Cruzando el mar [Privado]
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Cruzando el mar [Privado]
Sus botas se detuvieron con un sonido notorio cuando la mestiza vio justamente a la persona que buscaba en aquel lugar. Estaba de espaldas, riendo abiertamente de aquella forma tan encantadora. Lo controlaba a voluntad, Iori había visto como lo hacía varias decenas de veces. En una época que parecía pertenecer a la vida de otra persona.
Se apoyó con gesto distendido en la barra de madera gastada que se extendía hasta el fondo de la taberna de Karen sin apartar la vista de ella. La dragona seguía mostrando aquella energía arrolladora, haciendo que quisiera o no, las miradas de quienes la rodeaban se centrasen en ella.
- ¡Hola! ¿Qué te pongo? - Un muchacho demasiado joven la miró con unos ojos oscuros chispeantes desde el otro lado del mesado.
- A ella. - respondió señalando con un movimiento de mentón hacia Karen. - Y una cerveza, en la jarra más grande que tengas -
- Desde luego. - le dedicó una gran sonrisa y se giró hacia la zona de bebidas - ¡Jefa! Alguien te llama por aquí - gritó elevando el tono para hacerse oír por encima del ambiente de la taberna.
La drona miró por encima del hombro, y la mira de ambas se conectó en el aire. Iori hizo un leve gesto de reconocimiento, mientras que la dragona de pelo rubio abría desmesuradamente los ojos.
Cruzó los metros que las separaban en segundos, y la jarra de cerveza y ella llegaron a la vez a la altura de Iori.
- ¡¡Tú!! - bramó la rubia inclinándose hacia ella.
- Yo - respondió Iori, tomando la jarra para dar un par de profundos tragos. Notó el amargar bajar por su garganta y reprimió un gesto de disgusto ante aquel sabor. La dragona la observó, con expresión anonadada.
- ¿¡Pero en serio!? Quiero decir, ¡Iori nena! ¿¿Qué ha sido de ti?? Tras lo de Isla Tortuga y aquellos elfos no volví a saber nada. No esperaba verte aquí, pero... ¡Mírate! Tienes una pinta horrible... - extendió la mano hacia la muñeca de la mestiza. Justo hacia el lugar en el que el último de sus cortes permanecía cubierto por una venda teñida con el color de la sangre que había contenido. - ¿Qué te ha pasado? - preguntó rozándola.
Y la morena se alejó. Retiró el brazo clavando los ojos en ella, con una expresión peligrosa. Karen se quedó quieta, mirando de nuevo a Iori, como si no la reconociera realmente.
- Varias cosas. No tiene sentido hablar de ello ahora. Necesito tu ayuda. Necesito información. Estoy buscando a alguien. - volvió a inclinar la jarra sobre sus labios y la situó al bajar entre el cuerpo de ambas.
- Iori.. ¿En qué estás metida? Pensaba que quería dejar la aventura de los caminos, volver a tu aldea...- su voz sonó apenada. - Espera un momento, ¿estás bebiendo cerveza? - el estupor se hizo visible tanto en su voz como en su cara. - ¿¡Iori?! -
- Se llama Hans. Es un afamado comerciante. Su base principal se encuentra en Lunargenta pero tiene numerosos trabajadores moviendo sus mercancías por la península. Necesito toda la información que me puedas proporcionar de él. - narró mirándola fijamente, para asegurarse de que la comprendía.
- Iori... - la voz de Karen, su mirada, estaban cargadas de una preocupación que pusieron en alerta a la mestiza. La incomodidad que sintió ante su reacción la hizo incorporarse dejando la jarra a un lado.
- No estoy aquí para conseguir tu compasión. Quiero información. La buscaré en otro lugar - zanjó colocando un par de monedas sobre la mesa, lista para marchar.
- ¡Demonios muchacha! dame un respiro. ¿Crees que te puedes presentar aquí así? ¿Cómo si fueses la sombra de lo que eras y hablarme de esa manera? - La dragona estaba comenzando a enfadarse. Y Iori la conocía poco, pero lo suficiente como para saber que aquello no era buena idea. - A ver, déjame pensar... Hans...- bajó el tono de voz y llevó la mano a su mentón en gesto reflexivo, sin apartar los ojos claros de la morena.
Se apoyó con gesto distendido en la barra de madera gastada que se extendía hasta el fondo de la taberna de Karen sin apartar la vista de ella. La dragona seguía mostrando aquella energía arrolladora, haciendo que quisiera o no, las miradas de quienes la rodeaban se centrasen en ella.
- ¡Hola! ¿Qué te pongo? - Un muchacho demasiado joven la miró con unos ojos oscuros chispeantes desde el otro lado del mesado.
- A ella. - respondió señalando con un movimiento de mentón hacia Karen. - Y una cerveza, en la jarra más grande que tengas -
- Desde luego. - le dedicó una gran sonrisa y se giró hacia la zona de bebidas - ¡Jefa! Alguien te llama por aquí - gritó elevando el tono para hacerse oír por encima del ambiente de la taberna.
La drona miró por encima del hombro, y la mira de ambas se conectó en el aire. Iori hizo un leve gesto de reconocimiento, mientras que la dragona de pelo rubio abría desmesuradamente los ojos.
Cruzó los metros que las separaban en segundos, y la jarra de cerveza y ella llegaron a la vez a la altura de Iori.
- ¡¡Tú!! - bramó la rubia inclinándose hacia ella.
- Yo - respondió Iori, tomando la jarra para dar un par de profundos tragos. Notó el amargar bajar por su garganta y reprimió un gesto de disgusto ante aquel sabor. La dragona la observó, con expresión anonadada.
- ¿¡Pero en serio!? Quiero decir, ¡Iori nena! ¿¿Qué ha sido de ti?? Tras lo de Isla Tortuga y aquellos elfos no volví a saber nada. No esperaba verte aquí, pero... ¡Mírate! Tienes una pinta horrible... - extendió la mano hacia la muñeca de la mestiza. Justo hacia el lugar en el que el último de sus cortes permanecía cubierto por una venda teñida con el color de la sangre que había contenido. - ¿Qué te ha pasado? - preguntó rozándola.
Y la morena se alejó. Retiró el brazo clavando los ojos en ella, con una expresión peligrosa. Karen se quedó quieta, mirando de nuevo a Iori, como si no la reconociera realmente.
- Varias cosas. No tiene sentido hablar de ello ahora. Necesito tu ayuda. Necesito información. Estoy buscando a alguien. - volvió a inclinar la jarra sobre sus labios y la situó al bajar entre el cuerpo de ambas.
- Iori.. ¿En qué estás metida? Pensaba que quería dejar la aventura de los caminos, volver a tu aldea...- su voz sonó apenada. - Espera un momento, ¿estás bebiendo cerveza? - el estupor se hizo visible tanto en su voz como en su cara. - ¿¡Iori?! -
- Se llama Hans. Es un afamado comerciante. Su base principal se encuentra en Lunargenta pero tiene numerosos trabajadores moviendo sus mercancías por la península. Necesito toda la información que me puedas proporcionar de él. - narró mirándola fijamente, para asegurarse de que la comprendía.
- Iori... - la voz de Karen, su mirada, estaban cargadas de una preocupación que pusieron en alerta a la mestiza. La incomodidad que sintió ante su reacción la hizo incorporarse dejando la jarra a un lado.
- No estoy aquí para conseguir tu compasión. Quiero información. La buscaré en otro lugar - zanjó colocando un par de monedas sobre la mesa, lista para marchar.
- ¡Demonios muchacha! dame un respiro. ¿Crees que te puedes presentar aquí así? ¿Cómo si fueses la sombra de lo que eras y hablarme de esa manera? - La dragona estaba comenzando a enfadarse. Y Iori la conocía poco, pero lo suficiente como para saber que aquello no era buena idea. - A ver, déjame pensar... Hans...- bajó el tono de voz y llevó la mano a su mentón en gesto reflexivo, sin apartar los ojos claros de la morena.
Iori Li
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Re: Cruzando el mar [Privado]
El alcohol le quemó la garganta, pero después de varias jarras ya ni siquiera lo sentía. No paraba de darle vueltas todo el rato a la misma frase: eres más importante de lo que piensas. Importante. ¿De qué servía eso hoy día? ¿Para qué servía ser importante? ¿Para vivir constantemente mirando a tu espalda para no ser apuñalada? No, gracias.
Claro que, por otro lado, ser importante también te daba potestad de tener un techo, un lugar al que volver. Poder lavar la ropa siempre que fuese necesario, incluso no tener ni que hacerlo tú. Eso sí era una ventaja.
Pero, ¿y tu libertad? Negó con la cabeza y dio otro sorbo largo. ¿Intentaba justificar esa frase? No, no podía ser. Simplemente no debía investigar, no debía saber más. Estaba bien como estaba. En teoría. Se supone. Estaba bien… ¿no?
Dio un golpe en la barra con la jarra cuando la soltó, se estaba exasperando. Repasó mentalmente punto por punto lo que había pasado aquella tarde en uno de los bosques cercanos:
Eywas caminaba alegremente mientras se cruzaba con cualquier bicho viviente que quisiese seguirla, sin preocupaciones, con el simple objetivo de encontrar algo para la cena que fuese decente. Incluso había conseguido monedas de sobra para poder comprar un desayuno al día siguiente. La vida le sonreía.
Pero está claro que eso no suele durar demasiado, no en Aerandir.
—Sí que has crecido.
Frenó en seco, tanto que casi se cae de bruces hacia delante. Un escalofrío le recorrió desde la punta de los dedos hasta la nuca. Conocía esa voz.
—Tú estás más vieja.
La mujer sonrió y se dejó ver. Lo cierto es que no había cambiado un ápice desde la última vez que la vio. La bruja que le había enseñado las normas básicas. La bruja de la que no sabía ni el nombre y que había desaparecido sin dejar rastro.
—Mientes fatal. Como siempre.
—Eso no me ha cerrado el paso nunca. ¿Qué quieres?
—Vaya recibimiento —comentó la mujer, cruzándose de brazos—. Solo quería ver cómo te iba. He escuchado que has estado danzando sin rumbo, ¿te has perdido?
—Déjate de rollos y dime qué quieres. Distas mucho de ser una madre que se preocupa por sus crías, quieres algo.
—Justamente, de madres quería hablar… —. Eywas frunció el ceño ante su afirmación—. Cuando nos conocimos te dije que tenías mucho más poder dentro de ti del que pensabas. No lo decía porque sí: sé cuál es tu origen. Eres más importante de lo que piensas.
La muchacha la observaba sin decir nada. ¿Qué pretendía? No se fiaba de ella, era lo único que tenía claro.
—¿Y por qué crees que es una información que puede interesarme? Sea quien sea, todos murieron. Poco puedo reclamar.
—En eso te equivocas, querida —canturreó la mujer al tiempo que cogía una hoja del árbol más cercano—. Si pruebas que eres descendiente de quien eres ante el alcalde de Beltrexus, puede que restituya tu estirpe.
Eywas no podía dar crédito a lo que estaba escuchando. Ya era poco probable que esa mujer supiese algo de su niñez, como para creerse que venía de una familia tan influyente. Sí, claro, y los cuentos eran reales.
—Me parece que has fumado demasiada zarza ardiente. Además, aunque así fuera, me da igual de dónde vengo, me importa lo que soy ahora.
—¿Una muerta de hambre? Piensa en las posibilidades qu-…
—¡Me importan una mierda las posibilidades! Bastante tengo ya con seguir viviendo en este sitio de los cojones como para también preocuparme por él a estas alturas. Menos cuando me lo dice alguien como tú.
El desprecio era evidente. Se había sentido abandonada por esa mujer, le había dolido que desapareciese así, sin más, y que ahora que volvía a verla solo lo hacía por algo como eso. La experiencia de los años que estuvieron separadas le hizo darse cuenta de que al mundo lo movía la codicia, y esa bruja no parecía ser menos. La mujer retrocedió un segundo y sonrió de lado, resignándose.
—Berkana. Es el nombre que debes buscar.
Y, tal cual, desapareció de nuevo.
