había sido uno de esos besos que silenciaban el mundo a su alrededor.
Caminó hacia el fondo de la habitación a tiempo de descubrir una puerta más. Se encontró con un lujoso baño, elaborado con un tipo de distribución que no había visto nunca antes entonces. Se acercó a la bañera que se situaba en el centro de la estancia y observó las canalizaciones metálicas. El olor de su piel se había quedado grabado en su memoria, y allí mismo, lejos de él, todavía era capaz de evocarlo. Abrir el grifo la maravilló.
Observó con gesto perdido cómo se iba llenando poco a poco. El borboteo rítmico del agua fluyendo le produjo cierto sosiego, y metió la mano dentro para comprobar su temperatura. Helada. Sonrió. Y recordó el calor de sus manos cuando la tomó por las mejillas para acercarla a él.
Se levantó de golpe y miró al frente. Al otro lado, colgado en la pared, un gigantesco espejo le devolvía su imagen. Reconoció sus ojos azules y vio una expresión muy clara en ellos. Lo entendió al instante: Sango representaba algo a lo que ella comenzaba a tener miedo.
La ropa cayó a un lado de forma descuidada, y Iori sumergió su cuerpo en el agua. Estaba congelada, y el mordisco helado en su piel le sentó bien. Alejó el dolor de su cuerpo, anestesiado por las bajas temperaturas. Y la ayudó a olvidarse de la boca que estaba en la habitación de al lado.
Cuando salió, entumecida, cruzó la estancia desnuda mientras el agua caía de su cuerpo.
Observó que habían dejado mientras estaba en el baño una enorme bandeja de plata con comida de aspecto suculento. También vio agua. Y vino. Tomó la botella, de un intenso color cereza y la abrió. No apreciaba el sabor ni los aromas. No iba a acompañarlo con ninguna de las viandas. Tragó hasta vaciarla, deseando que el alcohol hiciese su parte para ayudarle a pasar la noche.
Volvió sobre sus pasos y se sentó todavía sin secarse en el borde de la cama, de cara a la puerta de salida al balcón. Su mirada vacía, y su cuerpo entumecido por el frío. Alzó la mano y se tocó el cuello, antes de bajar despacio, trazando la línea del hueso hasta el hombro. Siguió bajando. Ciñó la palma en su costado, hasta rozar la suave redondez de su pecho.
Cerró los ojos.
Estiró la cabeza y notó el suave golpe del colchón en su espalda cuando se dejó caer hacia atrás. Ahora eran sus piernas las que estaban frente al ventanal. La cadera ondeó. La mano siguió bajando. Y separó las rodillas. Fue en ese momento, cuando la punta de sus dedos helados rozaron por primera vez algo cálido en ella.
Y húmedo.
El sonido de una mano llamando a la puerta pasó desapercibido. La madrugada había avanzado mucho cuando Sango entró con cuidado a la habitación y cerró la puerta tras él. Se asomó y no vio lo que buscaba. El Héroe giró en torno a la cama vacía, y fue entonces cuando pudo ver un bulto bajo el dintel de la puerta abierta que daba al balcón. Tumbada justo debajo, estaba Iori. Una sabana blanca la cubría parcialmente. El pelo húmedo. Y en donde no había tela cubriendo su cuerpo, piel desnuda. La mestiza estaba dormida.
Sango se quedó mirando a Iori. En silencio. Observaba su pecho ascender y descender al ritmo de la respiración. De aquella manera era más evidente la extremada delgadez de la mujer. Dio un paso hacia ella y luego miró la distancia que le separaba de la cama. Dio un paso al frente y se inclinó ante ella. Echó un brazo por debajo de los hombros y el otro por detrás de las rodillas. La alzó sin aparente dificultad y suspiró. En un par de zancadas se plantó frente a la cama y la dejó con toda la delicadeza que pudo. Entonces se alejó y caminó de regreso a su habitación.
Él no hacía apenas ruido. Pero no era ese el motivo por el que Iori había despertado. Se incorporó a tiempo de verlo de espaldas y se sacó de encima la sábana. La tela cayó al suelo y el sonido detuvo a Sango. Los ojos de ella se estrecharon, observando en la penumbra su figura junto a la puerta.
Parecía otro. Ropa nueva cubría su cuerpo, y la sangre con la que lo había visto la última vez no manchaba la camisa blanca que llevaba ahora. Su pelo lucía más suelto, más suave, recién lavado.
Sango cerró los ojos, decepcionado consigo mismo. En lugar de salir de la habitación se giró para mirar a Iori. Se le escapó el aire aunque se recompuso al instante. Iori no se escondió. Permaneció sentada, en el centro de la cama con los ojos fijos en él. Lo vio caminar y sentarse hasta la silla que había junto la mesa de la cena. Los ojos verdes brillaban cuando él dirigió la vista más allá de la ventana.
- No deberías dormir en el suelo, menos con estas camas - dijo en un tono bajo pero audible.
No todas las personas reaccionaban igual a su falta de pudor. Un comportamiento extraño, a medio camino entre la inocencia y la provocación. En el silencio que hubo entre ambos ni pestañeó, con la vista clavada en Sango. Analizando su reacción. Unos se azoraban, nerviosos. Otros se lanzaban con prisa. Él la ignoraba. Y eso azotó vientos de deseo en ella.
El vino disolvió su última decisión sobre él. Esa en la que se propuso ignorarlo por completo hasta que sus pasos caminasen lejos de su vida. Quiso probar, probarse a si misma. Averiguar si había forma en la que los ojos y también el cuerpo de Sango estuviesen centrados en ella.
Pero él debía de salir ya de todo aquello. Las cejas de la chica se contrajeron levemente.
- Mañana me encontraré con Hans. No quieres ver lo que haré con él. Descansa aquí esta noche y mañana por la mañana márchate. No importa lo que diga Seda. - hablaba despacio, arrastrando un poco las palabras. Sus ojos se apartaron entonces de la mirada verde, y recorrieron la anatomía del guerrero. No dijo nada, pero su rostro volvió a temblar con la sombra de la molestia. Y un toque de culpabilidad.
- Ah, veo que hoy nadie quiere contestarme - sonrió - Lo que pase mañana, es cosa de mañana, yo quiero saber cómo estás ahora - añadió sin apartar la vista. Lástima que Iori no estuviese en posición de complacerlo con aquella pregunta. Repasó el cuerpo de Sango con atención en silencio, y cuando pareció satisfecha volvió a buscar su mirada
- Te irás - repitió usando su mismo tono bajo. La brisa de la noche estival entró por el ventanal.
- Nos iremos - corrigió - Sin embargo, creo que deberíamos hablar de una cosa que pasó ahí abajo - estiró las piernas y se cruzó de brazos después de tapar un bostezo con la palma de la mano.
El gesto de molestia en Iori fue más claro todavía ahora. Él se empeñaba en hablar, en intentar acceder con sus palabras a un sitio que estaba vedado. Seguro que esa boca podía tener mejores usos que toda aquella verborrea que ponía a Iori en guardia. Intentó mantener la expresión cuidadosamente ensayada, pero Sango le dificultaba las cosas. No respondió, pero le mantuvo la mirada y aguardó.
- El truco de la bolsa... Fue, imprudente, pero brillante. Lanzarles una punta de hierro...- soltó aire imitando un risa, pero estaba serio.
Oh, sí. Aquello había sido un buen error. Había ido recolectando, uno por uno, todos los artículos que iban en esa bolsa. Cada uno de ellos escogido con cuidado para cumplir una función muy concreta. De todo lo que portaba con ella, esa bolsa era su bien más preciado. Cuando fue consciente de la confusión en las Catacumbas se descontroló por completo. Y quizá volvía a sucederle de nuevo por las preguntas de Sango.
Los ojos azules se enturbiaron, y la mestiza apartó la mirada. Observó el balcón y se deslizó sobre el colchón para ponerse de pie.
- Es algo que tengo guardado para Hans… - respondió con tono funesto. - Me equivoque de bolsa cuando pensé en lanzarles el dinero - aclaró, apoyándose ligeramente contra el marco labrado de la puerta.
- Ah, un arma con nombre y apellidos - Ben no apartó los ojos mientras ella caminaba hacia el balcón - ¿Quién forjó la punta? Si se puede saber, claro - desvío la mirada hacia la bandeja de comida y no le desagradó la idea de probar bocado.
- No lo sé. La robé de un puesto, cerca de Roilkat. - dijo la verdad. Se cruzó de brazos mirando hacia los jardines interiores que se veían desde el balcón. Y más allá, la ciudad.
Sango no pudo evitar sonreír al escuchar que la punta venía de Roilkat.
- Qué tendrá el desierto que muchas de las grandes historias comienzan allí - hizo un pausa y cogió un trozo de pan - Creo que fue allí donde la gente empezó a llamarme Héroe - se metió un trozo de pan en la boca y masticó durante unos instantes - ¿Cómo estás? - insistió antes de llevarse otro trozo de pan a la boca.
La mestiza resopló, con el enfado creciendo en ella. De nuevo buscando respuestas en ella. Obligándola a pensar en unas palabras para expresar algo que ni ella misma era capaz de asumir en su totalidad. Se giró y volvió a entrar en la habitación, mirando con furia contenida a Sango a los ojos.
- Dímelo tú Sango. ¿Cómo estoy? - se detuvo a dos metros de él, retándolo con la mirada - ¿Y tú? ¿Cómo estás tú? - contraatacó. Aunque realmente lo que consiguió con esa pregunta fue mostrarle un punto abierto al Héroe. Una estúpida debilidad.
Había cogido un trozo de queso pero se obligó a dejarlo cuando Iori le lanzó sus preguntas. Carraspeó y cruzó las piernas a la altura de los tobillos.
- Sinceramente, estoy acojonado. Estamos en una casa que no conozco. En manos de una tipa cuyos motivos son insuficientes y que además accede a ayudarte, ayudarnos, sin pedir nada a cambio - apretó los puños - Estoy preocupado por nuestras vidas. Porque ahora mismo, no nos pertenecen - se miró los pies - Dime Iori, ¿Lo sientes? ¿Sientes el peso de lo que está por venir? - le miró a los ojos. Y Iori se quedó con la mente en blanco. Sintiendo que esas palabras de Sango había hecho blanco en ella. - Pues apártalo de tu cabeza. No merece la pena darle vueltas a las cosas que pueden cambiar - se volvió hacia la bandeja y cogió el quedo que había posado antes - Deberías de comer algo. La comida alegra el espíritu y calienta el corazón-.
Era verdad. La comida era uno de los mejores regalos que los Dioses habían dado. Iori había disfrutado mucho de esa faceta, conectaba de forma especial con ella misma cuando cocinaba. Pero ahora, solamente pensar en ingerir algo sólido, hacía que las entrañas se retorciesen dolorosamente dentro de ella.
En cambio, había otras cosas que se podían comer, que le causaban el efecto contrario. Observó a Sango con un nuevo matiz en los ojos. Pero antes...
- No tienes motivos para seguir aquí. Me has llevado a las catacumbas, has cumplido. Por última vez - dio un par de pasos hacia él. - Márchate -
- No sin ti -
Sintió ganas de arañarle la cara. Extendió la mano hacia los pies de la cama. Agarró la punta de una de las muchas almohadas de pluma que había, y la lanzó con todas sus fuerzas para estampársela a Sango en la cara.
Se comió todo el golpe y antes de que cayese aferró la tela contra su cara. ¿Estaba riendo? Aquello la enfermó. El Héroe bajó poco a poco la almohada, y cuando miró por encima, Iori estaba a dos palmos de él. Estaba navegando a medio camino entre querer comérselo y querer romperlo. Y en su mente veía muchos puntos en común entre ambas posturas. Colocó una rodilla sobre el borde de la silla en el que él estaba sentado, despacio y justo pegada al hueco entre sus piernas de forma peligrosa.
- Sango… - susurró mientras alzaba la mano. Tomó la almohada y se la retiró muy despacio, para extender el brazo y dejarla caer a un lado. Solo el aire los separaba. Lo miró desde arriba, aprovechando la ventaja de aquella postura y se afirmó mentalmente en lo que quería. Romperlo y que él la rompiera a ella.
- Cuéntame, qué pasó en el desierto - pregunta sin interés para ella, pero necesaria para comenzar. Buscó con las manos el cuello de la ropa limpia que llevaba y comenzó a desabrochar los botones. Aflojó la tela y buscó deslizarla despacio. Los dedos de Iori estaban congelados, y tocaba de forma muy superficial la piel de Sango. Allí estaban las heridas que había sufrido por su culpa. Contuvo las ganas de fruncir el ceño mientras buscaba. Buscaba ver con sus propios ojos de nuevo, el precio que él había tenido que pagar por ayudarla.
Los ojos verdes fueron desde la pierna que tenía Iori entre las suyas, hasta los ojos azules en un lento avance. ¿Estaba controlándose? O quizá no sentía nada... Dejó escapar el aire cuando las frías manos hicieron contacto en su piel, erizándola. Estaba dejándose hacer, pero la mestiza no tenía claro qué era lo que pasaba por su cabeza.
- En el desierto...- se obligó a tragar saliva - ¿Qué pasó? ¿Cuándo? -
Los dedos resbalaron, abriendo con práctica los botones de la cara tela con la que estaba confeccionada la camisa. Iori puso cara de concentración en lo que decía Sango, pero sus ojos no escondían sus intenciones. Bajó la vista con avidez para observar la zona en dónde se encontraba la herida de su hombro. La venda la cubría, y apenas una leve sombra evidenciaba en dónde se encontraba la sangre. Se quedó quieta, meditando.
Cuanto más físico, más alejado de su corazón.
Siempre había sido así. El sexo en Iori le servía para marcar distancia con las personas. Evitar aproximarse demasiado a alguien y caer en la tentación de... crear lazos. Buscó los ojos de Sango, y el brillo verde la abrazó como si estuviese en el bosque. Supo que tenía que acostarse con él.
Tenerlo dentro para dejarlo fuera.
- ¿Cuándo se fraguó allí el héroe que eres hoy? - preguntó casi como un arrullo. Volvió a centrarse en la piel del hombre y percibió en su pecho entonces más cortes. Los habían tratado pero estos estaban al descubierto. Siguió desabotonando y se detuvo a la altura de su ombligo, mientras se inclinaba más sobre él ahora. Alzó la mano y se detuvo a escasos centímetros de apoyar los dedos en el corte más llamativo. Buscó de nuevo sus ojos, y la mestiza pidió permiso sin hablar.
El no hacía ni el intento de mirar para otro sitio que no fueran los ojos de Iori. Dio un pequeño respingo cuando apoyó sus fríos dedos en una herida y Iori sonrió.
- Algo pasó esa noche, estábamos en Roilkat, celebrando... Hostblót. Nos atacaron, hubo un destello de hechicería y nos desvanecimos en un remolino. La noche pasó a ser día - la mestiza sintió como en ese momento, él la rodeaba con un brazo y le acarició la espalda. El resto de su narración pasó a un segundo plano para ella, aunque se centró en el tono masculino de su voz.
- Y en el día, atacaron las puertas de Roilkat; una manda de kags de los Nórgedos. Nos pidieron ayuda, había familias que venían a la carrera para pasar a la ciudad, madres con hijos en brazos, niños que tropezaban... Cargamos contra los kags, Zelas y yo; salvamos a las familias más rezagadas, desviamos la columna y el remolino nos devolvió a la noche - parpadeó un par de veces - No sé si eso tiene algún sentido, pero, desde esa misma noche, había casi reverencia en los ojos de esa gente -
Acarició con la yema de los dedos las marcas visibles en el pecho de Sango, recientes y antiguas. A diferencia de ella, la piel de él ardía, e imaginó que la diferencia de temperatura le estaba resultando desagradable al soldado. Sonrió cuando vio cómo le había erizado la piel.
Había escuchado superficialmente la historia, y podía imaginar en aquella situación lo que habría significado para aquellas gentes la intervención de él. Casi casi como un regalo de los Dioses. Sin embargo hablaba con humildad de él mismo. ¿No era del todo consciente de lo que producía en las personas? Ese hilo de pensamiento se cortó cuando la caricia en su espalda arrancó de ella un escalofrío. No era ni lo suficientemente cercana ni fuerte. Deseaba que esa mano se clavase en la parte baja de su espalda y la apretase hasta dolor.
La rodilla de la mestiza ya no estaba clavada en su entrepierna con intención de someter, aunque pudo sentir contra ella una dureza diferente. Lo miró con atención, sorprendida por lo bien que se controlaba. Y el deseo burbujeó en ella. Las manos ya no repasaban sus heridas. Unas gotas del cabello húmedo de la mestiza cayeron sobre el abdomen de Sango, mientras Iori terminaba de desabotonar totalmente su camisa.
- Puedo imaginarlo. - separó las dos mitades para ver frente a ella el cuerpo del héroe.
Se arqueó contra él, notando la presión de la mano de Sango y su brazo rodeándola. Su torso era lo que cabría esperar, y más todavía. La fortaleza de sus músculos capturó por completo la atención de Iori. Increíblemente formados, la suave luz proyectaba sombra en los sitios adecuados, haciendo que el espectáculo de tenerlo debajo de ella fuese... impresionante. Miró más tiempo del que solía dedicar a aquello, y pensó en la diferencia que había entre las cicatrices de ambos.
Las de él, ganadas en combate, defendiendo, protegiendo, a otros y a si mismo. Significaban honor y sacrificio.
Las de ella, consuelo en el dolor, lesiones cobardes para controlar el infierno que vivía en ella de manera permanente.
Quería estrecharlo, tumbarse sobre él y devolverle el abrazo. Pero algo en su mente le dijo que no estaba bien mezclar cicatrices con orígenes tan distintos. Y sin embargo ardía por él. No apartó los ojos. Podía no unir piel con piel con él, pero su boca estaba intacta.
- Tu vida tiene que estar llena de momentos como ese…- y sus labios se entreabrieron.
La mano libre de Sango le apartó los mechones de pelo que se empeñaban en seguir cayendo hacia delante, tapándole los ojos. Iori vio en su mirada que profundos pensamientos se movían en su mente. No rompió la conexión, hasta el punto de que creyó ver una chispa azul en el verde de Sango. Entonces, algo cortó su respiración. Iori se puso en guardia ante aquella reaccion. Quiso respirar y lo hizo pero dando una profunda bocanada de aire; las caricias cesaron.
- Y los que quedan - murmuró apenas tuvo oportunidad de hacerlo.
Observó, casi como si pudiera conectar con su mente cómo lo que apenas comenzaba a perfilarse como deseo en él desaparecía arrastrado por la corriente de sus pensamientos. Abrió mucho los ojos, observando frente a ella que lo que parecía una promesa de sexo se desvanecía. Quiso morderlo. Quiso atraparle la cara entre las manos y besarlo. Clavar con más fuerza la rodilla contra él y, cuando estuviese listo, clavarlo a él de otra manera en su cuerpo.
Dentro. Rudo. Duro.
Pero Iori no jugaba en sitios de dónde la echaban. Se tragó como pudo el deseo que ardía por él y desvió la mirada. Se apartó liberándolo de la improvisada jaula en la que lo había mantenido contra su cuerpo y se levantó. Su rostro, frío, se giró de cara al ventanal. Pasó al lado de la cama y tomó la sábana del suelo para envolverse con ella.
No era la primera vez que pasaba, por descontado. Desear y ser deseado no era algo infalible. A veces tenías uno, a veces otro, y en ocasiones, los Dioses sonreían y se daban los dos a la vez. Los dos escasos momentos en los que rompieron la barrera de la distancia entre ellos la habían engañado. Creando expectativas de un quizá, que se tradujo en aquel instante en un nunca. Salió al balcón y observó las estrellas en el cielo.
Ante un no, una marcha atrás, Iori jamás insistía.
Lo escuchó levantarse y caminar con sus pasos largos hasta la puerta. No había más que decir. Mañana sería el último día. Y Sango un número más de la lista de personas de las que Iori se quedaría con las ganas.
- Descansa, Iori. Buenas noches - y sin más, salió de la habitación.
La brisa movió su cabello mientras pensaba que, afortunadamente todos los que estaban en esa lista ya habían sido olvidados. Como olvidaría a Sango pasados unos días.
Cargaron con ella, alejándola de la algarabía de la zona de combate, y cerraron la puerta. La cabeza de la muchacha caía lánguida contra la espalda del que la portaba. El túnel por el que se internaron olía a fresco. La piedra era nueva y estaba bien rematada. Seguía un trazado ascendente y cualquier persona con buena orientación, conocedora de Lunargenta, podría identificar que se dirigía hacia el Barrio Alto de la capital.
Cruzaron otra puerta metálica y el que cargaba con ella la bajó, depositándola con cuidado sobre la alfombra. La sala en la que se encontraban estaba mejor iluminada. Escasamente amueblada, pero con elementos de calidad. Rompía por completo con las Catacumbas que habían recorrido hasta entonces.
- ¿No le habrás dado muy fuerte? - preguntó una de ellos, inclinándose preocupada para comprobar la respiración de Iori.
- Apenas ha sido un toque. Esta chica se revolvía como una furia - se justificó el que la había traído encima.
- ¿No me digas...? - apuntó un tercero, apoyado contra la pared del fondo mientras frotaba el pecho. Parecía que le costaba un poco respirar.
Fue en ese momento cuando todos miraron hacia la puerta. Los pasos resonaban con fuerza. El pasillo estaba construido de tal forma que funcionaba como un gigantesco amplificador, aumentando cualquier sonido que se produjese en el túnel de acceso que conectaba con la zona de lucha. Todos se pusieron en guardia cuando Sango entró, pero ninguno habló.
El aspecto del Héroe resultó una visión que sembró el miedo en todos ellos. Retrocedieron un poco, dándole espacio para aproximarse a Iori.
- ¿Nadie me va a dar una explicación entonces? - sacó el hacha y la empuñó -. Última oportunidad-.
Mantuvieron su posición, excepto uno de ellos, que parecía algo nervioso. Entonces una puerta lateral se abrió con un ruido pesado. Unos pasos, suaves, delicados. Femeninos. Una mujer vestida con exquisitas ropas de tela violácea entró en la habitación. El cabello pulcramente recogido en un moño alto, la cara cubierta con un antifaz. Los cinco guardaespaldas que había presentes retrocedieron con gesto reverencial, manteniéndose en su perímetro.
Recorrió con los ojos la escena, observando primero a Iori tendida en el suelo, y luego alzando los ojos hacia Sango. No parecía impresionada por la apariencia que él tenía.
- Felicidades por el espectáculo, héroe. Llevo años viendo a los hombres chocar unos con otros, y nunca había tenido la oportunidad de ver lo que he visto esta noche - en aquel momento la mestiza se removió en el suelo. Comenzaba a despertar.
- ¿Y tú quién eres? - preguntó Sango.
- Tengo entendido que vinisteis preguntando por mí - Sonrió.
Iori abrió los ojos y se tensó. Reprimió un jadeo y se giró para ponerse sobre sus rodillas rápidamente. Recordó a Sango atrapándola contra el muro. Presionando contra ella el escudo con violencia, dejándola sin respiración... Cuánto había deseado aquel contacto... Arrepentirse de algo que había buscado ella misma no era algo que cuadrase con Iori. Pero haber provocado a Sango en las catacumbas comenzaba a pasarle factura en el cuerpo.
Tomó aire y miró alrededor de ella, confundida. Los cinco uniformados, la mujer del antifaz... y cuando reparó en Sango... su expresión se congeló.
- Yo soy Seda - aclaró la mujer a ambos ahora.
Pero Iori no la miró. Continuaba con su atención clavada en el humano. Recorrió con sus pupilas cada centímetro de su anatomía, antes de buscar en sus ojos. Con culpa. Con dolor. Con lágrimas.
Imaginó que los elegidos por los Dioses tenían que lucir de una forma parecida a la que Sango mostraba en aquel momento. La sangre brillaba sobre su piel, como pequeños hilos oscuros. La camisa, completamente destrozada sobre su brazo izquierdo apenas alcanzaba para empapar toda la sangre.
- Sí, claro que preguntábamos por ti. Un recibimiento de mierda, por cierto - guardó el hacha e hincó la rodilla izquierda en el suelo. Posó la mano derecha en el hombro de Iori y apretó con suavidad -. Eh, ¿estás bien?- preguntó en voz baja.
Iori se mordió el labio. Dejó que el calor de la mano de Sango se impregnase en ella y lo miró. La última vez que lo había visto estaba entero, dentro del cuadrilátero. Carecía de sentido que, herido como estaba, la preocupación en la voz de Sango se dirigiese a ella y no a él mismo. Y era precisamente aquella amabilidad que rebosaba en la forma de tratarla lo que la estaba haciendo sentir peor. No pudo dejar de mirarlo, perdiéndose un poco a si misma en sus ojos verdes.
Sintió un tirón dentro de ella hacia él. Quería limpiarle la sangre, quería aliviar su dolor y vendar sus heridas. Quería besar cada corte en su piel, y sellar allí la disculpa que gritaba dentro de ella. Olvidó lo suficiente del mundo en el que estaba como para que sus piezas internas temblasen. Su desordenado caos cambió, buscando cómo encajar de nuevo las piezas... bajo su luz.
Pero...
Apenas fue consciente. Algo que quiso crecer dentro de ella desapareció con el sonido de un cristal rompiéndose. Devorado por las sombras que crecían dentro. Iori tragó saliva, y comprendió.
Observó un instante las cenizas de lo que una vez había sido ella. Allí ya no quedaba nada. Se apartó de lo que una vez fue, y su mente se alzó, fragmentada y sombría de nuevo.
Abrazó con fuerza lo que nació de su miedo. Porque la rabia era mejor que la culpabilidad. Mejor que el dolor. Mejor que las lágrimas.
Clavó la mirada con un punto de ira en él. Respiró y se obligó a reaccionar muy despacio. Se apartó del Héroe, volviéndose para ponerse de pie y encarar a la mujer, prestándole ahora atención.
- ¿Seda entonces? - preguntó para aclarar.
La mujer sonrió en señal de asentimiento, mientras la mestiza ladeaba el rostro y la miraba. Tenía la sensación de que... había algo familiar en ella.
- Me han dicho que te buscara. Tú conoces la manera para acceder a las mansiones del Barrio Alto. Deseo entrar en la de Hans Meyer con seguridad - recitó la frase que había estado repasando en las últimas horas en su mente.
- Lo sé - afirmó antes de mirar hacia uno de sus guardias y chasquear los dedos, mientras ensanchaba la sonrisa. La mujer desapareció por una puerta que había al fondo de la habitación. - Y lo haré. Pienso ayudaros - Aseguró. - Pero seré yo la que indique el cómo y el cuándo. -
Sango bufó. Aquello era, sin duda, otra trampa. No había negociación, no había propuesta, réplica, súplica. Nada. Petición y deseo concedido. Miró con desconfianza a la persona que se acababa de ir y luego posó los ojos en la máscara de Seda.
- ¿Por qué? - preguntó - ¿Por qué ayudarnos sin conocer más detalles? ¿Por qué ayudarnos sin más condiciones que la hora de entrada? ¿Qué tramas?-
- La campaña de caza organizada por Hans Meyer no es un secreto. Sé quien es ella - señaló a la mestiza con la barbilla. - Y sé quién eres tú. - Se giró de medio lado. - Además, Iori tiene sus motivos. Yo tengo mis motivos. Y el gran Héroe sin duda, tienes sus motivos - respondió.
- Conozco mis motivos. Conozco sus motivos. No conozco los tuyos. Habla claro, Seda, ¿Qué ganas colándonos en la casa de Meyer? - alzó la voz.
La sonrisa de la mujer pareció reducirse, y su pecho se hinchó llenándose de paciencia. Parecía que no estaba muy acostumbrada a escuchar a nadie contrariarla.
- Digamos que Meyer es... un pequeño inconveniente para mis negocios. Lo encuentro incómodo, y ella quiere ponerle las manos encima. Os ofrezco un trato que nos beneficia a todos. ¿Qué me decís? -
- Hecho - la voz de Iori temblaba. Su cuerpo también. No necesitaba pensar. - Trato hecho - volvió a repetir, bajando la voz para controlar la excitación en su tono. - ¿Cuándo? -
La risa de la mujer reverberó en la sala.
- Lo tienes claro muchacha. Supongo que después de todo, has recorrido un largo camino hasta llegar aquí. Solo tienes que aguardar un poco más pequeña. Lo tendrás en dónde quieres - aseguró, imprimiendo una inflexión extraña en sus últimas palabras. - Es cerca de media noche. Estáis agotados y heridos. Os diré lo que haremos antes de dejaros descansar. - Se colocó en el centro de la sala, acercándose a la mestiza, mientras adquiría la actitud de quien estaba acostumbrado a gobernar sobre los demás.
- Mañana, al medio día, Sango presentará a Iori en la puerta principal de la mansión. Irá atada, y él reclamará la recompensa por su captura. Os conducirán al interior. Hans se preparará para recibirte. Solamente tendréis que interpretar el papel hasta que aparezcan dentro los refuerzos. -
- ¿Refuerzos? - preguntó Sango soltando aire - ¿Refuerzos? - repitió y se giró hacia Seda - ¿Qué refuerzos? - preguntó, pero sabía la respuesta.
No podía dejar que siguiera interfiriendo. Sango ya no formaba parte desde aquel momento del plan. Le había pedido que la guiara hasta las Catacumbas. Y había cumplido. Iori se colocó delante de él, captando la atención de nuevo sobre ella.
- De acuerdo - volvió a aceptar, mirando con un fervor casi enfermizo a la mujer. - Lo haremos... lo haré. Él no participará. Está fuera de esto - añadió sin mirar a Sango.
- ¿En serio? Es una lástima, pero creo que los rumores que lo relacionan contigo ya han salido de las Catacumbas. Sería difícil explicar cómo la chica de la recompensa escapó a las manos del Héroe. Pero si lo que te preocupa es su bienestar, te aseguro que Sango saldrá de la mansión de Hans Meyer de la misma forma que entrará. Intacto -
Iori agachó la cabeza al escuchar aquellas palabras. Los ojos muy abiertos. ¿Había sido tan evidente? Algo se removió dentro de ella. Algo en las cenizas sobre las que se asentaba su nuevo yo. Ladeó la cabeza lo suficiente como para mirar al hombre a su lado.
Quiso gritar.
Cuando se dio cuenta de que necesitaba no caer en el remoto riesgo de llegar a necesitarlo.
- ¡Bien! está todo dispuesto entonces. Mis guardias os conducirán a un lugar seguro para que paséis la noche. Ha sido llamada una sanadora para que se haga cargo de vuestras heridas. - miró de forma especial a Sango, casi compadeciéndose. - Recuperad energía y dormid bien. - Avanzó hacia Iori y apoyó una mano en el hombro de la mestiza, que continuaba con la cara agachada. - Mañana será un día muy esperado -
Seda no tenía ni idea de hasta que punto, aquellas palabras eran ciertas en ella.
- Ya que no quieres responder a mis preguntas, al menos tráenos algo de beber, anda - le dijo a Seda antes de ir a recoger su equipo y terminar de meterlo en la estancia.
La sonrisa de la mujer se volvió a ensanchar, y el sonido de sus ropas acariciando el suelo fue lo único audible. Caminó hacia la puerta del fondo sin volver la vista atrás, escoltada por uno de sus guardias.
- Buenas noches pequeños - se despidió antes de desaparecer. Los guardias que quedaban se pusieron firmes mirándolos.
- ¿Necesita ayuda con eso? - se acercó uno de forma solícita mirando a Sango.
- No hace falta, gracias - una sonrisa se le dibujó en el rostro y le guiñó un ojo a Iori - ¿A cuál de estos casi le partes el pecho? - miró al que se le había acercado - Si tienes a bien, por favor, llévanos arriba -
- Subiremos a la superficie por aquí - intervino una muchacha de cabello oscuro, mientras abría una puerta lateral, llamando la atención de los dos. Sango se situó al lado de Iori y le hizo un gesto para ponerse en marcha.
Iori no lo miró. Iori hizo oídos sordos. Iori lo ignoró, como si Sango no estuviese allí. Dándole la espalda avanzó detrás de la guardia sin abrir los labios. Los demás aguardaron a que Sango caminase tras la mestiza para cerrar filas tras ellos y asegurar la puerta que cruzaban al pasar. El túnel tenía el techo alto, y conforme avanzaban se fue transformando en un pasillo bien iluminado.
- La señora desea que paséis aquí la noche. Este palacete le pertenece. Seréis sus invitados de honor. - presentó la chica antes de cruzar una última puerta con ellos. La luz de las estrellas en el cielo los saludó, cuando avanzaron a un amplio jardín muy cuidado. Iori miró tras ella y se fijó en que la puerta de acceso estaba disimulada justo en la peana sobre la que se encontraba una enorme fuente de mármol. Los guardias que avanzaban detrás de Sango sellaron el acceso de forma que, de no haberlo visto, nadie sabría que estaba allí.
- Os mostraré las habitaciones. Os llevarán comida y bebida, y atención médica - aseguró. Hablaba más que como una guardaespaldas, como una eficiente ama de llaves.
Aún en la oscuridad de la madrugada, la piedra blanca de la construcción parecía relumbrar. Más allá de los jardines, que olían a hierba recién cortada, se alzaba un increíble edificio. Estaban en pleno corazón del Barrio Alto, y por la fachada principal, Sango podía reconocer el lugar.
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- Seguidme - les indicó mientras sus pasos los guiaban por los soportales de mármol pulido de la primera planta.
- La bebida fría, por favor - y la voz del Héroe sonó algo cansada.
En lo que parecía la zona de las habitaciones la mujer se detuvo frente a una puerta. Sango dormiría en aquella, mientras otro guardia acompañaba a Iori a la puerta contigua. No miró atrás. No se despidió. La mestiza atravesó la entrada y cerró a su espalda. Quietud.
Menos en los demonios de su cabeza.
Apoyándose contra la madera que tenía detrás, observó desde allí lo que había dentro. El tamaño de la estancia cubría fácilmente la totalidad de la casa en la que se había criado con Zakath. El techo era altísimo, y la claridad entraba de forma espectral a través de una pared cubierta por entero con enormes cristaleras. Los muebles, de cara factura, estaban colocados con mimo para crear la sensación de una estancia lujosa pero no saturada. Avanzó.
Notó como sus gastadas botas se hundían cuando llegó a la alfombra. La cama era gigantesca, fácilmente mediría dos metros en cada lado. Acarició con la mano la sábana que la cubría y su suavidad la sorprendió.
Como suaves habían sido los labios de Sango.
Aquel contacto breve la había dejado con ganas de más. Su boca sabía a ansia, a adrenalina pura. A esas emociones que espolean en las personas las ganas de seguir viviendo. Había sido uno de esos besos que silenciaban el mundo a su alrededor.
Caminó hacia el fondo de la habitación a tiempo de descubrir una puerta más. Se encontró con un lujoso baño, elaborado con un tipo de distribución que no había visto nunca antes entonces. Se acercó a la bañera que se situaba en el centro de la estancia y observó las canalizaciones metálicas. El olor de su piel se había quedado grabado en su memoria, y allí mismo, lejos de él, todavía era capaz de evocarlo. Abrir el grifo la maravilló.
Observó con gesto perdido cómo se iba llenando poco a poco. El borboteo rítmico del agua fluyendo le produjo cierto sosiego, y metió la mano dentro para comprobar su temperatura. Helada. Sonrió. Y recordó el calor de sus manos cuando la tomó por las mejillas para acercarla a él.
Se levantó de golpe y miró al frente. Al otro lado, colgado en la pared, un gigantesco espejo le devolvía su imagen. Reconoció sus ojos azules y vio una expresión muy clara en ellos. Lo entendió al instante: Sango representaba algo a lo que ella comenzaba a tener miedo.
La ropa cayó a un lado de forma descuidada, y Iori sumergió su cuerpo en el agua. Estaba congelada, y el mordisco helado en su piel le sentó bien. Alejó el dolor de su cuerpo, anestesiado por las bajas temperaturas. Y la ayudó a olvidarse de la boca que estaba en la habitación de al lado.
Cuando salió, entumecida, cruzó la estancia desnuda mientras el agua caía de su cuerpo.
Observó que habían dejado mientras estaba en el baño una enorme bandeja de plata con comida de aspecto suculento. También vio agua. Y vino. Tomó la botella, de un intenso color cereza y la abrió. No apreciaba el sabor ni los aromas. No iba a acompañarlo con ninguna de las viandas. Tragó hasta vaciarla, deseando que el alcohol hiciese su parte para ayudarle a pasar la noche.
Volvió sobre sus pasos y se sentó todavía sin secarse en el borde de la cama, de cara a la puerta de salida al balcón. Su mirada vacía, y su cuerpo entumecido por el frío. Alzó la mano y se tocó el cuello, antes de bajar despacio, trazando la línea del hueso hasta el hombro. Siguió bajando. Ciñó la palma en su costado, hasta rozar la suave redondez de su pecho.
Cerró los ojos.
Estiró la cabeza y notó el suave golpe del colchón en su espalda cuando se dejó caer hacia atrás. Ahora eran sus piernas las que estaban frente al ventanal. La cadera ondeó. La mano siguió bajando. Y separó las rodillas. Fue en ese momento, cuando la punta de sus dedos helados rozaron por primera vez algo cálido en ella.
Y húmedo.
[...]
El sonido de una mano llamando a la puerta pasó desapercibido. La madrugada había avanzado mucho cuando Sango entró con cuidado a la habitación y cerró la puerta tras él. Se asomó y no vio lo que buscaba. El Héroe giró en torno a la cama vacía, y fue entonces cuando pudo ver un bulto bajo el dintel de la puerta abierta que daba al balcón. Tumbada justo debajo, estaba Iori. Una sabana blanca la cubría parcialmente. El pelo húmedo. Y en donde no había tela cubriendo su cuerpo, piel desnuda. La mestiza estaba dormida.
Sango se quedó mirando a Iori. En silencio. Observaba su pecho ascender y descender al ritmo de la respiración. De aquella manera era más evidente la extremada delgadez de la mujer. Dio un paso hacia ella y luego miró la distancia que le separaba de la cama. Dio un paso al frente y se inclinó ante ella. Echó un brazo por debajo de los hombros y el otro por detrás de las rodillas. La alzó sin aparente dificultad y suspiró. En un par de zancadas se plantó frente a la cama y la dejó con toda la delicadeza que pudo. Entonces se alejó y caminó de regreso a su habitación.
Él no hacía apenas ruido. Pero no era ese el motivo por el que Iori había despertado. Se incorporó a tiempo de verlo de espaldas y se sacó de encima la sábana. La tela cayó al suelo y el sonido detuvo a Sango. Los ojos de ella se estrecharon, observando en la penumbra su figura junto a la puerta.
Parecía otro. Ropa nueva cubría su cuerpo, y la sangre con la que lo había visto la última vez no manchaba la camisa blanca que llevaba ahora. Su pelo lucía más suelto, más suave, recién lavado.
Sango cerró los ojos, decepcionado consigo mismo. En lugar de salir de la habitación se giró para mirar a Iori. Se le escapó el aire aunque se recompuso al instante. Iori no se escondió. Permaneció sentada, en el centro de la cama con los ojos fijos en él. Lo vio caminar y sentarse hasta la silla que había junto la mesa de la cena. Los ojos verdes brillaban cuando él dirigió la vista más allá de la ventana.
- No deberías dormir en el suelo, menos con estas camas - dijo en un tono bajo pero audible.
No todas las personas reaccionaban igual a su falta de pudor. Un comportamiento extraño, a medio camino entre la inocencia y la provocación. En el silencio que hubo entre ambos ni pestañeó, con la vista clavada en Sango. Analizando su reacción. Unos se azoraban, nerviosos. Otros se lanzaban con prisa. Él la ignoraba. Y eso azotó vientos de deseo en ella.
El vino disolvió su última decisión sobre él. Esa en la que se propuso ignorarlo por completo hasta que sus pasos caminasen lejos de su vida. Quiso probar, probarse a si misma. Averiguar si había forma en la que los ojos y también el cuerpo de Sango estuviesen centrados en ella.
Pero él debía de salir ya de todo aquello. Las cejas de la chica se contrajeron levemente.
- Mañana me encontraré con Hans. No quieres ver lo que haré con él. Descansa aquí esta noche y mañana por la mañana márchate. No importa lo que diga Seda. - hablaba despacio, arrastrando un poco las palabras. Sus ojos se apartaron entonces de la mirada verde, y recorrieron la anatomía del guerrero. No dijo nada, pero su rostro volvió a temblar con la sombra de la molestia. Y un toque de culpabilidad.
- Ah, veo que hoy nadie quiere contestarme - sonrió - Lo que pase mañana, es cosa de mañana, yo quiero saber cómo estás ahora - añadió sin apartar la vista. Lástima que Iori no estuviese en posición de complacerlo con aquella pregunta. Repasó el cuerpo de Sango con atención en silencio, y cuando pareció satisfecha volvió a buscar su mirada
- Te irás - repitió usando su mismo tono bajo. La brisa de la noche estival entró por el ventanal.
- Nos iremos - corrigió - Sin embargo, creo que deberíamos hablar de una cosa que pasó ahí abajo - estiró las piernas y se cruzó de brazos después de tapar un bostezo con la palma de la mano.
El gesto de molestia en Iori fue más claro todavía ahora. Él se empeñaba en hablar, en intentar acceder con sus palabras a un sitio que estaba vedado. Seguro que esa boca podía tener mejores usos que toda aquella verborrea que ponía a Iori en guardia. Intentó mantener la expresión cuidadosamente ensayada, pero Sango le dificultaba las cosas. No respondió, pero le mantuvo la mirada y aguardó.
- El truco de la bolsa... Fue, imprudente, pero brillante. Lanzarles una punta de hierro...- soltó aire imitando un risa, pero estaba serio.
Oh, sí. Aquello había sido un buen error. Había ido recolectando, uno por uno, todos los artículos que iban en esa bolsa. Cada uno de ellos escogido con cuidado para cumplir una función muy concreta. De todo lo que portaba con ella, esa bolsa era su bien más preciado. Cuando fue consciente de la confusión en las Catacumbas se descontroló por completo. Y quizá volvía a sucederle de nuevo por las preguntas de Sango.
Los ojos azules se enturbiaron, y la mestiza apartó la mirada. Observó el balcón y se deslizó sobre el colchón para ponerse de pie.
- Es algo que tengo guardado para Hans… - respondió con tono funesto. - Me equivoque de bolsa cuando pensé en lanzarles el dinero - aclaró, apoyándose ligeramente contra el marco labrado de la puerta.
- Ah, un arma con nombre y apellidos - Ben no apartó los ojos mientras ella caminaba hacia el balcón - ¿Quién forjó la punta? Si se puede saber, claro - desvío la mirada hacia la bandeja de comida y no le desagradó la idea de probar bocado.
- No lo sé. La robé de un puesto, cerca de Roilkat. - dijo la verdad. Se cruzó de brazos mirando hacia los jardines interiores que se veían desde el balcón. Y más allá, la ciudad.
Sango no pudo evitar sonreír al escuchar que la punta venía de Roilkat.
- Qué tendrá el desierto que muchas de las grandes historias comienzan allí - hizo un pausa y cogió un trozo de pan - Creo que fue allí donde la gente empezó a llamarme Héroe - se metió un trozo de pan en la boca y masticó durante unos instantes - ¿Cómo estás? - insistió antes de llevarse otro trozo de pan a la boca.
La mestiza resopló, con el enfado creciendo en ella. De nuevo buscando respuestas en ella. Obligándola a pensar en unas palabras para expresar algo que ni ella misma era capaz de asumir en su totalidad. Se giró y volvió a entrar en la habitación, mirando con furia contenida a Sango a los ojos.
- Dímelo tú Sango. ¿Cómo estoy? - se detuvo a dos metros de él, retándolo con la mirada - ¿Y tú? ¿Cómo estás tú? - contraatacó. Aunque realmente lo que consiguió con esa pregunta fue mostrarle un punto abierto al Héroe. Una estúpida debilidad.
Había cogido un trozo de queso pero se obligó a dejarlo cuando Iori le lanzó sus preguntas. Carraspeó y cruzó las piernas a la altura de los tobillos.
- Sinceramente, estoy acojonado. Estamos en una casa que no conozco. En manos de una tipa cuyos motivos son insuficientes y que además accede a ayudarte, ayudarnos, sin pedir nada a cambio - apretó los puños - Estoy preocupado por nuestras vidas. Porque ahora mismo, no nos pertenecen - se miró los pies - Dime Iori, ¿Lo sientes? ¿Sientes el peso de lo que está por venir? - le miró a los ojos. Y Iori se quedó con la mente en blanco. Sintiendo que esas palabras de Sango había hecho blanco en ella. - Pues apártalo de tu cabeza. No merece la pena darle vueltas a las cosas que pueden cambiar - se volvió hacia la bandeja y cogió el quedo que había posado antes - Deberías de comer algo. La comida alegra el espíritu y calienta el corazón-.
Era verdad. La comida era uno de los mejores regalos que los Dioses habían dado. Iori había disfrutado mucho de esa faceta, conectaba de forma especial con ella misma cuando cocinaba. Pero ahora, solamente pensar en ingerir algo sólido, hacía que las entrañas se retorciesen dolorosamente dentro de ella.
En cambio, había otras cosas que se podían comer, que le causaban el efecto contrario. Observó a Sango con un nuevo matiz en los ojos. Pero antes...
- No tienes motivos para seguir aquí. Me has llevado a las catacumbas, has cumplido. Por última vez - dio un par de pasos hacia él. - Márchate -
- No sin ti -
Sintió ganas de arañarle la cara. Extendió la mano hacia los pies de la cama. Agarró la punta de una de las muchas almohadas de pluma que había, y la lanzó con todas sus fuerzas para estampársela a Sango en la cara.
Se comió todo el golpe y antes de que cayese aferró la tela contra su cara. ¿Estaba riendo? Aquello la enfermó. El Héroe bajó poco a poco la almohada, y cuando miró por encima, Iori estaba a dos palmos de él. Estaba navegando a medio camino entre querer comérselo y querer romperlo. Y en su mente veía muchos puntos en común entre ambas posturas. Colocó una rodilla sobre el borde de la silla en el que él estaba sentado, despacio y justo pegada al hueco entre sus piernas de forma peligrosa.
- Sango… - susurró mientras alzaba la mano. Tomó la almohada y se la retiró muy despacio, para extender el brazo y dejarla caer a un lado. Solo el aire los separaba. Lo miró desde arriba, aprovechando la ventaja de aquella postura y se afirmó mentalmente en lo que quería. Romperlo y que él la rompiera a ella.
- Cuéntame, qué pasó en el desierto - pregunta sin interés para ella, pero necesaria para comenzar. Buscó con las manos el cuello de la ropa limpia que llevaba y comenzó a desabrochar los botones. Aflojó la tela y buscó deslizarla despacio. Los dedos de Iori estaban congelados, y tocaba de forma muy superficial la piel de Sango. Allí estaban las heridas que había sufrido por su culpa. Contuvo las ganas de fruncir el ceño mientras buscaba. Buscaba ver con sus propios ojos de nuevo, el precio que él había tenido que pagar por ayudarla.
Los ojos verdes fueron desde la pierna que tenía Iori entre las suyas, hasta los ojos azules en un lento avance. ¿Estaba controlándose? O quizá no sentía nada... Dejó escapar el aire cuando las frías manos hicieron contacto en su piel, erizándola. Estaba dejándose hacer, pero la mestiza no tenía claro qué era lo que pasaba por su cabeza.
- En el desierto...- se obligó a tragar saliva - ¿Qué pasó? ¿Cuándo? -
Los dedos resbalaron, abriendo con práctica los botones de la cara tela con la que estaba confeccionada la camisa. Iori puso cara de concentración en lo que decía Sango, pero sus ojos no escondían sus intenciones. Bajó la vista con avidez para observar la zona en dónde se encontraba la herida de su hombro. La venda la cubría, y apenas una leve sombra evidenciaba en dónde se encontraba la sangre. Se quedó quieta, meditando.
Cuanto más físico, más alejado de su corazón.
Siempre había sido así. El sexo en Iori le servía para marcar distancia con las personas. Evitar aproximarse demasiado a alguien y caer en la tentación de... crear lazos. Buscó los ojos de Sango, y el brillo verde la abrazó como si estuviese en el bosque. Supo que tenía que acostarse con él.
Tenerlo dentro para dejarlo fuera.
- ¿Cuándo se fraguó allí el héroe que eres hoy? - preguntó casi como un arrullo. Volvió a centrarse en la piel del hombre y percibió en su pecho entonces más cortes. Los habían tratado pero estos estaban al descubierto. Siguió desabotonando y se detuvo a la altura de su ombligo, mientras se inclinaba más sobre él ahora. Alzó la mano y se detuvo a escasos centímetros de apoyar los dedos en el corte más llamativo. Buscó de nuevo sus ojos, y la mestiza pidió permiso sin hablar.
El no hacía ni el intento de mirar para otro sitio que no fueran los ojos de Iori. Dio un pequeño respingo cuando apoyó sus fríos dedos en una herida y Iori sonrió.
- Algo pasó esa noche, estábamos en Roilkat, celebrando... Hostblót. Nos atacaron, hubo un destello de hechicería y nos desvanecimos en un remolino. La noche pasó a ser día - la mestiza sintió como en ese momento, él la rodeaba con un brazo y le acarició la espalda. El resto de su narración pasó a un segundo plano para ella, aunque se centró en el tono masculino de su voz.
- Y en el día, atacaron las puertas de Roilkat; una manda de kags de los Nórgedos. Nos pidieron ayuda, había familias que venían a la carrera para pasar a la ciudad, madres con hijos en brazos, niños que tropezaban... Cargamos contra los kags, Zelas y yo; salvamos a las familias más rezagadas, desviamos la columna y el remolino nos devolvió a la noche - parpadeó un par de veces - No sé si eso tiene algún sentido, pero, desde esa misma noche, había casi reverencia en los ojos de esa gente -
Acarició con la yema de los dedos las marcas visibles en el pecho de Sango, recientes y antiguas. A diferencia de ella, la piel de él ardía, e imaginó que la diferencia de temperatura le estaba resultando desagradable al soldado. Sonrió cuando vio cómo le había erizado la piel.
Había escuchado superficialmente la historia, y podía imaginar en aquella situación lo que habría significado para aquellas gentes la intervención de él. Casi casi como un regalo de los Dioses. Sin embargo hablaba con humildad de él mismo. ¿No era del todo consciente de lo que producía en las personas? Ese hilo de pensamiento se cortó cuando la caricia en su espalda arrancó de ella un escalofrío. No era ni lo suficientemente cercana ni fuerte. Deseaba que esa mano se clavase en la parte baja de su espalda y la apretase hasta dolor.
La rodilla de la mestiza ya no estaba clavada en su entrepierna con intención de someter, aunque pudo sentir contra ella una dureza diferente. Lo miró con atención, sorprendida por lo bien que se controlaba. Y el deseo burbujeó en ella. Las manos ya no repasaban sus heridas. Unas gotas del cabello húmedo de la mestiza cayeron sobre el abdomen de Sango, mientras Iori terminaba de desabotonar totalmente su camisa.
- Puedo imaginarlo. - separó las dos mitades para ver frente a ella el cuerpo del héroe.
Se arqueó contra él, notando la presión de la mano de Sango y su brazo rodeándola. Su torso era lo que cabría esperar, y más todavía. La fortaleza de sus músculos capturó por completo la atención de Iori. Increíblemente formados, la suave luz proyectaba sombra en los sitios adecuados, haciendo que el espectáculo de tenerlo debajo de ella fuese... impresionante. Miró más tiempo del que solía dedicar a aquello, y pensó en la diferencia que había entre las cicatrices de ambos.
Las de él, ganadas en combate, defendiendo, protegiendo, a otros y a si mismo. Significaban honor y sacrificio.
Las de ella, consuelo en el dolor, lesiones cobardes para controlar el infierno que vivía en ella de manera permanente.
Quería estrecharlo, tumbarse sobre él y devolverle el abrazo. Pero algo en su mente le dijo que no estaba bien mezclar cicatrices con orígenes tan distintos. Y sin embargo ardía por él. No apartó los ojos. Podía no unir piel con piel con él, pero su boca estaba intacta.
- Tu vida tiene que estar llena de momentos como ese…- y sus labios se entreabrieron.
La mano libre de Sango le apartó los mechones de pelo que se empeñaban en seguir cayendo hacia delante, tapándole los ojos. Iori vio en su mirada que profundos pensamientos se movían en su mente. No rompió la conexión, hasta el punto de que creyó ver una chispa azul en el verde de Sango. Entonces, algo cortó su respiración. Iori se puso en guardia ante aquella reaccion. Quiso respirar y lo hizo pero dando una profunda bocanada de aire; las caricias cesaron.
- Y los que quedan - murmuró apenas tuvo oportunidad de hacerlo.
Observó, casi como si pudiera conectar con su mente cómo lo que apenas comenzaba a perfilarse como deseo en él desaparecía arrastrado por la corriente de sus pensamientos. Abrió mucho los ojos, observando frente a ella que lo que parecía una promesa de sexo se desvanecía. Quiso morderlo. Quiso atraparle la cara entre las manos y besarlo. Clavar con más fuerza la rodilla contra él y, cuando estuviese listo, clavarlo a él de otra manera en su cuerpo.
Dentro. Rudo. Duro.
Pero Iori no jugaba en sitios de dónde la echaban. Se tragó como pudo el deseo que ardía por él y desvió la mirada. Se apartó liberándolo de la improvisada jaula en la que lo había mantenido contra su cuerpo y se levantó. Su rostro, frío, se giró de cara al ventanal. Pasó al lado de la cama y tomó la sábana del suelo para envolverse con ella.
No era la primera vez que pasaba, por descontado. Desear y ser deseado no era algo infalible. A veces tenías uno, a veces otro, y en ocasiones, los Dioses sonreían y se daban los dos a la vez. Los dos escasos momentos en los que rompieron la barrera de la distancia entre ellos la habían engañado. Creando expectativas de un quizá, que se tradujo en aquel instante en un nunca. Salió al balcón y observó las estrellas en el cielo.
Ante un no, una marcha atrás, Iori jamás insistía.
Lo escuchó levantarse y caminar con sus pasos largos hasta la puerta. No había más que decir. Mañana sería el último día. Y Sango un número más de la lista de personas de las que Iori se quedaría con las ganas.
- Descansa, Iori. Buenas noches - y sin más, salió de la habitación.
La brisa movió su cabello mientras pensaba que, afortunadamente todos los que estaban en esa lista ya habían sido olvidados. Como olvidaría a Sango pasados unos días.
Iori Li
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Cuando lo condujeron a una habitación aparte, no protestó mucho ya que la visión de la habitación lo dejó enmudecido. La gran cama, el ventanal, el acceso al balcón y la humeante sala del fondo en la que se escuchaba cómo vertían agua. Ben dejó caer todo el equipo al suelo y, abrumado, dio un paso al frente y luego otro hasta llegar a la cama. Se sentó y se quedó sorprendido por lo blando de la cama. Alzó las cejas. Se levantó y miró el lugar en el que se había sentado. Repitió la acción y una risita se le escapó. Se impulsó levemente hacia arriba para comprobar como aquella cama se adaptaba perfectamente a su forma. Tuvo que parar al ver que entraban para tratarle las heridas. Le quitaron el improvisado vendaje, le administraron algún tipo de solución, hicieron con él y se dejó hacer.
Cuando terminaron con él, después incluso de haberle regañado por haber recibido tremendas heridas. También estaba sorprendidas por el poco dolor que parecía sentir, incluso cuando él aseguró estar bajo los efectos de una poción. Ben, al examinarse las heridas que él podía ver, consideró que hicieron un gran trabajo con ellas. El baño, estaba listo y Sango despachó con una sonrisa, aún sentado en la cama, examinándose el brazo.
Sólo. Entró en el baño y una terrible sensación de agobio le asaltó. Volvió a mirarse el brazo y frunció el ceño: tenía ganas de reir y de arrancarse el brazo a mordiscos. ¿Cómo? Sacudió la cabeza y lanzó un manotazo al frente para sacudir el vapor. Gruñó y volvió a hacerlo. Al ver que no obtenía el resultado deseado, lanzó los brazos hacia delante como si peleara contra un enemigo invisible. Y entonces, lo intuyó por el rabillo del ojo. Ben, instintivamente, se tiró al suelo, tras la bañera.
- Con que este era el plan, ¿verdad? Despojarme de las armas y mandar a un asesino- le gritó-.
Recogió las piernas para que su atacante no pudiera verle. Decidió, entonces, que lo mejor era rodear la bañera y atacarle desde el otro lado. Rió entre dientes y se puso a gatear en torno a la bañera. Se asomó y pese a no ver a su atacante sabía que estaba allí. Recogió uno de los cubos que habían dejado allí para el agua, y cuando estuvo preparado se levantó con el cubo sobre la cabeza y se abalanzó sobre la figura.
- ¡Muere, asesino!- gritó antes de lanzar una carcajada-.
Su rival, según pudo ver, también llevaba un cubo, pero Sango golpeó primero. Lo hizo hasta en tres ocasiones. Y satisfecho por su victoria, se quedó mirando los fragmentos de espejo esparcidos por el suelo. Frunció el ceño y miró el cubo que tiró a un lado casi al instante.
- Pero si yo no...- dijo sin comprender qué estaba pasando-.
Aún confuso, se obligó a empujar con la bota los fragmentos del espejo roto contra la pared, quiso incluso esconderlos, pero, descartó la idea. El vapor entraba por los los poros de su piel y pronto se olvidó del espejo. Se quitó botas y pantalón y lo dejó todo tirado en el suelo antes de meter un pie en el agua caliente. Poco después ya se había acomodado y disfrutaba del agua caliente y del jabón al tiempo que el incidente del espejo quedaba absorbido en algún otro lugar de su cabeza.
La cena merecía mención aparte, después de vestirse con las ricas ropas que había encima de la cama, la bandeja de plata rebosaba con productos de altísima calidad: quesos, embutidos, frutas, panecillos... Y todo ello acompañado de vino. No era lo que más le agradaba pero podía servir. Dio buena cuenta de la cena limpiando por completo la bandeja y rematando con el dulce vino que le habían servido.
La cama, resultaba mucho mejor cuando uno estaba tumbado. Se sentía flotar en aquella superficie blanda y pese a que había silencio, Ben no había sido capaz de encadenar sueños profundos seguidos. El desasosiego era más fuerte que el cansancio. Suspiró, se levantó y tras dar un par de vuelta por la habitación, decidió ir a comprobar cómo estaba ella.
Un ruido apagado llegó a sus oídos. Sintió la luz en los ojos cerrados y farfulló algo antes de dar media vuelta. Cuando se desvanecía, volvieron a llamar, ahora más fuerte.
- ¡Largo!- gritó irritado-.
Se obligó a abrir los ojos y la luz le cegó, por lo que cerró lo ojos de nuevo y se llevó las manos a la cara. En ese momento, todo lo sucedido el día anterior le golpeó y le hizo abrir los ojos una vez más, ignorando la claridad que penetraba en la estancia. Se incorporó y bostezó, sus ojos contemplaron el azul del cielo mientras sus manos se abrían y cerraban para comprobar lo blando que estaba la cama. Se obligó, entonces, a levantarse para ir hasta el balcón y despejar. Abrió la puerta y dejó que la brisa de la mañana le golpeara con su fresco aliento. Cerró los ojos y respiró profundamente.
Observó a los empleados trabajar en tareas de mantenimiento y conservación del jardín. Uno de ellos, se afanaba en limpiar una zona destinada a flores de vivos colores. Giró la cabeza para comprobar que ella no estaba en el otro balcón. Respiró profundamente un par de veces más y decidió volver a tumbarse. Aquella cama había sido un gran descubrimiento. Era, sin duda, el lugar más cómodo en el que habían dado sus huesos en toda su vida. De repente, abrió los ojos y gruñó. Se levantó mientras se acordaba de que habían llamado a la puerta. Abrió y se encontró a un mayordomo y tres sirvientas.
- Buenos días señor - saludó con el cuello tan tieso que parecía tener la misma flexibilidad que un roble-. Tenemos listas sus nuevas ropas, su armadura y el desayuno- ante un gesto del hombre, las mujeres se internaron en la habitación pasando con rapidez a su lado. Había profesionalidad y disciplina en cada gesto, en cada movimiento-. Una sanadora del templo ha llegado. Echará un vistazo a sus heridas cuando usted considere- las mujeres salieron tras dejar ropa y armadura extendidas a los pies de la cama, y desayuno sobre la mesa, en el mismo lugar que la cena del día anterior-. La señora le pide que en cuanto esté disponible se reúna con ella en su estudio privado. Cuando esté listo hágamelo saber y lo conduciré hasta allí- Ben se fijó en las criadas que salía de la puerta contigua, con la bandeja de la cena de la noche anterior y la del desayuno. Suspiró.
Agradeció al servicio el haberle llevado hasta allí el desayuno, que consistía en dos rebanadas de pan con manteca, una jarra de leche y dos manzanas. Se sentó a la mesa y empezó por el pan con manteca mientras hacía ejercicios con el brazo izquierdo. Sentía dolor y eso con las perspectivas del día, no era deseable. Cogió una manzana con la mano izquierda y salió al pasillo para pedirle al sirviente la asistencia de la sanadora.
- Aguarde aquí un instante. Si le parece correcto, la traeré hasta su alcoba- se giró para desaparecer por el largo pasillo de piedra blanca. A los pocos instantes regresó, acompañado de una muchacha que cubría con una capa la cabeza. El sirviente volvió a hacer una inclinación-. La sanadora, Amärie Areth- la presentó antes de volver a ocupar su sitio al lado de la puerta-.
Sango salió al pasillo y miró la puerta cerrada de la habitación contigua. Dio otro mordisco a la manzana y miró hacia el otro lado, el tipo que le estaba proporcionando todo lujo volvía con una figura encapuchada. Al presentarla y quitarse la capucha Ben la observó durante unos instantes. Ni de lejos es el mismo azul. Hizo un gesto para que entrara en la habitación y él la siguió.
La sesión de curación era lo esperado, Ben había recibido más de una docena de veces tratamiento élfico para las heridas. La imposición de manos era un don que los Dioses habían concedido a los elfos. Se alegraba por ello, porque en más de una ocasión había salvado la vida gracias a ellos.
La sesión dejó agotada a la elfa, que se despidió mientras Sango seguía comprobando con fascinación la recuperación de sus heridas. Terminó el desayuno y se vistió con un pantalón, botas y la camisa que ella le había desabrochado el día anterior. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al recordar el roce de su piel. Dejó escapar el aire y sacudió la cabeza. Remató el conjunto con el cinto con las impolutas armas. Salió y le pidió al sirviente que le llevara ante la Señora.
El palacete bullía de actividad. No era en absoluto una finca del tamaño acostumbrado en aquella zona de la ciudad. Ocupaba, según los cálculos de Sango, apenas un cuarto de lo que era común en las mansiones de la zona. Una casita modesta, pensó con diversión. Sin embargo, observó que todo parecía funcionar a la perfección.
Subiendo a la planta siguiente, el sirviente avanzó hasta unas grandes puertas dobles. Se detuvo como si se hubiera estrellado con un muro invisible. Golpeó la puerta con los nudillos cubiertos por sus guantes blancos.
- Adelante- se escuchó al otro lado. El servidor abrió una hoja, y con un gesto indicó a Sango que pasara.
Sango entró con la mano izquierda posada en el pomo de la espada y la diestra en la espalda. Cuando la puerta se cerró y sus ojos se cruzaron. La mujer tenía una belleza serena, ojos ambarinos y el cabello recogido, a la luz del día se veía de un reluciente negro con algunos hilos de plata. Se encontraba detrás de una enorme mesa de trabajo cubierta de papeles pulcramente ordenados. Ben no pudo evitar soltar una carcajada. Por su parte, ella le devolvió una sonrisa como respuesta y se levantó para acercarse a él.
- Bienvenido Sango. Confío en que esta noche hayas podido descansar. ¿La sanadora Areth ya te ha visitado? - alzó la mano a un lado, señalando un conjunto de sofás delante de una enorme cristalera, entre los que se encontraba una pequeña mesa de té en medio. Su reacción le hizo quedar como un auténtico miserable lo que hizo que Ben hiciera un ligera reverencia.
- Mi señora, es mucho más lujo del que uno merece- volvió a su posición erguida-. Sí, he recibido la visita de la dama Amärie y como no podía ser de otra manera, los cuidados élficos son excelentes- inclinó la cabeza y aceptó la invitación para sentarse donde le indicaba la señora Justine. Ben volvió a mirarla y tuvo que contener una nueva sonrisa por lo absurdo de la situación. Se forzó a mirarse las botas. Por suerte para él un sirviente, bien vestido, apareció de repente y cruzó la sala hasta ellos con una bandeja de plata.
- Es una gran suerte para Lunargenta contar con unas manos como las suyas- asintió, observando con ojo crítico cómo colocaban un juego completo de té en la mesa-. Por la noche han preparado vuestras ropas. La verdad que hacía tiempo que las muchachas no cosían con tanta emoción un encargo. Poco es para agasajar a alguien como tú - lo tuteó pese al trato que le daba Sango-. Deseo que sean de tu agrado. Y que con la armadura hayan realizado un trabajo adecuado- añadió antes de hacer un gesto con la mano hacia el sirviente.
- Sin duda, han hecho un gran trabajo, mi señora- hizo una pausa para observar como despachaba al sirviente-. Transmítales, si es posible, mi agradecimiento por su trabajo- añadió. Observó cómo vertía el contenido en dos tazas antes de posar la tetera-.
- Imagino que no será lo que más te guste beber, pero un poco ayuda a trabajar mejor a los riñones - sonrió extendiendo hacia él una taza humeante. Sango la aceptó con una sonrisa y olfateó el contenido-.
- Oh, tengo gran aprecio por las infusiones, sobre todo cuando llevo días en el camino, con días sin probar nada caliente. Además, es un buen método de beber agua en buen estado- recitó aquellas palabras que había aprendido durante su formación y que tan útil le había sido años después-. ¿De qué es?-.
- Realmente es una infusión de uva dorada. Me gusta comenzar las mañanas con una o dos tazas. Siempre en las cantidades adecuadas, por supuesto - dijo Justine tomando su propia taza con una sonrisa dibujada en el rostro. Tomó un sorbo y la dejó en la mesa de nuevo. Desvió un instante la mirada para observar los jardines abajo-. Te he llamado porque debemos de aclarar ciertos puntos para que lo que sucederá hoy en la mansión salga bien. De la misma manera, imagino que tendrás algunas preguntas. Por lo que es importante que tú y yo estemos bien coordinados para que nada se... malogre- pronunció despacio la última palabra, regresando los ojos a Sango-.
Ben dió un sorbo de la infusión de uva dorada, era la primera vez que escuchaba hablar de aquel fruto y, por supuesto, la primera infusión de ese tipo que bebía en su vida. Al menos que el supiera. La temperatura del brebaje, sin embargo, le impidió saborear nada. Posó la taza en la mesa y dejó que el calor le apuñalara por dentro. Se desabrochó parte de la camisa para masajearse el pecho.
- Bien- sus miradas se cruzaron-. ¿Freyja ya no bendice la unión, mi señora?- Sango lanzó una estocada acompañada de una leve sonrisa. Era una pregunta obligada: la señora Meyer involucrada en el asesinato del señor Meyer. El rostro de Justine no vaciló-.
- Nunca lo hizo, ciertamente. Un matrimonio de conveniencia. Él, necesitado de una mujer que ocupase la posición de esposa. Yo, buscando una oportunidad para sobrevivir...- volvió la cabeza hacia los jardines, buscando algo, más sin encontrar-. Que el matrimonio sea falso, ni implica que me siento tremendamente afortunada con mi vida. Doy gracias a los Dioses todos los días- aseguró con decisión-. Imagino que conocerás la fama general de Hans... Mercader de éxito, filántropo, mecenas de las artes... esa es solo la superficie- la voz de la mujer adquirió un tono oscuro-. Dentro de él late un corazón retorcido. De campesino creció a este nivel en poco tiempo. ¿Sabes cómo Sango? Pisando a todos los que podía para crear su propia escalera hacia la gloria. Tráfico ilegal, contrabando, venta de armas, drogas, prostitución, esclavitud... ¿añadirías algo más a la lista de delitos imperdonables? Seguro que lo que puedas imaginar forma parte de su historial-.
- Un mecenas del arte, ¿eh? Del arte de joder a los que están por debajo- comentó Sango-. Supongo, mi señora, que después de los trágicos eventos en la casa de los Meyer...- no, no quiso seguir por ahí-. ¿De qué defensas disponen en la casa, mi señora? Guardias, sirvientes, alguna visita de última hora- enumeró-.
Justine tomó la taza de nuevo, ante la palabrota de Sango para beber. Su taza humeaba como la del héroe, pero ella parecía no notar la temperatura elevada de la infusión.
- Desde que Iori comenzó a buscarlo, se han multiplicado- dejó de nuevo el recipiente en el platillo y no pudo evitar reír-. Es asombroso como una chiquilla como ella ha podido ponerlo en tal estado de paranoia. Pero el pasado siempre vuelve.- meditó para sí, clavando los ojos en la camisa abierta de Sango.
- Los hilos del gran tapiz... Nunca se sabe cuando volverán a cruzarse, a menos que las Nornas nos lo revelen, pero claro, ni a Odín le permitieron verlo- hizo un gesto para que se olvidara de sus reflexiones y se llevó la taza a los labios. Sopló antes de dar un sorbo-. ¿Cuántos?- preguntó con seriedad-.
- Repartidos en distintas posiciones, junto con los diez que lo acompañan de forma habitual como guardia personal, actualmente dispone de 42 soldados profesionales. Además de ellos la mansión cuenta con 33 sirvientes ocupados de diferentes tareas. Un tesorero y el ama de llaves. Pero ninguno de estos datos importará créeme. No irás allí para blandir ningún arma-.
- Entonces, ¿a qué voy?- preguntó con las cejas alzadas-.
- Os lo dije ayer, pero veo que no me tomaste en serio en su momento. Tú entregarás a Iori y cobrarás la recompensa- los labios de la mujer se estiraron en una risa inquietante.
- ¿Y la dejo en manos de cuarenta y dos tipos armados?- bufó-. No- dijo indignado. Justine rio por lo bajo-.
- Créeme, lo mejor que le podría pasar sería eso. Pero no. Hans se la llevará a solas. Estoy segura de ello- volvió la vista hacia el jardín de nuevo, y en esta ocasión parecía que había encontrado lo que había estado buscando en las ocasiones anteriores.
- Mi señora, ¿no hay otra manera? Alguna con menos riesgos para ella- había cierta angustia en el tono de voz. Justine no apartó la vista de lo que captaba su atención-.
- Es la única manera. Y también es lo que ella desea. Lo que ella merece. Tener la oportunidad de que Hans esté a solas con ella. Un cara a cara. Presentársela como un regalo, haciendo que él se confíe. Que piense que la tiene bajo su mano... el resto dependerá de ella. Pero si tiene la mitad de carácter de lo que tenía su madre- dejó la frase colgando en el aire. Ben no pudo más que enarcar las cejas-.
- ¿Conoció a su madre?- preguntó sorprendido. Pero más sorprendida parecía ella ya que apartó los ojos de la ventana-.
- ¿No sabes nada?- inquirió con curiosidad. Se llevó la mano al mentón-. Lo lamento. Creo que malinterpreté vuestra relación. Os llevo siguiendo desde el ataque en la posada, cuando él mando a la guardia tras vosotros-.
La observó durante un tiempo. Lo suficiente como para dibujar una mueca de desprecio en el rostro. Justine Meyer acababa de asegurar que les estaban observando desde la taberna. Su obsesión con mirar a todas partes no era una obsesión fruto de la locura. Estaría bien, pensó, que Max escuchara esto.
- ¿Era necesario hacernos bajar a las Catacumbas? ¿Era necesario hacernos pasar por el gremio de Luchadores?- inquirió-.
- Fuisteis demasiado rápidos. Supongo que es la consecuencia de que sabes hacer bien tu trabajo- la mujer le devolvió la mirada con gravedad-.
- Si tan bien lo hago, ¿por qué apartarme de ella? No tiene sentido- añadió con una media sonrisa. La mujer rodó los ojos y vació el pecho de aire-.
- Hagamos una cosa entonces. Te ofrezco una solución intermedia. Una vez entregues a Iori, él se la llevará. Nadie irá con ellos. Pero yo conozco una forma de acceder. De estar cerca, ser testigo pero sin ser vistos. Te prometo que si ella llegase a estar en un peligro que no es capaz de solventar por si misma, tú podrás alcanzarla.- guardó silencio y lo miró con ojos curiosos-.
- Bien, eso me gusta más, mi señora- aceptó Sango-.
Los ojos de Justine se estrecharon, y aunque parecía sonreír su cara resultaba seria en ese momento. Una expresión curiosa, pensó Sango.
- Como soldado espero que recuerdes la obediencia y el acato a las órdenes del mando una vez estemos allí - era evidente quién ocupaba esa posición-.
- Sí, mi señora- cogió la taza y se la llevó a la altura de los labios, ocultando una sonrisa-. Sin embargo, es importante saber adaptarse si las órdenes no son del todo claras- dio un sorbo ante la atenta mirada de Justine, que alzó el mentó para contestarle-.
- No te preocupes, Héroe, lo serán - tras mantenerle la vista un segundo, volvió a desviar los ojos hacia los jardines. Su expresión mostró algo similar a la nostalgia, mientras fijaba la mirada en algo-.
- Mi señora, ¿cómo saldremos de allí?- preguntó el guerrero-.
No respondió de la forma presta y directa que había usado hasta entonces. Pareció meditar con cuidado sus palabras.
- Tranquilo. A su debido momento lo sabrás- respondió tras unos instantes-.
- Bien, es por esto que un soldado debe saber adaptarse- la desafió, pero ella no mordió el anzuelo. Ben, entonces, dio una gran bocanada de aire-. Mi señora, ¿alguna vez habéis empuñado una espada?- ella apartó los ojos y los posó en él-.
- Nunca con la intención de entablar combate - respondió mientras sus ojos recorrían su torso. Sango sonrió y dejó que se recreara en la musculatura visible a través de la camisa abierta.
Se permitió unos instantes para teorizar con los pensamientos de Justine. "Un físico portentoso", tal vez, "el Héroe es digno brazo ejecutor de los Dioses". Ben ensanchó la sonrisa, quizá podría añadir "una piel esculpida por los mismos Dioses que lo habían enviado como regalo a la humanidad". Sacudió levemente la cabeza. Tonterías que descartó con una sacudida de cabeza, ¿a quién le interesaría una persona con un perverso gusto por entrar en batalla? Ben se sorprendió a sí mismo con aquel pensamiento.
- Ah- dio un sorbo y posó la taza en la mesa, tratando de desembarazarse de sus últimas reflexiones-. ¿Le puedo pedir, entonces, un favor?- preguntó con un tono de voz más bajo y borrando la sonrisa del rostro-. Si el Héroe cayera, le pido que cierre sus ojos y le ponga la espada en la mano; queme sus restos y lance una plegaria en su nombre- dijo serio. Las cejas de la mujer se arquearon y su semblante reflejó la seriedad con la que se tomaba la petición de Sango.
- Tienes mi palabra, Héroe, si se diese la triste situación, así se hará- Sango inclinó la cabeza hacia delante en un claro gesto de respeto-.
- Bien, si no tenéis nada más que decirme- llevó su mirada a los jardines-.
Posaba sus ojos en una figura solitaria, vestida de blanco, con el pelo castaño suelto al aire y sentada en una fuente, con las piernas dentro del agua. Que los sirvientes miraran hacia ella cada vez que pasaban a su lado le producía cierto placer a Sango que sonrió. A continuación volvió sus ojos hacia la mujer que miraba lo mismo que él.
- Descansad lo que queda de mañana. Os avisaré cuando llegue el momento - Justine se puso en pie-
- Sí, mi señora- hizo una breve reverencia-. Un gusto hablar con vos- Sango, sin mirar atrás, abandonó la estancia-.
Allí, el sirviente, que resultó llamarse Charles, le preguntó qué quería hacer, o a dónde quería ir. Sango le preguntó si jugaba a las cartas y este negó con la cabeza. Ben se encogió de hombros y le pidió volver a la habitación, a la maravillosa cama en la que uno se sentía flotar. La promesa del momento provocó que sonriera.
Sango llevaba un buen rato tumbado en la cama, tenía la pierna derecha estirada, la izquierda estaba doblada, con la rodilla en alto. Quería quedarse dormido, pero su cabeza le daba vueltas a muchas cosas. Tenía la cabeza ladeada y contemplaba la inmensidad del cielo azul a través del gran ventanal abierto. De vez en cuando, la ligera brisa, decidía acariciarle la piel y removerle algún mechón de pelo. Su intranquilidad, pensó, provenía, en gran medida, por su culpa. Pero, ¿por qué?
Hace tan solo dos días, paseaba, despreocupado, por Lunargenta. Hoy, estoy aquí, acompañando a la persona que me han encargado encontrar y llevar a Eiroás. ¿Por qué? Sé por qué lo hago. Por él, sin duda. Pero principalmente es por ella. Entonces, ¿qué es ella para mí? Ah, la pregunta... Sango posó las manos en el pecho.
