Aeros al borde del acantilado
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Aeros al borde del acantilado
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Entre la pared del acantilado, sobre unas rocas hay una bolsa con aeros medio esparcida. El problema es que está al medio y tú te encuentras al borde, siendo atraido por el brillo de las monedas. Puedes calcular que hay al menos más de 300. Tendrás que usar cuerdas para bajar con cuidado hasta ellas y sujetarte bien. ¿Podrás?
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Para dar por válida tu respuesta, debe tener los siguientes requisitos:1*Debes rebuscar una forma de llegar hasta los aeros considerando la dificultad que tendrás.
2*Calcula la altura y el tiempo que te llevaría
3*A mitad del camino te enfrentas con una serpiente que se encapricha con morderte
4*De regreso, te encuentras con una familia numerosa de tarántulas que ha decidido mudarse de lugar pasando por la cuerda que usas y cuando acabes con ellas, tres serpientes hijas de la primera querrán atacarte.
5*Si tu personaje es dragón o licántropo, antes de llegar al borde te transformarás en humano. Existe una magia poderosa que impide el uso de transformaciones.
6*Tu post deberá superar las 20 líneas.
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Ansur
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Re: Aeros al borde del acantilado
Era la segunda vez que pisaba el territorio de Beltrexus. Las circunstancias habían querido que volviera a aquel lugar del que había tenido que huir la última vez, y sinceramente, aunque guardaba también buenos momentos de aquella visita, era una situación a la que no me quería volver a enfrentar de ser posible. El caso es que me encontraba bordeando los acantilados de la isla principal, digamos que por razones de seguridad, cuando un brillo captó mi atención bajo mis pies, literalmente, muy debajo de mis pies. Tal vez fuera un reflejo, o tal vez algo valioso que valía la pena recuperar y, de hecho, técnicamente tenía todo el tiempo del mundo así que me decidí a intentar bajar a por ello.
Me asomé al acantilado sin temor, casi en actitud temeraria, y evalué un poco la situación. Calculé que lo que fuera que emitiese aquel brillo estaba a unos quince metros por debajo de mi posición, y contando que tan solo tenía una cuerda entre mis cosas que apenas mediría unos diez, me iba a tocar improvisar un poco. Bajar completamente en vertical estaba completamente descartado, dado que debía descender -y posteriormente volver a ascender- los últimos metros sin cuerda; tenía que buscar un camino con rocas salientes que me permitieran un buen agarre, así que avancé unos metros hacia el lado buscando una ruta alternativa. Por suerte me consideraba una persona bastante ágil y preparada, y tampoco tardé en divisar un pequeño saliente rocoso que me permitiría avanzar hasta lo que se había convertido, de manera absurda, en mi capricho del día...
Pude encontrar a una roca con el tamaño suficiente en la superficie donde asegurar la cuerda sin temor a que se rasgara ni resbalara, al menos en apariencia, y calculé que si iba con el pertinente cuidado, tal vez en... ¿media hora? podría haber llegado hasta abajo. Me até la cuerda a la cintura y me dispuse a comenzar el descenso, poco a poco, sin ningún tipo de prisa, asegurando cada lugar donde colocaba mis pies y mis manos. El secreto estaba en tener siempre tres de los cuatro puntos fijos antes de empezar a buscar la nueva posición del cuarto. Todo parecía ir bien...
... hasta que escuché un siseo proveniente de un agujero en la pared, cerca de donde tenía anclada la mano derecha. ¡Perfecto!
No es que le tuviera miedo a las serpientes. De hecho, era un animal con el que sentía cierta afinidad, pero también conocía lo peligrosas que podían llegar a ser, y claro, mi primera reacción fue la de apartar la mano... ¿y qué hemos dicho? Siempre tres puntos perfectamente anclados. Pues no, al quitar la mano únicamente quedé sujeto por mi mano y mi pie izquierdos, con lo que mi cuerpo giró sobre si mismo y empezó a dar vueltas -haciendo la croqueta- por la pared del acantilado. Sobra decir que lo único que hizo que no cayera fue la sujeción de la cuerda.
Por si fuera poco, la serpiente no se dio por vencida y salió de su agujero, reptando entre las rocas con velocidad, soltando dentelladas que yo solo esquivaba porque no había sido capaz de sujetarme de nuevo a la pared y seguía revolviéndome. Cuando conseguí agarrarme de nuevo, con el corazón a mil y unos cuantos arañazos a causa de los golpes, el reptil volvió a atacar entre siseos, aunque esta vez conseguí dar un manotazo que desvió el mordisco y acabó con la serpiente cayendo al vacío. Suspiré con esfuerzo. Más valía que fuese lo que fuese aquello mereciera la pena.