Después de ese encuentro, no pudo pensar en otra cosa. Pasó los siguientes días cabreada, con la bruja y consigo misma. Intentó cambiar de aires, ir a estudiar a las diferentes bibliotecas que iba encontrando, pero nada servía. Al final había terminado en aquella taberna, bebiendo para olvidar. Nunca lo hacía, pero era una situación desesperada.
Estaba a punto de dar otro sorbo a la jarra cuando un grito proveniente de un lateral de la barra la desestabilizó. Qué potencia de voz tenía aquella mujer. No pudo evitar centrar su atención en aquella conversación. Total, no tenía otra cosa mejor que hacer y posiblemente ayudase a cerrar sus propios pensamientos.
La mujer que había entrado no desprendía aura alguna, así que no debía ser ningún ser con éter. Pero era evidente que la rubia sentía un fuerte lazo por ella. Era divertido ver cómo una casi se la quería comer y la otra prácticamente ni la miraba. A Eywas se le escapó la risa por esto mientras daba otro sorbo.
Todo iba bien hasta que escuchó el nombre de Hans y la descripción. ¿Qué posibilidades había de que fuese el mismo? Hasta hace poco, hubiera pasado por alto todo aquello, no le incumbía, pero algo se le removió dentro. La bilis, más concretamente.
Ante los titubeos de la rubia, la bruja dio otro sorbo para quitarse el amargo sabor de la boca y habló mientras dejaba la jarra en la barra. Ni siquiera las miró.
—Meyer. El asqueroso que buscas se llama Hans Meyer. Una puta rata a la que no querían ni en su casa. Maldito imbécil…
Le hacía hasta gracia la situación. Conocía a Hans, había limpiado para él, había aguantado muchas pataletas suyas, incluso que le llegase a meter mano más de una vez. Pero cuando acabó con su padre no creyó que volviese a tener que relacionarse con ese nombre en la vida. Era tan irónico… Años sin que pasase nada y, de pronto, todo a la vez. La vida era una putada.
Claro que, por otro lado, ser importante también te daba potestad de tener un techo, un lugar al que volver. Poder lavar la ropa siempre que fuese necesario, incluso no tener ni que hacerlo tú. Eso sí era una ventaja.
Pero, ¿y tu libertad? Negó con la cabeza y dio otro sorbo largo. ¿Intentaba justificar esa frase? No, no podía ser. Simplemente no debía investigar, no debía saber más. Estaba bien como estaba. En teoría. Se supone. Estaba bien… ¿no?
Dio un golpe en la barra con la jarra cuando la soltó, se estaba exasperando. Repasó mentalmente punto por punto lo que había pasado aquella tarde en uno de los bosques cercanos:
Eywas caminaba alegremente mientras se cruzaba con cualquier bicho viviente que quisiese seguirla, sin preocupaciones, con el simple objetivo de encontrar algo para la cena que fuese decente. Incluso había conseguido monedas de sobra para poder comprar un desayuno al día siguiente. La vida le sonreía.
Pero está claro que eso no suele durar demasiado, no en Aerandir.
—Sí que has crecido.
Frenó en seco, tanto que casi se cae de bruces hacia delante. Un escalofrío le recorrió desde la punta de los dedos hasta la nuca. Conocía esa voz.
—Tú estás más vieja.
La mujer sonrió y se dejó ver. Lo cierto es que no había cambiado un ápice desde la última vez que la vio. La bruja que le había enseñado las normas básicas. La bruja de la que no sabía ni el nombre y que había desaparecido sin dejar rastro.
—Mientes fatal. Como siempre.
—Eso no me ha cerrado el paso nunca. ¿Qué quieres?
—Vaya recibimiento —comentó la mujer, cruzándose de brazos—. Solo quería ver cómo te iba. He escuchado que has estado danzando sin rumbo, ¿te has perdido?
—Déjate de rollos y dime qué quieres. Distas mucho de ser una madre que se preocupa por sus crías, quieres algo.
—Justamente, de madres quería hablar… —. Eywas frunció el ceño ante su afirmación—. Cuando nos conocimos te dije que tenías mucho más poder dentro de ti del que pensabas. No lo decía porque sí: sé cuál es tu origen. Eres más importante de lo que piensas.
La muchacha la observaba sin decir nada. ¿Qué pretendía? No se fiaba de ella, era lo único que tenía claro.
—¿Y por qué crees que es una información que puede interesarme? Sea quien sea, todos murieron. Poco puedo reclamar.
—En eso te equivocas, querida —canturreó la mujer al tiempo que cogía una hoja del árbol más cercano—. Si pruebas que eres descendiente de quien eres ante el alcalde de Beltrexus, puede que restituya tu estirpe.
Eywas no podía dar crédito a lo que estaba escuchando. Ya era poco probable que esa mujer supiese algo de su niñez, como para creerse que venía de una familia tan influyente. Sí, claro, y los cuentos eran reales.
—Me parece que has fumado demasiada zarza ardiente. Además, aunque así fuera, me da igual de dónde vengo, me importa lo que soy ahora.
—¿Una muerta de hambre? Piensa en las posibilidades qu-…
—¡Me importan una mierda las posibilidades! Bastante tengo ya con seguir viviendo en este sitio de los cojones como para también preocuparme por él a estas alturas. Menos cuando me lo dice alguien como tú.
El desprecio era evidente. Se había sentido abandonada por esa mujer, le había dolido que desapareciese así, sin más, y que ahora que volvía a verla solo lo hacía por algo como eso. La experiencia de los años que estuvieron separadas le hizo darse cuenta de que al mundo lo movía la codicia, y esa bruja no parecía ser menos. La mujer retrocedió un segundo y sonrió de lado, resignándose.
—Berkana. Es el nombre que debes buscar.
Y, tal cual, desapareció de nuevo.
Después de ese encuentro, no pudo pensar en otra cosa. Pasó los siguientes días cabreada, con la bruja y consigo misma. Intentó cambiar de aires, ir a estudiar a las diferentes bibliotecas que iba encontrando, pero nada servía. Al final había terminado en aquella taberna, bebiendo para olvidar. Nunca lo hacía, pero era una situación desesperada.
Estaba a punto de dar otro sorbo a la jarra cuando un grito proveniente de un lateral de la barra la desestabilizó. Qué potencia de voz tenía aquella mujer. No pudo evitar centrar su atención en aquella conversación. Total, no tenía otra cosa mejor que hacer y posiblemente ayudase a cerrar sus propios pensamientos.
La mujer que había entrado no desprendía aura alguna, así que no debía ser ningún ser con éter. Pero era evidente que la rubia sentía un fuerte lazo por ella. Era divertido ver cómo una casi se la quería comer y la otra prácticamente ni la miraba. A Eywas se le escapó la risa por esto mientras daba otro sorbo.
Todo iba bien hasta que escuchó el nombre de Hans y la descripción. ¿Qué posibilidades había de que fuese el mismo? Hasta hace poco, hubiera pasado por alto todo aquello, no le incumbía, pero algo se le removió dentro. La bilis, más concretamente.
Ante los titubeos de la rubia, la bruja dio otro sorbo para quitarse el amargo sabor de la boca y habló mientras dejaba la jarra en la barra. Ni siquiera las miró.
—Meyer. El asqueroso que buscas se llama Hans Meyer. Una puta rata a la que no querían ni en su casa. Maldito imbécil…
Le hacía hasta gracia la situación. Conocía a Hans, había limpiado para él, había aguantado muchas pataletas suyas, incluso que le llegase a meter mano más de una vez. Pero cuando acabó con su padre no creyó que volviese a tener que relacionarse con ese nombre en la vida. Era tan irónico… Años sin que pasase nada y, de pronto, todo a la vez. La vida era una putada.
Última edición por Eywas el Lun Mar 04 2024, 18:21, editado 1 vez
Eywas
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Re: Cruzando el mar [Privado]
Giro la cabeza como un rayo cuando escuchó el nombre de Hans. A unos metros, una muchacha joven, de una excepcional piel clara hablaba sin mirar hacia ellas. La mestiza tardó unos segundos en reaccionar. ¿Hans Meyer? ¿Sería posible que aquel fuese el mismo Hans? Imaginaba que un nombre tan exótico como el de él no sería habitual. Menos todavía uno que se hubiese transformado en un gran comerciante. ¿Y que estuviese asentado en Lunargenta?
Las probabilidades de una duplicidad ante aquella descripción, Iori sabía que eran casi nulas.
La muchacha frente a ella parecía tranquila, mientras bebía con calma. Algo de lo que la mestiza carecía en aquel momento de su vida.
- ¿Lo conoces? - casi ladró por la dureza de su voz, aunque usó un tono bajo.
La joven levantó los ojos de la copa para mirarla con algo que Iori identificó como cierto rencor contenido. Los sentimientos que afloraban en aquellos ojos castaños le resultaron familiares. Parecía que la vida de Hans se basaba en sembrar odio a su paso. Quizá no pensase en las consecuencias de sus actos, pero el tiempo de la cosecha, tardase más o menos, siempre llegaba.
- ¿Que si le conozco? Trabajé para él y el asqueroso de su padre. ¿Por qué? ¿Quieres matarlo? - comentó añadiendo una risa de ironía a la vez que se llevaba de nuevo el vaso a los labios.
La mestiza sonrió, pero la alegría no llegó a sus ojos. Fue consciente entonces del peso de la menuda bolsa de tela negra que colgaba de su cinto. Le faltaba alguna herramienta más pero, en líneas generales, tenía lo que precisaba para cuando llegase el momento del encuentro con él.
- Algo así - respondió vagamente. - Me interesa el hijo, no el padre. ¿Qué sabes de él ahora? - no era capaz de apartar los ojos de aquella joven. Su serenidad en la conversación llenaba de ansiedad a Iori, que en apenas unos segundos había puesto todas sus expectativas en ellas.
Karen, a su lado, observaba con el ceño fruncido cómo se estaba desarrollando la conversación entre ambas. Iori se había olvidado por completo de que estaba allí.
- Varias cosas. ¿Qué quieres saber? - Paró el vaso a mitad de camino y la contempló con intriga.
La anticipación la estaba matando. Se levantó y caminó despacio hacia ella, deteniéndose delante. Ladeó la cabeza.
- ¿Dónde se encuentra? ¿Cuántas personas tiene a su mando? ¿Guardia personal de protección? ¿Negocios actuales? -
Eywas se echó ligeramente hacia atrás cuando se acercó, Iori pudo ver claramente como la chica no terminaba de sentirse segura al respecto de aquella conversación. Se echó a reír por lo bajo con las preguntas.
-¿Y pretendes que te las conteste así, sin más? Es mucha información y muy concreta, y aquí nada es gratis. Que se lo digan a tu amiga.
Karen resopló por lo bajo, y Iori recordó un segundo que ella estaba allí. Lo olvidó al segundo siguiente, mientras entrecerraba los ojos con desconfianza. ¿Sería aquella muchacha un cebo? Tras la explosión de uno de sus barcos mercantes más grandes, y la muerte de Otto, imaginaba que a Hans le habrían llegado algún tipo de reporte en el que hubiese información relacionada con ella. ¿Sería esa chica parte de sus acólitos jugando a la infiltración?
- ¿Lo estás protegiendo? - preguntó con tono metálico.
- ¿A esa rata? En absoluto, pero igual que tú quieres esa información, yo necesito un par de favores. Si quieres saber detalles, quiero saber qué puedes ofrecerme. Me da igual lo que hagas con la información que te dé, pero, como te he dicho, nada es gratis. Su semblante se volvió serio. Parecía que no estaba bromeando, a pesar de la incipiente borrachera que llevaba la joven encima.
La hermosa dragona avanzó hasta ellas, observando a ambas con cautela.
- Iori, déjalo. No es buena idea - murmuró. Iori volvió a percatarse de la presencia de Karen tras ella.
- Una cerveza por aquí - alzó la voz para que el joven camarero de antes escuchase.
- ¡Marchando! - respondió al otro lado de la barra.
- A esta invito yo - sonrió la mestiza mirando a la bruja.
Quizá con un poco más de alcohol en vena, hubiese un poco menos de control. La chica se echó a reír, esta vez de forma más sonora, y apartó la jarra que le dejaba delante el camarero.