Hasta el día que me reuní con el maestro Zakath, no tenía, apenas constancia de ella. El día que me habló de ella, recordé haberme cruzado en una ocasión con alguien que coincidía con esa descripción. Sin embargo, era otra persona, porque de la descripción y el recuerdo a lo que encontré...
Una mujer destrozada, arrollada por algún trágico evento y abandonada a sí misma y al correr del tiempo. Despojada de todo sentimiento que desprendiera una pizca de calor. Todo ello lo había visto con sus propios ojos. Lo había escuchado. Lo había sentido. Un escalofrío recorrió su cuerpo.
Parecía tan lejano su primer encuentro, y sin embargo, fue ayer. Un día vivido intensamente, cargado de emociones. Un día en el que Sango perdió la cabeza por ella. Un día que prometió combatir contra el frío y oscuro abismo al que ella se asomaba. El día que prometió caminar junto a ella, tirar de ella y alejarla del frio abrazo del olvido eterno. Un día en el que comenzó a caminar junto desde que la vio llorar en la taberna, desde que vio como los fragmentos de Iori estaban sujetos por una cuerda llamada venganza.
¿Y eso justifica el deseo? ¿Y por eso la golpeaste en la taberna y en las Catacumbas? ¿Tienes miedo a decirle que la deseas? ¿Tienes miedo de ella? Ben frunció el ceño. No la aparté en la taberna, no lo hice por disculparme; la busqué en casa de Max, estuve allí para ella; la reconforté en las Catacumbas, la besé en el gremio. Y creo que... ¿Qué crees? ¿Que no debiste hacerlo? ¿Que tenías que haberla pateado hasta que despertara del infame sueño en el que está metida? Se revolvió incómodo.
¿Y anoche, cuando la viste desnuda por primera vez? ¿Cuando en vez de marcharte decidiste quedarte allí? ¿Cuando estuvo sobre ti? ¿Cuando acarició con sus frios dedos tu cálida piel? ¿Cuando acariciaste su piel dorada llena de cicatrices y heridas? ¿Cuando te endureciste por ella? Entonces, ¿tampoco creías que debías hacerlo? Ben, eres idiota. Eres amante de lo roto, crees que puedes arreglarlo pero lo único que haces es destrozarlo aún más. ¿Acaso no te disparó la última persona a la que intentaste ayudar?
Ben se llevó la mano al hombro izquierdo. Parecía el hombro elegido para pelear por ellas. Se atrevió a esbozar una leve sonrisa pese al discurso que tenía instalado en su cabeza. No duró demasiado, pues su rostro se ensombreció de nuevo.
¿Qué quieres que haga con una mujer que encuentra placer en el dolor? ¿Viste su cara en la taberna? ¿Viste su expresión en las catacumbas?¿Qué significa lo que hice para una mujer así? Quizás consiga hacerle más daño del que ya ha recibido. Por muy hermosa y deseable que sea, no podría. No hasta que sepa quién es realmente. No hasta que ella, recupere el camino, un camino que recorreré junto a ella. Lo prometí.
Ben se levantó de la cama y se quedó sentado al borde. Se miraba los pies sobre la alfombra ubicada al pie de la cama. ¿Qué es ella para mi? ¿De verdad solo es necesario un día? Se levantó y caminó por la habitación. Déjalo estar, Ben, el día que mueras nadie sufrirá por ti. Déjalo estar. Pero no pudo.
Era poco después del medio día cuando Charles entró en la habitación y avisó a Sango de que debía de prepararse. Entonces empezó el lento ritual: pantalón, botas, camisa, gambesón, cota de malla, armadura. Le llevó un buen rato ajustarlo todo, pero cuando lo hizo sonrió satisfecho. Se sentía tremendamente cómodo en el interior de la armadura, más aún con el olor que desprendía y lo limpio que estaba todo. Sonrío. Se ajustó el cinto de las armas y finalmente remató el conjunto con la capa. Se echó el escudo a la espalda y cayó de rodillas al suelo.
Concluida la plegaria al Dios Tyr, Sango se levantó y abandonó la estancia con semblante serio, pero un espíritu sereno. Charles, que aguardaba fuera, tardó más de lo habitual en reaccionar, pero en seguida se repuso y lo condujo a unos jardines interiores, que por su ubicación eran los únicos que no podían ser vistos de desde ningún punto de la ciudad. Estos, estaban desiertos. Chocaba con respecto al bullicio de la mañana, incluso el sonido parecía amortiguado en aquel lugar. Aguardaba Justine, portando, de nuevo, la máscara que ocultaba parcialmente su rostro y a su lado estaba Iori, que volvía a vestir con su ropa vieja. Un contraste evidente entre los dos invitados. Su cabello, el mismo que se había atrevido a tocar y apartar para contemplar sus ojos, estaba recogido en una trenza baja que le caía por la espalda.
- Es la hora - anunció la dueña de la casa mirando a Sango que a su vez miraba a Iori y esta a algún otro lugar-.
- Sea pues. Armas a punto, estoy listo- sus ojos se posaron en Iori-. Y tú, ¿cómo estás?- preguntó, una vez más-.
- Bien- respondió ella antes de darle la espalda.
Sango alzó los hombros y negó con la cabeza. Para todos era, evidente, que ella no estaba bien y pretendía demostrarlo. La señora de la casa la miró de arriba abajo un instante.
- No, ciertamente bien no estás - murmuró la señora-.
- Pues entonces deje de mirar- respondió la mestiza con la voz trémula, y que parecía a punto de estallar-.
Justine ignoró su gélida respuesta y miró a Charles, al que le hizo un gesto que Sango observó con curiosidad.
- Pero no estás tan mal como cabría esperar- asintió-.
Entonces, el sirviente, Charles se acercó a Iori. La agarró de la cintura y en dos rápidos movimientos la arrastró hasta tirarla sobre un montón de tierra fresca que había sido removida esa misma mañana. La caída, la dejó sin respiración. Ante el inesperado movimiento Ben se llevó la mano a la espada. Justine alzó la mano hacia él indicándole que se detuviese.
- Rebózate bien querida. Tras haber sido capturada tu aspecto tiene que ser lo más patético posible. La presentación del producto es importante. Y Hans disfruta especialmente con la humillación ajena- se giró sobre sus pasos mientras Iori la observaba sentada sobre la tierra-.
- Permítame- ofreció la mano Charles, de forma servicial-.
Iori lo miró con fuego en los ojos y se incorporó sin tomársela. Se sacudió como pudo, y, tal y cómo había dicho la señora, su aspecto ahora lucía completamente miserable.
- Antes de salir... - la mujer sacó de debajo de la capa con la que cubría sus hombros unos grilletes metálicos, grandes y pesados-. Deberás de llevar esto puesto. Será la correa de mando con la que él te controlará - hizo un gesto señalando hacia Sango.
Observó con cierto desasosiego las cadenas que querían colocarle a Iori. Que lo ataran o lo encadenarán le producía un miedo tan terrible que la simple visión de los grilletes le hacía sudar las manos. Tragó saliva.
- ¿Es necesario? Supongo que irán sueltas, por si acaso es necesario adaptarse- remarcó aquella palabra mirando a Justine-.
Ella le ignoró e hizo un gesto a Charles que se aproximó obediente y se maniobró con los grilletes. Abrió el mecanismo y se las colocó cerrando con fuerza.
- Iori, presta atención- la instó a fijarse-. Tienen un truco que permite que tu misma las abras cuando lo desees. Si superpones tus muñecas haciendo una cruz justo sobre esta zona- Charles hizo el gesto para mostrarle cómo-, se acciona el dispositivo de seguridad y ambos cierres se abrirán. Entrarás así junto a Hans. Luego será cosa tuya- habló despacio, para asegurarse de que la chica lo entendía. Iori asintió con la cabeza y extendió los brazos hacia delante. La mujer le puso ahora a ella los grilletes, y el peso metálico sobre sus muñecas hizo que los brazos de Iori cediesen hacia abajo-. Listo. Ahora, seguidme- se encaminó tomando la delantera-.
- ¿Qué herrero fabricó los grilletes?- preguntó Sango mientras caminaba tras Justine e Iori. Empezaba a estar algo nervioso-.
- Durnik, en la Calle Real- respondió con calma-.
Mientras se internaban en los soportales de piedra blanca, Sango negó con la cabeza, aunque agradeció el dato. Durante el trayecto, Charles se aproximó a Sango desde atrás y llamó su atención con un gesto. Ben se descolgó de la cabeza y miró al sirviente que le tendía un frasco de cristal tallado.
- La señora desea que haga tomar a la dama este preparado. No cenó y no desayunó. Lady Justine teme que puedan fallarle las fuerzas en un momento de necesidad - explicó conciso. Ben hizo una mueca y guardó el frasco-.
Recorrieron la galería porticada hasta acercarse a uno de los muros que delimitaba el Palacete de la calle. Allí, disimulada con un arco ciego había una pequeña puerta que solo se podía accionar desde dentro. Charles hizo las maniobras necesarias y la abrió.
- Estos muros tienen un grosor considerable, un par de personas con los brazos abiertos, quizá. Cuando crucéis el pequeño túnel estaréis en una pequeña callejuela secundaria, usada por el servicio. El Héroe no tendrá problemas en ubicarse para encaminarse hacia la mansión de Hans- sonrió mirándolo-. Os deseo suerte en nuestra empresa común- se despidió de ambos. Sango supo que era el momento-.
- Gracias por todo Justine. Le mandaré recuerdos a Zakath de tu parte- desenvainó la espada y se la enseñó a Justine a modo de amenaza antes de girarse para mirar a Iori con una sonrisa mientras posaba la mano izquierda en la base del cuello y apretaba con cierta dureza-. ¿Acaso creíste que dejaría que hicieras lo que te diera la gana? ¿Acaso pensabas que no iba a cumplir mi palabra?-.
Observó su reacción. Sus ojos se abrieron de puro asombro. El azul duro pareció hacerse líquido, mientras ella lo miraba en la cercanía tratando de comprender. Sintió a la mujer y sirviente dar unos pasos hacia atrás, el sirviente adelantándose a la señora, interponiéndose entre la espada y Justine. Pero él solo tenía ojos para ella. Su boca se abrió, pero fue incapaz de hablar. Los ojos de Sango, no se apartaban de los de ella mientras confirmaba sus sospechas. Ella usó el largo de la cadena que unía los grilletes para pasársela a Sango por un lado del cuello. Recogió los eslabones por el otro lado y lo sujetó con fuerza tirando de él hacia ella todo lo que pudo. Se dejó hacer, paralizado por el dolor que sentía, no por los eslabones de la cadena.
- ¡Qué demonios estás diciendo...! - resolló de forma pesada. Él la estaba matando en aquel preciso instante. Tiró con más fuerza, prácticamente colgándose de él-. Sango...-
¿Cómo podía haberle hecho una cosa así? El corazón de Sango latía roto, destrozado, martilleando culpabilidad, destrozando sus propios valores, destrozando, incluso, la promesa que había hecho. Bajó el brazo y se dejó llevar por Iori hasta que chocaron contra un muro. Apoyó su mejilla contra la de ella.
- Cálmate Iori- dijo en voz baja a su lado-. Cálmate- negó con la cabeza sin apartarse-. ¿No lo ves? No estás preparada- murmuró con un hilo de voz-.
Ben, dolido, se deshizo de su abrazo y giró la cabeza parar mirar a Justine. Envainó la espada.
- Mi señora- se aclaró la voz-, no está preparada- se sorprendió al ver cómo se le quebraba la voz-. No ha hecho siquiera ademán de quitarse los grilletes- carraspeó-. No lo está- quería gritar, pero era incapaz. Se acababa de derrumbar como un castillo de naipes-.
El terror en la mirada de la chica parecía diluirse con cada latido que pasaba. No podía apartar los ojos de él. ¿Qué estará pensando? ¿Cuál será el castigo por mi traición? Pero en sus ojos había algo. Quizás reconocimiento de la verdad que acababa de mostrarle. No seas iluso, no es eso, Ben, seguramente piense en cómo matarte en cuanto pueda. Y no la culpo. Por su parte, Justine se llevó la mano al pecho, reevaluando la situación, Sango ahora la miraba a ella.
- Es posible- Iori se apartó un paso de Sango, la miró-.
- Tú no eres Hans- desafió mirándolo con abierta hostilidad-.
Alzó las manos y las cruzó haciendo que un fuerte sonido metálico resonara en el pequeño pasadizo. El movimiento fue ejecutado a la perfección tal y como Justine le había enseñado. Los grilletes se abrieron, y cayeron al suelo con un golpe sordo. Iori le miró, y Sango pudo ver la desesperación más pura en ella.
- Lo estoy- volvió a repetir. La señora evaluó la reacción de ambos, pero no volvió a acercarse-.
- Cierto es que pudo reaccionar mal porque quizá no esperaba eso de ti. Concedámosle el beneficio de la duda - intentó mediar entre ambos-.
Clavó los ojos en los grilletes. No, no soy Hans, a él no le importas. Se agachó para recogerlos. Él no te abrazará si te derrumbas. Miró los grilletes y comprobó su peso. Él te sonreirá, pero después de haberte empujado al abismo. Finalmente, miró a Justine.
- Claro, el beneficio de la duda- dijo secamente-.
Luego miró a Iori pero no a sus ojos, sino a sus muñecas y le enseñó los grilletes para que le tendiera las muñecas. En cuanto lo hizo, le puso el primero en la izquierda.
- Si te pasa algo, te buscaré en la siguiente vida- murmuró antes de apretar el derecho-. Y conocerás lo que es no hacer caso a Ben Nelad- se separó-. Estoy listo- dijo en voz alta-.
Notó como un débil alivio recorría su cuerpo al apretar el último grillete. La buscó una última vez con la mirada, pero sus ojos eran esquivos y se ocultaban de él. No respondió a sus duras palabras, pero no le sorprendió, ¿por qué iba tu nombre a significar algo para ella? Ambos volvieron la cabeza al mismo tiempo para mirar a la enmascarada y al mayordomo, que seguían con la guardia alta debido a la tensión del momento.
- Suerte - salió de los labios pintados de color rojizo de la mujer-.
No contestaron. Ambos volvieron a girar y se internaron en el túnel. Solo sus pasos, el rozar de las botas con el suelo. El lento avance del que sabe que va a enfrentar un punto clave en su vida. ¿Cuándo fue la primera vez que viví algo así? El asedio a Lunargenta, quizá. Caminaba tras ella, sin volver la vista atrás mientras la experiencia de veces pasadas se apoderaban de él: centrarse en el objetivo a cumplir y aislarse del resto. Escoltar, anunciar, pedir recompensa. Escoltar, anunciar, pedir recompensa... Abrió la puerta y salió al callejón.
Iori se detuvo, cegada por el Sol del medio día un instante. Todo su cuerpo, sus respiración y latidos funcionaban de manera desaforada. La presión del momento estaba a punto de romperla en pedazos. Sentía que si quería que la vida no se le escapase de las manos, debía de obtener en Hans la única medicina que podría aliviarla. Miró a un lado y a otro, sin reconocer nada.
- Te necesito- reconoció a regañadientes. Sango dio un respingo-. La última vez- aseguró ella-.
- Cabeza fría Iori. Ahora- se obligó a responder mientras extendía su mano para agarrar el cuello de la ropa y obligarla a caminar-, mirada al suelo y despeja la mente- dijo con tono neutro-.
Salieron del callejón y se incorporaron al transitar de la calle. Decenas de pares de ojos se paraban para mirarles con curiosidad. Sango se obligaba a dibujar una sonrisa que desentonaba con el brillo apagado de sus ojos. Giró a la izquierda en un cruce de calles. Muchos les daban paso mientras los murmullos se alzaban a su espalda. El camino no fue largo y durante el mismo fueron testigos de comentarios de sorpresa, tanto por él, como por ella, incluso, ya cerca de la mansión, se escucharon algunos aplausos y vítores jaleando al Héroe. Ella guardaba silencio. Ben, entonces, se detuvo y se paró delante del guardia. Respiró profundamente.
- Vengo a cobrar la recompensa de manos de Hans Meyer- dijo en un tono de voz neutro al guardia que le sonreía en la puerta-.
Los ojos recorrieron de arriba abajo, y la sorpresa fue mayúscula. Apareció otro, y luego otro. Y el cuarto, que parecía ser el responsable de aquellos imbéciles habló.
- Mis ojos me engañan. ¿Tú eres Sango el Héroe? - se puso al lado de Iori para observarla-.
- ¿Es esta chica? - preguntó otro. Por su expresión, estaba pensando que no entendía en absoluto que ella hubiese dado tantos problemas. - ¿Tú fuiste la que voló por los aires el navío mercante en Assu? - ella se removió inquieta bajo su agarre-.
- Cuádrate como se debe delante de él - rugió después de soltarte una colleja que le hizo salta el casco. Con un gestó llamó la atención de Sango. - ¿Está seguro de que se trata de la chica de la recompensa? Las características cuadran pero...- pareció dudar-.
Sango soltó la ropa de Iori y tiró del pelo de Iori hacia atrás para que pudieran ver sus ojos. Fue un breve instante, luego hizo que bajara la cabeza al suelo.
- ¿Acaso dudáis de mi? ¿Tenéis las agallas para dudar de Sango?- su tono de voz se había endurecido-. Vengo a cobrar la recompensa de manos de Hans Meyer- sentenció-.
Eran todos unos pringados, concluyó Sango. Gente que en su día habrían sido matones como mucho. Los que tenían algo más de sesera, entendió Sango, acababan liderando escuadras como aquella. Y seguro que eran habilidosos con el acero. Pero él lo era mucho más. Podría acabar con ellos en menos de lo que tardaba en empujar a Iori y que esta cayera al suelo. Solo quedarían treinta y ocho...
- Pido disculpas señor- inclinó la cabeza llevando una mano al pecho-. Lo guiaré yo mismo hasta el señor Meyer- con un golpe de talón en el suelo inició al momento la marcha hacia el interior de la gigantesca mansión.
Los pies de Iori se habían anclado en el suelo, y cuando quiso avanzar tropezó con torpeza. Ben se obligó a mantenerla en pie, fue entonces cuando escuchaba su respiración, ansiosa, nerviosa.
La construcción de aquel lugar hacía que el Palacete de Justine pareciese un juguete. Todo brillaba con colores rojos y dorados. Avanzaron por una enorme escalinata cubierta con una gigantesca alfombra fabricada de una pieza. Sango pensó en que aquellos eran colores extraños para demostrar riqueza. Quizás el dorado, pero, quién era él para juzgar aquello. Fue al llegar a lo alto, cuando una figura vestida con un elaborado vestido color crema se detuvo a mirarlos.
- ¿Noticias nuevas? - preguntó una voz familiar. Hablando de tonos dorados...-.
Con el cabello parcialmente suelto, un maquillaje más marcado y luciendo un escote pronunciado, Justine revelaba que los años no habían opacado la deslumbrante belleza que había tenido en su juventud. Sango le echó un vistazo de arriba abajo mientras fruncía el ceño y le daba vueltas a la cabeza. ¿Qué hacía allí? ¿Cómo había llegado? ¿Tan fácil se lo habían puesto para ejecutar la traición.
- Señora, cuesta creerlo pero, el Héroe Sango ha capturado a la muchacha de la recompensa- indicó el guardia deteniéndose servil ante ella-.
- ¡Por todos los Dioses!- se quedó sin aliento y pareció estar a punto de perder la estabilidad.
A Sango se le revolvieron las entrañas. El hombre extendió el brazo hacia ella y la mujer se apoyó en el, demostrando que el impacto de la novedad la había afectado profundamente. Iori tenía los ojos muy abiertos y desvió por unos instantes la mirada hacia el perfil de Sango que estaba a su lado. Ella, seguramente viera el desprecio disimulado con una falsa sonrisa.
- Mi marido estará ampliamente satisfecho con un excelente servicio. De ser alguien quien la trajera, los Dioses tenido a bien regalarnos que fueras tú. Bendito seas - dijo mientras recuperaba la posición erguida, clavando los ojos ámbar en Sango.
- Vengo a cobrar la recompensa de manos de Hans Meyer, mi señora- arrastró las dos últimas palabras-.
- Avisaré a Hans personalmente. Guíalos hacia el despacho de la tercera planta- Justine estaba girándose cuando él la interrumpió.
- Pero mi señora, ese lugar no forma parte del uso habitual del señor Me... -
Los ojos de la mujer se clavaron con una extraordinaria dureza. Tal, que cortó el comentario del hombre y este se volvió a cuadrar con respeto ante ella. Ah, quizá haya prejuzgado las buenas intenciones de mi señora. Sango movió le hombro izquierdo.
- Sí, señora - otro leve sonido de tacón amortiguado por la carísima alfombra, y se puso en marcha.
Sango, que se alegró de perder de vista a la señora Meyer, obligó a caminar a Iori, esta vez para subir las escaleras, donde subieron dos tramos más y avanzaron hasta llegar una puerta de dos hojas. Durante el ascenso, Sango no vio rutas de escape sencillas. Oscuros pensamientos sacudieron su cabeza como el del nuevo uso que tendría aquella mansión: dejaría de ser un lugar residencial para convertirse en un mausoleo. El guardia abrió una de las dos puertas que daban acceso a la estancia. Era una sala grande, con un techo alto. Un escritorio y algunos otros muebles aquí y allá.
- Espere aquí por favor- hizo una inclinación ante Sango, y al punto desapareció, dejándolos solos-.
Ben soltó a Iori y expulsó, lentamente, el aire de sus pulmones. Miró al infinito, incapaz de decir nada. Aguardando la llegada del mayor villano de aquella historia. Aunque quizá sea yo por haberla traído hasta aquí. Sería tan sencillo liberarla de aquella carga. Desenvainar la espada y rajarle la garganta en el mismo movimiento. Mejor no pensar en ello, porque por ella lo haría. La mujer permaneció allí, junto a él. Sin embargo, estaba lejos. Asomándose al vacío, quizá. Y él no dijo nada, permanecía junto a ella.
Se abrió una puerta que sacó a Sango de su ensoñación. Hans Meyer entró taconeando en la estancia, haciéndose notar. Cerró la puerta tras de sí y caminó hacia ellos. Sango no apartó sus ojos de él. Primero miró a Iori, analizando cada pulgada de ella misma. Sus ojos fueron de arriba a abajo y vuelta a empezar. Su rostro mostraba una expresión con cierto deje de triunfo. Cuando se sintió momentáneamente satisfecho, apartó la mirada de ella, y posó sus ojos en Sango.
- Supongo que es a vos a quien debo agradecer mi buena fortuna- le dijo-.
- No solo a mi, desde luego. Diría que los Dioses sonríen en este día, mi señor- hizo una ligera reverencia-.
Se le quedó mirando un buen rato cuando hizo un gesto condescendiente, desechando a los Dioses. Es uno de tus últimos errores. Se obligó a apartar la mirada por miedo a que pudiera descubrir alguna intención oculta. Posó una mano en Iori y la zarandeó ligeramente, obligándose a sonreír.
- Hablemos de negocios- dijo ocultando el asco y notando la tensión de Iori en su agarre-
Volvió a posar sus ojos en la mujer cautiva.
- El precio por su captura ya estaba cerrado- comentó con calma-. Pero puesto que sois uno de los grandes hombres del continente, me veo inclinado a ofreceros algo más. Si necesitáis una habitación en la que descansar y una mesa en la que comer, os abriré las puertas de mi casa. No todos los días uno tiene un héroe sentado a su mesa- le dirigió una cordial sonrisa-.
- Es un gran honor, mi señor, pero me temo que debo declinar. Asuntos más importantes requieren mi atención en el norte- no era del todo falso-. Prefiero cerrar cuanto antes este capítulo y pasar al siguiente asunto- concluyó-.
- Bien, no osaré restaros entonces más tiempo. Yo también tengo asuntos urgentes de los que ocuparme-dirigió de nuevo aquella mirada triunfante hacia Iori, antes de encaminarse con un par de pasos hasta una mesa cercana.
Aprovechando que Hans les dio la espalda, Iori se volvió para mirar a Sango. Ella le había evitado desde el altercado a la salida del palacete de Justine. Pero ahora enfrentó. Clavó los ojos en él con decisión. Pero él la ignoró. Sabía que la miraba, sabía que se había vuelto hacia él. Pero no podía girarse. No ahora. No en aquel momento. Deja de mirarme, te lo pido por los Dioses. Cuando Hans habló, ella desvió la mirada de nuevo hacia el suelo y la presión a la que había sido sometido Sango desapareció.
-Vuestro merecido pago, caballero- dijo guardandose la llave que había utilizado para abrir el cofre del que extrajo el saquito que ahora extendía al guerrero-.
- ¿Le importa si lo cuento?- preguntó.
Hans lo miró con gesto ofendido por unos instantes, como si le pareciese insultante que no confiase en su palabra. Pero acabó por mudar a otra de aborrecimiento e impaciencia. Golpeó con el bastó un par de veces el suelo y, con premura, el hombre, un sirviente de confianza a juzgar por la rapidez en la que acudió al despacho.
- ¿Necesitáis algo, señor Meyer? -preguntó solícito-.
- El joven... ¿Cómo decías que te llamabas, muchacho? -preguntó directamente a Sango, sin rastro de la amabilidad que había mostrado hasta el momento-. No importa. Saca al soldado de aquí y llévalo a la habitación anexa. Desea contar el dinero. Si falta algo, ya sabes que hacer- miró a su ayudante con exasperación y lo azuzó para que se diese prisa.
Este, por su parte, le indicó a Sango, con firme amabilidad que lo acompañase a la estancia contigua. Hans ni siquiera se molestó en despedirse, dirigiendo al hombre que tan benevolentemente había tratado antes, un simple gesto con la mano. Un temblor de ira le recorrió la espalda y le sacudió el cuerpo entero. Ben avanzó ligeramente, obligándose a ser cauto.
- Mi señor, con el debido respeto, si no cuento el dinero, no entrego la mercancía- posó sus manos en el cinto de las armas-. Y antes de que amenace con llamar a sus guardias, sepa que soy bastante diestro y rápido con el acero- le mostró los dientes-. Así que, si es tan amable, y los Dioses sabrán si lo es- lanzó el dardo-, cuente el dinero-.
- ¿Señor? -preguntó el sirviente con voz temblorosa-.
Hans por su parte, apartó la vista de Iori para mirar con desidia a Ben. Estudió por un momento al hombre, antes de indicar a su lacayo que cogiese la bolsa y la contase sobre la mesa.
-Date prisa- le indicó secamente- Quizás deseéis estar presente cuando se cuente. No vaya a escaparse alguna moneda- comentó al joven soldado, indicando con una mano la mesa en la que su ayudante vaciaba la bolsa- No es preocupéis -añadió con cierta sorna-. Yo vigilaré vuestra mercancía hasta entonces- con ojo evaluador, procedió a "revisar" la "mercancía", mientras caminaba en torno a Iori.
Aplaudió internamente el tremendo ejercicio de autocontrol que estaba demostrando la mujer. Apenas un violento temblor que la sacudió, cuando él se acercó. Pero no le miraba. Seguía con la vista baja. Seguía sus instrucciones y eso, en cierta medida, le daba esperanza.
Sango se acercó, reticente, a la mesa en la que el sirviente había desparramado el contenido de la bolsa. El contenido, era, sin duda, impresionante: la mezcla de colores de las piedras preciosas y el brillo de las monedas de nuevo cuño, podían llegar a nublar el juicio.
- Señor, por aquí las monedas y las piedras preciosas que ascienden a un total de- empezó a murmurar, echando cuentas mentales- setecientos Aeros- dijo finalmente-.
Sango parpadeó varias veces, abrumado por la cantidad de dinero que había en aquel pequeño saco de cuero. El sirviente recogió las monedas y las piedras, una a una, para depositarlas en el saco siguiendo un orden que solo él sabía.
- Aquí tiene señor, los 700 Aeros prometidos- le tendió el saco-.
Sango cogió el saco y miró a Hans y por último a Iori. Luego devolvió la mirada a Hans que seguía con la mirada fija en Iori y, con el mango del bastón, la obligó a subir la cara, para mirarla mejor.
- Puesto que ha confirmado mi honestidad con el pago y ya se encuentra en posesión de su recompensa -le dijo a Ben, sin mirarlo-, nuestro negocio ha llegado a su fin. Randal -llamó al lacayo-, acompañe al caballero fuera, después de todo tenía asuntos urgentes que atender -finalizó, dedicándole una última mirada a Ben-.
La mestiza quería evitar el contacto visual a toda costa. Pero no le quedó otra que levantar el mentón. Clavó los ojos azules en él y sintió que en ese momento perdía por completo el control sobre ella. Casi...
Lanzó la bolsa al aire y la cogió al vuelo. Repitió la operación e hizo una mueca.
- Decía mi maestro de esgrima que "nunca se debe alabar el día sin saber cómo viene la tarde"- miró a Hans y forzó una ligera sonrisa para luego apartar la mirada, pasándola, de soslayo, por ella-. Que los Dioses te guarden- el señor le despachó con un gesto que Sango se obligó a ignorar.
Se dejó guiar al exterior de la sala con un rostro serio. El sirviente, tras él, cerró la puerta.
Y sintió el mundo sobre él.
Sango rompe el espejo del baño porque: Eisoptrofobia conspiranoica. Por alguna razón que no entiendes, o quizás sí… Sentirás una poderosa aversión a verte reflejado en algunos espejos y algo en tu interior te hará querer romperlos. Esta condición terminará cuando hayas roto exactamente 42 espejos. (Quedan 40 de 42).
Cuando terminaron con él, después incluso de haberle regañado por haber recibido tremendas heridas. También estaba sorprendidas por el poco dolor que parecía sentir, incluso cuando él aseguró estar bajo los efectos de una poción. Ben, al examinarse las heridas que él podía ver, consideró que hicieron un gran trabajo con ellas. El baño, estaba listo y Sango despachó con una sonrisa, aún sentado en la cama, examinándose el brazo.
Sólo. Entró en el baño y una terrible sensación de agobio le asaltó. Volvió a mirarse el brazo y frunció el ceño: tenía ganas de reir y de arrancarse el brazo a mordiscos. ¿Cómo? Sacudió la cabeza y lanzó un manotazo al frente para sacudir el vapor. Gruñó y volvió a hacerlo. Al ver que no obtenía el resultado deseado, lanzó los brazos hacia delante como si peleara contra un enemigo invisible. Y entonces, lo intuyó por el rabillo del ojo. Ben, instintivamente, se tiró al suelo, tras la bañera.
- Con que este era el plan, ¿verdad? Despojarme de las armas y mandar a un asesino- le gritó-.
Recogió las piernas para que su atacante no pudiera verle. Decidió, entonces, que lo mejor era rodear la bañera y atacarle desde el otro lado. Rió entre dientes y se puso a gatear en torno a la bañera. Se asomó y pese a no ver a su atacante sabía que estaba allí. Recogió uno de los cubos que habían dejado allí para el agua, y cuando estuvo preparado se levantó con el cubo sobre la cabeza y se abalanzó sobre la figura.
- ¡Muere, asesino!- gritó antes de lanzar una carcajada-.
Su rival, según pudo ver, también llevaba un cubo, pero Sango golpeó primero. Lo hizo hasta en tres ocasiones. Y satisfecho por su victoria, se quedó mirando los fragmentos de espejo esparcidos por el suelo. Frunció el ceño y miró el cubo que tiró a un lado casi al instante.
- Pero si yo no...- dijo sin comprender qué estaba pasando-.
Aún confuso, se obligó a empujar con la bota los fragmentos del espejo roto contra la pared, quiso incluso esconderlos, pero, descartó la idea. El vapor entraba por los los poros de su piel y pronto se olvidó del espejo. Se quitó botas y pantalón y lo dejó todo tirado en el suelo antes de meter un pie en el agua caliente. Poco después ya se había acomodado y disfrutaba del agua caliente y del jabón al tiempo que el incidente del espejo quedaba absorbido en algún otro lugar de su cabeza.
La cena merecía mención aparte, después de vestirse con las ricas ropas que había encima de la cama, la bandeja de plata rebosaba con productos de altísima calidad: quesos, embutidos, frutas, panecillos... Y todo ello acompañado de vino. No era lo que más le agradaba pero podía servir. Dio buena cuenta de la cena limpiando por completo la bandeja y rematando con el dulce vino que le habían servido.
La cama, resultaba mucho mejor cuando uno estaba tumbado. Se sentía flotar en aquella superficie blanda y pese a que había silencio, Ben no había sido capaz de encadenar sueños profundos seguidos. El desasosiego era más fuerte que el cansancio. Suspiró, se levantó y tras dar un par de vuelta por la habitación, decidió ir a comprobar cómo estaba ella.
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Un ruido apagado llegó a sus oídos. Sintió la luz en los ojos cerrados y farfulló algo antes de dar media vuelta. Cuando se desvanecía, volvieron a llamar, ahora más fuerte.
- ¡Largo!- gritó irritado-.
Se obligó a abrir los ojos y la luz le cegó, por lo que cerró lo ojos de nuevo y se llevó las manos a la cara. En ese momento, todo lo sucedido el día anterior le golpeó y le hizo abrir los ojos una vez más, ignorando la claridad que penetraba en la estancia. Se incorporó y bostezó, sus ojos contemplaron el azul del cielo mientras sus manos se abrían y cerraban para comprobar lo blando que estaba la cama. Se obligó, entonces, a levantarse para ir hasta el balcón y despejar. Abrió la puerta y dejó que la brisa de la mañana le golpeara con su fresco aliento. Cerró los ojos y respiró profundamente.
Observó a los empleados trabajar en tareas de mantenimiento y conservación del jardín. Uno de ellos, se afanaba en limpiar una zona destinada a flores de vivos colores. Giró la cabeza para comprobar que ella no estaba en el otro balcón. Respiró profundamente un par de veces más y decidió volver a tumbarse. Aquella cama había sido un gran descubrimiento. Era, sin duda, el lugar más cómodo en el que habían dado sus huesos en toda su vida. De repente, abrió los ojos y gruñó. Se levantó mientras se acordaba de que habían llamado a la puerta. Abrió y se encontró a un mayordomo y tres sirvientas.
- Buenos días señor - saludó con el cuello tan tieso que parecía tener la misma flexibilidad que un roble-. Tenemos listas sus nuevas ropas, su armadura y el desayuno- ante un gesto del hombre, las mujeres se internaron en la habitación pasando con rapidez a su lado. Había profesionalidad y disciplina en cada gesto, en cada movimiento-. Una sanadora del templo ha llegado. Echará un vistazo a sus heridas cuando usted considere- las mujeres salieron tras dejar ropa y armadura extendidas a los pies de la cama, y desayuno sobre la mesa, en el mismo lugar que la cena del día anterior-. La señora le pide que en cuanto esté disponible se reúna con ella en su estudio privado. Cuando esté listo hágamelo saber y lo conduciré hasta allí- Ben se fijó en las criadas que salía de la puerta contigua, con la bandeja de la cena de la noche anterior y la del desayuno. Suspiró.
Agradeció al servicio el haberle llevado hasta allí el desayuno, que consistía en dos rebanadas de pan con manteca, una jarra de leche y dos manzanas. Se sentó a la mesa y empezó por el pan con manteca mientras hacía ejercicios con el brazo izquierdo. Sentía dolor y eso con las perspectivas del día, no era deseable. Cogió una manzana con la mano izquierda y salió al pasillo para pedirle al sirviente la asistencia de la sanadora.
- Aguarde aquí un instante. Si le parece correcto, la traeré hasta su alcoba- se giró para desaparecer por el largo pasillo de piedra blanca. A los pocos instantes regresó, acompañado de una muchacha que cubría con una capa la cabeza. El sirviente volvió a hacer una inclinación-. La sanadora, Amärie Areth- la presentó antes de volver a ocupar su sitio al lado de la puerta-.
Sango salió al pasillo y miró la puerta cerrada de la habitación contigua. Dio otro mordisco a la manzana y miró hacia el otro lado, el tipo que le estaba proporcionando todo lujo volvía con una figura encapuchada. Al presentarla y quitarse la capucha Ben la observó durante unos instantes. Ni de lejos es el mismo azul. Hizo un gesto para que entrara en la habitación y él la siguió.
La sesión de curación era lo esperado, Ben había recibido más de una docena de veces tratamiento élfico para las heridas. La imposición de manos era un don que los Dioses habían concedido a los elfos. Se alegraba por ello, porque en más de una ocasión había salvado la vida gracias a ellos.
La sesión dejó agotada a la elfa, que se despidió mientras Sango seguía comprobando con fascinación la recuperación de sus heridas. Terminó el desayuno y se vistió con un pantalón, botas y la camisa que ella le había desabrochado el día anterior. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al recordar el roce de su piel. Dejó escapar el aire y sacudió la cabeza. Remató el conjunto con el cinto con las impolutas armas. Salió y le pidió al sirviente que le llevara ante la Señora.
El palacete bullía de actividad. No era en absoluto una finca del tamaño acostumbrado en aquella zona de la ciudad. Ocupaba, según los cálculos de Sango, apenas un cuarto de lo que era común en las mansiones de la zona. Una casita modesta, pensó con diversión. Sin embargo, observó que todo parecía funcionar a la perfección.
Subiendo a la planta siguiente, el sirviente avanzó hasta unas grandes puertas dobles. Se detuvo como si se hubiera estrellado con un muro invisible. Golpeó la puerta con los nudillos cubiertos por sus guantes blancos.
- Adelante- se escuchó al otro lado. El servidor abrió una hoja, y con un gesto indicó a Sango que pasara.
Sango entró con la mano izquierda posada en el pomo de la espada y la diestra en la espalda. Cuando la puerta se cerró y sus ojos se cruzaron. La mujer tenía una belleza serena, ojos ambarinos y el cabello recogido, a la luz del día se veía de un reluciente negro con algunos hilos de plata. Se encontraba detrás de una enorme mesa de trabajo cubierta de papeles pulcramente ordenados. Ben no pudo evitar soltar una carcajada. Por su parte, ella le devolvió una sonrisa como respuesta y se levantó para acercarse a él.
- Bienvenido Sango. Confío en que esta noche hayas podido descansar. ¿La sanadora Areth ya te ha visitado? - alzó la mano a un lado, señalando un conjunto de sofás delante de una enorme cristalera, entre los que se encontraba una pequeña mesa de té en medio. Su reacción le hizo quedar como un auténtico miserable lo que hizo que Ben hiciera un ligera reverencia.
- Mi señora, es mucho más lujo del que uno merece- volvió a su posición erguida-. Sí, he recibido la visita de la dama Amärie y como no podía ser de otra manera, los cuidados élficos son excelentes- inclinó la cabeza y aceptó la invitación para sentarse donde le indicaba la señora Justine. Ben volvió a mirarla y tuvo que contener una nueva sonrisa por lo absurdo de la situación. Se forzó a mirarse las botas. Por suerte para él un sirviente, bien vestido, apareció de repente y cruzó la sala hasta ellos con una bandeja de plata.
- Es una gran suerte para Lunargenta contar con unas manos como las suyas- asintió, observando con ojo crítico cómo colocaban un juego completo de té en la mesa-. Por la noche han preparado vuestras ropas. La verdad que hacía tiempo que las muchachas no cosían con tanta emoción un encargo. Poco es para agasajar a alguien como tú - lo tuteó pese al trato que le daba Sango-. Deseo que sean de tu agrado. Y que con la armadura hayan realizado un trabajo adecuado- añadió antes de hacer un gesto con la mano hacia el sirviente.
- Sin duda, han hecho un gran trabajo, mi señora- hizo una pausa para observar como despachaba al sirviente-. Transmítales, si es posible, mi agradecimiento por su trabajo- añadió. Observó cómo vertía el contenido en dos tazas antes de posar la tetera-.
- Imagino que no será lo que más te guste beber, pero un poco ayuda a trabajar mejor a los riñones - sonrió extendiendo hacia él una taza humeante. Sango la aceptó con una sonrisa y olfateó el contenido-.
- Oh, tengo gran aprecio por las infusiones, sobre todo cuando llevo días en el camino, con días sin probar nada caliente. Además, es un buen método de beber agua en buen estado- recitó aquellas palabras que había aprendido durante su formación y que tan útil le había sido años después-. ¿De qué es?-.
- Realmente es una infusión de uva dorada. Me gusta comenzar las mañanas con una o dos tazas. Siempre en las cantidades adecuadas, por supuesto - dijo Justine tomando su propia taza con una sonrisa dibujada en el rostro. Tomó un sorbo y la dejó en la mesa de nuevo. Desvió un instante la mirada para observar los jardines abajo-. Te he llamado porque debemos de aclarar ciertos puntos para que lo que sucederá hoy en la mansión salga bien. De la misma manera, imagino que tendrás algunas preguntas. Por lo que es importante que tú y yo estemos bien coordinados para que nada se... malogre- pronunció despacio la última palabra, regresando los ojos a Sango-.
Ben dió un sorbo de la infusión de uva dorada, era la primera vez que escuchaba hablar de aquel fruto y, por supuesto, la primera infusión de ese tipo que bebía en su vida. Al menos que el supiera. La temperatura del brebaje, sin embargo, le impidió saborear nada. Posó la taza en la mesa y dejó que el calor le apuñalara por dentro. Se desabrochó parte de la camisa para masajearse el pecho.
- Bien- sus miradas se cruzaron-. ¿Freyja ya no bendice la unión, mi señora?- Sango lanzó una estocada acompañada de una leve sonrisa. Era una pregunta obligada: la señora Meyer involucrada en el asesinato del señor Meyer. El rostro de Justine no vaciló-.
- Nunca lo hizo, ciertamente. Un matrimonio de conveniencia. Él, necesitado de una mujer que ocupase la posición de esposa. Yo, buscando una oportunidad para sobrevivir...- volvió la cabeza hacia los jardines, buscando algo, más sin encontrar-. Que el matrimonio sea falso, ni implica que me siento tremendamente afortunada con mi vida. Doy gracias a los Dioses todos los días- aseguró con decisión-. Imagino que conocerás la fama general de Hans... Mercader de éxito, filántropo, mecenas de las artes... esa es solo la superficie- la voz de la mujer adquirió un tono oscuro-. Dentro de él late un corazón retorcido. De campesino creció a este nivel en poco tiempo. ¿Sabes cómo Sango? Pisando a todos los que podía para crear su propia escalera hacia la gloria. Tráfico ilegal, contrabando, venta de armas, drogas, prostitución, esclavitud... ¿añadirías algo más a la lista de delitos imperdonables? Seguro que lo que puedas imaginar forma parte de su historial-.
- Un mecenas del arte, ¿eh? Del arte de joder a los que están por debajo- comentó Sango-. Supongo, mi señora, que después de los trágicos eventos en la casa de los Meyer...- no, no quiso seguir por ahí-. ¿De qué defensas disponen en la casa, mi señora? Guardias, sirvientes, alguna visita de última hora- enumeró-.
Justine tomó la taza de nuevo, ante la palabrota de Sango para beber. Su taza humeaba como la del héroe, pero ella parecía no notar la temperatura elevada de la infusión.
- Desde que Iori comenzó a buscarlo, se han multiplicado- dejó de nuevo el recipiente en el platillo y no pudo evitar reír-. Es asombroso como una chiquilla como ella ha podido ponerlo en tal estado de paranoia. Pero el pasado siempre vuelve.- meditó para sí, clavando los ojos en la camisa abierta de Sango.
- Los hilos del gran tapiz... Nunca se sabe cuando volverán a cruzarse, a menos que las Nornas nos lo revelen, pero claro, ni a Odín le permitieron verlo- hizo un gesto para que se olvidara de sus reflexiones y se llevó la taza a los labios. Sopló antes de dar un sorbo-. ¿Cuántos?- preguntó con seriedad-.
- Repartidos en distintas posiciones, junto con los diez que lo acompañan de forma habitual como guardia personal, actualmente dispone de 42 soldados profesionales. Además de ellos la mansión cuenta con 33 sirvientes ocupados de diferentes tareas. Un tesorero y el ama de llaves. Pero ninguno de estos datos importará créeme. No irás allí para blandir ningún arma-.
- Entonces, ¿a qué voy?- preguntó con las cejas alzadas-.
- Os lo dije ayer, pero veo que no me tomaste en serio en su momento. Tú entregarás a Iori y cobrarás la recompensa- los labios de la mujer se estiraron en una risa inquietante.
- ¿Y la dejo en manos de cuarenta y dos tipos armados?- bufó-. No- dijo indignado. Justine rio por lo bajo-.
- Créeme, lo mejor que le podría pasar sería eso. Pero no. Hans se la llevará a solas. Estoy segura de ello- volvió la vista hacia el jardín de nuevo, y en esta ocasión parecía que había encontrado lo que había estado buscando en las ocasiones anteriores.
- Mi señora, ¿no hay otra manera? Alguna con menos riesgos para ella- había cierta angustia en el tono de voz. Justine no apartó la vista de lo que captaba su atención-.
- Es la única manera. Y también es lo que ella desea. Lo que ella merece. Tener la oportunidad de que Hans esté a solas con ella. Un cara a cara. Presentársela como un regalo, haciendo que él se confíe. Que piense que la tiene bajo su mano... el resto dependerá de ella. Pero si tiene la mitad de carácter de lo que tenía su madre- dejó la frase colgando en el aire. Ben no pudo más que enarcar las cejas-.
- ¿Conoció a su madre?- preguntó sorprendido. Pero más sorprendida parecía ella ya que apartó los ojos de la ventana-.
- ¿No sabes nada?- inquirió con curiosidad. Se llevó la mano al mentón-. Lo lamento. Creo que malinterpreté vuestra relación. Os llevo siguiendo desde el ataque en la posada, cuando él mando a la guardia tras vosotros-.
La observó durante un tiempo. Lo suficiente como para dibujar una mueca de desprecio en el rostro. Justine Meyer acababa de asegurar que les estaban observando desde la taberna. Su obsesión con mirar a todas partes no era una obsesión fruto de la locura. Estaría bien, pensó, que Max escuchara esto.
- ¿Era necesario hacernos bajar a las Catacumbas? ¿Era necesario hacernos pasar por el gremio de Luchadores?- inquirió-.
- Fuisteis demasiado rápidos. Supongo que es la consecuencia de que sabes hacer bien tu trabajo- la mujer le devolvió la mirada con gravedad-.
- Si tan bien lo hago, ¿por qué apartarme de ella? No tiene sentido- añadió con una media sonrisa. La mujer rodó los ojos y vació el pecho de aire-.
- Hagamos una cosa entonces. Te ofrezco una solución intermedia. Una vez entregues a Iori, él se la llevará. Nadie irá con ellos. Pero yo conozco una forma de acceder. De estar cerca, ser testigo pero sin ser vistos. Te prometo que si ella llegase a estar en un peligro que no es capaz de solventar por si misma, tú podrás alcanzarla.- guardó silencio y lo miró con ojos curiosos-.
- Bien, eso me gusta más, mi señora- aceptó Sango-.
Los ojos de Justine se estrecharon, y aunque parecía sonreír su cara resultaba seria en ese momento. Una expresión curiosa, pensó Sango.
- Como soldado espero que recuerdes la obediencia y el acato a las órdenes del mando una vez estemos allí - era evidente quién ocupaba esa posición-.
- Sí, mi señora- cogió la taza y se la llevó a la altura de los labios, ocultando una sonrisa-. Sin embargo, es importante saber adaptarse si las órdenes no son del todo claras- dio un sorbo ante la atenta mirada de Justine, que alzó el mentó para contestarle-.
- No te preocupes, Héroe, lo serán - tras mantenerle la vista un segundo, volvió a desviar los ojos hacia los jardines. Su expresión mostró algo similar a la nostalgia, mientras fijaba la mirada en algo-.
- Mi señora, ¿cómo saldremos de allí?- preguntó el guerrero-.
No respondió de la forma presta y directa que había usado hasta entonces. Pareció meditar con cuidado sus palabras.
- Tranquilo. A su debido momento lo sabrás- respondió tras unos instantes-.
- Bien, es por esto que un soldado debe saber adaptarse- la desafió, pero ella no mordió el anzuelo. Ben, entonces, dio una gran bocanada de aire-. Mi señora, ¿alguna vez habéis empuñado una espada?- ella apartó los ojos y los posó en él-.
- Nunca con la intención de entablar combate - respondió mientras sus ojos recorrían su torso. Sango sonrió y dejó que se recreara en la musculatura visible a través de la camisa abierta.
Se permitió unos instantes para teorizar con los pensamientos de Justine. "Un físico portentoso", tal vez, "el Héroe es digno brazo ejecutor de los Dioses". Ben ensanchó la sonrisa, quizá podría añadir "una piel esculpida por los mismos Dioses que lo habían enviado como regalo a la humanidad". Sacudió levemente la cabeza. Tonterías que descartó con una sacudida de cabeza, ¿a quién le interesaría una persona con un perverso gusto por entrar en batalla? Ben se sorprendió a sí mismo con aquel pensamiento.
- Ah- dio un sorbo y posó la taza en la mesa, tratando de desembarazarse de sus últimas reflexiones-. ¿Le puedo pedir, entonces, un favor?- preguntó con un tono de voz más bajo y borrando la sonrisa del rostro-. Si el Héroe cayera, le pido que cierre sus ojos y le ponga la espada en la mano; queme sus restos y lance una plegaria en su nombre- dijo serio. Las cejas de la mujer se arquearon y su semblante reflejó la seriedad con la que se tomaba la petición de Sango.
- Tienes mi palabra, Héroe, si se diese la triste situación, así se hará- Sango inclinó la cabeza hacia delante en un claro gesto de respeto-.
- Bien, si no tenéis nada más que decirme- llevó su mirada a los jardines-.
Posaba sus ojos en una figura solitaria, vestida de blanco, con el pelo castaño suelto al aire y sentada en una fuente, con las piernas dentro del agua. Que los sirvientes miraran hacia ella cada vez que pasaban a su lado le producía cierto placer a Sango que sonrió. A continuación volvió sus ojos hacia la mujer que miraba lo mismo que él.
- Descansad lo que queda de mañana. Os avisaré cuando llegue el momento - Justine se puso en pie-
- Sí, mi señora- hizo una breve reverencia-. Un gusto hablar con vos- Sango, sin mirar atrás, abandonó la estancia-.
Allí, el sirviente, que resultó llamarse Charles, le preguntó qué quería hacer, o a dónde quería ir. Sango le preguntó si jugaba a las cartas y este negó con la cabeza. Ben se encogió de hombros y le pidió volver a la habitación, a la maravillosa cama en la que uno se sentía flotar. La promesa del momento provocó que sonriera.
Sango llevaba un buen rato tumbado en la cama, tenía la pierna derecha estirada, la izquierda estaba doblada, con la rodilla en alto. Quería quedarse dormido, pero su cabeza le daba vueltas a muchas cosas. Tenía la cabeza ladeada y contemplaba la inmensidad del cielo azul a través del gran ventanal abierto. De vez en cuando, la ligera brisa, decidía acariciarle la piel y removerle algún mechón de pelo. Su intranquilidad, pensó, provenía, en gran medida, por su culpa. Pero, ¿por qué?
Hace tan solo dos días, paseaba, despreocupado, por Lunargenta. Hoy, estoy aquí, acompañando a la persona que me han encargado encontrar y llevar a Eiroás. ¿Por qué? Sé por qué lo hago. Por él, sin duda. Pero principalmente es por ella. Entonces, ¿qué es ella para mí? Ah, la pregunta... Sango posó las manos en el pecho.
Hasta el día que me reuní con el maestro Zakath, no tenía, apenas constancia de ella. El día que me habló de ella, recordé haberme cruzado en una ocasión con alguien que coincidía con esa descripción. Sin embargo, era otra persona, porque de la descripción y el recuerdo a lo que encontré...
Una mujer destrozada, arrollada por algún trágico evento y abandonada a sí misma y al correr del tiempo. Despojada de todo sentimiento que desprendiera una pizca de calor. Todo ello lo había visto con sus propios ojos. Lo había escuchado. Lo había sentido. Un escalofrío recorrió su cuerpo.
Parecía tan lejano su primer encuentro, y sin embargo, fue ayer. Un día vivido intensamente, cargado de emociones. Un día en el que Sango perdió la cabeza por ella. Un día que prometió combatir contra el frío y oscuro abismo al que ella se asomaba. El día que prometió caminar junto a ella, tirar de ella y alejarla del frio abrazo del olvido eterno. Un día en el que comenzó a caminar junto desde que la vio llorar en la taberna, desde que vio como los fragmentos de Iori estaban sujetos por una cuerda llamada venganza.
¿Y eso justifica el deseo? ¿Y por eso la golpeaste en la taberna y en las Catacumbas? ¿Tienes miedo a decirle que la deseas? ¿Tienes miedo de ella? Ben frunció el ceño. No la aparté en la taberna, no lo hice por disculparme; la busqué en casa de Max, estuve allí para ella; la reconforté en las Catacumbas, la besé en el gremio. Y creo que... ¿Qué crees? ¿Que no debiste hacerlo? ¿Que tenías que haberla pateado hasta que despertara del infame sueño en el que está metida? Se revolvió incómodo.
¿Y anoche, cuando la viste desnuda por primera vez? ¿Cuando en vez de marcharte decidiste quedarte allí? ¿Cuando estuvo sobre ti? ¿Cuando acarició con sus frios dedos tu cálida piel? ¿Cuando acariciaste su piel dorada llena de cicatrices y heridas? ¿Cuando te endureciste por ella? Entonces, ¿tampoco creías que debías hacerlo? Ben, eres idiota. Eres amante de lo roto, crees que puedes arreglarlo pero lo único que haces es destrozarlo aún más. ¿Acaso no te disparó la última persona a la que intentaste ayudar?
Ben se llevó la mano al hombro izquierdo. Parecía el hombro elegido para pelear por ellas. Se atrevió a esbozar una leve sonrisa pese al discurso que tenía instalado en su cabeza. No duró demasiado, pues su rostro se ensombreció de nuevo.
¿Qué quieres que haga con una mujer que encuentra placer en el dolor? ¿Viste su cara en la taberna? ¿Viste su expresión en las catacumbas?¿Qué significa lo que hice para una mujer así? Quizás consiga hacerle más daño del que ya ha recibido. Por muy hermosa y deseable que sea, no podría. No hasta que sepa quién es realmente. No hasta que ella, recupere el camino, un camino que recorreré junto a ella. Lo prometí.
Ben se levantó de la cama y se quedó sentado al borde. Se miraba los pies sobre la alfombra ubicada al pie de la cama. ¿Qué es ella para mi? ¿De verdad solo es necesario un día? Se levantó y caminó por la habitación. Déjalo estar, Ben, el día que mueras nadie sufrirá por ti. Déjalo estar. Pero no pudo.
Era poco después del medio día cuando Charles entró en la habitación y avisó a Sango de que debía de prepararse. Entonces empezó el lento ritual: pantalón, botas, camisa, gambesón, cota de malla, armadura. Le llevó un buen rato ajustarlo todo, pero cuando lo hizo sonrió satisfecho. Se sentía tremendamente cómodo en el interior de la armadura, más aún con el olor que desprendía y lo limpio que estaba todo. Sonrío. Se ajustó el cinto de las armas y finalmente remató el conjunto con la capa. Se echó el escudo a la espalda y cayó de rodillas al suelo.
Gran Tyr, hijo de Odín, señor sobre nuestras vidas,
Ciega los ojos de mis enemigos, ablanda su voluntad,
No dejes que eche la vista atrás, gritaré con furia tu nombre,
Y actuaré siguiendo los pasos de tu destructiva melodía.
Ciega los ojos de mis enemigos, ablanda su voluntad,
No dejes que eche la vista atrás, gritaré con furia tu nombre,
Y actuaré siguiendo los pasos de tu destructiva melodía.
Concluida la plegaria al Dios Tyr, Sango se levantó y abandonó la estancia con semblante serio, pero un espíritu sereno. Charles, que aguardaba fuera, tardó más de lo habitual en reaccionar, pero en seguida se repuso y lo condujo a unos jardines interiores, que por su ubicación eran los únicos que no podían ser vistos de desde ningún punto de la ciudad. Estos, estaban desiertos. Chocaba con respecto al bullicio de la mañana, incluso el sonido parecía amortiguado en aquel lugar. Aguardaba Justine, portando, de nuevo, la máscara que ocultaba parcialmente su rostro y a su lado estaba Iori, que volvía a vestir con su ropa vieja. Un contraste evidente entre los dos invitados. Su cabello, el mismo que se había atrevido a tocar y apartar para contemplar sus ojos, estaba recogido en una trenza baja que le caía por la espalda.
- Es la hora - anunció la dueña de la casa mirando a Sango que a su vez miraba a Iori y esta a algún otro lugar-.
- Sea pues. Armas a punto, estoy listo- sus ojos se posaron en Iori-. Y tú, ¿cómo estás?- preguntó, una vez más-.
- Bien- respondió ella antes de darle la espalda.
Sango alzó los hombros y negó con la cabeza. Para todos era, evidente, que ella no estaba bien y pretendía demostrarlo. La señora de la casa la miró de arriba abajo un instante.
- No, ciertamente bien no estás - murmuró la señora-.
- Pues entonces deje de mirar- respondió la mestiza con la voz trémula, y que parecía a punto de estallar-.
Justine ignoró su gélida respuesta y miró a Charles, al que le hizo un gesto que Sango observó con curiosidad.
- Pero no estás tan mal como cabría esperar- asintió-.
Entonces, el sirviente, Charles se acercó a Iori. La agarró de la cintura y en dos rápidos movimientos la arrastró hasta tirarla sobre un montón de tierra fresca que había sido removida esa misma mañana. La caída, la dejó sin respiración. Ante el inesperado movimiento Ben se llevó la mano a la espada. Justine alzó la mano hacia él indicándole que se detuviese.
- Rebózate bien querida. Tras haber sido capturada tu aspecto tiene que ser lo más patético posible. La presentación del producto es importante. Y Hans disfruta especialmente con la humillación ajena- se giró sobre sus pasos mientras Iori la observaba sentada sobre la tierra-.
- Permítame- ofreció la mano Charles, de forma servicial-.
Iori lo miró con fuego en los ojos y se incorporó sin tomársela. Se sacudió como pudo, y, tal y cómo había dicho la señora, su aspecto ahora lucía completamente miserable.
- Antes de salir... - la mujer sacó de debajo de la capa con la que cubría sus hombros unos grilletes metálicos, grandes y pesados-. Deberás de llevar esto puesto. Será la correa de mando con la que él te controlará - hizo un gesto señalando hacia Sango.
Observó con cierto desasosiego las cadenas que querían colocarle a Iori. Que lo ataran o lo encadenarán le producía un miedo tan terrible que la simple visión de los grilletes le hacía sudar las manos. Tragó saliva.
- ¿Es necesario? Supongo que irán sueltas, por si acaso es necesario adaptarse- remarcó aquella palabra mirando a Justine-.
Ella le ignoró e hizo un gesto a Charles que se aproximó obediente y se maniobró con los grilletes. Abrió el mecanismo y se las colocó cerrando con fuerza.
- Iori, presta atención- la instó a fijarse-. Tienen un truco que permite que tu misma las abras cuando lo desees. Si superpones tus muñecas haciendo una cruz justo sobre esta zona- Charles hizo el gesto para mostrarle cómo-, se acciona el dispositivo de seguridad y ambos cierres se abrirán. Entrarás así junto a Hans. Luego será cosa tuya- habló despacio, para asegurarse de que la chica lo entendía. Iori asintió con la cabeza y extendió los brazos hacia delante. La mujer le puso ahora a ella los grilletes, y el peso metálico sobre sus muñecas hizo que los brazos de Iori cediesen hacia abajo-. Listo. Ahora, seguidme- se encaminó tomando la delantera-.
- ¿Qué herrero fabricó los grilletes?- preguntó Sango mientras caminaba tras Justine e Iori. Empezaba a estar algo nervioso-.
- Durnik, en la Calle Real- respondió con calma-.
Mientras se internaban en los soportales de piedra blanca, Sango negó con la cabeza, aunque agradeció el dato. Durante el trayecto, Charles se aproximó a Sango desde atrás y llamó su atención con un gesto. Ben se descolgó de la cabeza y miró al sirviente que le tendía un frasco de cristal tallado.
- La señora desea que haga tomar a la dama este preparado. No cenó y no desayunó. Lady Justine teme que puedan fallarle las fuerzas en un momento de necesidad - explicó conciso. Ben hizo una mueca y guardó el frasco-.
Recorrieron la galería porticada hasta acercarse a uno de los muros que delimitaba el Palacete de la calle. Allí, disimulada con un arco ciego había una pequeña puerta que solo se podía accionar desde dentro. Charles hizo las maniobras necesarias y la abrió.
- Estos muros tienen un grosor considerable, un par de personas con los brazos abiertos, quizá. Cuando crucéis el pequeño túnel estaréis en una pequeña callejuela secundaria, usada por el servicio. El Héroe no tendrá problemas en ubicarse para encaminarse hacia la mansión de Hans- sonrió mirándolo-. Os deseo suerte en nuestra empresa común- se despidió de ambos. Sango supo que era el momento-.
- Gracias por todo Justine. Le mandaré recuerdos a Zakath de tu parte- desenvainó la espada y se la enseñó a Justine a modo de amenaza antes de girarse para mirar a Iori con una sonrisa mientras posaba la mano izquierda en la base del cuello y apretaba con cierta dureza-. ¿Acaso creíste que dejaría que hicieras lo que te diera la gana? ¿Acaso pensabas que no iba a cumplir mi palabra?-.
Observó su reacción. Sus ojos se abrieron de puro asombro. El azul duro pareció hacerse líquido, mientras ella lo miraba en la cercanía tratando de comprender. Sintió a la mujer y sirviente dar unos pasos hacia atrás, el sirviente adelantándose a la señora, interponiéndose entre la espada y Justine. Pero él solo tenía ojos para ella. Su boca se abrió, pero fue incapaz de hablar. Los ojos de Sango, no se apartaban de los de ella mientras confirmaba sus sospechas. Ella usó el largo de la cadena que unía los grilletes para pasársela a Sango por un lado del cuello. Recogió los eslabones por el otro lado y lo sujetó con fuerza tirando de él hacia ella todo lo que pudo. Se dejó hacer, paralizado por el dolor que sentía, no por los eslabones de la cadena.
- ¡Qué demonios estás diciendo...! - resolló de forma pesada. Él la estaba matando en aquel preciso instante. Tiró con más fuerza, prácticamente colgándose de él-. Sango...-
¿Cómo podía haberle hecho una cosa así? El corazón de Sango latía roto, destrozado, martilleando culpabilidad, destrozando sus propios valores, destrozando, incluso, la promesa que había hecho. Bajó el brazo y se dejó llevar por Iori hasta que chocaron contra un muro. Apoyó su mejilla contra la de ella.
- Cálmate Iori- dijo en voz baja a su lado-. Cálmate- negó con la cabeza sin apartarse-. ¿No lo ves? No estás preparada- murmuró con un hilo de voz-.
Ben, dolido, se deshizo de su abrazo y giró la cabeza parar mirar a Justine. Envainó la espada.
- Mi señora- se aclaró la voz-, no está preparada- se sorprendió al ver cómo se le quebraba la voz-. No ha hecho siquiera ademán de quitarse los grilletes- carraspeó-. No lo está- quería gritar, pero era incapaz. Se acababa de derrumbar como un castillo de naipes-.
El terror en la mirada de la chica parecía diluirse con cada latido que pasaba. No podía apartar los ojos de él. ¿Qué estará pensando? ¿Cuál será el castigo por mi traición? Pero en sus ojos había algo. Quizás reconocimiento de la verdad que acababa de mostrarle. No seas iluso, no es eso, Ben, seguramente piense en cómo matarte en cuanto pueda. Y no la culpo. Por su parte, Justine se llevó la mano al pecho, reevaluando la situación, Sango ahora la miraba a ella.
- Es posible- Iori se apartó un paso de Sango, la miró-.
- Tú no eres Hans- desafió mirándolo con abierta hostilidad-.
Alzó las manos y las cruzó haciendo que un fuerte sonido metálico resonara en el pequeño pasadizo. El movimiento fue ejecutado a la perfección tal y como Justine le había enseñado. Los grilletes se abrieron, y cayeron al suelo con un golpe sordo. Iori le miró, y Sango pudo ver la desesperación más pura en ella.
- Lo estoy- volvió a repetir. La señora evaluó la reacción de ambos, pero no volvió a acercarse-.
- Cierto es que pudo reaccionar mal porque quizá no esperaba eso de ti. Concedámosle el beneficio de la duda - intentó mediar entre ambos-.
Clavó los ojos en los grilletes. No, no soy Hans, a él no le importas. Se agachó para recogerlos. Él no te abrazará si te derrumbas. Miró los grilletes y comprobó su peso. Él te sonreirá, pero después de haberte empujado al abismo. Finalmente, miró a Justine.
- Claro, el beneficio de la duda- dijo secamente-.
Luego miró a Iori pero no a sus ojos, sino a sus muñecas y le enseñó los grilletes para que le tendiera las muñecas. En cuanto lo hizo, le puso el primero en la izquierda.
- Si te pasa algo, te buscaré en la siguiente vida- murmuró antes de apretar el derecho-. Y conocerás lo que es no hacer caso a Ben Nelad- se separó-. Estoy listo- dijo en voz alta-.
Notó como un débil alivio recorría su cuerpo al apretar el último grillete. La buscó una última vez con la mirada, pero sus ojos eran esquivos y se ocultaban de él. No respondió a sus duras palabras, pero no le sorprendió, ¿por qué iba tu nombre a significar algo para ella? Ambos volvieron la cabeza al mismo tiempo para mirar a la enmascarada y al mayordomo, que seguían con la guardia alta debido a la tensión del momento.
- Suerte - salió de los labios pintados de color rojizo de la mujer-.
No contestaron. Ambos volvieron a girar y se internaron en el túnel. Solo sus pasos, el rozar de las botas con el suelo. El lento avance del que sabe que va a enfrentar un punto clave en su vida. ¿Cuándo fue la primera vez que viví algo así? El asedio a Lunargenta, quizá. Caminaba tras ella, sin volver la vista atrás mientras la experiencia de veces pasadas se apoderaban de él: centrarse en el objetivo a cumplir y aislarse del resto. Escoltar, anunciar, pedir recompensa. Escoltar, anunciar, pedir recompensa... Abrió la puerta y salió al callejón.
Iori se detuvo, cegada por el Sol del medio día un instante. Todo su cuerpo, sus respiración y latidos funcionaban de manera desaforada. La presión del momento estaba a punto de romperla en pedazos. Sentía que si quería que la vida no se le escapase de las manos, debía de obtener en Hans la única medicina que podría aliviarla. Miró a un lado y a otro, sin reconocer nada.
- Te necesito- reconoció a regañadientes. Sango dio un respingo-. La última vez- aseguró ella-.
- Cabeza fría Iori. Ahora- se obligó a responder mientras extendía su mano para agarrar el cuello de la ropa y obligarla a caminar-, mirada al suelo y despeja la mente- dijo con tono neutro-.
Salieron del callejón y se incorporaron al transitar de la calle. Decenas de pares de ojos se paraban para mirarles con curiosidad. Sango se obligaba a dibujar una sonrisa que desentonaba con el brillo apagado de sus ojos. Giró a la izquierda en un cruce de calles. Muchos les daban paso mientras los murmullos se alzaban a su espalda. El camino no fue largo y durante el mismo fueron testigos de comentarios de sorpresa, tanto por él, como por ella, incluso, ya cerca de la mansión, se escucharon algunos aplausos y vítores jaleando al Héroe. Ella guardaba silencio. Ben, entonces, se detuvo y se paró delante del guardia. Respiró profundamente.
- Vengo a cobrar la recompensa de manos de Hans Meyer- dijo en un tono de voz neutro al guardia que le sonreía en la puerta-.
Los ojos recorrieron de arriba abajo, y la sorpresa fue mayúscula. Apareció otro, y luego otro. Y el cuarto, que parecía ser el responsable de aquellos imbéciles habló.
- Mis ojos me engañan. ¿Tú eres Sango el Héroe? - se puso al lado de Iori para observarla-.
- ¿Es esta chica? - preguntó otro. Por su expresión, estaba pensando que no entendía en absoluto que ella hubiese dado tantos problemas. - ¿Tú fuiste la que voló por los aires el navío mercante en Assu? - ella se removió inquieta bajo su agarre-.
- Cuádrate como se debe delante de él - rugió después de soltarte una colleja que le hizo salta el casco. Con un gestó llamó la atención de Sango. - ¿Está seguro de que se trata de la chica de la recompensa? Las características cuadran pero...- pareció dudar-.
Sango soltó la ropa de Iori y tiró del pelo de Iori hacia atrás para que pudieran ver sus ojos. Fue un breve instante, luego hizo que bajara la cabeza al suelo.
- ¿Acaso dudáis de mi? ¿Tenéis las agallas para dudar de Sango?- su tono de voz se había endurecido-. Vengo a cobrar la recompensa de manos de Hans Meyer- sentenció-.
Eran todos unos pringados, concluyó Sango. Gente que en su día habrían sido matones como mucho. Los que tenían algo más de sesera, entendió Sango, acababan liderando escuadras como aquella. Y seguro que eran habilidosos con el acero. Pero él lo era mucho más. Podría acabar con ellos en menos de lo que tardaba en empujar a Iori y que esta cayera al suelo. Solo quedarían treinta y ocho...
- Pido disculpas señor- inclinó la cabeza llevando una mano al pecho-. Lo guiaré yo mismo hasta el señor Meyer- con un golpe de talón en el suelo inició al momento la marcha hacia el interior de la gigantesca mansión.
Los pies de Iori se habían anclado en el suelo, y cuando quiso avanzar tropezó con torpeza. Ben se obligó a mantenerla en pie, fue entonces cuando escuchaba su respiración, ansiosa, nerviosa.
La construcción de aquel lugar hacía que el Palacete de Justine pareciese un juguete. Todo brillaba con colores rojos y dorados. Avanzaron por una enorme escalinata cubierta con una gigantesca alfombra fabricada de una pieza. Sango pensó en que aquellos eran colores extraños para demostrar riqueza. Quizás el dorado, pero, quién era él para juzgar aquello. Fue al llegar a lo alto, cuando una figura vestida con un elaborado vestido color crema se detuvo a mirarlos.
- ¿Noticias nuevas? - preguntó una voz familiar. Hablando de tonos dorados...-.
Con el cabello parcialmente suelto, un maquillaje más marcado y luciendo un escote pronunciado, Justine revelaba que los años no habían opacado la deslumbrante belleza que había tenido en su juventud. Sango le echó un vistazo de arriba abajo mientras fruncía el ceño y le daba vueltas a la cabeza. ¿Qué hacía allí? ¿Cómo había llegado? ¿Tan fácil se lo habían puesto para ejecutar la traición.
- Señora, cuesta creerlo pero, el Héroe Sango ha capturado a la muchacha de la recompensa- indicó el guardia deteniéndose servil ante ella-.
- ¡Por todos los Dioses!- se quedó sin aliento y pareció estar a punto de perder la estabilidad.
A Sango se le revolvieron las entrañas. El hombre extendió el brazo hacia ella y la mujer se apoyó en el, demostrando que el impacto de la novedad la había afectado profundamente. Iori tenía los ojos muy abiertos y desvió por unos instantes la mirada hacia el perfil de Sango que estaba a su lado. Ella, seguramente viera el desprecio disimulado con una falsa sonrisa.
- Mi marido estará ampliamente satisfecho con un excelente servicio. De ser alguien quien la trajera, los Dioses tenido a bien regalarnos que fueras tú. Bendito seas - dijo mientras recuperaba la posición erguida, clavando los ojos ámbar en Sango.
- Vengo a cobrar la recompensa de manos de Hans Meyer, mi señora- arrastró las dos últimas palabras-.
- Avisaré a Hans personalmente. Guíalos hacia el despacho de la tercera planta- Justine estaba girándose cuando él la interrumpió.
- Pero mi señora, ese lugar no forma parte del uso habitual del señor Me... -
Los ojos de la mujer se clavaron con una extraordinaria dureza. Tal, que cortó el comentario del hombre y este se volvió a cuadrar con respeto ante ella. Ah, quizá haya prejuzgado las buenas intenciones de mi señora. Sango movió le hombro izquierdo.
- Sí, señora - otro leve sonido de tacón amortiguado por la carísima alfombra, y se puso en marcha.
Sango, que se alegró de perder de vista a la señora Meyer, obligó a caminar a Iori, esta vez para subir las escaleras, donde subieron dos tramos más y avanzaron hasta llegar una puerta de dos hojas. Durante el ascenso, Sango no vio rutas de escape sencillas. Oscuros pensamientos sacudieron su cabeza como el del nuevo uso que tendría aquella mansión: dejaría de ser un lugar residencial para convertirse en un mausoleo. El guardia abrió una de las dos puertas que daban acceso a la estancia. Era una sala grande, con un techo alto. Un escritorio y algunos otros muebles aquí y allá.
- Espere aquí por favor- hizo una inclinación ante Sango, y al punto desapareció, dejándolos solos-.
Ben soltó a Iori y expulsó, lentamente, el aire de sus pulmones. Miró al infinito, incapaz de decir nada. Aguardando la llegada del mayor villano de aquella historia. Aunque quizá sea yo por haberla traído hasta aquí. Sería tan sencillo liberarla de aquella carga. Desenvainar la espada y rajarle la garganta en el mismo movimiento. Mejor no pensar en ello, porque por ella lo haría. La mujer permaneció allí, junto a él. Sin embargo, estaba lejos. Asomándose al vacío, quizá. Y él no dijo nada, permanecía junto a ella.
Se abrió una puerta que sacó a Sango de su ensoñación. Hans Meyer entró taconeando en la estancia, haciéndose notar. Cerró la puerta tras de sí y caminó hacia ellos. Sango no apartó sus ojos de él. Primero miró a Iori, analizando cada pulgada de ella misma. Sus ojos fueron de arriba a abajo y vuelta a empezar. Su rostro mostraba una expresión con cierto deje de triunfo. Cuando se sintió momentáneamente satisfecho, apartó la mirada de ella, y posó sus ojos en Sango.
- Supongo que es a vos a quien debo agradecer mi buena fortuna- le dijo-.
- No solo a mi, desde luego. Diría que los Dioses sonríen en este día, mi señor- hizo una ligera reverencia-.
Se le quedó mirando un buen rato cuando hizo un gesto condescendiente, desechando a los Dioses. Es uno de tus últimos errores. Se obligó a apartar la mirada por miedo a que pudiera descubrir alguna intención oculta. Posó una mano en Iori y la zarandeó ligeramente, obligándose a sonreír.
- Hablemos de negocios- dijo ocultando el asco y notando la tensión de Iori en su agarre-
Volvió a posar sus ojos en la mujer cautiva.
- El precio por su captura ya estaba cerrado- comentó con calma-. Pero puesto que sois uno de los grandes hombres del continente, me veo inclinado a ofreceros algo más. Si necesitáis una habitación en la que descansar y una mesa en la que comer, os abriré las puertas de mi casa. No todos los días uno tiene un héroe sentado a su mesa- le dirigió una cordial sonrisa-.
- Es un gran honor, mi señor, pero me temo que debo declinar. Asuntos más importantes requieren mi atención en el norte- no era del todo falso-. Prefiero cerrar cuanto antes este capítulo y pasar al siguiente asunto- concluyó-.
- Bien, no osaré restaros entonces más tiempo. Yo también tengo asuntos urgentes de los que ocuparme-dirigió de nuevo aquella mirada triunfante hacia Iori, antes de encaminarse con un par de pasos hasta una mesa cercana.
Aprovechando que Hans les dio la espalda, Iori se volvió para mirar a Sango. Ella le había evitado desde el altercado a la salida del palacete de Justine. Pero ahora enfrentó. Clavó los ojos en él con decisión. Pero él la ignoró. Sabía que la miraba, sabía que se había vuelto hacia él. Pero no podía girarse. No ahora. No en aquel momento. Deja de mirarme, te lo pido por los Dioses. Cuando Hans habló, ella desvió la mirada de nuevo hacia el suelo y la presión a la que había sido sometido Sango desapareció.
-Vuestro merecido pago, caballero- dijo guardandose la llave que había utilizado para abrir el cofre del que extrajo el saquito que ahora extendía al guerrero-.
- ¿Le importa si lo cuento?- preguntó.
Hans lo miró con gesto ofendido por unos instantes, como si le pareciese insultante que no confiase en su palabra. Pero acabó por mudar a otra de aborrecimiento e impaciencia. Golpeó con el bastó un par de veces el suelo y, con premura, el hombre, un sirviente de confianza a juzgar por la rapidez en la que acudió al despacho.
- ¿Necesitáis algo, señor Meyer? -preguntó solícito-.
- El joven... ¿Cómo decías que te llamabas, muchacho? -preguntó directamente a Sango, sin rastro de la amabilidad que había mostrado hasta el momento-. No importa. Saca al soldado de aquí y llévalo a la habitación anexa. Desea contar el dinero. Si falta algo, ya sabes que hacer- miró a su ayudante con exasperación y lo azuzó para que se diese prisa.
Este, por su parte, le indicó a Sango, con firme amabilidad que lo acompañase a la estancia contigua. Hans ni siquiera se molestó en despedirse, dirigiendo al hombre que tan benevolentemente había tratado antes, un simple gesto con la mano. Un temblor de ira le recorrió la espalda y le sacudió el cuerpo entero. Ben avanzó ligeramente, obligándose a ser cauto.
