Nuevo camino [+18] [Privado][Cerrado]
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Nuevo camino [+18] [Privado][Cerrado]
Lo primero que sintió cuando abrió los ojos fue el calor. La sensación de tibieza la envolvía, reconfortándola de una forma que la condujo, sin poder evitarlo, a un lugar ahora muy lejano.
Por un instante, recordó lo que era despertar en las mañanas de invierno. Arrastraba el jergón de su cama hasta los pies del fuego de la cocina durante la madrugada, y dormía toda la noche delante de las llamas. Con las mejillas encendidas y envuelta en el suave picor de las mantas de lana. Allí la encontraba el amanecer, con el frío mordiendo de forma implacable fuera de la casa, y Zakath preparando pan tostado sobre la cocina de metal.
Observaba la enorme figura del soldado, elaborando el desayuno con un sigilo sorprendente, mientras ella cerraba los ojos con fuerza cuando este se giraba para mirar en su dirección. Aparentando, pensaba ella, que seguía dormida de forma perfecta. Con los años entendió a qué se debía la suave risa que escuchaba salir de la boca del anciano en aquellos momentos.
Esos recuerdos la turbaron, y la hicieron sentir como si correspondiesen a otra vida. A otra persona. Un mundo al que ella ya no pertenecía.
Abrió los ojos. Y observó el amanecer. Las nubes seguían cubriendo el cielo de la capital, llenando la habitación de un apagado todo anaranjado. Leve, pero suficiente para observar por encima de su hombro y encontrarse con el perfil dormido de Sango.
El brazo el Héroe la rodeaba por la cintura. Su cuerpo estaba relajado pero la mantenía pegada a él en toda la extensión que sus pieles compartían. Las piernas, entrelazadas. Era el calor de su cuerpo lo que la había mantenido en aquel sueño profundo. Alejando la inquietud y las pesadillas de su mente mientras descansaba.
Las pupilas de la mestiza se estrecharon, clavándose en él mientras giraba bajo el brazo con el que la tenía sujeta. Lo observó de frente, profundamente dormido. Se sorprendió de que el movimiento no lo hubiese despertado. ¿Ese era el terrible soldado? ¿El guerrero brillante del que se contaban hazañas? Uno que permanecía dormido, ajeno a lo que sucedía a centímetros de su piel. La frente de Iori se contrajo en gesto de meditación, mientras mantenía los ojos fijos en su plácida expresión.
No era capaz de entender cómo se había podido quedar dormida con él. Lo último que recordaba era la cadencia de su cadera, buscando los últimos instantes de conexión tras la explosión de placer. De ambos. Se dejó caer, prácticamente desfallecida sobre él. Respiró profundamente. Llenándose de aire y de su aroma. Y luego todo se apagó. Se durmió al instante encima de Ben.
Con el abandono de quién confía de forma ciega.
Mantuvo el ceño fruncido mientras alzaba la mano para apartar el cabello rojizo de su frente. Bajo aquel amanecer parecía captar todo el fuego del nuevo día. Fue un accidente, se dijo a si misma. Fruto de la extenuación.
Ella no compartía sueño con nadie.
Aquel tipo de intimidad, tras tener relaciones la hacía sentir muy incómoda. Lo correcto tras follar era retirarse y marchar. Lo contrario lo ligaba con una unión más allá de lo sexual. El tipo de relación en el que existe un sentimiento distinto al puro deseo. Algo más allá de lo físico. Algo para lo que ella no estaba preparada.
Detuvo su mano en el aire, tras colocarle el cabello detrás de la oreja. Él suspiró. Y se pegó más a ella. La mestiza se quedó congelada, atrapada entre la sonrisa suave que tenía Ben en los labios y el martilleo dentro de su cabeza instándola a salir de allí corriendo.
"Ven conmigo".
Dos palabras que en aquel momento, cuando él las dijo, habían colisionado sobre el escudo que ella alzaba en los momentos de deseo. No era la primera vez. Otras personas antes que él había susurrado en los momentos de pasión promesas. Sentimientos inflados por la lujuria a los que ella prestaba ninguna atención. Los desdeñaba con la misma rapidez que se separaban sus cuerpos una vez apagada la llama. Ella no mencionaba nunca nada al respecto. Y ellos... lo cierto es que no lo sabía. Nunca se había preocupado por hablar las locuras que se podían decir en un momento de celo.
Pero en aquel instante, con él dormido frente a ella, notando el abrazo con el que la mantenía sujeta, algo tembló. Iori no pudo esconderse detrás del ardor que sentía por él. Y aquellas palabras se repitieron en su mente, recordándole que tenía una respuesta pendiente con él.
El miedo impulsó los latidos de su corazón, mientras sentía que el calor que él le daba se volvía insoportable. El aroma de su piel la trastocaba, y el brazo con el que la mantenía pegada la sofocaba. Tenía que salir de allí. Se deslizó con premura, escurriéndose por el torso de Ben hacia abajo y así librarse de su agarre. Rodó a un lado y prácticamente de un salto sacó los pies de la cama.
Se giró, quieta, para comprobar la reacción del pelirrojo a su huida. Siguió durmiendo, ajeno al cambio que se acababa de obrar en él. Se acercó unos pasos de nuevo, hasta detenerse en el cabezal de la cama. Desde allí pudo observar mejor el rostro de Sango. La línea de su mandíbula y la sombra de la barba. El puente de la nariz y la forma de las cejas sobre los ojos cerrados. Las marcas que recorrían su piel, las que ella había repasado la noche anterior, como si fuese un ritual. Una forma de mostrar devoción al cuerpo de Ben.
Los latidos de su corazón la pusieron sobre aviso. Hacerlo gemir, arañarlo, dejar que sus cuerpos se fundieran en uno estaba bien. Mirarlo dormir, sintiendo que la sonrisa que él tenía se extendía en su propia cara no lo estaba.
Se giró con premura y cruzó la habitación a la carrera, hasta tropezar con una piedra tirada en el suelo. Aterrizó apoyando las manos en el caro suelo, y se giró para petrificar con la mirada el objeto culpable. Vio la tela blanca, fría y todavía húmeda de lo que había sido su vestido el día anterior. Abrió los ojos sorprendida y recordó.
Los rayos cruzando el gran ventanal contra el que se apoyaba. Durante todo el tiempo que él permaneció entre sus piernas, Iori pudo ver con claridad su rostro iluminado por los relámpagos. La luz que cortaba el cielo brillaba en sus ojos, llenándola de algo que consideraba un espectáculo. El sudor mezclado con la humedad de la lluvia en la cara de Sango. Los músculos de su pecho tensándose con cada acometida dentro de ella. Los labios, abiertos, en una lucha entre comerla y respirar...
Tras aquel segundo encuentro, Iori no pudo apartar los ojos de él. Había algo animal que la consumía. Algo moviéndose bajo su piel mientras no era capaz de desenganchar la mirada de Ben. Él le sonreía. Aquella sonría que le confería un aspecto tierno en medio de un rostro de hombre adulto. Una expresión que la ponía nerviosa, por alguna razón. Sango había buscado su mano, de pie uno frente al otro, cuando ella sintió que necesitaba seguir con aquello. Tomar todo de él.
Lo asió del cuello y tiró de él para obligarlo a inclinarse, besando de esa forma más fácilmente sus labios. Había necesidad, y un poco de ansia de control en aquella forma de aproximarse. Caminó de espaldas, arrastrándolo al interior de la habitación, lejos de la ventana. Sus cuerpos templados ya lejos de la lluvia chocaban el uno contra el otro.
Lo guio hasta el suelo, y la mestiza se sentó encima, justo sobre su cadera. Lo besó desde arriba, notando su excitación rozar la parte inferior de su vientre. Apretó hasta sentir los dientes bajo los labios de Ben, y recorrió de nuevo con sus uñas sus hombros. Había algo oscuro, algo malsano en la forma en la que buscaba controlarlo. No a Ben. No a Sango.
Al Héroe.
La figura de respeto que sembraba admiración allí por dónde pisaba. Poderoso, con un físico fuerte y una actitud que derrochaba valor a raudales. Presto para ayudar a quién precisase, con una especial predilección para aquellos más vulnerables.
Justamente a él quería verlo gemir de nuevo. Sentirlo temblar encadenado a su piel. Ser incapaz de contener el temblor de su cuerpo ante sus caricias, y notar sus espasmos sacudiéndolo desde lo más profundo. Conectando el interior del guerrero con el de ella.
Quería ver otra vez el anhelo en sus ojos, el apetito por ella. Saber que había un punto en el que lo podía controlar. Aunque al instante siguiente, Sango pudiera romperla entre sus brazos. Destrozarla por completo.
Como cuando la embistió contra el espejo.
Como cuando la golpeó con su escudo, alzando luego el hacha sobre su cabeza.
Iori quería sentir que lo tenía en sus manos en aquel momento, tomar de él todo. Su fortaleza, su ímpeto, su deseo, incluso su sonrisa.
Sabiendo que, de querer, él podría quebrar todo aquello con una sola mano sobre ella.
La noche anterior se habían encontrado justo allí. En el suelo, sentados de la misma forma que estaban ahora. En esa ocasión, nada los interrumpiría. El riesgo, la posibilidad de que él pudiese volver a lastimarla la hizo buscar con los dedos entre las piernas de Ben, para colocarlo en el punto correcto y volver a bajar sobre él.
Se odió por ello. Odió los pensamientos que la llenaban de imágenes en los que el dolor era el combustible que la movía. Odió la forma retorcida con la que corrompía a Sango en su mente.
Pero el miedo ante las palabras que él había pronunciado la empujaban a correr por ese camino.
No quería ser así. Pero tenía que sobrevivir.
La furia en sus movimientos no le pasó desapercibido al pelirrojo. Lo supo por la forma en la que se aferró a su cintura con las dos manos. Por la mirada, alarmada con la que buscó sus ojos desde abajo. Iori lo doblegó. Lo beso de nuevo y redujo a la nada sus pensamientos, haciendo que únicamente existiese el sentirse.
Pero en lo alto de la ola, Iori falló.
Fue tras quedar cegada por el placer absoluto, cuando se apoyó sobre él. Abrazó en aquella posición la cabeza de Sango contra su pecho, y en un resquicio de flaqueza estuvo a punto de decir que iría con él.
- Ben... - dijo en cambio. Apretó la mandíbula y cerró los ojos con fuerza, mientras con suavidad ahora, sus manos acariciaban las marcas que había dejado con las uñas sobre su piel.
Tragó saliva, sin apartar los ojos de él. Sin moverse, lo observó en la distancia. El desbarajuste de sus pensamientos la dejó incapaz de reaccionar. Los recuerdos de la noche pasada juntos se presentaban, de forma desordenada, impidiéndole pensar. Se inclinó hacia el vestido que permanecía a sus pies y lo extendió. Algunas gotas de agua cayeron de la tela completamente húmeda pero no le importó.
Dejó que el frío recorriese su piel cuando se lo puso, y se encaminó con paso rápido hacia la puerta para salir de la habitación. Cerró tras de sí sin hacer ruido, esperando respirar mejor en un espacio diferente al de él. Se equivocó. Tardó en moverse, y avanzó en la dirección del pasillo que llevaba a los patios de la planta baja. El aire olía a lluvia y a tierra mojada. Observó desde la balaustrada de mármol como los jardines se encontraban bastante encharcados. El aguacero había sido tal que la tierra apenas había podido de drenar semejante cantidad.
- ¡Señorita Iori! - la voz sorprendida de una mujer hizo eco en el silencio imperante a aquellas horas del alba.
Iori la miró, y pudo reconocer en ella a la sirvienta que había colado erróneamente el vestido blanco entre las prendas para ella del día anterior.
- ¿Ha estado paseando bajo la lluvia? ¡AHH! ¿¡Qué le ha pasado al vestido?! - el sofoco fue evidente por la forma urgente que tuvo de mirarla de arriba abajo y el grito agudo que profirió. - Venga conmigo ahora mismo. Necesita entrar en calor. - la aferró de la mano sin darle opción a réplica.
Iori se dejó arrastrar mientras sentía su cuerpo aterido por el frío. El castañeo de dientes la sorprendió, mientras aquella mujer parecía alterarse todavía más.
- ¡Cielos, cielos! - la condujo con rapidez a una puerta doble en la planta baja del edificio principal. - Aquí comienza la zona del servicio. No es el lugar apropiado para usted pero el fuego se encuentra encendido ya en las cocinas. ¡Debemos de darnos prisa! - La hizo entrar con ella. - Cielos... ¡Cielos! -
Los ojos azules recorrieron con cierta sorpresa el interior de la cocina. El tamaño era cuatro veces la casa en la que se había criado con Zakath. Y por todos los lugares había superficies de trabajo, mesas repletas de productos y más útiles de cocina de los que era capaz de identificar con un nombre. Parpadeó, ligeramente maravillada por aquel sitio mientras la conducían para sentarla delante de la chimenea principal.
Las pared estaba oscurecida por las llamas en aquel punto, y el aroma de los asados se percibía con claridad en la piedra. La mujer arrastró una pequeña banqueta hacia el borde del fuego y la obligó a sentarse allí.
- ¡Frida! ¿Qué ha pasado? ¿Esta es la joven señorita? - una segunda mujer, mayor que la primera y de generosa anatomía se acercó desde una puerta.
- Ay Edelmira, ¡Me la encontré así en las galerías del segundo piso. ¡Toda mojada! Habrá estado paseando bajo la lluvia... ¡Con la que ha caído esta noche! Vamos niña, arrímate, arrímate bien al fuego. Ven, quítate la ropa, te traeré otra ahora mismo -
- ¿Estás loca? ¿Pretendes dejarla desnuda en medio de la cocina? - preguntó con voz alterada Edelmira.
- ¿Pero tú la ves? ¡Va a enfermar! Ya sabes lo que dicen, la sanación élfica no funciona bien en ella. La señora Justine nos expulsará si algo malo le pasa. - Ambas mujeres enmudecieron. Iori se había puesto de pie y se había quitado el vestido, dejando que sus finas mangas resbalasen por sus hombros hasta terminar en el suelo.
No le importó su desnudez. O el hecho de que viesen todas las cicatrices que marcaban su cuerpo.
Dio un paso al frente, observando el fuego. El calor acarició su piel, alejando el doloroso recuerdo del frío en ella. Porque el frío la lastimaba. Aunque lo hubiese buscado desde haber salido del templo con ansia imperiosa. Una forma más de mantener a raya su mente.
Tras compartir su calor, después de haber dormido toda la noche pegada a su piel, sentía que ya no tenía la misma convicción para sacar todo lo cálido de su vida. Y eso lo incluía a él.
Fue entonces cuando una cavilación fluyó sin llamarla siquiera. Apareció en su conciencia y cobró forma, escogiendo las palabras exactas. Iori abrió mucho los ojos mientras pensaba, clavando los ojos en el fuego, que escogería sin duda la tormenta, los truenos y la lluvia con él, antes que un día soleado con cualquier otra persona en su vida.
Supo entonces, que estaba jodida.
Por un instante, recordó lo que era despertar en las mañanas de invierno. Arrastraba el jergón de su cama hasta los pies del fuego de la cocina durante la madrugada, y dormía toda la noche delante de las llamas. Con las mejillas encendidas y envuelta en el suave picor de las mantas de lana. Allí la encontraba el amanecer, con el frío mordiendo de forma implacable fuera de la casa, y Zakath preparando pan tostado sobre la cocina de metal.
Observaba la enorme figura del soldado, elaborando el desayuno con un sigilo sorprendente, mientras ella cerraba los ojos con fuerza cuando este se giraba para mirar en su dirección. Aparentando, pensaba ella, que seguía dormida de forma perfecta. Con los años entendió a qué se debía la suave risa que escuchaba salir de la boca del anciano en aquellos momentos.
Esos recuerdos la turbaron, y la hicieron sentir como si correspondiesen a otra vida. A otra persona. Un mundo al que ella ya no pertenecía.
Abrió los ojos. Y observó el amanecer. Las nubes seguían cubriendo el cielo de la capital, llenando la habitación de un apagado todo anaranjado. Leve, pero suficiente para observar por encima de su hombro y encontrarse con el perfil dormido de Sango.
El brazo el Héroe la rodeaba por la cintura. Su cuerpo estaba relajado pero la mantenía pegada a él en toda la extensión que sus pieles compartían. Las piernas, entrelazadas. Era el calor de su cuerpo lo que la había mantenido en aquel sueño profundo. Alejando la inquietud y las pesadillas de su mente mientras descansaba.
Las pupilas de la mestiza se estrecharon, clavándose en él mientras giraba bajo el brazo con el que la tenía sujeta. Lo observó de frente, profundamente dormido. Se sorprendió de que el movimiento no lo hubiese despertado. ¿Ese era el terrible soldado? ¿El guerrero brillante del que se contaban hazañas? Uno que permanecía dormido, ajeno a lo que sucedía a centímetros de su piel. La frente de Iori se contrajo en gesto de meditación, mientras mantenía los ojos fijos en su plácida expresión.
No era capaz de entender cómo se había podido quedar dormida con él. Lo último que recordaba era la cadencia de su cadera, buscando los últimos instantes de conexión tras la explosión de placer. De ambos. Se dejó caer, prácticamente desfallecida sobre él. Respiró profundamente. Llenándose de aire y de su aroma. Y luego todo se apagó. Se durmió al instante encima de Ben.
Con el abandono de quién confía de forma ciega.
Mantuvo el ceño fruncido mientras alzaba la mano para apartar el cabello rojizo de su frente. Bajo aquel amanecer parecía captar todo el fuego del nuevo día. Fue un accidente, se dijo a si misma. Fruto de la extenuación.
Ella no compartía sueño con nadie.
Aquel tipo de intimidad, tras tener relaciones la hacía sentir muy incómoda. Lo correcto tras follar era retirarse y marchar. Lo contrario lo ligaba con una unión más allá de lo sexual. El tipo de relación en el que existe un sentimiento distinto al puro deseo. Algo más allá de lo físico. Algo para lo que ella no estaba preparada.
Detuvo su mano en el aire, tras colocarle el cabello detrás de la oreja. Él suspiró. Y se pegó más a ella. La mestiza se quedó congelada, atrapada entre la sonrisa suave que tenía Ben en los labios y el martilleo dentro de su cabeza instándola a salir de allí corriendo.
"Ven conmigo".
Dos palabras que en aquel momento, cuando él las dijo, habían colisionado sobre el escudo que ella alzaba en los momentos de deseo. No era la primera vez. Otras personas antes que él había susurrado en los momentos de pasión promesas. Sentimientos inflados por la lujuria a los que ella prestaba ninguna atención. Los desdeñaba con la misma rapidez que se separaban sus cuerpos una vez apagada la llama. Ella no mencionaba nunca nada al respecto. Y ellos... lo cierto es que no lo sabía. Nunca se había preocupado por hablar las locuras que se podían decir en un momento de celo.
Pero en aquel instante, con él dormido frente a ella, notando el abrazo con el que la mantenía sujeta, algo tembló. Iori no pudo esconderse detrás del ardor que sentía por él. Y aquellas palabras se repitieron en su mente, recordándole que tenía una respuesta pendiente con él.
El miedo impulsó los latidos de su corazón, mientras sentía que el calor que él le daba se volvía insoportable. El aroma de su piel la trastocaba, y el brazo con el que la mantenía pegada la sofocaba. Tenía que salir de allí. Se deslizó con premura, escurriéndose por el torso de Ben hacia abajo y así librarse de su agarre. Rodó a un lado y prácticamente de un salto sacó los pies de la cama.
Se giró, quieta, para comprobar la reacción del pelirrojo a su huida. Siguió durmiendo, ajeno al cambio que se acababa de obrar en él. Se acercó unos pasos de nuevo, hasta detenerse en el cabezal de la cama. Desde allí pudo observar mejor el rostro de Sango. La línea de su mandíbula y la sombra de la barba. El puente de la nariz y la forma de las cejas sobre los ojos cerrados. Las marcas que recorrían su piel, las que ella había repasado la noche anterior, como si fuese un ritual. Una forma de mostrar devoción al cuerpo de Ben.
Los latidos de su corazón la pusieron sobre aviso. Hacerlo gemir, arañarlo, dejar que sus cuerpos se fundieran en uno estaba bien. Mirarlo dormir, sintiendo que la sonrisa que él tenía se extendía en su propia cara no lo estaba.
Se giró con premura y cruzó la habitación a la carrera, hasta tropezar con una piedra tirada en el suelo. Aterrizó apoyando las manos en el caro suelo, y se giró para petrificar con la mirada el objeto culpable. Vio la tela blanca, fría y todavía húmeda de lo que había sido su vestido el día anterior. Abrió los ojos sorprendida y recordó.
Los rayos cruzando el gran ventanal contra el que se apoyaba. Durante todo el tiempo que él permaneció entre sus piernas, Iori pudo ver con claridad su rostro iluminado por los relámpagos. La luz que cortaba el cielo brillaba en sus ojos, llenándola de algo que consideraba un espectáculo. El sudor mezclado con la humedad de la lluvia en la cara de Sango. Los músculos de su pecho tensándose con cada acometida dentro de ella. Los labios, abiertos, en una lucha entre comerla y respirar...
Tras aquel segundo encuentro, Iori no pudo apartar los ojos de él. Había algo animal que la consumía. Algo moviéndose bajo su piel mientras no era capaz de desenganchar la mirada de Ben. Él le sonreía. Aquella sonría que le confería un aspecto tierno en medio de un rostro de hombre adulto. Una expresión que la ponía nerviosa, por alguna razón. Sango había buscado su mano, de pie uno frente al otro, cuando ella sintió que necesitaba seguir con aquello. Tomar todo de él.
Lo asió del cuello y tiró de él para obligarlo a inclinarse, besando de esa forma más fácilmente sus labios. Había necesidad, y un poco de ansia de control en aquella forma de aproximarse. Caminó de espaldas, arrastrándolo al interior de la habitación, lejos de la ventana. Sus cuerpos templados ya lejos de la lluvia chocaban el uno contra el otro.
Lo guio hasta el suelo, y la mestiza se sentó encima, justo sobre su cadera. Lo besó desde arriba, notando su excitación rozar la parte inferior de su vientre. Apretó hasta sentir los dientes bajo los labios de Ben, y recorrió de nuevo con sus uñas sus hombros. Había algo oscuro, algo malsano en la forma en la que buscaba controlarlo. No a Ben. No a Sango.
Al Héroe.
La figura de respeto que sembraba admiración allí por dónde pisaba. Poderoso, con un físico fuerte y una actitud que derrochaba valor a raudales. Presto para ayudar a quién precisase, con una especial predilección para aquellos más vulnerables.
Justamente a él quería verlo gemir de nuevo. Sentirlo temblar encadenado a su piel. Ser incapaz de contener el temblor de su cuerpo ante sus caricias, y notar sus espasmos sacudiéndolo desde lo más profundo. Conectando el interior del guerrero con el de ella.
Quería ver otra vez el anhelo en sus ojos, el apetito por ella. Saber que había un punto en el que lo podía controlar. Aunque al instante siguiente, Sango pudiera romperla entre sus brazos. Destrozarla por completo.
Como cuando la embistió contra el espejo.
Como cuando la golpeó con su escudo, alzando luego el hacha sobre su cabeza.
Iori quería sentir que lo tenía en sus manos en aquel momento, tomar de él todo. Su fortaleza, su ímpeto, su deseo, incluso su sonrisa.
Sabiendo que, de querer, él podría quebrar todo aquello con una sola mano sobre ella.
La noche anterior se habían encontrado justo allí. En el suelo, sentados de la misma forma que estaban ahora. En esa ocasión, nada los interrumpiría. El riesgo, la posibilidad de que él pudiese volver a lastimarla la hizo buscar con los dedos entre las piernas de Ben, para colocarlo en el punto correcto y volver a bajar sobre él.
Se odió por ello. Odió los pensamientos que la llenaban de imágenes en los que el dolor era el combustible que la movía. Odió la forma retorcida con la que corrompía a Sango en su mente.
Pero el miedo ante las palabras que él había pronunciado la empujaban a correr por ese camino.
No quería ser así. Pero tenía que sobrevivir.
La furia en sus movimientos no le pasó desapercibido al pelirrojo. Lo supo por la forma en la que se aferró a su cintura con las dos manos. Por la mirada, alarmada con la que buscó sus ojos desde abajo. Iori lo doblegó. Lo beso de nuevo y redujo a la nada sus pensamientos, haciendo que únicamente existiese el sentirse.
Pero en lo alto de la ola, Iori falló.
Fue tras quedar cegada por el placer absoluto, cuando se apoyó sobre él. Abrazó en aquella posición la cabeza de Sango contra su pecho, y en un resquicio de flaqueza estuvo a punto de decir que iría con él.
- Ben... - dijo en cambio. Apretó la mandíbula y cerró los ojos con fuerza, mientras con suavidad ahora, sus manos acariciaban las marcas que había dejado con las uñas sobre su piel.
Tragó saliva, sin apartar los ojos de él. Sin moverse, lo observó en la distancia. El desbarajuste de sus pensamientos la dejó incapaz de reaccionar. Los recuerdos de la noche pasada juntos se presentaban, de forma desordenada, impidiéndole pensar. Se inclinó hacia el vestido que permanecía a sus pies y lo extendió. Algunas gotas de agua cayeron de la tela completamente húmeda pero no le importó.
Dejó que el frío recorriese su piel cuando se lo puso, y se encaminó con paso rápido hacia la puerta para salir de la habitación. Cerró tras de sí sin hacer ruido, esperando respirar mejor en un espacio diferente al de él. Se equivocó. Tardó en moverse, y avanzó en la dirección del pasillo que llevaba a los patios de la planta baja. El aire olía a lluvia y a tierra mojada. Observó desde la balaustrada de mármol como los jardines se encontraban bastante encharcados. El aguacero había sido tal que la tierra apenas había podido de drenar semejante cantidad.
- ¡Señorita Iori! - la voz sorprendida de una mujer hizo eco en el silencio imperante a aquellas horas del alba.
Iori la miró, y pudo reconocer en ella a la sirvienta que había colado erróneamente el vestido blanco entre las prendas para ella del día anterior.
- ¿Ha estado paseando bajo la lluvia? ¡AHH! ¿¡Qué le ha pasado al vestido?! - el sofoco fue evidente por la forma urgente que tuvo de mirarla de arriba abajo y el grito agudo que profirió. - Venga conmigo ahora mismo. Necesita entrar en calor. - la aferró de la mano sin darle opción a réplica.
Iori se dejó arrastrar mientras sentía su cuerpo aterido por el frío. El castañeo de dientes la sorprendió, mientras aquella mujer parecía alterarse todavía más.
- ¡Cielos, cielos! - la condujo con rapidez a una puerta doble en la planta baja del edificio principal. - Aquí comienza la zona del servicio. No es el lugar apropiado para usted pero el fuego se encuentra encendido ya en las cocinas. ¡Debemos de darnos prisa! - La hizo entrar con ella. - Cielos... ¡Cielos! -
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Los ojos azules recorrieron con cierta sorpresa el interior de la cocina. El tamaño era cuatro veces la casa en la que se había criado con Zakath. Y por todos los lugares había superficies de trabajo, mesas repletas de productos y más útiles de cocina de los que era capaz de identificar con un nombre. Parpadeó, ligeramente maravillada por aquel sitio mientras la conducían para sentarla delante de la chimenea principal.
Las pared estaba oscurecida por las llamas en aquel punto, y el aroma de los asados se percibía con claridad en la piedra. La mujer arrastró una pequeña banqueta hacia el borde del fuego y la obligó a sentarse allí.
- ¡Frida! ¿Qué ha pasado? ¿Esta es la joven señorita? - una segunda mujer, mayor que la primera y de generosa anatomía se acercó desde una puerta.
- Ay Edelmira, ¡Me la encontré así en las galerías del segundo piso. ¡Toda mojada! Habrá estado paseando bajo la lluvia... ¡Con la que ha caído esta noche! Vamos niña, arrímate, arrímate bien al fuego. Ven, quítate la ropa, te traeré otra ahora mismo -
- ¿Estás loca? ¿Pretendes dejarla desnuda en medio de la cocina? - preguntó con voz alterada Edelmira.
- ¿Pero tú la ves? ¡Va a enfermar! Ya sabes lo que dicen, la sanación élfica no funciona bien en ella. La señora Justine nos expulsará si algo malo le pasa. - Ambas mujeres enmudecieron. Iori se había puesto de pie y se había quitado el vestido, dejando que sus finas mangas resbalasen por sus hombros hasta terminar en el suelo.
No le importó su desnudez. O el hecho de que viesen todas las cicatrices que marcaban su cuerpo.
Dio un paso al frente, observando el fuego. El calor acarició su piel, alejando el doloroso recuerdo del frío en ella. Porque el frío la lastimaba. Aunque lo hubiese buscado desde haber salido del templo con ansia imperiosa. Una forma más de mantener a raya su mente.
Tras compartir su calor, después de haber dormido toda la noche pegada a su piel, sentía que ya no tenía la misma convicción para sacar todo lo cálido de su vida. Y eso lo incluía a él.
Fue entonces cuando una cavilación fluyó sin llamarla siquiera. Apareció en su conciencia y cobró forma, escogiendo las palabras exactas. Iori abrió mucho los ojos mientras pensaba, clavando los ojos en el fuego, que escogería sin duda la tormenta, los truenos y la lluvia con él, antes que un día soleado con cualquier otra persona en su vida.
Supo entonces, que estaba jodida.
Iori Li
Honorable
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Re: Nuevo camino [+18] [Privado][Cerrado]
Sango avanzaba por el pasillo que ya conocía, en dirección al despacho de Justine. En todo el recorrido no había rastro de Iori y eso le dio que pensar. Al menos le entretuvo hasta que dos hombres, muy bien vestidos, caminaban hacia él, hablando entre ellos. El primero, era un hombre de mediana edad, con una expresión zorruna en el rostro y de modales suaves. El segundo, más alto, hablaba sin cuidar el tono de voz y gesticulaba con cierto enfado.
- Le dije que era muy pronto padre.
- Nunca es demasiado pronto para comenzar a prepararse. No somos los únicos con intereses en esto, recuérdalo- contestó el raposo.
- ¡Nos ha dejado en la puerta! ¡Ni ha querido escucharnos! Por no añadir que nada se sabe de “ella”.
- No pierdas los papeles y no te precipites. Justine es una mujer inteligente, sabe ver un buen acuerdo cuando lo tiene delante. Y sobre ella, tranquilo. Apesta a campesina, pero dicen que tiene una cara bonita. La puliremos- ni se fijaron en Sango cuando se alejaron con aquella conversación por el larguísimo pasillo.
Ben se detuvo para dejar paso a los hombres y a su ego. No le dedicaron un saludo, ni siquiera una mirada. Echó la mirada atrás para ver cómo se alejaban mientras en su cabeza resonaban las palabras de aquellos dos, padre e hijo. Negó con la cabeza y decidió seguir con su camino sin darle más importancia a lo que acababa de escuchar.
No tardó mucho en recorrer la distancia que le separaba de la puerta del despacho de Justine. Con el puño cerrado aporreó la puerta en dos ocasiones. Ben dio un paso atrás después de escuchar una voz aguda desde el interior, no entendió nada de lo que se había dicho al otro lado pero tampoco le importaba mucho. Un ruido en la puerta y de pronto una de las hojas se abrió. Apareció un Charle con cara adusta y gesto seco. Ben alzó levemente las cejas y cruzó sus ojos con el mayordomo de Justine. Su expresión, entonces, cambió e hizo una reverencia.
- Señor Nelad, buenos días. Me temo que no es este un momento adecuado- dijo mirándole a los ojos.
- Oh, ya veo- hizo una breve pausa para estudiar al sirviente y lo que había detrás de él pero no consiguió ver nada-. Cuando mi señora Justine esté disponible me gustaría hablar con ella. Buen día Charles.
Ben hizo una ligera inclinación y se mantuvo un breve instante frente a la puerta, con la mirada fijada en el suelo. El tiempo justo hasta que se escuchó una voz desde el interior.
- Haz que pase - sonó cansada y alta la voz de Justine desde dentro.
Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro que se obligó a borrar antes de erguirse. Charles se inclinó, el doble de lo que lo había hecho él y se hizo a un lado para dejarlo pasar. Ben inclinó la cabeza ante Charles y pasó al interior del despacho. Justine estaba sentada tras el escritorio. La mesa, según estimaciones de Sango, podía albergar una familia entera a comer, sin embargo, se encontraba llena de papeles que no había visto en sus anteriores encuentros. Justine parecía bastante molesta, por la expresión que tenía. Hizo una mueca de desagrado.
- Da la orden de que ni el mismo Rey Siegfrid tiene permiso para entrar aquí. La residencia de Agua es mi lugar de descanso, y todo lo que se quiera tratar con la señora Meyer será en la mansión principal - cortó con voz dura antes de clavar los ojos en Sango-. Buenos días Héroe.
Se dio cuenta enseguida de que el ambiente no estaba para provocaciones de ningún tipo, ni siquiera para bromas. Que suerte que esta vez la camisa que traigo no esté rota. Era superior a él, pero haría lo imposible por comportarse como le habían enseñado hacía tantos años, por cómo había escuchado que se trataban entre gentes de aquella clase. Si bien Justine parecía haberles acogido sin ningún tipo de reparo, no convenía abusar de la hospitalidad que la dama les ofrecía. Tragó saliva.
- Buenos días mi señora Justine- hizo una ligera reverencia desde el medio de la sala-. Puedes usar Sango si lo prefieres- añadió mientras la observaba desde su sitio- ¿Cómo estáis?- preguntó clavando su mirada en los ambarinos ojos de la dama.
Justine enarcó una ceja y cruzó las manos a la altura de la cara desde detrás de la mesa. Compuso una expresión dolida al segundo siguiente, dejando que incluso su labio inferior temblase de forma controlada un instante. Sus ojos se humedecieron un segundo antes de apartar la mirada con recato. Ben frunció el ceño.
- Yo... Yo... no puedo hablar - apartó la mirada, escondiendo los ojos llorosos sobre su hombro antes de volver la vista hacia él, con un punto de aburrimiento. Ben la observó confundido-. Estoy bien, sé interpretar mi papel. Son estos facinerosos los que me sacan de mi ser. Ni dos días han esperado para presentarse. Aquí, ¡En mi santuario!- hizo un gesto en el aire que abarcó toda la sala. Sango tardó en comprender-. Piensan encontrar a una débil viuda de la que aprovecharse. Pero llevo tiempo preparándome para jugar a su juego. Con mis reglas - esbozó una sonrisa, que mostró un matiz sombrío en su cara. Volvió a mirar a Sango y cambió su expresión a una más cordial de nuevo-. Deseabas hablar conmigo Sango ¿cierto? - volvió a cruzar las manos, dejándolas ahora apoyadas sobre la oscura madera del enorme escritorio.
- Sí, así es mi señora, quería hablaros de algo, pero quizá...- dudó un instante antes de proseguir- Mi señora, ¿necesitáis ayuda con algún asunto?
Era una pregunta sincera, formulada con toda la intención y la disposición que pondría de su parte. Sus ojos tampoco mentían. El ofrecimiento era real. Ella, por respuesta, esbozó una sonrisa divertida.
- No creo que sea del gusto de un Héroe encargarse de pretendientes indeseados.
Arqueó las cejas y ladeó, levemente, la cabeza. Abrió la boca y de ella solo pudo salir un simple "oh". Meneó la cabeza y volvió a fijar sus ojos en la mesa, pensando en qué decir. Su cabeza ató cabos rápidamente y unió la escena de los dos hombres que se cruzó hacía tan solo unos instantes en el pasillo con Justine y Iori. Tensó la mandíbula mientras el caos se apoderó de su cabeza. Tragó saliva antes de relajar el rostro y contestar a Justine.
- No he tenido la oportunidad de agradecer la atención y los cuidados que nos habéis brindado- sus ojos pasaron por ella hasta llegar a sus ojos-. Considerad mi oferta como un modo de pagar por todo ello si consideráis que alguno de esos pretendientes debería dejaros algo de tiempo- le enseñó los dientes. Ella suspiró ante aquel comentario que se mezcló con una risa ante el ofrecimiento velado de Sango.
- Con tus palabras me basta. Eres un hombre de honor. Y has guardado bien a Iori en estos días. Es algo por lo que soy yo la que debe de agradecerte. Aunque sé que la hubieras protegido independientemente de que el maestro Zakath o yo estuviésemos en medio- sonrió de una forma extraña-. Incluso de una tormenta- ambos se miraron a los ojos durante unos instantes.
Entonces, cuando tuvo suficiente, ella se levantó y salió de detrás del escritorio, señalándole con la mano la zona de los sofás para ponerse más cómodos. Ben tenía el ceño fruncido. Entendió la referencia a la tormenta. Lo entendió perfectamente y, en cierto sentido, era normal que ella supiera. Su cabeza seguía turbada con el comentario anterior y se dejó guiar por Justine hacia los sofás. ¿Por qué se sentía así? Algo tomaba forma en su interior.
- No te preocupes. Sé desenvolverme entre el resto de burgueses y nobles. La fortuna que deja Hans tras de si es cuantiosa- se sentó con ligereza, sin el cuidado que había mostrado en ocasiones anteriores-. De las cinco más grandes que se cuentan en Lunargenta. Dos mujeres como únicas beneficiarias. Una, viuda. La otra, soltera. Seguro que puedes imaginar el resto de la situación sin que te lo explique.
Vaya si lo imaginaba. Su imaginación estaba tan activa que parecía haberse desvanecido con los ojos abiertos. Parpadeó. Si todo lo que había entendido de la historia era correcto, entonces podía ponerle nombre tanto a la viuda como a la soltera. Sintió un repentino ataque de repulsión. No habían pasado ni dos días y ya se estaban ofreciendo para ocupar el lugar del antiguo señor Meyer. Pero sentía algo mucho más oscuro por aquellos que se ofrecían para enlazarse con ella. Algiz. Uruz. Repitió hasta que su expresión se relajó. Decidió aventurarse.
- Una fortuna a repartir entre una mujer viuda, que supongo que estoy mirando a sus ojos ahora mismo y una persona soltera... ¿Es Charles?- preguntó dibujando una falsa sonrisa en el rostro. Ella se la devolvió, pero solo con los labios.
- Pienso adoptar a Iori- reveló-. Pero no lo haré en contra de su voluntad, por supuesto. No tiene sentido capturar un lobo a la fuerza. Pasarás el resto de tu vida intentando evitar que escape. Haré que confíe en mí. Que encuentre este lugar de forma natural su hogar. Tendrá mucho más de lo que nunca pudo soñar. Una oportunidad para que su corazón comience a sanar.
Se sorprendió por la rapidez con la que llegó la confirmación de lo que había pensado. Una parte, sintió cierto alivio. Era un ejercicio enorme el que tenía la dama por delante. Sin embargo en sus palabras encontró determinación y voluntad por llevarlas a cabo. Y eso le merecía respeto. Ben inclinó la cabeza hacia delante a modo de reconocimiento. Sin embargo, otra parte de él sintió miedo. Temor por la reacción de Iori. Temor por querer encadenarla en el hogar en el que había vivido el causante de su desgracia. No. Iori, supuso, no querría saber nada de ella por muy buenas palabras y gestos que se hicieran.
La puerta se abrió, y atravesándola entró un joven mayordomo con una bandeja llena de viandas que se dirigió a la mesa de forma pulcra, para comenzar a servir. Tras él, una segunda. Femenina, vestida con ropas sencillas y de colores neutros. Era espigada y de movimientos felinos. Y a los ojos de cualquier persona instruida en el combate quedaba claro que la mujer de ojos oscuros poseía buenas habilidades para pasar desapercibida. Se detuvo a un lado de Justine y colocó ambas manos a la espalda aguardando.
Sango clavó los ojos en la segunda figura que entró tras el sirviente y a medida que se movía una media sonrisa se le dibujó en el rostro. Acto seguido clavó su atención en la comida sobre la mesa y tras un breve estudio giró para encontrarse con Justine.
- Mi señora Justine, en breves marcharé de la ciudad- dijo para evitar seguir dándole vueltas a la cabeza.
La dama pareció no prestar atención a la joven que se había parado, de forma educada a su lado aguardando.
- Alguna obligación ineludible imagino.
-Es algo preocupante. Los niños de Eden parecen haberse asentado en un antiguo emplazamiento después de que sus familias, y las clases influyentes en asuntos de estado no les prestara la ayuda que, seguro merecían- estiró la mano para coger un melocotón pero la retiró de inmediato-. Mi señora Justine, vivimos tiempos complicados. Nuestras alianzas son débiles, nuestras fuerzas se vieron mermadas. Yo mismo lo comprobé: no hace ni un mes desde los reportes de los ataques en la frontera. Los licántropos invadieron desde el norte. Contuvimos una gran parte de ellos en Aguasclaras pero- se dio cuenta de que aquello no iba a ninguna parte-. A lo que voy, mi señora, es que no debemos despreciar toda ayuda que surja en el camino hacia el futuro, por muy pequeña e insignificantes que parezca. Por muchos comentarios y grandes discursos que se hagan, por todos los rumores que existan desacreditando a esos niños, toda ayuda es bienvenida. Mi madre siempre dice que "grano no es granero, pero ayuda al compañero". Me parece un dicho muy aplicable a nuestro caso.
Alzó la mirada de la comida y la posó en Justine. Estaba algo sorprendido por las palabras que acababan de salir de su boca. Soltó aire.
- Justine, sé que es injusto lo que le voy a decir, pero, necesito su ayuda.
La mujer lo observó, con creciente interés mientras él hablaba. Cuando Sango volvió a clavar los ojos en ella, aprovechó e hizo un leve gesto con la palma abierta, señalando la mesa baja de salón que tenían delante con la comida.
- Por favor- indicó mientras ella misma extendía la mano para tomar una de esas tazas súper humeantes de infusión. Bebió en silencio, apartando los ojos de él, dándose tiempo para meditar-. Mucho me temo que Hans y sus socios forman parte de ese grupo que desatendió a esos niños. Comprendo la situación que me planteas, y es mi deseo tomar parte en la causa. Ahora yo soy la cabeza de familia y Justine solo debe de dar explicaciones a Justine. Este será el primer paso que dé para pagar la deuda que tengo contigo en lo referente a Iori. Charles estará encantado de revisar de forma pormenorizada los detalles contigo. Cuentas desde ya con el respaldo del apellido Meyer.
Sango abrió la boca. Sin ser capaz de creerse lo que acababa de escuchar.
-Yo...- realmente no sabía qué decir-. No, no hay... No hay deuda alguna, mi señora, en todo caso el que está en deuda soy yo. No esperaba esta buena disposición. Gracias- no apartó los ojos de ella hasta el final cuando volvió la cabeza hacia la mesa.
Él se había esperado algo completamente distinto. Desde luego no se había esperado tenerlo todo de cara. Estaba preparado para un tira y afloja, para echarle en cara su condición y su falta de ayuda. Y sin embargo había accedido a ayudar. A remediar la situación que Hans había ayudado a causar. Rápidamente tuvo que buscar en su cabeza cuál era el siguiente paso si tenía éxito. Descubrió que no lo tenía y decidió improvisar.
- Me gustaría que Sanna Ulferm estuviera presente para tratar los detalles- añadió sin apartar la mirada de un melocotón-. Es una buena mujer, tiene cabeza para estos asuntos, conoce la península, los caminos, los pueblos, creo que puede aportar.
Las cejas de la mujer se arquearon adquiriendo un toque concentrado.
- ¿Se encuentra en la ciudad?- inquirió.
- A un día de caballo. Está en Cedralada, junto con el resto de la compañía- dibujó una sonrisa mientras echaba mano al melocotón-. Podría ir yo mismo a buscarla.
- Puedo proporcionarte montura o enviar emisario, lo que prefieras- se detuvo un instante y sus ojos se entornaron con un punto serio en la mirada- Iori, por descontado, no se moverá de aquí. Imagino que no hacía falta aclararlo, pero prefiero ser cauta.
- Mi señora, ¿esa cristalera se puede abrir?- preguntó Sango obviando su mención a Iori.
Justine miró hacia un lado, extrañada, observando el enorme ventanal.
- Por secciones- indicó haciéndole un gesto a Charles.
El excelente mayordomo se adelantó, desde su posición de guardián silencioso desde la puerta y se aproximó al cristal. Manipuló unos goznes disimulados de forma excelente en la estructura, y le mostró a Sango cómo y por dónde abría. Ben posó sus ojos en Charles.
- Mi señor Charles- dijo poniéndose en pie-, ¿podéis abrirla?
Obedeció, de forma impecable, movimientos precisos y eficiencia digna de los maestros herreros de Baslodia. Se decía de ellos que eran capaces de hacer brazos protésicos que nada tenían que envidiar a los biocibernéticos. Sango posó el melocotón en la mesa y se acercó a la ventana. Aspiró una bocanada de aire fresco y colocó las manos alrededor de la boca. Entonces imitó el graznido de un cuervo. Se giró con una gran sonrisa en el rostro y regocijándose con sus expresiones. No tardó mucho en llegar. Un cuervo se coló en la habitación y clavó sus patas en el brazo que le ofrecía Sango.
- ¿Qué tal, cómo estás?- preguntó mirando al cuervo mientras con la mano libre rascó el pecho del cuervo-. No es necesario un emisario, solo necesitamos alguien que escriba y vientos propicios.
Justine no pudo evitar sobresaltarse en el sillón, mientras miraba con evidente cara de asco al animal. Charles se inclinó hacia atrás, dándole espacio al pelirrojo para manejar al pájaro. La mujer silenciosa no se movió ni un ápice, observando con curiosidad al animal.
- ¿Ese pájaro es seguro?- preguntó la mujer levantándose para cruzar al otro lado de la habitación.
Movió las manos para hacerle la indicación a Charles, que tomó de forma presta material para escribir y se acercó a Sango.
- ¿Desea que tome yo nota del mensaje o prefiere hacerlo usted personalmente?- se ofreció de la forma impecable que siempre lo hacía.
- Si puedes hacerlo tú, Charles, me temo que yo haría un destrozo. Puedes poner que Sango convoca a Debacle en la taberna de Kyotan dentro de dos días. Con eso debería valer- luego miró a Justine sin borrar la sonrisa del rostro y también a la figura protectora que miraba con curiosidad-. ¿Acaso no lo reconoces? Este cuervo es pariente de Hugin y Mugin, mensajeros de Odín. Unió sus alas a mis pasos después de Aguasclaras.
El gesto de desconfianza de Justine siguió presente en su cara. Sango ensanchó su sonrisa. Le habían enseñado a usar al cuervo. Por lo visto, Livar, uno de sus hombres de confianza en el grupo, se había criado con unos primos que tenían cierta fama en la zona oriental de Verisar. Entrenaban pájaros para mensajería y si tenían la oportunidad, con aves mucho más selectas, las entrenaban para cazar. Según le había contado, su familia por parte de madre venía de las frías estepas del norte, donde las rapaces se domesticaban para cazar no por deporte o afición sino por necesidad.
- Seguro que esa historia es digna de ser escuchada. Pero cuando los animales que no han sido previamente desinfectados salgan de mi despacho- indicó con recelo.
La dama observaba inquieta el contacto de Sango con el pájaro. Charles, por su parte, se había girado hacia el escritorio, y con una letra estilizada y clara le tendió un pequeño papel con la nota manuscrita, breve y concisa que Sango le había dictado. Sango obligó al cuervo a posarse en la silla más cercana. Le rascó la cabeza y luego arrancó un trozo de tela de la camisa y la usó para atar el mensaje a la pata. Se aseguró de que estuviera bien sujeto y luego cogió al cuervo.
- Cedralada. Al norte. De donde venimos. Cedralada. Que los vientos te sean benévolos- murmuró antes de lanzar al cuervo por la ventana.
La escena de la marcha del cuervo fue seguida por un pesado silencio que se instauró en el despacho. Justine observó, hasta que la criatura se perdió de vista. Charles siguió obediente su gesto, y cerró la ventana, volviendo a ocupar el lugar en el que aguardaba cualquier indicación de su señora. Ben se quedó mirando el punto negro en el cielo hasta que no fue capaz de distinguir nada más.
- Bien, entonces, ni montura ni emisario- murmuró la mujer, sacudiéndose las faldas como si algo de la suciedad que veía en aquel pájaro se hubiera podido quedar impregnada en ella. Volvió a su sitio y se sentó, algo más tranquila ahora tras la marcha del animal-. Sin duda un héroe de recursos.
Sango carraspeó.
- Sí, lamento el espectáculo- mintió. Se limpió las manos en la ropa y caminó hacia su sitio recuperando el melocotón-. Mi señora Justine, ¿no nos vais a presentar?- preguntó clavando la mirada en su guardiana.
La figura femenina lo miró con serenidad, mientras Justine parecía ser consciente de ella por primera vez desde que había entrado.
- Ah, su nombre es Cora. Se desliza como una sombra. Te sorprendería su agilidad y sigilo. Trabaja para mí obteniendo información. Pasa desapercibida fácilmente. Te sorprenderías - aseguró con ojos maliciosos, antes de hacer un leve gesto con la mano. La muchacha de pie al lado de Justine se giró hacia la señora y habló.
- Al poco de romper el alba Iori salió de la habitación. Caminó un trecho por la galería sur del segundo piso. Frida la interceptó. El vestido blanco que llevaba ayer estaba mojado y se alteró muchísimo al verla de esa manera. La condujo a las cocinas. Allí desayunó y le proporcionaron ropa. Hoy se ha inclinado por un conjunto de camisa y pantalón con botas altas. Al terminar ha salido y ha bajado hasta los patios ella sola- informó.
Ben había ido ensombreciendo el rostro según la espía relataba la mañana de Iori. Notó los ojos de Justine sobre él, sin apartarse en ningún momento, mientras una leve sonrisilla se marcaba en sus comisuras.
- Buen reporte Cora. Como el de ayer a la noche. Puedes retirarte- la espía hizo una leve inclinación y desapareció del despacho.
El comentario final de Justine le hizo apretar el melocotón que tenía en la mano. Había escuchado con atención el reporte y entendía lo que acababa de hacer la dama. Era ella quien gobernaba aquella casa, la que oía y escuchaba todo lo que en ella acontecía. La información, para ella, era poder. Y con sus medios, disponía de un poder casi ilimitado. Casi. Se llevó la fruta a la boca y aspiró su aroma antes de pegarle un bocado. Giró la cabeza para mirar a Justine y le guiñó un ojo antes de seguir masticando con la mirada puesta en las bandejas sobre la mesa.
- ¿Deseas que me marche, mi señora?- preguntó después de tragar el primer bocado.
Justine parpadeó, quedándose un segundo sin saber cómo reaccionar ante las palabras y el gesto de Sango.
- Me iré a la mansión principal. Tengo mucho que hacer en estos días. Tendréis todo lo que preciséis aquí a vuestra disposición. Voy a trasladar también a algunos de los soldados que estaban en la mansión hasta aquí. Por seguridad- explicó volviendo a llevar las manos a la taza de té-. Y, aprovechando la inesperada confianza que tienes con Iori…- pareció no encontrar las palabras. Llevó la taza a los labios, mientras pensaba.
- Los soldados no son necesarios- comentó Sango antes de darle otro mordisco al melocotón, tiempo que usó para pensar qué decir, no por los soldados, sino porque su nombre había salido de sus labios-. Menos aun los que tienes en la mansión. Estoy convencido que de haberme dejado los habría liquidado a todos- apretó tanto el melocotón que se convirtió en zumo en su mano-. Pero es tu casa, mi señora. Solo digo que necesitas gente con más talento, menos acomodada- soltó lo que quedaba del melocotón en la mesa y cogió un trapo para limpiarse la mano-. No es inesperada, no es la primera vez que nos cruzamos. Quizá estuviera hilado desde el principio de los tiempos. Quién sabe, mi señora, quién sabe...- dobló el trapo y lo posó encima de la mesa.
Su primera respuesta fue mirarle con seriedad. Pero bien sabía Sango que podía estar actuando. Lo había hecho en la mansión y lo había hecho hacía unos instantes. Los Dioses sabían que la dama Justine había hecho cosas para merecer el respeto de Sango. Y de hecho, lo tenía, pero eso no implicaba, necesariamente, una confianza plena. Hacía falta algo más.
- No dudo de tu buen ojo a la hora de valorar a los soldados que contrató Hans. Del mismo modo te agradecería cualquier recomendación que pudieras darme de cara a mejorar la contratación de estos guardias de seguridad personales. En la situación en la que estamos me temo que deberemos de conformarnos con lo que hay. Y por lo general, los interesados en hacer contacto con Iori no suelen saber en qué deben de fijarse para identificar a un buen guerrero de uno mediocre. Tener a media docena de ellos guardando las puertas debería de ser suficiente para que nadie que no esté autorizado vuelva a entrar- observó los restos del melocotón con prudencia, mientras el aroma de la fruta llenaba el ambiente-. Esté o no esté hilada, puedo ver que ella tiene en estima tu opinión. Me gustaría pedirte que hablases con ella. Hacer que vea desde un punto más lógico lo que supondría para ella quedarse conmigo- dijo al fin. Con las manos tensas agarrando la taza.
- Hablaré con ellla. Lo haré porque me lo pedís, mi señora. Y cuando no quiera dirigirme más la palabra, cuando se sienta tan traicionada que no soporte estar a mi lado... Entonces, vendré a buscarte y- dejó la frase en el aire y esbozó una media sonrisa-. Hablaremos de esos soldados- hizo una pausa-. Hablaré con ella.
No quería tocar más aquel tema. Sin duda cumpliría con su palabra. Se lo debía a la señora. Era lo mínimo que podía hacer por la dama después de darles un lugar en el que descansar y pasar los días hasta que se calmara la situación. Sin embargo, pese a que era una petición legítima, le ponía en una situación comprometida con respecto a Iori. ¿Cómo iba él a pedirle tal cosa? ¿Acaso no había visto lo que pensar en aquel tipo le había hecho a Iori? ¿Acaso era él insensible a todo aquello? Sin duda lo tenía todo en cuenta, y su corazón le decía que Iori debía alejarse de allí lo más rápido posible. Por otra parte, el poder de la dama Justine sí que le podría garantizar todo aquello cuanto ella deseara, al menos todas las necesidades básicas. Dudaba que una persona pudiera vivir, plenamente, así, pero al menos era un comienzo. Suspiró.
Charles se removió inquieto en el sitio, de pie al lado de la puerta, mientras Justine clavaba los ojos en Sango, que posó sus ojos en ella. Sus palabras la sorprendieron, abrió los ojos lo justo, pero evidenciando sorpresa, antes de dejar la taza de nuevo sobre el platillo. Falló por un centímetro, y se obligo a bajar la vista para asegurarse de que la dejaba en su sitio. Sin duda las había interpretado de la manera correcta.
- Bien, te lo agradezco-. dio por toda respuesta-. Quizá ahora sea un buen momento, si se encuentra fuera en los patios paseando.
Se levantó dando por terminada aquella conversación, y regresando a su puesto tras el escritorio. Con ganas de poner una montaña de papeles y una enorme mesa de roble envejecido entre ella y el cuerpo del guerrero. Sango asintió lentamente y tras echar un rápido vistazo a Justine y Charles decidió levantarse del sofá. Estaba claro que sus palabras habían causado un gran impacto. Quizá más del deseado. Quizá menos del esperado. Quizá el justo y necesario para que abandonara el despacho en aquel preciso instante. Se plantó en el centro de la estancia y miró a Justine.
- Mi señora, un placer, como siempre- se llevó la mano al pecho y se inclinó hacia delante a modo de saludo. Al erguirse y girarse, se cruzó con Charles que ya tenía la puerta abierta-. Mi señor Charles, gracias por todo- y abandonó la estancia con tranquilidad.
Recorrió el pasillo de vuelta con tranquilidad, ocupando su cabeza con su pronto viaje al norte. Había recibido el reporte en la única salida que había hecho del complejo el día anterior. El mensaje era claro, los niños del Eden se habían instalado en Zelirica y necesitaban ayuda. ¿Cómo iba él a negar la ayuda a los que habían sido sus compañeros? Cualquier hombre o mujer de armas que se precie, haría lo mismo por ayudar a aquellos que habían combatido a su lado, escudo con escudo, hombro con hombro. Y era consciente de la carga que pesaba sobre esos niños. Unos decían que estaban malditos, otros que eran una amenaza para el resto de personas normales, otros que eran un castigo divino. Sin embargo, muchos de los que lanzaban aquellos mensajes no habían estado en Eden. Seguramente se encontraban en la seguridad de sus casas, sintiéndose a salvo mientras los ejércitos luchaban contra los objetos más poderosos y malignos que han conocido los Reinos en los últimos tiempos.
Sango, se descubrió deambulando por los pasillos, contemplando los remates estructurales del palacete, los acabados, los cuidados suelos y los impolutos techos, los cuidados jardines y la limpieza general del lugar. ¿Cuántas familias cabrían allí? ¿Cuántos niños de Eden podrían andar correteando por esos jardines?
Culpó de la desgracia que vivían a muchos de aquellos burgueses que se escondían tras muros de papel, incapaces de ver más allá de aquello que le reportara beneficio. Culpaba a la clase gobernante por no haber procurado medios para, si no evitar una desgracia mayor, al menos ayudar a todos aquellos afectados.
Habían pasado meses desde Eden y aún no se había tomado una decisión sobre invertir en aumentar el ejército. La única directriz que tenían era abandonar las tierras de frontera y las tierras más allá de Verisar, reorganizarse en nuevos regimientos y proteger el Reino a toda costa. Pensó en todos aquellos enviados a poblar las tierras ganadas a los bosques en las fronteras. Los poblados creados para asentar población en la zona; la oportunidad brindada a muchas personas con sueños de mejorar en la vida. Todos ellos quedaban, ahora, abandonados, desamparados, indefensos. Muchos morirían sin ver sus sueños cumplidos. Muchos maldecirían los nombres de los gobernantes y Sango lo haría con ellos.
Él haría todo lo que estuviera su mano para no dejarlos caer. No mientras le quedaran fuerzas en las piernas y en los brazos para seguir adelante. No mientras hubiera gente dispuesta a seguirle y luchar por la causa más justa de todas: la vida.
Entre sus pensamientos se colaron sonidos familiares. Sonidos que recordaba de sus años viviendo en Lunargenta. ¿Cuánto hacía de aquello? Más de una década seguro. Suspiró.
Dirigió sus pasos hacia el familiar sonido.
- Le dije que era muy pronto padre.
- Nunca es demasiado pronto para comenzar a prepararse. No somos los únicos con intereses en esto, recuérdalo- contestó el raposo.
- ¡Nos ha dejado en la puerta! ¡Ni ha querido escucharnos! Por no añadir que nada se sabe de “ella”.
- No pierdas los papeles y no te precipites. Justine es una mujer inteligente, sabe ver un buen acuerdo cuando lo tiene delante. Y sobre ella, tranquilo. Apesta a campesina, pero dicen que tiene una cara bonita. La puliremos- ni se fijaron en Sango cuando se alejaron con aquella conversación por el larguísimo pasillo.
Ben se detuvo para dejar paso a los hombres y a su ego. No le dedicaron un saludo, ni siquiera una mirada. Echó la mirada atrás para ver cómo se alejaban mientras en su cabeza resonaban las palabras de aquellos dos, padre e hijo. Negó con la cabeza y decidió seguir con su camino sin darle más importancia a lo que acababa de escuchar.
No tardó mucho en recorrer la distancia que le separaba de la puerta del despacho de Justine. Con el puño cerrado aporreó la puerta en dos ocasiones. Ben dio un paso atrás después de escuchar una voz aguda desde el interior, no entendió nada de lo que se había dicho al otro lado pero tampoco le importaba mucho. Un ruido en la puerta y de pronto una de las hojas se abrió. Apareció un Charle con cara adusta y gesto seco. Ben alzó levemente las cejas y cruzó sus ojos con el mayordomo de Justine. Su expresión, entonces, cambió e hizo una reverencia.
- Señor Nelad, buenos días. Me temo que no es este un momento adecuado- dijo mirándole a los ojos.
- Oh, ya veo- hizo una breve pausa para estudiar al sirviente y lo que había detrás de él pero no consiguió ver nada-. Cuando mi señora Justine esté disponible me gustaría hablar con ella. Buen día Charles.
Ben hizo una ligera inclinación y se mantuvo un breve instante frente a la puerta, con la mirada fijada en el suelo. El tiempo justo hasta que se escuchó una voz desde el interior.
- Haz que pase - sonó cansada y alta la voz de Justine desde dentro.
Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro que se obligó a borrar antes de erguirse. Charles se inclinó, el doble de lo que lo había hecho él y se hizo a un lado para dejarlo pasar. Ben inclinó la cabeza ante Charles y pasó al interior del despacho. Justine estaba sentada tras el escritorio. La mesa, según estimaciones de Sango, podía albergar una familia entera a comer, sin embargo, se encontraba llena de papeles que no había visto en sus anteriores encuentros. Justine parecía bastante molesta, por la expresión que tenía. Hizo una mueca de desagrado.
- Da la orden de que ni el mismo Rey Siegfrid tiene permiso para entrar aquí. La residencia de Agua es mi lugar de descanso, y todo lo que se quiera tratar con la señora Meyer será en la mansión principal - cortó con voz dura antes de clavar los ojos en Sango-. Buenos días Héroe.
Se dio cuenta enseguida de que el ambiente no estaba para provocaciones de ningún tipo, ni siquiera para bromas. Que suerte que esta vez la camisa que traigo no esté rota. Era superior a él, pero haría lo imposible por comportarse como le habían enseñado hacía tantos años, por cómo había escuchado que se trataban entre gentes de aquella clase. Si bien Justine parecía haberles acogido sin ningún tipo de reparo, no convenía abusar de la hospitalidad que la dama les ofrecía. Tragó saliva.
- Buenos días mi señora Justine- hizo una ligera reverencia desde el medio de la sala-. Puedes usar Sango si lo prefieres- añadió mientras la observaba desde su sitio- ¿Cómo estáis?- preguntó clavando su mirada en los ambarinos ojos de la dama.
Justine enarcó una ceja y cruzó las manos a la altura de la cara desde detrás de la mesa. Compuso una expresión dolida al segundo siguiente, dejando que incluso su labio inferior temblase de forma controlada un instante. Sus ojos se humedecieron un segundo antes de apartar la mirada con recato. Ben frunció el ceño.
- Yo... Yo... no puedo hablar - apartó la mirada, escondiendo los ojos llorosos sobre su hombro antes de volver la vista hacia él, con un punto de aburrimiento. Ben la observó confundido-. Estoy bien, sé interpretar mi papel. Son estos facinerosos los que me sacan de mi ser. Ni dos días han esperado para presentarse. Aquí, ¡En mi santuario!- hizo un gesto en el aire que abarcó toda la sala. Sango tardó en comprender-. Piensan encontrar a una débil viuda de la que aprovecharse. Pero llevo tiempo preparándome para jugar a su juego. Con mis reglas - esbozó una sonrisa, que mostró un matiz sombrío en su cara. Volvió a mirar a Sango y cambió su expresión a una más cordial de nuevo-. Deseabas hablar conmigo Sango ¿cierto? - volvió a cruzar las manos, dejándolas ahora apoyadas sobre la oscura madera del enorme escritorio.
- Sí, así es mi señora, quería hablaros de algo, pero quizá...- dudó un instante antes de proseguir- Mi señora, ¿necesitáis ayuda con algún asunto?
Era una pregunta sincera, formulada con toda la intención y la disposición que pondría de su parte. Sus ojos tampoco mentían. El ofrecimiento era real. Ella, por respuesta, esbozó una sonrisa divertida.
- No creo que sea del gusto de un Héroe encargarse de pretendientes indeseados.
Arqueó las cejas y ladeó, levemente, la cabeza. Abrió la boca y de ella solo pudo salir un simple "oh". Meneó la cabeza y volvió a fijar sus ojos en la mesa, pensando en qué decir. Su cabeza ató cabos rápidamente y unió la escena de los dos hombres que se cruzó hacía tan solo unos instantes en el pasillo con Justine y Iori. Tensó la mandíbula mientras el caos se apoderó de su cabeza. Tragó saliva antes de relajar el rostro y contestar a Justine.
- No he tenido la oportunidad de agradecer la atención y los cuidados que nos habéis brindado- sus ojos pasaron por ella hasta llegar a sus ojos-. Considerad mi oferta como un modo de pagar por todo ello si consideráis que alguno de esos pretendientes debería dejaros algo de tiempo- le enseñó los dientes. Ella suspiró ante aquel comentario que se mezcló con una risa ante el ofrecimiento velado de Sango.
- Con tus palabras me basta. Eres un hombre de honor. Y has guardado bien a Iori en estos días. Es algo por lo que soy yo la que debe de agradecerte. Aunque sé que la hubieras protegido independientemente de que el maestro Zakath o yo estuviésemos en medio- sonrió de una forma extraña-. Incluso de una tormenta- ambos se miraron a los ojos durante unos instantes.
Entonces, cuando tuvo suficiente, ella se levantó y salió de detrás del escritorio, señalándole con la mano la zona de los sofás para ponerse más cómodos. Ben tenía el ceño fruncido. Entendió la referencia a la tormenta. Lo entendió perfectamente y, en cierto sentido, era normal que ella supiera. Su cabeza seguía turbada con el comentario anterior y se dejó guiar por Justine hacia los sofás. ¿Por qué se sentía así? Algo tomaba forma en su interior.
- No te preocupes. Sé desenvolverme entre el resto de burgueses y nobles. La fortuna que deja Hans tras de si es cuantiosa- se sentó con ligereza, sin el cuidado que había mostrado en ocasiones anteriores-. De las cinco más grandes que se cuentan en Lunargenta. Dos mujeres como únicas beneficiarias. Una, viuda. La otra, soltera. Seguro que puedes imaginar el resto de la situación sin que te lo explique.
Vaya si lo imaginaba. Su imaginación estaba tan activa que parecía haberse desvanecido con los ojos abiertos. Parpadeó. Si todo lo que había entendido de la historia era correcto, entonces podía ponerle nombre tanto a la viuda como a la soltera. Sintió un repentino ataque de repulsión. No habían pasado ni dos días y ya se estaban ofreciendo para ocupar el lugar del antiguo señor Meyer. Pero sentía algo mucho más oscuro por aquellos que se ofrecían para enlazarse con ella. Algiz. Uruz. Repitió hasta que su expresión se relajó. Decidió aventurarse.
- Una fortuna a repartir entre una mujer viuda, que supongo que estoy mirando a sus ojos ahora mismo y una persona soltera... ¿Es Charles?- preguntó dibujando una falsa sonrisa en el rostro. Ella se la devolvió, pero solo con los labios.
- Pienso adoptar a Iori- reveló-. Pero no lo haré en contra de su voluntad, por supuesto. No tiene sentido capturar un lobo a la fuerza. Pasarás el resto de tu vida intentando evitar que escape. Haré que confíe en mí. Que encuentre este lugar de forma natural su hogar. Tendrá mucho más de lo que nunca pudo soñar. Una oportunidad para que su corazón comience a sanar.
Se sorprendió por la rapidez con la que llegó la confirmación de lo que había pensado. Una parte, sintió cierto alivio. Era un ejercicio enorme el que tenía la dama por delante. Sin embargo en sus palabras encontró determinación y voluntad por llevarlas a cabo. Y eso le merecía respeto. Ben inclinó la cabeza hacia delante a modo de reconocimiento. Sin embargo, otra parte de él sintió miedo. Temor por la reacción de Iori. Temor por querer encadenarla en el hogar en el que había vivido el causante de su desgracia. No. Iori, supuso, no querría saber nada de ella por muy buenas palabras y gestos que se hicieran.
La puerta se abrió, y atravesándola entró un joven mayordomo con una bandeja llena de viandas que se dirigió a la mesa de forma pulcra, para comenzar a servir. Tras él, una segunda. Femenina, vestida con ropas sencillas y de colores neutros. Era espigada y de movimientos felinos. Y a los ojos de cualquier persona instruida en el combate quedaba claro que la mujer de ojos oscuros poseía buenas habilidades para pasar desapercibida. Se detuvo a un lado de Justine y colocó ambas manos a la espalda aguardando.
Sango clavó los ojos en la segunda figura que entró tras el sirviente y a medida que se movía una media sonrisa se le dibujó en el rostro. Acto seguido clavó su atención en la comida sobre la mesa y tras un breve estudio giró para encontrarse con Justine.
- Mi señora Justine, en breves marcharé de la ciudad- dijo para evitar seguir dándole vueltas a la cabeza.
La dama pareció no prestar atención a la joven que se había parado, de forma educada a su lado aguardando.
- Alguna obligación ineludible imagino.
-Es algo preocupante. Los niños de Eden parecen haberse asentado en un antiguo emplazamiento después de que sus familias, y las clases influyentes en asuntos de estado no les prestara la ayuda que, seguro merecían- estiró la mano para coger un melocotón pero la retiró de inmediato-. Mi señora Justine, vivimos tiempos complicados. Nuestras alianzas son débiles, nuestras fuerzas se vieron mermadas. Yo mismo lo comprobé: no hace ni un mes desde los reportes de los ataques en la frontera. Los licántropos invadieron desde el norte. Contuvimos una gran parte de ellos en Aguasclaras pero- se dio cuenta de que aquello no iba a ninguna parte-. A lo que voy, mi señora, es que no debemos despreciar toda ayuda que surja en el camino hacia el futuro, por muy pequeña e insignificantes que parezca. Por muchos comentarios y grandes discursos que se hagan, por todos los rumores que existan desacreditando a esos niños, toda ayuda es bienvenida. Mi madre siempre dice que "grano no es granero, pero ayuda al compañero". Me parece un dicho muy aplicable a nuestro caso.
Alzó la mirada de la comida y la posó en Justine. Estaba algo sorprendido por las palabras que acababan de salir de su boca. Soltó aire.
- Justine, sé que es injusto lo que le voy a decir, pero, necesito su ayuda.
La mujer lo observó, con creciente interés mientras él hablaba. Cuando Sango volvió a clavar los ojos en ella, aprovechó e hizo un leve gesto con la palma abierta, señalando la mesa baja de salón que tenían delante con la comida.
- Por favor- indicó mientras ella misma extendía la mano para tomar una de esas tazas súper humeantes de infusión. Bebió en silencio, apartando los ojos de él, dándose tiempo para meditar-. Mucho me temo que Hans y sus socios forman parte de ese grupo que desatendió a esos niños. Comprendo la situación que me planteas, y es mi deseo tomar parte en la causa. Ahora yo soy la cabeza de familia y Justine solo debe de dar explicaciones a Justine. Este será el primer paso que dé para pagar la deuda que tengo contigo en lo referente a Iori. Charles estará encantado de revisar de forma pormenorizada los detalles contigo. Cuentas desde ya con el respaldo del apellido Meyer.
Sango abrió la boca. Sin ser capaz de creerse lo que acababa de escuchar.
-Yo...- realmente no sabía qué decir-. No, no hay... No hay deuda alguna, mi señora, en todo caso el que está en deuda soy yo. No esperaba esta buena disposición. Gracias- no apartó los ojos de ella hasta el final cuando volvió la cabeza hacia la mesa.
Él se había esperado algo completamente distinto. Desde luego no se había esperado tenerlo todo de cara. Estaba preparado para un tira y afloja, para echarle en cara su condición y su falta de ayuda. Y sin embargo había accedido a ayudar. A remediar la situación que Hans había ayudado a causar. Rápidamente tuvo que buscar en su cabeza cuál era el siguiente paso si tenía éxito. Descubrió que no lo tenía y decidió improvisar.
- Me gustaría que Sanna Ulferm estuviera presente para tratar los detalles- añadió sin apartar la mirada de un melocotón-. Es una buena mujer, tiene cabeza para estos asuntos, conoce la península, los caminos, los pueblos, creo que puede aportar.
Las cejas de la mujer se arquearon adquiriendo un toque concentrado.
- ¿Se encuentra en la ciudad?- inquirió.
- A un día de caballo. Está en Cedralada, junto con el resto de la compañía- dibujó una sonrisa mientras echaba mano al melocotón-. Podría ir yo mismo a buscarla.
- Puedo proporcionarte montura o enviar emisario, lo que prefieras- se detuvo un instante y sus ojos se entornaron con un punto serio en la mirada- Iori, por descontado, no se moverá de aquí. Imagino que no hacía falta aclararlo, pero prefiero ser cauta.
- Mi señora, ¿esa cristalera se puede abrir?- preguntó Sango obviando su mención a Iori.
Justine miró hacia un lado, extrañada, observando el enorme ventanal.
- Por secciones- indicó haciéndole un gesto a Charles.
El excelente mayordomo se adelantó, desde su posición de guardián silencioso desde la puerta y se aproximó al cristal. Manipuló unos goznes disimulados de forma excelente en la estructura, y le mostró a Sango cómo y por dónde abría. Ben posó sus ojos en Charles.
- Mi señor Charles- dijo poniéndose en pie-, ¿podéis abrirla?
Obedeció, de forma impecable, movimientos precisos y eficiencia digna de los maestros herreros de Baslodia. Se decía de ellos que eran capaces de hacer brazos protésicos que nada tenían que envidiar a los biocibernéticos. Sango posó el melocotón en la mesa y se acercó a la ventana. Aspiró una bocanada de aire fresco y colocó las manos alrededor de la boca. Entonces imitó el graznido de un cuervo. Se giró con una gran sonrisa en el rostro y regocijándose con sus expresiones. No tardó mucho en llegar. Un cuervo se coló en la habitación y clavó sus patas en el brazo que le ofrecía Sango.
- ¿Qué tal, cómo estás?- preguntó mirando al cuervo mientras con la mano libre rascó el pecho del cuervo-. No es necesario un emisario, solo necesitamos alguien que escriba y vientos propicios.
Justine no pudo evitar sobresaltarse en el sillón, mientras miraba con evidente cara de asco al animal. Charles se inclinó hacia atrás, dándole espacio al pelirrojo para manejar al pájaro. La mujer silenciosa no se movió ni un ápice, observando con curiosidad al animal.
- ¿Ese pájaro es seguro?- preguntó la mujer levantándose para cruzar al otro lado de la habitación.
Movió las manos para hacerle la indicación a Charles, que tomó de forma presta material para escribir y se acercó a Sango.
- ¿Desea que tome yo nota del mensaje o prefiere hacerlo usted personalmente?- se ofreció de la forma impecable que siempre lo hacía.
- Si puedes hacerlo tú, Charles, me temo que yo haría un destrozo. Puedes poner que Sango convoca a Debacle en la taberna de Kyotan dentro de dos días. Con eso debería valer- luego miró a Justine sin borrar la sonrisa del rostro y también a la figura protectora que miraba con curiosidad-. ¿Acaso no lo reconoces? Este cuervo es pariente de Hugin y Mugin, mensajeros de Odín. Unió sus alas a mis pasos después de Aguasclaras.
El gesto de desconfianza de Justine siguió presente en su cara. Sango ensanchó su sonrisa. Le habían enseñado a usar al cuervo. Por lo visto, Livar, uno de sus hombres de confianza en el grupo, se había criado con unos primos que tenían cierta fama en la zona oriental de Verisar. Entrenaban pájaros para mensajería y si tenían la oportunidad, con aves mucho más selectas, las entrenaban para cazar. Según le había contado, su familia por parte de madre venía de las frías estepas del norte, donde las rapaces se domesticaban para cazar no por deporte o afición sino por necesidad.
- Seguro que esa historia es digna de ser escuchada. Pero cuando los animales que no han sido previamente desinfectados salgan de mi despacho- indicó con recelo.
La dama observaba inquieta el contacto de Sango con el pájaro. Charles, por su parte, se había girado hacia el escritorio, y con una letra estilizada y clara le tendió un pequeño papel con la nota manuscrita, breve y concisa que Sango le había dictado. Sango obligó al cuervo a posarse en la silla más cercana. Le rascó la cabeza y luego arrancó un trozo de tela de la camisa y la usó para atar el mensaje a la pata. Se aseguró de que estuviera bien sujeto y luego cogió al cuervo.
- Cedralada. Al norte. De donde venimos. Cedralada. Que los vientos te sean benévolos- murmuró antes de lanzar al cuervo por la ventana.
La escena de la marcha del cuervo fue seguida por un pesado silencio que se instauró en el despacho. Justine observó, hasta que la criatura se perdió de vista. Charles siguió obediente su gesto, y cerró la ventana, volviendo a ocupar el lugar en el que aguardaba cualquier indicación de su señora. Ben se quedó mirando el punto negro en el cielo hasta que no fue capaz de distinguir nada más.
- Bien, entonces, ni montura ni emisario- murmuró la mujer, sacudiéndose las faldas como si algo de la suciedad que veía en aquel pájaro se hubiera podido quedar impregnada en ella. Volvió a su sitio y se sentó, algo más tranquila ahora tras la marcha del animal-. Sin duda un héroe de recursos.
Sango carraspeó.
- Sí, lamento el espectáculo- mintió. Se limpió las manos en la ropa y caminó hacia su sitio recuperando el melocotón-. Mi señora Justine, ¿no nos vais a presentar?- preguntó clavando la mirada en su guardiana.
La figura femenina lo miró con serenidad, mientras Justine parecía ser consciente de ella por primera vez desde que había entrado.
- Ah, su nombre es Cora. Se desliza como una sombra. Te sorprendería su agilidad y sigilo. Trabaja para mí obteniendo información. Pasa desapercibida fácilmente. Te sorprenderías - aseguró con ojos maliciosos, antes de hacer un leve gesto con la mano. La muchacha de pie al lado de Justine se giró hacia la señora y habló.
- Al poco de romper el alba Iori salió de la habitación. Caminó un trecho por la galería sur del segundo piso. Frida la interceptó. El vestido blanco que llevaba ayer estaba mojado y se alteró muchísimo al verla de esa manera. La condujo a las cocinas. Allí desayunó y le proporcionaron ropa. Hoy se ha inclinado por un conjunto de camisa y pantalón con botas altas. Al terminar ha salido y ha bajado hasta los patios ella sola- informó.
Ben había ido ensombreciendo el rostro según la espía relataba la mañana de Iori. Notó los ojos de Justine sobre él, sin apartarse en ningún momento, mientras una leve sonrisilla se marcaba en sus comisuras.
- Buen reporte Cora. Como el de ayer a la noche. Puedes retirarte- la espía hizo una leve inclinación y desapareció del despacho.
El comentario final de Justine le hizo apretar el melocotón que tenía en la mano. Había escuchado con atención el reporte y entendía lo que acababa de hacer la dama. Era ella quien gobernaba aquella casa, la que oía y escuchaba todo lo que en ella acontecía. La información, para ella, era poder. Y con sus medios, disponía de un poder casi ilimitado. Casi. Se llevó la fruta a la boca y aspiró su aroma antes de pegarle un bocado. Giró la cabeza para mirar a Justine y le guiñó un ojo antes de seguir masticando con la mirada puesta en las bandejas sobre la mesa.
- ¿Deseas que me marche, mi señora?- preguntó después de tragar el primer bocado.
Justine parpadeó, quedándose un segundo sin saber cómo reaccionar ante las palabras y el gesto de Sango.
- Me iré a la mansión principal. Tengo mucho que hacer en estos días. Tendréis todo lo que preciséis aquí a vuestra disposición. Voy a trasladar también a algunos de los soldados que estaban en la mansión hasta aquí. Por seguridad- explicó volviendo a llevar las manos a la taza de té-. Y, aprovechando la inesperada confianza que tienes con Iori…- pareció no encontrar las palabras. Llevó la taza a los labios, mientras pensaba.
- Los soldados no son necesarios- comentó Sango antes de darle otro mordisco al melocotón, tiempo que usó para pensar qué decir, no por los soldados, sino porque su nombre había salido de sus labios-. Menos aun los que tienes en la mansión. Estoy convencido que de haberme dejado los habría liquidado a todos- apretó tanto el melocotón que se convirtió en zumo en su mano-. Pero es tu casa, mi señora. Solo digo que necesitas gente con más talento, menos acomodada- soltó lo que quedaba del melocotón en la mesa y cogió un trapo para limpiarse la mano-. No es inesperada, no es la primera vez que nos cruzamos. Quizá estuviera hilado desde el principio de los tiempos. Quién sabe, mi señora, quién sabe...- dobló el trapo y lo posó encima de la mesa.
Su primera respuesta fue mirarle con seriedad. Pero bien sabía Sango que podía estar actuando. Lo había hecho en la mansión y lo había hecho hacía unos instantes. Los Dioses sabían que la dama Justine había hecho cosas para merecer el respeto de Sango. Y de hecho, lo tenía, pero eso no implicaba, necesariamente, una confianza plena. Hacía falta algo más.
- No dudo de tu buen ojo a la hora de valorar a los soldados que contrató Hans. Del mismo modo te agradecería cualquier recomendación que pudieras darme de cara a mejorar la contratación de estos guardias de seguridad personales. En la situación en la que estamos me temo que deberemos de conformarnos con lo que hay. Y por lo general, los interesados en hacer contacto con Iori no suelen saber en qué deben de fijarse para identificar a un buen guerrero de uno mediocre. Tener a media docena de ellos guardando las puertas debería de ser suficiente para que nadie que no esté autorizado vuelva a entrar- observó los restos del melocotón con prudencia, mientras el aroma de la fruta llenaba el ambiente-. Esté o no esté hilada, puedo ver que ella tiene en estima tu opinión. Me gustaría pedirte que hablases con ella. Hacer que vea desde un punto más lógico lo que supondría para ella quedarse conmigo- dijo al fin. Con las manos tensas agarrando la taza.
- Hablaré con ellla. Lo haré porque me lo pedís, mi señora. Y cuando no quiera dirigirme más la palabra, cuando se sienta tan traicionada que no soporte estar a mi lado... Entonces, vendré a buscarte y- dejó la frase en el aire y esbozó una media sonrisa-. Hablaremos de esos soldados- hizo una pausa-. Hablaré con ella.
No quería tocar más aquel tema. Sin duda cumpliría con su palabra. Se lo debía a la señora. Era lo mínimo que podía hacer por la dama después de darles un lugar en el que descansar y pasar los días hasta que se calmara la situación. Sin embargo, pese a que era una petición legítima, le ponía en una situación comprometida con respecto a Iori. ¿Cómo iba él a pedirle tal cosa? ¿Acaso no había visto lo que pensar en aquel tipo le había hecho a Iori? ¿Acaso era él insensible a todo aquello? Sin duda lo tenía todo en cuenta, y su corazón le decía que Iori debía alejarse de allí lo más rápido posible. Por otra parte, el poder de la dama Justine sí que le podría garantizar todo aquello cuanto ella deseara, al menos todas las necesidades básicas. Dudaba que una persona pudiera vivir, plenamente, así, pero al menos era un comienzo. Suspiró.
Charles se removió inquieto en el sitio, de pie al lado de la puerta, mientras Justine clavaba los ojos en Sango, que posó sus ojos en ella. Sus palabras la sorprendieron, abrió los ojos lo justo, pero evidenciando sorpresa, antes de dejar la taza de nuevo sobre el platillo. Falló por un centímetro, y se obligo a bajar la vista para asegurarse de que la dejaba en su sitio. Sin duda las había interpretado de la manera correcta.
- Bien, te lo agradezco-. dio por toda respuesta-. Quizá ahora sea un buen momento, si se encuentra fuera en los patios paseando.
Se levantó dando por terminada aquella conversación, y regresando a su puesto tras el escritorio. Con ganas de poner una montaña de papeles y una enorme mesa de roble envejecido entre ella y el cuerpo del guerrero. Sango asintió lentamente y tras echar un rápido vistazo a Justine y Charles decidió levantarse del sofá. Estaba claro que sus palabras habían causado un gran impacto. Quizá más del deseado. Quizá menos del esperado. Quizá el justo y necesario para que abandonara el despacho en aquel preciso instante. Se plantó en el centro de la estancia y miró a Justine.
- Mi señora, un placer, como siempre- se llevó la mano al pecho y se inclinó hacia delante a modo de saludo. Al erguirse y girarse, se cruzó con Charles que ya tenía la puerta abierta-. Mi señor Charles, gracias por todo- y abandonó la estancia con tranquilidad.
Recorrió el pasillo de vuelta con tranquilidad, ocupando su cabeza con su pronto viaje al norte. Había recibido el reporte en la única salida que había hecho del complejo el día anterior. El mensaje era claro, los niños del Eden se habían instalado en Zelirica y necesitaban ayuda. ¿Cómo iba él a negar la ayuda a los que habían sido sus compañeros? Cualquier hombre o mujer de armas que se precie, haría lo mismo por ayudar a aquellos que habían combatido a su lado, escudo con escudo, hombro con hombro. Y era consciente de la carga que pesaba sobre esos niños. Unos decían que estaban malditos, otros que eran una amenaza para el resto de personas normales, otros que eran un castigo divino. Sin embargo, muchos de los que lanzaban aquellos mensajes no habían estado en Eden. Seguramente se encontraban en la seguridad de sus casas, sintiéndose a salvo mientras los ejércitos luchaban contra los objetos más poderosos y malignos que han conocido los Reinos en los últimos tiempos.
Sango, se descubrió deambulando por los pasillos, contemplando los remates estructurales del palacete, los acabados, los cuidados suelos y los impolutos techos, los cuidados jardines y la limpieza general del lugar. ¿Cuántas familias cabrían allí? ¿Cuántos niños de Eden podrían andar correteando por esos jardines?
Culpó de la desgracia que vivían a muchos de aquellos burgueses que se escondían tras muros de papel, incapaces de ver más allá de aquello que le reportara beneficio. Culpaba a la clase gobernante por no haber procurado medios para, si no evitar una desgracia mayor, al menos ayudar a todos aquellos afectados.
Habían pasado meses desde Eden y aún no se había tomado una decisión sobre invertir en aumentar el ejército. La única directriz que tenían era abandonar las tierras de frontera y las tierras más allá de Verisar, reorganizarse en nuevos regimientos y proteger el Reino a toda costa. Pensó en todos aquellos enviados a poblar las tierras ganadas a los bosques en las fronteras. Los poblados creados para asentar población en la zona; la oportunidad brindada a muchas personas con sueños de mejorar en la vida. Todos ellos quedaban, ahora, abandonados, desamparados, indefensos. Muchos morirían sin ver sus sueños cumplidos. Muchos maldecirían los nombres de los gobernantes y Sango lo haría con ellos.
Él haría todo lo que estuviera su mano para no dejarlos caer. No mientras le quedaran fuerzas en las piernas y en los brazos para seguir adelante. No mientras hubiera gente dispuesta a seguirle y luchar por la causa más justa de todas: la vida.
Entre sus pensamientos se colaron sonidos familiares. Sonidos que recordaba de sus años viviendo en Lunargenta. ¿Cuánto hacía de aquello? Más de una década seguro. Suspiró.
Dirigió sus pasos hacia el familiar sonido.
Sango
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Avanzó con los pies enfundados en las botas nuevas, mientras todavía notaba el sabor del pastel de frambuesas en el paladar. La tela de la camisa blanca que se ceñía a su cuerpo era de una suavidad extrema, con un sutil aroma a jabón. Los pantalones, hechos específicamente para sus piernas. La mestiza sospechó que tras la toma de medidas del día anterior varias personas habían pasado la noche trabajando en lo que Frida había denominado "fondo de armario".
No le cabía duda de que Justine estaba detrás de aquellas órdenes.
La misma mujer que había sido amiga de su madre. La que le había ayudado a recorrer el camino hasta Hans. La que ahora quería ofrecerle un hogar allí.
Pensar en ello la hizo sentir como si las prendas que llevaba estuviesen echas de espinas en lugar de con hilo de las más finas telas. Se llevó los brazos a los hombros cruzándolos sobre el pecho y se detuvo a contemplar los jardines desde la barandilla del segundo piso.
Había comido mejor que ayer. Mientras Frida y Edelmira se afanaban por ayudarla a secar su cuerpo y mantenerla caliente, otra mujer entró a la cocina. Tenía el rostro tan curtido por los años, que no pudo evitar preguntarse con admiración cuánto tiempo hacía desde su nacimiento. Sin embargo, su aspecto anciano no limitaba sus movimientos. Moviéndose con seguridad y firmeza por la enorme cocina.
- Es importante alimentarse para poder recuperarse - zanjó con aquella frase como si fuese una sentencia y la voz severa.
La vio preparar la intendencia básica de lo que sería la comida del día para todas las personas que residían en aquel lugar, mientras la mujer le iba pasando pequeños platos con pruebas de lo que iba elaborando. Patatas asadas con finas hierbas. Pollo a la pimienta. Berenjenas horneadas rellenas de queso y panceta. Revuelto de huevos con calabacín y setas. Solomillo de cerdo a la brasa con salsa de miel. Tostadas con mermelada de higos y nueces, y de último, una porción de pastel de frambuesa.
Había ido colocándole delante porciones pequeñas, a los pocos. Siendo consciente de la curiosidad con la que Iori observaba su diligente trabajo. No había podido decir que no. Y había comido cada una de las porciones, hasta sentir que aquellas pequeñas cantidades habían saciado por completo su apetito.
Paseó la vista por la zona, mientras repasaba mentalmente lo que le había visto hacer a la mujer al sacar el solomillo del fuego cuando la vio. Frunció el ceño mientras observaba la fina silueta de una mujer, vestida en tonos grises al otro lado del larguísimo pasillo. En la jornada anterior ya se había cruzado con ella. En múltiples ocasiones y siendo consciente de que miraba en su dirección.
La vio perderse detrás de una esquina, como si aquel encuentro fuese una vez más fruto de la casualidad al encontrarse ambas dentro de la residencia de Justine.
Pero, había algo raro en ella. La forma en la que la miraba. Dejó caer las manos a ambos lados de su cuerpo, y pensó en avanzar hasta el lugar en el que la perdió de vista, cuando escuchó su voz. Por supuesto, sus pasos resultaban la mayor parte de las veces inaudibles.
Solo cuando Zakath quería anunciar su llegada sus pies hacían ruido. Y aquella no fue una de esas veces.
- Me alegra encontrarte despierta - saludó.
Iori se giró al instante, observando con los ojos muy abiertos la figura del hombre que la crio. El tiempo, extrañamente, parecía no pasar nunca por él. Llevaba luciendo aquel aspecto desde prácticamente toda la vida que Iori recordaba. Alguna zona más de pelo blanco quizá. Pero por lo demás...
- He dormido demasiado en estos días. Alguna vez incluso sin desearlo - respondió bajando ligeramente la cabeza, recordando la droga en la infusión. Recordando como todo se apagó en el despacho de Justine, y cuando volvió a abrir los ojos se encontraba de noche, tumbada sobre la enorme cama del dormitorio. Y Sango durmiendo en la silla al otro lado de la habitación.
- Por cómo luces, resulta fácil saber que es la primera vez que estás descansando en mucho tiempo Iori. ¿Cómo llevas la comida? - avanzó hasta colocarse a su lado y se recostó hacia delante mirando a los jardines, con los antebrazos en la barandilla de mármol.
- Hace un rato desayuné en las cocinas. Te aseguro que cuando salí de allí no era capaz de dar un solo bocado más - Se apresuró a aclarar para que él supiera que había ingerido la cantidad de comida que sabía que él quería escuchar.
- Tómalo con calma. Tardarás tiempo en restablecerte. Sin mencionar las lesiones en tu cuerpo. -
Silencio.
- Él me informó de lo que pasó. Pero estoy sorprendido con lo que me he encontrado. - añadió tras unos instantes sin hablar, que cayeron sobre Iori como si fuesen piedras.
Iori sabía lo que Zakath estaba haciendo. Guiándola en la conversación, dejando caer los comentarios adecuados para propiciar que ella le diese información. Motivándola a hablar de una forma muy sutil. Siempre le había funcionado. Pero en aquella ocasión, Iori se obligó a ser dueña de su silencio, y no esclava de sus palabras.
El viejo soldado siempre la había cuidado. Pero, bajo aquella mirada metálica, la mestiza sabía que tendría que sortear su influencia sobre ella para continuar con su siguiente objetivo.
Apartó la vista de él y se fijó en su vestimenta. El equipamiento completo de soldado. Espada incluida, además de un largo bastón que portaba aferrado en unas correas a su espalda. Las partes metálicas de su atuendo brillaban, reflejando la claridad de un tímido Sol que comenzaba a abrirse paso en aquella mañana.
- Dime, ¿Qué piensas hacer con tu única, salvaje, preciosa vida? - preguntó pronunciando cada sílaba muy despacio.
- Terminaré lo que he empezado. - respondió sin pararse a meditar en la profundidad de la pregunta.
Desde que había salido de la aldea en compañía de Tarek, no se habían vuelto a encontrar. No podía saber hasta qué punto Zakath estaba informado de todo lo que había sucedido, pero fue evidente que, como siempre, el anciano parecía estar enterado.
- Has terminado con los humanos implicados. ¿Solo te quedan los Ojosverdes? -
- Sí. -
- No tienes forma de lograrlo - aseguró sin apartar la vista de los jardines. El gesto de su cara, sereno. La voz, tranquila. Podría haber comentado que iría a cepillar al caballo que su tono hubiera sido el mismo. Iori notó como algo se movía de forma dolorosa en su pecho.
- Hace unos días, nadie hubiera apostado por mí tampoco - se arrepintió al instante de haber elegido aquellas palabras para defenderse.
- No cometas el error de comparar a un rico burgués humano confiado en su mansión, con lanzarte a una excursión cruzando Sandorai en un terreno que no conoces para llegar hasta el clan más belicoso de todos los territorios élficos. - Se incorporó apartándose de la barandilla, quedando ahora frente a ella de pie en toda su altura. - Seré claro Iori. No hay forma de que sobrevivas a lo que te propones. Abandona esa misión.
Lo miró con horror. Y sintió que aquel comentario de Zakath, de alguna manera, conseguía el efecto contrario.
- No. -
- Vuelve a Eiroás. No olvidarás nunca lo que pasó, pero vivirás. -
- No.-
- Que te lances al fuego tu misma no tiene sentido. Y le restaría valor al sacrificio que ellos hicieron dejándote atrás. Te protegieron porque deseaban que tú siguieses adelante Iori.
- ¡No! -
- Desperdiciarás aquello por lo que ellos lucharon -
- ¡Cállate! - el grito de la mestiza hizo eco por el largo pasillo, mientras Zakath la observaba ahora en silencio.
Sintió que aquella escena se repetía. Recordó, hacía un par de noches, en la habitación. Ben diciendo unas palabras parecidas. Tratando de hacerle ver que para los padres que ya no existían, su vida era valiosa. Algo que proteger. Algo por lo que mereció la pena arriesgarse... Miró con rabia y desconfianza a Zakath, pensando hasta qué punto estarían compinchados en aquello.
Recordó entonces que, a fin de cuentas, Sango había aparecido porque él lo había enviado.
- No preciso ni tus consejos ni los de Sango - siseó conteniendo el enfado, sabiendo que a pesar de sus intentos, él estaba leyendo con claridad en su reacción.
- Me alegro de haberle pedido que te encontrara. Aunque fui claro indicándole que te llevase de vuelta a la aldea. Me pregunto porqué este muchacho decidió seguir otro camino -
Lo estaba haciendo de nuevo. Escoger las palabras exactas para motivarla a hablar.
- Pregúntaselo a él. - respondió a la defensiva entonces. - Me ayudó pero ya está, se acabó. No pienso ir a ningún lado, ni contigo ni con él - aseveró mientras se cruzaba de brazos. Se quedó congelada cuando vio la chispa de la sospecha confirmada en la mirada del anciano.
- ¿Te pidió que fueses con él? Imagino que sabes hacia dónde se dirige. -
Iori sintió que las ganas de golpearse a si misma le quemaban en las manos. Apretó los labios, deseando que se mantuviesen sellados de aquella manera.
"Ven conmigo".
Rememoró sus palabras. En aquel momento, sus ojos brillaron más que la tormenta, y su voz sonó llena de ansia. De esperanza. De promesas.
El corazón se aceleró, latiendo con fuerza dentro de ella, mientras sentía que la respuesta que debía darle la llenaba de desazón.
- Déjalo ir Iori. De todos, él es el que menos te conviene -
- No busco nada - aseguró apretando con más fuerza los brazos cruzados contra el pecho.
- Quizá tú no. Pero él sí. Ben se mueve primero con el corazón. Es su forma de relacionarse con el mundo. Para él nunca será solo sexo. Nunca será solo un beso. -
Lo vio en su cabeza, y lo sintió como si fuese real. Él debajo, mientras ella podía controlar desde arriba los movimientos. Había visto su mirada, enmarcada por el sudor en la piel y las mejillas encendidas. Sus manos recorriendo su cuerpo, con deseo pero con cuidado. Con la delicadeza de quien toca algo preciado. Agarrándola de la cintura despacio, mientras cerraba los ojos con fuerza cuando ella bajaba hasta el fondo.
- No olvides qué pasó con Garion. Aquella fue la primera vez que te sucedió. Y esta no será la última tampoco -
La pena que venía acompañada del nombre del que había sido en tiempos su mejor amigo, quedó bloqueada por la presencia de Sango en su mente. La preocupación de que algo así sucediese con él la dejó momentáneamente sin habla.
- Ven. Vamos a ver cómo se mantiene tu técnica - ofreció entonces con un tono de voz más ligero, pasando a su lado en dirección a los pisos inferiores. Iori lo siguió por inercia, sintiendo en su cabeza el caos desatado.
No había zona en las piernas que no le doliese. Se incorporó usando el bastón como punto de apoyo mientras volvía a fijar la vista en él, fulminándolo con la mirada. Sentía la rabia y la impotencia de quien observa un desastre de la naturaleza arremetiendo con brutalidad. Zakath era prácticamente incontenible. Siempre lo había sabido. Pero, en aquella mañana notaba que había algo descontrolado en la forma en la que la estaba poniendo a prueba.
Justo en la zona más amplia de los patios. Hacía ya un rato que él la mantenía en aquel entrenamiento improvisado. Zakath permanecía de pie. Con su arma, guardada en la funda en la mano diestra. La sostenía como si fuese una espada de madera, de las que se proporcionaban para entrenar a los reclutas cuando comenzaban su entrenamiento. Su postura era relajada, pero tenía los ojos fijos en Iori.
- No eres ni la mitad de lo que fuiste -
La mestiza permanecía frente a él. Sus manos sostenían el bastón de madera que él había traído consigo, de una longitud que se acercaba a su altura con los brazos alzados hacia el cielo. Lo aferraba con la seguridad de la costumbre mientras se secaba el sudor que descendía por su mandíbula con el hombro derecho.
Había sangre en el suelo. La que caía de los tremendos golpes que le había propinado con la parte redondeada de la funda. Allí en dónde daba abría la piel con total precisión. La mirada azul estaba fija en el anciano.
- ¿Lo ves ahora? - inquirió el hombre con voz profunda, arrastrando las palabras con el deje de quien habla con cansancio. - A esto te ha llevado el camino que has elegido. -
Fue rápido. Únicamente fintó a un lado, pero con la mano trazó un giro en la dirección contraria, tomando desprevenida a Iori. La mestiza fue engañada por el movimiento fluido y saltó en el aire a centímetros de recibir el golpe en todo el costado. Su esquiva no fue perfecta sin embargo, cayendo sobre su nuca cuando intentó rodar por el suelo. Apretó los dientes mientras veía las estrellas.
Pero Zakath no se detuvo.
- Estás muerta - murmuró por decimo cuarta vez desde que habían comenzado, antes de acortar la distancia con ella a un paso. Golpeó con la punta de la vaina el abdomen de la chica, haciendo que se encogiese sobre si misma abrazando su estómago. El dolor la hizo sisear mientras luchaba por recuperar el aire.
- Estás muerta - repitió de nuevo.
La morena giró, ahogando un jadeo y rodando hacia atrás sobre sus hombros se puso de pie de un salto. Cayó de rodillas y el bastón golpeó el suelo a su lado. El anciano volvió a acortar distancia, con apenas dos pasos. La vaina golpeó ahora la mejilla, tirando a Iori al suelo de lado. El golpe fue tan fuerte, que aunque tenía los ojos abiertos solo pudo ver sombras.
- Muerta - volvió a decir, apuntando con el arma enfundada hacia su rostro.
Iori lo miró a través del cabello que caía sobre su cara, con odio. Y escupió a un lado la sangre que se acumulaba en su boca. La incapacidad de enfrentarse a aquel hombre nunca le había generado la locura que sentía en aquel momento.
- Los dioses te ayudaron. Protegieron tu camino hasta Lunargenta, y al llegar aquí te dieron un guardián. Matar a Hans después de todo, no fue la parte más complicada. Era un mercader rico. Un humano. Su peligrosidad radicaba en su malicia y su dinero. Los Ojosverdes a los que pretendes buscar son otra cosa. ¿Crees que podrás poner un pie sola en Sandorai? ¿En estas condiciones? - bufó con algo similar al desprecio. - No eres ni la sombra de lo que entrené. -
Aquellas palabras encendieron algo oscuro dentro de ella.
Apartó de un manotazo la funda con la que Zakath le apuntaba a la cara, pero el anciano golpeó sus nudillos de forma contundente con un rápido giro de muñeca. Iori gimió. Estaba tan dolorida y tan cansada, que ya no era capaz de evitar cometer un error tras otro.
Rodó a un lado, con notable agilidad para la situación en la que se encontraba. Pero no la suficiente. Zakath apuró el paso, sin darle tregua, impidiéndole que tuviera tiempo de extender la mano hacia el bastón. La mestiza caminó, intentando rodearlo por fuera, trazar un círculo alrededor del soldado para controlar su avance. Inútil. Él era enorme, ágil y sorprendentemente rápido para su complexión y su edad.
- La flecha no hace daño por ser flecha. Hace daño por la velocidad que adquiere al ser disparada - comentó antes de apuntar a sus piernas.
Le había oído usar aquella frase cientos de veces en su vida. Siempre le había dicho que su gran habilidad era la rapidez, y que debía de sacar ventaja de ello. Conocerse mejor que nadie y pulir su destreza con ella para que nadie consiguiese tocarla. Ser inalcanzable y, de esa manera, evitar siempre un enfrentamiento directo. Nadie podría agarrarla si ella era como el viento.
Hubo una época en la que, aunque vencer a alguien como Zakath no estaba entre sus posibilidades, sí había sido capaz de esquivar de forma efectiva sus embistes.
En aquella ocasión se los estaba comiendo prácticamente todos. Y el dolor en su cuerpo solo iba a peor. Un ojo entrenado podría ver qué músculos le ardían de dolor por las carencias que mostraba en sus movimientos.
- La velocidad siempre fue tu fortaleza. ¿Y ahora? - lanzó el cuerpo hacia delante, ganando los centímetros que precisaba para que su brazo barriese con el arma el suelo, derribando de nuevo a Iori. Se quedó sin aire, y no fue capaz de jadear. Apenas era capaz de hilar en su mente pensamientos sobre la brutalidad que estaba mostrando el anciano en aquella ocasión. La saña con la que parecía buscar herirla. Sentía que aquella estaba siendo la peor paliza de su vida.
El anciano clavó una rodilla en el suelo y pasó por detrás de la pierna de Iori su brazo alzándosela sin miramientos.
- Eres débil Iori. Jamás serás capaz de atisbar a un Ojosverdes. Acabarán ellos contigo antes, sin dejarse ver siquiera entre las copas de los árboles. -
La mestiza abrió mucho los ojos cuando notó como colocaba contra su espinilla la funda de la espada. Notó la presión del brazo por detrás, aprisionándole el hueso entre el brazal que cubría su antebrazo y su arma. Y supo lo que estaba a punto de hacer en aquel momento.
Gritó.
Apoyó las manos en los hombros de Zakath con urgencia y se impulsó con la pierna del suelo para saltar hacia arriba y deshacerse de él. Fue un gesto ágil y consiguió soltarse, por la desesperación que el miedo espoleó en ella.
Pero era cierto. Era débil en aquel momento. El anciano volteó a tiempo de agarrarla del tobillo y tiró hacia él, haciéndola golpear el suelo al caer de frente. Notó el calor pegajoso de la sangre saliendo del corte que se abrió en su piel, justo en la línea en la que comenzaba el cabello.
La cabeza le daba vueltas, por lo que apenas fue consciente de como él volvió a aferrar la pierna de la mestiza y colocó ahora la funda del arma detrás de su rodilla, mientras la mantenía inmovilizada contra el suelo. Sin mirar, deslizó la enorme mano hacia la planta del pie de Iori, y alzó el codo para prepararse para girar.
Un único golpe de muñeca de él bastaría. Para romper tibia y peroné, y los huesos del tobillo en pedazos.
El pánico la congeló, mientras intentaba alzarse. Arañó el suelo con las uñas, mientras notaba que la presión de Zakath sobre ella la mantenía inmovilizada. Le iba a romper la pierna, y ser consciente de ello le hizo más daño que todos los demás golpes juntos.
El sonido que llegó hasta ella entonces la golpeó con fuerza por dentro. Reconoció su voz. Lo haría en cualquier momento y situación, pensó de forma fugaz. Ladeó el rostro a tiempo de observar a Sango avanzando hacia ellos desde los soportales. No pudo percibir con claridad la expresión de su rostro, pero tras semejante sonido salido de su pecho, era clara la actitud de enfado con la que se acercaba a ellos.
- ¡¿Qué coño te crees que estás haciendo?! - Acortó la distancia con ellos y se plantó a siete pasos de distancia.
- Maldita escoria, ¿Qué coño le ibas a hacer? ¿Qué pasa por tu cabeza de viejo? ¿Acaso la edad te ha nublado el juicio? ¡Contesta! -
Apartó el rostro de él, escondiéndolo contra el suelo. Vio la sangre frente a ella, mientras la sorpresa al escuchar su grito se convertía en un sentimiento que la atenazó. Vergüenza. Saber que él la veía en aquella situación la hizo arder de rabia por dentro. Sobre todo porque sabía que sus verdaderas habilidades eran otras. Tal y cómo le había recordado Zakath para doblegarla. Para hacerla ceder. Para que abandonase su objetivo.
La voz de Sango reverberaba en sus oídos. Su grito llenó todo el espacio que había, haciéndola sentir que aunque estaba a metros, había podido tocarla. Y también a él. La mano de Zakath se detuvo, aunque no su agarre sobre ella. Tumbada contra el suelo, colocó las palmas de las manos sobre la blanca piedra. La brecha en su cabeza sangraba, y el rojo se introducía en sus ojos enturbiándole la mirada.
Notó entonces cómo la fuerza de Zakath se aflojaba hasta desaparecer, y lo escuchó ponerse de nuevo en pie detrás de ella. La mestiza bajó la vista, y cerró las palmas en puños, sintiendo ganas de romper la piedra del suelo con ellos.
- Imagino que te parece más inteligente dejar que estas piernas la guíen hasta Sandorai - indicó señalando con la palma abierta hacia Iori. Los ojos verdes de Zakath se engarzaron en la expresión de Sango. Imaginarlo era una cosa, escuchar que Zakath prefería romperle la pierna a que ella se aventurase hacia Sandorai la abatió.
- Imagino que te parece más inteligente romperle las piernas para que la puedas manejar a tu voluntad - replicó.
Al ver que su agarre sobre ella había desaparecido Ben se acercó a Zakath a una distancia de cinco pasos.
- Imagino que lo que quieres es hacerla sufrir más porque tienes una especie de fetiche extraño con esas cosas - hizo una pausa y dio otro paso más hacia él - Imagino que no te interesará medirte a alguien capaz de hacerte morder la hierba - y escupió al suelo en el corto espacio que les separaba en un claro signo de desprecio.
La mirada del anciano lo observaba, con tranquilidad y un pequeño toque de curiosidad evidente. Buscó en la mirada de Ben, como solo él sabía hacer, antes de bajar la vista lo justo, sin apenas mover la cabeza para fijarse en Iori. La mestiza, permanecía todavía tendida sobre el suelo, tensa como la cuerda de un arco, mientras la rabia la comía por dentro. Se encogió lo justo para ponerse de rodillas, con los gestos lentos de quien siente dolor.
- Tienes razón Ben. - concedió entonces la voz del maestro. - Debo de estar haciéndome mayor. - Se giró dándole la espalda a ambos y se alejó unos pasos. - Cada cual decide su propio camino - murmuró como toda explicación, ignorando por completo la provocación de Sango.
Iori apretó los dientes hasta que le dolieron, y consiguió ponerse en pie despacio. Limpió con la palma de la mano la sangre que caía por su rostro, obviando por el momento el resto de heridas. Sin apurarse, notando el cuerpo arder allí en donde él la había golpeado, caminó en dirección a los grandes soportales de piedra. No miró hacia Zakath, y evitó deliberadamente fijar su vista en Sango. Lo único que quería era desaparecer de allí.
Mejor dicho, quería que desaparecieran ellos.
No le cabía duda de que Justine estaba detrás de aquellas órdenes.
La misma mujer que había sido amiga de su madre. La que le había ayudado a recorrer el camino hasta Hans. La que ahora quería ofrecerle un hogar allí.
Pensar en ello la hizo sentir como si las prendas que llevaba estuviesen echas de espinas en lugar de con hilo de las más finas telas. Se llevó los brazos a los hombros cruzándolos sobre el pecho y se detuvo a contemplar los jardines desde la barandilla del segundo piso.
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Había comido mejor que ayer. Mientras Frida y Edelmira se afanaban por ayudarla a secar su cuerpo y mantenerla caliente, otra mujer entró a la cocina. Tenía el rostro tan curtido por los años, que no pudo evitar preguntarse con admiración cuánto tiempo hacía desde su nacimiento. Sin embargo, su aspecto anciano no limitaba sus movimientos. Moviéndose con seguridad y firmeza por la enorme cocina.
- Es importante alimentarse para poder recuperarse - zanjó con aquella frase como si fuese una sentencia y la voz severa.
La vio preparar la intendencia básica de lo que sería la comida del día para todas las personas que residían en aquel lugar, mientras la mujer le iba pasando pequeños platos con pruebas de lo que iba elaborando. Patatas asadas con finas hierbas. Pollo a la pimienta. Berenjenas horneadas rellenas de queso y panceta. Revuelto de huevos con calabacín y setas. Solomillo de cerdo a la brasa con salsa de miel. Tostadas con mermelada de higos y nueces, y de último, una porción de pastel de frambuesa.
Había ido colocándole delante porciones pequeñas, a los pocos. Siendo consciente de la curiosidad con la que Iori observaba su diligente trabajo. No había podido decir que no. Y había comido cada una de las porciones, hasta sentir que aquellas pequeñas cantidades habían saciado por completo su apetito.
Paseó la vista por la zona, mientras repasaba mentalmente lo que le había visto hacer a la mujer al sacar el solomillo del fuego cuando la vio. Frunció el ceño mientras observaba la fina silueta de una mujer, vestida en tonos grises al otro lado del larguísimo pasillo. En la jornada anterior ya se había cruzado con ella. En múltiples ocasiones y siendo consciente de que miraba en su dirección.
La vio perderse detrás de una esquina, como si aquel encuentro fuese una vez más fruto de la casualidad al encontrarse ambas dentro de la residencia de Justine.
Pero, había algo raro en ella. La forma en la que la miraba. Dejó caer las manos a ambos lados de su cuerpo, y pensó en avanzar hasta el lugar en el que la perdió de vista, cuando escuchó su voz. Por supuesto, sus pasos resultaban la mayor parte de las veces inaudibles.
Solo cuando Zakath quería anunciar su llegada sus pies hacían ruido. Y aquella no fue una de esas veces.
- Me alegra encontrarte despierta - saludó.
Iori se giró al instante, observando con los ojos muy abiertos la figura del hombre que la crio. El tiempo, extrañamente, parecía no pasar nunca por él. Llevaba luciendo aquel aspecto desde prácticamente toda la vida que Iori recordaba. Alguna zona más de pelo blanco quizá. Pero por lo demás...
- He dormido demasiado en estos días. Alguna vez incluso sin desearlo - respondió bajando ligeramente la cabeza, recordando la droga en la infusión. Recordando como todo se apagó en el despacho de Justine, y cuando volvió a abrir los ojos se encontraba de noche, tumbada sobre la enorme cama del dormitorio. Y Sango durmiendo en la silla al otro lado de la habitación.
- Por cómo luces, resulta fácil saber que es la primera vez que estás descansando en mucho tiempo Iori. ¿Cómo llevas la comida? - avanzó hasta colocarse a su lado y se recostó hacia delante mirando a los jardines, con los antebrazos en la barandilla de mármol.
- Hace un rato desayuné en las cocinas. Te aseguro que cuando salí de allí no era capaz de dar un solo bocado más - Se apresuró a aclarar para que él supiera que había ingerido la cantidad de comida que sabía que él quería escuchar.
- Tómalo con calma. Tardarás tiempo en restablecerte. Sin mencionar las lesiones en tu cuerpo. -
Silencio.
- Él me informó de lo que pasó. Pero estoy sorprendido con lo que me he encontrado. - añadió tras unos instantes sin hablar, que cayeron sobre Iori como si fuesen piedras.
Iori sabía lo que Zakath estaba haciendo. Guiándola en la conversación, dejando caer los comentarios adecuados para propiciar que ella le diese información. Motivándola a hablar de una forma muy sutil. Siempre le había funcionado. Pero en aquella ocasión, Iori se obligó a ser dueña de su silencio, y no esclava de sus palabras.
El viejo soldado siempre la había cuidado. Pero, bajo aquella mirada metálica, la mestiza sabía que tendría que sortear su influencia sobre ella para continuar con su siguiente objetivo.
Apartó la vista de él y se fijó en su vestimenta. El equipamiento completo de soldado. Espada incluida, además de un largo bastón que portaba aferrado en unas correas a su espalda. Las partes metálicas de su atuendo brillaban, reflejando la claridad de un tímido Sol que comenzaba a abrirse paso en aquella mañana.
- Dime, ¿Qué piensas hacer con tu única, salvaje, preciosa vida? - preguntó pronunciando cada sílaba muy despacio.
- Terminaré lo que he empezado. - respondió sin pararse a meditar en la profundidad de la pregunta.
Desde que había salido de la aldea en compañía de Tarek, no se habían vuelto a encontrar. No podía saber hasta qué punto Zakath estaba informado de todo lo que había sucedido, pero fue evidente que, como siempre, el anciano parecía estar enterado.
- Has terminado con los humanos implicados. ¿Solo te quedan los Ojosverdes? -
- Sí. -
- No tienes forma de lograrlo - aseguró sin apartar la vista de los jardines. El gesto de su cara, sereno. La voz, tranquila. Podría haber comentado que iría a cepillar al caballo que su tono hubiera sido el mismo. Iori notó como algo se movía de forma dolorosa en su pecho.
- Hace unos días, nadie hubiera apostado por mí tampoco - se arrepintió al instante de haber elegido aquellas palabras para defenderse.
- No cometas el error de comparar a un rico burgués humano confiado en su mansión, con lanzarte a una excursión cruzando Sandorai en un terreno que no conoces para llegar hasta el clan más belicoso de todos los territorios élficos. - Se incorporó apartándose de la barandilla, quedando ahora frente a ella de pie en toda su altura. - Seré claro Iori. No hay forma de que sobrevivas a lo que te propones. Abandona esa misión.
Lo miró con horror. Y sintió que aquel comentario de Zakath, de alguna manera, conseguía el efecto contrario.
- No. -
- Vuelve a Eiroás. No olvidarás nunca lo que pasó, pero vivirás. -
- No.-
- Que te lances al fuego tu misma no tiene sentido. Y le restaría valor al sacrificio que ellos hicieron dejándote atrás. Te protegieron porque deseaban que tú siguieses adelante Iori.
- ¡No! -
- Desperdiciarás aquello por lo que ellos lucharon -
- ¡Cállate! - el grito de la mestiza hizo eco por el largo pasillo, mientras Zakath la observaba ahora en silencio.
Sintió que aquella escena se repetía. Recordó, hacía un par de noches, en la habitación. Ben diciendo unas palabras parecidas. Tratando de hacerle ver que para los padres que ya no existían, su vida era valiosa. Algo que proteger. Algo por lo que mereció la pena arriesgarse... Miró con rabia y desconfianza a Zakath, pensando hasta qué punto estarían compinchados en aquello.
Recordó entonces que, a fin de cuentas, Sango había aparecido porque él lo había enviado.
- No preciso ni tus consejos ni los de Sango - siseó conteniendo el enfado, sabiendo que a pesar de sus intentos, él estaba leyendo con claridad en su reacción.
- Me alegro de haberle pedido que te encontrara. Aunque fui claro indicándole que te llevase de vuelta a la aldea. Me pregunto porqué este muchacho decidió seguir otro camino -
Lo estaba haciendo de nuevo. Escoger las palabras exactas para motivarla a hablar.
- Pregúntaselo a él. - respondió a la defensiva entonces. - Me ayudó pero ya está, se acabó. No pienso ir a ningún lado, ni contigo ni con él - aseveró mientras se cruzaba de brazos. Se quedó congelada cuando vio la chispa de la sospecha confirmada en la mirada del anciano.
- ¿Te pidió que fueses con él? Imagino que sabes hacia dónde se dirige. -
Iori sintió que las ganas de golpearse a si misma le quemaban en las manos. Apretó los labios, deseando que se mantuviesen sellados de aquella manera.
"Ven conmigo".
Rememoró sus palabras. En aquel momento, sus ojos brillaron más que la tormenta, y su voz sonó llena de ansia. De esperanza. De promesas.
El corazón se aceleró, latiendo con fuerza dentro de ella, mientras sentía que la respuesta que debía darle la llenaba de desazón.
- Déjalo ir Iori. De todos, él es el que menos te conviene -
- No busco nada - aseguró apretando con más fuerza los brazos cruzados contra el pecho.
- Quizá tú no. Pero él sí. Ben se mueve primero con el corazón. Es su forma de relacionarse con el mundo. Para él nunca será solo sexo. Nunca será solo un beso. -
Lo vio en su cabeza, y lo sintió como si fuese real. Él debajo, mientras ella podía controlar desde arriba los movimientos. Había visto su mirada, enmarcada por el sudor en la piel y las mejillas encendidas. Sus manos recorriendo su cuerpo, con deseo pero con cuidado. Con la delicadeza de quien toca algo preciado. Agarrándola de la cintura despacio, mientras cerraba los ojos con fuerza cuando ella bajaba hasta el fondo.
- No olvides qué pasó con Garion. Aquella fue la primera vez que te sucedió. Y esta no será la última tampoco -
La pena que venía acompañada del nombre del que había sido en tiempos su mejor amigo, quedó bloqueada por la presencia de Sango en su mente. La preocupación de que algo así sucediese con él la dejó momentáneamente sin habla.
- Ven. Vamos a ver cómo se mantiene tu técnica - ofreció entonces con un tono de voz más ligero, pasando a su lado en dirección a los pisos inferiores. Iori lo siguió por inercia, sintiendo en su cabeza el caos desatado.
[...]
No había zona en las piernas que no le doliese. Se incorporó usando el bastón como punto de apoyo mientras volvía a fijar la vista en él, fulminándolo con la mirada. Sentía la rabia y la impotencia de quien observa un desastre de la naturaleza arremetiendo con brutalidad. Zakath era prácticamente incontenible. Siempre lo había sabido. Pero, en aquella mañana notaba que había algo descontrolado en la forma en la que la estaba poniendo a prueba.
Justo en la zona más amplia de los patios. Hacía ya un rato que él la mantenía en aquel entrenamiento improvisado. Zakath permanecía de pie. Con su arma, guardada en la funda en la mano diestra. La sostenía como si fuese una espada de madera, de las que se proporcionaban para entrenar a los reclutas cuando comenzaban su entrenamiento. Su postura era relajada, pero tenía los ojos fijos en Iori.
- No eres ni la mitad de lo que fuiste -
La mestiza permanecía frente a él. Sus manos sostenían el bastón de madera que él había traído consigo, de una longitud que se acercaba a su altura con los brazos alzados hacia el cielo. Lo aferraba con la seguridad de la costumbre mientras se secaba el sudor que descendía por su mandíbula con el hombro derecho.
Había sangre en el suelo. La que caía de los tremendos golpes que le había propinado con la parte redondeada de la funda. Allí en dónde daba abría la piel con total precisión. La mirada azul estaba fija en el anciano.
- ¿Lo ves ahora? - inquirió el hombre con voz profunda, arrastrando las palabras con el deje de quien habla con cansancio. - A esto te ha llevado el camino que has elegido. -
Fue rápido. Únicamente fintó a un lado, pero con la mano trazó un giro en la dirección contraria, tomando desprevenida a Iori. La mestiza fue engañada por el movimiento fluido y saltó en el aire a centímetros de recibir el golpe en todo el costado. Su esquiva no fue perfecta sin embargo, cayendo sobre su nuca cuando intentó rodar por el suelo. Apretó los dientes mientras veía las estrellas.
Pero Zakath no se detuvo.
- Estás muerta - murmuró por decimo cuarta vez desde que habían comenzado, antes de acortar la distancia con ella a un paso. Golpeó con la punta de la vaina el abdomen de la chica, haciendo que se encogiese sobre si misma abrazando su estómago. El dolor la hizo sisear mientras luchaba por recuperar el aire.
- Estás muerta - repitió de nuevo.
La morena giró, ahogando un jadeo y rodando hacia atrás sobre sus hombros se puso de pie de un salto. Cayó de rodillas y el bastón golpeó el suelo a su lado. El anciano volvió a acortar distancia, con apenas dos pasos. La vaina golpeó ahora la mejilla, tirando a Iori al suelo de lado. El golpe fue tan fuerte, que aunque tenía los ojos abiertos solo pudo ver sombras.
- Muerta - volvió a decir, apuntando con el arma enfundada hacia su rostro.
Iori lo miró a través del cabello que caía sobre su cara, con odio. Y escupió a un lado la sangre que se acumulaba en su boca. La incapacidad de enfrentarse a aquel hombre nunca le había generado la locura que sentía en aquel momento.
- Los dioses te ayudaron. Protegieron tu camino hasta Lunargenta, y al llegar aquí te dieron un guardián. Matar a Hans después de todo, no fue la parte más complicada. Era un mercader rico. Un humano. Su peligrosidad radicaba en su malicia y su dinero. Los Ojosverdes a los que pretendes buscar son otra cosa. ¿Crees que podrás poner un pie sola en Sandorai? ¿En estas condiciones? - bufó con algo similar al desprecio. - No eres ni la sombra de lo que entrené. -
Aquellas palabras encendieron algo oscuro dentro de ella.
Apartó de un manotazo la funda con la que Zakath le apuntaba a la cara, pero el anciano golpeó sus nudillos de forma contundente con un rápido giro de muñeca. Iori gimió. Estaba tan dolorida y tan cansada, que ya no era capaz de evitar cometer un error tras otro.
Rodó a un lado, con notable agilidad para la situación en la que se encontraba. Pero no la suficiente. Zakath apuró el paso, sin darle tregua, impidiéndole que tuviera tiempo de extender la mano hacia el bastón. La mestiza caminó, intentando rodearlo por fuera, trazar un círculo alrededor del soldado para controlar su avance. Inútil. Él era enorme, ágil y sorprendentemente rápido para su complexión y su edad.
- La flecha no hace daño por ser flecha. Hace daño por la velocidad que adquiere al ser disparada - comentó antes de apuntar a sus piernas.
Le había oído usar aquella frase cientos de veces en su vida. Siempre le había dicho que su gran habilidad era la rapidez, y que debía de sacar ventaja de ello. Conocerse mejor que nadie y pulir su destreza con ella para que nadie consiguiese tocarla. Ser inalcanzable y, de esa manera, evitar siempre un enfrentamiento directo. Nadie podría agarrarla si ella era como el viento.
Hubo una época en la que, aunque vencer a alguien como Zakath no estaba entre sus posibilidades, sí había sido capaz de esquivar de forma efectiva sus embistes.
En aquella ocasión se los estaba comiendo prácticamente todos. Y el dolor en su cuerpo solo iba a peor. Un ojo entrenado podría ver qué músculos le ardían de dolor por las carencias que mostraba en sus movimientos.
- La velocidad siempre fue tu fortaleza. ¿Y ahora? - lanzó el cuerpo hacia delante, ganando los centímetros que precisaba para que su brazo barriese con el arma el suelo, derribando de nuevo a Iori. Se quedó sin aire, y no fue capaz de jadear. Apenas era capaz de hilar en su mente pensamientos sobre la brutalidad que estaba mostrando el anciano en aquella ocasión. La saña con la que parecía buscar herirla. Sentía que aquella estaba siendo la peor paliza de su vida.
El anciano clavó una rodilla en el suelo y pasó por detrás de la pierna de Iori su brazo alzándosela sin miramientos.
- Eres débil Iori. Jamás serás capaz de atisbar a un Ojosverdes. Acabarán ellos contigo antes, sin dejarse ver siquiera entre las copas de los árboles. -
La mestiza abrió mucho los ojos cuando notó como colocaba contra su espinilla la funda de la espada. Notó la presión del brazo por detrás, aprisionándole el hueso entre el brazal que cubría su antebrazo y su arma. Y supo lo que estaba a punto de hacer en aquel momento.
Gritó.
Apoyó las manos en los hombros de Zakath con urgencia y se impulsó con la pierna del suelo para saltar hacia arriba y deshacerse de él. Fue un gesto ágil y consiguió soltarse, por la desesperación que el miedo espoleó en ella.
Pero era cierto. Era débil en aquel momento. El anciano volteó a tiempo de agarrarla del tobillo y tiró hacia él, haciéndola golpear el suelo al caer de frente. Notó el calor pegajoso de la sangre saliendo del corte que se abrió en su piel, justo en la línea en la que comenzaba el cabello.
La cabeza le daba vueltas, por lo que apenas fue consciente de como él volvió a aferrar la pierna de la mestiza y colocó ahora la funda del arma detrás de su rodilla, mientras la mantenía inmovilizada contra el suelo. Sin mirar, deslizó la enorme mano hacia la planta del pie de Iori, y alzó el codo para prepararse para girar.
Un único golpe de muñeca de él bastaría. Para romper tibia y peroné, y los huesos del tobillo en pedazos.
El pánico la congeló, mientras intentaba alzarse. Arañó el suelo con las uñas, mientras notaba que la presión de Zakath sobre ella la mantenía inmovilizada. Le iba a romper la pierna, y ser consciente de ello le hizo más daño que todos los demás golpes juntos.
El sonido que llegó hasta ella entonces la golpeó con fuerza por dentro. Reconoció su voz. Lo haría en cualquier momento y situación, pensó de forma fugaz. Ladeó el rostro a tiempo de observar a Sango avanzando hacia ellos desde los soportales. No pudo percibir con claridad la expresión de su rostro, pero tras semejante sonido salido de su pecho, era clara la actitud de enfado con la que se acercaba a ellos.
- ¡¿Qué coño te crees que estás haciendo?! - Acortó la distancia con ellos y se plantó a siete pasos de distancia.
- Maldita escoria, ¿Qué coño le ibas a hacer? ¿Qué pasa por tu cabeza de viejo? ¿Acaso la edad te ha nublado el juicio? ¡Contesta! -
Apartó el rostro de él, escondiéndolo contra el suelo. Vio la sangre frente a ella, mientras la sorpresa al escuchar su grito se convertía en un sentimiento que la atenazó. Vergüenza. Saber que él la veía en aquella situación la hizo arder de rabia por dentro. Sobre todo porque sabía que sus verdaderas habilidades eran otras. Tal y cómo le había recordado Zakath para doblegarla. Para hacerla ceder. Para que abandonase su objetivo.
La voz de Sango reverberaba en sus oídos. Su grito llenó todo el espacio que había, haciéndola sentir que aunque estaba a metros, había podido tocarla. Y también a él. La mano de Zakath se detuvo, aunque no su agarre sobre ella. Tumbada contra el suelo, colocó las palmas de las manos sobre la blanca piedra. La brecha en su cabeza sangraba, y el rojo se introducía en sus ojos enturbiándole la mirada.
Notó entonces cómo la fuerza de Zakath se aflojaba hasta desaparecer, y lo escuchó ponerse de nuevo en pie detrás de ella. La mestiza bajó la vista, y cerró las palmas en puños, sintiendo ganas de romper la piedra del suelo con ellos.
- Imagino que te parece más inteligente dejar que estas piernas la guíen hasta Sandorai - indicó señalando con la palma abierta hacia Iori. Los ojos verdes de Zakath se engarzaron en la expresión de Sango. Imaginarlo era una cosa, escuchar que Zakath prefería romperle la pierna a que ella se aventurase hacia Sandorai la abatió.
- Imagino que te parece más inteligente romperle las piernas para que la puedas manejar a tu voluntad - replicó.
Al ver que su agarre sobre ella había desaparecido Ben se acercó a Zakath a una distancia de cinco pasos.
- Imagino que lo que quieres es hacerla sufrir más porque tienes una especie de fetiche extraño con esas cosas - hizo una pausa y dio otro paso más hacia él - Imagino que no te interesará medirte a alguien capaz de hacerte morder la hierba - y escupió al suelo en el corto espacio que les separaba en un claro signo de desprecio.
La mirada del anciano lo observaba, con tranquilidad y un pequeño toque de curiosidad evidente. Buscó en la mirada de Ben, como solo él sabía hacer, antes de bajar la vista lo justo, sin apenas mover la cabeza para fijarse en Iori. La mestiza, permanecía todavía tendida sobre el suelo, tensa como la cuerda de un arco, mientras la rabia la comía por dentro. Se encogió lo justo para ponerse de rodillas, con los gestos lentos de quien siente dolor.
- Tienes razón Ben. - concedió entonces la voz del maestro. - Debo de estar haciéndome mayor. - Se giró dándole la espalda a ambos y se alejó unos pasos. - Cada cual decide su propio camino - murmuró como toda explicación, ignorando por completo la provocación de Sango.
Iori apretó los dientes hasta que le dolieron, y consiguió ponerse en pie despacio. Limpió con la palma de la mano la sangre que caía por su rostro, obviando por el momento el resto de heridas. Sin apurarse, notando el cuerpo arder allí en donde él la había golpeado, caminó en dirección a los grandes soportales de piedra. No miró hacia Zakath, y evitó deliberadamente fijar su vista en Sango. Lo único que quería era desaparecer de allí.
Mejor dicho, quería que desaparecieran ellos.
Iori Li
Honorable
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Nivel de PJ : : 3
Re: Nuevo camino [+18] [Privado][Cerrado]
Sus pasos le condujeron hasta una zona amplia de los patios. Allí, para su sorpresa, se encontró con ambos. Se apoyó en una columna y cruzó los brazos. Posó sus ojos en Iori, que vestía con ropas adecuadas para el entrenamiento, camisa, pantalones y botas, de colores sencillos.
Zakath permanecía de pie, con su arma guardada en la funda en la mano diestra. La sostenía como si fuese una espada de madera, de las que se proporcionaban para entrenar a los reclutas cuando comenzaban su entrenamiento, como las que había usado él contra el mismo oponente al que se enfrentaba Iori. La postura de Zakath era relajada, con los ojos fijos en Iori.
La mestiza permanecía frente a él. Sus manos sostenían un bastón de madera, de una longitud que se acercaba a su altura con los brazos alzados hacia el cielo. Lo aferraba con la seguridad de la costumbre. Pero había sangre en el suelo. La mirada azul estaba fija en el anciano.
- ¿Lo ves ahora?- inquirió el hombre con voz profunda, arrastrando las palabras con el deje de quien habla con cansancio-. A esto te ha llevado el camino que has elegido.
Fue rápido. No te muevas. Únicamente fintó a un lado, pero con la mano trazó un giro en la dirección contraria, tomando desprevenida a Iori. La mestiza fue engañada por el movimiento fluido y saltó en el aire a escasas pulgadas de recibir el golpe en todo el costado. Su maniobra evasiva, sin embargo, no fue perfecta. Parecía que se había golpeado la nuca cuando intentó rodar por el suelo. La vio apretar los dientes mientras Zakath avanzaba, imparable.