- Mira... no soy imbécil. No quiero bebida gratis, tengo... otro tipo de intereses. -
La mestiza se rio entre dientes y tomó la jarra que ella había apartado. El metal frío la distrajo un instante, dándole el respiro que precisaba para intentar pensar con cierta claridad. Deseó que el tipo de interés al que se refería la chica fuese algo que podía satisfacer metiendo la cabeza entre sus piernas, pero por la actitud arisca que mostraba dudaba mucho de ello. Le sonrió de forma amable, acercándose más a ella.
- Dime entonces, seguro que podré encontrar alguna forma de satisfacerlos - ofreció. La amabilidad fue tan falsa en su voz, que se dio asco a si misma.
Las probabilidades de una duplicidad ante aquella descripción, Iori sabía que eran casi nulas.
La muchacha frente a ella parecía tranquila, mientras bebía con calma. Algo de lo que la mestiza carecía en aquel momento de su vida.
- ¿Lo conoces? - casi ladró por la dureza de su voz, aunque usó un tono bajo.
La joven levantó los ojos de la copa para mirarla con algo que Iori identificó como cierto rencor contenido. Los sentimientos que afloraban en aquellos ojos castaños le resultaron familiares. Parecía que la vida de Hans se basaba en sembrar odio a su paso. Quizá no pensase en las consecuencias de sus actos, pero el tiempo de la cosecha, tardase más o menos, siempre llegaba.
- ¿Que si le conozco? Trabajé para él y el asqueroso de su padre. ¿Por qué? ¿Quieres matarlo? - comentó añadiendo una risa de ironía a la vez que se llevaba de nuevo el vaso a los labios.
La mestiza sonrió, pero la alegría no llegó a sus ojos. Fue consciente entonces del peso de la menuda bolsa de tela negra que colgaba de su cinto. Le faltaba alguna herramienta más pero, en líneas generales, tenía lo que precisaba para cuando llegase el momento del encuentro con él.
- Algo así - respondió vagamente. - Me interesa el hijo, no el padre. ¿Qué sabes de él ahora? - no era capaz de apartar los ojos de aquella joven. Su serenidad en la conversación llenaba de ansiedad a Iori, que en apenas unos segundos había puesto todas sus expectativas en ellas.
Karen, a su lado, observaba con el ceño fruncido cómo se estaba desarrollando la conversación entre ambas. Iori se había olvidado por completo de que estaba allí.
- Varias cosas. ¿Qué quieres saber? - Paró el vaso a mitad de camino y la contempló con intriga.
La anticipación la estaba matando. Se levantó y caminó despacio hacia ella, deteniéndose delante. Ladeó la cabeza.
- ¿Dónde se encuentra? ¿Cuántas personas tiene a su mando? ¿Guardia personal de protección? ¿Negocios actuales? -
Eywas se echó ligeramente hacia atrás cuando se acercó, Iori pudo ver claramente como la chica no terminaba de sentirse segura al respecto de aquella conversación. Se echó a reír por lo bajo con las preguntas.
-¿Y pretendes que te las conteste así, sin más? Es mucha información y muy concreta, y aquí nada es gratis. Que se lo digan a tu amiga.
Karen resopló por lo bajo, y Iori recordó un segundo que ella estaba allí. Lo olvidó al segundo siguiente, mientras entrecerraba los ojos con desconfianza. ¿Sería aquella muchacha un cebo? Tras la explosión de uno de sus barcos mercantes más grandes, y la muerte de Otto, imaginaba que a Hans le habrían llegado algún tipo de reporte en el que hubiese información relacionada con ella. ¿Sería esa chica parte de sus acólitos jugando a la infiltración?
- ¿Lo estás protegiendo? - preguntó con tono metálico.
- ¿A esa rata? En absoluto, pero igual que tú quieres esa información, yo necesito un par de favores. Si quieres saber detalles, quiero saber qué puedes ofrecerme. Me da igual lo que hagas con la información que te dé, pero, como te he dicho, nada es gratis. Su semblante se volvió serio. Parecía que no estaba bromeando, a pesar de la incipiente borrachera que llevaba la joven encima.
La hermosa dragona avanzó hasta ellas, observando a ambas con cautela.
- Iori, déjalo. No es buena idea - murmuró. Iori volvió a percatarse de la presencia de Karen tras ella.
- Una cerveza por aquí - alzó la voz para que el joven camarero de antes escuchase.
- ¡Marchando! - respondió al otro lado de la barra.
- A esta invito yo - sonrió la mestiza mirando a la bruja.
Quizá con un poco más de alcohol en vena, hubiese un poco menos de control. La chica se echó a reír, esta vez de forma más sonora, y apartó la jarra que le dejaba delante el camarero.
- Mira... no soy imbécil. No quiero bebida gratis, tengo... otro tipo de intereses. -
La mestiza se rio entre dientes y tomó la jarra que ella había apartado. El metal frío la distrajo un instante, dándole el respiro que precisaba para intentar pensar con cierta claridad. Deseó que el tipo de interés al que se refería la chica fuese algo que podía satisfacer metiendo la cabeza entre sus piernas, pero por la actitud arisca que mostraba dudaba mucho de ello. Le sonrió de forma amable, acercándose más a ella.
- Dime entonces, seguro que podré encontrar alguna forma de satisfacerlos - ofreció. La amabilidad fue tan falsa en su voz, que se dio asco a si misma.
Iori Li
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Re: Cruzando el mar [Privado]
Observó a la mujer por unos instantes antes de recolocarse en el asiento. Al principio no pensaba en hacer aquello, simplemente quiso decirle lo que pedía y punto, pero no dejaba de ser una oportunidad. Se había prometido a sí misma que no iría, que no buscaría, que no quería saber. Pero en el fondo no eran más que patrañas. Quería saberlo. Quería saberlo porque en el fondo de su ser sabía que había sido una persona querida, que no la habían abandonado, que tuvo que huir. Y poco a poco la sed de venganza iba creciendo en su interior.
—Necesito que alguien me lleve hasta el archipiélago y me acompañe a Hekshold. Es algo importante, igual que, por lo que veo, es para ti saber sobre Hans. Consigue que vaya y regrese sana y salva y te contaré todo lo que quieras saber con lujo de detalles. Incluso te acompañaré al lugar si es necesario.
Eywas la observó para entender mejor a aquella rara mujer. Desde luego, había algo en ella que no terminaba de convencerla. Veía algo en ella, un deje de locura, que la intrigaba, pero a la vez la ponía alerta. Igual no era buena idea pedírselo.
La mirada de Iori se ensombreció un poco.
—¿Te parece comparable? —siseó.
—Por cómo le has hablado a tu amiga, pareces bastante desesperada por obtener esa información. Yo también necesito obtener información desesperadamente y está allí. Lo veo bastante comparable.
Volvió a retroceder un poco y bebió de nuevo de lo poco que quedaba en su jarra. Tenía la boca seca. A pesar de que pareciese dura en el exterior, podía leerla más fácil que a otras personas simplemente porque sus sentimientos estaban desatados. La humana no se molestaba en reprimir sus emociones y eso podía jugar en su contra, aunque a la bruja le venía muy bien.
El puño de iori golpeó la mesa, justo en dónde estaba la jarra por la que bebió Eywas. Estaba tensa pero en su cara continuaba la misma sonrisa.
—¿Y tengo pinta de tener un barco guardado en la alforja? —susurró más despacio, inclinando el rostro hacia ella para mirarla más de cerca.
Eywas ni se inmutó, más bien enarcó una ceja y levantó la jarra para que no derramara más, sonrió cuando se le acercó y ella también se inclinó sin dejar de sonreír.
—Tienes pinta de conocer a mucha gente que posiblemente tenga barcos, querida.
Volvió a alejarse para apurar el contenido de la jarra. Se estaba arriesgando a sacarla de quicio, pero era evidente que con esa chica las cosas debían ser claras y directas, y ella no tenía la noche para tonterías.
—No sabes a qué estás jugando —gruñó alzando la mano, buscando el cuello de Eywas, la cual no movió ni un pelo, no por tensión, sino más bien con aire de indiferencia. No le temía.
Antes de poder tocarla, la dragona, que Iori consideraba buenorra de narices, se interpuso, aferrando la muñeca de la humana y tirando de ella hacia atrás.
—Espera —medió—. Parece que ella realmente sabe algo. Sin duda, más que yo. Conozco una embarcación que se dirigirá a la isla en pocos días. Llevarán un cargamento encargado por los magos de allí.
Los ojos azules seguían clavados en la bruja mientras le transmitían ahora que la locura en ellos la incluía en ella, en sus delirios. Eywas no pasó por alto ese detalle y se echó a reír.
—Uh... qué miedo... —se burló la bruja justo a tiempo de observar cómo la amiga intervenía—. Veo que una de las dos es la inteligente, bien.
Se volvió a acercar a la mujer, mirándola esta vez con cara de pocos amigos. Ya se había cansado de jugar con ella al gato y el ratón; era momento de cortar de raíz.
—Tú encárgate de que vuelva aquí con vida y yo me encargaré de que puedas arrinconar a ese cabrón. Te lo puedo dejar igual de en bandeja que cuando maté a su padre —hizo una pausa antes de continuar mientras se levantaba —. Ahora, si me disculpas, voy a dormir la mona. Piénsalo y mañana nos vemos aquí mismo.
Sin más, se levantó del taburete, dejó un par de monedas en la barra —robadas, evidentemente— y se encaminó a la salida sin detenerse en ningún momento. Tenía que dormirla o no podría pensar con claridad.
—Necesito que alguien me lleve hasta el archipiélago y me acompañe a Hekshold. Es algo importante, igual que, por lo que veo, es para ti saber sobre Hans. Consigue que vaya y regrese sana y salva y te contaré todo lo que quieras saber con lujo de detalles. Incluso te acompañaré al lugar si es necesario.
Eywas la observó para entender mejor a aquella rara mujer. Desde luego, había algo en ella que no terminaba de convencerla. Veía algo en ella, un deje de locura, que la intrigaba, pero a la vez la ponía alerta. Igual no era buena idea pedírselo.
La mirada de Iori se ensombreció un poco.
—¿Te parece comparable? —siseó.
—Por cómo le has hablado a tu amiga, pareces bastante desesperada por obtener esa información. Yo también necesito obtener información desesperadamente y está allí. Lo veo bastante comparable.
Volvió a retroceder un poco y bebió de nuevo de lo poco que quedaba en su jarra. Tenía la boca seca. A pesar de que pareciese dura en el exterior, podía leerla más fácil que a otras personas simplemente porque sus sentimientos estaban desatados. La humana no se molestaba en reprimir sus emociones y eso podía jugar en su contra, aunque a la bruja le venía muy bien.
El puño de iori golpeó la mesa, justo en dónde estaba la jarra por la que bebió Eywas. Estaba tensa pero en su cara continuaba la misma sonrisa.
—¿Y tengo pinta de tener un barco guardado en la alforja? —susurró más despacio, inclinando el rostro hacia ella para mirarla más de cerca.
Eywas ni se inmutó, más bien enarcó una ceja y levantó la jarra para que no derramara más, sonrió cuando se le acercó y ella también se inclinó sin dejar de sonreír.
—Tienes pinta de conocer a mucha gente que posiblemente tenga barcos, querida.
Volvió a alejarse para apurar el contenido de la jarra. Se estaba arriesgando a sacarla de quicio, pero era evidente que con esa chica las cosas debían ser claras y directas, y ella no tenía la noche para tonterías.
—No sabes a qué estás jugando —gruñó alzando la mano, buscando el cuello de Eywas, la cual no movió ni un pelo, no por tensión, sino más bien con aire de indiferencia. No le temía.
Antes de poder tocarla, la dragona, que Iori consideraba buenorra de narices, se interpuso, aferrando la muñeca de la humana y tirando de ella hacia atrás.
—Espera —medió—. Parece que ella realmente sabe algo. Sin duda, más que yo. Conozco una embarcación que se dirigirá a la isla en pocos días. Llevarán un cargamento encargado por los magos de allí.
Los ojos azules seguían clavados en la bruja mientras le transmitían ahora que la locura en ellos la incluía en ella, en sus delirios. Eywas no pasó por alto ese detalle y se echó a reír.
—Uh... qué miedo... —se burló la bruja justo a tiempo de observar cómo la amiga intervenía—. Veo que una de las dos es la inteligente, bien.