- Mi señor, con el debido respeto, si no cuento el dinero, no entrego la mercancía- posó sus manos en el cinto de las armas-. Y antes de que amenace con llamar a sus guardias, sepa que soy bastante diestro y rápido con el acero- le mostró los dientes-. Así que, si es tan amable, y los Dioses sabrán si lo es- lanzó el dardo-, cuente el dinero-.
- ¿Señor? -preguntó el sirviente con voz temblorosa-.
Hans por su parte, apartó la vista de Iori para mirar con desidia a Ben. Estudió por un momento al hombre, antes de indicar a su lacayo que cogiese la bolsa y la contase sobre la mesa.
-Date prisa- le indicó secamente- Quizás deseéis estar presente cuando se cuente. No vaya a escaparse alguna moneda- comentó al joven soldado, indicando con una mano la mesa en la que su ayudante vaciaba la bolsa- No es preocupéis -añadió con cierta sorna-. Yo vigilaré vuestra mercancía hasta entonces- con ojo evaluador, procedió a "revisar" la "mercancía", mientras caminaba en torno a Iori.
Aplaudió internamente el tremendo ejercicio de autocontrol que estaba demostrando la mujer. Apenas un violento temblor que la sacudió, cuando él se acercó. Pero no le miraba. Seguía con la vista baja. Seguía sus instrucciones y eso, en cierta medida, le daba esperanza.
Sango se acercó, reticente, a la mesa en la que el sirviente había desparramado el contenido de la bolsa. El contenido, era, sin duda, impresionante: la mezcla de colores de las piedras preciosas y el brillo de las monedas de nuevo cuño, podían llegar a nublar el juicio.
- Señor, por aquí las monedas y las piedras preciosas que ascienden a un total de- empezó a murmurar, echando cuentas mentales- setecientos Aeros- dijo finalmente-.
Sango parpadeó varias veces, abrumado por la cantidad de dinero que había en aquel pequeño saco de cuero. El sirviente recogió las monedas y las piedras, una a una, para depositarlas en el saco siguiendo un orden que solo él sabía.
- Aquí tiene señor, los 700 Aeros prometidos- le tendió el saco-.
Sango cogió el saco y miró a Hans y por último a Iori. Luego devolvió la mirada a Hans que seguía con la mirada fija en Iori y, con el mango del bastón, la obligó a subir la cara, para mirarla mejor.
- Puesto que ha confirmado mi honestidad con el pago y ya se encuentra en posesión de su recompensa -le dijo a Ben, sin mirarlo-, nuestro negocio ha llegado a su fin. Randal -llamó al lacayo-, acompañe al caballero fuera, después de todo tenía asuntos urgentes que atender -finalizó, dedicándole una última mirada a Ben-.
La mestiza quería evitar el contacto visual a toda costa. Pero no le quedó otra que levantar el mentón. Clavó los ojos azules en él y sintió que en ese momento perdía por completo el control sobre ella. Casi...
Lanzó la bolsa al aire y la cogió al vuelo. Repitió la operación e hizo una mueca.
- Decía mi maestro de esgrima que "nunca se debe alabar el día sin saber cómo viene la tarde"- miró a Hans y forzó una ligera sonrisa para luego apartar la mirada, pasándola, de soslayo, por ella-. Que los Dioses te guarden- el señor le despachó con un gesto que Sango se obligó a ignorar.
Se dejó guiar al exterior de la sala con un rostro serio. El sirviente, tras él, cerró la puerta.
Y sintió el mundo sobre él.
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Sango rompe el espejo del baño porque: Eisoptrofobia conspiranoica. Por alguna razón que no entiendes, o quizás sí… Sentirás una poderosa aversión a verte reflejado en algunos espejos y algo en tu interior te hará querer romperlos. Esta condición terminará cuando hayas roto exactamente 42 espejos. (Quedan 40 de 42).
Sango
Héroe de Aerandir
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La puerta se cerró mientras los ojos de Iori vislumbraban lo último que veía de Sango. Esa despedida, sin palabras, sin miradas, indiferente, era la mejor situación que la mestiza podía esperar. La aparición del Héroe en su vida ya la había desestabilizado lo suficiente. Su ayuda había sido indispensable para poder estar en dónde estaba. Pero su influencia en ella era algo que no estaba dispuesta a enfrentar.
Se había dado cuenta la noche anterior; el cielo estaba lleno de estrellas, y aún con la nocturna belleza, Iori solo lo miraba a él.
Escuchó a tiempo de percibir sus pesados pasos alejándose de allí hasta que se hicieron inaudibles. Parpadeó. Movió ligeramente las manos y escuchó el sonido de los grilletes que portaba. Aquello fue suficiente para que sus pensamientos, su atención, el aire que respiraba de forma pesada, todo su mundo, se redujesen al hombre que tenía delante.
Hans Meyer la observaba.
De apariencia notable, sus ropas y la elegancia que imprimía en su forma de moverse haría con facilidad que las miradas se centrasen en él en cualquier parte. Los ojos de Iori ardieron, por un motivo muy alejado de la admiración y el respeto. Bajó el bastón con el que le había obligado a levantar la barbilla y la rodeó de nuevo, con paso calmoso.
- Quizás no lo recuerdes - le comentó, de forma casual - Pero esta no es la primera vez que nos vemos. Si lo hubiese sabido en aquella ocasión... - dejó la frase en el aire.
¿Que no lo recordaba? Iori no pudo evitar reír ligeramente. La sonrisa por fuera. El desastre por dentro.
En su memoria, el encuentro fortuito entre ellos estaba grabado a fuego, marcando el principio de su ruina personal. Hacía un año, en el interior de Pico de Oro, una posada de la zona rica de Lunargenta. Ella, en compañía de Nousis. Hans, en la de su esposa Justine. Ese había sido el primer día en el que escuchó el nombre de Ayla. Y el día en el que lo que ellos le contaron la pusieron en la dirección correcta para encontrar Mittenwald. La aldea en la que había nacido. Allí encontró a Tarek. Y su odio sin razón. Encontró las ganas de buscar, de querer averiguar, de sacar a la luz...
A pesar de todo, confió en él, lo siguió hasta la Playa de los Ancestros, y en aquel templo ella entregó... ¿Qué? Destruiría con sus propias manos todos y cada uno de aquellos momentos, con tal de poder volver a su tranquila vida en la aldea. Daría la espalda a la verdad, a quién era ella, con tal de poder evitar vivir en la... agonía.
Pero aquella opción no era algo posible. Por lo que a Iori únicamente le quedaba convertirse en piedra y seguir adelante.
- Lo recuerdo. A ti y a Justine - respondió hablando entre dientes, mientras mantenía la mandíbula tensa de apretar.
- Bien - comentó Hans, antes de detenerse de nuevo frente a ella. Tomando la cadena entre los grilletes, tiró de ella para acercarla a una de las columnas que había en medio de la enorme sala que servía de despacho personal. Una vez junto a ella, la obligó a levantar las manos y trabó la cadena de un gancho, obligandola a quedar de puntillas. ¿Qué demonios hacía aquello allí? Muy conveniente para la situación... y seguro que usado en ocasiones anteriores. Iori observó los grilletes sobre su cabeza antes de bajar la vista, creyendo ver en él entonces una dimensión de oscura depravación.
Su respiración comenzó a hacerse irregular. Cualquiera podría pensar que se encontraba en un estado cercano al pánico, pero la mirada de Iori mostraba demasiadas cosas difíciles de definir con una sola palabra.
- ¿Por qué me buscabas? - siseó la pregunta.
Él le sonrió con suficiencia, antes de acariciarle la mejilla con un dedo.
- Te pareces tanto a ella - comentó abstraído.
Iori tembló, y apoyó con más fuerza la espalda contra la columna para intentar controlarlo. Sabía a quién se refería. La había visto. Y veía el evidente parecido. Pero necesitaba que él hablase. Escucharlo mientras tuviese lengua para hablar.
-¿Quién es ella? - preguntó casi silabeando.
- Ayla - susurró cerca de su cara - Mi Ayla - repitió. Entonces la miró más atentamente. Un destello de repulsa fue distinguible en su mirada - Menos esos ojos - con la misma mano con la que la estaba acariciando, le giró la cara con brusquedad, apretándole la mejilla contra la columna - Los ojos de ese maldito bastardo.-
Y en este caso, la mestiza también sabía de quién estaba hablando. Notó el frío de la columna en la mejilla cuando él le giró la cara, y su respiración se hizo audible. No por el miedo. Por el odio que estaba quemándola por dentro. Sentía que poco quedaba dentro de ella de lo que había sido. Un largo camino de transformación, que la había convertido en lo que era en aquel momento. Un monstruo.
Porque sólo un monstruo era capaz de acabar con otro.
- No sé de qué hablas...- respondió sin mirarlo.
- Pero no lo entiendo - murmuró de nuevo abstraído - La criatura que portaba murió. Tuvo que morir, ningún engendro de esa unión podría haber sobrevivido - escupió con evidente odio - ¿Cómo? - volvió a agarrarla del mentón para encararla - ¿Cómo puedes existir? Ellos prometieron que no quedaría nada de esa blasfema relación. -
Volver a verlo la electrocutó. Su contacto la sacudió de arriba abajo. Y actuó sin pensar. Aprovechando el apoyo en la columna alzó la pierna izquierda para propinarle una certeza patada en el estómago con todas las fuerzas que la locura que sentía filtraban en ella. Notó como lo tomaba por sorpresa, mientras la suela de su bota se hundía de forma profunda en la carne de Hans. Tan breve, que no sintió satisfacción en absoluto al lastimarlo de aquella manera.
- ¿Qué relación? ¿Quiénes prometieron? -
No pudo evitar dar varios pasos hacia atrás, desplazado por el dolor y la ira de su golpe. Se agarró el estómago con evidente dolor, doblándose hacia adelante. Controló la respiración más fácilmente de lo que ella hubiera deseado y tras unos segundo, alzó la vista para mirarla con cierto odio. Aquello únicamente sirvió para alimentar a Iori.
- Ella también era así, testaruda. Nunca supo ver lo que era bueno para ella. Por eso acabó con ese maldito elfo. Él la corrompió con falsas promesas - sacándose el cinturón, se acercó de nuevo a ella - Pero tu aprenderás, yo te enseñaré - le ató el cinturón alrededor de los muslos, y apretó de un golpe seco la correa hasta que Iori sintió dolor por la presión. La inmovilizó para evitar que le propinase una patada de nuevo y se apartó un paso para observarla.
- ¿Qué tengo que ver yo con esas personas? - tiró con fuerza de las cadenas, haciendo sonar los eslabones.
- No te hagas la estúpida - le dijo, alzando la voz. Por el exhabrupto parecía que estaba comenzando a perder la paciencia. - Eres de ella, sé que lo eres. No puedes negarlo - se puso entonces recto, intentando recuperar la compostura - ¿Por qué me buscarías si no? ¿Por qué matar a Otto y hundir uno de mis navíos? -
Oh sí. Aquello había estado bien. Otto apenas fue un inicio. El principio del camino que recorrería en lo que restaba de vida. Lo del navío... pensándolo ahora, en frío, había sido quizá excesivo. Pero recordaba las primeras semanas tras salir del templo. Lo ciega que estaba. La sed que tenía. De ellos.
Pensando en que Otto estuviese en algún lugar de Assu, Iori había llegado a pensar que haría arder la ciudad entera con tal de conseguir que la rata saliera de donde quisiera que estuviese escondido. No hizo falta. Pero el mensaje de su muerte y la destrucción de su barco, habían sido mensajes claros para Hans. Supo entonces que había contado con que iba a por él, y, con suerte, sus noches fueron menos tranquilas, sabiendo lo que le esperaba.
Pero el farol de la campesina que no sabía qué sucedía con ella y por qué la buscaba se deshizo. Las cartas estaban sobre la mesa, y comprendió que no tenía sentido continuar alargando el engaño. Iori lo miró. Y sonrió.
- Ella era tu prima. ¿Cómo pudiste verla de esa manera? - ni la voz ni el gesto de Iori escondieron el asco que le daban sus propias palabras.
- Por que era mía - respondió él, acercando de nuevo la cara a la de ella. Percibió entonces por primera vez el aroma a sándalo y canela que emanaba de él. Un olor intenso, envolvente... que le removió con fuerzas las tripas por la nausea que le produjo saber que estaba respirándolo a él. Se esforzó por controlar los pulmones y hacer inhalaciones cortas.
- Fue el destino, ¿no lo entiendes? Acabó con nosotros porque estaba destinada a mi - su rostro se torna entonces en un rictus de asco - Pero entonces llegó ese presuntuoso elfo y lo estropeó todo. ¡Ella estaba destinada a mi! -
Iori comprendió a qué se refería. Los padres de Hans, sus tíos, habían acogido a Ayla cuando ella perdió a sus padres. Juntos habían vivido por unos años en la aldea. Y fue en aquel tiempo cuando la humana y el elfo se conocieron, en la orilla de aquel río. Él se separó de nuevo de ella y comenzó a caminar por la estancia, sin sacarle la mirada de encima.
- Ella no tenía que haber muerto, los elfos lo prometieron. Sólo iban a castigar al guerrero... pero entonces dijeron que era demasiado peligroso. Que había contaminado a uno de los suyos - farfulló algo ininteligible. ¿bobadas? ¿ella era pura? La mestiza se esforzó por agudizar el oído. - ¿Me obligaron a hacerlo? Comprendes. Yo la quería conmigo. Incluso te habría acogido, como mia... aunque tendríamos que haber arreglado lo de los ojos. ¿No podías tener sus dulces ojos de color miel? ¡No! Tenías que heredar los malditos ojos azules de ese bastardo - se acercó a ella para hablarle en tono confidencial - Tenían razón, ¿sabes? Cuando la vi, allí el bosque, de la mano de ese maldito, supe que era cierto. Que aquella no era mi Ayla. Lo que hicimos fue un acto de compasión, fue por el bien de todos. -
La cadena sobre la cabeza de Iori sonó. Primero porque ella misma tiró con fuerza del enganche. Luego, por los temblores que azotaban su cuerpo. Orgullosa de mantener el control por el momento, en el prólogo de lo que sería la muerte de Hans, la coherencia y raciocinio de Iori se fundieron como partidos por un rayo. Su mirada se inflamó mientras las mentiras de aquel ser se repetían en su mente.
La cara de la mestiza no era capaz de reflejar con coherencia el abanico de emociones que la recorrían por las palabras de Hans. Agachó la cabeza hacia delante, notando como la tensión del momento la mareaba. La niebla de la habitación sabía que no era real. Que quizá debería de haber evitado la noche anterior el alcohol, y meter algo de comida en el cuerpo. Dormir un poco más y tratar de mantenerse serena por dentro. Inspiró hasta que no pudo expandir más el pecho, luchando por mantener la punta de los pies apoyada en el suelo.
- ¿Te obligaron…? Te vi… vi como te acercabas a ella… no dudaste en cortarle la mano que Dhonara te indicó - acuso con ira. ¿Pensaba Hans que ella le daría una pelea allí? Le daría la guerra. Una para la que no estaba preparado. Tiró con furia de la mano derecha encerrada en el metal. Recordó la forma en la que él había cogido el cuchillo. Recordó que sonreía. Y gritó al recordar el dolor de la amputación, como sin acabasen de separarle a ella la mano del brazo.
- ¿Cómo? - pregunto. Por su expresión Iori supo que lo pilló por sorpresa - No... no... ¡NO! - exclamó alzando la voz - Tu no puedes saberlo, no estabas allí - se acercó de nuevo a ella, hasta que dar cara a cara, con las narices casi tocándose. Iori sopesó las probabilidades que tenía de arrancársela de un mordisco. - Aquella ya no era Ayla. Yo jamás le habría hecho daño a mi Ayla. Pero ese maldito elfo la contaminó, la corrompió - se separó de nuevo de ella, echando a caminar justo delante.
Iori comprendió entonces, no sin cierta satisfacción, que aquel encuentro estaba siendo igual de desestabilizador para él que para ella. Saberlo poseído por los demonios de su pasado la hicieron sonreír.
- Fue un acto de compasión - volvió a mirarla - Como lo será lo que voy a hacer contigo. Te daré un hogar. Te daré una familia. La que siempre mereciste - se acercó de nuevo para acariciarle la mejilla. Se vio a si misma arrancándole los dedos de la mano. - Estarás a mi lado, como siempre debió ser. Solo debemos ocuparnos de esos terribles ojos... y entonces podrás ser mi Ayla. -
Abrió la boca, mirándolo fuera de si por unos segundos. De modo que se trataba de eso. Pensaba intercambiar a la madre por la hija. Se quedó congelada unos segundos, observándolo como si lo viese por primera vez.
Ayla era la mujer más dulce que había conocido. Poseía un don para cuidar de la gente, ese había sido el motivo de que intercambiase palabras con Eithelen el día que se encontraron. Era una mujer valiente y decidida. Independiente y alegre. Una persona que albergaba en su pecho un corazón con una capacidad para amar sin límites. ¿Qué podría haber hecho ella con su única, preciosa y salvaje vida?
- Para despreciar tanto a ese elfo, te aliaste con los Ojosverdes...- acusó hablando entre dientes.
- Fue una alianza circunstancial, para evitar un mal mayor - le explicó, como se le explica algo a un niño - Ellos lo buscaban y ella había desaparecido. Sabía que se la había llevado. Si esos elfos de la frontera encontraban al guerrero... yo podría recuperar a Ayla - se giró para mirar por la ventana que quedaba a su espalda - La busqué por los pueblos del entorno. Dejé que pasaran algunos meses, después de aquel absurdo malentendido. Pero ella no estaba y aquellos elfos... Esos malditos abraza-árboles eran insoportables, pero eran efectivos. Ellos consiguieron encontrarlos... encontrarla. Pero ya era demasiado tarde...-
Iori se estaba comenzando a ahogar con aquella conversación. Con el veneno que se movía bajo su piel. Su cuerpo estaba mandándole señales de que todo aquello la iba a destrozar. Pronto. Por eso precisaba sacar parte de él hacia Hans, y terminar con todo aquello de una vez. Repasó mentalmente la forma de soltarse de los grilletes, mientras internamente iniciaba la cuenta atrás.
- Nunca fue tuya. Lo sé. Sentí lo que ella sentía, y aun si no hubiera conocido nunca a Eithelen, jamás te hubiera mirado de otra forma que no fuese la de que eras su primo pequeño - los ojos ardían, con toda la intención de comenzar a emponzoñar la mente de Hans.
El se volvió entonces hacia ella y volvió a ponerle una mano en la mejilla. Tembló ante un contacto que la subyugaba por completo.
- Tu no lo sabes. Solo ella sabía el amor que sentía por mí, el que sentíamos el uno por el otro - una sonrisa con cierto matiz perturbado apareció en su rostro - Y aunque fuese así, podría haber aprendido a quererme como yo la quería a ella. Al igual que harás tú. Aquella noche perdí a mi Ayla. Tuve que castigarla por su deslealtad, verla sufrir por la blasfemia que había cometido. Pero hoy la recuperaré. Ahora te tengo a ti... Te pareces tanto a ella. -
- Yo no voy a aprender nada - aseguró. - En todos los meses de persecución en los que fuisteis tras ellos, ¿nunca se te pasó por la cabeza dejarlo ir? ¿Nunca pensaste que ellos merecían vivir sus vidas como querían? -
- ¿Vivir sus vidas como querían? ¿Vivir con ese maldito elfo? - le torció de nuevo la cara, con rabia y comenzó a caminar por la estancia ante ella - No. No tenía derecho. ¡Yo le di todo! Mi familia la acogió como una más, le dimos un techo, ¡un hogar! Era mía. No tenía derecho a irse. La dejé tranquila unos meses, con la esperanza de que entrase en razón y cuando volví, ¿Qué me encontré? Que se había quedado preñada de ese malnacido. Un vástago fruto de la herejía. No, no podía dejar que siguiese contaminándola. Que siguiese llenando su cabeza de mentiras en mi contra. ¡Me querías a mi! Solo estabas confusa. Él te embrujó, con su caballerosidad, su misterio y su asquerosa melena blanca - escupió con asco - Pero yo era quién te quería en realidad. Yo era tu vida. -
No pudo reprimir un gesto de sorpresa cuando comprendió que Hans estaba comenzando a mezclar personas. En su burda forma de contar la historia, llenándola de mentiras que se creía sin duda, el hombre veía a Ayla en ella. La repulsa que sintió ante aquello la hizo tirar con más fuerza de las cadenas, mientras un primitivo orgullo se removía dentro de ella. No consiguió identificarlo, hasta que habló en voz alta.
- ¡Tú no eres él! Tú jamás serías él. Eithelen era brillante, tú eres mediocre. Un guerrero, y tú un cobarde. Él la amaba y tú la destruiste. - alzó la cara para verlo bien. - Tú eres el villano de esta historia - sentenció. Entonces comprendió que por mucho que viese al elfo como parte culpable de lo que le había sucedido a Ayla, no podía ignorar el hecho de que el elfo era su padre.
Hans la observó con furia desatada, antes de dirigirse hacia la mesa en la que habían contado las monedas. Rebuscó en los cajones sin ningún cuidado y sacó de uno de ellos un fino abrecartas con forma de daga. Volvió entonces junto a Iori y agarrándola de la barbilla, forzó su cabeza contra la columna. El golpe le hizo ver puntos de luz y nubló su vista.
- Tú no sabes nada. No eres más que una condenada mestiza. El aberrante resultado de esa pútrida relación. Pero borraré su marca de tu cara. Eliminaré el rastro de ese maldito elfo de ti y serás mía, como debió serlo ella. Ayla volverá a ser mía - alzó entonces el brazo, acercando el abrecartas con la punta metálica hacia sus ojos.
Un sonido se escuchó, contundente. La fuerza del mismo separó a Hans de Iori, mientras miraba a su alrededor sorprendido. Provenía de un lugar que a Iori le sonó a su izquierda. El dueño de la mansión observó, dirigiendo los ojos a un enorme espejo que cubría buena parte de una de las paredes laterales. Aquel era el momento.
Iori fue rápida y aprovechó su oportunidad.
Apoyándose contra la columna cruzó las manos haciendo que los grilletes se abriesen. El mecanismo fue efectivo, y su cuerpo se deslizó por la columna hasta quedar agazapada contra el suelo. Clavó los ojos en Hans. Este tardó un segundo en volver a mirarla, sorprendido. El mismo segundo que tardó ella en sacar algo del bolsillo trasero del pantalón.
Una astilla de madera, que clavó de un golpe seco en el muslo de su interlocutor. (1)
- Tú no sabes lo que es querer. No mereces ni el aire que respiras, y los Dioses han tardado demasiado en darte el castigo adecuado por tus actos. Estoy aquí para eso -
Los ojos de Hans, de un azul muy claro, se abrieron desmesuradamente. Extendió una mano hacia Iori y ella se puso de pie para apartarse unos pasos de él. Deseó, que aquel hombre comenzase a pagar por sus pecados de la única manera que Iori conocía. Deseó para él, experimentar de principio a fin la tortura que había conducido a la muerte de Ayla.
Los ojos se pusieron en blanco, y su cuerpo cayó de una pieza sobre su espalda hacia atrás.
Todo fue silencio. Hasta que él comenzó a gritar. Su cuerpo se sacudía en el suelo y Iori no pudo apartar los ojos de aquel espectáculo. Y sonrió.
Tan fría que quemaba.
Tan rota que cortaba.
(1) Uso de objeto máster. Astilla maldita [Consumible] (Ecos del pasado) En tan maléfico ambiente, un pequeño resto de la spriggan ha recibido un oscuro don. Clavarla en un enemigo (siempre que se trate de un PNJ) supondrá hacerle sufrir un recuerdo por el que tú hayas pasado, con lo que estará inmovilizado hasta que lo haya experimentado.
Se había dado cuenta la noche anterior; el cielo estaba lleno de estrellas, y aún con la nocturna belleza, Iori solo lo miraba a él.
Escuchó a tiempo de percibir sus pesados pasos alejándose de allí hasta que se hicieron inaudibles. Parpadeó. Movió ligeramente las manos y escuchó el sonido de los grilletes que portaba. Aquello fue suficiente para que sus pensamientos, su atención, el aire que respiraba de forma pesada, todo su mundo, se redujesen al hombre que tenía delante.
Hans Meyer la observaba.
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De apariencia notable, sus ropas y la elegancia que imprimía en su forma de moverse haría con facilidad que las miradas se centrasen en él en cualquier parte. Los ojos de Iori ardieron, por un motivo muy alejado de la admiración y el respeto. Bajó el bastón con el que le había obligado a levantar la barbilla y la rodeó de nuevo, con paso calmoso.
- Quizás no lo recuerdes - le comentó, de forma casual - Pero esta no es la primera vez que nos vemos. Si lo hubiese sabido en aquella ocasión... - dejó la frase en el aire.
¿Que no lo recordaba? Iori no pudo evitar reír ligeramente. La sonrisa por fuera. El desastre por dentro.
En su memoria, el encuentro fortuito entre ellos estaba grabado a fuego, marcando el principio de su ruina personal. Hacía un año, en el interior de Pico de Oro, una posada de la zona rica de Lunargenta. Ella, en compañía de Nousis. Hans, en la de su esposa Justine. Ese había sido el primer día en el que escuchó el nombre de Ayla. Y el día en el que lo que ellos le contaron la pusieron en la dirección correcta para encontrar Mittenwald. La aldea en la que había nacido. Allí encontró a Tarek. Y su odio sin razón. Encontró las ganas de buscar, de querer averiguar, de sacar a la luz...
A pesar de todo, confió en él, lo siguió hasta la Playa de los Ancestros, y en aquel templo ella entregó... ¿Qué? Destruiría con sus propias manos todos y cada uno de aquellos momentos, con tal de poder volver a su tranquila vida en la aldea. Daría la espalda a la verdad, a quién era ella, con tal de poder evitar vivir en la... agonía.
Pero aquella opción no era algo posible. Por lo que a Iori únicamente le quedaba convertirse en piedra y seguir adelante.
- Lo recuerdo. A ti y a Justine - respondió hablando entre dientes, mientras mantenía la mandíbula tensa de apretar.
- Bien - comentó Hans, antes de detenerse de nuevo frente a ella. Tomando la cadena entre los grilletes, tiró de ella para acercarla a una de las columnas que había en medio de la enorme sala que servía de despacho personal. Una vez junto a ella, la obligó a levantar las manos y trabó la cadena de un gancho, obligandola a quedar de puntillas. ¿Qué demonios hacía aquello allí? Muy conveniente para la situación... y seguro que usado en ocasiones anteriores. Iori observó los grilletes sobre su cabeza antes de bajar la vista, creyendo ver en él entonces una dimensión de oscura depravación.
Su respiración comenzó a hacerse irregular. Cualquiera podría pensar que se encontraba en un estado cercano al pánico, pero la mirada de Iori mostraba demasiadas cosas difíciles de definir con una sola palabra.
- ¿Por qué me buscabas? - siseó la pregunta.
Él le sonrió con suficiencia, antes de acariciarle la mejilla con un dedo.
- Te pareces tanto a ella - comentó abstraído.
Iori tembló, y apoyó con más fuerza la espalda contra la columna para intentar controlarlo. Sabía a quién se refería. La había visto. Y veía el evidente parecido. Pero necesitaba que él hablase. Escucharlo mientras tuviese lengua para hablar.
-¿Quién es ella? - preguntó casi silabeando.
- Ayla - susurró cerca de su cara - Mi Ayla - repitió. Entonces la miró más atentamente. Un destello de repulsa fue distinguible en su mirada - Menos esos ojos - con la misma mano con la que la estaba acariciando, le giró la cara con brusquedad, apretándole la mejilla contra la columna - Los ojos de ese maldito bastardo.-
Y en este caso, la mestiza también sabía de quién estaba hablando. Notó el frío de la columna en la mejilla cuando él le giró la cara, y su respiración se hizo audible. No por el miedo. Por el odio que estaba quemándola por dentro. Sentía que poco quedaba dentro de ella de lo que había sido. Un largo camino de transformación, que la había convertido en lo que era en aquel momento. Un monstruo.
Porque sólo un monstruo era capaz de acabar con otro.
- No sé de qué hablas...- respondió sin mirarlo.
- Pero no lo entiendo - murmuró de nuevo abstraído - La criatura que portaba murió. Tuvo que morir, ningún engendro de esa unión podría haber sobrevivido - escupió con evidente odio - ¿Cómo? - volvió a agarrarla del mentón para encararla - ¿Cómo puedes existir? Ellos prometieron que no quedaría nada de esa blasfema relación. -
Volver a verlo la electrocutó. Su contacto la sacudió de arriba abajo. Y actuó sin pensar. Aprovechando el apoyo en la columna alzó la pierna izquierda para propinarle una certeza patada en el estómago con todas las fuerzas que la locura que sentía filtraban en ella. Notó como lo tomaba por sorpresa, mientras la suela de su bota se hundía de forma profunda en la carne de Hans. Tan breve, que no sintió satisfacción en absoluto al lastimarlo de aquella manera.
- ¿Qué relación? ¿Quiénes prometieron? -
No pudo evitar dar varios pasos hacia atrás, desplazado por el dolor y la ira de su golpe. Se agarró el estómago con evidente dolor, doblándose hacia adelante. Controló la respiración más fácilmente de lo que ella hubiera deseado y tras unos segundo, alzó la vista para mirarla con cierto odio. Aquello únicamente sirvió para alimentar a Iori.
- Ella también era así, testaruda. Nunca supo ver lo que era bueno para ella. Por eso acabó con ese maldito elfo. Él la corrompió con falsas promesas - sacándose el cinturón, se acercó de nuevo a ella - Pero tu aprenderás, yo te enseñaré - le ató el cinturón alrededor de los muslos, y apretó de un golpe seco la correa hasta que Iori sintió dolor por la presión. La inmovilizó para evitar que le propinase una patada de nuevo y se apartó un paso para observarla.
- ¿Qué tengo que ver yo con esas personas? - tiró con fuerza de las cadenas, haciendo sonar los eslabones.
- No te hagas la estúpida - le dijo, alzando la voz. Por el exhabrupto parecía que estaba comenzando a perder la paciencia. - Eres de ella, sé que lo eres. No puedes negarlo - se puso entonces recto, intentando recuperar la compostura - ¿Por qué me buscarías si no? ¿Por qué matar a Otto y hundir uno de mis navíos? -
Oh sí. Aquello había estado bien. Otto apenas fue un inicio. El principio del camino que recorrería en lo que restaba de vida. Lo del navío... pensándolo ahora, en frío, había sido quizá excesivo. Pero recordaba las primeras semanas tras salir del templo. Lo ciega que estaba. La sed que tenía. De ellos.
Pensando en que Otto estuviese en algún lugar de Assu, Iori había llegado a pensar que haría arder la ciudad entera con tal de conseguir que la rata saliera de donde quisiera que estuviese escondido. No hizo falta. Pero el mensaje de su muerte y la destrucción de su barco, habían sido mensajes claros para Hans. Supo entonces que había contado con que iba a por él, y, con suerte, sus noches fueron menos tranquilas, sabiendo lo que le esperaba.
Pero el farol de la campesina que no sabía qué sucedía con ella y por qué la buscaba se deshizo. Las cartas estaban sobre la mesa, y comprendió que no tenía sentido continuar alargando el engaño. Iori lo miró. Y sonrió.
- Ella era tu prima. ¿Cómo pudiste verla de esa manera? - ni la voz ni el gesto de Iori escondieron el asco que le daban sus propias palabras.
- Por que era mía - respondió él, acercando de nuevo la cara a la de ella. Percibió entonces por primera vez el aroma a sándalo y canela que emanaba de él. Un olor intenso, envolvente... que le removió con fuerzas las tripas por la nausea que le produjo saber que estaba respirándolo a él. Se esforzó por controlar los pulmones y hacer inhalaciones cortas.
- Fue el destino, ¿no lo entiendes? Acabó con nosotros porque estaba destinada a mi - su rostro se torna entonces en un rictus de asco - Pero entonces llegó ese presuntuoso elfo y lo estropeó todo. ¡Ella estaba destinada a mi! -
Iori comprendió a qué se refería. Los padres de Hans, sus tíos, habían acogido a Ayla cuando ella perdió a sus padres. Juntos habían vivido por unos años en la aldea. Y fue en aquel tiempo cuando la humana y el elfo se conocieron, en la orilla de aquel río. Él se separó de nuevo de ella y comenzó a caminar por la estancia, sin sacarle la mirada de encima.
- Ella no tenía que haber muerto, los elfos lo prometieron. Sólo iban a castigar al guerrero... pero entonces dijeron que era demasiado peligroso. Que había contaminado a uno de los suyos - farfulló algo ininteligible. ¿bobadas? ¿ella era pura? La mestiza se esforzó por agudizar el oído. - ¿Me obligaron a hacerlo? Comprendes. Yo la quería conmigo. Incluso te habría acogido, como mia... aunque tendríamos que haber arreglado lo de los ojos. ¿No podías tener sus dulces ojos de color miel? ¡No! Tenías que heredar los malditos ojos azules de ese bastardo - se acercó a ella para hablarle en tono confidencial - Tenían razón, ¿sabes? Cuando la vi, allí el bosque, de la mano de ese maldito, supe que era cierto. Que aquella no era mi Ayla. Lo que hicimos fue un acto de compasión, fue por el bien de todos. -
La cadena sobre la cabeza de Iori sonó. Primero porque ella misma tiró con fuerza del enganche. Luego, por los temblores que azotaban su cuerpo. Orgullosa de mantener el control por el momento, en el prólogo de lo que sería la muerte de Hans, la coherencia y raciocinio de Iori se fundieron como partidos por un rayo. Su mirada se inflamó mientras las mentiras de aquel ser se repetían en su mente.
La cara de la mestiza no era capaz de reflejar con coherencia el abanico de emociones que la recorrían por las palabras de Hans. Agachó la cabeza hacia delante, notando como la tensión del momento la mareaba. La niebla de la habitación sabía que no era real. Que quizá debería de haber evitado la noche anterior el alcohol, y meter algo de comida en el cuerpo. Dormir un poco más y tratar de mantenerse serena por dentro. Inspiró hasta que no pudo expandir más el pecho, luchando por mantener la punta de los pies apoyada en el suelo.
- ¿Te obligaron…? Te vi… vi como te acercabas a ella… no dudaste en cortarle la mano que Dhonara te indicó - acuso con ira. ¿Pensaba Hans que ella le daría una pelea allí? Le daría la guerra. Una para la que no estaba preparado. Tiró con furia de la mano derecha encerrada en el metal. Recordó la forma en la que él había cogido el cuchillo. Recordó que sonreía. Y gritó al recordar el dolor de la amputación, como sin acabasen de separarle a ella la mano del brazo.
- ¿Cómo? - pregunto. Por su expresión Iori supo que lo pilló por sorpresa - No... no... ¡NO! - exclamó alzando la voz - Tu no puedes saberlo, no estabas allí - se acercó de nuevo a ella, hasta que dar cara a cara, con las narices casi tocándose. Iori sopesó las probabilidades que tenía de arrancársela de un mordisco. - Aquella ya no era Ayla. Yo jamás le habría hecho daño a mi Ayla. Pero ese maldito elfo la contaminó, la corrompió - se separó de nuevo de ella, echando a caminar justo delante.
Iori comprendió entonces, no sin cierta satisfacción, que aquel encuentro estaba siendo igual de desestabilizador para él que para ella. Saberlo poseído por los demonios de su pasado la hicieron sonreír.
- Fue un acto de compasión - volvió a mirarla - Como lo será lo que voy a hacer contigo. Te daré un hogar. Te daré una familia. La que siempre mereciste - se acercó de nuevo para acariciarle la mejilla. Se vio a si misma arrancándole los dedos de la mano. - Estarás a mi lado, como siempre debió ser. Solo debemos ocuparnos de esos terribles ojos... y entonces podrás ser mi Ayla. -
Abrió la boca, mirándolo fuera de si por unos segundos. De modo que se trataba de eso. Pensaba intercambiar a la madre por la hija. Se quedó congelada unos segundos, observándolo como si lo viese por primera vez.
Ayla era la mujer más dulce que había conocido. Poseía un don para cuidar de la gente, ese había sido el motivo de que intercambiase palabras con Eithelen el día que se encontraron. Era una mujer valiente y decidida. Independiente y alegre. Una persona que albergaba en su pecho un corazón con una capacidad para amar sin límites. ¿Qué podría haber hecho ella con su única, preciosa y salvaje vida?
- Para despreciar tanto a ese elfo, te aliaste con los Ojosverdes...- acusó hablando entre dientes.
- Fue una alianza circunstancial, para evitar un mal mayor - le explicó, como se le explica algo a un niño - Ellos lo buscaban y ella había desaparecido. Sabía que se la había llevado. Si esos elfos de la frontera encontraban al guerrero... yo podría recuperar a Ayla - se giró para mirar por la ventana que quedaba a su espalda - La busqué por los pueblos del entorno. Dejé que pasaran algunos meses, después de aquel absurdo malentendido. Pero ella no estaba y aquellos elfos... Esos malditos abraza-árboles eran insoportables, pero eran efectivos. Ellos consiguieron encontrarlos... encontrarla. Pero ya era demasiado tarde...-
Iori se estaba comenzando a ahogar con aquella conversación. Con el veneno que se movía bajo su piel. Su cuerpo estaba mandándole señales de que todo aquello la iba a destrozar. Pronto. Por eso precisaba sacar parte de él hacia Hans, y terminar con todo aquello de una vez. Repasó mentalmente la forma de soltarse de los grilletes, mientras internamente iniciaba la cuenta atrás.
- Nunca fue tuya. Lo sé. Sentí lo que ella sentía, y aun si no hubiera conocido nunca a Eithelen, jamás te hubiera mirado de otra forma que no fuese la de que eras su primo pequeño - los ojos ardían, con toda la intención de comenzar a emponzoñar la mente de Hans.
El se volvió entonces hacia ella y volvió a ponerle una mano en la mejilla. Tembló ante un contacto que la subyugaba por completo.
- Tu no lo sabes. Solo ella sabía el amor que sentía por mí, el que sentíamos el uno por el otro - una sonrisa con cierto matiz perturbado apareció en su rostro - Y aunque fuese así, podría haber aprendido a quererme como yo la quería a ella. Al igual que harás tú. Aquella noche perdí a mi Ayla. Tuve que castigarla por su deslealtad, verla sufrir por la blasfemia que había cometido. Pero hoy la recuperaré. Ahora te tengo a ti... Te pareces tanto a ella. -
- Yo no voy a aprender nada - aseguró. - En todos los meses de persecución en los que fuisteis tras ellos, ¿nunca se te pasó por la cabeza dejarlo ir? ¿Nunca pensaste que ellos merecían vivir sus vidas como querían? -
- ¿Vivir sus vidas como querían? ¿Vivir con ese maldito elfo? - le torció de nuevo la cara, con rabia y comenzó a caminar por la estancia ante ella - No. No tenía derecho. ¡Yo le di todo! Mi familia la acogió como una más, le dimos un techo, ¡un hogar! Era mía. No tenía derecho a irse. La dejé tranquila unos meses, con la esperanza de que entrase en razón y cuando volví, ¿Qué me encontré? Que se había quedado preñada de ese malnacido. Un vástago fruto de la herejía. No, no podía dejar que siguiese contaminándola. Que siguiese llenando su cabeza de mentiras en mi contra. ¡Me querías a mi! Solo estabas confusa. Él te embrujó, con su caballerosidad, su misterio y su asquerosa melena blanca - escupió con asco - Pero yo era quién te quería en realidad. Yo era tu vida. -
No pudo reprimir un gesto de sorpresa cuando comprendió que Hans estaba comenzando a mezclar personas. En su burda forma de contar la historia, llenándola de mentiras que se creía sin duda, el hombre veía a Ayla en ella. La repulsa que sintió ante aquello la hizo tirar con más fuerza de las cadenas, mientras un primitivo orgullo se removía dentro de ella. No consiguió identificarlo, hasta que habló en voz alta.
- ¡Tú no eres él! Tú jamás serías él. Eithelen era brillante, tú eres mediocre. Un guerrero, y tú un cobarde. Él la amaba y tú la destruiste. - alzó la cara para verlo bien. - Tú eres el villano de esta historia - sentenció. Entonces comprendió que por mucho que viese al elfo como parte culpable de lo que le había sucedido a Ayla, no podía ignorar el hecho de que el elfo era su padre.
Hans la observó con furia desatada, antes de dirigirse hacia la mesa en la que habían contado las monedas. Rebuscó en los cajones sin ningún cuidado y sacó de uno de ellos un fino abrecartas con forma de daga. Volvió entonces junto a Iori y agarrándola de la barbilla, forzó su cabeza contra la columna. El golpe le hizo ver puntos de luz y nubló su vista.
- Tú no sabes nada. No eres más que una condenada mestiza. El aberrante resultado de esa pútrida relación. Pero borraré su marca de tu cara. Eliminaré el rastro de ese maldito elfo de ti y serás mía, como debió serlo ella. Ayla volverá a ser mía - alzó entonces el brazo, acercando el abrecartas con la punta metálica hacia sus ojos.
Un sonido se escuchó, contundente. La fuerza del mismo separó a Hans de Iori, mientras miraba a su alrededor sorprendido. Provenía de un lugar que a Iori le sonó a su izquierda. El dueño de la mansión observó, dirigiendo los ojos a un enorme espejo que cubría buena parte de una de las paredes laterales. Aquel era el momento.
Iori fue rápida y aprovechó su oportunidad.
Apoyándose contra la columna cruzó las manos haciendo que los grilletes se abriesen. El mecanismo fue efectivo, y su cuerpo se deslizó por la columna hasta quedar agazapada contra el suelo. Clavó los ojos en Hans. Este tardó un segundo en volver a mirarla, sorprendido. El mismo segundo que tardó ella en sacar algo del bolsillo trasero del pantalón.
Una astilla de madera, que clavó de un golpe seco en el muslo de su interlocutor. (1)
- Tú no sabes lo que es querer. No mereces ni el aire que respiras, y los Dioses han tardado demasiado en darte el castigo adecuado por tus actos. Estoy aquí para eso -
Los ojos de Hans, de un azul muy claro, se abrieron desmesuradamente. Extendió una mano hacia Iori y ella se puso de pie para apartarse unos pasos de él. Deseó, que aquel hombre comenzase a pagar por sus pecados de la única manera que Iori conocía. Deseó para él, experimentar de principio a fin la tortura que había conducido a la muerte de Ayla.
Los ojos se pusieron en blanco, y su cuerpo cayó de una pieza sobre su espalda hacia atrás.
Todo fue silencio. Hasta que él comenzó a gritar. Su cuerpo se sacudía en el suelo y Iori no pudo apartar los ojos de aquel espectáculo. Y sonrió.
Tan fría que quemaba.
Tan rota que cortaba.
(1) Uso de objeto máster. Astilla maldita [Consumible] (Ecos del pasado) En tan maléfico ambiente, un pequeño resto de la spriggan ha recibido un oscuro don. Clavarla en un enemigo (siempre que se trate de un PNJ) supondrá hacerle sufrir un recuerdo por el que tú hayas pasado, con lo que estará inmovilizado hasta que lo haya experimentado.
Última edición por Iori Li el Lun 21 Ago 2023 - 19:33, editado 1 vez
Iori Li
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Sango, alzó la vista para clavarla en el sirviente, Randal, que parecía haberse dirigido a él. Se obligó a pestañear pero devolvió la vista, momentáneamente, a la bolsa con el dinero y las piedras preciosas. Randal, le sacó, una vez más, de su bloqueo acercándose hasta él y repitiendo la consigna. Ben alzó la mirada.
- Lo acompañaré a la puerta señor- ofreció con un punto de voz ratonil-.
Sin embargo, la señora, Justine Meyer, Seda, parecía tener otros planes. Se acercó a ellos con pasos delicados, con un vestido de seda color crema mientras sus ojos ambarinos se posaban en el sirviente.
- No será necesario Randal- Justine se presentó, con una actitud más férrea de la había usado en el palacete-.
- Mi señora, el señor Meyer- la señora le interrumpió-.
- Randal, no te estoy pidiendo tu opinión. Retírate- el sirviente no aguantó mucho más tiempo la mirada-.
Antes de deslizarse escaleras abajo, el hombre observó a ambos con una expresión extraña. Justine, por su parte, no relajó el gesto hasta que el sirviente estuvo fuera del alcance de su vista. Entonces, volvió la cabeza hacia Sango, que había asistido sin inmutarse al intercambio entre señora y criado.
- Tanto tiempo, Héroe- acertó a decir con una sonrisa-.
- Sí, tanto tiempo- contestó en voz baja y obligado por sí mismo-.
- Si no es inconveniente, me gustaría discutir contigo un par de detalles antes de tu partida - sonrió más ampliamente mientras señalaba con la mano las escaleras principales que bajaban-.
Ben la observó unos instantes, en silencio. Ah, mi señora quiere hablar. ¿Cuántos guardias habrá esperándome abajo? ¿Serán suficientes para que Sango los enfrente y agrade a los Dioses? Sus ojos ambarinos y su sonrisa seguían clavados en él. Tendrá que valer.
- Sí, mi señora- contestó después de valorar su oferta. ¿Para qué alargarlo más de lo necesario?-.
La señora encabezó la marcha y lo condujo, en primer lugar, escaleras abajo para, a continuación guiarle por unos pasillos ricamente decorados. Ben, algo más espabilado, observó algunos detalles a su alrededor. Los sirvientes mostraban, en su mayoría, rostros serios y cansados, caminaban con movimientos torpes y cansinos, nada que ver con los sirvientes del palacete de la señora. Casi echaba de menos a Charles, casi. Parece que la vida en esta casa es mucho más severa. Estas dos serán la excepción, supongo. Ben captó la risa de dos muchachas jóvenes que se habían cruzado en el pasillo. Escuchar una risa después de tanto tiempo en tensión le pareció completamente fuera de lugar pero le sirvió para respirar profundamente.
Decidió entonces, guardar la bolsa con el pago en la alforja de Iori que llevaba oculta bajo la capa. Fue un movimiento rápido y, en cierto modo, liberador, ya que no sentía de manera física, el peso de haberla abandonado a su suerte. Ahora el dolor es solo emocional. La señora, Justine, se detuvo ante una gran puerta de madera oscura.
- Aquí- dijo echando la vista atrás antes de entrar-.
La habitación que se abrió ante sus ojos tenía un tamaño inmenso. El dormitorio tenía un tamaño que no tenía comparación con el dormitorio donde había pasado él la noche. Podría haber sido los dos, juntos. La cama, las ventanas, las alfombras, todo era más grande y, a ojos de Sango, mucho más lujoso; las pinturas de las paredes y techo, tenían colores más vivos; los acabados de las molduras, los rodapiés incluso el suelo, tenía un aspecto más solido y cuidado que en la casa de la señora. Todo, en esa mansión, estaba cuidado al detalle.
- Cierra la puerta- le indicó la mujer entrando con paso decidido al interior-.
Ella se acercó a los enormes cortinajes y los dejó caer para que cubriesen las ventanas mientras Sango cerraba tras de sí la gran puerta de madera oscura. La habitación fue quedándose, poco a poco a oscuras. Ben, que no terminaba de tener una opinión clara sobre las intenciones de Justine, se llevó la mano a la empuñadura de la espada.
- ¿Qué es esto?- preguntó sin moverse de la puerta-.
- Me pediste no estar lejos de ella. Te voy a llevar a un palco de primera clase- dijo con voz tranquila-.
Los pasos de la mujer sonaron en algún punto de la habitación a oscuras, Ben aún era incapaz de distinguir formas en la oscuridad. No tardó mucho en detenerse. Chispazo y de pronto, la luz de una vela desveló su posición.
- Todos pensarán que estás aquí en calidad de amante, así que no te preocupes que no nos molestarán- aseguró caminando hacia él, con una expresión enigmática en la mirada-.
-Ah- fue lo único que salió de sus labios-.
Relajó la posición y dio un par de pasos hacia el centro de la estancia, hacia ella. Le echó un rápido vistazo a la luz de la vela y se quedó allí plantado, contemplándola, pensando en lo extraño de la situación. El marido estaba en casa y la señora disfrutaba con amantes. Ben no entendía a los ricos. Los ojos ambarinos de Justine, se alzaron hacia él mientras acortaba la distancia paso a paso.
- ¿Tienes prisa?- preguntó con un interés en la mirada que Sango había visto en muchas otras personas antes. También en Iori-.
Tardó en reaccionar. No se lo esperaba. No me puedes estar pidiendo lo que creo que me estás pidiendo. sin embargo, cuando la distancia entre ellos fue lo suficientemente corta, Ben estudió su rostro con más detenimiento. Su mirada no daba lugar a dudas, no obstante y pese a que parecía ser una mujer que cumplía con su palabra, podía estar jugando con él. Tentándole. Sacándole de su objetivo. Vengándose por haberla apuntado con la espada hacía tan solo unos momentos. Cualquier motivo que se le ocurriera a la señora.
- Por mucho que me guste, creo que las cartas tendrán que esperar, mi señora- bromeó para sacársela de encima-.
- No podía dejar de intentarlo, ¿sabes?- dijo tras suspirar y dibujar una amplia sonrisa-.
Se giró dejando su perfume frente a Sango mientras caminaba con la vela hacia una pared. No es el mismo. Ben expulsó el aire y la vio alejarse en dirección a la cama. Ben frunció el ceño al ver que la señora buscaba algo junto al cabecero, en las modluras de la pared. Se acercó un par de pasos y de repente, un leve chasquido y en la pared apareció un hueco de un buen tamaño. Ben alzó las cejas.
- Voy yo primero- dijo antes de agarrar el bajo del vestido e internarse dentro-.
Así que, todo era verdad. La señora realmente quiere deshacerse del señor Meyer. Tragó saliva y la observó echar un vistazo en el interior del túnel. Ben se acercó aún más y también observó. Un túnel oscuro, ascendente, a la planta de arriba. Joder, estaba equivocado. Miró a Justine con otros ojos, quizás lamentando sus recelos. Ben sacudió la cabeza y la observó recogerse el vestido. Desvió la mirada a otra parte.
- ¿Debería atrancar la puerta, mi señora?- ella le respondió con una sonrisa siniestra-.
- Realmente tienes mentalidad de soldado- dijo como única respuesta antes de internarse dentro-.
Se trataba de un pequeño paso ascendente, que parecía serpentear por el interior de la enorme mansión. De cuando en cuando, en un determinado tramo aparecía un cristal que ocupaba desde el suelo al techo. Parecía un vidrio normal y corriente, pero cuando Sango vio desde el primero que Randal estaba sentado tras un escritorio a un palmo de ellos, y ni alzó la cabeza para mirarlo, entendió que permitía la visión desde dentro a fuera pero no al revés. ¿Qué clase de hechicería es esta? Miró a Justine. ¿Será una bruja?
- Ellos solo ven un espejo normal desde su lado- aclaró la mujer respondiendo a su mirada-.
A Sango le recorrió un escalofrío al escuchar la palabra "espejo". Entonces recordó los incidentes del día anterior: el espejo de la taberna y el espejo de la mansión. ¿Qué le ocurría con los espejos? Frunció el ceño mientras el ascenso continuaba. Especuló con algunas ideas que le surgieron, pero no parecían convencerle demasiado. Quizás debería pedir el consejo de un vidente.
- Oh- susurró Justine observando a través de un cristal
Sango se olvidó de los espejos y solo pudo clavar los ojos en Iori, que estaba apresada con una columna. Pese a que parecía que aún podía liberarse de los grilletes, Sango no pudo evitar fruncir el ceño con preocupación. Hans la miraba mientras Iori parecía hacer lo imposible por controlar sus emociones. Que sufrimiento más innecesario.
- Si tanto te estorba, ¿por qué no le clavaste un puñal tu misma? ¿Por qué no hacerlo mientras duerme?- susurró apoyado contra el cristal mirándola-.
- No tienes ni idea…- Justine apoyó una mano en el cristal, sin apartar los ojos de Iori-. Ayla, su madre, era mi amiga. Lo que les hicieron… Lo que les hizo Hans…- se trabó. Tras unos instantes continuó-. Esa niña merece esta oportunidad. De no existir ella, lo habría hecho yo misma- aseguró con un vivo tono de rencor vibrando en la voz-.
Ben escuchó con atención el intercambio entre Iori y Hans. Este último parecía obsesionado con la madre de Iori, algo casi enfermizo por la forma en la que miraba a la mujer encadenada. Sango gruñó. Así que, los ojos azules son de su padre y además elfo. Iori es mestiza, que interesante y como le molesta a ese canalla. Esbozó una ligera sonrisa cuando Iori pateó lanzó hacia atrás a Meyer. En la entrepierna hubiera sido mejor. Pero aquel bastardo se recuperó con cierta rapidez y le borró la sonrisa al sacarse el cinturón e inmovilizando a Iori. La conversación continuó Sacudió la cabeza. Se echó hacia atrás y miró a Justine. Como queriendo confirmar lo que había escuchado. No. Queriendo confirmar que interpretaba lo que había dicho Hans.
- Mi señora, ¿Pretende sustituir una por otra?- preguntó incrédulo en voz baja-.
Justine apretó los labios hasta que fueron únicamente una fina línea. Sango alternaba los ojos entre Iori y Hans, tratando de no perder el hilo entre lo que pasaba en la sala y lo que le decía Justine.
- Todos lo sabíamos en la aldea. Hans adoraba a Ayla. Bueno... No era el único...- sonrió, Ben pudo fijarse que había algo más en la sonrisa pero no se detuvo en ello-. Ella era bastante popular en la zona, pero nunca se mostró interesada en ese tipo de relaciones. Al crecer, él se obsesionó más y más... y ella... bueno, conoció a aquel elfo. Eithelen- Sango frunció el ceño y ella cruzó los brazos por debajo del pecho, mientras una corriente de aire frío recorría el pasillo oculto desde el que eran testigos de la escena-. Ayla cambió. Se enamoró profundamente y se escaparon juntos. Él no lo aceptó. Cuando los Ojosverdes se presentaron por la zona buscando a Eithelen... Hans les dio la información. Los ayudó a poner rumbo en la dirección correcta y los acompañó en su cacería- las últimas palabras de la mujer estaban llenas de asco y de ira contenida-. Para desgracia de Iori, es idéntica a su madre. Nos la cruzamos casualmente aquí, en Lunargenta, hará cosa de un año. Desde ese día no ha dejado de buscarla-.
Ojosverdes, elfos, Eithelen. Ese nombre volvió a escucharse en el intercambio entre Hans y Iori. Pero los Ojosverdes involucrados en aquella historia. Sango negó con la cabeza. Los Dioses quieren que compartamos camino. Su mirada estaba fija en Iori. Sin embargo, su cabeza, le daba a vueltas a cientos de cosas.
- Eithelen...- murmuró Sango-. Debería reconocer ese nombre, mi cabeza me dice que lo conozco, pero no soy capaz de ubicarlo- añadió-.
- Vivíamos en una zona fronteriza, pero no sé mucho de los elfos. Pertenecía a un clan. Inglorín, Ingler... algo parecido- Justine se encogió de hombros, no parecía saber mucho más-.
- Inglorien- añadió rápidamente Ben que apartó los ojos de Iori para posarlos en Justine-. En su día viajé mucho por Sandorai y los Reinos del Sur. Participé de manera activa en el último gran conflicto en esas tierras- no supo que era posible que se le ensombreciera más el corazón-.
Las cejas de Sango se alzaron. Su mirada volvió a Iori que y dejó que su mente divagara
- Oh, Eithelen Inglorien- comprendió al instante-. Ella es hija de Eithelen Inglorien...- perdió sus ojos y sus pensamientos en lo que había oído del famoso guerrero-.
Sus murmullos quedaron silenciados por el recuerdo de las historias que había escuchado durante sus breves instancias en los Reinos del Sur y la campaña en Sandorai. Incluso Taia, que vivía en una aldea costera, le había hablado alguna vez de los grandes guerreros elfos y entre ellos estaba Eithelen Inglorien.
Entonces, algo le sacó completamente de sitio. Iori aseguraba haber visto como Hans le cortaba la mano a Ayla siguiendo las órdenes de un tal Dhonara, ¿cómo era posible? Por la conversación Sango había entendido que Iori, de aquella, aún era casi recién nacida. Sango negó con la cabeza y cerró los ojos.
- Mi señora, ¿Iori estaba allí? ¿Lo vio? Yo creía que no había... No, no entiendo- tenía el ceño fruncido y no era capaz de apartar la vista de Hans-. ¿Dhonara? ¿Quién es Dhonara?- preguntó-.
- No es posible. Iori sería solo un bebé... apenas tendría un año. No tiene... sentido...- tartamudeó, insegura. Justine parecía tan confundida como él-. Yo... Dho...Dhonara... es la líder de los Ojosverdes a la que Hans recurrió. Junto a ella y otros de ese clan emprendieron la búsqueda para encontrarlos- la mujer parecía más confundida que él-.
Sango volvió su atención a Hans, que, se atrevía a ponerle las manos encima y entre berrinches fantaseaba con Iori. Ben se descubrió con los puños cerrados. El discurso de Meyer estaba tornándose oscuro, visceral. Su locura acabó por corromperle y se dirigía a Iori como si fuera su madre. Ben apartó los ojos para estudiar a Justine que observaba la terrible escena rígida y sin moverse.
Hans Meyer, un cabronazo bastardo, se había enamorado de su prima Ayla. Esta, de alguna manera, marchó con el elfo Eithelen Inglorien, famoso guerrero elfo del que aún se cuentan historias. Hans se enfada, la busca para llevársela, no la encuentra. Los Ojosverdes, por alguna razón, de mierda -como todas sus razones-, quieren castigar a Eithelen. Mírale como da vueltas airado. Pero los Dioses quisieron que para cuando fueron encontrados, Iori nació, y de alguna manera atesoraba recuerdos y nombres en su cabeza. ¿Cómo era posible que...? ¿¡Es eso una daga!?
Sí. Lo era, y Hans caminaba con paso decidido hacia ella. Aquel tipo iba en serio con el tema de los ojos. Apuntó a sus ojos.
- ¡No!- Sango golpeó el cristal con el puño izquierdo-.
Sintió clavada la mirada de puro pánico de Justine pero no le importó. Consiguió tiempo. Tiempo para ella. Tiempo para que Hans bajara la daga, se separara y mirara hacia el espejo. Por supuesto que sabes donde mirar. Sus miradas, entonces, se cruzaron. Fuero apenas unos breves instantes en los que sus miradas se cruzaron, en las que él buscaba ver quién había detrás del falso espejo. Unos instantes valiosos para que ella se liberara de los grilletes. Y entonces, ella atacó.
Sango no pudo apartar las mirada, menos aún cuando se erigió como brazo ejecutora del castigos impuesto por los Dioses. Una punzada de orgullo le recorrió el cuerpo, provocando que se irguiera e inflara el pecho.
El cuerpo de Hans se sacudió y los gritos resonaron en la sala. Ben supo que el sirviente no tardaría en hacer acto de presencia pero él no podía apartar los ojos. Incluso cuando por dentro algo le gritaba que debía hacer algo.
No podía.
- Lo acompañaré a la puerta señor- ofreció con un punto de voz ratonil-.
Sin embargo, la señora, Justine Meyer, Seda, parecía tener otros planes. Se acercó a ellos con pasos delicados, con un vestido de seda color crema mientras sus ojos ambarinos se posaban en el sirviente.
- No será necesario Randal- Justine se presentó, con una actitud más férrea de la había usado en el palacete-.
- Mi señora, el señor Meyer- la señora le interrumpió-.
- Randal, no te estoy pidiendo tu opinión. Retírate- el sirviente no aguantó mucho más tiempo la mirada-.
Antes de deslizarse escaleras abajo, el hombre observó a ambos con una expresión extraña. Justine, por su parte, no relajó el gesto hasta que el sirviente estuvo fuera del alcance de su vista. Entonces, volvió la cabeza hacia Sango, que había asistido sin inmutarse al intercambio entre señora y criado.
- Tanto tiempo, Héroe- acertó a decir con una sonrisa-.
- Sí, tanto tiempo- contestó en voz baja y obligado por sí mismo-.
- Si no es inconveniente, me gustaría discutir contigo un par de detalles antes de tu partida - sonrió más ampliamente mientras señalaba con la mano las escaleras principales que bajaban-.
Ben la observó unos instantes, en silencio. Ah, mi señora quiere hablar. ¿Cuántos guardias habrá esperándome abajo? ¿Serán suficientes para que Sango los enfrente y agrade a los Dioses? Sus ojos ambarinos y su sonrisa seguían clavados en él. Tendrá que valer.
- Sí, mi señora- contestó después de valorar su oferta. ¿Para qué alargarlo más de lo necesario?-.
La señora encabezó la marcha y lo condujo, en primer lugar, escaleras abajo para, a continuación guiarle por unos pasillos ricamente decorados. Ben, algo más espabilado, observó algunos detalles a su alrededor. Los sirvientes mostraban, en su mayoría, rostros serios y cansados, caminaban con movimientos torpes y cansinos, nada que ver con los sirvientes del palacete de la señora. Casi echaba de menos a Charles, casi. Parece que la vida en esta casa es mucho más severa. Estas dos serán la excepción, supongo. Ben captó la risa de dos muchachas jóvenes que se habían cruzado en el pasillo. Escuchar una risa después de tanto tiempo en tensión le pareció completamente fuera de lugar pero le sirvió para respirar profundamente.
Decidió entonces, guardar la bolsa con el pago en la alforja de Iori que llevaba oculta bajo la capa. Fue un movimiento rápido y, en cierto modo, liberador, ya que no sentía de manera física, el peso de haberla abandonado a su suerte. Ahora el dolor es solo emocional. La señora, Justine, se detuvo ante una gran puerta de madera oscura.
- Aquí- dijo echando la vista atrás antes de entrar-.
La habitación que se abrió ante sus ojos tenía un tamaño inmenso. El dormitorio tenía un tamaño que no tenía comparación con el dormitorio donde había pasado él la noche. Podría haber sido los dos, juntos. La cama, las ventanas, las alfombras, todo era más grande y, a ojos de Sango, mucho más lujoso; las pinturas de las paredes y techo, tenían colores más vivos; los acabados de las molduras, los rodapiés incluso el suelo, tenía un aspecto más solido y cuidado que en la casa de la señora. Todo, en esa mansión, estaba cuidado al detalle.
- Cierra la puerta- le indicó la mujer entrando con paso decidido al interior-.
Ella se acercó a los enormes cortinajes y los dejó caer para que cubriesen las ventanas mientras Sango cerraba tras de sí la gran puerta de madera oscura. La habitación fue quedándose, poco a poco a oscuras. Ben, que no terminaba de tener una opinión clara sobre las intenciones de Justine, se llevó la mano a la empuñadura de la espada.
- ¿Qué es esto?- preguntó sin moverse de la puerta-.
- Me pediste no estar lejos de ella. Te voy a llevar a un palco de primera clase- dijo con voz tranquila-.
Los pasos de la mujer sonaron en algún punto de la habitación a oscuras, Ben aún era incapaz de distinguir formas en la oscuridad. No tardó mucho en detenerse. Chispazo y de pronto, la luz de una vela desveló su posición.
- Todos pensarán que estás aquí en calidad de amante, así que no te preocupes que no nos molestarán- aseguró caminando hacia él, con una expresión enigmática en la mirada-.
-Ah- fue lo único que salió de sus labios-.
Relajó la posición y dio un par de pasos hacia el centro de la estancia, hacia ella. Le echó un rápido vistazo a la luz de la vela y se quedó allí plantado, contemplándola, pensando en lo extraño de la situación. El marido estaba en casa y la señora disfrutaba con amantes. Ben no entendía a los ricos. Los ojos ambarinos de Justine, se alzaron hacia él mientras acortaba la distancia paso a paso.
- ¿Tienes prisa?- preguntó con un interés en la mirada que Sango había visto en muchas otras personas antes. También en Iori-.
Tardó en reaccionar. No se lo esperaba. No me puedes estar pidiendo lo que creo que me estás pidiendo. sin embargo, cuando la distancia entre ellos fue lo suficientemente corta, Ben estudió su rostro con más detenimiento. Su mirada no daba lugar a dudas, no obstante y pese a que parecía ser una mujer que cumplía con su palabra, podía estar jugando con él. Tentándole. Sacándole de su objetivo. Vengándose por haberla apuntado con la espada hacía tan solo unos momentos. Cualquier motivo que se le ocurriera a la señora.
- Por mucho que me guste, creo que las cartas tendrán que esperar, mi señora- bromeó para sacársela de encima-.
- No podía dejar de intentarlo, ¿sabes?- dijo tras suspirar y dibujar una amplia sonrisa-.
Se giró dejando su perfume frente a Sango mientras caminaba con la vela hacia una pared. No es el mismo. Ben expulsó el aire y la vio alejarse en dirección a la cama. Ben frunció el ceño al ver que la señora buscaba algo junto al cabecero, en las modluras de la pared. Se acercó un par de pasos y de repente, un leve chasquido y en la pared apareció un hueco de un buen tamaño. Ben alzó las cejas.
- Voy yo primero- dijo antes de agarrar el bajo del vestido e internarse dentro-.
Así que, todo era verdad. La señora realmente quiere deshacerse del señor Meyer. Tragó saliva y la observó echar un vistazo en el interior del túnel. Ben se acercó aún más y también observó. Un túnel oscuro, ascendente, a la planta de arriba. Joder, estaba equivocado. Miró a Justine con otros ojos, quizás lamentando sus recelos. Ben sacudió la cabeza y la observó recogerse el vestido. Desvió la mirada a otra parte.
- ¿Debería atrancar la puerta, mi señora?- ella le respondió con una sonrisa siniestra-.
- Realmente tienes mentalidad de soldado- dijo como única respuesta antes de internarse dentro-.
Se trataba de un pequeño paso ascendente, que parecía serpentear por el interior de la enorme mansión. De cuando en cuando, en un determinado tramo aparecía un cristal que ocupaba desde el suelo al techo. Parecía un vidrio normal y corriente, pero cuando Sango vio desde el primero que Randal estaba sentado tras un escritorio a un palmo de ellos, y ni alzó la cabeza para mirarlo, entendió que permitía la visión desde dentro a fuera pero no al revés. ¿Qué clase de hechicería es esta? Miró a Justine. ¿Será una bruja?
- Ellos solo ven un espejo normal desde su lado- aclaró la mujer respondiendo a su mirada-.
A Sango le recorrió un escalofrío al escuchar la palabra "espejo". Entonces recordó los incidentes del día anterior: el espejo de la taberna y el espejo de la mansión. ¿Qué le ocurría con los espejos? Frunció el ceño mientras el ascenso continuaba. Especuló con algunas ideas que le surgieron, pero no parecían convencerle demasiado. Quizás debería pedir el consejo de un vidente.
- Oh- susurró Justine observando a través de un cristal
Sango se olvidó de los espejos y solo pudo clavar los ojos en Iori, que estaba apresada con una columna. Pese a que parecía que aún podía liberarse de los grilletes, Sango no pudo evitar fruncir el ceño con preocupación. Hans la miraba mientras Iori parecía hacer lo imposible por controlar sus emociones. Que sufrimiento más innecesario.
- Si tanto te estorba, ¿por qué no le clavaste un puñal tu misma? ¿Por qué no hacerlo mientras duerme?- susurró apoyado contra el cristal mirándola-.
- No tienes ni idea…- Justine apoyó una mano en el cristal, sin apartar los ojos de Iori-. Ayla, su madre, era mi amiga. Lo que les hicieron… Lo que les hizo Hans…- se trabó. Tras unos instantes continuó-. Esa niña merece esta oportunidad. De no existir ella, lo habría hecho yo misma- aseguró con un vivo tono de rencor vibrando en la voz-.
Ben escuchó con atención el intercambio entre Iori y Hans. Este último parecía obsesionado con la madre de Iori, algo casi enfermizo por la forma en la que miraba a la mujer encadenada. Sango gruñó. Así que, los ojos azules son de su padre y además elfo. Iori es mestiza, que interesante y como le molesta a ese canalla. Esbozó una ligera sonrisa cuando Iori pateó lanzó hacia atrás a Meyer. En la entrepierna hubiera sido mejor. Pero aquel bastardo se recuperó con cierta rapidez y le borró la sonrisa al sacarse el cinturón e inmovilizando a Iori. La conversación continuó Sacudió la cabeza. Se echó hacia atrás y miró a Justine. Como queriendo confirmar lo que había escuchado. No. Queriendo confirmar que interpretaba lo que había dicho Hans.
- Mi señora, ¿Pretende sustituir una por otra?- preguntó incrédulo en voz baja-.
Justine apretó los labios hasta que fueron únicamente una fina línea. Sango alternaba los ojos entre Iori y Hans, tratando de no perder el hilo entre lo que pasaba en la sala y lo que le decía Justine.
- Todos lo sabíamos en la aldea. Hans adoraba a Ayla. Bueno... No era el único...- sonrió, Ben pudo fijarse que había algo más en la sonrisa pero no se detuvo en ello-. Ella era bastante popular en la zona, pero nunca se mostró interesada en ese tipo de relaciones. Al crecer, él se obsesionó más y más... y ella... bueno, conoció a aquel elfo. Eithelen- Sango frunció el ceño y ella cruzó los brazos por debajo del pecho, mientras una corriente de aire frío recorría el pasillo oculto desde el que eran testigos de la escena-. Ayla cambió. Se enamoró profundamente y se escaparon juntos. Él no lo aceptó. Cuando los Ojosverdes se presentaron por la zona buscando a Eithelen... Hans les dio la información. Los ayudó a poner rumbo en la dirección correcta y los acompañó en su cacería- las últimas palabras de la mujer estaban llenas de asco y de ira contenida-. Para desgracia de Iori, es idéntica a su madre. Nos la cruzamos casualmente aquí, en Lunargenta, hará cosa de un año. Desde ese día no ha dejado de buscarla-.
Ojosverdes, elfos, Eithelen. Ese nombre volvió a escucharse en el intercambio entre Hans y Iori. Pero los Ojosverdes involucrados en aquella historia. Sango negó con la cabeza. Los Dioses quieren que compartamos camino. Su mirada estaba fija en Iori. Sin embargo, su cabeza, le daba a vueltas a cientos de cosas.
- Eithelen...- murmuró Sango-. Debería reconocer ese nombre, mi cabeza me dice que lo conozco, pero no soy capaz de ubicarlo- añadió-.
- Vivíamos en una zona fronteriza, pero no sé mucho de los elfos. Pertenecía a un clan. Inglorín, Ingler... algo parecido- Justine se encogió de hombros, no parecía saber mucho más-.
- Inglorien- añadió rápidamente Ben que apartó los ojos de Iori para posarlos en Justine-. En su día viajé mucho por Sandorai y los Reinos del Sur. Participé de manera activa en el último gran conflicto en esas tierras- no supo que era posible que se le ensombreciera más el corazón-.
Las cejas de Sango se alzaron. Su mirada volvió a Iori que y dejó que su mente divagara
- Oh, Eithelen Inglorien- comprendió al instante-. Ella es hija de Eithelen Inglorien...- perdió sus ojos y sus pensamientos en lo que había oído del famoso guerrero-.
Sus murmullos quedaron silenciados por el recuerdo de las historias que había escuchado durante sus breves instancias en los Reinos del Sur y la campaña en Sandorai. Incluso Taia, que vivía en una aldea costera, le había hablado alguna vez de los grandes guerreros elfos y entre ellos estaba Eithelen Inglorien.
Entonces, algo le sacó completamente de sitio. Iori aseguraba haber visto como Hans le cortaba la mano a Ayla siguiendo las órdenes de un tal Dhonara, ¿cómo era posible? Por la conversación Sango había entendido que Iori, de aquella, aún era casi recién nacida. Sango negó con la cabeza y cerró los ojos.
- Mi señora, ¿Iori estaba allí? ¿Lo vio? Yo creía que no había... No, no entiendo- tenía el ceño fruncido y no era capaz de apartar la vista de Hans-. ¿Dhonara? ¿Quién es Dhonara?- preguntó-.
- No es posible. Iori sería solo un bebé... apenas tendría un año. No tiene... sentido...- tartamudeó, insegura. Justine parecía tan confundida como él-. Yo... Dho...Dhonara... es la líder de los Ojosverdes a la que Hans recurrió. Junto a ella y otros de ese clan emprendieron la búsqueda para encontrarlos- la mujer parecía más confundida que él-.
Sango volvió su atención a Hans, que, se atrevía a ponerle las manos encima y entre berrinches fantaseaba con Iori. Ben se descubrió con los puños cerrados. El discurso de Meyer estaba tornándose oscuro, visceral. Su locura acabó por corromperle y se dirigía a Iori como si fuera su madre. Ben apartó los ojos para estudiar a Justine que observaba la terrible escena rígida y sin moverse.
Hans Meyer, un cabronazo bastardo, se había enamorado de su prima Ayla. Esta, de alguna manera, marchó con el elfo Eithelen Inglorien, famoso guerrero elfo del que aún se cuentan historias. Hans se enfada, la busca para llevársela, no la encuentra. Los Ojosverdes, por alguna razón, de mierda -como todas sus razones-, quieren castigar a Eithelen. Mírale como da vueltas airado. Pero los Dioses quisieron que para cuando fueron encontrados, Iori nació, y de alguna manera atesoraba recuerdos y nombres en su cabeza. ¿Cómo era posible que...? ¿¡Es eso una daga!?
Sí. Lo era, y Hans caminaba con paso decidido hacia ella. Aquel tipo iba en serio con el tema de los ojos. Apuntó a sus ojos.
- ¡No!- Sango golpeó el cristal con el puño izquierdo-.
Sintió clavada la mirada de puro pánico de Justine pero no le importó. Consiguió tiempo. Tiempo para ella. Tiempo para que Hans bajara la daga, se separara y mirara hacia el espejo. Por supuesto que sabes donde mirar. Sus miradas, entonces, se cruzaron. Fuero apenas unos breves instantes en los que sus miradas se cruzaron, en las que él buscaba ver quién había detrás del falso espejo. Unos instantes valiosos para que ella se liberara de los grilletes. Y entonces, ella atacó.
Sango no pudo apartar las mirada, menos aún cuando se erigió como brazo ejecutora del castigos impuesto por los Dioses. Una punzada de orgullo le recorrió el cuerpo, provocando que se irguiera e inflara el pecho.
El cuerpo de Hans se sacudió y los gritos resonaron en la sala. Ben supo que el sirviente no tardaría en hacer acto de presencia pero él no podía apartar los ojos. Incluso cuando por dentro algo le gritaba que debía hacer algo.
No podía.
Sango
Héroe de Aerandir
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Lo observó en el suelo, sabiendo bien en dónde se encontraba su mente. La astilla maldita había hecho su trabajo, y Hans sentiría la tortura de Ayla de principio a fin.
Iori tragó saliva.
Tenía unos minutos preciosos para disponer todo para cuando él despertara. Para cuando le dedicase la segunda parte de algo que llevaba preparando para él desde hacía semanas. Pero, dudaba. ¿Tenía lo que era necesario para repetir aquel castigo? Matar a Otto había sido una cosa. Ahora, con el cuerpo tembloroso de Hans delante, se sentía insegura.
¿Por que él no lo mereciese? En absoluto. Los Dioses sabían que aquel sería castigo ligero para lo que realmente se había ganado.
Vacilaba porque, justo en aquel momento entendió que tras hacerlo no habría vuelta atrás. Viviría para siempre sabiendo lo que habían hecho sus manos.
Contuvo la respiración, mirándolo en silencio.
El ruido en la entrada la alertó, evitando tomarla por sorpresa. Corrió con el corazón latiendo en la garganta y se parapetó contra la pared, quedando oculta tras la puerta al abrirse.
- ¿Señor? ¡Señ...! - Randal asomó, atraído sin duda por los ruidos que podía haber escuchado desde el despacho.
Un puñetazo contundente en la sien, y el golpe del tesorero al caer de frente contra el suelo se confundió con el portazo que dio Iori para volver a cerrar la puerta. Lo apartó con el pie, pegándolo a la pared y se aseguró de cerrar desde dentro el pestillo con llave. Aquella intromisión súbita había hecho saltar todas sus alarmas, y los latidos de su corazón parecieron funcionar para aclarar su mente.
Sus ojos brillaron con resolución tras unos instantes.
Cada uno, pensó, se destruía a su manera.
Cuando Hans recobró la conciencia, se encontró la habitación más oscura. De pie, pegado a la columna. Los gruesos cordones del cortinaje de terciopelo eran lo que lo mantenían en aquella posición. Atado en la columna a la que, hacía un instante, era Iori la que había estado sujeta. Torso, cintura, pies y manos.
Frente a él, sentada en el suelo, Iori lo miraba. Cuando sus ojos se cruzaron ella sonrió suavemente. Hans la miró atónito. Su primera reacción fue forcejear con los amarres.
- ¡Randal! - gritó - ¡Guardas! - se dirigió entonces a Iori, recuperando la seriedad en su reacción. - ¿Qué me has hecho, maldita bruja? ¡Suéltame! -
La mestiza paladeó el pánico que se entreveía en la reacción de aquel hombre. Sintió como la alimentaba más que cualquier comida ingerida últimamente.