- Estás muerta- murmuró antes de acortar la distancia con ella un paso.
Golpeó con la punta de la vaina el abdomen de la chica, haciendo que se encogiese sobre si misma abrazando su estómago. Sango se removió intranquilo en el sitio.
- Estás muerta- repitió de nuevo.
La morena giró, ahogando un jadeo y rodando hacia atrás sobre sus hombros se puso de pie de un salto. Cayó de rodillas y el bastón golpeó el suelo a su lado. El anciano volvió a acortar distancia, con apenas dos pasos. La vaina golpeó ahora la mejilla, tirando a Iori al suelo de lado.
- Muerta- volvió a decir, apuntando con el arma enfundada hacia su rostro.
Ben no pudo verlo, pero estaba seguro de que Iori lo miró a través del cabello que caía sobre su cara. Seguro que la invadía el odio, la ira y unas ganas terribles de arrancarle la espada de las manos y partírsela en la espalda. Lo sabía porque él era lo que sentía cuando se ponía en aquel modo. La vio escupir a un lado la sangre que se acumulaba en su boca. Sango frunció el ceño.
- Los dioses te ayudaron. Protegieron tu camino hasta Lunargenta, y al llegar aquí te dieron un guardián. Matar a Hans después de todo, no fue la parte más complicada. Era un mercader rico. Un humano. Su peligrosidad radicaba en su malicia y su dinero. Los Ojosverdes a los que pretendes buscar son otra cosa. ¿Crees que podrás poner un pie sola en Sandorai? ¿En estas condiciones?- bufó con algo similar al desprecio-. No eres ni la sombra de lo que entrené.
Ella apartó de un manotazo la funda con la que Zakath le apuntaba a la cara, y el anciano golpeó sus nudillos de forma contundente con un giro de muñeca. Iori gimió. Rodó a un lado, con notable agilidad para la sorpresa de Sango. Zakath se obligó a apurar el paso, sin darle tregua, impidiéndole que tuviera tiempo de extender la mano hacia el bastón. La mestiza caminó, intentando rodearlo por fuera, trazar un círculo alrededor del soldado para controlar su avance. Inútil. Él era enorme, ágil y sorprendentemente rápido para su complexión y para su edad.
- La flecha no hace daño por ser flecha. Hace daño por la velocidad que adquiere al ser disparada- comentó antes de apuntar a sus piernas. Iori consiguió evitar sus golpes realizando toda clase de giros y saltos. Pero se encontraba bastante lastimada. Un ojo entrenado podría ver qué músculos le ardían de dolor por las carencias que mostraba en sus movimientos.
- La velocidad siempre fue tu fortaleza. ¿Y ahora?
Lanzó el cuerpo hacia delante, recortando la distancia que precisaba para que su brazo barriese, con el arma, el suelo, derribando de nuevo a Iori. El anciano clavó una rodilla en el suelo y pasó por detrás de la pierna de Iori su brazo alzándosela.
- Eres débil Iori. Jamás serás capaz de atisbar a un Ojosverdes. Acabarán ellos contigo antes, sin dejarse ver siquiera entre las copas de los árboles.
Vio como Iori abría mucho los ojos al notar cuando notó como colocaba contra su espinilla la funda de la espada. Ben descruzó los brazos y se separó de la columna. Zakath pasó un brazo por detrás, aprisionándole el hueso entre el brazal que cubría su antebrazo y su arma. Y en los ojos de Iori se podía ver que sabía lo que estaba a punto de hacer en aquel momento.
Y ella gritó.
Le sirvió para liberar la mente y realizar un movimiento para deshacerse de las garras de Zakath. Apoyó las manos en los hombros del Maestro y se impulsó con la pierna del suelo para saltar hacia arriba y deshacerse de él. Fue un gesto ágil y pareció sorprender al mismo Zakath. Sin embargo, las palabras de él eran muy ciertas. Ella era débil. El anciano volteó a tiempo de agarrarla del tobillo y tirar hacia él, haciéndola golpear el suelo al caer de frente.
Ben asistía impotente a aquel entrenamiento que se había convertido en una especie de espectáculo en el que una persona se ensañaba con otra simplemente para hacerle ver que sus argumentos eran más válidos. Iori se movía bien, tenía buenos reflejos, pero sus fuerzas y energía no daban para mucho más.
Volvió a aferrar la pierna de la mestiza y colocó ahora la funda del arma detrás de su rodilla, mientras la mantenía inmovilizada contra el suelo. Sin mirar, deslizó la enorme mano hacia el tobillo de la chica, y alzó el codo para prepararse para girar. Un único golpe de muñeca de él bastaría. Para romper tibia y peroné, y los huesos del tobillo en pedazos.
Ben apretó los puños y observó la expresión en el rostro de su Maestro. Frunció el ceño. La manera de agarrar la pierna de Iori. No. el cabrón va en serio. Un escalofrío recorrió su cuerpo. La piel se erizó e infló el pecho con profundas y lentas inspiraciones. Y entonces lo dejo salir. Extendió los puños hacia los lados y gritó mirando al cielo. Gritó tan profundamente que el aire a su alrededor vibró con gran intensidad(1).
El miedo que se reflejaba en el rostro de Iori se congeló momentáneamente cuando la voz de Sango llegó a sus oídos. Su grito llenó todo el espacio que había, haciéndola sentir que aunque estaba a metros, había podido tocarla. A ella y a él. La mano de Zakath se detuvo, aunque no su agarre sobre ella. Tumbada contra el suelo, colocó las palmas de las manos sobre la blanca piedra, dejando que las gotas de sangre la manchasen. La brecha en su cabeza sangraba, y el rojo se introducía en sus ojos enturbiándole la mirada. Pero lo vio igualmente.
Sus ojos llenos de ira se clavaban en Zakath. Le señaló con el índice. Caminó hacia él. La ira bullendo por su sangre, alcanzando todos y cada uno de los rincones de su cuerpo.
- ¡¿Qué coño te crees que estás haciendo?!
Acortó la distancia con ellos y se plantó a siete pasos de distancia sin apartar los ojos de Zakath.
- Maldita escoria, ¿qué coño le ibas a hacer? ¿Qué pasa por tu cabeza de viejo? ¿Acaso la edad te ha nublado el juicio? ¡Contesta!
Zakath aflojó la presión hasta soltar las piernas de Iori. Se puso nuevo en pie, detrás de ella. La mestiza bajó la vista, y cerró las palmas en puños, sintiendo ganas de romper la piedra del suelo con ellos.
- Imagino que te parece más inteligente dejar que estas piernas la guíen hasta Sandorai- indicó señalando con la palma abierta hacia Iori.
Los ojos verdes de Zakath se engarzaron en la expresión de Sango. Analizando. Iori estaba destrozada, pero el "viejo" parecía encontrarse como recién levantado, fresco, sin ninguna magulladura.
- Imagino que te parece más inteligente romperle las piernas para que la puedas manejar a tu voluntad- replicó.
Ben dio un par de pasos al frente, acortando la distancia que le separaba del Maestro Zakath.
- Imagino que lo que quieres es hacerla sufrir más porque tienes una especie de fetiche extraño con esas cosas- hizo una pausa y dio otro paso más hacia él-. Imagino que no te interesará medirte a alguien capaz de hacerte morder la hierba- y escupió al suelo en el corto espacio que les separaba en un claro signo de desprecio.
La mirada del anciano lo observaba, con tranquilidad y un pequeño toque de curiosidad evidente. Buscó en la mirada de Ben, como solo él sabía hacer, como había hecho años atrás. Como hacía siempre que él se enfurecía cuando su maestro le daba palizas parecidas. Su maestro bajó la vista lo justo, sin apenas mover la cabeza para fijarse en Iori. La mestiza, permanecía todavía tendida sobre el suelo, tensa como la cuerda de un arco, mientras la rabia la comía por dentro. Ella se encogió lo justo para ponerse de rodillas, con los gestos lentos de quien siente dolor.
- Tienes razón Ben- concedió entonces la voz del maestro-. Debo de estar haciéndome mayor- se giró dándole la espalda a ambos y se alejó unos pasos-. Cada cual decide su propio camino- murmuró como toda explicación, ignorando por completo la provocación de Sango.
Iori apretó los dientes hasta que le dolieron, y consiguió ponerse en pie despacio. Limpió con la palma de la mano la sangre que caía por su rostro, obviando por el momento el resto de heridas. Sin apurarse, notando el cuerpo arder allí en donde él la había golpeado, caminó en dirección a los grandes soportales de piedra.
- Sí, debe ser cosa de la edad. Antes eras más rápido. Antes tenías la cabeza mejor amueblada. Ahora, no solo te comportas como un auténtico imbécil sino que también actúas como un energúmeno- le soltó-. Maestro Zakath, por tu propio bien. No lo vuelvas a hacer- sentenció.
En silencio la mestiza se alejó de la escena, dejando su sangre y el bastón en el suelo. Zakath guardó silencio tras las palabras del Héroe, hasta que finalmente resopló y se cruzó de brazos.
- Confía en que no llegue el día en el que desees que hubiese terminado lo que me proponía.
No apartó la mirada de Zakath. No quería perder detalle de lo que hacía. No quería perderle de vista. No quería que con un rápido movimiento le tumbara y terminara lo que pretendía hacer.
- Si algún día se me pasa por la cabeza ese pensamiento de mierda, ese pensamiento en el que deseara que ella sufriera, ese día, Maestro, te doy permiso para clavarme la espada en el corazón para que compruebes cómo de oscura tengo la sangre.
Lejos, algunos de los pájaros que vivían en los árboles que había en los jardines se escucharon. Parecía la única respuesta a las palabras de Sango. Zakath se giró entonces hacia él. Estaban solos en el patio. Colocó en su cinto su arma, la poderosa espada que Ben tan bien conocía, y lo miró a los ojos.
- Hablas del sufrimiento físico Ben. ¿Y qué ha sucedido contigo? ¿Cómo encaja ella con tu camino del guerrero? - su voz preguntaba con calma. No buscaba la burla ni el daño. Le hablaba con el mismo tono reflexivo que había usado con él desde que lo consideró suficientemente maduro como para pensar en profundidad.
- Veo lo que intentas- le miraba a los ojos-, siempre haces lo mismo, eludes la pregunta, te escondes y preguntas otra cosa. No te preocupes, en eso no salí a ti- se burló-. Te lo diré claro: esa mujer merece una oportunidad, alguien que le muestre la calidez de un gesto tan simple como un abrazo, que con una frase, con unas pocas palabras puedas hacer que un día oscuro torne a uno brillante como la luz del sol. Ella necesita eso. Y yo puedo dárselo. Y si no soy yo, bienvenido sea el que venga y la haga feliz, que yo brindaré por ella y por su salud en el Valhalla.
Le mantuvo la mirada, hasta que tras unos instantes la desvió. Observó el sendero que conducía hasta los jardines y con un gesto de su cabeza invitó a Sango a unirse a el en su camino.
- Era un otoño extraño. La cosecha de aquel año se perdió por la súbita llegada de las nieves. Hacía unos días que había habladurías. Comentarios sobre una extraña pareja moviéndose por la zona. Sus padres buscaban refugio. Pero estaban ya prácticamente atrapados. Había otro elfo con ellos. Ismil. Supe su nombre de forma reciente. Él era el brazo derecho de Eithelen. Y el me dio la información. En dónde encontrarla si ellos no volvían- se detuvo en la narración pero no así en sus pasos. Colocó ambas manos a la espalda.
Sango que seguía plantado en el sitio había mutado su expresión de enfado por una de creciente curiosidad. Echó un rápido vistazo al suelo, a aquellos sitios donde las gotas de sangre eran bien visibles. Decidió caminar junto al maestro, al que alcanzó en unas zancadas.
Estaba dentro de una lobera abandonada. Llevaría dos días sola. Tres. Tendría cerca de un año pero ya no lloraba. Aunque lo hubiese hecho nadie la habría encontrado. El vendaval de nieve fue ensordecedor aquel día.
- Nieve en otoño, ¿aquí en el sur? Que extraño- comentó el pelirrojo. Zakath asintió al comentario de Sango.
- Nunca soportó muy bien los días de vientos fuertes. El sonido la pone muy nerviosa, y me inclino a pensar que se debe al tiempo que estuvo allí sola, en medio del temporal- avanzó a pasos lentos, con las manos en la espalda y la vista fija al frente, adentrándose en los jardines-. Estuvo conmigo hasta hace dos años. En ese momento salió de la aldea para explorar. Para indagar sobre el anillo con el que la encontré allí. Era de Eithelen. Y ahora es Tarek quien lo lleva- se detuvo de golpe y observo a Sango de frente, escudriñándolo-. Mis maneras no son las mismas que las tuyas, y por eso me malinterpretas. Yo tampoco quiero que sufra innecesariamente. Ni que lo hagas tú- añadió al final.
Ben se estremeció por sus palabras. No recordaba que Zakath le hubiera dicho algo similar en la vida. Se miraban a los ojos. Ben le agarró del brazo y apretó con confianza.
- Sufro más por su sufrimiento que por lo que me pueda pasara a mi.
Los ojos del anciano se estrecharon mirándolo, y no rompió el contacto de Sango inicialmente. Se giró tras sus últimas palabras y se puso de medio lado, cruzando ahora los brazos con tranquilidad sobre el pecho.
- No está en tu mano evitar el dolor de los caminos ajenos. Todo en la vida es sufrimiento Ben, y es uno de los mejores maestros- lo miro de soslayo de nuevo-. He oído noticias de Zelirica. Imagino que te pondrás en marcha hasta allí- cortó el tema de Iori de raíz.
El momento se rompió y suspiró levemente. Su maestro hablaba, como siempre, con sabiduría. Era cierto que de nada servía interponerse en el camino del destino. Pero él creía firmemente que si podía hacer algo para aliviar la carga, por poco que fuera, el camino se haría mucho más llevadero. Y era eso a lo que aspiraba.
- Sí, marcharé a Zelirica. No te creas que es una orden de algún comandante. Esto es iniciativa propia. Hay gente que me sigue, mujeres y hombres que aún se preocupan por la seguridad y el bienestar de sus familias y amigos. Soldados de gran valor y que combatieron junto a mi en Aguasclaras contra los licántropos, y antes en Eden y antes en el sitio de Lunargenta y antes en Roilkat- podría seguir relatando batallas pero sería malgastar el tiempo-. La dama Justine nos proporcionará medios para atender a los niños, sin embargo, no nos podrá ayudar contra el injustificado odio que los niños generan en algunas mentes retorcidas- hizo una pausa para observar un gorrión posarse en el suelo, picar algo y alzar nuevamente el vuelo-. No seré el tipo más listo del Reino, por los todos los Dioses, puede esté en el extremo opuesto de esa lista, pero sé que unos niños no son más peligrosos una mente ociosa e ignorante.
Zakath observó el horizonte por el que se extendían los cuidados jardines de Justine, escuchando a Sango hablar a su lado. Esbozó una sonrisa ante su último comentario.
- Ya no estás en una posición en la que ningún mando te pueda obligar a actuar. Ten presente el camino que has recorrido hasta ahora. Lo que has conseguido. Y lo que has perdido. Obedecer es sencillo. Saber liderar es lo complicado. Y tú, Ben, tienes una responsabilidad. Puedes oírla o desatenderla. Es tu decisión. Pero en cualquier caso, necesitas alejarte de ella. Guiar tus pasos en la dirección opuesta será lo correcto.
- El mando no es algo que desee, pero alguien debe hacerlo. No lo considero un logro. Es una carga más pesada que cualquier otra y que cedería a aquel que fuera digno de llevarla a cabo. A aquel que luchara con todo su ser por las causas nobles, las causas justas, que no se pliegue a una voluntad nacida de las personas ajenas a los conflictos reales.
Se pasó la lengua por los labios y alzó la mirada para restudiar el rostro de Zakath. No podía dejarlo pasar. Valoraba su opinión. siempre lo había hecho pese a los duros momentos que le había hecho pasar.
- No hay causa más justa que la te dicta el corazón. Por eso no entiendo una cosa, Maestro, ¿por qué lo haces? ¿Por qué quieres separarme de la causa más justa por la que voy a luchar en toda mi vida?
La mirada del anciano se hizo más dura, cuando reconoció en Sango el desdén que sintió por su advertencia sobre Iori. Ben aguantó la mirada.
- Educarte para que fueses consciente de lo que implica el poder y evitar que lo codiciaras era parte de tu aprendizaje. Aquellos que ansían un puesto de responsabilidad son los que menos capacitados están para ocuparlos.
Lo miró en silencio, manteniéndole la vista fija unos largos segundos tras su apasionada pregunta. Pero Zakath no respondió. Apartó la vista, y volviendo a anudar las manos a su espalda, volvió a avanzar con paso suave, paseando por los terrenos de los jardines, dejando a Sango atrás. Le miró con gesto reflexivo: él era así porque Zakath le había hecho como era. Recordó, entonces, largas sesiones de entrenamiento combinadas con interminables charlas, monólogos más bien, sobre el orden, el mando, la disciplina y otros cientos de temas que su Maestro tuviera a bien sacar aquel día. Había que reconocer que tenía razón. Muchas de sus enseñanzas las aplicaba de buen grado.
- Maestro, nada se puede hacer contra los hilos del Destino. Ni siquiera los propios Dioses. Si nuestras vidas están entrelazadas, solo depende de nosotros cómo queremos que sea existencia. Y puede que ni eso esté en nuestra mano.
Se detuvo. Suspiró cansado. No solía ser así antes, pero estaba claro que los años pasaban por todos. Se acercó a él y Ben se clavó en el suelo
- ¿Te conoces Ben? ¿Sabes quién eres? Mírate- giró sobre sus talones y lo miró. Apenas un par de dedos los ojos de Zakath por encima de los de Sango-. Ni tú ni yo necesitamos ser Dioses para comprender la verdad. ¿Cómo fue tu relación con Asland? ¿Crees que Iori está preparada para algo así? ¿Que lo desea? Te estás empeñando en perseguir el viento y atraparlo con la mano pero, piénsalo Ben. ¿Es eso si quiera posible? Ni los Dioses podrían completar esa empresa.
Las preguntas le cogieron por sorpresa. Las sintió como una lluvia de saetas que le había tomado con el escudo abajo. Tragó saliva.
- Me conozco perfectamente. Soy Ben Nelad, hijo de Gerd y Bera Nelad, nacido en Cedralada. Antiguo soldado de La Guardia. Guerrero, Héroe de Aerandir, Guardián de Sól, brazo armado de los Dioses. Maestro, sé muy bien quién soy y sé muy bien lo que se espera de mi, pero, ¿alguien me ha preguntado alguna vez lo que espero yo de mí mismo? ¿Alguien se ha preocupado por mi más que mi padres? Sé lo que oí. Sé cómo lo dijo. Sé que le importo. Sé que ella me importa- hizo una breve pausa-. Mi relación con Asland llegó siendo muy joven. No lo vuelvas a mencionar.
Los hombros de Zakath se alzaron ligeramente, fruto de un cambio en su posición. Se apoyó firme sobre sus dos piernas y avanzó un paso hacia su alumno.
- ¿Ella? ¿Se ha preocupado por ti? ¿Qué es lo que oíste? ¿Las palabras inseguras de una chica que no sabe cómo encajar en el mundo ahora mismo?
- Ese es tu problema. Sigues viéndola como una chica, como la niña que criaste en la aldea. No Zakath. Es una mujer que toma sus decisiones y si de verdad te importa hay que ir con ella hasta el final. Puedes caminar a su lado, compartir el camino, que las huellas que deja uno influyan en las del otro, que se confundan; o puedes partirle las piernas para que deje de caminar y sigua encadenada en el recuerdo de lo que es ella para ti- seguía sin moverse del sitio, soltando las palabras según le salían-. No, Maestro Zakath. Ella sabe lo que es el mundo. Su mundo. Ella sabe lo que dice y a quién se lo dice.
Acortó la distancia, de forma que la empuñadura de la espada que colgaba de la cintura de Zakath rozó a Sango. La mirada del maestro, peligrosa, clavándose en él.
- Quizá, Ben, deberías de volver a revisar lo que crees saber de ti. Puede que no esté todo tan atado como piensas. Saqué a la mujer de la que hablas de aquella cueva helada. Dejó de sollozar cuando la puse en contacto con mi pecho debajo de la ropa. La llevé a la aldea, y la crie como si fuese mi propia hija. Desde ese día hice todo lo que estuvo a mi alcance para mantenerla con vida. Que descubriese la felicidad en las pequeñas cosas, evitando distracciones pasajeras, que tanto ensombrecen la vida de las personas corrientes. ¿Qué le vas a ofrecer? Una vida al lado del soldado que nunca sabrá cuándo volverá a casa. Si es que lo hace. ¿Qué te puede ofrecer ella? Pasión una noche. Dos. Tres. ¿Y cuando busque fuera? ¿Estás preparado para aceptar eso? Te conozco y sé que no podrías.
Había una extraña pasión en su mirada. Algo oscuro, un sentimiento denso, moviéndose en los ojos verdes de Zakath. Algo que evidenciaba más intensidad de la que Sango recordaba haber visto hasta entonces en su maestro.
Y por primera vez desvió sus ojos hacia alguna otra parte, incapaz de sostenerle la mirada. Le había golpeado con fuerza. Había avivado lo único que le había hecho dudar de lo que le decía su corazón. Y en su cabeza empezó a expandirse, como el agua en una crecida, llegando a todos los rincones a su alcance.
- Yo... Puede que- no sabía como dar forma a todo lo que se estaba formando en su cabeza. Titubeó-. No pongo en duda lo que hiciste por ella. Que los Dioses me lleven ahora mismo si lo hago. Yo solo- frunció el ceño y se miró las palmas de las manos-. Yo sé que es posible que algún día desaparezca. Pero, yo lo escuché. Yo lo sentí. No puedes pedirme esto- las últimas palabras salieron como un murmullo y dejó caer los brazos a los lados. Alzó la mirada y sus ojos verdes parecían ahogarse-. ¿De verdad tengo que dejar marcho alguien que me causa tanto bien?
El anciano observó. Miró con paciencia, siendo consciente del hilo de pensamiento que corría dentro de su cabeza.
- No lo hagas entonces- alzó entonces la mano y la apoyó sobre el hombro izquierdo de Sango. La palma del maestro era grande, y muy cálida-. Tú quieres verla avanzar hacia su destrucción. Yo no me quedaré para presenciarlo. Solo te pido que, si sucede, le prendas fuego y la entregues a los Dioses- apretó con fuerza el hombro-. Es todo lo que puedo decir- murmuró con voz profunda-. Igual que cualquiera hará por ti si caes en el campo de batalla.
Sango no dijo nada, solo miró la mano posada sobre su hombro y suspiró. No era verdad lo que le estaba diciendo. Él no quería verla avanzar hacia su destrucción. Él quería verla brillar, quería ver, de nuevo, la sonrisa en su rostro, quería escuchar su risa. Quería compartir tantas cosas y tan buenas con ella que no creía lo que le estaba contando Zakath. Y sin embargo era incapaz de articular una palabra que le contradijeran. Suspiró y posó su mano sobre la de él y la apretó a modo de reconocimiento. Luego, miró a sus ojos.
Los pasos acelerados arrastraban las pequeñas piedras que cubrían el sendero entre los jardines. El siempre impecable Charles parecía preocupado. Con las mejillas algo rojas por la premura y un mechón de cabello desordenado en su impecable apariencia.
- Señor Nelad- lo llamó con voz agitada-. Señor Nelad...- respiró profundamente, llenándose de aire los pulmones para continuar hablando-. Me temo que necesito su ayuda...- miró a Sango a los ojos y luego con gesto dubitativo a Zakath.
Ben giró la cabeza y rompió el contacto físico con Zakath. Echó otro vistazo a los ojos de su Maestro y asintió levemente. Luego se giró por completo para ir al encuentro de Charles. La visión del perfecto mayordomo alterada por algún suceso encendió las alarmas de Ben que frunció el ceño.
- ¿Qué ocurre Charles? Tranquilo, respira. ¿Pasa algo serio?- preguntó acercándose a él.
- Nada que revista verdadera gravedad por si mismo, pero... dadas las circunstancias...- pareció dudar-. La señorita Areth ha regresado. Le permitieron el paso por su posición y la costumbre de ser la sanadora llamada por la señora Justine. Ha sido un error- inclinó la cabeza e hizo una reverencia de disculpa muy pronunciada-. No sabemos en dónde está ahora, ni en dónde se encuentra la señorita Iori - añadió finalmente sin levantarse.
Su expresión pasó de la sorpresa y la preocupación al enfado. Un enfado que primero pasó por imaginar qué haría cuando la tuviera delante; luego pasó por pensar en el dolor que le causaría a Iori; finalmente en que tenía que lanzarse a buscarla por todo el palacete y eso no le apetecía en absoluto.
- ¿Amärie? - preguntó Zakath tras Sango-. Es una elfa con un ego grande pero no es peligrosa normalmente- comentó.
- La última vez que le puso la mano encima a Iori- dijo girándose hacia Zakath-, le hizo un daño terrible. La pobre estuvo gritando de dolor un buen rato hasta que se calmó. Estoy seguro de que esa elfa tuvo algo que ver con ello pese a la fama que le pueda preceder.
Se giró nuevamente hacia Charles.
- ¿Por dónde entró? ¿Qué lugares suele frecuentar cuando viene a esta casa?
El mayordomo se incorporó y abrió el paso, de regreso a la zona de entrada al edificio mientras hablaba.
- Siempre en las dependencias de la planta baja. Como mucho alguna de las habitaciones de invitados. Pocas veces la señora Justine la ha guiado hasta su propio despacho. Sus visitas siempre son breves y por cuestiones de trabajo relacionadas con sus poderes- dejaron atrás el sonido que hacía la gravilla y pisaron los suelos de mármol. Charles se detuvo y miró de un extremo a otro del pasillo-. En esta ala se encuentran salones comunes para uso variado- le miró con aprensión-. ¿Podríamos dividirnos?- propuso inseguro.
Sango imitó al mayordomo y echó un rápido vistazo al pasillo de extremo a extremo, apenas reparó en le hecho que Zakath no les hubiera seguido. Asintió levemente con los ojos entornados.
- Bien, yo iré a la izquierda- señaló con un gesto la zona que cubriría él-. Si la encuentras antes que yo, bueno, grite mi nombre.
Sin mirar atrás y sin esperar respuesta del mayordomo, Sango dirigió sus pasos hacia la primera puerta, la abrirla encontró una pequeña estancia con una mesa central de gran tamaño, unas sillas y poco más destacable. Allí no había nadie. Cerró tras de sí mientras sentía la adrenalina bullendo por sus venas.
La segunda puerta cedió ante él y dio con una sala decorada con cuadros. Las paredes estaban repletas de pinturas de paisajes, retratos, bodegones, motivos florales. Observó un par de caballetes con lienzos a la espera de que alguna mano hábil les diera vida. Gruñó y cerró tras de sí.
La tercera puerta no e movió y algo se removió en su interior. Golpeó la puerta y volvió a intentar abrir. Parecía tener la llave echada. Dio un paso atrás y embistió con el hombro pero fue en vano, la puerta era firme y resistente. Se maldijo y se lamentó por no tener a mano el hacha. Descartó seguir pelando contra aquella puerta y caminó hacia la cuarta.
Al abrir, dio con una pequeña biblioteca. No había tanta claridad como en el resto de salas, casi parecía en penumbra. Por historias que le habían contado sabía que los libros, los papeles y demás se conservaban mejor en condiciones de oscuridad. Pero aquello no importaba ahora. Sus ojos pudieron ver muchas estanterías rodeando un ancho pasillo que discurría hacia el fondo de la sala. No vio a nadie, pero sus oídos captaron unos suspiros. Era una voz femenina. Desconocida pero que le parecían completamente fuera de lugar.
Ben golpeó con el puño la puerta para hacerse notar. Para que el silencio se instaurara en la sala. Si allí estaba la elfa no escaparía. No la dejaría marchar. La enfrentaría. Sí, me oirá. Me responderá. Los suspiros dieron paso a unos susurros apresurados. Sango avanzó, lentamente, por el pasillo.
- ¿Quién está ahí?- preguntó en voz alta sin dejar de avanzar.
De improvisto, una figura de cabello dorado salió desde detrás de una estantería corriendo. Se sobresaltó al ver una figura pasar a su lado, se giró lo justo para ver los cabellos rubios alejarse a gran velocidad. Sango tardó un parpadeo en reaccionar y salió tras ella.
Correr tras alguien, perseguir, no era una de sus virtudes. Él era rápido con las armas, defendiendo una posición, pero no corriendo detrás de alguien. Sin embargo, sí que estaba preparado para aguantar horas de carrera, horas de marcha. Sus enemigos ya podrían huir lo rápido que quisieran que él, al final, les daría caza. La figura de cabellos rubia que creía era la elfa Amärie, ya podría subir y bajar escaleras, retorcerse entre las columnas y correr por los jardines que, al final, Sango, con su ritmo seguro y concienzudo, la acabaría alcanzado. Por suerte para él, sus pasos eran torpes y Sango la alcanzó casi en el mismo punto en el que se había separado de Charles. Sus manos se cernieron sobre ella y apretaron.
La elfa se intentó soltar cuando sus manos se cerraron sobre ella. Chilló de forma aguda, sin nada en ella del carácter que había mostrado en anteriores encuentros. La ropa abierta en la parte de arriba dejó su piel expuesta, mientras el rojo de su rostro se hacía más vivo todavía. Ben apenas apartó sus ojos de los de ella.
- ¡Suélteme! - gritó escondiendo la cara de él de absoluto pudor.
- Te advertí que no te acercaras más por aquí y aun así te empeñas en volver. Veo que mi palabra tiene poco peso para ti. Pero, dime, ¿qué has venido a hacer? ¿Pretendías esconderte y volver a conjurar alguna clase maldición sobre ella?
La elfa alzó la vista, mirándolo con una mezcla de bochorno y miedo.
- Nunca he conjurado maldiciones! ¡Mi poder es curar! - se defendió ante su acusación.
Sango escuchó sus palabras mientras ella forcejeaba para deshacerse de su agarre e intentar cubrir su desnudez. Sango, entonces, fue consciente y no pudo evitar bajar la mirada para encontrarse con sus pechos expuestos, estos estaban salpicados de extrañas marcas de sangre. La tela, como pudo observar, no estaba en su lugar y el rubor en su rostro era más que evidente. La soltó y dio un paso atrás sin dejar de mirar.
- ¿Qué te pasa? ¿Por qué...? Vístete.
La elfa se soltó de un último tirón de él, y retrocedió unos pasos. Cubrió como pudo su cuerpo con la tela, y miró a Sango de forma acusatoria. Hasta que algo tras él llamó su atención. Los ojos de Amärie se fijaron en la figura que acababa de salir por la puerta que conducía a la biblioteca.
Se giró para alinearse con los ojos de la elfa y la vio acercarse lentamente. Pudo ver con más detalle las heridas que había sufrido durante el entrenamiento. En sus ojos no vio lo que quería ver. Alzó una mano y le tendió un pedazo de tela. El lazo que le faltaba a su atuendo, sin decir una palabra. Sango comprendió.
La mujer que le había causado gran daño a Iori hacía tan solo unos días estaba allí, frente a él. Y ella se alzaba a su lado, tendiéndole la tela que había hecho de sello para sus pechos. Vivió con extremada lucidez el recuerdo de lo vivido hacía unos días, la elfa poniendo sus manos sobre ella, el desgarrador grito de Iori, estar a su lado hasta que se calmara, su reugo para que no se acercara a ella ningún elfo. Y él había cumplido. La había mantenido lejos de Amärie. Y sin embargo, ella la había buscado.
Y ese pensamiento turbó aún más la mente de Sango. ¿Por qué? Él la había escuchado la noche anterior. Entendió qué querían decir sus palabras. Quizá escuché lo que quería. Se buscaron, se encontraron y se desearon. Sin embargo, ahora todo lo que creía que podía ser, parecía desmoronarse como un castillo de naipes. Las palabras de Zakath le golpearon por un lado, tan llenas de dolor que se había negado a creerlas pero que se habían mostrado ciertas. El dolor creciente que sentía no hacía más que darle la razón a lo que habían hablado hacía tan solo unos instantes. El otro golpe llegó viendo a Iori intimando con la elfa como si lo que habían vivido no tuviera más significado que el que pudiera tener una charla en jornada de mercado.
Las veces que le había llamado, que le había susurrado su nombre a escasas pulgadas de su oreja, todas ellas las sentía ahora como una falsa llamada para creer en algo que podía llegar a ser. Se había atrevido a soñar. A imaginar otra vida. A reconsiderar su propio futuro. Y todo eso, pareció quebrarse ante él.
Clavó sus ojos en Iori mientras en su cabeza se libraba una batalla entre sus sueños y esperanzas y la dura y cruda realidad. Había sido utilizado para satisfacer un deseo pasajero. Y eso le hacía sentir como un auténtico idiota. La comprensión, la decepción y la tristeza compusieron el tapiz que era su rostro. Sus ojos bajaron, lentamente, por ella hasta el suelo. Se giró lentamente y tras un rápido vistazo al frente, echó a andar alejándose de las dos mujeres.
Él era un hombre de armas y nada más. Era su camino.
Y sin embargo...
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(1) Uso de habilidad: Aquí os espero [1 uso] Un rugido, como el oleaje rompiendo en un acantilado, sale de las entraña de Sango captando la atención de sus adversarios que se lanzan hacia él. Por su parte Sango obtiene una mejora en el aguante, durante un turno, fruto de la adrenalina liberada en el grito.
Zakath permanecía de pie, con su arma guardada en la funda en la mano diestra. La sostenía como si fuese una espada de madera, de las que se proporcionaban para entrenar a los reclutas cuando comenzaban su entrenamiento, como las que había usado él contra el mismo oponente al que se enfrentaba Iori. La postura de Zakath era relajada, con los ojos fijos en Iori.
La mestiza permanecía frente a él. Sus manos sostenían un bastón de madera, de una longitud que se acercaba a su altura con los brazos alzados hacia el cielo. Lo aferraba con la seguridad de la costumbre. Pero había sangre en el suelo. La mirada azul estaba fija en el anciano.
- ¿Lo ves ahora?- inquirió el hombre con voz profunda, arrastrando las palabras con el deje de quien habla con cansancio-. A esto te ha llevado el camino que has elegido.
Fue rápido. No te muevas. Únicamente fintó a un lado, pero con la mano trazó un giro en la dirección contraria, tomando desprevenida a Iori. La mestiza fue engañada por el movimiento fluido y saltó en el aire a escasas pulgadas de recibir el golpe en todo el costado. Su maniobra evasiva, sin embargo, no fue perfecta. Parecía que se había golpeado la nuca cuando intentó rodar por el suelo. La vio apretar los dientes mientras Zakath avanzaba, imparable.
- Estás muerta- murmuró antes de acortar la distancia con ella un paso.
Golpeó con la punta de la vaina el abdomen de la chica, haciendo que se encogiese sobre si misma abrazando su estómago. Sango se removió intranquilo en el sitio.
- Estás muerta- repitió de nuevo.
La morena giró, ahogando un jadeo y rodando hacia atrás sobre sus hombros se puso de pie de un salto. Cayó de rodillas y el bastón golpeó el suelo a su lado. El anciano volvió a acortar distancia, con apenas dos pasos. La vaina golpeó ahora la mejilla, tirando a Iori al suelo de lado.
- Muerta- volvió a decir, apuntando con el arma enfundada hacia su rostro.
Ben no pudo verlo, pero estaba seguro de que Iori lo miró a través del cabello que caía sobre su cara. Seguro que la invadía el odio, la ira y unas ganas terribles de arrancarle la espada de las manos y partírsela en la espalda. Lo sabía porque él era lo que sentía cuando se ponía en aquel modo. La vio escupir a un lado la sangre que se acumulaba en su boca. Sango frunció el ceño.
- Los dioses te ayudaron. Protegieron tu camino hasta Lunargenta, y al llegar aquí te dieron un guardián. Matar a Hans después de todo, no fue la parte más complicada. Era un mercader rico. Un humano. Su peligrosidad radicaba en su malicia y su dinero. Los Ojosverdes a los que pretendes buscar son otra cosa. ¿Crees que podrás poner un pie sola en Sandorai? ¿En estas condiciones?- bufó con algo similar al desprecio-. No eres ni la sombra de lo que entrené.
Ella apartó de un manotazo la funda con la que Zakath le apuntaba a la cara, y el anciano golpeó sus nudillos de forma contundente con un giro de muñeca. Iori gimió. Rodó a un lado, con notable agilidad para la sorpresa de Sango. Zakath se obligó a apurar el paso, sin darle tregua, impidiéndole que tuviera tiempo de extender la mano hacia el bastón. La mestiza caminó, intentando rodearlo por fuera, trazar un círculo alrededor del soldado para controlar su avance. Inútil. Él era enorme, ágil y sorprendentemente rápido para su complexión y para su edad.
- La flecha no hace daño por ser flecha. Hace daño por la velocidad que adquiere al ser disparada- comentó antes de apuntar a sus piernas. Iori consiguió evitar sus golpes realizando toda clase de giros y saltos. Pero se encontraba bastante lastimada. Un ojo entrenado podría ver qué músculos le ardían de dolor por las carencias que mostraba en sus movimientos.
- La velocidad siempre fue tu fortaleza. ¿Y ahora?
Lanzó el cuerpo hacia delante, recortando la distancia que precisaba para que su brazo barriese, con el arma, el suelo, derribando de nuevo a Iori. El anciano clavó una rodilla en el suelo y pasó por detrás de la pierna de Iori su brazo alzándosela.
- Eres débil Iori. Jamás serás capaz de atisbar a un Ojosverdes. Acabarán ellos contigo antes, sin dejarse ver siquiera entre las copas de los árboles.
Vio como Iori abría mucho los ojos al notar cuando notó como colocaba contra su espinilla la funda de la espada. Ben descruzó los brazos y se separó de la columna. Zakath pasó un brazo por detrás, aprisionándole el hueso entre el brazal que cubría su antebrazo y su arma. Y en los ojos de Iori se podía ver que sabía lo que estaba a punto de hacer en aquel momento.
Y ella gritó.
Le sirvió para liberar la mente y realizar un movimiento para deshacerse de las garras de Zakath. Apoyó las manos en los hombros del Maestro y se impulsó con la pierna del suelo para saltar hacia arriba y deshacerse de él. Fue un gesto ágil y pareció sorprender al mismo Zakath. Sin embargo, las palabras de él eran muy ciertas. Ella era débil. El anciano volteó a tiempo de agarrarla del tobillo y tirar hacia él, haciéndola golpear el suelo al caer de frente.
Ben asistía impotente a aquel entrenamiento que se había convertido en una especie de espectáculo en el que una persona se ensañaba con otra simplemente para hacerle ver que sus argumentos eran más válidos. Iori se movía bien, tenía buenos reflejos, pero sus fuerzas y energía no daban para mucho más.
Volvió a aferrar la pierna de la mestiza y colocó ahora la funda del arma detrás de su rodilla, mientras la mantenía inmovilizada contra el suelo. Sin mirar, deslizó la enorme mano hacia el tobillo de la chica, y alzó el codo para prepararse para girar. Un único golpe de muñeca de él bastaría. Para romper tibia y peroné, y los huesos del tobillo en pedazos.
Ben apretó los puños y observó la expresión en el rostro de su Maestro. Frunció el ceño. La manera de agarrar la pierna de Iori. No. el cabrón va en serio. Un escalofrío recorrió su cuerpo. La piel se erizó e infló el pecho con profundas y lentas inspiraciones. Y entonces lo dejo salir. Extendió los puños hacia los lados y gritó mirando al cielo. Gritó tan profundamente que el aire a su alrededor vibró con gran intensidad(1).
El miedo que se reflejaba en el rostro de Iori se congeló momentáneamente cuando la voz de Sango llegó a sus oídos. Su grito llenó todo el espacio que había, haciéndola sentir que aunque estaba a metros, había podido tocarla. A ella y a él. La mano de Zakath se detuvo, aunque no su agarre sobre ella. Tumbada contra el suelo, colocó las palmas de las manos sobre la blanca piedra, dejando que las gotas de sangre la manchasen. La brecha en su cabeza sangraba, y el rojo se introducía en sus ojos enturbiándole la mirada. Pero lo vio igualmente.
Sus ojos llenos de ira se clavaban en Zakath. Le señaló con el índice. Caminó hacia él. La ira bullendo por su sangre, alcanzando todos y cada uno de los rincones de su cuerpo.
- ¡¿Qué coño te crees que estás haciendo?!
Acortó la distancia con ellos y se plantó a siete pasos de distancia sin apartar los ojos de Zakath.
- Maldita escoria, ¿qué coño le ibas a hacer? ¿Qué pasa por tu cabeza de viejo? ¿Acaso la edad te ha nublado el juicio? ¡Contesta!
Zakath aflojó la presión hasta soltar las piernas de Iori. Se puso nuevo en pie, detrás de ella. La mestiza bajó la vista, y cerró las palmas en puños, sintiendo ganas de romper la piedra del suelo con ellos.
- Imagino que te parece más inteligente dejar que estas piernas la guíen hasta Sandorai- indicó señalando con la palma abierta hacia Iori.
Los ojos verdes de Zakath se engarzaron en la expresión de Sango. Analizando. Iori estaba destrozada, pero el "viejo" parecía encontrarse como recién levantado, fresco, sin ninguna magulladura.
- Imagino que te parece más inteligente romperle las piernas para que la puedas manejar a tu voluntad- replicó.
Ben dio un par de pasos al frente, acortando la distancia que le separaba del Maestro Zakath.
- Imagino que lo que quieres es hacerla sufrir más porque tienes una especie de fetiche extraño con esas cosas- hizo una pausa y dio otro paso más hacia él-. Imagino que no te interesará medirte a alguien capaz de hacerte morder la hierba- y escupió al suelo en el corto espacio que les separaba en un claro signo de desprecio.
La mirada del anciano lo observaba, con tranquilidad y un pequeño toque de curiosidad evidente. Buscó en la mirada de Ben, como solo él sabía hacer, como había hecho años atrás. Como hacía siempre que él se enfurecía cuando su maestro le daba palizas parecidas. Su maestro bajó la vista lo justo, sin apenas mover la cabeza para fijarse en Iori. La mestiza, permanecía todavía tendida sobre el suelo, tensa como la cuerda de un arco, mientras la rabia la comía por dentro. Ella se encogió lo justo para ponerse de rodillas, con los gestos lentos de quien siente dolor.
- Tienes razón Ben- concedió entonces la voz del maestro-. Debo de estar haciéndome mayor- se giró dándole la espalda a ambos y se alejó unos pasos-. Cada cual decide su propio camino- murmuró como toda explicación, ignorando por completo la provocación de Sango.
Iori apretó los dientes hasta que le dolieron, y consiguió ponerse en pie despacio. Limpió con la palma de la mano la sangre que caía por su rostro, obviando por el momento el resto de heridas. Sin apurarse, notando el cuerpo arder allí en donde él la había golpeado, caminó en dirección a los grandes soportales de piedra.
- Sí, debe ser cosa de la edad. Antes eras más rápido. Antes tenías la cabeza mejor amueblada. Ahora, no solo te comportas como un auténtico imbécil sino que también actúas como un energúmeno- le soltó-. Maestro Zakath, por tu propio bien. No lo vuelvas a hacer- sentenció.
En silencio la mestiza se alejó de la escena, dejando su sangre y el bastón en el suelo. Zakath guardó silencio tras las palabras del Héroe, hasta que finalmente resopló y se cruzó de brazos.
- Confía en que no llegue el día en el que desees que hubiese terminado lo que me proponía.
No apartó la mirada de Zakath. No quería perder detalle de lo que hacía. No quería perderle de vista. No quería que con un rápido movimiento le tumbara y terminara lo que pretendía hacer.
- Si algún día se me pasa por la cabeza ese pensamiento de mierda, ese pensamiento en el que deseara que ella sufriera, ese día, Maestro, te doy permiso para clavarme la espada en el corazón para que compruebes cómo de oscura tengo la sangre.
Lejos, algunos de los pájaros que vivían en los árboles que había en los jardines se escucharon. Parecía la única respuesta a las palabras de Sango. Zakath se giró entonces hacia él. Estaban solos en el patio. Colocó en su cinto su arma, la poderosa espada que Ben tan bien conocía, y lo miró a los ojos.
- Hablas del sufrimiento físico Ben. ¿Y qué ha sucedido contigo? ¿Cómo encaja ella con tu camino del guerrero? - su voz preguntaba con calma. No buscaba la burla ni el daño. Le hablaba con el mismo tono reflexivo que había usado con él desde que lo consideró suficientemente maduro como para pensar en profundidad.
- Veo lo que intentas- le miraba a los ojos-, siempre haces lo mismo, eludes la pregunta, te escondes y preguntas otra cosa. No te preocupes, en eso no salí a ti- se burló-. Te lo diré claro: esa mujer merece una oportunidad, alguien que le muestre la calidez de un gesto tan simple como un abrazo, que con una frase, con unas pocas palabras puedas hacer que un día oscuro torne a uno brillante como la luz del sol. Ella necesita eso. Y yo puedo dárselo. Y si no soy yo, bienvenido sea el que venga y la haga feliz, que yo brindaré por ella y por su salud en el Valhalla.
Le mantuvo la mirada, hasta que tras unos instantes la desvió. Observó el sendero que conducía hasta los jardines y con un gesto de su cabeza invitó a Sango a unirse a el en su camino.
- Era un otoño extraño. La cosecha de aquel año se perdió por la súbita llegada de las nieves. Hacía unos días que había habladurías. Comentarios sobre una extraña pareja moviéndose por la zona. Sus padres buscaban refugio. Pero estaban ya prácticamente atrapados. Había otro elfo con ellos. Ismil. Supe su nombre de forma reciente. Él era el brazo derecho de Eithelen. Y el me dio la información. En dónde encontrarla si ellos no volvían- se detuvo en la narración pero no así en sus pasos. Colocó ambas manos a la espalda.
Sango que seguía plantado en el sitio había mutado su expresión de enfado por una de creciente curiosidad. Echó un rápido vistazo al suelo, a aquellos sitios donde las gotas de sangre eran bien visibles. Decidió caminar junto al maestro, al que alcanzó en unas zancadas.
Estaba dentro de una lobera abandonada. Llevaría dos días sola. Tres. Tendría cerca de un año pero ya no lloraba. Aunque lo hubiese hecho nadie la habría encontrado. El vendaval de nieve fue ensordecedor aquel día.
- Nieve en otoño, ¿aquí en el sur? Que extraño- comentó el pelirrojo. Zakath asintió al comentario de Sango.
- Nunca soportó muy bien los días de vientos fuertes. El sonido la pone muy nerviosa, y me inclino a pensar que se debe al tiempo que estuvo allí sola, en medio del temporal- avanzó a pasos lentos, con las manos en la espalda y la vista fija al frente, adentrándose en los jardines-. Estuvo conmigo hasta hace dos años. En ese momento salió de la aldea para explorar. Para indagar sobre el anillo con el que la encontré allí. Era de Eithelen. Y ahora es Tarek quien lo lleva- se detuvo de golpe y observo a Sango de frente, escudriñándolo-. Mis maneras no son las mismas que las tuyas, y por eso me malinterpretas. Yo tampoco quiero que sufra innecesariamente. Ni que lo hagas tú- añadió al final.
Ben se estremeció por sus palabras. No recordaba que Zakath le hubiera dicho algo similar en la vida. Se miraban a los ojos. Ben le agarró del brazo y apretó con confianza.
- Sufro más por su sufrimiento que por lo que me pueda pasara a mi.
Los ojos del anciano se estrecharon mirándolo, y no rompió el contacto de Sango inicialmente. Se giró tras sus últimas palabras y se puso de medio lado, cruzando ahora los brazos con tranquilidad sobre el pecho.
- No está en tu mano evitar el dolor de los caminos ajenos. Todo en la vida es sufrimiento Ben, y es uno de los mejores maestros- lo miro de soslayo de nuevo-. He oído noticias de Zelirica. Imagino que te pondrás en marcha hasta allí- cortó el tema de Iori de raíz.
El momento se rompió y suspiró levemente. Su maestro hablaba, como siempre, con sabiduría. Era cierto que de nada servía interponerse en el camino del destino. Pero él creía firmemente que si podía hacer algo para aliviar la carga, por poco que fuera, el camino se haría mucho más llevadero. Y era eso a lo que aspiraba.
- Sí, marcharé a Zelirica. No te creas que es una orden de algún comandante. Esto es iniciativa propia. Hay gente que me sigue, mujeres y hombres que aún se preocupan por la seguridad y el bienestar de sus familias y amigos. Soldados de gran valor y que combatieron junto a mi en Aguasclaras contra los licántropos, y antes en Eden y antes en el sitio de Lunargenta y antes en Roilkat- podría seguir relatando batallas pero sería malgastar el tiempo-. La dama Justine nos proporcionará medios para atender a los niños, sin embargo, no nos podrá ayudar contra el injustificado odio que los niños generan en algunas mentes retorcidas- hizo una pausa para observar un gorrión posarse en el suelo, picar algo y alzar nuevamente el vuelo-. No seré el tipo más listo del Reino, por los todos los Dioses, puede esté en el extremo opuesto de esa lista, pero sé que unos niños no son más peligrosos una mente ociosa e ignorante.
Zakath observó el horizonte por el que se extendían los cuidados jardines de Justine, escuchando a Sango hablar a su lado. Esbozó una sonrisa ante su último comentario.
- Ya no estás en una posición en la que ningún mando te pueda obligar a actuar. Ten presente el camino que has recorrido hasta ahora. Lo que has conseguido. Y lo que has perdido. Obedecer es sencillo. Saber liderar es lo complicado. Y tú, Ben, tienes una responsabilidad. Puedes oírla o desatenderla. Es tu decisión. Pero en cualquier caso, necesitas alejarte de ella. Guiar tus pasos en la dirección opuesta será lo correcto.
- El mando no es algo que desee, pero alguien debe hacerlo. No lo considero un logro. Es una carga más pesada que cualquier otra y que cedería a aquel que fuera digno de llevarla a cabo. A aquel que luchara con todo su ser por las causas nobles, las causas justas, que no se pliegue a una voluntad nacida de las personas ajenas a los conflictos reales.
Se pasó la lengua por los labios y alzó la mirada para restudiar el rostro de Zakath. No podía dejarlo pasar. Valoraba su opinión. siempre lo había hecho pese a los duros momentos que le había hecho pasar.
- No hay causa más justa que la te dicta el corazón. Por eso no entiendo una cosa, Maestro, ¿por qué lo haces? ¿Por qué quieres separarme de la causa más justa por la que voy a luchar en toda mi vida?
La mirada del anciano se hizo más dura, cuando reconoció en Sango el desdén que sintió por su advertencia sobre Iori. Ben aguantó la mirada.
- Educarte para que fueses consciente de lo que implica el poder y evitar que lo codiciaras era parte de tu aprendizaje. Aquellos que ansían un puesto de responsabilidad son los que menos capacitados están para ocuparlos.
Lo miró en silencio, manteniéndole la vista fija unos largos segundos tras su apasionada pregunta. Pero Zakath no respondió. Apartó la vista, y volviendo a anudar las manos a su espalda, volvió a avanzar con paso suave, paseando por los terrenos de los jardines, dejando a Sango atrás. Le miró con gesto reflexivo: él era así porque Zakath le había hecho como era. Recordó, entonces, largas sesiones de entrenamiento combinadas con interminables charlas, monólogos más bien, sobre el orden, el mando, la disciplina y otros cientos de temas que su Maestro tuviera a bien sacar aquel día. Había que reconocer que tenía razón. Muchas de sus enseñanzas las aplicaba de buen grado.
- Maestro, nada se puede hacer contra los hilos del Destino. Ni siquiera los propios Dioses. Si nuestras vidas están entrelazadas, solo depende de nosotros cómo queremos que sea existencia. Y puede que ni eso esté en nuestra mano.
Se detuvo. Suspiró cansado. No solía ser así antes, pero estaba claro que los años pasaban por todos. Se acercó a él y Ben se clavó en el suelo
- ¿Te conoces Ben? ¿Sabes quién eres? Mírate- giró sobre sus talones y lo miró. Apenas un par de dedos los ojos de Zakath por encima de los de Sango-. Ni tú ni yo necesitamos ser Dioses para comprender la verdad. ¿Cómo fue tu relación con Asland? ¿Crees que Iori está preparada para algo así? ¿Que lo desea? Te estás empeñando en perseguir el viento y atraparlo con la mano pero, piénsalo Ben. ¿Es eso si quiera posible? Ni los Dioses podrían completar esa empresa.
Las preguntas le cogieron por sorpresa. Las sintió como una lluvia de saetas que le había tomado con el escudo abajo. Tragó saliva.
- Me conozco perfectamente. Soy Ben Nelad, hijo de Gerd y Bera Nelad, nacido en Cedralada. Antiguo soldado de La Guardia. Guerrero, Héroe de Aerandir, Guardián de Sól, brazo armado de los Dioses. Maestro, sé muy bien quién soy y sé muy bien lo que se espera de mi, pero, ¿alguien me ha preguntado alguna vez lo que espero yo de mí mismo? ¿Alguien se ha preocupado por mi más que mi padres? Sé lo que oí. Sé cómo lo dijo. Sé que le importo. Sé que ella me importa- hizo una breve pausa-. Mi relación con Asland llegó siendo muy joven. No lo vuelvas a mencionar.
Los hombros de Zakath se alzaron ligeramente, fruto de un cambio en su posición. Se apoyó firme sobre sus dos piernas y avanzó un paso hacia su alumno.
- ¿Ella? ¿Se ha preocupado por ti? ¿Qué es lo que oíste? ¿Las palabras inseguras de una chica que no sabe cómo encajar en el mundo ahora mismo?
- Ese es tu problema. Sigues viéndola como una chica, como la niña que criaste en la aldea. No Zakath. Es una mujer que toma sus decisiones y si de verdad te importa hay que ir con ella hasta el final. Puedes caminar a su lado, compartir el camino, que las huellas que deja uno influyan en las del otro, que se confundan; o puedes partirle las piernas para que deje de caminar y sigua encadenada en el recuerdo de lo que es ella para ti- seguía sin moverse del sitio, soltando las palabras según le salían-. No, Maestro Zakath. Ella sabe lo que es el mundo. Su mundo. Ella sabe lo que dice y a quién se lo dice.
Acortó la distancia, de forma que la empuñadura de la espada que colgaba de la cintura de Zakath rozó a Sango. La mirada del maestro, peligrosa, clavándose en él.
- Quizá, Ben, deberías de volver a revisar lo que crees saber de ti. Puede que no esté todo tan atado como piensas. Saqué a la mujer de la que hablas de aquella cueva helada. Dejó de sollozar cuando la puse en contacto con mi pecho debajo de la ropa. La llevé a la aldea, y la crie como si fuese mi propia hija. Desde ese día hice todo lo que estuvo a mi alcance para mantenerla con vida. Que descubriese la felicidad en las pequeñas cosas, evitando distracciones pasajeras, que tanto ensombrecen la vida de las personas corrientes. ¿Qué le vas a ofrecer? Una vida al lado del soldado que nunca sabrá cuándo volverá a casa. Si es que lo hace. ¿Qué te puede ofrecer ella? Pasión una noche. Dos. Tres. ¿Y cuando busque fuera? ¿Estás preparado para aceptar eso? Te conozco y sé que no podrías.
Había una extraña pasión en su mirada. Algo oscuro, un sentimiento denso, moviéndose en los ojos verdes de Zakath. Algo que evidenciaba más intensidad de la que Sango recordaba haber visto hasta entonces en su maestro.
Y por primera vez desvió sus ojos hacia alguna otra parte, incapaz de sostenerle la mirada. Le había golpeado con fuerza. Había avivado lo único que le había hecho dudar de lo que le decía su corazón. Y en su cabeza empezó a expandirse, como el agua en una crecida, llegando a todos los rincones a su alcance.
- Yo... Puede que- no sabía como dar forma a todo lo que se estaba formando en su cabeza. Titubeó-. No pongo en duda lo que hiciste por ella. Que los Dioses me lleven ahora mismo si lo hago. Yo solo- frunció el ceño y se miró las palmas de las manos-. Yo sé que es posible que algún día desaparezca. Pero, yo lo escuché. Yo lo sentí. No puedes pedirme esto- las últimas palabras salieron como un murmullo y dejó caer los brazos a los lados. Alzó la mirada y sus ojos verdes parecían ahogarse-. ¿De verdad tengo que dejar marcho alguien que me causa tanto bien?
El anciano observó. Miró con paciencia, siendo consciente del hilo de pensamiento que corría dentro de su cabeza.
- No lo hagas entonces- alzó entonces la mano y la apoyó sobre el hombro izquierdo de Sango. La palma del maestro era grande, y muy cálida-. Tú quieres verla avanzar hacia su destrucción. Yo no me quedaré para presenciarlo. Solo te pido que, si sucede, le prendas fuego y la entregues a los Dioses- apretó con fuerza el hombro-. Es todo lo que puedo decir- murmuró con voz profunda-. Igual que cualquiera hará por ti si caes en el campo de batalla.
Sango no dijo nada, solo miró la mano posada sobre su hombro y suspiró. No era verdad lo que le estaba diciendo. Él no quería verla avanzar hacia su destrucción. Él quería verla brillar, quería ver, de nuevo, la sonrisa en su rostro, quería escuchar su risa. Quería compartir tantas cosas y tan buenas con ella que no creía lo que le estaba contando Zakath. Y sin embargo era incapaz de articular una palabra que le contradijeran. Suspiró y posó su mano sobre la de él y la apretó a modo de reconocimiento. Luego, miró a sus ojos.
Los pasos acelerados arrastraban las pequeñas piedras que cubrían el sendero entre los jardines. El siempre impecable Charles parecía preocupado. Con las mejillas algo rojas por la premura y un mechón de cabello desordenado en su impecable apariencia.
- Señor Nelad- lo llamó con voz agitada-. Señor Nelad...- respiró profundamente, llenándose de aire los pulmones para continuar hablando-. Me temo que necesito su ayuda...- miró a Sango a los ojos y luego con gesto dubitativo a Zakath.
Ben giró la cabeza y rompió el contacto físico con Zakath. Echó otro vistazo a los ojos de su Maestro y asintió levemente. Luego se giró por completo para ir al encuentro de Charles. La visión del perfecto mayordomo alterada por algún suceso encendió las alarmas de Ben que frunció el ceño.
- ¿Qué ocurre Charles? Tranquilo, respira. ¿Pasa algo serio?- preguntó acercándose a él.
- Nada que revista verdadera gravedad por si mismo, pero... dadas las circunstancias...- pareció dudar-. La señorita Areth ha regresado. Le permitieron el paso por su posición y la costumbre de ser la sanadora llamada por la señora Justine. Ha sido un error- inclinó la cabeza e hizo una reverencia de disculpa muy pronunciada-. No sabemos en dónde está ahora, ni en dónde se encuentra la señorita Iori - añadió finalmente sin levantarse.
Su expresión pasó de la sorpresa y la preocupación al enfado. Un enfado que primero pasó por imaginar qué haría cuando la tuviera delante; luego pasó por pensar en el dolor que le causaría a Iori; finalmente en que tenía que lanzarse a buscarla por todo el palacete y eso no le apetecía en absoluto.
- ¿Amärie? - preguntó Zakath tras Sango-. Es una elfa con un ego grande pero no es peligrosa normalmente- comentó.
- La última vez que le puso la mano encima a Iori- dijo girándose hacia Zakath-, le hizo un daño terrible. La pobre estuvo gritando de dolor un buen rato hasta que se calmó. Estoy seguro de que esa elfa tuvo algo que ver con ello pese a la fama que le pueda preceder.
Se giró nuevamente hacia Charles.
- ¿Por dónde entró? ¿Qué lugares suele frecuentar cuando viene a esta casa?
El mayordomo se incorporó y abrió el paso, de regreso a la zona de entrada al edificio mientras hablaba.
- Siempre en las dependencias de la planta baja. Como mucho alguna de las habitaciones de invitados. Pocas veces la señora Justine la ha guiado hasta su propio despacho. Sus visitas siempre son breves y por cuestiones de trabajo relacionadas con sus poderes- dejaron atrás el sonido que hacía la gravilla y pisaron los suelos de mármol. Charles se detuvo y miró de un extremo a otro del pasillo-. En esta ala se encuentran salones comunes para uso variado- le miró con aprensión-. ¿Podríamos dividirnos?- propuso inseguro.
Sango imitó al mayordomo y echó un rápido vistazo al pasillo de extremo a extremo, apenas reparó en le hecho que Zakath no les hubiera seguido. Asintió levemente con los ojos entornados.
- Bien, yo iré a la izquierda- señaló con un gesto la zona que cubriría él-. Si la encuentras antes que yo, bueno, grite mi nombre.
Sin mirar atrás y sin esperar respuesta del mayordomo, Sango dirigió sus pasos hacia la primera puerta, la abrirla encontró una pequeña estancia con una mesa central de gran tamaño, unas sillas y poco más destacable. Allí no había nadie. Cerró tras de sí mientras sentía la adrenalina bullendo por sus venas.
La segunda puerta cedió ante él y dio con una sala decorada con cuadros. Las paredes estaban repletas de pinturas de paisajes, retratos, bodegones, motivos florales. Observó un par de caballetes con lienzos a la espera de que alguna mano hábil les diera vida. Gruñó y cerró tras de sí.
La tercera puerta no e movió y algo se removió en su interior. Golpeó la puerta y volvió a intentar abrir. Parecía tener la llave echada. Dio un paso atrás y embistió con el hombro pero fue en vano, la puerta era firme y resistente. Se maldijo y se lamentó por no tener a mano el hacha. Descartó seguir pelando contra aquella puerta y caminó hacia la cuarta.
Al abrir, dio con una pequeña biblioteca. No había tanta claridad como en el resto de salas, casi parecía en penumbra. Por historias que le habían contado sabía que los libros, los papeles y demás se conservaban mejor en condiciones de oscuridad. Pero aquello no importaba ahora. Sus ojos pudieron ver muchas estanterías rodeando un ancho pasillo que discurría hacia el fondo de la sala. No vio a nadie, pero sus oídos captaron unos suspiros. Era una voz femenina. Desconocida pero que le parecían completamente fuera de lugar.
Ben golpeó con el puño la puerta para hacerse notar. Para que el silencio se instaurara en la sala. Si allí estaba la elfa no escaparía. No la dejaría marchar. La enfrentaría. Sí, me oirá. Me responderá. Los suspiros dieron paso a unos susurros apresurados. Sango avanzó, lentamente, por el pasillo.
- ¿Quién está ahí?- preguntó en voz alta sin dejar de avanzar.
De improvisto, una figura de cabello dorado salió desde detrás de una estantería corriendo. Se sobresaltó al ver una figura pasar a su lado, se giró lo justo para ver los cabellos rubios alejarse a gran velocidad. Sango tardó un parpadeo en reaccionar y salió tras ella.
Correr tras alguien, perseguir, no era una de sus virtudes. Él era rápido con las armas, defendiendo una posición, pero no corriendo detrás de alguien. Sin embargo, sí que estaba preparado para aguantar horas de carrera, horas de marcha. Sus enemigos ya podrían huir lo rápido que quisieran que él, al final, les daría caza. La figura de cabellos rubia que creía era la elfa Amärie, ya podría subir y bajar escaleras, retorcerse entre las columnas y correr por los jardines que, al final, Sango, con su ritmo seguro y concienzudo, la acabaría alcanzado. Por suerte para él, sus pasos eran torpes y Sango la alcanzó casi en el mismo punto en el que se había separado de Charles. Sus manos se cernieron sobre ella y apretaron.
La elfa se intentó soltar cuando sus manos se cerraron sobre ella. Chilló de forma aguda, sin nada en ella del carácter que había mostrado en anteriores encuentros. La ropa abierta en la parte de arriba dejó su piel expuesta, mientras el rojo de su rostro se hacía más vivo todavía. Ben apenas apartó sus ojos de los de ella.
- ¡Suélteme! - gritó escondiendo la cara de él de absoluto pudor.
- Te advertí que no te acercaras más por aquí y aun así te empeñas en volver. Veo que mi palabra tiene poco peso para ti. Pero, dime, ¿qué has venido a hacer? ¿Pretendías esconderte y volver a conjurar alguna clase maldición sobre ella?
La elfa alzó la vista, mirándolo con una mezcla de bochorno y miedo.
- Nunca he conjurado maldiciones! ¡Mi poder es curar! - se defendió ante su acusación.
Sango escuchó sus palabras mientras ella forcejeaba para deshacerse de su agarre e intentar cubrir su desnudez. Sango, entonces, fue consciente y no pudo evitar bajar la mirada para encontrarse con sus pechos expuestos, estos estaban salpicados de extrañas marcas de sangre. La tela, como pudo observar, no estaba en su lugar y el rubor en su rostro era más que evidente. La soltó y dio un paso atrás sin dejar de mirar.
- ¿Qué te pasa? ¿Por qué...? Vístete.
La elfa se soltó de un último tirón de él, y retrocedió unos pasos. Cubrió como pudo su cuerpo con la tela, y miró a Sango de forma acusatoria. Hasta que algo tras él llamó su atención. Los ojos de Amärie se fijaron en la figura que acababa de salir por la puerta que conducía a la biblioteca.
Se giró para alinearse con los ojos de la elfa y la vio acercarse lentamente. Pudo ver con más detalle las heridas que había sufrido durante el entrenamiento. En sus ojos no vio lo que quería ver. Alzó una mano y le tendió un pedazo de tela. El lazo que le faltaba a su atuendo, sin decir una palabra. Sango comprendió.
La mujer que le había causado gran daño a Iori hacía tan solo unos días estaba allí, frente a él. Y ella se alzaba a su lado, tendiéndole la tela que había hecho de sello para sus pechos. Vivió con extremada lucidez el recuerdo de lo vivido hacía unos días, la elfa poniendo sus manos sobre ella, el desgarrador grito de Iori, estar a su lado hasta que se calmara, su reugo para que no se acercara a ella ningún elfo. Y él había cumplido. La había mantenido lejos de Amärie. Y sin embargo, ella la había buscado.
Y ese pensamiento turbó aún más la mente de Sango. ¿Por qué? Él la había escuchado la noche anterior. Entendió qué querían decir sus palabras. Quizá escuché lo que quería. Se buscaron, se encontraron y se desearon. Sin embargo, ahora todo lo que creía que podía ser, parecía desmoronarse como un castillo de naipes. Las palabras de Zakath le golpearon por un lado, tan llenas de dolor que se había negado a creerlas pero que se habían mostrado ciertas. El dolor creciente que sentía no hacía más que darle la razón a lo que habían hablado hacía tan solo unos instantes. El otro golpe llegó viendo a Iori intimando con la elfa como si lo que habían vivido no tuviera más significado que el que pudiera tener una charla en jornada de mercado.
Las veces que le había llamado, que le había susurrado su nombre a escasas pulgadas de su oreja, todas ellas las sentía ahora como una falsa llamada para creer en algo que podía llegar a ser. Se había atrevido a soñar. A imaginar otra vida. A reconsiderar su propio futuro. Y todo eso, pareció quebrarse ante él.
Clavó sus ojos en Iori mientras en su cabeza se libraba una batalla entre sus sueños y esperanzas y la dura y cruda realidad. Había sido utilizado para satisfacer un deseo pasajero. Y eso le hacía sentir como un auténtico idiota. La comprensión, la decepción y la tristeza compusieron el tapiz que era su rostro. Sus ojos bajaron, lentamente, por ella hasta el suelo. Se giró lentamente y tras un rápido vistazo al frente, echó a andar alejándose de las dos mujeres.
Él era un hombre de armas y nada más. Era su camino.
Y sin embargo...
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(1) Uso de habilidad: Aquí os espero [1 uso] Un rugido, como el oleaje rompiendo en un acantilado, sale de las entraña de Sango captando la atención de sus adversarios que se lanzan hacia él. Por su parte Sango obtiene una mejora en el aguante, durante un turno, fruto de la adrenalina liberada en el grito.
Sango
Héroe de Aerandir
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Re: Nuevo camino [+18] [Privado][Cerrado]
No recordaba que le hubiera dolido así nunca una sesión de entrenamiento con Zakath. Avanzaba con paso lento pero enérgico, sin preocuparse en aquel momento por el sonido que sus pasos arrancaban a la piedra. Desde pequeña, él la había ido introduciendo en las técnicas marciales que el soldado conocía. Primero, cuerpo a cuerpo. Ser capaz de esquivar, usar fintas, defenderse con manos y piernas bloqueando o desviando ataques directos.
Había sido tras años de práctica y muchos moratones y heridas que la mestiza había adquirido un instinto casi instantáneo para identificar algo que avanzase en su dirección y evitarlo.
Cuando él estuvo seguro de que controlaba toda la extensión de su cuerpo, vino el arma.
Un bastón. O más bien una simple vara, del estilo que usaban los ganaderos de su aldea para ayudarse en sus caminos al monte o dirigir a los animales a los pastos.
Él se la había lanzado desde la puerta de entrada a casa, tras subir ella de una de sus escapadas al río. La mirada del guerrero era enigmática, y no pudo evitar esbozar una sonrisa cuando Iori la esquivó, dejando que pasara de largo, cayendo al suelo unos metros tras ella.
"- Se supone que deberías de tomarla al vuelo - sonó divertido.
- Pensé que querías que la eludiese - se justificó ella"
Los ojos metálicos parecían especialmente amables aquella tarde.
- Con esto no. Desde hoy aprenderás a sentirla como una parte más de tu cuerpo. Te ayudará en el camino y te servirá para protegerte. Aprendiendo la técnica necesaria claro. - los ojos azules lo observaron, con una expresión maravillada.
- Ve a por él Iori. Comenzaremos ahora -
El nuevo bastón que él le había dado, quedó en el suelo del patio. Y en aquella ocasión, sabían los Dioses que Iori no recogería el arma que Zakath había preparado para ella.
Ciega de furia, lastimada, pero no por las heridas en su piel, caminó sin prestar atención a por dónde la guiaban sus pasos. Había pasado dos días explorando aquel lugar. Probando a ver hasta dónde podía llegar. Cual era el límite. Se había sorprendido al comprobar que ninguno.
No había puerta o estancia cerradas para ella en aquel palacete. Excepto las de salida.
Justine se debía de estar tomando muy en serio lo de tratarla bien para convertirse en familia. Se imaginaba la orden que había dado a todo el personal de la propiedad. Algo así como "Libertad absoluta, puede ir a donde le plaza, vestir lo que desee y comer a las horas que considere. Todo menos salir más allá de los muros". Al menos, eso era lo que Iori pensaba, ya que eran esas las directrices exactas que todos estaban siguiendo con ella. No la contrariaban en nada, la consentían en todo. Menos en la parte de poner un pie de nuevo en las calles de Lunargenta.
El eco de la voz de Sango gritando seguía resonando dentro de ella.
Su cara se contrajo, y notó entonces las mejillas ardiendo de puro bochorno. Hubiera deseado que él no contemplase la escena. Su deshonra. Su debilidad. Zakath estaba en lo cierto.
Ella se encontraba muy lejos de lo que una vez había sido. Lejos de poder usar sus habilidades. El entrenamiento en el que él invirtió años de su vida. Algo de lo que Iori no alardeaba, pero que la hacía sentir segura. A salvo, sabiendo que nadie podría tocarla si ella no lo deseaba.
El anciano había golpeado todo lo que quiso su cuerpo. Y enfrentarse a su falta de fortaleza, la pérdida de sus capacidades enardeció algo en ella. Se detuvo y apoyó la mano sobre la primera puerta que encontró, respirando. No era la cazadora que pensaba en aquella historia. Llegar a Hans había sido más infiltración y sigilo que pura lucha.
Con los Ojosverdes no sería así.
Clavó la vista en el fondo del pasillo, sintiendo la llamada de algo salvaje dentro de ella. Necesitaba probarse. Tenía que salir de aquel lugar. Y lo haría esa misma noche.
- Te estaba buscando - su voz sonó orgullosa a su espalda. Iori ni se giró a mirarla. Supo quién era. Pero no estaba interesada en una conversación con ella. La ignoró tan ampliamente que ni tuvo tiempo de sentir la amenaza que suponía su élfica presencia.
- ¿No vas a saludar? Imagino que es cierto lo que cuentan de ti. Una campesina, unida al señor Meyer por sangre. Únicamente eso. Ni un mínimo de educación -
Había subestimado el poder que podía tener aquella voz soberbia de la que hacía gala Amärie Areth. El furor que la recorrió fue automático. Iniciado al escuchar el nombre de aquel desgraciado. Alimentado por el tono de admiración que se filtró en la voz de la rubia.
Se giró y lanzó la mano, rodeando con sus dedos el fino cuello. Los ojos, de aquel azul pálido que recordaba a los ríos en invierno se abrieron mucho, por la sorpresa. La arrastró hacia ella, clavando las uñas en su piel y la dejó atrapada entre la puerta y su cuerpo.
- ¿Qué quieres de mí? ¿No era que tus servicios aquí ya no eran requeridos? - siseó mientras que con la mano libre atrapaba las finas muñecas de la elfa sobre su cabeza. - Habla - susurró como si aquello último fuera un secreto. La vio abrir la boca, azorada, pero la alteración de la situación le impidió pronunciar ni una sola palabra.
Iori presionó con más fuerza, hasta que notó los huesos de la cadera de Amärie contra ella.
- No quiero volver a cruzarme contigo. Eres engreída y vanidosa. Adoras rodearte de ambientes de lujo y te gusta hacerte notar entre las clases altas de Lunargenta - Los ojos de la elfa se abrieron más por la sorpresa. Por el acierto de Iori en cada palabra que decía.
Aunque ese acierto viniese de los propios prejuicios que tenía la mestiza hacia comportamientos altaneros como los que había demostrado Areth.
- ¿Te crees que no es evidente? Quizá a ojos de gente como Justine no. Estáis todos ciegos ante vuestra propia estupidez. - soltó las muñecas y golpeó con el puño la puerta a un lado de la cabeza de su rehén. - Escúchame bien Amärie. Dais asco. -
Su piel blanca, había adquirido un tono ceniciento por la impresión que las palabras de Iori estaban causando. Supuso que no era capaz de recordar, en sus largos años de vida en la capital, la última vez que alguien la había tratado de una manera tan burda. Quizá, nadie lo había hecho nunca.
Entrecerró los ojos y apretó más la mano sobre su cuello, provocando un leve jadeo en la respiración de la elfa.
¿Qué pensaría él ahora si la viera?
La imagen de Ben, con una suave sonrisa la trastornó por completo. Aflojó la presión de su mano, observando con sorpresa la cara de Amärie frente a ella. Pero a quién vio fue a Sango. Sus ojos amables, sus ojos dulces veían lo bueno, incluso entre los peores demonios. Incluso en ella.
Hizo un rápido repaso de los principales acontecimientos que los habían conectado desde que la había encontrado en aquella taberna. Uno tras otro, eran desechados de su cabeza como un ejemplo más de motivos que la avergonzaban. Palabras y actitudes que evidenciaban todo lo malo que había en ella. Y pese a todo, él había seguido a su lado.
Qué fácil había sido dejarse arrastrar por lo que él creía que era. Querer "encajar" en lo que él pensaba. Descubrió que quería esforzarse en darle motivos para que siguiera imaginando que algo en ella valía la pena.
Escuchó de nuevo su grito. Y la vergüenza serpenteó diluyéndose en su sangre otra vez. Parpadeó entonces.
- Eres un demonio - dijo intentando parecer controlada. Pero le temblaba la voz.
Ben desapareció de su mente. Y a quien vio delante fue a Areth. Dirigió entonces hacia la elfa todo el desprecio que sentía realmente por ella misma.
Tomándola del cuello sin delicadeza la atrajo hacia si clavando las uñas de nuevo. La boca de Iori se encontró con la de ella, y notó la reacción tensa del cuerpo de la elfa al instante. Con las manos libres, sabía que únicamente tendría que apoyarlas en una zona en la que hiciera contacto con la mestiza para dejar fluir su poder.
Iori se arrodillaría al momento, gritando desde lo más profundo de su ser ante el dolor que la magia élfica suponía para ella.
Podría dominarla a su voluntad. Tenerla allí, tirada, retorciéndose hasta que alguien llegase. La elfa tenía todo el poder del mundo para, de la forma más fácil, subyugarla.
Pero en lugar de eso, decidió dejarse dominar por Iori.
Lo notó ante la forma vacilante en la que buscó, con su lengua, acariciar los labios de la morena.
La mestiza le rodeó con un brazo la cintura, y con la mano libre abrió la puerta de la biblioteca. Había estado explorando aquel lugar el día anterior, y como la mayoría de las enormes estancias de aquel lugar, estaba completamente vacío. La arrastró al interior y cerró la puerta con la cadera al traspasar el umbral. La arrastró entre besos y arañazos hasta las estanterías del fondo, apoyándola contra una para tener una posición más ventajosa sobre ella.
La elfa jadeaba con mucha intensidad. Y las manos de Iori apenas habían comenzado a recorrerla. Sin miramientos. Sin verdadero deseo. Solo la furia de quien busca en lo que hacía acallar otras voces. Otros pensamientos. Otros ojos... Intentó enterrar aquel caos, buscando conectar con quién era ella. Sintiendo la familiaridad que tener sexo con desconocidos le suponía.
Desde su primer beso, con trece años. Iori tenía cientos de personas a sus espaldas. Amärie era una más.
Buscó en sus labios, profundizar en el sabor de su boca. Las manos de la elfa la rodearon con fuerza contra ella, y en respuesta, Iori abrió con rabia su ropa tirando del lazo en su cuello. Notó el calor tibio de sus pechos bajo las manos mientras marcaba con las heridas de su rostro su nívea piel. Amärie gimió con más fuerza.
Pero no fue ese sonido el que la atravesó.
Como una descarga eléctrica, como si el recuerdo de alguno de los rayos de la noche anterior la hubiera alcanzado despistada, escuchó la voz de Sango.
- ¿Quién está ahí?-
Iori se quedó congelada y tomó a la elfa de los hombros. Estiró los brazos alejándola todo lo que podía de ella y la miró, anonadada.
Era muy hermosa. Ruborizada, semidesnuda y mirándola con un deseo insatisfecho. Sería la promesa de una larga noche en otro momento de su vida. La mestiza la observaba, con el rostro casi desencajado, mientras le daba forma al sentimiento que notaba como la apuñalaba por dentro. No fue capaz de reaccionar en absoluto. Escuchó los pasos acercándose, y sabía que él las encontraría allí mismo, en aquella posición.
La rubia parecía en cambio más consciente de la situación. Cerró como pudo el escote abierto de su ropa y se alejó corriendo en dirección a la puerta.
Tras ella, los pasos fuertes de Sango.
El silencio en la biblioteca se sintió como un leve consuelo, mientras Iori comprendía que algo había cambiado. Todos los besos sabían igual, excepto los de Ben.
Bajó la vista, sintiéndose por segunda vez en el día derrotada. Superada por algo que no podía controlar. Fue entonces consciente del lazo que permanecía en su mano. Debía de devolvérselo. Debía de enfrentar a Sango. Caminó con los libros observando como a cada paso que daba algo pétreo iba subiendo hasta alcanzar su corazón.
Salió al pasillo y no lo miró, mientras sentía que su pecho se había convertido en piedra. Rígido, inflexible, impermeable a él. Tanto que incluso le costaba respirar. Acortó la distancia, recordando a Zakath, recordando lo sucedido con Garion años atrás. Pero el calor de su piel contra ella aquella mañana, la había hecho sentir tan entera... tan completa...
Clavó las uñas en la palma en la que tenía el lazo, concentrándose en aquel dolor hasta detenerse delante de ambos.
No. Podía. Dejarlo. Entrar.
La elfa la observaba, cubriendo su pecho con los ojos desenfocados por la vergüenza. Cuando Iori le devolvió la mirada ella los apartó rápido. Le dio el lazo y con aquello terminó todo lo que habían llegado a tener en común. Seguía allí, en el pasillo junto a ella. Pero para la mestiza se había convertido en polvo arrastrado por el viento.
Volvió entonces la vista a él. Alzó el rostro y se encontró con sus ojos verdes. Enfrentarlo, siempre enfrentarlo. La manera de superar un problema era siempre enfrentándolo. Y eso hizo, cuando lo miró. Sintió como en aquel instante, entre ellos dos, el vínculo se rompía en pedazos, al ritmo de la tristeza avanzando por el rostro de Ben. Los sentimientos en su mirada eran transparentes, mientras Iori componía una cuidadosa máscara de absoluta indiferencia.
No era el primero. No sería el último. Sexo era solo sexo. Aquella era su forma de vivir. Y él acababa de despejar todas las dudas al respecto. Aquello podía ser la respuesta a la pregunta que Ben le había hecho.
Lo vio bajar la vista y dejó que se alejara sin hacer nada más que mirar. Asegurarse de que se alejaba. De que no volvía sobre sus pasos. El gran Héroe nunca le había parecido tan miserable como en aquel instante, alejándose de ella por el largo pasillo en silencio. Sin ver, pudo jurar como cada instante que los había unido ardía, desapareciendo para convertirse en aquella sensación que no sabía cómo definir.
Lo había perdido de vista, y los ojos azules seguían anclados mirando al mismo lugar. Respiraba de forma superficial mientras sentía que, al fin, tras aquellos tres días, recuperaba de nuevo la libertad lejos de él.
Aunque la libertad nunca le había sabido como hacía en aquellos instantes. Con un agónico gusto a cenizas.
Había sido tras años de práctica y muchos moratones y heridas que la mestiza había adquirido un instinto casi instantáneo para identificar algo que avanzase en su dirección y evitarlo.
Cuando él estuvo seguro de que controlaba toda la extensión de su cuerpo, vino el arma.
Un bastón. O más bien una simple vara, del estilo que usaban los ganaderos de su aldea para ayudarse en sus caminos al monte o dirigir a los animales a los pastos.
Él se la había lanzado desde la puerta de entrada a casa, tras subir ella de una de sus escapadas al río. La mirada del guerrero era enigmática, y no pudo evitar esbozar una sonrisa cuando Iori la esquivó, dejando que pasara de largo, cayendo al suelo unos metros tras ella.
"- Se supone que deberías de tomarla al vuelo - sonó divertido.
- Pensé que querías que la eludiese - se justificó ella"
Los ojos metálicos parecían especialmente amables aquella tarde.
- Con esto no. Desde hoy aprenderás a sentirla como una parte más de tu cuerpo. Te ayudará en el camino y te servirá para protegerte. Aprendiendo la técnica necesaria claro. - los ojos azules lo observaron, con una expresión maravillada.
- Ve a por él Iori. Comenzaremos ahora -
El nuevo bastón que él le había dado, quedó en el suelo del patio. Y en aquella ocasión, sabían los Dioses que Iori no recogería el arma que Zakath había preparado para ella.
Ciega de furia, lastimada, pero no por las heridas en su piel, caminó sin prestar atención a por dónde la guiaban sus pasos. Había pasado dos días explorando aquel lugar. Probando a ver hasta dónde podía llegar. Cual era el límite. Se había sorprendido al comprobar que ninguno.
No había puerta o estancia cerradas para ella en aquel palacete. Excepto las de salida.
Justine se debía de estar tomando muy en serio lo de tratarla bien para convertirse en familia. Se imaginaba la orden que había dado a todo el personal de la propiedad. Algo así como "Libertad absoluta, puede ir a donde le plaza, vestir lo que desee y comer a las horas que considere. Todo menos salir más allá de los muros". Al menos, eso era lo que Iori pensaba, ya que eran esas las directrices exactas que todos estaban siguiendo con ella. No la contrariaban en nada, la consentían en todo. Menos en la parte de poner un pie de nuevo en las calles de Lunargenta.
El eco de la voz de Sango gritando seguía resonando dentro de ella.
Su cara se contrajo, y notó entonces las mejillas ardiendo de puro bochorno. Hubiera deseado que él no contemplase la escena. Su deshonra. Su debilidad. Zakath estaba en lo cierto.
Ella se encontraba muy lejos de lo que una vez había sido. Lejos de poder usar sus habilidades. El entrenamiento en el que él invirtió años de su vida. Algo de lo que Iori no alardeaba, pero que la hacía sentir segura. A salvo, sabiendo que nadie podría tocarla si ella no lo deseaba.
El anciano había golpeado todo lo que quiso su cuerpo. Y enfrentarse a su falta de fortaleza, la pérdida de sus capacidades enardeció algo en ella. Se detuvo y apoyó la mano sobre la primera puerta que encontró, respirando. No era la cazadora que pensaba en aquella historia. Llegar a Hans había sido más infiltración y sigilo que pura lucha.
Con los Ojosverdes no sería así.
Clavó la vista en el fondo del pasillo, sintiendo la llamada de algo salvaje dentro de ella. Necesitaba probarse. Tenía que salir de aquel lugar. Y lo haría esa misma noche.
- Te estaba buscando - su voz sonó orgullosa a su espalda. Iori ni se giró a mirarla. Supo quién era. Pero no estaba interesada en una conversación con ella. La ignoró tan ampliamente que ni tuvo tiempo de sentir la amenaza que suponía su élfica presencia.
- ¿No vas a saludar? Imagino que es cierto lo que cuentan de ti. Una campesina, unida al señor Meyer por sangre. Únicamente eso. Ni un mínimo de educación -
Había subestimado el poder que podía tener aquella voz soberbia de la que hacía gala Amärie Areth. El furor que la recorrió fue automático. Iniciado al escuchar el nombre de aquel desgraciado. Alimentado por el tono de admiración que se filtró en la voz de la rubia.
Se giró y lanzó la mano, rodeando con sus dedos el fino cuello. Los ojos, de aquel azul pálido que recordaba a los ríos en invierno se abrieron mucho, por la sorpresa. La arrastró hacia ella, clavando las uñas en su piel y la dejó atrapada entre la puerta y su cuerpo.
- ¿Qué quieres de mí? ¿No era que tus servicios aquí ya no eran requeridos? - siseó mientras que con la mano libre atrapaba las finas muñecas de la elfa sobre su cabeza. - Habla - susurró como si aquello último fuera un secreto. La vio abrir la boca, azorada, pero la alteración de la situación le impidió pronunciar ni una sola palabra.
Iori presionó con más fuerza, hasta que notó los huesos de la cadera de Amärie contra ella.
- No quiero volver a cruzarme contigo. Eres engreída y vanidosa. Adoras rodearte de ambientes de lujo y te gusta hacerte notar entre las clases altas de Lunargenta - Los ojos de la elfa se abrieron más por la sorpresa. Por el acierto de Iori en cada palabra que decía.
Aunque ese acierto viniese de los propios prejuicios que tenía la mestiza hacia comportamientos altaneros como los que había demostrado Areth.
- ¿Te crees que no es evidente? Quizá a ojos de gente como Justine no. Estáis todos ciegos ante vuestra propia estupidez. - soltó las muñecas y golpeó con el puño la puerta a un lado de la cabeza de su rehén. - Escúchame bien Amärie. Dais asco. -
Su piel blanca, había adquirido un tono ceniciento por la impresión que las palabras de Iori estaban causando. Supuso que no era capaz de recordar, en sus largos años de vida en la capital, la última vez que alguien la había tratado de una manera tan burda. Quizá, nadie lo había hecho nunca.
Entrecerró los ojos y apretó más la mano sobre su cuello, provocando un leve jadeo en la respiración de la elfa.
¿Qué pensaría él ahora si la viera?
La imagen de Ben, con una suave sonrisa la trastornó por completo. Aflojó la presión de su mano, observando con sorpresa la cara de Amärie frente a ella. Pero a quién vio fue a Sango. Sus ojos amables, sus ojos dulces veían lo bueno, incluso entre los peores demonios. Incluso en ella.
Hizo un rápido repaso de los principales acontecimientos que los habían conectado desde que la había encontrado en aquella taberna. Uno tras otro, eran desechados de su cabeza como un ejemplo más de motivos que la avergonzaban. Palabras y actitudes que evidenciaban todo lo malo que había en ella. Y pese a todo, él había seguido a su lado.
Qué fácil había sido dejarse arrastrar por lo que él creía que era. Querer "encajar" en lo que él pensaba. Descubrió que quería esforzarse en darle motivos para que siguiera imaginando que algo en ella valía la pena.
Escuchó de nuevo su grito. Y la vergüenza serpenteó diluyéndose en su sangre otra vez. Parpadeó entonces.
- Eres un demonio - dijo intentando parecer controlada. Pero le temblaba la voz.
Ben desapareció de su mente. Y a quien vio delante fue a Areth. Dirigió entonces hacia la elfa todo el desprecio que sentía realmente por ella misma.
Tomándola del cuello sin delicadeza la atrajo hacia si clavando las uñas de nuevo. La boca de Iori se encontró con la de ella, y notó la reacción tensa del cuerpo de la elfa al instante. Con las manos libres, sabía que únicamente tendría que apoyarlas en una zona en la que hiciera contacto con la mestiza para dejar fluir su poder.
Iori se arrodillaría al momento, gritando desde lo más profundo de su ser ante el dolor que la magia élfica suponía para ella.
Podría dominarla a su voluntad. Tenerla allí, tirada, retorciéndose hasta que alguien llegase. La elfa tenía todo el poder del mundo para, de la forma más fácil, subyugarla.
Pero en lugar de eso, decidió dejarse dominar por Iori.
Lo notó ante la forma vacilante en la que buscó, con su lengua, acariciar los labios de la morena.
La mestiza le rodeó con un brazo la cintura, y con la mano libre abrió la puerta de la biblioteca. Había estado explorando aquel lugar el día anterior, y como la mayoría de las enormes estancias de aquel lugar, estaba completamente vacío. La arrastró al interior y cerró la puerta con la cadera al traspasar el umbral. La arrastró entre besos y arañazos hasta las estanterías del fondo, apoyándola contra una para tener una posición más ventajosa sobre ella.
La elfa jadeaba con mucha intensidad. Y las manos de Iori apenas habían comenzado a recorrerla. Sin miramientos. Sin verdadero deseo. Solo la furia de quien busca en lo que hacía acallar otras voces. Otros pensamientos. Otros ojos... Intentó enterrar aquel caos, buscando conectar con quién era ella. Sintiendo la familiaridad que tener sexo con desconocidos le suponía.
Desde su primer beso, con trece años. Iori tenía cientos de personas a sus espaldas. Amärie era una más.
Buscó en sus labios, profundizar en el sabor de su boca. Las manos de la elfa la rodearon con fuerza contra ella, y en respuesta, Iori abrió con rabia su ropa tirando del lazo en su cuello. Notó el calor tibio de sus pechos bajo las manos mientras marcaba con las heridas de su rostro su nívea piel. Amärie gimió con más fuerza.
Pero no fue ese sonido el que la atravesó.
Como una descarga eléctrica, como si el recuerdo de alguno de los rayos de la noche anterior la hubiera alcanzado despistada, escuchó la voz de Sango.
- ¿Quién está ahí?-
Iori se quedó congelada y tomó a la elfa de los hombros. Estiró los brazos alejándola todo lo que podía de ella y la miró, anonadada.
Era muy hermosa. Ruborizada, semidesnuda y mirándola con un deseo insatisfecho. Sería la promesa de una larga noche en otro momento de su vida. La mestiza la observaba, con el rostro casi desencajado, mientras le daba forma al sentimiento que notaba como la apuñalaba por dentro. No fue capaz de reaccionar en absoluto. Escuchó los pasos acercándose, y sabía que él las encontraría allí mismo, en aquella posición.
La rubia parecía en cambio más consciente de la situación. Cerró como pudo el escote abierto de su ropa y se alejó corriendo en dirección a la puerta.
Tras ella, los pasos fuertes de Sango.
El silencio en la biblioteca se sintió como un leve consuelo, mientras Iori comprendía que algo había cambiado. Todos los besos sabían igual, excepto los de Ben.
Bajó la vista, sintiéndose por segunda vez en el día derrotada. Superada por algo que no podía controlar. Fue entonces consciente del lazo que permanecía en su mano. Debía de devolvérselo. Debía de enfrentar a Sango. Caminó con los libros observando como a cada paso que daba algo pétreo iba subiendo hasta alcanzar su corazón.
Salió al pasillo y no lo miró, mientras sentía que su pecho se había convertido en piedra. Rígido, inflexible, impermeable a él. Tanto que incluso le costaba respirar. Acortó la distancia, recordando a Zakath, recordando lo sucedido con Garion años atrás. Pero el calor de su piel contra ella aquella mañana, la había hecho sentir tan entera... tan completa...
Clavó las uñas en la palma en la que tenía el lazo, concentrándose en aquel dolor hasta detenerse delante de ambos.
No. Podía. Dejarlo. Entrar.
La elfa la observaba, cubriendo su pecho con los ojos desenfocados por la vergüenza. Cuando Iori le devolvió la mirada ella los apartó rápido. Le dio el lazo y con aquello terminó todo lo que habían llegado a tener en común. Seguía allí, en el pasillo junto a ella. Pero para la mestiza se había convertido en polvo arrastrado por el viento.
Volvió entonces la vista a él. Alzó el rostro y se encontró con sus ojos verdes. Enfrentarlo, siempre enfrentarlo. La manera de superar un problema era siempre enfrentándolo. Y eso hizo, cuando lo miró. Sintió como en aquel instante, entre ellos dos, el vínculo se rompía en pedazos, al ritmo de la tristeza avanzando por el rostro de Ben. Los sentimientos en su mirada eran transparentes, mientras Iori componía una cuidadosa máscara de absoluta indiferencia.
No era el primero. No sería el último. Sexo era solo sexo. Aquella era su forma de vivir. Y él acababa de despejar todas las dudas al respecto. Aquello podía ser la respuesta a la pregunta que Ben le había hecho.
Lo vio bajar la vista y dejó que se alejara sin hacer nada más que mirar. Asegurarse de que se alejaba. De que no volvía sobre sus pasos. El gran Héroe nunca le había parecido tan miserable como en aquel instante, alejándose de ella por el largo pasillo en silencio. Sin ver, pudo jurar como cada instante que los había unido ardía, desapareciendo para convertirse en aquella sensación que no sabía cómo definir.
Lo había perdido de vista, y los ojos azules seguían anclados mirando al mismo lugar. Respiraba de forma superficial mientras sentía que, al fin, tras aquellos tres días, recuperaba de nuevo la libertad lejos de él.
Aunque la libertad nunca le había sabido como hacía en aquellos instantes. Con un agónico gusto a cenizas.
Iori Li
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Re: Nuevo camino [+18] [Privado][Cerrado]
… Siempre hay esperanza.
Sus pasos, como ocurría siempre que recibía un duro golpe, le llevaban a un lugar seguro. A un lugar en el que no hubiera posibilidad alguna de agresión, donde el dolor era transformado en un vago recuerdo de un algún tiempo pasado. Y cuando sus pasos se detuvieron en el centro del que creía era ese lugar, supo que pasaba algo. Se sentía como si acabara de pelear durante un día entero y al caer la noche se alzara en mitad del campo de batalla: solo, devastado. Pero también sentía que era el lugar en el que encontraría algo de tranquilidad. Había algo que no encajaba. Yo, seguramente. Pero se obligó a desechar aquella fugaz idea casi de inmediato.
Parpadeó una vez y se giró para recoger el cinto con las armas. Con rápidos movimientos, naturales del que repite la operación a diario durante años, las armas colgaron a su lado. No las sintió como otras veces, confiables, sus más fieles aliadas, no. En aquel preciso instante le parecieron dos pesos muertos y aquello le irritó. No entendió. No se entendió. Giró sobre sus talones y antes de caminar hacia la puerta, echó un rápido vistazo y se dio cuenta de lo que sus ojos querían decirle. Esbozó una sonrisa triste en su rostro. Sus pasos le llevaron más allá del lugar seguro, de vuelta al hostil mundo que había más allá de las impenetrables murallas ricamente decoradas.
Cuando cerró tras de sí, el chocar de la madera le dio el impulso necesario para soltar el tirador y abandonar el pasillo, bajar las escaleras, dejar los patios atrás y salir por la puerta del recinto si siquiera dirigir una palabra al guarda que se apoyaba en la pared mirándose las manos.
La ciudad, Lunargenta, como descubrió a medida que sus pasos le llevaban entre las calles, no había cambiado su esencia. La gente caminando con prisa de un lado a otro, los ocasionales niños corriendo de un lado a otro, los pequeños corros en los que uno reía a carcajadas y los otros acompañaban, otros que cuchicheaban, otros que discutían. Un porteador con una carreta gritando y ofreciendo sus servicios para arreglar toda clase de calzado. Una pareja de la Guardia paseando, con ojos puestos en todo menos en el niño que acababa de echar mano a una bolsa de tela y de la que sacó algo que se llevó corriendo a toda prisa. Ben suspiró. Sí, Lunargenta, no has cambiado nada pese a todo. Y esbozó una ligera sonrisa.
Sus pasos, le condujeron hasta la Posada del Jabalí de Bruma. Desde siempre había sido un lugar en el que se podían encontrar gentes de diversas procedencias, con distintas tradiciones y con grandes historias que contar. Sería el lugar idea, se dijo, para encontrar gente dispuesta a aventurarse en una empresa humanitaria. Suspiró para sacudirse el dolor y se adentró en la posada.
Al entrar, lo primero que captó fue un agradable olor de un guiso que impregnaba toda la estancia. Se fijó en hombres y mujeres que comían de unos cuencos o con ayuda de unas cucharas de madera. A su paso hacia una mesa libre, había algunos que pegaban un codazo al compañero de al lado, otros se quedaban mirándole y otros, simplemente, seguían concentrados en comer, beber, o terminar de contar una historia de exagerados y recargados detalles sobre cómo este o el otro acabó con un regimiento entero de kobolds. La realidad, pensó Ben, sería que por el propio destino, o por "azares de la vida" como había escuchado en alguna parte, habían decidido concederle la victoria y ya.
- ¿Cuántos kobolds eran?- escuchó preguntar Sango mientras se sentaba.
- Un regimiento os digo, más de seis veces seis. ¡No! ¿Qué digo? ¡Más de diez veces seis!- el hombre palmeó la mesa con una mano-. Yo los aplasté con mi espada. Los condené a su perdición.
- Vaya, impresionante, son muchos kobolds, pero, si me permitís, nada comparable con la caza de un graphorn- la mujer se irguió en el asiento-. La caza de esas bestias es todo un arte. Hay que atraerlas con un cebo que aprecien, y entonces- chocó el puño con la palma da la mano-. ¡Lo tienes! Solo hay que saber cómo hacerlo y eso solo está al alcance de unos pocos elegidos, como yo.
Sango bufó al escucharles hablar y luego les miró como el padre que mira al hijo que acaba de decir alguna cosa sin sentido. La pareja se volvió para mirarle.
- ¿Acaso le divierten nuestras historias?- preguntó el hombre.
- Sí, son cuentos para niños muy interesantes, pero, si te las hubieras visto con esa cantidad de kobolds, estarías muerto. Y tú, si crees que puedes enfrentarte sola a un graphorn, o eres idiota o no tienes ningún respeto por tu vida, que para el caso viene a ser lo mismo.
- ¿A qué viene esa agresividad?- replicó la mujer frunciendo el ceño y mirando al compañero.
- ¿Acaso miento?- se puso en pie y llamó la atención de los que estaban a su alrededor-. ¿Acaso miento cuando digo que los kobolds viven bajo tierra, en minas, y que excavan cantidades ingentes de piedras preciosas y otros minerales para cambiarlas por oro? ¿Acaso no están ellos gobernados por un hobgoblin? Yo, Sango, fui al corazón de una montaña y maté a un hobgoblin con mi espada, ¿acaso no conocéis la historia? Preguntad a la capitana Mills de La Guardia y ella os contará- hizo una pausa para estudiar las reacciones.
Muchos de los que se habían vuelto hacia él mostraban reconocimiento con leves asentimientos, otros simplemente se quedaban embobados mirándole y otros fruncían el ceño como demostrando que no se creían su fama de Héroe. Y tienen razón, no merezco la mitad de la atención que recibo. Pero las cosas habían salido de aquella manera. Señaló a la mujer.
- Y a ti, compañera, te digo, que ni siendo cinco valerosos compañeros fuimos capaces a derrotar a un graphorn. Lo único que pudimos hacer fue espantarlo para salvar nuestras vidas. No deberíais jugar ni bromear con los guardianes de los bosques. Es un consejo que os cedo para que uséis sabiamente- en sus ojos llameó algo que hizo que ella los apartara de él.
Estaba siendo agresivo de más. Estaba dejando que su emoción tomara el control. Pero era necesario hacerlo. Necesario, se dijo, para no pensar, para dejarse llevar y tener la mente en blanco. No podía, ni quería, pensar mucho. De lo contrario, el dolor se volvía agudo, como una saeta en el hombro, como una puñalada en el brazo como un lazo de tela que cambia de manos frente a él. Sacudió la cabeza. Una jarra de cerveza y un cuenco apareció en su mesa.
Ahora bien, si lo que queréis es contar una historia a vuestro regreso, una historia por la que seáis recordados, dejadme que os hable de la noche más trágica que hemos vivido en el pasado más reciente. Dejadme que os hable del Eden.
Y les habló de Eden: de cómo los objetos enturbiaron la mentes de mujeres y hombres de todas las razas; como se llegó al asedio, como se dispusieron los campamentos y cómo ocurrieron los asaltos; la explosión de éter; su extraño viaje a la isla Calanini y su lucha allí por salvar la vida y la de la muchacha. La devastación que vivió al volver en sí mismo y ver a tantísimos de sus compañeros muertos.
Mucho habló, espoleado por las miradas atentas, los asentimientos, las expresiones de rabia y los puños que se cerraban con fuerza, y por el efecto de las jarras pues cuando una se acababa al instante aparecía otra para que siguiera hablando. Pero entre sus palabras pudo ver determinación en los ojos de los guerreros que allí se congregaban, vio valor y vio el momento perfecto para asestar la estocada de la vergüenza.
-... sin embargo, cuando ellos pidieron ayuda, ¿qué pasó? Se les dio la espalda, se les negó el paso a una vivienda, se les trató como monstruos. ¿Dónde estaban las buenas gentes, los amables corazones que tanto se llenan la boca con actos de heroicidad cuando estos niños rogaban por auxilio? ¿Dónde estaban todas esas personas cuando decenas de familias perdían sus hogares en las fronteras? ¿Acaso enviaron ayuda en alguno de esos casos? Que les den por el culo, eso es lo que digo.
Alzó la jarra y otros tantos lo hicieron con él. Había perdido la cuenta.
- Pero hay tiempo para arreglarlo. Siempre lo hay. Siempre que hay camino, se puede recorrer y ver a dónde nos lleva- se detuvo y frunció el ceño. Posó la jarra con brusquedad en la mesa-. Los niños encontraron su camino y llegaron a una encrucijada. Es deber de toda mujer, de todo hombre de espíritu noble ayudar a esos pobres niños a los que se les negó la ayuda en primera instancia. Es tiempo de enmendar lo que los poderosos no supieron arreglar. ¡Skål!
Y dicho aquello se dejó caer en el asiento. Las voces se alzaron a su alrededor, unas más altas que otras, acusándose, dándose ánimos para ayudar a los niños, ofreciendo valiosos contactos, medios de transporte para llevar comida, ropa y otras cosas que fueran de utilidad en Zelirica. El hombre y la mujer moderaron su tono y ofrecieron acompañarle a Zelirica si era su intención. Ben asintió y les hizo saber que en los próximos días se pondrían en contacto con ellos y con quién estuviera interesado después del discurso en esa misma posada.
Estiró los brazos y arrastró el cuenco por la mesa hasta dejarlo casi en el borde. Posó sus ojos en el interior y pasó por todos y cada uno de los ingredientes que formaban el plato: dos generosos trozos de carne, con hueso, acompañado con patatas y zanahoria. El caldo era espeso y de él aun emanaba calor. Tragó la saliva y agarró la cuchara cerrando sus dedos a lo largo del mango. Se abstrajo de todo lo que pasaba a su alrededor y se quedó solo consigo mismo.
Durante la vuelta al palacete, al atardecer, pensó en todas las buenas palabras y la disposición de todos aquellas mujeres y hombres de armas que quería colaborar con los niños de Edén. Ya veremos si en unos días seguís igual de dispuestos. Las calles, ahora, estaban menos pobladas, más silenciosas, con más espacio para él y sus demonios. Todos juntos se detuvieron cuando vio la entrada al palacete de Justine.
¿De verdad quiero entrar ahí? Dio un respingo. ¿A dónde, si no, iba a ir? Ella está allí. Quizás la elfa también. Gruñó. Olvidarse sería el camino fácil, pero, ¿dónde quedan las promesas? Se avergonzó de su primer pensamiento: olvidarse de ella. No sabía cómo era capaz, siquiera, de pensar en ello. Seguro que todo tiene una explicación. Yo la escuché anoche, sé lo que me dijo, yo lo oí. Clavó sus ojos en la fachada del palacete y sus pasos volvieron a llevarle hacia él.
El guarda le hizo un gesto con la cabeza y Sango, esta vez, alzó la mano para devolver el saludo. No se detuvo en ningún otro sitio y caminó hacia la planta que le habían asignado. Pasó frente al lugar seguro pero pasó de largo y fue a la habitación que le tocaba. Se metió allí sin mirar atrás y cuando estuve dentro estuvo seguro por un instante que se había equivocado. Miró la cama, la ventana y la mesa. Era todo igual que en la otra habitación, salvo que allí no estaba la armadura en el suelo y había ropa para él encima de la mesa. Cuando su corazón volvió a la normalidad se acercó a la mesa y miró la pared que compartían.
¿Cómo se había dicho? ¿No dejarla caer? Caminar junto a ella, alejarla del oscuro abismo. Necesitaba recordárselo a sí mismo y pensó que ella también debía saberlo. Y le explicaría por qué lo hacía. Necesita oírlo. Necesita saber por qué haremos el mismo camino. Juntos
Ben se quitó la camisa y se puso la que estaba encima de la mesa, una de color azul claro, un color que no recordaba haber usado y si lo había hecho fue una vez, hace mucho tiempo, quizá incluso eran recuerdos de otra vida. Sonrió con el alocado pensamiento mientras ajustaba los botones de la camisa y el resto de la ropa. Echó la camisa que se acababa de quitar al hombro y salió dispuesto a entrar en su habitación y hablar con ella.
Se detuvo frente a la puerta y suspiró. Llevó la mano al tirador pero se detuvo. ¿Debía entrar sin avisar? ¿Debía llamar antes de entrar? ¿Qué significaban cada uno de los dos gestos? Por todos los Dioses, ¿qué hago? Es una puerta, abro y ya, ¿no? Posó la mano en el tirador.
- ¡Señor Nelad! ¡Señor Nelad!- Ben giró la cabeza y volvió a ver por segunda vez en el día a Charles más agitado de lo normal-. ¡Señor Nelad!- la mujer, la espía de Justine, Cora, apareció tras él-. ¡La señorita no está! ¡Se ha ido!
- ¿Qué?- preguntó ladeando la cabeza.
- ¡La señorita! ¡Ha escapado!- le gritó alterado.
- Pero, ¿qué?- desde los pensamientos más oscuros hasta los escenarios más imposibles se formaron en su cabeza. Miró a Charles y luego a Cora-. ¿Por dónde? ¿Cuándo la habéis perdido?
Empezó a ser consciente de lo que implicaba que hubiera escapado en Lunargenta, la capital del Reino de Verisar, una ciudad donde estaba el mundo concentrado. Una ciudad en la que uno podía desaparecer si así lo deseaba. Se le secó la boca.
- ... y la perdí de vista desde entonces.
Ben se quedó mirando a Cora, le había dicho algo pero no le había prestado atención. Ben se obligó a endurecer el tono.
- Ni una palabra de esto. No os mováis de aquí. Arreglaré este desastre. Mientras tanto, actuad como si ella aún siguiera aquí. ¿Me habéis oído? No digáis ni una maldita palabra. Saldré a buscarla.
Sango no esperó respuesta y salió corriendo, deshaciendo sus pasos y aminorando la marcha a su paso por la salida y haciendo un gesto con la cabeza al guardia. Una vez fuera no sabía por dónde empezar así que decidió hacer lo más fácil: dejarse caer. Caminó calle abajo, en dirección al puerto, a los barrios humildes de la ciudad. Y mientras caminaba y aceleraba el paso su cabeza se llenaba con ruido. Uno de esos pensamientos cobró importancia durante un breve instante. El suficiente como para hacer que acelerara el ritmo, con energías renovadas.
No la dejaré caer. No mientras tengamos camino por recorrer. No mientras siga sintiendo lo que siento por ella.
Y su corazón bombeó con fuerza. Por ella. Tras ella.
Sus pasos, como ocurría siempre que recibía un duro golpe, le llevaban a un lugar seguro. A un lugar en el que no hubiera posibilidad alguna de agresión, donde el dolor era transformado en un vago recuerdo de un algún tiempo pasado. Y cuando sus pasos se detuvieron en el centro del que creía era ese lugar, supo que pasaba algo. Se sentía como si acabara de pelear durante un día entero y al caer la noche se alzara en mitad del campo de batalla: solo, devastado. Pero también sentía que era el lugar en el que encontraría algo de tranquilidad. Había algo que no encajaba. Yo, seguramente. Pero se obligó a desechar aquella fugaz idea casi de inmediato.
Parpadeó una vez y se giró para recoger el cinto con las armas. Con rápidos movimientos, naturales del que repite la operación a diario durante años, las armas colgaron a su lado. No las sintió como otras veces, confiables, sus más fieles aliadas, no. En aquel preciso instante le parecieron dos pesos muertos y aquello le irritó. No entendió. No se entendió. Giró sobre sus talones y antes de caminar hacia la puerta, echó un rápido vistazo y se dio cuenta de lo que sus ojos querían decirle. Esbozó una sonrisa triste en su rostro. Sus pasos le llevaron más allá del lugar seguro, de vuelta al hostil mundo que había más allá de las impenetrables murallas ricamente decoradas.
Cuando cerró tras de sí, el chocar de la madera le dio el impulso necesario para soltar el tirador y abandonar el pasillo, bajar las escaleras, dejar los patios atrás y salir por la puerta del recinto si siquiera dirigir una palabra al guarda que se apoyaba en la pared mirándose las manos.
La ciudad, Lunargenta, como descubrió a medida que sus pasos le llevaban entre las calles, no había cambiado su esencia. La gente caminando con prisa de un lado a otro, los ocasionales niños corriendo de un lado a otro, los pequeños corros en los que uno reía a carcajadas y los otros acompañaban, otros que cuchicheaban, otros que discutían. Un porteador con una carreta gritando y ofreciendo sus servicios para arreglar toda clase de calzado. Una pareja de la Guardia paseando, con ojos puestos en todo menos en el niño que acababa de echar mano a una bolsa de tela y de la que sacó algo que se llevó corriendo a toda prisa. Ben suspiró. Sí, Lunargenta, no has cambiado nada pese a todo. Y esbozó una ligera sonrisa.
Sus pasos, le condujeron hasta la Posada del Jabalí de Bruma. Desde siempre había sido un lugar en el que se podían encontrar gentes de diversas procedencias, con distintas tradiciones y con grandes historias que contar. Sería el lugar idea, se dijo, para encontrar gente dispuesta a aventurarse en una empresa humanitaria. Suspiró para sacudirse el dolor y se adentró en la posada.
Al entrar, lo primero que captó fue un agradable olor de un guiso que impregnaba toda la estancia. Se fijó en hombres y mujeres que comían de unos cuencos o con ayuda de unas cucharas de madera. A su paso hacia una mesa libre, había algunos que pegaban un codazo al compañero de al lado, otros se quedaban mirándole y otros, simplemente, seguían concentrados en comer, beber, o terminar de contar una historia de exagerados y recargados detalles sobre cómo este o el otro acabó con un regimiento entero de kobolds. La realidad, pensó Ben, sería que por el propio destino, o por "azares de la vida" como había escuchado en alguna parte, habían decidido concederle la victoria y ya.
- ¿Cuántos kobolds eran?- escuchó preguntar Sango mientras se sentaba.
- Un regimiento os digo, más de seis veces seis. ¡No! ¿Qué digo? ¡Más de diez veces seis!- el hombre palmeó la mesa con una mano-. Yo los aplasté con mi espada. Los condené a su perdición.
- Vaya, impresionante, son muchos kobolds, pero, si me permitís, nada comparable con la caza de un graphorn- la mujer se irguió en el asiento-. La caza de esas bestias es todo un arte. Hay que atraerlas con un cebo que aprecien, y entonces- chocó el puño con la palma da la mano-. ¡Lo tienes! Solo hay que saber cómo hacerlo y eso solo está al alcance de unos pocos elegidos, como yo.
Sango bufó al escucharles hablar y luego les miró como el padre que mira al hijo que acaba de decir alguna cosa sin sentido. La pareja se volvió para mirarle.
- ¿Acaso le divierten nuestras historias?- preguntó el hombre.
- Sí, son cuentos para niños muy interesantes, pero, si te las hubieras visto con esa cantidad de kobolds, estarías muerto. Y tú, si crees que puedes enfrentarte sola a un graphorn, o eres idiota o no tienes ningún respeto por tu vida, que para el caso viene a ser lo mismo.
- ¿A qué viene esa agresividad?- replicó la mujer frunciendo el ceño y mirando al compañero.
- ¿Acaso miento?- se puso en pie y llamó la atención de los que estaban a su alrededor-. ¿Acaso miento cuando digo que los kobolds viven bajo tierra, en minas, y que excavan cantidades ingentes de piedras preciosas y otros minerales para cambiarlas por oro? ¿Acaso no están ellos gobernados por un hobgoblin? Yo, Sango, fui al corazón de una montaña y maté a un hobgoblin con mi espada, ¿acaso no conocéis la historia? Preguntad a la capitana Mills de La Guardia y ella os contará- hizo una pausa para estudiar las reacciones.
Muchos de los que se habían vuelto hacia él mostraban reconocimiento con leves asentimientos, otros simplemente se quedaban embobados mirándole y otros fruncían el ceño como demostrando que no se creían su fama de Héroe. Y tienen razón, no merezco la mitad de la atención que recibo. Pero las cosas habían salido de aquella manera. Señaló a la mujer.
- Y a ti, compañera, te digo, que ni siendo cinco valerosos compañeros fuimos capaces a derrotar a un graphorn. Lo único que pudimos hacer fue espantarlo para salvar nuestras vidas. No deberíais jugar ni bromear con los guardianes de los bosques. Es un consejo que os cedo para que uséis sabiamente- en sus ojos llameó algo que hizo que ella los apartara de él.
Estaba siendo agresivo de más. Estaba dejando que su emoción tomara el control. Pero era necesario hacerlo. Necesario, se dijo, para no pensar, para dejarse llevar y tener la mente en blanco. No podía, ni quería, pensar mucho. De lo contrario, el dolor se volvía agudo, como una saeta en el hombro, como una puñalada en el brazo como un lazo de tela que cambia de manos frente a él. Sacudió la cabeza. Una jarra de cerveza y un cuenco apareció en su mesa.
Ahora bien, si lo que queréis es contar una historia a vuestro regreso, una historia por la que seáis recordados, dejadme que os hable de la noche más trágica que hemos vivido en el pasado más reciente. Dejadme que os hable del Eden.
Y les habló de Eden: de cómo los objetos enturbiaron la mentes de mujeres y hombres de todas las razas; como se llegó al asedio, como se dispusieron los campamentos y cómo ocurrieron los asaltos; la explosión de éter; su extraño viaje a la isla Calanini y su lucha allí por salvar la vida y la de la muchacha. La devastación que vivió al volver en sí mismo y ver a tantísimos de sus compañeros muertos.
Mucho habló, espoleado por las miradas atentas, los asentimientos, las expresiones de rabia y los puños que se cerraban con fuerza, y por el efecto de las jarras pues cuando una se acababa al instante aparecía otra para que siguiera hablando. Pero entre sus palabras pudo ver determinación en los ojos de los guerreros que allí se congregaban, vio valor y vio el momento perfecto para asestar la estocada de la vergüenza.
-... sin embargo, cuando ellos pidieron ayuda, ¿qué pasó? Se les dio la espalda, se les negó el paso a una vivienda, se les trató como monstruos. ¿Dónde estaban las buenas gentes, los amables corazones que tanto se llenan la boca con actos de heroicidad cuando estos niños rogaban por auxilio? ¿Dónde estaban todas esas personas cuando decenas de familias perdían sus hogares en las fronteras? ¿Acaso enviaron ayuda en alguno de esos casos? Que les den por el culo, eso es lo que digo.
Alzó la jarra y otros tantos lo hicieron con él. Había perdido la cuenta.
- Pero hay tiempo para arreglarlo. Siempre lo hay. Siempre que hay camino, se puede recorrer y ver a dónde nos lleva- se detuvo y frunció el ceño. Posó la jarra con brusquedad en la mesa-. Los niños encontraron su camino y llegaron a una encrucijada. Es deber de toda mujer, de todo hombre de espíritu noble ayudar a esos pobres niños a los que se les negó la ayuda en primera instancia. Es tiempo de enmendar lo que los poderosos no supieron arreglar. ¡Skål!
Y dicho aquello se dejó caer en el asiento. Las voces se alzaron a su alrededor, unas más altas que otras, acusándose, dándose ánimos para ayudar a los niños, ofreciendo valiosos contactos, medios de transporte para llevar comida, ropa y otras cosas que fueran de utilidad en Zelirica. El hombre y la mujer moderaron su tono y ofrecieron acompañarle a Zelirica si era su intención. Ben asintió y les hizo saber que en los próximos días se pondrían en contacto con ellos y con quién estuviera interesado después del discurso en esa misma posada.
Estiró los brazos y arrastró el cuenco por la mesa hasta dejarlo casi en el borde. Posó sus ojos en el interior y pasó por todos y cada uno de los ingredientes que formaban el plato: dos generosos trozos de carne, con hueso, acompañado con patatas y zanahoria. El caldo era espeso y de él aun emanaba calor. Tragó la saliva y agarró la cuchara cerrando sus dedos a lo largo del mango. Se abstrajo de todo lo que pasaba a su alrededor y se quedó solo consigo mismo.
Durante la vuelta al palacete, al atardecer, pensó en todas las buenas palabras y la disposición de todos aquellas mujeres y hombres de armas que quería colaborar con los niños de Edén. Ya veremos si en unos días seguís igual de dispuestos. Las calles, ahora, estaban menos pobladas, más silenciosas, con más espacio para él y sus demonios. Todos juntos se detuvieron cuando vio la entrada al palacete de Justine.
¿De verdad quiero entrar ahí? Dio un respingo. ¿A dónde, si no, iba a ir? Ella está allí. Quizás la elfa también. Gruñó. Olvidarse sería el camino fácil, pero, ¿dónde quedan las promesas? Se avergonzó de su primer pensamiento: olvidarse de ella. No sabía cómo era capaz, siquiera, de pensar en ello. Seguro que todo tiene una explicación. Yo la escuché anoche, sé lo que me dijo, yo lo oí. Clavó sus ojos en la fachada del palacete y sus pasos volvieron a llevarle hacia él.
El guarda le hizo un gesto con la cabeza y Sango, esta vez, alzó la mano para devolver el saludo. No se detuvo en ningún otro sitio y caminó hacia la planta que le habían asignado. Pasó frente al lugar seguro pero pasó de largo y fue a la habitación que le tocaba. Se metió allí sin mirar atrás y cuando estuve dentro estuvo seguro por un instante que se había equivocado. Miró la cama, la ventana y la mesa. Era todo igual que en la otra habitación, salvo que allí no estaba la armadura en el suelo y había ropa para él encima de la mesa. Cuando su corazón volvió a la normalidad se acercó a la mesa y miró la pared que compartían.
¿Cómo se había dicho? ¿No dejarla caer? Caminar junto a ella, alejarla del oscuro abismo. Necesitaba recordárselo a sí mismo y pensó que ella también debía saberlo. Y le explicaría por qué lo hacía. Necesita oírlo. Necesita saber por qué haremos el mismo camino. Juntos
Ben se quitó la camisa y se puso la que estaba encima de la mesa, una de color azul claro, un color que no recordaba haber usado y si lo había hecho fue una vez, hace mucho tiempo, quizá incluso eran recuerdos de otra vida. Sonrió con el alocado pensamiento mientras ajustaba los botones de la camisa y el resto de la ropa. Echó la camisa que se acababa de quitar al hombro y salió dispuesto a entrar en su habitación y hablar con ella.
Se detuvo frente a la puerta y suspiró. Llevó la mano al tirador pero se detuvo. ¿Debía entrar sin avisar? ¿Debía llamar antes de entrar? ¿Qué significaban cada uno de los dos gestos? Por todos los Dioses, ¿qué hago? Es una puerta, abro y ya, ¿no? Posó la mano en el tirador.
- ¡Señor Nelad! ¡Señor Nelad!- Ben giró la cabeza y volvió a ver por segunda vez en el día a Charles más agitado de lo normal-. ¡Señor Nelad!- la mujer, la espía de Justine, Cora, apareció tras él-. ¡La señorita no está! ¡Se ha ido!
- ¿Qué?- preguntó ladeando la cabeza.
- ¡La señorita! ¡Ha escapado!- le gritó alterado.
- Pero, ¿qué?- desde los pensamientos más oscuros hasta los escenarios más imposibles se formaron en su cabeza. Miró a Charles y luego a Cora-. ¿Por dónde? ¿Cuándo la habéis perdido?
Empezó a ser consciente de lo que implicaba que hubiera escapado en Lunargenta, la capital del Reino de Verisar, una ciudad donde estaba el mundo concentrado. Una ciudad en la que uno podía desaparecer si así lo deseaba. Se le secó la boca.
- ... y la perdí de vista desde entonces.
Ben se quedó mirando a Cora, le había dicho algo pero no le había prestado atención. Ben se obligó a endurecer el tono.
- Ni una palabra de esto. No os mováis de aquí. Arreglaré este desastre. Mientras tanto, actuad como si ella aún siguiera aquí. ¿Me habéis oído? No digáis ni una maldita palabra. Saldré a buscarla.
Sango no esperó respuesta y salió corriendo, deshaciendo sus pasos y aminorando la marcha a su paso por la salida y haciendo un gesto con la cabeza al guardia. Una vez fuera no sabía por dónde empezar así que decidió hacer lo más fácil: dejarse caer. Caminó calle abajo, en dirección al puerto, a los barrios humildes de la ciudad. Y mientras caminaba y aceleraba el paso su cabeza se llenaba con ruido. Uno de esos pensamientos cobró importancia durante un breve instante. El suficiente como para hacer que acelerara el ritmo, con energías renovadas.
No la dejaré caer. No mientras tengamos camino por recorrer. No mientras siga sintiendo lo que siento por ella.
Y su corazón bombeó con fuerza. Por ella. Tras ella.
Sango
Héroe de Aerandir
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Había entrado de nuevo en la habitación, cerrando con un portazo innecesario tras ella. Tras el encuentro entre los tres, Amärie había desaparecido, imaginó, muerta de vergüenza. Ni la había visto alejarse. Sus ojos solo lo miraban a él. Habían estado clavados en la figura de Sango, alejándose en silencio. Y cuando dejó de verlo, permaneció allí, incapaz de moverse por un tiempo.
Se detuvo en mitad de la habitación, con la vista fija en el gran ventanal contra el que se habían apoyado la noche anterior. Algo se removió por dentro de ella, incomodándola.
Caminó con paso rudo hacia el baño. Tenía el aroma de la piel de la elfa en su rostro tras los breves besos compartidos. Morder su cuello no había sido en absoluto como morderlo a él. Con Amärie había sentido de nuevo las ganas de lastimar. De producir dolor y recibirlo a cambio. Con Ben aquello no sucedía. Con él...
Se detuvo delante de la enorme pileta dorada, imaginando que aquello no podía ser todo de oro. Abrió el grifo, maravillada del sistema de canalización de aguas que tenían en aquel lugar mientras sentía un zumbido detrás de las orejas. Un zumbido que le recordaba lo que había sucedido en la enorme bañera que había en el medio de la estancia, a sus espaldas.
Sentados en el suelo, con Iori subida a la cadera de Ben. Esa había sido la segunda vez que lo hacían desde que habían regresado a la habitación. Cuando notó como él volvía a dejarse ir dentro de ella, dejó que los brazos del Héroe la abrazaran con fuerza. La mestiza había apoyado el mentón en su cabeza, notando la suavidad del cabello rojo contra ella.
Había algo de imperiosa necesidad en la forma en la que él parecía buscar contacto con su pecho, escondiendo allí el rostro. Y Iori respondió estrechándolo más. Sintiendo como la embargaba un primitivo instinto de protección. Como si algo en el guerrero precisase aquello de una mujer como ella.
Sus cuerpos ya no estaban fríos por la tormenta que les había caído encima, pero el sudor los mantenía completamente húmedos.
Fue cuando sus respiraciones se normalizaron, que ella deshizo con suavidad el abrazo que los conectaba. Lo vio alzar la vista hacia ella, y mirar a centímetros sus ojos verdes de nuevo, la hizo inclinarse sobre sus labios. Con la obediencia de quien responde a una llamada.
Así, entre besos, Iori se las apañó para tirar de Ben en dirección al anexo de al lado. A la enorme habitación que era el baño. Las velas iluminaban en los puntos estratégicos, pero la mestiza prefería mirar con lo que su piel le permitía leer. Alternando la suavidad con la demanda del deseo que sentía por él, se aseguró de que sus cuerpos no se separasen, y de que no se detuvieran los besos.
Al borde de la bañera se había inclinado un instante, y dudó tan solo un segundo, antes de accionar el grifo que permitía el paso del agua caliente.
El calor pegaba más con Sango.
Comprendió que no deseaba más frío cuando estaba a su lado. No quería ahora la gélida punzada del agua helada. No necesitaba aquel castigo para mantener la mente despejada, cuando en aquel momento todo lo ocupaba él.
La enorme bañera parecía más una pequeña piscina, y se fue llenando lentamente. Clavó la vista en él, esbozando una media sonrisa mientras lo atraía dentro, a su lado. Sus pies hicieron ruido al pisar en el agua, y la mestiza lo guio en medio de besos hasta sentarlo en el suelo, recostando su espalda contra el borde.
Lo vio de nuevo, bajo ella. Como si fuese la primera vez.
Recorrió con la meticulosidad de un artesano sus cicatrices. La depresión de sus músculos marcados, creando luces y sombras sobre su piel. Primero con sus dedos. Luego fueron sus labios. Iori exploró como no había tenido tiempo hasta ese momento el cuerpo de Ben.
Se fijaba en cada reacción. Cada suspiro. Quería leer en él lo que sentía ante aquello. Notaba como, después de tres veces teniendo sexo juntos, su hambre estaba ligeramente saciada. Era el momento de tomarse tiempo y disfrutar, llegar hasta donde él le permitiese. Lo besaba descendiendo en su camino situada entre las piernas de Sango. Y fue al mordisquear sus abdominales cuando notó su dureza perfilándose contra sus pechos. Listo una vez más.
Mordió con más fuerza, para enterrar una sonrisa más amplia allí en donde él no podía verla.
De rodillas, con el agua caliente envolviéndolos lentamente, Iori se detuvo cuando llegó a morder su cadera. Alzó el rostro y buscó la respuesta en él. Su intención estaba clara, mientras acariciaba con el dorso de la mano la excitación de Ben.
Reconoció una sombra de duda, pero había mucho más deseo en sus ojos. En esta ocasión, Iori no escondió la leve sonrisa que llenó su cara en respuesta.
Bajó la cabeza, y con mucho cuidado trazó la silueta de su miembro acariciando únicamente con sus labios por fuera. Depositó un beso en la base, y regresó haciendo el mismo camino a la inversa, hasta llegar a la punta.
Lo miró. Una vez más. Necesitaba asegurarse, aunque el movimiento en la cadera del guerrero había sido suficientemente elocuente. No vio ahora asomo de duda en sus ojos. Únicamente anhelo.
Volvió a colocar los labios sobre la punta, y esta vez los abrió. Dejando que el sabor de Sango se mezclase con la humedad de su boca.
Abrió con energía el grifo que conducía el agua fría y metió la cabeza debajo de él por completo.
La sensación de agujas clavándose en su piel por la baja temperatura la distrajo por un momento. Había rememorado en más ocasiones ese día los momentos compartidos con Sango la noche anterior. En ningún momento la sensación de desazón se había movido dentro de ella, hasta ese momento.
Alzó la vista y sacudió la cabeza a los lados, dejando que el agua cayese sobre sus hombros mojando la ropa.
¿Qué le había hecho?
Sabía que la conexión con él era intensa. La había acompañado en sus horas más oscuras. Ser capaz de llegar a Hans. Ser capaz de matarlo era una hazaña que parecía imposible para una campesina como ella. Lo había conseguido porque él había estado a su lado.
Aquella era la cuarta mañana que compartían juntos en la capital, y Iori recordaba con claridad las palabras que le había dicho la noche anterior. Compartiéndolas, dándoles voz antes de haberlas meditado ella misma en su interior. Aquello había sido un error.
Notó como el miedo se comía el inicio de furia que sentía hasta entonces.
Furia motivada por ella misma.
Miedo generado al pensar en él.
Porque sentía que la sonrisa de Sango había eclipsado el resto de elementos que formaban parte de su vida.
Salió del baño, temblando. Por el frío y por la inquietud que aquella revelación suponía. A la luz del día, sus palabras no había perdido valor. Al contrario. Su poder rugía dentro de ella, amenazando con una tormenta frente a la que no sería capaz de mantenerse en pie. Una de esas que tanto la aterraban. Que la incapacitaban.
Supo que, si no tenía cuidado, estaría a su merced.
Mirando la habitación que habían compartido, se fijó en que el cinto con las armas no estaba en dónde lo había dejado. La espalda de Sango, alejándose en silencio la golpeó como un recuerdo vívido. Se acercó a la silla en la que había dejado sus cosas y comprobó que en cambio, su armadura sí estaba allí. La había dejado atrás.
Tener aquello delante, a sus pies, le hizo acariciar la esperanza de que volvería a recogerla. Que podría volver a mirarlo a la cara. ¿Y entonces? ¿Qué?
Extendió las manos hacia las pertenencias de Ben. Hacia los símbolos que lo identificaban como soldado. Y acalló las voces en su cabeza mientras, de forma mecánica, se concentraba en limpiar el polvo del día anterior de cada sección de la armadura.
Usó su propia camisa blanca para ello, dejándola manchada de gris.
De nuevo nubes en el cielo, que oscurecían el atardecer que caía sobre Lunargenta. En cambio, no estaba presente en el aire el olor a lluvia de la noche anterior. Iori avanzaba con paso lento por la calle empedrada. Cuando abandonase el barrio alto sus botas se hundiría en el barro.
Después del quinto intento de Charles por convencerla para tomar el té con pasteles a media tarde, se había retirado con la excusa de descansar a su gigantesca habitación. Había esperado allí hasta que la claridad bajase, y que la falta de luz dificultase seguirla.
Había comprendido que la mujer vestida de gris con la que se encontraba por la propiedad era una especie de guardaespaldas. O de espía. Que la seguía veladamente a todas partes. Imaginó quién le había encomendado aquella tarea, y contando con ello, se aseguró de ser rápida cuando tomó la decisión de salir.
La de saltar el muro para marcharse de allí.
Había estado recorriendo el día anterior todos los rincones del palacete de Justine con aquel objetivo en la mente. Reconocer, analizar e identificar los puntos débiles desde los cuales le sería posible evadir la seguridad del lugar y poder salir del perímetro. No había resultado complicado. Solo tuvo que echar a correr, y usar su cuerpo para subir con ligereza por los salientes que tenía ya identificados.