Se volvió a acercar a la mujer, mirándola esta vez con cara de pocos amigos. Ya se había cansado de jugar con ella al gato y el ratón; era momento de cortar de raíz.
—Tú encárgate de que vuelva aquí con vida y yo me encargaré de que puedas arrinconar a ese cabrón. Te lo puedo dejar igual de en bandeja que cuando maté a su padre —hizo una pausa antes de continuar mientras se levantaba —. Ahora, si me disculpas, voy a dormir la mona. Piénsalo y mañana nos vemos aquí mismo.
Sin más, se levantó del taburete, dejó un par de monedas en la barra —robadas, evidentemente— y se encaminó a la salida sin detenerse en ningún momento. Tenía que dormirla o no podría pensar con claridad.
Eywas
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Re: Cruzando el mar [Privado]
La voz de Karen no llegaba a ella. La mente de Iori estaba tratando de discernir si merecía la pena tirar del fino hilo que aquella muchacha había presentado ante ella, o dejar que se cayese por la borda del barco en la primera tormenta que enfrentasen y buscar pistas en otro lugar.
Viéndola beber, parecía posible que fuese el propio alcohol el que se encargase de acabar con ella. Un hígado dejando de funcionar, o un golpe en la cabeza en medio de una buena cogorza podían ser dos finales preciosos para callar para siempre la boca de aquella estúpida.
Pero, mientras se mordía el labio con saña, pensó que aunque era cuestión de seguir buscando, no estaba dispuesta a negociar con su paciencia para esperar a la siguiente oportunidad.
Iba a aprovechar la opción que tenía delante para ver hasta dónde era capaz de llegar.
- ¡Iori! - Karen gritó mientras la aferraba con fuerza por los hombros.
La mestiza se revolvió, mirándola con ira contenida y zafándose de su agarre.
- No vuelvas a hacer eso - advirtió. La dragona la miró con una leve expresión herida en el rostro, pero desapareció en un parpadeo, para ser cambiada por un enfado creciente.
- Está bien, ¡Está bien! Te presentas aquí, no me das ni media explicación tras habernos despedido en aquella ocasión... Te comportas de esta manera mientras pides a gritos alcohol. ¿Eres la misma? - puso las manos en la cadera, haciendo más notorio su imponente físico.
- ¿Sabes Karen? Me importa poco lo que pienses. Era sexo sin más. Y buen sexo. ¿Qué más quieres? Nunca te pedí que cuidases de mí. - Caminó de forma resuelta hacia la puerta - Fue un error venir aquí. - su actitud fue tan fría como el agua de un río en invierno.
Salió por la puerta, dejando a una dragona anonadada tras ella. Karen desapareció de la mente de Iori al segundo siguiente de escuchar como la madera se cerraba con fuerza a su espalda.
Observó el Sol, sobrepasando ligeramente su zenit. Le quedaban unas horas hasta el atardecer para encontrar un barco sustituto. Su plan A había fallado, por lo que su desordenadamente decidió de forma resuelta que debía de crear un plan B. Buscaría un navío que sirviese a sus propósitos, y a la mañana siguiente iría a buscar a la señorita borracha para arrastrarla a la condenada isla.
De no encontrar barco, o de no salir adelante su trato con ella, tendría tiempo más adelante para pensar en un plan C.
Viéndola beber, parecía posible que fuese el propio alcohol el que se encargase de acabar con ella. Un hígado dejando de funcionar, o un golpe en la cabeza en medio de una buena cogorza podían ser dos finales preciosos para callar para siempre la boca de aquella estúpida.
Pero, mientras se mordía el labio con saña, pensó que aunque era cuestión de seguir buscando, no estaba dispuesta a negociar con su paciencia para esperar a la siguiente oportunidad.
Iba a aprovechar la opción que tenía delante para ver hasta dónde era capaz de llegar.
- ¡Iori! - Karen gritó mientras la aferraba con fuerza por los hombros.
La mestiza se revolvió, mirándola con ira contenida y zafándose de su agarre.
- No vuelvas a hacer eso - advirtió. La dragona la miró con una leve expresión herida en el rostro, pero desapareció en un parpadeo, para ser cambiada por un enfado creciente.
- Está bien, ¡Está bien! Te presentas aquí, no me das ni media explicación tras habernos despedido en aquella ocasión... Te comportas de esta manera mientras pides a gritos alcohol. ¿Eres la misma? - puso las manos en la cadera, haciendo más notorio su imponente físico.
- ¿Sabes Karen? Me importa poco lo que pienses. Era sexo sin más. Y buen sexo. ¿Qué más quieres? Nunca te pedí que cuidases de mí. - Caminó de forma resuelta hacia la puerta - Fue un error venir aquí. - su actitud fue tan fría como el agua de un río en invierno.
Salió por la puerta, dejando a una dragona anonadada tras ella. Karen desapareció de la mente de Iori al segundo siguiente de escuchar como la madera se cerraba con fuerza a su espalda.
Observó el Sol, sobrepasando ligeramente su zenit. Le quedaban unas horas hasta el atardecer para encontrar un barco sustituto. Su plan A había fallado, por lo que su desordenadamente decidió de forma resuelta que debía de crear un plan B. Buscaría un navío que sirviese a sus propósitos, y a la mañana siguiente iría a buscar a la señorita borracha para arrastrarla a la condenada isla.
De no encontrar barco, o de no salir adelante su trato con ella, tendría tiempo más adelante para pensar en un plan C.
Iori Li
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Re: Cruzando el mar [Privado]
La noche fue bastante toledana para la bruja, que no dejaba de dar vueltas en la cama una y otra vez mientras las preguntas y dudas se agolpaban sin parar en su mente: ¿por qué le dijo que quería ir a las islas? ¿De verdad quería eso? ¿Por qué se empeñaba en no dejar estar las cosas? Después de mucho tiempo estaba relativamente tranquila, hasta había conseguido salvar alguna que otra vida —al menos era como ella lo veía—, ¿qué necesidad había de complicarse? Al parecer, bastante.
La sangre, de alguna forma, la llamaba; la bruja desquiciada le había plantado la semilla de la incertidumbre y empezaba a enraizarse en su alma sin control. Cuando el alba amenazaba con cortar el cielo con sus puntas, por fin se decidió por salir de esa cochambrosa cama de taberna infesta y bajar al poblado en busca de la chica. Esperó durante horas, dando vueltas por todas partes, volviendo hasta la taberna con pies inquietos para cerciorarse de que no estaba allí. Tan impaciente parecía que hasta el tabernero terminó por ofrecerle una copa gratis con tal de que dejase de entrar y salir del local de una buena vez.
Estaba claro: la morena la había despachado y no pensaba cumplir su parte. Al parecer la información no era tan importante como para gastar su tiempo —y puede que su dinero— en algo tan trivial como llevar a una completa desconocida hasta la otra punta de las islas de los brujos. Había sido una ingenua al pensar que sí y eso la frustraba. El tema de su familia la estaba empezando a desquiciar, así que se pidió otra cerveza más.
Al llegar el mediodía, un hombre alto, con las sientes ligeramente canas y un parche en el ojo entró al local. Observó desde la puerta todo su alrededor hasta posar la mirada en Eywas. Caminó de manera sonora hasta ella y la miró, acercando mucho la cara, demasiado quizás.
La bruja no se dio cuenta hasta que ya lo tenía prácticamente encima, así que simplemente le puso la jarra de cerveza delante de la cara, apoyándola sobre la nariz del tipo y empujando hacia atrás; aunque se quedó con ganas de meterle el asa en el hueco del ojo, no lo hizo.
—Que corra el aire, abuelo.
El anciano se apartó ligeramente, esbozando una leve sonrisa.
—¿Es usted la señorita que desea cruzar al archipiélago?
Eywas lo miró con el ceño fruncido, sin entender muy bien la situación. Fue entonces cuando se para realmente a mirarle: tenía pinta de marinero; piel oscurecida por el sol, escamas de sal, pelo estropajo… y claro, el parche. Todo un pirata.
—¿Quién es usted?
—Puedes llamarme Didrik —comentó mientras apoyaba el codo sobre el mesado—. Me dijeron que podría encontrar aquí a una chica de tus características y que estabas interesada en pagar por un pasaje, ¿es correcto?
El viejo no paraba de mirarla y sonrió de nuevo. Ahí notó cómo le faltaban algunos dientes y sopesó durante unos momentos la respuesta.
—Depende del precio y del barco. ¿Qué me ofreces?
Una carcajada resonó en toda la taberna y no salió precisamente de la boca de la bruja.
—Oh, vaya, se pone exquisita la señorita —cuando terminó de decir eso el marinero escupió hacia un lado, en el suelo, mirándola con divertimento—. Es una pequeña galera de diez remos por cada banda. No somos especialmente cómodos, pero somos rápidos. El precio… son dos monedas de plata.
Entonces guardó silencio, mirándola de manera curiosa, intentando averiguar su respuesta. Eywas mantuvo los ojos en él durante unos segundos y luego los apartó para volver a beber.
—¿Quién te ha mandado a buscarme?
—Mi subalterno escuchó ayer aquí una conversación. Dijo que parecías especialmente interesada en ir…
—Tu subalterno… Mira, abuelo, o me especifica un poquito más o no le sigo.
Como era obvio, no se fiaba de él; normalmente no se fiaba ni de su sombra, mucho menos iba a fiarse de un tipo que encima escupía en el suelo. El anciano pareció perder la sonrisa en ese instante y la miró un segundo, de arriba a abajo.
—Mi subalterno. Mi ayudante, mi timonel… ¿Eres de muy tierra adentro? —preguntó entonces, evaluándola. Se incorporó alejándose de la barra—. En dos horas partiremos. Tenemos que hacer la ruta para llevar vino a esos brujos borrachuzos. Si estás interesada, pásate por el muelle número tres. Con el dinero.
Dicho esto, se giró y, alzando la mano a su espalda a modo de despedida, se dirigió hacia la puerta del local. Eywas no se molestó en seguirlo, simplemente pensó «Este tío es gilipollas, me refería al nombre» antes de dar otro trago a la cerveza y dejarla de lado. No sabía si fiarse o no, pero tenía cierta curiosidad. Aunque debía idear un plan para conseguir el dinero.
Decidió darse una vuelta por el pueblo a vista de que la taberna estaba aún demasiado vacía como para conseguir allí las monedas. Visualizó los diferentes puestos del mercado, vio el que estaba algo más alejado y observó durante unos minutos. El tendero tenía el dinero en una caja bajo el mostrador de madera donde servía el pescado del día. Un poco más allá fruta, pan, huevos… y justo lo que buscaba, a apenas tres metros de distancia del puesto de pescado: enormes sacos de harina.
Dio varias vueltas por allí, mezclándose con la gente e, incluso, haciendo que compraba alguna cosa. Cuando pasó cerca del puesto de harina, con sumo cuidado, deslizó la daga que siempre la acompañaba por su manga e hizo un pequeño y minúsculo agujero en uno de los laterales. Después se colocó en el puesto de pescado, lo más cerca de la caja del dinero que pudo, y se dispuso a interpretar su papel de ama de casa que esperaba turno. Mientras tanto se concentró en una piedra del camino lo suficiente como para levantarla y lanzarla con fuerza al punto exacto donde había creado el agujero [1].
El saco, por el tamaño de la piedra, pareció explotar por esa parte y una humareda se levantó en el puesto de harinas, alarmando a todo el mundo. Como buenos vecinos, todos fueron a ver qué pasaba, momento en que ella aprovechó para meter la mano en la caja si casi moverse demasiado y sacar de allí varias monedas de plata. Evidentemente, también se acercó al puesto para ver qué ocurría, incluso ayudó a levantar el saco roto y sonrió antes de irse del todo.
Con las monedas en el bolsillo y la curiosidad en el corazón, llegó al muelle y se limitó a mirar. Buscaba, pero no al marinero, sino a la humana, la tal Iori. Esperaba que fuera idea de ella, pero no le hacía maldita la gracia tener que meterse en un barco lleno de hombres. Un chico joven, de tez morena que reflejaba con claridad su profesión marinera se acercó a ella. La sonrisa en los labios y unos ojos vivos.