- Me sorprende que tengas fuerza para gritar. Yo tardé en hablar después de ver lo que me mostraron en el templo. - Se puso de pie delante de él. - Después de sentirlo - avanzó hacia él con algo brillante en la mano.
- ¿Qué me has hecho? - repitió Hans, con un ligero temblor en su voz - ¿Qué clase de brujería es esta? Suéltame, maldito demonio - volvió a alzar la voz - ¡Randal! -
Los ojos de Iori lo miraban con fijeza. El precio a pagar había sido desmesurado. Tarek, había entregado sus runas. Jamás sería capaz de volver a usarlas. Ella, su corazón. En aquel momento había pensado que no tenía mayor importancia. De todo lo que le podían pedir, justamente eso pensaba tenerlo vacío. Sin utilidad. Una parte estéril en ella.
La locura y el frenesí dominaban a la mestiza desde que se había alejado de lo que la hacía humana.
Aquel templo le había arrancado algo a lo que no le daba importancia. Y que sin embargo sangraba por ello. Su corazón a cambio del conocimiento. Ver y sentir, desde los ojos de Ayla, la historia de sus padres. Hasta su final.
- Ahora sabes cómo me enteré. Es magia élfica... ellos me mostraron todo. Pero no solo eso. Vi cómo se conocieron ellos, vi su historia juntos. Vi tu obsesión por ella. - apartó la vista. - Vi como se alegraron por mi nacimiento - su voz sonó incrédula.
La sonrisa de Eithelen. La felicidad en los ojos de Ayla. La mirada de complicidad, que los conectaba a ambos. El abrazo...
- No, no, no - farfulló Hans, y pareció que la realidad de lo vivido se le vino encima - Todo mentiras. ¡Todo mentiras! Magia élfica - masculló entre dientes - Mentiras. Ella nunca lo quiso, ella era mía. -
Iori movió la mano, dejando ver ahora a Hans que portaba un cuchillo. La hoja era muy ancha y tenía en la base dientes serrados.
- Ni en el infierno serías capaz de entender la verdad - susurró dando un paso a él. - Pero incluso ese lugar sería un regalo para ti. Miraste todo el tiempo, mientras la torturaban a ella sin mover un dedo. Vi cómo sonreías. Ahora probarás en tu propia carne. Ayla no era tuya, pero sí lo será esto - alzó la mano para agarrar el antebrazo de Hans e inmovilizarlo contra la columna.
Y el recuerdo la abatió por sorpresa.
Volvió a ver, desde los ojos de Ayla cómo aquella condenada elfa se acercaba. La voz de Eithelen, retenido a unos metros profiriendo unos aullidos ensordecedores. Dhonara se inclinó para susurrar sobre la cabeza de la humana.
- Primero: el tacto -
Y el brillo de la hoja alzándose en el aire. Descendió con rapidez, y de un golpe certero seccionó la mano de la humana, haciendo que la extremidad cayese al suelo.
La sangre brotó y aunque Ayla gritó, el rugido de Eithelen se escuchó por encima de cualquier otra cosa.
El dolor.
La agonía de la amputación se vio incrementada por la burla presente en los ojos de aquella elfa. En la mirada vengativa del humano que se mantenía en segundo plano. Hans. Y sobre todo, por la certeza de que aquello solo acababa de comenzar.
Iori parpadeó y sacudió la cabeza, para librarse de aquel recuerdo. Hans intentó forcejear con el poco margen que tenía, pero no consiguió nada.
- Detente ahora que puedes - le dijo, como intentando convencerla. Fue el hecho de ver la perturbadora mirada de la chica, que cambió de tono - ¿Qué vas a hacer, eh? ¿Vengar a unos padres que no conoces? ¿A unos padres que prefirieron morir por ese asqueroso amor que se profesaban? ¿Por una madre que lo eligió a él, a ese bastardo de orejas puntiagudas, antes que a su propia hija? -
Los ojos azules se abrieron. Por la sorpresa. Por notar como, aunque él intentaba salpicarla con palabras ponzoñosas, ninguna de ellas hizo mella en sus intenciones. Ninguna porque, sabía que todo aquello era mentira. Ayla y Eithelen la dejaron dentro de aquella cueva, protegida con la capa y la magia de su padre por una razón. Buscaban que, si las cosas salían mal, ella sobreviviera.
La niña nacida del amor.
Pero que no era capaz de sentirlo en su interior.
- Lo que le hicieron a ella se llama Lëmpe Urth. En élfico significa Cinco Muertes. Es una condena que consiste en matar a un condenado privándolo poco a poco de cada uno de los cinco sentidos. La lengua no es lo primero que te voy a quitar, pero si sigues intentando crear mentiras con tu asquerosa boca, te aseguro que te arrancaré la mandíbula completa - y no había ni asomo de duda en su mirada. - Y por mucho que grites, no creo que él te escuche - hizo un gesto con la cabeza hacia atrás dejando que él lo viese. Al lado de la puerta, un bulto en el suelo. El cuerpo de Randal permanecía tirado sin movimiento alguno.
Hans se giró ante el gesto, solo para observar con asombro a su lacayo. Comenzó a ponerse pálido y en su rostro se reflejaron las cientos de maquinaciones que atravesaron su mente en ese momento.
- No - fue lo único capaz de articular, cuando volvió a mirarla. Iori disfrutó viendo como el miedo extinguía cualquier otra cosa en sus ojos - Puedo dártelo todo - le dijo, cambiando de estrategia - ¿Qué quieres, eh? No seas estúpida. No cometas el mismo error que ella. ¿Es dinero? ¿Libertad? Puedo hacer que desaparezcas de este mundo como si nunca hubieses existido. Darte un título. Puedo darte lo que quieras. -
La quietud en la mestiza, mientras escuchaba lo que él decía la dejó anonadada. Se sentía fría. Más cabal que en mucho tiempo. Controlada sobre sus acciones, sin caer en la impulsividad de la provocación que él parecía buscar en ella. Supo que, todo lo que quedaba de raciocinio en su mente, se había estado reservando para fluir en aquel momento. Para no echar todo a perder por un calentón momentáneo. Se sintió segura de si misma.
Y sin embargo, le pareció ver que los ojos dorados estaban tristes.
- Nunca seré sanada por la persona que me rompió. Tú no puedes darme lo que yo quiero. Lo destruiste. - Se acercó más a él, para clavar una mirada funesta en sus ojos. - Ahora yo te daré lo que mereces. Lo mismo que le hicieron a ella. Tyr guiará mi mano, y le ofreceré a él las tuyas - aproximó la hoja a la muñeca descubierta de Hans. - Iremos despacio - aseguró. Y entonces comenzó a cortar la carne de aquel hombre.
El cuerpo humano no era muy diferente al de un cerdo. Misma consistencia de la piel, misma tensión muscular, mismos huesos... Mientras la sangre brotaba con rapidez, manchándolo todo, Iori no se detuvo en ningún instante. Hans gritó, más alto de lo que imaginaba que sería posible, hasta que le introdujo un pedazo de tela en la boca profundamente. De un último tajo, separó los ligamentos que parecían resistir al filo, propiciando que la mano derecha cayese al suelo con un sonido húmedo.
Alzó la vista. Y vio como aquel bastardo se había desmayado. Sintió decepción. Y se apuró en cortar la segunda. Desde aquel momento, el sangrado activaba la cuenta atrás. El desangramiento sería la causa de la muerte, pero antes de eso debería de extirpar el resto de sentidos.
Necesitaba traerlo de nuevo a la conciencia. Buscó en sus ropas un pequeño frasco. Un estimulante. Sacó la tela de su boca y lo vació dentro. Hizo efecto en apenas unos segundos, haciendo que Hans despertase de nuevo. Ya se le notan en la cara los estragos del sufrimiento.
Este miró hacia abajo, a sus brazos, viendo como sus manos no estaban en dónde deberían. Fue en el suelo, delante de los pies de Iori en dónde reposaban ambas extremidades. Y entonces gritó. Gritó a todo pulmón, más por la impresión que por el dolor. Iori tenía los ojos fijos en él.
- Ella nunca perdió la conciencia de ese modo - farfulló con desprecio. - Sabes lo que viene ahora ¿verdad? Paso número dos: el gusto. Imagino que no vas a colaborar si te pido que abras la boca... - se acercó a él con el mismo cuchillo, lleno de sangre y ladeó la cabeza, mirándolo con expectación.
Algo la cegó como un rayo. Volviendo a revivir en ese instante el infierno que había experimentado Ayla.
Iori prácticamente se había atragantado con la sangre, en el momento en el que aquella elfa, Dhonara, había apoyado el filo de la hoja sobre la lengua de Ayla. El brillo verde, malicioso en su mirada, quedó opacado ante el espeluznante dolor que la recorrió cuando abrió la carne.
- Segundo, el gusto - Escuchó el grito, desde el fondo de sus pulmones taladrándole el cerebro, mientras su torturadora procedía a separar su lengua, deliberadamente despacio.
Ante la primera incisión, el líquido caliente llenó su boca. Manchó su mentón, saliendo de forma profusa y atravesó su garganta hacia a bajo. Tosió y trató de separarse de la elfa, pero los muñones amputados que le quedaban solamente resbalaban contra sus piernas al tratar de apartarla de ella.
Unos metros más allá, Eithelen no era capaz de pronunciar ninguna palabra coherente. Únicamente aullaba, y se debatía con toda la fuerza de su cuerpo. Pero liberarse de las sogas que atenazaban su cuerpo y sacarse a aquellos dos elfos de encima no sería tarea fácil.
Las lágrimas enturbiaron su mirada, pero la satisfacción que sentía Dhonara se percibía fácilmente en el tono de sus palabras.
- Usaremos tu dolor como pago por tu pecado. Como ofrenda para purificar la infame relación a la que arrastraste a uno de los mejores - ¿Aquel era su juicio? ¿Culpable por haber amado a un elfo? Un último intento por liberarse de aquello, por usar la palabra para defenderse, pero con un movimiento, la elfa separó por completo su lengua en el interior de su boca.
Ayla cayó hacia delante, de rodillas como estaba, apoyó la zona de la amputación sangrante sobre el suelo. El dolor que le transmitió aquella parte de su cuerpo rivalizó con la sensación de ahogo y tormento que supuso sentir la extirpación de su lengua. La sangre la ahogaba y su cuerpo temblaba de arriba a bajo en horribles estertores. Las heridas estaban causando que rápidamente se debilitase y, la sensación de que iba a desvanecerse de un momento a otro fue recibida por ella casi como un regalo.
Notó una ligera patada en su costado, que la derribó al suelo por completo.
- No dejaré que te ausentes todavía. No hemos terminado. - La voz de Dhonara sonó cerca. Supo que se había inclinado sobre ella, y lo confirmó cuando notó como sus manos la agarraban por la cabeza. - ¿Me oyes? Bueno, no por mucho tiempo - y sin verla, supo que la elfa sonreía
Jadeó mientras se llevaba la mano a la cabeza. Comenzaba a sudar. No esperaba que aquellos recuerdos retumbasen dentro de ella en aquel momento. Resopló y se cuadró, buscando recuperar la concentración.
Iori lo miró de nuevo, e intentó ver la manera en la que podía abrirle la boca a la fuerza. Hans la observó, desafiante, apretando de forma ostentosa la boca. Sabía que no iba a colaborar, así que encontró un modo mejor. Perfiló con los dedos su mandíbula, y palpó en la parte de abajo. Más allá de la línea dura del hueso, notó como la carne blanda cedía suavemente. Aquel era el punto. Clavó hacia arriba el cuchillo de un solo movimiento. La hoja atravesó la piel con facilidad, ensartando la lengua y haciendo tope en el paladar.
- No necesito tu colaboración - aseguró mientras la sangre que Hans escupía le manchaba la cara. Giró la empuñadura tal y cómo estaba el cuchillo, buscando abrir y separar la lengua dentro de la boca de Hans. Él ya no gritó. Comenzó a atragantarse con la sangre que fluía por su tráquea hacia abajo. El sonido de su respiración se volvió líquida, mientras la mestiza removía la hoja dentro de su boca.
Extrajo el cuchillo de forma seca, y de la herida abierta y de sus labios brotó la sangre. La cantidad era preocupante. Imaginó que no duraría mucho a aquel paso. Hans hizo algo similar a toser, y cayó al suelo un trozo de carne. Un fragmento de lengua sanguinolenta.
- Supongo que puede servir - murmuró Iori para si, observando el pedazo en el suelo, mientras Hans se atragantaba con la sangre. - Abre los ojos Hans Meyer. No los cerraste cuando se lo estaban haciendo a ella - le advirtió. Tiró el cuchillo a un lado y buscó en otro bolsillo de su pantalón. Sacó un clavo oscuro, de metal sin pulir. Y Iori se volvió a quedar congelada bajo el peso de sus recuerdos.
La mente de Ayla sentía que comenzaba a diluirse, gota a gota, como un recipiente con una fuga que va quedando vacío. La sangre continuaba saliendo de forma profusa por la herida de la amputación de sus manos, y el lugar en dónde había estado su lengua nadaba en el rojo líquido.
- Lempë Urth. ¿Sabes lo que significa en tu idioma? - preguntó con una sonrisa Dhonara. - Cinco muertes - respondió caminando delante de la humana. - Es el nombre del castigo reservado a los peores traidores. Aquellos que no merecen ni el aire que respiran. Perderás los órganos de los cinco sentidos uno a uno, hasta que la muerte te llegue por las heridas sufridas. No suele tardar, aunque depende de la fortaleza de cada uno. -
- ¡¡¡¡¡DHONARAAAAAA!!!!! - La voz de Eithelen, deformada por el dolor, aulló detrás de la elfa. La Ojosverdes se giró y lo miró.
- Claro que, este castigo debería de ser aplicado a ti, Eithelen, pero creo que haciéndoselo a ella tu sufrimiento es mayor. Y es a fin de cuentas el dolor, el fin último de esta condena - Volvió el rostro hacia una sollozante Ayla, tendida en el suelo a sus pies. - Bien, ahora que ya sabes de qué se trata y por qué lo hacemos, podemos continuar con el siguiente paso - Alzó la mano y uno de los dos elfos que la acompañaban se acercó a ella. - Punzones - pidió.
Hans dio un paso hacia delante. Tendió unas finas puntas metálicas previamente preparadas hacia Dhonara. No tenían un largo notable, pero para su función no era necesario.
- Solo se necesitan siete centímetros para alcanzar el fondo del oído. Allí reside el tímpano, y cualquier herida en él se traduce en la pérdida de la audición para siempre - ilustró la elfa mientras tomaba el rostro de Ayla con una mano. - ¿Ves? esta longitud es suficiente para perforarlo, sin que se alcance de modo alguno el cerebro. No queremos dañarlo ni saltarnos los pasos en el orden correcto ¿verdad? - Sonrió, y, ladeándole el rostro a la mujer, colocó las puntas en ambos orificios.
- ¡¡TE MATARÉ DHONARA!! - Eithelen continuaba debatiéndose, exhalando amenazas en medio de los rugidos constantes que salían de su garganta.
- Discúlpame pero lo dudo - respondió la elfa en voz baja, de forma que solo Ayla escuchó. Y ese burdo comentario, cargado de ironía y de mofa fue lo último que oyó.
Con un golpe firme de muñeca, la punta metálica penetró en sus orejas. El horrible dolor que sentía constantemente se multiplicó.
Cayó de rodillas al suelo, fulminada por aquel recuerdo. Apoyó las manos en la cara madera oscura del despacho de Hans mientras recuperaba la respiración que había estado reteniendo. El volcán que pensaba apagado dentro de ella comenzó a rugir. Taladró con la mirada el suelo, antes de recuperar cierto control.
Se levanto para observar el clavo en su mano. El clavo que había estado a punto de perder en las Catacumbas. Junto a Sango.
Y continuó.
- Tiene el tamaño adecuado. Te lo aseguro. No dañará tu cerebro. - Se acercó a él y ahora le sostuvo la cara, presionando su mejilla contra la columna, de la misma forma que había hecho con ella él antes. - El oído. No te preocupes por la coordinación. No caerás al suelo - aseguró antes de colocar la punta en su pabellón auditivo. Golpeó con fuerza con el puño sobre la cabeza de la punta y esta entró con facilidad. La sacó y repitió la operación en el otro oído. Cuando terminó se detuvo, a un par de pasos de Hans mientras dejaba caer el clavo también al suelo.
Con la boca mutilada apenas eran quejidos lo que salía de su garganta.
Se detuvo delante de Hans y se agachó frente a él observándolo, con las manos juntas. La mirada de Iori, indescifrable. Su respiración era lenta, analizando lo que estaba haciendo con él cuando, súbitamente, comenzó a llorar. Cerró los ojos y abrazó las rodillas contra su pecho, dejando que el llanto llenase el despacho, junto con los leves jadeos agónicos de Hans.
No sonreían. A pesar de estar devolviendo el daño causado, los ojos de Ayla no sonreían.
Tras unos minutos se serenó. Se incorporó y lo miró, pero no dejó de llorar.
- Siguiente: el olfato. - dijo para si con la voz quebrada, mientras volvía a buscar en su bolsillo trasero. Sacó lo que parecía ser un mortero metálico, y avanzó hacia él. Se sintió tentada a hablarle, pero con los tímpanos perforados no podría escuchar nada. Le tomó el mentón, resbaladizo envuelto en la sangre que seguía saliendo de sus heridas y le alzó el rostro.
Ayla gritó de forma agónica, pero fue la única persona de todas las que se encontraban allí que no lo pudo escuchar. La sangre corría por su cuello abajo, mientras Dhonara extraía sin miramientos las puntas. La humana cayó al instante hacia el suelo, golpeándose el rostro allí con dureza. Su sentido del equilibrio estaba comprometido, por lo que en aquellos instantes Ayla se había convertido en un ser tembloroso, incapaz de controlar de ninguna forma su cuerpo.
Más allá, retorciéndose en su agarre, el rostro de Eithelen reflejaba algo similar a la locura. Hablaba en élfico, profiriendo expresiones incomprensibles, pero que sonaban a juramentos. Dhonara lo ignoró mientras aferraba el cabello de la humana para obligarla a yacer en el suelo tendida ahora boca arriba.
- Debemos darnos prisa, no soportará mucho más - analizó con ojo clínico.
Extrajo otra vez de la funda la daga con la que había cortado la lengua, y la giró entre los dedos empuñando el mango. - El olfato - dijo como toda explicación. Alzó la mano y la dejó caer con fuerza, golpeando con aquella parte del arma el tabique nasal. El golpe certero rompió al instante la nariz, pero no terminaba con un único impacto. La mano de Dhonara se alzó repetidas ocasiones, hasta que el cuerpo de la humana dejó de moverse.
A unos metros de ellos, Otto había tenido que apartar la vista, mientras que Hans no podía desenganchar los ojos claros del grotesco espectáculo.
- Es suficiente - la elfa se detuvo, observando el rostro machacado y cubierto de sangre. No quedaban en ella los rasgos de los que Eithelen se había enamorado. La respiración de la mujer era superficial, mientras enfrentaba los últimos minutos de su vida.
Iori gritó. Su mano descendió y escuchó el sonido del crujido al instante. El hueso se partió con facilidad, pero no se detuvo. Continuó golpeando, hasta que aquella parte de su rostro se había convertido en una masa rojiza sin forma. En esta ocasión, Iori lanzó el instrumento a un lado, y este impactó con fuerza contra un lateral del despacho. Se llevó las manos a la cabeza y volvió a gritar. Se limpió el sudor de la frente, manchándose la piel con la sangre de Hans que teñían sus manos.
- No es suficiente. No es suficiente para lo que has destrozado... - acusó volviéndose hacia él con una ira pura. - Pero es todo lo que está en mis manos...- se lamentó deteniéndose a mirar en torno a ella.
Iori alzó un instante los ojos y se observó. A su izquierda, un espejo de pared le devolvió su reflejo. La sangre la manchaba casi por completo, mientras lo que había sido Hans producía sus últimos sonidos. La mestiza se aproximó despacio a la superficie reflectante, y buscó algo en ella. Buscó ver, en el reflejo de sus ojos la satisfacción que aquello le producía.
No lo encontró. Estaban arrasados en lágrimas y en... angustia. Como la mirada que veía de su madre dentro de ella.
Se enfadó por lo que vio, y golpeó el espejo que tenía delante con el puño para después girarse en dirección a Hans, con la muerte en la mirada.
- No tienes energía ni para gritar, ¿verdad? - apoyó la daga en la hierba que tenía a sus pies y arrastrándola, dejó que las briznas limpiasen la mayor parte de la sangre antes de guardarla. - Hemos llegado al final. Con esto vuestra aberración quedará purificada - Los ojos dorados de Ayla se movieron para observar un segundo a la elfa. Y, en contra de lo que indicaba la lógica, de alguna forma fue capaz de controlar su cuerpo para buscar la dirección en la que se encontraba Eithelen. - ¿Qué...? -
Con el oído perforado, no era posible continuar controlando el aparato locomotor. El gesto de la humana, buscando mirar al Inglorien sorprendió a Dhonara, y la exasperó. Pura casualidad, un simple accidente. No era posible que aquello fuese un acto consciente, no después de lo que le había hecho a la humana. Algo pareció conectar a ambos amantes en el aire, un lazo invisible pero de alguna forma perceptible. Los labios, llenos de sangre de la humana se estiraron suavemente, una pequeña sonrisa que rompió el corazón del elfo.
Y terminó con la paciencia de Dhonara.
- ¡Se acabó! - gruñó de puro enfado. La rabia ante aquello se extendió como un veneno en su pecho. Uno nacido de ver que, aunque había maltratado y destruido físicamente, había algo más allá que no podía tocar. Algo entre ellos que no podía alcanzar para hacer que desapareciera.
Los dedos de la elfa se cernieron entonces sobre la maltrecha cara, perfilando aquellos ojos dorados. Y Eithelen destrozó su garganta gritando. Y Dhonara hundió lo dedos profundamente en las cuencas de Ayla.
Iori se abrazó a si misma con fuerza. Necesitaba mantenerse entera, controlar sus temblores. Estaba a un paso de enviar a Hans al juicio de los Dioses. No podía fallar... no podía detenerse ahora.
Alzó la vista, como un cazador oteando a su presa, y comprobó que no existía la piedad en su interior. Ni para él ni para ella.
Buscó una última vez en su bolsillo trasero, y extrajo dos pequeños ganchos metálicos. De puntas curvas hacia arriba, estaban pulcramente afiladas. Los ojos azules, tan claros como el hielo de Hans la miraron, ¿casi con alivio? de una manera febril. Iori avanzó.
En los cinco pasos que la separaban de él, escuchó en cada uno cómo lo último que quedaba de ella terminaba de hacerse añicos. Lo miró de frente, dirigiendo todo el odio que había crecido dentro de ella en aquel tiempo. Pero no encontró fuerzas para sonreír. Acercó las puntas hacia sus ojos y notó cuando presionó como los globos oculares cedían como si se tratase de una bolsa de harina. Cuando hubo penetrado en ellos hasta la empuñadura de los ganchos, se detuvo un instante. Respiró. Y tiró de golpe hacia fuera.
El cuerpo de Hans Meyer goteaba sangre, pero ya no había en él ni temblor ni respiración.
Las manos de Iori soltaron, y permaneció de pie frente a él. Mirando.
Esperando.
A que llegara la satisfacción. El gozo por lo que acababa de hacer. El placer del deber realizado.
El silencio en el despacho era abrumador. Igual que el silencio dentro de ella. No encontró sentimiento al que aferrarse. Emoción que analizar o pensamiento al que escuchar.
Lo que si que notó fue que la vida misma salía de ella con cada respiración. Cerró los ojos, y se dejó llevar. Cayó al suelo, envuelta en vacío y sangre. Y antes de que todo se apagase, pensó que ya sabía a qué olía el rojo.
Iori tragó saliva.
Tenía unos minutos preciosos para disponer todo para cuando él despertara. Para cuando le dedicase la segunda parte de algo que llevaba preparando para él desde hacía semanas. Pero, dudaba. ¿Tenía lo que era necesario para repetir aquel castigo? Matar a Otto había sido una cosa. Ahora, con el cuerpo tembloroso de Hans delante, se sentía insegura.
¿Por que él no lo mereciese? En absoluto. Los Dioses sabían que aquel sería castigo ligero para lo que realmente se había ganado.
Vacilaba porque, justo en aquel momento entendió que tras hacerlo no habría vuelta atrás. Viviría para siempre sabiendo lo que habían hecho sus manos.
Contuvo la respiración, mirándolo en silencio.
El ruido en la entrada la alertó, evitando tomarla por sorpresa. Corrió con el corazón latiendo en la garganta y se parapetó contra la pared, quedando oculta tras la puerta al abrirse.
- ¿Señor? ¡Señ...! - Randal asomó, atraído sin duda por los ruidos que podía haber escuchado desde el despacho.
Un puñetazo contundente en la sien, y el golpe del tesorero al caer de frente contra el suelo se confundió con el portazo que dio Iori para volver a cerrar la puerta. Lo apartó con el pie, pegándolo a la pared y se aseguró de cerrar desde dentro el pestillo con llave. Aquella intromisión súbita había hecho saltar todas sus alarmas, y los latidos de su corazón parecieron funcionar para aclarar su mente.
Sus ojos brillaron con resolución tras unos instantes.
Cada uno, pensó, se destruía a su manera.
Cuando Hans recobró la conciencia, se encontró la habitación más oscura. De pie, pegado a la columna. Los gruesos cordones del cortinaje de terciopelo eran lo que lo mantenían en aquella posición. Atado en la columna a la que, hacía un instante, era Iori la que había estado sujeta. Torso, cintura, pies y manos.
Frente a él, sentada en el suelo, Iori lo miraba. Cuando sus ojos se cruzaron ella sonrió suavemente. Hans la miró atónito. Su primera reacción fue forcejear con los amarres.
- ¡Randal! - gritó - ¡Guardas! - se dirigió entonces a Iori, recuperando la seriedad en su reacción. - ¿Qué me has hecho, maldita bruja? ¡Suéltame! -
La mestiza paladeó el pánico que se entreveía en la reacción de aquel hombre. Sintió como la alimentaba más que cualquier comida ingerida últimamente.
- Me sorprende que tengas fuerza para gritar. Yo tardé en hablar después de ver lo que me mostraron en el templo. - Se puso de pie delante de él. - Después de sentirlo - avanzó hacia él con algo brillante en la mano.
- ¿Qué me has hecho? - repitió Hans, con un ligero temblor en su voz - ¿Qué clase de brujería es esta? Suéltame, maldito demonio - volvió a alzar la voz - ¡Randal! -
Los ojos de Iori lo miraban con fijeza. El precio a pagar había sido desmesurado. Tarek, había entregado sus runas. Jamás sería capaz de volver a usarlas. Ella, su corazón. En aquel momento había pensado que no tenía mayor importancia. De todo lo que le podían pedir, justamente eso pensaba tenerlo vacío. Sin utilidad. Una parte estéril en ella.
La locura y el frenesí dominaban a la mestiza desde que se había alejado de lo que la hacía humana.
Aquel templo le había arrancado algo a lo que no le daba importancia. Y que sin embargo sangraba por ello. Su corazón a cambio del conocimiento. Ver y sentir, desde los ojos de Ayla, la historia de sus padres. Hasta su final.
- Ahora sabes cómo me enteré. Es magia élfica... ellos me mostraron todo. Pero no solo eso. Vi cómo se conocieron ellos, vi su historia juntos. Vi tu obsesión por ella. - apartó la vista. - Vi como se alegraron por mi nacimiento - su voz sonó incrédula.
La sonrisa de Eithelen. La felicidad en los ojos de Ayla. La mirada de complicidad, que los conectaba a ambos. El abrazo...
- No, no, no - farfulló Hans, y pareció que la realidad de lo vivido se le vino encima - Todo mentiras. ¡Todo mentiras! Magia élfica - masculló entre dientes - Mentiras. Ella nunca lo quiso, ella era mía. -
Iori movió la mano, dejando ver ahora a Hans que portaba un cuchillo. La hoja era muy ancha y tenía en la base dientes serrados.
- Ni en el infierno serías capaz de entender la verdad - susurró dando un paso a él. - Pero incluso ese lugar sería un regalo para ti. Miraste todo el tiempo, mientras la torturaban a ella sin mover un dedo. Vi cómo sonreías. Ahora probarás en tu propia carne. Ayla no era tuya, pero sí lo será esto - alzó la mano para agarrar el antebrazo de Hans e inmovilizarlo contra la columna.
Y el recuerdo la abatió por sorpresa.
[...]
Volvió a ver, desde los ojos de Ayla cómo aquella condenada elfa se acercaba. La voz de Eithelen, retenido a unos metros profiriendo unos aullidos ensordecedores. Dhonara se inclinó para susurrar sobre la cabeza de la humana.
- Primero: el tacto -
Y el brillo de la hoja alzándose en el aire. Descendió con rapidez, y de un golpe certero seccionó la mano de la humana, haciendo que la extremidad cayese al suelo.
La sangre brotó y aunque Ayla gritó, el rugido de Eithelen se escuchó por encima de cualquier otra cosa.
El dolor.
La agonía de la amputación se vio incrementada por la burla presente en los ojos de aquella elfa. En la mirada vengativa del humano que se mantenía en segundo plano. Hans. Y sobre todo, por la certeza de que aquello solo acababa de comenzar.
[...]
Iori parpadeó y sacudió la cabeza, para librarse de aquel recuerdo. Hans intentó forcejear con el poco margen que tenía, pero no consiguió nada.
- Detente ahora que puedes - le dijo, como intentando convencerla. Fue el hecho de ver la perturbadora mirada de la chica, que cambió de tono - ¿Qué vas a hacer, eh? ¿Vengar a unos padres que no conoces? ¿A unos padres que prefirieron morir por ese asqueroso amor que se profesaban? ¿Por una madre que lo eligió a él, a ese bastardo de orejas puntiagudas, antes que a su propia hija? -
Los ojos azules se abrieron. Por la sorpresa. Por notar como, aunque él intentaba salpicarla con palabras ponzoñosas, ninguna de ellas hizo mella en sus intenciones. Ninguna porque, sabía que todo aquello era mentira. Ayla y Eithelen la dejaron dentro de aquella cueva, protegida con la capa y la magia de su padre por una razón. Buscaban que, si las cosas salían mal, ella sobreviviera.
La niña nacida del amor.
Pero que no era capaz de sentirlo en su interior.
- Lo que le hicieron a ella se llama Lëmpe Urth. En élfico significa Cinco Muertes. Es una condena que consiste en matar a un condenado privándolo poco a poco de cada uno de los cinco sentidos. La lengua no es lo primero que te voy a quitar, pero si sigues intentando crear mentiras con tu asquerosa boca, te aseguro que te arrancaré la mandíbula completa - y no había ni asomo de duda en su mirada. - Y por mucho que grites, no creo que él te escuche - hizo un gesto con la cabeza hacia atrás dejando que él lo viese. Al lado de la puerta, un bulto en el suelo. El cuerpo de Randal permanecía tirado sin movimiento alguno.
Hans se giró ante el gesto, solo para observar con asombro a su lacayo. Comenzó a ponerse pálido y en su rostro se reflejaron las cientos de maquinaciones que atravesaron su mente en ese momento.
- No - fue lo único capaz de articular, cuando volvió a mirarla. Iori disfrutó viendo como el miedo extinguía cualquier otra cosa en sus ojos - Puedo dártelo todo - le dijo, cambiando de estrategia - ¿Qué quieres, eh? No seas estúpida. No cometas el mismo error que ella. ¿Es dinero? ¿Libertad? Puedo hacer que desaparezcas de este mundo como si nunca hubieses existido. Darte un título. Puedo darte lo que quieras. -
La quietud en la mestiza, mientras escuchaba lo que él decía la dejó anonadada. Se sentía fría. Más cabal que en mucho tiempo. Controlada sobre sus acciones, sin caer en la impulsividad de la provocación que él parecía buscar en ella. Supo que, todo lo que quedaba de raciocinio en su mente, se había estado reservando para fluir en aquel momento. Para no echar todo a perder por un calentón momentáneo. Se sintió segura de si misma.
Y sin embargo, le pareció ver que los ojos dorados estaban tristes.
- Nunca seré sanada por la persona que me rompió. Tú no puedes darme lo que yo quiero. Lo destruiste. - Se acercó más a él, para clavar una mirada funesta en sus ojos. - Ahora yo te daré lo que mereces. Lo mismo que le hicieron a ella. Tyr guiará mi mano, y le ofreceré a él las tuyas - aproximó la hoja a la muñeca descubierta de Hans. - Iremos despacio - aseguró. Y entonces comenzó a cortar la carne de aquel hombre.
El cuerpo humano no era muy diferente al de un cerdo. Misma consistencia de la piel, misma tensión muscular, mismos huesos... Mientras la sangre brotaba con rapidez, manchándolo todo, Iori no se detuvo en ningún instante. Hans gritó, más alto de lo que imaginaba que sería posible, hasta que le introdujo un pedazo de tela en la boca profundamente. De un último tajo, separó los ligamentos que parecían resistir al filo, propiciando que la mano derecha cayese al suelo con un sonido húmedo.
Alzó la vista. Y vio como aquel bastardo se había desmayado. Sintió decepción. Y se apuró en cortar la segunda. Desde aquel momento, el sangrado activaba la cuenta atrás. El desangramiento sería la causa de la muerte, pero antes de eso debería de extirpar el resto de sentidos.
Necesitaba traerlo de nuevo a la conciencia. Buscó en sus ropas un pequeño frasco. Un estimulante. Sacó la tela de su boca y lo vació dentro. Hizo efecto en apenas unos segundos, haciendo que Hans despertase de nuevo. Ya se le notan en la cara los estragos del sufrimiento.
Este miró hacia abajo, a sus brazos, viendo como sus manos no estaban en dónde deberían. Fue en el suelo, delante de los pies de Iori en dónde reposaban ambas extremidades. Y entonces gritó. Gritó a todo pulmón, más por la impresión que por el dolor. Iori tenía los ojos fijos en él.
- Ella nunca perdió la conciencia de ese modo - farfulló con desprecio. - Sabes lo que viene ahora ¿verdad? Paso número dos: el gusto. Imagino que no vas a colaborar si te pido que abras la boca... - se acercó a él con el mismo cuchillo, lleno de sangre y ladeó la cabeza, mirándolo con expectación.
[...]
Algo la cegó como un rayo. Volviendo a revivir en ese instante el infierno que había experimentado Ayla.
Iori prácticamente se había atragantado con la sangre, en el momento en el que aquella elfa, Dhonara, había apoyado el filo de la hoja sobre la lengua de Ayla. El brillo verde, malicioso en su mirada, quedó opacado ante el espeluznante dolor que la recorrió cuando abrió la carne.
- Segundo, el gusto - Escuchó el grito, desde el fondo de sus pulmones taladrándole el cerebro, mientras su torturadora procedía a separar su lengua, deliberadamente despacio.
Ante la primera incisión, el líquido caliente llenó su boca. Manchó su mentón, saliendo de forma profusa y atravesó su garganta hacia a bajo. Tosió y trató de separarse de la elfa, pero los muñones amputados que le quedaban solamente resbalaban contra sus piernas al tratar de apartarla de ella.
Unos metros más allá, Eithelen no era capaz de pronunciar ninguna palabra coherente. Únicamente aullaba, y se debatía con toda la fuerza de su cuerpo. Pero liberarse de las sogas que atenazaban su cuerpo y sacarse a aquellos dos elfos de encima no sería tarea fácil.
Las lágrimas enturbiaron su mirada, pero la satisfacción que sentía Dhonara se percibía fácilmente en el tono de sus palabras.
- Usaremos tu dolor como pago por tu pecado. Como ofrenda para purificar la infame relación a la que arrastraste a uno de los mejores - ¿Aquel era su juicio? ¿Culpable por haber amado a un elfo? Un último intento por liberarse de aquello, por usar la palabra para defenderse, pero con un movimiento, la elfa separó por completo su lengua en el interior de su boca.
Ayla cayó hacia delante, de rodillas como estaba, apoyó la zona de la amputación sangrante sobre el suelo. El dolor que le transmitió aquella parte de su cuerpo rivalizó con la sensación de ahogo y tormento que supuso sentir la extirpación de su lengua. La sangre la ahogaba y su cuerpo temblaba de arriba a bajo en horribles estertores. Las heridas estaban causando que rápidamente se debilitase y, la sensación de que iba a desvanecerse de un momento a otro fue recibida por ella casi como un regalo.
Notó una ligera patada en su costado, que la derribó al suelo por completo.
- No dejaré que te ausentes todavía. No hemos terminado. - La voz de Dhonara sonó cerca. Supo que se había inclinado sobre ella, y lo confirmó cuando notó como sus manos la agarraban por la cabeza. - ¿Me oyes? Bueno, no por mucho tiempo - y sin verla, supo que la elfa sonreía
[...]
Jadeó mientras se llevaba la mano a la cabeza. Comenzaba a sudar. No esperaba que aquellos recuerdos retumbasen dentro de ella en aquel momento. Resopló y se cuadró, buscando recuperar la concentración.
Iori lo miró de nuevo, e intentó ver la manera en la que podía abrirle la boca a la fuerza. Hans la observó, desafiante, apretando de forma ostentosa la boca. Sabía que no iba a colaborar, así que encontró un modo mejor. Perfiló con los dedos su mandíbula, y palpó en la parte de abajo. Más allá de la línea dura del hueso, notó como la carne blanda cedía suavemente. Aquel era el punto. Clavó hacia arriba el cuchillo de un solo movimiento. La hoja atravesó la piel con facilidad, ensartando la lengua y haciendo tope en el paladar.
- No necesito tu colaboración - aseguró mientras la sangre que Hans escupía le manchaba la cara. Giró la empuñadura tal y cómo estaba el cuchillo, buscando abrir y separar la lengua dentro de la boca de Hans. Él ya no gritó. Comenzó a atragantarse con la sangre que fluía por su tráquea hacia abajo. El sonido de su respiración se volvió líquida, mientras la mestiza removía la hoja dentro de su boca.
Extrajo el cuchillo de forma seca, y de la herida abierta y de sus labios brotó la sangre. La cantidad era preocupante. Imaginó que no duraría mucho a aquel paso. Hans hizo algo similar a toser, y cayó al suelo un trozo de carne. Un fragmento de lengua sanguinolenta.
- Supongo que puede servir - murmuró Iori para si, observando el pedazo en el suelo, mientras Hans se atragantaba con la sangre. - Abre los ojos Hans Meyer. No los cerraste cuando se lo estaban haciendo a ella - le advirtió. Tiró el cuchillo a un lado y buscó en otro bolsillo de su pantalón. Sacó un clavo oscuro, de metal sin pulir. Y Iori se volvió a quedar congelada bajo el peso de sus recuerdos.
[...]
La mente de Ayla sentía que comenzaba a diluirse, gota a gota, como un recipiente con una fuga que va quedando vacío. La sangre continuaba saliendo de forma profusa por la herida de la amputación de sus manos, y el lugar en dónde había estado su lengua nadaba en el rojo líquido.
- Lempë Urth. ¿Sabes lo que significa en tu idioma? - preguntó con una sonrisa Dhonara. - Cinco muertes - respondió caminando delante de la humana. - Es el nombre del castigo reservado a los peores traidores. Aquellos que no merecen ni el aire que respiran. Perderás los órganos de los cinco sentidos uno a uno, hasta que la muerte te llegue por las heridas sufridas. No suele tardar, aunque depende de la fortaleza de cada uno. -
- ¡¡¡¡¡DHONARAAAAAA!!!!! - La voz de Eithelen, deformada por el dolor, aulló detrás de la elfa. La Ojosverdes se giró y lo miró.
- Claro que, este castigo debería de ser aplicado a ti, Eithelen, pero creo que haciéndoselo a ella tu sufrimiento es mayor. Y es a fin de cuentas el dolor, el fin último de esta condena - Volvió el rostro hacia una sollozante Ayla, tendida en el suelo a sus pies. - Bien, ahora que ya sabes de qué se trata y por qué lo hacemos, podemos continuar con el siguiente paso - Alzó la mano y uno de los dos elfos que la acompañaban se acercó a ella. - Punzones - pidió.
Hans dio un paso hacia delante. Tendió unas finas puntas metálicas previamente preparadas hacia Dhonara. No tenían un largo notable, pero para su función no era necesario.
- Solo se necesitan siete centímetros para alcanzar el fondo del oído. Allí reside el tímpano, y cualquier herida en él se traduce en la pérdida de la audición para siempre - ilustró la elfa mientras tomaba el rostro de Ayla con una mano. - ¿Ves? esta longitud es suficiente para perforarlo, sin que se alcance de modo alguno el cerebro. No queremos dañarlo ni saltarnos los pasos en el orden correcto ¿verdad? - Sonrió, y, ladeándole el rostro a la mujer, colocó las puntas en ambos orificios.
- ¡¡TE MATARÉ DHONARA!! - Eithelen continuaba debatiéndose, exhalando amenazas en medio de los rugidos constantes que salían de su garganta.
- Discúlpame pero lo dudo - respondió la elfa en voz baja, de forma que solo Ayla escuchó. Y ese burdo comentario, cargado de ironía y de mofa fue lo último que oyó.
Con un golpe firme de muñeca, la punta metálica penetró en sus orejas. El horrible dolor que sentía constantemente se multiplicó.
[...]
Cayó de rodillas al suelo, fulminada por aquel recuerdo. Apoyó las manos en la cara madera oscura del despacho de Hans mientras recuperaba la respiración que había estado reteniendo. El volcán que pensaba apagado dentro de ella comenzó a rugir. Taladró con la mirada el suelo, antes de recuperar cierto control.
Se levanto para observar el clavo en su mano. El clavo que había estado a punto de perder en las Catacumbas. Junto a Sango.
Y continuó.
- Tiene el tamaño adecuado. Te lo aseguro. No dañará tu cerebro. - Se acercó a él y ahora le sostuvo la cara, presionando su mejilla contra la columna, de la misma forma que había hecho con ella él antes. - El oído. No te preocupes por la coordinación. No caerás al suelo - aseguró antes de colocar la punta en su pabellón auditivo. Golpeó con fuerza con el puño sobre la cabeza de la punta y esta entró con facilidad. La sacó y repitió la operación en el otro oído. Cuando terminó se detuvo, a un par de pasos de Hans mientras dejaba caer el clavo también al suelo.
Con la boca mutilada apenas eran quejidos lo que salía de su garganta.
Se detuvo delante de Hans y se agachó frente a él observándolo, con las manos juntas. La mirada de Iori, indescifrable. Su respiración era lenta, analizando lo que estaba haciendo con él cuando, súbitamente, comenzó a llorar. Cerró los ojos y abrazó las rodillas contra su pecho, dejando que el llanto llenase el despacho, junto con los leves jadeos agónicos de Hans.
No sonreían. A pesar de estar devolviendo el daño causado, los ojos de Ayla no sonreían.
Tras unos minutos se serenó. Se incorporó y lo miró, pero no dejó de llorar.
- Siguiente: el olfato. - dijo para si con la voz quebrada, mientras volvía a buscar en su bolsillo trasero. Sacó lo que parecía ser un mortero metálico, y avanzó hacia él. Se sintió tentada a hablarle, pero con los tímpanos perforados no podría escuchar nada. Le tomó el mentón, resbaladizo envuelto en la sangre que seguía saliendo de sus heridas y le alzó el rostro.
[...]
Ayla gritó de forma agónica, pero fue la única persona de todas las que se encontraban allí que no lo pudo escuchar. La sangre corría por su cuello abajo, mientras Dhonara extraía sin miramientos las puntas. La humana cayó al instante hacia el suelo, golpeándose el rostro allí con dureza. Su sentido del equilibrio estaba comprometido, por lo que en aquellos instantes Ayla se había convertido en un ser tembloroso, incapaz de controlar de ninguna forma su cuerpo.
Más allá, retorciéndose en su agarre, el rostro de Eithelen reflejaba algo similar a la locura. Hablaba en élfico, profiriendo expresiones incomprensibles, pero que sonaban a juramentos. Dhonara lo ignoró mientras aferraba el cabello de la humana para obligarla a yacer en el suelo tendida ahora boca arriba.
- Debemos darnos prisa, no soportará mucho más - analizó con ojo clínico.
Extrajo otra vez de la funda la daga con la que había cortado la lengua, y la giró entre los dedos empuñando el mango. - El olfato - dijo como toda explicación. Alzó la mano y la dejó caer con fuerza, golpeando con aquella parte del arma el tabique nasal. El golpe certero rompió al instante la nariz, pero no terminaba con un único impacto. La mano de Dhonara se alzó repetidas ocasiones, hasta que el cuerpo de la humana dejó de moverse.
A unos metros de ellos, Otto había tenido que apartar la vista, mientras que Hans no podía desenganchar los ojos claros del grotesco espectáculo.
- Es suficiente - la elfa se detuvo, observando el rostro machacado y cubierto de sangre. No quedaban en ella los rasgos de los que Eithelen se había enamorado. La respiración de la mujer era superficial, mientras enfrentaba los últimos minutos de su vida.
[...]
Iori gritó. Su mano descendió y escuchó el sonido del crujido al instante. El hueso se partió con facilidad, pero no se detuvo. Continuó golpeando, hasta que aquella parte de su rostro se había convertido en una masa rojiza sin forma. En esta ocasión, Iori lanzó el instrumento a un lado, y este impactó con fuerza contra un lateral del despacho. Se llevó las manos a la cabeza y volvió a gritar. Se limpió el sudor de la frente, manchándose la piel con la sangre de Hans que teñían sus manos.
- No es suficiente. No es suficiente para lo que has destrozado... - acusó volviéndose hacia él con una ira pura. - Pero es todo lo que está en mis manos...- se lamentó deteniéndose a mirar en torno a ella.
Iori alzó un instante los ojos y se observó. A su izquierda, un espejo de pared le devolvió su reflejo. La sangre la manchaba casi por completo, mientras lo que había sido Hans producía sus últimos sonidos. La mestiza se aproximó despacio a la superficie reflectante, y buscó algo en ella. Buscó ver, en el reflejo de sus ojos la satisfacción que aquello le producía.
No lo encontró. Estaban arrasados en lágrimas y en... angustia. Como la mirada que veía de su madre dentro de ella.
Se enfadó por lo que vio, y golpeó el espejo que tenía delante con el puño para después girarse en dirección a Hans, con la muerte en la mirada.
[...]
- No tienes energía ni para gritar, ¿verdad? - apoyó la daga en la hierba que tenía a sus pies y arrastrándola, dejó que las briznas limpiasen la mayor parte de la sangre antes de guardarla. - Hemos llegado al final. Con esto vuestra aberración quedará purificada - Los ojos dorados de Ayla se movieron para observar un segundo a la elfa. Y, en contra de lo que indicaba la lógica, de alguna forma fue capaz de controlar su cuerpo para buscar la dirección en la que se encontraba Eithelen. - ¿Qué...? -
Con el oído perforado, no era posible continuar controlando el aparato locomotor. El gesto de la humana, buscando mirar al Inglorien sorprendió a Dhonara, y la exasperó. Pura casualidad, un simple accidente. No era posible que aquello fuese un acto consciente, no después de lo que le había hecho a la humana. Algo pareció conectar a ambos amantes en el aire, un lazo invisible pero de alguna forma perceptible. Los labios, llenos de sangre de la humana se estiraron suavemente, una pequeña sonrisa que rompió el corazón del elfo.
Y terminó con la paciencia de Dhonara.
- ¡Se acabó! - gruñó de puro enfado. La rabia ante aquello se extendió como un veneno en su pecho. Uno nacido de ver que, aunque había maltratado y destruido físicamente, había algo más allá que no podía tocar. Algo entre ellos que no podía alcanzar para hacer que desapareciera.
Los dedos de la elfa se cernieron entonces sobre la maltrecha cara, perfilando aquellos ojos dorados. Y Eithelen destrozó su garganta gritando. Y Dhonara hundió lo dedos profundamente en las cuencas de Ayla.
[...]
Iori se abrazó a si misma con fuerza. Necesitaba mantenerse entera, controlar sus temblores. Estaba a un paso de enviar a Hans al juicio de los Dioses. No podía fallar... no podía detenerse ahora.
Alzó la vista, como un cazador oteando a su presa, y comprobó que no existía la piedad en su interior. Ni para él ni para ella.
Buscó una última vez en su bolsillo trasero, y extrajo dos pequeños ganchos metálicos. De puntas curvas hacia arriba, estaban pulcramente afiladas. Los ojos azules, tan claros como el hielo de Hans la miraron, ¿casi con alivio? de una manera febril. Iori avanzó.
En los cinco pasos que la separaban de él, escuchó en cada uno cómo lo último que quedaba de ella terminaba de hacerse añicos. Lo miró de frente, dirigiendo todo el odio que había crecido dentro de ella en aquel tiempo. Pero no encontró fuerzas para sonreír. Acercó las puntas hacia sus ojos y notó cuando presionó como los globos oculares cedían como si se tratase de una bolsa de harina. Cuando hubo penetrado en ellos hasta la empuñadura de los ganchos, se detuvo un instante. Respiró. Y tiró de golpe hacia fuera.
El cuerpo de Hans Meyer goteaba sangre, pero ya no había en él ni temblor ni respiración.
Las manos de Iori soltaron, y permaneció de pie frente a él. Mirando.
Esperando.
A que llegara la satisfacción. El gozo por lo que acababa de hacer. El placer del deber realizado.
El silencio en el despacho era abrumador. Igual que el silencio dentro de ella. No encontró sentimiento al que aferrarse. Emoción que analizar o pensamiento al que escuchar.
Lo que si que notó fue que la vida misma salía de ella con cada respiración. Cerró los ojos, y se dejó llevar. Cayó al suelo, envuelta en vacío y sangre. Y antes de que todo se apagase, pensó que ya sabía a qué olía el rojo.
Iori Li
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Había observado intranquilo cómo Iori se giraba, corría hacia la puerta y se ocultaba junto a la pared justo antes de que el sirviente entrara en la estancia. Entonces, cayó derribado con un golpe seco que hizo que Sango alzara las cejas y abriera la boca para permitirse respirar por la forma en la que ella había resuelto la situación. Lo que vino después, oscurecer la sala, atar a Hans y esperar a que despertara lo hizo con la vista fija, pero la cabeza ocupada un dilema.
¿Voluntad o destino? Cualquier mujer u hombre con la determinación y convicción para llevar a cabo una tarea podía conseguir alcanzar su objetivo a base de voluntad. Sin embargo, ¿qué espacio queda para lo que está escrito? ¿Qué hay del destino? Nadie, ni siquiera los Dioses, eran capaces mirar el tapiz tejido por las nornas. Quizá, la voluntad sea un arma del destino, o, quizá el destino esté bordado según la voluntad de cada uno. ¿Qué pesaba más en el caso de Iori?
Hans despertó y en el breve intercambio que mantuvieron, tanto Ben como Justine se miraron al comprender que la magia mediaba en los recuerdos de Iori. Sango detestaba el uso de la magia, no era capaz de entender ni una pequeña fracción de cómo funcionaba ni de dónde salía aquel poder. No obstante, reconocía su utilidad y más de una vez agradeció su uso para sacarle de situaciones peligrosas. Sin embargo, no entendía cómo alguien podía ver los recuerdos de otra persona.
Sacudió la cabeza y centró de nuevo su atención en Iori que se había quedado quieta sujetando el brazo de un asustado Hans que tras unos instantes, trató de convencerla para que le soltara. Él aún no comprendía la magnitud de lo que venía encima, como tampoco Sango y supuso que tampoco Justine. Fue en ese momento cuando ella mencionó las cinco muertes y en qué consistía y por cómo miró Hans, entendió de qué hablaba ella. Sango, se hizo una rápida composición mental de lo que podía estar por venir mientras Hans volvía a intentar liberarse, esta vez, con sobornos.
- Por todos los Dioses...- murmuró-.
Al escuchar las palabras de Iori, al llamar al Dios Tyr, al ofrendar las manos de Hans, le recorrió la espalda una sensación familiar, cálida. Su respiración se volvió mucho más profunda y sus ojos estudiaron la intención de esa llamada. Iori, a la que él se había referido como Olga, la medio loba, mordería las manos para ofrecérselas a Tyr como ofrenda. Sango, que tenía la adrenalina disparada, cerró los puños y se obligó a calmarse. El destino es caprichoso. Y después de aquel pensamiento ella comenzó a cortar y él observó.
Empezaba a comprender lo que Iori se proponía. Ella pretendía infligir el mismo castigo que Hans le había provocado a su madre. No fue él la mano ejecutora, pero sí había sido, según entendía, el instigador de toda aquella persecución que había acabado con las vidas de Ayla y Eithelen. Las cinco muertes. Sango tragó saliva. Estaba viendo a una mujer destruir lo poco que quedaba de sí misma. Los desvanecimientos que sufría justo antes de emprender una acción, Ben los interpretaba como un símbolo de lucha, una mínima resistencia del antiguo ser que aún se revolvía para retomar el control. Sin embargo, en soledad, aquella batalla estaba perdida. Nubes oscuras se instalaron en su mente desplazando el subidón de la adrenalina.
Gusto, oído y olfato, se sucedieron como imágenes sacadas de antiguos recuerdos. Sin embargo, el dolor era mucho mayor. Él sabía cómo llevarlo, ya lo había visto en las celdas de Dalmasca, experimentos con gente inocente, obligados a consumir esencias malditas; lo había visto en los choques de ejércitos, espadas lacerando miembros, compañeros heridos muriendo tragando barro, pisados por sus propios compañeros; el olor de la descomposición... Él lo había vivido durante los últimos diez años y pese a que no era una visión agradable, sabía como sobrellevarla, pero, ¿y ella? Sufría por ella. Sufría por lo que estaba viendo y por lo que vendría después.
Soltó aire, sorprendido al ver a una Iori, completamente ensangrentada, girándose hacia ellos y observándoles, observándose. Entonces avanzó hacia ellos. Ben quiso dar un paso atrás pero se obligó a mantenerse allí quieto. La culpa le corroía. Debería haber estado ahí dentro, haber sido, por lo menos, unos ojos en los que ella se pudiera apoyar para no sentirse sola. ¿Y privarle de su venganza? Hizo una mueca de amargura y posó la mano izquierda en el cristal.
- Ah, ¿por qué...?- acertó a murmurar-.
Por respuesta recibió el puño de Iori impactando en el cristal antes de lanzarse a terminar con el quinto sentido: la vista. Sacó otras dos armas y Ben pensó en la variada cantidad de objetos que guardaba en la bolsa que estuvo a punto de perder en las Catacumbas. Un arsenal que, ahora que había dejado caer los últimos elementos, estaban esparcidos por el suelo de la estancia. Inertes, inanimadas. Como Hans Meyer.
Sus ojos la siguieron en su caída y la observaron allí tendida en el suelo como si fuera el desenlace natural de toda aquella aventura. Como si no hubiera otro final posible. Como si su corazón no le estuviera gritando que saliera corriendo a por ella. No. Estaba paralizado. Sentía miedo de reencontrarse con ella y haberla perdido. Para siempre. Y eso era inaceptable.
Sango se echó hacia atrás tanto como le fue posible, y tras expulsar aire, embistió con el hombro izquierdo el cristal y quebrándolo en cientos de fragmentos que cayeron por todas partes de la estancia, incluso por encima de él, pero dejó que estos resbalaran por la capa mientras continuaba hacia su objetivo. Cuando llegó hincó una rodilla junto a ella y le puso una mano encima, el frio de su piel le sobresaltó. Soltó con rapidez los correajes de la capa y cuando se deshizo de la última hebilla, maniobró para quitársela y echarla por encima de Iori. Los tacones de Justine sonaron tras él, rompiendo algunos pedazos de espejo sobre los que pasaba mientras Sango se afanaba por envolver a Iori en la capa.
- Los Dioses nos guarden- murmuró acercándose a Sango e inclinándose a su lado. Extendió la mano para acariciar la mejilla de Iori-. ¿Iori?- la llamó con preocupación en la voz. Se removió molesta y clavó los ojos en Sango-. Vaya estropicio, ¿no podías simplemente dar la vuelta?- acusó mirando a su alrededor, ignorando el mutilado cadáver de Hans-.
- Cállate- ladró Sango-, hay que sacarla de aquí cuanto antes- la mujer se apartó de él unos pasos, algo intimidada por su respuesta, pero volvió rápido a su ser-.
- Debemos volver. El Palacete será un lugar seguro. Allí le proporcionaré tratamiento a Iori- aseguró antes de girarse hacia la puerta del despacho que Iori había cerrado. Descorrió el cerrojo y abrió-. Necesito ayuda con esto- le dijo a la figura que había al otro lado-.
Ben, que había apartado los ojos de Iori para ver qué hacia Justine, se encontró con el familiar rostro de Charles que entró en la habitación luciendo un aspecto impecable. Sus ojos marrones se clavaron un instante en la escena, abriéndose mucho cuando observó el cadáver de Hans.
- ¿La señorita...? - se permitió murmurar antes de regresar a su ser. Justine volvió a acercarse a Sango y lo miró con decisión-.
- Nadie sabrá nunca lo que hizo Iori aquí dentro- se inclinó en el suelo para recoger el abrecartas con el que Hans había intentado sacarle los ojos a Iori-. Charles, condúcelos por el pasadizo del sur por favor- indicó mientras se aproximaba al desmayado Randal con el cuchillo en la mano-.
Sango se quedó mirando a Justine el tiempo suficiente como para comprender qué se proponía. Sango sacudió la cabeza y miró a Iori. Pasó un brazo por detrás de las rodillas y otro por detrás de los hombros y la levantó. La acercó hacia él acomodándosela entre los brazos. Echó un rápido vistazo a Charle antes de fijarse en Justine.
- ¿Necesitas ayuda?- preguntó esperando que l ignorara. Su voluntad por ayudar a todos era superior a él-.
Justine estaba frente al sirviente de Hans, seguramente recordando y dando vueltas a lo que acababa de ver. Ella se sentiría espoleada por el valor y la determinación que había mostrado Iori hacía tan solo unos instantes. Lo notaba por cómo empuñaba el cuchillo con fuerza. Y más aún por la mirada que le dedicó por encima del hombro. Ben se obligó a mantener la mirada.
- Aunque ya no lo parezca, yo también era una campesina. Sé cómo se hace para matar a un cerdo- aseguró volviendo la vista hacia Randal. Sango no se atrevía a ponerlo en duda-. Charles, ocúpate de todo siguiendo las instrucciones marcadas- le ordenó y el mayordomo se inclinó hacia ella antes de volverse y mirar a Sango-.
El mayordomo, eficiente como siempre, se inclinó suavemente en dirección a su señora y se volvió para mirar a Sango-.
- ¿Puede cargar usted solo a la señorita?- preguntó amable, aunque con urgencia en la voz-.
Sango que seguía con sus ojos clavados en la señor asintió levemente y con un giro de cabeza la dejó allí para que enfrentara sus propios demonios. Miró a Charles y asintió con la cabeza.
- Y si no pudiera, encontraría la forma- Sango sonrió y siguió las indicaciones del sirviente-.
Charles abrió paso introduciéndose con cuidado por la abertura en la que se encontraba el espejo que Sango había destrozado. Lo guió por los caminos de la red de túneles que recorrían la mansión de Hans, pasando de largo la salida que conducía al dormitorio de Justine. Detrás de las paredes se escuchaban sonidos de las distintas estancias, y por supuesto, existían más de aquellos cristales mágicos. En ellos, Sango podía ver escenas de la vida cotidiana de los trabajadores a las órdenes del difunto señor y la señora Meyer. Había cierta perversión
- Le ruego que por favor, nunca desvele información relacionada con los pasajes que está atravesando ahora, señor Nelad- comentó entonces en un susurro. Iori se removió en brazos de Ben.
- Jamás, mi señor Charles- Ben aminoró la marcha para mirar a Iori. Eso significaría dar lugar a habladurías, especulaciones, a ponerla, en definitiva, en peligro-. Aguanta, ya casi llegamos, ¿eh?- dijo en voz baja-.
La mestiza seguía con los ojos cerrados. Pero sus manos se movieron, intentando buscar algo de calor. Un sitio templado y seguro en el que poder agarrarse. Tenía la cara escondida bajo su hombro izquierdo, y el cabello tapaba parcialmente su rostro. Ben dejó que se aferrara a él mientras, en la medida de los posible, ajustaba la capa para que estuviera lo más cómoda posible.
Descendieron durante un rato y llegaron a un nivel que por el olor y la humedad quedaba claro que se encontraba por debajo del nivel de la calle. Se intuían filtraciones aquí y allá pero nada preocupante. De momento. Avanzaron en silencio, con el eco de sus pasos llenando el espacio hasta que Charles se detuvo y estudió el techo sobre sus cabezas antes de abrir una pequeña trampilla en el techo.
- Por aquí- comentó subiendo en unos delgados escalones clavados en la pared. Apenas dos metros de altura para salir al exterior-. Pásame a la señorita- ofreció una vez él salió a la superficie, tendiendo los brazos hacia abajo con intención de coger a Iori.
- No creo que sea- se interrumpió al ver la trampilla, gruñó y aceptó el ofrecimiento del mayordomo-. Agárrela con fuerza- subió a Iori hasta las manos de Charles-.
A pesar de la edad madura del mayordomo y el fuerte agarre que ejercía la mestiza sobre él, la ligereza del cuerpo de Iori no le dificultó tomarla en brazos y acomodarla tal y como lo había hecho él. Cuando Sango salió, tras echar un vistazo a Iori, pudo observar que se encontraba rodeado por el edificio de mármol blanco de Justine, en una zona de jardines que no conocía. Alzó las cejas, sorprendido por la rapidez con la que habían llegado. Ahora se explicaba cómo había llegado allí Justine antes que ellos.
- Sígame por favor- añadió Charles avanzando con Iori por los soportales-. Os conduciré hasta las nuevas habitaciones donde podrán descansar- el tono no daba lugar a réplica. Eran órdenes de la dama, diría. Echó un rápido vistazo a Iori-. Y luego, avisaremos a la sanadora- concluyó-.
Charles, con Iori en brazos, guió a Sango a una zona distinta del palacete. Esta vez no se detuvieron en la primera planta como lo hicieron la noche anterior, esta vez subieron a la segunda planta. Los pasillos parecían similares a los del piso inferior pero cuando entraron en una de las habitaciones, que el servicio abrió para ellos, el tamaño sobrecogió a Sango. No creía posible que en aquel palacete pudiera haber una habitación de esas dimensiones y con un aspecto tan cuidado. Las paredes estaban ricamente decoradas con pinturas de tonos cálidos y tapices; en el suelo había una alfombra a un lado de la cama y supuso que habría otra similar al otro lado. Una cómoda, una mesa con unas sillas y un ventanal completaban la imagen de la estancia, bonita y funcional. Nada que ver con la casa de Hans. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al recordar.
Charles posó a Iori en la cama con cuidado bajo la atenta mirada de Sango. La cama era grande, mucho más que las de abajo y estaba rematada con sábanas bordadas con hilo que parecía oro. Ben se debatía entre la fascinación que le producía la estancia, la preocupación por el estado de Iori, el miedo que se sentía por haberla dejado sola, por haberla abandonado a su suerte, por si conseguían relacionarles con la muerte de Hans. Sacudió la cabeza cuando Charles se acercó a él.
- Ahora os llevaré a vuestra estancia, podrá descansara, cambiarse de ropa y- le hizo un gesto para que le siguiera pero Sango le interrumpió-.
- No es necesario, traed aquí lo que sea, vigilaré que no le pase nada- dijo sin apartar los ojos de la figura en la cama-. Por favor Charles- le miró a los ojos-.
El mayordomo asintió y se asomó al exterior de la estancia para dar indicaciones al resto del servicio. Acto seguido se giró hacia el interior y se quedó guardando la puerta mientras Ben comenzó el lento baile de casi todos los días. Descolgó el escudo y lo posó junto a una silla pegada a la mesa. Descolgó la alforja de Iori y la colocó encima de la mesa. Desanudó el cinto de las armas y las dejó sobre la silla. Finalmente, y esta vez sin ayuda, empezó a aflojar todos los correajes de la armadura. Una tarea tan interiorizada, tan practicada, tan cotidiana que cuando quiso darse cuenta lo tuvo todo aflojado. Al tiempo llegó le servicio con ropa para él, que posaron sobre la mesa junto a la alforja, y con una palangana, de fina porcelana, llena de agua humeante y un agradable olor a hierbas y una bandeja con paños. Colocaron todo junto a la cama, junto a ella
Ben, se quitó la armadura que dejo caer con un ruido sordo y que sobresaltó a los presentes. Luego la cota de malla, y por último el gambesón y una camisa. Esperaba una sensación de liberación mucho mayor, sin embargo no fue el caso. Se sentó en otra silla, desató las botas y se las quitó.
- Avisad a la sanadora- indicó Charles con autoridad antes de mirar a Sango que asintió con la decisión del mayordomo-.
Sango, entonces, se levantó y se acercó a la gran cama en la que descansaba Iori. Le posó la mano en la frente y tras unos instantes hizo una mueca de preocupación. Giró la cabeza hacia Charles.
- Que venga rápido- dijo devolviendo los ojos de la mestiza-.
Sango se alejó y dejó que las doncellas se ocuparan de lavar a Iori, sacarle la suciedad, el sudor, la sangre, todo lo que pudieran quitarle y estuvieran en sus manos, estaba seguro de que lo harían. De apartarla de la oscuridad me encargo yo. Caminó hacia la mesa y dejó caer los pantalones antes de vestirse con lo que le habían traído. Unos pantalones de tono oscuro, casi negro que le quedaban holgados y una camisa granate con botones blancos. Se vistió con rapidez y se giró para mirar a Iori.
Más allá de las cicatrices en su cuerpo, las únicas marcas visibles eran las muñecas despellejadas al haber estado su cuerpo suspendido de los grilletes y un extraño golpe en su torso, de buen tamaño y que observó con curiosidad. Parecía reciente aunque él no recordaba que ella se hubiera llevado un golpe en la zona. Quizá en el forcejeo con los hombres de Justine en el Gremio de Luchadores. Quizá un arrebato de ira nocturno. Quizá el innombrable. Suspiró y entonces un terrible sentimiento de culpa se apoderó de él. Ah, ¿acaso te ibas a olvidar de tu ataque de ira en las Catacumbas? Tragó saliva y frunció el ceño sin poder quitar la mirada de la marca que había dejado el golpe. Todo por una simple provocación. Palabras que no iban a ningún sitio. Eres un idiota, Ben.
Cuando terminaron de adecentarla un mínimo, la cubrieron con la sábana hasta los hombros, y en ese momento entró la elfa que había estado con Sango esa misma mañana, Amärie Areth. Se descubrió la capucha y se acercó hacia la cama, mirando a Iori y a Sango de forma alterna.
- Imagino que el héroe no está herido en esta ocasión- preguntó con voz suave.
Ben miró a la elfa. Físicamente no, pero si supiera lo que me duele la cabeza... Se obligó a negar con la cabeza.
- No. En este caso es ella la que necesita una mano amiga- dijo señalando a Iori-.
La elfa volvió a centrar los ojos por completo en Iori y ladeó la cabeza con curiosidad. Se acercó a la cama y se sentó en el borde, de una forma que apenas hizo descender el colchón. Hizo una breve inspección visual de las heridas visibles.
- ¿Qué ha sucedido? - quiso saber tomando la muñeca derecha y alzándola, para observar mejor la marca en su piel-.
Sango no dijo nada en primea instancia. Miró a Charles pero este no le devolvió la mirada. Sango se encogió de hombros y dio un paso hacia la elfa, observando sus movimientos, sus ojos y como estos recorrían las heridas de Iori.
- Un tipo nos ha dado problemas- contestó-. La hicieron prisionera, pero consiguió deshacerse de sus cadenas. La gente de la ciudad puede ser muy despiadada y peligrosa- añadió antes de cruzarse de brazos-.
La elfa, entonces, apartó la sábana para descubrir el cuerpo de Iori. Lo recorrió con los dedos, despacio, buscando heridas recientes. Perfiló el costado de la mujer y bajó por sus piernas. Sango no apartó la mirada de su mano y el perfecto dibujo que estaba trazando sobre ella.
- Bueno... aquí hay más historia de la que parece haber acontecido hoy. Por lo que puedo ver...- hizo una breve pausa-. No se encuentra herida de gravedad. Sin embargo...- colocó la mano en la frente de Iori, de forma similar a cómo lo había hecho él-. Parece que...- frunció el ceño en un gesto de incomprensión-. Está bien- asintió para sí, lista para comenzar la curación-.
Cerró los ojos, susurró una oración a los Dioses y colocó las manos sobre Iori de una forma similar a cómo había hecho con él mismo esa mañana. Entonces, en ese mismo instante, Iori abrió los ojos de golpe. Se encogió sobre si misma. Los volvió a cerrar con fuerza. Y antes siquiera de que Ben fuera consciente de lo que pasaba, gritó. Gritó como si le estuviesen arrancando la piel. Gritó tan fuerte que la habitación pareció temblar bajo ellos. El grito fue tan desgarrador que todos se echaron hacia atrás, para evitar el grito acabara con ellos.
Ben no comprendió que acababa de ocurrir. Solo se había descruzado de brazos y que abrió la boca para acompañar al resto de su cara en la expresión de miedo y sorpresa. ¡Ben, muévete, haz algo! Balbuceó y alzó una mano pero no sabía por qué. Frunció el ceño y se acercó a Iori. No entendía. Hacía un instante dormía y al siguiente... Ah, la elfa. Giró la cabeza y la miró con expresión acusativa.
- ¿Qué coño le has hecho?- preguntó Sango en voz alta mirando a la elfa que se había apartado. Miraba a Iori y sus manos en intervalos regulares mientras murmuraba "no entiendo"-.
- Eh, Iori. Iori, calma, calma- posó las manos en sus hombros y la zarandeó ligeramente para que respondiera al estímulo-.
Iori respiraba con agitación, mientras engarfiaba las manos en los antebrazos de Sango. Alzó los ojos y lo miró, con una expresión de indeleble terror.
- Ben...- susurró ella apenas sin aliento-.
El corazón de Sango se agitó con sentimientos muy distintos. La preocupación por su estado, por cómo había pronunciado su nombre como si al hacerlo le arrancaran aire del pecho. La forma en la que lo hizo, como si su vida dependiera de aquellas tres letras le tocó en lo más profundo del corazón. No sólo por haber usado su nombre, reservado para aquellos que lo merecían, sino por la situación. Pese a todo lo que sufría, le había llamado a él. Solo a él. Y él atendió a su llamada.
Las manos de Iori se aferraron con fuerza a los antebrazos de Sango que no había apartado los ojos ni un solo instante. Sus ojos azules se habían clavado en los de él y sus ojos verdes abrazaban aquella mirada.
- Eh, calma, calma. Soy yo, Ben. Calma- apretaba y aflojaba la presión con las manos sin perder detalle de la conversación tras él-.
- ¿¡Qué eres!? - la voz de la elfa sonó con evidente enfado tras ambos-.
- Señora Areth, ¿Su curación no ha funcionado como debería?- preguntó Charles-.
- Mi magia es perfecta. ¡Es esa humana! - señaló con furia a Iori. Parecía bastante desencajada-. Hay algo malo en ti-.
Iori parpadeó varias veces, y su agarre sobre los antebrazos de Ben se relajaron poco a poco. Su respiración comenzó a volver a su cauce mientras que sus ojos seguían cautivos de los de él. Y los de él en los de ella. Estaba convencido de que la estaba ayudando, estaba
- Señora Areth, la muchacha acaba de atravesar una situación muy complicada. Seguro que toda la tensión ha tenido un efecto distinto al esperado...-.
- Calla Charles- la elfa alzó una mano y el mayordomo enmudeció. Su mal humor era evidente. Pero lo era aún más la frustración-. Quién eres- la elfa ordenó que se le respondiera-. Me pareció percibir algo similar a un leve toque de éter en ti. Pero eres humana- acusó dando un paso al frente-. Héroe, a un lado- ordenó sin pensar-.
Sonrió al notar mejoría en ella. Sonrió por volver a tenerla allí, con los ojos abiertos, sin ese grito desgarrador. Es un comienzo. Siguió escuchando, a Charles y a Amärie y esta última dio un paso hacia ellos. No le gustaba su actitud. Sin embargo, no dejó de mirar a Iori. Parecía que en él había encontrado algo de calma y no quería romper el delicado equilibrio.
- ¿Estás bien?- preguntó en voz baja-.
En él, la mestiza pareció encontrar algo de quietud, quizá tranquilidad. ¿Alguien a quien aferrarse? El ambiente que los rodeaba la alteró, pudo ver una convulsa mezcla de sentimientos que hizo retroceder a Iori en aquella conexión que mantenían.
- He dicho a un lado- repitió con dureza dando un paso hacia ambos-.
- ¡Disculpen!- interrumpió Charles-.
El mayordomo se metió entre la elfa y el humano para tirar de la sábana y tapar a Iori sin mirar y apartando definitivamente a los dos amantes, Iori y Sango que centró su atención en la elfa. La sanadora resopló tras ellos, conteniéndose con todas sus fuerzas para no chillar y sacar a todos de allí.
- ¿Puedo seguir ya con mi trabajo?- preguntó sin necesidad de querer que nadie respondiese realmente a ello-.
A Sango le irritó la actitud de la elfa y se lo hizo saber gruñendo. Volvió su mirada a Iori y trató de relajar la expresión para tranquilizarla. Decidió, entonces, que lo mejor era que se marcharan-
- ¿Podéis dejarnos a solas un momento, por favor?- rogó-.
Escuchó un taconeo a sus espaldas. Ben se imaginaba lo que estaría sintiendo la elfa: impaciencia, incredulidad, quizá ofensa. Sin embargo, Charles sí que atendió a su petición. Con un gesto las sirvientas se retiraron rápidamente y él rodeó la cama para salir por la puerta. Se giró para mirar a la elfa. Ben estaba sorprendido con su diligencia.
- Usted primero- le indicó a Amärie que lo miró anonadada-.
- ¿Cómo? ¿Quién eres tú para decirme eso? ¿Quién es él? Sí, ya sé, pero he sido llamada para encargarme de los posibles heridos, y esta mujer... esta mujer es un fraude- sentención mirando a Iori con algo similar a la ira-.
La mestiza, se fijó Sango, la observó y, por un momento se sintió vulnerable. Pequeña. Insignificante ante los ojos de la sanadora. Pero estaba acostumbrada a responder con dureza ante la dureza. Su mirada se removió, oscura, y se encaró a ella, con toda la dignidad que podía transmitir sentada en la cama, sosteniendo la sábana contra el pecho. Sango se había cansado de la elfa.
- Mi señora Amärie, déjanos solos, anda- dijo Sango girándose y dando un paso hacia ella enseñándole la más amplia de sus sonrisas-.
La forma de hablar del héroe, puso roja a la elfa. De enfado. Apretó los puños y clavó sus ojos azules en él. Llenó el pecho, dispuesta a responder con lo que prometía ser una buena retahíla. Pero Charles apareció. Tomándola del hombro llamó su atención e intentó guiarla hasta la puerta.
- Mi señora Areth, por favor, aguarde hasta que la señora Justine regrese y exponga la situación ante ella. Ahora mismo todo depende de sus órdenes. Es mejor que no nos precipitemos. Ninguno - añadió con cortesía-.
Acompañó su exposición de una profunda reverencia sacada de los protocolos reservados a las personas más notables que la sociedad había tenido a bien a colocar en lo más alto por el motivo que fuera. Aquel gesto de humildad pareció apaciguar levemente el herido ego de la elfa. Observó al postrado mayordomo y volvió la vista hacia Sango. Ya no habría miradas de deseo para él.
- Sea. Nos volveremos a ver- y antes de girarse, fulminó con los ojos a la mestiza que permanecía tras el soldado-.
Charles miró con gesto grave a Sango que había borrado la sonrisa ante las palabras de la elfa. En su cabeza habían sonado como una amenaza aunque sabía y esperaba, que no era el caso. Por si acaso habrá que estar atento. Charles se apresuró a salir tras la elfa, dejando el dormitorio vacío solo con ellos dos. Cuando el sonido de la puerta se perdió entre la inmensidad de aquella habitación, Ben giró la cabeza y la miró mientras el silencio se instalaba, al fin, en la estancia.
- Un poco de tranquilidad al fin. Con un buen descanso te encontrarás mejor- le dijo sin atreverse a dar un paso hacia ella-. Quizá, con algo más de oscuridad, las cortinas...- no era capaz de dejar de mirarla-.
