El ladrón de almas [POST DE TRAMA]

Noche abierta, no había nubes sobre el cielo, tan solo la tranquilidad de la noche perturbaba a los perturbados. Noche de borrachos y prostitutas, de risas y alcohol, sí, quizá en otro sitio que no fuese aquel, o al menos eso pensaba Frendel. Hundido en su silla de caoba, tallada por los propios elfos, ojeaba su libro de maleficios que él mismo había hecho. Era un libro de un grosor considerable; Las tapas eran de madera de Sandorai, forrado con piel, piel de cría de hombre bestia, tintada en tonos rojos y negros, tinta mágica, estaba escrito en una perfecta y preciosa letra gótica. No tenía título, y él mismo se encargaba de enganchar cuidadosamente las páginas al lomo del libro.

De repente el hechicero dio un golpe sobre la mesa, enfadado. Sus ojos se posaron sobre las velas que alumbraban el libro, sin más miramientos cogió uno de los candelabros de plata que sostenían las velas y se levantó de su asiento.

Salió a pasos agigantados de la habitación, de aquí para allá andaban sus neófitos, gente que había ido recogiendo por todo el camino que había recorrido durante tantos años de exilio, gente que como él, adoraban el poder y el dinero, y que ambicionaban ser más de lo que habían podido aspirar jamás. Al pasar Frendel todos hacían una reverencia y le dejaban pasar. En los pasillos de aquel lugar laberíntico, olían a cadáver putrefacto y a serrín de embalsamar, pero él ya se había hecho al olor, pues lo que se avecinaba era muchísimo más grande que cualquier otra cosa.

Mientras, el dragón oscuro se alimentaba de sacrificios humanos para recuperar la grandeza que algún día tuvo. Días antes había hablado con Frendel, con las pocas fuerzas que le quedaban, y le había exigido más sacrificios por su causa, pero Frendel se encontraba entre la espada y la pared, puesto que había perdido a muchos de sus hombres en el despertar del ser oscuro.

-¡Fe-Frendel! -Igor salió de las penumbras del pasillo cuando Frendel iba a abrir ya la puerta de la sala de pociones. Igor era un tipo cuanto menos peculiar, lo había recogido en Lunargenta, había sido durante muchos años caballero de la guardia real, pero un día de guardia calló de su caballo, fracturándose el rostro y dejándole grandes daños cerebrales, Frendel lo había adoptado por pena, o por si tenía que hacer algún sacrificio en algún momento, no era muy útil, y su presencia era cuanto menos molesta.

Frendel se giró clavando sus pupilas negras sobre el rostro desencajado del hombre bajito y jorobado que andaba como agazapado y cojo. Frendel tenía un pequeño tic en el labio que se le despertaba cuando estaba especialmente nervioso, y aquel le desesperaba.

-Para ti soy señor. Es la última vez que te lo digo. -Le dijo apuntándole con el dedo índice más abajo del mentón, con su afilada uña negra raspándole la garganta. Igor asintió y bajó la cabeza. -Ahora, ¿Qué quieres? Estoy ocupado. -Le respondió golpeando con las uñas contra la puerta que estaba a punto de abrir.

-Lo encontré señor, Igor encontró la pócima que le faltaba. -Una sonrisa desfigurada se dibujó en el rostro del jorobado. Del bolsillo de su túnica sacó una pequeña hoja de papel con algo escrito, arrugado y manchado de dios sabe qué. Frendel cogió con asco y violencia la nota de las manos de Igor y luego lo leyó alzando una ceja. No podía dar crédito a lo que leía. Sí, era cierto, alguien tan tonto como Igor había dado con la receta del despertar de los muertos, había dado con su mayor ejército y ahora la solución a sus problemas estaba entre sus dedos. Soltó una carcajada, negó con la cabeza y se metió sin decir nada en la sala de pociones. Allí las velas eran más, el suelo resbalaba, pues estaba lleno de extraños mejunjes y de la cera derretida de las velas. El croar de las ranas y el silbido de las culebras estaba presente en la sala, al igual que un sin fin de olores extraños y exóticos.

Frendel cogió una de las marmitas y la puso sobre el fuego, allí en uno de los altares el santo grial reposaba en un pequeño manto rojo, muy útil para la alquimia sin duda. Se frotó las manos y leyó de nuevo la nota.

Era la mezcla perfecta, tenía un trozo de el antiguo intento fallido de resucitar a los muertos, un corazón de phoenix, que resurgía de las cenizas, la corteza de mikako midgariano para darle la dureza a los músculos que un día desfallecieron, la lengua de lamia para la astucia y la pezuña de fauno para la fuerza y velocidad.

Fendel volvió a emitir una sonora carcajada. La marmita empezó a hervir, empezó a deshacerse las cosas en un líquido que iba tomando el color rojo, rojo de la sangre de los muertos que ahora iban a revivir. No, ya no serían muertos, serían sin alma, los llamaría así, los desalmados. Iba a crear un ejército de desalmados. Aspiró el humo, el aroma de la victoria, y en su rostro se dibujó una sonrisa sádica, desorbitada. Estiró el brazo hacia la puerta, y esta se abrió de repente, como si la hubiese empujado desde su posición.

-¡Traedme un cadáver, el más fresco que tengáis! -Sus seguidores, que esperaban pacientes las órdenes de su señor fuera de la sala de pociones asintieron y corrieron por los pasillos hasta la habitación donde embalsamaban a los cadáveres. Allí les quitaban órganos inútiles como los pulmones, los riñones o el hígado, y los guardaban en cofres donde aún se mantenían calientes, después los secaban con sal para que su carne no se pudriese. De entre todos escogieron a un hombre, joven, seguramente muerto por alguna lucha y lo llevaron con una camilla hasta la sala de pociones.

Allí Frendel atusó con la mano a sus seguidores, indicándoles que se marchasen, y estos obedecieron cerrando la puerta tras de si. Era la hora, sí, había llegado la hora de probar su poder. Cogió una probeta y vertió un poco del líquido en esta, que aún burbujeaba y lo dejó caer sobre el pecho abierto del difunto. El líquido rojizo empezó a calar el corazón putrefacto, un pequeño humo comenzó a salir de entre sus costillas y poco a poco el corazón volvió a tomar un color marrón y a recubrirse de una dura capa de madera. Aquel hombre abrió los ojos de golpe, mirando al frente, pero sin mirar realmente a nada, miró a Frendel y se sentó. Los huesos semi desnudos, recubiertos por una fina capa de piel seca le rechinaron. Se sentó allí en la mesa mirando al frente.

Lo había conseguido, había hecho lo que jamás nadie había podido hacer, ahora, debía de probar sus nuevos juguetes, pues la receta la había hecho un tonto, no todo podía salir bien.

-Levántate y anda, ahora soy tu señor. -Le ordenó Frendel y este obedeció sin oponer resistencia. No hablaba, pues no podía, no tenía lengua ni garganta. El muerto se inclinó haciéndole una reverencia a Frendel. Este soltó otra malévola carcajada, lo había conseguido, había conseguido darle vida a los muertos y que estos obedecieran, estaba un paso más cerca de establecer el caos en Aerandir.