El resto del descenso transcurrió sin problemas. Me las apañé para llegar al saliente rocoso, donde pegué mi espalda a la pared y desaté la cuerda: los últimos metros, me tocaba hacerlos sin ningún tipo de seguridad. Dando pequeños pasos fui avanzando, siempre bien pegado a la pared y sin mirar abajo. Empezaba a pensar que tal vez no había sido buena idea tomar tanto riesgo por lo que podía no ser nada, aunque ya estaba casi allí, y bueno, iba a averiguarlo... Huelga decir que fue un alivio comprobar que se trataba de una pequeña bolsa de cuero llena de monedas que, sinceramente, iban a venirme muy bien. En fin, había bajado quince metros de la manera más cutre posible; ahora tocaba subir...
Volví a alcanzar la cuerda sin problemas. Cuando vas más pendiente de lo que tienes arriba a de lo que tienes debajo, la cosa se volvía más fácil.
- ¡Oh, venga! ¡¿Me tomas el pelo?! - exclamé a la desesperada. Antes de volverme a atar la cuerda al cuerpo pude advertir que un grupo de enormes tarántulas parecían estar usándola como puente para llegar a otro punto del acantilado, y para qué mentir, empezaba a notar los músculos algo agarrotados como para tener que esperar allí abajo a que la familia de arañitas peludas pasara de largo. Hice lo primero que se me ocurrió, cogí el extremo de la cuerda e imité el movimiento de un látigo. Esto hizo que la misma fuerza creara una especie de onda que se fue propagando por la cuerda hasta llegar al punto por donde paseaban mis amigas. ¿Habéis oído hablar de la legendaria lluvia de tarántulas? Pues eso es lo que experimenté yo a continuación. Me cubrí el rostro tan pronto vi lo que se me venía encima, pero aún así pude notar como una de ella me caía precisamente en el hombro haciendo que me invadiera un cosquilleo desagradable que me hizo revolverme de una manera que casi hizo que me despeñara. Podía notar sus patas peludas atravesar la fibra de mi camisa, y aunque siempre valoraba estar en compañía, no pude evitar dar un manotazo que la mandó a volar.
Lo que en un principio iba a ser una aventura con la adrenalina y la expectación como ingredientes principales, se había convertido en una pesadilla que quería que terminara cuanto antes. Cual fue mi sorpresa cuando descubrí que cuando me faltaban apenas unos pocos metros para llegar arriba, tres nuevas serpientes, éstas con un tamaño ligeramente inferior a la que había intentado atacarme durante el descenso, se acercaban hacia mí...
Mira, ni me detuve a maldecir el día en el que había decidido volver a pisar Beltrexus. Aproveché que aún se encontraban a unos metros para seguir subiendo todo lo posible. Me sorprendí a mí mismo recortando distancia ejecutando movimientos bastante peligrosos, pero necesarios si quería llegar a arriba antes de que las tres mosqueteras me cosieran a mordiscos. Alcancé la cima en el momento en que la primera de ellas tiraba a moderme, con la suerte de que mordió en la bota y sus colmillos no fueron capaces de traspasar el cuero. Me arrastré como pude hasta mis cosas y desenvainé mi espada dando un tajo horizontal al aire que detuvo su avance. No me costó mucho hacer que retrocedieran, por suerte era más diestro con la espada que encaramado a una pared. Una cosa sí tenía clara: nunca, pero NUNCA, volvería a descender un acantilado en Beltrexus.
Me asomé al acantilado sin temor, casi en actitud temeraria, y evalué un poco la situación. Calculé que lo que fuera que emitiese aquel brillo estaba a unos quince metros por debajo de mi posición, y contando que tan solo tenía una cuerda entre mis cosas que apenas mediría unos diez, me iba a tocar improvisar un poco. Bajar completamente en vertical estaba completamente descartado, dado que debía descender -y posteriormente volver a ascender- los últimos metros sin cuerda; tenía que buscar un camino con rocas salientes que me permitieran un buen agarre, así que avancé unos metros hacia el lado buscando una ruta alternativa. Por suerte me consideraba una persona bastante ágil y preparada, y tampoco tardé en divisar un pequeño saliente rocoso que me permitiría avanzar hasta lo que se había convertido, de manera absurda, en mi capricho del día...
Pude encontrar a una roca con el tamaño suficiente en la superficie donde asegurar la cuerda sin temor a que se rasgara ni resbalara, al menos en apariencia, y calculé que si iba con el pertinente cuidado, tal vez en... ¿media hora? podría haber llegado hasta abajo. Me até la cuerda a la cintura y me dispuse a comenzar el descenso, poco a poco, sin ningún tipo de prisa, asegurando cada lugar donde colocaba mis pies y mis manos. El secreto estaba en tener siempre tres de los cuatro puntos fijos antes de empezar a buscar la nueva posición del cuarto. Todo parecía ir bien...
... hasta que escuché un siseo proveniente de un agujero en la pared, cerca de donde tenía anclada la mano derecha. ¡Perfecto!