El cuerpo le ardió de dolor, en las zonas en las que Zakath la había golpeado más. Pero no dejó que aquello la frenase.
Su acto de rebeldía se había consumado. Había salido del control férreo que Justine había establecido sobre ella. La excusa era protegerla, pero la mestiza imaginaba que era una forma de ganar terreno con ella para ceder a sus pretensiones. De no ser porque ella tenía información sobre su madre, los pasos de Iori ya se hubieran encaminado hacia la salida de la ciudad.
¿Pero, y él?
Resopló con disgusto, cuando una vez más, Sango apareció en su mente. No precisaba su presencia física para ejercer el poder que tenía sobre ella. Apuró el paso, caminando de forma pesada, propio de quien está enfadado mientras se cubría bien con la capa con la que había salido del palacete. Con su capa.
La había tomado prestada de la habitación, tras observarla en silencio, como si aquello fuese un duelo de miradas. La zona que cubría los hombros de Sango le caía a ella por los brazos. El borde de la parte inferior casi arrastraba en el suelo, y la capucha la tapaba demasiado, impidiéndole ver. Caminaba recolocando la tela sobre su cabeza para librar los ojos, pero aun con todas las molestias que le podía generar, no se la quitaba.
Había sido un arrebato estúpido, se decía, intentando quitarle importancia. Mientras pensaba en eso, sus manos aferraban con fuerza el cierre sobre su pecho.
El bullicio se comenzó a escuchar en la distancia, y Iori se detuvo un instante. Había mayor claridad hacia el suroeste. Las voces y la música llegaban amortiguadas hasta dónde estaba ella, pero era evidente que se trataba de algún tipo de celebración en Lunargenta. La posibilidad que le ofrecía aquello como distracción a sus pensamientos hizo que enfilase en aquella dirección. Amärie le había parecido asquerosa desde el principio, desde que la había lastimado. Pero un nuevo desconocido podía ser una buena opción.
Se detuvo súbitamente, cuando Sango apareció de nuevo en su pensamiento. Anonadada.
Tras unos instantes de indecisión, se lanzó con paso más rápido por una pequeña callejuela descendente, que parecía podía llevarla al centro de la fiesta. Era oscura, y por poco tropezó con unos pies que sobresalían del umbral de una puerta pequeña a su derecha.
- Eh chica, tienes que mirar por dónde vas. - Comentó una voz arrastrando ligeramente las vocales.
- ¿Estás perdida? Podemos ayudarte - propuso otra, pero esta sonó a su izquierda.
Iori los ignoró. Apuró el paso y se lanzó en una carrera hacia delante. Aunque no era de ellos de quién huía.
Se detuvo en mitad de la habitación, con la vista fija en el gran ventanal contra el que se habían apoyado la noche anterior. Algo se removió por dentro de ella, incomodándola.
Caminó con paso rudo hacia el baño. Tenía el aroma de la piel de la elfa en su rostro tras los breves besos compartidos. Morder su cuello no había sido en absoluto como morderlo a él. Con Amärie había sentido de nuevo las ganas de lastimar. De producir dolor y recibirlo a cambio. Con Ben aquello no sucedía. Con él...
Se detuvo delante de la enorme pileta dorada, imaginando que aquello no podía ser todo de oro. Abrió el grifo, maravillada del sistema de canalización de aguas que tenían en aquel lugar mientras sentía un zumbido detrás de las orejas. Un zumbido que le recordaba lo que había sucedido en la enorme bañera que había en el medio de la estancia, a sus espaldas.
Sentados en el suelo, con Iori subida a la cadera de Ben. Esa había sido la segunda vez que lo hacían desde que habían regresado a la habitación. Cuando notó como él volvía a dejarse ir dentro de ella, dejó que los brazos del Héroe la abrazaran con fuerza. La mestiza había apoyado el mentón en su cabeza, notando la suavidad del cabello rojo contra ella.
Había algo de imperiosa necesidad en la forma en la que él parecía buscar contacto con su pecho, escondiendo allí el rostro. Y Iori respondió estrechándolo más. Sintiendo como la embargaba un primitivo instinto de protección. Como si algo en el guerrero precisase aquello de una mujer como ella.
Sus cuerpos ya no estaban fríos por la tormenta que les había caído encima, pero el sudor los mantenía completamente húmedos.
Fue cuando sus respiraciones se normalizaron, que ella deshizo con suavidad el abrazo que los conectaba. Lo vio alzar la vista hacia ella, y mirar a centímetros sus ojos verdes de nuevo, la hizo inclinarse sobre sus labios. Con la obediencia de quien responde a una llamada.
Así, entre besos, Iori se las apañó para tirar de Ben en dirección al anexo de al lado. A la enorme habitación que era el baño. Las velas iluminaban en los puntos estratégicos, pero la mestiza prefería mirar con lo que su piel le permitía leer. Alternando la suavidad con la demanda del deseo que sentía por él, se aseguró de que sus cuerpos no se separasen, y de que no se detuvieran los besos.
Al borde de la bañera se había inclinado un instante, y dudó tan solo un segundo, antes de accionar el grifo que permitía el paso del agua caliente.
El calor pegaba más con Sango.
Comprendió que no deseaba más frío cuando estaba a su lado. No quería ahora la gélida punzada del agua helada. No necesitaba aquel castigo para mantener la mente despejada, cuando en aquel momento todo lo ocupaba él.
La enorme bañera parecía más una pequeña piscina, y se fue llenando lentamente. Clavó la vista en él, esbozando una media sonrisa mientras lo atraía dentro, a su lado. Sus pies hicieron ruido al pisar en el agua, y la mestiza lo guio en medio de besos hasta sentarlo en el suelo, recostando su espalda contra el borde.
Lo vio de nuevo, bajo ella. Como si fuese la primera vez.
Recorrió con la meticulosidad de un artesano sus cicatrices. La depresión de sus músculos marcados, creando luces y sombras sobre su piel. Primero con sus dedos. Luego fueron sus labios. Iori exploró como no había tenido tiempo hasta ese momento el cuerpo de Ben.
Se fijaba en cada reacción. Cada suspiro. Quería leer en él lo que sentía ante aquello. Notaba como, después de tres veces teniendo sexo juntos, su hambre estaba ligeramente saciada. Era el momento de tomarse tiempo y disfrutar, llegar hasta donde él le permitiese. Lo besaba descendiendo en su camino situada entre las piernas de Sango. Y fue al mordisquear sus abdominales cuando notó su dureza perfilándose contra sus pechos. Listo una vez más.
Mordió con más fuerza, para enterrar una sonrisa más amplia allí en donde él no podía verla.
De rodillas, con el agua caliente envolviéndolos lentamente, Iori se detuvo cuando llegó a morder su cadera. Alzó el rostro y buscó la respuesta en él. Su intención estaba clara, mientras acariciaba con el dorso de la mano la excitación de Ben.
Reconoció una sombra de duda, pero había mucho más deseo en sus ojos. En esta ocasión, Iori no escondió la leve sonrisa que llenó su cara en respuesta.
Bajó la cabeza, y con mucho cuidado trazó la silueta de su miembro acariciando únicamente con sus labios por fuera. Depositó un beso en la base, y regresó haciendo el mismo camino a la inversa, hasta llegar a la punta.
Lo miró. Una vez más. Necesitaba asegurarse, aunque el movimiento en la cadera del guerrero había sido suficientemente elocuente. No vio ahora asomo de duda en sus ojos. Únicamente anhelo.
Volvió a colocar los labios sobre la punta, y esta vez los abrió. Dejando que el sabor de Sango se mezclase con la humedad de su boca.
Abrió con energía el grifo que conducía el agua fría y metió la cabeza debajo de él por completo.
La sensación de agujas clavándose en su piel por la baja temperatura la distrajo por un momento. Había rememorado en más ocasiones ese día los momentos compartidos con Sango la noche anterior. En ningún momento la sensación de desazón se había movido dentro de ella, hasta ese momento.
Alzó la vista y sacudió la cabeza a los lados, dejando que el agua cayese sobre sus hombros mojando la ropa.
¿Qué le había hecho?
Sabía que la conexión con él era intensa. La había acompañado en sus horas más oscuras. Ser capaz de llegar a Hans. Ser capaz de matarlo era una hazaña que parecía imposible para una campesina como ella. Lo había conseguido porque él había estado a su lado.
Aquella era la cuarta mañana que compartían juntos en la capital, y Iori recordaba con claridad las palabras que le había dicho la noche anterior. Compartiéndolas, dándoles voz antes de haberlas meditado ella misma en su interior. Aquello había sido un error.
Notó como el miedo se comía el inicio de furia que sentía hasta entonces.
Furia motivada por ella misma.
Miedo generado al pensar en él.
Porque sentía que la sonrisa de Sango había eclipsado el resto de elementos que formaban parte de su vida.
Salió del baño, temblando. Por el frío y por la inquietud que aquella revelación suponía. A la luz del día, sus palabras no había perdido valor. Al contrario. Su poder rugía dentro de ella, amenazando con una tormenta frente a la que no sería capaz de mantenerse en pie. Una de esas que tanto la aterraban. Que la incapacitaban.
Supo que, si no tenía cuidado, estaría a su merced.
Mirando la habitación que habían compartido, se fijó en que el cinto con las armas no estaba en dónde lo había dejado. La espalda de Sango, alejándose en silencio la golpeó como un recuerdo vívido. Se acercó a la silla en la que había dejado sus cosas y comprobó que en cambio, su armadura sí estaba allí. La había dejado atrás.
Tener aquello delante, a sus pies, le hizo acariciar la esperanza de que volvería a recogerla. Que podría volver a mirarlo a la cara. ¿Y entonces? ¿Qué?
Extendió las manos hacia las pertenencias de Ben. Hacia los símbolos que lo identificaban como soldado. Y acalló las voces en su cabeza mientras, de forma mecánica, se concentraba en limpiar el polvo del día anterior de cada sección de la armadura.
Usó su propia camisa blanca para ello, dejándola manchada de gris.
[...]
De nuevo nubes en el cielo, que oscurecían el atardecer que caía sobre Lunargenta. En cambio, no estaba presente en el aire el olor a lluvia de la noche anterior. Iori avanzaba con paso lento por la calle empedrada. Cuando abandonase el barrio alto sus botas se hundiría en el barro.
Después del quinto intento de Charles por convencerla para tomar el té con pasteles a media tarde, se había retirado con la excusa de descansar a su gigantesca habitación. Había esperado allí hasta que la claridad bajase, y que la falta de luz dificultase seguirla.
Había comprendido que la mujer vestida de gris con la que se encontraba por la propiedad era una especie de guardaespaldas. O de espía. Que la seguía veladamente a todas partes. Imaginó quién le había encomendado aquella tarea, y contando con ello, se aseguró de ser rápida cuando tomó la decisión de salir.
La de saltar el muro para marcharse de allí.
Había estado recorriendo el día anterior todos los rincones del palacete de Justine con aquel objetivo en la mente. Reconocer, analizar e identificar los puntos débiles desde los cuales le sería posible evadir la seguridad del lugar y poder salir del perímetro. No había resultado complicado. Solo tuvo que echar a correr, y usar su cuerpo para subir con ligereza por los salientes que tenía ya identificados.
El cuerpo le ardió de dolor, en las zonas en las que Zakath la había golpeado más. Pero no dejó que aquello la frenase.
Su acto de rebeldía se había consumado. Había salido del control férreo que Justine había establecido sobre ella. La excusa era protegerla, pero la mestiza imaginaba que era una forma de ganar terreno con ella para ceder a sus pretensiones. De no ser porque ella tenía información sobre su madre, los pasos de Iori ya se hubieran encaminado hacia la salida de la ciudad.
¿Pero, y él?
Resopló con disgusto, cuando una vez más, Sango apareció en su mente. No precisaba su presencia física para ejercer el poder que tenía sobre ella. Apuró el paso, caminando de forma pesada, propio de quien está enfadado mientras se cubría bien con la capa con la que había salido del palacete. Con su capa.
La había tomado prestada de la habitación, tras observarla en silencio, como si aquello fuese un duelo de miradas. La zona que cubría los hombros de Sango le caía a ella por los brazos. El borde de la parte inferior casi arrastraba en el suelo, y la capucha la tapaba demasiado, impidiéndole ver. Caminaba recolocando la tela sobre su cabeza para librar los ojos, pero aun con todas las molestias que le podía generar, no se la quitaba.
Había sido un arrebato estúpido, se decía, intentando quitarle importancia. Mientras pensaba en eso, sus manos aferraban con fuerza el cierre sobre su pecho.
El bullicio se comenzó a escuchar en la distancia, y Iori se detuvo un instante. Había mayor claridad hacia el suroeste. Las voces y la música llegaban amortiguadas hasta dónde estaba ella, pero era evidente que se trataba de algún tipo de celebración en Lunargenta. La posibilidad que le ofrecía aquello como distracción a sus pensamientos hizo que enfilase en aquella dirección. Amärie le había parecido asquerosa desde el principio, desde que la había lastimado. Pero un nuevo desconocido podía ser una buena opción.
Se detuvo súbitamente, cuando Sango apareció de nuevo en su pensamiento. Anonadada.
Tras unos instantes de indecisión, se lanzó con paso más rápido por una pequeña callejuela descendente, que parecía podía llevarla al centro de la fiesta. Era oscura, y por poco tropezó con unos pies que sobresalían del umbral de una puerta pequeña a su derecha.
- Eh chica, tienes que mirar por dónde vas. - Comentó una voz arrastrando ligeramente las vocales.
- ¿Estás perdida? Podemos ayudarte - propuso otra, pero esta sonó a su izquierda.
Iori los ignoró. Apuró el paso y se lanzó en una carrera hacia delante. Aunque no era de ellos de quién huía.
Iori Li
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El ambiente festivo le había atraído sobremanera. Al tiempo que pasaba los ojos por uno y otro lado trataba de recordar que fiesta era aquella. Naturalmente, era pronto para el Midssumablot, era tarde, muy tarde para el Ostara y entre medias, podía venir cualquier cosa. Pero su cabeza quería decirle algo y el nombre le quemaba en la lengua. Estaba cerca de dar con ello.
Mientras tanto, la línea principal de pensamientos se centraba en las cosas que había hecho mal: no preguntar cómo iba vestida, no preguntar en qué dirección se había marchado o al menos dónde la habían perdido de vista. Nada. Todo lo había hecho a prisa y corriendo, guiado más por el corazón que por la cabeza. Ni siquiera sabía si estaba allí. Podía estar, perfectamente, perdiendo el tiempo buscándola en medio de centenares de personas. Pero, ¿qué mejor lugar que aquel para perderse, para liberarse de las cadenas que la dama Justine le había echado al cuello?
Y Sango la entendía. Incluso compartía su deseo por liberarse de la jaula, lujosa, que era el palacete. Pero aún había riesgos que no podían asumir. Ella seguía siendo la chica morena de ojos azules que Hans Meyer buscaba; aún habría incautos que no sabrían que la recompensa se había cobrado. Es más, algunos aún no se habría enterado de la muerte del comerciante. Y eso significaba que todavía podría haber personas por ahí que la buscaran y que podrían hacerle daño.
Movía la cabeza de un lado a otro, sus ojos descartaban, estudiaban, lanzaban un aviso y al instante lo descartaban. Era una tarea que exigía de mucha concentración y en medio de un ambiente festivo costaba conseguirlo. Pero si de algo sirvió darse codazos con la multitud fue para erradicar el fuego que tenía en la punta de la lengua por no saber con exactitud cuál era el nombre de la fiesta. Se trataba de la fiesta del pan, una fiesta típica de aquel barrio, a medio camino entre el puerto y los barrios altos. La plaza del trigo era donde se desarrollaba el grueso de las actividades, pero las calles aledañas y las plazas menores estaban abarrotadas de gente con ganas de festejar, músicos, malabaristas y otros personajes que andaban por la calle sacando risas y obteniendo, a cambio, aplausos y alguna moneda.
Ben miraba hacia todas partes pero era incapaz de verla. Solo gente, que no era Iori, por todas partes: un grupo de músicos había atraído a la suficiente gente como para que hubiera, frente a ellos, bailes y aplausos; al otro lado un grupo de mujeres y hombres se saludaban de manera efusiva; más allá un niño reía se maravillaba con los trucos de un autoproclamado mago; sus pasos, sin embargo, lo llevaron a la boca de un callejón en la que se había formado una suerte de corro en el que algunos vitoreaban, otros alzaban sus jarras y otros se preguntaban si sería conveniente avisar a la Guardia.
En un primer momento, solo vio figuras retorciéndose y algo que no encajaba. Fue entonces cuando, después de posar los ojos en el hombre doblado en el suelo, reparó en la estela de la figura oscura. Fue una rápida maniobra la que ejecutó contra su rival. El hombre cargó el brazo hacia atrás y lo lanzó hacia la figura que con un grácil movimiento lo esquivó. La inercia del golpe echó hacia delante al hombre y la oscura figura, engalanada con una capa de extraordinaria calidad, mi capa, se colocó tras él y le lanzó una patada a la parte trasera de las rodillas. El hombre gimió al sentir cómo se le doblaba la rodilla y no pudo evitar caer hacia delante. Entonces, ella, con un rápido impulso, saltó contra la pared y apoyando el pie izquierdo en el muro se lanzó contra el hombre golpeándole con las rodillas en la espalda q amortiguando su caída contra el suelo.
A Ben se le escapó el aire de los pulmones y se obligó a abrir la boca para dar una bocanada de aire antes de crearse el camino hacia ella. Había sido algo realmente sensacional de presenciar pero su cabeza empezaba a imaginar decenas de escenarios que daban respuesta a por qué estaba peleando contra dos tipos que, aparentemente nada tenían que ver con ella.
Se levantó y se alejó de los hombres pero antes de que siguiera avanzando, Ben le agarró de un brazo y detuvo su avance. Ella sin girarse y sin mediar palabra se revolvió contra él y aprovechó el punto de apoyo que él mismo le ofrecía. Ben que no esperaba aquella reacción, tardó en comprender que ella le había ganado la espalda. Rápidamente dio un paso atrás y giró sobre el pie contrario al que había agarrado a Iori para quedar frente a ella.
Cuando sus ojos se reencontraron por primera vez desde aquella fatídica mirada, ambos se quedaron paralizados durante unos instantes. Los suficientes para que Sango se obligara a no perderse en ellos y sí para ver que ella parecía aterrorizada con tener allí frente a ella. Ben acortó distancias con un paso y apresó su brazos antes de llevarla contra la pared más cercana.
- Basta- le dijo con voz dura y que pudo oírse por encima del ambiente festivo-. ¿Estás bien?- echó un rápido vistazo a los dos tipos tirados en el suelo-. ¿Te han hecho algo?- ahora sí, buscando sus ojos.
Ella probó a mover los brazos pero las manos de Sango eran grandes y respondían automáticamente a cualquier intento por liberarse o cualquier movimiento, aunque fuera buscar una posición más cómoda. Y ella persistía en sus intentos de buscar una vía de escape, un resquicio, pero él no se lo permitió, ni siquiera si ella decidía atacarle, pues la posición dejaba poco margen en ese sentido, pero uno nunca podía estar seguro. Entonces, los ojos azules lo miraron con una sorpresa mayúscula al principio, para pasar a una mirada contenida, que buscó esquivar apartando la vista. Como si fuera incapaz de continuar observando sus ojos verdes.
- No tienen habilidad como para ello. Y menos en ese estado - respondió-. Sé cuidar de mi misma. Imagino que te han enviado para buscarme- aventuró sin mirarlo todavía-. Solo quería alejarme un poco. Sentir que sigo siendo dueña de mis pasos- se excusó mientras dejaba de luchar entonces, quedándose quieta entre el muro y el cuerpo de Sango.
- No me envía nadie- respondió sin apartar la mirada-, salvo mi propia conciencia. Si te pasara algo- dejó la frase en el aire.
Parpadeó lentamente y acto seguido le dedicó una leve sonrisa antes de aflojar la presión, sin embargo, no se separó ni una pulgada de ella.
- Lo he visto, y ha sido impresionante- asintió levemente en forma de reconocimiento.
Había algo frágil en la forma que tenía Iori de mirarlo, con sus ojos muy abiertos, clavándolos en él, con atención con algo más que Ben no era capaz de identificar. Parecía, incluso, fuera de sí misma, como si estuviera perdida en sus propios pensamientos. No duró mucho, sin embargo, lo necesario para que al tomar el control de sí misma, alzara una mano libre y, apoyándola en su hombro, le echara, ligeramente, hacia atrás.
- Zakath- respondió únicamente ante el comentario apreciativo sobre su técnica de combate.
Pues claro que había sido él quién le había enseñado, pero, ¿quién lo había perfeccionado? ¿Quién había sabido interiorizar todas las lecciones y las sabía aplicar en una situación no controlada? Ah, seguro, se dijo Sango, que ella lo veía así también. No todo el mérito debía ir para el Maestro. Sacudió levemente la cabeza y apartó los ojos para echar un rápido vistazo a su capa
- No te queda mal- dijo obviando algunos detalles como el hecho de que los hombros estaban descuadrados, que los correajes quedaban holgados y que, en definitiva, no estaba hecha a medida. Volvió a posar su vista en ella. Ladeó la cabeza y frunció levemente el ceño-. ¿Por qué no me pediste que te acompañara al exterior? ¿Por qué decides hacerlo todo por la vía más compleja?
A la poca luz de la noche era difícil asegurarlo, pero mientras Iori llevaba las manos a la capa para quitársela con rapidez pareció que algo de vergüenza hizo subir el color de sus mejillas.
- ¿Pedírtelo? Vi cómo te alejabas por el pasillo esta mañana- se mordió la lengua al instante, y forcejeó sin paciencia con la tela para quitársela-. No es la vía más compleja. Hacer las cosas sola siempre es la más fácil. La más fácil y rápida- respondió apuradamente antes de perder la paciencia, y buscar sacar por encima de la cabeza la capa que no conseguía desabrochar.
Ben atrapó sus manos con las de él y las llevó a la altura del pecho y allí las mantuvo aprisionadas un tiempo prudencial. Miró sus manos atesorando las suyas.
- Y fue un error. Quizá el más grande que haya cometido nunca, y sin embargo, aquí estoy. Contigo- soltó las manos y las llevó a los correajes-. Tratando de hacerte ver que el camino es más fácil cuando hay alguien a tu lado- con dos rápidos movimientos, las tiras de cuero se aflojaron, Ben los sostuvo-. ¿Quieres quedarte la capa un rato más?
Los ojos azules de la mestiza se abrieron desmesuradamente ante él. Su cara de asombro le cogió desprevenido. A Ben no le pareció que esa reacción se debiera al contacto entre sus manos, ni tampoco al fugaz cruce de miradas. No. Era la que él había dicho. Y aquello le dio que pensar. Sobre cómo era él y lo pequeño que era su mundo, o más bien, lo pequeño que él había hecho su mundo excluyendo todo aquello que no tuviera que ver con las armas, la guerra y todo lo relacionado. No sólo los actos definían quién era y qué impacto tenían sobre el resto, también importaba qué decía y cómo.
Se obligó a dejar de pensar para centrar su atención en Iori, que parecía haberse quedado congelada frente a él que aún sostenía las correas de la capa.
- No- respondió únicamente tomándola ella misma.
Se apuró en apretarla contra el pecho de Sango y de paso lo empujó un poco para hacer hueco entre ambos y salir del encierro en el que se encontraba. Ben aferró la capa y la apretó contra él. La distancia se ensanchó entre ellos. Suspiró.
- Bueno, si la necesitas, pídemela- con movimientos más que practicados, Sango se colocó la capa sobre los hombros y comenzó a atar los correajes-. Porque, ya que estamos aquí, habrá que aprovechar- sus manos eran rápidas y entre tirón y apriete había una tarea de ajuste sobre los hombros, sin embargo, no le llevó mucho estar conforme con cómo había quedado-. Conozco un par de sitios por aquí. ¿Qué prefieres, cerveza o hidromiel?
La morena había lanzado sus pasos sin esperar por él, moviéndose entre el gentío cuando le llegó su oferta tras ella. Redujo la rapidez con la que quería crear distancia con él. No aquella noche. Tenía cosas que hablar con ella. Tenía mucho que compartir, mucho que mostrarle. No. No habría distancia suficiente entre ellos que les permitiera evitarse. Llegó a su lado y allí se quedaron un instante. En mitad de la entrada a la plaza. Juntos. Ella no hizo ruido, pero por el movimiento de sus hombros, Ben supo que había suspirado profundamente.
- Me da igual. Lo cierto es que justo era lo que estaba a punto de buscar. Algo con la suficiente cantidad de alcohol- le reveló mientras seguían avanzando entre la multitud. La música parecía llegar de todas partes, y tuvieron que esforzarse en evitar chocar con la gente que bailaba de forma descontrolada. Los ojos azules de la mestiza observaron hacia las siluetas y sin mirarlo preguntó-. ¿Te gusta bailar?-
La pregunta le había cogido por sorpresa. Su cabeza, por un momento, le llevó a tiempos pasados, a una fiesta en Cedralada, a las tardes tratando de recordar si las veces que había bailado había disfrutado o no.
- Las veces que lo hice, lo pasé bien- se encogió de hombros-. No sé, hace tiempo desde la última vez.
La mestiza enarcó las cejas de una forma extraña, reflejando que no parecía convencida de lo que él le decía.
- Las veces que lo hice- repitió, como si reflexionara sobre sus palabras.
Avanzaban cruzando la plaza, juntos, hombro con hombro y notaba los ojos azules clavados en él. Entonces, ella comenzó a mecer la cadera, despacio. Y sus pasos se hicieron más constantes. Más rítmicos. Ben no pudo evitar sonreír al verla disfrutar. Sí, disfrutar. Era lo que veía y lo percibía, sin embargo, si alguien le preguntara, no sería capaz de verbalizar el cúmulo de emociones que sentía en aquel preciso instante. Era algo parecido a cómo se había quedado el día anterior cuando ella, después de despertar, habían cruzado sus miradas y entonces le sonrió. Un instante que le arrebataba la respiración cada vez que se acordaba de él.
Se sentía afortunado de ser testigo de aquellos momentos que contrastaban tanto con su comportamiento diario, distante, frio, dañino. No, ese no era su comportamiento. Vivía una realidad distorsionada, una realidad oscura que atormentaba a la morena y que debía ser desterrado. Ben, por supuesto, estaba decidido a ayudarla en esa tarea. Por eso atesoraba aquellos breves destellos en mitad de la oscuridad, para que le sirvieran como combustible para las horas más oscuras.
Sango, entonces, aminoró la marcha y, como ella, dejó que el sonido de la música marcara sus pasos. Sonrió al sentirse parte de algo más grande.
- Esta música...- dijo sin parar de mover la cabeza.
Iori no había apartado la vista de él. Reconoció en su mirada que había notado el cambio en la forma que tenía Ben de caminar y se acercó atraída por él mientras continuaban cruzando la zona concurrida de la plaza.
- ¿La conoces?- preguntó.
Inmediatamente después, dio un paso rápido a un lado, parecía una finta, pero lo que hizo realmente fue aprovechar para situarse justo delante de él, caminando de espaldas para poder mirarlo de frente. Alzó las manos despacio, y acompasó su avance al de él mientras buscaba agarrar el borde de su capa. Aquello no hizo más que avivar el deseo que sentía por ella. Clavó sus ojos en Iori y dejó que ella agarrara la capa.
- No, pero suena muy bien- dijo acortando en medio paso la distancia que les separaba.
La zona iluminada por la que estaban avanzando no dejaba lugar a dudas. Aún en la noche, ambos podían verse con claridad. Y cuando ella fue consciente de la mirada que Ben le dedicaba, Iori frunció el ceño. La mestiza, entonces, perdió el ritmo, tropezó y se aferró con fuerza a la tela de la capa. Jadeó sorprendida cuando con su peso hizo inclinar un poco a Sango hacia ella. Lo justo para que la chica terminase chocando con la cabeza contra su pecho. El inicio de baile se detuvo aunque la música se seguía escuchando, pero actuaba más como escudo que los envolvía y los aislaba en mitad del gentío.
Enarcó las cejas al notar como su piel se tensaba con su contacto. Subió una de sus manos a su cabeza y aspiró su aroma mientras apretaba contra él. La mestiza encontró apoyo en el pelirrojo y se quedó muy quieta cuando sus brazos la rodearon por completo. Sobre su cabeza, la respiración de Ben acariciándole el pelo. Gracias a él no había caído y mientras él siguiera a su lado, no lo haría jamás.
¿Qué clase de oscuro pensamiento se le había pasado por la cabeza para creer que debía alejarse de ella? ¿Acaso la conversación con Zakath había tenido algo que ver? ¿Era, quizá, algo en su interior lo que le seguía obligando a creerse el relato de que era mejor no entregarse a otra persona? Que equivocado estaba. Que idiota había sido. Que traición a sí mismo había perpetrado. Que tarde tan desagradable. Que castigo por incumplir su propia palabra. A pesar de todo. A pesar de Amärie. A pesar de sí mismo.
Notó a Iori exhalar todo el aire de sus pulmones. Ben la apretó algo más contra él. Y fue al respirar de nuevo cuando algo la hizo cambiar, amoldándose, acomodándose contra él. Como si se librara de los últimos resquicios de reticencia ante aquel abrazo y su cuerpo se relajó contra él. Sus manos abrieron la capa de Ben y la colocó a ambos lados, para encontrar espacio allí para ella. Directamente contra él. Y se fundió. En el único lugar en el que sentía que podía ser débil. El único que la convertía realmente en alguien fuerte.
Entonces, en ese preciso instante, la tensión en su piel desapareció. Y el dolor de la mañana, de su ausencia, de lo que él mismo había provocado, se desvaneció. Lo expulsó fuera de su cuerpo a través de sus ojos y se aferró a ella como si su vida dependiera de aquel abrazo. Y notó como su corazón se aceleraba y todo a su alrededor parecía vibrar con otra intensidad, como si los colores fueran mucho más vivos, como si la música cobrara otro significado, como si todos riera y celebraran el mismo acontecimiento. Y al final, sonrió. Una sonrisa pura y sincera que demostraba una felicidad que no había experimentado en ningún momento de su vida. Sentía que todas sus sonrisas solo habían servido para prepararle para aquella. Y el dolor siguió escapando de su cuerpo y él no podía dejarla escapar. No podía dejar de sentir su cuerpo. No podía ni quería volver a experimentar algo así.
Las manos de la mestiza rodearon la cintura de Ben, hasta unirse juntas a su espalda. Se anudaron allí con fuerza, y a medida que notaba cómo él no la rechazaba su intensidad se relajó. Recorrió con las palmas su espalda, hasta llegar a los hombros.
- Me haces sentir…- se aferro con fuerza a ellos-. Me haces sentir…- murmuró ahora con un asomo de ira en la voz-. Me haces sentir tanto… y no me gusta, necesito que pare- confesó.
Sin embargo Iori no hizo nada por apartarse de Ben. No cortó el contacto. Y él tampoco.
- ¿Por qué quieres que pare? ¿Acaso te hago daño?- preguntó.
- ¿Y yo? ¿Yo te hago daño?- su voz sonó fiera cuando hablo contra su pecho.
Alzó los ojos y lo miró, escondiendo la confusión que sentía detrás de la acusación. Ben, con el rostro marcado por el dolor que había expulsado hacía tan solo unos instantes, le devolvió la mirada.
- A la mañana- añadió únicamente.
Sus palabras no correspondían con sus gestos. Sus manos habían subido de sus hombros hasta su nuca, volviendo a anudarse allí nuevamente. Sus ojos verdes se clavaron en sus preciosos ojos azules. Ben negó levemente con la cabeza y dejó que el contacto de sus manos, reconfortantes, se extendiera desde la nuca al resto del cuerpo.
- Lo de esta mañana fue un error. Mi cabeza no funcionó como debería- dijo algo avergonzado, pero se recompuso enseguida-. No, Iori, tú no me haces daño- añadió con seguridad-. Al contrario- bajó la cabeza.
El contacto fue leve. Cálido. La frente de Sango hizo contacto con la de Iori en un gesto suave. Pero ella lo sintió como si el cielo hubiese caído sobre ella. Sus ojos se abrieron desmesuradamente y todo su cuerpo se tensó bajo él. Las palabras del Héroe solamente añadían confusión a sus pensamientos.
- Al contrario…- repitió, sintiendo que daba igual en boca de Sango o en la suya. Sonaba imposible. Sus dedos recorrieron la línea de la mandíbula de Ben muy despacio, deslizándose desde la nuca al mentón, y tras notar la aspereza de su barba en la piel lo tomó de las mejillas.
- Ben, haces que tenga…- se le secó la garganta-. Miedo. Un miedo como nunca sentí antes- y en sus ojos se reflejó como aquel sentimiento la torturaba.
No pudo mantenerle la vista más tiempo. Como si su sonrisa estuviera matando una parte de ella que ni tenía nombre. Fue gracias a eso, pensó Sango, que los vio. Se anticipó por instinto y soltándose de él se giró, apoyando en su pecho una mano para colocarlo detrás. La sonrisa de Sango se tornó en sorpresa. Cualquiera que viese la escena pensaría que era ridículo: Iori protegiendo de un choque, con un muchacho, al gran Héroe con su cuerpo. Pero aquel contacto no era algo accidental. La mestiza, de repente, lanzó la mano y apresó la muñeca del muchacho.
- Vaya tropiezo, seguro que es porque vas muy cargado- murmuró.
A Iori, se la veía enfadad, iracunda. Molesta. Febril por haber perdido su momento con Ben de aquella manera. El chico la observó con gesto inocente, que a Ben le pareció forzado, y cara de suficiencia.
- Perdona, ¿eh? Fue sin querer- había condescendencia en su voz.
Aquello encendió la llama en Iori. Giro la muñeca en la dirección hacia la que no había juego de articulación y lo obligó a arrodillarse para evitar que le rompiese la mano en medio de un gran alarido. Sango alzó las cejas pero no les interrumpió.
- ¿Has robado muchas carteras esta noche? Seguro que la guardia está encantada de saber de ti- siseó la mestiza.
Sus palabras le llegaron claras, y comprendió entonces lo que pasaba. El choque, un rápido juego de manos y la bolsa con los aeros desaparecía. Ben esbozó una sonrisa y miró a Iori con un perspectiva distinta. La miraba como si fuera alguien en la que poder sentirse respaldado, alguien que le protegería cuando lo necesitara. Es extraño estar en este lado de la historia. Sintió orgullo por ella, por haber actuado de forma tan noble para evitar que alguien intentara atracarle. Aspiró con fuerza e hinchó el pecho. Ben posó una mano en el hombro de Iori, apretó para llamar su atención y le guiñó un ojo.
- Así que, te dedicas a robar, ¿verdad?- Ben agitó la capa de tal manera que la espada quedara visible a sus ojos-. Es una pena que hayas dado con los tipos equivocados. A ver, ¿cuánto llevas encima? Si te saltas un maldito aero me encargaré de que te corten las manos, ¿me has oído?
El chico abrió muchísimo los ojos, fijándose en Sango ahora. De rodillas, mirarlo a él resultaba todavía más imponente. Se removió pero Iori apretó, y aquello sirvió para controlarlo de manera efectiva.
- ¡Lo siento, lo siento! Juro que es por necesidad! - intentó defenderse.
Sango observó que Iori miraba hacia la multitud. Como si esperara otro ataque, otro intento de robo. Asintió tranquilo y devolvió la mirada al muchacho.
- Claro- Ben se puso en cuclillas-, ¿y cuál es esa necesidad? Y mírame a los ojos cuando me respondas, porque si me me mientes, lo sabré. Y si te atreves a mentir, cumpliré mi promesa.
Notó los ojos de Iori clavados en él. Ella estaba ahí para ayudarle. Él para ayudarla a ella. Y ninguno de los dos vio lo que se acercaba por detrás.
- ¿No vas a responder? Bien- Sango asintió.
Y de golpe se levantó y en el movimiento dio un paso atrás y chocó con alguien. Se giró rápidamente y se encontró de cara con una muchacha, joven. Ben se llevó la mano al pecho e hizo una ligera reverencia para disculparse pero el brillo que reflejó el puñal que llevaba en la mano le puso en guardia casi al instante. Comprendió y alzó la mirada lleno de rabia.
La joven le lanzó una estocada que Ben esquivó con facilidad. Agarró entonces a la muchacha por las solapas de la ropa con una mano y con la otra le abofeteó con tanta fuerza que la tiró al suelo. El arma se escapó se su mano y Ben la recuperó del suelo y la alzó para estudiarla.
La aparición de la chica distrajo a Sango y a Iori, lo suficiente como para que el ladrón que ella retenía en el suelo le diese una patada a la mestiza. Iori vio las estrellas y no pudo evitar gritar de dolor, arrodillándose para agarrarse la espinilla. El dolor la hizo apretar los dientes y el chico desapareció entre la gente. Lo mismo que haría su compañera en cuanto Sango apartase la vista de ella.
Ben se giró para ver, en primera instancia como Iori se llevaba las manos a la espinilla y a lo lejos se veía al muchacho escabullirse entre la multitud que parecía ajena a ellos. Se acercó de una zancada a Iori y le posó una mano en la espalda.
- ¿Estás bien?- dijo inclinándose hacia ella.
El dolor. El camino que había seguido. La mano de Ben. Cálida. El horizonte que apenas sentía confianza para mirar. Oteando con la esperanza de un condenado, encerrado detrás de las rejas de una fría cárcel. La oscuridad se deslizó dentro de ella, despertando una pizca de la locura que la acompañaba, como haría la humedad de una celda en sus huesos.
- Sí- murmuró obligada por una forzada cortesía que Sango notó.
Supuso que sería algo que le debía después de haber compartido un abrazo en el que ambos parecían haber sentido tantas cosas que un hecho desafortunado había interrumpido. A sus ojos, ella pareció enfadada. Quizás con él, quizás con ella misma. Se levantó y sin mirarlo de nuevo continuó cruzando la plaza, ajena ahora a la música que seguía sonando. Suspiró. Paciencia, Ben, ha pasado por mucho. Paciencia.
Fue tras ella, una vez más. La muchacha del puñal había desaparecido y él guardó aquel arma en uno de los bolsos de la capa. Sus ojos se posaban en ella y en el frente a partes iguales, seguro que de su camino seguía estando a su lado. Sin embargo, después de alzar la cabeza, Ben se dio cuenta de que no estaban caminando en la dirección correcta. Hizo una mueca y sin pensarlo mucho le echó un brazo por encima de los hombros y la arrastró en la dirección correcta.
- ¿Te gusta el aguamiel? Dicen que traen la miel de Ulmer, de la frontera con el Reino del Norte. Miel de las montañas. Todo un manjar.
Iori se dejó conducir por él. Incapaz de luchar con la fuerza de atracción que él ejercía sobre ella.
- Nunca la probé. Mientras tenga alcohol será suficiente- respondió con voz monocorde.
- Te va a encantar. Si mi memoria no me falla, tenían dos o tres tipos- sacudió los hombros-. No sé, al final es agua y miel, ¿no? ¿Qué le echarán para que sea distinto uno con otro? No recuerdo haber probado más de un tipo aquí, de aquella no tenía mucho dinero, había que ahorrar- dibujó una sonrisa en el rostro.
Sus pasos habían sido perezosos, aminorando el ritmo, dejando que se cruzaran delante de ellos e incluso echando un rápido vistazo a los músicos y cantantes. Y sin darse cuenta, se detuvieron frente a la taberna conocida como El Gigante Aegir. Recordaba haber pasado alguna que otra noche en el interior. Sobre todo en los últimos años de Lunargenta, donde tenía un salario y podía permitirse ir a locales como aquellos y no tascas como la de Kyotan, que había frecuentado más por necesidad que por gusto. Echó un rápido vistazo a Iori que esbozó una sonrisa falsa en su rostro, pero que Sango no supo ver.
- Tras la recompensa de Hans seguro que ahora no tienes problemas para pagar por todas las bebidas de las que dispongan dentro- señaló la taberna frente a la que se habían detenido-. Espero que tengas pensado invitarme. De lo contrario tendré que marchar sin pagar- lo miró a la cara pero huyó a tiempo de evitar que sus ojos hiciesen contacto con los de Ben. Avanzó con paso decidido y sin esperar por él, separando ahora sus cuerpos, cruzó el umbral de aquel lugar.
No la sacaría de su error. Ya lo descubriría ella cuando echara la mano en el interior de su alforja. Él se limitó a seguirla al interior del local, que, como era de esperar, tenía su ambiente, mucho más relajado que el exterior, pero aún así había bastante gente. Las puertas y ventanas estaban abiertas y aunque atenuado, el ruido de la calle se hacía notar. Después de deambular y buscar un sitio, consiguieron acomodarse en un banco, el uno al lado del otro. Sango buscó con la mirada y al encontrar alzó la mano izquierda con dos dedos levantados. Acto seguido los cerró y sacó el pulgar. Un asentimiento por parte del camarero hizo que Ben esbozara una ligera sonrisa.
- Pues dos de aguamiel, si no te parece mal.
El ruido, la fiesta, el ambiente alegre que había en torno a ellos no terminaba de calar en Iori. La presencia de Sango era castigo y bendición a la vez. Algo que buscaba con desesperación, pero también era el origen de sus pensamientos más caóticos. A su derecha, un hombre enorme se deslizó para sentarse en el banco que lindaba con el que ocupaban ellos. Su corpulencia invadió en parte el espacio que ocupaba la mestiza, haciendo que esta se acomodase en la dirección contraria. Más cerca de Sango.
Cuando se acomodó más cerca de él, sintió un escalofrío que se obligó a contener. Notó como la piel que estaba más cerca de ella se erizaba, como si buscara separarse de su cuerpo y juntarse con la de ella. Suspiró y una cálida sensación le recorrió el cuerpo.
- ¿Sabes que viví aquí, en Lunargenta? Diría que unos diez años.
La mestiza permanecía quieta, con la vista fija en algún punto entre sus manos y la mesa que se extendía frente a ellos. Parecía aislada en sus propios pensamientos, cuando un gesto sarcástico llenó una medio sonrisa en su cara.
- ¿Diez años? ¿Y dedicaste todo ese tiempo a la formación militar?- alzó los ojos.
Y lo vio de nuevo. El sarcasmo desapareció, de la misma forma que se apaga un leño ardiendo al ser arrojado al agua. En aquel lugar, en la intimidad de su cercanía, Iori se sintió inclinada de nuevo a dejarse llevar. Se sentó de medio lado y recogió una pierna para pegarla contra su pecho. Su expresión se suavizó y en esta ocasión, una sonrisa más tibia se perfiló en su rostro. Más sincera. Más cálida.
- Es a lo que me trajeron: a formarme. Lo que pasa es que no hicieron buena carrera de mi- sonrió a nadie en particular-. Vivía en los barracones, compartía habitación con una sección entera, unos treinta o cuarenta, niños y niñas. Luego nos andaban dividiendo según nuestras capacidades, algunos iban a caballería, otros a la escuela de oficiales y otros nos quedábamos en los cuarteles a dar y recibir- se encogió de hombros-. Pero a medida que crecíamos, miraban menos para nosotros y Lunargenta estaba a nuestra disposición- giró la cabeza para mirar a Iori con la misma sonrisa dibujada en el rostro.
No miró sus ojos, se fijó en sus rasgos, en su nariz, los labios, el pelo que caía a uno y otro lado y al final, enlazaron las miradas. Ben tragó saliva. Notó movimiento por el rabillo del ojo. Una figura posó las bebidas en la mesa.
- Sí, el mundo entero metido en esta inmensa ciudad, como dicen- apartó momentáneamente la mirada para alcanzar las jarras y tenderle una a Iori-. En mi opinión- llevó su jarra hacia la de ella y la dejó a medio camino-, vale más ver el mundo tal y como es y no como quieren mostrártelo.
Entornó los ojos cuando él comenzó a hablar. Que él compartiese de aquella manera sus recuerdos, parte de sus vivencias, despertaron un hambre desconocida en ella. Quería saber más de él. Aprender de sus palabras y leer en sus gestos. Conocerlo. Profundizar en la conexión que tenían, pero no solo de la forma física en la que ya lo habían hecho. La sensación de incertidumbre ante un deseo semejante la hizo guardar silencio. Observó las jarras y aguardó a volver a estar solos. Alzó la mano pero no tomó la que él le había ofrecido. Agarró la que sería de Sango y la llevó a los labios. Bebió la totalidad de la jarra, sin darle tiempo a su lengua a analizar el sabor. La vació, y un escalofrío la recorrió cuando notó el regusto del alcohol en su boca. La alejó con los dedos devolviéndosela al guerrero, y antes de pronunciar palabra tomó la que quedaba sobre la mesa y repitió la operación. Cerró los ojos con fuerza mientras dejaba con un sonoro golpe ahora la jarra vacía sobre la superficie de nuevo. Contuvo el desagrado que sintió, pero decidió que el sabor era compensado por la sensación de despegue que no tardaría en embargarla.
- Creo que nadie podría imaginar en qué se convertiría aquel niño de pelo rojo. Ni Zakath. Pero no importa lo que otros opinen. Dime Sango, ¿Qué es lo que piensas tú de la vida que has recorrido hasta ahora?
Sus cejas enarcadas y su boca entreabierta daban cuenta de la sorpresa que sentía en ese preciso instante. Asombrado por haber presenciado como Iori se había bebido, sin apenas dudar, una generosa cantidad de aguamiel. La pregunta, entonces, le llegó como si ella estuviera lejos, la había escuchado pero su cabeza estaba más centrada en procesar lo que acababa de presenciar. No quiso darle más importancia y empezó a buscar una respuesta mientras sus facciones regresaban a un estado de reposo.
- Ni yo mismo me imaginaba estar donde estoy. Sí, claro, cuando uno es pequeño quiere ser el protagonista de una historia, el Héroe de un relato. Sin embargo, uno crece, y cuando ha estado metido entre tanta miseria como yo, lo único que uno busca es sobrevivir un día más- hizo una pausa para mirar el interior de las jarras y buscó con la mirada a alguien que les sirviera-. Mi vida... Poco importa lo que piense de lo que llevo vivido hasta ahora, es la vida que me toca vivir, está escrita desde el inicio de los tiempos, desde que los restos de Ymir se convirtieron en el mundo. Pero si preguntas a otra parte de mi- levantó dos dedos, los recogió y estiró el pulgar, el mismo gesto que antes-, te dirá que es una vida solitaria. Condenado a hacer lo mismo una y otra vez, obligado a luchar por mi vida todos y cada uno de los días que salgo a hacer lo único que sé hacer- tragó saliva y con un deje de rabia siguió hablando-. ¿Qué se espera de un Héroe que salva una ciudad de ser devorada por una manada de Kags? ¿Qué se espera de un hombre que se lanzó a por un maldito asesino de los Ojosverdes, sus secuaces y una vampiresa bajo la cascada en Sandorai? ¿Qué se espera de la persona que recupera un objeto maldito de una bestia? ¿Qué esperar de una persona que acude a Eden y no puede hacer nada por cientos de sus compañeros? ¿Qué hacer, cuando en medio de todo el caos, una amenaza desde el norte se cierne sobre Verisar y el nombre de Ben Nelad de Cedralada resuena en boca de muchas personas?- esbozó una sonrisa mientras miraba las jarras vacías. La ira desapareció repentinamente-. ¿Acaso tengo otra forma de ver esto que no sea el camino que los Dioses me han puesto delante? Ben Nelad, el protector de Verisar, el Héroe de Aerandir, Guardián de Sól, ¿qué se espera de mi si no es dar mi vida por aquellos que me importan?
Miró a Sango a los ojos cuando él comenzó a hablar, antes de apartar la vista y observar hacia la persona a la que hacía el gesto. Él le había dicho que había llegado allí de pequeño, pero por la forma que tenía de desenvolverse, a ella le parecía nativo. Dejó que sus ojos se desenfocasen mirando hacia el gentío que llenaba la gran taberna de un ambiente festivo. Resultaba contagioso, pero un muro en la mente de Iori le impedía empaparse de él. Cerró los ojos, y se aisló del mundo, dejando que fuese ahora la voz de Sango la que ocupase todos sus sentidos. Concentrada en lo que le contaba, frunció el ceño cuando notó el deje de rabia en su voz, como si aquello le produjese malestar a ella también. Como si no fuese algo natural en él. No le resultó difícil imaginar a Sango en medio de todas aquellas situaciones. Innegablemente peligrosas, y su corazón se aceleró a medida que en su cabeza recreaba las escenas en las que había puesto su vida en riesgo. Tragó saliva. Y sus preguntas resignadas llenaron de veneno el corazón de Iori. No quería aquello para él. Y todo en su cuerpo pareció tener ganas de gritar. Sin embargo, cuando abrió los ojos sintió el mareo. Y vio como el techo se desplazaba y se inclinaba peligrosamente. Se aferró al borde de la mesa con fuerza, y trató de recuperar el equilibrio, evitando que la taberna se moviese demasiado a su alrededor.
- Nada- se escuchó decir demasiado despacio-. Nadie tiene derecho a esperar nada de ti- giró el rostro, y buscó mirarlo, con los ojos más sinceros que había dirigido a él nunca antes-. Has dado demasiado. Has sacrificado demasiado. Es suficiente, Ben. ¿Hablas de aquellas personas que te importan? No creo que nadie que te quiera de verdad desee que te sacrifiques de esa manera. Y los que sí lo hacen, ¿Merecen la pena?- clavó las uñas en la madera notando un nuevo mareo-. No le des a nadie lo que ellos no darían por ti- susurró.
Observó su manos aferradas al borde de la mesa mientras su última frase resonaba en su cabeza.
- Por eso quiero darte hidromiel- giró la cabeza para mirarla-, porque espero que luego correspondas al gesto- le dio con el codo en el brazo y esbozó una sonrisa grande.
Un muchacho de no más de quince veranos llegó con una zapica y rellenó el contenido de las jarras. Ben posó un par de monedas en la mesa y vio como las recogía, sonreía y asentía hacia ellos.
Una suave sonrisa se perfiló en la boca de Iori. No de las duras, ni de las sarcásticas. Una que parecía divertida. Su cuerpo se movió más de lo esperado ante el codazo amistoso de Sango, y cuando se esforzó por recuperar la posición terminó inclinándose demasiado hacia él de regreso. Se rió entre dientes cuando el muchacho se llevó ufano las monedas que él le había dado mientras pensaba a quién le podría robar ella para poder pagar la invitación de Sango.
- No es que nadie espere algo de mi. Pero Ellos sí esperan que haga lo que hago. ¿Por qué si no iba yo a recorrer este camino? ¿Por qué si no iban a imponerme tan duras pruebas? Pero, en los últimos tiempos- su tono cambió a uno más lúgubre-, he visto demasiada miseria. Dan ganas de mandarlo todo a tomar por culo.
- ¿Crees que existe alguna persona que pueda interpretar sin lugar a dudas su voluntad?- preguntó mientras fallaba al agarrar la jarra llena que tenía delante. Frunció el ceño molesta, y deslizó los dedos por el borde de la mesa y avanzó hasta tocar el frío metal.
- Si te interesa el tema de tomar por culo podemos hablar de ello- añadió antes de alzar la jarra hacia los labios y volver a beber. Con avidez. Y con intención de terminarla por completo de nuevo.
Una sonora carcajada se escapó de su cuerpo al tiempo que ella se llevaba la jarra a los labios. Ben se echó hacia atrás y dejó que la risa saliera de su cuerpo. Cuando se calmó miró a Iori divertido.
- Claro, la noche es joven- posó una mano en la base del cuello y apretó ligeramente a modo de masaje-, seguro que podemos hablar de ello.
Tragó toda la bebida sin gustarle en absoluto el sabor que recorría su lengua. Pero cierto era que la estaba subiendo más rapido que otras mierdas de las que tenía consumido. La dejó de manera sonora, estando a punto de tirarla al suelo en un gesto en el que usó una cantidad de fuerza desproporcionada. Apenas tuvo tiempo de sentir vergüenza por aquello, cuando sintió la mano de Ben en su nuca. Grande, fuerte, y cálida. Clavó los ojos, sin ser capaz de fijarse en nada en concreto, en el espacio que se extendía delante de ella. Sintió que tras su risa no la había tomado en absoluto en serio. Y recordó. Cómo había sido su primera vez de aquella manera. Con el cielo sobre su cabeza y una mullida cama de hierba verde en la que apoyar las rodillas. De las pocas veces que había dejado que otra persona tomase el control. Algo que atribuía a su falta de conocimiento y experiencia. Sus mejillas ardieron. Mezcla del alcohol y del azoramiento que sentía. Giró la cabeza y lo miró con furia contenida por lo mal que la estaba haciendo sentir. Pensando que sería capaz de subirse a él allí mismo y demostrarle hasta qué punto estaba hablando en serio.
Ben miraba a Iori y lo que estaba bebiendo. Sintió algo de tristeza al ver cómo se lanzaba a por la bebida y la rapidez, evidente, con la que se intoxicaba con ella. Comprendió que no era bebedora habitual, que lo hacía por ese efecto que causaba, ese punto que uno podía alcanzar en el que todo era perfecto, todo era maravilloso y nada podía parar a uno. Ben, sin embargo, no borró la sonrisa, ¿acaso no merece una noche así? ¿Acaso, Dioses, no ha hecho suficiente para beber y hacer lo que el cuerpo pida? Suspiró.
La mano ahora no apretaba, pasaba de hombro a hombro con movimientos suaves. Ben bebió otro trago y siguió mirando a Iori.
- ¿Sabes? Yo creo que sí podemos especular con la voluntad de los Dioses. Lo que nunca podremos hacer es conocer su voluntad. En cualquier caso, creo que sé a dónde quieres llegar. Crees que me equivoco en mi interpretación.
Pero su caricia continuó. Y ahora notó como su calor la reconfortaba en los hombros. Se adaptó a él, dejando que poco a poco la tensión de su cuerpo se derritiese, como unas botas llenas de nieve delante del fuego. Y, como estas, Iori también sintió que su frío inicial se convertía en algo ligero y húmedo. Ben la estaba encendiendo. Y la mestiza respondió acercándose más a él.
- Dime Ben, si únicamente podemos llegar a interpretar sin estar seguros, ¿Por qué esa es en la que tú eliges creer? ¿Por qué te quedas en una que implica tal sacrificio para ti?- hablaba despacio para controlar mejor la lengua a la hora de pronunciar las palabras. Se inclinó más hacia él, y apoyó una mano en su muslo, deslizándola por debajo de la capa-. Cuanto más te escucho más creo que eres tú el que se impone esa carga. Nadie más.
- Desde luego que no me la impongo- contestó Sango al instante, algo molesto por -. Pero, ¿acaso puedes dejar de ser quién eres? Yo a eso digo que no- hizo una pausa-. Mi madre suele decir "aquí estoy, como los Dioses me hicieron y el mundo de me ha dejado". Nunca le di muchas vueltas a esa frase, pero últimamente, no sé, el mundo parece enemigo de los Dioses y yo estoy en medio- rompió el contacto con ella.
- Dejar de ser quién eres...- repitió mirándolo a los ojos, antes de alejarse de él en sus propios pensamientos. Las palabras del pelirrojo, en su boca, parecían cobrar una dimensión completamente diferente. La mestiza notó como apartaba la mano de ella y sintió frío. Un escalofrío la sacudió y aferró con más fuerza la mano que tenía sobre la pierna de Ben.
Posó la mano sobre sus piernas y la observó en silencio durante largo rato. Le daba forma a las ideas que tenía en la cabeza. A veces sentía que tenía un discurso contradictorio consigo mismo, pero no podía hacer nada para remediarlo. Hablaba según sentía las cosas en ese momento ya tuvieran más o menos reflexión. Tardó todavía, algo más, en hablar.
- Quizá tengas razón, Iori, quizá sea algo en lo que debo pensar. Pero si me estudias, verás que que no sé hacer otra cosa. Bueno- dijo de repente-, yo aprendí de pequeño alguna cosa sobre la madera, supongo que podría ser una opción- añadió sin mucho convencimiento.
Ben dio un sorbo más y dejó la jarra sobre la mesa. Ahora se miraba las palmas de las dos manos mientras un fragmento de una conversación pasada se colaba entre sus pensamientos.
- El otro día dijiste algo que me ha hecho pensar, ¿sabes? Fue algo que ya venía dándole vueltas desde hace algún tiempo.
Sus últimas palabras la hicieron volver por completo, captando toda la atención de la morena en él y mirándolo con atención. El alcohol enturbiaba bastante sus sentidos pero, de alguna manera, él conseguía abrirse paso en ella, llegar a su conciencia como si fuese la brisa de la mañana. Estuvo a punto de decir una tontería pero, comprendió en el último instante que su mejor conversación quizá eran los silencios. Lo miró espectante, y dejó que su mano se inclinase un poco más hacia la que tenía más cerca de Ben.
- Cuando me dijiste que marchara. Lejos. Que formara una familia. ¿Lo decías en serio? ¿Crees que sería posible para un hombre como yo?- alzó la mirada y buscó sus ojos-. ¿Crees, de verdad, que podría dejarlo todo y marcharme a algún lugar y formar una familia?
La mirada azul demoró unos segundos, pero, como respondiendo a una llamada, la mestiza alzó el rostro e hizo contacto con los ojos de Ben. Recordaba perfectamente cuándo le había dicho aquello. La motivación que tenía. Alejarlo de ella. Cortar el camino que habían recorrido juntos. Algo se revolvió en su estómago al pensar en aquella posibilidad. En separarse de él esa noche. En verlo dejar todo. Dejarla a ella. Marcharse lejos y formar una familia. Su cara se contrajo en un evidente gesto de disgusto ante aquello. Vaciló.
- Cuando te lo dije solo quería sacarte de encima- se justificó. Su forma de hablar denotaba el consumo de alcohol. Dejó caer la cabeza de nuevo hacia delante, observando su propia mano en la pierna de Ben-. Ahora no siento lo mismo... No tengo urgencia en separarme de ti- reflexionó, pronunciando muy bajito las tres últimas palabras. Como si usando aquel tono no fuese tan palpable el hecho de que sus días juntos estaban contados-. Creo que dejar a un lado el camino del guerrero sería algo positivo para ti. Una vida tranquila. Como Zakath. Disfrutando de las cosas sencillas, moviéndote a tu aire...- giró la mano soltando la pierna, pero en ese instante tocó con sus dedos el dorso de la mano del pelirrojo. Casi con inseguridad. Fijó la vista en el punto en el que sus pieles se tocaban, y parpadeó lentamente-. Creo que... prefiero no imaginar cómo formas una familia- reconoció con voz reflexiva.
- ¿Por qué? Una familia podría ser el impulso que me saque del frente. Quizá yo...- dejó la frase en el aire sin saber cómo continuar.
Sus dedos acariciaron su mano mientras se dejaba arrastrar por la culpa creciente que sentía al recordar cómo se había alejado de ella mientras que la mestiza no parecía querer separarse de él. Permaneció en silencio mucho rato, con la mirada fija en el lento movimiento de sus dedos por su mano, perdido en un mar de dudas y pensamientos contradictorios.
- Una vida tranquila es algo que no me ha deseado nadie jamás- reveló entonces.
Una familia podría ser el impulso que me saque del frente. La razón que llevaría a conducir los pasos de Ben lejos de una vida que, con seguridad, terminaría en algún momento de forma sangrienta. No existían soldados ancianos. Zakath era una prodigiosa excepción. Iori bufó, casi sin ganas, antes de dejar caer la cabeza contra su hombro.
- Pues busca entonces una buena chica. Vive esa vida tranquila- murmuró observando desde aquella posición cómo sus dedos parecían conocerse mejor que ellos mismos. Como sus pieles parecían respirar con el lento movimiento que los mantenía en contacto.
Ben se mantuvo en silencio estudiando sus palabras, su forma de decirlo, el apoyarse contra él. Giró ligeramente la cabeza hacia ella y aspiró su aroma. No sabía cómo continuar aquella conversación sin ahondar más en lo que sentía. Las palabras de Zakath resonaron en su cabeza. La imagen de Iori bebiendo hacía tan solo unos instantes también pasó por sus ojos. Decírselo podría ser tan desastroso.
- Qué hay de ti, Iori, ¿serías capaz de formar una familia?- preguntó sin dejar de acariciar su mano.
Ella le respondió con una risa triste que le hizo dar un respingo de dolor.
- No te gustaría saber la fama que tengo allí en dónde me he criado. Te aseguro que soy todo menos deseable para encajar bajo la definición de "apta para formar familia". Mi forma de ser nunca ha sido compatible con algo así. Tampoco lo pretendo- alzó la mano que tenía libre y perfiló el borde de la jarra de la que había bebido Ben, la única en la que todavía quedaba algo-. Jamás le haría eso a una criatura inocente. ¿Traer un bebé al mundo? ¿Qué tipo de madre podría ser?- notó el estupor en sus propias palabras. Y en aquella ocasión, algo dolió un poco. El amargor bien podía bajarse con amargor. Aferró la jarra y se incorporó para beber de ella.
- Una mujer no apta para formar familia, un hombre que por miedo no se atreve hacerlo. Como si los Dioses quisieran...- se atrevió a decir pero no a terminar.
No quiso dejar mucho tiempo para la reflexión y se removió en el asiento para acomodar la postura después de que ella se incorporara. La observó llevar la mano a la jarra que había dejado sobre la mesa. Quería decirle tantas cosas pero no sabía cómo hacerlo. Gruñó de rabia.
- ¿Has estado alguna otra vez en Lunargenta?- preguntó.
Se detuvo a medio camino cuando le escuchó decir aquello. Establecer aquel vínculo entre ambos con sus palabras. Abrió mucho los ojos y dejó lentamente la jarra de nuevo sobre la mesa, en esta ocasión sin hacer ruido. Y se giró para mirarlo. Tenía las cejas enarcadas, mientras intentaba decidir si lo que su mente confundida había entendido era correcto o no. Su pregunta la distrajo antes de poder llegar a una conclusión.
-Sí. Tres veces anteriormente- recordó a la úrsida con la que se había metido en las catacumbas para una pequeña misión de rescate. Recordó al brujo que casi la mata en aquel depósito de agua de la ciudad. Recordó a Nousis... y el encuentro con Justine y Hans que se produjo cuando estaba con él. Le mantuvo la mirada esta vez, con una expresión extraña. Casi, como si lo estuviese retando.
- Me han pedido algo que tiene que ver contigo- dijo sin mirarla, seguía estudiándose las manos sobre las piernas-. Simplemente haré el papel de mensajero, luego tú haz lo que consideres- su expresión no cambió un mínimo-. La dama Justine me ha pedido que trate de convencerte para que te quedes con ella, aquí, en Lunargenta.
La expresión de Iori tardó un poco en mostrar reacción a las palabras de Sango. Perdida en analizar su rostro de una manera similar a cómo lo había hecho antes él con ella. Se había detenido en sus labios cuando Ben volvió a guardar silencio.
- Te llevas bien con ella- apuntó, sin pensar en lo que decía-. Muy bien- añadió.
Iori se había dado cuenta del flirteo entre ambos en el escaso tiempo en el que habían coincidido. No quería que sonase a acusación. Pero de nuevo el regustillo del amargor en ella. Se volvió a girar hacia la mesa y tomó la jarra, derramando esta vez un poco de líquido en la mesa.
- Gracias por decírmelo, pero esa sería la última cosa que haría- zanjó antes de, ahora sí, beber. Pero sin la rapidez usada en las dos anteriores jarras.
- La respeto- respondió Sango mientras ella bebía-. Es una mujer poderosa y ha hecho cosas por nosotros. Conviene tenerla de nuestro lado- añadió.
Entendió que ella daba por terminado aquel tema y él aceptó de buena gana. Era un tema complicado que se había visto obligado a sacar por culpa de su honor, de su palabra. Entendía las motivaciones de la señora, quería protegerla por amistad con su madre, pero ella debía entender también a Iori y su deseo de abandonar el lugar donde había vivido la persona que había participado de manera activa en el asesinato de sus padres.
- ¿Dejaste algo para mi?- preguntó al verla beber-. ¿Te atreves a pedir dos al estilo de Lunargenta?- esbozó una sonrisa en el rostro.
Tragó, sintiendo que recordar a Justine enturbiaba su ánimo aquella noche. Otra vez la desazón de estar atrapada entre dos caminos. El de hacerla desaparecer para siempre de su vida y el de aprovechar la oportunidad para conocer más cosas sobre su madre. Miró a Sango y le ofreció la jarra apretándola contra su pecho.
- Te refieres a ese gesto que has hecho dos veces?- preguntó
- El mismo- se llevó la mano al pecho, a la jarra, y no perdió la oportunidad de rozar con sus dedos, la mano de Iori-. Adelante, sin miedo- se llevó la jarra a los labios y dio un generoso trago a la dulce bebida.
La mestiza giró la cabeza, mostrando un punto obediente. Miró hasta cruzar los ojos con el chico que les había rellenado las jarras y estiró el brazo. Se levantó con fuerza, poniéndose en pie mientras llenaba de énfasis el gesto que le había visto hacer a Sango. El jovencito entendió, y asintió con la cabeza. Ben no se esperaba el entusiasmo que había puesto Iori a la hora de pedir la bebida, menos aún la sonrisa que le dedicó después de girarse hacia a él.
- ¿Cuál es mi premio?- preguntó.
Al escucharla pedir un premio y verla sonreír, él también sonrió y tras un breve instante, decidió echarse hacia atrás, acomodándose en el asiento sin apartar sus ojos de ella. Con la mano, le hizo un gesto, sutil, suave, delicado, para que se acercara a él. Sus ojos azules se desviaron un instante hacia su mano, hubo, en un primer momento, desconfianza pero al rato, obedeció. Se acercó un poco y de pie, delante del banco, pegada a él, se inclinó un poco para acercarse a él. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Ben estiró un brazo y la atrajo hacia él. Una breve mirada y un instante después pegó sus labios a los de ella.
Ella lo había imaginado pero lo creía improbable. Lo vio acercarse. Lo sintió agarrarla. Y aún en los primeros instantes del beso, se sintió maravillada con el contacto de su boca, con el sabor de sus labios, más a miel que nunca antes. La taberna atestada desapareció a la espalda de Iori. La mestiza abrazó el cuello de Ben y se pegó a él con la ansiedad y con un deseo que gritaba cada célula de su cuerpo. Ella inspiró profundamente llenándose de su olor en aquel beso, y cuando no pudo tomar más aire, abrió con su lengua la boca de Ben. Para llenarlo hora ella a él de otra manera.
Él abrió la boca y sus lenguas se reencontraron en un embravecido mar de deseo, salvaje, casi incontrolable. Casi. Ben apartó la cabeza, alejándose de ella y clavando sus ojos en los de ella. La sintió gruñir. Vio la dureza de su mirada, como lo juzgaba, como si separarse de aquella manera hubiera constituido un ataque contra ella. Como un soldado tras días de marcha al que le retiran su única ración diaria. Una ración breve y escasa. Que solo despierta más ganas. No lo soportó mucho tiempo y esta vez fue él quien la buscó.
Ella jadeó cuando, y de improviso, Iori se sentó encima de él. Las rodillas, como otras veces, a ambos lados de la cadera de Ben. Encerrándolo contra ella. Abriéndose a él. Había una mezcla de control y entrega en aquella postura que tanto parecía agradarle a Iori. Sus manos bajaron por su cuello, y buscaron en la camisa azul claro un hueco para hacer contacto con su piel. El beso le daba el aire que necesitaba y era a la vez el combustible que alimentaba el deseo por él. Por Ben.
Él no se esperó el rápido movimiento de Iori colocándose sobre él, ni tampoco el de sus manos buscando más allá de la camisa. Esta vez no habría manos en la cadera, o en la espalda, o por las piernas. Esta vez sus manos buscaron las de ella y al encontrarlas las apresó. Ella debió notar la tensión en su cuerpo, el rechazo, momentáneo, que Sango le imponía. Ella trató de forcejear pero Ben no se lo permitió y no lo hizo porque su corazón latía con fuerza y porque algo había despertado en él.
Iori se mordió su labio inferior de impotencia. Con desesperación, sin control. Hasta la sangre. Forcejeó sobre él, lista para plantar combate como un animal salvaje. Apartó la cabeza y besó sus manos antes de echar a Iori hacia atrás para mirarla. Ella lo observó paralizada, con el verde mirando sus manos unidas y el pecho vacío de aire. Pero lleno de angustia. Ninguno de los dos notó que sobre la mesa, las dos jarras ya estaban llenas.
- Aquí no, Iori- dijo en voz baja-. Aquí no- añadió apartando la mirada a sus manos.
Ben parpadeó. Cuánto dolor había pasado esa tarde. Que largas se le habían hecho las horas en compañía de aquellos aventureros, guerreros y otras gentes de armas de las que tanto había disfrutado en otros tiempos. Que viciado sentía el aire y como pesaba en su interior con cada bocanada de aire que daba. Como había dolido cada paso de vuelta al palacete. Que dolor le producía la distancia.
Que dolor no poder decirle todo lo que le gustaría. Que dolor, ahora que la tenía sobre él, ahora que volvían a mirarse a los ojos, no prometerse más sufrimiento. Que dolorosa era la incertidumbre con ella. Y, entonces.
- Ahora mismo no, Iori- hizo una pausa para que sus ojos se recrearan con los de ella-. No hay nada en el mundo que desee más, que estar contigo-. volvió a llevar los labios a sus manos, pero sin apartar la mirada-. El deseo que siento por ti me va a consumir y créeme que lo que digo es tan cierto como que el sol sale todos los días- alejó las manos hacia su pecho-. Pero ahora no es el momento ni el lugar. La noche, sin embargo, es joven- repitió la frase que había pronunciado hacía unos momentos-, solo esperemos el momento adecuado- sus ojos se clavaron en ella con gran intensidad.
Aquellas palabras la resquebrajaron por dentro. Poco a poco, como grietas en una piedra que llevaba mucho tiempo de una pieza, conteniendo todo lo que había detrás. Tembló de forma visible con sus besos. Pero fue su mirada lo que terminó por hacer que todo en ella, las murallas que la habían mantenido con vida hasta aquel momento colapsaran. Y tras ellas, la Iori más auténtica y también más vulnerable que existía aguardaba que ahora que él la tenía en sus manos, no fuese para romperla y tirarla. Todo ello, se reflejó exteriormente en la forma que sus grandes ojos azules… quedaron arrasados por las lágrimas.
- Ben… yo pensaba que… que tú ya no…- cerró los ojos, con fuerza. Pero aquello no detuvo su llanto-. Por favor, por favor, nunca vuelvas a mirarme así, no puedo volver ahí, me mata verte en mi cabeza. No me mires así, no pongas esa expresión, por favor, por favor…-
No apartó la mirada de su rostro y dejó que el dolor que sentía al verla derramar aquellas lágrimas que él había provocado, le golpeara con la furia de los gigantes de las historias. Como si el mismísimo Aegir, el que daba nombre a la taberna, se hubiera personado allí y le aplastara contra el suelo con todo su peso. Se vio a sí mismo reflejado en sus ojos.
- No hay nada en el mundo, y escucha bien lo que te digo Iori, que me obligue a hacer tal cosa- apretó la manos y tiró de ellas para llamar su atención-. Mis ojos solo serán para ti un lugar seguro en el que refugiarte, puedes estar segura de ello.
Abrió los ojos y se miraron. Sentía que Iori se había despejado y que nuevas sensaciones se apoderaban de ella. Ben aflojó la presión, consciente del efecto que sus palabras habían tenido sobre ella, consciente de que la catástrofe que se había imaginado que ocurriría, estaba sucediendo. La mestiza se echó hacia atrás. En su gesto por alejarse de él chocó con fuerza contra la mesa. El movimiento derramó las dos jarras llenas de alcohol, que se repartieron entre el suelo y la ropa de las personas que había tras ellos. Iori se giró con rapidez y aprovechó las voces quejándose para soltarse de Sango de un tirón. No fue capaz de mirarlo a la cara. Se bajó de él con rapidez y deslizándose entre el gentío encontró el hueco para desaparecer de allí como si no hubiera estado nunca. Como si la boca de Ben no hubiese besado sus manos. Como si sus lágrimas no hubiesen hablado más alto que sus palabras. Como si con sus besos no se lo hubiesen dicho todo.
Y Ben se quedó allí solo. Con ojos clavados en él. Ojos que no eran los de ella. Ojos que le juzgaban, que imaginaban qué podía haber pasado. Ojos que, pese a lo que había dicho, no le importaban en absoluto.
Tardó en reaccionar, pero apretó la mandíbula y miró a todos y cada uno de los pares de ojos que se clavaban en él. Mientras unos guardaban silencio, otros parecían dirigirse a él, indignados. Se puso en pie y apoyando la mano en la mesa llena de aguamiel se impulsó hacia delante, con pasos torpes al principio pero a medida que avanzaba entre la multitud, se convirtieron en seguros y decididos.
Y salió, una vez más, y las que hicieran falta, tras ella.
Mientras tanto, la línea principal de pensamientos se centraba en las cosas que había hecho mal: no preguntar cómo iba vestida, no preguntar en qué dirección se había marchado o al menos dónde la habían perdido de vista. Nada. Todo lo había hecho a prisa y corriendo, guiado más por el corazón que por la cabeza. Ni siquiera sabía si estaba allí. Podía estar, perfectamente, perdiendo el tiempo buscándola en medio de centenares de personas. Pero, ¿qué mejor lugar que aquel para perderse, para liberarse de las cadenas que la dama Justine le había echado al cuello?
Y Sango la entendía. Incluso compartía su deseo por liberarse de la jaula, lujosa, que era el palacete. Pero aún había riesgos que no podían asumir. Ella seguía siendo la chica morena de ojos azules que Hans Meyer buscaba; aún habría incautos que no sabrían que la recompensa se había cobrado. Es más, algunos aún no se habría enterado de la muerte del comerciante. Y eso significaba que todavía podría haber personas por ahí que la buscaran y que podrían hacerle daño.
Movía la cabeza de un lado a otro, sus ojos descartaban, estudiaban, lanzaban un aviso y al instante lo descartaban. Era una tarea que exigía de mucha concentración y en medio de un ambiente festivo costaba conseguirlo. Pero si de algo sirvió darse codazos con la multitud fue para erradicar el fuego que tenía en la punta de la lengua por no saber con exactitud cuál era el nombre de la fiesta. Se trataba de la fiesta del pan, una fiesta típica de aquel barrio, a medio camino entre el puerto y los barrios altos. La plaza del trigo era donde se desarrollaba el grueso de las actividades, pero las calles aledañas y las plazas menores estaban abarrotadas de gente con ganas de festejar, músicos, malabaristas y otros personajes que andaban por la calle sacando risas y obteniendo, a cambio, aplausos y alguna moneda.
Ben miraba hacia todas partes pero era incapaz de verla. Solo gente, que no era Iori, por todas partes: un grupo de músicos había atraído a la suficiente gente como para que hubiera, frente a ellos, bailes y aplausos; al otro lado un grupo de mujeres y hombres se saludaban de manera efusiva; más allá un niño reía se maravillaba con los trucos de un autoproclamado mago; sus pasos, sin embargo, lo llevaron a la boca de un callejón en la que se había formado una suerte de corro en el que algunos vitoreaban, otros alzaban sus jarras y otros se preguntaban si sería conveniente avisar a la Guardia.
En un primer momento, solo vio figuras retorciéndose y algo que no encajaba. Fue entonces cuando, después de posar los ojos en el hombre doblado en el suelo, reparó en la estela de la figura oscura. Fue una rápida maniobra la que ejecutó contra su rival. El hombre cargó el brazo hacia atrás y lo lanzó hacia la figura que con un grácil movimiento lo esquivó. La inercia del golpe echó hacia delante al hombre y la oscura figura, engalanada con una capa de extraordinaria calidad, mi capa, se colocó tras él y le lanzó una patada a la parte trasera de las rodillas. El hombre gimió al sentir cómo se le doblaba la rodilla y no pudo evitar caer hacia delante. Entonces, ella, con un rápido impulso, saltó contra la pared y apoyando el pie izquierdo en el muro se lanzó contra el hombre golpeándole con las rodillas en la espalda q amortiguando su caída contra el suelo.
A Ben se le escapó el aire de los pulmones y se obligó a abrir la boca para dar una bocanada de aire antes de crearse el camino hacia ella. Había sido algo realmente sensacional de presenciar pero su cabeza empezaba a imaginar decenas de escenarios que daban respuesta a por qué estaba peleando contra dos tipos que, aparentemente nada tenían que ver con ella.
Se levantó y se alejó de los hombres pero antes de que siguiera avanzando, Ben le agarró de un brazo y detuvo su avance. Ella sin girarse y sin mediar palabra se revolvió contra él y aprovechó el punto de apoyo que él mismo le ofrecía. Ben que no esperaba aquella reacción, tardó en comprender que ella le había ganado la espalda. Rápidamente dio un paso atrás y giró sobre el pie contrario al que había agarrado a Iori para quedar frente a ella.
Cuando sus ojos se reencontraron por primera vez desde aquella fatídica mirada, ambos se quedaron paralizados durante unos instantes. Los suficientes para que Sango se obligara a no perderse en ellos y sí para ver que ella parecía aterrorizada con tener allí frente a ella. Ben acortó distancias con un paso y apresó su brazos antes de llevarla contra la pared más cercana.
- Basta- le dijo con voz dura y que pudo oírse por encima del ambiente festivo-. ¿Estás bien?- echó un rápido vistazo a los dos tipos tirados en el suelo-. ¿Te han hecho algo?- ahora sí, buscando sus ojos.
Ella probó a mover los brazos pero las manos de Sango eran grandes y respondían automáticamente a cualquier intento por liberarse o cualquier movimiento, aunque fuera buscar una posición más cómoda. Y ella persistía en sus intentos de buscar una vía de escape, un resquicio, pero él no se lo permitió, ni siquiera si ella decidía atacarle, pues la posición dejaba poco margen en ese sentido, pero uno nunca podía estar seguro. Entonces, los ojos azules lo miraron con una sorpresa mayúscula al principio, para pasar a una mirada contenida, que buscó esquivar apartando la vista. Como si fuera incapaz de continuar observando sus ojos verdes.
- No tienen habilidad como para ello. Y menos en ese estado - respondió-. Sé cuidar de mi misma. Imagino que te han enviado para buscarme- aventuró sin mirarlo todavía-. Solo quería alejarme un poco. Sentir que sigo siendo dueña de mis pasos- se excusó mientras dejaba de luchar entonces, quedándose quieta entre el muro y el cuerpo de Sango.
- No me envía nadie- respondió sin apartar la mirada-, salvo mi propia conciencia. Si te pasara algo- dejó la frase en el aire.
Parpadeó lentamente y acto seguido le dedicó una leve sonrisa antes de aflojar la presión, sin embargo, no se separó ni una pulgada de ella.
- Lo he visto, y ha sido impresionante- asintió levemente en forma de reconocimiento.
Había algo frágil en la forma que tenía Iori de mirarlo, con sus ojos muy abiertos, clavándolos en él, con atención con algo más que Ben no era capaz de identificar. Parecía, incluso, fuera de sí misma, como si estuviera perdida en sus propios pensamientos. No duró mucho, sin embargo, lo necesario para que al tomar el control de sí misma, alzara una mano libre y, apoyándola en su hombro, le echara, ligeramente, hacia atrás.
- Zakath- respondió únicamente ante el comentario apreciativo sobre su técnica de combate.
Pues claro que había sido él quién le había enseñado, pero, ¿quién lo había perfeccionado? ¿Quién había sabido interiorizar todas las lecciones y las sabía aplicar en una situación no controlada? Ah, seguro, se dijo Sango, que ella lo veía así también. No todo el mérito debía ir para el Maestro. Sacudió levemente la cabeza y apartó los ojos para echar un rápido vistazo a su capa
- No te queda mal- dijo obviando algunos detalles como el hecho de que los hombros estaban descuadrados, que los correajes quedaban holgados y que, en definitiva, no estaba hecha a medida. Volvió a posar su vista en ella. Ladeó la cabeza y frunció levemente el ceño-. ¿Por qué no me pediste que te acompañara al exterior? ¿Por qué decides hacerlo todo por la vía más compleja?
A la poca luz de la noche era difícil asegurarlo, pero mientras Iori llevaba las manos a la capa para quitársela con rapidez pareció que algo de vergüenza hizo subir el color de sus mejillas.
- ¿Pedírtelo? Vi cómo te alejabas por el pasillo esta mañana- se mordió la lengua al instante, y forcejeó sin paciencia con la tela para quitársela-. No es la vía más compleja. Hacer las cosas sola siempre es la más fácil. La más fácil y rápida- respondió apuradamente antes de perder la paciencia, y buscar sacar por encima de la cabeza la capa que no conseguía desabrochar.
Ben atrapó sus manos con las de él y las llevó a la altura del pecho y allí las mantuvo aprisionadas un tiempo prudencial. Miró sus manos atesorando las suyas.
- Y fue un error. Quizá el más grande que haya cometido nunca, y sin embargo, aquí estoy. Contigo- soltó las manos y las llevó a los correajes-. Tratando de hacerte ver que el camino es más fácil cuando hay alguien a tu lado- con dos rápidos movimientos, las tiras de cuero se aflojaron, Ben los sostuvo-. ¿Quieres quedarte la capa un rato más?
Los ojos azules de la mestiza se abrieron desmesuradamente ante él. Su cara de asombro le cogió desprevenido. A Ben no le pareció que esa reacción se debiera al contacto entre sus manos, ni tampoco al fugaz cruce de miradas. No. Era la que él había dicho. Y aquello le dio que pensar. Sobre cómo era él y lo pequeño que era su mundo, o más bien, lo pequeño que él había hecho su mundo excluyendo todo aquello que no tuviera que ver con las armas, la guerra y todo lo relacionado. No sólo los actos definían quién era y qué impacto tenían sobre el resto, también importaba qué decía y cómo.
Se obligó a dejar de pensar para centrar su atención en Iori, que parecía haberse quedado congelada frente a él que aún sostenía las correas de la capa.
- No- respondió únicamente tomándola ella misma.
Se apuró en apretarla contra el pecho de Sango y de paso lo empujó un poco para hacer hueco entre ambos y salir del encierro en el que se encontraba. Ben aferró la capa y la apretó contra él. La distancia se ensanchó entre ellos. Suspiró.
- Bueno, si la necesitas, pídemela- con movimientos más que practicados, Sango se colocó la capa sobre los hombros y comenzó a atar los correajes-. Porque, ya que estamos aquí, habrá que aprovechar- sus manos eran rápidas y entre tirón y apriete había una tarea de ajuste sobre los hombros, sin embargo, no le llevó mucho estar conforme con cómo había quedado-. Conozco un par de sitios por aquí. ¿Qué prefieres, cerveza o hidromiel?
La morena había lanzado sus pasos sin esperar por él, moviéndose entre el gentío cuando le llegó su oferta tras ella. Redujo la rapidez con la que quería crear distancia con él. No aquella noche. Tenía cosas que hablar con ella. Tenía mucho que compartir, mucho que mostrarle. No. No habría distancia suficiente entre ellos que les permitiera evitarse. Llegó a su lado y allí se quedaron un instante. En mitad de la entrada a la plaza. Juntos. Ella no hizo ruido, pero por el movimiento de sus hombros, Ben supo que había suspirado profundamente.
- Me da igual. Lo cierto es que justo era lo que estaba a punto de buscar. Algo con la suficiente cantidad de alcohol- le reveló mientras seguían avanzando entre la multitud. La música parecía llegar de todas partes, y tuvieron que esforzarse en evitar chocar con la gente que bailaba de forma descontrolada. Los ojos azules de la mestiza observaron hacia las siluetas y sin mirarlo preguntó-. ¿Te gusta bailar?-
La pregunta le había cogido por sorpresa. Su cabeza, por un momento, le llevó a tiempos pasados, a una fiesta en Cedralada, a las tardes tratando de recordar si las veces que había bailado había disfrutado o no.
- Las veces que lo hice, lo pasé bien- se encogió de hombros-. No sé, hace tiempo desde la última vez.
La mestiza enarcó las cejas de una forma extraña, reflejando que no parecía convencida de lo que él le decía.
- Las veces que lo hice- repitió, como si reflexionara sobre sus palabras.
Avanzaban cruzando la plaza, juntos, hombro con hombro y notaba los ojos azules clavados en él. Entonces, ella comenzó a mecer la cadera, despacio. Y sus pasos se hicieron más constantes. Más rítmicos. Ben no pudo evitar sonreír al verla disfrutar. Sí, disfrutar. Era lo que veía y lo percibía, sin embargo, si alguien le preguntara, no sería capaz de verbalizar el cúmulo de emociones que sentía en aquel preciso instante. Era algo parecido a cómo se había quedado el día anterior cuando ella, después de despertar, habían cruzado sus miradas y entonces le sonrió. Un instante que le arrebataba la respiración cada vez que se acordaba de él.
Se sentía afortunado de ser testigo de aquellos momentos que contrastaban tanto con su comportamiento diario, distante, frio, dañino. No, ese no era su comportamiento. Vivía una realidad distorsionada, una realidad oscura que atormentaba a la morena y que debía ser desterrado. Ben, por supuesto, estaba decidido a ayudarla en esa tarea. Por eso atesoraba aquellos breves destellos en mitad de la oscuridad, para que le sirvieran como combustible para las horas más oscuras.
Sango, entonces, aminoró la marcha y, como ella, dejó que el sonido de la música marcara sus pasos. Sonrió al sentirse parte de algo más grande.
- Esta música...- dijo sin parar de mover la cabeza.
Iori no había apartado la vista de él. Reconoció en su mirada que había notado el cambio en la forma que tenía Ben de caminar y se acercó atraída por él mientras continuaban cruzando la zona concurrida de la plaza.
- ¿La conoces?- preguntó.
Inmediatamente después, dio un paso rápido a un lado, parecía una finta, pero lo que hizo realmente fue aprovechar para situarse justo delante de él, caminando de espaldas para poder mirarlo de frente. Alzó las manos despacio, y acompasó su avance al de él mientras buscaba agarrar el borde de su capa. Aquello no hizo más que avivar el deseo que sentía por ella. Clavó sus ojos en Iori y dejó que ella agarrara la capa.
- No, pero suena muy bien- dijo acortando en medio paso la distancia que les separaba.
La zona iluminada por la que estaban avanzando no dejaba lugar a dudas. Aún en la noche, ambos podían verse con claridad. Y cuando ella fue consciente de la mirada que Ben le dedicaba, Iori frunció el ceño. La mestiza, entonces, perdió el ritmo, tropezó y se aferró con fuerza a la tela de la capa. Jadeó sorprendida cuando con su peso hizo inclinar un poco a Sango hacia ella. Lo justo para que la chica terminase chocando con la cabeza contra su pecho. El inicio de baile se detuvo aunque la música se seguía escuchando, pero actuaba más como escudo que los envolvía y los aislaba en mitad del gentío.
Enarcó las cejas al notar como su piel se tensaba con su contacto. Subió una de sus manos a su cabeza y aspiró su aroma mientras apretaba contra él. La mestiza encontró apoyo en el pelirrojo y se quedó muy quieta cuando sus brazos la rodearon por completo. Sobre su cabeza, la respiración de Ben acariciándole el pelo. Gracias a él no había caído y mientras él siguiera a su lado, no lo haría jamás.
¿Qué clase de oscuro pensamiento se le había pasado por la cabeza para creer que debía alejarse de ella? ¿Acaso la conversación con Zakath había tenido algo que ver? ¿Era, quizá, algo en su interior lo que le seguía obligando a creerse el relato de que era mejor no entregarse a otra persona? Que equivocado estaba. Que idiota había sido. Que traición a sí mismo había perpetrado. Que tarde tan desagradable. Que castigo por incumplir su propia palabra. A pesar de todo. A pesar de Amärie. A pesar de sí mismo.
Notó a Iori exhalar todo el aire de sus pulmones. Ben la apretó algo más contra él. Y fue al respirar de nuevo cuando algo la hizo cambiar, amoldándose, acomodándose contra él. Como si se librara de los últimos resquicios de reticencia ante aquel abrazo y su cuerpo se relajó contra él. Sus manos abrieron la capa de Ben y la colocó a ambos lados, para encontrar espacio allí para ella. Directamente contra él. Y se fundió. En el único lugar en el que sentía que podía ser débil. El único que la convertía realmente en alguien fuerte.
Entonces, en ese preciso instante, la tensión en su piel desapareció. Y el dolor de la mañana, de su ausencia, de lo que él mismo había provocado, se desvaneció. Lo expulsó fuera de su cuerpo a través de sus ojos y se aferró a ella como si su vida dependiera de aquel abrazo. Y notó como su corazón se aceleraba y todo a su alrededor parecía vibrar con otra intensidad, como si los colores fueran mucho más vivos, como si la música cobrara otro significado, como si todos riera y celebraran el mismo acontecimiento. Y al final, sonrió. Una sonrisa pura y sincera que demostraba una felicidad que no había experimentado en ningún momento de su vida. Sentía que todas sus sonrisas solo habían servido para prepararle para aquella. Y el dolor siguió escapando de su cuerpo y él no podía dejarla escapar. No podía dejar de sentir su cuerpo. No podía ni quería volver a experimentar algo así.
Las manos de la mestiza rodearon la cintura de Ben, hasta unirse juntas a su espalda. Se anudaron allí con fuerza, y a medida que notaba cómo él no la rechazaba su intensidad se relajó. Recorrió con las palmas su espalda, hasta llegar a los hombros.
- Me haces sentir…- se aferro con fuerza a ellos-. Me haces sentir…- murmuró ahora con un asomo de ira en la voz-. Me haces sentir tanto… y no me gusta, necesito que pare- confesó.
Sin embargo Iori no hizo nada por apartarse de Ben. No cortó el contacto. Y él tampoco.
- ¿Por qué quieres que pare? ¿Acaso te hago daño?- preguntó.
- ¿Y yo? ¿Yo te hago daño?- su voz sonó fiera cuando hablo contra su pecho.
Alzó los ojos y lo miró, escondiendo la confusión que sentía detrás de la acusación. Ben, con el rostro marcado por el dolor que había expulsado hacía tan solo unos instantes, le devolvió la mirada.
- A la mañana- añadió únicamente.
Sus palabras no correspondían con sus gestos. Sus manos habían subido de sus hombros hasta su nuca, volviendo a anudarse allí nuevamente. Sus ojos verdes se clavaron en sus preciosos ojos azules. Ben negó levemente con la cabeza y dejó que el contacto de sus manos, reconfortantes, se extendiera desde la nuca al resto del cuerpo.
- Lo de esta mañana fue un error. Mi cabeza no funcionó como debería- dijo algo avergonzado, pero se recompuso enseguida-. No, Iori, tú no me haces daño- añadió con seguridad-. Al contrario- bajó la cabeza.
El contacto fue leve. Cálido. La frente de Sango hizo contacto con la de Iori en un gesto suave. Pero ella lo sintió como si el cielo hubiese caído sobre ella. Sus ojos se abrieron desmesuradamente y todo su cuerpo se tensó bajo él. Las palabras del Héroe solamente añadían confusión a sus pensamientos.
- Al contrario…- repitió, sintiendo que daba igual en boca de Sango o en la suya. Sonaba imposible. Sus dedos recorrieron la línea de la mandíbula de Ben muy despacio, deslizándose desde la nuca al mentón, y tras notar la aspereza de su barba en la piel lo tomó de las mejillas.
- Ben, haces que tenga…- se le secó la garganta-. Miedo. Un miedo como nunca sentí antes- y en sus ojos se reflejó como aquel sentimiento la torturaba.
No pudo mantenerle la vista más tiempo. Como si su sonrisa estuviera matando una parte de ella que ni tenía nombre. Fue gracias a eso, pensó Sango, que los vio. Se anticipó por instinto y soltándose de él se giró, apoyando en su pecho una mano para colocarlo detrás. La sonrisa de Sango se tornó en sorpresa. Cualquiera que viese la escena pensaría que era ridículo: Iori protegiendo de un choque, con un muchacho, al gran Héroe con su cuerpo. Pero aquel contacto no era algo accidental. La mestiza, de repente, lanzó la mano y apresó la muñeca del muchacho.
- Vaya tropiezo, seguro que es porque vas muy cargado- murmuró.
A Iori, se la veía enfadad, iracunda. Molesta. Febril por haber perdido su momento con Ben de aquella manera. El chico la observó con gesto inocente, que a Ben le pareció forzado, y cara de suficiencia.
- Perdona, ¿eh? Fue sin querer- había condescendencia en su voz.
Aquello encendió la llama en Iori. Giro la muñeca en la dirección hacia la que no había juego de articulación y lo obligó a arrodillarse para evitar que le rompiese la mano en medio de un gran alarido. Sango alzó las cejas pero no les interrumpió.
- ¿Has robado muchas carteras esta noche? Seguro que la guardia está encantada de saber de ti- siseó la mestiza.
Sus palabras le llegaron claras, y comprendió entonces lo que pasaba. El choque, un rápido juego de manos y la bolsa con los aeros desaparecía. Ben esbozó una sonrisa y miró a Iori con un perspectiva distinta. La miraba como si fuera alguien en la que poder sentirse respaldado, alguien que le protegería cuando lo necesitara. Es extraño estar en este lado de la historia. Sintió orgullo por ella, por haber actuado de forma tan noble para evitar que alguien intentara atracarle. Aspiró con fuerza e hinchó el pecho. Ben posó una mano en el hombro de Iori, apretó para llamar su atención y le guiñó un ojo.
- Así que, te dedicas a robar, ¿verdad?- Ben agitó la capa de tal manera que la espada quedara visible a sus ojos-. Es una pena que hayas dado con los tipos equivocados. A ver, ¿cuánto llevas encima? Si te saltas un maldito aero me encargaré de que te corten las manos, ¿me has oído?
El chico abrió muchísimo los ojos, fijándose en Sango ahora. De rodillas, mirarlo a él resultaba todavía más imponente. Se removió pero Iori apretó, y aquello sirvió para controlarlo de manera efectiva.
- ¡Lo siento, lo siento! Juro que es por necesidad! - intentó defenderse.
Sango observó que Iori miraba hacia la multitud. Como si esperara otro ataque, otro intento de robo. Asintió tranquilo y devolvió la mirada al muchacho.
- Claro- Ben se puso en cuclillas-, ¿y cuál es esa necesidad? Y mírame a los ojos cuando me respondas, porque si me me mientes, lo sabré. Y si te atreves a mentir, cumpliré mi promesa.
Notó los ojos de Iori clavados en él. Ella estaba ahí para ayudarle. Él para ayudarla a ella. Y ninguno de los dos vio lo que se acercaba por detrás.
- ¿No vas a responder? Bien- Sango asintió.
Y de golpe se levantó y en el movimiento dio un paso atrás y chocó con alguien. Se giró rápidamente y se encontró de cara con una muchacha, joven. Ben se llevó la mano al pecho e hizo una ligera reverencia para disculparse pero el brillo que reflejó el puñal que llevaba en la mano le puso en guardia casi al instante. Comprendió y alzó la mirada lleno de rabia.
La joven le lanzó una estocada que Ben esquivó con facilidad. Agarró entonces a la muchacha por las solapas de la ropa con una mano y con la otra le abofeteó con tanta fuerza que la tiró al suelo. El arma se escapó se su mano y Ben la recuperó del suelo y la alzó para estudiarla.
La aparición de la chica distrajo a Sango y a Iori, lo suficiente como para que el ladrón que ella retenía en el suelo le diese una patada a la mestiza. Iori vio las estrellas y no pudo evitar gritar de dolor, arrodillándose para agarrarse la espinilla. El dolor la hizo apretar los dientes y el chico desapareció entre la gente. Lo mismo que haría su compañera en cuanto Sango apartase la vista de ella.
Ben se giró para ver, en primera instancia como Iori se llevaba las manos a la espinilla y a lo lejos se veía al muchacho escabullirse entre la multitud que parecía ajena a ellos. Se acercó de una zancada a Iori y le posó una mano en la espalda.
- ¿Estás bien?- dijo inclinándose hacia ella.
El dolor. El camino que había seguido. La mano de Ben. Cálida. El horizonte que apenas sentía confianza para mirar. Oteando con la esperanza de un condenado, encerrado detrás de las rejas de una fría cárcel. La oscuridad se deslizó dentro de ella, despertando una pizca de la locura que la acompañaba, como haría la humedad de una celda en sus huesos.
- Sí- murmuró obligada por una forzada cortesía que Sango notó.
Supuso que sería algo que le debía después de haber compartido un abrazo en el que ambos parecían haber sentido tantas cosas que un hecho desafortunado había interrumpido. A sus ojos, ella pareció enfadada. Quizás con él, quizás con ella misma. Se levantó y sin mirarlo de nuevo continuó cruzando la plaza, ajena ahora a la música que seguía sonando. Suspiró. Paciencia, Ben, ha pasado por mucho. Paciencia.
Fue tras ella, una vez más. La muchacha del puñal había desaparecido y él guardó aquel arma en uno de los bolsos de la capa. Sus ojos se posaban en ella y en el frente a partes iguales, seguro que de su camino seguía estando a su lado. Sin embargo, después de alzar la cabeza, Ben se dio cuenta de que no estaban caminando en la dirección correcta. Hizo una mueca y sin pensarlo mucho le echó un brazo por encima de los hombros y la arrastró en la dirección correcta.
- ¿Te gusta el aguamiel? Dicen que traen la miel de Ulmer, de la frontera con el Reino del Norte. Miel de las montañas. Todo un manjar.
Iori se dejó conducir por él. Incapaz de luchar con la fuerza de atracción que él ejercía sobre ella.
- Nunca la probé. Mientras tenga alcohol será suficiente- respondió con voz monocorde.
- Te va a encantar. Si mi memoria no me falla, tenían dos o tres tipos- sacudió los hombros-. No sé, al final es agua y miel, ¿no? ¿Qué le echarán para que sea distinto uno con otro? No recuerdo haber probado más de un tipo aquí, de aquella no tenía mucho dinero, había que ahorrar- dibujó una sonrisa en el rostro.
Sus pasos habían sido perezosos, aminorando el ritmo, dejando que se cruzaran delante de ellos e incluso echando un rápido vistazo a los músicos y cantantes. Y sin darse cuenta, se detuvieron frente a la taberna conocida como El Gigante Aegir. Recordaba haber pasado alguna que otra noche en el interior. Sobre todo en los últimos años de Lunargenta, donde tenía un salario y podía permitirse ir a locales como aquellos y no tascas como la de Kyotan, que había frecuentado más por necesidad que por gusto. Echó un rápido vistazo a Iori que esbozó una sonrisa falsa en su rostro, pero que Sango no supo ver.
- Tras la recompensa de Hans seguro que ahora no tienes problemas para pagar por todas las bebidas de las que dispongan dentro- señaló la taberna frente a la que se habían detenido-. Espero que tengas pensado invitarme. De lo contrario tendré que marchar sin pagar- lo miró a la cara pero huyó a tiempo de evitar que sus ojos hiciesen contacto con los de Ben. Avanzó con paso decidido y sin esperar por él, separando ahora sus cuerpos, cruzó el umbral de aquel lugar.
No la sacaría de su error. Ya lo descubriría ella cuando echara la mano en el interior de su alforja. Él se limitó a seguirla al interior del local, que, como era de esperar, tenía su ambiente, mucho más relajado que el exterior, pero aún así había bastante gente. Las puertas y ventanas estaban abiertas y aunque atenuado, el ruido de la calle se hacía notar. Después de deambular y buscar un sitio, consiguieron acomodarse en un banco, el uno al lado del otro. Sango buscó con la mirada y al encontrar alzó la mano izquierda con dos dedos levantados. Acto seguido los cerró y sacó el pulgar. Un asentimiento por parte del camarero hizo que Ben esbozara una ligera sonrisa.
- Pues dos de aguamiel, si no te parece mal.
El ruido, la fiesta, el ambiente alegre que había en torno a ellos no terminaba de calar en Iori. La presencia de Sango era castigo y bendición a la vez. Algo que buscaba con desesperación, pero también era el origen de sus pensamientos más caóticos. A su derecha, un hombre enorme se deslizó para sentarse en el banco que lindaba con el que ocupaban ellos. Su corpulencia invadió en parte el espacio que ocupaba la mestiza, haciendo que esta se acomodase en la dirección contraria. Más cerca de Sango.
Cuando se acomodó más cerca de él, sintió un escalofrío que se obligó a contener. Notó como la piel que estaba más cerca de ella se erizaba, como si buscara separarse de su cuerpo y juntarse con la de ella. Suspiró y una cálida sensación le recorrió el cuerpo.
- ¿Sabes que viví aquí, en Lunargenta? Diría que unos diez años.
La mestiza permanecía quieta, con la vista fija en algún punto entre sus manos y la mesa que se extendía frente a ellos. Parecía aislada en sus propios pensamientos, cuando un gesto sarcástico llenó una medio sonrisa en su cara.
- ¿Diez años? ¿Y dedicaste todo ese tiempo a la formación militar?- alzó los ojos.
Y lo vio de nuevo. El sarcasmo desapareció, de la misma forma que se apaga un leño ardiendo al ser arrojado al agua. En aquel lugar, en la intimidad de su cercanía, Iori se sintió inclinada de nuevo a dejarse llevar. Se sentó de medio lado y recogió una pierna para pegarla contra su pecho. Su expresión se suavizó y en esta ocasión, una sonrisa más tibia se perfiló en su rostro. Más sincera. Más cálida.
- Es a lo que me trajeron: a formarme. Lo que pasa es que no hicieron buena carrera de mi- sonrió a nadie en particular-. Vivía en los barracones, compartía habitación con una sección entera, unos treinta o cuarenta, niños y niñas. Luego nos andaban dividiendo según nuestras capacidades, algunos iban a caballería, otros a la escuela de oficiales y otros nos quedábamos en los cuarteles a dar y recibir- se encogió de hombros-. Pero a medida que crecíamos, miraban menos para nosotros y Lunargenta estaba a nuestra disposición- giró la cabeza para mirar a Iori con la misma sonrisa dibujada en el rostro.
No miró sus ojos, se fijó en sus rasgos, en su nariz, los labios, el pelo que caía a uno y otro lado y al final, enlazaron las miradas. Ben tragó saliva. Notó movimiento por el rabillo del ojo. Una figura posó las bebidas en la mesa.
- Sí, el mundo entero metido en esta inmensa ciudad, como dicen- apartó momentáneamente la mirada para alcanzar las jarras y tenderle una a Iori-. En mi opinión- llevó su jarra hacia la de ella y la dejó a medio camino-, vale más ver el mundo tal y como es y no como quieren mostrártelo.
Entornó los ojos cuando él comenzó a hablar. Que él compartiese de aquella manera sus recuerdos, parte de sus vivencias, despertaron un hambre desconocida en ella. Quería saber más de él. Aprender de sus palabras y leer en sus gestos. Conocerlo. Profundizar en la conexión que tenían, pero no solo de la forma física en la que ya lo habían hecho. La sensación de incertidumbre ante un deseo semejante la hizo guardar silencio. Observó las jarras y aguardó a volver a estar solos. Alzó la mano pero no tomó la que él le había ofrecido. Agarró la que sería de Sango y la llevó a los labios. Bebió la totalidad de la jarra, sin darle tiempo a su lengua a analizar el sabor. La vació, y un escalofrío la recorrió cuando notó el regusto del alcohol en su boca. La alejó con los dedos devolviéndosela al guerrero, y antes de pronunciar palabra tomó la que quedaba sobre la mesa y repitió la operación. Cerró los ojos con fuerza mientras dejaba con un sonoro golpe ahora la jarra vacía sobre la superficie de nuevo. Contuvo el desagrado que sintió, pero decidió que el sabor era compensado por la sensación de despegue que no tardaría en embargarla.
- Creo que nadie podría imaginar en qué se convertiría aquel niño de pelo rojo. Ni Zakath. Pero no importa lo que otros opinen. Dime Sango, ¿Qué es lo que piensas tú de la vida que has recorrido hasta ahora?
Sus cejas enarcadas y su boca entreabierta daban cuenta de la sorpresa que sentía en ese preciso instante. Asombrado por haber presenciado como Iori se había bebido, sin apenas dudar, una generosa cantidad de aguamiel. La pregunta, entonces, le llegó como si ella estuviera lejos, la había escuchado pero su cabeza estaba más centrada en procesar lo que acababa de presenciar. No quiso darle más importancia y empezó a buscar una respuesta mientras sus facciones regresaban a un estado de reposo.
- Ni yo mismo me imaginaba estar donde estoy. Sí, claro, cuando uno es pequeño quiere ser el protagonista de una historia, el Héroe de un relato. Sin embargo, uno crece, y cuando ha estado metido entre tanta miseria como yo, lo único que uno busca es sobrevivir un día más- hizo una pausa para mirar el interior de las jarras y buscó con la mirada a alguien que les sirviera-. Mi vida... Poco importa lo que piense de lo que llevo vivido hasta ahora, es la vida que me toca vivir, está escrita desde el inicio de los tiempos, desde que los restos de Ymir se convirtieron en el mundo. Pero si preguntas a otra parte de mi- levantó dos dedos, los recogió y estiró el pulgar, el mismo gesto que antes-, te dirá que es una vida solitaria. Condenado a hacer lo mismo una y otra vez, obligado a luchar por mi vida todos y cada uno de los días que salgo a hacer lo único que sé hacer- tragó saliva y con un deje de rabia siguió hablando-. ¿Qué se espera de un Héroe que salva una ciudad de ser devorada por una manada de Kags? ¿Qué se espera de un hombre que se lanzó a por un maldito asesino de los Ojosverdes, sus secuaces y una vampiresa bajo la cascada en Sandorai? ¿Qué se espera de la persona que recupera un objeto maldito de una bestia? ¿Qué esperar de una persona que acude a Eden y no puede hacer nada por cientos de sus compañeros? ¿Qué hacer, cuando en medio de todo el caos, una amenaza desde el norte se cierne sobre Verisar y el nombre de Ben Nelad de Cedralada resuena en boca de muchas personas?- esbozó una sonrisa mientras miraba las jarras vacías. La ira desapareció repentinamente-. ¿Acaso tengo otra forma de ver esto que no sea el camino que los Dioses me han puesto delante? Ben Nelad, el protector de Verisar, el Héroe de Aerandir, Guardián de Sól, ¿qué se espera de mi si no es dar mi vida por aquellos que me importan?
Miró a Sango a los ojos cuando él comenzó a hablar, antes de apartar la vista y observar hacia la persona a la que hacía el gesto. Él le había dicho que había llegado allí de pequeño, pero por la forma que tenía de desenvolverse, a ella le parecía nativo. Dejó que sus ojos se desenfocasen mirando hacia el gentío que llenaba la gran taberna de un ambiente festivo. Resultaba contagioso, pero un muro en la mente de Iori le impedía empaparse de él. Cerró los ojos, y se aisló del mundo, dejando que fuese ahora la voz de Sango la que ocupase todos sus sentidos. Concentrada en lo que le contaba, frunció el ceño cuando notó el deje de rabia en su voz, como si aquello le produjese malestar a ella también. Como si no fuese algo natural en él. No le resultó difícil imaginar a Sango en medio de todas aquellas situaciones. Innegablemente peligrosas, y su corazón se aceleró a medida que en su cabeza recreaba las escenas en las que había puesto su vida en riesgo. Tragó saliva. Y sus preguntas resignadas llenaron de veneno el corazón de Iori. No quería aquello para él. Y todo en su cuerpo pareció tener ganas de gritar. Sin embargo, cuando abrió los ojos sintió el mareo. Y vio como el techo se desplazaba y se inclinaba peligrosamente. Se aferró al borde de la mesa con fuerza, y trató de recuperar el equilibrio, evitando que la taberna se moviese demasiado a su alrededor.
- Nada- se escuchó decir demasiado despacio-. Nadie tiene derecho a esperar nada de ti- giró el rostro, y buscó mirarlo, con los ojos más sinceros que había dirigido a él nunca antes-. Has dado demasiado. Has sacrificado demasiado. Es suficiente, Ben. ¿Hablas de aquellas personas que te importan? No creo que nadie que te quiera de verdad desee que te sacrifiques de esa manera. Y los que sí lo hacen, ¿Merecen la pena?- clavó las uñas en la madera notando un nuevo mareo-. No le des a nadie lo que ellos no darían por ti- susurró.
Observó su manos aferradas al borde de la mesa mientras su última frase resonaba en su cabeza.
- Por eso quiero darte hidromiel- giró la cabeza para mirarla-, porque espero que luego correspondas al gesto- le dio con el codo en el brazo y esbozó una sonrisa grande.
Un muchacho de no más de quince veranos llegó con una zapica y rellenó el contenido de las jarras. Ben posó un par de monedas en la mesa y vio como las recogía, sonreía y asentía hacia ellos.
Una suave sonrisa se perfiló en la boca de Iori. No de las duras, ni de las sarcásticas. Una que parecía divertida. Su cuerpo se movió más de lo esperado ante el codazo amistoso de Sango, y cuando se esforzó por recuperar la posición terminó inclinándose demasiado hacia él de regreso. Se rió entre dientes cuando el muchacho se llevó ufano las monedas que él le había dado mientras pensaba a quién le podría robar ella para poder pagar la invitación de Sango.
- No es que nadie espere algo de mi. Pero Ellos sí esperan que haga lo que hago. ¿Por qué si no iba yo a recorrer este camino? ¿Por qué si no iban a imponerme tan duras pruebas? Pero, en los últimos tiempos- su tono cambió a uno más lúgubre-, he visto demasiada miseria. Dan ganas de mandarlo todo a tomar por culo.
- ¿Crees que existe alguna persona que pueda interpretar sin lugar a dudas su voluntad?- preguntó mientras fallaba al agarrar la jarra llena que tenía delante. Frunció el ceño molesta, y deslizó los dedos por el borde de la mesa y avanzó hasta tocar el frío metal.
- Si te interesa el tema de tomar por culo podemos hablar de ello- añadió antes de alzar la jarra hacia los labios y volver a beber. Con avidez. Y con intención de terminarla por completo de nuevo.
Una sonora carcajada se escapó de su cuerpo al tiempo que ella se llevaba la jarra a los labios. Ben se echó hacia atrás y dejó que la risa saliera de su cuerpo. Cuando se calmó miró a Iori divertido.
- Claro, la noche es joven- posó una mano en la base del cuello y apretó ligeramente a modo de masaje-, seguro que podemos hablar de ello.
Tragó toda la bebida sin gustarle en absoluto el sabor que recorría su lengua. Pero cierto era que la estaba subiendo más rapido que otras mierdas de las que tenía consumido. La dejó de manera sonora, estando a punto de tirarla al suelo en un gesto en el que usó una cantidad de fuerza desproporcionada. Apenas tuvo tiempo de sentir vergüenza por aquello, cuando sintió la mano de Ben en su nuca. Grande, fuerte, y cálida. Clavó los ojos, sin ser capaz de fijarse en nada en concreto, en el espacio que se extendía delante de ella. Sintió que tras su risa no la había tomado en absoluto en serio. Y recordó. Cómo había sido su primera vez de aquella manera. Con el cielo sobre su cabeza y una mullida cama de hierba verde en la que apoyar las rodillas. De las pocas veces que había dejado que otra persona tomase el control. Algo que atribuía a su falta de conocimiento y experiencia. Sus mejillas ardieron. Mezcla del alcohol y del azoramiento que sentía. Giró la cabeza y lo miró con furia contenida por lo mal que la estaba haciendo sentir. Pensando que sería capaz de subirse a él allí mismo y demostrarle hasta qué punto estaba hablando en serio.
Ben miraba a Iori y lo que estaba bebiendo. Sintió algo de tristeza al ver cómo se lanzaba a por la bebida y la rapidez, evidente, con la que se intoxicaba con ella. Comprendió que no era bebedora habitual, que lo hacía por ese efecto que causaba, ese punto que uno podía alcanzar en el que todo era perfecto, todo era maravilloso y nada podía parar a uno. Ben, sin embargo, no borró la sonrisa, ¿acaso no merece una noche así? ¿Acaso, Dioses, no ha hecho suficiente para beber y hacer lo que el cuerpo pida? Suspiró.
La mano ahora no apretaba, pasaba de hombro a hombro con movimientos suaves. Ben bebió otro trago y siguió mirando a Iori.
- ¿Sabes? Yo creo que sí podemos especular con la voluntad de los Dioses. Lo que nunca podremos hacer es conocer su voluntad. En cualquier caso, creo que sé a dónde quieres llegar. Crees que me equivoco en mi interpretación.
Pero su caricia continuó. Y ahora notó como su calor la reconfortaba en los hombros. Se adaptó a él, dejando que poco a poco la tensión de su cuerpo se derritiese, como unas botas llenas de nieve delante del fuego. Y, como estas, Iori también sintió que su frío inicial se convertía en algo ligero y húmedo. Ben la estaba encendiendo. Y la mestiza respondió acercándose más a él.
- Dime Ben, si únicamente podemos llegar a interpretar sin estar seguros, ¿Por qué esa es en la que tú eliges creer? ¿Por qué te quedas en una que implica tal sacrificio para ti?- hablaba despacio para controlar mejor la lengua a la hora de pronunciar las palabras. Se inclinó más hacia él, y apoyó una mano en su muslo, deslizándola por debajo de la capa-. Cuanto más te escucho más creo que eres tú el que se impone esa carga. Nadie más.
- Desde luego que no me la impongo- contestó Sango al instante, algo molesto por -. Pero, ¿acaso puedes dejar de ser quién eres? Yo a eso digo que no- hizo una pausa-. Mi madre suele decir "aquí estoy, como los Dioses me hicieron y el mundo de me ha dejado". Nunca le di muchas vueltas a esa frase, pero últimamente, no sé, el mundo parece enemigo de los Dioses y yo estoy en medio- rompió el contacto con ella.
- Dejar de ser quién eres...- repitió mirándolo a los ojos, antes de alejarse de él en sus propios pensamientos. Las palabras del pelirrojo, en su boca, parecían cobrar una dimensión completamente diferente. La mestiza notó como apartaba la mano de ella y sintió frío. Un escalofrío la sacudió y aferró con más fuerza la mano que tenía sobre la pierna de Ben.
Posó la mano sobre sus piernas y la observó en silencio durante largo rato. Le daba forma a las ideas que tenía en la cabeza. A veces sentía que tenía un discurso contradictorio consigo mismo, pero no podía hacer nada para remediarlo. Hablaba según sentía las cosas en ese momento ya tuvieran más o menos reflexión. Tardó todavía, algo más, en hablar.
- Quizá tengas razón, Iori, quizá sea algo en lo que debo pensar. Pero si me estudias, verás que que no sé hacer otra cosa. Bueno- dijo de repente-, yo aprendí de pequeño alguna cosa sobre la madera, supongo que podría ser una opción- añadió sin mucho convencimiento.
Ben dio un sorbo más y dejó la jarra sobre la mesa. Ahora se miraba las palmas de las dos manos mientras un fragmento de una conversación pasada se colaba entre sus pensamientos.
- El otro día dijiste algo que me ha hecho pensar, ¿sabes? Fue algo que ya venía dándole vueltas desde hace algún tiempo.
Sus últimas palabras la hicieron volver por completo, captando toda la atención de la morena en él y mirándolo con atención. El alcohol enturbiaba bastante sus sentidos pero, de alguna manera, él conseguía abrirse paso en ella, llegar a su conciencia como si fuese la brisa de la mañana. Estuvo a punto de decir una tontería pero, comprendió en el último instante que su mejor conversación quizá eran los silencios. Lo miró espectante, y dejó que su mano se inclinase un poco más hacia la que tenía más cerca de Ben.
- Cuando me dijiste que marchara. Lejos. Que formara una familia. ¿Lo decías en serio? ¿Crees que sería posible para un hombre como yo?- alzó la mirada y buscó sus ojos-. ¿Crees, de verdad, que podría dejarlo todo y marcharme a algún lugar y formar una familia?
La mirada azul demoró unos segundos, pero, como respondiendo a una llamada, la mestiza alzó el rostro e hizo contacto con los ojos de Ben. Recordaba perfectamente cuándo le había dicho aquello. La motivación que tenía. Alejarlo de ella. Cortar el camino que habían recorrido juntos. Algo se revolvió en su estómago al pensar en aquella posibilidad. En separarse de él esa noche. En verlo dejar todo. Dejarla a ella. Marcharse lejos y formar una familia. Su cara se contrajo en un evidente gesto de disgusto ante aquello. Vaciló.
- Cuando te lo dije solo quería sacarte de encima- se justificó. Su forma de hablar denotaba el consumo de alcohol. Dejó caer la cabeza de nuevo hacia delante, observando su propia mano en la pierna de Ben-. Ahora no siento lo mismo... No tengo urgencia en separarme de ti- reflexionó, pronunciando muy bajito las tres últimas palabras. Como si usando aquel tono no fuese tan palpable el hecho de que sus días juntos estaban contados-. Creo que dejar a un lado el camino del guerrero sería algo positivo para ti. Una vida tranquila. Como Zakath. Disfrutando de las cosas sencillas, moviéndote a tu aire...- giró la mano soltando la pierna, pero en ese instante tocó con sus dedos el dorso de la mano del pelirrojo. Casi con inseguridad. Fijó la vista en el punto en el que sus pieles se tocaban, y parpadeó lentamente-. Creo que... prefiero no imaginar cómo formas una familia- reconoció con voz reflexiva.
- ¿Por qué? Una familia podría ser el impulso que me saque del frente. Quizá yo...- dejó la frase en el aire sin saber cómo continuar.
Sus dedos acariciaron su mano mientras se dejaba arrastrar por la culpa creciente que sentía al recordar cómo se había alejado de ella mientras que la mestiza no parecía querer separarse de él. Permaneció en silencio mucho rato, con la mirada fija en el lento movimiento de sus dedos por su mano, perdido en un mar de dudas y pensamientos contradictorios.
- Una vida tranquila es algo que no me ha deseado nadie jamás- reveló entonces.
Una familia podría ser el impulso que me saque del frente. La razón que llevaría a conducir los pasos de Ben lejos de una vida que, con seguridad, terminaría en algún momento de forma sangrienta. No existían soldados ancianos. Zakath era una prodigiosa excepción. Iori bufó, casi sin ganas, antes de dejar caer la cabeza contra su hombro.
- Pues busca entonces una buena chica. Vive esa vida tranquila- murmuró observando desde aquella posición cómo sus dedos parecían conocerse mejor que ellos mismos. Como sus pieles parecían respirar con el lento movimiento que los mantenía en contacto.
Ben se mantuvo en silencio estudiando sus palabras, su forma de decirlo, el apoyarse contra él. Giró ligeramente la cabeza hacia ella y aspiró su aroma. No sabía cómo continuar aquella conversación sin ahondar más en lo que sentía. Las palabras de Zakath resonaron en su cabeza. La imagen de Iori bebiendo hacía tan solo unos instantes también pasó por sus ojos. Decírselo podría ser tan desastroso.
- Qué hay de ti, Iori, ¿serías capaz de formar una familia?- preguntó sin dejar de acariciar su mano.
Ella le respondió con una risa triste que le hizo dar un respingo de dolor.
- No te gustaría saber la fama que tengo allí en dónde me he criado. Te aseguro que soy todo menos deseable para encajar bajo la definición de "apta para formar familia". Mi forma de ser nunca ha sido compatible con algo así. Tampoco lo pretendo- alzó la mano que tenía libre y perfiló el borde de la jarra de la que había bebido Ben, la única en la que todavía quedaba algo-. Jamás le haría eso a una criatura inocente. ¿Traer un bebé al mundo? ¿Qué tipo de madre podría ser?- notó el estupor en sus propias palabras. Y en aquella ocasión, algo dolió un poco. El amargor bien podía bajarse con amargor. Aferró la jarra y se incorporó para beber de ella.
- Una mujer no apta para formar familia, un hombre que por miedo no se atreve hacerlo. Como si los Dioses quisieran...- se atrevió a decir pero no a terminar.
No quiso dejar mucho tiempo para la reflexión y se removió en el asiento para acomodar la postura después de que ella se incorporara. La observó llevar la mano a la jarra que había dejado sobre la mesa. Quería decirle tantas cosas pero no sabía cómo hacerlo. Gruñó de rabia.
- ¿Has estado alguna otra vez en Lunargenta?- preguntó.
Se detuvo a medio camino cuando le escuchó decir aquello. Establecer aquel vínculo entre ambos con sus palabras. Abrió mucho los ojos y dejó lentamente la jarra de nuevo sobre la mesa, en esta ocasión sin hacer ruido. Y se giró para mirarlo. Tenía las cejas enarcadas, mientras intentaba decidir si lo que su mente confundida había entendido era correcto o no. Su pregunta la distrajo antes de poder llegar a una conclusión.
-Sí. Tres veces anteriormente- recordó a la úrsida con la que se había metido en las catacumbas para una pequeña misión de rescate. Recordó al brujo que casi la mata en aquel depósito de agua de la ciudad. Recordó a Nousis... y el encuentro con Justine y Hans que se produjo cuando estaba con él. Le mantuvo la mirada esta vez, con una expresión extraña. Casi, como si lo estuviese retando.
- Me han pedido algo que tiene que ver contigo- dijo sin mirarla, seguía estudiándose las manos sobre las piernas-. Simplemente haré el papel de mensajero, luego tú haz lo que consideres- su expresión no cambió un mínimo-. La dama Justine me ha pedido que trate de convencerte para que te quedes con ella, aquí, en Lunargenta.
La expresión de Iori tardó un poco en mostrar reacción a las palabras de Sango. Perdida en analizar su rostro de una manera similar a cómo lo había hecho antes él con ella. Se había detenido en sus labios cuando Ben volvió a guardar silencio.
- Te llevas bien con ella- apuntó, sin pensar en lo que decía-. Muy bien- añadió.
Iori se había dado cuenta del flirteo entre ambos en el escaso tiempo en el que habían coincidido. No quería que sonase a acusación. Pero de nuevo el regustillo del amargor en ella. Se volvió a girar hacia la mesa y tomó la jarra, derramando esta vez un poco de líquido en la mesa.
- Gracias por decírmelo, pero esa sería la última cosa que haría- zanjó antes de, ahora sí, beber. Pero sin la rapidez usada en las dos anteriores jarras.
- La respeto- respondió Sango mientras ella bebía-. Es una mujer poderosa y ha hecho cosas por nosotros. Conviene tenerla de nuestro lado- añadió.
Entendió que ella daba por terminado aquel tema y él aceptó de buena gana. Era un tema complicado que se había visto obligado a sacar por culpa de su honor, de su palabra. Entendía las motivaciones de la señora, quería protegerla por amistad con su madre, pero ella debía entender también a Iori y su deseo de abandonar el lugar donde había vivido la persona que había participado de manera activa en el asesinato de sus padres.
- ¿Dejaste algo para mi?- preguntó al verla beber-. ¿Te atreves a pedir dos al estilo de Lunargenta?- esbozó una sonrisa en el rostro.
Tragó, sintiendo que recordar a Justine enturbiaba su ánimo aquella noche. Otra vez la desazón de estar atrapada entre dos caminos. El de hacerla desaparecer para siempre de su vida y el de aprovechar la oportunidad para conocer más cosas sobre su madre. Miró a Sango y le ofreció la jarra apretándola contra su pecho.
- Te refieres a ese gesto que has hecho dos veces?- preguntó
- El mismo- se llevó la mano al pecho, a la jarra, y no perdió la oportunidad de rozar con sus dedos, la mano de Iori-. Adelante, sin miedo- se llevó la jarra a los labios y dio un generoso trago a la dulce bebida.
La mestiza giró la cabeza, mostrando un punto obediente. Miró hasta cruzar los ojos con el chico que les había rellenado las jarras y estiró el brazo. Se levantó con fuerza, poniéndose en pie mientras llenaba de énfasis el gesto que le había visto hacer a Sango. El jovencito entendió, y asintió con la cabeza. Ben no se esperaba el entusiasmo que había puesto Iori a la hora de pedir la bebida, menos aún la sonrisa que le dedicó después de girarse hacia a él.
- ¿Cuál es mi premio?- preguntó.
Al escucharla pedir un premio y verla sonreír, él también sonrió y tras un breve instante, decidió echarse hacia atrás, acomodándose en el asiento sin apartar sus ojos de ella. Con la mano, le hizo un gesto, sutil, suave, delicado, para que se acercara a él. Sus ojos azules se desviaron un instante hacia su mano, hubo, en un primer momento, desconfianza pero al rato, obedeció. Se acercó un poco y de pie, delante del banco, pegada a él, se inclinó un poco para acercarse a él. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Ben estiró un brazo y la atrajo hacia él. Una breve mirada y un instante después pegó sus labios a los de ella.
Ella lo había imaginado pero lo creía improbable. Lo vio acercarse. Lo sintió agarrarla. Y aún en los primeros instantes del beso, se sintió maravillada con el contacto de su boca, con el sabor de sus labios, más a miel que nunca antes. La taberna atestada desapareció a la espalda de Iori. La mestiza abrazó el cuello de Ben y se pegó a él con la ansiedad y con un deseo que gritaba cada célula de su cuerpo. Ella inspiró profundamente llenándose de su olor en aquel beso, y cuando no pudo tomar más aire, abrió con su lengua la boca de Ben. Para llenarlo hora ella a él de otra manera.
Él abrió la boca y sus lenguas se reencontraron en un embravecido mar de deseo, salvaje, casi incontrolable. Casi. Ben apartó la cabeza, alejándose de ella y clavando sus ojos en los de ella. La sintió gruñir. Vio la dureza de su mirada, como lo juzgaba, como si separarse de aquella manera hubiera constituido un ataque contra ella. Como un soldado tras días de marcha al que le retiran su única ración diaria. Una ración breve y escasa. Que solo despierta más ganas. No lo soportó mucho tiempo y esta vez fue él quien la buscó.
Ella jadeó cuando, y de improviso, Iori se sentó encima de él. Las rodillas, como otras veces, a ambos lados de la cadera de Ben. Encerrándolo contra ella. Abriéndose a él. Había una mezcla de control y entrega en aquella postura que tanto parecía agradarle a Iori. Sus manos bajaron por su cuello, y buscaron en la camisa azul claro un hueco para hacer contacto con su piel. El beso le daba el aire que necesitaba y era a la vez el combustible que alimentaba el deseo por él. Por Ben.
Él no se esperó el rápido movimiento de Iori colocándose sobre él, ni tampoco el de sus manos buscando más allá de la camisa. Esta vez no habría manos en la cadera, o en la espalda, o por las piernas. Esta vez sus manos buscaron las de ella y al encontrarlas las apresó. Ella debió notar la tensión en su cuerpo, el rechazo, momentáneo, que Sango le imponía. Ella trató de forcejear pero Ben no se lo permitió y no lo hizo porque su corazón latía con fuerza y porque algo había despertado en él.
Iori se mordió su labio inferior de impotencia. Con desesperación, sin control. Hasta la sangre. Forcejeó sobre él, lista para plantar combate como un animal salvaje. Apartó la cabeza y besó sus manos antes de echar a Iori hacia atrás para mirarla. Ella lo observó paralizada, con el verde mirando sus manos unidas y el pecho vacío de aire. Pero lleno de angustia. Ninguno de los dos notó que sobre la mesa, las dos jarras ya estaban llenas.
- Aquí no, Iori- dijo en voz baja-. Aquí no- añadió apartando la mirada a sus manos.
Ben parpadeó. Cuánto dolor había pasado esa tarde. Que largas se le habían hecho las horas en compañía de aquellos aventureros, guerreros y otras gentes de armas de las que tanto había disfrutado en otros tiempos. Que viciado sentía el aire y como pesaba en su interior con cada bocanada de aire que daba. Como había dolido cada paso de vuelta al palacete. Que dolor le producía la distancia.
Que dolor no poder decirle todo lo que le gustaría. Que dolor, ahora que la tenía sobre él, ahora que volvían a mirarse a los ojos, no prometerse más sufrimiento. Que dolorosa era la incertidumbre con ella. Y, entonces.
- Ahora mismo no, Iori- hizo una pausa para que sus ojos se recrearan con los de ella-. No hay nada en el mundo que desee más, que estar contigo-. volvió a llevar los labios a sus manos, pero sin apartar la mirada-. El deseo que siento por ti me va a consumir y créeme que lo que digo es tan cierto como que el sol sale todos los días- alejó las manos hacia su pecho-. Pero ahora no es el momento ni el lugar. La noche, sin embargo, es joven- repitió la frase que había pronunciado hacía unos momentos-, solo esperemos el momento adecuado- sus ojos se clavaron en ella con gran intensidad.
Aquellas palabras la resquebrajaron por dentro. Poco a poco, como grietas en una piedra que llevaba mucho tiempo de una pieza, conteniendo todo lo que había detrás. Tembló de forma visible con sus besos. Pero fue su mirada lo que terminó por hacer que todo en ella, las murallas que la habían mantenido con vida hasta aquel momento colapsaran. Y tras ellas, la Iori más auténtica y también más vulnerable que existía aguardaba que ahora que él la tenía en sus manos, no fuese para romperla y tirarla. Todo ello, se reflejó exteriormente en la forma que sus grandes ojos azules… quedaron arrasados por las lágrimas.
- Ben… yo pensaba que… que tú ya no…- cerró los ojos, con fuerza. Pero aquello no detuvo su llanto-. Por favor, por favor, nunca vuelvas a mirarme así, no puedo volver ahí, me mata verte en mi cabeza. No me mires así, no pongas esa expresión, por favor, por favor…-
No apartó la mirada de su rostro y dejó que el dolor que sentía al verla derramar aquellas lágrimas que él había provocado, le golpeara con la furia de los gigantes de las historias. Como si el mismísimo Aegir, el que daba nombre a la taberna, se hubiera personado allí y le aplastara contra el suelo con todo su peso. Se vio a sí mismo reflejado en sus ojos.
- No hay nada en el mundo, y escucha bien lo que te digo Iori, que me obligue a hacer tal cosa- apretó la manos y tiró de ellas para llamar su atención-. Mis ojos solo serán para ti un lugar seguro en el que refugiarte, puedes estar segura de ello.
Abrió los ojos y se miraron. Sentía que Iori se había despejado y que nuevas sensaciones se apoderaban de ella. Ben aflojó la presión, consciente del efecto que sus palabras habían tenido sobre ella, consciente de que la catástrofe que se había imaginado que ocurriría, estaba sucediendo. La mestiza se echó hacia atrás. En su gesto por alejarse de él chocó con fuerza contra la mesa. El movimiento derramó las dos jarras llenas de alcohol, que se repartieron entre el suelo y la ropa de las personas que había tras ellos. Iori se giró con rapidez y aprovechó las voces quejándose para soltarse de Sango de un tirón. No fue capaz de mirarlo a la cara. Se bajó de él con rapidez y deslizándose entre el gentío encontró el hueco para desaparecer de allí como si no hubiera estado nunca. Como si la boca de Ben no hubiese besado sus manos. Como si sus lágrimas no hubiesen hablado más alto que sus palabras. Como si con sus besos no se lo hubiesen dicho todo.
Y Ben se quedó allí solo. Con ojos clavados en él. Ojos que no eran los de ella. Ojos que le juzgaban, que imaginaban qué podía haber pasado. Ojos que, pese a lo que había dicho, no le importaban en absoluto.
Tardó en reaccionar, pero apretó la mandíbula y miró a todos y cada uno de los pares de ojos que se clavaban en él. Mientras unos guardaban silencio, otros parecían dirigirse a él, indignados. Se puso en pie y apoyando la mano en la mesa llena de aguamiel se impulsó hacia delante, con pasos torpes al principio pero a medida que avanzaba entre la multitud, se convirtieron en seguros y decididos.
Y salió, una vez más, y las que hicieran falta, tras ella.
