El principio del fin [POST DE TRAMA]

Era media noche del solsticio de otoño, día en el que los astros se alineaban, la luna era más grande y brillaba como nunca en lo alto del cielo. Llevaban cerca de una semana de rituales y hoy era el gran día, faltaban menos de media hora para que la luna estuviese en su punto más álgido, eran momentos cruciales para aquel ritual. 

Se encontraban en una sala amplia, acondicionada bajo el volcán, habían tallado en las paredes gárgolas y otros seres, quizá aquellos seres algún día fueron reales, y ahora eran parte del decorado de aquel lugar. Hombres, mujeres, niños.. Con caras agónicas, en las paredes, de piedra, sin duda aquellos un día estuvieron vivos de verdad. 

La sala era amplia, no se veía casi el final puesto que no había nada de luz, tan solo un par de velas clavadas en cráneos rotos y deformes, con escrituras extrañas, pentágonos y otros símbolos indescifrables para un humano corriente, pero algo muy común para otros no tan corrientes. El calor era inhumano, y se escuchaba los chirridos de la lava burbujeante no muy lejos de allí. 

En mitad de la sala se oía un pequeño cántico, tres días llevaba Frendel frente al altar mayor del dragón oscuro, días sin comer ni beber, más que unguentos y sangre, lo único que permitía el ritual; Vestía una toga larga violeta y negra con bordados en oro, sin capucha, atada a la cintura con un cordón de filos dorados. Sus compañeros, vestidos con las mismas togas que él, pero más simples, violetas o negras, no habían más de cinco personas en la sala, de todas las razas, habían perdido no hacía mucho a un integrante en el asalto al castillo, pero había conseguido lo que quería. 

Recitaba un conjuro en élfico antiguo, era un conjuro en lengua dracónica, aquella que utilizaban los grandes dragones en épocas remotas, pero reforzado posteriormente por los elfos para asegurarse de que nadie pudiese despertarlo jamás. Pero Frendel había encontrado la forma de revertir el hechizo. 

Acabó de recitar, y vertió la sangre de un pequeño frasco en el cáliz que tenía encima del altar. A su lado, una mujer empezaba a tener combulsiones, estaba atada de pies y manos en otro altar más alargado, con un pentágono en la frente, le habían estirpado la mayoría de órganos, dejando fuera el corazón con sumo cuidado para que este no dejase de bombear, las costillas le sobresalían por todas partes, pues las habían tenido que romper para arrancarle el corazón. 

Uno de los esbirros de Frendel cogió el pulmón de la mujer y lo apretó con fuerza, huntando la cara de sus compañeros con los restos y la suya propia mientras recitaba otro hechizo menor. Se respiraba la tensión en el ambiente, Frendel empezaba a recitar cada vez más rápido las mismas palabras, mientras que aquella mujer, anciana, una bruja longeva que habían utilizado para el ritual, pues había sido ella la que había guardado aquellos escritos durante años, quizá siglos, empezaba a recitar con él las mismas palabras, con los ojos en blanco. 

Un temblor sacudió el volcán, no, no solo el volcán, sino todo Aerandir fue sacudido por aquel temblor. Una nube negra se posó sobre la isla volcán, nubes de tormenta mezcladas con azufre. Se escuchaba ahora más que nunca aquel burbujeo y aquel chirrio de las burbujas bajo sus pies, el magma empezaba a avanzar poco a poco hasta la chimenea del volcán, provocando una gran nube de azufre que en minutos taparía todo Aerandir. 

Las paredes comenzaron a agrietarse, Frendel cada vez repetía las palabras más y más deprisa, pero sin trabarse, y cada vez más alto. La luna se alzaba en el cielo alineándose con la tierra y el sol. 

-Ya es la hora. -Avisó a sus compañeros Frendel, la mujer había fallecido, uno de sus esbirros le pasó el corazón aún bombeando débilmente, luchando por latir una vez más, pero las uñas negras del hombre se hincaron sobre este estrujándolo sobre el cáliz. 

Todos empezaron a recitar las mismas palabras que Frendel, el suelo comenzaba a agrietarse, a caerse las paredes de aquel lugar, pero ellos no perdían la compostura, no se movían ni un milímetro, el ritual debía de ser perfecto si querían que todo saliese bien. 

Un ala enorme destrozó la pared más cercana a estos, después la otra ala rompió la pared contraria, y finalmente unos grandes ojos rojos se posaron sobre Frendel y sus esbirros, allí no se veía nada más que aquello, unos grandes ojos. Notaron todos la respiración de aquella bestia en sus propias carnes, casi como un huracán. Medía como casi un quilómetro de ala a ala, y otro de cabeza a punta, era más grande que cualquier cosa que podían imaginar. 

-¿Quién osa despertarme? -Sonó una voz grave, que infundía respeto y sabiduría, pero en tono amenazante. Frendel y los demás se agacharon arridillándose ante él. 

-A sus pies, mi señor. -Dijo primero Frendel agachando la cabeza ante el dragón oscuro, y después sus esbirros le siguieron. 

-A sus pies, mi señor. -Repitieron los cuatro agachando la cabeza, tenían miedo, se olía, todos menos Frendel estaban asustados, lo podía captar él y Frendel, y cualquier criatura con sentido común tendría miedo de tal monstruo. 

El dragón miró la pila de huesos humanos que había al lado del altar, y después miró a la bruja con cierto desprecio. 

-¿Cómo sabíais lo de la bruja? - Preguntó directamente a Frendel, ignorando a los demás esbirros. -Bueno, me da igual, lo has hecho bien, Frendel. -Frendel asintió con la cabeza mientras que los demás estaban desconcertados, cómo él sabía el nombre de su jefe, pero él era el dragón oscuro, poseía un poder que nadie más entendía. 

-¿Cuándo comenzaremos los planes? -Preguntó uno de los esvirros, y fue fulminado por la mirada de Frendel y el gran dragón.

-Paciencia... -Dijo Frendel a su compañero. Debían maquinar muy bien su próximo asalto a Aerandir, pero no debían de tardar mucho tiempo, pues todos habían notado el temblor que había sacudido todo, y la nube de azufre taparía el sol durante horas, quizá durante días o semanas. Se avecinaba tormenta, y aquello tan solo era el principio del fin.