No es que le tuviera miedo a las serpientes. De hecho, era un animal con el que sentía cierta afinidad, pero también conocía lo peligrosas que podían llegar a ser, y claro, mi primera reacción fue la de apartar la mano... ¿y qué hemos dicho? Siempre tres puntos perfectamente anclados. Pues no, al quitar la mano únicamente quedé sujeto por mi mano y mi pie izquierdos, con lo que mi cuerpo giró sobre si mismo y empezó a dar vueltas -haciendo la croqueta- por la pared del acantilado. Sobra decir que lo único que hizo que no cayera fue la sujeción de la cuerda.
Por si fuera poco, la serpiente no se dio por vencida y salió de su agujero, reptando entre las rocas con velocidad, soltando dentelladas que yo solo esquivaba porque no había sido capaz de sujetarme de nuevo a la pared y seguía revolviéndome. Cuando conseguí agarrarme de nuevo, con el corazón a mil y unos cuantos arañazos a causa de los golpes, el reptil volvió a atacar entre siseos, aunque esta vez conseguí dar un manotazo que desvió el mordisco y acabó con la serpiente cayendo al vacío. Suspiré con esfuerzo. Más valía que fuese lo que fuese aquello mereciera la pena.
El resto del descenso transcurrió sin problemas. Me las apañé para llegar al saliente rocoso, donde pegué mi espalda a la pared y desaté la cuerda: los últimos metros, me tocaba hacerlos sin ningún tipo de seguridad. Dando pequeños pasos fui avanzando, siempre bien pegado a la pared y sin mirar abajo. Empezaba a pensar que tal vez no había sido buena idea tomar tanto riesgo por lo que podía no ser nada, aunque ya estaba casi allí, y bueno, iba a averiguarlo... Huelga decir que fue un alivio comprobar que se trataba de una pequeña bolsa de cuero llena de monedas que, sinceramente, iban a venirme muy bien. En fin, había bajado quince metros de la manera más cutre posible; ahora tocaba subir...
Volví a alcanzar la cuerda sin problemas. Cuando vas más pendiente de lo que tienes arriba a de lo que tienes debajo, la cosa se volvía más fácil.
- ¡Oh, venga! ¡¿Me tomas el pelo?! - exclamé a la desesperada. Antes de volverme a atar la cuerda al cuerpo pude advertir que un grupo de enormes tarántulas parecían estar usándola como puente para llegar a otro punto del acantilado, y para qué mentir, empezaba a notar los músculos algo agarrotados como para tener que esperar allí abajo a que la familia de arañitas peludas pasara de largo. Hice lo primero que se me ocurrió, cogí el extremo de la cuerda e imité el movimiento de un látigo. Esto hizo que la misma fuerza creara una especie de onda que se fue propagando por la cuerda hasta llegar al punto por donde paseaban mis amigas. ¿Habéis oído hablar de la legendaria lluvia de tarántulas? Pues eso es lo que experimenté yo a continuación. Me cubrí el rostro tan pronto vi lo que se me venía encima, pero aún así pude notar como una de ella me caía precisamente en el hombro haciendo que me invadiera un cosquilleo desagradable que me hizo revolverme de una manera que casi hizo que me despeñara. Podía notar sus patas peludas atravesar la fibra de mi camisa, y aunque siempre valoraba estar en compañía, no pude evitar dar un manotazo que la mandó a volar.
Lo que en un principio iba a ser una aventura con la adrenalina y la expectación como ingredientes principales, se había convertido en una pesadilla que quería que terminara cuanto antes. Cual fue mi sorpresa cuando descubrí que cuando me faltaban apenas unos pocos metros para llegar arriba, tres nuevas serpientes, éstas con un tamaño ligeramente inferior a la que había intentado atacarme durante el descenso, se acercaban hacia mí...
Mira, ni me detuve a maldecir el día en el que había decidido volver a pisar Beltrexus. Aproveché que aún se encontraban a unos metros para seguir subiendo todo lo posible. Me sorprendí a mí mismo recortando distancia ejecutando movimientos bastante peligrosos, pero necesarios si quería llegar a arriba antes de que las tres mosqueteras me cosieran a mordiscos. Alcancé la cima en el momento en que la primera de ellas tiraba a moderme, con la suerte de que mordió en la bota y sus colmillos no fueron capaces de traspasar el cuero. Me arrastré como pude hasta mis cosas y desenvainé mi espada dando un tajo horizontal al aire que detuvo su avance. No me costó mucho hacer que retrocedieran, por suerte era más diestro con la espada que encaramado a una pared. Una cosa sí tenía clara: nunca, pero NUNCA, volvería a descender un acantilado en Beltrexus.
Rihoran
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Re: Aeros al borde del acantilado
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¡Has conseguido una bolsa con 800 aeros!
Ansur
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