—¿Tú eres la chica que busca el pasaje? —inquirió. Era muy atractivo—. El capitán me avisó de que podrías venir. Estamos próximos a zarpar, ¿te interesa?
Señaló sobre su hombro una embarcación de buen tamaño en la que estaban cargando mercancía. Eywas observó al muchacho con atención y alternó la mirada entre él y la barcaza que tenía detrás, cruzándose de brazos.
—¿Quién os dijo que necesitaba un pasaje? Y, por favor, no me digas que un subalterno: quiero nombres, descripción como mínimo.
El chico se encogió de hombros mientras se rascaba la nuca.
—El capitán… —dijo por toda respuesta—. ¿Me equivoco? —preguntó, dudoso.
—Puede —respondió ella sin más y observó alrededor—. Has dicho que zarpáis en breve, pero mientras tanto puedo seguir por aquí. Si al final me uno a vosotros os lo haré saber antes de que os vayáis.
Sin más se quedó esperando en ese punto. Había algo que la escamaba y que la humana siquiera sin aparecer ya empezaba a ser bastante raro. Estuvo un tiempo allí mirando el puerto que bullía en actividad: idas y venidas de gente, mucha mercancía… Los preparativos se demoraron un poco, pero la tripulación se mostraba profesional y diligente con sus tareas. Cuando comenzaron a recoger sogas, el mismo muchacho que había hablado con ella se le acercó.
—Zarparemos ahora mismo —anunció desde la entrada a la cubierta para luego ofrecerle—: ¿subirás?
Eywas empezaba a cansarse. Si le estaba vacilando tendría que buscar otra manera de llegar a la isla. Estaba con sus pensamientos cuando volvió el chico. Observó el barco unos segundos y se le encendió el interruptor.
—¿Hay alguna mujer a bordo?
El chico le sonrió.
—La sanadora y la tesorera.
Eywas sonrió de vuelta, aunque no lo sentía en absoluto. Más bien sentía una inseguridad que cada vez crecía más.
—¿Puedes pedirles que se asomen a la borda, por favor? Espero a alguien que debería venir conmigo y puede que sea alguna de ellas. Después de eso no te molestaré más, lo prometo.
Se le daba bastante bien parecer una niña buena, sobre todo después de entender que una de sus habilidades era el engaño. El chico pareció sorprendido por su petición y miró hacia la zona del timón. Avanzó hacia allí, dispuesto a obedecer a Eywas cuando se escucharon unos gritos del capitán.
—Me temo que no hay tiempo, es el momento de partir —comentó volviendo sobre sus pasos y mirándola—. Seguro que en unos días encuentras algún otro barco que te pueda llevar.
El chico se encogió de hombros y partió de allí. La bruja quiso maldecir y por poco le escupe al capitán, pero aguantó la ira, le sonrió al chico y asintió.
—Gracias igualmente. Que tengas buen viaje.
Él no le había hecho nada, no parecía mal chaval y era bueno tener conocidos en todas partes, por eso actuó así con él. Pero la chavala humana iba a tener que vérselas con ella en algún momento, así que decidió esperar allí un poco más. Eywas vio cómo el marinero recogía la pasarela, la soga se soltó de su amarre y el barco comenzó a moverse. Fue en ese momento cuando algo golpeó a Eywas por detrás, arrastrándola lo suficiente como para obligarla a cruzar la escasa distancia que separaba el barco de tierra y obligarla a entrar en la cubierta.
—¡Agarradla bien!
Forcejearon varios brazos sobre ella, que no se vio venir el golpe y se tambaleó ligeramente, escuchando un fuerte pitido en el oído que la dejó atontada. Sintió que tiraban de ella y, a pesar del golpe, comenzó a forcejear de vuelta con todas sus fuerzas para que la soltaran. Era evidente que entre la superioridad numérica y que eran marineros y, en consecuencia, fuertes, poco podía hacer. Pero no dejó de patalear, manotear e, incluso, morder. Gritar poco le iba a servir, así que ni se molestó.
Sobre la cabeza de Eywas se escuchó un grito. Uno de los marineros profirió un enorme alarido mientras ella sentía que un par de manos la soltaban.
—¡Mi ojo! ¡Me ha dado en el ojo!
Hubo revuelo y otro de los marineros gritó:
—¡Joder! ¡No dejéis que escape!
Más golpes. Más pelea. Y antes de que la bruja pudiera ver algo con claridad, sintió un enorme tirón del cuello de su ropa que la precipitó por la borda. El agua estaba fría y el barco continuó la maniobra de salida del puerto sin que tuviesen posibilidades de modificar dicha maniobra en tan corto espacio de tiempo. Sobre la barandilla, las cabezas de varios marineros se asomaron, maldiciendo la suerte que habían tenido.
Eywas no tuvo tiempo de reacción antes de verse en el agua salada. Sería un incipiente dolor en la frente y el cuello por el tirón. Por unos segundos no reaccionó, pero pronto empezó a nadar hasta la superficie y a toser mientras se mantenía a flote, observando en todas direcciones para saber dónde estaba la costa y poder ir hacia ella. No estaba segura de lo que había pasado, pero lo mejor era tocar tierra firme.
Cuando miró a su alrededor, unos ojos azules se clavaron en ella. Estaba empapada, al igual que Eywas, y la miraba con un punto de burla en los ojos. Inri la observaba mientras flotaba de forma tranquila delante de ella. Sostenía el bastón de madera que usaba para el combate con la mano izquierda. La bruja la miró con rabia contenida.
—¿Te parece divertido? Suerte encontrando a tu hombre.
Acto seguido comenzó a nadar hasta la orilla sin mirar atrás. Cuando consiguió alcanzarla subió al muelle y empezó a andar mientras se retorcía la ropa y el pelo, intentando que se secara antes. Si pensaba que aquella estrategia le iba a servir para meterle miedo estaba muy equivocada: nadie le vacilaba. Al menos eso era lo que Eywas creía.
Iori nadó detrás de ella conteniendo la risa. Pisó, empapada, el suelo del muelle y la miró.
—Cuando le salvan a uno la vida de un barco mercante de dudosa… reputación, la gente suele dar las gracias —apuntó, observándola mientras se escurría el cabello.
—Te las daría si no creyese que ha podido ser una estratagema tuya. Viendo cómo te las gastabas anoche tampoco me sorprendería.
Se deshizo de la capa empapada y fue hasta el árbol más cercano para tenerla. Iori se paró de golpe y su cara se volvió seria.
—¿Eres así normalmente? ¿Te inventas cuentos en tu cabeza sobre cosas que imaginas? Ten más ojo la próxima vez, sino quieres terminar trabajando en un burdel del norte —siseó para girarse después, alejando sus pasos de allí.
—Me adelanto a lo que puede pasar y siempre pienso lo peor. Si acierto, ya estoy en otra cosa, y si no, peor no puede ser. Y gracias por el consejo.
Esto último lo dijo de forma sarcástica. Después de vivir por su cuenta casi toda la vida, le molestaba que vinieran a darle lecciones. Sobre todo después de sufrir un ataque como aquel. Pero habría salido airosa aún sin haber estado la humana, no hubiera sido su primera vez. Se quedó cerca del árbol donde se estaban secando sus pertenencias mientras la veía alejarse.
---------------------
Off: [1]Uso de la Telequinesis.
La sangre, de alguna forma, la llamaba; la bruja desquiciada le había plantado la semilla de la incertidumbre y empezaba a enraizarse en su alma sin control. Cuando el alba amenazaba con cortar el cielo con sus puntas, por fin se decidió por salir de esa cochambrosa cama de taberna infesta y bajar al poblado en busca de la chica. Esperó durante horas, dando vueltas por todas partes, volviendo hasta la taberna con pies inquietos para cerciorarse de que no estaba allí. Tan impaciente parecía que hasta el tabernero terminó por ofrecerle una copa gratis con tal de que dejase de entrar y salir del local de una buena vez.
Estaba claro: la morena la había despachado y no pensaba cumplir su parte. Al parecer la información no era tan importante como para gastar su tiempo —y puede que su dinero— en algo tan trivial como llevar a una completa desconocida hasta la otra punta de las islas de los brujos. Había sido una ingenua al pensar que sí y eso la frustraba. El tema de su familia la estaba empezando a desquiciar, así que se pidió otra cerveza más.
Al llegar el mediodía, un hombre alto, con las sientes ligeramente canas y un parche en el ojo entró al local. Observó desde la puerta todo su alrededor hasta posar la mirada en Eywas. Caminó de manera sonora hasta ella y la miró, acercando mucho la cara, demasiado quizás.
La bruja no se dio cuenta hasta que ya lo tenía prácticamente encima, así que simplemente le puso la jarra de cerveza delante de la cara, apoyándola sobre la nariz del tipo y empujando hacia atrás; aunque se quedó con ganas de meterle el asa en el hueco del ojo, no lo hizo.
—Que corra el aire, abuelo.
El anciano se apartó ligeramente, esbozando una leve sonrisa.
—¿Es usted la señorita que desea cruzar al archipiélago?
Eywas lo miró con el ceño fruncido, sin entender muy bien la situación. Fue entonces cuando se para realmente a mirarle: tenía pinta de marinero; piel oscurecida por el sol, escamas de sal, pelo estropajo… y claro, el parche. Todo un pirata.
—¿Quién es usted?
—Puedes llamarme Didrik —comentó mientras apoyaba el codo sobre el mesado—. Me dijeron que podría encontrar aquí a una chica de tus características y que estabas interesada en pagar por un pasaje, ¿es correcto?
El viejo no paraba de mirarla y sonrió de nuevo. Ahí notó cómo le faltaban algunos dientes y sopesó durante unos momentos la respuesta.
—Depende del precio y del barco. ¿Qué me ofreces?
Una carcajada resonó en toda la taberna y no salió precisamente de la boca de la bruja.
—Oh, vaya, se pone exquisita la señorita —cuando terminó de decir eso el marinero escupió hacia un lado, en el suelo, mirándola con divertimento—. Es una pequeña galera de diez remos por cada banda. No somos especialmente cómodos, pero somos rápidos. El precio… son dos monedas de plata.
Entonces guardó silencio, mirándola de manera curiosa, intentando averiguar su respuesta. Eywas mantuvo los ojos en él durante unos segundos y luego los apartó para volver a beber.
—¿Quién te ha mandado a buscarme?
—Mi subalterno escuchó ayer aquí una conversación. Dijo que parecías especialmente interesada en ir…
—Tu subalterno… Mira, abuelo, o me especifica un poquito más o no le sigo.
Como era obvio, no se fiaba de él; normalmente no se fiaba ni de su sombra, mucho menos iba a fiarse de un tipo que encima escupía en el suelo. El anciano pareció perder la sonrisa en ese instante y la miró un segundo, de arriba a abajo.
—Mi subalterno. Mi ayudante, mi timonel… ¿Eres de muy tierra adentro? —preguntó entonces, evaluándola. Se incorporó alejándose de la barra—. En dos horas partiremos. Tenemos que hacer la ruta para llevar vino a esos brujos borrachuzos. Si estás interesada, pásate por el muelle número tres. Con el dinero.
Dicho esto, se giró y, alzando la mano a su espalda a modo de despedida, se dirigió hacia la puerta del local. Eywas no se molestó en seguirlo, simplemente pensó «Este tío es gilipollas, me refería al nombre» antes de dar otro trago a la cerveza y dejarla de lado. No sabía si fiarse o no, pero tenía cierta curiosidad. Aunque debía idear un plan para conseguir el dinero.
Decidió darse una vuelta por el pueblo a vista de que la taberna estaba aún demasiado vacía como para conseguir allí las monedas. Visualizó los diferentes puestos del mercado, vio el que estaba algo más alejado y observó durante unos minutos. El tendero tenía el dinero en una caja bajo el mostrador de madera donde servía el pescado del día. Un poco más allá fruta, pan, huevos… y justo lo que buscaba, a apenas tres metros de distancia del puesto de pescado: enormes sacos de harina.
Dio varias vueltas por allí, mezclándose con la gente e, incluso, haciendo que compraba alguna cosa. Cuando pasó cerca del puesto de harina, con sumo cuidado, deslizó la daga que siempre la acompañaba por su manga e hizo un pequeño y minúsculo agujero en uno de los laterales. Después se colocó en el puesto de pescado, lo más cerca de la caja del dinero que pudo, y se dispuso a interpretar su papel de ama de casa que esperaba turno. Mientras tanto se concentró en una piedra del camino lo suficiente como para levantarla y lanzarla con fuerza al punto exacto donde había creado el agujero [1].