Iori acababa de asesinar de una manera brutal a un hombre. Un completo desconocido para él, pero por lo poco que había escuchado de él, por la voluntad que había mostrado ella y por cómo se había desarrollado su breve encuentro, Ben sabía que lo merecía. Y sin embargo, aún sentía miedo. Pero era un miedo extraño. Había visto el poder que albergaba en su interior y como había sido capaz de canalizarlo para completar su venganza. Tragó saliva. ¿Y qué hay de su cabeza? Sango tenía más miedo porque cómo estaba ella. Temía que pudiera malinterpretar lo que sentía después de todo lo que había vivido. Tenía miedo de que se perdiera en una espiral de la que no sería capaz de traerla de vuelta. Soltó aire dolido. ¿Y qué vas a hacer para que eso no ocurra? ¿Vas a estar a su lado? ¿Vas a cogerla entre tus brazos? ¿Vas a abrazarla? ¿Y qué? ¿Eso bastará? Sango miró al suelo sin saber cómo sentirse. Estaba convencido de que su mirada había bastado para calmar su grito de dolor. ¿Dónde mejor que entre sus brazos si eso impedía que ella desapareciera? Pero, Sango, todo esto, ¿por qué? Alzó las cejas y miró a Iori. La respuesta era fácil e inmediata, lo difícil era saber lo que implicaba. Y quizás debía indagar más en aquello. Sin embargo soltó aire.
- ¿Cómo estás? ¿Necesitas algo?- preguntó-.
No se movió. Se quedó muy quieta, manteniéndose cubierta con la sábana. De una forma que no era propio en ella. Mírame, dos días con ella y conozco sus gestos. Oh Skuld, ¿qué estás tramando? No era por pudor. Era una forma de defensa. Una barrera formada por sus brazos y la tela contra el resto del mundo, incluso contra él.
- Por favor, no dejes que un elfo se vuelva a acercar a mí con intención de usar su poder- sonó un hilo de voz, mirándolo con algo parecido a la congoja-. Por favor...- Sango asintió y avanzó hasta quedar a su lado-.
- Tienes mi palabra. No se acercarán a ti para usar su poder- dijo convencido. La miró unos instantes y titubeó antes de añadir-. Quizás prefieras el método clásico, una infusión de caléndula para calmar el dolor- añadió con poca esperanza de que le hiciera caso, pero quería seguir escuchándola-.
La expresión de Iori se suavizó ligeramente al escuchar las palabras de Ben, mostrando, sin ella pretenderlo, que lo que él decía tenía peso. O, al menos, mostraba consideración por ello. Su ofrecimiento la mantuvo en un silencio momentáneo, mientras bajaba los ojos para observar la sábana estrujada contra su pecho.
- Sentir dolor está bien... pero no "ese" dolor. El que ellos me causan...- alzó la cabeza de golpe, como activada por un rayo que hubiese impactado en su conciencia-. Cuando te marchaste...- pareció dudar-. ¿Qué pasó?-.
La preguntó cogió por sorpresa a Sango porque no esperaba hablar de lo ocurrido tan pronto. Por tanto no tenía ni idea sobre cómo afrontar la respuesta. Se humedeció los labios y decidió esquivar la pregunta.
- Sentir dolor no está bien, Iori. No lo negaré, es necesario experimentarlo y sufrirlo para valorar otros placeres- explicó Sango-. Beber agua de un manantial en una calurosa mañana de verano; meter los pies en agua después de horas de camino; tumbarse a la sombra de un árbol para ver las nubes pasar- enumeró-. Pequeñas cosas, pero que hacen que la vida sea más llevadera- sonrió levemente-.
La respuesta de Sango, sin embargo, causó en ella una molestia evidente. Alzó la vista al instante, como si la hubiese ofendido al hablar y tensó la mandíbula, de una forma que él comenzaba a conocer.
- No pretendo que me entiendas- aseguró a la defensiva, llevándose una mano a la cabeza. Cerró los ojos-. Tú... viste a Hans...- dijo con un tono que se asemejaba mucho al de la curiosidad-. Esa mujer... Justine... es seda. Desde el principio... la esposa de ese malnacido...- abrió los ojos de golpe, y colocó las manos abiertas en su regazo. La sábana se mantuvo cubriéndola, aprisionada la tela bajo las axilas mientras sus pupilas se dilataban. Su respiración se comenzó a acelerar rápidamente. - Yo... lo hice...- Los ojos azules se alzaron de nuevo, mostrando la sorpresa más absoluta, meditando sobre las palabras de Sango-. Tú... no estabas allí... - balbuceó, sin comprender.
- No, no estaba allí- mintió-, pero, ¿acaso crees que soy ajeno a la llamada de Tyr? ¿Acaso crees que no sé cuándo el Dios anda cerca?- le sonrió con confianza-. Estabas bien protegida, tuviste ojos a tu espalda que cuidaron de ti y que seguirán haciéndolo, estoy seguro- con sus últimas palabras su corazón se había acelerado-.
Ella abrió la boca, pero no dijo nada. Ella extendió la mano, despacio, hacia la suya. Rozó la punta de sus dedos, y notó el calor en el cuerpo de Ben. Se removió sobre la cama. No apartó los ojos del contacto entre ambos, mientras los dedos de la mestiza iban deslizándose por su palma, analizando el contacto.
- No estuvieron ahí para protegerlos a ellos. Ni los nuestros ni los dioses de los elfos- murmuró con una rabia evidente vibrando en su voz. Notó que respiraba de forma pesada, exhalando con fuerza el aire de sus pulmones-. Hans vivió demasiado tiempo. Y el castigo no fue suficiente. ¡No fue suficiente! ¡Lo reviviría para volver a matarlo! ¡Y a pesar de todo ella no...! ¡Ella no...! - al ver que no le salían palabras, Sango apresó su mano entre las suyas e hincó una rodilla en el suelo.
- Ella, ellos, miran con orgullo como el fruto de su amistad sigue floreciendo invierno tras invierno. Contemplan satisfechos, cómo, a pesar de todo, algo que solo ellos pudieron hacer sigue adelante- apretó su mano-. Y mientras sigas viva, Iori, mientras te quede camino por recorrer, ellos estarán allí contigo-.
Ella le mantuvo la mirada. En ningún momento perdieron la conexión visual, tampoco se desenlazaron sus manos. Sus palabras habían llegado a Iori, era consciente de que tenían que haberla golpeado más fuerte que cualquier golpe físico. Y lo vio. Vio como una sombra de oscuridad se apoderaba de ella. Era la defensa que había desarrollado a cualquier intento por su parte de aliviar su carga. El daño que aquello le había causado afloró en sus ojos, mientras se humedecían de forma visible. Abrió la boca para mostrar los dientes apretados, tensos, mientras su ceño se fruncía en un rictus de indeleble dolor.
- ¡Callate!- y con una rapidez inusual, se desembarazó de su agarre y el puño de Iori encontró la mandíbula de Ben-.
El golpe le cogió por sorpresa. Debería haberlo visto venir, debería haberse preparado, pero se confió. Sin embargo, antes de que pudiera evaluarse después de encajar el golpe, Iori se lanzó sobre él, derribándole.
- ¡Cállate de una vez! ¡No sabes nada! ¡Nada!- llena de furia, intentó mantener la posición sobre él para buscar golpearlo con la fuerza de quien está poseído por la ira, y la falta de técnica de quién está fuera de si mismo-.
Y entonces, las lágrimas cayeron por su rostro mientras los caóticos golpes chocaban contra él. Apretó los dientes y estirando los brazos lo máximo que pudo sin apartar la vista de las lágrimas, se estiró hacia delante y la rodeó con los brazos antes de apresarla contra sí mismo. Ben cerró los ojos mientas Iori luchaba por deshacerse de la trampa en la que acababa de caer. Pero era sabedora de que Sango era más grande y tenía más fuerza. No se rindió al instante, fue algo gradual, como el agua cayendo desde el tejado un día de lluvia, sus movimientos fueron perdiendo fuerza, hasta que finalmente, quedó quieta, tendida sobre él. Su rostro, enterrado en el hueco del cuello del héroe, y su respiración acelerada contra su piel.
- ¿Se supone que debo de sentirme agradecida por haber sobrevivido a esto?- preguntó con una voz que sonaba cansada-. Ni ellos ni nadie están orgullosos de lo que soy- enterró con más fuerza el rostro contra él, buscando su calor. Ella estaba helada-. En lugar de sentirme asustada, decidí convertirme en algo a lo que temer. Me costó mi vida. Ya no recuerdo quién era yo antes... y, lo peor de todo esto es que ella no sonríe. La veo y, no sonríe...-
Ben se quedó unos instantes en silencio, meditando sobre las palabras de Iori. Si había entendido bien la historia, ella había pasado de no tener padres a verlos morir gracias a alguna clase de hechicería élfica. ¿Qué podía decir en un caso así? ¿Qué se esperaba de él en una situación así? Lo que se espera de un Héroe: que haga algo. Abrió los ojos y giró la cabeza hacia ella.
- No, deberías sentirte agradecida del camino que tienes por delante. Y ellos están orgullosos de que hayas conseguido luchar por tener ese camino, por caminar sobre él hasta donde los Dioses te quieran llevar- movió los brazos para relajar la presión y cambiar la posición a otra zona del frio cuerpo de Iori-. Solo cuando deseches aquello que te atormenta, conseguirás dejar todo esto atrás y pasar a otra versión de ti misma que, quizá, podría parecerse a la antigua. Y quizá, cuando la oscuridad y el dolor salga de tu interior, ella vuelva a sonreír-.
Ella giró la cabeza hacia él. Sus ojos volvieron a reencontrarse. El azul de Iori. El verde de Sango. Se miraron el tiempo suficiente como para verse reflejados en las pupilas del otro. En ese lapso de tiempo que compartieron comprendió que no era un reflejo, que era una parte de él mismo que estaba ejerciendo su influencia en ella. Alzó, ligeramente, las cejas sorprendido por el descubrimiento
- Tú realmente... Podría mostrarte todo de mí. Podrías ver mi horrible interior, mis malos sentimientos, y aún así, seguirías abrazándome, ¿verdad Ben?-.
- Sí-.
Y el corto espacio entre ellos se acortó. Los labios de Ben chocaron y se fundieron en un beso que Ben no tenía intención de cortar.
La reacción tardó en llegar, pero cuando lo hizo, ella cerró los ojos y le devolvió el beso con ganas, incorporándose ligeramente para situarse sobre él. Ben aflojó la presión que ejercía sobre ella convirtiendo el duro abrazo en suaves y cálidas caricias que buscaban tocar todos los rincones de su cuerpo que sus manos pudieran alcanzar. No despegaron sus labios mientras ella se acomodaba sobre él: su pecho sobre el de él, sus frías manos se enredaron en su cabello y finalmente, con su cadera encontró el hueco perfecto entre sus piernas. Como si aquel lugar fuera exactamente el sitio dentro de todo el ancho mundo en el que debían de estar. Encajando por completo.
Ella inspiró profundamente, llenándose de su aroma mientras con su lengua acariciaba sus labios, hasta encontrar el paso que pedía para buscar cuál era su sabor. Ben no se opuso, abrió la boca y las lenguas se encontraron por primera vez. No había nada más. No había nadie más. Tan solo ellos dos. Se separaron un breve instante que aprovecharon para mirarse a los ojos. No hizo falta más. Solo una mirada. Y con eso bastaba. Las lenguas volvieron a reencontrares, con más ganas, con más deseo.
Notó que se quedaba rezagada en su respuesta, pero cuando parecía volver en sí, el deseo que parecía apoderarse de ella, lo sentía como una deflagración, la sentía con una intensidad y con unas ganas terribles de fundirse con él. Arañó superficialmente su nuca con las uñas, dejando que la mano izquierda descendiera hasta la camisa. No tuvo ahora el cuidado de la noche anterior, desabotonando uno por uno. En esta ocasión tiró con fuerza, abriendo algunos botones por la rudeza del gesto; haciendo que otros directamente saltasen al suelo. Lo besó con el hambre de quien llevaba días sin comer mientras notaba como su fría mano ardía en contacto con la forma dura de los músculos de su abdomen. El frío roce de su piel en su pecho hizo que un escalofrío le recorriera el cuerpo. Dibujó una sonrisa en el rostro y la ayudó con la camisa, tirando de los últimos botones y liberando el torso de la atadura de la tela. Más abajo, Iori, ondeó la cadera lentamente, asegurándose de notar con aquel roce la forma de algo creciendo dentro del pantalón del guerrero. Justo allí, apretado contra su vientre lo sintió, y Iori jadeó contra los labios de Ben.
Pasó entonces sus brazos por su espalda y de repente se incorporó. Sus miradas se cruzaron una vez más antes de volver a fundirse en un beso. Desvió sus labios por la cara, bajó al cuello y pasó de un lado a otro antes de volver a buscar sus labios. Iori se acomodó sobre él, separó las rodillas y las apoyó a cada lado de la cadera del Héroe mientras lo besaba desde una posición más elevada. Sus manos se aferraron a sus hombros, antes de abrazarse con fuerza a la cabeza de Sango, buscando presionar contra sus labios. Notó su cuerpo templado bajo sus manos que seguían acariciándola, sus labios seguían buscando nuevos sitios donde besarla. Y aún así, ella exigía más. Y se lo hizo saber embistiéndolo prácticamente, presionándolo hacia atrás atrapado contra su cuerpo. Fue entonces, en esa posición, cuando la zona cálida entre las piernas de Iori se ajustó sobre la dureza que se perfilaba bajo la tela del pantalón. Notarlo la hizo gemir de forma contenida. De anticipación. Lo aferró, casi con desesperación en ese momento, imprimiendo toda la fuerza de la que era capaz para evitar que algo lo separada de ella.
Ben, con el corazón desbocado, con la cabeza completamente dominada por el deseo, le mordió el labio inferior y tiró suavemente de él. Sus manos se posaron en las nalgas y las apretó con ansia mientras volvía a tirar de su labio. Con la mejilla y la nariz fue apartando la cara de Iori para que le diera, nuevamente, paso al cuello y ahora se atrevió a bajar al pecho. Se inclinó hacia delante, mientras sus labios recorrían el pecho. Las manos subieron desde la cintura hasta los senos y los acarició.
El cuerpo de la mestiza parecía adaptarse a la perfección a cada gesto a roce que él hacía. Se anticipaba, sabía cuál era el siguiente movimiento que ambos deseaban. Clavó la cadera contra la pelvis de Sango y deslizó una mano justo entre el cuerpo de ambos. La forma y firmeza de Ben, latiendo con fuerza. Por ella. Ella sonrió, dejó caer la cabeza a un lado y acarició con la otra mano su cabello mientras notaba los labios sobre su cuello. Sus movimientos contra él se hicieron más apurados, más necesidades.
- Ben...- lo llamó por su nombre, justo antes de deslizar los dedos por dentro del pantalón-.
Sango se revolvió esperando el siguiente paso y arremetió con más fuerza contra ella. Apretó los pechos entre sus manos mientras ella hacía lo propio con su pene, agarrándolo con firmeza. Bajó la cabeza entonces y apoyó la frente contra la de él. Ben miró hacia arriba, hacia los preciosos ojos azules. Ambos jadeaban. Ambos se buscaban.
- Por favor...- se lanzó de nuevo a besarlo-.
Los dedos de Iori recorrían despacio toda la extensión, de la base a la punta. Fue entonces cuando la puerta se abrió, y el sonido de unos tacones femeninos se escuchó en la estancia con fuerza. La cruda y dura realidad, golpeó con tanta violencia que parecía irreal. Esa realidad en la que ellos no eran las únicas personas en el mundo; en la que él, debía ser un ejemplo. Se maldijo al tiempo que su cabeza giraba lentamente hacia la puerta. Como no.
Desde el otro lado de la enorme habitación Justine se detuvo. Vio dos figuras, al otro lado de la cama y sus ojos se abrieron mucho, al reconocer la espalda desnuda de Iori abrazada con determinación a Sango. Se recompuso al instante y se giro hacia la puerta, pero no se movió de allí. Únicamente les estaba concediendo la intimidad necesaria para que se adecentaran. Su palacete, sus normas. Y ella tenía asuntos importantes que tratar. Iori en cambio no reaccionó como cabría esperar. Cuando percibió lo que sucedía, cuando noto la atención de Sango cortada, se abrazó con fuerza a él. Apoyó la mejilla en su hombro y se quedó quieta, respirando con mucha rapidez con su cuerpo pegado al de él por completo. Había algo de terco en ella. Algo de deseo insatisfecho. Algo de necesidad. Cerró los ojos y deslizó la cara hasta la zona alta del pecho de Ben, anudando las manos tras su nuca.
- Por favor- volvió a repetir. Pero Ben no sabía qué era lo que le estaba pidiendo-.
- Os espero en 15 minutos en mi despacho. Venid visibles- comentó la voz de la mujer con un tono extraño, antes de salir por la puerta-.
De nuevo solos. Las palabras de Justine quedaron flotando en la estancia, rebotando en las paredes, machacando el precioso momento que habían tenido. La puerta cerrándose no hizo más que agudizar la sensación de pérdida. De nuevo quietud. Aunque el momento... Ah, el momento se ha perdido.
Sango seguía aferrado a Iori. Ahora sus manos acariciaban lentamente su espalda, no con el vivo deseo de hacía tan solo unos instantes, pero con un sentimiento igualmente fuerte. Acariciaba su mejilla con la de él y disfrutaba del momento. Su corazón aun martilleaba con fuerza en el pecho.
- Iori- susurró-. Hay que moverse- acertó a decir sin mucho convencimiento. Sango decidió odiar el sonido de los tacones para siempre-.
La mestiza no se movió. Mantenía el abrazo sobre él, aprisionándolo con fuerza. Ladeó ligeramente la cara, para profundizar en aquel contacto, íntimo, que mantenían. Su respiración, como la de él, continuaba agitada, revelando que, a pesar de su inmovilidad, aún había deseo. Se separó lo justo, para volver a clavar los ojos en él. Nariz con nariz. Pero, en la mirada de la mujer ahora había algo similar a la acusación. Se acercó otra vez, fijando la vista en sus labios, con una lentitud que sorprendió a Sango.
Ben se echó hacia atrás sin apartar sus ojos de los de ella. Sin embargo, no pudo aguantar mucho tiempo la pequeña trampa que le había preparado. Le dedicó una sonrisa y recibió sus labios con inmensa alegría. Se recreó y disfrutó de ellos tanto como ella quiso. Y cuando volvieron a separarse y a cruzar sus ojos, no pudo más que dejar que el caos que había en su cabeza diera vueltas y lo removiera todo a su voluntad mientras él se limitaba a disfrutar de sus ojos azules.
- Hay que moverse- volvió a repetir con el mismo tono de voz y dolor en el corazón-.
Sin embargo, ella frunció el ceño y dibujó una expresión de disgusto en su cara. Necesidad en sus ojos. Necesidad de él, comprendió. Lo tomó esta vez con rudeza del cuello y volvió a besarlo. Cubrió con su boca los labios de Ben, con urgencia. Volvió a pegar con furia su cuerpo a él. Alzó las caderas y obligó al soldado a alzar el mentón para continuar el beso sin separarse. Mientras buscaba fundirse con él. Aquel contacto, sin embargo, fue diferente a lo que habían compartido hasta entonces. Había un ímpetu en ella que rozaba la cólera.
De repente, de la misma forma súbita en la que se había lanzado a él, se separó. Por completo. Se levantó en el instante en el que rompió el contacto con su boca y caminó alejándose de Sango. Lo dejó sentado, con la camisa abierta y algunos botones desperdigados a su lado en el suelo. Sango se quedó mirando el vacío ante él y cerró los ojos antes de dejarse caer hacia atrás, hacia el suelo. Posó una mano en el pecho y apoyó el antebrazo en la frente mientras trataba de relajar la respiración. Escuchó a Iori caminar hacia la puerta y decidió ponerse en pie.
- Excepto que a la señora le guste que pasee desnuda por su propiedad, voy a precisar algo que poner- comentó a la persona que había al otro lado de la puerta-.
- Inmediatamente mi señora - respondió una voz femenina, antes de que Iori se girase de nuevo hacia el interior de la habitación, evitando fijar sus ojos en Sango.
Sango, que se había levantado, fijó su atención en Iori. No pasó por alto el hecho de que no le había devuelto la mirada y que la voz le temblaba por la tensión del momento. Ben se sacudió la ropa y observó la camisa. Se encogió de hombros y decidió que no la abotonaría. Se acercó a la ventana y fijó su atención en la ciudad mientras en su cabeza rebotaban cientos de miles de imágenes, y sentimientos.
Las puertas se abrieron para entregarle ropa a Iori. Ben no se giró, aún no. Seguía contemplando la ciudad, repasando lo que fueron los tres últimos días desde su llegada hasta el momento actual. Todas las personas con las que se había encontrado, los lugares que habían visto. Todo. No sabía por dónde empezar a ordenar sus caóticos pensamientos. Sacudió la cabeza. No, mejor disfrutar de la vista de la ciudad. Ya habría tiempo para poner orden.
Cuando ella estuvo lista se giró y no pudo evitar parpadear varias veces antes de esbozar una ligera sonrisa. El vestido de Iori era oscuro, con un escote a la moda de Lunargenta y con aberturas laterales. Dio un par de pasos hacia ella. Estaba deslumbrante, pero Ben conocía el mensaje tras aquel vestido. Había considerado abrocharse alguno de los botones de la camisa, pero decidió ejercer una suerte de protesta. No le quitó el ojo a Iori mientras caminaba hacia el cinto de las armas. En ese momento Charles entró en la habitación.
- La señora desea veros- dijo con alivio en el rostro-. Por favor síganme- sus ojos se posaron en Sango que le devolvió la mirada y una sonrisa mientras hacía un nudo para ajustar el cinto-.
Sango caminó hacia la puerta y esperó a Iori. Cuando llegó a su altura, Ben le ofreció el brazo izquierdo para que caminara junto a él. Sabía que era una proposición descarada. Gamberra incluso. Le pareció hasta gracioso. Pero su verdadera intención era otra. Él era el brazo al que sujetarse.
Y siempre estaría ahí para ella.
¿Voluntad o destino? Cualquier mujer u hombre con la determinación y convicción para llevar a cabo una tarea podía conseguir alcanzar su objetivo a base de voluntad. Sin embargo, ¿qué espacio queda para lo que está escrito? ¿Qué hay del destino? Nadie, ni siquiera los Dioses, eran capaces mirar el tapiz tejido por las nornas. Quizá, la voluntad sea un arma del destino, o, quizá el destino esté bordado según la voluntad de cada uno. ¿Qué pesaba más en el caso de Iori?
Hans despertó y en el breve intercambio que mantuvieron, tanto Ben como Justine se miraron al comprender que la magia mediaba en los recuerdos de Iori. Sango detestaba el uso de la magia, no era capaz de entender ni una pequeña fracción de cómo funcionaba ni de dónde salía aquel poder. No obstante, reconocía su utilidad y más de una vez agradeció su uso para sacarle de situaciones peligrosas. Sin embargo, no entendía cómo alguien podía ver los recuerdos de otra persona.
Sacudió la cabeza y centró de nuevo su atención en Iori que se había quedado quieta sujetando el brazo de un asustado Hans que tras unos instantes, trató de convencerla para que le soltara. Él aún no comprendía la magnitud de lo que venía encima, como tampoco Sango y supuso que tampoco Justine. Fue en ese momento cuando ella mencionó las cinco muertes y en qué consistía y por cómo miró Hans, entendió de qué hablaba ella. Sango, se hizo una rápida composición mental de lo que podía estar por venir mientras Hans volvía a intentar liberarse, esta vez, con sobornos.
- Por todos los Dioses...- murmuró-.
Al escuchar las palabras de Iori, al llamar al Dios Tyr, al ofrendar las manos de Hans, le recorrió la espalda una sensación familiar, cálida. Su respiración se volvió mucho más profunda y sus ojos estudiaron la intención de esa llamada. Iori, a la que él se había referido como Olga, la medio loba, mordería las manos para ofrecérselas a Tyr como ofrenda. Sango, que tenía la adrenalina disparada, cerró los puños y se obligó a calmarse. El destino es caprichoso. Y después de aquel pensamiento ella comenzó a cortar y él observó.
Empezaba a comprender lo que Iori se proponía. Ella pretendía infligir el mismo castigo que Hans le había provocado a su madre. No fue él la mano ejecutora, pero sí había sido, según entendía, el instigador de toda aquella persecución que había acabado con las vidas de Ayla y Eithelen. Las cinco muertes. Sango tragó saliva. Estaba viendo a una mujer destruir lo poco que quedaba de sí misma. Los desvanecimientos que sufría justo antes de emprender una acción, Ben los interpretaba como un símbolo de lucha, una mínima resistencia del antiguo ser que aún se revolvía para retomar el control. Sin embargo, en soledad, aquella batalla estaba perdida. Nubes oscuras se instalaron en su mente desplazando el subidón de la adrenalina.
Gusto, oído y olfato, se sucedieron como imágenes sacadas de antiguos recuerdos. Sin embargo, el dolor era mucho mayor. Él sabía cómo llevarlo, ya lo había visto en las celdas de Dalmasca, experimentos con gente inocente, obligados a consumir esencias malditas; lo había visto en los choques de ejércitos, espadas lacerando miembros, compañeros heridos muriendo tragando barro, pisados por sus propios compañeros; el olor de la descomposición... Él lo había vivido durante los últimos diez años y pese a que no era una visión agradable, sabía como sobrellevarla, pero, ¿y ella? Sufría por ella. Sufría por lo que estaba viendo y por lo que vendría después.
Soltó aire, sorprendido al ver a una Iori, completamente ensangrentada, girándose hacia ellos y observándoles, observándose. Entonces avanzó hacia ellos. Ben quiso dar un paso atrás pero se obligó a mantenerse allí quieto. La culpa le corroía. Debería haber estado ahí dentro, haber sido, por lo menos, unos ojos en los que ella se pudiera apoyar para no sentirse sola. ¿Y privarle de su venganza? Hizo una mueca de amargura y posó la mano izquierda en el cristal.
- Ah, ¿por qué...?- acertó a murmurar-.
Por respuesta recibió el puño de Iori impactando en el cristal antes de lanzarse a terminar con el quinto sentido: la vista. Sacó otras dos armas y Ben pensó en la variada cantidad de objetos que guardaba en la bolsa que estuvo a punto de perder en las Catacumbas. Un arsenal que, ahora que había dejado caer los últimos elementos, estaban esparcidos por el suelo de la estancia. Inertes, inanimadas. Como Hans Meyer.
Sus ojos la siguieron en su caída y la observaron allí tendida en el suelo como si fuera el desenlace natural de toda aquella aventura. Como si no hubiera otro final posible. Como si su corazón no le estuviera gritando que saliera corriendo a por ella. No. Estaba paralizado. Sentía miedo de reencontrarse con ella y haberla perdido. Para siempre. Y eso era inaceptable.
Sango se echó hacia atrás tanto como le fue posible, y tras expulsar aire, embistió con el hombro izquierdo el cristal y quebrándolo en cientos de fragmentos que cayeron por todas partes de la estancia, incluso por encima de él, pero dejó que estos resbalaran por la capa mientras continuaba hacia su objetivo. Cuando llegó hincó una rodilla junto a ella y le puso una mano encima, el frio de su piel le sobresaltó. Soltó con rapidez los correajes de la capa y cuando se deshizo de la última hebilla, maniobró para quitársela y echarla por encima de Iori. Los tacones de Justine sonaron tras él, rompiendo algunos pedazos de espejo sobre los que pasaba mientras Sango se afanaba por envolver a Iori en la capa.
- Los Dioses nos guarden- murmuró acercándose a Sango e inclinándose a su lado. Extendió la mano para acariciar la mejilla de Iori-. ¿Iori?- la llamó con preocupación en la voz. Se removió molesta y clavó los ojos en Sango-. Vaya estropicio, ¿no podías simplemente dar la vuelta?- acusó mirando a su alrededor, ignorando el mutilado cadáver de Hans-.
- Cállate- ladró Sango-, hay que sacarla de aquí cuanto antes- la mujer se apartó de él unos pasos, algo intimidada por su respuesta, pero volvió rápido a su ser-.
- Debemos volver. El Palacete será un lugar seguro. Allí le proporcionaré tratamiento a Iori- aseguró antes de girarse hacia la puerta del despacho que Iori había cerrado. Descorrió el cerrojo y abrió-. Necesito ayuda con esto- le dijo a la figura que había al otro lado-.
Ben, que había apartado los ojos de Iori para ver qué hacia Justine, se encontró con el familiar rostro de Charles que entró en la habitación luciendo un aspecto impecable. Sus ojos marrones se clavaron un instante en la escena, abriéndose mucho cuando observó el cadáver de Hans.
- ¿La señorita...? - se permitió murmurar antes de regresar a su ser. Justine volvió a acercarse a Sango y lo miró con decisión-.
- Nadie sabrá nunca lo que hizo Iori aquí dentro- se inclinó en el suelo para recoger el abrecartas con el que Hans había intentado sacarle los ojos a Iori-. Charles, condúcelos por el pasadizo del sur por favor- indicó mientras se aproximaba al desmayado Randal con el cuchillo en la mano-.
Sango se quedó mirando a Justine el tiempo suficiente como para comprender qué se proponía. Sango sacudió la cabeza y miró a Iori. Pasó un brazo por detrás de las rodillas y otro por detrás de los hombros y la levantó. La acercó hacia él acomodándosela entre los brazos. Echó un rápido vistazo a Charle antes de fijarse en Justine.
- ¿Necesitas ayuda?- preguntó esperando que l ignorara. Su voluntad por ayudar a todos era superior a él-.
Justine estaba frente al sirviente de Hans, seguramente recordando y dando vueltas a lo que acababa de ver. Ella se sentiría espoleada por el valor y la determinación que había mostrado Iori hacía tan solo unos instantes. Lo notaba por cómo empuñaba el cuchillo con fuerza. Y más aún por la mirada que le dedicó por encima del hombro. Ben se obligó a mantener la mirada.
- Aunque ya no lo parezca, yo también era una campesina. Sé cómo se hace para matar a un cerdo- aseguró volviendo la vista hacia Randal. Sango no se atrevía a ponerlo en duda-. Charles, ocúpate de todo siguiendo las instrucciones marcadas- le ordenó y el mayordomo se inclinó hacia ella antes de volverse y mirar a Sango-.
El mayordomo, eficiente como siempre, se inclinó suavemente en dirección a su señora y se volvió para mirar a Sango-.
- ¿Puede cargar usted solo a la señorita?- preguntó amable, aunque con urgencia en la voz-.
Sango que seguía con sus ojos clavados en la señor asintió levemente y con un giro de cabeza la dejó allí para que enfrentara sus propios demonios. Miró a Charles y asintió con la cabeza.
- Y si no pudiera, encontraría la forma- Sango sonrió y siguió las indicaciones del sirviente-.
Charles abrió paso introduciéndose con cuidado por la abertura en la que se encontraba el espejo que Sango había destrozado. Lo guió por los caminos de la red de túneles que recorrían la mansión de Hans, pasando de largo la salida que conducía al dormitorio de Justine. Detrás de las paredes se escuchaban sonidos de las distintas estancias, y por supuesto, existían más de aquellos cristales mágicos. En ellos, Sango podía ver escenas de la vida cotidiana de los trabajadores a las órdenes del difunto señor y la señora Meyer. Había cierta perversión
- Le ruego que por favor, nunca desvele información relacionada con los pasajes que está atravesando ahora, señor Nelad- comentó entonces en un susurro. Iori se removió en brazos de Ben.
- Jamás, mi señor Charles- Ben aminoró la marcha para mirar a Iori. Eso significaría dar lugar a habladurías, especulaciones, a ponerla, en definitiva, en peligro-. Aguanta, ya casi llegamos, ¿eh?- dijo en voz baja-.
La mestiza seguía con los ojos cerrados. Pero sus manos se movieron, intentando buscar algo de calor. Un sitio templado y seguro en el que poder agarrarse. Tenía la cara escondida bajo su hombro izquierdo, y el cabello tapaba parcialmente su rostro. Ben dejó que se aferrara a él mientras, en la medida de los posible, ajustaba la capa para que estuviera lo más cómoda posible.
Descendieron durante un rato y llegaron a un nivel que por el olor y la humedad quedaba claro que se encontraba por debajo del nivel de la calle. Se intuían filtraciones aquí y allá pero nada preocupante. De momento. Avanzaron en silencio, con el eco de sus pasos llenando el espacio hasta que Charles se detuvo y estudió el techo sobre sus cabezas antes de abrir una pequeña trampilla en el techo.
- Por aquí- comentó subiendo en unos delgados escalones clavados en la pared. Apenas dos metros de altura para salir al exterior-. Pásame a la señorita- ofreció una vez él salió a la superficie, tendiendo los brazos hacia abajo con intención de coger a Iori.
- No creo que sea- se interrumpió al ver la trampilla, gruñó y aceptó el ofrecimiento del mayordomo-. Agárrela con fuerza- subió a Iori hasta las manos de Charles-.
A pesar de la edad madura del mayordomo y el fuerte agarre que ejercía la mestiza sobre él, la ligereza del cuerpo de Iori no le dificultó tomarla en brazos y acomodarla tal y como lo había hecho él. Cuando Sango salió, tras echar un vistazo a Iori, pudo observar que se encontraba rodeado por el edificio de mármol blanco de Justine, en una zona de jardines que no conocía. Alzó las cejas, sorprendido por la rapidez con la que habían llegado. Ahora se explicaba cómo había llegado allí Justine antes que ellos.
- Sígame por favor- añadió Charles avanzando con Iori por los soportales-. Os conduciré hasta las nuevas habitaciones donde podrán descansar- el tono no daba lugar a réplica. Eran órdenes de la dama, diría. Echó un rápido vistazo a Iori-. Y luego, avisaremos a la sanadora- concluyó-.
Charles, con Iori en brazos, guió a Sango a una zona distinta del palacete. Esta vez no se detuvieron en la primera planta como lo hicieron la noche anterior, esta vez subieron a la segunda planta. Los pasillos parecían similares a los del piso inferior pero cuando entraron en una de las habitaciones, que el servicio abrió para ellos, el tamaño sobrecogió a Sango. No creía posible que en aquel palacete pudiera haber una habitación de esas dimensiones y con un aspecto tan cuidado. Las paredes estaban ricamente decoradas con pinturas de tonos cálidos y tapices; en el suelo había una alfombra a un lado de la cama y supuso que habría otra similar al otro lado. Una cómoda, una mesa con unas sillas y un ventanal completaban la imagen de la estancia, bonita y funcional. Nada que ver con la casa de Hans. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al recordar.
Charles posó a Iori en la cama con cuidado bajo la atenta mirada de Sango. La cama era grande, mucho más que las de abajo y estaba rematada con sábanas bordadas con hilo que parecía oro. Ben se debatía entre la fascinación que le producía la estancia, la preocupación por el estado de Iori, el miedo que se sentía por haberla dejado sola, por haberla abandonado a su suerte, por si conseguían relacionarles con la muerte de Hans. Sacudió la cabeza cuando Charles se acercó a él.
- Ahora os llevaré a vuestra estancia, podrá descansara, cambiarse de ropa y- le hizo un gesto para que le siguiera pero Sango le interrumpió-.
- No es necesario, traed aquí lo que sea, vigilaré que no le pase nada- dijo sin apartar los ojos de la figura en la cama-. Por favor Charles- le miró a los ojos-.
El mayordomo asintió y se asomó al exterior de la estancia para dar indicaciones al resto del servicio. Acto seguido se giró hacia el interior y se quedó guardando la puerta mientras Ben comenzó el lento baile de casi todos los días. Descolgó el escudo y lo posó junto a una silla pegada a la mesa. Descolgó la alforja de Iori y la colocó encima de la mesa. Desanudó el cinto de las armas y las dejó sobre la silla. Finalmente, y esta vez sin ayuda, empezó a aflojar todos los correajes de la armadura. Una tarea tan interiorizada, tan practicada, tan cotidiana que cuando quiso darse cuenta lo tuvo todo aflojado. Al tiempo llegó le servicio con ropa para él, que posaron sobre la mesa junto a la alforja, y con una palangana, de fina porcelana, llena de agua humeante y un agradable olor a hierbas y una bandeja con paños. Colocaron todo junto a la cama, junto a ella
Ben, se quitó la armadura que dejo caer con un ruido sordo y que sobresaltó a los presentes. Luego la cota de malla, y por último el gambesón y una camisa. Esperaba una sensación de liberación mucho mayor, sin embargo no fue el caso. Se sentó en otra silla, desató las botas y se las quitó.
- Avisad a la sanadora- indicó Charles con autoridad antes de mirar a Sango que asintió con la decisión del mayordomo-.
Sango, entonces, se levantó y se acercó a la gran cama en la que descansaba Iori. Le posó la mano en la frente y tras unos instantes hizo una mueca de preocupación. Giró la cabeza hacia Charles.
- Que venga rápido- dijo devolviendo los ojos de la mestiza-.
Sango se alejó y dejó que las doncellas se ocuparan de lavar a Iori, sacarle la suciedad, el sudor, la sangre, todo lo que pudieran quitarle y estuvieran en sus manos, estaba seguro de que lo harían. De apartarla de la oscuridad me encargo yo. Caminó hacia la mesa y dejó caer los pantalones antes de vestirse con lo que le habían traído. Unos pantalones de tono oscuro, casi negro que le quedaban holgados y una camisa granate con botones blancos. Se vistió con rapidez y se giró para mirar a Iori.
Más allá de las cicatrices en su cuerpo, las únicas marcas visibles eran las muñecas despellejadas al haber estado su cuerpo suspendido de los grilletes y un extraño golpe en su torso, de buen tamaño y que observó con curiosidad. Parecía reciente aunque él no recordaba que ella se hubiera llevado un golpe en la zona. Quizá en el forcejeo con los hombres de Justine en el Gremio de Luchadores. Quizá un arrebato de ira nocturno. Quizá el innombrable. Suspiró y entonces un terrible sentimiento de culpa se apoderó de él. Ah, ¿acaso te ibas a olvidar de tu ataque de ira en las Catacumbas? Tragó saliva y frunció el ceño sin poder quitar la mirada de la marca que había dejado el golpe. Todo por una simple provocación. Palabras que no iban a ningún sitio. Eres un idiota, Ben.
Cuando terminaron de adecentarla un mínimo, la cubrieron con la sábana hasta los hombros, y en ese momento entró la elfa que había estado con Sango esa misma mañana, Amärie Areth. Se descubrió la capucha y se acercó hacia la cama, mirando a Iori y a Sango de forma alterna.
- Imagino que el héroe no está herido en esta ocasión- preguntó con voz suave.
Ben miró a la elfa. Físicamente no, pero si supiera lo que me duele la cabeza... Se obligó a negar con la cabeza.
- No. En este caso es ella la que necesita una mano amiga- dijo señalando a Iori-.
La elfa volvió a centrar los ojos por completo en Iori y ladeó la cabeza con curiosidad. Se acercó a la cama y se sentó en el borde, de una forma que apenas hizo descender el colchón. Hizo una breve inspección visual de las heridas visibles.
- ¿Qué ha sucedido? - quiso saber tomando la muñeca derecha y alzándola, para observar mejor la marca en su piel-.
Sango no dijo nada en primea instancia. Miró a Charles pero este no le devolvió la mirada. Sango se encogió de hombros y dio un paso hacia la elfa, observando sus movimientos, sus ojos y como estos recorrían las heridas de Iori.
- Un tipo nos ha dado problemas- contestó-. La hicieron prisionera, pero consiguió deshacerse de sus cadenas. La gente de la ciudad puede ser muy despiadada y peligrosa- añadió antes de cruzarse de brazos-.
La elfa, entonces, apartó la sábana para descubrir el cuerpo de Iori. Lo recorrió con los dedos, despacio, buscando heridas recientes. Perfiló el costado de la mujer y bajó por sus piernas. Sango no apartó la mirada de su mano y el perfecto dibujo que estaba trazando sobre ella.
- Bueno... aquí hay más historia de la que parece haber acontecido hoy. Por lo que puedo ver...- hizo una breve pausa-. No se encuentra herida de gravedad. Sin embargo...- colocó la mano en la frente de Iori, de forma similar a cómo lo había hecho él-. Parece que...- frunció el ceño en un gesto de incomprensión-. Está bien- asintió para sí, lista para comenzar la curación-.
Cerró los ojos, susurró una oración a los Dioses y colocó las manos sobre Iori de una forma similar a cómo había hecho con él mismo esa mañana. Entonces, en ese mismo instante, Iori abrió los ojos de golpe. Se encogió sobre si misma. Los volvió a cerrar con fuerza. Y antes siquiera de que Ben fuera consciente de lo que pasaba, gritó. Gritó como si le estuviesen arrancando la piel. Gritó tan fuerte que la habitación pareció temblar bajo ellos. El grito fue tan desgarrador que todos se echaron hacia atrás, para evitar el grito acabara con ellos.
Ben no comprendió que acababa de ocurrir. Solo se había descruzado de brazos y que abrió la boca para acompañar al resto de su cara en la expresión de miedo y sorpresa. ¡Ben, muévete, haz algo! Balbuceó y alzó una mano pero no sabía por qué. Frunció el ceño y se acercó a Iori. No entendía. Hacía un instante dormía y al siguiente... Ah, la elfa. Giró la cabeza y la miró con expresión acusativa.
- ¿Qué coño le has hecho?- preguntó Sango en voz alta mirando a la elfa que se había apartado. Miraba a Iori y sus manos en intervalos regulares mientras murmuraba "no entiendo"-.
- Eh, Iori. Iori, calma, calma- posó las manos en sus hombros y la zarandeó ligeramente para que respondiera al estímulo-.
Iori respiraba con agitación, mientras engarfiaba las manos en los antebrazos de Sango. Alzó los ojos y lo miró, con una expresión de indeleble terror.
- Ben...- susurró ella apenas sin aliento-.
El corazón de Sango se agitó con sentimientos muy distintos. La preocupación por su estado, por cómo había pronunciado su nombre como si al hacerlo le arrancaran aire del pecho. La forma en la que lo hizo, como si su vida dependiera de aquellas tres letras le tocó en lo más profundo del corazón. No sólo por haber usado su nombre, reservado para aquellos que lo merecían, sino por la situación. Pese a todo lo que sufría, le había llamado a él. Solo a él. Y él atendió a su llamada.
Las manos de Iori se aferraron con fuerza a los antebrazos de Sango que no había apartado los ojos ni un solo instante. Sus ojos azules se habían clavado en los de él y sus ojos verdes abrazaban aquella mirada.
- Eh, calma, calma. Soy yo, Ben. Calma- apretaba y aflojaba la presión con las manos sin perder detalle de la conversación tras él-.
- ¿¡Qué eres!? - la voz de la elfa sonó con evidente enfado tras ambos-.
- Señora Areth, ¿Su curación no ha funcionado como debería?- preguntó Charles-.
- Mi magia es perfecta. ¡Es esa humana! - señaló con furia a Iori. Parecía bastante desencajada-. Hay algo malo en ti-.
Iori parpadeó varias veces, y su agarre sobre los antebrazos de Ben se relajaron poco a poco. Su respiración comenzó a volver a su cauce mientras que sus ojos seguían cautivos de los de él. Y los de él en los de ella. Estaba convencido de que la estaba ayudando, estaba
- Señora Areth, la muchacha acaba de atravesar una situación muy complicada. Seguro que toda la tensión ha tenido un efecto distinto al esperado...-.
- Calla Charles- la elfa alzó una mano y el mayordomo enmudeció. Su mal humor era evidente. Pero lo era aún más la frustración-. Quién eres- la elfa ordenó que se le respondiera-. Me pareció percibir algo similar a un leve toque de éter en ti. Pero eres humana- acusó dando un paso al frente-. Héroe, a un lado- ordenó sin pensar-.
Sonrió al notar mejoría en ella. Sonrió por volver a tenerla allí, con los ojos abiertos, sin ese grito desgarrador. Es un comienzo. Siguió escuchando, a Charles y a Amärie y esta última dio un paso hacia ellos. No le gustaba su actitud. Sin embargo, no dejó de mirar a Iori. Parecía que en él había encontrado algo de calma y no quería romper el delicado equilibrio.
- ¿Estás bien?- preguntó en voz baja-.
En él, la mestiza pareció encontrar algo de quietud, quizá tranquilidad. ¿Alguien a quien aferrarse? El ambiente que los rodeaba la alteró, pudo ver una convulsa mezcla de sentimientos que hizo retroceder a Iori en aquella conexión que mantenían.
- He dicho a un lado- repitió con dureza dando un paso hacia ambos-.
- ¡Disculpen!- interrumpió Charles-.
El mayordomo se metió entre la elfa y el humano para tirar de la sábana y tapar a Iori sin mirar y apartando definitivamente a los dos amantes, Iori y Sango que centró su atención en la elfa. La sanadora resopló tras ellos, conteniéndose con todas sus fuerzas para no chillar y sacar a todos de allí.
- ¿Puedo seguir ya con mi trabajo?- preguntó sin necesidad de querer que nadie respondiese realmente a ello-.
A Sango le irritó la actitud de la elfa y se lo hizo saber gruñendo. Volvió su mirada a Iori y trató de relajar la expresión para tranquilizarla. Decidió, entonces, que lo mejor era que se marcharan-
- ¿Podéis dejarnos a solas un momento, por favor?- rogó-.
Escuchó un taconeo a sus espaldas. Ben se imaginaba lo que estaría sintiendo la elfa: impaciencia, incredulidad, quizá ofensa. Sin embargo, Charles sí que atendió a su petición. Con un gesto las sirvientas se retiraron rápidamente y él rodeó la cama para salir por la puerta. Se giró para mirar a la elfa. Ben estaba sorprendido con su diligencia.
- Usted primero- le indicó a Amärie que lo miró anonadada-.
- ¿Cómo? ¿Quién eres tú para decirme eso? ¿Quién es él? Sí, ya sé, pero he sido llamada para encargarme de los posibles heridos, y esta mujer... esta mujer es un fraude- sentención mirando a Iori con algo similar a la ira-.
La mestiza, se fijó Sango, la observó y, por un momento se sintió vulnerable. Pequeña. Insignificante ante los ojos de la sanadora. Pero estaba acostumbrada a responder con dureza ante la dureza. Su mirada se removió, oscura, y se encaró a ella, con toda la dignidad que podía transmitir sentada en la cama, sosteniendo la sábana contra el pecho. Sango se había cansado de la elfa.
- Mi señora Amärie, déjanos solos, anda- dijo Sango girándose y dando un paso hacia ella enseñándole la más amplia de sus sonrisas-.
La forma de hablar del héroe, puso roja a la elfa. De enfado. Apretó los puños y clavó sus ojos azules en él. Llenó el pecho, dispuesta a responder con lo que prometía ser una buena retahíla. Pero Charles apareció. Tomándola del hombro llamó su atención e intentó guiarla hasta la puerta.
- Mi señora Areth, por favor, aguarde hasta que la señora Justine regrese y exponga la situación ante ella. Ahora mismo todo depende de sus órdenes. Es mejor que no nos precipitemos. Ninguno - añadió con cortesía-.
Acompañó su exposición de una profunda reverencia sacada de los protocolos reservados a las personas más notables que la sociedad había tenido a bien a colocar en lo más alto por el motivo que fuera. Aquel gesto de humildad pareció apaciguar levemente el herido ego de la elfa. Observó al postrado mayordomo y volvió la vista hacia Sango. Ya no habría miradas de deseo para él.
- Sea. Nos volveremos a ver- y antes de girarse, fulminó con los ojos a la mestiza que permanecía tras el soldado-.
Charles miró con gesto grave a Sango que había borrado la sonrisa ante las palabras de la elfa. En su cabeza habían sonado como una amenaza aunque sabía y esperaba, que no era el caso. Por si acaso habrá que estar atento. Charles se apresuró a salir tras la elfa, dejando el dormitorio vacío solo con ellos dos. Cuando el sonido de la puerta se perdió entre la inmensidad de aquella habitación, Ben giró la cabeza y la miró mientras el silencio se instalaba, al fin, en la estancia.
- Un poco de tranquilidad al fin. Con un buen descanso te encontrarás mejor- le dijo sin atreverse a dar un paso hacia ella-. Quizá, con algo más de oscuridad, las cortinas...- no era capaz de dejar de mirarla-.
Iori acababa de asesinar de una manera brutal a un hombre. Un completo desconocido para él, pero por lo poco que había escuchado de él, por la voluntad que había mostrado ella y por cómo se había desarrollado su breve encuentro, Ben sabía que lo merecía. Y sin embargo, aún sentía miedo. Pero era un miedo extraño. Había visto el poder que albergaba en su interior y como había sido capaz de canalizarlo para completar su venganza. Tragó saliva. ¿Y qué hay de su cabeza? Sango tenía más miedo porque cómo estaba ella. Temía que pudiera malinterpretar lo que sentía después de todo lo que había vivido. Tenía miedo de que se perdiera en una espiral de la que no sería capaz de traerla de vuelta. Soltó aire dolido. ¿Y qué vas a hacer para que eso no ocurra? ¿Vas a estar a su lado? ¿Vas a cogerla entre tus brazos? ¿Vas a abrazarla? ¿Y qué? ¿Eso bastará? Sango miró al suelo sin saber cómo sentirse. Estaba convencido de que su mirada había bastado para calmar su grito de dolor. ¿Dónde mejor que entre sus brazos si eso impedía que ella desapareciera? Pero, Sango, todo esto, ¿por qué? Alzó las cejas y miró a Iori. La respuesta era fácil e inmediata, lo difícil era saber lo que implicaba. Y quizás debía indagar más en aquello. Sin embargo soltó aire.
- ¿Cómo estás? ¿Necesitas algo?- preguntó-.
No se movió. Se quedó muy quieta, manteniéndose cubierta con la sábana. De una forma que no era propio en ella. Mírame, dos días con ella y conozco sus gestos. Oh Skuld, ¿qué estás tramando? No era por pudor. Era una forma de defensa. Una barrera formada por sus brazos y la tela contra el resto del mundo, incluso contra él.
- Por favor, no dejes que un elfo se vuelva a acercar a mí con intención de usar su poder- sonó un hilo de voz, mirándolo con algo parecido a la congoja-. Por favor...- Sango asintió y avanzó hasta quedar a su lado-.
- Tienes mi palabra. No se acercarán a ti para usar su poder- dijo convencido. La miró unos instantes y titubeó antes de añadir-. Quizás prefieras el método clásico, una infusión de caléndula para calmar el dolor- añadió con poca esperanza de que le hiciera caso, pero quería seguir escuchándola-.
La expresión de Iori se suavizó ligeramente al escuchar las palabras de Ben, mostrando, sin ella pretenderlo, que lo que él decía tenía peso. O, al menos, mostraba consideración por ello. Su ofrecimiento la mantuvo en un silencio momentáneo, mientras bajaba los ojos para observar la sábana estrujada contra su pecho.
- Sentir dolor está bien... pero no "ese" dolor. El que ellos me causan...- alzó la cabeza de golpe, como activada por un rayo que hubiese impactado en su conciencia-. Cuando te marchaste...- pareció dudar-. ¿Qué pasó?-.
La preguntó cogió por sorpresa a Sango porque no esperaba hablar de lo ocurrido tan pronto. Por tanto no tenía ni idea sobre cómo afrontar la respuesta. Se humedeció los labios y decidió esquivar la pregunta.
- Sentir dolor no está bien, Iori. No lo negaré, es necesario experimentarlo y sufrirlo para valorar otros placeres- explicó Sango-. Beber agua de un manantial en una calurosa mañana de verano; meter los pies en agua después de horas de camino; tumbarse a la sombra de un árbol para ver las nubes pasar- enumeró-. Pequeñas cosas, pero que hacen que la vida sea más llevadera- sonrió levemente-.
La respuesta de Sango, sin embargo, causó en ella una molestia evidente. Alzó la vista al instante, como si la hubiese ofendido al hablar y tensó la mandíbula, de una forma que él comenzaba a conocer.
- No pretendo que me entiendas- aseguró a la defensiva, llevándose una mano a la cabeza. Cerró los ojos-. Tú... viste a Hans...- dijo con un tono que se asemejaba mucho al de la curiosidad-. Esa mujer... Justine... es seda. Desde el principio... la esposa de ese malnacido...- abrió los ojos de golpe, y colocó las manos abiertas en su regazo. La sábana se mantuvo cubriéndola, aprisionada la tela bajo las axilas mientras sus pupilas se dilataban. Su respiración se comenzó a acelerar rápidamente. - Yo... lo hice...- Los ojos azules se alzaron de nuevo, mostrando la sorpresa más absoluta, meditando sobre las palabras de Sango-. Tú... no estabas allí... - balbuceó, sin comprender.
- No, no estaba allí- mintió-, pero, ¿acaso crees que soy ajeno a la llamada de Tyr? ¿Acaso crees que no sé cuándo el Dios anda cerca?- le sonrió con confianza-. Estabas bien protegida, tuviste ojos a tu espalda que cuidaron de ti y que seguirán haciéndolo, estoy seguro- con sus últimas palabras su corazón se había acelerado-.
Ella abrió la boca, pero no dijo nada. Ella extendió la mano, despacio, hacia la suya. Rozó la punta de sus dedos, y notó el calor en el cuerpo de Ben. Se removió sobre la cama. No apartó los ojos del contacto entre ambos, mientras los dedos de la mestiza iban deslizándose por su palma, analizando el contacto.
- No estuvieron ahí para protegerlos a ellos. Ni los nuestros ni los dioses de los elfos- murmuró con una rabia evidente vibrando en su voz. Notó que respiraba de forma pesada, exhalando con fuerza el aire de sus pulmones-. Hans vivió demasiado tiempo. Y el castigo no fue suficiente. ¡No fue suficiente! ¡Lo reviviría para volver a matarlo! ¡Y a pesar de todo ella no...! ¡Ella no...! - al ver que no le salían palabras, Sango apresó su mano entre las suyas e hincó una rodilla en el suelo.
- Ella, ellos, miran con orgullo como el fruto de su amistad sigue floreciendo invierno tras invierno. Contemplan satisfechos, cómo, a pesar de todo, algo que solo ellos pudieron hacer sigue adelante- apretó su mano-. Y mientras sigas viva, Iori, mientras te quede camino por recorrer, ellos estarán allí contigo-.
Ella le mantuvo la mirada. En ningún momento perdieron la conexión visual, tampoco se desenlazaron sus manos. Sus palabras habían llegado a Iori, era consciente de que tenían que haberla golpeado más fuerte que cualquier golpe físico. Y lo vio. Vio como una sombra de oscuridad se apoderaba de ella. Era la defensa que había desarrollado a cualquier intento por su parte de aliviar su carga. El daño que aquello le había causado afloró en sus ojos, mientras se humedecían de forma visible. Abrió la boca para mostrar los dientes apretados, tensos, mientras su ceño se fruncía en un rictus de indeleble dolor.
- ¡Callate!- y con una rapidez inusual, se desembarazó de su agarre y el puño de Iori encontró la mandíbula de Ben-.
El golpe le cogió por sorpresa. Debería haberlo visto venir, debería haberse preparado, pero se confió. Sin embargo, antes de que pudiera evaluarse después de encajar el golpe, Iori se lanzó sobre él, derribándole.
- ¡Cállate de una vez! ¡No sabes nada! ¡Nada!- llena de furia, intentó mantener la posición sobre él para buscar golpearlo con la fuerza de quien está poseído por la ira, y la falta de técnica de quién está fuera de si mismo-.
Y entonces, las lágrimas cayeron por su rostro mientras los caóticos golpes chocaban contra él. Apretó los dientes y estirando los brazos lo máximo que pudo sin apartar la vista de las lágrimas, se estiró hacia delante y la rodeó con los brazos antes de apresarla contra sí mismo. Ben cerró los ojos mientas Iori luchaba por deshacerse de la trampa en la que acababa de caer. Pero era sabedora de que Sango era más grande y tenía más fuerza. No se rindió al instante, fue algo gradual, como el agua cayendo desde el tejado un día de lluvia, sus movimientos fueron perdiendo fuerza, hasta que finalmente, quedó quieta, tendida sobre él. Su rostro, enterrado en el hueco del cuello del héroe, y su respiración acelerada contra su piel.
- ¿Se supone que debo de sentirme agradecida por haber sobrevivido a esto?- preguntó con una voz que sonaba cansada-. Ni ellos ni nadie están orgullosos de lo que soy- enterró con más fuerza el rostro contra él, buscando su calor. Ella estaba helada-. En lugar de sentirme asustada, decidí convertirme en algo a lo que temer. Me costó mi vida. Ya no recuerdo quién era yo antes... y, lo peor de todo esto es que ella no sonríe. La veo y, no sonríe...-
Ben se quedó unos instantes en silencio, meditando sobre las palabras de Iori. Si había entendido bien la historia, ella había pasado de no tener padres a verlos morir gracias a alguna clase de hechicería élfica. ¿Qué podía decir en un caso así? ¿Qué se esperaba de él en una situación así? Lo que se espera de un Héroe: que haga algo. Abrió los ojos y giró la cabeza hacia ella.
- No, deberías sentirte agradecida del camino que tienes por delante. Y ellos están orgullosos de que hayas conseguido luchar por tener ese camino, por caminar sobre él hasta donde los Dioses te quieran llevar- movió los brazos para relajar la presión y cambiar la posición a otra zona del frio cuerpo de Iori-. Solo cuando deseches aquello que te atormenta, conseguirás dejar todo esto atrás y pasar a otra versión de ti misma que, quizá, podría parecerse a la antigua. Y quizá, cuando la oscuridad y el dolor salga de tu interior, ella vuelva a sonreír-.
Ella giró la cabeza hacia él. Sus ojos volvieron a reencontrarse. El azul de Iori. El verde de Sango. Se miraron el tiempo suficiente como para verse reflejados en las pupilas del otro. En ese lapso de tiempo que compartieron comprendió que no era un reflejo, que era una parte de él mismo que estaba ejerciendo su influencia en ella. Alzó, ligeramente, las cejas sorprendido por el descubrimiento
- Tú realmente... Podría mostrarte todo de mí. Podrías ver mi horrible interior, mis malos sentimientos, y aún así, seguirías abrazándome, ¿verdad Ben?-.
- Sí-.
Y el corto espacio entre ellos se acortó. Los labios de Ben chocaron y se fundieron en un beso que Ben no tenía intención de cortar.
La reacción tardó en llegar, pero cuando lo hizo, ella cerró los ojos y le devolvió el beso con ganas, incorporándose ligeramente para situarse sobre él. Ben aflojó la presión que ejercía sobre ella convirtiendo el duro abrazo en suaves y cálidas caricias que buscaban tocar todos los rincones de su cuerpo que sus manos pudieran alcanzar. No despegaron sus labios mientras ella se acomodaba sobre él: su pecho sobre el de él, sus frías manos se enredaron en su cabello y finalmente, con su cadera encontró el hueco perfecto entre sus piernas. Como si aquel lugar fuera exactamente el sitio dentro de todo el ancho mundo en el que debían de estar. Encajando por completo.
Ella inspiró profundamente, llenándose de su aroma mientras con su lengua acariciaba sus labios, hasta encontrar el paso que pedía para buscar cuál era su sabor. Ben no se opuso, abrió la boca y las lenguas se encontraron por primera vez. No había nada más. No había nadie más. Tan solo ellos dos. Se separaron un breve instante que aprovecharon para mirarse a los ojos. No hizo falta más. Solo una mirada. Y con eso bastaba. Las lenguas volvieron a reencontrares, con más ganas, con más deseo.
Notó que se quedaba rezagada en su respuesta, pero cuando parecía volver en sí, el deseo que parecía apoderarse de ella, lo sentía como una deflagración, la sentía con una intensidad y con unas ganas terribles de fundirse con él. Arañó superficialmente su nuca con las uñas, dejando que la mano izquierda descendiera hasta la camisa. No tuvo ahora el cuidado de la noche anterior, desabotonando uno por uno. En esta ocasión tiró con fuerza, abriendo algunos botones por la rudeza del gesto; haciendo que otros directamente saltasen al suelo. Lo besó con el hambre de quien llevaba días sin comer mientras notaba como su fría mano ardía en contacto con la forma dura de los músculos de su abdomen. El frío roce de su piel en su pecho hizo que un escalofrío le recorriera el cuerpo. Dibujó una sonrisa en el rostro y la ayudó con la camisa, tirando de los últimos botones y liberando el torso de la atadura de la tela. Más abajo, Iori, ondeó la cadera lentamente, asegurándose de notar con aquel roce la forma de algo creciendo dentro del pantalón del guerrero. Justo allí, apretado contra su vientre lo sintió, y Iori jadeó contra los labios de Ben.
Pasó entonces sus brazos por su espalda y de repente se incorporó. Sus miradas se cruzaron una vez más antes de volver a fundirse en un beso. Desvió sus labios por la cara, bajó al cuello y pasó de un lado a otro antes de volver a buscar sus labios. Iori se acomodó sobre él, separó las rodillas y las apoyó a cada lado de la cadera del Héroe mientras lo besaba desde una posición más elevada. Sus manos se aferraron a sus hombros, antes de abrazarse con fuerza a la cabeza de Sango, buscando presionar contra sus labios. Notó su cuerpo templado bajo sus manos que seguían acariciándola, sus labios seguían buscando nuevos sitios donde besarla. Y aún así, ella exigía más. Y se lo hizo saber embistiéndolo prácticamente, presionándolo hacia atrás atrapado contra su cuerpo. Fue entonces, en esa posición, cuando la zona cálida entre las piernas de Iori se ajustó sobre la dureza que se perfilaba bajo la tela del pantalón. Notarlo la hizo gemir de forma contenida. De anticipación. Lo aferró, casi con desesperación en ese momento, imprimiendo toda la fuerza de la que era capaz para evitar que algo lo separada de ella.
Ben, con el corazón desbocado, con la cabeza completamente dominada por el deseo, le mordió el labio inferior y tiró suavemente de él. Sus manos se posaron en las nalgas y las apretó con ansia mientras volvía a tirar de su labio. Con la mejilla y la nariz fue apartando la cara de Iori para que le diera, nuevamente, paso al cuello y ahora se atrevió a bajar al pecho. Se inclinó hacia delante, mientras sus labios recorrían el pecho. Las manos subieron desde la cintura hasta los senos y los acarició.
El cuerpo de la mestiza parecía adaptarse a la perfección a cada gesto a roce que él hacía. Se anticipaba, sabía cuál era el siguiente movimiento que ambos deseaban. Clavó la cadera contra la pelvis de Sango y deslizó una mano justo entre el cuerpo de ambos. La forma y firmeza de Ben, latiendo con fuerza. Por ella. Ella sonrió, dejó caer la cabeza a un lado y acarició con la otra mano su cabello mientras notaba los labios sobre su cuello. Sus movimientos contra él se hicieron más apurados, más necesidades.
- Ben...- lo llamó por su nombre, justo antes de deslizar los dedos por dentro del pantalón-.
Sango se revolvió esperando el siguiente paso y arremetió con más fuerza contra ella. Apretó los pechos entre sus manos mientras ella hacía lo propio con su pene, agarrándolo con firmeza. Bajó la cabeza entonces y apoyó la frente contra la de él. Ben miró hacia arriba, hacia los preciosos ojos azules. Ambos jadeaban. Ambos se buscaban.
- Por favor...- se lanzó de nuevo a besarlo-.
Los dedos de Iori recorrían despacio toda la extensión, de la base a la punta. Fue entonces cuando la puerta se abrió, y el sonido de unos tacones femeninos se escuchó en la estancia con fuerza. La cruda y dura realidad, golpeó con tanta violencia que parecía irreal. Esa realidad en la que ellos no eran las únicas personas en el mundo; en la que él, debía ser un ejemplo. Se maldijo al tiempo que su cabeza giraba lentamente hacia la puerta. Como no.
Desde el otro lado de la enorme habitación Justine se detuvo. Vio dos figuras, al otro lado de la cama y sus ojos se abrieron mucho, al reconocer la espalda desnuda de Iori abrazada con determinación a Sango. Se recompuso al instante y se giro hacia la puerta, pero no se movió de allí. Únicamente les estaba concediendo la intimidad necesaria para que se adecentaran. Su palacete, sus normas. Y ella tenía asuntos importantes que tratar. Iori en cambio no reaccionó como cabría esperar. Cuando percibió lo que sucedía, cuando noto la atención de Sango cortada, se abrazó con fuerza a él. Apoyó la mejilla en su hombro y se quedó quieta, respirando con mucha rapidez con su cuerpo pegado al de él por completo. Había algo de terco en ella. Algo de deseo insatisfecho. Algo de necesidad. Cerró los ojos y deslizó la cara hasta la zona alta del pecho de Ben, anudando las manos tras su nuca.
- Por favor- volvió a repetir. Pero Ben no sabía qué era lo que le estaba pidiendo-.
- Os espero en 15 minutos en mi despacho. Venid visibles- comentó la voz de la mujer con un tono extraño, antes de salir por la puerta-.
De nuevo solos. Las palabras de Justine quedaron flotando en la estancia, rebotando en las paredes, machacando el precioso momento que habían tenido. La puerta cerrándose no hizo más que agudizar la sensación de pérdida. De nuevo quietud. Aunque el momento... Ah, el momento se ha perdido.
Sango seguía aferrado a Iori. Ahora sus manos acariciaban lentamente su espalda, no con el vivo deseo de hacía tan solo unos instantes, pero con un sentimiento igualmente fuerte. Acariciaba su mejilla con la de él y disfrutaba del momento. Su corazón aun martilleaba con fuerza en el pecho.
- Iori- susurró-. Hay que moverse- acertó a decir sin mucho convencimiento. Sango decidió odiar el sonido de los tacones para siempre-.
La mestiza no se movió. Mantenía el abrazo sobre él, aprisionándolo con fuerza. Ladeó ligeramente la cara, para profundizar en aquel contacto, íntimo, que mantenían. Su respiración, como la de él, continuaba agitada, revelando que, a pesar de su inmovilidad, aún había deseo. Se separó lo justo, para volver a clavar los ojos en él. Nariz con nariz. Pero, en la mirada de la mujer ahora había algo similar a la acusación. Se acercó otra vez, fijando la vista en sus labios, con una lentitud que sorprendió a Sango.
Ben se echó hacia atrás sin apartar sus ojos de los de ella. Sin embargo, no pudo aguantar mucho tiempo la pequeña trampa que le había preparado. Le dedicó una sonrisa y recibió sus labios con inmensa alegría. Se recreó y disfrutó de ellos tanto como ella quiso. Y cuando volvieron a separarse y a cruzar sus ojos, no pudo más que dejar que el caos que había en su cabeza diera vueltas y lo removiera todo a su voluntad mientras él se limitaba a disfrutar de sus ojos azules.
- Hay que moverse- volvió a repetir con el mismo tono de voz y dolor en el corazón-.
Sin embargo, ella frunció el ceño y dibujó una expresión de disgusto en su cara. Necesidad en sus ojos. Necesidad de él, comprendió. Lo tomó esta vez con rudeza del cuello y volvió a besarlo. Cubrió con su boca los labios de Ben, con urgencia. Volvió a pegar con furia su cuerpo a él. Alzó las caderas y obligó al soldado a alzar el mentón para continuar el beso sin separarse. Mientras buscaba fundirse con él. Aquel contacto, sin embargo, fue diferente a lo que habían compartido hasta entonces. Había un ímpetu en ella que rozaba la cólera.
De repente, de la misma forma súbita en la que se había lanzado a él, se separó. Por completo. Se levantó en el instante en el que rompió el contacto con su boca y caminó alejándose de Sango. Lo dejó sentado, con la camisa abierta y algunos botones desperdigados a su lado en el suelo. Sango se quedó mirando el vacío ante él y cerró los ojos antes de dejarse caer hacia atrás, hacia el suelo. Posó una mano en el pecho y apoyó el antebrazo en la frente mientras trataba de relajar la respiración. Escuchó a Iori caminar hacia la puerta y decidió ponerse en pie.
- Excepto que a la señora le guste que pasee desnuda por su propiedad, voy a precisar algo que poner- comentó a la persona que había al otro lado de la puerta-.
- Inmediatamente mi señora - respondió una voz femenina, antes de que Iori se girase de nuevo hacia el interior de la habitación, evitando fijar sus ojos en Sango.
Sango, que se había levantado, fijó su atención en Iori. No pasó por alto el hecho de que no le había devuelto la mirada y que la voz le temblaba por la tensión del momento. Ben se sacudió la ropa y observó la camisa. Se encogió de hombros y decidió que no la abotonaría. Se acercó a la ventana y fijó su atención en la ciudad mientras en su cabeza rebotaban cientos de miles de imágenes, y sentimientos.
Las puertas se abrieron para entregarle ropa a Iori. Ben no se giró, aún no. Seguía contemplando la ciudad, repasando lo que fueron los tres últimos días desde su llegada hasta el momento actual. Todas las personas con las que se había encontrado, los lugares que habían visto. Todo. No sabía por dónde empezar a ordenar sus caóticos pensamientos. Sacudió la cabeza. No, mejor disfrutar de la vista de la ciudad. Ya habría tiempo para poner orden.
Cuando ella estuvo lista se giró y no pudo evitar parpadear varias veces antes de esbozar una ligera sonrisa. El vestido de Iori era oscuro, con un escote a la moda de Lunargenta y con aberturas laterales. Dio un par de pasos hacia ella. Estaba deslumbrante, pero Ben conocía el mensaje tras aquel vestido. Había considerado abrocharse alguno de los botones de la camisa, pero decidió ejercer una suerte de protesta. No le quitó el ojo a Iori mientras caminaba hacia el cinto de las armas. En ese momento Charles entró en la habitación.
- La señora desea veros- dijo con alivio en el rostro-. Por favor síganme- sus ojos se posaron en Sango que le devolvió la mirada y una sonrisa mientras hacía un nudo para ajustar el cinto-.
Sango caminó hacia la puerta y esperó a Iori. Cuando llegó a su altura, Ben le ofreció el brazo izquierdo para que caminara junto a él. Sabía que era una proposición descarada. Gamberra incluso. Le pareció hasta gracioso. Pero su verdadera intención era otra. Él era el brazo al que sujetarse.
Y siempre estaría ahí para ella.
Sango
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El suave terciopelo oscuro del vestido cubrió su piel. Mientras, su mente seguía anclada en las sensaciones de las manos de Sango acariciando su espalda. Había sido cortés en su forma de tocarla. Controlado y sin precipitarse. Ella en cambio, quería destrozarlo a él, rompiéndose ella entre sus brazos en el proceso.
Morderlo hasta que doliera. Que la mordiera hasta que la sangre saliera. Dejar que se hundiera en su cuerpo, hasta la inconsciencia.
Anudó las cintas en su cadera, siendo dolorosamente consciente de su presencia tras ella. Un Sango que miraba por la ventana con una calma que despedazaba sus nervios. El poco control que le quedaba. Quiso gritar. Pero únicamente resopló cansada cuando estuvo lista.
Él se giró y la miró con una sonrisa, y con paso ligero se aproximó hasta dónde ella se encontraba y le tendió un brazo. El izquierdo.
El brazo reservado para la novia el día de la boda. El que uniría a la pareja en el comienzo de la vida que compartirían para siempre. ¿Era aquello una burla? Observó a Ben a su lado con un gesto de extrañeza en los ojos. Intentando ver cuál era su intención.
-¿Qué pretendes? - inquirió incómoda, mirándolo antes de desviar la cara. El contacto visual con él apenas fue un segundo. El verde de Sango le quemaba de alguna manera. La respuesta inocente de su pregunta le permitió saber que el soldado desconocía por completo el significado de aquel gesto. Pero eso no sirvió para aligerar el peso de su corazón.
- Pues ir a ver Justine - su sonrisa se ensanchó -. ¿No puede un caballero ofrecer el brazo a una dama? -
Lo miró de forma automática cuando él habló, pero volvió a desviar los ojos de él. Incómoda. Un caballero, lo primero que haría sería abrocharse como era debido la camisa. Verlo así le recordaba lo que acababan de compartir. Porque era así exactamente como lucía. Salido de un buen encuentro sexual. Solo que, en el caso de ellos, el juego había terminado de forma repentina.
- ¿El izquierdo? - preguntó antes de resoplar y salir hacia el pasillo, dejando atrás a Ben y a Charles. Caminaba con rapidez, como haría alguien que huye de algo. Huía de él. De la gentileza que Ben le mostraba, que la volvía débil. Del atractivo que suponía para ella, lo cual la humedecía.
Sango miró a Iori alejarse y cruzó su mirada con Charles. Alzó los hombros como toda respuesta a su expresión interrogante y echó a caminar tras Iori. A los pocos metros el mayordomo se inclinó hacia Sango. Parecía haberse debatido interiormente en si tomar parte en aquella confusión o no.
- Sin duda este tipo de usos y costumbres no son del conocimiento de un hombre como usted, pero el brazo izquierdo está reservado para el novio y la novia el día de su enlace - explicó con todo amable, antes de acelerar para situarse al lado de Iori.
A Sango se le borró la sonrisa de la cara y se detuvo en mitad del pasillo. Parecía evidente que tras la explicación del mayordomo, había comprendido hondamente la molestia que emanaba de Iori ante su ofrecimiento. Cerró los ojos un breve instante y después de maldecirse, reanudó la marcha, ahora con gesto serio.
Atravesaron una zona que él ya conocía y entraron en el enorme despacho acristalado de Justine. Iori entornó los ojos, para acostumbrarse a la luz que entraba en aquel lugar. Prácticamente toda la pared que daba hacia los jardines eran ventanales de cristal. La mujer que los recibió, de pie en mitad de la estancia estaba magnífica. El maquillaje era perfecto, con gusto por el color rojo que siempre acompañaba sus labios. El pelo impoluto, recogido en un cuidado moño que dejaba sueltos los mechones adecuados para realzar su rostro. El vestido que usaba era de un negro vivo, como el que ella misma llevaba. En su elaboración se notaba el toque de cuidado y trabajo artesanal a medida que ayudaba a componer de aquella mujer la viva imagen de la elegancia y la distinción.
- Mi señora - saludó Charles realizando una de sus acostumbradas reverencias. La mujer le hizo un gesto y este se colocó al lado de la puerta, tras indicarle a ambos que entrasen hasta la zona de los sofás, cerca de las ventanas que daban al jardín. Iori la miró fijamente, y aceptó andar únicamente por la increíble amabilidad que había mostrado el mayordomo durante todo aquel tiempo con ella. No deseaba desairarlo. Se sentó en el sofá mullido, justo en frente de dónde lo hizo ella, y dejó sitio para que el Héroe se sentase a su vera.
La mujer clavó sus ojos en ella. La observó en silencio, con gesto relajado y algo similar a una ligera sonrisa. Fue entonces, en sus ojos, cuando Iori creyó ver un matiz similar. Sin duda, el dorado de Ayla era más intenso. Más vibrante y claro. Pero Justine parecía tener un color ambarino en su iris que le hizo pensar en su madre. ¿Un rasgo común en la gente de aquella zona? Los ojos azules, casi blancos de Hans aparecieron en su recuerdo, y toda ella se envaró.
- ¿Cómo te encuentras pequeña? - inquirió la mujer. La dulzura con la que llenó sus palabras no llegó en cambio a ella.
- Tú... - murmuró Iori, prescindiendo por completo de un lenguaje honorífico hacia Justine. - Hace un año - refirió a su encuentro. Recordó el desayuno con Nousis en aquella cara posada. La forma en la que escuchó a alguien chillar tras ella, antes de quedar encerrada entre dos brazos que le cortaron el aliento. La mujer había demostrado una fogosidad inusitada, completamente convencida de que Iori era otra persona.
Aquel abrazo de reencuentro estaba destinado a Ayla. Y algo dolió en la garganta de la mestiza. Dolió que su madre no tuviese jamás la oportunidad de recibirlo por ella misma. Dolió el recuerdo de Nousis, el error que había cometido construyendo en ella un estúpido espejismo.
Dolió saber que ella no fraguaría nunca una relación que se tradujese en un abrazo como aquel...
- Sí, hace un año. Aquel encuentro. En la posada Pico de Oro. Desde aquel día has tenido los ojos de Hans puestos en ti. Aunque fuiste complicada de encontrar. Sobre todo cuando te perdió la pista en Sandorai. Él no gozaba de muchos amigos en aquellas tierras... - respondió lacónica.
La referencia hizo que Iori tentase su espalda. Con la excepción de los Ojosverdes, encabezados por Dhonara. Entrecerró los ojos conteniendo la agitación que se retorcía en su pecho como las aguas subterráneas. Invisibles, pero que alimentadas de la forma adecuada podían romper y hacer temblar la tierra, arrastrando todo a su paso. Justine parecía empeñada en alimentar aquel flujo, aunque la expresión de su mirada llamase a la conciliación entre ambas.
- Si eras tú desde el principio Seda, ¿Por qué te ocultaste? - preguntó con voz dura.
- Necesitaba ayudarte a seguir adelante con tu plan. Sin desviar tu atención a cuestiones que se podían explicar más tarde. - los ojos ámbar miraron a Sango. Iori reparó entonces que él se había sentado justo a su lado. Parecía tranquilo, y continuaba con aquel aspecto de recién levantado de cama que ni Iori comprendía muy bien a qué se debía. Desvió la mirada de él para centrarse en Justine, y la mestiza leyó en ellos una atención fija en el guerrero.
Supo lo que aquello significaba al instante.
Había muchas cosas que ella desconocía, pero el lenguaje y los deseos del cuerpo no eran una de ellas. Sabía que le gustaba lo que estaba mirando, aunque parecía ligeramente sorprendida por la forma tan clara de mostrarse Ben hacia ella. Sango.