Sango
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Cuando salió de la taberna atropelladamente notó el frío. La diferencia de luz del interior del local al exterior hizo que se detuviera unos instantes, dejando que sus ojos se acostumbraran al cambio. Apenas unos segundos hasta que hizo avanzar sus pasos. Lejos de él.
Sentía los latidos del corazón martilleando en su garganta. La situación se había salido de control pero no de la forma que ella había previsto. Qué fácil era caer... dejarse guiar por la apetencia que sus labios generaban en ella. El deseo que sentía por Ben la atenazaba, quitándole raciocinio. Haciendo que olvidase en dónde estaban e incluso quienes eran ellos. Pero a él no le pasaba. Nunca olvidaba quién era él. Y parecía que tampoco olvidaba quién pensaba que era ella.
Creía saberlo.
Y Iori sabía que erraba. En sus ojos podía ver, sin dudas, que Ben imaginaba algo muy distinto de lo que ella era.
Menos valiosa de lo que él pensaba. Menos buena. Completamente indigna de su atención.
Su forma de caminar en aquel momento evidenciaba el consumo de alcohol. Y el entrenamiento con Zakath de aquella mañana. Y las semanas de mala alimentación. Y sus escasas horas de sueño diarias. Y la locura que la había guiado desde su salida del templo... Ciega, huyendo del único lugar cálido que quedaba para ella en el mundo. La única persona que parecía dispuesta a caminar a su lado. Aunque sus pasos la guiaran hasta la destrucción.
Tropezó con alguien.
Apenas lo movió pero ella se giró hasta quedar mirando en la dirección por la que había venido por el golpe. Como si los Dioses quisieran recordarle cual era el camino correcto. Se llevó la mano al hombro y frotó dolorida.
- Deberías de mirar por dónde vas - sugirió una voz muy varonil pero amable. Iori no respondió. Volvió a girarse, y sin soltar el hombro continuó caminando con la cabeza agachada.
En su urgencia por alejarse de él se había lanzado a las calles, en medio de la Fiesta del Pan sin preocuparse por qué dirección tomar. Cualquiera mientras pudiera crear distancia con él. Cruzó el otro brazo sobre el hombro contrario, abrazándose a si misma ahora como forma de protegerse.
La gente fue desapareciendo mientras caminaba en dirección a uno de los ríos que cruzaban la capital. Todavía sentía el olor del pelirrojo en ella. Se escuchaba a lo lejos la música cuando Iori se internó en la plaza que bordeaba el paseo al lado de la orilla. El lugar estaba vacío. La llamada de la fiesta que se encontraba dos calles más allá era fuerte, sin duda.
El grueso de la gente se encontraba en la zona principal mientras que aquel sitio, a esas horas de la noche solamente servía de paso. Paso para los que querían llegar a la fiesta del Pan. Paso para los que se retiraban ya de ella. La mestiza no pertenecía ni a un grupo ni a otro. Se detuvo y observó la gran fuente que presidía desde lo alto de una gran peana la zona. Subió la decena de escalones que formaban anillos concéntricos a los pies de la estructura para terminar sentándose arriba de todo.
Alzó el rostro hacia el cielo y apoyó la nuca en el borde de la fuente, mientras se descubría anhelando de nuevo que la lluvia cayese aquella noche.
El agua le hacía pensar a él.
Sus manos, vacías, ardieron cuando recordó la forma que tenían los músculos que cubrían sus hombros. Hacía mucho tiempo desde la última vez que se había encaprichado de esa manera de alguien. ¿Acaso había llegado a ser tan intenso? ¿La necesidad de la otra persona tan imperante?
Pensó en Elara. La muchacha con la que había compartido su primer beso. Era una joven de cabello trigueño y ojos oscuros. Todo en ella la había hechizado. La amabilidad en la superficie que escondía una personalidad mucho más decidida y sensual. La curiosidad viva que había tenido por Iori en los instantes que compartieron juntas. La preocupación que había creído percibir en ella en el tiempo que duraron sus juegos...
Hasta que sus padres habían decidido mudarse. Abandonar la aldea y apostar por la gran ciudad.
Había tardado semanas en volver a buscar el calor en la boca de otras personas. Había pasado noches recordando la forma en la que su cabello flotaba tras ella cuando compartían juegos en el bosque. Pero aquella falsa ilusión se había terminado desvaneciendo. Tras el quinto amante no quedaba rastro de su añoranza por Elara.
Y podía imaginar que con Sango pasaría algo similar.
Idiota. Ya intentaste ese camino. Y el dolor fue peor.
Cerró los ojos y apretó los labios, recordando lo que había sucedido con Amärie. La cara que había visto en Ben la había destrozado por dentro. El asco que dirigía una parte de su mente hacia ella misma hizo que el estómago se le revolviese tras recordarlo.
Sus pasos fueron muy delicados, pero Iori lo escuchó cuando llegó. Reconocía ya la forma que tenía de pisar, la cadencia del ritmo que imprimía en su cuerpo. No separó la cabeza de la fuente pero bajó los ojos lo suficiente como para poder verlo. Estaba de pie, delante de ella, con la mano apoyada en el mango de la espada. Tenía la cabeza alzada, en un gesto similar al de ella misma. Mirando las estrellas. Y de espaldas.
En su mente pensó que aquello podía estar bien. Cuando él se alejase lo vería marcharse justo de aquella manera. Dándole la espalda, sin volver la vista a ella. Cortando los débiles hilos que podían haberlos unido en aquellos escasos días juntos en Lunargenta.
A veces una vida estaba llena de momentos que no significaban nada. Y en ocasiones, bastaba un día para darle la vuelta a todo.
-¿Qué haces ahí? - preguntó con la voz pesada, tras un rato observándolo en silencio.
Bajó la cabeza lentamente y la giró para mirar a Iori por encima del hombro. Era una mirada fría, sin expresión alguna. Se obligó a girar el rostro y a relajar su posición, dejando que la mano derecha ahora cayera a un lado. No contestó.
Mirar a Ben de aquella manera alertó a Iori. Sintió como aquellos ojos la habían lastimado más que las armas que llevaba colgadas de la cintura. Si antes de que él llegase estaba pensando en lo conveniente de separarse, antes de necesitarlo más, verlo frente a ella con una actitud distante la hizo sentir lo opuesto.
¡Abrázalo!
Tuvo ganas de correr en su dirección. Colgarse de él y susurrarle perdón, las veces que fuesen necesarias hasta que él le volviese a proporcionar un hueco entre sus brazos.
Apartó la vista de él y se incorporó, alejando la espalda de la fuente pero sin levantarse. Miró hacia abajo y notó como el suelo de la plaza se enturbiaba. Las lágrimas le dificultaron ver con claridad, mientras intentaba encajar el revuelo de emociones que un silencio y una mirada habían desatado en ella. Le resultó asombrosa la forma en la que aquello, tan poco natural en él, tan alejado de lo que había encontrado hasta ahora en Ben, la abatía.
"Mis ojos solo serán para ti un lugar seguro en el que refugiarte" Recordar sus palabras tras mirarla de aquella manera escoció. Pero supo que lo merecía. Y sin embargo, no quería eso. No quería la justicia. Quería la ilusión de confiar en él.
- Mentiroso... - susurró tan suave que el viento no pudo arrastrar su voz hasta él. Lo escuchó suspirar y lo escuchó girarse hasta quedar mirando hacia ella.
- He venido por ti. ¿Por quién si no? - lanzó la pregunta al aire.
Iori escondía la cara de él mirando hacia abajo. Tenía los antebrazos apoyados en sus rodillas y las manos fuertemente cruzadas justo delante. Quizá debería de empujarlo de nuevo. Como en las catacumbas. Provocar el desastre. Generar su rechazo. Dejarle ver un poco más de lo que era ella. Lo suficiente como para romper con lo que Ben imaginaba.
- ¿Para qué? No necesito que me mires de esa manera. Lo he visto en suficientes personas en mi vida. - consiguió farfullar sin mucha fuerza.
Necesito que me vuelvas a sonreír.
Dio un paso hacia ella, acortando la distancia que les separaba. No mutó, sin embargo, su pose. Sus ojos no se apartaban de ella.
- De entre todas las respuestas que podría darte a esa pregunta...- hizo una pausa y entrecerró los ojos - Necesito que me aclares una cosa.-
Junto con el suave murmullo del agua, se escuchó la risa de Iori. Una risa sardónica, con un punto de malicia en la forma en la que vibró en el aire entre ellos.
-¿Algo escapa a la aguda mirada del Héroe? -
- ¿Qué soy para ti? -
Los ojos de la mestiza se abrieron desmesuradamente ante la pregunta, desbordando los sentimientos que guardaba dentro hasta quedar vacía. Pero no dejó que él lo viese. Incapaz de hablar, guardó silencio.
- ¿Qué quieres decir con que te hago sentir? ¿Por qué te hago sentir miedo y sin embargo buscas mis brazos? No lo entiendo y necesito... No - hizo una pausa para dar un paso más hacia ella - Ayer, por la noche. "Antes de ti no hubo nada y después, tampoco". ¿Qué significa eso? - suspiró - Quiero entenderte, Iori, pero no lo pones nada fácil. -
Ni ella misma lo sabía. Recordaba perfectamente lo que había salido de su boca. Y los Dioses sabían que se arrepentía de aquel golpe de sinceridad sin control. Ponerlo en palabras solamente había añadido más confusión a su mente. Y le había dado a él información que ella no podía gestionar.
No hables, demuéstralo. Ve a por él.
- Quizás sea solo un engaño - dijo endureciendo el tono - Un engaño para convertirme en alguien a quien acudir por la noche y ya. Convertirme en una persona a la que puede pedirle algo por puro capricho y a la mañana siguiente hacer algo completamente opuesto - cerró el puño sobre el pomo de la espada y apretó - No quiero creer que sea eso - hizo una pausa para mirarse la mano izquierda y tras alzar las cejas lo soltó de inmediato.
¿Un engaño? Aquello hizo que el resto de sus pensamientos se detuvieran. ¿Eso era lo que él pensaba? ¿Se sentía engañado? Iori creía haber sido transparente desde el principio. Sexo como resultado de una evidente atracción física. ¿Acaso eso estaba mal?
- ¿Soy eso, Iori? ¿Alguien con quien compartir cama por las noches? ¿O hay algo más? Solo eso. Solo aclárame eso. Dime que lo que veo en tus ojos es lo que creo que es o sácame del engaño.-
La mestiza no alzó la vista. Empeñada en mirar el suelo. ¿Qué había en sus ojos? ¿Qué era lo que él creía ver? Pensó que desde luego él era alguien con quién compartir cama por las noches. Y por el día. Pero, la segunda pregunta se le atragantó impidiéndole reaccionar de otra forma que no fuese mostrando lo peor que había en ella.
- ¿Y eso no es suficiente? Estoy segura de que hemos conectado bien Sango. Lo has disfrutado. Lo he disfrutado. Podemos repetirlo todas las veces que quieras - habló con una sonrisa en la boca. Pero su tono era falso.
Alejarlo te matará.
- No te creo - respondió Sango con el ceño fruncido - Mírame y dímelo. -
Guardó silencio. Y se quedó muy quieta, antes de agachar ligeramente más la cabeza hacia el suelo. En otras ocasiones aquello le había funcionado. Pero Sango era persistente. Y ella tenía demasiado alcohol en sangre como para ser capaz de pensar con más claridad.
- No parece que por tu interior corra la misma sangre que la del gran Eithelen de las historias - provocó.
Aquello fue algo completamente inesperado. La tensión en sus hombros fue evidente, y apenas pudo esperar unos segundos hasta alzar el rostro. Clavó los ojos en las botas del Héroe, dejando que él viese más de su cara. Una piel en la que se podían ver las marcas de las lágrimas. Notó la ira dentro cuando pensó en su padre.
- ¿El GRAN Eithelen? ¿El mismo que no supo mantener la distancia y llevó a una humana a un horrible final? - inquirió sin ser una pregunta real. Alzó la vista por completo y lo miró. Con un odio oscuro ardiendo en sus ojos.
- ¿Quién desearía una sangre cómo la suya? ¿Tú, Ben? - se puso de pie, observándolo con la altura que le proporcionaban los escalones. Era menuda. Estaba débil y maltrecha tras el entrenamiento de Zakath. La simple comparación entre ambos causaba risa. Y sin embargo había algo peligroso en ella.
- Lo que yo deseo, tú lo sabes - dijo poniendo el otro pie en el escalón - Sácame de mi error - sus ojos recorrieron los caminos dejados por las lágrimas - O dime que hay camino por recorrer. -
La firmeza de la forma en la que Sango la miraba apagó el fuego que había supuesto la mención de su padre. Y encendió otro distinto. Había demasiados frentes abiertos con él, y el guerrero estaba saltando de uno a otro. De una manera que Iori no era capaz de seguir.
Se irguió, echando los hombros hacia atrás y sacando pecho ante el avance del Héroe. Sin embargo el alcohol no le permitió mantenerse tan firme como le hubiera gustado.
- Sexo - lanzó como si fuese una flecha. La disparó intentando con ello parar el lento avance de Ben hacia ella. Volver a salir huyendo sería perderse a ella misma. Dejar que él se acercara demasiado supondría lo mismo. Tenía que abatirlo en la distancia. Antes de hacer contacto. Y se aseguró de lanzar un par de disparos más.
Con el escudo delante del corazón, y la espada en la lengua.
- Y debería de ser suficiente. Suele serlo para los hombres. No entiendo por qué te empeñas en que contigo esto sea distinto. -
Sango le enseñó los dientes. Y aquella respuesta trastornó a Iori.
- ¿Aquí? - subió un escalón más - ¿Ahora? -
Siempre.
- ¿Acaso el Héroe de Aerandir podría? -
- ¿Con una cobarde? Lo dudo mucho - y bajó un escalón sin apartar la mirada.
La ira oscura se diluyó poco a poco de sus ojos, conforme pasaba el tiempo tras la mención de Eithelen. La cara de Iori mostró su confusión ahora, y no pudo evitar enarcar las cejas ante sus palabras. ¿La había llamado cobarde?
- ¿Yo? - preguntó, esta vez sí, con verdadera duda.
- Sí, tú. Incapaz de responder una pregunta. Tú, que sales corriendo cuando te digo algo que nace de mi corazón. Tú...- el tono de Sango se relajó.
Su corazón... no era algo que Iori supiese cuidar.
Los ojos azules no se apartaron de Sango, mientras llevaba su mano al cierre de su cuello. Allí comenzaban los botones de la camisa blanca que había llevado puesta desde el entrenamiento con Zakath. La misma que mantenía algunas manchas secas de sangre. Y otras de color gris. Similar al que deja el metal al ser pulido sobre la tela. Desabrochó en silencio hasta que dejó caer la prenda, revelando a los ojos de Sango una fina camisa interior de color negro. Sin dudar, llevó las manos a las botas, y desabrochando la cremallera lateral se deshizo de ellas con rapidez. Llevó las manos a los pantalones, y abrió los botones centrales que los cerraban.
Era cierto. Llevaba toda la vida huyendo del calor que daban las personas. Sin estrechar demasiado lazos. Viviendo en comunidad pero sin formar parte de la vida de nadie. Siempre se replegaba cuando la situación se volvía peligrosa. Incómoda. Antes de acomodarse. Antes de que naciese en ella también el sentimiento de querer permanecer.
De querer estar.
De querer ser.
Ser una versión diferente de ella misma. Una Iori que pudiese caminar al lado de otra persona. Atada.
Pero con qué alegría atarse a él.
- Una pregunta. Elige bien Sango - le advirtió antes de dejar caer la tela, quedando parcialmente desnuda, en lo alto de las escaleras que llevaban a la fuente frente a él.
Ben observó todos y cada uno de los movimientos. Y no pudo dejar de asombrarse a medida que se quitaba prendas. Camisa primero, una bota después... No, aquello no podía ser la respuesta a todo. No podía ser siempre así. La mestiza vio cómo tras el estupor inicial, su mente se aclaraba cuando supo cuál sería la pregunta.
- ¿Quieres bailar? -
El reto que había en la mirada de Iori se esfumó con las palabras que el pelirrojo dirigió hacia ella. Tras la sorpresa, una sonrisa se extendió por su cara. Y la mestiza no pudo evitar reír. Esta vez de verdad. Meneó la cabeza y se giró, dándole la espalda para introducir un pie en la fuente. El agua estaba helada, pero limpia. Se notaba que habían preparado a conciencia el barrio con motivo de las fiestas. Introdujo la otra pierna y se desplazó hasta llegar al centro de la misma, subiendo hasta el inicio de sus glúteos la camisa interior para evitar mojar demasiado la última pieza de ropa que le quedaba. Se detuvo y movió las piernas para salpicar, y se giró de nuevo mirándolo con fijeza.
- ¿Estás dispuesto? - preguntó entonces extendiendo hacia él la palma en gesto de invitación.
Ben permaneció clavado en el sitio sin saber qué decir o hacer salvo no dejar de mirarla.
Su duda duele.
Los ojos azules de la chica brillaban, siendo evidente que todos y cada uno de los momentos que habían compartido desde que había comenzado a beber en la taberna estaban influidos por el alcohol en el organismo de la mestiza. Ante la duda del pelirrojo Iori bajó lentamente la mano. Ladeó la cabeza y desvió la mirada para volverse de nuevo de espaldas a él. Avanzando despacio por la fuente. Jugando con el movimiento que hacían sus piernas en el agua. Sabía que hacía tiempo debía de haber soltado las palabras que pugnaban por salir de su pecho.
- Lo siento mucho -
El guerrero sacudió la cabeza y sin darse cuenta subió un escalón y luego otro hasta llegar al murete de la fuente. A un lado estaba la ropa de Iori a la que dedicó un rápido vistazo antes de clavar sus ojos en su espalda.
- Iori...-
Se giró hacia él en cuanto dijo su nombre y lo miró con una expresión difícil de definir.
- Ven conmigo, sal de la fuente por favor - pidió Ben.
Se acercó despacio, rozando con sus dedos el borde del agua que la rodeaba. Llegó hasta el borde en dónde él esperaba y volvió a alzar, en esta ocasión, las dos manos para aferrarse a él. No tenía pensado salir de la fuente en aquel instante.
Ben estaba completamente descolocado. Cuando la mestiza puso sus manos sobre él, aferrándose con todas sus fuerzas, él se dejó llevar y de repente se vio pivotando sobre el murete de la fuente. Cuando se dio cuenta de lo que pasaba, era demasiado tarde.
Braceó pero no consiguió nada más que tocar el agua y descubrir que estaba fría. No le dio tiempo al resto del cuerpo a asimilar la inminente realidad que lo abrazo por completo. El frio penetró las defensas de tela y avanzó sin resistencia alguna hacia su piel. Parpadeó, abrió la boca y le faltó el aire. Como si hubiera un resorte en el fondo de la fuente, Ben saltó hacia arriba y con un gran estruendo salió del agua.
Escupió todo el líquido que había tragado y se apretó la nariz para escurrir el agua. A su alrededor el pequeño oleaje que había causado pareció calmarse lentamente. En su rostro se podía ver una expresión de sorpresa, cejas alzadas y boca entreabierta. Se llevó las manos a la cabeza y peinó el pelo hacia atrás. Entonces y solo entonces, la buscó con la mirada.
A escasos tres pasos, una Iori salpicada, pero no empapada lo observaba con una sonrisa todavía más grande. Había aprovechado la confianza que él había depositado en ella para tirar de sus manos, aprovechando el punto de debilidad en el que se encontraba. Un cuerpo grande como el suyo cayó rápidamente en cuanto encontró la barrera de la fuente contra los muslos. Se escuchó reír, divertida. Como hacía tiempo que no hacía. Y se abrazó el estómago mirándolo sin querer forzarse a detener aquel torrente que la barría por dentro.
No apartó la mirada mientras tanteaba con una mano la posición del murete. Cuando dio con él se apoyó allí y se quedó mirando a Iori, incapaz de hacer nada más.
Se detuvo tras unos instantes, clavando el brillo de sus ojos en la mirada verde de Ben. No perdió la sonrisa, pero su mirada adquirió un matiz distinto, más intenso, mientras controlaba el súbito ataque de risa. Se giró para darle la espalda.
Y darle respuestas.
- No sé qué eres para mí. A veces pienso en ti como Sango, el Héroe que todos conocen. Del que han oído hablar. En otras ocasiones eres Ben. Y Ben me gusta. Pero me da miedo. Me haces sentir cosas que apenas soy capaz de entender... - se detuvo, dejando de jugar ya con el agua, mientras inclinaba la vista para fijarse en los reflejos de las luces que brillaban sobre la superficie, imperturbable ahora tras su repentina quietud.
- Nunca sentí nada igual. Y eso me da miedo. Por que no comprendo. Porque me aterroriza pensar que sea algo de lo que no pueda huir. Algo de lo que no sepa cómo escapar. ¿Buscar tus brazos? Sí, supongo que lo hago. Desde la primera noche - murmuró. Recordaba los besos que le había dado en el cuello cuando se habían encontrado en la posada.
Cuando se dejó llevar por la ilusión estúpida de que con la rudeza de su cuerpo contra él podía dominarlo. Comprendiendo ahora que todo acto de control que ella había ejercido fueron regalos que él le concedió. No había forma humana en la que ella jamás habría podido llevar a cabo algo así excepto que él se hubiera dejado. Su rostro se volvió amargo.
- Lo llevo haciendo toda la vida. Desde... los trece años. No tiene realmente importancia. No tiene el significado que pareces estar queriendo buscar... - el sexo era el contacto humano que ella precisaba obtener de las demás personas. Nunca ir más allá. Y sin embargo... No había nada antes de él, y después de él tampoco.
- No todo se puede resolver huyendo. Dioses, diría que muy pocas cosas se resuelven huyendo. Lo que uno puede hacer es posponer el momento, pero al final siempre habrá que enfrentarse a aquello que nos hace huir. Es, quizá, una actitud sensata, elegir el momento y el lugar y enfrentar ese miedo - hizo una pausa y se alejó del muro hacia el interior de la fuente, hacia ella.
- El significado no lo busco yo, Iori. Lo siento. Sé que está ahí. Sé que hay algo cuando nos miramos, cuando nuestras manos se encuentran, cuando nuestros cuerpos se juntan. No es algo que yo decida creer. Es algo que es así porque lo siento. Y como dices, no soy el único que siente algo cuando estamos el uno con el otro - se acercó más a Iori, a menos de dos pasos de distancia - Solo quiero que sepas una cosa.-
La mestiza frunció el ceño. Sus palabras solo sirvieron para añadir confusión a lo que ya le estaba costando verbalizar de por si. Se giró despacio, cayendo en la tentación de mirarlo a los ojos. Queriendo ver en ellos, aunque sentía que aquello podría destruir quién era ella por completo
Sango suspiró levemente al contemplar el brillo de sus ojos azules. Se estaba acostumbrando a ellos hasta el punto de sentir que en ellos tenía un lugar seguro en el que refugiarse. Una puerta de acceso a un alma que estaba dispuesta a compartir la carga.
- Me importas. Mucho. Demasiado - esbozó una leve sonrisa - Pero si el miedo permanece, no creo que deba estar a tu lado. No puedo hacerte sufrir de esa manera. Solo te pido una cosa - hizo una pausa y se acercó un poco más - Piensa en ese miedo y piensa en cuándo es más grave si cuando estás sola o cuando sabes que hay alguien a tu lado.-
Le costó escuchar la totalidad de lo que Ben decía, pero luchó para no perderse ni una pausa hecha por él. Los oídos pitaban con insistencia, anclando su cerebro de forma masoquista en cuatro simples palabras. "Me importas. Mucho. Demasiado".
¡Abrázalo!
Ella lo sabía. Más bien lo intuía. Y aún así, escucharlo, de sus labios, tenía un efecto completamente diferente a imaginarlo. Porque las palabras tenían poder. Servían para conectar a las personas. Y aquello creaba un vínculo que la mestiza prácticamente creyó ver entre ambos.
Acortó distancia, aterrizando contra él. Como si alguien la hubiese empujado. Notó la humedad de toda la ropa de Ben y se recompuso para volver a separarse. Unos centímetros. La capa todavía chorreaba agua. No se imaginaba lo que debía de pesarle empapada como estaba. Alzó la vista.
- Siempre estuve bien sola - se defendió. Bajó para mirar su pecho. Un lugar no tan intimidante como la mirada verde de Ben. - Tú eres el único que genera este miedo. Y también eres el único que lo calma. - Cerró los ojos, y su rostro reflejó la molestia de un mal recuerdo. - No quise seguir. Con ella. Vino a buscar problemas, y siempre fue fácil para mí imponerme a otros usando el sexo. Pero esta mañana... - movió las manos, y sin pegar de nuevo su cuerpo a él, buscó las manos de Ben con cuidado. - No era lo mismo. No estaba bien. - Se interrumpió antes de volver a abrir los ojos, buscando ahora con su mirada la boca del Héroe. - No eras... tú... - terminó de explicar en un susurro.
Ben dejó que cogiera sus manos. Dejó que le contara cosas de ella, de cómo era, cómo se comportaba, cómo lo hacía después de conocerle. De repente y sin aviso, se soltó de sus manos y la rodeó con los brazos contra él.
El frío y la humedad del cuerpo de Ben la hizo dar un respingo cuando la abrazó. Su impulso fue dar un paso atrás. Sin embargo sus brazos se aferraron al instante a su cuello. Automático. Una reacción que no necesitó meditar. Hundió la cara contra su pecho, notando como allí no llegaba el frío. Allí solo estaban sus latidos y su calor. Y el sonido de la fuente de fondo.
Tras escapar de él en la taberna, se encontraba de nuevo enredada en sus brazos. No era capaz de reunir en su mente el valor necesario para rechazarlo. Se sentía cansada, de huir de él. De ella misma.
- Iori - se aferró con fuerza a ella - ¿Estás lista? -
Ella movió la cabeza hacia arriba. Quiso mirarlo pero la fuerza con la que él la mantenía abrazada no lo permitió. Tardó un segundo en crear la sombra de una sospecha, imaginando lo que él pretendía hacer tras mantener fijo el abrazo sobre su cuerpo.
- ¿Lista para…? - y lo supo con toda la certeza del mundo. Antes de que algo pudiera pasar, trató de separarse de él.
Pero no fue posible. Sango sonrió ampliamente. Levantó un pie y se inclinó a propósito hacia un lado. El desbalanceo, sin embargo, fue más allá, hasta el punto de no retorno, hasta el punto en el que vieron el agua abrir los brazos para recibirles. Ben puso una mano en su cabeza y se zambulleron en la fuente con un un gran chapoteo.
Su grito apenas se escuchó antes de caer dentro del agua. Allí el aire que salía de su boca se convirtió en burbujas, mientras peleaba entre los brazos de Ben para soltarse. Apoyó las rodillas en el suelo de la fuente y fue capaz de sacar el cuello sobre la superficie del agua, apoyando las manos en los hombros de Ben. La sensación de frío la despertó por completo, luchando contra la embriaguez que la invadía.
-¡No! ¡No no no! - clavó los ojos en él mirándolo con una expresión de evidente enfado. - ¡No me gusta Ben! -
Cuando él salió a la superficie sacudió la cabeza y dejó que el agua cayera por su ya mojada ropa. Escuchó el tono de enfado de Iori y solo pudo responder con una sonrisa. Clavó sus ojos en ella.
- Solo es agua - dijo sin apartar la mirada - Es buena, aunque sería mucho mejor si no fuera de esta fuente...- un brillo apareció en sus ojos - Si vieras la Cascada del Dragón, el gran lago a sus pies o el majestuoso caudal del Tymer. El río Nidhug, que nace en las montañas de Verisar y desemboca en las tierras de Vulwulfar. Ah, Iori, hay tantas cosas que ver que merecen la pena - dejó que su cabeza volara lejos de allí.
Sin molestarse en apartar el pelo que caía sobre sus ojos, la mestiza se detuvo por completo. Miró a Sango con atención mientras hablaba, aprovechando para tomar posición bajo el agua. Se las arregló para colocarse de tal manera que, de nuevo, él estaba sentado en la fuente, con el agua cubriendo por completo hasta los hombros. Ella volvió a su posición de seguridad. La que llevaba buscando con él en los últimos días. Deslizó las piernas desnudas sobre él, hasta sentarse a horcajadas encima del guerrero. Lo miró desde arriba, abrazándose a él, mientras que con una mano apartaba los mechones rojos empapados que caían sobre su frente.
Ese era su lugar a salvo.
- No conozco ninguno de esos sitios… - confesó. Y hubo un deje soñador en su voz. - Me gustaría verlos… contigo…- el cabello del guerrero ya estaba colocado, pero los finos dedos de la mestiza continuaban peinándolo. Acariciándolo. Buscó sus ojos.
- No es el agua. Es el frío. - cambio de tema súbitamente. -Ya no me gusta el frío. No lo quiero.- asió ahora con los dos brazos el cuello de Ben, pegándose a él. Sintiendo su cuerpo contra ella. - Me gusta tu calor, Ben - confesó, antes de bajar los centímetros que la separaban de sus labios. Pero los esquivó en el último segundo. Pegó su mejilla contra la barba del pelirrojo y respiró pesadamente allí. - No sé qué estoy haciendo. No sé qué me estás haciendo…-
Él permaneció en silencio, mientras algo que llevaba guardando mucho tiempo, que la había ido minando por dentro se abría paso para salir.
- No puedo dejar de pensar en lo que sentía ella…- susurró en su oído. El cuerpo de Iori entonces aflojó su agarre. Continuó abrazándolo pero más como lugar en el que descansar, reduciendo la pulsación sexual que sentía siempre que estaba pegada a él. - Lo vi. Sabes? Pude sentirlo. Sentí lo mismo que Ayla. En aquel templo… yo vi el pasado desde su interior. Allí se movían todas las emociones y pensamientos que ella tenía. Cuando lo conoció a él. Vi su historia Ben. Cómo nació el amor. Ella estaba llena de él, tan llena… - la angustia comenzó a impregnar las palabras de Iori, mientras ella cambiaba la posición de la cara, enterrando ahora el rostro contra el cuello del Héroe. Gimió bajito, como si hubiese experimentado algún tipo de daño.
- ¿Sabes? Cuando la torturaron había dolor. Pero por encima de todo ella estaba controlada por otra cosa. - se detuvo, dándole tiempo a su cabeza y a su lengua para aclarar lo que quería compartir. Sus manos se aferraron a sus hombros, cerró con fuerza los ojos, como un náufrago que se agarra a la roca intentando sobrevivir a los golpes del oleaje que lo pueden arrastrar lejos, a su perdición. Buscó fundirse con él. Mantenerse de una pieza mientras sentía que hablar de aquello la fracturaba en pedazos. La reducía a polvo. Y a la vez, la ayudaba a sacar un denso veneno de dentro. Uno que llevaba guardando demasiado tiempo ella sola.
- Ayla sentía alivio de que se lo hicieran a ella y no a él - jadeó. No había forma humana de poder estar más pegada a Sango de lo que ya estaba. Y no era suficiente.
- Hasta ahora no comprendía… por qué ella… y a pesar de ello... hubiera preferido que me rompieses los huesos antes de verte de esa manera en el pasillo a la mañana - su cuerpo volvió a recuperar un tono rígido, abrazándolo con fuerza y energías renovadas. Vio a Ben alejándose por el pasillo del Palacete, y la urgencia la sacudió, apresándolo casi con fiereza contra ella.
- No quiero hacerte daño. No quiero hacerte daño. No quiero hacerte daño - habló con resolución. -Aborréceme, ignórame, olvídame. Pero no… no sufras por mi culpa. No puedo cargar con ese peso. Ben, yo…- se mordió los labios de pura desesperación.
Ben reaccionó cuando sus mejillas se encontraron. Rodeó con los brazos a Iori bajo el agua. Subió arriba y abajo por su espalda. Sin embargo no fue capaz de hablar de primeras, aún abrumado por las revelaciones de Iori. Movió ligeramente la cara para acariciar la de ella, para hacerle saber que seguía allí con ella.
- Entonces no me pidas que te olvide, pues solo el dolor ocuparía ese lugar. No me pidas que te ignore, pues solo el sufrimiento me haría compañía. No me pidas que te aborrezca, pues la agonía nunca es buena consejera - buscó sus ojos mientras apretaba allí donde se posaban sus manos - No cargues sola con sufrimiento y dolor innecesario. Estoy aquí. Deja que te ayude. Ayudémonos a llevar la carga. Hagámoslo. Juntos. -
Sí.
No.
En la noche, las pupilas de Iori estaban dilatadas. Pero mirar a Sango y escuchar sus palabras hizo que sus ojos se abrieran más, y que ella se llenase de su visión. De nuevo la estaba tocando en un lugar al que nadie más podía llegar. Uno que ni tenía nombre, que ni sabía que existía. Tomó el rostro del guerrero entre sus manos y acercó la cara a él.
No eres digna de él.
- No soy buena para ti - intentó defender, sin desear hacerlo realmente.
- Deja de decir eso - murmuró - Dejalo.-
Y Ben buscó sus labios.
Iori abrió la boca, buscando palabras que no terminaron de llegar. El que sí llegó fue Ben. Sus brazos, sus manos y, sus labios.
Sus bocas se encontraron y Iori cerró los ojos. Se dejó ir, suave. Dejando que la reticencia que sentía fuese poco a poco eliminada por él. Había algo nuevo en aquel beso. Algo que compartían por primera vez. La duda en Iori dotó aquel beso de la torpeza de quien se siente amado y ama por primera vez.
Sus bocas se encontraron y se buscaron como si nunca antes lo hubieran hecho. No hubo ansiedad, no hubo esa necesidad casi egoísta de otras veces. El momento de reflexión inicial desapareció y se dejo llevar, flotando en la suave corriente del río que era el destino. Cuando se dieron un momento, Ben la miró a los ojos.
Torpe. Terriblemente torpe. Iori besaba como si descubriese en aquel momento cómo eran los labios de una persona. Como si la noche antes no hubiese creado en torno a la boca de Sango un altar en el que lo adoró, lo sometió y lo volvió a adorar hasta quedar dormida sobre él.
Dejó que él se separara sin tratar de retenerlo. No había en aquel instante en ella el aura de control que usaba cuando algo tenía que ver con sexo. Porque aquello ya no era sexo. No era solo sexo. Buscó sus ojos y apoyó la frente en la de él, recostándose contra su pecho. El corazón latiendo desaforadamente, a tal velocidad que su respiración se escuchaba acelerada.
¿Qué tenía él?
- En el camino de la costa de Vulwulfar a Sandorái hay un lugar - dijo Sango moviendo ligeramente la cabeza para notar su frente sobre la de él - Que descubrí hace poco. Una gran roca con un aegishjalmur enorme dibujado en ella - hizo una pausa para lamer el agua que caía desde sus frentes - Si sigues un sendero que parte desde esa roca, puedes llegar hasta un claro en el que se alza un gran árbol, un fresno gigantesco, con un tronco que un hombre no sería capaz de rodear con sus brazos - esbozó una pequeña sonrisa - Cuentan los lugareños que - se interrumpió y ensanchó la sonrisa - No. Algún día descubriremos qué dicen los lugareños de aquel árbol. Algún día. -
La mestiza observaba los ojos de Ben de una manera diferente. Nueva a todas las que había visto el Héroe hasta entonces. Había algo cálido. Algo dulce en ella. Una inclinación natural hacia él. Iori mostraba una confianza que había mantenido oculta, bajo capas de cinismo, locura y sexo duro.
- ¿Quieres decir que iremos juntos? ¿Tú de verdad deseas que salgamos de Lunargenta y recorremos el mismo camino? - todavía tenía pendiente una respuesta con él. La invitación que él le había hecho la noche anterior. Ven conmigo. Esas habían sido sus palabras, mientras la mantenía sujeta contra el cristal, atado a su cadera.
Ladeó la cabeza y miró sus labios, mientras acariciaba con el dorso de la mano su mejilla, poniendo cuidado en trazar las líneas de las cicatrices en su piel.
- ¡¡Eh!! ¡Esto no es una casa de baños - ladró una voz poderosa. Unos pasos se acercaron. Sonaban metálicos, el tipo de sonido que producían los uniformes de la guardia. Tres figuras vestidas con cota de malla se aproximaron a los pies de la fuente en la que se encontraban. Iori giró rápido el rostro y los observó sorprendida por la interrupción. Por la forma en la que se había vuelto a romper la magia.
- ¿¡Qué demonios hacéis ahí?! ¿Acaso estáis borrachos ya? - el que caminaba de primero se detuvo y colocó las manos en la cintura, evidenciando la enorme empuñadura de la espada. - Venga, fuera los dos –
- Iremos juntos - dijo mientras notaba su mano por el rostro - Iremos a donde nos dé la gana ir. La comarca de los Llanos de Heimdal es preciosa a mediados de la primavera, con los campos en plena floración, las cosechas cambiando el paisaje, los animales por las praderas - alzó la enorme mano y le retiró dos mechones que caían por su cara - La costa oriental, al sur de Baslodia, más allá de la villa de Alborada, hay un cabo en el que se puede contemplar la inmensidad del océano - el soldado volvió a gritarles, pero Sango parecía no ser consciente de ello - puedes ver los barcos, navegar a remo o si los Dioses lo permiten, impulsados por las velas... ¿Sabes una cosa? - los gritos se hicieron más notables a su espalda - Tengo un barco. -
Sorprendida, por el cúmulo de información que él le estaba dando, comprendió que hablaba y trazaba planes de futuro que los situaban uno en compañía del otro. Juntos. Como si verbalizar aquello hiciese que el camino por el que ambos avanzarían se haría más real.
Sin embargo no podía seguir ignorando el hecho de que aquellos guardias estaban dirigiéndose hacia ellos. Miró a un lado y observó al soldado que les estaba hablando apoyar el pie sobre el borde de la fuente. Con la mano extendida mostraba la ropa que Iori había dejado en el suelo situando la mano en la que la sostenía hacia dentro de la fuente. ¿Iba a dejarla caer? Las cejas de la morena bajaron y su mirada se ensombreció.
- Parece que tenéis problemas para escuchar - sonrió. El tipo de sonrisa que se alimentaba de excederse al usar el poder que el uniforme le proporcionaba.
Ben siguió su mirada y se dio cuenta de que no estaban solos. Parpadeó una vez y luego otra.
- Buenas noches - dijo sin quitar las manos de encima a Iori - Esa ropa estaba en el suelo, harías bien en dejarla ahí. -
Los otros dos guardias se acercaron a los escalones de la fuente. Parecían aguardar con algo de incomodidad. El que estaba cerca de ellos lo miró sin disimular lo estimulante que le pareció la respuesta de Sango.
- Salid inmediatamente - ladró la orden. Iori se separó de Sango y se puso de pie en el centro de la fuente. Miró hacia abajo y tomó al guerrero de la mano mirándolo a los ojos.
Sango miró a Iori y sonrió. Juntó las manos en forma de cuenco y se tiró agua por encima. Acto seguido cogió la mano de Iori e impulsándose hacia delante se levantó dándole la espalda a los guardias, dejando que todo el agua que había acumulado su ropa volviera a su lugar. Aspiró el aire fresco de la noche y se sintió bien. Muy bien. Le dedicó la mejor de sus sonrisas a Iori y le guiñó un ojo.
- Tranquilos, ya salimos - dijo Sango mientras se giraba. Echó un rápido vistazo a los guardias y se acercó a ellos arrastrando las piernas dentro del agua - Nos pareció ver algo y tuvimos que acercarnos a investigar - dijo sonriente.
El que estaba adelantado sonrió más ampliamente.
- Sí, puedo imaginarlo. Una copa de más, el calor que sube por el cuerpo, y de golpe, el agua fría parece un buen plan. Tú, vístete - le indicó a Iori sacudiendo la ropa hacia ella. La mestiza avanzó por la fuente, haciendo el agua que avanzase más lentamente. Estaba a un par de pasos cuando los dedos del soldado dejaron escurrir la tela. Ella se precipitó hacia delante pero no fue capaz de evitar que el pantalón y la camisa terminasen hundiéndose en el agua.
- Deberías de llevar a tu amiga a que duerma la mona - le sugirió a Sango, satisfecho con su buena acción de la noche, antes de apartarse del borde de la fuente.
Solo tuvo tiempo de girarse y cuando puso un pie en el primer escalón, los brazos de Iori movieron como un remo el agua, lanzando una gran cantidad en su dirección. El sonido que produjo al caer sobre la piedra fue lo único que se escuchó. La pura rabia ardía en ella, y sentía que ante aquel comportamiento abusivo sería capaz de salir para clavarle las uñas en los ojos.
- Perdona - murmuró la mestiza. Tomó la camisa empapada del suelo de la fuente y se la puso de forma perezosa. - Los borrachos... ya sabes... somos impredecibles - respondió mirándolo con una falsa sonrisa y el fuego de una promesa de pelea en los ojos. El soldado se había quedado inmóvil, y giró lentamente el cuello para clavar la mirada en la morena. Sin atisbo de sonrisa ahora.
- Discúlpate con ella - dijo clavando los ojos en el empapado guardia.
Los ojos grises del soldado no se apartaron de Iori, mientras la mestiza terminaba de abotonarse la camisa chorreando sobre ella.
- Cogedla - murmuró, confiado en la ventaja del número y de que, a sus ojos, ellos eran nada más que un par de amantes borrachos con poca capacidad para evitar meterse en problemas. Los otros dos guardias avanzaron y Iori, en contra de toda la lógica que cabría esperar en aquella situación... fue hacia ellos, con evidente ánimo beligerante y poca coordinación.
Sango alzó las cejas, sorprendido por lo que acababa de escuchar. Bufó y con un rápido movimiento saltó el murete y se interpuso en la trayectoria de los guardias. Se aseguró de clavarse bien firme a menos de un palmo del guardia mojado.
- No has escuchado lo que te he dicho. Discúlpate con ella. Ahora - en su tono había amenaza. Una que solo sirvió para aumentar las ganas de someterlos que aquel guardia sentía hacia ambos.
Sobrepasada por Sango, en agilidad y rapidez, Iori trastabilló y se apoyó en el borde de la fuente con las dos manos despacio. Pasó ambas piernas hacia fuera notando bajo sus pies la piedra fría de las escaleras. No quería que él interfiriese esa vez. Llevaba años de su vida arreglando sus problemas sola. Zakath había soltado sus alas a una edad muy temprana. Y estar lejos del nido había supuesto una prueba dura que terminó volviéndola una mujer capaz e independiente.
- Déjame - le dijo al guerrero mientras le agarraba de la ropa en la espalda y tiraba tratando de apartarlo a un lado. Intentar empujar una pared hubiera dado el mismo resultado.
Allí, frente a frente, el guardia le sacaba un par de dedos de altura a Sango, pero, por algún motivo el pelirrojo que tenía delante resultaba más intimidante y grande que él. Frunció el ceño, extrañado por el aura de mando que transmitía aquel hombre empapado.
- ¿Tú también quieres problemas? - inquirió poniéndole una mano en el hombro con intención de dominarlo.
- Señor...- intervino uno de los dos soldados que lo seguían, sin ser capaz de apartar los ojos de Sango. Con la mirada abierta de quien cree estar comprendiendo algo de vital importancia.
Todo lo que podía hacer mal un Guardia estaba personificado en aquel hombre. Y Sango se lo haría ver. Le dedicó una sonrisa al Guardia de menor rango que había hablado tras él. Y luego una mirada de indiferencia al que tenía enfrente. Sin pensarlo mucho más le agarró la muñeca, la retorció todo lo que pudo hasta que el hombre pareció gritar. Entonces le soltó y cuando se llevó la mano libre a la muñeca retorcida, Ben le abofeteó y con una pierna lo empujó escaleras abajo.
Rodó bajando casi de cabeza los últimos peldaños, y quedó de rodillas agazapado en el suelo. Ambos soldados se acercaron hacia él con las manos extendidas.
- Ni se os ocurra ayudarle - advirtió a los dos guardias enseñándoles las armas bajo la capa - No toméis a este hombre como ejemplo. No le sigáis nunca más - dijo antes de girarse hacia Iori. La mestiza había dejado de intentar apartarlo, asombrada por la escena. Le ofreció ayuda para que saliera del agua, como si lo que tenían a los pies de la fuente hubiese dejado de existir.
- ¿Estás bien? - preguntó antes de mirar hacia atrás.
Los dos soldados observaban al pelirrojo con los ojos muy abiertos. El tercero llevó la mano a la espada, pero el que parecía haber visto algo en Sango se interpuso.
- Usted es Sango, el Héroe, ¿cierto? - inquirió hablando a espaldas de Ben, sin que este pudiese ver la mirada de admiración que brillaba en los ojos del muchacho. El jefe del grupo se sentó sobre el suelo, frotándose la articulación lastimada con la ira y la vergüenza brillando en sus ojos.
- ¿Qué? - espetó.
Iori se apoyó en Sango para salir de la fuente, aunque la expresión de su rostro parecía ligeramente molesta.
- Hubiera podido solucionar yo mismas la cosas - dijo agarrándose a sus antebrazos, mientras el mareo hacía que se inclinase peligrosamente hacia un lado. Alzó la mano con lo que habían sido sus pantalones secos hasta hacia unos instantes. - Supongo que me lo merezco. Ahora estamos igualados - indicó antes de dejarlos caer al suelo, a los pies de la fuente.
Con toda la intención de cruzar Lunargenta únicamente vestida con una camisa blanca la cubría hasta por debajo de los glúteos. Asomó la cabeza a un lado de Sango y clavó los ojos en el soldado que estaba de rodillas.
- Y tú, malnacido, trata de contener el veneno que tienes. Pobres los ciudadanos que hayan tenido que soportarte todo este tiempo con tus malas intenciones. Me cuesta creer que hayáis salido del mismo lugar - dijo esto último mirando de nuevo a los ojos verdes de Ben directamente. Y todo ello, sin soltar ni un ápice el agarre que ejercía sobre sus antebrazos.
Por magnetismo. Por equilibrio. Por pura necesidad de su corazón tras el momento que les habían robado.
- Claro que podrías haberlo hecho, pero las cosas salen mejor con ayuda - respondió con tranquilidad a Iori -. Aguarda un momento, ¿no te caigas, eh? - sonrió.
Se giró pero no rompió el contacto con Iori, dejó que siguiera aferrada a uno de sus brazos. Mutó la sonrisa en seriedad en lo que dura un chasquido de dedos. Miró, primero, al guardia que le había reconocido.
- Sí, soy Sango - posó los ojos en el que estaba de rodillas - Y jamás subestiméis a nadie ni por su apariencia ni por su estado ni por nada. Y menos aún, le pongáis una mano encima - paseó sus ojos por los tres - Yo te he retorcido la muñeca, pero podría haberte clavado un puñal y habrías dejado a tus compañeros en un combate igualado cuando los números estaban a vuestro favor - hizo una pausa para sentir el contraste entre el frio calándole a través de ropa mojada y el calor que le proporcionaba la capa - Bien. Ahora, nos iremos. Si alguien os pregunta, entiendo que sabréis qué responder, ¿verdad? -
Los tres soldados se quedaron completamente mudos. Incluso el que estaba de rodillas había dejado de resollar de dolor mientras sostenía su mano sin apartar los ojos de Ben. Los dos que permanecían en pie se cuadraron, e hicieron el saludo de la guardia en dirección a Sango, con el mayor respeto que se le podía mostrar a un superior. Iori observó, y guardó silencio, antes de girarse despacio en la dirección contraria, soltándose de su brazo.
Eso era lo que provocaba Sango en las personas. Ese era su mundo. El de la valía y el honor. Bajó con cuidado las escaleras, sin preocuparse de ir descalza o a medio vestir.
El Héroe se llevó la mano al pecho y replicó el saludo. Acto seguido se agachó para recoger el pantalón y las botas y salió tras Iori sin mirar atrás.
- Al menos ponte las botas - le pidió con voz suave. Cuando llegó a su lado la obligó a detenerse.
No eres buena para él.
La mano de Sango tenía poder sobre ella. Uno del que ni él ni ella habían sido conscientes. Hasta esa noche. Iori se detuvo, a mala gana, y tomó las botas volviendo a una actitud en la que rehuía sus ojos.
- Vaya espectáculo. ¿Te pasa a menudo? ¿Qué te reconozcan? - inquirió mientras alzaba una pierna para calzar la bota derecha. Sin darse cuenta ni preocuparse de que se inclinaba directamente hacia el suelo.
- Pues que me reconozcan diría que - se interrumpió.
Dio un paso lateral y agarró a Iori por la cintura antes de que el giro terminara de completarse. Mientras tiraba de ella hacia arriba no pudo evitar reírse dejando escapar aire por la nariz.
-¿Necesitas ayuda? - preguntó sin dejar de sujetarla.
No de ti. No quiero necesitarla. No quiero necesitarte.
Iori quedó sujeta por Sango, mientras continuaba con la tarea de colocarse la bota correctamente, ignorando esas líneas de pensamiento que era capaz de comprender entre la marea de voces confusas que bramaban en su cabeza. Inspiró profundamente y dejó caer las manos, antes de subir con ellas y aferrarse a los brazos con los que Sango la rodeaba.
Sabía de él más de lo que dejaba ver. No había humano en Verisar que no conociese su nombre. Sus hazañas, más o menos desarrolladas estaban en boca de todos. Los dos encuentros anteriores, antes de verse en Lunargenta habían sido tomas de contacto que le habían permitido medirlo. Más allá del físico, la pureza y rectitud en sus actos lo ennoblecían a una escala que Iori apenas era capaz de analizar.
Todo cuanto él era iluminaba a su alrededor. Y Iori sentía que al estar cerca de él, la luz de Ben acentuaba más su sombra. La comparación entre ambos, verse a si misma próxima a él la hacía sacudir por dentro odio. Nacido hacia la persona en la que se había convertido.
- Brillas demasiado... Quiero acostumbrarme a tu luz pero, tengo miedo de que te apagues si sigues a mi lado.-
- La llama no se apaga si el combustible está cerca - contestó. La mortificación que la asfixió según pronunció aquellas palabras, desapareció cuando escuchó la sencilla y clara respuesta del guerrero.
Los ojos azules se abrieron mucho, y su mente divagó que, quizá, no era ella una figura que proyectaba una gran sombra, cerca de la luz que era Ben. Quizá... ambos ardían juntos, mezclados. Formando parte de un todo...
Guardó silencio y permaneció quieta sin aflojar su agarre sobre los brazos de Sango. Él la mantuvo abrazada, mirando cómo las manos femeninas aferraban sus brazos.
- Deberíamos volver - dijo tras un largo silencio.
No.
La mestiza observó sus pieles unidas, y las palabras de Ben activaron algo en ella. Se giró y pasó los brazos por detrás del cuello de Ben. Le dio un beso fugaz, ejerciendo una buena presión sobre su boca y separándose de manera sonora cuando cortó el contacto.
No dejaría que se fuese. La noche no podía terminar de aquella manera.
- La noche es joven, ¿recuerdas? - sus ojos chispeaban. Su sonrisa era ancha, y en su expresión, la promesa de pasarlo bien. - Te prometo que te mantendré caliente - dijo acariciándole la mejilla antes de separarse de él. Tomó las botas con las que había estado peleándose y decidió que ya se calzaría después. Echó a correr, enfilando la dirección por donde se escuchaba aumentar el volumen de la música. Y no miró atrás.
No necesitaba comprobar que Sango la seguiría. Juntos.
Sentía los latidos del corazón martilleando en su garganta. La situación se había salido de control pero no de la forma que ella había previsto. Qué fácil era caer... dejarse guiar por la apetencia que sus labios generaban en ella. El deseo que sentía por Ben la atenazaba, quitándole raciocinio. Haciendo que olvidase en dónde estaban e incluso quienes eran ellos. Pero a él no le pasaba. Nunca olvidaba quién era él. Y parecía que tampoco olvidaba quién pensaba que era ella.
Creía saberlo.
Y Iori sabía que erraba. En sus ojos podía ver, sin dudas, que Ben imaginaba algo muy distinto de lo que ella era.
Menos valiosa de lo que él pensaba. Menos buena. Completamente indigna de su atención.
Su forma de caminar en aquel momento evidenciaba el consumo de alcohol. Y el entrenamiento con Zakath de aquella mañana. Y las semanas de mala alimentación. Y sus escasas horas de sueño diarias. Y la locura que la había guiado desde su salida del templo... Ciega, huyendo del único lugar cálido que quedaba para ella en el mundo. La única persona que parecía dispuesta a caminar a su lado. Aunque sus pasos la guiaran hasta la destrucción.
Tropezó con alguien.
Apenas lo movió pero ella se giró hasta quedar mirando en la dirección por la que había venido por el golpe. Como si los Dioses quisieran recordarle cual era el camino correcto. Se llevó la mano al hombro y frotó dolorida.
- Deberías de mirar por dónde vas - sugirió una voz muy varonil pero amable. Iori no respondió. Volvió a girarse, y sin soltar el hombro continuó caminando con la cabeza agachada.
En su urgencia por alejarse de él se había lanzado a las calles, en medio de la Fiesta del Pan sin preocuparse por qué dirección tomar. Cualquiera mientras pudiera crear distancia con él. Cruzó el otro brazo sobre el hombro contrario, abrazándose a si misma ahora como forma de protegerse.
La gente fue desapareciendo mientras caminaba en dirección a uno de los ríos que cruzaban la capital. Todavía sentía el olor del pelirrojo en ella. Se escuchaba a lo lejos la música cuando Iori se internó en la plaza que bordeaba el paseo al lado de la orilla. El lugar estaba vacío. La llamada de la fiesta que se encontraba dos calles más allá era fuerte, sin duda.
El grueso de la gente se encontraba en la zona principal mientras que aquel sitio, a esas horas de la noche solamente servía de paso. Paso para los que querían llegar a la fiesta del Pan. Paso para los que se retiraban ya de ella. La mestiza no pertenecía ni a un grupo ni a otro. Se detuvo y observó la gran fuente que presidía desde lo alto de una gran peana la zona. Subió la decena de escalones que formaban anillos concéntricos a los pies de la estructura para terminar sentándose arriba de todo.
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Alzó el rostro hacia el cielo y apoyó la nuca en el borde de la fuente, mientras se descubría anhelando de nuevo que la lluvia cayese aquella noche.
El agua le hacía pensar a él.
Sus manos, vacías, ardieron cuando recordó la forma que tenían los músculos que cubrían sus hombros. Hacía mucho tiempo desde la última vez que se había encaprichado de esa manera de alguien. ¿Acaso había llegado a ser tan intenso? ¿La necesidad de la otra persona tan imperante?
Pensó en Elara. La muchacha con la que había compartido su primer beso. Era una joven de cabello trigueño y ojos oscuros. Todo en ella la había hechizado. La amabilidad en la superficie que escondía una personalidad mucho más decidida y sensual. La curiosidad viva que había tenido por Iori en los instantes que compartieron juntas. La preocupación que había creído percibir en ella en el tiempo que duraron sus juegos...
Hasta que sus padres habían decidido mudarse. Abandonar la aldea y apostar por la gran ciudad.
Había tardado semanas en volver a buscar el calor en la boca de otras personas. Había pasado noches recordando la forma en la que su cabello flotaba tras ella cuando compartían juegos en el bosque. Pero aquella falsa ilusión se había terminado desvaneciendo. Tras el quinto amante no quedaba rastro de su añoranza por Elara.
Y podía imaginar que con Sango pasaría algo similar.
Idiota. Ya intentaste ese camino. Y el dolor fue peor.
Cerró los ojos y apretó los labios, recordando lo que había sucedido con Amärie. La cara que había visto en Ben la había destrozado por dentro. El asco que dirigía una parte de su mente hacia ella misma hizo que el estómago se le revolviese tras recordarlo.
Sus pasos fueron muy delicados, pero Iori lo escuchó cuando llegó. Reconocía ya la forma que tenía de pisar, la cadencia del ritmo que imprimía en su cuerpo. No separó la cabeza de la fuente pero bajó los ojos lo suficiente como para poder verlo. Estaba de pie, delante de ella, con la mano apoyada en el mango de la espada. Tenía la cabeza alzada, en un gesto similar al de ella misma. Mirando las estrellas. Y de espaldas.
En su mente pensó que aquello podía estar bien. Cuando él se alejase lo vería marcharse justo de aquella manera. Dándole la espalda, sin volver la vista a ella. Cortando los débiles hilos que podían haberlos unido en aquellos escasos días juntos en Lunargenta.
A veces una vida estaba llena de momentos que no significaban nada. Y en ocasiones, bastaba un día para darle la vuelta a todo.
-¿Qué haces ahí? - preguntó con la voz pesada, tras un rato observándolo en silencio.
Bajó la cabeza lentamente y la giró para mirar a Iori por encima del hombro. Era una mirada fría, sin expresión alguna. Se obligó a girar el rostro y a relajar su posición, dejando que la mano derecha ahora cayera a un lado. No contestó.
Mirar a Ben de aquella manera alertó a Iori. Sintió como aquellos ojos la habían lastimado más que las armas que llevaba colgadas de la cintura. Si antes de que él llegase estaba pensando en lo conveniente de separarse, antes de necesitarlo más, verlo frente a ella con una actitud distante la hizo sentir lo opuesto.
¡Abrázalo!
Tuvo ganas de correr en su dirección. Colgarse de él y susurrarle perdón, las veces que fuesen necesarias hasta que él le volviese a proporcionar un hueco entre sus brazos.
Apartó la vista de él y se incorporó, alejando la espalda de la fuente pero sin levantarse. Miró hacia abajo y notó como el suelo de la plaza se enturbiaba. Las lágrimas le dificultaron ver con claridad, mientras intentaba encajar el revuelo de emociones que un silencio y una mirada habían desatado en ella. Le resultó asombrosa la forma en la que aquello, tan poco natural en él, tan alejado de lo que había encontrado hasta ahora en Ben, la abatía.
"Mis ojos solo serán para ti un lugar seguro en el que refugiarte" Recordar sus palabras tras mirarla de aquella manera escoció. Pero supo que lo merecía. Y sin embargo, no quería eso. No quería la justicia. Quería la ilusión de confiar en él.
- Mentiroso... - susurró tan suave que el viento no pudo arrastrar su voz hasta él. Lo escuchó suspirar y lo escuchó girarse hasta quedar mirando hacia ella.
- He venido por ti. ¿Por quién si no? - lanzó la pregunta al aire.
Iori escondía la cara de él mirando hacia abajo. Tenía los antebrazos apoyados en sus rodillas y las manos fuertemente cruzadas justo delante. Quizá debería de empujarlo de nuevo. Como en las catacumbas. Provocar el desastre. Generar su rechazo. Dejarle ver un poco más de lo que era ella. Lo suficiente como para romper con lo que Ben imaginaba.
- ¿Para qué? No necesito que me mires de esa manera. Lo he visto en suficientes personas en mi vida. - consiguió farfullar sin mucha fuerza.
Necesito que me vuelvas a sonreír.
Dio un paso hacia ella, acortando la distancia que les separaba. No mutó, sin embargo, su pose. Sus ojos no se apartaban de ella.
- De entre todas las respuestas que podría darte a esa pregunta...- hizo una pausa y entrecerró los ojos - Necesito que me aclares una cosa.-
Junto con el suave murmullo del agua, se escuchó la risa de Iori. Una risa sardónica, con un punto de malicia en la forma en la que vibró en el aire entre ellos.
-¿Algo escapa a la aguda mirada del Héroe? -
- ¿Qué soy para ti? -
Los ojos de la mestiza se abrieron desmesuradamente ante la pregunta, desbordando los sentimientos que guardaba dentro hasta quedar vacía. Pero no dejó que él lo viese. Incapaz de hablar, guardó silencio.
- ¿Qué quieres decir con que te hago sentir? ¿Por qué te hago sentir miedo y sin embargo buscas mis brazos? No lo entiendo y necesito... No - hizo una pausa para dar un paso más hacia ella - Ayer, por la noche. "Antes de ti no hubo nada y después, tampoco". ¿Qué significa eso? - suspiró - Quiero entenderte, Iori, pero no lo pones nada fácil. -
Ni ella misma lo sabía. Recordaba perfectamente lo que había salido de su boca. Y los Dioses sabían que se arrepentía de aquel golpe de sinceridad sin control. Ponerlo en palabras solamente había añadido más confusión a su mente. Y le había dado a él información que ella no podía gestionar.
No hables, demuéstralo. Ve a por él.
- Quizás sea solo un engaño - dijo endureciendo el tono - Un engaño para convertirme en alguien a quien acudir por la noche y ya. Convertirme en una persona a la que puede pedirle algo por puro capricho y a la mañana siguiente hacer algo completamente opuesto - cerró el puño sobre el pomo de la espada y apretó - No quiero creer que sea eso - hizo una pausa para mirarse la mano izquierda y tras alzar las cejas lo soltó de inmediato.
¿Un engaño? Aquello hizo que el resto de sus pensamientos se detuvieran. ¿Eso era lo que él pensaba? ¿Se sentía engañado? Iori creía haber sido transparente desde el principio. Sexo como resultado de una evidente atracción física. ¿Acaso eso estaba mal?
- ¿Soy eso, Iori? ¿Alguien con quien compartir cama por las noches? ¿O hay algo más? Solo eso. Solo aclárame eso. Dime que lo que veo en tus ojos es lo que creo que es o sácame del engaño.-
La mestiza no alzó la vista. Empeñada en mirar el suelo. ¿Qué había en sus ojos? ¿Qué era lo que él creía ver? Pensó que desde luego él era alguien con quién compartir cama por las noches. Y por el día. Pero, la segunda pregunta se le atragantó impidiéndole reaccionar de otra forma que no fuese mostrando lo peor que había en ella.
- ¿Y eso no es suficiente? Estoy segura de que hemos conectado bien Sango. Lo has disfrutado. Lo he disfrutado. Podemos repetirlo todas las veces que quieras - habló con una sonrisa en la boca. Pero su tono era falso.
Alejarlo te matará.
- No te creo - respondió Sango con el ceño fruncido - Mírame y dímelo. -
Guardó silencio. Y se quedó muy quieta, antes de agachar ligeramente más la cabeza hacia el suelo. En otras ocasiones aquello le había funcionado. Pero Sango era persistente. Y ella tenía demasiado alcohol en sangre como para ser capaz de pensar con más claridad.
- No parece que por tu interior corra la misma sangre que la del gran Eithelen de las historias - provocó.
Aquello fue algo completamente inesperado. La tensión en sus hombros fue evidente, y apenas pudo esperar unos segundos hasta alzar el rostro. Clavó los ojos en las botas del Héroe, dejando que él viese más de su cara. Una piel en la que se podían ver las marcas de las lágrimas. Notó la ira dentro cuando pensó en su padre.
- ¿El GRAN Eithelen? ¿El mismo que no supo mantener la distancia y llevó a una humana a un horrible final? - inquirió sin ser una pregunta real. Alzó la vista por completo y lo miró. Con un odio oscuro ardiendo en sus ojos.
- ¿Quién desearía una sangre cómo la suya? ¿Tú, Ben? - se puso de pie, observándolo con la altura que le proporcionaban los escalones. Era menuda. Estaba débil y maltrecha tras el entrenamiento de Zakath. La simple comparación entre ambos causaba risa. Y sin embargo había algo peligroso en ella.
- Lo que yo deseo, tú lo sabes - dijo poniendo el otro pie en el escalón - Sácame de mi error - sus ojos recorrieron los caminos dejados por las lágrimas - O dime que hay camino por recorrer. -
La firmeza de la forma en la que Sango la miraba apagó el fuego que había supuesto la mención de su padre. Y encendió otro distinto. Había demasiados frentes abiertos con él, y el guerrero estaba saltando de uno a otro. De una manera que Iori no era capaz de seguir.
Se irguió, echando los hombros hacia atrás y sacando pecho ante el avance del Héroe. Sin embargo el alcohol no le permitió mantenerse tan firme como le hubiera gustado.
- Sexo - lanzó como si fuese una flecha. La disparó intentando con ello parar el lento avance de Ben hacia ella. Volver a salir huyendo sería perderse a ella misma. Dejar que él se acercara demasiado supondría lo mismo. Tenía que abatirlo en la distancia. Antes de hacer contacto. Y se aseguró de lanzar un par de disparos más.
Con el escudo delante del corazón, y la espada en la lengua.
- Y debería de ser suficiente. Suele serlo para los hombres. No entiendo por qué te empeñas en que contigo esto sea distinto. -
Sango le enseñó los dientes. Y aquella respuesta trastornó a Iori.
- ¿Aquí? - subió un escalón más - ¿Ahora? -
Siempre.
- ¿Acaso el Héroe de Aerandir podría? -
- ¿Con una cobarde? Lo dudo mucho - y bajó un escalón sin apartar la mirada.
La ira oscura se diluyó poco a poco de sus ojos, conforme pasaba el tiempo tras la mención de Eithelen. La cara de Iori mostró su confusión ahora, y no pudo evitar enarcar las cejas ante sus palabras. ¿La había llamado cobarde?
- ¿Yo? - preguntó, esta vez sí, con verdadera duda.
- Sí, tú. Incapaz de responder una pregunta. Tú, que sales corriendo cuando te digo algo que nace de mi corazón. Tú...- el tono de Sango se relajó.
Su corazón... no era algo que Iori supiese cuidar.
Los ojos azules no se apartaron de Sango, mientras llevaba su mano al cierre de su cuello. Allí comenzaban los botones de la camisa blanca que había llevado puesta desde el entrenamiento con Zakath. La misma que mantenía algunas manchas secas de sangre. Y otras de color gris. Similar al que deja el metal al ser pulido sobre la tela. Desabrochó en silencio hasta que dejó caer la prenda, revelando a los ojos de Sango una fina camisa interior de color negro. Sin dudar, llevó las manos a las botas, y desabrochando la cremallera lateral se deshizo de ellas con rapidez. Llevó las manos a los pantalones, y abrió los botones centrales que los cerraban.
Era cierto. Llevaba toda la vida huyendo del calor que daban las personas. Sin estrechar demasiado lazos. Viviendo en comunidad pero sin formar parte de la vida de nadie. Siempre se replegaba cuando la situación se volvía peligrosa. Incómoda. Antes de acomodarse. Antes de que naciese en ella también el sentimiento de querer permanecer.
De querer estar.
De querer ser.
Ser una versión diferente de ella misma. Una Iori que pudiese caminar al lado de otra persona. Atada.
Pero con qué alegría atarse a él.
- Una pregunta. Elige bien Sango - le advirtió antes de dejar caer la tela, quedando parcialmente desnuda, en lo alto de las escaleras que llevaban a la fuente frente a él.
Ben observó todos y cada uno de los movimientos. Y no pudo dejar de asombrarse a medida que se quitaba prendas. Camisa primero, una bota después... No, aquello no podía ser la respuesta a todo. No podía ser siempre así. La mestiza vio cómo tras el estupor inicial, su mente se aclaraba cuando supo cuál sería la pregunta.
- ¿Quieres bailar? -
El reto que había en la mirada de Iori se esfumó con las palabras que el pelirrojo dirigió hacia ella. Tras la sorpresa, una sonrisa se extendió por su cara. Y la mestiza no pudo evitar reír. Esta vez de verdad. Meneó la cabeza y se giró, dándole la espalda para introducir un pie en la fuente. El agua estaba helada, pero limpia. Se notaba que habían preparado a conciencia el barrio con motivo de las fiestas. Introdujo la otra pierna y se desplazó hasta llegar al centro de la misma, subiendo hasta el inicio de sus glúteos la camisa interior para evitar mojar demasiado la última pieza de ropa que le quedaba. Se detuvo y movió las piernas para salpicar, y se giró de nuevo mirándolo con fijeza.
- ¿Estás dispuesto? - preguntó entonces extendiendo hacia él la palma en gesto de invitación.
Ben permaneció clavado en el sitio sin saber qué decir o hacer salvo no dejar de mirarla.
Su duda duele.
Los ojos azules de la chica brillaban, siendo evidente que todos y cada uno de los momentos que habían compartido desde que había comenzado a beber en la taberna estaban influidos por el alcohol en el organismo de la mestiza. Ante la duda del pelirrojo Iori bajó lentamente la mano. Ladeó la cabeza y desvió la mirada para volverse de nuevo de espaldas a él. Avanzando despacio por la fuente. Jugando con el movimiento que hacían sus piernas en el agua. Sabía que hacía tiempo debía de haber soltado las palabras que pugnaban por salir de su pecho.
- Lo siento mucho -
El guerrero sacudió la cabeza y sin darse cuenta subió un escalón y luego otro hasta llegar al murete de la fuente. A un lado estaba la ropa de Iori a la que dedicó un rápido vistazo antes de clavar sus ojos en su espalda.
- Iori...-
Se giró hacia él en cuanto dijo su nombre y lo miró con una expresión difícil de definir.
- Ven conmigo, sal de la fuente por favor - pidió Ben.
Se acercó despacio, rozando con sus dedos el borde del agua que la rodeaba. Llegó hasta el borde en dónde él esperaba y volvió a alzar, en esta ocasión, las dos manos para aferrarse a él. No tenía pensado salir de la fuente en aquel instante.
Ben estaba completamente descolocado. Cuando la mestiza puso sus manos sobre él, aferrándose con todas sus fuerzas, él se dejó llevar y de repente se vio pivotando sobre el murete de la fuente. Cuando se dio cuenta de lo que pasaba, era demasiado tarde.
Braceó pero no consiguió nada más que tocar el agua y descubrir que estaba fría. No le dio tiempo al resto del cuerpo a asimilar la inminente realidad que lo abrazo por completo. El frio penetró las defensas de tela y avanzó sin resistencia alguna hacia su piel. Parpadeó, abrió la boca y le faltó el aire. Como si hubiera un resorte en el fondo de la fuente, Ben saltó hacia arriba y con un gran estruendo salió del agua.
Escupió todo el líquido que había tragado y se apretó la nariz para escurrir el agua. A su alrededor el pequeño oleaje que había causado pareció calmarse lentamente. En su rostro se podía ver una expresión de sorpresa, cejas alzadas y boca entreabierta. Se llevó las manos a la cabeza y peinó el pelo hacia atrás. Entonces y solo entonces, la buscó con la mirada.
A escasos tres pasos, una Iori salpicada, pero no empapada lo observaba con una sonrisa todavía más grande. Había aprovechado la confianza que él había depositado en ella para tirar de sus manos, aprovechando el punto de debilidad en el que se encontraba. Un cuerpo grande como el suyo cayó rápidamente en cuanto encontró la barrera de la fuente contra los muslos. Se escuchó reír, divertida. Como hacía tiempo que no hacía. Y se abrazó el estómago mirándolo sin querer forzarse a detener aquel torrente que la barría por dentro.
No apartó la mirada mientras tanteaba con una mano la posición del murete. Cuando dio con él se apoyó allí y se quedó mirando a Iori, incapaz de hacer nada más.
Se detuvo tras unos instantes, clavando el brillo de sus ojos en la mirada verde de Ben. No perdió la sonrisa, pero su mirada adquirió un matiz distinto, más intenso, mientras controlaba el súbito ataque de risa. Se giró para darle la espalda.
Y darle respuestas.
- No sé qué eres para mí. A veces pienso en ti como Sango, el Héroe que todos conocen. Del que han oído hablar. En otras ocasiones eres Ben. Y Ben me gusta. Pero me da miedo. Me haces sentir cosas que apenas soy capaz de entender... - se detuvo, dejando de jugar ya con el agua, mientras inclinaba la vista para fijarse en los reflejos de las luces que brillaban sobre la superficie, imperturbable ahora tras su repentina quietud.
- Nunca sentí nada igual. Y eso me da miedo. Por que no comprendo. Porque me aterroriza pensar que sea algo de lo que no pueda huir. Algo de lo que no sepa cómo escapar. ¿Buscar tus brazos? Sí, supongo que lo hago. Desde la primera noche - murmuró. Recordaba los besos que le había dado en el cuello cuando se habían encontrado en la posada.
Cuando se dejó llevar por la ilusión estúpida de que con la rudeza de su cuerpo contra él podía dominarlo. Comprendiendo ahora que todo acto de control que ella había ejercido fueron regalos que él le concedió. No había forma humana en la que ella jamás habría podido llevar a cabo algo así excepto que él se hubiera dejado. Su rostro se volvió amargo.
- Lo llevo haciendo toda la vida. Desde... los trece años. No tiene realmente importancia. No tiene el significado que pareces estar queriendo buscar... - el sexo era el contacto humano que ella precisaba obtener de las demás personas. Nunca ir más allá. Y sin embargo... No había nada antes de él, y después de él tampoco.
- No todo se puede resolver huyendo. Dioses, diría que muy pocas cosas se resuelven huyendo. Lo que uno puede hacer es posponer el momento, pero al final siempre habrá que enfrentarse a aquello que nos hace huir. Es, quizá, una actitud sensata, elegir el momento y el lugar y enfrentar ese miedo - hizo una pausa y se alejó del muro hacia el interior de la fuente, hacia ella.
- El significado no lo busco yo, Iori. Lo siento. Sé que está ahí. Sé que hay algo cuando nos miramos, cuando nuestras manos se encuentran, cuando nuestros cuerpos se juntan. No es algo que yo decida creer. Es algo que es así porque lo siento. Y como dices, no soy el único que siente algo cuando estamos el uno con el otro - se acercó más a Iori, a menos de dos pasos de distancia - Solo quiero que sepas una cosa.-
La mestiza frunció el ceño. Sus palabras solo sirvieron para añadir confusión a lo que ya le estaba costando verbalizar de por si. Se giró despacio, cayendo en la tentación de mirarlo a los ojos. Queriendo ver en ellos, aunque sentía que aquello podría destruir quién era ella por completo
Sango suspiró levemente al contemplar el brillo de sus ojos azules. Se estaba acostumbrando a ellos hasta el punto de sentir que en ellos tenía un lugar seguro en el que refugiarse. Una puerta de acceso a un alma que estaba dispuesta a compartir la carga.
- Me importas. Mucho. Demasiado - esbozó una leve sonrisa - Pero si el miedo permanece, no creo que deba estar a tu lado. No puedo hacerte sufrir de esa manera. Solo te pido una cosa - hizo una pausa y se acercó un poco más - Piensa en ese miedo y piensa en cuándo es más grave si cuando estás sola o cuando sabes que hay alguien a tu lado.-
Le costó escuchar la totalidad de lo que Ben decía, pero luchó para no perderse ni una pausa hecha por él. Los oídos pitaban con insistencia, anclando su cerebro de forma masoquista en cuatro simples palabras. "Me importas. Mucho. Demasiado".
¡Abrázalo!
Ella lo sabía. Más bien lo intuía. Y aún así, escucharlo, de sus labios, tenía un efecto completamente diferente a imaginarlo. Porque las palabras tenían poder. Servían para conectar a las personas. Y aquello creaba un vínculo que la mestiza prácticamente creyó ver entre ambos.
Acortó distancia, aterrizando contra él. Como si alguien la hubiese empujado. Notó la humedad de toda la ropa de Ben y se recompuso para volver a separarse. Unos centímetros. La capa todavía chorreaba agua. No se imaginaba lo que debía de pesarle empapada como estaba. Alzó la vista.
- Siempre estuve bien sola - se defendió. Bajó para mirar su pecho. Un lugar no tan intimidante como la mirada verde de Ben. - Tú eres el único que genera este miedo. Y también eres el único que lo calma. - Cerró los ojos, y su rostro reflejó la molestia de un mal recuerdo. - No quise seguir. Con ella. Vino a buscar problemas, y siempre fue fácil para mí imponerme a otros usando el sexo. Pero esta mañana... - movió las manos, y sin pegar de nuevo su cuerpo a él, buscó las manos de Ben con cuidado. - No era lo mismo. No estaba bien. - Se interrumpió antes de volver a abrir los ojos, buscando ahora con su mirada la boca del Héroe. - No eras... tú... - terminó de explicar en un susurro.
Ben dejó que cogiera sus manos. Dejó que le contara cosas de ella, de cómo era, cómo se comportaba, cómo lo hacía después de conocerle. De repente y sin aviso, se soltó de sus manos y la rodeó con los brazos contra él.
El frío y la humedad del cuerpo de Ben la hizo dar un respingo cuando la abrazó. Su impulso fue dar un paso atrás. Sin embargo sus brazos se aferraron al instante a su cuello. Automático. Una reacción que no necesitó meditar. Hundió la cara contra su pecho, notando como allí no llegaba el frío. Allí solo estaban sus latidos y su calor. Y el sonido de la fuente de fondo.
Tras escapar de él en la taberna, se encontraba de nuevo enredada en sus brazos. No era capaz de reunir en su mente el valor necesario para rechazarlo. Se sentía cansada, de huir de él. De ella misma.
- Iori - se aferró con fuerza a ella - ¿Estás lista? -
Ella movió la cabeza hacia arriba. Quiso mirarlo pero la fuerza con la que él la mantenía abrazada no lo permitió. Tardó un segundo en crear la sombra de una sospecha, imaginando lo que él pretendía hacer tras mantener fijo el abrazo sobre su cuerpo.
- ¿Lista para…? - y lo supo con toda la certeza del mundo. Antes de que algo pudiera pasar, trató de separarse de él.
Pero no fue posible. Sango sonrió ampliamente. Levantó un pie y se inclinó a propósito hacia un lado. El desbalanceo, sin embargo, fue más allá, hasta el punto de no retorno, hasta el punto en el que vieron el agua abrir los brazos para recibirles. Ben puso una mano en su cabeza y se zambulleron en la fuente con un un gran chapoteo.
Su grito apenas se escuchó antes de caer dentro del agua. Allí el aire que salía de su boca se convirtió en burbujas, mientras peleaba entre los brazos de Ben para soltarse. Apoyó las rodillas en el suelo de la fuente y fue capaz de sacar el cuello sobre la superficie del agua, apoyando las manos en los hombros de Ben. La sensación de frío la despertó por completo, luchando contra la embriaguez que la invadía.
-¡No! ¡No no no! - clavó los ojos en él mirándolo con una expresión de evidente enfado. - ¡No me gusta Ben! -
Cuando él salió a la superficie sacudió la cabeza y dejó que el agua cayera por su ya mojada ropa. Escuchó el tono de enfado de Iori y solo pudo responder con una sonrisa. Clavó sus ojos en ella.
- Solo es agua - dijo sin apartar la mirada - Es buena, aunque sería mucho mejor si no fuera de esta fuente...- un brillo apareció en sus ojos - Si vieras la Cascada del Dragón, el gran lago a sus pies o el majestuoso caudal del Tymer. El río Nidhug, que nace en las montañas de Verisar y desemboca en las tierras de Vulwulfar. Ah, Iori, hay tantas cosas que ver que merecen la pena - dejó que su cabeza volara lejos de allí.
Sin molestarse en apartar el pelo que caía sobre sus ojos, la mestiza se detuvo por completo. Miró a Sango con atención mientras hablaba, aprovechando para tomar posición bajo el agua. Se las arregló para colocarse de tal manera que, de nuevo, él estaba sentado en la fuente, con el agua cubriendo por completo hasta los hombros. Ella volvió a su posición de seguridad. La que llevaba buscando con él en los últimos días. Deslizó las piernas desnudas sobre él, hasta sentarse a horcajadas encima del guerrero. Lo miró desde arriba, abrazándose a él, mientras que con una mano apartaba los mechones rojos empapados que caían sobre su frente.
Ese era su lugar a salvo.
- No conozco ninguno de esos sitios… - confesó. Y hubo un deje soñador en su voz. - Me gustaría verlos… contigo…- el cabello del guerrero ya estaba colocado, pero los finos dedos de la mestiza continuaban peinándolo. Acariciándolo. Buscó sus ojos.
- No es el agua. Es el frío. - cambio de tema súbitamente. -Ya no me gusta el frío. No lo quiero.- asió ahora con los dos brazos el cuello de Ben, pegándose a él. Sintiendo su cuerpo contra ella. - Me gusta tu calor, Ben - confesó, antes de bajar los centímetros que la separaban de sus labios. Pero los esquivó en el último segundo. Pegó su mejilla contra la barba del pelirrojo y respiró pesadamente allí. - No sé qué estoy haciendo. No sé qué me estás haciendo…-
Él permaneció en silencio, mientras algo que llevaba guardando mucho tiempo, que la había ido minando por dentro se abría paso para salir.
- No puedo dejar de pensar en lo que sentía ella…- susurró en su oído. El cuerpo de Iori entonces aflojó su agarre. Continuó abrazándolo pero más como lugar en el que descansar, reduciendo la pulsación sexual que sentía siempre que estaba pegada a él. - Lo vi. Sabes? Pude sentirlo. Sentí lo mismo que Ayla. En aquel templo… yo vi el pasado desde su interior. Allí se movían todas las emociones y pensamientos que ella tenía. Cuando lo conoció a él. Vi su historia Ben. Cómo nació el amor. Ella estaba llena de él, tan llena… - la angustia comenzó a impregnar las palabras de Iori, mientras ella cambiaba la posición de la cara, enterrando ahora el rostro contra el cuello del Héroe. Gimió bajito, como si hubiese experimentado algún tipo de daño.
- ¿Sabes? Cuando la torturaron había dolor. Pero por encima de todo ella estaba controlada por otra cosa. - se detuvo, dándole tiempo a su cabeza y a su lengua para aclarar lo que quería compartir. Sus manos se aferraron a sus hombros, cerró con fuerza los ojos, como un náufrago que se agarra a la roca intentando sobrevivir a los golpes del oleaje que lo pueden arrastrar lejos, a su perdición. Buscó fundirse con él. Mantenerse de una pieza mientras sentía que hablar de aquello la fracturaba en pedazos. La reducía a polvo. Y a la vez, la ayudaba a sacar un denso veneno de dentro. Uno que llevaba guardando demasiado tiempo ella sola.
- Ayla sentía alivio de que se lo hicieran a ella y no a él - jadeó. No había forma humana de poder estar más pegada a Sango de lo que ya estaba. Y no era suficiente.
- Hasta ahora no comprendía… por qué ella… y a pesar de ello... hubiera preferido que me rompieses los huesos antes de verte de esa manera en el pasillo a la mañana - su cuerpo volvió a recuperar un tono rígido, abrazándolo con fuerza y energías renovadas. Vio a Ben alejándose por el pasillo del Palacete, y la urgencia la sacudió, apresándolo casi con fiereza contra ella.
- No quiero hacerte daño. No quiero hacerte daño. No quiero hacerte daño - habló con resolución. -Aborréceme, ignórame, olvídame. Pero no… no sufras por mi culpa. No puedo cargar con ese peso. Ben, yo…- se mordió los labios de pura desesperación.
Ben reaccionó cuando sus mejillas se encontraron. Rodeó con los brazos a Iori bajo el agua. Subió arriba y abajo por su espalda. Sin embargo no fue capaz de hablar de primeras, aún abrumado por las revelaciones de Iori. Movió ligeramente la cara para acariciar la de ella, para hacerle saber que seguía allí con ella.
- Entonces no me pidas que te olvide, pues solo el dolor ocuparía ese lugar. No me pidas que te ignore, pues solo el sufrimiento me haría compañía. No me pidas que te aborrezca, pues la agonía nunca es buena consejera - buscó sus ojos mientras apretaba allí donde se posaban sus manos - No cargues sola con sufrimiento y dolor innecesario. Estoy aquí. Deja que te ayude. Ayudémonos a llevar la carga. Hagámoslo. Juntos. -
Sí.
No.
En la noche, las pupilas de Iori estaban dilatadas. Pero mirar a Sango y escuchar sus palabras hizo que sus ojos se abrieran más, y que ella se llenase de su visión. De nuevo la estaba tocando en un lugar al que nadie más podía llegar. Uno que ni tenía nombre, que ni sabía que existía. Tomó el rostro del guerrero entre sus manos y acercó la cara a él.
No eres digna de él.
- No soy buena para ti - intentó defender, sin desear hacerlo realmente.
- Deja de decir eso - murmuró - Dejalo.-
Y Ben buscó sus labios.
Iori abrió la boca, buscando palabras que no terminaron de llegar. El que sí llegó fue Ben. Sus brazos, sus manos y, sus labios.
Sus bocas se encontraron y Iori cerró los ojos. Se dejó ir, suave. Dejando que la reticencia que sentía fuese poco a poco eliminada por él. Había algo nuevo en aquel beso. Algo que compartían por primera vez. La duda en Iori dotó aquel beso de la torpeza de quien se siente amado y ama por primera vez.
Sus bocas se encontraron y se buscaron como si nunca antes lo hubieran hecho. No hubo ansiedad, no hubo esa necesidad casi egoísta de otras veces. El momento de reflexión inicial desapareció y se dejo llevar, flotando en la suave corriente del río que era el destino. Cuando se dieron un momento, Ben la miró a los ojos.
Torpe. Terriblemente torpe. Iori besaba como si descubriese en aquel momento cómo eran los labios de una persona. Como si la noche antes no hubiese creado en torno a la boca de Sango un altar en el que lo adoró, lo sometió y lo volvió a adorar hasta quedar dormida sobre él.
Dejó que él se separara sin tratar de retenerlo. No había en aquel instante en ella el aura de control que usaba cuando algo tenía que ver con sexo. Porque aquello ya no era sexo. No era solo sexo. Buscó sus ojos y apoyó la frente en la de él, recostándose contra su pecho. El corazón latiendo desaforadamente, a tal velocidad que su respiración se escuchaba acelerada.
¿Qué tenía él?
- En el camino de la costa de Vulwulfar a Sandorái hay un lugar - dijo Sango moviendo ligeramente la cabeza para notar su frente sobre la de él - Que descubrí hace poco. Una gran roca con un aegishjalmur enorme dibujado en ella - hizo una pausa para lamer el agua que caía desde sus frentes - Si sigues un sendero que parte desde esa roca, puedes llegar hasta un claro en el que se alza un gran árbol, un fresno gigantesco, con un tronco que un hombre no sería capaz de rodear con sus brazos - esbozó una pequeña sonrisa - Cuentan los lugareños que - se interrumpió y ensanchó la sonrisa - No. Algún día descubriremos qué dicen los lugareños de aquel árbol. Algún día. -
La mestiza observaba los ojos de Ben de una manera diferente. Nueva a todas las que había visto el Héroe hasta entonces. Había algo cálido. Algo dulce en ella. Una inclinación natural hacia él. Iori mostraba una confianza que había mantenido oculta, bajo capas de cinismo, locura y sexo duro.
- ¿Quieres decir que iremos juntos? ¿Tú de verdad deseas que salgamos de Lunargenta y recorremos el mismo camino? - todavía tenía pendiente una respuesta con él. La invitación que él le había hecho la noche anterior. Ven conmigo. Esas habían sido sus palabras, mientras la mantenía sujeta contra el cristal, atado a su cadera.
Ladeó la cabeza y miró sus labios, mientras acariciaba con el dorso de la mano su mejilla, poniendo cuidado en trazar las líneas de las cicatrices en su piel.
- ¡¡Eh!! ¡Esto no es una casa de baños - ladró una voz poderosa. Unos pasos se acercaron. Sonaban metálicos, el tipo de sonido que producían los uniformes de la guardia. Tres figuras vestidas con cota de malla se aproximaron a los pies de la fuente en la que se encontraban. Iori giró rápido el rostro y los observó sorprendida por la interrupción. Por la forma en la que se había vuelto a romper la magia.
- ¿¡Qué demonios hacéis ahí?! ¿Acaso estáis borrachos ya? - el que caminaba de primero se detuvo y colocó las manos en la cintura, evidenciando la enorme empuñadura de la espada. - Venga, fuera los dos –
- Iremos juntos - dijo mientras notaba su mano por el rostro - Iremos a donde nos dé la gana ir. La comarca de los Llanos de Heimdal es preciosa a mediados de la primavera, con los campos en plena floración, las cosechas cambiando el paisaje, los animales por las praderas - alzó la enorme mano y le retiró dos mechones que caían por su cara - La costa oriental, al sur de Baslodia, más allá de la villa de Alborada, hay un cabo en el que se puede contemplar la inmensidad del océano - el soldado volvió a gritarles, pero Sango parecía no ser consciente de ello - puedes ver los barcos, navegar a remo o si los Dioses lo permiten, impulsados por las velas... ¿Sabes una cosa? - los gritos se hicieron más notables a su espalda - Tengo un barco. -
Sorprendida, por el cúmulo de información que él le estaba dando, comprendió que hablaba y trazaba planes de futuro que los situaban uno en compañía del otro. Juntos. Como si verbalizar aquello hiciese que el camino por el que ambos avanzarían se haría más real.
Sin embargo no podía seguir ignorando el hecho de que aquellos guardias estaban dirigiéndose hacia ellos. Miró a un lado y observó al soldado que les estaba hablando apoyar el pie sobre el borde de la fuente. Con la mano extendida mostraba la ropa que Iori había dejado en el suelo situando la mano en la que la sostenía hacia dentro de la fuente. ¿Iba a dejarla caer? Las cejas de la morena bajaron y su mirada se ensombreció.
- Parece que tenéis problemas para escuchar - sonrió. El tipo de sonrisa que se alimentaba de excederse al usar el poder que el uniforme le proporcionaba.
Ben siguió su mirada y se dio cuenta de que no estaban solos. Parpadeó una vez y luego otra.
- Buenas noches - dijo sin quitar las manos de encima a Iori - Esa ropa estaba en el suelo, harías bien en dejarla ahí. -
Los otros dos guardias se acercaron a los escalones de la fuente. Parecían aguardar con algo de incomodidad. El que estaba cerca de ellos lo miró sin disimular lo estimulante que le pareció la respuesta de Sango.
- Salid inmediatamente - ladró la orden. Iori se separó de Sango y se puso de pie en el centro de la fuente. Miró hacia abajo y tomó al guerrero de la mano mirándolo a los ojos.
Sango miró a Iori y sonrió. Juntó las manos en forma de cuenco y se tiró agua por encima. Acto seguido cogió la mano de Iori e impulsándose hacia delante se levantó dándole la espalda a los guardias, dejando que todo el agua que había acumulado su ropa volviera a su lugar. Aspiró el aire fresco de la noche y se sintió bien. Muy bien. Le dedicó la mejor de sus sonrisas a Iori y le guiñó un ojo.
- Tranquilos, ya salimos - dijo Sango mientras se giraba. Echó un rápido vistazo a los guardias y se acercó a ellos arrastrando las piernas dentro del agua - Nos pareció ver algo y tuvimos que acercarnos a investigar - dijo sonriente.
El que estaba adelantado sonrió más ampliamente.
- Sí, puedo imaginarlo. Una copa de más, el calor que sube por el cuerpo, y de golpe, el agua fría parece un buen plan. Tú, vístete - le indicó a Iori sacudiendo la ropa hacia ella. La mestiza avanzó por la fuente, haciendo el agua que avanzase más lentamente. Estaba a un par de pasos cuando los dedos del soldado dejaron escurrir la tela. Ella se precipitó hacia delante pero no fue capaz de evitar que el pantalón y la camisa terminasen hundiéndose en el agua.
- Deberías de llevar a tu amiga a que duerma la mona - le sugirió a Sango, satisfecho con su buena acción de la noche, antes de apartarse del borde de la fuente.
Solo tuvo tiempo de girarse y cuando puso un pie en el primer escalón, los brazos de Iori movieron como un remo el agua, lanzando una gran cantidad en su dirección. El sonido que produjo al caer sobre la piedra fue lo único que se escuchó. La pura rabia ardía en ella, y sentía que ante aquel comportamiento abusivo sería capaz de salir para clavarle las uñas en los ojos.
- Perdona - murmuró la mestiza. Tomó la camisa empapada del suelo de la fuente y se la puso de forma perezosa. - Los borrachos... ya sabes... somos impredecibles - respondió mirándolo con una falsa sonrisa y el fuego de una promesa de pelea en los ojos. El soldado se había quedado inmóvil, y giró lentamente el cuello para clavar la mirada en la morena. Sin atisbo de sonrisa ahora.
- Discúlpate con ella - dijo clavando los ojos en el empapado guardia.
Los ojos grises del soldado no se apartaron de Iori, mientras la mestiza terminaba de abotonarse la camisa chorreando sobre ella.
- Cogedla - murmuró, confiado en la ventaja del número y de que, a sus ojos, ellos eran nada más que un par de amantes borrachos con poca capacidad para evitar meterse en problemas. Los otros dos guardias avanzaron y Iori, en contra de toda la lógica que cabría esperar en aquella situación... fue hacia ellos, con evidente ánimo beligerante y poca coordinación.
Sango alzó las cejas, sorprendido por lo que acababa de escuchar. Bufó y con un rápido movimiento saltó el murete y se interpuso en la trayectoria de los guardias. Se aseguró de clavarse bien firme a menos de un palmo del guardia mojado.
- No has escuchado lo que te he dicho. Discúlpate con ella. Ahora - en su tono había amenaza. Una que solo sirvió para aumentar las ganas de someterlos que aquel guardia sentía hacia ambos.
Sobrepasada por Sango, en agilidad y rapidez, Iori trastabilló y se apoyó en el borde de la fuente con las dos manos despacio. Pasó ambas piernas hacia fuera notando bajo sus pies la piedra fría de las escaleras. No quería que él interfiriese esa vez. Llevaba años de su vida arreglando sus problemas sola. Zakath había soltado sus alas a una edad muy temprana. Y estar lejos del nido había supuesto una prueba dura que terminó volviéndola una mujer capaz e independiente.
- Déjame - le dijo al guerrero mientras le agarraba de la ropa en la espalda y tiraba tratando de apartarlo a un lado. Intentar empujar una pared hubiera dado el mismo resultado.
Allí, frente a frente, el guardia le sacaba un par de dedos de altura a Sango, pero, por algún motivo el pelirrojo que tenía delante resultaba más intimidante y grande que él. Frunció el ceño, extrañado por el aura de mando que transmitía aquel hombre empapado.
- ¿Tú también quieres problemas? - inquirió poniéndole una mano en el hombro con intención de dominarlo.
- Señor...- intervino uno de los dos soldados que lo seguían, sin ser capaz de apartar los ojos de Sango. Con la mirada abierta de quien cree estar comprendiendo algo de vital importancia.
Todo lo que podía hacer mal un Guardia estaba personificado en aquel hombre. Y Sango se lo haría ver. Le dedicó una sonrisa al Guardia de menor rango que había hablado tras él. Y luego una mirada de indiferencia al que tenía enfrente. Sin pensarlo mucho más le agarró la muñeca, la retorció todo lo que pudo hasta que el hombre pareció gritar. Entonces le soltó y cuando se llevó la mano libre a la muñeca retorcida, Ben le abofeteó y con una pierna lo empujó escaleras abajo.
Rodó bajando casi de cabeza los últimos peldaños, y quedó de rodillas agazapado en el suelo. Ambos soldados se acercaron hacia él con las manos extendidas.
- Ni se os ocurra ayudarle - advirtió a los dos guardias enseñándoles las armas bajo la capa - No toméis a este hombre como ejemplo. No le sigáis nunca más - dijo antes de girarse hacia Iori. La mestiza había dejado de intentar apartarlo, asombrada por la escena. Le ofreció ayuda para que saliera del agua, como si lo que tenían a los pies de la fuente hubiese dejado de existir.
- ¿Estás bien? - preguntó antes de mirar hacia atrás.
Los dos soldados observaban al pelirrojo con los ojos muy abiertos. El tercero llevó la mano a la espada, pero el que parecía haber visto algo en Sango se interpuso.
- Usted es Sango, el Héroe, ¿cierto? - inquirió hablando a espaldas de Ben, sin que este pudiese ver la mirada de admiración que brillaba en los ojos del muchacho. El jefe del grupo se sentó sobre el suelo, frotándose la articulación lastimada con la ira y la vergüenza brillando en sus ojos.
- ¿Qué? - espetó.
Iori se apoyó en Sango para salir de la fuente, aunque la expresión de su rostro parecía ligeramente molesta.
- Hubiera podido solucionar yo mismas la cosas - dijo agarrándose a sus antebrazos, mientras el mareo hacía que se inclinase peligrosamente hacia un lado. Alzó la mano con lo que habían sido sus pantalones secos hasta hacia unos instantes. - Supongo que me lo merezco. Ahora estamos igualados - indicó antes de dejarlos caer al suelo, a los pies de la fuente.
Con toda la intención de cruzar Lunargenta únicamente vestida con una camisa blanca la cubría hasta por debajo de los glúteos. Asomó la cabeza a un lado de Sango y clavó los ojos en el soldado que estaba de rodillas.
- Y tú, malnacido, trata de contener el veneno que tienes. Pobres los ciudadanos que hayan tenido que soportarte todo este tiempo con tus malas intenciones. Me cuesta creer que hayáis salido del mismo lugar - dijo esto último mirando de nuevo a los ojos verdes de Ben directamente. Y todo ello, sin soltar ni un ápice el agarre que ejercía sobre sus antebrazos.
Por magnetismo. Por equilibrio. Por pura necesidad de su corazón tras el momento que les habían robado.
- Claro que podrías haberlo hecho, pero las cosas salen mejor con ayuda - respondió con tranquilidad a Iori -. Aguarda un momento, ¿no te caigas, eh? - sonrió.
Se giró pero no rompió el contacto con Iori, dejó que siguiera aferrada a uno de sus brazos. Mutó la sonrisa en seriedad en lo que dura un chasquido de dedos. Miró, primero, al guardia que le había reconocido.
- Sí, soy Sango - posó los ojos en el que estaba de rodillas - Y jamás subestiméis a nadie ni por su apariencia ni por su estado ni por nada. Y menos aún, le pongáis una mano encima - paseó sus ojos por los tres - Yo te he retorcido la muñeca, pero podría haberte clavado un puñal y habrías dejado a tus compañeros en un combate igualado cuando los números estaban a vuestro favor - hizo una pausa para sentir el contraste entre el frio calándole a través de ropa mojada y el calor que le proporcionaba la capa - Bien. Ahora, nos iremos. Si alguien os pregunta, entiendo que sabréis qué responder, ¿verdad? -
Los tres soldados se quedaron completamente mudos. Incluso el que estaba de rodillas había dejado de resollar de dolor mientras sostenía su mano sin apartar los ojos de Ben. Los dos que permanecían en pie se cuadraron, e hicieron el saludo de la guardia en dirección a Sango, con el mayor respeto que se le podía mostrar a un superior. Iori observó, y guardó silencio, antes de girarse despacio en la dirección contraria, soltándose de su brazo.
Eso era lo que provocaba Sango en las personas. Ese era su mundo. El de la valía y el honor. Bajó con cuidado las escaleras, sin preocuparse de ir descalza o a medio vestir.
El Héroe se llevó la mano al pecho y replicó el saludo. Acto seguido se agachó para recoger el pantalón y las botas y salió tras Iori sin mirar atrás.
- Al menos ponte las botas - le pidió con voz suave. Cuando llegó a su lado la obligó a detenerse.
No eres buena para él.
La mano de Sango tenía poder sobre ella. Uno del que ni él ni ella habían sido conscientes. Hasta esa noche. Iori se detuvo, a mala gana, y tomó las botas volviendo a una actitud en la que rehuía sus ojos.
- Vaya espectáculo. ¿Te pasa a menudo? ¿Qué te reconozcan? - inquirió mientras alzaba una pierna para calzar la bota derecha. Sin darse cuenta ni preocuparse de que se inclinaba directamente hacia el suelo.
- Pues que me reconozcan diría que - se interrumpió.
Dio un paso lateral y agarró a Iori por la cintura antes de que el giro terminara de completarse. Mientras tiraba de ella hacia arriba no pudo evitar reírse dejando escapar aire por la nariz.
-¿Necesitas ayuda? - preguntó sin dejar de sujetarla.
No de ti. No quiero necesitarla. No quiero necesitarte.
Iori quedó sujeta por Sango, mientras continuaba con la tarea de colocarse la bota correctamente, ignorando esas líneas de pensamiento que era capaz de comprender entre la marea de voces confusas que bramaban en su cabeza. Inspiró profundamente y dejó caer las manos, antes de subir con ellas y aferrarse a los brazos con los que Sango la rodeaba.
Sabía de él más de lo que dejaba ver. No había humano en Verisar que no conociese su nombre. Sus hazañas, más o menos desarrolladas estaban en boca de todos. Los dos encuentros anteriores, antes de verse en Lunargenta habían sido tomas de contacto que le habían permitido medirlo. Más allá del físico, la pureza y rectitud en sus actos lo ennoblecían a una escala que Iori apenas era capaz de analizar.
Todo cuanto él era iluminaba a su alrededor. Y Iori sentía que al estar cerca de él, la luz de Ben acentuaba más su sombra. La comparación entre ambos, verse a si misma próxima a él la hacía sacudir por dentro odio. Nacido hacia la persona en la que se había convertido.
- Brillas demasiado... Quiero acostumbrarme a tu luz pero, tengo miedo de que te apagues si sigues a mi lado.-
- La llama no se apaga si el combustible está cerca - contestó. La mortificación que la asfixió según pronunció aquellas palabras, desapareció cuando escuchó la sencilla y clara respuesta del guerrero.
Los ojos azules se abrieron mucho, y su mente divagó que, quizá, no era ella una figura que proyectaba una gran sombra, cerca de la luz que era Ben. Quizá... ambos ardían juntos, mezclados. Formando parte de un todo...
Guardó silencio y permaneció quieta sin aflojar su agarre sobre los brazos de Sango. Él la mantuvo abrazada, mirando cómo las manos femeninas aferraban sus brazos.
- Deberíamos volver - dijo tras un largo silencio.
No.
La mestiza observó sus pieles unidas, y las palabras de Ben activaron algo en ella. Se giró y pasó los brazos por detrás del cuello de Ben. Le dio un beso fugaz, ejerciendo una buena presión sobre su boca y separándose de manera sonora cuando cortó el contacto.
No dejaría que se fuese. La noche no podía terminar de aquella manera.
- La noche es joven, ¿recuerdas? - sus ojos chispeaban. Su sonrisa era ancha, y en su expresión, la promesa de pasarlo bien. - Te prometo que te mantendré caliente - dijo acariciándole la mejilla antes de separarse de él. Tomó las botas con las que había estado peleándose y decidió que ya se calzaría después. Echó a correr, enfilando la dirección por donde se escuchaba aumentar el volumen de la música. Y no miró atrás.
No necesitaba comprobar que Sango la seguiría. Juntos.
Iori Li
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El sonido de sus labios despegándose sonó por encima de la amalgama de sonidos que eran las voces, las risas, los gritos, la música que rebotaba contra los edificios, incluso por encima de los guardias en retirada. Gozó de la calidez de sus caricias, sus dedos perfilaban su rostro y allí por donde pasaban dejaban una huella muy profunda. Ben tenía una ligera sonrisa dibujada en el rostro. Sí, sin duda, la noche es joven. La promesa de entrar en calor hizo que alzara las cejas mientras sus ojos volaban por toda ella: las piernas al descubierto, la ropa, empapada, dibujando cada una de las curvas de su frágil cuerpo, las gotas de agua que caían desde los mechones de su moreno cabello, sus preciosos ojos azules y su expresión divertida, sus brazos estirándose para recoger las botas, sus pies volando sobre los adoquines de la plaza.
El hechizo cayó poco después cuando se perdió al doblar la esquina, fue en ese momento cuando Ben cayó en la cuenta de que se había alejado de él y no había hecho nada para impedirlo. Pero lo más curioso de todo era que no se le borraba la sonrisa de la cara.
- Oh- acertó a decir antes de ponerse en marcha con paso lento.
Sí, seguía sonriendo por la intensidad con la que vivía con la mestiza. Seguía sonriendo porque aún resonaban sus palabras en su cabeza, aún sentía el calor de su cuerpo en su piel, la calidez de su ser con solo su presencia. Suspiró. Eran demasiados momentos los que les habían robado, momentos intensos, pero que quedaban cortos, escasos. Quizá, se dijo, lo ideal sería concatenar momentos y convertirlos en días, semanas, meses, estaciones, años, lustros. Quizá, una vida.
Cuando tomó un paso de distancia consigo mismo, se descubrió al trote, sus ojos buscaban sin descanso, bailaban de un lado para otro buscando su figura. Se detuvo al llegar a la plaza, abrumado por la cantidad, ingente, de sensaciones que allí había. Y entonces sus ojos se detuvieron. Solo fue un parpadeo, pero supo enseguida hacia dónde tenía que dirigir sus pasos. Confiado, convencido, caminó siguiendo su traza.
Dejó tras de sí todo tipo de miradas, curiosas, divertidas, burlonas, incluso preocupadas. Bailó entre la muchedumbre, dando un paso a un lado en el momento adecuado, deteniéndose cuando era preciso o apartando cuando era requerido. Todo para impedir perderla de vista.
Y cuando todo el mundo gritó al unísono y la música paró, ella encontró el lugar. Un pequeño rincón en mitad del mundo reservado y al que Ben se asomaba entre el mar de aplausos y vítores. Ladeó ligeramente la cabeza mientras evidenciaba una respiración agitada pero contenida. Entonces ella se giró y le encaró con una sonrisa dibujada en la comisura de sus labios. Como si ella, al igual que él, también deseara aquel reencuentro. Era tan grande lo que se decían que ambos dieron un leve paso para acortar la distancia y gritarse más de cerca. Los aplausos cayeron y el murmullo de la plaza lo inundó todo a su alrededor.
- ¿Tienes frío?- dijo ella estirando los brazos hacia él.
Sus manos no hicieron contacto directo con él, en su lugar se cerraron en la tela de la capa. Sus manos, buscaron, torpemente, abrir los cierres que ella le había visto ajustar hacía ya un rato. En otra plaza. En su primer encuentro de aquella noche. De alguna manera, pese a sus lentos y torpes movimientos, consiguió soltar uno de ellos. Dos voces sonaron por encima de todo.
Y lo repitieron una vez más. Ben no apartó los ojos de ella. Y otra vez. Iori no apartó los ojos de él. Y cuando las voces se apagaban y el vibrar de una cuerda parecía llegar a su fin, Ben sintió como las palabras hacían efecto en él, como si una presencia mucho mayor le echara un cálido manto por sobre los hombros. Notó, entonces, la inminente explosión. Sango cogió las manos de Iori y las encerró entre las suyas.
- Iori, ¿estás lista?- preguntó con una gran sonrisa.
Era la misma pregunta que le había hecho antes de llevársela al agua con él. Había sido, en un principio, una tremenda estupidez pero les había regalado uno de esos momentos robados de los que tanto estaba disfrutando en los últimos días. Los tambores irrumpieron con su fuerte estruendo. Ben abrió la boca y cuando la gaita se alzó por encima del resto de instrumentos, un estado de exaltación se hizo con el control de plaza.
A su alrededor bailes de las más distintas y variadas formas tomaron el control de la plaza en la que la rítmica melodía de la canción que estaban interpretando los músicos daba pie a todas aquellas formas de expresión. Para Iori y Ben, por supuesto, no iba a ser menos.
Sango se separó medio paso y tiró levemente de ella mientras saltaba al ritmo de la música y agitaba la cabeza con hacia delante y hacia atrás. Sus brazos se movían de igual manera, sin soltarla, arriba y abajo. Los saltos iban acompañados de movimientos de pies que que acompañaban la música. La risa también formaba parte de la música y él se encargó de contribuir con su parte. Se alejaba de ella sólo lo que su agarre les permitía y volvían a acercarse casi chocando el uno con el otro.
Y de repente, la música de la gaita y de la zanfoña desapareció para que las voces se alzaran de nuevo sobre un tambor que hacía vibrar todo a su alrededor. Sango, jadeante y sonriente, soltó a Iori y terminó por desabrochar la capa que, con un ágil movimiento, colocó entre ambos y tiró en el suelo cayendo con contundencia al suelo, como solo sabía hacerlo un trozo de tela mojada. Ben, sin dar tiempo a estudiar el comportamiento de la tela mojada, caminó en círculos, en torno a la capa y extendió la mano hacia ella.
Sus dedos se encontraron, y luego las palmas y luego el agarre. Y cuando los instrumentos volvieron a tomar protagonismo del entorno, ella fue quien tiró de él. Ben, desequilibrado y sorprendido dio un paso hacia ella para no perder el paso, ella saltó a un lado para esquivarle pero estuvo a punto de perder la verticalidad si no fuera porque Ben tiraba ahora de ella. Sango rio, divertido, encantando con el baile, con quién lo compartía con cómo lo estaba pasando. Ambos se enzarzaron en una suerte de juego en el que se replicaban los tirones de brazo mientras giraban sobre sí mismos, cambiaban de manos y se enganchaban con los brazos a la altura del codo. Se separaban y se buscaban al instante siguiente. Y vuelta a empezar.
Un cambio en la música se hizo notable. Ben se clavó en el sitio dejándose llevar por aquel vaivén. Cerró los ojos y lo siguió con la cabeza, los brazos, los hombros, el torso, la cintura. La gaita, que era el instrumento predominante, y una voz grave que sonaba por encima de los agudos del instrumento, mecían sus sentidos con el constante ir y venir, casi haciéndole entrar en una suerte de trance. Al abrir los ojos, la húmeda cortina roja ante sus ojos le hizo ver que ella estaba junto a él.
Sus brazos la rodearon por completo y se cogió de las muñecas a la altura de su cintura al mismo tiempo que sus manos se posaban primero en los hombros y luego buscaron su nuca. Un tambor seguía marcando el ritmo para dar paso a una flauta que no sirvió para apaciguar sus agitadas respiraciones, sí para acercarlos aún más. Sus ojos siguieron hablando, ajenos, incluso, al contacto que había hecho sus frentes.
El calor de Ben, la suave humedad del sudor en la piel de su frente, su respiración acelerada y la felicidad en el brillo de su mirada. Ella se dejó invadir, cedió sin darse cuenta, dejando que fuese él quien ocupase el terreno hasta entonces vacío de su corazón. Aquel baile había sido como si nunca antes hubiera bailado. Nunca con nadie como él. Y él notó el cambio. Notó como estrechaba el contacto, como se pegaba a él, como, incluso al estar pegados, no era suficiente.
- Has entrado en calor- murmuró acariciando con su respiración la boca del Héroe.
El agua de la fuente, el sudor del baile, podría ser impedimento para muchas cosas. No para ellos. El seguir húmedo no importaba. No mientras sus ojos siguieran buscándose. No mientras el aire entre ellos siguiera siendo un obstáculo que vencer. La música, que había pasado a un plano secundario desde que se habían aferrado el uno al otro, dio paso a un estallido de aplausos y alabanzas a los músicos que quedaron eclipsados cuando Iori buscó estallar en la boca de Ben. El primer contacto, fue un breve choque de labios que pronto se abrieron para dar paso a su ímpetu, a su cariño. Ben la estrechó con fuerza contra él, todo lo que pudo, mientras sus lenguas, ya conocidas, bailaban al compás de la música que marcaban sus corazones.
Un beso que supo como ninguno antes. Las ganas, la pasión que se demostraban en el beso, en la forma de abrazarse, de agarrarse, de mirarse. La violencia y la ansiedad que pudiera haber existido en sus anteriores encuentros era un vago recuerdo que sus músculos ni siquiera querían recordar. Las manos de Iori buscaron el cuello de su camisa azul y cuando sus dedos tocaron la piel del soldado una voz se escuchó por encima de toda la algarabía que se escucha en la plaza.
- La pareja ganadora del concurso de baile es- un redoble de tambores se alzó por encima de todo-. ¡El caballero de la camisa azul y la dama del vestido blanco!- los aplausos atronaron sobre sus cabezas.
Iori se separó de los labios de Ben cuando percibió la marea de gente rodeándolos. Se aferró con fuerza a sus manos sin entender qué sucedía, cuando notó como muchos brazos tiraban de ellos para arrastrarlos a un zona muy bien iluminada con una pequeña tarima desde la que los músicos habían tocado. Ben, que era incapaz de apartar los ojos Iori, trataba de darle una explicación razonable a lo que estaba pasando. Todas la miradas, los aplausos, las buenas palabras. Todo ello formaba parte de otro robo. Otro momento robado. Suspiró sin dejar de aferrarse a Iori y mientras eran arrastrados, trató de pegar su cara a la de ella todo lo que pudo.
- Estoy cansado de que nos interrumpan- confesó.
La mestiza lo aferró con más fuerza cuando los colocaron en lo alto, de modo que toda la plaza pudo verlos bien mientras aplaudían. Ben dibujó una falsa sonrisa para agradecer a la gente la atención que ponían en ellos aún sin comprender muy bien de qué iba todo aquello.
- ¡Ha sido un espectáculo veros!- elogió el músico con la zanfoña bajo un brazo aplaudiendo sonoramente.
Ben notó la incomodidad de Iori cuando se arrimó más contra él y sobre todo al ver la sonrisa forzada que tenía dibujada en el rostro. Unas figuras se acercaron por los lados de la tarima mientras el presentador o el maestro de ceremonias, o el título que gustara, pedía calma a los celebrantes con las palmas de las manos hacia abajo y moviendo los brazos ligeramente de arriba a abajo. Las figuras cargaban con unas tupidas coronas de flores y se detuvieron a su lado. El presentador se aclaró la voz.
- Os coronamos como rey y reina de la noche, y os hacemos entrega de esta caja llena de productos!- anunció el presentador del evento pidiendo, nuevamente, el aplauso de la gente.
La visión de tan elaborado adorno captó la atención de la mestiza que al tener las flores delante ensanchó la sonrisa de manera auténtica. Ben se sintió interpelado por una mujer que le obligó a inclinarse hacia delante para que le colocara la corona de flores mientras desde el público les pedían que volvieran a bailar. Sango recibió la corona y al alzarse paseó la vista por el numeroso público que había allí frente a la tarima gritándoles, aplaudiéndoles y silbándoles. Se irguió aún más si era posible y luego giró la cabeza para posar sus ojos en Iori a la que sonrió ampliamente.
- Nos piden bailar- señaló la obviedad de los gritos que les dirigían-. ¿Debemos hacerles caso?- preguntó
Los ojos de la mestiza se clavaron en él y tardó unos instantes en reaccionar a su propuesta. Ella, entonces, miró al público, que jaleaba y aguardaba, expectante, la decisión de la morena a la invitación de Ben. Su mirada, cargada de decisión y determinación sirvió de preludio para acortar la distancia con él, agarrar camisa azul, húmeda, sin cuidado alguno y, con premura, tirar de él hacia abajo para besar a un Sango completamente desprevenido pero que se aferró a su boca con la misma determinación con la que lo había mirado hacía un momento. Pero por encima de la pasión, del deseo, había algo más en la forma en la que Iori rozaba con su boca la de Ben.
Había un primitivo deseo de ser vistos, de evidenciar, a ojos de todos, lo que habían hecho prácticamente a escondidas. Deslizó con fuerza la lengua dentro de él mientras su mano se volvía de hierro en su nuca. Las manos de Ben se aferraron a su cadera. Aquello era un grito en un beso. Un grito que clamaba que el pelirrojo, aquella noche, solo estaría con ella. Apenas unos latidos que se alargaron para ambos entre los estruendosos vítores y aplausos del gentío que se tomó aquello como una provocación. La mestiza se separó de él y no lo miró.
- Nosotros tenemos que irnos, pero el premio será repartido en una nueva ronda de baile. ¡Que no pare la música! - alzó la voz con el último grito antes de tomar a Sango de la mano y abrirse paso entre los músicos que había en la parte trasera del improvisado escenario.
Los gritos estallaron tras ellos y apenas avanzaron unos pasos cuando la música del tambor y la luz tenue los acompañó mientras Iori guiaba a ambos sin dirección concreta. Solamente alejándose de aquel lugar. Arrastrado por su firme agarre Ben clavó los ojos en cómo abría camino para ellos. Cuantas cosas tan distintas había vivido en tan corto periodo de tiempo. Todo junto a ella.
Se alejaron lo suficiente antes de que sus miradas volvieran a reencontrarse y el espacio que había entre ellas empezara a vibrar con intensidad. La calle aledaña a la plaza del baile estaba más calmada aunque igualmente concurrida. La música lejana ambientaba una zona llena de tabernas de distinto tipo que servían comida dentro y fuera del local, aprovechando la fiesta del pan y que ese día no había llovido.
- ¡Mi señor! ¡Mi señora!- llamó una voz a su lado-. ¡Mi reina y mi rey del baile! ¡Olvidaron sus ropas!- un hombrecillo con los mofletes colorados cargaba con su capa y con las botas de ella.
Iori apartó la vista de Sango y observo al hombre llegar hasta ellos. Sonrió por educación y tomó lo que el portaba en sus brazos.
- Que cabeza, estaba distraída con otras cosas, ¿sabe? Gracias por su amabilidad- respondió antes de girarse de nuevo, con las botas y la capa de Sango sujetas contra el pecho.
- Gracias, buen hombre- dijo haciendo una ligera reverencia-. Tome una nuestra salud- dijo lanzándole una moneda.
Vio como el hombre cogía la moneda y la observaba al tiempo que ensanchaba la sonrisa. Ben se giró hacia Iori y alzó las cejas. Le sonrió. Tras el baile, tras el premio, el cuerpo de la mestiza se había vuelto a quedar frío. Ben lo notaba, podía verlo, podía sentirlo. A él le pasaba lo mismo. No debían quedarse mucho tiempo parados.
- ¿Buscamos un sitio para calmarnos? ¿Para calentarnos? ¿Quieres comer algo? Quiero decir…- meneó la cabeza y guardó silencio. Pensando en los dobles sentidos que podían tener todas aquellas preguntas.
- Me gustaría parar en algún sitio y...- hizo una pausa dramática-. Calmarnos. Calentarnos. Comer algo- calcó sus palabras una a una mientras ensanchaba su sonrisa-. Pero antes, no pretenderás seguir caminando descalza por aquí, ¿verdad? Ven, déjame que te ayude- pidió Sango que le cogió las botas antes de hincar una rodilla en el suelo-. Apóyate en mi, ¿eh? Que no se diga que un rey no trata bien a su reina- se rio de su propio comentario.
Iori, sin embargo, intentó negarse. No quería aquello, no quería que él la ayudara. No en aquel lugar. Pero las manos de Sango tenían poder sobre ella. No pudo negarse. Se detuvieron cerca de una fachada y los ojos azules observaron cómo se arrodillaba. Pasó sus manos por sus frías piernas y las frotó con intensidad para darles algo de calor. Miró las heridas y moratones en las piernas y contuvo un suspiro. Sacudió la cabeza y mientras pensaba en el terrible error que había sido meterse en la fuente, sus dedos abrieron una bota y se le ofreció al pie izquierdo. Se la ofreció al pie izquierdo.
Él no lo supo entonces pero ella asoció ese movimiento con un fragmento de su pasado más reciente. Recordó esos dedos abriendo otra cosa. El húmedo camino de su interior, la noche pasada. Su mirada ardió con fuego mientras se apoyaba con las dos manos sobre los hombros de Ben. No para mantenerse en pie, como comprendería más tarde, sino para acercarlo más a ella en aquel gesto. Lo hizo despacio, casi al despiste, y cuando la primera estuvo colocada Iori buscó su mentón. Ben sonrió mientras sus dedos comenzaron acariciar sus barba, sus mejillas. Eran gestos suaves, delicados, pero que tenían la clara intención de atraerle. En aquella posición. De aquella manera. La mestiza se recostó ahora contra la pared mientras veía los ojos verdes de Ben brillando a la altura de su cadera. Justo a la altura que cubría la camisa que ella llevaba a modo de vestido corto. Estaba tan cerca que la hizo arder por dentro imaginarse cómo sería si él escondiera la cabeza entre sus piernas.
Se afanaba en su tarea de intentar ponerle la otra bota, pero la reina del baile tenía otros planes que consistían, básicamente, en impedir que el rey del baile cumpliera tan importante tarea. Divertido con el pensamiento, sonrió y alzó los ojos. Su cabeza, ligeramente ladeada, hacía que su cabello cayera sobres su hombros y parte de él sobre su rostro. Tras el velo, dirigía sus entrecerrados ojos hacia él. Distinguía un tenue brillo en ellos que le cortó la respiración. Su boca, ligeramente abierta, permitía el paso del aire que inflaba el pecho de la morena y que hicieron que Ben apretara los dientes. Sus caricias, ahora, quemaban. Ben, completamente ido, se descubrió aferrándose a la bota con fuerza.
Sus ojos hablaban. Lo llevaban haciendo casi desde el primer momento. Ella, seguro, podía ver la sorpresa, quizás algo de confusión, también el creciente deseo y la contención, todo ello era lo que gritaban sus ojos. Y estaba seguro que ella podía, con solo ver sus ojos, entender todo aquello. Ben tragó saliva y apartó la mirada para centrarse en el brazo, en sus dedos que invitaban. Besó por encima de la muñeca el brazo de Iori y se obligó a bajar la mirada hacia la bota. Lejos de calmarse, su respiración se agitó. Se tenían tan cerca. Se deseaban con tanta intensidad. Se debían tantos momentos. Vació los pulmones con soplido antes de alzar la pierna derecha y apoyar la rodilla en su hombro. Ben sintió que perdió el control por un breve instante y se descubrió pegando la mejilla a su pierna. Soltó aire y miró su pie derecho antes de ver que sus brazos, ajenos al ardiente caos que era su cabeza, ponían algo de sensatez en sí mismo.
La tarea estaba completada, la reina tenía sus pies a salvo del frío y la suciedad del suelo, sin embargo, las manos del rey seguían tratando de mantener caliente las piernas de su reina. La música, ahora, ayudaba a distraerse de las caricias que se daban mutuamente. Sus manos se aferraron al pelo de su nuca y las de él subieron por sus piernas hasta posarse en su cintura. Ben posó la frente en el vientre y aspiró aire lentamente. Sentía sus finos dedos masajeando y tocando allí donde alcanzaban. Suspiró lentamente, incapaz de relajarse.
- Iori- jadeó-, Iori...- apretó la cintura y se levantó sin apartarse ni un solo palmo de ella-. Calmarnos. Calentarnos. Comer algo- le susurró al oído.
La excitación que se filtró en su voz la hizo pensar en algo que se contradijo con sus acciones. Ben estaba entre ella y un muro, una vez más. Esa noche, sin embargo, no llovía y él con sus palabras decía una cosa pero estaba pidiendo calma, contención. Ella rozaba el punto de no retorno: si él no detenía aquello, ella no lo haría tampoco. Entre ellos, latía, con fuerza, una promesa. Un plan de futuro. Aunque fuera a muy corto plazo. Ben lo sintió como el comienzo de algo, como si con aquel gesto hubiera alzado, por vez primera, la cabeza y hubiera visto que tras los primeros pasos en el camino, más allá, a lo lejos, había algo a dónde podían llegar. Se abrazó fuerte a él, pegando el rostro en la dirección en la que sus labios habían susurrado a su oído.
- Yo también…- comenzó a explicarse, con la voz llena de deseo mientras su cuerpo se movía contra él-. Yo también siento lo mismo. No hay nada que desee más en el mundo que a ti- confesó, parafraseando lo que él le había dicho en la taberna. En brazos de Ben era capaz de olvidar todo. Su dolor, su locura, incluso, la venganza que buscaba y por la que Zakath había estado a punto de romperle la pierna aquella misma mañana-. Dioses, siento que me vas a romper en mil pedazos.
Escuchó con atención sus palabras, y dejó que llenaran su cabeza y lo removieran todo hasta el punto de embotarle los sentidos. Era la primera vez que lo escuchaba tan claro de sus labios. Incapaz de replicar lo único que supo hacer fue abrazarla con más fuerza aún, como queriendo mostrarle que entre sus brazos no se partiría, que encontraría, siempre, un refugio seguro al que poder volver siempre que quisiera. Unos brazos que podía considerar un hogar. Abrazados permanecieron un buen rato, ajenos al resto del mundo, a la música, a las conversaciones, a la fiesta, a miradas, a todos. Porque, en la inmensidad de Lunargenta, solo existían ellos dos, el resto de personas eran actores secundarios, espectadores, en la obra que ambos protagonizaban.
- Hay sitios que tienen buena pinta por aquí- rompió el silencio. Un acto, sin duda, cruel, pero debían ponerse en marcha-. Vamos a echar un vistazo, con suerte, encontraremos algo.
Ben se maldecía por ello porque era consciente, en realidad, ambos lo eran. Habían sido testigos del tremendo esfuerzo que supuso para Iori evitar deslizar su mano dentro del pantalón de Ben para buscar dentro. Su respiración tardó mucho más que la del guerrero en acompasarse, lo que la hizo sentir algo incómoda por las ganas acuciantes que tenía de él. Asintió cuando se hubo calmado lo suficiente. Se deslizó a un lado cortando el contacto con él y echó a caminar con paso lento esta vez. Ya no quería huir. Quería compartir con él.
- Yo no tengo apetito, pero te acompaño.
El escaso espacio que apareció ante sus ojos evidenciaba el escaso margen que le había dado a Iori. La cerilla había estado tan cerca de la yesca que podían haber desatado un incendio que se les podría haber descontrolado en cualquier momento. Y pese a haber estado tan cerca de prender la llama, el pequeño espacio entre él y el muro se llenó de un frío helador que le golpeó con tal violencia que se quedó allí paralizado, contemplando las juntas entre las piedras, el mortero que las mantenía unidas. Pensó, entonces, en el tiempo que llevaba allí ese edificio, pese al paso del tiempo, pese a las inclemencias que los cielos lanzaban a la tierra, pese al constante ataque del viento y la sal del mar, pese a todo, allí seguían. Eran, se dijo, un gran ejemplo. Las piedras, como todo en la vida, se desgataba, pero cuando sus caras encajaban, podían permanecer unidas por más tiempo que la vida de un hombre. Mucho más.
Giró la cabeza hacia ella, que le esperaba, dispuesta, a seguir el camino con él. Verla en aquel preciso instante algo en su interior vibró con intensidad. Era una mezcla de muchos sentimientos que se manifestaban en un fuerte deseo de seguir a su lado, quería compartir todo lo que él era, ansiaba por saber más de aquella mujer que tanto bien le hacía, sin embargo, tenía un problema. No sabía cómo hacerlo y aquello le avergonzaba. ¿Qué clase de persona era? Sabía qué hacer cuando alguien atentaba contra su vida, pero no sabía cómo decirle a la persona que más quería, cómo era él mismo. O quizá sí, pero le aterraba su reacción. Meneó la cabeza.
- Por mucho que me guste el muro- se obligó a ensanchar la sonrisa-, creo que será mejor ir a ver de dónde vienen esos maravillosos olores- se alejó del muro y fue con ella-. ¿Quieres que te eche la capa por encima? Lo creas o no, sigue funcionando- dijo echándole un brazo por encima de los hombros sin apartar la miradas de ella.
La mestiza era extrañamente consciente de los pasos que daba en la calle. Calzada por él. La última persona que había hecho algo similar había sido Zakath. Y pronto había dedicado un par de tardes para enseñarle cómo vestirse y desvestirse a ella misma. Cuando tuvo la edad suficiente como para aprender por imitación. La excitación seguía moviéndose bajo su piel, pero trató de desviarla a otras cosas para no estropear nada. Para seguir con él aquella noche, a su lado. Merecía la pena controlar su instinto.
Lo miró sonreír de aquella manera. Ya sentía familiar aquella expresión en él. Seguro de si mismo, curtido en mil batallas. La confianza que tenía en él la hacía pensar que no había nada que pudiera hacer para hacerlo temblar. Titubear. Aturdirlo como él hacía con ella. Recordó entonces que ella era una simple campesina. Él, el Héroe.
Pero le devolvió la sonrisa alejando de su mente la idea de que no merecía caminar a su lado. Esa noche sería temeraria y egoísta. Daría sus pasos al lado de Ben hasta que él se alejase por su propia cuenta. Se situó a su lado y deslizó el brazo para rodear la cintura del pelirrojo, estrechando el contacto entre ambos.
- ¿Funcionando? ¿Esa calidez es constante en ella?- preguntó apoyando la mejilla contra su pecho y la mano libre posándola en su abdomen. Cerró un instante los ojos, concentrada en escuchar el corazón de Ben bajo la camisa-. Creo que podemos compartirla- aventuró ampliando la sonrisa. Recordando que la noche anterior, lo último que había escuchado antes de quedarse dormida sobre él había sido justamente aquello.
- Hmm, sí, creo que podemos compartirla- le cogió la capa de las manos y con algo de imaginación consiguió echársela a ambos por encima-. Sí, el efecto funciona: da calor o da frio según la sensación de, bueno, de frío o calor que uno tenga- sonrió sin ser capaz de entrar en más detalles. Realmente no sabía cómo funcionaba.
Quizá no había sido la explicación que esperara, pero la menos parecía servirle como demostró su asentimiento. Recordó su comodidad la tarde en casa de Max, el Campeón. La noche en la que él hizo guardia a los pies de la cama. ¿Lo vería como una forma de estar con él pero sin él? No le dio más vueltas. Sus pasos se acompasaron y él estrechó el agarre dejando que la capa, poco a poco, calentara sus cuerpos. Aunque Ben creía que, realmente, la calidez que sentía, se debía a ella. Su rostro se relajó y disfrutó del paseo, observaba a la gente pasar, felices, sonrientes, cantando. Aferró con firmeza a Iori
- Me apetece algo fuerte- comentó deteniéndose para dejar pasar a un grupo que iban cantando y deambulando de un lado a otro-. No tanto como para llegar a ese punto, también quiero saborear la comida- comentó entre risas. Iori, tras echar un rápido vistazo al grupo, alzó la cabeza para mirarle.
- ¿Llegar a ese punto? No, Dioses, seguro que nadie quiere comprobar cómo canta el Héroe cuando alza la voz- ella volvió a apoyar la mejilla en su pecho, correspondiendo a la fuerza que hacía el brazo de Sango sobre sus hombros en la manera que ella estrechaba su cintura.
- ¿Qué te parece aquel?- preguntó señalando un establecimiento con puertas abiertas y no demasiado abarrotado. Ben que había sonreído con el comentario de Iori, caminó hacia donde había señalado.
Sus pasos les condujeron a la entrada de aquel establecimiento al que echaron un vistazo mientras Iori añadió un comentario a su anterior intervención.
- Bueno, lo que realmente no queremos es escucharme cantar. Te aseguro que no es uno de mis dones. Siempre se me dio mejor bailar- explicó antes de detenerse con él delante de la taberna que había escogido.
Ben sonrió mientras observaba con curiosidad el interior de la taberna. Desde fuera, los acabados parecían lujosos y bien cuidados. La madera se veía favorecida por las luces de los candiles y de las llamas de las antorchas y del hogar de la chimenea que embriagaba el interior con un agradable olor a leña quemada aderezada con algún tipo de carne cocinándose. Ben tragó saliva.
- ¿Te gusta? ¿Entramos?- preguntó sin poder quitar los ojos del lugar.
- Huele a asado- y con aquel comentario zanjó toda duda.
Soltó la cintura de Ben para buscar su mano, y tomándola de él se internó llevando la cabeza en el local. El ambiente resultaba agradable, festivo pero sin ser excesivo. Había algo íntimo en la calidez de la taberna. Quizá propiciado de la suave elegancia, que daba un aire más exclusivo al lugar. Se detuvieron cerca del enorme fuego que ardía al fondo y ambos se miraron. Antes de poder decir nada, una muchacha joven, de una edad similar a la de Iori, se acercó con gesto pulcro hacia ellos.
- Bienvenidos a El Hogar de Skadi, somos especialistas en carne de caza. Esta noche contamos como platos especiales guiso de ciervo con castañas, perdices al horno con panceta y jabalí asado con verduras- Sango hizo una ligera reverencia a modo de saludo y se fijó en que Iori no le quitaba los ojos de encima.
La chica era atractiva, sin duda, pero Ben no veía nada más en ella. Ambos se miraron de reojo.
- De beber, ¿qué es lo más fuerte que tenéis?- preguntó, directa, volviendo a mirar a la linda camarera rubia.
- Sí- interrumpió Sango-, algo fuerte para que esta bella dama cante conmigo- una suave risa acompañó a sus palabras-. Un nombre muy apropiado si servís caza- hizo una leve inclinación de cabeza a modo de reconocimiento.