El saco, por el tamaño de la piedra, pareció explotar por esa parte y una humareda se levantó en el puesto de harinas, alarmando a todo el mundo. Como buenos vecinos, todos fueron a ver qué pasaba, momento en que ella aprovechó para meter la mano en la caja si casi moverse demasiado y sacar de allí varias monedas de plata. Evidentemente, también se acercó al puesto para ver qué ocurría, incluso ayudó a levantar el saco roto y sonrió antes de irse del todo.
Con las monedas en el bolsillo y la curiosidad en el corazón, llegó al muelle y se limitó a mirar. Buscaba, pero no al marinero, sino a la humana, la tal Iori. Esperaba que fuera idea de ella, pero no le hacía maldita la gracia tener que meterse en un barco lleno de hombres. Un chico joven, de tez morena que reflejaba con claridad su profesión marinera se acercó a ella. La sonrisa en los labios y unos ojos vivos.
—¿Tú eres la chica que busca el pasaje? —inquirió. Era muy atractivo—. El capitán me avisó de que podrías venir. Estamos próximos a zarpar, ¿te interesa?
Señaló sobre su hombro una embarcación de buen tamaño en la que estaban cargando mercancía. Eywas observó al muchacho con atención y alternó la mirada entre él y la barcaza que tenía detrás, cruzándose de brazos.
—¿Quién os dijo que necesitaba un pasaje? Y, por favor, no me digas que un subalterno: quiero nombres, descripción como mínimo.
El chico se encogió de hombros mientras se rascaba la nuca.
—El capitán… —dijo por toda respuesta—. ¿Me equivoco? —preguntó, dudoso.
—Puede —respondió ella sin más y observó alrededor—. Has dicho que zarpáis en breve, pero mientras tanto puedo seguir por aquí. Si al final me uno a vosotros os lo haré saber antes de que os vayáis.
Sin más se quedó esperando en ese punto. Había algo que la escamaba y que la humana siquiera sin aparecer ya empezaba a ser bastante raro. Estuvo un tiempo allí mirando el puerto que bullía en actividad: idas y venidas de gente, mucha mercancía… Los preparativos se demoraron un poco, pero la tripulación se mostraba profesional y diligente con sus tareas. Cuando comenzaron a recoger sogas, el mismo muchacho que había hablado con ella se le acercó.
—Zarparemos ahora mismo —anunció desde la entrada a la cubierta para luego ofrecerle—: ¿subirás?
Eywas empezaba a cansarse. Si le estaba vacilando tendría que buscar otra manera de llegar a la isla. Estaba con sus pensamientos cuando volvió el chico. Observó el barco unos segundos y se le encendió el interruptor.
—¿Hay alguna mujer a bordo?
El chico le sonrió.
—La sanadora y la tesorera.
Eywas sonrió de vuelta, aunque no lo sentía en absoluto. Más bien sentía una inseguridad que cada vez crecía más.
—¿Puedes pedirles que se asomen a la borda, por favor? Espero a alguien que debería venir conmigo y puede que sea alguna de ellas. Después de eso no te molestaré más, lo prometo.
Se le daba bastante bien parecer una niña buena, sobre todo después de entender que una de sus habilidades era el engaño. El chico pareció sorprendido por su petición y miró hacia la zona del timón. Avanzó hacia allí, dispuesto a obedecer a Eywas cuando se escucharon unos gritos del capitán.
—Me temo que no hay tiempo, es el momento de partir —comentó volviendo sobre sus pasos y mirándola—. Seguro que en unos días encuentras algún otro barco que te pueda llevar.
El chico se encogió de hombros y partió de allí. La bruja quiso maldecir y por poco le escupe al capitán, pero aguantó la ira, le sonrió al chico y asintió.
—Gracias igualmente. Que tengas buen viaje.
Él no le había hecho nada, no parecía mal chaval y era bueno tener conocidos en todas partes, por eso actuó así con él. Pero la chavala humana iba a tener que vérselas con ella en algún momento, así que decidió esperar allí un poco más. Eywas vio cómo el marinero recogía la pasarela, la soga se soltó de su amarre y el barco comenzó a moverse. Fue en ese momento cuando algo golpeó a Eywas por detrás, arrastrándola lo suficiente como para obligarla a cruzar la escasa distancia que separaba el barco de tierra y obligarla a entrar en la cubierta.
—¡Agarradla bien!
Forcejearon varios brazos sobre ella, que no se vio venir el golpe y se tambaleó ligeramente, escuchando un fuerte pitido en el oído que la dejó atontada. Sintió que tiraban de ella y, a pesar del golpe, comenzó a forcejear de vuelta con todas sus fuerzas para que la soltaran. Era evidente que entre la superioridad numérica y que eran marineros y, en consecuencia, fuertes, poco podía hacer. Pero no dejó de patalear, manotear e, incluso, morder. Gritar poco le iba a servir, así que ni se molestó.
Sobre la cabeza de Eywas se escuchó un grito. Uno de los marineros profirió un enorme alarido mientras ella sentía que un par de manos la soltaban.
—¡Mi ojo! ¡Me ha dado en el ojo!
Hubo revuelo y otro de los marineros gritó:
—¡Joder! ¡No dejéis que escape!
Más golpes. Más pelea. Y antes de que la bruja pudiera ver algo con claridad, sintió un enorme tirón del cuello de su ropa que la precipitó por la borda. El agua estaba fría y el barco continuó la maniobra de salida del puerto sin que tuviesen posibilidades de modificar dicha maniobra en tan corto espacio de tiempo. Sobre la barandilla, las cabezas de varios marineros se asomaron, maldiciendo la suerte que habían tenido.
Eywas no tuvo tiempo de reacción antes de verse en el agua salada. Sería un incipiente dolor en la frente y el cuello por el tirón. Por unos segundos no reaccionó, pero pronto empezó a nadar hasta la superficie y a toser mientras se mantenía a flote, observando en todas direcciones para saber dónde estaba la costa y poder ir hacia ella. No estaba segura de lo que había pasado, pero lo mejor era tocar tierra firme.
Cuando miró a su alrededor, unos ojos azules se clavaron en ella. Estaba empapada, al igual que Eywas, y la miraba con un punto de burla en los ojos. Inri la observaba mientras flotaba de forma tranquila delante de ella. Sostenía el bastón de madera que usaba para el combate con la mano izquierda. La bruja la miró con rabia contenida.
—¿Te parece divertido? Suerte encontrando a tu hombre.
Acto seguido comenzó a nadar hasta la orilla sin mirar atrás. Cuando consiguió alcanzarla subió al muelle y empezó a andar mientras se retorcía la ropa y el pelo, intentando que se secara antes. Si pensaba que aquella estrategia le iba a servir para meterle miedo estaba muy equivocada: nadie le vacilaba. Al menos eso era lo que Eywas creía.
Iori nadó detrás de ella conteniendo la risa. Pisó, empapada, el suelo del muelle y la miró.
—Cuando le salvan a uno la vida de un barco mercante de dudosa… reputación, la gente suele dar las gracias —apuntó, observándola mientras se escurría el cabello.
—Te las daría si no creyese que ha podido ser una estratagema tuya. Viendo cómo te las gastabas anoche tampoco me sorprendería.
Se deshizo de la capa empapada y fue hasta el árbol más cercano para tenerla. Iori se paró de golpe y su cara se volvió seria.
—¿Eres así normalmente? ¿Te inventas cuentos en tu cabeza sobre cosas que imaginas? Ten más ojo la próxima vez, sino quieres terminar trabajando en un burdel del norte —siseó para girarse después, alejando sus pasos de allí.
—Me adelanto a lo que puede pasar y siempre pienso lo peor. Si acierto, ya estoy en otra cosa, y si no, peor no puede ser. Y gracias por el consejo.
Esto último lo dijo de forma sarcástica. Después de vivir por su cuenta casi toda la vida, le molestaba que vinieran a darle lecciones. Sobre todo después de sufrir un ataque como aquel. Pero habría salido airosa aún sin haber estado la humana, no hubiera sido su primera vez. Se quedó cerca del árbol donde se estaban secando sus pertenencias mientras la veía alejarse.
---------------------
Off: [1]Uso de la Telequinesis.
Eywas
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Re: Cruzando el mar [Privado]
Los había escuchado cuando salía por la noche de la taberna de Karen. La humedad del mar entró en sus pulmones y la conversación, en sus oídos. Hablaban de ambas, pero solo les interesaba una de ellas. La misma Iori les debía de haber parecido demasiado loca como para merecer la pena inmiscuirse con ella. Además de que no buscaba pasaje para viajar a ningún lugar.
Pero la otra chica sí.
Se detuvo repentinamente, y se subió aprovechando los alféizares de las paredes hasta el tejadillo que había en el primer piso. (1) Desde allí los pudo observar sin ser vista, y fue testigo de la treta que usarían para intentar atrapar dentro del barco a la chica.
No hablaron de su destino, pero no era difícil de imaginar.
En el planeta no había suficientes mujeres que quisiesen practicar la prostitución por decisión propia. La demanda de esos servicios era altísima. Y había que mantener el mercado. Los Dioses sabían que la mestiza no movería un dedo para ayudar a alguien tan desagradable, de no ser porque en su preciosa cabecita parecía tener información sobre la persona responsable de sus desvelos. Apretó los dientes, cuando su recuerdo cruzó su mente como la luz de un relámpago.
Los hombres se marcharon haciendo ruido con el sonido de sus botas por la callejuela. Y Iori los siguió con la mirada hasta perderlos de vista. Tendría que hacer un esfuerzo para conseguir que aquella preciosura soltase la lengua.
La había estado observando sin que ella se diera cuenta. Iori era sigilosa, sabía pasar desapercibida, pero la mujer la puso a prueba no pocas veces, deteniéndose a observar a su alrededor. Supo que la buscaba. Pero deseaba aprovechar aquella oportunidad. Si lo que había escuchado era cierto, si se metía en problemas, la ayudaría. Y eso supondría que la joven le debería una. El honor no era un valor en alza precisamente en los días que le había tocado vivir. Solo reservado a personas de alma pura o Héroes. Tras la forma ladina que tuvo de robar el dinero en el puesto, supo que ella no era tampoco poseedora de tan elevada cualidad, pero no pudo evitar sonreír por la sucia treta.
La siguió en sus idas y venidas, observando como la paciencia se le escapaba incluso por los cabellos de la cabeza. Hasta que tomó la decisión. Encaminó sus pasos hasta el muelle número 3, y Iori supo que había escogido el camino de los problemas.
Problemas para la desconocida, una oportunidad para la mestiza.
Por la conversación con el atractivo marinero, incluso ella dudó de la veracidad de la conversación que había escuchado. ¿Se habría equivocado de barco cuando los siguió? ¿Sería otra mujer sobre la que pusieron el ojo? No. El hombre con el parche fue el que le dio a ella la información. Y sabía con seguridad que aquel era el navío en el que se encontraba. Imaginó que, hasta que la chica pusiese los pies en la cubierta era vital que todos interpretasen el papel adecuado.
Testigo de la conversación, esbozó una sonrisa torcida al comprobar que el instinto de la chica era correcto. Hacía bien en no dejarse engatusar por ellos, pero ese movimiento por parte de ella parece que estaba calculado por la tropa de proxenetas. Dos aparecieron a sus espaldas, y la empujaron para hacerla entrar a la fuerza.
Iori, que había estado observando desde una pila de cajas de mercancías que había en el muelle, se precipitó sin pensarlo. No le importaba la chica. No le importaba su vida o lo que sufriría. Necesitaba obtener la información guardada dentro de su cabeza.
Tras echar la carrera que le permitió ganar impulso, aterrizó de un salto, haciendo equilibrio sobre la barandilla del barco. Aferró el bastón con la zurda y clavó el extremo del arma en el ojo del hombretón que mejor la tenía agarrada. (2) Cuando este la soltó giró con el arma y buscó las piernas de los demás, creando un arco de espacio entre ellos y la chica.