¿Era eso lo que se traían entre manos? Iori aceró los ojos, mientras la mujer enarcaba una ceja sin dejar de mirarlo. A la vista de todos no fue el suyo un gesto de molestia. Al contrario, era puro interés en lo que veía. Y Iori hizo lo que tenía hecho tantas otras veces cuando surgía una situación similar. Echar tierra sobre ello. La mujer volvió a mirarla despacio.
- Fue duro presenciar lo que hiciste, pero no dudo que él se lo merecía. Eso y más. -
- ¿Presenciar? - preguntó Iori frunciendo el ceño. Justine abrió los ojos sorprendida.
- ¿No tuvisteis tiempo de hablar? - preguntó extrañada ella también, mirando ahora a Sango. - Oh, no, por supuesto que no - añadió al final con un punto extraño en la voz.
Iori, que había estado con la vista fija en la mujer, miró a Sango a su lado, con los ojos muy abiertos. Pero él no hizo contacto con ella. Las preguntas se multiplicaron. ¿Cómo habían presenciado? ¿Lo habían hecho juntos? ¿Por qué él no le había aclarado nada? ¿Esos eran los ojos del Dios Tyr que la protegían? ¿Los suyos? La estupefacción dio paso a un conato de enfado, que comenzó a fraguarse en ella ante las imposibilidad de encontrar respuestas. Bajó la vista a sus manos, y vio que en algún momento, estas aferraron el caro terciopelo para estrujarlos en sus puños.
Y entonces recordó el golpe. El golpe que había sonado cuando Hans se acercó con el abrecartas a sus ojos. El que le proporcionó la distracción que necesitaba para poder soltarse de las cadenas. Para comenzar con lo que había ido a hacer allí. Y comprendió.
Pero aquello no bastó para apartar de ella el horror. El miedo de que él, en algún momento, la mirase a ella con los ojos con los que ella se veía a si misma.
- Tuvimos tiempo de hablar, mi señora Justine - dijo tranquilamente -. Pero alguien decidió atacar a Iori y eso es - hizo una pausa para buscar la palabra adecuada, alzó las cejas - Inaceptable - clavó sus ojos en Justine y terminó por sonreírle.
- ¿Atacar? - preguntó adquiriendo un matiz serio en la mirada. Charles dio un paso adelante.
- El señor Nelad se refiere a la sanadora Amarie - precisó.
- Ah sí, ya he sido informada de lo... infructuoso de su intento de curación contigo Iori - le quitó importancia. En ese momento una sirvienta entró con una bandeja de plata. Una escena similar a la vivida por Sango en aquel mismo lugar, no hacía tanto tiempo. Todos guardaron silencio, mientras los ojos de Iori seguían clavados en él. Sintió entonces la presión sobre el pecho. La que nacía de aquella cosa oscura que dormitaba dentro de ella. Fijó la vista en la mesa de nuevo y aligeró la fuerza que hacían las manos sobre el vestido. Vio servir a la muchacha dos tazas humeantes allí mismo, y la tercera, la de Iori, ya venía lista, por lo que la colocó justo delante de ella antes de retirarse.
- No te preocupes, buscaremos la manera que sea adecuada para que te recuperes. Te sienta bien el vestido pero estás demasiado delgada... sin duda has pasado por mucho. Y aún así, luces exactamente igual que ella...- comentó con un tono de añoranza en la voz. Sus últimas palabras arrancaron un latido irregular en su corazón.
Se lo habían dicho. Y lo había podido comprobar por ella misma en aquel recuerdo, en el templo. Pero, a pesar del parecido, Iori se percibía a si misma como una versión corrupta de Ayla. Una forma depravada, llena de una energía contraria a la de su madre.
- Que sea adecuada el qué, ¿otro intento de la elfa? - preguntó Sango. Justine lo miró de nuevo.
- Héroe, no está entre mis intenciones proporcionarle dolor a Iori. Es la hija de la que fue una amiga excepcional para mí, y pienso encargarme de ella en honor a Ayla - aseguró con voz firme. Iori bajó un instante la cabeza. Finalmente, el motivo.
No comprendía en absoluto qué era lo que movía a la mujer para tomar partido en aquel proceso. Más allá de sacarse de encima a un marido al que a todas luces odiaba. La mención a una relación de amistad tan profunda produjo en Iori una ola que no supo cómo gestionar. Le costaba imaginar un sentimiento de tamaña intensidad. Más allá del tiempo y del espacio que había separado a ambas mujeres en su juventud.
En su cabeza, la imagen de Ayla brilló más. Mientras ella se hacía más pequeña. Mas oscura.
Más sola.
- Tendremos tiempo de hablar sobre ese tema. Pero antes de nada he de informaros de los tristes acontecimientos acaecidos esta mañana en la mansión Meyer - cruzó las piernas y la tela resbaló, mostrando buena parte de ellas gracias a una abertura lateral que se escondía en la falda. La mujer estaba acostumbrada a seducir, sabía cómo gustar y hacerlo todo de forma elegante. Se inclinó hacia la mesa para tomar la taza y bebió de ella. - Antes por favor, acompañadme con la infusión. Nos tranquilizará y templará el ánimo a todos - invitó mirándolos a ambos de forma alterna. Iori había enmudecido, y llevó la mano al asa de su taza obediente.
Ben asintió y dejó pasar el tema. Sus ojos, entonces, se fijaron en el movimiento de Justine y en cómo sus piernas quedaron a la vista. Se inclinó hacia delante para agarrar la taza y volvió a situarse ligeramente hacia atrás mientras soplaba sobre el contenido y seguía mirando.
Iori bebió, aguantando la elevada temperatura del líquido sin problemas. Estaba ardiendo, al punto de que la sensación de quemazón le recorrió todo el pecho. Pero hacía tiempo que la mestiza había aprendido a disfrutar de las cosas que le hacían daño. Dejó la taza de nuevo sobre el platillo de la mesa. Vacía. Justine enarcó una ceja ante el gesto, y sonrió de forma ligera a Sango mientras colocaba en su regazo la taza, acariciando con suavidad el borde con un dedo. Tras unos segundos, compuso cara de circunstancias y habló.
- Hoy, la alegría que llegó con la muchacha que tanto tiempo hemos buscado, se vio arrancada de cuajo de nuestras vidas, cuando mi estimado esposo Hans Meyer fue asesinado. - se detuvo un instante y bajó los ojos, en un gesto perfecto para evidenciar lo compungida que estaba. - Cuando al fin conseguimos traer a nosotros a la única familia que le quedaba a mi marido, su tesorero, Randall, hizo su juego más sucio. Aterrado por la posición de la nueva heredera, y sabiendo que su situación en la mansión peligraba, enloqueció. Atacó a Hans y a Iori en su despacho, después de que el gran Héroe Sango los hubiera reencontrado a ambos - Con la mano bajo su nariz, ahogó un pequeño sollozo. - Únicamente su presencia fue lo que consiguió sacar a la muchacha con vida de allí, pero mi esposo... mi pobre esposo... ese malnacido recibió en el acto la muerte que merecía por su pecado. Por traicionar a su señor y acabar con su vida. - arengó con pasión y venganza en los ojos en aquel último instante.
Iori observaba, con ojiplática la interpretación de Justine, mientras la mujer se volvía a recostar serena contra el respaldo. La viveza del sufrimiento impresa en su cara se diluyó, pasando a mirar a ambos con cara de paciencia, analizando si habían entendido el mensaje.
- Eso es lo que ha pasado, y lo que le he dicho a la guardia que ya ha tomado por asalto la mansión. Hablaré esta misma tarde con el juez sobre el tema y esta será la versión de los hechos que presentaremos. No ha sucedido ninguna otra cosa en ese despacho. ¿Comprendido? - preguntó mirándolos de nuevo con la mirada de quién está acostumbrada a ser obedecida. Iori tenía la garganta seca, a pesar de haber bebido todo.
Con la taza a medio palmo de su cara Ben había observado la escena de Justine y escuchado la historia de lo que había ocurrido poco después del medio día.
- Sí, mi señora - fue lo único que pudo añadir Sango.
Iori se levantó entonces. Tensa como la cuerda de un arco a punto de disparar. Allí faltaba información. Cosas que no comprendía. Sabía que Hans había puesto precio a su cabeza. Que la buscaba sana y salva. Pero, ¿cubrir su caza de un barniz honorable? ¿Pretender justificar ante toda Lunargenta sus desvelos por Iori de un falso amor filial? El agua que la envenenada por dentro estaba a punto de desbordar.
- ...¿Heredera? - siseó.
- Era la excusa de Hans. Te lleva buscando todo este tiempo haciendo circular la información de que sois parientes. Esa era la única verdad de sus argumentos. Quería revestir de nobleza la campaña en la que buscaba a la hija de su prima para designarla su sucesora y presentarla en sociedad. Mostrarte como una joven respetable durante el día para meterte en su cama de noche - añadió con una dureza injustificada. El golpe dentro del pecho que dio su corazón hizo tambalear a Iori cuando escuchó aquellas palabras. - Poco le hiciste a ese desgraciado - añadió Justine finalmente, antes de beber de nuevo con finura de la taza.
- Espero que los Dioses sabrán qué hacer con él ahora que lo tienen en sus manos - respondió entre dientes, apretando con fuerza los puños. Justine miró a Iori y le hizo un leve gesto con la mano.
- No te desgaste muchacha, no te encuentras en tu mejor momento. Siéntate y deja que el calor de la infusión relaje tu cuerpo - indicó de forma demasiado precisa. Charles se removió tras ellos un instante, con gesto incómodo. Iori le mantuvo la mirada pero se sentó, de la misma forma que haría un roble si se lo propusiera.
- No tengo intención de quedarme aquí realmente. Ni para recuperarme ni mucho menos para ser heredera de nadie - articuló. Justine sonrió y se inclinó para dejar el plato sobre la mesa, aprovechando el momento para clavar los ojos en Sango a través de las oscuras pestañas.
- Me temo que eso no es algo que puedas decidir ahora mismo. Te necesito aquí. Deberás de presentarte conmigo para la cuestión de la exequias de Hans. Ninguna lo deseamos pero debemos de representar nuestros papeles Iori -
La mestiza enarcó las cejas. Le costaba creer lo que decía aquella mujer. De puro horror de lo que estaba escuchando, la sangre huyó de su rostro.
- ¿Qué significa eso? - intervino Sango. Justine miró con una sonrisa a Sango, cruzando las manos sobre el regazo.
- El funeral, Héroe. Debemos de asistir a la última despedida. Hoy toda Lunargenta llora la muerte de un buen hombre - respondió con evidente sarcasmo.
En el silencio del despacho tras aquellas palabras, solo Iori escuchó como algo partía. La poca cordura que le quedaba.
Lanzó una pierna hacia delante con fuerza, haciendo saltar la mesita de madera tallada y todo lo que había sobre ella por el aire. Justine se protegió con ambos brazos mientras la mestiza se ponía de pie, con la violencia de un animal salvaje.
- ¡Estas loca! ¿¿Crees que voy a formar parte de eso!? ¡Considérame muerta hoy! ¡Me da igual a quién tengas que darle explicaciones! La heredera desapareció, se acabó este juego, se acabó todo! No voy a ser parte de tus mentiras - en ese mismo momento se maldijo, sabiendo que romper con Justine era romper con la única persona viva que había conocido a Ayla. La única fuente de información, de la que beber y llenarse. De la que obtener más versiones de su madre. Pero la propuesta resultó escabrosa. Y Iori se imaginó ardiendo si llegaba a participar de alguna manera en un acto que sirviese para honrar a Hans. Se giró irradiando ira y se encaminó a la puerta.
Sango en cambio, observó con naturalidad la reacción de Iori. Se levantó después de posar la taza en la mesa y miró a Justine.
- ¿Ahora vas a ser tú quien la exhiba como tu heredera? ¿Vas a hacer que pase por toda eso? ¿Para qué? ¿Qué sentido tiene? ¿Qué pretendes con ello? - Sango entonces clavó los ojos en Iori - ¿Por qué quiere seguir torturándola? -.
La mestiza se detuvo delante de Charles, quien la miró con una expresión mortificada bloqueando la puerta.
- Déjame pasar - gruñó entre dientes. Y al detenerse allí, para evitar apartar al hombre de golpe, notó el mareo al instante.
Justine miró a Sango con los labios fruncidos y se acercó a él, bordeando el estropicio.
- Ahora no, Héroe, quizá más tarde - murmuró poniéndole un dedo en el pecho, justo en la zona que su camisa no cubría. - Espera Iori -
- ¡DÉJAME SALIR! - gritó Iori muy alto, llevándose las manos a la cabeza.
- Señorita, por favor, cálmese...- sonó a súplica la voz del mayordomo.
- Charles, ya ha tomado toda la infusión, ¡ten cuidado! - ordenó Justine.
El mareo aumentó a vértigo, y antes de que fuese consciente de que el suelo se acercaba a ella, los ojos de Iori se cerraron, y su cuerpo se desconectó al instante. Sango abrió mucho los ojos ante la cascada de acontecimientos. Empujó a un lado a Justine apartándole la mano de su pecho y llegó a tiempo para lanzarse y amortiguar la caída de Iori. Hizo una mueca de dolor pero se incorporó ligeramente para mirarla entre sus brazos.
Fue entonces cuando, detrás de una de las estanterías que llenaban de libros el despacho de Justine, asomó la sanadora, clavando sus fríos ojos azules en Iori.
- Iori, Iori - la llamó en voz baja. Se acomodó para quedar de rodillas con la mujer en sus brazos - Iori...- No quería alzar la mirada. Parecía temer no controlarse si lo hacía.
El cuerpo de Iori estaba laxo al contacto con Sango. Tenía los ojos cerrados pero su rostro parecía más relajado que en las ocasiones anteriores en las que él la había visto descansando.
- Está dormida - explicó Justine, mientras Charles, que había dado un paso hacia ambos se volvía a colocar en su posición, indeciso. - Dormirá todo el día, por su bien - explicó la señora de la casa. La elfa dio unos pasos hacia ellos y clavó los ojos en Iori.
- Su agitación hizo que el efecto de la droga actuase más rápido - explicó únicamente.
- ¿Qué te hace pensar que si la primera vez no salió bien ahora lo hará? - preguntó de nuevo la mujer de luto dirigiéndose hacia la elfa.
- No tengo forma de saberlo. - respondió directamente. - Necesito tiempo con ella. Hay algo malo en su éter -
- Si le pones una mano encima, elfa, te la arrancaré - contestó Sango sin apartar la mirada del rostro de la mestiza.
- Sango, sé razonable - habló Justine dando un paso hacia ellos para situarse frente al guerrero. - Iori necesita ayuda. Lo sabes tan bien como yo. ¿La has visto? El camino que ha elegido la ha consumido - evitó con mucho cuidado hablar de lo relacionado con Hans en presencia de Amärie.
- Si la elfa le pone una mano encima, se la arranco - repitió sin soltar a Iori.
- ¿Piensas que tú puedes curarla humano? - estalló la elfa, haciendo evidencia de nuevo de su mal carácter ante la frustración.
- Desde luego tú no puedes - y levantó la cabeza para mirar a la elfa.
Amärie avanzó hacia él con firmeza, y el gesto en la cara de quién se prepara mentalmente para lanzar un golpe. Fue la mano de Charles quien la interceptó.
- Mi señora Areth por favor - intentó mediar. El sonido de la bofetada que le propinó al mayordomo sonó en el despacho, creando tras él el silencio.
- Suficiente. - dijo entonces Justine con voz cansada. - Gracias por sus excelentes servicios. Recibirá el pago indicado al salir. Charles - llamó la mujer haciendo un gesto con una mano. La elfa se giró perpleja hacia ella.
- No es eso lo que habíamos acordado - siseó con furia. Justine únicamente le mantuvo la mirada, antes de que el mayordomo abriese la puerta. La elfa adquirió un tono de color rojo que daba la sensación de que estaba aguantando todo el aire en los pulmones. Se giró y dedicando una ardiente mirada a Sango salió hacia el pasillo, cerrando Charles la puerta tras ella. Justine suspiró y se inclinó ligeramente para observar mejor a Iori.
- Si un elfo o una elfa, le pone una mano encima a Iori, lo mataré. ¿Queda claro? - preguntó en un tono de voz bajo pero audible - Ahora, Justine, Charles, explicadme de qué va este asunto antes de que todo esto vaya a más. Por vuestro bien -
Los ojos de Justine no se apartaron de la cara de Iori. - ¿Tanto te cuesta creer que mis intenciones con ella son buenas? - preguntó con un deje cansado en la voz.
- Claro, por eso la envenenas - giró la cara hacia ella - Por eso quieres exhibirla como tu trofeo en el funeral de ese hijo de puta - bufó - ¿Tanto te cuesta creer que yo, un simple guerrero, sepa qué es lo mejor para ella en una situación como esta? - imitó la pregunta de Justine en contraposición a ella.
Los ojos miel de Justine se volvieron para mirar a Sango ahora. Mantuvo el silencio unos instantes, pensando con calma en sus palabras.
- Está bien. No asistirá a los actos por el funeral de Hans. No volveré a llamar a ningún elfo sanador para que la atienda. Pero se quedará aquí hasta que se recupere. - y sobre aquel punto no había negociación. - ¿No lo ves? ¿No la ves? Si sigue así, su tiempo estará agotándose. Necesita descansar y alimentarse - Bajó de nuevo la vista, para observar la cara de una Iori durmiente que parecía tranquila en brazos de Ben. Él volvió la cara hacia Iori y la observó durante un rato en silencio.
- Sí - dijo finalmente - Soy consciente de su estado. Tienes razón, necesita descanso y comer, pero, ¿acaso vas a obligarla? - preguntó mirando hacia Justine - ¿Crees que la sanación élfica la va a ayudar? No has visto el daño que le ha hecho. No volverá a pasar por eso - negó con la cabeza y bajó la mirada a Iori - Descansará y comerá. Encontraré el modo de hacerlo -
- ¿Te quedarás aquí? - inquirió con sorpresa la mujer, levantándose despacio frente a ambos.
- Sí - contestó - con ella-. Justine alzó los ojos y miró a Charles. No pareció tardar mucho en aceptar la decisión de Sango.
- Dispón lo necesario para alojar también al señor Nelad en nuestras estancias. Asegúrate de que sea cerca de la habitación de Iori - miró a Sango de nuevo. - Amärie dijo que esas hierbas la harían dormir durante horas. Desconozco exactamente cuándo despertará. Lo mejor será que descanse todo lo que precise. Habrá tiempo de hacerla comer y continuar con la conversación cuando se encuentre restablecida - Se inclinó de nuevo hacia Iori, y extendió una mano hacia su mejilla, para acariciar con el dorso su piel. Había un destello similar a la melancolía en los ojos de la mujer. - Me encargaré de lo que tiene que ver con Hans -
- Gracias, mi señora - acertó a decir.
Justine miró a Charles y sin necesidad de añadir nada más, hizo un gesto para guiar a Sango con Iori en brazos por los pasillos. Avanzaron en silencio hasta que él habló.
- Deseo, sepa el señor Nelad perdonar lo acontecido. La señora pensaba con sinceridad que era lo más conveniente para Iori. - Aunque él había actuado por indicación de su señora, el mayordomo parecía únicamente preocupado por la imagen que se llevase Sango de Justine, no haciendo ni el amago de pedir disculpas por él mismo. - La habitación de la señorita será la misma. Prepararé la que está justo al lado para usted. Confío que sea de su agrado esa disposición - explicó antes de detenerse delante del dormitorio del que habían salido antes.
- No hay nada que disculpar Charles - dijo Sango - En todo caso el que debería disculparse soy, pero... Actué según lo que es mejor para ella -
- Necesitaré unos instantes. Lo avisaré cuando esté lista para que usted entre. Confío en que se sentirá a gusto esperando aquí - miró de forma implícita a la Iori durmiente. Se inclinó y se alejó con paso rápido y eficiente, dejando que Sango entrase en la habitación con Iori.
Ben caminó hacia la cama y la posó con cuidado. La capa, que aún seguía allí, sirvió como manta para cubrir su cuerpo. Se quedó un instante observándola. Parecía estar bien. Todo lo bien que se podía estar después de un día como aquel. Le apartó un mechón de pelo y posó sus labios sobre la frente de Iori.
- Descansa - dijo antes de alejarse en dirección a la mesa en la que había dejado todas sus cosas. La armadura aún seguía en el suelo. Sango se acomodó sentándose en la silla, y el tiempo del resto del día discurrió lentamente entre ambos.
La luz anaranjada del atardecer entraba a raudales, cubriendo con un color mortecino la habitación. Iori continuaba durmiendo, lo que parecía un buen descanso. La puerta se abrió con suavidad y fueron los tacones de Justine los que rompieron el silencio que había dentro. Parecía que los actos en recuerdo de Hans habían terminado por ese día. Se detuvo a los pies de la cama de la mestiza y preguntó sin mirar a Sango.
- ¿Cómo se encuentra? -
- Duerme. Casi ni se ha movido en toda la tarde - respondió Sango que estaba sentado en la silla y observaba a Justine. La mujer observó largo rato el rostro de Iori desde su posición, sin poder ocultar completamente la sorpresa que la embargaba. Costaba creer, que dos personas diferentes tuviesen aquella similitud tan exacta. Excepto claro, los ojos. Con Iori dormida sobre la cama, la fantasía de que aquella fuese su amiga de la infancia la abatió por dentro. Y recordó. Volvió a tener quince años. Y volvió a estar sentada en el lecho del río aquel verano con ella. Su sonrisa se hizo amarga.
- ¿Cómo te encuentras tú? - inquirió mirándolo ahora de soslayo. La pregunta le cogió por sorpresa. Se encogió de hombros y luego se rascó una mejilla.
- Bien, supongo - dijo - ¿Qué tal estás tú? ¿El peso del imperio ya recae sobre tus hombros? - provocó. Ella sonrió mirándolo.
- En parte ya lo hacía antes. Estaba preparada para este momento - señaló el atardecer y se acercó unos pasos a la posición en la que se encontraba Sango. - Deberías descansar tú también. La cena estará lista en breve - Él asintió y reconoció la elegancia con la que se deshacía de sus provocaciones.
- No os preocupéis, mi señora - volvió al tono formal - No hice más que descansar en toda la tarde - dio la sensación de que quiso añadir algo más, pero lo dejó pasar. La mirada de la mujer se llenó de una expectación que Sango sabía reconocer. Avanzó con pasos lentos hacia él, sin dejar de observarlo.
- Ella no se moverá de aquí. Y nadie entrará en su habitación - argumentó deteniéndose delante de él ahora, con apetito evidente. Él miró a Justine a los ojos. Frunció el ceño y esbozó una tímida sonrisa.
- ¿Me vas a invitar a cenar? - bromeó. Justine dio un paso más hacia él. La atracción que sentía por Sango, aunque controlada, era evidente en sus ojos.
- Podemos comenzar cenando. Y añado, podemos jugar a las cartas juntos después - susurró trayendo encima de la mesa la excusa que él le había dado cuando habían estado en su dormitorio esa mañana. La sonrisa se le borró del rostro a Sango cuando fue consciente de lo que estaba pasando. Ben apoyó las manos en el asiento.
- ¿Y qué hay de cena? - preguntó y se puso de pie quedando un escaso palmo de Justine. Acercó la cabeza a la de ella y se apartó dedicándole una sonrisa - ¿Habrá algo de veneno? ¿Quizá una furtiva elfa entrando en un dormitorio? - la sonrisa no se le borró del rostro. Tampoco se apartó una pulgada de ella.
La mirada de Justine se entrecerró y dio un paso hacia él, aprovechando su cercanía. De nuevo, casi cuerpo a cuerpo con una mujer en aquel Palacete. Alzó la mano y buscó agarrarse al borde del pantalón oscuro que vestía Sango.
- No soy una mujer celosa Sango. No tengo problema con que vosotros también encontréis diversión en vuestros momentos íntimos. Y seguro que Iori tampoco es celosa - sonrió con la expresión más sugerente que podía esbozar, mientras tiraba un poco de él para acercarlo a ella.
- ¿Justine? - dijo en un susurro.
La mujer amplió su sonrisa, mirándolo expectante y agarrándose ahora a él con las dos manos.
- Lárgate -.
La mujer congeló la mirada mientras observaba la resolución en los ojos del soldado. Se retiró despacio, soltándolo.
- Creí ver en ti... interés.- susurró bajito, como si aquello fuese una vergüenza para ella.
Sango tornó a una expresión seria y negó lentamente con la cabeza.
- No hay, mi señora - respondió Sango antes de volver a tomar asiento.
La mujer bajó, por primera vez, la vista hacia el suelo, para esconder el rojo de sus mejillas. No volvió la vista ni para observar a Iori antes de salir de la habitación, con el suave sonido de su ropa arrastrando por el suelo. Ni buenas noches ni que aproveche. Una palabra como aquella rompería la poca dignidad que intentaba mantener de una pieza en ella.
No tardaron en llevar hasta la habitación una bandeja llena con la cena de la noche. En esta ocasión Sango pudo disfrutar de un buen menú. Sopa de almendras y azafrán, ensalada con queso de cabra y naranja, un hojaldre relleno de berenjenas y tomates y de carne, unos rollitos de trigo, cerdo mechado y mayonesa ahumada.
La noche discurrió con tranquilidad. Lejos de los ruidos que solían acompañar esas horas del día en otros puntos de Lunargenta. La mestiza apenas se movió en unas pocas ocasiones. Todas ellas para cambiar de postura y acomodarse más profundamente dentro de la capa de Sango.
Las risas de la mujer se superponían a los ruiditos que hacía el bebé, en aquella pugna que mantenían ambos. Ella se inclinaba sobre él, en un intento por terminar de vestirlo.
Mientras, la mano redondita había conseguido atrapar algunos mechones de color castaño entre los dedos, y los apretaban como si aquel fuese el triunfo del día en su complicada vida de infante. En sus ojos azules se veía la diversión que le producía aquel juego.
Lo tomó en brazos tras haber ganado parcialmente la batalla. Había conseguido colocarle la ropa correctamente, pero la criatura a cambio mantenía en su palma el cabello de su madre, mirándola de forma exultante.
La risa de ella, resignada, mientras alzaba al bebé contra su pecho y lo cargaba hasta alcanzar la zona de la casa en la que ardía el fuego. La mermelada de moras necesitaba atención, y era preciso remover cada poco.
Toda la casa estaba impregnada del aroma de la fruta.
El calor del bebé se fundía contra el cuerpo de la mujer mientras ella comenzó a mecerlo, tarareando una canción sin letra.
Escuchó los pasos antes de verlos, y se volvió hacia la puerta con una sonrisa en los labios.
Dos figuras.
Un niño. Rondaría los seis años. Tras él, un hombre. Con la claridad del día a su espalda sus rasgos resultaron poco precisos.
- Ei - llamó la mujer inclinándose hacia delante mientras sostenía al bebé.
El pequeño corrió hacia ella, se agarró a su falda con una mano, y con la otra acarició la carita del niño que seguía jugando con el cabello de su madre.
- ¿Sabes qué mamá? ¡Papá ha rescatado a un ratoncito! - dijo el pequeño con voz cantarina.
- ¿Eso ha hecho? - preguntó la mujer. Alzó la vista hacia la figura masculina. Permanecía en las sombras, a contraluz de la claridad que entraba por la puerta.
Volvió a bajar la vista para fijarse en la cara del pequeño de encendidas mejillas.
Y vio el bosque en sus ojos.
Iori se incorporó de golpe. Estaba empapada en sudor. La sensación de lo que acababa de soñar era tan intensa, que pensó percibir todavía el olor de las moras en el aire. Observó en dónde se encontraba y reconoció la habitación. Miró a un lado, y recordó que, allí en el suelo, había estado con él. La claridad de la noche entraba como si fuese un brillo fantasmal, permitiendo distinguir pero sin ver.
¿Qué demonios había pasado? Los recuerdos de la conversación en el despacho se movía como humo en su mente.
Frente a ella, a los pies de la cama, sentado sobre una silla una figura. En la penumbra, sin poder distinguir bien sus rasgos, como el hombre de su sueño. Pero, sin necesidad de comprobarlo sabía que aquel era Sango. Parecía estar dormido, en una posición nada cómoda. Bajó la vista hacia la capa que la había mantenido abrigada hasta ese momento.
Ei.
De Eithelen.
¿No?
El cabello castaño.
Era Ayla.
¿Verdad?
El bebé de ojos azules era Iori.
Pero, ¿Aquel niño de ojos verdes y luz en la mirada?
Sintió una extraña presión en el pecho y volvió a alzar la vista, observando al Héroe que había descendido de categoría a guardián. Por su culpa.
"Cuando algo te duela, déjalo doler hasta que deje de hacerlo".
Mirar su figura la laceraba por dentro. Quiso hacer algo, ir junto a él, despertarlo. Taparlo, acariciarlo. Hablarle, susurrarle, besarlo de nuevo... tan llena de cosas que quería, y terminó sin hacer ninguna. Manteniendo la distancia con él para evitar acentuar el dolor.
La luz del cielo había comenzado a cambiar, con la proximidad del alba, cuando Iori volvió a dejar caer su cuerpo sobre el colchón. Vencida de nuevo por el sueño.
Sango, que acababa de abrir los ojos, vio las primeras luces del día colarse entre las cortinas. Se levantó y dejó que todo el cuerpo crujiera mientras observaba a Iori dormir bajo su capa. Caminó, entonces, hacia el ventanal cuando alguien llamó a la puerta. Se detuvo, suspiró y dio la vuelta para encaminar sus pasos hasta la puerta. Bostezó y acto seguido abrió.
Charles hizo una inclinación de saludo y se volvió a poner tieso como una vara.
- Buenos días señor Nelad. Lamento interrumpirlo tan temprano pero, el maestro ha llegado - indicó.
- ¿Qué maestro? - preguntó Sango pasándose las manos por la cara.
- El maestro Zakath - aclaró Charles mirándolo.
- Será una broma - Sango se despertó de golpe.
- Me temo que esa habilidad no está entre mis capacidades más reseñables, señor - añadió con un intento de esbozar una sonrisa. Se hizo a un lado y con dos lentos y firmes pasos, los ojos metalizados de un frío verde se clavaron en Ben desde su altura.
- Tengo entendido que has hecho un buen trabajo, Ben - saludó Zakath.
Sango miró a Charles y luego a Zakath. Se cuadró y se llevó el puño al pecho antes de hacer una inclinación de cabeza.
- Maestro Zakath, un honor - dijo Sango sin levantar la cabeza.
Sango pudo notar la mano grande y cálida de su maestro, posándose en su hombro. Le apretó suavemente un instante y la apartó.
- Tenemos que hablar. ¿Puedo pasar? - preguntó sin moverse del pasillo, analizando a Ben con la mirada.
- Iori está dentro, está dormida - se echó a un lado - Si no hacemos mucho ruido...- le hizo un gesto para que pasara.
La mirada del anciano oteó lo que se veía desde el hueco de la puerta, para deslizarse lentamente de nuevo a los ojos de Ben. No varió el gesto, no cambió la expresión de su cara, pero los ojos de aquel hombre podían leer en él aún cuando Sango no abría la boca.
Se giró ligeramente para hacerle un gesto de gratitud a Charles, el cual le devolvió una profunda reverencia. Entró en la habitación, evitando en esta ocasión que sus pesados pasos hiciesen ruido en el suelo. Se detuvo a mitad de camino, y observó a Iori dormida cubierta por la capa de Sango desde la distancia.
- ¿Sabes Ben? en ocasiones la gente golpea al lobo hasta que muerde, solo para poder decir que es malo - y apartó sus ojos de la cama.
Morderlo hasta que doliera. Que la mordiera hasta que la sangre saliera. Dejar que se hundiera en su cuerpo, hasta la inconsciencia.
Anudó las cintas en su cadera, siendo dolorosamente consciente de su presencia tras ella. Un Sango que miraba por la ventana con una calma que despedazaba sus nervios. El poco control que le quedaba. Quiso gritar. Pero únicamente resopló cansada cuando estuvo lista.
Él se giró y la miró con una sonrisa, y con paso ligero se aproximó hasta dónde ella se encontraba y le tendió un brazo. El izquierdo.
El brazo reservado para la novia el día de la boda. El que uniría a la pareja en el comienzo de la vida que compartirían para siempre. ¿Era aquello una burla? Observó a Ben a su lado con un gesto de extrañeza en los ojos. Intentando ver cuál era su intención.
-¿Qué pretendes? - inquirió incómoda, mirándolo antes de desviar la cara. El contacto visual con él apenas fue un segundo. El verde de Sango le quemaba de alguna manera. La respuesta inocente de su pregunta le permitió saber que el soldado desconocía por completo el significado de aquel gesto. Pero eso no sirvió para aligerar el peso de su corazón.
- Pues ir a ver Justine - su sonrisa se ensanchó -. ¿No puede un caballero ofrecer el brazo a una dama? -
Lo miró de forma automática cuando él habló, pero volvió a desviar los ojos de él. Incómoda. Un caballero, lo primero que haría sería abrocharse como era debido la camisa. Verlo así le recordaba lo que acababan de compartir. Porque era así exactamente como lucía. Salido de un buen encuentro sexual. Solo que, en el caso de ellos, el juego había terminado de forma repentina.
- ¿El izquierdo? - preguntó antes de resoplar y salir hacia el pasillo, dejando atrás a Ben y a Charles. Caminaba con rapidez, como haría alguien que huye de algo. Huía de él. De la gentileza que Ben le mostraba, que la volvía débil. Del atractivo que suponía para ella, lo cual la humedecía.
Sango miró a Iori alejarse y cruzó su mirada con Charles. Alzó los hombros como toda respuesta a su expresión interrogante y echó a caminar tras Iori. A los pocos metros el mayordomo se inclinó hacia Sango. Parecía haberse debatido interiormente en si tomar parte en aquella confusión o no.
- Sin duda este tipo de usos y costumbres no son del conocimiento de un hombre como usted, pero el brazo izquierdo está reservado para el novio y la novia el día de su enlace - explicó con todo amable, antes de acelerar para situarse al lado de Iori.
A Sango se le borró la sonrisa de la cara y se detuvo en mitad del pasillo. Parecía evidente que tras la explicación del mayordomo, había comprendido hondamente la molestia que emanaba de Iori ante su ofrecimiento. Cerró los ojos un breve instante y después de maldecirse, reanudó la marcha, ahora con gesto serio.
Atravesaron una zona que él ya conocía y entraron en el enorme despacho acristalado de Justine. Iori entornó los ojos, para acostumbrarse a la luz que entraba en aquel lugar. Prácticamente toda la pared que daba hacia los jardines eran ventanales de cristal. La mujer que los recibió, de pie en mitad de la estancia estaba magnífica. El maquillaje era perfecto, con gusto por el color rojo que siempre acompañaba sus labios. El pelo impoluto, recogido en un cuidado moño que dejaba sueltos los mechones adecuados para realzar su rostro. El vestido que usaba era de un negro vivo, como el que ella misma llevaba. En su elaboración se notaba el toque de cuidado y trabajo artesanal a medida que ayudaba a componer de aquella mujer la viva imagen de la elegancia y la distinción.
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- Mi señora - saludó Charles realizando una de sus acostumbradas reverencias. La mujer le hizo un gesto y este se colocó al lado de la puerta, tras indicarle a ambos que entrasen hasta la zona de los sofás, cerca de las ventanas que daban al jardín. Iori la miró fijamente, y aceptó andar únicamente por la increíble amabilidad que había mostrado el mayordomo durante todo aquel tiempo con ella. No deseaba desairarlo. Se sentó en el sofá mullido, justo en frente de dónde lo hizo ella, y dejó sitio para que el Héroe se sentase a su vera.
La mujer clavó sus ojos en ella. La observó en silencio, con gesto relajado y algo similar a una ligera sonrisa. Fue entonces, en sus ojos, cuando Iori creyó ver un matiz similar. Sin duda, el dorado de Ayla era más intenso. Más vibrante y claro. Pero Justine parecía tener un color ambarino en su iris que le hizo pensar en su madre. ¿Un rasgo común en la gente de aquella zona? Los ojos azules, casi blancos de Hans aparecieron en su recuerdo, y toda ella se envaró.
- ¿Cómo te encuentras pequeña? - inquirió la mujer. La dulzura con la que llenó sus palabras no llegó en cambio a ella.
- Tú... - murmuró Iori, prescindiendo por completo de un lenguaje honorífico hacia Justine. - Hace un año - refirió a su encuentro. Recordó el desayuno con Nousis en aquella cara posada. La forma en la que escuchó a alguien chillar tras ella, antes de quedar encerrada entre dos brazos que le cortaron el aliento. La mujer había demostrado una fogosidad inusitada, completamente convencida de que Iori era otra persona.
Aquel abrazo de reencuentro estaba destinado a Ayla. Y algo dolió en la garganta de la mestiza. Dolió que su madre no tuviese jamás la oportunidad de recibirlo por ella misma. Dolió el recuerdo de Nousis, el error que había cometido construyendo en ella un estúpido espejismo.
Dolió saber que ella no fraguaría nunca una relación que se tradujese en un abrazo como aquel...
- Sí, hace un año. Aquel encuentro. En la posada Pico de Oro. Desde aquel día has tenido los ojos de Hans puestos en ti. Aunque fuiste complicada de encontrar. Sobre todo cuando te perdió la pista en Sandorai. Él no gozaba de muchos amigos en aquellas tierras... - respondió lacónica.
La referencia hizo que Iori tentase su espalda. Con la excepción de los Ojosverdes, encabezados por Dhonara. Entrecerró los ojos conteniendo la agitación que se retorcía en su pecho como las aguas subterráneas. Invisibles, pero que alimentadas de la forma adecuada podían romper y hacer temblar la tierra, arrastrando todo a su paso. Justine parecía empeñada en alimentar aquel flujo, aunque la expresión de su mirada llamase a la conciliación entre ambas.
- Si eras tú desde el principio Seda, ¿Por qué te ocultaste? - preguntó con voz dura.
- Necesitaba ayudarte a seguir adelante con tu plan. Sin desviar tu atención a cuestiones que se podían explicar más tarde. - los ojos ámbar miraron a Sango. Iori reparó entonces que él se había sentado justo a su lado. Parecía tranquilo, y continuaba con aquel aspecto de recién levantado de cama que ni Iori comprendía muy bien a qué se debía. Desvió la mirada de él para centrarse en Justine, y la mestiza leyó en ellos una atención fija en el guerrero.
Supo lo que aquello significaba al instante.
Había muchas cosas que ella desconocía, pero el lenguaje y los deseos del cuerpo no eran una de ellas. Sabía que le gustaba lo que estaba mirando, aunque parecía ligeramente sorprendida por la forma tan clara de mostrarse Ben hacia ella. Sango.
¿Era eso lo que se traían entre manos? Iori aceró los ojos, mientras la mujer enarcaba una ceja sin dejar de mirarlo. A la vista de todos no fue el suyo un gesto de molestia. Al contrario, era puro interés en lo que veía. Y Iori hizo lo que tenía hecho tantas otras veces cuando surgía una situación similar. Echar tierra sobre ello. La mujer volvió a mirarla despacio.
- Fue duro presenciar lo que hiciste, pero no dudo que él se lo merecía. Eso y más. -
- ¿Presenciar? - preguntó Iori frunciendo el ceño. Justine abrió los ojos sorprendida.
- ¿No tuvisteis tiempo de hablar? - preguntó extrañada ella también, mirando ahora a Sango. - Oh, no, por supuesto que no - añadió al final con un punto extraño en la voz.
Iori, que había estado con la vista fija en la mujer, miró a Sango a su lado, con los ojos muy abiertos. Pero él no hizo contacto con ella. Las preguntas se multiplicaron. ¿Cómo habían presenciado? ¿Lo habían hecho juntos? ¿Por qué él no le había aclarado nada? ¿Esos eran los ojos del Dios Tyr que la protegían? ¿Los suyos? La estupefacción dio paso a un conato de enfado, que comenzó a fraguarse en ella ante las imposibilidad de encontrar respuestas. Bajó la vista a sus manos, y vio que en algún momento, estas aferraron el caro terciopelo para estrujarlos en sus puños.
Y entonces recordó el golpe. El golpe que había sonado cuando Hans se acercó con el abrecartas a sus ojos. El que le proporcionó la distracción que necesitaba para poder soltarse de las cadenas. Para comenzar con lo que había ido a hacer allí. Y comprendió.
Pero aquello no bastó para apartar de ella el horror. El miedo de que él, en algún momento, la mirase a ella con los ojos con los que ella se veía a si misma.
- Tuvimos tiempo de hablar, mi señora Justine - dijo tranquilamente -. Pero alguien decidió atacar a Iori y eso es - hizo una pausa para buscar la palabra adecuada, alzó las cejas - Inaceptable - clavó sus ojos en Justine y terminó por sonreírle.
- ¿Atacar? - preguntó adquiriendo un matiz serio en la mirada. Charles dio un paso adelante.
- El señor Nelad se refiere a la sanadora Amarie - precisó.
- Ah sí, ya he sido informada de lo... infructuoso de su intento de curación contigo Iori - le quitó importancia. En ese momento una sirvienta entró con una bandeja de plata. Una escena similar a la vivida por Sango en aquel mismo lugar, no hacía tanto tiempo. Todos guardaron silencio, mientras los ojos de Iori seguían clavados en él. Sintió entonces la presión sobre el pecho. La que nacía de aquella cosa oscura que dormitaba dentro de ella. Fijó la vista en la mesa de nuevo y aligeró la fuerza que hacían las manos sobre el vestido. Vio servir a la muchacha dos tazas humeantes allí mismo, y la tercera, la de Iori, ya venía lista, por lo que la colocó justo delante de ella antes de retirarse.
- No te preocupes, buscaremos la manera que sea adecuada para que te recuperes. Te sienta bien el vestido pero estás demasiado delgada... sin duda has pasado por mucho. Y aún así, luces exactamente igual que ella...- comentó con un tono de añoranza en la voz. Sus últimas palabras arrancaron un latido irregular en su corazón.
Se lo habían dicho. Y lo había podido comprobar por ella misma en aquel recuerdo, en el templo. Pero, a pesar del parecido, Iori se percibía a si misma como una versión corrupta de Ayla. Una forma depravada, llena de una energía contraria a la de su madre.
- Que sea adecuada el qué, ¿otro intento de la elfa? - preguntó Sango. Justine lo miró de nuevo.
- Héroe, no está entre mis intenciones proporcionarle dolor a Iori. Es la hija de la que fue una amiga excepcional para mí, y pienso encargarme de ella en honor a Ayla - aseguró con voz firme. Iori bajó un instante la cabeza. Finalmente, el motivo.
No comprendía en absoluto qué era lo que movía a la mujer para tomar partido en aquel proceso. Más allá de sacarse de encima a un marido al que a todas luces odiaba. La mención a una relación de amistad tan profunda produjo en Iori una ola que no supo cómo gestionar. Le costaba imaginar un sentimiento de tamaña intensidad. Más allá del tiempo y del espacio que había separado a ambas mujeres en su juventud.
En su cabeza, la imagen de Ayla brilló más. Mientras ella se hacía más pequeña. Mas oscura.
Más sola.
- Tendremos tiempo de hablar sobre ese tema. Pero antes de nada he de informaros de los tristes acontecimientos acaecidos esta mañana en la mansión Meyer - cruzó las piernas y la tela resbaló, mostrando buena parte de ellas gracias a una abertura lateral que se escondía en la falda. La mujer estaba acostumbrada a seducir, sabía cómo gustar y hacerlo todo de forma elegante. Se inclinó hacia la mesa para tomar la taza y bebió de ella. - Antes por favor, acompañadme con la infusión. Nos tranquilizará y templará el ánimo a todos - invitó mirándolos a ambos de forma alterna. Iori había enmudecido, y llevó la mano al asa de su taza obediente.
Ben asintió y dejó pasar el tema. Sus ojos, entonces, se fijaron en el movimiento de Justine y en cómo sus piernas quedaron a la vista. Se inclinó hacia delante para agarrar la taza y volvió a situarse ligeramente hacia atrás mientras soplaba sobre el contenido y seguía mirando.
Iori bebió, aguantando la elevada temperatura del líquido sin problemas. Estaba ardiendo, al punto de que la sensación de quemazón le recorrió todo el pecho. Pero hacía tiempo que la mestiza había aprendido a disfrutar de las cosas que le hacían daño. Dejó la taza de nuevo sobre el platillo de la mesa. Vacía. Justine enarcó una ceja ante el gesto, y sonrió de forma ligera a Sango mientras colocaba en su regazo la taza, acariciando con suavidad el borde con un dedo. Tras unos segundos, compuso cara de circunstancias y habló.
- Hoy, la alegría que llegó con la muchacha que tanto tiempo hemos buscado, se vio arrancada de cuajo de nuestras vidas, cuando mi estimado esposo Hans Meyer fue asesinado. - se detuvo un instante y bajó los ojos, en un gesto perfecto para evidenciar lo compungida que estaba. - Cuando al fin conseguimos traer a nosotros a la única familia que le quedaba a mi marido, su tesorero, Randall, hizo su juego más sucio. Aterrado por la posición de la nueva heredera, y sabiendo que su situación en la mansión peligraba, enloqueció. Atacó a Hans y a Iori en su despacho, después de que el gran Héroe Sango los hubiera reencontrado a ambos - Con la mano bajo su nariz, ahogó un pequeño sollozo. - Únicamente su presencia fue lo que consiguió sacar a la muchacha con vida de allí, pero mi esposo... mi pobre esposo... ese malnacido recibió en el acto la muerte que merecía por su pecado. Por traicionar a su señor y acabar con su vida. - arengó con pasión y venganza en los ojos en aquel último instante.
Iori observaba, con ojiplática la interpretación de Justine, mientras la mujer se volvía a recostar serena contra el respaldo. La viveza del sufrimiento impresa en su cara se diluyó, pasando a mirar a ambos con cara de paciencia, analizando si habían entendido el mensaje.
- Eso es lo que ha pasado, y lo que le he dicho a la guardia que ya ha tomado por asalto la mansión. Hablaré esta misma tarde con el juez sobre el tema y esta será la versión de los hechos que presentaremos. No ha sucedido ninguna otra cosa en ese despacho. ¿Comprendido? - preguntó mirándolos de nuevo con la mirada de quién está acostumbrada a ser obedecida. Iori tenía la garganta seca, a pesar de haber bebido todo.
Con la taza a medio palmo de su cara Ben había observado la escena de Justine y escuchado la historia de lo que había ocurrido poco después del medio día.
- Sí, mi señora - fue lo único que pudo añadir Sango.
Iori se levantó entonces. Tensa como la cuerda de un arco a punto de disparar. Allí faltaba información. Cosas que no comprendía. Sabía que Hans había puesto precio a su cabeza. Que la buscaba sana y salva. Pero, ¿cubrir su caza de un barniz honorable? ¿Pretender justificar ante toda Lunargenta sus desvelos por Iori de un falso amor filial? El agua que la envenenada por dentro estaba a punto de desbordar.
- ...¿Heredera? - siseó.
- Era la excusa de Hans. Te lleva buscando todo este tiempo haciendo circular la información de que sois parientes. Esa era la única verdad de sus argumentos. Quería revestir de nobleza la campaña en la que buscaba a la hija de su prima para designarla su sucesora y presentarla en sociedad. Mostrarte como una joven respetable durante el día para meterte en su cama de noche - añadió con una dureza injustificada. El golpe dentro del pecho que dio su corazón hizo tambalear a Iori cuando escuchó aquellas palabras. - Poco le hiciste a ese desgraciado - añadió Justine finalmente, antes de beber de nuevo con finura de la taza.
- Espero que los Dioses sabrán qué hacer con él ahora que lo tienen en sus manos - respondió entre dientes, apretando con fuerza los puños. Justine miró a Iori y le hizo un leve gesto con la mano.
- No te desgaste muchacha, no te encuentras en tu mejor momento. Siéntate y deja que el calor de la infusión relaje tu cuerpo - indicó de forma demasiado precisa. Charles se removió tras ellos un instante, con gesto incómodo. Iori le mantuvo la mirada pero se sentó, de la misma forma que haría un roble si se lo propusiera.
- No tengo intención de quedarme aquí realmente. Ni para recuperarme ni mucho menos para ser heredera de nadie - articuló. Justine sonrió y se inclinó para dejar el plato sobre la mesa, aprovechando el momento para clavar los ojos en Sango a través de las oscuras pestañas.
- Me temo que eso no es algo que puedas decidir ahora mismo. Te necesito aquí. Deberás de presentarte conmigo para la cuestión de la exequias de Hans. Ninguna lo deseamos pero debemos de representar nuestros papeles Iori -
La mestiza enarcó las cejas. Le costaba creer lo que decía aquella mujer. De puro horror de lo que estaba escuchando, la sangre huyó de su rostro.
- ¿Qué significa eso? - intervino Sango. Justine miró con una sonrisa a Sango, cruzando las manos sobre el regazo.
- El funeral, Héroe. Debemos de asistir a la última despedida. Hoy toda Lunargenta llora la muerte de un buen hombre - respondió con evidente sarcasmo.
En el silencio del despacho tras aquellas palabras, solo Iori escuchó como algo partía. La poca cordura que le quedaba.
Lanzó una pierna hacia delante con fuerza, haciendo saltar la mesita de madera tallada y todo lo que había sobre ella por el aire. Justine se protegió con ambos brazos mientras la mestiza se ponía de pie, con la violencia de un animal salvaje.
- ¡Estas loca! ¿¿Crees que voy a formar parte de eso!? ¡Considérame muerta hoy! ¡Me da igual a quién tengas que darle explicaciones! La heredera desapareció, se acabó este juego, se acabó todo! No voy a ser parte de tus mentiras - en ese mismo momento se maldijo, sabiendo que romper con Justine era romper con la única persona viva que había conocido a Ayla. La única fuente de información, de la que beber y llenarse. De la que obtener más versiones de su madre. Pero la propuesta resultó escabrosa. Y Iori se imaginó ardiendo si llegaba a participar de alguna manera en un acto que sirviese para honrar a Hans. Se giró irradiando ira y se encaminó a la puerta.
Sango en cambio, observó con naturalidad la reacción de Iori. Se levantó después de posar la taza en la mesa y miró a Justine.
- ¿Ahora vas a ser tú quien la exhiba como tu heredera? ¿Vas a hacer que pase por toda eso? ¿Para qué? ¿Qué sentido tiene? ¿Qué pretendes con ello? - Sango entonces clavó los ojos en Iori - ¿Por qué quiere seguir torturándola? -.
La mestiza se detuvo delante de Charles, quien la miró con una expresión mortificada bloqueando la puerta.
- Déjame pasar - gruñó entre dientes. Y al detenerse allí, para evitar apartar al hombre de golpe, notó el mareo al instante.
Justine miró a Sango con los labios fruncidos y se acercó a él, bordeando el estropicio.
- Ahora no, Héroe, quizá más tarde - murmuró poniéndole un dedo en el pecho, justo en la zona que su camisa no cubría. - Espera Iori -
- ¡DÉJAME SALIR! - gritó Iori muy alto, llevándose las manos a la cabeza.
- Señorita, por favor, cálmese...- sonó a súplica la voz del mayordomo.
- Charles, ya ha tomado toda la infusión, ¡ten cuidado! - ordenó Justine.
El mareo aumentó a vértigo, y antes de que fuese consciente de que el suelo se acercaba a ella, los ojos de Iori se cerraron, y su cuerpo se desconectó al instante. Sango abrió mucho los ojos ante la cascada de acontecimientos. Empujó a un lado a Justine apartándole la mano de su pecho y llegó a tiempo para lanzarse y amortiguar la caída de Iori. Hizo una mueca de dolor pero se incorporó ligeramente para mirarla entre sus brazos.
Fue entonces cuando, detrás de una de las estanterías que llenaban de libros el despacho de Justine, asomó la sanadora, clavando sus fríos ojos azules en Iori.
- Iori, Iori - la llamó en voz baja. Se acomodó para quedar de rodillas con la mujer en sus brazos - Iori...- No quería alzar la mirada. Parecía temer no controlarse si lo hacía.
El cuerpo de Iori estaba laxo al contacto con Sango. Tenía los ojos cerrados pero su rostro parecía más relajado que en las ocasiones anteriores en las que él la había visto descansando.
- Está dormida - explicó Justine, mientras Charles, que había dado un paso hacia ambos se volvía a colocar en su posición, indeciso. - Dormirá todo el día, por su bien - explicó la señora de la casa. La elfa dio unos pasos hacia ellos y clavó los ojos en Iori.
- Su agitación hizo que el efecto de la droga actuase más rápido - explicó únicamente.
- ¿Qué te hace pensar que si la primera vez no salió bien ahora lo hará? - preguntó de nuevo la mujer de luto dirigiéndose hacia la elfa.
- No tengo forma de saberlo. - respondió directamente. - Necesito tiempo con ella. Hay algo malo en su éter -
- Si le pones una mano encima, elfa, te la arrancaré - contestó Sango sin apartar la mirada del rostro de la mestiza.
- Sango, sé razonable - habló Justine dando un paso hacia ellos para situarse frente al guerrero. - Iori necesita ayuda. Lo sabes tan bien como yo. ¿La has visto? El camino que ha elegido la ha consumido - evitó con mucho cuidado hablar de lo relacionado con Hans en presencia de Amärie.
- Si la elfa le pone una mano encima, se la arranco - repitió sin soltar a Iori.
- ¿Piensas que tú puedes curarla humano? - estalló la elfa, haciendo evidencia de nuevo de su mal carácter ante la frustración.
- Desde luego tú no puedes - y levantó la cabeza para mirar a la elfa.
Amärie avanzó hacia él con firmeza, y el gesto en la cara de quién se prepara mentalmente para lanzar un golpe. Fue la mano de Charles quien la interceptó.
- Mi señora Areth por favor - intentó mediar. El sonido de la bofetada que le propinó al mayordomo sonó en el despacho, creando tras él el silencio.
- Suficiente. - dijo entonces Justine con voz cansada. - Gracias por sus excelentes servicios. Recibirá el pago indicado al salir. Charles - llamó la mujer haciendo un gesto con una mano. La elfa se giró perpleja hacia ella.
- No es eso lo que habíamos acordado - siseó con furia. Justine únicamente le mantuvo la mirada, antes de que el mayordomo abriese la puerta. La elfa adquirió un tono de color rojo que daba la sensación de que estaba aguantando todo el aire en los pulmones. Se giró y dedicando una ardiente mirada a Sango salió hacia el pasillo, cerrando Charles la puerta tras ella. Justine suspiró y se inclinó ligeramente para observar mejor a Iori.
- Si un elfo o una elfa, le pone una mano encima a Iori, lo mataré. ¿Queda claro? - preguntó en un tono de voz bajo pero audible - Ahora, Justine, Charles, explicadme de qué va este asunto antes de que todo esto vaya a más. Por vuestro bien -
Los ojos de Justine no se apartaron de la cara de Iori. - ¿Tanto te cuesta creer que mis intenciones con ella son buenas? - preguntó con un deje cansado en la voz.
- Claro, por eso la envenenas - giró la cara hacia ella - Por eso quieres exhibirla como tu trofeo en el funeral de ese hijo de puta - bufó - ¿Tanto te cuesta creer que yo, un simple guerrero, sepa qué es lo mejor para ella en una situación como esta? - imitó la pregunta de Justine en contraposición a ella.
Los ojos miel de Justine se volvieron para mirar a Sango ahora. Mantuvo el silencio unos instantes, pensando con calma en sus palabras.
- Está bien. No asistirá a los actos por el funeral de Hans. No volveré a llamar a ningún elfo sanador para que la atienda. Pero se quedará aquí hasta que se recupere. - y sobre aquel punto no había negociación. - ¿No lo ves? ¿No la ves? Si sigue así, su tiempo estará agotándose. Necesita descansar y alimentarse - Bajó de nuevo la vista, para observar la cara de una Iori durmiente que parecía tranquila en brazos de Ben. Él volvió la cara hacia Iori y la observó durante un rato en silencio.
- Sí - dijo finalmente - Soy consciente de su estado. Tienes razón, necesita descanso y comer, pero, ¿acaso vas a obligarla? - preguntó mirando hacia Justine - ¿Crees que la sanación élfica la va a ayudar? No has visto el daño que le ha hecho. No volverá a pasar por eso - negó con la cabeza y bajó la mirada a Iori - Descansará y comerá. Encontraré el modo de hacerlo -
- ¿Te quedarás aquí? - inquirió con sorpresa la mujer, levantándose despacio frente a ambos.
- Sí - contestó - con ella-. Justine alzó los ojos y miró a Charles. No pareció tardar mucho en aceptar la decisión de Sango.
- Dispón lo necesario para alojar también al señor Nelad en nuestras estancias. Asegúrate de que sea cerca de la habitación de Iori - miró a Sango de nuevo. - Amärie dijo que esas hierbas la harían dormir durante horas. Desconozco exactamente cuándo despertará. Lo mejor será que descanse todo lo que precise. Habrá tiempo de hacerla comer y continuar con la conversación cuando se encuentre restablecida - Se inclinó de nuevo hacia Iori, y extendió una mano hacia su mejilla, para acariciar con el dorso su piel. Había un destello similar a la melancolía en los ojos de la mujer. - Me encargaré de lo que tiene que ver con Hans -
- Gracias, mi señora - acertó a decir.
Justine miró a Charles y sin necesidad de añadir nada más, hizo un gesto para guiar a Sango con Iori en brazos por los pasillos. Avanzaron en silencio hasta que él habló.
- Deseo, sepa el señor Nelad perdonar lo acontecido. La señora pensaba con sinceridad que era lo más conveniente para Iori. - Aunque él había actuado por indicación de su señora, el mayordomo parecía únicamente preocupado por la imagen que se llevase Sango de Justine, no haciendo ni el amago de pedir disculpas por él mismo. - La habitación de la señorita será la misma. Prepararé la que está justo al lado para usted. Confío que sea de su agrado esa disposición - explicó antes de detenerse delante del dormitorio del que habían salido antes.
- No hay nada que disculpar Charles - dijo Sango - En todo caso el que debería disculparse soy, pero... Actué según lo que es mejor para ella -
- Necesitaré unos instantes. Lo avisaré cuando esté lista para que usted entre. Confío en que se sentirá a gusto esperando aquí - miró de forma implícita a la Iori durmiente. Se inclinó y se alejó con paso rápido y eficiente, dejando que Sango entrase en la habitación con Iori.
Ben caminó hacia la cama y la posó con cuidado. La capa, que aún seguía allí, sirvió como manta para cubrir su cuerpo. Se quedó un instante observándola. Parecía estar bien. Todo lo bien que se podía estar después de un día como aquel. Le apartó un mechón de pelo y posó sus labios sobre la frente de Iori.
- Descansa - dijo antes de alejarse en dirección a la mesa en la que había dejado todas sus cosas. La armadura aún seguía en el suelo. Sango se acomodó sentándose en la silla, y el tiempo del resto del día discurrió lentamente entre ambos.
[...]
La luz anaranjada del atardecer entraba a raudales, cubriendo con un color mortecino la habitación. Iori continuaba durmiendo, lo que parecía un buen descanso. La puerta se abrió con suavidad y fueron los tacones de Justine los que rompieron el silencio que había dentro. Parecía que los actos en recuerdo de Hans habían terminado por ese día. Se detuvo a los pies de la cama de la mestiza y preguntó sin mirar a Sango.
- ¿Cómo se encuentra? -
- Duerme. Casi ni se ha movido en toda la tarde - respondió Sango que estaba sentado en la silla y observaba a Justine. La mujer observó largo rato el rostro de Iori desde su posición, sin poder ocultar completamente la sorpresa que la embargaba. Costaba creer, que dos personas diferentes tuviesen aquella similitud tan exacta. Excepto claro, los ojos. Con Iori dormida sobre la cama, la fantasía de que aquella fuese su amiga de la infancia la abatió por dentro. Y recordó. Volvió a tener quince años. Y volvió a estar sentada en el lecho del río aquel verano con ella. Su sonrisa se hizo amarga.
- ¿Cómo te encuentras tú? - inquirió mirándolo ahora de soslayo. La pregunta le cogió por sorpresa. Se encogió de hombros y luego se rascó una mejilla.
- Bien, supongo - dijo - ¿Qué tal estás tú? ¿El peso del imperio ya recae sobre tus hombros? - provocó. Ella sonrió mirándolo.
- En parte ya lo hacía antes. Estaba preparada para este momento - señaló el atardecer y se acercó unos pasos a la posición en la que se encontraba Sango. - Deberías descansar tú también. La cena estará lista en breve - Él asintió y reconoció la elegancia con la que se deshacía de sus provocaciones.
- No os preocupéis, mi señora - volvió al tono formal - No hice más que descansar en toda la tarde - dio la sensación de que quiso añadir algo más, pero lo dejó pasar. La mirada de la mujer se llenó de una expectación que Sango sabía reconocer. Avanzó con pasos lentos hacia él, sin dejar de observarlo.
- Ella no se moverá de aquí. Y nadie entrará en su habitación - argumentó deteniéndose delante de él ahora, con apetito evidente. Él miró a Justine a los ojos. Frunció el ceño y esbozó una tímida sonrisa.
- ¿Me vas a invitar a cenar? - bromeó. Justine dio un paso más hacia él. La atracción que sentía por Sango, aunque controlada, era evidente en sus ojos.
- Podemos comenzar cenando. Y añado, podemos jugar a las cartas juntos después - susurró trayendo encima de la mesa la excusa que él le había dado cuando habían estado en su dormitorio esa mañana. La sonrisa se le borró del rostro a Sango cuando fue consciente de lo que estaba pasando. Ben apoyó las manos en el asiento.
- ¿Y qué hay de cena? - preguntó y se puso de pie quedando un escaso palmo de Justine. Acercó la cabeza a la de ella y se apartó dedicándole una sonrisa - ¿Habrá algo de veneno? ¿Quizá una furtiva elfa entrando en un dormitorio? - la sonrisa no se le borró del rostro. Tampoco se apartó una pulgada de ella.
La mirada de Justine se entrecerró y dio un paso hacia él, aprovechando su cercanía. De nuevo, casi cuerpo a cuerpo con una mujer en aquel Palacete. Alzó la mano y buscó agarrarse al borde del pantalón oscuro que vestía Sango.
- No soy una mujer celosa Sango. No tengo problema con que vosotros también encontréis diversión en vuestros momentos íntimos. Y seguro que Iori tampoco es celosa - sonrió con la expresión más sugerente que podía esbozar, mientras tiraba un poco de él para acercarlo a ella.
- ¿Justine? - dijo en un susurro.
La mujer amplió su sonrisa, mirándolo expectante y agarrándose ahora a él con las dos manos.
- Lárgate -.
La mujer congeló la mirada mientras observaba la resolución en los ojos del soldado. Se retiró despacio, soltándolo.
- Creí ver en ti... interés.- susurró bajito, como si aquello fuese una vergüenza para ella.
Sango tornó a una expresión seria y negó lentamente con la cabeza.
- No hay, mi señora - respondió Sango antes de volver a tomar asiento.
La mujer bajó, por primera vez, la vista hacia el suelo, para esconder el rojo de sus mejillas. No volvió la vista ni para observar a Iori antes de salir de la habitación, con el suave sonido de su ropa arrastrando por el suelo. Ni buenas noches ni que aproveche. Una palabra como aquella rompería la poca dignidad que intentaba mantener de una pieza en ella.
No tardaron en llevar hasta la habitación una bandeja llena con la cena de la noche. En esta ocasión Sango pudo disfrutar de un buen menú. Sopa de almendras y azafrán, ensalada con queso de cabra y naranja, un hojaldre relleno de berenjenas y tomates y de carne, unos rollitos de trigo, cerdo mechado y mayonesa ahumada.
La noche discurrió con tranquilidad. Lejos de los ruidos que solían acompañar esas horas del día en otros puntos de Lunargenta. La mestiza apenas se movió en unas pocas ocasiones. Todas ellas para cambiar de postura y acomodarse más profundamente dentro de la capa de Sango.
Las risas de la mujer se superponían a los ruiditos que hacía el bebé, en aquella pugna que mantenían ambos. Ella se inclinaba sobre él, en un intento por terminar de vestirlo.
Mientras, la mano redondita había conseguido atrapar algunos mechones de color castaño entre los dedos, y los apretaban como si aquel fuese el triunfo del día en su complicada vida de infante. En sus ojos azules se veía la diversión que le producía aquel juego.
Lo tomó en brazos tras haber ganado parcialmente la batalla. Había conseguido colocarle la ropa correctamente, pero la criatura a cambio mantenía en su palma el cabello de su madre, mirándola de forma exultante.
La risa de ella, resignada, mientras alzaba al bebé contra su pecho y lo cargaba hasta alcanzar la zona de la casa en la que ardía el fuego. La mermelada de moras necesitaba atención, y era preciso remover cada poco.
Toda la casa estaba impregnada del aroma de la fruta.
El calor del bebé se fundía contra el cuerpo de la mujer mientras ella comenzó a mecerlo, tarareando una canción sin letra.
Escuchó los pasos antes de verlos, y se volvió hacia la puerta con una sonrisa en los labios.
Dos figuras.
Un niño. Rondaría los seis años. Tras él, un hombre. Con la claridad del día a su espalda sus rasgos resultaron poco precisos.
- Ei - llamó la mujer inclinándose hacia delante mientras sostenía al bebé.
El pequeño corrió hacia ella, se agarró a su falda con una mano, y con la otra acarició la carita del niño que seguía jugando con el cabello de su madre.
- ¿Sabes qué mamá? ¡Papá ha rescatado a un ratoncito! - dijo el pequeño con voz cantarina.
- ¿Eso ha hecho? - preguntó la mujer. Alzó la vista hacia la figura masculina. Permanecía en las sombras, a contraluz de la claridad que entraba por la puerta.
Volvió a bajar la vista para fijarse en la cara del pequeño de encendidas mejillas.
Y vio el bosque en sus ojos.
Iori se incorporó de golpe. Estaba empapada en sudor. La sensación de lo que acababa de soñar era tan intensa, que pensó percibir todavía el olor de las moras en el aire. Observó en dónde se encontraba y reconoció la habitación. Miró a un lado, y recordó que, allí en el suelo, había estado con él. La claridad de la noche entraba como si fuese un brillo fantasmal, permitiendo distinguir pero sin ver.
¿Qué demonios había pasado? Los recuerdos de la conversación en el despacho se movía como humo en su mente.
Frente a ella, a los pies de la cama, sentado sobre una silla una figura. En la penumbra, sin poder distinguir bien sus rasgos, como el hombre de su sueño. Pero, sin necesidad de comprobarlo sabía que aquel era Sango. Parecía estar dormido, en una posición nada cómoda. Bajó la vista hacia la capa que la había mantenido abrigada hasta ese momento.
Ei.
De Eithelen.
¿No?
El cabello castaño.
Era Ayla.
¿Verdad?
El bebé de ojos azules era Iori.
Pero, ¿Aquel niño de ojos verdes y luz en la mirada?
Sintió una extraña presión en el pecho y volvió a alzar la vista, observando al Héroe que había descendido de categoría a guardián. Por su culpa.
"Cuando algo te duela, déjalo doler hasta que deje de hacerlo".
Mirar su figura la laceraba por dentro. Quiso hacer algo, ir junto a él, despertarlo. Taparlo, acariciarlo. Hablarle, susurrarle, besarlo de nuevo... tan llena de cosas que quería, y terminó sin hacer ninguna. Manteniendo la distancia con él para evitar acentuar el dolor.
La luz del cielo había comenzado a cambiar, con la proximidad del alba, cuando Iori volvió a dejar caer su cuerpo sobre el colchón. Vencida de nuevo por el sueño.
[...]
Sango, que acababa de abrir los ojos, vio las primeras luces del día colarse entre las cortinas. Se levantó y dejó que todo el cuerpo crujiera mientras observaba a Iori dormir bajo su capa. Caminó, entonces, hacia el ventanal cuando alguien llamó a la puerta. Se detuvo, suspiró y dio la vuelta para encaminar sus pasos hasta la puerta. Bostezó y acto seguido abrió.
Charles hizo una inclinación de saludo y se volvió a poner tieso como una vara.
- Buenos días señor Nelad. Lamento interrumpirlo tan temprano pero, el maestro ha llegado - indicó.
- ¿Qué maestro? - preguntó Sango pasándose las manos por la cara.
- El maestro Zakath - aclaró Charles mirándolo.
- Será una broma - Sango se despertó de golpe.
- Me temo que esa habilidad no está entre mis capacidades más reseñables, señor - añadió con un intento de esbozar una sonrisa. Se hizo a un lado y con dos lentos y firmes pasos, los ojos metalizados de un frío verde se clavaron en Ben desde su altura.
- Tengo entendido que has hecho un buen trabajo, Ben - saludó Zakath.
Sango miró a Charles y luego a Zakath. Se cuadró y se llevó el puño al pecho antes de hacer una inclinación de cabeza.
- Maestro Zakath, un honor - dijo Sango sin levantar la cabeza.
Sango pudo notar la mano grande y cálida de su maestro, posándose en su hombro. Le apretó suavemente un instante y la apartó.
- Tenemos que hablar. ¿Puedo pasar? - preguntó sin moverse del pasillo, analizando a Ben con la mirada.
- Iori está dentro, está dormida - se echó a un lado - Si no hacemos mucho ruido...- le hizo un gesto para que pasara.
La mirada del anciano oteó lo que se veía desde el hueco de la puerta, para deslizarse lentamente de nuevo a los ojos de Ben. No varió el gesto, no cambió la expresión de su cara, pero los ojos de aquel hombre podían leer en él aún cuando Sango no abría la boca.
Se giró ligeramente para hacerle un gesto de gratitud a Charles, el cual le devolvió una profunda reverencia. Entró en la habitación, evitando en esta ocasión que sus pesados pasos hiciesen ruido en el suelo. Se detuvo a mitad de camino, y observó a Iori dormida cubierta por la capa de Sango desde la distancia.
- ¿Sabes Ben? en ocasiones la gente golpea al lobo hasta que muerde, solo para poder decir que es malo - y apartó sus ojos de la cama.
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Iori Li
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No había apartado los ojos del maestro Zakath en todo el tiempo que llevaba dentro de la habitación. Aún no se creía que estuviera allí, en Lunargenta. Su petición fue clara al respecto: llevar a Iori de vuelta a la aldea. De haber sabido que Zakath iba a estar allí, quizá hubiera hecho las cosas de otra manera. Ben desechó aquella línea de pensamientos con una sacudida de cabeza, de nada servía especular sobre aquello. Cuando sus ojos se apartaron de la cama y los posó en él, le hizo un gesto para que tomara asiento.
- ¿Por qué buscar una justificación para emprender una acción que ya tienes pensada de antemano? Si uno cree que el lobo es malo, que actúe y ya, los Dioses decidirán el signo del enfrentamiento- pareció meditar sus palabras durante unos pocos latidos-. ¿Por qué esconderse detrás de actos deshonestos? ¿De dónde viene todo ese mal?- preguntó Sango-.
El anciano guerrero, su maestros, avanzó, evitando de nuevo hacer ruido con el golpe de sus pasos sobre el suelo, para evitar con ellos despertar a la mujer que dormía en la cama. Se detuvo delante de la silla pero cruzó los brazos sobre el pecho y miró por el gran ventanal las vistas que daban a los patios interiores.
- Todavía te han faltado algunas lecciones Ben. Y sin embargo, sé que la mentira y el engaño no te son ajenos. En tus viajes te has encontrado con ellos- ladeó la cabeza, haciendo un gesto que señalaba hacia la cama-. Incluso de manera reciente-.
- No, son son ajenos, desde luego. Yo mismo he mentido para ahorrar sufrimiento, para evitar que una verdad destrozara el poco ánimo y la voluntad que aún quedaba en los corazones de aquellos a los que tuve que mentir- Sango alzó la barbilla-. No diré que estoy orgulloso, pero tampoco creo que actué con mala intención. Al contrario. Cargo con verdades que harían llorar a los mismísimos Dioses pero elegí un camino alternativo: abrazar el dolor ajeno y dar alivio a los demás- había orgullo en sus palabras, como si lo que estuviera haciendo fuera el único camino posible para actuar-.
Los ojos metálicos del anciano lo miraron unos instantes en silencio. Ben no supo distinguir si en su rostro había dibujada una sonrisa, no podía ni quería, apartar sus ojos de los del Maestro. Tampoco era fácil distinguir si meditaba sobre sus palabras o simplemente se dedicaba a juzgarle en silencio.
- Hay heridas que en lugar de abrirnos la piel nos abren los ojos. Ese es el camino que has elegido. Aunque intenté enseñarte otra cosa- se giró para sentarse en la silla con calma-. Hubiera sido una tarea imposible. Es algo que está en tu naturaleza - frunció el ceño en un gesto que Sango conocía bien. Muy bien. Desaprobación-.
Ben estudió el rostro de Zakath y el enfado le recorrió el cuerpo. Y que sus palabras le enfadara, no hacía más que multiplicar el efecto. No lo entendía. Años después de haber estado con él, aún seguía ejerciendo una poderosa influencia sobre él, ¿por qué? ¿Por qué se dejaba llevar? ¿Por qué no se limitaba a ignorarle? Negó con la cabeza.
- Zakath, ¿sabes qué es lo me decía mi madre cuando era pequeño? Un hombre o una mujer, sin amigos, sin gente a su alrededor a la que querer, es como un árbol sin hojas, sin corteza, desnudo, alejado de lo que debería ser- hizo una breve pausa-. No quiero ser ese árbol. No quiero que nadie sea ese árbol- añadió-.
- Tu madre- la boca de Zakath se retrajo, en una leve sonrisa que mostró apenas un detalle de sus blancos dientes. Tras una breve pausa prosiguió-. Sin duda, una mujer sabia. Pero no olvides Ben, que no todos estamos llamados a ser árboles en esta vida- concordó el anciano mientras estiraba las piernas hacia delante, apoyando la planta de los pies en el suelo-. Ella fue mejor alumna que tú en eso - habló de Iori sin apartar los ojos de su cara-. O eso me quería hacer ver. La niña, la joven que hablaba mucho, que parecía muy alegre y reía, era la misma que se quedaba dormida llorando por las noches-.
Ben, entonces desvió la mirada y la clavó en algún punto de la habitación. Zakath había criado a Iori de una forma en la que se le había negado la posibilidad de amar a alguien, ni siquiera a los animales, supuso Ben. Tomó asiento y estiró las piernas hacia delante, cruzando la izquierda por encima de la derecha a la altura del tobillo. Se cruzó de brazos y observó a Iori. Su Maestro la había secuestrado de la vida y le había impedido, de alguna forma, ser como ella realmente era.
- Así que, es eso- comentó en voz alta-. ¿Quién decide quién no está llamado a ser árbol eres tú?- dibujó una sonrisa sarcástica en el rostro-.
Sintió sus verdes ojos clavados en él, estudiándole, como si aun fuera un muchacho de quince años, como si las interminables tardes de manejo de espada y charla siguieran siendo lo único que les unía. Sí. No le daría el placer de girar la cabeza y encontrarse en un nuevo combate de miradas.
- Deberías de saberlo-. guardó silencio unos instantes-.
Ben bufó y negó con la cabeza. Lo dejaría pasar, no quería entrar en discutir con Zakath sobre la voluntad divina. Seguramente porque nunca encontrarían un punto de acuerdo sobre el tema o porque temía escuchar algo que no quería.
- Los Dioses- añadió al final, cuando Sango se hubo calmado-. Me han informado de lo sucedido en estos dos días. Parece ser que mi alumno vociferó mi nombre en una parte de la misión. Lo cual les permitió atacar cabos y buscarme - reveló entonces el motivo de su presencia allí-. De manera que lo ha hecho- sus palabras sonaron como una pregunta. Pero eran, realmente una afirmación-.
- Que yo sepa, no anduve a voces diciendo tu nombre por ahí. Y si lo hice, fue en presencia de Justine. Si alguien te encontró fue ella- dejó pasar unos instantes y suspiró-. Sí, lo hizo- contestó reprimiendo un escalofrío que le hizo temblar en la silla-. Vi como lo hacía-.
El recuerdo, en frío, de Iori en la mansión con Hans tirado en el suelo, con la sangre desperdigada por la sala, con las cinco muertes de los elfos. No. De los animales de los Ojosverdes. Contrajo el rostro en una mueca de odio e ira. ¿Por qué conformarse con mantener a raya el mal que había en el mundo? ¿Por qué no luchar para erradicarlo? ¿Cuánto mejor podría ser la vida? La voz de Zakath tardó en volver a quebrar el silencio.
- Eso he oído- murmuró. Hablar en voz baja hacía que su voz adquiriese un matiz más profundo-. ¿Sabes? Ese tipo de muerte es algo exclusivo de los Ojosverdes. Hasta dónde llega mi conocimiento no existe esa condena en los demás clanes de Sandorai - pasó de puntillas sobre el drama humano que había supuesto aquello, y se centró en el aspecto técnico. Como era habitual en él. Ni siquiera le recriminaría aquello, no serviría de nada-.
- Tuve un encontronazo con esos Ojosverdes. Lástima que uno de ellos consiguiera escapar, aun tengo un asunto pendiente con ellos- respondió y se quedó en silencio unos instantes antes de girar la cabeza hacia Zakath-. ¿Qué sabes de la magia élfica? ¿Es posible que te haga recordar cosas del pasado? ¿Incluso recuerdos que no te pertenecen?- preguntó con curiosidad. Zakath le miró largo tiempo antes de hablar-.