- Pues, quizá lo más fuerte que tengamos sea licor de frambuesa- dijo profesional la rubia.
- Perfecto- dijo Sango convencido-. Sin embargo, empecemos con algo más apropiado para la cena, ¿cerveza?- preguntó alzando las cejas.
- Por supuesto. Ahora, por favor, seguidme- la rubia giró y les guió hasta una mesa libre.
Su cabeza giraba de un lado a otro echando un rápido vistazo a su entorno, controlando de manera profesional que todos los comensales estuvieran bien atendidos.
- Es aquí. Pues si les parece, les sirvo las bebidas y así les damos tiempo para pensar en lo que deseen comer.
Iori alzó la mano e hizo el gesto que había aprendido en la taberna anterior de Sango. Vio el brillo de reconocimiento en los ojos de la chica. Cerveza para ambos. Ben alzó las cejas, sorprendido por el uso del gesto y lo bien que la rubia lo había entendido. Pese a su estado de sorpresa, no obvió que los ojos azules siguieron la figura de la camarera hasta que se alejó entre las mesas.
- Gracias- contestó Sango a la huidiza rubia-. Pues el guiso no me suena nada mal- dijo Sango sentándose-. Y la bebida tampoco- en aquel lugar no había bancos corridos. Eran todo sillas de madera labrada que los mantenía sentados en espacios diferentes. Sin posibilidad de contacto físico por accidente.
- Yo no tengo apetito- respondió. Ben notó que algo raro le pasaba.
- ¿Cómo no vas a tener apetito con lo bien que huele aquí?- preguntó Sango-. Solo con el olor ya se abre el estómago- añadió mirándole a los ojos-. Ya verás, te sentará bien.
Apenas tuvieron tiempo para acomodarse en la mesa cuando las bebidas llegaron en dos jarras con unas asas estilizadas. Había un dibujo en el lado opuesto al asa y una inscripción debajo. Ben, sin embargo, se giró hacia la mujer con la larga trenza rubia que les había preguntado.
- Un guiso de ciervo con castañas y unas perdices al horno con panceta, gracias- Ben hizo una ligera reverencia y no dio margen a que Iori interviniera-. No sabía que el gesto funcionara aquí también. ¿Conocías el lugar?- preguntó Ben posando sus ojos en la espuma que asomaba por el borde de su jarra.
Los ojos azules se abrieron evidenciando la sorpresa que sentía. Resopló cuando él pidió tanta comida, siendo consciente de que su capacidad para ingerir todavía no se había recuperado. Menos todavía con el estómago lleno de alcohol. La mestiza tomó la jarra entre las manos y la miró, fijándose en la inscripción y en el dibujo.
- Nunca estuve aquí- respondió fijándose en las letras que suponían un absoluto misterio para ella-. ¿Tú sabes leer? - lanzó la pregunta mirándolo directamente a los ojos.
El deseo que había estado a punto de esclavizarla se había disuelto por completo. En aquel momento, sentados cara a cara, Iori sentía el peso del magnetismo que tenía Sango para ella. Se sintió primeriza, casi novata. Sus ojos se posaron en la enorme jarra como si allí estuviese el camino que debía de seguir aquella noche. La alzó y bebió, dispuesta terminar todo su contenido para renovar el efecto del alcohol en su mente.
- No- respondió Sango tranquilamente-. Nunca lo necesité y no parece que vaya a hacerme falta en el futuro- dijo encogiéndose de hombros-. A mi me enseñaron a contar y a sumar y restar. Es importante para manejar los aeros- dijo esbozando una sonrisa-. Lo que vino después, bueno...
Agarró el asa de la jarra y se la acercó a los labios, sin embargo no bebió, solo olfateó el contenido y, satisfecho, la llevó al centro de la mesa.
- Por Odín, el padre de todo- brindó.
La sorpresa fue evidente en la cara de la mestiza, pero brindó de manera mecánica cuando él alzó la jarra. Estuvo cerca de pasar de largo la de Ben y dirigirla hacia el soldado por falta de reflejos, pero afortunadamente pudo corregir la dirección en el momento adecuado. Ben tras notar el choque, se llevó la jarra a los labios y dio un largo trago. Posó cuidadosamente la jarra en la mesa y se pasó la lengua por los labios.
- Es realmente buena- comentó.
- Imagino que Zakath tenía bien pensado qué habilidades eran adecuadas para nosotros y cuales no- murmuró volviendo a dejar el recipiente sobre la mesa-. Cuéntame Ben, ¿qué fue lo que vino después? preguntó mirándolo directamente a los ojos antes de recostarse cómodamente contra el respaldo labrado de la silla.
Cruzó las piernas debajo de la mesa y ladeó la cadera para tomar una postura más cómoda para ella. Todavía le dolían los golpes del entrenamiento con Zakath, pero consiguió controlar un respingo de molestia a tiempo. Nada de aquello
- A mi má y mi pá creo que no les importó si estudiaba o no. Si mi má necesitaba ayuda, iba a echar una mano en las tierras del señor, o iba con el ganado; si mi pá necesitaba ayuda, le apeonaba en la serrería- se encogió de hombros-. Luego en Lunargenta, en la academia tampoco hicieron mucho por enseñarme. Tampoco hice demasiado por aprender, las cosas como son- se cruzó de brazos sobre la mesa-. Zakath, bueno... Desde luego no sé qué pasó para que uno de los más afamados guerreros de nuestros tiempos perdiera el tiempo conmigo- esbozó una sonrisa-. Aprendí mucho de él. Era severo, pero- hizo una pausa para buscar las palabras adecuadas-. Sigo vivo.
Suspiró y clavó sus ojos en Iori. Dejó que el silencio se instalara entre ellos mientras pensaba en el interés que mostraba por él, por lo que vino después. ¿Después de cuándo? ¿De aprender con Rolf a sumar y restar? ¿De que su padre le enviara a Lunargenta a la academia? ¿De sus años en la escuela? ¿De sus servicio en la Guardia? ¿De cómo dejó la Guardia y se embarcó en aventuras que solo un loco acometería?
- ¿Después de qué? Podría contarte cosas sobre Cedralada; o quizá prefieras saber cómo llegué a Lunargenta; quizá no te interese nada de eso y quieras saber como mi nombre cogió tanto peso.
- Me resulta sorprendente- respondió Iori ignorando la última pregunta de Sango. Se inclinó hacia delante, sin apartar los ojos de él-. ¿Nunca te paras a pensar si es buena idea o no hablar con tanta sinceridad de ti? La gente ya tiene suficiente información de quien eres Sango. ¿Es tan fácil contigo? - enarcó una ceja. Se detuvo. Había vuelto a usar el nombre con el que todos lo conocían. Uno que significaba distancia y frialdad. Observó la jarra y apuró lo que quedaba, tragando con disgusto pero deseando que su efecto fuese inmediato-. Cedralada. ¿Naciste allí verdad? Y creo entender que tus padres están vivos ¿me equivoco?- volvió a dejarse caer con comodidad sobre la silla, tal y como estaba antes.
- ¿Por qué no iba a hablar con total sinceridad de mi mismo contigo?- bufó molesto-. La gente sabe lo que se le cuenta. A ti te cuento quién soy. ¿Acaso no me has preguntado?- preguntó, quizá, con dureza.
Le dolió que usara, otra vez, su mote. Nunca, nadie, antes, le había hecho daño con su propio mote. ¿Por qué ella sí? Sacudió ligeramente la cabeza y después de suspirar, sus facciones se relajaron, consciente de que estaba exagerando.
- Sí, nací y crecí en Cedralada. Allí viví hasta los trece inviernos, entonces, la Guardia pasó reclutando muchachos jóvenes para la Academia- agarró la jarra-. Sí, mis padres aún viven y siguen trabajando.
Ambos se miraron y Iori debió ver algo en su rostro porque se removió incómoda en la silla.
- Lo siento - fue lo primero que dijo. Pero no consiguió entender bien el porqué. Lo hizo como acto reflejo y la contrariedad se reflejó en su rostro.
- Yo... no voy a decepcionarte. No traicionaré tu confianza. Aunque me arranquen la piel a tiras, jamás contaré nada de lo que compartas conmigo. Aunque quizá es mejor dejar de compartir cosas juntos. De esa manera estarías más seguro. Hay pociones, ¿sabes? Quizá alguien consiga hacerme hablar en contra de mi voluntad. Quizá no sea buena idea que confíes en mí. De hecho, mejor no lo hagas- se atropelló soltando toda aquella frase sin pensar. Ben sabía que había algo que embotaba su mente. La contempló parpadear y observar la jarra, vacía-. ¿Echas de menos tu infancia en Cedralada? Imagino que para ti venir a Lunargenta fue una forma de obligarte a crecer - murmuró alzando los ojos hacia él-. No, ¡No! ¡no me respondas! Tus secretos no están a salvo conmigo. ¡Te protegeré!- apartó la jarra a un lado y dio un golpe decidido en la mesa, observándolo con la decisión ardiendo en sus ojos-. Te prometo que lo haré. Te protegeré...- cerró un instante los ojos y bajó la cabeza hasta que la frente tocó la superficie de la mesa-. Te protegeré de mí...- farfulló contra la madera.
El silencio se instaló entre ambos, él contemplaba su cabeza contra la mesa y le daba vueltas a sus últimas palabras. Aquel impulso nacía de un estado alterado de Iori, pero no podía estar seguro de si aquello era lo que realmente pensaba ella de su situación. Bebió de la jarra y sin posarla en la mesa, observó su contenido mientras hacía pequeños movimientos circulares.
- No necesito que me protejas de ti- dijo-. Necesito que me protejas de todo lo que no eres tú- frunció el ceño y acto seguido relajó la expresión-. Y eso me incluye a mi mismo.
La mestiza no alzó la cabeza. En cambio extendió la mano hacia delante, tanteando hacia Ben.
- ¿Eso es lo que quieres? - levantó la cabeza ligeramente, visualizando a Sango frente a ella. Detuvo la mano y la giró de palma hacia arriba, extendida delante de él. - ¿Que te proteja de ti mismo?
Miró su mano y siguió su brazo hasta llegar al hombro. Saltó a su cabello y lo atravesó para llegar a la cara y finalmente sus ojos. Paralelamente, había posado la jarra y extendía su mano hacia la de ella. Cuando sus dedos se tocaron, Ben, sin apartar los ojos de ella, asintió.
- Sí- contestó.
No estaba acostumbrada a aquello. Y la mente de Iori habló en voz alta haciéndoselo saber a él. Cerró los dedos sobre la mano del héroe entrelazándolos.
- Cuando me miras así me siento incómoda. Es como si nunca hubiera estado desnuda y fuese contigo la primera vez. Tus ojos me hacen sentir torpe, Sango- pese a que dijo su mote, no lo sintió como la vez anterior. Notó los dedos entrelazándose. Era evidente que ella no estaba acostumbrada a exteriorizar esa clase de pensamientos. La fuerza de sus palmas uniéndose pareció darle fuerzas para ello-. ¿Cómo quieres que te proteja? - se rio sin poder evitarlo-. Hemos tenido al mismo maestro pero sé ver la diferencia entre tus habilidades y las mías. ¿Protegerte de ti? - meneó la cabeza incrédula-. Si me dices cómo lo haré.
- Si supiera cómo hacerlo te lo diría- dijo pausadamente-. Pero no sé cómo. Sólo sé que hasta hoy, nunca, jamás, me habían pesado tanto las armas que traigo colgadas al cinto- confesó-. ¿Puede ser eso? No lo sé. No lo sé- repitió negando, levemente, con la cabeza.
La muchacha que los había atendido se aproximó con una gran bandeja de madera. Les sonrió con amabilidad y dejó en la mesa dos enormes platos humeantes. El aroma de la comida llenó el espacio entre ambos mientras dejaba también una botella con un color similar a la sangre.
- Un poco más de cerveza- pidió Iori señalando las jarras de ambos.
La joven asintió y se retiró con rapidez. La mestiza extendió la mano hacia los dos menudos vasos que acompañaban el licor de frambuesa e hizo a un lado el plato de comida. Ben seguía con los ojos sus movimientos. El aroma provocó que Sango apartara la vista hacia los humeantes platos. Los estudió durante un tiempo y valoró al cuál echarle el diente en primer lugar.
- No entiendo. Nada te ata. Nadie te obliga. ¿Por qué dudas en hacer lo que quieres? - extendió un vaso lleno hasta el borde hacia él y llenó otro para ella-. Has dado de ti a los ciudadanos de Aerandir lo suficiente como para llenar tres vidas.
Entendía lo que quería decirle pero ella a él no. Ben se encontraba ante una encrucijada. Su vida la había construido en torno a su interpretación del destino: una gloriosa muerte en combate. Quizá ser recordado como uno de los grandes guerreros de la historia. Sin embargo, el paso del tiempo, la madurez que había adquirido con los años, las personas que iban a apareciendo a su lado hacían que viera que otro futuro era posible. Quizá, quizá haya malinterpretado lo que me espera.
- ¿Hago lo que quiero o hago lo que quieren que haga?- descartó de inmediato, con un gesto, lo que acababa de decir-. Cuanto más pasa el tiempo, más cerca veo mis restos tirados en mitad de ninguna parte, pisoteados por decenas de pares de pies mientras algún señor del mal, algún servidor del caos o personas capaces de cualquier vileza- hizo una pausa para que la rubia dejara las cervezas en la mesa. Hizo ademán de sonreír para agradecer pero sus labios no se desdibujaron de la línea horizontal-. Lo he visto. Amigos, conocidos. Lo he visto- clavó los ojos en Iori-. Es cuestión de tiempo que me pase a mi también. Y no es lo que quiero.
- ¿Es lo que quieres?- su pregunta sonó impaciente. Como un látigo en el aire-. Dime Ben, ¿es eso lo que quieres?- su tono apremiante cuadraba con la demanda que había en su ojos al mirarlo tras la pregunta.
- ¿No morir en combate? Desde luego, no habría mayor honor y mayor gloria que formar parte de los einherjar de Odín- dijo con un brillo en la mirada, aferrándose a la idea de la gloria, pero su tono de voz no delataba entusiasmo-. No es lo que mi corazón desea, sin embargo.
Iori se deslizó para sentarse en el borde de la silla de manera que podía llegar con sus manos a él desde el otro lado. Tomó el pequeño vaso de cristal que había llenado con el licor de frambuesa y lo aproximó a su boca sin dejar de mirarlo.
- Creo que acabo de ver la primera debilidad del gran Héroe de Aerandir- sonrió de forma cálida-. Ni tú mismo sabes qué es lo que quieres, Ben - susurró ahora, como si fuese un secreto, para que solamente lo escuchasen ellos dos.
Detuvo el borde del cristal a la altura de sus labios, pero fue el índice de Iori el que hizo contacto con el hueco del mentón que se perfilaba bajo la boca. Ben observó a Iori y pensó en lo equivocada que estaba.
- No es que no sepa qué quiero, sino que quiero muchas cosas y algunas de ellas son incompatibles entre sí- sonrió en dirección a Iori y apartó la mirada hacia el plato con el guiso que acercó al medio de la mesa-. He creído en cosas durante mucho tiempo, pero ahora...- agarró una cuchara-. Ahora veo las cosas de otra manera.
La mano de la mestiza bajó hasta apoyarse en la mesa con el vaso sin tocar. Miró sus ojos verdes con seriedad. Y tardó en hablar.
- Dime Ben, ¿lo sientes? ¿Sientes el peso de lo que está por venir? - hacía unos días. Él sentado en la silla hablando con ella-. Pues apártalo de tu cabeza. No merece la pena darle vueltas a las cosas que pueden cambiar - parafraseó la mestiza usando unas palabras que habían quedado grabadas a fuego en su cabeza.
Dejó que la cuchara se escurriera entre sus dedos mientras observaba su mano aferrada al vaso. Recordaba haberle dicho, exactamente, las mismas palabras. ¿Cuánto hacía de aquello? Quizá un par de días, pero parecía una vida. Tenía razón y sin embargo era incapaz de comprender que su vida, hasta ahora, había sido motivada por una mala interpretación de su destino. Quiso imitarla cogiendo el que le correspondía. Miró el líquido rojo que había en su interior y los efluvios del licor llegaron por encima del de los platos de comida.
- Tienes razón- hizo una pausa para girar el contenido en el interior del vaso-. El destino está escrito, no podré hacer nada para cambiarlo- alzó el vaso a media altura-. Lo que pasa es que lo he interpretado mal toda mi vida y eso me hace pensar. Demasiado- sin previo aviso apuró el contenido del vaso de un trago. Cerró los ojos dejando que el ardiente brebaje le rasgara el interior. solo los abrió cuando el calor comenzó a remitir-. ¿Cómo hacer que algo que has convertido en tu vida desaparezca? ¿Cómo puedo yo encarar mi verdadero destino cuando mi mala interpretación me ha llevado al punto en el que estoy? Iori- la interpeló directamente y la miró con expresión relajada-, ¿me protegerás de mi mismo?- preguntó una vez más.
Observó como el héroe bebía de un trago y eso la animó a apurar el vaso que había servido para ella. Notó como la sensación de ardor en la garganta la estremecía, y respiró superficialmente mientras aguantaba la sensación de fuego recorriendo su cuerpo. Las palabras del héroe dejaban entrever unas reflexiones más profundas de lo que era capaz de expresar. Los ojos azules se mantuvieron enganchados en los verdes.
- Tu cuerpo. Pisoteado. Hecho pedazos en algún trozo de tierra en dónde se libró una batalla. Lo diste todo pero no fue suficiente. Tú, como miles antes, terminarás en el frío suelo por una promesa de gloria futura- lo había pensado cuando él lo dijo pero había bloqueado el rechazo sentido. Decirlo ahora ella, mientras lo miraba allí sentado, frente a frente. Cálido. Vivo. Hizo que le hirviese la sangre. Golpeó con el puño la mesa, haciendo que las jarras de cerveza derramasen un poco por el borde. Sango arqueó las cejas-. ¿Tienes idea de cuánto he odiado eso cuándo lo has dicho? - habló en voz baja-. ¿Saber que ese era tu anhelo? ¿Morir de esa manera? Morir...- se detuvo y parpadeó. Notó la humedad en los ojos y se sorprendió de lo poco que controlaba sus emociones-. Los pasos que has recorrido te han traído hasta aquí el día de hoy. Pero nada de lo que está a tu espalda te obliga. Nada controla tu futuro excepto tú mismo. ¿Quieres dejar la vida de guerrero a un lado? Solo puedo alegrarme por ello. ¿Protegerte de ti mismo? Yo...- bajó la vista. Pensando una vez más de que ella no era digna de compartir si quiera plato y mesa con él.
La dureza de sus palabras recriminándole el egoísta deseo de su particular destino no le cogió por sorpresa. ¿Acaso no había sido aquel el motivo principal de demorar lo que había sido inevitable entre ellos? Pero la atracción era tan fuerte...
- Lo siento- dijo mirando a sus ojos y luego bajándolos-. No es algo que desee. Es algo que creo, que creí destinado para mi. Pero lo que siento ahora, en los últimos tiempos, es distinto. Siento que hay un nuevo camino para mi. Sí quizá discurra paralelo por la vía que venía haciendo hasta ahora, pero, al final siento que se aleja y se abre un nuevo horizonte. En ese camino, desde luego, no estoy solo.
Apartó el vaso hacia un lado y estiró la mano para alcanzar la cerveza. La comida había pasado a un segundo plano. Olía tremendamente bien, pero la bebida era mejor para soltar la lengua. Quizá no para tener las ideas claras y poder expresar mejor lo que sentía, pero sí para soltarlo todo. La mestiza observó el vaso vacío y tomó con cuidado la botella de licor. La inclinó de nuevo y llenó ambos vasos, despacio. El destilado tenía un sabor muy agradable.
- ¿Quién te acompaña?- preguntó intentando sonar casual. Imprimiendo en su pregunta el más puro deseo de querer saber.
Ben, que seguía los movimientos que hacía Iori con la botella, contempló como recuperaba su verticalidad. En su interior el líquido bailó de un lado a otro, pero rápidamente volvió a un estado de calma perceptible, quizá, en el interior, bajo el nivel, todo siguiera agitado.
- Tú, naturalmente.
El hechizo cayó poco después cuando se perdió al doblar la esquina, fue en ese momento cuando Ben cayó en la cuenta de que se había alejado de él y no había hecho nada para impedirlo. Pero lo más curioso de todo era que no se le borraba la sonrisa de la cara.
- Oh- acertó a decir antes de ponerse en marcha con paso lento.
Sí, seguía sonriendo por la intensidad con la que vivía con la mestiza. Seguía sonriendo porque aún resonaban sus palabras en su cabeza, aún sentía el calor de su cuerpo en su piel, la calidez de su ser con solo su presencia. Suspiró. Eran demasiados momentos los que les habían robado, momentos intensos, pero que quedaban cortos, escasos. Quizá, se dijo, lo ideal sería concatenar momentos y convertirlos en días, semanas, meses, estaciones, años, lustros. Quizá, una vida.
Cuando tomó un paso de distancia consigo mismo, se descubrió al trote, sus ojos buscaban sin descanso, bailaban de un lado para otro buscando su figura. Se detuvo al llegar a la plaza, abrumado por la cantidad, ingente, de sensaciones que allí había. Y entonces sus ojos se detuvieron. Solo fue un parpadeo, pero supo enseguida hacia dónde tenía que dirigir sus pasos. Confiado, convencido, caminó siguiendo su traza.
Dejó tras de sí todo tipo de miradas, curiosas, divertidas, burlonas, incluso preocupadas. Bailó entre la muchedumbre, dando un paso a un lado en el momento adecuado, deteniéndose cuando era preciso o apartando cuando era requerido. Todo para impedir perderla de vista.
Y cuando todo el mundo gritó al unísono y la música paró, ella encontró el lugar. Un pequeño rincón en mitad del mundo reservado y al que Ben se asomaba entre el mar de aplausos y vítores. Ladeó ligeramente la cabeza mientras evidenciaba una respiración agitada pero contenida. Entonces ella se giró y le encaró con una sonrisa dibujada en la comisura de sus labios. Como si ella, al igual que él, también deseara aquel reencuentro. Era tan grande lo que se decían que ambos dieron un leve paso para acortar la distancia y gritarse más de cerca. Los aplausos cayeron y el murmullo de la plaza lo inundó todo a su alrededor.
- ¿Tienes frío?- dijo ella estirando los brazos hacia él.
Sus manos no hicieron contacto directo con él, en su lugar se cerraron en la tela de la capa. Sus manos, buscaron, torpemente, abrir los cierres que ella le había visto ajustar hacía ya un rato. En otra plaza. En su primer encuentro de aquella noche. De alguna manera, pese a sus lentos y torpes movimientos, consiguió soltar uno de ellos. Dos voces sonaron por encima de todo.
"El Sol es la luz del mundo,
me inclino ante su designio divino"
me inclino ante su designio divino"
Y lo repitieron una vez más. Ben no apartó los ojos de ella. Y otra vez. Iori no apartó los ojos de él. Y cuando las voces se apagaban y el vibrar de una cuerda parecía llegar a su fin, Ben sintió como las palabras hacían efecto en él, como si una presencia mucho mayor le echara un cálido manto por sobre los hombros. Notó, entonces, la inminente explosión. Sango cogió las manos de Iori y las encerró entre las suyas.
- Iori, ¿estás lista?- preguntó con una gran sonrisa.
Era la misma pregunta que le había hecho antes de llevársela al agua con él. Había sido, en un principio, una tremenda estupidez pero les había regalado uno de esos momentos robados de los que tanto estaba disfrutando en los últimos días. Los tambores irrumpieron con su fuerte estruendo. Ben abrió la boca y cuando la gaita se alzó por encima del resto de instrumentos, un estado de exaltación se hizo con el control de plaza.
A su alrededor bailes de las más distintas y variadas formas tomaron el control de la plaza en la que la rítmica melodía de la canción que estaban interpretando los músicos daba pie a todas aquellas formas de expresión. Para Iori y Ben, por supuesto, no iba a ser menos.
Sango se separó medio paso y tiró levemente de ella mientras saltaba al ritmo de la música y agitaba la cabeza con hacia delante y hacia atrás. Sus brazos se movían de igual manera, sin soltarla, arriba y abajo. Los saltos iban acompañados de movimientos de pies que que acompañaban la música. La risa también formaba parte de la música y él se encargó de contribuir con su parte. Se alejaba de ella sólo lo que su agarre les permitía y volvían a acercarse casi chocando el uno con el otro.
Y de repente, la música de la gaita y de la zanfoña desapareció para que las voces se alzaran de nuevo sobre un tambor que hacía vibrar todo a su alrededor. Sango, jadeante y sonriente, soltó a Iori y terminó por desabrochar la capa que, con un ágil movimiento, colocó entre ambos y tiró en el suelo cayendo con contundencia al suelo, como solo sabía hacerlo un trozo de tela mojada. Ben, sin dar tiempo a estudiar el comportamiento de la tela mojada, caminó en círculos, en torno a la capa y extendió la mano hacia ella.
Sus dedos se encontraron, y luego las palmas y luego el agarre. Y cuando los instrumentos volvieron a tomar protagonismo del entorno, ella fue quien tiró de él. Ben, desequilibrado y sorprendido dio un paso hacia ella para no perder el paso, ella saltó a un lado para esquivarle pero estuvo a punto de perder la verticalidad si no fuera porque Ben tiraba ahora de ella. Sango rio, divertido, encantando con el baile, con quién lo compartía con cómo lo estaba pasando. Ambos se enzarzaron en una suerte de juego en el que se replicaban los tirones de brazo mientras giraban sobre sí mismos, cambiaban de manos y se enganchaban con los brazos a la altura del codo. Se separaban y se buscaban al instante siguiente. Y vuelta a empezar.
Un cambio en la música se hizo notable. Ben se clavó en el sitio dejándose llevar por aquel vaivén. Cerró los ojos y lo siguió con la cabeza, los brazos, los hombros, el torso, la cintura. La gaita, que era el instrumento predominante, y una voz grave que sonaba por encima de los agudos del instrumento, mecían sus sentidos con el constante ir y venir, casi haciéndole entrar en una suerte de trance. Al abrir los ojos, la húmeda cortina roja ante sus ojos le hizo ver que ella estaba junto a él.
Sus brazos la rodearon por completo y se cogió de las muñecas a la altura de su cintura al mismo tiempo que sus manos se posaban primero en los hombros y luego buscaron su nuca. Un tambor seguía marcando el ritmo para dar paso a una flauta que no sirvió para apaciguar sus agitadas respiraciones, sí para acercarlos aún más. Sus ojos siguieron hablando, ajenos, incluso, al contacto que había hecho sus frentes.
El calor de Ben, la suave humedad del sudor en la piel de su frente, su respiración acelerada y la felicidad en el brillo de su mirada. Ella se dejó invadir, cedió sin darse cuenta, dejando que fuese él quien ocupase el terreno hasta entonces vacío de su corazón. Aquel baile había sido como si nunca antes hubiera bailado. Nunca con nadie como él. Y él notó el cambio. Notó como estrechaba el contacto, como se pegaba a él, como, incluso al estar pegados, no era suficiente.
- Has entrado en calor- murmuró acariciando con su respiración la boca del Héroe.
El agua de la fuente, el sudor del baile, podría ser impedimento para muchas cosas. No para ellos. El seguir húmedo no importaba. No mientras sus ojos siguieran buscándose. No mientras el aire entre ellos siguiera siendo un obstáculo que vencer. La música, que había pasado a un plano secundario desde que se habían aferrado el uno al otro, dio paso a un estallido de aplausos y alabanzas a los músicos que quedaron eclipsados cuando Iori buscó estallar en la boca de Ben. El primer contacto, fue un breve choque de labios que pronto se abrieron para dar paso a su ímpetu, a su cariño. Ben la estrechó con fuerza contra él, todo lo que pudo, mientras sus lenguas, ya conocidas, bailaban al compás de la música que marcaban sus corazones.
Un beso que supo como ninguno antes. Las ganas, la pasión que se demostraban en el beso, en la forma de abrazarse, de agarrarse, de mirarse. La violencia y la ansiedad que pudiera haber existido en sus anteriores encuentros era un vago recuerdo que sus músculos ni siquiera querían recordar. Las manos de Iori buscaron el cuello de su camisa azul y cuando sus dedos tocaron la piel del soldado una voz se escuchó por encima de toda la algarabía que se escucha en la plaza.
- La pareja ganadora del concurso de baile es- un redoble de tambores se alzó por encima de todo-. ¡El caballero de la camisa azul y la dama del vestido blanco!- los aplausos atronaron sobre sus cabezas.
Iori se separó de los labios de Ben cuando percibió la marea de gente rodeándolos. Se aferró con fuerza a sus manos sin entender qué sucedía, cuando notó como muchos brazos tiraban de ellos para arrastrarlos a un zona muy bien iluminada con una pequeña tarima desde la que los músicos habían tocado. Ben, que era incapaz de apartar los ojos Iori, trataba de darle una explicación razonable a lo que estaba pasando. Todas la miradas, los aplausos, las buenas palabras. Todo ello formaba parte de otro robo. Otro momento robado. Suspiró sin dejar de aferrarse a Iori y mientras eran arrastrados, trató de pegar su cara a la de ella todo lo que pudo.
- Estoy cansado de que nos interrumpan- confesó.
La mestiza lo aferró con más fuerza cuando los colocaron en lo alto, de modo que toda la plaza pudo verlos bien mientras aplaudían. Ben dibujó una falsa sonrisa para agradecer a la gente la atención que ponían en ellos aún sin comprender muy bien de qué iba todo aquello.
- ¡Ha sido un espectáculo veros!- elogió el músico con la zanfoña bajo un brazo aplaudiendo sonoramente.
Ben notó la incomodidad de Iori cuando se arrimó más contra él y sobre todo al ver la sonrisa forzada que tenía dibujada en el rostro. Unas figuras se acercaron por los lados de la tarima mientras el presentador o el maestro de ceremonias, o el título que gustara, pedía calma a los celebrantes con las palmas de las manos hacia abajo y moviendo los brazos ligeramente de arriba a abajo. Las figuras cargaban con unas tupidas coronas de flores y se detuvieron a su lado. El presentador se aclaró la voz.
- Os coronamos como rey y reina de la noche, y os hacemos entrega de esta caja llena de productos!- anunció el presentador del evento pidiendo, nuevamente, el aplauso de la gente.
La visión de tan elaborado adorno captó la atención de la mestiza que al tener las flores delante ensanchó la sonrisa de manera auténtica. Ben se sintió interpelado por una mujer que le obligó a inclinarse hacia delante para que le colocara la corona de flores mientras desde el público les pedían que volvieran a bailar. Sango recibió la corona y al alzarse paseó la vista por el numeroso público que había allí frente a la tarima gritándoles, aplaudiéndoles y silbándoles. Se irguió aún más si era posible y luego giró la cabeza para posar sus ojos en Iori a la que sonrió ampliamente.
- Nos piden bailar- señaló la obviedad de los gritos que les dirigían-. ¿Debemos hacerles caso?- preguntó
Los ojos de la mestiza se clavaron en él y tardó unos instantes en reaccionar a su propuesta. Ella, entonces, miró al público, que jaleaba y aguardaba, expectante, la decisión de la morena a la invitación de Ben. Su mirada, cargada de decisión y determinación sirvió de preludio para acortar la distancia con él, agarrar camisa azul, húmeda, sin cuidado alguno y, con premura, tirar de él hacia abajo para besar a un Sango completamente desprevenido pero que se aferró a su boca con la misma determinación con la que lo había mirado hacía un momento. Pero por encima de la pasión, del deseo, había algo más en la forma en la que Iori rozaba con su boca la de Ben.
Había un primitivo deseo de ser vistos, de evidenciar, a ojos de todos, lo que habían hecho prácticamente a escondidas. Deslizó con fuerza la lengua dentro de él mientras su mano se volvía de hierro en su nuca. Las manos de Ben se aferraron a su cadera. Aquello era un grito en un beso. Un grito que clamaba que el pelirrojo, aquella noche, solo estaría con ella. Apenas unos latidos que se alargaron para ambos entre los estruendosos vítores y aplausos del gentío que se tomó aquello como una provocación. La mestiza se separó de él y no lo miró.
- Nosotros tenemos que irnos, pero el premio será repartido en una nueva ronda de baile. ¡Que no pare la música! - alzó la voz con el último grito antes de tomar a Sango de la mano y abrirse paso entre los músicos que había en la parte trasera del improvisado escenario.
Los gritos estallaron tras ellos y apenas avanzaron unos pasos cuando la música del tambor y la luz tenue los acompañó mientras Iori guiaba a ambos sin dirección concreta. Solamente alejándose de aquel lugar. Arrastrado por su firme agarre Ben clavó los ojos en cómo abría camino para ellos. Cuantas cosas tan distintas había vivido en tan corto periodo de tiempo. Todo junto a ella.
Se alejaron lo suficiente antes de que sus miradas volvieran a reencontrarse y el espacio que había entre ellas empezara a vibrar con intensidad. La calle aledaña a la plaza del baile estaba más calmada aunque igualmente concurrida. La música lejana ambientaba una zona llena de tabernas de distinto tipo que servían comida dentro y fuera del local, aprovechando la fiesta del pan y que ese día no había llovido.
- ¡Mi señor! ¡Mi señora!- llamó una voz a su lado-. ¡Mi reina y mi rey del baile! ¡Olvidaron sus ropas!- un hombrecillo con los mofletes colorados cargaba con su capa y con las botas de ella.
Iori apartó la vista de Sango y observo al hombre llegar hasta ellos. Sonrió por educación y tomó lo que el portaba en sus brazos.
- Que cabeza, estaba distraída con otras cosas, ¿sabe? Gracias por su amabilidad- respondió antes de girarse de nuevo, con las botas y la capa de Sango sujetas contra el pecho.
- Gracias, buen hombre- dijo haciendo una ligera reverencia-. Tome una nuestra salud- dijo lanzándole una moneda.
Vio como el hombre cogía la moneda y la observaba al tiempo que ensanchaba la sonrisa. Ben se giró hacia Iori y alzó las cejas. Le sonrió. Tras el baile, tras el premio, el cuerpo de la mestiza se había vuelto a quedar frío. Ben lo notaba, podía verlo, podía sentirlo. A él le pasaba lo mismo. No debían quedarse mucho tiempo parados.
- ¿Buscamos un sitio para calmarnos? ¿Para calentarnos? ¿Quieres comer algo? Quiero decir…- meneó la cabeza y guardó silencio. Pensando en los dobles sentidos que podían tener todas aquellas preguntas.
- Me gustaría parar en algún sitio y...- hizo una pausa dramática-. Calmarnos. Calentarnos. Comer algo- calcó sus palabras una a una mientras ensanchaba su sonrisa-. Pero antes, no pretenderás seguir caminando descalza por aquí, ¿verdad? Ven, déjame que te ayude- pidió Sango que le cogió las botas antes de hincar una rodilla en el suelo-. Apóyate en mi, ¿eh? Que no se diga que un rey no trata bien a su reina- se rio de su propio comentario.
Iori, sin embargo, intentó negarse. No quería aquello, no quería que él la ayudara. No en aquel lugar. Pero las manos de Sango tenían poder sobre ella. No pudo negarse. Se detuvieron cerca de una fachada y los ojos azules observaron cómo se arrodillaba. Pasó sus manos por sus frías piernas y las frotó con intensidad para darles algo de calor. Miró las heridas y moratones en las piernas y contuvo un suspiro. Sacudió la cabeza y mientras pensaba en el terrible error que había sido meterse en la fuente, sus dedos abrieron una bota y se le ofreció al pie izquierdo. Se la ofreció al pie izquierdo.
Él no lo supo entonces pero ella asoció ese movimiento con un fragmento de su pasado más reciente. Recordó esos dedos abriendo otra cosa. El húmedo camino de su interior, la noche pasada. Su mirada ardió con fuego mientras se apoyaba con las dos manos sobre los hombros de Ben. No para mantenerse en pie, como comprendería más tarde, sino para acercarlo más a ella en aquel gesto. Lo hizo despacio, casi al despiste, y cuando la primera estuvo colocada Iori buscó su mentón. Ben sonrió mientras sus dedos comenzaron acariciar sus barba, sus mejillas. Eran gestos suaves, delicados, pero que tenían la clara intención de atraerle. En aquella posición. De aquella manera. La mestiza se recostó ahora contra la pared mientras veía los ojos verdes de Ben brillando a la altura de su cadera. Justo a la altura que cubría la camisa que ella llevaba a modo de vestido corto. Estaba tan cerca que la hizo arder por dentro imaginarse cómo sería si él escondiera la cabeza entre sus piernas.
Se afanaba en su tarea de intentar ponerle la otra bota, pero la reina del baile tenía otros planes que consistían, básicamente, en impedir que el rey del baile cumpliera tan importante tarea. Divertido con el pensamiento, sonrió y alzó los ojos. Su cabeza, ligeramente ladeada, hacía que su cabello cayera sobres su hombros y parte de él sobre su rostro. Tras el velo, dirigía sus entrecerrados ojos hacia él. Distinguía un tenue brillo en ellos que le cortó la respiración. Su boca, ligeramente abierta, permitía el paso del aire que inflaba el pecho de la morena y que hicieron que Ben apretara los dientes. Sus caricias, ahora, quemaban. Ben, completamente ido, se descubrió aferrándose a la bota con fuerza.
Sus ojos hablaban. Lo llevaban haciendo casi desde el primer momento. Ella, seguro, podía ver la sorpresa, quizás algo de confusión, también el creciente deseo y la contención, todo ello era lo que gritaban sus ojos. Y estaba seguro que ella podía, con solo ver sus ojos, entender todo aquello. Ben tragó saliva y apartó la mirada para centrarse en el brazo, en sus dedos que invitaban. Besó por encima de la muñeca el brazo de Iori y se obligó a bajar la mirada hacia la bota. Lejos de calmarse, su respiración se agitó. Se tenían tan cerca. Se deseaban con tanta intensidad. Se debían tantos momentos. Vació los pulmones con soplido antes de alzar la pierna derecha y apoyar la rodilla en su hombro. Ben sintió que perdió el control por un breve instante y se descubrió pegando la mejilla a su pierna. Soltó aire y miró su pie derecho antes de ver que sus brazos, ajenos al ardiente caos que era su cabeza, ponían algo de sensatez en sí mismo.
La tarea estaba completada, la reina tenía sus pies a salvo del frío y la suciedad del suelo, sin embargo, las manos del rey seguían tratando de mantener caliente las piernas de su reina. La música, ahora, ayudaba a distraerse de las caricias que se daban mutuamente. Sus manos se aferraron al pelo de su nuca y las de él subieron por sus piernas hasta posarse en su cintura. Ben posó la frente en el vientre y aspiró aire lentamente. Sentía sus finos dedos masajeando y tocando allí donde alcanzaban. Suspiró lentamente, incapaz de relajarse.
- Iori- jadeó-, Iori...- apretó la cintura y se levantó sin apartarse ni un solo palmo de ella-. Calmarnos. Calentarnos. Comer algo- le susurró al oído.
La excitación que se filtró en su voz la hizo pensar en algo que se contradijo con sus acciones. Ben estaba entre ella y un muro, una vez más. Esa noche, sin embargo, no llovía y él con sus palabras decía una cosa pero estaba pidiendo calma, contención. Ella rozaba el punto de no retorno: si él no detenía aquello, ella no lo haría tampoco. Entre ellos, latía, con fuerza, una promesa. Un plan de futuro. Aunque fuera a muy corto plazo. Ben lo sintió como el comienzo de algo, como si con aquel gesto hubiera alzado, por vez primera, la cabeza y hubiera visto que tras los primeros pasos en el camino, más allá, a lo lejos, había algo a dónde podían llegar. Se abrazó fuerte a él, pegando el rostro en la dirección en la que sus labios habían susurrado a su oído.
- Yo también…- comenzó a explicarse, con la voz llena de deseo mientras su cuerpo se movía contra él-. Yo también siento lo mismo. No hay nada que desee más en el mundo que a ti- confesó, parafraseando lo que él le había dicho en la taberna. En brazos de Ben era capaz de olvidar todo. Su dolor, su locura, incluso, la venganza que buscaba y por la que Zakath había estado a punto de romperle la pierna aquella misma mañana-. Dioses, siento que me vas a romper en mil pedazos.
Escuchó con atención sus palabras, y dejó que llenaran su cabeza y lo removieran todo hasta el punto de embotarle los sentidos. Era la primera vez que lo escuchaba tan claro de sus labios. Incapaz de replicar lo único que supo hacer fue abrazarla con más fuerza aún, como queriendo mostrarle que entre sus brazos no se partiría, que encontraría, siempre, un refugio seguro al que poder volver siempre que quisiera. Unos brazos que podía considerar un hogar. Abrazados permanecieron un buen rato, ajenos al resto del mundo, a la música, a las conversaciones, a la fiesta, a miradas, a todos. Porque, en la inmensidad de Lunargenta, solo existían ellos dos, el resto de personas eran actores secundarios, espectadores, en la obra que ambos protagonizaban.
- Hay sitios que tienen buena pinta por aquí- rompió el silencio. Un acto, sin duda, cruel, pero debían ponerse en marcha-. Vamos a echar un vistazo, con suerte, encontraremos algo.
Ben se maldecía por ello porque era consciente, en realidad, ambos lo eran. Habían sido testigos del tremendo esfuerzo que supuso para Iori evitar deslizar su mano dentro del pantalón de Ben para buscar dentro. Su respiración tardó mucho más que la del guerrero en acompasarse, lo que la hizo sentir algo incómoda por las ganas acuciantes que tenía de él. Asintió cuando se hubo calmado lo suficiente. Se deslizó a un lado cortando el contacto con él y echó a caminar con paso lento esta vez. Ya no quería huir. Quería compartir con él.
- Yo no tengo apetito, pero te acompaño.
El escaso espacio que apareció ante sus ojos evidenciaba el escaso margen que le había dado a Iori. La cerilla había estado tan cerca de la yesca que podían haber desatado un incendio que se les podría haber descontrolado en cualquier momento. Y pese a haber estado tan cerca de prender la llama, el pequeño espacio entre él y el muro se llenó de un frío helador que le golpeó con tal violencia que se quedó allí paralizado, contemplando las juntas entre las piedras, el mortero que las mantenía unidas. Pensó, entonces, en el tiempo que llevaba allí ese edificio, pese al paso del tiempo, pese a las inclemencias que los cielos lanzaban a la tierra, pese al constante ataque del viento y la sal del mar, pese a todo, allí seguían. Eran, se dijo, un gran ejemplo. Las piedras, como todo en la vida, se desgataba, pero cuando sus caras encajaban, podían permanecer unidas por más tiempo que la vida de un hombre. Mucho más.
Giró la cabeza hacia ella, que le esperaba, dispuesta, a seguir el camino con él. Verla en aquel preciso instante algo en su interior vibró con intensidad. Era una mezcla de muchos sentimientos que se manifestaban en un fuerte deseo de seguir a su lado, quería compartir todo lo que él era, ansiaba por saber más de aquella mujer que tanto bien le hacía, sin embargo, tenía un problema. No sabía cómo hacerlo y aquello le avergonzaba. ¿Qué clase de persona era? Sabía qué hacer cuando alguien atentaba contra su vida, pero no sabía cómo decirle a la persona que más quería, cómo era él mismo. O quizá sí, pero le aterraba su reacción. Meneó la cabeza.
- Por mucho que me guste el muro- se obligó a ensanchar la sonrisa-, creo que será mejor ir a ver de dónde vienen esos maravillosos olores- se alejó del muro y fue con ella-. ¿Quieres que te eche la capa por encima? Lo creas o no, sigue funcionando- dijo echándole un brazo por encima de los hombros sin apartar la miradas de ella.
La mestiza era extrañamente consciente de los pasos que daba en la calle. Calzada por él. La última persona que había hecho algo similar había sido Zakath. Y pronto había dedicado un par de tardes para enseñarle cómo vestirse y desvestirse a ella misma. Cuando tuvo la edad suficiente como para aprender por imitación. La excitación seguía moviéndose bajo su piel, pero trató de desviarla a otras cosas para no estropear nada. Para seguir con él aquella noche, a su lado. Merecía la pena controlar su instinto.
Lo miró sonreír de aquella manera. Ya sentía familiar aquella expresión en él. Seguro de si mismo, curtido en mil batallas. La confianza que tenía en él la hacía pensar que no había nada que pudiera hacer para hacerlo temblar. Titubear. Aturdirlo como él hacía con ella. Recordó entonces que ella era una simple campesina. Él, el Héroe.
Pero le devolvió la sonrisa alejando de su mente la idea de que no merecía caminar a su lado. Esa noche sería temeraria y egoísta. Daría sus pasos al lado de Ben hasta que él se alejase por su propia cuenta. Se situó a su lado y deslizó el brazo para rodear la cintura del pelirrojo, estrechando el contacto entre ambos.
- ¿Funcionando? ¿Esa calidez es constante en ella?- preguntó apoyando la mejilla contra su pecho y la mano libre posándola en su abdomen. Cerró un instante los ojos, concentrada en escuchar el corazón de Ben bajo la camisa-. Creo que podemos compartirla- aventuró ampliando la sonrisa. Recordando que la noche anterior, lo último que había escuchado antes de quedarse dormida sobre él había sido justamente aquello.
- Hmm, sí, creo que podemos compartirla- le cogió la capa de las manos y con algo de imaginación consiguió echársela a ambos por encima-. Sí, el efecto funciona: da calor o da frio según la sensación de, bueno, de frío o calor que uno tenga- sonrió sin ser capaz de entrar en más detalles. Realmente no sabía cómo funcionaba.
Quizá no había sido la explicación que esperara, pero la menos parecía servirle como demostró su asentimiento. Recordó su comodidad la tarde en casa de Max, el Campeón. La noche en la que él hizo guardia a los pies de la cama. ¿Lo vería como una forma de estar con él pero sin él? No le dio más vueltas. Sus pasos se acompasaron y él estrechó el agarre dejando que la capa, poco a poco, calentara sus cuerpos. Aunque Ben creía que, realmente, la calidez que sentía, se debía a ella. Su rostro se relajó y disfrutó del paseo, observaba a la gente pasar, felices, sonrientes, cantando. Aferró con firmeza a Iori
- Me apetece algo fuerte- comentó deteniéndose para dejar pasar a un grupo que iban cantando y deambulando de un lado a otro-. No tanto como para llegar a ese punto, también quiero saborear la comida- comentó entre risas. Iori, tras echar un rápido vistazo al grupo, alzó la cabeza para mirarle.
- ¿Llegar a ese punto? No, Dioses, seguro que nadie quiere comprobar cómo canta el Héroe cuando alza la voz- ella volvió a apoyar la mejilla en su pecho, correspondiendo a la fuerza que hacía el brazo de Sango sobre sus hombros en la manera que ella estrechaba su cintura.
- ¿Qué te parece aquel?- preguntó señalando un establecimiento con puertas abiertas y no demasiado abarrotado. Ben que había sonreído con el comentario de Iori, caminó hacia donde había señalado.
Sus pasos les condujeron a la entrada de aquel establecimiento al que echaron un vistazo mientras Iori añadió un comentario a su anterior intervención.
- Bueno, lo que realmente no queremos es escucharme cantar. Te aseguro que no es uno de mis dones. Siempre se me dio mejor bailar- explicó antes de detenerse con él delante de la taberna que había escogido.
Ben sonrió mientras observaba con curiosidad el interior de la taberna. Desde fuera, los acabados parecían lujosos y bien cuidados. La madera se veía favorecida por las luces de los candiles y de las llamas de las antorchas y del hogar de la chimenea que embriagaba el interior con un agradable olor a leña quemada aderezada con algún tipo de carne cocinándose. Ben tragó saliva.
- ¿Te gusta? ¿Entramos?- preguntó sin poder quitar los ojos del lugar.
- Huele a asado- y con aquel comentario zanjó toda duda.
Soltó la cintura de Ben para buscar su mano, y tomándola de él se internó llevando la cabeza en el local. El ambiente resultaba agradable, festivo pero sin ser excesivo. Había algo íntimo en la calidez de la taberna. Quizá propiciado de la suave elegancia, que daba un aire más exclusivo al lugar. Se detuvieron cerca del enorme fuego que ardía al fondo y ambos se miraron. Antes de poder decir nada, una muchacha joven, de una edad similar a la de Iori, se acercó con gesto pulcro hacia ellos.
- Bienvenidos a El Hogar de Skadi, somos especialistas en carne de caza. Esta noche contamos como platos especiales guiso de ciervo con castañas, perdices al horno con panceta y jabalí asado con verduras- Sango hizo una ligera reverencia a modo de saludo y se fijó en que Iori no le quitaba los ojos de encima.
La chica era atractiva, sin duda, pero Ben no veía nada más en ella. Ambos se miraron de reojo.
- De beber, ¿qué es lo más fuerte que tenéis?- preguntó, directa, volviendo a mirar a la linda camarera rubia.
- Sí- interrumpió Sango-, algo fuerte para que esta bella dama cante conmigo- una suave risa acompañó a sus palabras-. Un nombre muy apropiado si servís caza- hizo una leve inclinación de cabeza a modo de reconocimiento.
- Pues, quizá lo más fuerte que tengamos sea licor de frambuesa- dijo profesional la rubia.
- Perfecto- dijo Sango convencido-. Sin embargo, empecemos con algo más apropiado para la cena, ¿cerveza?- preguntó alzando las cejas.
- Por supuesto. Ahora, por favor, seguidme- la rubia giró y les guió hasta una mesa libre.
Su cabeza giraba de un lado a otro echando un rápido vistazo a su entorno, controlando de manera profesional que todos los comensales estuvieran bien atendidos.
- Es aquí. Pues si les parece, les sirvo las bebidas y así les damos tiempo para pensar en lo que deseen comer.
Iori alzó la mano e hizo el gesto que había aprendido en la taberna anterior de Sango. Vio el brillo de reconocimiento en los ojos de la chica. Cerveza para ambos. Ben alzó las cejas, sorprendido por el uso del gesto y lo bien que la rubia lo había entendido. Pese a su estado de sorpresa, no obvió que los ojos azules siguieron la figura de la camarera hasta que se alejó entre las mesas.
- Gracias- contestó Sango a la huidiza rubia-. Pues el guiso no me suena nada mal- dijo Sango sentándose-. Y la bebida tampoco- en aquel lugar no había bancos corridos. Eran todo sillas de madera labrada que los mantenía sentados en espacios diferentes. Sin posibilidad de contacto físico por accidente.
- Yo no tengo apetito- respondió. Ben notó que algo raro le pasaba.
- ¿Cómo no vas a tener apetito con lo bien que huele aquí?- preguntó Sango-. Solo con el olor ya se abre el estómago- añadió mirándole a los ojos-. Ya verás, te sentará bien.
Apenas tuvieron tiempo para acomodarse en la mesa cuando las bebidas llegaron en dos jarras con unas asas estilizadas. Había un dibujo en el lado opuesto al asa y una inscripción debajo. Ben, sin embargo, se giró hacia la mujer con la larga trenza rubia que les había preguntado.
- Un guiso de ciervo con castañas y unas perdices al horno con panceta, gracias- Ben hizo una ligera reverencia y no dio margen a que Iori interviniera-. No sabía que el gesto funcionara aquí también. ¿Conocías el lugar?- preguntó Ben posando sus ojos en la espuma que asomaba por el borde de su jarra.
Los ojos azules se abrieron evidenciando la sorpresa que sentía. Resopló cuando él pidió tanta comida, siendo consciente de que su capacidad para ingerir todavía no se había recuperado. Menos todavía con el estómago lleno de alcohol. La mestiza tomó la jarra entre las manos y la miró, fijándose en la inscripción y en el dibujo.
- Nunca estuve aquí- respondió fijándose en las letras que suponían un absoluto misterio para ella-. ¿Tú sabes leer? - lanzó la pregunta mirándolo directamente a los ojos.
El deseo que había estado a punto de esclavizarla se había disuelto por completo. En aquel momento, sentados cara a cara, Iori sentía el peso del magnetismo que tenía Sango para ella. Se sintió primeriza, casi novata. Sus ojos se posaron en la enorme jarra como si allí estuviese el camino que debía de seguir aquella noche. La alzó y bebió, dispuesta terminar todo su contenido para renovar el efecto del alcohol en su mente.
- No- respondió Sango tranquilamente-. Nunca lo necesité y no parece que vaya a hacerme falta en el futuro- dijo encogiéndose de hombros-. A mi me enseñaron a contar y a sumar y restar. Es importante para manejar los aeros- dijo esbozando una sonrisa-. Lo que vino después, bueno...
Agarró el asa de la jarra y se la acercó a los labios, sin embargo no bebió, solo olfateó el contenido y, satisfecho, la llevó al centro de la mesa.
- Por Odín, el padre de todo- brindó.
La sorpresa fue evidente en la cara de la mestiza, pero brindó de manera mecánica cuando él alzó la jarra. Estuvo cerca de pasar de largo la de Ben y dirigirla hacia el soldado por falta de reflejos, pero afortunadamente pudo corregir la dirección en el momento adecuado. Ben tras notar el choque, se llevó la jarra a los labios y dio un largo trago. Posó cuidadosamente la jarra en la mesa y se pasó la lengua por los labios.
- Es realmente buena- comentó.
- Imagino que Zakath tenía bien pensado qué habilidades eran adecuadas para nosotros y cuales no- murmuró volviendo a dejar el recipiente sobre la mesa-. Cuéntame Ben, ¿qué fue lo que vino después? preguntó mirándolo directamente a los ojos antes de recostarse cómodamente contra el respaldo labrado de la silla.
Cruzó las piernas debajo de la mesa y ladeó la cadera para tomar una postura más cómoda para ella. Todavía le dolían los golpes del entrenamiento con Zakath, pero consiguió controlar un respingo de molestia a tiempo. Nada de aquello
- A mi má y mi pá creo que no les importó si estudiaba o no. Si mi má necesitaba ayuda, iba a echar una mano en las tierras del señor, o iba con el ganado; si mi pá necesitaba ayuda, le apeonaba en la serrería- se encogió de hombros-. Luego en Lunargenta, en la academia tampoco hicieron mucho por enseñarme. Tampoco hice demasiado por aprender, las cosas como son- se cruzó de brazos sobre la mesa-. Zakath, bueno... Desde luego no sé qué pasó para que uno de los más afamados guerreros de nuestros tiempos perdiera el tiempo conmigo- esbozó una sonrisa-. Aprendí mucho de él. Era severo, pero- hizo una pausa para buscar las palabras adecuadas-. Sigo vivo.
Suspiró y clavó sus ojos en Iori. Dejó que el silencio se instalara entre ellos mientras pensaba en el interés que mostraba por él, por lo que vino después. ¿Después de cuándo? ¿De aprender con Rolf a sumar y restar? ¿De que su padre le enviara a Lunargenta a la academia? ¿De sus años en la escuela? ¿De sus servicio en la Guardia? ¿De cómo dejó la Guardia y se embarcó en aventuras que solo un loco acometería?
- ¿Después de qué? Podría contarte cosas sobre Cedralada; o quizá prefieras saber cómo llegué a Lunargenta; quizá no te interese nada de eso y quieras saber como mi nombre cogió tanto peso.
- Me resulta sorprendente- respondió Iori ignorando la última pregunta de Sango. Se inclinó hacia delante, sin apartar los ojos de él-. ¿Nunca te paras a pensar si es buena idea o no hablar con tanta sinceridad de ti? La gente ya tiene suficiente información de quien eres Sango. ¿Es tan fácil contigo? - enarcó una ceja. Se detuvo. Había vuelto a usar el nombre con el que todos lo conocían. Uno que significaba distancia y frialdad. Observó la jarra y apuró lo que quedaba, tragando con disgusto pero deseando que su efecto fuese inmediato-. Cedralada. ¿Naciste allí verdad? Y creo entender que tus padres están vivos ¿me equivoco?- volvió a dejarse caer con comodidad sobre la silla, tal y como estaba antes.
- ¿Por qué no iba a hablar con total sinceridad de mi mismo contigo?- bufó molesto-. La gente sabe lo que se le cuenta. A ti te cuento quién soy. ¿Acaso no me has preguntado?- preguntó, quizá, con dureza.
Le dolió que usara, otra vez, su mote. Nunca, nadie, antes, le había hecho daño con su propio mote. ¿Por qué ella sí? Sacudió ligeramente la cabeza y después de suspirar, sus facciones se relajaron, consciente de que estaba exagerando.
- Sí, nací y crecí en Cedralada. Allí viví hasta los trece inviernos, entonces, la Guardia pasó reclutando muchachos jóvenes para la Academia- agarró la jarra-. Sí, mis padres aún viven y siguen trabajando.
Ambos se miraron y Iori debió ver algo en su rostro porque se removió incómoda en la silla.
- Lo siento - fue lo primero que dijo. Pero no consiguió entender bien el porqué. Lo hizo como acto reflejo y la contrariedad se reflejó en su rostro.
- Yo... no voy a decepcionarte. No traicionaré tu confianza. Aunque me arranquen la piel a tiras, jamás contaré nada de lo que compartas conmigo. Aunque quizá es mejor dejar de compartir cosas juntos. De esa manera estarías más seguro. Hay pociones, ¿sabes? Quizá alguien consiga hacerme hablar en contra de mi voluntad. Quizá no sea buena idea que confíes en mí. De hecho, mejor no lo hagas- se atropelló soltando toda aquella frase sin pensar. Ben sabía que había algo que embotaba su mente. La contempló parpadear y observar la jarra, vacía-. ¿Echas de menos tu infancia en Cedralada? Imagino que para ti venir a Lunargenta fue una forma de obligarte a crecer - murmuró alzando los ojos hacia él-. No, ¡No! ¡no me respondas! Tus secretos no están a salvo conmigo. ¡Te protegeré!- apartó la jarra a un lado y dio un golpe decidido en la mesa, observándolo con la decisión ardiendo en sus ojos-. Te prometo que lo haré. Te protegeré...- cerró un instante los ojos y bajó la cabeza hasta que la frente tocó la superficie de la mesa-. Te protegeré de mí...- farfulló contra la madera.
El silencio se instaló entre ambos, él contemplaba su cabeza contra la mesa y le daba vueltas a sus últimas palabras. Aquel impulso nacía de un estado alterado de Iori, pero no podía estar seguro de si aquello era lo que realmente pensaba ella de su situación. Bebió de la jarra y sin posarla en la mesa, observó su contenido mientras hacía pequeños movimientos circulares.
- No necesito que me protejas de ti- dijo-. Necesito que me protejas de todo lo que no eres tú- frunció el ceño y acto seguido relajó la expresión-. Y eso me incluye a mi mismo.
La mestiza no alzó la cabeza. En cambio extendió la mano hacia delante, tanteando hacia Ben.
- ¿Eso es lo que quieres? - levantó la cabeza ligeramente, visualizando a Sango frente a ella. Detuvo la mano y la giró de palma hacia arriba, extendida delante de él. - ¿Que te proteja de ti mismo?
Miró su mano y siguió su brazo hasta llegar al hombro. Saltó a su cabello y lo atravesó para llegar a la cara y finalmente sus ojos. Paralelamente, había posado la jarra y extendía su mano hacia la de ella. Cuando sus dedos se tocaron, Ben, sin apartar los ojos de ella, asintió.
- Sí- contestó.
No estaba acostumbrada a aquello. Y la mente de Iori habló en voz alta haciéndoselo saber a él. Cerró los dedos sobre la mano del héroe entrelazándolos.
- Cuando me miras así me siento incómoda. Es como si nunca hubiera estado desnuda y fuese contigo la primera vez. Tus ojos me hacen sentir torpe, Sango- pese a que dijo su mote, no lo sintió como la vez anterior. Notó los dedos entrelazándose. Era evidente que ella no estaba acostumbrada a exteriorizar esa clase de pensamientos. La fuerza de sus palmas uniéndose pareció darle fuerzas para ello-. ¿Cómo quieres que te proteja? - se rio sin poder evitarlo-. Hemos tenido al mismo maestro pero sé ver la diferencia entre tus habilidades y las mías. ¿Protegerte de ti? - meneó la cabeza incrédula-. Si me dices cómo lo haré.
- Si supiera cómo hacerlo te lo diría- dijo pausadamente-. Pero no sé cómo. Sólo sé que hasta hoy, nunca, jamás, me habían pesado tanto las armas que traigo colgadas al cinto- confesó-. ¿Puede ser eso? No lo sé. No lo sé- repitió negando, levemente, con la cabeza.
La muchacha que los había atendido se aproximó con una gran bandeja de madera. Les sonrió con amabilidad y dejó en la mesa dos enormes platos humeantes. El aroma de la comida llenó el espacio entre ambos mientras dejaba también una botella con un color similar a la sangre.
- Un poco más de cerveza- pidió Iori señalando las jarras de ambos.
La joven asintió y se retiró con rapidez. La mestiza extendió la mano hacia los dos menudos vasos que acompañaban el licor de frambuesa e hizo a un lado el plato de comida. Ben seguía con los ojos sus movimientos. El aroma provocó que Sango apartara la vista hacia los humeantes platos. Los estudió durante un tiempo y valoró al cuál echarle el diente en primer lugar.
- No entiendo. Nada te ata. Nadie te obliga. ¿Por qué dudas en hacer lo que quieres? - extendió un vaso lleno hasta el borde hacia él y llenó otro para ella-. Has dado de ti a los ciudadanos de Aerandir lo suficiente como para llenar tres vidas.
Entendía lo que quería decirle pero ella a él no. Ben se encontraba ante una encrucijada. Su vida la había construido en torno a su interpretación del destino: una gloriosa muerte en combate. Quizá ser recordado como uno de los grandes guerreros de la historia. Sin embargo, el paso del tiempo, la madurez que había adquirido con los años, las personas que iban a apareciendo a su lado hacían que viera que otro futuro era posible. Quizá, quizá haya malinterpretado lo que me espera.
- ¿Hago lo que quiero o hago lo que quieren que haga?- descartó de inmediato, con un gesto, lo que acababa de decir-. Cuanto más pasa el tiempo, más cerca veo mis restos tirados en mitad de ninguna parte, pisoteados por decenas de pares de pies mientras algún señor del mal, algún servidor del caos o personas capaces de cualquier vileza- hizo una pausa para que la rubia dejara las cervezas en la mesa. Hizo ademán de sonreír para agradecer pero sus labios no se desdibujaron de la línea horizontal-. Lo he visto. Amigos, conocidos. Lo he visto- clavó los ojos en Iori-. Es cuestión de tiempo que me pase a mi también. Y no es lo que quiero.
- ¿Es lo que quieres?- su pregunta sonó impaciente. Como un látigo en el aire-. Dime Ben, ¿es eso lo que quieres?- su tono apremiante cuadraba con la demanda que había en su ojos al mirarlo tras la pregunta.
- ¿No morir en combate? Desde luego, no habría mayor honor y mayor gloria que formar parte de los einherjar de Odín- dijo con un brillo en la mirada, aferrándose a la idea de la gloria, pero su tono de voz no delataba entusiasmo-. No es lo que mi corazón desea, sin embargo.
Iori se deslizó para sentarse en el borde de la silla de manera que podía llegar con sus manos a él desde el otro lado. Tomó el pequeño vaso de cristal que había llenado con el licor de frambuesa y lo aproximó a su boca sin dejar de mirarlo.
- Creo que acabo de ver la primera debilidad del gran Héroe de Aerandir- sonrió de forma cálida-. Ni tú mismo sabes qué es lo que quieres, Ben - susurró ahora, como si fuese un secreto, para que solamente lo escuchasen ellos dos.
Detuvo el borde del cristal a la altura de sus labios, pero fue el índice de Iori el que hizo contacto con el hueco del mentón que se perfilaba bajo la boca. Ben observó a Iori y pensó en lo equivocada que estaba.
- No es que no sepa qué quiero, sino que quiero muchas cosas y algunas de ellas son incompatibles entre sí- sonrió en dirección a Iori y apartó la mirada hacia el plato con el guiso que acercó al medio de la mesa-. He creído en cosas durante mucho tiempo, pero ahora...- agarró una cuchara-. Ahora veo las cosas de otra manera.
La mano de la mestiza bajó hasta apoyarse en la mesa con el vaso sin tocar. Miró sus ojos verdes con seriedad. Y tardó en hablar.
- Dime Ben, ¿lo sientes? ¿Sientes el peso de lo que está por venir? - hacía unos días. Él sentado en la silla hablando con ella-. Pues apártalo de tu cabeza. No merece la pena darle vueltas a las cosas que pueden cambiar - parafraseó la mestiza usando unas palabras que habían quedado grabadas a fuego en su cabeza.
Dejó que la cuchara se escurriera entre sus dedos mientras observaba su mano aferrada al vaso. Recordaba haberle dicho, exactamente, las mismas palabras. ¿Cuánto hacía de aquello? Quizá un par de días, pero parecía una vida. Tenía razón y sin embargo era incapaz de comprender que su vida, hasta ahora, había sido motivada por una mala interpretación de su destino. Quiso imitarla cogiendo el que le correspondía. Miró el líquido rojo que había en su interior y los efluvios del licor llegaron por encima del de los platos de comida.
- Tienes razón- hizo una pausa para girar el contenido en el interior del vaso-. El destino está escrito, no podré hacer nada para cambiarlo- alzó el vaso a media altura-. Lo que pasa es que lo he interpretado mal toda mi vida y eso me hace pensar. Demasiado- sin previo aviso apuró el contenido del vaso de un trago. Cerró los ojos dejando que el ardiente brebaje le rasgara el interior. solo los abrió cuando el calor comenzó a remitir-. ¿Cómo hacer que algo que has convertido en tu vida desaparezca? ¿Cómo puedo yo encarar mi verdadero destino cuando mi mala interpretación me ha llevado al punto en el que estoy? Iori- la interpeló directamente y la miró con expresión relajada-, ¿me protegerás de mi mismo?- preguntó una vez más.
Observó como el héroe bebía de un trago y eso la animó a apurar el vaso que había servido para ella. Notó como la sensación de ardor en la garganta la estremecía, y respiró superficialmente mientras aguantaba la sensación de fuego recorriendo su cuerpo. Las palabras del héroe dejaban entrever unas reflexiones más profundas de lo que era capaz de expresar. Los ojos azules se mantuvieron enganchados en los verdes.
- Tu cuerpo. Pisoteado. Hecho pedazos en algún trozo de tierra en dónde se libró una batalla. Lo diste todo pero no fue suficiente. Tú, como miles antes, terminarás en el frío suelo por una promesa de gloria futura- lo había pensado cuando él lo dijo pero había bloqueado el rechazo sentido. Decirlo ahora ella, mientras lo miraba allí sentado, frente a frente. Cálido. Vivo. Hizo que le hirviese la sangre. Golpeó con el puño la mesa, haciendo que las jarras de cerveza derramasen un poco por el borde. Sango arqueó las cejas-. ¿Tienes idea de cuánto he odiado eso cuándo lo has dicho? - habló en voz baja-. ¿Saber que ese era tu anhelo? ¿Morir de esa manera? Morir...- se detuvo y parpadeó. Notó la humedad en los ojos y se sorprendió de lo poco que controlaba sus emociones-. Los pasos que has recorrido te han traído hasta aquí el día de hoy. Pero nada de lo que está a tu espalda te obliga. Nada controla tu futuro excepto tú mismo. ¿Quieres dejar la vida de guerrero a un lado? Solo puedo alegrarme por ello. ¿Protegerte de ti mismo? Yo...- bajó la vista. Pensando una vez más de que ella no era digna de compartir si quiera plato y mesa con él.
La dureza de sus palabras recriminándole el egoísta deseo de su particular destino no le cogió por sorpresa. ¿Acaso no había sido aquel el motivo principal de demorar lo que había sido inevitable entre ellos? Pero la atracción era tan fuerte...
- Lo siento- dijo mirando a sus ojos y luego bajándolos-. No es algo que desee. Es algo que creo, que creí destinado para mi. Pero lo que siento ahora, en los últimos tiempos, es distinto. Siento que hay un nuevo camino para mi. Sí quizá discurra paralelo por la vía que venía haciendo hasta ahora, pero, al final siento que se aleja y se abre un nuevo horizonte. En ese camino, desde luego, no estoy solo.
Apartó el vaso hacia un lado y estiró la mano para alcanzar la cerveza. La comida había pasado a un segundo plano. Olía tremendamente bien, pero la bebida era mejor para soltar la lengua. Quizá no para tener las ideas claras y poder expresar mejor lo que sentía, pero sí para soltarlo todo. La mestiza observó el vaso vacío y tomó con cuidado la botella de licor. La inclinó de nuevo y llenó ambos vasos, despacio. El destilado tenía un sabor muy agradable.
- ¿Quién te acompaña?- preguntó intentando sonar casual. Imprimiendo en su pregunta el más puro deseo de querer saber.
Ben, que seguía los movimientos que hacía Iori con la botella, contempló como recuperaba su verticalidad. En su interior el líquido bailó de un lado a otro, pero rápidamente volvió a un estado de calma perceptible, quizá, en el interior, bajo el nivel, todo siguiera agitado.
- Tú, naturalmente.
Sango
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Re: Nuevo camino [+18] [Privado][Cerrado]
A centímetros de tomar el vaso para beber de nuevo, Iori falló al agarrarlo entre los dedos. Lo que dijo la congeló, y la hizo temblar. Dos sensaciones opuestas y que se mezclaron dentro de ella. Buscó en su expresión, en su mirada la verdad de lo que había dicho. Volvió a intentarlo y ahora sí acertó en tomar el vaso entre los dedos. Lo alzó suavemente hacia el centro de la mesa sin apartar los ojos de él. Un brindis. Ben parpadeó lentamente y sus labios se curvaron hacia arriba. Cogió el vaso y sin la ceremonia de antes lo alzó en el centro de la mesa, esperando las palabras de Iori.
¿Qué iba a decir? ¿Lo había pensado si quiera? Fue un gesto para ganar tiempo, pero al final ella misma se había visto acorralada por su poca reflexión.
- Que los Dioses te protejan y guarden siempre tus pasos. Especialmente de lo que no te des cuenta que es malo para ti - pronunció despacio cada palabra, y al terminar rozó con un leve sonido el borde del vaso de Ben. Se inclinó hacia atrás y bebió. Hasta dejar de nuevo el vidrio vacío sobre la mesa.
Lo que es malo para ti.
Malo como por ejemplo la vida que él llevaba. Sango no era la única persona con una vida dedicada a las armas. Nunca le había importando cómo conducía cada persona su camino. La guerra, los combates eran una posibilidad más de las muchas que se podían adoptar. Esa noche, Iori ardía con una rabia oscura pensando en él de nuevo, en medio de un combate.
Rostros anónimos que no significaban nada para ella no suponían un problema. Pero no soportaba la idea de ver la sonrisa borrada de sus labios en medio de una lucha cruenta en la que debía de matar o morir.
Pero no era lo único malo a lo que el soldado parecía estar enganchado. También estaba ella.
Sus palabras le sorprendían porque no estaba preparada para escuchar algo similar por parte de nadie. Sin embargo no necesitaba que Ben la golpease con el poder de su voz. Podía ver claramente la conexión. El deseo entre ambos. Un flujo difícil de definir que los ligaba, haciéndolos sensibles el uno al otro. Buscándose, como se habían buscado en el baile hacía un rato.
De forma magnética.
Y aún así, sabía que ella no era la opción correcta para alguien como él. Una muchacha con los problemas que tenía ella para relacionarse con las personas. Acostumbrada a querer a nadie y de apetito ligero como el viento por toda persona que encontrase atractiva.
¿Como con Amärie? El simple recuerdo la hizo apretar los labios de disgusto. No, aquello había sido muy desagradable. No la elfa en sí, tan bonita y de buen aroma como cabía esperar. No. Lo que había estado mal fue que ella realmente no tenía ganas de aquel cuerpo ni aquella piel. No eran aquellos labios los que quería escuchar suspirar.
La imagen de Ben caminando en silencio, dándole la espalda atrapó su respiración llenando su pecho de angustia. El dolor que aquello le producía la seguía asombrando. Se frotó con los dedos por encima de la ropa, haciendo pasar el gesto por la molestia ante la quemazón del licor que acababa de beber. Y se concentró en él. En el Ben que tenía delante.
Con el brazo aún estirado, él parecía haber escuchado con mucha atención las palabras con las que ella había brindado. Se llevó el vaso a la boca y bebió lentamente la mitad del contenido. Posó el recipiente a un lado y miró a Iori. Luego al plato que tenían entre ambos. Luego a Iori. Alzó las cejas y con la cabeza hizo gesto en dirección a la comida. Era un gesto de ofrecimiento pero ella lo empujó, suavemente, en su dirección.
La carne emitía vapor por la temperatura de cocción. Tenía un aspecto soberbio, y solamente hacía falta mirar para saber que se deshilacharía con facilidad tirando simplemente de ella. No era fácil preparar carne de caza, pero comprendía porqué aquel restaurante la tenía como especialidad.
A pesar de los aromas que llegaban a ella y lo bien acompañada que estaba la carne con la guarnición que habían servido, el estómago de Iori se retorció, amenazando con soltar todo lo que tenía dentro solo de pensar en probar bocado.
La morena miró la botella pero en esta ocasión el gesto fue dubitativo. Tenía la boca llena del sabor de la frambuesa pero pensó que quizá había llegado al momento de parar de beber.
- Yo también me imagino otra vida para mí. Sabes cómo es Zakath. Él me encontró y me mantuvo con vida. Fue bueno, me enseñó prácticamente todo lo que sé. Y me transmitió la importancia de no poner el corazón en nadie. Las relaciones personales nunca han sido lo mío. Aunque... es verdad que las deseé de pequeña. Veía a las madres de la aldea con sus hijos. Los niños y niñas con los que me crié. Al atarceder siempre los esperaban. En casas pequeñas, humildes. Pero llenas de calor. Un calor que no se ve por ningún lado en el palacete de Justine- se rio de forma queda.
Iori volvió a sentarse en el borde de la silla, cruzando los brazos sobre la mesa. Ben, en esos instantes saboreaba una cucharada de guiso, incapaz de resistir el aroma y su apetecible presentación. Su rostro evidenció lo bueno que le parecía aquel plato. Y recordó al ver su cara el motivo de haberse esforzado tanto desde pequeña en mejorar sus habilidades culinarias.
Desde que Zakath había comenzado a alargar sus estancias en Lunargenta ella pasaba semanas sola. No le faltaba de nada, y la aldea era un lugar seguro. Pero la niña que había sido se moría por la vida social y la interacción. La compañía.
Pronto había comprendido que lo que era en un origen un juego en la cocina para ella, una forma de experimentar y aprender con la libertad total que le daba Zakath, se convirtió en una buena manera de obtener reconocimiento. Manos en la espalda o gestos de aprobación. Sonrisas agradecidas y miradas sorprendidas cuando la gente probaba su comida. Las combinaciones de platos a los que le dedicaba tanto tiempo eran usadas como elemento de intercambio.
Cocinar en casa sola para los demás, participar de las hornadas comunales o los asados en el centro de la plaza, o preparar la comida junto con otras personas en la casa del jefe de la aldea. Se había acostumbrado a que la apreciaran por sus habilidades al fuego. Y con aquello era suficiente. Le llegaba para obtener el mínimo de reconocimiento que se dijo a si misma que necesitaba.
¿Y él? ¿Qué opinaría él si probase uno de sus platos? Se sorprendió repasando mentalmente sus recetas más logradas, imaginando cuál de ellas podría dejar un mayor grado de satisfacción en su paladar. Iori quería dejar impresionado a Ben. Quería que comiese un día, y otro. Y otro más. Sonrió.
- Él me enseñó que ese dolor que sentía por lo que yo no tenía nacía de mi deseo por alcanzarlo. Suprimiéndolo podría cortar el dolor de raíz. Me llevó tiempo pero, lo conseguí. O me gustaría pensar que lo hice. Aprender a vivir sin poner el corazón en nadie... "Espera mucho de ti mismo y nada de los demás, así no te llevarás decepciones"- cortó sus palabras un instante antes de cerrar los ojos. Apoyó la mejilla en el hueco de su mano izquierda, clavando con firmeza el codo en la mesa-. He construido quién soy durante años en mi vida. Vienes, apareces. Me miras, dices unas palabras y todo se convierte en nada. ¿Qué poder te han dado los Dioses sobre mí?
Lo vio dar un respingo, cuando, tras masticar el último bocado de una nueva cucharada escuchó las palabras de la mestiza. La pregunta, que parecía dirigida a los propios Dioses, fue objeto de reflexión mientras jugaba con la cuchara en el caldo del guiso.
- No es eso, Iori. La pregunta es, ¿por qué ahora? ¿Por qué no en Eden? ¿Por qué no en Roilkat? ¿Por qué ahora en Lunargenta? Estaba escrito, plasmado en el gran tapiz del destino: las cosas debían ser así y ni siquiera lo sabíamos entonces. Era el momento perfecto para los dos.
¿Edén?
Recordaba a Sango en aquel primer encuentro. Un hombre notable, de belleza masculina y marcada. Actitud decidida. Seguro. Protector con Jani y belicoso con Gundemaro. Recordaba cómo la había mirado con manifiesta desconfianza al inicio de todo. Y también recordaba los besos que había compartido con Mina.
Pensar en ello le hizo fruncir el ceño. ¿Qué habría sucedido entre ambos para que ella ya no estuviese en su camino?
Roilkat.
Sabía que estuvieron allí. Juntos. Pero no tenía un recuerdo claro de aquello. Solamente era capaz de rememorar el dolor de la tortura de Ayla cada día, y la desesperación con la que se había lanzado a la misión para conseguir el mineral y reparar el espejo. El espejo que ella había roto y que la aguijoneaba con la culpa y la necesidad de arreglarlo para obtener respuestas. Respuestas que la condujesen a Hans.
Entonces fue consciente, como si comprendiese por primera vez que hacía días que los recuerdos de la tortura de su madre no la destrozaban por dentro.
¿Cuánto exactamente? Desde que estaba con él. La frecuencia se había reducido a cero.
No, no era del todo verdad. Había sufrido un episodio. Pero había sido cuando él la había dejado sola dentro de aquella habitación.
Cuando se había alejado dándole espacio. Y ella lo que más quería en el mundo era que la abrazase hasta fundirla con él.
Incluso en aquel instante, cuando había caído al suelo por el dolor de revivir el sufrimiento de la humana, Iori fue consciente de que la intensidad del momento no barrió con ella como en ocasiones anteriores.
Clavó los ojos con intensidad en él, observándolo ligeramente maravillada. Él estaba teniendo más efectos en ella de los que había sido capaz de reconocer en un primer momento. Más allá del deseo, de la atracción, de la forma que tenían de encajar y buscarse.
Ben la equilibraba.
La mestiza se rio. Dejó caer de nuevo la cabeza hacia delante y permitió ir la carcajada que salió con todo el aire que tenía en los pulmones. Se frotó la cara con ambas manos y se volvió a sentar hacia atrás, mirando ahora hacia el techo con una expresión divertida en la cara.
- ¿Pero entonces me lo estás diciendo en serio? ¿Quieres que yo sea la chica que comparta tu camino? Bueno, supongo que quizá... podría funcionar. Un tiempo- bajó el mentón para volver a encararlo-. Podemos jugar a ese juego juntos si quieres. El tiempo suficiente, solo hasta que encuentres a la elegida. Aquella con la que compartirás el sueño. Ya sabes, la casita, los niños. Una vida retirada feliz y lejos del combate - pronunciar aquella palabra volvió a crisparla, alejando la diversión de su rostro a la velocidad con la que habían caído los rayos la noche anterior sobre ellos. Desvió los ojos de él para evitar mirarlo con la furia que le costaba controlar. No conseguía lidiar con la idea de imaginar a Sango como un cadáver más tirado en el suelo. Un soldado anónimo usado como leña para prender el fuego de las guerras a lo largo de todo el continente. - Dioses...- susurró dejando que el cabello oscuro cayese sobre su hombro, ocultando su rostro parcialmente tras él.
- Deberías probar este guiso- dijo después de comer otro bocado-, es una maravilla- bebió un trago de cerveza y se aclaró la voz. Había ganado algo de tiempo para encontrar las palabras adecuadas-. Te empeñas en apartarme de ti, ¿por qué?
Alzó ligeramente el rostro, pero ver el plato lo único que consiguió fue revolverle el estómago. No, aquella noche se había acabado para ella la parte de beber o comer. Aunque deseaba poder hacer otras cosas con los labios. Su expresión de contrariedad fue evidente cuando buscó sus ojos.
- ¿¡Hablas en serio?! - preguntó anonadada, saltando en la silla y haciendo temblar la botella de licor sobre la mesa-. Yo no... no quiero apartarte. Yo soy egoísta y... quiero tenerte a mi lado. Quiero acostarme contigo. Desearía que volviese a caer una tormenta enorme sobre Lunargenta ahora mismo- hablaba acaloradamente, sin apenas tomar tiempo para respirar-. Antes quería alejarme de ti pero ya no. Pensar en eso me pone... ansiosa. Quiero apartarte del mundo del guerrero. Que dejes de encontrar ojos que te miren como si fueses la solución a sus problemas cuando eso implica que tú eres el sacrificio. Estar contigo un tiempo... suena bien. Pero yo no estoy preparada para lo que viene después. Yo no estoy hecha para una casita, para unos hijos...- decir aquello casi la hizo entrar en pánico.
Se tensó y por un instante, se visualizó saliendo de la taberna a la carrera. Huyendo de nuevo de él. De ella. Crispó los nudillos con fuerza al clavar las uñas sobre el borde de la madera para obligarse a permanecer allí. Y lo consiguió. Se quedó clavada en el sitio pero a cambio de permanecer, enmudeció. Los latidos de su corazón atronaban en sus oídos mientras observaba al origen de su caos. Ben soltó la cuchara en el plato y estudió a la morena.
- No he dicho nada de casa e hijos, pero, no te lo voy a negar: es un futuro que suena muy bien- observó sus dedos clavados sobre la mesa y decidió rellenar los vasos con el rojo licor-. No... Todo lo que has dicho suena tan bien...- cogió su vaso y se lo llevó a los labios para darle un pequeño sorbo-. No creo que con ese "tiempo" nos baste, Iori. Al menos no a mi- dio otro sorbo-. Hemos compartido momentos, escasos, pero vividos intensamente. Me saben a poco. Quiero que se conviertan en horas. Días. Semanas- no siguió pero podía hacerlo. Otro sorbo y se pasó la lengua por los labios. Apuró el vaso y lo posó en la mesa. Apartó el plato hacia un lado y estiró las manos hacia ella.
¿Lo había malinterpretado todo? La frase de cuando lo había intentado dejar atrás con la excusa de que fuese a buscar la casita, la buena esposa y los hijos parecía haberse quedado clavada más en ella que en él. La morena enrojeció. De vergüenza. No lo había hecho cuando se había perdido entre las piernas del soldado la noche anterior en la bañera con algo tan físico, pero en cambio palabras tiernas que implicaban vínculo sí la ponían nerviosa.
- ¿Le pedimos prestada la casa a Zakath? ¿Quieres que juguemos a ser campesinos juntos? O quizá prefieras ir a tu aldea natal - aventuró hablando con la rapidez de quien está nervioso.
Observó las manos de Sango como si fuesen dos serpientes a punto de atacar y clavó los ojos en él de nuevo. Notó como la cabeza se le iba ligeramente y el miedo que sentía ante la posibilidad de vincularse con alguien cambió a una ligera diversión que le hizo ver la situación con ligereza. Sonrió.
- Podemos probar. ¿Por qué no?- apoyó los dedos sobre las palmas de Sango, haciendo trazos imprecisos sobre su piel-. Lo cierto es que, creo que estás clavado en una zona de mí para la que no tengo nombre...- comentó dejando que su lengua hablase con sinceridad.
Imaginó qué sucedería si ella llegase a aparecer con un hombre a su lado para vivir juntos en Eiroás. Con alguien como Sango. La mayoría se sorprendería, sin duda. Algunos ojos podrían alegrarse por ella pero, sabía que lo normal sería el escepticismo como sentimiento general.
¿Y más allá de su aldea? ¿en las villas y pueblos de la contorna? Indigna. Iori no merecía ni aunque acumulase diez vidas de virtud tener una relación con el Héroe de Aerandir. La envidia, el desprecio eran puñales con los que sabía lidiar. Que era capaz de ignorar. ¿Sería igual si se trataba de defender una relación con él? Antes de que el miedo estropease la noche, la mestiza miró con decisión al rey coronado del baile.
Él quería estar con ella. Y tenían todas las horas que restaban hasta el amanecer para estar juntos.
Se levantó rápidamente, como si estuviese a punto de salir corriendo. Rodeó la mesa y se puso de pie delante de él. Hizo el hueco suficiente entre la mesa y su cuerpo y sin pensárselo más tiempo se sentó. Sobre las piernas de Sango y lo abrazó. No pensó en lo adecuado o no de aquel gesto, en aquel lugar, en aquel momento.
- Solo yo lo escucho ¿verdad? Mi cuerpo gritando por estar en contacto contigo- farfulló contra su hombro.
- Pensaba que era yo- contestó a su comentario-. Lo de probar me gusta, es buena idea, a mi realmente me da igual. En Cedralada hay hueco- dijo Sango que rodeaba con su brazos el cuerpo de Iori.
La mestiza guardó silencio un rato, mientras la tensión de sentarse sobre sus piernas iba diluyéndose conforme pasaban los segundos. El abrazo y el calor de Ben la acogieron, y eso hizo que se amoldase a él poco a poco. Como si se hubiese fundido sobre su piel.
- Sé que no te estás moviendo pero mi cabeza da muchas vueltas - murmuró apoyando la nariz contra el cuello de Sango-. ¿Sabes? Acabo de darme cuenta de que no sé cuántos años tienes Ben.
Ben no pudo evitar reir levemente con el comentario de Iori. Sí, la bebida hacía efecto, no había tenido mucho cuidado a lo largo de la noche y aquello pesaba. No se reiría mucho porque él tampoco había tenido mucho cuidado con la cantidad. La sonrisa en la boca de Iori se hizo más grande cuando notó la vibración de la risa en el cuello de Sango contra su piel.
- Pues, si no me falla la cuenta, son treinta inviernos los que cargo a mi espalda- hizo una pausa para girar la cabeza hacia Iori-. ¿Cuántos tiene mi señora la Reina del Baile?- sonrió.
- Treinta...- repitió para sí, mientras una mano subía por el pecho del pelirrojo hasta llegar a su mandíbula-. Yo veinticinco, o veintiséis... Zakath no estaba del todo seguro cuando me encontró de los meses de vida que tenía- acarició con delicadeza su barba, disfrutando de lo único inflexibe y rígido que Sango le había mostrado.
- Entiendo- dijo al conocer ese detalle de su vida.
Sus dedos, fueron hacia su rostro y comenzó, él también a acariciar con delicadeza la piel de la morena.
- Dime Ben, allí, en Cedralada cómo se tomarían si aparecieses con una... - dudó mientras repasaba las posibles palabras para referirse a ellos juntos.
- Me dirían que ya era hora- rio con más ganas que antes.
El azul de sus ojos pareció volverse líquido mirando a Ben, mientras sentía sus caricias. Su expresión adquirió un matiz de dulzura manifiesta mientras él la acariciaba de aquella manera.
- ¿Más personas serían felices si dejases a un lado la vida del guerrero? - inquirió entonces, siendo apenas consciente de que algo comenzaba a despertar en ella con voracidad.
- ¿De los que me son cercanos? Desde luego- cerró los ojos-. Pero luego pienso en Aguasclaras y...- abrió los ojos-. Sí, mis padres, sin duda, estarían encantados con verme dejar las armas a un lado- siguió acariciando su cara, apartando, de vez en cuando, los mechones húmedos que caían, rebeldes, en su rostro.
Movía el rostro levemente hacia la mano de Sango, en función de por dónde pasaban sus dedos para hacer más contacto con él. Lo observó sin perder detalle de lo que le decía, y se acercó algo torpe a su rostro. Estrechó con la mano su mejilla y guió el rostro del pelirrojo para darle un beso en la contraria. Suave. Un poco tímido. Y se apartó para mirarlo de nuevo. Se quedó pensando cuándo había sido la última vez que había compartido un gesto tan amoroso con alguien. No encontró respuesta.
- Muchos ojos mirándote en Cedralada entonces...- meditó sintiendo la presión de la situación solo de imaginársela.
Gente que le recordase que ella no era suficiente para él. Pero luchó contra aquella idea. Se revolvió con molestia y se abrazó con vigor renovado a él, rodeando en esta ocasión su cuello y asiéndolo con fuerza contra ella. Solos. Pensó. Pero no lo dijo.
- La última vez que estuve en Cedralada había cambiado bastante. El señor de la zona decidió ampliar la superficie de terreno cultivable. El pueblo creció, hay mucha gente nueva- aun notaba la calidez del beso en la mejilla-. Sí, hay muchos ojos. Pero solo cuatro pares que me importen.
Iori apoyó su mejilla contra la de él y se quedaron un rato inmóviles. Ella cerró los ojos con fuerza.
- ¿Quiénes son ellos?- preguntó sin poder contener la curiosidad de querer saber todo lo que él pudiera contarle.
- Mi madre Bera Nelad y mi padre Gerd Nelad- movió la cara para darle calor con su mejilla-. Y luego están Anders Holgers y su mujer Frida. No me acuerdo de su apellido. Son los padres de Anders Holgers, eramos los únicos de una edad en la aldea. Buenos amigos, sin duda- paseó una mano por uno de sus costados.
Silencio. Pensando en lo que él le decía. Pensando en su infancia creciendo allí.
- No puedo imaginar lo que supuso para ti cuando los soldados te reclutaron siendo tan pequeño. Dejando atrás un lugar en el que se nota que eras feliz -
- Me llevaron con doce o trece años, no recuerdo- hizo una mueca-. Una pena, estaba en la edad de controlar algo el oficio de mi padre y ayudaba con el ganado a mi madre y en las plantaciones del señor. No sé, me duele porque no pude ayudar a mis padres.
Volvió a buscar con la punta de los dedos la barba de Ben, pero no apartó la cara de su mejilla. Sango si detuvo sus caricias en el rostro para centrarse en el resto del cuerpo, espalda, costado, brazos.
- Deja que adivine, ¿tu padre es herrero?- auguró.
Sonrió y negó con la cabeza lo que causó que acariciara, otra vez, su mejilla con la de él.
- No. Es maderero. No regenta el aserradero pero poco le debe faltar- dijo con un deje amargo en la voz-. Se pasaba allí horas y horas por un mísero salario.
Se separó de él echándose hacia atrás para poder verlo en la cara. Iori tenía expresión concentrada. Estaba tomándose muy en serio ese momento en el que Ben le permitía asomarse a su interior. Estaba aprovechando el momento.
- ¿Por qué ese tono de voz?- ladeó la cabeza mientras con el índice perfilaba la nariz del pelirrojo estudiando sus rasgos.
- No pasaba mucho tiempo en casa la verdad, trabajaba demasiado, ahora, por suerte, bajó el ritmo. Pero sí, muchas veces echaba horas de más cuando no era necesario- alzó los hombros y los dejó caer a la misma velocidad.
- ¿Lo echabas de menos? - no apartó los ojos de él.
- Sí, claro. Ayudándole me gané el mote que me acompaña a día de hoy- sonrió-. Y tuvimos buenos momentos juntos. Sí, le echaba en falta. Luego en la Academia no había tiempo para eso. Nos metían tanta caña que a la noche caíamos rendidos en los camastros y apenas teníamos tiempo para llorar por haber sido arrancados de nuestros hogares.
- ¿Sango? ¿es un mote de aquella época?- Los dedos de Iori acariciaban ahora los mechones rojizos que rozaban su nuca. Recorrió la frente ancha, se fijó en sus cejas y bajó prestando especial atención a la cicatriz que marcaba la piel de su cara, acariciándola con suavidad con los dedos. - Imagino que debió de ser duro. Recuerdo haber acompañado a Zakath un par de veces a Lunargenta de pequeña. Antes de que él decidiese que yo tenía edad suficiente para quedarme sola. En una ocasión pude ver una sesión de entrenamiento tras haberme escapado del cuarto en el que él me indicaba que debía de permanecer sin dejarme ver por nadie -
- Sí, debía tener cuatro o cinco años, no recuerdo. Estaba afilando las hachas de trabajo y recuerdo haber cogido una, luego una piedra de afilar y, bueno, supongo que de aquella pesaba mucho para mi y el hacha se me escurrió de las manos con tan mala suerte de que me hizo un corte en la mano- le enseñó la palma de la mano derecha y con el índice de la izquierda le señaló, aproximadamente, la cicatriz del corte-. Ya no debe verse, muchas sesiones de curación es lo que tiene, van cerrando los cortes, sanando las antiguas cicatrices...- suspiró.
- Sí, fue duro, sobre todo los entrenamientos con Zakath. He de decir que me sorprendió que me eligiera como alumno. El viejo tenía fama de ser un gran espadachín, y lo es, y yo era un maldito idiota que quería reventarle con cualquier arma que me pusieran delante. Pese a todo, aprendí mucho él- hizo una breve pausa-. ¿Recuerdas con quién entrenaba? Quizás era yo, por aquel entonces Zakath no tenía muchos alumnos. De hecho, diría que yo fui una excepción.
El alcohol seguía fluyendo por sus venas nublando sus sentidos, pero lo que tenía que ver con Ben la mantenía extraordinariamente despejada. Observó la mano que él le mostró con la cicatriz que se había preguntado en ocasiones anteriores a qué se debía. La tomó entre sus dedos y la observó más de cerca.
- Así que fue debido a eso... - cerró los ojos y llevó la palma de la mano de Ben a sus labios.
Besó con cuidado su piel. Una. Dos. Tres veces, y luego la apoyó contra su propia mejilla, manteniendo el contacto. No tenía ni idea de dónde nacían todos aquellos gestos rebosantes de cariño. Pero estaba disfrutando mucho el dejarse llevar sentada sobre su regazo. En aquella intimidad que ambos compartían.
- No pude llegar a verlo. Apenas atisbé el patio central lleno de personas. Cuando fue a partir de mi noveno cumpleaños cuando él comenzó a dejarme sola en la aldea. Vivía mucho tiempo en Lunargenta por aquel entonces. Supongo que las fechas pueden cuadrar... tomarte como su alumno. Lo hizo muy en serio. Algo habrá visto en ti. Él es el tipo de persona que se guarda sus motivos para él mismo - explicó volviendo a mirarlo a los ojos. Y notando ahora como el calor y el olor de Ben comenzaban a hacer apremiante el apetito que hacía ya un rato había despertado en ella.
Creyó ver que a él le pasaba algo similar. Desde el beso en su mano, la tensión subió por el cuerpo de Ben mientras él la miraba de cerca. Sus coronas de flores chocaron, haciendo un suave ruido con las hojas y flores. Pero por encima de todo, la mirada verde de Ben la absorvía.
Movió, entonces su mano derecha por la cara de la mestiza. Fue un movimiento suave, sutil, que recorrió su mejilla, fue más allá de su oreja, y la detuvo por encima de su nuca. Los verdes y ardientes ojos de Sango no encontraron, esta vez, lo necesario para contentarse.
Iori pensaba en la conexión que había hecho que Zakath escogiese a un adolescente Ben como su alumno personal. El chaval en quién vertería incluso conocimientos que a ella le negó. Toda su experiencia de guerrero legendario, de soldado excepcional traspasado a él. Ben en cambio, pensaba en otro tipo de conexión. Lo sintió antes de que se llegasen a tocar. Su mirada y sus caricias le habían erizado el vello y la habían predispuesto. Estaba lista para estallar contra él.
Ben quiso más. Ejerció una ligera presión hacia él mientras ladeaba la cabeza y la inclinaba hacia ella. Sus labios se pegaron a los de Iori suavemente.
Sin embargo el Héroe llegó con la suavidad de un incipiente amanecer. Se dejó guiar por su boca y ladeó la cabeza para encajar mejor contra sus labios. Notó el calor de Ben y el sabor de la frambuesa, mientras se movía más despacio que nunca contra él. Sus manos le tomaron las mejillas con gentileza cuando buscó espacio para mirarlo a los ojos.
Quería seguir besándolo despacio. Descubrir de nuevo su piel debajo de la ropa. Recorrer las marcas de sus heridas y lamerlas como si fuese una ofrenda al dios de la guerra. Como si Tyr dejase que ella ungiese a su elegido. Quería volver a ver su respiración acelerarse. Su pecho hundirse con cada jadeo y los músculos de sus brazos tensarse. Quería sentir el deseo y el cómo él la agarraba con necesidad. Casi una súplica muda para fundirse de nuevo. Juntos.
- Ben… me ahogo aquí - susurro. Torso contra torso, sentada sobre sus piernas. Y una sonrisa dulce en la mirada.
Su expresión, relajada, mostraba una adoración total y absoluta por el rostro que lo observaba desde arriba.
- Tu sonrisa - susurró - Tu sonrisa es tan bella...- meneó la cabeza levemente llevándose sus manos de un lado a otro. Ensanchó la sonrisa - Eres preciosa - dijo en voz baja.
¿Era la primera vez que escuchaba palabras halagadoras? Por descontado que no.
¿Era la primera vez en la que sentía que la devastaban por dentro y la hacían temblar? Definitivamente sí.
Nunca antes le había llegado a importar de aquella manera lo que pudiera pensar de su físico una persona. Con Ben todo era distinto. Todo era nuevo. Quería darle la mejor versión de ella. Y sabía tristemente que se encontraba lejos de estar en una buena forma física en aquel momento.
Los ojos azules bailaban recorriendo los rasgos de Ben. Manteniendo el estrecho contacto mientras deseaba que ambos caminasen juntos lejos de allí. La forma de su sonrisa se hizo más amplia cuando escuchó aquel comentario. Aunque en sus ojos apareció un leve deje de desazón. De algo similar a la angustia.
- No necesitas decirme esas cosas para que pasemos la noche juntos Ben. - Se inclinó para abrazarlo y apoyar el mentón sobre el hombro del guerrero. - ¿Es tu técnica secreta para hacer que las mujeres caigan por ti? ¿Alagarlas? Te aseguro que conmigo no precisas hacerlo. Quiero estar contigo. Acostarme contigo. A decir verdad, ahora mismo no soy capaz de imaginar que llegase el momento en el que no estuviese dispuesta a hacerlo. Deseándolo... - mantuvo el brazo de forma férrea sobre sus hombros, y casi de manera inconsciente meció en una leve onda la cadera. Cerró los ojos y apretó más fuerte. - Ben, por favor...-
El leve movimiento le hizo abrir los ojos y apretar los dientes. Juntó su mejilla a la de ella y con sus manos apretó allá por donde pasaban.
- No son palabras para eso - murmuró junto a su oreja -. Son palabras que siento. -
La mestiza abrió los ojos desde su posición y miró hacia el resto de la sala. Aunque su actitud todavía era suficientemente decorosa había ojos puestos en la súbita escena tierna que ambos estaban protagonizando. Interceptó con la mano una de las de Sango y lo guió hasta colocar la palma sobre su cadera. Justo en el punto en el que la curva de la cintura hundía su línea estrechando el espacio.
- ¿Lo notas? - preguntó. - Son mis huesos. Cubiertos por una piel llena de cicatrices. Sé cuál es mi aspecto Ben. Nunca me había importado tan poco en qué me estaba convirtiendo. Y nunca deseé tanto lucir bien ante los ojos de alguien. ¿Dices que son palabras que sientes? Estás ciego, Héroe - murmuró antes de apretar con más ansia para que la mano de Sango se clavase en ella. - Pero eso no hará que me aparte de ti. - Se alejó lo suficiente como para poder mirarlo de nuevo a centímetros. Y en sus ojos casi una llamada de auxilio. - Te necesito...- vocalizó sílaba a sílaba, observándolo con la tortura del que muere de sed mientras sostiene entre las manos el agua que ansía.
- No necesito ojos para saber lo que siento - dijo con seguridad.
Acto seguido, agarró a Iori con fuerza y se levantó con ella en sus brazos antes de posarla en el suelo con suavidad. Miró a sus ojos y se aferró a sus hombros al tiempo que parpadeó varias veces. Sacudió la cabeza y buscó entre los bolsillos de la capa unas monedas que dejó caer en la mesa. Con un rápido gesto se inclinó hacia la mesa y agarró la botella de licor antes de echarse la capa por encima de los hombros envolviéndoles a ambos.
- No te apartes de mí, nunca - pidió antes de echar a andar.
Observó de manera fugaz las monedas brillando sobre la mesa, y pensó entre la bruma del alcohol que aquella noche ella no había pagado nada. Aunque hubiera querido tampoco habría podido. No disponía de nada valioso en la escasa ropa que llevaba.
Se abrazó a él por doble necesidad. El contacto y calor de su piel, y el poder caminar correctamente por encima del mareo que barría por dentro su cabeza. Las mejillas coloradas por el calor bajo la capa y la bebida no podían esconder la leve sonrisa que le volvía tibia la cara mientras en su mente repetía como una tonta aquellas últimas palabras. Especialmente "Apartar" "mí" y "nunca". Se apretó más a Sango mientras caminaba dejando que fuese él en aquella ocasión el que dirigiese por completo el camino de ambos.
La zona de la fiesta quedó atrás, y los barrios en dónde residían nobles y burgueses acaudalados llamaba la atención por el silencio y la paz, únicamente rota por pequeñas patrullas de guardia que sembraban las vías principales y las plazas que ambos atravesaban. Abrazados. Juntos.
Se pararon a beber en varias ocasiones. Iori, recordando que no debería de hacerlo más, pero sin poder evitar buscar el delicioso sabor de la frambuesa en aquella bebida. Aunque sabía mejor en los labios de Sango. Protegidos por la capa, sus ropas y cabello estaban prácticamente secos tras la aventura en la fuente. Y aún así, Iori sentía que quería buscar el calor de Ben en todas las esquinas de la piel que él le permitiese tocar para llenarse de él.
Atisbaron las cúpulas y techos altos del modesto palacete de Justine, brillando con el color de la piedra blanca frente a otras construcciones cercanas y la mestiza se detuvo. Recordaba la angustia de las últimas horas pasadas allí. El tiempo que dedicó a limpiar la armadura de Sango, convenciéndose a si misma de que volvería a por ella. De que sería una oportunidad para explicarle y pedirle perdón. Otra parte de ella pensaba que en donde compró esa encontraría otra sin problemas. Cualquier cosa con tal de no tener que volver a cruzar los ojos con una muchacha tan mala como era ella.
La indecisión, la inseguridad en él y en sus propios sentimientos la habían vuelto loca de ansiedad, mientras lo único claro que tenía era que se moría por verlo una vez más.
La compañía del servicio del lugar, la insistencia de Charles por asegurarse de que disponía de todo lo que precisaban habían sido la mecha de agobio que la convencieron para salir de allí al caer el atardecer. Envuelta en sombras, dándole esquinazo a la espía y, envuelta en su capa.
- No estoy segura de querer volver ahí...- murmuró sin apartar los ojos de la fachada.
- No lo haremos si no quieres - dijo Sango casi mordiéndole la oreja -. Pero mi cabeza quiere escuchar una cosa más esta noche - parpadeó varias veces -. Quiero escuchar la puerta tras de mi. El sonido de la ropa húmeda contra el suelo - se balanceó hacia un lado con ella -. Quiero oírte gemir, quiero oírte respirar, jadear...- le apartó el pelo de la cara con la nariz -. Quiero oírte disfrutar. -
Las palabras y el cuerpo de Sango la envolvían. Lo miró con la sorpresa marcando cada rasgo de su cara mientras lo escuchaba avivar en ella el fuego. Las ganas de comerlo. De tenerlo de nuevo debajo de ella. Esa noche intentaría evitar cerrar los ojos con las subidas de placer que él había grabado en su cuerpo a base de golpes. Trataría de mirarlo para no perder detalle. Para dejar indeleble en su memoria cada gesto y cada respiración del Héroe.
- ¿Sabes? - susurró dejando que el escalofrío que la recorrió cuando él le apartó el cabello acariciándola con su nariz fuese evidente. - La primera vez, la noche que me colocaste en la cama para dormir - la noche que ella había percibido por primera vez contra su rodilla el inicio de la erección del pelirrojo. - Intenté, de verdad que intenté esa noche seducirte. Quería morirme sobre ti esa noche. Hasta el amanecer. Pero sentí que me rechazabas. Estaba convencida cuando te marchaste que no te sentías atraído por mí... - le confesó mientras se enredaba contra sus brazos, buscando la manera en la que podían hacer coincidir más centímetros de piel.
Habían continuado caminando y se habían detenido a unos metros de la entrada principal. La que ella había evitado cruzar para salir de allí. La que él había usado para ir en su búsqueda.
- No miraste bien - dijo pasando sus labios cerca de ella, buscando el mejor sitio para posarlos -. Pero yo tampoco ayudé aquella noche - le besó en la mejilla derecha y bajó hasta la comisura de los labios donde se separó -. No quería hacerte sufrir - la abrazó contra él y chocó, de espaldas, contra el portón de entrada -. Pero resistirme fue inútil. -
Se escuchó el chirriar de una pequeña ventana de registro y una voz formuló una pregunta al otro lado. Ben, que no apartó la vista de Iori sonrió ampliamente.
- Ben Nelad - contestó.
- ¿Hacerme sufrir? - fue lo único capaz de verbalizar. Lo único que no comprendía de lo que él acababa de decir. Encerrando sus palabras en un mensaje críptico que la puso nerviosa. El sonido de la enorme puerta abriéndose rompió la quietud de la noche, mientras Iori aferraba con fiereza la cintura de Sango, recostándose contra él. - ¿A qué te refieres? ¿Tú hacerme sufrir a mí? - Quiso saber con un punto de urgencia en la voz.
- ¡Bendita sea Frigg! - Se escuchó hablar con un tono de emergencia a Charles. - ¿Cómo se encuentran? - preguntó lanzándo hacia ellos a la luz de los faroles que plagaban la entrada del lugar una vez la puerta se abrió.
- Señor Nelad, estoy en deuda de por vida con usted - aseguró haciendo una inclinación de noventa grados. Tras él, varias siluetas del servicio se acercaron, esperando órdenes. - ¿Está herida la señorita? - preguntó el disciplinado mayordomo.
- ¿Desean un baño caliente? -
- Tenemos ropas limpias. -
- Un masaje antes de dormir seguro que la relajará - ofrecieron las mujeres que aguardaban una orden de Charles, un simple asentimiento, antes de lanzarse hacia la mestiza y arrastrarla a un ritual de perfecto cuidado burgués para sacar brillo y hacerla lucir como lo que Justine quería que fuese.
En cambio la morena sintió ganas de correr. Se apartó un poco de Sango, inclinando su cuerpo hacia la plaza en la que habían compartido los últimos juegos, aferrando con sus manos la camisa azul que llevaba puesta.
- No por favor - susurró observando con horror todas aquellas atenciones. Que la enjaulaban. Que la agobiaban. Que la alejaban de lo único que quería aquella noche. Que era a él. Y solo a él.
El paseo por las calles, juntos, había sido maravilloso. Bebiendo por la botella de manera intercalada, robando besos en medio de risas. Aquel momento era todo lo que ella anhelaba y había quedado atrás. Si Ben deseaba escucharla gemir podía servirles cualquier plaza. Una zona algo apartada. Ocultos de ojos ajenos. O no tan ocultos.
A Iori le daría igual que mirase Lunargenta entera como adoraba el cuerpo de Sango con cada centímetro de su piel. Pero lo que no quería era aquella insistencia y aquella presión. Una que le hacía recordar que no pertenecía a aquel lugar. Y al que quizá Ben sí.
Sentirla alejarse de él fue peor que recibir un espadazo en el costado. Comprendió que aquella gente quería robarles otro momento. Y Ben estaba cansado y había bebido de más.
- Quiero que os vayáis todos a tomar por culo - dijo Sango señalando con el dedo índice -. No hacéis más que interrumpirnos, que si la fuente, que si un baile y premio, que si un maldito robabolsas... ¡Harto! ¡Dejadnos un poco de espacio por todos los Dioses! -
El mayordomo se incorporó al escuchar la primera palabra malsonante de Sango. Abrió mucho los ojos y pareció titubear. Se hizo a un lado, tras hacerle un gesto al servicio para que hiciese lo mismo, abriéndoles a ambos un pasillo libre hacia el interior de la propiedad. Los guardias que custodiaban la puerta observaron con curiosidad. La mestiza volvió a estrujar bajo sus dedos la ropa de Ben, y observó el camino libre como si tuviese que echar a correr por él.
Recordó sus palabras. Puerta. Ropa. Gemidos. Jadeos. Quería todo aquello de él.
Apretó los labios hasta que estos formaron una línea tensa en su rostro y dio un paso inseguro hacia dentro. Él lo quería así. Quería volver a la habitación. Y ella solamente necesitaba sacar de delante a aquellas personas que le sobraban. Caminó antes de apurar sus pasos hasta casi correr mientras aferraba de la manga de la tela al soldado. Subieron ya a la carrera las escaleras que conducían a la planta alta en donde se encontraban las habitaciones más exclusivas. En donde habían tenido sexo la noche anterior. En dónde ella había limpiado la armadura de Ben a solas durante la tarde.
Sin nadie cerca, y disfrutando del silencio que se escuchaba proveniente de los jardines, la mestiza se detuvo y se apoyó contra la puerta tras abrirla. Resollaba por los nervios y la carrera, siendo consciente al hacer aquel tipo de esfuerzo hasta qué punto estaba borracha, débil y mal alimentada.
- Gracias...- murmuró cerrando los ojos con la frente contra la madera.
El reconocer las formas en el interior de la habitación despertaba algo en él. El olor de la habitación ayudaba con ese sentimiento. Incluso el sonido de las pisadas allí dentro era reconocible. Había algo. y había alguien. La luz que se filtraba del pasillo, desapareció a medida que su mano empujaba la puerta. La habitación quedaba, poco a poco en penumbra. La única luz que entraría aquella noche sería la que la luna quisiera darles.
Entonces, el primer sonido se escuchó tras de sí.
¿Qué iba a decir? ¿Lo había pensado si quiera? Fue un gesto para ganar tiempo, pero al final ella misma se había visto acorralada por su poca reflexión.
- Que los Dioses te protejan y guarden siempre tus pasos. Especialmente de lo que no te des cuenta que es malo para ti - pronunció despacio cada palabra, y al terminar rozó con un leve sonido el borde del vaso de Ben. Se inclinó hacia atrás y bebió. Hasta dejar de nuevo el vidrio vacío sobre la mesa.
Lo que es malo para ti.
Malo como por ejemplo la vida que él llevaba. Sango no era la única persona con una vida dedicada a las armas. Nunca le había importando cómo conducía cada persona su camino. La guerra, los combates eran una posibilidad más de las muchas que se podían adoptar. Esa noche, Iori ardía con una rabia oscura pensando en él de nuevo, en medio de un combate.
Rostros anónimos que no significaban nada para ella no suponían un problema. Pero no soportaba la idea de ver la sonrisa borrada de sus labios en medio de una lucha cruenta en la que debía de matar o morir.
Pero no era lo único malo a lo que el soldado parecía estar enganchado. También estaba ella.
Sus palabras le sorprendían porque no estaba preparada para escuchar algo similar por parte de nadie. Sin embargo no necesitaba que Ben la golpease con el poder de su voz. Podía ver claramente la conexión. El deseo entre ambos. Un flujo difícil de definir que los ligaba, haciéndolos sensibles el uno al otro. Buscándose, como se habían buscado en el baile hacía un rato.
De forma magnética.
Y aún así, sabía que ella no era la opción correcta para alguien como él. Una muchacha con los problemas que tenía ella para relacionarse con las personas. Acostumbrada a querer a nadie y de apetito ligero como el viento por toda persona que encontrase atractiva.
¿Como con Amärie? El simple recuerdo la hizo apretar los labios de disgusto. No, aquello había sido muy desagradable. No la elfa en sí, tan bonita y de buen aroma como cabía esperar. No. Lo que había estado mal fue que ella realmente no tenía ganas de aquel cuerpo ni aquella piel. No eran aquellos labios los que quería escuchar suspirar.
La imagen de Ben caminando en silencio, dándole la espalda atrapó su respiración llenando su pecho de angustia. El dolor que aquello le producía la seguía asombrando. Se frotó con los dedos por encima de la ropa, haciendo pasar el gesto por la molestia ante la quemazón del licor que acababa de beber. Y se concentró en él. En el Ben que tenía delante.
Con el brazo aún estirado, él parecía haber escuchado con mucha atención las palabras con las que ella había brindado. Se llevó el vaso a la boca y bebió lentamente la mitad del contenido. Posó el recipiente a un lado y miró a Iori. Luego al plato que tenían entre ambos. Luego a Iori. Alzó las cejas y con la cabeza hizo gesto en dirección a la comida. Era un gesto de ofrecimiento pero ella lo empujó, suavemente, en su dirección.
La carne emitía vapor por la temperatura de cocción. Tenía un aspecto soberbio, y solamente hacía falta mirar para saber que se deshilacharía con facilidad tirando simplemente de ella. No era fácil preparar carne de caza, pero comprendía porqué aquel restaurante la tenía como especialidad.
A pesar de los aromas que llegaban a ella y lo bien acompañada que estaba la carne con la guarnición que habían servido, el estómago de Iori se retorció, amenazando con soltar todo lo que tenía dentro solo de pensar en probar bocado.
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La morena miró la botella pero en esta ocasión el gesto fue dubitativo. Tenía la boca llena del sabor de la frambuesa pero pensó que quizá había llegado al momento de parar de beber.
- Yo también me imagino otra vida para mí. Sabes cómo es Zakath. Él me encontró y me mantuvo con vida. Fue bueno, me enseñó prácticamente todo lo que sé. Y me transmitió la importancia de no poner el corazón en nadie. Las relaciones personales nunca han sido lo mío. Aunque... es verdad que las deseé de pequeña. Veía a las madres de la aldea con sus hijos. Los niños y niñas con los que me crié. Al atarceder siempre los esperaban. En casas pequeñas, humildes. Pero llenas de calor. Un calor que no se ve por ningún lado en el palacete de Justine- se rio de forma queda.
Iori volvió a sentarse en el borde de la silla, cruzando los brazos sobre la mesa. Ben, en esos instantes saboreaba una cucharada de guiso, incapaz de resistir el aroma y su apetecible presentación. Su rostro evidenció lo bueno que le parecía aquel plato. Y recordó al ver su cara el motivo de haberse esforzado tanto desde pequeña en mejorar sus habilidades culinarias.
Desde que Zakath había comenzado a alargar sus estancias en Lunargenta ella pasaba semanas sola. No le faltaba de nada, y la aldea era un lugar seguro. Pero la niña que había sido se moría por la vida social y la interacción. La compañía.
Pronto había comprendido que lo que era en un origen un juego en la cocina para ella, una forma de experimentar y aprender con la libertad total que le daba Zakath, se convirtió en una buena manera de obtener reconocimiento. Manos en la espalda o gestos de aprobación. Sonrisas agradecidas y miradas sorprendidas cuando la gente probaba su comida. Las combinaciones de platos a los que le dedicaba tanto tiempo eran usadas como elemento de intercambio.
Cocinar en casa sola para los demás, participar de las hornadas comunales o los asados en el centro de la plaza, o preparar la comida junto con otras personas en la casa del jefe de la aldea. Se había acostumbrado a que la apreciaran por sus habilidades al fuego. Y con aquello era suficiente. Le llegaba para obtener el mínimo de reconocimiento que se dijo a si misma que necesitaba.
¿Y él? ¿Qué opinaría él si probase uno de sus platos? Se sorprendió repasando mentalmente sus recetas más logradas, imaginando cuál de ellas podría dejar un mayor grado de satisfacción en su paladar. Iori quería dejar impresionado a Ben. Quería que comiese un día, y otro. Y otro más. Sonrió.
- Él me enseñó que ese dolor que sentía por lo que yo no tenía nacía de mi deseo por alcanzarlo. Suprimiéndolo podría cortar el dolor de raíz. Me llevó tiempo pero, lo conseguí. O me gustaría pensar que lo hice. Aprender a vivir sin poner el corazón en nadie... "Espera mucho de ti mismo y nada de los demás, así no te llevarás decepciones"- cortó sus palabras un instante antes de cerrar los ojos. Apoyó la mejilla en el hueco de su mano izquierda, clavando con firmeza el codo en la mesa-. He construido quién soy durante años en mi vida. Vienes, apareces. Me miras, dices unas palabras y todo se convierte en nada. ¿Qué poder te han dado los Dioses sobre mí?
Lo vio dar un respingo, cuando, tras masticar el último bocado de una nueva cucharada escuchó las palabras de la mestiza. La pregunta, que parecía dirigida a los propios Dioses, fue objeto de reflexión mientras jugaba con la cuchara en el caldo del guiso.
- No es eso, Iori. La pregunta es, ¿por qué ahora? ¿Por qué no en Eden? ¿Por qué no en Roilkat? ¿Por qué ahora en Lunargenta? Estaba escrito, plasmado en el gran tapiz del destino: las cosas debían ser así y ni siquiera lo sabíamos entonces. Era el momento perfecto para los dos.
¿Edén?
Recordaba a Sango en aquel primer encuentro. Un hombre notable, de belleza masculina y marcada. Actitud decidida. Seguro. Protector con Jani y belicoso con Gundemaro. Recordaba cómo la había mirado con manifiesta desconfianza al inicio de todo. Y también recordaba los besos que había compartido con Mina.
Pensar en ello le hizo fruncir el ceño. ¿Qué habría sucedido entre ambos para que ella ya no estuviese en su camino?
Roilkat.
Sabía que estuvieron allí. Juntos. Pero no tenía un recuerdo claro de aquello. Solamente era capaz de rememorar el dolor de la tortura de Ayla cada día, y la desesperación con la que se había lanzado a la misión para conseguir el mineral y reparar el espejo. El espejo que ella había roto y que la aguijoneaba con la culpa y la necesidad de arreglarlo para obtener respuestas. Respuestas que la condujesen a Hans.
Entonces fue consciente, como si comprendiese por primera vez que hacía días que los recuerdos de la tortura de su madre no la destrozaban por dentro.
¿Cuánto exactamente? Desde que estaba con él. La frecuencia se había reducido a cero.
No, no era del todo verdad. Había sufrido un episodio. Pero había sido cuando él la había dejado sola dentro de aquella habitación.
Cuando se había alejado dándole espacio. Y ella lo que más quería en el mundo era que la abrazase hasta fundirla con él.
Incluso en aquel instante, cuando había caído al suelo por el dolor de revivir el sufrimiento de la humana, Iori fue consciente de que la intensidad del momento no barrió con ella como en ocasiones anteriores.
Clavó los ojos con intensidad en él, observándolo ligeramente maravillada. Él estaba teniendo más efectos en ella de los que había sido capaz de reconocer en un primer momento. Más allá del deseo, de la atracción, de la forma que tenían de encajar y buscarse.
Ben la equilibraba.
La mestiza se rio. Dejó caer de nuevo la cabeza hacia delante y permitió ir la carcajada que salió con todo el aire que tenía en los pulmones. Se frotó la cara con ambas manos y se volvió a sentar hacia atrás, mirando ahora hacia el techo con una expresión divertida en la cara.
- ¿Pero entonces me lo estás diciendo en serio? ¿Quieres que yo sea la chica que comparta tu camino? Bueno, supongo que quizá... podría funcionar. Un tiempo- bajó el mentón para volver a encararlo-. Podemos jugar a ese juego juntos si quieres. El tiempo suficiente, solo hasta que encuentres a la elegida. Aquella con la que compartirás el sueño. Ya sabes, la casita, los niños. Una vida retirada feliz y lejos del combate - pronunciar aquella palabra volvió a crisparla, alejando la diversión de su rostro a la velocidad con la que habían caído los rayos la noche anterior sobre ellos. Desvió los ojos de él para evitar mirarlo con la furia que le costaba controlar. No conseguía lidiar con la idea de imaginar a Sango como un cadáver más tirado en el suelo. Un soldado anónimo usado como leña para prender el fuego de las guerras a lo largo de todo el continente. - Dioses...- susurró dejando que el cabello oscuro cayese sobre su hombro, ocultando su rostro parcialmente tras él.
- Deberías probar este guiso- dijo después de comer otro bocado-, es una maravilla- bebió un trago de cerveza y se aclaró la voz. Había ganado algo de tiempo para encontrar las palabras adecuadas-. Te empeñas en apartarme de ti, ¿por qué?
Alzó ligeramente el rostro, pero ver el plato lo único que consiguió fue revolverle el estómago. No, aquella noche se había acabado para ella la parte de beber o comer. Aunque deseaba poder hacer otras cosas con los labios. Su expresión de contrariedad fue evidente cuando buscó sus ojos.
- ¿¡Hablas en serio?! - preguntó anonadada, saltando en la silla y haciendo temblar la botella de licor sobre la mesa-. Yo no... no quiero apartarte. Yo soy egoísta y... quiero tenerte a mi lado. Quiero acostarme contigo. Desearía que volviese a caer una tormenta enorme sobre Lunargenta ahora mismo- hablaba acaloradamente, sin apenas tomar tiempo para respirar-. Antes quería alejarme de ti pero ya no. Pensar en eso me pone... ansiosa. Quiero apartarte del mundo del guerrero. Que dejes de encontrar ojos que te miren como si fueses la solución a sus problemas cuando eso implica que tú eres el sacrificio. Estar contigo un tiempo... suena bien. Pero yo no estoy preparada para lo que viene después. Yo no estoy hecha para una casita, para unos hijos...- decir aquello casi la hizo entrar en pánico.
Se tensó y por un instante, se visualizó saliendo de la taberna a la carrera. Huyendo de nuevo de él. De ella. Crispó los nudillos con fuerza al clavar las uñas sobre el borde de la madera para obligarse a permanecer allí. Y lo consiguió. Se quedó clavada en el sitio pero a cambio de permanecer, enmudeció. Los latidos de su corazón atronaban en sus oídos mientras observaba al origen de su caos. Ben soltó la cuchara en el plato y estudió a la morena.
- No he dicho nada de casa e hijos, pero, no te lo voy a negar: es un futuro que suena muy bien- observó sus dedos clavados sobre la mesa y decidió rellenar los vasos con el rojo licor-. No... Todo lo que has dicho suena tan bien...- cogió su vaso y se lo llevó a los labios para darle un pequeño sorbo-. No creo que con ese "tiempo" nos baste, Iori. Al menos no a mi- dio otro sorbo-. Hemos compartido momentos, escasos, pero vividos intensamente. Me saben a poco. Quiero que se conviertan en horas. Días. Semanas- no siguió pero podía hacerlo. Otro sorbo y se pasó la lengua por los labios. Apuró el vaso y lo posó en la mesa. Apartó el plato hacia un lado y estiró las manos hacia ella.
¿Lo había malinterpretado todo? La frase de cuando lo había intentado dejar atrás con la excusa de que fuese a buscar la casita, la buena esposa y los hijos parecía haberse quedado clavada más en ella que en él. La morena enrojeció. De vergüenza. No lo había hecho cuando se había perdido entre las piernas del soldado la noche anterior en la bañera con algo tan físico, pero en cambio palabras tiernas que implicaban vínculo sí la ponían nerviosa.
- ¿Le pedimos prestada la casa a Zakath? ¿Quieres que juguemos a ser campesinos juntos? O quizá prefieras ir a tu aldea natal - aventuró hablando con la rapidez de quien está nervioso.
Observó las manos de Sango como si fuesen dos serpientes a punto de atacar y clavó los ojos en él de nuevo. Notó como la cabeza se le iba ligeramente y el miedo que sentía ante la posibilidad de vincularse con alguien cambió a una ligera diversión que le hizo ver la situación con ligereza. Sonrió.
- Podemos probar. ¿Por qué no?- apoyó los dedos sobre las palmas de Sango, haciendo trazos imprecisos sobre su piel-. Lo cierto es que, creo que estás clavado en una zona de mí para la que no tengo nombre...- comentó dejando que su lengua hablase con sinceridad.
Imaginó qué sucedería si ella llegase a aparecer con un hombre a su lado para vivir juntos en Eiroás. Con alguien como Sango. La mayoría se sorprendería, sin duda. Algunos ojos podrían alegrarse por ella pero, sabía que lo normal sería el escepticismo como sentimiento general.
¿Y más allá de su aldea? ¿en las villas y pueblos de la contorna? Indigna. Iori no merecía ni aunque acumulase diez vidas de virtud tener una relación con el Héroe de Aerandir. La envidia, el desprecio eran puñales con los que sabía lidiar. Que era capaz de ignorar. ¿Sería igual si se trataba de defender una relación con él? Antes de que el miedo estropease la noche, la mestiza miró con decisión al rey coronado del baile.
Él quería estar con ella. Y tenían todas las horas que restaban hasta el amanecer para estar juntos.
Se levantó rápidamente, como si estuviese a punto de salir corriendo. Rodeó la mesa y se puso de pie delante de él. Hizo el hueco suficiente entre la mesa y su cuerpo y sin pensárselo más tiempo se sentó. Sobre las piernas de Sango y lo abrazó. No pensó en lo adecuado o no de aquel gesto, en aquel lugar, en aquel momento.
- Solo yo lo escucho ¿verdad? Mi cuerpo gritando por estar en contacto contigo- farfulló contra su hombro.
- Pensaba que era yo- contestó a su comentario-. Lo de probar me gusta, es buena idea, a mi realmente me da igual. En Cedralada hay hueco- dijo Sango que rodeaba con su brazos el cuerpo de Iori.
La mestiza guardó silencio un rato, mientras la tensión de sentarse sobre sus piernas iba diluyéndose conforme pasaban los segundos. El abrazo y el calor de Ben la acogieron, y eso hizo que se amoldase a él poco a poco. Como si se hubiese fundido sobre su piel.
- Sé que no te estás moviendo pero mi cabeza da muchas vueltas - murmuró apoyando la nariz contra el cuello de Sango-. ¿Sabes? Acabo de darme cuenta de que no sé cuántos años tienes Ben.
Ben no pudo evitar reir levemente con el comentario de Iori. Sí, la bebida hacía efecto, no había tenido mucho cuidado a lo largo de la noche y aquello pesaba. No se reiría mucho porque él tampoco había tenido mucho cuidado con la cantidad. La sonrisa en la boca de Iori se hizo más grande cuando notó la vibración de la risa en el cuello de Sango contra su piel.
- Pues, si no me falla la cuenta, son treinta inviernos los que cargo a mi espalda- hizo una pausa para girar la cabeza hacia Iori-. ¿Cuántos tiene mi señora la Reina del Baile?- sonrió.
- Treinta...- repitió para sí, mientras una mano subía por el pecho del pelirrojo hasta llegar a su mandíbula-. Yo veinticinco, o veintiséis... Zakath no estaba del todo seguro cuando me encontró de los meses de vida que tenía- acarició con delicadeza su barba, disfrutando de lo único inflexibe y rígido que Sango le había mostrado.
- Entiendo- dijo al conocer ese detalle de su vida.
Sus dedos, fueron hacia su rostro y comenzó, él también a acariciar con delicadeza la piel de la morena.
- Dime Ben, allí, en Cedralada cómo se tomarían si aparecieses con una... - dudó mientras repasaba las posibles palabras para referirse a ellos juntos.
- Me dirían que ya era hora- rio con más ganas que antes.
El azul de sus ojos pareció volverse líquido mirando a Ben, mientras sentía sus caricias. Su expresión adquirió un matiz de dulzura manifiesta mientras él la acariciaba de aquella manera.
- ¿Más personas serían felices si dejases a un lado la vida del guerrero? - inquirió entonces, siendo apenas consciente de que algo comenzaba a despertar en ella con voracidad.
- ¿De los que me son cercanos? Desde luego- cerró los ojos-. Pero luego pienso en Aguasclaras y...- abrió los ojos-. Sí, mis padres, sin duda, estarían encantados con verme dejar las armas a un lado- siguió acariciando su cara, apartando, de vez en cuando, los mechones húmedos que caían, rebeldes, en su rostro.
Movía el rostro levemente hacia la mano de Sango, en función de por dónde pasaban sus dedos para hacer más contacto con él. Lo observó sin perder detalle de lo que le decía, y se acercó algo torpe a su rostro. Estrechó con la mano su mejilla y guió el rostro del pelirrojo para darle un beso en la contraria. Suave. Un poco tímido. Y se apartó para mirarlo de nuevo. Se quedó pensando cuándo había sido la última vez que había compartido un gesto tan amoroso con alguien. No encontró respuesta.
- Muchos ojos mirándote en Cedralada entonces...- meditó sintiendo la presión de la situación solo de imaginársela.
Gente que le recordase que ella no era suficiente para él. Pero luchó contra aquella idea. Se revolvió con molestia y se abrazó con vigor renovado a él, rodeando en esta ocasión su cuello y asiéndolo con fuerza contra ella. Solos. Pensó. Pero no lo dijo.
- La última vez que estuve en Cedralada había cambiado bastante. El señor de la zona decidió ampliar la superficie de terreno cultivable. El pueblo creció, hay mucha gente nueva- aun notaba la calidez del beso en la mejilla-. Sí, hay muchos ojos. Pero solo cuatro pares que me importen.
Iori apoyó su mejilla contra la de él y se quedaron un rato inmóviles. Ella cerró los ojos con fuerza.
- ¿Quiénes son ellos?- preguntó sin poder contener la curiosidad de querer saber todo lo que él pudiera contarle.
- Mi madre Bera Nelad y mi padre Gerd Nelad- movió la cara para darle calor con su mejilla-. Y luego están Anders Holgers y su mujer Frida. No me acuerdo de su apellido. Son los padres de Anders Holgers, eramos los únicos de una edad en la aldea. Buenos amigos, sin duda- paseó una mano por uno de sus costados.
Silencio. Pensando en lo que él le decía. Pensando en su infancia creciendo allí.
- No puedo imaginar lo que supuso para ti cuando los soldados te reclutaron siendo tan pequeño. Dejando atrás un lugar en el que se nota que eras feliz -
- Me llevaron con doce o trece años, no recuerdo- hizo una mueca-. Una pena, estaba en la edad de controlar algo el oficio de mi padre y ayudaba con el ganado a mi madre y en las plantaciones del señor. No sé, me duele porque no pude ayudar a mis padres.
Volvió a buscar con la punta de los dedos la barba de Ben, pero no apartó la cara de su mejilla. Sango si detuvo sus caricias en el rostro para centrarse en el resto del cuerpo, espalda, costado, brazos.
- Deja que adivine, ¿tu padre es herrero?- auguró.
Sonrió y negó con la cabeza lo que causó que acariciara, otra vez, su mejilla con la de él.
- No. Es maderero. No regenta el aserradero pero poco le debe faltar- dijo con un deje amargo en la voz-. Se pasaba allí horas y horas por un mísero salario.
Se separó de él echándose hacia atrás para poder verlo en la cara. Iori tenía expresión concentrada. Estaba tomándose muy en serio ese momento en el que Ben le permitía asomarse a su interior. Estaba aprovechando el momento.
- ¿Por qué ese tono de voz?- ladeó la cabeza mientras con el índice perfilaba la nariz del pelirrojo estudiando sus rasgos.
- No pasaba mucho tiempo en casa la verdad, trabajaba demasiado, ahora, por suerte, bajó el ritmo. Pero sí, muchas veces echaba horas de más cuando no era necesario- alzó los hombros y los dejó caer a la misma velocidad.
- ¿Lo echabas de menos? - no apartó los ojos de él.
- Sí, claro. Ayudándole me gané el mote que me acompaña a día de hoy- sonrió-. Y tuvimos buenos momentos juntos. Sí, le echaba en falta. Luego en la Academia no había tiempo para eso. Nos metían tanta caña que a la noche caíamos rendidos en los camastros y apenas teníamos tiempo para llorar por haber sido arrancados de nuestros hogares.