Justo lo que necesitaba. Distancia para llevársela consigo. La agarró de la ropa y la arrastró con ella para caer juntas al agua.
Pero Iori comenzaba a pensar que hubiera merecido la pena dejarla allí, abandonada a su suerte. Caminó escuchando el sonido encharcado de sus botas, de espaldas a ella, cuando ella habló de nuevo.
- Yo aquí veo dos opciones: o me consigues un barco, te doy la información que necesitas y tardas tres veces menos en hallar al imbécil ese; o te vas y tardas el triple - Iori escuchó la voz a sus espaldas, alta y clara.
- ¿Y tú? ¿Cuánto tardarías tú sin alguien que te ayude a llegar? - preguntó la mestiza deteniéndose para mirarla de nuevo.
- Mucho también, pero ese es el punto de un trato: ambas partes salen beneficiadas. A mí me da igual lo que tardes tú y a ti te la suda lo que tarde yo, pero si las dos podemos colaborar en acortar ese tiempo...- Los ojos de la mestiza se aceraron.
- Solo cruzar. En cuanto pises el suelo al llegar allí me dirás todo lo que sabes. Tú te irás y yo desapareceré - puntualizó con voz dura. La vio pensarlo, durante unos instantes, hasta que la miró con una sonrisa en los labios.
- Me parece bien. ¿Trato? - comentó justo antes de estirar la mano para sellarlo.
La mestiza observó enarcando las cejas la mano abierta que la chica le ofrecía. Lo cierto es que el contacto físico no le apetecía con nadie, excepto que fuese para dedicar a un intercambio sexual impetuoso y violento.
- ¿Eres una niña? - preguntó. - Si quieres que te toque se me ocurren otras maneras. Sécate y espera por esta zona. Volveré a por ti cuando esté todo arreglado - zanjó antes de volver a darle la espalda para alejarse.
- Soy una persona educada, no como otras. - Iori no tuvo ni ganas de sonreír.
Karen estaba en dónde esperaba encontrarla. Le expuso sus necesidades. La dragona de viento resopló de una forma que, en su forma dragón seguramente resultaría impactante. No estaba dispuesta a dar su brazo a torcer, y trató de negociar con ella. Hacerla entrar en razón. Y toda la preocupación que destilaban sus palabras no hacía más que revolverle el estómago a Iori.
Salió sin despedirse, ignorando por completo la expresión de desconsuelo que brillaba en los ojos de la que había sido su compañera de juegos en cama.
No necesitaba su consentimiento explícito para llevar a cabo sus planes. Conocía la flota que poseía la marinera, y pensaba usarse a si misma como llave para entrar. Fue en búsqueda de su socia y le hizo un gesto breve con la mano.
- Sígueme - indicó únicamente y de forma parca.
Al fondo del puerto, en la zona de los navíos de menor tamaño, Iori distinguió el pequeño velero de la compañía de Karen.
- ¡Hola! estamos listas para el viaje - comentó Iori con toda la normalidad del mundo a Caspian. Uno de los timoneles más jóvenes que apenas estaba comenzando su época de instrucción. Lo había conocido en la aventura hacia la Isla Tortuga, con los elfos. Formaba parte de la tripulación en aquella época.
- Eh... ¿Señorita Iori? - dijo con algo de reparo y rubor en las mejillas. Siempre que le hablaba había rubor en las mejillas. - Me..me temo que no sé de que viaje habla... - Por supuesto que no lo sabía.
- Karen. ¿No habló contigo? Verás, ayer acordamos que me facilitaría el pasaje para llegar hasta el archipiélago. Tenemos prisa, mi amiga tiene un asunto de vital importancia que tratar en Hekshold. - sonrió. Como haría la Iori de antes. Con amabilidad y de forma amplia. Aunque el brillo no acompañó a sus ojos.
- Pues... la jefa todavía no se puso en contacto conmigo...- comentó confundido. Iori acortó la distancia. Colocó su mano en el pecho del chico. Eran casi de la misma altura, pero la juventud en su rostro revelaba que sería fácil convencerlo si lo engañaba.
- Seguro que fue culpa mía... esta noche la tuve bastante ocupada - todos conocían el tipo de relación que conectaba a Karen con Iori. - No te preocupes. Cuando regresemos podré aclarar yo misma el tema con ella. Pero ahora, por favor... - lo miró a los ojos, e hizo algo más de presión con su mano sobre su pecho. - De verdad que es muy urgente... -
La piel morena del chico por la brisa del mar, brillo prácticamente cuando la sangre se agolpó en su rostro.
- Zarparemos, sí, ¡Zarparemos ahora mismo! - se apartó de Iori con premura. Con la vergüenza de quien se descubre deseando demasiado algo que ni se atreve a intentar. Se movió por la pequeña cubierta, preparando todo para salir del puerto, y Iori se giró para observar a la chica.
- Pónte cómoda y disfruta del viaje. - le dirigió una sonrisa de triunfo. - Y perdona... ¿Tú nombre...? - a fin de cuentas lo precisaba para llamarla.
Se alejaron despacio, pero en cuanto las velas se llenasen con buenos vientos sabía que aquel pequeño navío iría muy rápido. Esperaba que lo suficiente como para que cuando Karen se enterase, su furia los cogiera ya en alta mar. No le importaba haber estropeado para siempre su relación con ella tras haber tomado prestado sin permiso a su timonel y a su velero.
Le preocupaba que la ira de su forma dragona los encontrase antes de que la encantadora florecilla que tenía delante compartiese la información con ella.
(1) Acrobacias. 3 (Avanzado)
(2) Nivel 1: Ráfaga de golpes [1 uso] Usando su agilidad y el combate con bastón, es capaz de golpear con precisión en puntos clave a un enemigo para incapacitarlo durante un turno.
Pero la otra chica sí.
Se detuvo repentinamente, y se subió aprovechando los alféizares de las paredes hasta el tejadillo que había en el primer piso. (1) Desde allí los pudo observar sin ser vista, y fue testigo de la treta que usarían para intentar atrapar dentro del barco a la chica.
No hablaron de su destino, pero no era difícil de imaginar.
En el planeta no había suficientes mujeres que quisiesen practicar la prostitución por decisión propia. La demanda de esos servicios era altísima. Y había que mantener el mercado. Los Dioses sabían que la mestiza no movería un dedo para ayudar a alguien tan desagradable, de no ser porque en su preciosa cabecita parecía tener información sobre la persona responsable de sus desvelos. Apretó los dientes, cuando su recuerdo cruzó su mente como la luz de un relámpago.
Los hombres se marcharon haciendo ruido con el sonido de sus botas por la callejuela. Y Iori los siguió con la mirada hasta perderlos de vista. Tendría que hacer un esfuerzo para conseguir que aquella preciosura soltase la lengua.
[...]
La había estado observando sin que ella se diera cuenta. Iori era sigilosa, sabía pasar desapercibida, pero la mujer la puso a prueba no pocas veces, deteniéndose a observar a su alrededor. Supo que la buscaba. Pero deseaba aprovechar aquella oportunidad. Si lo que había escuchado era cierto, si se metía en problemas, la ayudaría. Y eso supondría que la joven le debería una. El honor no era un valor en alza precisamente en los días que le había tocado vivir. Solo reservado a personas de alma pura o Héroes. Tras la forma ladina que tuvo de robar el dinero en el puesto, supo que ella no era tampoco poseedora de tan elevada cualidad, pero no pudo evitar sonreír por la sucia treta.
La siguió en sus idas y venidas, observando como la paciencia se le escapaba incluso por los cabellos de la cabeza. Hasta que tomó la decisión. Encaminó sus pasos hasta el muelle número 3, y Iori supo que había escogido el camino de los problemas.
Problemas para la desconocida, una oportunidad para la mestiza.
Por la conversación con el atractivo marinero, incluso ella dudó de la veracidad de la conversación que había escuchado. ¿Se habría equivocado de barco cuando los siguió? ¿Sería otra mujer sobre la que pusieron el ojo? No. El hombre con el parche fue el que le dio a ella la información. Y sabía con seguridad que aquel era el navío en el que se encontraba. Imaginó que, hasta que la chica pusiese los pies en la cubierta era vital que todos interpretasen el papel adecuado.
Testigo de la conversación, esbozó una sonrisa torcida al comprobar que el instinto de la chica era correcto. Hacía bien en no dejarse engatusar por ellos, pero ese movimiento por parte de ella parece que estaba calculado por la tropa de proxenetas. Dos aparecieron a sus espaldas, y la empujaron para hacerla entrar a la fuerza.
Iori, que había estado observando desde una pila de cajas de mercancías que había en el muelle, se precipitó sin pensarlo. No le importaba la chica. No le importaba su vida o lo que sufriría. Necesitaba obtener la información guardada dentro de su cabeza.
Tras echar la carrera que le permitió ganar impulso, aterrizó de un salto, haciendo equilibrio sobre la barandilla del barco. Aferró el bastón con la zurda y clavó el extremo del arma en el ojo del hombretón que mejor la tenía agarrada. (2) Cuando este la soltó giró con el arma y buscó las piernas de los demás, creando un arco de espacio entre ellos y la chica.
Justo lo que necesitaba. Distancia para llevársela consigo. La agarró de la ropa y la arrastró con ella para caer juntas al agua.
[...]
Pero Iori comenzaba a pensar que hubiera merecido la pena dejarla allí, abandonada a su suerte. Caminó escuchando el sonido encharcado de sus botas, de espaldas a ella, cuando ella habló de nuevo.
- Yo aquí veo dos opciones: o me consigues un barco, te doy la información que necesitas y tardas tres veces menos en hallar al imbécil ese; o te vas y tardas el triple - Iori escuchó la voz a sus espaldas, alta y clara.
- ¿Y tú? ¿Cuánto tardarías tú sin alguien que te ayude a llegar? - preguntó la mestiza deteniéndose para mirarla de nuevo.
- Mucho también, pero ese es el punto de un trato: ambas partes salen beneficiadas. A mí me da igual lo que tardes tú y a ti te la suda lo que tarde yo, pero si las dos podemos colaborar en acortar ese tiempo...- Los ojos de la mestiza se aceraron.
- Solo cruzar. En cuanto pises el suelo al llegar allí me dirás todo lo que sabes. Tú te irás y yo desapareceré - puntualizó con voz dura. La vio pensarlo, durante unos instantes, hasta que la miró con una sonrisa en los labios.
- Me parece bien. ¿Trato? - comentó justo antes de estirar la mano para sellarlo.
La mestiza observó enarcando las cejas la mano abierta que la chica le ofrecía. Lo cierto es que el contacto físico no le apetecía con nadie, excepto que fuese para dedicar a un intercambio sexual impetuoso y violento.
- ¿Eres una niña? - preguntó. - Si quieres que te toque se me ocurren otras maneras. Sécate y espera por esta zona. Volveré a por ti cuando esté todo arreglado - zanjó antes de volver a darle la espalda para alejarse.
- Soy una persona educada, no como otras. - Iori no tuvo ni ganas de sonreír.
[...]
Karen estaba en dónde esperaba encontrarla. Le expuso sus necesidades. La dragona de viento resopló de una forma que, en su forma dragón seguramente resultaría impactante. No estaba dispuesta a dar su brazo a torcer, y trató de negociar con ella. Hacerla entrar en razón. Y toda la preocupación que destilaban sus palabras no hacía más que revolverle el estómago a Iori.
Salió sin despedirse, ignorando por completo la expresión de desconsuelo que brillaba en los ojos de la que había sido su compañera de juegos en cama.
No necesitaba su consentimiento explícito para llevar a cabo sus planes. Conocía la flota que poseía la marinera, y pensaba usarse a si misma como llave para entrar. Fue en búsqueda de su socia y le hizo un gesto breve con la mano.
- Sígueme - indicó únicamente y de forma parca.
Al fondo del puerto, en la zona de los navíos de menor tamaño, Iori distinguió el pequeño velero de la compañía de Karen.
- ¡Hola! estamos listas para el viaje - comentó Iori con toda la normalidad del mundo a Caspian. Uno de los timoneles más jóvenes que apenas estaba comenzando su época de instrucción. Lo había conocido en la aventura hacia la Isla Tortuga, con los elfos. Formaba parte de la tripulación en aquella época.