- Vino a buscarla a la aldea. La conocía. Y la odiaba sin duda. Pero la necesitaba. Ese elfo la convención para que lo acompañase. Desconozco en qué zona en concreto de Sandorai, pero existe un templo por muchos olvidado. Allí ambos pagaron un precio. La sangre de Iori era la llave. El pasado solo se muestra por las vías de conexión que vinculan a unas personas con otras-. se detuvo mirando a Ben-. La red que se establece de padres a hijos en múltiples generaciones. Ambos pudieron verlo- se detuvo durante unos latidos, mientras su mirada cobraba una intensidad reservada para cuando la información que compartía tenía especial relevancia-. Lo vieron y lo vivieron-.
- Un templo... sangre...- murmuró mientras su cabeza le daba vueltas a lo que le había contado Zakath y lo que sabía él de toda la historia-.
Sango se quedó pensando sobre las últimas palabras de Zakath. Verlo era una cosa. Iori dijo que lo había visto, pero, ¿vivirlo? ¿Habría vivido ella la tortura a la que habían sometido a Ayla? ¿Había sufrido Iori aquella horrible muerte gracias a la magia élfica? La revelación le hizo más daño que las dos puñaladas que había sufrido el día anterior, que los golpes y cortes que había recibido en toda su vida. No era posible que alguien pasara por aquello y viviera ignorándolo durante el resto de su vida. Sacudió la cabeza. Necesitaba respuestas.
- ¿Qué elfo? ¿Conoces su nombre?- preguntó-. Una elfa la atacó ayer por la tarde- añadió con el ceño fruncido. Su cabeza seguía dando vueltas a la situación-.
- Lo conozco- respondió con voz queda-. La sanadora Areth. Sí. El mayordomo me lo contó. Extraordinariamente eficiente- apuntó, antes de esbozar una sonrisa-. Imagino que no lo recuerdas Ben - tanteó con un brillo en los ojos que significaba diversión en el anciano.
- ¿Recordar? ¿A quién? ¿A Charles? Es el mayordomo de Justine- respondió sin saber qué respondía-. ¿Quién es el elfo?- preguntó con mucho más interés-.
Ladeó el rostro para estirar el cuello, en un gesto muy suyo mientras contenía la sonrisa evitando que fuese demasiado evidente.
- Sí, Charles. Él es extraordinariamente eficiente. Y la sanadora Areth te atendió cuando apenas eras un recién llegado a la Guardia. ¿Recuerdas el primer entrenamiento? el arma era demasiado pesada para lo que estabas acostumbrado. Te golpeaste en la cara. Te abriste la ceja y el golpe te dejó desorientado. Fue ella la que impuso sus manos sobre ti - compartió con él haciéndolo consciente-. No tengo dudas sobre que la elfa intentó sanar a Iori- giró la cabeza mirando a Iori de soslayo-. Pero algo ya no funciona correctamente en ella desde que salió de aquel templo. Él también lo dijo- volvió a mirar a Ben de frente-. Tarek- reveló-.
Se llevó una mano a la ceja y el recuerdo le embistió como si la misma arma le hubiera golpeado de nuevo. Palpó con los dedos en busca de alguna marca pero no había nada. Recordaba el incidente, de aquello hacía mucho tiempo. Sin embargo, no recordaba que hubiera recibido tratamiento élfico. Era extraño que un un miembro de la Guardia, en periodo de formación, recibiera tales cuidados. ¿Por qué él sí? La confusión se dibujó en su rostro.
- Ah, fue ella...- acertó a decir, pero se abstuvo de hacer más comentarios- ¿Por qué Tarek buscaba a Iori? ¿Se conocían?- Ben no olvidaría aquel nombre-.
- Se conocían, sí- el anciano elevó ligeramente una de sus pobladas cejas-. Desconozco los detalles de esa relación. Cuando vino a por ella...- meneó la cabeza-. De no ser porque necesitaba llevarla con él al templo, hubiera querido sacarla de en medio- hizo un elocuente gesto con la mano indicando a Sango que seguramente Iori habría muerto-. La necesidad hace extraños compañeros de camino- meditó para si-. He contactado con un amigo- reveló súbitamente-. Él podrá arrojar más luz sobre los hechos que los rodean a ambos. Pero demorará en llegar varios días a la ciudad- se levantó entonces, y con su paso sigiloso se acercó despacio a Iori, mientras enlazaba a su espalda las manos-.
- ¿Quién es? No será otro elfo. Antes los consideraba gente de bien, gente buena, aliados. Pero, ultimamente...- dejó la frase en el aire. Se había vuelto a recostar en la silla-. Prometí que no la volvería a tocar un elfo- sus ojos se habían clavado en la figura bajo la capa-.
Zakath se giró, observándolo de forma interrogante, al lado de la cabecera de Iori.
- Y cumpliré con mi palabra, Zakath, siempre lo hago- añadió al sentirse observado-.
El anciano volvió a observar a Iori, en silencio y con gesto concentrado.
- Si la hubieras escuchado gritar... Si hubieras visto sus ojos y la llamada de auxilio de después... No. No lo permitiré- sentenció. Zakath se giró hacia él, quedando de frente, pero no avanzó ningún paso-.
- Te doy las gracias Ben. Has sido capaz de encontrar fuerzas para completar lo que te pedí cuando yo mismo dudé de mi capacidad para dar con ella. La misión ha acabado - y el silencio tras aquellas palabras bramó entre ambos hombres. Lo miró fijamente, dejando que aquello calase hondamente en el Héroe. Inspiró profundamente, llenando el pecho de aire. Como si lo precisase para lo que estaba a punto de decirle-. Te dolerán tanto las manos de sostener lo que no puedes, que al final no tendrás otro remedio que abrir los puños y dejarla ir-.
Sango solo pudo esbozar una sonrisa ante las palabras de Zakath. Quería alejarla de él. Quería apartarle por algún motivo que desconocía. Pero él desconocía lo que motivaba a Sango. No tenía ni idea de la influencia que ella tenía en él. Y que él estaba teniendo en ella. Lo había visto en sus ojos. Lo sentía en el corazón. Y su cabeza no dejaba de gritárselo. No, Zakath no era consciente de cómo se habían tramado los hilos del destino.
- No lo entiendes. Esto ya no es por ti- recogió las piernas y se puso en pie-.
Miró a Zakath, al hombre que había criado a Iori durante años, pero que no la comprendía en absoluto. Pero él nunca lo admitiría. Y si lo hacía, buscaría la forma de llevar la razón. No, no comprender que lo que hago...
- Es por ella-.
El anciano le mantuvo la mirada, con una seriedad inusitada en él.
- Te destruirá- dijo-.
- No. No lo hará- negó con la cabeza-.
Los ojos verdes se estrecharon, mirándolo fijamente. Observándolo con la sabiduría del que sabe cosas que el otro no. Del que tiene experiencia en la vida frente al que apenas ha comenzado a andar por el mundo. Ben conocía bien aquella expresión. Y sabía que tras ella, no habría más palabras de Zakath al respecto. Estará juzgando y preparando su réplica camuflada en forma de lección. Por suerte ya no me hará correr por los cuarteles.
Ben sostuvo la mirada hasta que percibió movimiento en la cama. Sin hacer ruido, la mestiza se incorporó muy despacio, con el cabello cubriendo parcialmente su cara. Sango posó sus ojos en ella y se olvidó de Zakath.
- Buenos días- dijo sin moverse del sitio-.
Con la bruma del sueño todavía cubriendo sus sentidos, Iori se incorporó hasta conseguir sentarse de medio lado en la cama de tal forma que le daba la espalda a Zakath, ante ella solo estaba él. Abrió los ojos y los centró en Ben que le devolvió la mirada mientras ella, según él, se ubicaba en aquella habitación. Pasó la mano por el cabello intentando apartar los mechones desordenados que le caían por la cara, sin lograrlo del todo. Y entonces sus labios mostraron lo que sentía su corazón.
Ben abrió la boca para hacer frente al terrible martilleo al que le estaba sometiendo el corazón. Alzó las cejas y abrió los ojos. La sorpresa se tornó en felicidad y en su boca asomaron los dientes mientras los labios se curvaban hacia arriba. Grabó en su mente todos y cada uno de los detalles que se dibujaron en su rostro, los mechones que caían por su cara, la líneas que se formaban en su rostro, los blancos dientes, su rostro relajado, sereno, incluso feliz. Era la primera vez que la veía sonreír y le pareció la sonrisa más bella que había tenido la suerte de ver jamás. ¿Cómo habían llegado hasta es punto? ¿Qué explicación había? ¿Acaso importaba? Una mujer que encontró rota y que desde el primer momento no había mostrado más emociones que la impaciencia, el enfado y el gusto por el dolor; una mujer a la que abrazó y a la que juró sacar del abismo en el que se encontraba. Esa misma mujer, ahora le sonreía. Y en su sonrisa, Ben creyó ver el resto de su vida. Se recreó con la visión antes de obligarse a parpadear y comprobar que sus ojos no le estaban engañando. Ensanchó la sonrisa y se acercó al pie de la cama, a un par de pasos de ella.
- ¿Dormiste bien?- preguntó-. ¿Necesitas algo?-.
Su sonrisa no desapareció mientras Iori se deslizaba por el colchón hasta llegar a los pies de la cama. Se sentó sobre sus rodillas y miró desde allí a Sango.
- Dormí demasiado... no recuerdo la última vez que tuve un descanso así. Soñé...- entrecerró los ojos, mirando con atención al Héroe. Su cara radiante la dejó momentáneamente con la mente en blanco. Tardó en encontrar las palabras-. Fue... extraño... pero me hizo sentir...- frunció las cejas, intentando pensar, mientras alzaba las manos, buscando las de Ben. Zakath, tras ella, enarcó una ceja-.
Sus manos se entrelazaron con las de ella. Su tacto cálido reconfortaron a Ben que no pudo hacer otra cosa más que mantener la sonrisa.
- Un sueño agradable espero- dijo en voz baja mientras jugaba con las manos-.
Parecía que en el cielo que eran los ojos de Iori, ese día no había nubes. Observó las manos del humano, entrelazándose con las suyas, mientras el tono bajo de voz que usó la hizo ser consciente de la intimidad que compartían. Volvió a mirarlo, y se incorporó para acercar más la cara a su altura quedando de rodillas sobre la cama.
- Me desperté en la madrugada y lo tenía presente. Era confuso, ahora casi no recuerdo nada...-
Ben asintió. Él también había olvidado sueños, casi siempre aquellos que eran agradables o lo suficientemente absurdos como para no tener cabida en su cabeza. Las pesadillas, sin embargo, permanecían. Que lo hubiera olvidado, se dijo y quiso creerlo, era buena señal. Entonces Iori tiró un poco más de él, guiándolo hacia ella con suavidad. Ben se resistió, remoloneó ante su tirón, pero acabó cediendo. Un pequeño juego antes de zambullirse en sus azules ojos.
- Te vi. Dormido en la silla- admitió, sin apartar los ojos de él.
- Sí, estuve aquí. Por si necesitabas algo- respondió-.
Ante su cercanía, la sonrisa en la boca de Iori dulcificó los ojos. Sus dedos seguían el juego con los de Ben, y la respiración profunda en su pecho evidenció el aire que precisaba tomar para llenar los pulmones. Lleno de anhelo y expectación. Deslizó una pierna fuera, seguida de la otra mientras sus manos subían por los antebrazos del guerrero. El vestido negro del día anterior se deslizó por las sábanas con su movimiento, y ella invadió con su cuerpo la escasa distancia que los separaba. Fue en ese momento, cuando notó el calor de la piel de Ben contra la suya, que unos pasos a su espalda llamaron su atención.
Ben borró la sonrisa del rostro y la felicidad se tornó en algo parecido al enfado. Alzó los ojos para encontrarse con los de Zakath que le observaban sin mostrar expresión alguna. Se obligó a aspirar aire para calmar su ánimo y dio un ligero paso hacia atrás sin apartar la mirada del Maestro.
Por su parte, Iori giró el rostro, siguiendo al instante la dirección de la mirada de Sango. No pudo ver su expresión pero notó la tensión que se apoderó de ella al instante. Sus manos, primero, agarraron con fuerza, para, al siguiente instante, soltarlo. El anciano hizo un gesto de reconocimiento con la cara a modo de saludo, y caminó bordeando la cama en dirección al ventanal.
- Ha pasado tiempo Iori. Me alegro de comprobar que te encuentras de una pieza. El elfo, Tarek, regresó a la aldea sin ti- no saludó. No preguntó. Cabronazo despiadado-.
Aquellas últimas palabras pusieron más nerviosa a la chica, haciendo que tras la expresión de sorpresa, la sonrisa terminase de desaparecer por completo de su rostro.
- Tarek...- murmuró ella-.
- Encontrasteis lo que buscabais ambos. Dime Iori, ¿mereció la pena?- siguió el anciano-.
La mestiza dio un paso hacia él. Que la separó del contacto con el cuerpo de Sango. De su calor. Ben lo lamentó, pero comprendió que ella necesitaba su espacio para afrontar la situación. No obstante, no se movió del sitio, permaneció allí quieto pasando los ojos de Iori a Zakath.
- ¿Tú lo sabías? ¿Sabías sobre mis padres?- soltó con la voz quebrada.
- Lo intuía- matizó el hombre mirándola con serenidad a la cara-.
Sango escuchó a Zakath. Él también se guardaba la verdad para no dañar a los demás. No eran tan distintos, al fin y al cabo. sin embargo, él iba de frente y admitía que lo hacía.
- ¿Alguna vez pensaste en decírmelo?- dijo tras haber contenido el aire mientras miraba al viejo maestro-.
- Te entregué el anillo con el que te encontré. Cuando pensé que estabas preparada. Saliste de la aldea por ti misma para encontrar respuestas. Y las has encontrado- Para Sango era evidente que a Iori le estaba costando mantener la calma según Zakath hablaba-.
- ¿Y el resto de cosas que sabías?-.
- Tú nunca preguntaste- razonó-. Y tu vida fue tranquila y feliz hasta que comenzaste la búsqueda- le recordó antes de dejar escapar un largo suspiro-.
Ben estudió la expresión de Iori y vio un atisbo de una persona traicionada por alguien querido, alguien respetado y significaba algo en su vida. Una traición perpetrada por la persona que le había dado cobijo, protección y un lugar en el que vivir. Si bien Sango entendía a Zakath, no podía ver a Iori de aquella manera. Las cosas podían tratarse de otra manera.
- ¿Pero a ti qué te pasa?- estalló Sango-. Zakath, por el amor de Freyja, la criaste durante años, ¿ni siquiera vas a preguntarle cómo está? ¿Ni siquiera te atreves a mirarla mientras hablas con ella?- bufó-.
Cuando quiso avanzar hacia él, Iori colocó una mano en su pecho deteniéndolo al instante. Ben alzó las cejas y después de mirar la mano, la miró a ella.
- Está bien - murmuró ella para que solo él la escuchara-.
Zakath había alzado ambas cejas, mirando a Sango con atención. Desvió la vista de él y miró a Iori de nuevo.
- Tarek hayó el lugar en el que estaban tus padres. Los enterró, cerca de la cueva en la que te encontré. Juntos.- Iori abrió la boca, con los ojos abiertos de manera desmesurada-.
- El dijo que perdisteis algo. Que tuvisteis que entregar algo en aquel templo para poder ver los recuerdos del pasado- dio unos pasos lentos hacia Iori, aunque había algo autoritario en la forma en la que la miraba-. ¿Qué entregaste, Iori?- preguntó Zakath-.
Ben puso su mano sobre la de ella y presionó contra el pecho cuando sintió que perdía firmeza. Entrelazó los dedos con los de ella y apretó ligeramente para hacerle saber que estaba a su lado. Apretó más cuando Zakath avanzó hacia ella. Él la buscó con los ojos. Estaría ahí para ella.
Su mano estaba floja, se dejaba hacer por él, seguía sus juegos, sus caricias. Él trataba de transmitirle todo cuanto podía, calor, fuerza, coraje. Pero aún así notó su cuerpo temblar cuando Zakath avanzó hacia ellos, acortando distancia. Sango no giró la cabeza, sus ojos estaban ahí para ella, para darle fuerza si quería responder, para ofrecer un lugar seguro si no quería responder. Estoy aquí para ti, gritó en su cabeza. Ella le devolvió el apretón a la mano de Sango.
- ¿Algo a lo que le dabas poca importancia? ¿Algo que pensaste que no sería un sacrificio para ti?- tanteó. Ben se dio cuenta de lo que estaba haciendo Zakath. Estudiaba su rostro y formulaba sus preguntas según lo acertado o equivocado que le mostrara la expresión. Era todo un arte y más de una vez le había sacado de quicio.
- Te marchaste sin tomarte en serio el viaje con Tarek. Y llegaste allí con ganas de terminar. Dijiste que sí sin dudar. Sin pararte a pensar- se detuvo a un par de zancadas de dónde estaban ellos- Dilo- ordenó-. ¿Qué fue lo que usaste como pago para poder ver el pasado?- su voz sonó ronca mientras su mirada dura estaba clavada en ella. La muchacha agachó la cabeza, incapaz de seguirlo mirando-. ¡Iori!- rugió-.
- El corazón- jadeó ella como si le costase la respiración pronunciar cada letra-.
Ben estaba fuera de la conversación. No entendió el tono brusco, agresivo, del Maestro Zakath y tampoco entendió la respuesta de Iori. No entendía el funcionamiento de la magia, no se había preocupado nunca por saber de dónde venía, cómo se usaba u otras cuestiones similares. Y sin embargo, se negaba a creer, porque no entendía, que ella hubiera entregado el corazón ¿acaso no latía con fuerza? ¿Acaso no era capaz de sentir? Sango no entendía.
- ¿Qué?- preguntó Sango sin apartar la mirada de Iori-. Pero si...- frunció el ceño-. No entiendo. ¿Cómo es posible? ¿Qué clase de oscura hechicería utilizaron contra ti?- entonces desvió la mirada hacia Zakath-.
Zakath escuchó en silencio. Imperturbable parecía, hasta que sus cejas bajaron, pegándose a sus ojos formando una ligera línea. De preocupación.
- El lugar en dónde residen los sentimientos- murmuró lentamente-.
¿Qué sabes de esto?- devolvió la mirada a Iori que parecía completamente fuera de sí-. Eh, eh, estoy aquí- buscaba sus ojos-.
Iori se sintió acorralada. Volvió la cabeza hacia Sango cuando él la llamó. Una amabilidad, una incondicionalidad que la hirieron. Separó con brusquedad su mano de él y retrocedió de donde se encontraban ambos. La súbita retirada de Iori cogió desprevenido a Sango que escuchó con atención lo que se dijeron el uno al otro.
- ¿Fue eso? - alzó la voz de nuevo el anciano, y la mestiza se detuvo en el sitio-.
- Quién pone el corazón en alguien, sin duda sufre - esgrimió ella. Lo miraba con una especie de rabia contenida-. Es lo que me enseñaste. Fue una de mis frases de cabecera. ¿Para qué lo quería si he aprendido a vivir sin amor?- las palabras que usó para defenderse sonaron tan patéticas al decirlas como sonaban en su cabeza al pensarlas.
- Intenté enseñarte lo mejor que pude. Creo firmemente que los lazos entre las personas son más debilidad que fortaleza. Pero veo que no lo conseguí. Te esforzaste pero, ese camino nunca ha sido para ti- los ojos de Iori, pudo ver Sango, se abrieron enormemente ante aquella revelación-.
Seguía sin entender pero estaba decidido a encontrar una solución. Sin embargo, antes, debía hacerle ver a Zakath lo equivocado de su planteamiento. Lo equivocado de su método.
- Maestro, vuelves a equivocarte. Te vuelvo a recordar las palabras de mi madre y te pregunto: en días de viento, cuando este sopla con fuerza, ¿cae el bosque o cae el árbol solitario en la colina?- hizo una breve pausa para avanzar hacia él-. Sigues empeñado en hacernos creer que la soledad es el único camino, y yo a eso te digo que no. Siento que veas las cosas de esa manera, siento, de hecho, que alguien te haya hecho tanto daño como para que te creas esa tremenda estupidez- provocó-. Lo que te voy a pedir es que no trates de imponer tu visión del mundo. Puedes compartirla, pero no imponerla-.
Dejó de mirarle para ocupar su atención en ella. Se dio la vuelta y se acercó a Iori.
- ¿Qué ocurrió? ¿Qué pasó en el templo?- había curiosidad genuina en su voz, volvió a mirarla igual que antes-.
Zakath escuchó a Sango en silencio y de nuevo con expresión inescrutable. No pareció sentir nada en concreto ante sus acertadas palabras, y su respuesta ante aquella situación fue moverse. Caminó despacio hacia la puerta dejando atrás a Iori y a Ben.
- Hablaremos en otro momento- zanjó con voz calmada antes de abrir la puerta.
Iori no apartó los ojos de Zakath, hasta que su ancha espalda desapareció y la puerta se cerró tras él. Sango la notaba muy nerviosa, alterada, con la respiración acelerada. Sus ojos se encontraron pero ella apartó la mirada en seguida. Como si su mirada, pensó Sango, la lastimasen de alguna manera. Dio un respingo.
- Ya lo has oído. Había que pagar un precio para poder saber. Ver el pasado- se llevó las manos a la cabeza y cerró los ojos-.
Dio un paso al frente, en su dirección. Quería saber y ayudarla. Quería que no sufriera en soledad. Quería hacérselo saber, pero para que el sentimiento fuera completamente puro, necesitaba comprender.
- Sigo sin entender cómo ese precio se puede pagar con el corazón. Iori, ¿qué implicó para ti? ¿Qué cambió en ti? Ayúdame a entender, por favor-.
Pero ella no respondió. Y Ben, tras un largo rato observándola sintió que era el momento para dejarla a solas. Zakath había acertado en dejar el tema y él se había empeñado en seguir insistiendo en algo que le producía un daño horrible. Se maldijo por haber sido tan brusco. Suspiró y dio un paso atrás. Y luego otro. Debía darle tiempo. Sango llegó a la puerta y giró la cabeza.
- Estaré cerca- y salió de la habitación cerrando con delicadeza tras de sí-.
Miró a un lado y a otro y no supo a dónde ir porque su lugar estaba tras de sí.
Dentro. Con ella.
- ¿Por qué buscar una justificación para emprender una acción que ya tienes pensada de antemano? Si uno cree que el lobo es malo, que actúe y ya, los Dioses decidirán el signo del enfrentamiento- pareció meditar sus palabras durante unos pocos latidos-. ¿Por qué esconderse detrás de actos deshonestos? ¿De dónde viene todo ese mal?- preguntó Sango-.
El anciano guerrero, su maestros, avanzó, evitando de nuevo hacer ruido con el golpe de sus pasos sobre el suelo, para evitar con ellos despertar a la mujer que dormía en la cama. Se detuvo delante de la silla pero cruzó los brazos sobre el pecho y miró por el gran ventanal las vistas que daban a los patios interiores.
- Todavía te han faltado algunas lecciones Ben. Y sin embargo, sé que la mentira y el engaño no te son ajenos. En tus viajes te has encontrado con ellos- ladeó la cabeza, haciendo un gesto que señalaba hacia la cama-. Incluso de manera reciente-.
- No, son son ajenos, desde luego. Yo mismo he mentido para ahorrar sufrimiento, para evitar que una verdad destrozara el poco ánimo y la voluntad que aún quedaba en los corazones de aquellos a los que tuve que mentir- Sango alzó la barbilla-. No diré que estoy orgulloso, pero tampoco creo que actué con mala intención. Al contrario. Cargo con verdades que harían llorar a los mismísimos Dioses pero elegí un camino alternativo: abrazar el dolor ajeno y dar alivio a los demás- había orgullo en sus palabras, como si lo que estuviera haciendo fuera el único camino posible para actuar-.
Los ojos metálicos del anciano lo miraron unos instantes en silencio. Ben no supo distinguir si en su rostro había dibujada una sonrisa, no podía ni quería, apartar sus ojos de los del Maestro. Tampoco era fácil distinguir si meditaba sobre sus palabras o simplemente se dedicaba a juzgarle en silencio.
- Hay heridas que en lugar de abrirnos la piel nos abren los ojos. Ese es el camino que has elegido. Aunque intenté enseñarte otra cosa- se giró para sentarse en la silla con calma-. Hubiera sido una tarea imposible. Es algo que está en tu naturaleza - frunció el ceño en un gesto que Sango conocía bien. Muy bien. Desaprobación-.
Ben estudió el rostro de Zakath y el enfado le recorrió el cuerpo. Y que sus palabras le enfadara, no hacía más que multiplicar el efecto. No lo entendía. Años después de haber estado con él, aún seguía ejerciendo una poderosa influencia sobre él, ¿por qué? ¿Por qué se dejaba llevar? ¿Por qué no se limitaba a ignorarle? Negó con la cabeza.
- Zakath, ¿sabes qué es lo me decía mi madre cuando era pequeño? Un hombre o una mujer, sin amigos, sin gente a su alrededor a la que querer, es como un árbol sin hojas, sin corteza, desnudo, alejado de lo que debería ser- hizo una breve pausa-. No quiero ser ese árbol. No quiero que nadie sea ese árbol- añadió-.
- Tu madre- la boca de Zakath se retrajo, en una leve sonrisa que mostró apenas un detalle de sus blancos dientes. Tras una breve pausa prosiguió-. Sin duda, una mujer sabia. Pero no olvides Ben, que no todos estamos llamados a ser árboles en esta vida- concordó el anciano mientras estiraba las piernas hacia delante, apoyando la planta de los pies en el suelo-. Ella fue mejor alumna que tú en eso - habló de Iori sin apartar los ojos de su cara-. O eso me quería hacer ver. La niña, la joven que hablaba mucho, que parecía muy alegre y reía, era la misma que se quedaba dormida llorando por las noches-.
Ben, entonces desvió la mirada y la clavó en algún punto de la habitación. Zakath había criado a Iori de una forma en la que se le había negado la posibilidad de amar a alguien, ni siquiera a los animales, supuso Ben. Tomó asiento y estiró las piernas hacia delante, cruzando la izquierda por encima de la derecha a la altura del tobillo. Se cruzó de brazos y observó a Iori. Su Maestro la había secuestrado de la vida y le había impedido, de alguna forma, ser como ella realmente era.
- Así que, es eso- comentó en voz alta-. ¿Quién decide quién no está llamado a ser árbol eres tú?- dibujó una sonrisa sarcástica en el rostro-.
Sintió sus verdes ojos clavados en él, estudiándole, como si aun fuera un muchacho de quince años, como si las interminables tardes de manejo de espada y charla siguieran siendo lo único que les unía. Sí. No le daría el placer de girar la cabeza y encontrarse en un nuevo combate de miradas.
- Deberías de saberlo-. guardó silencio unos instantes-.
Ben bufó y negó con la cabeza. Lo dejaría pasar, no quería entrar en discutir con Zakath sobre la voluntad divina. Seguramente porque nunca encontrarían un punto de acuerdo sobre el tema o porque temía escuchar algo que no quería.
- Los Dioses- añadió al final, cuando Sango se hubo calmado-. Me han informado de lo sucedido en estos dos días. Parece ser que mi alumno vociferó mi nombre en una parte de la misión. Lo cual les permitió atacar cabos y buscarme - reveló entonces el motivo de su presencia allí-. De manera que lo ha hecho- sus palabras sonaron como una pregunta. Pero eran, realmente una afirmación-.
- Que yo sepa, no anduve a voces diciendo tu nombre por ahí. Y si lo hice, fue en presencia de Justine. Si alguien te encontró fue ella- dejó pasar unos instantes y suspiró-. Sí, lo hizo- contestó reprimiendo un escalofrío que le hizo temblar en la silla-. Vi como lo hacía-.
El recuerdo, en frío, de Iori en la mansión con Hans tirado en el suelo, con la sangre desperdigada por la sala, con las cinco muertes de los elfos. No. De los animales de los Ojosverdes. Contrajo el rostro en una mueca de odio e ira. ¿Por qué conformarse con mantener a raya el mal que había en el mundo? ¿Por qué no luchar para erradicarlo? ¿Cuánto mejor podría ser la vida? La voz de Zakath tardó en volver a quebrar el silencio.
- Eso he oído- murmuró. Hablar en voz baja hacía que su voz adquiriese un matiz más profundo-. ¿Sabes? Ese tipo de muerte es algo exclusivo de los Ojosverdes. Hasta dónde llega mi conocimiento no existe esa condena en los demás clanes de Sandorai - pasó de puntillas sobre el drama humano que había supuesto aquello, y se centró en el aspecto técnico. Como era habitual en él. Ni siquiera le recriminaría aquello, no serviría de nada-.
- Tuve un encontronazo con esos Ojosverdes. Lástima que uno de ellos consiguiera escapar, aun tengo un asunto pendiente con ellos- respondió y se quedó en silencio unos instantes antes de girar la cabeza hacia Zakath-. ¿Qué sabes de la magia élfica? ¿Es posible que te haga recordar cosas del pasado? ¿Incluso recuerdos que no te pertenecen?- preguntó con curiosidad. Zakath le miró largo tiempo antes de hablar-.
- Vino a buscarla a la aldea. La conocía. Y la odiaba sin duda. Pero la necesitaba. Ese elfo la convención para que lo acompañase. Desconozco en qué zona en concreto de Sandorai, pero existe un templo por muchos olvidado. Allí ambos pagaron un precio. La sangre de Iori era la llave. El pasado solo se muestra por las vías de conexión que vinculan a unas personas con otras-. se detuvo mirando a Ben-. La red que se establece de padres a hijos en múltiples generaciones. Ambos pudieron verlo- se detuvo durante unos latidos, mientras su mirada cobraba una intensidad reservada para cuando la información que compartía tenía especial relevancia-. Lo vieron y lo vivieron-.
- Un templo... sangre...- murmuró mientras su cabeza le daba vueltas a lo que le había contado Zakath y lo que sabía él de toda la historia-.
Sango se quedó pensando sobre las últimas palabras de Zakath. Verlo era una cosa. Iori dijo que lo había visto, pero, ¿vivirlo? ¿Habría vivido ella la tortura a la que habían sometido a Ayla? ¿Había sufrido Iori aquella horrible muerte gracias a la magia élfica? La revelación le hizo más daño que las dos puñaladas que había sufrido el día anterior, que los golpes y cortes que había recibido en toda su vida. No era posible que alguien pasara por aquello y viviera ignorándolo durante el resto de su vida. Sacudió la cabeza. Necesitaba respuestas.
- ¿Qué elfo? ¿Conoces su nombre?- preguntó-. Una elfa la atacó ayer por la tarde- añadió con el ceño fruncido. Su cabeza seguía dando vueltas a la situación-.
- Lo conozco- respondió con voz queda-. La sanadora Areth. Sí. El mayordomo me lo contó. Extraordinariamente eficiente- apuntó, antes de esbozar una sonrisa-. Imagino que no lo recuerdas Ben - tanteó con un brillo en los ojos que significaba diversión en el anciano.
- ¿Recordar? ¿A quién? ¿A Charles? Es el mayordomo de Justine- respondió sin saber qué respondía-. ¿Quién es el elfo?- preguntó con mucho más interés-.
Ladeó el rostro para estirar el cuello, en un gesto muy suyo mientras contenía la sonrisa evitando que fuese demasiado evidente.
- Sí, Charles. Él es extraordinariamente eficiente. Y la sanadora Areth te atendió cuando apenas eras un recién llegado a la Guardia. ¿Recuerdas el primer entrenamiento? el arma era demasiado pesada para lo que estabas acostumbrado. Te golpeaste en la cara. Te abriste la ceja y el golpe te dejó desorientado. Fue ella la que impuso sus manos sobre ti - compartió con él haciéndolo consciente-. No tengo dudas sobre que la elfa intentó sanar a Iori- giró la cabeza mirando a Iori de soslayo-. Pero algo ya no funciona correctamente en ella desde que salió de aquel templo. Él también lo dijo- volvió a mirar a Ben de frente-. Tarek- reveló-.
Se llevó una mano a la ceja y el recuerdo le embistió como si la misma arma le hubiera golpeado de nuevo. Palpó con los dedos en busca de alguna marca pero no había nada. Recordaba el incidente, de aquello hacía mucho tiempo. Sin embargo, no recordaba que hubiera recibido tratamiento élfico. Era extraño que un un miembro de la Guardia, en periodo de formación, recibiera tales cuidados. ¿Por qué él sí? La confusión se dibujó en su rostro.
- Ah, fue ella...- acertó a decir, pero se abstuvo de hacer más comentarios- ¿Por qué Tarek buscaba a Iori? ¿Se conocían?- Ben no olvidaría aquel nombre-.
- Se conocían, sí- el anciano elevó ligeramente una de sus pobladas cejas-. Desconozco los detalles de esa relación. Cuando vino a por ella...- meneó la cabeza-. De no ser porque necesitaba llevarla con él al templo, hubiera querido sacarla de en medio- hizo un elocuente gesto con la mano indicando a Sango que seguramente Iori habría muerto-. La necesidad hace extraños compañeros de camino- meditó para si-. He contactado con un amigo- reveló súbitamente-. Él podrá arrojar más luz sobre los hechos que los rodean a ambos. Pero demorará en llegar varios días a la ciudad- se levantó entonces, y con su paso sigiloso se acercó despacio a Iori, mientras enlazaba a su espalda las manos-.
- ¿Quién es? No será otro elfo. Antes los consideraba gente de bien, gente buena, aliados. Pero, ultimamente...- dejó la frase en el aire. Se había vuelto a recostar en la silla-. Prometí que no la volvería a tocar un elfo- sus ojos se habían clavado en la figura bajo la capa-.
Zakath se giró, observándolo de forma interrogante, al lado de la cabecera de Iori.
- Y cumpliré con mi palabra, Zakath, siempre lo hago- añadió al sentirse observado-.
El anciano volvió a observar a Iori, en silencio y con gesto concentrado.
- Si la hubieras escuchado gritar... Si hubieras visto sus ojos y la llamada de auxilio de después... No. No lo permitiré- sentenció. Zakath se giró hacia él, quedando de frente, pero no avanzó ningún paso-.
- Te doy las gracias Ben. Has sido capaz de encontrar fuerzas para completar lo que te pedí cuando yo mismo dudé de mi capacidad para dar con ella. La misión ha acabado - y el silencio tras aquellas palabras bramó entre ambos hombres. Lo miró fijamente, dejando que aquello calase hondamente en el Héroe. Inspiró profundamente, llenando el pecho de aire. Como si lo precisase para lo que estaba a punto de decirle-. Te dolerán tanto las manos de sostener lo que no puedes, que al final no tendrás otro remedio que abrir los puños y dejarla ir-.
Sango solo pudo esbozar una sonrisa ante las palabras de Zakath. Quería alejarla de él. Quería apartarle por algún motivo que desconocía. Pero él desconocía lo que motivaba a Sango. No tenía ni idea de la influencia que ella tenía en él. Y que él estaba teniendo en ella. Lo había visto en sus ojos. Lo sentía en el corazón. Y su cabeza no dejaba de gritárselo. No, Zakath no era consciente de cómo se habían tramado los hilos del destino.
- No lo entiendes. Esto ya no es por ti- recogió las piernas y se puso en pie-.
Miró a Zakath, al hombre que había criado a Iori durante años, pero que no la comprendía en absoluto. Pero él nunca lo admitiría. Y si lo hacía, buscaría la forma de llevar la razón. No, no comprender que lo que hago...
- Es por ella-.
El anciano le mantuvo la mirada, con una seriedad inusitada en él.
- Te destruirá- dijo-.
- No. No lo hará- negó con la cabeza-.
Los ojos verdes se estrecharon, mirándolo fijamente. Observándolo con la sabiduría del que sabe cosas que el otro no. Del que tiene experiencia en la vida frente al que apenas ha comenzado a andar por el mundo. Ben conocía bien aquella expresión. Y sabía que tras ella, no habría más palabras de Zakath al respecto. Estará juzgando y preparando su réplica camuflada en forma de lección. Por suerte ya no me hará correr por los cuarteles.
Ben sostuvo la mirada hasta que percibió movimiento en la cama. Sin hacer ruido, la mestiza se incorporó muy despacio, con el cabello cubriendo parcialmente su cara. Sango posó sus ojos en ella y se olvidó de Zakath.
- Buenos días- dijo sin moverse del sitio-.
Con la bruma del sueño todavía cubriendo sus sentidos, Iori se incorporó hasta conseguir sentarse de medio lado en la cama de tal forma que le daba la espalda a Zakath, ante ella solo estaba él. Abrió los ojos y los centró en Ben que le devolvió la mirada mientras ella, según él, se ubicaba en aquella habitación. Pasó la mano por el cabello intentando apartar los mechones desordenados que le caían por la cara, sin lograrlo del todo. Y entonces sus labios mostraron lo que sentía su corazón.
Ben abrió la boca para hacer frente al terrible martilleo al que le estaba sometiendo el corazón. Alzó las cejas y abrió los ojos. La sorpresa se tornó en felicidad y en su boca asomaron los dientes mientras los labios se curvaban hacia arriba. Grabó en su mente todos y cada uno de los detalles que se dibujaron en su rostro, los mechones que caían por su cara, la líneas que se formaban en su rostro, los blancos dientes, su rostro relajado, sereno, incluso feliz. Era la primera vez que la veía sonreír y le pareció la sonrisa más bella que había tenido la suerte de ver jamás. ¿Cómo habían llegado hasta es punto? ¿Qué explicación había? ¿Acaso importaba? Una mujer que encontró rota y que desde el primer momento no había mostrado más emociones que la impaciencia, el enfado y el gusto por el dolor; una mujer a la que abrazó y a la que juró sacar del abismo en el que se encontraba. Esa misma mujer, ahora le sonreía. Y en su sonrisa, Ben creyó ver el resto de su vida. Se recreó con la visión antes de obligarse a parpadear y comprobar que sus ojos no le estaban engañando. Ensanchó la sonrisa y se acercó al pie de la cama, a un par de pasos de ella.
- ¿Dormiste bien?- preguntó-. ¿Necesitas algo?-.
Su sonrisa no desapareció mientras Iori se deslizaba por el colchón hasta llegar a los pies de la cama. Se sentó sobre sus rodillas y miró desde allí a Sango.
- Dormí demasiado... no recuerdo la última vez que tuve un descanso así. Soñé...- entrecerró los ojos, mirando con atención al Héroe. Su cara radiante la dejó momentáneamente con la mente en blanco. Tardó en encontrar las palabras-. Fue... extraño... pero me hizo sentir...- frunció las cejas, intentando pensar, mientras alzaba las manos, buscando las de Ben. Zakath, tras ella, enarcó una ceja-.
Sus manos se entrelazaron con las de ella. Su tacto cálido reconfortaron a Ben que no pudo hacer otra cosa más que mantener la sonrisa.
- Un sueño agradable espero- dijo en voz baja mientras jugaba con las manos-.
Parecía que en el cielo que eran los ojos de Iori, ese día no había nubes. Observó las manos del humano, entrelazándose con las suyas, mientras el tono bajo de voz que usó la hizo ser consciente de la intimidad que compartían. Volvió a mirarlo, y se incorporó para acercar más la cara a su altura quedando de rodillas sobre la cama.
- Me desperté en la madrugada y lo tenía presente. Era confuso, ahora casi no recuerdo nada...-
Ben asintió. Él también había olvidado sueños, casi siempre aquellos que eran agradables o lo suficientemente absurdos como para no tener cabida en su cabeza. Las pesadillas, sin embargo, permanecían. Que lo hubiera olvidado, se dijo y quiso creerlo, era buena señal. Entonces Iori tiró un poco más de él, guiándolo hacia ella con suavidad. Ben se resistió, remoloneó ante su tirón, pero acabó cediendo. Un pequeño juego antes de zambullirse en sus azules ojos.
- Te vi. Dormido en la silla- admitió, sin apartar los ojos de él.
- Sí, estuve aquí. Por si necesitabas algo- respondió-.
Ante su cercanía, la sonrisa en la boca de Iori dulcificó los ojos. Sus dedos seguían el juego con los de Ben, y la respiración profunda en su pecho evidenció el aire que precisaba tomar para llenar los pulmones. Lleno de anhelo y expectación. Deslizó una pierna fuera, seguida de la otra mientras sus manos subían por los antebrazos del guerrero. El vestido negro del día anterior se deslizó por las sábanas con su movimiento, y ella invadió con su cuerpo la escasa distancia que los separaba. Fue en ese momento, cuando notó el calor de la piel de Ben contra la suya, que unos pasos a su espalda llamaron su atención.
Ben borró la sonrisa del rostro y la felicidad se tornó en algo parecido al enfado. Alzó los ojos para encontrarse con los de Zakath que le observaban sin mostrar expresión alguna. Se obligó a aspirar aire para calmar su ánimo y dio un ligero paso hacia atrás sin apartar la mirada del Maestro.
Por su parte, Iori giró el rostro, siguiendo al instante la dirección de la mirada de Sango. No pudo ver su expresión pero notó la tensión que se apoderó de ella al instante. Sus manos, primero, agarraron con fuerza, para, al siguiente instante, soltarlo. El anciano hizo un gesto de reconocimiento con la cara a modo de saludo, y caminó bordeando la cama en dirección al ventanal.
- Ha pasado tiempo Iori. Me alegro de comprobar que te encuentras de una pieza. El elfo, Tarek, regresó a la aldea sin ti- no saludó. No preguntó. Cabronazo despiadado-.
Aquellas últimas palabras pusieron más nerviosa a la chica, haciendo que tras la expresión de sorpresa, la sonrisa terminase de desaparecer por completo de su rostro.
- Tarek...- murmuró ella-.
- Encontrasteis lo que buscabais ambos. Dime Iori, ¿mereció la pena?- siguió el anciano-.
La mestiza dio un paso hacia él. Que la separó del contacto con el cuerpo de Sango. De su calor. Ben lo lamentó, pero comprendió que ella necesitaba su espacio para afrontar la situación. No obstante, no se movió del sitio, permaneció allí quieto pasando los ojos de Iori a Zakath.
- ¿Tú lo sabías? ¿Sabías sobre mis padres?- soltó con la voz quebrada.
- Lo intuía- matizó el hombre mirándola con serenidad a la cara-.
Sango escuchó a Zakath. Él también se guardaba la verdad para no dañar a los demás. No eran tan distintos, al fin y al cabo. sin embargo, él iba de frente y admitía que lo hacía.
- ¿Alguna vez pensaste en decírmelo?- dijo tras haber contenido el aire mientras miraba al viejo maestro-.
- Te entregué el anillo con el que te encontré. Cuando pensé que estabas preparada. Saliste de la aldea por ti misma para encontrar respuestas. Y las has encontrado- Para Sango era evidente que a Iori le estaba costando mantener la calma según Zakath hablaba-.
- ¿Y el resto de cosas que sabías?-.
- Tú nunca preguntaste- razonó-. Y tu vida fue tranquila y feliz hasta que comenzaste la búsqueda- le recordó antes de dejar escapar un largo suspiro-.
Ben estudió la expresión de Iori y vio un atisbo de una persona traicionada por alguien querido, alguien respetado y significaba algo en su vida. Una traición perpetrada por la persona que le había dado cobijo, protección y un lugar en el que vivir. Si bien Sango entendía a Zakath, no podía ver a Iori de aquella manera. Las cosas podían tratarse de otra manera.
- ¿Pero a ti qué te pasa?- estalló Sango-. Zakath, por el amor de Freyja, la criaste durante años, ¿ni siquiera vas a preguntarle cómo está? ¿Ni siquiera te atreves a mirarla mientras hablas con ella?- bufó-.
Cuando quiso avanzar hacia él, Iori colocó una mano en su pecho deteniéndolo al instante. Ben alzó las cejas y después de mirar la mano, la miró a ella.
- Está bien - murmuró ella para que solo él la escuchara-.
Zakath había alzado ambas cejas, mirando a Sango con atención. Desvió la vista de él y miró a Iori de nuevo.
- Tarek hayó el lugar en el que estaban tus padres. Los enterró, cerca de la cueva en la que te encontré. Juntos.- Iori abrió la boca, con los ojos abiertos de manera desmesurada-.
- El dijo que perdisteis algo. Que tuvisteis que entregar algo en aquel templo para poder ver los recuerdos del pasado- dio unos pasos lentos hacia Iori, aunque había algo autoritario en la forma en la que la miraba-. ¿Qué entregaste, Iori?- preguntó Zakath-.
Ben puso su mano sobre la de ella y presionó contra el pecho cuando sintió que perdía firmeza. Entrelazó los dedos con los de ella y apretó ligeramente para hacerle saber que estaba a su lado. Apretó más cuando Zakath avanzó hacia ella. Él la buscó con los ojos. Estaría ahí para ella.
Su mano estaba floja, se dejaba hacer por él, seguía sus juegos, sus caricias. Él trataba de transmitirle todo cuanto podía, calor, fuerza, coraje. Pero aún así notó su cuerpo temblar cuando Zakath avanzó hacia ellos, acortando distancia. Sango no giró la cabeza, sus ojos estaban ahí para ella, para darle fuerza si quería responder, para ofrecer un lugar seguro si no quería responder. Estoy aquí para ti, gritó en su cabeza. Ella le devolvió el apretón a la mano de Sango.
- ¿Algo a lo que le dabas poca importancia? ¿Algo que pensaste que no sería un sacrificio para ti?- tanteó. Ben se dio cuenta de lo que estaba haciendo Zakath. Estudiaba su rostro y formulaba sus preguntas según lo acertado o equivocado que le mostrara la expresión. Era todo un arte y más de una vez le había sacado de quicio.
- Te marchaste sin tomarte en serio el viaje con Tarek. Y llegaste allí con ganas de terminar. Dijiste que sí sin dudar. Sin pararte a pensar- se detuvo a un par de zancadas de dónde estaban ellos- Dilo- ordenó-. ¿Qué fue lo que usaste como pago para poder ver el pasado?- su voz sonó ronca mientras su mirada dura estaba clavada en ella. La muchacha agachó la cabeza, incapaz de seguirlo mirando-. ¡Iori!- rugió-.
- El corazón- jadeó ella como si le costase la respiración pronunciar cada letra-.
Ben estaba fuera de la conversación. No entendió el tono brusco, agresivo, del Maestro Zakath y tampoco entendió la respuesta de Iori. No entendía el funcionamiento de la magia, no se había preocupado nunca por saber de dónde venía, cómo se usaba u otras cuestiones similares. Y sin embargo, se negaba a creer, porque no entendía, que ella hubiera entregado el corazón ¿acaso no latía con fuerza? ¿Acaso no era capaz de sentir? Sango no entendía.
- ¿Qué?- preguntó Sango sin apartar la mirada de Iori-. Pero si...- frunció el ceño-. No entiendo. ¿Cómo es posible? ¿Qué clase de oscura hechicería utilizaron contra ti?- entonces desvió la mirada hacia Zakath-.
Zakath escuchó en silencio. Imperturbable parecía, hasta que sus cejas bajaron, pegándose a sus ojos formando una ligera línea. De preocupación.
- El lugar en dónde residen los sentimientos- murmuró lentamente-.
¿Qué sabes de esto?- devolvió la mirada a Iori que parecía completamente fuera de sí-. Eh, eh, estoy aquí- buscaba sus ojos-.
Iori se sintió acorralada. Volvió la cabeza hacia Sango cuando él la llamó. Una amabilidad, una incondicionalidad que la hirieron. Separó con brusquedad su mano de él y retrocedió de donde se encontraban ambos. La súbita retirada de Iori cogió desprevenido a Sango que escuchó con atención lo que se dijeron el uno al otro.
- ¿Fue eso? - alzó la voz de nuevo el anciano, y la mestiza se detuvo en el sitio-.
- Quién pone el corazón en alguien, sin duda sufre - esgrimió ella. Lo miraba con una especie de rabia contenida-. Es lo que me enseñaste. Fue una de mis frases de cabecera. ¿Para qué lo quería si he aprendido a vivir sin amor?- las palabras que usó para defenderse sonaron tan patéticas al decirlas como sonaban en su cabeza al pensarlas.
- Intenté enseñarte lo mejor que pude. Creo firmemente que los lazos entre las personas son más debilidad que fortaleza. Pero veo que no lo conseguí. Te esforzaste pero, ese camino nunca ha sido para ti- los ojos de Iori, pudo ver Sango, se abrieron enormemente ante aquella revelación-.
Seguía sin entender pero estaba decidido a encontrar una solución. Sin embargo, antes, debía hacerle ver a Zakath lo equivocado de su planteamiento. Lo equivocado de su método.
- Maestro, vuelves a equivocarte. Te vuelvo a recordar las palabras de mi madre y te pregunto: en días de viento, cuando este sopla con fuerza, ¿cae el bosque o cae el árbol solitario en la colina?- hizo una breve pausa para avanzar hacia él-. Sigues empeñado en hacernos creer que la soledad es el único camino, y yo a eso te digo que no. Siento que veas las cosas de esa manera, siento, de hecho, que alguien te haya hecho tanto daño como para que te creas esa tremenda estupidez- provocó-. Lo que te voy a pedir es que no trates de imponer tu visión del mundo. Puedes compartirla, pero no imponerla-.
Dejó de mirarle para ocupar su atención en ella. Se dio la vuelta y se acercó a Iori.
- ¿Qué ocurrió? ¿Qué pasó en el templo?- había curiosidad genuina en su voz, volvió a mirarla igual que antes-.
Zakath escuchó a Sango en silencio y de nuevo con expresión inescrutable. No pareció sentir nada en concreto ante sus acertadas palabras, y su respuesta ante aquella situación fue moverse. Caminó despacio hacia la puerta dejando atrás a Iori y a Ben.
- Hablaremos en otro momento- zanjó con voz calmada antes de abrir la puerta.
Iori no apartó los ojos de Zakath, hasta que su ancha espalda desapareció y la puerta se cerró tras él. Sango la notaba muy nerviosa, alterada, con la respiración acelerada. Sus ojos se encontraron pero ella apartó la mirada en seguida. Como si su mirada, pensó Sango, la lastimasen de alguna manera. Dio un respingo.
- Ya lo has oído. Había que pagar un precio para poder saber. Ver el pasado- se llevó las manos a la cabeza y cerró los ojos-.
Dio un paso al frente, en su dirección. Quería saber y ayudarla. Quería que no sufriera en soledad. Quería hacérselo saber, pero para que el sentimiento fuera completamente puro, necesitaba comprender.
- Sigo sin entender cómo ese precio se puede pagar con el corazón. Iori, ¿qué implicó para ti? ¿Qué cambió en ti? Ayúdame a entender, por favor-.
Pero ella no respondió. Y Ben, tras un largo rato observándola sintió que era el momento para dejarla a solas. Zakath había acertado en dejar el tema y él se había empeñado en seguir insistiendo en algo que le producía un daño horrible. Se maldijo por haber sido tan brusco. Suspiró y dio un paso atrás. Y luego otro. Debía darle tiempo. Sango llegó a la puerta y giró la cabeza.
- Estaré cerca- y salió de la habitación cerrando con delicadeza tras de sí-.
Miró a un lado y a otro y no supo a dónde ir porque su lugar estaba tras de sí.
Dentro. Con ella.
Sango
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Sus pasos se habían alejado hasta que no fue capaz de seguirlos tras la puerta.
Iori se mantenía rígida, con las manos en la cabeza, intentando que con aquel simple gesto pudiese contener todo el caos que tenía dentro. Que él se marchase en silencio de la habitación había añadido desorden en ella. Como si al estar cerca de Sango las piezas que la componían encontrasen sentido de alguna manera.
Había sido tan fácil... sentir que al verlo, nada más despertar, él era exactamente la persona a la que quería tener delante en ese momento. La sonrisa que él le había mostrado había sido constante, firme en todo el tiempo que la estuvo mirando. Las manos de Ben eran grandes, y el calor de su piel todavía se sentía como un eco en ella.
Tres días.
Juntos.
Y en ese tiempo, la mestiza había podido ver muchas de sus caras. Su forma de relacionarse con los demás y con ella le había dado un montón de información que no sabía muy bien cómo gestionar.
Fue por él, por quién la mestiza consiguió sacar adelante la conversación con Zakath. Aunque esta no hubiera terminado de la forma en la que quería.
Tarek había contactado con el anciano tras lo ocurrido en el templo. Habían hablado. Y, el elfo había encontrado los restos de sus padres.
Pensar en aquello la hizo sacudirse, notando un profundo coletazo en su estómago. Sintió náuseas de la impresión que aquellas palabras habían causado, y trastabilló unos pasos hasta caer de rodillas a los pies de la cama. El rostro sonriente de Ayla, se convirtió en una máscara desfigurada cubierta de sangre.
El dolor que la recorrió fue tal, que le impidió incluso gritar. Notó el frío del suelo contra su cara cuando cayó sobre él. Observó la puerta cerrada por dónde Sango se había marchado, intentando contener el tormento que la recorría. En vano.
Fue tras un rato, cuando Iori se pudo incorporar. Lo peor del recuerdo había pasado. Pero la fuerza con la que la había abatido la tomó por sorpresa. Casi, como si aquella hubiese sido la primera vez que revivía la tortura. Se apoyó en los pies de la cama y miró sin ver el suelo frente a ella. Sentía todavía la sangre haciendo arder su cuerpo bajo la piel. El zumbido en sus oídos, ensordeciendo todo a su alrededor.
Y pensó en él. En la falta que le había hecho. Imaginando como con un abrazo suyo podría ahuyentar aquello. Minimizar en ella la devastación del recuerdo. Darle de nuevo un beso en la frente. Hacerle sentir que finalmente no estaba...
Sola.
Apretó la mandíbula, notando como ante aquel nuevo dolor, algo oscuro dentro de ella se revelaba. Se alzaba con fuerza y rompía en pedazos el germen de ese sentimiento antes de que pudiera enraizar. Llevaba toda la vida protegiéndose de aquel tipo de emociones. Actuando como si no tuviese sentimientos por nadie para evitar sentir las heridas. Miró con furia al frente, mientras tomaba en su mente la decisión de desechar aquella amenaza de ella. Y sin embargo, algo volvió a doler.
No todas las cosas cuando se rompían hacían ruido. Había algunas que se derrumbaban por completo en el más absoluto de los silencios.
Enarcó las cejas, sorprendida.
Fue entonces cuando unos golpes en la puerta sonaron de forma decorosa, pero Iori no tenía ganas de querer responder. Los golpeteos se hicieron más insistentes, hasta que sin esperar a recibir permiso la puerta se abrió. Tres muchachas, de una edad similar a ella misma cruzaron la enorme alcoba.
- Buenos días señorita - saludó la que iba en cabeza. - Confiamos en que haya podido descansar bien. ¿Cómo se encuentra? -
La mestiza no les dedicó ni una mirada. Se giró y caminó hacia los ventanales que cubrían la pared que daba al patio, desde dónde había una vista clara de los jardines.
- Prepararemos el baño para que pueda asearse. Hemos traído también el desayuno y si nos permite tomarle las medidas, ajustaremos las ropas limpias en un abrir y cerrar de ojos para usted. - explicó con un tono cristalino, sin parecer ofendida por la manera en la que Iori las ignoraba.
La muchacha a su derecha cruzó rápidamente la estancia encaminándose hacia el baño para comenzar a preparar la bañera.
La de su izquierda, posó una bandeja cubierta sobre la mesa y sacó una larga cinta métrica del bolsillo de su falda.
- La señora Justine espera que al medio día de hoy pueda reunirse con ella en el salón principal para compartir la comida. Desea que le transmitamos los ardientes deseos que tiene de poder entablar con calma conversación con usted - informó con una sonrisa antes de dejar los vestidos de diversos colores que llevaba en los brazos sobre los pies de la cama.
Bajó un instante la vista, observando el elegante vestido negro que todavía tenía puesto. Un vestido con un significado que hacía que se le acelerase el corazón. Una muestra pública de duelo ante la muerte de Hans. Los ojos de la mestiza se entrecerraron hasta convertirse en pequeñas rendijas cargadas de ira.
- Me pondré el blanco - murmuró sin apartar los ojos del que se veía por debajo de todos los demás.
- ¿El blanco? Debí de seleccionarlo por error. Mi señora, creo que no es el color más adecuado para...- la mujer guardó silencio y asintió con la cabeza. Fue la sirvienta la que había apartado los ojos entonces.
Iori abrió el cierre del vestido negro y lo dejó resbalar hasta el suelo sin preocuparse más por él. Avanzó hacia el baño, ignorando la tensión que se había instalado en la habitación con sus últimas palabras. Esperaba que el agua estuviese suficientemente fría.
Las dos mujeres se midieron con los ojos por encima de la mesa, cuando Iori entró en el gran salón donde se sirvió la comida. Únicamente ellas dos y los miembros del servicio preparados para atenderlas. El vestido blanco era de tela ligera y se movía con suavidad con cada movimiento que hacía. Los ojos de Justine parecieron comprender en ella el mensaje de rebeldía, frente a su atuendo de luto del día anterior.
- Me alegro de verte. Parece que tienes mejor cara. ¿Pudiste descansar bien? -
- Algo así - se sentó.
- Espero que tengas apetito. Sé que no te encuentras con ánimos para comer, pero debes de hacer un esfuerzo por tu salud -
- Te lo agradezco -
- No tienes que agradecérmelo. - Justine dejó la copa que tenía llena de vino sobre la mesa, mirándola con honestidad. - Iori, sé que es pronto todavía, que hace falta tiempo y que tú precisas recuperarte pero, cuando estés preparada, me gustaría que pudiéramos hablar largo y tendido.-
La mestiza alzó la mano, tomando un pedazo de pan de miga blanca que tenía justo delante. La miró sin decir nada.
- De Ayla. - añadió finalmente, pronunciando el nombre con la rapidez de quien no está seguro de hacer bien diciéndolo en voz alta.
Iori no apartó la vista mientras tomaba un pedazo de pan en los labios.
- Lo dejaremos para cuando estés preparada. Para cuando ambas lo estemos - se removió en la silla, sintiendo un ligero alivio por ello.
El silencio que guardaron fue llenado con el aroma de los platos. Los ojos azules observaron, sin mostrar curiosidad manifiesta, las elaboradas recetas que allí se estaba reuniendo. Más bandejas de las que dos personas podrían llegar a consumir en una semana completa. El derroche que se veía, lejos de impresionarla, le hizo sentir desagrado por lo que a todas luces resultaba un gasto innecesario.
Recordó entonces a la madre con el bebé que vendía su pescado en el puesto de la esquina.
A la que Sango había ayudado, dándole dinero y un buen consejo para salir del paso. Cuando ella lo único que le pudo ofrecer fue problemas con los funcionarios de la ciudad.
Frunció el ceño ante aquel recuerdo, y Charles apartó la bandeja que había situado frente a ella.
- Nada de pato entonces. - comentó, interpretando erróneamente su gesto. - ¿Prefiere ternera quizá? -
- Un poco de pescado. Por favor -
La amabilidad con la que Iori se dirigía al mayordomo no pasó inadvertida ante Justine, que miró a ambos mientras él colocaba sobre el plato de la muchacha un generoso corte de salmón, acompañado de una guarnición de verduras al vapor, regadas con salsa de queso.
Tomó el cubierto que parecía ser el tenedor más normal de todos los que había delante de ella y probó la aromática y suave carne rosada.
- No quiero precipitar las cosas, pero me gustaría proponerte una oferta sobre la que desearía que meditases con calma - volvió a hablar tras un largo rato en silencio. La mestiza alzó los ojos pero no habló.
- Él te buscaba con la excusa de nombrarte su heredera. Yo quiero brindarte esa posibilidad de corazón. - Se detuvo para evaluar la reacción de Iori en su cara, pero no obtuvo ninguna pista clara. - Me llenaría de orgullo que aceptases en convertirte en mi sucesora. Por supuesto, te proporcionaría los conocimientos y la educación que merezcas. Te puedo asegurar que no te faltaría de nada. Y bajo nuestras manos seremos capaces de transformar todo lo que una vez tuvo que ver con el apellido Meyer -
Apartó los ojos. Dejó lentamente el cubierto sobre el plato. Había ingerido más comida en aquel instante que en la última semana. Controló su respiración de forma que apenas se notaba superficialmente, mientras las palabras de la mujer abrían una zona oscura en su pecho. Pensó en Sango. Notó como algo en ella gritaba, deseando levantarse y correr hasta llegar a su lado.
- Gracias por la comida - respondió únicamente, mientras apartaba la pesada silla de madera.
Justine se levantó también, al otro lado de la gran mesa, sin saber qué más decir. Contrariada por la aparente serenidad que había mostrado Iori en aquella mañana.
La mestiza se giró, y encaminó sus pasos hacia la salida, mientras pensaba que el silencio se había convertido en su nueva forma favorita de comunicación.
Había invertido el resto del día en explorar todas las instalaciones a las que fue capaz de llegar. Aquel lugar, aún siendo una propiedad considerada modesta dentro del barrio alto de Lunargenta, superaba por mucho la arquitectura a la que la mestiza estaba acostumbrada a contemplar.
Con la excusa de necesitar tiempo para meditar, pudo pasear sin que nadie se dirigiera a ella por cada pasillo que decidió recorrer. También supo que Zakath se había marchado. Aunque le habían ofrecido alojamiento dentro de aquel lugar, el anciano había reusado, asegurando que disponía de otro lugar. Iori no tuvo que imaginar mucho para saber cuál era la verdad detrás de aquellas palabras. El anciano nunca mezclaba trabajo con placer. No podría acostarse con ninguno de los trabajadores que allí vivían, por mucho que surgiese la chispa con uno de ellos, por lo buscaría compañía en otros lugares.
La última claridad que iluminaba el cielo murió cuando Iori caminaba por los jardines descalza. Notaba la hierba en sus pies, y se sorprendió del tacto extremadamente mullido que tenía. Se detuvo observando el grueso muro que se alzaba allí. Estaba orientado hacia el sur de la capital, y en esa dirección podría ver el barrio de los artesanos cruzado por uno de los menudos ríos que recorría Lunargenta.
Tiró de la falda del vestido hacia arriba, y sin apartar los ojos de lo alto del muro fue rompiendo la tela, dejando caer cada retazo tras de si mientras avanzaba. Rasgó el tejido hasta la zona de las rodillas, ganando de esta manera mayor amplitud de movimientos para lo que pretendía hacer.
Escaló hasta lo alto tras una ágil carrera, y la mestiza se encaramó a lo alto para quedar sentada sobre él. Dejó caer las piernas hacia fuerza y se aferró con las manos al borde, observando la ciudad. El aire fresco de la noche movió su cabello suelto de forma perezosa. Estiró el cuello y miró hacia arriba.
Olía a lluvia.
-¿Disfrutando de la noche?-
Ladeó la cabeza. No se giró al instante pero su cuerpo había experimentado una tensión visible cuando escuchó su voz tras ella. Dejó caer de manera lenta los ojos en su figura y lo vio parado a los pies de la pared. Sostenía en su mano algunos de los pedazos de tela que ella había roto de su vestido. De manera que la encontró siguiendo el rastro. No debería de sorprenderle por parte de un soldado como él.
Apartó la vista, incómoda con su visión. Recordó como el día anterior él había intentado retrasar que llegase a la mansión de Hans. Cómo le había costado jugar su papel en la entrega de Iori, intentando agarrarse a cualquier pequeño resquicio que su mente identificase como una debilidad.
Hans estaba ya muerto.
Y ella había sido capaz de sobrevivir al proceso.
- ¿Tú lo sabías? - la voz de Iori sonó amortiguada por la diferencia de altura. - Que el vestido que me proporcionaron ayer era para mostrar mi tristeza por la muerte de Hans? -
- Sí, lo sabía - respondió.
¿Por qué no se lo había dicho? ¿Pensaba que aquello sería del conocimiento de una chica como ella? Daría por hecho que lo sabía?
- Quería llevarte con ella - dijo para interrumpir el silencio - Eso era algo inaceptable - añadió.
No respondió. Le costaba encontrar las palabras. Percibía la preocupación en su voz, y era algo que la ponía en guardia por algún motivo. Sabía como era el Héroe. Desprendido. Preocupado por el bienestar de los demás. Sin embargo... Se distrajo al escuchar a lo lejos algo que podía ser desde un trueno, a una pequeña algarabía de gente de fiesta.
- Me voy de la ciudad -
Y sus oídos se cerraron a escuchar nada más. La ciudad a sus pies, que ardía de bullicio y actividad nocturna pareció enmudecer. La mestiza volteó la cabeza para observar a su derecha, y se inclinó un poco hacia delante. Apoyó las palmas de las manos en el muro para mantener el equilibrio mientras seguía sentada, con las piernas cayendo hacia el exterior de la pared, de espaldas a Sango.
Silencio. Lo único de lo que era completamente dueña en aquel momento.
- Hay un campamento, al norte. Los niños de Eden necesitan ayuda - explicó - Supongo que habrá mucha gente que quiera ayudar y, bueno, otra pues, ya veremos - dijo con incomodidad - Las cosas están revueltas en Verisar desde el desastre de Edén - añadió mientras jugaba con los trozos de seda en sus manos.
El viento movió el pelo de Sango, y encima del muro arrastró con más ímpetu el cabello castaño de Iori. El sonido de nuevo, acercándose, fue más claro ahora. Era tormenta.
Deslizó una pierna hacia atrás, para quedar subida a la pared como si fuese una montura. La falda había sido destrozada, hasta los muslos de la mestiza, dejando su piel al aire. Giró la cabeza, y atrapando el cabello tras su oreja miró directamente a Ben desde arriba.
- Parece que se avecina tormenta - cerró los ojos y bajó la cabeza.
Silencio. Los truenos continuaron resonando en la noche encapotada, y Sango pudo ver como a sus pies, gotas de agua comenzaban a oscurecer el mármol del suelo.
¿Qué demonios pasaba con ella? ¿Ese era el precio? ¿Sustituir un dolor por otro? Clavó los ojos en la causa de su alteración.
- Ya está hecho. la liberación no llegó de la forma en la que la había esperado. Imaginaba otro tipo de placer. Otra satisfacción distinta al poder estar a solas con Hans. Lo había hecho sufrir. Le había infligido dos veces la tortura que acabó con Ayla, y lo había apartado del mundo de los vivos para siempre.
Y todo lo que dejó en ella aquella venganza deseada fue un estéril y vacío espacio en su pecho que no sabía con qué llenar. Las palabras de Sango habían generado dolor en ella, y este se expandió con fuerza por esa zona hueca. Vibrando. Lastimándola.
Hiriéndola.
- Pero y esto, ¿Cuándo deja de doler? - preguntó con voz queda. Tras sus palabras, la lluvia que comenzó de forma descuidada se hizo más fluida, llenando los oídos de ambos con su suave goteo.
- ¿Qué te duele? - alzó la cabeza y se reencontró con ella.
El verde en el azul. De nuevo silencio. Y, en esta ocasión, la luminosidad de un relámpago brilló en el cielo. Tardó unos segundos en escucharse el trueno, y cuando este se extinguió, Iori se volvió por completo hacia Ben desde lo alto del muro. Deslizó ambas piernas hacia el vacío sin apartar los ojos de él. Sus cejas estaban fruncidas, en un gesto de concentración.
La lluvia se intensificó, y la tela de ambos comenzó a empaparse y pegarse a sus pieles. La mestiza se descolgó. Lo hizo con agilidad, con facilidad. Con la rutina de la costumbre. Se apoyó en lo que parecía ninguna parte con sus pies descalzos, dejando que sus dedos encontrasen los resquicios mínimos en las irregularidades del muro, que le permitieron aterrizar delante de Sango como un suspiro. Le mantuvo la mirada.
- Tú - dijo como si fuese la sentencia de una condena.
El aire se le escapó del cuerpo a Sango. Parpadeó varias veces y sacudió la cabeza para deshacerse de las gotas que caían por su rostro.
-¿Cómo?- dijo con un hilo de voz - ¿Cómo que "tú"? - preguntó.
Los ojos azules no se apartaron de él. Tampoco relajaron la forma en la que lo miraban, con una mezcla de cautela y acusación. ¿De verdad no era consciente de su responsabilidad en todo aquello?
- Haces que parezca que antes de ti no hubo nada, y si pienso en el después de ti... tampoco- habló antes de pensar, y eso fue algo que se reflejó de manera clara en su rostro. La lluvia continuó cayendo entre ambos, mientras la expresión de Iori se transformaba. De la desconfianza a la comprensión, y de ahí, al horror. Dio un paso hacia atrás.
Ben se había revelado ante ella como un elemento definitorio de su vida.
El poco tiempo compartido casi parecía una burla, para la magnitud del sentimiento que la atenazó por dentro. Buscó con urgencia dentro de ella una explicación. Argumentos que la hiciesen respirar con alivio ante aquel descubrimiento. La misión que los había unido, su ayuda incondicional eran elementos que aunque cortos en tiempo, poseían una importancia vital para ella.
Las gotas de agua cayendo de forma prolongada en el tiempo eran capaces de ir marcando poco a poco la piedra. Pero, en ocasiones, solo era necesario un único golpe certero para causar el mismo efecto. Marcar la piedra para siempre.
O en su caso, romperla.
Ben la miraba con la sorpresa en sus ojos verdes. Dio un paso hacia ella y volvió a acortar la distancia. No dijo ni hizo nada salvo tender un brazo hacia ella, como había hecho el día anterior. Como cuando ella aceptó la mano que se le ofrecía y empezó a jugar con ella. Era el mismo gesto. Sin embargo, ahora todo cobraba un nuevo sentido, un nuevo significado.
La lluvia arreció, en cantidad y rapidez. Las gotas golpeaban con fuerza el suelo y sus cuerpos, creando un ensordecedor aguacero sobre ellos que los empapó por completo. La mestiza no se movía, observando con un reflejo de miedo la mano vacía de Ben. No había nada amenazante en su actitud, pero sintió que estaba en peligro de alguna manera.
Tragó. Saliva y lluvia. Y buscó en los ojos del Héroe, a sabiendas de que la respuesta que encontraría allí no la ayudaría a alejarse de él.
Sango no se movió. Parecía estar completamente concentrado en ella.
Y creyó ver en su mirada el atisbo de un anhelo. Bajó los ojos para observar la mano. La palma abierta. Llena de agua y de vida. La mestiza dudó. Se sintió vulnerable y extendió la mano hacia él. ¿Qué era lo que él le ofrecía? ¿Qué era lo que deseaba coger en aquel gesto? Iori rozó con la punta de los dedos su piel y la notó cálida. Apenas una caricia, similar a una mariposa sobrevolando una flor.
El relámpago y el trueno cayeron casi al mismo tiempo, sobresaltándola.
Aquello pareció romper el momento de debilidad, el instante en el que se estaba dejando arrastrar, y su expresión cobró una dureza nueva en ella. Miró a Ben a la cara, con un brillo de desafío en los ojos y apartó de un manotazo el brazo que extendía hacia ella. Fuese lo que fuese que le estaba ofreciendo, Iori no quería de él nada que viniese suave. Nada que fuese dulce. Nada atento o preocupado.
Desde el primer día, en la posada, había sentido la atracción entre ambos. Tibia al principio por parte de Sango, había ido subiendo poco a poco, desde el beso en el gremio de luchadores. Un contacto fruto de la adrenalina había evolucionado hasta convertirse en un brazo que la rodeaba con necesidad en el suelo de la habitación la noche anterior.
No había lluvia, ni tormenta, ni cataclismo natural o enviado por los mismos Dioses que pudieran apartar a Iori de Ben en aquel momento.
Con el camino libre en el espacio que había entre ambos, Iori avanzó. Agarró con fuerza las solapas de la camisa de Ben y tiró hacia ella. Se puso de puntillas y embistió con su cuerpo hasta pegarlos a ambos. No quiso en cambio mirarlo a los ojos. El verde en aquel momento la ahogaba más que la lluvia. Cerró los ojos y buscó cubrir sus labios con la boca.
Y enterrar con sexo todo lo demás
Ella le buscó y él se dejó encontrar. Sus labios chocaron con la violencia de los que llevan tiempo en persecución el uno del otro. La lluvia se colaba por los resquicios que se dejaban entre ambos para respirar pero no se separaron, ni siquiera cuando Sango echó los brazos tras ella. Ni siquiera cuando la levantó y la alzó hacia el cielo. No había nada más. No había nadie más. Tan solo la lluvia, ellos dos y un rayo que cruzó el firmamento.
La desgarradora vibración del aire hizo que Sango se separara, sobresaltado, de Iori. Sus ojos, entonces, trazaron una trayectoria en espiral, el rayo que surcaba el cielo, las oscuras nubes y el incansable caer del agua. En el centro de la imagen estaba ella, que brillaba con su propia luz, con el agua cayendo por su rostro, goteando desde la punta de la nariz, desde las cejas, y entonces sus ojos azules. La composición le dejó sin respiración, pero sus ojos terminaron por sacarle hasta la última gota de aire del cuerpo. Era incapaz de hacer nada más. Solo mirar. Abrumado por la imagen. Por ella.
Pero el trueno y el rayo juntos, en la mente de Iori no tenían más poder del que poseían los labios de Ben.
Cuando él la alzó aprovechó aquella postura para rodear con sus piernas la cintura del Héroe. Se sentía ligera entre sus brazos, y caliente contra su piel. Ben la había convertido en una llama, alimentada por todo lo que él era. El sonido del trueno hizo que el mismo suelo vibrase y cayó en la trampa de mirarlo. Podía reconocer en su expresión que se sentía abrumado. Sobrepasado por la conexión que existía entre ambos.
Ella también podía notarlo.
Y era diferente a todo lo que tenía experimentado hasta entonces en su vida. El agua enturbiaba su vista, pero no lo suficiente. Con un brazo se agarró al cuello de Ben. Estrechando el contacto mientras el otro acariciaba su rostro apartando de forma inútil el agua. Subió con los dedos hasta su rojizo cabello, peinándolo hacia atrás y despejando la cara del soldado bajo ella.
Las piernas se estrecharon más, imprimiendo fuerza en su agarre, buscando concentrarse en ese punto de unión entre ambos. Notar su deseo por ella justo allí. Deslizó sus ojos hacia abajo, asombrada por el espectáculo que era el cuerpo bajo la camisa mojada de Sango a la luz de los relámpagos. Y sintió que nunca había notado un hambre como la que la recorrió en ese momento por otro hombre o mujer antes.
Se inclinó de nuevo, mirándolo, dejando que la lujuria por él se comiese los retales de miedo que la frenaban. Que la animaban a huir. Se acercó de nuevo a sus labios, pero esta vez el contacto fue extrañamente controlado en ella. Tanteando para comprobar si la tensión que él hacía nacer en ella no la destrozaría allí mismo, entre sus brazos.
El agua y el sabor de Ben se mezclaron, convenciéndola de que bien valía la pena intentarlo.
Y la llama se volvió fuego. La pasión se transformó en una necesidad furiosa que llenó la piel de Ben en cada parte en la que Iori era capaz de llegar con sus labios. Las manos buscaron encontrar resquicios en la tela, en su camisa primero, en su pantalón después.
Sango movió los brazos, de tal manera que uno de ellos quedó sujetando el cuerpo de Iori contra el de él y el otro cruzaba su espalda para terminar con la palma de la mano en su cabeza. Dio un paso hacia delante, dos, tres... y chocó con sus brazos contra el muro. Se alejó un instante solo para coger distancia y lanzarse al cuello. Sus labios se movían con ansia sobre su piel mientras parte del peso de Iori descansaba contra el muro. Bajó los brazos hasta agarrar con firmeza el trasero de la mestiza y su boca volvió a encontrarse con la de ella mientras sus manos se aferraban a ella.
Iori jadeó. Cuando sintió el muro contra su espalda, pero con el sonido de la lluvia apenas fue audible. El cuerpo de Ben la retenía contra la pared, sosteniéndola entre los brazos. Facilitándole el movimiento que quería ejercer sobre él. Alzó el rostro hacia el cielo, a tiempo de ver más relámpagos, mientras la boca del Héroe recorría su cuello. Una sonrisa, cargada de excitación se trazó en su boca, mientras sus manos luchaban contra la camisa que él llevaba. Apenas consiguió abrir los primeros botones cuando perdió la paciencia y buscó hacer contacto con su piel por la parte inferior de la prenda.
La forzó de mala manera, con impaciencia, hasta sentir contra su piel los músculos de Ben. Movió la cadera contra él, buscando estrechar la firmeza que se marcaba bajo el pantalón. El corazón latía de forma arrítmica, mientras intentaba canalizar de alguna manera toda la agitación que la dominaba.
Una mano, subió por su pecho, la otra, volvió a buscar bajo la cintura de Sango.
Encontrando el calor que le había sido arrebatado el día anterior de mala manera. Cerró los ojos, mientras la piel en la que él ponía sus labios ardía con puro fuego.
Sango no cesó en su empeño de buscar una y otra vez su lengua. Notó sus manos por su pecho. Notó su calor sobre su piel. Notó como ella buscaba. Y él quería que lo hiciera. Relajó la intensidad y ralentizó sus movimientos. Estaba dándole tiempo para que encontrara lo que buscaba mientras sus dedos tantearon más allá de dónde habían llegado la primera vez.