- ¿Sango? ¿es un mote de aquella época?- Los dedos de Iori acariciaban ahora los mechones rojizos que rozaban su nuca. Recorrió la frente ancha, se fijó en sus cejas y bajó prestando especial atención a la cicatriz que marcaba la piel de su cara, acariciándola con suavidad con los dedos. - Imagino que debió de ser duro. Recuerdo haber acompañado a Zakath un par de veces a Lunargenta de pequeña. Antes de que él decidiese que yo tenía edad suficiente para quedarme sola. En una ocasión pude ver una sesión de entrenamiento tras haberme escapado del cuarto en el que él me indicaba que debía de permanecer sin dejarme ver por nadie -
- Sí, debía tener cuatro o cinco años, no recuerdo. Estaba afilando las hachas de trabajo y recuerdo haber cogido una, luego una piedra de afilar y, bueno, supongo que de aquella pesaba mucho para mi y el hacha se me escurrió de las manos con tan mala suerte de que me hizo un corte en la mano- le enseñó la palma de la mano derecha y con el índice de la izquierda le señaló, aproximadamente, la cicatriz del corte-. Ya no debe verse, muchas sesiones de curación es lo que tiene, van cerrando los cortes, sanando las antiguas cicatrices...- suspiró.
- Sí, fue duro, sobre todo los entrenamientos con Zakath. He de decir que me sorprendió que me eligiera como alumno. El viejo tenía fama de ser un gran espadachín, y lo es, y yo era un maldito idiota que quería reventarle con cualquier arma que me pusieran delante. Pese a todo, aprendí mucho él- hizo una breve pausa-. ¿Recuerdas con quién entrenaba? Quizás era yo, por aquel entonces Zakath no tenía muchos alumnos. De hecho, diría que yo fui una excepción.
El alcohol seguía fluyendo por sus venas nublando sus sentidos, pero lo que tenía que ver con Ben la mantenía extraordinariamente despejada. Observó la mano que él le mostró con la cicatriz que se había preguntado en ocasiones anteriores a qué se debía. La tomó entre sus dedos y la observó más de cerca.
- Así que fue debido a eso... - cerró los ojos y llevó la palma de la mano de Ben a sus labios.
Besó con cuidado su piel. Una. Dos. Tres veces, y luego la apoyó contra su propia mejilla, manteniendo el contacto. No tenía ni idea de dónde nacían todos aquellos gestos rebosantes de cariño. Pero estaba disfrutando mucho el dejarse llevar sentada sobre su regazo. En aquella intimidad que ambos compartían.
- No pude llegar a verlo. Apenas atisbé el patio central lleno de personas. Cuando fue a partir de mi noveno cumpleaños cuando él comenzó a dejarme sola en la aldea. Vivía mucho tiempo en Lunargenta por aquel entonces. Supongo que las fechas pueden cuadrar... tomarte como su alumno. Lo hizo muy en serio. Algo habrá visto en ti. Él es el tipo de persona que se guarda sus motivos para él mismo - explicó volviendo a mirarlo a los ojos. Y notando ahora como el calor y el olor de Ben comenzaban a hacer apremiante el apetito que hacía ya un rato había despertado en ella.
Creyó ver que a él le pasaba algo similar. Desde el beso en su mano, la tensión subió por el cuerpo de Ben mientras él la miraba de cerca. Sus coronas de flores chocaron, haciendo un suave ruido con las hojas y flores. Pero por encima de todo, la mirada verde de Ben la absorvía.
Movió, entonces su mano derecha por la cara de la mestiza. Fue un movimiento suave, sutil, que recorrió su mejilla, fue más allá de su oreja, y la detuvo por encima de su nuca. Los verdes y ardientes ojos de Sango no encontraron, esta vez, lo necesario para contentarse.
Iori pensaba en la conexión que había hecho que Zakath escogiese a un adolescente Ben como su alumno personal. El chaval en quién vertería incluso conocimientos que a ella le negó. Toda su experiencia de guerrero legendario, de soldado excepcional traspasado a él. Ben en cambio, pensaba en otro tipo de conexión. Lo sintió antes de que se llegasen a tocar. Su mirada y sus caricias le habían erizado el vello y la habían predispuesto. Estaba lista para estallar contra él.
Ben quiso más. Ejerció una ligera presión hacia él mientras ladeaba la cabeza y la inclinaba hacia ella. Sus labios se pegaron a los de Iori suavemente.
Sin embargo el Héroe llegó con la suavidad de un incipiente amanecer. Se dejó guiar por su boca y ladeó la cabeza para encajar mejor contra sus labios. Notó el calor de Ben y el sabor de la frambuesa, mientras se movía más despacio que nunca contra él. Sus manos le tomaron las mejillas con gentileza cuando buscó espacio para mirarlo a los ojos.
Quería seguir besándolo despacio. Descubrir de nuevo su piel debajo de la ropa. Recorrer las marcas de sus heridas y lamerlas como si fuese una ofrenda al dios de la guerra. Como si Tyr dejase que ella ungiese a su elegido. Quería volver a ver su respiración acelerarse. Su pecho hundirse con cada jadeo y los músculos de sus brazos tensarse. Quería sentir el deseo y el cómo él la agarraba con necesidad. Casi una súplica muda para fundirse de nuevo. Juntos.
- Ben… me ahogo aquí - susurro. Torso contra torso, sentada sobre sus piernas. Y una sonrisa dulce en la mirada.
Su expresión, relajada, mostraba una adoración total y absoluta por el rostro que lo observaba desde arriba.
- Tu sonrisa - susurró - Tu sonrisa es tan bella...- meneó la cabeza levemente llevándose sus manos de un lado a otro. Ensanchó la sonrisa - Eres preciosa - dijo en voz baja.
¿Era la primera vez que escuchaba palabras halagadoras? Por descontado que no.
¿Era la primera vez en la que sentía que la devastaban por dentro y la hacían temblar? Definitivamente sí.
Nunca antes le había llegado a importar de aquella manera lo que pudiera pensar de su físico una persona. Con Ben todo era distinto. Todo era nuevo. Quería darle la mejor versión de ella. Y sabía tristemente que se encontraba lejos de estar en una buena forma física en aquel momento.
Los ojos azules bailaban recorriendo los rasgos de Ben. Manteniendo el estrecho contacto mientras deseaba que ambos caminasen juntos lejos de allí. La forma de su sonrisa se hizo más amplia cuando escuchó aquel comentario. Aunque en sus ojos apareció un leve deje de desazón. De algo similar a la angustia.
- No necesitas decirme esas cosas para que pasemos la noche juntos Ben. - Se inclinó para abrazarlo y apoyar el mentón sobre el hombro del guerrero. - ¿Es tu técnica secreta para hacer que las mujeres caigan por ti? ¿Alagarlas? Te aseguro que conmigo no precisas hacerlo. Quiero estar contigo. Acostarme contigo. A decir verdad, ahora mismo no soy capaz de imaginar que llegase el momento en el que no estuviese dispuesta a hacerlo. Deseándolo... - mantuvo el brazo de forma férrea sobre sus hombros, y casi de manera inconsciente meció en una leve onda la cadera. Cerró los ojos y apretó más fuerte. - Ben, por favor...-
El leve movimiento le hizo abrir los ojos y apretar los dientes. Juntó su mejilla a la de ella y con sus manos apretó allá por donde pasaban.
- No son palabras para eso - murmuró junto a su oreja -. Son palabras que siento. -
La mestiza abrió los ojos desde su posición y miró hacia el resto de la sala. Aunque su actitud todavía era suficientemente decorosa había ojos puestos en la súbita escena tierna que ambos estaban protagonizando. Interceptó con la mano una de las de Sango y lo guió hasta colocar la palma sobre su cadera. Justo en el punto en el que la curva de la cintura hundía su línea estrechando el espacio.
- ¿Lo notas? - preguntó. - Son mis huesos. Cubiertos por una piel llena de cicatrices. Sé cuál es mi aspecto Ben. Nunca me había importado tan poco en qué me estaba convirtiendo. Y nunca deseé tanto lucir bien ante los ojos de alguien. ¿Dices que son palabras que sientes? Estás ciego, Héroe - murmuró antes de apretar con más ansia para que la mano de Sango se clavase en ella. - Pero eso no hará que me aparte de ti. - Se alejó lo suficiente como para poder mirarlo de nuevo a centímetros. Y en sus ojos casi una llamada de auxilio. - Te necesito...- vocalizó sílaba a sílaba, observándolo con la tortura del que muere de sed mientras sostiene entre las manos el agua que ansía.
- No necesito ojos para saber lo que siento - dijo con seguridad.
Acto seguido, agarró a Iori con fuerza y se levantó con ella en sus brazos antes de posarla en el suelo con suavidad. Miró a sus ojos y se aferró a sus hombros al tiempo que parpadeó varias veces. Sacudió la cabeza y buscó entre los bolsillos de la capa unas monedas que dejó caer en la mesa. Con un rápido gesto se inclinó hacia la mesa y agarró la botella de licor antes de echarse la capa por encima de los hombros envolviéndoles a ambos.
- No te apartes de mí, nunca - pidió antes de echar a andar.
Observó de manera fugaz las monedas brillando sobre la mesa, y pensó entre la bruma del alcohol que aquella noche ella no había pagado nada. Aunque hubiera querido tampoco habría podido. No disponía de nada valioso en la escasa ropa que llevaba.
Se abrazó a él por doble necesidad. El contacto y calor de su piel, y el poder caminar correctamente por encima del mareo que barría por dentro su cabeza. Las mejillas coloradas por el calor bajo la capa y la bebida no podían esconder la leve sonrisa que le volvía tibia la cara mientras en su mente repetía como una tonta aquellas últimas palabras. Especialmente "Apartar" "mí" y "nunca". Se apretó más a Sango mientras caminaba dejando que fuese él en aquella ocasión el que dirigiese por completo el camino de ambos.
La zona de la fiesta quedó atrás, y los barrios en dónde residían nobles y burgueses acaudalados llamaba la atención por el silencio y la paz, únicamente rota por pequeñas patrullas de guardia que sembraban las vías principales y las plazas que ambos atravesaban. Abrazados. Juntos.
Se pararon a beber en varias ocasiones. Iori, recordando que no debería de hacerlo más, pero sin poder evitar buscar el delicioso sabor de la frambuesa en aquella bebida. Aunque sabía mejor en los labios de Sango. Protegidos por la capa, sus ropas y cabello estaban prácticamente secos tras la aventura en la fuente. Y aún así, Iori sentía que quería buscar el calor de Ben en todas las esquinas de la piel que él le permitiese tocar para llenarse de él.
Atisbaron las cúpulas y techos altos del modesto palacete de Justine, brillando con el color de la piedra blanca frente a otras construcciones cercanas y la mestiza se detuvo. Recordaba la angustia de las últimas horas pasadas allí. El tiempo que dedicó a limpiar la armadura de Sango, convenciéndose a si misma de que volvería a por ella. De que sería una oportunidad para explicarle y pedirle perdón. Otra parte de ella pensaba que en donde compró esa encontraría otra sin problemas. Cualquier cosa con tal de no tener que volver a cruzar los ojos con una muchacha tan mala como era ella.
La indecisión, la inseguridad en él y en sus propios sentimientos la habían vuelto loca de ansiedad, mientras lo único claro que tenía era que se moría por verlo una vez más.
La compañía del servicio del lugar, la insistencia de Charles por asegurarse de que disponía de todo lo que precisaban habían sido la mecha de agobio que la convencieron para salir de allí al caer el atardecer. Envuelta en sombras, dándole esquinazo a la espía y, envuelta en su capa.
- No estoy segura de querer volver ahí...- murmuró sin apartar los ojos de la fachada.
- No lo haremos si no quieres - dijo Sango casi mordiéndole la oreja -. Pero mi cabeza quiere escuchar una cosa más esta noche - parpadeó varias veces -. Quiero escuchar la puerta tras de mi. El sonido de la ropa húmeda contra el suelo - se balanceó hacia un lado con ella -. Quiero oírte gemir, quiero oírte respirar, jadear...- le apartó el pelo de la cara con la nariz -. Quiero oírte disfrutar. -
Las palabras y el cuerpo de Sango la envolvían. Lo miró con la sorpresa marcando cada rasgo de su cara mientras lo escuchaba avivar en ella el fuego. Las ganas de comerlo. De tenerlo de nuevo debajo de ella. Esa noche intentaría evitar cerrar los ojos con las subidas de placer que él había grabado en su cuerpo a base de golpes. Trataría de mirarlo para no perder detalle. Para dejar indeleble en su memoria cada gesto y cada respiración del Héroe.
- ¿Sabes? - susurró dejando que el escalofrío que la recorrió cuando él le apartó el cabello acariciándola con su nariz fuese evidente. - La primera vez, la noche que me colocaste en la cama para dormir - la noche que ella había percibido por primera vez contra su rodilla el inicio de la erección del pelirrojo. - Intenté, de verdad que intenté esa noche seducirte. Quería morirme sobre ti esa noche. Hasta el amanecer. Pero sentí que me rechazabas. Estaba convencida cuando te marchaste que no te sentías atraído por mí... - le confesó mientras se enredaba contra sus brazos, buscando la manera en la que podían hacer coincidir más centímetros de piel.
Habían continuado caminando y se habían detenido a unos metros de la entrada principal. La que ella había evitado cruzar para salir de allí. La que él había usado para ir en su búsqueda.
- No miraste bien - dijo pasando sus labios cerca de ella, buscando el mejor sitio para posarlos -. Pero yo tampoco ayudé aquella noche - le besó en la mejilla derecha y bajó hasta la comisura de los labios donde se separó -. No quería hacerte sufrir - la abrazó contra él y chocó, de espaldas, contra el portón de entrada -. Pero resistirme fue inútil. -
Se escuchó el chirriar de una pequeña ventana de registro y una voz formuló una pregunta al otro lado. Ben, que no apartó la vista de Iori sonrió ampliamente.
- Ben Nelad - contestó.
- ¿Hacerme sufrir? - fue lo único capaz de verbalizar. Lo único que no comprendía de lo que él acababa de decir. Encerrando sus palabras en un mensaje críptico que la puso nerviosa. El sonido de la enorme puerta abriéndose rompió la quietud de la noche, mientras Iori aferraba con fiereza la cintura de Sango, recostándose contra él. - ¿A qué te refieres? ¿Tú hacerme sufrir a mí? - Quiso saber con un punto de urgencia en la voz.
- ¡Bendita sea Frigg! - Se escuchó hablar con un tono de emergencia a Charles. - ¿Cómo se encuentran? - preguntó lanzándo hacia ellos a la luz de los faroles que plagaban la entrada del lugar una vez la puerta se abrió.
- Señor Nelad, estoy en deuda de por vida con usted - aseguró haciendo una inclinación de noventa grados. Tras él, varias siluetas del servicio se acercaron, esperando órdenes. - ¿Está herida la señorita? - preguntó el disciplinado mayordomo.
- ¿Desean un baño caliente? -
- Tenemos ropas limpias. -
- Un masaje antes de dormir seguro que la relajará - ofrecieron las mujeres que aguardaban una orden de Charles, un simple asentimiento, antes de lanzarse hacia la mestiza y arrastrarla a un ritual de perfecto cuidado burgués para sacar brillo y hacerla lucir como lo que Justine quería que fuese.
En cambio la morena sintió ganas de correr. Se apartó un poco de Sango, inclinando su cuerpo hacia la plaza en la que habían compartido los últimos juegos, aferrando con sus manos la camisa azul que llevaba puesta.
- No por favor - susurró observando con horror todas aquellas atenciones. Que la enjaulaban. Que la agobiaban. Que la alejaban de lo único que quería aquella noche. Que era a él. Y solo a él.
El paseo por las calles, juntos, había sido maravilloso. Bebiendo por la botella de manera intercalada, robando besos en medio de risas. Aquel momento era todo lo que ella anhelaba y había quedado atrás. Si Ben deseaba escucharla gemir podía servirles cualquier plaza. Una zona algo apartada. Ocultos de ojos ajenos. O no tan ocultos.
A Iori le daría igual que mirase Lunargenta entera como adoraba el cuerpo de Sango con cada centímetro de su piel. Pero lo que no quería era aquella insistencia y aquella presión. Una que le hacía recordar que no pertenecía a aquel lugar. Y al que quizá Ben sí.
Sentirla alejarse de él fue peor que recibir un espadazo en el costado. Comprendió que aquella gente quería robarles otro momento. Y Ben estaba cansado y había bebido de más.
- Quiero que os vayáis todos a tomar por culo - dijo Sango señalando con el dedo índice -. No hacéis más que interrumpirnos, que si la fuente, que si un baile y premio, que si un maldito robabolsas... ¡Harto! ¡Dejadnos un poco de espacio por todos los Dioses! -
El mayordomo se incorporó al escuchar la primera palabra malsonante de Sango. Abrió mucho los ojos y pareció titubear. Se hizo a un lado, tras hacerle un gesto al servicio para que hiciese lo mismo, abriéndoles a ambos un pasillo libre hacia el interior de la propiedad. Los guardias que custodiaban la puerta observaron con curiosidad. La mestiza volvió a estrujar bajo sus dedos la ropa de Ben, y observó el camino libre como si tuviese que echar a correr por él.
Recordó sus palabras. Puerta. Ropa. Gemidos. Jadeos. Quería todo aquello de él.
Apretó los labios hasta que estos formaron una línea tensa en su rostro y dio un paso inseguro hacia dentro. Él lo quería así. Quería volver a la habitación. Y ella solamente necesitaba sacar de delante a aquellas personas que le sobraban. Caminó antes de apurar sus pasos hasta casi correr mientras aferraba de la manga de la tela al soldado. Subieron ya a la carrera las escaleras que conducían a la planta alta en donde se encontraban las habitaciones más exclusivas. En donde habían tenido sexo la noche anterior. En dónde ella había limpiado la armadura de Ben a solas durante la tarde.
Sin nadie cerca, y disfrutando del silencio que se escuchaba proveniente de los jardines, la mestiza se detuvo y se apoyó contra la puerta tras abrirla. Resollaba por los nervios y la carrera, siendo consciente al hacer aquel tipo de esfuerzo hasta qué punto estaba borracha, débil y mal alimentada.
- Gracias...- murmuró cerrando los ojos con la frente contra la madera.
El reconocer las formas en el interior de la habitación despertaba algo en él. El olor de la habitación ayudaba con ese sentimiento. Incluso el sonido de las pisadas allí dentro era reconocible. Había algo. y había alguien. La luz que se filtraba del pasillo, desapareció a medida que su mano empujaba la puerta. La habitación quedaba, poco a poco en penumbra. La única luz que entraría aquella noche sería la que la luna quisiera darles.
Entonces, el primer sonido se escuchó tras de sí.
Iori Li
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Iori escuchó la puerta al cerrarse y ladeó la cara para buscarlo a él. El cansancio, los nervios, el rechazo por lo que pasó antes de que pudieran poner un pie dentro del palacete desapareció mirándolo a él. Permanecía a su lado, y ambos comprendieron el mensaje que daba la puerta cerrándose. El significado que aquel sonido portaba. Sin embargo había algo que ella todavía no entendía.
- Necesito saber a qué te refieres con lo que dijiste antes - esbozó una sonrisa y se giró para encararlo de frente. Pero no se acercó. Al contrario. Comenzó a caminar de espaldas, alejándose paso a paso de él. Avanzaba lentamente ya que la falta de cordinación, al no estar apoyada en el pelirrojo resultaba más evidente. Los dedos finos de Iori subieron hasta su pecho. Allí encontró el primer botón de la camisa y con habilidad lo movió sobre la tela hasta abrirlo. Uno. Sonrió más, avanzando otro paso hacia atrás. Dos. - Necesito entenderte, Ben -
Cada paso que daba hacia atrás era respondido por un paso al frente de él. Primero dejó caer la capa con un ágil movimiento de hombros. Luego, sus manos deshicieron con habilidad el nudo del cinto de las armas que dejó caer al suelo sin importar el ruido que hicieron, que llenó la habitación pero que rápidamente se vio superado por el martilleo del corazón contra el pecho. En su rostro se adivinaba una mueca de sonrisa pero lo más notorio era la intensidad de su mirada, que guardaban todos y cada uno de sus movimientos, los seguía como si temiera perderse cualquier detalle de lo que ella hiciera, como si cada movimiento sirviera para avivar la creciente llama.
- Hacerte sufrir por mi culpa, por mi ausencia - dijo al ver cómo se desabrochaba los botones -. Que sufras por mí es algo que no sería aceptable - detuvo su avance a un brazo de distancia -. Solo quiero verte disfrutar. Tu vida es demasiado preciosa- estiró el brazo hacia su rostro y la acarició acortando la distancia entre ellos - Soy afortunado por compartir contigo. -
Buscó con la otra mano uno de sus botones y toqueteó hasta que lo soltó. Su sonrisa se ensanchó.
¿Por su ausencia? Desde luego aquella noche no era algo que a Iori le hubiera importado. Ahora, todo era diferente. Notó como el corazón se le había acelerado más por pensar en alejarse de él que por la forma traviesa que tuvo de abrirle el botón de la camisa.
Ocultó detrás de una sonrisa inocente a ambas Iori. La que había querido apartarse de Sango. La que ahora se moría por seguir a su lado
- ¿Tu ausencia? - repitió pensando en ello entonces. Apoyó la cara contra la mano que la acarició, y dejó que el botón que él había abierto dejase a la vista su escote. Entornó los ojos para verlo mejor. Se tragó las ganas de precipitarse contra él y como si fuese un gesto de lo más normal la mestiza llevó una mano al cierre de su pantalón.
- Aquella noche me hubiera dado completamente igual que hubieras desaparecido después - le reveló sobre lo que ella creía que era la verdad de su sentimientos. - El sexo es solo sexo.- abrió la tela lo suficiente como para poder deslizar el borde de los dedos dentro del pantalón. Clavó los ojos en la mirada verde, atrapada en sus ojos por completo.
- ¿Mi vida te parece valiosa? - sonrió más ampliamente. - A veces olvido cómo ves desde tus ojos el mundo que te rodea. Cómo me ves a mí… - con los dedos dentro del pantalón de Sango Iori presionó hacia atrás para separarlos a ambos. Se alejó con una rápida finta de él y le dio la espalda para dirigirse a la cama. Cuando Iori se giró de nuevo Ben pudo ver que todos los botones que restaban abrochados… ya no lo estaban.
Se veía el cuerpo de Iori con la camisa cayendo ambos lados de su abdomen, cubriendo por poco sus pechos. La malicia latía en su mirada cuando la mestiza se sentó en el borde de la cama. Apoyó ambas manos sobre el colchón, inclinándose un poco hacia atrás y cruzó una pierna sobre otra.
Era suficiente de pensar. No deseaba ya invertir tiempo y concentración en algo que no fuese lo que tenían entre manos. Sabía lo que venía ahora. Sexo. Bruto y duro con Sango. Algo que le removía las entrañas de anticipación y aceleraba su respiración sin poder disimular. Quería chocar con él, deshacerse mutuamente y volver a combinarse en los brazos el uno del otro para crear algo nuevo. Una cosa diferente. Ni Ben ni Iori.
Algo nuevo.
- ¿Afortunado? Quizá mañana no digas eso…-
Lo vio contemplarla a la escasa luz que entraba por la ventana. Se quedó un rato largo observando sus cabellos caer hacia atrás, sus brazos y sus manos tras ella, la sutil curva que hacía su cuerpo hacia atrás, la camisa cayendo a los lados, su piel, sus piernas cruzadas a la altura de las rodillas.
- Lo seguiré pensando y lo seguiré diciendo - dio un paso hacia ella - Aquella noche ya pasó. Esta noche, aun es joven - se acercó aun más y se desabrochó un par de botones de la camisa.
Los ojos azules no perdieron detalle de sus movimientos. Era incapaz de no mirarlo. De no disfrutar de su voz cada vez que hablaba. Sentía que sería capaz de pasar la noche en vela, aprovechando cada segundo llenándolo de Sango.
De Ben.
La tenue luz lunar acentuaba las sombras en sus antebrazos. La camisa azul comenzó a abrirse y el deseo se movió como un animal en plena caza dentro de ella. Su abdomen se tensó y clavó las uñas sobre el colchón.
- ¿Y ahora? ¿Ya no te preocupa que sufra por ti? - Preguntó moviendo la pierna que quedaba arriba con suaves sacudidas. Alzó una mano, casual, y deslizó los dedos por su cuello.
Una oscura sombra recorrió su rostro. La pregunta no tenía una respuesta fácil pero sin duda, Sango dijo lo primero que le salió de dentro.
- Ahora... Ahora comprendí que merece la pena cambiar - sus ojos se clavaron en los de ella durante un largo instante - Por ti. -
La cara de Sango fue el preludio de lo que supuso para Iori un cataclismo. La mano bajó, cayendo sin fuerza esta vez hasta su regazo. Apartó los ojos de pura congoja ante el poder de sus palabras y clavó los ojos en el suelo. De nuevo, él, la hacía sentir desnuda como si nunca antes lo hubiera estado. Descruzó las piernas y posó ambos pies sobre el suelo.
No era la única que sentía algo similar. Aunque cuando se trataba de Ben costaba creer que en él fuese real. Costaba creer que él entero fuese real. Que ella fuese la razón. Que ella fuese lo que él deseaba... le costaba seguir con el hilo de pensamiento. Aceptar que aquello pudiese ser una verdad.
- ¿Es suficiente? ¿Lo que me haces sentir es suficiente para ti? - preguntó a ambos en voz alta. - Desearte como lo hago… nunca había sentido algo así por nadie. Me hace arder por dentro, quiero estar todo el rato en contacto contigo… pero hay más…- se detuvo, atropellada por la vorágine de emociones que daban vueltas en su cabeza.
Y en el centro de su caos, Ben.
El guerrero se movió lo justo para dejar un pie entre los de ella. Se inclinó hacia delante y posó sus manos a ambos lados de su rostro. La miró a los ojos y dejó que ella viera el brillo acuoso que ella misma había creado. ¿Aquello era emoción en su mirada? Se quedó atónita. Sus ojos la golpearon como si alguien hubiese lanzado una piedra a su nuca. Observó el brillo de la emoción, de las lagrimas que no terminaban de cuajar y de nuevo él volvió a zanjar aquella parte de la interacción. Incapaz de reaccionar con lo que veía delante, él se acercó aún más y sus labios se encontraron. Fue una sucesión de besos cortos, dulces, intensos.
Y sus labios le recordaron a Iori en aquel momento el dolor de su ausencia aquel día. La forma que tuvo de caminar por el pasillo alejándose de ella. Dándole la espalda para que aquel fuese el último recuerdo que tenía de el. Solo pensarlo le quitó el aire. Claro que Ben pensaría que aquello fue por sus besos. No cerro los ojos mientras le devolvía el contacto. Trataba de seguirlo pero su mente estaba llena de información, dejándola incapaz de aclararse. Torpe. De nuevo torpe. Cuando algo que ella no conocía se filtraba entre sus besos. Algo que apenas sospechaba y que crecía cada día a un ritmo desbordado. Había mas sentimientos de los que ella estaba dispuesta a reconocer por Ben dentro de ella.
Entonces volvió a separarse y sus manos bajaron lentamente por el cuello hasta llegar a los hombros.
- Que el fuego nunca se apague - dijo en susurro.
Con los índices de cada mano empujó ligeramente la camisa para que esta terminara de ceder. Cayó sobre la cama alrededor de su cadera, dejando a Iori desnuda. Lo vio dejando escapar el aire cuando la tela cayó por sus brazos. Avanzó el corto espacio que quedaba entre él y la cama y situó con delicadeza una de sus rodillas entre las piernas de Iori. Se desabrochó los dos botones que le quedaban y dejó que la camisa azul cayera al suelo.
Más igualados. Listos para un abrazo.
Aun con las botas puestas ambos, no pudo evitar fijarse en la diferencia entre el tamaño de aquella parte del cuerpo entre los dos. Iori alzó una mano, libre ya de la camisa que el le había quitado y la apoyo en su abdomen mirándolo desde abajo. Separó las piernas de forma imperceptible y se sentó en el borde de la cama, buscando el contacto con la rodilla de Ben.
- ¿Apagarse? ¿Llegar a sentir que ya no quiero besos de ti? - preguntó meditabunda. Alzó la otra mano para ceñir la cintura de Sango y se inclinó hacia él cerrando los ojos. Los labios de la mestiza se encontraron con la cálida piel de Sango. Lo besó muy despacio, por debajo del ombligo mientras se pegaba todo lo que podía al soldado. Una mano bajó hasta las botas, y comenzó a mover el cierre para deshacerse rápido del incómodo calzado.
La calidez del beso traspasó la piel y se esparció por todo el cuerpo. Ben detuvo los dedos con los que acariciaba la mejilla de Iori para evitar una sacudida del cuerpo, parecida a la de un escalofrío pero en este caso era pura emoción. Al poco, cuando notó que ella forcejeaba con sus propias botas, Ben se arrodilló. Era el mismo momento, pero en vez de ayudarla a calzar las botas, era lo contrario.
- Déjame que te ayude - dijo con la cabeza inclinada hacia abajo, pero los ojos buscando los de ella.
Sus dientes se quedaron mordiendo el aire cuando el Héroe alejó el abdomen que ella estaba besando. Verlo bajar le trajo recuerdos del callejón. Ella no estaba en esa ocasión tan alta, pero su cabeza continuaba por encima de la de Ben. Dandole una perspectiva privilegiada. Y que la condenó a sentir como todo el control que podía restar en ella desaparecía devorado por la lujuria.
- No creo que muchas personas hayan podido ver al Héroe de la manera que lo veo yo ahora - murmuró alzando la pierna despacio. Lo hizo de tal manera que su gemelo se apoyó sobre el hombro de Sango mientras la mestiza volvía a apoyar las manos hacia atrás sobre el colchón.
Pasó las manos por la pierna que descansaba sobre su hombro. Suaves caricias iban arriba y abajo. Un beso por encima de la rodilla, un poco más. Se alejó y maniobró para que la bota saliera con la misma facilidad con la que entró.
- Sin duda - murmuró mientras dejaba que su pierna siguiera sobre su hombro - ¿Cuántos renombrados guerreros han tenido la fortuna de estar en mi posición? - preguntó mientras centraba su atención en la otra bota.
Dudó por un instante, pero terminó bajando la pierna descalza al suelo. Principalmente para mantener mejor el equilibrio en su estado. Decenas de cabezas, con distinto color de pelo y aspecto habían estado allí, en dónde se encontraba Ben. Mirándola con deseo antes de acercarse a su zona más íntima para compartir placer.
Absolutamente ninguna significaba para ella lo que él.
- Ninguno como tú - aseguró sin tener que pensar mucho en aquello. - He estado con más personas de las que recuerdo Ben, pero ninguno como tú - con la otra pierna apoyada en el hombro de Sango, se concentró en mirarlo, dejando que sus caricias inflamasen sus ganas por él. - No hablo solo de tu faceta de guerrero. Hablo de que… - la lengua se le trabó. Notó la bota floja y deslizó la pierna hacia atrás con rapidez para liberarse. Se incorporó para lanzar sus brazos hacia el cuello del pelirrojo y lo abrazó contra su pecho con fuerza, pegándolo por completo a ella en el espacio que había entre sus piernas
- ¿Sabes? Nunca antes había sido capaz de dormir una noche entera abrazada a alguien - murmuró - Eres como un hechizo… no soy capaz de apartar los ojos de ti. No soy capaz de dejar de pensar en ti. Lo que me contaste… esos lugares, esos viajes… pensar en salir juntos de aquí me… me hace sentir… - apretó con más fuerza, enterrando la cara contra su cabello. - Siento que hay un lugar en el que quiero estar. No, no es un lugar. Eres tú. Quiero estar contigo Ben. No importa dónde - confesó.
El movimiento lo cogió por sorpresa, tanto como sus palabras que solo sirvieron para calentar un corazón que no se cansaba de escuchar cosas como aquellas. Sus brazos, que habían permanecido ajenos a aquel contacto, ascendieron por sus piernas y se cruzaron tras ella. Muy fuerte. Quizá demasiado. Pero a falta de palabras, las que ella acababa de arrebatarle con las suyas, sus manos abarcaron todo lo que pudieron. Y entonces, Ben se puso en pie y se la llevó con ella. Giró sobre sí mismo y perdió el equilibrio para caer de espaldas sobre la cama. Un ataque de risa le sacudió de repente.
- Me haces tan feliz - dijo con una sonrisa dibujada en el rostro.
Apenas tuvo tiempo de resollar con sorpresa cuando entendió que iba a caer de cabeza sobre la cama. Apoyó las manos y notó como el cuerpo de Ben la apretaba contra él en la caída de ambos. Fácil. Había sido demasiado fácil. La había levantado como si su peso no supusiese nada. Frunció el ceño y se alzó ligeramente. Debía de castigarlo.
Vio lo que buscaba y extendió un brazo hasta agarrar un extremo. Alzando la mano dejo caer la almohada contra la cara de Ben. Alzó la tela de nuevo y la volvió a descargar sin cortar con ello el ataque de risa del Héroe. Un sonido que aceleraba su corazón. Volvió a levantar la almohada sobre su cabeza, pero esta vez lo que bajo fue la boca de Iori. Cerró los ojos y buscó llenarse de la risa de Ben en aquel beso. Notar como sus torsos desnudos encajaron la hizo arquear la espalda de pura anticipación. Sabiendo que lo siguiente que iban a conectar era sus cuerpos más abajo.
Se aferraba a ella como un marinero al pecio para salvar la vida. Se aferraba a ella sintiendo que esa vida era posible. Mientras sus bocas se movían, se buscaban y compartían su particular diálogo, con ayuda los talones y algo de fortuna, Ben se deshizo de las empapadas botas. Acomodó su cuerpo bajo Iori y deslizó, lentamente, sus manos hacia las nalgas que apretó al llegar a ellas.
Lo que comenzó como un beso de pura necesidad evolucionó a uno que reflejaba el fuego que se comía a Iori por dentro. Sus manos mantuvieron el rostro de Sango pegado a ella, y solamente cuando se dio cuenta de que su lengua acariciando la de él en el interior de su boca, sus manos bajaron para perfilar la forma de sus hombros. Separó las piernas todo lo que podía sobre el, intentando notar a través de su ropa interior y de su pantalón el miembro del soldado contra ella. Jadeó con fuerza cuando sus manos la agarraron con fuerza y Iori se alzó.
Se puso de pie sobre la cama entre las piernas de Sango.
La cabeza le daba vueltas, por el alcohol y por él. Lo observó a la luz de la luna. Aunque de brillo leve, pudo ver lo suficiente como para notar su pecho acelerado, subiendo y bajando. Su boca entreabierta. Con los labios húmedos de sus besos. La pasión en los ojos y, ¿quizá? Algo de rojo en las mejillas. ¿El calor? ¿La excitación? Iori se mordió el labio y llevó las manos a la tela fina que ceñía sus caderas. La deslizo despacio, guiándola por sus piernas mientras llenaba su vista de él tumbado en el colchón bajo ella.
Ben se incorporó sobre los codos al verla de pie entre sus piernas. El movimiento hizo que abriera la boca. La urgencia, se apoderó de él y siguió irguiéndose hasta quedar sentado a un escaso palmo de ella. Se aferró a sus piernas y comenzó a dar besos allá donde sus labios eran capaces de llegar. Se separó un palmo y miró justo entre las piernas de Iori y arriba, sus ojos azules. Miró a un lado, hacia los cojines y las almohadas y luego devolvió la mirada a Iori antes de volver a besar sus piernas.
- Túmbate - jadeó entre besos.
Erguida, de pie en medio de la cama delante de Ben. El soldado acariciaba sus piernas mientras Iori abría mucho los ojos por su propuesta. Tumbarse. Debajo. Abandonando el control por completo en la otra persona. Entregando un dominio que nunca había cedido anteriormente a nadie. Aquello la inquietó.
- ¿Tumbarme? - repitió con la indecisión en la voz. Apoyó las manos en los hombros de Ben y lo miró con cautela.
Ben subió las manos por las piernas. Arriba, a la altura de los muslos, detuvo el avance y llevó las manos a la parte interna de las piernas, como si quisiera buscarse espacio, sin embargo, no apartó la mirada de sus manos.
- Túmbate - repitió.
Las piernas de Iori temblaron. No respondió esta vez. Respiró emitiendo un jadeo trémulo y entonces, bajó con rapidez para sentarse sobre las piernas de Ben. Aprovechó que él estaba sentado para abrazarse a su cuello con fuerza conteniendo allí la respiración.
- Es... complicado... para mí... - reveló. - No suelo... nunca dejo que nadie... - se interrumpió. La cabeza le daba vueltas. La lucha interna en la que se encontraba la estaba mortificando. Ella no valía. Tal y cómo era no era adecuada para Sango. En algo tan básico como intercalar posiciones arriba y abajo. Únicamente ella se había subido a él. Desde el primer momento Ben no la había rechazado. Ni un mal gesto o actitud que demostrase que esa posición no era aceptada.
Sin embargo era ella la que estaba al final llena de líneas rojas. La que se creía más libre que nadie poseía más límites de los que había sido consciente hasta entonces.
- Está bien, está bien - le besó el hombro y subió hasta el cuello - Yo nunca...- soltó aire a modo de risa contenida y le besó en la mejilla, sin apartar el pelo que caía por su rostro - Quiero hacerlo, pero - su boca buscaba la de ella y no fue capaz de decir nada más.
Los labios de Iori lo esquivaron cuando echó hacia atrás el rostro para mirarlo. Acostumbrados a la poca claridad podían verse lo suficientemente bien como para leer sus expresiones. La de la mestiza en aquel momento era de estupor. ¿Se refería al sexo oral? ¿Nunca antes había probado sexo oral con una mujer?
- ¿Nunca antes quisiste hacerlo con nadie? - No pudo evitar preguntar.
Ben la miró a los ojos y sonrió.
- No, con nadie. Solo contigo - contestó antes de volver a besarle el cuello.
La sorpresa le sacudió el cuerpo, asombrada. Era evidente que había dado por hecho otras cosas en la vida sexual de Ben. Tras los primeros segundos su expresión se suavizó, y alzó las manos para tomarlo del rostro. Se inclinó hacia él y lo besó, pero esta vez no había prisa. No había furia. No había lucha, ganas de doblegar, de encontrarse con brutalidad. De romperse contra él. Había cuidado. Ternura. Lo estaba tratando como si en lugar de un poderoso guerrero, Ben fuese de transparente cristal.
Bajó con sus manos por su cuerpo y encontró las muñecas, de las cuales lo agarró mientras ella se ponía de pie. Tiró de él sin apartar sus labios, aunque el beso era lento su respiración se aceleraba de forma descontrolada. De pie, ambos. Abrazados a los pies de la cama fundidos en un beso.
- Iremos despacio - susurró poniéndose de puntillas, intentando tocar frente con frente. Lo volvió a besar y aprovechó la nueva conexión para girar ambos, de forma que ahora era Iori la que estaba de espaldas a la cama. Sus dedos, perdidos en el cabello rojo, buscando el fuego que había en su color deseaban quemarse. Su pecho, pegado a los pectorales del Héroe, queriendo aunar latidos. Su vientre, atrapando el miembro duro de Sango, haciéndola notar como la excitación que ello le proporcionaba hacía que su interior se humedeciese.
Por él.
Los labios del Héroe se despegaron de los de ella pero no de su cuerpo. Bajaron por el cuello hasta el pecho. Allí se detuvo, posando las manos en sus senos y besándolos mientras con los dedos jugaba con sus redondeadas formas. Sus labios, sin embargo, quisieron continuar su recorrido descendente y bajó por entre sus pechos llegando al vientre. Sus manos habían descendido hasta situarse a la altura de la cintura. Posó una rodilla en el suelo mientras la otra permanecía doblada.
Iori jadeó. Primero suave. Cuando él estaba en su cuello. Más fuerte luego, cuando bajó a su pecho. La mestiza era especialmente sensible en él, y los labios de Sango le transmitían una sensación similar a la de estar cerca del fuego. Placer por el calor pero ansiedad por la sensación de necesitar más. Querer más. No pudo evitar dejar caer la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados y gimió fuerte, siendo dolorosamente consciente de sus dedos agarrándola. Quería más fuerza. Más rudeza.
Pero debía de recordar que aquella primera vez de Sango debía de ser amable. Rebajar el ritmo. No apurarlo. Se mordió el labio y sonrió hacia el techo, antes de bajar la cabeza y acariciar su cabello de fuego.
Movió la cadera bajo los besos de Ben. Recordó el muro en la calle. Recordó el deseo que la cegaba. Casi como en aquel momento. Pero se notaba extrañamente controlada. Por él. Quería hacerlo bien por él. Ser una buena compañera en aquella primera vez. Se dejó caer lentamente hasta quedar sentada en el borde del colchón. La mestiza lo miró en aquella posición, más a su altura que cuando estaba de pie y se inclinó tomándolo por la barbilla.
- Me gustas mucho Ben. Muchísimo -
El gesto de Iori provocó que su agarre se hiciera más fuerte en torno a su cadera. Recogió la pierna que faltaba y quedó completamente de rodillas. Giró la cabeza y se acomodó para besar sus muslos. A media altura el primero, un poquito más cerca de la cadera el siguiente. Mantenía los labios posados dos latidos y se separaba lentamente. Aproximándose lentamente hasta que llegó a posar los labios entre sus piernas.
El primer beso lo dio con la boca cerrada y la nariz pegada a sus labios. Se separó, miró y volvió a besar. Estuvo menos tiempo que el primero. Con el tercero abrió la boca y abarcó más superficie. Iori jadeó. Se separó y cuando se acercó con al siguiente sacó la lengua, que deslizó de abajo a arriba. Al coger espacio, se tomó un instante para calmar la excitación del momento que se traducía en un jadeo constante sobre ella.
La mestiza estaba embelesada.
Lo observó. De rodillas. En un gesto que ella relacionó con humildad en el gran Héroe que él era. Grabó la imagen de Sango entre sus piernas. Desnudos por completo en la quietud de la noche. Supo que, aunque en la ocasión anterior en medio de la calle Iori lo hubiera hecho si él no hubiera dudado, hacerlo en aquel lugar era lo correcto.
Se sentía casi como una especie de santuario para ambos. Esperó, intentando parecer calmada, dándole su espacio para marcar él el ritmo y explorar. Pero su corazón estaba a punto de romperse dentro del pecho. Notó el calor de su respiración y tembló. El interior de Iori se contrajo de puras ganas dejando que notase un calambre en el abdomen. Apretó con fuerza las palmas de las manos en el colchón con cada beso que él le daba.
Hasta que llegó la lengua.
El pecho de Iori se hundió cuando perdió el aire que tenía en los pulmones. Quiso gemir, jadear con fuerza. Decir su nombre. Pero quería controlarse. Dejar que él descubriese. Dobló la rodilla dejando el talón apoyado sobre el colchón mientras la otra permanecía extendida a un lado de Sango. Con ello le ofreció un mejor acceso al pelirrojo mientras ella se acomodaba un poco más sobre la cama.
Él rodeó con un brazo la pierna recogida de Iori y la besó antes de volver a pasar la lengua entre las piernas de la morena. No quiso dejarse ni un punto sin besar, ni un solo poro por el que sus labios no hubieran pasado. La creciente emoción, la excitación que sentía en ese preciso instante le obligó, nuevamente a tomar distancia.
¿Qué era aquella dulzura que había en él? Las pupilas de Iori se dilataron observando cómo besaba su pierna recogida y la abrazaba contra él. Deslizó el trasero por las sábanas hasta sentarse tan al borde que parte del cuerpo estaba en el aire. Separaba las piernas todo lo que podía para exponerse a él, facilitarle el acceso. Que viese todo de ella. Gimió.
Llevó la mano libre y pasó sus dedos por los labios. Una cálida humedad impregnó sus dedos antes de que con el índice penetrar levemente en su cuerpo. Ella no vio sus dedos, ya que tenía los ojos engarzados en la cara de Sango. Los sintió en cambio, y se sorprendió cuando él, tras acariciarla por fuera buscó entrar con su dedo despacio. Gimió más, mezcla de placer y sorpresa. Sin quitarlo, Ben volvió a besar los labios con algo más de ansia mientras el índice hacía un recorrido de vaivén, deslizándose hacia dentro y hacia fuera. Con la otra mano, apretaba el muslo de Iori.
Se recostó ligeramente hasta quedar apoyada sobre los codos. Mantuvo la cabeza erguida para no perderlo de vista, mientras sus manos ascendían por la redondez de sus pechos. Movió la cadera, yendo al encuentro de Sango cuando él volvió a enterrar los labios en ella. Gimió más fuerte. Comenzando a perder el control.
Los sonidos de Iori y sus movimientos contra él, activaron una necesidad que él desconocía. Quería hacer que fuera a más, que le faltara el aliento que le doliera la cara por no poder dejar de sonreír. Quería que fuera feliz, que disfrutara con él, que recordara aquel momento y lo atesorara como una promesa de futuro. Ben que había frenado la penetración, lamió la humedad de entre las piernas, abrió y cerró la boca en torno a sus labios mientras sus dedos jugaban con la entrada a su interior. Se separó ligeramente y notó la fuerte opresión que sentía bajo sus pantalones, el acaloramiento fruto del deseo y la excitación, entonces, jadeando entre sus piernas y agarrándose con fuerza a Iori, introdujo el índice y el anular. Repitió el movimiento, pero esta vez con más ritmo, con más fuerza.
Ella gritó. Exactamente lo que necesitaba. Más de él. Más jadeos de Ben. Más de sus roces. De sus labios. De su lengua. Y más dedos.
Gimió más fuerte y no pudo evitar dejar caer la cabeza hacia atrás, vencida por el placer que se concentraba en sentir. Encogió la pierna que restaba y apoyó ahora ambos pies sobre el borde del colchón. Arqueó la espalda temblando por los espasmos que generaban sus roces en ella. Los dedos del guerrero eran grandes y largos. Podía notar su dureza recorriéndola por dentro.
El sudor comenzó a cubrir la piel de Iori de una fina humedad y sintió que, entre gemido y gemido, ella deseaba más. Se incorporó lo suficiente como para tomar a Ben del mentón, separando sus labios de su piel y mirarlo con fuego en los ojos.
- Ben - lo llamó. - Más fuerte... - le pidió en un susurro ahogado en sus jadeos. La morena lo abrazó del cuello, impidiéndole de aquella manera volver con sus labios abajo. Lo besó con furia, notando el sabor de la sal en su lengua. Con la mano libre agarró la muñeca con la que el guerrero la penetraba, girándola para que la palma quedase hacia arriba mientras los dos dedos permanecían dentro de su calor. Iori se detuvo y lo miró, de forma febril.
- Calca hacia arriba - le pidió entonces antes de mover la cadera contra su mano, mientras continuaba guiándolo en la posición correcta. Y entonces, lo volvió a abrazar por la nuca. Lo atrajo hacia ella dejando que encontrase hueco entre sus piernas. Dejando que el pelirrojo se tumbase sobre el cuerpo de la mestiza mientras Iori quería arder en su boca.
Ben cayó sobre ella mientras sus dedos entraban y salían de ella con intensidad. Se esforzaba en seguir sus indicaciones, calcar hacia arriba. El roce de sus pieles, el calor que desprendían ambos, el sudor que se mezclaba, el olor de su cercanía. Ben le lamió el cuello sin dejar de mover los dedos dentro de ella. La otra mano la entrelazó con sus cabellos y era la almohada que sujetaba su cabeza mientras jadeaba sobre la boca de Iori, buscando sus labios, buscando sus gemidos.
Cuando supo que él no se alejaría, la mano con la que lo mantenía agarrado del cuello bajó. Recorrió su espalda, dejando que su mente viese con los dedos la forma de su musculatura. El cuerpo de Ben la cubría por completo, y sin embargo no dejaba caer todo el peso sobre ella. Seguía siendo cuidadoso aunque Iori se sentía al borde de la locura. De perder por completo la cabeza.
Alzó la cadera en el aire, notando como algo en ella tiraba hacia él más que nada en el mundo. Más que la luna de las mareas, o el sol de la vida en la tierra. Él la conectaba no solo a su cuerpo, la unía a algo inefable que apenas era capaz de perfilar.
Pero necesitaba más.
Más duro. Más dentro. Allí en donde los dedos de Ben no alcanzaban a llegar. Con la otra mano bajó hasta su pantalón y agarró arañando la nalga del guerrero por debajo de la tela.
- Ben, quiero romperte esta noche - susurró rozando sus labios al hablar, mientras lo miraba. - Quiero que me rompas - añadió fijándose en los ojos verdes. Observando de nuevo la chispa de azul en el verde. Una parte de ella en él. O eso era lo que quería ver.
Enloqueció. Empujó hacia arriba con todas sus fuerzas para sacarle al guerrero de encima. Lo condujo a un lado y se subió a él antes de que pudiese comprender el cambio de posiciones entre ambos. No tardó ni un segundo en apartar la tela floja del pantalón. No necesitaba sacarlo todo. Solo precisaba liberar su miembro.
La mestiza subió y bajó. De un único y doloroso golpe. No tuvo cuidado y el miembro del pelirrojo era más que los dos dedos con los que la había acariciado. Gimió lastimada pero, incluso de aquello disfrutó. Solo necesitó un par de movimientos para derretirse en él. Para alejar la molestia de una penetración tan bruta. Apoyó las manos sobre el pecho de Ben y completamente conectados movió la cadera.
- Ben... - le faltaban las palabras. Aunque sentía que quería decir algo.
Notarlo dentro de ella la hacía sentir plena. Completa de una forma que la hacía pensar que estaba a medias cuando no yacía con él. Un pensamiento nuevo en su mente. La dureza que él mostraba se abría paso dentro de ella rozando en cada pliegue. Llegando más dentro de lo que había sentido jamás. Adoraba recorrer toda la extensión y sentarse en su base, dejando que allí sus paredes se contrajeran sobre él. Apretándolo. Abrazándolo. Fundiéndolo en ella.
Ben gimió de puro placer. Los movimientos de Iori eran perfectos, de arriba a abajo, aprovechando cada vaivén como si fuera el último. Ben se mordió el labio inferior y posó sus manos allí donde llegaban, muslos, cadera, costado, pechos, brazos. Terminó aferrándose, con fuerza, a sus muñecas incapaz de decir una sola palabra. Cerró los ojos por un instante y dibujó una sonrisa en el rostro con la que miró a Iori. Subió las manos por sus brazos y al llegar a los hombros tiró de ella hacia abajo.
- Ven aquí - dijo con resuello.
Escucharlo la hizo sonreír. No de forma lasciva como lo haría con otro cualquiera. No. Con Ben su sonrisa era de admiración. De alivio. De entrega. Una sonrisa que significaba que quiza, ella sí era suficiente. Suficientemente buena para él.
Allí, con el cuerpo de ambos atados se sentía feliz. Se sentía completa. Las manos del guerrero la acariciaron con la necesidad que ella misma sentía por él. Se tumbó sobre su cuerpo apretando el pecho contra el torso de Ben. Buscó su cuello, para besarlo. Para beber de él. Del sabor de su piel, de los latidos de su corazón.
Giró las muñecas con las que él la aferraba para soltarse y fue ahora ella la que entrelazó los dedos con él. Subió las manos de los dos unidas por encima de la cabeza del pelirrojo mientras en aquella posición la espalda de Iori se arqueaba en ondas profundas para continuar llevando a cabo una penetración que los conectase hasta el límite.
Más allá de las entrañas. Gimió. Jadeó. La locura la cegó. Y cuando notó como la subida la aguardaba, hizo más profundos sus movimientos. Más lentos. Y más apretados. La mestiza buscó su boca con fervor. Quería besarlo pero apenas consiguió lamer sus labios antes de estallar en placer. Dejó ir su voz para gemir muy alto, clavando las uñas en el dorso de la mano de Sango mientras clavaba su movimiento de la forma más profunda que era capaz de alcanzar en aquella posición.
Notó la sensación de dejarse ir sobre el cuerpo de Ben. Con los ojos cerrados dejó de percibir la realidad que la rodeaba. Únicamente la piel de él, sus movimientos y su respiración. Se abandonó en sus brazos mientras sentía los reflejos del orgasmo causando leves sacudidas en su cuerpo, como las réplicas leves de un terremoto.
Sus manos apretaban las de ella cuando sus gemidos de placer se convirtieron en un jadeo. Se pasó la lengua por los labios. Saboreándola. Quería más. Con las piernas buscó que Iori le hiciera hueco que le permitiera flexionarlas ligeramente para conseguir una postura que le permitiera ser él quien hiciera el movimiento ahora. Lentamente, junto con las piernas, Ben, sin romper el contactor de sus manos, las condujo lentamente hacia la espalda de Iori. Apretó contra él su cuerpo y comenzó a moverse bajo ella. Lento, muy lento al principio. Dandole tiempo. Lo justo y necesario. Ben volvió a sonreír y aceleró el ritmo. No pararía. No hasta explotar en ella.
Iori pugnaba por conseguir respirar lo suficiente. Hacer llegar el oxígeno que precisaba para que su vista se aclarase y su corazón latiese a velocidades más sanas.
Apoyó la mejilla contra el hombro de Ben dejando que fuese ahora él, bajo ella, el que marcase el ritmo de los movimientos. Gritó con fuerza cuando notó como de nuevo, se deslizaba de principio a fin dentro de su cuerpo. El calor la estaba matando. Había llegado al límite, devastada por la potencia de aquel orgasmo.
Notó como sus manos entrelazadas la mantenía aferrada, casi presa, entre sus brazos. Pero no tenía fuerzas para resistirse en aquel momento. Esclavizada por el ritmo de las penetraciones que marcaba Ben. Y también esclavizada por los sentimientos que tenía por él.
Sin soltar su agarre, Ben no pudo aguantar más y cerrando los ojos y lanzando un grito de placer redujo el ritmo hasta detenerse bajo ella. Apoyó la cabeza con fuerza sobre la cama y cerró los ojos dejando como música de fondo el martilleo de su corazón y las agitadas respiraciones.
Abrazó fuerte la cintura de Iori contra él mientras que la otra mano subió hasta su hombro para apretarla más. Se pasó la lengua por los labios y luego besó su mejilla. Fueron besos cortos, cálidos, intensos. Giró la cabeza y esperó que Iori hiciera lo mismo. Con la nariz chocó la de ella y le sonrió antes de posar sus labios en los de ella.
Había algo que alimentaba la mirada de Iori. La cara de Sango. Y es que él no dejaba de sonreír. Era feliz.
Con ella.
Iori se rio en voz alta y se aferró a él con la fuerza que sus músculos iba recuperando tras el orgasmo. Él tenía razón. La noche era joven.
Abrió los ojos de golpe y sintió algo de frío. Pero fue mucho más la sensación de calor. Observó enfocando el ventanal que tenía delante. Recordó entonces la habitación del palacete. Y recordó en compañía de quién había entrado. Recordó el trabajo conjunto deshaciendo la cama y manchando el cristal que tenía justo delante.
Sabía que Ben estaba a su espalda.
Lo sentía pegado a ella en toda la extensión que sus cuerpos podían compartir. No lo veía pero escuchaba su respiración, relajada y lenta sobre su cabeza. Analizó la forma en la que sus piernas estaban enredadas y la manera en la que la cadera de Ben encajaba contra sus nalgas.
Pero en su mente había otra cosa que la tenía intranquila.
No solo era el calor del cuerpo de Ben, abrazándola tras ella. Había otro tipo de calor. O más bien lo soñó. Eso fue lo que la despertó.
Abrió los ojos a la noche y miró hacia abajo, con la sensación clara y firme de que contra el pecho de Iori había un pequeño bulto. Algo suave y calentito que permanecía muy quieto.
No había nada en absoluto, por descontado. Y sin embargo la sensación de que le faltaba algo estaba ahí.
Se levantó, intranquila.
En uno de los momentos de la noche habían abierto el gran ventanal de par en par, pero Iori decidió cerrarlo. Se giró y observó desde allí el cuerpo de Sango.
Dormido, completamente estirado cuán largo era sobre las sábanas, resultaba un curioso contraste entre el cuerpo de un guerrero con una cara dulce más propia de un niño pequeño.
La mestiza avanzó y se sentó a los pies de la cama, mirándolo dormir durante un rato. Todavía sentía el calor de su piel pegado en la espalda. Y aunque se lo estaba imaginando, sentía el mismo calor de aquello que había estado pegado en su pecho.
La mirada azul adquirió un matiz triste cuando se deslizó con premura de nuevo a la cama. Esta vez del lado contrario. Abrazó a Ben por la espalda ahora y enterró la cara entre sus hombros. Allí estaba segura. Allí desaparecía la sensación de que le faltaba algo.
El pelirrojo se giró, y la mestiza pensó por un instante que lo había despertado. Estaba profundamente dormido pero, como respondiendo a un llamado, la rodeó con los brazos y la apretó fuerte a su pecho.
Aquello la hizo sentir inmensamente feliz. Observó el rostro dormido de Ben con los ojos desbordando con los sentimientos que tenía guardados.
Pegó la mejilla a su piel, en la zona de los pectorales y lo besó despacito. No quería despertarlo. Solo quería atesorarlo. Llenarlo del amor que sentía por él. Aunque con el nuevo amanecer ella olvidase que había pensado en aquella palabra.
Como olvidaría la sensación de sostener entre sus manos dos diminutos pies cuando había abrazado aquel bulto cálido contra el pecho.
- Necesito saber a qué te refieres con lo que dijiste antes - esbozó una sonrisa y se giró para encararlo de frente. Pero no se acercó. Al contrario. Comenzó a caminar de espaldas, alejándose paso a paso de él. Avanzaba lentamente ya que la falta de cordinación, al no estar apoyada en el pelirrojo resultaba más evidente. Los dedos finos de Iori subieron hasta su pecho. Allí encontró el primer botón de la camisa y con habilidad lo movió sobre la tela hasta abrirlo. Uno. Sonrió más, avanzando otro paso hacia atrás. Dos. - Necesito entenderte, Ben -
Cada paso que daba hacia atrás era respondido por un paso al frente de él. Primero dejó caer la capa con un ágil movimiento de hombros. Luego, sus manos deshicieron con habilidad el nudo del cinto de las armas que dejó caer al suelo sin importar el ruido que hicieron, que llenó la habitación pero que rápidamente se vio superado por el martilleo del corazón contra el pecho. En su rostro se adivinaba una mueca de sonrisa pero lo más notorio era la intensidad de su mirada, que guardaban todos y cada uno de sus movimientos, los seguía como si temiera perderse cualquier detalle de lo que ella hiciera, como si cada movimiento sirviera para avivar la creciente llama.
- Hacerte sufrir por mi culpa, por mi ausencia - dijo al ver cómo se desabrochaba los botones -. Que sufras por mí es algo que no sería aceptable - detuvo su avance a un brazo de distancia -. Solo quiero verte disfrutar. Tu vida es demasiado preciosa- estiró el brazo hacia su rostro y la acarició acortando la distancia entre ellos - Soy afortunado por compartir contigo. -
Buscó con la otra mano uno de sus botones y toqueteó hasta que lo soltó. Su sonrisa se ensanchó.
¿Por su ausencia? Desde luego aquella noche no era algo que a Iori le hubiera importado. Ahora, todo era diferente. Notó como el corazón se le había acelerado más por pensar en alejarse de él que por la forma traviesa que tuvo de abrirle el botón de la camisa.
Ocultó detrás de una sonrisa inocente a ambas Iori. La que había querido apartarse de Sango. La que ahora se moría por seguir a su lado
- ¿Tu ausencia? - repitió pensando en ello entonces. Apoyó la cara contra la mano que la acarició, y dejó que el botón que él había abierto dejase a la vista su escote. Entornó los ojos para verlo mejor. Se tragó las ganas de precipitarse contra él y como si fuese un gesto de lo más normal la mestiza llevó una mano al cierre de su pantalón.
- Aquella noche me hubiera dado completamente igual que hubieras desaparecido después - le reveló sobre lo que ella creía que era la verdad de su sentimientos. - El sexo es solo sexo.- abrió la tela lo suficiente como para poder deslizar el borde de los dedos dentro del pantalón. Clavó los ojos en la mirada verde, atrapada en sus ojos por completo.
- ¿Mi vida te parece valiosa? - sonrió más ampliamente. - A veces olvido cómo ves desde tus ojos el mundo que te rodea. Cómo me ves a mí… - con los dedos dentro del pantalón de Sango Iori presionó hacia atrás para separarlos a ambos. Se alejó con una rápida finta de él y le dio la espalda para dirigirse a la cama. Cuando Iori se giró de nuevo Ben pudo ver que todos los botones que restaban abrochados… ya no lo estaban.
Se veía el cuerpo de Iori con la camisa cayendo ambos lados de su abdomen, cubriendo por poco sus pechos. La malicia latía en su mirada cuando la mestiza se sentó en el borde de la cama. Apoyó ambas manos sobre el colchón, inclinándose un poco hacia atrás y cruzó una pierna sobre otra.
Era suficiente de pensar. No deseaba ya invertir tiempo y concentración en algo que no fuese lo que tenían entre manos. Sabía lo que venía ahora. Sexo. Bruto y duro con Sango. Algo que le removía las entrañas de anticipación y aceleraba su respiración sin poder disimular. Quería chocar con él, deshacerse mutuamente y volver a combinarse en los brazos el uno del otro para crear algo nuevo. Una cosa diferente. Ni Ben ni Iori.
Algo nuevo.
- ¿Afortunado? Quizá mañana no digas eso…-
Lo vio contemplarla a la escasa luz que entraba por la ventana. Se quedó un rato largo observando sus cabellos caer hacia atrás, sus brazos y sus manos tras ella, la sutil curva que hacía su cuerpo hacia atrás, la camisa cayendo a los lados, su piel, sus piernas cruzadas a la altura de las rodillas.
- Lo seguiré pensando y lo seguiré diciendo - dio un paso hacia ella - Aquella noche ya pasó. Esta noche, aun es joven - se acercó aun más y se desabrochó un par de botones de la camisa.
Los ojos azules no perdieron detalle de sus movimientos. Era incapaz de no mirarlo. De no disfrutar de su voz cada vez que hablaba. Sentía que sería capaz de pasar la noche en vela, aprovechando cada segundo llenándolo de Sango.
De Ben.
La tenue luz lunar acentuaba las sombras en sus antebrazos. La camisa azul comenzó a abrirse y el deseo se movió como un animal en plena caza dentro de ella. Su abdomen se tensó y clavó las uñas sobre el colchón.
- ¿Y ahora? ¿Ya no te preocupa que sufra por ti? - Preguntó moviendo la pierna que quedaba arriba con suaves sacudidas. Alzó una mano, casual, y deslizó los dedos por su cuello.
Una oscura sombra recorrió su rostro. La pregunta no tenía una respuesta fácil pero sin duda, Sango dijo lo primero que le salió de dentro.
- Ahora... Ahora comprendí que merece la pena cambiar - sus ojos se clavaron en los de ella durante un largo instante - Por ti. -
La cara de Sango fue el preludio de lo que supuso para Iori un cataclismo. La mano bajó, cayendo sin fuerza esta vez hasta su regazo. Apartó los ojos de pura congoja ante el poder de sus palabras y clavó los ojos en el suelo. De nuevo, él, la hacía sentir desnuda como si nunca antes lo hubiera estado. Descruzó las piernas y posó ambos pies sobre el suelo.
No era la única que sentía algo similar. Aunque cuando se trataba de Ben costaba creer que en él fuese real. Costaba creer que él entero fuese real. Que ella fuese la razón. Que ella fuese lo que él deseaba... le costaba seguir con el hilo de pensamiento. Aceptar que aquello pudiese ser una verdad.
- ¿Es suficiente? ¿Lo que me haces sentir es suficiente para ti? - preguntó a ambos en voz alta. - Desearte como lo hago… nunca había sentido algo así por nadie. Me hace arder por dentro, quiero estar todo el rato en contacto contigo… pero hay más…- se detuvo, atropellada por la vorágine de emociones que daban vueltas en su cabeza.
Y en el centro de su caos, Ben.
El guerrero se movió lo justo para dejar un pie entre los de ella. Se inclinó hacia delante y posó sus manos a ambos lados de su rostro. La miró a los ojos y dejó que ella viera el brillo acuoso que ella misma había creado. ¿Aquello era emoción en su mirada? Se quedó atónita. Sus ojos la golpearon como si alguien hubiese lanzado una piedra a su nuca. Observó el brillo de la emoción, de las lagrimas que no terminaban de cuajar y de nuevo él volvió a zanjar aquella parte de la interacción. Incapaz de reaccionar con lo que veía delante, él se acercó aún más y sus labios se encontraron. Fue una sucesión de besos cortos, dulces, intensos.
Y sus labios le recordaron a Iori en aquel momento el dolor de su ausencia aquel día. La forma que tuvo de caminar por el pasillo alejándose de ella. Dándole la espalda para que aquel fuese el último recuerdo que tenía de el. Solo pensarlo le quitó el aire. Claro que Ben pensaría que aquello fue por sus besos. No cerro los ojos mientras le devolvía el contacto. Trataba de seguirlo pero su mente estaba llena de información, dejándola incapaz de aclararse. Torpe. De nuevo torpe. Cuando algo que ella no conocía se filtraba entre sus besos. Algo que apenas sospechaba y que crecía cada día a un ritmo desbordado. Había mas sentimientos de los que ella estaba dispuesta a reconocer por Ben dentro de ella.
Entonces volvió a separarse y sus manos bajaron lentamente por el cuello hasta llegar a los hombros.
- Que el fuego nunca se apague - dijo en susurro.
Con los índices de cada mano empujó ligeramente la camisa para que esta terminara de ceder. Cayó sobre la cama alrededor de su cadera, dejando a Iori desnuda. Lo vio dejando escapar el aire cuando la tela cayó por sus brazos. Avanzó el corto espacio que quedaba entre él y la cama y situó con delicadeza una de sus rodillas entre las piernas de Iori. Se desabrochó los dos botones que le quedaban y dejó que la camisa azul cayera al suelo.
Más igualados. Listos para un abrazo.
Aun con las botas puestas ambos, no pudo evitar fijarse en la diferencia entre el tamaño de aquella parte del cuerpo entre los dos. Iori alzó una mano, libre ya de la camisa que el le había quitado y la apoyo en su abdomen mirándolo desde abajo. Separó las piernas de forma imperceptible y se sentó en el borde de la cama, buscando el contacto con la rodilla de Ben.
- ¿Apagarse? ¿Llegar a sentir que ya no quiero besos de ti? - preguntó meditabunda. Alzó la otra mano para ceñir la cintura de Sango y se inclinó hacia él cerrando los ojos. Los labios de la mestiza se encontraron con la cálida piel de Sango. Lo besó muy despacio, por debajo del ombligo mientras se pegaba todo lo que podía al soldado. Una mano bajó hasta las botas, y comenzó a mover el cierre para deshacerse rápido del incómodo calzado.
La calidez del beso traspasó la piel y se esparció por todo el cuerpo. Ben detuvo los dedos con los que acariciaba la mejilla de Iori para evitar una sacudida del cuerpo, parecida a la de un escalofrío pero en este caso era pura emoción. Al poco, cuando notó que ella forcejeaba con sus propias botas, Ben se arrodilló. Era el mismo momento, pero en vez de ayudarla a calzar las botas, era lo contrario.
- Déjame que te ayude - dijo con la cabeza inclinada hacia abajo, pero los ojos buscando los de ella.
Sus dientes se quedaron mordiendo el aire cuando el Héroe alejó el abdomen que ella estaba besando. Verlo bajar le trajo recuerdos del callejón. Ella no estaba en esa ocasión tan alta, pero su cabeza continuaba por encima de la de Ben. Dandole una perspectiva privilegiada. Y que la condenó a sentir como todo el control que podía restar en ella desaparecía devorado por la lujuria.
- No creo que muchas personas hayan podido ver al Héroe de la manera que lo veo yo ahora - murmuró alzando la pierna despacio. Lo hizo de tal manera que su gemelo se apoyó sobre el hombro de Sango mientras la mestiza volvía a apoyar las manos hacia atrás sobre el colchón.
Pasó las manos por la pierna que descansaba sobre su hombro. Suaves caricias iban arriba y abajo. Un beso por encima de la rodilla, un poco más. Se alejó y maniobró para que la bota saliera con la misma facilidad con la que entró.
- Sin duda - murmuró mientras dejaba que su pierna siguiera sobre su hombro - ¿Cuántos renombrados guerreros han tenido la fortuna de estar en mi posición? - preguntó mientras centraba su atención en la otra bota.
Dudó por un instante, pero terminó bajando la pierna descalza al suelo. Principalmente para mantener mejor el equilibrio en su estado. Decenas de cabezas, con distinto color de pelo y aspecto habían estado allí, en dónde se encontraba Ben. Mirándola con deseo antes de acercarse a su zona más íntima para compartir placer.
Absolutamente ninguna significaba para ella lo que él.
- Ninguno como tú - aseguró sin tener que pensar mucho en aquello. - He estado con más personas de las que recuerdo Ben, pero ninguno como tú - con la otra pierna apoyada en el hombro de Sango, se concentró en mirarlo, dejando que sus caricias inflamasen sus ganas por él. - No hablo solo de tu faceta de guerrero. Hablo de que… - la lengua se le trabó. Notó la bota floja y deslizó la pierna hacia atrás con rapidez para liberarse. Se incorporó para lanzar sus brazos hacia el cuello del pelirrojo y lo abrazó contra su pecho con fuerza, pegándolo por completo a ella en el espacio que había entre sus piernas
- ¿Sabes? Nunca antes había sido capaz de dormir una noche entera abrazada a alguien - murmuró - Eres como un hechizo… no soy capaz de apartar los ojos de ti. No soy capaz de dejar de pensar en ti. Lo que me contaste… esos lugares, esos viajes… pensar en salir juntos de aquí me… me hace sentir… - apretó con más fuerza, enterrando la cara contra su cabello. - Siento que hay un lugar en el que quiero estar. No, no es un lugar. Eres tú. Quiero estar contigo Ben. No importa dónde - confesó.
El movimiento lo cogió por sorpresa, tanto como sus palabras que solo sirvieron para calentar un corazón que no se cansaba de escuchar cosas como aquellas. Sus brazos, que habían permanecido ajenos a aquel contacto, ascendieron por sus piernas y se cruzaron tras ella. Muy fuerte. Quizá demasiado. Pero a falta de palabras, las que ella acababa de arrebatarle con las suyas, sus manos abarcaron todo lo que pudieron. Y entonces, Ben se puso en pie y se la llevó con ella. Giró sobre sí mismo y perdió el equilibrio para caer de espaldas sobre la cama. Un ataque de risa le sacudió de repente.
- Me haces tan feliz - dijo con una sonrisa dibujada en el rostro.
Apenas tuvo tiempo de resollar con sorpresa cuando entendió que iba a caer de cabeza sobre la cama. Apoyó las manos y notó como el cuerpo de Ben la apretaba contra él en la caída de ambos. Fácil. Había sido demasiado fácil. La había levantado como si su peso no supusiese nada. Frunció el ceño y se alzó ligeramente. Debía de castigarlo.
Vio lo que buscaba y extendió un brazo hasta agarrar un extremo. Alzando la mano dejo caer la almohada contra la cara de Ben. Alzó la tela de nuevo y la volvió a descargar sin cortar con ello el ataque de risa del Héroe. Un sonido que aceleraba su corazón. Volvió a levantar la almohada sobre su cabeza, pero esta vez lo que bajo fue la boca de Iori. Cerró los ojos y buscó llenarse de la risa de Ben en aquel beso. Notar como sus torsos desnudos encajaron la hizo arquear la espalda de pura anticipación. Sabiendo que lo siguiente que iban a conectar era sus cuerpos más abajo.
Se aferraba a ella como un marinero al pecio para salvar la vida. Se aferraba a ella sintiendo que esa vida era posible. Mientras sus bocas se movían, se buscaban y compartían su particular diálogo, con ayuda los talones y algo de fortuna, Ben se deshizo de las empapadas botas. Acomodó su cuerpo bajo Iori y deslizó, lentamente, sus manos hacia las nalgas que apretó al llegar a ellas.
Lo que comenzó como un beso de pura necesidad evolucionó a uno que reflejaba el fuego que se comía a Iori por dentro. Sus manos mantuvieron el rostro de Sango pegado a ella, y solamente cuando se dio cuenta de que su lengua acariciando la de él en el interior de su boca, sus manos bajaron para perfilar la forma de sus hombros. Separó las piernas todo lo que podía sobre el, intentando notar a través de su ropa interior y de su pantalón el miembro del soldado contra ella. Jadeó con fuerza cuando sus manos la agarraron con fuerza y Iori se alzó.
Se puso de pie sobre la cama entre las piernas de Sango.
La cabeza le daba vueltas, por el alcohol y por él. Lo observó a la luz de la luna. Aunque de brillo leve, pudo ver lo suficiente como para notar su pecho acelerado, subiendo y bajando. Su boca entreabierta. Con los labios húmedos de sus besos. La pasión en los ojos y, ¿quizá? Algo de rojo en las mejillas. ¿El calor? ¿La excitación? Iori se mordió el labio y llevó las manos a la tela fina que ceñía sus caderas. La deslizo despacio, guiándola por sus piernas mientras llenaba su vista de él tumbado en el colchón bajo ella.
Ben se incorporó sobre los codos al verla de pie entre sus piernas. El movimiento hizo que abriera la boca. La urgencia, se apoderó de él y siguió irguiéndose hasta quedar sentado a un escaso palmo de ella. Se aferró a sus piernas y comenzó a dar besos allá donde sus labios eran capaces de llegar. Se separó un palmo y miró justo entre las piernas de Iori y arriba, sus ojos azules. Miró a un lado, hacia los cojines y las almohadas y luego devolvió la mirada a Iori antes de volver a besar sus piernas.
- Túmbate - jadeó entre besos.
Erguida, de pie en medio de la cama delante de Ben. El soldado acariciaba sus piernas mientras Iori abría mucho los ojos por su propuesta. Tumbarse. Debajo. Abandonando el control por completo en la otra persona. Entregando un dominio que nunca había cedido anteriormente a nadie. Aquello la inquietó.
- ¿Tumbarme? - repitió con la indecisión en la voz. Apoyó las manos en los hombros de Ben y lo miró con cautela.
Ben subió las manos por las piernas. Arriba, a la altura de los muslos, detuvo el avance y llevó las manos a la parte interna de las piernas, como si quisiera buscarse espacio, sin embargo, no apartó la mirada de sus manos.
- Túmbate - repitió.
Las piernas de Iori temblaron. No respondió esta vez. Respiró emitiendo un jadeo trémulo y entonces, bajó con rapidez para sentarse sobre las piernas de Ben. Aprovechó que él estaba sentado para abrazarse a su cuello con fuerza conteniendo allí la respiración.
- Es... complicado... para mí... - reveló. - No suelo... nunca dejo que nadie... - se interrumpió. La cabeza le daba vueltas. La lucha interna en la que se encontraba la estaba mortificando. Ella no valía. Tal y cómo era no era adecuada para Sango. En algo tan básico como intercalar posiciones arriba y abajo. Únicamente ella se había subido a él. Desde el primer momento Ben no la había rechazado. Ni un mal gesto o actitud que demostrase que esa posición no era aceptada.
Sin embargo era ella la que estaba al final llena de líneas rojas. La que se creía más libre que nadie poseía más límites de los que había sido consciente hasta entonces.
- Está bien, está bien - le besó el hombro y subió hasta el cuello - Yo nunca...- soltó aire a modo de risa contenida y le besó en la mejilla, sin apartar el pelo que caía por su rostro - Quiero hacerlo, pero - su boca buscaba la de ella y no fue capaz de decir nada más.
Los labios de Iori lo esquivaron cuando echó hacia atrás el rostro para mirarlo. Acostumbrados a la poca claridad podían verse lo suficientemente bien como para leer sus expresiones. La de la mestiza en aquel momento era de estupor. ¿Se refería al sexo oral? ¿Nunca antes había probado sexo oral con una mujer?
- ¿Nunca antes quisiste hacerlo con nadie? - No pudo evitar preguntar.
Ben la miró a los ojos y sonrió.
- No, con nadie. Solo contigo - contestó antes de volver a besarle el cuello.
La sorpresa le sacudió el cuerpo, asombrada. Era evidente que había dado por hecho otras cosas en la vida sexual de Ben. Tras los primeros segundos su expresión se suavizó, y alzó las manos para tomarlo del rostro. Se inclinó hacia él y lo besó, pero esta vez no había prisa. No había furia. No había lucha, ganas de doblegar, de encontrarse con brutalidad. De romperse contra él. Había cuidado. Ternura. Lo estaba tratando como si en lugar de un poderoso guerrero, Ben fuese de transparente cristal.
Bajó con sus manos por su cuerpo y encontró las muñecas, de las cuales lo agarró mientras ella se ponía de pie. Tiró de él sin apartar sus labios, aunque el beso era lento su respiración se aceleraba de forma descontrolada. De pie, ambos. Abrazados a los pies de la cama fundidos en un beso.
- Iremos despacio - susurró poniéndose de puntillas, intentando tocar frente con frente. Lo volvió a besar y aprovechó la nueva conexión para girar ambos, de forma que ahora era Iori la que estaba de espaldas a la cama. Sus dedos, perdidos en el cabello rojo, buscando el fuego que había en su color deseaban quemarse. Su pecho, pegado a los pectorales del Héroe, queriendo aunar latidos. Su vientre, atrapando el miembro duro de Sango, haciéndola notar como la excitación que ello le proporcionaba hacía que su interior se humedeciese.
Por él.
Los labios del Héroe se despegaron de los de ella pero no de su cuerpo. Bajaron por el cuello hasta el pecho. Allí se detuvo, posando las manos en sus senos y besándolos mientras con los dedos jugaba con sus redondeadas formas. Sus labios, sin embargo, quisieron continuar su recorrido descendente y bajó por entre sus pechos llegando al vientre. Sus manos habían descendido hasta situarse a la altura de la cintura. Posó una rodilla en el suelo mientras la otra permanecía doblada.
Iori jadeó. Primero suave. Cuando él estaba en su cuello. Más fuerte luego, cuando bajó a su pecho. La mestiza era especialmente sensible en él, y los labios de Sango le transmitían una sensación similar a la de estar cerca del fuego. Placer por el calor pero ansiedad por la sensación de necesitar más. Querer más. No pudo evitar dejar caer la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados y gimió fuerte, siendo dolorosamente consciente de sus dedos agarrándola. Quería más fuerza. Más rudeza.
Pero debía de recordar que aquella primera vez de Sango debía de ser amable. Rebajar el ritmo. No apurarlo. Se mordió el labio y sonrió hacia el techo, antes de bajar la cabeza y acariciar su cabello de fuego.
Movió la cadera bajo los besos de Ben. Recordó el muro en la calle. Recordó el deseo que la cegaba. Casi como en aquel momento. Pero se notaba extrañamente controlada. Por él. Quería hacerlo bien por él. Ser una buena compañera en aquella primera vez. Se dejó caer lentamente hasta quedar sentada en el borde del colchón. La mestiza lo miró en aquella posición, más a su altura que cuando estaba de pie y se inclinó tomándolo por la barbilla.
- Me gustas mucho Ben. Muchísimo -
El gesto de Iori provocó que su agarre se hiciera más fuerte en torno a su cadera. Recogió la pierna que faltaba y quedó completamente de rodillas. Giró la cabeza y se acomodó para besar sus muslos. A media altura el primero, un poquito más cerca de la cadera el siguiente. Mantenía los labios posados dos latidos y se separaba lentamente. Aproximándose lentamente hasta que llegó a posar los labios entre sus piernas.
El primer beso lo dio con la boca cerrada y la nariz pegada a sus labios. Se separó, miró y volvió a besar. Estuvo menos tiempo que el primero. Con el tercero abrió la boca y abarcó más superficie. Iori jadeó. Se separó y cuando se acercó con al siguiente sacó la lengua, que deslizó de abajo a arriba. Al coger espacio, se tomó un instante para calmar la excitación del momento que se traducía en un jadeo constante sobre ella.
La mestiza estaba embelesada.
Lo observó. De rodillas. En un gesto que ella relacionó con humildad en el gran Héroe que él era. Grabó la imagen de Sango entre sus piernas. Desnudos por completo en la quietud de la noche. Supo que, aunque en la ocasión anterior en medio de la calle Iori lo hubiera hecho si él no hubiera dudado, hacerlo en aquel lugar era lo correcto.
Se sentía casi como una especie de santuario para ambos. Esperó, intentando parecer calmada, dándole su espacio para marcar él el ritmo y explorar. Pero su corazón estaba a punto de romperse dentro del pecho. Notó el calor de su respiración y tembló. El interior de Iori se contrajo de puras ganas dejando que notase un calambre en el abdomen. Apretó con fuerza las palmas de las manos en el colchón con cada beso que él le daba.
Hasta que llegó la lengua.
El pecho de Iori se hundió cuando perdió el aire que tenía en los pulmones. Quiso gemir, jadear con fuerza. Decir su nombre. Pero quería controlarse. Dejar que él descubriese. Dobló la rodilla dejando el talón apoyado sobre el colchón mientras la otra permanecía extendida a un lado de Sango. Con ello le ofreció un mejor acceso al pelirrojo mientras ella se acomodaba un poco más sobre la cama.
Él rodeó con un brazo la pierna recogida de Iori y la besó antes de volver a pasar la lengua entre las piernas de la morena. No quiso dejarse ni un punto sin besar, ni un solo poro por el que sus labios no hubieran pasado. La creciente emoción, la excitación que sentía en ese preciso instante le obligó, nuevamente a tomar distancia.
¿Qué era aquella dulzura que había en él? Las pupilas de Iori se dilataron observando cómo besaba su pierna recogida y la abrazaba contra él. Deslizó el trasero por las sábanas hasta sentarse tan al borde que parte del cuerpo estaba en el aire. Separaba las piernas todo lo que podía para exponerse a él, facilitarle el acceso. Que viese todo de ella. Gimió.
Llevó la mano libre y pasó sus dedos por los labios. Una cálida humedad impregnó sus dedos antes de que con el índice penetrar levemente en su cuerpo. Ella no vio sus dedos, ya que tenía los ojos engarzados en la cara de Sango. Los sintió en cambio, y se sorprendió cuando él, tras acariciarla por fuera buscó entrar con su dedo despacio. Gimió más, mezcla de placer y sorpresa. Sin quitarlo, Ben volvió a besar los labios con algo más de ansia mientras el índice hacía un recorrido de vaivén, deslizándose hacia dentro y hacia fuera. Con la otra mano, apretaba el muslo de Iori.
Se recostó ligeramente hasta quedar apoyada sobre los codos. Mantuvo la cabeza erguida para no perderlo de vista, mientras sus manos ascendían por la redondez de sus pechos. Movió la cadera, yendo al encuentro de Sango cuando él volvió a enterrar los labios en ella. Gimió más fuerte. Comenzando a perder el control.
Los sonidos de Iori y sus movimientos contra él, activaron una necesidad que él desconocía. Quería hacer que fuera a más, que le faltara el aliento que le doliera la cara por no poder dejar de sonreír. Quería que fuera feliz, que disfrutara con él, que recordara aquel momento y lo atesorara como una promesa de futuro. Ben que había frenado la penetración, lamió la humedad de entre las piernas, abrió y cerró la boca en torno a sus labios mientras sus dedos jugaban con la entrada a su interior. Se separó ligeramente y notó la fuerte opresión que sentía bajo sus pantalones, el acaloramiento fruto del deseo y la excitación, entonces, jadeando entre sus piernas y agarrándose con fuerza a Iori, introdujo el índice y el anular. Repitió el movimiento, pero esta vez con más ritmo, con más fuerza.
Ella gritó. Exactamente lo que necesitaba. Más de él. Más jadeos de Ben. Más de sus roces. De sus labios. De su lengua. Y más dedos.
Gimió más fuerte y no pudo evitar dejar caer la cabeza hacia atrás, vencida por el placer que se concentraba en sentir. Encogió la pierna que restaba y apoyó ahora ambos pies sobre el borde del colchón. Arqueó la espalda temblando por los espasmos que generaban sus roces en ella. Los dedos del guerrero eran grandes y largos. Podía notar su dureza recorriéndola por dentro.
El sudor comenzó a cubrir la piel de Iori de una fina humedad y sintió que, entre gemido y gemido, ella deseaba más. Se incorporó lo suficiente como para tomar a Ben del mentón, separando sus labios de su piel y mirarlo con fuego en los ojos.
- Ben - lo llamó. - Más fuerte... - le pidió en un susurro ahogado en sus jadeos. La morena lo abrazó del cuello, impidiéndole de aquella manera volver con sus labios abajo. Lo besó con furia, notando el sabor de la sal en su lengua. Con la mano libre agarró la muñeca con la que el guerrero la penetraba, girándola para que la palma quedase hacia arriba mientras los dos dedos permanecían dentro de su calor. Iori se detuvo y lo miró, de forma febril.
- Calca hacia arriba - le pidió entonces antes de mover la cadera contra su mano, mientras continuaba guiándolo en la posición correcta. Y entonces, lo volvió a abrazar por la nuca. Lo atrajo hacia ella dejando que encontrase hueco entre sus piernas. Dejando que el pelirrojo se tumbase sobre el cuerpo de la mestiza mientras Iori quería arder en su boca.
Ben cayó sobre ella mientras sus dedos entraban y salían de ella con intensidad. Se esforzaba en seguir sus indicaciones, calcar hacia arriba. El roce de sus pieles, el calor que desprendían ambos, el sudor que se mezclaba, el olor de su cercanía. Ben le lamió el cuello sin dejar de mover los dedos dentro de ella. La otra mano la entrelazó con sus cabellos y era la almohada que sujetaba su cabeza mientras jadeaba sobre la boca de Iori, buscando sus labios, buscando sus gemidos.
Cuando supo que él no se alejaría, la mano con la que lo mantenía agarrado del cuello bajó. Recorrió su espalda, dejando que su mente viese con los dedos la forma de su musculatura. El cuerpo de Ben la cubría por completo, y sin embargo no dejaba caer todo el peso sobre ella. Seguía siendo cuidadoso aunque Iori se sentía al borde de la locura. De perder por completo la cabeza.
Alzó la cadera en el aire, notando como algo en ella tiraba hacia él más que nada en el mundo. Más que la luna de las mareas, o el sol de la vida en la tierra. Él la conectaba no solo a su cuerpo, la unía a algo inefable que apenas era capaz de perfilar.
Pero necesitaba más.
Más duro. Más dentro. Allí en donde los dedos de Ben no alcanzaban a llegar. Con la otra mano bajó hasta su pantalón y agarró arañando la nalga del guerrero por debajo de la tela.
- Ben, quiero romperte esta noche - susurró rozando sus labios al hablar, mientras lo miraba. - Quiero que me rompas - añadió fijándose en los ojos verdes. Observando de nuevo la chispa de azul en el verde. Una parte de ella en él. O eso era lo que quería ver.
Enloqueció. Empujó hacia arriba con todas sus fuerzas para sacarle al guerrero de encima. Lo condujo a un lado y se subió a él antes de que pudiese comprender el cambio de posiciones entre ambos. No tardó ni un segundo en apartar la tela floja del pantalón. No necesitaba sacarlo todo. Solo precisaba liberar su miembro.
La mestiza subió y bajó. De un único y doloroso golpe. No tuvo cuidado y el miembro del pelirrojo era más que los dos dedos con los que la había acariciado. Gimió lastimada pero, incluso de aquello disfrutó. Solo necesitó un par de movimientos para derretirse en él. Para alejar la molestia de una penetración tan bruta. Apoyó las manos sobre el pecho de Ben y completamente conectados movió la cadera.
- Ben... - le faltaban las palabras. Aunque sentía que quería decir algo.
Notarlo dentro de ella la hacía sentir plena. Completa de una forma que la hacía pensar que estaba a medias cuando no yacía con él. Un pensamiento nuevo en su mente. La dureza que él mostraba se abría paso dentro de ella rozando en cada pliegue. Llegando más dentro de lo que había sentido jamás. Adoraba recorrer toda la extensión y sentarse en su base, dejando que allí sus paredes se contrajeran sobre él. Apretándolo. Abrazándolo. Fundiéndolo en ella.
Ben gimió de puro placer. Los movimientos de Iori eran perfectos, de arriba a abajo, aprovechando cada vaivén como si fuera el último. Ben se mordió el labio inferior y posó sus manos allí donde llegaban, muslos, cadera, costado, pechos, brazos. Terminó aferrándose, con fuerza, a sus muñecas incapaz de decir una sola palabra. Cerró los ojos por un instante y dibujó una sonrisa en el rostro con la que miró a Iori. Subió las manos por sus brazos y al llegar a los hombros tiró de ella hacia abajo.
- Ven aquí - dijo con resuello.
Escucharlo la hizo sonreír. No de forma lasciva como lo haría con otro cualquiera. No. Con Ben su sonrisa era de admiración. De alivio. De entrega. Una sonrisa que significaba que quiza, ella sí era suficiente. Suficientemente buena para él.
Allí, con el cuerpo de ambos atados se sentía feliz. Se sentía completa. Las manos del guerrero la acariciaron con la necesidad que ella misma sentía por él. Se tumbó sobre su cuerpo apretando el pecho contra el torso de Ben. Buscó su cuello, para besarlo. Para beber de él. Del sabor de su piel, de los latidos de su corazón.
Giró las muñecas con las que él la aferraba para soltarse y fue ahora ella la que entrelazó los dedos con él. Subió las manos de los dos unidas por encima de la cabeza del pelirrojo mientras en aquella posición la espalda de Iori se arqueaba en ondas profundas para continuar llevando a cabo una penetración que los conectase hasta el límite.
Más allá de las entrañas. Gimió. Jadeó. La locura la cegó. Y cuando notó como la subida la aguardaba, hizo más profundos sus movimientos. Más lentos. Y más apretados. La mestiza buscó su boca con fervor. Quería besarlo pero apenas consiguió lamer sus labios antes de estallar en placer. Dejó ir su voz para gemir muy alto, clavando las uñas en el dorso de la mano de Sango mientras clavaba su movimiento de la forma más profunda que era capaz de alcanzar en aquella posición.
Notó la sensación de dejarse ir sobre el cuerpo de Ben. Con los ojos cerrados dejó de percibir la realidad que la rodeaba. Únicamente la piel de él, sus movimientos y su respiración. Se abandonó en sus brazos mientras sentía los reflejos del orgasmo causando leves sacudidas en su cuerpo, como las réplicas leves de un terremoto.
Sus manos apretaban las de ella cuando sus gemidos de placer se convirtieron en un jadeo. Se pasó la lengua por los labios. Saboreándola. Quería más. Con las piernas buscó que Iori le hiciera hueco que le permitiera flexionarlas ligeramente para conseguir una postura que le permitiera ser él quien hiciera el movimiento ahora. Lentamente, junto con las piernas, Ben, sin romper el contactor de sus manos, las condujo lentamente hacia la espalda de Iori. Apretó contra él su cuerpo y comenzó a moverse bajo ella. Lento, muy lento al principio. Dandole tiempo. Lo justo y necesario. Ben volvió a sonreír y aceleró el ritmo. No pararía. No hasta explotar en ella.
Iori pugnaba por conseguir respirar lo suficiente. Hacer llegar el oxígeno que precisaba para que su vista se aclarase y su corazón latiese a velocidades más sanas.
Apoyó la mejilla contra el hombro de Ben dejando que fuese ahora él, bajo ella, el que marcase el ritmo de los movimientos. Gritó con fuerza cuando notó como de nuevo, se deslizaba de principio a fin dentro de su cuerpo. El calor la estaba matando. Había llegado al límite, devastada por la potencia de aquel orgasmo.
Notó como sus manos entrelazadas la mantenía aferrada, casi presa, entre sus brazos. Pero no tenía fuerzas para resistirse en aquel momento. Esclavizada por el ritmo de las penetraciones que marcaba Ben. Y también esclavizada por los sentimientos que tenía por él.
Sin soltar su agarre, Ben no pudo aguantar más y cerrando los ojos y lanzando un grito de placer redujo el ritmo hasta detenerse bajo ella. Apoyó la cabeza con fuerza sobre la cama y cerró los ojos dejando como música de fondo el martilleo de su corazón y las agitadas respiraciones.
Abrazó fuerte la cintura de Iori contra él mientras que la otra mano subió hasta su hombro para apretarla más. Se pasó la lengua por los labios y luego besó su mejilla. Fueron besos cortos, cálidos, intensos. Giró la cabeza y esperó que Iori hiciera lo mismo. Con la nariz chocó la de ella y le sonrió antes de posar sus labios en los de ella.
Había algo que alimentaba la mirada de Iori. La cara de Sango. Y es que él no dejaba de sonreír. Era feliz.
Con ella.
Iori se rio en voz alta y se aferró a él con la fuerza que sus músculos iba recuperando tras el orgasmo. Él tenía razón. La noche era joven.
[...]
Abrió los ojos de golpe y sintió algo de frío. Pero fue mucho más la sensación de calor. Observó enfocando el ventanal que tenía delante. Recordó entonces la habitación del palacete. Y recordó en compañía de quién había entrado. Recordó el trabajo conjunto deshaciendo la cama y manchando el cristal que tenía justo delante.
Sabía que Ben estaba a su espalda.
Lo sentía pegado a ella en toda la extensión que sus cuerpos podían compartir. No lo veía pero escuchaba su respiración, relajada y lenta sobre su cabeza. Analizó la forma en la que sus piernas estaban enredadas y la manera en la que la cadera de Ben encajaba contra sus nalgas.
Pero en su mente había otra cosa que la tenía intranquila.
No solo era el calor del cuerpo de Ben, abrazándola tras ella. Había otro tipo de calor. O más bien lo soñó. Eso fue lo que la despertó.
Abrió los ojos a la noche y miró hacia abajo, con la sensación clara y firme de que contra el pecho de Iori había un pequeño bulto. Algo suave y calentito que permanecía muy quieto.
No había nada en absoluto, por descontado. Y sin embargo la sensación de que le faltaba algo estaba ahí.
Se levantó, intranquila.
En uno de los momentos de la noche habían abierto el gran ventanal de par en par, pero Iori decidió cerrarlo. Se giró y observó desde allí el cuerpo de Sango.
Dormido, completamente estirado cuán largo era sobre las sábanas, resultaba un curioso contraste entre el cuerpo de un guerrero con una cara dulce más propia de un niño pequeño.
La mestiza avanzó y se sentó a los pies de la cama, mirándolo dormir durante un rato. Todavía sentía el calor de su piel pegado en la espalda. Y aunque se lo estaba imaginando, sentía el mismo calor de aquello que había estado pegado en su pecho.
La mirada azul adquirió un matiz triste cuando se deslizó con premura de nuevo a la cama. Esta vez del lado contrario. Abrazó a Ben por la espalda ahora y enterró la cara entre sus hombros. Allí estaba segura. Allí desaparecía la sensación de que le faltaba algo.
El pelirrojo se giró, y la mestiza pensó por un instante que lo había despertado. Estaba profundamente dormido pero, como respondiendo a un llamado, la rodeó con los brazos y la apretó fuerte a su pecho.
Aquello la hizo sentir inmensamente feliz. Observó el rostro dormido de Ben con los ojos desbordando con los sentimientos que tenía guardados.
Pegó la mejilla a su piel, en la zona de los pectorales y lo besó despacito. No quería despertarlo. Solo quería atesorarlo. Llenarlo del amor que sentía por él. Aunque con el nuevo amanecer ella olvidase que había pensado en aquella palabra.
Como olvidaría la sensación de sostener entre sus manos dos diminutos pies cuando había abrazado aquel bulto cálido contra el pecho.
Iori Li
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La claridad de la mañana le resultó terriblemente dolorosa y por eso cerró los ojos después de abrirlos por primera vez aquella mañana. Gimió levemente y movió los brazos. Se sorprendió al notar el contacto de alguien allí a su lado y abrió ligeramente uno de sus ojos para reconocer sus formas acurrucadas junto a él. Al cerrarlos, sintió calor en todos y cada uno de los puntos de su piel donde ambos se tocaban, desde las piernas, entrelazadas, hasta los brazos que se aferraban el uno al otro. Dejó que los recuerdos de la noche anterior se sucedieran como una cascada que provocaban un ensanchamiento en la sonrisa de Ben. Abrió de nuevo los ojos y movió levemente un pie para acariciar su pierna. Entonces, como si le hubieran dado un golpe, Ben se sintió desorientado y se aferró al cuerpo de Iori. La noche anterior, ella quedó entre él la ventana, de espaldas a él, casi ajeno a él. Y, sin embargo, esa mañana, habían girado. ¿Cuándo pasó esto? Difícil de saber. No había bebido mucho la noche anterior pero se sabía algo afectado por el licor. ¿Habrá pasado por encima? No, eso le habría despertado, quizás. ¿Cómo habían acabado abrazados? ¿Cómo podía no recordar nada? Su cabeza valoró opciones y uno cobró fuerza, uno en el que se repetía lo mismo del día anterior: Iori abandonando la cama y marchándose de allí. Pero, si era el caso, ¿qué la había hecho volver? Era absurdo, se dijo, pensar en aquello.
Se separó ligeramente de ella, lo que le permitió su abrazo y pese a estar cansado y no querer tener los ojos abiertos, estudió a Iori a la luz de la mañana que entraba por la ventana. La preocupación fue ganando peso a medida que sus ojos iban viendo el estado de la mestiza. Lo había visto antes, pero no, quizás, con el detalle y el cuidado que ponía ahora. Veía las magulladuras y moratones de golpes antiguos, las heridas recientes, los cortes, los recientes cardenales de la paliza del día anterior de Zakath. Bajo aquello vio su piel tostada, sobre la que se marcaban los huesos, las delicadas y delgadas formas de su brazos su terrible delgadez. Dejó escapar un suspiro mientras se prometía hacer todo lo posible por ayudarla a recuperar un estado más sano para ella.
Ben, que había dedicado un buen tiempo en estudiar su cuerpo tardó en darse cuenta de que en el rostro de la morena, había una leve expresión de sufrimiento. Una pesadilla. Acortó la distancia que había tomado para observarla y se acomodó antes de pasar su mano por su cabeza. Finalmente, acercó sus labios a la frente para darle un largo y cálido beso.
- No te preocupes. Estoy aquí- murmuró.
La luz del incipiente amanecer resultaba fría aquella mañana. El ventanal que ella había abierto la noche anterior, estaba cerrado sin embargo, y eso dotaba al interior de la habitación de tibieza. Los cuerpos de ambos nadaban en la calidez del calor compartido en el abrazo entre las sabanas revueltas. La mestiza estaba muy dormida, con la cara escondida parcialmente contra el. El contacto de la boca de Ben, su voz, causaron que se removiera un poco. Inspiró profundamente y se pegó mas a el, apoyando el puente de la nariz contra el cuello del pelirrojo. Sus manos, laxas, lo rodeaban una por los hombros y la otra lo ceñía por el costado a ella, manteniendo el abrazo que los pegaba. Todo era quietud, sin que nada diese a entender cuando llegaría la siguiente interrupción.
Sintió la piel erizarse con su movimiento, con el aire que respiraba contra él, con su contacto. Buscó con la mano libre el borde de la sábana y lo estiró para cubrirles a la altura de los hombros, intentando tapar la claridad que entraba en la habitación y tratar de que no cogieran frío. Su mano recorrió lentamente su cuerpo y se detuvo para retirar mechones de pelo que caían sobre su rostro. Con el dorso de los dedos acarició su rostro lentamente hasta que el repetitivo movimiento le provocó un estado de somnolencia que terminó dominándole y cayendo dormido, una vez más.
Suave. Húmedo. Los labios de Iori besando lentamente la garganta de Ben. La mestiza permanecía tumbada de lado. En la misma postura. Y sus manos antes relajadas, recorrían los músculos de la espalda del guerrero despacio. Ben gimió y apretó su hombro antes de acariciar su espalda. Abrió los ojos levemente y sonrió antes de inspirar con fuerza y soltar aire lentamente por la nariz.
- Hola.
La mirada azul lo observaba con cautela, hasta que su reticencia se derritió con la sonrisa en la boca del Héroe.
- Hola…- susurró Iori, esbozando una en sus labios algo más suave que la suya.
Parecía estar atenta, analizando la situación con el. Alzó lentamente una rodilla hasta colocar con cuidado la pierna sobre la cadera de Sango. Como si quisiera probar hasta donde podría llegar. Ben disfrutó con el movimiento y cerró los ojos antes de extender las palmas de las manos sobre ella para acercarla a él. Iori se dejó abrazar y permaneció muy quieta pegada a el, mientras se concentraba en acompasar su respiración.
- ¿Has dormido bien?- preguntó abriendo de nuevo los ojos.
- He tenido unos sueños muy vívidos… y tengo dolor de cabeza. ¿Tú cómo estás? - estrechó con la pierna que tenia sobre la cadera de Ben su contacto, haciendo que sus cuerpos se buscasen despacio.
- ¿Pesadillas, quizá?- preguntó antes de bostezar-. Yo he dormido bien, algo afectado por el licor de frambuesa- su cuerpo se sacudió levemente con la risa-. El despertar, sin duda, lo mejor- añadió sintiendo el rostro de Iori pegado a su cuello.
- Fue sorprendente. Es la primera vez en mi vida que bebo un alcohol que no me desagrada- comentó sorprendida-. No eran pesadillas pero me… me causaron desazón. Tengo una sensación de, como si… hubiera perdido algo. Como si me faltase algo importante que en el sueño si tenia…- negó con la cabeza, profundizando el contacto con Ben que se tomó unos instantes para reflexionar sobre sus palabras mientras sus dedos bailaban sobre su piel.
- Era un sueño, no le des más vueltas- dijo antes de darle un beso en la cabeza-. El licor era bueno, sí, pero estaba mucho mejor el guiso. Te prometo que iremos allí a comer alguna vez- dijo. Sintió entonces el fuerte abrazo de Iori que le dio a modo de respuesta.
- Yo hace mucho que no sueño- confesó Sango arropado por sus brazos-. En tiempos soñaba con un yermo gris que se llenaba poco a poco con lo que iba viviendo. Esos sueños desaparecieron, antes de Sandorai, creo. No me acuerdo- dijo moviendo los hombros-. La última vez que soñé... Quizá hace años, o quizá no hace tanto, pero no los recuerdo.
Hubo unos instantes de silencio que Ben aprovechó para acomodar el brazo de tal manera que ahora tuviera su cara al alcance de sus dedos.
- Yo nunca le di mucha importancia a mis sueños. Tras el templo, solamente revivía…- se calló. No necesitaba seguir para que Ben entendiese-. Desde aquella vez también me sucede otra cosa. Sueño con el. Tarek. No es que sueñe con el. Más bien es como si yo tuviese conexión con cosas que le pasan a el. Al principio no entendía qué pasaba ni el porqué de nuestro vínculo. Creo que a el le sucede lo mismo conmigo. Todo por lo que hicimos allí- guardó silencio y ambos se quedaron a solas con sus pensamientos.
Escuchó mientras libraba su particular batalla con un rebelde mechón de pelo que se empeñaba en caer hacia delante. No era la primera vez que escuchaba ese nombre, Zakath se lo había revelado hacía unos días, cuando llegó al palacete.
- Pero esta noche no fue con mis padres ni con Tarek- aclaró pensativa.
- Tarek, ¿qué me puedes contar de él?- preguntó acariciando su mejilla.
Silencio. La Iori que había amanecido con él lo abrazaba con fuerza, con algo similar a la necesidad por él. Pero medía más sus palabras.
- Tarek, del clan Inglorien. Si no me ha engañado en lo que ha dicho es el hijo adoptivo de Eithelen. Su único descendiente y sucesor. Cuando el líder Inglorien desapareció fue llevado por los Ojosverdes. Su madre era de este clan. Su padre biológico era un Inglorien. Ambos muertos en misiones antes de que el tuviese memoria. Lo conocí hace poco más de un año. Odia a los humanos por el hecho de serlo. Yo no fui diferente. Creo que estuvimos cerca de matarnos en más de una ocasión mutuamente… - reflexionó antes de bajar la pierna que había subido a la cadera de Ben.
- ¿Tiene trato con los Ojosverdes?- preguntó Sango encajando piezas en la imagen que tenía de aquella historia-. Cabrones- añadió dominado por una ira creciente que brotaba de una herida aún sin cerrar-. Este Tarek dices que es un Inglorien pero no parece haber honor en sus actos como sí los había en los de tu padre: intento de asesinato, relación con los Ojosverdes... Sí, guardaré bien ese nombre en mi cabeza- asintió levemente antes de notar el frío en su cintura-. Estáis conectados por una extraña hechicería. El mundo de los sueños, Oniria... Ah, ese mundo me queda demasiado grande. No comprendo esos asuntos. Solo... Iori, solo... Estoy contigo, ¿vale?
La tensión de su cuerpo cuando Sango habló del honor de Eithelen fue evidente. Apretó los dientes y lucho en direcciones opuestas. Separarse de él o permanecer allí. Ganó la segunda.
- ¿Estas conmigo? No necesito que me protejas de mis sueños. Ni de Tarek, Ben. No quiero que cargues conmigo en tus hombros. Tienes ya demasiado peso- bajó el rostro y depositó un beso en el pecho del Héroe, para moder con fuerza un segundo después. Sango entrecerró los ojos-. Pero me gustaría saber porque hablas de que en la vida de Eithelen Inglorien había honor- preguntó con dureza en la voz.
- Fue fiel a su corazón hasta el final- dijo concentrándose en el punto donde había mordido e ignorando la primera parte de su respuesta-. No hay acto más honorable que ese: enfrentarse a todo lo que se creen de ti para permanecer fiel a lo que te dice el corazón.
Volvió a morder. Más fuerte. Mientras dejaba que notase las uñas de sus mano en la espalda. - Fue egoísta. No ser capaz de dar un paso a un lado sabiendo a qué peligros la estaba exponiendo. Ayla no conocía la verdad pero el afamado líder Inglorien si. Deseó estar con ella por encima de tenerla a salvo - acuso. Y volvió a morder.
- ¿Ella le hubiera permitido apartarse?- preguntó conteniendo el dolor que ejercían sus dientes sobre él. Ella debió percatarse porque los dientes dieron paso a suaves y delicados besos sobre su piel.
- Ella parecía una persona… decidida…- terminó respondiendo-. Pero él tenia el poder de desaparecer, y ella no habría podido hacer nada para llegar a él.
- Se querían, Iori. Nada, ni nadie, podría haberles hecho separarse- contestó.
La mestiza bufó. El beso volvió a convertirse en mordisco, y tras la dentellada, alzó el rostro lo suficiente como para tomar la boca de Sango con sus labios. Hubo violencia en aquel contacto. En la forma que ella lo usó para responder a algo que no le gustó. Lo hizo casi como una agresión. Porqué sabía que él tenia razón. La respuesta de Sango, sin embargo, fue torpe y descoordinada. En cuanto tuvo ocasión se apartó para coger aire y terminar de despertar.
- ¿Entiendes lo que te he dicho?
Lo buscó con violencia, aprovechando que lo tomaba por sorpresa. El sabor de la boca de Ben alentó las ansias de Iori en aquel beso, que murieron en cuanto él la apartó a un lado. Lo miró escuchando su pregunta y sintió que algo escocia en ella. Soltó el abrazo estrecho al que lo tenía sometido y se incorporó hasta quedar sentada sobre la cama.
- Lo entiendo. Aunque preferiría no hacerlo- respondió con voz tensa.
Por primera vez desde que habían entrado en la habitación le pareció volver a ver una Iori incómoda, pero él no podía echarse atrás en su argumentación, no cuando sentía que debía decirle lo que tenía en la punta de la lengua. Se había incorporado, parcialmente, sobre una mano y miraba su espalda.
- Bien, entonces, comprenderás por lo que estoy pasando ahora mismo- dijo sin apartar los ojos de su cabeza.
Con las piernas cruzadas, había ladeado la cabeza para masajear suavemente la sien. Su espalda, inclinada hacia delante se estiró de forma visible cuando lo escuchó hablar. Detuvo todos sus movimientos y, tras unos instantes se giró despacio. Apoyó una mano hacia atrás, sobre el colchon, al lado donde reposaba la de Ben. Lo miró con los ojos sorprendidos en una sombra de comprensión.
- ¿Qué quieres decir…?- aunque realmente no quería saber.
- Que lucharé contra lo que quieren que sea, y por muy dura y larga que sea la batalla, venceré. Por ti. Por estar contigo. Porque te quiero, Iori, y quiero estar a tu lado.
Si le hubiese declarado su enemistad, la cara de la mestiza hubiera sido parecida. El aire se hizo más pesado entre ellos mientras ella no era capaz de apartar los ojos azules de el. Temerosos. Inseguros. Frágiles. Apartó la vista y negó con la cabeza mirando sus manos sobre las sabanas blancas.
- ¿Querer? ¿Amor? - lo pronunció sin fuerza-. Ben, ¿puede ser que confundas el sexo con amor? - se incorporó, muy despacio, deslizando las piernas por el borde de la cama dándole la espalda-. ¿Confundes las ganas de compañía con amor? ¿El huir de la soledad quizá?- caminó despacio hacia el ventanal.
Ben se quedó mirando el vacío que había dejado en la cama. No vio como apoyaba una mano en el frío cristal, no tanto como la distancia que los separaba en aquel momento. Ben suspiró y terminó de incorporarse quedando sentado en la cama, contemplando los pliegues de las sábanas entre sus piernas.
- ¿Crees que me quieres porque conectamos bien? Eso no significa amor Ben. El amor tiene que ser algo más… algo más bonito. Más poderoso. Algo que te una a la persona adecuada…- cerró los ojos y apoyó la frente contra el cristal de la ventana-. Podemos estar juntos el tiempo que tu quieras, pero no confundas lo que tenemos con amor, por favor- ella tragó saliva. Vio como cerraba los puños con fuerza-. Por favor…- y este ultimo sonó como si estuviese pidiendo lo contrario.
- Iori- dijo con calma-, sé lo que siento y por quién lo siento- miraba los pliegues de las sábanas que formaban extrañas dunas blancas que parecían querer retenerle-. Y lo que siento es tan poderoso como para querer dejar atrás la vida que llevo hasta ahora- apartó las sábanas con las manos y recogió las piernas-. No se trata de buscar compañía o de acostarme contigo. No se trata de eso, Iori. Es algo mucho más profundo, más intenso, tanto que ni siquiera sé si existen palabras capaces de explicar lo que siento- alzó la mirada hacia ella.
- No eran conversaciones guiadas por el alcohol- murmuró empañando con su aliento el cristal que tenía delante. Las palabras de Sango seguían siendo las mismas que la noche anterior, algo que ella no esperaba-. Dime Ben, ¿a cuántas personas le dijiste algo parecido? ¿Con cuántas mujeres soñaste lo mismo?- a su lado, con el vaho en el cristal, dos runas se perfilaron superficialmente. Aunque ella, con los ojos cerrados, no fue capaz de verlas. Ben ignoró la preguntá y siguió.
La forma que has impactado en mi vida, cómo me has hecho reflexionar sobre mi mismo, como has hecho que vea las cosas desde otro punto de vista que creía que no era posible yo… No, Iori. Te quiero porque lo siento así.
Gimió cuando él volvió a decirle que la quería. Aquellas palabras tenían un doloroso efecto sobre ella. Como si quemaran en su interior, terminando de dañar lo que quedara de ella. Se giró hacia él y lo miró con una angustia profunda en los ojos.
- Yo jamás, con nadie. Nunca. Con absolutamente nadie Ben. ¿Decir te quiero? Rompes mi mundo. Destrozas la tierra y el cielo y me haces sentir tan perdida- la zozobra que sentía aceleró su respiración-. ¿Qué hago? ¿Qué puedo hacer? No puedo negar lo que supones para mí. ¿Crees que eres el único que no encuentra palabras?- acortó la distancia con él y se precipitó hacia la cama. Se arrodilló en el suelo y tomó las manos del soldado entre las suyas con necesidad-. ¡No sé qué hacer con esto! Siento que me muero por ti Ben- apretó con fuerza el dorso de las manos del pelirrojo contra su frente-. ¿Cómo manejo esto? ¿Cómo evito que me destruya lo que siento por ti? Te temo Ben... pero no soy capaz de mover un solo paso lejos de ti. No mientras tú desees que avancemos juntos...
No esperaba esa reacción. No esperaba aquel torrente de
- Iori- llamó con voz baja-. No pretendía... Yo- frunció el ceño y se las ingenió para meter sus manos entre las de él, dándole la vuelta a la situación-. Mira, no merece la pena enfrentarse a lo que siente el corazón. No merece el tiempo y el esfuerzo. Es algo completamente ajeno a nosotros, nos embota los sentidos, nos transforma- apretó sus manos-, nos mejora. Es como ver las cosas desde otro punto punto de vista, como si estuvieras acostumbrado a ver el mismo campo desde el suelo pero un día lo ves desde el techo de una casa- sacudió la cabeza sintiendo que se estaba dispersando-. Deseo avanzar junto a ti, pero solo si quieres hacerlo, solo si deseas que ocurra. El camino estará lleno de obstáculos, es ley divina. Pero al recorrerlo juntos se hará mucho más llevadero, uno cae, el otro le tiende la mano y así...- sus ojos se habían perdido en algún punto de la habitación mientras su tono de voz había disminuido hasta quedar apagado.
Su cabeza se estaba alejando de la habitación, hacia tiempos pasados, en aquella misma ciudad, con otra mujer. Eran jóvenes entonces, y Ben creyó que su relación duraría. Que equivocado estaba. Que dolor había sufrido. Cuánto tiempo pasó en sanar. Negó con la cabeza. Sabía de lo que hablaba: los problemas del corazón debían aceptarse, darles tiempo, dejar que transformaran, aprender de lo que uno vivía. Parpadeó. Iori permanecía en la misma posición, con las manos frías, sus hombros temblorosos, sin mirarle.
- Y yo estaré allí para ti, en lo que necesites, en lo que quieras. Recorriendo el camino junto a ti, o tras de ti, o donde quieras que esté- tiró levemente de ella-. Lo que importa es que seas feliz y ya- dijo con una sonrisa sincera en el rostro y la mirada clavada en ella.
Se dejó ir suavemente cuando el tiró hacia si. La mestiza fue dócil en aquella ocasión. Él quería tenerla cerca, y ella quería fundirse con él. Lo miró, con la tormenta en los ojos. Una mirada que dejaba ver lo perdida y lo rota que estaba. Ben comprendió que estaba pasando por una suerte de momento de reflexión interna. Él no quiso interrumpir el momento, era algo que había aprendido a base de equivocarse: las cosas tienen su tiempo. Como un suave suspiro, Iori buscó hueco entre los brazos de Sango. Apretó contra él empujándolo de vuelta al colchón, mientras sus brazos lo aferraban y sus manos lo recorrían. Ben se dejó caer hacia atrás y echó los brazos por encima de Iori. Ella tenía la necesidad de sentir que era real. Que él estaba allí para ella. Que aquellas no eran palabras falsas, vacías. Que realmente él podría ser su hogar. Igual que ella podría...
- Quiero ser tu hogar. Tu sitio seguro. Quiero cuidarte y protegerte Ben - susurró a su oído abrazándose con fuerza al pelirrojo.
Puso toda su atención en sus caricias en donde ejercía presión por dónde pasaban sus manos. Disfrutaba de aquel viaje que hacían sus dedos sobre su curtida piel, le llenaban de algo tan placentero que podría pasarse allí el día entero, con ella, simplemente mirándose el uno al otro, acariciándose. Su aroma, su cercanía a su pelo rozando su barba, su susurro... Sintió la piel erizarse en el cuello.
- Ya lo eres- contestó girando la cabeza hacia ella-. Ya lo haces.
El calor de la piel de Ben la templó a ella también. Deseó hundirse de nuevo con él en la cama, sin importar la luz del día fuera de los ventanales, ellos decidirían cuándo amanecería. Sus miradas se encontraron cuando él respondió con la certeza de quien tiene fe en los Dioses. Fe en ella. La Diosa que merecía su más absoluta devoción.
- Caminemos juntos, Ben - propuso la mestiza alzando una mano para tocarle la cara.
Observó sus dedos y se detuvo de golpe, alzándose un poco y mirando su mano. Estaba vacía, pero parecía estar sosteniendo algo en el aire que no se veía. El gesto perfecto para acoplarse al mentón de Sango y sin embargo, aquello la hizo fruncir el ceño de nuevo. Había algo que estaba olvidando. Algo que se le estaba escapando.
- Yo... no consigo recordar... pero sé que era algo importante...- explicó mirándolo a él de nuevo, dejando que, ahora sí, su mano estrechase el mentón de Ben en una suave caricia.
- Ya vendrá, deja que la cabeza despeje un poco- acarició su espalda sin dejar de mirarla-. ¿Sabes? Mi madre solía decir algo sobre los sueños, algo a lo que no di la importancia debida, pero que ahora, con el tiempo parece tener sentido- hizo una pausa para parpadear lentamente, disfrutando del momento-. Me decía, "Ben, sigue al corazón y lo que sueñes se hará realidad", y vaya si tiene razón. Por mucho tiempo creí que era al revés: soñar un objetivo y poner el corazón en ello, pero estaba equivocado- centró su mirada en la de ella-. Si es importante, ya volverá- entrecerró los ojos ligeramente y expulsó el aire lentamente, dejando que sus pulsaciones se relajaran.
Iori deslizó su mano desde el mentón hasta la mejilla y recorrió con sus labios la otra hasta llegar a los de él, tirando suavemente de sus labios. Ben abrió ligeramente la boca mientras la línea que dibujaban sus labios se curvaban hacia arriba. No había tregua para que su corazón dejara de bombear sangre con intensidad, y mientras lo hacía y llegaba a todas las partes de su cuerpo, Iori había pasado su pierna por encima mientras seguía besándole.
Había, en sus gestos, algo cercano a la devoción, sus besos impactaban con delicadeza en sus labios, sus caricias recorrían su rostro, cuello, hombros y continuaban por sus brazos y torso, como si no quisiera perder detalle de sus formas, de la consistencia de sus músculos, de las incontables heridas que plagaban su cuerpo. Sus pechos estaban pegando los de ella con los de él, su abdomen, las piernas, solo había una forma de que sus cuerpos estuvieran mucho más pegados.
Las manos de Ben, perezosas hasta ese momento, se activaron cuando ambos cuerpos se unieron. Posó las manos en el costado y dejó que sus dedos emularan lo que había hecho Iori, crear una imagen sensorial de ella por si se hubiera olvidado de la noche anterior. Sus manos, como Iori, se movieron lentamente, y sus ojos, se encontraron en un instante de respiro que se daban sus bocas. Su cabello cayó sobre el de él, aislándolos del mundo exterior, creando un pequeño espacio en el que poder sonreírse y mirarse mientras la cintura de Iori completaba un movimiento completo de descenso y ascenso. Ben le lanzó un mordisco y ella le respondió eliminando la distancia y abriendo la boca para besarle.
Los movimientos de Iori eran como caricias de sus manos pero con su cuerpo entero. Las manos de Ben seguían moviéndose, transmitiéndole el calor que ella misma encendía en su cuerpo. Ahogaban los gemidos de placer en la boca del otro, se respiraban el uno al otro, queriendo estar el uno en el otro. Incluso cuando el fin se sentía inminente, incluso cuando Ben apretó con fuerza la cadera de Iori, incluso cuando la obligó a quedarse abajo, cuando no pudo aguantar más, incluso cuando las manos de Ben cruzaron sobre su espalda y apretó con fuerza a Iori, incluso entonces, no pudieron dejar de ser uno. Ni tan siquiera cuando, después de intercambiar los últimos besos, los ojos se cerraron y se dejaron llevar a algún otro lugar.
Unos suaves golpes despertaron a Sango que abrió los ojos para ver que la puerta se abría. Parpadeó sin comprender y alzó ligeramente la cabeza hasta enfocar las figuras que se apresuraban por la habitación. Una de ellas se acercó a la cama. Ben enfocó y reconoció quién era. Soltó un bufido y dejó la cabeza caer sobre la cama.
- Señor Nelad, señorita Iori, la dama desea comer con ustedes- hizo un pausa para aclarase la voz-. Me ha pedido que os traiga ropa y os comunique que espera veros a la mayor brevedad posible- dijo con tono de preocupación.
- Gracias Charles- dijo Ben y no añadió nada más mientras miraba el techo de la habitación y escuchaba los movimientos del servicio.
Tras unos instantes volvieron a quedar a solas y Ben se descubrió paseando la mano por su espalda. Giró la cabeza y al descubrió despierta, mirándole. Se sorprendió pero rápidamente cayó en la cuenta que Charles había dicho su nombre. Su cuerpo se movió con una ligera sacudida, riéndose de sí mismo.
Aspirando su aroma Ben se removió hacia un lado y se sentó al borde de la cama observando el lugar donde habían dejado la ropa. No le sorprendió ver que sus ropas mojadas no estaban por ninguna parte. Miró hacia abajo y terminó de posar los pies en el suelo. El tono de urgencia de Charles le indicaba que iban a tener alguna suerte de charla en la que les hablaría de las virtudes de la buena señora. Sonrió con su propia ocurrencia y se levantó para vestirse.
Eran ropas oscuras, algo ceñidas para su gusto, como comprobó cuando se puso el pantalón, pero no le dio más importancia. La camisa, también oscura le quedaba algo apretada en los hombros. Cuando iba a abotonar la camisa echó un rápido vistazo a Iori, con un vestido de tonos grisáceos, a juego con los tonos oscuros que él llevaba. Supongo. Se acercó a ella y se pegó todo lo que pudo antes de apartarle el pelo hacia un lado. Sus manos, que se peleaban con los nudos a su espalda, se detuvieron de golpe. Ben cogió el testigo y con suaves movimientos anudó dos telas que colgaban a la altura de la mitad de la espalda. Sus dedos, voluntariamente torpes, tocaron su espalda todo lo que la fingida torpeza le permitió, no solo en aquel lazo sino en el siguiente, más abajo. Cuando estuvo listo, dio un ligero paso hacia atrás y Iori se giró para observarle. Entonces alzó sus manos y cogió la camisa para darle unos tirones de un lado y de otro para ajustarla a sus hombros. Cuando terminó, pasó sus manos desde el pecho al abdomen para quitarle unas arrugas que no existían y entonces comenzó a abrocharle los botones con lo que le pareció una torpeza similar a la que él había demostrado con los nudos. Cuando hubo terminado, hizo lo mismo, se separó ligeramente para mirarle. Apenas había medio paso entre ellos. Apenas estaban a tres pasos de la cama. Apenas...
El pie izquierdo de Ben se adelantó, así como el de Iori. Las manos de Ben se aferraron a su cintura y los de Iori se alzaron por encima de sus hombros. Sus rostros se acercaron y sus labios se encontraron mientras las manos apretaban su cintura y tiraba de ella hacia él y sus manos arañaban su nuca. Las bocas se abrieron para llenarse el uno del otro, para gritarse en silencio, para demostrarse muchas cosas a las que aún debían poner nombre. Tres golpes en la puerta y la apertura de la puerta, no sirvió para que rompieran su contacto.
Charles con la mano sobre el pomo, se obligó a carraspear. Ben y Iori se separaron, sin romper, del todo, el contacto entre ambos y se giraron para mirar al mayordomo de la señora Justine que les observó largo tiempo antes de asentir.
- La dama desea verles- dijo antes de girarse y esta vez no cerrar la puerta.
Ambos salieron de la habitación, dejando tras de sí una cama completamente revuelta a sus espaldas para seguir, ahora, a un Charles que iba muy erguido, guiándolos por los pasillos del palacete. Ben caminaba tras él, junto a Iori, que escondía su delgadez en el exquisito vestido que habían preparado para ella.
No tardaron en llegar a una zona completamente nueva para él. Llegaron a un enorme salón comedor con unas vistas sensacionales de unos jardines que se ubicaban tras Justine, sentada en la cabecera de la mesa. Los sitios reservados a ellos estaban uno a cada lado. Ben se obligó a esbozar una sonrisa que no borró durante la larga caminata al otro lado de la mesa. Al otro lado de ella. Justine los observó con gesto severo.
- Adelante - murmuró observando a ambos con un gesto desagradable, especialmente deteniéndose en Sango.
- Buenos días, mi señora Justine, ¿querías vernos, verdad?- dijo después de recuperar la verticalidad tras la ligera reverencia. Caminó entonces hasta su silla, frente a Iori, sabedor de lo que pretendía.
Dos figuras salieron de la nada y en silencio movieron las enormes sillas de madera labrada para que ambos tomaran asiento. Justine desdeñó a Sango y centró unos ojos duros en Iori, que se sentó en silencio. La expresión adusta de la mujer madura se mantuvo hasta que finalmente suavizó un poco la expresión, al ver que los ojos azules se mantenían esquivos mirando hacia abajo. Insegura.
- Una serie de circunstancias han precipitado los acontecimientos de los que he de informaros. Pero antes de eso es preciso que comáis. Me han informado que os habéis saltado el desayuno tras vuestra excursión nocturna. Y tú, querida, no te encuentras realmente en condiciones de perder ninguna comida- con un leve gesto, varios trabajadores aparecieron portando bandejas con distintos alimentos. El aroma llenó la mesa y la mestiza alzó los ojos curiosa para analizar las preparaciones que tenían delante-. Comed- animó la mujer mostrándose ahora más suave hacia Iori, antes de volver a clavar los ojos con dureza en Sango.
- Mi señora Justine, ¿no coméis?- dijo con una perfecta sonrisa dibujada en el rostro. Sus ojos decían otra cosa-. Me sentiría mucho más honrado si nos acompañaras- añadió con una breve inclinación de cabeza.
Los ojos dorados relampaguearon y la única respuesta que Sango obtuvo fue una sonrisa cínica. Ben sintió que estaba jugando con fuego.
- Deberías de comenzar por la carne - indicó mirando de nuevo hacia Iori. La mestiza había alzado la vista para mirar a Sango sorprendida por su actitud y mantuvo la mirada allí hasta que él la observó cruzando los ojos-. El pastel de verduras y setas es una delicia te lo aseguro. Las cocineras del palacete siempre fueron mucho mejores que las de la mansión principal- presumió con voz segura mientras ella misma cortaba un pedazo y lo servía en el plato de Iori.
Ben le guiñó un ojo y le sonrió antes de servirse un par de trozos de carne que le parecieron muslos de pollo adobados de tal manera que olían especialmente bien. Con el rugido de sus tripas disimulado por un carraspeo, Sango cogió uno de los trozos y arrancó un buen trozo que masticó saboreando todos y cada unos de sus matices. No recordaba que el pollo estuviera tan bueno.
- Por el amor de Freyja, esto está buenísimo- dijo antes de tragar-. Mi enhorabuena a las cocineras, mi señora. Espero que estén bien pagadas- dijo con una ligera sonrisa antes de arrancar otro trozo del hueso.
- Todas las personas que se ven envueltas conmigo reciben lo que merecen- sonrió de forma excesiva mirando hacia Sango antes de volver su atención hacia Iori-. Conseguiste burlar a Cora pero si su información es correcta, llevas más de un día sin ingerir alimentos. Desde el desayuno de ayer- apuntó la mujer con un tono de evidente molestia-. Iori, no puedes seguir por ese camino. Tu cuerpo continuará debilitándose. Enfermar será más fácil para ti como también recuperarse- la mestiza tomó una cuchara para llevarse a la boca un pedazo del hojaldre relleno con verduras y setas que la mujer le había servido.
- No es mi intención enfermar- murmuró despacio sin mirar a ninguno de los dos-. Sé que no hice las cosas bien hasta ahora. Pero voy a cambiar- aseguró con voz suave. Y uno de los dos interlocutores comprendió mejor que el otro la importancia que tenían las palabras de Iori. Un cambio para permanecer. Para mantenerse en el mismo camino que él.
- Su información es correcta- admitió Sango, compartiendo la preocupación de Justine por el estado de Iori-. No me cabe la menor duda de que la situación cambiará- añadió dejando el hueso en el plato. Iba a limpiarse con la manga de la camisa pero vio una servilleta de tela con la que pudo limpiarse los labios antes de agarrar el agua que tenía frente a él-. Terriblemente bueno, sin duda. Volviendo al tema de las personas que se ven envueltas contigo mi señora Justine, ¿esas personas te dan todo lo que quieres?- lanzó la estocada para desviar la atención de Iori.
La mujer, peinada con un pulcro moño tirante que hacía más duro el gesto de su cara lo miró con un enfado cada vez más evidente. Y a Sango no es que le gustara precisamente aquella situación pero había algo que le llevaba a hacerlo. Quizá un sentimiento de rebeldía. Quizá otra cosa.
- Solo las que no saben qué es lo que más les conviene. Los necios y los estúpidos - concluyó antes de desviar la mirada. Parecía más concentrada en conseguir que Iori comiese lo suficiente que en mantener una conversación con Sango que, aunque era evidente que llegaría y explotaría, la mujer se esforzaba en controlar cuando llegar a ese punto-. Sírvete uno para comenzar. Podrás comer todos los que quieras- le aseguró ofreciéndole la bandeja de la que Sango había tomado el trozo de pollo.
Iori volvió a mirar a Sango, inquieta y tomó el pedazo de carne que tenía más próximo para dejarlo sobre el plato.
- Ben tiene razón, esta comida es deliciosa- participó en la conversación con un comentario que esperaba suavizar la situación.
- ¿Ben? - preguntó la mujer enarcando las cejas-. ¿Ben?- volvió a repetir mirando hacia Sango que le devolvió la mirada-. Oh, ya veo. Entiendo. Entiendo perfectamente. Supongo que eso explica en parte la escena de anoche cuando llegasteis al palacete- dejó la bandeja en la mesa de nuevo y cruzó las manos delante del rostro. Parecía que había estado pensando en escoger con cuidado las palabras que iba a usar-. Sin duda ayer fue un día intenso. Desde el entrenamiento con Zakath hasta la visita de la señora Amärie. La huída de un Héroe herido buscando distracción fuera del palacete y una apesadumbrada Iori que vagabundeó hasta que la noche le dio la cobertura adecuada para burlar más fácilmente los ojos que tenían como única misión su salvaguarda. Lanzándose hacia las calles de Lunargenta y buscando problemas. Menos mal que el Héroe apareció en el momento adecuado. Y, una vez encontrada la dama a la que debía de conducir de nuevo a un lugar seguro, ¿Qué decidió el bueno de Ben?- sus ojos brillaron con la furia que contenía-. Pensó que lo mejor era seguir de fiesta con la chica, exponiéndola a los ojos de todo el mundo en un día de fiesta, en la zona más concurrida de la ciudad. Dejarse arrastrar por la emoción del momento y de no ser capaz de contener la pasión entre sus piernas, conduciendo a ambos a una noche de diversión que se pagaría con la pesadilla al día siguiente- se detuvo en su conversación y golpeó con el puño la mesa de pura rabia. Iori se había quedado congelada, observando con los ojos muy abiertos a la mujer, herida por la forma descarnada que tuvo Justine de describir la que había sido la noche en la que en ella se había obrado el cambio-. Habéis sido unos malditos idiotas- siseó la dama, dejando ver que la esencia de campesina de su origen seguía viviendo en ella-. Y ahora tenemos que lidiar con las consecuencias.
- Nada hay bajo el sol que no tenga solución- contestó Sango llevándose el otro trozo de pollo a la boca y arrancando del hueso una generosa porción de carne.
La mujer lo observó anonadada, y la incredulidad por lo que dijo la dejó sin reacción, el tiempo suficiente como para recalibrar al Héroe. Ben se concentró en el pollo, tratando de aparentar tranquilidad mientras daba vuelta a las palabras de Justine que le dieron un punto de vista distinto.