- Eh... ¿Señorita Iori? - dijo con algo de reparo y rubor en las mejillas. Siempre que le hablaba había rubor en las mejillas. - Me..me temo que no sé de que viaje habla... - Por supuesto que no lo sabía.
- Karen. ¿No habló contigo? Verás, ayer acordamos que me facilitaría el pasaje para llegar hasta el archipiélago. Tenemos prisa, mi amiga tiene un asunto de vital importancia que tratar en Hekshold. - sonrió. Como haría la Iori de antes. Con amabilidad y de forma amplia. Aunque el brillo no acompañó a sus ojos.
- Pues... la jefa todavía no se puso en contacto conmigo...- comentó confundido. Iori acortó la distancia. Colocó su mano en el pecho del chico. Eran casi de la misma altura, pero la juventud en su rostro revelaba que sería fácil convencerlo si lo engañaba.
- Seguro que fue culpa mía... esta noche la tuve bastante ocupada - todos conocían el tipo de relación que conectaba a Karen con Iori. - No te preocupes. Cuando regresemos podré aclarar yo misma el tema con ella. Pero ahora, por favor... - lo miró a los ojos, e hizo algo más de presión con su mano sobre su pecho. - De verdad que es muy urgente... -
La piel morena del chico por la brisa del mar, brillo prácticamente cuando la sangre se agolpó en su rostro.
- Zarparemos, sí, ¡Zarparemos ahora mismo! - se apartó de Iori con premura. Con la vergüenza de quien se descubre deseando demasiado algo que ni se atreve a intentar. Se movió por la pequeña cubierta, preparando todo para salir del puerto, y Iori se giró para observar a la chica.
- Pónte cómoda y disfruta del viaje. - le dirigió una sonrisa de triunfo. - Y perdona... ¿Tú nombre...? - a fin de cuentas lo precisaba para llamarla.
Se alejaron despacio, pero en cuanto las velas se llenasen con buenos vientos sabía que aquel pequeño navío iría muy rápido. Esperaba que lo suficiente como para que cuando Karen se enterase, su furia los cogiera ya en alta mar. No le importaba haber estropeado para siempre su relación con ella tras haber tomado prestado sin permiso a su timonel y a su velero.
Le preocupaba que la ira de su forma dragona los encontrase antes de que la encantadora florecilla que tenía delante compartiese la información con ella.
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(1) Acrobacias. 3 (Avanzado)
(2) Nivel 1: Ráfaga de golpes [1 uso] Usando su agilidad y el combate con bastón, es capaz de golpear con precisión en puntos clave a un enemigo para incapacitarlo durante un turno.
Iori Li
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Re: Cruzando el mar [Privado]
Eywas se apoyó en en la cubierta, cerca del castillo de proa. La humana la intrigaba de alguna manera, aunque no estaba segura de si de una manera buena o mala. Su aura era… extraña. Debía ser precavida.
—¿Perdona? No sabía que conocías esa palabra —comenta irónica y hace una pequeña pausa—. Eywas. El tuyo es Iori, supongo. Al menos así te llevan llamando todo el rato. ¿Qué te ha hecho Meyer para que le tengas tantas ganas?
La bruja vio cómo la humana esbozaba una sonrisa lacónica mientras clavaba los ojos en el horizonte. El puerto se veía ya lejos, pero si Iori conocía bien a Karen sabría que en su forma dragona podía llegar a ser más rápida incluso que las naves de su flota.
Un extraño resoplido salió de sus labios, sin un significado claro, cuando Eywas hizo referencia a su nombre. El nombre que le habían dado sus padres. El que había sido desconocido para ella toda su vida. El que no se atrevía a pronunciar. No parecía tener prisa en responderle.
—Hans —siseó mientras apretaba los dedos sobre la barandilla del barco.
Eywas observaba su cara para intentar captar lo que sentía, analizarla. Contempló cómo apretaba sus manos hasta que la madera crujió y creyó intuir que notaba cierto alivio la cuando las astillas más finas se clavaron con fuerza bajo sus uñas. Iori ladeó la vista y observó la sangre agolpándose bajo la cutícula, y una leve sonrisa volvió a cruzar sus labios.
—Hans debe morir —sentenció de manera parca, sin apartar los ojos del daño que se estaba causando.
La bruja observaba la escena un tanto incrédula. ¿Se estaba mutilando a ella misma? Igual era una de esas personas sádicas que disfrutaban con el dolor. Un poco por instinto su cuerpo se desvió un poco, alejándose ligeramente de la humana, solo por si acaso.
—Ya… Claro... Pero igual es mejor que sigas entera. Tienes que devolverme a la península para poder matarlo, ¿recuerdas?
Tenía intención de mantener las distancias, pero la estaba poniendo nerviosa ver cómo se hacía daño y quedarse quieta. No sería partícipe de algo así cuando la idea era que luego la escoltara, de poco le serviría si terminaba a cachos. Se acercó para cogerle las manos y hacer que las despegara de la madera antes de seguir su camino hacia la proa del barco queriendo ver el horizonte al que se dirigían. Era la primera vez que cogía un barco y no lo admitiría, pero estaba algo nerviosa.
—¿Y cuándo lo hayas matado? —comentó ya que, ante la incertidumbre, lo mejor era concentrarse en otra cosa.
Para Iori, el contacto de las manos de Eywas fue suave. La duda anidó en la mente de la humana mientras dejaba que la bruja la separase del alivio que obtenía de aquel breve acto de dolor.
—No te preocupes. Un trato es un trato —aseguró la morena con una radiante sonrisa, antes de colocarse con la espalda pegada a la borda del barco.
Apoyó los codos sobre la madera arañada que dejaba atrás y cruzó las piernas a la altura de los tobillos, recostándose.
—Buscaré a los siguientes —respondió breve, pero sin apartar la sonrisa provocadora que dirigía hacia ella. ¿Una invitación a algo? ¿Una burla manifiesta? Difícil de precisar. —¿Y en tu cabecita? ¿Tienes trazado el plan que te permitirá obtener aquello que buscas en las islas?
Aquella mujer la inquietaba. Tenía cambios de humor demasiado bruscos y empezaba a verla como una auténtica majadera, pero había sido un trato barato si no contaba el chapuzón y el susto antes del embarque. Esperaba no arrepentirse.
—¿A los siguientes de qué? ¿Tienes una lista negra?
Lo dijo con cierto tono jocoso. Después de conocerla no le parecería para nada descabellado y, después de todo, peores cosas había visto.
Sopesó la respuesta ante la pregunta de la humana. ¿Un plan? Graciosa manera de llamar a la locura que estaba a punto de hacer.
—Espero que sí. Lo primero es llegar sana y salva, entera a poder ser. Aunque no sé yo si he hecho bien en aceptar esto.
Observó la cubierta donde los hombres no paraban de danzar de un lado a otro dándose gritos. Esperaba no tener que patear ningún culo en todo el viaje. No solía actuar de manera tan imprudente, al menos siendo consciente de ello. Le estaba costando asimilar toda la información que había recibido en esos últimos días. Estaba demasiado acostumbrada a no tender familia, no depender de nadie ni tener que dar explicaciones. ¿Qué pasaría si resultaba que aún tenía familiares vivos? ¿Y si querían tener contacto con ella? ¿Y si no? Ni siquiera estaba segura de querer contacto con ellos. ¿Qué estaba haciendo? La bruma la nublaba por completo y no pensaba con lucidez. Eso la aterraba. ¿Y si ese barco era su tumba? Desde luego, no fue demasiado inteligente al meterse ahí. Solo esperaba no terminar en el fondo del mar.
—¿Perdona? No sabía que conocías esa palabra —comenta irónica y hace una pequeña pausa—. Eywas. El tuyo es Iori, supongo. Al menos así te llevan llamando todo el rato. ¿Qué te ha hecho Meyer para que le tengas tantas ganas?
La bruja vio cómo la humana esbozaba una sonrisa lacónica mientras clavaba los ojos en el horizonte. El puerto se veía ya lejos, pero si Iori conocía bien a Karen sabría que en su forma dragona podía llegar a ser más rápida incluso que las naves de su flota.
Un extraño resoplido salió de sus labios, sin un significado claro, cuando Eywas hizo referencia a su nombre. El nombre que le habían dado sus padres. El que había sido desconocido para ella toda su vida. El que no se atrevía a pronunciar. No parecía tener prisa en responderle.
—Hans —siseó mientras apretaba los dedos sobre la barandilla del barco.
Eywas observaba su cara para intentar captar lo que sentía, analizarla. Contempló cómo apretaba sus manos hasta que la madera crujió y creyó intuir que notaba cierto alivio la cuando las astillas más finas se clavaron con fuerza bajo sus uñas. Iori ladeó la vista y observó la sangre agolpándose bajo la cutícula, y una leve sonrisa volvió a cruzar sus labios.
—Hans debe morir —sentenció de manera parca, sin apartar los ojos del daño que se estaba causando.
La bruja observaba la escena un tanto incrédula. ¿Se estaba mutilando a ella misma? Igual era una de esas personas sádicas que disfrutaban con el dolor. Un poco por instinto su cuerpo se desvió un poco, alejándose ligeramente de la humana, solo por si acaso.
—Ya… Claro... Pero igual es mejor que sigas entera. Tienes que devolverme a la península para poder matarlo, ¿recuerdas?
Tenía intención de mantener las distancias, pero la estaba poniendo nerviosa ver cómo se hacía daño y quedarse quieta. No sería partícipe de algo así cuando la idea era que luego la escoltara, de poco le serviría si terminaba a cachos. Se acercó para cogerle las manos y hacer que las despegara de la madera antes de seguir su camino hacia la proa del barco queriendo ver el horizonte al que se dirigían. Era la primera vez que cogía un barco y no lo admitiría, pero estaba algo nerviosa.
—¿Y cuándo lo hayas matado? —comentó ya que, ante la incertidumbre, lo mejor era concentrarse en otra cosa.
Para Iori, el contacto de las manos de Eywas fue suave. La duda anidó en la mente de la humana mientras dejaba que la bruja la separase del alivio que obtenía de aquel breve acto de dolor.
—No te preocupes. Un trato es un trato —aseguró la morena con una radiante sonrisa, antes de colocarse con la espalda pegada a la borda del barco.
Apoyó los codos sobre la madera arañada que dejaba atrás y cruzó las piernas a la altura de los tobillos, recostándose.
—Buscaré a los siguientes —respondió breve, pero sin apartar la sonrisa provocadora que dirigía hacia ella. ¿Una invitación a algo? ¿Una burla manifiesta? Difícil de precisar. —¿Y en tu cabecita? ¿Tienes trazado el plan que te permitirá obtener aquello que buscas en las islas?
Aquella mujer la inquietaba. Tenía cambios de humor demasiado bruscos y empezaba a verla como una auténtica majadera, pero había sido un trato barato si no contaba el chapuzón y el susto antes del embarque. Esperaba no arrepentirse.
—¿A los siguientes de qué? ¿Tienes una lista negra?
Lo dijo con cierto tono jocoso. Después de conocerla no le parecería para nada descabellado y, después de todo, peores cosas había visto.
Sopesó la respuesta ante la pregunta de la humana. ¿Un plan? Graciosa manera de llamar a la locura que estaba a punto de hacer.
—Espero que sí. Lo primero es llegar sana y salva, entera a poder ser. Aunque no sé yo si he hecho bien en aceptar esto.
Observó la cubierta donde los hombres no paraban de danzar de un lado a otro dándose gritos. Esperaba no tener que patear ningún culo en todo el viaje. No solía actuar de manera tan imprudente, al menos siendo consciente de ello. Le estaba costando asimilar toda la información que había recibido en esos últimos días. Estaba demasiado acostumbrada a no tender familia, no depender de nadie ni tener que dar explicaciones. ¿Qué pasaría si resultaba que aún tenía familiares vivos? ¿Y si querían tener contacto con ella? ¿Y si no? Ni siquiera estaba segura de querer contacto con ellos. ¿Qué estaba haciendo? La bruma la nublaba por completo y no pensaba con lucidez. Eso la aterraba. ¿Y si ese barco era su tumba? Desde luego, no fue demasiado inteligente al meterse ahí. Solo esperaba no terminar en el fondo del mar.
Eywas
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