Ese gesto de Sango captó toda su atención, mientras en la mano que tenía dentro de su pantalón Iori se dejaba arrastrar por el deseo de conocer cómo reaccionaba aquella parte de Ben. El agua que los empapaba suavizaba sus caricias, y la mestiza comenzaba a sentir que la delicadeza con la que estaba sucediendo todo la torturaba por dentro. Apartó la cara de Sango con la mejilla y alcanzó su oreja para morderla.
Fue en ese instante cuando notó, por encima de su ropa interior como sus dedos la acariciaban entre las piernas. La mano con la que acariciaba el miembro del Héroe se apretó con fuerza en respuesta, mientras que un breve gemido fue, ahora sí, audible para él. Sentía que aunque Ben pulverizase su cuerpo contra el muro que la sostenía, Iori no tendría suficiente de él esa noche.
Sacó la mano que tenía dentro de su camisa y buscó entre los pliegues del vestido. Bajó la vista para agarrar la tela correcta y tiró con todas sus fuerzas para romperla. La ropa interior de Iori, rota, colgaba de sus dedos. La observó un segundo, antes de olvidar que existía en el momento siguiente.
Miró a Ben a los ojos mientras la dejaba caer al suelo. Abrió más el cierre de sus pantalones atrayendo esa parte de Sango hacia ella. Otro rayo sobre sus cabezas, ensordecedor, transmitió la vibración de su sonido a la pared y al suelo. Y Iori creyó que aquello era una especie de signo, un vaticinio de cómo se desmoronaría ella sino conseguía tenerlo de una vez dentro. Su mano lo aferró por la nuca, mientras situaba la punta en su entrada. Ondeó la cadera, humedeciendo con algo más que agua la piel de Sango. Estaba preparada. Estaba esclavizada por el deseo que sentía hacia él. Lo miró a los ojos con una única súplica.
Nada los interrumpió en esa ocasión. Ni el propio Ben.
Iori le mantuvo la mirada mientras él presionaba con su cuerpo dentro de ella. La sensación de cómo él se deslizó despacio, mirándola de frente fue un momento que la dejó sin aire. Exactamente igual que le había pasado a Sango.
La calidez de la mestiza se adaptó a su forma y su humedad lo envolvió, dándole la bienvenida por primera vez.
Se derritieron unos segundos en los ojos del otro, mientras ella se sentía eufórica cuando él continuó hasta el fondo. Encajando perfectamente. Ben se inclinó, posó su mejilla contra la de ella y soltó el aire en un jadeo. Iori lo atrapó con fuerza entre sus brazos al tiempo que la cadera del guerrero inició el movimiento que la mestiza deseaba que ahondase en ella.
La dureza y el calor de Ben dentro de ella la abrasaron. Notaba la fuerza que hacían sus manos. La sostenían y a su vez, le servían para descargar apretándola a ella con toda la tensión que aquella penetración le provocaba. Arqueó la espalda yendo a su encuentro. Pegándose por completo mientras él se movía entre sus piernas. Quería seguir escuchando, por encima del sonido de la lluvia o los truenos al Héroe jadear.
Se mordió el labio, notando la boca seca y vacía, mientras contraía los músculos de su pelvis con fuerza. El abrazo cálido del interior de Iori se estrechó, aprisionando el miembro del pelirrojo mientras seguía deslizándose.
Él estaba yendo rápido y se obligó a frenar. Descompasó sus movimientos con su respiración y echó la cabeza hacia atrás para buscarla. Pegó la nariz a la de ella y la acarició ligeramente. En su boca abierta, se dibujó una sonrisa que mostraba lo suficiente mientras aún seguía jadeando por el ritmo que había alcanzado.
Aquello la alarmó.
No había espacio para la suavidad o las caricias. Donde él era gentil, Iori deseaba que pusiera las uñas. Por encima de la delicadeza de sus labios, quería sentir los dientes de Sango en su piel.
Imprimió ansia en la forma que tenía de abrazarse a él, y sus cuerpos parecieron conectar con sus necesidades casi al instante. Ben se lanzo de nuevo con fuerza, apretándola contra el muro. El parecía buscar una reacción en ella, casi como si fuera una provocación. Volvió a sonreír y a posar sus labios en los de ella.
Lo sentía. Golpeándola. Tan dentro como le gustaba. Tan fuerte que la destrozaba. Notaba toda la extensión de Ben. La tormenta sobre ellos continuaba implacable, pero lo cierto es que Iori ya no era consciente de nada. Excepto de él.
La camisa de Sango estaba desvencijada sobre su cuerpo. El vestido de Iori apenas mantenía algo de su posición original. Le sobraba todo, incluido aquel muro. La mestiza hizo presión contra él y se encaramó bien a Sango, rodeando sus hombros con los brazos y enterrando el rostro en su cuello, dando un último empujón con los pies en la pared, impulsándose contra él.
Aquello sorprendió a Sango y lo desequilibró, obligándole a dar un paso hacia atrás. que dio un paso en falso hacia atrás. En su caída al suelo lo único que pudo hacer fue agarrarse a Iori y cerrar los ojos. La zona ajardinada, llena de agua, amortiguó la caída. No obstante el golpe contra el suelo hizo que apretara los dientes. Abrió los ojos y parpadeó varias veces antes de volver a ser consciente de lo que pasaba. Sonrió y parecía que quiso reír cuando ella lo miró debajo de su cuerpo.
Iori cayó sobre él mientras el agua del suelo salía disparada en todas direcciones. Se agazapó sobre él, mirándolo con intensidad. Su sonrisa la martilleó, mientras la forma en la que las manos recorrían su espalda de nuevo multiplicaron su ansia por él.
Él era fuerte, pero sin embargo, la trataba como si estuviese hecha de cristal. Su vida de soldado lo había expuesto a cientos de cosas duras, y aún así, su sonrisa no moría nunca en sus labios. Veía la diversión en sus ojos, sentía las ganas que tenía de ella en sus caricias.
Y Iori pensó que no merecía nada de aquello.
Por primera vez en su vida, pensó que era indigna de tener sexo con alguien.
Aquella idea cruzó su mente, alertándola. De que debía de alejarse de él. Apartar sus caminos de forma que él siguiera brillando. Siguiera irradiando su luz por el mundo. Ella podría encontrar otras compañías. Otros lugares en los que encontrar atención temporal. Y pensar en eso le encogió el corazón.
Separando las piernas apoyó las rodillas a ambos lados de Ben, con el afán de quien sabe que solo tiene como opción continuar hacia delante.
No tenía la fortaleza para hacer en aquel momento lo que sabía que era mejor para él. Dejar de grabar a fuego el tacto de su piel en él.
Tomó con la punta de los dedos su miembro y lo colocó de la forma correcta para deslizarse de nuevo por él. Lo hizo rápido, lo hizo rudo. Y aquello arrancó un largo gemido de su garganta. Casi todo placer. Solo una pizca de dolor.
Apoyó las manos sobre el pecho de Sango. En algún momento la camisa se había abierto por completo. Ya iban dos las que le rompía desde que estaban allí. Buscó en sus ojos el deseo. Saber que él todavía no se había dado cuenta de que aquello no era bueno para él.
Mirándolo hacia abajo, la mestiza cubrió con su rostro el agua que caía sobre la cara de Sango. La expresión que él mostraba en ese instante la rozó en un lugar más profundo de lo que hacía su anatomía. No era capaz de ponerlo en palabras, pero Iori se debatía entre el deseo y el miedo. La certeza de que aquello le pasaría un alto precio que, llegado el momento no sabría cómo pagar.
Pero realmente no había posibilidad de frenar aquello. Si los Dioses querían que esa noche Iori muriese en sus brazos, la mestiza aceptaría el designio. Porque seguir con él dentro le pareció que merecía la pena.
Cerró los ojos un instante, cediendo internamente y acallando los gritos que escuchaba que le pedían parar.
Su cadera ondeó sobre él, trazando un círculo interno hacia delante y atrás muy despacio, mientras sobre sus rodillas subían y bajaban en Ben.
Sus dedos arañaron, se inclinó y lo mordió. Recorrió sus labios, su cara, y buscó sus manos para entrelazarlas con las de ella. Intentaba mirarlo siempre que podía, ver en su rostro el deseo. La excitación y el placer, en un grado similar al que la recorría a ella. No siempre era posible.
En ocasiones su cuerpo se electrocutaba, como si un rayo la atravesase, haciéndola cerrar los ojos y alzar el rostro hacia el cielo. Fue así, en esa posición, cuando sintió los familiares espasmos que precedían al estallido. Se lanzó hacia delante, aferrando con las manos el rostro de Ben. Lo cubrió dejando que el cabello cayese sobre ellos como una cortina, y la mestiza gimió sobre sus labios, mientras lo besaba.
El orgasmo la sacudió por completo, mientras la voz de Iori se hacía profunda contra la boca de Ben.
El Héroe se aferró con fuerza a su cintura de la chica, mientras ella sentía como la realidad se oscurecía unos segundos, luchando por obtener el aire que sus pulmones precisaban. Sango pasó su brazos por su espalda y tiró de ella. Apretándola. Atándola contra él.
En la más absoluta intimidad que su cabello les ofrecía, Ben gimió en respuesta, mientras una sacudida recorrió su cuerpo. La mente de Iori había conseguido aclararse para sentir cómo él explotaba debajo de ella.
Iori enterró la cara contra el hombro del guerrero y mordió con saña su piel mientras lo abrazaba. Notó los dedos de Ben convertidos en garras sobre su cintura y supo que él no estaba siendo consciente de aquello. Estaba sintiendo la furia ciega de los últimos segundos. Esa búsqueda inútil de alcanzar en un último empujón un lugar más profundo, uno que permitiese ir más allá en la conexión.
Con el corazón a punto de salirse de su pecho, las manos de la mestiza lo acariciaron con algo similar al fervor. No perdió detalle de aquellos instantes en los que el cuerpo de Ben se había anclado con fuerza al suyo. Pero no fue capaz de mirarlo.
No estaba segura de querer saber cuál era el tipo de expresión que él hacía en aquel momento. No quería ver cuánto la necesitaba. Cuánto le había gustado. Lo que había significado par él.
Tenía miedo de que su mirada verde fuese un reflejo de lo que ella misma podía sentir por él.
Se levantó como la niebla en una mañana de invierno. Ligera y sin esfuerzo, para ponerse de pie. El vestido volvió parcialmente a su sitio, pero la tela blanca mojada no hacía ya su función de ninguna manera sobre su piel.
Era, de todo lo que tenía a su alrededor, absolutamente consciente del cuerpo del soldado tendido a su lado en el suelo.
Notaba la llamada de algo que tiraba de nuevo hacia él. Clavó los ojos en el cielo, sin luna y sin estrellas, mientras la tromba de agua seguía ahogando Lunargenta.
Comprendió entonces que, quizá ella también debiese de ahogarse en él esa noche. Beber lo suficiente de Ben para no sentir de nuevo la sed que la estaba mortificando por dentro. Se giró hacia él cuando este se incorporó del suelo, con una promesa fervorosa en la mirada. Extendió la mano y la apoyó en la cadera del pelirrojo para atraerlo hacia ella. ¿Él sonreía?
La sensación de peligro volvió a martillear en su cabeza.
Y en respuesta Iori buscó su mano para entrelazarla a la suya. Y dejar el suelo mojado con las pisadas de ambos avanzando juntos hasta la habitación.
Iori se mantenía rígida, con las manos en la cabeza, intentando que con aquel simple gesto pudiese contener todo el caos que tenía dentro. Que él se marchase en silencio de la habitación había añadido desorden en ella. Como si al estar cerca de Sango las piezas que la componían encontrasen sentido de alguna manera.
Había sido tan fácil... sentir que al verlo, nada más despertar, él era exactamente la persona a la que quería tener delante en ese momento. La sonrisa que él le había mostrado había sido constante, firme en todo el tiempo que la estuvo mirando. Las manos de Ben eran grandes, y el calor de su piel todavía se sentía como un eco en ella.
Tres días.
Juntos.
Y en ese tiempo, la mestiza había podido ver muchas de sus caras. Su forma de relacionarse con los demás y con ella le había dado un montón de información que no sabía muy bien cómo gestionar.
Fue por él, por quién la mestiza consiguió sacar adelante la conversación con Zakath. Aunque esta no hubiera terminado de la forma en la que quería.
Tarek había contactado con el anciano tras lo ocurrido en el templo. Habían hablado. Y, el elfo había encontrado los restos de sus padres.
Pensar en aquello la hizo sacudirse, notando un profundo coletazo en su estómago. Sintió náuseas de la impresión que aquellas palabras habían causado, y trastabilló unos pasos hasta caer de rodillas a los pies de la cama. El rostro sonriente de Ayla, se convirtió en una máscara desfigurada cubierta de sangre.
El dolor que la recorrió fue tal, que le impidió incluso gritar. Notó el frío del suelo contra su cara cuando cayó sobre él. Observó la puerta cerrada por dónde Sango se había marchado, intentando contener el tormento que la recorría. En vano.
Fue tras un rato, cuando Iori se pudo incorporar. Lo peor del recuerdo había pasado. Pero la fuerza con la que la había abatido la tomó por sorpresa. Casi, como si aquella hubiese sido la primera vez que revivía la tortura. Se apoyó en los pies de la cama y miró sin ver el suelo frente a ella. Sentía todavía la sangre haciendo arder su cuerpo bajo la piel. El zumbido en sus oídos, ensordeciendo todo a su alrededor.
Y pensó en él. En la falta que le había hecho. Imaginando como con un abrazo suyo podría ahuyentar aquello. Minimizar en ella la devastación del recuerdo. Darle de nuevo un beso en la frente. Hacerle sentir que finalmente no estaba...
Sola.
Apretó la mandíbula, notando como ante aquel nuevo dolor, algo oscuro dentro de ella se revelaba. Se alzaba con fuerza y rompía en pedazos el germen de ese sentimiento antes de que pudiera enraizar. Llevaba toda la vida protegiéndose de aquel tipo de emociones. Actuando como si no tuviese sentimientos por nadie para evitar sentir las heridas. Miró con furia al frente, mientras tomaba en su mente la decisión de desechar aquella amenaza de ella. Y sin embargo, algo volvió a doler.
No todas las cosas cuando se rompían hacían ruido. Había algunas que se derrumbaban por completo en el más absoluto de los silencios.
Enarcó las cejas, sorprendida.
Fue entonces cuando unos golpes en la puerta sonaron de forma decorosa, pero Iori no tenía ganas de querer responder. Los golpeteos se hicieron más insistentes, hasta que sin esperar a recibir permiso la puerta se abrió. Tres muchachas, de una edad similar a ella misma cruzaron la enorme alcoba.
- Buenos días señorita - saludó la que iba en cabeza. - Confiamos en que haya podido descansar bien. ¿Cómo se encuentra? -
La mestiza no les dedicó ni una mirada. Se giró y caminó hacia los ventanales que cubrían la pared que daba al patio, desde dónde había una vista clara de los jardines.
- Prepararemos el baño para que pueda asearse. Hemos traído también el desayuno y si nos permite tomarle las medidas, ajustaremos las ropas limpias en un abrir y cerrar de ojos para usted. - explicó con un tono cristalino, sin parecer ofendida por la manera en la que Iori las ignoraba.
La muchacha a su derecha cruzó rápidamente la estancia encaminándose hacia el baño para comenzar a preparar la bañera.
La de su izquierda, posó una bandeja cubierta sobre la mesa y sacó una larga cinta métrica del bolsillo de su falda.
- La señora Justine espera que al medio día de hoy pueda reunirse con ella en el salón principal para compartir la comida. Desea que le transmitamos los ardientes deseos que tiene de poder entablar con calma conversación con usted - informó con una sonrisa antes de dejar los vestidos de diversos colores que llevaba en los brazos sobre los pies de la cama.
Bajó un instante la vista, observando el elegante vestido negro que todavía tenía puesto. Un vestido con un significado que hacía que se le acelerase el corazón. Una muestra pública de duelo ante la muerte de Hans. Los ojos de la mestiza se entrecerraron hasta convertirse en pequeñas rendijas cargadas de ira.
- Me pondré el blanco - murmuró sin apartar los ojos del que se veía por debajo de todos los demás.
- ¿El blanco? Debí de seleccionarlo por error. Mi señora, creo que no es el color más adecuado para...- la mujer guardó silencio y asintió con la cabeza. Fue la sirvienta la que había apartado los ojos entonces.
Iori abrió el cierre del vestido negro y lo dejó resbalar hasta el suelo sin preocuparse más por él. Avanzó hacia el baño, ignorando la tensión que se había instalado en la habitación con sus últimas palabras. Esperaba que el agua estuviese suficientemente fría.
[...]
Las dos mujeres se midieron con los ojos por encima de la mesa, cuando Iori entró en el gran salón donde se sirvió la comida. Únicamente ellas dos y los miembros del servicio preparados para atenderlas. El vestido blanco era de tela ligera y se movía con suavidad con cada movimiento que hacía. Los ojos de Justine parecieron comprender en ella el mensaje de rebeldía, frente a su atuendo de luto del día anterior.
- Me alegro de verte. Parece que tienes mejor cara. ¿Pudiste descansar bien? -
- Algo así - se sentó.
- Espero que tengas apetito. Sé que no te encuentras con ánimos para comer, pero debes de hacer un esfuerzo por tu salud -
- Te lo agradezco -
- No tienes que agradecérmelo. - Justine dejó la copa que tenía llena de vino sobre la mesa, mirándola con honestidad. - Iori, sé que es pronto todavía, que hace falta tiempo y que tú precisas recuperarte pero, cuando estés preparada, me gustaría que pudiéramos hablar largo y tendido.-
La mestiza alzó la mano, tomando un pedazo de pan de miga blanca que tenía justo delante. La miró sin decir nada.
- De Ayla. - añadió finalmente, pronunciando el nombre con la rapidez de quien no está seguro de hacer bien diciéndolo en voz alta.
Iori no apartó la vista mientras tomaba un pedazo de pan en los labios.
- Lo dejaremos para cuando estés preparada. Para cuando ambas lo estemos - se removió en la silla, sintiendo un ligero alivio por ello.
El silencio que guardaron fue llenado con el aroma de los platos. Los ojos azules observaron, sin mostrar curiosidad manifiesta, las elaboradas recetas que allí se estaba reuniendo. Más bandejas de las que dos personas podrían llegar a consumir en una semana completa. El derroche que se veía, lejos de impresionarla, le hizo sentir desagrado por lo que a todas luces resultaba un gasto innecesario.
Recordó entonces a la madre con el bebé que vendía su pescado en el puesto de la esquina.
A la que Sango había ayudado, dándole dinero y un buen consejo para salir del paso. Cuando ella lo único que le pudo ofrecer fue problemas con los funcionarios de la ciudad.
Frunció el ceño ante aquel recuerdo, y Charles apartó la bandeja que había situado frente a ella.
- Nada de pato entonces. - comentó, interpretando erróneamente su gesto. - ¿Prefiere ternera quizá? -
- Un poco de pescado. Por favor -
La amabilidad con la que Iori se dirigía al mayordomo no pasó inadvertida ante Justine, que miró a ambos mientras él colocaba sobre el plato de la muchacha un generoso corte de salmón, acompañado de una guarnición de verduras al vapor, regadas con salsa de queso.
Tomó el cubierto que parecía ser el tenedor más normal de todos los que había delante de ella y probó la aromática y suave carne rosada.
- No quiero precipitar las cosas, pero me gustaría proponerte una oferta sobre la que desearía que meditases con calma - volvió a hablar tras un largo rato en silencio. La mestiza alzó los ojos pero no habló.
- Él te buscaba con la excusa de nombrarte su heredera. Yo quiero brindarte esa posibilidad de corazón. - Se detuvo para evaluar la reacción de Iori en su cara, pero no obtuvo ninguna pista clara. - Me llenaría de orgullo que aceptases en convertirte en mi sucesora. Por supuesto, te proporcionaría los conocimientos y la educación que merezcas. Te puedo asegurar que no te faltaría de nada. Y bajo nuestras manos seremos capaces de transformar todo lo que una vez tuvo que ver con el apellido Meyer -
Apartó los ojos. Dejó lentamente el cubierto sobre el plato. Había ingerido más comida en aquel instante que en la última semana. Controló su respiración de forma que apenas se notaba superficialmente, mientras las palabras de la mujer abrían una zona oscura en su pecho. Pensó en Sango. Notó como algo en ella gritaba, deseando levantarse y correr hasta llegar a su lado.
- Gracias por la comida - respondió únicamente, mientras apartaba la pesada silla de madera.
Justine se levantó también, al otro lado de la gran mesa, sin saber qué más decir. Contrariada por la aparente serenidad que había mostrado Iori en aquella mañana.
La mestiza se giró, y encaminó sus pasos hacia la salida, mientras pensaba que el silencio se había convertido en su nueva forma favorita de comunicación.
[...]
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Había invertido el resto del día en explorar todas las instalaciones a las que fue capaz de llegar. Aquel lugar, aún siendo una propiedad considerada modesta dentro del barrio alto de Lunargenta, superaba por mucho la arquitectura a la que la mestiza estaba acostumbrada a contemplar.
Con la excusa de necesitar tiempo para meditar, pudo pasear sin que nadie se dirigiera a ella por cada pasillo que decidió recorrer. También supo que Zakath se había marchado. Aunque le habían ofrecido alojamiento dentro de aquel lugar, el anciano había reusado, asegurando que disponía de otro lugar. Iori no tuvo que imaginar mucho para saber cuál era la verdad detrás de aquellas palabras. El anciano nunca mezclaba trabajo con placer. No podría acostarse con ninguno de los trabajadores que allí vivían, por mucho que surgiese la chispa con uno de ellos, por lo buscaría compañía en otros lugares.
La última claridad que iluminaba el cielo murió cuando Iori caminaba por los jardines descalza. Notaba la hierba en sus pies, y se sorprendió del tacto extremadamente mullido que tenía. Se detuvo observando el grueso muro que se alzaba allí. Estaba orientado hacia el sur de la capital, y en esa dirección podría ver el barrio de los artesanos cruzado por uno de los menudos ríos que recorría Lunargenta.
Tiró de la falda del vestido hacia arriba, y sin apartar los ojos de lo alto del muro fue rompiendo la tela, dejando caer cada retazo tras de si mientras avanzaba. Rasgó el tejido hasta la zona de las rodillas, ganando de esta manera mayor amplitud de movimientos para lo que pretendía hacer.
Escaló hasta lo alto tras una ágil carrera, y la mestiza se encaramó a lo alto para quedar sentada sobre él. Dejó caer las piernas hacia fuerza y se aferró con las manos al borde, observando la ciudad. El aire fresco de la noche movió su cabello suelto de forma perezosa. Estiró el cuello y miró hacia arriba.
Olía a lluvia.
-¿Disfrutando de la noche?-
Ladeó la cabeza. No se giró al instante pero su cuerpo había experimentado una tensión visible cuando escuchó su voz tras ella. Dejó caer de manera lenta los ojos en su figura y lo vio parado a los pies de la pared. Sostenía en su mano algunos de los pedazos de tela que ella había roto de su vestido. De manera que la encontró siguiendo el rastro. No debería de sorprenderle por parte de un soldado como él.
Apartó la vista, incómoda con su visión. Recordó como el día anterior él había intentado retrasar que llegase a la mansión de Hans. Cómo le había costado jugar su papel en la entrega de Iori, intentando agarrarse a cualquier pequeño resquicio que su mente identificase como una debilidad.
Hans estaba ya muerto.
Y ella había sido capaz de sobrevivir al proceso.
- ¿Tú lo sabías? - la voz de Iori sonó amortiguada por la diferencia de altura. - Que el vestido que me proporcionaron ayer era para mostrar mi tristeza por la muerte de Hans? -
- Sí, lo sabía - respondió.
¿Por qué no se lo había dicho? ¿Pensaba que aquello sería del conocimiento de una chica como ella? Daría por hecho que lo sabía?
- Quería llevarte con ella - dijo para interrumpir el silencio - Eso era algo inaceptable - añadió.
No respondió. Le costaba encontrar las palabras. Percibía la preocupación en su voz, y era algo que la ponía en guardia por algún motivo. Sabía como era el Héroe. Desprendido. Preocupado por el bienestar de los demás. Sin embargo... Se distrajo al escuchar a lo lejos algo que podía ser desde un trueno, a una pequeña algarabía de gente de fiesta.
- Me voy de la ciudad -
Y sus oídos se cerraron a escuchar nada más. La ciudad a sus pies, que ardía de bullicio y actividad nocturna pareció enmudecer. La mestiza volteó la cabeza para observar a su derecha, y se inclinó un poco hacia delante. Apoyó las palmas de las manos en el muro para mantener el equilibrio mientras seguía sentada, con las piernas cayendo hacia el exterior de la pared, de espaldas a Sango.
Silencio. Lo único de lo que era completamente dueña en aquel momento.
- Hay un campamento, al norte. Los niños de Eden necesitan ayuda - explicó - Supongo que habrá mucha gente que quiera ayudar y, bueno, otra pues, ya veremos - dijo con incomodidad - Las cosas están revueltas en Verisar desde el desastre de Edén - añadió mientras jugaba con los trozos de seda en sus manos.
El viento movió el pelo de Sango, y encima del muro arrastró con más ímpetu el cabello castaño de Iori. El sonido de nuevo, acercándose, fue más claro ahora. Era tormenta.
Deslizó una pierna hacia atrás, para quedar subida a la pared como si fuese una montura. La falda había sido destrozada, hasta los muslos de la mestiza, dejando su piel al aire. Giró la cabeza, y atrapando el cabello tras su oreja miró directamente a Ben desde arriba.
- Parece que se avecina tormenta - cerró los ojos y bajó la cabeza.
Silencio. Los truenos continuaron resonando en la noche encapotada, y Sango pudo ver como a sus pies, gotas de agua comenzaban a oscurecer el mármol del suelo.
¿Qué demonios pasaba con ella? ¿Ese era el precio? ¿Sustituir un dolor por otro? Clavó los ojos en la causa de su alteración.
- Ya está hecho. la liberación no llegó de la forma en la que la había esperado. Imaginaba otro tipo de placer. Otra satisfacción distinta al poder estar a solas con Hans. Lo había hecho sufrir. Le había infligido dos veces la tortura que acabó con Ayla, y lo había apartado del mundo de los vivos para siempre.
Y todo lo que dejó en ella aquella venganza deseada fue un estéril y vacío espacio en su pecho que no sabía con qué llenar. Las palabras de Sango habían generado dolor en ella, y este se expandió con fuerza por esa zona hueca. Vibrando. Lastimándola.
Hiriéndola.
- Pero y esto, ¿Cuándo deja de doler? - preguntó con voz queda. Tras sus palabras, la lluvia que comenzó de forma descuidada se hizo más fluida, llenando los oídos de ambos con su suave goteo.
- ¿Qué te duele? - alzó la cabeza y se reencontró con ella.
El verde en el azul. De nuevo silencio. Y, en esta ocasión, la luminosidad de un relámpago brilló en el cielo. Tardó unos segundos en escucharse el trueno, y cuando este se extinguió, Iori se volvió por completo hacia Ben desde lo alto del muro. Deslizó ambas piernas hacia el vacío sin apartar los ojos de él. Sus cejas estaban fruncidas, en un gesto de concentración.
La lluvia se intensificó, y la tela de ambos comenzó a empaparse y pegarse a sus pieles. La mestiza se descolgó. Lo hizo con agilidad, con facilidad. Con la rutina de la costumbre. Se apoyó en lo que parecía ninguna parte con sus pies descalzos, dejando que sus dedos encontrasen los resquicios mínimos en las irregularidades del muro, que le permitieron aterrizar delante de Sango como un suspiro. Le mantuvo la mirada.
- Tú - dijo como si fuese la sentencia de una condena.
El aire se le escapó del cuerpo a Sango. Parpadeó varias veces y sacudió la cabeza para deshacerse de las gotas que caían por su rostro.
-¿Cómo?- dijo con un hilo de voz - ¿Cómo que "tú"? - preguntó.
Los ojos azules no se apartaron de él. Tampoco relajaron la forma en la que lo miraban, con una mezcla de cautela y acusación. ¿De verdad no era consciente de su responsabilidad en todo aquello?
- Haces que parezca que antes de ti no hubo nada, y si pienso en el después de ti... tampoco- habló antes de pensar, y eso fue algo que se reflejó de manera clara en su rostro. La lluvia continuó cayendo entre ambos, mientras la expresión de Iori se transformaba. De la desconfianza a la comprensión, y de ahí, al horror. Dio un paso hacia atrás.
Ben se había revelado ante ella como un elemento definitorio de su vida.
El poco tiempo compartido casi parecía una burla, para la magnitud del sentimiento que la atenazó por dentro. Buscó con urgencia dentro de ella una explicación. Argumentos que la hiciesen respirar con alivio ante aquel descubrimiento. La misión que los había unido, su ayuda incondicional eran elementos que aunque cortos en tiempo, poseían una importancia vital para ella.
Las gotas de agua cayendo de forma prolongada en el tiempo eran capaces de ir marcando poco a poco la piedra. Pero, en ocasiones, solo era necesario un único golpe certero para causar el mismo efecto. Marcar la piedra para siempre.
O en su caso, romperla.
Ben la miraba con la sorpresa en sus ojos verdes. Dio un paso hacia ella y volvió a acortar la distancia. No dijo ni hizo nada salvo tender un brazo hacia ella, como había hecho el día anterior. Como cuando ella aceptó la mano que se le ofrecía y empezó a jugar con ella. Era el mismo gesto. Sin embargo, ahora todo cobraba un nuevo sentido, un nuevo significado.
La lluvia arreció, en cantidad y rapidez. Las gotas golpeaban con fuerza el suelo y sus cuerpos, creando un ensordecedor aguacero sobre ellos que los empapó por completo. La mestiza no se movía, observando con un reflejo de miedo la mano vacía de Ben. No había nada amenazante en su actitud, pero sintió que estaba en peligro de alguna manera.
Tragó. Saliva y lluvia. Y buscó en los ojos del Héroe, a sabiendas de que la respuesta que encontraría allí no la ayudaría a alejarse de él.
Sango no se movió. Parecía estar completamente concentrado en ella.
Y creyó ver en su mirada el atisbo de un anhelo. Bajó los ojos para observar la mano. La palma abierta. Llena de agua y de vida. La mestiza dudó. Se sintió vulnerable y extendió la mano hacia él. ¿Qué era lo que él le ofrecía? ¿Qué era lo que deseaba coger en aquel gesto? Iori rozó con la punta de los dedos su piel y la notó cálida. Apenas una caricia, similar a una mariposa sobrevolando una flor.
El relámpago y el trueno cayeron casi al mismo tiempo, sobresaltándola.
Aquello pareció romper el momento de debilidad, el instante en el que se estaba dejando arrastrar, y su expresión cobró una dureza nueva en ella. Miró a Ben a la cara, con un brillo de desafío en los ojos y apartó de un manotazo el brazo que extendía hacia ella. Fuese lo que fuese que le estaba ofreciendo, Iori no quería de él nada que viniese suave. Nada que fuese dulce. Nada atento o preocupado.
Desde el primer día, en la posada, había sentido la atracción entre ambos. Tibia al principio por parte de Sango, había ido subiendo poco a poco, desde el beso en el gremio de luchadores. Un contacto fruto de la adrenalina había evolucionado hasta convertirse en un brazo que la rodeaba con necesidad en el suelo de la habitación la noche anterior.
No había lluvia, ni tormenta, ni cataclismo natural o enviado por los mismos Dioses que pudieran apartar a Iori de Ben en aquel momento.
Con el camino libre en el espacio que había entre ambos, Iori avanzó. Agarró con fuerza las solapas de la camisa de Ben y tiró hacia ella. Se puso de puntillas y embistió con su cuerpo hasta pegarlos a ambos. No quiso en cambio mirarlo a los ojos. El verde en aquel momento la ahogaba más que la lluvia. Cerró los ojos y buscó cubrir sus labios con la boca.
Y enterrar con sexo todo lo demás
Ella le buscó y él se dejó encontrar. Sus labios chocaron con la violencia de los que llevan tiempo en persecución el uno del otro. La lluvia se colaba por los resquicios que se dejaban entre ambos para respirar pero no se separaron, ni siquiera cuando Sango echó los brazos tras ella. Ni siquiera cuando la levantó y la alzó hacia el cielo. No había nada más. No había nadie más. Tan solo la lluvia, ellos dos y un rayo que cruzó el firmamento.
La desgarradora vibración del aire hizo que Sango se separara, sobresaltado, de Iori. Sus ojos, entonces, trazaron una trayectoria en espiral, el rayo que surcaba el cielo, las oscuras nubes y el incansable caer del agua. En el centro de la imagen estaba ella, que brillaba con su propia luz, con el agua cayendo por su rostro, goteando desde la punta de la nariz, desde las cejas, y entonces sus ojos azules. La composición le dejó sin respiración, pero sus ojos terminaron por sacarle hasta la última gota de aire del cuerpo. Era incapaz de hacer nada más. Solo mirar. Abrumado por la imagen. Por ella.
Pero el trueno y el rayo juntos, en la mente de Iori no tenían más poder del que poseían los labios de Ben.
Cuando él la alzó aprovechó aquella postura para rodear con sus piernas la cintura del Héroe. Se sentía ligera entre sus brazos, y caliente contra su piel. Ben la había convertido en una llama, alimentada por todo lo que él era. El sonido del trueno hizo que el mismo suelo vibrase y cayó en la trampa de mirarlo. Podía reconocer en su expresión que se sentía abrumado. Sobrepasado por la conexión que existía entre ambos.
Ella también podía notarlo.
Y era diferente a todo lo que tenía experimentado hasta entonces en su vida. El agua enturbiaba su vista, pero no lo suficiente. Con un brazo se agarró al cuello de Ben. Estrechando el contacto mientras el otro acariciaba su rostro apartando de forma inútil el agua. Subió con los dedos hasta su rojizo cabello, peinándolo hacia atrás y despejando la cara del soldado bajo ella.
Las piernas se estrecharon más, imprimiendo fuerza en su agarre, buscando concentrarse en ese punto de unión entre ambos. Notar su deseo por ella justo allí. Deslizó sus ojos hacia abajo, asombrada por el espectáculo que era el cuerpo bajo la camisa mojada de Sango a la luz de los relámpagos. Y sintió que nunca había notado un hambre como la que la recorrió en ese momento por otro hombre o mujer antes.
Se inclinó de nuevo, mirándolo, dejando que la lujuria por él se comiese los retales de miedo que la frenaban. Que la animaban a huir. Se acercó de nuevo a sus labios, pero esta vez el contacto fue extrañamente controlado en ella. Tanteando para comprobar si la tensión que él hacía nacer en ella no la destrozaría allí mismo, entre sus brazos.
El agua y el sabor de Ben se mezclaron, convenciéndola de que bien valía la pena intentarlo.
Y la llama se volvió fuego. La pasión se transformó en una necesidad furiosa que llenó la piel de Ben en cada parte en la que Iori era capaz de llegar con sus labios. Las manos buscaron encontrar resquicios en la tela, en su camisa primero, en su pantalón después.
Sango movió los brazos, de tal manera que uno de ellos quedó sujetando el cuerpo de Iori contra el de él y el otro cruzaba su espalda para terminar con la palma de la mano en su cabeza. Dio un paso hacia delante, dos, tres... y chocó con sus brazos contra el muro. Se alejó un instante solo para coger distancia y lanzarse al cuello. Sus labios se movían con ansia sobre su piel mientras parte del peso de Iori descansaba contra el muro. Bajó los brazos hasta agarrar con firmeza el trasero de la mestiza y su boca volvió a encontrarse con la de ella mientras sus manos se aferraban a ella.
Iori jadeó. Cuando sintió el muro contra su espalda, pero con el sonido de la lluvia apenas fue audible. El cuerpo de Ben la retenía contra la pared, sosteniéndola entre los brazos. Facilitándole el movimiento que quería ejercer sobre él. Alzó el rostro hacia el cielo, a tiempo de ver más relámpagos, mientras la boca del Héroe recorría su cuello. Una sonrisa, cargada de excitación se trazó en su boca, mientras sus manos luchaban contra la camisa que él llevaba. Apenas consiguió abrir los primeros botones cuando perdió la paciencia y buscó hacer contacto con su piel por la parte inferior de la prenda.
La forzó de mala manera, con impaciencia, hasta sentir contra su piel los músculos de Ben. Movió la cadera contra él, buscando estrechar la firmeza que se marcaba bajo el pantalón. El corazón latía de forma arrítmica, mientras intentaba canalizar de alguna manera toda la agitación que la dominaba.
Una mano, subió por su pecho, la otra, volvió a buscar bajo la cintura de Sango.
Encontrando el calor que le había sido arrebatado el día anterior de mala manera. Cerró los ojos, mientras la piel en la que él ponía sus labios ardía con puro fuego.
Sango no cesó en su empeño de buscar una y otra vez su lengua. Notó sus manos por su pecho. Notó su calor sobre su piel. Notó como ella buscaba. Y él quería que lo hiciera. Relajó la intensidad y ralentizó sus movimientos. Estaba dándole tiempo para que encontrara lo que buscaba mientras sus dedos tantearon más allá de dónde habían llegado la primera vez.
Ese gesto de Sango captó toda su atención, mientras en la mano que tenía dentro de su pantalón Iori se dejaba arrastrar por el deseo de conocer cómo reaccionaba aquella parte de Ben. El agua que los empapaba suavizaba sus caricias, y la mestiza comenzaba a sentir que la delicadeza con la que estaba sucediendo todo la torturaba por dentro. Apartó la cara de Sango con la mejilla y alcanzó su oreja para morderla.
Fue en ese instante cuando notó, por encima de su ropa interior como sus dedos la acariciaban entre las piernas. La mano con la que acariciaba el miembro del Héroe se apretó con fuerza en respuesta, mientras que un breve gemido fue, ahora sí, audible para él. Sentía que aunque Ben pulverizase su cuerpo contra el muro que la sostenía, Iori no tendría suficiente de él esa noche.
Sacó la mano que tenía dentro de su camisa y buscó entre los pliegues del vestido. Bajó la vista para agarrar la tela correcta y tiró con todas sus fuerzas para romperla. La ropa interior de Iori, rota, colgaba de sus dedos. La observó un segundo, antes de olvidar que existía en el momento siguiente.
Miró a Ben a los ojos mientras la dejaba caer al suelo. Abrió más el cierre de sus pantalones atrayendo esa parte de Sango hacia ella. Otro rayo sobre sus cabezas, ensordecedor, transmitió la vibración de su sonido a la pared y al suelo. Y Iori creyó que aquello era una especie de signo, un vaticinio de cómo se desmoronaría ella sino conseguía tenerlo de una vez dentro. Su mano lo aferró por la nuca, mientras situaba la punta en su entrada. Ondeó la cadera, humedeciendo con algo más que agua la piel de Sango. Estaba preparada. Estaba esclavizada por el deseo que sentía hacia él. Lo miró a los ojos con una única súplica.
Nada los interrumpió en esa ocasión. Ni el propio Ben.
Iori le mantuvo la mirada mientras él presionaba con su cuerpo dentro de ella. La sensación de cómo él se deslizó despacio, mirándola de frente fue un momento que la dejó sin aire. Exactamente igual que le había pasado a Sango.
La calidez de la mestiza se adaptó a su forma y su humedad lo envolvió, dándole la bienvenida por primera vez.
Se derritieron unos segundos en los ojos del otro, mientras ella se sentía eufórica cuando él continuó hasta el fondo. Encajando perfectamente. Ben se inclinó, posó su mejilla contra la de ella y soltó el aire en un jadeo. Iori lo atrapó con fuerza entre sus brazos al tiempo que la cadera del guerrero inició el movimiento que la mestiza deseaba que ahondase en ella.
La dureza y el calor de Ben dentro de ella la abrasaron. Notaba la fuerza que hacían sus manos. La sostenían y a su vez, le servían para descargar apretándola a ella con toda la tensión que aquella penetración le provocaba. Arqueó la espalda yendo a su encuentro. Pegándose por completo mientras él se movía entre sus piernas. Quería seguir escuchando, por encima del sonido de la lluvia o los truenos al Héroe jadear.
Se mordió el labio, notando la boca seca y vacía, mientras contraía los músculos de su pelvis con fuerza. El abrazo cálido del interior de Iori se estrechó, aprisionando el miembro del pelirrojo mientras seguía deslizándose.
Él estaba yendo rápido y se obligó a frenar. Descompasó sus movimientos con su respiración y echó la cabeza hacia atrás para buscarla. Pegó la nariz a la de ella y la acarició ligeramente. En su boca abierta, se dibujó una sonrisa que mostraba lo suficiente mientras aún seguía jadeando por el ritmo que había alcanzado.
Aquello la alarmó.
No había espacio para la suavidad o las caricias. Donde él era gentil, Iori deseaba que pusiera las uñas. Por encima de la delicadeza de sus labios, quería sentir los dientes de Sango en su piel.
Imprimió ansia en la forma que tenía de abrazarse a él, y sus cuerpos parecieron conectar con sus necesidades casi al instante. Ben se lanzo de nuevo con fuerza, apretándola contra el muro. El parecía buscar una reacción en ella, casi como si fuera una provocación. Volvió a sonreír y a posar sus labios en los de ella.
Lo sentía. Golpeándola. Tan dentro como le gustaba. Tan fuerte que la destrozaba. Notaba toda la extensión de Ben. La tormenta sobre ellos continuaba implacable, pero lo cierto es que Iori ya no era consciente de nada. Excepto de él.
La camisa de Sango estaba desvencijada sobre su cuerpo. El vestido de Iori apenas mantenía algo de su posición original. Le sobraba todo, incluido aquel muro. La mestiza hizo presión contra él y se encaramó bien a Sango, rodeando sus hombros con los brazos y enterrando el rostro en su cuello, dando un último empujón con los pies en la pared, impulsándose contra él.
Aquello sorprendió a Sango y lo desequilibró, obligándole a dar un paso hacia atrás. que dio un paso en falso hacia atrás. En su caída al suelo lo único que pudo hacer fue agarrarse a Iori y cerrar los ojos. La zona ajardinada, llena de agua, amortiguó la caída. No obstante el golpe contra el suelo hizo que apretara los dientes. Abrió los ojos y parpadeó varias veces antes de volver a ser consciente de lo que pasaba. Sonrió y parecía que quiso reír cuando ella lo miró debajo de su cuerpo.
Iori cayó sobre él mientras el agua del suelo salía disparada en todas direcciones. Se agazapó sobre él, mirándolo con intensidad. Su sonrisa la martilleó, mientras la forma en la que las manos recorrían su espalda de nuevo multiplicaron su ansia por él.
Él era fuerte, pero sin embargo, la trataba como si estuviese hecha de cristal. Su vida de soldado lo había expuesto a cientos de cosas duras, y aún así, su sonrisa no moría nunca en sus labios. Veía la diversión en sus ojos, sentía las ganas que tenía de ella en sus caricias.
Y Iori pensó que no merecía nada de aquello.
Por primera vez en su vida, pensó que era indigna de tener sexo con alguien.
Aquella idea cruzó su mente, alertándola. De que debía de alejarse de él. Apartar sus caminos de forma que él siguiera brillando. Siguiera irradiando su luz por el mundo. Ella podría encontrar otras compañías. Otros lugares en los que encontrar atención temporal. Y pensar en eso le encogió el corazón.
Separando las piernas apoyó las rodillas a ambos lados de Ben, con el afán de quien sabe que solo tiene como opción continuar hacia delante.
No tenía la fortaleza para hacer en aquel momento lo que sabía que era mejor para él. Dejar de grabar a fuego el tacto de su piel en él.
Tomó con la punta de los dedos su miembro y lo colocó de la forma correcta para deslizarse de nuevo por él. Lo hizo rápido, lo hizo rudo. Y aquello arrancó un largo gemido de su garganta. Casi todo placer. Solo una pizca de dolor.
Apoyó las manos sobre el pecho de Sango. En algún momento la camisa se había abierto por completo. Ya iban dos las que le rompía desde que estaban allí. Buscó en sus ojos el deseo. Saber que él todavía no se había dado cuenta de que aquello no era bueno para él.
Mirándolo hacia abajo, la mestiza cubrió con su rostro el agua que caía sobre la cara de Sango. La expresión que él mostraba en ese instante la rozó en un lugar más profundo de lo que hacía su anatomía. No era capaz de ponerlo en palabras, pero Iori se debatía entre el deseo y el miedo. La certeza de que aquello le pasaría un alto precio que, llegado el momento no sabría cómo pagar.
Pero realmente no había posibilidad de frenar aquello. Si los Dioses querían que esa noche Iori muriese en sus brazos, la mestiza aceptaría el designio. Porque seguir con él dentro le pareció que merecía la pena.
Cerró los ojos un instante, cediendo internamente y acallando los gritos que escuchaba que le pedían parar.
Su cadera ondeó sobre él, trazando un círculo interno hacia delante y atrás muy despacio, mientras sobre sus rodillas subían y bajaban en Ben.
Sus dedos arañaron, se inclinó y lo mordió. Recorrió sus labios, su cara, y buscó sus manos para entrelazarlas con las de ella. Intentaba mirarlo siempre que podía, ver en su rostro el deseo. La excitación y el placer, en un grado similar al que la recorría a ella. No siempre era posible.
En ocasiones su cuerpo se electrocutaba, como si un rayo la atravesase, haciéndola cerrar los ojos y alzar el rostro hacia el cielo. Fue así, en esa posición, cuando sintió los familiares espasmos que precedían al estallido. Se lanzó hacia delante, aferrando con las manos el rostro de Ben. Lo cubrió dejando que el cabello cayese sobre ellos como una cortina, y la mestiza gimió sobre sus labios, mientras lo besaba.
El orgasmo la sacudió por completo, mientras la voz de Iori se hacía profunda contra la boca de Ben.
El Héroe se aferró con fuerza a su cintura de la chica, mientras ella sentía como la realidad se oscurecía unos segundos, luchando por obtener el aire que sus pulmones precisaban. Sango pasó su brazos por su espalda y tiró de ella. Apretándola. Atándola contra él.
En la más absoluta intimidad que su cabello les ofrecía, Ben gimió en respuesta, mientras una sacudida recorrió su cuerpo. La mente de Iori había conseguido aclararse para sentir cómo él explotaba debajo de ella.
Iori enterró la cara contra el hombro del guerrero y mordió con saña su piel mientras lo abrazaba. Notó los dedos de Ben convertidos en garras sobre su cintura y supo que él no estaba siendo consciente de aquello. Estaba sintiendo la furia ciega de los últimos segundos. Esa búsqueda inútil de alcanzar en un último empujón un lugar más profundo, uno que permitiese ir más allá en la conexión.
Con el corazón a punto de salirse de su pecho, las manos de la mestiza lo acariciaron con algo similar al fervor. No perdió detalle de aquellos instantes en los que el cuerpo de Ben se había anclado con fuerza al suyo. Pero no fue capaz de mirarlo.
No estaba segura de querer saber cuál era el tipo de expresión que él hacía en aquel momento. No quería ver cuánto la necesitaba. Cuánto le había gustado. Lo que había significado par él.
Tenía miedo de que su mirada verde fuese un reflejo de lo que ella misma podía sentir por él.
Se levantó como la niebla en una mañana de invierno. Ligera y sin esfuerzo, para ponerse de pie. El vestido volvió parcialmente a su sitio, pero la tela blanca mojada no hacía ya su función de ninguna manera sobre su piel.
Era, de todo lo que tenía a su alrededor, absolutamente consciente del cuerpo del soldado tendido a su lado en el suelo.
Notaba la llamada de algo que tiraba de nuevo hacia él. Clavó los ojos en el cielo, sin luna y sin estrellas, mientras la tromba de agua seguía ahogando Lunargenta.
Comprendió entonces que, quizá ella también debiese de ahogarse en él esa noche. Beber lo suficiente de Ben para no sentir de nuevo la sed que la estaba mortificando por dentro. Se giró hacia él cuando este se incorporó del suelo, con una promesa fervorosa en la mirada. Extendió la mano y la apoyó en la cadera del pelirrojo para atraerlo hacia ella. ¿Él sonreía?
La sensación de peligro volvió a martillear en su cabeza.
Y en respuesta Iori buscó su mano para entrelazarla a la suya. Y dejar el suelo mojado con las pisadas de ambos avanzando juntos hasta la habitación.
Iori Li
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La claridad se introdujo por la rendija que dejaban sus párpados, nada se podía hacer contra la luz. Abrió los ojos para cerrarlos al instante. Las imágenes se dibujaron ante él con la misma intensidad que si las estuviera viviendo en ese preciso instante. Reabrió los ojos y parpadeó varias veces antes de girar la cabeza y descubrir que estaba solo. Estiró un brazo y pasó la mano por dónde había dormido ella, allí a su lado. Encontró el sitio frio. Dejó escapar el aire en un suspiro y se deshizo de las sábanas que cubrían su cuerpo antes de incorporarse y quedarse sentado al borde la cama. Miró por encima del hombro en dirección a la ventana y esbozó una sonrisa.
Habían caminado en silencio por los pasillos del palacete. Sus pasos dejaban huellas de agua se entremezclaban las de ella con las de él. Sus manos entrelazadas tiraban el uno del otro, como dos eslabones de una cadena. Ella abrió la puerta, se soltó y dejó que Ben cerrara tras ellos. Observó a Iori que había ido hacia la ventana. Un rayo iluminó la estancia y pudo ver su figura destacada contra el cielo de Lunargenta. Su pelo mojado caer sobre sus hombros, su ropa mojada, ceñida al cuerpo, su espalda. Ben con un hábil gesto con el talón, pasó la puerta tras de sí y apoyando la planta del pie, cerró tras de sí.
Ella giró medio cuerpo, lo justo para que Sango se viera atraído hacia ella. Terminó de quitarse la camisa que dejó caer con el ruido característico de la tela mojada al impactar con el suelo. Se acercó a ella y le pasó un brazo por delante y la apresó contra él. La lluvia cayó con violencia contra el cristal y unos instantes después un rayo iluminó la estancia. Ambos quedaron iluminados con el regalo de Thor. Sango sonrió y acercó la boca a su cuello. Mordía pero sin dientes, solo labios y lengua. Su mano libre recorrió su vestido mojado. Le sobraba esa piel extra y se lo hizo saber tirando de ella. Se deshizo de su brazo y se giró para mirarle. Se deshicieron de la ropa que les quedaba y ella se abalanzó contra él.
Se aferró a su cuello y le buscó, una vez más. Sango la estampó contra la cristalera mientras ella le clavaba las uñas en la espalda al sentir como él se deslizaba en su interior. Él la aferró con fuerza y la lluvia en el exterior arreció con mucha más fuerza contra el cristal. Sango gruñó y sintió como con un rápido gesto, Iori empezó a moverse a su ritmo, al que ella marcaba, la que ella le imponía. Por toda respuesta él lo único que pudo hacer fue apretar con fuerza y morder allí donde ella le dejaba.
Posó los pies en el suelo y dejó que el frio suelo espabilara su adormecida cabeza antes de levantarse y estirar. Caminó hacia donde descansaba todo su equipo, junto a la mesa, junto a la silla en la que había dormido la noche anterior. Recogió sus pantalones, remendados por el ejército de sirvientes de Justine y se los puso. Se sentó en la silla y miró sus botas, no sin antes echar otro vistazo hacia la ventana. Y más allá.
Fue intenso, y pese a que él no quería que acabara, el momento llegó. Se quedó abrazado a ella, sin despegarse lo más mínimo. Removía en él, sentimientos que hacía largo tiempo había experimentado. No los recordaba tan intensos. ¿Acaso lo habían sido? ¿Acaso sabía qué era lo que sentía? Con ella allí entre sus brazos, parecía tener las respuestas a cualquier pregunta. Sin embargo, cuando quería darles forma, verbalizar esas respuestas, sentía que no podía.
Se separaron de mutuo acuerdo, con una mirada, un gesto leve. Solo fue un paso atrás. Una breve separación que hizo que el cuerpo de Sango se sacudiera por un escalofrío. Abrió la boca como si quisiera decir algo, sin embargo fue incapaz de articular una sola palabra. Observó como se giraba para contemplar la tormenta. Él la miró. Y no se cansaba de ella. Y no lo haría jamás. "¿Qué me ha hecho? No... ¿Por qué le hago esto? ¿Qué capricho del destino es este? Juré protegerla, no dejarla caer, defenderla de cualquier amenaza. Y ahora yo... Ella es..." El corazón de Sango se aceleró.
Se dio cuenta, entonces, de lo que implicaba haber hecho aquellas promesas. De lo que había significado estar con ella durante tres días y tres noches. Comprendía, ahora, lo que había significado volcar tanto su corazón en ella. Se había volcado en ella, en su bienestar, en su seguridad, en su confort, en que no le faltara nada. Y tanto empeño había puesto que ahora su corazón era de ella. Y quería decírselo. Y en su cabeza repitió las palabras una y otra vez, eran dos. Solo dos. "Iori, yo..."
- Ven conmigo.
Parpadeó un par de veces para volver en sí y terminar de atarse las botas. No era lo que había querido decir. Pero, eran dos palabras que igualmente podían significar lo mismo. Palabras que habían salido de su interior, de su voluntad por no separarse de ella, incluso cuando anoche la tenía a un paso de distancia. Apretó con fuerza el último cordón y se echó hacia atrás en la silla, recostándose.
Miró hacia abajo, a las heridas que cubrían su cuerpo. Algunas las recordaba con más lucidez que otras. Muchas había olvidado quién o cómo se las había hecho. Y cuando se cansó de recordar, las repasó con la punta de los dedos. Como hizo ella. Alzó la mirada hacia la cama.
Salieron del baño para caer sobre la cama. La blanda superficie, justo después de las tibias aguas y el ritmo que llevaban, eran la combinación perfecta para dormir hasta muy tarde en la mañana. Pero tenían otros planes. El dormir podía esperar. Esa noche era para ellos dos.
Iori pasó una pierna por encima y juntó su cuerpo al de él. Sus labios se encontraron, no con tanta ansiedad como hacía unos instantes, la justa y necesaria de los amantes que se desean. Había más pausa, más reconocimiento, quizá otra manera de disfrutar. Las manos de ella buscaban que su cara no se le escapara. Las manos de él acariciaban todo rincón de su piel que estuviera a su alcance. Finalmente se aferró a ella.
Cuando quiso girar para quedar sobre ella, se alzó y se movió lo justo para volver a ser uno. Sus ojos se cruzaron. Ben tenía la boca abierta por la sorpresa y la habilidad del movimiento. Ella se alzó y se dejó caer. Ben dejó escapar el aire y echó la cabeza hacia atrás. Sintió sus manos sobre el pecho que se clavaban en él. Por respuesta el apretó sus piernas por encima de las rodillas. Los movimientos se volvieron cada vez más rápidos, más fuertes.
Aflojó la presión y cayó sobre un jadeante Sango que se sentía temblar bajo su cuerpo. Fue en esa breve pausa cuando él empezó a acometer contra ella con movimientos torpes hasta que ella se alzó levemente. Le dio el espacio justo para que se acomodara y sus torpes movimientos se volvieron algo más rítmicos. Sin embargo no duró mucho. Ella volvió a moverse arriba y abajo. Sus manos volvieron a aferrarse a él. Solo su cadera bastó para dominarle. Un movimiento que hizo que Ben no tardara mucho en terminar con un gemido.
La camisa que usaba como prenda interior de todo el conjunto seguía igual de lúcida que el día anterior, pese a haberla llevado bajo el gambesón, cota de malla y armadura. Decidió que era lo suficientemente digna como para poder pasearse con ella por ahí. Un último vistazo a la cama y se vio a sí mismo, abrazado a Iori dejándose vencer por el sueño. Esbozó una ligera sonrisa. Sí, fue una gran noche. Se metió la camisa por el interior del pantalón y terminó de apretar el conjunto con el cinto que remató con un nudo simple. Entonces caminó hacia la ventana y se permitió hacer memoria.
Cuando habló con el maestro Zakath en la pequeña aldea de Eiroás, le había dado una breve descripción de Iori. Él la recordaba de haberse cruzado con ella en Eden, acompañada por aquel peculiar personaje que había resultado ser Gundemaro. Tenía una imagen de ella, distorsionada por el paso del tiempo, sin embargo lo que se encontró a su llegada a Lunargenta fue algo completamente inesperado.
Los tres días previos habían sido intensos: empezar en la taberna de Kyotan, su vieja amiga para que le diera indicaciones sobre el paradero de Iori; el choque de haber encontrado a una Iori tan distinta, tan alejada de ser una persona completa, tan destrozada que incluso dudó de su propio recuerdo. Su rostro lleno de lágrimas, su debilidad, su confusión a la hora de decidir lo que era bueno y malo para ella. No estaba bien. Él juró, ante los Dioses, protegerla y ser el anclaje que la mantuviera, si no lejos, al menos, a salvo frente al oscuro abismo junto al que caminaba. Puso todo su ser a su disposición.
Al instante siguiente, se vio envuelto en una pela en aquel tugurio en el que se alojaba la morena. Luego una huida por los tejados de Lunargenta, seguido por la búsqueda de la casa del autoproclamado Barón Max Wurhental, un luchador del gremio y con fama de hacer negocios con gente de cuestionable calidad personal. Sango lamentó haber tenido que recurrir a la persona que vendió al regimiento del Capitán y Asland. Ya arreglaría cuentas.
Sango se fijó en unas marcas, unas huellas en el cristal. Sonrió levemente y puso la mano justo encima.
La escena del funcionario y la mujer con el niño en sus brazos. Y luego, las Catacumbas. Resultaron ser el lugar que siempre habían sido: un lugar lleno de miseria y cuyo ambiente enturbiaba hasta los sentimientos de la persona más cabal. Él había sufrido el efecto del lúgubre entorno. Él se había dejado llevar por unas palabras formuladas por ella, que, pensándolo en frio, ella ni siquiera sabría de lo que estaba hablando. Más tarde vio las consecuencias de sus actos.
Cerró la mano en puño y golpeó el cristal sin excesiva fuerza. Con rabia contenida.
La bolsa. Como se lanzó a por ella con la determinación de una guerrera en mitad de la batalla. La sorprendida reacción de los traficantes. Su avance, siempre hacia arriba. La historia de la Capilla. Y finalmente, el Gremio. Elvetyo y su propuesta para encontrar a Seda. Meterse en la jaula. Mirar en su dirección y ver como se la llevaban. La ira que le recorrió. Le apuñalaron y él contraatacó. Y los habría matado a todos. Luchadores, espectadores, Elvetyo. A todos. Solo por llegar hasta ella.
Seda al final del túnel. Una ayuda del todo inesperada pero que, al final, dio resultado. Y entonces él tuvo un primer boceto de la imagen, de lo que podía rondar por la cabeza de Iori. Un asesinato que dio como resultado la orfandad de la morena. Un descubrimiento que fragmentó su ser en miles de pedazos y que se unían entre sí de forma caótica.
Y entonces, al final del camino, tras la cristalera, ella cumplió su venganza. Porque todos merecen una oportunidad para ejercer su derecho a la venganza y ella no iba a ser menos. Ya que sus padres no podían hacerlo, ella sería su brazo ejecutor. Y aquel medio día, Hans Meyer, autor ideológico del asesinato de sus padres, recibió un castigo brutal. Las cinco muertes. No sería él quien juzgara el método empleado. Era su venganza. Era su decisión. Lo único que juzgaba era a sí mismo por no estar allí a su lado. Hans Meyer estaba muerto. Y bien muerto. No solo se había encargado de liquidar a sus padres sino de destruir el ser de Iori.
El cristal se empañó ante sus ojos. Se descubrió con los puños cerrados y con la frente pegada al cristal mirando el encapotado cielo de Lunargenta. Parpadeó y se alejó del cristal. Instintivamente posó el dedo índice y lo arrastró hacia abajo dejando una marca vertical. Al lado hizo otra pero empezando algo más abajo. Finalmente las unió con un tramo inclinado. Sango abrió la boca.
- Uruz- murmuró.
Parpadeó y frunció el ceño. Su dedo índice trazó otra línea vertical al lado de Uruz. Luego, a la izquierda, a la altura del inicio del tramo dibujado, marcó una línea inclinada hasta llegar al tramo dibujado. Hizo lo mismo al otro lado.
- Algiz- dijo dando un paso atrás.
Psó sus ojos en Uruz. Según la tradición, se asociaba a vitalidad, fuerza de voluntad, buena salud, vigor. Su corazón se aceleró. No era casual que la noche anterior hubiera tormenta. Thor bendecía su unión. Uruz era una runa de Thor. Frunció el ceño y clavó la vista en Algiz. Protección contra el mal, la oscuridad; lugar seguro. Dejó escapar el aire. ¿Qué estoy haciendo?
Sango se alejó del cristal y se miró las manos. No comprendía por qué había hecho aquello. No comprendía que significaban las dos runas juntas. No era una persona capacitada para interpretar aquello. Solo conocía alguna cosa de lo que se decía de cada una de ellas por separado. Interpretar las runas era algo a lo que él no aspiraba.
Se arrodilló ante el cristal sin dejar de mirar las runas. Las miró incluso cuando el vaho desapareció del cristal y sus formas solo estaban dibujadas en su cabeza. Y cuando las piernas se le durmieron por la postura, cuando un hormigueo se apoderó de él, cuando estaba por dejarse caer a un lado.
- Algiz. Uruz- abrió la boca.
Algiz era el medio para Uruz. Encontrar su lugar seguro, su protección contra el mal, contra la oscuridad que acechaba su alma era el modo de alcanzar un estado de salud física y emocional de renovar la voluntad, de recuperar fuerzas y seguir hacia adelante.
Lo vio tan claro como los rayos de la noche anterior. Y como estos, la revelación desapareció de su cabeza. Un breve destello de lucidez. Un breve mensaje de los Dioses. Lo que Sango no esperaba era frío y los temblores que acompañaron al vacío que quedaba después de tal revelación.
Miró hacia la puerta justo después de levantarse, incapaz de controlar los temblores. Buscó la capa y se le echó por encima de los hombros. Al mirar al cristal no vio nada más que una superficie transparente. Las runas ya no estaban. Solo estaban en su cabeza. Algiz. Uruz. Sin embargo, pensar en ellas le reconfortaba. Le invadía una calidez que salía del corazón y llegaba a todos los rincones de sus cuerpo. Se atrevió a sonreír. Las repitió una y otra vez en su cabeza.
- Sí. Han sido tres días- le dijo a nadie-. El destino nos cruzó en tres ocasiones. Y ahora, solo tres días- miró a la puerta-. Uruz. Algiz- y volvió a sonreír.
Caminó hacia la puerta. Los temblores desaparecieron. El calor le abrazaba con fuerza y la sonrisa no se le borraba del rostro. En verdad, pese a todo, en aquel preciso instante, se sentía afortunado por haber compartido camino. Afortunado por haberse entrometido en aquel hilo del destino que parecía a punto de llegar su fin. Afortunado de haberla conocido. Afortunado de compartir tanto con ella. Habrá que ver que es lo que está por venir. Posó una mano en el tirador de la puerta, al tiempo que una pregunta se le pasó por la cabeza.
¿Juntos?
Habían caminado en silencio por los pasillos del palacete. Sus pasos dejaban huellas de agua se entremezclaban las de ella con las de él. Sus manos entrelazadas tiraban el uno del otro, como dos eslabones de una cadena. Ella abrió la puerta, se soltó y dejó que Ben cerrara tras ellos. Observó a Iori que había ido hacia la ventana. Un rayo iluminó la estancia y pudo ver su figura destacada contra el cielo de Lunargenta. Su pelo mojado caer sobre sus hombros, su ropa mojada, ceñida al cuerpo, su espalda. Ben con un hábil gesto con el talón, pasó la puerta tras de sí y apoyando la planta del pie, cerró tras de sí.
Ella giró medio cuerpo, lo justo para que Sango se viera atraído hacia ella. Terminó de quitarse la camisa que dejó caer con el ruido característico de la tela mojada al impactar con el suelo. Se acercó a ella y le pasó un brazo por delante y la apresó contra él. La lluvia cayó con violencia contra el cristal y unos instantes después un rayo iluminó la estancia. Ambos quedaron iluminados con el regalo de Thor. Sango sonrió y acercó la boca a su cuello. Mordía pero sin dientes, solo labios y lengua. Su mano libre recorrió su vestido mojado. Le sobraba esa piel extra y se lo hizo saber tirando de ella. Se deshizo de su brazo y se giró para mirarle. Se deshicieron de la ropa que les quedaba y ella se abalanzó contra él.
Se aferró a su cuello y le buscó, una vez más. Sango la estampó contra la cristalera mientras ella le clavaba las uñas en la espalda al sentir como él se deslizaba en su interior. Él la aferró con fuerza y la lluvia en el exterior arreció con mucha más fuerza contra el cristal. Sango gruñó y sintió como con un rápido gesto, Iori empezó a moverse a su ritmo, al que ella marcaba, la que ella le imponía. Por toda respuesta él lo único que pudo hacer fue apretar con fuerza y morder allí donde ella le dejaba.
Posó los pies en el suelo y dejó que el frio suelo espabilara su adormecida cabeza antes de levantarse y estirar. Caminó hacia donde descansaba todo su equipo, junto a la mesa, junto a la silla en la que había dormido la noche anterior. Recogió sus pantalones, remendados por el ejército de sirvientes de Justine y se los puso. Se sentó en la silla y miró sus botas, no sin antes echar otro vistazo hacia la ventana. Y más allá.
Fue intenso, y pese a que él no quería que acabara, el momento llegó. Se quedó abrazado a ella, sin despegarse lo más mínimo. Removía en él, sentimientos que hacía largo tiempo había experimentado. No los recordaba tan intensos. ¿Acaso lo habían sido? ¿Acaso sabía qué era lo que sentía? Con ella allí entre sus brazos, parecía tener las respuestas a cualquier pregunta. Sin embargo, cuando quería darles forma, verbalizar esas respuestas, sentía que no podía.
Se separaron de mutuo acuerdo, con una mirada, un gesto leve. Solo fue un paso atrás. Una breve separación que hizo que el cuerpo de Sango se sacudiera por un escalofrío. Abrió la boca como si quisiera decir algo, sin embargo fue incapaz de articular una sola palabra. Observó como se giraba para contemplar la tormenta. Él la miró. Y no se cansaba de ella. Y no lo haría jamás. "¿Qué me ha hecho? No... ¿Por qué le hago esto? ¿Qué capricho del destino es este? Juré protegerla, no dejarla caer, defenderla de cualquier amenaza. Y ahora yo... Ella es..." El corazón de Sango se aceleró.
Se dio cuenta, entonces, de lo que implicaba haber hecho aquellas promesas. De lo que había significado estar con ella durante tres días y tres noches. Comprendía, ahora, lo que había significado volcar tanto su corazón en ella. Se había volcado en ella, en su bienestar, en su seguridad, en su confort, en que no le faltara nada. Y tanto empeño había puesto que ahora su corazón era de ella. Y quería decírselo. Y en su cabeza repitió las palabras una y otra vez, eran dos. Solo dos. "Iori, yo..."
- Ven conmigo.
Parpadeó un par de veces para volver en sí y terminar de atarse las botas. No era lo que había querido decir. Pero, eran dos palabras que igualmente podían significar lo mismo. Palabras que habían salido de su interior, de su voluntad por no separarse de ella, incluso cuando anoche la tenía a un paso de distancia. Apretó con fuerza el último cordón y se echó hacia atrás en la silla, recostándose.
Miró hacia abajo, a las heridas que cubrían su cuerpo. Algunas las recordaba con más lucidez que otras. Muchas había olvidado quién o cómo se las había hecho. Y cuando se cansó de recordar, las repasó con la punta de los dedos. Como hizo ella. Alzó la mirada hacia la cama.
Salieron del baño para caer sobre la cama. La blanda superficie, justo después de las tibias aguas y el ritmo que llevaban, eran la combinación perfecta para dormir hasta muy tarde en la mañana. Pero tenían otros planes. El dormir podía esperar. Esa noche era para ellos dos.
Iori pasó una pierna por encima y juntó su cuerpo al de él. Sus labios se encontraron, no con tanta ansiedad como hacía unos instantes, la justa y necesaria de los amantes que se desean. Había más pausa, más reconocimiento, quizá otra manera de disfrutar. Las manos de ella buscaban que su cara no se le escapara. Las manos de él acariciaban todo rincón de su piel que estuviera a su alcance. Finalmente se aferró a ella.
Cuando quiso girar para quedar sobre ella, se alzó y se movió lo justo para volver a ser uno. Sus ojos se cruzaron. Ben tenía la boca abierta por la sorpresa y la habilidad del movimiento. Ella se alzó y se dejó caer. Ben dejó escapar el aire y echó la cabeza hacia atrás. Sintió sus manos sobre el pecho que se clavaban en él. Por respuesta el apretó sus piernas por encima de las rodillas. Los movimientos se volvieron cada vez más rápidos, más fuertes.
Aflojó la presión y cayó sobre un jadeante Sango que se sentía temblar bajo su cuerpo. Fue en esa breve pausa cuando él empezó a acometer contra ella con movimientos torpes hasta que ella se alzó levemente. Le dio el espacio justo para que se acomodara y sus torpes movimientos se volvieron algo más rítmicos. Sin embargo no duró mucho. Ella volvió a moverse arriba y abajo. Sus manos volvieron a aferrarse a él. Solo su cadera bastó para dominarle. Un movimiento que hizo que Ben no tardara mucho en terminar con un gemido.
La camisa que usaba como prenda interior de todo el conjunto seguía igual de lúcida que el día anterior, pese a haberla llevado bajo el gambesón, cota de malla y armadura. Decidió que era lo suficientemente digna como para poder pasearse con ella por ahí. Un último vistazo a la cama y se vio a sí mismo, abrazado a Iori dejándose vencer por el sueño. Esbozó una ligera sonrisa. Sí, fue una gran noche. Se metió la camisa por el interior del pantalón y terminó de apretar el conjunto con el cinto que remató con un nudo simple. Entonces caminó hacia la ventana y se permitió hacer memoria.
Cuando habló con el maestro Zakath en la pequeña aldea de Eiroás, le había dado una breve descripción de Iori. Él la recordaba de haberse cruzado con ella en Eden, acompañada por aquel peculiar personaje que había resultado ser Gundemaro. Tenía una imagen de ella, distorsionada por el paso del tiempo, sin embargo lo que se encontró a su llegada a Lunargenta fue algo completamente inesperado.
Los tres días previos habían sido intensos: empezar en la taberna de Kyotan, su vieja amiga para que le diera indicaciones sobre el paradero de Iori; el choque de haber encontrado a una Iori tan distinta, tan alejada de ser una persona completa, tan destrozada que incluso dudó de su propio recuerdo. Su rostro lleno de lágrimas, su debilidad, su confusión a la hora de decidir lo que era bueno y malo para ella. No estaba bien. Él juró, ante los Dioses, protegerla y ser el anclaje que la mantuviera, si no lejos, al menos, a salvo frente al oscuro abismo junto al que caminaba. Puso todo su ser a su disposición.
Al instante siguiente, se vio envuelto en una pela en aquel tugurio en el que se alojaba la morena. Luego una huida por los tejados de Lunargenta, seguido por la búsqueda de la casa del autoproclamado Barón Max Wurhental, un luchador del gremio y con fama de hacer negocios con gente de cuestionable calidad personal. Sango lamentó haber tenido que recurrir a la persona que vendió al regimiento del Capitán y Asland. Ya arreglaría cuentas.
Sango se fijó en unas marcas, unas huellas en el cristal. Sonrió levemente y puso la mano justo encima.
La escena del funcionario y la mujer con el niño en sus brazos. Y luego, las Catacumbas. Resultaron ser el lugar que siempre habían sido: un lugar lleno de miseria y cuyo ambiente enturbiaba hasta los sentimientos de la persona más cabal. Él había sufrido el efecto del lúgubre entorno. Él se había dejado llevar por unas palabras formuladas por ella, que, pensándolo en frio, ella ni siquiera sabría de lo que estaba hablando. Más tarde vio las consecuencias de sus actos.
Cerró la mano en puño y golpeó el cristal sin excesiva fuerza. Con rabia contenida.
La bolsa. Como se lanzó a por ella con la determinación de una guerrera en mitad de la batalla. La sorprendida reacción de los traficantes. Su avance, siempre hacia arriba. La historia de la Capilla. Y finalmente, el Gremio. Elvetyo y su propuesta para encontrar a Seda. Meterse en la jaula. Mirar en su dirección y ver como se la llevaban. La ira que le recorrió. Le apuñalaron y él contraatacó. Y los habría matado a todos. Luchadores, espectadores, Elvetyo. A todos. Solo por llegar hasta ella.
Seda al final del túnel. Una ayuda del todo inesperada pero que, al final, dio resultado. Y entonces él tuvo un primer boceto de la imagen, de lo que podía rondar por la cabeza de Iori. Un asesinato que dio como resultado la orfandad de la morena. Un descubrimiento que fragmentó su ser en miles de pedazos y que se unían entre sí de forma caótica.
Y entonces, al final del camino, tras la cristalera, ella cumplió su venganza. Porque todos merecen una oportunidad para ejercer su derecho a la venganza y ella no iba a ser menos. Ya que sus padres no podían hacerlo, ella sería su brazo ejecutor. Y aquel medio día, Hans Meyer, autor ideológico del asesinato de sus padres, recibió un castigo brutal. Las cinco muertes. No sería él quien juzgara el método empleado. Era su venganza. Era su decisión. Lo único que juzgaba era a sí mismo por no estar allí a su lado. Hans Meyer estaba muerto. Y bien muerto. No solo se había encargado de liquidar a sus padres sino de destruir el ser de Iori.
El cristal se empañó ante sus ojos. Se descubrió con los puños cerrados y con la frente pegada al cristal mirando el encapotado cielo de Lunargenta. Parpadeó y se alejó del cristal. Instintivamente posó el dedo índice y lo arrastró hacia abajo dejando una marca vertical. Al lado hizo otra pero empezando algo más abajo. Finalmente las unió con un tramo inclinado. Sango abrió la boca.
- Uruz- murmuró.
Parpadeó y frunció el ceño. Su dedo índice trazó otra línea vertical al lado de Uruz. Luego, a la izquierda, a la altura del inicio del tramo dibujado, marcó una línea inclinada hasta llegar al tramo dibujado. Hizo lo mismo al otro lado.
- Algiz- dijo dando un paso atrás.
Psó sus ojos en Uruz. Según la tradición, se asociaba a vitalidad, fuerza de voluntad, buena salud, vigor. Su corazón se aceleró. No era casual que la noche anterior hubiera tormenta. Thor bendecía su unión. Uruz era una runa de Thor. Frunció el ceño y clavó la vista en Algiz. Protección contra el mal, la oscuridad; lugar seguro. Dejó escapar el aire. ¿Qué estoy haciendo?
Sango se alejó del cristal y se miró las manos. No comprendía por qué había hecho aquello. No comprendía que significaban las dos runas juntas. No era una persona capacitada para interpretar aquello. Solo conocía alguna cosa de lo que se decía de cada una de ellas por separado. Interpretar las runas era algo a lo que él no aspiraba.
Se arrodilló ante el cristal sin dejar de mirar las runas. Las miró incluso cuando el vaho desapareció del cristal y sus formas solo estaban dibujadas en su cabeza. Y cuando las piernas se le durmieron por la postura, cuando un hormigueo se apoderó de él, cuando estaba por dejarse caer a un lado.
- Algiz. Uruz- abrió la boca.
Algiz era el medio para Uruz. Encontrar su lugar seguro, su protección contra el mal, contra la oscuridad que acechaba su alma era el modo de alcanzar un estado de salud física y emocional de renovar la voluntad, de recuperar fuerzas y seguir hacia adelante.
Lo vio tan claro como los rayos de la noche anterior. Y como estos, la revelación desapareció de su cabeza. Un breve destello de lucidez. Un breve mensaje de los Dioses. Lo que Sango no esperaba era frío y los temblores que acompañaron al vacío que quedaba después de tal revelación.
Miró hacia la puerta justo después de levantarse, incapaz de controlar los temblores. Buscó la capa y se le echó por encima de los hombros. Al mirar al cristal no vio nada más que una superficie transparente. Las runas ya no estaban. Solo estaban en su cabeza. Algiz. Uruz. Sin embargo, pensar en ellas le reconfortaba. Le invadía una calidez que salía del corazón y llegaba a todos los rincones de sus cuerpo. Se atrevió a sonreír. Las repitió una y otra vez en su cabeza.
- Sí. Han sido tres días- le dijo a nadie-. El destino nos cruzó en tres ocasiones. Y ahora, solo tres días- miró a la puerta-. Uruz. Algiz- y volvió a sonreír.
Caminó hacia la puerta. Los temblores desaparecieron. El calor le abrazaba con fuerza y la sonrisa no se le borraba del rostro. En verdad, pese a todo, en aquel preciso instante, se sentía afortunado por haber compartido camino. Afortunado por haberse entrometido en aquel hilo del destino que parecía a punto de llegar su fin. Afortunado de haberla conocido. Afortunado de compartir tanto con ella. Habrá que ver que es lo que está por venir. Posó una mano en el tirador de la puerta, al tiempo que una pregunta se le pasó por la cabeza.
¿Juntos?
Sango
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