- Me pregunto hasta dónde llegan tus habilidades, Héroe... quizá las necesitemos más de los que crees. A ellas y a la protección que te conceden los Dioses- miró de nuevo a Iori antes de sacar de debajo de la mesa algo que había tenido guardado.
Dejó caer delante de ellos, más allá de la comida algo que ambos recordaban. La corona de flores que habían colocado en la cabeza de Iori tras declararla Reina del Baile junto a él. Las flores estaban algo aplastadas e hicieron un ruido suave al caer sobre la madera.
- ¿Cuándo...?- comenzó a preguntar la mestiza.
- Cuando echasteis a correr hacia la habitación - zanjó Justine sin necesidad de que la chica terminase la pregunta-. En ese momento os vieron muchas personas. El gran Héroe no pasa desapercibido, rápido se corrió la voz de su presencia y sus habilidades en la danza. Aunque imagino que la fama no es un hecho que te resulte desconocido a estas alturas de tu vida "Ben"- pronunció el nombre del soldado con un tono de burla-. A ti también te vieron Iori. Una muchacha que hasta hace poco era una completa desconocida. Una chica bonita, sin más repercusión acompañando al Héroe. Su compañía escogida para esa noche. Sí, esa hubiera sido la imagen que tendría el gentío. De no ser porque hace tiempo que eres la chica de la recompensa. Y desde hace dos días, toda Lunargenta asume que te has convertido en la heredera de los Meyer- la mestiza había dejado los cubiertos sobre el plato-. Os han visto ojos que no deseábamos que pusieran más su atención sobre ti. Y ahora es demasiado tarde.
- ¿Y qué van a hacer esos ojos?- preguntó Sango terminando el segundo trozo de pollo y sin apartar los ojos de la corona-. ¿Van a venir a reclamar la recompensa? ¿De quién? El hijo de puta de Hans está bien muerto, ya no hay más recompensa. Encárgate de esparcer la noticia. Se acabó el problema- alargó las manos para echarse un trozo de paste en el plato-. ¿Te gusta la comida, Iori?- preguntó buscando sus ojos.
La mestiza tenía el ceño fruncido. La vista fija en Justine hasta que Sango pronunció su nombre. De manera automática lo buscó. Lo miró. Y la sombra de la preocupación afloró en su mirada.
- Idiota- volvió a repetir la mujer recostándose contra la silla-. Ya los viste. La otra mañana, de camino a mi despacho. Los Hesse. Pertenecen a una de las familias nobles más longevas de Lunargenta, pero sus finanzas hace tiempo que rozan el límite. Viven de las apariencias más que del dinero y ambos están desesperados por encontrar un matrimonio favorable para Arno, el padre viudo, o para su hijo, el joven Dominik. Ayer fue él quién vio a Iori. Y se puso a trabajar con su padre toda al madrugada para hacerme llegar una carta con cierta información.
- Ni los conocía, poco me importan. Si pretenden hacerte daño, mi señora, podéis decírmelo. Si pretenden hacerle daño, mi señora, debéis decírmelo- clavó sus ojos en los de Justine.
La mujer sonrió mirando hacia él. Parecía relajada, pero era evidente que aquella situación la tenía de los nervios.
- Su primera opción no es hacerle daño a Iori. Es ofrecer una alianza matrimonial. Dominik con Iori tras hacer pública la declaración en la que la presento como mi ahijada y heredera. En una segunda opción lo que me plantean es que Iori podría sufrir algún tipo de "accidente" del que ni yo ni nadie podríamos protegerla, y que el enlace que se celebrará será entre Arno y yo. En cualquiera de las dos opciones la fortuna Meyer pasaría a formar parte del patrimonio Hesse, que es en definitiva su interés último- Iori escuchaba en completo silencio cada palabra que la mujer decía sin apartar la vista de Sango.
La propuesta matrimonial sonó terriblemente descabellada. Sin embargo, cuando la dama mencionó la palabra accidente, sonó a amenaza en la cabeza de Ben que empezó a imaginar toda clase de peligros a los que podía enfrentarse Iori. Quiso, entonoces, saber más de aquellos Hesse.
- ¿Dónde viven?- preguntó Sango con severidad.
- En la mansión Hesse- respondió lacónica.
- ¿Dónde está eso?
- No puede ser posible- intervino Iori entonces apartando su plato hacia delante. Afortunadamente había tenido tiempo con los preliminares de la conversación de comer algo-. ¿Qué sentido tienen las palabras de esa gente? Si han caído en desgracia el poder que obstenta no puede compararse al tuyo ¿no? ¿De qué manera podrían obligarte a escoger entre una de las dos opciones?- Justine sonrió mirando hacia ella casi con lástima.
- Ese es el problema, Iori. Ellos tienen algo que nos puede hundir por completo. Aunque no tengan poder económico su sangre es densa y tiene lo que no posee el apellido Meyer. Abolengo. Basan su poder en la influencia que tienen sobre muchas personas que están conectados a su apellido desde hace generaciones. Eso y que tienen en su poder documentación que demuestra los peores negocios en los que Hans estuvo metido. Parece ser que le llevaban siguiendo la pista desde hace años, recopilándola con la esperanza de dar un golpe de gracia con el cual recuperar parte de su poder financiero a cambio de no hacer pública esa información. Ahora que él no está, la posibilidad de conseguir eso sin recurrir a destruir el apellido Meyer, con una simple boda se les antoja mejor. Pero tienen claro que de no conseguir esa opción, expondrán todos los pecados de Hans. Ni todo el dinero que dejó ese desgraciado tras su muerte podría reparar el daño que causó. Sería el fin. Y créeme Iori que si yo y mi poder desaparecemos, el manto de protección que pretendo colocar sobre ti desaparecería. Has hecho muchos enemigos en el tiempo que has dedicado a alcanzar a Hans...
Ben frunció el ceño tratando de comprender en la situación en la que estaban. Sus primeras reflexiones indicaban que no estaban en una posición favorable, pero se dijo que saldrían de aquella. Uno debía buscar un camino y sino, hacer su propio camino.
- ¿Puedes, con palabras más sencillas, explicar cómo de jodidos estamos y cómo hemos llegado a esto?- preguntó Sango mirando el pastel que tenía en el plato.
La mujer lo miró con expresión seria ahora.
- El espionaje no es raro entre familias. Destapar comportamientos amorales o que resulten directamente ilegales es una buena manera es escalar subiendo con el método de pisar a los demás. Hans cometió todo tipo de delitos y los Hesse lo sabían. Recopilaron un buen número de pruebas y pretenden usarlo ahora como moneda de cambio para acceder a la fortuna Meyer. Iori como llave para poner sus manos en la fortuna y negocios. De no aceptar sus condiciones presentarán la información ante las autoridades, lo cual, aunque Hans ya no esté debería de ser igualmente reparado. Creedme si os digo que no quedaría prácticamente nada de lo que él construyó- se detuvo y miró a Iori de soslayo-. Que el joven Dominik os viese ayer pasando un momento delicioso compartiendo juntos el baile aceleró sus planes. Tienen miedo de que surja el amor entre el Héroe y la joven a la que desean desposar para poner las manos sobre el apellido Meyer y todo lo que representa- volvió la vista a Sango mirándolo ahora con una furia contenida-. Hubiera sido más prudente evitar miradas sobre vosotros anoche, regresar inmediatamente al palacete y mantener un perfil bajo. Pero lo hecho ya no se puede cambiar. Debemos de buscar una respuesta ahora. Principalmente porque, aunque creas que huir de aquí pondrá tierra de por medio Iori, este problema te pertenece. Hans te vinculó a él durante demasiado tiempo como para que aunque salgas de Lunargenta consigas desligarte de todo. Incluso aunque rechaces la posición de heredera que te ofrezco, a ojos de los demás seguirás siendo la familiar perdida de Hans, el afamado y rico mercader.
- Vaya vida de mierda si para sentiros realizados tenéis que andar mirando a los demás- se echó hacia atrás y clavó sus ojos en Justine-. Traje a Iori como si fuera una prisionera, y ahora...- la boca de Ben se abrió al encajar las piezas.
Sango iba a argumentar que nada tenía sentido que él la había llevado encadenada a la mansión de Hans, le habían visto, le habrían reconocido. Y ahora él se dedicaba a pasar la noche con su prisionera. No solo eso, sino que la supuesta heredera no había llevado el luto como era costumbre. Apretó los labios formando una fina línea. Todo tomó una dimensión que hasta ahora había sido incapaz de ver y comprender. Guardó silencio. Un silencio que evidenciaba preocupación. Sus ojos se posaban en Iori y calculaban el daño que le había podido causar no llevándosela de vuelta al palacete en cuanto tuvo la oportunidad. Tragó saliva y se mantuvo en silencio.
Los ojos azules estaban fijos en Sango antes de que él la mirase. Había un brillo extraño en ellos. Había demasiado de Hans en aquella conversación. Y eso la desquiciaba. Notó el dolor en la mandíbula por la presión que hacía cerrándola con fuerza, y relajó lentamente al tiempo que dejaba salir el aire de sus pulmones.
- Si esos documentos desapareciesen, si los Hesse los "perdieran" ¿La situación cambiaría? - preguntó con rapidez.
- Sin duda, carecer de pruebas los dejaría cojos a la hora de intentar alegar los excesos de Hans para derribar al apellido Meyer. Sus amenazas quedarían vacías. Pero, Iori, eso no cambia lo que has hecho hasta ahora para llegar aquí. Ni cambia el hecho de que estás relacionada... conmigo- murmuró evitando volver a pronunciar el nombre de su esposo fallecido-. Tardarás en ser anónima de nuevo. Quienes conozcan la historia y quienes sean capaces de identificarte, sin duda podrán pensar en sacar provecho de la situación. El dinero es un elemento poderoso que puede llegar a cegar a los mejores hombres- sentención sin apartar los ojos de ella.
- ¿Qué has hecho, Iori? ¿Qué oscuros hilos guiaron tus pasos hasta este preciso momento?- preguntó Sango rompiendo su reflexivo silencio.
No había apartado la mirada de él, aunque Justine le había hablado. La pregunta de Sango hizo que inmediatamente apartase los ojos de él. Se inclinó hacia atrás en la silla, conteniendo de forma evidente el primer impulso que tuvo de echar a correr para salir de allí.
- ¿Es débil lo que os une ahora mismo?- preguntó Justine cruzando las manos sobre las piernas, mirándola con intensidad-. ¿Crees que el Héroe te dará la espalda si sabes cosas?- aventuró con un tono difícil de determinar. ¿Conciliación? ¿Diversión?- Un hombre tan recto y noble como él... ¿entendería por lo que has pasado?- se inclinó hacia delante, captando toda la atención de la mestiza-. Yo estoy dispuesta Iori, a abrazarte a ti con todo lo que eres. Con todo lo que has hecho-. aprovechó lanzando aquella oferta intentando ganar el favor de la mestiza aprovechando sus dudas-. Nunca te daré la espalda- aseguró tendiéndole una mano por encima de la mesa, ignorando deliberadamente a Ben.
Desde luego no esperaba aquello de Justine, aunque tendría que haberlo previsto. Al final era una mujer inteligente que vivía en aquel ambiente. Él era un simple soldado de la Guardia que servía a los intereses de persona como Justine o los propios Hesse. Sin embargo y por suerte, él se conocía mejor a sí mismo que la imagen que se tenía de él.
- ¿Lo ves? ¿Ves en lo que "ellos" quieren convertirme? Te lo dije. Quieren ver en mi lo que ellos son incapaces de alcanzar; quieren verse realizados, sentirse participes de la historia ajena y para eso elaboran grandes discursos, ensalzan unos valores que ellos necesitan, idealizan a una persona y la destrozan para prostituirla a sus intereses- esbozó una leve sonrisa-. Mi señora Justine- dijo sin apartar los ojos de Iori-, tiene unos ideales demasiado elevados sobre mí. Solo quiero que sepas, Iori- hizo una breve pausa-, que estoy contigo. Hasta el final- y sonrió sinceramente-. Junto a ti.
El pánico comenzó a evidenciarse en sus ojos a medida que Justine y Sango avanzaban con sus palabras, directas a su corazón. Su pecho subía y se hundía con profundidad, de forma acelerada debido al miedo que estaba sintiendo. El terror a pensar que lo que ella decía pudiese ser cierto. Los recuerdos de las noches, de las pieles juntos, de las miradas se enturbiaron. La hicieron dudar. Miraba sin ver su plato de comida, con el apetito perdido por completo. Intentando alejar de sus recuerdos todos los actos de egoísmo y pura maldad que había cometido para llegar hasta Hans. Y supo que necesitaba mirarlo. Ver en él. Respirar en sus ojos y ahogarse. Pero detener todo el caos que burbujeaba en su cabeza.
Alzó los ojos y lo buscó cuando él terminó de hablar. Y lo miró con la necesidad de quien se siente perdido, a punto de caer. A un lugar del que no hay regreso. Pero él sonreía. Y el alivio, la esperanza que la recorrió la hicieron reír de forma temblorosa mientras las lágrimas empañaban la visión que tenía de él. Bajó la vista, intentando controlarse mientras retorcía los dedos que descansaban sobre su regazo. Justine miró de forma furibunda a Sango y enarcó una ceja que Ben no vio pues solo tenía ojos para Iori.
- La nobleza del Héroe no deja de sorprender- apuntó antes de levantarse-. Iori, harías bien en tranquilizarte y comer algo más. Nada te pasará aquí dentro, estás a salvo. Continuaremos con este asunto más tarde- anunció antes de hacer un gesto a los sirvientes para que estuviesen atentos a los que ellos pudieran necesitar.
Avanzó con paso suave a un lado del gran salón y salió por una puerta que Ben no sabía a dónde llevaba. Silencio. Tras unos instantes tras su marcha, Iori se levantó con brusquedad, tirando la silla a su espalda por la velocidad con la que se levantó. Estaba tensa como una tabla y las manos cerradas, temblando a ambos lados de sus piernas con la cara agachada.
- Iori- llamó Ben poniéndose en pie-, ¿estás bien?- dio un paso lateral y rodeó la mesa hasta llegar a su lado.
No tuvo tiempo de llegar hasta ella. La mestiza se abalanzó contra él con toda la fuerza que poseía su cuerpo y lo rodeó con los brazos por la nuca. Lo apretó con una fuerza descontrolada, con la locura de quien siente que está a punto de precipitarse al vacío.
El impacto de Iori le desequilibró. Trastabilló hacia un lado al tiempo que se aferraba a ella con fuerza y giró sobre sí mismo para ganar estabilidad. Aquel abrazo se sentía tan diferente que no era capaz de expresarlo con palabras y solo se dejó dominar por el calor que le producía su contacto. Suspiró aliviado por volver a disfrutar de su presencia entre sus brazos. Posó su mejilla en ella y abrazó con más fuerza aún.
Las manos de Iori, que se habían aferrado a él con necesidad se deslizaron colándose por debajo de la ropa negra que cubría el cuerpo del guerrero. Encontrándose con los músculos y las formas que ella tan bien conocía. Lo hizo de forma ansiosa, intentando enterrar bajo algo físico el tormento que sentía en aquel instante. Volver a sentirse segura y fuerte en algo que le era tan natural frente al desequilibrio que dejó Justine con sus palabras tras ella.
- Iori- dijo con un susurro al sentir sus manos sobre su piel. Sin embargo, sacudió la cabeza-. Iori, sé que es duro, pero, ¿quieres hablar de esto?- preguntó.
- ¿Quieres saber?- habló con la cara pegada a su pecho. Sus uñas acariciaron la inserción de los músculos en medio de su abdomen y bajaron despacio trazando el camino que llevaba a discurrir sobre su ombligo, y continuó bajando. Los sirvientes que permanecían dentro de la estancia, atentos a sus requerimientos se pusieron nerviosos en sus puestos ante las caricias de la mestiza sobre Sango-. ¿Seguro que quieres saber?
- Si me quieres contar, claro que quiero saber- contestó Ben terriblemente cómodo en brazos de ella-. Entenderé mejor de qué va todo esto y quizás pueda ayudar- sus manos se movieron por la parte alta de su espalda.
Se detuvo. Paró sus dedos en el instante en el que notó las manos de Sango recorriendo su espalda. Ella se detuvo en el borde de su pantalón. Apretando el cuerpo contra él y deseando seguir. Aun con aquellos ojos puestos en ellos-. ¿Te perderé?
- No- dijo mientras entrelazaba sus dedos con su pelo y los pasaba por entre sus cabellos-. Estaré junto a ti- le recordó.
La morena guardó silencio. Tensa. Evidenciando la indecisión. Su cabello se inclinó hacia su mano, haciendo más profunda la caricia antes de separarse. Soltó a Ben y encaró la cristalera que había en la pared principal, por detrás de la silla en la que se había sentado Justine. Eran puertas de salida a una zona ajardinada, en las terrazas superiores, en el ala opuesta a los jardines que ellos ya conocían. Un sirviente se acercó y abrió para ella la puerta de cristal antes de que Iori alcanzase a hacerlo por si misma. La mestiza suspiró y salió al exterior tras pararse a mirar a Sango un segundo por encima del hombro. un breve instante en el que sus miradas se cruzaron. Los justo y necesario para que hablaran. Como ya habían hecho en otras tantas ocasiones.
"¿Vienes? Voy".
Ben salió tras ella y aspiró el aire del mediodía. Paseó sus ojos por el patio, por los jardines, por las losas del suelo, la fachada del edificio, las pulcras barandillas. Sin embargo, todo aquello ensombrecía con ella allí a su lado. Y sonrió.
Se separó ligeramente de ella, lo que le permitió su abrazo y pese a estar cansado y no querer tener los ojos abiertos, estudió a Iori a la luz de la mañana que entraba por la ventana. La preocupación fue ganando peso a medida que sus ojos iban viendo el estado de la mestiza. Lo había visto antes, pero no, quizás, con el detalle y el cuidado que ponía ahora. Veía las magulladuras y moratones de golpes antiguos, las heridas recientes, los cortes, los recientes cardenales de la paliza del día anterior de Zakath. Bajo aquello vio su piel tostada, sobre la que se marcaban los huesos, las delicadas y delgadas formas de su brazos su terrible delgadez. Dejó escapar un suspiro mientras se prometía hacer todo lo posible por ayudarla a recuperar un estado más sano para ella.
Ben, que había dedicado un buen tiempo en estudiar su cuerpo tardó en darse cuenta de que en el rostro de la morena, había una leve expresión de sufrimiento. Una pesadilla. Acortó la distancia que había tomado para observarla y se acomodó antes de pasar su mano por su cabeza. Finalmente, acercó sus labios a la frente para darle un largo y cálido beso.
- No te preocupes. Estoy aquí- murmuró.
La luz del incipiente amanecer resultaba fría aquella mañana. El ventanal que ella había abierto la noche anterior, estaba cerrado sin embargo, y eso dotaba al interior de la habitación de tibieza. Los cuerpos de ambos nadaban en la calidez del calor compartido en el abrazo entre las sabanas revueltas. La mestiza estaba muy dormida, con la cara escondida parcialmente contra el. El contacto de la boca de Ben, su voz, causaron que se removiera un poco. Inspiró profundamente y se pegó mas a el, apoyando el puente de la nariz contra el cuello del pelirrojo. Sus manos, laxas, lo rodeaban una por los hombros y la otra lo ceñía por el costado a ella, manteniendo el abrazo que los pegaba. Todo era quietud, sin que nada diese a entender cuando llegaría la siguiente interrupción.
Sintió la piel erizarse con su movimiento, con el aire que respiraba contra él, con su contacto. Buscó con la mano libre el borde de la sábana y lo estiró para cubrirles a la altura de los hombros, intentando tapar la claridad que entraba en la habitación y tratar de que no cogieran frío. Su mano recorrió lentamente su cuerpo y se detuvo para retirar mechones de pelo que caían sobre su rostro. Con el dorso de los dedos acarició su rostro lentamente hasta que el repetitivo movimiento le provocó un estado de somnolencia que terminó dominándole y cayendo dormido, una vez más.
[...]
Suave. Húmedo. Los labios de Iori besando lentamente la garganta de Ben. La mestiza permanecía tumbada de lado. En la misma postura. Y sus manos antes relajadas, recorrían los músculos de la espalda del guerrero despacio. Ben gimió y apretó su hombro antes de acariciar su espalda. Abrió los ojos levemente y sonrió antes de inspirar con fuerza y soltar aire lentamente por la nariz.
- Hola.
La mirada azul lo observaba con cautela, hasta que su reticencia se derritió con la sonrisa en la boca del Héroe.
- Hola…- susurró Iori, esbozando una en sus labios algo más suave que la suya.
Parecía estar atenta, analizando la situación con el. Alzó lentamente una rodilla hasta colocar con cuidado la pierna sobre la cadera de Sango. Como si quisiera probar hasta donde podría llegar. Ben disfrutó con el movimiento y cerró los ojos antes de extender las palmas de las manos sobre ella para acercarla a él. Iori se dejó abrazar y permaneció muy quieta pegada a el, mientras se concentraba en acompasar su respiración.
- ¿Has dormido bien?- preguntó abriendo de nuevo los ojos.
- He tenido unos sueños muy vívidos… y tengo dolor de cabeza. ¿Tú cómo estás? - estrechó con la pierna que tenia sobre la cadera de Ben su contacto, haciendo que sus cuerpos se buscasen despacio.
- ¿Pesadillas, quizá?- preguntó antes de bostezar-. Yo he dormido bien, algo afectado por el licor de frambuesa- su cuerpo se sacudió levemente con la risa-. El despertar, sin duda, lo mejor- añadió sintiendo el rostro de Iori pegado a su cuello.
- Fue sorprendente. Es la primera vez en mi vida que bebo un alcohol que no me desagrada- comentó sorprendida-. No eran pesadillas pero me… me causaron desazón. Tengo una sensación de, como si… hubiera perdido algo. Como si me faltase algo importante que en el sueño si tenia…- negó con la cabeza, profundizando el contacto con Ben que se tomó unos instantes para reflexionar sobre sus palabras mientras sus dedos bailaban sobre su piel.
- Era un sueño, no le des más vueltas- dijo antes de darle un beso en la cabeza-. El licor era bueno, sí, pero estaba mucho mejor el guiso. Te prometo que iremos allí a comer alguna vez- dijo. Sintió entonces el fuerte abrazo de Iori que le dio a modo de respuesta.
- Yo hace mucho que no sueño- confesó Sango arropado por sus brazos-. En tiempos soñaba con un yermo gris que se llenaba poco a poco con lo que iba viviendo. Esos sueños desaparecieron, antes de Sandorai, creo. No me acuerdo- dijo moviendo los hombros-. La última vez que soñé... Quizá hace años, o quizá no hace tanto, pero no los recuerdo.
Hubo unos instantes de silencio que Ben aprovechó para acomodar el brazo de tal manera que ahora tuviera su cara al alcance de sus dedos.
- Yo nunca le di mucha importancia a mis sueños. Tras el templo, solamente revivía…- se calló. No necesitaba seguir para que Ben entendiese-. Desde aquella vez también me sucede otra cosa. Sueño con el. Tarek. No es que sueñe con el. Más bien es como si yo tuviese conexión con cosas que le pasan a el. Al principio no entendía qué pasaba ni el porqué de nuestro vínculo. Creo que a el le sucede lo mismo conmigo. Todo por lo que hicimos allí- guardó silencio y ambos se quedaron a solas con sus pensamientos.
Escuchó mientras libraba su particular batalla con un rebelde mechón de pelo que se empeñaba en caer hacia delante. No era la primera vez que escuchaba ese nombre, Zakath se lo había revelado hacía unos días, cuando llegó al palacete.
- Pero esta noche no fue con mis padres ni con Tarek- aclaró pensativa.
- Tarek, ¿qué me puedes contar de él?- preguntó acariciando su mejilla.
Silencio. La Iori que había amanecido con él lo abrazaba con fuerza, con algo similar a la necesidad por él. Pero medía más sus palabras.
- Tarek, del clan Inglorien. Si no me ha engañado en lo que ha dicho es el hijo adoptivo de Eithelen. Su único descendiente y sucesor. Cuando el líder Inglorien desapareció fue llevado por los Ojosverdes. Su madre era de este clan. Su padre biológico era un Inglorien. Ambos muertos en misiones antes de que el tuviese memoria. Lo conocí hace poco más de un año. Odia a los humanos por el hecho de serlo. Yo no fui diferente. Creo que estuvimos cerca de matarnos en más de una ocasión mutuamente… - reflexionó antes de bajar la pierna que había subido a la cadera de Ben.
- ¿Tiene trato con los Ojosverdes?- preguntó Sango encajando piezas en la imagen que tenía de aquella historia-. Cabrones- añadió dominado por una ira creciente que brotaba de una herida aún sin cerrar-. Este Tarek dices que es un Inglorien pero no parece haber honor en sus actos como sí los había en los de tu padre: intento de asesinato, relación con los Ojosverdes... Sí, guardaré bien ese nombre en mi cabeza- asintió levemente antes de notar el frío en su cintura-. Estáis conectados por una extraña hechicería. El mundo de los sueños, Oniria... Ah, ese mundo me queda demasiado grande. No comprendo esos asuntos. Solo... Iori, solo... Estoy contigo, ¿vale?
La tensión de su cuerpo cuando Sango habló del honor de Eithelen fue evidente. Apretó los dientes y lucho en direcciones opuestas. Separarse de él o permanecer allí. Ganó la segunda.
- ¿Estas conmigo? No necesito que me protejas de mis sueños. Ni de Tarek, Ben. No quiero que cargues conmigo en tus hombros. Tienes ya demasiado peso- bajó el rostro y depositó un beso en el pecho del Héroe, para moder con fuerza un segundo después. Sango entrecerró los ojos-. Pero me gustaría saber porque hablas de que en la vida de Eithelen Inglorien había honor- preguntó con dureza en la voz.
- Fue fiel a su corazón hasta el final- dijo concentrándose en el punto donde había mordido e ignorando la primera parte de su respuesta-. No hay acto más honorable que ese: enfrentarse a todo lo que se creen de ti para permanecer fiel a lo que te dice el corazón.
Volvió a morder. Más fuerte. Mientras dejaba que notase las uñas de sus mano en la espalda. - Fue egoísta. No ser capaz de dar un paso a un lado sabiendo a qué peligros la estaba exponiendo. Ayla no conocía la verdad pero el afamado líder Inglorien si. Deseó estar con ella por encima de tenerla a salvo - acuso. Y volvió a morder.
- ¿Ella le hubiera permitido apartarse?- preguntó conteniendo el dolor que ejercían sus dientes sobre él. Ella debió percatarse porque los dientes dieron paso a suaves y delicados besos sobre su piel.
- Ella parecía una persona… decidida…- terminó respondiendo-. Pero él tenia el poder de desaparecer, y ella no habría podido hacer nada para llegar a él.
- Se querían, Iori. Nada, ni nadie, podría haberles hecho separarse- contestó.
La mestiza bufó. El beso volvió a convertirse en mordisco, y tras la dentellada, alzó el rostro lo suficiente como para tomar la boca de Sango con sus labios. Hubo violencia en aquel contacto. En la forma que ella lo usó para responder a algo que no le gustó. Lo hizo casi como una agresión. Porqué sabía que él tenia razón. La respuesta de Sango, sin embargo, fue torpe y descoordinada. En cuanto tuvo ocasión se apartó para coger aire y terminar de despertar.
- ¿Entiendes lo que te he dicho?
Lo buscó con violencia, aprovechando que lo tomaba por sorpresa. El sabor de la boca de Ben alentó las ansias de Iori en aquel beso, que murieron en cuanto él la apartó a un lado. Lo miró escuchando su pregunta y sintió que algo escocia en ella. Soltó el abrazo estrecho al que lo tenía sometido y se incorporó hasta quedar sentada sobre la cama.
- Lo entiendo. Aunque preferiría no hacerlo- respondió con voz tensa.
Por primera vez desde que habían entrado en la habitación le pareció volver a ver una Iori incómoda, pero él no podía echarse atrás en su argumentación, no cuando sentía que debía decirle lo que tenía en la punta de la lengua. Se había incorporado, parcialmente, sobre una mano y miraba su espalda.
- Bien, entonces, comprenderás por lo que estoy pasando ahora mismo- dijo sin apartar los ojos de su cabeza.
Con las piernas cruzadas, había ladeado la cabeza para masajear suavemente la sien. Su espalda, inclinada hacia delante se estiró de forma visible cuando lo escuchó hablar. Detuvo todos sus movimientos y, tras unos instantes se giró despacio. Apoyó una mano hacia atrás, sobre el colchon, al lado donde reposaba la de Ben. Lo miró con los ojos sorprendidos en una sombra de comprensión.
- ¿Qué quieres decir…?- aunque realmente no quería saber.
- Que lucharé contra lo que quieren que sea, y por muy dura y larga que sea la batalla, venceré. Por ti. Por estar contigo. Porque te quiero, Iori, y quiero estar a tu lado.
Si le hubiese declarado su enemistad, la cara de la mestiza hubiera sido parecida. El aire se hizo más pesado entre ellos mientras ella no era capaz de apartar los ojos azules de el. Temerosos. Inseguros. Frágiles. Apartó la vista y negó con la cabeza mirando sus manos sobre las sabanas blancas.
- ¿Querer? ¿Amor? - lo pronunció sin fuerza-. Ben, ¿puede ser que confundas el sexo con amor? - se incorporó, muy despacio, deslizando las piernas por el borde de la cama dándole la espalda-. ¿Confundes las ganas de compañía con amor? ¿El huir de la soledad quizá?- caminó despacio hacia el ventanal.
Ben se quedó mirando el vacío que había dejado en la cama. No vio como apoyaba una mano en el frío cristal, no tanto como la distancia que los separaba en aquel momento. Ben suspiró y terminó de incorporarse quedando sentado en la cama, contemplando los pliegues de las sábanas entre sus piernas.
- ¿Crees que me quieres porque conectamos bien? Eso no significa amor Ben. El amor tiene que ser algo más… algo más bonito. Más poderoso. Algo que te una a la persona adecuada…- cerró los ojos y apoyó la frente contra el cristal de la ventana-. Podemos estar juntos el tiempo que tu quieras, pero no confundas lo que tenemos con amor, por favor- ella tragó saliva. Vio como cerraba los puños con fuerza-. Por favor…- y este ultimo sonó como si estuviese pidiendo lo contrario.
- Iori- dijo con calma-, sé lo que siento y por quién lo siento- miraba los pliegues de las sábanas que formaban extrañas dunas blancas que parecían querer retenerle-. Y lo que siento es tan poderoso como para querer dejar atrás la vida que llevo hasta ahora- apartó las sábanas con las manos y recogió las piernas-. No se trata de buscar compañía o de acostarme contigo. No se trata de eso, Iori. Es algo mucho más profundo, más intenso, tanto que ni siquiera sé si existen palabras capaces de explicar lo que siento- alzó la mirada hacia ella.
- No eran conversaciones guiadas por el alcohol- murmuró empañando con su aliento el cristal que tenía delante. Las palabras de Sango seguían siendo las mismas que la noche anterior, algo que ella no esperaba-. Dime Ben, ¿a cuántas personas le dijiste algo parecido? ¿Con cuántas mujeres soñaste lo mismo?- a su lado, con el vaho en el cristal, dos runas se perfilaron superficialmente. Aunque ella, con los ojos cerrados, no fue capaz de verlas. Ben ignoró la preguntá y siguió.
La forma que has impactado en mi vida, cómo me has hecho reflexionar sobre mi mismo, como has hecho que vea las cosas desde otro punto de vista que creía que no era posible yo… No, Iori. Te quiero porque lo siento así.
Gimió cuando él volvió a decirle que la quería. Aquellas palabras tenían un doloroso efecto sobre ella. Como si quemaran en su interior, terminando de dañar lo que quedara de ella. Se giró hacia él y lo miró con una angustia profunda en los ojos.
- Yo jamás, con nadie. Nunca. Con absolutamente nadie Ben. ¿Decir te quiero? Rompes mi mundo. Destrozas la tierra y el cielo y me haces sentir tan perdida- la zozobra que sentía aceleró su respiración-. ¿Qué hago? ¿Qué puedo hacer? No puedo negar lo que supones para mí. ¿Crees que eres el único que no encuentra palabras?- acortó la distancia con él y se precipitó hacia la cama. Se arrodilló en el suelo y tomó las manos del soldado entre las suyas con necesidad-. ¡No sé qué hacer con esto! Siento que me muero por ti Ben- apretó con fuerza el dorso de las manos del pelirrojo contra su frente-. ¿Cómo manejo esto? ¿Cómo evito que me destruya lo que siento por ti? Te temo Ben... pero no soy capaz de mover un solo paso lejos de ti. No mientras tú desees que avancemos juntos...
No esperaba esa reacción. No esperaba aquel torrente de
- Iori- llamó con voz baja-. No pretendía... Yo- frunció el ceño y se las ingenió para meter sus manos entre las de él, dándole la vuelta a la situación-. Mira, no merece la pena enfrentarse a lo que siente el corazón. No merece el tiempo y el esfuerzo. Es algo completamente ajeno a nosotros, nos embota los sentidos, nos transforma- apretó sus manos-, nos mejora. Es como ver las cosas desde otro punto punto de vista, como si estuvieras acostumbrado a ver el mismo campo desde el suelo pero un día lo ves desde el techo de una casa- sacudió la cabeza sintiendo que se estaba dispersando-. Deseo avanzar junto a ti, pero solo si quieres hacerlo, solo si deseas que ocurra. El camino estará lleno de obstáculos, es ley divina. Pero al recorrerlo juntos se hará mucho más llevadero, uno cae, el otro le tiende la mano y así...- sus ojos se habían perdido en algún punto de la habitación mientras su tono de voz había disminuido hasta quedar apagado.
Su cabeza se estaba alejando de la habitación, hacia tiempos pasados, en aquella misma ciudad, con otra mujer. Eran jóvenes entonces, y Ben creyó que su relación duraría. Que equivocado estaba. Que dolor había sufrido. Cuánto tiempo pasó en sanar. Negó con la cabeza. Sabía de lo que hablaba: los problemas del corazón debían aceptarse, darles tiempo, dejar que transformaran, aprender de lo que uno vivía. Parpadeó. Iori permanecía en la misma posición, con las manos frías, sus hombros temblorosos, sin mirarle.
- Y yo estaré allí para ti, en lo que necesites, en lo que quieras. Recorriendo el camino junto a ti, o tras de ti, o donde quieras que esté- tiró levemente de ella-. Lo que importa es que seas feliz y ya- dijo con una sonrisa sincera en el rostro y la mirada clavada en ella.
Se dejó ir suavemente cuando el tiró hacia si. La mestiza fue dócil en aquella ocasión. Él quería tenerla cerca, y ella quería fundirse con él. Lo miró, con la tormenta en los ojos. Una mirada que dejaba ver lo perdida y lo rota que estaba. Ben comprendió que estaba pasando por una suerte de momento de reflexión interna. Él no quiso interrumpir el momento, era algo que había aprendido a base de equivocarse: las cosas tienen su tiempo. Como un suave suspiro, Iori buscó hueco entre los brazos de Sango. Apretó contra él empujándolo de vuelta al colchón, mientras sus brazos lo aferraban y sus manos lo recorrían. Ben se dejó caer hacia atrás y echó los brazos por encima de Iori. Ella tenía la necesidad de sentir que era real. Que él estaba allí para ella. Que aquellas no eran palabras falsas, vacías. Que realmente él podría ser su hogar. Igual que ella podría...
- Quiero ser tu hogar. Tu sitio seguro. Quiero cuidarte y protegerte Ben - susurró a su oído abrazándose con fuerza al pelirrojo.
Puso toda su atención en sus caricias en donde ejercía presión por dónde pasaban sus manos. Disfrutaba de aquel viaje que hacían sus dedos sobre su curtida piel, le llenaban de algo tan placentero que podría pasarse allí el día entero, con ella, simplemente mirándose el uno al otro, acariciándose. Su aroma, su cercanía a su pelo rozando su barba, su susurro... Sintió la piel erizarse en el cuello.
- Ya lo eres- contestó girando la cabeza hacia ella-. Ya lo haces.
El calor de la piel de Ben la templó a ella también. Deseó hundirse de nuevo con él en la cama, sin importar la luz del día fuera de los ventanales, ellos decidirían cuándo amanecería. Sus miradas se encontraron cuando él respondió con la certeza de quien tiene fe en los Dioses. Fe en ella. La Diosa que merecía su más absoluta devoción.
- Caminemos juntos, Ben - propuso la mestiza alzando una mano para tocarle la cara.
Observó sus dedos y se detuvo de golpe, alzándose un poco y mirando su mano. Estaba vacía, pero parecía estar sosteniendo algo en el aire que no se veía. El gesto perfecto para acoplarse al mentón de Sango y sin embargo, aquello la hizo fruncir el ceño de nuevo. Había algo que estaba olvidando. Algo que se le estaba escapando.
- Yo... no consigo recordar... pero sé que era algo importante...- explicó mirándolo a él de nuevo, dejando que, ahora sí, su mano estrechase el mentón de Ben en una suave caricia.
- Ya vendrá, deja que la cabeza despeje un poco- acarició su espalda sin dejar de mirarla-. ¿Sabes? Mi madre solía decir algo sobre los sueños, algo a lo que no di la importancia debida, pero que ahora, con el tiempo parece tener sentido- hizo una pausa para parpadear lentamente, disfrutando del momento-. Me decía, "Ben, sigue al corazón y lo que sueñes se hará realidad", y vaya si tiene razón. Por mucho tiempo creí que era al revés: soñar un objetivo y poner el corazón en ello, pero estaba equivocado- centró su mirada en la de ella-. Si es importante, ya volverá- entrecerró los ojos ligeramente y expulsó el aire lentamente, dejando que sus pulsaciones se relajaran.
Iori deslizó su mano desde el mentón hasta la mejilla y recorrió con sus labios la otra hasta llegar a los de él, tirando suavemente de sus labios. Ben abrió ligeramente la boca mientras la línea que dibujaban sus labios se curvaban hacia arriba. No había tregua para que su corazón dejara de bombear sangre con intensidad, y mientras lo hacía y llegaba a todas las partes de su cuerpo, Iori había pasado su pierna por encima mientras seguía besándole.
Había, en sus gestos, algo cercano a la devoción, sus besos impactaban con delicadeza en sus labios, sus caricias recorrían su rostro, cuello, hombros y continuaban por sus brazos y torso, como si no quisiera perder detalle de sus formas, de la consistencia de sus músculos, de las incontables heridas que plagaban su cuerpo. Sus pechos estaban pegando los de ella con los de él, su abdomen, las piernas, solo había una forma de que sus cuerpos estuvieran mucho más pegados.
Las manos de Ben, perezosas hasta ese momento, se activaron cuando ambos cuerpos se unieron. Posó las manos en el costado y dejó que sus dedos emularan lo que había hecho Iori, crear una imagen sensorial de ella por si se hubiera olvidado de la noche anterior. Sus manos, como Iori, se movieron lentamente, y sus ojos, se encontraron en un instante de respiro que se daban sus bocas. Su cabello cayó sobre el de él, aislándolos del mundo exterior, creando un pequeño espacio en el que poder sonreírse y mirarse mientras la cintura de Iori completaba un movimiento completo de descenso y ascenso. Ben le lanzó un mordisco y ella le respondió eliminando la distancia y abriendo la boca para besarle.
Los movimientos de Iori eran como caricias de sus manos pero con su cuerpo entero. Las manos de Ben seguían moviéndose, transmitiéndole el calor que ella misma encendía en su cuerpo. Ahogaban los gemidos de placer en la boca del otro, se respiraban el uno al otro, queriendo estar el uno en el otro. Incluso cuando el fin se sentía inminente, incluso cuando Ben apretó con fuerza la cadera de Iori, incluso cuando la obligó a quedarse abajo, cuando no pudo aguantar más, incluso cuando las manos de Ben cruzaron sobre su espalda y apretó con fuerza a Iori, incluso entonces, no pudieron dejar de ser uno. Ni tan siquiera cuando, después de intercambiar los últimos besos, los ojos se cerraron y se dejaron llevar a algún otro lugar.
[...]
Unos suaves golpes despertaron a Sango que abrió los ojos para ver que la puerta se abría. Parpadeó sin comprender y alzó ligeramente la cabeza hasta enfocar las figuras que se apresuraban por la habitación. Una de ellas se acercó a la cama. Ben enfocó y reconoció quién era. Soltó un bufido y dejó la cabeza caer sobre la cama.
- Señor Nelad, señorita Iori, la dama desea comer con ustedes- hizo un pausa para aclarase la voz-. Me ha pedido que os traiga ropa y os comunique que espera veros a la mayor brevedad posible- dijo con tono de preocupación.
- Gracias Charles- dijo Ben y no añadió nada más mientras miraba el techo de la habitación y escuchaba los movimientos del servicio.
Tras unos instantes volvieron a quedar a solas y Ben se descubrió paseando la mano por su espalda. Giró la cabeza y al descubrió despierta, mirándole. Se sorprendió pero rápidamente cayó en la cuenta que Charles había dicho su nombre. Su cuerpo se movió con una ligera sacudida, riéndose de sí mismo.
Aspirando su aroma Ben se removió hacia un lado y se sentó al borde de la cama observando el lugar donde habían dejado la ropa. No le sorprendió ver que sus ropas mojadas no estaban por ninguna parte. Miró hacia abajo y terminó de posar los pies en el suelo. El tono de urgencia de Charles le indicaba que iban a tener alguna suerte de charla en la que les hablaría de las virtudes de la buena señora. Sonrió con su propia ocurrencia y se levantó para vestirse.
Eran ropas oscuras, algo ceñidas para su gusto, como comprobó cuando se puso el pantalón, pero no le dio más importancia. La camisa, también oscura le quedaba algo apretada en los hombros. Cuando iba a abotonar la camisa echó un rápido vistazo a Iori, con un vestido de tonos grisáceos, a juego con los tonos oscuros que él llevaba. Supongo. Se acercó a ella y se pegó todo lo que pudo antes de apartarle el pelo hacia un lado. Sus manos, que se peleaban con los nudos a su espalda, se detuvieron de golpe. Ben cogió el testigo y con suaves movimientos anudó dos telas que colgaban a la altura de la mitad de la espalda. Sus dedos, voluntariamente torpes, tocaron su espalda todo lo que la fingida torpeza le permitió, no solo en aquel lazo sino en el siguiente, más abajo. Cuando estuvo listo, dio un ligero paso hacia atrás y Iori se giró para observarle. Entonces alzó sus manos y cogió la camisa para darle unos tirones de un lado y de otro para ajustarla a sus hombros. Cuando terminó, pasó sus manos desde el pecho al abdomen para quitarle unas arrugas que no existían y entonces comenzó a abrocharle los botones con lo que le pareció una torpeza similar a la que él había demostrado con los nudos. Cuando hubo terminado, hizo lo mismo, se separó ligeramente para mirarle. Apenas había medio paso entre ellos. Apenas estaban a tres pasos de la cama. Apenas...
El pie izquierdo de Ben se adelantó, así como el de Iori. Las manos de Ben se aferraron a su cintura y los de Iori se alzaron por encima de sus hombros. Sus rostros se acercaron y sus labios se encontraron mientras las manos apretaban su cintura y tiraba de ella hacia él y sus manos arañaban su nuca. Las bocas se abrieron para llenarse el uno del otro, para gritarse en silencio, para demostrarse muchas cosas a las que aún debían poner nombre. Tres golpes en la puerta y la apertura de la puerta, no sirvió para que rompieran su contacto.
Charles con la mano sobre el pomo, se obligó a carraspear. Ben y Iori se separaron, sin romper, del todo, el contacto entre ambos y se giraron para mirar al mayordomo de la señora Justine que les observó largo tiempo antes de asentir.
- La dama desea verles- dijo antes de girarse y esta vez no cerrar la puerta.
Ambos salieron de la habitación, dejando tras de sí una cama completamente revuelta a sus espaldas para seguir, ahora, a un Charles que iba muy erguido, guiándolos por los pasillos del palacete. Ben caminaba tras él, junto a Iori, que escondía su delgadez en el exquisito vestido que habían preparado para ella.
No tardaron en llegar a una zona completamente nueva para él. Llegaron a un enorme salón comedor con unas vistas sensacionales de unos jardines que se ubicaban tras Justine, sentada en la cabecera de la mesa. Los sitios reservados a ellos estaban uno a cada lado. Ben se obligó a esbozar una sonrisa que no borró durante la larga caminata al otro lado de la mesa. Al otro lado de ella. Justine los observó con gesto severo.
- Adelante - murmuró observando a ambos con un gesto desagradable, especialmente deteniéndose en Sango.
- Buenos días, mi señora Justine, ¿querías vernos, verdad?- dijo después de recuperar la verticalidad tras la ligera reverencia. Caminó entonces hasta su silla, frente a Iori, sabedor de lo que pretendía.
Dos figuras salieron de la nada y en silencio movieron las enormes sillas de madera labrada para que ambos tomaran asiento. Justine desdeñó a Sango y centró unos ojos duros en Iori, que se sentó en silencio. La expresión adusta de la mujer madura se mantuvo hasta que finalmente suavizó un poco la expresión, al ver que los ojos azules se mantenían esquivos mirando hacia abajo. Insegura.
- Una serie de circunstancias han precipitado los acontecimientos de los que he de informaros. Pero antes de eso es preciso que comáis. Me han informado que os habéis saltado el desayuno tras vuestra excursión nocturna. Y tú, querida, no te encuentras realmente en condiciones de perder ninguna comida- con un leve gesto, varios trabajadores aparecieron portando bandejas con distintos alimentos. El aroma llenó la mesa y la mestiza alzó los ojos curiosa para analizar las preparaciones que tenían delante-. Comed- animó la mujer mostrándose ahora más suave hacia Iori, antes de volver a clavar los ojos con dureza en Sango.
- Mi señora Justine, ¿no coméis?- dijo con una perfecta sonrisa dibujada en el rostro. Sus ojos decían otra cosa-. Me sentiría mucho más honrado si nos acompañaras- añadió con una breve inclinación de cabeza.
Los ojos dorados relampaguearon y la única respuesta que Sango obtuvo fue una sonrisa cínica. Ben sintió que estaba jugando con fuego.
- Deberías de comenzar por la carne - indicó mirando de nuevo hacia Iori. La mestiza había alzado la vista para mirar a Sango sorprendida por su actitud y mantuvo la mirada allí hasta que él la observó cruzando los ojos-. El pastel de verduras y setas es una delicia te lo aseguro. Las cocineras del palacete siempre fueron mucho mejores que las de la mansión principal- presumió con voz segura mientras ella misma cortaba un pedazo y lo servía en el plato de Iori.
Ben le guiñó un ojo y le sonrió antes de servirse un par de trozos de carne que le parecieron muslos de pollo adobados de tal manera que olían especialmente bien. Con el rugido de sus tripas disimulado por un carraspeo, Sango cogió uno de los trozos y arrancó un buen trozo que masticó saboreando todos y cada unos de sus matices. No recordaba que el pollo estuviera tan bueno.
- Por el amor de Freyja, esto está buenísimo- dijo antes de tragar-. Mi enhorabuena a las cocineras, mi señora. Espero que estén bien pagadas- dijo con una ligera sonrisa antes de arrancar otro trozo del hueso.
- Todas las personas que se ven envueltas conmigo reciben lo que merecen- sonrió de forma excesiva mirando hacia Sango antes de volver su atención hacia Iori-. Conseguiste burlar a Cora pero si su información es correcta, llevas más de un día sin ingerir alimentos. Desde el desayuno de ayer- apuntó la mujer con un tono de evidente molestia-. Iori, no puedes seguir por ese camino. Tu cuerpo continuará debilitándose. Enfermar será más fácil para ti como también recuperarse- la mestiza tomó una cuchara para llevarse a la boca un pedazo del hojaldre relleno con verduras y setas que la mujer le había servido.
- No es mi intención enfermar- murmuró despacio sin mirar a ninguno de los dos-. Sé que no hice las cosas bien hasta ahora. Pero voy a cambiar- aseguró con voz suave. Y uno de los dos interlocutores comprendió mejor que el otro la importancia que tenían las palabras de Iori. Un cambio para permanecer. Para mantenerse en el mismo camino que él.
- Su información es correcta- admitió Sango, compartiendo la preocupación de Justine por el estado de Iori-. No me cabe la menor duda de que la situación cambiará- añadió dejando el hueso en el plato. Iba a limpiarse con la manga de la camisa pero vio una servilleta de tela con la que pudo limpiarse los labios antes de agarrar el agua que tenía frente a él-. Terriblemente bueno, sin duda. Volviendo al tema de las personas que se ven envueltas contigo mi señora Justine, ¿esas personas te dan todo lo que quieres?- lanzó la estocada para desviar la atención de Iori.
La mujer, peinada con un pulcro moño tirante que hacía más duro el gesto de su cara lo miró con un enfado cada vez más evidente. Y a Sango no es que le gustara precisamente aquella situación pero había algo que le llevaba a hacerlo. Quizá un sentimiento de rebeldía. Quizá otra cosa.
- Solo las que no saben qué es lo que más les conviene. Los necios y los estúpidos - concluyó antes de desviar la mirada. Parecía más concentrada en conseguir que Iori comiese lo suficiente que en mantener una conversación con Sango que, aunque era evidente que llegaría y explotaría, la mujer se esforzaba en controlar cuando llegar a ese punto-. Sírvete uno para comenzar. Podrás comer todos los que quieras- le aseguró ofreciéndole la bandeja de la que Sango había tomado el trozo de pollo.
Iori volvió a mirar a Sango, inquieta y tomó el pedazo de carne que tenía más próximo para dejarlo sobre el plato.
- Ben tiene razón, esta comida es deliciosa- participó en la conversación con un comentario que esperaba suavizar la situación.
- ¿Ben? - preguntó la mujer enarcando las cejas-. ¿Ben?- volvió a repetir mirando hacia Sango que le devolvió la mirada-. Oh, ya veo. Entiendo. Entiendo perfectamente. Supongo que eso explica en parte la escena de anoche cuando llegasteis al palacete- dejó la bandeja en la mesa de nuevo y cruzó las manos delante del rostro. Parecía que había estado pensando en escoger con cuidado las palabras que iba a usar-. Sin duda ayer fue un día intenso. Desde el entrenamiento con Zakath hasta la visita de la señora Amärie. La huída de un Héroe herido buscando distracción fuera del palacete y una apesadumbrada Iori que vagabundeó hasta que la noche le dio la cobertura adecuada para burlar más fácilmente los ojos que tenían como única misión su salvaguarda. Lanzándose hacia las calles de Lunargenta y buscando problemas. Menos mal que el Héroe apareció en el momento adecuado. Y, una vez encontrada la dama a la que debía de conducir de nuevo a un lugar seguro, ¿Qué decidió el bueno de Ben?- sus ojos brillaron con la furia que contenía-. Pensó que lo mejor era seguir de fiesta con la chica, exponiéndola a los ojos de todo el mundo en un día de fiesta, en la zona más concurrida de la ciudad. Dejarse arrastrar por la emoción del momento y de no ser capaz de contener la pasión entre sus piernas, conduciendo a ambos a una noche de diversión que se pagaría con la pesadilla al día siguiente- se detuvo en su conversación y golpeó con el puño la mesa de pura rabia. Iori se había quedado congelada, observando con los ojos muy abiertos a la mujer, herida por la forma descarnada que tuvo Justine de describir la que había sido la noche en la que en ella se había obrado el cambio-. Habéis sido unos malditos idiotas- siseó la dama, dejando ver que la esencia de campesina de su origen seguía viviendo en ella-. Y ahora tenemos que lidiar con las consecuencias.
- Nada hay bajo el sol que no tenga solución- contestó Sango llevándose el otro trozo de pollo a la boca y arrancando del hueso una generosa porción de carne.
La mujer lo observó anonadada, y la incredulidad por lo que dijo la dejó sin reacción, el tiempo suficiente como para recalibrar al Héroe. Ben se concentró en el pollo, tratando de aparentar tranquilidad mientras daba vuelta a las palabras de Justine que le dieron un punto de vista distinto.
- Me pregunto hasta dónde llegan tus habilidades, Héroe... quizá las necesitemos más de los que crees. A ellas y a la protección que te conceden los Dioses- miró de nuevo a Iori antes de sacar de debajo de la mesa algo que había tenido guardado.
Dejó caer delante de ellos, más allá de la comida algo que ambos recordaban. La corona de flores que habían colocado en la cabeza de Iori tras declararla Reina del Baile junto a él. Las flores estaban algo aplastadas e hicieron un ruido suave al caer sobre la madera.
- ¿Cuándo...?- comenzó a preguntar la mestiza.
- Cuando echasteis a correr hacia la habitación - zanjó Justine sin necesidad de que la chica terminase la pregunta-. En ese momento os vieron muchas personas. El gran Héroe no pasa desapercibido, rápido se corrió la voz de su presencia y sus habilidades en la danza. Aunque imagino que la fama no es un hecho que te resulte desconocido a estas alturas de tu vida "Ben"- pronunció el nombre del soldado con un tono de burla-. A ti también te vieron Iori. Una muchacha que hasta hace poco era una completa desconocida. Una chica bonita, sin más repercusión acompañando al Héroe. Su compañía escogida para esa noche. Sí, esa hubiera sido la imagen que tendría el gentío. De no ser porque hace tiempo que eres la chica de la recompensa. Y desde hace dos días, toda Lunargenta asume que te has convertido en la heredera de los Meyer- la mestiza había dejado los cubiertos sobre el plato-. Os han visto ojos que no deseábamos que pusieran más su atención sobre ti. Y ahora es demasiado tarde.
- ¿Y qué van a hacer esos ojos?- preguntó Sango terminando el segundo trozo de pollo y sin apartar los ojos de la corona-. ¿Van a venir a reclamar la recompensa? ¿De quién? El hijo de puta de Hans está bien muerto, ya no hay más recompensa. Encárgate de esparcer la noticia. Se acabó el problema- alargó las manos para echarse un trozo de paste en el plato-. ¿Te gusta la comida, Iori?- preguntó buscando sus ojos.
La mestiza tenía el ceño fruncido. La vista fija en Justine hasta que Sango pronunció su nombre. De manera automática lo buscó. Lo miró. Y la sombra de la preocupación afloró en su mirada.
- Idiota- volvió a repetir la mujer recostándose contra la silla-. Ya los viste. La otra mañana, de camino a mi despacho. Los Hesse. Pertenecen a una de las familias nobles más longevas de Lunargenta, pero sus finanzas hace tiempo que rozan el límite. Viven de las apariencias más que del dinero y ambos están desesperados por encontrar un matrimonio favorable para Arno, el padre viudo, o para su hijo, el joven Dominik. Ayer fue él quién vio a Iori. Y se puso a trabajar con su padre toda al madrugada para hacerme llegar una carta con cierta información.
- Ni los conocía, poco me importan. Si pretenden hacerte daño, mi señora, podéis decírmelo. Si pretenden hacerle daño, mi señora, debéis decírmelo- clavó sus ojos en los de Justine.
La mujer sonrió mirando hacia él. Parecía relajada, pero era evidente que aquella situación la tenía de los nervios.
- Su primera opción no es hacerle daño a Iori. Es ofrecer una alianza matrimonial. Dominik con Iori tras hacer pública la declaración en la que la presento como mi ahijada y heredera. En una segunda opción lo que me plantean es que Iori podría sufrir algún tipo de "accidente" del que ni yo ni nadie podríamos protegerla, y que el enlace que se celebrará será entre Arno y yo. En cualquiera de las dos opciones la fortuna Meyer pasaría a formar parte del patrimonio Hesse, que es en definitiva su interés último- Iori escuchaba en completo silencio cada palabra que la mujer decía sin apartar la vista de Sango.
La propuesta matrimonial sonó terriblemente descabellada. Sin embargo, cuando la dama mencionó la palabra accidente, sonó a amenaza en la cabeza de Ben que empezó a imaginar toda clase de peligros a los que podía enfrentarse Iori. Quiso, entonoces, saber más de aquellos Hesse.
- ¿Dónde viven?- preguntó Sango con severidad.
- En la mansión Hesse- respondió lacónica.
- ¿Dónde está eso?
- No puede ser posible- intervino Iori entonces apartando su plato hacia delante. Afortunadamente había tenido tiempo con los preliminares de la conversación de comer algo-. ¿Qué sentido tienen las palabras de esa gente? Si han caído en desgracia el poder que obstenta no puede compararse al tuyo ¿no? ¿De qué manera podrían obligarte a escoger entre una de las dos opciones?- Justine sonrió mirando hacia ella casi con lástima.
- Ese es el problema, Iori. Ellos tienen algo que nos puede hundir por completo. Aunque no tengan poder económico su sangre es densa y tiene lo que no posee el apellido Meyer. Abolengo. Basan su poder en la influencia que tienen sobre muchas personas que están conectados a su apellido desde hace generaciones. Eso y que tienen en su poder documentación que demuestra los peores negocios en los que Hans estuvo metido. Parece ser que le llevaban siguiendo la pista desde hace años, recopilándola con la esperanza de dar un golpe de gracia con el cual recuperar parte de su poder financiero a cambio de no hacer pública esa información. Ahora que él no está, la posibilidad de conseguir eso sin recurrir a destruir el apellido Meyer, con una simple boda se les antoja mejor. Pero tienen claro que de no conseguir esa opción, expondrán todos los pecados de Hans. Ni todo el dinero que dejó ese desgraciado tras su muerte podría reparar el daño que causó. Sería el fin. Y créeme Iori que si yo y mi poder desaparecemos, el manto de protección que pretendo colocar sobre ti desaparecería. Has hecho muchos enemigos en el tiempo que has dedicado a alcanzar a Hans...
Ben frunció el ceño tratando de comprender en la situación en la que estaban. Sus primeras reflexiones indicaban que no estaban en una posición favorable, pero se dijo que saldrían de aquella. Uno debía buscar un camino y sino, hacer su propio camino.
- ¿Puedes, con palabras más sencillas, explicar cómo de jodidos estamos y cómo hemos llegado a esto?- preguntó Sango mirando el pastel que tenía en el plato.
La mujer lo miró con expresión seria ahora.
- El espionaje no es raro entre familias. Destapar comportamientos amorales o que resulten directamente ilegales es una buena manera es escalar subiendo con el método de pisar a los demás. Hans cometió todo tipo de delitos y los Hesse lo sabían. Recopilaron un buen número de pruebas y pretenden usarlo ahora como moneda de cambio para acceder a la fortuna Meyer. Iori como llave para poner sus manos en la fortuna y negocios. De no aceptar sus condiciones presentarán la información ante las autoridades, lo cual, aunque Hans ya no esté debería de ser igualmente reparado. Creedme si os digo que no quedaría prácticamente nada de lo que él construyó- se detuvo y miró a Iori de soslayo-. Que el joven Dominik os viese ayer pasando un momento delicioso compartiendo juntos el baile aceleró sus planes. Tienen miedo de que surja el amor entre el Héroe y la joven a la que desean desposar para poner las manos sobre el apellido Meyer y todo lo que representa- volvió la vista a Sango mirándolo ahora con una furia contenida-. Hubiera sido más prudente evitar miradas sobre vosotros anoche, regresar inmediatamente al palacete y mantener un perfil bajo. Pero lo hecho ya no se puede cambiar. Debemos de buscar una respuesta ahora. Principalmente porque, aunque creas que huir de aquí pondrá tierra de por medio Iori, este problema te pertenece. Hans te vinculó a él durante demasiado tiempo como para que aunque salgas de Lunargenta consigas desligarte de todo. Incluso aunque rechaces la posición de heredera que te ofrezco, a ojos de los demás seguirás siendo la familiar perdida de Hans, el afamado y rico mercader.
- Vaya vida de mierda si para sentiros realizados tenéis que andar mirando a los demás- se echó hacia atrás y clavó sus ojos en Justine-. Traje a Iori como si fuera una prisionera, y ahora...- la boca de Ben se abrió al encajar las piezas.
Sango iba a argumentar que nada tenía sentido que él la había llevado encadenada a la mansión de Hans, le habían visto, le habrían reconocido. Y ahora él se dedicaba a pasar la noche con su prisionera. No solo eso, sino que la supuesta heredera no había llevado el luto como era costumbre. Apretó los labios formando una fina línea. Todo tomó una dimensión que hasta ahora había sido incapaz de ver y comprender. Guardó silencio. Un silencio que evidenciaba preocupación. Sus ojos se posaban en Iori y calculaban el daño que le había podido causar no llevándosela de vuelta al palacete en cuanto tuvo la oportunidad. Tragó saliva y se mantuvo en silencio.
Los ojos azules estaban fijos en Sango antes de que él la mirase. Había un brillo extraño en ellos. Había demasiado de Hans en aquella conversación. Y eso la desquiciaba. Notó el dolor en la mandíbula por la presión que hacía cerrándola con fuerza, y relajó lentamente al tiempo que dejaba salir el aire de sus pulmones.
- Si esos documentos desapareciesen, si los Hesse los "perdieran" ¿La situación cambiaría? - preguntó con rapidez.
- Sin duda, carecer de pruebas los dejaría cojos a la hora de intentar alegar los excesos de Hans para derribar al apellido Meyer. Sus amenazas quedarían vacías. Pero, Iori, eso no cambia lo que has hecho hasta ahora para llegar aquí. Ni cambia el hecho de que estás relacionada... conmigo- murmuró evitando volver a pronunciar el nombre de su esposo fallecido-. Tardarás en ser anónima de nuevo. Quienes conozcan la historia y quienes sean capaces de identificarte, sin duda podrán pensar en sacar provecho de la situación. El dinero es un elemento poderoso que puede llegar a cegar a los mejores hombres- sentención sin apartar los ojos de ella.
- ¿Qué has hecho, Iori? ¿Qué oscuros hilos guiaron tus pasos hasta este preciso momento?- preguntó Sango rompiendo su reflexivo silencio.
No había apartado la mirada de él, aunque Justine le había hablado. La pregunta de Sango hizo que inmediatamente apartase los ojos de él. Se inclinó hacia atrás en la silla, conteniendo de forma evidente el primer impulso que tuvo de echar a correr para salir de allí.
- ¿Es débil lo que os une ahora mismo?- preguntó Justine cruzando las manos sobre las piernas, mirándola con intensidad-. ¿Crees que el Héroe te dará la espalda si sabes cosas?- aventuró con un tono difícil de determinar. ¿Conciliación? ¿Diversión?- Un hombre tan recto y noble como él... ¿entendería por lo que has pasado?- se inclinó hacia delante, captando toda la atención de la mestiza-. Yo estoy dispuesta Iori, a abrazarte a ti con todo lo que eres. Con todo lo que has hecho-. aprovechó lanzando aquella oferta intentando ganar el favor de la mestiza aprovechando sus dudas-. Nunca te daré la espalda- aseguró tendiéndole una mano por encima de la mesa, ignorando deliberadamente a Ben.
Desde luego no esperaba aquello de Justine, aunque tendría que haberlo previsto. Al final era una mujer inteligente que vivía en aquel ambiente. Él era un simple soldado de la Guardia que servía a los intereses de persona como Justine o los propios Hesse. Sin embargo y por suerte, él se conocía mejor a sí mismo que la imagen que se tenía de él.
- ¿Lo ves? ¿Ves en lo que "ellos" quieren convertirme? Te lo dije. Quieren ver en mi lo que ellos son incapaces de alcanzar; quieren verse realizados, sentirse participes de la historia ajena y para eso elaboran grandes discursos, ensalzan unos valores que ellos necesitan, idealizan a una persona y la destrozan para prostituirla a sus intereses- esbozó una leve sonrisa-. Mi señora Justine- dijo sin apartar los ojos de Iori-, tiene unos ideales demasiado elevados sobre mí. Solo quiero que sepas, Iori- hizo una breve pausa-, que estoy contigo. Hasta el final- y sonrió sinceramente-. Junto a ti.
El pánico comenzó a evidenciarse en sus ojos a medida que Justine y Sango avanzaban con sus palabras, directas a su corazón. Su pecho subía y se hundía con profundidad, de forma acelerada debido al miedo que estaba sintiendo. El terror a pensar que lo que ella decía pudiese ser cierto. Los recuerdos de las noches, de las pieles juntos, de las miradas se enturbiaron. La hicieron dudar. Miraba sin ver su plato de comida, con el apetito perdido por completo. Intentando alejar de sus recuerdos todos los actos de egoísmo y pura maldad que había cometido para llegar hasta Hans. Y supo que necesitaba mirarlo. Ver en él. Respirar en sus ojos y ahogarse. Pero detener todo el caos que burbujeaba en su cabeza.
Alzó los ojos y lo buscó cuando él terminó de hablar. Y lo miró con la necesidad de quien se siente perdido, a punto de caer. A un lugar del que no hay regreso. Pero él sonreía. Y el alivio, la esperanza que la recorrió la hicieron reír de forma temblorosa mientras las lágrimas empañaban la visión que tenía de él. Bajó la vista, intentando controlarse mientras retorcía los dedos que descansaban sobre su regazo. Justine miró de forma furibunda a Sango y enarcó una ceja que Ben no vio pues solo tenía ojos para Iori.
- La nobleza del Héroe no deja de sorprender- apuntó antes de levantarse-. Iori, harías bien en tranquilizarte y comer algo más. Nada te pasará aquí dentro, estás a salvo. Continuaremos con este asunto más tarde- anunció antes de hacer un gesto a los sirvientes para que estuviesen atentos a los que ellos pudieran necesitar.
Avanzó con paso suave a un lado del gran salón y salió por una puerta que Ben no sabía a dónde llevaba. Silencio. Tras unos instantes tras su marcha, Iori se levantó con brusquedad, tirando la silla a su espalda por la velocidad con la que se levantó. Estaba tensa como una tabla y las manos cerradas, temblando a ambos lados de sus piernas con la cara agachada.
- Iori- llamó Ben poniéndose en pie-, ¿estás bien?- dio un paso lateral y rodeó la mesa hasta llegar a su lado.
No tuvo tiempo de llegar hasta ella. La mestiza se abalanzó contra él con toda la fuerza que poseía su cuerpo y lo rodeó con los brazos por la nuca. Lo apretó con una fuerza descontrolada, con la locura de quien siente que está a punto de precipitarse al vacío.
El impacto de Iori le desequilibró. Trastabilló hacia un lado al tiempo que se aferraba a ella con fuerza y giró sobre sí mismo para ganar estabilidad. Aquel abrazo se sentía tan diferente que no era capaz de expresarlo con palabras y solo se dejó dominar por el calor que le producía su contacto. Suspiró aliviado por volver a disfrutar de su presencia entre sus brazos. Posó su mejilla en ella y abrazó con más fuerza aún.
Las manos de Iori, que se habían aferrado a él con necesidad se deslizaron colándose por debajo de la ropa negra que cubría el cuerpo del guerrero. Encontrándose con los músculos y las formas que ella tan bien conocía. Lo hizo de forma ansiosa, intentando enterrar bajo algo físico el tormento que sentía en aquel instante. Volver a sentirse segura y fuerte en algo que le era tan natural frente al desequilibrio que dejó Justine con sus palabras tras ella.
- Iori- dijo con un susurro al sentir sus manos sobre su piel. Sin embargo, sacudió la cabeza-. Iori, sé que es duro, pero, ¿quieres hablar de esto?- preguntó.
- ¿Quieres saber?- habló con la cara pegada a su pecho. Sus uñas acariciaron la inserción de los músculos en medio de su abdomen y bajaron despacio trazando el camino que llevaba a discurrir sobre su ombligo, y continuó bajando. Los sirvientes que permanecían dentro de la estancia, atentos a sus requerimientos se pusieron nerviosos en sus puestos ante las caricias de la mestiza sobre Sango-. ¿Seguro que quieres saber?
- Si me quieres contar, claro que quiero saber- contestó Ben terriblemente cómodo en brazos de ella-. Entenderé mejor de qué va todo esto y quizás pueda ayudar- sus manos se movieron por la parte alta de su espalda.
Se detuvo. Paró sus dedos en el instante en el que notó las manos de Sango recorriendo su espalda. Ella se detuvo en el borde de su pantalón. Apretando el cuerpo contra él y deseando seguir. Aun con aquellos ojos puestos en ellos-. ¿Te perderé?
- No- dijo mientras entrelazaba sus dedos con su pelo y los pasaba por entre sus cabellos-. Estaré junto a ti- le recordó.
La morena guardó silencio. Tensa. Evidenciando la indecisión. Su cabello se inclinó hacia su mano, haciendo más profunda la caricia antes de separarse. Soltó a Ben y encaró la cristalera que había en la pared principal, por detrás de la silla en la que se había sentado Justine. Eran puertas de salida a una zona ajardinada, en las terrazas superiores, en el ala opuesta a los jardines que ellos ya conocían. Un sirviente se acercó y abrió para ella la puerta de cristal antes de que Iori alcanzase a hacerlo por si misma. La mestiza suspiró y salió al exterior tras pararse a mirar a Sango un segundo por encima del hombro. un breve instante en el que sus miradas se cruzaron. Los justo y necesario para que hablaran. Como ya habían hecho en otras tantas ocasiones.
"¿Vienes? Voy".
Ben salió tras ella y aspiró el aire del mediodía. Paseó sus ojos por el patio, por los jardines, por las losas del suelo, la fachada del edificio, las pulcras barandillas. Sin embargo, todo aquello ensombrecía con ella allí a su lado. Y sonrió.
Sango
Héroe de Aerandir
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Aquel no era un mal lugar. Lejos de la opulencia sobria con la que estaba construido el edificio, los jardines eran un entorno más natural y tranquilo. Algo que le permitía pensar que allí no estaba en Lunargenta, aunque en el horizonte se veía la gran ciudad rodeándolos. Lo sintió a su lado, y la mente se confundió más en lugar de aclararse.
Ben tenía ese efecto sobre ella. Desde la noche de la tormenta se había intensificado.
Solía suceder que acostarse con las personas eran un eficiente camino de ida y vuelta a ninguna parte. Solo compartiendo un breve rato de encuentro físico y nada más. Él se había colado en ella de muchas maneras, y la forma que había tenido de alcanzar su corazón todavía la dejaba sin reacción cuando intentaba comprender por qué con el Héroe todo había sido diferente.
Él había abierto un nuevo camino.
El viento movía las puntas castañas de su cabello, largo, y sus ojos reflejaban la lucha por controlar el mundo que tenía dentro, amenazando con derramarse de forma caótica y desordenada.
Lo que les había contado Justine había calado hondo en ella. Imaginó que aquel podía ser el inicio de un problema del que no conseguiría distanciarse. Debía de tomarlo de frente y tratar de cortarlo cuanto antes, para evitar que el conflicto escalase y lo que en principio estaba entre los Hesse y ellas no saliese de ese pequeño círculo.
Ellas.
¿En qué momento sentía vínculo con aquella mujer?
Era consciente, pensando con calma, que le debía el haber podido alcanzar a Hans y tenerlo entre sus manos. Había ayudado a ambos y más que eso, les ofrecía alojamiento, vestimenta, comida excelente y se preocupaba sinceramente por ella. O eso parecía. ¿Todo por Ayla? La influencia de su madre en la vida de aquella mujer era lo que le granjeaba a Iori y por extensión a Ben las atenciones de la cuarta fortuna más grande de toda Lunargenta.
La mente de la mestiza no alcanzaba a comprender hasta dónde llegaba el poder de aquella mujer que sabía jugar tan bien sus cartas, pero el hecho de que fuese la única persona viva que había conocido a su madre hacía que tras la muerte de Hans, pensando en la quietud de su mente, naciese en ella un fervoroso deseo de conversación. De querer saber más de la mujer de ojos dorados en boca de aquella burguesa. Ver más allá de lo que se le había mostrado en los recuerdos del templo, en los que todos tenían que ver con Eithelen de alguna manera.
Ladeó los ojos y observó a Ben. Parecía tranquilo a su lado, observando con serena calma los jardines que ambos veían por primera vez desde que estaban allí.
Él le había dicho que comprendía a sus padres. Que quería estar a su lado. Que la cuidaría y la protegería.
Que la quería.
Las veces que había escuchado con anterioridad aquellas palabras referidas a ella había sido con agobio. El corazón le había latido con fuerza fruto del rechazo y la congoja de saber que un sentimiento así significaba el fin de toda relación para ella.
En el caso del guerrero, experimentaba algo similar. Pero en esa ocasión el aceleramiento de sus latidos se debía a que deseaba con pasión, dentro de ella, que las palabras de Ben fuesen sinceras. Quería sentirse amada por él. Quería que Sango pensase que ella era buena para él. Que merecía la pena.
No por la necesidad de sus movimientos de cadera ni por el calor de sus labios. Quería algo más profundo, algo que, pasado el tiempo y la belleza, él siguiera necesitando de ella. Algo que perdurase en el tiempo: una unión auténtica.
Sabía, a su pesar, que para alcanzar ese punto la sinceridad era requisito indispensable. Sin dobleces. Sin esconderse.
Y decidió sacar sus sombras fuera.
- Hace tres meses. Más o menos- comenzó con voz insegura, escondiendo los ojos de él-, salí de aquel templo y no tengo muchos recuerdos. Caminé durante días hasta que todo se volvió oscuro. No comprendía qué pasaba. El dolor era tan grande...- se detuvo un segundo, comprobando de nuevo como, increíblemente, cerca de Sango no la doblegaba el sufrimiento que había sentido cuando no estaba con él-. Quise morirme. Deseé hacerlo. Más no pude. Tenía una misión que cumplir. No podía dejar que aquellos implicados en la muerte de mis padres siguieran con vida. Haría lo que estuviese en mi mano para encontrarlos. Y cuando el último de ellos hubiese perecido mi vida podría apagarse. No deseaba nada más que la venganza, y dejé ir cada parte de lo que yo fui en ella.
Ben se removió intranquilo con sus palabras más no dijo nada. Dejó escapar aire de forma audible a su lado y aguardó. Iori interpretó esto como una señal de que deseaba seguir escuchando lo que ella quería decirle hasta el final.
- El espejo. Rompí el espejo sin ser mi intención dentro de aquel lugar. Ese fue nuestro segundo encuentro. Apenas te hice caso. Realmente eras una molestia. Igual que Frosk. Únicamente necesitaba recuperar el mineral para repararlo. Obtener respuestas. Aunque no fue allí en dónde encontré la pista en la dirección correcta- se detuvo un instante y lo miró.
¿Qué hubiera pasado si la conexión que los había inundado a ambos en Lunargenta se hubiese producido en aquella misión? Si la chispa de la llama que hacían arder se hubiera encendido en aquel instante? Pensó, apesadumbrada, que la locura que la dominaba en aquellos días la había convertido en una criatura impermeable a cuanto de bueno y humano había en el planeta. Y eso, imaginaba, había incluido a Ben en aquellos instantes.
-. Si tan solo en aquel momento tú... si tú me hubieras...- no terminó la frase. Lo miró con los ojos muy abiertos y terminó negando con la cabeza-. No tiene sentido preguntarse cómo salió así en aquel momento...- murmuró volviendo a su posición, para apoyar ahora los antebrazos en la barandilla. Recordó a Eywas.
-. Fue una bruja que me encontré por casualidad, que había tenido la mala suerte de cruzarse con Hans en su vida la que me dio la pista necesaria. Otto, su mano derecha se dirigía hacia la ciudad de Assu para comerciar antes de que terminase el invierno. Me dirigí hacia allí. Y, Ben, no creas que me importó la vida de ninguna de las personas que me encontré por el camino. No importaba que fuese hombre, mujer o niño. Robé cuando fue necesario, mentí y engañé. Me... aproveché de la buena fe de las personas con las que me crucé. Las que veían en mí a una joven perdida y necesitada de ayuda. Tomé posesiones valiosas de ellos, sin importarme si esto significaba que no podrían pagarse la comida del día siguiente o costearse alojamiento en la próxima posada- cerró los ojos y se detuvo.
Todavía recordaba a la feliz familia que la había llevado en su carreta. La viva curiosidad en la mirada del niño al que ella había tratado con tanta molestia. Recordaba cómo los había abandonado tras haber tomado a escondidas la bolsa en la que portaban todo su dinero. En una semana de gélido frío. Apretó los dientes
-. No fui sensible a las circunstancias de nadie. Únicamente los veía como objetos que usar en mi camino hasta alcanzar a quien ansiaba. -
- Desde luego, eso no está bien- comentó Ben-. Sin embargo, hiciste lo que debías para sobrevivir y eso es algo que hacemos todos- añadió. Se acercó a Iori y descansó el peso de su cuerpo en la barandilla sobre la que posó las manos, muy cerca de los antebrazos de la mestiza.
-. ¿Qué pasó en Assu? Juraría que no estuve allí en la vida, pero, quién sabe- Ben posó los ojos en unos gorriones que estaban entretenidos con algo en la tierra.
¿Sería capaz de usar palabras sobre ella para reprenderla? Usar la dureza de un tono férreo para llamar su atención? Una leve sonrisa cruzó su boca, sorprendida por la naturalidad con la que él parecía aceptar sus malas acciones. Recordó el diálogo que habían tenido hacía dos días en el suelo de la habitación. Ben le había dicho que abrazaría siempre todo de ella.
Incluso su oscuridad.
- La ciudad estaba al borde de una pequeña guerra con otras localizaciones próximas. No me interesaba el tema de la política interna, pero sí el poder llegar a Otto. Vendía mercancía de alta calidad a las familias más poderosas de la ciudad como parte de los servicios que proporcionaba Hans. Intenté llegar a él pero supe más tarde que se había alojado como invitado de honor en la casa de los regentes de la ciudad. Simplemente... pensé que había que hacer salir a las ratas de su escondite. Y que quizá dejándolos sin escondite...- su rostro se volvió ceniciento-. Coloqué una substancia explosiva en la zona de carga del gran barco mercante de Hans. He de decir que no imaginé que la deflagración alcanzase eses niveles. Sin duda había mucho en la bodega de carga que aumentó la intensidad de la explosión. El barco estalló en cientos de pedazos. Ardían como bolas de fuego y se desperdigaron por todo el puerto. Allá en dónde caían hicieron arder el resto de barcos de madera, arrasando casi por completo la flota que había en el puerto- su voz se había ido haciendo más baja a medida que recordaba-.
Muchos murieron esa noche... personas que nada tenían que ver con Hans o conmigo. Pero no me importó. Recuerdo observar el fuego, la gente correr, y no sentir absolutamente nada...- se detuvo.
Jadeó. Le pesaba el pecho por la sensación de ahogo que había ido acumulando según avanzaba en la historia. Se incorporó y dio unos pasos hacia atrás para ganar distancia con la barandilla. Con Sango. Alzó los ojos, y por encima del mar rojo, por encima del olor de la carne quemada, unas lágrimas que hasta aquel momento no se había permitido dejar fluir. Y Iori se sintió entonces más monstruo que nunca.
Contar aquello por primera vez fue un golpe. Contárselo a él la hizo sentir más miserable que nunca.
Sabía que él también había segado vidas con el camino que había elegido. Era un soldado. Un guerrero. No se había convertido en el Héroe del que todos hablaban usando la palabra, aunque se le diese bien negociar en ese sentido.
Pero, había algo de engaño, algo de sucio y oscuro en la forma en la que ella había perseguido su objetivo durante todo aquel tiempo.
Y había nobleza, valor y transparencia en las acciones que Sango había aprendido desde su entrenamiento en la guardia desde que era pequeño.
Un camino que él por otra parte no había escogido en un inicio. Lo habían elegido por él cuando lo seleccionaron en aquella leva. Cuando lo sacaron de Cedralada. ¿Qué habría sentido su padre al verlo marchar? ¿Y su madre? ¿Qué habría sido del joven pelirrojo de no haber terminado con sus pies en Lunargenta, entrenando de Sol a Sol bajo la dirección de Zakath?
Ben permaneció inmóvil, observando los pájaros saltar y cantar. ¿Cuándo fue la última vez que había recurrido a la intimidación para conseguir algo? ¿Cuándo fue la última vez que se había aprovechado de alguien para conseguir algo? ¿Cuándo, en su vida, había recurrido a alguna artimaña para verse favorecido en algo? A todo ello Ben podía responder que, tal vez, nunca. Pero nunca lo había necesitado. Y estaba convencido que de haberse visto en una situación que precisara de aquellos talentos, lo habría hecho.
- Ese tal Otto- prosiguió Ben-, ¿qué fue de él? ¿Salió de su escondite?- la bandada de gorriones alzó el vuelo y el pedazo de jardín en el que estaban se quedó vacío de golpe.
Los ojos de Iori se abrieron desmesuradamente y lo observó, delante de él. Iori dio otro paso hacia atrás, incapaz de comprender qué pasaba con él. ¿No había sido clara describiendo su mayor atrocidad? ¿El culmen de su locura?
- Él... Escapó. Lo seguí hasta otra ciudad. Allí lo encontré- respondió confundida entre no comprender a Sango y la necesidad de responder a todo lo que él preguntase. Bajó la vista y se secó las lágrimas con rabia del rostro para volver a observar las espaldas anchas del soldado frente a ella.
- Ah- guardó silencio durante un largo rato-. ¿Murió?
- Lo maté. Intenté practicar en él las cinco muertes pero, perdí el control- otros dos pasos más, de espaldas. Alejándose de él.
Con el corazón a punto de salir de su boca. Cada palabra sentía que la alejaba más de él. Sin embargo la sinceridad era lo único bueno que podía quedar dentro de ella para entregarle. Ben separó las manos de la barandilla y se giró para mirar a Iori. Pareció sorprendido al ver la distancia que había tomado.
- De no haberlo hecho, habrías sido tú. No obstante, eso de practicar...- Ben dejó la frase colgada en el aire mientras miraba sus ojos-. ¿Sabes a cuántas personas he matado en mi vida?- preguntó Ben-. No lo sé, más de cien seguro. Muchos dirán que fue por un buen motivo, que fue defendiendo mi tierra, mi familia. Puede que sea verdad, pero, ¿por qué nos atacan? ¿Qué motivos tienen para hacer lo que hacen? ¿Acaso son más justos que los nuestros?- dio un paso hacia ella-. A la hora de aplicar justicia lo único que importa es que estés convencida de lo que haces. Que seas honesta contigo misma.
Ante su avance, ella retrocedió. Diferente a la noche anterior que habían compartido. No era el preludio del juego. No se estaban buscando. O sí. Pero la mestiza se inclinaba por alejarse de él por otras razones que habían tomado control dentro de ella.
- La justicia para alcanzar a Otto la tuve que pagar implicando a personas inocentes. Gente que no tenía nada que ver. ¿Tú? El Héroe de Aerandir siempre ha ido por delante ¿no? Con tu cara y tus armas. Sin ocultar tus intenciones, en un tablero sobre el cual ambas partes estabais de acuerdo. ¿Yo? - se miró las manos y negó con la cabeza, notando comó el veneno apretaba su estómago. El veneno de todo el mal que había hecho. De la locura que la acompañaba desde el templo.
De la desesperación de ser consciente de que por mucho que quisiera no era suficiente.
Ben la miró con una sonrisa triste dibujada en el rostro. Buscaba la forma de expresar lo que había aprendido con el paso de los años, lo que significaba arrebatar una vida, lo que implicaba dejar de pensar en ella para centrarse en lo siguiente. Entonces imágenes se sucedieron en su cabeza y su rostro se oscureció.
- Has tenido suerte, Iori- dijo Ben con la mirada perdida-. No has tenido que mirar a los ojos de todos aquellos a los que has matado. No recuerdas sus rostros. No imaginas lo que dejaron atrás.
Sacudió la cabeza y volvió a girarse para posarse en la barandilla de piedra y miró al frente, al lugar en el que aguardaba un cuervo que le devolvió la sonrisa.
- Es mejor así.
El rechazo no llegaba. Mirarla con desprecio. Romper con ella poco a poco mientras que iba comprendiendo lo sucia que ella estaba. Lo poco adecuada para jugar a las casitas. Pensar en ser una familia juntos. De dos.
Sin embargo la mirada de Ben, aquella sonrisa triste, rompió con la autocompasión que se estaba dedicando a si misma. La preocupación se encendió quemando como combustible la parte de ella que se pensaba indigna de él. Lo miró con urgencia, sensible al pesar que emanaba de él. Imaginando de forma clara aquello de lo que él le hablaba.
El peso del soldado. Y Iori recordó que aquella elección no la había hecho él cuando era pequeño.
Vio como la luz que siempre había en su mirada desaparecía devorada por algo dentro de su persona. Por algo que ella no podía tocar. No podía alejar de él.
El corazón latía en su pecho con desesperación. Necesitaba recuperarlo. Volver a ver la calidez sincera y amable en el rostro de Ben. Resolló de ansiedad, sin saber qué podía hacer para recuperarlo. Salvarlo a él de su propio mundo. De lo que tenía en su cabeza. De lo que había vivido.
- Ben- susurró de una forma que él no pudo escucharla. Dio un paso hacia él, insegura -.Ben- intentó llamarlo de nuevo, más alto. Sin resultado.
Sus propios demonios se habían desdibujado. Esfumado como cenizas al viento al sentir el lastre que el guerrero cargaba con él. Dejó de ser individuo para sentir que absolutamente todos sus sentidos estaban centrados en él. En su estabilidad y su calma. En cuidarlo.
En que volviese a sonreír.
Ben, sin embargo, no apartó la mirada del cuervo. Estaba absorto mirando el negro plumaje del ave que aguardaba dando pequeños saltitos y coletazos, ladeando la cabeza para mirarlo a él. De repente, se separó de la barandilla y el cuervo graznó. Ben se irguió cuan alto era y miró a Iori por encima del hombro. El contacto visual fue momentáneo, apenas un latido, y, sin embargo, la pregunta resonaba en su cabeza. ¿Vienes? Ben echó a andar hacia los jardines.
Los ojos azules se fijaron en la menuda ave que parecía tener una relación de familiaridad con Ben. Apenas pudo dedicarle tiempo a pensar en ello. Sentía el peso de los ojos de Sango en ella. Una invitación. Una oferta. Continuar juntos.
Se maldijo.
No era inmune a aquella mirada. La entendía dentro de ella y la interpretaba sin necesidad de palabras. Brillaba en los ojos verdes una necesidad de ella similar a la que sentía Iori por él.
Ben la quería con la práctica del que ya ha amado otras veces. De quién sabe cómo poner el corazón y encajar los sentimientos de manera fácil. Iori en cambio estaba todavía intentando montar las piezas de su mundo después de que él irrumpiese en su vida. Reclamando el espacio que, sospechaba, ya estaba allí para él desde antes de que se hubieran conocido.
Lo miró y comprendió que apenas era consciente de hasta dónde se extendía dentro de ellas sus sentimientos por él.
Podía ser muy fácil. Querer estar con él era como respirar. Desear seguir avanzando por el mismo sendero. Pero sus miedos... el peso de sus culpas...
Avanzó, con paso lento, intentando encajar aquellas ideas mientras su cuerpo tiraba hacia lo que le resultaba ya natural. Continuar a su lado. Sin alejarse de él. Queriendo ser hogar para él.
Caminó detrás de él, dejando un poco de espacio entre ambos mientras pensaba que era incapaz de mirar a nadie de la misma forma que lo miraba a él.
Ben tenía ese efecto sobre ella. Desde la noche de la tormenta se había intensificado.
Solía suceder que acostarse con las personas eran un eficiente camino de ida y vuelta a ninguna parte. Solo compartiendo un breve rato de encuentro físico y nada más. Él se había colado en ella de muchas maneras, y la forma que había tenido de alcanzar su corazón todavía la dejaba sin reacción cuando intentaba comprender por qué con el Héroe todo había sido diferente.
Él había abierto un nuevo camino.
El viento movía las puntas castañas de su cabello, largo, y sus ojos reflejaban la lucha por controlar el mundo que tenía dentro, amenazando con derramarse de forma caótica y desordenada.
Lo que les había contado Justine había calado hondo en ella. Imaginó que aquel podía ser el inicio de un problema del que no conseguiría distanciarse. Debía de tomarlo de frente y tratar de cortarlo cuanto antes, para evitar que el conflicto escalase y lo que en principio estaba entre los Hesse y ellas no saliese de ese pequeño círculo.
Ellas.
¿En qué momento sentía vínculo con aquella mujer?
Era consciente, pensando con calma, que le debía el haber podido alcanzar a Hans y tenerlo entre sus manos. Había ayudado a ambos y más que eso, les ofrecía alojamiento, vestimenta, comida excelente y se preocupaba sinceramente por ella. O eso parecía. ¿Todo por Ayla? La influencia de su madre en la vida de aquella mujer era lo que le granjeaba a Iori y por extensión a Ben las atenciones de la cuarta fortuna más grande de toda Lunargenta.
La mente de la mestiza no alcanzaba a comprender hasta dónde llegaba el poder de aquella mujer que sabía jugar tan bien sus cartas, pero el hecho de que fuese la única persona viva que había conocido a su madre hacía que tras la muerte de Hans, pensando en la quietud de su mente, naciese en ella un fervoroso deseo de conversación. De querer saber más de la mujer de ojos dorados en boca de aquella burguesa. Ver más allá de lo que se le había mostrado en los recuerdos del templo, en los que todos tenían que ver con Eithelen de alguna manera.
Ladeó los ojos y observó a Ben. Parecía tranquilo a su lado, observando con serena calma los jardines que ambos veían por primera vez desde que estaban allí.
Él le había dicho que comprendía a sus padres. Que quería estar a su lado. Que la cuidaría y la protegería.
Que la quería.
Las veces que había escuchado con anterioridad aquellas palabras referidas a ella había sido con agobio. El corazón le había latido con fuerza fruto del rechazo y la congoja de saber que un sentimiento así significaba el fin de toda relación para ella.
En el caso del guerrero, experimentaba algo similar. Pero en esa ocasión el aceleramiento de sus latidos se debía a que deseaba con pasión, dentro de ella, que las palabras de Ben fuesen sinceras. Quería sentirse amada por él. Quería que Sango pensase que ella era buena para él. Que merecía la pena.
No por la necesidad de sus movimientos de cadera ni por el calor de sus labios. Quería algo más profundo, algo que, pasado el tiempo y la belleza, él siguiera necesitando de ella. Algo que perdurase en el tiempo: una unión auténtica.
Sabía, a su pesar, que para alcanzar ese punto la sinceridad era requisito indispensable. Sin dobleces. Sin esconderse.
Y decidió sacar sus sombras fuera.
- Hace tres meses. Más o menos- comenzó con voz insegura, escondiendo los ojos de él-, salí de aquel templo y no tengo muchos recuerdos. Caminé durante días hasta que todo se volvió oscuro. No comprendía qué pasaba. El dolor era tan grande...- se detuvo un segundo, comprobando de nuevo como, increíblemente, cerca de Sango no la doblegaba el sufrimiento que había sentido cuando no estaba con él-. Quise morirme. Deseé hacerlo. Más no pude. Tenía una misión que cumplir. No podía dejar que aquellos implicados en la muerte de mis padres siguieran con vida. Haría lo que estuviese en mi mano para encontrarlos. Y cuando el último de ellos hubiese perecido mi vida podría apagarse. No deseaba nada más que la venganza, y dejé ir cada parte de lo que yo fui en ella.
Ben se removió intranquilo con sus palabras más no dijo nada. Dejó escapar aire de forma audible a su lado y aguardó. Iori interpretó esto como una señal de que deseaba seguir escuchando lo que ella quería decirle hasta el final.
- El espejo. Rompí el espejo sin ser mi intención dentro de aquel lugar. Ese fue nuestro segundo encuentro. Apenas te hice caso. Realmente eras una molestia. Igual que Frosk. Únicamente necesitaba recuperar el mineral para repararlo. Obtener respuestas. Aunque no fue allí en dónde encontré la pista en la dirección correcta- se detuvo un instante y lo miró.
¿Qué hubiera pasado si la conexión que los había inundado a ambos en Lunargenta se hubiese producido en aquella misión? Si la chispa de la llama que hacían arder se hubiera encendido en aquel instante? Pensó, apesadumbrada, que la locura que la dominaba en aquellos días la había convertido en una criatura impermeable a cuanto de bueno y humano había en el planeta. Y eso, imaginaba, había incluido a Ben en aquellos instantes.
-. Si tan solo en aquel momento tú... si tú me hubieras...- no terminó la frase. Lo miró con los ojos muy abiertos y terminó negando con la cabeza-. No tiene sentido preguntarse cómo salió así en aquel momento...- murmuró volviendo a su posición, para apoyar ahora los antebrazos en la barandilla. Recordó a Eywas.
-. Fue una bruja que me encontré por casualidad, que había tenido la mala suerte de cruzarse con Hans en su vida la que me dio la pista necesaria. Otto, su mano derecha se dirigía hacia la ciudad de Assu para comerciar antes de que terminase el invierno. Me dirigí hacia allí. Y, Ben, no creas que me importó la vida de ninguna de las personas que me encontré por el camino. No importaba que fuese hombre, mujer o niño. Robé cuando fue necesario, mentí y engañé. Me... aproveché de la buena fe de las personas con las que me crucé. Las que veían en mí a una joven perdida y necesitada de ayuda. Tomé posesiones valiosas de ellos, sin importarme si esto significaba que no podrían pagarse la comida del día siguiente o costearse alojamiento en la próxima posada- cerró los ojos y se detuvo.
Todavía recordaba a la feliz familia que la había llevado en su carreta. La viva curiosidad en la mirada del niño al que ella había tratado con tanta molestia. Recordaba cómo los había abandonado tras haber tomado a escondidas la bolsa en la que portaban todo su dinero. En una semana de gélido frío. Apretó los dientes
-. No fui sensible a las circunstancias de nadie. Únicamente los veía como objetos que usar en mi camino hasta alcanzar a quien ansiaba. -
- Desde luego, eso no está bien- comentó Ben-. Sin embargo, hiciste lo que debías para sobrevivir y eso es algo que hacemos todos- añadió. Se acercó a Iori y descansó el peso de su cuerpo en la barandilla sobre la que posó las manos, muy cerca de los antebrazos de la mestiza.
-. ¿Qué pasó en Assu? Juraría que no estuve allí en la vida, pero, quién sabe- Ben posó los ojos en unos gorriones que estaban entretenidos con algo en la tierra.
¿Sería capaz de usar palabras sobre ella para reprenderla? Usar la dureza de un tono férreo para llamar su atención? Una leve sonrisa cruzó su boca, sorprendida por la naturalidad con la que él parecía aceptar sus malas acciones. Recordó el diálogo que habían tenido hacía dos días en el suelo de la habitación. Ben le había dicho que abrazaría siempre todo de ella.
Incluso su oscuridad.
- La ciudad estaba al borde de una pequeña guerra con otras localizaciones próximas. No me interesaba el tema de la política interna, pero sí el poder llegar a Otto. Vendía mercancía de alta calidad a las familias más poderosas de la ciudad como parte de los servicios que proporcionaba Hans. Intenté llegar a él pero supe más tarde que se había alojado como invitado de honor en la casa de los regentes de la ciudad. Simplemente... pensé que había que hacer salir a las ratas de su escondite. Y que quizá dejándolos sin escondite...- su rostro se volvió ceniciento-. Coloqué una substancia explosiva en la zona de carga del gran barco mercante de Hans. He de decir que no imaginé que la deflagración alcanzase eses niveles. Sin duda había mucho en la bodega de carga que aumentó la intensidad de la explosión. El barco estalló en cientos de pedazos. Ardían como bolas de fuego y se desperdigaron por todo el puerto. Allá en dónde caían hicieron arder el resto de barcos de madera, arrasando casi por completo la flota que había en el puerto- su voz se había ido haciendo más baja a medida que recordaba-.
Muchos murieron esa noche... personas que nada tenían que ver con Hans o conmigo. Pero no me importó. Recuerdo observar el fuego, la gente correr, y no sentir absolutamente nada...- se detuvo.
Jadeó. Le pesaba el pecho por la sensación de ahogo que había ido acumulando según avanzaba en la historia. Se incorporó y dio unos pasos hacia atrás para ganar distancia con la barandilla. Con Sango. Alzó los ojos, y por encima del mar rojo, por encima del olor de la carne quemada, unas lágrimas que hasta aquel momento no se había permitido dejar fluir. Y Iori se sintió entonces más monstruo que nunca.
Contar aquello por primera vez fue un golpe. Contárselo a él la hizo sentir más miserable que nunca.
Sabía que él también había segado vidas con el camino que había elegido. Era un soldado. Un guerrero. No se había convertido en el Héroe del que todos hablaban usando la palabra, aunque se le diese bien negociar en ese sentido.
Pero, había algo de engaño, algo de sucio y oscuro en la forma en la que ella había perseguido su objetivo durante todo aquel tiempo.
Y había nobleza, valor y transparencia en las acciones que Sango había aprendido desde su entrenamiento en la guardia desde que era pequeño.
Un camino que él por otra parte no había escogido en un inicio. Lo habían elegido por él cuando lo seleccionaron en aquella leva. Cuando lo sacaron de Cedralada. ¿Qué habría sentido su padre al verlo marchar? ¿Y su madre? ¿Qué habría sido del joven pelirrojo de no haber terminado con sus pies en Lunargenta, entrenando de Sol a Sol bajo la dirección de Zakath?
Ben permaneció inmóvil, observando los pájaros saltar y cantar. ¿Cuándo fue la última vez que había recurrido a la intimidación para conseguir algo? ¿Cuándo fue la última vez que se había aprovechado de alguien para conseguir algo? ¿Cuándo, en su vida, había recurrido a alguna artimaña para verse favorecido en algo? A todo ello Ben podía responder que, tal vez, nunca. Pero nunca lo había necesitado. Y estaba convencido que de haberse visto en una situación que precisara de aquellos talentos, lo habría hecho.
- Ese tal Otto- prosiguió Ben-, ¿qué fue de él? ¿Salió de su escondite?- la bandada de gorriones alzó el vuelo y el pedazo de jardín en el que estaban se quedó vacío de golpe.
Los ojos de Iori se abrieron desmesuradamente y lo observó, delante de él. Iori dio otro paso hacia atrás, incapaz de comprender qué pasaba con él. ¿No había sido clara describiendo su mayor atrocidad? ¿El culmen de su locura?
- Él... Escapó. Lo seguí hasta otra ciudad. Allí lo encontré- respondió confundida entre no comprender a Sango y la necesidad de responder a todo lo que él preguntase. Bajó la vista y se secó las lágrimas con rabia del rostro para volver a observar las espaldas anchas del soldado frente a ella.
- Ah- guardó silencio durante un largo rato-. ¿Murió?
- Lo maté. Intenté practicar en él las cinco muertes pero, perdí el control- otros dos pasos más, de espaldas. Alejándose de él.
Con el corazón a punto de salir de su boca. Cada palabra sentía que la alejaba más de él. Sin embargo la sinceridad era lo único bueno que podía quedar dentro de ella para entregarle. Ben separó las manos de la barandilla y se giró para mirar a Iori. Pareció sorprendido al ver la distancia que había tomado.
- De no haberlo hecho, habrías sido tú. No obstante, eso de practicar...- Ben dejó la frase colgada en el aire mientras miraba sus ojos-. ¿Sabes a cuántas personas he matado en mi vida?- preguntó Ben-. No lo sé, más de cien seguro. Muchos dirán que fue por un buen motivo, que fue defendiendo mi tierra, mi familia. Puede que sea verdad, pero, ¿por qué nos atacan? ¿Qué motivos tienen para hacer lo que hacen? ¿Acaso son más justos que los nuestros?- dio un paso hacia ella-. A la hora de aplicar justicia lo único que importa es que estés convencida de lo que haces. Que seas honesta contigo misma.
Ante su avance, ella retrocedió. Diferente a la noche anterior que habían compartido. No era el preludio del juego. No se estaban buscando. O sí. Pero la mestiza se inclinaba por alejarse de él por otras razones que habían tomado control dentro de ella.
- La justicia para alcanzar a Otto la tuve que pagar implicando a personas inocentes. Gente que no tenía nada que ver. ¿Tú? El Héroe de Aerandir siempre ha ido por delante ¿no? Con tu cara y tus armas. Sin ocultar tus intenciones, en un tablero sobre el cual ambas partes estabais de acuerdo. ¿Yo? - se miró las manos y negó con la cabeza, notando comó el veneno apretaba su estómago. El veneno de todo el mal que había hecho. De la locura que la acompañaba desde el templo.
De la desesperación de ser consciente de que por mucho que quisiera no era suficiente.
Ben la miró con una sonrisa triste dibujada en el rostro. Buscaba la forma de expresar lo que había aprendido con el paso de los años, lo que significaba arrebatar una vida, lo que implicaba dejar de pensar en ella para centrarse en lo siguiente. Entonces imágenes se sucedieron en su cabeza y su rostro se oscureció.
- Has tenido suerte, Iori- dijo Ben con la mirada perdida-. No has tenido que mirar a los ojos de todos aquellos a los que has matado. No recuerdas sus rostros. No imaginas lo que dejaron atrás.
Sacudió la cabeza y volvió a girarse para posarse en la barandilla de piedra y miró al frente, al lugar en el que aguardaba un cuervo que le devolvió la sonrisa.
- Es mejor así.
El rechazo no llegaba. Mirarla con desprecio. Romper con ella poco a poco mientras que iba comprendiendo lo sucia que ella estaba. Lo poco adecuada para jugar a las casitas. Pensar en ser una familia juntos. De dos.
Sin embargo la mirada de Ben, aquella sonrisa triste, rompió con la autocompasión que se estaba dedicando a si misma. La preocupación se encendió quemando como combustible la parte de ella que se pensaba indigna de él. Lo miró con urgencia, sensible al pesar que emanaba de él. Imaginando de forma clara aquello de lo que él le hablaba.
El peso del soldado. Y Iori recordó que aquella elección no la había hecho él cuando era pequeño.
Vio como la luz que siempre había en su mirada desaparecía devorada por algo dentro de su persona. Por algo que ella no podía tocar. No podía alejar de él.
El corazón latía en su pecho con desesperación. Necesitaba recuperarlo. Volver a ver la calidez sincera y amable en el rostro de Ben. Resolló de ansiedad, sin saber qué podía hacer para recuperarlo. Salvarlo a él de su propio mundo. De lo que tenía en su cabeza. De lo que había vivido.
- Ben- susurró de una forma que él no pudo escucharla. Dio un paso hacia él, insegura -.Ben- intentó llamarlo de nuevo, más alto. Sin resultado.
Sus propios demonios se habían desdibujado. Esfumado como cenizas al viento al sentir el lastre que el guerrero cargaba con él. Dejó de ser individuo para sentir que absolutamente todos sus sentidos estaban centrados en él. En su estabilidad y su calma. En cuidarlo.
En que volviese a sonreír.
Ben, sin embargo, no apartó la mirada del cuervo. Estaba absorto mirando el negro plumaje del ave que aguardaba dando pequeños saltitos y coletazos, ladeando la cabeza para mirarlo a él. De repente, se separó de la barandilla y el cuervo graznó. Ben se irguió cuan alto era y miró a Iori por encima del hombro. El contacto visual fue momentáneo, apenas un latido, y, sin embargo, la pregunta resonaba en su cabeza. ¿Vienes? Ben echó a andar hacia los jardines.
Los ojos azules se fijaron en la menuda ave que parecía tener una relación de familiaridad con Ben. Apenas pudo dedicarle tiempo a pensar en ello. Sentía el peso de los ojos de Sango en ella. Una invitación. Una oferta. Continuar juntos.
Se maldijo.
No era inmune a aquella mirada. La entendía dentro de ella y la interpretaba sin necesidad de palabras. Brillaba en los ojos verdes una necesidad de ella similar a la que sentía Iori por él.
Ben la quería con la práctica del que ya ha amado otras veces. De quién sabe cómo poner el corazón y encajar los sentimientos de manera fácil. Iori en cambio estaba todavía intentando montar las piezas de su mundo después de que él irrumpiese en su vida. Reclamando el espacio que, sospechaba, ya estaba allí para él desde antes de que se hubieran conocido.
Lo miró y comprendió que apenas era consciente de hasta dónde se extendía dentro de ellas sus sentimientos por él.
Podía ser muy fácil. Querer estar con él era como respirar. Desear seguir avanzando por el mismo sendero. Pero sus miedos... el peso de sus culpas...
Avanzó, con paso lento, intentando encajar aquellas ideas mientras su cuerpo tiraba hacia lo que le resultaba ya natural. Continuar a su lado. Sin alejarse de él. Queriendo ser hogar para él.
Caminó detrás de él, dejando un poco de espacio entre ambos mientras pensaba que era incapaz de mirar a nadie de la misma forma que lo miraba a él.
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Iori Li
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Sango se detuvo y aspiró lentamente el aire del mediodía de Lunargenta. Allí, en aquellos jardines tan pulcros y bien cuidado, el olor de la ciudad quedaba lejos, casi en un segundo plano. Se llevó las manos a la espalda y siguió caminando, con un ritmo tranquilo, relajado, disfrutando del jardín, disfrutando, sobre todas las cosas, de su compañía.
- Muchas veces he levantado las armas contra gente que nada tenía que ver con los asuntos que se trataban en un campo de batalla. Pero eso en el momento no lo sabes. Eso viene después. Y quieres pensar que se lo merecían, primero por querer matarte, y segundo porque han matado a tus compañeros, amigos, algunos más que eso incluso. Y entonces es cuando nos toca ver que ellos, los que yacen pasto de los cuervos, podíamos haber sido nosotros y no se puede evitar pensar en que del otro lado estarán pensando lo mismo y...- detuvo su discurso para posar los ojos en el cuervo que se posaba en las ramas de un árbol cercano-. Esos pensamientos nos pueden llegar a bloquear, nos paralizan, nos embotan los sentidos, nos hacen cometer errores y eso es inaceptable- se giró para mirarla.
Ella había dejado un poco de distancia, supuso que habría caminado con pasos cortos, rezagándose a medida que él avanzaba. En su rostro se dibujaba la sorpresa, pero una en la que existe una revelación de algo oculto y que terminaba de encajar en la imagen mental del mapa de la realidad. En su cabeza se agolparon las preguntas, pero debían esperar, aún no había acabado. No había terminado de tratar que Iori encontrara la forma de dejar todo aquello atrás. No es que Sango pretendiera justificar sus acciones, no podía hacerlo cuando en muchas ocasiones no podía hacerlo consigo mismo. Lo que él pretendía era que dejara de sufrir por cosas que ya no podían solucionarse. Seguir hacia delante.
- Debemos seguir adelante, hacer lo que tengamos que hacer porque estamos convencidos de que lo que hacemos es bueno para nosotros y los nuestros, sin mirar atrás, al menos no haciéndolo demasiado. Si estás de acuerdo con tu decisión, si hay algo que te dice que lo estás haciendo bien, sigue adelante con ello. Hasta el final.
Ben esbozó una ligera sonrisa y observó a Iori que parecía escuchar con atención sus palabras. Unas palabras que bien dejaban ver la nobleza que moraba en el cuerpo de Sango. Una rara humanidad presente en el corazón de un guerrero. Y quizás aquella fuera la diferencia entre Ben Nelad y, por ejemplo, los Ulfhednar, grandes guerreros sin un mínimo de compasión, de humanidad. Ben veía que Iori podía alcanzar aquel mismo estado, reconocía sus hechos, sabía lo que había hecho, ahora, solo era cuestión de alejar esos pensamientos, aprender de ellos. No borró la sonrisa cuando se giró hacia el árbol más cercano, cuidado, con las ramas podadas y un cuervo posado en una de ellas. Iori, escuchó, le siguió.
- Lo que hacemos ya está fijado. Nuestros actos ya han sido decididos, solo tenemos que seguir el camino que nos toca- desenlazó la manos de su espalda y alzó los hombros girándose, una vez más, hacia Iori-. Es así. Siempre ha sido así. Y siempre será así- le sonrió con los labios y extendió el brazo izquierdo.
Iori se mordió el labio admirando la seguridad con la que el héroe afirmaba sobre sus creencias. Unas que ella misma no tenía seguras. En realidad prácticamente nada era seguro para ella en ese momento de su vida. Entonces, el aleteo del cuervo, sacudió la rama en la que estaba posado para terminar clavando sus garras sobre la tela y el brazo de Ben que giró la cabeza para observarle con curiosidad.
- Te presento a mi pequeño amigo. No tiene nombre- dijo Sango acariciando al cuervo detrás de la cabeza con el índice de la mano derecha-. Es pariente Hugin y Munin, los mensajeros de Odín. Me sigue desde Aguasclaras- le sonrió mientras alejaba un poco el brazo y luego miró a Iori-. Es muy listo, saber llevar mensajes de un sitio a otro.
El brillo de las plumas, tan negras que se veían azules a la luz de la mañana llamó la atención de la morena. Los ojos de la mestiza observaban cómo el ave había aprovechado el gesto de Sango para posarse en su brazo, volviendo la cabeza hacia el Héroe con un gesto de evidente inteligencia.
- ¿No tiene nombre? Que esté contigo de una manera tan fiel quizá lo haga merecedor de uno - dijo por primera vez, controlando el tono de su voz. Caminó hasta situarse delante de Sango, observando al cuervo con manifiesta curiosidad-. En Eiroás había un grupo de ellos cuando yo era pequeña. Me gustaba mucho el sonido que hacían y lo animados que eran. Desafortunadamente se habían establecido en una zona destinada a la tala para leña. El año que le tocó a esa sección del monte ser cortado tuvieron que buscar un nuevo lugar en el que establecerse...- rememoró, sintiendo que aquellos recuerdos le quedaban ya muy lejos. Casi como si perteneciesen a otra vida.
- De modo que un cuervo mensajero. Imagino que te resultará muy útil- inclinó la cabeza para poder observar más de cerca al cuervo, haciendo que el animal girarse la cabeza hacia ella mientras continuaba cómodamente apoyado en el brazo de Ben.
- Nunca me fijé en esas cosas, la verdad. Crecí viendo a mi pa talar y luego tratar la madera en la serrería- le hizo un gesto al cuervo y pasó a acariciarle en pecho-. Pero con el tiempo y con lo que he visto, creo que aprecio las cosas de otra manera- hizo una breve pausa-. Me sirve bien, él lleva un mensaje, yo le doy algo a cambio. Raro es que no me pida nada. Creo que siente curiosidad- le hizo un gesto a Iori para que acercara la mano al cuervo-. Por ti- añadió sonriendo.
Le mantuvo la mirada encima al ave hasta que Ben hizo el último comentario. Alzó el rostro y miró al Héroe, dando un nuevo paso, parándose entonces muy cerca de él. Creando de nuevo la intimidad que habían construido en tan poco tiempo, pero que la hacía sentir que él era el centro de su vida. Incapaz de ignorar la conexión.
- Imagino que estará acostumbrado a verte rodeado de muchas personas- aventuró Iori antes de bajar los ojos otra vez al cuervo. Este ladeó la cabeza en un brusco y preciso giro, y la mestiza hizo algo similar hacia el mismo lado, más suavemente sin dejar de mirarlo.
- ¿Te gustaría tener un nombre? ¿Uno que sea solo entre tú y Ben?- preguntó con un punto tierno en la voz al referirse directamente al animal.
Sango contempló la escena entre Iori y el cuervo con gran interés. Él estaba acostumbrado a tratar de aquella manera con perros, tal vez con gatos y los animales de tiro, pero no pájaros. Conocía, quizá, a una o dos personas que hicieran algo similar. Le resultaba fascinante la conexión que podía existir entre una persona y cualquier animal. Como si el humano y los animales estuvieran hechos para colaborar los unos con los otros. Como si hubiera una suerte de conexión ancestral, perdida, que algunos sabían reavivar.
- Yo tardé semanas en dejarle apoyarse en el hombro, en el brazo, días en hablarle...- habló para sí en voz alta-. Y tú, en apenas un momento, le tienes casi en tu brazo- ahora sí hablaba con ella aún murmurando-. Dime, Iori, ¿qué nombre crees que le va bien?
La mestiza sonrió observando como el ave movía las patas sobre el brazo de Ben, acercándose algo más a ella, mostrándose inquieto.
- Tuve mucho tiempo para estar sola desde pequeña. Que Zakath no me pusiera límites claros me permitió pasar mucho tiempo explorando la zona. En la mayor parte de las ocasiones mi encuentro con animales se traducía de manera positiva - explicó alzando una mano.
Con el dedo índice ligeramente flexionado buscó la zona de las plumas justo bajo su cuello. El cuervo parecía estar esperando aquello, y graznó de una forma muy suave cuando notó la caricia de la muchacha en él. La sonrisa de Iori se amplió. Ben observaba el punto de contacto y alzó las cejas ante la respuesta del animal.
- No soy buena poniendo nombres, pero las plumas de este cuervo son tan bonitas...- murmuró acercándose un poco más a Ben. Dejando que sus cuerpos se rozasen ligeramente.
- Kuro- dijo entonces, fruto de la inspiración por el color oscuro de su plumaje-. Pero claro que el que debe de ponerle nombre eres tú. Deberías de mirarlo y averiguar si le gusta y lo acepta o si lo rechaza- alzó los ojos hacia Sango. Y el verde tan cerca. La respiración se hizo un poco pesada y su mano se olvidó de acariciar al ave.
- Kuro...- el cuervo giró la cabeza y graznó casi como si fuera un murmullo-. Kuro- repitió Ben y el ave volvió a emitir aquel sonido. Ben asintió y sonrió ampliamente-. Te llamas Kuro, ¿verdad?- el cuervo graznó sonoramente.
La sonrisa de Ben fue acompañada de la sorpresa de Iori, quizá maravillada por la reacción de Kuro. ¿Era posible que Iori fuera de aquellas personas con ese talento especial para los animales? El animal desplegó las alas de manera repentina y Ben apartó la cara lo justo para verle partir hacia el cielo de Lunargenta. La mestiza había cerrado los ojos y agachado la cabeza de manera automática. Al verla, el brazo extendido de Ben se cerró a su espalda, apoyando la mano en el hombro contrario y dejando que el peso de la extremidad descansara en ella, apoyó la diestra a su espalda y tiró suavemente de ella.
- Como Kuro: sin mirar atrás- murmuró Sango haciendo leves movimientos con la mano en su espalda-. Y si uno lo hace, que sea solo para recordar los buenos momentos- dijo dejando el aire escapar de él.
Ambos dejaron ir lentamente el aire, amoldando sus cuerpos con suaves y delicados movimientos. Quería fundirse en cada punto de encuentro entre ellos, y junto con la sorpresa inicial por el abrazo, la mestiza comprendió que no existía en ella la voluntad necesaria como para apartarse de él. No quería alejarse. Se apretó a él y sus manos lo rodearon por la cintura primero, dejando que sus palabras calasen hondo en ella. Él quería curarla. Quería ayudarla. Liberarla del peso de su corazón.
- ¿Tú nunca miras atrás?- preguntó hablando contra su pecho.
Sus manos subieron por los costados del humano y se anudaron detrás de la nuca de Ben, estrechando más el abrazo entre ambos. El aire que al principio había dejado escapar era insuficiente para satisfacer los acelerados latidos de su corazón. Su respiración se aceleró y no pudo evitar presionar contra él, buscando el tronco del árbol que tenía Sango a la espalda. Ben se vio sorprendido por la rapidez de sus manos, no así por la pregunta.
- Alguna vez lo hago- dijo. Se dio cuenta de que estaban en movimiento-. Es necesario hacerlo. Hay cosas que merece la pena recordar. Otras que sirven como lección para aprender. Otras que son necesarias para olvidar- su espalda chocó contra el árbol-. Pero si uno mira hacia adelante- buscó sus ojos-, podrá ver ante él un futuro.
Iori se encontraba luchando por controlarse. Pero su cuerpo, sus movimientos la delataban. Le daban a él la información precisa. Notó contra el dorso de la mano la corteza áspera, y se centró en fundir sus dedos en la suavidad de la nuca de Ben, justo debajo del cabello rojo que tanto le gustaba a ella. Flexionó los dedos para acariciar superficialmente con las uñas y se puso de puntillas contra él usándolo como apoyo. De aquella manera pudo llegar a su cuello con facilidad.
- Tú sabes exactamente qué hacer con tu vida. Tienes claro cómo llevarla y los Dioses iluminan tu camino de una forma que no hacen con otros mortales. La confianza que tienes en ti Ben, la fuerza que demuestras...- cuando sintió que no encontraba la palabra prefirió enterrar la boca en su piel. La notó cálida, y buscó en ella su sabor. La excitación se encendió en Iori sin encontrar nada que la pudiera retener. Se apartó con un resoplido de él un palmo, para evitar que sus dedos arrancasen los botones de la nueva camisa. Y ya serían tres.
- Me gustaría que algo de ti quedase en mí- confesó mirándolo un segundo a los ojos.
Sus palabras le dejaron clavado al árbol, con la piel ardiendo allí donde sus labios se habían posado, con el palmo de aire entre ellos siendo un escudo demasiado denso y que era incapaz de vencer. Allí, donde sus miradas se cruzaron un breve instante.
- No sé cómo llevar mi vida, Iori. Hoy estoy aquí y mañana en otro lado y al siguiente donde los Dioses quieran llevarme- fijó su mirada en un punto tras ella-. Yo quiero más besos de tus cálidos y suaves labios y menos del frío filo de los aceros enemigos- hizo una breve pausa para volver a posar sus ojos sobre ella-. De mi, en ti, que quede la promesa de un futuro juntos.
La percepción que el Héroe tenía de si mismo la hizo esbozar una sonrisa más marcada. Era curioso el cómo él se veía y cómo ella lo veía. No importaba que no fuese del todo consciente de su fortaleza y su espíritu decidido. Quizá eso ayudase a incrementar la valía que tenía la forma de ser de Ben. Contuvo el aliento cuando él habló. Prefería sus besos a los aceros ajenos. Y en eso, Iori sabía que sí podía ayudarlo. Si él quería sus labios, la mestiza estaba dispuesta a convertirlos en polvo, llenando todo el cuerpo de Ben de besos para siempre.
- Agárrame- susurró contra su boca, mientras con una mano acariciaba la mejilla del pelirrojo-. No olvides esas palabras Ben. Agárrate a mí como yo lo haré contigo. Mientras quieras permanecer a mi lado no te soltaré. Me interpondré entre esos aceros y tú. Entre tus enemigos y tú para mantenerte a salvo- la excitación vibrando en su cuerpo que el guerrero podía haber percibido había cambiado a otra cosa.
- Tú me has salvado. Yo te salvaré a ti. Quiero ese futuro contigo. Yo...- comenzó a decir, perdiendo súbitamente la firmeza en su tono-. Te... a ti...- en las últimas palabras la voz de Iori descendió hasta quebrarse.
La mestiza pareció quedarse sin aire y miró a Ben con sorpresa. Con el miedo de quien se enfrenta por primera vez a algo completamente nuevo. Y como en veces anteriores, para salir de un momento de descontrol, saltó hacia delante. Hacia él. Buscó sus labios y lo besó de forma profunda, dejando que el poco aire que quedaba en su pecho escapase de sus pulmones. Besando a Ben como si aquel día fuese el último que le quedaba con vida sobre la tierra.
Se apartó del árbol con ayuda de la cadera. Ambos se balancearon hacia Iori pero antes, incluso de que corrieran peligro de caer, Ben dio un paso lateral que le sirvió para tirar de Iori y alzarla del suelo antes de girar sobre sí mismo y permitirles a ambos recuperar el aliento. Ben se sumergió, entonces, en el hilo de sus pensamientos con su azul de fondo.
¿Cómo podía él enfrentarse a una inminente separación? ¿Cómo era capaz de marchar alejándose de ella, alejándose de alguien que la proporcionaba tanto bien? ¿Cómo se atrevía a pensar en ello cuando la tenía entre sus brazos? Porque eres Ben Nelad, Héroe de Aerandir y tu vida no te pertenece. Aquel hecho, ser quién era, le dolió tantísimo en el corazón que el brillo en sus ojos se apagó. La felicidad del rostro se tornó en un vago recuerdo al ensombrecerse, al recordar que él era un maldito soldado al servicio del bien común y no de sí mismo. Su cabeza se alejaba pero su cuerpo la acercaba más a él, la apretaba, se aferraba a ella como había dicho. Ella le salvaría, le entregaría su vida. Pero su cabeza seguía lejos, marchando al ritmo de los pasos por los caminos de Verisar.
- Señor Nelad, mis disculpas- la voz de Charles le sacó de una espiral de dolor en la que había entrado. Ben se obligó a parpadear y a girarse ligeramente para observar al mayordomo tras Iori-. Señor Nelad, la dama desea verle con urgencia. Me ha pedido que le acompañe.
Ben giró la cabeza para ver, con sorpresa, que había bajado a Iori al suelo pero no dejaba de sostenerla con fuerza. Debió pasar mucho tiempo porque Charles insistió una vez más.
- Sí, Charles, enseguida- dijo Ben sin apartar la mirada de Iori.
Sus manos se habían encontrado con las de ella y acariciaba su dorso con los pulgares. Suspiró lentamente mientras la sonrisa volvía a su rostro. Aquel contacto avivó el brillo perdido en su mirada.
- Come algo, ¿vale?- dijo casi susurrando.
Dio un paso atrás sin romper el contacto. Luego otro lateral y al final, cuando las yemas de los dedos rompieron su contacto Ben dio un par de pasos hacia atrás sin dejar de mirarla antes de girarse y encarar a Charles.
- Es por aquí, señor Nelad- Ben creyó ver un principio de sonrisa en su rostro pero lo única certeza que le dio el mayordomo fue su espalda.
El mayordomo, Charles, guió a Ben por unos pasillos ya conocidos por el pelirrojo. No era la zona del palacete que más le gustaba pero, se dijo, servía a los propósitos que la señora le había dado. Con hábiles movimientos, Charles se detuvo frente a la puerta y con un delicado y ensayado gesto, abrió la puerta y se introdujo en la sala a medida que abría la puerta. Esperó, diligente, a que Sango entrara.
Allí, sentada en el sofá, la dama Justine se frotaba la sien con gesto de molestia. No alzó la vista cuando el guerrero entró, ni tan siquiera cuando Ben se quedó esperando alguna indicación que solo llegó cuando miró a Charles que le indicó con un gesto sutil dónde debía sentarse. El pelirrojo asintió y tomó asiento sin romper el silencio reinante en la sala. La dama seguía sin mirarle, pero fue evidente para Sango su malestar cuando la escuchó resoplar. Alzó los ojos hacia ella que parecía estar conteniendo un fuerte dolor de cabeza.
- Tengo que preguntártelo: ¿creciste como soldado tomando decisiones guiado por tu entrepierna como ayer a la noche?- la rudeza con la que habló era un reflejo del enfado que se esforzaba en contener hacia él.
Sango sorprendido al principio no tardó en mudar la expresión a una sonrisa divertida.
- No, mi señora. No sé por qué hacéis esa pregunta, quizá sean el olor a cadáver que hay bajo vuestra fortuna; quizá las voces de las familias apaleadas con las que canta vuestro dinero os hayan hecho ver las cosas así- hizo una pausa para observar su reacción-. Pero no, mi señora, mi crecimiento militar no tiene nada que ver con lo que decide mi entrepierna.
Justine solo entrecerró los ojos mientras formaba en su cabeza la réplica a su respuesta.
- ¿Entonces, es que simplemente eres estúpido? ¿En qué mundo pensaste que pasearte por el festival con la chica de la recompensa era buena idea? La gente te conoce, y ahora la conocen a ella. Desde luego que la principal responsable es ella, salió de aqui sin las debidas precauciones. Pero a fin de cuentas es una niña en lo que respecta al mundo en el que acaba de aterrizar. Se suponía que el Héroe tendría mas cabeza- respiró hastiada y volvió a recostarse en el sofá-. Ahora ya es tarde… Tenemos que jugar con las cartas que hay sobre la mesa.
- Hace falta algo más que la estupidez para llegar al punto en el que estoy- dijo estirando las piernas y cruzándolas a la altura de los tobillos-. Sin embargo, la estúpida en este caso habéis sido vos, mi señora. Bien nos podías haber contado toda la situación, quizá con una visión global se podrían haber tomado otras decisiones. Pero no. Me señora Justine no confiaba en nosotros- hablaba mirándose la puntera de las botas-. ¿Y qué pasó después? Lo normal. Los que se consideran prisioneros desean salir. Así de simple- levantó la mirada para mirar a Justine-. O al menos así de simple lo ve este estúpido servidor, mi señora.
La mujer apretó los dientes y volvió a incorporarse ligeramente. No era alguien que estuviese acostumbrada a otra cosa que no fuera tomar ella todas las decisiones mientras los demás la obedecían. Ese había sido su fallo.
- Y esa es mi parte de responsabilidad. Haber creído que vosotros obedeceríais sin dar problemas. Sobre todo el soldado entrenado en la obediencia al mando. Centrémonos en la situación actual. Con el poco tiempo que han dado para una respuesta, creo que la opción que nos permitiría ganar tiempo seria acceder al matrimonio entre Dominik y Iori. Los dos herederos. Por descontado que ella no estará de acuerdo, sé como te mira. No es mi intención casarla en contra de lo que desea, pero fingir seguirles la corriente con un falso compromiso nos ayudaría a sacar ahora mismo la cabeza del agua.
- Mi señora Justine, sigues sin comprender una mierda de lo que está pasando- recogió la pierna y se echó hacia delante-. Tu maldito problema está en que sigues tomando decisiones que afectan directamente a la persona, que se supone que quieres, sin siquiera haberla consultado- se miró las manos-. No sé si debería decirte esto siquiera, pero ella no aceptará. No es sólo por cómo me mira- clavó sus ojos en Justine-, sino por lo que dice su mirada- se echó hacia atrás sin apartar la mirada y se irguió en su asiento-. Por eso mi señora, si hay algo que pueda hacer para que ella esté a salvo, debes decírmelo. Pero no me pidas que haga de intermediario para esto.
- ¡Iori no sabe moverse en esta situación!- su forma de alzar la voz hizo que el impecable Charles se estremeciera de la sorpresa. Justine miraba con rabia a Sango a la cara-. ¿Crees que los únicos combates que se libran son en el campo de batalla? Estás muy equivocado Ben. La vida en estas esferas es feroz. Todos los días se alzan y caen familias enteras a lo largo de nuestro territorio, y no siempre implica sangre. Hay muchas maneras de destruir a alguien. De herir. De hacer sufrir… Iori no tiene aun los conocimientos necesarios para moverse con soltura en este nido de alimañas que puede ser Lunargenta. Su opinión será su perdición. Y es mi deseo protegerla. Igual que pienso que es el tuyo- dejó caer esa última afirmación con un deje de duda hacia él-. Cuéntame, ¿qué es lo que según tú dice su mirada? ¿Lo perdida que está? ¿Lo bajo que ha caído?
Sango no apartó la vista de Justine y se quedó un rato en silencio, meditando la elección de sus palabras. Era algo que había aprendido con el paso de los años, saber cuándo hablar, cuándo callar y sobre todo cómo hablar y cómo callar.
- Mi señora Justine- dijo Sango con voz calmada-, ¿quieres saber qué dicen sus ojos? Pregúntaselo a ella. ¿Sabes lo que dice mi mirada? Que es un capricho del destino que yo me haya visto envuelto en esto. Pero también dicen que harías cualquier cosa con tal de salvar tu posición de- se detuvo y extendió las palmas sobre sus piernas, arrastrándolas-. Mi señora Justine, solo pídemelo. Pídemelo y lo haré porque te lo debo. Pídemelo y te mostraré el poder que tiene el acero sobre el papel y el oro.
La mujer guardó silencio, analizando a Sango ahora frente a ella. Una mirada de duda fue sustituida por otra en la que parecía brillar la comprensión. Sonrió ligeramente.
- Matarías a los miembros de una de las casas nobiliarias más antiguas? Eso te convertiría en un asesino? Un proscrito? De Héroe a prófugo- aventuró cruzando los brazos contra el pecho, en una actitud que parecía ligeramente divertida ante aquel escenario-. ¿Es eso lo que me estas diciendo?
- Mi señora Justine, si tus palabras son ciertas, han amenazado a Iori y eso es motivo suficiente para quemar Lunargenta hasta los cimientos con tal de matar hasta el último hijo de puta que haya sido capaz de hacer algo así.
Desde el punto en el que esperaba, pacientemente una orden u otra indicación, Charles exhaló aire de manera profunda tras las palabras del pelirrojo. La mujer lo observó, sin disimular la sorpresa en su cara mientras lo media en silencio sin apartar los ojos de el. Tras un rato suspiró.
- Entiendo, entonces, que no cuento con tu ayuda para resolver el conflicto. Abandonarás hoy el Palacete. Tras lo acontecido resultará conveniente que los rumores de Héroe y heredera viviendo en la misma propiedad desaparezcan. Por supuesto no olvido tus servicios. Seguirás siendo mi invitado mientras lo desees en cualquiera de las otras propiedades Meyer. Charles- llamó al mayordomo que se acercó al instante-, proporciónale al señor Nelad la información sobre la mercancía de la que hemos hablado para enviar con él a Zelirica. Espero que todo sea de su agrado, aunque por supuesto estoy abierta a proveer de cualquier cosa que no figure y sea de tu interés para la empresa que acometerás próximamente- sonrió.
La tensión de su mandíbula pasó a su cabeza y luego se extendió por los hombros. Un dolor agudo comenzaba a taladrarle la cabeza y solo fue capaz de deshacerse de él asintiendo y apartando la mirada de la dama. Se levantó y miró a Charles que hizo un gesto con la mano señalando la puerta de acceso al despacho.
- Por aquí señor Nelad- le indicó antes de abrir él mismo camino para guiarlo a otro lugar en dónde revisar juntos la documentación.
Justine observó con atención desde su posición en el sofá como Sango seguía a Charles sin volver la vista atrás.
Ben estaba enfundado en la brillante y pulcra armadura, con las armas colgadas a ambos lados, la capa sobre todo el conjunto daban un aspecto que llamaba la atención como así lo pudo comprobar en la cantidad de guardias que se acercaron para despedirle. Por decirlo de alguna manera, ¿verdad?. Caminaba junto a Charles en dirección al portón de acceso, de salida, del palacete.
- No está bien- murmuró Sango, con la cabeza gacha y mirando el rollo de papel que llevaba en la mano.
- ¿Señor Nelad?- preguntó Charles a su lado.
- Ni despedirme de ella, ni dejarme siquiera decirle que estaré cerca- siguió Sango-. No debería ser así, Charles, las cosas no deberían ser así. No quedará así- dijo clavando la vista en el mayordomo.
El fiel sirviente de la dama clavó la mirada en él y estuvieron un largo instante mirándose el uno al otro. Ben estuvo a punto de pedirle que le dijera algo, lo que fuera. Pero, de qué serviría. Él le contaría a Justine hasta la última palabra de lo que había dicho y quizás le ordenaría que estuviera lejos de Iori.
- Por aquí, Señor Ben- dijo Charles apartándose de la mirada y el ceño fruncido de Sango. Más allá, jardines y el muro de la finca.
Sacudió la cabeza y guardó los papeles en un bolsillo de la capa y siguió al mayordomo, para tranquilidad de los guardias.
La puerta cerrándose tras de sí le devolvió de inmediato al bullicio de la calle. Parpadeó, algo desorientado y reconoció una figura, armada, que se acercó a él.
- Sango, vine lo más rápido posible. Ese cuervo es una maravilla, tengo que admitirlo- hizo una pausa para mirarle de arriba abajo pero se detuvo en su rostro-. ¿Estás bien? Pareces...
- Sí, Sanna, discúlpame, estoy algo abrumado- respondió Sango mirando a la que consideraba su más valiosa compañera-. Es el cargamento humanitario- se obligó a decir para que la verdadera razón no saliera a la luz-, es, simplemente... Estoy sin palabras- y era verdad, pero no por el cargamento humanitario.
- Oh, buenas noticias entonces- Debacle asintió-. Yo me temo que no traigo tan buenas noticias- Sango alzó una mano.
- Aquí no, busquemos un lugar para quedarnos, por aquí cerca a ser posible- Debacle le miró con sorpresa pero se giró y echó a andar junto a él, que se pegó peligrosamente a Debacle.
El palacete, tras ellos, le llamó a gritos, pero Ben no miró atrás.
- Muchas veces he levantado las armas contra gente que nada tenía que ver con los asuntos que se trataban en un campo de batalla. Pero eso en el momento no lo sabes. Eso viene después. Y quieres pensar que se lo merecían, primero por querer matarte, y segundo porque han matado a tus compañeros, amigos, algunos más que eso incluso. Y entonces es cuando nos toca ver que ellos, los que yacen pasto de los cuervos, podíamos haber sido nosotros y no se puede evitar pensar en que del otro lado estarán pensando lo mismo y...- detuvo su discurso para posar los ojos en el cuervo que se posaba en las ramas de un árbol cercano-. Esos pensamientos nos pueden llegar a bloquear, nos paralizan, nos embotan los sentidos, nos hacen cometer errores y eso es inaceptable- se giró para mirarla.
Ella había dejado un poco de distancia, supuso que habría caminado con pasos cortos, rezagándose a medida que él avanzaba. En su rostro se dibujaba la sorpresa, pero una en la que existe una revelación de algo oculto y que terminaba de encajar en la imagen mental del mapa de la realidad. En su cabeza se agolparon las preguntas, pero debían esperar, aún no había acabado. No había terminado de tratar que Iori encontrara la forma de dejar todo aquello atrás. No es que Sango pretendiera justificar sus acciones, no podía hacerlo cuando en muchas ocasiones no podía hacerlo consigo mismo. Lo que él pretendía era que dejara de sufrir por cosas que ya no podían solucionarse. Seguir hacia delante.
- Debemos seguir adelante, hacer lo que tengamos que hacer porque estamos convencidos de que lo que hacemos es bueno para nosotros y los nuestros, sin mirar atrás, al menos no haciéndolo demasiado. Si estás de acuerdo con tu decisión, si hay algo que te dice que lo estás haciendo bien, sigue adelante con ello. Hasta el final.
Ben esbozó una ligera sonrisa y observó a Iori que parecía escuchar con atención sus palabras. Unas palabras que bien dejaban ver la nobleza que moraba en el cuerpo de Sango. Una rara humanidad presente en el corazón de un guerrero. Y quizás aquella fuera la diferencia entre Ben Nelad y, por ejemplo, los Ulfhednar, grandes guerreros sin un mínimo de compasión, de humanidad. Ben veía que Iori podía alcanzar aquel mismo estado, reconocía sus hechos, sabía lo que había hecho, ahora, solo era cuestión de alejar esos pensamientos, aprender de ellos. No borró la sonrisa cuando se giró hacia el árbol más cercano, cuidado, con las ramas podadas y un cuervo posado en una de ellas. Iori, escuchó, le siguió.
- Lo que hacemos ya está fijado. Nuestros actos ya han sido decididos, solo tenemos que seguir el camino que nos toca- desenlazó la manos de su espalda y alzó los hombros girándose, una vez más, hacia Iori-. Es así. Siempre ha sido así. Y siempre será así- le sonrió con los labios y extendió el brazo izquierdo.
Iori se mordió el labio admirando la seguridad con la que el héroe afirmaba sobre sus creencias. Unas que ella misma no tenía seguras. En realidad prácticamente nada era seguro para ella en ese momento de su vida. Entonces, el aleteo del cuervo, sacudió la rama en la que estaba posado para terminar clavando sus garras sobre la tela y el brazo de Ben que giró la cabeza para observarle con curiosidad.
- Te presento a mi pequeño amigo. No tiene nombre- dijo Sango acariciando al cuervo detrás de la cabeza con el índice de la mano derecha-. Es pariente Hugin y Munin, los mensajeros de Odín. Me sigue desde Aguasclaras- le sonrió mientras alejaba un poco el brazo y luego miró a Iori-. Es muy listo, saber llevar mensajes de un sitio a otro.
El brillo de las plumas, tan negras que se veían azules a la luz de la mañana llamó la atención de la morena. Los ojos de la mestiza observaban cómo el ave había aprovechado el gesto de Sango para posarse en su brazo, volviendo la cabeza hacia el Héroe con un gesto de evidente inteligencia.
- ¿No tiene nombre? Que esté contigo de una manera tan fiel quizá lo haga merecedor de uno - dijo por primera vez, controlando el tono de su voz. Caminó hasta situarse delante de Sango, observando al cuervo con manifiesta curiosidad-. En Eiroás había un grupo de ellos cuando yo era pequeña. Me gustaba mucho el sonido que hacían y lo animados que eran. Desafortunadamente se habían establecido en una zona destinada a la tala para leña. El año que le tocó a esa sección del monte ser cortado tuvieron que buscar un nuevo lugar en el que establecerse...- rememoró, sintiendo que aquellos recuerdos le quedaban ya muy lejos. Casi como si perteneciesen a otra vida.
- De modo que un cuervo mensajero. Imagino que te resultará muy útil- inclinó la cabeza para poder observar más de cerca al cuervo, haciendo que el animal girarse la cabeza hacia ella mientras continuaba cómodamente apoyado en el brazo de Ben.
- Nunca me fijé en esas cosas, la verdad. Crecí viendo a mi pa talar y luego tratar la madera en la serrería- le hizo un gesto al cuervo y pasó a acariciarle en pecho-. Pero con el tiempo y con lo que he visto, creo que aprecio las cosas de otra manera- hizo una breve pausa-. Me sirve bien, él lleva un mensaje, yo le doy algo a cambio. Raro es que no me pida nada. Creo que siente curiosidad- le hizo un gesto a Iori para que acercara la mano al cuervo-. Por ti- añadió sonriendo.
Le mantuvo la mirada encima al ave hasta que Ben hizo el último comentario. Alzó el rostro y miró al Héroe, dando un nuevo paso, parándose entonces muy cerca de él. Creando de nuevo la intimidad que habían construido en tan poco tiempo, pero que la hacía sentir que él era el centro de su vida. Incapaz de ignorar la conexión.
- Imagino que estará acostumbrado a verte rodeado de muchas personas- aventuró Iori antes de bajar los ojos otra vez al cuervo. Este ladeó la cabeza en un brusco y preciso giro, y la mestiza hizo algo similar hacia el mismo lado, más suavemente sin dejar de mirarlo.
- ¿Te gustaría tener un nombre? ¿Uno que sea solo entre tú y Ben?- preguntó con un punto tierno en la voz al referirse directamente al animal.
Sango contempló la escena entre Iori y el cuervo con gran interés. Él estaba acostumbrado a tratar de aquella manera con perros, tal vez con gatos y los animales de tiro, pero no pájaros. Conocía, quizá, a una o dos personas que hicieran algo similar. Le resultaba fascinante la conexión que podía existir entre una persona y cualquier animal. Como si el humano y los animales estuvieran hechos para colaborar los unos con los otros. Como si hubiera una suerte de conexión ancestral, perdida, que algunos sabían reavivar.
- Yo tardé semanas en dejarle apoyarse en el hombro, en el brazo, días en hablarle...- habló para sí en voz alta-. Y tú, en apenas un momento, le tienes casi en tu brazo- ahora sí hablaba con ella aún murmurando-. Dime, Iori, ¿qué nombre crees que le va bien?
La mestiza sonrió observando como el ave movía las patas sobre el brazo de Ben, acercándose algo más a ella, mostrándose inquieto.
- Tuve mucho tiempo para estar sola desde pequeña. Que Zakath no me pusiera límites claros me permitió pasar mucho tiempo explorando la zona. En la mayor parte de las ocasiones mi encuentro con animales se traducía de manera positiva - explicó alzando una mano.
Con el dedo índice ligeramente flexionado buscó la zona de las plumas justo bajo su cuello. El cuervo parecía estar esperando aquello, y graznó de una forma muy suave cuando notó la caricia de la muchacha en él. La sonrisa de Iori se amplió. Ben observaba el punto de contacto y alzó las cejas ante la respuesta del animal.
- No soy buena poniendo nombres, pero las plumas de este cuervo son tan bonitas...- murmuró acercándose un poco más a Ben. Dejando que sus cuerpos se rozasen ligeramente.
- Kuro- dijo entonces, fruto de la inspiración por el color oscuro de su plumaje-. Pero claro que el que debe de ponerle nombre eres tú. Deberías de mirarlo y averiguar si le gusta y lo acepta o si lo rechaza- alzó los ojos hacia Sango. Y el verde tan cerca. La respiración se hizo un poco pesada y su mano se olvidó de acariciar al ave.
- Kuro...- el cuervo giró la cabeza y graznó casi como si fuera un murmullo-. Kuro- repitió Ben y el ave volvió a emitir aquel sonido. Ben asintió y sonrió ampliamente-. Te llamas Kuro, ¿verdad?- el cuervo graznó sonoramente.
La sonrisa de Ben fue acompañada de la sorpresa de Iori, quizá maravillada por la reacción de Kuro. ¿Era posible que Iori fuera de aquellas personas con ese talento especial para los animales? El animal desplegó las alas de manera repentina y Ben apartó la cara lo justo para verle partir hacia el cielo de Lunargenta. La mestiza había cerrado los ojos y agachado la cabeza de manera automática. Al verla, el brazo extendido de Ben se cerró a su espalda, apoyando la mano en el hombro contrario y dejando que el peso de la extremidad descansara en ella, apoyó la diestra a su espalda y tiró suavemente de ella.
- Como Kuro: sin mirar atrás- murmuró Sango haciendo leves movimientos con la mano en su espalda-. Y si uno lo hace, que sea solo para recordar los buenos momentos- dijo dejando el aire escapar de él.
Ambos dejaron ir lentamente el aire, amoldando sus cuerpos con suaves y delicados movimientos. Quería fundirse en cada punto de encuentro entre ellos, y junto con la sorpresa inicial por el abrazo, la mestiza comprendió que no existía en ella la voluntad necesaria como para apartarse de él. No quería alejarse. Se apretó a él y sus manos lo rodearon por la cintura primero, dejando que sus palabras calasen hondo en ella. Él quería curarla. Quería ayudarla. Liberarla del peso de su corazón.
- ¿Tú nunca miras atrás?- preguntó hablando contra su pecho.
Sus manos subieron por los costados del humano y se anudaron detrás de la nuca de Ben, estrechando más el abrazo entre ambos. El aire que al principio había dejado escapar era insuficiente para satisfacer los acelerados latidos de su corazón. Su respiración se aceleró y no pudo evitar presionar contra él, buscando el tronco del árbol que tenía Sango a la espalda. Ben se vio sorprendido por la rapidez de sus manos, no así por la pregunta.
- Alguna vez lo hago- dijo. Se dio cuenta de que estaban en movimiento-. Es necesario hacerlo. Hay cosas que merece la pena recordar. Otras que sirven como lección para aprender. Otras que son necesarias para olvidar- su espalda chocó contra el árbol-. Pero si uno mira hacia adelante- buscó sus ojos-, podrá ver ante él un futuro.
Iori se encontraba luchando por controlarse. Pero su cuerpo, sus movimientos la delataban. Le daban a él la información precisa. Notó contra el dorso de la mano la corteza áspera, y se centró en fundir sus dedos en la suavidad de la nuca de Ben, justo debajo del cabello rojo que tanto le gustaba a ella. Flexionó los dedos para acariciar superficialmente con las uñas y se puso de puntillas contra él usándolo como apoyo. De aquella manera pudo llegar a su cuello con facilidad.
- Tú sabes exactamente qué hacer con tu vida. Tienes claro cómo llevarla y los Dioses iluminan tu camino de una forma que no hacen con otros mortales. La confianza que tienes en ti Ben, la fuerza que demuestras...- cuando sintió que no encontraba la palabra prefirió enterrar la boca en su piel. La notó cálida, y buscó en ella su sabor. La excitación se encendió en Iori sin encontrar nada que la pudiera retener. Se apartó con un resoplido de él un palmo, para evitar que sus dedos arrancasen los botones de la nueva camisa. Y ya serían tres.
- Me gustaría que algo de ti quedase en mí- confesó mirándolo un segundo a los ojos.
Sus palabras le dejaron clavado al árbol, con la piel ardiendo allí donde sus labios se habían posado, con el palmo de aire entre ellos siendo un escudo demasiado denso y que era incapaz de vencer. Allí, donde sus miradas se cruzaron un breve instante.
- No sé cómo llevar mi vida, Iori. Hoy estoy aquí y mañana en otro lado y al siguiente donde los Dioses quieran llevarme- fijó su mirada en un punto tras ella-. Yo quiero más besos de tus cálidos y suaves labios y menos del frío filo de los aceros enemigos- hizo una breve pausa para volver a posar sus ojos sobre ella-. De mi, en ti, que quede la promesa de un futuro juntos.
La percepción que el Héroe tenía de si mismo la hizo esbozar una sonrisa más marcada. Era curioso el cómo él se veía y cómo ella lo veía. No importaba que no fuese del todo consciente de su fortaleza y su espíritu decidido. Quizá eso ayudase a incrementar la valía que tenía la forma de ser de Ben. Contuvo el aliento cuando él habló. Prefería sus besos a los aceros ajenos. Y en eso, Iori sabía que sí podía ayudarlo. Si él quería sus labios, la mestiza estaba dispuesta a convertirlos en polvo, llenando todo el cuerpo de Ben de besos para siempre.
- Agárrame- susurró contra su boca, mientras con una mano acariciaba la mejilla del pelirrojo-. No olvides esas palabras Ben. Agárrate a mí como yo lo haré contigo. Mientras quieras permanecer a mi lado no te soltaré. Me interpondré entre esos aceros y tú. Entre tus enemigos y tú para mantenerte a salvo- la excitación vibrando en su cuerpo que el guerrero podía haber percibido había cambiado a otra cosa.
- Tú me has salvado. Yo te salvaré a ti. Quiero ese futuro contigo. Yo...- comenzó a decir, perdiendo súbitamente la firmeza en su tono-. Te... a ti...- en las últimas palabras la voz de Iori descendió hasta quebrarse.
La mestiza pareció quedarse sin aire y miró a Ben con sorpresa. Con el miedo de quien se enfrenta por primera vez a algo completamente nuevo. Y como en veces anteriores, para salir de un momento de descontrol, saltó hacia delante. Hacia él. Buscó sus labios y lo besó de forma profunda, dejando que el poco aire que quedaba en su pecho escapase de sus pulmones. Besando a Ben como si aquel día fuese el último que le quedaba con vida sobre la tierra.
Se apartó del árbol con ayuda de la cadera. Ambos se balancearon hacia Iori pero antes, incluso de que corrieran peligro de caer, Ben dio un paso lateral que le sirvió para tirar de Iori y alzarla del suelo antes de girar sobre sí mismo y permitirles a ambos recuperar el aliento. Ben se sumergió, entonces, en el hilo de sus pensamientos con su azul de fondo.
¿Cómo podía él enfrentarse a una inminente separación? ¿Cómo era capaz de marchar alejándose de ella, alejándose de alguien que la proporcionaba tanto bien? ¿Cómo se atrevía a pensar en ello cuando la tenía entre sus brazos? Porque eres Ben Nelad, Héroe de Aerandir y tu vida no te pertenece. Aquel hecho, ser quién era, le dolió tantísimo en el corazón que el brillo en sus ojos se apagó. La felicidad del rostro se tornó en un vago recuerdo al ensombrecerse, al recordar que él era un maldito soldado al servicio del bien común y no de sí mismo. Su cabeza se alejaba pero su cuerpo la acercaba más a él, la apretaba, se aferraba a ella como había dicho. Ella le salvaría, le entregaría su vida. Pero su cabeza seguía lejos, marchando al ritmo de los pasos por los caminos de Verisar.
- Señor Nelad, mis disculpas- la voz de Charles le sacó de una espiral de dolor en la que había entrado. Ben se obligó a parpadear y a girarse ligeramente para observar al mayordomo tras Iori-. Señor Nelad, la dama desea verle con urgencia. Me ha pedido que le acompañe.
Ben giró la cabeza para ver, con sorpresa, que había bajado a Iori al suelo pero no dejaba de sostenerla con fuerza. Debió pasar mucho tiempo porque Charles insistió una vez más.
- Sí, Charles, enseguida- dijo Ben sin apartar la mirada de Iori.
Sus manos se habían encontrado con las de ella y acariciaba su dorso con los pulgares. Suspiró lentamente mientras la sonrisa volvía a su rostro. Aquel contacto avivó el brillo perdido en su mirada.
- Come algo, ¿vale?- dijo casi susurrando.
Dio un paso atrás sin romper el contacto. Luego otro lateral y al final, cuando las yemas de los dedos rompieron su contacto Ben dio un par de pasos hacia atrás sin dejar de mirarla antes de girarse y encarar a Charles.
- Es por aquí, señor Nelad- Ben creyó ver un principio de sonrisa en su rostro pero lo única certeza que le dio el mayordomo fue su espalda.
[...]
El mayordomo, Charles, guió a Ben por unos pasillos ya conocidos por el pelirrojo. No era la zona del palacete que más le gustaba pero, se dijo, servía a los propósitos que la señora le había dado. Con hábiles movimientos, Charles se detuvo frente a la puerta y con un delicado y ensayado gesto, abrió la puerta y se introdujo en la sala a medida que abría la puerta. Esperó, diligente, a que Sango entrara.
Allí, sentada en el sofá, la dama Justine se frotaba la sien con gesto de molestia. No alzó la vista cuando el guerrero entró, ni tan siquiera cuando Ben se quedó esperando alguna indicación que solo llegó cuando miró a Charles que le indicó con un gesto sutil dónde debía sentarse. El pelirrojo asintió y tomó asiento sin romper el silencio reinante en la sala. La dama seguía sin mirarle, pero fue evidente para Sango su malestar cuando la escuchó resoplar. Alzó los ojos hacia ella que parecía estar conteniendo un fuerte dolor de cabeza.
- Tengo que preguntártelo: ¿creciste como soldado tomando decisiones guiado por tu entrepierna como ayer a la noche?- la rudeza con la que habló era un reflejo del enfado que se esforzaba en contener hacia él.
Sango sorprendido al principio no tardó en mudar la expresión a una sonrisa divertida.
- No, mi señora. No sé por qué hacéis esa pregunta, quizá sean el olor a cadáver que hay bajo vuestra fortuna; quizá las voces de las familias apaleadas con las que canta vuestro dinero os hayan hecho ver las cosas así- hizo una pausa para observar su reacción-. Pero no, mi señora, mi crecimiento militar no tiene nada que ver con lo que decide mi entrepierna.
Justine solo entrecerró los ojos mientras formaba en su cabeza la réplica a su respuesta.
- ¿Entonces, es que simplemente eres estúpido? ¿En qué mundo pensaste que pasearte por el festival con la chica de la recompensa era buena idea? La gente te conoce, y ahora la conocen a ella. Desde luego que la principal responsable es ella, salió de aqui sin las debidas precauciones. Pero a fin de cuentas es una niña en lo que respecta al mundo en el que acaba de aterrizar. Se suponía que el Héroe tendría mas cabeza- respiró hastiada y volvió a recostarse en el sofá-. Ahora ya es tarde… Tenemos que jugar con las cartas que hay sobre la mesa.
- Hace falta algo más que la estupidez para llegar al punto en el que estoy- dijo estirando las piernas y cruzándolas a la altura de los tobillos-. Sin embargo, la estúpida en este caso habéis sido vos, mi señora. Bien nos podías haber contado toda la situación, quizá con una visión global se podrían haber tomado otras decisiones. Pero no. Me señora Justine no confiaba en nosotros- hablaba mirándose la puntera de las botas-. ¿Y qué pasó después? Lo normal. Los que se consideran prisioneros desean salir. Así de simple- levantó la mirada para mirar a Justine-. O al menos así de simple lo ve este estúpido servidor, mi señora.
La mujer apretó los dientes y volvió a incorporarse ligeramente. No era alguien que estuviese acostumbrada a otra cosa que no fuera tomar ella todas las decisiones mientras los demás la obedecían. Ese había sido su fallo.
- Y esa es mi parte de responsabilidad. Haber creído que vosotros obedeceríais sin dar problemas. Sobre todo el soldado entrenado en la obediencia al mando. Centrémonos en la situación actual. Con el poco tiempo que han dado para una respuesta, creo que la opción que nos permitiría ganar tiempo seria acceder al matrimonio entre Dominik y Iori. Los dos herederos. Por descontado que ella no estará de acuerdo, sé como te mira. No es mi intención casarla en contra de lo que desea, pero fingir seguirles la corriente con un falso compromiso nos ayudaría a sacar ahora mismo la cabeza del agua.
- Mi señora Justine, sigues sin comprender una mierda de lo que está pasando- recogió la pierna y se echó hacia delante-. Tu maldito problema está en que sigues tomando decisiones que afectan directamente a la persona, que se supone que quieres, sin siquiera haberla consultado- se miró las manos-. No sé si debería decirte esto siquiera, pero ella no aceptará. No es sólo por cómo me mira- clavó sus ojos en Justine-, sino por lo que dice su mirada- se echó hacia atrás sin apartar la mirada y se irguió en su asiento-. Por eso mi señora, si hay algo que pueda hacer para que ella esté a salvo, debes decírmelo. Pero no me pidas que haga de intermediario para esto.
- ¡Iori no sabe moverse en esta situación!- su forma de alzar la voz hizo que el impecable Charles se estremeciera de la sorpresa. Justine miraba con rabia a Sango a la cara-. ¿Crees que los únicos combates que se libran son en el campo de batalla? Estás muy equivocado Ben. La vida en estas esferas es feroz. Todos los días se alzan y caen familias enteras a lo largo de nuestro territorio, y no siempre implica sangre. Hay muchas maneras de destruir a alguien. De herir. De hacer sufrir… Iori no tiene aun los conocimientos necesarios para moverse con soltura en este nido de alimañas que puede ser Lunargenta. Su opinión será su perdición. Y es mi deseo protegerla. Igual que pienso que es el tuyo- dejó caer esa última afirmación con un deje de duda hacia él-. Cuéntame, ¿qué es lo que según tú dice su mirada? ¿Lo perdida que está? ¿Lo bajo que ha caído?
Sango no apartó la vista de Justine y se quedó un rato en silencio, meditando la elección de sus palabras. Era algo que había aprendido con el paso de los años, saber cuándo hablar, cuándo callar y sobre todo cómo hablar y cómo callar.
- Mi señora Justine- dijo Sango con voz calmada-, ¿quieres saber qué dicen sus ojos? Pregúntaselo a ella. ¿Sabes lo que dice mi mirada? Que es un capricho del destino que yo me haya visto envuelto en esto. Pero también dicen que harías cualquier cosa con tal de salvar tu posición de- se detuvo y extendió las palmas sobre sus piernas, arrastrándolas-. Mi señora Justine, solo pídemelo. Pídemelo y lo haré porque te lo debo. Pídemelo y te mostraré el poder que tiene el acero sobre el papel y el oro.
La mujer guardó silencio, analizando a Sango ahora frente a ella. Una mirada de duda fue sustituida por otra en la que parecía brillar la comprensión. Sonrió ligeramente.
- Matarías a los miembros de una de las casas nobiliarias más antiguas? Eso te convertiría en un asesino? Un proscrito? De Héroe a prófugo- aventuró cruzando los brazos contra el pecho, en una actitud que parecía ligeramente divertida ante aquel escenario-. ¿Es eso lo que me estas diciendo?
- Mi señora Justine, si tus palabras son ciertas, han amenazado a Iori y eso es motivo suficiente para quemar Lunargenta hasta los cimientos con tal de matar hasta el último hijo de puta que haya sido capaz de hacer algo así.
Desde el punto en el que esperaba, pacientemente una orden u otra indicación, Charles exhaló aire de manera profunda tras las palabras del pelirrojo. La mujer lo observó, sin disimular la sorpresa en su cara mientras lo media en silencio sin apartar los ojos de el. Tras un rato suspiró.
- Entiendo, entonces, que no cuento con tu ayuda para resolver el conflicto. Abandonarás hoy el Palacete. Tras lo acontecido resultará conveniente que los rumores de Héroe y heredera viviendo en la misma propiedad desaparezcan. Por supuesto no olvido tus servicios. Seguirás siendo mi invitado mientras lo desees en cualquiera de las otras propiedades Meyer. Charles- llamó al mayordomo que se acercó al instante-, proporciónale al señor Nelad la información sobre la mercancía de la que hemos hablado para enviar con él a Zelirica. Espero que todo sea de su agrado, aunque por supuesto estoy abierta a proveer de cualquier cosa que no figure y sea de tu interés para la empresa que acometerás próximamente- sonrió.
La tensión de su mandíbula pasó a su cabeza y luego se extendió por los hombros. Un dolor agudo comenzaba a taladrarle la cabeza y solo fue capaz de deshacerse de él asintiendo y apartando la mirada de la dama. Se levantó y miró a Charles que hizo un gesto con la mano señalando la puerta de acceso al despacho.
- Por aquí señor Nelad- le indicó antes de abrir él mismo camino para guiarlo a otro lugar en dónde revisar juntos la documentación.
Justine observó con atención desde su posición en el sofá como Sango seguía a Charles sin volver la vista atrás.
[...]
Ben estaba enfundado en la brillante y pulcra armadura, con las armas colgadas a ambos lados, la capa sobre todo el conjunto daban un aspecto que llamaba la atención como así lo pudo comprobar en la cantidad de guardias que se acercaron para despedirle. Por decirlo de alguna manera, ¿verdad?. Caminaba junto a Charles en dirección al portón de acceso, de salida, del palacete.
- No está bien- murmuró Sango, con la cabeza gacha y mirando el rollo de papel que llevaba en la mano.
- ¿Señor Nelad?- preguntó Charles a su lado.
- Ni despedirme de ella, ni dejarme siquiera decirle que estaré cerca- siguió Sango-. No debería ser así, Charles, las cosas no deberían ser así. No quedará así- dijo clavando la vista en el mayordomo.
El fiel sirviente de la dama clavó la mirada en él y estuvieron un largo instante mirándose el uno al otro. Ben estuvo a punto de pedirle que le dijera algo, lo que fuera. Pero, de qué serviría. Él le contaría a Justine hasta la última palabra de lo que había dicho y quizás le ordenaría que estuviera lejos de Iori.
- Por aquí, Señor Ben- dijo Charles apartándose de la mirada y el ceño fruncido de Sango. Más allá, jardines y el muro de la finca.
Sacudió la cabeza y guardó los papeles en un bolsillo de la capa y siguió al mayordomo, para tranquilidad de los guardias.
[...]
La puerta cerrándose tras de sí le devolvió de inmediato al bullicio de la calle. Parpadeó, algo desorientado y reconoció una figura, armada, que se acercó a él.
- Sango, vine lo más rápido posible. Ese cuervo es una maravilla, tengo que admitirlo- hizo una pausa para mirarle de arriba abajo pero se detuvo en su rostro-. ¿Estás bien? Pareces...
- Sí, Sanna, discúlpame, estoy algo abrumado- respondió Sango mirando a la que consideraba su más valiosa compañera-. Es el cargamento humanitario- se obligó a decir para que la verdadera razón no saliera a la luz-, es, simplemente... Estoy sin palabras- y era verdad, pero no por el cargamento humanitario.
- Oh, buenas noticias entonces- Debacle asintió-. Yo me temo que no traigo tan buenas noticias- Sango alzó una mano.
- Aquí no, busquemos un lugar para quedarnos, por aquí cerca a ser posible- Debacle le miró con sorpresa pero se giró y echó a andar junto a él, que se pegó peligrosamente a Debacle.
El palacete, tras ellos, le llamó a gritos, pero Ben no miró atrás.
Sango
Héroe de Aerandir
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Avanzaba hacia la habitación notando la rigidez marcando cada paso que daba. Apenas era capaz de controlar la sensación que la recorría como olas furiosas una noche de tormenta. Las palabras de Justine durante la cena, repitiéndose una y otra vez en su cabeza.
- Se marchó esta mañana. Tiene cosas que organizar para su marcha a Zelirica. Una persona de su nivel vive la vida ocupándose de cientos de asuntos -
Había sido la primera noticia de él que había tenido desde que se habían despedido en los jardines. Una forma de alejarse que la había dejado clavada en el sitio, con el desasosiego recorriéndole el cuerpo. Había costado la separación, romper el contacto entre sus manos. Él la había estado mirando incluso dando los primeros pasos, caminando hacia atrás.
Pero aquella mirada.
Se había quedado sin palabras, incapaz de formular la pregunta que ardía en su mente. Completamente atragantada en su garganta al no encontrar las palabras que necesitaba. La forma en la que él la había mirado rezumaba pesadumbre. Culpabilidad.
Arrepentimiento.
¿Había sido lo que le había contado sobre sus horribles actos? ¿Se había dado cuenta al fin de que ella no era la persona que precisaba a su lado? La mestiza se mordió el labio hasta clavar los dientes en la carne, siguiendo al silencioso Charles que la acompañaba en la penumbra de la noche hasta su habitación.
La de ambos.
La incomprensión fue dejando paso poco a poco a un dolor agudo que le taladraba el pecho. La cara sonriente de Ben se superponía en sus recuerdos con aquella expresión torturada de la despedida. Resopló buscando llenar de aire sus pulmones, pero siendo incapaz de tomar una bocanada profunda de aire. Respiraba superficialmente, como quien contiene el aliento tras una herida profunda, para evitar que el dolor se extienda por el cuerpo.
- Señorita, el señor Nelad está cerca. Su marcha no...- se removió incómodo mientras miraba a un lado y a otro - No fue voluntaria - añadió en un murmullo antes de recuperar su pose habitual. Se había detenido delante de la enorme puerta de entrada y abrió uno de los vanos para franquearle el paso a la mestiza.
Los ojos azules lo miraron con la sorpresa en el rostro.
- ¿Qué se supone que tengo que pensar Charles? - preguntó en un susurro mientras el peso del lugar que anoche había sido su santuario se convertía en celda de castigo sin él. - ¿Una despedida? ¿Un mensaje? - Nada de eso había quedado para ella. Y el corazón inseguro de una Iori que comenzaba a amar por primera vez la traicionó, hundiéndola en sus miedos. - No importa - susurró todavía más bajo antes de cruzar hacia el interior de la estancia.
El hombre la observó, frunciendo nuevamente las cejas, pero comprendiendo que en su posición no había nada más que pudiera hacer en aquel momento. Realizó una pulcra reverencia y cerró la puerta de nuevo sin producir sonido audible.
En el interior de aquel lugar, Iori permaneció de pie, inmóvil, en medio de la habitación largo tiempo. Tenía los ojos clavados en el cielo nocturno que se avistaba a través del enorme ventanal. La soledad había sido un sitio seguro para ella. Hasta él.
No importaba si cama, jergón o un pedazo duro de tierra en el suelo eran su lugar para dormir. Había estado bien estando ella sola, sin nadie más cerca. Ahora echaba de menos el calor de su piel.
Apartó con disgusto la cara de la cama cuidadosamente hecha. Aquel lugar sin Ben no le parecía ni cómodo.
Se llevó las manos a la cabeza.
Su marcha, sin palabras, sin respuestas, plagando de dudas todo lo que habían compartido en aquellos días la estaba mortificando. Lejos de él la angustia la asfixiaba, y no era capaz de controlar las ganas que tenía de él. ¿Salir a buscarlo? Podría escapar. Pero, ¿Por qué pensar que él querría ser encontrando? Irse sin más, dejando tras él cero indicaciones de en dónde estaría. Qué difícil era creer en las palabras de Charles. En todo lo que él le había prometido mirándola a los ojos.
Confía.
Esa palabra se escuchó alto y claro en su mente, solo para ser ahogada instantes después por miles de gritos de dolor que se alzaban desde su corazón. La añoranza por él la estaba cegando. Cayó de rodillas sobre la mullida alfombra clavando con furia los ojos en el ventanal frente a ella.
La mirada de Iori era peligrosa. Parecía que sería capaz de destruir todo lo que había a su alrededor en aquel momento.
Cruzó los brazos sobre el pecho, en un vano intento por abrazarse a si misma. Cubrió con sus manos ambos hombros y cerró los ojos, imaginando por un segundo que aquellos eran los brazos de Ben. Fue del todo inútil. Pensar en ello terminó por eclipsar los últimos retazos de cordura que flotaban en su contaminada mente.
Sus dedos se volvieron rígidos y sus uñas se clavaron con fuerza en su carne. Abrieron la piel y cuando la sangre comenzó a salir, trazó un camino descendente por los laterales de sus brazos hasta los codos. Las gotas rojas mancharon su piel y llegaron al suelo, mientras inspiraba por un instante con alivio. Encontrando nuevamente paz en el dolor.
Sí. Iori sería capaz de destruir todo lo que la rodeaba en aquel momento. Pero en lugar de eso, se destruía a si misma.
Los ojos ocres de Justine observaban con una cautela impropia en ella a Zakath. El viejo soldado permanecía de pie, observando con gesto casual por la ventana del despacho de la mujer, aparentando una mansedumbre que nada tenía que ver con lo que habían estado hablando hasta hacía unos instantes.
Él lo sabía todo. Y el desconocer el cómo había sido capaz de conocer aquella información la estaba volviendo loca.
La mujer no alardeaba de ello, pero se encontraba secretamente orgullosa de su red de espías elaborada desde sus primeros años con Hans en Lunargenta. La información era desde su punto de vista el arma más poderosa, y había tardado años en tejer aquella amplia red de fidelidades e informantes que fuesen absolutamente ciegos en su lealtad a ella. Un paso por delante siempre, en la vida y en los negocios para que nunca la tomasen desprevenida.
Si bien tenía sus sospechas sobre las andanzas de los Hesse, que aquel soldado jubilado se hubiese presentado aquella mañana con el problema que la acuciaba a ella en una mano, y una oferta de solución en la otra la tenía completamente contrariada.
- ¿Fue Sango? - articuló por fin, acusando al pupilo de aquel hombre, siendo la única vía de comunicación que estaba fuera de su control en aquel juego.
- En absoluto. A Ben le cuesta pedir ayuda. Y yo sería posiblemente la última persona de la ciudad a quien le pediría consejo en este tema - manifestó moviendo los pulgares sobre sus manos entrelazadas con actitud relajada a su espalda.
- ¿Entonces? - ladró con urgencia en la voz, incrementando su ansia por saber ante la actitud tranquila del anciano.
Zakath se giró hasta quedar de medio lado frente a ella, con una beatífica sonrisa en los labios.
- Eres una mujer de notable talento y experiencia, pero más sabe el zorro por viejo que por zorro -
La respuesta agrió todavía más el rostro de una mujer que no estaba preparada a que la tomaran por sorpresa. E iban demasiadas en tan poco tiempo. Terminó apartando con brusquedad la cara y volvió la vista a la propuesta de matrimonio que los Hesse habían hecho llegar el día anterior a su casa.
- ¿Crees que serás capaz de resolver esto por tus medios? - preguntó, mientras la sonrisa del soldado se hacía más evidente.
- Por completo - aseguró volviendo la vista hacia el jardín.
- ¿Sin dejar pruebas? ¿Nada que te pueda incriminar a ti o que nos incrimine a nosotras? ¿Anulando cualquier posibilidad para que ellos ejerzan su chantaje? - enumeró con rapidez, asegurándose de que lo que el anciano le había propuesto minutos antes seguía teniendo sentido para ella.
- Absolutamente - volvió a responder de forma parca. - Me pondré esta misma tarde a ello. Preciso llevar a Iori conmigo. Debo pediros que le proporcionéis un atuendo adecuado a la situación. Algo que pueda cuadrar con una negociación de pedida de mano - giró sobre sus talones y avanzó con paso largo hacia el puerta del despacho, sin esperar permiso de la señora de la casa para retirarse. - Tras el almuerzo vendré a por ella. Necesito que esté preparada - indicó antes de volverse un instante para mirar a Justine.
- ¿Tan fácil? ¿Sin más? ¿Salvarás la reputación y la fortuna de los Meyer sin desear nada en pago? - la mujer se había levantado, y continuaba usando aquel tono de voz urgente, filtrando la inseguridad que sentía en un tablero de juego del que no terminaba de conocer las reglas. Zakath la miró un largo instante.
- No tengo interés en nada de lo que tú me puedas proporcionar. Si en alguna ocasión futura preciso algo te lo haré saber - Hizo un gesto de reconocimiento mirándola antes de salir por la puerta, dejando a Justine en medio del despacho, de pie, y acompañada de su peor miedo. El de estar en las manos de otra persona que no fuese ella misma.
Los tacones que llevaba puestos eran un tipo de calzado que nunca antes había usado. Hacían un ruido muy característico por el pasillo de piedra con grandes vetas blancas mientras atravesaban la mansión de los Hesse en aquella tarde.
- ¿Desde cuándo haces tanto ruido al caminar? - preguntó con calma la voz de Zakath a su lado.
Vestido con la ropa de gala de los altos mandos de la guardia, el antiguo soldado estaba deslumbrante. Su físico resultaba imponente, y el cabello peinado hacia atrás, evidenciando las canas que marcaban el paso de los años y el cúmulo de experiencia en sus sienes le daban un aire de distinción difícil de ignorar.
- No estoy acostumbrada a calzar este tipo de zapatos. - intentó justificarse, sintiéndose de nuevo como una niña pequeña que crecía a la sombra del militar.
- La técnica es la misma. Amolda tu pisar con el suelo, busca el contacto suave desde el talón a la punta. -
Lo observó una vez más de soslayo y bajó la vista, para mirar sus propios pies concentrándose en andar con la técnica que él se había esforzado tanto en transmitirle. Llegaron al fondo, a una enorme puerta doble franqueada por dos guardias sin haberlo conseguido del todo. Zakath aguardó, tras pasar la vista fugazmente por el rostro de ambos jóvenes. Era un contacto casual, pero Iori sabía con qué objetivo lo hacía el anciano.
Reconocer, analizar y en última instancia, advertir.
Era una forma de medir a las personas bajo sus ojos mientras él mismo se hacía notar. Habilidad aprendida de sus largos años en la guardia, tras mucho tiempo lejos del servicio seguía haciéndolo casi de manera inconsciente. Hábitos que no se perdían, asumió Iori.
Al tiempo que los nervios en la mestiza se disparaban, recordó las palabras que le había dirigido Zakath antes de abandonar el Palacete de Justine.
- No es necesario que intercambies ni una sola palabra con esos hombres. De hecho, esperarán de ti que mantengas un perfil bajo y sereno, comportamiento que la mayor parte de estas personas encuentran encantador en una mujer de su clase. Puede que te resulte complicado en algún momento continuar con esto pero confía en mí. No iremos allí para acordar tu compromiso, pero tenemos que hacerles creer a ellos que es así. -
Las puertas se abrieron para ambos, y fue el soldado quién avanzó dando el primer paso, precediéndola a ella en la entrada al enorme salón. El ambiente pareció llenarse de niebla a los ojos de Iori, mientras caminaba uno poco por detrás de Zakath, de forma que intentaba parecer comedida.
Arno y Dominik Hesse los estaban esperando de pie. Sonrieron con gesto confiado cuando los vieron entrar, mientras clavaban ambos la mirada en la figura femenina que avanzaba por detrás. Alzaron los ojos y se quedaron observando con algo de respeto velado a Zakath mientras el anciano realizaba una marcada reverencia, propia si se dirigía hacia alguien de la nobleza. El intercambio de saludos de cortesía fue seguido por la mestiza casi en segundo plano, y solo reaccionó tras el beso en la mano que Dominik le dio, tras susurrar algo que le puso los pelos de punta a su oído.
Aprovechó para abrir un poco la capa oscura que cubría su vestido blanco, lo justo para evidenciar la intención del mensaje en su ropa, pero evitando que se viera ninguna parte de su piel que dejase a la vista marcas en ella.
Los anfitriones los guiaron hasta una gran mesa de madera, que el ojo de Zakath podría distinguir fácilmente que se trataba de un tablero de misiones. Una superficie amplia, rígida y con espacio suficiente como para extender mapas y miniaturas sobre ella, y en la que organizar frentes de combate y objetivos en tiempos de guerra.
Aquel mueble debía de formar parte del patrimonio de los Hesse desde hacía siglos, cuando el apellido familiar tenía un valor real y bajo aquellos muros nacían personas, hombres y mujeres de valía que habían luchado por el reino.
En aquel punto de la historia, los representantes que quedaban con vida apenas parecían una burla. Arno, un hombre ya entrado en años con un evidente deterioro físico debido a vicios tales como comer y beber en demasía, en los que había malgastado parte de la fortuna que había heredado.
Dominik, el heredero perezoso y poco disciplinado del que se decía que invertía más horas del día en sus pasatiempos personales que en tratar de remontar las finanzas caídas en desgracia de la familia.
Un par de patanes absolutos que, sin embargo, con gran malicia habían ido consiguiendo de aquí y de allá, con chantajes como el que se traían ahora entre manos, mantener su relevancia en la ciudad.
Zakath sonrió con elegancia mirándolos, mientras aparentaba un ánimo conciliador.
- Me encuentro aquí en calidad de representante de los intereses de la señora Justine Meyer - comenzó hablando con voz profunda y sin prisa. Extendió una mano por encima de la gastada madera y deslizó en dirección a ambos hombres un fajo de papeles cuidadosamente encuadernados con hilo de oro.
- En este documento se encuentra un compendio de las peticiones para que el compromiso que hemos venido a negociar hoy llegue a un acuerdo que favorezca a ambas partes en sus términos - presentó el anciano antes de reclinarse de nuevo en la silla.
Arno Hesse arrugó la nariz mientras le daba un toque en el codo a su hijo, instándolo a que tomase la documentación.
- ¿Peticiones? Confiábamos en que Justine comprendiese que con la oferta que le hicimos de matrimonio no había lugar posible para ninguna petición por su parte - alzó la mano tomando las hojas que Dominik le tendió y paseó los dedos por encima de ellas sin siquiera fijar la vista.
- Mirar por el bienestar y felicidad de ambos contrayentes es algo que seguro os moverá a llegar a un acuerdo - atajó Zakath sin profundizar en el contenido de la documentación, manteniendo un gesto de cuidada amabilidad.
Arno dejó caer de sus grandes manos los papeles en dirección al regazo de Dominik.
- Échale un vistazo - le indicó a su hijo mientras buscaba ahora analizar con calma a Iori.
- De manera que esta es la chica. La supuesta familiar perdida de Hans Meyer - comentó mientras permanecía sentado con la espalda muy recta. - Toda una suerte que él te hubiese encontrado muchacha. No imagino lo mucho que tuvo que mejorar tu vida de ser una campesina a poder disponer de una de las fortunas más grandes de la capital -
Los ojos azules relampaguearon, y en un asombroso ejercicio de control sobre si misma fue capaz de inclinar la cabeza para evitar que Arno Hesse viese el odio en sus ojos.
- Lástima que su súbito asesinato os hubiese privado de poder disfrutar de tiempo juntos en familia. Entiendo que con su falta, será Justine la que se encargue de introducirte en todo lo que una mujer debe de saber si entrar a formar parte de una familia como los Hesse. - continuó hablando en voz alta mientras no apartaba los ojos de ella.
- Ese es uno de los puntos que aparecen reflejados en las peticiones. La muchacha es joven e inexperta en todo lo que tiene que ver con protocolo, usos y costumbres, ya no solo en Lunargenta, sino también en los círculos a los que pertenece ahora. Para poder prepararla de cara a convertirse en una digna señora Hesse, será preciso invertir un tiempo de entrenamiento en ella. Por descontado, será la señora Justine la que se haga cargo de todo, cubriendo los costes de maestros y buscándolos ella personalmente según las necesidades.
- Mmmmmmmmmm - una larga exhalación salió de la nariz de Arno, mientras miraba a Zakath y reflexionaba sobre sus palabras.
- ¿De cuánto tiempo estamos hablando? No es mi deseo que la boda se pueda retrasar debido a su "preparación". Una vez casados podemos continuar puliendo sus asperezas hasta hacer de ella una auténtica dama - objetó Dominik, observando fugazmente a Iori con una sardónica sonrisa.
- Las prisas no son buenas consejeras Dominik - intervino su padre alzando la mano. - No es conveniente tampoco realizar una ceremonia que en lugar de honor arroje vergüenza a nuestro apellido. Hacerla tu esposa también hará que tomes responsabilidad por lo que haga. Si se crió toda su vida en el campo no sabemos hasta qué punto puede cometer errores o llanarte de deshonra con sus deslices. -
- Pero padre, es conveniente asegurar el compromiso. Toda Lunargenta debe de saberlo cuanto antes. Hemos sido los primeros pero, ¿crees que somos los únicos? Las ofertas comenzarán a llegar, quizá algún candidato con más influencia... -
Arno volvió a alzar la mano, haciendo que su vástago guardase silencio obedientemente.
- Con la firma del compromiso hoy y aquí no habrá problema. Sé que Justine es una mujer de palabra, y esta encantadora joven sin duda querrá dejar atrás la vida de miseria y privaciones de las que con seguridad procede. No hay motivos por los que perder la calma - reflexionó el padre mirando de forma condescendiente a su hijo.
Fue entonces cuando unos sonidos de voces fuertes se escucharon, provenientes del pasillo que los había llevado hasta aquella sala. Las puertas se abrieron y asomó un soldado con pinta de estar algo nervioso. Se acercó en dirección al señor Hesse tras la reverencia de turno, pero antes de que pudiera hablar, por la misma puerta entró un hombre.
No. Un elfo.
Lo hizo con una tranquilidad que motivó a Iori a pensar que era él el señor de la mansión y no el anciano entrado en carnes que tenía delante. Era alto y desgarbado, y bajo su ropa se percibía un cuerpo bien formado y atlético. Un cuerpo que a todas luces pertenecía a un guerrero. Su cabello claro hacía juego con unos ojos de un color que Iori no pudo definir, pero que le recordaba a las primeras luces de una mañana de invierno. El elfo se dirigió al otro soldado que custodiaba la puerta
- No te preocupes, conozco el camino - y lo despachó con un gesto de la mano. Cruzó la sala sonriendo hasta llegar hasta ellos.
- Caballeros - saludó - Señorita - dijo mirando a Iori y sonriéndole. Pasó entonces la vista a Zakath - Zak - pronunció con tono que a Iori le sonó más a un "me alegra verte"
- ¡Asunto resuelto! Lamento decir señores Hesse que su almacén de archivos acaba de sufrir un pequeño percance - arrastró una silla y se sentó en ella poniendo los pies sobre el borde de la mesa. Dominik se levantó ante lo que consideró una afrenta, pero la mano de su padre sobre su antebrazo lo contuvo.
- Terrible pérdida. Menos mal que pude salvar unos cuantos documentos interesantes - dejó unas carpetas en la mesa a su lado - ¿Sabías Zak que los señores Hesse conspiran con la secta de la sierpe? Gente peligrosa y negocios más peligrosos todavía. Traficar con niños - hizo sonido de disgusto - Mala cosa... Y ni siquiera es lo más feo que estos papeles cuentan -
Iori abrió mucho los ojos observando al elfo más peculiar que había podido conocer en su vida. Zakath clavó los ojos en él, pero no sonrió ni esbozó un solo gesto que permitiese saber qué tipo de reacción suponía en él su aparición. Los Hesse, tanto padre como hijo se sobresaltaron con su aparición, pero más todavía con sus palabras.
- ¿¡Cómo dice!? ¿¿Quién es usted?? - se inclinó sobre la mesa e intentó tomar los documentos que el elfo había dejado sobre ella, pero el brazo de Zakath se alzó lento y preciso llegando con más facilidad que él.
- Ya veo - comentó el anciano. - Una situación inesperada y claramente desgarradora. - Alzó los ojos verdes hacia ambos varones, manteniendo el rostro sereno pero con un brillo de victoria en los ojos. - A la luz de estos acontecimientos debemos de replantearnos los términos del compromiso de la joven - introdujo entonces, mientras la mestiza guardaba perfecto silencio, sin dejar de alternar la vista entre los Hesse y el elfo maduro que acababa de aparecer.
- Dime, Iori querida - comentó como si se conociesen - Cuanto te ofenderías si te dijese que no eres la primera dama que roba el corazón de nuestro bienamado Dominik? Ha tenido una basta lista de enamoradas y prometidas. Muchachas encantadoras, aunque lamentablemente silenciosas. Parece que la muerte persigue al joven, pues todas perecen poco antes del enlace y días después de firmar el convenio de traspaso de bienes. Que los dioses te libren, querida mía, de tan aciago destino. -
Por primera vez en la mañana, los ojos de Zakath se abrieron en gesto de sorpresa. Ladeó la cabeza buscando los ojos de Cornelius, tan solo un instante. Con aquel contacto fue suficiente para que algo entre ambos se moviese en el aire. Un tipo de comunicación que cuando Iori pensó en ella se desvaneció, con la velocidad de un pestañeo.
- Siendo eso cierto, la conversación se termina aquí. Llevaremos esta información con nosotros. Os aconsejo no hacer ninguna tontería como intentar desaparecer de la ciudad o buscar problemas con los Meyer. Toda la guardia de Lunargenta tendrá información precisa sobre vuestros asuntos. Y en cuanto a estas dos mujeres, están lejos de vuestras manos ahora mismo - zanjó levantándose de manera firme. Iori lo imitó en cada gesto, todavía intentando asumir el giro de la conversación en apenas dos minutos, y ambos Hesse hicieron lo propio al otro lado de la mesa.
- ¡No tenéis permiso para salir de la mansión! - bramó Arno, el padre, mientras la papada le temblaba de pura rabia. De puro pánico del que sabe que sus más oscuros secretos ya no están a salvo ni bajo su poder. El disfraz de anciano bien educado y calmado se había desvanecido. - ¡Guardias! ¡Guardias! - Cornelius sonrió en dirección a ambos Hesse y bajó las piernas de la mesa.
- Como dice el querido Zak, la conversación ha terminado... y no precisamente porque falten fechorías de las que acusaros. Podríamos estar aquí toooda la noche - se levantó y rodeó a Zakath, dándole una palmada en hombro, antes de acercarse a Iori y tenderle el brazo - Tienes los ojos del impresentable de tu padre - le dijo en tono amistoso, dejando a la mestiza completamente descolocada. - Solo espero que la inteligencia la tengas de tu madre, Eith podía ser bastante obtuso cuando quería - mirando a los Hesse añadió - Creo que la guardia estará indispuesta unas horas, uno tiene que tener cuidado con lo que come. -
Las puertas se abrieron, pero no fueron los guardias, sino un miembro del servicio quien asomó con timidez.
- Señor Hesse, los guardias se encuentran ahora mismo indispuestos. Los dos - se apresuro a añadir mientras la cara de Arno cambiaba de color.
- ¿¡Cómo?! - bramó perdiendo la compostura que había mantenido hasta entonces. Zakath, que se había dirigido a la salida tras la palmada de Cornelius los miro, manteniendo la misma calma que al principio.
- Gracias por acceder a esta reunión. Terminan hoy las negociaciones de compromiso - dio por zanjado mientras se giraba hacia la puerta de nuevo.
Los ojos azules de Iori observaban la cara del elfo mas peculiar que había conocido, mientras la información presente en sus palabras resonaba dentro de ella. El conocía a su padre. Agarró el brazo que él le ofrecía por inercia y se levantó para salir con ambos hombres de la mansión de los Hesse.
De nuevo libre. Y con la atención centrada en aquel elfo de cabellos claros y los recuerdos que pudiera albergar en su memoria.
- Se marchó esta mañana. Tiene cosas que organizar para su marcha a Zelirica. Una persona de su nivel vive la vida ocupándose de cientos de asuntos -
Había sido la primera noticia de él que había tenido desde que se habían despedido en los jardines. Una forma de alejarse que la había dejado clavada en el sitio, con el desasosiego recorriéndole el cuerpo. Había costado la separación, romper el contacto entre sus manos. Él la había estado mirando incluso dando los primeros pasos, caminando hacia atrás.
Pero aquella mirada.
Se había quedado sin palabras, incapaz de formular la pregunta que ardía en su mente. Completamente atragantada en su garganta al no encontrar las palabras que necesitaba. La forma en la que él la había mirado rezumaba pesadumbre. Culpabilidad.
Arrepentimiento.
¿Había sido lo que le había contado sobre sus horribles actos? ¿Se había dado cuenta al fin de que ella no era la persona que precisaba a su lado? La mestiza se mordió el labio hasta clavar los dientes en la carne, siguiendo al silencioso Charles que la acompañaba en la penumbra de la noche hasta su habitación.
La de ambos.
La incomprensión fue dejando paso poco a poco a un dolor agudo que le taladraba el pecho. La cara sonriente de Ben se superponía en sus recuerdos con aquella expresión torturada de la despedida. Resopló buscando llenar de aire sus pulmones, pero siendo incapaz de tomar una bocanada profunda de aire. Respiraba superficialmente, como quien contiene el aliento tras una herida profunda, para evitar que el dolor se extienda por el cuerpo.
- Señorita, el señor Nelad está cerca. Su marcha no...- se removió incómodo mientras miraba a un lado y a otro - No fue voluntaria - añadió en un murmullo antes de recuperar su pose habitual. Se había detenido delante de la enorme puerta de entrada y abrió uno de los vanos para franquearle el paso a la mestiza.
Los ojos azules lo miraron con la sorpresa en el rostro.
- ¿Qué se supone que tengo que pensar Charles? - preguntó en un susurro mientras el peso del lugar que anoche había sido su santuario se convertía en celda de castigo sin él. - ¿Una despedida? ¿Un mensaje? - Nada de eso había quedado para ella. Y el corazón inseguro de una Iori que comenzaba a amar por primera vez la traicionó, hundiéndola en sus miedos. - No importa - susurró todavía más bajo antes de cruzar hacia el interior de la estancia.
El hombre la observó, frunciendo nuevamente las cejas, pero comprendiendo que en su posición no había nada más que pudiera hacer en aquel momento. Realizó una pulcra reverencia y cerró la puerta de nuevo sin producir sonido audible.
En el interior de aquel lugar, Iori permaneció de pie, inmóvil, en medio de la habitación largo tiempo. Tenía los ojos clavados en el cielo nocturno que se avistaba a través del enorme ventanal. La soledad había sido un sitio seguro para ella. Hasta él.
No importaba si cama, jergón o un pedazo duro de tierra en el suelo eran su lugar para dormir. Había estado bien estando ella sola, sin nadie más cerca. Ahora echaba de menos el calor de su piel.
Apartó con disgusto la cara de la cama cuidadosamente hecha. Aquel lugar sin Ben no le parecía ni cómodo.
Se llevó las manos a la cabeza.
Su marcha, sin palabras, sin respuestas, plagando de dudas todo lo que habían compartido en aquellos días la estaba mortificando. Lejos de él la angustia la asfixiaba, y no era capaz de controlar las ganas que tenía de él. ¿Salir a buscarlo? Podría escapar. Pero, ¿Por qué pensar que él querría ser encontrando? Irse sin más, dejando tras él cero indicaciones de en dónde estaría. Qué difícil era creer en las palabras de Charles. En todo lo que él le había prometido mirándola a los ojos.
Confía.
Esa palabra se escuchó alto y claro en su mente, solo para ser ahogada instantes después por miles de gritos de dolor que se alzaban desde su corazón. La añoranza por él la estaba cegando. Cayó de rodillas sobre la mullida alfombra clavando con furia los ojos en el ventanal frente a ella.
La mirada de Iori era peligrosa. Parecía que sería capaz de destruir todo lo que había a su alrededor en aquel momento.
Cruzó los brazos sobre el pecho, en un vano intento por abrazarse a si misma. Cubrió con sus manos ambos hombros y cerró los ojos, imaginando por un segundo que aquellos eran los brazos de Ben. Fue del todo inútil. Pensar en ello terminó por eclipsar los últimos retazos de cordura que flotaban en su contaminada mente.
Sus dedos se volvieron rígidos y sus uñas se clavaron con fuerza en su carne. Abrieron la piel y cuando la sangre comenzó a salir, trazó un camino descendente por los laterales de sus brazos hasta los codos. Las gotas rojas mancharon su piel y llegaron al suelo, mientras inspiraba por un instante con alivio. Encontrando nuevamente paz en el dolor.
Sí. Iori sería capaz de destruir todo lo que la rodeaba en aquel momento. Pero en lugar de eso, se destruía a si misma.
[...]
Los ojos ocres de Justine observaban con una cautela impropia en ella a Zakath. El viejo soldado permanecía de pie, observando con gesto casual por la ventana del despacho de la mujer, aparentando una mansedumbre que nada tenía que ver con lo que habían estado hablando hasta hacía unos instantes.
Él lo sabía todo. Y el desconocer el cómo había sido capaz de conocer aquella información la estaba volviendo loca.
La mujer no alardeaba de ello, pero se encontraba secretamente orgullosa de su red de espías elaborada desde sus primeros años con Hans en Lunargenta. La información era desde su punto de vista el arma más poderosa, y había tardado años en tejer aquella amplia red de fidelidades e informantes que fuesen absolutamente ciegos en su lealtad a ella. Un paso por delante siempre, en la vida y en los negocios para que nunca la tomasen desprevenida.
Si bien tenía sus sospechas sobre las andanzas de los Hesse, que aquel soldado jubilado se hubiese presentado aquella mañana con el problema que la acuciaba a ella en una mano, y una oferta de solución en la otra la tenía completamente contrariada.
- ¿Fue Sango? - articuló por fin, acusando al pupilo de aquel hombre, siendo la única vía de comunicación que estaba fuera de su control en aquel juego.
- En absoluto. A Ben le cuesta pedir ayuda. Y yo sería posiblemente la última persona de la ciudad a quien le pediría consejo en este tema - manifestó moviendo los pulgares sobre sus manos entrelazadas con actitud relajada a su espalda.
- ¿Entonces? - ladró con urgencia en la voz, incrementando su ansia por saber ante la actitud tranquila del anciano.
Zakath se giró hasta quedar de medio lado frente a ella, con una beatífica sonrisa en los labios.
- Eres una mujer de notable talento y experiencia, pero más sabe el zorro por viejo que por zorro -
La respuesta agrió todavía más el rostro de una mujer que no estaba preparada a que la tomaran por sorpresa. E iban demasiadas en tan poco tiempo. Terminó apartando con brusquedad la cara y volvió la vista a la propuesta de matrimonio que los Hesse habían hecho llegar el día anterior a su casa.
- ¿Crees que serás capaz de resolver esto por tus medios? - preguntó, mientras la sonrisa del soldado se hacía más evidente.
- Por completo - aseguró volviendo la vista hacia el jardín.
- ¿Sin dejar pruebas? ¿Nada que te pueda incriminar a ti o que nos incrimine a nosotras? ¿Anulando cualquier posibilidad para que ellos ejerzan su chantaje? - enumeró con rapidez, asegurándose de que lo que el anciano le había propuesto minutos antes seguía teniendo sentido para ella.
- Absolutamente - volvió a responder de forma parca. - Me pondré esta misma tarde a ello. Preciso llevar a Iori conmigo. Debo pediros que le proporcionéis un atuendo adecuado a la situación. Algo que pueda cuadrar con una negociación de pedida de mano - giró sobre sus talones y avanzó con paso largo hacia el puerta del despacho, sin esperar permiso de la señora de la casa para retirarse. - Tras el almuerzo vendré a por ella. Necesito que esté preparada - indicó antes de volverse un instante para mirar a Justine.
- ¿Tan fácil? ¿Sin más? ¿Salvarás la reputación y la fortuna de los Meyer sin desear nada en pago? - la mujer se había levantado, y continuaba usando aquel tono de voz urgente, filtrando la inseguridad que sentía en un tablero de juego del que no terminaba de conocer las reglas. Zakath la miró un largo instante.
- No tengo interés en nada de lo que tú me puedas proporcionar. Si en alguna ocasión futura preciso algo te lo haré saber - Hizo un gesto de reconocimiento mirándola antes de salir por la puerta, dejando a Justine en medio del despacho, de pie, y acompañada de su peor miedo. El de estar en las manos de otra persona que no fuese ella misma.
[...]
Los tacones que llevaba puestos eran un tipo de calzado que nunca antes había usado. Hacían un ruido muy característico por el pasillo de piedra con grandes vetas blancas mientras atravesaban la mansión de los Hesse en aquella tarde.
- ¿Desde cuándo haces tanto ruido al caminar? - preguntó con calma la voz de Zakath a su lado.
Vestido con la ropa de gala de los altos mandos de la guardia, el antiguo soldado estaba deslumbrante. Su físico resultaba imponente, y el cabello peinado hacia atrás, evidenciando las canas que marcaban el paso de los años y el cúmulo de experiencia en sus sienes le daban un aire de distinción difícil de ignorar.
- No estoy acostumbrada a calzar este tipo de zapatos. - intentó justificarse, sintiéndose de nuevo como una niña pequeña que crecía a la sombra del militar.
- La técnica es la misma. Amolda tu pisar con el suelo, busca el contacto suave desde el talón a la punta. -
Lo observó una vez más de soslayo y bajó la vista, para mirar sus propios pies concentrándose en andar con la técnica que él se había esforzado tanto en transmitirle. Llegaron al fondo, a una enorme puerta doble franqueada por dos guardias sin haberlo conseguido del todo. Zakath aguardó, tras pasar la vista fugazmente por el rostro de ambos jóvenes. Era un contacto casual, pero Iori sabía con qué objetivo lo hacía el anciano.
Reconocer, analizar y en última instancia, advertir.
Era una forma de medir a las personas bajo sus ojos mientras él mismo se hacía notar. Habilidad aprendida de sus largos años en la guardia, tras mucho tiempo lejos del servicio seguía haciéndolo casi de manera inconsciente. Hábitos que no se perdían, asumió Iori.
Al tiempo que los nervios en la mestiza se disparaban, recordó las palabras que le había dirigido Zakath antes de abandonar el Palacete de Justine.
- No es necesario que intercambies ni una sola palabra con esos hombres. De hecho, esperarán de ti que mantengas un perfil bajo y sereno, comportamiento que la mayor parte de estas personas encuentran encantador en una mujer de su clase. Puede que te resulte complicado en algún momento continuar con esto pero confía en mí. No iremos allí para acordar tu compromiso, pero tenemos que hacerles creer a ellos que es así. -
Las puertas se abrieron para ambos, y fue el soldado quién avanzó dando el primer paso, precediéndola a ella en la entrada al enorme salón. El ambiente pareció llenarse de niebla a los ojos de Iori, mientras caminaba uno poco por detrás de Zakath, de forma que intentaba parecer comedida.
Arno y Dominik Hesse los estaban esperando de pie. Sonrieron con gesto confiado cuando los vieron entrar, mientras clavaban ambos la mirada en la figura femenina que avanzaba por detrás. Alzaron los ojos y se quedaron observando con algo de respeto velado a Zakath mientras el anciano realizaba una marcada reverencia, propia si se dirigía hacia alguien de la nobleza. El intercambio de saludos de cortesía fue seguido por la mestiza casi en segundo plano, y solo reaccionó tras el beso en la mano que Dominik le dio, tras susurrar algo que le puso los pelos de punta a su oído.
Aprovechó para abrir un poco la capa oscura que cubría su vestido blanco, lo justo para evidenciar la intención del mensaje en su ropa, pero evitando que se viera ninguna parte de su piel que dejase a la vista marcas en ella.
Los anfitriones los guiaron hasta una gran mesa de madera, que el ojo de Zakath podría distinguir fácilmente que se trataba de un tablero de misiones. Una superficie amplia, rígida y con espacio suficiente como para extender mapas y miniaturas sobre ella, y en la que organizar frentes de combate y objetivos en tiempos de guerra.
Aquel mueble debía de formar parte del patrimonio de los Hesse desde hacía siglos, cuando el apellido familiar tenía un valor real y bajo aquellos muros nacían personas, hombres y mujeres de valía que habían luchado por el reino.
En aquel punto de la historia, los representantes que quedaban con vida apenas parecían una burla. Arno, un hombre ya entrado en años con un evidente deterioro físico debido a vicios tales como comer y beber en demasía, en los que había malgastado parte de la fortuna que había heredado.
Dominik, el heredero perezoso y poco disciplinado del que se decía que invertía más horas del día en sus pasatiempos personales que en tratar de remontar las finanzas caídas en desgracia de la familia.
Un par de patanes absolutos que, sin embargo, con gran malicia habían ido consiguiendo de aquí y de allá, con chantajes como el que se traían ahora entre manos, mantener su relevancia en la ciudad.
Zakath sonrió con elegancia mirándolos, mientras aparentaba un ánimo conciliador.
- Me encuentro aquí en calidad de representante de los intereses de la señora Justine Meyer - comenzó hablando con voz profunda y sin prisa. Extendió una mano por encima de la gastada madera y deslizó en dirección a ambos hombres un fajo de papeles cuidadosamente encuadernados con hilo de oro.
- En este documento se encuentra un compendio de las peticiones para que el compromiso que hemos venido a negociar hoy llegue a un acuerdo que favorezca a ambas partes en sus términos - presentó el anciano antes de reclinarse de nuevo en la silla.
Arno Hesse arrugó la nariz mientras le daba un toque en el codo a su hijo, instándolo a que tomase la documentación.
- ¿Peticiones? Confiábamos en que Justine comprendiese que con la oferta que le hicimos de matrimonio no había lugar posible para ninguna petición por su parte - alzó la mano tomando las hojas que Dominik le tendió y paseó los dedos por encima de ellas sin siquiera fijar la vista.
- Mirar por el bienestar y felicidad de ambos contrayentes es algo que seguro os moverá a llegar a un acuerdo - atajó Zakath sin profundizar en el contenido de la documentación, manteniendo un gesto de cuidada amabilidad.
Arno dejó caer de sus grandes manos los papeles en dirección al regazo de Dominik.
- Échale un vistazo - le indicó a su hijo mientras buscaba ahora analizar con calma a Iori.
- De manera que esta es la chica. La supuesta familiar perdida de Hans Meyer - comentó mientras permanecía sentado con la espalda muy recta. - Toda una suerte que él te hubiese encontrado muchacha. No imagino lo mucho que tuvo que mejorar tu vida de ser una campesina a poder disponer de una de las fortunas más grandes de la capital -
Los ojos azules relampaguearon, y en un asombroso ejercicio de control sobre si misma fue capaz de inclinar la cabeza para evitar que Arno Hesse viese el odio en sus ojos.
- Lástima que su súbito asesinato os hubiese privado de poder disfrutar de tiempo juntos en familia. Entiendo que con su falta, será Justine la que se encargue de introducirte en todo lo que una mujer debe de saber si entrar a formar parte de una familia como los Hesse. - continuó hablando en voz alta mientras no apartaba los ojos de ella.
- Ese es uno de los puntos que aparecen reflejados en las peticiones. La muchacha es joven e inexperta en todo lo que tiene que ver con protocolo, usos y costumbres, ya no solo en Lunargenta, sino también en los círculos a los que pertenece ahora. Para poder prepararla de cara a convertirse en una digna señora Hesse, será preciso invertir un tiempo de entrenamiento en ella. Por descontado, será la señora Justine la que se haga cargo de todo, cubriendo los costes de maestros y buscándolos ella personalmente según las necesidades.
- Mmmmmmmmmm - una larga exhalación salió de la nariz de Arno, mientras miraba a Zakath y reflexionaba sobre sus palabras.
- ¿De cuánto tiempo estamos hablando? No es mi deseo que la boda se pueda retrasar debido a su "preparación". Una vez casados podemos continuar puliendo sus asperezas hasta hacer de ella una auténtica dama - objetó Dominik, observando fugazmente a Iori con una sardónica sonrisa.
- Las prisas no son buenas consejeras Dominik - intervino su padre alzando la mano. - No es conveniente tampoco realizar una ceremonia que en lugar de honor arroje vergüenza a nuestro apellido. Hacerla tu esposa también hará que tomes responsabilidad por lo que haga. Si se crió toda su vida en el campo no sabemos hasta qué punto puede cometer errores o llanarte de deshonra con sus deslices. -
- Pero padre, es conveniente asegurar el compromiso. Toda Lunargenta debe de saberlo cuanto antes. Hemos sido los primeros pero, ¿crees que somos los únicos? Las ofertas comenzarán a llegar, quizá algún candidato con más influencia... -
Arno volvió a alzar la mano, haciendo que su vástago guardase silencio obedientemente.
- Con la firma del compromiso hoy y aquí no habrá problema. Sé que Justine es una mujer de palabra, y esta encantadora joven sin duda querrá dejar atrás la vida de miseria y privaciones de las que con seguridad procede. No hay motivos por los que perder la calma - reflexionó el padre mirando de forma condescendiente a su hijo.
Fue entonces cuando unos sonidos de voces fuertes se escucharon, provenientes del pasillo que los había llevado hasta aquella sala. Las puertas se abrieron y asomó un soldado con pinta de estar algo nervioso. Se acercó en dirección al señor Hesse tras la reverencia de turno, pero antes de que pudiera hablar, por la misma puerta entró un hombre.
No. Un elfo.
Lo hizo con una tranquilidad que motivó a Iori a pensar que era él el señor de la mansión y no el anciano entrado en carnes que tenía delante. Era alto y desgarbado, y bajo su ropa se percibía un cuerpo bien formado y atlético. Un cuerpo que a todas luces pertenecía a un guerrero. Su cabello claro hacía juego con unos ojos de un color que Iori no pudo definir, pero que le recordaba a las primeras luces de una mañana de invierno. El elfo se dirigió al otro soldado que custodiaba la puerta
- No te preocupes, conozco el camino - y lo despachó con un gesto de la mano. Cruzó la sala sonriendo hasta llegar hasta ellos.
- Caballeros - saludó - Señorita - dijo mirando a Iori y sonriéndole. Pasó entonces la vista a Zakath - Zak - pronunció con tono que a Iori le sonó más a un "me alegra verte"
- ¡Asunto resuelto! Lamento decir señores Hesse que su almacén de archivos acaba de sufrir un pequeño percance - arrastró una silla y se sentó en ella poniendo los pies sobre el borde de la mesa. Dominik se levantó ante lo que consideró una afrenta, pero la mano de su padre sobre su antebrazo lo contuvo.
- Terrible pérdida. Menos mal que pude salvar unos cuantos documentos interesantes - dejó unas carpetas en la mesa a su lado - ¿Sabías Zak que los señores Hesse conspiran con la secta de la sierpe? Gente peligrosa y negocios más peligrosos todavía. Traficar con niños - hizo sonido de disgusto - Mala cosa... Y ni siquiera es lo más feo que estos papeles cuentan -
Iori abrió mucho los ojos observando al elfo más peculiar que había podido conocer en su vida. Zakath clavó los ojos en él, pero no sonrió ni esbozó un solo gesto que permitiese saber qué tipo de reacción suponía en él su aparición. Los Hesse, tanto padre como hijo se sobresaltaron con su aparición, pero más todavía con sus palabras.
- ¿¡Cómo dice!? ¿¿Quién es usted?? - se inclinó sobre la mesa e intentó tomar los documentos que el elfo había dejado sobre ella, pero el brazo de Zakath se alzó lento y preciso llegando con más facilidad que él.
- Ya veo - comentó el anciano. - Una situación inesperada y claramente desgarradora. - Alzó los ojos verdes hacia ambos varones, manteniendo el rostro sereno pero con un brillo de victoria en los ojos. - A la luz de estos acontecimientos debemos de replantearnos los términos del compromiso de la joven - introdujo entonces, mientras la mestiza guardaba perfecto silencio, sin dejar de alternar la vista entre los Hesse y el elfo maduro que acababa de aparecer.
- Dime, Iori querida - comentó como si se conociesen - Cuanto te ofenderías si te dijese que no eres la primera dama que roba el corazón de nuestro bienamado Dominik? Ha tenido una basta lista de enamoradas y prometidas. Muchachas encantadoras, aunque lamentablemente silenciosas. Parece que la muerte persigue al joven, pues todas perecen poco antes del enlace y días después de firmar el convenio de traspaso de bienes. Que los dioses te libren, querida mía, de tan aciago destino. -
Por primera vez en la mañana, los ojos de Zakath se abrieron en gesto de sorpresa. Ladeó la cabeza buscando los ojos de Cornelius, tan solo un instante. Con aquel contacto fue suficiente para que algo entre ambos se moviese en el aire. Un tipo de comunicación que cuando Iori pensó en ella se desvaneció, con la velocidad de un pestañeo.
- Siendo eso cierto, la conversación se termina aquí. Llevaremos esta información con nosotros. Os aconsejo no hacer ninguna tontería como intentar desaparecer de la ciudad o buscar problemas con los Meyer. Toda la guardia de Lunargenta tendrá información precisa sobre vuestros asuntos. Y en cuanto a estas dos mujeres, están lejos de vuestras manos ahora mismo - zanjó levantándose de manera firme. Iori lo imitó en cada gesto, todavía intentando asumir el giro de la conversación en apenas dos minutos, y ambos Hesse hicieron lo propio al otro lado de la mesa.
- ¡No tenéis permiso para salir de la mansión! - bramó Arno, el padre, mientras la papada le temblaba de pura rabia. De puro pánico del que sabe que sus más oscuros secretos ya no están a salvo ni bajo su poder. El disfraz de anciano bien educado y calmado se había desvanecido. - ¡Guardias! ¡Guardias! - Cornelius sonrió en dirección a ambos Hesse y bajó las piernas de la mesa.
- Como dice el querido Zak, la conversación ha terminado... y no precisamente porque falten fechorías de las que acusaros. Podríamos estar aquí toooda la noche - se levantó y rodeó a Zakath, dándole una palmada en hombro, antes de acercarse a Iori y tenderle el brazo - Tienes los ojos del impresentable de tu padre - le dijo en tono amistoso, dejando a la mestiza completamente descolocada. - Solo espero que la inteligencia la tengas de tu madre, Eith podía ser bastante obtuso cuando quería - mirando a los Hesse añadió - Creo que la guardia estará indispuesta unas horas, uno tiene que tener cuidado con lo que come. -
Las puertas se abrieron, pero no fueron los guardias, sino un miembro del servicio quien asomó con timidez.
- Señor Hesse, los guardias se encuentran ahora mismo indispuestos. Los dos - se apresuro a añadir mientras la cara de Arno cambiaba de color.
- ¿¡Cómo?! - bramó perdiendo la compostura que había mantenido hasta entonces. Zakath, que se había dirigido a la salida tras la palmada de Cornelius los miro, manteniendo la misma calma que al principio.
- Gracias por acceder a esta reunión. Terminan hoy las negociaciones de compromiso - dio por zanjado mientras se giraba hacia la puerta de nuevo.
Los ojos azules de Iori observaban la cara del elfo mas peculiar que había conocido, mientras la información presente en sus palabras resonaba dentro de ella. El conocía a su padre. Agarró el brazo que él le ofrecía por inercia y se levantó para salir con ambos hombres de la mansión de los Hesse.
De nuevo libre. Y con la atención centrada en aquel elfo de cabellos claros y los recuerdos que pudiera albergar en su memoria.
Iori Li
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Re: Nuevo camino [+18] [Privado][Cerrado]
Debacle le observaba con gesto serio. ¿Acaso tenía otro? Esperaba una respuesta a una pregunta que él no había escuchado o quizá había decidido ignorar o quizá el desasosiego era tan grande en ese instante que no era capaz de pensar en otra cosa.
- ¿Sango?- llamó Debacle-. Es evidente que no estás bien- observó con cautela.
- Es la falta de corazón de las clases pudientes. Es el oro que inunda su ser, nubla su juicio y solo actúan en favor de la moneda. Es una clase que si desapareciera, el mundo, quizá, sería un lugar mejor, un mundo honorable, donde no hubiera verdades oculta, dobles intenciones, traiciones. Debacle, el mundo lo dirige la moneda y eso... Eso es una mierda.
Sango se miró las manos que descansaban sobre el murete de piedra en el que estaba apoyado. Habían tenido una conversación muy provechosa con los voluntarios que querían acompañarles a Zelirica. Había entusiasmo y buen corazón en todos ellos, sin embargo, las malas noticias que traía Debacle prefirió guardarlas hasta evaluar la situación en campo y bueno, tampoco querían perder el escaso apoyo humano que habían conseguido. Además de los voluntarios, habían conseguido, según palabras de Debacle, un cargamento extraordinario de ayuda humanitaria. Y aun así, ella seguía siendo objeto de su crítica.
- Pueden mandar cargamentos de ayuda, pero al haber echado a esos niños de su hogares han demostrado que son de la peor calaña que uno pueda encontrarse. En un campo de batalla las cosas son relativamente sencillas: tienes a alguien enfrente que te quiere matar. Aquí, en la ciudad, las cosas son distintas: te ayudan a levantarte con una mano, pero con la otra tantean tus bolsillos o te clavan un puñal a traición o te acosan hasta que te pliegas a su voluntad. Es una sociedad corrompida por el dinero. ¿Desde cuándo una moneda de oro es más importante que el favor de Odín? ¿Desde cuando la riqueza es más importante que el amor hacia las personas que quieres? ¿Qué clase de mundo hemos dejado que construyan?
Sabía que Debacle le miraba incapaz de decir nada, quizá intimidada por la deriva del discurso de Sango, quizá no compartía su opinión, o puede que estuviera reflexionando pero le daba la sensación de que muchas veces callaba cosas que quería decir si estas no estaban relacionadas con el tema militar. Ben suspiró y se separó del murete para volverse en dirección contraria a Debacle y echar a andar para verse abordado, casi de inmediato, por una figura joven con ropajes parduzcos, discretos.
- ¿Señor Nelad? Me han encargado transmitirle el deseo de la dama Justine Meyer para que cene en su segunda residencia.
Ben miró al chaval con los ojos entrecerrados mientras la calma caótica de su cabeza se volvía un torbellino de sentimientos encontrados. Asintió levemente.
- Bien, dentro de dos campanadas. Le estarán esperando en la entrada. Que tengan buen día- dijo apretando el ritmo y escurriéndose entre la gente.
Debacle estaba a su lado, mirándole con las cejas alzadas y un principio de sonrisa en su rostro. Le echó un vistazo de arriba a abajo y ladeó la cabeza.
- Necesito algo de ropa- dijo Sango ante el asentimiento de una sonriente Debacle.
Charles fue el encargado de recibir a la puerta del Palacete a Sango. Observó con un brillo en los ojos al Héroe pero la forma en la que apretaba los labios no parecía evidenciar del todo la alegría que sentía al verlo a él allí. Ben vestía con una camisa verde, pantalones oscuros y unas botas altas. En su cintura colgaban las armas y la capa caía desde sus hombros.
- Señor Nelad, justo a tiempo. Todo está preparado para la cena- inclinó la cabeza mientras extendía una mano señalando el camino que él mismo abriría para conducirlo al gran salón.
- Claro, claro- murmuró Sango tras Charles.
El eficiente mayordomo avanzó por el Palacete, dejando ver que el movimiento y actividad que había en él resultaba igual de acogedor que en los días previos. Nada parecía haber cambiado. Si bien, se percibían en el ambiente un aire distendido, una contenida felicidad que parecía sentirse por parte de todos los trabajadores. Siendo esto evidente, Charles comentó.
- La señora Justine está especialmente contenta hoy. Es su deseo celebrar con sus invitados- explicó enfilando el pasillo en el que se encontraba el gran salón.
- Pensaba que mi señora se había cansado de tenerme como invitado- comentó Ben escondiendo las armas bajo la capa-. ¿Se puede saber el motivo de tal felicidad?- preguntó Sango fijando la mirada en la espalda del mayordomo. Charles carraspeó, escogiendo bien sus palabras.
- Esta tarde tuvo lugar la reunión sobre el compromiso de la señorita Iori con el joven Hesse. El resultado de las negociaciones ha resultado ventajoso para la señora Justine- resumió sin entrar en detalles.
Los pasos de Sango se tornaron erráticos por un momento, coincidiendo con una desconexión que se produjo entre sus pensamientos y el resto de sus sentidos. No dijo nada. Siguió caminando tras Charles. El mayordomo, que no pareció darse cuenta de la forma de actuar de Sango, se detuvo delante de la gran puerta y la abrió con un gesto rápido y preciso.
- El señor Nelad ha llegado - anunció al interior de la muy iluminada estancia. Había más velas de las que serían necesarias para un lugar como aquel, además de unas extrañas esferas en las paredes que parecían brillar emitiendo luz gracias a algún tipo de hechizo mágico. La mesa estaba dispuesta con una asombrosa vajilla de plata y permanecía vacía todavía, a esperas de que la señora de la casa diese indicación de que la cena fuese servida.
- ¡Sango querido!- la voz especialmente aguda de Justine lo recibió. La mujer se encontraba en la mitad de la estancia, al lado de la mesa hablando con otras dos figuras. Los ojos verdosos de Zakath se alzaron clavándose en la cara de Ben, junto con otra figura. La mujer, vestida en aquella ocasión con un elegante escotado vestido violáceo se apuró a tomar una copa de la mesa llena de un brillante y espumoso líquido anaranjado y cruzó con pasos vivos en dirección al pelirrojo.
- ¡Qué alegría recibirte de nuevo bajo este techo! - lo agasajó parándose delante de él y ofreciéndole la copa para que él la tomase en la mano. Al fondo, la puerta que ambos habían atravesado aquella mañana para pasear por los jardines estaba abierta, y aun en la oscuridad se intuía por la luz que irradiaba el interior del gran salón como reflejaba sobre una figura vestida con ropa de color blanco.
No le dio tiempo a empaparse bien del lujo y la pompa que el salón rezumaba por todas partes pues la voz de Justine le hizo apretar las mandíbulas y clavar sus ojos verdes en ella. Cogió la copa que le tendía.
- ¿De qué vas?- preguntó Ben en un tono que sólo ella pudiera escuchar.
La mujer se rio por toda respuesta, mientras se llevaba la mano a los labios para tapar los dientes de forma decorosa.
- Mucho que celebrar hoy Ben, ¡Mucho que celebrar!- inclinó su propia copa y la chocó con la de Sango produciendo un cristalino sonido que quedó vibrando en el aire. La mujer se giró de cara a sus otros dos invitados y volvió sobre sus pasos para acercarse a ellos.
Miró como se alejaba y luego posó sus ojos en la copa que posó en el primer sitio que pudo. Alzó la cabeza y sus ojos se enfocaron en la blanca figura más allá de la cristalera abierta. Encaminó sus pasos hacia ella.
- Hola- dijo Ben a escasos tres pasos de ella.
La mestiza no se movió. Mantenía la cabeza mirando hacia delante, hacia la oscuridad del jardín ocultando el rostro tras el largo cabello. Los hombros se tensaron de forma visible y permaneció en silencio. Desde dentro, más ruido de copas y sonidos liderados por la estruendosa risa de Justine llenó el aire entre ambos.
- Al final Justine Meyer se sale con la suya- dijo sabiendo lo que decía.
Silencio. Fue entonces cuando Iori se incorporó de su sitio, y cuando Kuro echó a volar. El ave había estado apoyado en la barandilla, entre las manos de la mestiza, oculto, por el cuerpo de la chica y la poca luz del balcón, a ojos de Sango, al que sorprendió y agradó, a partes iguales, verlo allí, con ella.
- Mantener su reputación y su dinero- dijo hablando con voz desapasionada-. Me alegro por ella- parecía sincera, pero había algo duro en su voz.
- ¿Qué te dijo?- preguntó Ben.
Colocó el cabello detrás de la oreja derecha y luego cruzó los brazos sobre el pecho, girándose en la dirección opuesta en la que se encontraba Sango.
- ¿A qué te refieres?- preguntó.
- A qué te dijo Justine para justificar que me echara de su casa- contestó sin apartar los ojos de ella.
Se giró. Aquellas palabras eran el oxígeno que precisaba. El que le había sido negado desde que él se había marchado sin despedirse. Sin ponerse en contacto con ella. Sin darle opción a poder buscarlo para verlo una vez más... Los ojos azules parecieron brillar reflejando toda la luz que había en el gran salón a la espalda de Sango.
- ¿Te echó...?- pronunció mientras dejaba que aquella información transformarse las piezas del puzle que ella había construido en dos días. Unas piezas llenas de incomprensión y... agonía.
- La cena está a punto de ser servida- anunció un pulcro mayordomo desde la puerta.
- Y como no- dijo Sango con tristeza en la mirada-, no te dijo nada- suspiró y los hombros cayeron hacia delante-. Lo siento, Iori.
Dio un paso hacia él, y descruzó los brazos del pecho. Alzó una mano en dirección a la mano de Ben. Insegura. Pero se detuvo antes de hacer contacto.
- Ben...- No sabía cómo expresarse. No sabía qué hacer. Quería enterrarse en él, apretarlo entre los brazos y besarlo hasta que saliese el Sol. Pero sentía miedo de todo el poder que el Héroe tenía en ella. Dos días y una noche lejos de él, y se había sentido morir. Su ausencia había despertado en ella... no, más bien, su presencia había curado en ella un veneno que seguía presente. Una corrupción que la recorría desde aquel templo que la impulsaba a destruir todo a su alrededor. Incluida ella.
- ¡Vosotros dos! ¡No tardéis! - canturreó Justine, de una manera que hacía adivinar que había bebido suficiente para mostrarse más alegre de lo habitual. La mestiza apartó los ojos de él. Miró hacia el interior del salón y apretó los puños para controlar las ganas que tenían sus manos de aferrarse al pelirrojo.
- Vayamos- invitó a Sango antes de caminar para pasar a su lado, en dirección al interior.
Sus ojos no pudieron separarse de ella mientras se sentía decepcionado consigo mismo por no haber impedido que ella fuera utilizada por la señora. Asintió a Iori y haciéndose a un lado la invitó a pasar al interior posándole una mano en el centro de la espalda.
Iori respiró con fuerza entre dientes y emitió un resuello que contuvo un jadeo de dolor. En cuanto Sango rozó su piel ella reaccionó y se giró como haría un gato herido, poniéndose de frente a él y escondiendo su espalda al contacto de Ben. Lo miró con los ojos muy abiertos unos segundos, intentando pensar en cómo reaccionar evitando que el pelirrojo pudiese llegar de cualquier manera a esa zona de nuevo. Lo midió en silencio, intentando ver en él si alguna sombra de comprensión cruzaba su mente, y antes de que la situación se complicase en el balcón Iori tomó las riendas.
- Démonos prisa- susurró antes de escurrirse con rapidez al interior del salón. Justine estaba de pie en la cabecera, riéndose de un comentario que parecía haber realizado la única figura que Sango no conocía en todo el salón. Zakath parecía sereno, con la misma actitud controlada que lucía de forma normal en su vida mientras permanecía a la izquierda de la anfitriona, con el desconocido a su lado. Iori se acercó y permaneció de pie en la silla que había justo a la derecha de Justine libre, dejando el último puesto, a la derecha de Iori, libre, quizá reservado, para Ben.
Ben caminó hasta su sitio con los ojos entornados, sospechando lo que escondía Iori bajo el paño que cubría sus hombros y espalda. Antes de tomar sitio miró a Zakath y le saludó inclinando la cabeza y luego reparó en la otra figura, acercándose a Zakath, apoyó el brazo sobre su hombro con gesto cómplice.
- Así que este es el aguerrido guerrero. Sabes muchacho- comentó con ligereza- me recuerdas mucho a alguien, solo que más moreno- hace un gesto hacia el pelo de Sango. Se gira entonces hacia Zakath-. ¿A ti no te recuerda a alguien, Zak? A otro apuesto y aguerrido guerrero- sonrió dándole un golpecito en el brazo, antes de volverse de nuevo hacía Sango-. Soy Cornelius- se presentó-. El viejo Zak y yo somos... compañeros... de experiencias.
Tras la presentación del hombre que se sentaba junto al maestro, no pudo evitar desviar la mirada hacia Zakath y levantó una ceja más que la otra y que acompañó con una discreta sonrisa. Vaya con tu compañero. Sin esperar respuesta del maestro, volvió los ojos a Cornelius.
- Debe ser por los ojos- contestó Sango antes de inclinar ligeramente la cabeza-. Soy Ben Nelad, me conocen como Sango. Un placer.
La señora de la casa hizo el gesto para que el servicio se pusiera en marcha mientras Zakath resoplaba con algo similar a la resignación. Iori seguía observando fascinada a Cornelius. Parpadeó unos instantes mientras reflexionaba sobre la conexión que había establecido entre maestro y discípulo.
- Deseo que la cena de hoy sea de vuestro agrado. Especialmente deseo mostrar mi gratitud hacia Zakath y Cornelius, sin los cuales estaríamos a merced de los Hesse irremediablemente- la mujer tomó una copa brillante llena de un alcohol dorado que les acababan de servir a los cinco y alzó la mano estirando el brazo hacia el centro de la mesa-. ¡Por la victoria!- dijo con mucha efusividad y una enorme sonrisa en la cara.
- Y por nuestra querida Iori- añadió Cornelius, guiñándole un ojo a la chica-. Pocas personas son capaces de guardar el temple como ella lo ha hecho en presencia de indeseables anfitriones.
Iori alzó la suya y miró a Sango de reojo que alzó la copa pero que no bebió, se limitó a mantener la copa en alto mientras su cabeza le daba vueltas a todo lo que estaba sucediendo. Posó la copa en la mesa y miró a su izquierda, a Iori.
Los ojos azules miraron con incredulidad al elfo, mientras era evidente que consideraba que su papel en la mansión de los Hesse se había limitado a figurar mientras evitaba abrir la boca. Las copas bajaron y Justine apuró la copa mientras Zakath daba un discreto trago. Las manos de la dueña de la casa dieron un par de sonoras palmadas y al instante los miembros de su servicio entraron en el salón. La mestiza apenas tuvo un segundo para preguntarse si el hilo dorado que hacia elegantes filigranas sobre el mantel blanco era oro, cuando el aroma de todos los platos captaron su atención. Aquello parecía un banquete para dos docenas de personas, y en la mesa apenas eran cinco. Las bandejas de plata humeaban, las soperas dejaban el aroma flotando en el aire. Las ensaladeras eran una variada gamas de colores de las más selectas hortalizas y junto a toda la comida, más botellas de vinos de diferentes tonalidades.
- Una cena espero que digna para agasajar a nuestros salvadores de hoy- presentó la mujer.
- Más que agasajo, dispendio- murmuró Zakath con su voz profunda, observando un lechón que acababan de colocar justo frente a Cornelius.
Sango posó la copa en la mesa y clavó sus ojos en Zakath antes de hacer lo mismo con el elfo, Cornelius que escondía una sonrisa tras su copa. Era inútil tratar de imaginar qué habían sido capaz de hacer ellos tres para obtener el resultado tan beneficioso y que se celebraba esa noche. Asintió para sí mismo y decidió dejar que contaran lo que había sucedido.
- ¿Qué ha pasado?- preguntó Ben incapaz de seguir apartando la vista de los abundantes platos que habían servido.
Justine miró de forma triunfal a Sango mientras extendía la palma de su mano en dirección a los guerreros que tenía a su izquierda.
- Retirado o no del servicio, el señor Zakath sigue siendo un hombre de notables talentos y habilidades con los más convenientes contactos.
- Oh, sin duda, puedo asegurar que sus talentos son notables y variados- interrumpió antes de sonreír a Zakath.
- Eh, sí, desde luego que lo son- asintió Justine con una sonrisa que escondió tras la copa que tenía en sus manos-. Juntos han sido capaces de dar un golpe maestro a los Hesse del que me consta que no se van a poder recuperar. Iori querida, recuerda lo que prometiste- instó mirando un instante hacia la muchacha antes de volver la cabeza hacia su izquierda-. Pero a decir verdad ni yo misma conozco en detalle el avance de los hechos esta tarde. ¿Serías tan amables de deleitarnos con la narración de lo sucedido?- preguntó con una radiante sonrisa, mientras sus dedos largos tomaban un canapé de la bandeja cercana.
Zakath alzó la comisura de los labios ligeramente, sin perder detalle de los dos muchachos sentados frente a él. La morena bajó la vista y observo una fuente repleta de finas lonchas de lo que parecía pavo horneado con una salsa de aroma cítrico. La tomó entre los dedos y mirando a Ben un segundo se la ofreció primero a él para que se sirviera. Sango miró a su izquierda mientras la conversación seguía su curso. Aceptó con una media sonrisa la fuente que le tendía Iori y cogió con la mano unas cuantas rodajas de aquella carne de aspecto y aroma que le hacían casi salivar.
- Era preciso acompañar a Iori para negociar el acuerdo del compromiso, y así lo hicimos. La acompañé vestida de virginal prometida para poner el asunto de los términos del contrato sobre la mesa- se detuvo deliberadamente en esa parte, observando con calma a Ben-. Realmente su atuendo es absolutamente fantástico. ¿No crees Ben?- preguntó Zakath.
Se llevó los dedos a la boca para limpiarse y saborear la salsa cuando las palabras de Zakath le interpelaban directamente a él. Desde luego aquel era un hecho inaudito, un cambio de actitud con respecto al último encuentro, no hacía ni una semana. Posó la mano en la mesa y estudió la expresión inmutable de Zakath. Tantas cosas por preguntar. Tantas cosas por saber.
- Se ve fantástico gracias a la persona que lo lleva- contestó sin apartar la mirada-, estoy convencido de que si me lo pusiera yo, la tela se vería como algo horrible- sonrió.
- El encargado de elegirlo tenía buen gusto- comentó Cornelius pinchando un trozo de zanahoria y observándolo como si nunca hubiese visto algo igual-. Está claro que no fue elección tuya, Zak, o habría llevado un saco raído.
Iori dejó la bandeja sobre la mesa y se sirvió un pedazo de carne mientras miraba sorprendida a Zakath antes de dirigirle una mirada acusatoria. El anciano la ignoró y sonrió mas ampliamente ante el comentario de Ben.
- Sin duda- confirmó tras el comentario de Sango y Cornelius, mientras él mismo servía viandas en su plato-. Los Hesse parecían encantados con la idea de poder moldear la cabeza de una sencilla campesina para hacer de ella la señora de la casa que tanto ansiaban. La actuación de Iori como una muchacha cauta y silenciosa les agradó. E hizo que se confiaran. Fue mientras nosotros aprovechábamos el tiempo en aquella conversación que Cornelius fue capaz de llevar acabo su parte- se llevó un buen pedazo de carne a la boca, dando por terminada hasta aquella parte su turno, dejando claro que en ese momento le pasaba el turno de la narración al elfo a su lado.
El elfo se comió la zanahoria con calma, antes de pinchar un trozo de patata y observarla de nuevo con interés.
- No hay mucho que contar- comentó con simpleza-. Entré, accedí a los archivos, hubo un pequeño desastre y me pasé a recoger a Iori y Zak. Así de simple- les sonrió antes de comerse la patata-. Si alguna vez necesitais servicio de refuerzo, dama Meyer, os recomiendo pasaros por la casa Hesse. No les pagan lo suficiente y eso siempre lleva a pequeños despistes... Como dejar que alguien se cuele o que acaben cosas en la comida que no deberían estar allí.
La mujer sorprendió el silencio tras el comentario de Cornelius con unos aplausos rápidos y entusiastas, que dejaron completamente claro que se encontraba en un estado alterado fruto del consumo de alcohol. Ben miraba con los ojos entrecerrados a Cornelius, valorando si sus palabras se referían a alguna suerte de veneno que echó en la comida. Sacudió la cabeza y centró su atención en la dama que le había echado el día anterior.
- ¡Fantástico! ¡Fantástico! ¡Un gran trabajo!- se detuvo y tomó con sus manos las pinzas de servir para colocar sobre el plato de Iori dos lonchas mas de pavo-. Niña, come- la reprendió con tono amable. Alzó la vista para mirar a Sango de nuevo y enarco las cejas adquiriendo un expresión de suficiencia-. Los Hesse estaban tan podridos como Hans. Cornelius encontró información que expone las andanzas en las que esos dos estan metidos de forma innegable. Las cartas del juego han cambiado de lado y los que están en mi mano ahora son ellos- susurró las ultimas palabras con un punto oscuro en la voz-. Ni Iori ni yo seremos arrastradas a un matrimonio que no deseamos, ni perderemos el patrimonio Meyer- sentenció.
- En realidad...- comentó Cornelius-, están en manos del bueno de Zak. Él es el poseedor de la información que sustraje de la casa Hesse. Fue él quien solicitó mis servicios- se dirigió entonces a Sango-. Dime, muchacho, ¿de qué parte del continente eres?
- De Cedralada, a un día al norte de aquí- contestó a Cornelius y esbozó una sonrisa cortés que rápidamente se borró de su rostro al volverse hacia Zakath-. ¿Has pensado en qué pasará si se enteran del robo? Entiendo que podrían dar aviso a la Guardia y aunque tú estés en medio deberían investigar...- frunció el ceño y dejó de hablar en mitad de la frase.
El anciano mastico sin prisa y tomo una de las copas que tenia delante, llena de un vino de color rojo tan oscuro que parecía negro. Tragó y miró a Sango y a Justine de manera alterna. Su maestro no había cambiado nada.
- Lo saben. Salimos de allí tras hacérselo saber. Son conscientes de que tenemos información que los incrimina en nuestro poder y, aunque la señora desease usarlo por motivos personales, sus delitos tienen la suficiente gravedad como para informar a la guardia. Esa mala hierba será erradicada de Lunargenta. Desprovistos del poder que les da su apellido no serán ya una amenaza - concluyó el soldado, dejándose llevar por el sentido de la justicia que lo había guiado desde su juventud de forma férrea.
- Tan recto y formal- murmuró Cornelius en tono zalamero, lo suficientemente alto como para que solo Zakath lo escuchase- ¿Qué opinas tú, Iori?- preguntó entonces a la chica-. ¿Qué harías tú?
- ¿Seguro que no serán una amenaza? Estos ricos son gente peligrosa, han construido su fortuna a base de pisar a mucha gente- habló por encima de las preguntas de Cornelius mientras sus ojos, sorprendidos, se posaban en su plato vacío-. Su honor, el que creen tener- volvió a centrarse en Zakath-, se ha visto ensuciado y habéis tenido la poca prudencia de señalaros como los culpables de su futura desgracia. Te pregunto, Zakath, ¿no temes que tomen represalias? Su apellido aún sirve, contratar a un puñado de desgraciados y armarlos no debería ser un problema para ellos.
El anciano lo miró clavando los ojos en él, desapareciendo de su expresión ligera por una más seria.
- Si los cálculos de este viejo soldado fallan, si estoy errado en mis deducciones, confío en que el Héroe estará listo para salir al paso ante cualquier conflicto que se presente- respondió con un punto frío en la voz, poco hecho a que pusiesen en tela de juicio sus estrategias, especialmente por parte de él.
La mestiza observó al hombre con el que se crió, sintiendo que había algo que se le escapaba hasta que dirigió la vista a Cornelius.
- Si es cierto que están detrás de la muerte de las otras muchachas con las que Dominik estuvo prometido, no creo que por el canal oficial exista una reparación apropiada para…- se detuvo cuando Justine sirvió sobre su plato una buena cantidad de patatas asadas.
- Las hierbas aromáticas que usan para hornearlas le dan un sabor único- la animó a comer, dejando que el alcohol sacase a la campesina hogareña que había sido una vez, hacía mucho tiempo.
- El Héroe confía en que los cálculos no fallen y si lo hacen, no te preocupes, lo arreglaré. Es lo que hago, solucionar los problemas que dejan el resto.
El anciano le mantuvo la vista con el mismo gesto, y terminó desviándola para centrar su atención en lo siguiente que llevaría a su plato.
- Sí, cierto. Como en el asalto a Lunargenta y los Kags- dijo con sencillez, antes de cortar un pedazo de solomillo de ternera que sangró hecho en su punto cuando lo partió.
Sango alzó las cejas y abrió la boca dejando escapar el aire. Había tenido el valor de coger el bastón de mando y liderar la manada de kags hacia el interior de la ciudad. Había corrido bajo la lluvia de flechas que caían desde la muralla. Y había fallado al conducirlos al interior. Y tenía razón. Había fallado. No solo en aquel intento maldito, sino en la elección de sus palabras. Era un error creerse merecedor del título que le daban. Era un error creer que él era capaz de arreglarlo todo. Ben no era así y mostrarse como alguien que no era le dolió más que la puñalada que había recibido hacía unos días en las Catacumbas. No respondió a Zakath. Agachó la cabeza y aceptó lo que le decía su maestro. Y, como siempre, aprendería de las derrotas.
Sus manos se estiraron para alcanzar la fuente más cercana y se sirvió de ella para tratar de quitarle tensión a la conversación. Sin embargo, Cornelius observó el gesto de derrota en el rosto de Sango y decidió intervenir.
- Pareces olvidar, Zakath, que tu también fuiste joven una vez- dijo en tono serio, mirándolo fijamente-. Pero recuerda que mi memoria es mucho más longeva que la tuya y tu pupilo no es el único que ha cometido errores en el pasado. Quizás deberías tener un poco más de consideración con él.
La mirada verde del anciano brilló, cuando miró por primera vez y de forma directa a Cornelius a los ojos desde que había comenzado la cena. Algo no dicho con palabras, pero que intercambió información igualmente entre ellos voló en el espacio que los separaba, hasta que el humano volvió la vista al plato.
Ben había alzado la cabeza y paseaba sus ojos de uno a otro imaginando la relación que había entre ambos. Poniendo, al lado de algunas de las historias que había oído de Zakath, al elfo que ahora se sentaba a su lado. Apenas bastaron unas palabras, la entonación adecuada y una mirada para que ambos se entendieran a la perfección. Comprendió entonces que aquella era una relación de muchos años y de mucha confianza. Ben apartó los fantasmas del pasado y sonrió levemente.
- La sabiduría de los elfos- respondió lacónicamente, como forma de darle la razón a Cornelius. Solo ambos sabían hasta donde habían llegado los errores de Zakath en su pasado.
- ¿Qué planes tenéis, entonces, en Lunargenta? Parece que tenéis una relación de hace años, una muy cercana- apuntó Justine-. Sobra decir que si no tenéis techo todavía en la ciudad, en está humilde propiedad disponéis de habitaciones si es vuestro deseo- invitó mirando a ambos.
- Y Sango también- se apresuró a decir Iori como quien anuncia lluvia al día siguiente.
- Desde luego, desde luego- asintió la señora de la casa sin encontrar, esa noche, un solo pero a nada.
Los ojos azules de la mestiza miraron hacia su lado, clavando la vista en las manos de Ben pero sin ser capaz de mirar más arriba. Fue su mano la que rozo entonces el regazo del pelirrojo, con inseguridad ante el contacto y como podría reaccionar él. Que asintió levemente sin ser capaz de decir nada más.
La cena transcurrió sin más hechos reseñables salvo la exquisitez de la comida y las abundantes raciones que habían servido. Ben comió con ganas, y compartió parte de sus vivencias más conocidas con los comensales, conoció mejor a Cornelius e incluso a Zakath con quien nunca había tenido ocasión de compartir algo parecido más allá de conversaciones bajo los pórticos de la academia, y luchas con armas o sin ellas. Casi daba la sensación de estar viviendo un día normal en casa. Casi.
Con los postres y tras haberse retirado Justine, con ayuda de Charles, fue el turno de Cornelius y Zakath de retirarse no sin antes la necesidad de dejar claro que necesitaban hablar con ellos al día siguiente. Iori se había levantado para despedirse de ellos. Sango se había limitado a hacer una leve reverencia mientras saboreaba el excelente zumo que sirvieron con los postres.
Y al fin. Dos días después, volvieron a quedarse a solas, con tiempo para ellos, para estar juntos.
- ¿Sango?- llamó Debacle-. Es evidente que no estás bien- observó con cautela.
- Es la falta de corazón de las clases pudientes. Es el oro que inunda su ser, nubla su juicio y solo actúan en favor de la moneda. Es una clase que si desapareciera, el mundo, quizá, sería un lugar mejor, un mundo honorable, donde no hubiera verdades oculta, dobles intenciones, traiciones. Debacle, el mundo lo dirige la moneda y eso... Eso es una mierda.
Sango se miró las manos que descansaban sobre el murete de piedra en el que estaba apoyado. Habían tenido una conversación muy provechosa con los voluntarios que querían acompañarles a Zelirica. Había entusiasmo y buen corazón en todos ellos, sin embargo, las malas noticias que traía Debacle prefirió guardarlas hasta evaluar la situación en campo y bueno, tampoco querían perder el escaso apoyo humano que habían conseguido. Además de los voluntarios, habían conseguido, según palabras de Debacle, un cargamento extraordinario de ayuda humanitaria. Y aun así, ella seguía siendo objeto de su crítica.
- Pueden mandar cargamentos de ayuda, pero al haber echado a esos niños de su hogares han demostrado que son de la peor calaña que uno pueda encontrarse. En un campo de batalla las cosas son relativamente sencillas: tienes a alguien enfrente que te quiere matar. Aquí, en la ciudad, las cosas son distintas: te ayudan a levantarte con una mano, pero con la otra tantean tus bolsillos o te clavan un puñal a traición o te acosan hasta que te pliegas a su voluntad. Es una sociedad corrompida por el dinero. ¿Desde cuándo una moneda de oro es más importante que el favor de Odín? ¿Desde cuando la riqueza es más importante que el amor hacia las personas que quieres? ¿Qué clase de mundo hemos dejado que construyan?
Sabía que Debacle le miraba incapaz de decir nada, quizá intimidada por la deriva del discurso de Sango, quizá no compartía su opinión, o puede que estuviera reflexionando pero le daba la sensación de que muchas veces callaba cosas que quería decir si estas no estaban relacionadas con el tema militar. Ben suspiró y se separó del murete para volverse en dirección contraria a Debacle y echar a andar para verse abordado, casi de inmediato, por una figura joven con ropajes parduzcos, discretos.
- ¿Señor Nelad? Me han encargado transmitirle el deseo de la dama Justine Meyer para que cene en su segunda residencia.
Ben miró al chaval con los ojos entrecerrados mientras la calma caótica de su cabeza se volvía un torbellino de sentimientos encontrados. Asintió levemente.
- Bien, dentro de dos campanadas. Le estarán esperando en la entrada. Que tengan buen día- dijo apretando el ritmo y escurriéndose entre la gente.
Debacle estaba a su lado, mirándole con las cejas alzadas y un principio de sonrisa en su rostro. Le echó un vistazo de arriba a abajo y ladeó la cabeza.
- Necesito algo de ropa- dijo Sango ante el asentimiento de una sonriente Debacle.
[...]
Charles fue el encargado de recibir a la puerta del Palacete a Sango. Observó con un brillo en los ojos al Héroe pero la forma en la que apretaba los labios no parecía evidenciar del todo la alegría que sentía al verlo a él allí. Ben vestía con una camisa verde, pantalones oscuros y unas botas altas. En su cintura colgaban las armas y la capa caía desde sus hombros.
- Señor Nelad, justo a tiempo. Todo está preparado para la cena- inclinó la cabeza mientras extendía una mano señalando el camino que él mismo abriría para conducirlo al gran salón.
- Claro, claro- murmuró Sango tras Charles.
El eficiente mayordomo avanzó por el Palacete, dejando ver que el movimiento y actividad que había en él resultaba igual de acogedor que en los días previos. Nada parecía haber cambiado. Si bien, se percibían en el ambiente un aire distendido, una contenida felicidad que parecía sentirse por parte de todos los trabajadores. Siendo esto evidente, Charles comentó.
- La señora Justine está especialmente contenta hoy. Es su deseo celebrar con sus invitados- explicó enfilando el pasillo en el que se encontraba el gran salón.
- Pensaba que mi señora se había cansado de tenerme como invitado- comentó Ben escondiendo las armas bajo la capa-. ¿Se puede saber el motivo de tal felicidad?- preguntó Sango fijando la mirada en la espalda del mayordomo. Charles carraspeó, escogiendo bien sus palabras.
- Esta tarde tuvo lugar la reunión sobre el compromiso de la señorita Iori con el joven Hesse. El resultado de las negociaciones ha resultado ventajoso para la señora Justine- resumió sin entrar en detalles.
Los pasos de Sango se tornaron erráticos por un momento, coincidiendo con una desconexión que se produjo entre sus pensamientos y el resto de sus sentidos. No dijo nada. Siguió caminando tras Charles. El mayordomo, que no pareció darse cuenta de la forma de actuar de Sango, se detuvo delante de la gran puerta y la abrió con un gesto rápido y preciso.
- El señor Nelad ha llegado - anunció al interior de la muy iluminada estancia. Había más velas de las que serían necesarias para un lugar como aquel, además de unas extrañas esferas en las paredes que parecían brillar emitiendo luz gracias a algún tipo de hechizo mágico. La mesa estaba dispuesta con una asombrosa vajilla de plata y permanecía vacía todavía, a esperas de que la señora de la casa diese indicación de que la cena fuese servida.
- ¡Sango querido!- la voz especialmente aguda de Justine lo recibió. La mujer se encontraba en la mitad de la estancia, al lado de la mesa hablando con otras dos figuras. Los ojos verdosos de Zakath se alzaron clavándose en la cara de Ben, junto con otra figura. La mujer, vestida en aquella ocasión con un elegante escotado vestido violáceo se apuró a tomar una copa de la mesa llena de un brillante y espumoso líquido anaranjado y cruzó con pasos vivos en dirección al pelirrojo.
- ¡Qué alegría recibirte de nuevo bajo este techo! - lo agasajó parándose delante de él y ofreciéndole la copa para que él la tomase en la mano. Al fondo, la puerta que ambos habían atravesado aquella mañana para pasear por los jardines estaba abierta, y aun en la oscuridad se intuía por la luz que irradiaba el interior del gran salón como reflejaba sobre una figura vestida con ropa de color blanco.
No le dio tiempo a empaparse bien del lujo y la pompa que el salón rezumaba por todas partes pues la voz de Justine le hizo apretar las mandíbulas y clavar sus ojos verdes en ella. Cogió la copa que le tendía.
- ¿De qué vas?- preguntó Ben en un tono que sólo ella pudiera escuchar.
La mujer se rio por toda respuesta, mientras se llevaba la mano a los labios para tapar los dientes de forma decorosa.
- Mucho que celebrar hoy Ben, ¡Mucho que celebrar!- inclinó su propia copa y la chocó con la de Sango produciendo un cristalino sonido que quedó vibrando en el aire. La mujer se giró de cara a sus otros dos invitados y volvió sobre sus pasos para acercarse a ellos.
Miró como se alejaba y luego posó sus ojos en la copa que posó en el primer sitio que pudo. Alzó la cabeza y sus ojos se enfocaron en la blanca figura más allá de la cristalera abierta. Encaminó sus pasos hacia ella.
- Hola- dijo Ben a escasos tres pasos de ella.
La mestiza no se movió. Mantenía la cabeza mirando hacia delante, hacia la oscuridad del jardín ocultando el rostro tras el largo cabello. Los hombros se tensaron de forma visible y permaneció en silencio. Desde dentro, más ruido de copas y sonidos liderados por la estruendosa risa de Justine llenó el aire entre ambos.
- Al final Justine Meyer se sale con la suya- dijo sabiendo lo que decía.
Silencio. Fue entonces cuando Iori se incorporó de su sitio, y cuando Kuro echó a volar. El ave había estado apoyado en la barandilla, entre las manos de la mestiza, oculto, por el cuerpo de la chica y la poca luz del balcón, a ojos de Sango, al que sorprendió y agradó, a partes iguales, verlo allí, con ella.
- Mantener su reputación y su dinero- dijo hablando con voz desapasionada-. Me alegro por ella- parecía sincera, pero había algo duro en su voz.
- ¿Qué te dijo?- preguntó Ben.
Colocó el cabello detrás de la oreja derecha y luego cruzó los brazos sobre el pecho, girándose en la dirección opuesta en la que se encontraba Sango.
- ¿A qué te refieres?- preguntó.
- A qué te dijo Justine para justificar que me echara de su casa- contestó sin apartar los ojos de ella.
Se giró. Aquellas palabras eran el oxígeno que precisaba. El que le había sido negado desde que él se había marchado sin despedirse. Sin ponerse en contacto con ella. Sin darle opción a poder buscarlo para verlo una vez más... Los ojos azules parecieron brillar reflejando toda la luz que había en el gran salón a la espalda de Sango.
- ¿Te echó...?- pronunció mientras dejaba que aquella información transformarse las piezas del puzle que ella había construido en dos días. Unas piezas llenas de incomprensión y... agonía.
- La cena está a punto de ser servida- anunció un pulcro mayordomo desde la puerta.
- Y como no- dijo Sango con tristeza en la mirada-, no te dijo nada- suspiró y los hombros cayeron hacia delante-. Lo siento, Iori.
Dio un paso hacia él, y descruzó los brazos del pecho. Alzó una mano en dirección a la mano de Ben. Insegura. Pero se detuvo antes de hacer contacto.
- Ben...- No sabía cómo expresarse. No sabía qué hacer. Quería enterrarse en él, apretarlo entre los brazos y besarlo hasta que saliese el Sol. Pero sentía miedo de todo el poder que el Héroe tenía en ella. Dos días y una noche lejos de él, y se había sentido morir. Su ausencia había despertado en ella... no, más bien, su presencia había curado en ella un veneno que seguía presente. Una corrupción que la recorría desde aquel templo que la impulsaba a destruir todo a su alrededor. Incluida ella.
- ¡Vosotros dos! ¡No tardéis! - canturreó Justine, de una manera que hacía adivinar que había bebido suficiente para mostrarse más alegre de lo habitual. La mestiza apartó los ojos de él. Miró hacia el interior del salón y apretó los puños para controlar las ganas que tenían sus manos de aferrarse al pelirrojo.
- Vayamos- invitó a Sango antes de caminar para pasar a su lado, en dirección al interior.
Sus ojos no pudieron separarse de ella mientras se sentía decepcionado consigo mismo por no haber impedido que ella fuera utilizada por la señora. Asintió a Iori y haciéndose a un lado la invitó a pasar al interior posándole una mano en el centro de la espalda.
Iori respiró con fuerza entre dientes y emitió un resuello que contuvo un jadeo de dolor. En cuanto Sango rozó su piel ella reaccionó y se giró como haría un gato herido, poniéndose de frente a él y escondiendo su espalda al contacto de Ben. Lo miró con los ojos muy abiertos unos segundos, intentando pensar en cómo reaccionar evitando que el pelirrojo pudiese llegar de cualquier manera a esa zona de nuevo. Lo midió en silencio, intentando ver en él si alguna sombra de comprensión cruzaba su mente, y antes de que la situación se complicase en el balcón Iori tomó las riendas.
- Démonos prisa- susurró antes de escurrirse con rapidez al interior del salón. Justine estaba de pie en la cabecera, riéndose de un comentario que parecía haber realizado la única figura que Sango no conocía en todo el salón. Zakath parecía sereno, con la misma actitud controlada que lucía de forma normal en su vida mientras permanecía a la izquierda de la anfitriona, con el desconocido a su lado. Iori se acercó y permaneció de pie en la silla que había justo a la derecha de Justine libre, dejando el último puesto, a la derecha de Iori, libre, quizá reservado, para Ben.
Ben caminó hasta su sitio con los ojos entornados, sospechando lo que escondía Iori bajo el paño que cubría sus hombros y espalda. Antes de tomar sitio miró a Zakath y le saludó inclinando la cabeza y luego reparó en la otra figura, acercándose a Zakath, apoyó el brazo sobre su hombro con gesto cómplice.
- Así que este es el aguerrido guerrero. Sabes muchacho- comentó con ligereza- me recuerdas mucho a alguien, solo que más moreno- hace un gesto hacia el pelo de Sango. Se gira entonces hacia Zakath-. ¿A ti no te recuerda a alguien, Zak? A otro apuesto y aguerrido guerrero- sonrió dándole un golpecito en el brazo, antes de volverse de nuevo hacía Sango-. Soy Cornelius- se presentó-. El viejo Zak y yo somos... compañeros... de experiencias.
Tras la presentación del hombre que se sentaba junto al maestro, no pudo evitar desviar la mirada hacia Zakath y levantó una ceja más que la otra y que acompañó con una discreta sonrisa. Vaya con tu compañero. Sin esperar respuesta del maestro, volvió los ojos a Cornelius.
- Debe ser por los ojos- contestó Sango antes de inclinar ligeramente la cabeza-. Soy Ben Nelad, me conocen como Sango. Un placer.
La señora de la casa hizo el gesto para que el servicio se pusiera en marcha mientras Zakath resoplaba con algo similar a la resignación. Iori seguía observando fascinada a Cornelius. Parpadeó unos instantes mientras reflexionaba sobre la conexión que había establecido entre maestro y discípulo.
- Deseo que la cena de hoy sea de vuestro agrado. Especialmente deseo mostrar mi gratitud hacia Zakath y Cornelius, sin los cuales estaríamos a merced de los Hesse irremediablemente- la mujer tomó una copa brillante llena de un alcohol dorado que les acababan de servir a los cinco y alzó la mano estirando el brazo hacia el centro de la mesa-. ¡Por la victoria!- dijo con mucha efusividad y una enorme sonrisa en la cara.
- Y por nuestra querida Iori- añadió Cornelius, guiñándole un ojo a la chica-. Pocas personas son capaces de guardar el temple como ella lo ha hecho en presencia de indeseables anfitriones.
Iori alzó la suya y miró a Sango de reojo que alzó la copa pero que no bebió, se limitó a mantener la copa en alto mientras su cabeza le daba vueltas a todo lo que estaba sucediendo. Posó la copa en la mesa y miró a su izquierda, a Iori.
Los ojos azules miraron con incredulidad al elfo, mientras era evidente que consideraba que su papel en la mansión de los Hesse se había limitado a figurar mientras evitaba abrir la boca. Las copas bajaron y Justine apuró la copa mientras Zakath daba un discreto trago. Las manos de la dueña de la casa dieron un par de sonoras palmadas y al instante los miembros de su servicio entraron en el salón. La mestiza apenas tuvo un segundo para preguntarse si el hilo dorado que hacia elegantes filigranas sobre el mantel blanco era oro, cuando el aroma de todos los platos captaron su atención. Aquello parecía un banquete para dos docenas de personas, y en la mesa apenas eran cinco. Las bandejas de plata humeaban, las soperas dejaban el aroma flotando en el aire. Las ensaladeras eran una variada gamas de colores de las más selectas hortalizas y junto a toda la comida, más botellas de vinos de diferentes tonalidades.
- Una cena espero que digna para agasajar a nuestros salvadores de hoy- presentó la mujer.
- Más que agasajo, dispendio- murmuró Zakath con su voz profunda, observando un lechón que acababan de colocar justo frente a Cornelius.
Sango posó la copa en la mesa y clavó sus ojos en Zakath antes de hacer lo mismo con el elfo, Cornelius que escondía una sonrisa tras su copa. Era inútil tratar de imaginar qué habían sido capaz de hacer ellos tres para obtener el resultado tan beneficioso y que se celebraba esa noche. Asintió para sí mismo y decidió dejar que contaran lo que había sucedido.
- ¿Qué ha pasado?- preguntó Ben incapaz de seguir apartando la vista de los abundantes platos que habían servido.
Justine miró de forma triunfal a Sango mientras extendía la palma de su mano en dirección a los guerreros que tenía a su izquierda.
- Retirado o no del servicio, el señor Zakath sigue siendo un hombre de notables talentos y habilidades con los más convenientes contactos.
- Oh, sin duda, puedo asegurar que sus talentos son notables y variados- interrumpió antes de sonreír a Zakath.
- Eh, sí, desde luego que lo son- asintió Justine con una sonrisa que escondió tras la copa que tenía en sus manos-. Juntos han sido capaces de dar un golpe maestro a los Hesse del que me consta que no se van a poder recuperar. Iori querida, recuerda lo que prometiste- instó mirando un instante hacia la muchacha antes de volver la cabeza hacia su izquierda-. Pero a decir verdad ni yo misma conozco en detalle el avance de los hechos esta tarde. ¿Serías tan amables de deleitarnos con la narración de lo sucedido?- preguntó con una radiante sonrisa, mientras sus dedos largos tomaban un canapé de la bandeja cercana.
Zakath alzó la comisura de los labios ligeramente, sin perder detalle de los dos muchachos sentados frente a él. La morena bajó la vista y observo una fuente repleta de finas lonchas de lo que parecía pavo horneado con una salsa de aroma cítrico. La tomó entre los dedos y mirando a Ben un segundo se la ofreció primero a él para que se sirviera. Sango miró a su izquierda mientras la conversación seguía su curso. Aceptó con una media sonrisa la fuente que le tendía Iori y cogió con la mano unas cuantas rodajas de aquella carne de aspecto y aroma que le hacían casi salivar.
- Era preciso acompañar a Iori para negociar el acuerdo del compromiso, y así lo hicimos. La acompañé vestida de virginal prometida para poner el asunto de los términos del contrato sobre la mesa- se detuvo deliberadamente en esa parte, observando con calma a Ben-. Realmente su atuendo es absolutamente fantástico. ¿No crees Ben?- preguntó Zakath.
Se llevó los dedos a la boca para limpiarse y saborear la salsa cuando las palabras de Zakath le interpelaban directamente a él. Desde luego aquel era un hecho inaudito, un cambio de actitud con respecto al último encuentro, no hacía ni una semana. Posó la mano en la mesa y estudió la expresión inmutable de Zakath. Tantas cosas por preguntar. Tantas cosas por saber.
- Se ve fantástico gracias a la persona que lo lleva- contestó sin apartar la mirada-, estoy convencido de que si me lo pusiera yo, la tela se vería como algo horrible- sonrió.
- El encargado de elegirlo tenía buen gusto- comentó Cornelius pinchando un trozo de zanahoria y observándolo como si nunca hubiese visto algo igual-. Está claro que no fue elección tuya, Zak, o habría llevado un saco raído.
Iori dejó la bandeja sobre la mesa y se sirvió un pedazo de carne mientras miraba sorprendida a Zakath antes de dirigirle una mirada acusatoria. El anciano la ignoró y sonrió mas ampliamente ante el comentario de Ben.
- Sin duda- confirmó tras el comentario de Sango y Cornelius, mientras él mismo servía viandas en su plato-. Los Hesse parecían encantados con la idea de poder moldear la cabeza de una sencilla campesina para hacer de ella la señora de la casa que tanto ansiaban. La actuación de Iori como una muchacha cauta y silenciosa les agradó. E hizo que se confiaran. Fue mientras nosotros aprovechábamos el tiempo en aquella conversación que Cornelius fue capaz de llevar acabo su parte- se llevó un buen pedazo de carne a la boca, dando por terminada hasta aquella parte su turno, dejando claro que en ese momento le pasaba el turno de la narración al elfo a su lado.
El elfo se comió la zanahoria con calma, antes de pinchar un trozo de patata y observarla de nuevo con interés.
- No hay mucho que contar- comentó con simpleza-. Entré, accedí a los archivos, hubo un pequeño desastre y me pasé a recoger a Iori y Zak. Así de simple- les sonrió antes de comerse la patata-. Si alguna vez necesitais servicio de refuerzo, dama Meyer, os recomiendo pasaros por la casa Hesse. No les pagan lo suficiente y eso siempre lleva a pequeños despistes... Como dejar que alguien se cuele o que acaben cosas en la comida que no deberían estar allí.
La mujer sorprendió el silencio tras el comentario de Cornelius con unos aplausos rápidos y entusiastas, que dejaron completamente claro que se encontraba en un estado alterado fruto del consumo de alcohol. Ben miraba con los ojos entrecerrados a Cornelius, valorando si sus palabras se referían a alguna suerte de veneno que echó en la comida. Sacudió la cabeza y centró su atención en la dama que le había echado el día anterior.
- ¡Fantástico! ¡Fantástico! ¡Un gran trabajo!- se detuvo y tomó con sus manos las pinzas de servir para colocar sobre el plato de Iori dos lonchas mas de pavo-. Niña, come- la reprendió con tono amable. Alzó la vista para mirar a Sango de nuevo y enarco las cejas adquiriendo un expresión de suficiencia-. Los Hesse estaban tan podridos como Hans. Cornelius encontró información que expone las andanzas en las que esos dos estan metidos de forma innegable. Las cartas del juego han cambiado de lado y los que están en mi mano ahora son ellos- susurró las ultimas palabras con un punto oscuro en la voz-. Ni Iori ni yo seremos arrastradas a un matrimonio que no deseamos, ni perderemos el patrimonio Meyer- sentenció.
- En realidad...- comentó Cornelius-, están en manos del bueno de Zak. Él es el poseedor de la información que sustraje de la casa Hesse. Fue él quien solicitó mis servicios- se dirigió entonces a Sango-. Dime, muchacho, ¿de qué parte del continente eres?
- De Cedralada, a un día al norte de aquí- contestó a Cornelius y esbozó una sonrisa cortés que rápidamente se borró de su rostro al volverse hacia Zakath-. ¿Has pensado en qué pasará si se enteran del robo? Entiendo que podrían dar aviso a la Guardia y aunque tú estés en medio deberían investigar...- frunció el ceño y dejó de hablar en mitad de la frase.
El anciano mastico sin prisa y tomo una de las copas que tenia delante, llena de un vino de color rojo tan oscuro que parecía negro. Tragó y miró a Sango y a Justine de manera alterna. Su maestro no había cambiado nada.
- Lo saben. Salimos de allí tras hacérselo saber. Son conscientes de que tenemos información que los incrimina en nuestro poder y, aunque la señora desease usarlo por motivos personales, sus delitos tienen la suficiente gravedad como para informar a la guardia. Esa mala hierba será erradicada de Lunargenta. Desprovistos del poder que les da su apellido no serán ya una amenaza - concluyó el soldado, dejándose llevar por el sentido de la justicia que lo había guiado desde su juventud de forma férrea.
- Tan recto y formal- murmuró Cornelius en tono zalamero, lo suficientemente alto como para que solo Zakath lo escuchase- ¿Qué opinas tú, Iori?- preguntó entonces a la chica-. ¿Qué harías tú?
- ¿Seguro que no serán una amenaza? Estos ricos son gente peligrosa, han construido su fortuna a base de pisar a mucha gente- habló por encima de las preguntas de Cornelius mientras sus ojos, sorprendidos, se posaban en su plato vacío-. Su honor, el que creen tener- volvió a centrarse en Zakath-, se ha visto ensuciado y habéis tenido la poca prudencia de señalaros como los culpables de su futura desgracia. Te pregunto, Zakath, ¿no temes que tomen represalias? Su apellido aún sirve, contratar a un puñado de desgraciados y armarlos no debería ser un problema para ellos.
El anciano lo miró clavando los ojos en él, desapareciendo de su expresión ligera por una más seria.
- Si los cálculos de este viejo soldado fallan, si estoy errado en mis deducciones, confío en que el Héroe estará listo para salir al paso ante cualquier conflicto que se presente- respondió con un punto frío en la voz, poco hecho a que pusiesen en tela de juicio sus estrategias, especialmente por parte de él.
La mestiza observó al hombre con el que se crió, sintiendo que había algo que se le escapaba hasta que dirigió la vista a Cornelius.
- Si es cierto que están detrás de la muerte de las otras muchachas con las que Dominik estuvo prometido, no creo que por el canal oficial exista una reparación apropiada para…- se detuvo cuando Justine sirvió sobre su plato una buena cantidad de patatas asadas.
- Las hierbas aromáticas que usan para hornearlas le dan un sabor único- la animó a comer, dejando que el alcohol sacase a la campesina hogareña que había sido una vez, hacía mucho tiempo.
- El Héroe confía en que los cálculos no fallen y si lo hacen, no te preocupes, lo arreglaré. Es lo que hago, solucionar los problemas que dejan el resto.
El anciano le mantuvo la vista con el mismo gesto, y terminó desviándola para centrar su atención en lo siguiente que llevaría a su plato.
- Sí, cierto. Como en el asalto a Lunargenta y los Kags- dijo con sencillez, antes de cortar un pedazo de solomillo de ternera que sangró hecho en su punto cuando lo partió.
Sango alzó las cejas y abrió la boca dejando escapar el aire. Había tenido el valor de coger el bastón de mando y liderar la manada de kags hacia el interior de la ciudad. Había corrido bajo la lluvia de flechas que caían desde la muralla. Y había fallado al conducirlos al interior. Y tenía razón. Había fallado. No solo en aquel intento maldito, sino en la elección de sus palabras. Era un error creerse merecedor del título que le daban. Era un error creer que él era capaz de arreglarlo todo. Ben no era así y mostrarse como alguien que no era le dolió más que la puñalada que había recibido hacía unos días en las Catacumbas. No respondió a Zakath. Agachó la cabeza y aceptó lo que le decía su maestro. Y, como siempre, aprendería de las derrotas.
Sus manos se estiraron para alcanzar la fuente más cercana y se sirvió de ella para tratar de quitarle tensión a la conversación. Sin embargo, Cornelius observó el gesto de derrota en el rosto de Sango y decidió intervenir.
- Pareces olvidar, Zakath, que tu también fuiste joven una vez- dijo en tono serio, mirándolo fijamente-. Pero recuerda que mi memoria es mucho más longeva que la tuya y tu pupilo no es el único que ha cometido errores en el pasado. Quizás deberías tener un poco más de consideración con él.
La mirada verde del anciano brilló, cuando miró por primera vez y de forma directa a Cornelius a los ojos desde que había comenzado la cena. Algo no dicho con palabras, pero que intercambió información igualmente entre ellos voló en el espacio que los separaba, hasta que el humano volvió la vista al plato.
Ben había alzado la cabeza y paseaba sus ojos de uno a otro imaginando la relación que había entre ambos. Poniendo, al lado de algunas de las historias que había oído de Zakath, al elfo que ahora se sentaba a su lado. Apenas bastaron unas palabras, la entonación adecuada y una mirada para que ambos se entendieran a la perfección. Comprendió entonces que aquella era una relación de muchos años y de mucha confianza. Ben apartó los fantasmas del pasado y sonrió levemente.
- La sabiduría de los elfos- respondió lacónicamente, como forma de darle la razón a Cornelius. Solo ambos sabían hasta donde habían llegado los errores de Zakath en su pasado.
- ¿Qué planes tenéis, entonces, en Lunargenta? Parece que tenéis una relación de hace años, una muy cercana- apuntó Justine-. Sobra decir que si no tenéis techo todavía en la ciudad, en está humilde propiedad disponéis de habitaciones si es vuestro deseo- invitó mirando a ambos.
- Y Sango también- se apresuró a decir Iori como quien anuncia lluvia al día siguiente.
- Desde luego, desde luego- asintió la señora de la casa sin encontrar, esa noche, un solo pero a nada.
Los ojos azules de la mestiza miraron hacia su lado, clavando la vista en las manos de Ben pero sin ser capaz de mirar más arriba. Fue su mano la que rozo entonces el regazo del pelirrojo, con inseguridad ante el contacto y como podría reaccionar él. Que asintió levemente sin ser capaz de decir nada más.
[...]
La cena transcurrió sin más hechos reseñables salvo la exquisitez de la comida y las abundantes raciones que habían servido. Ben comió con ganas, y compartió parte de sus vivencias más conocidas con los comensales, conoció mejor a Cornelius e incluso a Zakath con quien nunca había tenido ocasión de compartir algo parecido más allá de conversaciones bajo los pórticos de la academia, y luchas con armas o sin ellas. Casi daba la sensación de estar viviendo un día normal en casa. Casi.
Con los postres y tras haberse retirado Justine, con ayuda de Charles, fue el turno de Cornelius y Zakath de retirarse no sin antes la necesidad de dejar claro que necesitaban hablar con ellos al día siguiente. Iori se había levantado para despedirse de ellos. Sango se había limitado a hacer una leve reverencia mientras saboreaba el excelente zumo que sirvieron con los postres.
Y al fin. Dos días después, volvieron a quedarse a solas, con tiempo para ellos, para estar juntos.
Sango
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